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<strong>Shangri</strong>-la<br />
Núm. 11<br />
Enero - Abril 2010<br />
ISSN: 1988-2769<br />
derivas y ficciones aparte<br />
El lenguaje de la memoria 1<br />
Marcel Proust Andrei Tarkovski Virginia Woolf<br />
Claude Simon Jaime Chavarri Sergiu Celibidache<br />
Philip K. Dick Michael Chabon Alain Resnais<br />
Max Ophüls Lisandro Alonso Vladimir Nabokov<br />
Alfred Hitchcock Terence Davies André Techiné<br />
Alain Robbe-Grillet Giordano Bruno Julio Cortazar<br />
Haruki Murakami George Perec Marguerite Duras<br />
Christopher Nolan Michael Gondry Gilles Deleuze<br />
Henri Bergson James Joyce David Perlov
SHANGRI-LA. DERIVAS Y FICCIONES APARTE<br />
En el interior, afectaban al alma,<br />
especialmente cuando llegaban las horas<br />
calladas y suaves del ocaso; entonces,<br />
la memoria formaba sus cristales igual<br />
que el claro hielo suele formarse de<br />
crepúsculos sin ruido.<br />
Moby Dick<br />
Herman Melville<br />
SHANGRI-LA no comparte, necesariamente, las opi-<br />
niones que sostienen en sus textos los colaboradores.<br />
<strong>La</strong> reproducción total o parcial de un texto publi-<br />
cado en SHANGRI-LA en un espacio de la red de in-<br />
ternet debe indicar el nombre del autor y su lugar<br />
de publicación. Si la reproducción, tanto parcial<br />
como total se realiza en un medio impreso debe ser<br />
previamente solicitada.<br />
Aunque las imágenes pueden estar sujetas a dere-<br />
chos de autor, son empleadas en SHANGRI-LA con<br />
fines divulgativos e ilustrativos.<br />
Nº 11 - Enero - Abril 2010 - ISSN: 1988-2769<br />
SHANGRI-LA EDICIONES<br />
shangrilaediciones.com - shangrilatextosaparte.blogspot.com<br />
shangrilaediciones@hotmaill.com<br />
COLABORAN EN ESTE NÚMERO:<br />
RICARDO ADALIA - TXOMIN ANSOLA<br />
JUAN MIGUEL ARIÑO - BENDICÒ<br />
PATRICIA BERACOETXEA - CECILIA BLANCO<br />
ÓSCAR BROX - NACHO CAGIGA<br />
MAX CAUTION - ALBA CERES<br />
JUAN MIGUEL COMPANY - Mª JOSÉ COUTIÑO<br />
MARIANO CRUZ - DANIEL DILLINGER<br />
ISABEL ESCUDERO - MANUEL ESPINOSA<br />
PABLO FERRANDO - HÉCTOR GARCÍA<br />
JESÚS GARCÍA - ALBERTO HAJ-SALEH<br />
MARISA LÓPEZ - IRENE DE LUCAS<br />
MARIEL MANRIQUE - OLVIDO MARVAO<br />
ISABEL MERCADÉ - CARLOS MUÑOZ<br />
DANIEL MUÑOZ - CRISTINA NÚÑEZ<br />
PILAR PEDRAZA - BERTA M. PÉREZ<br />
JEAN-LUC PRATT - JESÚS RODRIGO<br />
AARÓN RODRÍGUEZ - CLARA ROMERO<br />
PABLO ROMERO - AGUSTÍN RUBIO<br />
FAUSTINO SÁNCHEZ - FERNANDO USÓN
SHANGRI-LA. Derivas y Ficciones Aparte Nº 11 - Enero - Abril 2010<br />
SUMARIO<br />
ITINERARIOS<br />
Samuel Beckett / Chris Marker - Pág: 6.<br />
CARPETA EL LENGUAJE DE LA MEMORIA 1<br />
I. <strong>La</strong> memoria de los otros.<br />
Olvido Marvao - Pág: 9.<br />
II. Los usos de la memoria.<br />
Carlos Muñoz Gutiérrez - Pág: 13.<br />
III. Tiempo sin sujeto. Deleuze y la ontología del cine.<br />
Berta Pérez - Pág: 37.<br />
IV. Pero, ¿qué sabía Marguerite Duras?<br />
Una aproximación a El arrebato de Lol V. Stein.<br />
Isabel Mercadé - Pág: 58.<br />
V. Celibidache: Evocación en cinco movimientos.<br />
Pablo Romero - Pág: 73.<br />
VI. <strong>La</strong> memoria de los espacios, el lenguaje de las ciudades.<br />
Faustino Sánchez - Pág: 91.<br />
VII. Proust. El tiempo literario y la memoria.<br />
Juan Miguel Ariño - Pág: 99.<br />
VIII. Sumire ya no fuma. Comentarios a una novela de Haruki Murakami.<br />
Mariano Cruz García- Pág: 133.<br />
IX. Agujeros en los billetes de metro. (De los Me acuerdo de Perec<br />
al Autorretrato de Levé).<br />
Daniel Dillinger - Pág: 141.<br />
X. <strong>La</strong> reinvención de la memoria.<br />
Jesús García Hermosa - Pág: 153.<br />
XI. Fragmentos acerca de cine y memoria.<br />
Isabel Escudero - Pág: 163.<br />
XII. Un espacio nacido del tiempo. Proust y lo proustiano en el cine.<br />
Juan Miguel Company Ramón - Pág: 169.<br />
XIII. <strong>La</strong> inscripción del fantasma. <strong>La</strong> memoria en la obra<br />
de Andrei Tarkovski.<br />
Aarón Rodríguez Serrano - Pág: 190.<br />
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SHANGRI-LA. Derivas y Ficciones Aparte Nº 11 - Enero - Abril 2010<br />
SUMARIO<br />
XIV. Los latidos de la imagen.<br />
Ricardo Adalia Martín - Pág: 206.<br />
XV. El fuego de la palabra. A propósito de El desencanto.<br />
Pablo Ferrando García - Pág: 218.<br />
XVI. <strong>La</strong> memoria como montaje. Carta de una desconocida.<br />
Pilar Pedraza - Pág: 233.<br />
XVII. El pasado continuo.<br />
(O la impalpable niebla de la memoria de Claude Simon.<br />
Max Caution - Pág: 243.<br />
XVIII. Alain Robbe-Grillet. Deslizamientos progresivos de la memoria.<br />
Óscar Brox - Pág: 255.<br />
XIX. El año pasado en Marienbad.<br />
Cristina Nuñez Pereira - Pág: 265.<br />
PUBLICACIONES<br />
<strong>Shangri</strong>-<strong>La</strong>. Derivas y Ficciones Aparte: Pág: 272.<br />
Encuadres: Pág: 274 --- Materiales: Pág: 275.<br />
ITINERARIOS<br />
Henri <strong>La</strong>nglois / Jorge Luis Borges - Pág: 6.<br />
CARPETA EL LENGUAJE DE LA MEMORIA 2<br />
XX. <strong>La</strong>s palabras de las cosas.<br />
Materia, memoria y montaje en Christopher Nolan.<br />
Agustín Rubio Alcover - Pág: 9.<br />
XXI. Sobre la memoria y el olvido. El caso de Philip K. Dick.<br />
Irene de Lucas Ramón - Pág: 66.<br />
XXII. Viajes hacia una memoria posible.<br />
Cristina Nuñez Pereira - Pág: 95.<br />
XXIII. Una de nostálgicos.<br />
Cecilia Blanco Pascual - Pág: 103.<br />
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SUMARIO<br />
XXIV. El vacío momentáneo.<br />
Marisa López Mosquera - Pág: 117.<br />
XXV. Memoria viva.<br />
María José Coutiño Bosch - Pág: 128.<br />
XXVI. Cortocirtuitos de la emoción. Y la memoria se hizo carne.<br />
Fernando Usón Forniés - Pág: 137.<br />
XXVII. Terence Davies: Realismo de la memoria.<br />
Alberto Haj-Saleh - Pág: 167.<br />
XXVIII. ¡Ólvidate de mí!, Michael Gondry. <strong>La</strong> memoria borrada.<br />
Daniel Muñoz Ruiz - Pág: 181.<br />
XXIX. André Téchine: Alice y Martin. El hombre sin palabras.<br />
Héctor G. Barnés - Pág: 189.<br />
XXX. Sombras recobradas.<br />
Breve panorámica del espectáculo cinematográfico en España.<br />
Txomin Ansola González - Pág: 200.<br />
XXXI. <strong>La</strong>s máquinas de hacer recuerdos.<br />
Mariel Manrique - Pág: 217.<br />
XXXII. Nuestra memoria tan igual.<br />
Bendicò - Pág: 225.<br />
XXXIII. Pero qué de aquello.<br />
Terence Davies - Pág: 232.<br />
XXXIV. <strong>La</strong> memoria de los muertos.<br />
Alba Ceres Rodrigo - Pág: 242.<br />
PUBLICACIONES<br />
<strong>Shangri</strong>-<strong>La</strong>. Derivas y Ficciones Aparte - Pág: 248.<br />
Encuadres - Pág: 250 --- Materiales - Pág: 251.<br />
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SHANGRI-LA. Derivas y Ficciones Aparte Nº 11 - Enero - Abril 2010<br />
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Samuel Beckett<br />
Chris Marker<br />
http://www.flickr.com/photos/30890511@N04/<br />
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CARPETA<br />
El lenguaje de la memoria 1<br />
Coordinación<br />
Jesús Rodrigo/Clara Romero
Somos nuestra memoria,<br />
somos ese quimérico museo<br />
de formas inconstantes,<br />
ese montón de espejos rotos.<br />
Elogio de la sombra<br />
Jorge Luis Borges
SHANGRI-LA. Derivas y Ficciones Aparte Nº 11 - Enero - Abril 2010<br />
CARPETA EL LENGUAJE DE LA MEMORIA<br />
I. LA MEMORIA DE LOS OTROS<br />
Ocurre a veces que, como un Proust fatigado, se agacha uno a abro-<br />
charse un zapato o se toma una taza de té, y de pronto un recuerdo acude a<br />
nosotros con la fuerza del presente y se deshace irremediablemente cuando<br />
se intenta retener. Entonces nos preguntamos si es el ayer el que forma ese<br />
presente o es el olvido el que le permite, o acaso, le incita. Deformamos los<br />
recuerdos como si fueran sueños, incluso mezclamos y requerimos para nos-<br />
otros los sueños de los demás porque en realidad somos trozos de la memo-<br />
ria de otros, esos otros que han dejado palabras, sonidos, imágenes y olores<br />
de los que nos hemos alimentado haciéndolos nuestros. ¿Quién no ha apoyado<br />
la cabeza en la almohada y al cerrar los ojos ha deseado los labios de la Mo-<br />
reau, o fumar tan bien como Mitchum, o caminar con Pessoa y sus otros<br />
yoes?, ¿qué hace que veamos un hombre caminando por la nieve e imagine-<br />
mos a Walser innumerables veces muerto y agotada su imagen en un retiro<br />
deseado como tantos otros Bartlebys? y entonces pasamos a Melville y ‘pre-<br />
firiríamos no hacerlo’ pero nos llegan a la memoria las citas, las imágenes y<br />
las huellas de nuestras sombras literarias, como aquel juego de sombras en<br />
el jardín que Resnais crea en Marienbad y esa voz que narra a lo largo de la<br />
película, que nos acompaña desde el principio atravesando pasillos, puertas<br />
y espejos, una voz que deja un enorme eco, que como la memoria, tiene una<br />
cadencia de letanía que se vuelve inexorable como el tiempo. “Tu<br />
no has visto nada de Hiroshima. Nada” escuchamos mientras<br />
vemos unos cuerpos entrelazados envueltos en cenizas o el inol-<br />
vidable susurro de las voces que llegan desde lo más profundo de<br />
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Olvido Marvao<br />
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CARPETA EL LENGUAJE DE LA MEMORIA<br />
la infancia entre Isabel y Ana hablando del monstruo. Nadie duerme del todo,<br />
pues cuando creemos hacerlo nuestro cerebro continúa engarzando recuerdos<br />
que van colocándose en lugares insospechados, en la punta de los dedos, en<br />
la piel, en un simple escalofrío y que quizá días, meses o años después, por<br />
un resorte desconocido, aparecen de la nada y el presente se convierte en<br />
pasado o viceversa, y bajo los párpados cerrados, está ahí el olor que te lleva<br />
a Corfú y ves con claridad al hombre de las cetonias y el calor en medio de<br />
las chicharras y los Durrell, y <strong>La</strong>wrence fraguando ya sus letras, cada cual a<br />
lo suyo en esa casa imaginada tantas veces, que mira a un mar donde acu-<br />
den otros recuerdos, mucho más allá de la línea de sombra, mucho más allá<br />
de Conrad y al fondo, en el horizonte, donde la noche se pone, allí donde de-<br />
beríamos ver la belleza del rayo verde que Rohmer puso al alcance finalmente<br />
en los ojos de Delphine, uno se pregunta si los recuerdos y la memoria van<br />
ligados al amor. Pues sin memoria no existe la posibilidad de amar, ya que<br />
amar los recuerdos es revivirlos de nuevo. ¿Acaso sólo recordamos lo que nos<br />
llega al corazón? <strong>La</strong> humedad de unos labios sobre los nuestros, una mano<br />
que roza la espalda, la casa de la infancia, los abrazos de una madre. Pero la<br />
memoria real de los otros no nos importa, sino cómo cuenten, relaten o vivan<br />
esa memoria, así lo decía Borges por boca de Hermann Soergel en la Memo-<br />
ria de Shakespeare, cuando afirma que muy pocos saben plasmar el sonido y<br />
la furia de Macbeth; no es entonces la memoria de alguien en concreto la<br />
que es realmente importante sino la transformación de esa memoria, cómo<br />
actúa en quien la comparte, la lee, escucha o ve. Es posible entonces, que la<br />
memoria de otro ocupe la nuestra, la distorsione o la contagie como los sue-<br />
ños. ¿De qué manera se podrían nombrar una a una las cosas que suceden al<br />
mismo tiempo como si de un pequeño Aleph se tratara?, ¿qué lenguaje sería<br />
el de la memoria, si acaso lo tuviera?, seguramente, un lenguaje simultáneo,<br />
paralelo, concurrente, sin tiempos verbales delimitados, y cuya estructura<br />
fuese un puro oxímoron, como los sueños de los hombres, contradictoria en<br />
sí misma, falsa, mentirosa. Sería la memoria olvidada, o el olvido recordado,<br />
o la memoria del olvido y todo ello escrito en una inagotable y eterna frase<br />
subordinada sin punto final. ¿Qué hace que un recuerdo común sea distinto<br />
para cada individuo?, ¿quizá la percepción de las cosas, de los sentidos?,<br />
¿acaso de los sentimientos? ¿Por qué y cómo muda su piel la memoria y la<br />
abandona en el camino como si de una serpiente se tratara, cambiar las es-<br />
camas como proceso vital, apartarse hacia adentro y hacerse una piel nueva,<br />
unos recuerdos nuevos que nos llevarán otra vez sobre nosotros mismos y<br />
poder mirar el pasado, el amor, su cuerpo, su maldito cuerpo que<br />
no puedes olvidar, el dolor, la muerte, el olor de la leña de aque-<br />
lla casa, la nata de la leche caliente, el último beso a tu padre, y<br />
de pronto estás seguro de haber oído cantar a los pájaros en<br />
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CARPETA EL LENGUAJE DE LA MEMORIA<br />
griego como Virginia, incluso haber recorrido ese mar calmo de las Sirtes, o<br />
el rumor de tambores sobre el mar de <strong>La</strong>s Olas. Pero todo se olvida, se va ol-<br />
vidando y duele hacerlo como también duele la memoria; “tal es la crueldad<br />
de la memoria” insistía Proust… si al menos no tuviéramos olfato. Y luego se<br />
intenta olvidar y no se consigue y lees una cita de esas que haces dogma<br />
como la de Montaigne “Nada graba tan fijamente en nuestra memoria alguna<br />
cosa como no sea el deseo de olvidarla” y te la crees y justificas el no olvido<br />
engañándote una vez más y nos reafirmamos en que el deseo es otro senti-<br />
miento que confunde la memoria, y el odio y el amor y las miles de imágenes<br />
vistas en el cine que creemos nuestras. Esas imágenes que también tienen co-<br />
lores y que sazonan la memoria, el rojo para el corazón, el negro para lo malo,<br />
la muerte, eso debe ser memoria genética, mucho más allá de nosotros mis-<br />
mos y ya desde que nacemos llevamos impregnado, como los animales, có-<br />
digos, colores que sabemos de antemano son señal de peligro o de veneno.<br />
Por eso si se dice ‘sangre’ una memoria que viene de muy lejos nos hace sen-<br />
tir cierto desagrado, pero nadie sabe con certeza qué sienten los otros de un<br />
recuerdo igual, los recuerdos no tienen por qué ser reales, la memoria se<br />
nutre de sueños, de imaginación, de realidad y de mentiras, pasado y pre-<br />
sente, y son las fronteras donde se cruzan todos estos caminos donde uno se<br />
detiene y busca e intenta habitar fragmentos de cosas, de colores, de olores<br />
y personas; ¿habitamos en nosotros con trozos de otros?, o ¿somos parte de<br />
otros? Todos somos ellos; ¿son los nombres de otros los que duermen en la<br />
almohada propia?, esa que huele a nosotros mismos, pero que cuando cerra-<br />
mos los ojos se llena del olor de los otros. Somos todos ellos. Pensando así es<br />
más fácil saber de qué estamos hechos. Estamos formados por las miradas,<br />
los gestos y los recuerdos de otros, nos impregnamos así como los<br />
olores quedan en nosotros. Otros, son todas las personas que han<br />
pasado o rozado de cualquier forma, incluida la ficción, por su-<br />
puesto-o quizá más ésta más que ninguna otra forma- nuestras<br />
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CARPETA EL LENGUAJE DE LA MEMORIA<br />
vidas, pues también son ellos, esos que pasan por el lateral de nuestros ojos<br />
sin prestarles demasiada atención y los vemos de refilón, por esos pasillos la-<br />
terales que erigen nuestras sienes y que creemos no llegan a alcanzar la ‘re-<br />
alidad’, pero más tarde, quizá muchos años más tarde, en cualquier lugar,<br />
aparecerán como espectros.<br />
¿Cómo es la memoria de la memoria?, ¿es como decía Claude Simón en<br />
Hierba, algo parecido a los alimentos, un auxiliar del organismo que trabaja<br />
para digerir, para asimilar o hacer suyos acontecimientos y emociones? una di-<br />
gestión que como en el caso Malcolm Lowry parece ser fácil, dicen que incluso<br />
recordaba los olvidos, o una difícil digestión como la de José Arcadio Buen-<br />
día que la vida en el mar le saturó la memoria con demasiadas cosas para re-<br />
cordar. Sin embargo los pobres humanos de memoria frágil debemos acudir<br />
como hizo Joe Brainard a la fórmula mágica del ‘Me acuerdo’ que años más<br />
tarde Perec convirtiera en sus 480 Je me souviens. Poque ¿quién no ha bus-<br />
cado el pez plátano de Sálinger alguna vez o se ha preguntado por qué Ste-<br />
venson metió quince hombres en o sobre o tras el cofre del muerto o a los<br />
Compson de Faulkner. Tantas preguntas como las que se hace Clarice Lispec-<br />
tor o Terence Davies en Of Time and the city hermosa narración en busca de<br />
lo que fue, ¿qué de aquello? reitera en una interminable interrogación que<br />
todos buscamos en una memoria que ya no sabemos si es nuestra o de los<br />
otros, incluso de los que la perdieron como Joâo Cardoso Pires que se quedó<br />
sin la capacidad de poder ‘ser otro’ y se revelaba escribiendo De Profundis<br />
mientras su amigo Antonio Lobo Antunes compañero de memoria había escrito<br />
Memoria de elefante.<br />
Qué importa quien sea el o los creadores de la memoria que atesora-<br />
mos, cada individuo personaliza la suya, pero existe una memoria colectiva<br />
formada a través de lo que leemos, escuchamos, vemos y compartimos. “Todo<br />
es una parte del diverso cristal de esa memoria; el universo” narraba Borges<br />
en Everness. <strong>La</strong> memoria pierde la autoría cuando la hacemos nuestra y ca-<br />
rece de fronteras pasando a formar parte de nosotros mismos, para cam-<br />
biarla, sufrirla o disfrutarla. Luego serán las neuronas y esa desconocida y<br />
extraña sinapsis las que caprichosamente, o no, realicen el prodigio de trans-<br />
portarnos en el tiempo.<br />
Quizá Tabucchi tenga razón y “queremos ser otros, ser muchos”, ¿acaso<br />
no es eso la ficción?. Son nuestros los sueños de Shakespeare y<br />
Marienbad, o Hiroshima, y la memoria de Dedalus o Bloom… Son<br />
nuestros. ¿Pero qué lenguaje puede expresarlos?<br />
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SHANGRI-LA. Derivas y Ficciones Aparte Nº 11 - Enero - Abril 2010<br />
CARPETA EL LENGUAJE DE LA MEMORIA<br />
II. LOS USOS DE LA MEMORIA<br />
MNEMÓSINE Y LETEO<br />
“El trabajo del filósofo consiste en concatenar recuerdos<br />
para una finalidad determinada.” L. Wittgenstein<br />
De entre las fuentes del recuerdo y del olvido es donde surgirá la verdad<br />
(alétheia) como desocultamiento, como supresión de la anterioridad. Y no es ne-<br />
cesariamente una relación dialéctica, sino una cooperación. Aquel que consul-<br />
tara el oráculo de Trofonio en Beocia, debía de beber de ambas fuentes. <strong>La</strong><br />
Memoria es un olvido o supresión de la anterioridad. Olvidar que el pasado lo fue<br />
para hacerlo presente, comprometiendo al futuro. <strong>La</strong> Memoria no es nada sino la<br />
actividad de desvelar el episodio dormido a la luz de una semejanza del presente.<br />
“Mis recuerdos de aquel viaje están dispersos -como semillas,<br />
imagino, un puñado, comidos por los pájaros que nos visitan<br />
en verano, aves que emigran de recuerdos invernales, o por<br />
pájaros autóctonos que se alimentan permanentemente de re-<br />
cuerdos-, otros no sobrevivieron y otros se convirtieron en<br />
plantas que no pueden reconocerse ni nombrarse.” (1)<br />
Posiblemente mejor que memoria tengamos que hablar de<br />
recuerdos, a lo sumo la memoria es ese cauce, la fuente que nos<br />
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Carlos Muñoz Gutiérrez<br />
Hasegawa Tohaku<br />
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SHANGRI-LA. Derivas y Ficciones Aparte Nº 11 - Enero - Abril 2010<br />
CARPETA EL LENGUAJE DE LA MEMORIA<br />
suministra de recuerdos porque fluyen en la corriente. Pero no es sólo el mo-<br />
vimiento otorgado por el transcurrir de las aguas lo que dinamizan nuestros<br />
recuerdos, sino que ellos mismos, como semillas, tienen la vida propia que<br />
nuestras repeticiones le aportan conforme los integramos en las narraciones<br />
que el presente hace recurrentes.<br />
<strong>La</strong> analogía de Frame entre recuerdo-semilla es posiblemente la más<br />
plástica con la que me he encontrado hasta ahora. Porque la semilla es algo<br />
vivo que posee dentro de ella un proceso evolutivo por el que tendrá que cre-<br />
cer, transformarse, reproducirse y hasta morir. Pero igualmente la semilla re-<br />
quiere de un medio y de unas condiciones, su supervivencia no está<br />
garantizada, ni su identidad, su permanencia en ese estado tampoco. Algunas<br />
se perderán comidas por los pájaros a los que nutrirán de alimento y permi-<br />
tirán su propio desarrollo y aún otras acabarán tan transformadas que no<br />
habrá indicio alguno sobre su origen. Los recuerdos así constituyen un ele-<br />
mento trófico en una cadena alimenticia, aportarán el alimento cuando sea<br />
preciso, o se transformarán en otro nutriente apto para otro depredador si-<br />
tuado más arriba en la pirámide. Los recuerdos habrán de alimentar los rela-<br />
tos recurrentes y estos alimentarán a los siguientes, en cada paso una<br />
transformación que permite proseguir la vida. Perduran, sí, siempre que con-<br />
seguimos olvidar su momento original para hacerlos actuales, presentes aun-<br />
que expectantes del futuro que los requerirá otra vez:<br />
“Pues la memoria, en vez de un ejemplar duplicado, siempre<br />
presente ante nuestros ojos, de los diversos hecho de nuestra<br />
vida, es más bien un vacío del que de cuando en cuando una<br />
similitud actual nos permite sacar, resucitar, recuerdos muer-<br />
tos; pero hay, además, mil pequeños hechos que no han caído<br />
en esa virtualidad de la memoria y que permanecerán siempre<br />
incontrolados para nosotros.” (2)<br />
<strong>La</strong> memoria tiene un poder resucitante que, como afirmara Paul de<br />
Man (3), interpela a todas las cosas con un “¡Lázaro, levántate y<br />
anda!”.Pero que no otorga una vida dirigida sino abierta al espacio de po-<br />
sibilidades que permite “esa virtualidad de la memoria”.<br />
1. Janet Frame. Un Angel en mi mesa. Edición completa en castellano<br />
de la autobiografía publicada originalmente en tres partes<br />
en Seix Barral, Barcelona, 1991. pp. 207-208.<br />
2. M. Proust. En busca del tiempo perdido. <strong>La</strong> Prisionera, cito<br />
por la traducción española en Alianza Editorial, Madrid, 1966-<br />
1969, pág. 156.<br />
shangrilatextosaparte.blogspot.com - issn: 1988-2769<br />
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SHANGRI-LA. Derivas y Ficciones Aparte Nº 11 - Enero - Abril 2010<br />
CARPETA EL LENGUAJE DE LA MEMORIA<br />
<strong>La</strong> Memoria, es cierto,<br />
no es sino una mera virtuali-<br />
dad en donde puede que<br />
ocurran los recuerdos, pero<br />
ese acontecer está mediati-<br />
zado ora por el azar, ora por<br />
una similitud que revivirá el<br />
recuerdo, es decir, azar<br />
igualmente:<br />
“¿Entonces qué he visto en el recuerdo? El recuerdo no es his-<br />
toria. El paso del tiempo no ondea como una cinta sostenida<br />
en la mano mientras el bailarín se queda momentáneamente<br />
quieto. El recuerdo se convierte en escena sólo hasta que el<br />
pasado aún no es ayer, en una serie de momentos recordados,<br />
liberados al azar.” (4)<br />
“El azar se obstina en ponérnoslas delante. Y entonces el azar<br />
se nos antoja muy bello, porque en él discernimos como un co-<br />
mienzo de organización, de esfuerzo para componer nuestra<br />
vida; y por él se nos convierte en cosa fácil, inevitable y a veces<br />
-tras las interrupciones que nos infundieron la esperanza de<br />
dejar de acordarnos- en cosa cruel, la fidelidad a unas imáge-<br />
nes a cuya posesión se nos figura más tarde que estábamos<br />
predestinados, y que, en verdad, de no haber sido por el azar,<br />
hubiéramos podido olvidar al principio como tantas otras.” (5)<br />
Imaginemos que confiemos al azar la recuperación de información que<br />
cuidadosamente hubiéramos almacenado en el disco duro de nuestro orde-<br />
nador, resultaría entonces difícil realizar cualquier operación; pero del azar<br />
del que nos habla Proust o Frame no es el que mira al recuerdo sino el que<br />
mira a su pertinencia, a su oportunidad para que el recuerdo sea recreado de<br />
tal manera que el presente cobre un significado preciso, aquel que a la vez<br />
reinterpreta el pasado. El azar, es el azar que impone al relato una trama que<br />
3. cfr. Paul de Man. “Literary History and Literary Modernity” en Blindness<br />
and Insight: Essays in the Rhetoric of Contemporary Criticism.<br />
Minneapolis. University of Minnesota Press, 1983, pág. 158.<br />
4. J. Frame. op. cit. pág. 353.<br />
5. M. Proust. En busca del tiempo perdido. A la sombra de las<br />
muchachas en flor. op. cit. pp. 455-456.<br />
shangrilatextosaparte.blogspot.com - issn: 1988-2769<br />
Janet Frame<br />
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SHANGRI-LA. Derivas y Ficciones Aparte Nº 11 - Enero - Abril 2010<br />
CARPETA EL LENGUAJE DE LA MEMORIA<br />
estructura el tiempo narrativo repleto de anacronismos, pues anacrónico será<br />
siempre el recuerdo cuando lo revive en el presente para ilustrarlo o para pro-<br />
yectarlo al futuro.<br />
Desde luego el sentimiento de estos autores -porque más parece un sen-<br />
tir de la memoria que una reflexión sobre ella-, que han hecho de la memoria<br />
su herramienta artística, dista enormemente de las concepciones psicológicas<br />
que la teoría cognitiva ha ofrecido de la memoria-caja-fuerte. Su presencia aquí<br />
es evidente, porque nadie mejor que ellos para alumbrar el funcionamiento de<br />
la memoria en los usos cotidianos que hacemos de este recurso. O al menos en<br />
aquellos usos que han de configurar, como hemos visto, un significado a nues-<br />
tra experiencia. Es verdad, se dirá, que otros muchos igual de importantes, las<br />
palabras, los rostros, los teléfonos, no se asemejan en nada a la evocación pro-<br />
ducida por el sabor de la magdalena mojada en té o por el empedrado des-<br />
igual, sin embargo, el proceso entre la diversidad de recuerdos puede<br />
aproximarse bastante. Por ahora, la idea básica que nos aportan estos textos<br />
es precisamente apoyar aquella otra de que la memoria no existe.<br />
“Yo pienso que ‘la memoria’ en general no existe tampoco. Es<br />
un concepto que permanece de la psicología medieval que par-<br />
tió la mente en facultades independientes: ‘pensamiento’ y<br />
‘voluntad’ y ‘emoción’ y muchas otras con la ‘memoria’ entre<br />
ellas...<br />
Lo que nosotros queremos saber, pienso, es cómo la gente<br />
usa sus propias experiencias pasadas en el encuentro con el<br />
presente y con el futuro. Nos gustaría comprender cómo esto<br />
ocurre, la forma que toma, las variables de que depende, las<br />
diferencias entre individuos y sus usos del pasado.” (6)<br />
Lo que existe son narraciones que construimos y que portamos a lo<br />
largo del tiempo, con las que interpretamos nuestros encuentros con el<br />
mundo. Narraciones reconstruidas, recreadas, revividas en cada ocasión en la<br />
que procede una nueva instancia narrativa.<br />
“... las remembranzas no se ordenan para que se las observe<br />
y se escriba sobre ellas. Giran impulsadas por una fuerza di-<br />
simulada, y las mismas y las diferentes aparecen en la su-<br />
6. M. Neisser. Memory: What are the important questions? en<br />
Neisser (ed.). Memory Observed. Remembering in Natural Contexts.<br />
W.H. Freeman and Company. New York, 1982. pág. 12.<br />
(<strong>La</strong>s Traducciones son mías)<br />
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CARPETA EL LENGUAJE DE LA MEMORIA<br />
perficie en momentos distintos ne-<br />
gando con ello la existencia de una<br />
autobiografía “pura” y confirmando,<br />
para cada instante, una historia se-<br />
parada que se acumula en un millón<br />
de historias, todas diversas, amén<br />
de que hay recuerdos que jamás<br />
afloran. Sentada a mi escritorio, es-<br />
cruto las honduras de la danza, por-<br />
que su movimiento es danza con<br />
estructura propia, ni buena ni mala,<br />
sino individual por derecho propio;<br />
una danza del polvo o rayos solares<br />
o bacterias o notas sonoras o colo-<br />
res o líquidos o ideas que el escri-<br />
tor, en el intento de trazar su<br />
autobiografía, apresa sólo durante<br />
un segundo.” (7)<br />
¿Cuál es esa fuerza disimulada que libera del olvido el recuerdo ha-<br />
ciéndolo presente en una nueva coreografía algo distinta y algo común a aque-<br />
lla que fue? ¿Cómo logramos olvidar que algo pertenece a otro tiempo, uno<br />
pasado, para actualizarlo eternamente en el instante del presente? Porque a<br />
diferencia de la idea de Bergson, no hay duración sino momentos sincopados,<br />
relatos utilizados como materia de nuevos relatos, no hay una historia que<br />
podamos seguir continuamente conforme el tiempo avanza. Porque la me-<br />
moria precisamente convierte al continuo del tiempo en una yuxtaposición<br />
discreta de momentos, “un millón de historias”, que se hacen recurrentes al<br />
encuentro de una semejanza, de una similitud, es decir, una metáfora.<br />
MEMORIA Y METÁFORA<br />
“Es posible hacer que se sucedan indefinidamente en una des-<br />
cripción, los objetos que figuraban en el lugar descrito, pero la<br />
verdad sólo empezará en el momento en que el escritor tome<br />
dos objetos diferentes establezca su relación, análoga en el<br />
mundo del arte a la que es la relación única de la ley cau-<br />
sal en el mundo de la ciencia, y los encierre en los anillos<br />
7. J. Frame. op. cit. pág. 140.<br />
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necesarios de un bello estilo; incluso, como la vida, cuando,<br />
adscribiendo una cualidad común a dos sensaciones, aísle su<br />
esencia común reuniendo una y otra, para sustraerlas a las<br />
contingencias del tiempo, en una metáfora.” (8)<br />
Es conocida la idea Proustiana de que sólo por la metáfora es posible<br />
los recuerdos y por ende el arte. De algún modo en Proust la reminiscencia<br />
está al servicio de la metáfora, pero, ¿qué papel cumple en el proceso del re-<br />
cuerdo? En Proust ante una sensación que “sin la noción de su causa” pro-<br />
duce un sentimiento de placer o felicidad (la joié) -palabra que igualmente<br />
usa Coleridge como marca del genio creativo- y que recobra una sensación<br />
pasada, se activa un proceso de búsqueda del elemento común de ambas<br />
sensaciones y sólo podrá comprenderse cuando logren identificarse, cuando<br />
se aproximen dos sensaciones por el “milagro de una analogía”. Sólo enton-<br />
ces cuando proyectamos metafóricamente un tiempo pasado en un tiempo<br />
presente es cuando puede explicarse la sensación de felicidad como prueba<br />
de la superación de la contingencia, de la “esencia común”, que en la mayor<br />
parte de las veces es sencillamente el reconocimiento de que puede trazarse<br />
aún una línea continua entre momentos dispersos, entre saltos metafóricos<br />
hay una reconstrucción de la experiencia y una construcción del yo que la<br />
“experienció (9)“.<br />
Eso ofrece, no sólo la alegría de sentir que la inexorabilidad del tiempo<br />
puede superarse, sino una significación de la experiencia vivida.<br />
<strong>La</strong> metáfora es el proceso que nos permite, al final de la experiencia,<br />
comprender que la semejanza existente entre los episodios de la vida nos vin-<br />
cula a lo largo del tiempo, reconociéndonos en ellos. Reconstruyendo el pre-<br />
sente a través del pasado, sabemos entonces, pues genera conocimiento, que<br />
existe una relación semántica que puede prolongarse entre el sujeto que ex-<br />
perimenta el mundo hasta su posesión, hasta poder constituirse en narrador<br />
y no solamente en personaje narrado, y los eventos que le rodean.<br />
Esta nueva introducción de la metáfora como proceso del recuerdo de-<br />
bemos verla de la manera amplia que nos ofrecía Johnson y <strong>La</strong>koff y que en<br />
8. M. Proust. En Busca del Tiempo Perdido. El Tiempo Recobrado,<br />
op. cit., pág. 239.<br />
9. El Término se toma del Trabajo de G. <strong>La</strong>koff y M. Johnson, exponentes<br />
de la crítica a la Psicología Cognitiva tal y como se desarrolla<br />
desde los años 60 hasta los años 80 y renovadores de la<br />
misma a partir de esa década.<br />
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el contexto proustiano ha<br />
captado magníficamente G.<br />
Genette cuando estructura<br />
los usos metafóricos de<br />
Proust en concatenaciones<br />
metonímicas, que son las<br />
responsables de producir el<br />
relato. <strong>La</strong> metáfora como<br />
proyección estática quedaría<br />
inmóvil si con ella no aportá-<br />
ramos los elementos conti-<br />
guos, que configuran las<br />
historias en las que están in-<br />
mersas las metáforas. De la misma manera el rastro metonímico permite re-<br />
construir la narración, volverla a contar y en cada instancia, porque resulta<br />
recurrente tras la proyección, quedan integrados nuevos elementos que cons-<br />
tituirán el orden propio de la memoria. Genette lo expresa hermosamente en<br />
las siguientes líneas:<br />
“El verdadero milagro proustiano no es que una magdalena mo-<br />
jada en té tenga el mismo gusto que otra magdalena mojada en té y<br />
despierte el recuerdo; es, más bien, que esa segunda magdalena re-<br />
sucite con ella un cuarto, una casa, una ciudad entera, y que ese lugar<br />
antiguo pueda, por espacio de un segundo, “conmover la solidez” del<br />
lugar actual, forzar sus puertas y hacer vacilar sus muebles.” (10)<br />
Y apostilla más adelante: “Ahí, pues, ahí solo -por la metáfora, pero en<br />
la metonimia- comienza el relato” (11)<br />
Esta conjunción entre el reconocimiento promovido por la proyección<br />
metafórica y el ornamento metonímico asociado generan conocimiento, por<br />
una parte conocimiento personalizado, signos densos que representan e in-<br />
terpretan la realidad, rastros neurales de nuestros encuentros con las cosas<br />
significadas; por otra, signos convencionales que permiten nuestra memoria<br />
semántica, nuestras actividades de reconocimiento, aprendizaje y recupera-<br />
ción. Para la primero:<br />
10. G. Genette. Metonimia en Proust en Figures III. Editions du<br />
Senil, 1972. Hay traducción al castellano (por la que cito) en<br />
Lumen, Barcelona, 1989, pág. 63.<br />
<strong>11.</strong> ibid. pág. 69.<br />
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Gerard Genette<br />
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“Pero por eso mismo también, como están presentes en aque-<br />
llas de mis impresiones actuales con que tienen relación, les<br />
dan cimiento y profundidad, una dimensión más que a las<br />
otras. Y de ese modo les infunden un encanto y una significa-<br />
ción que sólo yo puedo gozar. Cuando, en las noches estivales,<br />
el cielo armonioso gruñe como una fiera y todo el mundo se en-<br />
fada con la tormenta que llega, si yo me quedo solo, estático,<br />
respirando a través del rumor de la lluvia, el olor de unas lilas<br />
invisibles y persistentes, al lado de Méséglise se lo debo.” (12)<br />
Para lo segundo, deparemos una vez más en los casos, que el azar nos<br />
ha permitido documentar de hipermnésicos y comparémoslos con los casos,<br />
desgraciadamente más frecuentes, de amnésicos, síndromes de Korsakov,<br />
desmemoriados, en fin, independientemente de la causa. ¿Qué tienen en<br />
común? ¿Qué tienen en común S o la ficción de Borges, Funes, con Jimmy G.<br />
o W. Thomson? (13) Lo que tienen en común, de semejantes, es precisa-<br />
mente la imposibilidad de producir semejanzas. Generalizando, la diferencia<br />
existente en la memoria de estos sujetos no reside estrictamente en esta ‘fa-<br />
cultad’, sino en el uso que hacen de ella y más precisamente en la dificultad<br />
de producir metáforas.<br />
Jimmy G. es un paciente amnésico con síndrome de Korsakov, su vida<br />
se paró en los años cuarenta, es incapaz de registrar nuevos recuerdos. Su<br />
12. M. Proust. En busca del tiempo perdido. Por el camino de Swan.<br />
op. cit. pág. 223.<br />
13. S es el caso documentado por A. R. Luria en <strong>La</strong> Mente del Nemónico<br />
(1968). Cito por la traducción de Editoial Trillas, México, México<br />
D.F., 1983.<br />
Funes el memonioso es un relato de Borges, que aún siendo ficción,<br />
expresa magistralmente las circunstancias mentales de un hipermnésico.<br />
Borges, J.L. (1944). Funes el Memorioso en Artificios. Alianza<br />
Editorial, Madrid.<br />
Otros casos documentados y bien conocidos como VP, Elizabeth,<br />
Nancy o Toscanini pueden encontrarse en la recopilación de U. Neisser,<br />
(Ed.) (1982). Memory Observed. Remembering in Natural Contexts.<br />
W. H. Freeman and Company, New York, aunque su<br />
descripción, en este caso, no es relevante. Igualmente además de<br />
los casos de Jimmy G. o W. Thomson recogidos por O. Sacks (1970).<br />
The Man who mistook his Wife for a Hat. Summit Books, New York.<br />
Trad.: El Hombre que confundió a su Mujer con un Sombrero, Muchnik<br />
Eds., Barcelona, 1987., está el correlato de Luria en El hombre<br />
con su mundo destrozado, edición castellana de Granica<br />
editor, Argentina, 1973. También encontramos casos de amnésicos<br />
de diversa índole en la recopilación de Rubin, D.C. (Ed.)<br />
(1986). Autobiographical Memory. Cambridge University Press,<br />
Cambridge, Mass.<br />
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mente tal y como la describe Sacks<br />
es el arquetipo de mente humeana,<br />
una sucesión descontrolada de sen-<br />
saciones donde el doctor de hace<br />
unos minutos es diferente del doctor<br />
que tiene inmediatamente presente.<br />
Su condición de mente humeana<br />
viene dada por su carencia de reco-<br />
nocimiento de las semejanzas, su<br />
imposibilidad de construir un relato,<br />
pues cada experiencia, cada sensa-<br />
ción, es nueva y única, desligada del<br />
entorno metonímico en donde aparece,<br />
carente de un sujeto que se identifique conforme identifica sus sensaciones.<br />
W. Thomson difiere de Jimmy G. en algunos aspectos, experimenta un fe-<br />
nómeno relativamente frecuente en este tipo de pacientes, confabula. <strong>La</strong> resis-<br />
tencia a su carencia de identidad, de reconocimiento, le lleva a crear historias<br />
inconexas, absurdas y completamente falsas. Cada episodio es fuente para una<br />
trama. Resistiéndose a su dificultad de dotar de significado a sus experiencias,<br />
construye un entorno significativo que le permite comprender lo que ocurre.<br />
Pero su narración son innumerables historias empezadas y nunca retomadas,<br />
como “Si una noche de invierno un viajero te dijera...” que, en un guiño narra-<br />
tivo, Italo Calvino construyó para nuestra perplejidad y nuestro enfado. Porque<br />
sólo eso puede ocasionar una secuencia de historias inconexas y no terminadas.<br />
Los amnésicos, aun con dominio del lenguaje, son incapaces de darse<br />
cuenta de que las palabras, los conceptos, son recordatorios de las semejan-<br />
zas de las cosas, precisamente aquellas similitudes que nos permiten nom-<br />
brarlas con la misma palabra. Para ellos todo es único, porque no hay otro y<br />
esa carencia les convierte en desmemoriados, incapaces de aprovechar la vir-<br />
tualidad de su memoria, de tal forma que la temporalidad desaparece en ellos.<br />
No deja de ser significativo que en el informe psiquiátrico realizado a<br />
Jimmy G. para verificar su amnesia, encontremos lo siguiente:<br />
“No tengo sensación o prueba alguna de déficit histérico o “simu-<br />
lado”. El paciente carece de medios y motivos para fingir...” (14)<br />
14. Oliver Sacks. op. cit. pág. 56.<br />
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Charles Bell's Anatomy of the brain, 1802.<br />
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Efectivamente, el amnésico con su memoria no sólo pierde su pasado<br />
o su presente, sino que también pierde el futuro. El espacio de simulación que<br />
es la memoria desaparece también, no hay ni medios ni motivos para fingir.<br />
Quien no se reconoce en el pasado no se podrá proyectar en el futuro, no<br />
puede construir ni planes ni narraciones que los incorporen. Básicamente su<br />
carencia es la de aquel que nunca encontrará una historia pasada en un mo-<br />
mento presente. Ninguna fotografía le dirá lo que ya sabe.<br />
Comparativamente el hipermnésico, aunque posee un mundo extre-<br />
madamente rico, carece igualmente de la capacidad conceptual que nutre a<br />
las metáforas en búsqueda de analogías. Igualmente cada experiencia es<br />
única, reproducible si se quiere eternamente, pero sin posibilidad de recrearla.<br />
“Dos o tres veces había reconstruido un día entero; no había<br />
dudado nunca, pero cada reconstrucción había requerido un<br />
día entero.” (15)<br />
Sus informes serán tan exactos a aquello de lo que informan que se<br />
hace imposible encontrar semejanzas, siempre dos serán distintos. Por eso<br />
su capacidad conceptual se ve imposibilitada:<br />
“Éste, no lo olvidemos, era casi incapaz de ideas generales,<br />
platónicas. No sólo le costaba comprender que el símbolo ge-<br />
nérico perro abarcaba tantos individuos dispares de diversos<br />
tamaños y diversa forma; le molestaba que el perro de las tres<br />
y catorce (visto de perfil) tuviera el mismo nombre que el<br />
perro de las tres y cuarto (visto de frente). Su propia cara en<br />
el espejo, sus propias manos, lo sorprendían cada vez... Funes<br />
discernía continuamente los tranquilos avances de la corrup-<br />
ción, de las caries, de la fatiga. Notaba los progresos de la<br />
muerte, de la humedad.” (16)<br />
Me he permitido citar extensamente este pasaje por su fuerza, fuerza<br />
que no ha de dulcificarse por su condición de ficción pues en el trabajo de<br />
Luria, S expresa situaciones semejantes.<br />
“Para mí es especialmente difícil cuando en un texto aparecen<br />
algunos detalles que habían existido ya en otro texto. En-<br />
15. J.L. Borges. Funes el Memorioso en Artificios, 1944.<br />
16. ibid.<br />
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tonces yo empiezo en un lugar y<br />
acabo en otro y todo se mezcla. Por<br />
ejemplo, leo los “latifundistas anti-<br />
guos” (obra de Gogol): “Afanásiev<br />
Ivanovich salió al porche...” Pero<br />
claro, yo ya había visto este porche<br />
con sus bancas que rechinan. Éste<br />
es el porche de Koróbochka, cuando<br />
Chichikov (personajes del cuento de<br />
Gogol “De como fue que pelearon<br />
Ivan Ivanovich e Ivan Nikifrovich”)<br />
llega a su casa... Y he aquí que Afa-<br />
násiev Ivanovich se encuentra con<br />
Chichikov y con Koróbochka” (17)<br />
<strong>La</strong> lectura y comprensión de textos,<br />
por supuesto de poesías e incluso de leyes científicas están vetadas para S,<br />
su mente trabaja en la constante individualización de los resultados de sus<br />
procesos, a cada sensación, cada idea le asigna una imagen y esta relación<br />
permanece para siempre. Funes o S ven, no piensan, ni recuerdan, ven los<br />
paisajes diseñados mediante la asociación de imágenes. Esto, como afirma<br />
Luria, les permite tener una memoria ilimitada. Como completo era los artes<br />
de la memoria de Giordano Bruno o Raimundo Lulio, distribuciones de imá-<br />
genes en espacios imaginados que abarcaban el conocimiento completo del<br />
mundo, podían recorrerse hacia arriba o hacia abajo y hacer maravillas, pues<br />
el que sabe como son las cosas puede reproducirlas a su voluntad, memoria<br />
absoluta y magia se asocian como en S, que se gana la vida como mnemo-<br />
nista profesional, ¿acaso no parece magia su poder recordatorio?<br />
Sin embargo, esta concepción explosiva de la memoria, a pesar de las<br />
evidencias que nos aportan estos sujetos, es precisamente el concepto que es-<br />
tamos poniendo en duda. <strong>La</strong> memoria que diseña Giordano Bruno en su arte<br />
de la memoria es una concepción espacial en donde las huellas, en formato<br />
de imagen, quedan almacenadas; como nuestros ficheros quedan grabados en<br />
los espacios libres de un disco duro, pero no es éste el uso cotidiano, el pro-<br />
ceso de acordarnos. Como hemos intentado explicar la memoria es, a lo sumo,<br />
17. A.R. Luria. op. cit. pág. 69. El punto Debilidad (pp. 68-81)<br />
recoge asombrosos ejemplos de las dificultades de S en lo que<br />
venimos denominando capacidad metafórica, o más convencionalmente,<br />
conceptual.<br />
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un espacio virtual que se puebla de relatos conforme una situación recurrente<br />
permite proyectar metafóricamente narraciones ya contadas en nuevos rela-<br />
tos. <strong>La</strong>s hipermemorias no recrean o redescriben los acontecimientos, los re-<br />
producen fielmente como una grabación cinematográfica ilimitada y anónima,<br />
no depositan en esa reproducción ni intención ni interpretación alguna, nada<br />
es más importante, todo lo es de igual manera, detalles o elementos claves.<br />
“Lo que llamamos realidad es cierta relación entre esas sensa-<br />
ciones y esos recuerdos que nos circundan simultáneamente -<br />
relación que suprime una simple visión cinematográfica, la cual<br />
se aleja así de lo verdadero cuanto más pretende aferrarse a ello-<br />
, relación única que el escritor debe encontrar para encadenar<br />
para siempre en su frase los dos términos diferentes.” (18)<br />
Por eso la memoria tiene que ser reconstrucción, recreación, recordar es<br />
semejante a crear una metáfora, ser capaz de captar la semejanza existente para<br />
describir una situación en términos de otra mejor conocida, de suerte, que al unir<br />
mediante una historia conceptual ambas, queden transfiguradas, recreadas a par-<br />
tir de versiones anteriores mejorando así nuestra comprensión.<br />
<strong>La</strong>koff y Johnson expresan esta dualidad que metáfora-memoria aporta a<br />
la actividad cognitiva de creación-recreación del mundo: “Lo que experimenta-<br />
mos como una metáfora es una especie de reverberación a través de la red de<br />
implicaciones que despierta y conecta nuestros recuerdos de nuestras experien-<br />
cias y sirve como una posible guía para otras experiencias futuras.” (19)<br />
A la inversa, los recursos a la evocación han de ser materias primas<br />
para las proyecciones metafóricas y con ellas creamos nuevas estructuras cog-<br />
nitivas. Nuestros recuerdos son reconstrucciones.<br />
RECONSTRUCCIÓN Y MEMORIA<br />
“Poner las cosas por escrito tal como ocurren no es ficción; debe<br />
existir el viaje que uno hace por su cuenta, el cambio de la luz<br />
18. M. Proust. En Busca del Tiempo Perdido. El Tiempo Recobrado,<br />
op. cit., pp. 238-239.<br />
19. J. <strong>La</strong>koff y M. Johnson. (1980b). Metaphors we live by. University<br />
of Chicago Press. Trad.: Metáforas de la Vida Cotidiana.<br />
Cátedra, Madrid, 1991. pp. 182-183.<br />
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que converge sobre el ma-<br />
terial, la disposición de la<br />
autora misma a vivir dentro<br />
de esa luz, de esa ciudad de<br />
imágenes gobernadas por<br />
leyes, elementos y mone-<br />
das diferentes.” (20)<br />
Recordar es efectivamente<br />
como realizar un viaje en donde la<br />
memoria es el mapa y el conoci-<br />
miento es la ruta en el mapa.<br />
<strong>La</strong> memoria es nuestro<br />
mapa, pero ese mapa estático re-<br />
quiere el trazado de una ruta, y<br />
esta ruta no es siempre la misma, pues ningún viajero gusta de hacer el<br />
mismo viaje, máxime cuando el mundo es grande y hay tantas cosas por ver.<br />
Al igual que la memoria, un mapa es un espacio virtual donde simulamos<br />
nuestros viajes y donde podemos reproducir los ya realizados, pero a menudo<br />
nuestro interés no es expositivo sino ejemplificante, a menudo tomamos el re-<br />
cuerdo de una estancia y lo relacionamos con otro momento no cronológico,<br />
quizá de otro viaje, incluso del relato que un viajero amigo nos hizo de su ex-<br />
periencia. Reconstruimos necesariamente porque cuando actualizamos, evo-<br />
camos una experiencia, la desconectamos de su tiempo presente, olvidamos<br />
su momento y suprimimos la anterioridad a la que pertenece. Todo recuerdo<br />
es anacrónico, es el cambio de luz del que nos habla Frame, el acontecimiento<br />
pasado a la luz del momento recurrente del presente que origina la evocación,<br />
este contraste supone que tengamos que recrear el relato del pasado para<br />
hacerlo relevante. Y este es el dato que toda investigación en memoria auto-<br />
biográfica nos ha aportado. Pero esto no es un dato sino la consecuencia nor-<br />
mal de haber caracterizado a la memoria como cauce o como mapa.<br />
Efectivamente, como afirma Genette cuando revisa la temporalidad de “En<br />
busca del tiempo perdido”:<br />
“El anacronismo de los recuerdos (“voluntarios” o no) es cohe-<br />
rente, evidentemente, con su carácter estático, en la medida en<br />
que uno y otro proceden del trabajo de la memoria, que re-<br />
20. J. Frame. op. cit. pág. 437.<br />
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duce los períodos (diacrónicos) a épocas (sincrónicas) y los<br />
acontecimientos a cuadros; épocas y cuadros que dispone en<br />
un orden que no es el de éstos, sino el de la memoria.” (21)<br />
Y este anacronismo del recuerdo se extiende inevitablemente en el re-<br />
lato que viene a unificar todo tipo de tiempos en una temporalidad del discurso<br />
que hace a la narración una nueva creación.<br />
Cada instancia narrativa es una creación distinta, porque la temporali-<br />
dad ha variado, la cronología también. Además, como luego veremos, la fun-<br />
ción que cubra será también diferente. <strong>La</strong> luz del presente iluminará de otra<br />
manera el material. Genette más adelante lo confirma:<br />
“Así, el anacronismo del relato es ora el de la existencia<br />
misma, ora el del recuerdo, que obedece a las leyes diferen-<br />
tes de las del tiempo. <strong>La</strong>s variaciones de tiempo, igualmente,<br />
son ora producto de la “vida”, ora obra de la memoria o,<br />
mejor, del olvido.” (22)<br />
Es efectivamente este doble olvido, olvido o carencia de reconocimiento<br />
del recuerdo en su desarrollo, olvido del tiempo asociado al recuerdo, el que<br />
junto con la memoria impone la necesidad de que cada recuerdo sea recons-<br />
trucción, y aún sin tener en cuenta el afecto del que nos hablaba Bartlett, el<br />
interés, el contexto, etc. El olvido es lo que acompaña a los recuerdos en la<br />
corriente de la memoria, unas veces hará emerger a la superficie cierto re-<br />
cuerdo otras diluirá la vida entera al escurrir el recuerdo apresado.<br />
“Muchos de mis días y experiencias de estudiante están ahora<br />
aislados de mí por esa sustancia que se destila con la vida de<br />
cada momento o por la captura que cada momento hace de<br />
nuestra vida.” (23)<br />
En cada narración en la que se incluye un recuerdo quedan todos los<br />
otros recolocados, cada narración constituye una nueva coreografía en donde<br />
tiempo y acontecimientos se mezclan en variaciones infinitas. Esta es la di-<br />
mensión modal que los mundos posibles de nuestra actividad mental abrían<br />
a nuestro relato.<br />
21. G. Genette. Figures III. op. cit. pág. 209.<br />
22. ibid. pág. 210.<br />
23. J. Frame. op. cit. pág. 166.<br />
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CARPETA EL LENGUAJE DE LA MEMORIA<br />
Porque los sistemas computacionales no contemplan el olvido como un<br />
agente activo de gran importancia es por lo que en gran medida no pueden<br />
describirse sino linealmente, en función de la información introducida. Pero el<br />
par memoria-olvido altera la linealidad incrementando la información, pero<br />
también decrementándola. Ahora bien, nuestra capacidad metafórica de so-<br />
lapar relatos conforme nuestro ingenio permita hará impredecible en muchos<br />
casos el comportamiento del sistema:<br />
“El olvido no deja de alterar profundamente la noción del<br />
tiempo. En el tiempo hay errores ópticos como en el espacio...<br />
Ese olvido de tantas cosas... era su interpolación, fragmen-<br />
tada, irregular, en medio de mi memoria... que descomponía,<br />
dislocaba mi sensación de las distancias en el tiempo, aquí<br />
achicadas, allá aumentadas, y me hacían creerme ora mucho<br />
más lejos ora mucho más cerca de las cosas de lo que estaba<br />
en realidad.” (24)<br />
En la vida ninguna condición ceteris paribus puede asegurarse, pues<br />
cada proceso recompone toda la estructura mental, los procesos mentales no<br />
pueden analizarse separadamente, los rastros cerebrales son siempre múlti-<br />
ples y confusos, toda nuestra actividad y toda nuestra experiencia intervienen<br />
en cada momento y eso dota a la mente de una complejidad sin precedentes<br />
que debemos admitir.<br />
Jose Antonio Marina en el capítulo III, <strong>La</strong> Memoria Creadora, de su Te-<br />
oría de la Inteligencia Creadora, coincide en afirmar esta implicación de lo an-<br />
terior en lo nuevo, convirtiendo así a la memoria, como el título del capítulo<br />
24. M. Proust. En Busca del Tiempo Perdido. <strong>La</strong> Fugitiva, op. cit.,<br />
pp. 196-197.<br />
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indica, en creadora. Igualmente coincide en asignar a la memoria la función<br />
de mapa, si bien posteriormente matizará esta analogía, por parecerle aún<br />
demasiado estática.<br />
Desde mi punto de vista, la analogía es válida -como luego veremos-<br />
por cuanto el mapa además de orientación es un espacio de simulación. Ma-<br />
rina no integra estas dos características pero las ideas finales resultan muy<br />
cercanas.<br />
“Sólo mediante la información que poseemos, incorporada a<br />
nuestro organismo, sean los esquemas innatos o los esque-<br />
mas adquiridos, podemos acceder a otra información, y esto<br />
sitúa a la memoria en primera línea de nuestra actividad inte-<br />
ligente. El libre juego con lo que sabemos nos permite aden-<br />
trarnos en lo desconocido para aprender nuevas cosas. Incluso<br />
el más arriesgado explorador lleva algún mapa en su equi-<br />
paje.” (25)<br />
Como vemos si la consecuencia de nuestra concepción de la memoria<br />
como espacio abierto, como la conjunción del doble olvido que supone a la vez<br />
olvidar y recordar, como un mapa que orienta nuestra actividad cognitiva y si,<br />
también, la consecuencia de nuestra categorización del proceso de recordar<br />
como la producción de metáforas en sus contextos metonímicos, es que todo<br />
recuerdo es más reconstrucción que reproducción o recuperación; entonces<br />
deberemos preguntarnos qué función adaptativa cubre esta manera de con-<br />
siderar a la memoria mayor que aquella otra de la memoria-almacén o me-<br />
moria-caja-fuerte. Deberemos preguntarnos qué aporta a la actividad<br />
cognitiva, qué consecuencias pueden derivarse del esfuerzo constante de<br />
nuestras redescripciones. Ya ha sido indicado en numerosas ocasiones: la me-<br />
moria, el recuerdo y el proceso de recordar que hemos considerado aportan<br />
conocimiento, comprensión del mundo, es decir, “tener un mundo”.<br />
MEMORIA Y CONOCIMIENTO<br />
Volvemos, pues, a encontrarnos con este par de conceptos cada vez<br />
más indisolublemente asociado. El conocimiento es la actividad dual de crear<br />
un mundo y de poseerlo, crearlo en una trama narrativa y pose-<br />
25. J.A. Marina. (1993). Teoría de la Inteligencia Creadora. Anagrama,<br />
Barcelona. pág. 124.<br />
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erlo como narrador. A la vez exige depurarlo constantemente mediante inter-<br />
pretaciones de narraciones antiguas en otras mejores, siempre sin sobrepa-<br />
sar el límite que delimita la posibilidad de identificarnos a lo largo de las<br />
múltiples variaciones producidas. <strong>La</strong> memoria crea conocimiento en la me-<br />
dida en que con ella reinterpretamos el pasado a la luz del presente para pro-<br />
yectarnos en el futuro, en la medida en que el yo permanece igual y siempre<br />
variando, en la medida en que nuestras asociaciones entre recuerdos y sen-<br />
saciones generen nuevas estructuras cognitivas, nueva realidad.<br />
de Proust:<br />
Mary Warnock en un hermoso libro rescata y comenta el siguiente texto<br />
“En verdad, el ser dentro de mí que sintió esta impresión, sin-<br />
tió lo que tuvo en común en los días pasados y ahora, sintió<br />
su carácter extra-temporal, un ser que apareció sólo cuando,<br />
por medio de la identidad del presente con el pasado, encon-<br />
tró el yo en el único lugar en el que podría existir y disfrutar<br />
la esencia de las cosas, que está fuera del tiempo.” (26)<br />
Efectivamente, el conjunto de experiencias, actitudes, intenciones, per-<br />
sonalidad también, que constituye una persona no es en absoluto un todo co-<br />
herente sino que es algo fragmentario, los estados conscientes se entrelazan<br />
con estados de sueño o inconsciencia, los momentos en donde fenoménicamente<br />
notamos nuestro trabajo como narrador se pierden en otros donde la costum-<br />
bre y el hábito nos llevan inercialmente. Apariciones súbitas y descontroladas de<br />
yoes que no reconocemos emergen en la conciencia y se apoderan del gobierno<br />
26. Mary Warnock. Memory. Faber and Faber, Londres, 1987. El<br />
texto en M. Proust. En Busca del Tiempo Perdido. El Tiempo Recobrado,<br />
op. cit., pág. 218.<br />
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Alexey Titarenko, Sin título (fragmento).<br />
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de la nave, como motines a los que hay que hacer frente. Incluso malinterpre-<br />
taciones o malas presentaciones en la sociedad pueden debilitar nuestra autoi-<br />
magen tanto como las secuelas del tiempo debilitan nuestro cuerpo, no pudiendo<br />
siquiera éste servirnos de baluarte a nuestra identidad. Sólo, como dice War-<br />
nock, “el yo verdadero, esto es, el yo que es continuo a través de la vida, se re-<br />
vela sólo en el momento de experimentar dos fragmentos de tiempos juntos, el<br />
presente con el pasado.” (27)<br />
Es verdad, como ya hemos indicado, que es también la memoria quien<br />
aporta la diferencia al yo creando multiplicidad de yoes, pero estos son per-<br />
sonajes de nuestras narraciones, ya evocadas, ya proyectadas. Proust ofrece<br />
innumerables ejemplos de como, por ejemplo:<br />
“El yo que la quiso, sustituido ahora casi enteramente por otro,<br />
volvía a surgir, y más bien al conjuro de una cosa nimia que<br />
de una importante.” (28)<br />
Pero esta duplicidad del uso de la memoria en torno al problema de la<br />
identidad personal no afecta a la idea que estamos indicando; es precisamente<br />
la posibilidad de reunir en el presente imágenes del yo en el pasado, la que<br />
asegura la permanencia de la identidad, no sólo porque nos destaca como na-<br />
rrador, sino, debido a la fuerza de la memoria para asegurar que el pasado no<br />
se ha perdido para siempre, porque podemos trazar el tránsito que nos ha<br />
traído allí donde nos encontramos, asegurándonos, quizá ficticiamente, que<br />
algo sustancial se está produciendo en el desarrollo de nuestra vida. Este an-<br />
helo de perdurabilidad es la clave del mantenimiento de la identidad personal.<br />
Mediante el uso de la memoria, en esa instancia fenoménica en la que<br />
el yo que recuerda se encuentra con el yo recordado, es como se produce la<br />
creación del yo narrador, sustantivizado, dialogante y enfrentado a una reali-<br />
dad, que de alguna manera creamos y recreamos constantemente con la in-<br />
tención de dotarnos de un mundo habitable:<br />
“Dejo la taza y me vuelvo hacia mi alma. Ella es la que tiene<br />
que dar con la verdad. ¿Pero cómo? Grave incertidumbre ésta,<br />
cuando el alma se siente superada por sí misma, cuando ella,<br />
27. ibid. pág. 100.<br />
28. M. Proust. En busca del tiempo perdido. A las sombras de las<br />
muchachas en flor. op. cit. pág. 247. También pág. 248, fragmento<br />
citado arriba: 4.5. El yo como narrador y personaje.<br />
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la que busca, es justamente el país<br />
oscuro por donde ha de buscar, sin<br />
que la sirva para nada su bagaje.<br />
¿Buscar? No sólo buscar, crear. Se<br />
encuentra ante una cosa que todavía<br />
no existe y a la que ella sola puede<br />
dar realidad y entrarla en el campo<br />
de su visión.” (29)<br />
<strong>La</strong> metáfora crea la semejanza y con<br />
ella aparece una realidad recreada, nueva,<br />
transformada, ¿Cómo puede la memoria<br />
buscar -recuperar- algo que no contiene? Y<br />
sin embargo, surge mediante el esfuerzo que<br />
se ha desarrollado completamente sin la ex-<br />
periencia. Pero, una vez trazado el puente<br />
entre la experiencia pasada y la presente, todo un mundo metonímico rodea<br />
el encuentro con una claridad que permite leer el presente con una clara luz<br />
del pasado.<br />
Y entonces puede verse, recorrerse como una realidad externa, como,<br />
en definitiva, nuestra experiencia.<br />
Aquí es donde podemos ver con claridad la idea de Bartlett de que todo<br />
proceso mental está caracterizado por un “esfuerzo por el significado”. Este<br />
esfuerzo lo caracteriza como “el intento de conectar algo dado con alguna otra<br />
cosa diferente”. (30)<br />
Proust, extrañado por la sensación del té y la magdalena, inundado por<br />
la alegría que le produce sin conocer la causa, no puede significar esa expe-<br />
riencia, no puede integrarla en su mundo. Sólo cuando la semejanza de aque-<br />
lla otra sensación que de niño le produjo la magdalena mojada en té que su<br />
tía Leoncia le dio, es cuando, por la proyección de un sabor en otro, com-<br />
prende lo que está ocurriendo. Pero la conexión de recuerdos es precisamente<br />
lo que crea la experiencia.<br />
29. M. Proust. En busca del tiempo perdido. Por el camino de<br />
Swan. op. cit. pág. 61.<br />
30. F. Bartlett. (1932). Remembering. A Study in Experimental<br />
and Social Psicology. Cambridge University Press, Cambridge,<br />
1967 2 , pág. 227.<br />
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Otras veces la proyección no se produce y entonces la experiencia queda<br />
en suspenso como una ficción, no adquiere el significado que es quien concede<br />
realidad al acontecimiento. Es el caso de los árboles de Hudimesnil:<br />
“Bajamos hacia Hudimesnil, de repente me invadió esa pro-<br />
funda sensación de dicha que no había tenido desde los días<br />
de Combray... Pero esta vez esa sensación quedó incompleta.<br />
Acababa de ver a un lado del camino en escarpa por donde<br />
íbamos tres árboles que debían de servir de entrada a un<br />
paseo cubierto; no era la primera vez que veía yo aquel di-<br />
bujo que formaban los tres árboles, y aunque no pude encon-<br />
trar en mi memoria el lugar de donde parecían haberse<br />
escapado, sin embargo, me di cuenta de que me había sido<br />
muy familiar en tiempos pasados; de suerte que como mi es-<br />
píritu titubeo entre un año muy lejano y el momento presente,<br />
los alrededores de Balbec vacilaron también, y me entraron<br />
dudas de si aquel paseo no era una ficción...” (31)<br />
No se ha encontrado la semejanza, no podemos aportar un suelo ya pi-<br />
sado a nuestra experiencia actual, de manera que no hay reconocimiento, no<br />
sabemos qué es o qué ocurre. Como cuando vemos por primera vez un ob-<br />
jeto desconocido, una palabra ignorada, no significa nada, no conocemos en<br />
qué contexto usarla. Tendremos que crear un contexto de uso que, metoní-<br />
micamente, le aporte el significado.<br />
Este papel creador de conocimiento parece indiscutible, pero puede<br />
también recorrerse a la inversa, reconstruir, reinterpretar el pasado a la luz del<br />
presente.<br />
“Escribir una autobiografía, que generalmente se considera<br />
mirar atrás, también puede ser mirar a través de, porque el<br />
paso del tiempo da al ojo propiedades de rayos X...” (32)<br />
Efectivamente, la experiencia acumulada permite reinterpretar el pa-<br />
sado, construir nuevas significaciones de los momentos vividos, percibir nue-<br />
vos detalles que se habían escapado porque nuestro interés no les atribuyó la<br />
condición de relevantes. Esta actividad de revisar nuestras historias pasadas,<br />
31. M. Proust. En Busca del tiempo perdido. A la sombra de las<br />
muchachas en flor. op. cit. pág. 334.<br />
32. J. Frame. op. cit. pág. 203.<br />
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tan común en los individuos,<br />
es precisamente la de cons-<br />
truir una nueva narración<br />
que se ajuste mejor a las<br />
circunstancias del presente.<br />
Pero no hay narración que<br />
surja del vacío sino que,<br />
como una nueva versión, el<br />
mundo queda descrito a la<br />
nueva luz, que desde el pre-<br />
sente, alumbra, pero ya de<br />
otra manera al pasado.<br />
Esta función de la<br />
evocación es posiblemente la más constante en Proust, innumerables episo-<br />
dios logran cobrar un significado para Marcel sólo después de haber transcu-<br />
rrido algún tiempo. Genette también advierte este uso del recurso:<br />
“En efecto, la función más constante de las evocaciones en En<br />
busca del tiempo perdido, es la de venir a modificar a posteriori<br />
el significado de los acontecimientos pasados, ora cargando de<br />
significado lo que no lo tenía, ora refutando una primera inter-<br />
pretación y sustituyéndola por otra nueva.” (33)<br />
Este es el eje principal de la actividad mental del hombre, construir nue-<br />
vas y mejores narraciones, alrededor del cual se articulan cualquier otra tarea<br />
cognitiva. Un entorno contiguo que permite en cada momento iniciar el relato<br />
que rodee la experiencia concreta, sea para su comprensión, su explicación o<br />
su justificación. Aquel que no pueda iniciar un relato ante cualquier interpela-<br />
ción que se le plantee sobre un episodio de su vida quedará en la permanente<br />
ignorancia que conlleva no poder localizarse, no poder contextualizarse. Y esto<br />
es aplicable no sólo a episodios de la biografía individual, sino también al uso<br />
de ciertas palabras y no otras, de ciertos colores o vestidos, de elecciones ante<br />
alternativas, de decisiones, de planes para el futuro. Una explicación de cual-<br />
quiera de estas cosas, y de otras muchas, es inevitablemente iniciar una na-<br />
rración que le dote de sentido.<br />
Esto mismo es igualmente válido para nuestro deseo de<br />
comprensión de los otros, sólo cuando participamos de su pa-<br />
33. G. Genette. Figures III. op. cit. pág. 1<strong>11.</strong><br />
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Combray<br />
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sado, de sus recuerdos, es cuando nos creemos en disposición de predecir<br />
sus futuras conductas. Sólo cuando hemos escuchado su relato nos conver-<br />
timos en personas bien informadas. Esta estructura intensional de la com-<br />
prensión-explicación es la que nutre a la Psicología Popular, la que desde las<br />
prácticas cotidianas de los hombres debe tener una puerta abierta con la<br />
Psicología experimental, si, de nuevo, queremos crear una ciencia que la<br />
gente pueda usar.<br />
“Si pensáramos que los ojos de una muchacha no son más que<br />
brillantes redondeles de micas, no sentiríamos la misma avidez<br />
por conocer su vida y penetrar en ella. Pero nos damos cuenta<br />
de que lo que luce en esos discos de reflexión no proviene ex-<br />
clusivamente de su composición material; hay allí muchas cosas<br />
para nosotros desconocidas, negras sombras de la idea que<br />
tiene esa persona de los seres y lugares que conoce...” (34)<br />
O también<br />
“Y juntos los dos podríamos recorrer aquella isla, para mi tan<br />
llena de encanto porque había encerrado la vida habitual de la<br />
señorita Stermaria y descansaba en la memoria de su mirada.<br />
Porque se me figuraba que no la poseería realmente sino des-<br />
pués de haber atravesado aquellos lugares que la rodeaban de<br />
recuerdos, velo que mi deseo ansiaba arrancar, velo de esos que<br />
la Naturaleza interpone entre la mujer y algunos seres.” (35)<br />
<strong>La</strong> Memoria aporta pues, conocimiento en cada paso, en cada acto de<br />
renovación, conocimiento como creación del yo, como creación de un mundo<br />
significativo, nuestra experiencia, como reinterpretación de esta experiencia<br />
y finalmente también extrapolando esta actividad mental como estrategia de<br />
conocimiento de los otros a los que analógicamente le concedemos un mismo<br />
uso de sus recursos.<br />
Pero en este punto la memoria sigue siendo nada sustantivo, nada de-<br />
finible, no hay estructura que intervenga en nuestro uso de ella, la estructura<br />
la aporta la trama narrativa que en espacios metonímicos coloca metáforas<br />
adecuadas y que nos convierte en narradores.<br />
34. M. Proust. En busca del tiempo perdido. A la sombra de las<br />
muchachas en flor. op. cit. pág. 421.<br />
35. ibid. pág. 299.<br />
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Por eso no es extraño encontrar en el mundo del arte poetas vigorosos,<br />
de los que nos hablaba Bloom, personas que comprenden que en la mayoría<br />
de los casos, el sentido de la vida -si alguno hay que conceder- consiste en<br />
ser uno mismo el que cuente su historia, no dejándonos ser narrados en his-<br />
torias ajenas. Si logramos dejar nuestra historia bien acabada, de suerte, que<br />
ninguna otra que pretenda incluirla -a la luz de los análisis narrativos realiza-<br />
bles- sea mejor, entonces surge el sentimiento de que hemos llevado a cabo<br />
“lo posible y lo importante”, hemos hecho de nosotros el mejor yo que podí-<br />
amos y nadie después podrá alterarlo.<br />
Esto, que como decía Wittgenstein no pertenece al mundo, no deja de<br />
ser una irresistible tentación de trascendencia que permite afrontar el futuro<br />
con una voluntad, precisamente porque vemos un pasado, no sólo personal<br />
sino también social, que dibuja lentamente una historia. Si somos cada uno<br />
de nosotros el que consigue escribirla conforme un diseño de argumento en-<br />
tonces la vida parecerá sonreírnos, si no, seremos personajes de un destino<br />
que el azar habrá urdido sin nuestro consentimiento.<br />
Proust o Frame, mediante su redescripción, han logrado también ofre-<br />
cer el recorrido hacia “el mejor yo que podíamos”, una dimensión, si se quiere<br />
ética, que desde mi punto de vista la ciencia siempre debería considerar. Por<br />
eso nos gusta Oliver Sacks:<br />
“Si queremos saber de un hombre, preguntamos “¿cuál es su<br />
historia, su historia real interior?”... porque cada uno de nos-<br />
otros es una biografía, una historia. Cada uno de nosotros es<br />
una narración singular, que se construye, continua, incons-<br />
cientemente, por, a través de, y en nosotros... a través de<br />
nuestras percepciones, nuestros sentimientos, nuestros<br />
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El tiempo recobrado<br />
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pensamientos, nuestras acciones; y en el mismo grado nuestro<br />
discurso, nuestras narraciones habladas.” (36)<br />
Si el arte, como manifestación cultural de todas las épocas, tiene la<br />
fuerza de convocatoria y admiración que posee, aparte del confuso senti-<br />
miento estético, bien puede ser porque quizá es el camino más directo hacia<br />
esa tendencia transcendente del hombre de colocar su narración entre las in-<br />
mejorables, esa idea generalizada que, desde nuestro uso de la memoria, nos<br />
convierte en creadores. Por eso, como Rorty señala en su análisis de Proust,<br />
que bien puede servirnos de resumen:<br />
“Para quien como Proust, no es un teórico, ese problema no<br />
existe. Al narrador de En busca del tiempo perdido la pre-<br />
gunta. “¿Quién va a redescribirme?” no le inquietaría. Porque<br />
su tarea está concluida una vez que ha ordenado los hechos de<br />
su vida de acuerdo con su propia manera de hacerlo, una vez<br />
que ha construido una estructura a partir de las pequeñas<br />
cosas: Gilberte entre los espinos, el color de las ventanas de<br />
la capilla de Guermantes, el sonido del nombre “Guermantes”,<br />
los dos caminos, las cúpulas cambiantes. Sabe que esa es-<br />
tructura habría sino distinta de haber muerto él antes o des-<br />
pués, porque las pequeñas cosas por incluir en ella habrían<br />
sino más o menos numerosas. Pero eso no importa. Para<br />
Proust no existe el problema de cómo evitar ser aufgehoben.<br />
<strong>La</strong> belleza, por depender como depende, de que se le de forma<br />
a una multiplicidad, es manifiestamente transitoria, porque es<br />
probable que se la destruya cuando a esa multiplicidad se aña-<br />
dan nuevos elementos. <strong>La</strong> belleza requiere un marco y la<br />
muerte lo proporciona.” (37)<br />
Carlos Muñoz es Doctor en Filosofía por la Universidad Complutense de Madrid.<br />
Ha trabajado profesionalmente en el campo de la Inteligencia Artificial y en el<br />
de la Ingeniería del Conocimiento. Ha sido profesor asociado del departamento<br />
de Lógica y Filosofía de la Ciencia en la Universidad Complutense (2000-2006).<br />
Ha publicado diversos artículos en revistas especializadas y es el Editor de la<br />
Revista A Parte Rei. (http://serbal.pntic.mec.es/AParteRei)<br />
36. Oliver Sacks. op. cit. pág. 148.<br />
37. Richard Rorty. (1989). Contingency, Irony and Solidarity.<br />
Camdridge University Press, N.Y. Trad.: Contingencia, Ironía y<br />
Solidaridad. Paidos, Barcelona, 1991, pág. 124.<br />
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IIII. TIEMPO SIN SUJETO.<br />
DELEUZE Y LA ONTOLOGÍA DEL CINE.<br />
I. EL MOVIMIENTO DE LA IMAGEN CINEMATOGRÁFICA:<br />
ENTRE EL CORTE INMÓVIL Y EL TODO ABIERTO DEL TIEMPO.<br />
<strong>La</strong> lectura deleuziana de las tesis de Bergson sobre el movimiento le lleva<br />
a asignarle una ontología que distinguiría en un extremo “cortes inmóviles” o,<br />
si se prefiere, objetos cerrados en un encuadre, en otro el todo del tiempo<br />
como un todo que cambia o lo que Bergson llamó la durée (duración), y, entre<br />
ambos, el movimiento como “corte móvil”, como el término medio que re-<br />
conduce los objetos aislados y estáticos al todo del devenir y que introduce el<br />
cambio propio de la duración en la superficie de lo inmóvil. De modo que De-<br />
leuze encuentra en Bergson una concepción del movimiento que lo piensa a<br />
partir del relacionar, como un poner en relación, pero que en todo caso lo<br />
arraiga en el tiempo, en el devenir temporal. El movimiento relaciona los ob-<br />
jetos, liga los cortes inmóviles, pero lo hace, lo puede hacer, porque lo que en<br />
última instancia pone en relación es el cambio absoluto del tiempo con lo in-<br />
móvil, los objetos estáticos con la durée.<br />
Sobre la base de esta ontología, Deleuze asume el reconocimiento, por<br />
parte de Bergson, de tres tipos de imágenes: las instantáneas o<br />
inmóviles, las imágenes-movimiento, que serían “cortes móviles<br />
de la duración”, y las imágenes-tiempo, que serían imágenes de la<br />
duración como tal, del todo perpetuamente cambiante que pre-<br />
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Berta M. Pérez<br />
Gilles Deleuze Henri Bergson<br />
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cede a cualquier corte (1). Deleuze se vuelve, pues, a Bergson para hacerse<br />
cargo de esa comprensión del movimiento y de la imagen-movimiento que<br />
los asocia a un lugar intermedio (entre la fijación del presente y el tiempo<br />
como puro devenir) y que, en consecuencia, asume su conexión con la dura-<br />
ción, su vínculo con el todo del tiempo. Y aquí situado mira entonces al cine,<br />
a la imagen cinematográfica.<br />
Pero mientras Bergson asocia explícitamente el cambio que caracteriza<br />
a las imágenes cinematográficas no sólo al movimiento que se construye a<br />
partir de la adición de cortes inmóviles (esto, en la medida en que la técnica<br />
cinematográfica procede por la yuxtaposición de fotogramas, es indiscutible),<br />
sino también a la comprensión del movimiento que lo hace derivar de (las re-<br />
laciones de) los objetos, de los cortes inmóviles (en lugar de traer a la luz su<br />
relación con la duración como su verdad), Deleuze insiste en que la propia<br />
concepción bergsoniana del movimiento permite esperar del cine, en tanto<br />
que imagen en movimiento, en tanto que imagen cambiante –especialmente<br />
una vez que la cámara deja de ser fija– la capacidad de devolver los cortes in-<br />
móviles a la duración, esto es, de expresar la comprensión adecuada –según<br />
el propio pensamiento de Bergson– del movimiento (2). De la clasificación<br />
bergsoniana de las imágenes se colige que la imagen del cine no es en prin-<br />
cipio más que un corte móvil, una imagen-movimiento, pero la concepción<br />
(ontológica) que subyace a esa taxonomía abre también la posibilidad de que<br />
el corte móvil se convierta en imagen del tiempo, en un auténtico retrato de<br />
la duración. Y es exactamente de aquí de donde cobra su sentido la articula-<br />
ción de la obra de Deleuze sobre el cine en dos volúmenes: <strong>La</strong> imagen-movi-<br />
miento y <strong>La</strong> imagen-tiempo.<br />
El lenguaje de Deleuze delata que nuestra realidad no está constituida<br />
por nada más que por imágenes. Se puede decir que lo que es materia –en el<br />
sentido más general– en Bergson es imagen, imágenes, en Deleuze (3). Pero<br />
el hecho de tomar como punto de partida el pensamiento de Bergson (por lo<br />
demás, absolutamente reacio al reconocimiento de la verdad del cine, de su<br />
relación con la durée) no obedece tanto a que le proporcione la clasificación<br />
1. Cf. Gilles Deleuze, <strong>La</strong> imagen-movimiento, cap. 1 (en adelante<br />
IM).<br />
2. Deleuze justifica en todo caso la posición de Bergson por cuanto<br />
considera que fue la extrema juventud del cine en la época en la que<br />
él vivió y pensó la que le impidió ver las “virtualidades” que encerraba<br />
este medio (en concreto la posibilidad de mostrar la<br />
durée como lo virtual).<br />
3. Leyendo pasajes de Materia y memoria Deleuze muestra<br />
cómo esta equiparación está ya en Bergson. (cf. IM, p. 90).<br />
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básica de las imágenes que organiza su obra, sino más bien a que le ofrece<br />
la premisa fundamental según la cual el movimiento nos pone en camino –a<br />
nosotros, en tanto que cortes inmóviles, y a la realidad en general como el<br />
conjunto total de esos cortes– hacia una instancia que es previa a esa reali-<br />
dad fijada y al movimiento mismo que la dinamiza, a una instancia que es la<br />
“verdad” de ambos y que se identifica con el tiempo en tanto que todo abierto<br />
y cambiante, en tanto que irreductible devenir. Dicho brevemente: la tesis<br />
bergsoniana que realmente se constituye como “principio” de la obra de De-<br />
leuze es a mi parecer la de que lo verdadero, aquello en que descansa lo real,<br />
el todo de imágenes que conforma la realidad, es la durée.<br />
Y es esta asunción la que le permite a Deleuze mirar al movimiento del<br />
cine, a las imágenes del cine, al cine mismo, como a un espacio doble, do-<br />
blado, en el que por una parte los cortes inmóviles, los objetos –reintegrados<br />
en cortes móviles– se ponen en camino hacia el todo del tiempo, y en el que,<br />
por otra, la propia durée encuentra la posibilidad de exponerse, de encontrar<br />
una imagen adecuada (imagen que lo será máximamente una vez que se con-<br />
forme precisamente como la imagen-tiempo, como una imagen que por tanto<br />
habrá de desbordar a la imagen misma en tanto que corte o fijación). Es decir,<br />
es esa comprensión de la durée como lo primero y como la condición y el<br />
suelo del movimiento y de toda imagen lo que le permite interpretar el cine<br />
como un espacio donde todo objeto y en general todo corte podría ser de-<br />
vuelto a su verdad, donde podría descubrirse como mera, efímera e inestable,<br />
fijación de la duración, del absoluto devenir (4).<br />
4. <strong>La</strong> presentación de la duración o el todo del tiempo bergsoniano-deleuziano<br />
como un plano de inmanencia respecto al cual<br />
toda imagen es un “producto”, desde el cual toda imagen puede<br />
ser “deducida”, de modo que las imágenes o lo que<br />
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En alas de la danza<br />
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<strong>La</strong> durée, la verdad del tiempo, es, pues, en la forma del todo del deve-<br />
nir y no en la de la sucesión de momentos presentes, es el devenir y no el pre-<br />
sente. Y es por ello por lo que no sólo no se confunde con el tiempo lineal,<br />
psicológico y cronológico, sino que, como lo verdadero, es previo a él, si se<br />
quiere, anterior en el orden del ser. Pero se expresa en él, es decir, “produce”<br />
el tiempo lineal en la medida en que en su perpetuo devenir se niega como<br />
tal, se fija como un presente, se determina como materia, como un objeto<br />
cerrado o de-limitado, se congela en una imagen instantánea, presente, a la<br />
que sigue otra imagen presente, y así se expresa en definitiva como sucesión<br />
de presentes o de representaciones, de imágenes (5). El puro devenir, res-<br />
Bergson llamó la materia no puede entenderse más que como solidificación<br />
del flujo abierto de la durée o el devenir puede verse en IM,<br />
cap. 4. En ese mismo lugar, para explicar ese tránsito del todo abierto<br />
del tiempo a las imágenes cristalizadas y, en concreto, a la imagen de<br />
nosotros mismos, a la imagen del sujeto, se explicita que ese flujo del<br />
movimiento es a la vez un flujo de luz. <strong>La</strong> subjetividad, la imagen con<br />
la que nosotros –en tanto que sujetos modernos– nos identificamos,<br />
no difiere por tanto en su génesis de ninguna otra, es, como cualquier<br />
otra, una cristalización del fluir del tiempo abierto. De su carácter “interior”<br />
Deleuze da cuenta apelando a su constitutiva doblez: la subjetividad<br />
es movimiento re-plegado o luz re-flejada (véase, por<br />
ejemplo, el comentario de la “imagen-afección” en el capítulo citado).<br />
En este punto resulta inevitable recordar la lectura deleuziana de lo<br />
espiritual –el plano de la conciencia o la subjetividad– leibniziano, de<br />
la mónada, como una entidad plegada, escindida entre la presencia<br />
y la ausencia, determinada específicamente por su cara “virtual” (cf.<br />
Gilles Deleuze, El pliegue, Barcelona, Paidós, 1989).<br />
5. Deleuze asume a sabiendas la equivalencia de imagen y materia<br />
porque, efectivamente, desde el punto de vista de la duración no<br />
cabe distinguir entre lo subjetivo y lo objetivo. Se podría decir que<br />
esta distinción es “derivada” no sólo respecto al todo, sino también<br />
respecto al tránsito por el que el todo verdadero se convierte en la<br />
realidad del tiempo lineal, cronológicamente medido, y que, por ello,<br />
al obviarla incluso nos aproximamos más a la verdad de lo real. Lo<br />
común a la imagen y al objeto es –desde el punto de vista del todo<br />
abierto del tiempo– su carácter fijo o presente , es decir, unitario y<br />
de-limitado, de modo que este es el único rasgo que aquí resulta relevante:<br />
compartiéndolo ambos se distinguen de la durée y ambos<br />
remiten a ella. Y, en la medida en que este relacionarse con la duración<br />
constituye su propia verdad, ambos poseen la misma verdad:<br />
son en verdad lo mismo. Por eso en adelante los tomaremos como<br />
sinónimos perfectos, o más precisamente, utilizaremos en general<br />
el término imagen para referir a cualquier forma de fijación o presencia,<br />
mientras reservaremos “objeto” para las fijaciones que<br />
constituyen las representaciones físicas aisladas. Sobre el modo<br />
en el que Deleuze juzga que el propio Bergson ya dejó atrás la<br />
contraposición entre realidad y conciencia, o entre presencia (de<br />
la realidad) y representación (de la conciencia), al retrotraer<br />
ambas a la duración, cf. IM, cap. 4. En relación al modo<br />
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pecto al que, en tanto que todo, no cabe hablar de pasado, presente y futuro,<br />
materializándose, petrificándose en un presente o una re-presentación, en-<br />
gendra, pues, esa hilera de imágenes que se superponen ad infinitum y que<br />
solicita el lenguaje del pasado, el presente y el futuro. Este es el tiempo pen-<br />
sado, pues, desde las imágenes inmóviles o desde el movimiento –desde las<br />
imágenes-movimiento– cuando éste se interpreta partiendo de las primeras,<br />
como una conexión que se establece a posteriori entre las identidades recor-<br />
tadas y aisladas de las imágenes inmóviles, de los objetos que componen un<br />
cuadro o un encuadre.<br />
Y este es el tiempo que, sin embargo, la imagen cinematográfica, aun en<br />
tanto que imagen movimiento, en virtud de su posición intermedia, de su ca-<br />
pacidad para orientarnos desde las identidades fijadas al todo del devenir,<br />
podrá según Deleuze arrancar de su fijación, si se nos permite de nuevo, de-<br />
volver a su verdad. Pero lo podrá también porque esta “ontología” asume en<br />
todo caso que también en cada momento fijado, en la imagen fija de cada<br />
presente o en cada representación, está contenido el todo abierto del tiempo,<br />
el cambio del tiempo todo. De modo que si toda fijación (todo instante deter-<br />
minado o toda presencia determinada) niega en un sentido lo verdadero, lo<br />
oculta, en otro sentido lo expresa: su realidad procede efectivamente de la du-<br />
ración y delata así la verdad del todo, remite a ella.<br />
en que Deleuze trata de superar en general las dicotomías propias<br />
del pensamiento moderno, no sólo la de subjetivo-objetivo, sino<br />
también –y de forma especialmente relevante para este tema– la de<br />
contenido y forma, puede resultar iluminador el concepto<br />
spinoziano de expresión: incluso la relación entre el todo<br />
abierto del tiempo y sus imágenes puede aclararse a la luz<br />
de este modelo (cf. Gilles Deleuze, Spinoza y el problema de<br />
la expresión, Barcelona, Muchnik, 1975).<br />
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<strong>La</strong> diligencia<br />
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Así que la imagen cinematográfica, introduciendo el movimiento, ne-<br />
gando la fijación de los cortes instantáneos mediante el movimiento de cá-<br />
mara, mediante el raccord y el montaje, habla ya siempre desde el tiempo, del<br />
tiempo, es ya siempre imagen del tiempo. Cada película es una aprehensión<br />
del tiempo, una expresión de la duración. Toda “auténtica” película expone<br />
esa compresión o comprensión del tiempo tanto en cada uno de sus encua-<br />
dres, de sus planos, tanto en cada una de sus escenas como en el todo que<br />
la constituye. Esa determinada configuración que en ella adopta la duración,<br />
el cambio que niega toda fija identidad, constituye su ser, es su seña de iden-<br />
tidad, es la firma que se repite en cada uno de sus presentes, por la que se<br />
reconoce como esa película: la firma es una imagen del tiempo, es la imagen<br />
del tiempo de quien la firma, es la imagen de tiempo que constituye a la vez<br />
al autor y a la obra, es el particular (modo de) ser de ambos.<br />
II. LA IMAGEN-MOVIMIENTO O EL TIEMPO DESDE EL MOVIMIENTO.<br />
En todo caso, como ya se dijo, la articulación de la obra de Deleuze en<br />
dos volúmenes se corresponde con la distinción entre dos tipos de de imá-<br />
genes o de filmes, entre los que muestran el todo abierto del tiempo sólo in-<br />
directamente (imagen-movimiento) y los que lo hacen de forma directa<br />
(imagen-tiempo). Por lo demás la especificidad de estos últimos, de los que<br />
realmente se han deshecho de la fijación del presente o del tiempo lineal<br />
para moverse ya libremente en el plano del puro devenir, sólo se puede<br />
ganar a través de su relación con y de su diferencia de la imagen-movi-<br />
miento. De modo que la comprensión de ésta, de los filmes que se consti-<br />
tuyeron como imagen-movimiento en la época que precedió a la II Guerra<br />
Mundial, se demuestra imprescindible.<br />
Estas películas, las que se entendieron a sí mismas y se dieron a en-<br />
tender como imágenes-movimiento, asumieron como la especificidad de la<br />
imagen cinematográfica –lo que la contraponía por ejemplo a la imagen pic-<br />
tórica– la capacidad para representar de forma real el movimiento, para ha-<br />
cerlo presente. Y, ciertamente, el cine nos procura una (re)presentación y<br />
una experiencia del movimiento porque logra que las imágenes inmóviles<br />
que son los fotogramas se sucedan rápidamente. Así, la imagen que consti-<br />
tuye una escena representa el movimiento en tanto que relación: en la me-<br />
dida en que, gracias a la yuxtaposición de fotogramas, muestra<br />
cómo se mueven los objetos en el encuadre del plano, presenta<br />
en efecto el modo en que unos objetos entran en relación con<br />
otros. De este modo gana el cine el movimiento y de este modo<br />
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lo entiende el primer cine, el cine de la primera mitad del siglo XX: como un<br />
fenómeno secundario respecto a la superficie de los cortes inmóviles, como<br />
algo que les acaece a unos objetos que son anteriores al cambio, como algo<br />
que los modifica (accidentalmente) y que, por tanto, los presupone al mar-<br />
gen de dicho movimiento. En términos que trascienden el lenguaje deleu-<br />
ziano se podría decir que la metafísica que subyace al cine de la<br />
imagen-movimiento, al cine como imagen-movimiento, es sustantiva o sus-<br />
tancial, aristotélica: lo que es en primer lugar, el principio del ser, es la sus-<br />
tancia, lo ente en tanto que autónomo, independiente de todo otro, previo<br />
a las relaciones que lo ligan a los demás entes. <strong>La</strong> sustancia es lo que ver-<br />
daderamente es y las relaciones sólo representan un modo de ser de la sus-<br />
tancia, es decir, presuponen en todo caso a la sustancia.<br />
En resumen, el cine previo a la II Guerra Mundial entiende su cometido<br />
como la (re)presentación del movimiento –y no del tiempo. Pero en todo<br />
caso todas las películas de esta época tienen una estructura narrativa, es<br />
decir, en todas ellas el movimiento “se monta” en orden a la construcción de<br />
una historia. Pues bien, con ello la propia imagen-movimiento hace posible<br />
la experiencia del tiempo. En efecto, en esta fase de la historia del cine es<br />
la conexión de las escenas que realiza el montaje la que logra que la ima-<br />
gen-movimiento se integre en un todo –en el todo que constituye al propio<br />
film– que cuenta una historia, en un todo que por tanto ofrece de alguna ma-<br />
nera una imagen del tiempo. Y es por eso por lo que el montaje es para De-<br />
leuze en este momento el elemento fundamental del cine, por lo que, en el<br />
análisis de las cintas de esta época, es en él donde busca su firma, y por lo<br />
que en los distintos modelos de montaje que logra aislar en-<br />
cuentra los posibles modos fundamentales de ser de este cine o,<br />
si se quiere, las “categorías” de la imagen-movimiento (6).<br />
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Juan Nadie<br />
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Ahora bien, está claro que el tiempo que experimentamos en estas pe-<br />
lículas, el tiempo que ellas nos sirven, es el que resulta de ensamblar movi-<br />
mientos, esto es, de montar el movimiento. El todo del tiempo no comparece<br />
como el lugar de donde procede el movimiento, sino justamente a la inversa,<br />
como un derivado del movimiento. Pero si esto es así, si al tiempo se lo cons-<br />
truye desde el movimiento (y no a la inversa) porque éste último, a su vez,<br />
se comprende desde los objetos inmóviles como desde aquello que constituye<br />
lo real por antonomasia, es decir, desde del corte inmóvil del instante que<br />
constituye el presente, queda patente que el tiempo resultante será repre-<br />
sentado y experimentado como la suma infinita de instantes, de esos mo-<br />
mentos que tomamos por reales, que son reales, solamente en la medida en<br />
que son presentes. Es decir, es evidente que se trata aquí del tiempo lineal,<br />
del tiempo que descansa en el presente. Por decirlo así, el tiempo de la ima-<br />
gen-movimiento –de las imágenes de los filmes rodados en su mayoría antes<br />
de la segunda “Gran Guerra” y de las imágenes que nos constituyen en la me-<br />
dida en que nos entendemos como espectadores “apropiados” a estos filmes,<br />
en la medida en que entendemos nuestra relación con el tiempo o nuestro<br />
tiempo desde el modelo de la historia narrada que surge de la adición de mo-<br />
vimientos– es el presente. El pasado y el futuro no existen realmente: están<br />
tan subordinados al presente como lo está el tiempo al movimiento.<br />
El movimiento de la imagen-movimiento arrastra consigo el presente que<br />
ya pasó y el presente que aún no llegó, no puede por tanto dejar de hacerse<br />
cargo de alguna manera de la temporalidad, la ha de asumir necesariamente,<br />
pero sólo como un derivado: el pasado y el futuro sólo cuentan en la medida<br />
en que resultan necesarios para entender las conexiones entre los objetos, las<br />
relaciones que producen los movimientos de los objetos. Se podría decir, pues,<br />
adoptando el lenguaje de Heidegger, que el tiempo que subyace a esta imagen,<br />
que corresponde a esta concepción de la imagen y de la realidad –el tiempo<br />
como presente– es el tiempo de la Presencia (que niega el devenir) (7).<br />
6. Desde los orígenes del cine los distintos tipos de montaje retrotraen<br />
los objetos (presentes) y los instantes presentes de cada corte<br />
a una imagen total del tiempo. Deleuze distingue entre la imagen de<br />
un todo orgánico propia del montaje americano (Griffith), la de un<br />
todo dialéctico propia del modelo soviético (Eisenstein y Vertov), la<br />
de la totalidad sublime que nace de la desmesura extensiva en el<br />
cine de preguerra francés y la de la totalidad sublime que nace de la<br />
desmesura intensiva en el cine alemán expresionista. Pero la<br />
imagen del todo que cada uno de ellos construye sólo es en todo<br />
caso posible porque el tiempo es el todo, de modo que en cada<br />
una de esas imágenes totales, y aun cuando sólo sea indirectamente,<br />
se muestra la durée, el tiempo como el todo abierto. Cf.<br />
IM, cap. 3.<br />
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<strong>La</strong> imagen-movimiento encierra tres variedades: la imagen-percepción,<br />
la imagen-afección y la imagen-acción, que estructuran la primera parte de la<br />
propia obra de Deleuze. Para ejemplificarlas recurre a diversos momentos de<br />
muchos filmes que hacen intuitiva la taxonomía, pero en realidad las tres imá-<br />
genes, los tres modelos, únicamente pretenden señalar las distintas dimen-<br />
siones de la imagen-movimiento en tanto que imagen que sólo indirectamente<br />
retrata la durée: ninguna de ellas se deshace en efecto del tiempo lineal.<br />
<strong>La</strong> imagen-percepción es la que se presenta como una imagen percibida,<br />
la que remite, pues, a un ojo (al nuestro y/o al de la cámara) como a su con-<br />
dición de posibilidad y la que así nos (re)presenta a nosotros mismos como<br />
7. Es bien sabido que cuando Heidegger caracteriza a la Metafísica<br />
occidental como “metafísica de la presencia” asocia el pensamiento<br />
occidental en general a la comprensión lineal del tiempo y al consecuente<br />
olvido de la temporalidad o del tiempo –en tanto que devenir<br />
y no en tanto que suma de presentes– como la verdad misma<br />
del ser: una vez que el tiempo es concebido como sucesión el establecimiento<br />
de su carácter secundario, el olvido de su pertenencia al<br />
ser, está decidido. Y es también bien sabido que Heidegger sitúa en<br />
Grecia, en el pensamiento auténticamente griego, máximamente<br />
griego, de los presocráticos, esa otra forma de relacionarse con el<br />
tiempo en la que éste, como absoluto devenir o temporalidad, se reconoce<br />
como lo que verdaderamente nos constituye, como nuestro<br />
ser y como el ser. Con esta visión se corresponde evidentemente la<br />
asunción de la propia finitud o, dicho de otro modo, una concepción<br />
necesariamente trágica (Cf. por ejemplo Martin Heidegger, Introducción<br />
a la metafísica, Barcelona, Gedisa, 2003). Y es por esto por<br />
lo que no nos parece especialmente forzado emparentar lo que<br />
Heidegger espera de la crisis de la “metafísica de la presencia”<br />
–al menos en tanto que “paso atrás”, que retorno a lo trágico–<br />
con lo que Deleuze encontrará ya en el cine de posguerra, en la<br />
crisis de la imagen-movimiento.<br />
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Infierno en la tierra<br />
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imágenes que perciben, como imágenes cuya relación con el todo del tiempo<br />
no puede ser otra que la de percibirlo, la que nos constituye, por tanto, como<br />
imágenes que pueden objetivar el (todo del) tiempo para contemplarlo. Y así<br />
la duración se fija, conforma una imagen, en la medida en que es percibida u<br />
objetivada desde un ojo, desde un punto de vista. <strong>La</strong> imagen-afección se cons-<br />
tituye en cambio como la pura expresión de un sentimiento, fija el tiempo<br />
abierto, el eterno devenir, en una (imagen-)afección que se adueña de nos-<br />
otros en virtud de su absoluta pureza. Y así, en la medida en que no apela ya<br />
a nuestro mirar sino a nuestra capacidad de ser-afectados, nos descubre como<br />
imágenes que se relacionan con la duración a través del sentir, que son ca-<br />
paces de sentir la eternidad del todo del tiempo cambiante.<br />
Mientras a la imagen-percepción corresponde el plano de conjunto que<br />
presupone en principio la distinción entre una mirada objetiva (cuando pro-<br />
cede de la cámara) y una subjetiva (cuando procede de un elemento per-<br />
teneciente al conjunto del encuadre), Deleuze hace corresponder a la<br />
imagen-afección el primer plano –los grandes rostros humanos de los gran-<br />
des primeros planos– que, gracias a su intensidad, se despoja de toda par-<br />
ticularidad para convertirse en pura expresión de una “cualidad” que ya no<br />
pertenece a ningún tiempo ni a ningún lugar, que ya no es de nadie, de<br />
una afección que ha devenido pura, una pura “potencia” que es tan nues-<br />
tra como del rostro retratado, y que –en este sentido– deja atrás el mirar<br />
(subjetivo u objetivo) para configurar el espacio de una interioridad refle-<br />
jada, para construir la subjetividad como un mirar doblado sobre sí mismo,<br />
re-flexionante. Es por esto por lo que si la imagen-percepción se puede<br />
considerar el “punto cero” del cine, la imagen que resulta de relacionar un<br />
sujeto que mira con un objeto mirado, si el percibir constituye esa dimen-<br />
sión del sujeto donde todavía no es para sí, donde todavía no es uno, a la<br />
imagen-afección –siguiendo las categorías de Peirce– Deleuze le adscribe<br />
la “primeridad”.<br />
Por su parte, la imagen-acción no atrapa la durée en una percepción<br />
ni en una afección, no nos pone en relación con el tiempo abierto al poner-<br />
nos en condiciones de objetivarlo ni de sentirlo. El modo en que fija el de-<br />
venir de la duración consiste más bien en traducirla precisamente en<br />
movimiento. <strong>La</strong> imagen-acción es, en efecto, la durée fijada que responde<br />
o reacciona a esa fijación (a la fijación que es condición de toda imagen) con<br />
movimiento, con el movimiento de una acción. Es la imagen que<br />
pone la duración en movimiento, que la convierte en movi-<br />
miento. Y es por ello, sin duda, la imagen que representa el mo-<br />
vimiento por excelencia y, por tanto, el paradigma de la<br />
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imagen-movimiento. Lo propio de esta imagen no es, pues, la fijación –<br />
común a todas– sino la (re)acción: descansa precisamente en la cadena ac-<br />
ción-reacción y, en la medida en que la sienta como un presupuesto, nos<br />
obliga a concebir lo real en términos causales, como la misma cadena de ac-<br />
ciones y reacciones. Por eso le adscribe Deleuze la categoría peirciana de la<br />
“segundidad”. <strong>La</strong> bipolaridad es sin duda la característica específica del ac-<br />
tuar, del reaccionar: en todo actuar hay una causa y un efecto, toda acción<br />
presupone una situación más o menos estática y un agente que la trans-<br />
forma, que introduce en ella el cambio.<br />
<strong>La</strong> imagen-acción nos obliga entonces a comprendernos también como<br />
identidades fijas que reciben movimiento –o, si se prefiere, que sienten cier-<br />
tos inputs– y que reaccionan a ellos actuando, con acciones o nuevos movi-<br />
mientos; como identidades, por tanto, que son reales en la medida en que<br />
funcionan según la conexión sensorio-motriz. Pero es claro que, para enten-<br />
dernos así, hemos de entender a su vez el tiempo (el todo abierto del tiempo)<br />
como el elemento o el resultado de esa cadena, esto es, como tiempo lineal.<br />
Por eso la imagen que ahora nos corresponde es también la de (fijas) identi-<br />
dades que sólo tienen su realidad en el presente, que sólo son mientras co-<br />
rren a lo largo de la línea infinita del tiempo saltando de un presente a otro.<br />
<strong>La</strong> imagen-acción del sujeto es la de una identidad que, por tanto, deja de ser<br />
en aquel instante, en aquel presente, al que ya no sigue otro presente, que<br />
ya no es cuando ya no puede reaccionar, que topa ahí con the end. Por ello en<br />
el cine de la imagen-acción nos encontramos con la durée únicamente en el<br />
plano constituido por la sucesión de los instantes presentes, sólo experimen-<br />
tamos el todo del tiempo como una cadena de acciones (y reac-<br />
ciones), solamente nos consideramos temporales –vinculados al<br />
tiempo (todo)– en la medida en que actuamos, en tanto que entes<br />
en movimiento (8).<br />
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Fueros humanos<br />
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III. LA IMAGEN-TIEMPO O EL MOVIMIENTO DESDE EL TIEMPO.<br />
Como anticipé, la crisis de este cine, de la imagen-acción que se realiza<br />
formidablemente en el cine clásico americano (especialmente en las imágenes<br />
de plano medio del “cine de acción”) y, con ello, la de la imagen-movimiento<br />
en general, se produjo según Deleuze tras el shock de la II Guerra Mundial.<br />
En este sentido la guerra no supuso meramente una cesura definitiva en la<br />
historia (lineal) de Occidente, en la Modernidad ilustrada que tiene que pen-<br />
sar el tiempo como tiempo lineal para poder creer en el progreso, para poder<br />
soñar un happy end al que acercarse progresivamente a través de la infinita<br />
cadena de esforzadas acciones, sino también el ocaso de la realidad toda, de<br />
todo un mundo de imágenes que incluye nuestras propias imágenes, las imá-<br />
genes de nosotros mismos. Supuso, pues, para Deleuze, el final de un modo<br />
de relacionarse con el todo del devenir o, visto desde el otro lado, de un modo<br />
de “darse” o fijarse esa apertura que es el tiempo; el ocaso, en definitiva, de<br />
un modo de ser (del tiempo).<br />
Esta crisis se anuncia para Deleuze en la imagen mental (9). Lo que en<br />
ella se muestra, lo que da a ver, ya no es la relación “actual” de un movi-<br />
miento en el espacio, una relación física, sino una conexión abstracta, la co-<br />
8. No extraña que Deleuze asocie los filmes determinados por la imagen-acción<br />
principal y paradigmáticamente al cine americano anterior<br />
a la II Guerra Mundial, especialmente a aquellos que siguieron<br />
el modelo de montaje establecido por Griffith y, sobre todo, a aquellos<br />
que, de un modo u otro, se construyeron como una unidad orgánica<br />
y cerrada. Distingue, por lo demás, dentro de la<br />
imagen-acción, entre la “gran forma” y la “pequeña forma”: es la<br />
primera la que se corresponde con el cine de Griffith y la que triunfa<br />
en Hollywood, y se adscribe a los filmes que se construyen como la<br />
espiral que parte de una situación y, mediante la acción de un<br />
agente, se transforma en otra nueva. <strong>La</strong> pequeña forma invierte el<br />
esquema, parte de la acción y no de la situación y conduce a una<br />
nueva acción, y adopta la forma de la elipsis en lugar de la de la espiral:<br />
es la propia de la obra de Chaplin o Lubitsch. Mientras las espirales<br />
del “gran” cine americano consiguen erguir historias<br />
monumentales, el juego de indicios y equivocidades que permiten<br />
las elipsis de la “pequeña forma” hace pivotar las (pequeñas) historias<br />
sobre el instante (decisivo) (cf. IM, cap. 9 y 10).<br />
9. Conviene tener presente que, en todo caso, también en el cine<br />
previo a la guerra Deleuze reconoce muchas imágenes que, de distintos<br />
modos, cuestionan ya tanto la comprensión lineal del tiempo<br />
como la correspondiente comprensión del sujeto como una<br />
identidad fijada en el presente. En el mismo comentario de la<br />
imagen-percepción destaca las imágenes en las que el punto<br />
de vista oscila entre el objetivo y el subjetivo por cuanto logran<br />
un “discurso indirecto libre” que trae a la luz precisa-<br />
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CARPETA EL LENGUAJE DE LA MEMORIA<br />
nexión ideal o simbólica de los pensamientos. Lo mental mismo deviene in-<br />
tuido, se convierte en lo “aparente”, en fenómeno, de modo que el pensa-<br />
miento pasa a ser la clave, la esencia, de la imagen. Para seguir las películas<br />
de, por ejemplo, los hermanos Marx o Hitchcock, para entrar en ellas, no sirve<br />
ya reconstruir o insertar una serie de acciones en una cadena causal, sino<br />
que, antes bien, se hace necesario pensar, razonar, con el film. El sentido de<br />
una imagen nace de sus relaciones, en última instancia de su relación con<br />
otra imagen, pero esa relación sólo se gana en la medida en que las propias<br />
imágenes son trascendidas hacia el elemento del pensar. Y, así, en la medida<br />
en que ellas sólo son en tanto que atravesadas, tejidas, por el pensamiento,<br />
éste queda atrapado en su red, integrado en la imagen misma: las imágenes<br />
mente al punto de vista, que nos descubre como esencialmente determinados<br />
por el mirar, que descubre que el sujeto sólo es en tanto<br />
que mira y es mirado, que reduce su consistencia a la de un juego<br />
de miradas (destaca en este contexto las imágenes acuáticas en el<br />
“cine de poesía” francés, y el retorno de la mirada a la materia, a lo<br />
inorgánico, en el cine ruso de Vertov, pero también ciertas imágenes<br />
del expresionismo alemán que se constituyen como un reto a<br />
las totalidades orgánicas y cerradas de los modelos americano y<br />
ruso). Por lo que respecta a la imagen-afección, en su potencia despersonalizadora,<br />
tal como se realiza en la abstracción lírica o en el<br />
“idealismo” de primeros planos como los de Dreyer o en ese máximo<br />
de intensidad que logran las imágenes de Fritz <strong>La</strong>ng, Deleuze encuentra<br />
ya una clara resistencia al imperante psicologismo de la<br />
época. Y, por último, incluso en ciertas imágenes-acción, localiza<br />
Deleuze una línea de fuga que conduce a otra imagen, a otra forma<br />
de relacionarse con el tiempo: piensa especialmente en las imágenes<br />
de filmes, como los de Keaton, en los que la “pequeña<br />
forma”, la que hace descansar su significado en las diferencias<br />
infinitesimales, se combina con la “gran forma”, con la que cifra<br />
su verdad en la propia potencia envolvente, para subvertirla,<br />
para subvertir la diferencia misma que las opone.<br />
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Una noche en Casablanca<br />
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se constituyen como imágenes del pensamiento, como imágenes mentales. En<br />
Vértigo (Vertigo, 1958), por ejemplo, el lazo esencial, clave de todo el film,<br />
entre Madelaine y Carlotta sólo se gana en la medida en que la cámara re-<br />
trotrae ciertas imágenes aisladas e inmóviles –como la de las flores que Ma-<br />
delaine lleva al museo y la de las flores pintadas en el cuadro de Carlotta<br />
Valdés o la del moño de la primera y de nuevo la del moño retratado– a la ima-<br />
gen de la mirada de Scottie, a la imagen de una inferencia, de la conexión<br />
mental que da sentido a la coincidencia de esas imágenes (10). Por eso De-<br />
leuze hace corresponder esta imagen con la categoría de la “terceridad”: el<br />
tercero, el término que media los extremos entre los que se escinde lo real,<br />
ha sido conceptualizado como lo simbólico, en sentido amplio, no sólo por<br />
Peirce, sino también por una larga tradición que se podría ver nacer –aunque<br />
para hacerlo hubiéramos de hablar más bien de lo “lingüístico” o incluso lo<br />
“poético” en general– del pensamiento del Idealismo alemán, y que se ex-<br />
tiende hasta el psicoanálisis lacaniano (11).<br />
Ahora bien, en todo caso, el pensamiento que aquí se hace imagen, el<br />
que en estas imágenes se intuye, sigue siendo el propio de la imagen-mo-<br />
vimiento: se trata en efecto del ejercicio intelectual que explica lo real al<br />
hilar las imágenes según el principio de la causalidad. Y, de acuerdo con<br />
ello, el tiempo que ellas expresan o (re)presentan sigue siendo el de la re-<br />
presentación, el que descansa en el presente, el que es pensado desde el<br />
movimiento como encadenamiento –ahora intelectual, mental o discursivo–<br />
de causas y efectos (pensados). Por eso entiende Deleuze que esta ima-<br />
gen, especialmente en su forma hitchcockiana, sólo trasciende la imagen-<br />
acción en la medida en que constituye su propia culminación, la forma que<br />
la consuma. Tal comprensión del tiempo, la que lo concibe a partir de la ca-<br />
10. Deleuze insiste en el modo en el que las películas de Hitchcock<br />
cuestionan la heterogeneidad entre la imagen del espectador y la de<br />
los personajes en la medida en que las vincula en un mismo razonar:<br />
a la vez que fuerza al espectador a hacerse cargo de la cadena de inferencias<br />
mentales del personaje convierte a menudo a los mismos<br />
personajes en espectadores de las imágenes del film (recuérdese <strong>La</strong><br />
ventana indiscreta o, en el caso de Vértigo, la determinación expresa<br />
del protagonista como detective, como investigador del sentido de<br />
las mismas imágenes que también nosotros hemos de descifrar); cf.<br />
IM, esp. pp. 285 ss.<br />
<strong>11.</strong> Desde aquí tampoco extraña que, por ejemplo, Slavoj Žižek estudie<br />
también la obra de Hitchcock como un retrato de la lógica<br />
de lo simbólico (lacaniano) y del modo en que lo simbólico<br />
muestra sus propias fisuras o la complejidad de su relación con<br />
lo real (lacaniano). Véase Slavoj Žižek, Looking Awry, Cambridge,<br />
The MIT Press, 1992).<br />
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dena causal como la aristotélica “medida del movimiento”, será cuestionada<br />
precisamente en el marco del cine americano por aquellas imágenes que se<br />
hacen cargo de la fragilidad de la conexión sensorio-motriz presupuesta por<br />
la lógica de la acción, de la falta de consistencia, de la falta de realidad in-<br />
cluso, de la propia cadena causal. Piensa Deleuze en las imágenes de<br />
Lumet, Altman o Cassavettes.<br />
Y ciertamente es indudable que películas como las de Cassavettes expo-<br />
nen contundentemente la desarticulación de la imagen-acción, el modo en<br />
que la relación sensorio-motriz pierde progresivamente su firmeza y su fuerza.<br />
Los personajes tienen cada vez más dificultades para reaccionar a las situa-<br />
ciones que les vienen dadas, para luchar contra ellas, para transformar el<br />
mundo con sus acciones y, de acuerdo con ello, confían cada vez menos en un<br />
“final feliz” que pudiera convertir sus historias en unidades reconciliadas, or-<br />
ganizadas u orgánicas. Despojados de una meta que oriente sus acciones, de<br />
un telos que unifique su historia, expresan la crisis de las propias condiciones<br />
de toda narración (de una historia), el cuestionamiento general de la posibi-<br />
lidad de sentido. Recuérdese en este contexto la imagen de la joven negra de<br />
facciones blancas de Shadows (1959) que, después de haberse acostado con<br />
un hombre blanco, arranca de la sombra únicamente una mitad de su rostro,<br />
sólo destapa una mitad de su cuerpo, la imagen del extravío de su mirada<br />
que la divide entre el hermano negro y el amante blanco, y finalmente la ima-<br />
gen de su impotencia ante el abandono del amante, ante el conflicto entre<br />
sus dos mitades, la parálisis de sus movimientos, la suspensión de su histo-<br />
ria en ese impasss (12).<br />
Por eso los instantes que componen estos filmes empiezan a<br />
perder su conexión. <strong>La</strong> cadena que los unía en la clásica imagen-<br />
movimiento comienza a evidenciarse incapaz de ligar cada presente<br />
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Shadows<br />
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con el que presuntamente lo habría de preceder y con el que presuntamente lo<br />
habría de suceder. Y el (tiempo) presente del film aparece ya en muchas oca-<br />
siones como un presente aislado, como una imagen que se hace actual, que<br />
viene a la presencia, precisamente al desasirse de la cadena del tiempo lineal,<br />
al romper (con) la línea del tiempo. Recuérdese por ejemplo el modo en que<br />
toda una escena de acción, la imagen de una pelea entre dos pandillas calleje-<br />
ras, aparece al final de la misma Shadows: ya no cabe entenderla como el<br />
(comprensible) efecto de un evento previo, ya no resulta totalmente explicable<br />
a partir de ninguna otra imagen, y además se construye como una serie de mo-<br />
vimientos yuxtapuestos que ni siquiera aspiran a constituir –a través de la tra-<br />
bazón causal– la totalidad de una imagen, una imagen total, como la suma de<br />
las imágenes de golpes y de heridas que no se organizan según ningún eje,<br />
como movimientos que tampoco se anclan ya en sujetos que puedan aparecer<br />
como sus responsables. Y esto es así porque ya no es posible aislar al culpable<br />
y a la víctima, porque la violencia, autónoma o anónima, atraviesa libremente<br />
a los sujetos, se mueve en su pureza disolviendo la fijeza de la imagen idén-<br />
tica, disolviendo sus identidades; esto es, porque no cabe ya localizar nítida-<br />
mente, identificar plenamente, al sujeto de la acción.<br />
Efectivamente, si la continuidad de la línea del tiempo había sido hasta<br />
ahora el soporte y la garantía de la unidad de la historia de los personajes, de<br />
la identidad de la imagen-sujeto en general, no puede extrañar que estos pre-<br />
sentes desquiciados, eslabones perdidos de una cadena rota, estén a menudo<br />
poblados por imágenes de vagabundos o enajenados que no aciertan a desli-<br />
zarse por la línea del tiempo, tan aislados y tan solos como cada uno de esos<br />
presentes. Estas imágenes, las imágenes de estos sujetos descentrados, atra-<br />
viesan toda la filmografía de Cassavettes: desde la pandilla de callejeros de<br />
la ya citada Shadows, que habita un presente configurado como una perpe-<br />
tua improvisación que abarca al propio film, que acaba por declararse como<br />
el tiempo del propio film, hasta “la mujer bajo la influencia” (A Woman Under<br />
the Influence, 1974) que es incapaz de ajustarse a su papel, de “representar”<br />
12. Conviene reparar aquí en el uso de la imagen-afección, en el<br />
poder de unos grandes primeros planos en blanco y negro en los que<br />
el rostro (como en Faces) cede su sitio a la de un sentir capaz de<br />
abrir un agujero en la cadena del tiempo por el que se cuela el todo<br />
de la durée. Deleuze mismo, al comentar las imágenes-tiempo, hace<br />
notar la reaparición de estas imágenes –que han servido para caracterizar<br />
la imagen-movimiento y que ahora entran en un<br />
nuevo juego, en un tiempo nuevo– y distingue con ello el planteamiento<br />
de su obra del de una eventual “filosofía de la historia<br />
del cine” que avanzase según progresivas superaciones<br />
dialécticas.<br />
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correctamente las relaciones que la vinculan a su esposo y a sus hijos, preci-<br />
samente por cuanto estas relaciones exceden a la vez la representación y su<br />
propia identidad o, dicho de otro modo, porque su tiempo no logra ajustarse<br />
al que impone su rol (el de ama de casa de una historia americana), al de la<br />
narración de la historia que presuntamente le tendría que corresponder.<br />
Ahora bien, se hace así también claro que el desmoronamiento de la or-<br />
ganización de las historias que se expresa en este cine, la ruptura de su con-<br />
tinuidad y de la continuidad de la línea misma del tiempo, abre la puerta a<br />
una nueva concepción del tiempo, a un tiempo nuevo. Pues bien, semejante<br />
crisis, esta ruptura y esta apertura, se produce para Deleuze en el cine eu-<br />
ropeo de posguerra, concretamente en el neorrealismo italiano y en la nou-<br />
velle vague francesa. <strong>La</strong>s vanguardias de este momento pisan por fin el<br />
más-allá de la imagen-movimiento. <strong>La</strong> ruptura del nexo sensorio-motriz se<br />
expone ya como el resultado de una conmoción en virtud de la cual el mirar<br />
y el escuchar (de las imágenes-sujeto), perdiendo el engarce en la acción del<br />
sujeto, el anclaje en su identidad, se emancipan definitivamente: devienen<br />
puro escuchar y puro mirar, a la vez que el pensamiento deviene puro pen-<br />
sar (piénsese en general en la filmografía de Godard, en los discursos anó-<br />
nimos que cruzan imperturbables a los personajes, en las imágenes que no<br />
son de nadie, que ni siquiera se dejan retrotraer a la unidad de ninguna mi-<br />
rada). Pero, sobre todo, estos elementos puros, impersonales, que a me-<br />
nudo son tratados como objetos en sí mismos, se constituyen ahora como<br />
un plano que subyace a la superficie del movimiento y la acción, como su<br />
misma condición de posibilidad: el décalage entre el decir y el mirar de la<br />
imagen subjetiva, los agujeros de la memoria, las fallas del<br />
tiempo de la historia, ya no aparecen como ciertas irregularida-<br />
des en el ser de lo real, en la marcha de la Historia, como meras<br />
anomalías, sino como la expresión de algo sobre lo que las imá-<br />
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Una mujer bajo la influencia<br />
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genes (que constituyen la realidad) descansan. Ya no como una falta de ser,<br />
sino como expresiones de otro modo de ser, de lo que es virtualmente en<br />
todo lo real. Dicho de otro modo, tanto la cadena causal del movimiento<br />
como el tiempo lineal y la identidad del agente asociada a ellos se retrotraen<br />
a la superficie de la pura virtualidad como a su propia condición. De manera<br />
que este nuevo cine se constituye propiamente como la imagen de lo virtual<br />
mismo, como una imagen que sólo presenta el movimiento, el tiempo y la<br />
subjetividad fijados, “espacializados”, desde su cara virtual, emergiendo del<br />
puro devenir de ese todo puramente virtual. Se trata evidentemente de una<br />
imagen “directa” del tiempo, de lo virtual como el todo abierto del tiempo,<br />
como la duración que hace posible el movimiento, como la posibilidad sobre<br />
la que descansa la realidad, como la condición de toda imagen.<br />
<strong>La</strong> emancipación de los sentidos (respecto al movimiento, respecto al<br />
sujeto “motriz”) culmina, pues, en la emancipación del tiempo, permite acce-<br />
der a una imagen del tiempo puro, de un tiempo que ya no es pensado tam-<br />
poco desde el movimiento (del sujeto) ni desde el presente sino, muy al<br />
contrario, como su condición. Es la imagen directa del tiempo, la imagen que<br />
muestra el tiempo en sí mismo: ya no como sucesión de presentes que dejan<br />
de ser al pasar, al convertirse en pasado, y al ser sucedidos por un nuevo pre-<br />
sente, de modo que el (presente) pasado y el (presente) futuro no son en<br />
verdad, sino como un todo en el que el pasado y el futuro, indisolublemente<br />
ligados, son lo verdadero, constituyen verdaderamente el presente, como la<br />
superficie en la que el pasado y el futuro se penetran a la vez que se comba-<br />
ten, en la que el presente sólo es como su (des)encuentro. Te querré siem-<br />
pre (Roberto Rossellini, Viaggio in Italia, 1954) ofrece una imagen, la imagen<br />
de Catherine, que, en compañía de otra mujer que pide a dios descendencia,<br />
atraviesa decidida una ciudad llena de niños, de las imágenes de los hijos que<br />
aún puede tener, de los hijos que abren la posibilidad de un futuro para su ma-<br />
trimonio, para la relación de la que pende su identidad, pero que, ya en el<br />
templo, se mueve desorientada por entre las catacumbas, acosada por pe-<br />
queñas calaveras que devuelven el futuro a los hijos que no ha tenido, que en-<br />
tierran aquella promesa de vida en la muerte del pasado. Pues bien, el tiempo<br />
del film acontece entre ambos lugares, en el entrecruzamiento de ese futuro<br />
y ese pasado, de la vida y la muerte; sus imágenes están constituidas por la<br />
relación misma entre presencia y ausencia, las frágiles imágenes de sus per-<br />
sonajes son presencias arrancadas a la ausencia, amenazadas por la ausen-<br />
cia. Y este es también el tiempo de la protagonista: cuando poco<br />
después de esa escena presencia del brazo de su esposo el des-<br />
enterramiento, en unas excavaciones arqueológicas, de los cuer-<br />
pos sin vida de una pareja, ve su relación reflejada en la muerte:<br />
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Pierrot le fou<br />
la cara muerta de la vida de su matrimonio irrumpe en el presente de ese ins-<br />
tante, de ese plano o de ese corte, y el pasado entero del tiempo, el tiempo<br />
entero (que mata), desborda su historia personal, la resitúa en el todo abierto<br />
del tiempo, y logra así que su propia imagen se tambalee.<br />
Los personajes y el espectador, las imágenes del sujeto, una vez retro-<br />
traídas a esa superficie del tiempo virtual, recuperan en efecto su temporali-<br />
dad, su ser-tiempo, dejan de ser “imágenes-movimiento” para convertirse<br />
ellas mismas en “imágenes-tiempo” y resultan así liberadas del actuar en el<br />
espacio de la realidad, del tiempo empírico del cronómetro, de la apresurada<br />
cadena de causas y efectos. Pero por ello mismo quedan despojadas de su<br />
presunta autonomía, de la autárquica identidad y de la firme presencia que les<br />
adscribía la comprensión del tiempo desde el movimiento, la comprensión del<br />
tiempo como suma de presentes. Por eso el loco del Pierrot de Godard (Pie-<br />
rrot le fou, 1965) quiere escribir una novela en la que ya no se narre la vida<br />
de ningún personaje, sino la vida misma, los colores y los sonidos en sí mis-<br />
mos, y no lo quiere como Pierrot ni como Ferdinand, sino como un fou que<br />
habla con voz de pirata, como la imagen de alguien a través de quien habla<br />
una voz que no es suya y que por eso mismo puede dirigirse directamente a<br />
nosotros, a cualquier otra imagen en cualquier otro tiempo, en el tiempo vir-<br />
tual. Su imagen comparte con cualquier otra esa misma voz porque se sitúa<br />
en esa superficie de colores y sonidos puros que no son de nadie, en esa vida<br />
que no es de nadie, en el tiempo que no está sujeto al orden de nadie.<br />
Ni el pasado ni el futuro son ya tampoco de nadie. El tiempo de cada his-<br />
toria, devuelto al todo abierto del tiempo, al todo del perpetuo<br />
cambio, se vincula a un pasado que trasciende infinitamente el de<br />
la existencia individual y, así, también la memoria subjetiva resulta<br />
trascendida hacia la memoria abierta del todo. Pero sin los límites<br />
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y contornos de una memoria particular no queda lugar alguno para la unidad<br />
de un sentido que articule la historia: el recuerdo del año pasado en Marien-<br />
bad fracasa, se disuelve, porque la historia del año pasado, la relación de A y<br />
X queda –precisamente en virtud de su “profundidad”, de su “eternidad”– atra-<br />
pada en el pasado todo de las imágenes de Marienbad, de las imágenes de El<br />
año pasado en Marienbad (Alain Resnais, L’année dernière à Marienbad, 1961).<br />
El año pasado de su relación se confunde con el tiempo congelado, eterno, de<br />
los muros de Marienbad y con el tiempo en constante fluir, con el devenir<br />
abierto, del agua de los surtidores de Marienbad. <strong>La</strong> memoria que se hace pre-<br />
sente para dispersar el recuerdo del año pasado por todas las estancias de Ma-<br />
rienbad, por todos los presentes del film, no es la de A ni la de X sino la del<br />
pasado todo (de la relación –amorosa– de las imágenes). Y es en este sentido<br />
en el que la imagen-tiempo –la imagen del tiempo puro– se desvela como la<br />
imagen de un crimen, como una imagen criminal. El hombre sólo es en ver-<br />
dad en la lucha contra el tiempo, esforzándose en aniquilar el devenir a través<br />
de la fijación de imágenes, mediante imágenes que culminan y se sujetan en<br />
la firme imagen del yo (como sujeto), de modo que el retorno del puro cam-<br />
bio en la imagen-tiempo es la venganza de la durée contra el hombre, el cine<br />
de la imagen-tiempo su venganza contra el humanismo.<br />
Sin duda esta imagen que –apropiándose de nosotros, convirtiéndonos<br />
también en imagen-tiempo– desmorona o deconstruye la identidad de nues-<br />
tra imagen, la desencaja entre el sonido y la voz y la disemina finalmente en<br />
el flujo del devenir, es en todo caso imagen, es decir, también ella una fijación.<br />
En efecto, lo virtual, en tanto que devenir abierto, no puede reposar nunca<br />
sobre sí. Y dado que la durée envía, pues, ya siempre más allá de sí, la ima-<br />
gen-tiempo sólo puede ser la imagen de lo virtual en su devenir imagen, la<br />
imagen de la relación entre lo virtual y lo real (13). Por eso tampoco nosotros<br />
perdemos el rostro, tampoco nosotros perdemos la consistencia que exige<br />
cualquier imagen, pero en estos nuevos rostros ya se ha inscrito para siem-<br />
pre su condición de imagen, ya no pueden ni dejan olvidar que han sido des-<br />
cubiertos para siempre como imágenes, esto es, como fijaciones que proceden<br />
del puro cambio, como imágenes dobles, escindidas entre lo virtual y lo real,<br />
como un devenir-imagen (fija) (14). Esta es sin duda nuestra tragedia o la<br />
tragedia de nuestro tiempo, la tragedia de la imagen-tiempo: la imagen-<br />
13. Sobre el carácter doble o bipolar de la imagen-tiempo, cf. Gilles<br />
Deleuze, <strong>La</strong> imagen-tiempo, esp. cap. 4.<br />
14. En relación a la comprensión deleuziana del rostro resulta<br />
especialmente iluminadora su lectura de las imágenes de Bacon<br />
en Mil mesetas: capitalismo y esquizofrenia (Valencia, Pre-Textos,<br />
1988).<br />
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tiempo es el devenir negado en la fijación y la fijación negada en el devenir.<br />
Se trata finalmente de aquella imagen (presente) que niega el presente, de<br />
la imagen que se niega como imagen, de la lucha que constituye la tempora-<br />
lidad misma, que nos constituye (como seres trágicos). Y es de nuevo la ima-<br />
gen del loco de Pierrot: la imagen de Pierrot en un sueño diurno, en medio de<br />
una soledad descompuesta, desdoblándose ante la cámara para hablar de su<br />
yo, para decir que el yo está en sí mismo, sin necesidad de espejos, refle-<br />
jado, dividido, que no puede traspasar la soledad porque la imagen del otro<br />
también está reflejada, dividida, porque cuando Marianne dice “il fait beau”<br />
Pierrot sólo puede tener la imagen de Marianne diciendo “il fait beau”, pero ya<br />
nunca el pensar de Marianne, ya nunca a Marianne.<br />
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El año pasado en Marienbad<br />
Gilles Deleuze<br />
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IV. PERO, ¿QUÉ SABÍA MARGUERITE DURAS?<br />
UNA APROXIMACIÓN A EL ARREBATO DE LOL V. STEIN<br />
1. Kierkegaard, S. (2004:85).<br />
2. Alda, C. (1996:51).<br />
Si quiere considerarse el pasado como necesario,<br />
entonces hay que olvidar que ha acontecido,<br />
¿y acaso podría ser también necesario tal olvido? (1)<br />
Søren Kierkegaard<br />
Preferiría hacer un comentario filológico, estructural, limpio, transpa-<br />
rente y aséptico. Eso es lo primero que pensé y, sigo creyendo, siempre, lo<br />
más pertinente. Lo único pertinente. Rastrear los significantes, ver qué fun-<br />
ción cumplen en el texto, cómo se relacionan unos con otros, cómo estable-<br />
cen un posible significado. Porque eso es un texto, un montón de palabras<br />
reunidas según un cierto orden. Y es ese orden el que les aporta algún sen-<br />
tido. <strong>La</strong>s palabras están ahí, sólo hay que discriminarlas, elegirlas, orde-<br />
narlas. Y a eso se le llama estructura. Pero este texto me interrogaba<br />
demasiado, me sigue interrogando, y no sé si quiero oír las respuestas o no<br />
sé si las respuestas que oigo son las que deseo oír. ¿Hay respuesta para la<br />
pregunta? ¿o, en cualquier caso, será un respuesta inventada? ¿será mi res-<br />
puesta la que deseo saber, o la otra?<br />
¿Por qué no hablar de esas metáforas de M. Duras luminosas como una<br />
herida? De esas pausas. De esos silencios. Del latido de una palabra. De eso<br />
que llaman connotación y denotación. Y olvidar las respuestas, situarnos en<br />
ese no saber en el que se sitúa ella para observar a Lol V. Stein caminando por<br />
las calles, por los bulevares de S. Thala, en busca de una ignorada respuesta<br />
a una olvidada pregunta.<br />
¿Cómo era posible que su escritura hablara con tanta fluidez los<br />
dialectos de lo inconsciente, rozando esas dimensiones de lo<br />
mental tan difíciles de abarcar por lo insoportable que le resulta<br />
a la conciencia siquiera acercarse a ellas? (2)<br />
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Isabel Mercadé<br />
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Marguerite Duras<br />
3. <strong>La</strong>can, J. (1996:54).<br />
4. <strong>La</strong>can, J. (1996: 54).<br />
Se pregunta J. <strong>La</strong>can, arrebatado él también<br />
tras la lectura de El arrebato... Y, si para esta pre-<br />
gunta no tiene más respuesta que el asombro y la<br />
admiración, y el reconocimiento de lo que ya Freud<br />
había señalado sobre cómo el poeta siempre va<br />
unos pasos por delante de ellos, sobre cómo des-<br />
broza el camino a quienes quieren aproximarse por<br />
otras vías a eso que se llama conocimiento,<br />
Reconozco esto en el rapto de Lol V. Stein, en el que<br />
Marguerite Duras evidencia saber sin mí lo que yo<br />
enseño. (3)<br />
Sí parece tener respuesta para el misterio de<br />
Lol, para ese incesante peregrinaje, esa búsqueda<br />
de lo olvidado, para ese hallazgo final en un campo<br />
de centeno, bajo la ventana iluminada del hotel<br />
donde el hombre al que ama se encuentra con la mujer a la que desea.<br />
<strong>La</strong> sintaxis de esta última frase es voluntariamente confusa. Tal vez así<br />
logremos aproximarnos al lugar que M. Duras alcanza, el lugar a dónde Lol V.<br />
Stein la lleva.<br />
Como decía, <strong>La</strong>can sí parece tener una respuesta para el misterio de Lol:<br />
Debe tomarse en la primera escena donde Lol es despojada de su<br />
amante, como de un vestido (…). Aquí todo se detiene. ¿No basta<br />
eso para conocer lo que le pasó a Lol y todo lo tocante al amor?:<br />
o sea, a esa imagen, imagen de sí mismo, con que el otro nos re-<br />
viste y que nos viste, y que nos deja cuando nos despojan de<br />
ella ¿ser qué debajo? (4)<br />
Es necesario señalar aquí que <strong>La</strong>can parece referirse, de los dos signifi-<br />
cados (arrebato y rapto) que la palabra ravissement ofrece en francés, a los<br />
dos simultáneamente. De este modo se sigue el razonamiento de <strong>La</strong>can,<br />
según el cual, Lol aparece despojada de su imagen, la que el otro con su mi-<br />
rada le había proporcionado. A Lol le ha sido arrebatada su imagen por otra<br />
mujer y ahí, en ese momento de desnudez, de vacío, en que han<br />
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convergido en ella todas las miradas, cuando todo se detiene, comienza la<br />
ausencia de Lol, ausencia consumada en el momento en que la pareja des-<br />
aparece, llevándose con ella la posibilidad de recuperación. Como si hubiera<br />
sido raptada, la Lol que existía hasta ese momento desaparece. En su lugar,<br />
la ausencia y el silencio, más visibles que cualquier presencia, precisamente<br />
por señalar la huella de lo que ya no está.<br />
Marguerite Duras publicó Le ravissement de Lol V. Stein en 1964. Vein-<br />
tiún años antes, J.P. Sartre había publicado L’être et le néant, donde des-<br />
arrollaba la teoría sobre la mirada y la alteridad que más tarde recobró en la<br />
pieza teatral Huis clos. Es en Huis clos donde se lanza la célebre: El infierno<br />
son los otros. Los otros, con su mirada que cosifica al sujeto y lo cubre de ver-<br />
güenza son el infierno. Los otros, cuya mirada necesitamos para confirmar<br />
nuestra existencia son el infierno. Los otros, los que, cuando dejan de mirar-<br />
nos pueden arrebatarnos la certeza de ser, son el infierno. Una primera po-<br />
sible respuesta.<br />
Pero nosotros somos el otro de los otros. También nosotros podemos<br />
cubrirlos de vergüenza y entonces recuperar el estatus de sujeto. O pode-<br />
mos certificar que existen y hacer que nuestra mirada sea irremediable-<br />
mente deseada. Tal vez por eso Lol, el gemido de Lol, se produzca sólo<br />
cuando amanece y el baile termina, cuando la pareja abandona la sala,<br />
cuando ella ya no podrá mirarlos. Cuando los demás no podrán mirarla a<br />
ella. Una segunda posible respuesta.<br />
Que nuestra mirada sea irremediablemente deseada, el deseo de nues-<br />
tra mirada, no de nosotros como sujeto, no de nosotros como cuerpo. Eso es<br />
lo que argumenta <strong>La</strong>can a partir de Sartre.<br />
Dada la imposibilidad de la relación sexual —“esa apariencia de fusión<br />
es sólo una ilusión”—, asegurará, dada la fantasía del amor —“amor es dar<br />
lo que no se tiene a quien no es que no lo quiere”— aquellos, nosotros, el<br />
“ser parlante” marcado por la falta desde su nacimiento precisamente por<br />
eso, por haber perdido con el lenguaje la conexión con el ser primordial, se<br />
ve abocado a sustituir el deseo de otro por objetos que no sirven para nada,<br />
que son reclamados como sustitutos del Otro y convertidos en causa del<br />
deseo. En particular, la mirada, ese “objeto a minúscula”.<br />
Cuando <strong>La</strong>can leyó El arrebato de Lol V. Stein, estaba preci-<br />
samente terminando el desarrollo de su teoría sobre la mirada en<br />
la que integra tanto el mencionado ensayo de Sartre, como el de<br />
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Merleau-Ponty, “Fenomenología de la percepción”,<br />
con las tesis freudianas, intentando responder al<br />
enigma del deseo de otro, qué se desea en el otro, y<br />
al del deseo del otro, cómo el sujeto imagina que el<br />
otro desea, y al propio deseo del otro que el otro<br />
desea.<br />
En su trabajo de recuperación de las tesis freu-<br />
dianas, se había fijado también en el concepto de<br />
“repetición”, concepto que expuso en su seminario<br />
“la carta robada” pronunciado diez años antes de la<br />
publicación de El arrebato de Lol V. Stein. Si para<br />
Freud, el sujeto necesita repetir de manera pulsional<br />
mediante el acto aquel fragmento del pasado cuyo<br />
recuerdo se le hace inaccesible mediante la memo-<br />
ria, mediante la palabra, de manera que la repeti-<br />
ción encubre y a la vez desvela lo olvidado, para<br />
<strong>La</strong>can serán los significantes, ciertos significantes los<br />
que retornarán sin cesar, puesto que dependen, alu-<br />
den, encubren un significante primero que ha des-<br />
aparecido, que se ha olvidado.<br />
Y he aquí que se encuentra todo eso, y mucho<br />
más, en ese texto luminoso como sólo pueden serlo<br />
aquellos arrancados a la noche oscura del alma, un<br />
texto que de tan luminoso, resulta casi temible, como<br />
si esa luz pudiera cegar, como si aquel que lo desen-<br />
trañara fuera a recibir el castigo de Edipo por haber<br />
osado descubrir la verdad.<br />
¿Sabía M. Duras que sabía todo lo que sabía?<br />
¿O acaso anduvo a ciegas arrancando pedazos de lo<br />
real a la cadena de significantes que la constituía?<br />
Un narrador. Alguien cuya identidad ignoramos,<br />
cuya identidad se desvela sólo en el medio del relato,<br />
cuando la mirada de Lol así lo precisa. Unos hechos,<br />
al parecer causantes de lo que podríamos<br />
llamar “trauma inugural”, cuya veracidad también ignoramos, o,<br />
por lo menos el narrador ignora:<br />
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He aquí desarrollados, mezclados, a la vez, esa falsa semblanza<br />
expuesta por Tatiana Karl y lo que yo invento acerca de la noche<br />
del Casino de T. Beach. A partir de todo ello contaré la historia de<br />
Lol V. Stein. (5)<br />
¿Qué importa, pues, que esos recuerdos sean de otro, que incluso sean<br />
inventados si, como sabía Freud, como sabía <strong>La</strong>can, como han sabido siem-<br />
pre los poetas, como confirman ahora las más recientes investigaciones neu-<br />
rológicas, los recuerdos no son sino una reconstrucción, una recreación más<br />
o menos cercana a una fluctuante realidad?<br />
Una protagonista, Lol V. Stein, diecinueve años, hermosa, divertida, pro-<br />
metida desde hace poco a Michael Richardson, veinticinco años.<br />
Un acontecimiento. Una noche de verano se celebra un baile en el casino.<br />
Aparece otra mujer, Anne-Marie Stretter, ante la que el prometido sucumbe in-<br />
mediata e irremediablemente:<br />
Lol, sumida en la inmovilidad, había visto, al igual que él, avan-<br />
zar esta gracia en abandono, encorvada, de pájaro muerto. (6)<br />
Aunque después se describan otras gracias, ésta es la primera visión —y a<br />
partir de aquí, todo el relato estará construido alrededor del campo semántico de<br />
la mirada y la visión— de ella, la otra mujer. ¿Qué desea, se pregunta el lector, se<br />
preguntan también todos los asistentes al baile que observan fascinados, se pre-<br />
gunta también probablemente Lol, Michael Richardson de esa, precisamente esa<br />
otra mujer? ¿Tal vez sólo su mirada? ¿Tal vez sentirse dios haciendo que el “pá-<br />
jaro muerto” reviva? ¿O tal vez que le devuelva su estatus de sujeto, devolución<br />
que ella, como una promesa de eterno goce, parece vaya a negarle siempre?:<br />
¿Había mirado a Michael Richardson al pasar? ¿Lo había barrido<br />
con esa no mirada que paseaba por el baile? Era imposible sa-<br />
berlo (…) en ella, la mirada (…) se alojaba en toda la superficie<br />
de los ojos, resultaba difícil captarla. (7)<br />
Podría preguntarse también el lector, o por lo menos <strong>La</strong>can lo hizo, si co-<br />
nocía M. Duras sus especulaciones respecto al amor como fantasía, su con-<br />
5. Duras, M. (1990:11).<br />
6. Ibíd., 12.<br />
7. Ibíd., 13.<br />
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James <strong>La</strong>can Maurice Merlau-Ponty<br />
clusión de que “todo amor se basa en una cierta relación entre dos saberes<br />
inconscientes”, cuando a continuación, el narrador se pregunta:<br />
¿Se reconocieron cuando pasó cerca de él? (8)<br />
Y también, el narrador insiste, Lol se limita a observar sin sufrimiento.<br />
¿Por qué no sufre Lol? ¿Acaso esa posibilidad de mirar, de ver cómo el deseo<br />
se comporta, de ser simultáneamente mirada por todos los demás, le pro-<br />
porciona ese goce que está mucho más allá del principio del placer, esa pul-<br />
sión primaria indisociable de la pulsión de muerte?<br />
Habían salido a la pista de baile. Lol los había contemplado, una<br />
mujer muy vieja cuyo corazón está libre de todo compromiso con-<br />
templa así a sus hijos mientras se alejan, parecía amarles. (9)<br />
¿O acaso, al goce de ver, se añade también el de desear a través del otro?<br />
Lol, instintivamente, había dado algunos pasos en dirección a<br />
Anne-Marie Stretter al mismo tiempo que Michael Richardson.<br />
Tatiana la había seguido. Y entonces vieron: (10)<br />
René Girard, en Mentira romántica y verdad novelesca, partiendo así<br />
mismo de tesis freudianas, sostiene este extremo. <strong>La</strong>s grandes novelas, de “El<br />
Quijote” a “A la búsqueda del tiempo perdido”, pasando por Flaubert y Dos-<br />
toyevski, desvelan que el deseo, para sostenerse, precisa de un mediador. El<br />
8. Ibíd., 13.<br />
9. Duras, M. (1990:15).<br />
10. Ibíd., 15.<br />
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deseo, en última instancia, es siempre el deseo del otro. Todo deseo precisa,<br />
pues, de un triángulo.<br />
Esa noche, los tres se mantuvieron en silencio. Pudieron, por unas horas,<br />
prescindir de esos significantes, de aquello que nos separa del ser primordial.<br />
Lol contempla fascinada a la pareja. <strong>La</strong> pareja, centro de todas las miradas,<br />
hallada la mirada definitiva, no precisa buscar otras miradas, no precisa tam-<br />
poco el vano intento de recurrir a las palabras:<br />
Bailaron más. Él, con la mirada fija en un punto desnudo de su<br />
hombro. Ella, más baja, no miraba sino la lejanía del baile. No<br />
hablaban. (11)<br />
Arrebatados todos en esa especie de trance, parecen haber olvidado que<br />
la noche ha de terminar:<br />
Sin duda, Lol, al igual que Tatiana, al igual que ellos, aún no<br />
había tenido en cuenta ese otro aspecto de las cosas: su final al<br />
llegar el día.<br />
(…)<br />
Se habían contemplado silenciosamente, largamente, sin saber<br />
qué hacer, cómo salir de la noche. (12)<br />
Y con el final de la noche, con la desaparición de la pareja, con la pérdida de la<br />
visión y de la mirada, comienza, ahora sí, la agonía de Lol, agonía que se anuncia<br />
cuando se presenta la madre en el baile y físicamente impide que Lol siga viendo:<br />
Sólo en ese instante comprendió que un final, aunque confusa-<br />
mente, se dibujaba (…). <strong>La</strong> pantalla de su madre, entre ellos y<br />
ella, constituía la señal precursora.<br />
(…) Lol gritó por vez primera. (…) Había seguido gritando argu-<br />
mentos: no era tarde, la hora de verano engañaba. Había supli-<br />
cado a Michael Richardson que la creyera.<br />
(…)<br />
Pasaron ante ella con la mirada baja (…). Lol les siguió con la mi-<br />
rada a través de los jardines. Cuando dejó de divisarles, cayó al<br />
suelo, desvanecida. (13)<br />
<strong>11.</strong> Ibíd., 15.<br />
12. Ibíd., 17.<br />
13. Duras, M. (1990:18).<br />
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Sigmund Freud René Girard<br />
Pero otra vez el lector se pregunta por qué sufría Lol V. Stein. ¿Lo sabía<br />
M. Duras? ¿Lo sabía su narrador? Apenas si nos da unos datos que permitan<br />
adivinarlo, suponerlo, sobre la postración de Lol en los días siguientes, sobre<br />
sus frases aparentemente incomprensibles:<br />
Pronunciaba su nombre con ira: Lol V. Stein —así era como se<br />
nombraba. Además se quejaba, más explícitamente, de sentir un<br />
cansancio insoportable de esperar de ese modo. Se aburría hasta<br />
gritar. Y, en efecto, gritaba que no tenía nada en qué pensar<br />
mientras esperaba, (14)<br />
Y una vez más, el texto interpela al lector. ¿Qué esperaba Lol? ¿Tal vez<br />
la repetición? ¿Qué se repitiera la visión, el instante del goce absoluto?<br />
Si en la noche inaugural, el acontecimiento se produce en un espacio ce-<br />
rrado, el del casino, a partir de aquí, los espacios serán —salvo otro amago<br />
de baile en casa de Lol, y los encuentros furtivos de los amantes Jacques Hold<br />
y Tatiana Karl en habitaciones de hotel— abiertos, como los jardines de la<br />
casa de Tatiana Karl, pero, sobre todo, las calles de la ciudad de S. Thala, y<br />
sus protagonistas, paseantes que deambulan buscando lugares donde posar<br />
la mirada, miradas que les sean devueltas.<br />
Así es como conoce Lol V. Stein al que se convertiría en su marido, Jean<br />
Bedford, y con el que se trasladaría a otra ciudad para, al parecer, olvidar por<br />
completo la noche en el casino de T. Beach.<br />
14. Ibíd., 19.<br />
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Cuando diez años después, Lol regresa con su esposo y sus hijos a S.<br />
Thala, se convierte ella misma en obsesiva paseante, en obsesiva indagadora<br />
de algo que desconocemos, aparentemente, todos, incluido el narrador, ¿in-<br />
cluida M. Duras? Hasta que reconoce en una pareja que camina por la calle a<br />
su amiga y testigo de los acontecimientos de T. Beach, Tatiana Karl.<br />
El enigma parece desvelarse cuando Lol elige, entre todos los hombres<br />
con cuya mirada se cruza, precisamente aquel que, ha descubierto, es el<br />
amante de Tatiana Karl. ¿Por qué lo elige Lol V. Stein? ¿Por qué le confiesa su<br />
nombre completo, Lola Valérie Stein? <strong>La</strong> respuesta parece obvia, ella desea al<br />
que es deseado por Tatiana. Pero ¿qué desea? y ¿qué desea él en ella? Al pa-<br />
recer, también ellos lo ignoran:<br />
Besa mi boca. No le doy nada. He tenido demasiado miedo, aún<br />
no puedo. Tiene prevista esta imposibilidad. Estoy en la noche de<br />
T. Beach. Está hecho. Allí no se da nada a Lol V. Stein. Ella toma.<br />
Aún tengo ganas de huir.<br />
-¿Qué quiere?<br />
No lo sabe.<br />
-Quiero –dice.<br />
Se calla, mira mi boca. Y después, he aquí que nos miramos re-<br />
cíprocamente. Despótica, irresistiblemente, quiere.<br />
-¿Por qué?<br />
Avisa: no, dice mi nombre.<br />
-Jacques Hold.<br />
¡Virginidad de Lol pronunciando ese nombre! ¿Quién había ad-<br />
vertido la inconsistencia de la creencia en esta persona así lla-<br />
mada sino ella, Lol V. Stein, la llamada Lol V. Stein? Fulgurante<br />
hallazgo de lo que los demás han desechado, que no han reco-<br />
nocido, que no se veía, inanidad compartida por todos los hom-<br />
bres de S. Tahla tan definitoria de mí mismo como el recorrido de<br />
mi sangre. Me ha recogido, me ha acogido en el nido. Por primera<br />
vez, mi nombre pronunciado no nombra. (15)<br />
¿Es el, Jacques Hold, además del narrador —sí, ahora lo sabemos, el na-<br />
rrador y propiciador de un nuevo triángulo, es Jacques Hold, amante que “no<br />
ama” de Tatiana Karl— todos los hombres? ¿Por eso lo ha elegido, Lol? ¿Por-<br />
que apenas siendo, puede serlo todo? ¿Porque sólo él, siendo<br />
todos y nadie, puede ser de nuevo Michael Richardson? ¿Porque<br />
15. Duras, M. (1990:92).<br />
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sólo Tatiana, la testigo de la noche de T. Beach, puede ser también la otra<br />
mujer? ¿Porque sólo ellos pueden alcanzar el lugar de la repetición que Lol es-<br />
pera desde hace tanto, desde aquel amanecer en T. Beach?<br />
¿Sabía también M. Duras la respuesta mucho antes de la que nos ofre-<br />
ció G. Deleuze?:<br />
<strong>La</strong> repetición en la transferencia tiene como función no tanto<br />
identificar acontecimientos, personas y pasiones, como autenti-<br />
ficar roles, seleccionar máscaras. (16)<br />
Parece que sí, que lo sabía ¿O la que realmente sabía era Lol, esa Lol a<br />
la que, en ese caso, habría seguido M. Duras a ciegas? ¿Y qué desea Jacques<br />
Hold? ¿Acaso saber? ¿O algo más? ¿Acaso que su máscara sea autentificada<br />
por Lol V. Stein? ¿O desear a Lol, eternamente, a través de Tatiana?:<br />
Añado:<br />
-Voy a dejar a Tatiana karl.<br />
Se deja resbalar en el suelo, muda, adopta un gesto de infinita<br />
súplica.<br />
-Te lo suplico, te lo ruego, no lo hagas.<br />
16. Deleuze, G. (2006:47).<br />
Marguerite Duras<br />
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Corro hacia ella, la levanto. Otros podrían equivocarse. Su ros-<br />
tro no expresa ningún dolor sino confianza.<br />
-¿Qué?<br />
-Te lo suplico.<br />
-Di por qué<br />
Dice:<br />
-No quiero.<br />
Estamos encerrados en algún sitio. Todos los ecos mueren. Em-<br />
piezo a ver claro, despacio, muy despacio. (…)<br />
-No dejaré a Tatiana Karl.<br />
Exacto. Debes volver a verla.<br />
-El martes.<br />
El violín deja de oírse. Se retira, deja tras de sí los cráteres abier-<br />
tos del inmediato recuerdo. (17)<br />
Podría terminar aquí, no desvelar el final donde la repetición se consuma,<br />
¿donde Lol recupera el goce absoluto, la pulsión primera, la pulsión de<br />
muerte?, allí, tendida en el campo de centeno, bajo la iluminada ventana del<br />
hotel donde se encuentran Jacques Hold y Tatiana Karl, aquel lugar desde el<br />
que apenas vislumbra fugaces sombras desnudas, aquel lugar desde el que<br />
tiene que imaginar lo que entre ellos sucede ¿aquel lugar desde el que puede<br />
volver a amar a Michael Richardson en la máscara de Jacques Hold? Aquel<br />
lugar que conoce Jacques Hold, que ha inscrito también en su deseo, ¿y Ta-<br />
tiana? Tatiana que nada sabe pero ¿tal vez? todo lo adivina, ¿qué desea?<br />
Me habla de Michael Richardson, a petición mía. Dice cuánto le<br />
gustaba el tenis, que escribía poemas que ella consideraba her-<br />
mosos. Insisto en que siga hablando. ¿Puede decirme más?<br />
Puede. Sufro por todas partes. Habla. Aún insisto. Me prodiga<br />
dolor con generosidad.<br />
(…)<br />
El dolor desaparece. Se lo digo. Calla.<br />
(…)<br />
Le pregunto si cree a Tatiana capaz de prevenir a Jean Bedford<br />
de que algo sucede entre nosotros. No entiende la pregunta. Pero<br />
sonríe al nombre de Tatiana, a esa cabecita morena tan lejos de<br />
sospechar el destino. (18)<br />
17. Duras, M. (1990:96,.97).<br />
18. Ibíd., 154.<br />
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Marguerite Duras<br />
Podría no insertar la cita de G. Deleuze según la cual, si creemos en ella,<br />
sería legítimo considerar el final de “El arrebato…” como un final feliz:<br />
<strong>La</strong> repetición pertenece al humor y a la ironía; es, por naturaleza,<br />
transgresión. (…) pero si la repetición es lo que mata, es también<br />
lo que salva y lo que cura. (19)<br />
O las frases finales de “El arrebato…” que parecen conceder a Lol la ga-<br />
rantía de tener por siempre, a su alcance, ese instante, la repetición con di-<br />
ferencias. Adueñarse del instante. El instante, una y otra vez, recuperado.<br />
<strong>La</strong> tarde caía cuando llegué al Hôtel des Bois. Lol se nos había<br />
adelantado. Dormía en el campo de centeno, cansada, cansada<br />
por nuestro viaj. (20)<br />
Y en ese instante una y otra vez recuperado, en ese deseo del otro,<br />
¿sabía M. Duras que parecía estar dando una respuesta, llevando a la exa-<br />
cerbación la búsqueda proustiana? ¿Sabía que estaba atravesando el campo<br />
minado por el padre para ofrecerle, triunfante, la palabra que casi lo dice, el<br />
instante recuperado, el deseo del otro, hallada al otro extremo?<br />
19. Deleuze, G. (2006:27,28).<br />
20. Duras, M. (1990:155).<br />
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Y, una pregunta más ¿por qué afirma M. Duras que hubiera deseado ser<br />
Lol V. Stein?:<br />
Pierre Dumayet: En “<strong>La</strong> vida material” usted dice, mejor dicho,<br />
escribe lo siguiente sobre Lol V. Stein: «Podríamos decirlo de otra<br />
manera. Podríamos decir que ella comprende que su novio vaya<br />
hacia otra mujer. Comparte totalmente esa elección que han to-<br />
mado en su contra y como consecuencia de ese suceso pierde la<br />
razón. Es un olvido.<br />
En las heladas sucede un fenómeno parecido. A los cero grados<br />
el agua se hiela, pero a veces, cuando hace frío, hay tal inmovi-<br />
lidad del aire que el agua se olvida de helarse.»<br />
(…)<br />
P.D.: ¿Qué significa este hecho?<br />
Marguerite Duras: Pone de manifiesto una permanencia.<br />
P.D.: Sí. ¿Qué significa esa permanencia?<br />
Marguerite Duras: Llamemos a las cosas por su nombre. Per-<br />
manencia del luto que he llevado toda mi vida por no ser Lol V.<br />
Stein. Por tener que concebir el tema y escribirlo, decirlo, sin<br />
haberlo vivido nunca. (21)<br />
Recientemente se ha publicado aquí la traducción en catalán (ignoro si<br />
lo ha hecho en español) de Cahiers de guerre et autres textes, una selección<br />
de los manuscritos autobiográficos que la autora entregó al IMEC (Institut Mé-<br />
mories de l’Édition Contemporaine) antes de su fallecimiento con la intención<br />
de que fueran publicados póstumamente. Y también estos textos confesiona-<br />
les me interpelan, de otro modo, los temo, porque tal vez puedan llevarme a<br />
una respuesta demasiado cómoda, a una conclusión rápida, a una solución<br />
fácil y, sobre todo, falaz.<br />
Pero no podía dejar de mencionarlos, puesto que ahí están, ofrecidos<br />
por ella, autorizados por Yann Andréa y Jean Mascolo. En ellos leo, sobreco-<br />
gida, el infernal triángulo primigenio en el que participó Marguerite Duras:<br />
los continuos malos tratos físicos y psicológicos que recibió durante años por<br />
parte de su madre y su amado hijo, el hermano mayor de Marguerite Don-<br />
nadieu. Y no utilizo la palabra malos tratos ligeramente, M. Duras describe<br />
auténticas, terribles, contundentes y peligrosas palizas, amén de insultos<br />
escalofriantes. Continúo leyendo y descubro que Leo, el perso-<br />
21. Duras, M. (1992)<br />
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Gilles Deleuze<br />
naje real que dio origen al ficticio amante de la<br />
China del norte, era estúpido y repulsivo y que la<br />
niña Marguerite sintió verdaderas náuseas el día<br />
que recibió el primer y parece que único beso de<br />
ese chino rico al que la madre detesta y del que<br />
precisa por razones económicas. Finalmente, con-<br />
fiesa M. Duras que miraba a hurtadillas, espiando,<br />
a las jóvenes ricas, elegantes y al parecer amadas<br />
por sus familias que paseaban y asistían a bailes<br />
acompañadas de sus también ricos, elegantes y en<br />
absoluto repulsivos novios, que hubiera deseado<br />
ser una de ellas.<br />
¿No resultaría difícil evitar, tras la lectura de<br />
estos cuadernos, la tentación, esa caída en lo fácil,<br />
lo simplón, sobre todo falaz, de la respuesta a<br />
todos los interrogantes que “El arrebato de Lol V.<br />
Stein” abre? Falaz sobre todo porque, no lo olvi-<br />
demos, lo que cuenta en esos textos Marguerite<br />
Donnadieu es lo que recuerda, lo que reconstruye.<br />
Lo que cuenta Marguerite Duras en Le ravissement de Lol V. Stein es una<br />
construcción, es literatura, una cadena de significantes que interpela al lec-<br />
tor, que le obliga a situarse ante sí mismo, ante ese espejo que interroga.<br />
Bibliografía<br />
Duras, Marguerite, El arrebato de Lol V. Stein, Círculo de lectores,<br />
Barcelona, 1990.<br />
—, Quaderns de guerra, Editorial Empúries, Barcelona, 2008.<br />
—, Escribir, Tusquets Editores, Barcelona, 1994.<br />
—, Marguerite Duras à propos du “Ravissement de Lol V.Stein”, entrevistada<br />
por Pierre Dumayet. en 1992, Audiovisual Arte, archivos<br />
INA Fr.<br />
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CARPETA EL LENGUAJE DE LA MEMORIA<br />
V. CELIBIDACHE: EVOCACIÓN EN CINCO MOVIMIENTOS<br />
Sergiu Celibidache<br />
Anacrusa (pájaros exóticos)<br />
Los pájaros cantan su canto igual. No olvidan<br />
nunca el canto, pero olvidan que es música.<br />
Los músicos son pájaros que olvidan. Cuando un<br />
músico es incapaz de olvidar una nota, ha perdido la<br />
humanidad. Bajo la manga de aquel virtuoso del<br />
piano asomaban ya algunas plumas.<br />
Preludio (pérdida del futuro)<br />
Quiero hablar de la música y la memoria, pero escribo sobre Sergio Ce-<br />
libidache. ¿Por qué hablar de un director de orquesta, por qué de música clá-<br />
sica, en pleno siglo XXI? Para qué. Pues porque la música no es una cuestión<br />
de memoria, sino de olvido.<br />
<strong>La</strong> memoria requiere de un pasado. O eso parece. Que la música requiere<br />
del tiempo para desarrollarse, que el tiempo de su sintaxis y el de su des-<br />
arrollo son el mismo, es algo tan evidente como que todo recuerdo es ante-<br />
rior al momento de recordarlo. Igual de evidente,<br />
igual de falso.<br />
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Eso no nos lo demostró ningún Karajan diri-<br />
giendo la Quinta de Beethoven. No tiene nada que<br />
ver. Eso nos lo demostraron los compositores de esa<br />
entidad filosófica que se llamó “Música del Siglo XX”.<br />
Porque hubo un momento de ruptura, violento, dulce.<br />
Fue en 1945, y fue así:<br />
Un hombre se acerca al piano. Lleva<br />
una partitura y un cronómetro. Va a es-<br />
trenar una obra de John Cage, y el público<br />
Pablo Romero<br />
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CARPETA EL LENGUAJE DE LA MEMORIA<br />
se prepara para enfrentarse con una obra difícil: acordes extraños, largas pau-<br />
sas, ruidos, piano preparado, ... pero piano a fin de cuentas. Todos saben cómo<br />
suena un piano. Todos saben cómo se comporta un intérprete en un concierto.<br />
Pero David Tudor abre la partitura, pone en marcha el reloj, y cierra la<br />
tapa del piano. Espera en silencio.<br />
<strong>La</strong> obra es 4 33, aparentemente sólo silencio. <strong>La</strong> música es sólo tiempo<br />
recordado. Por eso Cage sólo necesitó escribir:<br />
- Primer movimiento: treinta segundos.<br />
- Segundo movimiento: dos minutos treinta y tres segundos.<br />
- Tercer movimiento: un minuto y cuarenta segundos.<br />
Pero, en el tiempo que dura la obra, el público respira, traga saliva, su<br />
corazón late, su sangre circula, sus vísceras no cesan de moverse. Cada uno<br />
lleva consigo la experiencia vívida y dura de su propio presente, más intenso<br />
que nunca en sus segundos. Cada uno oye a su propia realidad inmediata gra-<br />
bándose a fuego en el tiempo de la obra. Cuanto más se trata de silenciar el<br />
propio cuerpo, más profundo se siente el rumor de lo íntimo, y más fuerte<br />
grita la voz de la memoria, de sonidos evocados. El intérprete no hace nada,<br />
pero está delante de un piano. ¡De un piano! El silencio del piano es distinto<br />
del de un violín o el de un gong. Desde la memoria, su voz nos grita.<br />
Puede racionalizarse. Puede decirse: 4 33 está constituida por el conjunto<br />
de sonidos involuntarios de la sala, transformada en una experiencia musical<br />
por el público consciente de las sustancias sonoras involuntarias que llenan el<br />
tiempo establecido por el autor y el espacio demarcado por el intérprete.<br />
Pero también se puede ceder al vértigo. Entonces se dirá: la música existe,<br />
está ahí, en la sala, en la forma de cristalizarse el tiempo en la consciencia de<br />
lo presente. Estoy solo delante de ella. Por primera vez nos han dejado desnudo<br />
el soporte de la música, como un lienzo sin pintura, como un trozo de piedra,<br />
y en la crudeza de su desnudez la música aúlla con más fuerza. En su negación<br />
del silencio, impone su presencia por encima del sonido. Si recuerdo música no<br />
es sonido lo que recuerdo, ni su tiempo, es el acto de la representación de la<br />
música en mi propia memoria, y ahora estoy solo.<br />
<strong>La</strong> música del siglo XX es una aventura solitaria en contra del<br />
tiempo, un ejercicio y un acertijo. Una obra como 4 33 destroza de<br />
pronto el futuro de la música.<br />
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David Tudor<br />
John Cage<br />
El futuro inmediato, pues uno no sabe qué es-<br />
pera escuchar. Nos apacigua la sumisa repetición del<br />
ritmo y el flujo predecible de la armonía, y de pronto<br />
el compositor no tiene por qué darle esa comodidad<br />
al que escucha.<br />
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Destroza de pronto el futuro histórico también,<br />
pues abre todos los posibles caminos de indetermi-<br />
nación. Delicia de Stockhausen, pues ahora sí todos<br />
los sonidos en todas sus formas, en todos sus tiem-<br />
pos, todo es música. Horror de Stravinsky, que no<br />
quería ceder al abismo de las posibilidades infinitas.<br />
Desconcierto de críticos, heridos de muerte.<br />
Jamás se había roto tanto con la tradición mu-<br />
sical como durante la segunda mitad del siglo XX,<br />
jamás se había producido tal revolución en la forma<br />
de entender la composición, el tiempo, el sonido, el<br />
ruido... la mayor parte del público se sentía intimi-<br />
dado por esa música que jugaba tan impúdicamente<br />
con toda convención musical, que cuestionaba la pro-<br />
pia música y la forma de escuchar, que desvelaba to-<br />
talmente el mecanismo de la memoria sonora y<br />
dejaba al aire sus delicados engranajes de niebla.<br />
Tanto que toda memoria luego quedaba en entredi-<br />
cho, y el pasado cambiaba para siempre.<br />
Por eso, los autores como Cage, Ligetti y Boulez,<br />
los enfants terribles, nos trajeron la nueva música,<br />
pero sobre todo, obligaron a las salas de conciertos a<br />
llenarse de música antigua. Los melómanos viciosos<br />
y holgazanes huían despavoridos de la música de su<br />
tiempo. Nunca se ha escuchado e interpretado tanto<br />
la música del pasado como en el siglo XX.<br />
Repito: el pasado cambió para siempre. <strong>La</strong>s<br />
cosas repetidas no vuelven a significar lo<br />
mismo, ese es el mecanismo de la me-<br />
moria. Al repetirse todo cambia. Un<br />
efecto de la revolución radical que se pro-<br />
dujo en la concepción de la relación entre<br />
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sonido, tiempo y memoria, fue el irremediable cambio en la forma de enten-<br />
der la música anterior al siglo XX.<br />
Tal vez por eso puedo hablar de Celibidache aquí, de un director de or-<br />
questa y no un compositor. De alguien que, traduciendo a Brahms o Bruckner,<br />
participó de la historia de la música de una forma tan radicalmente innovadora<br />
como cualquier alumno de Schoemberg. Sergio Celibidache, el último genio<br />
loco de la dirección de orquesta.<br />
Minuetto (caminando sobre un río helado):<br />
Uno de los problemas de los discos es que se graban sólo en la superficie.<br />
Al contrario que con la música en vivo, bajo la superficie grabada no hay nada.<br />
Recoge el archivo fonográfico pocos discos de Sergio Celibidache. Exce-<br />
lentes traducciones de Bruckner y Brahms. En sus contraportada dice: nació<br />
en Rumanía en 1912, estudió música, filosofía y matemáticas en Bucarest y<br />
París. Asistente de dirección de Furtwängler a quien luego sustituiría. Final-<br />
mente titular de la Munich Philharmonic.<br />
Pedagogo musical, estudioso de fenomenología, maestro de directo-<br />
res. Pocos textos publicados, algunos alumnos hicieron públicos algunos de<br />
sus aforismos, sólidos como losas, misteriosas paradojas inspiradas por la<br />
filosofía Zen.<br />
Conocido por sus declaraciones controvertidas, por negarse a explicar<br />
sus peculiares aforismos, por no dar nunca una indicación precisa a un mú-<br />
sico (simplemente decía cómo NO tenía que tocar), rechazar ser grabado en<br />
disco o magnetófono.<br />
Los críticos lo llaman lento, y critican que su lentitud convierte a Bee-<br />
thoven en algo exasperante, doloroso y hasta grotesco. Su arbitrariedad en el<br />
tempo era mítica, y traía de cabeza a los programadores de retransmisiones<br />
radiofónicas o grabación de obras para disco.<br />
Todo ello es superficie. Nunca compuso, pero no es sólo un director de<br />
orquesta. Si todo lo de arriba es falso e incompleto, es porque<br />
toda su obra era música nueva, música viva. Era una realización<br />
del ahora, y el ahora está cambiando siempre.<br />
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Sergiu Celibidache<br />
Hay formas distintas de cambiar la realidad.<br />
Dijo Stockhausen que el 11S había sido la más gigantesca obra de arte<br />
de la historia, ensayada años para una única representación con la mayor au-<br />
diencia de la historia, una representación que no puede repetirse, que no debe<br />
repetirse, que es parte de la historia. ¿Qué se destruye en cada instante en<br />
el arte? ¿Qué se crea?<br />
Scherzo (la danza de una sombra):<br />
Yo digo que el chamán y el brujo son alimentados por su pueblo para<br />
que él acerque al pueblo a los Dioses, para que los Dioses lo protejan y lo to-<br />
quen con dedos poderosos. Pero el chamán y el brujo no pueden trasladar a<br />
los hombres corrientes su experiencia espiritual, y los beneficios que obtienen<br />
de su actividad mística los obtienen para sí solos. Igualmente esperamos de<br />
los hombres de ciencia que nos enseñen, ingenuos de nosotros. Pero las en-<br />
señanzas de los hombres de ciencia exigen una vida dedicada a la ciencia para<br />
poder ser entendidas, y se pierden entre libros.<br />
Sólo podemos esperar algo del artista. Sólo el músico puede transferir-<br />
nos plenamente su experiencia espiritual.<br />
Miento. <strong>La</strong> experiencia espiritual es plena, pero no es suya.<br />
Ni nuestra. Pertenece a la propia música. A nosotros sólo nos<br />
queda un vago recuerdo.<br />
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Karlheinz Stockhausen<br />
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Dijo Celibidache: “<strong>La</strong> música no existe como un Dasein Zustand (estado<br />
definido). Siempre está en evolución, sin alcanzar una forma definitiva de<br />
existencia. ¿Dónde se halla la Séptima Sinfonía de Bruckner?, ¿en la parti-<br />
tura? Ésta no es más que una señal, una estenografía que nos permite, si la<br />
seguimos, vivir la música. El sonido, que en primer lugar es un agente físico,<br />
puede trasladarnos más allá de cualquier contingencia física. Todo deseo<br />
de comprender y gozar de las relaciones entre los sonidos y su vínculo con el<br />
mundo afectivo humano puede ser trascendido. Dicho esto, la relación del<br />
hombre con el sonido no es simbólica como el lenguaje, sino directa. El sonido<br />
ocupa una posición especial en la estructura sensorial del hombre; no conozco<br />
un camino más breve que el sonido para llegar a la trascendencia.”<br />
Tengo frío en los pies. Tuve frío en los pies. El frío me despertó y había<br />
un rumor, una vibración, y sonidos sintéticos como pequeños mordiscos, sos-<br />
tenidos por un tejido cálido y brillante de tan rítmico. Entonces uno se da<br />
cuenta de que tiene doce años, y está en un coche, y son las cuatro de la ma-<br />
ñana, y está escuchando música, una cinta crepitante de Herbie Hancock, el<br />
motor del coche, las piedras en la calzada. Uno se da cuenta de esas cosas<br />
muchos años después, cuando la música trae el frío en los pies y el desper-<br />
tarse y ver oscuridad y la carretera rodar bajo las luces imprecisas de los<br />
faros. Cuando hace frío dentro de la música o es de noche entre las notas. Uno<br />
se da cuenta del milagro, que tiempo después esa música tiene un nombre,<br />
y se llama 4 A.M.<br />
Dice Celibidache: “No hay en la música un solo elemento estático, ni siquiera<br />
una constelación de sonidos es estática. Así, la actividad creadora del escul-<br />
tor es dinámica, pero cuando arranca el primer trozo de piedra ya sabe cómo<br />
será el conjunto... Es la identidad, el final en el comienzo. Pero no para nos-<br />
otros, que vemos el resultado final”.<br />
¿Qué ha hecho exactamente David Lynch? ¿Por qué hoy Roy Orbison can-<br />
tando en dos octavas es una experiencia espeluznante? In dreams, el “Candy<br />
Colored Clown”, es una melodía hechizada. Independientemente de su calidad<br />
musical tiene una cualidad de esponja, de recipiente mágico de vivencias vis-<br />
cerales. Es porosa, hay un hueco dentro de ella ávido de ser llenado. De al-<br />
guna forma, hay músicas vampíricas, que no se instalan en nuestra memoria,<br />
sino que se nutren de nuestros recuerdos.<br />
Y Lynch lo supo y lo usó a su antojo. Dio de beber la más<br />
ponzoñosa sangre y la llenó de miedo, de poder, inyectó en la can-<br />
ción una sustancia onírica, como despertarse de un sueño premo-<br />
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nitorio, como un recuerdo del futuro. ¿qué sabe Lynch de los mecanismos del<br />
recuerdo colectivo?<br />
Dijo Celibidache: “¿Dónde está la quinta sinfonía de Beethoven? ¿En los dis-<br />
cos? Dios mío, esa es la mayor falsificación de cualquier verdad musical. No<br />
hay sustituto al espacio. Así que el disco es como una foto de la música. ¿Y<br />
quién hace ese disco? ¿A qué distancia se encuentra de la estructura de la<br />
creación musical? <strong>La</strong> mayor parte están fuera.”<br />
Una mezcla de fascinación y tensa rabia. Los dos músicos, tan hábiles<br />
que daban miedo, describían acrobáticos dibujos alejándose del tema, arro-<br />
jándolo contra el cielo raso de la sala de conciertos, haciéndolo tan distinto del<br />
Summertime original, tan tenso que parecía romperse, y acababa estallando<br />
en las mil formas del fuego... Lo hicieron todo sin tocar ni una sola nota de<br />
Summertime, torciendo todos los acordes, tirando del tema cada uno en una<br />
dirección diferente y saltándose su estructura. <strong>La</strong> melodía de Gershwin, sin<br />
embargo, sí se oía. Todos lo oíamos. Ninguno de los dos lo tocaba en sus ins-<br />
trumentos. Lo tocaban en nosotros. Entre los dos, arrancaban la música sin<br />
necesidad de que sonara. El sonido es una trampa, una cubierta de la música,<br />
su sustancia es diferente.<br />
Dijo Celibidache: “No quiero que la audiencia experimente la música<br />
como lo hago yo, no puedo pensar por ellos. Ellos están ahí para lo mismo que<br />
yo. Soy sólo una conciencia más en la sala. A través de mi direc-<br />
ción aparece algo, y ellos DEBEN aprehenderlo. No es algo que yo<br />
les presente ante sus oídos, eso sería estático. Algo ha de surgir<br />
en cada uno, con ayuda de los músicos, del director, de la sala, de<br />
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Séptima Sinfonía de Anton Bruckner<br />
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la disposición de cada uno a dejar que surja. Yo sigo la línea recomendada por<br />
el compositor y puedo sentir, aproximadamente, lo que le llevó a hacerlo así.<br />
Si la audiencia también lo hace, entonces participa de la música que se está<br />
creando en ese momento.”<br />
Lo sentí una vez. Lo sentí en ese concierto, en un instante preciso, en<br />
una pausa en que el bandoneonista dejaba morir, en murmullo agónico, un<br />
llanto en forma de arpegio menor ascendente, rematado por un arabesco<br />
cromático tan triste,... entonces lo noté, lo supe, lo viví. No tengo idea de<br />
qué era, porque pasó por dentro de mí como pasa la música, que no se<br />
queda más que en su forma genérica, en su impacto y en su efecto. Pero la<br />
música se olvida.<br />
<strong>La</strong> música vive en nuestro olvido, y allí se queda, hablándonos de lo<br />
que hemos sentido, de lo que hemos perdido en sensaciones tan volátiles<br />
como el sonido.<br />
El tango nos recuerda que no somos pájaros.<br />
Adagio (una caja de niebla):<br />
¿Cómo resumo el ideario de Celibidache?<br />
Tiene que ver con la interpretación de la música, con su materializa-<br />
ción como obra terminada y su inmediatez. Qué es interpretar la música, es<br />
una pregunta más compleja de lo que parece, y sus implicaciones alcanzan<br />
de lleno a la idea misma de qué es la música. Es algo que no puede ni debe<br />
ser contestado.<br />
Una partitura no suena. No suenan las teclas de un piano, ni siquiera sus<br />
cuerdas, y su sonido no es música. Sin tiempo, sin la alimentación de otros<br />
sonidos, no hay música. No hay música, ni silencio.<br />
Es importante. <strong>La</strong> música vive del olvido, de la necesidad del tiempo para<br />
formar un discurso. Necesita del olvido, vive en el recuerdo. Es un conjunto<br />
armónico, pero requiere de un desgranarse de pianola. El intérprete es un ele-<br />
mento clave: aun en una cajita de música hay un intérprete.<br />
Hay dos ideas, aparentemente contradictorias, que pueden<br />
resumir la idea de creación e interpretación musical que tenía Ce-<br />
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libidache. Por un lado, decía que la música no se oye, no se toca, no se com-<br />
pone, sólo se recuerda. A continuación espetaba, casi violentamente, “¡la mú-<br />
sica no tiene nada que ver con la memoria!”.<br />
Aparentemente la música nace así: un compositor tiene una idea, se le<br />
aparece toda junta (movimiento, estructura y armonía), portando su propio<br />
tiempo. Como un sueño o un recuerdo, contiene la duración de toda una ex-<br />
periencia condensada en una única idea, igual que un libro cerrado contiene<br />
toda una historia que la lectura desarrolla en su propio tiempo narrado.<br />
Pero en la sintaxis musical, el tiempo de la obra y el tiempo de su eje-<br />
cución coinciden. Todas las técnicas musicales, interpretativas, compositivas,<br />
toda la teoría de armonía, movimiento melódico y contrapunto, todo es un<br />
método para realizar el tiempo propio de la obra en el tiempo físico. <strong>La</strong>s téc-<br />
nicas de ejecución de instrumentos y el lenguaje musical facilitan esa reali-<br />
zación de una forma más fácil de transmitir, y permiten ir más allá de los<br />
primeros creadores, que tenían que tantear con intuición.<br />
El tema de la interpretación es muy interesante. Básicamente por un as-<br />
pecto relacionado con la memoria: la mente humana está diseñada para olvi-<br />
dar. Olvidar es un proceso dinámico, activo, necesario. Una limpieza. En<br />
teoría, sería imposible para un intérprete recordar una obra completa, con<br />
todos los matices, con cada nota en su posición y el tempo, la distancia, el ata-<br />
que, con su relación con todas las notas del resto de intérpretes.<br />
<strong>La</strong> interpretación musical es posible porque es posible hacer nacer<br />
la música, resonando de nosotros mismos, en el momento de sen-<br />
tir surgir el sonido y el silencio. Todo lo demás es una ayuda, pero<br />
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Primera página autógrafa de la Quinta Sinfonía de Beethoven<br />
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CARPETA EL LENGUAJE DE LA MEMORIA<br />
no es la esencia. Celibidache gritaba sus coléricos “NO” cuando sus músicos<br />
insistían en el solfeo, en la técnica, en la memoria dactilográfica y en las<br />
notas-por-notas, en lugar de fijarse en la realización de un espacio único<br />
donde la música surgiera sin esfuerzos, un flujo de tiempo autocontenido que<br />
nunca se repetiría.<br />
El llamado “lenguaje musical” ayuda a transmitir la idea tras una compo-<br />
sición, pero no debe suponer un condicionante a la música, como ha sido du-<br />
rante siglos. Es lo que ha intentado toda su vida explicar Sergio Celibidache.<br />
El lenguaje musical de D’Arezzo liberó la capacidad expresiva de la música y<br />
la capacidad para generar teorías al respecto, haciendo una transcripción o<br />
modelo de la música que podía ser analizado. Pero es una mera graficación de<br />
algo, no es un verdadero lenguaje. <strong>La</strong> música NO es un lenguaje.<br />
Pensadores como Halbwachs hicieron mucho daño. Según él, es de la<br />
notación musical de donde emana la propia música, de su capacidad para co-<br />
municar una organización temporal de los sonidos armónicos. Y como él,<br />
buena parte del racionalismo humanista del siglo XIX, que aún coleaba en el<br />
Siglo XX (léase Chomsky), que intentando llevar las estructuras naturales y/o<br />
sociales del lenguaje a una especie de hegemonía sobre todas las actividades<br />
humanas, se llevan por delante la naturaleza particular de la música.<br />
Schömberg, Alban Berg, y después todos los grandes compositores del Siglo XX,<br />
suponen una tremenda contradicción a este pensamiento, y un contacto más es-<br />
trecho con la idea de la música como una cristalización de una memoria estética<br />
pura, únicamente una arquitectura de la belleza. Se destrozan las ordenaciones<br />
armónicas, rítmicas y temporales que se habían arrastrado hasta entonces. Se re-<br />
clama la verdad del instante y del espacio en la interpretación musical.<br />
Cage, Berio, Ligetti o Boulez se permiten llevar varios pasos más allá esa<br />
reflexión, y bombardean todas las convenciones del concierto como evento<br />
donde surge la música, y plantean formas nuevas de relación entre el autor,<br />
el intérprete y el público. En el extremo de esta tendencia se hallan las per-<br />
formances del grupo Fluxus, en las que se halla todo lo musical (la composi-<br />
ción, el espacio, el tiempo de la obra, su tempo, su estructura<br />
-predeterminada o espontánea-, el público y su relación con la experiencia),<br />
salvo el sonido. Un acto de Fluxus: “Suelta una mariposa (o varias) en el es-<br />
pacio de actuación. <strong>La</strong> pieza termina cuando las mariposas se<br />
posen, o abandonen la sala”. Y cuando algo así se ha experimen-<br />
tado, no puede volver a dirigirse Mozart como lo hacía Toscanini,<br />
ya no tiene sentido.<br />
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Arnold Schömberg<br />
Alban Berg<br />
Luciano Berio<br />
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Aunque se haya subvertido todo, el acto de<br />
tocar música siempre funciona así:<br />
El compositor realmente plantea un ejercicio de<br />
meditación, de reflexión, que podrá dar como resul-<br />
tado la experiencia musical usando el mecanismo de<br />
nuestra memoria. El director crea el marco en el que<br />
la música es posible. Establece los caminos de la re-<br />
alización de la experiencia musical, que está en<br />
manos del intérprete. El trabajo del músico es el del<br />
artesano, manipulando la sustancia sonora y la tem-<br />
poral para modular las sensaciones y hacer surgir el<br />
recuerdo en el alma humana. El músico toca desde el<br />
tiempo de los físicos, pero imprime la música en el<br />
tiempo histórico. El sonido del músico sólo existe en<br />
el aquí y en el ahora, y su música sólo existe en el<br />
antes de los otros. <strong>La</strong> música es tiempo recordado. El<br />
Time Remembered de Bill Evans.<br />
Resulta que música funciona como un armazón<br />
para sostener recuerdos. Esto lo sabe todo el mundo<br />
de manera intuitiva y lo usan todos los compositores<br />
de ópera, directores de cine y dramaturgos, usando<br />
los LeitMotif para organizar a su antojo los recuerdos<br />
de los espectadores. Pero además, está estudiado<br />
científicamente (es decir, obviando la belleza para ad-<br />
quirir más credibilidad). Peter Janata -Universidad de<br />
California- ubica en la corteza media prefrontal<br />
el centro cerebral encargado de relacionar música,<br />
memoria y sentimientos. Esa región, también encar-<br />
gada de mantener y recuperar los recuerdos, se lo-<br />
caliza justo detrás de la frente y es una de las últimas<br />
áreas del cerebro que se atrofian en el curso de una<br />
enfermedad. “Lo que parece ocurrir es que una pieza<br />
de música que resulte familiar sirve de banda so-<br />
nora de una película mental que empieza a reprodu-<br />
cirse en nuestra cabeza”. Es un estudio de esos que<br />
parece que no demuestran nada, en que<br />
a 13 personas se les encierra en una sala<br />
llena de instrumentos, con sensores en la<br />
cabeza y transformadores zumbando, y<br />
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se espera que se comporten con naturalidad. Se les colocan auriculares por<br />
donde inyectan en sus oídos músicas distintas, y se les pide que hablen de lo<br />
que se les viene a la cabeza mientras se registran sus electroencefalogramas<br />
y se estudia la respuesta de sus cerebros con Tomografía de Emisión de Posi-<br />
trones. Y entonces se especula, se dice que el 76% de los encuestados, se<br />
hacen tablas llenas de colores y se explica que la música cura el alzheimer y<br />
cosas similares. Los científicos tienen mucho de curanderos cuando intentan<br />
sub-trascender al hombre.<br />
Tal vez no se tenga en cuenta en estos estudios algo fundamental: no es la<br />
música, es lo musical. Intentaré explicarme.<br />
Es musical un cuadro de Klimt, que envuelve su figura en un flujo as-<br />
cendente de colores. Lo que de organización del tiempo tiene un plano se-<br />
cuencia en una película es musical. <strong>La</strong> armonía contrapuntística del pasaje de<br />
la feria en Madame Bovary de Flauvert es musical, sinfónica de hecho. <strong>La</strong> ar-<br />
monía interna de las secuencias numéricas, las formas de las galaxias y de los<br />
remolinos del río, el movimiento de los astros, la forma de una gota de miel,<br />
la mínima vibración que hace deslizarse el rocío sobre la hoja... lo que nos<br />
conmueve de ello tiene una dimensión plástica en su forma, y una dimensión<br />
musical en su estructura. Es lo musical que hay en nuestra propia forma de<br />
construir recuerdos lo que los hace instalarse de esa forma en el cerebro. Uno<br />
recuerda primero de forma difusa la sensación ubicada en un tiempo propio,<br />
y luego esa arquitectura se va llenando de detalles. El tiempo propio apre-<br />
hendido en el recuerdo de la experiencia es el tiempo musical, el tiempo re-<br />
cordado. El sonido es sólo detalle, relleno, la música está entorno a ellos.<br />
El músico toca desde el sonido de los físicos, la vibración del aire a una<br />
frecuencia entre 20 y 20000 hercios, pero en realidad juega (play, spiel) con<br />
las emociones a través de los intervalos y las armonías. <strong>La</strong> música es evoca-<br />
ción de una sensación que no se tiene. Como jamás lo serán cajas enteras de<br />
magdalenas. A Proust le hubiera bastado con ponerse un disco de pizarra para<br />
toda su persecución de un recuerdo inaprensible. Nada más insatisfactorio<br />
para el intérprete que escucharse en el disco, nada más lejos de la experien-<br />
cia espontánea de la creación musical. Por eso a Celibidache no le interesa-<br />
ban las grabaciones.<br />
Sin embargo, el disco tiene una magia... Hablaba Cortázar<br />
de un viejo disco que él oía, en que entre los movimientos de una<br />
obra determinada se oía una tos de pronto... y de pronto Cortá-<br />
zar, tan dispuesto a fascinarse, se daba cuenta fascinado de que<br />
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György Ligeti<br />
Pierre Boulez<br />
El beso, Gustav Klimt<br />
esa tos era de alguien, que ese alguien estaba vivo,<br />
que ahora ya estaría muerto posiblemente (un disco<br />
muy viejo), que el disco le traía voces de difuntos y<br />
le unía con un tiempo que no era suyo... pero claro,<br />
eso es literatura.<br />
Una partitura, una nota al programa de mano,<br />
una crítica musical, incluso un disco, ... es como si<br />
nos contaran una experiencia ajena y nos pidieran<br />
que nos contentemos con ella como si la hubiéramos<br />
vivido. Hay en ellos todo lo que se contiene en la mú-<br />
sica excepto la música misma. Nada sustituye la ex-<br />
periencia del concierto en vivo porque el tiempo de la<br />
música y del que la escucha es el mismo tiempo, y la<br />
música existe solo en el recuerdo de quien la ha oído,<br />
y no en un registro de su mero hecho físico. Eso grita<br />
Celibidache en cada uno de sus “NO”. Eso dice, no to-<br />
ques como si fueras un disco, no toques como en el<br />
concierto anterior, no seas un maldito metrónomo,<br />
eso no es música. Sé una fuente, y deja que surja la<br />
experiencia.<br />
<strong>La</strong> sucesión de sonidos es lo que provoca emo-<br />
ciones. <strong>La</strong> nota que escuchas tiene valor por todas<br />
las notas anteriores, su secuencia, su forma de des-<br />
embocar en el momento presente, hilado por el me-<br />
canismo de la memoria sonora.<br />
Pero también tiene valor en función de la nota<br />
siguiente. <strong>La</strong> secuencia musical genera una expecta-<br />
tiva que el compositor puede satisfacer de muchas<br />
formas, o contradecir de muchas más. Puede retra-<br />
sarla, incrementando la tensión, o adelantarla provo-<br />
cando el vértigo.<br />
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En cualquier caso, la composición no sólo juega<br />
con la memoria pasada, sino también con la futura.<br />
<strong>La</strong> tensión entre la nota esperada y la<br />
escuchada constituye la verdadera ex-<br />
presividad de la composición, y diferen-<br />
cia la obra maestra de la obra<br />
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mediocre. Al explorar los límites de la li-<br />
bertad creadora, los compositores mo-<br />
dernos dejan solo al oyente frente a la<br />
obra, al arrancarle de la tradición musi-<br />
cal como una fuente de expectativas rít-<br />
micas y sonoras. Los intérpretes deben<br />
hacer surgir en la sala de conciertos un<br />
espacio en el que cada sonido tiene un<br />
significado de por sí, en el que el pasado<br />
común de todos los presentes se sitúa en<br />
el tiempo de la obra. Una comunión. Y<br />
esto se puede lograr de muchas formas.<br />
En primer lugar, con la habilidad del<br />
compositor para lograr la unidad de la<br />
obra: desde el comienzo se percibe la to-<br />
talidad de lo que se va a escuchar. <strong>La</strong><br />
sinfonía de cámara de Schömberg tiene<br />
esa cualidad, pero también casi cual-<br />
quier obra de Mozart, gracias a su genialidad. Sorprendentemente, el<br />
arranque de los motores en el Cuarteto para Cuerda y Helicópteros de<br />
Stockhausen también lo consigue.<br />
Otra forma es a través de la percepción del espacio musical que tiene<br />
el intérprete. En las variantes más abiertas y desestructuradas del Free<br />
Jazz, por ejemplo, un buen intérprete es capaz de conectar con el resto de<br />
los músicos y público de la sala, no por una expectativa basada en un co-<br />
nocimiento previo de la técnica interpretativa, el lenguaje jazzístico o una<br />
evocación de lo conocido, sino por la elaboración de un discurso autocon-<br />
tenido que no es del todo espontáneo, pero que se deriva de algo que existe<br />
en el espacio sonoro presente, el ambiente de la sala que él ayuda a crear<br />
y percibir, y que se convierte en el lenguaje en el que se comunican público<br />
y música en ese momento y en ningún otro. Esta forma de tocar (funda-<br />
mental en Albert Ayler u Ornette Coleman) fue asimilada también por los<br />
compositores y músicos experimentales, llevándose desde el jazz hasta<br />
otras formas incluso más abiertas y abstractas de música improvisada. Y ahí<br />
la memoria de corto plazo funciona de la misma forma en la generación del<br />
discurso de lo oído, sin embargo la memoria de largo plazo, el reconoci-<br />
miento de patrones y melodías, falla completamente, con lo que<br />
el riesgo para el intérprete es inmenso. Depende totalmente de<br />
la complicidad del oyente para que se genere la música.<br />
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Cuarteto para cuerdas y helicópteros,<br />
Karlheinz Stockhausen<br />
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Albert Ayler<br />
Ornette Coleman<br />
Johannes Brahms<br />
Y en realidad debería ser siempre así. Celibidache<br />
busca abandonar el recuerdo de la obra conocida, y<br />
asumir ese riesgo del músico que improvisa. Curiosa-<br />
mente lo hace ensayando y ensayando, compulsiva y<br />
obsesivamente, la pieza hasta en el más mínimo deta-<br />
lle, cada movimiento de los arcos y cada respiración de<br />
los vientos. Para que cada músico puedan responder<br />
sin pensarlo a su gesto cuando, en la sala de concierto,<br />
sea él quien haga sonar la obra por primera vez.<br />
Así que la memoria es el lienzo de la música, y<br />
el tiempo su sustancia, tanto como el sonido. Pero la<br />
memoria puede ser también el mayor enemigo de la<br />
experiencia musical, pues predispone a escuchar lo<br />
que ya se conoce.<br />
<strong>La</strong> Cuarta Sinfonía de Brahms, por ejemplo,<br />
jamás se ha tocado. No ha llegado nunca a ser reali-<br />
zada en su forma absoluta, en su plenitud y unidad<br />
perfectas. Sin embargo, en cada representación, la<br />
Cuarta Sinfonía de Brahms se materializa docenas de<br />
veces, tantas como oyentes y músicos la han sentido<br />
vibrar, la han hecho vivir.<br />
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Y sospecho que se materializa en este mismo<br />
instante, ahora que he mencionado la obra y se me<br />
viene a la cabeza, ahora que tarareo el primer movi-<br />
miento, esa sucesión alternada de largos intervalos<br />
ascendentes y descendentes, esa marea viva de so-<br />
nido que crece y crece hacia un desenlace enérgico y<br />
emocionante. Y si en este mismo instante la evoco<br />
en quien está leyendo esto, estaré tocando en su me-<br />
moria, haciendo florecer la explosión de los vientos<br />
sobre la marea viva de las cuerdas, haciendo nacer<br />
un sonido que no tienen mis palabras.<br />
Pero si la recuerdo mientras la están tocando,<br />
si la comparo con una experiencia que<br />
pertenece a otro espacio musical y no al<br />
de la sala de conciertos, puedo destruir<br />
el momento de su nueva creación, al no<br />
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Sergiu Celibidache<br />
aceptar la materialización nueva de la música. Y diré: “demasiado lento”.<br />
Eso a Celibidache le ponía enfermo. El tiempo de la música es su propio<br />
tiempo, y es el tiempo en que aparece, y “este momento está cambiando<br />
siempre” (John Cage). Críticos musicales aparecían en la sala y decían que<br />
algún pasaje era tocado demasiado bajo o demasiado lento. Celibidache re-<br />
niega de los metrónomos. Llama pedantes a los que acudían al concierto con<br />
partituras, desde luego, pero también a quienes osaban comparar unas in-<br />
terpretaciones con otras, sin sentir que aquella era la interpretación que re-<br />
clamaba la sala en ese momento. A quienes comparaban el tiempo de la<br />
música con el de sus relojes, sin dejarse atrapar por el misticismo del ins-<br />
tante, por el monolito de sonido congelado que se había creado al explorar el<br />
límite mismo del rubatto. Y sobre todo, a quienes le criticaban basándose en<br />
una grabación, pues no habían asistido realmente a la obra.<br />
<strong>La</strong> música es música, y ninguna otra cosa. A menudo se pierde de vista<br />
eso, y se enreda demasiado. A Celibidache se le pregunta qué intenta comu-<br />
nicar con su interpretación, y dice: “nada”.<br />
Nada. Es decir, la plenitud.<br />
Lo que se intenta es que nazca la música, como nace de la comunión<br />
de los pájaros. Esa búsqueda de la cristalización del tiempo en la unidad de<br />
una obra terminada, llevó a Celibidache toda su vida a ser el<br />
más radical de los músicos del Siglo XX, trayendo los sonidos de<br />
compositores antiguos para reclamar un presente más puro, el<br />
sonido en el instante y en la memoria.<br />
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Finale (desprendimiento):<br />
No usaba partituras, ni siquiera las memorizaba.<br />
“Nadie llevaba tan poco al escenario como él. Ni batuta ni partitura (la<br />
batuta la dejaba en el atril su asistente de dirección), ni siquiera la partitura<br />
en su cabeza. Ningún equipaje, ningún recuerdo, ninguna referencia de ante-<br />
riores grabaciones discográficas, sólo su presencia de ánimo” (Jan Schmidt-<br />
Garre)<br />
Según sus propias palabras, él internalizaba la música y no su notación,<br />
así que lo que llevaba ante la orquesta era su propia experiencia, su pasado<br />
y memoria. No una partitura inerte, sino algo vivo, un alma vibrante ávida de<br />
abrirse en el tiempo.<br />
Coda:<br />
Celibidache siempre dirigía de memoria.<br />
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Cuando nada más subsiste del pasado, después que<br />
la gente ha muerto, después que las cosas se han<br />
roto y desparramado... el perfume y el sabor de<br />
las cosas permanece en equilibrio mucho tiempo,<br />
como almas... resistiendo tenazmente, en pequeñas<br />
y casi impalpables gotas de su esencia,<br />
el inmenso edificio de la memoria.<br />
En busca del tiempo perdido<br />
(El tiempo recobrado)<br />
Marcel Proust
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VI. LA MEMORIA DE LOS ESPACIOS,<br />
EL LENGUAJE DE LAS CIUDADES<br />
Aunque se suelen asociar los mecanismos<br />
de la memoria con las imágenes y, más concre-<br />
tamente, con las imágenes fijas, fotográficas,<br />
cuya inmovilidad convierte en evocadoras, son<br />
los estímulos que entran por sentidos distintos<br />
a la vista los que la mayoría de las veces des-<br />
encadenan el proceso de relación intersensorial<br />
del que, al fin y al cabo, se vale la memoria para<br />
manifestarse. Quizás sea porque estos sentidos<br />
son más abstractos, y no remiten a una mate-<br />
rialidad tan clara, por lo que a menudo activan<br />
resortes internos y provocan un cierto estado<br />
mental que surge de los lugares más recónditos<br />
de la mente. No hay más que pesar en la ma-<br />
nera en que el sentido del gusto sirve para que<br />
Marcel Proust, el gran maestro de la memoria<br />
involuntaria, convierta una magdalena mojada<br />
en té en el elemento retrospectivo más famoso<br />
de la historia de la literatura. Algo similar hace<br />
con el sentido del oído Haruki Murakami en su<br />
popular Tokio Blues, novela que comienza en un<br />
aeropuerto en el que su protagonista escucha<br />
de fondo la canción de los Beatles Norwegian<br />
Wood, lo que desencadena el recuerdo de sus años de juventud que compone<br />
el resto de la obra. Pero incluso en un arte como el cine, que tan difícilmente<br />
se aleja de lo visual, otros sentidos sirven como materia de remembranza, cre-<br />
ando mitos como el olor a napalm de la mañana vietnamita a que hace men-<br />
ción Robert Duvall en la fastuosa Apocalypse Now, o las incursiones sensoriales<br />
tan palpables y cercanas al sentido del tacto como las llevadas a cabo por ci-<br />
neastas como Claire Denis o Naomi Kawase.<br />
Y sin embargo, esos elementos desencadenantes terminan<br />
remitiendo a imágenes, porque el ser humano, como fin último,<br />
necesita concretar sus abstracciones y situar el recuerdo en un<br />
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Faustino Sánchez<br />
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lugar que permita escapar de la ensoñación y hacer ver que esa evocación<br />
pertenece a una realidad del pasado y no a una simple arquitectura mental.<br />
<strong>La</strong> vuelta al pasado puede ser un viaje transitorio, pero también puede<br />
condicionar al sujeto de manera que, la propia forma de evocar, condicione los<br />
hechos futuros o la forma de pensar a partir de ese determinado instante de<br />
remembranza. Y muchas veces se articulan obras y vidas enteras en torno al<br />
recuerdo, ya sea de un suceso, un sentimiento, o un paisaje físico concreto.<br />
Con frecuencia una observación o, como se ha comentado, cualquier<br />
interpelación sensorial, puede dar lugar a recuerdos que condicionan nues-<br />
tra mirada, y esos recuerdos pueden permanecer en nuestra memoria real<br />
o nuestra memoria de ficción. No es nada extraño, ante cualquier aconteci-<br />
miento o cualquier detalle, recobrar en nuestra memoria los territorios mí-<br />
ticos que, por su poder alegórico, ha forjado la historia de la literatura, ya<br />
sea el Macondo de García Márquez, el Comala de Rulfo, el Yoknapatawpha<br />
de Faulkner, los Combray y Balbec de Proust, la Santa María de Onetti, la<br />
Santa Teresa de Bolaño, la Mágina de Muñoz Molina o la Región de Benet.<br />
Nuestra memoria nos lleva a esos sitios, sin estar seguros en ocasiones de<br />
la equivalencia real de esos lugares (Combray-Illiers, Balbec-Cabourg, Santa<br />
Teresa-Ciudad Juárez, Mágina-Úbeda…) o la naturaleza puramente simbó-<br />
lica y mítica de Macondo o Yoknapatawpha, compendio metafórico de ima-<br />
ginerías muy concretas.<br />
Y además de configurar una determinada geografía mental de las emo-<br />
ciones, la literatura también puede ayudar a evocar sensaciones de nostal-<br />
gia y de pérdida a través de la memoria de lo que ya no existe. Proust lo<br />
hace de manera directa a través del sabor de una magdalena, evocando y<br />
echando de menos ese mundo infantil de noches en la cama de arriba es-<br />
perando el beso de la madre. Pero también se hace hoy día, como muestra<br />
Cormac McCarthy mediante un estilo radicalmente opuesto al de Proust a<br />
través de resortes visuales en su apocalíptica <strong>La</strong> carretera, donde la nostal-<br />
gia llega por lo que fue y ya no es. El protagonista mira el mar desde una<br />
playa que no se parece en nada a la que él recuerda de la vida anterior a la<br />
devastación, y el lector se pregunta en ese momento si la auténtica playa es<br />
la cruda playa de la realidad o la dulce y lejana playa que recuerda el pro-<br />
tagonista. ¿Puede seguir existiendo algo que es seguro que nunca volverá?<br />
¿Cuál es su futuro, persistir como un anacronismo que se vale de<br />
la memoria, o mutar para actualizarse y arriesgarse a perder<br />
algo que cierto día nadie recordará?<br />
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Del mismo modo que en la literatura, o incluso más intensamente, por su<br />
naturaleza visual, el cine juega un papel fundamental como objeto y sujeto de<br />
evocaciones espaciales. Sin ir más lejos, la película de 2008 de Olivier Assayas,<br />
<strong>La</strong>s horas del verano, trata el tema de los resortes activados en la memoria por<br />
una serie de espacios y objetos presentes en la casa de la infancia de los pro-<br />
tagonistas, y la diferente manera en que estos resortes son tratados por la per-<br />
sonalidad de cada uno de los hermanos. <strong>La</strong> película tiene una filiación<br />
claramente proustiana, en esa forma de hacer resonar el tiempo y hacer per-<br />
sistir la memoria; el intento es el de narrar la transformación íntima que persi-<br />
gue a todo ser humano y que sólo es soportable con la ayuda de la memoria y<br />
los objetos que la ayudan a subsistir y retener sentimientos del pasado.<br />
El cine también puede ser una gran manera de intentar rescatar esos re-<br />
cuerdos, esas imágenes y lugares que, a lo largo del tiempo, han ido formando<br />
a cada persona, y que muchos cineastas utilizan a modo de pretexto para lle-<br />
var a cabo una profunda elegía íntima. No hay más que pensar en tres pelí-<br />
culas de la última década, muy diferentes entre sí, en las que sus directores<br />
bucean en la ciudad que les vio nacer y lo que de ella queda en su memoria:<br />
Oporto de mi infancia (2001, Manoel de Oliveira), My Winnipeg (2007, Guy<br />
Maddin, 51) y Of time and the city (2008, Terence Davies, 63). Guy Maddin<br />
reflejó la invernal y canadiense Winnipeg de sus días de infancia a los 51 años,<br />
después de toda una carrera centrada en esa ciudad, y se dedicó a escarbar<br />
con su peculiar estilo en el pasado y en la manera en que el tiempo y las cos-<br />
tumbres habían incidido en su memoria. Terence Davies hace, de una forma<br />
totalmente distinta, con el estilo lírico y romántico que ha seguido fielmente<br />
a lo largo de su filmografía, algo parecido con el Liverpool que ya<br />
pocos recuerdan, librándose de los estereotipos (beatlemaníacos,<br />
entre otros) que no dejarían verter una mirada pura, limpia y des-<br />
prejuiciada sobre el pasado. Y Manoel de Oliveira, el más vete-<br />
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rano de los directores de cine, no podía ser menos y rodó en 2001, cuando<br />
contaba 93 años de edad, su particular homenaje a su ciudad natal en Oporto<br />
de mi infancia, con una mirada quizás más resignada que la de sus compa-<br />
ñeros, pero también más consciente de que el mundo que habita es total-<br />
mente distinto al que vivió, y que la recreación del pasado sobre el presente<br />
ayuda a no perder las cosas que habitan en uno mismo y que permanecen in-<br />
defectiblemente ligadas a las estampas que les dan cuerpo.<br />
Aunque si hay dos cineastas que han jugado con el lenguaje de la me-<br />
moria en sus películas, especialmente en las fundacionales El año pasado en<br />
Marienbad y <strong>La</strong> Jetee, son Alain Resnais y Chris Marker. Sin embargo, sus re-<br />
flexiones, por más que utilicen imágenes, fijas o en movimiento, pertenecen<br />
más al campo de la abstracción y la filosofía que a la reacción suscitada ante<br />
la evocación de la memoria emocional. <strong>La</strong> aventura intelectual de estas pelí-<br />
culas hace reflexionar acerca de los recuerdos como sustrato de nuestro pro-<br />
pio ser, y la manera en que una imagen presente o ausente, entregada o<br />
robada, puede modificar la propia naturaleza humana. En un terreno pare-<br />
cido, de de estudio de la manipulación de la memoria y su correlación con el<br />
deseo, se podría situar la obra más popular de Andrei Tarkovsky, Solaris.<br />
Sin embargo, no es necesario utilizar el cine como instrumento para re-<br />
cuperar la memoria a posteriori; también puede servir para capturar instan-<br />
tes fugaces, momentos que sabemos que en algún momento, una vez<br />
asimilados, pasarán a formar parte de nosotros, y que en el presente no lle-<br />
gan a tener consciencia de sí mismos. De esta manera, Jonas Mekas, ansioso<br />
de vivir, alegre por el mero hecho de respirar, embotella instantes al vuelo y<br />
los condensa para poder pensar después con ellos. Y así congela una ciudad<br />
como Nueva York a través de retazos de vida, de pincelatas absolutamente na-<br />
turales y novedosas que configuran una nueva memoria para el futuro de los<br />
creadores y los espectadores.<br />
Resulta muy curioso cómo ciertas ciudades quedan totalmente identifi-<br />
cadas en nuestro imaginario con unos patrones muy definidos que vienen de<br />
las películas y libros consumidos por cada persona. Por ejemplo, una ciudad<br />
tan nutrida de contrastes como Tokio, en la que lo más nuevo y lo más tradi-<br />
cional conviven en una difícil armonía, rescata de la memoria ideas muy dis-<br />
tintas según la formación de cada cual. Habrá quien piense en un Tokio<br />
futurista, ciberpunk, hijo de la modernidad y con mirada hacia adelante, y<br />
probablemente haya recibido esa información (que, tras una pri-<br />
mera sedimentación pasa a formar parte de un núcleo indisoluble<br />
de la memoria) de películas como Demonlover, New Rose Hotel o<br />
Lost in translation. Por el contrario, quien esté acostumbrado a las<br />
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películas de Ozu y Naruse y los libros de Kawabata y Mishima asociará la gran<br />
urbe cosmopolita del siglo XXI con un remanso de paz, tranquilidad y tradi-<br />
ciones. Los que, por el contrario, hayan preferido acogerse a las visiones exo-<br />
tistas de ciertas películas de Hollywood o a recientes cintas españolas, tendrán<br />
que conformarse con una ciudad sin alma, poblada de tópicos y sin una iden-<br />
tidad a la que agarrarse, lo que puede resultar nefasto en una ciudad tan com-<br />
pleja como la asiática, que hace de su multiplicidad y de la visión plural de sus<br />
diferentes barrios la bandera fundamental de su distinción. Wim Wenders, por<br />
ejemplo, supo ver todo esto ya en 1985, cuando viajó a la capital japonesa si-<br />
guiendo los pasos de su admirado Yasujiro Ozu para filmar Tokio-Ga. Wenders<br />
homenajeó al director japonés más tradicional y esencial con un respeto re-<br />
verencial, pero fijándose en las huellas que el presente, tan distinto del mundo<br />
de Ozu, seguía mostrando en relación a los recuerdos de sus películas. El ci-<br />
neasta alemán logró captar plenamente el sentido efervescente y auténtico de<br />
la ciudad y plasmar la manera en que las películas de Ozu habían configurado<br />
su vida y su visión de un cierto tipo de cultura a través de los lugares resca-<br />
tados de la memoria.<br />
Porque, en el fondo, el cine y la literatura son capaces de cambiar nues-<br />
tra percepción de los lugares, y nunca será lo mismo visitar una ciudad sobre<br />
la que hayamos visto o leído que otra que descubramos vírgenes de ideas,<br />
temas y actitudes formales. Cualquier obra artística sobre una ubicación física<br />
modifica este mismo lugar, de manera aún más clara que toda percepción mo-<br />
difica la realidad, creando una suerte de mitología inconsciente que a su vez<br />
tiene efectos en las nuevas creaciones que parten de estos espacios. No hay<br />
más que pensar en algunas de las ciudades más visitadas por el<br />
cine y por la literatura, las cuales han incorporado las visiones<br />
sobre ellas mismas a su propia naturaleza. Estos efectos percep-<br />
tivos son muchas veces globales, asentados a lo largo del tiempo,<br />
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y otras veces restringen su influencia a una generación concreta, que sin em-<br />
bargo mantendrá de forma indirecta esta primera visión, al ser incorporada a<br />
las nuevas creaciones.<br />
Existen ejemplos muy claros de todo esto, y quizás las ciudades más ex-<br />
plotadas en el terreno artístico sean, a ambos lados del océano, Nueva York<br />
y París. Nueva York es, probablemente, y a pesar haber quedado reflejada en<br />
infinidad de películas, la ciudad cuya asociación con un film es más inmediata.<br />
Nueva York ya siempre evocará los acordes de Gershwin que abren el Man-<br />
hattan que Woody Allen inmortalizó el 1979, formando directamente un mito<br />
que modificó para siempre la ciudad y la visión que en adelante tendrían de<br />
ella los espectadores de sus films.<br />
Centrándonos ahora en la ciudad de la Luz, aunque sólo sea por cerca-<br />
nía geográfica, la capital francesa ya está, a día de hoy, indisolublemente aso-<br />
ciada a una serie de nombre y obras míticas de la literatura y el cine, que se<br />
han ido realimentando dando cuerpo a una fisionomía tan característica que<br />
ha hecho de “lo parisino” una acepción universal. Y es inevitable, al pasear por<br />
el Barrio <strong>La</strong>tino, al entrar en los cafés de Sant Germain des Pres o al contem-<br />
plar las grises buhardillas de los edificios, que la memoria haga saltar un re-<br />
sorte y de repente aparezca ese París dibujado por Hemingway o Henry Miller,<br />
que se manifiesta por ellos mismos o a través de la Rayuela de Cortázar, o del<br />
París no se acaba nunca de Vila-Matas. Y la memoria literaria funciona de ma-<br />
nera curiosa, puesto que pone imágenes a lo que sólo era un concepto, una<br />
abstracción, y convierte en real un territorio que de lo contrario podría ser<br />
mítico, provocando un extrañamiento que no suele ser demasiado consciente.<br />
Porque la memoria funciona de otra manera en el caso del cine. Ya existen las<br />
imágenes, existe un poso más concreto que complementa al extrañamiento li-<br />
terario, y sirve al espectador para ratificar un escenario, un marco, y a su vez<br />
asociar un lugar a unas determinadas emociones.<br />
Hace más de cuarenta años, Jean Rouch preguntaba en las calles de París<br />
si la gente era feliz por allí. <strong>La</strong>s respuestas eran de lo más diverso, y a partir<br />
de aquello Rouch y Edgar Morin desarrollaron una de las películas fundacio-<br />
nales del cinema-verité: Chronique d’un été, documento etnográfico que con-<br />
sigue convertir el descontento y la subjetividad en (anti)regla universal.<br />
Aquello mostró el caldo de cultivo en que más tarde se desarrollarían los dis-<br />
turbios del mayo del 68 y, unos cuarenta años después, hace<br />
ahora casi un lustro, surgieron otras revueltas estudiantiles en<br />
París, como si hubieran nacido de una memoria adormecida que<br />
de repente hubiera visto saltar sus resortes. ¿París no se cambia<br />
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nunca o los recuerdos permanecen en la memoria del subconsciente hasta<br />
que una casualidad los hace resucitar? ¿Volvieron a preguntarse los estu-<br />
diantes, de repente, si eran o podían ser felices en la ciudad donde vivían?<br />
<strong>La</strong>s películas nos han forjado una peculiar visión de la capital francesa,<br />
y al pensar en París pensamos en Jean Seberg repartiendo periódicos en los<br />
Campos Elíseos, en tres aprendices de ladrones corriendo por los pasillos del<br />
Louvre, en un cuarto rojo donde se forjan las revoluciones, o en la versión po-<br />
pera de Chronique d’un éte: Masculin-Feminin. El Godard parisino es el Godard<br />
de los 60, pero el franco-suizo no olvidó nunca su ciudad natal y, sin ir más<br />
lejos, ofreció en Elogio del amor un precioso homenaje a las calles en que<br />
hizo bailar a la noche una coreografía de luces arrebatadoras. Sólo por deter-<br />
minadas escenas de esta película merece la pena soñar con el viaje a una ciu-<br />
dad que debe de oler a música, a los acordes de Mozart o de Arvo Part, y que<br />
regresan a la mente al pasear por esos grandes bulevares parisinos.<br />
Pero no acaba París en Godard, y ni siquiera empieza en la Nouvelle<br />
Vague, pues ya se forjaba la imagen mítica en las secuencias silentes de René<br />
Clair, o en los “niños” que jugaban al teatro en el paraíso de Carné, o en el<br />
Pont des Arts en que Renoir salvó a Budú de las aguas antes de que lo reto-<br />
mara Eugene Green para su fantasmal ensoñación de vida y muerte, o en el<br />
escondrijo del carterista de Bresson, o en los bajos fondos y el Montparnasse<br />
de Jacques Becker, poblado de pintores y carpinteros... Aunque está claro que<br />
nada sería lo mismo sin la panadera de Monceau, sin los paseos de Cleo en<br />
las dos horas de la tarde, sin las conspiraciones y bailes de Rivette, sin los co-<br />
rreteos de Antoine Doinel cuando era un pequeño rebelde o<br />
cuando empezó a aprender a amar, sin la tertulia en el Deux Ma-<br />
gots desde la que un joven nihilista cobijado tras gafas de sol ton-<br />
teaba con una mamá y una puta.<br />
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Pero también el París de hoy está más allá de Godard. Está más allá de<br />
los cafés de Sautet, de la angustiada nostalgia de Garrel, del desesperado ro-<br />
manticismo del puente de Carax, de los sensuales atascos de Denis, de la pos-<br />
tmoderna visión de Assayas, o incluso del acaramelado pastiche de Jeunet.<br />
Porque París ha sido construida por los franceses, pero si estos autores han<br />
conseguido trasladar una determinada imagen de la Ciudad de la Luz, para<br />
esto se han valido del arraigo que antes logró la literatura más exquisita o el<br />
cine más comercial de Hollywood.<br />
París consiguió desde el principio ser más que una factoría, más que una<br />
ilusión. Se convirtió en una ciudad legendaria casi con el nacimiento del cine,<br />
y los europeos se llevaron su encanto y sus maneras al otro lado del charco.<br />
Lubitsch hizo pelearse a dos estrellas bohemias en Una mujer para dos antes<br />
de caer enamorado de Ninotchka, Minnelli recorrió Montparnasse en Un ame-<br />
ricano en París, Wilder mató en los muelles del Sena a la creación de una cre-<br />
ación en Irma la dulce, de Palma ofreció su versión más brillante de manos de<br />
una Femme fatale, Jarmusch nos metió en un taxi en una Noche en la tierra<br />
cualquiera, Donen recluyó a Cary Grant y Audrey Hepburn en una encerrona<br />
sin salida en Charada, y Michael Curtiz forjó un mito quizás demasiado grande<br />
en la película que todos pensamos.<br />
Y por fuera de la mirada autóctona y la mirada popular, tenemos la de<br />
aquellos extranjeros que nos hicieron asentar nuestra visión, que nos hicie-<br />
ron creer que algo había en esa ciudad. Un finlandés nos enseñó <strong>La</strong> vida de<br />
Bohemia, un austríaco el Caché de unas cintas de vídeo, un italiano el valor<br />
de El último tango en París, un polaco el doloroso sabor de un cristal Azul...,<br />
pero siempre podremos preguntarnos, con la respetuosa pasión de un ma-<br />
layo como Tsai Ming Liang, ¿Qué hora es allí?, en ese lugar en que los relojes<br />
acechan los sueños incompletos.<br />
Al fin y al cabo, si no fuera por la memoria, sus curiosos resortes, y la<br />
manera en que ésta es modulada por impulsos como el cine y la literatura,<br />
más allá de las vivencias directas, no podríamos hacer como Vila-Matas y<br />
soñar con estar en Nueva York cuando estamos en París y con estar en París<br />
cuando estamos en Nueva York. Los espacios, reales o inventados, percibidos<br />
por alguno de nuestros sentidos o vividos en plenitud, configuran nuestra me-<br />
moria a la vez que ésta configura nuestros sueños.<br />
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VII. PROUST. EL TIEMPO LITERARIO Y LA MEMORIA<br />
EL VIAJE A LA FICCIÓN<br />
Mario Vargas Llosa, hace años que se<br />
encarga de demostrarme la distancia entre<br />
la escritura de ficción y la razón, entendida<br />
en cierto modo a través de su propia capaci-<br />
dad para generar historias de la envergadura<br />
de Conversación en la catedral, <strong>La</strong> Tía Julia y<br />
el escribidor, El elogio de la madrastra, Pan-<br />
taleón y las Visitadoras o <strong>La</strong> fiesta del Chivo<br />
entre tantas, y que éstas sean tan distintas,<br />
evocadoras y mágicas, tan excelentes en su<br />
estructura, en su construcción verbal, en su<br />
prosa e imaginación, a sus esfuerzos teóri-<br />
cos o políticos por convencernos de la con-<br />
veniencia de sus razones sobre el mundo.<br />
Su último viaje alucinante ha provo-<br />
cado que me quite el sombrero una vez<br />
más y me arrodille definitivamente ante<br />
este inmenso escritor vivo y, sin darme cuenta, su propia condición de cha-<br />
mán, de convocador de palabras y aventuras, de Hablador, como él podría<br />
definirse a tenor de la hermosa anécdota que cuenta como introducción a su<br />
ensayo El Viaje a la ficción, se enlazó con la lenta y exhaustiva lectura reali-<br />
zada a lo largo de estos últimos tres meses de En Busca del tiempo perdido<br />
de Marcel Proust, una relectura cuyo sentido sin duda difuminó la lejana y<br />
fascinada de otra época, transformando mi propia identidad cultural, entre-<br />
mezclándose con las circunstancias en las que leí en el año 1991 Por el camino<br />
de Swan, y un año más tarde A la sombra de las muchachas en flor y <strong>La</strong> fu-<br />
gitiva, y vísperas del final de siglo Sodoma y Gomorra y El tiempo recobrado.<br />
Elegir a Juan Carlos Onetti como el narrador más apropiado<br />
para sus propias ideas sobre el hecho de la ficción, sobre la capa-<br />
cidad mágica del lenguaje literario y los efectos maravillosos que<br />
producen en el alma las historias, es un gesto que no sólo le<br />
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Juan Miguel Ariño<br />
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honra, sino que lo reivindica como un ejemplo -al menos en lo que respecta<br />
a la historia de la literatura- de honestidad intelectual y de excelente gusto li-<br />
terario. Onetti es demasiado poderoso y bronco para el mundo actual, de eso<br />
tuve intuición hace unos diecisiete años, cuando leí por primera vez la que<br />
considero una de las cuatro o cinco mejores novelas de la literatura del siglo<br />
XX, El astillero. Es posible que los años y el descenso de nivel del lector medio<br />
hayan hecho incomprensibles para muchos ficciones como las que Onetti nos<br />
legó, algo que le sucede a otro narrador cumbre del siglo XX, Premio Nobel de<br />
literatura, William Faulkner. Referirme a ellos me sirve para situarme en el ca-<br />
mino proustiano de modo inconsciente.<br />
De alguna forma, ambos continuaron –y culminaron- el camino de los an-<br />
tiguos Habladores milenarios que alimentaban a las tribus amazónicas de mitos<br />
y aventuras, de historias y anécdotas orales que inspiraban su evolución y res-<br />
cataban de la desmemoria los tiempos antiguos y sus saberes, el contacto con<br />
lo que fueron, despertando la imaginación y el anhelo, las emociones y el con-<br />
suelo, conformando ese universo mítico y proyectándolo hacía el presente y el<br />
futuro. Faulkner y Onetti llegaron a un límite narrativo que extendía su tradi-<br />
ción a lo largo de muchos siglos. Ahora me parecen dos de los últimos reno-<br />
vadores del arte novelesco. Comprendieron que el lenguaje literario necesitaba<br />
de una ambigüedad y un sentido poético distinto para acercarse a la realidad,<br />
y que las estructuras narrativas, los puntos de vista, la temporalidad de las<br />
historias, podían estirarse y amoldarse a nuevos patrones y formas para lle-<br />
gar aún más lejos de lo que habían llegado hasta entonces.<br />
Saber que Vargas Llosa, en medio de la vorágine del siglo XXI haya pro-<br />
nunciado su pequeña ceremonia, su ritual religioso (y riguroso) en torno a<br />
Onetti, me llena de un extraño y optimista convencimiento, el mismo que he<br />
sentido a lo largo de estos últimos meses al volver a adentrarme en la in-<br />
mensa creación artística de Marcel Proust. <strong>La</strong> anécdota con la que Vargas<br />
Llosas inicia el ensayo onettiano posee el brillo de la literatura en estado puro,<br />
ese juego de espejos, azar y palabra, con la que fundó sus obras y eligió a sus<br />
aliados en este juego fascinante.<br />
<strong>La</strong> existencia o no de la figura del Hablador, ese personaje que Vargas<br />
Llosa recordaría media vida, con el que se encontró por casualidad en 1958,<br />
en un viaje a la Amazonía peruana, entronca extraordinariamente bien con el<br />
sentido del tiempo (o los múltiples) que Proust esbozó en su obra.<br />
El peruano oyó hablar a los antropólogos Betty y Wayne Snell de<br />
la existencia del “Hablador”, una especie de cuenta cuentos itine-<br />
rante y ancestral que comunicaba a las distintas poblaciones Ma-<br />
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Mario Vargas Llosa, Juan Carlos Oneti y William Faulkner<br />
chiguengas con el pasado, el presente y el futuro de la tribu amazónica a tra-<br />
vés de las historias. Hizo suya aquella figura, la utilizó no sólo para componer<br />
una novela, que tituló así, El hablador, sino que le ayudó a hallar sentido al<br />
hecho mismo de escribir, a su pasión desmedida por la literatura.<br />
En el año 1981, de regreso al territorio donde viajó más de veinte años<br />
atrás, volvió a encontrar a los Snell, y al preguntarles por aquel relato que le<br />
revelaron tanto tiempo atrás, estos parecieron no saber de qué hablaba. En<br />
la memoria prodigiosa de Vargas Llosa aquel relato nocturno de 1958 había<br />
existido, no podía haberlo inventado a su juicio y, además, su sentido le había<br />
acompañado como acicate inspirador de su trayectoria artística, como una es-<br />
pecie de rol auto adquirido que trató de desempeñar con el mismo rigor y<br />
sentido que la mítica figura machiguenga. De alguna manera no importa si fue<br />
verdad o no que los Snell le contaran la existencia del Hablador, o que veinte<br />
años después negaran haberlo hecho, quizá para proteger el secreto de los<br />
Machiguengas. Tampoco es esencial que el escritor inventara, o malinterpre-<br />
tara, a partir de esa conversación antigua, su existencia. Lo importante es el<br />
hecho de la ficción revelado y ese impulso que alberga en su seno y que per-<br />
mite al ser humano crecer. De eso, Marcel Proust sabía mucho.<br />
<strong>La</strong>s historias del Hablador ayudaban a su pueblo a conocer y a combatir<br />
sus terrores colectivos e individuales. Conformaban su memoria identitaria.<br />
Quiero pensar que la gran literatura siempre fue un viaje desde las<br />
tinieblas hacia la luz. Continuemos encendiendo los faroles que<br />
deben alumbrarnos. Proust nos dejó un sol entero para iluminar-<br />
los y calentarnos toda una vida.<br />
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MARCEL PROUST. EN BUSCA DEL TIEMPO PERDIDO<br />
En 1906, en Paris, Proust inició la escritura de En busca del tiempo per-<br />
dido. Concluyó el primer borrador de esta inmensa obra narrativa en 1912, y<br />
no cejó de corregirla hasta el día de su muerte, en 1922. Publicó en vida seis<br />
de los sietes volúmenes que conforman la novela (Por el camino de Swan, A<br />
la sombra de las muchachas en flor, El mundo de Guermantes, Sodoma y Go-<br />
morra, <strong>La</strong> prisionera y <strong>La</strong> fugitiva -Albertine desaparecida en algunas edicio-<br />
nes-). El tiempo recobrado se editó póstumamente utilizando el manuscrito<br />
del texto hallado en su casa.<br />
El enorme esfuerzo creativo que depositó en las páginas de En busca del<br />
tiempo perdido fue empujado ante todo por una acuciante necesidad intelec-<br />
tual y humana de saber, guiado en todo momento por una búsqueda del sen-<br />
tido del tiempo que anhelaba aclarar el valor de su propia vida, el reflejo<br />
esencial de lo que fue su existencia, objetivo esquivo que se le escurrió de las<br />
manos justo hasta ese momento en que inició la primera narración de la obra,<br />
Por el camino de Swan. Marcel Proust anheló toparse con el tesoro del tiempo,<br />
con su intrincado y complejo valor, que intuía guarecido en su memoria y en<br />
su propio devenir, oculto en el pasado y vivo en su presente, con el significado<br />
íntimo y esencial que entrañaba la extraña y determinante palabra definidora<br />
en verdad de lo humano, para así encontrar algo de sí mismo que le pareciera<br />
perdurable. Ese largo recorrido, ese acercamiento asombroso al concepto del<br />
Tiempo, que exigió a Proust depositar en la novela todo cuanto sabía e intuía,<br />
le hizo adentrarse en la totalidad de los sentidos de la existencia, como si la<br />
propia palabra que rastreaba alumbrara y dotara de contenido a la verdad<br />
común a todos los hombres. Había dos circunstancias que le hicieron sin duda<br />
escribir la primera gran obra maestra del siglo XX; una, su deslumbrante ta-<br />
lento literario, el dominio de la historia de la literatura y de la lengua francesa<br />
que le permitió escribir unas 4.000 páginas sin perder aliento narrativo en<br />
ningún momento, y la otra su enorme inteligencia, su lucidez, que le conce-<br />
dió el poder casi religioso de adentrarse en la complejidad de lo humano con<br />
una profundidad insuperable.<br />
En ese trayecto, Proust se embarcaría consciente en la trasmutación del<br />
sentimiento y su vigencia temporal, en el flujo y reflujo de la memoria y sus<br />
efectos en el alma y en la condición de los hombres; en la intensidad de las<br />
pasiones que guiaban sin remedio los hechos fundamentales, que<br />
describían y fijaban lo esencial del recorrido, tanto en su proceso<br />
de extinción como en el de reencarnación; en la euforia que el<br />
arte era capaz de alumbrar en torno a lo vivido, sobre lo que se<br />
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Marcel Proust Boulevard Haussmann<br />
extinguía sin remedio en su espíritu al morir un mundo que deseaba rescatar<br />
no con la minuciosidad del retratista sino con la amplitud y la capacidad evo-<br />
cadora del artista; en la demoledora influencia de la Historia sobre la vida in-<br />
dividual y los mecanismos de la inteligencia para esquivar ilusoriamente sus<br />
sentencias: un material cuya complejidad y multiplicidad alargó su luz hacia<br />
todo lo humano, permitiéndonos navegar en las entrañas de una novela in-<br />
mensa e inagotable, inabarcable sino es a través de la totalidad de su universo<br />
de ficción, gobernada en todo momento por la pieza esencial de la ecuación<br />
humana, el Tiempo, aquello que engloba la finitud de cualquier vida y por<br />
tanto su medida, Tiempo que él trató de asir para explicarse a sí mismo su<br />
propia existencia, para alcanzar alguna sabiduría posible que entregar al pre-<br />
sente o legar a la posteridad.<br />
Durante años, me he aproximado al corpus teórico-crítico generado en<br />
torno a la obra de Marcel Proust con cierta desconfianza. Ha sido habitual ma-<br />
linterpretar demasiadas cosas en la enorme extensión de la novela. Es curioso<br />
que un crítico tan cabal y extraordinario como Harold Bloom, que solía des-<br />
preciar con encono y vehemencia cualquier mediación extraliteraria de la crí-<br />
tica y el ensayo literario, considerara En Busca del tiempo perdido como una<br />
obra en torno a los celos, no porque no sea verdad –los celos surgen majes-<br />
tuosos e inmensos en una buena parte del texto, y tiñen de dolor<br />
y reflexión a un buen número de sus personajes, sirviendo de<br />
ejemplo en ese proceso de mutación de las emociones a lo largo<br />
del tiempo- sino porque responde a una mirada sesgada, corta, de<br />
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la magnitud de la obra. Para Henry Miller aquella historia de celos fue escrita<br />
para ser leída por él y comprender la clase de relación que había vivido con su<br />
mujer, June Miller, según dejó escrito en sus cartas a Anais Nïn en 1932.<br />
En numerosos ensayos se buscaron significados difícilmente sostenibles.<br />
Se pretendió considerar la novela como una reflexión sobre las vivencias de<br />
Proust, una especie de autobiografía, algo que el propio autor desmentía di-<br />
rectamente en varios párrafos y en las pocas entrevistas que nos quedan de<br />
él. Es verdad que el propio Harold Bloom consideró a Proust como uno de los<br />
autores más acertada e inteligentemente shakespereanos de la historia de la<br />
literatura, capaz de inventar personajes de ficción de tal envergadura que no<br />
sólo comprendían en su seno una retrato magnífico y preciso de la condición<br />
humana, sino que trascendían su propia existencia y se convertían en para-<br />
digmas del comportamiento humano. Al crítico norteamericano le fascinaba<br />
a su vez el sentido del humor con el que Proust dotó a la mayor parte de sus<br />
protagonistas, algo que la crítica tardó algún tiempo en valorar. Nabokov nos<br />
legó en su curso de literatura europea una lectura brillante y destacada, y<br />
aunque de nuevo me resulte forzada a veces, o demasiado esteticista, hay<br />
que reconocer que comprendió con lucidez los mecanismos del arte prous-<br />
tiano con exactitud.<br />
Se extendió en el transcurso de algunas décadas, la idea de considerar<br />
En busca del tiempo perdido como un intento de retratar un mundo que des-<br />
aparecía; aquella alta sociedad francesa que iba a ser arrastrada tras la pri-<br />
mera guerra mundial por una Europa nueva que giraba alrededor de las<br />
utopías, la democracia parlamentaria y los nacionalismos imperantes en el<br />
siglo, y que condujo al estado de bienestar en los años cincuenta y sesenta<br />
debido al miedo al comunismo y a repetir la experiencia atroz de la Segunda<br />
Guerra Mundial y sus masacres. Es evidente que no se puede extrapolar la<br />
obra de Proust del contexto social e histórico en el que vivió, pero una visión<br />
únicamente historicista, considerar los siete libros como un pequeño retrato<br />
de los usos y costumbres de una clase social, en un entorno de fechas y va-<br />
lores, sería reducir la obra a una visión demasiado miope.<br />
Fue notorio el desprecio de Proust por los excesos del realismo litera-<br />
rio; hay algunas páginas de la novela en las que se menciona con jocosidad<br />
la imposibilidad de esos esforzados y aburridos autores por acercarse a la<br />
vida. En general, el realismo, o la intención inverosímil de imitar<br />
la realidad a través de la literatura, le resultaba un afán ajeno<br />
completamente al sentido del arte. Su proyecto poseía una di-<br />
mensión distinta, que iba mucho más allá de las circunstancias<br />
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de su biografía, aunque fuese su propia existencia, su mundo interior, que<br />
había conformado a lo largo de los años vividos una intensa y formidable<br />
experiencia, lo que le dio las claves de la novela.<br />
Recuerdo haber despachado a Proust a finales de los ochenta –antes de<br />
leerlo- por su condición de autor burgués, por lo escasamente heroica que me<br />
parecía su vida y lo poco que me seducía su actitud, sus rarezas de aristócrata<br />
de medio pelo, las extravagancias de un privilegiado que no tuvo que ganarse<br />
el sustento con el sudor de la frente y mucho menos con las letras. Los pre-<br />
juicios contra Proust son numerosos y están cargados de mediocridad e igno-<br />
rancia, como me sucedió a mí entonces.<br />
De alguna forma, se confundió al narrador de En busca del tiempo per-<br />
dido con el propio autor, lo que conducía a considerar la obra como un texto<br />
memorístico. Incluso se desatendieron los aspectos metaliterarios, abundan-<br />
tes a lo largo de sus páginas. Es curioso como la crítica literaria en ocasiones<br />
sigue guiones inapropiados, y aunque una obra hable por sí misma, los clichés<br />
y cierta aceptación incomprensible la llevan a lugares equivocados. Afortuna-<br />
damente los lectores de Proust entendieron de otra manera la novela y la hi-<br />
cieron llegar hasta nuestros días.<br />
El relativo éxito en vida del autor fue a su vez casi siempre por razones<br />
equivocadas, de la misma forma que sus sonados fracasos y rechazos tuvie-<br />
ron un eje de actuación similar. Odiar y amar a Proust pareció du-<br />
rante décadas un acto en sí erróneo por las razones que esgrimían<br />
unos y otros, de ahí la importancia de la lectura de Derrick León<br />
en los años cuarenta o la del propio Nabokov en los sesenta<br />
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Marcel Proust<br />
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cuando ejercía de profesor, o la larga correspondencia entre Henry Miller y<br />
Anais Nïn, teóricos notables del poder de convicción y el talento del francés,<br />
y los intentos críticos posteriores, que situaron de nuevo en un contexto teó-<br />
rico puramente literario sus análisis una vez pasado el auge de la nueva teo-<br />
ría de la literatura que relacionaba los géneros literarios con otras ciencias y<br />
saberes, tan en boga entre la intelectualidad europea hasta finales de los se-<br />
tenta. Recuerdo de repente los diarios de Virginia Woolf y la admiración y la<br />
parálisis que le produjo la lectura de En busca del tiempo perdido, una de las<br />
primeras lectoras del libro que comprendió la magnitud de su intento artístico,<br />
siendo ella contemporánea de monsieur Proust.<br />
Proust gana con los años, a todos los niveles, como si su afán de ence-<br />
rrar el tiempo humano y hacerlo literatura repercutiera de alguna forma en el<br />
tiempo de sus propios lectores, tan poco acostumbrados a disfrutar de una<br />
ambición semejante. Cuando hablo de ganar con los años, me refiero a que,<br />
conforme el tiempo transcurre, la claridad de la novela es aún mayor, e incluso<br />
tengo la sensación que el hecho de que el lector posea mayor experiencia lec-<br />
tora y vital, hará más extraordinaria la odisea proustiana. Sostengo la intui-<br />
ción de que mi próxima relectura, dentro de unos años, tendrá una mayor<br />
enjundia, al igual que sucederá con los lectores futuros que se sigan aden-<br />
trando en la novela y vayan reencontrándose con toda su enorme capacidad<br />
de servir de prisma, con esos reflejos en los que nos imbuimos convencidos<br />
de estar leyendo el texto de un autor a caballo entre el siglo XIX y el XX que<br />
nos habla, nos susurra y nos cuenta, nuestra propia vida en el siglo XXI.<br />
<strong>La</strong> edad humana, aquella que no avanza linealmente, que tiene periodos<br />
de agudísima inflexión o que se pierde en los recovecos de la nada sin dar un<br />
paso adelante, afecta sin duda a las palabras de Proust, hasta el punto de de-<br />
jarnos ahora con la amarga sensación de que sigue siendo más inteligente y<br />
agudo que nosotros y la mayoría de personas que nos rodean, de haber otor-<br />
gado un aliento al arte literario cuyo influjo parece un faro insuperable en el<br />
presente o en el futuro inmediato.<br />
Creo que podemos considerar a Proust, además de un extraordinario na-<br />
rrador, un maestro en múltiples materias de lo humano. Me parecería una ca-<br />
rencia imperdonable que la psicología no incluyera entre sus asignaturas de<br />
estudio la historia de la novela y sobre todo, que no considerase la profundi-<br />
dad de la mirada proustiana como una parte de su formación, o<br />
que ante la avalancha de novelitas lineales y romas que pueblan el<br />
mercado no se estableciera un canon que diferenciase la gran lite-<br />
ratura y esos pasatiempos anodinos, no para modificar gustos, sino<br />
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para situar en un contexto literario razonable la veracidad y el valor de ciertas<br />
obras frente a otras por encima del gusto masivo y, sin duda, en esa diferen-<br />
ciación, la fortaleza artística de Proust resultaría una evidencia o ejemplo irre-<br />
futable. Cualquier saber, en el fondo, sea científico o humanista, requiere de<br />
la aportación de la experiencia (esa praxis que roza lo ético), o de esa expre-<br />
sión artística que nos ofrece la gran literatura, una metáfora irrepetible y ex-<br />
cepcional de lo humano y sus quehaceres ante las limitaciones temporales y<br />
materiales de la vida. Goytisolo decía que Proust era en sí mismo una patria.<br />
Proust significó muchas cosas a un tiempo, quizá tantas que será nece-<br />
sario en el futuro seguir negando lo que consideramos ahora válido, o conti-<br />
nuar su interminable lectura para atisbar en el futuro otros reflejos a hallar<br />
que despierten su sentido en nuestra propia trayectoria vital o nos aproximen<br />
a las claves del mundo venidero. Pero su esfuerzo fue literario, su afán fue de-<br />
jarnos ese río de frases límpidas y claras, a veces largas e interminables, pero<br />
construidas con una sintaxis de tal precisión y hermosura que no podríamos<br />
encontrar ni una sola línea que carezca de sentido, que no sea funcional para<br />
la belleza y la verdad de lo que se nos cuenta, que no albergue en su seno una<br />
sabiduría profunda, incomunicable tal vez con nuestras palabras corrientes,<br />
pero fascinante sin remedio.<br />
Henry Miller, Virginia Woolf y Juan Goytisolo<br />
<strong>La</strong>s ideas predominantes en la obra de Proust, o al menos esas que<br />
hacen girar en torno a ellas todas las tramas y los sucesos, donde<br />
se desarrolla la verdadera dimensión de sus incesantes reflejos y<br />
yacimientos, son compartidas por la mayor parte de la crítica lú-<br />
cida que se ha acercado a En Busca de tiempo perdido. Entrar en<br />
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detalle exigiría un lugar más amplio, y he preferido acercarme a la novela a<br />
través de El tiempo recobrado, empujado por la revelación que él mismo plan-<br />
teó en el último volumen de su obra, un intento de cerrar un círculo que par-<br />
tía de su flujo incesante de memoria, de su riqueza espiritual, capaz de<br />
comprender el Tiempo, o de aproximarse a ese concepto hasta límites no su-<br />
perados por ningún otro autor.<br />
Nos dejó escrita una novela construida con los mimbres de su fe en el<br />
arte, no sólo los que predominaban en su época y a los que tuvo acceso, sino<br />
guiado por sus intuiciones fabulosas, por su tensa y aguda inteligencia que<br />
llegó a anticipar y a apuntar el arte literario del siglo XX y XXI. De ahí que el<br />
fluir del tiempo tuviera su reflejo más evidente a través de la evolución de<br />
sus personajes –identidades-, o que los distintos sentidos de la memoria que-<br />
darán poco a poco revelados en un sinfín de asociaciones mentales que des-<br />
arrollaban los hechos por medio de los protagonistas y sus diversas peripecias<br />
y a través de su escritura caleidoscópica, mediante escenas e ideas entrela-<br />
zadas con la trama que hacían surgir la armonía y el equilibrio de un mundo<br />
trenzado de ficciones, autónomo y creíble, que parecía estar escrito de ante-<br />
mano en su mente.<br />
Proust introdujo en la novela la riqueza profunda de nuestra inteligencia<br />
emocional, de lo subliminal que guía nuestra existencia en la sombra muy por<br />
encima de lo consciente o de la racionalidad. Su narrativa, lejos de ser clásica,<br />
se erige como un río interminable en el que la memoria y sus distintos estadios<br />
dibujan una realidad mucho más compleja y rica que la realidad racional y sus<br />
exigencias temporales, y se articula en torno a la confluencia en el mismo ins-<br />
tante de la lectura (o escritura) del pasado y el presente, definiendo el futuro<br />
como una confabulación de los otros dos momentos, consecuencia de ellos.<br />
Es evidente que para el lector mediocre las páginas de Proust resbalarán<br />
como el aceite en un cuerpo húmedo de agua, que apenas llegarán a ser mas<br />
que el retrato de un tiempo perdido, o el relato más o menos mundano y lleno<br />
de sentido del humor de la aristocracia y la élite burguesa francesa que per-<br />
día el horizonte y el lugar que había ocupado durante cientos de años. Sin<br />
embargo, la innovación formal de Proust se halla ante todo en la estructura<br />
narrativa propuesta, en la propia construcción de sus frases que le permitie-<br />
ron el constante inciso, la aparición del tiempo pasado en el discurrir del na-<br />
rrador, la capacidad simbólica y poética del recuerdo, o las<br />
asociaciones involuntarias de la inteligencia que escapaban a la<br />
subordinación de la razón mediante su ahondamiento interior y la<br />
capacidad léxica y sintáctica del autor. Proust estableció además<br />
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Marcel Proust Combray<br />
una dimensión de la inteligencia más elaborada y rica que la de sus coetáneos,<br />
adelantándose a los numerosos estudios científicos realizados a finales del<br />
siglo XX en torno a la inteligencia emocional o a la inteligencia creadora o es-<br />
piritual. Proust ya sabía todo eso, y lo mejor es que logró comunicarlo a tra-<br />
vés de sus páginas, no sólo en el desarrollo de sus historias, sino en el propio<br />
estilo, en su manera de transgredir la corrección lingüística en la construcción<br />
de las frases hasta llevarlas a sus limites expresivos máximos, sin posibilidad<br />
de horadar ni un centímetro más en esa profundidad alcanzada por su prosa,<br />
dejando que el resto, lo que se podía conseguir más allá de su sugerencia,<br />
fuera consecuencia y exigencia del lector posible que se adentrara conven-<br />
cido de sus posibilidades en su obra literaria.<br />
Para Proust, la única oportunidad de recrear y comprender el mundo re-<br />
sidía en la expresión artística, entendiendo por arte no sólo el dominio de la<br />
técnica expresiva destinada a alcanzar alguna forma estética hermosa, ele-<br />
vada o noble, sino también la capacidad evocadora y definidora de la memo-<br />
ria involuntaria, y posteriormente el esfuerzo de la inteligencia, de la<br />
sabiduría, participando en ese intento por alcanzar la claridad. Aunque su pre-<br />
tensión fue sobrehumana, y él dudó numerosas veces de sus logros, quizá<br />
por hartazgo, o por imposibilidad de alcanzar en el fondo todo lo que hubiera<br />
deseado al encontrarse de bruces con el límite del lenguaje y sus funciones co-<br />
rrientes, con el peso cultural y social que recaía sobre las palabras. Si no llegó<br />
a conseguir cumplir con la totalidad de su intento, si que rozó en<br />
numerosas ocasiones una impresión reveladora y verdadera, y<br />
sobre todo, una perfección literaria difícilmente igualable, llena de<br />
gozo estético, hasta el punto de que algunos consideren, y no es<br />
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algo baladí, ni siquiera irracional, que leer la prosa soberbia de Proust produce<br />
efectos terapéuticos. Es curioso como el hijo díscolo, el burgués ocioso que<br />
paseó su palmito elegante por fiestas y ceremonias en aquel París ya olvi-<br />
dado, termine por parecerse a su activo padre, Adrien Proust, que escribió a<br />
lo largo de su vida varios volúmenes sobre higiene y salud pública, médico de<br />
profesión, y que se uniera a él en un fin común, procurar placer y felicidad e<br />
ilustrar sobre costumbres y usos saludables, cada cual en su ámbito, algo que<br />
ambos lograron a su manera, el padre a través de sus consejos médicos, el<br />
otro, regalándonos probablemente la obra más extraordinaria, profunda y her-<br />
mosa de la historia de la literatura.<br />
PROUST Y EL TIEMPO RECOBRADO.<br />
Podía haber elegido cualquier de los siete volúmenes de la novela para<br />
alcanzar a describir el sentido del tiempo proustiano y sus relaciones con la<br />
memoria, sus límites y posibilidades, para acercarnos de alguna manera a<br />
su intento. Escoger El tiempo recobrado responde, sin embargo, a una elec-<br />
ción consciente, pues en sus páginas se encuentran explícitamente des-<br />
arrolladas las claves de toda la obra expresadas en boca del narrador. En<br />
realidad, trató de explicar cómo quiso que fuera su novela ideal, su obra de<br />
arte perdurable y auténtica.<br />
Supongo que los lectores que había ido cosechando en vida, y los posi-<br />
bles futuros que convocara la obra, debían tener la posibilidad de recibir al<br />
menos una explicación, dentro de la ficción, para En busca del tiempo perdido,<br />
algún tipo de pista que ofreciera una idea más específica de su intento.<br />
Nada de lo escrito en El tiempo recobrado deja de ser común a lo narrado<br />
en el resto de los títulos pero, a pesar de ello, la estructura narrativa dividida<br />
en dos partes diferenciadas, el contraste entre ambas, sirve como brillante<br />
resumen de sus intenciones literarias y abarcan el sentido global de la novela.<br />
En la primera, los recuerdos del narrador en torno a Gilberta y Swan o a Mon-<br />
seiur De Charlus, su recorrido frustrado por Combray y otros lugares de su pa-<br />
sado que considera esenciales, expresando en ese paseo su insatisfacción por<br />
el fracaso vital en el que se halla, por la imposibilidad de encontrar algún sen-<br />
tido a su vida, y por añadidura, de cerrar la obra maestra literaria soñada a<br />
lo largo de décadas, renunciando a la literatura, permitían esa<br />
apreciación necesaria que describía la memoria voluntaria y sus li-<br />
mitaciones. En la segunda parte, esa visión imprevista, la luz ce-<br />
gadora que sentirá como una fuerza sobrehumana e iluminadora<br />
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Gilberte Swann, Charles Swann y Monseiur de Charlus. Caricaturas: David Richardson<br />
por encima de su propia inteligencia y su capacidad racional al llegar a la fiesta<br />
de la Princesa de Guermantes, tras largo tiempo ausente de Paris por moti-<br />
vos de salud; ese deslumbramiento surgido tras estar a punto de ser atrope-<br />
llado por un coche en las cercanías del hotel donde se celebra la recepción y<br />
pisar en su tropiezo una baldosa desigual que le recuerda Venecia, para aden-<br />
trarse posteriormente en la fantasmagórica reunión en la que será consciente<br />
del paso del tiempo a través de los rostros de los invitados, cuya reminiscen-<br />
cia y evocación verdadera pertenece a otro tiempo de su memoria que se con-<br />
fabula y se mezcla arrolladora e inconsciente en ese presente aglutinador, que<br />
tampoco es el tiempo real del narrador, sino un simulacro para desarrollar su<br />
historia y adentrarse en la órbita temporal de toda su existencia, encerraba el<br />
resumen fundamental de todo el libro, de todos los personajes que desfilaban<br />
por la novela, la esencia misma de En busca del tiempo perdido y su verda-<br />
dero objetivo, desmenuzar la memoria involuntaria o artística, sus efectos en<br />
el punto de vista literario o en la composición de las escenas, la libertad es-<br />
porádica del subconsciente para construir en el fondo una biografía del yo<br />
mucho más rica y precisa que la consciente, capaz de revelar los momentos<br />
esenciales de toda una existencia.<br />
De alguna forma, El tiempo recobrado es su libro mas extraño y fantas-<br />
magórico, lleno a pesar de ello de sentido del humor y acidez, construido con<br />
una fiereza curiosa y amarga, de una fuerza renovada expresada en esa es-<br />
truendosa fête final que alcanza el alma del lector y le ofrece el<br />
rastro necesario para guiarse en el inmenso entramado de situa-<br />
ciones y personajes que componen toda la ficción.<br />
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Proust fue lector de literatura del siglo XIX, no hay que olvidar que nació<br />
en 1871 y la mayor parte de su existencia transcurrió en ese siglo. Es posible que<br />
esa sea la razón de que su prosa posea un aire clásico a pesar de sus innova-<br />
ciones y alardes sintácticos, o de su extraordinario poder rítmico, o de esa ca-<br />
pacidad asombrosa de extender las frases, subordinarlas y exprimirlas hasta sus<br />
límites expresivos para alcanzar la claridad intelectual que requería la hondura<br />
del texto. Sin duda, Marcel tiene el honor de encajar a la perfección en cuantas<br />
teorías literarias rigurosas se han fundado a lo largo del siglo XX para acercarse<br />
al hecho crítico de la literatura. Contenta a todas por su riesgo formal, su des-<br />
lumbrante capacidad estética, por la profundidad de su temática y la moderni-<br />
dad absoluta de sus asuntos, también por la extraordinaria composición<br />
estructural de la novela y por ese respeto aparente al clasicismo literario.<br />
En busca del tiempo perdido está compuesta mediante escenas de gran<br />
extensión que giran en torno a la figura del narrador, a su memoria volunta-<br />
ria y consciente y a las asociaciones involuntarias o subliminales que descri-<br />
ben su universo presente, toda su existencia y a los personajes que frecuentó<br />
o conoció. A su vez, la novela se ofrece como un mundo de ficción irrepro-<br />
chable, una reverberación de la vida que logra despertar una autenticidad<br />
fuera de toda duda, haciendo universal lo particular, ofreciéndonos su fabulosa<br />
riqueza interior y el espacio imaginario que habita dentro del narrador, alcan-<br />
zando una cima artística, y trascendiendo las limitaciones formales y estéti-<br />
cas del realismo imperante para alumbrar una arte novelístico cuyo esplendor<br />
asomaría inmenso en los años posteriores a su muerte, a través de un puñado<br />
de novelistas inmensos que aprovecharon sus enseñanzas y provocarían la<br />
última revolución del género.<br />
Pero quizás, su verdadera grandeza resida en la transcripción del tiempo<br />
humano al discurso narrativo, ese milagro casi perfecto por el cual su prosa<br />
se acerca sin remedio a la máxima veracidad jamás alcanzada por obra de<br />
arte alguna en el retrato inexorable y magnífico de la edad humana, de su<br />
verdadero significado y su expresión común. El tiempo recobrado da buena<br />
cuenta del libro que Proust pretendió escribir, de sus propias teorías de la vida<br />
y el arte que quiso expresar, hecho fundamental, a través de la ficción litera-<br />
ria. Es necesario de todas formas reflexionar sobre el tiempo humano, sobre<br />
nuestra propia concepción del tiempo, para aproximarnos con garantías a una<br />
comprensión del texto digna.<br />
Él reconocía que cualquier ser humano, por simple o inculto<br />
que fuera, por áspero y corto en sus pensamientos, o irreflexivo y<br />
vacío en su actos, percibía el sentido del tiempo. Quizá esa pala-<br />
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Gustave Flauber y Marcel Proust<br />
bra definía como ninguna otra la verdadera esencia de la<br />
vida humana, conteniendo en su significado complejo<br />
todo lo demás. <strong>La</strong> finitud o los efectos del paso del<br />
tiempo cambiaban todo, transformaban al ser humano<br />
en una retahíla de yoes acumulados, de memoria y vidas<br />
distintas y, sin duda, el reflejo de ese tiempo, podía ser<br />
percibido a nivel superficial, observando simplemente el<br />
deterioro del cuerpo o la llegada inevitable de los acha-<br />
ques físicos o la misma enfermedad y decrepitud. Ese<br />
tiempo se mide por días, por meses y por años, y con-<br />
cluye con la muerte del individuo, hecho común, com-<br />
prensible hasta para el menos lúcido de los hombres. A<br />
lo largo de En busca del tiempo perdido, Proust se refe-<br />
rirá numerosas veces a esa mirada, a ese lugar franco<br />
de todos, pero su ambición artística le obligó a rastrear<br />
con mayor profundidad en un hecho que consideraba<br />
fundamental para acercarse a su propia vida.<br />
El amor y la sensibilidad por el arte que Marcel po-<br />
seía, le obligó a resistir al hechizo de esos voceros de la<br />
literatura, de ese poder creciente que exigía una litera-<br />
tura -y por añadidura un arte- útil, considerando esa<br />
palabra en su acepción más estricta. Lo maravilloso de<br />
esa rebeldía, es que casi cuarenta años después, dis-<br />
tintos grupos teóricos y muchos escritores edificarán<br />
sus ideas literarias en torno a sus premisas, y un buen<br />
número de autores continuará considerando la litera-<br />
tura ante todo como un placer estético, que se erige<br />
como espejo del mundo, como prisma a través del que<br />
puede mirarse la complejidad, y que alberga en su seno<br />
no un saber práctico o revolucionario, o sometido a la<br />
historia y a sus vaivenes e intereses, sino un refugio de<br />
todo lo humano, un lugar donde el gozo estético guarda<br />
una posible sabiduría, la luz de la ficción y sus podero-<br />
sísimos entramados inspiradores. Sin duda leyó la ilus-<br />
tradora correspondencia de Flaubert, tal vez el único<br />
autor al que temió de verdad.<br />
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En Busca del tiempo perdido establecía<br />
en su recorrido los intentos a menudo in-<br />
fructuosos del narrador por convertir su ex-<br />
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periencia vivida en obra literaria, el rastreo incesante entre las filosofías que<br />
surgían como hongos a su alrededor y esa predisposición de la razón a pre-<br />
tender apoderarse de la totalidad de la existencia. Es curioso como alguien tan<br />
inteligente como Proust estuviera a punto de abandonar su camino en un punto<br />
muerto, de haberse perdido sin dejarnos una sola página memorable, debido<br />
a ese coqueteo incesante que tuvo con la frivolidad y las relaciones superfi-<br />
ciales, con las amistades o el ocio improductivo, confuso en un lugar vacuo<br />
donde la falsedad y las circunstancias lo empujaron a menudo hacia los afec-<br />
tos fingidos y artificiales, directo a una anodina desidia. Desconozco, y no he<br />
podido encontrar referencias fiables al respecto en la bibliografía escrita sobre<br />
Proust, si la visión que el narrador experimentó a la entrada del Hotel de los<br />
Guermantes a mitad de El tiempo recobrado fue en el fondo la misma que él<br />
tuvo y que inspiró y le animó a escribir las más de cuatro mil páginas de su<br />
obra. En el fondo no es importante, porque sin duda, aunque no fuera a tra-<br />
vés de la baldosa que le transportó al instante a sus viajes venecianos, o del<br />
sonido de la cucharilla al contactar con una taza o por medio del plato de noble<br />
porcelana, o al sentir el tacto áspero de la servilleta en sus labios, que hizo<br />
aparecer Balbec y la toalla rígida con la que se secaba después del baño, el<br />
autor sintió la misma pulsión, la misma posesión espiritual que el narrador.<br />
Proust fue consciente de que el arte no era una elección racional, sino<br />
justo lo contrario, un lugar dictado, en realidad ya escrito de antemano, que<br />
probablemente era virtud de muchos pero sólo tarea de unos pocos, de aque-<br />
llos que lograban superar la pereza de la razón y conseguían universalizar con<br />
toda la fuerza de la impresión -y la expresión como conjunto de técnicas y sa-<br />
beres que permitían la elaboración de la obra de arte- sensaciones o intui-<br />
ciones comunes a todos los mortales. Marcel Proust estaba convencido de que<br />
el arte surgía espontáneamente y la voluntad no era más que el vehículo<br />
transcriptor necesario para expresar aquello que era capaz de revelar alguna<br />
verdad profunda de nosotros mismos.<br />
Pero volviendo al tiempo, Proust reconocía, a parte de esa percepción ge-<br />
neral, su acepción obvia, y sus consideraciones más evidentes y observables,<br />
que la inteligencia era capaz de deconstruir el tiempo vivido en escenas, en he-<br />
chos puntuales, en momentos, los cuales acumulados, podían constituir la bio-<br />
grafía de un individuo. No en vano, la literatura, en cierto modo, había<br />
ejemplificado en sus historias ese modo curioso de recordar, no quizá en su gé-<br />
nesis -cualquier literatura que se precie está por encima del esfuerzo<br />
de la memoria consciente por recordar y establecer la temporalidad<br />
de los hechos- pero sí en su desarrollo narrativo, en su forma de<br />
afrontarlo. Proust no descubrió nada que no supieran Cervantes o<br />
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Cervantes, Balzac y Shakespeare<br />
Balzac. Ante la elección de cualquier autor al enfrentarse a la elección de las es-<br />
cenas de una novela surgen elementos inconscientes, también oficio, pero sobre<br />
todo intuición. Rabelais eligió unas escenas concretas para escribir su Gargan-<br />
tua y Pantagruel, acordes con un tiempo narrativo y la coherencia de la histo-<br />
ria, mediante las cuales pudo acercarse a su idea del mundo. Toda obra de arte<br />
literaria parte de esa limitación temporal, de la imposibilidad de abarcarlo todo,<br />
y de pretender en verdad hacer surgir de lo particular o íntimo, de lo limitado<br />
escogido, la mayor universalidad posible. Lo mismo le sucedía a Shakespeare;<br />
su teatro estaba sujeto a unas reglas, a unos usos culturales propios de su<br />
tiempo y a la resistencia de la atención del espectador para comprender su vi-<br />
sión de la realidad. Lo verdaderamente extraordinario de Shakespeare es como<br />
en las dos o tres horas aproximadas que podían durar sus piezas más reconoci-<br />
das, era capaz de aglutinar tantos y tan verdaderos sentidos acerca de la vida<br />
y los hombres, teniendo en cuenta las limitaciones comentadas, hasta el punto<br />
de que, transcurridos tantos siglos, su fuerza imitadora y creadora, su origina-<br />
lidad imaginativa, no sólo sigue explicando el mundo, sino que, incluso, da la<br />
sensación de que fue capaz de inventar lo humano.<br />
El verdadero descubrimiento de Proust fue su enorme espiritualidad se-<br />
cular y, sin duda, ese logro de traspasar el sentido del tiempo a la prosa, es<br />
decir, hacer que el estilo, en asociación perfecta con la historia que el narra-<br />
dor alter ego desarrolla a lo largo de las páginas de En busca del tiempo per-<br />
dido, trascribiera y comunicara con la mayor exactitud posible el<br />
tiempo humano, algo que otros autores se vieron obligados a fal-<br />
sificar para hacer inteligibles y coherentes sus obras a los lectores,<br />
o a renunciar a su descripción o a su presencia para conseguir que<br />
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sus historias funcionasen o fueran comprendidas en su época. Esa es la gran<br />
aportación de Proust a la literatura de todos los tiempos, insuperable hasta la<br />
fecha y surgiendo por encima de otras muchas que nos legó. El tiempo no<br />
sólo era un elemento necesario para situar la obra y a sus personajes, para<br />
dotar de realidad con sus referencia históricas o sociales a una trama y a unas<br />
vidas, sino que se erigía como un personaje más, o en el fondo, como el gran<br />
personaje de la novela, y todo por obra y arte de la escritura.<br />
Proust creyó que el tiempo que racionalmente nos imponemos tenía tan-<br />
tas limitaciones como la visión superficial y evidente de la edad y la vejez. Era<br />
un conjunto de datos entresacados de lo consciente, de la razón, pero tenían<br />
la intuición de que no revelaban bajo ningún concepto la verdadera dimensión<br />
de lo que él había sentido y comprendido. Toda la primera parte de El tiempo<br />
recobrado es un concienzudo recorrido por esa imposibilidad del narrador para<br />
alcanzar la literatura, para entresacar de su experiencia vital aquello que era<br />
esencial o fundamental. <strong>La</strong> historia del germanófilo Charlus, de sus devaneos<br />
homosexuales y sus perversiones eróticas de las que es testigo en varios mo-<br />
mentos; el caso Dreyfus planeando sobre la Francia de la época y el sinfín de<br />
artículos, ideas y enfrentamientos que produjo; la virulencia salvaje de la pri-<br />
mera guerra mundial, cuyos efectos desoladores marcarían a toda una gene-<br />
ración con el olor de la muerte, con la falsedad de los ideales patrióticos y lo<br />
heroico, eran lugares necesarios para que Proust pudiera seguir haciendo cre-<br />
íble y auténtico a su narrador en esa búsqueda incesante, en su viaje aluci-<br />
nante al sentido del tiempo, pero era evidente que en esa enumeración, en ese<br />
recorrido consciente por los lugares de la infancia y de la juventud, tratando in-<br />
fructuosamente de acercarse a los momentos en los que fue feliz, o creyó serlo,<br />
en compañía de Albertine, de Swan y Saint-Loup, de Charlus y otros persona-<br />
jes, encontraba, transcurridos los años, que esos rostros y espacios lo dejaban<br />
indiferente, callado, mudo y muy lejos de esa sensación que anhelaba, en un<br />
estado contenido, enmudecido y sin palabras, que lo frustraba.<br />
Si examinamos con atención el sentido del tiempo, y nos detenemos en<br />
eso que los escritores realistas a veces envidiaban de los pintores, la inme-<br />
diatez del boceto y el apunte que se hace obra presente mediante la luz y el<br />
color, y que durante mucho tiempo algunos autores creyeron necesario cum-<br />
plir, el ritual de la anotación inmediata para revivir el pasado, para acercarse<br />
a lo vivido a través de un dibujo o un breve comentario, o algunos párrafos<br />
precisos sobre algún lugar o persona conocidos, descubriremos<br />
con facilidad que Proust estaba en lo cierto. Nos es relativamente<br />
fácil aglutinar en torno al presente los datos de nuestra biografía,<br />
e incluso dar detalles concretos si nos esforzamos un poco sobre<br />
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Stendhal y Marcel Proust<br />
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lugares y gentes, establecer incluso una diferenciación<br />
cronología de los momentos, hacer surgir artificialmente<br />
una emoción con sólo transformarla en un discurso ra-<br />
cional expresado ante nosotros mismo o ante otros. De<br />
alguna forma, cuando visitamos a unos amigos después<br />
de realizar un viaje a un país exótico, o cuando alguien<br />
nos comenta las tareas que desempeñaba en tal o cual<br />
lugar, nos encontramos de bruces ante el aburrimiento<br />
de lo anecdótico y común, la descripción simple de un<br />
color, un olor, un nombre y un dato, el empeño de otros<br />
por hacernos revivir con el mayor realismo posible la vi-<br />
vencia con la que su razón trata de trasladar al presente<br />
lo acontecido. Lo normal es que provoquemos en el in-<br />
terlocutor, o nos provoque, caso de ser nosotros los<br />
oyentes, una modorra notoria, o incluso cierto hastío y<br />
desgana ante una percepción vanidosa o de lugar<br />
común que pretende, sin embargo, ser tenida por<br />
asunto fundamental, por visión original o incluso ex-<br />
presar con convencimiento que el relato o la descrip-<br />
ción podrá hacer revivir al oyente esa experiencia.<br />
Proust consideraba que la mayor parte de la mala lite-<br />
ratura partía de esa necesidad, de esa convención.<br />
<strong>La</strong> diferencia entre el relato humano corriente y el<br />
arte narrativo, estribaba en que el escritor, en su elec-<br />
ción de los hechos ya había traspasado ese barrera<br />
consciente y alcanzaba en su desarrollo la originalidad<br />
y el sentido requerido para elaborar el discurso o la his-<br />
toria de ficción, a fin de captar la atención y ofrecer el<br />
placer, o la utilidad, o el interés intelectual o humano,<br />
en el posible lector. Sin embargo, en la superficie de<br />
esas novelas, nada se revelaba de la verdadera ecua-<br />
ción del tiempo humano, casi inconscientemente, se fra-<br />
guaba en la mente del autor y le permitía ejercer ese<br />
dominio sobre lo que se contaba sin incluir referencia<br />
explícita alguna al horizonte temporal, considerándolo<br />
una convención de la ficción. Un lector agudo como<br />
Proust, pudo captar en las novelas de Balzac<br />
o de Stendhal, dos de sus autores favoritos,<br />
ese trasunto escondido que flotaba sin re-<br />
medio en la composición de sus obras. Dis-<br />
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CARPETA EL LENGUAJE DE LA MEMORIA<br />
tinguió a la perfección la maestría compositiva de Flaubert, de Tolstoi o de<br />
Cervantes respecto a las obritas à la mode que pugnaban por ganarse al pú-<br />
blico cultivado de la Francia de su época. <strong>La</strong> diferencia que él estableció entre<br />
unas y otras estriba en varias condiciones que el consideraba ineludibles a la<br />
hora de aproximarse a una obra de arte literaria, pero sobre todo en la cohe-<br />
rencia de la prosa respecto a la narración que se desarrollaba, una escritura<br />
original capaz de plantear metáforas de suficiente enjundia como para soste-<br />
ner el mundo ficticio, logrando con ello un reflejo necesario para explicar u<br />
ofrecer elementos necesarios para interpretar el mundo y al ser humano, una<br />
vez elegida la disposición de las escenas adecuadas que, irremediablemente,<br />
llevaban escondidas en su seno la elección del tiempo como si guardaran en<br />
sus entrañas un certero diapasón vital.<br />
Tanto en El camino de Swan como en <strong>La</strong> prisionera o <strong>La</strong> fugitiva, Proust<br />
insistió en situar los amores que alimentaban a los personajes retratados o los<br />
del narrador mismo en un horizonte temporal. <strong>La</strong> propuesta era en aparien-<br />
cia sencilla y en cierto modo evidente. ¿Cuántas veces hemos leído un texto<br />
o hemos visto una película en la que su estúpido desarrollo y desenlace nos<br />
deja con la sensación de que no resistirá al tiempo posterior, no sólo en lo<br />
que respecta a su vigencia artística, que también sucede, sino en lo referente<br />
a la poca consistencia de los personajes y las situaciones que allí acontecen?<br />
Si el cuento infantil posee elementos clave para que el niño se sitúe en el<br />
mundo y comprenda los límites básicos que éste establece, permitiéndole la<br />
seguridad de unos códigos morales donde desarrollar sus aptitudes, su curio-<br />
sidad o sus intereses, también es cierto que su propia estructura no resiste el<br />
análisis adulto una vez hemos formado nuestra sensibilidad, nuestra inteli-<br />
gencia y nuestra experiencia. Me refiero con esto al hecho fundamental que<br />
diferencia en general la mala novela de la buena, o al cine mediocre del ver-<br />
dadero arte cinematográfico, por esa forma narrativa tan diferenciada y tan<br />
común en el fondo en su necesidad de verosimilitud. <strong>La</strong> elección del tiempo<br />
de la ficción, obligado por la resistencia del lector y por los códigos normales<br />
que tiene cualquier arte para desarrollar su cometido y su fuerza expresiva y<br />
estética, exige un corte, un paréntesis que se debe abrir y se debe cerrar. Es<br />
posible que la obra de arte más perfecta fuera aquella que resultara eterna,<br />
pero esa eternidad quedaría cuanto menos truncada por la muerte del autor,<br />
por lo que jamás se llegaría a la totalidad deseada, o sería insoportable de se-<br />
guir por el lector o el espectador y perdería su sentido, su particular espejo,<br />
ese prisma simbólico o metafórico. Sin embargo, parte de la cali-<br />
dad de una obra parece depender de un modo directo -o al menos<br />
es lo que Proust pensaba- del tiempo escogido y el desarrollo de<br />
la acción que se sucede en ese intervalo seleccionado.<br />
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Leon Tolstoi y Marcel Proust<br />
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En la fugitiva, el narrador se enfrenta al fin de su<br />
relación con Albertine. Resulta enriquecedor seguir el<br />
camino que surge tras la marcha de su amante y la pos-<br />
terior trasmutación del sentido del amor. El narrador fa-<br />
tigado de tener día tras día a su antojo la presencia de<br />
Albertine, siente inicialmente un ligero alivio ante su<br />
marcha, que se ve truncado en malestar posterior-<br />
mente, al echar de menos su presencia, o al pensar que<br />
en realidad Albertine ha decidido dejar de amarle o<br />
amar a otro, tomando ella la decisión de la ruptura. <strong>La</strong><br />
descripción del proceso resulta fascinante por precisa y<br />
coherente, por extraordinaria y profunda. Decide es-<br />
piarla, y envía a uno de sus amigos (Saint Loup) para<br />
que le informe acerca de la vida que lleva Albertine ale-<br />
jada de su lado. Su hastío se convierte en un deseo im-<br />
perioso de que vuelva. Los celos surgen majestuosos,<br />
retratados con mayor tino incluso que en el caso del<br />
Othelo de Shakespeare. El narrador esta a punto de hu-<br />
millarse tras la espera, y escribe una carta en la que le<br />
pide explícitamente que regrese, aunque luego la mo-<br />
difica y la endulza para evitar exponerse por completo,<br />
abandonando su sentido inicial, sufriente, dolorido, an-<br />
helando con todas sus fuerza su amor y su existencia.<br />
Todo queda truncado con la noticia de su muerte. Al-<br />
bertine fallece al caer de un caballo.<br />
<strong>La</strong> segunda parte de <strong>La</strong> fugitiva se inicia con ese<br />
hecho infausto, con esa muerte que termina de mitificar<br />
a Albertine y al amor que él le profesa, que se apodera<br />
sin remedio de toda su alma, de su vida, de su tiempo<br />
y su pensamiento, que le hace no sólo no cejar en su in-<br />
tento de recuperarla, sino de retener su imagen, su me-<br />
moria, los hechos que le procuraron felicidad. El proceso<br />
continúa, pero lo importante de esa transformación del<br />
narrador responde, a parte de los hallazgos estéticos y<br />
literarios de Proust, a algo más que percibimos apenas<br />
por encima, que a lo largo de las páginas del libro apa-<br />
rece sin que apreciemos su magnitud.<br />
<strong>La</strong> novelística de Tolstoi poseía ya esa<br />
conciencia clara de la evolución de los per-<br />
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CARPETA EL LENGUAJE DE LA MEMORIA<br />
sonajes, lo mismo que la de Cervantes yendo más atrás en el tiempo. Sancho<br />
y Don Quijote evolucionan al compás del tiempo novelesco y por la interac-<br />
ción entre ellos y otros personajes. El príncipe Andrei hace lo mismo en Gue-<br />
rra y paz. Sin embargo, la diferencia en la obra de Proust estriba en que él se<br />
atreve a detallar de forma directa la evolución de esa pasión amorosa. Nos<br />
permite atisbar en su relato, con una veracidad inmensa, que las pasiones<br />
humanas no son más que invenciones interiores, y que, por tanto, dependen<br />
de nuestros estados de ánimo o de nuestras circunstancias, de nuestra mirada<br />
particular, o incluso de nuestra formación cultural, del carácter de cada cual<br />
o de la predisposición emocional que tengamos.<br />
Proust terminaba de revelar una verdad humana que la filosofía había al-<br />
canzado a dirimir, pero la convertía, gracias al talento de su prosa, en un hecho<br />
literario, la integraba en el discurso de la ficción, la hacía inteligible a través del<br />
mito construido de palabras. En el fondo, esa inclusión del tiempo afinando sus<br />
efectos, modificando la percepción del narrador, nos va ofreciendo una verdad<br />
irrefutable: ese hombre no amaba a Albertine, sino al reflejo que ella provocaba<br />
en él, o incluso algo de él mismo vislumbrado en ella, y para ello, realizaba un<br />
agudo recorrido por la memoria de ese amor, y en la selección de las escenas<br />
y los sentimientos que conformaban ese camino se hallaban las claves del<br />
tiempo. Albertine vivía en la casa del protagonista primero, se marchaba pos-<br />
teriormente, moría después, y tras su muerte seguía estando viva, aparecida a<br />
lo largo del relato con distintos grados de cercanía, y durante algún tiempo o<br />
quizá eternamente, unida a la identidad del narrador, más por el efecto aban-<br />
donado en su alma, por la memoria esencial acumulada, que por ella misma.<br />
A la mera enumeración de los hechos, se le añadía la escogida emocio-<br />
nalidad que seleccionaba lo fundamental de lo vivido, y a simple vista, podía<br />
parecer una elección literaria, pero terminaba por reproducir con precisión en<br />
realidad una elección humana, una aproximación única y extraordinaria al<br />
tiempo humano y a su memoria esencial o simbólica o fundacional, tan dis-<br />
tinta de la memoria voluntaria.<br />
En una entrevista de enero de 1985 que Goytisolo concedió en Marra-<br />
kesch, a raíz de la publicación de su novela Coto vedado, el escritor mencio-<br />
naba que la diferencia entre Coto vedado y sus novelas anteriores, residía en<br />
que mientras las antiguas trataban de un exploración real de lo posible, en<br />
ésta se propuso limitar esta exploración al ámbito de lo real pa-<br />
sado, de lo que fue, y aseguraba que las reglas no cambiaban<br />
mucho pero el resultado era distinto. Avanzando en la entrevista,<br />
Goytisolo mencionaba que cuando la vida entraba en la literatura,<br />
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se convertía ella misma en literatura. Aunque uno se propusiera ser de un<br />
rigor y una sinceridad absolutas, los materiales que manejaba se integraban<br />
dentro de un contexto artístico que estaba sometido a las leyes de la narra-<br />
ción. Continuaba su discurso sobre el libro, mencionando una idea de Walter<br />
Benjamin, quien establecía la distinción entre lo que él llamaba la memoria in-<br />
voluntaria y el recuerdo, y venía a definir ambos conceptos, refiriéndose a<br />
que, cuando recordamos nuestro pasado de una manera deliberada, propo-<br />
niéndonos rescatarlo del olvido, en realidad estamos cometiendo un acto van-<br />
dálico y estamos arruinando lo que subsiste, que es, en verdad, la memoria<br />
involuntaria, aquello que dejó las huellas. Es curioso como Goytisolo, que<br />
estoy seguro que había leído En busca del tiempo perdido con enorme prove-<br />
cho no mencionara al autor que escribió por vez primera, que narró origina-<br />
riamente y estableció esa diferenciación entre la memoria voluntaria o el<br />
recuerdo forzado –el de la enumeración, las fechas, las postales, el de los he-<br />
chos cuantificables o descriptibles- y la memoria involuntaria, y se refiriera a<br />
Walter Benjamin como el origen de la idea que fraguó Coto Vedado. Quizá<br />
fuera un gesto de coquetería, o tal vez un olvido inconsciente.<br />
Releer aquella entrevista me ha servido y mucho para establecer la di-<br />
ferenciación que Proust tomó como marco de referencia, para acercarme con<br />
mayor claridad al hecho del Tiempo concebido por el autor.<br />
Toda la narración que compone En busca del tiempo perdido, no fue<br />
más que el hallazgo literario utilizado para revivir el tiempo, pero<br />
no en un afán memorístico consciente, nada más lejos de la re-<br />
alidad. Proust era un escritor de ficciones, y por tanto inclinado<br />
a la mentira de la ficción.<br />
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Walter Benjamin<br />
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Uno de los problemas de nuestro mundo es sin duda el desprecio gene-<br />
ral de las masas por la mentira artística y el encumbramiento excesivo y ma-<br />
nipulador de la realidad como respuesta práctica y supuestamente tangible de<br />
los hechos acontecidos. Durante años, diversos mecanismos humanos, em-<br />
pujados por una fuerza a menudo inconsciente, mas siempre protegidos por<br />
intereses económicos muchas veces ciegos, sin plan establecido –no deseo<br />
caer en la teoría de la conspiración, nada más lejos de mi intención- se afa-<br />
nan por delimitar las barreras de la realidad, por propugnar un ocio absoluta-<br />
mente inocuo para sus incumbencias, por vaticinar un mundo cuya virtualidad<br />
no se halla en la inteligencia o en la imaginación, tampoco en la reflexión,<br />
sino en la expresión unilateral de una visión de la vida monótona, insistente<br />
y despojada de discurso crítico, aferrándose a estúpidos mecanismos para re-<br />
sistir tal acto contra la humanidad o lo humano. Semejante premisa, que a mi<br />
juicio ha calado muy hondo en el presente de las masas, logra sin demasiado<br />
esfuerzo borrar incluso los ecos del pasado. <strong>La</strong> verdadera intención incons-<br />
ciente e irresponsable, responde en el fondo a una pretensión de despojar a<br />
la humanidad de su memoria ancestral, de su memoria involuntaria, aquella<br />
que forman los símbolos, las metáforas originales de la vida, no sólo en el<br />
ámbito individual, sino en el contexto de las naciones o los territorios, falsifi-<br />
cando irremediablemente la historia. De ahí la extinción de la poesía como<br />
arte, pues en verdad, la única poesía posible y fructífera –idea que robo de mi<br />
querida Maria Zambrano- es aquella que rescata la palabra primigenia, que se<br />
rebela contra la racionalidad manipulable del lenguaje y establece metáforas<br />
y espejos coherentes con nuestro yo primitivo y la esencia de las cosas.<br />
Proust era ajeno por supuesto a este proceso social, pero de alguna<br />
forma le obsesionaba la manera en la que el tiempo borraba los rastros, como<br />
modificaba el aspecto interno y externo de los seres humanos, incluso como<br />
cambiaba la percepción psicológica de las pasiones más individuales, o la evo-<br />
cación intelectual, sentimental y humana de cualquier individuo.<br />
En la segunda parte de El tiempo recobrado, tres elementos seguramente<br />
transformados en resorte narrativo, guiaban su teoría de un modo natural y<br />
preciso. Estamos dentro del reino de la ficción, por tanto es evidente que su<br />
intención era metafórica, y en medio de esa mentira de la novela, sus preten-<br />
siones eran acercarnos a la verdad más universal posible. El narrador vivía la<br />
impresión de la baldosa que ya he mencionado, o el tintineo de la cuchara en<br />
la taza de café o la rigidez de la servilleta al rozar la comisura de<br />
sus labios, y hallaba el verdadero sentido de la memoria, inspira-<br />
dora –y guía- de En busca del tiempo perdido, los resortes de esa<br />
memoria involuntaria que conformó el proyecto de la obra, que fue<br />
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rigiéndolo, atravesando de tiempo su escritura, llenando de impresiones esen-<br />
ciales su vida, sin necesidad del apunte o de rescatar artificialmente nada,<br />
como si todo el sentido de sus pasos –y el de todos- estuviera agazapada en<br />
esa constancia de los hechos fundamentales, ajenos por supuesto a la biogra-<br />
fía racional o incluso a la enumeración de los logros curriculares, completa-<br />
mente cierta en su limpieza, en su capacidad para acercarse al presente y<br />
confundirse con él sin que medie la inteligencia consciente o la razón.<br />
Proust diferenciaba esa capacidad íntima de mirar hacia dentro, de re-<br />
cibir desde dentro como un don esa luz, entre los distintos seres humanos. Los<br />
artistas son aquellos que rescatan la universalidad de esa esencia y la hacen<br />
inteligible a los demás y, por supuesto, son aquellos capaces de ahondar con<br />
mayor profundidad en el alma humana a través de las percepciones de la pro-<br />
pia. <strong>La</strong> inteligencia o la capacidad visionaria, lo que hace del artista un hom-<br />
bre dotado para ser trasmisor de esa luz, es un mecanismo de trabajo<br />
posterior, y una trabajo enorme –no en vano él pasó los diez últimos años de<br />
su vida rehaciendo y corrigiendo su novela-. Para Proust, la barrera entre la<br />
sabiduría personal e intransferible y el arte, resultaba finalmente<br />
una cuestión de azar y a un tiempo de actitud, aun reconociendo<br />
que muy pocos hombres llegaban a conocer a fondo la sustancia<br />
de sus vidas. Concebía que la obra de arte era dada al artista, de<br />
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la misma forma que una existencia estaba compuesta de un material que no<br />
necesitamos buscar sino que se halla en nosotros, se acumula sin saber cómo,<br />
se nos revela en algún momento y nos define y nos explica.<br />
“<strong>La</strong> verdadera vida, la vida al fin descubierta y dilucidada, la única vida,<br />
por lo tanto, realmente vivida, es la literatura; esa vida que, en cierto sentido,<br />
habita a cada instante en todos los hombres tanto como en el artista. Pero no<br />
la ven, porque no intentan esclarecerla. Y por eso su pasado está lleno de in-<br />
numerables clichés que permanecen inútiles porque la inteligencia no los ha<br />
desarrollado. Nuestra vida es también la vida de los demás; pues, para el es-<br />
critor, el estilo es como el color para el pintor, una cuestión de técnica, sino<br />
de visión. Es la revelación, que seria imposible por medios directos y cons-<br />
cientes, de la diferencia cualitativa que hay en la manera como se nos pre-<br />
senta el mundo, diferencia que, sino existiera el arte, sería el secreto eterno<br />
de cada uno. Sólo mediante el arte podemos salir de nosotros mismos, saber<br />
qué ve otro de ese universo que no es el mismo que el nuestro, y cuyos pai-<br />
sajes nos serían tan desconocidos como los que pueda haber en la luna. Gra-<br />
cias al arte, en vez de ver un solo mundo, el nuestro, lo vemos multiplicarse,<br />
y tenemos a nuestra disposición tantos mundos como artistas originales hay,<br />
unos mundos más diferentes unos de otros que los que giran en el infinito, y,<br />
muchos siglos después de haberse apagado la lumbre de que procedía, lla-<br />
márase Rembrandt o Veer Meer, nos envía aún su rayo esencial”.<br />
Para Proust, la existencia estaba unida inexorablemente al tiempo, y por<br />
supuesto no era libre como en el esfuerzo individual que cada cual realiza para<br />
alcanzar la recuperación, como en la elección consciente. Quizá fuera un pre-<br />
cursor sin saberlo, o mejor un contemporáneo afín, de las ideas freudianas.<br />
Toda su imposibilidad de años se basaba en el empecinamiento por elegir in-<br />
telectualmente el motivo de su obra, por enfrentarse día tras día al hecho ra-<br />
cional de rescatar sin tener en cuenta la esencia de la impresión o la verdad<br />
enigmática de la memoria subjetiva, subliminal, la involuntaria. El hallazgo<br />
de su novela, o al menos es lo que él nos indica en varios párrafos a lo largo<br />
de El tiempo recobrado, es un hecho fortuito, inevitable, en el que la sensa-<br />
ción había acudido sin llamarla, sujeta al tiempo presente, y casi devorán-<br />
dolo, a través de la reminiscencia poética, por medio de una compleja cadena<br />
de asociaciones casi rituales o mágicas, como si cada párrafo hubiera sido ya<br />
elegido por el escritor inconsciente –y preciso- que llevamos dentro. Su afán,<br />
y a la vez su juicio teórico sobre el arte literario sublime, partía de<br />
la ficción, de la capacidad humana para crear mundos de la nada,<br />
para entresacar de las sombras de la caverna, de la realidad apa-<br />
rente, los elementos poéticos y metafóricos que subyacen en ella.<br />
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El arte verdadero consistía en el fondo a su juicio en recobrar, comprender de<br />
nuevo y plasmar el resultado de ese aprendizaje, la esencia de cuanto vivi-<br />
mos, inmersos y cegados por su fulgor incierto, su intensidad o por lo con-<br />
trario, por su miseria, su finitud y sus carencias. <strong>La</strong> luz se hallaba en aquello<br />
que procedía del inconsciente, aun cuando la misión del escritor (del artista)<br />
era hacerlo inteligible.<br />
Resumiendo, la búsqueda de Proust fue infatigable, página tras página,<br />
personaje tras personaje, construyendo un universo paralelo e imaginario que<br />
le iba a servir para explicarse a sí mismo y a su mundo interior, y para abrir<br />
los ojos a esos hipotéticos lectores que él creía, iba a tener en el futuro, so-<br />
metidos a la magia de la literatura, a su poder de fascinación tan verdadero<br />
capaz de albergar la sabiduría y la emoción de lo humano. Su novela sobre el<br />
tiempo abarcó toda su existencia, de ahí, o al menos eso creo, que tratara de<br />
introducir en torno a ese asunto central la mayor cantidad de vivencias, ex-<br />
periencias y saberes que adquirió a lo largo de esos años. El trabajo de co-<br />
rrección inmenso partía de una idea básica de la memoria como elemento<br />
fundamental de la creación. Distinguió el simple recuerdo, ese acto delibe-<br />
rado en el que nos proponemos rescatar algo vivido o experimentado, ese es-<br />
pacio de lugares comunes, tan similar a todos los hombres, que incluía hasta<br />
la visión superficial de la memoria, la que salta a la vista a través del enveje-<br />
cimiento, la evolución visible o el deterioro evidente. Encontró el mecanismo<br />
literario y vital intermedio, aquel que suponía un acto asociativo, esos ins-<br />
tantes en que determinado hecho nos trae a la memoria con toda<br />
su poesía y su valor otro quizá sin relación, pero que irremedia-<br />
blemente acude sin ser elegido, trasformado en presente por el<br />
poder de una varita mágica inconsciente que nos despierta la<br />
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Balbec<br />
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esencia con una vivacidad muy diferente al mero recuerdo, a la revisión de<br />
postales o a la enumeración colectiva de sucesos o datos temporales. En esta<br />
memoria se mezclaba no sólo las experiencias conscientes, sino incluso aque-<br />
llas que pasaron desapercibidas y marcaron profundamente la vida de cada<br />
cual, así como las procedentes de otros libros o artes, la memoria acumulada<br />
de otros relatos vitales, aquello que perdura sin necesidad de las anotaciones,<br />
lo que se aglutina de manera indiscreta y misteriosa en nuestro recuerdo; una<br />
evocación, finalmente, absolutamente literaria. El tercer nivel temporal que<br />
Proust estableció es el de la memoria literaria pura, que no era otra cosa que<br />
el proceso por el cual toda ese esencia evocadora mencionada, el rastro de<br />
esas impresiones capaces de definirnos, pasaban a ser objeto de la narrativa,<br />
quedaba licuada por la ficción, el proceso creativo que nos conduce desde<br />
nuestro interior más abrupto y oscuro a la luz y la verdad del arte honesto.<br />
Pero la grandeza de Marcel radicaba no sólo en la riqueza de su memo-<br />
ria involuntaria, en la fuerza de su mundo interior, fraguado a lo largo de<br />
treinta y cinco años y surgido majestuoso en el instante de iniciar su odisea<br />
artística, sino en es trascripción inventiva y ficticia que lo llevó del descubri-<br />
miento de sí mismo o del sentido de su camino, a poder construir a través de<br />
la imaginación y el lenguaje un universo inteligible y hermoso para cualquiera,<br />
en el que esa esencia descubierta, convertida en prosa, creó un monumento<br />
literario cuyo poder de sugestión y su hondura intelectual y humana no ha ce-<br />
sado de brillar e iluminar.<br />
DERIVAS Y CONCLUSIONES FUTURAS<br />
<strong>La</strong> maestría narrativa de Proust vio incrementada su influencia años des-<br />
pués de su muerte, habitando en literaturas completamente alejadas de la<br />
original. Sus enseñanzas sobre el tiempo literario sirvieron de base un nume-<br />
roso grupo de escritores extraordinarios, empezando por los mencionados Wi-<br />
lliam Faulkner o Juan Carlos Onetti. Sin duda es una de las piezas<br />
fundamentales de esa trinidad literaria irrepetible que conformaron él mismo,<br />
James Joyce y Franz Kafka. Por alguna extraña razón, igual que la figura de<br />
Kafka se adscribe irremediable a la modernidad, algo cierto teniendo en<br />
cuenta sus fantasmagóricos mundos de ficción, su proximidad a la verdadera<br />
esencia del siglo XX y a sus excesos colectivos, que dotaban a sus persona-<br />
jes de esa invalidez y esa impotencia frente a la historia tan habi-<br />
tual en nosotros, o que las vanguardias adoptaron la enorme<br />
capacidad verbal y el gusto por la experimentación de Joyce,<br />
capaz de convertir en literatura elevadísima elementos de la cul-<br />
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Franz Kafka y James Joyce<br />
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tura popular, ofreciendo un abanico extraordinario de<br />
estructuras narrativas y registros literarios novedosos,<br />
a Proust se le considera un escritor de otro siglo, quizá<br />
menos apegado a esa modernidad, siendo sin embargo,<br />
tan innovador y brillante como los otros dos.<br />
En realidad no importa, y la vigencia de Proust<br />
sigue siendo un aliento fundamental para aquellos que<br />
pretendan afrontar el hecho literario con un afán artís-<br />
tico y con rigor intelectual. Es posible que su figura haya<br />
quedado desdibujada por los tópicos, o que la defensa a<br />
ultranza realizada alrededor de su obra genere cierta<br />
aprensión injustificada. Adentrarse en sus páginas es el<br />
mejor modo de erradicar cualquier teoría preconcebida,<br />
quizá porque en el fondo, Proust no era otra cosa que un<br />
magnífico novelista, y todo su valor se halla en su obra.<br />
El salto global de su literatura sigue siendo motivo<br />
de admiración y de estudio. Hay pocos autores que<br />
hayan aportado tanto con una sola novela, aunque esta<br />
fuera de la extensión mencionada. Sin duda sus contri-<br />
bución narrativa, la amplitud que nos legó sobre los<br />
asuntos que podían formar parte de la estructura nove-<br />
lesca, su sintaxis endiablada y profunda, esa extraña<br />
sabiduría que puebla En busca del tiempo perdido de<br />
principio a fin, vienen a ofrecernos la imagen de un<br />
hombre tremendamente sensible, de una inteligencia<br />
agudísima, que además poseía recursos narrativos y<br />
poéticos muy superiores a sus contemporáneos y a la<br />
mayor parte de los escritores de la historia de la litera-<br />
tura. Superada esa barrera de pulcritud con la que trató<br />
de embellecer su obra, el lector atento de Proust se im-<br />
buye en un mundo espléndido, lleno de requiebros y de<br />
memoria, sostenido por la claridad y la luz de una prosa<br />
cuya mayor logro es esa maravillosa transparencia que<br />
provoca, alejado completamente del mito que lo sitúa<br />
en un lugar más allá del bien y del mal, definido a me-<br />
nudo con el adjetivo de aburrido o pesado.<br />
Es posible que la velocidad de los tiem-<br />
pos presentes borre de alguna manera la<br />
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marca del tempo que él escogió para desarrollar su literatura, pero tengo la<br />
sensación de que no será culpa suya, de que la rapidez del mundo parece en el<br />
fondo algo antihumana, artificial e insatisfactoria, y no propia de un avance es-<br />
piritual ni una consecuencia del progreso, y que tal vez, como escribió Alain de<br />
Button en su mediocre ensayo -aunque acertó con el título de la obra Como<br />
Proust puede cambiar tu vida- es muy probable que En busca del tiempo per-<br />
dido sea un compendió de las principales características de la felicidad humana.<br />
Puede llegar un día cercano en el que la literatura de Proust sea incom-<br />
prensible para la mayoría, algo que sucederá con muchos de los grandes es-<br />
critores del siglo pasado, pero la causa no estará en su obra, sino en el<br />
empobrecimiento general que amenaza el mundo. Es curioso como la gran<br />
revolución tecnológica viene acompañada de un descenso asombroso de la<br />
capacidad crítica y asociativa, en general dos pilares de la inteligencia hu-<br />
mana. Si uno puede admirar el descubrimiento de la penicilina o la invención<br />
del teléfono, e incluso la irrupción de internet en nuestro entorno, la sensa-<br />
ción actual es que todos esos avances que incesantes se acumulan y se co-<br />
mercian no dejan de ser otra cosa que acicates para el consumo masivo de<br />
unas masas que en occidente disponen de presupuesto para gastar y mante-<br />
ner un sistema agotado hace tiempo. Necesitamos tontos, ciegos, decaídos<br />
seres humanos, espíritus empobrecidos y adormilados por ocios inocuos para<br />
la sociedad o por actividades sordas que permitan un placer inmediato y el<br />
continuo gasto consiguiente para borrar el malestar cotidiano para que el sis-<br />
tema siga funcionando, a fin de alcanzar una extraña santidad entre el hom-<br />
bre y la sociedad, una terrible imagen del mundo feliz, un universo falsamente<br />
feliz ante los ojos impávidos de todos los excluidos que genera a su paso, para<br />
poder continuar con este incesante y vertiginoso proceso de regeneración de<br />
lo que ya está podrido y explotado hasta la saciedad. Pero aún así, a pesar<br />
de este raro pesimismo que suele arrebatarnos, la verdad es que el tiempo<br />
proustiano sigue siendo una de las guías con las que suelo –a menudo me re-<br />
sulta imposible, como a casi todos- baremar la vida, como si de ese ritmo ca-<br />
dencioso, de esa prosa iluminadora, extrajera un sentido profundo de la<br />
existencia similar al de todas las épocas por ser materia de lo humano.<br />
Desde esta sierra perdida de Aragón desde la que escribo, ante este pai-<br />
saje que no muta, que apenas ha cambiado a lo largo de los años transcurri-<br />
dos, como si la velocidad del tiempo se hubiese detenido aquí, comprendo aún<br />
mejor el intento de Marcel Proust. Su compás tiene sentido en este<br />
rincón paradisíaco con sólo contemplar la belleza apacible de las<br />
casa centenarias, los sonidos amortiguados de la naturaleza, la<br />
vida suave de este paisaje seco, sometido ahora al cambio climá-<br />
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tico que convertirá el valle antes hú-<br />
medo en una tierra de secano árida y<br />
amarilla como el desierto si no logra-<br />
mos evitarlo. Pero quizá ese proceso es ya ineludible, aunque nos permita des-<br />
mentir a esos extraños aliados de la destrucción que insisten en que el<br />
recalentamiento de la tierra es una falacia de grupos izquierdistas o de tras-<br />
nochados ecologistas radicales, y su lentitud no altera todavía el ritmo antiguo<br />
que se vivía aquí. Como en esa fiesta proustiana final, esa explosión de ta-<br />
lento que cierra El tiempo recobrado y por tanto En busca del tiempo perdido,<br />
sólo veo el paso del tiempo en los rostros de los que fueron amigos o conoci-<br />
dos, en los hijos que ocupan los coches y corretean ahora por las calles, en las<br />
redondeces de los estómagos y las caras, en las muertes que, como una pre-<br />
sencia secreta venida de la ausencia, siguen vivas.<br />
De alguna forma, el sentido del tiempo proustiano fue heredado como ya<br />
dije por otros autores, y la variedad de asuntos e ideas que albergaba el tiempo<br />
perdido continuaron extendiendo su vigencia reviviendo y desarrollándose en<br />
un puñado de excelentes autores del silgo XX. Podemos encontrar lecturas ex-<br />
traordinarias de Proust en escritores tan distintos y brillantes como Vladimir<br />
Nabokov, Mario Vargas Llosa, el mencionado Juan Carlos Onetti, en Milan Kun-<br />
dera, en Robert Musil, en Francis Scott Fitzgerald, en Borges, en Celine o en<br />
Thomas Mann, y seguir así una lista interminable de herederos en el caso de<br />
los mencionados, o de alumnos aventajados que aportaron su maestría a par-<br />
tir de las innovaciones temáticas y técnicas de Marcel Proust, bien<br />
por oposición o bien por un diálogo o variación. Es notorio como los<br />
cambios de narrador incesantes en la literatura de Onneti, su osa-<br />
día con los tiempos de la acción, con esa rebeldía hacia lo lineal,<br />
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entronque extraordinariamente bien con las premisas proustianas respecto al<br />
tiempo, como si fueran una evolución lógica, o que en las cartografías magní-<br />
ficas de Bolaño estén sutilmente representadas las enseñanzas de Proust. Lo<br />
mismo le sucede a Goytisolo o a Juan Benet, cada cual libre en su elección, a<br />
veces inconsciente, de hasta qué punto Proust marcó esa posibilidad narrativa<br />
y la dejó apta y disponible para cualquier escritor que quisiera avanzar un paso<br />
más allá. Aunque sean tan distintos, supongo que Borges también leyó a<br />
Proust y trató de alcanzar a su manera y con su acervo cultural milagroso un<br />
salto ficticio que partía discretamente del maestro francés. Unos y otros osci-<br />
lando entre su narrativa, sus circunstancias y su experiencia y talento, fueron<br />
hijos espabilados de alguna forma de osadía desconocida que anhelaba una to-<br />
talidad imposible de lo humano, que nos legaron monumentos literarios a los<br />
que Proust, directa o indirectamente, dio aliento.<br />
Partiendo de la idea del tiempo moderno, creo necesario añadir que en<br />
el futuro, el horizonte temporal, o la narración del tiempo y los ecos de la me-<br />
moria, tendrán que buscar nuevas maneras de expresarse y de desarrollarse<br />
literariamente. Es curioso como escritores magníficos actuales mantienen en<br />
su literatura un sentido del tiempo proustiano que nos alivia de la velocidad<br />
del mundo, como si en cada intento narrativo pretendieran detener ese ma-<br />
remágnum incontrolable de ruidos y furia y huellas borradas que surge en-<br />
sordecedor ante nosotros. Cuando se oye hablar a cierta gente lúcida nacida<br />
antes de los años cincuenta, uno tiene la sensación de que su memoria está<br />
plena de emociones, de impresiones variadísimas e intensas, de anécdotas<br />
interminables que se fraguan parejas a las distintas edades humanas, mien-<br />
tras que la nuestra, la de aquellos nacidos en los últimos treinta o cuarenta<br />
años, parece hecha de fragmentos demasiado comunes, de evocaciones que<br />
se reducen a un contexto urbano similar, a la sexualidad, el exceso o el vacío,<br />
a la maternidad o a la paternidad convencional, a los avances del currículum<br />
biográfico, a los objetos sin alma de los que nos apropiamos. Tal vez sea ese<br />
el futuro de los escritores, mantener ese respeto por el tiempo recobrado, esa<br />
búsqueda del tiempo perdido que marca con sus ritmos naturales la evolución<br />
lógica de cualquier ser humano. O quizá la velocidad haya quedado trasto-<br />
cada para siempre, hasta la gran explosión humana y los inminentes desas-<br />
tres que acontecerán a lo largo del siglo XXI, y la misión artística sea narrar<br />
de alguna forma ese nuevo tiempo, esa memoria distorsionada por la veloci-<br />
dad y la virtualidad, tan distinta de la verdadera evocación interior, de los via-<br />
jes del espíritu, del presente y el pasado vinculado por<br />
asociaciones mentales que la literatura permite, y que las nuevas<br />
formas de ocio o de narración, apenas contemplan ni intuyen si-<br />
quiera de refilón. Quizá la novela pierda su sentido, aunque no me<br />
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refiero a la decadencia que provocan eso novelones mediocres que mal imi-<br />
tan al siglo XIX y que en los últimos tiempos se convierten en inesperados<br />
best-seller sin tener en cuenta la existencia de un siglo magnífico para el gé-<br />
nero como lo fue el siglo XX. Cuando digo que la novela tal vez se transforme,<br />
me refiero a que desde el arte, desde su vivencia lógica con el tiempo que le<br />
toca vivir, surjan otros géneros que se adecuen, definan o hablen del tiempo<br />
humano, de esa modificación inexorable que sufre la vida a pesar de lo común<br />
a todas las épocas.<br />
Es fascinante observar como relaciones eternas como la amistad, la ma-<br />
ternidad, el amor o el deseo, la nostalgia o la melancolía, asuntos todos ellos<br />
tratados durante siglos por la literatura universal, han modificado su rostro en<br />
nuestra época, aunque todavía los reconozcamos a menudo, aunque sigamos<br />
manteniendo con encono su sentido, casi como un baluarte de resistencia, con<br />
armas de francotiradores secretos gritando a voces ¡viva la vida!. Recuerdo<br />
una frase de la correspondencia de Flaubert que siempre me hizo sonreír. <strong>La</strong><br />
escribió en 1850 y decía lo siguiente: “El mundo se va a volver tremendamente<br />
imbécil. Durante los próximos años, la cosa va a resultar aburrida. Es una<br />
suerte que vivamos ahora y no más tarde”. Hay muchos datos que nos ofre-<br />
cen una prueba de ello, pero no será éste el lugar para desarrollarlos, sino<br />
quizá esa literatura que vuelva a redescubrir la memoria que defina la evolu-<br />
ción de los siglos venideros y los asuntos de los escritores del futuro.<br />
Todo esto me recuerda a los ensayos poéticos de W.H. Auden, y a su lec-<br />
tura segura de En busca del tiempo perdido cuando se refería a la<br />
casualidad del arte, a ese espejo en el que se ocultan los intentos<br />
literarios;<br />
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“¿No es la esencial extrañeza artística a la que apuntaría tu cita de la<br />
imagen siniestramente sesgada esto mismo: que al otro lado del espejo la<br />
voluntad general de componer (crear), de conformar a toda costa un modelo<br />
elocuente se convierte en la causa necesaria de cualquier esfuerzo concreto<br />
por vivir o actuar o amar o triunfar o cambiar, en vez de ser, como lo es de<br />
este lado (la literatura), en la medida en que emerge, su efecto accidental?<br />
Unidos a esta premisa de la casualidad y de lo incontrolable, dejemos ha-<br />
blar al tiempo. Mientras tanto nos queda Marcel Proust. Toda su obra es un<br />
canto a la vida, a la paz, al equilibrio de la inteligencia y a los sentidos, a la<br />
ilusión de pensar que podemos ser felices, que quizá la esencia de vivir se<br />
halle agazapada en alguna de sus frases. Yo sigo buscando entre sus miles de<br />
páginas esporádicamente, como un religioso, y les recomiendo encarecida-<br />
mente que lo hagan en libertad. He encontrado hermosos y placenteros si-<br />
mulacros en el camino, y a veces hasta sonrío más profundamente que de<br />
costumbre, disfruto de mi pobre memoria involuntaria y me aproximo al<br />
tiempo que palpita de verdad en mi alma y en la de todos. Creo que es una<br />
discreta forma de rebeldía.<br />
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Últimas palabras que escribió Proust antes de morir.<br />
Sierra de Gúdar, Septiembre de 2009<br />
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VIII. SUMIRE YA NO FUMA.<br />
COMENTARIOS A UNA NOVELA DE HARUKI MURAKAMI<br />
Gilles Deleuze<br />
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Hay que rescatar a la memoria y al tiempo perdido del<br />
pasado y del recuerdo. El tiempo perdido no ha pasado ni se<br />
ha vivido, es por ello que no hay que ir a buscarlo en el re-<br />
cuerdo, y es por ello también que este tiempo perdido no<br />
apunta en ningún caso a ningún lugar que no sea el futuro.<br />
No estamos diciendo nada que ningún lector familiarizado<br />
con Proust no sepa, ni siquiera nada que un autor como Gi-<br />
lles Deleuze no haya aclarado ni expuesto en su prodigioso<br />
librito sobre A la búsqueda del tiempo perdido.<br />
El tiempo perdido no se recuenta, ni se repasa, ni se<br />
organiza. Ni se agolpa en la conciencia después de morder<br />
una magdalena como las que solíamos comer siendo<br />
niños; ni al percibir repentinamente un perfume o al oir<br />
una canción que nos devuelve ciertos momentos vividos<br />
en un tiempo. Todo eso no es más que pasado, todo eso no<br />
es más que recordar; es, quizá, la más trivial de las acti-<br />
vidades de la facultad de la memoria. El recuerdo es algo<br />
que se ha vivido y que yace muerto, por muy hermosas<br />
que sean las palabras que puedan inspirarnos, a nosotros<br />
o a los poetas, en la edad madura, esas escenas de infan-<br />
cia, de familia, de un amor perdido. Valga la paradoja, el<br />
pasado está presente como un cadáver, se vivió, se expe-<br />
rimentó; hay un cierto tono de momificación o egipticismo<br />
(permítaseme usar la palabra inventada por Nietzsche) en<br />
los verbos que aspiran a definir el recuerdo: conservar,<br />
guardar, mantener, fijar, grabar, incrustar... Los recuerdos<br />
son como esas palabras grabadas en una lápida, inscrus-<br />
tadas en piedra. Tal vez sea necesario mantener nuestra<br />
experiencia a salvo de todo recuerdo si quere-<br />
mos que el tiempo perdido siga siendo un de-<br />
venir creador.<br />
Mariano Cruz García<br />
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Decíamos que el tiempo perdido no se repasa, ni se recuenta, porque en<br />
absoluto puede ser recordado; eso es algo que uno hace con los recuerdos.<br />
El tiempo perdido se persigue, se acosa, se rastrea a partir de unos signos;<br />
incluso podemos, debemos, de hecho, hacerlo, decir que nos acosa, nos per-<br />
sigue. El significado del tiempo perdido es simple, explícito, como señala De-<br />
leuze, aunque parezca algo tonto decirlo, no es otra cosa que eso, "tiempo<br />
perdido", no experimentado, no ocurrido, no vivido; algo que nos hemos per-<br />
dido, como cuando decímos gráficamente, "me lo he perdido"; por eso no po-<br />
demos recordarlo, no podemos recordar lo que no nos ha pasado, esa<br />
actividad de la memoria nada puede hacer en este caso. Es necesario poner<br />
en marcha otros mecanismos, otras máquinas. Es lo involuntario del pensa-<br />
miento lo que me fuerza a pensar: "Sólo buscamos la verdad cuando estamos<br />
determinados a hacerlo en función de una situación concreta, cuando sufrimos<br />
una especie de violencia que nos empuja a esta búsqueda. ¿quién busca la<br />
verdad? El celoso bajo la presión de las mentiras del amado. Siempre se pro-<br />
duce la violencia de un signo que nos obliga a buscar, que nos arrebata la paz.<br />
<strong>La</strong> verdad no se encuentra por afinidad, ni buena voluntad, sino que se ma-<br />
nifiesta por signos involuntarios.", escribe Deleuze a propósito de la investi-<br />
gación proustiana. No nos es dado percibir el tiempo perdido hasta que no<br />
estamos inmersos en la tarea de su recuperación, hasta que no estamos en<br />
trance de transformarlo en tiempo recobrado. El tiempo recobrado se crea a<br />
partir de una maniobra de acoso. En palabras de Deleuze: "El leit motiv del<br />
tiempo recobrado es la palabra forzar: impresiones que nos fuerzan a mirar,<br />
encuentros que nos fuerzan a interpretar, expresiones que nos fuerzan a pen-<br />
sar." Recibo palabras, percibo signos que me disparan como un dedo dispara<br />
un revólver. Existen palabras-gatillo. Ella me bandona y salgo disparado; ella<br />
me abandona, "como una bala abandona un arma" y yo salgo disparado.<br />
Ambos salimos disparados en la misma dirección pero de una manera diferida,<br />
existe un hueco entre nosotros que no es como ese hueco que existe entre<br />
Aquiles y la tortuga: ese hueco es el tiempo perdido y el tiempo recobrado,<br />
una vez recobrado, vendrá a reemplazarlo.<br />
Sputnik sweetheart. <strong>La</strong> primera conversación entre Sumire y Miu, la<br />
mujer por la que llegará a sentir un amor como un huracán capaz de barrer<br />
desiertos, selvas y estepas, versará sobre Jack Kerouac; ella confundirá al<br />
beatnik con el Sputnik y Sumire decidirá llamarla a partir de entonces, Sput-<br />
nik sweetheart. Y entonces ella recordará a <strong>La</strong>ika, abandonada a su suerte,<br />
errando en la infinita soledad del espacio infinito y se pregunta<br />
qué estaría mirando a través de la pequeña ventana del satélite.<br />
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Haruki Murakami<br />
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Sumire es una muchacha fascinante a<br />
quien el amor transforma en alguien co-<br />
rriente. El primer síntoma es el hecho de<br />
que, desde que se viste como una mujer, se<br />
maquilla, etc., no puede escribir una sola<br />
línea. Es entonces cuando decide desapare-<br />
cer. Es su manera propia de recuperar el<br />
tiempo perdido. Su única meta hasta en-<br />
tonces ha sido un devenir-escritor.<br />
Sumire ya no se viste como una beat-<br />
nik. Digamos que es un lugar común del<br />
discurso del enamorado: Ser otro. Dete-<br />
nerse, dejar de fluir; y en ese cese del de-<br />
venir convertirse en algo. Llegar a ser Uno<br />
traicionando ese deseo de alteridad. Transi-<br />
tar del lado equivocado del deseo, hacer<br />
abstracción de uno mismo. Puesto que la<br />
deseo, procuraré convertirme en lo que<br />
usted desea: un compañero de viaje (no es<br />
otro el significado de Sputnik, al parecer).<br />
Valga la paradoja del ser y el devenir:<br />
cuando Sumire abandona su abrigo varias<br />
tallas grande, sus botas, etc. Y se viste<br />
según el canon de lo que hace a una mujer<br />
atractiva, lo hace por una cuestión con-<br />
creta: quiere resultar deseable a la mujer<br />
de la que se ha enamorado. Entonces cesa<br />
un devenir y aparece la Sumire-mujer-<br />
atractiva, un ser abstracto, estático, fotografiable; una es-<br />
pecie de naturaleza muerta o imagen detenida. En este<br />
momento, tras hacer el retrato de la nueva Sumire, el na-<br />
rrador se pregunta: "¿Qué dirá Jack Kerouac de todo esto?"<br />
Un cambio de estilo que la hace irreconocible, es lo que nos<br />
transmite el narrador de la Sumire que aparece en su apar-<br />
tamento. Es su devenir-escritor lo que se ha detenido. En<br />
vez de incorporar a Miu a este devenir como un agencia-<br />
miento, Sumire se detiene, llega ser una mujer<br />
más o menos convencional; se establece en un<br />
lugar. Un topos del discurso del enamorado.<br />
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Sumire ya no escribe desde que se enamoró de Miu. El abrigo varias ta-<br />
llas más grande y las botas de faena han desaparecido sustituídas por las me-<br />
dias, tacones, cardigan sobre vestido azul marino, "¡incluso medias!", se<br />
sorprende el narrador. ¿Qué diría Jack Kerouack de todo esto? De las medias,<br />
del cardigan, del vestido azul marino ... Todo huele a abandono y a detención<br />
de un cierto devenir. Todos hemos abandonado la escritura alguna vez, in-<br />
cluso hemos malvendido nuestros libros para comprar un billete a cierta ciu-<br />
dad dónde encontrarnos con álguien; una especie de traición, pero a veces las<br />
escritura requiere de estas traiciones; pero a veces, también, se produce el<br />
agenciamiento y entonces el devenir no se detiene, si no que se intensifica y<br />
da sus frutos y ocurre que amor y agenciamiento acontecen y nos vestimos<br />
con la secreta alegría del crear. Esta dicha del amor agenciado no es lo que<br />
está al alcance de Sumire en este momento, por ello el devenir se detiene. Me-<br />
dias, cárdigan, vestido azul marino, tacones; una chica bonita, pura abstrac-<br />
ción del es. Disminución de la potencia, pasión triste en el sentido de Spinoza.<br />
Sumire ya no fuma. Los flujos han cesado de circular por sus conductos,<br />
Sumire está estreñida. No puede dormir, el humo no circula por sus pulmo-<br />
nes; ha acatado la renuncia, está enamorada. Si ha dejado de fumar como<br />
atención para con Miu, quien odia el tabaco, decidir si la causa de su estan-<br />
camiento literario es el haber dejado de fumar o si, por el contrario, ha dejado<br />
de fumar precisamente por que ya no escribe, es un debate estéril. Nos incli-<br />
namos a pensar, más bien, que todos ellos son síntomas de un detenimiento:<br />
dejar su atuendo beatnik, dejar de escribir, dejar de fumar; el amor trans-<br />
forma aquello que toca en algo peor, si no el Amor, al menos cierta manera de<br />
entender el amor, pero no podemos culparla, ni ella ni a nadie, por ello.<br />
Cierto lenguaje de la memoria. El acontecimiento que violenta el pensa-<br />
miento: la desaparición de Sumire. Tras lo cual, los signos se revelan y co-<br />
mienzan a reclamar una interpretación: "Pensé que no eran más que un<br />
puñado de inocentes recuerdos, ahora todo se vuelve significante [signifi-<br />
cant].", dirá Miu al narrador, a quién ha reclamado a la pequeña isla griega<br />
donde descansaba junto a Sumire tras la desaparición de ésta. <strong>La</strong> materia<br />
bruta del tiempo perdido es lo que no sabemos pero hemos comenzado a<br />
saber una vez que hemos empezado a recibir los signos que álguien o algo<br />
emite, como ondas en una estación de radio lejana o, incluso, como esos sa-<br />
télites que desde el espacio exterior emiten sus señales para comunicarse con<br />
su base en la tierra. Cuando los datos son recibidos en tierra, los<br />
ingenieros comienza a desvelar los secretos del viaje, las rutas, los<br />
lugares, etc. Ya explicamos en otro lugar los mecanismos de esta<br />
recuperación del tiempo perdido, por lo que no vamos a entrar en<br />
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detalles aquí ahora. <strong>La</strong> cuestión es que hay un<br />
acontecimiento que fuerza al pensamiento,<br />
tras de lo cual el sujeto se vuelca en la reco-<br />
lección de esos signos que en primera instan-<br />
cia no fueron ni siquiera percibidos como tales,<br />
a partir de los cuales, teje un relato que viene<br />
a dar a luz a una serie de experiencias que no<br />
son pasado pero que proceden del pasado.<br />
Los gemelos siameses. Lo que sabemos y lo<br />
que no sabemos coexiste confundido en un<br />
punto, como eso gemelos siameses que com-<br />
parten un brazo a una pierna. Es en ese punto<br />
en que ambos son indistingibles donde el<br />
tiempo perdido comienza a ser algo.<br />
Recordar es crear. "Recordar es crear, no<br />
crear el recuerdo, sino el equivalente espiritual<br />
del recuerdo áun demasiado material, crear el<br />
punto de vista que vale por todas las asocia-<br />
ciones, el estilo que vale por todas las imáge-<br />
nes. El estilo es el que sustituye a la<br />
experiencia, la forma como se habla de ella o<br />
la fórmula que la expresa, que sustituye al in-<br />
dividuo el punto de vista sobre un mundo, y<br />
hace de la reminiscencia una creación reali-<br />
zada." Deleuze enuncia de esta forma una de<br />
las tesis básicas que la experiencia proustiana.<br />
Aquí se apunta también a algo fundamental<br />
que no debe perderse de vista a la hora de enjuiciar lo<br />
que llamamos "tiempo recobrado": su carácter elabo-<br />
rado, producido, por la escritura, en este caso; no se<br />
trata de algo recogido, o rescatado. Esto último tal vez<br />
podríamos decirlo de los signos de distinta procedencia<br />
que en su despliegue mediante la escritura alumbran<br />
eso que a partir de Deleuze hemos llamado alguna vez<br />
"un pedazo de tiempo en estado puro"; el tiempo reco-<br />
brado es experiencia creada que antes no<br />
estaba en ningún lugar.<br />
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<strong>La</strong> ventana indiscreta. El que mira, descubre. Pero hay una precondición<br />
para ello: mirar de otra manera. Mirar desde la sombra: que quiere decir,<br />
mirar sin ser notado y, lo que es más importante, lo que supone la verdadera<br />
precondición de todo esto: mirar sin que el acto de mirar perturbe lo mirado.<br />
Observar sin modificar el estado de cosas que observamos. Lo que sólo puede<br />
conseguirse estando ausente del escenario. Como Miu atrapada en la noria<br />
durante la noche. Ese accidente le permite alcanzar un punto de vista inusi-<br />
tado sobre su propio apartamento y sobre los hechos que tienen lugar ahí<br />
dentro en ese preciso momento en que ella se encuentra suspendida en las al-<br />
turas, en una especie de limbo que, por un lado, le otorga el privilegio del<br />
punto de vista divino y por otro la priva de toda posible intervención. Esa vi-<br />
dencia que ella alcanza en ese momento inédito está directamente emparen-<br />
tada con la condición de suspensión.<br />
El doble. Y el gran peligro de este mirar furtivo es que uno puede llegar a ver<br />
a su doble. Aunque Miu piensa que es una escenificación deliberada, justo<br />
para que ella sea testigo.<br />
El otro lado. Mirar así sólo es posible en una frontera, en un límite; en un um-<br />
bral entre el lado de acá y el lado de allá. El punto de vista extraordinario nos<br />
da la opotunidad de mirar "al otro lado" y mirando allá afuera a veces ocurre<br />
que contemplamos a nuestro doble. <strong>La</strong> historia nos presenta ese otro lado,<br />
además, como un doble de lo real, en una concepción algo platónica y nega-<br />
tiva; un lugar donde moran ciertas claves: el sueño, el deseo; un lugar donde<br />
encontrar las mitades que estos seres demediados han perdido en algún mo-<br />
mento de su devenir: Miu y su sexualidad, Sumire y la escritura, el narrador<br />
y la Sumire que él querría poseer. Pero sobre todo es un lugar en el que re-<br />
posa el tiempo en estado puro, es decir, sentidos, experiencia; aquello a lo que<br />
remiten los signos, de distinta procendencia: sueños, gestos, sonidos, signos<br />
sensibles que logran hacer del tiempo perdido una experiencia a la vez re-co-<br />
brada y absolutamente inédita, es decir, futura. El agujero, el pozo a través<br />
del cual Sumire, la nueva Alicia, cae al otro lado, aún cuando el Jefe de la Po-<br />
licía que investiga su desaparición jure y perjure que "no hay pozos en la isla".<br />
Esto es lo que nos ofrece la escena de la noria; una historia, por otra<br />
parte, de clara raigambre carrolliana. Hay evidentes motivos para concluir<br />
que, al igual que en A través del espejo, todo no ha sido más que un sueño.<br />
Aunque Miu se traiga de ese sueño algo real.<br />
He aquí unas palabras sobre la Alicia de Deleuze:<br />
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«Profundo ha dejado de ser un cumplido. Sólo<br />
los animales son profundos; y aún no los más no-<br />
bles, que son los animales planos. Los aconteci-<br />
mientos son como los cristales, no ocurren no crecen<br />
sino por los bordes, sobre los bordes. Ahí reside el<br />
primer secreto del tartamudo y el zurdo: dejar de<br />
hundirse, deslizarse a lo largo, de modo que la anti-<br />
gua profundidad no sea ya nada, reducida al sentido<br />
inverso de la superficie. Es a fuerza de deslizarse<br />
que se pasará del otro lado, ya que el otro lado no<br />
es sino el sentido inverso. Y si no hay nada que ver<br />
detrás del telón, es que todo lo visible, o más bien<br />
toda la ciencia posible está a lo largo del telón, que<br />
basta con seguir lo bastante lejos y lo bastante es-<br />
trechamente, lo bastante superficialmente, para in-<br />
vertir lo derecho, para hacer que la derecha se<br />
vuelva izquierda e inversamente. No hay pues unas<br />
aventuras de Alicia, sino una aventura: su subida a<br />
la superficie, su repudio de la falsa profundidad, su<br />
descubrimiento de que todo ocurre en la frontera.<br />
Con mayor motivo en Al otro lado del espejo.<br />
Allí, los acontecimientos, en su diferencia radical con<br />
las cosas, ya no son buscados en profundidad, sino<br />
en la superficie, en este tenue vapor incorporal que<br />
se escapa de los cuerpos, película sin volumen que<br />
los rodea, espejo que los refleja, tablero que los pla-<br />
nifica. Alicia no puede hundirse ya, ella deja libre su<br />
doble incorporal. Es siguiendo la frontera, costeando<br />
la superficie, como se pasa de los cuerpos a lo incorporal. Paul<br />
Valery tuvo una frase profunda: lo más profundo, es la piel.»<br />
El doble y el otro lado. Tal vez la piel sea demasiado pro-<br />
funda para Miu. Aquello es demasiado grande para ella;<br />
aquello que ha visto. Ahora no soporta ser tocada porque en<br />
la piel ve y siente al Doble. Cuando es acariciada por Sumire,<br />
es otra la que es acariciada; la piel que siente no es la suya<br />
propia, sino la de aquella otra Miu que contem-<br />
pló aquella tarde suspendida en la noria, mien-<br />
tras que un hombre cuya sexualidad le<br />
repugnaba hacía lo que deseaba con ella.<br />
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CARPETA EL LENGUAJE DE LA MEMORIA<br />
Agujeros, espejos y sueños. Si no hay agujeros, o pozos en la isla, al<br />
menos hay espejos. Por lo que pasadizos para pasar al otro lado no faltan. El<br />
narrador concluye que la desaparición de Sumire obedece al deseo de encon-<br />
trar a la otra Miu, a la Miu que no rechazará sus caricias, a la mujer que fue<br />
antes del suceso de la noria. Pero hay un motivo más importante para la his-<br />
toria por el cual Sumire debe ir al otro lado, sea a traves del agujero en el<br />
suelo, atravesando el cristal o navegando en sueños: la escritura.<br />
"<strong>La</strong>s señales que el caos emite". Llámalo sueño o fría oscuridad, la propia<br />
experiencia del narrador en el otro lado es contada como un tránsito del caos,<br />
como una disolución de límites e individuaciones, formas corporales que re-<br />
gresan a la arcilla informe, el océano oscuro; pero allí comienza también la re-<br />
ordenación del tiempo que alumbra el singnificado, tal y como nos transmite<br />
el último mensaje: "El significado estaba fijado a lo temporal y lo temporal ti-<br />
raba de mí hacia la superficie".<br />
"Un pedazo de tiempo en estado puro." <strong>La</strong> novela termina con un regreso,<br />
breve. Una Odisea resumida en tres líneas; estamos en el mismo escenario<br />
que Ulises y sus compañeros, aquella constelación de archipiélagos.<br />
Textos usados en el texto:<br />
Deleuze, Gilles:<br />
Proust y los signos, Editorial Anagrama, Barcelona, 1989.<br />
Lógica del sentido, Editorial Paidós, Barcelona, 2003.<br />
Murakami, Haruki:<br />
Sputnik Sweetheart, Vintage, London, 2002.<br />
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IX. AGUJEROS EN LOS BILLETES DE METRO.<br />
(DE LOS ME ACUERDO DE PEREC<br />
AL AUTORRETRATO DE LEVÉ).<br />
1. AGUJEROS EN LOS BILLETES DE METRO<br />
Yo no me acuerdo de la primera vez que oí hablar de los Me acuerdo de<br />
Perec. Puede que fuese leyendo a Vila-Matas o puede que fuese antes. No lo<br />
sé. Pero sí que me acuerdo de la primera vez que leí los Me acuerdo de Perec.<br />
Me acuerdo de la falta de “brillantez” literaria de las frases. De su ausencia de<br />
vuelo. Eran meros apuntes. <strong>La</strong> clasificación de un funcionario de la memoria.<br />
Y, a pesar de esa falta de “brillantez”, o quizá por ella, me pareció un libro<br />
brillante. Perec parecía ser un Funes literario que se limitaba a anotar<br />
recuerdos de modo casi telegráfico, del tipo:<br />
Me acuerdo de las carreras de sacos.<br />
Me acuerdo de Vidal Sasoon.<br />
Me acuerdo de los noticiarios en el cine.<br />
Me acuerdo de que los tres reyes magos se llamaban Melchor, Gaspar y<br />
Baltasar.<br />
Decía Perec que sus Me acuerdo no son exactamente<br />
recuerdos personales. Y es cierto, él no nos cuenta si tuvo un amor<br />
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George Perec<br />
Daniel Dillinger<br />
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o un mal día escribiendo, si viajó a tal o cual país, o si pasó una época<br />
deprimido. No. No es eso. Él dice: “Me acuerdo de Xavier Cugat”, del mismo<br />
modo que se acordará parte de su generación. Por eso, estos recuerdos,<br />
tienen algo de recuerdos colectivos, de memoria de muchos anotada por uno.<br />
Como si yo dijera: “Me acuerdo de la primera vez que vi a Cobi, la mascota<br />
de los juegos olímpicos, por televisión”. Es un recuerdo mío, pero sé que es<br />
un recuerdo de muchos. Y eso es lo que tienen de retrato de una época, de<br />
símbolo de una generación, los retazos minúsculos de Georges Perec. Sí,<br />
minúsculos. Tan minúsculo como: “Me acuerdo de que Burt <strong>La</strong>ncaster era<br />
acróbata” No hay duda de que distan mucho de ser intimidad, y son más<br />
memoria personal al tiempo que colectiva. Sí. Minúsculos. Minúsculos y tan<br />
insignificantes como: “Me acuerdo de los agujeros de los billetes de metro.”<br />
Eso parece algo nimio, que no me merece la pena escribir, por poco<br />
importante, de tan cotidiano. Pero esa también es la lección de Perec, que<br />
dijo en otro de sus libros: “Obligarse a escribir sobre lo que no tiene interés,<br />
lo que es más evidente, lo más común, lo más apagado”. Obligarse a escribir<br />
sobre eso que no parece importante. Escribir sobre esos agujeros de los<br />
billetes de metro, eso es Perec. Porque esos agujeros de metro van<br />
conformando nuestra memoria. Esos billetes de metro que pasan por nuestras<br />
manos cada día, y que quizá sean más cruciales en nuestra existencia que los<br />
grandes temas de nuestro tiempo. Y eso es, precisamente, todo eso es,<br />
justamente, lo que son capaces de ver los grandes escritores. Su mirada mira<br />
por todos. Sus ojos parpadean por nosotros y nos entregan la memoria de una<br />
época a través de la suya. Los grandes escritores como Perec hacen que nos<br />
fijemos en los agujeros de los billetes de metro. Ahí es nada.<br />
Me acuerdo que leí los Me acuerdo de Perec, y antes de terminar el libro<br />
ya estaba escribiendo mis propios Me acuerdo. Y es que creo que este libro<br />
posee una cualidad magnífica: la capacidad de disparar nuestra propia<br />
memoria. En su libro que invita a ser continuado por nuestros propios<br />
recuerdos. Por eso, el mismo Perec, pidió a sus editores que publicasen el<br />
libro con unas páginas en blanco al final del mismo, para invitar al lector a<br />
escribir sus propios recuerdos. Sin duda, Perec, no sólo da buena cuenta de<br />
su memoria y la de su generación, sino que invita a los demás, a las demás<br />
generaciones, a continuar haciéndolo. Eso es algo magnífico. Es algo valioso.<br />
Un libro sin final. Un libro que sólo pueden terminar infinitos lectores con sus<br />
propios recuerdos. Así es Me acuerdo. Así es Perec. Me acuerdo de que los Me<br />
acuerdo de Perec son 480. Pero ahora no me acuerdo de todos. Ahora me<br />
acuerdo de estos:<br />
Me acuerdo de Malcom X.<br />
Me acuerdo del asesinato de Sharon Tate.<br />
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Joe Brainard<br />
Me acuerdo de mi sorpresa cuando supe que “cowboy” significaba<br />
“vaquero”.<br />
Me acuerdo de la tercera clase en los trenes.<br />
Me acuerdo de la Nouvelle Vague.<br />
Tendría que consultar el libro para buscar más apuntes de Perec. Y lo<br />
busco en la estantería de mi biblioteca. Y claro, el libro, no por casualidad, está<br />
al lado de otro libro que también se llama Me acuerdo. Porque Perec no fue el<br />
primero. No. No lo fue. Perec no fue el primero.<br />
2. PEREC NO FUE EL PRIMERO<br />
Perec no fue el primero. El escritor francés se inspiró en otro libro para<br />
escribir el suyo, el del verdadero creador original de los Me acuerdo. El que<br />
inventó esta formula mágica fue Joe Brainard. De hecho, antes de comenzar<br />
con sus 480 apuntes, Perec escribe: “El título, la forma y, en cierto modo, el<br />
espíritu de estos textos se inspiran en los I remember de<br />
Joe Brainard”. Y este carácter de memoria de una<br />
generación del que hablábamos en el libro de Perec<br />
también está presente en su antecedente Brainard, aunque<br />
los apuntes del norteamericano no sean tan escuetos como<br />
los del francés ni tengan esa sequedad. En Brainard hay<br />
un equilibrio entre las anotaciones más breves y los<br />
párrafos más largos, hay una concesión mayor a la<br />
intimidad, a lo más personal, a lo más lírico. Aunque sin<br />
duda, también retrate a su generación, del mismo modo<br />
que lo hizo Perec. O mejor. Eso ya es cuestión de gustos.<br />
Y yo sé de algunos que prefieren los recuerdos<br />
de Brainard que los de Perec. Pero eso ya es<br />
cuestión de gustos y apenas importa. A mí no<br />
me importa. Hablemos de Brainard.<br />
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Joe Brainard nació en 1942 y murió en 1994. Entre esas dos fechas se<br />
dedicó al mundo del arte. Fue un artista visual polifacético que se dedicó a<br />
hacer cuadros, montajes, portadas de discos y escenografías, entre otras<br />
cosas. Como artista visual, estaba influenciado, entre otros, por el estupendo<br />
artista Joseph Cornell. Pienso que eso no es casualidad. Joseph Cornell era un<br />
artista y un escultor. Realizaba collages y juegos surrealistas. Era un poeta<br />
plástico. Y quizá la parte de su obra que más se recuerde sean esas cajas en<br />
las que recogía objetos diferentes, y con las que creó un arte diferente y de<br />
gran personalidad poética. En ellas aplicaba la técnica surrealista de<br />
yuxtaponer objetos de distinta procedencia y utilidad, consiguiendo un<br />
resultado poético y altamente evocador, con un aura tremendamente<br />
nostálgica. Y en cierto modo podemos elucubrar que Cornell con sus cajas<br />
hacía sus personales y surrealistas Me acuerdo. Ahí es donde queríamos llegar.<br />
Parece que no sólo influyó a Brainard por sus técnicas artísticas, sino también<br />
por su gusto por la añoranza y el recuerdo.<br />
Joe Brainard, también creaba estupendos collages. Y si nos detenemos<br />
a pensar, podemos ver que sus Me acuerdo no son otra cosa que un enorme<br />
collage de frases. <strong>La</strong> memoria no es otra cosa que un collage. Nosotros no<br />
somos otra cosa que un collage. El mundo es collage.<br />
Joe Brainard escribió recuerdos del tipo “Me acuerdo de James Dean y<br />
de su cazadora roja de nailon”.<br />
Cuando leí a Joe Brainard pensé: ““Los Me acuerdo son como postales<br />
que no enviamos a nosotros mismos desde el pasado”.<br />
Cuando leí a Joe Brainard pensé: “<strong>La</strong> memoria pertenece al genero de<br />
ficción por muy verdad que sera”.<br />
maestra”.<br />
Cuando leyó a Joe Brainard, Paul Auster pensó: “Me acuerdo es una obra<br />
Una obra maestra. Perfecto. Vale. Pero después de Brainard y Perec<br />
¿qué? ¿De qué me acuerdo después de Brainard y Perec? Me acuerdo de<br />
Valérie y su abuelo.<br />
3. VALÉRIE Y SU ABUELO<br />
Valérie Mréjen es una de las videoartistas más importantes<br />
y nació en París en 1969. Su primera novela lleva por título Mi<br />
abuelo y fue publicada en 1999. Mi abuelo es un libro<br />
emparentado con los Me acuerdo y nace siguiendo la estela de los<br />
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libros de los que hemos hablado. No son estrictamente Me acuerdos, pero es<br />
evidente la influencia de Perec.<br />
Valérie, en Mi abuelo habla, con breves pinceladas, de su familia y de la<br />
familia de muchos otros de su generación. Sus frases son piezas de un puzzle<br />
que crea el dibujo de aquellos que nacieron a finales de los años 60 y<br />
principios de los 70. Y no es difícil percibir en su estilo, en su modo<br />
clasificatorio, la influencia de Perec. Mi abuelo recuerda a un álbum de<br />
fotografías familiar o una novela en Súper 8, como la definía el diario Le<br />
Monde.<br />
Valérie Mréjen es una heredera de Perec. Y en el libro de Periférica, que<br />
es la editorial que publica en España, se recoge una frase de un tal Didier<br />
Jacob, que dice: “Es como Perec, pero sin perilla”. Bueno, es una manera de<br />
decirlo. También podríamos decir: “Es como Perec, pero sin el pelo<br />
enloquecido”.<br />
Algunas de las cosas que dice Valérie en Mi abuelo y que recogen el estilo<br />
de los Me acuerdo son de este tipo:<br />
Mi abuelo era muy con las buenas maneras en la mesa. Nos miraba con<br />
ojos desorbitados si agitábamos los cubiertos al hablar.<br />
Mi abuelo nos amenazaba diciéndonos que nos iba a amasar la celulitis.<br />
Mi madre estaba a favor de explicar la sexualidad a los niños. Teníamos<br />
una especie de enciclopedia ilustrada que se llamaba <strong>La</strong> vida sexual.<br />
Mi padre nos hacía crujir los nudillos todo el rato.<br />
Mi padre tenía un Mercedes azul marino.<br />
Tienen muchos de estos recuerdos escritos una gran potencia<br />
visual. Y eso lo podemos ver en los Me acuerdo de Perec y Brainard<br />
también. Más que reflexiones, a veces parecen polaroids. Quizá no<br />
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Valerie Mréjen<br />
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sea casual que Valérie haga cine y videos, y que Brainard fuese artista plástico<br />
y realizase collages y cuadros. O que Édouard Levé, otro hijo literario de Perec,<br />
fuese fotógrafo. ¿Levé? Ahora, ahora mismo hablamos de Levé.<br />
4. AUTORRETRATO<br />
“De adolescente creía que <strong>La</strong> vida instrucciones de uso, me ayudaría la<br />
vivir, y Suicidio, instrucciones de uso, a morir”. Así comienza Autorretrato de<br />
Édouard Levé, fotógrafo y escritor, que se suicidó en el año 2007, y del que<br />
también se publicará en España próximamente su libro Suicidio en la editorial<br />
451, que es la que está volcando sus libros al castellano. Con este inicio que<br />
señalábamos, además de presagiar su muerte, no deja duda sobre la huella<br />
que ha dejado en él Perec, y por otro lado nos señala cómo este Autorretrato<br />
también es heredero de los Me acuerdo de su compatriota. Lo que hace Levé<br />
es dibujar a partir de frases inconexas entre sí, rasgos de su personalidad, con<br />
enorme minuciosidad. Nos va contando lo que desea, lo que detesta, lo que<br />
le gusta, dónde ha viajado, dónde no, y así hasta ir creando el infinito fresco<br />
de su personalidad. Utiliza esa manera clasificatoria, de archivador, que Perec<br />
y Brainard aplican con sus Me acuerdo, no tanto en el empeño de conseguir<br />
el reflejo de una memoria personal y colectiva, como para conseguir ese<br />
trabajo quimérico, pero que en él parece menos utópico, dado su gran talento,<br />
de realizar un dibujo completo de aquel que es Édouard Levé.<br />
Autorretrato, de Levé, es el intento de resolver un enigma: “¿Quién soy?”<br />
Autorretrato, de Levé, es un libro que se parece a los “Me acuerdo” en<br />
otro aspecto. Impulsa irremediablemente a realizar el mismo ejercicio de<br />
autorretrato con nosotros mismos.<br />
Suicidio.<br />
Autorretrato de Levé es un libro que hay que leer mientras esperamos<br />
Dice Levé: “No compro zapatos de ocasión. Se me ocurrió hacer una<br />
música amhish-punki. Solo en una ocasión he estrenado yo un piso. Tuve un<br />
accidente de moto que me podría haber costado la vida, pero no conservo<br />
ningún recuerdo malo de ello. El presente me interesa más que el pasado y<br />
menos que el futuro. No tengo nada de lo que arrepentirme. Me cuesta creer que<br />
Francia pueda sufrir una guerra estando yo aún con vida. Me gusta dar las<br />
gracias. No percibo el desfase de los espejos. No me gusta más el<br />
cine narrativo que la novela. “No me gusta la novela” no quiere decir<br />
que no me guste la literatura, “no me gusta el cine narrativo” no<br />
significa que no me guste el cine. <strong>La</strong>s artes que se expanden en el<br />
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tiempo me gustan menos que las que lo detienen”. Esto, además de ser un<br />
ejemplo de la prosa que ejerce Levé en su Autorretrato, nos informa de algo<br />
sustancial sobre él, cuando afirma: “<strong>La</strong>s artes que se expanden en el tiempo me<br />
gustan menos que las que lo detienen”. Con artes que detienen el tiempo,<br />
supongo que se refiere a la fotografía y a la pintura, en contraposición con la<br />
literatura o el cine. Pero realmente él, en Autorretrato, como ya hicieron los<br />
antecesores de los que hemos hablado, lo que intenta hacer es eso: “Detener el<br />
tiempo”. Son libros nada narrativos, son collages de instantáneas. Son fogonazos<br />
que intentan detener el tiempo. Pero tampoco exactamente. Me explico. <strong>La</strong><br />
literatura tiene la capacidad de hacer algo que se le escapa a la fotografía. <strong>La</strong><br />
literatura tiene la capacidad de detener el tiempo que ya ha pasado. Tiene la<br />
capacidad de decir: “Me acuerdo de los cigarrillos de chocolate que parecían<br />
ceras”, como hace Brainard en una de sus frases. <strong>La</strong> fotografía detiene el tiempo<br />
presente, que se convertirá en pasado, cuando pasen los años. Pero la literatura<br />
puede traer el pasado, desde el presente, con sólo una frase. Y ahí su poder<br />
frente a la fotografía. Puede detener el pasado desde el futuro. Eso, que parece<br />
un complejo trabalenguas, es algo muy sencillo. Yo puedo recordar una época<br />
pasada a través de la fotografía con una instantánea de Cartier Bresson, por<br />
ejemplo. Pero lo que Brainard o Perec hacen, es recordar lo que ha pasado a<br />
través de aquello que ya se nos ha grabado de algún modo en la memoria,<br />
aquello que nos ha marcado. Y lo hacen a través de cientos de retazos. No<br />
intento hablar de una supremacía de la literatura sobre la fotografía, sino del<br />
modo con la que una y otra trabajan sobre el asunto del tiempo y la memoria.<br />
De hecho, no parece casualidad que Brainard, Mrején y Levé hayan sido artistas<br />
visuales. Porque quizá ese modo de clasificar la memoria, podríamos decir, a<br />
base de destellos, encaja a la perfección con estos artistas que<br />
trabajan con lo visual más que con la palabra escrita. Como ya<br />
hemos apuntado, esta manera de hacer memoria, que tiene algo de<br />
colección de polaroids, es tremendamente visual. Y puede que por<br />
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Édourad Levé<br />
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CARPETA EL LENGUAJE DE LA MEMORIA<br />
eso, estos creadores, que no vienen de la literatura, sino de la pintura, el<br />
videoarte o la fotografía, hayan utilizado esta fórmula para sus libros de<br />
recuerdos. Y quizá por eso también Zeina Abirached, dibujante, ha escrito y<br />
dibujado Me acuerdo. Beirut. Sí. Zeina. Vamos ahora con Zeina.<br />
4. CÓMIC Y ME ACUERDO EN ESPAÑA<br />
Zeina Abirached, joven dibujante de cómics nacida en 1981, ha trasladado<br />
una forma, hasta el momento puramente literaria como los Me acuerdo, al<br />
campo del cómic. Del mismo modo que hiciera hace unos años Matt Madden con<br />
los Ejercicios de estilo de Queneau. Sí, porque además de la estela seguida por<br />
Levé y Mréjen, los Me acuerdo también han calado en el mundo del cómic<br />
actual. Zeina Abirached utiliza la formula Brainard-Perec para construir una<br />
historia de recuerdos personales en mitad de la guerra del Líbano. En este caso,<br />
acompañado de dibujos que ilustran los recuerdos. Esta es la publicación más<br />
actual relacionada con los Me acuerdo, junto al libro de Elías Moro, en la editorial<br />
Calambur, otros Me acuerdo, que en este caso no se inspiran en la idea de<br />
Brainard-Perec, como Levé o Mréjen, sino que aplica la fórmula a rajatabla, en<br />
los que se sigue cumpliendo esa máxima de retrato personal, pero que sirve<br />
para extrapolarlo a una generación o a una época. Elías Moro ya había publicado<br />
unos “Me acuerdo” hace varios años junto a Daniel Casado, en la editorial “De<br />
<strong>La</strong> Luna Libros”, entre los que encuentro este, que me hace sonreír: “Me<br />
acuerdo de las tapas de tambor Colón y cómo jugábamos con ellas haciéndolas<br />
volar”. Y en el libro más reciente de Moro, encontramos anotaciones como la<br />
siguiente: “Yo me acuerdo de Lee Remick diciéndole a Jack Lemmon<br />
en “Days of wine and roses”: “Un día soñé que me mataron. Fue<br />
allí, junto al embarcadero. Mi padre vino a recoger mi cuerpo en su<br />
vieja furgoneta de reparto”.<br />
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Zeina Abichared<br />
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Como vemos, la sombra de los Me acuerdo es más alargada que la del ci-<br />
prés, y esperamos que siga siéndolo por muchos años. Y lo será. Porque vivir<br />
es crear memoria. Porque la memoria es algo de uno y es algo de muchos. Por-<br />
que aquello que recordamos es lo que nos ha convertido en lo que somos.<br />
5. RECUERDOS DE OTROS<br />
Me acuerdo de un día que estaba leyendo el libro de Perec en una<br />
cafetería de Malasaña al lado de una ventana. A mi alrededor todo el mundo<br />
estaba escribiendo o chateando en portátiles Mac. Y pensé que algún día,<br />
dentro de muchos años, este momento será uno de mis “Me acuerdo”. “Me<br />
acuerdo de cuando la gente escribía en portátiles Mac”. Y eso me hace pensar<br />
en que eso es lo que somos: creadores infatigables de memoria. Y que leer<br />
los “Me acuerdo” de Perec o los de Brainard, es leer la memoria de otros, la<br />
memoria de otra gente, de otra época. Eso es. Y es por eso que leemos. Para<br />
añadir memoria a nuestra memoria. Para ensanchar nuestra memoria con la<br />
de otros. ¿No es por eso también que leemos? Porque nuestra memoria no nos<br />
basta. Es delgada. Anoréxica casi. Pero la vamos alimentando con otras<br />
memorias. Y es por eso que yo no me acuerdo sólo de mis me acuerdos. Me<br />
acuerdo también de lo que hizo Hemingway en París, en ese estupendo libro<br />
de recuerdos que es Paris era una fiesta. Y por eso me acuerdo de que estuvo<br />
en París con Gertrude Stein. Y esa memoria ya es mi memoria. Y por eso me<br />
cuesta tanto comprender a aquellos que no necesitan de la memoria de otros.<br />
Porque la memoria de los demás nos ayuda a comprender nuestra propia<br />
memoria. Paris era una fiesta son los Me acuerdo de Hemingway. Y París no<br />
se acaba nunca son los Me acuerdo de Enrique Vila-Matas.<br />
Hernest Hemingway, William Burroughs y Paul Bowles<br />
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CARPETA EL LENGUAJE DE LA MEMORIA<br />
Por eso yo me acuerdo de recuerdos que no son míos.<br />
Me acuerdo de Ernest Hemingway en París.<br />
Me acuerdo de Willian Burroughs en México.<br />
Me acuerdo de Rodenbach en Brujas.<br />
Me acuerdo de Paul Bowles en Tánger.<br />
Me acuerdo de Paul Morand en Venecia.<br />
Sí. Me acuerdo de ellos. Porque su memoria es ya mi memoria. Y ahí<br />
está, entre otros, uno de los milagros de la literatura.<br />
Me acuerdo de pensar: “Los recuerdos de otros también pueden ser<br />
nuestros”.<br />
Me acuerdo de pensar: “Los recuerdos inventados también son recuerdos<br />
verdaderos”.<br />
Me acuerdo de cuando en el colegio tenía que hacer una redacción<br />
titulada Mis vacaciones. Sí. Me acuerdo de eso. Y quizá ese sea nuestro primer<br />
contacto con la literatura y la memoria. Memoria reciente, pero memoria. Y<br />
quizá esos sean nuestros primeros Me acuerdo. Sí. Esos. Mis Vacaciones. Ni<br />
más ni menos. Aquellos que empezaban de este modo: “Este verano he ido<br />
de vacaciones con mis padres, mi hermana, mis abuelos y el perro. Hemos ido<br />
a la playa y lo hemos pasado bien, aunque mi hermano se ha roto un brazo<br />
subiéndose a un muro.” Esa frase tan sencilla, que yo pude haber escrito en<br />
una redacción escolar, es algo así como mi primer Me acuerdo al que nos<br />
enfrentamos, el primer Me acuerdo al que seguirán muchos más. Porque hasta<br />
cuando aún no hemos generado casi memoria sobre su nuestra vida, ya<br />
estamos deseando contarla. Porque no nos basta con recordar, sentimos la<br />
necesidad de contar nuestros recuerdos. Eso somos: memoria y relato. Eso<br />
somos: memoria y relato para adornar los recuerdos. Eso somos: algo que<br />
siempre acaba de suceder.<br />
6. YO ME ACUERDO<br />
Miro mi biblioteca, en la que no faltan los Me acuerdo, y veo muchos<br />
libros más, y pienso: “Lo que acumulo aquí no es papel, es memoria”. Memoria<br />
real y memoria inventada. Y creo que cada día diferencio menos entre una y<br />
otra. Lo mejor de Perec no es sólo Perec, es lo generosa que es la literatura<br />
de Perec a la hora de pulsar los resortes de otros creadores. Lo bueno de Perec<br />
es que siempre ilusiona. Y pienso en lo hermoso que sería que hubiese un<br />
gran cuaderno de tapas negras, que pasase de padres a hijos, de<br />
generación en generación, en el que cada uno escribiría sus Me<br />
acuerdo. Cada familia tendría sus Me acuerdo particular. Cada<br />
barrio, cada ciudad, cada país, cada generación. Porque lo que<br />
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CARPETA EL LENGUAJE DE LA MEMORIA<br />
comprendemos también al leer los libros de Brainard o Perec, es que la<br />
memoria no es narrativa en el sentido clásico de la palabra. <strong>La</strong> memoria no<br />
cumple aquello de principio, nudo y desenlace. <strong>La</strong> memoria es más parecida<br />
a un montaje de Godard en el que hay saltos de raccord. Y eso también son<br />
los Me acuerdo, recuerdos con saltos de raccord. Un zapping nostálgico. Lo<br />
último que me queda por añadir son algunos de mis Me acuerdo. Y después,<br />
como pedía el escritor francés a sus editores, dejar un espacio en blanco, para<br />
que el lector cree sus propios Me acuerdo. Porque la memoria, como París, no<br />
se acaba nunca.<br />
Me acuerdo de los cuadernos Rubio.<br />
Me acuerdo de tener las gafas rotas y de sujetar las patillas con celofán..<br />
Me acuerdo de Arconada, el portero.<br />
Me acuerdo de las camisetas grises en las que ponía: “Cola Cao”.<br />
Me acuerdo de quedar en las salas recreativas con mis amigos. Y de<br />
meter 25 pesetas en la máquina.<br />
Me acuerdo de lo mal que sabía el primer cigarrillo.<br />
Me acuerdo de una bicicleta BH de color amarillo, que era mi orgullo.<br />
Me acuerdo de ver en el cine “Reservoir Dogs” y quedarme con la boca<br />
abierta en la secuencia de la tortura del poli.<br />
Me acuerdo de Georges Perec.<br />
Me acuerdo de Joe Brainard.<br />
Me acuerdo de Valérie Mréjen.<br />
Me acuerdo de Édouard Levé.<br />
Me acuerdo de Zeina Abirached.<br />
¿Y tú? ¿De qué te acuerdas?<br />
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151
¿Pero qué significaba esa ignorancia con relación<br />
a la perplejidad en que uno se hallaba ante<br />
fenómenos como el de la memoria, o de esa<br />
memoria amplificada y más sorprendente<br />
aún que constituye la transmisión hereditaria de<br />
cualidades adquiridas? Era imposible concebir,<br />
ni siquiera presentir una explicación mecánica<br />
de ese trabajo realizado por la sustancia celular.<br />
<strong>La</strong> montaña mágica<br />
Thomas Mann
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X. LA REINVENCIÓN DE LA MEMORIA.<br />
San Agustín de Hipona<br />
I<br />
En su misma esencia la memoria es voz, que<br />
habla, dice para sí o murmura y cuenta lo que<br />
sucedió. De ahí la voz en off que<br />
acompaña al flash-back.<br />
G. Deleuze, <strong>La</strong> imagen-tiempo, Paidós, 1986.<br />
Funes no sólo recordaba cada hoja de cada árbol<br />
de cada monte, sino cada una de las veces que<br />
la había percibido o imaginado.<br />
J.L. Borges, Funes el memorioso,<br />
Ficciones, 1944.<br />
El estatus del cine, gracias a la obra de<br />
pensadores como Bergson, Metz o Deleuze,<br />
va más allá de la simple idea de la imagen como<br />
representación o simulacro. Dado que el cine<br />
presupone la presencia del otro, o de “lo otro”, el cine implica la posibilidad de<br />
pensar nociones y conceptos filosóficos como tiempo, arte, la propia imagen,<br />
cuestiones éticas, y, por supuesto, dada su condición de imagen-tiempo, tam-<br />
bién está en estrecha relación con la memoria.<br />
Pero no hace falta ir tan lejos, el vínculo entre el cine y la memoria po-<br />
demos rastrearlo a un nivel más íntimo y elemental. Si tomamos la defini-<br />
ción tradicional del cine como “imagen en movimiento” y nos remitimos a la<br />
descripción que de la memoria ofrece San Agustín de Hipona en sus Confe-<br />
siones, podemos apreciar como en ellas se establece un vínculo directo entre<br />
ambos conceptos cuando explica con poético asombro “con esto llego a los<br />
campos amplísimos y a los vastos palacios de la memoria, donde están guar-<br />
dados inmensos tesoros de imágenes de todas esas cosas que nos entran por<br />
los sentidos” (1). De esta manera, con la asimilación de los recuerdos a imá-<br />
1. Y con esto llego a los campos amplísimos y a los vastos palacios<br />
de la memoria, donde están guardados inmensos tesoros<br />
de imágenes de todas esas cosas que nos entran por los sentidos.<br />
(...) Es en ella donde se conservan con entera distinción y<br />
según su propia especie todas las imágenes que entraron a mi<br />
conocimineto cada una por su propia puerta: por los ojos<br />
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Jesús García Hermosa<br />
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genes y siendo la materia del cine las imágenes, éste se nos revela como el<br />
instrumento más idóneo y perfecto para constituirse en el depositario de la<br />
memoria humana.<br />
Lo cierto es que la búsqueda de un método perfecto para conservar la<br />
memoria y los recuerdos ha sido un ansia perpetua y constante desde que el<br />
ser humano es tal. De hecho, la memoria -entendida en sentido lato- es casi<br />
condición ínsita a la propia naturaleza del ser humano. Es una función tan<br />
esencial que es premisa sine qua non para determinar la existencia de “civi-<br />
lización”, pues si hay un criterio ampliamente aceptado para apreciar la con-<br />
currencia de signos de cultura y de pensamiento humano complejo en las<br />
civilizaciones primitivas éste resulta de la existencia o no de ritos funerarios<br />
y del culto a los muertos, a los miembros de la tribu y a los familiares falleci-<br />
dos (los lares, manes y penates romanos). En tanto estos ritos no son sino<br />
una manera de honrar a los muertos son también, por ello, una forma de evo-<br />
car o recordar el pasado, de hacerlo eternamente presente. Comprobamos<br />
pues como este rapto primitivo, esta resolución primigenia consistente en re-<br />
cordar y ser recordado, es una lucha contra el tiempo que acompaña al ser hu-<br />
mano desde el principio de los tiempos y un camino plagado de obstáculos e<br />
inconvenientes.<br />
II<br />
El primer instrumento ideado por el hombre destinado a desafiar los bre-<br />
ves límites temporales de su vida fue la narración oral. Con ella pretendía al-<br />
zarse frente al constante olvido que amenaza el frágil pero tenaz aliento que<br />
insiste en perpetuar la memoria humana. Sin embargo, desde que el ser hu-<br />
mano plasma su ser a través de la palabra escrita (aquí la entenderíamos en<br />
la luz y todos los colores y las formas de los cuerpos; por los oídos<br />
toda la gama de las percepciones sonoras; por la entrada de la nariz<br />
los olores, y los sabores por la entrada de la boca y el paladar. También<br />
se guardan allí los recuerdos de toda percepción habida por la<br />
sensibilidad difusa en todo el cuerpo. Recuerdos de lo blando y de lo<br />
duro, lo suave y lo áspero, lo caliente y lo frío, lo pesado y lo leve<br />
tanto por fuera como por dentro del cuerpo mismo. Todo se conserva<br />
en un vasto y misterioso depósito, adonde cada cosa confluye<br />
por su propia puerta y en el cual descansa según su orden aguardando<br />
que la mente evoque su recuerdo para hablar de ella.<br />
Pero no son las cosas mismas las que tienen acceso a la memoria,<br />
sino nada más sus imágenes, que quedan prontas para<br />
acudir por misteriosos caminos y laberintos a la llamada del pensamiento.<br />
Confesiones, San Agustín, Alianza editorial.<br />
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Platón<br />
cualquiera de sus formas: desde el arte rupestre a la propia palabra escrita)<br />
las fuentes orales pronto adquirieron un carácter menor o complementario; tal<br />
es así que se entiende que existe <strong>La</strong> Historia desde que aparece la escritura.<br />
Simultáneamente, este denodado esfuerzo, esta carrera humana sin fin en<br />
pos de la memoria y su conservación desvela su doble faz, su envés, su antí-<br />
tesis: la desmemoria, el olvido y, por extensión, su falseamiento instituciona-<br />
lizado, histórico, la mentira. Esta dualidad irresoluble, esta paradoja ha<br />
cautivado históricamente, como al Funes borgiano, al hombre. Así, Platón, en<br />
Fedro, relata la siguiente enseñanza de Sócrates:<br />
Cuando llegaron a lo de las letras, dijo Theuth: «Este conoci-<br />
miento, oh rey, hará más sabios a los egipcios y más memo-<br />
riosos, pues se ha inventado como un fármaco de la memoria<br />
y de la sabiduría.» Pero Thamus le dijo: «¡Oh artificiosísimo<br />
Theuth! A unos les es dado crear arte, a otros juzgar qué de<br />
daño o provecho aporta para los que pretenden hacer uso de<br />
él. Y ahora tú, precisamente, padre que eres de las letras, por<br />
apego a ellas, les atribuyes poderes contrarios a los que tienen.<br />
Porque es olvido lo que producirán en las almas de quienes las<br />
aprendan, al descuidar la memoria, ya que, fiándose de lo es-<br />
crito, llegarán al recuerdo desde fuera, a través de caracteres<br />
ajenos, no desde dentro, desde ellos mismos y por sí mismos.<br />
No es, pues, un fármaco de la memoria lo que has hallado,<br />
sino un simple recordatorio. Apariencia de sabiduría es lo que<br />
proporcionas a tus alumnos, que no verdad. Porque habiendo<br />
oído muchas cosas sin aprenderlas, parecerá que tienen mu-<br />
chos conocimientos, siendo, al contrario, en la mayoría de los<br />
casos, totalmente ignorantes, y difíciles, además, de tratar<br />
porque han acabado por convertirse en sabios aparentes en<br />
lugar de sabios de verdad».<br />
Vemos como, si bien las palabras contribuyen a la perdurabilidad de lo<br />
escrito, paradójicamente, contribuyen al olvido y al descuido de la memoria.<br />
Algo semejante podía predicarse ayer de las enciclopedias y hoy de Google.<br />
Esta ambivalencia de la palabra escrita también late en el fondo de todas las<br />
religiones que se fundamentan en un texto sagrado pues, por la propia natu-<br />
raleza de la religión y del texto, aparte de remitir la mayoría de las veces a<br />
un pasado perdido o de evocar lugares míticos que han de ser re-<br />
cordados, o bien que pretenden ser recuperados, ahora, aquí o<br />
después, en otra vida, llámese edén, paraíso, cielo, campos elí-<br />
seos, tlalocan, valhalla, nirvana, shambhala.., poseen vocación de<br />
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univocidad e inmutabilidad, de perpetuarse a lo largo del tiempo, de hacer<br />
presente la misma palabra de Dios a través de una paradoja: el fetichismo de<br />
la palabra fosilizada.<br />
Sin embargo, además del inseparable y contradictorio binomio memo-<br />
ria/olvido, el otro extremo que aquí nos importa es la variada estructura que<br />
arquetípicamente adopta el relato de la memoria. Precisamente, en las deno-<br />
minadas “religiones del libro” tenemos dos ejemplos canónicos de relato me-<br />
morístico: revelación y reconstrucción. <strong>La</strong>s revelaciones mayoritariamente<br />
componen el Antiguo Testamento y, sobre todo, el Corán (que le fue dictado<br />
personal y completamente a Mahoma por Alá). En cambio, las reconstruccio-<br />
nes son la espina dorsal del Nuevo Testamento pues contiene las cuatro ver-<br />
siones de la vida de Jesús ofrecidas por los cuatro evangelistas (Mateo,<br />
Marcos, Lucas y Juan). Así, por un lado, nos encontraríamos con la cristaliza-<br />
ción del paso de la oralidad a la escritura: el relato puro, por sí mismo, en pri-<br />
mera persona, omnisciente o demiúrgico, o en tanto instrumento de otro; y,<br />
por otro lado, el conocido dispositivo del relato en tercera persona: la biogra-<br />
fía de un personaje contada por cuatro autores-testigos con posterioridad a la<br />
sucesión de los hechos. A lo largo de los siglos ambas estructuras -y sus va-<br />
riantes- se han conformado y consolidado como los modelos paradigmáticos<br />
del quehacer narrativo universal, tanto en obras con un origen oral, como <strong>La</strong><br />
Odisea o <strong>La</strong> Iliada, o puramente literario, desde El Quijote a El Ulises de Joyce.<br />
III<br />
<strong>La</strong> más reciente y exitosa técnica ideada por el ingenio humano con el fin<br />
de detener el tiempo y aprehender la memoria fue la fotografía e inmediata-<br />
mente después la imagen en movimiento, el cinematógrafo; el medio, el ins-<br />
trumento, que ha caracterizado / reinado a lo largo de todo el siglo XX.<br />
Durante todo el siglo pasado, al inmenso caudal de imágenes que de por sí se<br />
acumula y atesora en una biografía humana, se le suma otro inmenso tesoro<br />
de imágenes en movimiento que no pertenece ya al acervo colectivo, sino a<br />
la memoria individual. El cine ha influido enormemente como ningún otro arte<br />
en los relatos y en el imaginario individual, de forma que muchas veces un<br />
episodio de nuestras vidas es recordado, y reconstruido, como si de una pe-<br />
lícula se tratara. Tal es así que el corpus de imágenes cinematográficas cons-<br />
tituye una suerte de memoria virtual, de modo que todos tenemos<br />
referentes de muchas cosas que no hemos experimentado como<br />
vivencia de primer orden, pero pasan a nuestra memoria como vi-<br />
vencia de orden estético que adultera nuestro vivir. ¿Qué clase de<br />
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Claude <strong>La</strong>nzmann<br />
recuerdos son esas imágenes que nos enseñaron a<br />
fumar glamurosamente, a besar con fatalidad o ve-<br />
hemencia, a sucumbir al amor, a reaccionar ante el<br />
dolor, a huir de una persecución. De todo el espectro<br />
de situaciones humanas tenemos un sucedáneo fic-<br />
ticio codificado en nuestra memoria por obra del cine.<br />
Lo cierto es que el arte de la imagen nació con<br />
los atributos de la objetividad y la condición de in-<br />
contestable y veraz registro histórico (tal fue así que,<br />
como sabemos, la popularización de la fotografía<br />
contribuyó a superar la pintura figurativa). Esto ocu-<br />
rre de forma aún más aguda con el cine por su po-<br />
tencialidad como mímesis definitiva para captar -y<br />
reproducir después- la realidad como si del ojo hu-<br />
mano se tratara. No obstante, debido a su uso y<br />
abuso por los totalitarismos, la propaganda y la in-<br />
dustria cultural, a la evidencia de sus posibilidades<br />
de manipulación y a que, como señaló el filósofo Ge-<br />
orges Didi-Huberman, la imagen posee una natura-<br />
leza incompleta pues “nunca será toda la verdad”, lo cierto es que pronto<br />
perdió su pureza original o, más bien, resultó haber nacido con un pecado ori-<br />
ginal. Aún así, provisto como está de los elementos necesarios para consti-<br />
tuirse en el medio óptimo para documentar la realidad, desde su invención el<br />
cine se encuentra sometido (siempre que prescindamos del cine experimen-<br />
tal) a la tensión suscitada entre retratar los hechos (documentar el presente)<br />
o bien recrearlos (ficcionalizarlo).<br />
Por lo que se refiere a la primera de sus manifestaciones, el documental<br />
y, ahondando en la relación entre cine y memoria, una de las mayores discu-<br />
siones que se han planteado en su seno es la que gira en torno al medio o la<br />
forma más idónea para traducir en imágenes de manera cabal y honesta la<br />
memoria de un acontecimiento extraordinario como fue el Holocausto. El di-<br />
rector francés Claude <strong>La</strong>nzmann apostó en su monumental Shoah (1985) por<br />
la idea de que el Holocausto es inimaginable y, por ende, irrepresentable, de<br />
tal forma que cualquier aproximación visual no testimonial o ficcionalizada es<br />
una suerte de repugnante fetichismo revisionista. Esta tajante postura inte-<br />
lectual ha cuestionado a otros autores que han abordado este<br />
acontecimiento desde la ficción pero sobre todo lo ha enfrentado<br />
a los que lo han hecho desde el documental, como hizo Alain Res-<br />
nais al emplear imágenes de archivo en Noche y niebla (Nuit et<br />
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bruillard, 1962), pero lo conectan con aquellos que, como el filósofo Reyes<br />
Mate, sostienen que frente a la barbarie es capital una estrategia de la me-<br />
moia que tenga en cuenta la fragilidad del recuerdo (...) <strong>La</strong> memoria no es una<br />
actividad espontánea, ni fácil (...) <strong>La</strong> base ... es la palabra del testigo, el tes-<br />
timonio. Tenemos que construir una teoría de la verdad que pivote sobre el<br />
testimonio (2).<br />
IV<br />
En cuanto nos sumergimos en la memoria como materia u objeto del re-<br />
lato cinematográfico es posible identificar tanto el empleo recurrente de es-<br />
tructuras idénticas a las que, como vimos, se vienen utilizando desde hace<br />
siglos en el ámbito de la narración oral y del relato escrito, así como la reite-<br />
ración, desde los albores del arte cinematográfico, de dos instrumentos (bien<br />
sean de forma independiente, pero la mayoría de las veces de forma con-<br />
junta) que se han configurado como imprescindibles para articular la presen-<br />
cia, la plasmación, del pasado y de la memoria en el cine: la voz en off y el<br />
flash-back. Con respecto al primero, Rancière, en <strong>La</strong> fábula cinematográfica,<br />
subraya el carácter imperialista y autoritario de dicha voz, de forma que “ga-<br />
rantizando el sentido, debilita la imagen” (3). Y, en cuanto al flash-back, De-<br />
leuze en <strong>La</strong> imagen-tiempo afirma que es un procedimiento convencional,<br />
extrínseco: en general se caracteriza por un fundido encadenado y las imá-<br />
genes que introduce están a menudo sobreexpuestas o tramadas. Es como un<br />
letrero: “¡atención, recuerdo! (4).<br />
2. <strong>La</strong> memoria del olvido, Reyes Mate, Errata naturae, 2009.<br />
3. El cine documental siempre ha permanecido cautivo entre el cinema<br />
verité, (...) y el imperialismo de la voz de su amo, voz generalmente<br />
off que con su continuidad melódica reproduce los<br />
encadenamientos de imágenes heterogéneas o puntúa, paso a paso,<br />
el sentido que debe leerse en la presencia muda de éstas o en sus<br />
elegantes arabescos. (...) El documental incurre una y otra vez en<br />
esa remisión de una imagen o montaje de imágenes que deberían<br />
hablar por sí mismos a la autoridad de una voz que, garantizando el<br />
sentido, debilita la imagen. <strong>La</strong> Fábula cinematográfica, Jacques Rancière,<br />
Paidós, 2005.<br />
4. <strong>La</strong> relación de la imagen actual con imágenes-recuerdo aparece<br />
en el flash-back. Se trata precisamente de un circuito cerrado que<br />
va del presente al pasado y que luego nos trae de nuevo al presente.<br />
O, mejor dicho, como en Le jour se lève de Carné, se<br />
trata de una multiplicidad de circuitos donde cada uno recorre<br />
una zona de recuerdos y retorna a un estado cada vez más profundo,<br />
cada vez más inexorable de la situación presente (...).<br />
Sabemos, no obstante, que el flash-back es un procedi-<br />
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El inmortal (1963) - Trans-Europ-Express (1966), Alain Robbe-Grillet<br />
Por lo tanto, si con el origen del cine y su -optimista y entusiasta- des-<br />
arrollo posterior estos mecanismos tuvieron una magnífica acogida y obtu-<br />
vieron una inmediata autonomía y madurez (contribuyen a crear y consolidar<br />
géneros cinematográficos, como el noir, convirtiéndose en marca inconfundi-<br />
ble de estilo), pronto, quizás con la desaparición de las utopías, las desgra-<br />
cias y la confusión, las guerras y la consiguiente expansión del escepticismo,<br />
ellos mismos se convierten en medios capitales para cuestionar la omnipo-<br />
tencia de la mirada, la creación y subsistencia de los grandes relatos, proce-<br />
diendo a detonarlos y a cuestionarlos desde dentro. De nuevo, como ocurre<br />
con cualquiera de los fármacos de la memoria, el flash-back y la voz off se<br />
convierten en verdaderos instrumentos de la sospecha, la vehiculan y así lo<br />
ponen de manifiesto al espectador. Como reconoce Deleuze al analizar las pe-<br />
lículas de Robbe-Grillet “lo falso es un principio de producción de las imáge-<br />
nes, éstas deben estar producidas de tal manera que el pasado no sea<br />
necesariamente verdadero, o que de lo posible proceda lo imposible”.<br />
miento convencional, extrínseco: en general se caracteriza por un<br />
fundido encadenado y las imágenes que introduce están a menudo<br />
sobreexpuestas o tramadas. Es como un letrero: “¡atención, recuerdo!”.<br />
Puede indicar así por convención una causalidad psicológica<br />
pero que sigue siendo análoga a un determinismo<br />
sensoriomotor y, a pesar de sus circuitos, de hecho garantiza la progresión<br />
de una narración lineal. El problema del flash-back es que<br />
tiene que recibir su necesidad de otra parte, así como las imágenesrecuerdo<br />
deben recibir de otra parte la marca interna del pasado.<br />
Es preciso que la historia no se pueda contar en presente.<br />
Es preciso, por tanto, que alguna otra cosa justifique o imponga<br />
el flash-back y marque o autentifique la imagen recuerdo. <strong>La</strong><br />
imagen-tiempo, Gilles Deleuze, Paidós, 1986.<br />
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Así, lo comprobamos con el sentido que poseen estas dos figuras en un<br />
ramillete de películas que comparten el empleo del flash-back, la voz en off y<br />
la estructura de relato fragmentario, así como el estar rodadas al comienzo de<br />
décadas sucesivas: Ciudadano Kane (Welles, 1941), Rashomon (Kurosawa,<br />
1950) y <strong>La</strong> commare secca (Bertolucci, 1962), aunque los ejemplos puedan<br />
ser múltiples y variados (Carta a tres esposas -Mankiewicz, 1949-, Cautivos<br />
del mal -Minnelli, 1952-, o El año pasado en Marienbad -Resnais, 1961-). En<br />
ellas el dispositivo que pone en funcionamiento el flash-back y la consiguiente<br />
reconstrucción del pasado se hace evidente. Por un lado, se trata de recons-<br />
truir un evento, historia o la intrahistoria de un personaje, por otro, en reali-<br />
dad, está poniendo de manifiesto un hecho incontrovertible: para un mismo<br />
suceso siempre existen varias versiones contradictorias, tantas como perso-<br />
nas hayan intervenido en él; luego la percepción humana es naturalmente de-<br />
ficiente, nunca será lo suficientemente amplia para abarcarlo todo. Aún al<br />
borde del abismo, como ocurría con Hitchcock, Resnais, Antonioni o Bresson,<br />
al menos durante aquellos años, el espectador permanecía en cierta manera<br />
a salvo, testigo y cómplice de lo que fuera que ocurriese en la pantalla. Con<br />
el paso de los años ni siquiera eso es posible. El mecanismo propiciado por el<br />
flash-back y la voz en off se desconecta del pasado que viene a mostrar,<br />
pierde su sentido y deviene puro artificio, elemento lúdico y engañoso cuyo<br />
único fin consiste en sorprender acrobáticamente a un saturado espectador<br />
sobreexpuesto a multitud de imágenes e historias al que no le es posible dis-<br />
tinguir pasado de presente, ni realidad de ficción (5), inserto como está en el<br />
continuum televisivo. <strong>La</strong> lista sería interminable: Lunas de hiel -Polanski,<br />
1992-, Sospechosos habituales -Singer, 1995-, El sexto sentido -Night Shya-<br />
malan, 1999-, Memento -Nolan, 2000-.<br />
V<br />
El cine de ficción hoy es plenamente consciente de su imposibilidad de<br />
vertebrar la memoria (cualquier memoria) pues, más bien, con su reiteración<br />
e imparable flujo contribuye al efecto contrario, por un lado al embelleci-<br />
miento, a la estetización del pasado y, por otro, al abotargamiento y su falsi-<br />
ficación. Por tanto, el cine tiene sus peligros: la demasiado verosímil imitación<br />
de la vida, la consiguiente codificación de lo incodificable y la venenosa es-<br />
5. Para quienes hemos sido corrompidos por Hollywood, el paisaje<br />
y las imágenes de las Torres Gemelas derrumbándose no<br />
pueden sino recordarnos las escenas más espectaculares de las<br />
superproducciones de catástrofes. Slavoj Zizek, Bienvenidos al<br />
desierto de lo real, Akal, 2005.<br />
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Sospechosos habituales, Brian Singer, 1995 - El sexto sentido, Night Shyamalan, 1999<br />
tandarización de la mirada: en definitiva, la pérdida de la experiencia del<br />
asombro. Pero, al igual que existen ejercicios de honestidad y autoengaño en<br />
la rememoración y reconstrucción de nuestra biografía, ejercicios de valiente<br />
interpretación y revisión de la historia de la humanidad junto al vergonzoso<br />
silencio o la infamia, también el cine conoce estas dos posibilidades: hay imá-<br />
genes que nos imponen una visión ya interpretada de las cosas y hay imáge-<br />
nes que nos hacen despertar al don de ver por primera vez por medio de<br />
asociaciones completamente nuevas y audaces (como la persecución fluvial de<br />
la oveja en <strong>La</strong>s estaciones de A. Pelechian).<br />
Nadie como Marcel Proust ha consagrado toda una obra a transitar por<br />
los difíciles pasadizos que conducen a la puerta de la cámara más secreta y<br />
caprichosa de la memoria, aquella que no podemos abrir voluntariamente,<br />
sino que sólo nuestros sentidos abren con una arbitrariedad desconcertante.<br />
Pero esto no sucede con facilidad. <strong>La</strong> percepción sensorial tiende a atrofiarse<br />
en lo fácil, en la lamentable cama de todas las superficies. El tiempo no se re-<br />
cupera reconstruyendo voluntariamente un recuerdo codificado y mediatizado<br />
por el estado presente de nuestra psique o por la versión estandarizada de<br />
todo cuanto acontece: la verdadera alquimia del recuerdo tiene lugar a través<br />
de la dolorosa percepción, propiciada por un estado de extrañeza e intros-<br />
pección que es ajeno a la inmensa mayoría de los seres humanos y que nos<br />
puede devolver inesperadamente un instante ya vivido con tal intensidad que<br />
nos instala en una eternidad que escapa a las leyes de la temporalidad. Lo<br />
mismo sucede con el cine mainstream: no tiene la capacidad de<br />
producir el asombro primigenio.<br />
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CARPETA EL LENGUAJE DE LA MEMORIA<br />
Por lo tanto, ante semejante callejón sin salida, la única opción cierta<br />
que le queda a la imagen cinematográfica para conservar la memoria es con-<br />
vertirse ella misma en historia, bien sea en forma de testimonio en primera<br />
persona, real (Perlov) o ficticio (Marker), que se metamorfosee y resuene<br />
como un eco, haciendo de lo particular materia universal, bien como materia<br />
de una historia paralela o de una verdadera Historia, al modo a como J.L. Go-<br />
dard hizo con sus Histoire(s) du cinema (1988-1998); la otra posibilidad, al<br />
modo de la memoria involuntaria proustiana, vendría dada por su capacidad<br />
de convertirse en evocadora espoleta para aquellas emociones o recuerdos<br />
que quieran asaltarnos en medio de la sala de cine, o en el salón de casa,<br />
sean recuerdos propios o bastardos, entreverados por el mismo cine.<br />
Diary, David Perlov, 1973-1983<br />
Historie(s) du Cinéma, Jean-Luc Godard, 1988-1998<br />
shangrilatextosaparte.blogspot.com - issn: 1988-2769<br />
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SHANGRI-LA. Derivas y Ficciones Aparte Nº 11 - Enero - Abril 2010<br />
CARPETA EL LENGUAJE DE LA MEMORIA<br />
XI. FRAGMENTOS ACERCA DE CINE Y MEMORIA.<br />
Luces de la ciudad<br />
I. HABERLO VISTO OTRA VEZ…<br />
El cinematógrafo es un arte memorioso. Nos muestra lo que pasa ahí<br />
delante, sí, pero está, a su vez, como recordando algo, algo que no ha pa-<br />
sado en la realidad. Eso que ahora de pronto se está haciendo ser lo que no<br />
era. Es una operación paradójica; cierto que su mecanismo cinético más pro-<br />
pio es presentar las cosas y los casos bajo el efecto de realidad, en movi-<br />
miento y tránsito; pero a veces, precisamente cuando acierta a ser<br />
penetrante, logra desmentir o desfigurar las definiciones audiovisuales y su<br />
obediencia temporal; desmonta la realidad evidente de la pantalla des-rea-<br />
lizándola, dándole un rango sospechoso, desconocido, (aunque no del todo<br />
desconocido), vislumbrado, entrevisto alguna vez, recordado; no como re-<br />
cuerdo histórico sino como registro de pura memoria, recuerdos perdidos en<br />
olvido. Uno cree haberlo visto otra vez, pero no sabe ni cómo ni cuando, y<br />
ni tan siquiera si él estuvo allí. Es algo de la índole del sueño, que aunque<br />
parece que nos dice cosas que intentan tener un significado, si nos atreve-<br />
mos a darle nombre a sus imágenes, o lugares o fechas, el sueño<br />
mismo se desbarata y queda convertido en otra cosa que ya no<br />
es lo que era. En medio de ese cómputo de registros de vida no<br />
vivida que es nuestra vida, (y por similitud el cine), hay a veces,<br />
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Isabel Escudero<br />
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CARPETA EL LENGUAJE DE LA MEMORIA<br />
(también como en nuestra vida), la punzada de un sueño que nos despierta<br />
con un recuerdo de vida vivida, aunque nunca realizada.<br />
¿Pero quien recuerda? ¿Soy yo aquí sentado en la oscuridad el que re-<br />
cuerda? ¿O aquel de la pantalla que me ve y recuerda haberme visto otra vez?<br />
El espectador, el observador, entra en lo observado, está a la par<br />
afuera y adentro. Se podría decir que en esos trances el espectador mira<br />
desde atrás de la pantalla a ese otro que a su vez mira desde frente. Pero<br />
¿cuál de los dos soy yo, o sea tú? Pues ni uno ni otro y a la vez los dos, des-<br />
plazados en un tercero que ya no es espectador porque entra él mismo en<br />
la acción: actúa. No se distrae en mirar: sencillamente ve y “vigila el sueño,<br />
algo mejor que los soñado” (1). <strong>La</strong> fe audiovisual queda así en suspenso:<br />
por fin hay ojos que ven. Cuando una película, o solo una escena, acierta<br />
como en un sueño (o en una vívida recordación) a despertarnos, es porque<br />
despierta al que sueña sin despertar al durmiente. Porque si despertara al<br />
durmiente se apresuraría éste enseguida a interpretar y contar el sueño,<br />
su sueño, pero no el sueño del que soñaba. Eso implicaría ya una impostura<br />
notable; amarrar esos materiales que danzaban sueltos en un orden propio<br />
e intemporal y traerlos a este mundo de la realidad sucesiva y cuantificada,<br />
sería una adulteración sensitiva y lógica. A veces, cada vez más raras, el ci-<br />
nematógrafo nos abre ese resquicio des-velador, común a la memoria y al<br />
sueño, por el que se nos permite ver cosa de otro mundo desde este: desde<br />
este oscuro mundo.<br />
No se me ocurre ejemplo más vivo y cinematográfico de plasmación de<br />
esta curiosa y delicada operación que aquella secuencia final de “Luces de la<br />
ciudad” en la que el vagabundo vuelve a la esquina donde solía sentarse la flo-<br />
rista ciega, y se encuentra con una floristería de lujo y ahí tras el cristal del<br />
escaparate la vemos a ella dentro ya curada de la ceguera tras el ramo de<br />
rosas blancas. Ese mirar enamorado del mendigo desde fuera del cristal y ese<br />
otro mirar burlón y ajeno de la muchacha que no lo ha conocido, el descuerdo<br />
del que ha visto y la otra que no... y, tras la limosna de la moneda y la rosa<br />
ofrecida, de repente: la visión, pero no de los ojos, sino el reconocimiento del<br />
tacto, la mano que roza la cara: el ver de veras, ver hacia atrás, ver de la me-<br />
moria, que es un ver desde lo oscuro, un ver que traspasa la ceguera del mirar<br />
audiovisual: “¿Puedes ver ahora?”, pregunta el hombrecillo. (2) Dice así Víc-<br />
tor Erice refiriéndose a esta secuencia:<br />
1. Antonio Machado: Últimas lamentaciones de Abel Martín.<br />
2. Víctor Erice: “¿Puedes ver ahora?”Texto de presentación de la<br />
película “Luces de la ciudad” en la Residencia de Estudiantes, el<br />
23 de febrero de 1989 y posteriormente publicado en<br />
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CARPETA EL LENGUAJE DE LA MEMORIA<br />
“...Aquello que en la realidad se me aparece con frecuencia desdibu-<br />
jado, incompleto o perdido para siempre, permanece, intacto en su misterio,<br />
en las últimas imágenes de Luces de la ciudad, unas de las más sencillas, in-<br />
tensas y reveladoras de toda la historia del cine: En ellas está Charlot, el va-<br />
gabundo, en la acera de la calle; y la florista, curada de su ceguera, al otro<br />
lado del cristal; la flor y la moneda; la mano de ella en la mano de él; las mi-<br />
radas que se encuentran por vez primera... Y de pronto, el reconocimiento:<br />
ese vértigo que experimentamos en medio de la emoción al percibir el abismo<br />
que se abre entre los dos personajes. En ese instante dejamos de ser espec-<br />
tadores. Charlot pregunta: “¿Puedes ver ahora?”. Y la florista responde: “Sí,<br />
ahora puedo ver”. Palabras que leemos pero que nunca escucharemos salvo,<br />
quizá, dentro de nosotros mismos, en nuestra propia voz. Finalmente, las lá-<br />
grimas de ella -¿por qué llora?- y la sonrisa indescifrable de él”.<br />
II. BLANCO Y NEGRO<br />
Luces de la ciudad<br />
¿Por qué cuando pensamos en el Cine de verdad, y nos llegan a la me-<br />
moria algunos de sus fugaces destellos, los vemos en blanco y negro incluso de<br />
películas que han sido vistas en color? ¿Será que el color hace el día en la pan-<br />
talla y lo que uno desearía, más bien, es perderse en la cámara oscura como si<br />
Banda Aparte. Revista de cine –Formas de ver nº 9-10, enero<br />
1998, Ediciones de la mirada, Valencia y en El País.<br />
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CARPETA EL LENGUAJE DE LA MEMORIA<br />
se entrara en la noche? ¿Será que nuestra infancia -a los que vivimos de aquél<br />
abundante milagro cinematográfico- se nos pintó indeleblemente en blanco y<br />
negro? ¿Qué pasa, por qué la alquimia de la memoria -o la de la ensoñación-<br />
tiende a restituir ese estado primordial fantasmal, esa carencia primigenia? ¿Por<br />
qué se destiñe la vida para sentirla mejor? ¿Por qué las simas del miedo -lo<br />
más hondo de los humanos- también se abren en blanco y negro? Pasa algo pa-<br />
recido con los sueños que, aunque en el momento del despertar aún sintamos<br />
desplegado su luminoso arcoiris, en cuanto el pensar mismo los roza -en cuanto<br />
abrimos los ojos- se decoloran para contarse mejor. Hay una curiosa química<br />
del sueño en la que los materiales coloreados saltan sin sentido ni sucesividad,<br />
aparecen sueltos, luminosos, encendidos al aire y sin tiempo, arrítmicos como<br />
la caprichosa lava de un volcán. Y toda esa fuerza inconsciente -o más bien<br />
subconsciente es recogida todavía bullente en el ensueño previo al despertar en<br />
el que ya aparece la mecánica de la sucesividad, la ordenación en el tiempo:<br />
aparece ya esa forma sucesiva y rítmica a la que llamamos “vida” como un<br />
cuento que cuenta el sueño perdido. Y esa operación en duermevela -en mínima<br />
realidad- (que se da generalmente en blanco y negro) ese flujo fantasmático,<br />
todavía naciente del sueño, tiene algo que ver con el cinematógrafo cuya más<br />
honda trama sería por un lado visual (visionaria) pero tocada ya por el pensa-<br />
miento, un pensamiento vivo no congelado aún en conceptos sino resuelto en<br />
figuraciones nimbadas de sueño y deseo. Pensar la vida en ese trance de sa-<br />
lida del ensueño cuando todavía el ver arrastra toda esa carga inconsciente,<br />
donde el pensar no está desprendido del ver (no en el sentido habitual en que<br />
se dice que “se piensa con imágenes”, sino a la inversa: es el ver propiamente<br />
el que piensa). Un pensar con los ojos: un ver razonante que discurre sobre una<br />
lógica rítmica (¡tan importante en el cinematógrafo!) -un ver activo que no se-<br />
para todavía vida de pensamiento, y donde se alimenta lo uno de lo otro.<br />
Ese resquicio fugaz, esa fisura privilegiada nos deja entrever algo que se<br />
siente como verdadero esencialmente porque no es de este mundo, porque no<br />
es realidad todavía.<br />
Al no estar aún separado el sujeto que ve (espectador) no hay, pues,<br />
propiamente “sujeto”. Son los ojos por fin los que ven clara y despiadada-<br />
mente; la mirada -al mismo tiempo instrumento y destino ve y se ve: una<br />
“mirada sin dueño”. Esa aurora del ver es alba del pensar, revive un hechizo<br />
lejano, aquel prendimiento de la mirada indómita del niño. Esa sería la acción<br />
práctica des-veladora del cinematógrafo.<br />
Esa práctica subconsciente del arte,- el arte como subcons-<br />
ciencia-, exigiría una insumisión radical que alcanzaría notable-<br />
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<strong>La</strong> mujer pirata<br />
mente y en primer lugar a la técnica: al procedimiento tecnológico. Los me-<br />
dios y los fines en el arte no pueden separarse: si se quiere acceder por ejem-<br />
plo a una posible subrealidad (bien lo sabía el Surrealismo) esa misma<br />
insumisión -ese desvelamiento- debe tocar también a los medios y a los re-<br />
cursos tecnológicos. <strong>La</strong> docilidad hacia la Realidad tal como se nos aparece y<br />
la obediencia hacia el aparataje que más fielmente faculte su reproducción no<br />
son desde luego vías para el desvelamiento de la falsedad de la Realidad, sino<br />
más bien para la continua reproducción más o menos espectacular (o sea vis-<br />
tosa, simplemente vistosa) de la misma; o sea sirve sumisamente al perfec-<br />
cionamiento de la Realidad, es decir al perfeccionamiento de la mentira.<br />
Y entonces -volviendo al obligado elemento del color en el cinematógrafo<br />
-¿no sería que una de las armas más activas del Cine para hablar de la Rea-<br />
lidad y, al mismo tiempo desactivarla, denunciarla, desvelarla -uno de sus<br />
modos más eficaces de insumisión- se lo debería precisamente a esa imper-<br />
fección química y técnica- a ese discurrir nebuloso sobre, o más bien por de-<br />
bajo de la Realidad, como una escritura cinética subreal en tinta negra y<br />
página blanca? ¿Será por eso que las grandes películas inolvidables son en<br />
blanco y negro y que, además, curiosamente -el recuerdo de repentina me-<br />
moria- nos devuelve al blanco y negro incluso aquellas que realizadas en color<br />
también acertaron a decir algo descubridor contra la Realidad?<br />
Porque ¿no será que siendo el Cine un arte de la Realidad su<br />
primera acción como arte sería el desnudamiento de esa Reali-<br />
dad: volverse contra su sustancia misma en una operación cuasi<br />
metafísica, mirar primero hacia adentro para ver lo de afuera? Y,<br />
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El río<br />
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CARPETA EL LENGUAJE DE LA MEMORIA<br />
desde luego ¿cómo se puede pretender hablar “objetivamente” de la Realidad<br />
si el instrumento de visión del que nos valemos -el cinematógrafo- pretende<br />
ya en su procedimiento ser lo más idéntico posible a esa Realidad que quiere<br />
ver, ser él mismo ya antes Realidad?<br />
Es, quizá, precisamente ese distanciamiento -que facultaba el blanco y<br />
negro- (y antes todavía la artificiosidad mecánica de la imagen saltarina) el<br />
que propiciaba la posibilidad de actuar: el cine no era sólo ver sino que era<br />
acción: operación; demolición de la Realidad empezando por la disolución<br />
del propio espectador que “vivía” aquello no como vivía la vida sino de otra<br />
manera más viva. Porque que la Realidad -tal como la vivimos en el mundo<br />
cotidiano- es ‘ideal‘ no se ve bien a las claras; hay un disimulo de que aque-<br />
llo se puede palpar: la vida, los rostros, los cuerpos son ‘materia‘ (como dicen<br />
los físicos) carne, sangre, etc...; y es precisamente ese aura fantasmal del<br />
cine antiguo (envolviendo a esa “materia”) la que de golpe y porrazo deja ver<br />
la ‘idealidad‘ de la Realidad. Es, pues, el efecto de idealidad del cinematógrafo<br />
blanquinegro (por azares de una tecnología todavía imperfecta) el que le daba<br />
su indómito mirar todavía no sometido a los obligados progresos tecnológicos.<br />
Es ese efecto de idealidad, sobre la propia Realidad de la que trata, lo que le<br />
hacía inteligente y descubridor y sobre todo afín con los humanos: porque eso<br />
de “vivir” quizá nos esté vedado y sólo hay asomos de ello en los sueños y en<br />
el cinematógrafo.<br />
Volvamos de nuevo al blanco y negro -a los grises del cinematógrafo- a<br />
ese efecto de idealidad de la Realidad: a su aura fantasmal. Volver a esa forma<br />
blanquinegra de insumisión que, precisamente, al operar por sublimación de<br />
la Realidad acertaba de vez en cuando a hacer arte.<br />
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XII. UN ESPACIO NACIDO DEL TIEMPO.<br />
PROUST Y LO PROUSTIANO EN EL CINE*<br />
Le Temps retrouvé<br />
A Jean-François Tarnowski<br />
(1948- 2005), In memoriam.<br />
EL TIMBRE, EL SOLLOZO.<br />
No es necesario tener un cono-<br />
cimiento profundo de la obra de<br />
Proust para intuir algunas de sus ca-<br />
racterísticas esenciales. Perderse en<br />
las páginas de los siete volúmenes de<br />
En busca del tiempo perdido es una<br />
de las tareas más gozosas y fructíferas que puede emprender cualquier lec-<br />
tor, aún sin tener plena conciencia de encontrarse ante uno de los monumen-<br />
tos imperecederos de la literatura del siglo XX. No hace falta, sin embargo,<br />
extraviarse mucho en este jardín para gratificarse con la primera de sus deli-<br />
cias. En “Combray”, capítulo inicial de Por el camino de Swann, libro con el<br />
que se inicia el ciclo novelesco, el narrador degusta un trocito de magdalena<br />
embebido en el té que su madre le ha preparado cierto día de invierno pari-<br />
sino. El sabor combinado del bizcocho y la infusión evocan en él de inmediato<br />
* El presente texto se trata de una ponencia del Proyecto de Investigación<br />
titulado “Diseño de una base de datos sobre patrimonio cinematográfico<br />
en soporte hipermedia. Catalogación de recursos<br />
expresivos y narrativos en el discurso fílmico”, con código 04I355.01/1,<br />
cuyo desarrollo fué previsto para el periodo 2005-2007, siendo investigador<br />
principal el profesor Dr. Javier Marzal Felici, Profesor Titular de<br />
Comunicación Audiovisual y Publicidad en la Universitat Jaume I de<br />
Castellón, director del Grupo de Investigación “I.T.A.C.A. UJI –Investigación<br />
en Tecnologías Aplicadas a la Comunicación Audiovisual de la<br />
Universitat Jaume I-”, con código 160. Se publicó en Metodologías de<br />
análisis del film, Javier Marzal Felici/Francisco Javier Gómez Tarín<br />
(editores), Edipo SA, Madrid, 2007.<br />
Agradecemos a Juan Miguel Compnay Ramón (autor del texto)<br />
y a Francisco Javier Gómez Tarín (editor), la autorización para su<br />
reproducción en <strong>Shangri</strong>-<strong>La</strong>. Derivas y Ficciones Aparte nº 11,<br />
enero-abril, 2010.<br />
shangrilatextosaparte.blogspot.com - issn: 1988-2769<br />
Juan Miguel Company Ramón<br />
169
SHANGRI-LA. Derivas y Ficciones Aparte Nº 11 - Enero - Abril 2010<br />
CARPETA EL LENGUAJE DE LA MEMORIA<br />
las mañanas de domingo de su infancia en la mansión veraniega de Combray,<br />
cuando su tía Léonie le ofrecía similar refrigerio en su habitación al levantarse<br />
de la cama. <strong>La</strong> reminiscencia, desde el placer gustativo, del pueblo donde pa-<br />
saba las vacaciones estivales es la primera aparición en la obra de esa me-<br />
moria involuntaria que puede evocar, por el mismo hecho de serlo, el pasado<br />
en toda su prístina intensidad:<br />
...todas las flores de nuestro jardín y la del parque del señor<br />
Swann y las ninfeas del Vivonne y las buenas gentes del pueblo<br />
y sus viviendas chiquitas y la iglesia y Combray entero y sus al-<br />
rededores, todo eso, pueblo y jardines, que va tomando forma y<br />
consistencia, sale de mi taza de té (1).<br />
Captar la pervivencia del recuerdo a través del tiempo transcurrido es,<br />
sin duda, una clave esencial de lo proustiano, al menos en primera instancia.<br />
Y que esa alquimia del recuerdo se forje en un objeto- la taza de té- nos pro-<br />
porciona el modelo reducido de su representación textual en todo el ciclo. No<br />
resulta, pues, extraño que uno de los films más proustianos de la historia del<br />
cine- Érase una vez en América (“Once Upon a Time in America”.Sergio Leone,<br />
1983)- cifre la evocación del pasado por parte de su protagonista en un telé-<br />
fono que suena una y otra vez: Noodles (Robert de Niro), tras delatar a sus<br />
compañeros de fechorías, se refugia en un fumadero de opio y, mientras se<br />
sumerge en el ensueño provocado por la droga, el timbre del teléfono re-<br />
suena, insistente, en su cabeza. Este sonido acusmático- en tanto se escucha<br />
sin que sepamos su procedencia (2) -el espectador lo oye acompañando la<br />
exposición de los cadáveres de la banda de gangsters en la calle y la fiesta que<br />
celebra el fin de la Ley Seca en Estados Unidos(1933), hasta llegar al mo-<br />
mento en que Noodles descuelga el auricular en la privacidad de un despacho<br />
contiguo al lugar del jolgorio, marca un número y, al otro lado de la línea, el<br />
Sargento Halloran le responde: el timbre suena, por fin, en las dependencias<br />
policiales, pero su eco mnémico vuelve a atormentar la conciencia culpable de<br />
Noodles que despierta, momentáneamente, del sueño opiáceo.<br />
Podríamos apreciar, en ese remontarse del efecto a la causa, una pervi-<br />
vencia de las leyes regidoras del montaje clásico. Pero, en este caso, el re-<br />
1. Por el camino de Swann, p. 64. Madrid, Alianza Editorial,<br />
1966. Traducción de Pedro Salinas.<br />
2. Vid., al respecto el libro de Michel Chion <strong>La</strong> voix au cinéma,<br />
especialmente pp.25-33. París, Cahiers du Cinéma/ Éditions de<br />
l´Etoile, 1982.<br />
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CARPETA EL LENGUAJE DE LA MEMORIA<br />
sultado final obtenido no se halla del todo en función de aquello para lo que<br />
dicho montaje sirve: el avance de la acción. Leone es consciente del aparente<br />
estatismo del film, que es el del tiempo mismo:<br />
Todo se ha detenido en el fumadero de opio. Y todo parte tam-<br />
bién de allí (3).<br />
Érase una vez en América<br />
El sueño de Noodles es el de la película en su totalidad, el de los fantas-<br />
mas del cine y el gran mito del American Dream (4). <strong>La</strong> insistente pulsación<br />
del recuerdo en la conciencia del narrador proustiano también provoca una<br />
cierta congelación del devenir temporal: el padre terrible, con su camisón de<br />
dormir y el pañuelo de cachemira en la cabeza, semeja la figura de Abraham<br />
en un grabado de Benozzo Gozzoli.Un momento antes de su aparición- que,<br />
supuestamente, va a sancionar la sentimental niñería del hijo que desea re-<br />
cibir el beso de buenas noches de su madre- Proust introduce la primera aco-<br />
tación temporal del relato, mediante la cual el lector cobra conciencia de lo que<br />
éste tiene de evocación del pasado:<br />
...Ya hace muchos años de esto. <strong>La</strong> pared de la escalera por<br />
donde yo vi ascender el reflejo de la bujía, ha largo tiempo que<br />
ya no existe. En mí también se han deshecho muchas cosas que<br />
yo creí que durarían siempre, y se han alzado otras nuevas, pre-<br />
ñadas de penas y alegrías nuevas que entonces no sabía prever,<br />
lo mismo que hoy me son difíciles de comprender muchas de las<br />
antiguas. Hace mucho tiempo también que mi padre ya no puede<br />
decir a mamá: “vete con el niño”. Para mí nunca volverán a ser<br />
3. Noël Simsolo: Conversations avec Sergio Leone, p. 194. París,<br />
Éditions Stock, 1987. <strong>La</strong> traducción es mía.<br />
4. Id., p. 192.<br />
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SHANGRI-LA. Derivas y Ficciones Aparte Nº 11 - Enero - Abril 2010<br />
CARPETA EL LENGUAJE DE LA MEMORIA<br />
posibles horas semejantes. Pero desde hace poco otra vez em-<br />
piezo a percibir, si escucho atentamente, los sollozos de aquella<br />
noche, los sollozos que tuve valor para contener en presencia de<br />
mi padre, y que estallaron cuando me vi a solas con mamá. En<br />
realidad, esos sollozos no cesaron nunca; y porque la vida va ca-<br />
llándose cada vez más en torno mío, es por lo que los vuelvo a<br />
oír, como esas campanillas de los conventos tan bien veladas du-<br />
rante el día por el rumor de la ciudad, que parece que se para-<br />
ron, pero que tornan a tañer en el silencio de la noche (5).<br />
Al igual que los sollozos del narrador, el timbre del teléfono nunca ha de-<br />
jado de sonar para Noodles.<br />
ESPACIOS DE LA MEMORIA<br />
“El tiempo es el protagonista del film y el tiempo siempre tiene razón”, ha<br />
dicho Leone (6). Noodles escapa de la ciudad tras haber delatado a sus com-<br />
pañeros y en la estación de autobuses de Nueva York adquiere un billete, sólo<br />
de ida, para el primer destino que le sugiera el empleado de la Green Line Bus.<br />
Su mirada (Fot. 1) designa, en contracampo, la entrada a los andenes,<br />
enmarcada por un vistoso cartel de las atracciones de Coney Island (Fot. 2)<br />
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Fotograma 1<br />
Fotograma 1<br />
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SHANGRI-LA. Derivas y Ficciones Aparte Nº 11 - Enero - Abril 2010<br />
CARPETA EL LENGUAJE DE LA MEMORIA<br />
Tras comprar, en el bar de la estación, lo que parece ser un bocadillo para el<br />
viaje, Noodles se encuentra ante la puerta de acceso a los autobuses (Fot. 3), uno de<br />
los cuales le llevará a Buffalo. Los cuarterones de dicha puerta son pulidos espejos<br />
Por corte neto, pasamos a las aguas de uno de ellos (Fot. 4a) mientras<br />
escuchamos una versión de Yesterday en clave de blues.<br />
Un envejecido Noodles ingresa en el espejo (Fot. 4b) y compone su fi-<br />
gura a los acordes de la célebre canción de los Beatles.<br />
5. Por el camino de Swann. Ed. cit., pp. 51- 52<br />
6. N. Simsolo: Op. Cit.,p.195.<br />
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Fotograma 3<br />
Fotograma 4a<br />
Fotograma 4b<br />
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CARPETA EL LENGUAJE DE LA MEMORIA<br />
En el interior del mismo plano, Noodles empieza a caminar por el vestí-<br />
bulo de la estación (Fot. 4c). <strong>La</strong> puerta está ahora enmarcada por un mural<br />
Pop de Reginald March donde aparece, en rojo, la Gran Manzana, emblema de<br />
la ciudad, junto a los rascacielos. El mural está rematado en su cima por la pa-<br />
labra “Love”, en caracteres rojos. A la derecha del encuadre aún podemos ver<br />
el bar de la estación, conservado como una estampa retro, tal y como lo había<br />
dejado Noodles treinta y cinco años atrás. El mostrador de la compañía Green<br />
Bus ha sido sustituido por una agencia Hertz, de alquiler de coches. <strong>La</strong> cámara<br />
panoramiza hacia la derecha para mostrarnos una foto, en blanco y negro,<br />
del antiguo Nueva York (Fot. 4d). Sobre dicha foto empieza a superponerse,<br />
mediante un fundido encadenado, el mismo paisaje urbano, en color, de la<br />
ciudad en 1968<br />
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Fotograma 4c<br />
Fotograma 4d<br />
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SHANGRI-LA. Derivas y Ficciones Aparte Nº 11 - Enero - Abril 2010<br />
CARPETA EL LENGUAJE DE LA MEMORIA<br />
hasta que lo vemos con total nitidez (Fot .5)<br />
Estas imágenes transmiten una cierta evocación del pasado, reflexio-<br />
nada, vivida, sedimentada a través del punto de vista del personaje (“Ya hace<br />
muchos años de esto”) y la espacialización de su propia memoria (mutacio-<br />
nes y permanencias en el vestíbulo de la estación) tomando como charnela y<br />
punto de articulación el objeto que mejor puede representar los estragos del<br />
tiempo: un espejo que es, también, puerta entre el pasado y el presente.<br />
Cuando Fat Moe ( <strong>La</strong>rry Rapp) le pregunte a Noodles qué ha estado haciendo<br />
durante estos largos años de ausencia, éste le responderá con la frase más<br />
proustiana de todo el film, justo la que abre el ciclo de la Recherche: “Acos-<br />
tarme temprano” (7).<br />
Recobrar el tiempo perdido es, para Proust, evocarlo a través de la al-<br />
quimia del recuerdo e intentar aprehenderlo mediante una escritura decantada<br />
en obra de arte. <strong>La</strong> historia de la Recherche es la de una vocación literaria y<br />
puede expresarse, como dice Genette, en una sola frase: “Marcel se convierte<br />
en escritor”. Esa “segunda vez” de la memoria involuntaria ha sido admira-<br />
blemente precisada por Fredric Jameson:<br />
Considero que el gran tema de Proust no es el recuerdo sino<br />
nuestra incapacidad de experimentar las cosas “por primera<br />
vez”; la posibilidad de auténtica experiencia (Erfahrung) sólo<br />
cuando se nos presenta por segunda vez (escribiendo más que<br />
7. Pendant longtemps, je me suis couché de bonne heure. Pedro Salinas<br />
traduce: “Mucho tiempo he estado acostándome temprano”. <strong>La</strong><br />
versión de Mauro Armiño (Madrid, Valdemar, 2000) es más fiel<br />
a la estructura sintáctica del original francés (respetando, incluso,<br />
la coma que segmenta la oración en dos partes) pero<br />
elude la palabra tiempo, presente en el adverbio longtemps, tan<br />
decisiva para Proust: “Me he acostado temprano, hace mucho”.<br />
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Fotograma 5<br />
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CARPETA EL LENGUAJE DE LA MEMORIA<br />
recordando).Esto significa que, si miramos fijamente nuestra ex-<br />
periencia inmediata (Erlebnis) y de frente, con la voluntad de asi-<br />
milarla de una vez, sin mediación, acabamos perdiéndola; la cosa<br />
real entra, por así decirlo, por el rabillo del ojo, mientras cons-<br />
cientemente estamos atentos a otra cosa (8).<br />
El recuerdo es, pues, un espacio visitable por el sujeto en las epifanías de<br />
la memoria involuntaria. Esta operación, proustiana donde las haya, es la em-<br />
prendida por Charlie Kaufman en el guión, justamente galardonado con un<br />
Oscar, de ¡Olvídate de mí! ( “Eternal Sunshine of the Spotless Mind”. Michel<br />
Gondry, 2004). El film cuenta las penalidades de Joel Barish (Jim Carrey) para<br />
olvidar sus desgracias amorosas con Clementine Kruczynski (Kate Winslet).<br />
Incapaz de realizar el correspondiente duelo sobre el objeto perdido, inherente<br />
a estas agonías, Barish se pone en manos de una empresa (<strong>La</strong>cuna Inc.)- que<br />
ha efectuado la misma operación con Clementine- al fin de borrar de su cere-<br />
bro todas las huellas de la desdichada historia. Esta deconstrucción de los sen-<br />
timientos y las emociones es en todo asimilable al borrado de la memoria de<br />
un ordenador; el problema, el conflicto básico de la historia, es que la memo-<br />
ria del ser humano no es un disco duro. Su carga informativa se expresa co-<br />
municacionalmente y pasa por el sujeto. Que ese sujeto se encuentra escindido<br />
por la herida del deseo es algo sabido desde la reflexión freudiana; el discurso<br />
lacaniano no ha hecho sino ponerlo aún más en evidencia. Con el borrado de<br />
huellas emocionales mediante escaneo cerebral, también pueden irse los bue-<br />
nos recuerdos, esos que querríamos guardar para evocarlos al final de nues-<br />
tra existencia. <strong>La</strong> película muestra la acción procesual misma de la máquina<br />
ubicando al espectador, literalmente, en el cerebro de Barish, donde dichas<br />
huellas aparecen por segunda vez- esa segunda vez proustiana, donde se toma<br />
conciencia de la experiencia vivida- como déjà vu, marcadas por el sello inde-<br />
leble de una inmediata extinción. Así, el primer encuentro amoroso de la pa-<br />
reja en una casa vacía, en la playa, va acompañado por su drástica<br />
deconstrucción. El efecto de borramiento practicado por el aparato hace que la<br />
casa se caiga a pedazos y el mar la invada: el momento de máxima plenitud<br />
trae consigo el corrompido aroma de su caducidad temporal. Joel y Clementine<br />
quieren olvidarse el uno al otro, pero no pueden. El patetismo de la vida<br />
misma, de los amores devastados por el tiempo y la costumbre, está precisa-<br />
mente en esa imposibilidad de separación forclusiva de recuerdos, del olvido<br />
“automático”, prescindiendo de todo trabajo de duelo. ¡Olvídate de mí! es- y<br />
8. Fredric Jameson: <strong>La</strong> estética geopolítica.Cine y espacio en el<br />
sistema mundial, p.54. Barcelona, Paidós, 1995. Traducción de<br />
Noemí Sobregués y David Cifuentes. Revisión técnica de José<br />
María Ripalda.<br />
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la expresión nunca estaría tan bien empleada- un film memorable, precisa-<br />
mente porque está lleno de instantes imperecederos, resistentes al paso del<br />
tiempo, como esos momentos en los que Joel arrastra a Clementine a la mayor<br />
privacidad de sus recuerdos. <strong>La</strong> memoria está constituida aquí a modo de un<br />
espacio en el cual desplazarse y es en esos rincones apartados del cerebro<br />
donde se halla la patria común de la infancia, con sus inefables descubrimien-<br />
tos del sexo y la masturbación: es allí donde la máquina borradora, represen-<br />
tada por un policial reflector, no puede alcanzar a nuestros héroes porque, tal<br />
como dicen los técnicos de <strong>La</strong>cuna- más parecidos a fontaneros chapuzas que<br />
a impolutos cientúficos de bata blanca-, “se han salido del mapa”.<br />
ESPACIOS CONTIGUOS<br />
¡Ólvidate de mí!<br />
<strong>La</strong> Recherche es una obra unitaria en su concepción y escritura y Proust<br />
tenía plena conciencia de ello en la carta que escribe a Paul Souday (1919) :<br />
El último capítulo del último volumen se escribió en seguida tras el primer<br />
capítulo del primer volumen.Todo lo de en medio se escribió luego (9).<br />
Cuando el cineasta chileno Raúl Ruiz se plantea la versión cinematográ-<br />
fica de Le Temps retrouvé no habla de adaptación ni de lectura, sino de adop-<br />
ción (10), una palabra muy justa para designar el profundo amor y<br />
conocimiento del texto proustiano que el film manifiesta. Ruiz parte de una<br />
9. Cito por la traducción de Martín de Riquer y José María Valverde<br />
en Historia de la Literatura Universal, vol.8, p.500.Barcelona,<br />
Planeta, 1986.<br />
10. Stéphane Bouquet/ Emmanuel Burdeau: “Dans le laboratoire<br />
de <strong>La</strong> Recherche.Entretien avec Raoul Ruiz”. Cahiers du Cinéma,<br />
nº 535, p.52. París, mayo 1999. <strong>La</strong> traducción es mía.<br />
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paradoja: a Proust no le gusta el cine- el cine de su época y que pudo ver en<br />
torno a los años de la Primera Guerra Mundial ya que, entre 1920 y 1922,<br />
fecha de su muerte, prácticamente no salió de casa, encerrado en la febril es-<br />
critura de su obra- y, sin embargo, utiliza procedimientos asimilables al cine.<br />
No es necesario buscar mucho en el bosque de la Recherche para dar con al-<br />
guna muestra de su disgusto ante el medio fílmico:<br />
...Algunos pretendían que la novela fuera una especie de desfile<br />
cinematográfico de las cosas. Esto era absurdo. Nada más lejos<br />
de lo que hemos percibido en realidad que semejante vista cine-<br />
matográfica (11).<br />
<strong>La</strong> primera muestra de fidelidad al texto que la película manifiesta tiene<br />
que ver con la puesta en escena de su trabajo mismo de escritura: la noche<br />
antes de su muerte, Proust dicta a Céleste Albaret, su ama de llaves, un frag-<br />
mento sobre la muerte de Bergotte en <strong>La</strong> prisionera cuya problemática ubi-<br />
cación en la novela provocó que fuera excluido en el texto fijado por Jean-Yves<br />
Tadié para su canónica (y monumental) edición en cuatro volúmenes de <strong>La</strong><br />
Pléiade (1987-89). En su lecho de agonizante, revisa viejas fotografías me-<br />
diante las cuales el espectador asigna rostros a los personajes de la obra<br />
(Odette, Gilberte, Saint-Loup, Cottard...). Acto seguido, el escritor entra en<br />
una suerte de ensoñación donde los recuerdos se entremezclan y superpo-<br />
nen.Cobra aquí todo su sentido la afirmación de Ruiz:<br />
...Proust no es verdaderamente visual, pero utiliza procedimien-<br />
tos cinematográficos...Hace constantemente fundidos encadena-<br />
dos.Mezcla imágenes (12).<br />
<strong>La</strong> verdadera fidelidad al texto de origen en una adaptación cinemato-<br />
gráfica del mismo proviene no de su mayor o menor sometimiento a los as-<br />
pectos temáticos de la historia, sino de la perspicacia del realizador a la hora<br />
de reinscribir en imágenes y sonidos aquellos aspectos compositivos que éste<br />
tiene en común con la puesta en escena cinematográfica. Un buen entendi-<br />
miento de la problemática del punto de vista y la pertinencia del plano sim-<br />
bólico de la narración (con sus modalizaciones de tiempo, modo y voz) y de<br />
cómo éste regula la información que se transmite al lector, serían los que<br />
mejor podrían transmitirnos las emociones de la escritura literaria. En Le<br />
<strong>11.</strong> El Tiempo recobrado, p.230. Madrid, Alianza Editorial, 2004.<br />
Traducción de Consuelo Berges.<br />
12. Entrevista citada, p.47.<br />
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Le Temps retrouvé<br />
Temps retrouvé, la acción novelesca está reducida al mínimo y son estos as-<br />
pectos compositivos los que aparecen, por así decirlo, en primer plano.<br />
<strong>La</strong> recepción en el Hotel de Guermantes que cierra El Tiempo recobrado<br />
fue bautizada por el autor, en su primera redacción, como un Bal de têtes. In-<br />
sistiendo en su carácter de danza macabra, Paul Ricoeur habla de un dîner de<br />
têtes de morts, literalmente una “cena de calaveras”. Georges Poulet en L´ es-<br />
pace proustien (Gallimard, 1963) dice que, en el cierre de la Recherche, la fu-<br />
sión en el tiempo es, también, fusión en el espacio: los dos caminos del<br />
transcurrir existencial del narrador, el de Méséglise (Swann, Gilberte) y el de<br />
Guermantes, con todo lo que este último tiene de brillo aristocrático, son uno<br />
solo y así se le manifiesta en una soirée donde las alianzas matrimoniales de<br />
postguerra han hecho que la sangre azul de la nobleza sólo irrigue los cuerpos<br />
de una suerte de empolvados muñecos en la víspera de su propia extinción:<br />
Muñecos, sí, pero muñecos que, para identificarlos con lo que ha-<br />
bíamos conocido, había que leer en varios planos a la vez, situa-<br />
dos detrás de ellos y que les daban profundidad y obligaban a un<br />
trabajo mental ante aquellos viejos fantoches, pues había que mi-<br />
rarlos, al mismo tiempo que con los ojos, con la memoria. Muñe-<br />
cos inmersos en los colores inmateriales de los años, muñecos que<br />
exteriorizaban el Tiempo, el Tiempo que habitualmente no es vi-<br />
sible y que, para serlo, busca cuerpos y allí donde los encuentra,<br />
los captura para proyectar en ellos su linterna mágica... (13).<br />
<strong>La</strong> linterna mágica constituye una de las múltiples imágenes ópticas de<br />
la Recherche, junto con el caleidoscopio,el telescopìo, el micros-<br />
copio, las lupas...Toda una dióptrica prostiana que, según Roger<br />
13. El Tiempo recobrado,p. 278<br />
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Shattuck, califica la Recherche como una stereo-optics of Time (14). Ruiz in-<br />
terpreta literalmente el sentido de la frase de Proust, haciendo que, sobre los<br />
cuerpos de los invitados a la fiesta de los Guermantes, el niño Marcel pro-<br />
yecte las vistas de la leyenda de Genoveva de Brabante que tanto le habían<br />
fascinado en su habitación de Combray.El realizador es fiel así al protocolo de<br />
escritura proustiano que unía el principio y el fin de su obra, el mundo de<br />
Combray y el de los salones, los dos grades espacios simbólicos (Méséglise/<br />
Guermantes) que definen la trayectoria- el aprendizaje- del narrador. Odette<br />
y los demás contertulios observan, en el umbral de la puerta que separa<br />
ambas habitaciones (Fot. 6)<br />
al niño Marcel, en el contracampo, empuñando su linterna (Fot. 7)<br />
14. El libro de Roger Shattuck Proust´s binoculars; a study of memory,<br />
time and recognition in “A la recherche du temps perdu” (New<br />
York, Random House, 1963) es elogiosamente citado por Paul Ricoeur<br />
en el segundo volumen de Temps et récit (París, Seuil, coll.<br />
Points, 1984).<br />
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Fotograma 6<br />
Fotograma 7<br />
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Cuando volvamos al grupo de Odette y los Verdurin, ya los vemos con-<br />
vertidos en figuras de escayola (Fot. 8)<br />
y sobre esos muñecos se proyectan las coloridas imágenes del cuento de<br />
Genoveva de Brabante (Fot. 9).<br />
LA QUIETUD DEL TIEMPO<br />
Raúl Ruiz distingue en Proust relato (récit) y cuadro (tableau). Frente al<br />
aspecto relato, que es la secuencia de acontecimientos, Proust introduce cua-<br />
dros donde todo es estático y todas las peripecias se inmovilizan, pudiendo<br />
desplazarse en el interior de los cuadros, moverse en el interior de las imá-<br />
genes fijas (15). El sentido último de tales cuadros es practicar<br />
una detención temporal. Dice Ricoeur:<br />
15. Entr. cit., p.50.<br />
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Fotograma 8<br />
Fotograma 9<br />
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Lo que parece mantener esta especulación a distancia del relato es<br />
que el tiempo que saca a la luz no es, ante todo, el tiempo reco-<br />
brado en el sentido de tiempo perdido recobrado, sino la suspensión<br />
misma del tiempo: la eternidad o, para hablar como el narrador, “el<br />
ser extra-temporal”...Es, ciertamente, sub specie aeternitatis como<br />
la memoria involuntaria opera su milagro en el tiempo y como la in-<br />
teligencia puede contemplar, bajo una misma mirada, la distancia<br />
de lo heterogéneo y la simultaneidad de lo análogo (16).<br />
El primero de los tres momentos epifánicos por lo que va a pasar el na-<br />
rrador en el Hotel de Guermantes es un traspiés en una baldosa oscilante del<br />
patio que evoca en él las sensaciones experimentadas, cuando niño, en el<br />
baptisterio de la iglesia de San Marcos en Venecia. <strong>La</strong> unión, por corte neto,<br />
de dos planos en travelling sobre los pies del narrador, nos muestra el trope-<br />
zón y cómo éste se queda congelado en él, al igual que un simple muñeco<br />
(Fot. 10), mientras todo el decorado de la escena gira en torno suyo.<br />
<strong>La</strong> “fetichización irónica”del momento (en expresión de Stéphane Bou-<br />
quet) (17) queda aún más subrayada por el hecho de ser contemplada por un<br />
pequeño espectador, delegado de nuestra propia visión y que, nada casual-<br />
mente, es el narrador niño en el escenario veneciano (Fot. 11).<br />
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Fotograma 10<br />
Fotograma 11<br />
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Para enfatizar aún más que nos encontramos ante un teatro de la me-<br />
moria, Ruiz ubica al actor delante de una transparencia de proyección frontal-<br />
un decorado evidenciado como tal- del interior de San Marcos (Fot. 12):<br />
...un azur profundo me embriagaba los ojos, unas impresiones de<br />
frescor, de luz deslumbradora, giraban junto a mí y, en mi deseo<br />
de apreciarlas, sin atreverme a moverme, como cuando sabore-<br />
aba la magdalena intentando captar de nuevo lo que me recor-<br />
daba, seguí titubeando, a riesgo de hacer reír a la innumerable<br />
multitud de los wattmen, como hacía un momento, un pie sobre<br />
la losa más alta, otro sobre la losa más baja (18).<br />
<strong>La</strong> segunda iluminación íntima del narrador va a tener lugar, al igual<br />
que la tercera, en la biblioteca del Hotel de Guermantes, mientras espera a que ter-<br />
mine de ejecutarse una pieza musical para acceder al salón. El ruido de una cuchara<br />
chocando contra un plato del original literario es sustituido, en la película, por el<br />
tintineo de la cucharilla agitándose en la taza de té presta a ser saboreada por el<br />
narrador. El contraste está muy deliberadamente buscado entre el largo plano-se-<br />
cuencia que sigue a Marcel tratando de hallar acomodo en las butacas y sofás de la<br />
biblioteca y el montaje, por corte neto, de su rostro y la rueda del tren golpeada por<br />
el martillo del ferroviario. <strong>La</strong> unión de ambas imágenes se hace por raccord sonoro:<br />
el ruido del martillo es, antes que sepamos su procedencia real, un sonido acus-<br />
mático- como el timbre del teléfono para Noodles- en la cabeza del narrador:<br />
16. Paul Ricoeur: Temps et récit, vol.2. Edición citada, p.271.<strong>La</strong><br />
traducción es mía.<br />
17. Stéphane Bouquet: “Tous en scène. À propos du Temps retrouvé<br />
de Raoul Ruiz”. Cahiers du Cinéma, nº 535, p. 44.<br />
18. El Tiempo recobrado, p. 212.<br />
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Fotograma 12<br />
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Un criado en su infructuoso esfuerzo por no hacer ruido, acababa<br />
de hacer chocar una cuchara contra un plato. Me invadió la<br />
misma clase de felicidad que me habían dado las losas desigua-<br />
les; las sensaciones eran todavía muy calurosas, pero muy dife-<br />
rentes: mezcla de un olor a humo, neutralizado por el fresco olor<br />
de un marco forestal, y reconocí que lo que me parecía tan agra-<br />
dable era la misma fila de árboles que tan aburrida me pareció<br />
de observar y de describir, y ante la cual, destapando la botella<br />
de cerveza que tenía en el vagón, acababa de creer por un mo-<br />
mento, en una especie de mareo, que me encontraba: hasta tal<br />
punto el ruido idéntico de la cuchara contra el plato me dio, antes<br />
de volver en mí, la ilusión del ruido del martillo de un empleado<br />
que estaba arreglando algo en una rueda del tren mientras es-<br />
tábamos detenidos ante aquel bosquecillo... (19).<br />
<strong>La</strong> tercera y última sinestesia parte de una sensación táctil: la servilleta,<br />
almidonada en exceso, con la que el narrador se enjuga los labios en la bi-<br />
blioteca evoca la toalla con la que, adolescente, se secaba el rostro ante el bal-<br />
cón del Hotel de Balbec. A un plano medio del narrador, con la servilleta en la<br />
boca y ruido acusmático de oleaje (Fot. 13),<br />
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Fotograma 13<br />
Fotograma 14<br />
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se sucede otro similar de él mismo adolescente, de espaldas a la ventana del<br />
Hotel de Balbec (Fot. 14)<br />
A un primerísimo primer plano de su rostro, con una corta panorámica<br />
de los labios a los ojos (Fot. 15)<br />
adviene otro del narrador en la biblioteca, aún con la servilleta en la boca (Fot. 16).<br />
...pasó ante mis ojos una nueva visión de azur; pero era un azur<br />
puro y salino, y se infló en unos senos azulencos; la impresión<br />
fue tan fuerte que el momento que viví me pareció el momento<br />
actual; más alelado que el día en que me preguntaba si de ver-<br />
dad me iba a recibir la princesa de Guermantes o si se iba a hun-<br />
dir todo, creía que el criado acababa de abrir la ventana a la<br />
playa y que todo me invitaba a bajar a pasearme por el malecón<br />
en la marea alta... (20)<br />
19. Id., p.213.<br />
20. Id., p.214.<br />
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Fotograma 15<br />
Fotograma 16<br />
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POESÍA Y VERDAD<br />
Proust siempre reconoció la gran deuda que su obra había adquirido con<br />
los grandes memorialistas franceses como Saint-Simon o Chateaubriand y eso<br />
es cierto si nos detenemos a considerar la amplitud de una reflexión tempo-<br />
ral que da cuenta de las transformaciones habidas en el París de la Belle Épo-<br />
que, antes y después del estallido de la Gran Guerra. Pero, sin duda, la<br />
entraña poética de su estilo debemos encontrarla en Baudelaire y, más con-<br />
cretamente, en el famoso soneto de las correspondencias en <strong>La</strong>s flores del<br />
mal, con su dominio de las sinestesias que expresan una sensación mediante<br />
las cualidades de otra – “Perfumes frescos como carnes de niños...suaves<br />
como óboes...verdes como praderas”- y que, como hemos visto, en Proust se<br />
aplican al devenir temporal. Para el escritor, gozar de la esencia de las cosas<br />
es encontrarse fuera del tiempo y el universo de las sensaciones comunes al<br />
presente y al pasado nunca pudo ser degustado en el pasado porque la ima-<br />
ginación sólo se aplica a lo que está ausente. Redimir el registro cotidiano de<br />
la realidad supone, ni más ni menos, una resurrección del verdadero yo: la ex-<br />
periencia de una sublime eternidad, situada fuera del tiempo. <strong>La</strong> fruición del<br />
momento presente que quisiera detenerse, embebido en su propia hermo-<br />
sura, la hemos visto en algunos momentos privilegiados de ciertas películas:<br />
Marie saboreando las fresas- inmortales como el deseo mismo; efímeras como<br />
la juventud- en Juegos de verano (“Sommarlek”.Ingmar Bergman, 1950). Esa<br />
pura esencia del recuerdo, encerrado en un recipiente, es la que debe ser res-<br />
catada mediante los mecanismos de la memoria involuntaria transmutados<br />
por la acción de la palabra:<br />
...el gesto, el acto más sencillo permanece clausurado como en<br />
mil vasos cerrados cada uno de los cuales estuviera lleno de<br />
cosas de un calor, de un olor, de una temperatura absolutamente<br />
diferentes; sin contar que estos vasos, dispuestos en toda la al-<br />
tura de nuestros años en los que no hemos dejado de cambiar,<br />
aunque sólo sea de sueño y de pensamiento, están situados en<br />
alturas muy diversas y nos dan la sensación de atmósferas muy<br />
variadas (21).<br />
Proust afirma, como conclusión de su razonamiento, que los verdaderos<br />
paraísos son los paraísos que hemos perdido. El arte debe actuar en el re-<br />
gistro de la verdad y la verdad más profunda del sujeto es, sin<br />
21. Id., pp.215-16.<br />
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Samuel Becket, Roland Barthes y André Bazin<br />
duda, la de su propia falta de ser. No deja de llamar la atención, en este punto,<br />
la coincidencia con la reflexión freudiana: el paso de la representación de cosa<br />
(Dingvorstellung) a la representación de palabra (Wortvorstellung), del sis-<br />
tema inconsciente al consciente, se traduce en una catarsis liberadora del su-<br />
jeto, esa felicidad extratemporal de la que habla Proust, capaz de vencer a la<br />
muerte aunque sea ésta la que nos cure del deseo de inmortalidad, como lú-<br />
cidamente acotaba Beckett en su estudio del escritor francés (22).<br />
Si Proust nada tiene que hacer con el modelo de la ficción realista/natu-<br />
ralista y su prosa no puede compararse con la de los Goncourt al estar con-<br />
jugada en otro paradigma estético, tampoco podían decirle gran cosa los<br />
desfiles de imágenes del cine de acción que pudo ver en su época. Muere en<br />
1922 y no llega a gozar de las experiencias fílmicas, por ejemplo, de Eisens-<br />
tein y su teoría del montaje de atracciones con la que, sin duda, su propia<br />
práctica, fragmentaria y expresiva, de la literatura, se hubiera sentido empa-<br />
rentada. En un sentido profundo, la Recherche es, incluso, más cinemato-<br />
gráfica de lo que Raúl Ruiz plantea en la entrevista de Cahiers. Cuando el 23<br />
de febrero de 1980 Roland Barthes comienza a impartir su seminario sobre<br />
Proust y la fotografía en el Collège de France, interrumpido, a los dos días, por<br />
el atropello de una camioneta de lavandería que lo llevaría a la muerte un<br />
mes más tarde, debía sentirse teóricamente muy cerca de lo que André Bazin<br />
había dicho treinta y cinco años antes:<br />
Esas sombras grises o de color sepia, fantasmagóricas, casi ile-<br />
gibles, no son ya los tradicionales retratos de familia, sino la pre-<br />
sencia turbadora de vidas detenidas en su duración, liberadas de<br />
su destino, no por el prestigio del arte, sino en virtud<br />
22. Samuel Beckett: Proust, p. 26. Madrid, Nostromo, 1975. Traducción<br />
de Bienvenido Álvarez.<br />
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de una mecánica impasible; porque la fotografía no crea- como<br />
el arte- la eternidad, sino que embalsama el tiempo; se limita a<br />
sustraerlo a su propia corrupción... En esta perspectiva, el cine<br />
se nos muestra como la realización en el tiempo de la objetividad<br />
fotográfica.El film no se limita a conservarnos el objeto detenido<br />
en un instante como queda fijado en el ámbar el cuerpo intacto<br />
de los insectos de una era remota, sino que libera al arte barroco<br />
de su catalepsia convulsiva. Por vez primera, la imagen de las<br />
cosas es también la de su duración: algo así como la momifica-<br />
ción del cambio (23).<br />
Proust reaccionó en contra de todos los que alabaron Por el camino de<br />
Swann en virtud de sus análisis minuciosos, argumentando que solamente le<br />
preocupaban aquellos fenómenos de los que pudiera deducirse alguna ley ge-<br />
neral: su instrumento literario no era, pues, asimilable a un microscopio bajo<br />
cuya lente poder observar al detalle realidades preexistentes, sino que se ase-<br />
mejaba más bien a un telescopio que hiciera aparecer estrellas invisibles al ojo<br />
desnudo. <strong>La</strong> coincidencia con Freud se hace muy patente en la carta dirigida<br />
a Louis de Robert en julio de 1913 donde señala que lo primordial de su tarea<br />
de escritor es “...hacer aparecer en la conciencia fenómenos inconscientes<br />
que, completamente olvidados, están a veces situados muy lejos en el pa-<br />
sado “. Su edificio novelesco trata de erigir “...toda una teoría de la memoria<br />
y del conocimiento no promulgada directamente en términos lógicos” (24).<br />
Cada lector es, cuando lee, el propio lector de sí mismo (25), escribe<br />
Proust. <strong>La</strong> recepción de la obra literaria produciría los mismos efectos gnose-<br />
ológicos que un cine propiciador de la detención de la mirada del espectador,<br />
diferenciado del apedreamiento visual al que éste es sometido por la actual<br />
mercadería/chatarrería audiovisual globalizada. En Proust y en Raúl Ruiz sub-<br />
yace, en suma, el mismo talante ético. El escritor habría suscrito las palabras<br />
del cineasta:<br />
...En Proust, los momentos de intensidad, o bien están despla-<br />
zados o bien son difusos. Hay una emoción difusa permanente,<br />
que permite hacer planos sin énfasis. Si hay un mal hoy en día<br />
en el cine, procede de lo que yo llamo la ley de la eficacia del<br />
23. André Bazin. ¿Qué es el cine?, p. 19. Madrid, Rialp, 1966.<br />
Traducción de José Luis López Muñoz. <strong>La</strong> cursiva es mía.<br />
24. Marcel Proust: Le Temps retrouvé, nota 3, p.618. París,Gallimard/<br />
Pléiade, 1989. <strong>La</strong> traducción es mía.<br />
25. El tiempo recobrado, p.263.<br />
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CARPETA EL LENGUAJE DE LA MEMORIA<br />
Le Temps retrouvé<br />
plano. Hablo de eficacia y no de expresividad, que es una idea<br />
también criticable pero más vasta, más rica. <strong>La</strong> eficacia inter-<br />
viene siempre por relación a una narración, pero si la narración,<br />
como la de Proust, es, de alguna forma, anodina, se goza de una<br />
gran libertad en el momento del rodaje (26).<br />
26. Entrevista citada, p. 47.<br />
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XIII. LA INSCRIPCIÓN DEL FANTASMA:<br />
LA MEMORIA EN LA OBRA DE ANDREI TARKOVSKI<br />
“Ahora no me extenderé; sólo diré que ya no somos víctimas de lo que brilla<br />
incomprensiblemente en la esquina del cronómetro, en la velocidad de la luz”<br />
Agustín Fernández Mayo<br />
1. INTRODUCCIÓN<br />
<strong>La</strong> memoria es (o podría ser de cara a nuestro estudio) un inmenso ge-<br />
nerador de fantasmas. Y tales presencias podrían ser las construcciones na-<br />
rrativas personales y subjetivas de una serie de eventos vividos o soñados en<br />
el pasado del sujeto. Nuestros fantasmas (y eso lo sabemos desde que Ham-<br />
let tuvo que enfrentarse al espectro de su propio padre) siempre tienen una<br />
cierta construcción narrativa en tanto su historia, su relato, llega hasta nos-<br />
otros convertido en un mandato contra el que no podemos hacer nada.<br />
Después de todo, sabemos por experiencia que la memoria es un territo-<br />
rio traicionero en el que el sujeto construye pacientemente su propio recuerdo<br />
de lo vivido. Aquello que pudiéramos considerar con cierto recelo “realidad ob-<br />
jetiva”, simplemente no existe. Y no existe en tanto nosotros, sujetos, no po-<br />
demos dar cuenta de ello sino desde nuestra propia subjetividad, desde las<br />
peculiaridades de nuestra mirada. Esa es la brecha en la que el fantasma se ma-<br />
nifiesta con absoluta violencia: la ruptura entre el universo que nuestra me-<br />
moria construye y ese otro que se empeña en continuar con sus causalidades<br />
(y casualidades) sin atender a nuestras necesidades, ni sobre todo, a nuestros<br />
deseos. Algo de esto sabía el propio Edison cuando soñaba un aparato cine-<br />
matográfico capaz de conseguir que las óperas “pudieran darse en el Metropo-<br />
litan Opera de Nueva York... con artistas y músicos muertos desde hace tiempo”<br />
(cit. en BURCH, 1987, 22).<br />
Algo de esto sabía también André Bazin cuando en su célebre Ontología<br />
de la imagen fotográfica afirmaba:<br />
El cine se nos muestra como la realización en el<br />
tiempo de la objetividad fotográfica. El film no se li-<br />
mita a conservarnos el objeto detenido en un ins-<br />
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Aarón Rodríguez Serrano<br />
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tante como queda fijado en el ámbar el cuerpo intacto de los in-<br />
sectos de una era remota (...) Por vez primera, la imagen de las<br />
cosas es también la de su duración: algo así como la momifica-<br />
ción del cambio (BAZIN, 2001, 29).<br />
Con lo que, de pronto, nos encontramos con uno de los problemas fun-<br />
damentales en la obra de Tarkovski: la relación que la materia fílmica podría<br />
mantener con su propia dimensión temporal. Con ese específico cinemato-<br />
gráfico de narrar y de construir la imagen en relación al tiempo, a su duración.<br />
Ahora bien, nuestra voluntad en este estudio es precisamente la de confron-<br />
tar el problema del tiempo con la de la memoria articulada en ese tiempo, o<br />
lo que es lo mismo, con esos fantasmas que influyen en la conducta de sujeto<br />
que recuerda en su tránsito temporal.<br />
Para ello, realizaremos una propuesta de investigación en tres movi-<br />
mientos. En el primero, de orientación necesariamente teórica, recordaremos<br />
y reflexionaremos sobre la noción del tiempo empírico del film postulado por<br />
Tarkovski y su relación con la memoria del espectador. En el segundo, pro-<br />
pondremos la aplicación de una metodología de análisis textual a varios ele-<br />
mentos de la película Solaris (Solyaris, 1972), por entenderla como una de las<br />
más brillantes aportaciones tarkovskianas a la reflexión sobre los fantasmas<br />
de la memoria. En un tercer y último movimiento, acudiremos a El espejo<br />
(Zerkalo, 1975) para localizar el momento exacto en el que el di-<br />
rector se enfrenta con el gran problema fantasmático de la me-<br />
moria: la escena primigenia freudiana o la ruptura de la fantasía<br />
narcisista del sujeto.<br />
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Andrei Tarkovski<br />
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2. UN PROBLEMA TEÓRICO: SOBRE EL TIEMPO EMPÍRICO DEL FILM<br />
Sin embargo, antes de lanzarnos a la superficie del texto, nos gustaría<br />
detenernos un instante sobre las propias formulaciones teóricas del director,<br />
muy concretamente, sobre su particular descripción del “tiempo empírico”.<br />
Así, cuando Jacques Aumont intentó acotar lo que Tarkovski entendía por<br />
“tiempo empírico”, decidió señalar lo siguiente:<br />
El tiempo perdido, o lo que es lo mismo, el pasado y su rastro en<br />
la memoria (...) “Recuperar” el tiempo durante la proyección ci-<br />
nematográfica equivale a establecer una simultánea relación con<br />
la memoria y con la experiencia del tiempo: con el tiempo pasado<br />
y con el tiempo que pasa (...) [A Tarkovski] le interesa el modo<br />
en que un tiempo, abstracto aunque vivido, el tiempo inscrito en<br />
la película y que remite al tiempo vivido del artista, encuentra e<br />
influye en otro tiempo, el tiempo vivido y eventualmente pen-<br />
sado del espectador (AUMONT, 2004, 37-38).<br />
Lo decíamos al principio mismo del artículo: nada podemos saber de la<br />
“realidad objetiva”, y por lo tanto, nada podemos saber tampoco de un “cine<br />
objetivo”, o de una lectura objetiva (quizá, no atravesada por la memoria per-<br />
sonal) del espectador. Si la existencia del tiempo empírico de Tarkovski re-<br />
sulta ser cierta, entonces toda la experiencia del análisis fílmico o de la crítica<br />
cinematográfica se derrumbaría como un castillo de naipes. O, mejor dicho,<br />
lo haría si el analista se aferrara a una imposible voluntad de aprehender toda<br />
la inmensidad del texto, pronunciar una palabra absolutamente inamovible<br />
(esto es, una verdad objetiva) que no rindiera cuentas a su propia memoria,<br />
a su propia experiencia de lo vivido.<br />
Así pues, sigamos a Tarkovski para proponer otra posibilidad sobre el<br />
análisis fílmico: el ejercicio de lectura a través de las imágenes del film es un<br />
movimiento articulado en dos direcciones: en primer lugar, la de la experien-<br />
cia (del realizador) que subyace en el interior del texto. En segundo lugar, la<br />
experiencia (del propio analista) que acepta su finitud y su subjetividad para<br />
poder pronunciar una palabra (su palabra) condicionado por su propia me-<br />
moria. Esto es, encontrar su propia verdad en el interior del texto.<br />
Hay, ciertamente, una supuesta contradicción entre esta idea y<br />
la propuesta por ciertos análisis de la obra del director ruso que pa-<br />
recían defender un hipotético Tarkovski liberado del simbolismo. Pilar<br />
Carrera, en su reciente estudio sobre la obra del director, afirmaba:<br />
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Andrei Tarkovski Solaris<br />
En todas las películas de Tarkovski, la memoria aparece como un<br />
pacto más o menos inestable entre el hombre y el mundo, nunca<br />
como un mero asunto de recuerdo privado. <strong>La</strong>s imágenes venidas<br />
del pasado asaltan a los personajes que no saben qué hacer con<br />
ellas, no permiten ser recicladas ni por lo patético ni por la ex-<br />
piación. Los personajes observan su propio pasado y ésa es toda<br />
la compenetración que les es dada con sus recuerdos, que llegan<br />
como presencias por completo exteriores, ajenas, de las que no<br />
hay reapropiación posible, asunción (CARRERA, 2008, 23).<br />
Aunque comprendemos el tratamiento que Carrera realiza sobre los fan-<br />
tasmas que retornan en el universo tarkovskiano, muchos de los cuales se<br />
entroncan con precisión en los desesperados bloqueos que el propio Tarkovski<br />
intentó ejercer sobre sus obra en Esculpir en el tiempo (1), tendemos más a<br />
una interpretación más conectada a la propuesta por el propio Aumont, ya<br />
que nos parece imposible desvincular el efecto de la memoria sobre el pre-<br />
1. <strong>La</strong> lectura detenida de Esculpir en el tiempo resulta una de las<br />
más fascinantes experiencias teóricas, ya que (como en todo texto<br />
más o menos conscientemente autobiográfico) en su superficie se<br />
encuentra todo un cúmulo de contradicciones y de intentos desesperados<br />
de controlar tanto su lectura como las interpretaciones de<br />
todas las obras. Cuando Tarkovski niega toda eficacia simbólica en<br />
sus obras y parece optar por un materialismo casi psicótico, extremo,<br />
en realidad no hace sino intentar reforzar los propios mecanismos<br />
de transferencia que operan en el interior de sus obras. De<br />
lo contrario, ¿cómo podemos explicar que un autor tan absolutamente<br />
efectivo a la hora de introducirse en el mundo onírico pareciera<br />
negar cualquier posibilidad interpretativa sobre el campo<br />
simbólico? En cualquier caso, si el lector está interesado en las<br />
contradicciones encerradas en Esculpir en el tiempo, le recomendamos<br />
encarecidamente la revisión del Seminario sobre el<br />
director que Jesús González Requena presentó en la Universidad<br />
Complutense de Madrid entre el 2008 y el 2009.<br />
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sente. El personaje tarkovskiano no se asoma al pasado únicamente como un<br />
contemplador, sino que (como ocurre con cualquier experiencia vivida en el<br />
mundo cotidiano), la memoria modifica de manera efectiva los actos y las de-<br />
cisiones de aquellos que la sufren. Y de hecho, lo hacen de manera absoluta-<br />
mente trágica, dramática. No se trata tanto de que no se pueda dar un<br />
proceso de reapropiación (después de todo, ¿cómo puede uno re-apropiarse<br />
de algo necesariamente subjetivo como es la memoria?) como de la angustia<br />
que atenaza al sujeto obligado a recordar. Así, por ejemplo, el astronauta de<br />
Solaris que se suicida por la intolerable materialidad de sus fantasmas.<br />
Pero para explicar la manera en la que la memoria y los fantasmas que<br />
genera operan sobre el sujeto, nada mejor que analizar con cierta calma<br />
algunos de los momentos más relevantes de la obra del director.<br />
3. MEMORIA Y FANTASMA: SOBRE SOLARIS<br />
Si seguimos la intuición con la que comenzábamos nuestra reflexión (la<br />
memoria como un inmenso generador de fantasmas), no nos costará mucho<br />
trabajo acabar concluyendo que pocas obras cinematográficas se han acer-<br />
cado con tanta precisión a sus mecanismos como Solaris. Y, por cierto, desde<br />
una postura indiscutiblemente trágica, dolorosa, unificando el acto de acceder<br />
a la memoria con el enfrentamiento mismo con lo Real. Tarkovski parecía se-<br />
ñalar algo similar cuando afirmaba:<br />
Este afán de saber, impuesto aquí al hombre desde fuera, es a su<br />
modo algo completamente dramático, puesto que se ve acom-<br />
pañado de continua intranquilidad y de carencias, de dolor y de<br />
decepción, puesto que la verdad última es inalcanzable. A ello se<br />
añade que al hombre le ha sido dada una conciencia, que em-<br />
pieza a atormentarle en cuanto su comportamiento es contrario<br />
a las leyes morales .También la existencia de la conciencia es, en<br />
cierto modo, algo trágico (TARKOVSKI, 2006, 221).<br />
Esa “verdad última” a la que el director hace referencia, ese “afán de<br />
saber”, no es otro que la relación que el sujeto puede entablar con el Otro-fan-<br />
tasmal que vaga insomne por el territorio del memoria. <strong>La</strong> conciencia trágica<br />
es una conciencia que se articula precisamente allí donde el<br />
cuerpo de Hari (la esposa muerta del protagonista que retorna<br />
gracias a la intervención impenetrable del planeta) se ofrece con<br />
su total materialidad.<br />
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Debemos repetirlo una vez más: el problema de los fantasmas engen-<br />
drados por la memoria es su pura materialidad, su “existir-para-el-sujeto”. El<br />
carácter dramático del tiempo es la constante suma de imposiciones que,<br />
desde nuestro propio pasado, enarbolan los cadáveres (imaginarios o litera-<br />
les) que construyen nuestra experiencia. Pero leamos algunos detalles de la<br />
cinta que nos permitan clarificar la manera en la que Tarkovski construye el<br />
horror. El primero y más relevante es, sin duda, la propia naturaleza de Sola-<br />
ris, su representación fílmica.<br />
En cierto sentido, podríamos leer el Océano tarkovskiano como una sim-<br />
ple metáfora de lo Real lacaniano. Así, por ejemplo, recordemos el plano sub-<br />
jetivo desde el que Kris contemplaba la estación en su llegada:<br />
El Océano, con su inquietante ausencia de forma, parece rodear por com-<br />
pleto ese pequeño espacio habitable en el que conviven los astronautas. Su<br />
existencia nebulosa, ajena al lenguaje, intenta ser atravesada o aprehendida<br />
desde dos áreas bien distintas: ese corpus científico e inexplicable que se va<br />
generando por las distintas generaciones de investigadores (lo que en la no-<br />
vela original de Lem [2008] se denominaba de manera irónica la Solarística)<br />
y desde la propia experiencia del Yo, del dolor o del amor humano (2). Los es-<br />
fuerzos de los científicos acaban por reducirse al intento desesperado de sim-<br />
bolizar su presencia allí, de atravesarlo mediante un acto lleno de sentido.<br />
2. El propio Tarkovski parecía señalar la fusión de ambas posibilidades<br />
cuando en una entrevista afirmó: “Es posible, en efecto, que la misión<br />
de Kelvin en Solaris no tenga más que un objetivo: mostrar que el<br />
amor hacia otro es indispensable para toda forma de vida. Un hombre<br />
sin amor deja de ser un hombre. El objetivo de toda la Solarística es<br />
mostrar que toda la humanidad debe de ser amor” (cit. en ZIZEK,<br />
2006, 130). Tarkovski, sin embargo, no mencionó que el horror inherente<br />
en la Solarística es la imposibilidad de zafarse de la responsabilidad<br />
de amar, y sobre todo, que ningún canal resulta tan<br />
profundamente doloroso para el Fantasma como el amor mismo.<br />
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De hecho, ¿acaso no es la memoria sino la presencia misma de la au-<br />
sencia, del vacío, de la hendidura en el tejido de la realidad? Si recordamos<br />
es precisamente para intentar asumir que detrás de cada ausencia asoma<br />
siempre la presencia de lo Real. <strong>La</strong> propia cinta lo señala en dos movimientos<br />
paralelos que acaban desembocando en el mismo punto: la primera aparición<br />
del fantasma y la primera visita de Hari.<br />
3.1 <strong>La</strong> primera aparición del fantasma<br />
Leamos el primero de ellos con cierto detenimiento para intentar locali-<br />
zar la manera en la que Tarkovski conecta el ejercicio de la memoria con lo<br />
Real: De un plano general de ese Océano Solaris/generador de fantasmas, pa-<br />
samos a lo que parece una figura vaporosa que recorre los pasillos de la nave:<br />
Sin embargo, el Fantasma no es únicamente una creación de Solaris.<br />
Antes bien, la propia conciencia de Kris es condición previa para su propia exis-<br />
tencia, para su propia corporeidad. <strong>La</strong> capacidad del Océano es, precisamente,<br />
la de materializar la memoria, ofrecer una mueca sobre esa misma<br />
hendidura que la ausencia provoca en el sujeto. Y, por cierto, que<br />
el Fantasma convocado resulta ciertamente erótico, promesa de<br />
objeto de deseo tras ese desenfocado que todavía impide el ac-<br />
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ceso a nuestra mirada a sus contornos concretos (3). <strong>La</strong> mirada de Kris –al<br />
igual que la nuestra- todavía no puede acceder a su objeto de deseo, a su sín-<br />
toma. El mecanismo de la pulsión debe volver a ponerse en marcha (o al<br />
menos, eso suponemos) varios años después del suicidio de la esposa. Sin em-<br />
bargo, el mecanismo que opera sobre el personaje está directamente relacio-<br />
nado con al enfermedad mental: de lo que se trata es de corporeizar la falta<br />
literalmente, esto es, de poseer aquello que ya fue fagocitado por Lo Real y que<br />
no puede venir a nosotros de ninguna de las maneras. A no ser, claro está, que<br />
sea mediante un mecanismo delirante. De ahí también que, siguiendo el es-<br />
crupuloso raccord de movimiento, la mirada de Kris nos conduzca hacia un es-<br />
pacio inhabitable, literalmente, al reino del fantasma:<br />
3. Y, debemos remarcar: el primer fantasma de Solaris no se trata<br />
ni de Hari ni de la madre de Kris. Es otra actriz la que le presta sus<br />
curvas y sus facciones (apenas entrevistas tras el cristal de una<br />
puerta) a ese ente misterioso que se pasea por la nave. Nos parece<br />
de una lógica aplastante, ya que es el propio Kris el que,<br />
mediante su actividad memorística, está dando cuerpo, consistencia<br />
e historia a ese Fantasma imposible.<br />
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En efecto, ese pasillo oscurecido (ese túnel en el que la mirada del es-<br />
pectador se articula de una manera casi pornográfica, mirada de voayeur ex-<br />
pulsado de la íntima relación entre el protagonista y su fantasma) resuena con<br />
la misma fuerza que los túneles mitológicos que parecían conectar nuestro<br />
mundo con el de los difuntos. Kris admite voluntariamente acceder a ese “entre<br />
dos muertes” lacaniano que nos espera entre la muerte simbólica y la muerte<br />
real. No tenemos más que recordar los angustiosos túneles que David Lynch<br />
hacía recorrer al “muerto-en-vida” protagonista de Carretera perdida (Lost<br />
Highway, 1997) o los descensos postmodernos de Gaspar Noé en Irreversible<br />
(2002) para comprender cómo el túnel se ha erigido por derecho propio como<br />
uno de los símbolos cinematográficos en los que la angustia del hombre con-<br />
temporáneo se manifiesta con mayor crudeza.<br />
De hecho, no resulta nada sorprendente que, cuando por fin seamos in-<br />
vitados a contemplar lo que nos aguarda en el territorio del fantasma, nos<br />
encontremos cara a cara con lo real en su estado más puro:<br />
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Desde la nebulosa y sexual presencia de un fantasma (una especie de<br />
espacio donde el goce sólo se puede articular tanáticamente) hasta la elocuen-<br />
cia misma del cadáver. Ese es el primer itinerario que dispara los mecanismos<br />
de la memoria en Solaris. De hecho, ¿por qué el fantasma de Hari, todavía sin<br />
rostro y sin cuerpo definido, tiene tanto interés en que Kris se encuentre con<br />
los restos de Gibarian? ¿Acaso no es el abismo mismo de la memoria, en cierta<br />
medida, ese abismo “entre dos muertes” al que hacíamos referencia? Gibarian<br />
está muerto en el interior de Kris, de tal manera que apenas puede manifes-<br />
tarse si no es mediante una grabación videográfica o como un recuerdo lejano<br />
para el protagonista. Sin embargo, su cadáver desplaza a otro cadáver intole-<br />
rable: el de la propia Hari. Cadáver intolerable porque su retorno implica, ne-<br />
cesariamente, que Kris ha sido incapaz de simbolizar su ausencia:<br />
¿Por qué vuelven los muertos? (...) Porque no están adecuada-<br />
mente enterrados, es decir, porque en sus exequias hubo algo<br />
erróneo. El retorno de los muertos es signo de la perturbación del<br />
rito simbólico, del proceso de simbolización; los muertos retornan<br />
para cobrar alguna deuda simbólica impaga (...) El retorno del<br />
muerto materializa entonces una cierta deuda simbólica que sub-<br />
siste más allá de la muerte física (ZIZEK,2000, 48).<br />
O lo que es lo mismo: la memoria de Kris, de manera claramente sinto-<br />
mática, no ha sido capaz de generar un tratamiento sobre la ausencia de Hari.<br />
Lo podremos observar con total claridad cuando, apenas unos pocos minutos<br />
después, el fantasma de la esposa muerta se manifieste en la propia habitación.<br />
3.2 Hari encarnada<br />
Lo primero que se nos da a contemplar del fantasma es, curiosamente,<br />
aquello de lo que se había prescindido en un momento anterior: sus facciones.<br />
Y, vale la pena decirlo, de una manera absolutamente extradiegética y extraña:<br />
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CARPETA EL LENGUAJE DE LA MEMORIA<br />
Nada sabemos de esa mujer que, de manera casi amenazadora, parece do-<br />
minar la totalidad del encuadre. Apenas podemos retornar, de manera sutil pero<br />
inesquivable, a ese otro gran fantasma cinematográfico que abría la película Vér-<br />
tigo (Hitchcock, Alfred; 1958), y que nos contemplaba desde sus créditos.<br />
Ahora bien, ¿por qué Hari regresa hacia nosotros desde un espacio no-<br />
cinematográfico? Esto es: apenas hay ningún indicador espaciotemporal, nin-<br />
gún elemento que nos permita fijar a la mujer en las coordenadas narrativas<br />
de Solaris. <strong>La</strong> suya es una aparición onírica (recordemos que Kris parece dor-<br />
mitar en el plano anterior), imposible de fijar en un sistema causal de signos.<br />
Sin embargo, cuando la cámara se retire lentamente, seremos invitados a<br />
contemplar ese extraño plano/contraplano en el que Kris, por primera vez, se<br />
enfrenta a la existencia corpórea del fantasma mismo.<br />
Lo que contemplamos, quizá, se trata de una de las más bellas (y por eso<br />
mismo, de las más terroríficas) recreaciones de la memoria de la historia del<br />
cine. Mientras el fantasma, sumido en las sombras, se-da-a-ver, es el propio<br />
Kris el que, mediante el acto desesperado pero soberano de su mirada, cons-<br />
truye a la mujer. Construye la materialidad del cuerpo femenino.<br />
Así, es el acto mismo de mirar (¿y, por cierto, no está acaso esta<br />
idea relacionada con la propia teoría del tiempo empírico de la que<br />
hablábamos al principio del capítulo?) el que conecta la memoria<br />
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CARPETA EL LENGUAJE DE LA MEMORIA<br />
con la materia, el anhelo con la eficiacia.. Eficacia demente, por supuesto,<br />
pero también absoluta.<br />
Solaris recurre, pues, a las reglas de la ciencia ficción para inter-<br />
venir en la realidad, para presentar como un hecho material la<br />
idea de que la mujer no es más que una materialización de la idea<br />
masculina: la trágica situación de Hari es que sabe que carece de<br />
toda identidad sustancial, que no es Nada en sí misma, puesto<br />
que sólo existe en el sueño de Otro, en la medida en que las fan-<br />
tasías de Otro giran alrededor de ella (ZIZEK; 2006, 124).<br />
Y aunque compartamos a grandes rasgos la propuesta de Zizek, nos gus-<br />
taría realizar una pequeña matización. <strong>La</strong> dualidad Kris/Hari en Solaris no<br />
puede ser reducida únicamente a una dialéctica de diferencia sexual o a la<br />
vieja máxima lacaniana de “la mujer como síntoma del hombre”. Antes bien,<br />
creemos que se debe leer la presencia de Hari de manera absolutamente li-<br />
teral: como fantasma, como no-existente, como fruto último de la memoria<br />
de Kris, y por lo tanto, como elemento casi remitente a los mitos de Fran-<br />
kenstein o Pigmalión. <strong>La</strong> Hari que llega a Solaris no puede ser leída como<br />
mujer, sino como memoria pura y materializada, como una criatura necesa-<br />
riamente insatisfecha por su condición demediada. De hecho, la relación<br />
Kris/Hari parece recordar a veces a una especie de conexión padre/hija in-<br />
cestuosa más que a la propia relación de pareja.<br />
Sin embargo, el saber encerrado en el interior de esa Hari revivida se en-<br />
cuentra perfectamente acotado en el siguiente encuadre, con el que Tarkovski pa-<br />
rece clarificar con absoluta precisión su naturaleza preñada de horror y de memoria:<br />
Aferrada a su fotografía (de manera similar a la que la falsa<br />
Madeleine parecía aferrarse al inquietante cuadro de Carlota Val-<br />
dés frente a la mirada de Scottie), Hari está literalmente atrave-<br />
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CARPETA EL LENGUAJE DE LA MEMORIA<br />
sada por lo simbólico, o incluso, hipertrofiada, fuertemente apresada por lo<br />
simbólico. Ante la mirada ciega de ese traje espacial descabezado que espera<br />
en el armario y con su propio reflejo deformado en el espejo del fondo, todo<br />
parecería indicar que Hari existe. Su imagen impresa sobre el papel fotográ-<br />
fico (que a duras penas puede reconocer como una prueba de su existencia)<br />
da constancia de que ella es Hari, o al menos, de que procede de una Hari an-<br />
terior. Sin embargo, toda la exposición se desmorona como un castillo de nai-<br />
pes en cuanto nos asomamos a la pequeña herida que espera bajo la nimia<br />
raja del vestido, en el brazo izquierdo: es la huella de lo Real, la marca que<br />
garantiza su muerte, su suicidio diez años atrás.<br />
Ahora bien, la pregunta que nos plantea este mismo encuadre es: ¿por<br />
qué Hari, si es una creación de la memoria de Kris, retorna a la ficción con la<br />
huella evidente de su no-existencia? Debemos repetirlo una vez más: porque<br />
sólo puede volver en tanto propiedad de la memoria, en tanto huella de lo<br />
perdido, en tanto evidencia misma de esa muerte que Kris ha sido incapaz de<br />
simbolizar.<br />
4. Coda y tragedia: Sobre El espejo (Zerkalo, 1975)<br />
El espejo es, con toda probabilidad, uno de los experimentos cinemato-<br />
gráficos más interesantes realizados durante los años setenta. Si, como veí-<br />
amos al principio de nuestro artículo, Tarkovski es un director eminentemente<br />
preocupado por el uso del tiempo, en El espejo realiza una especie de pirueta<br />
narrativa donde dos planos memorísticos parecen confundirse. De hecho, los<br />
espejos homónimos que invaden toda la ficción parecen más extraños aguje-<br />
ros negros (túneles amenazantes como los que poblaban la Zona) que super-<br />
ficies especulares. <strong>La</strong> narración se desliza por un extraño sube y baja que<br />
pareciera prescindir de cualquier orden cerrado. Sin embargo, El espejo tiene<br />
la lógica misma del enfrentamiento contra la memoria, la del sujeto obligado<br />
a comparecer contra sí mismo en el umbral de la muerte.<br />
Entre esa línea divisoria que separa bruscamente el pasado y el presente<br />
se abren cuatro posibilidades memorísticas: los recuerdos de una niñez (a<br />
priori, la del protagonista), sus últimos días frente a la muerte, las ensoñacio-<br />
nes oníricas que pertenecen a ese “otro universo tarkovskiano” y, por último,<br />
las propias imágenes de archivo que pretenden aprehender al-<br />
guna(s) catástrofe(s) del siglo XX. Son las cuatro piedras de toque<br />
mediante las que el director realiza su esfuerzo más contundente<br />
para recordar, para realizar un ejercicio fílmico sobre la memoria.<br />
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Sin embargo, hay un elemento que sorprende (y aterra) por la violencia<br />
con la que describe fílmicamente la presencia del fantasma primigenio, el acto<br />
de desgarro definitivo en el que el niño contempla al objeto materno siendo po-<br />
seído por el padre. En cierto modo, la dualidad objeto-de-deseo/objeto-<br />
materno aparece constantemente en la obra de Tarkovski, pero nunca con la<br />
violencia y claridad con la que ese acto fundacional se enuncia en El espejo. No<br />
se trata simplemente que el director escogiera a la misma actriz (Margarita Te-<br />
rekhova) para que diera vida tanto a la Madre como a la Esposa del protago-<br />
nista (4). Nos gustaría ir más lejos y deletrear, con suma precisión, la escena<br />
en la que Tarkovski intenta simbolizar ese acto irrepresentable, innombrable.<br />
Alrededor del primer cuarto de la cinta, algo parece molestar al niño que<br />
duerme plácidamente en la cama. Se trata de un extraño viento en slow-mo-<br />
tion que mueve los terrenos que bordean la casa familiar.<br />
Literalmente: algo acude a romper el plácido sueño del niño, esto es, su es-<br />
pejismo narcisista. Y, recordemos, El espejo es precisamente una historia sobre<br />
superficies incapaces de reflectar, superficies que lo invaden todo (como en un<br />
delirio del yo omnipotente), espejos vaciados de sentido en los que los prota-<br />
gonistas se reflejan tortuosamente sometidos al paso del tiempo.<br />
<strong>La</strong> presencia que acude a despertar al niño parece pertenecer, extraña-<br />
mente, al género de terror, o incluso, a las figuras siniestras que poblaban la<br />
literatura infantil hasta que la ola de corrección política decidió (a nuestro jui-<br />
cio, catastróficamente) mediar sobre el contacto con lo Real de los pequeños.<br />
Esa fuerza sobrenatural y de pesadilla que escapa de los bosques para saltar<br />
4. Y resulta imposible no volver a pensar en Solaris y en los pliegues<br />
narrativos que conectan a la madre de Kris con Hari: sus<br />
peinados clónicos, su confusión onírica, su cuidado constante del<br />
protagonista, su enfrentamiento brutal (“nunca le caí bien a tu<br />
madre”, le espeta el fantasma frente a un espejo en la nave)...<br />
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al espacio doméstico sólo puede pertenecer a la figura patriarcal ausente, el<br />
soldado que engendró con un acto similar a Aliosha y que aparece, en inter-<br />
valos irregulares, para volver de la guerra y ejercer su breve (y por eso mismo,<br />
incompleto) patriarcado. Sin embargo, la casa aislada en la montaña en la que<br />
el pequeño Aliosha convive con su madre no hace sino remitir claramente a un<br />
sueño omnipotente infantil, a una sensación de posesión de esa figura feme-<br />
nina que, como no tardaremos en ver, esconde otro rostro bien distinto.<br />
Por si quedara cualquier duda, el niño apenas pronuncia una palabra al<br />
escuchar el viento que sacude los terrenos adyacentes a la casa: Papá. Parece,<br />
pues, que no queda la menor duda. <strong>La</strong> figura que acude para atravesar el<br />
sueño del niño es, definitivamente, la paterna. Y, por extensión, nos gustaría<br />
señalar que no será la última vez que Tarkovski utilizará el símbolo del jardín<br />
y el cuerpo de la madre para hablar del Edipo y de esa escena primordial,<br />
traumática. Recordemos lo que Basilio Casanova comentó al respecto de su<br />
análisis de Sacrificio:<br />
Y bien, la tarda desvela su naturaleza nada más ser enunciada:<br />
se trataba, para Alexander, de cuidar el jardín de la madre. Es<br />
decir, también el cuerpo de la madre. Tarea, pues, incestuosa,<br />
aquella a la que hubo de entregarse nuestro protagonista. De<br />
hecho, ¿no está el aquí ocupando, suplantando el lugar del<br />
padre? Un padre del que, por cierto, nada se nos dice. Una vez<br />
realizada la tarea, lo que se impone es, no podría ser de otra ma-<br />
nera, la sensación de repugnancia, incluso de horror (CASA-<br />
NOVA, 2005,111).<br />
Algo similar llegara a nosotros en El espejo cuando seamos invitados<br />
a contemplar en qué extraña criatura se ha convertido la madre en el mo-<br />
mento en el que el hijo penetra en la habitación, extrañamente desplazada<br />
a territorio onírico:<br />
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<strong>La</strong> madre, al trasluz de la posesión paterna, se ha convertido ya para<br />
siempre en fantasma, en parte de esa memoria de la que nada parecen saber<br />
los espejos y que sólo puede afrontarse en oposición a la psicosis. Lo que<br />
queda tras ella es, simple y llanamente, un universo en descomposición, do-<br />
minado por la llamada de la desintegración misma y en el que nada puede ser<br />
sostenido. Quizá El espejo (y por extensión, una gran parte de la obra de Tar-<br />
kovski) no sea sino uno de los intentos más honestos de la cinematografía por<br />
afrontar los miedos íntimos, los inconfensables. Los miedos de la memoria.<br />
BIBLIOGRAFÍA<br />
El espejo<br />
AUMONT, Jacques, <strong>La</strong>s teorías de los grandes cineastas. <strong>La</strong> concepción<br />
del cine de los grandes directores, Paidos Comunicación, Barcelona,<br />
2004.<br />
BAZIN, André, ¿Qué es el cine? Editorial RIALP, Madrid, 2001.<br />
BURCH, Noel, El tragaluz del infinito, Editorial Cátedra, Madrid, 1987.<br />
CARRERA, Pilar, Andrei Tarkovski, la imagen total, Fondo de Cultura Económica,<br />
Argentina, 2008.<br />
CASANOVA, Basilio, Sacrificio de Andrei Tarkovski en Revista Trama &<br />
Fondo, Nº 18, primer semestre de 2005.<br />
TARKOVSKI, Andrei, Esculpir en el tiempo, Editorial RIALP, Madrid, 2006<br />
ZIZEK, Slavoj, Mirando al sesgo. Una introducción a Jacques <strong>La</strong>can a través<br />
de la cultura popular, Paidós, Buenos Aires, 2000.<br />
- <strong>La</strong>crimae Rerum, Ensayos sobre cine moderno y ciberespacio, Editorial<br />
Random House Mondadori, Madrid, 2006.<br />
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XIV. LOS LATIDOS DE LA IMAGEN<br />
Convertidas en preocupación central de nuestra época contemporánea,<br />
Memoria e Historia son sometidas a rigurosos estudios que tratan de desen-<br />
trañar los porqués de tal preocupación. Siguiendo la línea marcada por el fe-<br />
nómeno inflacionista, dichos estudios (1) parten y concluyen de lo que se han<br />
venido denominando políticas de museificación, construidas alrededor del mo-<br />
numento y el documento. Aunque no es lugar para cuestionar dichos estu-<br />
dios, el presente ensayo tratará de aportar algo nuevo a la preocupación por<br />
la memoria y su lenguaje centrando su atención exclusivamente en la imagen<br />
contemporánea.<br />
Esta, bien sea cinematográfica o informática, se ha convertido en el en-<br />
torno mayoritario con el que relacionarse con el mundo. Presente en todo<br />
momento y en todo lugar, la imagen se ha constituido como documento de<br />
sí misma, portando sobre su propia forma una inabarcable cantidad de ges-<br />
tos, acciones, símbolos y, por supuesto, memoria adquirida tanto de forma<br />
voluntaria como involuntaria. <strong>La</strong> forma de la imagen contiene esa memoria<br />
a la que no se le presta atención, pero que se va acumulando bajo sus re-<br />
lieves hasta que comienza a latir de forma sorpresiva. De esta manera se<br />
convierte en una amenaza que puede golpear de forma imprevista a la rea-<br />
lidad de la que fue tomada.<br />
El objetivo que nos proponemos es dibujar una sintomatología de la ima-<br />
gen contemporánea, escuchando los latidos de sus formas a partir de una<br />
serie de imágenes cinematográficas autoconscientes y autoreflexivas de lo<br />
que contienen en sí mismas, ejemplificando perfectamente lo que está pa-<br />
sando en el entorno de la imagen. De la imagen que nos ha tocado vivir.<br />
ANTECEDENTES.<br />
¿Realmente el acontecimiento que marcó el siglo pasado fue la Segunda<br />
Guerra Mundial? Evidentemente sí. Pero la enunciación de esta<br />
1. Pienso en los trabajos de Andreas Huysen y Gérard Wajcman.<br />
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Ricardo Adalia Martín<br />
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Londres después de un bombardeo. II Guerra Mundial<br />
Dresde después de un bombardeo. II Guerra Mundial<br />
11S: Desescombro de la zona cero<br />
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pregunta tiene la intención de señalar las repre-<br />
sentaciones que se realizaron de forma masiva<br />
tras el conflicto, tratando de cerrar las heridas<br />
que iban a quedar abiertas en el tiempo. Godard<br />
fue el primero que observó este fenómeno, cul-<br />
pabilizando al cine por no haber estado presente<br />
donde se le suponía. Sobre esa ausencia se cons-<br />
truyeron las representaciones cinematográficas<br />
post-conflicto impulsadas por un sentimiento de<br />
urgencia derivado de la elusión de la responsabi-<br />
lidad supuesta posteriormente. <strong>La</strong> representación<br />
como redención de la realidad consiguió hacer<br />
presente todo lo que quedo irresuelto tiempo<br />
atrás, tratando de imposibilitar el olvido.<br />
Pero, ¿qué es lo que se podía olvidar? ¿El<br />
acontecimiento o el no haber estado allí? En ese<br />
lugar que separa el hecho de su sentimiento es<br />
donde se situaban las representaciones que, ade-<br />
más, encontraban la frontera que no podían tras-<br />
pasar en su propia temática, ya que todo lo<br />
representado se sacaba del mismo cajón donde<br />
había quedado el imaginario del conflicto. Aun-<br />
que la inventiva, la mentira o la reescritura libre<br />
fueran parte del ejercicio de memoria, su origen<br />
era fácilmente identificable, reconociéndose las<br />
fronteras en el marco ofrecido por la Historia<br />
común y el tiempo en que tuvo lugar.<br />
Pero a comienzos de este siglo se iba a dar<br />
un contexto propicio para que se produjera un<br />
giro decisivo en lo memorístico. <strong>La</strong> aparición de<br />
las herramientas digitales de democratización de<br />
la imagen que han hecho posible que todo pueda<br />
ser registrado por cualquiera, compartiendo el<br />
mismo tiempo en que se producía el gran aconte-<br />
cimiento histórico del 11 de Septiembre de 2001,<br />
consiguió reconfigurar, mediante de-<br />
legación, el espíritu que caracterizaba<br />
a la representación de estar todo pre-<br />
sente por el de hacerlo todo presente.<br />
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Aunque dicha fecha ha quedado como el momento en que la ficción vol-<br />
vió a su propia realidad diluyendo en su retorno la frontera que las separaba,<br />
sería aun más correcto señalar que a lo que realmente asistimos fue a una de-<br />
legación de la representación en sus funciones. Esta, agotada de suturar las<br />
heridas de un pasado que no pudo ser resuelto, en su retirada consiguió trans-<br />
mitir al inconsciente colectivo la necesidad de presentificar la realidad apro-<br />
vechando el miedo generalizado a abrir nuevas heridas que no podrían ser<br />
cerradas. Así, tanto el cine, cada vez más documental, y cualquiera que tu-<br />
viera una cámara en mano, pasaron a registrar la realidad en tiempo real en<br />
una forma tan preventiva como para que con el exceso de imágenes no se<br />
diera lugar a un sentimiento de culpa por no haber estado allí. Por no haber<br />
estado presente en el lugar donde algo podría suceder.<br />
Pero hacerlo todo presente ha conllevado unas consecuencias desastro-<br />
sas. <strong>La</strong> urgencia del cine por documentar, concienciar o testimoniar, junto a<br />
la ingente cantidad de registros amateurs que se encuentran siempre dispo-<br />
nibles en páginas como youtube, además de estar impulsados por el mismo<br />
sentimiento de presentificación, se basan en la construcción de imágenes di-<br />
rectas, eficaces, casi involuntarias, que no están sujetas a reflexión, ni pre-<br />
via, ni en su registro y mucho menos en su posterior ensamblaje.<br />
Simplemente son imágenes con la intención de hacerlo todo presente, de estar<br />
allí. Pero la prisa, la precipitación por no cometer errores del pasado, olvida<br />
pensar en la cantidad de memoria que van recogiendo las imágenes por ser<br />
esta inesperada y desconocida. El esfuerzo que supondría su reflexión queda<br />
anulado por el impulso de seguir registrando con la promesa de que algún día<br />
pueda ser utilizada. <strong>La</strong> imagen como memoria inmediata no piensa más que<br />
en su intencionalidad, dejando escapar lo que aparece como nuevo o lo que<br />
es atravesado por algún vector temporal olvidado.<br />
<strong>La</strong> inmediatez ha conseguido solapar imagen y memoria, convirtiéndo-<br />
las en la misma cosa. Por eso las obras cinematográficas más interesantes de<br />
este siglo abordan una reflexión sobre la propia forma, tratando de rastrear<br />
lo que acumula, donde, cómo, y sobre todo, cómo puede volver a la realidad.<br />
Si las consecuencias de la vuelta de la ficción a la realidad fueron desastro-<br />
sas, ¿cómo puede volver algo que desconocemos? ¿Cómo puede volver algo<br />
a lo que no hemos prestado atención en su fabricación? ¿Cómo se relaciona<br />
esta memoria con la memoria fabricada de forma razonada anteriormente?<br />
Trataremos de encontrar la respuesta a estas preguntas si-<br />
guiendo los trazos que ofrecen las imágenes que se piensan a si<br />
mismas de algunas de las películas más significativas del presente<br />
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Cloverfield<br />
siglo, rastreando los latidos de la memoria que contienen en sus formas y<br />
como están presentes en ellas los ecos y las amenazas de las imágenes del<br />
mundo construidas desde los sentimientos de miedo y urgencia.<br />
CLOVERFIELD (MATT REEVES, 2008)<br />
Resulta asombroso comprobar como<br />
una película estrenada en los circuitos hi-<br />
percomerciales y en apenas 80 minutos de<br />
metraje consigue sintetizar algunas de las<br />
cuestiones más interesantes referidas a la<br />
imagen como memoria en forma de aven-<br />
tura épica construida desde el punto de vista<br />
de una filmación cámara en mano amateur,<br />
de un grupo de amigos que ve interrumpida<br />
la fiesta de despedida de uno de ellos (Rob)<br />
por un monstruo del que no se sabe como o<br />
de donde ha aparecido. Solamente que está<br />
devastando la ciudad de New York.<br />
Con el monstruo en escena, el grupo<br />
de amigos encabezado por Rob, (homena-<br />
jeado en la fiesta por su inmediata partida<br />
hacia Japón) emprenderán una marcha por<br />
las calles de New York en las que se ha de-<br />
clarado el estado sitio, para rescatar a<br />
Beth (amor frustrado de Rob) del piso en el<br />
que ha quedado atrapada. En su aventura,<br />
la cámara sufrirá pequeños accidentes que<br />
nos dejaran ver que todo lo que se va re-<br />
gistrando en tiempo real se está haciendo<br />
sobre una cinta en la que se va borrando<br />
simultáneamente el único momento en el<br />
que Rob y Beth pudieron consumar su<br />
amor en un tiempo pasado.<br />
¿Cuál es el principal efecto del registro continuo de la rea-<br />
lidad? <strong>La</strong> homogenización de la imagen que confiere a todo lo<br />
que aparece en ella el mismo relieve. Siempre presente, al<br />
mismo nivel, con la misma importancia y dando lugar a unas pre-<br />
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ocupantes consecuencias. Por un lado nos encontramos con una ingente can-<br />
tidad de imágenes del pasado convertidas en residuales por efecto de la ho-<br />
mogenización retroactiva conferida por las de nueva construcción. Por otro<br />
nos encontramos con una enorme cantidad de imágenes desechables, a las<br />
que se las debe dedicar cada vez más espacio para almacenarlas aunque no<br />
se las vaya a prestar atención. Así tenemos siempre imágenes perpetua-<br />
mente nuevas, que tratan de borran o desplazar a sus precedentes y que<br />
contienen una memoria desconocida que se va acumulando y escondiendo<br />
en su propia forma sin que podamos acceder a ella gracias al continium de<br />
la superficie que las parapetan.<br />
<strong>La</strong> aparición del monstruo solamente es posible en un contexto que le fa-<br />
vorece. Aunque la referencia al 11-S es evidente, Cloverfield no apunta a lo<br />
mismo: si el acontecimiento real fue registrado por completo, en la ficción, a<br />
pesar de serlo y de disponer de todos los medios para su registro, filmar al<br />
monstruo resulta imposible. Registrar la totalidad de su cuerpo es imposible,<br />
y mucho menos sostener un plano por más de un segundo. Su cuerpo frag-<br />
mentado solo podrá ser observado con fallos de registro, como son los innu-<br />
merables barridos de cámara que pueblan el metraje.<br />
El monstruo, al que podríamos denominar como ficción 2.0, nace de un<br />
marco saturado de forma imprevista. Su origen no es un lugar físico, ni a<br />
pesar de su tamaño tiene un origen visible. El representa el golpeo de la me-<br />
moria desconocida. <strong>La</strong> que hemos acumulado de forma miedosa para paliar los<br />
por si acasos. Hacerlo todo presente desplaza la mirada a la superficie. Se<br />
descuida pensar con profundidad, quedando la memoria descontrolada. No<br />
sabemos cómo funciona, se recompone, se organiza o se relaciona con la me-<br />
moria de su pasado.<br />
Cloverfield alerta sobre el peligro que puede entrañar el nacimiento de<br />
una ficción autónoma de la memoria desconocida y obviada. Si ya conocemos<br />
los efectos del golpeo de la realidad por la ficción que construyó la humani-<br />
dad de forma consciente, solo podremos, de momento, llegar a imaginar las<br />
consecuencias de esta nueva ficción dándole la forma reconocible de un<br />
monstruo y colocándolo en el escenario que sufrió el ataque de la ficción, bus-<br />
cando con ello que la reminiscencia haga saltar las señales de alarma sobre<br />
el peligro que entraña la memoria descontrolada.<br />
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<strong>La</strong> cuestión humana<br />
LA CUESTIÓN HUMANA (NICHOLAS KLOTZ, 2007)<br />
Si la disolución del marco que definía<br />
y contextualizaba las representaciones ha<br />
conseguido que todo sea susceptible de<br />
convertirse en una memoria incontrolada,<br />
esta a su vez, con su existencia masiva, ha<br />
traído como consecuencia la ruptura de los<br />
vectores que permitían seguir, rastrear y<br />
conectar los lugares en los que se guar-<br />
daba la memoria derivada de una repre-<br />
sentación razonada. <strong>La</strong> problemática de lo<br />
inabarcable e incontrolado radica en que a<br />
la vez que rompe los anclajes, se desplazan<br />
los lugares donde quedaba almacenada esa<br />
memoria. El registro continúo y su almace-<br />
namiento ha convertido la memoria que<br />
conocíamos en un constructo errático al<br />
que es muy difícil acceder, asemejándose<br />
su forma a la de la memoria incontrolada<br />
que ha provocado su nueva condición.<br />
El travelling que inaugura <strong>La</strong> cuestión<br />
humana recorre una sucesión de números<br />
que se encuentran inscritos en el suelo de<br />
un lugar del que no sabemos nada. <strong>La</strong><br />
única certeza es que se está registrando<br />
en una toma sin cortes un desplazamiento.<br />
Llegado a su fin, un corte nos presenta una<br />
nube de humo emitida por las chimeneas<br />
de una fábrica de la que tampoco sabemos<br />
nada. Sin embargo, sentimos que algo nos está remitiendo a unas imágenes<br />
del pasado. A las imágenes representadas del humo de las chimeneas de los<br />
crematorios en los campos de exterminio Nazis.<br />
¿Por qué la conjunción de ese travelling más el humo nos remite a la<br />
memoria de los campos de exterminio? ¿Por qué aparece el recuerdo en ese<br />
momento? <strong>La</strong> respuesta se debe a la tensión existente entre los<br />
dos tipos de memoria, que hace que la manifestación de la me-<br />
moria de las representaciones aparezca debido a que la memoria<br />
incontrolada la está desplazando en ese momento.<br />
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Su percepción, casi involuntaria, radica en que el cuerpo, al no conseguir<br />
encontrar los vectores que posibilitaban su acceso, se erige como vector que<br />
recibe su regreso. Apareciendo precisamente en el cuerpo porque este le es<br />
ajeno. <strong>La</strong> realidad es su sustrato, de forma inversa a la memoria incontro-<br />
lada, cuyo sustrato es la propia afirmación del cuerpo en el registro de una re-<br />
alidad que poco le importa.<br />
Esto no es óbice para que nos sintamos seguros con su vuelta, ya que su<br />
aparición también será imprevista y dolorosa. Como le ocurre a Simon, el pro-<br />
tagonista de <strong>La</strong> cuestión humana. Psicólogo del departamento de recursos hu-<br />
manos de Sc Farb, cuyo cuerpo sentirá los golpes de la memoria que irá<br />
apareciendo a medida que lleve a cabo la investigación sobre la supuesta lo-<br />
cura de Jüst, uno de los dos directores de la empresa.<br />
En su investigación, Simon recibirá una serie de cartas técnicas que co-<br />
nectarán el presente de SC Farb con los campos de exterminio Nazis. Simon<br />
se erigirá de esta manera como vector que conecta memoria y presente a tra-<br />
vés de las cartas que aparecen en su vida desde un origen desconocido, des-<br />
cubriendo sobre sí mismo los diferentes latidos de memoria que siente a su<br />
alrededor como un Heartbeat detector (2). Ejemplo de cómo golpea el re-<br />
cuerdo, su cuerpo sufriría de forma progresiva el dolor físico a medida que<br />
avanza el metraje hasta que la sangre brote de su nariz al final del mismo.<br />
L´INTRUS (CLAIRE DENIS, 2004)<br />
Tres años antes, Claire Denis había utilizado el símil de los latidos del corazón<br />
para señalar el síntoma de lo que se está manifestando ahora. En el momento<br />
de su concepción y realización, la explosión del registro impulsivo de la reali-<br />
dad estaba comenzando a caminar. Pero a diferencia de la película de Nicho-<br />
las Klotz, en el L´intrus se apuntaba hacia la homogenización de la imagen<br />
como patrón para la construcción de imágenes futuras.<br />
Tomando como punto de partida el ensayo de Jean Luc Nancy (3), Claire<br />
Denis pone en forma un curioso sistema de rastreo de memoria, construyendo<br />
imágenes frías, distanciadas y sin significación narrativa alrededor del perso-<br />
naje que interpreta Michael Subor (Louis Trebor), del que únicamente sabe-<br />
2. Título en ingles de la película.<br />
3. El intruso. Jean-Luc Nancy. Amorrortu editores. Buenos Aires.<br />
2006.<br />
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CARPETA EL LENGUAJE DE LA MEMORIA<br />
L’ intrus<br />
mos que le duele el pecho y que probable-<br />
mente necesite un transplante de corazón.<br />
Al igual que Simon en <strong>La</strong> cuestión humana,<br />
en su cuerpo aparece un dolor físico que<br />
sintomatiza lo que está recibiendo del<br />
mundo que le rodea.<br />
Para que estas imágenes no se vuel-<br />
van extranjeras de sí mismas, es decir, que<br />
esperen y acepten ser como las imágenes<br />
amateurs que comenzaba a asimilar el cine<br />
como propias al permitir en sus formas el<br />
derecho de entrada y residencia, Claire<br />
Denis inserta hacia el final del metraje<br />
imágenes intrusas de las que no se espera<br />
su llegada y causan sorpresa. Estas co-<br />
rresponden a un film inacabado de Paul<br />
Gégauff titulado Le reflux, que tiene como<br />
protagonista a Michael Subor cuarenta<br />
años más joven.<br />
Con su gesto, Claire Denis contraría<br />
a la forma, obligándola a que tome relieve<br />
por el efecto de la intrusión. Por el choque<br />
que produce lo inesperado. <strong>La</strong>s imágenes<br />
se confrontan a su pasado de la misma<br />
manera que lo hace Michael Subor con su<br />
propia persona, haciendo aparecer sobre<br />
la propia forma una nueva textura de imá-<br />
genes que no muestran la memoria de forma directa, delegando en lo indi-<br />
recto su identificación.<br />
Si en la época de las representaciones fue el juego de campo/contra-<br />
campo lo que construyo la idea de memoria, en el momento que estas han<br />
quedado obsoletas, lo que debe hacer el cine es confrontar las propias formas<br />
porque es en ellas donde ha quedado retenida la memoria que ya no se puede<br />
ver. De esta manera se construye un nuevo marco con el que tener controlado<br />
su latido gracias al transplante de órganos (imágenes) de las que<br />
tenemos certeza absoluta de cómo latieron en un pasado.<br />
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CARPETA EL LENGUAJE DE LA MEMORIA<br />
DEATH PROOF (QUENTIN TARANTINO, 2007)<br />
Si existe una película que ha contrariado a sus formas de una manera<br />
más desconcertante es este trabajo que pasó por las pantallas como un mero<br />
divertimento de sesión doble. En ella encontrábamos a Mike (Kurt Russell)<br />
situado en medio de una narración partida en dos. Este, especialista de cine<br />
pero psicópata en sus ratos libres, se dedicaba a perseguir y a matar jovenci-<br />
tas durante todo el metraje para saciar su impotencia sexual.<br />
Aunque la película gira entorno a un imaginario reducido de chicas, coches<br />
y conversaciones con Mike como bisagra que articula un relato partido, lo real-<br />
mente interesante son las marcas que aparecen simuladas en la propia forma<br />
como puntos de acceso a su propia memoria. Por una parte tenemos la simu-<br />
lación de marcas físicas sobre el propio soporte cinematográfico; rayones,<br />
cortes y fotogramas que faltan, jalonan la propia materialidad del celuloide du-<br />
rante la primera parte del metraje. Por otra, encontramos una ingente simu-<br />
lación de marcas comerciales (G.O Juice, Red Apple…), tan habituales en el cine<br />
de Tarantino, que se mantendrán desperdigadas en las dos partes de la película.<br />
<strong>La</strong>s marcas comerciales forman parte, además, del propio imaginario de<br />
la película. <strong>La</strong>s chicas protagonistas se relacionaran con ellas de forma natu-<br />
ral, de igual manera que el espectador lo hace en el mundo real. El juego que<br />
propone Tarantino opera alrededor de ese imaginario desconectado, donde<br />
todo evoca a algo que conocemos pero de lo que no podremos asegurar su<br />
certeza. Esos vectores que unían lugares de memoria aparecen igualmente<br />
rotos. Pero Tarantino los supera colocando marcas que funcionan bajo su sig-<br />
nificado primero; marcar la propia película. En su superficie (su materialidad)<br />
con marcas de uso y paso del tiempo, y en su fondo (su narración) con mar-<br />
cas de superficie (marcas comerciales).<br />
Tras el espectacular choque entre los coches de Mike y el primer grupo de<br />
chicas, en el celuloide dejaran de aparecer el primer tipo de marcas. <strong>La</strong>s imá-<br />
genes que construirán la historia de venganza del segundo grupo de chicas<br />
serán limpias y artificiales. Pero las marcas publicitarias se encargaran, como<br />
toda marca, de que recordemos para no olvidar lo que ha estado presente. De<br />
esta manera consigue re-establecerse un vector entre las marcas que quedan<br />
y las que ya no están que permite acceder a la propia memoria de la película.<br />
Tarantino utilizando la propia forma, simulando marcas<br />
sobre ella, en primer término la considera como el lugar donde<br />
queda retenida toda memoria para utilizarla después en la reha-<br />
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CARPETA EL LENGUAJE DE LA MEMORIA<br />
bilitación de las marcas como signo de acceso a la memoria. <strong>La</strong>s genera-<br />
ciones que crecerán solamente con entornos digitales, difícilmente cono-<br />
cerán el deterioro de la propia materialidad del cine. Pero en ella reside otro<br />
tipo de memoria que se ha ido construyendo con cada proyección que ha<br />
sufrido la película. Es otro tipo de memoria registrada, que se seguirá al-<br />
macenando aunque las marcas no se impriman sobre el soporte. Una memo-<br />
ria de uso que rehabilita Tarantino como punto de acceso a la que se pierde<br />
en el registro de la misma.<br />
LIVERPOOL (LISANDRO ALONSO, 2008) COMO CONCLUSIÓN.<br />
Aunque los tres trabajos precedentes a Liverpool (<strong>La</strong> libertad, 2001; Los<br />
muertos, 2004 y Fantasma, 2006) estaban construidos sobre desplazamientos<br />
de un personaje hacia el lugar donde en un tiempo atrás dejó su memoria, Lisan-<br />
dro no se había atrevido a investigar como la memoria que no le pertenece se<br />
manifiesta en el propio espectador. El riesgo de su apuesta consiste en romper<br />
la continuidad del recorrido del desplazamiento del personaje, construyendo pe-<br />
queños planos independientes que se abren y se cierran sobre sí mismos.<br />
Cuando nos enfrentamos a Liverpool como espectadores tenemos la sen-<br />
sación de que Farrel, un marinero que regresa al lugar donde nació para com-<br />
probar si su madre sigue viva, esta atrapado en un flujo de acontecimientos que<br />
se remiten a sí mismos. Su desplazamiento está rodado con planos fijos que le<br />
acompañan registrando los actos cotidianos de su vida mientras se acerca a su<br />
pasado. En cada corte de plano se abre una pequeña posibilidad de historia que<br />
acaba por cerrarse con el siguiente corte. Su desplazamiento pro-<br />
pone y destruye ideas quedando suspendida su figura en una er-<br />
rancia que solo parece tener sentido en el momento que se enfrente<br />
al pasado que dejó tiempo atrás.<br />
Death Proof<br />
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CARPETA EL LENGUAJE DE LA MEMORIA<br />
En el momento en que Farrel compruebe que su madre sigue viva y nos<br />
presente el lugar donde tiempo y memoria quedaron suspendidos, aban-<br />
donará la película dejando a la cámara sin el referente que tuvo hasta ese<br />
momento. Sola en el espacio donde chocan dos tipos de memorias. <strong>La</strong> que<br />
se corresponde con el pasado de Farrel y con la memoria que ha recogido la<br />
forma cinematográfica del propio Farrel tras su marcha. O lo que es lo<br />
mismo, la memoria representada del pasado de Farrel, con la memoria del<br />
registro de Farrel.<br />
En ese momento, en el que Lisandro logra hacerlas presentes sobre la<br />
ausencia de ambas es cuando se manifestaran en mayor grado. Aunque todo<br />
lo que hayamos visto hasta ese momento sean esbozos de una narración<br />
deshilachada, la memoria aparecerá de forma sorpresiva haciendo pensar que<br />
lo que está ocurriendo allí es un drama. Una hija prostituta, una madre con<br />
alzehimer, un pueblo a la deriva perdido en un no-lugar, será la explicación<br />
que encontremos a lo que estamos presenciando<br />
Objetivamente no existe certeza alguna que nos lleve a pensar la película<br />
de esta manera. Lo único que podemos llegar a comprender es que en el ter-<br />
reno abierto de las narraciones, la memoria aparece en la peor de sus facetas<br />
posibles, casi siempre en forma de tragedias y melodramas. Ese estallido de<br />
la memoria surge de un doble fracaso; por un lado de los pasados que<br />
quedaron irresueltos y por otro de las representaciones y los usos que se<br />
hicieron de ellas para tratar de resolverlos.<br />
Lo preocupante de Liverpool es que las pequeñas manifestaciones de<br />
la memoria (en sus dos vertientes) se consuman en ella de forma plena. Lo<br />
que, por ejemplo, eran pequeñas reminiscencias en <strong>La</strong> cuestión humana,<br />
aquí es la manifestación total del lenguaje de la memoria. En una narración<br />
abierta, donde memoria y experiencia pueden completarla de forma libre,<br />
lo harán siempre configurando historias tendentes hacia el lado más nega-<br />
tivo de la realidad.<br />
Y esto es lo que comparten todas las películas que nos han servido<br />
para trazar la presente genealogía con la que hemos construido su relato;<br />
la memoria que hemos construido y la que estamos construyendo, cuando<br />
se expresa siempre lo hace en la forma más dañina posible. Quizás como<br />
consecuencia de que la necesidad primigenia de memoria que<br />
tuvo la humanidad nació siempre tras los acontecimientos más<br />
terribles de su Historia.<br />
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Liverpool<br />
Sea o no esta la cuestión donde radica su problemática, lo cierto es que<br />
antes de materializar lo que parece ser su venganza a través de la forma por<br />
los usos que se han hecho de ella, la memoria lanza pequeños avisos en una<br />
forma que se asemeja a los latidos de un corazón desde el fondo de las imá-<br />
genes. O lo que es lo mismo, deja ver pequeños síntomas como los que hemos<br />
tratado de clasificar en el presente ensayo para que el lenguaje de la memo-<br />
ria, cuando se manifieste, nos resulte lo menos doloroso posible.<br />
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Liverpoll<br />
Noviembre 2009<br />
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XV. EL FUEGO DE LA PALABRA. A PROPÓSITO DE<br />
EL DESENCANTO (1976) DE JAIME CHAVARRI<br />
El tiempo presente y el tiempo pasado<br />
Están tal vez ambos presentes en el tiempo futuro,<br />
Y el tiempo futuro contenido en el tiempo pasado.<br />
Si todo tiempo es eternamente presente<br />
Todo tiempo es irredimible.<br />
Lo que podría haber sido es una abstracción<br />
Que permanece como perpetua posibilidad<br />
Sólo en un mundo de especulación.<br />
Lo que podría haber sido y lo que ha sido<br />
Apuntan a un fin único, que es siempre presente.<br />
Resuenan pisadas en la memoria<br />
Por el sendero que no recorrimos<br />
Hacia la puerta que no abrimos nunca<br />
En el jardín de rosas. Mis palabras resuenan<br />
Así, en tu mente (1).<br />
“Burnt Norton”, en Cuatro cuartetos (T.S. Elliot)<br />
1. MEMORIA, RESISTENCIA, TIEMPO Y OLVIDO.<br />
Pablo Ferrando García<br />
Cuando preguntan (2) a Jorge Semprún lo que es para él la memoria no<br />
duda un instante en aclarar su complejidad. Sin embargo, en un esfuerzo por<br />
sintetizar el significado profundo de la misma responde en tres direcciones.<br />
Primero, la memoria supone el reconocimiento de una identidad. Nadie, como<br />
sujeto pensante, está exento de la constitución de su propio yo porque si no<br />
gozáramos de la memoria, perderíamos en realidad nuestra vida. Toda huella,<br />
todo vestigio del pasado quedaría completamente arrasado y careceríamos de<br />
cualquier referente del tiempo vivido. Segundo, la memoria supone una bata-<br />
lla ideológica. Es significativo que los actuales políticos de la derecha española<br />
1. Cito por la traducción de Vicente Gaos.<br />
2. Dichas declaraciones se encuentran en los extras del DVD, del<br />
sello Cameo, en el que se ha comercializado Bucarest, la memoria<br />
perdida (Bucarest, la memòria perduda, 2008), película<br />
ganadora del Premio Goya al mejor documental. Es un filme autobiográfico<br />
del realizador Albert Solé y que está centrado en la<br />
relación con su padre, el jurista y ministro de cultura socialista<br />
Jordi Solé Tura.<br />
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dan la espalda a la recuperación de la memoria histórica de la Guerra Civil.<br />
Muchos de ellos, son los cachorros de quienes detentaron el régimen franquista<br />
y el retorno de lo reprimido emerge como una herida no cicatrizada y supu-<br />
rante. <strong>La</strong> Historia fue escrita por los vencedores, siempre se ha tratado de en-<br />
mudecer a los derrotados. El silencio y la ignominia han sido los gestos<br />
ominosos y amenazantes que sirvieron para querer borrar el pasado (3). El<br />
biógrafo oficial de turno impone desde su estatus privilegiado, en el seno del<br />
mismo aparato de poder, la ortodoxia historiográfica del régimen. Esta posición<br />
favorable permitía a los acólitos franquistas descalificar y/o censurar a todo<br />
aquél que tuviese una voz disidente, lo cual conllevaba el más absoluto ostra-<br />
cismo. Incluso hoy, una vez consolidada nuestra democracia, no faltan quienes<br />
siguen la misma práctica, hasta el punto de llegar a manifestar que la suble-<br />
vación la llevaron a cabo los propios republicanos. Federico Jiménez Losantos,<br />
antiguo miembro de Bandera Roja (4), escisión izquierdista del PCE, ejerce<br />
ahora un pseudoperiodismo caduco y estéril a base de firmar artículos carac-<br />
3. Resulta particularmente llamativo que todos los regímenes totalitarios<br />
se han caracterizado por eliminar toda huella de los exterminios<br />
masivos. Tanto el nacionalsocialismo con la Shoah, como el<br />
stalinismo con la masacre de Katyn, son otras dos claras muestras de<br />
esta actitud en la cual no han dudado en eximirse de responsabilidades<br />
al atribuirla a su enemigo. Sobre esta última conviene mencionar<br />
la última y vibrante propuesta de Wajda, que reconstruye los acontecimientos<br />
históricos desde el punto de vista de las víctimas.<br />
4. Paradojas de la vida, uno de los fundadores de esta fuerza política<br />
fue Jordi Solé Tura, protagonista del documental Bucarest,<br />
la memoria perdida (Bucarest, la memòria perduda, 2008).<br />
Sobre la formación de la misma ver el mencionado filme.<br />
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Guerra civil española. Foto: Agustí Centelles<br />
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CARPETA EL LENGUAJE DE LA MEMORIA<br />
terizados por el insulto y la descalificación. Ha llegado a sostener que la iz-<br />
quierda y la democracia son la misma cosa (5). Afirma que la historiografía de<br />
la Guerra Civil está capitalizada por la izquierda al defender la democracia y re-<br />
pudiar el golpe militar de julio de 1936. Sin embargo, tal y como observa iró-<br />
nicamente Reig Tapia “el abrumador consenso generado por el particular deja<br />
poco margen de dudas en torno a la defensa de la democracia y la Constitu-<br />
ción: en 1936, en 1981 y siempre que sea menester. Qué tiempos tan confu-<br />
sos en que se pretende descalificar a los historiadores constitucionalistas<br />
tachándolos de izquierdistas…” (6) Por lo tanto, la memoria permite recuperar<br />
la posición de los vencidos frente a los vencedores de la Guerra Civil.<br />
Tercero, la memoria contribuye a construir el futuro, no es posible éste sin<br />
el pasado. Estaríamos perdidos si ignorásemos cualquiera de nuestras vincu-<br />
laciones con el paso del tiempo ya que no tendríamos la capacidad de com-<br />
prender el sentido primero y último de nuestros actos, con lo cual no<br />
dispondríamos de una perspectiva temporal clara. “El verdadero conocimiento,<br />
la sabiduría auténtica, se construye siempre sobre lo que se ha vivido, sobre<br />
las experiencias acumuladas, sobre lo que hemos ido aprendiendo y, por tanto,<br />
recordando. ¿Cómo sería posible la vida sin la memoria y el recuerdo?” (7)<br />
Junto a estas consideraciones, cabe señalar aún dos más. En primer<br />
lugar, y aunque sea una obviedad, sabemos que la memoria va intrínseca-<br />
mente unida al olvido. También la cultura se erige en material para reconstruir<br />
la realidad y en cualquier análisis textual “el investigador sabrá extrapolar del<br />
documento incluso aquello que, desde el punto de vista de su autor, no cons-<br />
tituía un y estaba sometido al olvido, pero que el historiador<br />
puede valorar de otro modo, si a la luz de su propio código cultural ese interviene como un acontecimiento significativo.” (8)<br />
Por otro lado, y a no ser que tengamos un deterioro biológico o psíquico<br />
es imposible olvidar porque la memoria forma parte de nuestra identidad<br />
como sujetos conscientes de nuestra realidad circundante. Al margen de las<br />
posibles observaciones de tipo sociológico o antropológico que podamos hacer<br />
respecto a la facilidad con que los españoles solemos olvidar las actuaciones<br />
5. Jiménez Losantos, Federico: “<strong>La</strong> villanía” en ABC, Madrid, 19 de<br />
Junio, p. 18.<br />
6. Reig Tapia, Alberto: Memoria de la Guerra Civil. Los mitos de<br />
la tribu. Alianza Editorial. Madrid.1999. p. 319.<br />
7. Reig Tapia, Alberto: Op. Cit. p. 317.<br />
8. Lotman, Jurij; Uspenskij, Boris: “Sobre el mecanismo semiótico<br />
de la cultura”, en Jurij Lotman y Escuela de Tartu: Semiótica<br />
de la cultura. Madrid. Cátedra. 1979. p. 74.<br />
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políticas o las figuras culturales, cabría apuntar un fenómeno cada vez más<br />
creciente y preocupante: el generalizado comportamiento de los países des-<br />
arrollados en delegar a las memorias de silicio el saber humano. Esta actitud<br />
utilitarista de la información trae consigo una sociedad de ignorancia e info-<br />
xicación, en términos de Antoni Brey, donde el sujeto pensante se está disol-<br />
viendo cada vez más al despreciar el conocimiento general para adquirir una<br />
formación más específica y pragmática: “El centro de gravedad de la sociedad<br />
del conocimiento mercantilizado se desplaza gradualmente desde el individuo<br />
hacia las estructuras colectivas. El saber productivo ha dejado de pertenecer<br />
a la masa o al experto aislado y se encuentra distribuido en grandes sistemas<br />
en los cuales el individuo es sólo una pieza prescindible. Cada vez, hay más<br />
saber en las organizaciones pero menos conocimiento en los individuos, más<br />
información en las memorias de silicio y menos en los cerebros humanos. El<br />
individuo se aleja progresivamente de su posición central, se diluye, y desde<br />
la periferia se muestra más débil y prescindible que nunca.” (9)<br />
En segundo y último lugar, hay otra consideración que suele perderse de<br />
vista, y son los recuerdos. Como señala Luis Buñuel en el primer capítulo de<br />
su autobiografía, “...la memoria, indispensable y portentosa, es también frá-<br />
gil y vulnerable. No está amenazada sólo por el olvido, su viejo enemigo, sino<br />
también por los falsos recuerdos que van invadiéndola día tras día.” (10) Así<br />
9. Brey, Antoni; Innenarity, Daniel; Mayos, Gonçal: <strong>La</strong> sociedad<br />
de la Ignorancia y otros ensayos. Libros infomania. Creative<br />
Commons. Barcelona. 2003. p.43.<br />
10. Buñuel, Luis. Mi último suspiro. Memorias. Plaza & Janés. Barcelona.<br />
1982. p.15. Traducción de Ana María de la Fuente; Título<br />
Original: Mon dernier soupir. Éditions Robert <strong>La</strong>ffont. Paris. 1982.<br />
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CARPETA EL LENGUAJE DE LA MEMORIA<br />
pues, la memoria inventa, repara, transforma, actualiza el pasado, lo cual nos<br />
obliga a un esfuerzo permanente de depuración y contraste de la misma. Sin<br />
embargo, la memoria también puede ser contaminada por la imaginación y el<br />
ensueño y, “puesto que existe la tentación de creer en la realidad de lo ima-<br />
ginario, acabamos por hacer una verdad de nuestra mentira. Lo cual, por otra<br />
parte, no tiene sino una importancia relativa, ya que tan vital y personal es la<br />
una como la otra.” (11) Por lo tanto, y aunque pueda pesarnos, igualmente<br />
modela nuestra propia idiosincrasia. Algunos recuerdos guardan el aroma de<br />
una proyección imaginaria que resuena en nuestro inconsciente y se cuela en<br />
la superficie de nuestra mirada sobre la memoria.<br />
A lo largo de las próximas líneas pasearemos por algunas de estas aris-<br />
tas que conforman los vericuetos resbaladizos de la frágil y, a la vez, poderosa<br />
memoria. Nuestra intención es rescatar dos películas españolas, El desencanto<br />
(1976) de Jaime Chávarri y Bucarest, <strong>La</strong> memoria perdida (2008) de Albert<br />
Solé, y ver cuáles son los diferentes elementos que constituyen la memoria in-<br />
dividual y colectiva. No sólo como proyección de la identidad del individuo en<br />
su vinculación con el pasado, sino también su trascendencia hacia la sociedad<br />
y reivindicación de su pervivencia. Queremos aclarar, por último, que si la me-<br />
moria apela a nuestra conciencia no debemos incurrir en el error de usar la<br />
nostalgia para movilizar los sentimientos que impregnan los recuerdos. <strong>La</strong> nos-<br />
talgia es una actitud revisionista y conservadora, propia de la derecha. Me-<br />
moria y nostalgia se oponen. No son, bajo ningún concepto, la misma cosa.<br />
2. EL LENGUAJE DE LA MEMORIA.<br />
El desencanto abre y cierra sus imágenes de forma simétrica a través de<br />
diferentes movimientos de travelling (12). Estos desplazamientos manifiestan<br />
una evidente huella enunciativa del narrador implícito: al principio la escultura<br />
del poeta oficial del Régimen, Leopoldo Panero Torbado, está envuelta con plás-<br />
<strong>11.</strong> Buñuel, Luis: Op. Cit. p.15.<br />
12. El travelling que abre la película hace un retroceso y el que la<br />
cierra es circular. De modo que en el primero, el dispositivo cinematográfico<br />
pretende alejarse del motivo que planeará durante el largometraje:<br />
la figura del padre. <strong>La</strong> melodía marcial interpretada por<br />
una banda que se escucha en este movimiento, pone de relieve<br />
el efecto distanciador y crítico sobre dicha figura autoritaria. El<br />
travelling circular que clausura la película, sin embargo, recubre<br />
el personaje ausente de la ficción como gesto retórico que viene<br />
a enfatizar el circunloquio dado por su silencio, pero cuya relación<br />
con los protagonistas ha erosionado sus existencias.<br />
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El desencanto<br />
ticos y cuerdas, así como con la tela de una bandera en su clausura, y dichas<br />
imágenes cobrarán su dimensión simbólica una vez que nos demos cuenta de<br />
que el poeta oficial de Franco ha sido en todo momento omitido. <strong>La</strong> figura cas-<br />
tradora del patriarca planeará a lo largo de la película. No decimos nada nuevo<br />
al señalar que El desencanto se ha visto como metáfora del franquismo (13).<br />
Y el azar objetivo permitió que concurriera en tiempos paralelos el hábil y la-<br />
borioso montaje con la agonía y muerte del dictador, lo cual le otorgó a la pe-<br />
lícula una nueva significación. El retrato de la familia de los Panero trascendió,<br />
además, por el sentido formado a partir del título del filme, cuya proyección<br />
metafórica encarnó el espíritu de la sociedad española del momento. <strong>La</strong>s imá-<br />
genes de Chávarri se crean, pues, primero en el reconocimiento de una identi-<br />
dad histórico-social y luego en la apuesta por un gesto de resistencia política.<br />
Si la producción del documental supuso un referente destacable en la cultura<br />
social de nuestro país, ahora, con el tiempo transcurrido, y después de la cre-<br />
puscular y melancólica propuesta de Ricardo Franco, Después de tantos años<br />
(1994), puede verse como testimonio de una época ya extinta.<br />
<strong>La</strong> película se centra en el retrato de la familia de los Panero, en los mis-<br />
mos títulos de crédito nos muestran la foto en blanco y negro de Felicidad<br />
Blanc y sus vástagos, sin figurar tampoco en ella el poeta auspiciado por<br />
Franco. Así pues, el tratamiento argumental no plantea el tema de la memo-<br />
ria como elemento matriz del discurso propuesto por el narrador implícito.<br />
Pese a que se dan ciertas operaciones cercanas a las técnicas documentales<br />
(especialmente el comienzo), la película en ningún caso adopta este régimen<br />
13. Véase la ajustada y similar lectura de Minguet Battlori, Joan<br />
M.: “El desencanto”, en Julio Pérez Perucha (ed.): Antología crítica<br />
del cine español 1906-1995. Ed. Cátedra/Filmoteca Española.<br />
Madrid.1997. p.744.<br />
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CARPETA EL LENGUAJE DE LA MEMORIA<br />
fílmico ya que hay toda una puesta en escena en cada uno de los personajes<br />
que desfilan en ella. Los diferentes miembros de la familia interpretan un<br />
papel definido y, a su vez, se erigen en voces narradoras y evocadoras de un<br />
pasado a través de la palabra. Felicidad Blanc y sus hijos, Juan Luis, Michi y<br />
Leopoldo, van a ir representando un papel y efectuando una oratoria con ob-<br />
jeto de encarnar el pretérito desde la subjetividad de cada cual y, a su vez, el<br />
espectador irá recogiendo las imágenes del pasado que sugieren cada uno por<br />
su verbo. En este sentido, creemos que la operación no es muy lejana a la que<br />
utilizara Claude <strong>La</strong>nzmann en Shoah (1985). Tal y como señala el cineasta<br />
acerca de su célebre largometraje sobre el exterminio, se trataba de abolir la<br />
distancia entre el pasado y el presente mediante la creación de imágenes que<br />
puedan partir de lo real, aunque éste “es opaco, es la verdadera configuración<br />
de lo imposible. ¿Qué significa filmar lo real? Hacer imágenes a partir de la re-<br />
alidad equivale a agujerear la realidad.” (14) Ante la imposibilidad de mos-<br />
trar las huellas del pasado ambas películas se erigen por completo sobre la<br />
palabra (15) y el gesto. Gracias a éstos la puesta en escena transforma a las<br />
personas reales en personajes que reviven un pasado. Se activa la sugeren-<br />
cia y la evocación al obligarles a desarrollar una encarnación, a convertirse en<br />
actores de sí mismos. En los dos textos fílmicos cuentan su propia historia<br />
pero también interpretan desde un espacio físico preciso con el fin de que la<br />
palabra sea transmisible y se cargue de una dimensión simbólica.<br />
Michi Panero, en la primera parte, actúa como abogado del diablo e in-<br />
termediario del narrador implícito, y provoca el discurso de su madre y de su<br />
hermano mayor Juan Luis. Juega a ser periodista. Invoca y reivindica la mar-<br />
ginalidad de Leopoldo debido a sus veleidades con la política antifranquista<br />
(mítines, manifestaciones callejeras, preso político), así como por su vincula-<br />
ción con las drogas y su ingreso en el psiquiátrico. Según Michi “es uno de los<br />
temas, indudablemente, más importantes de la película, significa o cristaliza<br />
la ruptura de una serie de cosas… más que la muerte de papá…el hecho de Le-<br />
opoldo… es una cosa bastante obvia…” Mientras escuchamos estas palabras se<br />
14. Chevrie, Marc; Le Roux, Hervé: “El lugar y la palabra” Entrevista<br />
a Claude <strong>La</strong>nzmann. Cahiers du Cinéma España nº 28. Noviembre<br />
2009. p. 65. Trad. Antonio F. Rodríguez Esteban. / Cahiers du Cinéma<br />
nº 374. Julio de 1985.<br />
15. <strong>La</strong> cuestión humana (<strong>La</strong> Question humaine, 2007) de Nicolas<br />
Klotz remite, de igual modo, a las palabras para la búsqueda de<br />
los ecos en la Historia. Los términos empleados en la administración<br />
de una empresa se conectan de forma directa, con escrupuloso<br />
eufemismo, a los informes militares de los nazis<br />
donde se perseguía igualmente la eficiencia en sus trabajos basados<br />
en la taylorización industrial de la muerte.<br />
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CARPETA EL LENGUAJE DE LA MEMORIA<br />
lleva a cabo un solapado de imágenes, al incorporarse sobre las afirmaciones<br />
de Michi, una panorámica de seguimiento de Leopoldo paseando por un ce-<br />
menterio (cual si fuera un fantasma ominoso) hasta que se acerca frontal-<br />
mente en plano medio e interpela directamente con la mirada a la cámara, es<br />
decir, al espectador. Dichas palabras parecen al principio ingenuas, pero una<br />
vez que comprobemos la inesperada irrupción de Leopoldo después de haber<br />
superado la mitad del filme, entonces se convertirán en vaticinadoras y co-<br />
brarán un giro inusitado.<br />
El desencanto<br />
Desde la orientación narratológica, Michi encarna la instancia mediadora<br />
de la diégesis para el sujeto de la enunciación, se establece como un narra-<br />
dor homodiegético (16) por constituirse en voz delegada de aquél a lo largo<br />
del primer tramo y en la clausura del filme con una mirada crítica sobre la de-<br />
16. Gaudreault, André: Du litteraire au filmique. Systeme du<br />
recit. Paris, Meridiens Klincksieck, 1988. Sobre estas cuestiones<br />
véase también en el texto de Gómez Tarín, Fco. Javier: Discursos<br />
de la ausencia. Elipsis y fuera de campo en el texto fílmico.<br />
Ediciones de la Filmoteca Valenciana. 2006. págs. 87-121.<br />
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cadencia de la familia. Representa el papel de la juventud que ha sido es-<br />
pectador privilegiado de los acontecimientos familiares y sociales. Michi se<br />
describe como personaje bohemio, despreocupado, perezoso, displicente,<br />
compañero de juegos en la infancia y adolescencia de Leopoldo.<br />
Juan Luis, el hermano mayor de los Panero, se adjudica algunos de los<br />
rasgos vehementes y fogosos del progenitor. Es el personaje más teatral e<br />
histriónico de la saga. Presenta una serie de fetiches, algunos de los cuales,<br />
son poemarios (concretamente un libro de Kavafis y otro de Cernuda). Imita<br />
la indumentaria de su padre, incluso hereda un objeto cuyo valor simbólico<br />
trasciende su propio significado hereditario: la pluma estilográfica “Parker 51”,<br />
convertida aquí en atrezzo melodramático impostado y con la que, según<br />
afirma, ha escrito todos sus poemas, adopta un tono pomposo y teatral<br />
cuando los lee. Así pues, los gestos de Juan Luis se convierten en una paro-<br />
dia adusta de sí mismo. Se erige en el poeta “oficial” de la familia y su aleja-<br />
miento durante los años de la infancia y adolescencia de sus hermanos le<br />
llevará a tomar una distancia afectiva con éstos. Reconoce su absoluta falta<br />
de comunicación con Leopoldo y considera que la intervención de éste en la<br />
película carecerá de dialéctica cinematográfica. Hasta llega a admitir que para<br />
él es un personaje molesto (de hecho, nunca aparecerán juntos). Sin em-<br />
bargo, tras la muerte del padre Juan Luis asumirá el rol de éste y se conver-<br />
tirá en cómplice de la apertura social de su madre. Probablemente sea éste el<br />
rasgo más amable y positivo de su propia caracterización personal, pero ya<br />
desde su primera escena se vislumbra la encarnación patriarcal doméstica:<br />
sus gestos hoscos, temperamentales, acompañados por el tabaco y el alcohol,<br />
motivarán más tarde en el espectador la imagen mental del espectro de su<br />
padre cuando conversaba en casa con sus amigos.<br />
Juan Luis cumple la función de representar un narrador-personaje, un<br />
narrador de tercer nivel. Por esta misma razón no dispensa la voz de Michi.<br />
Constituye la instancia negativa de la narración y, dentro de las categorías<br />
funcionales en la matriz actancial de Greimas (17), podría definirse como el<br />
oponente debido a su discrepancia personal y afectiva con Leopoldo. En este<br />
caso creemos que Juan Luis se personifica en el reverso de su hermano, in-<br />
cluso desde la perspectiva intelectual ya que el calado reflexivo de éste supera<br />
con creces el de aquél. El carácter de maldito, pero al mismo tiempo brillante<br />
y radical de Leopoldo se confronta con la obra institucional de Juan Luis.<br />
17. Greimas, A. J.: “Éléments pour une théorie de l’interprétation<br />
du récit mythique”, en Communications nº 8: L’Analyse<br />
structurale du récit. Paris. Editions du Seuil. 1981.<br />
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El desencanto<br />
Felicidad Blanc representa la voz de la nostalgia: “proporciona toda<br />
una dimensión del tiempo ido, de la época en que su nombre aún tenía sen-<br />
tido porque era nombrado con amor. <strong>La</strong> semilla de esa temporalidad inte-<br />
rior que, como tan conmovedoramente dejara escrito Mercè Rodoreda, nos<br />
va dando el rostro que tendremos el último día de nuestra vida, se en-<br />
cuentra ya en ese episodio del noviazgo de Felicidad.” (18) Es la viva y clara<br />
voz de la poesía, de lo familiar, de lo cotidiano, la melancolía…Si la palabra<br />
funciona como estructura del pensamiento bien puede transparentarse, a lo<br />
largo de sus tristes y refinadas declaraciones, el papel de una mujer bur-<br />
guesa, esposa cándida y sumisa: “…Salimos juntos y empezó a hablarme –<br />
recuerdo que quizá fue eso la iniciación de nuestro amor- de que él no me<br />
veía como una persona joven, sino más bien una persona ya en el final de<br />
su vida. Me veía ya vieja, paseando por las murallas de Astorga, terminada<br />
ya la vida. Me emocionó tanto todo aquello que inmediatamente me ena-<br />
moré de él…” (19) Hay que añadir a todo esto dos caras más de las pala-<br />
bras que profiere Felicidad a lo largo de la película. En primer lugar cabe<br />
señalar su vertiente más carnal y humana, aquella que caracteriza al rol de<br />
madre. En varios momentos puede advertirse su papel de adaptación para<br />
con sus hijos, al pulso de vida cotidiano. Recordemos al principio, el regaño<br />
a Michi por expresar palabras malsonantes, o la larga secuencia que están<br />
reunidos los hermanos menores con su madre en el instituto donde acudían<br />
18. Company, Juan Miguel: “<strong>La</strong> fatiga del narrador. A propósito de El<br />
desencanto y Después de tantos años”. En Imagen, memoria y fascinación.<br />
Notas sobre el documental en España. Coord.: Joseph<br />
Maria Catalá, Josetxo Cerdán y Casimiro Torreiro. IV Festival de<br />
Cine Español de Málaga y Ocho y Medio. 2001. p.253.<br />
19. Declaraciones de Felicidad Blanc en la película que nos<br />
ocupa. También pueden recogerse éstas en Felicidad Blanc; Juan<br />
Luis Panero; Leopoldo María Panero; José Moisés Panero: El desencanto,<br />
Elías Querejeta Ediciones. Madrid. 1976. p.144.<br />
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a estudiar y se ponen a evocar los tiempos de las revueltas estudiantiles,<br />
de las drogas y el encarcelamiento de Leopoldo. <strong>La</strong> humildad y sencillez de<br />
la mujer son enternecedoras porque destila en sus gestos, en su “grano” de<br />
voz (en términos barthesianos), en sus palabras, una dulzura, una inocen-<br />
cia e ingenuidad tan conmovedoras precisamente porque transpira sinceri-<br />
dad. No está interpretando, la realidad se filtra por los resquicios de la<br />
puesta en escena cuando las palabras viajan al pasado y el personaje de la<br />
madre asume su ignorancia de aquellos años.<br />
Otro de los rasgos femeninos y dóciles de Felicidad se advierten en el<br />
papel de esposa del poeta. A lo largo de sus manifestaciones impone el silen-<br />
cio ante la actitud del marido de ponerla al margen de las visitas de sus ami-<br />
gos. Cuando menciona al amigo y poeta Rosales, la voz y las palabras de<br />
Felicidad se impregnan de celos y antipatía. No se muerde la lengua y reco-<br />
noce que su vida estaba presa del prestigio del marido, sin poder hacer de-<br />
masiadas relaciones sociales. Una vez que fallece éste, los hijos la airean y<br />
reconoce a Michi que supuso un aire fresco en su nueva vida.<br />
Por último, Leopoldo María, mediado el filme, supone un decisivo cam-<br />
bio de testigo en la voz conductora del mismo, aunque no por ello deja rele-<br />
gado, a Michi como narrador implícito en su cometido de portavoz de la<br />
familia, y a su vez, de mediador del sujeto de la enunciación en la clausura del<br />
filme donde, en forma de abrochamiento discursivo reflexiona sobre el declive<br />
de la estirpe familiar “muy erosionado por el tiempo” y del que asume, entre<br />
irónico y sarcástico, su responsabilidad. Sin embargo, Leopoldo María sumi-<br />
nistra el comentario mordaz y lúcido del estatus burgués de la familia. Su in-<br />
tervención en la película es decisiva, ya que sin la vertiente marginal,<br />
contestataria, intelectual y radical hubiera quedado dulcificada la orientación<br />
discursiva. Cuando irrumpe en la película se aprecia una admiración sincera<br />
de Chávarri hacia Leopoldo. Es llamativo el hecho de que sea el único de los<br />
hermanos que se desmarque del espacio doméstico. Su puesta en escena se<br />
aleja del marco familiar. Leopoldo surge primero, ya lo hemos dicho, cual fan-<br />
tasma en un cementerio. Ricardo Franco, en Después de tantos años, esta-<br />
blece una pertinente rima visual cuando lo hace aparecer en los pasillos del<br />
centro psiquiátrico de Mondragón, a través de fantasmales fundidos encade-<br />
nados mediante imágenes en blanco y negro. Pero cobra vida en el momento<br />
en que surge acodado sobre el mostrador de un pequeño bar. El personaje<br />
verbaliza, de forma perspicaz y lúcida, que todo verdadero goce<br />
comienza en la autodestrucción. En esta visión nihilista de Leo-<br />
poldo convoca las palabras de Antonin Artaud: “Me destruyo para<br />
saber que soy yo y no todos ellos.” Y en esta misma orientación<br />
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El desencanto<br />
cabe referir aquellas otras, junto a su madre y Michi, frente al instituto,<br />
cuando reconoce que “en la infancia se vive y después ya se sobrevive.”<br />
<strong>La</strong> memoria que obra en la película que nos ocupa, está basada en activar<br />
la palabra para hacer emerger el pasado. <strong>La</strong> puesta en imágenes de El desen-<br />
canto funciona, desde su propia materialidad, con la percepción colectiva de<br />
aquellas. Cuando se estrenó la película, el espectador español ya tenía en sus<br />
casas un televisor cuyas imágenes eran en blanco y negro. Por esta misma razón<br />
el realizador decidió que la película, como efecto de verosimilitud, debía plasmar<br />
las imágenes con la misma textura y tonalidad que la pantalla electrónica (20).<br />
20. Permíteseme recordar que esta elección fue corroborada por Túa<br />
Blesa en su comunicación “ver y creer” ofrecida durante las VII Jornadas<br />
Internacionales de Semiótica, organizadas por la Asociación<br />
Vasca de Semiótica y el Departamento de Comunicación Audiovisual<br />
y Publicidad de la Facultad de Ciencias Sociales y de la Comunicación,<br />
de la Universidad del País Vasco, a lo largo de los días<br />
14-17 de diciembre de 1995, en la Biblioteca de Bicebarreita,<br />
en Bilbao. El propio comunicante publicó: Leopoldo María Panero,<br />
el último poeta.<br />
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Dar vida a lo inanimado, conseguir una impresión de realidad con la puesta en<br />
forma (21), en términos del profesor Zunzunegui, podría ser el objetivo narra-<br />
tivo de la película, cuya evocación de la memoria familiar a partir de ese res-<br />
cate imposible de la dimensión real resucita, gracias al fuego de la palabra, para<br />
(re)construir un pasado que el espectador puede llegar a revivir. Si la película co-<br />
mienza con la voz over (22) campanuda, cursi, pomposa y redicha, similar a la<br />
de los noticiarios cinematográficos del NO-DO –de hecho la voz está abrigada<br />
con las únicas imágenes que se ajustan a las técnicas del reportaje cinemato-<br />
gráfico- , los planos finales se contraponen con el silencio y con un mecanismo<br />
emergente del narrador implícito en el seno de la diégesis fílmica. Pero este si-<br />
lencio sólo es aparente ya que el sujeto de la enunciación se manifiesta de forma<br />
explícita a través de un doble dispositivo cinematográfico: el montaje y el tra-<br />
velling. El montaje abrocha el discurso mediante el contraste entre las imáge-<br />
nes y los sonidos del principio y de las que las cierran. En el plano final, la palabra<br />
cede para que sea la marca enunciativa del desplazamiento físico de la cámara<br />
quien se manifieste con objeto de trascender la anécdota familiar en figura con-<br />
notativa del franquismo desde los mismos materiales fílmicos.<br />
CODA: RECUPERAR LA MEMORIA.<br />
Durante los días que preparaba este texto, me ha llegado la personal<br />
propuesta de Albert Solé, Bucarest, la memoria perdida (Bucarest, la me-<br />
mòria perduda, 2008). En ella, trata de recuperar sus raíces biográficas e<br />
ideológicas para explorar, mediante la misma voz del cineasta -y manifesta-<br />
das en primera persona- la enorme figura que supuso su padre, el político<br />
español Jordi Solé Tura, desde los convulsos tiempos en los cuales comba-<br />
tía el franquismo en la clandestinidad, hasta convertirse en uno de los cre-<br />
adores de la Constitución Española. <strong>La</strong> película plantea un doble exilio: el<br />
primero político, cuando su padre fue obligado a salir del país por su mili-<br />
tancia antifranquista a finales de los años cincuenta. El segundo, más re-<br />
ciente y trágico: el diagnóstico del Alzheimer. A partir de la última<br />
circunstancia familiar, cuando está perdiendo la memoria física cada día, Al-<br />
bert Solé pretende rescatar del olvido el legado de su padre, pero al mismo<br />
21. Zunzunegui, Santos: <strong>La</strong> mirada cercana. Microanálisis fílmico.<br />
Paidós Papeles Comunicación nº 15. Barcelona. 1996. p. 53. <strong>La</strong>s claves<br />
de una puesta en forma contribuyen a la definición de un estilo,<br />
es decir, a dar buena cuenta de los diferentes componentes<br />
estéticos que tejen un determinado filme.<br />
22. <strong>La</strong>s palabras están rescatadas de la emisión radiofónica de<br />
Radio Popular de Astorga.<br />
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Bucarest, la memoria perdida<br />
tiempo descubrir su propia identidad mediante la recuperación de las oscu-<br />
ras y desconocidas sombras de su infancia.<br />
Lejos de ser una película brillante, pese a su plana realización por estar<br />
más cerca de las prácticas televisivas que de las cinematográficas, quere-<br />
mos reivindicarla, sin embargo, ya que se nos antoja ahora muy pertinente<br />
en los funestos tiempos que corren. Es encomiable el sincero y honesto es-<br />
fuerzo por recuperar la memoria de unos acontecimientos y unos persona-<br />
jes históricos como Santiago Carrillo, Jorge Semprún, Manuel Fraga o Jordi<br />
Pujol, y otros más desconocidos pero no por ello menos importantes. Sin<br />
caer en el recuerdo blando y sentimental viaja por los cincuenta años de<br />
nuestro país en un doble camino, el histórico y el familiar, con el propósito<br />
de descubrir lo que ha sido España y lo que es ahora gracias a su pasado.<br />
Camino, por cierto, que estaba plagado de tensiones, deserciones y decep-<br />
ciones. Esta voluntad de rendir un sentido y cálido homenaje a un político<br />
y, también, a un padre creemos que nada tiene que ver con una actitud<br />
nostálgica, blanda y sentimental.<br />
Todo lo contrario a lo que precisamente perpetrara Antonio Mercero en<br />
un discurso tan conservador como previsible y tramposo, que llevaba el título<br />
de ¿Y tú quién eres? (2007). Mercero, en el último plano de la película, tenía<br />
que vérselas con el completo olvido del abuelo Ricardo -interpretado por el ex-<br />
celente Manolo Aleixandre- debido al ya avanzado estado de la enfermedad<br />
del Alzheimer. En ese primer plano del anciano que cierra la película, éste ver-<br />
baliza su dificultad para reconocer a su nieta Ana (Cristina Brondo) bajo unos<br />
acordes de música plañidera y almibarada. Tras esta imagen se<br />
funde a negro y ya nada más queda por decir, cuando a lo largo<br />
de la película sólo se ha preocupado de reflejar la dificultad que<br />
tienen algunos enfermos por reconocer su enfermedad ante la<br />
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despreocupación egoísta de la familia. Sin embargo el relato de Mercero, tan<br />
plano como cursi, se centra en recuperar el orden familiar, de rescatar la unión<br />
familiar pese a que el anciano ya nada pueda reconocer. <strong>La</strong> última secuencia<br />
se escenificará con la aceptación, ya en casa, de los padres burgueses y car-<br />
petovetónicos de la labor social de su hija dedicada en cuerpo y alma a su<br />
abuelo y que se inicia justo en el momento que detecta la avanzada e irre-<br />
versible enfermedad.<br />
Albert Solé, sin embargo, a través de los testimonios de viva voz, asu-<br />
mirá aquello que sostenía Aristóteles: el hombre es el ser de la palabra y éste<br />
ha de marcar su propio espacio en lo real. No pretende con la película resca-<br />
tar la memoria histórica porque, como señala Juan Miguel Company, en dicha<br />
memoria “subyace un inútil pleonasmo (¿Qué memoria no es histórica?) y tal<br />
vez valdría la pena enhebrar al sustantivo otro adjetivo: el de viva, por ejem-<br />
plo. Una memoria viva daría todo su sentido al valor del testigo, del testimo-<br />
nio, en la forma como Giorgio Agamben ha sabido explicarlo, de forma<br />
preclara, en sus libros.” (23) En el fondo Solé pretende el sano ejercicio de<br />
conservar la figura de su padre y, al mismo tiempo, reconocerse en los tiem-<br />
pos que le ha tocado vivir, porque tal y como se afirma en el cortometraje Les<br />
statues meurent aussi (1950-53) de Alain Resnais en colaboración con Chris<br />
Marker, “la muerte es siempre un país donde se va a perder la memoria”.<br />
23. Company, Juan Miguel: <strong>La</strong> memoria de Eduardo Ducay. <strong>La</strong>udatio<br />
de Eduardo Ducay en el acto de entrega de la medalla honorífica<br />
de la AEHC, durante el Congreso Internacional de la<br />
Asociación (Córdoba, 24 de febrero de 2006).<br />
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Bucarest, la memoria perdida<br />
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XVI. LA MEMORIA COMO MONTAJE.<br />
CARTA DE UNA DESCONOCIDA.<br />
Stefan Zweig<br />
1. LA NOVELA DE STEFAN ZWEIG (1922)<br />
El famoso novelista R. vuelve a su domici-<br />
lio tras una excursión de montaña de fin de se-<br />
mana y encuentra entre su correspondencia un<br />
sobre conteniendo una carta voluminosa y anó-<br />
nima, que parece más un original de imprenta<br />
que una misiva. Stefan Zweig, autor de la no-<br />
vela Carta de una desconocida (Brief einer Un-<br />
bekannten), comienza de este modo sencillo y<br />
directo, una mise en abîme que durará lo que<br />
dure el texto: el protagonista encuentra en el<br />
sobre la novela que vamos a leer. Ese día cum-<br />
ple 41 años. <strong>La</strong> carta-novela se convierte en el<br />
recuento de la parte oscura de ese tiempo, de<br />
su juventud transcurrida y perdida, o el lamento<br />
–adoptando una máscara femenina- de una di-<br />
fusa mala conciencia respecto de su juventud<br />
que se aleja.<br />
<strong>La</strong> carta está escrita en primera persona por<br />
una mujer desconocida, que ha muerto mientras la redactaba. A manera de<br />
título, la primera frase de esta ficción literaria reza: “A ti que nunca me has<br />
conocido”. “No debes temer mis palabras, una muerta no quiere ya nada.” Le<br />
pide que le crea, porque “No se miente en la muerte de un hijo único”. Ahora<br />
ella ya sólo le tiene a “él”, al escritor que lee la carta de una muerta, pues ella<br />
–dice- la romperá si continua viviendo y volverá a su silencio habitual; si la re-<br />
cibe, será de alguien que ya no existe ni siquiera, al parecer, en la memoria.<br />
<strong>La</strong> historia de su vida comienza a los 13 años, hace quince, en el momento de<br />
conocerle, en una decente “pobreza de pequeña burguesa”. El es un joven de<br />
25 años vivaz, ya un escritor célebre, un hombre con honda vida<br />
interior oculta bajo la capa de superficialidad, según ella. Una mi-<br />
rada, una sonrisa al encontrarse en el portal, y ella arde porque<br />
aún no sabe que el es así siempre, un seductor, y no sólo con ella.<br />
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Pilar Pedraza<br />
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“Nadie te ha amado con un amor tan de esclava”… pues nada en el mundo se<br />
parece al amor de una chiquilla oscura…” Su amor de niña es desinteresado,<br />
no como el de la mujer, lleno de deseos y exigencias. Por el momento se con-<br />
tenta con espiar la puerta de él desde un tragaluz de su casa con un libro en<br />
la mano durante horas, meses. Ayuda a su sirviente, un viejo silencioso, para<br />
poder introducirse en el apartamento a curiosear las cosas de su ídolo. Este<br />
amor infantil dura desde los 13 a los 16 años sin que él se dé cuenta.<br />
Se diría que ella pasa de niña a mujer durante una noche terrible antes<br />
de su partida para Innsbruck, donde su madre y ella vivirán con el nuevo ma-<br />
rido de ésta: en el vestíbulo de su vivienda, acechando la llegada de él, en la<br />
fría oscuridad, hasta que de madrugada él aparece en la escalera con una<br />
mujer, y ella sufre el peor golpe de su vida sentimental de quinceañera. Tras<br />
dos años en Innsbruck regresa a Viena a trabajar en una casa de confección.<br />
En Innsbruck ha sido admirada o deseada por jóvenes, ninguno en especial,<br />
pero no ha hecho caso porque sigue amándole. A la vuelta en Viena, ella va<br />
todas las tardes a su puerta, espía las luces de sus ventanas, le ve entrar y<br />
salir con gente, amigos y mujeres. Un día se cruzan y él le dirige una mirada<br />
de hombre a mujer, sin visos de reconocer a la vecinita adolescente enamo-<br />
rada ni saber nada de ella. Ella ve que no es nada para él, que ha estado ado-<br />
rando a un fantasma, pero eso no le hace cambiar. Al poco se vuelven a ver<br />
y él la reconoce como la joven del otro día, con lo que se abre un nuevo y pro-<br />
metedor capitulo en la vida de ella. El la invita a comer, y luego a ir a su casa.<br />
Se queda toda la noche. Tres noches. Luego él parte de viaje y no vuelve a<br />
llamarla como ha prometido.<br />
No sabe ni sabrá nunca hasta la lectura de la carta, que ella ha quedado<br />
embarazada y que, por vergüenza, generosidad o pudor, no se lo comunica. Su<br />
parto abyecto en una institución de caridad con prostitutas y médicos liberti-<br />
nos es una espléndida semblanza del paritorio para mujeres descarriadas. A<br />
partir de entonces, se limita a enviarle anónimamente un ramo de rosas blan-<br />
cas por su cumpleaños, y se dedica a cuidar a su hijo durante diez años. Para<br />
darle una buena vida y alejarlo de la pobreza, se vende. Tiene amantes ricos<br />
que la adoran, hasta un marqués viudo que se quiere casar con ella, pero ella<br />
permanece libre para estar disponible para él. El último encuentro tiene lugar<br />
en el Tabarin, en una disipada atmósfera de baile al que ella acude con su ac-<br />
tual amante. El la toma por una prostituta, la solicita y la lleva a su casa, sin<br />
reconocerla y sin que ella le diga una palabra sobre su maternidad<br />
El último párrafo de la carta recupera la tercera persona. El<br />
termina la lectura. Reflexiona profundamente y trata de recordar,<br />
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Max Ophüls<br />
pero sólo acuden a su memoria retazos, sombras, imágenes confusas de una<br />
niña, una muchacha, una mujer. El recuerdo es como una piedra vista a tra-<br />
vés de una corriente de agua, cambiante e inasible. Mira el jarrón de las rosas<br />
blancas que ella le enviaba todos los años por su cumpleaños y lo encuentra<br />
vacío, y entonces siente el halito helado de un amor inmortal y percibe a la<br />
amada inmaterial e impalpable como una música lejana. <strong>La</strong> exquisita forma<br />
del relato de Zweig oculta a duras penas una construcción artificiosa del per-<br />
sonaje femenino en función de los tiempos melodramáticos y de la imagen<br />
masculina superficial e inalcanzable, ante la cual el sacrificio de ella es esté-<br />
ril. Ella es, por otra parte, un fantasma narcisista de él, cuya naturaleza le<br />
impulsa a dejarse amar por todas las mujeres y no amarse más que a sí<br />
mismo a través de ellas. Todo se reduce en el fondo a una meditación melan-<br />
cólica sobre la negación del Otro como vago ensueño apenas percibido, cru-<br />
zado por poderosas ráfagas realistas como la descripción del parto en el<br />
hospital o el ambiente en que se desenvuelve la vida fácil y disipada de ella<br />
en sus últimos tiempos.<br />
2. LA PELICULA DE OPHULS (1948)<br />
Sobre la base de esta historia organizan Max Ophuls –Opuls en los cré-<br />
ditos- y su guionista Howard Koch la película “vienesa” del mismo título, Carta<br />
de una desconocida (Letter from an unknown woman, 1948). <strong>La</strong> Viena de<br />
Ophuls es región del imaginario reconstruida en este caso en el estudio de<br />
Hollywood. Había rodado ya, en la UFA, una historia vienesa de juventud: Lie-<br />
belei (1932), según la pieza teatral de Arthur Schnitzler, que tiene algo en<br />
común con la que estudiamos, y con Suprema decisión (San lendemain, 1939,<br />
en tanto melodramas románticos abundantes en la filmografía americana de<br />
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los años 30 de Josef von Sternberg, protagonizados por Marlene Dietrich (por<br />
ejemplo, <strong>La</strong> Venus rubia, 1932), donde, sobre todo en el caso de Ophuls, se<br />
muestra el calvario de excéntricas figuras femeninas, desde bondadosas mu-<br />
jeres fatales con hijo hasta muchachas de virtud dudosa, interpretadas por ac-<br />
trices adultas, siempre histéricas o carentes de psicología, al contrario que<br />
los personajes de mujer del cine escandinavo. Michele Mancini las llama gra-<br />
ciosamente “donne stupefatte”, pero se queda corto. (1) Son más bien des-<br />
dichadas víctimas del sadismo de los guiones y las puestas en escena<br />
dedicadas a un público femenino, feminizado o simplemente voyeur.<br />
<strong>La</strong> película de Max Ophuls es redonda, delimitada por un marco circular<br />
de luto, que engloba un relato en primera persona que a su vez es un rosario<br />
de flashbacks, procedimiento temporal que el autor utiliza en diversas oca-<br />
siones para arrastrar un contenido de la memoria al presente o para estruc-<br />
turar el relato (<strong>La</strong> signora di tutti, Lola Montes). Está presidida por el fin de<br />
ambos protagonistas, sin que la muerte omnipresente haga acto de presen-<br />
cia en campo. Ella, Lisa Berndle (Joan Fontaine) está viva mientras le escribe<br />
la carta a Stefan (Louis Jourdan), pero el hecho de que se la hayan enviado<br />
desde el Hospital de Santa Catalina es prueba de que ha muerto. El marco de<br />
la historia de muerte de él es muy interesante y original, aunque algo tram-<br />
poso: en la noche de tormenta que abre el film, unos amigos dejan a la puerta<br />
de su casa a Stefan Brand, el protagonista que aquí es un músico, prome-<br />
tiendo que volverán por él tres horas más tarde, al amanecer. Aluden a un<br />
duelo, uno de cuyos contrincantes es él. Desde el principio se le tiene por per-<br />
dedor, ya que se batirá con un adversario al que apenas conoce, con más ex-<br />
periencia en el manejo de las armas y con más preparación, propia de un<br />
militar aristócrata. El entra en su casa y se dispone a huir con ayuda de su<br />
criado, porque “el honor es un lujo de caballeros”, dice con un cinismo a lo<br />
Oscar Wilde, y él no está dispuesto a dejarse matar. “Me gustaría ver la cara<br />
que van a poner cuando vean que me he ido”. Este descaro no cuadra al tipo<br />
del actor de Jourdan, que no deja de tener la apariencia de un buen mucha-<br />
cho en toda la película.<br />
Mientras el criado John le hace el equipaje, Stefan lee una gruesa carta<br />
que acaba de llegar. El resultado de la lectura, al final de la película, será la<br />
aceptación el destino. Baja a reunirse con sus padrinos y la comitiva para acu-<br />
dir al duelo en unas berlinas que parecen coches fúnebres. Esto no está en el<br />
1. M. Mancini, Max Ophuls, Il Castoro Cinema. <strong>La</strong> Nouva Italia.<br />
Firenze, 1978.<br />
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relato de Stefan Zweig, y es quizá lo más original del guión, entre otras cosas<br />
porque muestra el cambio moral que se produce en el personaje tras la lec-<br />
tura de la carta de una muerta que le reprocha la muerte de un hijo que él<br />
desconoce y la suya propia. Está, por otra parte, en la línea ética del código<br />
Hays del castigo al culpable, aunque en este caso no pueda hablarse de tal.<br />
No así la novela de Stefan Zweig, cuyo final coincide con el fin de la lectura y<br />
sólo manifiesta cierta suspensión musical del ánimo. Por otra parte, el prota-<br />
gonista de la novela parece no recobrar completamente la memoria tras la<br />
lectura, sino sólo entrever retazos como piedras desdibujadas por una co-<br />
rriente de agua, mientras que Stefan al final visualiza en flash back retazos<br />
de los encuentros con Lisa, lo que parece impulsarle a entregarse a una<br />
muerte bellamente anunciada por Ophuls desde el primer plano del film.<br />
Hasta entonces, la hipersensibilidad del espíritu adolescente<br />
de Lisa, esclava de sus propios delirios, siempre disponible y pa-<br />
siva, contrasta con la desmemoria de él, que aunque desde el<br />
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principio la trata con la uniforme ternura con que se relaciona con todas las<br />
mujeres, es incapaz de recordar el rostro de una amante con la que ha con-<br />
vivido unos días y hasta tenido un hijo. Esta desmemoria no es tal: es la uni-<br />
formización del objeto del deseo una y otra vez alcanzado y reactivado de<br />
forma casi automática, gracias al olvido, por un personaje narcisista, incapaz<br />
no sólo de amar sino también -en la película- de crear, como lo prueba el<br />
hecho de su declinante carrera artística. El artista se ha convertido en liber-<br />
tino y vividor, pero las piezas cobradas, todas iguales como las víctimas sa-<br />
dianas y los prisioneros de los campos de exterminio, se le escapan, mueren<br />
y se pierden en la niebla sin dejar huella en su vida.<br />
<strong>La</strong> casa vienesa de vecindad, escenario privilegiado del relato, es una<br />
obra maestra de los decoradores, pero sobre todo un dispositivo escénico<br />
dispuesto y explotado de forma magistral por Ophuls; un mundo con dis-<br />
tintos grados de realidad dentro de la ficción. Con un encantador y destar-<br />
talado patio delantero donde transcurre una vida popular y comunal de los<br />
vecinos, algunos trabajos de sus criados, y los juegos de los niños, una es-<br />
calera muy cinematográfica heredada del Kammerspielfilm, el apartamento<br />
donde vive ella, decente y bien cuidado, y el de él, un piso de soltero que<br />
resulta casi palaciego, luminoso, lujoso. Se abre como un lugar de ensueño<br />
ante los ojos embobados de la muchachita, contemplada a su vez por el<br />
criado, un viejo que en la novela es silencioso y en la película mudo por ra-<br />
zones de guión. Auténtico guardián de la memoria, sabe quien es la pe-<br />
queña, como ha ido creciendo hasta convertirse en la joven y la dama.<br />
Tendrá que escribir el nombre a su señor en un trozo de papel, y se alegrará<br />
de que éste se porte por fin como un hombre, asuma su responsabilidad al<br />
final y se “entregue” al duelo con el marido de Lisa tras recordarla una vez<br />
concluida la lectura de la carta . Este, un rico aristócrata, ya ha anunciado a<br />
la mujer en una escena anterior que tratará de apartarla de su amante por<br />
todos los medios y ha escogido las armas de fuego, en las que es diestro. En<br />
dicha escena le hemos visto hablar con ella, amenazante, contra un fondo<br />
de panoplias en una parte del vestíbulo donde se hallan las armas de la casa,<br />
excelente recurso de puesta en escena de un Ophuls que no es sólo un gran<br />
creador de ambientes sino también hábil en expresar con los objetos y en<br />
hacer interaccionar los sentimientos con los decorados.<br />
No se juega en esta película a la memoria sino a la falacia consentida del<br />
melodrama, a la inverosimilitud de la relación del seductor y la víc-<br />
tima masoquista que se inmola imprudente en un altar al que ni si-<br />
quiera ha sido convocada salvo por su propio delirio. Los<br />
personajes no se entrelazan al modo clásico sino que siguen sus<br />
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propios caminos, que a veces se cruzan, el de él ciego para lo que no le inte-<br />
resa, el de ella siguiendo a un fantasma que deja por el camino una nueva qui-<br />
mera destinada a apagarse: el hijo, pieza fundamental del melodrama. Lisa<br />
corre en pos del espejismo romántico que ella misma segrega en su cabeza de<br />
cabellos largos e ideas cortas. No llega a ser una prostituta como en la novela<br />
de Zweig, y eso hace todavía más inverosímil el relato de Ophuls. En la no-<br />
vela se vende porque no quiere que su hijo sea pobre y tenga que batallar en<br />
el mundo bajo y vil de la necesidad; debe estar a la altura de él, su padre, el<br />
artista. Eso se entiende: Lisa se convierte en prostituta de lujo o mantenida,<br />
bella y con clientes fijos que la aman casi como maridos y aceptan al niño; no<br />
se casa nunca porque quiere estar libre para el amante eterno. Lo que acaba<br />
de convertir al relato de Ophuls en melodrama con sus altibajos masoquistas<br />
y consolatorios y en película femenina, es el matrimonio con un<br />
noble muy rico y, aunque algo mayor, de buen ver, que la ama y<br />
cuida del pequeño como un padre. Pero el dinero no da la felicidad,<br />
y el amor, aunque sea una quimera, vale más que una posición es-<br />
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table. Curiosamente, es tal la atracción del abismo, que la gran enamorada<br />
acaba arrojando a él al amante de su alma por un mal cálculo de fuerzas de<br />
las pasiones o simplemente porque el destino manda en este tipo de historias.<br />
<strong>La</strong> mise en abîme con que empieza la novela de Zweig es conservada<br />
como una pincelada en la película en la secuencia del “panorama” del parque<br />
de atracciones del Prater, donde los amantes viajan sin moverse en un viejo ca-<br />
charro ilusionista, precursor del propio cine, viendo pasar por las ventanillas de<br />
su falso compartimento de tren vistas de ciudades y paisajes, que pueden re-<br />
petirse por unas monedas, mientras charlan y galantean, en la parte más feliz<br />
y convencional, de género rosa, de la película. ¿Es el pequeño vagón el útero<br />
simbólico donde se concibe milagrosamente al hijo de ambos, como mandan<br />
las depravadas normas de decoro de la censura de Hollywood? Zweig no tiene<br />
esos problemas: ella va a casa de él, pasa con él tres noches. Prueba de que<br />
una deliciosa puesta en escena no basta para que una película sea<br />
una gran obra. Y también de que cierta clase de melodrama se es-<br />
taba quedando obsoleto después de la segunda guerra mundial.<br />
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3. LA VERSION POSTMODERNA (2004)<br />
<strong>La</strong> versión de la directora Xu Junglei de la novela de Stefan Zweig, Carta<br />
de una mujer desconocida, es aparentemente más fiel al texto escrito que la<br />
película de Ophuls. Así como en Ophuls la anécdota es proliferante, en Jun-<br />
glei se reduce a lo esencial. <strong>La</strong> lectura de la misiva tiene lugar en Pekin en<br />
1948. Como telón de fondo de la historia de amor transcurre la historia de<br />
China en los años cuarenta, vista a través de los ojos de la protagonista en<br />
los flash backs. Ella es interpretada por la propia directora como niña, ado-<br />
lescente, joven estudiante en la universidad y madre mundana mantenida por<br />
sus admiradores. El es escritor y periodista como en la novela, un tipo por lo<br />
que se ve bastante anodino, interpretado por el también director Jiang Wen.<br />
En este film íntimo y minimalista, en el que la memoria es una excusa para<br />
trazar el retrato de una mujer en lucha constante y silenciosa por emanci-<br />
parse, la historia de Zweig alcanza una textura plausible por lo que respecta<br />
a la protagonista. El final quizá es lo más memorable. El acaba de leer la carta.<br />
Parece abatido, casi desesperado. Se dirige a la ventana. Un hermoso trave-<br />
lling conduce su mirada y la nuestra a través del patio hasta la casa de en-<br />
frente, la de ella, y llega a una de las ventanas, desde la que nos mira el<br />
fantasma de la juventud perdida.<br />
Carta de una desconocida<br />
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Lo que todos nosotros (o lo que al menos yo)<br />
atribuimos confiadamente a la memoria<br />
-entendiendo por ello una escena, un hecho tratado<br />
con fijador y por tanto rescatado del olvido-<br />
es en realidad una forma de narración que se<br />
desarrolla sin cesar en la mente y que a menudo<br />
se transforma al ser contada. Son demasiados los<br />
intereses emocionales que entran en conflicto para<br />
que la vida llegue a ser nunca plenamente aceptable,<br />
y tal vez sea la labor del narrador elaborar las<br />
cosas de tal modo que se ajusten a este fin. En todo<br />
caso, cuando hablamos del pasado<br />
mentimos cada vez que respiramos.<br />
Adiós, hasta mañana<br />
William Maxwell
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XVII. PASADO CONTINUO (O LA IMPALPABLE NIEBLA<br />
DE LA MEMORIA DE CLAUDE SIMON)<br />
Claude Simon<br />
“Como si con el verano algo agonizase<br />
permanentemente en la asfixiante inmovilidad<br />
del aire donde parecía flotar ese<br />
velo en suspensión que ninguna ráfaga de<br />
aire disipaba, desplomándose lentamente,<br />
cubriendo con una uniforme mortaja<br />
los laureles frondosos, los céspedes<br />
socarrados por el sol, los lirios marchitos<br />
y el estanque de agua estancada bajo una<br />
impalpable capa de cenizas, la impalpable<br />
y protectora niebla de la memoria.”<br />
(Simon, Claude, El tranvía,<br />
Seix Barral, Barcelona, 2002, p. 139.<br />
Traducción: Javier Albiñana)<br />
I. EL TIEMPO DE LA REVOLUCIÓN Y LA REVOLUCIÓN DEL TIEMPO<br />
<strong>La</strong>s palabras que conforman esta primera cita constituyen la última oración<br />
que da fin a la última novela de Claude Simon (1913-2005), El tranvía. <strong>La</strong> última<br />
palabra empleada no es en vano el vocablo memoria. Quizás no haya otra mejor<br />
para definir la tarea de un escritor, de un artista. O, al menos, de un autor de la es-<br />
tirpe de Simon, pues a su territorio (el del aludido vocablo) pertenece la obra si-<br />
moniana. En efecto, si hay un antecedente literario para él, este no es otro que<br />
Marcel Proust. Simon surge desde la perspectiva de la estética proustiana, pero sin<br />
dejarse vencer nunca por ella. Su mundo es más poético que prosaico, y aunque<br />
ambas obras busquen recobrar un tiempo perdido, en Proust pesa mucho el literato,<br />
mientras que en Simon podemos decir que hay ya otra cosa, acaso más moderna,<br />
que evita la literatura en beneficio de la escritura. Como él mismo llega a decir:<br />
“Obsérvese, por lo demás, que los problemas de verosimilitud le<br />
traen bastante sin cuidado a Proust, quien, si es me-<br />
nester, recurre sin empacho a los procedimientos<br />
más trasnochados (como los azares, las coinciden-<br />
cias, lo fortuito)…” (1)<br />
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Max Caution<br />
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Tanto es así, que es en la misma forma de conjurar a la memoria en<br />
donde ya se produce la primera falla entre ambos escritores. <strong>La</strong> magdalena<br />
proustiana cede terreno a un tipo de evocación más definida y consciente,<br />
una evocación a priori que casi funciona como un axioma, si no fuera porque<br />
uno no imagina a Simon intentando sentar cátedra con su peculiar estilo. En<br />
Proust, por lo tanto, la memoria tiene que aparecer, mientras que en Simon<br />
ya está ahí, dada. En el primero su categoría (la de la memoria) es fundacio-<br />
nal, mientras que en el segundo es ya una forma de ser, de estar en el mundo.<br />
Para Simon, la memoria es una capa de ceniza que todo lo envuelve, una nie-<br />
bla a través de la cual vemos y percibimos la realidad.<br />
Desde un punto de vista antropológico, en Simon el ser humano se sus-<br />
tenta en la memoria. Nuestro “yo” es lo que recordamos, consciente o incons-<br />
cientemente. Pero el recuerdo no es una entidad pura. Lo que constituye<br />
nuestros recuerdos es una amalgama de diferentes atributos mentales, que<br />
incluyen tanto nuestra capacidad memorística como nuestra imaginación e in-<br />
genio, nuestros deseos y fantasías, nuestro raciocinio y nuestro andamiaje per-<br />
ceptivo. <strong>La</strong> percepción de la realidad es la materia primigenia de la memoria,<br />
su sustrato mineral, aquel desde el que todo árbol se elevará hacia el cielo, y<br />
que nos ofrecerá sus frutos. Esa percepción es subjetiva, pero dentro del marco<br />
de una objetividad humana más general. Como el propio Simon lo expresa<br />
“No puedo decir más que “mi” realidad –que naturalmente en-<br />
globa sin distinción tanto lo “vivido” como lo “imaginado” por mí.<br />
No obstante, hombre entre los hombres, con mis necesidades y<br />
mis deseos de hombre, mi realidad, aunque particular, es un frag-<br />
mento de lo universal. Mas es solamente cuando obedece exclu-<br />
sivamente a su dios, en otros términos al lenguaje, que mi decir,<br />
concierne a todos los hombres y podrá quizás de esta forma ins-<br />
cribirse en la revolución siempre reiniciada del mundo.” (2)<br />
No hay pues un realismo plano, sino una topografía personal que obedece<br />
a nuestra memoria y al lenguaje que cada uno de nosotros le adscribe. Así de<br />
sencillo y así de complicado. Desde estas coordenadas, memoria (un concepto<br />
complejo que admite en sus límites, como dice el propio Simon, también esa<br />
parte de ficción que es el variopinto ropaje con el que nosotros vestimos a nues-<br />
tras experiencias) y lenguaje, se despliega el mapa de la creación humana. <strong>La</strong><br />
1. Simon, C., Op. cit., p. 58<br />
2. Tost, Manuel A., Claude Simon. Novelas “españolas” de la<br />
guerra y la revolución, Península, Barcelona, 1989, p. 115<br />
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Alain Robbe-Grillet, Claude Simon, Claude Mauriac, Jeròme Lindon,<br />
Robert Pinget, Samuel Beckett, Nathalie Sarraute y Claude Ollier.<br />
memoria es un suceso que se encuentra anclado en nuestra concepción del<br />
tiempo. El lenguaje tiene que ver con esa “revolución siempre reiniciada del<br />
mundo”. Además pues de hablar de la memoria y el lenguaje en Claude Simon,<br />
vale la pena que reflexionemos un poco sobre esos dos temas tan queridos para<br />
la literatura moderna y el arte contemporáneo: el tiempo y la revolución.<br />
En el caso de Claude Simon no hay que olvidar que pertenece a una ge-<br />
neración muy concreta, la que surge tras el fin de las contiendas antifascistas<br />
que ocurrieron en la primera mitad del siglo XX, y tenemos que decir también<br />
(la historia de la literatura nos obliga) que es uno de los padres del Nouveau<br />
Roman, movimiento estilístico de suma importancia para la literatura con-<br />
temporánea (por más que ahora parece sepultado por los envites mediáticos<br />
de los actuales grupos editoriales), del que participaron figuras tan decisivas<br />
como Samuel Beckett o Robert Pinget (por cierto, un importante autor que hoy<br />
parece casi totalmente olvidado). Este movimiento tenía un carácter van-<br />
guardista y experimental con el lenguaje y, a la vez, unos contenidos y ex-<br />
presiones que todavía podrían considerarse revolucionarios en el conservador<br />
panorama de la actualidad literaria, siendo una de sus características el audaz<br />
empleo del espacio-tiempo narrativo.<br />
El tiempo es una categoría que se encuentra instalada en un orden me-<br />
tafísico. Está más allá (o más acá) del mundo físico y lo fundamenta. Nada<br />
hay, en el universo humano, fuera del tiempo y, por otra parte, lo<br />
temporal deviene para el ser humano una realidad constante es-<br />
pacial-temporal. Asociamos el tiempo al espacio de manera indi-<br />
soluble, de tal manera que tanto el espacio como el tiempo son<br />
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partes constituyentes de una categoría más amplia a la que podríamos llamar<br />
el espacio-tiempo. Y este fenómeno adquiere características más mundanas,<br />
más prosaicas dentro de las sociedades humanas. Casi podríamos decir que<br />
la cultura es la forma con la que gestionamos este término (el espacio-tiempo)<br />
en la pista del desarrollo histórico.<br />
Sin embargo, mucho antes que acontecimiento histórico, el tiempo<br />
(como elemento hipotético del espacio-tiempo) se hace concreto, se materia-<br />
liza y toma forma corpórea. El tiempo puede tener entonces, por ejemplo,<br />
atributos telúricos y ser descrito como un elemento más: “…el tiempo también<br />
inmóvil, como una especie de fango, de barro, estancado,…” (3); con este ar-<br />
tificio de escritor, Simon consigue aprehender y categorizar esa especie de<br />
sustancia incorpórea que nos delimita. No hay aquí el planteamiento de un fi-<br />
lósofo (aunque haya filosofía), ni la resolución de un historiador (por mucho<br />
que la historia campe a sus anchas), sino el punto de vista de un escritor que<br />
intenta poetizar una realidad tan compleja como escurridiza. Porque para<br />
nuestro autor el propio acto de escribir está profundamente condicionado por<br />
el factor tiempo, como él mismo nos recuerda: “…no se escribe nunca –ni se<br />
dice– sino lo que está sucediendo en el presente de la escritura…” (4)<br />
Este presente de la escritura es en mi opinión la clave. Porque el tiempo<br />
es el demiurgo que mezcla las diferentes realidades y experiencias que nos<br />
afectan de tal manera que en el presente se dan cita todas las formas verba-<br />
les para, sin posibilidad de escape, definirnos a cada uno de nosotros como<br />
personas. Pero, lo excepcional en Simon es que no nos considera como ani-<br />
males atrapados en un presente carcelario, sino que nos sitúa indefinidamente<br />
en un pasado continuo que, no obstante, se realiza, o más bien se evoca, en<br />
la fugacidad del presente. Y esa sería la función de la literatura, esto es, plas-<br />
mar en un presente textual, que se queda petrificado en el tiempo, la reali-<br />
dad de ese pasado continuo, y por lo tanto nunca cerrado ni consolidado, en<br />
perpetuo cambio y revolución, que permanece en el uso del lenguaje que se<br />
ha utilizado para realizar el conjuro.<br />
Hay pues una aporía de difícil solución, al igual que resulta casi imposible<br />
definir la condición humana. De un lado, el casi imperceptible fluir de nuestra<br />
existencia que viene marcada de forma fatal por un pasado en continuo movi-<br />
miento y, por otro, el hecho indiscutible de que es en el imposible y quimérico<br />
3. Simon, C., <strong>La</strong> ruta de Flandes, Lumen, Barcelona, 1998, p.<br />
108. Traducción: Oriol Durán<br />
4. Tost, M. A., Op. cit., p. 31<br />
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momento presente en el que todas las posibilidades se actualizan y dejan de ser<br />
una realidad virtual. Enorme paradoja esta del tiempo, que quizás solo existe<br />
para procurarnos una tensión vital, una apariencia de vida, en un mundo que<br />
se construye y se autodestruye de manera sistemática y cíclica. Solamente gra-<br />
cias a la memoria somos capaces de crear un “yo”, una realidad sólida a la que<br />
aferrarnos y dotarnos de una ilusión sobre la que basar nuestras vidas.<br />
Lo maravilloso es el hecho, para nada circunstancial, de que el milagro<br />
es posible, de que la memoria funciona como actualizador y unificador de<br />
nuestras potencialidades. Aunque para ello, debemos ser capaces de detener<br />
el tiempo, al menos por un momento, como ocurre en el acto de la escritura,<br />
o al menos ralentizarlo y diluirlo en un magma mayor que dé testimonio de la<br />
laberíntica estructura que caracteriza al tiempo. Y ahí es donde entra en juego<br />
la estética simoniana. Cómo parar lo que no deja de moverse, cómo dar den-<br />
sidad y espesor a lo efímero y fugaz, cómo dotar de lentitud humana al ritmo<br />
implacable de los ciclos de la vida. En definitiva, cómo plasmar en la simpli-<br />
cidad de una obra inmutable, el voluble discurrir de los tiempos.<br />
En su propia biografía Simon nos da la clave de su misterio como escri-<br />
tor. Por una parte, la afición por dos artes que, si bien muy diferentes a la li-<br />
teratura, guardan una clara relación entre sí: la pintura y la fotografía. Atrapar<br />
el instante, con la contundencia y la directa ejecución del pintor y el fotógrafo,<br />
no es lo propio del escritor. Frente a estas dos disciplinas artísti-<br />
cas, el narrador, el ensayista y el dramaturgo (acaso sea diferente<br />
para el poeta) tienen que dotar de fluidez y progresión dramática<br />
la obra que están construyendo. En un principio nada más lejos del<br />
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arte de lo instantáneo, de la imagen atrapada en un momento dado. Y, sin em-<br />
bargo, hay estrategias comunes, que dotan al narrador de auténticos acerca-<br />
mientos a estas dos formas de expresión propias de las bellas artes. Doy la<br />
palabra a Claude Simon para situarnos en este nuevo ámbito:<br />
y,<br />
“Escribo mis libros como se pinta un cuadro. Y todo cuadro es<br />
primero una composición…” (5)<br />
“<strong>La</strong> fotografía me ha dado otros hábitos, gracias a ella se fija lo<br />
instantáneo, ese corte en el tiempo. Yo no veo muy bien las cosas<br />
en movimiento. Añada a eso una particularidad –acaso un de-<br />
fecto– de mi visión; las imágenes permanecen largo tiempo en<br />
mi retina.” (6)<br />
Composición y estatismo podrían ser los valores que están en juego. Pero<br />
ambos tienen mucho que ver con ese otro rasgo fisiológico de Simon, esa<br />
“particularidad de mi visión”, que deja congeladas las imágenes en su retina.<br />
Tanto la estructura de sus novelas como sus estrategias en tanto que escritor<br />
buscan fijar lo que no deja de moverse, ese pasado continuo que nos dota de<br />
sentido y que se retroalimenta de cada marchito momento presente y que de-<br />
vora continuamente el momento futuro (inmediato o lejano, tanto da en unas<br />
vidas que no son más que un suspiro en el universo). ¿Y para qué? Pues pre-<br />
cisamente para dotar de significado, de “realidad”, de esencia a nuestras exis-<br />
tencias, procurándoles un sentir profundo, una presencia que evite la<br />
sensación alucinada y fantasmal que tiene toda vida, toda experiencia. Esta<br />
es la función del escritor, no quizás la del filósofo (que anhela verdades ge-<br />
nerales), ni la del intelectual del tipo que sea, se trate de un historiador, un<br />
político, un psicólogo, etc. (que busca conocimientos concretos), sino más<br />
bien, la búsqueda de un significado hondo (y por lo tanto moral pero también<br />
místico) a nuestro estar en el espacio-tiempo. Los mecanismos simonianos<br />
para mostrar esos estratos de realidades que se sedimentan y afloran al cavar,<br />
son la descripción, las analogías, la repetición (en suma un arte del inventa-<br />
rio) como forma suprema de su estilo.<br />
Pasemos a hablar de ellas a través de una de sus más logradas novelas.<br />
5. Tost, Manuel A., Op. cit., p. 33.<br />
6. Tost, Manuel A., Op. cit., p. 33.<br />
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CARPETA EL LENGUAJE DE LA MEMORIA<br />
II. LA ACACIA (1989)<br />
<strong>La</strong> obra de Claude Simon es un decisivo ejerci-<br />
cio de memoria personal y colectiva, en la que cobran<br />
una gran importancia los hechos autobiográficos, y<br />
en concreto sus experiencias durante la 2ª Guerra<br />
Mundial como caballista del ejército francés, pero<br />
también, con anterioridad, su presencia testimonial<br />
durante la Guerra Civil española y, más tarde, su<br />
paso por la resistencia francesa, tras ser detenido y<br />
pasar preso una temporada en un campo de concen-<br />
tración hasta que logró fugarse.<br />
Como hemos visto en la primera parte del artí-<br />
culo, el arte de Claude Simon se construye desde el<br />
continuo del tiempo, desde ese pasado siempre ac-<br />
tualizado gracias a un presente y un futuro que<br />
pasan a formar parte de él de manera ineludible. A<br />
estos niveles es importante reparar en la cita elegida<br />
por Simon para empezar el que quizás sea su libro más claramente autobio-<br />
gráfico y personal:<br />
“Time present and time past<br />
Are both perhaps present in time future<br />
And time future contained in time past.<br />
(T.S. Eliot, Four Quartets) (7) *<br />
Estos versos de Eliot son toda una declaración de principios para uno de<br />
los autores que más sabiamente han conseguido mostrar la mezcla de los tres<br />
tiempos clásicos: el pasado, el presente y el futuro. Esta convencional distin-<br />
ción de los tres tiempos no da la medida de las complejas relaciones que inter-<br />
actúan entre estos tres estadios temporales y apenas nos sirven para empezar<br />
a mostrar cómo el tiempo juega un papel decisivo en cada uno de nosotros.<br />
Simon, fiel a su idea de la composición pictórica, ya elabora su libro a partir<br />
7. Simon Claude, <strong>La</strong> acacia, Anagrama, Barcelona, 1991, p. 7. Traducción:<br />
Joseph Escué.<br />
* Como Simon deja la cita en inglés lo traduzco aquí:<br />
“Presente y pasado<br />
Están ambos quizás presentes en el futuro,<br />
Y el futuro contenido en el pasado.<br />
(T. S. Eliot, Cuatro cuartetos)”<br />
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CARPETA EL LENGUAJE DE LA MEMORIA<br />
de una estructura donde los saltos espacio-temporales marcan la pauta de las<br />
historias y los personajes que habitan la novela. Echemos un vistazo a esa es-<br />
tructura a partir de cómo Simon ordena los capítulos del libro:<br />
I. 1919<br />
II.17 de mayo de 1940<br />
III. 27 de agosto de 1914<br />
IV. 17 de mayo de 1940<br />
V. 1880-1914<br />
VI. 27 de agosto de 1939<br />
VII. 1982-1914<br />
VIII. 1939-1940<br />
IX. 1914<br />
X. 1940<br />
XI. 1910-1914-1940…<br />
XII. 1940<br />
Dos fechas saltan a la vista de manera clara: 1914 y 1940. Ambas dan<br />
clara referencia de dos extraordinarios acontecimientos en el siglo XX, las dos<br />
así llamadas guerras mundiales. Estos datos nos hablan de unas circunstan-<br />
cias históricas claras y evidentes relacionadas a través del horror de la gue-<br />
rra. Sin embargo, de manera más íntima todavía, remiten a dos historias de<br />
suma importancia para el protagonista de la novela, el propio Simon: la<br />
muerte del padre durante la primera contienda, con las consecuencias fami-<br />
liares propias; y la participación como militar del joven Simon en la segunda<br />
confrontación bélica. Hay un tercer dato que sí que resalta fácilmente. <strong>La</strong>s fe-<br />
chas que pertenecen a cada una de estas dos partes del libro no se suceden<br />
de manera cronológica lineal, como un tratamiento más conformista y tópico<br />
hubiera impuesto, sino que se alternan y suceden siguiendo otra lógica, de rai-<br />
gambre más personal y humana, que tiene que ver con la manera en que su<br />
autor ha vivido esos acontecimientos, pero también con la visión del tiempo<br />
que hemos visto anteriormente, esto es, el tiempo como una amalgama de<br />
elementos perpetuamente relacionados. A este respecto es importante tener<br />
en cuenta otra fecha: en el capítulo VII aparece la fecha de 1982. Este es el<br />
tiempo del presente de la escritura (no hay que olvidar que 1989 es el año de<br />
la publicación del libro), y de eso nos habla Simon aquí, de cuando él mismo<br />
aparece como personaje del libro, no ahora como el Simon del pasado de<br />
quien se nos cuenta la historia de <strong>La</strong> acacia, sino el del presente<br />
de ese momento que para nosotros ya es pasado, el momento del<br />
escritor que está planeando, escribiendo, el libro. El recuerdo fa-<br />
miliar, el conocimiento de la muerte del padre, la memoria de su<br />
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CARPETA EL LENGUAJE DE LA MEMORIA<br />
anterior partida hacia la guerra, es el desencadenante que está en la base del<br />
libro, y este recuerdo que le es contado al escritor por sus tías, es lo que lo<br />
define como escritor de la memoria (de su recuerdo particular propio o con-<br />
tado por otros sobre su propia vida, pues él era apenas un bebé que no podía<br />
retener la imagen de la partida del padre) y lo aleja del literato al uso.<br />
Lo que Simon parece querer mostrar con un montaje de tiempos como<br />
éste es precisamente el halo que han dejado sus recuerdos, de tal manera<br />
que se producen estelas de imágenes como las que pudieron trabajar Ead-<br />
weard Muybridge o Étienne Jules Marey con técnicas como la escopeta foto-<br />
gráfica. Simon busca dotar de continuidad a su estancamiento retiniano, al<br />
igual que esas estelas fotográficas dan sensación de movimiento, para re-<br />
solver el problema técnico de dotar de movimiento narrativo a esas estam-<br />
pas de la memoria, que ésta ha marcado y seleccionado sobre otras por la<br />
indeleble huella que por la razón que sea han dejado en nuestro autor. El pri-<br />
mer recuerdo de <strong>La</strong> acacia remite a la muerte como epílogo de la guerra, el<br />
cementerio (que visita el niño que más tarde será soldado –¿no recuerda<br />
esto un poco a <strong>La</strong> jetée de Chris Marker (1962), un film contado con fotos-<br />
fijas?–) como puerta de la memoria. Así, de una guerra a otra estos dos<br />
tiempos enlazados por el presagio de la muerte, de un mundo de fantas-<br />
mas, de aparecidos que nos recuerdan la tragedia vivida, dan memoria y<br />
testimonio de ella, y también vemos con perspectiva la muerte individual<br />
del padre que anuncia la muerte de un mundo sacrificado dos<br />
veces, primero en las trincheras, y más tarde en los campos de<br />
concentración y de exterminio…<br />
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Eadweard Muybridge<br />
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<strong>La</strong> estética empleada por Simon, recurrente en toda su obra, se basa<br />
como decíamos en la descripción y la analogía. <strong>La</strong> descripción en Simon es<br />
siempre activa, pensada. Ejerce una función laberíntica (oraciones que se en-<br />
trecruzan como caminos en un jardín botánico), que exige de largas frases, que<br />
pueden ocupar varias páginas y escenas completas que son observadas minu-<br />
ciosamente con el fin de “congelar” una acción, tal y como puede intentar ha-<br />
cerse en la pintura o la fotografía. En estas descripciones, obviamente,<br />
transcurre algo, un movimiento físico o psicológico, pero tratado de dos formas<br />
concretas. De un lado, ralentizando hasta lo indecible aquello que ocurre en el<br />
cuadro que se nos intenta transcribir. De otro, contemplando las escenas como<br />
si se vieran a través de una enorme lupa, los prismáticos de la memoria, de<br />
tal forma que al final, cada pequeño cambio, cada mínima sutileza, queda re-<br />
gistrada y ampliada de tal manera que consigue tener el peso específico que<br />
el recuerdo más riguroso pueda pretender, aunque eso sí, siempre de acuerdo<br />
a las intenciones expresivas de Simon. No es casualidad entonces que su<br />
pluma se entretenga como un fatal hábito en postales, fotos, carteles, grafías<br />
varias, pequeños átomos que Simon analiza como lo que son, jirones de un<br />
tiempo pretérito. El detalle con el que mima las descripciones de estos ele-<br />
mentos de atrezzo de su memoria acaba por ser por completo relevante, pues<br />
aquí se vislumbra el presente de un significante (una fotografía, un dibujo,<br />
unas letras sobre una carta o papel…) que evoca un pasado que determinó<br />
nuestro posible futuro. Son materiales que pueden estar todavía en activo en<br />
el presente de la narración, pero que suministran información ya en desuso.<br />
<strong>La</strong> otra técnica que Simon maneja con gran maestría es la del uso fre-<br />
cuente que hace de las analogías. Todo en Simon parece que puede ser dicho<br />
de muy diferentes maneras, a veces para puntualizar lo que se quiere decir,<br />
otras para dar más información y definición a lo que se está intentando traer<br />
a la memoria. De lo que se trata en suma es de una memoria viva, en conti-<br />
nua transformación, que deja al descubierto la personalidad del escritor, lo que<br />
hace que no se convierta simplemente en un funcionario de la memoria. Todo<br />
está visto por la óptica de un determinado individuo, de tal manera que sus re-<br />
cuerdos son los suyos, pero que quizás por ello mismo, por esa intensa in-<br />
mersión en lo más personal que ha decidido su particular devenir, se termina<br />
por escalar a otro nivel, más universal y humano. Son los diferentes tipos de<br />
analogías empleados por Simon los que dan personalidad al texto y abren la<br />
fisura que nos permite asomarnos al postscenio del creador, allí donde se viste<br />
y maquilla para su actuación, y que dotan de relieve metaliterario<br />
a su texto. Tanto la descripción como la analogía hacen de Simon<br />
una suerte de gestor de inventarios mundanos, formado por los<br />
recuerdos que aporta su memoria y la forma expresiva con la que<br />
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va a catalogar esos materiales. Lo que llama por último la atención es que<br />
Simon cumple a la perfección esta tarea, al no tratar de manera manifiesta-<br />
mente diferente esos recuerdos que tienen todos el mismo estatus, ya sea una<br />
absurda muerte en una cruenta guerra o los coqueteos de una joven de la alta<br />
sociedad. A fin de cuentas, cada fragmento de esta memoria que nos está in-<br />
formando de continuo, tiene el valor de un recuerdo, y por lo tanto, de una<br />
parte fundamental de nosotros mismos. Más allá del contenido concreto, es su<br />
acción como pasado influyente en nuestro presente y futuro lo que nos queda<br />
en última instancia. Para ello se sirve tanto de las subordinadas (la coma es<br />
para Simon como las epifanías para Joyce), como de la organización física del<br />
texto que se convierte en un dibujo, en un grafismo, con un valor específico<br />
como tal (los paréntesis, los guiones, las citas, los diálogos presentados de di-<br />
ferentes maneras, las sangrías de las frases…), como también de la repetición,<br />
con la que irá ritualizando poéticamente las largas parrafadas que van conso-<br />
lidando el relato. Como muestra de todas estas constantes simonianas me per-<br />
mito citar el siguiente extracto: “…reducidos los titulares (los titulares que en<br />
los días sucesivos serían seguidos por otros de tamaño cada vez mayor, hasta<br />
que al final las letras llenaran la mitad de la plana) a la suma de dos o tres sus-<br />
tantivos aislados y desmesuradamente ampliados –simplificado también el di-<br />
bujo de las letras: espesas, sin trazos gruesos y perfilados, simplemente<br />
anchas, macizas– como para miopes o retrasados), sacudido pasivamente el<br />
hombre por el traqueteo, apoyados los antebrazos en los muslos<br />
separados, abierto el periódico, fija la mirada, contemplando sin<br />
verlos los caracteres impresos y las fotografías desmesuradamente<br />
ampliadas también, abandonándolo luego todo.” (8)<br />
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Claude Simon<br />
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Simon ha resultado ser un alumno aventajado de Proust, puede ser que<br />
el autor que de forma más radical ha seguido sus enseñanzas, sin renunciar<br />
a su propia personalidad. Al final de <strong>La</strong> acacia, Simon se contempla a sí mismo<br />
como el escritor en ciernes que es, tras haber dejado a un lado su interés pro-<br />
fesional por la pintura y la fotografía. Ante la hoja en blanco, contempla una<br />
acacia, símbolo floral de la resistencia de una vida por encontrar su camino,<br />
incluso en las condiciones más adversas. Esa persistencia, incluso aunque in-<br />
consciente, es un fruto más de una memoria que aflora dotando a nuestras<br />
vidas del sentido que a veces no sabemos encontrar. Así las cosas, las pala-<br />
bras de Simon al final de <strong>La</strong> acacia tienen el carácter de una revelación:<br />
“Una noche se sentó a su mesa ante una hoja de papel en blanco. Era<br />
primavera. <strong>La</strong> ventana de la habitación estaba abierta a la noche tibia. Una de<br />
las ramas de la gran acacia que crecía en el jardín tocaba casi la pared, y<br />
podía ver los ramos más próximos alumbrados por la lámpara, con sus hojas<br />
parecidas a plumas que palpitaban levemente sobre el fondo de tinieblas, los<br />
foliolos ovales teñidos de un verde crudo por la luz eléctrica moviéndose a<br />
ratos como copetes de plumas, como súbitamente dotados de movimientos<br />
propios, como si el árbol entero despertara, se agitara, se desperezara, tras<br />
lo cual se apaciguaba todo y volvían a recobrar su inmovilidad.” (9)<br />
BIBLIOGRAFÍA DE CLAUDE SIMON<br />
Le Tricheur (El tramposo), 1945 -- <strong>La</strong> Corde Raide (<strong>La</strong> cuerda floja), 1947<br />
-- Gulliver, 1952 -- Le Sacre du printemps (<strong>La</strong> consagración de la primavera),<br />
1953. Le vent. Tentative de restitution d ‘un rétable baroque (El<br />
viento. Tentativa de restitución de un retablo barroco), 1957 -- L’Herbe<br />
(<strong>La</strong> hierba), 1959 -- <strong>La</strong> Route des Flandres (<strong>La</strong> ruta de Flandes), 1960 --<br />
Le Palace (El palacio), 1961 -- <strong>La</strong> Separation (<strong>La</strong> separación), 1963 -- Histoire<br />
(Historia), 1967 -- <strong>La</strong> Bataille de Pharsale (<strong>La</strong> batalla de Farsalia),<br />
1969 -- Orion aveugle (Orion ciega), 1970 -- Les Corps conducteurs (Los<br />
cuerpos conductores), 1971 -- Triptyque (Tríptico), 1973. Leçon de choses<br />
(Lección de cosas), 1975 -- Les Géorgiques (<strong>La</strong>s Geórgicas), 1981 --<br />
Femmes (Mujeres), 1984 -- <strong>La</strong> Chevelure de Bérénice (<strong>La</strong> cabellera de Berenice),<br />
1984 -- Discours de Stockholm (Discurso en Estocolmo), 1985 --<br />
L’Invitation (<strong>La</strong> invitación), 1987 -- Album d’un amateur (Álbum de un aficionado),<br />
1988 -- L’Acacia (<strong>La</strong> acacia), 1989 -- Le jardin des plantes (El<br />
jardín de las flores), 1997 -- Le tramway (El tranvía), 2001 - Œuvres<br />
(Obras), 2006 (antología póstuma).<br />
8. Simon C., Op. cit., p. 131-132<br />
9. Simon C., Op. cit., p. 307-308<br />
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XVIII. ALAIN ROBBE-GRILLET.<br />
DESLIZAMIENTOS PROGRESIVOS DE LA MEMORIA.<br />
DIEZ APUNTES PARA UNA CRONOLOGÍA DESORDENADA<br />
DE LA OBRA DE ROBBE-GRILLET<br />
Año 1968. Alain Resnais, el cineasta de la memoria, la materializa en las<br />
imágenes de Je t’aime, Je t’aime (1968). Allí, las fracturas de la sociedad mo-<br />
derna quiebran, alteran y prolongan los recuerdos de su protagonista, Claude.<br />
Catrine, la mujer cuya muerte ha provocado su frustrado intento de suicidio,<br />
aguarda en la orilla de la playa. Claude emerge del mar para acercarse a ella,<br />
algo que, en lo sucesivo, repetirá obsesivamente hasta que el montaje co-<br />
necte con otro fragmento disperso de su pasado. Esa pérdida de control trans-<br />
forma los recuerdos en estructuras anárquicas dentro del cerebro de Claude.<br />
Todo para, finalmente, sentir que ese deslizamiento progresivo de la memo-<br />
ria acontece con el fin de alcanzar una expresión eternizadora. El recuerdo, si<br />
hiciésemos caso a Kierkegaard, sería algo que fue, pero del cuál nunca po-<br />
dríamos tener la seguridad del instante; de la repetición. Esa in-<br />
quietud, angustia o melancolía; ese descubrimiento sólo<br />
conseguiría pasar del recuerdo a la repetición, fragmentando la<br />
débil memoria de Claude que no desea revivir su vida con Catrine.<br />
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Alain Robbe-Grillet<br />
Óscar Brox<br />
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CARPETA EL LENGUAJE DE LA MEMORIA<br />
Año 2009. Fallecido el 18 de febrero del pasado año, Alain Robbe-Grillet<br />
compartió con Resnais, aunque de manera esquiva, el gusto por modelar la<br />
memoria. Sin embargo, el escritor nacido en Brest la contemplaba de manera<br />
análoga al sentido: como una entidad blanda que, eventualmente, se deshace<br />
ante nuestra mirada escurriéndose entre nuestros dedos mientras intentamos<br />
recomponerla. Sentido, memoria e identidad son, respectivamente, tres con-<br />
ceptos que recorren transversalmente la historia del pensamiento. Si partimos<br />
de la premisa de que somos las mismas personas que fuimos ayer y, tal vez,<br />
que antes de ayer; pero no lo tenemos tan claro si giramos la vista atrás en<br />
el tiempo y nos imaginamos hace veinte años; concluimos que pensar que<br />
somos el mismo que nosotros mismos (1) y que, evidentemente, lo otro -<br />
siendo esto otra cosa que no fuese eso mismo que creíamos ser en tal mo-<br />
mento- no forma parte de lo mismo, no resulta tan claro ni sencillo como<br />
nuestra confianza se atreve a asegurar. En realidad, nos parece obtuso, anti-<br />
intuitivo y angustioso, porque adelantando la misma reflexión en el tiempo,<br />
nos asusta pensar si permanecerá eso mismo dentro de unos años y no se-<br />
remos, en cambio, otro. Pero, de lo contrario, ¿no nos parecería obvio? Bus-<br />
caríamos la certeza repitiendo tal o cual fragmento o pedazo de nuestra<br />
memoria y, seguramente, acabaríamos atrapados entre el instante y el re-<br />
cuerdo. Como un personaje de Robbe-Grillet.<br />
Año 1961. Robbe-Grillet escribe para Resnais, en su primer punto de con-<br />
tacto, el guión de El año pasado en Marienbad (L’année dernière à Marienbad,<br />
1961). <strong>La</strong> voz de Giorgio Albertazzi podría recordar a la de Emmanuel Riva en<br />
Hiroshima mon amour (Alain Resnais, 1959); una voz acusmática que, soste-<br />
nida en el tiempo, consensúa una imagen cuya fuente no reconocemos. Una voz<br />
que, como en su literatura, remite a la idea de que “describir las cosas, en<br />
efecto, es colocarse deliberadamente en el exterior, frente a ellas […] Para<br />
Robbe-Grillet el SER de las cosas se manifiesta en ‘su superficie’, en su pare-<br />
cer más consensuado (ser y parecer son uno)”. (2); restringe su radio de ac-<br />
ción de todo aquello que exprese opinión, sentimiento, que no pueda ser<br />
aportado mediante el acto de ver. Aunque todo cuanto veamos sean superficies,<br />
habitaciones, figuras, formas cuya relación aparezca -como la escultura que co-<br />
rona el jardín de Marienbad- atravesada por la mezcla entre ser y parecer; sus-<br />
1. Tan sólo un fragmento, pero tal vez la explicación que mejor<br />
pueda disparar la cuestión del sentido y la identidad de nosotros<br />
mismos en la filosofía actual. Cortesía de Jean-Luc Nancy.<br />
http://www.youtube.com/watch?v=fwxYuhUBOKg<br />
2. ZUMALDE, Imanol. Dos miradas al mar. <strong>La</strong> descripción del<br />
paisaje en Robbe-Grillet y Proust. Centro de semiótica y Teoría<br />
del espectáculo. Universidad de Valencia, 1994. Página 4.<br />
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ceptibles de ser o no, pero que permitan penetrar en su<br />
interior. En otras palabras, que de la omnipotencia ocu-<br />
lar de sus personajes se desprenda la tensión entre lo<br />
obvio y lo obtuso que, eventualmente, acabe modelando<br />
la aséptica descripción del campo visual.<br />
Año 1963. Por una novela nueva (Pour un nouveau<br />
roman) sale el mercado con la doble intención de rom-<br />
per con la tradición de la novela decimonónica y esta-<br />
blecer una clasificación que amalgame a una corriente<br />
de escritores encabezada, entre otros, por Nathalie Sa-<br />
rraute y el propio Robbe-Grillet. En uno de sus artículos,<br />
fechado en 1954, escribe sobre <strong>La</strong> conciencia de Zeno<br />
(<strong>La</strong> conscienzia di Zeno, 1923), de Italo Svevo. Leyendo<br />
los pasajes de la historia de Zeno Cosini, un hombre de<br />
negocios de Trieste, percibe de qué manera el estilo de<br />
una novela no puede seguir considerándose inocente.<br />
De hecho, el propio Zeno señala que “si no lo hubiese<br />
distorsionado todo, habría sentido innecesario abrir mi<br />
boca”, ya que “lo que Italo Svevo nos dice es que en<br />
nuestra sociedad moderna nada es ya natural. Pero<br />
tampoco hay razón para estar preocupados. Podemos<br />
ser moderadamente felices, hablar, hacer el amor,<br />
hacer negocios, escribir novelas; pero nada de esto vol-<br />
verá a ser hecho sin pensar en ello, en la manera en<br />
que respiramos”. (3) Es la consecuencia de la observa-<br />
ción directa del mundo, que Robbe-Grillet transplantará<br />
a su narrativa desmembrada, así como Resnais lo hará<br />
también en Je t’aime, Je t’aime.<br />
Año 1968b. Robbe-Grillet estrena su tercer largometraje, El hombre que<br />
miente (L’homme qui ment). Su título es tan paradójico como laberíntica su es-<br />
tructura narrativa. Recordamos a Svevo, al nouveau roman, a la sociedad mo-<br />
derna artificial, a la incipiente posmodernidad que acepta todos los<br />
pensamientos y también su contrario. Jean-Louis Trintignant interpreta a su<br />
protagonista, Jean Robin, pero también a su otro protagonista, Boris Varissa.<br />
El héroe presentado inicialmente entra en crisis de identidad, se hace, a cada<br />
nuevo paso en la narración, un narrador del que debemos descon-<br />
3. ROBBE-GRILLET, Alain. For a new novel. Northwestern University<br />
Press Paperbacks. Evanston, Illinois, 1992. Páginas 93-94.<br />
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fiar, pues su condición de paradoja -¿dice la verdad cuando dice que miente?,<br />
¿pero no mentía?- reorganiza paulatinamente la lógica interna de la trama.<br />
Nos recuerda al Mathias de El mirón (Le Voyeur, 1954) volviendo al acantilado<br />
-el lugar del asesinato de Jacqueline- en el que localiza una colilla, cuya des-<br />
cripción provoca “interesantes movimientos semánticos abisales. […] Esta des-<br />
cripción perfectamente aséptica no pasaría de indicar más de lo que<br />
explícitamente significa a no ser por dos circunstancias: por la curiosa demar-<br />
cación autorial de hecho ‘sospechoso’ (imitaba hasta límites insospechados),<br />
así como por la información que el lector ya conoce al respecto: Mathias había<br />
comprado un paquete de tabaco azul que después resulta ser de la misma<br />
marca que la de la colilla.” (4). Cambiar el sentido radical del personaje, de la<br />
narración, de la historia hasta configurar una pluralidad de marcos sobre los<br />
que podamos verter una pluralidad de narraciones, personajes, historias.<br />
Año 1985. El cineasta francés Olivier Assayas, en ese momento redactor<br />
de Cahiers du cinéma, escribe para esta misma publicación Robbe-Grillet y el<br />
manierismo (Robbe-Grillet et le maniérisme). Su figura adquiere relieve al<br />
oponerla a una visión orgánica, como un todo con sentido, del cine, a cuya<br />
tarea de destrucción parece encomendarse Robbe-Grillet. Assayas puntualiza<br />
que “la cuestión del sentido es el núcleo de la obra de Robbe-Grillet […] <strong>La</strong><br />
desaparición del sentido («el verdadero escritor no tiene nada que decir») -<br />
irradiada a partir del ‘centro vacío’- se resuelve con la multiplicación de los<br />
sentidos, con una fragmentación en cuyo seno la circulación del espectador -<br />
o de la mirada- está regida, en un juego infinito, por las figuras del espejo,<br />
del símbolo, del laberinto.” (5). En las entrevistas que concede, suele criticar<br />
la idea baziniana del cine como ventana a la realidad, como transparencia que<br />
pueda facilitar la idea de realismo o, mejor dicho, de ilusión realista. En su<br />
lugar, le opone el montaje como choque entre las imágenes de Eisenstein.<br />
Para Assayas, Robbe-Grillet practica una escritura manierista cuyo rasgo ca-<br />
racterístico consiste en la divisibilidad, multiplicidad de la obra de arte, cuyas<br />
constantes ramificaciones dejarán de hacerla un ejemplo totalidad.<br />
Año 1983. Se estrena <strong>La</strong> belle captive. Walter, su protagonista, observa<br />
a Marie-Ange mientras baila en la pista de un bar. Su cuerpo se mueve entre<br />
la neblina formada por la concentración de humo en la sala, pero la descrip-<br />
ción que realiza Walter busca penetrar en esa niebla como si se tratase de un<br />
4. ZUMALDE, Imanol. Op. Cit. Página 9.<br />
5. ASSAYAS, Olivier. “Robbe-Grillet et le maniérisme” en QUIN-<br />
TANA, Àngel. Olivier Assayas. Líneas de fuga. IVAC-Festival de<br />
Gijón, 2003. Página 179.<br />
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velo que cubre los sueños; unos sueños a los que no po-<br />
demos acceder a través de la simple contemplación. <strong>La</strong><br />
imagen de Marie-Ange golpea la mente de Walter, en-<br />
trecruza su rostro sonriente mientras éste conduce su<br />
coche; simultanea su baile en el bar con el baile que dis-<br />
fruta con otro hombre; abre el recuerdo de Walter a una<br />
repetición que se bifurca en nuevas repeticiones, cada<br />
vez más pequeñas, y así sucesivamente. Walter yace en<br />
la cama junto a Marie-Ange. A la mañana siguiente,<br />
despierta solo. <strong>La</strong> joven ha desaparecido y un vistazo<br />
rápido a la habitación dirige la mirada de Walter hacia el<br />
cuadro -en realidad, otro cuadro- de Magritte <strong>La</strong> bella<br />
cautiva. Dentro de éste hay otro cuadro-ventana que<br />
oculta parcialmente la cortina trasera y, en cambio, co-<br />
necta de manera armoniosa con el mar pintado detrás<br />
de las cortinas. De este modo, el conjunto de imágenes<br />
que componen el cuadro choca con idéntica violencia al<br />
montaje visual que encadena la aparición de Marie-Ange<br />
en la memoria de Walter. Lo que está en último término<br />
casa con lo que está en primero, pero, en cambio, lo<br />
que está en segundo se oculta, desaparece al sentir la<br />
fuerza del caballete colocado en el primer término de la<br />
pintura de Magritte. E idéntica sensación de desapari-<br />
ción, de centro vacío -nunca ese concepto estará mejor<br />
visualizado que en el presente filme- saboteará el re-<br />
cuerdo que Walter tenga de la joven.<br />
Año 1853. Giuseppe Verdi compone <strong>La</strong> traviata (<strong>La</strong><br />
extraviada) sobre el original literario <strong>La</strong> dama de las ca-<br />
melias (1848), de Alejandro Dumas, hijo. Es el tiempo<br />
en el que la novelística ensaya sucesivos acercamientos<br />
a la clase social conservadora posrevolucionaria. Flau-<br />
bert lo hace con Madame Bovary (1857) y contempla<br />
así la nueva burguesía y su comportamiento en el cora-<br />
zón de la literatura decimonónica. <strong>La</strong> ópera de Verdi se<br />
abre con un preludio dramático que narra para poste-<br />
riormente integrarlo en la historia, la agonía de Violeta<br />
Valery antes de sucumbir a la tuberculosis.<br />
Ella es la extraviada del título, que navega<br />
entre dos hombres y se cuestiona las posi-<br />
bilidades del amor verdadero contrapuesto<br />
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al placer que eventualmente colme sus deseos. Robbe-Grillet abrirá su Trans-<br />
Europ Express (1965) con el preludio de Verdi culminando la escena con el<br />
personaje interpretado por Jean-Louis Trintignant vagando en un desguace-<br />
cementerio-arcén de trenes; colocando, como hiciese Dumas, hijo, la agonía<br />
antes del primer tramo de la narración. A su manera, Robbe-Grillet describe<br />
la impresión que un espectador de la ópera podría sentir al alterar su percep-<br />
ción del tiempo uniendo la agonía de Violeta con su inicial éxtasis cortesano<br />
en la fiesta que celebra en su mansión. Como si ese movimiento pronosticase<br />
los constantes quiebros en la forma de contar del escritor de Brest, que no<br />
sólo limitan su recurso a la imagen violentada, sino a la voz, a la identidad de<br />
sus personajes y a la impresión externa que motivan al espectador.<br />
Año 1971. Franklyn J. Matthews, junto a Bruce Morrissette, uno de los<br />
más reputados estudiosos de la obra de Robbe-Grillet, cierra con un ensayo<br />
la edición francesa de <strong>La</strong> casa de citas (<strong>La</strong> maison de rendez-vous, 1965). En<br />
éste, Matthews describe la depravación de los temas en la obra de Robbe-Gri-<br />
llet o, lo que es lo mismo, la voluntad de su autor por desnaturalizarlos, ex-<br />
traer de su contenido todos esos adhesivos decimonónicos, modernos, que la<br />
literatura contemporánea ha arrastrado de manera parasitaria. Robbe-Grillet<br />
hará de esos atributos algo desmesurado, obsesivo, soberano, distante y a la<br />
vez cercano, aséptico y, al mismo tiempo, personal. Como dirá Michel Fou-<br />
cault, “recuerden al respecto la definición del parque, ese «compuesto de lu-<br />
gares muy bellos y muy pintorescos»: cada uno de ellos ha sido extraído de<br />
un paisaje diferente, desplazando fuera de su lugar natal y transportando él<br />
mismo o casi él mismo a esta disposición en la que «todo parece natural ex-<br />
cepto el conjunto»”. (6) <strong>La</strong> novela, espejo de unos volúmenes incompatibles.<br />
Año 2006. Gradiva (C’est Gradiva qui vous apelle) concluye la carrera<br />
cinematográfica de Robbe-Grillet. Magritte deja paso a Delacroix y el tiempo<br />
se paraliza en la fascinación que un bajorrelieve femenino despierta en un es-<br />
tudioso del pintor francés. <strong>La</strong> libido desata un conglomerado de desmentidos<br />
y puntos de vista -¿hasta qué punto creemos que es el personaje interpretado<br />
por Arielle Dombasle quién escribe el destino del estudioso inglés protago-<br />
nista?- que desemboca en un necesario desdoblamiento -el del personaje fe-<br />
menino- que ponga las cosas en su sitio para que éstas puedan permanecer<br />
desordenadas. <strong>La</strong> memoria es aquí arcilla fresca en las que la huella de la úl-<br />
tima alteración -cada una de las espectrales apariciones de Gradiva- sigue<br />
siendo reconocible de cara a dar una nueva vuelta de tuerca, es<br />
6. FOUCAULT, Michel. Entre filosofía y literatura. Paidós,<br />
Barcelona, 1999. Páginas 251-252.<br />
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decir, producir una nueva diferencia. Quizá porque de<br />
ese desorden estratégicamente diseminado alrededor<br />
de la trama, nace el turbio éxtasis del profesor anglo-<br />
sajón. Un éxtasis cuya descripción nos proporcionará las<br />
herramientas para penetrar en su interior y fantasear<br />
sobre las tentaciones -el asesinato, que acaba culmi-<br />
nando- que ese caprichoso desorden, el eterno feme-<br />
nino, pone al alcance del protagonista.<br />
UNA MEMORIA NO RECONCILIADA<br />
De entre las múltiples agresiones padecidas por el<br />
ser humano durante el siglo pasado, sin duda fue la que<br />
disparó contra la identidad y, en conjunto, contra la me-<br />
moria colectiva, aquella que más daño causó. Hablar de<br />
dolor nos remite, indefectiblemente, a la experiencia de<br />
los campos de concentración y, por ende, a cualquier<br />
tipo de experiencia en la que un individuo haya experi-<br />
mentado la privación de libertad contra su voluntad.<br />
Pero ese dolor nos obliga a adelantar en el tiempo y co-<br />
locarnos en la última casilla, cuando necesitamos trans-<br />
mitir ese punto oscuro que ha interrumpido la vida tal<br />
como la conocíamos durante un tiempo. Ahí lo obtuso<br />
se hace obvio, y viceversa; y encontramos que es sólo<br />
a través de la oralidad como mejor podemos expresar<br />
esa parte no reconciliada de nuestro interior. <strong>La</strong> me-<br />
moria se intenta recuperar de su mayor agresor, el<br />
tiempo, que oculta hasta hacer evanescente cualquier<br />
prueba que se corresponda con lo que transmitimos a<br />
un público. <strong>La</strong> deja sola, tanto como durante los tiem-<br />
pos en que trabajaba para la esclavitud. Sin embargo, el triunfo efímero de<br />
la memoria radica, precisamente, en su progresivo desmembramiento; en<br />
los sucesivos intentos de totalizarla hasta conferirle de la coherencia de un<br />
relato; de pulir el tartamudeo, la redundancia o los lugares comunes que im-<br />
piden contemplar el aspecto diáfano de todos los recuerdos recuperados en<br />
orden cronológico. De ese fracaso prolongado surge la imagen desestructu-<br />
rada de conjunto, en la que varias partes del dibujo casan mien-<br />
tras otras no pertenecen a la misma familia. Es la visión de cuyo<br />
eco mejor podemos reflejar la herida en vías de cicatrizar que su-<br />
puso el atentado contra la memoria.<br />
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Si uno observa la obra de Alain Robbe-Grillet con atención, percibe su sen-<br />
tido del juego, su perversión de las normas -o la perversión como norma-, su<br />
falta de aparente homogeneidad y, no obstante, la homogénea apariencia que<br />
irradian muchos de sus mecanismos narrativos. Observa a un sujeto descri-<br />
biendo con enorme precisión una superficie -la memoria- cuyos atributos re-<br />
gados de imperativos éticos -la obligación de dejarse la piel por hacer duradero<br />
el recuerdo de lo que fue-, lejos de reforzarla, la han lastimado a cada nuevo<br />
paso. Pero también observa cómo el lenguaje altera y aleja a la memoria de<br />
nuestros intentos por recuperarla. Al fin y al cabo, la obra, literaria y cinema-<br />
tográfica, de Robbe-Grillet se basa en una descripción voluntariamente asép-<br />
tica del entorno que rodea a sus personajes; una descripción que acaba<br />
filtrando, a través de su lenguaje convenientemente seleccionado por quien lo<br />
escribe, la psique escondida de sus protagonistas. El tipo de juego en el que la<br />
relación entre los objetos y los conceptos puestos en órbita alrededor de los in-<br />
dividuos determina que la narración derive o no en un callejón sin salida lógica.<br />
Para Robbe-Grillet la memoria nunca podría ser un almacén o una bi-<br />
blioteca, porque carecería del espacio necesario para agrupar todos los ele-<br />
mentos indispensables para su buen funcionamiento; su naturaleza<br />
contingente la obligaría a una actualización eterna. En su lugar, es un puzzle<br />
desconectado, que jerarquiza y otorga prioridad a una parte sobre la otra, sin<br />
fijarse cuál de todas es aquella de la que depende el resto. Es como el enca-<br />
denado de repeticiones de Je t’aime, Je t’aime. ¿Por qué? Quizá porque es la<br />
respuesta adecuada a una sociedad que puede ser de todo menos totaliza-<br />
dora. Además, ¿de qué serviría? <strong>La</strong> Ilustración partía con esa pretensión y<br />
sólo consiguió alienar al hombre en su intento por dominar la naturaleza. No,<br />
la memoria es fugaz y se ordena caprichosamente, como el recuerdo que per-<br />
manece grabado en nuestra retina y que ha perdido su valor al no tener es-<br />
pacio para repetirlo, porque ha mutado en la melancolía. Por eso, el estilo<br />
juguetón de Robbe-Grillet pone un ojo en Magritte y otro nuestra percepción<br />
de los acontecimientos. Al merodeador de Marienbad sólo lo creemos por su<br />
insistencia repetitiva, cuyo efecto es el modelado de diferentes escenas, rea-<br />
les o no, que excitan la posibilidad de un encuentro furtivo, un año atrás, que<br />
no conseguimos recordar. Del mismo modo que el crimen de El mirón no está<br />
oculto en el centro vacío de su narración, sino en la decisión de ocultar deta-<br />
lles que en su repetición buscamos hacer pasar como originales. Así, hay en<br />
la obra de Robbe-Grillet ese gusto por la artificialidad que contamina a los<br />
propios sujetos; que participa de los movimientos sociales y se<br />
extiende, imparable, sobre la superficie de nuestros recuerdos. En<br />
otras palabras, la memoria deja de palpitar, de sufrir por los im-<br />
perativos morales que no podrá cumplir, y deviene un objeto su-<br />
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perficial descrito tan precisa como misteriosamente; pero siempre aséptico.<br />
Porque en esa asepsia radicará su engaño, que dirá mucho no de nuestras<br />
aspiraciones de recordar, sino de nuestros deliberados intentos por ocultar<br />
tantas premisas sean necesarias para dejar el asunto sin conclusión.<br />
En Robbe-Grillet la memoria es una ensoñación. Como se encarga de<br />
asegurar uno de sus personajes: “escuché que no existe la gente que no<br />
sueña”. El sueño es el material de la memoria, porque permite excitarla y mo-<br />
delarla, como hace Giorgio Albertazzi con Delphine Seyrig en El año pasado<br />
en Marienbad. Su voz reconfigura las estancias que atraviesa reordenando a<br />
voluntad lo que sucedió y rediseñando lo que está sucediendo. Todo ello em-<br />
bargado de esa alegre repetición -de nuevo, Kierkegaard- que prolonga la en-<br />
soñación hasta que ésta adquiera las costuras de realidad a través de la<br />
persuasión del protagonista masculino. Como el Walter de <strong>La</strong> belle captive,<br />
que atrapa en sus sueños la imagen esquiva de la bella joven con la que soñó<br />
bailar una noche y la somete a su imaginación en el interior del cuadro de<br />
Magritte que da título al filme.<br />
Ese sometimiento, del que es víctima la mujer robbe-grilletiana -a pesar<br />
de su pasividad/aceptación-, enlaza con el gusto de su autor por tratar, he<br />
ahí la contradicción, la depravación de sus temas con aséptica superficialidad.<br />
De ahí que en Gradiva abunden los cuerpos femeninos en perpetuo estado de<br />
flagelo, que son exhibidos ante la mirada de su protagonista como<br />
cuadros de una exposición e, incluso, exóticas piezas de vodevil<br />
tan naïf como el sadomasoquismo representado por Robbe-Gri-<br />
llet. Lo depravado surge del desapasionamiento con que sus pro-<br />
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Alain Robbe-Grillet<br />
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tagonistas se ven sometidos a la falta de sentido. Uno pasa de héroe a crimi-<br />
nal en un par de escenas; el capricho hace que un estudioso orientalista ase-<br />
sine embriagado por la libido que excita un bajorrelieve, a una mujer con la<br />
que ha soñado. Realidad o ficción, todos son sometidos a la imposibilidad de<br />
fijar un punto de referencia a partir del cuál anclar la narración, porque, como<br />
en El mirón, penderá la duda de si era o no Mathias el mirón que daba título<br />
al film; si la cinta magnetofónica que registra el proceso de creación de un<br />
guión cinematográfico en Trans-Europ Express no es, en realidad, el relato<br />
posterior a la auténtica grabación de ese relato que, claro está, perfectamente<br />
puede conducirnos hasta el infinito de la incertidumbre.<br />
<strong>La</strong> memoria es un objeto distante para Alain Robbe-Grillet; un objeto<br />
que requiere, respectivamente, de la potencia de un telescopio o de la preci-<br />
sión de un microscopio. Pero un objeto -de nuevo, el lenguaje que cosifica y<br />
transforma en superficie- del que hemos de ser conscientes que cualquier ob-<br />
servación mediada nos devolverá una imagen falsa, ya que aumentará o acla-<br />
rará lo que por definición intuimos lejano y observamos borroso. Tanto es así<br />
que su existencia se desprenderá de la manera que tengamos de imaginarla,<br />
acecharla y rodearla, mientras intentamos reducirla a un conjunto de hechos.<br />
Mientras creemos en la melancolía del recuerdo de lo que pudo ser, y lo re-<br />
petimos obsesivamente -como la búsqueda de Gradiva que emprende John<br />
Locke- intentando persuadirnos, equivocadamente, que a la repetición acaba<br />
correspondiendo la realidad. De ser así, ¡qué aburrido sería todo! El cine sería<br />
la dichosa ventana a la realidad y juzgaríamos verdadera una ilusión tan cierta<br />
como que es verdad que todo lo que he escrito durante el texto es falso. Por<br />
eso, en Robbe-Grillet, como en la sociedad actual, la memoria no puede re-<br />
conciliarse con su realidad, porque es absurdo demandar una entidad totali-<br />
zada cuando nuestra visión del mundo es cada vez más fragmentaria.<br />
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Alain Robbe-Grillet<br />
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XIX. EL AÑO PASADO EN MARIENBAD<br />
¿Qué son los recuerdos? ¿Cuándo ocurren? ¿Por qué ocurren o por qué<br />
dejan de ocurrir? ¿Qué relación tienen con ese salvavidas que damos en lla-<br />
mar realidad? ¿Y con la fantasía? ¿Cómo separamos los recuerdos de la fan-<br />
tasía en nuestro interior? ¿Hay una pequeña luz que se posa sobre uno u otro<br />
de los conceptos y que concita actitudes distintas? ¿Por qué los recuerdos, in-<br />
cluso los más difusos y escurridizos, se nos brindan de tal manera que nos<br />
hacen sentirnos seguros, aferrados? ¿Y por qué las fantasías, en cambio, aun-<br />
que hayamos podido ornarlas con detalles y linajes seculares nos sumen en<br />
una cierta evanescencia, en cierto sentido, febril? ¿Tiene que ver con el hecho<br />
de que los recuerdos se anclan en ese salvavidas que damos en llamar reali-<br />
dad y las fantasías no? ¿Es entonces la sensación de realidad, el rodearnos de<br />
realidad lo que nos proporciona seguridad? ¿Qué seguridad, la del sentimiento<br />
de pertenencia? ¿Son los recuerdos los que nos hacen sentir pertenecientes<br />
a algo, a una historia? ¿Qué son los recuerdos? ¿Qué es recordar? ¿Y fanta-<br />
sear? ¿Tan distintas son estas acciones?<br />
Todas estas preguntas me empaparon como a una playa al hilo de la lec-<br />
tura de El año pasado en Marienbad. Si intento ser más precisa, podría decir<br />
incluso que lo primero que me invadió fue la sensación de conocer las res-<br />
puestas, o mejor aún, la sensación de las respuestas. <strong>La</strong> sensación de ser las<br />
respuestas, de experimentar las respuestas. Desovillo aquí todas esas pre-<br />
guntas no porque vaya a hacer el intento de responderlas, sino como guía y<br />
como ancla para quien lea estas líneas caóticas y, sobre todo, límbicas, abier-<br />
tas a los dos lados de la realidad y la ficción, del recuerdo y la fantasía, de la<br />
imaginación y el momento en que lo imaginado cobra vida, se<br />
eleva y se cierne sobre nosotros.<br />
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Cristina Núñez Pereira<br />
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El año pasado en Marienbad es, a decir de Robbe-Grillet, “una puesta en<br />
escena de la imaginación, una realidad que el héroe crea por su propia palabra”.<br />
Quizás suena un poco grandilocuente aquello de “crear realidad a través de la<br />
palabra” y, sin embargo, constantemente en la vida nos enfrentamos a este<br />
hecho: las palabras de un político, de un periodista, de un jefe de empresa, de<br />
un amigo, de una madre en exceso madre, crean realidad; una realidad que<br />
pretende ser educativa y termina siendo frustrante cuando se le dice a un hijo<br />
“tú no eres así”; una realidad que conviene a ciertos sectores de la sociedad<br />
cuando un medio de comunicación nos dice que “compramos marcas líder por-<br />
que solo ellas nos dan seguridad y merecen confianza”; una realidad que puede<br />
defender una guerra y hacérsela tragar a la población con la dulzura de “la píl-<br />
dora que os dan” cuando un gobierno decide decir: “nuestra nación está ame-<br />
nazada”. ¿Implica esto que el niño sea de una forma determinada o no en<br />
realidad? ¿Se demuestra por el conocimiento de esta frase que las marcas no<br />
líderes no dan seguridad y no merecen la confianza del consumidor? ¿Podemos<br />
saber, fehacientemente, gracias a la frase del político si la nación está amena-<br />
zada? <strong>La</strong> respuesta a estas preguntas no importa. Los hechos no importan. Lo<br />
que importa es que se han puesto en circulación determinadas ideas: alguien<br />
no debe ser de determinada forma, las marcas no líderes no merecen confianza,<br />
existe algo que puede ser considerado una amenaza.<br />
El lenguaje es una primavera maravillosa; está llena de maravillosas joyas<br />
naturales que crecen por doquier, se unen a otras y crecen aún más; rebosa<br />
cualquier jardín y sigue esparciendo su aire primaveral y fértil por donde pasa.<br />
Y, sin embargo, es también un campo de minas; basta poner la palabra en el<br />
sitio equivocado para exterminar una ciudad. Cuando jugamos con el lenguaje<br />
podemos adelantarnos a cualquier acontecimiento; podemos provocarlo. El<br />
“Hágase la luz” de Yahvé puede tomarse no como la expresión de la omnipo-<br />
tencia de Yahvé, sino como la expresión de la omnipotencia del lenguaje.<br />
Si yo digo: “Una noche, subí a su habitación” estoy dibujándome a mí en<br />
una noche determinada, estoy dibujando una habitación, estoy dibujando una<br />
planta baja desde la que subir, estoy dibujando alguien difuso a quien trato de<br />
usted que está en la habitación. Todo está dibujado, pues: la relación distante<br />
o respetuosa entre dos personas que se tratan de usted, mi atrevimiento al<br />
subir a la habitación de la otra persona, mi reencuentro con la persona tiempo<br />
después de haber subido a su habitación y el breve espacio en que no ocurre<br />
ninguna de estas cosas: el silencio, la separación. Si a ello añado<br />
“usted estaba sola”… la historia que hay detrás parece clara. Y, sin<br />
embargo, ¿qué garantiza su verdad? Y, ¿qué quiero decir con “ga-<br />
rantiza su verdad”? Parece que a través de una narración podemos<br />
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crear un pasado, inventarlo, y, lo que es mucho más impactante, convertirlo<br />
en realidad. ¿Es esto lo que sucede en El año pasado en Marienbad? ¿Es esta<br />
obra una metáfora del poder casi ilícito de las palabras?<br />
El año pasado en Marienbad propone una historia sencilla en apariencia<br />
pero tremendamente espinosa en sus formas: un hombre X intenta hacer re-<br />
cordar a una mujer llamada A las relaciones, los encuentros y las promesas<br />
que compartieron un año atrás. <strong>La</strong> mujer no recuerda nada pero el hombre lo<br />
recuerda todo. El propio Robbe-Grillet deja planteados los principales interro-<br />
gantes sobre el asunto en documentos paralelos al guión: ¿Realmente X re-<br />
cuerda o es un engatusador experto con un gran don de la palabra que quiere<br />
engañar a A? ¿Por qué A no traslada su incapacidad para recordar a la reali-<br />
dad y decide que lo que X pretende narrarle no tuvo lugar jamás? ¿Qué poder,<br />
qué potencia tienen los recuerdos que X inventa, si es que los inventa, para<br />
atrapar a A de tal modo en sus redes?<br />
Lo único que no importa en esta historia es cuál es la verdad. No quere-<br />
mos saber, mientras asistimos a la historia, si X realmente estuvo en Marien-<br />
bad el año pasado, ni si lo estuvo A, ni siquiera si lo estuvo M, la pareja de A.<br />
No queremos un salto narrativo al pasado que nos explique sus paseos, sus<br />
vaivenes, el momento en que X pudo abrir la puerta de la habitación de A. Por-<br />
que toda la realidad del pasado nos interesa a través de la narración de X, no<br />
tenemos otra manera de interesarnos por el pasado que los relatos de X, lle-<br />
nos de detalles y, empero, tan actuales. <strong>La</strong> única realidad que se pone de ma-<br />
nifiesto en El año pasado en Marienbad es la del poder de la palabra. <strong>La</strong> del<br />
poder creador de la palabra. <strong>La</strong> de un poder que, según en manos de quien<br />
esté, puede servir para hacer florecer la rosa en el poema o para exterminar<br />
ciudades o para doblegar a muchachas indecisas.<br />
Hace ya mucho tiempo que Austin y, posteriormente Searle devanaron<br />
la cuestión de “cómo se hacen cosas con palabras”. Se dieron<br />
cuenta de que prometer algo a alguien era algo más que decirle<br />
algo a alguien. E incluso que, a veces, por la magia activa del len-<br />
guaje, se creaba un vínculo entre dos personas, o se rompía, o<br />
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algo nuevo comenzaba, por ejemplo, al inaugurar un político un edificio de<br />
uso público, un montón de piedra y cristal se convertía en un polideportivo.<br />
Obviamente, el lenguaje no es tan omnipotente como podría parecer con estos<br />
ejemplos. Por más que yo le diga a mi teléfono inalámbrico: quedas inaugu-<br />
rado como perro dócil y fiel, jamás conseguiré trocar sus aburridas teclas en<br />
patas, rabo y lengua sudorosa. Aunque yo me disculpe cien veces ante los<br />
editores de <strong>Shangri</strong>-<strong>La</strong> por entregar mis textos fuera de plazo, para que estas<br />
disculpas puedan ser aceptadas, como mínimo, tengo que ser sincera en mi<br />
sentimiento y, además, tengo que haber entregado, efectivamente, mis tes-<br />
tículos fuera de plazo. No todo es, pues, como dicen las abuelas, echar la len-<br />
gua a pacer y ver qué hay luego que rumiar. Sí. Searle y Austin bien se dieron<br />
cuenta. Existen, pues una serie de condiciones para que un acto de habla fun-<br />
cione: el contexto debe ser el adecuado; así, si quiero inaugurar algo, debo<br />
ser una persona que está en posición de inaugurar algo y debe haber un edi-<br />
ficio que no esté inaugurado; el que emite el acto debe ser sincero –ay, re-<br />
quisito indispensable para tantas cosas, pensamos los ingenuos-; debe haber<br />
un reconocimiento de que lo que se dice cuenta como el acto de habla que se<br />
quiere hacer, así yo puedo llamar tranquila y cariñosamente zambútaro a al-<br />
guien sin que sea reconocido como un insulto. Y, además, debo referirme al<br />
estado de cosas pertinente: te prometo que salí muy temprano de casa no<br />
podrá jamás contar como una promesa, pues las promesas se orientan hacia<br />
el futuro, no hacia el pasado.<br />
El mundo de los actos de habla es tan envolvente, tan misterioso y, a la<br />
vez, tan nítido a la intuición que uno podría enfrascarse en su análisis y no vol-<br />
ver a Marienbad jamás. Yo podría prometer al lector en esta línea no aludir<br />
jamás al texto de Robbe-Grillet y violar el acto en el párrafo siguiente (como,<br />
de cierto, haré). Incluso podría amenazarlo con escribir un artículo falsamente<br />
técnico y aburrido (como, de facto, estoy haciendo). Pero, jamás podría pro-<br />
meterle no haber sido aburrida hasta ahora ni jamás podría amenazarle di-<br />
ciéndole: te amenazo con un artículo aburrido, sino diciéndole te aburrirás<br />
soporíferamente al leer las próximas líneas. No liemos más la madeja y vol-<br />
vamos a Marienbad, donde todo parecía más sencillo.<br />
Allí, en Marienbad, en brazos de los vaivenes dialécticos de que se sirve<br />
X para llegar hasta A, empecé a pensar en las diferencias entre recordar y<br />
narrar una historia, entre recordar y contar, entre imaginación y recuerdo.<br />
¿Por qué X no intenta, simplemente, conquistar a A? ¿Por qué no<br />
la convence de sí mismo, de su realidad, de su potencia, de su vi-<br />
rilidad y de su interés? ¿Por qué no la halaga para llegar hasta<br />
ella? Supongo que estas serían las formas más convencionales de<br />
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CARPETA EL LENGUAJE DE LA MEMORIA<br />
acercarse a una persona. Pero, ¿podría X llegar hasta donde llega con su aña-<br />
gaza del recuerdo si intentase un cortejo singular? Y, es más, y aquí ya corro<br />
al colmo de mis paradojas: ¿no podría X haber intentado el año que estuvo en<br />
Marienbad con A llegar hasta ella de la manera tradicional y haber topado con<br />
un muro, una cerrazón y un ensimismamiento tal que no admitían intruso al-<br />
guno? Confieso que esta es la historia que me gusta, ahora, imaginar detrás<br />
de dos personajes tan extraños.<br />
X se empeña en hacer recordar a A un tiempo compartido. A intenta es-<br />
capar de mil maneras distintas. Sin embargo, todas esas maneras van con-<br />
virtiéndose en una sola, la red se estrecha en torno a ella, solo puede acudir<br />
al grito, a la petición, a un déjeme en paz que la coloca, lamentablemente, en<br />
manos de la otra persona. <strong>La</strong> trama de X es, pues, perfecta o casi perfecta. A<br />
no consigue escapar, se va quedando sin razones, sin argumentos, sin posi-<br />
bilidades. Llega, incluso, a zozobrar entre la realidad y la locura. Y todo gra-<br />
cias a un acto de expresión de X tan aparentemente inocente como recordar.<br />
¿Por qué, me preguntaba yo una y otra vez, por qué el relativo éxito de<br />
X –al menos para instalar la duda, la angustia y la indecisión en el corazón<br />
timorato de A- pasa exactamente por su pretensión de estar recordando<br />
algo? ¿Qué se descuelga de forma invisible de este verbo como para que<br />
tenga tanto poder? ¿En qué medida, y siendo laxos al considerarlo así, este<br />
recordar público es un acto de habla que requiere de unas condiciones es-<br />
peciales para serlo? ¿Cuáles son esas condiciones y cómo actúan entre las<br />
personas que se relacionan por el hilo de ese recuerdo, de ese acto? ¿Del<br />
cumplimiento o no de esas condiciones emana su fuerza? En cualquier caso,<br />
es cierto que el acto de recordar de X cumple una serie de requisitos o con-<br />
diciones especiales que él sabe explotar muy bien para encerrar a A en la re-<br />
alidad que se ha inventado.<br />
En primer lugar, X hace alusión constante al hecho de estar<br />
recordando: Recuerde, insta a A; Pero usted no parece recordar<br />
nada, se lamenta. Yo te recuerdo… propone a alguien… propone X,<br />
pero… ¿qué significa eso?<br />
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¿Qué condiciones deben darse para que alguien pueda, sin faltar a la<br />
verdad, decir algo así? Bueno, en primer lugar y aunque parezca muy obvio,<br />
ambas personas, la que recuerda y la recordada, deben haberse encontrado<br />
con anterioridad, deben, al menos haber coincidido en un espacio durante un<br />
momento anterior al actual. Si esto no ha sido así, el recuerdo es una fanta-<br />
sía, un invento, una patraña. En el caso de X y A esto es, sino falso, al menos<br />
dudoso. Sin embargo, X es muy astuto y sabe que es el punto débil de su dis-<br />
curso: la veracidad. Para paliar este defecto estructural, nada mejor que de-<br />
mostrar su sinceridad al respecto. Detalles y detalles sobre los paseos<br />
pasados, descripciones sobre la risa de A, la actitud de A, las manos de A, las<br />
perlas de A… no son ni siquiera una petición lanzada al otro de que nos con-<br />
sidere sinceros; prácticamente son pruebas fehacientes de que lo es. Ahí está<br />
la magia envolvente del recitar monótono de X: él va rescatando del mismo<br />
presente o del conocimiento fácil que tiene ya de A, pues con solo verla ya<br />
puede adivinarla, los datos que, simultáneamente, por la gracia del pretérito<br />
imperfecto y el recuerdo que, va convirtiendo en datos del pasado que regre-<br />
san a su memoria. Así va construyendo X un magnífico –en sus dimensiones-<br />
acto de habla falso con total apariencia de verdadero. ¿Cómo no dudar de uno<br />
mismo ante tal seguridad? Parece que los recuerdos son algo que nos ancla a<br />
la realidad con una contundencia que no se obtiene de cualquier modo. In-<br />
cluso, para dar veracidad a los relatos, en muchas ocasiones, se alude a la<br />
falta de memoria (véase la clásica oración inicial del Quijote). No hace falta<br />
recordar con nitidez. Basta mostrar seguridad en el acto mismo de recordar:<br />
de experimentar el proceso mental al que todos llamamos recordar. Si, ade-<br />
más, le añadimos el detalle, la duda se aleja definitivamente.<br />
Por supuesto, todo este discurso en pasado es reconocido enseguida por<br />
A como un acto de recordar. No solo porque él alude, entre sorprendido y<br />
disgustado, a la incapacidad que ella parece manifestar para recordar, sino<br />
porque él la pone en contexto en seguida, la ubica en el pasado con un par<br />
de frases y ya no la deja salir: <strong>La</strong> primera vez que la vi fue en los jardines de<br />
Frederiksbad. Aceptada esta frase (imposible de no aceptar siempre y cuando<br />
ella haya paseado alguna vez por Frederiksbad), A entre de lleno en el terri-<br />
torio del recuerdo (ficticio) de X. Y es aquí donde X es omnipotente puesto<br />
que, al no ser sincero, puede “recordar” lo que le dé la gana: desde que subió<br />
al cuarto de A una noche hasta que A le pidiese un plazo de un año para le-<br />
vantar sus velos.<br />
Esta es la red que teje X a lo largo de su historia. Él vive en<br />
un pasado ficticio fingiendo que es real, lo trae al presente y, si con-<br />
sigue, finalmente, gracias a este pasado inventado, lo que persi-<br />
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gue, ese mismo pasado, en cierta manera, terminará siendo real. Será real para<br />
A que, en otras condiciones, no habría aceptado esta relación, por ejemplo.<br />
Definitivamente, la historia entretejida por Robbe-Grillet a partir de se-<br />
mejante premisa, vive de los terrenos del sueño y la realidad, del recuerdo y<br />
de la imaginación. Es una imaginación “lo bastante vívida” (así lo pide el<br />
autor) como para poder tenderse sobre la realidad y crear un terreno mixto<br />
aún más potente que lo imaginado o lo vivido: una suerte de convergencia im-<br />
posible de otro modo. El año pasado en Marienbad es, al fin y al cabo, un re-<br />
sumen de los modos que utilizamos para enfrentarnos al exterior: el del<br />
recuerdo, que nos ancla y nos implica, pero nos da seguridad y sentimiento<br />
de pertenencia; el de la imaginación, tan dolorosa y excitantemente individual,<br />
pero tan difícil y tan desesperante al mismo tiempo.<br />
Si no fuese ya tan tarde, podríamos intentar analizar también por qué A<br />
cae en estas redes mágicas con tal facilidad, qué actitud suya promueve esta<br />
caída y, sobre todo, qué actitudes universales hacia lo narrado la ayudan a en-<br />
redarse. También podríamos, saliéndonos de los lodos lingüísticos, buscar te-<br />
rrenos más literarios y preguntarnos por la esencia misma de cada uno de los<br />
personajes, por qué son como son, de dónde nace su peculiaridad y si ellos<br />
nacieron antes que el trasfondo de la historia o es la premisa de partida -fin-<br />
gir recordar- la que los conformó a su imagen y semejanza. Podríamos, in-<br />
cluso, sentarnos junto a ellos, examinar también sus caras en la película de<br />
Resnais y ver si tanta palabra no emborrona la sensación promiscua de que,<br />
en Marienbad, uno puede sentarse a los dos lados de la realidad.<br />
recuerdo.<br />
Pero es ya tarde, y, si alguna vez pasé un año en Marienbad, apenas lo<br />
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Nº 1<br />
Octubre-Diciembre 2006<br />
CHRIS MARKER<br />
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Nº 4<br />
Septiembre-Diciembre 2007<br />
TERRENCE MALICK<br />
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SHANGRI-LA<br />
Nº 2<br />
Enero-Abril 2007<br />
FLEUR JAEGGY<br />
JOAQUM JORDÀ<br />
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Nº 5<br />
Enero-Abril 2008<br />
CLARICE LISPECTOR<br />
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Nº 3<br />
Mayo-Agosto 2007<br />
DIANE ARBUS<br />
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Nº 6<br />
Mayo-Agosto 2008<br />
MEMORIA/S DE AUSCHWITZ<br />
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DERIVAS Y FICCIONES APARTE<br />
Nº 7<br />
Septiembre-Diciembre 2008<br />
MEMORIA/S DE AUSCHWITZ<br />
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Nº 10<br />
Septiembre-Diciembre 2009<br />
EDWARD YANG<br />
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Nº 8<br />
Enero-Abril 2009<br />
VOLVER A BUÑUEL<br />
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Nº 11<br />
Enero-Abril 2010<br />
EL LENGUAJE DE<br />
LA MEMORIA 1<br />
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Nº 9<br />
Mayo-Agosto 2009<br />
ROBERTO ROSSELLINI<br />
RICHARD FORD<br />
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Nº 11<br />
Enero-Abril 2010<br />
EL LENGUAJE DE<br />
LA MEMORIA 2<br />
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<strong>Shangri</strong>la-Derivas-Ficciones-<br />
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Nº 1<br />
GUY MADDIN<br />
VIAJERO EN EL TIEMPO<br />
Roberto Amaba<br />
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Encuadres1-<br />
GuyMaddin.pdf<br />
Nº 3<br />
LA MIRADA INTERIOR<br />
LA CINESCRITURA DE<br />
MARCEL HANOUN<br />
Nacho Cagiga<br />
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Encuadres3-MiradaInterior.pdf<br />
ENCUADRES<br />
Nº 2<br />
PAISAJES PARA EL<br />
NUEVO MILENIO:<br />
MANN - LYNCH - DE PALMA<br />
Cristina Álvarez<br />
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Encuadres1-PaisajesMilenio.pdf<br />
Adscrito a una concepción experimental del lenguaje cinemato-<br />
gráfico, pero sin renunciar a una visión humanista y de gran valor<br />
cultural, Marcel Hanoun (Túnez, 1929) es uno de los grandes clá-<br />
sicos contemporáneos del cinema actual. Iniciado en el mundo<br />
del cine en los años 50, ha desarrollado una amplia filmografía<br />
que llega hasta los cimientos más vanguardistas del cine digital,<br />
proporcionando siempre una compleja y profunda mirada que al-<br />
canza a mostrar el lado más oculto, intimista y secreto del alma<br />
humana. Fiel a un compromiso ético y estético que antepone la<br />
singularidad de un tratamiento personal del estilo cinematográfico<br />
frente a cualquier tipo de condicionamiento económico y social<br />
que impida una expresión propia y auténtica, la filmografía de Ha-<br />
noun, de impronta bressoniana, ha conseguido constituirse en<br />
uno de los grandes referentes del cine europeo de todos los tiem-<br />
pos desde sus orígenes, tanto por el sentido de sus imágenes,<br />
como por la reivindicación de la palabra y del oficio del cineasta<br />
como un artesanado dotado de un nivel de significación parecido<br />
al de la escritura, un enfoque que él mismo ha bautizado con el<br />
nombre de cinescritura. Además, ha desarrollado a lo largo de los<br />
años una investigación sobre la imagen fílmica que puede consi-<br />
derarse uno de las reflexiones más lúcidas que se han producido<br />
tanto a nivel audiovisual como filosófico.
Nº 1<br />
Luis Alonso García<br />
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Materiales1-<br />
Una-Cierta-Idea-del-Cine.pdf<br />
Nº 3<br />
Francisco Javier Gómez Tarín<br />
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Materiales3-El-Analísis-Textos-<br />
Audiovisuales.pdf<br />
MATERIALES<br />
Nº 2<br />
Francisco Javier Gómez Tarín<br />
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Materiales2-Guion-Audiovisual-<br />
Trabajo-Guionista.pdf<br />
Toda materia docente es susceptible de desdoblarse en<br />
dos procesos: el aparato teórico de base y su aplicación<br />
práctica. Pues bien, el análisis de un texto audiovisual –<br />
en cuya raíz situaremos el texto fílmico–, no se adapta a<br />
procedimientos estandarizados ni a conceptos teóricos inamovibles.<br />
Esto,que es aplicable en su esencia a toda la<br />
Narrativa Audiovisual –entendida como catálogo de recursos<br />
expresivos y narrativos o, si se prefiere, de códigos<br />
posibles–, constituye su grandeza y, al mismo tiempo,<br />
su más inquietante problemática. En la base de todo análisis<br />
deberá haber conocimiento, por supuesto, pero,<br />
sobre todo, argumentación, reflexión e imaginación.<br />
Estas páginas son un intento de sistematizar un modelo<br />
ecléctico de análisis fílmico con la vocación de que sea<br />
aplicable al audiovisual en general. Y cuando se utiliza<br />
el término “modelo” somos conscientes de que no se<br />
puede pensar en otra cosa que en una herramienta,<br />
nunca en una plantilla o norma a seguir.<br />
El objetivo esencial es el de desvelar cuáles son los mecanismos<br />
teóricos que están en la base del análisis para<br />
su aplicación a los textos audiovisuales y, aunque se<br />
parta del film como ente específico, la aplicación práctica<br />
debe ser factible para cualquier otro soporte audiovisual.<br />
Tal materia, pues, sólo puede entenderse desde<br />
la perspectiva del análisis aplicado: una mínima –pero<br />
potente– teoría que da paso inmediato a su práctica real<br />
y efectiva. El lector interesado deberá obtener herramientas,<br />
a ser posible múltiples, y diseñar su propio camino,<br />
basado en la coherencia y en la argumentación.
<strong>Shangri</strong>-<strong>La</strong><br />
derivas y ficciones aparte