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<strong>Shangri</strong>-la<br />

Núm. 11<br />

Enero - Abril 2010<br />

ISSN: 1988-2769<br />

derivas y ficciones aparte<br />

El lenguaje de la memoria 1<br />

Marcel Proust Andrei Tarkovski Virginia Woolf<br />

Claude Simon Jaime Chavarri Sergiu Celibidache<br />

Philip K. Dick Michael Chabon Alain Resnais<br />

Max Ophüls Lisandro Alonso Vladimir Nabokov<br />

Alfred Hitchcock Terence Davies André Techiné<br />

Alain Robbe-Grillet Giordano Bruno Julio Cortazar<br />

Haruki Murakami George Perec Marguerite Duras<br />

Christopher Nolan Michael Gondry Gilles Deleuze<br />

Henri Bergson James Joyce David Perlov


SHANGRI-LA. DERIVAS Y FICCIONES APARTE<br />

En el interior, afectaban al alma,<br />

especialmente cuando llegaban las horas<br />

calladas y suaves del ocaso; entonces,<br />

la memoria formaba sus cristales igual<br />

que el claro hielo suele formarse de<br />

crepúsculos sin ruido.<br />

Moby Dick<br />

Herman Melville<br />

SHANGRI-LA no comparte, necesariamente, las opi-<br />

niones que sostienen en sus textos los colaboradores.<br />

<strong>La</strong> reproducción total o parcial de un texto publi-<br />

cado en SHANGRI-LA en un espacio de la red de in-<br />

ternet debe indicar el nombre del autor y su lugar<br />

de publicación. Si la reproducción, tanto parcial<br />

como total se realiza en un medio impreso debe ser<br />

previamente solicitada.<br />

Aunque las imágenes pueden estar sujetas a dere-<br />

chos de autor, son empleadas en SHANGRI-LA con<br />

fines divulgativos e ilustrativos.<br />

Nº 11 - Enero - Abril 2010 - ISSN: 1988-2769<br />

SHANGRI-LA EDICIONES<br />

shangrilaediciones.com - shangrilatextosaparte.blogspot.com<br />

shangrilaediciones@hotmaill.com<br />

COLABORAN EN ESTE NÚMERO:<br />

RICARDO ADALIA - TXOMIN ANSOLA<br />

JUAN MIGUEL ARIÑO - BENDICÒ<br />

PATRICIA BERACOETXEA - CECILIA BLANCO<br />

ÓSCAR BROX - NACHO CAGIGA<br />

MAX CAUTION - ALBA CERES<br />

JUAN MIGUEL COMPANY - Mª JOSÉ COUTIÑO<br />

MARIANO CRUZ - DANIEL DILLINGER<br />

ISABEL ESCUDERO - MANUEL ESPINOSA<br />

PABLO FERRANDO - HÉCTOR GARCÍA<br />

JESÚS GARCÍA - ALBERTO HAJ-SALEH<br />

MARISA LÓPEZ - IRENE DE LUCAS<br />

MARIEL MANRIQUE - OLVIDO MARVAO<br />

ISABEL MERCADÉ - CARLOS MUÑOZ<br />

DANIEL MUÑOZ - CRISTINA NÚÑEZ<br />

PILAR PEDRAZA - BERTA M. PÉREZ<br />

JEAN-LUC PRATT - JESÚS RODRIGO<br />

AARÓN RODRÍGUEZ - CLARA ROMERO<br />

PABLO ROMERO - AGUSTÍN RUBIO<br />

FAUSTINO SÁNCHEZ - FERNANDO USÓN


SHANGRI-LA. Derivas y Ficciones Aparte Nº 11 - Enero - Abril 2010<br />

SUMARIO<br />

ITINERARIOS<br />

Samuel Beckett / Chris Marker - Pág: 6.<br />

CARPETA EL LENGUAJE DE LA MEMORIA 1<br />

I. <strong>La</strong> memoria de los otros.<br />

Olvido Marvao - Pág: 9.<br />

II. Los usos de la memoria.<br />

Carlos Muñoz Gutiérrez - Pág: 13.<br />

III. Tiempo sin sujeto. Deleuze y la ontología del cine.<br />

Berta Pérez - Pág: 37.<br />

IV. Pero, ¿qué sabía Marguerite Duras?<br />

Una aproximación a El arrebato de Lol V. Stein.<br />

Isabel Mercadé - Pág: 58.<br />

V. Celibidache: Evocación en cinco movimientos.<br />

Pablo Romero - Pág: 73.<br />

VI. <strong>La</strong> memoria de los espacios, el lenguaje de las ciudades.<br />

Faustino Sánchez - Pág: 91.<br />

VII. Proust. El tiempo literario y la memoria.<br />

Juan Miguel Ariño - Pág: 99.<br />

VIII. Sumire ya no fuma. Comentarios a una novela de Haruki Murakami.<br />

Mariano Cruz García- Pág: 133.<br />

IX. Agujeros en los billetes de metro. (De los Me acuerdo de Perec<br />

al Autorretrato de Levé).<br />

Daniel Dillinger - Pág: 141.<br />

X. <strong>La</strong> reinvención de la memoria.<br />

Jesús García Hermosa - Pág: 153.<br />

XI. Fragmentos acerca de cine y memoria.<br />

Isabel Escudero - Pág: 163.<br />

XII. Un espacio nacido del tiempo. Proust y lo proustiano en el cine.<br />

Juan Miguel Company Ramón - Pág: 169.<br />

XIII. <strong>La</strong> inscripción del fantasma. <strong>La</strong> memoria en la obra<br />

de Andrei Tarkovski.<br />

Aarón Rodríguez Serrano - Pág: 190.<br />

shangrilatextosaparte.blogspot.com - issn: 1988-2769<br />

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SHANGRI-LA. Derivas y Ficciones Aparte Nº 11 - Enero - Abril 2010<br />

SUMARIO<br />

XIV. Los latidos de la imagen.<br />

Ricardo Adalia Martín - Pág: 206.<br />

XV. El fuego de la palabra. A propósito de El desencanto.<br />

Pablo Ferrando García - Pág: 218.<br />

XVI. <strong>La</strong> memoria como montaje. Carta de una desconocida.<br />

Pilar Pedraza - Pág: 233.<br />

XVII. El pasado continuo.<br />

(O la impalpable niebla de la memoria de Claude Simon.<br />

Max Caution - Pág: 243.<br />

XVIII. Alain Robbe-Grillet. Deslizamientos progresivos de la memoria.<br />

Óscar Brox - Pág: 255.<br />

XIX. El año pasado en Marienbad.<br />

Cristina Nuñez Pereira - Pág: 265.<br />

PUBLICACIONES<br />

<strong>Shangri</strong>-<strong>La</strong>. Derivas y Ficciones Aparte: Pág: 272.<br />

Encuadres: Pág: 274 --- Materiales: Pág: 275.<br />

ITINERARIOS<br />

Henri <strong>La</strong>nglois / Jorge Luis Borges - Pág: 6.<br />

CARPETA EL LENGUAJE DE LA MEMORIA 2<br />

XX. <strong>La</strong>s palabras de las cosas.<br />

Materia, memoria y montaje en Christopher Nolan.<br />

Agustín Rubio Alcover - Pág: 9.<br />

XXI. Sobre la memoria y el olvido. El caso de Philip K. Dick.<br />

Irene de Lucas Ramón - Pág: 66.<br />

XXII. Viajes hacia una memoria posible.<br />

Cristina Nuñez Pereira - Pág: 95.<br />

XXIII. Una de nostálgicos.<br />

Cecilia Blanco Pascual - Pág: 103.<br />

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SHANGRI-LA. Derivas y Ficciones Aparte Nº 11 - Enero - Abril 2010<br />

SUMARIO<br />

XXIV. El vacío momentáneo.<br />

Marisa López Mosquera - Pág: 117.<br />

XXV. Memoria viva.<br />

María José Coutiño Bosch - Pág: 128.<br />

XXVI. Cortocirtuitos de la emoción. Y la memoria se hizo carne.<br />

Fernando Usón Forniés - Pág: 137.<br />

XXVII. Terence Davies: Realismo de la memoria.<br />

Alberto Haj-Saleh - Pág: 167.<br />

XXVIII. ¡Ólvidate de mí!, Michael Gondry. <strong>La</strong> memoria borrada.<br />

Daniel Muñoz Ruiz - Pág: 181.<br />

XXIX. André Téchine: Alice y Martin. El hombre sin palabras.<br />

Héctor G. Barnés - Pág: 189.<br />

XXX. Sombras recobradas.<br />

Breve panorámica del espectáculo cinematográfico en España.<br />

Txomin Ansola González - Pág: 200.<br />

XXXI. <strong>La</strong>s máquinas de hacer recuerdos.<br />

Mariel Manrique - Pág: 217.<br />

XXXII. Nuestra memoria tan igual.<br />

Bendicò - Pág: 225.<br />

XXXIII. Pero qué de aquello.<br />

Terence Davies - Pág: 232.<br />

XXXIV. <strong>La</strong> memoria de los muertos.<br />

Alba Ceres Rodrigo - Pág: 242.<br />

PUBLICACIONES<br />

<strong>Shangri</strong>-<strong>La</strong>. Derivas y Ficciones Aparte - Pág: 248.<br />

Encuadres - Pág: 250 --- Materiales - Pág: 251.<br />

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SHANGRI-LA. Derivas y Ficciones Aparte Nº 11 - Enero - Abril 2010<br />

I<br />

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I<br />

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A<br />

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I<br />

O<br />

S<br />

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Samuel Beckett<br />

Chris Marker<br />

http://www.flickr.com/photos/30890511@N04/<br />

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CARPETA<br />

El lenguaje de la memoria 1<br />

Coordinación<br />

Jesús Rodrigo/Clara Romero


Somos nuestra memoria,<br />

somos ese quimérico museo<br />

de formas inconstantes,<br />

ese montón de espejos rotos.<br />

Elogio de la sombra<br />

Jorge Luis Borges


SHANGRI-LA. Derivas y Ficciones Aparte Nº 11 - Enero - Abril 2010<br />

CARPETA EL LENGUAJE DE LA MEMORIA<br />

I. LA MEMORIA DE LOS OTROS<br />

Ocurre a veces que, como un Proust fatigado, se agacha uno a abro-<br />

charse un zapato o se toma una taza de té, y de pronto un recuerdo acude a<br />

nosotros con la fuerza del presente y se deshace irremediablemente cuando<br />

se intenta retener. Entonces nos preguntamos si es el ayer el que forma ese<br />

presente o es el olvido el que le permite, o acaso, le incita. Deformamos los<br />

recuerdos como si fueran sueños, incluso mezclamos y requerimos para nos-<br />

otros los sueños de los demás porque en realidad somos trozos de la memo-<br />

ria de otros, esos otros que han dejado palabras, sonidos, imágenes y olores<br />

de los que nos hemos alimentado haciéndolos nuestros. ¿Quién no ha apoyado<br />

la cabeza en la almohada y al cerrar los ojos ha deseado los labios de la Mo-<br />

reau, o fumar tan bien como Mitchum, o caminar con Pessoa y sus otros<br />

yoes?, ¿qué hace que veamos un hombre caminando por la nieve e imagine-<br />

mos a Walser innumerables veces muerto y agotada su imagen en un retiro<br />

deseado como tantos otros Bartlebys? y entonces pasamos a Melville y ‘pre-<br />

firiríamos no hacerlo’ pero nos llegan a la memoria las citas, las imágenes y<br />

las huellas de nuestras sombras literarias, como aquel juego de sombras en<br />

el jardín que Resnais crea en Marienbad y esa voz que narra a lo largo de la<br />

película, que nos acompaña desde el principio atravesando pasillos, puertas<br />

y espejos, una voz que deja un enorme eco, que como la memoria, tiene una<br />

cadencia de letanía que se vuelve inexorable como el tiempo. “Tu<br />

no has visto nada de Hiroshima. Nada” escuchamos mientras<br />

vemos unos cuerpos entrelazados envueltos en cenizas o el inol-<br />

vidable susurro de las voces que llegan desde lo más profundo de<br />

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Olvido Marvao<br />

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SHANGRI-LA. Derivas y Ficciones Aparte Nº 11 - Enero - Abril 2010<br />

CARPETA EL LENGUAJE DE LA MEMORIA<br />

la infancia entre Isabel y Ana hablando del monstruo. Nadie duerme del todo,<br />

pues cuando creemos hacerlo nuestro cerebro continúa engarzando recuerdos<br />

que van colocándose en lugares insospechados, en la punta de los dedos, en<br />

la piel, en un simple escalofrío y que quizá días, meses o años después, por<br />

un resorte desconocido, aparecen de la nada y el presente se convierte en<br />

pasado o viceversa, y bajo los párpados cerrados, está ahí el olor que te lleva<br />

a Corfú y ves con claridad al hombre de las cetonias y el calor en medio de<br />

las chicharras y los Durrell, y <strong>La</strong>wrence fraguando ya sus letras, cada cual a<br />

lo suyo en esa casa imaginada tantas veces, que mira a un mar donde acu-<br />

den otros recuerdos, mucho más allá de la línea de sombra, mucho más allá<br />

de Conrad y al fondo, en el horizonte, donde la noche se pone, allí donde de-<br />

beríamos ver la belleza del rayo verde que Rohmer puso al alcance finalmente<br />

en los ojos de Delphine, uno se pregunta si los recuerdos y la memoria van<br />

ligados al amor. Pues sin memoria no existe la posibilidad de amar, ya que<br />

amar los recuerdos es revivirlos de nuevo. ¿Acaso sólo recordamos lo que nos<br />

llega al corazón? <strong>La</strong> humedad de unos labios sobre los nuestros, una mano<br />

que roza la espalda, la casa de la infancia, los abrazos de una madre. Pero la<br />

memoria real de los otros no nos importa, sino cómo cuenten, relaten o vivan<br />

esa memoria, así lo decía Borges por boca de Hermann Soergel en la Memo-<br />

ria de Shakespeare, cuando afirma que muy pocos saben plasmar el sonido y<br />

la furia de Macbeth; no es entonces la memoria de alguien en concreto la<br />

que es realmente importante sino la transformación de esa memoria, cómo<br />

actúa en quien la comparte, la lee, escucha o ve. Es posible entonces, que la<br />

memoria de otro ocupe la nuestra, la distorsione o la contagie como los sue-<br />

ños. ¿De qué manera se podrían nombrar una a una las cosas que suceden al<br />

mismo tiempo como si de un pequeño Aleph se tratara?, ¿qué lenguaje sería<br />

el de la memoria, si acaso lo tuviera?, seguramente, un lenguaje simultáneo,<br />

paralelo, concurrente, sin tiempos verbales delimitados, y cuya estructura<br />

fuese un puro oxímoron, como los sueños de los hombres, contradictoria en<br />

sí misma, falsa, mentirosa. Sería la memoria olvidada, o el olvido recordado,<br />

o la memoria del olvido y todo ello escrito en una inagotable y eterna frase<br />

subordinada sin punto final. ¿Qué hace que un recuerdo común sea distinto<br />

para cada individuo?, ¿quizá la percepción de las cosas, de los sentidos?,<br />

¿acaso de los sentimientos? ¿Por qué y cómo muda su piel la memoria y la<br />

abandona en el camino como si de una serpiente se tratara, cambiar las es-<br />

camas como proceso vital, apartarse hacia adentro y hacerse una piel nueva,<br />

unos recuerdos nuevos que nos llevarán otra vez sobre nosotros mismos y<br />

poder mirar el pasado, el amor, su cuerpo, su maldito cuerpo que<br />

no puedes olvidar, el dolor, la muerte, el olor de la leña de aque-<br />

lla casa, la nata de la leche caliente, el último beso a tu padre, y<br />

de pronto estás seguro de haber oído cantar a los pájaros en<br />

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SHANGRI-LA. Derivas y Ficciones Aparte Nº 11 - Enero - Abril 2010<br />

CARPETA EL LENGUAJE DE LA MEMORIA<br />

griego como Virginia, incluso haber recorrido ese mar calmo de las Sirtes, o<br />

el rumor de tambores sobre el mar de <strong>La</strong>s Olas. Pero todo se olvida, se va ol-<br />

vidando y duele hacerlo como también duele la memoria; “tal es la crueldad<br />

de la memoria” insistía Proust… si al menos no tuviéramos olfato. Y luego se<br />

intenta olvidar y no se consigue y lees una cita de esas que haces dogma<br />

como la de Montaigne “Nada graba tan fijamente en nuestra memoria alguna<br />

cosa como no sea el deseo de olvidarla” y te la crees y justificas el no olvido<br />

engañándote una vez más y nos reafirmamos en que el deseo es otro senti-<br />

miento que confunde la memoria, y el odio y el amor y las miles de imágenes<br />

vistas en el cine que creemos nuestras. Esas imágenes que también tienen co-<br />

lores y que sazonan la memoria, el rojo para el corazón, el negro para lo malo,<br />

la muerte, eso debe ser memoria genética, mucho más allá de nosotros mis-<br />

mos y ya desde que nacemos llevamos impregnado, como los animales, có-<br />

digos, colores que sabemos de antemano son señal de peligro o de veneno.<br />

Por eso si se dice ‘sangre’ una memoria que viene de muy lejos nos hace sen-<br />

tir cierto desagrado, pero nadie sabe con certeza qué sienten los otros de un<br />

recuerdo igual, los recuerdos no tienen por qué ser reales, la memoria se<br />

nutre de sueños, de imaginación, de realidad y de mentiras, pasado y pre-<br />

sente, y son las fronteras donde se cruzan todos estos caminos donde uno se<br />

detiene y busca e intenta habitar fragmentos de cosas, de colores, de olores<br />

y personas; ¿habitamos en nosotros con trozos de otros?, o ¿somos parte de<br />

otros? Todos somos ellos; ¿son los nombres de otros los que duermen en la<br />

almohada propia?, esa que huele a nosotros mismos, pero que cuando cerra-<br />

mos los ojos se llena del olor de los otros. Somos todos ellos. Pensando así es<br />

más fácil saber de qué estamos hechos. Estamos formados por las miradas,<br />

los gestos y los recuerdos de otros, nos impregnamos así como los<br />

olores quedan en nosotros. Otros, son todas las personas que han<br />

pasado o rozado de cualquier forma, incluida la ficción, por su-<br />

puesto-o quizá más ésta más que ninguna otra forma- nuestras<br />

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SHANGRI-LA. Derivas y Ficciones Aparte Nº 11 - Enero - Abril 2010<br />

CARPETA EL LENGUAJE DE LA MEMORIA<br />

vidas, pues también son ellos, esos que pasan por el lateral de nuestros ojos<br />

sin prestarles demasiada atención y los vemos de refilón, por esos pasillos la-<br />

terales que erigen nuestras sienes y que creemos no llegan a alcanzar la ‘re-<br />

alidad’, pero más tarde, quizá muchos años más tarde, en cualquier lugar,<br />

aparecerán como espectros.<br />

¿Cómo es la memoria de la memoria?, ¿es como decía Claude Simón en<br />

Hierba, algo parecido a los alimentos, un auxiliar del organismo que trabaja<br />

para digerir, para asimilar o hacer suyos acontecimientos y emociones? una di-<br />

gestión que como en el caso Malcolm Lowry parece ser fácil, dicen que incluso<br />

recordaba los olvidos, o una difícil digestión como la de José Arcadio Buen-<br />

día que la vida en el mar le saturó la memoria con demasiadas cosas para re-<br />

cordar. Sin embargo los pobres humanos de memoria frágil debemos acudir<br />

como hizo Joe Brainard a la fórmula mágica del ‘Me acuerdo’ que años más<br />

tarde Perec convirtiera en sus 480 Je me souviens. Poque ¿quién no ha bus-<br />

cado el pez plátano de Sálinger alguna vez o se ha preguntado por qué Ste-<br />

venson metió quince hombres en o sobre o tras el cofre del muerto o a los<br />

Compson de Faulkner. Tantas preguntas como las que se hace Clarice Lispec-<br />

tor o Terence Davies en Of Time and the city hermosa narración en busca de<br />

lo que fue, ¿qué de aquello? reitera en una interminable interrogación que<br />

todos buscamos en una memoria que ya no sabemos si es nuestra o de los<br />

otros, incluso de los que la perdieron como Joâo Cardoso Pires que se quedó<br />

sin la capacidad de poder ‘ser otro’ y se revelaba escribiendo De Profundis<br />

mientras su amigo Antonio Lobo Antunes compañero de memoria había escrito<br />

Memoria de elefante.<br />

Qué importa quien sea el o los creadores de la memoria que atesora-<br />

mos, cada individuo personaliza la suya, pero existe una memoria colectiva<br />

formada a través de lo que leemos, escuchamos, vemos y compartimos. “Todo<br />

es una parte del diverso cristal de esa memoria; el universo” narraba Borges<br />

en Everness. <strong>La</strong> memoria pierde la autoría cuando la hacemos nuestra y ca-<br />

rece de fronteras pasando a formar parte de nosotros mismos, para cam-<br />

biarla, sufrirla o disfrutarla. Luego serán las neuronas y esa desconocida y<br />

extraña sinapsis las que caprichosamente, o no, realicen el prodigio de trans-<br />

portarnos en el tiempo.<br />

Quizá Tabucchi tenga razón y “queremos ser otros, ser muchos”, ¿acaso<br />

no es eso la ficción?. Son nuestros los sueños de Shakespeare y<br />

Marienbad, o Hiroshima, y la memoria de Dedalus o Bloom… Son<br />

nuestros. ¿Pero qué lenguaje puede expresarlos?<br />

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SHANGRI-LA. Derivas y Ficciones Aparte Nº 11 - Enero - Abril 2010<br />

CARPETA EL LENGUAJE DE LA MEMORIA<br />

II. LOS USOS DE LA MEMORIA<br />

MNEMÓSINE Y LETEO<br />

“El trabajo del filósofo consiste en concatenar recuerdos<br />

para una finalidad determinada.” L. Wittgenstein<br />

De entre las fuentes del recuerdo y del olvido es donde surgirá la verdad<br />

(alétheia) como desocultamiento, como supresión de la anterioridad. Y no es ne-<br />

cesariamente una relación dialéctica, sino una cooperación. Aquel que consul-<br />

tara el oráculo de Trofonio en Beocia, debía de beber de ambas fuentes. <strong>La</strong><br />

Memoria es un olvido o supresión de la anterioridad. Olvidar que el pasado lo fue<br />

para hacerlo presente, comprometiendo al futuro. <strong>La</strong> Memoria no es nada sino la<br />

actividad de desvelar el episodio dormido a la luz de una semejanza del presente.<br />

“Mis recuerdos de aquel viaje están dispersos -como semillas,<br />

imagino, un puñado, comidos por los pájaros que nos visitan<br />

en verano, aves que emigran de recuerdos invernales, o por<br />

pájaros autóctonos que se alimentan permanentemente de re-<br />

cuerdos-, otros no sobrevivieron y otros se convirtieron en<br />

plantas que no pueden reconocerse ni nombrarse.” (1)<br />

Posiblemente mejor que memoria tengamos que hablar de<br />

recuerdos, a lo sumo la memoria es ese cauce, la fuente que nos<br />

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Carlos Muñoz Gutiérrez<br />

Hasegawa Tohaku<br />

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SHANGRI-LA. Derivas y Ficciones Aparte Nº 11 - Enero - Abril 2010<br />

CARPETA EL LENGUAJE DE LA MEMORIA<br />

suministra de recuerdos porque fluyen en la corriente. Pero no es sólo el mo-<br />

vimiento otorgado por el transcurrir de las aguas lo que dinamizan nuestros<br />

recuerdos, sino que ellos mismos, como semillas, tienen la vida propia que<br />

nuestras repeticiones le aportan conforme los integramos en las narraciones<br />

que el presente hace recurrentes.<br />

<strong>La</strong> analogía de Frame entre recuerdo-semilla es posiblemente la más<br />

plástica con la que me he encontrado hasta ahora. Porque la semilla es algo<br />

vivo que posee dentro de ella un proceso evolutivo por el que tendrá que cre-<br />

cer, transformarse, reproducirse y hasta morir. Pero igualmente la semilla re-<br />

quiere de un medio y de unas condiciones, su supervivencia no está<br />

garantizada, ni su identidad, su permanencia en ese estado tampoco. Algunas<br />

se perderán comidas por los pájaros a los que nutrirán de alimento y permi-<br />

tirán su propio desarrollo y aún otras acabarán tan transformadas que no<br />

habrá indicio alguno sobre su origen. Los recuerdos así constituyen un ele-<br />

mento trófico en una cadena alimenticia, aportarán el alimento cuando sea<br />

preciso, o se transformarán en otro nutriente apto para otro depredador si-<br />

tuado más arriba en la pirámide. Los recuerdos habrán de alimentar los rela-<br />

tos recurrentes y estos alimentarán a los siguientes, en cada paso una<br />

transformación que permite proseguir la vida. Perduran, sí, siempre que con-<br />

seguimos olvidar su momento original para hacerlos actuales, presentes aun-<br />

que expectantes del futuro que los requerirá otra vez:<br />

“Pues la memoria, en vez de un ejemplar duplicado, siempre<br />

presente ante nuestros ojos, de los diversos hecho de nuestra<br />

vida, es más bien un vacío del que de cuando en cuando una<br />

similitud actual nos permite sacar, resucitar, recuerdos muer-<br />

tos; pero hay, además, mil pequeños hechos que no han caído<br />

en esa virtualidad de la memoria y que permanecerán siempre<br />

incontrolados para nosotros.” (2)<br />

<strong>La</strong> memoria tiene un poder resucitante que, como afirmara Paul de<br />

Man (3), interpela a todas las cosas con un “¡Lázaro, levántate y<br />

anda!”.Pero que no otorga una vida dirigida sino abierta al espacio de po-<br />

sibilidades que permite “esa virtualidad de la memoria”.<br />

1. Janet Frame. Un Angel en mi mesa. Edición completa en castellano<br />

de la autobiografía publicada originalmente en tres partes<br />

en Seix Barral, Barcelona, 1991. pp. 207-208.<br />

2. M. Proust. En busca del tiempo perdido. <strong>La</strong> Prisionera, cito<br />

por la traducción española en Alianza Editorial, Madrid, 1966-<br />

1969, pág. 156.<br />

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SHANGRI-LA. Derivas y Ficciones Aparte Nº 11 - Enero - Abril 2010<br />

CARPETA EL LENGUAJE DE LA MEMORIA<br />

<strong>La</strong> Memoria, es cierto,<br />

no es sino una mera virtuali-<br />

dad en donde puede que<br />

ocurran los recuerdos, pero<br />

ese acontecer está mediati-<br />

zado ora por el azar, ora por<br />

una similitud que revivirá el<br />

recuerdo, es decir, azar<br />

igualmente:<br />

“¿Entonces qué he visto en el recuerdo? El recuerdo no es his-<br />

toria. El paso del tiempo no ondea como una cinta sostenida<br />

en la mano mientras el bailarín se queda momentáneamente<br />

quieto. El recuerdo se convierte en escena sólo hasta que el<br />

pasado aún no es ayer, en una serie de momentos recordados,<br />

liberados al azar.” (4)<br />

“El azar se obstina en ponérnoslas delante. Y entonces el azar<br />

se nos antoja muy bello, porque en él discernimos como un co-<br />

mienzo de organización, de esfuerzo para componer nuestra<br />

vida; y por él se nos convierte en cosa fácil, inevitable y a veces<br />

-tras las interrupciones que nos infundieron la esperanza de<br />

dejar de acordarnos- en cosa cruel, la fidelidad a unas imáge-<br />

nes a cuya posesión se nos figura más tarde que estábamos<br />

predestinados, y que, en verdad, de no haber sido por el azar,<br />

hubiéramos podido olvidar al principio como tantas otras.” (5)<br />

Imaginemos que confiemos al azar la recuperación de información que<br />

cuidadosamente hubiéramos almacenado en el disco duro de nuestro orde-<br />

nador, resultaría entonces difícil realizar cualquier operación; pero del azar<br />

del que nos habla Proust o Frame no es el que mira al recuerdo sino el que<br />

mira a su pertinencia, a su oportunidad para que el recuerdo sea recreado de<br />

tal manera que el presente cobre un significado preciso, aquel que a la vez<br />

reinterpreta el pasado. El azar, es el azar que impone al relato una trama que<br />

3. cfr. Paul de Man. “Literary History and Literary Modernity” en Blindness<br />

and Insight: Essays in the Rhetoric of Contemporary Criticism.<br />

Minneapolis. University of Minnesota Press, 1983, pág. 158.<br />

4. J. Frame. op. cit. pág. 353.<br />

5. M. Proust. En busca del tiempo perdido. A la sombra de las<br />

muchachas en flor. op. cit. pp. 455-456.<br />

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Janet Frame<br />

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SHANGRI-LA. Derivas y Ficciones Aparte Nº 11 - Enero - Abril 2010<br />

CARPETA EL LENGUAJE DE LA MEMORIA<br />

estructura el tiempo narrativo repleto de anacronismos, pues anacrónico será<br />

siempre el recuerdo cuando lo revive en el presente para ilustrarlo o para pro-<br />

yectarlo al futuro.<br />

Desde luego el sentimiento de estos autores -porque más parece un sen-<br />

tir de la memoria que una reflexión sobre ella-, que han hecho de la memoria<br />

su herramienta artística, dista enormemente de las concepciones psicológicas<br />

que la teoría cognitiva ha ofrecido de la memoria-caja-fuerte. Su presencia aquí<br />

es evidente, porque nadie mejor que ellos para alumbrar el funcionamiento de<br />

la memoria en los usos cotidianos que hacemos de este recurso. O al menos en<br />

aquellos usos que han de configurar, como hemos visto, un significado a nues-<br />

tra experiencia. Es verdad, se dirá, que otros muchos igual de importantes, las<br />

palabras, los rostros, los teléfonos, no se asemejan en nada a la evocación pro-<br />

ducida por el sabor de la magdalena mojada en té o por el empedrado des-<br />

igual, sin embargo, el proceso entre la diversidad de recuerdos puede<br />

aproximarse bastante. Por ahora, la idea básica que nos aportan estos textos<br />

es precisamente apoyar aquella otra de que la memoria no existe.<br />

“Yo pienso que ‘la memoria’ en general no existe tampoco. Es<br />

un concepto que permanece de la psicología medieval que par-<br />

tió la mente en facultades independientes: ‘pensamiento’ y<br />

‘voluntad’ y ‘emoción’ y muchas otras con la ‘memoria’ entre<br />

ellas...<br />

Lo que nosotros queremos saber, pienso, es cómo la gente<br />

usa sus propias experiencias pasadas en el encuentro con el<br />

presente y con el futuro. Nos gustaría comprender cómo esto<br />

ocurre, la forma que toma, las variables de que depende, las<br />

diferencias entre individuos y sus usos del pasado.” (6)<br />

Lo que existe son narraciones que construimos y que portamos a lo<br />

largo del tiempo, con las que interpretamos nuestros encuentros con el<br />

mundo. Narraciones reconstruidas, recreadas, revividas en cada ocasión en la<br />

que procede una nueva instancia narrativa.<br />

“... las remembranzas no se ordenan para que se las observe<br />

y se escriba sobre ellas. Giran impulsadas por una fuerza di-<br />

simulada, y las mismas y las diferentes aparecen en la su-<br />

6. M. Neisser. Memory: What are the important questions? en<br />

Neisser (ed.). Memory Observed. Remembering in Natural Contexts.<br />

W.H. Freeman and Company. New York, 1982. pág. 12.<br />

(<strong>La</strong>s Traducciones son mías)<br />

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perficie en momentos distintos ne-<br />

gando con ello la existencia de una<br />

autobiografía “pura” y confirmando,<br />

para cada instante, una historia se-<br />

parada que se acumula en un millón<br />

de historias, todas diversas, amén<br />

de que hay recuerdos que jamás<br />

afloran. Sentada a mi escritorio, es-<br />

cruto las honduras de la danza, por-<br />

que su movimiento es danza con<br />

estructura propia, ni buena ni mala,<br />

sino individual por derecho propio;<br />

una danza del polvo o rayos solares<br />

o bacterias o notas sonoras o colo-<br />

res o líquidos o ideas que el escri-<br />

tor, en el intento de trazar su<br />

autobiografía, apresa sólo durante<br />

un segundo.” (7)<br />

¿Cuál es esa fuerza disimulada que libera del olvido el recuerdo ha-<br />

ciéndolo presente en una nueva coreografía algo distinta y algo común a aque-<br />

lla que fue? ¿Cómo logramos olvidar que algo pertenece a otro tiempo, uno<br />

pasado, para actualizarlo eternamente en el instante del presente? Porque a<br />

diferencia de la idea de Bergson, no hay duración sino momentos sincopados,<br />

relatos utilizados como materia de nuevos relatos, no hay una historia que<br />

podamos seguir continuamente conforme el tiempo avanza. Porque la me-<br />

moria precisamente convierte al continuo del tiempo en una yuxtaposición<br />

discreta de momentos, “un millón de historias”, que se hacen recurrentes al<br />

encuentro de una semejanza, de una similitud, es decir, una metáfora.<br />

MEMORIA Y METÁFORA<br />

“Es posible hacer que se sucedan indefinidamente en una des-<br />

cripción, los objetos que figuraban en el lugar descrito, pero la<br />

verdad sólo empezará en el momento en que el escritor tome<br />

dos objetos diferentes establezca su relación, análoga en el<br />

mundo del arte a la que es la relación única de la ley cau-<br />

sal en el mundo de la ciencia, y los encierre en los anillos<br />

7. J. Frame. op. cit. pág. 140.<br />

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necesarios de un bello estilo; incluso, como la vida, cuando,<br />

adscribiendo una cualidad común a dos sensaciones, aísle su<br />

esencia común reuniendo una y otra, para sustraerlas a las<br />

contingencias del tiempo, en una metáfora.” (8)<br />

Es conocida la idea Proustiana de que sólo por la metáfora es posible<br />

los recuerdos y por ende el arte. De algún modo en Proust la reminiscencia<br />

está al servicio de la metáfora, pero, ¿qué papel cumple en el proceso del re-<br />

cuerdo? En Proust ante una sensación que “sin la noción de su causa” pro-<br />

duce un sentimiento de placer o felicidad (la joié) -palabra que igualmente<br />

usa Coleridge como marca del genio creativo- y que recobra una sensación<br />

pasada, se activa un proceso de búsqueda del elemento común de ambas<br />

sensaciones y sólo podrá comprenderse cuando logren identificarse, cuando<br />

se aproximen dos sensaciones por el “milagro de una analogía”. Sólo enton-<br />

ces cuando proyectamos metafóricamente un tiempo pasado en un tiempo<br />

presente es cuando puede explicarse la sensación de felicidad como prueba<br />

de la superación de la contingencia, de la “esencia común”, que en la mayor<br />

parte de las veces es sencillamente el reconocimiento de que puede trazarse<br />

aún una línea continua entre momentos dispersos, entre saltos metafóricos<br />

hay una reconstrucción de la experiencia y una construcción del yo que la<br />

“experienció (9)“.<br />

Eso ofrece, no sólo la alegría de sentir que la inexorabilidad del tiempo<br />

puede superarse, sino una significación de la experiencia vivida.<br />

<strong>La</strong> metáfora es el proceso que nos permite, al final de la experiencia,<br />

comprender que la semejanza existente entre los episodios de la vida nos vin-<br />

cula a lo largo del tiempo, reconociéndonos en ellos. Reconstruyendo el pre-<br />

sente a través del pasado, sabemos entonces, pues genera conocimiento, que<br />

existe una relación semántica que puede prolongarse entre el sujeto que ex-<br />

perimenta el mundo hasta su posesión, hasta poder constituirse en narrador<br />

y no solamente en personaje narrado, y los eventos que le rodean.<br />

Esta nueva introducción de la metáfora como proceso del recuerdo de-<br />

bemos verla de la manera amplia que nos ofrecía Johnson y <strong>La</strong>koff y que en<br />

8. M. Proust. En Busca del Tiempo Perdido. El Tiempo Recobrado,<br />

op. cit., pág. 239.<br />

9. El Término se toma del Trabajo de G. <strong>La</strong>koff y M. Johnson, exponentes<br />

de la crítica a la Psicología Cognitiva tal y como se desarrolla<br />

desde los años 60 hasta los años 80 y renovadores de la<br />

misma a partir de esa década.<br />

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el contexto proustiano ha<br />

captado magníficamente G.<br />

Genette cuando estructura<br />

los usos metafóricos de<br />

Proust en concatenaciones<br />

metonímicas, que son las<br />

responsables de producir el<br />

relato. <strong>La</strong> metáfora como<br />

proyección estática quedaría<br />

inmóvil si con ella no aportá-<br />

ramos los elementos conti-<br />

guos, que configuran las<br />

historias en las que están in-<br />

mersas las metáforas. De la misma manera el rastro metonímico permite re-<br />

construir la narración, volverla a contar y en cada instancia, porque resulta<br />

recurrente tras la proyección, quedan integrados nuevos elementos que cons-<br />

tituirán el orden propio de la memoria. Genette lo expresa hermosamente en<br />

las siguientes líneas:<br />

“El verdadero milagro proustiano no es que una magdalena mo-<br />

jada en té tenga el mismo gusto que otra magdalena mojada en té y<br />

despierte el recuerdo; es, más bien, que esa segunda magdalena re-<br />

sucite con ella un cuarto, una casa, una ciudad entera, y que ese lugar<br />

antiguo pueda, por espacio de un segundo, “conmover la solidez” del<br />

lugar actual, forzar sus puertas y hacer vacilar sus muebles.” (10)<br />

Y apostilla más adelante: “Ahí, pues, ahí solo -por la metáfora, pero en<br />

la metonimia- comienza el relato” (11)<br />

Esta conjunción entre el reconocimiento promovido por la proyección<br />

metafórica y el ornamento metonímico asociado generan conocimiento, por<br />

una parte conocimiento personalizado, signos densos que representan e in-<br />

terpretan la realidad, rastros neurales de nuestros encuentros con las cosas<br />

significadas; por otra, signos convencionales que permiten nuestra memoria<br />

semántica, nuestras actividades de reconocimiento, aprendizaje y recupera-<br />

ción. Para la primero:<br />

10. G. Genette. Metonimia en Proust en Figures III. Editions du<br />

Senil, 1972. Hay traducción al castellano (por la que cito) en<br />

Lumen, Barcelona, 1989, pág. 63.<br />

<strong>11.</strong> ibid. pág. 69.<br />

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Gerard Genette<br />

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“Pero por eso mismo también, como están presentes en aque-<br />

llas de mis impresiones actuales con que tienen relación, les<br />

dan cimiento y profundidad, una dimensión más que a las<br />

otras. Y de ese modo les infunden un encanto y una significa-<br />

ción que sólo yo puedo gozar. Cuando, en las noches estivales,<br />

el cielo armonioso gruñe como una fiera y todo el mundo se en-<br />

fada con la tormenta que llega, si yo me quedo solo, estático,<br />

respirando a través del rumor de la lluvia, el olor de unas lilas<br />

invisibles y persistentes, al lado de Méséglise se lo debo.” (12)<br />

Para lo segundo, deparemos una vez más en los casos, que el azar nos<br />

ha permitido documentar de hipermnésicos y comparémoslos con los casos,<br />

desgraciadamente más frecuentes, de amnésicos, síndromes de Korsakov,<br />

desmemoriados, en fin, independientemente de la causa. ¿Qué tienen en<br />

común? ¿Qué tienen en común S o la ficción de Borges, Funes, con Jimmy G.<br />

o W. Thomson? (13) Lo que tienen en común, de semejantes, es precisa-<br />

mente la imposibilidad de producir semejanzas. Generalizando, la diferencia<br />

existente en la memoria de estos sujetos no reside estrictamente en esta ‘fa-<br />

cultad’, sino en el uso que hacen de ella y más precisamente en la dificultad<br />

de producir metáforas.<br />

Jimmy G. es un paciente amnésico con síndrome de Korsakov, su vida<br />

se paró en los años cuarenta, es incapaz de registrar nuevos recuerdos. Su<br />

12. M. Proust. En busca del tiempo perdido. Por el camino de Swan.<br />

op. cit. pág. 223.<br />

13. S es el caso documentado por A. R. Luria en <strong>La</strong> Mente del Nemónico<br />

(1968). Cito por la traducción de Editoial Trillas, México, México<br />

D.F., 1983.<br />

Funes el memonioso es un relato de Borges, que aún siendo ficción,<br />

expresa magistralmente las circunstancias mentales de un hipermnésico.<br />

Borges, J.L. (1944). Funes el Memorioso en Artificios. Alianza<br />

Editorial, Madrid.<br />

Otros casos documentados y bien conocidos como VP, Elizabeth,<br />

Nancy o Toscanini pueden encontrarse en la recopilación de U. Neisser,<br />

(Ed.) (1982). Memory Observed. Remembering in Natural Contexts.<br />

W. H. Freeman and Company, New York, aunque su<br />

descripción, en este caso, no es relevante. Igualmente además de<br />

los casos de Jimmy G. o W. Thomson recogidos por O. Sacks (1970).<br />

The Man who mistook his Wife for a Hat. Summit Books, New York.<br />

Trad.: El Hombre que confundió a su Mujer con un Sombrero, Muchnik<br />

Eds., Barcelona, 1987., está el correlato de Luria en El hombre<br />

con su mundo destrozado, edición castellana de Granica<br />

editor, Argentina, 1973. También encontramos casos de amnésicos<br />

de diversa índole en la recopilación de Rubin, D.C. (Ed.)<br />

(1986). Autobiographical Memory. Cambridge University Press,<br />

Cambridge, Mass.<br />

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mente tal y como la describe Sacks<br />

es el arquetipo de mente humeana,<br />

una sucesión descontrolada de sen-<br />

saciones donde el doctor de hace<br />

unos minutos es diferente del doctor<br />

que tiene inmediatamente presente.<br />

Su condición de mente humeana<br />

viene dada por su carencia de reco-<br />

nocimiento de las semejanzas, su<br />

imposibilidad de construir un relato,<br />

pues cada experiencia, cada sensa-<br />

ción, es nueva y única, desligada del<br />

entorno metonímico en donde aparece,<br />

carente de un sujeto que se identifique conforme identifica sus sensaciones.<br />

W. Thomson difiere de Jimmy G. en algunos aspectos, experimenta un fe-<br />

nómeno relativamente frecuente en este tipo de pacientes, confabula. <strong>La</strong> resis-<br />

tencia a su carencia de identidad, de reconocimiento, le lleva a crear historias<br />

inconexas, absurdas y completamente falsas. Cada episodio es fuente para una<br />

trama. Resistiéndose a su dificultad de dotar de significado a sus experiencias,<br />

construye un entorno significativo que le permite comprender lo que ocurre.<br />

Pero su narración son innumerables historias empezadas y nunca retomadas,<br />

como “Si una noche de invierno un viajero te dijera...” que, en un guiño narra-<br />

tivo, Italo Calvino construyó para nuestra perplejidad y nuestro enfado. Porque<br />

sólo eso puede ocasionar una secuencia de historias inconexas y no terminadas.<br />

Los amnésicos, aun con dominio del lenguaje, son incapaces de darse<br />

cuenta de que las palabras, los conceptos, son recordatorios de las semejan-<br />

zas de las cosas, precisamente aquellas similitudes que nos permiten nom-<br />

brarlas con la misma palabra. Para ellos todo es único, porque no hay otro y<br />

esa carencia les convierte en desmemoriados, incapaces de aprovechar la vir-<br />

tualidad de su memoria, de tal forma que la temporalidad desaparece en ellos.<br />

No deja de ser significativo que en el informe psiquiátrico realizado a<br />

Jimmy G. para verificar su amnesia, encontremos lo siguiente:<br />

“No tengo sensación o prueba alguna de déficit histérico o “simu-<br />

lado”. El paciente carece de medios y motivos para fingir...” (14)<br />

14. Oliver Sacks. op. cit. pág. 56.<br />

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Charles Bell's Anatomy of the brain, 1802.<br />

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Efectivamente, el amnésico con su memoria no sólo pierde su pasado<br />

o su presente, sino que también pierde el futuro. El espacio de simulación que<br />

es la memoria desaparece también, no hay ni medios ni motivos para fingir.<br />

Quien no se reconoce en el pasado no se podrá proyectar en el futuro, no<br />

puede construir ni planes ni narraciones que los incorporen. Básicamente su<br />

carencia es la de aquel que nunca encontrará una historia pasada en un mo-<br />

mento presente. Ninguna fotografía le dirá lo que ya sabe.<br />

Comparativamente el hipermnésico, aunque posee un mundo extre-<br />

madamente rico, carece igualmente de la capacidad conceptual que nutre a<br />

las metáforas en búsqueda de analogías. Igualmente cada experiencia es<br />

única, reproducible si se quiere eternamente, pero sin posibilidad de recrearla.<br />

“Dos o tres veces había reconstruido un día entero; no había<br />

dudado nunca, pero cada reconstrucción había requerido un<br />

día entero.” (15)<br />

Sus informes serán tan exactos a aquello de lo que informan que se<br />

hace imposible encontrar semejanzas, siempre dos serán distintos. Por eso<br />

su capacidad conceptual se ve imposibilitada:<br />

“Éste, no lo olvidemos, era casi incapaz de ideas generales,<br />

platónicas. No sólo le costaba comprender que el símbolo ge-<br />

nérico perro abarcaba tantos individuos dispares de diversos<br />

tamaños y diversa forma; le molestaba que el perro de las tres<br />

y catorce (visto de perfil) tuviera el mismo nombre que el<br />

perro de las tres y cuarto (visto de frente). Su propia cara en<br />

el espejo, sus propias manos, lo sorprendían cada vez... Funes<br />

discernía continuamente los tranquilos avances de la corrup-<br />

ción, de las caries, de la fatiga. Notaba los progresos de la<br />

muerte, de la humedad.” (16)<br />

Me he permitido citar extensamente este pasaje por su fuerza, fuerza<br />

que no ha de dulcificarse por su condición de ficción pues en el trabajo de<br />

Luria, S expresa situaciones semejantes.<br />

“Para mí es especialmente difícil cuando en un texto aparecen<br />

algunos detalles que habían existido ya en otro texto. En-<br />

15. J.L. Borges. Funes el Memorioso en Artificios, 1944.<br />

16. ibid.<br />

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tonces yo empiezo en un lugar y<br />

acabo en otro y todo se mezcla. Por<br />

ejemplo, leo los “latifundistas anti-<br />

guos” (obra de Gogol): “Afanásiev<br />

Ivanovich salió al porche...” Pero<br />

claro, yo ya había visto este porche<br />

con sus bancas que rechinan. Éste<br />

es el porche de Koróbochka, cuando<br />

Chichikov (personajes del cuento de<br />

Gogol “De como fue que pelearon<br />

Ivan Ivanovich e Ivan Nikifrovich”)<br />

llega a su casa... Y he aquí que Afa-<br />

násiev Ivanovich se encuentra con<br />

Chichikov y con Koróbochka” (17)<br />

<strong>La</strong> lectura y comprensión de textos,<br />

por supuesto de poesías e incluso de leyes científicas están vetadas para S,<br />

su mente trabaja en la constante individualización de los resultados de sus<br />

procesos, a cada sensación, cada idea le asigna una imagen y esta relación<br />

permanece para siempre. Funes o S ven, no piensan, ni recuerdan, ven los<br />

paisajes diseñados mediante la asociación de imágenes. Esto, como afirma<br />

Luria, les permite tener una memoria ilimitada. Como completo era los artes<br />

de la memoria de Giordano Bruno o Raimundo Lulio, distribuciones de imá-<br />

genes en espacios imaginados que abarcaban el conocimiento completo del<br />

mundo, podían recorrerse hacia arriba o hacia abajo y hacer maravillas, pues<br />

el que sabe como son las cosas puede reproducirlas a su voluntad, memoria<br />

absoluta y magia se asocian como en S, que se gana la vida como mnemo-<br />

nista profesional, ¿acaso no parece magia su poder recordatorio?<br />

Sin embargo, esta concepción explosiva de la memoria, a pesar de las<br />

evidencias que nos aportan estos sujetos, es precisamente el concepto que es-<br />

tamos poniendo en duda. <strong>La</strong> memoria que diseña Giordano Bruno en su arte<br />

de la memoria es una concepción espacial en donde las huellas, en formato<br />

de imagen, quedan almacenadas; como nuestros ficheros quedan grabados en<br />

los espacios libres de un disco duro, pero no es éste el uso cotidiano, el pro-<br />

ceso de acordarnos. Como hemos intentado explicar la memoria es, a lo sumo,<br />

17. A.R. Luria. op. cit. pág. 69. El punto Debilidad (pp. 68-81)<br />

recoge asombrosos ejemplos de las dificultades de S en lo que<br />

venimos denominando capacidad metafórica, o más convencionalmente,<br />

conceptual.<br />

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un espacio virtual que se puebla de relatos conforme una situación recurrente<br />

permite proyectar metafóricamente narraciones ya contadas en nuevos rela-<br />

tos. <strong>La</strong>s hipermemorias no recrean o redescriben los acontecimientos, los re-<br />

producen fielmente como una grabación cinematográfica ilimitada y anónima,<br />

no depositan en esa reproducción ni intención ni interpretación alguna, nada<br />

es más importante, todo lo es de igual manera, detalles o elementos claves.<br />

“Lo que llamamos realidad es cierta relación entre esas sensa-<br />

ciones y esos recuerdos que nos circundan simultáneamente -<br />

relación que suprime una simple visión cinematográfica, la cual<br />

se aleja así de lo verdadero cuanto más pretende aferrarse a ello-<br />

, relación única que el escritor debe encontrar para encadenar<br />

para siempre en su frase los dos términos diferentes.” (18)<br />

Por eso la memoria tiene que ser reconstrucción, recreación, recordar es<br />

semejante a crear una metáfora, ser capaz de captar la semejanza existente para<br />

describir una situación en términos de otra mejor conocida, de suerte, que al unir<br />

mediante una historia conceptual ambas, queden transfiguradas, recreadas a par-<br />

tir de versiones anteriores mejorando así nuestra comprensión.<br />

<strong>La</strong>koff y Johnson expresan esta dualidad que metáfora-memoria aporta a<br />

la actividad cognitiva de creación-recreación del mundo: “Lo que experimenta-<br />

mos como una metáfora es una especie de reverberación a través de la red de<br />

implicaciones que despierta y conecta nuestros recuerdos de nuestras experien-<br />

cias y sirve como una posible guía para otras experiencias futuras.” (19)<br />

A la inversa, los recursos a la evocación han de ser materias primas<br />

para las proyecciones metafóricas y con ellas creamos nuevas estructuras cog-<br />

nitivas. Nuestros recuerdos son reconstrucciones.<br />

RECONSTRUCCIÓN Y MEMORIA<br />

“Poner las cosas por escrito tal como ocurren no es ficción; debe<br />

existir el viaje que uno hace por su cuenta, el cambio de la luz<br />

18. M. Proust. En Busca del Tiempo Perdido. El Tiempo Recobrado,<br />

op. cit., pp. 238-239.<br />

19. J. <strong>La</strong>koff y M. Johnson. (1980b). Metaphors we live by. University<br />

of Chicago Press. Trad.: Metáforas de la Vida Cotidiana.<br />

Cátedra, Madrid, 1991. pp. 182-183.<br />

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que converge sobre el ma-<br />

terial, la disposición de la<br />

autora misma a vivir dentro<br />

de esa luz, de esa ciudad de<br />

imágenes gobernadas por<br />

leyes, elementos y mone-<br />

das diferentes.” (20)<br />

Recordar es efectivamente<br />

como realizar un viaje en donde la<br />

memoria es el mapa y el conoci-<br />

miento es la ruta en el mapa.<br />

<strong>La</strong> memoria es nuestro<br />

mapa, pero ese mapa estático re-<br />

quiere el trazado de una ruta, y<br />

esta ruta no es siempre la misma, pues ningún viajero gusta de hacer el<br />

mismo viaje, máxime cuando el mundo es grande y hay tantas cosas por ver.<br />

Al igual que la memoria, un mapa es un espacio virtual donde simulamos<br />

nuestros viajes y donde podemos reproducir los ya realizados, pero a menudo<br />

nuestro interés no es expositivo sino ejemplificante, a menudo tomamos el re-<br />

cuerdo de una estancia y lo relacionamos con otro momento no cronológico,<br />

quizá de otro viaje, incluso del relato que un viajero amigo nos hizo de su ex-<br />

periencia. Reconstruimos necesariamente porque cuando actualizamos, evo-<br />

camos una experiencia, la desconectamos de su tiempo presente, olvidamos<br />

su momento y suprimimos la anterioridad a la que pertenece. Todo recuerdo<br />

es anacrónico, es el cambio de luz del que nos habla Frame, el acontecimiento<br />

pasado a la luz del momento recurrente del presente que origina la evocación,<br />

este contraste supone que tengamos que recrear el relato del pasado para<br />

hacerlo relevante. Y este es el dato que toda investigación en memoria auto-<br />

biográfica nos ha aportado. Pero esto no es un dato sino la consecuencia nor-<br />

mal de haber caracterizado a la memoria como cauce o como mapa.<br />

Efectivamente, como afirma Genette cuando revisa la temporalidad de “En<br />

busca del tiempo perdido”:<br />

“El anacronismo de los recuerdos (“voluntarios” o no) es cohe-<br />

rente, evidentemente, con su carácter estático, en la medida en<br />

que uno y otro proceden del trabajo de la memoria, que re-<br />

20. J. Frame. op. cit. pág. 437.<br />

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duce los períodos (diacrónicos) a épocas (sincrónicas) y los<br />

acontecimientos a cuadros; épocas y cuadros que dispone en<br />

un orden que no es el de éstos, sino el de la memoria.” (21)<br />

Y este anacronismo del recuerdo se extiende inevitablemente en el re-<br />

lato que viene a unificar todo tipo de tiempos en una temporalidad del discurso<br />

que hace a la narración una nueva creación.<br />

Cada instancia narrativa es una creación distinta, porque la temporali-<br />

dad ha variado, la cronología también. Además, como luego veremos, la fun-<br />

ción que cubra será también diferente. <strong>La</strong> luz del presente iluminará de otra<br />

manera el material. Genette más adelante lo confirma:<br />

“Así, el anacronismo del relato es ora el de la existencia<br />

misma, ora el del recuerdo, que obedece a las leyes diferen-<br />

tes de las del tiempo. <strong>La</strong>s variaciones de tiempo, igualmente,<br />

son ora producto de la “vida”, ora obra de la memoria o,<br />

mejor, del olvido.” (22)<br />

Es efectivamente este doble olvido, olvido o carencia de reconocimiento<br />

del recuerdo en su desarrollo, olvido del tiempo asociado al recuerdo, el que<br />

junto con la memoria impone la necesidad de que cada recuerdo sea recons-<br />

trucción, y aún sin tener en cuenta el afecto del que nos hablaba Bartlett, el<br />

interés, el contexto, etc. El olvido es lo que acompaña a los recuerdos en la<br />

corriente de la memoria, unas veces hará emerger a la superficie cierto re-<br />

cuerdo otras diluirá la vida entera al escurrir el recuerdo apresado.<br />

“Muchos de mis días y experiencias de estudiante están ahora<br />

aislados de mí por esa sustancia que se destila con la vida de<br />

cada momento o por la captura que cada momento hace de<br />

nuestra vida.” (23)<br />

En cada narración en la que se incluye un recuerdo quedan todos los<br />

otros recolocados, cada narración constituye una nueva coreografía en donde<br />

tiempo y acontecimientos se mezclan en variaciones infinitas. Esta es la di-<br />

mensión modal que los mundos posibles de nuestra actividad mental abrían<br />

a nuestro relato.<br />

21. G. Genette. Figures III. op. cit. pág. 209.<br />

22. ibid. pág. 210.<br />

23. J. Frame. op. cit. pág. 166.<br />

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CARPETA EL LENGUAJE DE LA MEMORIA<br />

Porque los sistemas computacionales no contemplan el olvido como un<br />

agente activo de gran importancia es por lo que en gran medida no pueden<br />

describirse sino linealmente, en función de la información introducida. Pero el<br />

par memoria-olvido altera la linealidad incrementando la información, pero<br />

también decrementándola. Ahora bien, nuestra capacidad metafórica de so-<br />

lapar relatos conforme nuestro ingenio permita hará impredecible en muchos<br />

casos el comportamiento del sistema:<br />

“El olvido no deja de alterar profundamente la noción del<br />

tiempo. En el tiempo hay errores ópticos como en el espacio...<br />

Ese olvido de tantas cosas... era su interpolación, fragmen-<br />

tada, irregular, en medio de mi memoria... que descomponía,<br />

dislocaba mi sensación de las distancias en el tiempo, aquí<br />

achicadas, allá aumentadas, y me hacían creerme ora mucho<br />

más lejos ora mucho más cerca de las cosas de lo que estaba<br />

en realidad.” (24)<br />

En la vida ninguna condición ceteris paribus puede asegurarse, pues<br />

cada proceso recompone toda la estructura mental, los procesos mentales no<br />

pueden analizarse separadamente, los rastros cerebrales son siempre múlti-<br />

ples y confusos, toda nuestra actividad y toda nuestra experiencia intervienen<br />

en cada momento y eso dota a la mente de una complejidad sin precedentes<br />

que debemos admitir.<br />

Jose Antonio Marina en el capítulo III, <strong>La</strong> Memoria Creadora, de su Te-<br />

oría de la Inteligencia Creadora, coincide en afirmar esta implicación de lo an-<br />

terior en lo nuevo, convirtiendo así a la memoria, como el título del capítulo<br />

24. M. Proust. En Busca del Tiempo Perdido. <strong>La</strong> Fugitiva, op. cit.,<br />

pp. 196-197.<br />

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indica, en creadora. Igualmente coincide en asignar a la memoria la función<br />

de mapa, si bien posteriormente matizará esta analogía, por parecerle aún<br />

demasiado estática.<br />

Desde mi punto de vista, la analogía es válida -como luego veremos-<br />

por cuanto el mapa además de orientación es un espacio de simulación. Ma-<br />

rina no integra estas dos características pero las ideas finales resultan muy<br />

cercanas.<br />

“Sólo mediante la información que poseemos, incorporada a<br />

nuestro organismo, sean los esquemas innatos o los esque-<br />

mas adquiridos, podemos acceder a otra información, y esto<br />

sitúa a la memoria en primera línea de nuestra actividad inte-<br />

ligente. El libre juego con lo que sabemos nos permite aden-<br />

trarnos en lo desconocido para aprender nuevas cosas. Incluso<br />

el más arriesgado explorador lleva algún mapa en su equi-<br />

paje.” (25)<br />

Como vemos si la consecuencia de nuestra concepción de la memoria<br />

como espacio abierto, como la conjunción del doble olvido que supone a la vez<br />

olvidar y recordar, como un mapa que orienta nuestra actividad cognitiva y si,<br />

también, la consecuencia de nuestra categorización del proceso de recordar<br />

como la producción de metáforas en sus contextos metonímicos, es que todo<br />

recuerdo es más reconstrucción que reproducción o recuperación; entonces<br />

deberemos preguntarnos qué función adaptativa cubre esta manera de con-<br />

siderar a la memoria mayor que aquella otra de la memoria-almacén o me-<br />

moria-caja-fuerte. Deberemos preguntarnos qué aporta a la actividad<br />

cognitiva, qué consecuencias pueden derivarse del esfuerzo constante de<br />

nuestras redescripciones. Ya ha sido indicado en numerosas ocasiones: la me-<br />

moria, el recuerdo y el proceso de recordar que hemos considerado aportan<br />

conocimiento, comprensión del mundo, es decir, “tener un mundo”.<br />

MEMORIA Y CONOCIMIENTO<br />

Volvemos, pues, a encontrarnos con este par de conceptos cada vez<br />

más indisolublemente asociado. El conocimiento es la actividad dual de crear<br />

un mundo y de poseerlo, crearlo en una trama narrativa y pose-<br />

25. J.A. Marina. (1993). Teoría de la Inteligencia Creadora. Anagrama,<br />

Barcelona. pág. 124.<br />

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erlo como narrador. A la vez exige depurarlo constantemente mediante inter-<br />

pretaciones de narraciones antiguas en otras mejores, siempre sin sobrepa-<br />

sar el límite que delimita la posibilidad de identificarnos a lo largo de las<br />

múltiples variaciones producidas. <strong>La</strong> memoria crea conocimiento en la me-<br />

dida en que con ella reinterpretamos el pasado a la luz del presente para pro-<br />

yectarnos en el futuro, en la medida en que el yo permanece igual y siempre<br />

variando, en la medida en que nuestras asociaciones entre recuerdos y sen-<br />

saciones generen nuevas estructuras cognitivas, nueva realidad.<br />

de Proust:<br />

Mary Warnock en un hermoso libro rescata y comenta el siguiente texto<br />

“En verdad, el ser dentro de mí que sintió esta impresión, sin-<br />

tió lo que tuvo en común en los días pasados y ahora, sintió<br />

su carácter extra-temporal, un ser que apareció sólo cuando,<br />

por medio de la identidad del presente con el pasado, encon-<br />

tró el yo en el único lugar en el que podría existir y disfrutar<br />

la esencia de las cosas, que está fuera del tiempo.” (26)<br />

Efectivamente, el conjunto de experiencias, actitudes, intenciones, per-<br />

sonalidad también, que constituye una persona no es en absoluto un todo co-<br />

herente sino que es algo fragmentario, los estados conscientes se entrelazan<br />

con estados de sueño o inconsciencia, los momentos en donde fenoménicamente<br />

notamos nuestro trabajo como narrador se pierden en otros donde la costum-<br />

bre y el hábito nos llevan inercialmente. Apariciones súbitas y descontroladas de<br />

yoes que no reconocemos emergen en la conciencia y se apoderan del gobierno<br />

26. Mary Warnock. Memory. Faber and Faber, Londres, 1987. El<br />

texto en M. Proust. En Busca del Tiempo Perdido. El Tiempo Recobrado,<br />

op. cit., pág. 218.<br />

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Alexey Titarenko, Sin título (fragmento).<br />

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de la nave, como motines a los que hay que hacer frente. Incluso malinterpre-<br />

taciones o malas presentaciones en la sociedad pueden debilitar nuestra autoi-<br />

magen tanto como las secuelas del tiempo debilitan nuestro cuerpo, no pudiendo<br />

siquiera éste servirnos de baluarte a nuestra identidad. Sólo, como dice War-<br />

nock, “el yo verdadero, esto es, el yo que es continuo a través de la vida, se re-<br />

vela sólo en el momento de experimentar dos fragmentos de tiempos juntos, el<br />

presente con el pasado.” (27)<br />

Es verdad, como ya hemos indicado, que es también la memoria quien<br />

aporta la diferencia al yo creando multiplicidad de yoes, pero estos son per-<br />

sonajes de nuestras narraciones, ya evocadas, ya proyectadas. Proust ofrece<br />

innumerables ejemplos de como, por ejemplo:<br />

“El yo que la quiso, sustituido ahora casi enteramente por otro,<br />

volvía a surgir, y más bien al conjuro de una cosa nimia que<br />

de una importante.” (28)<br />

Pero esta duplicidad del uso de la memoria en torno al problema de la<br />

identidad personal no afecta a la idea que estamos indicando; es precisamente<br />

la posibilidad de reunir en el presente imágenes del yo en el pasado, la que<br />

asegura la permanencia de la identidad, no sólo porque nos destaca como na-<br />

rrador, sino, debido a la fuerza de la memoria para asegurar que el pasado no<br />

se ha perdido para siempre, porque podemos trazar el tránsito que nos ha<br />

traído allí donde nos encontramos, asegurándonos, quizá ficticiamente, que<br />

algo sustancial se está produciendo en el desarrollo de nuestra vida. Este an-<br />

helo de perdurabilidad es la clave del mantenimiento de la identidad personal.<br />

Mediante el uso de la memoria, en esa instancia fenoménica en la que<br />

el yo que recuerda se encuentra con el yo recordado, es como se produce la<br />

creación del yo narrador, sustantivizado, dialogante y enfrentado a una reali-<br />

dad, que de alguna manera creamos y recreamos constantemente con la in-<br />

tención de dotarnos de un mundo habitable:<br />

“Dejo la taza y me vuelvo hacia mi alma. Ella es la que tiene<br />

que dar con la verdad. ¿Pero cómo? Grave incertidumbre ésta,<br />

cuando el alma se siente superada por sí misma, cuando ella,<br />

27. ibid. pág. 100.<br />

28. M. Proust. En busca del tiempo perdido. A las sombras de las<br />

muchachas en flor. op. cit. pág. 247. También pág. 248, fragmento<br />

citado arriba: 4.5. El yo como narrador y personaje.<br />

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la que busca, es justamente el país<br />

oscuro por donde ha de buscar, sin<br />

que la sirva para nada su bagaje.<br />

¿Buscar? No sólo buscar, crear. Se<br />

encuentra ante una cosa que todavía<br />

no existe y a la que ella sola puede<br />

dar realidad y entrarla en el campo<br />

de su visión.” (29)<br />

<strong>La</strong> metáfora crea la semejanza y con<br />

ella aparece una realidad recreada, nueva,<br />

transformada, ¿Cómo puede la memoria<br />

buscar -recuperar- algo que no contiene? Y<br />

sin embargo, surge mediante el esfuerzo que<br />

se ha desarrollado completamente sin la ex-<br />

periencia. Pero, una vez trazado el puente<br />

entre la experiencia pasada y la presente, todo un mundo metonímico rodea<br />

el encuentro con una claridad que permite leer el presente con una clara luz<br />

del pasado.<br />

Y entonces puede verse, recorrerse como una realidad externa, como,<br />

en definitiva, nuestra experiencia.<br />

Aquí es donde podemos ver con claridad la idea de Bartlett de que todo<br />

proceso mental está caracterizado por un “esfuerzo por el significado”. Este<br />

esfuerzo lo caracteriza como “el intento de conectar algo dado con alguna otra<br />

cosa diferente”. (30)<br />

Proust, extrañado por la sensación del té y la magdalena, inundado por<br />

la alegría que le produce sin conocer la causa, no puede significar esa expe-<br />

riencia, no puede integrarla en su mundo. Sólo cuando la semejanza de aque-<br />

lla otra sensación que de niño le produjo la magdalena mojada en té que su<br />

tía Leoncia le dio, es cuando, por la proyección de un sabor en otro, com-<br />

prende lo que está ocurriendo. Pero la conexión de recuerdos es precisamente<br />

lo que crea la experiencia.<br />

29. M. Proust. En busca del tiempo perdido. Por el camino de<br />

Swan. op. cit. pág. 61.<br />

30. F. Bartlett. (1932). Remembering. A Study in Experimental<br />

and Social Psicology. Cambridge University Press, Cambridge,<br />

1967 2 , pág. 227.<br />

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Otras veces la proyección no se produce y entonces la experiencia queda<br />

en suspenso como una ficción, no adquiere el significado que es quien concede<br />

realidad al acontecimiento. Es el caso de los árboles de Hudimesnil:<br />

“Bajamos hacia Hudimesnil, de repente me invadió esa pro-<br />

funda sensación de dicha que no había tenido desde los días<br />

de Combray... Pero esta vez esa sensación quedó incompleta.<br />

Acababa de ver a un lado del camino en escarpa por donde<br />

íbamos tres árboles que debían de servir de entrada a un<br />

paseo cubierto; no era la primera vez que veía yo aquel di-<br />

bujo que formaban los tres árboles, y aunque no pude encon-<br />

trar en mi memoria el lugar de donde parecían haberse<br />

escapado, sin embargo, me di cuenta de que me había sido<br />

muy familiar en tiempos pasados; de suerte que como mi es-<br />

píritu titubeo entre un año muy lejano y el momento presente,<br />

los alrededores de Balbec vacilaron también, y me entraron<br />

dudas de si aquel paseo no era una ficción...” (31)<br />

No se ha encontrado la semejanza, no podemos aportar un suelo ya pi-<br />

sado a nuestra experiencia actual, de manera que no hay reconocimiento, no<br />

sabemos qué es o qué ocurre. Como cuando vemos por primera vez un ob-<br />

jeto desconocido, una palabra ignorada, no significa nada, no conocemos en<br />

qué contexto usarla. Tendremos que crear un contexto de uso que, metoní-<br />

micamente, le aporte el significado.<br />

Este papel creador de conocimiento parece indiscutible, pero puede<br />

también recorrerse a la inversa, reconstruir, reinterpretar el pasado a la luz del<br />

presente.<br />

“Escribir una autobiografía, que generalmente se considera<br />

mirar atrás, también puede ser mirar a través de, porque el<br />

paso del tiempo da al ojo propiedades de rayos X...” (32)<br />

Efectivamente, la experiencia acumulada permite reinterpretar el pa-<br />

sado, construir nuevas significaciones de los momentos vividos, percibir nue-<br />

vos detalles que se habían escapado porque nuestro interés no les atribuyó la<br />

condición de relevantes. Esta actividad de revisar nuestras historias pasadas,<br />

31. M. Proust. En Busca del tiempo perdido. A la sombra de las<br />

muchachas en flor. op. cit. pág. 334.<br />

32. J. Frame. op. cit. pág. 203.<br />

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tan común en los individuos,<br />

es precisamente la de cons-<br />

truir una nueva narración<br />

que se ajuste mejor a las<br />

circunstancias del presente.<br />

Pero no hay narración que<br />

surja del vacío sino que,<br />

como una nueva versión, el<br />

mundo queda descrito a la<br />

nueva luz, que desde el pre-<br />

sente, alumbra, pero ya de<br />

otra manera al pasado.<br />

Esta función de la<br />

evocación es posiblemente la más constante en Proust, innumerables episo-<br />

dios logran cobrar un significado para Marcel sólo después de haber transcu-<br />

rrido algún tiempo. Genette también advierte este uso del recurso:<br />

“En efecto, la función más constante de las evocaciones en En<br />

busca del tiempo perdido, es la de venir a modificar a posteriori<br />

el significado de los acontecimientos pasados, ora cargando de<br />

significado lo que no lo tenía, ora refutando una primera inter-<br />

pretación y sustituyéndola por otra nueva.” (33)<br />

Este es el eje principal de la actividad mental del hombre, construir nue-<br />

vas y mejores narraciones, alrededor del cual se articulan cualquier otra tarea<br />

cognitiva. Un entorno contiguo que permite en cada momento iniciar el relato<br />

que rodee la experiencia concreta, sea para su comprensión, su explicación o<br />

su justificación. Aquel que no pueda iniciar un relato ante cualquier interpela-<br />

ción que se le plantee sobre un episodio de su vida quedará en la permanente<br />

ignorancia que conlleva no poder localizarse, no poder contextualizarse. Y esto<br />

es aplicable no sólo a episodios de la biografía individual, sino también al uso<br />

de ciertas palabras y no otras, de ciertos colores o vestidos, de elecciones ante<br />

alternativas, de decisiones, de planes para el futuro. Una explicación de cual-<br />

quiera de estas cosas, y de otras muchas, es inevitablemente iniciar una na-<br />

rración que le dote de sentido.<br />

Esto mismo es igualmente válido para nuestro deseo de<br />

comprensión de los otros, sólo cuando participamos de su pa-<br />

33. G. Genette. Figures III. op. cit. pág. 1<strong>11.</strong><br />

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Combray<br />

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sado, de sus recuerdos, es cuando nos creemos en disposición de predecir<br />

sus futuras conductas. Sólo cuando hemos escuchado su relato nos conver-<br />

timos en personas bien informadas. Esta estructura intensional de la com-<br />

prensión-explicación es la que nutre a la Psicología Popular, la que desde las<br />

prácticas cotidianas de los hombres debe tener una puerta abierta con la<br />

Psicología experimental, si, de nuevo, queremos crear una ciencia que la<br />

gente pueda usar.<br />

“Si pensáramos que los ojos de una muchacha no son más que<br />

brillantes redondeles de micas, no sentiríamos la misma avidez<br />

por conocer su vida y penetrar en ella. Pero nos damos cuenta<br />

de que lo que luce en esos discos de reflexión no proviene ex-<br />

clusivamente de su composición material; hay allí muchas cosas<br />

para nosotros desconocidas, negras sombras de la idea que<br />

tiene esa persona de los seres y lugares que conoce...” (34)<br />

O también<br />

“Y juntos los dos podríamos recorrer aquella isla, para mi tan<br />

llena de encanto porque había encerrado la vida habitual de la<br />

señorita Stermaria y descansaba en la memoria de su mirada.<br />

Porque se me figuraba que no la poseería realmente sino des-<br />

pués de haber atravesado aquellos lugares que la rodeaban de<br />

recuerdos, velo que mi deseo ansiaba arrancar, velo de esos que<br />

la Naturaleza interpone entre la mujer y algunos seres.” (35)<br />

<strong>La</strong> Memoria aporta pues, conocimiento en cada paso, en cada acto de<br />

renovación, conocimiento como creación del yo, como creación de un mundo<br />

significativo, nuestra experiencia, como reinterpretación de esta experiencia<br />

y finalmente también extrapolando esta actividad mental como estrategia de<br />

conocimiento de los otros a los que analógicamente le concedemos un mismo<br />

uso de sus recursos.<br />

Pero en este punto la memoria sigue siendo nada sustantivo, nada de-<br />

finible, no hay estructura que intervenga en nuestro uso de ella, la estructura<br />

la aporta la trama narrativa que en espacios metonímicos coloca metáforas<br />

adecuadas y que nos convierte en narradores.<br />

34. M. Proust. En busca del tiempo perdido. A la sombra de las<br />

muchachas en flor. op. cit. pág. 421.<br />

35. ibid. pág. 299.<br />

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Por eso no es extraño encontrar en el mundo del arte poetas vigorosos,<br />

de los que nos hablaba Bloom, personas que comprenden que en la mayoría<br />

de los casos, el sentido de la vida -si alguno hay que conceder- consiste en<br />

ser uno mismo el que cuente su historia, no dejándonos ser narrados en his-<br />

torias ajenas. Si logramos dejar nuestra historia bien acabada, de suerte, que<br />

ninguna otra que pretenda incluirla -a la luz de los análisis narrativos realiza-<br />

bles- sea mejor, entonces surge el sentimiento de que hemos llevado a cabo<br />

“lo posible y lo importante”, hemos hecho de nosotros el mejor yo que podí-<br />

amos y nadie después podrá alterarlo.<br />

Esto, que como decía Wittgenstein no pertenece al mundo, no deja de<br />

ser una irresistible tentación de trascendencia que permite afrontar el futuro<br />

con una voluntad, precisamente porque vemos un pasado, no sólo personal<br />

sino también social, que dibuja lentamente una historia. Si somos cada uno<br />

de nosotros el que consigue escribirla conforme un diseño de argumento en-<br />

tonces la vida parecerá sonreírnos, si no, seremos personajes de un destino<br />

que el azar habrá urdido sin nuestro consentimiento.<br />

Proust o Frame, mediante su redescripción, han logrado también ofre-<br />

cer el recorrido hacia “el mejor yo que podíamos”, una dimensión, si se quiere<br />

ética, que desde mi punto de vista la ciencia siempre debería considerar. Por<br />

eso nos gusta Oliver Sacks:<br />

“Si queremos saber de un hombre, preguntamos “¿cuál es su<br />

historia, su historia real interior?”... porque cada uno de nos-<br />

otros es una biografía, una historia. Cada uno de nosotros es<br />

una narración singular, que se construye, continua, incons-<br />

cientemente, por, a través de, y en nosotros... a través de<br />

nuestras percepciones, nuestros sentimientos, nuestros<br />

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El tiempo recobrado<br />

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pensamientos, nuestras acciones; y en el mismo grado nuestro<br />

discurso, nuestras narraciones habladas.” (36)<br />

Si el arte, como manifestación cultural de todas las épocas, tiene la<br />

fuerza de convocatoria y admiración que posee, aparte del confuso senti-<br />

miento estético, bien puede ser porque quizá es el camino más directo hacia<br />

esa tendencia transcendente del hombre de colocar su narración entre las in-<br />

mejorables, esa idea generalizada que, desde nuestro uso de la memoria, nos<br />

convierte en creadores. Por eso, como Rorty señala en su análisis de Proust,<br />

que bien puede servirnos de resumen:<br />

“Para quien como Proust, no es un teórico, ese problema no<br />

existe. Al narrador de En busca del tiempo perdido la pre-<br />

gunta. “¿Quién va a redescribirme?” no le inquietaría. Porque<br />

su tarea está concluida una vez que ha ordenado los hechos de<br />

su vida de acuerdo con su propia manera de hacerlo, una vez<br />

que ha construido una estructura a partir de las pequeñas<br />

cosas: Gilberte entre los espinos, el color de las ventanas de<br />

la capilla de Guermantes, el sonido del nombre “Guermantes”,<br />

los dos caminos, las cúpulas cambiantes. Sabe que esa es-<br />

tructura habría sino distinta de haber muerto él antes o des-<br />

pués, porque las pequeñas cosas por incluir en ella habrían<br />

sino más o menos numerosas. Pero eso no importa. Para<br />

Proust no existe el problema de cómo evitar ser aufgehoben.<br />

<strong>La</strong> belleza, por depender como depende, de que se le de forma<br />

a una multiplicidad, es manifiestamente transitoria, porque es<br />

probable que se la destruya cuando a esa multiplicidad se aña-<br />

dan nuevos elementos. <strong>La</strong> belleza requiere un marco y la<br />

muerte lo proporciona.” (37)<br />

Carlos Muñoz es Doctor en Filosofía por la Universidad Complutense de Madrid.<br />

Ha trabajado profesionalmente en el campo de la Inteligencia Artificial y en el<br />

de la Ingeniería del Conocimiento. Ha sido profesor asociado del departamento<br />

de Lógica y Filosofía de la Ciencia en la Universidad Complutense (2000-2006).<br />

Ha publicado diversos artículos en revistas especializadas y es el Editor de la<br />

Revista A Parte Rei. (http://serbal.pntic.mec.es/AParteRei)<br />

36. Oliver Sacks. op. cit. pág. 148.<br />

37. Richard Rorty. (1989). Contingency, Irony and Solidarity.<br />

Camdridge University Press, N.Y. Trad.: Contingencia, Ironía y<br />

Solidaridad. Paidos, Barcelona, 1991, pág. 124.<br />

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IIII. TIEMPO SIN SUJETO.<br />

DELEUZE Y LA ONTOLOGÍA DEL CINE.<br />

I. EL MOVIMIENTO DE LA IMAGEN CINEMATOGRÁFICA:<br />

ENTRE EL CORTE INMÓVIL Y EL TODO ABIERTO DEL TIEMPO.<br />

<strong>La</strong> lectura deleuziana de las tesis de Bergson sobre el movimiento le lleva<br />

a asignarle una ontología que distinguiría en un extremo “cortes inmóviles” o,<br />

si se prefiere, objetos cerrados en un encuadre, en otro el todo del tiempo<br />

como un todo que cambia o lo que Bergson llamó la durée (duración), y, entre<br />

ambos, el movimiento como “corte móvil”, como el término medio que re-<br />

conduce los objetos aislados y estáticos al todo del devenir y que introduce el<br />

cambio propio de la duración en la superficie de lo inmóvil. De modo que De-<br />

leuze encuentra en Bergson una concepción del movimiento que lo piensa a<br />

partir del relacionar, como un poner en relación, pero que en todo caso lo<br />

arraiga en el tiempo, en el devenir temporal. El movimiento relaciona los ob-<br />

jetos, liga los cortes inmóviles, pero lo hace, lo puede hacer, porque lo que en<br />

última instancia pone en relación es el cambio absoluto del tiempo con lo in-<br />

móvil, los objetos estáticos con la durée.<br />

Sobre la base de esta ontología, Deleuze asume el reconocimiento, por<br />

parte de Bergson, de tres tipos de imágenes: las instantáneas o<br />

inmóviles, las imágenes-movimiento, que serían “cortes móviles<br />

de la duración”, y las imágenes-tiempo, que serían imágenes de la<br />

duración como tal, del todo perpetuamente cambiante que pre-<br />

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Berta M. Pérez<br />

Gilles Deleuze Henri Bergson<br />

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CARPETA EL LENGUAJE DE LA MEMORIA<br />

cede a cualquier corte (1). Deleuze se vuelve, pues, a Bergson para hacerse<br />

cargo de esa comprensión del movimiento y de la imagen-movimiento que<br />

los asocia a un lugar intermedio (entre la fijación del presente y el tiempo<br />

como puro devenir) y que, en consecuencia, asume su conexión con la dura-<br />

ción, su vínculo con el todo del tiempo. Y aquí situado mira entonces al cine,<br />

a la imagen cinematográfica.<br />

Pero mientras Bergson asocia explícitamente el cambio que caracteriza<br />

a las imágenes cinematográficas no sólo al movimiento que se construye a<br />

partir de la adición de cortes inmóviles (esto, en la medida en que la técnica<br />

cinematográfica procede por la yuxtaposición de fotogramas, es indiscutible),<br />

sino también a la comprensión del movimiento que lo hace derivar de (las re-<br />

laciones de) los objetos, de los cortes inmóviles (en lugar de traer a la luz su<br />

relación con la duración como su verdad), Deleuze insiste en que la propia<br />

concepción bergsoniana del movimiento permite esperar del cine, en tanto<br />

que imagen en movimiento, en tanto que imagen cambiante –especialmente<br />

una vez que la cámara deja de ser fija– la capacidad de devolver los cortes in-<br />

móviles a la duración, esto es, de expresar la comprensión adecuada –según<br />

el propio pensamiento de Bergson– del movimiento (2). De la clasificación<br />

bergsoniana de las imágenes se colige que la imagen del cine no es en prin-<br />

cipio más que un corte móvil, una imagen-movimiento, pero la concepción<br />

(ontológica) que subyace a esa taxonomía abre también la posibilidad de que<br />

el corte móvil se convierta en imagen del tiempo, en un auténtico retrato de<br />

la duración. Y es exactamente de aquí de donde cobra su sentido la articula-<br />

ción de la obra de Deleuze sobre el cine en dos volúmenes: <strong>La</strong> imagen-movi-<br />

miento y <strong>La</strong> imagen-tiempo.<br />

El lenguaje de Deleuze delata que nuestra realidad no está constituida<br />

por nada más que por imágenes. Se puede decir que lo que es materia –en el<br />

sentido más general– en Bergson es imagen, imágenes, en Deleuze (3). Pero<br />

el hecho de tomar como punto de partida el pensamiento de Bergson (por lo<br />

demás, absolutamente reacio al reconocimiento de la verdad del cine, de su<br />

relación con la durée) no obedece tanto a que le proporcione la clasificación<br />

1. Cf. Gilles Deleuze, <strong>La</strong> imagen-movimiento, cap. 1 (en adelante<br />

IM).<br />

2. Deleuze justifica en todo caso la posición de Bergson por cuanto<br />

considera que fue la extrema juventud del cine en la época en la que<br />

él vivió y pensó la que le impidió ver las “virtualidades” que encerraba<br />

este medio (en concreto la posibilidad de mostrar la<br />

durée como lo virtual).<br />

3. Leyendo pasajes de Materia y memoria Deleuze muestra<br />

cómo esta equiparación está ya en Bergson. (cf. IM, p. 90).<br />

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básica de las imágenes que organiza su obra, sino más bien a que le ofrece<br />

la premisa fundamental según la cual el movimiento nos pone en camino –a<br />

nosotros, en tanto que cortes inmóviles, y a la realidad en general como el<br />

conjunto total de esos cortes– hacia una instancia que es previa a esa reali-<br />

dad fijada y al movimiento mismo que la dinamiza, a una instancia que es la<br />

“verdad” de ambos y que se identifica con el tiempo en tanto que todo abierto<br />

y cambiante, en tanto que irreductible devenir. Dicho brevemente: la tesis<br />

bergsoniana que realmente se constituye como “principio” de la obra de De-<br />

leuze es a mi parecer la de que lo verdadero, aquello en que descansa lo real,<br />

el todo de imágenes que conforma la realidad, es la durée.<br />

Y es esta asunción la que le permite a Deleuze mirar al movimiento del<br />

cine, a las imágenes del cine, al cine mismo, como a un espacio doble, do-<br />

blado, en el que por una parte los cortes inmóviles, los objetos –reintegrados<br />

en cortes móviles– se ponen en camino hacia el todo del tiempo, y en el que,<br />

por otra, la propia durée encuentra la posibilidad de exponerse, de encontrar<br />

una imagen adecuada (imagen que lo será máximamente una vez que se con-<br />

forme precisamente como la imagen-tiempo, como una imagen que por tanto<br />

habrá de desbordar a la imagen misma en tanto que corte o fijación). Es decir,<br />

es esa comprensión de la durée como lo primero y como la condición y el<br />

suelo del movimiento y de toda imagen lo que le permite interpretar el cine<br />

como un espacio donde todo objeto y en general todo corte podría ser de-<br />

vuelto a su verdad, donde podría descubrirse como mera, efímera e inestable,<br />

fijación de la duración, del absoluto devenir (4).<br />

4. <strong>La</strong> presentación de la duración o el todo del tiempo bergsoniano-deleuziano<br />

como un plano de inmanencia respecto al cual<br />

toda imagen es un “producto”, desde el cual toda imagen puede<br />

ser “deducida”, de modo que las imágenes o lo que<br />

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En alas de la danza<br />

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<strong>La</strong> durée, la verdad del tiempo, es, pues, en la forma del todo del deve-<br />

nir y no en la de la sucesión de momentos presentes, es el devenir y no el pre-<br />

sente. Y es por ello por lo que no sólo no se confunde con el tiempo lineal,<br />

psicológico y cronológico, sino que, como lo verdadero, es previo a él, si se<br />

quiere, anterior en el orden del ser. Pero se expresa en él, es decir, “produce”<br />

el tiempo lineal en la medida en que en su perpetuo devenir se niega como<br />

tal, se fija como un presente, se determina como materia, como un objeto<br />

cerrado o de-limitado, se congela en una imagen instantánea, presente, a la<br />

que sigue otra imagen presente, y así se expresa en definitiva como sucesión<br />

de presentes o de representaciones, de imágenes (5). El puro devenir, res-<br />

Bergson llamó la materia no puede entenderse más que como solidificación<br />

del flujo abierto de la durée o el devenir puede verse en IM,<br />

cap. 4. En ese mismo lugar, para explicar ese tránsito del todo abierto<br />

del tiempo a las imágenes cristalizadas y, en concreto, a la imagen de<br />

nosotros mismos, a la imagen del sujeto, se explicita que ese flujo del<br />

movimiento es a la vez un flujo de luz. <strong>La</strong> subjetividad, la imagen con<br />

la que nosotros –en tanto que sujetos modernos– nos identificamos,<br />

no difiere por tanto en su génesis de ninguna otra, es, como cualquier<br />

otra, una cristalización del fluir del tiempo abierto. De su carácter “interior”<br />

Deleuze da cuenta apelando a su constitutiva doblez: la subjetividad<br />

es movimiento re-plegado o luz re-flejada (véase, por<br />

ejemplo, el comentario de la “imagen-afección” en el capítulo citado).<br />

En este punto resulta inevitable recordar la lectura deleuziana de lo<br />

espiritual –el plano de la conciencia o la subjetividad– leibniziano, de<br />

la mónada, como una entidad plegada, escindida entre la presencia<br />

y la ausencia, determinada específicamente por su cara “virtual” (cf.<br />

Gilles Deleuze, El pliegue, Barcelona, Paidós, 1989).<br />

5. Deleuze asume a sabiendas la equivalencia de imagen y materia<br />

porque, efectivamente, desde el punto de vista de la duración no<br />

cabe distinguir entre lo subjetivo y lo objetivo. Se podría decir que<br />

esta distinción es “derivada” no sólo respecto al todo, sino también<br />

respecto al tránsito por el que el todo verdadero se convierte en la<br />

realidad del tiempo lineal, cronológicamente medido, y que, por ello,<br />

al obviarla incluso nos aproximamos más a la verdad de lo real. Lo<br />

común a la imagen y al objeto es –desde el punto de vista del todo<br />

abierto del tiempo– su carácter fijo o presente , es decir, unitario y<br />

de-limitado, de modo que este es el único rasgo que aquí resulta relevante:<br />

compartiéndolo ambos se distinguen de la durée y ambos<br />

remiten a ella. Y, en la medida en que este relacionarse con la duración<br />

constituye su propia verdad, ambos poseen la misma verdad:<br />

son en verdad lo mismo. Por eso en adelante los tomaremos como<br />

sinónimos perfectos, o más precisamente, utilizaremos en general<br />

el término imagen para referir a cualquier forma de fijación o presencia,<br />

mientras reservaremos “objeto” para las fijaciones que<br />

constituyen las representaciones físicas aisladas. Sobre el modo<br />

en el que Deleuze juzga que el propio Bergson ya dejó atrás la<br />

contraposición entre realidad y conciencia, o entre presencia (de<br />

la realidad) y representación (de la conciencia), al retrotraer<br />

ambas a la duración, cf. IM, cap. 4. En relación al modo<br />

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pecto al que, en tanto que todo, no cabe hablar de pasado, presente y futuro,<br />

materializándose, petrificándose en un presente o una re-presentación, en-<br />

gendra, pues, esa hilera de imágenes que se superponen ad infinitum y que<br />

solicita el lenguaje del pasado, el presente y el futuro. Este es el tiempo pen-<br />

sado, pues, desde las imágenes inmóviles o desde el movimiento –desde las<br />

imágenes-movimiento– cuando éste se interpreta partiendo de las primeras,<br />

como una conexión que se establece a posteriori entre las identidades recor-<br />

tadas y aisladas de las imágenes inmóviles, de los objetos que componen un<br />

cuadro o un encuadre.<br />

Y este es el tiempo que, sin embargo, la imagen cinematográfica, aun en<br />

tanto que imagen movimiento, en virtud de su posición intermedia, de su ca-<br />

pacidad para orientarnos desde las identidades fijadas al todo del devenir,<br />

podrá según Deleuze arrancar de su fijación, si se nos permite de nuevo, de-<br />

volver a su verdad. Pero lo podrá también porque esta “ontología” asume en<br />

todo caso que también en cada momento fijado, en la imagen fija de cada<br />

presente o en cada representación, está contenido el todo abierto del tiempo,<br />

el cambio del tiempo todo. De modo que si toda fijación (todo instante deter-<br />

minado o toda presencia determinada) niega en un sentido lo verdadero, lo<br />

oculta, en otro sentido lo expresa: su realidad procede efectivamente de la du-<br />

ración y delata así la verdad del todo, remite a ella.<br />

en que Deleuze trata de superar en general las dicotomías propias<br />

del pensamiento moderno, no sólo la de subjetivo-objetivo, sino<br />

también –y de forma especialmente relevante para este tema– la de<br />

contenido y forma, puede resultar iluminador el concepto<br />

spinoziano de expresión: incluso la relación entre el todo<br />

abierto del tiempo y sus imágenes puede aclararse a la luz<br />

de este modelo (cf. Gilles Deleuze, Spinoza y el problema de<br />

la expresión, Barcelona, Muchnik, 1975).<br />

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<strong>La</strong> diligencia<br />

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Así que la imagen cinematográfica, introduciendo el movimiento, ne-<br />

gando la fijación de los cortes instantáneos mediante el movimiento de cá-<br />

mara, mediante el raccord y el montaje, habla ya siempre desde el tiempo, del<br />

tiempo, es ya siempre imagen del tiempo. Cada película es una aprehensión<br />

del tiempo, una expresión de la duración. Toda “auténtica” película expone<br />

esa compresión o comprensión del tiempo tanto en cada uno de sus encua-<br />

dres, de sus planos, tanto en cada una de sus escenas como en el todo que<br />

la constituye. Esa determinada configuración que en ella adopta la duración,<br />

el cambio que niega toda fija identidad, constituye su ser, es su seña de iden-<br />

tidad, es la firma que se repite en cada uno de sus presentes, por la que se<br />

reconoce como esa película: la firma es una imagen del tiempo, es la imagen<br />

del tiempo de quien la firma, es la imagen de tiempo que constituye a la vez<br />

al autor y a la obra, es el particular (modo de) ser de ambos.<br />

II. LA IMAGEN-MOVIMIENTO O EL TIEMPO DESDE EL MOVIMIENTO.<br />

En todo caso, como ya se dijo, la articulación de la obra de Deleuze en<br />

dos volúmenes se corresponde con la distinción entre dos tipos de de imá-<br />

genes o de filmes, entre los que muestran el todo abierto del tiempo sólo in-<br />

directamente (imagen-movimiento) y los que lo hacen de forma directa<br />

(imagen-tiempo). Por lo demás la especificidad de estos últimos, de los que<br />

realmente se han deshecho de la fijación del presente o del tiempo lineal<br />

para moverse ya libremente en el plano del puro devenir, sólo se puede<br />

ganar a través de su relación con y de su diferencia de la imagen-movi-<br />

miento. De modo que la comprensión de ésta, de los filmes que se consti-<br />

tuyeron como imagen-movimiento en la época que precedió a la II Guerra<br />

Mundial, se demuestra imprescindible.<br />

Estas películas, las que se entendieron a sí mismas y se dieron a en-<br />

tender como imágenes-movimiento, asumieron como la especificidad de la<br />

imagen cinematográfica –lo que la contraponía por ejemplo a la imagen pic-<br />

tórica– la capacidad para representar de forma real el movimiento, para ha-<br />

cerlo presente. Y, ciertamente, el cine nos procura una (re)presentación y<br />

una experiencia del movimiento porque logra que las imágenes inmóviles<br />

que son los fotogramas se sucedan rápidamente. Así, la imagen que consti-<br />

tuye una escena representa el movimiento en tanto que relación: en la me-<br />

dida en que, gracias a la yuxtaposición de fotogramas, muestra<br />

cómo se mueven los objetos en el encuadre del plano, presenta<br />

en efecto el modo en que unos objetos entran en relación con<br />

otros. De este modo gana el cine el movimiento y de este modo<br />

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lo entiende el primer cine, el cine de la primera mitad del siglo XX: como un<br />

fenómeno secundario respecto a la superficie de los cortes inmóviles, como<br />

algo que les acaece a unos objetos que son anteriores al cambio, como algo<br />

que los modifica (accidentalmente) y que, por tanto, los presupone al mar-<br />

gen de dicho movimiento. En términos que trascienden el lenguaje deleu-<br />

ziano se podría decir que la metafísica que subyace al cine de la<br />

imagen-movimiento, al cine como imagen-movimiento, es sustantiva o sus-<br />

tancial, aristotélica: lo que es en primer lugar, el principio del ser, es la sus-<br />

tancia, lo ente en tanto que autónomo, independiente de todo otro, previo<br />

a las relaciones que lo ligan a los demás entes. <strong>La</strong> sustancia es lo que ver-<br />

daderamente es y las relaciones sólo representan un modo de ser de la sus-<br />

tancia, es decir, presuponen en todo caso a la sustancia.<br />

En resumen, el cine previo a la II Guerra Mundial entiende su cometido<br />

como la (re)presentación del movimiento –y no del tiempo. Pero en todo<br />

caso todas las películas de esta época tienen una estructura narrativa, es<br />

decir, en todas ellas el movimiento “se monta” en orden a la construcción de<br />

una historia. Pues bien, con ello la propia imagen-movimiento hace posible<br />

la experiencia del tiempo. En efecto, en esta fase de la historia del cine es<br />

la conexión de las escenas que realiza el montaje la que logra que la ima-<br />

gen-movimiento se integre en un todo –en el todo que constituye al propio<br />

film– que cuenta una historia, en un todo que por tanto ofrece de alguna ma-<br />

nera una imagen del tiempo. Y es por eso por lo que el montaje es para De-<br />

leuze en este momento el elemento fundamental del cine, por lo que, en el<br />

análisis de las cintas de esta época, es en él donde busca su firma, y por lo<br />

que en los distintos modelos de montaje que logra aislar en-<br />

cuentra los posibles modos fundamentales de ser de este cine o,<br />

si se quiere, las “categorías” de la imagen-movimiento (6).<br />

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Juan Nadie<br />

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Ahora bien, está claro que el tiempo que experimentamos en estas pe-<br />

lículas, el tiempo que ellas nos sirven, es el que resulta de ensamblar movi-<br />

mientos, esto es, de montar el movimiento. El todo del tiempo no comparece<br />

como el lugar de donde procede el movimiento, sino justamente a la inversa,<br />

como un derivado del movimiento. Pero si esto es así, si al tiempo se lo cons-<br />

truye desde el movimiento (y no a la inversa) porque éste último, a su vez,<br />

se comprende desde los objetos inmóviles como desde aquello que constituye<br />

lo real por antonomasia, es decir, desde del corte inmóvil del instante que<br />

constituye el presente, queda patente que el tiempo resultante será repre-<br />

sentado y experimentado como la suma infinita de instantes, de esos mo-<br />

mentos que tomamos por reales, que son reales, solamente en la medida en<br />

que son presentes. Es decir, es evidente que se trata aquí del tiempo lineal,<br />

del tiempo que descansa en el presente. Por decirlo así, el tiempo de la ima-<br />

gen-movimiento –de las imágenes de los filmes rodados en su mayoría antes<br />

de la segunda “Gran Guerra” y de las imágenes que nos constituyen en la me-<br />

dida en que nos entendemos como espectadores “apropiados” a estos filmes,<br />

en la medida en que entendemos nuestra relación con el tiempo o nuestro<br />

tiempo desde el modelo de la historia narrada que surge de la adición de mo-<br />

vimientos– es el presente. El pasado y el futuro no existen realmente: están<br />

tan subordinados al presente como lo está el tiempo al movimiento.<br />

El movimiento de la imagen-movimiento arrastra consigo el presente que<br />

ya pasó y el presente que aún no llegó, no puede por tanto dejar de hacerse<br />

cargo de alguna manera de la temporalidad, la ha de asumir necesariamente,<br />

pero sólo como un derivado: el pasado y el futuro sólo cuentan en la medida<br />

en que resultan necesarios para entender las conexiones entre los objetos, las<br />

relaciones que producen los movimientos de los objetos. Se podría decir, pues,<br />

adoptando el lenguaje de Heidegger, que el tiempo que subyace a esta imagen,<br />

que corresponde a esta concepción de la imagen y de la realidad –el tiempo<br />

como presente– es el tiempo de la Presencia (que niega el devenir) (7).<br />

6. Desde los orígenes del cine los distintos tipos de montaje retrotraen<br />

los objetos (presentes) y los instantes presentes de cada corte<br />

a una imagen total del tiempo. Deleuze distingue entre la imagen de<br />

un todo orgánico propia del montaje americano (Griffith), la de un<br />

todo dialéctico propia del modelo soviético (Eisenstein y Vertov), la<br />

de la totalidad sublime que nace de la desmesura extensiva en el<br />

cine de preguerra francés y la de la totalidad sublime que nace de la<br />

desmesura intensiva en el cine alemán expresionista. Pero la<br />

imagen del todo que cada uno de ellos construye sólo es en todo<br />

caso posible porque el tiempo es el todo, de modo que en cada<br />

una de esas imágenes totales, y aun cuando sólo sea indirectamente,<br />

se muestra la durée, el tiempo como el todo abierto. Cf.<br />

IM, cap. 3.<br />

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<strong>La</strong> imagen-movimiento encierra tres variedades: la imagen-percepción,<br />

la imagen-afección y la imagen-acción, que estructuran la primera parte de la<br />

propia obra de Deleuze. Para ejemplificarlas recurre a diversos momentos de<br />

muchos filmes que hacen intuitiva la taxonomía, pero en realidad las tres imá-<br />

genes, los tres modelos, únicamente pretenden señalar las distintas dimen-<br />

siones de la imagen-movimiento en tanto que imagen que sólo indirectamente<br />

retrata la durée: ninguna de ellas se deshace en efecto del tiempo lineal.<br />

<strong>La</strong> imagen-percepción es la que se presenta como una imagen percibida,<br />

la que remite, pues, a un ojo (al nuestro y/o al de la cámara) como a su con-<br />

dición de posibilidad y la que así nos (re)presenta a nosotros mismos como<br />

7. Es bien sabido que cuando Heidegger caracteriza a la Metafísica<br />

occidental como “metafísica de la presencia” asocia el pensamiento<br />

occidental en general a la comprensión lineal del tiempo y al consecuente<br />

olvido de la temporalidad o del tiempo –en tanto que devenir<br />

y no en tanto que suma de presentes– como la verdad misma<br />

del ser: una vez que el tiempo es concebido como sucesión el establecimiento<br />

de su carácter secundario, el olvido de su pertenencia al<br />

ser, está decidido. Y es también bien sabido que Heidegger sitúa en<br />

Grecia, en el pensamiento auténticamente griego, máximamente<br />

griego, de los presocráticos, esa otra forma de relacionarse con el<br />

tiempo en la que éste, como absoluto devenir o temporalidad, se reconoce<br />

como lo que verdaderamente nos constituye, como nuestro<br />

ser y como el ser. Con esta visión se corresponde evidentemente la<br />

asunción de la propia finitud o, dicho de otro modo, una concepción<br />

necesariamente trágica (Cf. por ejemplo Martin Heidegger, Introducción<br />

a la metafísica, Barcelona, Gedisa, 2003). Y es por esto por<br />

lo que no nos parece especialmente forzado emparentar lo que<br />

Heidegger espera de la crisis de la “metafísica de la presencia”<br />

–al menos en tanto que “paso atrás”, que retorno a lo trágico–<br />

con lo que Deleuze encontrará ya en el cine de posguerra, en la<br />

crisis de la imagen-movimiento.<br />

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Infierno en la tierra<br />

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imágenes que perciben, como imágenes cuya relación con el todo del tiempo<br />

no puede ser otra que la de percibirlo, la que nos constituye, por tanto, como<br />

imágenes que pueden objetivar el (todo del) tiempo para contemplarlo. Y así<br />

la duración se fija, conforma una imagen, en la medida en que es percibida u<br />

objetivada desde un ojo, desde un punto de vista. <strong>La</strong> imagen-afección se cons-<br />

tituye en cambio como la pura expresión de un sentimiento, fija el tiempo<br />

abierto, el eterno devenir, en una (imagen-)afección que se adueña de nos-<br />

otros en virtud de su absoluta pureza. Y así, en la medida en que no apela ya<br />

a nuestro mirar sino a nuestra capacidad de ser-afectados, nos descubre como<br />

imágenes que se relacionan con la duración a través del sentir, que son ca-<br />

paces de sentir la eternidad del todo del tiempo cambiante.<br />

Mientras a la imagen-percepción corresponde el plano de conjunto que<br />

presupone en principio la distinción entre una mirada objetiva (cuando pro-<br />

cede de la cámara) y una subjetiva (cuando procede de un elemento per-<br />

teneciente al conjunto del encuadre), Deleuze hace corresponder a la<br />

imagen-afección el primer plano –los grandes rostros humanos de los gran-<br />

des primeros planos– que, gracias a su intensidad, se despoja de toda par-<br />

ticularidad para convertirse en pura expresión de una “cualidad” que ya no<br />

pertenece a ningún tiempo ni a ningún lugar, que ya no es de nadie, de<br />

una afección que ha devenido pura, una pura “potencia” que es tan nues-<br />

tra como del rostro retratado, y que –en este sentido– deja atrás el mirar<br />

(subjetivo u objetivo) para configurar el espacio de una interioridad refle-<br />

jada, para construir la subjetividad como un mirar doblado sobre sí mismo,<br />

re-flexionante. Es por esto por lo que si la imagen-percepción se puede<br />

considerar el “punto cero” del cine, la imagen que resulta de relacionar un<br />

sujeto que mira con un objeto mirado, si el percibir constituye esa dimen-<br />

sión del sujeto donde todavía no es para sí, donde todavía no es uno, a la<br />

imagen-afección –siguiendo las categorías de Peirce– Deleuze le adscribe<br />

la “primeridad”.<br />

Por su parte, la imagen-acción no atrapa la durée en una percepción<br />

ni en una afección, no nos pone en relación con el tiempo abierto al poner-<br />

nos en condiciones de objetivarlo ni de sentirlo. El modo en que fija el de-<br />

venir de la duración consiste más bien en traducirla precisamente en<br />

movimiento. <strong>La</strong> imagen-acción es, en efecto, la durée fijada que responde<br />

o reacciona a esa fijación (a la fijación que es condición de toda imagen) con<br />

movimiento, con el movimiento de una acción. Es la imagen que<br />

pone la duración en movimiento, que la convierte en movi-<br />

miento. Y es por ello, sin duda, la imagen que representa el mo-<br />

vimiento por excelencia y, por tanto, el paradigma de la<br />

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imagen-movimiento. Lo propio de esta imagen no es, pues, la fijación –<br />

común a todas– sino la (re)acción: descansa precisamente en la cadena ac-<br />

ción-reacción y, en la medida en que la sienta como un presupuesto, nos<br />

obliga a concebir lo real en términos causales, como la misma cadena de ac-<br />

ciones y reacciones. Por eso le adscribe Deleuze la categoría peirciana de la<br />

“segundidad”. <strong>La</strong> bipolaridad es sin duda la característica específica del ac-<br />

tuar, del reaccionar: en todo actuar hay una causa y un efecto, toda acción<br />

presupone una situación más o menos estática y un agente que la trans-<br />

forma, que introduce en ella el cambio.<br />

<strong>La</strong> imagen-acción nos obliga entonces a comprendernos también como<br />

identidades fijas que reciben movimiento –o, si se prefiere, que sienten cier-<br />

tos inputs– y que reaccionan a ellos actuando, con acciones o nuevos movi-<br />

mientos; como identidades, por tanto, que son reales en la medida en que<br />

funcionan según la conexión sensorio-motriz. Pero es claro que, para enten-<br />

dernos así, hemos de entender a su vez el tiempo (el todo abierto del tiempo)<br />

como el elemento o el resultado de esa cadena, esto es, como tiempo lineal.<br />

Por eso la imagen que ahora nos corresponde es también la de (fijas) identi-<br />

dades que sólo tienen su realidad en el presente, que sólo son mientras co-<br />

rren a lo largo de la línea infinita del tiempo saltando de un presente a otro.<br />

<strong>La</strong> imagen-acción del sujeto es la de una identidad que, por tanto, deja de ser<br />

en aquel instante, en aquel presente, al que ya no sigue otro presente, que<br />

ya no es cuando ya no puede reaccionar, que topa ahí con the end. Por ello en<br />

el cine de la imagen-acción nos encontramos con la durée únicamente en el<br />

plano constituido por la sucesión de los instantes presentes, sólo experimen-<br />

tamos el todo del tiempo como una cadena de acciones (y reac-<br />

ciones), solamente nos consideramos temporales –vinculados al<br />

tiempo (todo)– en la medida en que actuamos, en tanto que entes<br />

en movimiento (8).<br />

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Fueros humanos<br />

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III. LA IMAGEN-TIEMPO O EL MOVIMIENTO DESDE EL TIEMPO.<br />

Como anticipé, la crisis de este cine, de la imagen-acción que se realiza<br />

formidablemente en el cine clásico americano (especialmente en las imágenes<br />

de plano medio del “cine de acción”) y, con ello, la de la imagen-movimiento<br />

en general, se produjo según Deleuze tras el shock de la II Guerra Mundial.<br />

En este sentido la guerra no supuso meramente una cesura definitiva en la<br />

historia (lineal) de Occidente, en la Modernidad ilustrada que tiene que pen-<br />

sar el tiempo como tiempo lineal para poder creer en el progreso, para poder<br />

soñar un happy end al que acercarse progresivamente a través de la infinita<br />

cadena de esforzadas acciones, sino también el ocaso de la realidad toda, de<br />

todo un mundo de imágenes que incluye nuestras propias imágenes, las imá-<br />

genes de nosotros mismos. Supuso, pues, para Deleuze, el final de un modo<br />

de relacionarse con el todo del devenir o, visto desde el otro lado, de un modo<br />

de “darse” o fijarse esa apertura que es el tiempo; el ocaso, en definitiva, de<br />

un modo de ser (del tiempo).<br />

Esta crisis se anuncia para Deleuze en la imagen mental (9). Lo que en<br />

ella se muestra, lo que da a ver, ya no es la relación “actual” de un movi-<br />

miento en el espacio, una relación física, sino una conexión abstracta, la co-<br />

8. No extraña que Deleuze asocie los filmes determinados por la imagen-acción<br />

principal y paradigmáticamente al cine americano anterior<br />

a la II Guerra Mundial, especialmente a aquellos que siguieron<br />

el modelo de montaje establecido por Griffith y, sobre todo, a aquellos<br />

que, de un modo u otro, se construyeron como una unidad orgánica<br />

y cerrada. Distingue, por lo demás, dentro de la<br />

imagen-acción, entre la “gran forma” y la “pequeña forma”: es la<br />

primera la que se corresponde con el cine de Griffith y la que triunfa<br />

en Hollywood, y se adscribe a los filmes que se construyen como la<br />

espiral que parte de una situación y, mediante la acción de un<br />

agente, se transforma en otra nueva. <strong>La</strong> pequeña forma invierte el<br />

esquema, parte de la acción y no de la situación y conduce a una<br />

nueva acción, y adopta la forma de la elipsis en lugar de la de la espiral:<br />

es la propia de la obra de Chaplin o Lubitsch. Mientras las espirales<br />

del “gran” cine americano consiguen erguir historias<br />

monumentales, el juego de indicios y equivocidades que permiten<br />

las elipsis de la “pequeña forma” hace pivotar las (pequeñas) historias<br />

sobre el instante (decisivo) (cf. IM, cap. 9 y 10).<br />

9. Conviene tener presente que, en todo caso, también en el cine<br />

previo a la guerra Deleuze reconoce muchas imágenes que, de distintos<br />

modos, cuestionan ya tanto la comprensión lineal del tiempo<br />

como la correspondiente comprensión del sujeto como una<br />

identidad fijada en el presente. En el mismo comentario de la<br />

imagen-percepción destaca las imágenes en las que el punto<br />

de vista oscila entre el objetivo y el subjetivo por cuanto logran<br />

un “discurso indirecto libre” que trae a la luz precisa-<br />

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nexión ideal o simbólica de los pensamientos. Lo mental mismo deviene in-<br />

tuido, se convierte en lo “aparente”, en fenómeno, de modo que el pensa-<br />

miento pasa a ser la clave, la esencia, de la imagen. Para seguir las películas<br />

de, por ejemplo, los hermanos Marx o Hitchcock, para entrar en ellas, no sirve<br />

ya reconstruir o insertar una serie de acciones en una cadena causal, sino<br />

que, antes bien, se hace necesario pensar, razonar, con el film. El sentido de<br />

una imagen nace de sus relaciones, en última instancia de su relación con<br />

otra imagen, pero esa relación sólo se gana en la medida en que las propias<br />

imágenes son trascendidas hacia el elemento del pensar. Y, así, en la medida<br />

en que ellas sólo son en tanto que atravesadas, tejidas, por el pensamiento,<br />

éste queda atrapado en su red, integrado en la imagen misma: las imágenes<br />

mente al punto de vista, que nos descubre como esencialmente determinados<br />

por el mirar, que descubre que el sujeto sólo es en tanto<br />

que mira y es mirado, que reduce su consistencia a la de un juego<br />

de miradas (destaca en este contexto las imágenes acuáticas en el<br />

“cine de poesía” francés, y el retorno de la mirada a la materia, a lo<br />

inorgánico, en el cine ruso de Vertov, pero también ciertas imágenes<br />

del expresionismo alemán que se constituyen como un reto a<br />

las totalidades orgánicas y cerradas de los modelos americano y<br />

ruso). Por lo que respecta a la imagen-afección, en su potencia despersonalizadora,<br />

tal como se realiza en la abstracción lírica o en el<br />

“idealismo” de primeros planos como los de Dreyer o en ese máximo<br />

de intensidad que logran las imágenes de Fritz <strong>La</strong>ng, Deleuze encuentra<br />

ya una clara resistencia al imperante psicologismo de la<br />

época. Y, por último, incluso en ciertas imágenes-acción, localiza<br />

Deleuze una línea de fuga que conduce a otra imagen, a otra forma<br />

de relacionarse con el tiempo: piensa especialmente en las imágenes<br />

de filmes, como los de Keaton, en los que la “pequeña<br />

forma”, la que hace descansar su significado en las diferencias<br />

infinitesimales, se combina con la “gran forma”, con la que cifra<br />

su verdad en la propia potencia envolvente, para subvertirla,<br />

para subvertir la diferencia misma que las opone.<br />

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Una noche en Casablanca<br />

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se constituyen como imágenes del pensamiento, como imágenes mentales. En<br />

Vértigo (Vertigo, 1958), por ejemplo, el lazo esencial, clave de todo el film,<br />

entre Madelaine y Carlotta sólo se gana en la medida en que la cámara re-<br />

trotrae ciertas imágenes aisladas e inmóviles –como la de las flores que Ma-<br />

delaine lleva al museo y la de las flores pintadas en el cuadro de Carlotta<br />

Valdés o la del moño de la primera y de nuevo la del moño retratado– a la ima-<br />

gen de la mirada de Scottie, a la imagen de una inferencia, de la conexión<br />

mental que da sentido a la coincidencia de esas imágenes (10). Por eso De-<br />

leuze hace corresponder esta imagen con la categoría de la “terceridad”: el<br />

tercero, el término que media los extremos entre los que se escinde lo real,<br />

ha sido conceptualizado como lo simbólico, en sentido amplio, no sólo por<br />

Peirce, sino también por una larga tradición que se podría ver nacer –aunque<br />

para hacerlo hubiéramos de hablar más bien de lo “lingüístico” o incluso lo<br />

“poético” en general– del pensamiento del Idealismo alemán, y que se ex-<br />

tiende hasta el psicoanálisis lacaniano (11).<br />

Ahora bien, en todo caso, el pensamiento que aquí se hace imagen, el<br />

que en estas imágenes se intuye, sigue siendo el propio de la imagen-mo-<br />

vimiento: se trata en efecto del ejercicio intelectual que explica lo real al<br />

hilar las imágenes según el principio de la causalidad. Y, de acuerdo con<br />

ello, el tiempo que ellas expresan o (re)presentan sigue siendo el de la re-<br />

presentación, el que descansa en el presente, el que es pensado desde el<br />

movimiento como encadenamiento –ahora intelectual, mental o discursivo–<br />

de causas y efectos (pensados). Por eso entiende Deleuze que esta ima-<br />

gen, especialmente en su forma hitchcockiana, sólo trasciende la imagen-<br />

acción en la medida en que constituye su propia culminación, la forma que<br />

la consuma. Tal comprensión del tiempo, la que lo concibe a partir de la ca-<br />

10. Deleuze insiste en el modo en el que las películas de Hitchcock<br />

cuestionan la heterogeneidad entre la imagen del espectador y la de<br />

los personajes en la medida en que las vincula en un mismo razonar:<br />

a la vez que fuerza al espectador a hacerse cargo de la cadena de inferencias<br />

mentales del personaje convierte a menudo a los mismos<br />

personajes en espectadores de las imágenes del film (recuérdese <strong>La</strong><br />

ventana indiscreta o, en el caso de Vértigo, la determinación expresa<br />

del protagonista como detective, como investigador del sentido de<br />

las mismas imágenes que también nosotros hemos de descifrar); cf.<br />

IM, esp. pp. 285 ss.<br />

<strong>11.</strong> Desde aquí tampoco extraña que, por ejemplo, Slavoj Žižek estudie<br />

también la obra de Hitchcock como un retrato de la lógica<br />

de lo simbólico (lacaniano) y del modo en que lo simbólico<br />

muestra sus propias fisuras o la complejidad de su relación con<br />

lo real (lacaniano). Véase Slavoj Žižek, Looking Awry, Cambridge,<br />

The MIT Press, 1992).<br />

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dena causal como la aristotélica “medida del movimiento”, será cuestionada<br />

precisamente en el marco del cine americano por aquellas imágenes que se<br />

hacen cargo de la fragilidad de la conexión sensorio-motriz presupuesta por<br />

la lógica de la acción, de la falta de consistencia, de la falta de realidad in-<br />

cluso, de la propia cadena causal. Piensa Deleuze en las imágenes de<br />

Lumet, Altman o Cassavettes.<br />

Y ciertamente es indudable que películas como las de Cassavettes expo-<br />

nen contundentemente la desarticulación de la imagen-acción, el modo en<br />

que la relación sensorio-motriz pierde progresivamente su firmeza y su fuerza.<br />

Los personajes tienen cada vez más dificultades para reaccionar a las situa-<br />

ciones que les vienen dadas, para luchar contra ellas, para transformar el<br />

mundo con sus acciones y, de acuerdo con ello, confían cada vez menos en un<br />

“final feliz” que pudiera convertir sus historias en unidades reconciliadas, or-<br />

ganizadas u orgánicas. Despojados de una meta que oriente sus acciones, de<br />

un telos que unifique su historia, expresan la crisis de las propias condiciones<br />

de toda narración (de una historia), el cuestionamiento general de la posibi-<br />

lidad de sentido. Recuérdese en este contexto la imagen de la joven negra de<br />

facciones blancas de Shadows (1959) que, después de haberse acostado con<br />

un hombre blanco, arranca de la sombra únicamente una mitad de su rostro,<br />

sólo destapa una mitad de su cuerpo, la imagen del extravío de su mirada<br />

que la divide entre el hermano negro y el amante blanco, y finalmente la ima-<br />

gen de su impotencia ante el abandono del amante, ante el conflicto entre<br />

sus dos mitades, la parálisis de sus movimientos, la suspensión de su histo-<br />

ria en ese impasss (12).<br />

Por eso los instantes que componen estos filmes empiezan a<br />

perder su conexión. <strong>La</strong> cadena que los unía en la clásica imagen-<br />

movimiento comienza a evidenciarse incapaz de ligar cada presente<br />

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Shadows<br />

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con el que presuntamente lo habría de preceder y con el que presuntamente lo<br />

habría de suceder. Y el (tiempo) presente del film aparece ya en muchas oca-<br />

siones como un presente aislado, como una imagen que se hace actual, que<br />

viene a la presencia, precisamente al desasirse de la cadena del tiempo lineal,<br />

al romper (con) la línea del tiempo. Recuérdese por ejemplo el modo en que<br />

toda una escena de acción, la imagen de una pelea entre dos pandillas calleje-<br />

ras, aparece al final de la misma Shadows: ya no cabe entenderla como el<br />

(comprensible) efecto de un evento previo, ya no resulta totalmente explicable<br />

a partir de ninguna otra imagen, y además se construye como una serie de mo-<br />

vimientos yuxtapuestos que ni siquiera aspiran a constituir –a través de la tra-<br />

bazón causal– la totalidad de una imagen, una imagen total, como la suma de<br />

las imágenes de golpes y de heridas que no se organizan según ningún eje,<br />

como movimientos que tampoco se anclan ya en sujetos que puedan aparecer<br />

como sus responsables. Y esto es así porque ya no es posible aislar al culpable<br />

y a la víctima, porque la violencia, autónoma o anónima, atraviesa libremente<br />

a los sujetos, se mueve en su pureza disolviendo la fijeza de la imagen idén-<br />

tica, disolviendo sus identidades; esto es, porque no cabe ya localizar nítida-<br />

mente, identificar plenamente, al sujeto de la acción.<br />

Efectivamente, si la continuidad de la línea del tiempo había sido hasta<br />

ahora el soporte y la garantía de la unidad de la historia de los personajes, de<br />

la identidad de la imagen-sujeto en general, no puede extrañar que estos pre-<br />

sentes desquiciados, eslabones perdidos de una cadena rota, estén a menudo<br />

poblados por imágenes de vagabundos o enajenados que no aciertan a desli-<br />

zarse por la línea del tiempo, tan aislados y tan solos como cada uno de esos<br />

presentes. Estas imágenes, las imágenes de estos sujetos descentrados, atra-<br />

viesan toda la filmografía de Cassavettes: desde la pandilla de callejeros de<br />

la ya citada Shadows, que habita un presente configurado como una perpe-<br />

tua improvisación que abarca al propio film, que acaba por declararse como<br />

el tiempo del propio film, hasta “la mujer bajo la influencia” (A Woman Under<br />

the Influence, 1974) que es incapaz de ajustarse a su papel, de “representar”<br />

12. Conviene reparar aquí en el uso de la imagen-afección, en el<br />

poder de unos grandes primeros planos en blanco y negro en los que<br />

el rostro (como en Faces) cede su sitio a la de un sentir capaz de<br />

abrir un agujero en la cadena del tiempo por el que se cuela el todo<br />

de la durée. Deleuze mismo, al comentar las imágenes-tiempo, hace<br />

notar la reaparición de estas imágenes –que han servido para caracterizar<br />

la imagen-movimiento y que ahora entran en un<br />

nuevo juego, en un tiempo nuevo– y distingue con ello el planteamiento<br />

de su obra del de una eventual “filosofía de la historia<br />

del cine” que avanzase según progresivas superaciones<br />

dialécticas.<br />

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correctamente las relaciones que la vinculan a su esposo y a sus hijos, preci-<br />

samente por cuanto estas relaciones exceden a la vez la representación y su<br />

propia identidad o, dicho de otro modo, porque su tiempo no logra ajustarse<br />

al que impone su rol (el de ama de casa de una historia americana), al de la<br />

narración de la historia que presuntamente le tendría que corresponder.<br />

Ahora bien, se hace así también claro que el desmoronamiento de la or-<br />

ganización de las historias que se expresa en este cine, la ruptura de su con-<br />

tinuidad y de la continuidad de la línea misma del tiempo, abre la puerta a<br />

una nueva concepción del tiempo, a un tiempo nuevo. Pues bien, semejante<br />

crisis, esta ruptura y esta apertura, se produce para Deleuze en el cine eu-<br />

ropeo de posguerra, concretamente en el neorrealismo italiano y en la nou-<br />

velle vague francesa. <strong>La</strong>s vanguardias de este momento pisan por fin el<br />

más-allá de la imagen-movimiento. <strong>La</strong> ruptura del nexo sensorio-motriz se<br />

expone ya como el resultado de una conmoción en virtud de la cual el mirar<br />

y el escuchar (de las imágenes-sujeto), perdiendo el engarce en la acción del<br />

sujeto, el anclaje en su identidad, se emancipan definitivamente: devienen<br />

puro escuchar y puro mirar, a la vez que el pensamiento deviene puro pen-<br />

sar (piénsese en general en la filmografía de Godard, en los discursos anó-<br />

nimos que cruzan imperturbables a los personajes, en las imágenes que no<br />

son de nadie, que ni siquiera se dejan retrotraer a la unidad de ninguna mi-<br />

rada). Pero, sobre todo, estos elementos puros, impersonales, que a me-<br />

nudo son tratados como objetos en sí mismos, se constituyen ahora como<br />

un plano que subyace a la superficie del movimiento y la acción, como su<br />

misma condición de posibilidad: el décalage entre el decir y el mirar de la<br />

imagen subjetiva, los agujeros de la memoria, las fallas del<br />

tiempo de la historia, ya no aparecen como ciertas irregularida-<br />

des en el ser de lo real, en la marcha de la Historia, como meras<br />

anomalías, sino como la expresión de algo sobre lo que las imá-<br />

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Una mujer bajo la influencia<br />

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genes (que constituyen la realidad) descansan. Ya no como una falta de ser,<br />

sino como expresiones de otro modo de ser, de lo que es virtualmente en<br />

todo lo real. Dicho de otro modo, tanto la cadena causal del movimiento<br />

como el tiempo lineal y la identidad del agente asociada a ellos se retrotraen<br />

a la superficie de la pura virtualidad como a su propia condición. De manera<br />

que este nuevo cine se constituye propiamente como la imagen de lo virtual<br />

mismo, como una imagen que sólo presenta el movimiento, el tiempo y la<br />

subjetividad fijados, “espacializados”, desde su cara virtual, emergiendo del<br />

puro devenir de ese todo puramente virtual. Se trata evidentemente de una<br />

imagen “directa” del tiempo, de lo virtual como el todo abierto del tiempo,<br />

como la duración que hace posible el movimiento, como la posibilidad sobre<br />

la que descansa la realidad, como la condición de toda imagen.<br />

<strong>La</strong> emancipación de los sentidos (respecto al movimiento, respecto al<br />

sujeto “motriz”) culmina, pues, en la emancipación del tiempo, permite acce-<br />

der a una imagen del tiempo puro, de un tiempo que ya no es pensado tam-<br />

poco desde el movimiento (del sujeto) ni desde el presente sino, muy al<br />

contrario, como su condición. Es la imagen directa del tiempo, la imagen que<br />

muestra el tiempo en sí mismo: ya no como sucesión de presentes que dejan<br />

de ser al pasar, al convertirse en pasado, y al ser sucedidos por un nuevo pre-<br />

sente, de modo que el (presente) pasado y el (presente) futuro no son en<br />

verdad, sino como un todo en el que el pasado y el futuro, indisolublemente<br />

ligados, son lo verdadero, constituyen verdaderamente el presente, como la<br />

superficie en la que el pasado y el futuro se penetran a la vez que se comba-<br />

ten, en la que el presente sólo es como su (des)encuentro. Te querré siem-<br />

pre (Roberto Rossellini, Viaggio in Italia, 1954) ofrece una imagen, la imagen<br />

de Catherine, que, en compañía de otra mujer que pide a dios descendencia,<br />

atraviesa decidida una ciudad llena de niños, de las imágenes de los hijos que<br />

aún puede tener, de los hijos que abren la posibilidad de un futuro para su ma-<br />

trimonio, para la relación de la que pende su identidad, pero que, ya en el<br />

templo, se mueve desorientada por entre las catacumbas, acosada por pe-<br />

queñas calaveras que devuelven el futuro a los hijos que no ha tenido, que en-<br />

tierran aquella promesa de vida en la muerte del pasado. Pues bien, el tiempo<br />

del film acontece entre ambos lugares, en el entrecruzamiento de ese futuro<br />

y ese pasado, de la vida y la muerte; sus imágenes están constituidas por la<br />

relación misma entre presencia y ausencia, las frágiles imágenes de sus per-<br />

sonajes son presencias arrancadas a la ausencia, amenazadas por la ausen-<br />

cia. Y este es también el tiempo de la protagonista: cuando poco<br />

después de esa escena presencia del brazo de su esposo el des-<br />

enterramiento, en unas excavaciones arqueológicas, de los cuer-<br />

pos sin vida de una pareja, ve su relación reflejada en la muerte:<br />

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Pierrot le fou<br />

la cara muerta de la vida de su matrimonio irrumpe en el presente de ese ins-<br />

tante, de ese plano o de ese corte, y el pasado entero del tiempo, el tiempo<br />

entero (que mata), desborda su historia personal, la resitúa en el todo abierto<br />

del tiempo, y logra así que su propia imagen se tambalee.<br />

Los personajes y el espectador, las imágenes del sujeto, una vez retro-<br />

traídas a esa superficie del tiempo virtual, recuperan en efecto su temporali-<br />

dad, su ser-tiempo, dejan de ser “imágenes-movimiento” para convertirse<br />

ellas mismas en “imágenes-tiempo” y resultan así liberadas del actuar en el<br />

espacio de la realidad, del tiempo empírico del cronómetro, de la apresurada<br />

cadena de causas y efectos. Pero por ello mismo quedan despojadas de su<br />

presunta autonomía, de la autárquica identidad y de la firme presencia que les<br />

adscribía la comprensión del tiempo desde el movimiento, la comprensión del<br />

tiempo como suma de presentes. Por eso el loco del Pierrot de Godard (Pie-<br />

rrot le fou, 1965) quiere escribir una novela en la que ya no se narre la vida<br />

de ningún personaje, sino la vida misma, los colores y los sonidos en sí mis-<br />

mos, y no lo quiere como Pierrot ni como Ferdinand, sino como un fou que<br />

habla con voz de pirata, como la imagen de alguien a través de quien habla<br />

una voz que no es suya y que por eso mismo puede dirigirse directamente a<br />

nosotros, a cualquier otra imagen en cualquier otro tiempo, en el tiempo vir-<br />

tual. Su imagen comparte con cualquier otra esa misma voz porque se sitúa<br />

en esa superficie de colores y sonidos puros que no son de nadie, en esa vida<br />

que no es de nadie, en el tiempo que no está sujeto al orden de nadie.<br />

Ni el pasado ni el futuro son ya tampoco de nadie. El tiempo de cada his-<br />

toria, devuelto al todo abierto del tiempo, al todo del perpetuo<br />

cambio, se vincula a un pasado que trasciende infinitamente el de<br />

la existencia individual y, así, también la memoria subjetiva resulta<br />

trascendida hacia la memoria abierta del todo. Pero sin los límites<br />

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y contornos de una memoria particular no queda lugar alguno para la unidad<br />

de un sentido que articule la historia: el recuerdo del año pasado en Marien-<br />

bad fracasa, se disuelve, porque la historia del año pasado, la relación de A y<br />

X queda –precisamente en virtud de su “profundidad”, de su “eternidad”– atra-<br />

pada en el pasado todo de las imágenes de Marienbad, de las imágenes de El<br />

año pasado en Marienbad (Alain Resnais, L’année dernière à Marienbad, 1961).<br />

El año pasado de su relación se confunde con el tiempo congelado, eterno, de<br />

los muros de Marienbad y con el tiempo en constante fluir, con el devenir<br />

abierto, del agua de los surtidores de Marienbad. <strong>La</strong> memoria que se hace pre-<br />

sente para dispersar el recuerdo del año pasado por todas las estancias de Ma-<br />

rienbad, por todos los presentes del film, no es la de A ni la de X sino la del<br />

pasado todo (de la relación –amorosa– de las imágenes). Y es en este sentido<br />

en el que la imagen-tiempo –la imagen del tiempo puro– se desvela como la<br />

imagen de un crimen, como una imagen criminal. El hombre sólo es en ver-<br />

dad en la lucha contra el tiempo, esforzándose en aniquilar el devenir a través<br />

de la fijación de imágenes, mediante imágenes que culminan y se sujetan en<br />

la firme imagen del yo (como sujeto), de modo que el retorno del puro cam-<br />

bio en la imagen-tiempo es la venganza de la durée contra el hombre, el cine<br />

de la imagen-tiempo su venganza contra el humanismo.<br />

Sin duda esta imagen que –apropiándose de nosotros, convirtiéndonos<br />

también en imagen-tiempo– desmorona o deconstruye la identidad de nues-<br />

tra imagen, la desencaja entre el sonido y la voz y la disemina finalmente en<br />

el flujo del devenir, es en todo caso imagen, es decir, también ella una fijación.<br />

En efecto, lo virtual, en tanto que devenir abierto, no puede reposar nunca<br />

sobre sí. Y dado que la durée envía, pues, ya siempre más allá de sí, la ima-<br />

gen-tiempo sólo puede ser la imagen de lo virtual en su devenir imagen, la<br />

imagen de la relación entre lo virtual y lo real (13). Por eso tampoco nosotros<br />

perdemos el rostro, tampoco nosotros perdemos la consistencia que exige<br />

cualquier imagen, pero en estos nuevos rostros ya se ha inscrito para siem-<br />

pre su condición de imagen, ya no pueden ni dejan olvidar que han sido des-<br />

cubiertos para siempre como imágenes, esto es, como fijaciones que proceden<br />

del puro cambio, como imágenes dobles, escindidas entre lo virtual y lo real,<br />

como un devenir-imagen (fija) (14). Esta es sin duda nuestra tragedia o la<br />

tragedia de nuestro tiempo, la tragedia de la imagen-tiempo: la imagen-<br />

13. Sobre el carácter doble o bipolar de la imagen-tiempo, cf. Gilles<br />

Deleuze, <strong>La</strong> imagen-tiempo, esp. cap. 4.<br />

14. En relación a la comprensión deleuziana del rostro resulta<br />

especialmente iluminadora su lectura de las imágenes de Bacon<br />

en Mil mesetas: capitalismo y esquizofrenia (Valencia, Pre-Textos,<br />

1988).<br />

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tiempo es el devenir negado en la fijación y la fijación negada en el devenir.<br />

Se trata finalmente de aquella imagen (presente) que niega el presente, de<br />

la imagen que se niega como imagen, de la lucha que constituye la tempora-<br />

lidad misma, que nos constituye (como seres trágicos). Y es de nuevo la ima-<br />

gen del loco de Pierrot: la imagen de Pierrot en un sueño diurno, en medio de<br />

una soledad descompuesta, desdoblándose ante la cámara para hablar de su<br />

yo, para decir que el yo está en sí mismo, sin necesidad de espejos, refle-<br />

jado, dividido, que no puede traspasar la soledad porque la imagen del otro<br />

también está reflejada, dividida, porque cuando Marianne dice “il fait beau”<br />

Pierrot sólo puede tener la imagen de Marianne diciendo “il fait beau”, pero ya<br />

nunca el pensar de Marianne, ya nunca a Marianne.<br />

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El año pasado en Marienbad<br />

Gilles Deleuze<br />

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IV. PERO, ¿QUÉ SABÍA MARGUERITE DURAS?<br />

UNA APROXIMACIÓN A EL ARREBATO DE LOL V. STEIN<br />

1. Kierkegaard, S. (2004:85).<br />

2. Alda, C. (1996:51).<br />

Si quiere considerarse el pasado como necesario,<br />

entonces hay que olvidar que ha acontecido,<br />

¿y acaso podría ser también necesario tal olvido? (1)<br />

Søren Kierkegaard<br />

Preferiría hacer un comentario filológico, estructural, limpio, transpa-<br />

rente y aséptico. Eso es lo primero que pensé y, sigo creyendo, siempre, lo<br />

más pertinente. Lo único pertinente. Rastrear los significantes, ver qué fun-<br />

ción cumplen en el texto, cómo se relacionan unos con otros, cómo estable-<br />

cen un posible significado. Porque eso es un texto, un montón de palabras<br />

reunidas según un cierto orden. Y es ese orden el que les aporta algún sen-<br />

tido. <strong>La</strong>s palabras están ahí, sólo hay que discriminarlas, elegirlas, orde-<br />

narlas. Y a eso se le llama estructura. Pero este texto me interrogaba<br />

demasiado, me sigue interrogando, y no sé si quiero oír las respuestas o no<br />

sé si las respuestas que oigo son las que deseo oír. ¿Hay respuesta para la<br />

pregunta? ¿o, en cualquier caso, será un respuesta inventada? ¿será mi res-<br />

puesta la que deseo saber, o la otra?<br />

¿Por qué no hablar de esas metáforas de M. Duras luminosas como una<br />

herida? De esas pausas. De esos silencios. Del latido de una palabra. De eso<br />

que llaman connotación y denotación. Y olvidar las respuestas, situarnos en<br />

ese no saber en el que se sitúa ella para observar a Lol V. Stein caminando por<br />

las calles, por los bulevares de S. Thala, en busca de una ignorada respuesta<br />

a una olvidada pregunta.<br />

¿Cómo era posible que su escritura hablara con tanta fluidez los<br />

dialectos de lo inconsciente, rozando esas dimensiones de lo<br />

mental tan difíciles de abarcar por lo insoportable que le resulta<br />

a la conciencia siquiera acercarse a ellas? (2)<br />

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Isabel Mercadé<br />

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Marguerite Duras<br />

3. <strong>La</strong>can, J. (1996:54).<br />

4. <strong>La</strong>can, J. (1996: 54).<br />

Se pregunta J. <strong>La</strong>can, arrebatado él también<br />

tras la lectura de El arrebato... Y, si para esta pre-<br />

gunta no tiene más respuesta que el asombro y la<br />

admiración, y el reconocimiento de lo que ya Freud<br />

había señalado sobre cómo el poeta siempre va<br />

unos pasos por delante de ellos, sobre cómo des-<br />

broza el camino a quienes quieren aproximarse por<br />

otras vías a eso que se llama conocimiento,<br />

Reconozco esto en el rapto de Lol V. Stein, en el que<br />

Marguerite Duras evidencia saber sin mí lo que yo<br />

enseño. (3)<br />

Sí parece tener respuesta para el misterio de<br />

Lol, para ese incesante peregrinaje, esa búsqueda<br />

de lo olvidado, para ese hallazgo final en un campo<br />

de centeno, bajo la ventana iluminada del hotel<br />

donde el hombre al que ama se encuentra con la mujer a la que desea.<br />

<strong>La</strong> sintaxis de esta última frase es voluntariamente confusa. Tal vez así<br />

logremos aproximarnos al lugar que M. Duras alcanza, el lugar a dónde Lol V.<br />

Stein la lleva.<br />

Como decía, <strong>La</strong>can sí parece tener una respuesta para el misterio de Lol:<br />

Debe tomarse en la primera escena donde Lol es despojada de su<br />

amante, como de un vestido (…). Aquí todo se detiene. ¿No basta<br />

eso para conocer lo que le pasó a Lol y todo lo tocante al amor?:<br />

o sea, a esa imagen, imagen de sí mismo, con que el otro nos re-<br />

viste y que nos viste, y que nos deja cuando nos despojan de<br />

ella ¿ser qué debajo? (4)<br />

Es necesario señalar aquí que <strong>La</strong>can parece referirse, de los dos signifi-<br />

cados (arrebato y rapto) que la palabra ravissement ofrece en francés, a los<br />

dos simultáneamente. De este modo se sigue el razonamiento de <strong>La</strong>can,<br />

según el cual, Lol aparece despojada de su imagen, la que el otro con su mi-<br />

rada le había proporcionado. A Lol le ha sido arrebatada su imagen por otra<br />

mujer y ahí, en ese momento de desnudez, de vacío, en que han<br />

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convergido en ella todas las miradas, cuando todo se detiene, comienza la<br />

ausencia de Lol, ausencia consumada en el momento en que la pareja des-<br />

aparece, llevándose con ella la posibilidad de recuperación. Como si hubiera<br />

sido raptada, la Lol que existía hasta ese momento desaparece. En su lugar,<br />

la ausencia y el silencio, más visibles que cualquier presencia, precisamente<br />

por señalar la huella de lo que ya no está.<br />

Marguerite Duras publicó Le ravissement de Lol V. Stein en 1964. Vein-<br />

tiún años antes, J.P. Sartre había publicado L’être et le néant, donde des-<br />

arrollaba la teoría sobre la mirada y la alteridad que más tarde recobró en la<br />

pieza teatral Huis clos. Es en Huis clos donde se lanza la célebre: El infierno<br />

son los otros. Los otros, con su mirada que cosifica al sujeto y lo cubre de ver-<br />

güenza son el infierno. Los otros, cuya mirada necesitamos para confirmar<br />

nuestra existencia son el infierno. Los otros, los que, cuando dejan de mirar-<br />

nos pueden arrebatarnos la certeza de ser, son el infierno. Una primera po-<br />

sible respuesta.<br />

Pero nosotros somos el otro de los otros. También nosotros podemos<br />

cubrirlos de vergüenza y entonces recuperar el estatus de sujeto. O pode-<br />

mos certificar que existen y hacer que nuestra mirada sea irremediable-<br />

mente deseada. Tal vez por eso Lol, el gemido de Lol, se produzca sólo<br />

cuando amanece y el baile termina, cuando la pareja abandona la sala,<br />

cuando ella ya no podrá mirarlos. Cuando los demás no podrán mirarla a<br />

ella. Una segunda posible respuesta.<br />

Que nuestra mirada sea irremediablemente deseada, el deseo de nues-<br />

tra mirada, no de nosotros como sujeto, no de nosotros como cuerpo. Eso es<br />

lo que argumenta <strong>La</strong>can a partir de Sartre.<br />

Dada la imposibilidad de la relación sexual —“esa apariencia de fusión<br />

es sólo una ilusión”—, asegurará, dada la fantasía del amor —“amor es dar<br />

lo que no se tiene a quien no es que no lo quiere”— aquellos, nosotros, el<br />

“ser parlante” marcado por la falta desde su nacimiento precisamente por<br />

eso, por haber perdido con el lenguaje la conexión con el ser primordial, se<br />

ve abocado a sustituir el deseo de otro por objetos que no sirven para nada,<br />

que son reclamados como sustitutos del Otro y convertidos en causa del<br />

deseo. En particular, la mirada, ese “objeto a minúscula”.<br />

Cuando <strong>La</strong>can leyó El arrebato de Lol V. Stein, estaba preci-<br />

samente terminando el desarrollo de su teoría sobre la mirada en<br />

la que integra tanto el mencionado ensayo de Sartre, como el de<br />

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Merleau-Ponty, “Fenomenología de la percepción”,<br />

con las tesis freudianas, intentando responder al<br />

enigma del deseo de otro, qué se desea en el otro, y<br />

al del deseo del otro, cómo el sujeto imagina que el<br />

otro desea, y al propio deseo del otro que el otro<br />

desea.<br />

En su trabajo de recuperación de las tesis freu-<br />

dianas, se había fijado también en el concepto de<br />

“repetición”, concepto que expuso en su seminario<br />

“la carta robada” pronunciado diez años antes de la<br />

publicación de El arrebato de Lol V. Stein. Si para<br />

Freud, el sujeto necesita repetir de manera pulsional<br />

mediante el acto aquel fragmento del pasado cuyo<br />

recuerdo se le hace inaccesible mediante la memo-<br />

ria, mediante la palabra, de manera que la repeti-<br />

ción encubre y a la vez desvela lo olvidado, para<br />

<strong>La</strong>can serán los significantes, ciertos significantes los<br />

que retornarán sin cesar, puesto que dependen, alu-<br />

den, encubren un significante primero que ha des-<br />

aparecido, que se ha olvidado.<br />

Y he aquí que se encuentra todo eso, y mucho<br />

más, en ese texto luminoso como sólo pueden serlo<br />

aquellos arrancados a la noche oscura del alma, un<br />

texto que de tan luminoso, resulta casi temible, como<br />

si esa luz pudiera cegar, como si aquel que lo desen-<br />

trañara fuera a recibir el castigo de Edipo por haber<br />

osado descubrir la verdad.<br />

¿Sabía M. Duras que sabía todo lo que sabía?<br />

¿O acaso anduvo a ciegas arrancando pedazos de lo<br />

real a la cadena de significantes que la constituía?<br />

Un narrador. Alguien cuya identidad ignoramos,<br />

cuya identidad se desvela sólo en el medio del relato,<br />

cuando la mirada de Lol así lo precisa. Unos hechos,<br />

al parecer causantes de lo que podríamos<br />

llamar “trauma inugural”, cuya veracidad también ignoramos, o,<br />

por lo menos el narrador ignora:<br />

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He aquí desarrollados, mezclados, a la vez, esa falsa semblanza<br />

expuesta por Tatiana Karl y lo que yo invento acerca de la noche<br />

del Casino de T. Beach. A partir de todo ello contaré la historia de<br />

Lol V. Stein. (5)<br />

¿Qué importa, pues, que esos recuerdos sean de otro, que incluso sean<br />

inventados si, como sabía Freud, como sabía <strong>La</strong>can, como han sabido siem-<br />

pre los poetas, como confirman ahora las más recientes investigaciones neu-<br />

rológicas, los recuerdos no son sino una reconstrucción, una recreación más<br />

o menos cercana a una fluctuante realidad?<br />

Una protagonista, Lol V. Stein, diecinueve años, hermosa, divertida, pro-<br />

metida desde hace poco a Michael Richardson, veinticinco años.<br />

Un acontecimiento. Una noche de verano se celebra un baile en el casino.<br />

Aparece otra mujer, Anne-Marie Stretter, ante la que el prometido sucumbe in-<br />

mediata e irremediablemente:<br />

Lol, sumida en la inmovilidad, había visto, al igual que él, avan-<br />

zar esta gracia en abandono, encorvada, de pájaro muerto. (6)<br />

Aunque después se describan otras gracias, ésta es la primera visión —y a<br />

partir de aquí, todo el relato estará construido alrededor del campo semántico de<br />

la mirada y la visión— de ella, la otra mujer. ¿Qué desea, se pregunta el lector, se<br />

preguntan también todos los asistentes al baile que observan fascinados, se pre-<br />

gunta también probablemente Lol, Michael Richardson de esa, precisamente esa<br />

otra mujer? ¿Tal vez sólo su mirada? ¿Tal vez sentirse dios haciendo que el “pá-<br />

jaro muerto” reviva? ¿O tal vez que le devuelva su estatus de sujeto, devolución<br />

que ella, como una promesa de eterno goce, parece vaya a negarle siempre?:<br />

¿Había mirado a Michael Richardson al pasar? ¿Lo había barrido<br />

con esa no mirada que paseaba por el baile? Era imposible sa-<br />

berlo (…) en ella, la mirada (…) se alojaba en toda la superficie<br />

de los ojos, resultaba difícil captarla. (7)<br />

Podría preguntarse también el lector, o por lo menos <strong>La</strong>can lo hizo, si co-<br />

nocía M. Duras sus especulaciones respecto al amor como fantasía, su con-<br />

5. Duras, M. (1990:11).<br />

6. Ibíd., 12.<br />

7. Ibíd., 13.<br />

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James <strong>La</strong>can Maurice Merlau-Ponty<br />

clusión de que “todo amor se basa en una cierta relación entre dos saberes<br />

inconscientes”, cuando a continuación, el narrador se pregunta:<br />

¿Se reconocieron cuando pasó cerca de él? (8)<br />

Y también, el narrador insiste, Lol se limita a observar sin sufrimiento.<br />

¿Por qué no sufre Lol? ¿Acaso esa posibilidad de mirar, de ver cómo el deseo<br />

se comporta, de ser simultáneamente mirada por todos los demás, le pro-<br />

porciona ese goce que está mucho más allá del principio del placer, esa pul-<br />

sión primaria indisociable de la pulsión de muerte?<br />

Habían salido a la pista de baile. Lol los había contemplado, una<br />

mujer muy vieja cuyo corazón está libre de todo compromiso con-<br />

templa así a sus hijos mientras se alejan, parecía amarles. (9)<br />

¿O acaso, al goce de ver, se añade también el de desear a través del otro?<br />

Lol, instintivamente, había dado algunos pasos en dirección a<br />

Anne-Marie Stretter al mismo tiempo que Michael Richardson.<br />

Tatiana la había seguido. Y entonces vieron: (10)<br />

René Girard, en Mentira romántica y verdad novelesca, partiendo así<br />

mismo de tesis freudianas, sostiene este extremo. <strong>La</strong>s grandes novelas, de “El<br />

Quijote” a “A la búsqueda del tiempo perdido”, pasando por Flaubert y Dos-<br />

toyevski, desvelan que el deseo, para sostenerse, precisa de un mediador. El<br />

8. Ibíd., 13.<br />

9. Duras, M. (1990:15).<br />

10. Ibíd., 15.<br />

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deseo, en última instancia, es siempre el deseo del otro. Todo deseo precisa,<br />

pues, de un triángulo.<br />

Esa noche, los tres se mantuvieron en silencio. Pudieron, por unas horas,<br />

prescindir de esos significantes, de aquello que nos separa del ser primordial.<br />

Lol contempla fascinada a la pareja. <strong>La</strong> pareja, centro de todas las miradas,<br />

hallada la mirada definitiva, no precisa buscar otras miradas, no precisa tam-<br />

poco el vano intento de recurrir a las palabras:<br />

Bailaron más. Él, con la mirada fija en un punto desnudo de su<br />

hombro. Ella, más baja, no miraba sino la lejanía del baile. No<br />

hablaban. (11)<br />

Arrebatados todos en esa especie de trance, parecen haber olvidado que<br />

la noche ha de terminar:<br />

Sin duda, Lol, al igual que Tatiana, al igual que ellos, aún no<br />

había tenido en cuenta ese otro aspecto de las cosas: su final al<br />

llegar el día.<br />

(…)<br />

Se habían contemplado silenciosamente, largamente, sin saber<br />

qué hacer, cómo salir de la noche. (12)<br />

Y con el final de la noche, con la desaparición de la pareja, con la pérdida de la<br />

visión y de la mirada, comienza, ahora sí, la agonía de Lol, agonía que se anuncia<br />

cuando se presenta la madre en el baile y físicamente impide que Lol siga viendo:<br />

Sólo en ese instante comprendió que un final, aunque confusa-<br />

mente, se dibujaba (…). <strong>La</strong> pantalla de su madre, entre ellos y<br />

ella, constituía la señal precursora.<br />

(…) Lol gritó por vez primera. (…) Había seguido gritando argu-<br />

mentos: no era tarde, la hora de verano engañaba. Había supli-<br />

cado a Michael Richardson que la creyera.<br />

(…)<br />

Pasaron ante ella con la mirada baja (…). Lol les siguió con la mi-<br />

rada a través de los jardines. Cuando dejó de divisarles, cayó al<br />

suelo, desvanecida. (13)<br />

<strong>11.</strong> Ibíd., 15.<br />

12. Ibíd., 17.<br />

13. Duras, M. (1990:18).<br />

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Sigmund Freud René Girard<br />

Pero otra vez el lector se pregunta por qué sufría Lol V. Stein. ¿Lo sabía<br />

M. Duras? ¿Lo sabía su narrador? Apenas si nos da unos datos que permitan<br />

adivinarlo, suponerlo, sobre la postración de Lol en los días siguientes, sobre<br />

sus frases aparentemente incomprensibles:<br />

Pronunciaba su nombre con ira: Lol V. Stein —así era como se<br />

nombraba. Además se quejaba, más explícitamente, de sentir un<br />

cansancio insoportable de esperar de ese modo. Se aburría hasta<br />

gritar. Y, en efecto, gritaba que no tenía nada en qué pensar<br />

mientras esperaba, (14)<br />

Y una vez más, el texto interpela al lector. ¿Qué esperaba Lol? ¿Tal vez<br />

la repetición? ¿Qué se repitiera la visión, el instante del goce absoluto?<br />

Si en la noche inaugural, el acontecimiento se produce en un espacio ce-<br />

rrado, el del casino, a partir de aquí, los espacios serán —salvo otro amago<br />

de baile en casa de Lol, y los encuentros furtivos de los amantes Jacques Hold<br />

y Tatiana Karl en habitaciones de hotel— abiertos, como los jardines de la<br />

casa de Tatiana Karl, pero, sobre todo, las calles de la ciudad de S. Thala, y<br />

sus protagonistas, paseantes que deambulan buscando lugares donde posar<br />

la mirada, miradas que les sean devueltas.<br />

Así es como conoce Lol V. Stein al que se convertiría en su marido, Jean<br />

Bedford, y con el que se trasladaría a otra ciudad para, al parecer, olvidar por<br />

completo la noche en el casino de T. Beach.<br />

14. Ibíd., 19.<br />

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Cuando diez años después, Lol regresa con su esposo y sus hijos a S.<br />

Thala, se convierte ella misma en obsesiva paseante, en obsesiva indagadora<br />

de algo que desconocemos, aparentemente, todos, incluido el narrador, ¿in-<br />

cluida M. Duras? Hasta que reconoce en una pareja que camina por la calle a<br />

su amiga y testigo de los acontecimientos de T. Beach, Tatiana Karl.<br />

El enigma parece desvelarse cuando Lol elige, entre todos los hombres<br />

con cuya mirada se cruza, precisamente aquel que, ha descubierto, es el<br />

amante de Tatiana Karl. ¿Por qué lo elige Lol V. Stein? ¿Por qué le confiesa su<br />

nombre completo, Lola Valérie Stein? <strong>La</strong> respuesta parece obvia, ella desea al<br />

que es deseado por Tatiana. Pero ¿qué desea? y ¿qué desea él en ella? Al pa-<br />

recer, también ellos lo ignoran:<br />

Besa mi boca. No le doy nada. He tenido demasiado miedo, aún<br />

no puedo. Tiene prevista esta imposibilidad. Estoy en la noche de<br />

T. Beach. Está hecho. Allí no se da nada a Lol V. Stein. Ella toma.<br />

Aún tengo ganas de huir.<br />

-¿Qué quiere?<br />

No lo sabe.<br />

-Quiero –dice.<br />

Se calla, mira mi boca. Y después, he aquí que nos miramos re-<br />

cíprocamente. Despótica, irresistiblemente, quiere.<br />

-¿Por qué?<br />

Avisa: no, dice mi nombre.<br />

-Jacques Hold.<br />

¡Virginidad de Lol pronunciando ese nombre! ¿Quién había ad-<br />

vertido la inconsistencia de la creencia en esta persona así lla-<br />

mada sino ella, Lol V. Stein, la llamada Lol V. Stein? Fulgurante<br />

hallazgo de lo que los demás han desechado, que no han reco-<br />

nocido, que no se veía, inanidad compartida por todos los hom-<br />

bres de S. Tahla tan definitoria de mí mismo como el recorrido de<br />

mi sangre. Me ha recogido, me ha acogido en el nido. Por primera<br />

vez, mi nombre pronunciado no nombra. (15)<br />

¿Es el, Jacques Hold, además del narrador —sí, ahora lo sabemos, el na-<br />

rrador y propiciador de un nuevo triángulo, es Jacques Hold, amante que “no<br />

ama” de Tatiana Karl— todos los hombres? ¿Por eso lo ha elegido, Lol? ¿Por-<br />

que apenas siendo, puede serlo todo? ¿Porque sólo él, siendo<br />

todos y nadie, puede ser de nuevo Michael Richardson? ¿Porque<br />

15. Duras, M. (1990:92).<br />

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sólo Tatiana, la testigo de la noche de T. Beach, puede ser también la otra<br />

mujer? ¿Porque sólo ellos pueden alcanzar el lugar de la repetición que Lol es-<br />

pera desde hace tanto, desde aquel amanecer en T. Beach?<br />

¿Sabía también M. Duras la respuesta mucho antes de la que nos ofre-<br />

ció G. Deleuze?:<br />

<strong>La</strong> repetición en la transferencia tiene como función no tanto<br />

identificar acontecimientos, personas y pasiones, como autenti-<br />

ficar roles, seleccionar máscaras. (16)<br />

Parece que sí, que lo sabía ¿O la que realmente sabía era Lol, esa Lol a<br />

la que, en ese caso, habría seguido M. Duras a ciegas? ¿Y qué desea Jacques<br />

Hold? ¿Acaso saber? ¿O algo más? ¿Acaso que su máscara sea autentificada<br />

por Lol V. Stein? ¿O desear a Lol, eternamente, a través de Tatiana?:<br />

Añado:<br />

-Voy a dejar a Tatiana karl.<br />

Se deja resbalar en el suelo, muda, adopta un gesto de infinita<br />

súplica.<br />

-Te lo suplico, te lo ruego, no lo hagas.<br />

16. Deleuze, G. (2006:47).<br />

Marguerite Duras<br />

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Corro hacia ella, la levanto. Otros podrían equivocarse. Su ros-<br />

tro no expresa ningún dolor sino confianza.<br />

-¿Qué?<br />

-Te lo suplico.<br />

-Di por qué<br />

Dice:<br />

-No quiero.<br />

Estamos encerrados en algún sitio. Todos los ecos mueren. Em-<br />

piezo a ver claro, despacio, muy despacio. (…)<br />

-No dejaré a Tatiana Karl.<br />

Exacto. Debes volver a verla.<br />

-El martes.<br />

El violín deja de oírse. Se retira, deja tras de sí los cráteres abier-<br />

tos del inmediato recuerdo. (17)<br />

Podría terminar aquí, no desvelar el final donde la repetición se consuma,<br />

¿donde Lol recupera el goce absoluto, la pulsión primera, la pulsión de<br />

muerte?, allí, tendida en el campo de centeno, bajo la iluminada ventana del<br />

hotel donde se encuentran Jacques Hold y Tatiana Karl, aquel lugar desde el<br />

que apenas vislumbra fugaces sombras desnudas, aquel lugar desde el que<br />

tiene que imaginar lo que entre ellos sucede ¿aquel lugar desde el que puede<br />

volver a amar a Michael Richardson en la máscara de Jacques Hold? Aquel<br />

lugar que conoce Jacques Hold, que ha inscrito también en su deseo, ¿y Ta-<br />

tiana? Tatiana que nada sabe pero ¿tal vez? todo lo adivina, ¿qué desea?<br />

Me habla de Michael Richardson, a petición mía. Dice cuánto le<br />

gustaba el tenis, que escribía poemas que ella consideraba her-<br />

mosos. Insisto en que siga hablando. ¿Puede decirme más?<br />

Puede. Sufro por todas partes. Habla. Aún insisto. Me prodiga<br />

dolor con generosidad.<br />

(…)<br />

El dolor desaparece. Se lo digo. Calla.<br />

(…)<br />

Le pregunto si cree a Tatiana capaz de prevenir a Jean Bedford<br />

de que algo sucede entre nosotros. No entiende la pregunta. Pero<br />

sonríe al nombre de Tatiana, a esa cabecita morena tan lejos de<br />

sospechar el destino. (18)<br />

17. Duras, M. (1990:96,.97).<br />

18. Ibíd., 154.<br />

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Marguerite Duras<br />

Podría no insertar la cita de G. Deleuze según la cual, si creemos en ella,<br />

sería legítimo considerar el final de “El arrebato…” como un final feliz:<br />

<strong>La</strong> repetición pertenece al humor y a la ironía; es, por naturaleza,<br />

transgresión. (…) pero si la repetición es lo que mata, es también<br />

lo que salva y lo que cura. (19)<br />

O las frases finales de “El arrebato…” que parecen conceder a Lol la ga-<br />

rantía de tener por siempre, a su alcance, ese instante, la repetición con di-<br />

ferencias. Adueñarse del instante. El instante, una y otra vez, recuperado.<br />

<strong>La</strong> tarde caía cuando llegué al Hôtel des Bois. Lol se nos había<br />

adelantado. Dormía en el campo de centeno, cansada, cansada<br />

por nuestro viaj. (20)<br />

Y en ese instante una y otra vez recuperado, en ese deseo del otro,<br />

¿sabía M. Duras que parecía estar dando una respuesta, llevando a la exa-<br />

cerbación la búsqueda proustiana? ¿Sabía que estaba atravesando el campo<br />

minado por el padre para ofrecerle, triunfante, la palabra que casi lo dice, el<br />

instante recuperado, el deseo del otro, hallada al otro extremo?<br />

19. Deleuze, G. (2006:27,28).<br />

20. Duras, M. (1990:155).<br />

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Y, una pregunta más ¿por qué afirma M. Duras que hubiera deseado ser<br />

Lol V. Stein?:<br />

Pierre Dumayet: En “<strong>La</strong> vida material” usted dice, mejor dicho,<br />

escribe lo siguiente sobre Lol V. Stein: «Podríamos decirlo de otra<br />

manera. Podríamos decir que ella comprende que su novio vaya<br />

hacia otra mujer. Comparte totalmente esa elección que han to-<br />

mado en su contra y como consecuencia de ese suceso pierde la<br />

razón. Es un olvido.<br />

En las heladas sucede un fenómeno parecido. A los cero grados<br />

el agua se hiela, pero a veces, cuando hace frío, hay tal inmovi-<br />

lidad del aire que el agua se olvida de helarse.»<br />

(…)<br />

P.D.: ¿Qué significa este hecho?<br />

Marguerite Duras: Pone de manifiesto una permanencia.<br />

P.D.: Sí. ¿Qué significa esa permanencia?<br />

Marguerite Duras: Llamemos a las cosas por su nombre. Per-<br />

manencia del luto que he llevado toda mi vida por no ser Lol V.<br />

Stein. Por tener que concebir el tema y escribirlo, decirlo, sin<br />

haberlo vivido nunca. (21)<br />

Recientemente se ha publicado aquí la traducción en catalán (ignoro si<br />

lo ha hecho en español) de Cahiers de guerre et autres textes, una selección<br />

de los manuscritos autobiográficos que la autora entregó al IMEC (Institut Mé-<br />

mories de l’Édition Contemporaine) antes de su fallecimiento con la intención<br />

de que fueran publicados póstumamente. Y también estos textos confesiona-<br />

les me interpelan, de otro modo, los temo, porque tal vez puedan llevarme a<br />

una respuesta demasiado cómoda, a una conclusión rápida, a una solución<br />

fácil y, sobre todo, falaz.<br />

Pero no podía dejar de mencionarlos, puesto que ahí están, ofrecidos<br />

por ella, autorizados por Yann Andréa y Jean Mascolo. En ellos leo, sobreco-<br />

gida, el infernal triángulo primigenio en el que participó Marguerite Duras:<br />

los continuos malos tratos físicos y psicológicos que recibió durante años por<br />

parte de su madre y su amado hijo, el hermano mayor de Marguerite Don-<br />

nadieu. Y no utilizo la palabra malos tratos ligeramente, M. Duras describe<br />

auténticas, terribles, contundentes y peligrosas palizas, amén de insultos<br />

escalofriantes. Continúo leyendo y descubro que Leo, el perso-<br />

21. Duras, M. (1992)<br />

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Gilles Deleuze<br />

naje real que dio origen al ficticio amante de la<br />

China del norte, era estúpido y repulsivo y que la<br />

niña Marguerite sintió verdaderas náuseas el día<br />

que recibió el primer y parece que único beso de<br />

ese chino rico al que la madre detesta y del que<br />

precisa por razones económicas. Finalmente, con-<br />

fiesa M. Duras que miraba a hurtadillas, espiando,<br />

a las jóvenes ricas, elegantes y al parecer amadas<br />

por sus familias que paseaban y asistían a bailes<br />

acompañadas de sus también ricos, elegantes y en<br />

absoluto repulsivos novios, que hubiera deseado<br />

ser una de ellas.<br />

¿No resultaría difícil evitar, tras la lectura de<br />

estos cuadernos, la tentación, esa caída en lo fácil,<br />

lo simplón, sobre todo falaz, de la respuesta a<br />

todos los interrogantes que “El arrebato de Lol V.<br />

Stein” abre? Falaz sobre todo porque, no lo olvi-<br />

demos, lo que cuenta en esos textos Marguerite<br />

Donnadieu es lo que recuerda, lo que reconstruye.<br />

Lo que cuenta Marguerite Duras en Le ravissement de Lol V. Stein es una<br />

construcción, es literatura, una cadena de significantes que interpela al lec-<br />

tor, que le obliga a situarse ante sí mismo, ante ese espejo que interroga.<br />

Bibliografía<br />

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Marguerite Duras<br />

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V. CELIBIDACHE: EVOCACIÓN EN CINCO MOVIMIENTOS<br />

Sergiu Celibidache<br />

Anacrusa (pájaros exóticos)<br />

Los pájaros cantan su canto igual. No olvidan<br />

nunca el canto, pero olvidan que es música.<br />

Los músicos son pájaros que olvidan. Cuando un<br />

músico es incapaz de olvidar una nota, ha perdido la<br />

humanidad. Bajo la manga de aquel virtuoso del<br />

piano asomaban ya algunas plumas.<br />

Preludio (pérdida del futuro)<br />

Quiero hablar de la música y la memoria, pero escribo sobre Sergio Ce-<br />

libidache. ¿Por qué hablar de un director de orquesta, por qué de música clá-<br />

sica, en pleno siglo XXI? Para qué. Pues porque la música no es una cuestión<br />

de memoria, sino de olvido.<br />

<strong>La</strong> memoria requiere de un pasado. O eso parece. Que la música requiere<br />

del tiempo para desarrollarse, que el tiempo de su sintaxis y el de su des-<br />

arrollo son el mismo, es algo tan evidente como que todo recuerdo es ante-<br />

rior al momento de recordarlo. Igual de evidente,<br />

igual de falso.<br />

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Eso no nos lo demostró ningún Karajan diri-<br />

giendo la Quinta de Beethoven. No tiene nada que<br />

ver. Eso nos lo demostraron los compositores de esa<br />

entidad filosófica que se llamó “Música del Siglo XX”.<br />

Porque hubo un momento de ruptura, violento, dulce.<br />

Fue en 1945, y fue así:<br />

Un hombre se acerca al piano. Lleva<br />

una partitura y un cronómetro. Va a es-<br />

trenar una obra de John Cage, y el público<br />

Pablo Romero<br />

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se prepara para enfrentarse con una obra difícil: acordes extraños, largas pau-<br />

sas, ruidos, piano preparado, ... pero piano a fin de cuentas. Todos saben cómo<br />

suena un piano. Todos saben cómo se comporta un intérprete en un concierto.<br />

Pero David Tudor abre la partitura, pone en marcha el reloj, y cierra la<br />

tapa del piano. Espera en silencio.<br />

<strong>La</strong> obra es 4 33, aparentemente sólo silencio. <strong>La</strong> música es sólo tiempo<br />

recordado. Por eso Cage sólo necesitó escribir:<br />

- Primer movimiento: treinta segundos.<br />

- Segundo movimiento: dos minutos treinta y tres segundos.<br />

- Tercer movimiento: un minuto y cuarenta segundos.<br />

Pero, en el tiempo que dura la obra, el público respira, traga saliva, su<br />

corazón late, su sangre circula, sus vísceras no cesan de moverse. Cada uno<br />

lleva consigo la experiencia vívida y dura de su propio presente, más intenso<br />

que nunca en sus segundos. Cada uno oye a su propia realidad inmediata gra-<br />

bándose a fuego en el tiempo de la obra. Cuanto más se trata de silenciar el<br />

propio cuerpo, más profundo se siente el rumor de lo íntimo, y más fuerte<br />

grita la voz de la memoria, de sonidos evocados. El intérprete no hace nada,<br />

pero está delante de un piano. ¡De un piano! El silencio del piano es distinto<br />

del de un violín o el de un gong. Desde la memoria, su voz nos grita.<br />

Puede racionalizarse. Puede decirse: 4 33 está constituida por el conjunto<br />

de sonidos involuntarios de la sala, transformada en una experiencia musical<br />

por el público consciente de las sustancias sonoras involuntarias que llenan el<br />

tiempo establecido por el autor y el espacio demarcado por el intérprete.<br />

Pero también se puede ceder al vértigo. Entonces se dirá: la música existe,<br />

está ahí, en la sala, en la forma de cristalizarse el tiempo en la consciencia de<br />

lo presente. Estoy solo delante de ella. Por primera vez nos han dejado desnudo<br />

el soporte de la música, como un lienzo sin pintura, como un trozo de piedra,<br />

y en la crudeza de su desnudez la música aúlla con más fuerza. En su negación<br />

del silencio, impone su presencia por encima del sonido. Si recuerdo música no<br />

es sonido lo que recuerdo, ni su tiempo, es el acto de la representación de la<br />

música en mi propia memoria, y ahora estoy solo.<br />

<strong>La</strong> música del siglo XX es una aventura solitaria en contra del<br />

tiempo, un ejercicio y un acertijo. Una obra como 4 33 destroza de<br />

pronto el futuro de la música.<br />

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David Tudor<br />

John Cage<br />

El futuro inmediato, pues uno no sabe qué es-<br />

pera escuchar. Nos apacigua la sumisa repetición del<br />

ritmo y el flujo predecible de la armonía, y de pronto<br />

el compositor no tiene por qué darle esa comodidad<br />

al que escucha.<br />

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Destroza de pronto el futuro histórico también,<br />

pues abre todos los posibles caminos de indetermi-<br />

nación. Delicia de Stockhausen, pues ahora sí todos<br />

los sonidos en todas sus formas, en todos sus tiem-<br />

pos, todo es música. Horror de Stravinsky, que no<br />

quería ceder al abismo de las posibilidades infinitas.<br />

Desconcierto de críticos, heridos de muerte.<br />

Jamás se había roto tanto con la tradición mu-<br />

sical como durante la segunda mitad del siglo XX,<br />

jamás se había producido tal revolución en la forma<br />

de entender la composición, el tiempo, el sonido, el<br />

ruido... la mayor parte del público se sentía intimi-<br />

dado por esa música que jugaba tan impúdicamente<br />

con toda convención musical, que cuestionaba la pro-<br />

pia música y la forma de escuchar, que desvelaba to-<br />

talmente el mecanismo de la memoria sonora y<br />

dejaba al aire sus delicados engranajes de niebla.<br />

Tanto que toda memoria luego quedaba en entredi-<br />

cho, y el pasado cambiaba para siempre.<br />

Por eso, los autores como Cage, Ligetti y Boulez,<br />

los enfants terribles, nos trajeron la nueva música,<br />

pero sobre todo, obligaron a las salas de conciertos a<br />

llenarse de música antigua. Los melómanos viciosos<br />

y holgazanes huían despavoridos de la música de su<br />

tiempo. Nunca se ha escuchado e interpretado tanto<br />

la música del pasado como en el siglo XX.<br />

Repito: el pasado cambió para siempre. <strong>La</strong>s<br />

cosas repetidas no vuelven a significar lo<br />

mismo, ese es el mecanismo de la me-<br />

moria. Al repetirse todo cambia. Un<br />

efecto de la revolución radical que se pro-<br />

dujo en la concepción de la relación entre<br />

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sonido, tiempo y memoria, fue el irremediable cambio en la forma de enten-<br />

der la música anterior al siglo XX.<br />

Tal vez por eso puedo hablar de Celibidache aquí, de un director de or-<br />

questa y no un compositor. De alguien que, traduciendo a Brahms o Bruckner,<br />

participó de la historia de la música de una forma tan radicalmente innovadora<br />

como cualquier alumno de Schoemberg. Sergio Celibidache, el último genio<br />

loco de la dirección de orquesta.<br />

Minuetto (caminando sobre un río helado):<br />

Uno de los problemas de los discos es que se graban sólo en la superficie.<br />

Al contrario que con la música en vivo, bajo la superficie grabada no hay nada.<br />

Recoge el archivo fonográfico pocos discos de Sergio Celibidache. Exce-<br />

lentes traducciones de Bruckner y Brahms. En sus contraportada dice: nació<br />

en Rumanía en 1912, estudió música, filosofía y matemáticas en Bucarest y<br />

París. Asistente de dirección de Furtwängler a quien luego sustituiría. Final-<br />

mente titular de la Munich Philharmonic.<br />

Pedagogo musical, estudioso de fenomenología, maestro de directo-<br />

res. Pocos textos publicados, algunos alumnos hicieron públicos algunos de<br />

sus aforismos, sólidos como losas, misteriosas paradojas inspiradas por la<br />

filosofía Zen.<br />

Conocido por sus declaraciones controvertidas, por negarse a explicar<br />

sus peculiares aforismos, por no dar nunca una indicación precisa a un mú-<br />

sico (simplemente decía cómo NO tenía que tocar), rechazar ser grabado en<br />

disco o magnetófono.<br />

Los críticos lo llaman lento, y critican que su lentitud convierte a Bee-<br />

thoven en algo exasperante, doloroso y hasta grotesco. Su arbitrariedad en el<br />

tempo era mítica, y traía de cabeza a los programadores de retransmisiones<br />

radiofónicas o grabación de obras para disco.<br />

Todo ello es superficie. Nunca compuso, pero no es sólo un director de<br />

orquesta. Si todo lo de arriba es falso e incompleto, es porque<br />

toda su obra era música nueva, música viva. Era una realización<br />

del ahora, y el ahora está cambiando siempre.<br />

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Sergiu Celibidache<br />

Hay formas distintas de cambiar la realidad.<br />

Dijo Stockhausen que el 11S había sido la más gigantesca obra de arte<br />

de la historia, ensayada años para una única representación con la mayor au-<br />

diencia de la historia, una representación que no puede repetirse, que no debe<br />

repetirse, que es parte de la historia. ¿Qué se destruye en cada instante en<br />

el arte? ¿Qué se crea?<br />

Scherzo (la danza de una sombra):<br />

Yo digo que el chamán y el brujo son alimentados por su pueblo para<br />

que él acerque al pueblo a los Dioses, para que los Dioses lo protejan y lo to-<br />

quen con dedos poderosos. Pero el chamán y el brujo no pueden trasladar a<br />

los hombres corrientes su experiencia espiritual, y los beneficios que obtienen<br />

de su actividad mística los obtienen para sí solos. Igualmente esperamos de<br />

los hombres de ciencia que nos enseñen, ingenuos de nosotros. Pero las en-<br />

señanzas de los hombres de ciencia exigen una vida dedicada a la ciencia para<br />

poder ser entendidas, y se pierden entre libros.<br />

Sólo podemos esperar algo del artista. Sólo el músico puede transferir-<br />

nos plenamente su experiencia espiritual.<br />

Miento. <strong>La</strong> experiencia espiritual es plena, pero no es suya.<br />

Ni nuestra. Pertenece a la propia música. A nosotros sólo nos<br />

queda un vago recuerdo.<br />

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Karlheinz Stockhausen<br />

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Dijo Celibidache: “<strong>La</strong> música no existe como un Dasein Zustand (estado<br />

definido). Siempre está en evolución, sin alcanzar una forma definitiva de<br />

existencia. ¿Dónde se halla la Séptima Sinfonía de Bruckner?, ¿en la parti-<br />

tura? Ésta no es más que una señal, una estenografía que nos permite, si la<br />

seguimos, vivir la música. El sonido, que en primer lugar es un agente físico,<br />

puede trasladarnos más allá de cualquier contingencia física. Todo deseo<br />

de comprender y gozar de las relaciones entre los sonidos y su vínculo con el<br />

mundo afectivo humano puede ser trascendido. Dicho esto, la relación del<br />

hombre con el sonido no es simbólica como el lenguaje, sino directa. El sonido<br />

ocupa una posición especial en la estructura sensorial del hombre; no conozco<br />

un camino más breve que el sonido para llegar a la trascendencia.”<br />

Tengo frío en los pies. Tuve frío en los pies. El frío me despertó y había<br />

un rumor, una vibración, y sonidos sintéticos como pequeños mordiscos, sos-<br />

tenidos por un tejido cálido y brillante de tan rítmico. Entonces uno se da<br />

cuenta de que tiene doce años, y está en un coche, y son las cuatro de la ma-<br />

ñana, y está escuchando música, una cinta crepitante de Herbie Hancock, el<br />

motor del coche, las piedras en la calzada. Uno se da cuenta de esas cosas<br />

muchos años después, cuando la música trae el frío en los pies y el desper-<br />

tarse y ver oscuridad y la carretera rodar bajo las luces imprecisas de los<br />

faros. Cuando hace frío dentro de la música o es de noche entre las notas. Uno<br />

se da cuenta del milagro, que tiempo después esa música tiene un nombre,<br />

y se llama 4 A.M.<br />

Dice Celibidache: “No hay en la música un solo elemento estático, ni siquiera<br />

una constelación de sonidos es estática. Así, la actividad creadora del escul-<br />

tor es dinámica, pero cuando arranca el primer trozo de piedra ya sabe cómo<br />

será el conjunto... Es la identidad, el final en el comienzo. Pero no para nos-<br />

otros, que vemos el resultado final”.<br />

¿Qué ha hecho exactamente David Lynch? ¿Por qué hoy Roy Orbison can-<br />

tando en dos octavas es una experiencia espeluznante? In dreams, el “Candy<br />

Colored Clown”, es una melodía hechizada. Independientemente de su calidad<br />

musical tiene una cualidad de esponja, de recipiente mágico de vivencias vis-<br />

cerales. Es porosa, hay un hueco dentro de ella ávido de ser llenado. De al-<br />

guna forma, hay músicas vampíricas, que no se instalan en nuestra memoria,<br />

sino que se nutren de nuestros recuerdos.<br />

Y Lynch lo supo y lo usó a su antojo. Dio de beber la más<br />

ponzoñosa sangre y la llenó de miedo, de poder, inyectó en la can-<br />

ción una sustancia onírica, como despertarse de un sueño premo-<br />

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nitorio, como un recuerdo del futuro. ¿qué sabe Lynch de los mecanismos del<br />

recuerdo colectivo?<br />

Dijo Celibidache: “¿Dónde está la quinta sinfonía de Beethoven? ¿En los dis-<br />

cos? Dios mío, esa es la mayor falsificación de cualquier verdad musical. No<br />

hay sustituto al espacio. Así que el disco es como una foto de la música. ¿Y<br />

quién hace ese disco? ¿A qué distancia se encuentra de la estructura de la<br />

creación musical? <strong>La</strong> mayor parte están fuera.”<br />

Una mezcla de fascinación y tensa rabia. Los dos músicos, tan hábiles<br />

que daban miedo, describían acrobáticos dibujos alejándose del tema, arro-<br />

jándolo contra el cielo raso de la sala de conciertos, haciéndolo tan distinto del<br />

Summertime original, tan tenso que parecía romperse, y acababa estallando<br />

en las mil formas del fuego... Lo hicieron todo sin tocar ni una sola nota de<br />

Summertime, torciendo todos los acordes, tirando del tema cada uno en una<br />

dirección diferente y saltándose su estructura. <strong>La</strong> melodía de Gershwin, sin<br />

embargo, sí se oía. Todos lo oíamos. Ninguno de los dos lo tocaba en sus ins-<br />

trumentos. Lo tocaban en nosotros. Entre los dos, arrancaban la música sin<br />

necesidad de que sonara. El sonido es una trampa, una cubierta de la música,<br />

su sustancia es diferente.<br />

Dijo Celibidache: “No quiero que la audiencia experimente la música<br />

como lo hago yo, no puedo pensar por ellos. Ellos están ahí para lo mismo que<br />

yo. Soy sólo una conciencia más en la sala. A través de mi direc-<br />

ción aparece algo, y ellos DEBEN aprehenderlo. No es algo que yo<br />

les presente ante sus oídos, eso sería estático. Algo ha de surgir<br />

en cada uno, con ayuda de los músicos, del director, de la sala, de<br />

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Séptima Sinfonía de Anton Bruckner<br />

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la disposición de cada uno a dejar que surja. Yo sigo la línea recomendada por<br />

el compositor y puedo sentir, aproximadamente, lo que le llevó a hacerlo así.<br />

Si la audiencia también lo hace, entonces participa de la música que se está<br />

creando en ese momento.”<br />

Lo sentí una vez. Lo sentí en ese concierto, en un instante preciso, en<br />

una pausa en que el bandoneonista dejaba morir, en murmullo agónico, un<br />

llanto en forma de arpegio menor ascendente, rematado por un arabesco<br />

cromático tan triste,... entonces lo noté, lo supe, lo viví. No tengo idea de<br />

qué era, porque pasó por dentro de mí como pasa la música, que no se<br />

queda más que en su forma genérica, en su impacto y en su efecto. Pero la<br />

música se olvida.<br />

<strong>La</strong> música vive en nuestro olvido, y allí se queda, hablándonos de lo<br />

que hemos sentido, de lo que hemos perdido en sensaciones tan volátiles<br />

como el sonido.<br />

El tango nos recuerda que no somos pájaros.<br />

Adagio (una caja de niebla):<br />

¿Cómo resumo el ideario de Celibidache?<br />

Tiene que ver con la interpretación de la música, con su materializa-<br />

ción como obra terminada y su inmediatez. Qué es interpretar la música, es<br />

una pregunta más compleja de lo que parece, y sus implicaciones alcanzan<br />

de lleno a la idea misma de qué es la música. Es algo que no puede ni debe<br />

ser contestado.<br />

Una partitura no suena. No suenan las teclas de un piano, ni siquiera sus<br />

cuerdas, y su sonido no es música. Sin tiempo, sin la alimentación de otros<br />

sonidos, no hay música. No hay música, ni silencio.<br />

Es importante. <strong>La</strong> música vive del olvido, de la necesidad del tiempo para<br />

formar un discurso. Necesita del olvido, vive en el recuerdo. Es un conjunto<br />

armónico, pero requiere de un desgranarse de pianola. El intérprete es un ele-<br />

mento clave: aun en una cajita de música hay un intérprete.<br />

Hay dos ideas, aparentemente contradictorias, que pueden<br />

resumir la idea de creación e interpretación musical que tenía Ce-<br />

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libidache. Por un lado, decía que la música no se oye, no se toca, no se com-<br />

pone, sólo se recuerda. A continuación espetaba, casi violentamente, “¡la mú-<br />

sica no tiene nada que ver con la memoria!”.<br />

Aparentemente la música nace así: un compositor tiene una idea, se le<br />

aparece toda junta (movimiento, estructura y armonía), portando su propio<br />

tiempo. Como un sueño o un recuerdo, contiene la duración de toda una ex-<br />

periencia condensada en una única idea, igual que un libro cerrado contiene<br />

toda una historia que la lectura desarrolla en su propio tiempo narrado.<br />

Pero en la sintaxis musical, el tiempo de la obra y el tiempo de su eje-<br />

cución coinciden. Todas las técnicas musicales, interpretativas, compositivas,<br />

toda la teoría de armonía, movimiento melódico y contrapunto, todo es un<br />

método para realizar el tiempo propio de la obra en el tiempo físico. <strong>La</strong>s téc-<br />

nicas de ejecución de instrumentos y el lenguaje musical facilitan esa reali-<br />

zación de una forma más fácil de transmitir, y permiten ir más allá de los<br />

primeros creadores, que tenían que tantear con intuición.<br />

El tema de la interpretación es muy interesante. Básicamente por un as-<br />

pecto relacionado con la memoria: la mente humana está diseñada para olvi-<br />

dar. Olvidar es un proceso dinámico, activo, necesario. Una limpieza. En<br />

teoría, sería imposible para un intérprete recordar una obra completa, con<br />

todos los matices, con cada nota en su posición y el tempo, la distancia, el ata-<br />

que, con su relación con todas las notas del resto de intérpretes.<br />

<strong>La</strong> interpretación musical es posible porque es posible hacer nacer<br />

la música, resonando de nosotros mismos, en el momento de sen-<br />

tir surgir el sonido y el silencio. Todo lo demás es una ayuda, pero<br />

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Primera página autógrafa de la Quinta Sinfonía de Beethoven<br />

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no es la esencia. Celibidache gritaba sus coléricos “NO” cuando sus músicos<br />

insistían en el solfeo, en la técnica, en la memoria dactilográfica y en las<br />

notas-por-notas, en lugar de fijarse en la realización de un espacio único<br />

donde la música surgiera sin esfuerzos, un flujo de tiempo autocontenido que<br />

nunca se repetiría.<br />

El llamado “lenguaje musical” ayuda a transmitir la idea tras una compo-<br />

sición, pero no debe suponer un condicionante a la música, como ha sido du-<br />

rante siglos. Es lo que ha intentado toda su vida explicar Sergio Celibidache.<br />

El lenguaje musical de D’Arezzo liberó la capacidad expresiva de la música y<br />

la capacidad para generar teorías al respecto, haciendo una transcripción o<br />

modelo de la música que podía ser analizado. Pero es una mera graficación de<br />

algo, no es un verdadero lenguaje. <strong>La</strong> música NO es un lenguaje.<br />

Pensadores como Halbwachs hicieron mucho daño. Según él, es de la<br />

notación musical de donde emana la propia música, de su capacidad para co-<br />

municar una organización temporal de los sonidos armónicos. Y como él,<br />

buena parte del racionalismo humanista del siglo XIX, que aún coleaba en el<br />

Siglo XX (léase Chomsky), que intentando llevar las estructuras naturales y/o<br />

sociales del lenguaje a una especie de hegemonía sobre todas las actividades<br />

humanas, se llevan por delante la naturaleza particular de la música.<br />

Schömberg, Alban Berg, y después todos los grandes compositores del Siglo XX,<br />

suponen una tremenda contradicción a este pensamiento, y un contacto más es-<br />

trecho con la idea de la música como una cristalización de una memoria estética<br />

pura, únicamente una arquitectura de la belleza. Se destrozan las ordenaciones<br />

armónicas, rítmicas y temporales que se habían arrastrado hasta entonces. Se re-<br />

clama la verdad del instante y del espacio en la interpretación musical.<br />

Cage, Berio, Ligetti o Boulez se permiten llevar varios pasos más allá esa<br />

reflexión, y bombardean todas las convenciones del concierto como evento<br />

donde surge la música, y plantean formas nuevas de relación entre el autor,<br />

el intérprete y el público. En el extremo de esta tendencia se hallan las per-<br />

formances del grupo Fluxus, en las que se halla todo lo musical (la composi-<br />

ción, el espacio, el tiempo de la obra, su tempo, su estructura<br />

-predeterminada o espontánea-, el público y su relación con la experiencia),<br />

salvo el sonido. Un acto de Fluxus: “Suelta una mariposa (o varias) en el es-<br />

pacio de actuación. <strong>La</strong> pieza termina cuando las mariposas se<br />

posen, o abandonen la sala”. Y cuando algo así se ha experimen-<br />

tado, no puede volver a dirigirse Mozart como lo hacía Toscanini,<br />

ya no tiene sentido.<br />

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Arnold Schömberg<br />

Alban Berg<br />

Luciano Berio<br />

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Aunque se haya subvertido todo, el acto de<br />

tocar música siempre funciona así:<br />

El compositor realmente plantea un ejercicio de<br />

meditación, de reflexión, que podrá dar como resul-<br />

tado la experiencia musical usando el mecanismo de<br />

nuestra memoria. El director crea el marco en el que<br />

la música es posible. Establece los caminos de la re-<br />

alización de la experiencia musical, que está en<br />

manos del intérprete. El trabajo del músico es el del<br />

artesano, manipulando la sustancia sonora y la tem-<br />

poral para modular las sensaciones y hacer surgir el<br />

recuerdo en el alma humana. El músico toca desde el<br />

tiempo de los físicos, pero imprime la música en el<br />

tiempo histórico. El sonido del músico sólo existe en<br />

el aquí y en el ahora, y su música sólo existe en el<br />

antes de los otros. <strong>La</strong> música es tiempo recordado. El<br />

Time Remembered de Bill Evans.<br />

Resulta que música funciona como un armazón<br />

para sostener recuerdos. Esto lo sabe todo el mundo<br />

de manera intuitiva y lo usan todos los compositores<br />

de ópera, directores de cine y dramaturgos, usando<br />

los LeitMotif para organizar a su antojo los recuerdos<br />

de los espectadores. Pero además, está estudiado<br />

científicamente (es decir, obviando la belleza para ad-<br />

quirir más credibilidad). Peter Janata -Universidad de<br />

California- ubica en la corteza media prefrontal<br />

el centro cerebral encargado de relacionar música,<br />

memoria y sentimientos. Esa región, también encar-<br />

gada de mantener y recuperar los recuerdos, se lo-<br />

caliza justo detrás de la frente y es una de las últimas<br />

áreas del cerebro que se atrofian en el curso de una<br />

enfermedad. “Lo que parece ocurrir es que una pieza<br />

de música que resulte familiar sirve de banda so-<br />

nora de una película mental que empieza a reprodu-<br />

cirse en nuestra cabeza”. Es un estudio de esos que<br />

parece que no demuestran nada, en que<br />

a 13 personas se les encierra en una sala<br />

llena de instrumentos, con sensores en la<br />

cabeza y transformadores zumbando, y<br />

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se espera que se comporten con naturalidad. Se les colocan auriculares por<br />

donde inyectan en sus oídos músicas distintas, y se les pide que hablen de lo<br />

que se les viene a la cabeza mientras se registran sus electroencefalogramas<br />

y se estudia la respuesta de sus cerebros con Tomografía de Emisión de Posi-<br />

trones. Y entonces se especula, se dice que el 76% de los encuestados, se<br />

hacen tablas llenas de colores y se explica que la música cura el alzheimer y<br />

cosas similares. Los científicos tienen mucho de curanderos cuando intentan<br />

sub-trascender al hombre.<br />

Tal vez no se tenga en cuenta en estos estudios algo fundamental: no es la<br />

música, es lo musical. Intentaré explicarme.<br />

Es musical un cuadro de Klimt, que envuelve su figura en un flujo as-<br />

cendente de colores. Lo que de organización del tiempo tiene un plano se-<br />

cuencia en una película es musical. <strong>La</strong> armonía contrapuntística del pasaje de<br />

la feria en Madame Bovary de Flauvert es musical, sinfónica de hecho. <strong>La</strong> ar-<br />

monía interna de las secuencias numéricas, las formas de las galaxias y de los<br />

remolinos del río, el movimiento de los astros, la forma de una gota de miel,<br />

la mínima vibración que hace deslizarse el rocío sobre la hoja... lo que nos<br />

conmueve de ello tiene una dimensión plástica en su forma, y una dimensión<br />

musical en su estructura. Es lo musical que hay en nuestra propia forma de<br />

construir recuerdos lo que los hace instalarse de esa forma en el cerebro. Uno<br />

recuerda primero de forma difusa la sensación ubicada en un tiempo propio,<br />

y luego esa arquitectura se va llenando de detalles. El tiempo propio apre-<br />

hendido en el recuerdo de la experiencia es el tiempo musical, el tiempo re-<br />

cordado. El sonido es sólo detalle, relleno, la música está entorno a ellos.<br />

El músico toca desde el sonido de los físicos, la vibración del aire a una<br />

frecuencia entre 20 y 20000 hercios, pero en realidad juega (play, spiel) con<br />

las emociones a través de los intervalos y las armonías. <strong>La</strong> música es evoca-<br />

ción de una sensación que no se tiene. Como jamás lo serán cajas enteras de<br />

magdalenas. A Proust le hubiera bastado con ponerse un disco de pizarra para<br />

toda su persecución de un recuerdo inaprensible. Nada más insatisfactorio<br />

para el intérprete que escucharse en el disco, nada más lejos de la experien-<br />

cia espontánea de la creación musical. Por eso a Celibidache no le interesa-<br />

ban las grabaciones.<br />

Sin embargo, el disco tiene una magia... Hablaba Cortázar<br />

de un viejo disco que él oía, en que entre los movimientos de una<br />

obra determinada se oía una tos de pronto... y de pronto Cortá-<br />

zar, tan dispuesto a fascinarse, se daba cuenta fascinado de que<br />

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György Ligeti<br />

Pierre Boulez<br />

El beso, Gustav Klimt<br />

esa tos era de alguien, que ese alguien estaba vivo,<br />

que ahora ya estaría muerto posiblemente (un disco<br />

muy viejo), que el disco le traía voces de difuntos y<br />

le unía con un tiempo que no era suyo... pero claro,<br />

eso es literatura.<br />

Una partitura, una nota al programa de mano,<br />

una crítica musical, incluso un disco, ... es como si<br />

nos contaran una experiencia ajena y nos pidieran<br />

que nos contentemos con ella como si la hubiéramos<br />

vivido. Hay en ellos todo lo que se contiene en la mú-<br />

sica excepto la música misma. Nada sustituye la ex-<br />

periencia del concierto en vivo porque el tiempo de la<br />

música y del que la escucha es el mismo tiempo, y la<br />

música existe solo en el recuerdo de quien la ha oído,<br />

y no en un registro de su mero hecho físico. Eso grita<br />

Celibidache en cada uno de sus “NO”. Eso dice, no to-<br />

ques como si fueras un disco, no toques como en el<br />

concierto anterior, no seas un maldito metrónomo,<br />

eso no es música. Sé una fuente, y deja que surja la<br />

experiencia.<br />

<strong>La</strong> sucesión de sonidos es lo que provoca emo-<br />

ciones. <strong>La</strong> nota que escuchas tiene valor por todas<br />

las notas anteriores, su secuencia, su forma de des-<br />

embocar en el momento presente, hilado por el me-<br />

canismo de la memoria sonora.<br />

Pero también tiene valor en función de la nota<br />

siguiente. <strong>La</strong> secuencia musical genera una expecta-<br />

tiva que el compositor puede satisfacer de muchas<br />

formas, o contradecir de muchas más. Puede retra-<br />

sarla, incrementando la tensión, o adelantarla provo-<br />

cando el vértigo.<br />

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En cualquier caso, la composición no sólo juega<br />

con la memoria pasada, sino también con la futura.<br />

<strong>La</strong> tensión entre la nota esperada y la<br />

escuchada constituye la verdadera ex-<br />

presividad de la composición, y diferen-<br />

cia la obra maestra de la obra<br />

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mediocre. Al explorar los límites de la li-<br />

bertad creadora, los compositores mo-<br />

dernos dejan solo al oyente frente a la<br />

obra, al arrancarle de la tradición musi-<br />

cal como una fuente de expectativas rít-<br />

micas y sonoras. Los intérpretes deben<br />

hacer surgir en la sala de conciertos un<br />

espacio en el que cada sonido tiene un<br />

significado de por sí, en el que el pasado<br />

común de todos los presentes se sitúa en<br />

el tiempo de la obra. Una comunión. Y<br />

esto se puede lograr de muchas formas.<br />

En primer lugar, con la habilidad del<br />

compositor para lograr la unidad de la<br />

obra: desde el comienzo se percibe la to-<br />

talidad de lo que se va a escuchar. <strong>La</strong><br />

sinfonía de cámara de Schömberg tiene<br />

esa cualidad, pero también casi cual-<br />

quier obra de Mozart, gracias a su genialidad. Sorprendentemente, el<br />

arranque de los motores en el Cuarteto para Cuerda y Helicópteros de<br />

Stockhausen también lo consigue.<br />

Otra forma es a través de la percepción del espacio musical que tiene<br />

el intérprete. En las variantes más abiertas y desestructuradas del Free<br />

Jazz, por ejemplo, un buen intérprete es capaz de conectar con el resto de<br />

los músicos y público de la sala, no por una expectativa basada en un co-<br />

nocimiento previo de la técnica interpretativa, el lenguaje jazzístico o una<br />

evocación de lo conocido, sino por la elaboración de un discurso autocon-<br />

tenido que no es del todo espontáneo, pero que se deriva de algo que existe<br />

en el espacio sonoro presente, el ambiente de la sala que él ayuda a crear<br />

y percibir, y que se convierte en el lenguaje en el que se comunican público<br />

y música en ese momento y en ningún otro. Esta forma de tocar (funda-<br />

mental en Albert Ayler u Ornette Coleman) fue asimilada también por los<br />

compositores y músicos experimentales, llevándose desde el jazz hasta<br />

otras formas incluso más abiertas y abstractas de música improvisada. Y ahí<br />

la memoria de corto plazo funciona de la misma forma en la generación del<br />

discurso de lo oído, sin embargo la memoria de largo plazo, el reconoci-<br />

miento de patrones y melodías, falla completamente, con lo que<br />

el riesgo para el intérprete es inmenso. Depende totalmente de<br />

la complicidad del oyente para que se genere la música.<br />

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Cuarteto para cuerdas y helicópteros,<br />

Karlheinz Stockhausen<br />

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Albert Ayler<br />

Ornette Coleman<br />

Johannes Brahms<br />

Y en realidad debería ser siempre así. Celibidache<br />

busca abandonar el recuerdo de la obra conocida, y<br />

asumir ese riesgo del músico que improvisa. Curiosa-<br />

mente lo hace ensayando y ensayando, compulsiva y<br />

obsesivamente, la pieza hasta en el más mínimo deta-<br />

lle, cada movimiento de los arcos y cada respiración de<br />

los vientos. Para que cada músico puedan responder<br />

sin pensarlo a su gesto cuando, en la sala de concierto,<br />

sea él quien haga sonar la obra por primera vez.<br />

Así que la memoria es el lienzo de la música, y<br />

el tiempo su sustancia, tanto como el sonido. Pero la<br />

memoria puede ser también el mayor enemigo de la<br />

experiencia musical, pues predispone a escuchar lo<br />

que ya se conoce.<br />

<strong>La</strong> Cuarta Sinfonía de Brahms, por ejemplo,<br />

jamás se ha tocado. No ha llegado nunca a ser reali-<br />

zada en su forma absoluta, en su plenitud y unidad<br />

perfectas. Sin embargo, en cada representación, la<br />

Cuarta Sinfonía de Brahms se materializa docenas de<br />

veces, tantas como oyentes y músicos la han sentido<br />

vibrar, la han hecho vivir.<br />

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Y sospecho que se materializa en este mismo<br />

instante, ahora que he mencionado la obra y se me<br />

viene a la cabeza, ahora que tarareo el primer movi-<br />

miento, esa sucesión alternada de largos intervalos<br />

ascendentes y descendentes, esa marea viva de so-<br />

nido que crece y crece hacia un desenlace enérgico y<br />

emocionante. Y si en este mismo instante la evoco<br />

en quien está leyendo esto, estaré tocando en su me-<br />

moria, haciendo florecer la explosión de los vientos<br />

sobre la marea viva de las cuerdas, haciendo nacer<br />

un sonido que no tienen mis palabras.<br />

Pero si la recuerdo mientras la están tocando,<br />

si la comparo con una experiencia que<br />

pertenece a otro espacio musical y no al<br />

de la sala de conciertos, puedo destruir<br />

el momento de su nueva creación, al no<br />

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Sergiu Celibidache<br />

aceptar la materialización nueva de la música. Y diré: “demasiado lento”.<br />

Eso a Celibidache le ponía enfermo. El tiempo de la música es su propio<br />

tiempo, y es el tiempo en que aparece, y “este momento está cambiando<br />

siempre” (John Cage). Críticos musicales aparecían en la sala y decían que<br />

algún pasaje era tocado demasiado bajo o demasiado lento. Celibidache re-<br />

niega de los metrónomos. Llama pedantes a los que acudían al concierto con<br />

partituras, desde luego, pero también a quienes osaban comparar unas in-<br />

terpretaciones con otras, sin sentir que aquella era la interpretación que re-<br />

clamaba la sala en ese momento. A quienes comparaban el tiempo de la<br />

música con el de sus relojes, sin dejarse atrapar por el misticismo del ins-<br />

tante, por el monolito de sonido congelado que se había creado al explorar el<br />

límite mismo del rubatto. Y sobre todo, a quienes le criticaban basándose en<br />

una grabación, pues no habían asistido realmente a la obra.<br />

<strong>La</strong> música es música, y ninguna otra cosa. A menudo se pierde de vista<br />

eso, y se enreda demasiado. A Celibidache se le pregunta qué intenta comu-<br />

nicar con su interpretación, y dice: “nada”.<br />

Nada. Es decir, la plenitud.<br />

Lo que se intenta es que nazca la música, como nace de la comunión<br />

de los pájaros. Esa búsqueda de la cristalización del tiempo en la unidad de<br />

una obra terminada, llevó a Celibidache toda su vida a ser el<br />

más radical de los músicos del Siglo XX, trayendo los sonidos de<br />

compositores antiguos para reclamar un presente más puro, el<br />

sonido en el instante y en la memoria.<br />

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Finale (desprendimiento):<br />

No usaba partituras, ni siquiera las memorizaba.<br />

“Nadie llevaba tan poco al escenario como él. Ni batuta ni partitura (la<br />

batuta la dejaba en el atril su asistente de dirección), ni siquiera la partitura<br />

en su cabeza. Ningún equipaje, ningún recuerdo, ninguna referencia de ante-<br />

riores grabaciones discográficas, sólo su presencia de ánimo” (Jan Schmidt-<br />

Garre)<br />

Según sus propias palabras, él internalizaba la música y no su notación,<br />

así que lo que llevaba ante la orquesta era su propia experiencia, su pasado<br />

y memoria. No una partitura inerte, sino algo vivo, un alma vibrante ávida de<br />

abrirse en el tiempo.<br />

Coda:<br />

Celibidache siempre dirigía de memoria.<br />

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Cuando nada más subsiste del pasado, después que<br />

la gente ha muerto, después que las cosas se han<br />

roto y desparramado... el perfume y el sabor de<br />

las cosas permanece en equilibrio mucho tiempo,<br />

como almas... resistiendo tenazmente, en pequeñas<br />

y casi impalpables gotas de su esencia,<br />

el inmenso edificio de la memoria.<br />

En busca del tiempo perdido<br />

(El tiempo recobrado)<br />

Marcel Proust


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VI. LA MEMORIA DE LOS ESPACIOS,<br />

EL LENGUAJE DE LAS CIUDADES<br />

Aunque se suelen asociar los mecanismos<br />

de la memoria con las imágenes y, más concre-<br />

tamente, con las imágenes fijas, fotográficas,<br />

cuya inmovilidad convierte en evocadoras, son<br />

los estímulos que entran por sentidos distintos<br />

a la vista los que la mayoría de las veces des-<br />

encadenan el proceso de relación intersensorial<br />

del que, al fin y al cabo, se vale la memoria para<br />

manifestarse. Quizás sea porque estos sentidos<br />

son más abstractos, y no remiten a una mate-<br />

rialidad tan clara, por lo que a menudo activan<br />

resortes internos y provocan un cierto estado<br />

mental que surge de los lugares más recónditos<br />

de la mente. No hay más que pesar en la ma-<br />

nera en que el sentido del gusto sirve para que<br />

Marcel Proust, el gran maestro de la memoria<br />

involuntaria, convierta una magdalena mojada<br />

en té en el elemento retrospectivo más famoso<br />

de la historia de la literatura. Algo similar hace<br />

con el sentido del oído Haruki Murakami en su<br />

popular Tokio Blues, novela que comienza en un<br />

aeropuerto en el que su protagonista escucha<br />

de fondo la canción de los Beatles Norwegian<br />

Wood, lo que desencadena el recuerdo de sus años de juventud que compone<br />

el resto de la obra. Pero incluso en un arte como el cine, que tan difícilmente<br />

se aleja de lo visual, otros sentidos sirven como materia de remembranza, cre-<br />

ando mitos como el olor a napalm de la mañana vietnamita a que hace men-<br />

ción Robert Duvall en la fastuosa Apocalypse Now, o las incursiones sensoriales<br />

tan palpables y cercanas al sentido del tacto como las llevadas a cabo por ci-<br />

neastas como Claire Denis o Naomi Kawase.<br />

Y sin embargo, esos elementos desencadenantes terminan<br />

remitiendo a imágenes, porque el ser humano, como fin último,<br />

necesita concretar sus abstracciones y situar el recuerdo en un<br />

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Faustino Sánchez<br />

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lugar que permita escapar de la ensoñación y hacer ver que esa evocación<br />

pertenece a una realidad del pasado y no a una simple arquitectura mental.<br />

<strong>La</strong> vuelta al pasado puede ser un viaje transitorio, pero también puede<br />

condicionar al sujeto de manera que, la propia forma de evocar, condicione los<br />

hechos futuros o la forma de pensar a partir de ese determinado instante de<br />

remembranza. Y muchas veces se articulan obras y vidas enteras en torno al<br />

recuerdo, ya sea de un suceso, un sentimiento, o un paisaje físico concreto.<br />

Con frecuencia una observación o, como se ha comentado, cualquier<br />

interpelación sensorial, puede dar lugar a recuerdos que condicionan nues-<br />

tra mirada, y esos recuerdos pueden permanecer en nuestra memoria real<br />

o nuestra memoria de ficción. No es nada extraño, ante cualquier aconteci-<br />

miento o cualquier detalle, recobrar en nuestra memoria los territorios mí-<br />

ticos que, por su poder alegórico, ha forjado la historia de la literatura, ya<br />

sea el Macondo de García Márquez, el Comala de Rulfo, el Yoknapatawpha<br />

de Faulkner, los Combray y Balbec de Proust, la Santa María de Onetti, la<br />

Santa Teresa de Bolaño, la Mágina de Muñoz Molina o la Región de Benet.<br />

Nuestra memoria nos lleva a esos sitios, sin estar seguros en ocasiones de<br />

la equivalencia real de esos lugares (Combray-Illiers, Balbec-Cabourg, Santa<br />

Teresa-Ciudad Juárez, Mágina-Úbeda…) o la naturaleza puramente simbó-<br />

lica y mítica de Macondo o Yoknapatawpha, compendio metafórico de ima-<br />

ginerías muy concretas.<br />

Y además de configurar una determinada geografía mental de las emo-<br />

ciones, la literatura también puede ayudar a evocar sensaciones de nostal-<br />

gia y de pérdida a través de la memoria de lo que ya no existe. Proust lo<br />

hace de manera directa a través del sabor de una magdalena, evocando y<br />

echando de menos ese mundo infantil de noches en la cama de arriba es-<br />

perando el beso de la madre. Pero también se hace hoy día, como muestra<br />

Cormac McCarthy mediante un estilo radicalmente opuesto al de Proust a<br />

través de resortes visuales en su apocalíptica <strong>La</strong> carretera, donde la nostal-<br />

gia llega por lo que fue y ya no es. El protagonista mira el mar desde una<br />

playa que no se parece en nada a la que él recuerda de la vida anterior a la<br />

devastación, y el lector se pregunta en ese momento si la auténtica playa es<br />

la cruda playa de la realidad o la dulce y lejana playa que recuerda el pro-<br />

tagonista. ¿Puede seguir existiendo algo que es seguro que nunca volverá?<br />

¿Cuál es su futuro, persistir como un anacronismo que se vale de<br />

la memoria, o mutar para actualizarse y arriesgarse a perder<br />

algo que cierto día nadie recordará?<br />

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Del mismo modo que en la literatura, o incluso más intensamente, por su<br />

naturaleza visual, el cine juega un papel fundamental como objeto y sujeto de<br />

evocaciones espaciales. Sin ir más lejos, la película de 2008 de Olivier Assayas,<br />

<strong>La</strong>s horas del verano, trata el tema de los resortes activados en la memoria por<br />

una serie de espacios y objetos presentes en la casa de la infancia de los pro-<br />

tagonistas, y la diferente manera en que estos resortes son tratados por la per-<br />

sonalidad de cada uno de los hermanos. <strong>La</strong> película tiene una filiación<br />

claramente proustiana, en esa forma de hacer resonar el tiempo y hacer per-<br />

sistir la memoria; el intento es el de narrar la transformación íntima que persi-<br />

gue a todo ser humano y que sólo es soportable con la ayuda de la memoria y<br />

los objetos que la ayudan a subsistir y retener sentimientos del pasado.<br />

El cine también puede ser una gran manera de intentar rescatar esos re-<br />

cuerdos, esas imágenes y lugares que, a lo largo del tiempo, han ido formando<br />

a cada persona, y que muchos cineastas utilizan a modo de pretexto para lle-<br />

var a cabo una profunda elegía íntima. No hay más que pensar en tres pelí-<br />

culas de la última década, muy diferentes entre sí, en las que sus directores<br />

bucean en la ciudad que les vio nacer y lo que de ella queda en su memoria:<br />

Oporto de mi infancia (2001, Manoel de Oliveira), My Winnipeg (2007, Guy<br />

Maddin, 51) y Of time and the city (2008, Terence Davies, 63). Guy Maddin<br />

reflejó la invernal y canadiense Winnipeg de sus días de infancia a los 51 años,<br />

después de toda una carrera centrada en esa ciudad, y se dedicó a escarbar<br />

con su peculiar estilo en el pasado y en la manera en que el tiempo y las cos-<br />

tumbres habían incidido en su memoria. Terence Davies hace, de una forma<br />

totalmente distinta, con el estilo lírico y romántico que ha seguido fielmente<br />

a lo largo de su filmografía, algo parecido con el Liverpool que ya<br />

pocos recuerdan, librándose de los estereotipos (beatlemaníacos,<br />

entre otros) que no dejarían verter una mirada pura, limpia y des-<br />

prejuiciada sobre el pasado. Y Manoel de Oliveira, el más vete-<br />

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rano de los directores de cine, no podía ser menos y rodó en 2001, cuando<br />

contaba 93 años de edad, su particular homenaje a su ciudad natal en Oporto<br />

de mi infancia, con una mirada quizás más resignada que la de sus compa-<br />

ñeros, pero también más consciente de que el mundo que habita es total-<br />

mente distinto al que vivió, y que la recreación del pasado sobre el presente<br />

ayuda a no perder las cosas que habitan en uno mismo y que permanecen in-<br />

defectiblemente ligadas a las estampas que les dan cuerpo.<br />

Aunque si hay dos cineastas que han jugado con el lenguaje de la me-<br />

moria en sus películas, especialmente en las fundacionales El año pasado en<br />

Marienbad y <strong>La</strong> Jetee, son Alain Resnais y Chris Marker. Sin embargo, sus re-<br />

flexiones, por más que utilicen imágenes, fijas o en movimiento, pertenecen<br />

más al campo de la abstracción y la filosofía que a la reacción suscitada ante<br />

la evocación de la memoria emocional. <strong>La</strong> aventura intelectual de estas pelí-<br />

culas hace reflexionar acerca de los recuerdos como sustrato de nuestro pro-<br />

pio ser, y la manera en que una imagen presente o ausente, entregada o<br />

robada, puede modificar la propia naturaleza humana. En un terreno pare-<br />

cido, de de estudio de la manipulación de la memoria y su correlación con el<br />

deseo, se podría situar la obra más popular de Andrei Tarkovsky, Solaris.<br />

Sin embargo, no es necesario utilizar el cine como instrumento para re-<br />

cuperar la memoria a posteriori; también puede servir para capturar instan-<br />

tes fugaces, momentos que sabemos que en algún momento, una vez<br />

asimilados, pasarán a formar parte de nosotros, y que en el presente no lle-<br />

gan a tener consciencia de sí mismos. De esta manera, Jonas Mekas, ansioso<br />

de vivir, alegre por el mero hecho de respirar, embotella instantes al vuelo y<br />

los condensa para poder pensar después con ellos. Y así congela una ciudad<br />

como Nueva York a través de retazos de vida, de pincelatas absolutamente na-<br />

turales y novedosas que configuran una nueva memoria para el futuro de los<br />

creadores y los espectadores.<br />

Resulta muy curioso cómo ciertas ciudades quedan totalmente identifi-<br />

cadas en nuestro imaginario con unos patrones muy definidos que vienen de<br />

las películas y libros consumidos por cada persona. Por ejemplo, una ciudad<br />

tan nutrida de contrastes como Tokio, en la que lo más nuevo y lo más tradi-<br />

cional conviven en una difícil armonía, rescata de la memoria ideas muy dis-<br />

tintas según la formación de cada cual. Habrá quien piense en un Tokio<br />

futurista, ciberpunk, hijo de la modernidad y con mirada hacia adelante, y<br />

probablemente haya recibido esa información (que, tras una pri-<br />

mera sedimentación pasa a formar parte de un núcleo indisoluble<br />

de la memoria) de películas como Demonlover, New Rose Hotel o<br />

Lost in translation. Por el contrario, quien esté acostumbrado a las<br />

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películas de Ozu y Naruse y los libros de Kawabata y Mishima asociará la gran<br />

urbe cosmopolita del siglo XXI con un remanso de paz, tranquilidad y tradi-<br />

ciones. Los que, por el contrario, hayan preferido acogerse a las visiones exo-<br />

tistas de ciertas películas de Hollywood o a recientes cintas españolas, tendrán<br />

que conformarse con una ciudad sin alma, poblada de tópicos y sin una iden-<br />

tidad a la que agarrarse, lo que puede resultar nefasto en una ciudad tan com-<br />

pleja como la asiática, que hace de su multiplicidad y de la visión plural de sus<br />

diferentes barrios la bandera fundamental de su distinción. Wim Wenders, por<br />

ejemplo, supo ver todo esto ya en 1985, cuando viajó a la capital japonesa si-<br />

guiendo los pasos de su admirado Yasujiro Ozu para filmar Tokio-Ga. Wenders<br />

homenajeó al director japonés más tradicional y esencial con un respeto re-<br />

verencial, pero fijándose en las huellas que el presente, tan distinto del mundo<br />

de Ozu, seguía mostrando en relación a los recuerdos de sus películas. El ci-<br />

neasta alemán logró captar plenamente el sentido efervescente y auténtico de<br />

la ciudad y plasmar la manera en que las películas de Ozu habían configurado<br />

su vida y su visión de un cierto tipo de cultura a través de los lugares resca-<br />

tados de la memoria.<br />

Porque, en el fondo, el cine y la literatura son capaces de cambiar nues-<br />

tra percepción de los lugares, y nunca será lo mismo visitar una ciudad sobre<br />

la que hayamos visto o leído que otra que descubramos vírgenes de ideas,<br />

temas y actitudes formales. Cualquier obra artística sobre una ubicación física<br />

modifica este mismo lugar, de manera aún más clara que toda percepción mo-<br />

difica la realidad, creando una suerte de mitología inconsciente que a su vez<br />

tiene efectos en las nuevas creaciones que parten de estos espacios. No hay<br />

más que pensar en algunas de las ciudades más visitadas por el<br />

cine y por la literatura, las cuales han incorporado las visiones<br />

sobre ellas mismas a su propia naturaleza. Estos efectos percep-<br />

tivos son muchas veces globales, asentados a lo largo del tiempo,<br />

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y otras veces restringen su influencia a una generación concreta, que sin em-<br />

bargo mantendrá de forma indirecta esta primera visión, al ser incorporada a<br />

las nuevas creaciones.<br />

Existen ejemplos muy claros de todo esto, y quizás las ciudades más ex-<br />

plotadas en el terreno artístico sean, a ambos lados del océano, Nueva York<br />

y París. Nueva York es, probablemente, y a pesar haber quedado reflejada en<br />

infinidad de películas, la ciudad cuya asociación con un film es más inmediata.<br />

Nueva York ya siempre evocará los acordes de Gershwin que abren el Man-<br />

hattan que Woody Allen inmortalizó el 1979, formando directamente un mito<br />

que modificó para siempre la ciudad y la visión que en adelante tendrían de<br />

ella los espectadores de sus films.<br />

Centrándonos ahora en la ciudad de la Luz, aunque sólo sea por cerca-<br />

nía geográfica, la capital francesa ya está, a día de hoy, indisolublemente aso-<br />

ciada a una serie de nombre y obras míticas de la literatura y el cine, que se<br />

han ido realimentando dando cuerpo a una fisionomía tan característica que<br />

ha hecho de “lo parisino” una acepción universal. Y es inevitable, al pasear por<br />

el Barrio <strong>La</strong>tino, al entrar en los cafés de Sant Germain des Pres o al contem-<br />

plar las grises buhardillas de los edificios, que la memoria haga saltar un re-<br />

sorte y de repente aparezca ese París dibujado por Hemingway o Henry Miller,<br />

que se manifiesta por ellos mismos o a través de la Rayuela de Cortázar, o del<br />

París no se acaba nunca de Vila-Matas. Y la memoria literaria funciona de ma-<br />

nera curiosa, puesto que pone imágenes a lo que sólo era un concepto, una<br />

abstracción, y convierte en real un territorio que de lo contrario podría ser<br />

mítico, provocando un extrañamiento que no suele ser demasiado consciente.<br />

Porque la memoria funciona de otra manera en el caso del cine. Ya existen las<br />

imágenes, existe un poso más concreto que complementa al extrañamiento li-<br />

terario, y sirve al espectador para ratificar un escenario, un marco, y a su vez<br />

asociar un lugar a unas determinadas emociones.<br />

Hace más de cuarenta años, Jean Rouch preguntaba en las calles de París<br />

si la gente era feliz por allí. <strong>La</strong>s respuestas eran de lo más diverso, y a partir<br />

de aquello Rouch y Edgar Morin desarrollaron una de las películas fundacio-<br />

nales del cinema-verité: Chronique d’un été, documento etnográfico que con-<br />

sigue convertir el descontento y la subjetividad en (anti)regla universal.<br />

Aquello mostró el caldo de cultivo en que más tarde se desarrollarían los dis-<br />

turbios del mayo del 68 y, unos cuarenta años después, hace<br />

ahora casi un lustro, surgieron otras revueltas estudiantiles en<br />

París, como si hubieran nacido de una memoria adormecida que<br />

de repente hubiera visto saltar sus resortes. ¿París no se cambia<br />

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nunca o los recuerdos permanecen en la memoria del subconsciente hasta<br />

que una casualidad los hace resucitar? ¿Volvieron a preguntarse los estu-<br />

diantes, de repente, si eran o podían ser felices en la ciudad donde vivían?<br />

<strong>La</strong>s películas nos han forjado una peculiar visión de la capital francesa,<br />

y al pensar en París pensamos en Jean Seberg repartiendo periódicos en los<br />

Campos Elíseos, en tres aprendices de ladrones corriendo por los pasillos del<br />

Louvre, en un cuarto rojo donde se forjan las revoluciones, o en la versión po-<br />

pera de Chronique d’un éte: Masculin-Feminin. El Godard parisino es el Godard<br />

de los 60, pero el franco-suizo no olvidó nunca su ciudad natal y, sin ir más<br />

lejos, ofreció en Elogio del amor un precioso homenaje a las calles en que<br />

hizo bailar a la noche una coreografía de luces arrebatadoras. Sólo por deter-<br />

minadas escenas de esta película merece la pena soñar con el viaje a una ciu-<br />

dad que debe de oler a música, a los acordes de Mozart o de Arvo Part, y que<br />

regresan a la mente al pasear por esos grandes bulevares parisinos.<br />

Pero no acaba París en Godard, y ni siquiera empieza en la Nouvelle<br />

Vague, pues ya se forjaba la imagen mítica en las secuencias silentes de René<br />

Clair, o en los “niños” que jugaban al teatro en el paraíso de Carné, o en el<br />

Pont des Arts en que Renoir salvó a Budú de las aguas antes de que lo reto-<br />

mara Eugene Green para su fantasmal ensoñación de vida y muerte, o en el<br />

escondrijo del carterista de Bresson, o en los bajos fondos y el Montparnasse<br />

de Jacques Becker, poblado de pintores y carpinteros... Aunque está claro que<br />

nada sería lo mismo sin la panadera de Monceau, sin los paseos de Cleo en<br />

las dos horas de la tarde, sin las conspiraciones y bailes de Rivette, sin los co-<br />

rreteos de Antoine Doinel cuando era un pequeño rebelde o<br />

cuando empezó a aprender a amar, sin la tertulia en el Deux Ma-<br />

gots desde la que un joven nihilista cobijado tras gafas de sol ton-<br />

teaba con una mamá y una puta.<br />

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Pero también el París de hoy está más allá de Godard. Está más allá de<br />

los cafés de Sautet, de la angustiada nostalgia de Garrel, del desesperado ro-<br />

manticismo del puente de Carax, de los sensuales atascos de Denis, de la pos-<br />

tmoderna visión de Assayas, o incluso del acaramelado pastiche de Jeunet.<br />

Porque París ha sido construida por los franceses, pero si estos autores han<br />

conseguido trasladar una determinada imagen de la Ciudad de la Luz, para<br />

esto se han valido del arraigo que antes logró la literatura más exquisita o el<br />

cine más comercial de Hollywood.<br />

París consiguió desde el principio ser más que una factoría, más que una<br />

ilusión. Se convirtió en una ciudad legendaria casi con el nacimiento del cine,<br />

y los europeos se llevaron su encanto y sus maneras al otro lado del charco.<br />

Lubitsch hizo pelearse a dos estrellas bohemias en Una mujer para dos antes<br />

de caer enamorado de Ninotchka, Minnelli recorrió Montparnasse en Un ame-<br />

ricano en París, Wilder mató en los muelles del Sena a la creación de una cre-<br />

ación en Irma la dulce, de Palma ofreció su versión más brillante de manos de<br />

una Femme fatale, Jarmusch nos metió en un taxi en una Noche en la tierra<br />

cualquiera, Donen recluyó a Cary Grant y Audrey Hepburn en una encerrona<br />

sin salida en Charada, y Michael Curtiz forjó un mito quizás demasiado grande<br />

en la película que todos pensamos.<br />

Y por fuera de la mirada autóctona y la mirada popular, tenemos la de<br />

aquellos extranjeros que nos hicieron asentar nuestra visión, que nos hicie-<br />

ron creer que algo había en esa ciudad. Un finlandés nos enseñó <strong>La</strong> vida de<br />

Bohemia, un austríaco el Caché de unas cintas de vídeo, un italiano el valor<br />

de El último tango en París, un polaco el doloroso sabor de un cristal Azul...,<br />

pero siempre podremos preguntarnos, con la respetuosa pasión de un ma-<br />

layo como Tsai Ming Liang, ¿Qué hora es allí?, en ese lugar en que los relojes<br />

acechan los sueños incompletos.<br />

Al fin y al cabo, si no fuera por la memoria, sus curiosos resortes, y la<br />

manera en que ésta es modulada por impulsos como el cine y la literatura,<br />

más allá de las vivencias directas, no podríamos hacer como Vila-Matas y<br />

soñar con estar en Nueva York cuando estamos en París y con estar en París<br />

cuando estamos en Nueva York. Los espacios, reales o inventados, percibidos<br />

por alguno de nuestros sentidos o vividos en plenitud, configuran nuestra me-<br />

moria a la vez que ésta configura nuestros sueños.<br />

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VII. PROUST. EL TIEMPO LITERARIO Y LA MEMORIA<br />

EL VIAJE A LA FICCIÓN<br />

Mario Vargas Llosa, hace años que se<br />

encarga de demostrarme la distancia entre<br />

la escritura de ficción y la razón, entendida<br />

en cierto modo a través de su propia capaci-<br />

dad para generar historias de la envergadura<br />

de Conversación en la catedral, <strong>La</strong> Tía Julia y<br />

el escribidor, El elogio de la madrastra, Pan-<br />

taleón y las Visitadoras o <strong>La</strong> fiesta del Chivo<br />

entre tantas, y que éstas sean tan distintas,<br />

evocadoras y mágicas, tan excelentes en su<br />

estructura, en su construcción verbal, en su<br />

prosa e imaginación, a sus esfuerzos teóri-<br />

cos o políticos por convencernos de la con-<br />

veniencia de sus razones sobre el mundo.<br />

Su último viaje alucinante ha provo-<br />

cado que me quite el sombrero una vez<br />

más y me arrodille definitivamente ante<br />

este inmenso escritor vivo y, sin darme cuenta, su propia condición de cha-<br />

mán, de convocador de palabras y aventuras, de Hablador, como él podría<br />

definirse a tenor de la hermosa anécdota que cuenta como introducción a su<br />

ensayo El Viaje a la ficción, se enlazó con la lenta y exhaustiva lectura reali-<br />

zada a lo largo de estos últimos tres meses de En Busca del tiempo perdido<br />

de Marcel Proust, una relectura cuyo sentido sin duda difuminó la lejana y<br />

fascinada de otra época, transformando mi propia identidad cultural, entre-<br />

mezclándose con las circunstancias en las que leí en el año 1991 Por el camino<br />

de Swan, y un año más tarde A la sombra de las muchachas en flor y <strong>La</strong> fu-<br />

gitiva, y vísperas del final de siglo Sodoma y Gomorra y El tiempo recobrado.<br />

Elegir a Juan Carlos Onetti como el narrador más apropiado<br />

para sus propias ideas sobre el hecho de la ficción, sobre la capa-<br />

cidad mágica del lenguaje literario y los efectos maravillosos que<br />

producen en el alma las historias, es un gesto que no sólo le<br />

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Juan Miguel Ariño<br />

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honra, sino que lo reivindica como un ejemplo -al menos en lo que respecta<br />

a la historia de la literatura- de honestidad intelectual y de excelente gusto li-<br />

terario. Onetti es demasiado poderoso y bronco para el mundo actual, de eso<br />

tuve intuición hace unos diecisiete años, cuando leí por primera vez la que<br />

considero una de las cuatro o cinco mejores novelas de la literatura del siglo<br />

XX, El astillero. Es posible que los años y el descenso de nivel del lector medio<br />

hayan hecho incomprensibles para muchos ficciones como las que Onetti nos<br />

legó, algo que le sucede a otro narrador cumbre del siglo XX, Premio Nobel de<br />

literatura, William Faulkner. Referirme a ellos me sirve para situarme en el ca-<br />

mino proustiano de modo inconsciente.<br />

De alguna forma, ambos continuaron –y culminaron- el camino de los an-<br />

tiguos Habladores milenarios que alimentaban a las tribus amazónicas de mitos<br />

y aventuras, de historias y anécdotas orales que inspiraban su evolución y res-<br />

cataban de la desmemoria los tiempos antiguos y sus saberes, el contacto con<br />

lo que fueron, despertando la imaginación y el anhelo, las emociones y el con-<br />

suelo, conformando ese universo mítico y proyectándolo hacía el presente y el<br />

futuro. Faulkner y Onetti llegaron a un límite narrativo que extendía su tradi-<br />

ción a lo largo de muchos siglos. Ahora me parecen dos de los últimos reno-<br />

vadores del arte novelesco. Comprendieron que el lenguaje literario necesitaba<br />

de una ambigüedad y un sentido poético distinto para acercarse a la realidad,<br />

y que las estructuras narrativas, los puntos de vista, la temporalidad de las<br />

historias, podían estirarse y amoldarse a nuevos patrones y formas para lle-<br />

gar aún más lejos de lo que habían llegado hasta entonces.<br />

Saber que Vargas Llosa, en medio de la vorágine del siglo XXI haya pro-<br />

nunciado su pequeña ceremonia, su ritual religioso (y riguroso) en torno a<br />

Onetti, me llena de un extraño y optimista convencimiento, el mismo que he<br />

sentido a lo largo de estos últimos meses al volver a adentrarme en la in-<br />

mensa creación artística de Marcel Proust. <strong>La</strong> anécdota con la que Vargas<br />

Llosas inicia el ensayo onettiano posee el brillo de la literatura en estado puro,<br />

ese juego de espejos, azar y palabra, con la que fundó sus obras y eligió a sus<br />

aliados en este juego fascinante.<br />

<strong>La</strong> existencia o no de la figura del Hablador, ese personaje que Vargas<br />

Llosa recordaría media vida, con el que se encontró por casualidad en 1958,<br />

en un viaje a la Amazonía peruana, entronca extraordinariamente bien con el<br />

sentido del tiempo (o los múltiples) que Proust esbozó en su obra.<br />

El peruano oyó hablar a los antropólogos Betty y Wayne Snell de<br />

la existencia del “Hablador”, una especie de cuenta cuentos itine-<br />

rante y ancestral que comunicaba a las distintas poblaciones Ma-<br />

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Mario Vargas Llosa, Juan Carlos Oneti y William Faulkner<br />

chiguengas con el pasado, el presente y el futuro de la tribu amazónica a tra-<br />

vés de las historias. Hizo suya aquella figura, la utilizó no sólo para componer<br />

una novela, que tituló así, El hablador, sino que le ayudó a hallar sentido al<br />

hecho mismo de escribir, a su pasión desmedida por la literatura.<br />

En el año 1981, de regreso al territorio donde viajó más de veinte años<br />

atrás, volvió a encontrar a los Snell, y al preguntarles por aquel relato que le<br />

revelaron tanto tiempo atrás, estos parecieron no saber de qué hablaba. En<br />

la memoria prodigiosa de Vargas Llosa aquel relato nocturno de 1958 había<br />

existido, no podía haberlo inventado a su juicio y, además, su sentido le había<br />

acompañado como acicate inspirador de su trayectoria artística, como una es-<br />

pecie de rol auto adquirido que trató de desempeñar con el mismo rigor y<br />

sentido que la mítica figura machiguenga. De alguna manera no importa si fue<br />

verdad o no que los Snell le contaran la existencia del Hablador, o que veinte<br />

años después negaran haberlo hecho, quizá para proteger el secreto de los<br />

Machiguengas. Tampoco es esencial que el escritor inventara, o malinterpre-<br />

tara, a partir de esa conversación antigua, su existencia. Lo importante es el<br />

hecho de la ficción revelado y ese impulso que alberga en su seno y que per-<br />

mite al ser humano crecer. De eso, Marcel Proust sabía mucho.<br />

<strong>La</strong>s historias del Hablador ayudaban a su pueblo a conocer y a combatir<br />

sus terrores colectivos e individuales. Conformaban su memoria identitaria.<br />

Quiero pensar que la gran literatura siempre fue un viaje desde las<br />

tinieblas hacia la luz. Continuemos encendiendo los faroles que<br />

deben alumbrarnos. Proust nos dejó un sol entero para iluminar-<br />

los y calentarnos toda una vida.<br />

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MARCEL PROUST. EN BUSCA DEL TIEMPO PERDIDO<br />

En 1906, en Paris, Proust inició la escritura de En busca del tiempo per-<br />

dido. Concluyó el primer borrador de esta inmensa obra narrativa en 1912, y<br />

no cejó de corregirla hasta el día de su muerte, en 1922. Publicó en vida seis<br />

de los sietes volúmenes que conforman la novela (Por el camino de Swan, A<br />

la sombra de las muchachas en flor, El mundo de Guermantes, Sodoma y Go-<br />

morra, <strong>La</strong> prisionera y <strong>La</strong> fugitiva -Albertine desaparecida en algunas edicio-<br />

nes-). El tiempo recobrado se editó póstumamente utilizando el manuscrito<br />

del texto hallado en su casa.<br />

El enorme esfuerzo creativo que depositó en las páginas de En busca del<br />

tiempo perdido fue empujado ante todo por una acuciante necesidad intelec-<br />

tual y humana de saber, guiado en todo momento por una búsqueda del sen-<br />

tido del tiempo que anhelaba aclarar el valor de su propia vida, el reflejo<br />

esencial de lo que fue su existencia, objetivo esquivo que se le escurrió de las<br />

manos justo hasta ese momento en que inició la primera narración de la obra,<br />

Por el camino de Swan. Marcel Proust anheló toparse con el tesoro del tiempo,<br />

con su intrincado y complejo valor, que intuía guarecido en su memoria y en<br />

su propio devenir, oculto en el pasado y vivo en su presente, con el significado<br />

íntimo y esencial que entrañaba la extraña y determinante palabra definidora<br />

en verdad de lo humano, para así encontrar algo de sí mismo que le pareciera<br />

perdurable. Ese largo recorrido, ese acercamiento asombroso al concepto del<br />

Tiempo, que exigió a Proust depositar en la novela todo cuanto sabía e intuía,<br />

le hizo adentrarse en la totalidad de los sentidos de la existencia, como si la<br />

propia palabra que rastreaba alumbrara y dotara de contenido a la verdad<br />

común a todos los hombres. Había dos circunstancias que le hicieron sin duda<br />

escribir la primera gran obra maestra del siglo XX; una, su deslumbrante ta-<br />

lento literario, el dominio de la historia de la literatura y de la lengua francesa<br />

que le permitió escribir unas 4.000 páginas sin perder aliento narrativo en<br />

ningún momento, y la otra su enorme inteligencia, su lucidez, que le conce-<br />

dió el poder casi religioso de adentrarse en la complejidad de lo humano con<br />

una profundidad insuperable.<br />

En ese trayecto, Proust se embarcaría consciente en la trasmutación del<br />

sentimiento y su vigencia temporal, en el flujo y reflujo de la memoria y sus<br />

efectos en el alma y en la condición de los hombres; en la intensidad de las<br />

pasiones que guiaban sin remedio los hechos fundamentales, que<br />

describían y fijaban lo esencial del recorrido, tanto en su proceso<br />

de extinción como en el de reencarnación; en la euforia que el<br />

arte era capaz de alumbrar en torno a lo vivido, sobre lo que se<br />

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Marcel Proust Boulevard Haussmann<br />

extinguía sin remedio en su espíritu al morir un mundo que deseaba rescatar<br />

no con la minuciosidad del retratista sino con la amplitud y la capacidad evo-<br />

cadora del artista; en la demoledora influencia de la Historia sobre la vida in-<br />

dividual y los mecanismos de la inteligencia para esquivar ilusoriamente sus<br />

sentencias: un material cuya complejidad y multiplicidad alargó su luz hacia<br />

todo lo humano, permitiéndonos navegar en las entrañas de una novela in-<br />

mensa e inagotable, inabarcable sino es a través de la totalidad de su universo<br />

de ficción, gobernada en todo momento por la pieza esencial de la ecuación<br />

humana, el Tiempo, aquello que engloba la finitud de cualquier vida y por<br />

tanto su medida, Tiempo que él trató de asir para explicarse a sí mismo su<br />

propia existencia, para alcanzar alguna sabiduría posible que entregar al pre-<br />

sente o legar a la posteridad.<br />

Durante años, me he aproximado al corpus teórico-crítico generado en<br />

torno a la obra de Marcel Proust con cierta desconfianza. Ha sido habitual ma-<br />

linterpretar demasiadas cosas en la enorme extensión de la novela. Es curioso<br />

que un crítico tan cabal y extraordinario como Harold Bloom, que solía des-<br />

preciar con encono y vehemencia cualquier mediación extraliteraria de la crí-<br />

tica y el ensayo literario, considerara En Busca del tiempo perdido como una<br />

obra en torno a los celos, no porque no sea verdad –los celos surgen majes-<br />

tuosos e inmensos en una buena parte del texto, y tiñen de dolor<br />

y reflexión a un buen número de sus personajes, sirviendo de<br />

ejemplo en ese proceso de mutación de las emociones a lo largo<br />

del tiempo- sino porque responde a una mirada sesgada, corta, de<br />

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la magnitud de la obra. Para Henry Miller aquella historia de celos fue escrita<br />

para ser leída por él y comprender la clase de relación que había vivido con su<br />

mujer, June Miller, según dejó escrito en sus cartas a Anais Nïn en 1932.<br />

En numerosos ensayos se buscaron significados difícilmente sostenibles.<br />

Se pretendió considerar la novela como una reflexión sobre las vivencias de<br />

Proust, una especie de autobiografía, algo que el propio autor desmentía di-<br />

rectamente en varios párrafos y en las pocas entrevistas que nos quedan de<br />

él. Es verdad que el propio Harold Bloom consideró a Proust como uno de los<br />

autores más acertada e inteligentemente shakespereanos de la historia de la<br />

literatura, capaz de inventar personajes de ficción de tal envergadura que no<br />

sólo comprendían en su seno una retrato magnífico y preciso de la condición<br />

humana, sino que trascendían su propia existencia y se convertían en para-<br />

digmas del comportamiento humano. Al crítico norteamericano le fascinaba<br />

a su vez el sentido del humor con el que Proust dotó a la mayor parte de sus<br />

protagonistas, algo que la crítica tardó algún tiempo en valorar. Nabokov nos<br />

legó en su curso de literatura europea una lectura brillante y destacada, y<br />

aunque de nuevo me resulte forzada a veces, o demasiado esteticista, hay<br />

que reconocer que comprendió con lucidez los mecanismos del arte prous-<br />

tiano con exactitud.<br />

Se extendió en el transcurso de algunas décadas, la idea de considerar<br />

En busca del tiempo perdido como un intento de retratar un mundo que des-<br />

aparecía; aquella alta sociedad francesa que iba a ser arrastrada tras la pri-<br />

mera guerra mundial por una Europa nueva que giraba alrededor de las<br />

utopías, la democracia parlamentaria y los nacionalismos imperantes en el<br />

siglo, y que condujo al estado de bienestar en los años cincuenta y sesenta<br />

debido al miedo al comunismo y a repetir la experiencia atroz de la Segunda<br />

Guerra Mundial y sus masacres. Es evidente que no se puede extrapolar la<br />

obra de Proust del contexto social e histórico en el que vivió, pero una visión<br />

únicamente historicista, considerar los siete libros como un pequeño retrato<br />

de los usos y costumbres de una clase social, en un entorno de fechas y va-<br />

lores, sería reducir la obra a una visión demasiado miope.<br />

Fue notorio el desprecio de Proust por los excesos del realismo litera-<br />

rio; hay algunas páginas de la novela en las que se menciona con jocosidad<br />

la imposibilidad de esos esforzados y aburridos autores por acercarse a la<br />

vida. En general, el realismo, o la intención inverosímil de imitar<br />

la realidad a través de la literatura, le resultaba un afán ajeno<br />

completamente al sentido del arte. Su proyecto poseía una di-<br />

mensión distinta, que iba mucho más allá de las circunstancias<br />

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de su biografía, aunque fuese su propia existencia, su mundo interior, que<br />

había conformado a lo largo de los años vividos una intensa y formidable<br />

experiencia, lo que le dio las claves de la novela.<br />

Recuerdo haber despachado a Proust a finales de los ochenta –antes de<br />

leerlo- por su condición de autor burgués, por lo escasamente heroica que me<br />

parecía su vida y lo poco que me seducía su actitud, sus rarezas de aristócrata<br />

de medio pelo, las extravagancias de un privilegiado que no tuvo que ganarse<br />

el sustento con el sudor de la frente y mucho menos con las letras. Los pre-<br />

juicios contra Proust son numerosos y están cargados de mediocridad e igno-<br />

rancia, como me sucedió a mí entonces.<br />

De alguna forma, se confundió al narrador de En busca del tiempo per-<br />

dido con el propio autor, lo que conducía a considerar la obra como un texto<br />

memorístico. Incluso se desatendieron los aspectos metaliterarios, abundan-<br />

tes a lo largo de sus páginas. Es curioso como la crítica literaria en ocasiones<br />

sigue guiones inapropiados, y aunque una obra hable por sí misma, los clichés<br />

y cierta aceptación incomprensible la llevan a lugares equivocados. Afortuna-<br />

damente los lectores de Proust entendieron de otra manera la novela y la hi-<br />

cieron llegar hasta nuestros días.<br />

El relativo éxito en vida del autor fue a su vez casi siempre por razones<br />

equivocadas, de la misma forma que sus sonados fracasos y rechazos tuvie-<br />

ron un eje de actuación similar. Odiar y amar a Proust pareció du-<br />

rante décadas un acto en sí erróneo por las razones que esgrimían<br />

unos y otros, de ahí la importancia de la lectura de Derrick León<br />

en los años cuarenta o la del propio Nabokov en los sesenta<br />

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Marcel Proust<br />

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cuando ejercía de profesor, o la larga correspondencia entre Henry Miller y<br />

Anais Nïn, teóricos notables del poder de convicción y el talento del francés,<br />

y los intentos críticos posteriores, que situaron de nuevo en un contexto teó-<br />

rico puramente literario sus análisis una vez pasado el auge de la nueva teo-<br />

ría de la literatura que relacionaba los géneros literarios con otras ciencias y<br />

saberes, tan en boga entre la intelectualidad europea hasta finales de los se-<br />

tenta. Recuerdo de repente los diarios de Virginia Woolf y la admiración y la<br />

parálisis que le produjo la lectura de En busca del tiempo perdido, una de las<br />

primeras lectoras del libro que comprendió la magnitud de su intento artístico,<br />

siendo ella contemporánea de monsieur Proust.<br />

Proust gana con los años, a todos los niveles, como si su afán de ence-<br />

rrar el tiempo humano y hacerlo literatura repercutiera de alguna forma en el<br />

tiempo de sus propios lectores, tan poco acostumbrados a disfrutar de una<br />

ambición semejante. Cuando hablo de ganar con los años, me refiero a que,<br />

conforme el tiempo transcurre, la claridad de la novela es aún mayor, e incluso<br />

tengo la sensación que el hecho de que el lector posea mayor experiencia lec-<br />

tora y vital, hará más extraordinaria la odisea proustiana. Sostengo la intui-<br />

ción de que mi próxima relectura, dentro de unos años, tendrá una mayor<br />

enjundia, al igual que sucederá con los lectores futuros que se sigan aden-<br />

trando en la novela y vayan reencontrándose con toda su enorme capacidad<br />

de servir de prisma, con esos reflejos en los que nos imbuimos convencidos<br />

de estar leyendo el texto de un autor a caballo entre el siglo XIX y el XX que<br />

nos habla, nos susurra y nos cuenta, nuestra propia vida en el siglo XXI.<br />

<strong>La</strong> edad humana, aquella que no avanza linealmente, que tiene periodos<br />

de agudísima inflexión o que se pierde en los recovecos de la nada sin dar un<br />

paso adelante, afecta sin duda a las palabras de Proust, hasta el punto de de-<br />

jarnos ahora con la amarga sensación de que sigue siendo más inteligente y<br />

agudo que nosotros y la mayoría de personas que nos rodean, de haber otor-<br />

gado un aliento al arte literario cuyo influjo parece un faro insuperable en el<br />

presente o en el futuro inmediato.<br />

Creo que podemos considerar a Proust, además de un extraordinario na-<br />

rrador, un maestro en múltiples materias de lo humano. Me parecería una ca-<br />

rencia imperdonable que la psicología no incluyera entre sus asignaturas de<br />

estudio la historia de la novela y sobre todo, que no considerase la profundi-<br />

dad de la mirada proustiana como una parte de su formación, o<br />

que ante la avalancha de novelitas lineales y romas que pueblan el<br />

mercado no se estableciera un canon que diferenciase la gran lite-<br />

ratura y esos pasatiempos anodinos, no para modificar gustos, sino<br />

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para situar en un contexto literario razonable la veracidad y el valor de ciertas<br />

obras frente a otras por encima del gusto masivo y, sin duda, en esa diferen-<br />

ciación, la fortaleza artística de Proust resultaría una evidencia o ejemplo irre-<br />

futable. Cualquier saber, en el fondo, sea científico o humanista, requiere de<br />

la aportación de la experiencia (esa praxis que roza lo ético), o de esa expre-<br />

sión artística que nos ofrece la gran literatura, una metáfora irrepetible y ex-<br />

cepcional de lo humano y sus quehaceres ante las limitaciones temporales y<br />

materiales de la vida. Goytisolo decía que Proust era en sí mismo una patria.<br />

Proust significó muchas cosas a un tiempo, quizá tantas que será nece-<br />

sario en el futuro seguir negando lo que consideramos ahora válido, o conti-<br />

nuar su interminable lectura para atisbar en el futuro otros reflejos a hallar<br />

que despierten su sentido en nuestra propia trayectoria vital o nos aproximen<br />

a las claves del mundo venidero. Pero su esfuerzo fue literario, su afán fue de-<br />

jarnos ese río de frases límpidas y claras, a veces largas e interminables, pero<br />

construidas con una sintaxis de tal precisión y hermosura que no podríamos<br />

encontrar ni una sola línea que carezca de sentido, que no sea funcional para<br />

la belleza y la verdad de lo que se nos cuenta, que no albergue en su seno una<br />

sabiduría profunda, incomunicable tal vez con nuestras palabras corrientes,<br />

pero fascinante sin remedio.<br />

Henry Miller, Virginia Woolf y Juan Goytisolo<br />

<strong>La</strong>s ideas predominantes en la obra de Proust, o al menos esas que<br />

hacen girar en torno a ellas todas las tramas y los sucesos, donde<br />

se desarrolla la verdadera dimensión de sus incesantes reflejos y<br />

yacimientos, son compartidas por la mayor parte de la crítica lú-<br />

cida que se ha acercado a En Busca de tiempo perdido. Entrar en<br />

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detalle exigiría un lugar más amplio, y he preferido acercarme a la novela a<br />

través de El tiempo recobrado, empujado por la revelación que él mismo plan-<br />

teó en el último volumen de su obra, un intento de cerrar un círculo que par-<br />

tía de su flujo incesante de memoria, de su riqueza espiritual, capaz de<br />

comprender el Tiempo, o de aproximarse a ese concepto hasta límites no su-<br />

perados por ningún otro autor.<br />

Nos dejó escrita una novela construida con los mimbres de su fe en el<br />

arte, no sólo los que predominaban en su época y a los que tuvo acceso, sino<br />

guiado por sus intuiciones fabulosas, por su tensa y aguda inteligencia que<br />

llegó a anticipar y a apuntar el arte literario del siglo XX y XXI. De ahí que el<br />

fluir del tiempo tuviera su reflejo más evidente a través de la evolución de<br />

sus personajes –identidades-, o que los distintos sentidos de la memoria que-<br />

darán poco a poco revelados en un sinfín de asociaciones mentales que des-<br />

arrollaban los hechos por medio de los protagonistas y sus diversas peripecias<br />

y a través de su escritura caleidoscópica, mediante escenas e ideas entrela-<br />

zadas con la trama que hacían surgir la armonía y el equilibrio de un mundo<br />

trenzado de ficciones, autónomo y creíble, que parecía estar escrito de ante-<br />

mano en su mente.<br />

Proust introdujo en la novela la riqueza profunda de nuestra inteligencia<br />

emocional, de lo subliminal que guía nuestra existencia en la sombra muy por<br />

encima de lo consciente o de la racionalidad. Su narrativa, lejos de ser clásica,<br />

se erige como un río interminable en el que la memoria y sus distintos estadios<br />

dibujan una realidad mucho más compleja y rica que la realidad racional y sus<br />

exigencias temporales, y se articula en torno a la confluencia en el mismo ins-<br />

tante de la lectura (o escritura) del pasado y el presente, definiendo el futuro<br />

como una confabulación de los otros dos momentos, consecuencia de ellos.<br />

Es evidente que para el lector mediocre las páginas de Proust resbalarán<br />

como el aceite en un cuerpo húmedo de agua, que apenas llegarán a ser mas<br />

que el retrato de un tiempo perdido, o el relato más o menos mundano y lleno<br />

de sentido del humor de la aristocracia y la élite burguesa francesa que per-<br />

día el horizonte y el lugar que había ocupado durante cientos de años. Sin<br />

embargo, la innovación formal de Proust se halla ante todo en la estructura<br />

narrativa propuesta, en la propia construcción de sus frases que le permitie-<br />

ron el constante inciso, la aparición del tiempo pasado en el discurrir del na-<br />

rrador, la capacidad simbólica y poética del recuerdo, o las<br />

asociaciones involuntarias de la inteligencia que escapaban a la<br />

subordinación de la razón mediante su ahondamiento interior y la<br />

capacidad léxica y sintáctica del autor. Proust estableció además<br />

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Marcel Proust Combray<br />

una dimensión de la inteligencia más elaborada y rica que la de sus coetáneos,<br />

adelantándose a los numerosos estudios científicos realizados a finales del<br />

siglo XX en torno a la inteligencia emocional o a la inteligencia creadora o es-<br />

piritual. Proust ya sabía todo eso, y lo mejor es que logró comunicarlo a tra-<br />

vés de sus páginas, no sólo en el desarrollo de sus historias, sino en el propio<br />

estilo, en su manera de transgredir la corrección lingüística en la construcción<br />

de las frases hasta llevarlas a sus limites expresivos máximos, sin posibilidad<br />

de horadar ni un centímetro más en esa profundidad alcanzada por su prosa,<br />

dejando que el resto, lo que se podía conseguir más allá de su sugerencia,<br />

fuera consecuencia y exigencia del lector posible que se adentrara conven-<br />

cido de sus posibilidades en su obra literaria.<br />

Para Proust, la única oportunidad de recrear y comprender el mundo re-<br />

sidía en la expresión artística, entendiendo por arte no sólo el dominio de la<br />

técnica expresiva destinada a alcanzar alguna forma estética hermosa, ele-<br />

vada o noble, sino también la capacidad evocadora y definidora de la memo-<br />

ria involuntaria, y posteriormente el esfuerzo de la inteligencia, de la<br />

sabiduría, participando en ese intento por alcanzar la claridad. Aunque su pre-<br />

tensión fue sobrehumana, y él dudó numerosas veces de sus logros, quizá<br />

por hartazgo, o por imposibilidad de alcanzar en el fondo todo lo que hubiera<br />

deseado al encontrarse de bruces con el límite del lenguaje y sus funciones co-<br />

rrientes, con el peso cultural y social que recaía sobre las palabras. Si no llegó<br />

a conseguir cumplir con la totalidad de su intento, si que rozó en<br />

numerosas ocasiones una impresión reveladora y verdadera, y<br />

sobre todo, una perfección literaria difícilmente igualable, llena de<br />

gozo estético, hasta el punto de que algunos consideren, y no es<br />

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algo baladí, ni siquiera irracional, que leer la prosa soberbia de Proust produce<br />

efectos terapéuticos. Es curioso como el hijo díscolo, el burgués ocioso que<br />

paseó su palmito elegante por fiestas y ceremonias en aquel París ya olvi-<br />

dado, termine por parecerse a su activo padre, Adrien Proust, que escribió a<br />

lo largo de su vida varios volúmenes sobre higiene y salud pública, médico de<br />

profesión, y que se uniera a él en un fin común, procurar placer y felicidad e<br />

ilustrar sobre costumbres y usos saludables, cada cual en su ámbito, algo que<br />

ambos lograron a su manera, el padre a través de sus consejos médicos, el<br />

otro, regalándonos probablemente la obra más extraordinaria, profunda y her-<br />

mosa de la historia de la literatura.<br />

PROUST Y EL TIEMPO RECOBRADO.<br />

Podía haber elegido cualquier de los siete volúmenes de la novela para<br />

alcanzar a describir el sentido del tiempo proustiano y sus relaciones con la<br />

memoria, sus límites y posibilidades, para acercarnos de alguna manera a<br />

su intento. Escoger El tiempo recobrado responde, sin embargo, a una elec-<br />

ción consciente, pues en sus páginas se encuentran explícitamente des-<br />

arrolladas las claves de toda la obra expresadas en boca del narrador. En<br />

realidad, trató de explicar cómo quiso que fuera su novela ideal, su obra de<br />

arte perdurable y auténtica.<br />

Supongo que los lectores que había ido cosechando en vida, y los posi-<br />

bles futuros que convocara la obra, debían tener la posibilidad de recibir al<br />

menos una explicación, dentro de la ficción, para En busca del tiempo perdido,<br />

algún tipo de pista que ofreciera una idea más específica de su intento.<br />

Nada de lo escrito en El tiempo recobrado deja de ser común a lo narrado<br />

en el resto de los títulos pero, a pesar de ello, la estructura narrativa dividida<br />

en dos partes diferenciadas, el contraste entre ambas, sirve como brillante<br />

resumen de sus intenciones literarias y abarcan el sentido global de la novela.<br />

En la primera, los recuerdos del narrador en torno a Gilberta y Swan o a Mon-<br />

seiur De Charlus, su recorrido frustrado por Combray y otros lugares de su pa-<br />

sado que considera esenciales, expresando en ese paseo su insatisfacción por<br />

el fracaso vital en el que se halla, por la imposibilidad de encontrar algún sen-<br />

tido a su vida, y por añadidura, de cerrar la obra maestra literaria soñada a<br />

lo largo de décadas, renunciando a la literatura, permitían esa<br />

apreciación necesaria que describía la memoria voluntaria y sus li-<br />

mitaciones. En la segunda parte, esa visión imprevista, la luz ce-<br />

gadora que sentirá como una fuerza sobrehumana e iluminadora<br />

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Gilberte Swann, Charles Swann y Monseiur de Charlus. Caricaturas: David Richardson<br />

por encima de su propia inteligencia y su capacidad racional al llegar a la fiesta<br />

de la Princesa de Guermantes, tras largo tiempo ausente de Paris por moti-<br />

vos de salud; ese deslumbramiento surgido tras estar a punto de ser atrope-<br />

llado por un coche en las cercanías del hotel donde se celebra la recepción y<br />

pisar en su tropiezo una baldosa desigual que le recuerda Venecia, para aden-<br />

trarse posteriormente en la fantasmagórica reunión en la que será consciente<br />

del paso del tiempo a través de los rostros de los invitados, cuya reminiscen-<br />

cia y evocación verdadera pertenece a otro tiempo de su memoria que se con-<br />

fabula y se mezcla arrolladora e inconsciente en ese presente aglutinador, que<br />

tampoco es el tiempo real del narrador, sino un simulacro para desarrollar su<br />

historia y adentrarse en la órbita temporal de toda su existencia, encerraba el<br />

resumen fundamental de todo el libro, de todos los personajes que desfilaban<br />

por la novela, la esencia misma de En busca del tiempo perdido y su verda-<br />

dero objetivo, desmenuzar la memoria involuntaria o artística, sus efectos en<br />

el punto de vista literario o en la composición de las escenas, la libertad es-<br />

porádica del subconsciente para construir en el fondo una biografía del yo<br />

mucho más rica y precisa que la consciente, capaz de revelar los momentos<br />

esenciales de toda una existencia.<br />

De alguna forma, El tiempo recobrado es su libro mas extraño y fantas-<br />

magórico, lleno a pesar de ello de sentido del humor y acidez, construido con<br />

una fiereza curiosa y amarga, de una fuerza renovada expresada en esa es-<br />

truendosa fête final que alcanza el alma del lector y le ofrece el<br />

rastro necesario para guiarse en el inmenso entramado de situa-<br />

ciones y personajes que componen toda la ficción.<br />

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Proust fue lector de literatura del siglo XIX, no hay que olvidar que nació<br />

en 1871 y la mayor parte de su existencia transcurrió en ese siglo. Es posible que<br />

esa sea la razón de que su prosa posea un aire clásico a pesar de sus innova-<br />

ciones y alardes sintácticos, o de su extraordinario poder rítmico, o de esa ca-<br />

pacidad asombrosa de extender las frases, subordinarlas y exprimirlas hasta sus<br />

límites expresivos para alcanzar la claridad intelectual que requería la hondura<br />

del texto. Sin duda, Marcel tiene el honor de encajar a la perfección en cuantas<br />

teorías literarias rigurosas se han fundado a lo largo del siglo XX para acercarse<br />

al hecho crítico de la literatura. Contenta a todas por su riesgo formal, su des-<br />

lumbrante capacidad estética, por la profundidad de su temática y la moderni-<br />

dad absoluta de sus asuntos, también por la extraordinaria composición<br />

estructural de la novela y por ese respeto aparente al clasicismo literario.<br />

En busca del tiempo perdido está compuesta mediante escenas de gran<br />

extensión que giran en torno a la figura del narrador, a su memoria volunta-<br />

ria y consciente y a las asociaciones involuntarias o subliminales que descri-<br />

ben su universo presente, toda su existencia y a los personajes que frecuentó<br />

o conoció. A su vez, la novela se ofrece como un mundo de ficción irrepro-<br />

chable, una reverberación de la vida que logra despertar una autenticidad<br />

fuera de toda duda, haciendo universal lo particular, ofreciéndonos su fabulosa<br />

riqueza interior y el espacio imaginario que habita dentro del narrador, alcan-<br />

zando una cima artística, y trascendiendo las limitaciones formales y estéti-<br />

cas del realismo imperante para alumbrar una arte novelístico cuyo esplendor<br />

asomaría inmenso en los años posteriores a su muerte, a través de un puñado<br />

de novelistas inmensos que aprovecharon sus enseñanzas y provocarían la<br />

última revolución del género.<br />

Pero quizás, su verdadera grandeza resida en la transcripción del tiempo<br />

humano al discurso narrativo, ese milagro casi perfecto por el cual su prosa<br />

se acerca sin remedio a la máxima veracidad jamás alcanzada por obra de<br />

arte alguna en el retrato inexorable y magnífico de la edad humana, de su<br />

verdadero significado y su expresión común. El tiempo recobrado da buena<br />

cuenta del libro que Proust pretendió escribir, de sus propias teorías de la vida<br />

y el arte que quiso expresar, hecho fundamental, a través de la ficción litera-<br />

ria. Es necesario de todas formas reflexionar sobre el tiempo humano, sobre<br />

nuestra propia concepción del tiempo, para aproximarnos con garantías a una<br />

comprensión del texto digna.<br />

Él reconocía que cualquier ser humano, por simple o inculto<br />

que fuera, por áspero y corto en sus pensamientos, o irreflexivo y<br />

vacío en su actos, percibía el sentido del tiempo. Quizá esa pala-<br />

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Gustave Flauber y Marcel Proust<br />

bra definía como ninguna otra la verdadera esencia de la<br />

vida humana, conteniendo en su significado complejo<br />

todo lo demás. <strong>La</strong> finitud o los efectos del paso del<br />

tiempo cambiaban todo, transformaban al ser humano<br />

en una retahíla de yoes acumulados, de memoria y vidas<br />

distintas y, sin duda, el reflejo de ese tiempo, podía ser<br />

percibido a nivel superficial, observando simplemente el<br />

deterioro del cuerpo o la llegada inevitable de los acha-<br />

ques físicos o la misma enfermedad y decrepitud. Ese<br />

tiempo se mide por días, por meses y por años, y con-<br />

cluye con la muerte del individuo, hecho común, com-<br />

prensible hasta para el menos lúcido de los hombres. A<br />

lo largo de En busca del tiempo perdido, Proust se refe-<br />

rirá numerosas veces a esa mirada, a ese lugar franco<br />

de todos, pero su ambición artística le obligó a rastrear<br />

con mayor profundidad en un hecho que consideraba<br />

fundamental para acercarse a su propia vida.<br />

El amor y la sensibilidad por el arte que Marcel po-<br />

seía, le obligó a resistir al hechizo de esos voceros de la<br />

literatura, de ese poder creciente que exigía una litera-<br />

tura -y por añadidura un arte- útil, considerando esa<br />

palabra en su acepción más estricta. Lo maravilloso de<br />

esa rebeldía, es que casi cuarenta años después, dis-<br />

tintos grupos teóricos y muchos escritores edificarán<br />

sus ideas literarias en torno a sus premisas, y un buen<br />

número de autores continuará considerando la litera-<br />

tura ante todo como un placer estético, que se erige<br />

como espejo del mundo, como prisma a través del que<br />

puede mirarse la complejidad, y que alberga en su seno<br />

no un saber práctico o revolucionario, o sometido a la<br />

historia y a sus vaivenes e intereses, sino un refugio de<br />

todo lo humano, un lugar donde el gozo estético guarda<br />

una posible sabiduría, la luz de la ficción y sus podero-<br />

sísimos entramados inspiradores. Sin duda leyó la ilus-<br />

tradora correspondencia de Flaubert, tal vez el único<br />

autor al que temió de verdad.<br />

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En Busca del tiempo perdido establecía<br />

en su recorrido los intentos a menudo in-<br />

fructuosos del narrador por convertir su ex-<br />

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periencia vivida en obra literaria, el rastreo incesante entre las filosofías que<br />

surgían como hongos a su alrededor y esa predisposición de la razón a pre-<br />

tender apoderarse de la totalidad de la existencia. Es curioso como alguien tan<br />

inteligente como Proust estuviera a punto de abandonar su camino en un punto<br />

muerto, de haberse perdido sin dejarnos una sola página memorable, debido<br />

a ese coqueteo incesante que tuvo con la frivolidad y las relaciones superfi-<br />

ciales, con las amistades o el ocio improductivo, confuso en un lugar vacuo<br />

donde la falsedad y las circunstancias lo empujaron a menudo hacia los afec-<br />

tos fingidos y artificiales, directo a una anodina desidia. Desconozco, y no he<br />

podido encontrar referencias fiables al respecto en la bibliografía escrita sobre<br />

Proust, si la visión que el narrador experimentó a la entrada del Hotel de los<br />

Guermantes a mitad de El tiempo recobrado fue en el fondo la misma que él<br />

tuvo y que inspiró y le animó a escribir las más de cuatro mil páginas de su<br />

obra. En el fondo no es importante, porque sin duda, aunque no fuera a tra-<br />

vés de la baldosa que le transportó al instante a sus viajes venecianos, o del<br />

sonido de la cucharilla al contactar con una taza o por medio del plato de noble<br />

porcelana, o al sentir el tacto áspero de la servilleta en sus labios, que hizo<br />

aparecer Balbec y la toalla rígida con la que se secaba después del baño, el<br />

autor sintió la misma pulsión, la misma posesión espiritual que el narrador.<br />

Proust fue consciente de que el arte no era una elección racional, sino<br />

justo lo contrario, un lugar dictado, en realidad ya escrito de antemano, que<br />

probablemente era virtud de muchos pero sólo tarea de unos pocos, de aque-<br />

llos que lograban superar la pereza de la razón y conseguían universalizar con<br />

toda la fuerza de la impresión -y la expresión como conjunto de técnicas y sa-<br />

beres que permitían la elaboración de la obra de arte- sensaciones o intui-<br />

ciones comunes a todos los mortales. Marcel Proust estaba convencido de que<br />

el arte surgía espontáneamente y la voluntad no era más que el vehículo<br />

transcriptor necesario para expresar aquello que era capaz de revelar alguna<br />

verdad profunda de nosotros mismos.<br />

Pero volviendo al tiempo, Proust reconocía, a parte de esa percepción ge-<br />

neral, su acepción obvia, y sus consideraciones más evidentes y observables,<br />

que la inteligencia era capaz de deconstruir el tiempo vivido en escenas, en he-<br />

chos puntuales, en momentos, los cuales acumulados, podían constituir la bio-<br />

grafía de un individuo. No en vano, la literatura, en cierto modo, había<br />

ejemplificado en sus historias ese modo curioso de recordar, no quizá en su gé-<br />

nesis -cualquier literatura que se precie está por encima del esfuerzo<br />

de la memoria consciente por recordar y establecer la temporalidad<br />

de los hechos- pero sí en su desarrollo narrativo, en su forma de<br />

afrontarlo. Proust no descubrió nada que no supieran Cervantes o<br />

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Cervantes, Balzac y Shakespeare<br />

Balzac. Ante la elección de cualquier autor al enfrentarse a la elección de las es-<br />

cenas de una novela surgen elementos inconscientes, también oficio, pero sobre<br />

todo intuición. Rabelais eligió unas escenas concretas para escribir su Gargan-<br />

tua y Pantagruel, acordes con un tiempo narrativo y la coherencia de la histo-<br />

ria, mediante las cuales pudo acercarse a su idea del mundo. Toda obra de arte<br />

literaria parte de esa limitación temporal, de la imposibilidad de abarcarlo todo,<br />

y de pretender en verdad hacer surgir de lo particular o íntimo, de lo limitado<br />

escogido, la mayor universalidad posible. Lo mismo le sucedía a Shakespeare;<br />

su teatro estaba sujeto a unas reglas, a unos usos culturales propios de su<br />

tiempo y a la resistencia de la atención del espectador para comprender su vi-<br />

sión de la realidad. Lo verdaderamente extraordinario de Shakespeare es como<br />

en las dos o tres horas aproximadas que podían durar sus piezas más reconoci-<br />

das, era capaz de aglutinar tantos y tan verdaderos sentidos acerca de la vida<br />

y los hombres, teniendo en cuenta las limitaciones comentadas, hasta el punto<br />

de que, transcurridos tantos siglos, su fuerza imitadora y creadora, su origina-<br />

lidad imaginativa, no sólo sigue explicando el mundo, sino que, incluso, da la<br />

sensación de que fue capaz de inventar lo humano.<br />

El verdadero descubrimiento de Proust fue su enorme espiritualidad se-<br />

cular y, sin duda, ese logro de traspasar el sentido del tiempo a la prosa, es<br />

decir, hacer que el estilo, en asociación perfecta con la historia que el narra-<br />

dor alter ego desarrolla a lo largo de las páginas de En busca del tiempo per-<br />

dido, trascribiera y comunicara con la mayor exactitud posible el<br />

tiempo humano, algo que otros autores se vieron obligados a fal-<br />

sificar para hacer inteligibles y coherentes sus obras a los lectores,<br />

o a renunciar a su descripción o a su presencia para conseguir que<br />

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sus historias funcionasen o fueran comprendidas en su época. Esa es la gran<br />

aportación de Proust a la literatura de todos los tiempos, insuperable hasta la<br />

fecha y surgiendo por encima de otras muchas que nos legó. El tiempo no<br />

sólo era un elemento necesario para situar la obra y a sus personajes, para<br />

dotar de realidad con sus referencia históricas o sociales a una trama y a unas<br />

vidas, sino que se erigía como un personaje más, o en el fondo, como el gran<br />

personaje de la novela, y todo por obra y arte de la escritura.<br />

Proust creyó que el tiempo que racionalmente nos imponemos tenía tan-<br />

tas limitaciones como la visión superficial y evidente de la edad y la vejez. Era<br />

un conjunto de datos entresacados de lo consciente, de la razón, pero tenían<br />

la intuición de que no revelaban bajo ningún concepto la verdadera dimensión<br />

de lo que él había sentido y comprendido. Toda la primera parte de El tiempo<br />

recobrado es un concienzudo recorrido por esa imposibilidad del narrador para<br />

alcanzar la literatura, para entresacar de su experiencia vital aquello que era<br />

esencial o fundamental. <strong>La</strong> historia del germanófilo Charlus, de sus devaneos<br />

homosexuales y sus perversiones eróticas de las que es testigo en varios mo-<br />

mentos; el caso Dreyfus planeando sobre la Francia de la época y el sinfín de<br />

artículos, ideas y enfrentamientos que produjo; la virulencia salvaje de la pri-<br />

mera guerra mundial, cuyos efectos desoladores marcarían a toda una gene-<br />

ración con el olor de la muerte, con la falsedad de los ideales patrióticos y lo<br />

heroico, eran lugares necesarios para que Proust pudiera seguir haciendo cre-<br />

íble y auténtico a su narrador en esa búsqueda incesante, en su viaje aluci-<br />

nante al sentido del tiempo, pero era evidente que en esa enumeración, en ese<br />

recorrido consciente por los lugares de la infancia y de la juventud, tratando in-<br />

fructuosamente de acercarse a los momentos en los que fue feliz, o creyó serlo,<br />

en compañía de Albertine, de Swan y Saint-Loup, de Charlus y otros persona-<br />

jes, encontraba, transcurridos los años, que esos rostros y espacios lo dejaban<br />

indiferente, callado, mudo y muy lejos de esa sensación que anhelaba, en un<br />

estado contenido, enmudecido y sin palabras, que lo frustraba.<br />

Si examinamos con atención el sentido del tiempo, y nos detenemos en<br />

eso que los escritores realistas a veces envidiaban de los pintores, la inme-<br />

diatez del boceto y el apunte que se hace obra presente mediante la luz y el<br />

color, y que durante mucho tiempo algunos autores creyeron necesario cum-<br />

plir, el ritual de la anotación inmediata para revivir el pasado, para acercarse<br />

a lo vivido a través de un dibujo o un breve comentario, o algunos párrafos<br />

precisos sobre algún lugar o persona conocidos, descubriremos<br />

con facilidad que Proust estaba en lo cierto. Nos es relativamente<br />

fácil aglutinar en torno al presente los datos de nuestra biografía,<br />

e incluso dar detalles concretos si nos esforzamos un poco sobre<br />

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Stendhal y Marcel Proust<br />

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lugares y gentes, establecer incluso una diferenciación<br />

cronología de los momentos, hacer surgir artificialmente<br />

una emoción con sólo transformarla en un discurso ra-<br />

cional expresado ante nosotros mismo o ante otros. De<br />

alguna forma, cuando visitamos a unos amigos después<br />

de realizar un viaje a un país exótico, o cuando alguien<br />

nos comenta las tareas que desempeñaba en tal o cual<br />

lugar, nos encontramos de bruces ante el aburrimiento<br />

de lo anecdótico y común, la descripción simple de un<br />

color, un olor, un nombre y un dato, el empeño de otros<br />

por hacernos revivir con el mayor realismo posible la vi-<br />

vencia con la que su razón trata de trasladar al presente<br />

lo acontecido. Lo normal es que provoquemos en el in-<br />

terlocutor, o nos provoque, caso de ser nosotros los<br />

oyentes, una modorra notoria, o incluso cierto hastío y<br />

desgana ante una percepción vanidosa o de lugar<br />

común que pretende, sin embargo, ser tenida por<br />

asunto fundamental, por visión original o incluso ex-<br />

presar con convencimiento que el relato o la descrip-<br />

ción podrá hacer revivir al oyente esa experiencia.<br />

Proust consideraba que la mayor parte de la mala lite-<br />

ratura partía de esa necesidad, de esa convención.<br />

<strong>La</strong> diferencia entre el relato humano corriente y el<br />

arte narrativo, estribaba en que el escritor, en su elec-<br />

ción de los hechos ya había traspasado ese barrera<br />

consciente y alcanzaba en su desarrollo la originalidad<br />

y el sentido requerido para elaborar el discurso o la his-<br />

toria de ficción, a fin de captar la atención y ofrecer el<br />

placer, o la utilidad, o el interés intelectual o humano,<br />

en el posible lector. Sin embargo, en la superficie de<br />

esas novelas, nada se revelaba de la verdadera ecua-<br />

ción del tiempo humano, casi inconscientemente, se fra-<br />

guaba en la mente del autor y le permitía ejercer ese<br />

dominio sobre lo que se contaba sin incluir referencia<br />

explícita alguna al horizonte temporal, considerándolo<br />

una convención de la ficción. Un lector agudo como<br />

Proust, pudo captar en las novelas de Balzac<br />

o de Stendhal, dos de sus autores favoritos,<br />

ese trasunto escondido que flotaba sin re-<br />

medio en la composición de sus obras. Dis-<br />

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tinguió a la perfección la maestría compositiva de Flaubert, de Tolstoi o de<br />

Cervantes respecto a las obritas à la mode que pugnaban por ganarse al pú-<br />

blico cultivado de la Francia de su época. <strong>La</strong> diferencia que él estableció entre<br />

unas y otras estriba en varias condiciones que el consideraba ineludibles a la<br />

hora de aproximarse a una obra de arte literaria, pero sobre todo en la cohe-<br />

rencia de la prosa respecto a la narración que se desarrollaba, una escritura<br />

original capaz de plantear metáforas de suficiente enjundia como para soste-<br />

ner el mundo ficticio, logrando con ello un reflejo necesario para explicar u<br />

ofrecer elementos necesarios para interpretar el mundo y al ser humano, una<br />

vez elegida la disposición de las escenas adecuadas que, irremediablemente,<br />

llevaban escondidas en su seno la elección del tiempo como si guardaran en<br />

sus entrañas un certero diapasón vital.<br />

Tanto en El camino de Swan como en <strong>La</strong> prisionera o <strong>La</strong> fugitiva, Proust<br />

insistió en situar los amores que alimentaban a los personajes retratados o los<br />

del narrador mismo en un horizonte temporal. <strong>La</strong> propuesta era en aparien-<br />

cia sencilla y en cierto modo evidente. ¿Cuántas veces hemos leído un texto<br />

o hemos visto una película en la que su estúpido desarrollo y desenlace nos<br />

deja con la sensación de que no resistirá al tiempo posterior, no sólo en lo<br />

que respecta a su vigencia artística, que también sucede, sino en lo referente<br />

a la poca consistencia de los personajes y las situaciones que allí acontecen?<br />

Si el cuento infantil posee elementos clave para que el niño se sitúe en el<br />

mundo y comprenda los límites básicos que éste establece, permitiéndole la<br />

seguridad de unos códigos morales donde desarrollar sus aptitudes, su curio-<br />

sidad o sus intereses, también es cierto que su propia estructura no resiste el<br />

análisis adulto una vez hemos formado nuestra sensibilidad, nuestra inteli-<br />

gencia y nuestra experiencia. Me refiero con esto al hecho fundamental que<br />

diferencia en general la mala novela de la buena, o al cine mediocre del ver-<br />

dadero arte cinematográfico, por esa forma narrativa tan diferenciada y tan<br />

común en el fondo en su necesidad de verosimilitud. <strong>La</strong> elección del tiempo<br />

de la ficción, obligado por la resistencia del lector y por los códigos normales<br />

que tiene cualquier arte para desarrollar su cometido y su fuerza expresiva y<br />

estética, exige un corte, un paréntesis que se debe abrir y se debe cerrar. Es<br />

posible que la obra de arte más perfecta fuera aquella que resultara eterna,<br />

pero esa eternidad quedaría cuanto menos truncada por la muerte del autor,<br />

por lo que jamás se llegaría a la totalidad deseada, o sería insoportable de se-<br />

guir por el lector o el espectador y perdería su sentido, su particular espejo,<br />

ese prisma simbólico o metafórico. Sin embargo, parte de la cali-<br />

dad de una obra parece depender de un modo directo -o al menos<br />

es lo que Proust pensaba- del tiempo escogido y el desarrollo de<br />

la acción que se sucede en ese intervalo seleccionado.<br />

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Leon Tolstoi y Marcel Proust<br />

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En la fugitiva, el narrador se enfrenta al fin de su<br />

relación con Albertine. Resulta enriquecedor seguir el<br />

camino que surge tras la marcha de su amante y la pos-<br />

terior trasmutación del sentido del amor. El narrador fa-<br />

tigado de tener día tras día a su antojo la presencia de<br />

Albertine, siente inicialmente un ligero alivio ante su<br />

marcha, que se ve truncado en malestar posterior-<br />

mente, al echar de menos su presencia, o al pensar que<br />

en realidad Albertine ha decidido dejar de amarle o<br />

amar a otro, tomando ella la decisión de la ruptura. <strong>La</strong><br />

descripción del proceso resulta fascinante por precisa y<br />

coherente, por extraordinaria y profunda. Decide es-<br />

piarla, y envía a uno de sus amigos (Saint Loup) para<br />

que le informe acerca de la vida que lleva Albertine ale-<br />

jada de su lado. Su hastío se convierte en un deseo im-<br />

perioso de que vuelva. Los celos surgen majestuosos,<br />

retratados con mayor tino incluso que en el caso del<br />

Othelo de Shakespeare. El narrador esta a punto de hu-<br />

millarse tras la espera, y escribe una carta en la que le<br />

pide explícitamente que regrese, aunque luego la mo-<br />

difica y la endulza para evitar exponerse por completo,<br />

abandonando su sentido inicial, sufriente, dolorido, an-<br />

helando con todas sus fuerza su amor y su existencia.<br />

Todo queda truncado con la noticia de su muerte. Al-<br />

bertine fallece al caer de un caballo.<br />

<strong>La</strong> segunda parte de <strong>La</strong> fugitiva se inicia con ese<br />

hecho infausto, con esa muerte que termina de mitificar<br />

a Albertine y al amor que él le profesa, que se apodera<br />

sin remedio de toda su alma, de su vida, de su tiempo<br />

y su pensamiento, que le hace no sólo no cejar en su in-<br />

tento de recuperarla, sino de retener su imagen, su me-<br />

moria, los hechos que le procuraron felicidad. El proceso<br />

continúa, pero lo importante de esa transformación del<br />

narrador responde, a parte de los hallazgos estéticos y<br />

literarios de Proust, a algo más que percibimos apenas<br />

por encima, que a lo largo de las páginas del libro apa-<br />

rece sin que apreciemos su magnitud.<br />

<strong>La</strong> novelística de Tolstoi poseía ya esa<br />

conciencia clara de la evolución de los per-<br />

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sonajes, lo mismo que la de Cervantes yendo más atrás en el tiempo. Sancho<br />

y Don Quijote evolucionan al compás del tiempo novelesco y por la interac-<br />

ción entre ellos y otros personajes. El príncipe Andrei hace lo mismo en Gue-<br />

rra y paz. Sin embargo, la diferencia en la obra de Proust estriba en que él se<br />

atreve a detallar de forma directa la evolución de esa pasión amorosa. Nos<br />

permite atisbar en su relato, con una veracidad inmensa, que las pasiones<br />

humanas no son más que invenciones interiores, y que, por tanto, dependen<br />

de nuestros estados de ánimo o de nuestras circunstancias, de nuestra mirada<br />

particular, o incluso de nuestra formación cultural, del carácter de cada cual<br />

o de la predisposición emocional que tengamos.<br />

Proust terminaba de revelar una verdad humana que la filosofía había al-<br />

canzado a dirimir, pero la convertía, gracias al talento de su prosa, en un hecho<br />

literario, la integraba en el discurso de la ficción, la hacía inteligible a través del<br />

mito construido de palabras. En el fondo, esa inclusión del tiempo afinando sus<br />

efectos, modificando la percepción del narrador, nos va ofreciendo una verdad<br />

irrefutable: ese hombre no amaba a Albertine, sino al reflejo que ella provocaba<br />

en él, o incluso algo de él mismo vislumbrado en ella, y para ello, realizaba un<br />

agudo recorrido por la memoria de ese amor, y en la selección de las escenas<br />

y los sentimientos que conformaban ese camino se hallaban las claves del<br />

tiempo. Albertine vivía en la casa del protagonista primero, se marchaba pos-<br />

teriormente, moría después, y tras su muerte seguía estando viva, aparecida a<br />

lo largo del relato con distintos grados de cercanía, y durante algún tiempo o<br />

quizá eternamente, unida a la identidad del narrador, más por el efecto aban-<br />

donado en su alma, por la memoria esencial acumulada, que por ella misma.<br />

A la mera enumeración de los hechos, se le añadía la escogida emocio-<br />

nalidad que seleccionaba lo fundamental de lo vivido, y a simple vista, podía<br />

parecer una elección literaria, pero terminaba por reproducir con precisión en<br />

realidad una elección humana, una aproximación única y extraordinaria al<br />

tiempo humano y a su memoria esencial o simbólica o fundacional, tan dis-<br />

tinta de la memoria voluntaria.<br />

En una entrevista de enero de 1985 que Goytisolo concedió en Marra-<br />

kesch, a raíz de la publicación de su novela Coto vedado, el escritor mencio-<br />

naba que la diferencia entre Coto vedado y sus novelas anteriores, residía en<br />

que mientras las antiguas trataban de un exploración real de lo posible, en<br />

ésta se propuso limitar esta exploración al ámbito de lo real pa-<br />

sado, de lo que fue, y aseguraba que las reglas no cambiaban<br />

mucho pero el resultado era distinto. Avanzando en la entrevista,<br />

Goytisolo mencionaba que cuando la vida entraba en la literatura,<br />

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se convertía ella misma en literatura. Aunque uno se propusiera ser de un<br />

rigor y una sinceridad absolutas, los materiales que manejaba se integraban<br />

dentro de un contexto artístico que estaba sometido a las leyes de la narra-<br />

ción. Continuaba su discurso sobre el libro, mencionando una idea de Walter<br />

Benjamin, quien establecía la distinción entre lo que él llamaba la memoria in-<br />

voluntaria y el recuerdo, y venía a definir ambos conceptos, refiriéndose a<br />

que, cuando recordamos nuestro pasado de una manera deliberada, propo-<br />

niéndonos rescatarlo del olvido, en realidad estamos cometiendo un acto van-<br />

dálico y estamos arruinando lo que subsiste, que es, en verdad, la memoria<br />

involuntaria, aquello que dejó las huellas. Es curioso como Goytisolo, que<br />

estoy seguro que había leído En busca del tiempo perdido con enorme prove-<br />

cho no mencionara al autor que escribió por vez primera, que narró origina-<br />

riamente y estableció esa diferenciación entre la memoria voluntaria o el<br />

recuerdo forzado –el de la enumeración, las fechas, las postales, el de los he-<br />

chos cuantificables o descriptibles- y la memoria involuntaria, y se refiriera a<br />

Walter Benjamin como el origen de la idea que fraguó Coto Vedado. Quizá<br />

fuera un gesto de coquetería, o tal vez un olvido inconsciente.<br />

Releer aquella entrevista me ha servido y mucho para establecer la di-<br />

ferenciación que Proust tomó como marco de referencia, para acercarme con<br />

mayor claridad al hecho del Tiempo concebido por el autor.<br />

Toda la narración que compone En busca del tiempo perdido, no fue<br />

más que el hallazgo literario utilizado para revivir el tiempo, pero<br />

no en un afán memorístico consciente, nada más lejos de la re-<br />

alidad. Proust era un escritor de ficciones, y por tanto inclinado<br />

a la mentira de la ficción.<br />

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Walter Benjamin<br />

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Uno de los problemas de nuestro mundo es sin duda el desprecio gene-<br />

ral de las masas por la mentira artística y el encumbramiento excesivo y ma-<br />

nipulador de la realidad como respuesta práctica y supuestamente tangible de<br />

los hechos acontecidos. Durante años, diversos mecanismos humanos, em-<br />

pujados por una fuerza a menudo inconsciente, mas siempre protegidos por<br />

intereses económicos muchas veces ciegos, sin plan establecido –no deseo<br />

caer en la teoría de la conspiración, nada más lejos de mi intención- se afa-<br />

nan por delimitar las barreras de la realidad, por propugnar un ocio absoluta-<br />

mente inocuo para sus incumbencias, por vaticinar un mundo cuya virtualidad<br />

no se halla en la inteligencia o en la imaginación, tampoco en la reflexión,<br />

sino en la expresión unilateral de una visión de la vida monótona, insistente<br />

y despojada de discurso crítico, aferrándose a estúpidos mecanismos para re-<br />

sistir tal acto contra la humanidad o lo humano. Semejante premisa, que a mi<br />

juicio ha calado muy hondo en el presente de las masas, logra sin demasiado<br />

esfuerzo borrar incluso los ecos del pasado. <strong>La</strong> verdadera intención incons-<br />

ciente e irresponsable, responde en el fondo a una pretensión de despojar a<br />

la humanidad de su memoria ancestral, de su memoria involuntaria, aquella<br />

que forman los símbolos, las metáforas originales de la vida, no sólo en el<br />

ámbito individual, sino en el contexto de las naciones o los territorios, falsifi-<br />

cando irremediablemente la historia. De ahí la extinción de la poesía como<br />

arte, pues en verdad, la única poesía posible y fructífera –idea que robo de mi<br />

querida Maria Zambrano- es aquella que rescata la palabra primigenia, que se<br />

rebela contra la racionalidad manipulable del lenguaje y establece metáforas<br />

y espejos coherentes con nuestro yo primitivo y la esencia de las cosas.<br />

Proust era ajeno por supuesto a este proceso social, pero de alguna<br />

forma le obsesionaba la manera en la que el tiempo borraba los rastros, como<br />

modificaba el aspecto interno y externo de los seres humanos, incluso como<br />

cambiaba la percepción psicológica de las pasiones más individuales, o la evo-<br />

cación intelectual, sentimental y humana de cualquier individuo.<br />

En la segunda parte de El tiempo recobrado, tres elementos seguramente<br />

transformados en resorte narrativo, guiaban su teoría de un modo natural y<br />

preciso. Estamos dentro del reino de la ficción, por tanto es evidente que su<br />

intención era metafórica, y en medio de esa mentira de la novela, sus preten-<br />

siones eran acercarnos a la verdad más universal posible. El narrador vivía la<br />

impresión de la baldosa que ya he mencionado, o el tintineo de la cuchara en<br />

la taza de café o la rigidez de la servilleta al rozar la comisura de<br />

sus labios, y hallaba el verdadero sentido de la memoria, inspira-<br />

dora –y guía- de En busca del tiempo perdido, los resortes de esa<br />

memoria involuntaria que conformó el proyecto de la obra, que fue<br />

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rigiéndolo, atravesando de tiempo su escritura, llenando de impresiones esen-<br />

ciales su vida, sin necesidad del apunte o de rescatar artificialmente nada,<br />

como si todo el sentido de sus pasos –y el de todos- estuviera agazapada en<br />

esa constancia de los hechos fundamentales, ajenos por supuesto a la biogra-<br />

fía racional o incluso a la enumeración de los logros curriculares, completa-<br />

mente cierta en su limpieza, en su capacidad para acercarse al presente y<br />

confundirse con él sin que medie la inteligencia consciente o la razón.<br />

Proust diferenciaba esa capacidad íntima de mirar hacia dentro, de re-<br />

cibir desde dentro como un don esa luz, entre los distintos seres humanos. Los<br />

artistas son aquellos que rescatan la universalidad de esa esencia y la hacen<br />

inteligible a los demás y, por supuesto, son aquellos capaces de ahondar con<br />

mayor profundidad en el alma humana a través de las percepciones de la pro-<br />

pia. <strong>La</strong> inteligencia o la capacidad visionaria, lo que hace del artista un hom-<br />

bre dotado para ser trasmisor de esa luz, es un mecanismo de trabajo<br />

posterior, y una trabajo enorme –no en vano él pasó los diez últimos años de<br />

su vida rehaciendo y corrigiendo su novela-. Para Proust, la barrera entre la<br />

sabiduría personal e intransferible y el arte, resultaba finalmente<br />

una cuestión de azar y a un tiempo de actitud, aun reconociendo<br />

que muy pocos hombres llegaban a conocer a fondo la sustancia<br />

de sus vidas. Concebía que la obra de arte era dada al artista, de<br />

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la misma forma que una existencia estaba compuesta de un material que no<br />

necesitamos buscar sino que se halla en nosotros, se acumula sin saber cómo,<br />

se nos revela en algún momento y nos define y nos explica.<br />

“<strong>La</strong> verdadera vida, la vida al fin descubierta y dilucidada, la única vida,<br />

por lo tanto, realmente vivida, es la literatura; esa vida que, en cierto sentido,<br />

habita a cada instante en todos los hombres tanto como en el artista. Pero no<br />

la ven, porque no intentan esclarecerla. Y por eso su pasado está lleno de in-<br />

numerables clichés que permanecen inútiles porque la inteligencia no los ha<br />

desarrollado. Nuestra vida es también la vida de los demás; pues, para el es-<br />

critor, el estilo es como el color para el pintor, una cuestión de técnica, sino<br />

de visión. Es la revelación, que seria imposible por medios directos y cons-<br />

cientes, de la diferencia cualitativa que hay en la manera como se nos pre-<br />

senta el mundo, diferencia que, sino existiera el arte, sería el secreto eterno<br />

de cada uno. Sólo mediante el arte podemos salir de nosotros mismos, saber<br />

qué ve otro de ese universo que no es el mismo que el nuestro, y cuyos pai-<br />

sajes nos serían tan desconocidos como los que pueda haber en la luna. Gra-<br />

cias al arte, en vez de ver un solo mundo, el nuestro, lo vemos multiplicarse,<br />

y tenemos a nuestra disposición tantos mundos como artistas originales hay,<br />

unos mundos más diferentes unos de otros que los que giran en el infinito, y,<br />

muchos siglos después de haberse apagado la lumbre de que procedía, lla-<br />

márase Rembrandt o Veer Meer, nos envía aún su rayo esencial”.<br />

Para Proust, la existencia estaba unida inexorablemente al tiempo, y por<br />

supuesto no era libre como en el esfuerzo individual que cada cual realiza para<br />

alcanzar la recuperación, como en la elección consciente. Quizá fuera un pre-<br />

cursor sin saberlo, o mejor un contemporáneo afín, de las ideas freudianas.<br />

Toda su imposibilidad de años se basaba en el empecinamiento por elegir in-<br />

telectualmente el motivo de su obra, por enfrentarse día tras día al hecho ra-<br />

cional de rescatar sin tener en cuenta la esencia de la impresión o la verdad<br />

enigmática de la memoria subjetiva, subliminal, la involuntaria. El hallazgo<br />

de su novela, o al menos es lo que él nos indica en varios párrafos a lo largo<br />

de El tiempo recobrado, es un hecho fortuito, inevitable, en el que la sensa-<br />

ción había acudido sin llamarla, sujeta al tiempo presente, y casi devorán-<br />

dolo, a través de la reminiscencia poética, por medio de una compleja cadena<br />

de asociaciones casi rituales o mágicas, como si cada párrafo hubiera sido ya<br />

elegido por el escritor inconsciente –y preciso- que llevamos dentro. Su afán,<br />

y a la vez su juicio teórico sobre el arte literario sublime, partía de<br />

la ficción, de la capacidad humana para crear mundos de la nada,<br />

para entresacar de las sombras de la caverna, de la realidad apa-<br />

rente, los elementos poéticos y metafóricos que subyacen en ella.<br />

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El arte verdadero consistía en el fondo a su juicio en recobrar, comprender de<br />

nuevo y plasmar el resultado de ese aprendizaje, la esencia de cuanto vivi-<br />

mos, inmersos y cegados por su fulgor incierto, su intensidad o por lo con-<br />

trario, por su miseria, su finitud y sus carencias. <strong>La</strong> luz se hallaba en aquello<br />

que procedía del inconsciente, aun cuando la misión del escritor (del artista)<br />

era hacerlo inteligible.<br />

Resumiendo, la búsqueda de Proust fue infatigable, página tras página,<br />

personaje tras personaje, construyendo un universo paralelo e imaginario que<br />

le iba a servir para explicarse a sí mismo y a su mundo interior, y para abrir<br />

los ojos a esos hipotéticos lectores que él creía, iba a tener en el futuro, so-<br />

metidos a la magia de la literatura, a su poder de fascinación tan verdadero<br />

capaz de albergar la sabiduría y la emoción de lo humano. Su novela sobre el<br />

tiempo abarcó toda su existencia, de ahí, o al menos eso creo, que tratara de<br />

introducir en torno a ese asunto central la mayor cantidad de vivencias, ex-<br />

periencias y saberes que adquirió a lo largo de esos años. El trabajo de co-<br />

rrección inmenso partía de una idea básica de la memoria como elemento<br />

fundamental de la creación. Distinguió el simple recuerdo, ese acto delibe-<br />

rado en el que nos proponemos rescatar algo vivido o experimentado, ese es-<br />

pacio de lugares comunes, tan similar a todos los hombres, que incluía hasta<br />

la visión superficial de la memoria, la que salta a la vista a través del enveje-<br />

cimiento, la evolución visible o el deterioro evidente. Encontró el mecanismo<br />

literario y vital intermedio, aquel que suponía un acto asociativo, esos ins-<br />

tantes en que determinado hecho nos trae a la memoria con toda<br />

su poesía y su valor otro quizá sin relación, pero que irremedia-<br />

blemente acude sin ser elegido, trasformado en presente por el<br />

poder de una varita mágica inconsciente que nos despierta la<br />

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Balbec<br />

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esencia con una vivacidad muy diferente al mero recuerdo, a la revisión de<br />

postales o a la enumeración colectiva de sucesos o datos temporales. En esta<br />

memoria se mezclaba no sólo las experiencias conscientes, sino incluso aque-<br />

llas que pasaron desapercibidas y marcaron profundamente la vida de cada<br />

cual, así como las procedentes de otros libros o artes, la memoria acumulada<br />

de otros relatos vitales, aquello que perdura sin necesidad de las anotaciones,<br />

lo que se aglutina de manera indiscreta y misteriosa en nuestro recuerdo; una<br />

evocación, finalmente, absolutamente literaria. El tercer nivel temporal que<br />

Proust estableció es el de la memoria literaria pura, que no era otra cosa que<br />

el proceso por el cual toda ese esencia evocadora mencionada, el rastro de<br />

esas impresiones capaces de definirnos, pasaban a ser objeto de la narrativa,<br />

quedaba licuada por la ficción, el proceso creativo que nos conduce desde<br />

nuestro interior más abrupto y oscuro a la luz y la verdad del arte honesto.<br />

Pero la grandeza de Marcel radicaba no sólo en la riqueza de su memo-<br />

ria involuntaria, en la fuerza de su mundo interior, fraguado a lo largo de<br />

treinta y cinco años y surgido majestuoso en el instante de iniciar su odisea<br />

artística, sino en es trascripción inventiva y ficticia que lo llevó del descubri-<br />

miento de sí mismo o del sentido de su camino, a poder construir a través de<br />

la imaginación y el lenguaje un universo inteligible y hermoso para cualquiera,<br />

en el que esa esencia descubierta, convertida en prosa, creó un monumento<br />

literario cuyo poder de sugestión y su hondura intelectual y humana no ha ce-<br />

sado de brillar e iluminar.<br />

DERIVAS Y CONCLUSIONES FUTURAS<br />

<strong>La</strong> maestría narrativa de Proust vio incrementada su influencia años des-<br />

pués de su muerte, habitando en literaturas completamente alejadas de la<br />

original. Sus enseñanzas sobre el tiempo literario sirvieron de base un nume-<br />

roso grupo de escritores extraordinarios, empezando por los mencionados Wi-<br />

lliam Faulkner o Juan Carlos Onetti. Sin duda es una de las piezas<br />

fundamentales de esa trinidad literaria irrepetible que conformaron él mismo,<br />

James Joyce y Franz Kafka. Por alguna extraña razón, igual que la figura de<br />

Kafka se adscribe irremediable a la modernidad, algo cierto teniendo en<br />

cuenta sus fantasmagóricos mundos de ficción, su proximidad a la verdadera<br />

esencia del siglo XX y a sus excesos colectivos, que dotaban a sus persona-<br />

jes de esa invalidez y esa impotencia frente a la historia tan habi-<br />

tual en nosotros, o que las vanguardias adoptaron la enorme<br />

capacidad verbal y el gusto por la experimentación de Joyce,<br />

capaz de convertir en literatura elevadísima elementos de la cul-<br />

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Franz Kafka y James Joyce<br />

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tura popular, ofreciendo un abanico extraordinario de<br />

estructuras narrativas y registros literarios novedosos,<br />

a Proust se le considera un escritor de otro siglo, quizá<br />

menos apegado a esa modernidad, siendo sin embargo,<br />

tan innovador y brillante como los otros dos.<br />

En realidad no importa, y la vigencia de Proust<br />

sigue siendo un aliento fundamental para aquellos que<br />

pretendan afrontar el hecho literario con un afán artís-<br />

tico y con rigor intelectual. Es posible que su figura haya<br />

quedado desdibujada por los tópicos, o que la defensa a<br />

ultranza realizada alrededor de su obra genere cierta<br />

aprensión injustificada. Adentrarse en sus páginas es el<br />

mejor modo de erradicar cualquier teoría preconcebida,<br />

quizá porque en el fondo, Proust no era otra cosa que un<br />

magnífico novelista, y todo su valor se halla en su obra.<br />

El salto global de su literatura sigue siendo motivo<br />

de admiración y de estudio. Hay pocos autores que<br />

hayan aportado tanto con una sola novela, aunque esta<br />

fuera de la extensión mencionada. Sin duda sus contri-<br />

bución narrativa, la amplitud que nos legó sobre los<br />

asuntos que podían formar parte de la estructura nove-<br />

lesca, su sintaxis endiablada y profunda, esa extraña<br />

sabiduría que puebla En busca del tiempo perdido de<br />

principio a fin, vienen a ofrecernos la imagen de un<br />

hombre tremendamente sensible, de una inteligencia<br />

agudísima, que además poseía recursos narrativos y<br />

poéticos muy superiores a sus contemporáneos y a la<br />

mayor parte de los escritores de la historia de la litera-<br />

tura. Superada esa barrera de pulcritud con la que trató<br />

de embellecer su obra, el lector atento de Proust se im-<br />

buye en un mundo espléndido, lleno de requiebros y de<br />

memoria, sostenido por la claridad y la luz de una prosa<br />

cuya mayor logro es esa maravillosa transparencia que<br />

provoca, alejado completamente del mito que lo sitúa<br />

en un lugar más allá del bien y del mal, definido a me-<br />

nudo con el adjetivo de aburrido o pesado.<br />

Es posible que la velocidad de los tiem-<br />

pos presentes borre de alguna manera la<br />

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marca del tempo que él escogió para desarrollar su literatura, pero tengo la<br />

sensación de que no será culpa suya, de que la rapidez del mundo parece en el<br />

fondo algo antihumana, artificial e insatisfactoria, y no propia de un avance es-<br />

piritual ni una consecuencia del progreso, y que tal vez, como escribió Alain de<br />

Button en su mediocre ensayo -aunque acertó con el título de la obra Como<br />

Proust puede cambiar tu vida- es muy probable que En busca del tiempo per-<br />

dido sea un compendió de las principales características de la felicidad humana.<br />

Puede llegar un día cercano en el que la literatura de Proust sea incom-<br />

prensible para la mayoría, algo que sucederá con muchos de los grandes es-<br />

critores del siglo pasado, pero la causa no estará en su obra, sino en el<br />

empobrecimiento general que amenaza el mundo. Es curioso como la gran<br />

revolución tecnológica viene acompañada de un descenso asombroso de la<br />

capacidad crítica y asociativa, en general dos pilares de la inteligencia hu-<br />

mana. Si uno puede admirar el descubrimiento de la penicilina o la invención<br />

del teléfono, e incluso la irrupción de internet en nuestro entorno, la sensa-<br />

ción actual es que todos esos avances que incesantes se acumulan y se co-<br />

mercian no dejan de ser otra cosa que acicates para el consumo masivo de<br />

unas masas que en occidente disponen de presupuesto para gastar y mante-<br />

ner un sistema agotado hace tiempo. Necesitamos tontos, ciegos, decaídos<br />

seres humanos, espíritus empobrecidos y adormilados por ocios inocuos para<br />

la sociedad o por actividades sordas que permitan un placer inmediato y el<br />

continuo gasto consiguiente para borrar el malestar cotidiano para que el sis-<br />

tema siga funcionando, a fin de alcanzar una extraña santidad entre el hom-<br />

bre y la sociedad, una terrible imagen del mundo feliz, un universo falsamente<br />

feliz ante los ojos impávidos de todos los excluidos que genera a su paso, para<br />

poder continuar con este incesante y vertiginoso proceso de regeneración de<br />

lo que ya está podrido y explotado hasta la saciedad. Pero aún así, a pesar<br />

de este raro pesimismo que suele arrebatarnos, la verdad es que el tiempo<br />

proustiano sigue siendo una de las guías con las que suelo –a menudo me re-<br />

sulta imposible, como a casi todos- baremar la vida, como si de ese ritmo ca-<br />

dencioso, de esa prosa iluminadora, extrajera un sentido profundo de la<br />

existencia similar al de todas las épocas por ser materia de lo humano.<br />

Desde esta sierra perdida de Aragón desde la que escribo, ante este pai-<br />

saje que no muta, que apenas ha cambiado a lo largo de los años transcurri-<br />

dos, como si la velocidad del tiempo se hubiese detenido aquí, comprendo aún<br />

mejor el intento de Marcel Proust. Su compás tiene sentido en este<br />

rincón paradisíaco con sólo contemplar la belleza apacible de las<br />

casa centenarias, los sonidos amortiguados de la naturaleza, la<br />

vida suave de este paisaje seco, sometido ahora al cambio climá-<br />

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tico que convertirá el valle antes hú-<br />

medo en una tierra de secano árida y<br />

amarilla como el desierto si no logra-<br />

mos evitarlo. Pero quizá ese proceso es ya ineludible, aunque nos permita des-<br />

mentir a esos extraños aliados de la destrucción que insisten en que el<br />

recalentamiento de la tierra es una falacia de grupos izquierdistas o de tras-<br />

nochados ecologistas radicales, y su lentitud no altera todavía el ritmo antiguo<br />

que se vivía aquí. Como en esa fiesta proustiana final, esa explosión de ta-<br />

lento que cierra El tiempo recobrado y por tanto En busca del tiempo perdido,<br />

sólo veo el paso del tiempo en los rostros de los que fueron amigos o conoci-<br />

dos, en los hijos que ocupan los coches y corretean ahora por las calles, en las<br />

redondeces de los estómagos y las caras, en las muertes que, como una pre-<br />

sencia secreta venida de la ausencia, siguen vivas.<br />

De alguna forma, el sentido del tiempo proustiano fue heredado como ya<br />

dije por otros autores, y la variedad de asuntos e ideas que albergaba el tiempo<br />

perdido continuaron extendiendo su vigencia reviviendo y desarrollándose en<br />

un puñado de excelentes autores del silgo XX. Podemos encontrar lecturas ex-<br />

traordinarias de Proust en escritores tan distintos y brillantes como Vladimir<br />

Nabokov, Mario Vargas Llosa, el mencionado Juan Carlos Onetti, en Milan Kun-<br />

dera, en Robert Musil, en Francis Scott Fitzgerald, en Borges, en Celine o en<br />

Thomas Mann, y seguir así una lista interminable de herederos en el caso de<br />

los mencionados, o de alumnos aventajados que aportaron su maestría a par-<br />

tir de las innovaciones temáticas y técnicas de Marcel Proust, bien<br />

por oposición o bien por un diálogo o variación. Es notorio como los<br />

cambios de narrador incesantes en la literatura de Onneti, su osa-<br />

día con los tiempos de la acción, con esa rebeldía hacia lo lineal,<br />

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entronque extraordinariamente bien con las premisas proustianas respecto al<br />

tiempo, como si fueran una evolución lógica, o que en las cartografías magní-<br />

ficas de Bolaño estén sutilmente representadas las enseñanzas de Proust. Lo<br />

mismo le sucede a Goytisolo o a Juan Benet, cada cual libre en su elección, a<br />

veces inconsciente, de hasta qué punto Proust marcó esa posibilidad narrativa<br />

y la dejó apta y disponible para cualquier escritor que quisiera avanzar un paso<br />

más allá. Aunque sean tan distintos, supongo que Borges también leyó a<br />

Proust y trató de alcanzar a su manera y con su acervo cultural milagroso un<br />

salto ficticio que partía discretamente del maestro francés. Unos y otros osci-<br />

lando entre su narrativa, sus circunstancias y su experiencia y talento, fueron<br />

hijos espabilados de alguna forma de osadía desconocida que anhelaba una to-<br />

talidad imposible de lo humano, que nos legaron monumentos literarios a los<br />

que Proust, directa o indirectamente, dio aliento.<br />

Partiendo de la idea del tiempo moderno, creo necesario añadir que en<br />

el futuro, el horizonte temporal, o la narración del tiempo y los ecos de la me-<br />

moria, tendrán que buscar nuevas maneras de expresarse y de desarrollarse<br />

literariamente. Es curioso como escritores magníficos actuales mantienen en<br />

su literatura un sentido del tiempo proustiano que nos alivia de la velocidad<br />

del mundo, como si en cada intento narrativo pretendieran detener ese ma-<br />

remágnum incontrolable de ruidos y furia y huellas borradas que surge en-<br />

sordecedor ante nosotros. Cuando se oye hablar a cierta gente lúcida nacida<br />

antes de los años cincuenta, uno tiene la sensación de que su memoria está<br />

plena de emociones, de impresiones variadísimas e intensas, de anécdotas<br />

interminables que se fraguan parejas a las distintas edades humanas, mien-<br />

tras que la nuestra, la de aquellos nacidos en los últimos treinta o cuarenta<br />

años, parece hecha de fragmentos demasiado comunes, de evocaciones que<br />

se reducen a un contexto urbano similar, a la sexualidad, el exceso o el vacío,<br />

a la maternidad o a la paternidad convencional, a los avances del currículum<br />

biográfico, a los objetos sin alma de los que nos apropiamos. Tal vez sea ese<br />

el futuro de los escritores, mantener ese respeto por el tiempo recobrado, esa<br />

búsqueda del tiempo perdido que marca con sus ritmos naturales la evolución<br />

lógica de cualquier ser humano. O quizá la velocidad haya quedado trasto-<br />

cada para siempre, hasta la gran explosión humana y los inminentes desas-<br />

tres que acontecerán a lo largo del siglo XXI, y la misión artística sea narrar<br />

de alguna forma ese nuevo tiempo, esa memoria distorsionada por la veloci-<br />

dad y la virtualidad, tan distinta de la verdadera evocación interior, de los via-<br />

jes del espíritu, del presente y el pasado vinculado por<br />

asociaciones mentales que la literatura permite, y que las nuevas<br />

formas de ocio o de narración, apenas contemplan ni intuyen si-<br />

quiera de refilón. Quizá la novela pierda su sentido, aunque no me<br />

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refiero a la decadencia que provocan eso novelones mediocres que mal imi-<br />

tan al siglo XIX y que en los últimos tiempos se convierten en inesperados<br />

best-seller sin tener en cuenta la existencia de un siglo magnífico para el gé-<br />

nero como lo fue el siglo XX. Cuando digo que la novela tal vez se transforme,<br />

me refiero a que desde el arte, desde su vivencia lógica con el tiempo que le<br />

toca vivir, surjan otros géneros que se adecuen, definan o hablen del tiempo<br />

humano, de esa modificación inexorable que sufre la vida a pesar de lo común<br />

a todas las épocas.<br />

Es fascinante observar como relaciones eternas como la amistad, la ma-<br />

ternidad, el amor o el deseo, la nostalgia o la melancolía, asuntos todos ellos<br />

tratados durante siglos por la literatura universal, han modificado su rostro en<br />

nuestra época, aunque todavía los reconozcamos a menudo, aunque sigamos<br />

manteniendo con encono su sentido, casi como un baluarte de resistencia, con<br />

armas de francotiradores secretos gritando a voces ¡viva la vida!. Recuerdo<br />

una frase de la correspondencia de Flaubert que siempre me hizo sonreír. <strong>La</strong><br />

escribió en 1850 y decía lo siguiente: “El mundo se va a volver tremendamente<br />

imbécil. Durante los próximos años, la cosa va a resultar aburrida. Es una<br />

suerte que vivamos ahora y no más tarde”. Hay muchos datos que nos ofre-<br />

cen una prueba de ello, pero no será éste el lugar para desarrollarlos, sino<br />

quizá esa literatura que vuelva a redescubrir la memoria que defina la evolu-<br />

ción de los siglos venideros y los asuntos de los escritores del futuro.<br />

Todo esto me recuerda a los ensayos poéticos de W.H. Auden, y a su lec-<br />

tura segura de En busca del tiempo perdido cuando se refería a la<br />

casualidad del arte, a ese espejo en el que se ocultan los intentos<br />

literarios;<br />

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“¿No es la esencial extrañeza artística a la que apuntaría tu cita de la<br />

imagen siniestramente sesgada esto mismo: que al otro lado del espejo la<br />

voluntad general de componer (crear), de conformar a toda costa un modelo<br />

elocuente se convierte en la causa necesaria de cualquier esfuerzo concreto<br />

por vivir o actuar o amar o triunfar o cambiar, en vez de ser, como lo es de<br />

este lado (la literatura), en la medida en que emerge, su efecto accidental?<br />

Unidos a esta premisa de la casualidad y de lo incontrolable, dejemos ha-<br />

blar al tiempo. Mientras tanto nos queda Marcel Proust. Toda su obra es un<br />

canto a la vida, a la paz, al equilibrio de la inteligencia y a los sentidos, a la<br />

ilusión de pensar que podemos ser felices, que quizá la esencia de vivir se<br />

halle agazapada en alguna de sus frases. Yo sigo buscando entre sus miles de<br />

páginas esporádicamente, como un religioso, y les recomiendo encarecida-<br />

mente que lo hagan en libertad. He encontrado hermosos y placenteros si-<br />

mulacros en el camino, y a veces hasta sonrío más profundamente que de<br />

costumbre, disfruto de mi pobre memoria involuntaria y me aproximo al<br />

tiempo que palpita de verdad en mi alma y en la de todos. Creo que es una<br />

discreta forma de rebeldía.<br />

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Últimas palabras que escribió Proust antes de morir.<br />

Sierra de Gúdar, Septiembre de 2009<br />

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VIII. SUMIRE YA NO FUMA.<br />

COMENTARIOS A UNA NOVELA DE HARUKI MURAKAMI<br />

Gilles Deleuze<br />

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Hay que rescatar a la memoria y al tiempo perdido del<br />

pasado y del recuerdo. El tiempo perdido no ha pasado ni se<br />

ha vivido, es por ello que no hay que ir a buscarlo en el re-<br />

cuerdo, y es por ello también que este tiempo perdido no<br />

apunta en ningún caso a ningún lugar que no sea el futuro.<br />

No estamos diciendo nada que ningún lector familiarizado<br />

con Proust no sepa, ni siquiera nada que un autor como Gi-<br />

lles Deleuze no haya aclarado ni expuesto en su prodigioso<br />

librito sobre A la búsqueda del tiempo perdido.<br />

El tiempo perdido no se recuenta, ni se repasa, ni se<br />

organiza. Ni se agolpa en la conciencia después de morder<br />

una magdalena como las que solíamos comer siendo<br />

niños; ni al percibir repentinamente un perfume o al oir<br />

una canción que nos devuelve ciertos momentos vividos<br />

en un tiempo. Todo eso no es más que pasado, todo eso no<br />

es más que recordar; es, quizá, la más trivial de las acti-<br />

vidades de la facultad de la memoria. El recuerdo es algo<br />

que se ha vivido y que yace muerto, por muy hermosas<br />

que sean las palabras que puedan inspirarnos, a nosotros<br />

o a los poetas, en la edad madura, esas escenas de infan-<br />

cia, de familia, de un amor perdido. Valga la paradoja, el<br />

pasado está presente como un cadáver, se vivió, se expe-<br />

rimentó; hay un cierto tono de momificación o egipticismo<br />

(permítaseme usar la palabra inventada por Nietzsche) en<br />

los verbos que aspiran a definir el recuerdo: conservar,<br />

guardar, mantener, fijar, grabar, incrustar... Los recuerdos<br />

son como esas palabras grabadas en una lápida, inscrus-<br />

tadas en piedra. Tal vez sea necesario mantener nuestra<br />

experiencia a salvo de todo recuerdo si quere-<br />

mos que el tiempo perdido siga siendo un de-<br />

venir creador.<br />

Mariano Cruz García<br />

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Decíamos que el tiempo perdido no se repasa, ni se recuenta, porque en<br />

absoluto puede ser recordado; eso es algo que uno hace con los recuerdos.<br />

El tiempo perdido se persigue, se acosa, se rastrea a partir de unos signos;<br />

incluso podemos, debemos, de hecho, hacerlo, decir que nos acosa, nos per-<br />

sigue. El significado del tiempo perdido es simple, explícito, como señala De-<br />

leuze, aunque parezca algo tonto decirlo, no es otra cosa que eso, "tiempo<br />

perdido", no experimentado, no ocurrido, no vivido; algo que nos hemos per-<br />

dido, como cuando decímos gráficamente, "me lo he perdido"; por eso no po-<br />

demos recordarlo, no podemos recordar lo que no nos ha pasado, esa<br />

actividad de la memoria nada puede hacer en este caso. Es necesario poner<br />

en marcha otros mecanismos, otras máquinas. Es lo involuntario del pensa-<br />

miento lo que me fuerza a pensar: "Sólo buscamos la verdad cuando estamos<br />

determinados a hacerlo en función de una situación concreta, cuando sufrimos<br />

una especie de violencia que nos empuja a esta búsqueda. ¿quién busca la<br />

verdad? El celoso bajo la presión de las mentiras del amado. Siempre se pro-<br />

duce la violencia de un signo que nos obliga a buscar, que nos arrebata la paz.<br />

<strong>La</strong> verdad no se encuentra por afinidad, ni buena voluntad, sino que se ma-<br />

nifiesta por signos involuntarios.", escribe Deleuze a propósito de la investi-<br />

gación proustiana. No nos es dado percibir el tiempo perdido hasta que no<br />

estamos inmersos en la tarea de su recuperación, hasta que no estamos en<br />

trance de transformarlo en tiempo recobrado. El tiempo recobrado se crea a<br />

partir de una maniobra de acoso. En palabras de Deleuze: "El leit motiv del<br />

tiempo recobrado es la palabra forzar: impresiones que nos fuerzan a mirar,<br />

encuentros que nos fuerzan a interpretar, expresiones que nos fuerzan a pen-<br />

sar." Recibo palabras, percibo signos que me disparan como un dedo dispara<br />

un revólver. Existen palabras-gatillo. Ella me bandona y salgo disparado; ella<br />

me abandona, "como una bala abandona un arma" y yo salgo disparado.<br />

Ambos salimos disparados en la misma dirección pero de una manera diferida,<br />

existe un hueco entre nosotros que no es como ese hueco que existe entre<br />

Aquiles y la tortuga: ese hueco es el tiempo perdido y el tiempo recobrado,<br />

una vez recobrado, vendrá a reemplazarlo.<br />

Sputnik sweetheart. <strong>La</strong> primera conversación entre Sumire y Miu, la<br />

mujer por la que llegará a sentir un amor como un huracán capaz de barrer<br />

desiertos, selvas y estepas, versará sobre Jack Kerouac; ella confundirá al<br />

beatnik con el Sputnik y Sumire decidirá llamarla a partir de entonces, Sput-<br />

nik sweetheart. Y entonces ella recordará a <strong>La</strong>ika, abandonada a su suerte,<br />

errando en la infinita soledad del espacio infinito y se pregunta<br />

qué estaría mirando a través de la pequeña ventana del satélite.<br />

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Haruki Murakami<br />

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Sumire es una muchacha fascinante a<br />

quien el amor transforma en alguien co-<br />

rriente. El primer síntoma es el hecho de<br />

que, desde que se viste como una mujer, se<br />

maquilla, etc., no puede escribir una sola<br />

línea. Es entonces cuando decide desapare-<br />

cer. Es su manera propia de recuperar el<br />

tiempo perdido. Su única meta hasta en-<br />

tonces ha sido un devenir-escritor.<br />

Sumire ya no se viste como una beat-<br />

nik. Digamos que es un lugar común del<br />

discurso del enamorado: Ser otro. Dete-<br />

nerse, dejar de fluir; y en ese cese del de-<br />

venir convertirse en algo. Llegar a ser Uno<br />

traicionando ese deseo de alteridad. Transi-<br />

tar del lado equivocado del deseo, hacer<br />

abstracción de uno mismo. Puesto que la<br />

deseo, procuraré convertirme en lo que<br />

usted desea: un compañero de viaje (no es<br />

otro el significado de Sputnik, al parecer).<br />

Valga la paradoja del ser y el devenir:<br />

cuando Sumire abandona su abrigo varias<br />

tallas grande, sus botas, etc. Y se viste<br />

según el canon de lo que hace a una mujer<br />

atractiva, lo hace por una cuestión con-<br />

creta: quiere resultar deseable a la mujer<br />

de la que se ha enamorado. Entonces cesa<br />

un devenir y aparece la Sumire-mujer-<br />

atractiva, un ser abstracto, estático, fotografiable; una es-<br />

pecie de naturaleza muerta o imagen detenida. En este<br />

momento, tras hacer el retrato de la nueva Sumire, el na-<br />

rrador se pregunta: "¿Qué dirá Jack Kerouac de todo esto?"<br />

Un cambio de estilo que la hace irreconocible, es lo que nos<br />

transmite el narrador de la Sumire que aparece en su apar-<br />

tamento. Es su devenir-escritor lo que se ha detenido. En<br />

vez de incorporar a Miu a este devenir como un agencia-<br />

miento, Sumire se detiene, llega ser una mujer<br />

más o menos convencional; se establece en un<br />

lugar. Un topos del discurso del enamorado.<br />

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Sumire ya no escribe desde que se enamoró de Miu. El abrigo varias ta-<br />

llas más grande y las botas de faena han desaparecido sustituídas por las me-<br />

dias, tacones, cardigan sobre vestido azul marino, "¡incluso medias!", se<br />

sorprende el narrador. ¿Qué diría Jack Kerouack de todo esto? De las medias,<br />

del cardigan, del vestido azul marino ... Todo huele a abandono y a detención<br />

de un cierto devenir. Todos hemos abandonado la escritura alguna vez, in-<br />

cluso hemos malvendido nuestros libros para comprar un billete a cierta ciu-<br />

dad dónde encontrarnos con álguien; una especie de traición, pero a veces las<br />

escritura requiere de estas traiciones; pero a veces, también, se produce el<br />

agenciamiento y entonces el devenir no se detiene, si no que se intensifica y<br />

da sus frutos y ocurre que amor y agenciamiento acontecen y nos vestimos<br />

con la secreta alegría del crear. Esta dicha del amor agenciado no es lo que<br />

está al alcance de Sumire en este momento, por ello el devenir se detiene. Me-<br />

dias, cárdigan, vestido azul marino, tacones; una chica bonita, pura abstrac-<br />

ción del es. Disminución de la potencia, pasión triste en el sentido de Spinoza.<br />

Sumire ya no fuma. Los flujos han cesado de circular por sus conductos,<br />

Sumire está estreñida. No puede dormir, el humo no circula por sus pulmo-<br />

nes; ha acatado la renuncia, está enamorada. Si ha dejado de fumar como<br />

atención para con Miu, quien odia el tabaco, decidir si la causa de su estan-<br />

camiento literario es el haber dejado de fumar o si, por el contrario, ha dejado<br />

de fumar precisamente por que ya no escribe, es un debate estéril. Nos incli-<br />

namos a pensar, más bien, que todos ellos son síntomas de un detenimiento:<br />

dejar su atuendo beatnik, dejar de escribir, dejar de fumar; el amor trans-<br />

forma aquello que toca en algo peor, si no el Amor, al menos cierta manera de<br />

entender el amor, pero no podemos culparla, ni ella ni a nadie, por ello.<br />

Cierto lenguaje de la memoria. El acontecimiento que violenta el pensa-<br />

miento: la desaparición de Sumire. Tras lo cual, los signos se revelan y co-<br />

mienzan a reclamar una interpretación: "Pensé que no eran más que un<br />

puñado de inocentes recuerdos, ahora todo se vuelve significante [signifi-<br />

cant].", dirá Miu al narrador, a quién ha reclamado a la pequeña isla griega<br />

donde descansaba junto a Sumire tras la desaparición de ésta. <strong>La</strong> materia<br />

bruta del tiempo perdido es lo que no sabemos pero hemos comenzado a<br />

saber una vez que hemos empezado a recibir los signos que álguien o algo<br />

emite, como ondas en una estación de radio lejana o, incluso, como esos sa-<br />

télites que desde el espacio exterior emiten sus señales para comunicarse con<br />

su base en la tierra. Cuando los datos son recibidos en tierra, los<br />

ingenieros comienza a desvelar los secretos del viaje, las rutas, los<br />

lugares, etc. Ya explicamos en otro lugar los mecanismos de esta<br />

recuperación del tiempo perdido, por lo que no vamos a entrar en<br />

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detalles aquí ahora. <strong>La</strong> cuestión es que hay un<br />

acontecimiento que fuerza al pensamiento,<br />

tras de lo cual el sujeto se vuelca en la reco-<br />

lección de esos signos que en primera instan-<br />

cia no fueron ni siquiera percibidos como tales,<br />

a partir de los cuales, teje un relato que viene<br />

a dar a luz a una serie de experiencias que no<br />

son pasado pero que proceden del pasado.<br />

Los gemelos siameses. Lo que sabemos y lo<br />

que no sabemos coexiste confundido en un<br />

punto, como eso gemelos siameses que com-<br />

parten un brazo a una pierna. Es en ese punto<br />

en que ambos son indistingibles donde el<br />

tiempo perdido comienza a ser algo.<br />

Recordar es crear. "Recordar es crear, no<br />

crear el recuerdo, sino el equivalente espiritual<br />

del recuerdo áun demasiado material, crear el<br />

punto de vista que vale por todas las asocia-<br />

ciones, el estilo que vale por todas las imáge-<br />

nes. El estilo es el que sustituye a la<br />

experiencia, la forma como se habla de ella o<br />

la fórmula que la expresa, que sustituye al in-<br />

dividuo el punto de vista sobre un mundo, y<br />

hace de la reminiscencia una creación reali-<br />

zada." Deleuze enuncia de esta forma una de<br />

las tesis básicas que la experiencia proustiana.<br />

Aquí se apunta también a algo fundamental<br />

que no debe perderse de vista a la hora de enjuiciar lo<br />

que llamamos "tiempo recobrado": su carácter elabo-<br />

rado, producido, por la escritura, en este caso; no se<br />

trata de algo recogido, o rescatado. Esto último tal vez<br />

podríamos decirlo de los signos de distinta procedencia<br />

que en su despliegue mediante la escritura alumbran<br />

eso que a partir de Deleuze hemos llamado alguna vez<br />

"un pedazo de tiempo en estado puro"; el tiempo reco-<br />

brado es experiencia creada que antes no<br />

estaba en ningún lugar.<br />

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<strong>La</strong> ventana indiscreta. El que mira, descubre. Pero hay una precondición<br />

para ello: mirar de otra manera. Mirar desde la sombra: que quiere decir,<br />

mirar sin ser notado y, lo que es más importante, lo que supone la verdadera<br />

precondición de todo esto: mirar sin que el acto de mirar perturbe lo mirado.<br />

Observar sin modificar el estado de cosas que observamos. Lo que sólo puede<br />

conseguirse estando ausente del escenario. Como Miu atrapada en la noria<br />

durante la noche. Ese accidente le permite alcanzar un punto de vista inusi-<br />

tado sobre su propio apartamento y sobre los hechos que tienen lugar ahí<br />

dentro en ese preciso momento en que ella se encuentra suspendida en las al-<br />

turas, en una especie de limbo que, por un lado, le otorga el privilegio del<br />

punto de vista divino y por otro la priva de toda posible intervención. Esa vi-<br />

dencia que ella alcanza en ese momento inédito está directamente emparen-<br />

tada con la condición de suspensión.<br />

El doble. Y el gran peligro de este mirar furtivo es que uno puede llegar a ver<br />

a su doble. Aunque Miu piensa que es una escenificación deliberada, justo<br />

para que ella sea testigo.<br />

El otro lado. Mirar así sólo es posible en una frontera, en un límite; en un um-<br />

bral entre el lado de acá y el lado de allá. El punto de vista extraordinario nos<br />

da la opotunidad de mirar "al otro lado" y mirando allá afuera a veces ocurre<br />

que contemplamos a nuestro doble. <strong>La</strong> historia nos presenta ese otro lado,<br />

además, como un doble de lo real, en una concepción algo platónica y nega-<br />

tiva; un lugar donde moran ciertas claves: el sueño, el deseo; un lugar donde<br />

encontrar las mitades que estos seres demediados han perdido en algún mo-<br />

mento de su devenir: Miu y su sexualidad, Sumire y la escritura, el narrador<br />

y la Sumire que él querría poseer. Pero sobre todo es un lugar en el que re-<br />

posa el tiempo en estado puro, es decir, sentidos, experiencia; aquello a lo que<br />

remiten los signos, de distinta procendencia: sueños, gestos, sonidos, signos<br />

sensibles que logran hacer del tiempo perdido una experiencia a la vez re-co-<br />

brada y absolutamente inédita, es decir, futura. El agujero, el pozo a través<br />

del cual Sumire, la nueva Alicia, cae al otro lado, aún cuando el Jefe de la Po-<br />

licía que investiga su desaparición jure y perjure que "no hay pozos en la isla".<br />

Esto es lo que nos ofrece la escena de la noria; una historia, por otra<br />

parte, de clara raigambre carrolliana. Hay evidentes motivos para concluir<br />

que, al igual que en A través del espejo, todo no ha sido más que un sueño.<br />

Aunque Miu se traiga de ese sueño algo real.<br />

He aquí unas palabras sobre la Alicia de Deleuze:<br />

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«Profundo ha dejado de ser un cumplido. Sólo<br />

los animales son profundos; y aún no los más no-<br />

bles, que son los animales planos. Los aconteci-<br />

mientos son como los cristales, no ocurren no crecen<br />

sino por los bordes, sobre los bordes. Ahí reside el<br />

primer secreto del tartamudo y el zurdo: dejar de<br />

hundirse, deslizarse a lo largo, de modo que la anti-<br />

gua profundidad no sea ya nada, reducida al sentido<br />

inverso de la superficie. Es a fuerza de deslizarse<br />

que se pasará del otro lado, ya que el otro lado no<br />

es sino el sentido inverso. Y si no hay nada que ver<br />

detrás del telón, es que todo lo visible, o más bien<br />

toda la ciencia posible está a lo largo del telón, que<br />

basta con seguir lo bastante lejos y lo bastante es-<br />

trechamente, lo bastante superficialmente, para in-<br />

vertir lo derecho, para hacer que la derecha se<br />

vuelva izquierda e inversamente. No hay pues unas<br />

aventuras de Alicia, sino una aventura: su subida a<br />

la superficie, su repudio de la falsa profundidad, su<br />

descubrimiento de que todo ocurre en la frontera.<br />

Con mayor motivo en Al otro lado del espejo.<br />

Allí, los acontecimientos, en su diferencia radical con<br />

las cosas, ya no son buscados en profundidad, sino<br />

en la superficie, en este tenue vapor incorporal que<br />

se escapa de los cuerpos, película sin volumen que<br />

los rodea, espejo que los refleja, tablero que los pla-<br />

nifica. Alicia no puede hundirse ya, ella deja libre su<br />

doble incorporal. Es siguiendo la frontera, costeando<br />

la superficie, como se pasa de los cuerpos a lo incorporal. Paul<br />

Valery tuvo una frase profunda: lo más profundo, es la piel.»<br />

El doble y el otro lado. Tal vez la piel sea demasiado pro-<br />

funda para Miu. Aquello es demasiado grande para ella;<br />

aquello que ha visto. Ahora no soporta ser tocada porque en<br />

la piel ve y siente al Doble. Cuando es acariciada por Sumire,<br />

es otra la que es acariciada; la piel que siente no es la suya<br />

propia, sino la de aquella otra Miu que contem-<br />

pló aquella tarde suspendida en la noria, mien-<br />

tras que un hombre cuya sexualidad le<br />

repugnaba hacía lo que deseaba con ella.<br />

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Agujeros, espejos y sueños. Si no hay agujeros, o pozos en la isla, al<br />

menos hay espejos. Por lo que pasadizos para pasar al otro lado no faltan. El<br />

narrador concluye que la desaparición de Sumire obedece al deseo de encon-<br />

trar a la otra Miu, a la Miu que no rechazará sus caricias, a la mujer que fue<br />

antes del suceso de la noria. Pero hay un motivo más importante para la his-<br />

toria por el cual Sumire debe ir al otro lado, sea a traves del agujero en el<br />

suelo, atravesando el cristal o navegando en sueños: la escritura.<br />

"<strong>La</strong>s señales que el caos emite". Llámalo sueño o fría oscuridad, la propia<br />

experiencia del narrador en el otro lado es contada como un tránsito del caos,<br />

como una disolución de límites e individuaciones, formas corporales que re-<br />

gresan a la arcilla informe, el océano oscuro; pero allí comienza también la re-<br />

ordenación del tiempo que alumbra el singnificado, tal y como nos transmite<br />

el último mensaje: "El significado estaba fijado a lo temporal y lo temporal ti-<br />

raba de mí hacia la superficie".<br />

"Un pedazo de tiempo en estado puro." <strong>La</strong> novela termina con un regreso,<br />

breve. Una Odisea resumida en tres líneas; estamos en el mismo escenario<br />

que Ulises y sus compañeros, aquella constelación de archipiélagos.<br />

Textos usados en el texto:<br />

Deleuze, Gilles:<br />

Proust y los signos, Editorial Anagrama, Barcelona, 1989.<br />

Lógica del sentido, Editorial Paidós, Barcelona, 2003.<br />

Murakami, Haruki:<br />

Sputnik Sweetheart, Vintage, London, 2002.<br />

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IX. AGUJEROS EN LOS BILLETES DE METRO.<br />

(DE LOS ME ACUERDO DE PEREC<br />

AL AUTORRETRATO DE LEVÉ).<br />

1. AGUJEROS EN LOS BILLETES DE METRO<br />

Yo no me acuerdo de la primera vez que oí hablar de los Me acuerdo de<br />

Perec. Puede que fuese leyendo a Vila-Matas o puede que fuese antes. No lo<br />

sé. Pero sí que me acuerdo de la primera vez que leí los Me acuerdo de Perec.<br />

Me acuerdo de la falta de “brillantez” literaria de las frases. De su ausencia de<br />

vuelo. Eran meros apuntes. <strong>La</strong> clasificación de un funcionario de la memoria.<br />

Y, a pesar de esa falta de “brillantez”, o quizá por ella, me pareció un libro<br />

brillante. Perec parecía ser un Funes literario que se limitaba a anotar<br />

recuerdos de modo casi telegráfico, del tipo:<br />

Me acuerdo de las carreras de sacos.<br />

Me acuerdo de Vidal Sasoon.<br />

Me acuerdo de los noticiarios en el cine.<br />

Me acuerdo de que los tres reyes magos se llamaban Melchor, Gaspar y<br />

Baltasar.<br />

Decía Perec que sus Me acuerdo no son exactamente<br />

recuerdos personales. Y es cierto, él no nos cuenta si tuvo un amor<br />

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George Perec<br />

Daniel Dillinger<br />

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o un mal día escribiendo, si viajó a tal o cual país, o si pasó una época<br />

deprimido. No. No es eso. Él dice: “Me acuerdo de Xavier Cugat”, del mismo<br />

modo que se acordará parte de su generación. Por eso, estos recuerdos,<br />

tienen algo de recuerdos colectivos, de memoria de muchos anotada por uno.<br />

Como si yo dijera: “Me acuerdo de la primera vez que vi a Cobi, la mascota<br />

de los juegos olímpicos, por televisión”. Es un recuerdo mío, pero sé que es<br />

un recuerdo de muchos. Y eso es lo que tienen de retrato de una época, de<br />

símbolo de una generación, los retazos minúsculos de Georges Perec. Sí,<br />

minúsculos. Tan minúsculo como: “Me acuerdo de que Burt <strong>La</strong>ncaster era<br />

acróbata” No hay duda de que distan mucho de ser intimidad, y son más<br />

memoria personal al tiempo que colectiva. Sí. Minúsculos. Minúsculos y tan<br />

insignificantes como: “Me acuerdo de los agujeros de los billetes de metro.”<br />

Eso parece algo nimio, que no me merece la pena escribir, por poco<br />

importante, de tan cotidiano. Pero esa también es la lección de Perec, que<br />

dijo en otro de sus libros: “Obligarse a escribir sobre lo que no tiene interés,<br />

lo que es más evidente, lo más común, lo más apagado”. Obligarse a escribir<br />

sobre eso que no parece importante. Escribir sobre esos agujeros de los<br />

billetes de metro, eso es Perec. Porque esos agujeros de metro van<br />

conformando nuestra memoria. Esos billetes de metro que pasan por nuestras<br />

manos cada día, y que quizá sean más cruciales en nuestra existencia que los<br />

grandes temas de nuestro tiempo. Y eso es, precisamente, todo eso es,<br />

justamente, lo que son capaces de ver los grandes escritores. Su mirada mira<br />

por todos. Sus ojos parpadean por nosotros y nos entregan la memoria de una<br />

época a través de la suya. Los grandes escritores como Perec hacen que nos<br />

fijemos en los agujeros de los billetes de metro. Ahí es nada.<br />

Me acuerdo que leí los Me acuerdo de Perec, y antes de terminar el libro<br />

ya estaba escribiendo mis propios Me acuerdo. Y es que creo que este libro<br />

posee una cualidad magnífica: la capacidad de disparar nuestra propia<br />

memoria. En su libro que invita a ser continuado por nuestros propios<br />

recuerdos. Por eso, el mismo Perec, pidió a sus editores que publicasen el<br />

libro con unas páginas en blanco al final del mismo, para invitar al lector a<br />

escribir sus propios recuerdos. Sin duda, Perec, no sólo da buena cuenta de<br />

su memoria y la de su generación, sino que invita a los demás, a las demás<br />

generaciones, a continuar haciéndolo. Eso es algo magnífico. Es algo valioso.<br />

Un libro sin final. Un libro que sólo pueden terminar infinitos lectores con sus<br />

propios recuerdos. Así es Me acuerdo. Así es Perec. Me acuerdo de que los Me<br />

acuerdo de Perec son 480. Pero ahora no me acuerdo de todos. Ahora me<br />

acuerdo de estos:<br />

Me acuerdo de Malcom X.<br />

Me acuerdo del asesinato de Sharon Tate.<br />

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Joe Brainard<br />

Me acuerdo de mi sorpresa cuando supe que “cowboy” significaba<br />

“vaquero”.<br />

Me acuerdo de la tercera clase en los trenes.<br />

Me acuerdo de la Nouvelle Vague.<br />

Tendría que consultar el libro para buscar más apuntes de Perec. Y lo<br />

busco en la estantería de mi biblioteca. Y claro, el libro, no por casualidad, está<br />

al lado de otro libro que también se llama Me acuerdo. Porque Perec no fue el<br />

primero. No. No lo fue. Perec no fue el primero.<br />

2. PEREC NO FUE EL PRIMERO<br />

Perec no fue el primero. El escritor francés se inspiró en otro libro para<br />

escribir el suyo, el del verdadero creador original de los Me acuerdo. El que<br />

inventó esta formula mágica fue Joe Brainard. De hecho, antes de comenzar<br />

con sus 480 apuntes, Perec escribe: “El título, la forma y, en cierto modo, el<br />

espíritu de estos textos se inspiran en los I remember de<br />

Joe Brainard”. Y este carácter de memoria de una<br />

generación del que hablábamos en el libro de Perec<br />

también está presente en su antecedente Brainard, aunque<br />

los apuntes del norteamericano no sean tan escuetos como<br />

los del francés ni tengan esa sequedad. En Brainard hay<br />

un equilibrio entre las anotaciones más breves y los<br />

párrafos más largos, hay una concesión mayor a la<br />

intimidad, a lo más personal, a lo más lírico. Aunque sin<br />

duda, también retrate a su generación, del mismo modo<br />

que lo hizo Perec. O mejor. Eso ya es cuestión de gustos.<br />

Y yo sé de algunos que prefieren los recuerdos<br />

de Brainard que los de Perec. Pero eso ya es<br />

cuestión de gustos y apenas importa. A mí no<br />

me importa. Hablemos de Brainard.<br />

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Joe Brainard nació en 1942 y murió en 1994. Entre esas dos fechas se<br />

dedicó al mundo del arte. Fue un artista visual polifacético que se dedicó a<br />

hacer cuadros, montajes, portadas de discos y escenografías, entre otras<br />

cosas. Como artista visual, estaba influenciado, entre otros, por el estupendo<br />

artista Joseph Cornell. Pienso que eso no es casualidad. Joseph Cornell era un<br />

artista y un escultor. Realizaba collages y juegos surrealistas. Era un poeta<br />

plástico. Y quizá la parte de su obra que más se recuerde sean esas cajas en<br />

las que recogía objetos diferentes, y con las que creó un arte diferente y de<br />

gran personalidad poética. En ellas aplicaba la técnica surrealista de<br />

yuxtaponer objetos de distinta procedencia y utilidad, consiguiendo un<br />

resultado poético y altamente evocador, con un aura tremendamente<br />

nostálgica. Y en cierto modo podemos elucubrar que Cornell con sus cajas<br />

hacía sus personales y surrealistas Me acuerdo. Ahí es donde queríamos llegar.<br />

Parece que no sólo influyó a Brainard por sus técnicas artísticas, sino también<br />

por su gusto por la añoranza y el recuerdo.<br />

Joe Brainard, también creaba estupendos collages. Y si nos detenemos<br />

a pensar, podemos ver que sus Me acuerdo no son otra cosa que un enorme<br />

collage de frases. <strong>La</strong> memoria no es otra cosa que un collage. Nosotros no<br />

somos otra cosa que un collage. El mundo es collage.<br />

Joe Brainard escribió recuerdos del tipo “Me acuerdo de James Dean y<br />

de su cazadora roja de nailon”.<br />

Cuando leí a Joe Brainard pensé: ““Los Me acuerdo son como postales<br />

que no enviamos a nosotros mismos desde el pasado”.<br />

Cuando leí a Joe Brainard pensé: “<strong>La</strong> memoria pertenece al genero de<br />

ficción por muy verdad que sera”.<br />

maestra”.<br />

Cuando leyó a Joe Brainard, Paul Auster pensó: “Me acuerdo es una obra<br />

Una obra maestra. Perfecto. Vale. Pero después de Brainard y Perec<br />

¿qué? ¿De qué me acuerdo después de Brainard y Perec? Me acuerdo de<br />

Valérie y su abuelo.<br />

3. VALÉRIE Y SU ABUELO<br />

Valérie Mréjen es una de las videoartistas más importantes<br />

y nació en París en 1969. Su primera novela lleva por título Mi<br />

abuelo y fue publicada en 1999. Mi abuelo es un libro<br />

emparentado con los Me acuerdo y nace siguiendo la estela de los<br />

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libros de los que hemos hablado. No son estrictamente Me acuerdos, pero es<br />

evidente la influencia de Perec.<br />

Valérie, en Mi abuelo habla, con breves pinceladas, de su familia y de la<br />

familia de muchos otros de su generación. Sus frases son piezas de un puzzle<br />

que crea el dibujo de aquellos que nacieron a finales de los años 60 y<br />

principios de los 70. Y no es difícil percibir en su estilo, en su modo<br />

clasificatorio, la influencia de Perec. Mi abuelo recuerda a un álbum de<br />

fotografías familiar o una novela en Súper 8, como la definía el diario Le<br />

Monde.<br />

Valérie Mréjen es una heredera de Perec. Y en el libro de Periférica, que<br />

es la editorial que publica en España, se recoge una frase de un tal Didier<br />

Jacob, que dice: “Es como Perec, pero sin perilla”. Bueno, es una manera de<br />

decirlo. También podríamos decir: “Es como Perec, pero sin el pelo<br />

enloquecido”.<br />

Algunas de las cosas que dice Valérie en Mi abuelo y que recogen el estilo<br />

de los Me acuerdo son de este tipo:<br />

Mi abuelo era muy con las buenas maneras en la mesa. Nos miraba con<br />

ojos desorbitados si agitábamos los cubiertos al hablar.<br />

Mi abuelo nos amenazaba diciéndonos que nos iba a amasar la celulitis.<br />

Mi madre estaba a favor de explicar la sexualidad a los niños. Teníamos<br />

una especie de enciclopedia ilustrada que se llamaba <strong>La</strong> vida sexual.<br />

Mi padre nos hacía crujir los nudillos todo el rato.<br />

Mi padre tenía un Mercedes azul marino.<br />

Tienen muchos de estos recuerdos escritos una gran potencia<br />

visual. Y eso lo podemos ver en los Me acuerdo de Perec y Brainard<br />

también. Más que reflexiones, a veces parecen polaroids. Quizá no<br />

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Valerie Mréjen<br />

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sea casual que Valérie haga cine y videos, y que Brainard fuese artista plástico<br />

y realizase collages y cuadros. O que Édouard Levé, otro hijo literario de Perec,<br />

fuese fotógrafo. ¿Levé? Ahora, ahora mismo hablamos de Levé.<br />

4. AUTORRETRATO<br />

“De adolescente creía que <strong>La</strong> vida instrucciones de uso, me ayudaría la<br />

vivir, y Suicidio, instrucciones de uso, a morir”. Así comienza Autorretrato de<br />

Édouard Levé, fotógrafo y escritor, que se suicidó en el año 2007, y del que<br />

también se publicará en España próximamente su libro Suicidio en la editorial<br />

451, que es la que está volcando sus libros al castellano. Con este inicio que<br />

señalábamos, además de presagiar su muerte, no deja duda sobre la huella<br />

que ha dejado en él Perec, y por otro lado nos señala cómo este Autorretrato<br />

también es heredero de los Me acuerdo de su compatriota. Lo que hace Levé<br />

es dibujar a partir de frases inconexas entre sí, rasgos de su personalidad, con<br />

enorme minuciosidad. Nos va contando lo que desea, lo que detesta, lo que<br />

le gusta, dónde ha viajado, dónde no, y así hasta ir creando el infinito fresco<br />

de su personalidad. Utiliza esa manera clasificatoria, de archivador, que Perec<br />

y Brainard aplican con sus Me acuerdo, no tanto en el empeño de conseguir<br />

el reflejo de una memoria personal y colectiva, como para conseguir ese<br />

trabajo quimérico, pero que en él parece menos utópico, dado su gran talento,<br />

de realizar un dibujo completo de aquel que es Édouard Levé.<br />

Autorretrato, de Levé, es el intento de resolver un enigma: “¿Quién soy?”<br />

Autorretrato, de Levé, es un libro que se parece a los “Me acuerdo” en<br />

otro aspecto. Impulsa irremediablemente a realizar el mismo ejercicio de<br />

autorretrato con nosotros mismos.<br />

Suicidio.<br />

Autorretrato de Levé es un libro que hay que leer mientras esperamos<br />

Dice Levé: “No compro zapatos de ocasión. Se me ocurrió hacer una<br />

música amhish-punki. Solo en una ocasión he estrenado yo un piso. Tuve un<br />

accidente de moto que me podría haber costado la vida, pero no conservo<br />

ningún recuerdo malo de ello. El presente me interesa más que el pasado y<br />

menos que el futuro. No tengo nada de lo que arrepentirme. Me cuesta creer que<br />

Francia pueda sufrir una guerra estando yo aún con vida. Me gusta dar las<br />

gracias. No percibo el desfase de los espejos. No me gusta más el<br />

cine narrativo que la novela. “No me gusta la novela” no quiere decir<br />

que no me guste la literatura, “no me gusta el cine narrativo” no<br />

significa que no me guste el cine. <strong>La</strong>s artes que se expanden en el<br />

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tiempo me gustan menos que las que lo detienen”. Esto, además de ser un<br />

ejemplo de la prosa que ejerce Levé en su Autorretrato, nos informa de algo<br />

sustancial sobre él, cuando afirma: “<strong>La</strong>s artes que se expanden en el tiempo me<br />

gustan menos que las que lo detienen”. Con artes que detienen el tiempo,<br />

supongo que se refiere a la fotografía y a la pintura, en contraposición con la<br />

literatura o el cine. Pero realmente él, en Autorretrato, como ya hicieron los<br />

antecesores de los que hemos hablado, lo que intenta hacer es eso: “Detener el<br />

tiempo”. Son libros nada narrativos, son collages de instantáneas. Son fogonazos<br />

que intentan detener el tiempo. Pero tampoco exactamente. Me explico. <strong>La</strong><br />

literatura tiene la capacidad de hacer algo que se le escapa a la fotografía. <strong>La</strong><br />

literatura tiene la capacidad de detener el tiempo que ya ha pasado. Tiene la<br />

capacidad de decir: “Me acuerdo de los cigarrillos de chocolate que parecían<br />

ceras”, como hace Brainard en una de sus frases. <strong>La</strong> fotografía detiene el tiempo<br />

presente, que se convertirá en pasado, cuando pasen los años. Pero la literatura<br />

puede traer el pasado, desde el presente, con sólo una frase. Y ahí su poder<br />

frente a la fotografía. Puede detener el pasado desde el futuro. Eso, que parece<br />

un complejo trabalenguas, es algo muy sencillo. Yo puedo recordar una época<br />

pasada a través de la fotografía con una instantánea de Cartier Bresson, por<br />

ejemplo. Pero lo que Brainard o Perec hacen, es recordar lo que ha pasado a<br />

través de aquello que ya se nos ha grabado de algún modo en la memoria,<br />

aquello que nos ha marcado. Y lo hacen a través de cientos de retazos. No<br />

intento hablar de una supremacía de la literatura sobre la fotografía, sino del<br />

modo con la que una y otra trabajan sobre el asunto del tiempo y la memoria.<br />

De hecho, no parece casualidad que Brainard, Mrején y Levé hayan sido artistas<br />

visuales. Porque quizá ese modo de clasificar la memoria, podríamos decir, a<br />

base de destellos, encaja a la perfección con estos artistas que<br />

trabajan con lo visual más que con la palabra escrita. Como ya<br />

hemos apuntado, esta manera de hacer memoria, que tiene algo de<br />

colección de polaroids, es tremendamente visual. Y puede que por<br />

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Édourad Levé<br />

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eso, estos creadores, que no vienen de la literatura, sino de la pintura, el<br />

videoarte o la fotografía, hayan utilizado esta fórmula para sus libros de<br />

recuerdos. Y quizá por eso también Zeina Abirached, dibujante, ha escrito y<br />

dibujado Me acuerdo. Beirut. Sí. Zeina. Vamos ahora con Zeina.<br />

4. CÓMIC Y ME ACUERDO EN ESPAÑA<br />

Zeina Abirached, joven dibujante de cómics nacida en 1981, ha trasladado<br />

una forma, hasta el momento puramente literaria como los Me acuerdo, al<br />

campo del cómic. Del mismo modo que hiciera hace unos años Matt Madden con<br />

los Ejercicios de estilo de Queneau. Sí, porque además de la estela seguida por<br />

Levé y Mréjen, los Me acuerdo también han calado en el mundo del cómic<br />

actual. Zeina Abirached utiliza la formula Brainard-Perec para construir una<br />

historia de recuerdos personales en mitad de la guerra del Líbano. En este caso,<br />

acompañado de dibujos que ilustran los recuerdos. Esta es la publicación más<br />

actual relacionada con los Me acuerdo, junto al libro de Elías Moro, en la editorial<br />

Calambur, otros Me acuerdo, que en este caso no se inspiran en la idea de<br />

Brainard-Perec, como Levé o Mréjen, sino que aplica la fórmula a rajatabla, en<br />

los que se sigue cumpliendo esa máxima de retrato personal, pero que sirve<br />

para extrapolarlo a una generación o a una época. Elías Moro ya había publicado<br />

unos “Me acuerdo” hace varios años junto a Daniel Casado, en la editorial “De<br />

<strong>La</strong> Luna Libros”, entre los que encuentro este, que me hace sonreír: “Me<br />

acuerdo de las tapas de tambor Colón y cómo jugábamos con ellas haciéndolas<br />

volar”. Y en el libro más reciente de Moro, encontramos anotaciones como la<br />

siguiente: “Yo me acuerdo de Lee Remick diciéndole a Jack Lemmon<br />

en “Days of wine and roses”: “Un día soñé que me mataron. Fue<br />

allí, junto al embarcadero. Mi padre vino a recoger mi cuerpo en su<br />

vieja furgoneta de reparto”.<br />

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Zeina Abichared<br />

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Como vemos, la sombra de los Me acuerdo es más alargada que la del ci-<br />

prés, y esperamos que siga siéndolo por muchos años. Y lo será. Porque vivir<br />

es crear memoria. Porque la memoria es algo de uno y es algo de muchos. Por-<br />

que aquello que recordamos es lo que nos ha convertido en lo que somos.<br />

5. RECUERDOS DE OTROS<br />

Me acuerdo de un día que estaba leyendo el libro de Perec en una<br />

cafetería de Malasaña al lado de una ventana. A mi alrededor todo el mundo<br />

estaba escribiendo o chateando en portátiles Mac. Y pensé que algún día,<br />

dentro de muchos años, este momento será uno de mis “Me acuerdo”. “Me<br />

acuerdo de cuando la gente escribía en portátiles Mac”. Y eso me hace pensar<br />

en que eso es lo que somos: creadores infatigables de memoria. Y que leer<br />

los “Me acuerdo” de Perec o los de Brainard, es leer la memoria de otros, la<br />

memoria de otra gente, de otra época. Eso es. Y es por eso que leemos. Para<br />

añadir memoria a nuestra memoria. Para ensanchar nuestra memoria con la<br />

de otros. ¿No es por eso también que leemos? Porque nuestra memoria no nos<br />

basta. Es delgada. Anoréxica casi. Pero la vamos alimentando con otras<br />

memorias. Y es por eso que yo no me acuerdo sólo de mis me acuerdos. Me<br />

acuerdo también de lo que hizo Hemingway en París, en ese estupendo libro<br />

de recuerdos que es Paris era una fiesta. Y por eso me acuerdo de que estuvo<br />

en París con Gertrude Stein. Y esa memoria ya es mi memoria. Y por eso me<br />

cuesta tanto comprender a aquellos que no necesitan de la memoria de otros.<br />

Porque la memoria de los demás nos ayuda a comprender nuestra propia<br />

memoria. Paris era una fiesta son los Me acuerdo de Hemingway. Y París no<br />

se acaba nunca son los Me acuerdo de Enrique Vila-Matas.<br />

Hernest Hemingway, William Burroughs y Paul Bowles<br />

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Por eso yo me acuerdo de recuerdos que no son míos.<br />

Me acuerdo de Ernest Hemingway en París.<br />

Me acuerdo de Willian Burroughs en México.<br />

Me acuerdo de Rodenbach en Brujas.<br />

Me acuerdo de Paul Bowles en Tánger.<br />

Me acuerdo de Paul Morand en Venecia.<br />

Sí. Me acuerdo de ellos. Porque su memoria es ya mi memoria. Y ahí<br />

está, entre otros, uno de los milagros de la literatura.<br />

Me acuerdo de pensar: “Los recuerdos de otros también pueden ser<br />

nuestros”.<br />

Me acuerdo de pensar: “Los recuerdos inventados también son recuerdos<br />

verdaderos”.<br />

Me acuerdo de cuando en el colegio tenía que hacer una redacción<br />

titulada Mis vacaciones. Sí. Me acuerdo de eso. Y quizá ese sea nuestro primer<br />

contacto con la literatura y la memoria. Memoria reciente, pero memoria. Y<br />

quizá esos sean nuestros primeros Me acuerdo. Sí. Esos. Mis Vacaciones. Ni<br />

más ni menos. Aquellos que empezaban de este modo: “Este verano he ido<br />

de vacaciones con mis padres, mi hermana, mis abuelos y el perro. Hemos ido<br />

a la playa y lo hemos pasado bien, aunque mi hermano se ha roto un brazo<br />

subiéndose a un muro.” Esa frase tan sencilla, que yo pude haber escrito en<br />

una redacción escolar, es algo así como mi primer Me acuerdo al que nos<br />

enfrentamos, el primer Me acuerdo al que seguirán muchos más. Porque hasta<br />

cuando aún no hemos generado casi memoria sobre su nuestra vida, ya<br />

estamos deseando contarla. Porque no nos basta con recordar, sentimos la<br />

necesidad de contar nuestros recuerdos. Eso somos: memoria y relato. Eso<br />

somos: memoria y relato para adornar los recuerdos. Eso somos: algo que<br />

siempre acaba de suceder.<br />

6. YO ME ACUERDO<br />

Miro mi biblioteca, en la que no faltan los Me acuerdo, y veo muchos<br />

libros más, y pienso: “Lo que acumulo aquí no es papel, es memoria”. Memoria<br />

real y memoria inventada. Y creo que cada día diferencio menos entre una y<br />

otra. Lo mejor de Perec no es sólo Perec, es lo generosa que es la literatura<br />

de Perec a la hora de pulsar los resortes de otros creadores. Lo bueno de Perec<br />

es que siempre ilusiona. Y pienso en lo hermoso que sería que hubiese un<br />

gran cuaderno de tapas negras, que pasase de padres a hijos, de<br />

generación en generación, en el que cada uno escribiría sus Me<br />

acuerdo. Cada familia tendría sus Me acuerdo particular. Cada<br />

barrio, cada ciudad, cada país, cada generación. Porque lo que<br />

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comprendemos también al leer los libros de Brainard o Perec, es que la<br />

memoria no es narrativa en el sentido clásico de la palabra. <strong>La</strong> memoria no<br />

cumple aquello de principio, nudo y desenlace. <strong>La</strong> memoria es más parecida<br />

a un montaje de Godard en el que hay saltos de raccord. Y eso también son<br />

los Me acuerdo, recuerdos con saltos de raccord. Un zapping nostálgico. Lo<br />

último que me queda por añadir son algunos de mis Me acuerdo. Y después,<br />

como pedía el escritor francés a sus editores, dejar un espacio en blanco, para<br />

que el lector cree sus propios Me acuerdo. Porque la memoria, como París, no<br />

se acaba nunca.<br />

Me acuerdo de los cuadernos Rubio.<br />

Me acuerdo de tener las gafas rotas y de sujetar las patillas con celofán..<br />

Me acuerdo de Arconada, el portero.<br />

Me acuerdo de las camisetas grises en las que ponía: “Cola Cao”.<br />

Me acuerdo de quedar en las salas recreativas con mis amigos. Y de<br />

meter 25 pesetas en la máquina.<br />

Me acuerdo de lo mal que sabía el primer cigarrillo.<br />

Me acuerdo de una bicicleta BH de color amarillo, que era mi orgullo.<br />

Me acuerdo de ver en el cine “Reservoir Dogs” y quedarme con la boca<br />

abierta en la secuencia de la tortura del poli.<br />

Me acuerdo de Georges Perec.<br />

Me acuerdo de Joe Brainard.<br />

Me acuerdo de Valérie Mréjen.<br />

Me acuerdo de Édouard Levé.<br />

Me acuerdo de Zeina Abirached.<br />

¿Y tú? ¿De qué te acuerdas?<br />

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¿Pero qué significaba esa ignorancia con relación<br />

a la perplejidad en que uno se hallaba ante<br />

fenómenos como el de la memoria, o de esa<br />

memoria amplificada y más sorprendente<br />

aún que constituye la transmisión hereditaria de<br />

cualidades adquiridas? Era imposible concebir,<br />

ni siquiera presentir una explicación mecánica<br />

de ese trabajo realizado por la sustancia celular.<br />

<strong>La</strong> montaña mágica<br />

Thomas Mann


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X. LA REINVENCIÓN DE LA MEMORIA.<br />

San Agustín de Hipona<br />

I<br />

En su misma esencia la memoria es voz, que<br />

habla, dice para sí o murmura y cuenta lo que<br />

sucedió. De ahí la voz en off que<br />

acompaña al flash-back.<br />

G. Deleuze, <strong>La</strong> imagen-tiempo, Paidós, 1986.<br />

Funes no sólo recordaba cada hoja de cada árbol<br />

de cada monte, sino cada una de las veces que<br />

la había percibido o imaginado.<br />

J.L. Borges, Funes el memorioso,<br />

Ficciones, 1944.<br />

El estatus del cine, gracias a la obra de<br />

pensadores como Bergson, Metz o Deleuze,<br />

va más allá de la simple idea de la imagen como<br />

representación o simulacro. Dado que el cine<br />

presupone la presencia del otro, o de “lo otro”, el cine implica la posibilidad de<br />

pensar nociones y conceptos filosóficos como tiempo, arte, la propia imagen,<br />

cuestiones éticas, y, por supuesto, dada su condición de imagen-tiempo, tam-<br />

bién está en estrecha relación con la memoria.<br />

Pero no hace falta ir tan lejos, el vínculo entre el cine y la memoria po-<br />

demos rastrearlo a un nivel más íntimo y elemental. Si tomamos la defini-<br />

ción tradicional del cine como “imagen en movimiento” y nos remitimos a la<br />

descripción que de la memoria ofrece San Agustín de Hipona en sus Confe-<br />

siones, podemos apreciar como en ellas se establece un vínculo directo entre<br />

ambos conceptos cuando explica con poético asombro “con esto llego a los<br />

campos amplísimos y a los vastos palacios de la memoria, donde están guar-<br />

dados inmensos tesoros de imágenes de todas esas cosas que nos entran por<br />

los sentidos” (1). De esta manera, con la asimilación de los recuerdos a imá-<br />

1. Y con esto llego a los campos amplísimos y a los vastos palacios<br />

de la memoria, donde están guardados inmensos tesoros<br />

de imágenes de todas esas cosas que nos entran por los sentidos.<br />

(...) Es en ella donde se conservan con entera distinción y<br />

según su propia especie todas las imágenes que entraron a mi<br />

conocimineto cada una por su propia puerta: por los ojos<br />

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Jesús García Hermosa<br />

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genes y siendo la materia del cine las imágenes, éste se nos revela como el<br />

instrumento más idóneo y perfecto para constituirse en el depositario de la<br />

memoria humana.<br />

Lo cierto es que la búsqueda de un método perfecto para conservar la<br />

memoria y los recuerdos ha sido un ansia perpetua y constante desde que el<br />

ser humano es tal. De hecho, la memoria -entendida en sentido lato- es casi<br />

condición ínsita a la propia naturaleza del ser humano. Es una función tan<br />

esencial que es premisa sine qua non para determinar la existencia de “civi-<br />

lización”, pues si hay un criterio ampliamente aceptado para apreciar la con-<br />

currencia de signos de cultura y de pensamiento humano complejo en las<br />

civilizaciones primitivas éste resulta de la existencia o no de ritos funerarios<br />

y del culto a los muertos, a los miembros de la tribu y a los familiares falleci-<br />

dos (los lares, manes y penates romanos). En tanto estos ritos no son sino<br />

una manera de honrar a los muertos son también, por ello, una forma de evo-<br />

car o recordar el pasado, de hacerlo eternamente presente. Comprobamos<br />

pues como este rapto primitivo, esta resolución primigenia consistente en re-<br />

cordar y ser recordado, es una lucha contra el tiempo que acompaña al ser hu-<br />

mano desde el principio de los tiempos y un camino plagado de obstáculos e<br />

inconvenientes.<br />

II<br />

El primer instrumento ideado por el hombre destinado a desafiar los bre-<br />

ves límites temporales de su vida fue la narración oral. Con ella pretendía al-<br />

zarse frente al constante olvido que amenaza el frágil pero tenaz aliento que<br />

insiste en perpetuar la memoria humana. Sin embargo, desde que el ser hu-<br />

mano plasma su ser a través de la palabra escrita (aquí la entenderíamos en<br />

la luz y todos los colores y las formas de los cuerpos; por los oídos<br />

toda la gama de las percepciones sonoras; por la entrada de la nariz<br />

los olores, y los sabores por la entrada de la boca y el paladar. También<br />

se guardan allí los recuerdos de toda percepción habida por la<br />

sensibilidad difusa en todo el cuerpo. Recuerdos de lo blando y de lo<br />

duro, lo suave y lo áspero, lo caliente y lo frío, lo pesado y lo leve<br />

tanto por fuera como por dentro del cuerpo mismo. Todo se conserva<br />

en un vasto y misterioso depósito, adonde cada cosa confluye<br />

por su propia puerta y en el cual descansa según su orden aguardando<br />

que la mente evoque su recuerdo para hablar de ella.<br />

Pero no son las cosas mismas las que tienen acceso a la memoria,<br />

sino nada más sus imágenes, que quedan prontas para<br />

acudir por misteriosos caminos y laberintos a la llamada del pensamiento.<br />

Confesiones, San Agustín, Alianza editorial.<br />

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Platón<br />

cualquiera de sus formas: desde el arte rupestre a la propia palabra escrita)<br />

las fuentes orales pronto adquirieron un carácter menor o complementario; tal<br />

es así que se entiende que existe <strong>La</strong> Historia desde que aparece la escritura.<br />

Simultáneamente, este denodado esfuerzo, esta carrera humana sin fin en<br />

pos de la memoria y su conservación desvela su doble faz, su envés, su antí-<br />

tesis: la desmemoria, el olvido y, por extensión, su falseamiento instituciona-<br />

lizado, histórico, la mentira. Esta dualidad irresoluble, esta paradoja ha<br />

cautivado históricamente, como al Funes borgiano, al hombre. Así, Platón, en<br />

Fedro, relata la siguiente enseñanza de Sócrates:<br />

Cuando llegaron a lo de las letras, dijo Theuth: «Este conoci-<br />

miento, oh rey, hará más sabios a los egipcios y más memo-<br />

riosos, pues se ha inventado como un fármaco de la memoria<br />

y de la sabiduría.» Pero Thamus le dijo: «¡Oh artificiosísimo<br />

Theuth! A unos les es dado crear arte, a otros juzgar qué de<br />

daño o provecho aporta para los que pretenden hacer uso de<br />

él. Y ahora tú, precisamente, padre que eres de las letras, por<br />

apego a ellas, les atribuyes poderes contrarios a los que tienen.<br />

Porque es olvido lo que producirán en las almas de quienes las<br />

aprendan, al descuidar la memoria, ya que, fiándose de lo es-<br />

crito, llegarán al recuerdo desde fuera, a través de caracteres<br />

ajenos, no desde dentro, desde ellos mismos y por sí mismos.<br />

No es, pues, un fármaco de la memoria lo que has hallado,<br />

sino un simple recordatorio. Apariencia de sabiduría es lo que<br />

proporcionas a tus alumnos, que no verdad. Porque habiendo<br />

oído muchas cosas sin aprenderlas, parecerá que tienen mu-<br />

chos conocimientos, siendo, al contrario, en la mayoría de los<br />

casos, totalmente ignorantes, y difíciles, además, de tratar<br />

porque han acabado por convertirse en sabios aparentes en<br />

lugar de sabios de verdad».<br />

Vemos como, si bien las palabras contribuyen a la perdurabilidad de lo<br />

escrito, paradójicamente, contribuyen al olvido y al descuido de la memoria.<br />

Algo semejante podía predicarse ayer de las enciclopedias y hoy de Google.<br />

Esta ambivalencia de la palabra escrita también late en el fondo de todas las<br />

religiones que se fundamentan en un texto sagrado pues, por la propia natu-<br />

raleza de la religión y del texto, aparte de remitir la mayoría de las veces a<br />

un pasado perdido o de evocar lugares míticos que han de ser re-<br />

cordados, o bien que pretenden ser recuperados, ahora, aquí o<br />

después, en otra vida, llámese edén, paraíso, cielo, campos elí-<br />

seos, tlalocan, valhalla, nirvana, shambhala.., poseen vocación de<br />

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univocidad e inmutabilidad, de perpetuarse a lo largo del tiempo, de hacer<br />

presente la misma palabra de Dios a través de una paradoja: el fetichismo de<br />

la palabra fosilizada.<br />

Sin embargo, además del inseparable y contradictorio binomio memo-<br />

ria/olvido, el otro extremo que aquí nos importa es la variada estructura que<br />

arquetípicamente adopta el relato de la memoria. Precisamente, en las deno-<br />

minadas “religiones del libro” tenemos dos ejemplos canónicos de relato me-<br />

morístico: revelación y reconstrucción. <strong>La</strong>s revelaciones mayoritariamente<br />

componen el Antiguo Testamento y, sobre todo, el Corán (que le fue dictado<br />

personal y completamente a Mahoma por Alá). En cambio, las reconstruccio-<br />

nes son la espina dorsal del Nuevo Testamento pues contiene las cuatro ver-<br />

siones de la vida de Jesús ofrecidas por los cuatro evangelistas (Mateo,<br />

Marcos, Lucas y Juan). Así, por un lado, nos encontraríamos con la cristaliza-<br />

ción del paso de la oralidad a la escritura: el relato puro, por sí mismo, en pri-<br />

mera persona, omnisciente o demiúrgico, o en tanto instrumento de otro; y,<br />

por otro lado, el conocido dispositivo del relato en tercera persona: la biogra-<br />

fía de un personaje contada por cuatro autores-testigos con posterioridad a la<br />

sucesión de los hechos. A lo largo de los siglos ambas estructuras -y sus va-<br />

riantes- se han conformado y consolidado como los modelos paradigmáticos<br />

del quehacer narrativo universal, tanto en obras con un origen oral, como <strong>La</strong><br />

Odisea o <strong>La</strong> Iliada, o puramente literario, desde El Quijote a El Ulises de Joyce.<br />

III<br />

<strong>La</strong> más reciente y exitosa técnica ideada por el ingenio humano con el fin<br />

de detener el tiempo y aprehender la memoria fue la fotografía e inmediata-<br />

mente después la imagen en movimiento, el cinematógrafo; el medio, el ins-<br />

trumento, que ha caracterizado / reinado a lo largo de todo el siglo XX.<br />

Durante todo el siglo pasado, al inmenso caudal de imágenes que de por sí se<br />

acumula y atesora en una biografía humana, se le suma otro inmenso tesoro<br />

de imágenes en movimiento que no pertenece ya al acervo colectivo, sino a<br />

la memoria individual. El cine ha influido enormemente como ningún otro arte<br />

en los relatos y en el imaginario individual, de forma que muchas veces un<br />

episodio de nuestras vidas es recordado, y reconstruido, como si de una pe-<br />

lícula se tratara. Tal es así que el corpus de imágenes cinematográficas cons-<br />

tituye una suerte de memoria virtual, de modo que todos tenemos<br />

referentes de muchas cosas que no hemos experimentado como<br />

vivencia de primer orden, pero pasan a nuestra memoria como vi-<br />

vencia de orden estético que adultera nuestro vivir. ¿Qué clase de<br />

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Claude <strong>La</strong>nzmann<br />

recuerdos son esas imágenes que nos enseñaron a<br />

fumar glamurosamente, a besar con fatalidad o ve-<br />

hemencia, a sucumbir al amor, a reaccionar ante el<br />

dolor, a huir de una persecución. De todo el espectro<br />

de situaciones humanas tenemos un sucedáneo fic-<br />

ticio codificado en nuestra memoria por obra del cine.<br />

Lo cierto es que el arte de la imagen nació con<br />

los atributos de la objetividad y la condición de in-<br />

contestable y veraz registro histórico (tal fue así que,<br />

como sabemos, la popularización de la fotografía<br />

contribuyó a superar la pintura figurativa). Esto ocu-<br />

rre de forma aún más aguda con el cine por su po-<br />

tencialidad como mímesis definitiva para captar -y<br />

reproducir después- la realidad como si del ojo hu-<br />

mano se tratara. No obstante, debido a su uso y<br />

abuso por los totalitarismos, la propaganda y la in-<br />

dustria cultural, a la evidencia de sus posibilidades<br />

de manipulación y a que, como señaló el filósofo Ge-<br />

orges Didi-Huberman, la imagen posee una natura-<br />

leza incompleta pues “nunca será toda la verdad”, lo cierto es que pronto<br />

perdió su pureza original o, más bien, resultó haber nacido con un pecado ori-<br />

ginal. Aún así, provisto como está de los elementos necesarios para consti-<br />

tuirse en el medio óptimo para documentar la realidad, desde su invención el<br />

cine se encuentra sometido (siempre que prescindamos del cine experimen-<br />

tal) a la tensión suscitada entre retratar los hechos (documentar el presente)<br />

o bien recrearlos (ficcionalizarlo).<br />

Por lo que se refiere a la primera de sus manifestaciones, el documental<br />

y, ahondando en la relación entre cine y memoria, una de las mayores discu-<br />

siones que se han planteado en su seno es la que gira en torno al medio o la<br />

forma más idónea para traducir en imágenes de manera cabal y honesta la<br />

memoria de un acontecimiento extraordinario como fue el Holocausto. El di-<br />

rector francés Claude <strong>La</strong>nzmann apostó en su monumental Shoah (1985) por<br />

la idea de que el Holocausto es inimaginable y, por ende, irrepresentable, de<br />

tal forma que cualquier aproximación visual no testimonial o ficcionalizada es<br />

una suerte de repugnante fetichismo revisionista. Esta tajante postura inte-<br />

lectual ha cuestionado a otros autores que han abordado este<br />

acontecimiento desde la ficción pero sobre todo lo ha enfrentado<br />

a los que lo han hecho desde el documental, como hizo Alain Res-<br />

nais al emplear imágenes de archivo en Noche y niebla (Nuit et<br />

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bruillard, 1962), pero lo conectan con aquellos que, como el filósofo Reyes<br />

Mate, sostienen que frente a la barbarie es capital una estrategia de la me-<br />

moia que tenga en cuenta la fragilidad del recuerdo (...) <strong>La</strong> memoria no es una<br />

actividad espontánea, ni fácil (...) <strong>La</strong> base ... es la palabra del testigo, el tes-<br />

timonio. Tenemos que construir una teoría de la verdad que pivote sobre el<br />

testimonio (2).<br />

IV<br />

En cuanto nos sumergimos en la memoria como materia u objeto del re-<br />

lato cinematográfico es posible identificar tanto el empleo recurrente de es-<br />

tructuras idénticas a las que, como vimos, se vienen utilizando desde hace<br />

siglos en el ámbito de la narración oral y del relato escrito, así como la reite-<br />

ración, desde los albores del arte cinematográfico, de dos instrumentos (bien<br />

sean de forma independiente, pero la mayoría de las veces de forma con-<br />

junta) que se han configurado como imprescindibles para articular la presen-<br />

cia, la plasmación, del pasado y de la memoria en el cine: la voz en off y el<br />

flash-back. Con respecto al primero, Rancière, en <strong>La</strong> fábula cinematográfica,<br />

subraya el carácter imperialista y autoritario de dicha voz, de forma que “ga-<br />

rantizando el sentido, debilita la imagen” (3). Y, en cuanto al flash-back, De-<br />

leuze en <strong>La</strong> imagen-tiempo afirma que es un procedimiento convencional,<br />

extrínseco: en general se caracteriza por un fundido encadenado y las imá-<br />

genes que introduce están a menudo sobreexpuestas o tramadas. Es como un<br />

letrero: “¡atención, recuerdo! (4).<br />

2. <strong>La</strong> memoria del olvido, Reyes Mate, Errata naturae, 2009.<br />

3. El cine documental siempre ha permanecido cautivo entre el cinema<br />

verité, (...) y el imperialismo de la voz de su amo, voz generalmente<br />

off que con su continuidad melódica reproduce los<br />

encadenamientos de imágenes heterogéneas o puntúa, paso a paso,<br />

el sentido que debe leerse en la presencia muda de éstas o en sus<br />

elegantes arabescos. (...) El documental incurre una y otra vez en<br />

esa remisión de una imagen o montaje de imágenes que deberían<br />

hablar por sí mismos a la autoridad de una voz que, garantizando el<br />

sentido, debilita la imagen. <strong>La</strong> Fábula cinematográfica, Jacques Rancière,<br />

Paidós, 2005.<br />

4. <strong>La</strong> relación de la imagen actual con imágenes-recuerdo aparece<br />

en el flash-back. Se trata precisamente de un circuito cerrado que<br />

va del presente al pasado y que luego nos trae de nuevo al presente.<br />

O, mejor dicho, como en Le jour se lève de Carné, se<br />

trata de una multiplicidad de circuitos donde cada uno recorre<br />

una zona de recuerdos y retorna a un estado cada vez más profundo,<br />

cada vez más inexorable de la situación presente (...).<br />

Sabemos, no obstante, que el flash-back es un procedi-<br />

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El inmortal (1963) - Trans-Europ-Express (1966), Alain Robbe-Grillet<br />

Por lo tanto, si con el origen del cine y su -optimista y entusiasta- des-<br />

arrollo posterior estos mecanismos tuvieron una magnífica acogida y obtu-<br />

vieron una inmediata autonomía y madurez (contribuyen a crear y consolidar<br />

géneros cinematográficos, como el noir, convirtiéndose en marca inconfundi-<br />

ble de estilo), pronto, quizás con la desaparición de las utopías, las desgra-<br />

cias y la confusión, las guerras y la consiguiente expansión del escepticismo,<br />

ellos mismos se convierten en medios capitales para cuestionar la omnipo-<br />

tencia de la mirada, la creación y subsistencia de los grandes relatos, proce-<br />

diendo a detonarlos y a cuestionarlos desde dentro. De nuevo, como ocurre<br />

con cualquiera de los fármacos de la memoria, el flash-back y la voz off se<br />

convierten en verdaderos instrumentos de la sospecha, la vehiculan y así lo<br />

ponen de manifiesto al espectador. Como reconoce Deleuze al analizar las pe-<br />

lículas de Robbe-Grillet “lo falso es un principio de producción de las imáge-<br />

nes, éstas deben estar producidas de tal manera que el pasado no sea<br />

necesariamente verdadero, o que de lo posible proceda lo imposible”.<br />

miento convencional, extrínseco: en general se caracteriza por un<br />

fundido encadenado y las imágenes que introduce están a menudo<br />

sobreexpuestas o tramadas. Es como un letrero: “¡atención, recuerdo!”.<br />

Puede indicar así por convención una causalidad psicológica<br />

pero que sigue siendo análoga a un determinismo<br />

sensoriomotor y, a pesar de sus circuitos, de hecho garantiza la progresión<br />

de una narración lineal. El problema del flash-back es que<br />

tiene que recibir su necesidad de otra parte, así como las imágenesrecuerdo<br />

deben recibir de otra parte la marca interna del pasado.<br />

Es preciso que la historia no se pueda contar en presente.<br />

Es preciso, por tanto, que alguna otra cosa justifique o imponga<br />

el flash-back y marque o autentifique la imagen recuerdo. <strong>La</strong><br />

imagen-tiempo, Gilles Deleuze, Paidós, 1986.<br />

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Así, lo comprobamos con el sentido que poseen estas dos figuras en un<br />

ramillete de películas que comparten el empleo del flash-back, la voz en off y<br />

la estructura de relato fragmentario, así como el estar rodadas al comienzo de<br />

décadas sucesivas: Ciudadano Kane (Welles, 1941), Rashomon (Kurosawa,<br />

1950) y <strong>La</strong> commare secca (Bertolucci, 1962), aunque los ejemplos puedan<br />

ser múltiples y variados (Carta a tres esposas -Mankiewicz, 1949-, Cautivos<br />

del mal -Minnelli, 1952-, o El año pasado en Marienbad -Resnais, 1961-). En<br />

ellas el dispositivo que pone en funcionamiento el flash-back y la consiguiente<br />

reconstrucción del pasado se hace evidente. Por un lado, se trata de recons-<br />

truir un evento, historia o la intrahistoria de un personaje, por otro, en reali-<br />

dad, está poniendo de manifiesto un hecho incontrovertible: para un mismo<br />

suceso siempre existen varias versiones contradictorias, tantas como perso-<br />

nas hayan intervenido en él; luego la percepción humana es naturalmente de-<br />

ficiente, nunca será lo suficientemente amplia para abarcarlo todo. Aún al<br />

borde del abismo, como ocurría con Hitchcock, Resnais, Antonioni o Bresson,<br />

al menos durante aquellos años, el espectador permanecía en cierta manera<br />

a salvo, testigo y cómplice de lo que fuera que ocurriese en la pantalla. Con<br />

el paso de los años ni siquiera eso es posible. El mecanismo propiciado por el<br />

flash-back y la voz en off se desconecta del pasado que viene a mostrar,<br />

pierde su sentido y deviene puro artificio, elemento lúdico y engañoso cuyo<br />

único fin consiste en sorprender acrobáticamente a un saturado espectador<br />

sobreexpuesto a multitud de imágenes e historias al que no le es posible dis-<br />

tinguir pasado de presente, ni realidad de ficción (5), inserto como está en el<br />

continuum televisivo. <strong>La</strong> lista sería interminable: Lunas de hiel -Polanski,<br />

1992-, Sospechosos habituales -Singer, 1995-, El sexto sentido -Night Shya-<br />

malan, 1999-, Memento -Nolan, 2000-.<br />

V<br />

El cine de ficción hoy es plenamente consciente de su imposibilidad de<br />

vertebrar la memoria (cualquier memoria) pues, más bien, con su reiteración<br />

e imparable flujo contribuye al efecto contrario, por un lado al embelleci-<br />

miento, a la estetización del pasado y, por otro, al abotargamiento y su falsi-<br />

ficación. Por tanto, el cine tiene sus peligros: la demasiado verosímil imitación<br />

de la vida, la consiguiente codificación de lo incodificable y la venenosa es-<br />

5. Para quienes hemos sido corrompidos por Hollywood, el paisaje<br />

y las imágenes de las Torres Gemelas derrumbándose no<br />

pueden sino recordarnos las escenas más espectaculares de las<br />

superproducciones de catástrofes. Slavoj Zizek, Bienvenidos al<br />

desierto de lo real, Akal, 2005.<br />

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Sospechosos habituales, Brian Singer, 1995 - El sexto sentido, Night Shyamalan, 1999<br />

tandarización de la mirada: en definitiva, la pérdida de la experiencia del<br />

asombro. Pero, al igual que existen ejercicios de honestidad y autoengaño en<br />

la rememoración y reconstrucción de nuestra biografía, ejercicios de valiente<br />

interpretación y revisión de la historia de la humanidad junto al vergonzoso<br />

silencio o la infamia, también el cine conoce estas dos posibilidades: hay imá-<br />

genes que nos imponen una visión ya interpretada de las cosas y hay imáge-<br />

nes que nos hacen despertar al don de ver por primera vez por medio de<br />

asociaciones completamente nuevas y audaces (como la persecución fluvial de<br />

la oveja en <strong>La</strong>s estaciones de A. Pelechian).<br />

Nadie como Marcel Proust ha consagrado toda una obra a transitar por<br />

los difíciles pasadizos que conducen a la puerta de la cámara más secreta y<br />

caprichosa de la memoria, aquella que no podemos abrir voluntariamente,<br />

sino que sólo nuestros sentidos abren con una arbitrariedad desconcertante.<br />

Pero esto no sucede con facilidad. <strong>La</strong> percepción sensorial tiende a atrofiarse<br />

en lo fácil, en la lamentable cama de todas las superficies. El tiempo no se re-<br />

cupera reconstruyendo voluntariamente un recuerdo codificado y mediatizado<br />

por el estado presente de nuestra psique o por la versión estandarizada de<br />

todo cuanto acontece: la verdadera alquimia del recuerdo tiene lugar a través<br />

de la dolorosa percepción, propiciada por un estado de extrañeza e intros-<br />

pección que es ajeno a la inmensa mayoría de los seres humanos y que nos<br />

puede devolver inesperadamente un instante ya vivido con tal intensidad que<br />

nos instala en una eternidad que escapa a las leyes de la temporalidad. Lo<br />

mismo sucede con el cine mainstream: no tiene la capacidad de<br />

producir el asombro primigenio.<br />

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Por lo tanto, ante semejante callejón sin salida, la única opción cierta<br />

que le queda a la imagen cinematográfica para conservar la memoria es con-<br />

vertirse ella misma en historia, bien sea en forma de testimonio en primera<br />

persona, real (Perlov) o ficticio (Marker), que se metamorfosee y resuene<br />

como un eco, haciendo de lo particular materia universal, bien como materia<br />

de una historia paralela o de una verdadera Historia, al modo a como J.L. Go-<br />

dard hizo con sus Histoire(s) du cinema (1988-1998); la otra posibilidad, al<br />

modo de la memoria involuntaria proustiana, vendría dada por su capacidad<br />

de convertirse en evocadora espoleta para aquellas emociones o recuerdos<br />

que quieran asaltarnos en medio de la sala de cine, o en el salón de casa,<br />

sean recuerdos propios o bastardos, entreverados por el mismo cine.<br />

Diary, David Perlov, 1973-1983<br />

Historie(s) du Cinéma, Jean-Luc Godard, 1988-1998<br />

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XI. FRAGMENTOS ACERCA DE CINE Y MEMORIA.<br />

Luces de la ciudad<br />

I. HABERLO VISTO OTRA VEZ…<br />

El cinematógrafo es un arte memorioso. Nos muestra lo que pasa ahí<br />

delante, sí, pero está, a su vez, como recordando algo, algo que no ha pa-<br />

sado en la realidad. Eso que ahora de pronto se está haciendo ser lo que no<br />

era. Es una operación paradójica; cierto que su mecanismo cinético más pro-<br />

pio es presentar las cosas y los casos bajo el efecto de realidad, en movi-<br />

miento y tránsito; pero a veces, precisamente cuando acierta a ser<br />

penetrante, logra desmentir o desfigurar las definiciones audiovisuales y su<br />

obediencia temporal; desmonta la realidad evidente de la pantalla des-rea-<br />

lizándola, dándole un rango sospechoso, desconocido, (aunque no del todo<br />

desconocido), vislumbrado, entrevisto alguna vez, recordado; no como re-<br />

cuerdo histórico sino como registro de pura memoria, recuerdos perdidos en<br />

olvido. Uno cree haberlo visto otra vez, pero no sabe ni cómo ni cuando, y<br />

ni tan siquiera si él estuvo allí. Es algo de la índole del sueño, que aunque<br />

parece que nos dice cosas que intentan tener un significado, si nos atreve-<br />

mos a darle nombre a sus imágenes, o lugares o fechas, el sueño<br />

mismo se desbarata y queda convertido en otra cosa que ya no<br />

es lo que era. En medio de ese cómputo de registros de vida no<br />

vivida que es nuestra vida, (y por similitud el cine), hay a veces,<br />

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Isabel Escudero<br />

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(también como en nuestra vida), la punzada de un sueño que nos despierta<br />

con un recuerdo de vida vivida, aunque nunca realizada.<br />

¿Pero quien recuerda? ¿Soy yo aquí sentado en la oscuridad el que re-<br />

cuerda? ¿O aquel de la pantalla que me ve y recuerda haberme visto otra vez?<br />

El espectador, el observador, entra en lo observado, está a la par<br />

afuera y adentro. Se podría decir que en esos trances el espectador mira<br />

desde atrás de la pantalla a ese otro que a su vez mira desde frente. Pero<br />

¿cuál de los dos soy yo, o sea tú? Pues ni uno ni otro y a la vez los dos, des-<br />

plazados en un tercero que ya no es espectador porque entra él mismo en<br />

la acción: actúa. No se distrae en mirar: sencillamente ve y “vigila el sueño,<br />

algo mejor que los soñado” (1). <strong>La</strong> fe audiovisual queda así en suspenso:<br />

por fin hay ojos que ven. Cuando una película, o solo una escena, acierta<br />

como en un sueño (o en una vívida recordación) a despertarnos, es porque<br />

despierta al que sueña sin despertar al durmiente. Porque si despertara al<br />

durmiente se apresuraría éste enseguida a interpretar y contar el sueño,<br />

su sueño, pero no el sueño del que soñaba. Eso implicaría ya una impostura<br />

notable; amarrar esos materiales que danzaban sueltos en un orden propio<br />

e intemporal y traerlos a este mundo de la realidad sucesiva y cuantificada,<br />

sería una adulteración sensitiva y lógica. A veces, cada vez más raras, el ci-<br />

nematógrafo nos abre ese resquicio des-velador, común a la memoria y al<br />

sueño, por el que se nos permite ver cosa de otro mundo desde este: desde<br />

este oscuro mundo.<br />

No se me ocurre ejemplo más vivo y cinematográfico de plasmación de<br />

esta curiosa y delicada operación que aquella secuencia final de “Luces de la<br />

ciudad” en la que el vagabundo vuelve a la esquina donde solía sentarse la flo-<br />

rista ciega, y se encuentra con una floristería de lujo y ahí tras el cristal del<br />

escaparate la vemos a ella dentro ya curada de la ceguera tras el ramo de<br />

rosas blancas. Ese mirar enamorado del mendigo desde fuera del cristal y ese<br />

otro mirar burlón y ajeno de la muchacha que no lo ha conocido, el descuerdo<br />

del que ha visto y la otra que no... y, tras la limosna de la moneda y la rosa<br />

ofrecida, de repente: la visión, pero no de los ojos, sino el reconocimiento del<br />

tacto, la mano que roza la cara: el ver de veras, ver hacia atrás, ver de la me-<br />

moria, que es un ver desde lo oscuro, un ver que traspasa la ceguera del mirar<br />

audiovisual: “¿Puedes ver ahora?”, pregunta el hombrecillo. (2) Dice así Víc-<br />

tor Erice refiriéndose a esta secuencia:<br />

1. Antonio Machado: Últimas lamentaciones de Abel Martín.<br />

2. Víctor Erice: “¿Puedes ver ahora?”Texto de presentación de la<br />

película “Luces de la ciudad” en la Residencia de Estudiantes, el<br />

23 de febrero de 1989 y posteriormente publicado en<br />

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“...Aquello que en la realidad se me aparece con frecuencia desdibu-<br />

jado, incompleto o perdido para siempre, permanece, intacto en su misterio,<br />

en las últimas imágenes de Luces de la ciudad, unas de las más sencillas, in-<br />

tensas y reveladoras de toda la historia del cine: En ellas está Charlot, el va-<br />

gabundo, en la acera de la calle; y la florista, curada de su ceguera, al otro<br />

lado del cristal; la flor y la moneda; la mano de ella en la mano de él; las mi-<br />

radas que se encuentran por vez primera... Y de pronto, el reconocimiento:<br />

ese vértigo que experimentamos en medio de la emoción al percibir el abismo<br />

que se abre entre los dos personajes. En ese instante dejamos de ser espec-<br />

tadores. Charlot pregunta: “¿Puedes ver ahora?”. Y la florista responde: “Sí,<br />

ahora puedo ver”. Palabras que leemos pero que nunca escucharemos salvo,<br />

quizá, dentro de nosotros mismos, en nuestra propia voz. Finalmente, las lá-<br />

grimas de ella -¿por qué llora?- y la sonrisa indescifrable de él”.<br />

II. BLANCO Y NEGRO<br />

Luces de la ciudad<br />

¿Por qué cuando pensamos en el Cine de verdad, y nos llegan a la me-<br />

moria algunos de sus fugaces destellos, los vemos en blanco y negro incluso de<br />

películas que han sido vistas en color? ¿Será que el color hace el día en la pan-<br />

talla y lo que uno desearía, más bien, es perderse en la cámara oscura como si<br />

Banda Aparte. Revista de cine –Formas de ver nº 9-10, enero<br />

1998, Ediciones de la mirada, Valencia y en El País.<br />

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se entrara en la noche? ¿Será que nuestra infancia -a los que vivimos de aquél<br />

abundante milagro cinematográfico- se nos pintó indeleblemente en blanco y<br />

negro? ¿Qué pasa, por qué la alquimia de la memoria -o la de la ensoñación-<br />

tiende a restituir ese estado primordial fantasmal, esa carencia primigenia? ¿Por<br />

qué se destiñe la vida para sentirla mejor? ¿Por qué las simas del miedo -lo<br />

más hondo de los humanos- también se abren en blanco y negro? Pasa algo pa-<br />

recido con los sueños que, aunque en el momento del despertar aún sintamos<br />

desplegado su luminoso arcoiris, en cuanto el pensar mismo los roza -en cuanto<br />

abrimos los ojos- se decoloran para contarse mejor. Hay una curiosa química<br />

del sueño en la que los materiales coloreados saltan sin sentido ni sucesividad,<br />

aparecen sueltos, luminosos, encendidos al aire y sin tiempo, arrítmicos como<br />

la caprichosa lava de un volcán. Y toda esa fuerza inconsciente -o más bien<br />

subconsciente es recogida todavía bullente en el ensueño previo al despertar en<br />

el que ya aparece la mecánica de la sucesividad, la ordenación en el tiempo:<br />

aparece ya esa forma sucesiva y rítmica a la que llamamos “vida” como un<br />

cuento que cuenta el sueño perdido. Y esa operación en duermevela -en mínima<br />

realidad- (que se da generalmente en blanco y negro) ese flujo fantasmático,<br />

todavía naciente del sueño, tiene algo que ver con el cinematógrafo cuya más<br />

honda trama sería por un lado visual (visionaria) pero tocada ya por el pensa-<br />

miento, un pensamiento vivo no congelado aún en conceptos sino resuelto en<br />

figuraciones nimbadas de sueño y deseo. Pensar la vida en ese trance de sa-<br />

lida del ensueño cuando todavía el ver arrastra toda esa carga inconsciente,<br />

donde el pensar no está desprendido del ver (no en el sentido habitual en que<br />

se dice que “se piensa con imágenes”, sino a la inversa: es el ver propiamente<br />

el que piensa). Un pensar con los ojos: un ver razonante que discurre sobre una<br />

lógica rítmica (¡tan importante en el cinematógrafo!) -un ver activo que no se-<br />

para todavía vida de pensamiento, y donde se alimenta lo uno de lo otro.<br />

Ese resquicio fugaz, esa fisura privilegiada nos deja entrever algo que se<br />

siente como verdadero esencialmente porque no es de este mundo, porque no<br />

es realidad todavía.<br />

Al no estar aún separado el sujeto que ve (espectador) no hay, pues,<br />

propiamente “sujeto”. Son los ojos por fin los que ven clara y despiadada-<br />

mente; la mirada -al mismo tiempo instrumento y destino ve y se ve: una<br />

“mirada sin dueño”. Esa aurora del ver es alba del pensar, revive un hechizo<br />

lejano, aquel prendimiento de la mirada indómita del niño. Esa sería la acción<br />

práctica des-veladora del cinematógrafo.<br />

Esa práctica subconsciente del arte,- el arte como subcons-<br />

ciencia-, exigiría una insumisión radical que alcanzaría notable-<br />

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<strong>La</strong> mujer pirata<br />

mente y en primer lugar a la técnica: al procedimiento tecnológico. Los me-<br />

dios y los fines en el arte no pueden separarse: si se quiere acceder por ejem-<br />

plo a una posible subrealidad (bien lo sabía el Surrealismo) esa misma<br />

insumisión -ese desvelamiento- debe tocar también a los medios y a los re-<br />

cursos tecnológicos. <strong>La</strong> docilidad hacia la Realidad tal como se nos aparece y<br />

la obediencia hacia el aparataje que más fielmente faculte su reproducción no<br />

son desde luego vías para el desvelamiento de la falsedad de la Realidad, sino<br />

más bien para la continua reproducción más o menos espectacular (o sea vis-<br />

tosa, simplemente vistosa) de la misma; o sea sirve sumisamente al perfec-<br />

cionamiento de la Realidad, es decir al perfeccionamiento de la mentira.<br />

Y entonces -volviendo al obligado elemento del color en el cinematógrafo<br />

-¿no sería que una de las armas más activas del Cine para hablar de la Rea-<br />

lidad y, al mismo tiempo desactivarla, denunciarla, desvelarla -uno de sus<br />

modos más eficaces de insumisión- se lo debería precisamente a esa imper-<br />

fección química y técnica- a ese discurrir nebuloso sobre, o más bien por de-<br />

bajo de la Realidad, como una escritura cinética subreal en tinta negra y<br />

página blanca? ¿Será por eso que las grandes películas inolvidables son en<br />

blanco y negro y que, además, curiosamente -el recuerdo de repentina me-<br />

moria- nos devuelve al blanco y negro incluso aquellas que realizadas en color<br />

también acertaron a decir algo descubridor contra la Realidad?<br />

Porque ¿no será que siendo el Cine un arte de la Realidad su<br />

primera acción como arte sería el desnudamiento de esa Reali-<br />

dad: volverse contra su sustancia misma en una operación cuasi<br />

metafísica, mirar primero hacia adentro para ver lo de afuera? Y,<br />

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El río<br />

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desde luego ¿cómo se puede pretender hablar “objetivamente” de la Realidad<br />

si el instrumento de visión del que nos valemos -el cinematógrafo- pretende<br />

ya en su procedimiento ser lo más idéntico posible a esa Realidad que quiere<br />

ver, ser él mismo ya antes Realidad?<br />

Es, quizá, precisamente ese distanciamiento -que facultaba el blanco y<br />

negro- (y antes todavía la artificiosidad mecánica de la imagen saltarina) el<br />

que propiciaba la posibilidad de actuar: el cine no era sólo ver sino que era<br />

acción: operación; demolición de la Realidad empezando por la disolución<br />

del propio espectador que “vivía” aquello no como vivía la vida sino de otra<br />

manera más viva. Porque que la Realidad -tal como la vivimos en el mundo<br />

cotidiano- es ‘ideal‘ no se ve bien a las claras; hay un disimulo de que aque-<br />

llo se puede palpar: la vida, los rostros, los cuerpos son ‘materia‘ (como dicen<br />

los físicos) carne, sangre, etc...; y es precisamente ese aura fantasmal del<br />

cine antiguo (envolviendo a esa “materia”) la que de golpe y porrazo deja ver<br />

la ‘idealidad‘ de la Realidad. Es, pues, el efecto de idealidad del cinematógrafo<br />

blanquinegro (por azares de una tecnología todavía imperfecta) el que le daba<br />

su indómito mirar todavía no sometido a los obligados progresos tecnológicos.<br />

Es ese efecto de idealidad, sobre la propia Realidad de la que trata, lo que le<br />

hacía inteligente y descubridor y sobre todo afín con los humanos: porque eso<br />

de “vivir” quizá nos esté vedado y sólo hay asomos de ello en los sueños y en<br />

el cinematógrafo.<br />

Volvamos de nuevo al blanco y negro -a los grises del cinematógrafo- a<br />

ese efecto de idealidad de la Realidad: a su aura fantasmal. Volver a esa forma<br />

blanquinegra de insumisión que, precisamente, al operar por sublimación de<br />

la Realidad acertaba de vez en cuando a hacer arte.<br />

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XII. UN ESPACIO NACIDO DEL TIEMPO.<br />

PROUST Y LO PROUSTIANO EN EL CINE*<br />

Le Temps retrouvé<br />

A Jean-François Tarnowski<br />

(1948- 2005), In memoriam.<br />

EL TIMBRE, EL SOLLOZO.<br />

No es necesario tener un cono-<br />

cimiento profundo de la obra de<br />

Proust para intuir algunas de sus ca-<br />

racterísticas esenciales. Perderse en<br />

las páginas de los siete volúmenes de<br />

En busca del tiempo perdido es una<br />

de las tareas más gozosas y fructíferas que puede emprender cualquier lec-<br />

tor, aún sin tener plena conciencia de encontrarse ante uno de los monumen-<br />

tos imperecederos de la literatura del siglo XX. No hace falta, sin embargo,<br />

extraviarse mucho en este jardín para gratificarse con la primera de sus deli-<br />

cias. En “Combray”, capítulo inicial de Por el camino de Swann, libro con el<br />

que se inicia el ciclo novelesco, el narrador degusta un trocito de magdalena<br />

embebido en el té que su madre le ha preparado cierto día de invierno pari-<br />

sino. El sabor combinado del bizcocho y la infusión evocan en él de inmediato<br />

* El presente texto se trata de una ponencia del Proyecto de Investigación<br />

titulado “Diseño de una base de datos sobre patrimonio cinematográfico<br />

en soporte hipermedia. Catalogación de recursos<br />

expresivos y narrativos en el discurso fílmico”, con código 04I355.01/1,<br />

cuyo desarrollo fué previsto para el periodo 2005-2007, siendo investigador<br />

principal el profesor Dr. Javier Marzal Felici, Profesor Titular de<br />

Comunicación Audiovisual y Publicidad en la Universitat Jaume I de<br />

Castellón, director del Grupo de Investigación “I.T.A.C.A. UJI –Investigación<br />

en Tecnologías Aplicadas a la Comunicación Audiovisual de la<br />

Universitat Jaume I-”, con código 160. Se publicó en Metodologías de<br />

análisis del film, Javier Marzal Felici/Francisco Javier Gómez Tarín<br />

(editores), Edipo SA, Madrid, 2007.<br />

Agradecemos a Juan Miguel Compnay Ramón (autor del texto)<br />

y a Francisco Javier Gómez Tarín (editor), la autorización para su<br />

reproducción en <strong>Shangri</strong>-<strong>La</strong>. Derivas y Ficciones Aparte nº 11,<br />

enero-abril, 2010.<br />

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Juan Miguel Company Ramón<br />

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CARPETA EL LENGUAJE DE LA MEMORIA<br />

las mañanas de domingo de su infancia en la mansión veraniega de Combray,<br />

cuando su tía Léonie le ofrecía similar refrigerio en su habitación al levantarse<br />

de la cama. <strong>La</strong> reminiscencia, desde el placer gustativo, del pueblo donde pa-<br />

saba las vacaciones estivales es la primera aparición en la obra de esa me-<br />

moria involuntaria que puede evocar, por el mismo hecho de serlo, el pasado<br />

en toda su prístina intensidad:<br />

...todas las flores de nuestro jardín y la del parque del señor<br />

Swann y las ninfeas del Vivonne y las buenas gentes del pueblo<br />

y sus viviendas chiquitas y la iglesia y Combray entero y sus al-<br />

rededores, todo eso, pueblo y jardines, que va tomando forma y<br />

consistencia, sale de mi taza de té (1).<br />

Captar la pervivencia del recuerdo a través del tiempo transcurrido es,<br />

sin duda, una clave esencial de lo proustiano, al menos en primera instancia.<br />

Y que esa alquimia del recuerdo se forje en un objeto- la taza de té- nos pro-<br />

porciona el modelo reducido de su representación textual en todo el ciclo. No<br />

resulta, pues, extraño que uno de los films más proustianos de la historia del<br />

cine- Érase una vez en América (“Once Upon a Time in America”.Sergio Leone,<br />

1983)- cifre la evocación del pasado por parte de su protagonista en un telé-<br />

fono que suena una y otra vez: Noodles (Robert de Niro), tras delatar a sus<br />

compañeros de fechorías, se refugia en un fumadero de opio y, mientras se<br />

sumerge en el ensueño provocado por la droga, el timbre del teléfono re-<br />

suena, insistente, en su cabeza. Este sonido acusmático- en tanto se escucha<br />

sin que sepamos su procedencia (2) -el espectador lo oye acompañando la<br />

exposición de los cadáveres de la banda de gangsters en la calle y la fiesta que<br />

celebra el fin de la Ley Seca en Estados Unidos(1933), hasta llegar al mo-<br />

mento en que Noodles descuelga el auricular en la privacidad de un despacho<br />

contiguo al lugar del jolgorio, marca un número y, al otro lado de la línea, el<br />

Sargento Halloran le responde: el timbre suena, por fin, en las dependencias<br />

policiales, pero su eco mnémico vuelve a atormentar la conciencia culpable de<br />

Noodles que despierta, momentáneamente, del sueño opiáceo.<br />

Podríamos apreciar, en ese remontarse del efecto a la causa, una pervi-<br />

vencia de las leyes regidoras del montaje clásico. Pero, en este caso, el re-<br />

1. Por el camino de Swann, p. 64. Madrid, Alianza Editorial,<br />

1966. Traducción de Pedro Salinas.<br />

2. Vid., al respecto el libro de Michel Chion <strong>La</strong> voix au cinéma,<br />

especialmente pp.25-33. París, Cahiers du Cinéma/ Éditions de<br />

l´Etoile, 1982.<br />

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CARPETA EL LENGUAJE DE LA MEMORIA<br />

sultado final obtenido no se halla del todo en función de aquello para lo que<br />

dicho montaje sirve: el avance de la acción. Leone es consciente del aparente<br />

estatismo del film, que es el del tiempo mismo:<br />

Todo se ha detenido en el fumadero de opio. Y todo parte tam-<br />

bién de allí (3).<br />

Érase una vez en América<br />

El sueño de Noodles es el de la película en su totalidad, el de los fantas-<br />

mas del cine y el gran mito del American Dream (4). <strong>La</strong> insistente pulsación<br />

del recuerdo en la conciencia del narrador proustiano también provoca una<br />

cierta congelación del devenir temporal: el padre terrible, con su camisón de<br />

dormir y el pañuelo de cachemira en la cabeza, semeja la figura de Abraham<br />

en un grabado de Benozzo Gozzoli.Un momento antes de su aparición- que,<br />

supuestamente, va a sancionar la sentimental niñería del hijo que desea re-<br />

cibir el beso de buenas noches de su madre- Proust introduce la primera aco-<br />

tación temporal del relato, mediante la cual el lector cobra conciencia de lo que<br />

éste tiene de evocación del pasado:<br />

...Ya hace muchos años de esto. <strong>La</strong> pared de la escalera por<br />

donde yo vi ascender el reflejo de la bujía, ha largo tiempo que<br />

ya no existe. En mí también se han deshecho muchas cosas que<br />

yo creí que durarían siempre, y se han alzado otras nuevas, pre-<br />

ñadas de penas y alegrías nuevas que entonces no sabía prever,<br />

lo mismo que hoy me son difíciles de comprender muchas de las<br />

antiguas. Hace mucho tiempo también que mi padre ya no puede<br />

decir a mamá: “vete con el niño”. Para mí nunca volverán a ser<br />

3. Noël Simsolo: Conversations avec Sergio Leone, p. 194. París,<br />

Éditions Stock, 1987. <strong>La</strong> traducción es mía.<br />

4. Id., p. 192.<br />

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CARPETA EL LENGUAJE DE LA MEMORIA<br />

posibles horas semejantes. Pero desde hace poco otra vez em-<br />

piezo a percibir, si escucho atentamente, los sollozos de aquella<br />

noche, los sollozos que tuve valor para contener en presencia de<br />

mi padre, y que estallaron cuando me vi a solas con mamá. En<br />

realidad, esos sollozos no cesaron nunca; y porque la vida va ca-<br />

llándose cada vez más en torno mío, es por lo que los vuelvo a<br />

oír, como esas campanillas de los conventos tan bien veladas du-<br />

rante el día por el rumor de la ciudad, que parece que se para-<br />

ron, pero que tornan a tañer en el silencio de la noche (5).<br />

Al igual que los sollozos del narrador, el timbre del teléfono nunca ha de-<br />

jado de sonar para Noodles.<br />

ESPACIOS DE LA MEMORIA<br />

“El tiempo es el protagonista del film y el tiempo siempre tiene razón”, ha<br />

dicho Leone (6). Noodles escapa de la ciudad tras haber delatado a sus com-<br />

pañeros y en la estación de autobuses de Nueva York adquiere un billete, sólo<br />

de ida, para el primer destino que le sugiera el empleado de la Green Line Bus.<br />

Su mirada (Fot. 1) designa, en contracampo, la entrada a los andenes,<br />

enmarcada por un vistoso cartel de las atracciones de Coney Island (Fot. 2)<br />

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Fotograma 1<br />

Fotograma 1<br />

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CARPETA EL LENGUAJE DE LA MEMORIA<br />

Tras comprar, en el bar de la estación, lo que parece ser un bocadillo para el<br />

viaje, Noodles se encuentra ante la puerta de acceso a los autobuses (Fot. 3), uno de<br />

los cuales le llevará a Buffalo. Los cuarterones de dicha puerta son pulidos espejos<br />

Por corte neto, pasamos a las aguas de uno de ellos (Fot. 4a) mientras<br />

escuchamos una versión de Yesterday en clave de blues.<br />

Un envejecido Noodles ingresa en el espejo (Fot. 4b) y compone su fi-<br />

gura a los acordes de la célebre canción de los Beatles.<br />

5. Por el camino de Swann. Ed. cit., pp. 51- 52<br />

6. N. Simsolo: Op. Cit.,p.195.<br />

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Fotograma 3<br />

Fotograma 4a<br />

Fotograma 4b<br />

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CARPETA EL LENGUAJE DE LA MEMORIA<br />

En el interior del mismo plano, Noodles empieza a caminar por el vestí-<br />

bulo de la estación (Fot. 4c). <strong>La</strong> puerta está ahora enmarcada por un mural<br />

Pop de Reginald March donde aparece, en rojo, la Gran Manzana, emblema de<br />

la ciudad, junto a los rascacielos. El mural está rematado en su cima por la pa-<br />

labra “Love”, en caracteres rojos. A la derecha del encuadre aún podemos ver<br />

el bar de la estación, conservado como una estampa retro, tal y como lo había<br />

dejado Noodles treinta y cinco años atrás. El mostrador de la compañía Green<br />

Bus ha sido sustituido por una agencia Hertz, de alquiler de coches. <strong>La</strong> cámara<br />

panoramiza hacia la derecha para mostrarnos una foto, en blanco y negro,<br />

del antiguo Nueva York (Fot. 4d). Sobre dicha foto empieza a superponerse,<br />

mediante un fundido encadenado, el mismo paisaje urbano, en color, de la<br />

ciudad en 1968<br />

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Fotograma 4c<br />

Fotograma 4d<br />

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CARPETA EL LENGUAJE DE LA MEMORIA<br />

hasta que lo vemos con total nitidez (Fot .5)<br />

Estas imágenes transmiten una cierta evocación del pasado, reflexio-<br />

nada, vivida, sedimentada a través del punto de vista del personaje (“Ya hace<br />

muchos años de esto”) y la espacialización de su propia memoria (mutacio-<br />

nes y permanencias en el vestíbulo de la estación) tomando como charnela y<br />

punto de articulación el objeto que mejor puede representar los estragos del<br />

tiempo: un espejo que es, también, puerta entre el pasado y el presente.<br />

Cuando Fat Moe ( <strong>La</strong>rry Rapp) le pregunte a Noodles qué ha estado haciendo<br />

durante estos largos años de ausencia, éste le responderá con la frase más<br />

proustiana de todo el film, justo la que abre el ciclo de la Recherche: “Acos-<br />

tarme temprano” (7).<br />

Recobrar el tiempo perdido es, para Proust, evocarlo a través de la al-<br />

quimia del recuerdo e intentar aprehenderlo mediante una escritura decantada<br />

en obra de arte. <strong>La</strong> historia de la Recherche es la de una vocación literaria y<br />

puede expresarse, como dice Genette, en una sola frase: “Marcel se convierte<br />

en escritor”. Esa “segunda vez” de la memoria involuntaria ha sido admira-<br />

blemente precisada por Fredric Jameson:<br />

Considero que el gran tema de Proust no es el recuerdo sino<br />

nuestra incapacidad de experimentar las cosas “por primera<br />

vez”; la posibilidad de auténtica experiencia (Erfahrung) sólo<br />

cuando se nos presenta por segunda vez (escribiendo más que<br />

7. Pendant longtemps, je me suis couché de bonne heure. Pedro Salinas<br />

traduce: “Mucho tiempo he estado acostándome temprano”. <strong>La</strong><br />

versión de Mauro Armiño (Madrid, Valdemar, 2000) es más fiel<br />

a la estructura sintáctica del original francés (respetando, incluso,<br />

la coma que segmenta la oración en dos partes) pero<br />

elude la palabra tiempo, presente en el adverbio longtemps, tan<br />

decisiva para Proust: “Me he acostado temprano, hace mucho”.<br />

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Fotograma 5<br />

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recordando).Esto significa que, si miramos fijamente nuestra ex-<br />

periencia inmediata (Erlebnis) y de frente, con la voluntad de asi-<br />

milarla de una vez, sin mediación, acabamos perdiéndola; la cosa<br />

real entra, por así decirlo, por el rabillo del ojo, mientras cons-<br />

cientemente estamos atentos a otra cosa (8).<br />

El recuerdo es, pues, un espacio visitable por el sujeto en las epifanías de<br />

la memoria involuntaria. Esta operación, proustiana donde las haya, es la em-<br />

prendida por Charlie Kaufman en el guión, justamente galardonado con un<br />

Oscar, de ¡Olvídate de mí! ( “Eternal Sunshine of the Spotless Mind”. Michel<br />

Gondry, 2004). El film cuenta las penalidades de Joel Barish (Jim Carrey) para<br />

olvidar sus desgracias amorosas con Clementine Kruczynski (Kate Winslet).<br />

Incapaz de realizar el correspondiente duelo sobre el objeto perdido, inherente<br />

a estas agonías, Barish se pone en manos de una empresa (<strong>La</strong>cuna Inc.)- que<br />

ha efectuado la misma operación con Clementine- al fin de borrar de su cere-<br />

bro todas las huellas de la desdichada historia. Esta deconstrucción de los sen-<br />

timientos y las emociones es en todo asimilable al borrado de la memoria de<br />

un ordenador; el problema, el conflicto básico de la historia, es que la memo-<br />

ria del ser humano no es un disco duro. Su carga informativa se expresa co-<br />

municacionalmente y pasa por el sujeto. Que ese sujeto se encuentra escindido<br />

por la herida del deseo es algo sabido desde la reflexión freudiana; el discurso<br />

lacaniano no ha hecho sino ponerlo aún más en evidencia. Con el borrado de<br />

huellas emocionales mediante escaneo cerebral, también pueden irse los bue-<br />

nos recuerdos, esos que querríamos guardar para evocarlos al final de nues-<br />

tra existencia. <strong>La</strong> película muestra la acción procesual misma de la máquina<br />

ubicando al espectador, literalmente, en el cerebro de Barish, donde dichas<br />

huellas aparecen por segunda vez- esa segunda vez proustiana, donde se toma<br />

conciencia de la experiencia vivida- como déjà vu, marcadas por el sello inde-<br />

leble de una inmediata extinción. Así, el primer encuentro amoroso de la pa-<br />

reja en una casa vacía, en la playa, va acompañado por su drástica<br />

deconstrucción. El efecto de borramiento practicado por el aparato hace que la<br />

casa se caiga a pedazos y el mar la invada: el momento de máxima plenitud<br />

trae consigo el corrompido aroma de su caducidad temporal. Joel y Clementine<br />

quieren olvidarse el uno al otro, pero no pueden. El patetismo de la vida<br />

misma, de los amores devastados por el tiempo y la costumbre, está precisa-<br />

mente en esa imposibilidad de separación forclusiva de recuerdos, del olvido<br />

“automático”, prescindiendo de todo trabajo de duelo. ¡Olvídate de mí! es- y<br />

8. Fredric Jameson: <strong>La</strong> estética geopolítica.Cine y espacio en el<br />

sistema mundial, p.54. Barcelona, Paidós, 1995. Traducción de<br />

Noemí Sobregués y David Cifuentes. Revisión técnica de José<br />

María Ripalda.<br />

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la expresión nunca estaría tan bien empleada- un film memorable, precisa-<br />

mente porque está lleno de instantes imperecederos, resistentes al paso del<br />

tiempo, como esos momentos en los que Joel arrastra a Clementine a la mayor<br />

privacidad de sus recuerdos. <strong>La</strong> memoria está constituida aquí a modo de un<br />

espacio en el cual desplazarse y es en esos rincones apartados del cerebro<br />

donde se halla la patria común de la infancia, con sus inefables descubrimien-<br />

tos del sexo y la masturbación: es allí donde la máquina borradora, represen-<br />

tada por un policial reflector, no puede alcanzar a nuestros héroes porque, tal<br />

como dicen los técnicos de <strong>La</strong>cuna- más parecidos a fontaneros chapuzas que<br />

a impolutos cientúficos de bata blanca-, “se han salido del mapa”.<br />

ESPACIOS CONTIGUOS<br />

¡Ólvidate de mí!<br />

<strong>La</strong> Recherche es una obra unitaria en su concepción y escritura y Proust<br />

tenía plena conciencia de ello en la carta que escribe a Paul Souday (1919) :<br />

El último capítulo del último volumen se escribió en seguida tras el primer<br />

capítulo del primer volumen.Todo lo de en medio se escribió luego (9).<br />

Cuando el cineasta chileno Raúl Ruiz se plantea la versión cinematográ-<br />

fica de Le Temps retrouvé no habla de adaptación ni de lectura, sino de adop-<br />

ción (10), una palabra muy justa para designar el profundo amor y<br />

conocimiento del texto proustiano que el film manifiesta. Ruiz parte de una<br />

9. Cito por la traducción de Martín de Riquer y José María Valverde<br />

en Historia de la Literatura Universal, vol.8, p.500.Barcelona,<br />

Planeta, 1986.<br />

10. Stéphane Bouquet/ Emmanuel Burdeau: “Dans le laboratoire<br />

de <strong>La</strong> Recherche.Entretien avec Raoul Ruiz”. Cahiers du Cinéma,<br />

nº 535, p.52. París, mayo 1999. <strong>La</strong> traducción es mía.<br />

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paradoja: a Proust no le gusta el cine- el cine de su época y que pudo ver en<br />

torno a los años de la Primera Guerra Mundial ya que, entre 1920 y 1922,<br />

fecha de su muerte, prácticamente no salió de casa, encerrado en la febril es-<br />

critura de su obra- y, sin embargo, utiliza procedimientos asimilables al cine.<br />

No es necesario buscar mucho en el bosque de la Recherche para dar con al-<br />

guna muestra de su disgusto ante el medio fílmico:<br />

...Algunos pretendían que la novela fuera una especie de desfile<br />

cinematográfico de las cosas. Esto era absurdo. Nada más lejos<br />

de lo que hemos percibido en realidad que semejante vista cine-<br />

matográfica (11).<br />

<strong>La</strong> primera muestra de fidelidad al texto que la película manifiesta tiene<br />

que ver con la puesta en escena de su trabajo mismo de escritura: la noche<br />

antes de su muerte, Proust dicta a Céleste Albaret, su ama de llaves, un frag-<br />

mento sobre la muerte de Bergotte en <strong>La</strong> prisionera cuya problemática ubi-<br />

cación en la novela provocó que fuera excluido en el texto fijado por Jean-Yves<br />

Tadié para su canónica (y monumental) edición en cuatro volúmenes de <strong>La</strong><br />

Pléiade (1987-89). En su lecho de agonizante, revisa viejas fotografías me-<br />

diante las cuales el espectador asigna rostros a los personajes de la obra<br />

(Odette, Gilberte, Saint-Loup, Cottard...). Acto seguido, el escritor entra en<br />

una suerte de ensoñación donde los recuerdos se entremezclan y superpo-<br />

nen.Cobra aquí todo su sentido la afirmación de Ruiz:<br />

...Proust no es verdaderamente visual, pero utiliza procedimien-<br />

tos cinematográficos...Hace constantemente fundidos encadena-<br />

dos.Mezcla imágenes (12).<br />

<strong>La</strong> verdadera fidelidad al texto de origen en una adaptación cinemato-<br />

gráfica del mismo proviene no de su mayor o menor sometimiento a los as-<br />

pectos temáticos de la historia, sino de la perspicacia del realizador a la hora<br />

de reinscribir en imágenes y sonidos aquellos aspectos compositivos que éste<br />

tiene en común con la puesta en escena cinematográfica. Un buen entendi-<br />

miento de la problemática del punto de vista y la pertinencia del plano sim-<br />

bólico de la narración (con sus modalizaciones de tiempo, modo y voz) y de<br />

cómo éste regula la información que se transmite al lector, serían los que<br />

mejor podrían transmitirnos las emociones de la escritura literaria. En Le<br />

<strong>11.</strong> El Tiempo recobrado, p.230. Madrid, Alianza Editorial, 2004.<br />

Traducción de Consuelo Berges.<br />

12. Entrevista citada, p.47.<br />

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Le Temps retrouvé<br />

Temps retrouvé, la acción novelesca está reducida al mínimo y son estos as-<br />

pectos compositivos los que aparecen, por así decirlo, en primer plano.<br />

<strong>La</strong> recepción en el Hotel de Guermantes que cierra El Tiempo recobrado<br />

fue bautizada por el autor, en su primera redacción, como un Bal de têtes. In-<br />

sistiendo en su carácter de danza macabra, Paul Ricoeur habla de un dîner de<br />

têtes de morts, literalmente una “cena de calaveras”. Georges Poulet en L´ es-<br />

pace proustien (Gallimard, 1963) dice que, en el cierre de la Recherche, la fu-<br />

sión en el tiempo es, también, fusión en el espacio: los dos caminos del<br />

transcurrir existencial del narrador, el de Méséglise (Swann, Gilberte) y el de<br />

Guermantes, con todo lo que este último tiene de brillo aristocrático, son uno<br />

solo y así se le manifiesta en una soirée donde las alianzas matrimoniales de<br />

postguerra han hecho que la sangre azul de la nobleza sólo irrigue los cuerpos<br />

de una suerte de empolvados muñecos en la víspera de su propia extinción:<br />

Muñecos, sí, pero muñecos que, para identificarlos con lo que ha-<br />

bíamos conocido, había que leer en varios planos a la vez, situa-<br />

dos detrás de ellos y que les daban profundidad y obligaban a un<br />

trabajo mental ante aquellos viejos fantoches, pues había que mi-<br />

rarlos, al mismo tiempo que con los ojos, con la memoria. Muñe-<br />

cos inmersos en los colores inmateriales de los años, muñecos que<br />

exteriorizaban el Tiempo, el Tiempo que habitualmente no es vi-<br />

sible y que, para serlo, busca cuerpos y allí donde los encuentra,<br />

los captura para proyectar en ellos su linterna mágica... (13).<br />

<strong>La</strong> linterna mágica constituye una de las múltiples imágenes ópticas de<br />

la Recherche, junto con el caleidoscopio,el telescopìo, el micros-<br />

copio, las lupas...Toda una dióptrica prostiana que, según Roger<br />

13. El Tiempo recobrado,p. 278<br />

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Shattuck, califica la Recherche como una stereo-optics of Time (14). Ruiz in-<br />

terpreta literalmente el sentido de la frase de Proust, haciendo que, sobre los<br />

cuerpos de los invitados a la fiesta de los Guermantes, el niño Marcel pro-<br />

yecte las vistas de la leyenda de Genoveva de Brabante que tanto le habían<br />

fascinado en su habitación de Combray.El realizador es fiel así al protocolo de<br />

escritura proustiano que unía el principio y el fin de su obra, el mundo de<br />

Combray y el de los salones, los dos grades espacios simbólicos (Méséglise/<br />

Guermantes) que definen la trayectoria- el aprendizaje- del narrador. Odette<br />

y los demás contertulios observan, en el umbral de la puerta que separa<br />

ambas habitaciones (Fot. 6)<br />

al niño Marcel, en el contracampo, empuñando su linterna (Fot. 7)<br />

14. El libro de Roger Shattuck Proust´s binoculars; a study of memory,<br />

time and recognition in “A la recherche du temps perdu” (New<br />

York, Random House, 1963) es elogiosamente citado por Paul Ricoeur<br />

en el segundo volumen de Temps et récit (París, Seuil, coll.<br />

Points, 1984).<br />

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Fotograma 6<br />

Fotograma 7<br />

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Cuando volvamos al grupo de Odette y los Verdurin, ya los vemos con-<br />

vertidos en figuras de escayola (Fot. 8)<br />

y sobre esos muñecos se proyectan las coloridas imágenes del cuento de<br />

Genoveva de Brabante (Fot. 9).<br />

LA QUIETUD DEL TIEMPO<br />

Raúl Ruiz distingue en Proust relato (récit) y cuadro (tableau). Frente al<br />

aspecto relato, que es la secuencia de acontecimientos, Proust introduce cua-<br />

dros donde todo es estático y todas las peripecias se inmovilizan, pudiendo<br />

desplazarse en el interior de los cuadros, moverse en el interior de las imá-<br />

genes fijas (15). El sentido último de tales cuadros es practicar<br />

una detención temporal. Dice Ricoeur:<br />

15. Entr. cit., p.50.<br />

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Fotograma 8<br />

Fotograma 9<br />

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Lo que parece mantener esta especulación a distancia del relato es<br />

que el tiempo que saca a la luz no es, ante todo, el tiempo reco-<br />

brado en el sentido de tiempo perdido recobrado, sino la suspensión<br />

misma del tiempo: la eternidad o, para hablar como el narrador, “el<br />

ser extra-temporal”...Es, ciertamente, sub specie aeternitatis como<br />

la memoria involuntaria opera su milagro en el tiempo y como la in-<br />

teligencia puede contemplar, bajo una misma mirada, la distancia<br />

de lo heterogéneo y la simultaneidad de lo análogo (16).<br />

El primero de los tres momentos epifánicos por lo que va a pasar el na-<br />

rrador en el Hotel de Guermantes es un traspiés en una baldosa oscilante del<br />

patio que evoca en él las sensaciones experimentadas, cuando niño, en el<br />

baptisterio de la iglesia de San Marcos en Venecia. <strong>La</strong> unión, por corte neto,<br />

de dos planos en travelling sobre los pies del narrador, nos muestra el trope-<br />

zón y cómo éste se queda congelado en él, al igual que un simple muñeco<br />

(Fot. 10), mientras todo el decorado de la escena gira en torno suyo.<br />

<strong>La</strong> “fetichización irónica”del momento (en expresión de Stéphane Bou-<br />

quet) (17) queda aún más subrayada por el hecho de ser contemplada por un<br />

pequeño espectador, delegado de nuestra propia visión y que, nada casual-<br />

mente, es el narrador niño en el escenario veneciano (Fot. 11).<br />

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Fotograma 10<br />

Fotograma 11<br />

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Para enfatizar aún más que nos encontramos ante un teatro de la me-<br />

moria, Ruiz ubica al actor delante de una transparencia de proyección frontal-<br />

un decorado evidenciado como tal- del interior de San Marcos (Fot. 12):<br />

...un azur profundo me embriagaba los ojos, unas impresiones de<br />

frescor, de luz deslumbradora, giraban junto a mí y, en mi deseo<br />

de apreciarlas, sin atreverme a moverme, como cuando sabore-<br />

aba la magdalena intentando captar de nuevo lo que me recor-<br />

daba, seguí titubeando, a riesgo de hacer reír a la innumerable<br />

multitud de los wattmen, como hacía un momento, un pie sobre<br />

la losa más alta, otro sobre la losa más baja (18).<br />

<strong>La</strong> segunda iluminación íntima del narrador va a tener lugar, al igual<br />

que la tercera, en la biblioteca del Hotel de Guermantes, mientras espera a que ter-<br />

mine de ejecutarse una pieza musical para acceder al salón. El ruido de una cuchara<br />

chocando contra un plato del original literario es sustituido, en la película, por el<br />

tintineo de la cucharilla agitándose en la taza de té presta a ser saboreada por el<br />

narrador. El contraste está muy deliberadamente buscado entre el largo plano-se-<br />

cuencia que sigue a Marcel tratando de hallar acomodo en las butacas y sofás de la<br />

biblioteca y el montaje, por corte neto, de su rostro y la rueda del tren golpeada por<br />

el martillo del ferroviario. <strong>La</strong> unión de ambas imágenes se hace por raccord sonoro:<br />

el ruido del martillo es, antes que sepamos su procedencia real, un sonido acus-<br />

mático- como el timbre del teléfono para Noodles- en la cabeza del narrador:<br />

16. Paul Ricoeur: Temps et récit, vol.2. Edición citada, p.271.<strong>La</strong><br />

traducción es mía.<br />

17. Stéphane Bouquet: “Tous en scène. À propos du Temps retrouvé<br />

de Raoul Ruiz”. Cahiers du Cinéma, nº 535, p. 44.<br />

18. El Tiempo recobrado, p. 212.<br />

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Fotograma 12<br />

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Un criado en su infructuoso esfuerzo por no hacer ruido, acababa<br />

de hacer chocar una cuchara contra un plato. Me invadió la<br />

misma clase de felicidad que me habían dado las losas desigua-<br />

les; las sensaciones eran todavía muy calurosas, pero muy dife-<br />

rentes: mezcla de un olor a humo, neutralizado por el fresco olor<br />

de un marco forestal, y reconocí que lo que me parecía tan agra-<br />

dable era la misma fila de árboles que tan aburrida me pareció<br />

de observar y de describir, y ante la cual, destapando la botella<br />

de cerveza que tenía en el vagón, acababa de creer por un mo-<br />

mento, en una especie de mareo, que me encontraba: hasta tal<br />

punto el ruido idéntico de la cuchara contra el plato me dio, antes<br />

de volver en mí, la ilusión del ruido del martillo de un empleado<br />

que estaba arreglando algo en una rueda del tren mientras es-<br />

tábamos detenidos ante aquel bosquecillo... (19).<br />

<strong>La</strong> tercera y última sinestesia parte de una sensación táctil: la servilleta,<br />

almidonada en exceso, con la que el narrador se enjuga los labios en la bi-<br />

blioteca evoca la toalla con la que, adolescente, se secaba el rostro ante el bal-<br />

cón del Hotel de Balbec. A un plano medio del narrador, con la servilleta en la<br />

boca y ruido acusmático de oleaje (Fot. 13),<br />

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Fotograma 13<br />

Fotograma 14<br />

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CARPETA EL LENGUAJE DE LA MEMORIA<br />

se sucede otro similar de él mismo adolescente, de espaldas a la ventana del<br />

Hotel de Balbec (Fot. 14)<br />

A un primerísimo primer plano de su rostro, con una corta panorámica<br />

de los labios a los ojos (Fot. 15)<br />

adviene otro del narrador en la biblioteca, aún con la servilleta en la boca (Fot. 16).<br />

...pasó ante mis ojos una nueva visión de azur; pero era un azur<br />

puro y salino, y se infló en unos senos azulencos; la impresión<br />

fue tan fuerte que el momento que viví me pareció el momento<br />

actual; más alelado que el día en que me preguntaba si de ver-<br />

dad me iba a recibir la princesa de Guermantes o si se iba a hun-<br />

dir todo, creía que el criado acababa de abrir la ventana a la<br />

playa y que todo me invitaba a bajar a pasearme por el malecón<br />

en la marea alta... (20)<br />

19. Id., p.213.<br />

20. Id., p.214.<br />

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Fotograma 15<br />

Fotograma 16<br />

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POESÍA Y VERDAD<br />

Proust siempre reconoció la gran deuda que su obra había adquirido con<br />

los grandes memorialistas franceses como Saint-Simon o Chateaubriand y eso<br />

es cierto si nos detenemos a considerar la amplitud de una reflexión tempo-<br />

ral que da cuenta de las transformaciones habidas en el París de la Belle Épo-<br />

que, antes y después del estallido de la Gran Guerra. Pero, sin duda, la<br />

entraña poética de su estilo debemos encontrarla en Baudelaire y, más con-<br />

cretamente, en el famoso soneto de las correspondencias en <strong>La</strong>s flores del<br />

mal, con su dominio de las sinestesias que expresan una sensación mediante<br />

las cualidades de otra – “Perfumes frescos como carnes de niños...suaves<br />

como óboes...verdes como praderas”- y que, como hemos visto, en Proust se<br />

aplican al devenir temporal. Para el escritor, gozar de la esencia de las cosas<br />

es encontrarse fuera del tiempo y el universo de las sensaciones comunes al<br />

presente y al pasado nunca pudo ser degustado en el pasado porque la ima-<br />

ginación sólo se aplica a lo que está ausente. Redimir el registro cotidiano de<br />

la realidad supone, ni más ni menos, una resurrección del verdadero yo: la ex-<br />

periencia de una sublime eternidad, situada fuera del tiempo. <strong>La</strong> fruición del<br />

momento presente que quisiera detenerse, embebido en su propia hermo-<br />

sura, la hemos visto en algunos momentos privilegiados de ciertas películas:<br />

Marie saboreando las fresas- inmortales como el deseo mismo; efímeras como<br />

la juventud- en Juegos de verano (“Sommarlek”.Ingmar Bergman, 1950). Esa<br />

pura esencia del recuerdo, encerrado en un recipiente, es la que debe ser res-<br />

catada mediante los mecanismos de la memoria involuntaria transmutados<br />

por la acción de la palabra:<br />

...el gesto, el acto más sencillo permanece clausurado como en<br />

mil vasos cerrados cada uno de los cuales estuviera lleno de<br />

cosas de un calor, de un olor, de una temperatura absolutamente<br />

diferentes; sin contar que estos vasos, dispuestos en toda la al-<br />

tura de nuestros años en los que no hemos dejado de cambiar,<br />

aunque sólo sea de sueño y de pensamiento, están situados en<br />

alturas muy diversas y nos dan la sensación de atmósferas muy<br />

variadas (21).<br />

Proust afirma, como conclusión de su razonamiento, que los verdaderos<br />

paraísos son los paraísos que hemos perdido. El arte debe actuar en el re-<br />

gistro de la verdad y la verdad más profunda del sujeto es, sin<br />

21. Id., pp.215-16.<br />

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Samuel Becket, Roland Barthes y André Bazin<br />

duda, la de su propia falta de ser. No deja de llamar la atención, en este punto,<br />

la coincidencia con la reflexión freudiana: el paso de la representación de cosa<br />

(Dingvorstellung) a la representación de palabra (Wortvorstellung), del sis-<br />

tema inconsciente al consciente, se traduce en una catarsis liberadora del su-<br />

jeto, esa felicidad extratemporal de la que habla Proust, capaz de vencer a la<br />

muerte aunque sea ésta la que nos cure del deseo de inmortalidad, como lú-<br />

cidamente acotaba Beckett en su estudio del escritor francés (22).<br />

Si Proust nada tiene que hacer con el modelo de la ficción realista/natu-<br />

ralista y su prosa no puede compararse con la de los Goncourt al estar con-<br />

jugada en otro paradigma estético, tampoco podían decirle gran cosa los<br />

desfiles de imágenes del cine de acción que pudo ver en su época. Muere en<br />

1922 y no llega a gozar de las experiencias fílmicas, por ejemplo, de Eisens-<br />

tein y su teoría del montaje de atracciones con la que, sin duda, su propia<br />

práctica, fragmentaria y expresiva, de la literatura, se hubiera sentido empa-<br />

rentada. En un sentido profundo, la Recherche es, incluso, más cinemato-<br />

gráfica de lo que Raúl Ruiz plantea en la entrevista de Cahiers. Cuando el 23<br />

de febrero de 1980 Roland Barthes comienza a impartir su seminario sobre<br />

Proust y la fotografía en el Collège de France, interrumpido, a los dos días, por<br />

el atropello de una camioneta de lavandería que lo llevaría a la muerte un<br />

mes más tarde, debía sentirse teóricamente muy cerca de lo que André Bazin<br />

había dicho treinta y cinco años antes:<br />

Esas sombras grises o de color sepia, fantasmagóricas, casi ile-<br />

gibles, no son ya los tradicionales retratos de familia, sino la pre-<br />

sencia turbadora de vidas detenidas en su duración, liberadas de<br />

su destino, no por el prestigio del arte, sino en virtud<br />

22. Samuel Beckett: Proust, p. 26. Madrid, Nostromo, 1975. Traducción<br />

de Bienvenido Álvarez.<br />

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de una mecánica impasible; porque la fotografía no crea- como<br />

el arte- la eternidad, sino que embalsama el tiempo; se limita a<br />

sustraerlo a su propia corrupción... En esta perspectiva, el cine<br />

se nos muestra como la realización en el tiempo de la objetividad<br />

fotográfica.El film no se limita a conservarnos el objeto detenido<br />

en un instante como queda fijado en el ámbar el cuerpo intacto<br />

de los insectos de una era remota, sino que libera al arte barroco<br />

de su catalepsia convulsiva. Por vez primera, la imagen de las<br />

cosas es también la de su duración: algo así como la momifica-<br />

ción del cambio (23).<br />

Proust reaccionó en contra de todos los que alabaron Por el camino de<br />

Swann en virtud de sus análisis minuciosos, argumentando que solamente le<br />

preocupaban aquellos fenómenos de los que pudiera deducirse alguna ley ge-<br />

neral: su instrumento literario no era, pues, asimilable a un microscopio bajo<br />

cuya lente poder observar al detalle realidades preexistentes, sino que se ase-<br />

mejaba más bien a un telescopio que hiciera aparecer estrellas invisibles al ojo<br />

desnudo. <strong>La</strong> coincidencia con Freud se hace muy patente en la carta dirigida<br />

a Louis de Robert en julio de 1913 donde señala que lo primordial de su tarea<br />

de escritor es “...hacer aparecer en la conciencia fenómenos inconscientes<br />

que, completamente olvidados, están a veces situados muy lejos en el pa-<br />

sado “. Su edificio novelesco trata de erigir “...toda una teoría de la memoria<br />

y del conocimiento no promulgada directamente en términos lógicos” (24).<br />

Cada lector es, cuando lee, el propio lector de sí mismo (25), escribe<br />

Proust. <strong>La</strong> recepción de la obra literaria produciría los mismos efectos gnose-<br />

ológicos que un cine propiciador de la detención de la mirada del espectador,<br />

diferenciado del apedreamiento visual al que éste es sometido por la actual<br />

mercadería/chatarrería audiovisual globalizada. En Proust y en Raúl Ruiz sub-<br />

yace, en suma, el mismo talante ético. El escritor habría suscrito las palabras<br />

del cineasta:<br />

...En Proust, los momentos de intensidad, o bien están despla-<br />

zados o bien son difusos. Hay una emoción difusa permanente,<br />

que permite hacer planos sin énfasis. Si hay un mal hoy en día<br />

en el cine, procede de lo que yo llamo la ley de la eficacia del<br />

23. André Bazin. ¿Qué es el cine?, p. 19. Madrid, Rialp, 1966.<br />

Traducción de José Luis López Muñoz. <strong>La</strong> cursiva es mía.<br />

24. Marcel Proust: Le Temps retrouvé, nota 3, p.618. París,Gallimard/<br />

Pléiade, 1989. <strong>La</strong> traducción es mía.<br />

25. El tiempo recobrado, p.263.<br />

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Le Temps retrouvé<br />

plano. Hablo de eficacia y no de expresividad, que es una idea<br />

también criticable pero más vasta, más rica. <strong>La</strong> eficacia inter-<br />

viene siempre por relación a una narración, pero si la narración,<br />

como la de Proust, es, de alguna forma, anodina, se goza de una<br />

gran libertad en el momento del rodaje (26).<br />

26. Entrevista citada, p. 47.<br />

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XIII. LA INSCRIPCIÓN DEL FANTASMA:<br />

LA MEMORIA EN LA OBRA DE ANDREI TARKOVSKI<br />

“Ahora no me extenderé; sólo diré que ya no somos víctimas de lo que brilla<br />

incomprensiblemente en la esquina del cronómetro, en la velocidad de la luz”<br />

Agustín Fernández Mayo<br />

1. INTRODUCCIÓN<br />

<strong>La</strong> memoria es (o podría ser de cara a nuestro estudio) un inmenso ge-<br />

nerador de fantasmas. Y tales presencias podrían ser las construcciones na-<br />

rrativas personales y subjetivas de una serie de eventos vividos o soñados en<br />

el pasado del sujeto. Nuestros fantasmas (y eso lo sabemos desde que Ham-<br />

let tuvo que enfrentarse al espectro de su propio padre) siempre tienen una<br />

cierta construcción narrativa en tanto su historia, su relato, llega hasta nos-<br />

otros convertido en un mandato contra el que no podemos hacer nada.<br />

Después de todo, sabemos por experiencia que la memoria es un territo-<br />

rio traicionero en el que el sujeto construye pacientemente su propio recuerdo<br />

de lo vivido. Aquello que pudiéramos considerar con cierto recelo “realidad ob-<br />

jetiva”, simplemente no existe. Y no existe en tanto nosotros, sujetos, no po-<br />

demos dar cuenta de ello sino desde nuestra propia subjetividad, desde las<br />

peculiaridades de nuestra mirada. Esa es la brecha en la que el fantasma se ma-<br />

nifiesta con absoluta violencia: la ruptura entre el universo que nuestra me-<br />

moria construye y ese otro que se empeña en continuar con sus causalidades<br />

(y casualidades) sin atender a nuestras necesidades, ni sobre todo, a nuestros<br />

deseos. Algo de esto sabía el propio Edison cuando soñaba un aparato cine-<br />

matográfico capaz de conseguir que las óperas “pudieran darse en el Metropo-<br />

litan Opera de Nueva York... con artistas y músicos muertos desde hace tiempo”<br />

(cit. en BURCH, 1987, 22).<br />

Algo de esto sabía también André Bazin cuando en su célebre Ontología<br />

de la imagen fotográfica afirmaba:<br />

El cine se nos muestra como la realización en el<br />

tiempo de la objetividad fotográfica. El film no se li-<br />

mita a conservarnos el objeto detenido en un ins-<br />

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Aarón Rodríguez Serrano<br />

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tante como queda fijado en el ámbar el cuerpo intacto de los in-<br />

sectos de una era remota (...) Por vez primera, la imagen de las<br />

cosas es también la de su duración: algo así como la momifica-<br />

ción del cambio (BAZIN, 2001, 29).<br />

Con lo que, de pronto, nos encontramos con uno de los problemas fun-<br />

damentales en la obra de Tarkovski: la relación que la materia fílmica podría<br />

mantener con su propia dimensión temporal. Con ese específico cinemato-<br />

gráfico de narrar y de construir la imagen en relación al tiempo, a su duración.<br />

Ahora bien, nuestra voluntad en este estudio es precisamente la de confron-<br />

tar el problema del tiempo con la de la memoria articulada en ese tiempo, o<br />

lo que es lo mismo, con esos fantasmas que influyen en la conducta de sujeto<br />

que recuerda en su tránsito temporal.<br />

Para ello, realizaremos una propuesta de investigación en tres movi-<br />

mientos. En el primero, de orientación necesariamente teórica, recordaremos<br />

y reflexionaremos sobre la noción del tiempo empírico del film postulado por<br />

Tarkovski y su relación con la memoria del espectador. En el segundo, pro-<br />

pondremos la aplicación de una metodología de análisis textual a varios ele-<br />

mentos de la película Solaris (Solyaris, 1972), por entenderla como una de las<br />

más brillantes aportaciones tarkovskianas a la reflexión sobre los fantasmas<br />

de la memoria. En un tercer y último movimiento, acudiremos a El espejo<br />

(Zerkalo, 1975) para localizar el momento exacto en el que el di-<br />

rector se enfrenta con el gran problema fantasmático de la me-<br />

moria: la escena primigenia freudiana o la ruptura de la fantasía<br />

narcisista del sujeto.<br />

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Andrei Tarkovski<br />

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2. UN PROBLEMA TEÓRICO: SOBRE EL TIEMPO EMPÍRICO DEL FILM<br />

Sin embargo, antes de lanzarnos a la superficie del texto, nos gustaría<br />

detenernos un instante sobre las propias formulaciones teóricas del director,<br />

muy concretamente, sobre su particular descripción del “tiempo empírico”.<br />

Así, cuando Jacques Aumont intentó acotar lo que Tarkovski entendía por<br />

“tiempo empírico”, decidió señalar lo siguiente:<br />

El tiempo perdido, o lo que es lo mismo, el pasado y su rastro en<br />

la memoria (...) “Recuperar” el tiempo durante la proyección ci-<br />

nematográfica equivale a establecer una simultánea relación con<br />

la memoria y con la experiencia del tiempo: con el tiempo pasado<br />

y con el tiempo que pasa (...) [A Tarkovski] le interesa el modo<br />

en que un tiempo, abstracto aunque vivido, el tiempo inscrito en<br />

la película y que remite al tiempo vivido del artista, encuentra e<br />

influye en otro tiempo, el tiempo vivido y eventualmente pen-<br />

sado del espectador (AUMONT, 2004, 37-38).<br />

Lo decíamos al principio mismo del artículo: nada podemos saber de la<br />

“realidad objetiva”, y por lo tanto, nada podemos saber tampoco de un “cine<br />

objetivo”, o de una lectura objetiva (quizá, no atravesada por la memoria per-<br />

sonal) del espectador. Si la existencia del tiempo empírico de Tarkovski re-<br />

sulta ser cierta, entonces toda la experiencia del análisis fílmico o de la crítica<br />

cinematográfica se derrumbaría como un castillo de naipes. O, mejor dicho,<br />

lo haría si el analista se aferrara a una imposible voluntad de aprehender toda<br />

la inmensidad del texto, pronunciar una palabra absolutamente inamovible<br />

(esto es, una verdad objetiva) que no rindiera cuentas a su propia memoria,<br />

a su propia experiencia de lo vivido.<br />

Así pues, sigamos a Tarkovski para proponer otra posibilidad sobre el<br />

análisis fílmico: el ejercicio de lectura a través de las imágenes del film es un<br />

movimiento articulado en dos direcciones: en primer lugar, la de la experien-<br />

cia (del realizador) que subyace en el interior del texto. En segundo lugar, la<br />

experiencia (del propio analista) que acepta su finitud y su subjetividad para<br />

poder pronunciar una palabra (su palabra) condicionado por su propia me-<br />

moria. Esto es, encontrar su propia verdad en el interior del texto.<br />

Hay, ciertamente, una supuesta contradicción entre esta idea y<br />

la propuesta por ciertos análisis de la obra del director ruso que pa-<br />

recían defender un hipotético Tarkovski liberado del simbolismo. Pilar<br />

Carrera, en su reciente estudio sobre la obra del director, afirmaba:<br />

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Andrei Tarkovski Solaris<br />

En todas las películas de Tarkovski, la memoria aparece como un<br />

pacto más o menos inestable entre el hombre y el mundo, nunca<br />

como un mero asunto de recuerdo privado. <strong>La</strong>s imágenes venidas<br />

del pasado asaltan a los personajes que no saben qué hacer con<br />

ellas, no permiten ser recicladas ni por lo patético ni por la ex-<br />

piación. Los personajes observan su propio pasado y ésa es toda<br />

la compenetración que les es dada con sus recuerdos, que llegan<br />

como presencias por completo exteriores, ajenas, de las que no<br />

hay reapropiación posible, asunción (CARRERA, 2008, 23).<br />

Aunque comprendemos el tratamiento que Carrera realiza sobre los fan-<br />

tasmas que retornan en el universo tarkovskiano, muchos de los cuales se<br />

entroncan con precisión en los desesperados bloqueos que el propio Tarkovski<br />

intentó ejercer sobre sus obra en Esculpir en el tiempo (1), tendemos más a<br />

una interpretación más conectada a la propuesta por el propio Aumont, ya<br />

que nos parece imposible desvincular el efecto de la memoria sobre el pre-<br />

1. <strong>La</strong> lectura detenida de Esculpir en el tiempo resulta una de las<br />

más fascinantes experiencias teóricas, ya que (como en todo texto<br />

más o menos conscientemente autobiográfico) en su superficie se<br />

encuentra todo un cúmulo de contradicciones y de intentos desesperados<br />

de controlar tanto su lectura como las interpretaciones de<br />

todas las obras. Cuando Tarkovski niega toda eficacia simbólica en<br />

sus obras y parece optar por un materialismo casi psicótico, extremo,<br />

en realidad no hace sino intentar reforzar los propios mecanismos<br />

de transferencia que operan en el interior de sus obras. De<br />

lo contrario, ¿cómo podemos explicar que un autor tan absolutamente<br />

efectivo a la hora de introducirse en el mundo onírico pareciera<br />

negar cualquier posibilidad interpretativa sobre el campo<br />

simbólico? En cualquier caso, si el lector está interesado en las<br />

contradicciones encerradas en Esculpir en el tiempo, le recomendamos<br />

encarecidamente la revisión del Seminario sobre el<br />

director que Jesús González Requena presentó en la Universidad<br />

Complutense de Madrid entre el 2008 y el 2009.<br />

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sente. El personaje tarkovskiano no se asoma al pasado únicamente como un<br />

contemplador, sino que (como ocurre con cualquier experiencia vivida en el<br />

mundo cotidiano), la memoria modifica de manera efectiva los actos y las de-<br />

cisiones de aquellos que la sufren. Y de hecho, lo hacen de manera absoluta-<br />

mente trágica, dramática. No se trata tanto de que no se pueda dar un<br />

proceso de reapropiación (después de todo, ¿cómo puede uno re-apropiarse<br />

de algo necesariamente subjetivo como es la memoria?) como de la angustia<br />

que atenaza al sujeto obligado a recordar. Así, por ejemplo, el astronauta de<br />

Solaris que se suicida por la intolerable materialidad de sus fantasmas.<br />

Pero para explicar la manera en la que la memoria y los fantasmas que<br />

genera operan sobre el sujeto, nada mejor que analizar con cierta calma<br />

algunos de los momentos más relevantes de la obra del director.<br />

3. MEMORIA Y FANTASMA: SOBRE SOLARIS<br />

Si seguimos la intuición con la que comenzábamos nuestra reflexión (la<br />

memoria como un inmenso generador de fantasmas), no nos costará mucho<br />

trabajo acabar concluyendo que pocas obras cinematográficas se han acer-<br />

cado con tanta precisión a sus mecanismos como Solaris. Y, por cierto, desde<br />

una postura indiscutiblemente trágica, dolorosa, unificando el acto de acceder<br />

a la memoria con el enfrentamiento mismo con lo Real. Tarkovski parecía se-<br />

ñalar algo similar cuando afirmaba:<br />

Este afán de saber, impuesto aquí al hombre desde fuera, es a su<br />

modo algo completamente dramático, puesto que se ve acom-<br />

pañado de continua intranquilidad y de carencias, de dolor y de<br />

decepción, puesto que la verdad última es inalcanzable. A ello se<br />

añade que al hombre le ha sido dada una conciencia, que em-<br />

pieza a atormentarle en cuanto su comportamiento es contrario<br />

a las leyes morales .También la existencia de la conciencia es, en<br />

cierto modo, algo trágico (TARKOVSKI, 2006, 221).<br />

Esa “verdad última” a la que el director hace referencia, ese “afán de<br />

saber”, no es otro que la relación que el sujeto puede entablar con el Otro-fan-<br />

tasmal que vaga insomne por el territorio del memoria. <strong>La</strong> conciencia trágica<br />

es una conciencia que se articula precisamente allí donde el<br />

cuerpo de Hari (la esposa muerta del protagonista que retorna<br />

gracias a la intervención impenetrable del planeta) se ofrece con<br />

su total materialidad.<br />

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Debemos repetirlo una vez más: el problema de los fantasmas engen-<br />

drados por la memoria es su pura materialidad, su “existir-para-el-sujeto”. El<br />

carácter dramático del tiempo es la constante suma de imposiciones que,<br />

desde nuestro propio pasado, enarbolan los cadáveres (imaginarios o litera-<br />

les) que construyen nuestra experiencia. Pero leamos algunos detalles de la<br />

cinta que nos permitan clarificar la manera en la que Tarkovski construye el<br />

horror. El primero y más relevante es, sin duda, la propia naturaleza de Sola-<br />

ris, su representación fílmica.<br />

En cierto sentido, podríamos leer el Océano tarkovskiano como una sim-<br />

ple metáfora de lo Real lacaniano. Así, por ejemplo, recordemos el plano sub-<br />

jetivo desde el que Kris contemplaba la estación en su llegada:<br />

El Océano, con su inquietante ausencia de forma, parece rodear por com-<br />

pleto ese pequeño espacio habitable en el que conviven los astronautas. Su<br />

existencia nebulosa, ajena al lenguaje, intenta ser atravesada o aprehendida<br />

desde dos áreas bien distintas: ese corpus científico e inexplicable que se va<br />

generando por las distintas generaciones de investigadores (lo que en la no-<br />

vela original de Lem [2008] se denominaba de manera irónica la Solarística)<br />

y desde la propia experiencia del Yo, del dolor o del amor humano (2). Los es-<br />

fuerzos de los científicos acaban por reducirse al intento desesperado de sim-<br />

bolizar su presencia allí, de atravesarlo mediante un acto lleno de sentido.<br />

2. El propio Tarkovski parecía señalar la fusión de ambas posibilidades<br />

cuando en una entrevista afirmó: “Es posible, en efecto, que la misión<br />

de Kelvin en Solaris no tenga más que un objetivo: mostrar que el<br />

amor hacia otro es indispensable para toda forma de vida. Un hombre<br />

sin amor deja de ser un hombre. El objetivo de toda la Solarística es<br />

mostrar que toda la humanidad debe de ser amor” (cit. en ZIZEK,<br />

2006, 130). Tarkovski, sin embargo, no mencionó que el horror inherente<br />

en la Solarística es la imposibilidad de zafarse de la responsabilidad<br />

de amar, y sobre todo, que ningún canal resulta tan<br />

profundamente doloroso para el Fantasma como el amor mismo.<br />

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De hecho, ¿acaso no es la memoria sino la presencia misma de la au-<br />

sencia, del vacío, de la hendidura en el tejido de la realidad? Si recordamos<br />

es precisamente para intentar asumir que detrás de cada ausencia asoma<br />

siempre la presencia de lo Real. <strong>La</strong> propia cinta lo señala en dos movimientos<br />

paralelos que acaban desembocando en el mismo punto: la primera aparición<br />

del fantasma y la primera visita de Hari.<br />

3.1 <strong>La</strong> primera aparición del fantasma<br />

Leamos el primero de ellos con cierto detenimiento para intentar locali-<br />

zar la manera en la que Tarkovski conecta el ejercicio de la memoria con lo<br />

Real: De un plano general de ese Océano Solaris/generador de fantasmas, pa-<br />

samos a lo que parece una figura vaporosa que recorre los pasillos de la nave:<br />

Sin embargo, el Fantasma no es únicamente una creación de Solaris.<br />

Antes bien, la propia conciencia de Kris es condición previa para su propia exis-<br />

tencia, para su propia corporeidad. <strong>La</strong> capacidad del Océano es, precisamente,<br />

la de materializar la memoria, ofrecer una mueca sobre esa misma<br />

hendidura que la ausencia provoca en el sujeto. Y, por cierto, que<br />

el Fantasma convocado resulta ciertamente erótico, promesa de<br />

objeto de deseo tras ese desenfocado que todavía impide el ac-<br />

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ceso a nuestra mirada a sus contornos concretos (3). <strong>La</strong> mirada de Kris –al<br />

igual que la nuestra- todavía no puede acceder a su objeto de deseo, a su sín-<br />

toma. El mecanismo de la pulsión debe volver a ponerse en marcha (o al<br />

menos, eso suponemos) varios años después del suicidio de la esposa. Sin em-<br />

bargo, el mecanismo que opera sobre el personaje está directamente relacio-<br />

nado con al enfermedad mental: de lo que se trata es de corporeizar la falta<br />

literalmente, esto es, de poseer aquello que ya fue fagocitado por Lo Real y que<br />

no puede venir a nosotros de ninguna de las maneras. A no ser, claro está, que<br />

sea mediante un mecanismo delirante. De ahí también que, siguiendo el es-<br />

crupuloso raccord de movimiento, la mirada de Kris nos conduzca hacia un es-<br />

pacio inhabitable, literalmente, al reino del fantasma:<br />

3. Y, debemos remarcar: el primer fantasma de Solaris no se trata<br />

ni de Hari ni de la madre de Kris. Es otra actriz la que le presta sus<br />

curvas y sus facciones (apenas entrevistas tras el cristal de una<br />

puerta) a ese ente misterioso que se pasea por la nave. Nos parece<br />

de una lógica aplastante, ya que es el propio Kris el que,<br />

mediante su actividad memorística, está dando cuerpo, consistencia<br />

e historia a ese Fantasma imposible.<br />

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En efecto, ese pasillo oscurecido (ese túnel en el que la mirada del es-<br />

pectador se articula de una manera casi pornográfica, mirada de voayeur ex-<br />

pulsado de la íntima relación entre el protagonista y su fantasma) resuena con<br />

la misma fuerza que los túneles mitológicos que parecían conectar nuestro<br />

mundo con el de los difuntos. Kris admite voluntariamente acceder a ese “entre<br />

dos muertes” lacaniano que nos espera entre la muerte simbólica y la muerte<br />

real. No tenemos más que recordar los angustiosos túneles que David Lynch<br />

hacía recorrer al “muerto-en-vida” protagonista de Carretera perdida (Lost<br />

Highway, 1997) o los descensos postmodernos de Gaspar Noé en Irreversible<br />

(2002) para comprender cómo el túnel se ha erigido por derecho propio como<br />

uno de los símbolos cinematográficos en los que la angustia del hombre con-<br />

temporáneo se manifiesta con mayor crudeza.<br />

De hecho, no resulta nada sorprendente que, cuando por fin seamos in-<br />

vitados a contemplar lo que nos aguarda en el territorio del fantasma, nos<br />

encontremos cara a cara con lo real en su estado más puro:<br />

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Desde la nebulosa y sexual presencia de un fantasma (una especie de<br />

espacio donde el goce sólo se puede articular tanáticamente) hasta la elocuen-<br />

cia misma del cadáver. Ese es el primer itinerario que dispara los mecanismos<br />

de la memoria en Solaris. De hecho, ¿por qué el fantasma de Hari, todavía sin<br />

rostro y sin cuerpo definido, tiene tanto interés en que Kris se encuentre con<br />

los restos de Gibarian? ¿Acaso no es el abismo mismo de la memoria, en cierta<br />

medida, ese abismo “entre dos muertes” al que hacíamos referencia? Gibarian<br />

está muerto en el interior de Kris, de tal manera que apenas puede manifes-<br />

tarse si no es mediante una grabación videográfica o como un recuerdo lejano<br />

para el protagonista. Sin embargo, su cadáver desplaza a otro cadáver intole-<br />

rable: el de la propia Hari. Cadáver intolerable porque su retorno implica, ne-<br />

cesariamente, que Kris ha sido incapaz de simbolizar su ausencia:<br />

¿Por qué vuelven los muertos? (...) Porque no están adecuada-<br />

mente enterrados, es decir, porque en sus exequias hubo algo<br />

erróneo. El retorno de los muertos es signo de la perturbación del<br />

rito simbólico, del proceso de simbolización; los muertos retornan<br />

para cobrar alguna deuda simbólica impaga (...) El retorno del<br />

muerto materializa entonces una cierta deuda simbólica que sub-<br />

siste más allá de la muerte física (ZIZEK,2000, 48).<br />

O lo que es lo mismo: la memoria de Kris, de manera claramente sinto-<br />

mática, no ha sido capaz de generar un tratamiento sobre la ausencia de Hari.<br />

Lo podremos observar con total claridad cuando, apenas unos pocos minutos<br />

después, el fantasma de la esposa muerta se manifieste en la propia habitación.<br />

3.2 Hari encarnada<br />

Lo primero que se nos da a contemplar del fantasma es, curiosamente,<br />

aquello de lo que se había prescindido en un momento anterior: sus facciones.<br />

Y, vale la pena decirlo, de una manera absolutamente extradiegética y extraña:<br />

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Nada sabemos de esa mujer que, de manera casi amenazadora, parece do-<br />

minar la totalidad del encuadre. Apenas podemos retornar, de manera sutil pero<br />

inesquivable, a ese otro gran fantasma cinematográfico que abría la película Vér-<br />

tigo (Hitchcock, Alfred; 1958), y que nos contemplaba desde sus créditos.<br />

Ahora bien, ¿por qué Hari regresa hacia nosotros desde un espacio no-<br />

cinematográfico? Esto es: apenas hay ningún indicador espaciotemporal, nin-<br />

gún elemento que nos permita fijar a la mujer en las coordenadas narrativas<br />

de Solaris. <strong>La</strong> suya es una aparición onírica (recordemos que Kris parece dor-<br />

mitar en el plano anterior), imposible de fijar en un sistema causal de signos.<br />

Sin embargo, cuando la cámara se retire lentamente, seremos invitados a<br />

contemplar ese extraño plano/contraplano en el que Kris, por primera vez, se<br />

enfrenta a la existencia corpórea del fantasma mismo.<br />

Lo que contemplamos, quizá, se trata de una de las más bellas (y por eso<br />

mismo, de las más terroríficas) recreaciones de la memoria de la historia del<br />

cine. Mientras el fantasma, sumido en las sombras, se-da-a-ver, es el propio<br />

Kris el que, mediante el acto desesperado pero soberano de su mirada, cons-<br />

truye a la mujer. Construye la materialidad del cuerpo femenino.<br />

Así, es el acto mismo de mirar (¿y, por cierto, no está acaso esta<br />

idea relacionada con la propia teoría del tiempo empírico de la que<br />

hablábamos al principio del capítulo?) el que conecta la memoria<br />

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con la materia, el anhelo con la eficiacia.. Eficacia demente, por supuesto,<br />

pero también absoluta.<br />

Solaris recurre, pues, a las reglas de la ciencia ficción para inter-<br />

venir en la realidad, para presentar como un hecho material la<br />

idea de que la mujer no es más que una materialización de la idea<br />

masculina: la trágica situación de Hari es que sabe que carece de<br />

toda identidad sustancial, que no es Nada en sí misma, puesto<br />

que sólo existe en el sueño de Otro, en la medida en que las fan-<br />

tasías de Otro giran alrededor de ella (ZIZEK; 2006, 124).<br />

Y aunque compartamos a grandes rasgos la propuesta de Zizek, nos gus-<br />

taría realizar una pequeña matización. <strong>La</strong> dualidad Kris/Hari en Solaris no<br />

puede ser reducida únicamente a una dialéctica de diferencia sexual o a la<br />

vieja máxima lacaniana de “la mujer como síntoma del hombre”. Antes bien,<br />

creemos que se debe leer la presencia de Hari de manera absolutamente li-<br />

teral: como fantasma, como no-existente, como fruto último de la memoria<br />

de Kris, y por lo tanto, como elemento casi remitente a los mitos de Fran-<br />

kenstein o Pigmalión. <strong>La</strong> Hari que llega a Solaris no puede ser leída como<br />

mujer, sino como memoria pura y materializada, como una criatura necesa-<br />

riamente insatisfecha por su condición demediada. De hecho, la relación<br />

Kris/Hari parece recordar a veces a una especie de conexión padre/hija in-<br />

cestuosa más que a la propia relación de pareja.<br />

Sin embargo, el saber encerrado en el interior de esa Hari revivida se en-<br />

cuentra perfectamente acotado en el siguiente encuadre, con el que Tarkovski pa-<br />

rece clarificar con absoluta precisión su naturaleza preñada de horror y de memoria:<br />

Aferrada a su fotografía (de manera similar a la que la falsa<br />

Madeleine parecía aferrarse al inquietante cuadro de Carlota Val-<br />

dés frente a la mirada de Scottie), Hari está literalmente atrave-<br />

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sada por lo simbólico, o incluso, hipertrofiada, fuertemente apresada por lo<br />

simbólico. Ante la mirada ciega de ese traje espacial descabezado que espera<br />

en el armario y con su propio reflejo deformado en el espejo del fondo, todo<br />

parecería indicar que Hari existe. Su imagen impresa sobre el papel fotográ-<br />

fico (que a duras penas puede reconocer como una prueba de su existencia)<br />

da constancia de que ella es Hari, o al menos, de que procede de una Hari an-<br />

terior. Sin embargo, toda la exposición se desmorona como un castillo de nai-<br />

pes en cuanto nos asomamos a la pequeña herida que espera bajo la nimia<br />

raja del vestido, en el brazo izquierdo: es la huella de lo Real, la marca que<br />

garantiza su muerte, su suicidio diez años atrás.<br />

Ahora bien, la pregunta que nos plantea este mismo encuadre es: ¿por<br />

qué Hari, si es una creación de la memoria de Kris, retorna a la ficción con la<br />

huella evidente de su no-existencia? Debemos repetirlo una vez más: porque<br />

sólo puede volver en tanto propiedad de la memoria, en tanto huella de lo<br />

perdido, en tanto evidencia misma de esa muerte que Kris ha sido incapaz de<br />

simbolizar.<br />

4. Coda y tragedia: Sobre El espejo (Zerkalo, 1975)<br />

El espejo es, con toda probabilidad, uno de los experimentos cinemato-<br />

gráficos más interesantes realizados durante los años setenta. Si, como veí-<br />

amos al principio de nuestro artículo, Tarkovski es un director eminentemente<br />

preocupado por el uso del tiempo, en El espejo realiza una especie de pirueta<br />

narrativa donde dos planos memorísticos parecen confundirse. De hecho, los<br />

espejos homónimos que invaden toda la ficción parecen más extraños aguje-<br />

ros negros (túneles amenazantes como los que poblaban la Zona) que super-<br />

ficies especulares. <strong>La</strong> narración se desliza por un extraño sube y baja que<br />

pareciera prescindir de cualquier orden cerrado. Sin embargo, El espejo tiene<br />

la lógica misma del enfrentamiento contra la memoria, la del sujeto obligado<br />

a comparecer contra sí mismo en el umbral de la muerte.<br />

Entre esa línea divisoria que separa bruscamente el pasado y el presente<br />

se abren cuatro posibilidades memorísticas: los recuerdos de una niñez (a<br />

priori, la del protagonista), sus últimos días frente a la muerte, las ensoñacio-<br />

nes oníricas que pertenecen a ese “otro universo tarkovskiano” y, por último,<br />

las propias imágenes de archivo que pretenden aprehender al-<br />

guna(s) catástrofe(s) del siglo XX. Son las cuatro piedras de toque<br />

mediante las que el director realiza su esfuerzo más contundente<br />

para recordar, para realizar un ejercicio fílmico sobre la memoria.<br />

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Sin embargo, hay un elemento que sorprende (y aterra) por la violencia<br />

con la que describe fílmicamente la presencia del fantasma primigenio, el acto<br />

de desgarro definitivo en el que el niño contempla al objeto materno siendo po-<br />

seído por el padre. En cierto modo, la dualidad objeto-de-deseo/objeto-<br />

materno aparece constantemente en la obra de Tarkovski, pero nunca con la<br />

violencia y claridad con la que ese acto fundacional se enuncia en El espejo. No<br />

se trata simplemente que el director escogiera a la misma actriz (Margarita Te-<br />

rekhova) para que diera vida tanto a la Madre como a la Esposa del protago-<br />

nista (4). Nos gustaría ir más lejos y deletrear, con suma precisión, la escena<br />

en la que Tarkovski intenta simbolizar ese acto irrepresentable, innombrable.<br />

Alrededor del primer cuarto de la cinta, algo parece molestar al niño que<br />

duerme plácidamente en la cama. Se trata de un extraño viento en slow-mo-<br />

tion que mueve los terrenos que bordean la casa familiar.<br />

Literalmente: algo acude a romper el plácido sueño del niño, esto es, su es-<br />

pejismo narcisista. Y, recordemos, El espejo es precisamente una historia sobre<br />

superficies incapaces de reflectar, superficies que lo invaden todo (como en un<br />

delirio del yo omnipotente), espejos vaciados de sentido en los que los prota-<br />

gonistas se reflejan tortuosamente sometidos al paso del tiempo.<br />

<strong>La</strong> presencia que acude a despertar al niño parece pertenecer, extraña-<br />

mente, al género de terror, o incluso, a las figuras siniestras que poblaban la<br />

literatura infantil hasta que la ola de corrección política decidió (a nuestro jui-<br />

cio, catastróficamente) mediar sobre el contacto con lo Real de los pequeños.<br />

Esa fuerza sobrenatural y de pesadilla que escapa de los bosques para saltar<br />

4. Y resulta imposible no volver a pensar en Solaris y en los pliegues<br />

narrativos que conectan a la madre de Kris con Hari: sus<br />

peinados clónicos, su confusión onírica, su cuidado constante del<br />

protagonista, su enfrentamiento brutal (“nunca le caí bien a tu<br />

madre”, le espeta el fantasma frente a un espejo en la nave)...<br />

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al espacio doméstico sólo puede pertenecer a la figura patriarcal ausente, el<br />

soldado que engendró con un acto similar a Aliosha y que aparece, en inter-<br />

valos irregulares, para volver de la guerra y ejercer su breve (y por eso mismo,<br />

incompleto) patriarcado. Sin embargo, la casa aislada en la montaña en la que<br />

el pequeño Aliosha convive con su madre no hace sino remitir claramente a un<br />

sueño omnipotente infantil, a una sensación de posesión de esa figura feme-<br />

nina que, como no tardaremos en ver, esconde otro rostro bien distinto.<br />

Por si quedara cualquier duda, el niño apenas pronuncia una palabra al<br />

escuchar el viento que sacude los terrenos adyacentes a la casa: Papá. Parece,<br />

pues, que no queda la menor duda. <strong>La</strong> figura que acude para atravesar el<br />

sueño del niño es, definitivamente, la paterna. Y, por extensión, nos gustaría<br />

señalar que no será la última vez que Tarkovski utilizará el símbolo del jardín<br />

y el cuerpo de la madre para hablar del Edipo y de esa escena primordial,<br />

traumática. Recordemos lo que Basilio Casanova comentó al respecto de su<br />

análisis de Sacrificio:<br />

Y bien, la tarda desvela su naturaleza nada más ser enunciada:<br />

se trataba, para Alexander, de cuidar el jardín de la madre. Es<br />

decir, también el cuerpo de la madre. Tarea, pues, incestuosa,<br />

aquella a la que hubo de entregarse nuestro protagonista. De<br />

hecho, ¿no está el aquí ocupando, suplantando el lugar del<br />

padre? Un padre del que, por cierto, nada se nos dice. Una vez<br />

realizada la tarea, lo que se impone es, no podría ser de otra ma-<br />

nera, la sensación de repugnancia, incluso de horror (CASA-<br />

NOVA, 2005,111).<br />

Algo similar llegara a nosotros en El espejo cuando seamos invitados<br />

a contemplar en qué extraña criatura se ha convertido la madre en el mo-<br />

mento en el que el hijo penetra en la habitación, extrañamente desplazada<br />

a territorio onírico:<br />

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<strong>La</strong> madre, al trasluz de la posesión paterna, se ha convertido ya para<br />

siempre en fantasma, en parte de esa memoria de la que nada parecen saber<br />

los espejos y que sólo puede afrontarse en oposición a la psicosis. Lo que<br />

queda tras ella es, simple y llanamente, un universo en descomposición, do-<br />

minado por la llamada de la desintegración misma y en el que nada puede ser<br />

sostenido. Quizá El espejo (y por extensión, una gran parte de la obra de Tar-<br />

kovski) no sea sino uno de los intentos más honestos de la cinematografía por<br />

afrontar los miedos íntimos, los inconfensables. Los miedos de la memoria.<br />

BIBLIOGRAFÍA<br />

El espejo<br />

AUMONT, Jacques, <strong>La</strong>s teorías de los grandes cineastas. <strong>La</strong> concepción<br />

del cine de los grandes directores, Paidos Comunicación, Barcelona,<br />

2004.<br />

BAZIN, André, ¿Qué es el cine? Editorial RIALP, Madrid, 2001.<br />

BURCH, Noel, El tragaluz del infinito, Editorial Cátedra, Madrid, 1987.<br />

CARRERA, Pilar, Andrei Tarkovski, la imagen total, Fondo de Cultura Económica,<br />

Argentina, 2008.<br />

CASANOVA, Basilio, Sacrificio de Andrei Tarkovski en Revista Trama &<br />

Fondo, Nº 18, primer semestre de 2005.<br />

TARKOVSKI, Andrei, Esculpir en el tiempo, Editorial RIALP, Madrid, 2006<br />

ZIZEK, Slavoj, Mirando al sesgo. Una introducción a Jacques <strong>La</strong>can a través<br />

de la cultura popular, Paidós, Buenos Aires, 2000.<br />

- <strong>La</strong>crimae Rerum, Ensayos sobre cine moderno y ciberespacio, Editorial<br />

Random House Mondadori, Madrid, 2006.<br />

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XIV. LOS LATIDOS DE LA IMAGEN<br />

Convertidas en preocupación central de nuestra época contemporánea,<br />

Memoria e Historia son sometidas a rigurosos estudios que tratan de desen-<br />

trañar los porqués de tal preocupación. Siguiendo la línea marcada por el fe-<br />

nómeno inflacionista, dichos estudios (1) parten y concluyen de lo que se han<br />

venido denominando políticas de museificación, construidas alrededor del mo-<br />

numento y el documento. Aunque no es lugar para cuestionar dichos estu-<br />

dios, el presente ensayo tratará de aportar algo nuevo a la preocupación por<br />

la memoria y su lenguaje centrando su atención exclusivamente en la imagen<br />

contemporánea.<br />

Esta, bien sea cinematográfica o informática, se ha convertido en el en-<br />

torno mayoritario con el que relacionarse con el mundo. Presente en todo<br />

momento y en todo lugar, la imagen se ha constituido como documento de<br />

sí misma, portando sobre su propia forma una inabarcable cantidad de ges-<br />

tos, acciones, símbolos y, por supuesto, memoria adquirida tanto de forma<br />

voluntaria como involuntaria. <strong>La</strong> forma de la imagen contiene esa memoria<br />

a la que no se le presta atención, pero que se va acumulando bajo sus re-<br />

lieves hasta que comienza a latir de forma sorpresiva. De esta manera se<br />

convierte en una amenaza que puede golpear de forma imprevista a la rea-<br />

lidad de la que fue tomada.<br />

El objetivo que nos proponemos es dibujar una sintomatología de la ima-<br />

gen contemporánea, escuchando los latidos de sus formas a partir de una<br />

serie de imágenes cinematográficas autoconscientes y autoreflexivas de lo<br />

que contienen en sí mismas, ejemplificando perfectamente lo que está pa-<br />

sando en el entorno de la imagen. De la imagen que nos ha tocado vivir.<br />

ANTECEDENTES.<br />

¿Realmente el acontecimiento que marcó el siglo pasado fue la Segunda<br />

Guerra Mundial? Evidentemente sí. Pero la enunciación de esta<br />

1. Pienso en los trabajos de Andreas Huysen y Gérard Wajcman.<br />

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Ricardo Adalia Martín<br />

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Londres después de un bombardeo. II Guerra Mundial<br />

Dresde después de un bombardeo. II Guerra Mundial<br />

11S: Desescombro de la zona cero<br />

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pregunta tiene la intención de señalar las repre-<br />

sentaciones que se realizaron de forma masiva<br />

tras el conflicto, tratando de cerrar las heridas<br />

que iban a quedar abiertas en el tiempo. Godard<br />

fue el primero que observó este fenómeno, cul-<br />

pabilizando al cine por no haber estado presente<br />

donde se le suponía. Sobre esa ausencia se cons-<br />

truyeron las representaciones cinematográficas<br />

post-conflicto impulsadas por un sentimiento de<br />

urgencia derivado de la elusión de la responsabi-<br />

lidad supuesta posteriormente. <strong>La</strong> representación<br />

como redención de la realidad consiguió hacer<br />

presente todo lo que quedo irresuelto tiempo<br />

atrás, tratando de imposibilitar el olvido.<br />

Pero, ¿qué es lo que se podía olvidar? ¿El<br />

acontecimiento o el no haber estado allí? En ese<br />

lugar que separa el hecho de su sentimiento es<br />

donde se situaban las representaciones que, ade-<br />

más, encontraban la frontera que no podían tras-<br />

pasar en su propia temática, ya que todo lo<br />

representado se sacaba del mismo cajón donde<br />

había quedado el imaginario del conflicto. Aun-<br />

que la inventiva, la mentira o la reescritura libre<br />

fueran parte del ejercicio de memoria, su origen<br />

era fácilmente identificable, reconociéndose las<br />

fronteras en el marco ofrecido por la Historia<br />

común y el tiempo en que tuvo lugar.<br />

Pero a comienzos de este siglo se iba a dar<br />

un contexto propicio para que se produjera un<br />

giro decisivo en lo memorístico. <strong>La</strong> aparición de<br />

las herramientas digitales de democratización de<br />

la imagen que han hecho posible que todo pueda<br />

ser registrado por cualquiera, compartiendo el<br />

mismo tiempo en que se producía el gran aconte-<br />

cimiento histórico del 11 de Septiembre de 2001,<br />

consiguió reconfigurar, mediante de-<br />

legación, el espíritu que caracterizaba<br />

a la representación de estar todo pre-<br />

sente por el de hacerlo todo presente.<br />

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Aunque dicha fecha ha quedado como el momento en que la ficción vol-<br />

vió a su propia realidad diluyendo en su retorno la frontera que las separaba,<br />

sería aun más correcto señalar que a lo que realmente asistimos fue a una de-<br />

legación de la representación en sus funciones. Esta, agotada de suturar las<br />

heridas de un pasado que no pudo ser resuelto, en su retirada consiguió trans-<br />

mitir al inconsciente colectivo la necesidad de presentificar la realidad apro-<br />

vechando el miedo generalizado a abrir nuevas heridas que no podrían ser<br />

cerradas. Así, tanto el cine, cada vez más documental, y cualquiera que tu-<br />

viera una cámara en mano, pasaron a registrar la realidad en tiempo real en<br />

una forma tan preventiva como para que con el exceso de imágenes no se<br />

diera lugar a un sentimiento de culpa por no haber estado allí. Por no haber<br />

estado presente en el lugar donde algo podría suceder.<br />

Pero hacerlo todo presente ha conllevado unas consecuencias desastro-<br />

sas. <strong>La</strong> urgencia del cine por documentar, concienciar o testimoniar, junto a<br />

la ingente cantidad de registros amateurs que se encuentran siempre dispo-<br />

nibles en páginas como youtube, además de estar impulsados por el mismo<br />

sentimiento de presentificación, se basan en la construcción de imágenes di-<br />

rectas, eficaces, casi involuntarias, que no están sujetas a reflexión, ni pre-<br />

via, ni en su registro y mucho menos en su posterior ensamblaje.<br />

Simplemente son imágenes con la intención de hacerlo todo presente, de estar<br />

allí. Pero la prisa, la precipitación por no cometer errores del pasado, olvida<br />

pensar en la cantidad de memoria que van recogiendo las imágenes por ser<br />

esta inesperada y desconocida. El esfuerzo que supondría su reflexión queda<br />

anulado por el impulso de seguir registrando con la promesa de que algún día<br />

pueda ser utilizada. <strong>La</strong> imagen como memoria inmediata no piensa más que<br />

en su intencionalidad, dejando escapar lo que aparece como nuevo o lo que<br />

es atravesado por algún vector temporal olvidado.<br />

<strong>La</strong> inmediatez ha conseguido solapar imagen y memoria, convirtiéndo-<br />

las en la misma cosa. Por eso las obras cinematográficas más interesantes de<br />

este siglo abordan una reflexión sobre la propia forma, tratando de rastrear<br />

lo que acumula, donde, cómo, y sobre todo, cómo puede volver a la realidad.<br />

Si las consecuencias de la vuelta de la ficción a la realidad fueron desastro-<br />

sas, ¿cómo puede volver algo que desconocemos? ¿Cómo puede volver algo<br />

a lo que no hemos prestado atención en su fabricación? ¿Cómo se relaciona<br />

esta memoria con la memoria fabricada de forma razonada anteriormente?<br />

Trataremos de encontrar la respuesta a estas preguntas si-<br />

guiendo los trazos que ofrecen las imágenes que se piensan a si<br />

mismas de algunas de las películas más significativas del presente<br />

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Cloverfield<br />

siglo, rastreando los latidos de la memoria que contienen en sus formas y<br />

como están presentes en ellas los ecos y las amenazas de las imágenes del<br />

mundo construidas desde los sentimientos de miedo y urgencia.<br />

CLOVERFIELD (MATT REEVES, 2008)<br />

Resulta asombroso comprobar como<br />

una película estrenada en los circuitos hi-<br />

percomerciales y en apenas 80 minutos de<br />

metraje consigue sintetizar algunas de las<br />

cuestiones más interesantes referidas a la<br />

imagen como memoria en forma de aven-<br />

tura épica construida desde el punto de vista<br />

de una filmación cámara en mano amateur,<br />

de un grupo de amigos que ve interrumpida<br />

la fiesta de despedida de uno de ellos (Rob)<br />

por un monstruo del que no se sabe como o<br />

de donde ha aparecido. Solamente que está<br />

devastando la ciudad de New York.<br />

Con el monstruo en escena, el grupo<br />

de amigos encabezado por Rob, (homena-<br />

jeado en la fiesta por su inmediata partida<br />

hacia Japón) emprenderán una marcha por<br />

las calles de New York en las que se ha de-<br />

clarado el estado sitio, para rescatar a<br />

Beth (amor frustrado de Rob) del piso en el<br />

que ha quedado atrapada. En su aventura,<br />

la cámara sufrirá pequeños accidentes que<br />

nos dejaran ver que todo lo que se va re-<br />

gistrando en tiempo real se está haciendo<br />

sobre una cinta en la que se va borrando<br />

simultáneamente el único momento en el<br />

que Rob y Beth pudieron consumar su<br />

amor en un tiempo pasado.<br />

¿Cuál es el principal efecto del registro continuo de la rea-<br />

lidad? <strong>La</strong> homogenización de la imagen que confiere a todo lo<br />

que aparece en ella el mismo relieve. Siempre presente, al<br />

mismo nivel, con la misma importancia y dando lugar a unas pre-<br />

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ocupantes consecuencias. Por un lado nos encontramos con una ingente can-<br />

tidad de imágenes del pasado convertidas en residuales por efecto de la ho-<br />

mogenización retroactiva conferida por las de nueva construcción. Por otro<br />

nos encontramos con una enorme cantidad de imágenes desechables, a las<br />

que se las debe dedicar cada vez más espacio para almacenarlas aunque no<br />

se las vaya a prestar atención. Así tenemos siempre imágenes perpetua-<br />

mente nuevas, que tratan de borran o desplazar a sus precedentes y que<br />

contienen una memoria desconocida que se va acumulando y escondiendo<br />

en su propia forma sin que podamos acceder a ella gracias al continium de<br />

la superficie que las parapetan.<br />

<strong>La</strong> aparición del monstruo solamente es posible en un contexto que le fa-<br />

vorece. Aunque la referencia al 11-S es evidente, Cloverfield no apunta a lo<br />

mismo: si el acontecimiento real fue registrado por completo, en la ficción, a<br />

pesar de serlo y de disponer de todos los medios para su registro, filmar al<br />

monstruo resulta imposible. Registrar la totalidad de su cuerpo es imposible,<br />

y mucho menos sostener un plano por más de un segundo. Su cuerpo frag-<br />

mentado solo podrá ser observado con fallos de registro, como son los innu-<br />

merables barridos de cámara que pueblan el metraje.<br />

El monstruo, al que podríamos denominar como ficción 2.0, nace de un<br />

marco saturado de forma imprevista. Su origen no es un lugar físico, ni a<br />

pesar de su tamaño tiene un origen visible. El representa el golpeo de la me-<br />

moria desconocida. <strong>La</strong> que hemos acumulado de forma miedosa para paliar los<br />

por si acasos. Hacerlo todo presente desplaza la mirada a la superficie. Se<br />

descuida pensar con profundidad, quedando la memoria descontrolada. No<br />

sabemos cómo funciona, se recompone, se organiza o se relaciona con la me-<br />

moria de su pasado.<br />

Cloverfield alerta sobre el peligro que puede entrañar el nacimiento de<br />

una ficción autónoma de la memoria desconocida y obviada. Si ya conocemos<br />

los efectos del golpeo de la realidad por la ficción que construyó la humani-<br />

dad de forma consciente, solo podremos, de momento, llegar a imaginar las<br />

consecuencias de esta nueva ficción dándole la forma reconocible de un<br />

monstruo y colocándolo en el escenario que sufrió el ataque de la ficción, bus-<br />

cando con ello que la reminiscencia haga saltar las señales de alarma sobre<br />

el peligro que entraña la memoria descontrolada.<br />

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<strong>La</strong> cuestión humana<br />

LA CUESTIÓN HUMANA (NICHOLAS KLOTZ, 2007)<br />

Si la disolución del marco que definía<br />

y contextualizaba las representaciones ha<br />

conseguido que todo sea susceptible de<br />

convertirse en una memoria incontrolada,<br />

esta a su vez, con su existencia masiva, ha<br />

traído como consecuencia la ruptura de los<br />

vectores que permitían seguir, rastrear y<br />

conectar los lugares en los que se guar-<br />

daba la memoria derivada de una repre-<br />

sentación razonada. <strong>La</strong> problemática de lo<br />

inabarcable e incontrolado radica en que a<br />

la vez que rompe los anclajes, se desplazan<br />

los lugares donde quedaba almacenada esa<br />

memoria. El registro continúo y su almace-<br />

namiento ha convertido la memoria que<br />

conocíamos en un constructo errático al<br />

que es muy difícil acceder, asemejándose<br />

su forma a la de la memoria incontrolada<br />

que ha provocado su nueva condición.<br />

El travelling que inaugura <strong>La</strong> cuestión<br />

humana recorre una sucesión de números<br />

que se encuentran inscritos en el suelo de<br />

un lugar del que no sabemos nada. <strong>La</strong><br />

única certeza es que se está registrando<br />

en una toma sin cortes un desplazamiento.<br />

Llegado a su fin, un corte nos presenta una<br />

nube de humo emitida por las chimeneas<br />

de una fábrica de la que tampoco sabemos<br />

nada. Sin embargo, sentimos que algo nos está remitiendo a unas imágenes<br />

del pasado. A las imágenes representadas del humo de las chimeneas de los<br />

crematorios en los campos de exterminio Nazis.<br />

¿Por qué la conjunción de ese travelling más el humo nos remite a la<br />

memoria de los campos de exterminio? ¿Por qué aparece el recuerdo en ese<br />

momento? <strong>La</strong> respuesta se debe a la tensión existente entre los<br />

dos tipos de memoria, que hace que la manifestación de la me-<br />

moria de las representaciones aparezca debido a que la memoria<br />

incontrolada la está desplazando en ese momento.<br />

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Su percepción, casi involuntaria, radica en que el cuerpo, al no conseguir<br />

encontrar los vectores que posibilitaban su acceso, se erige como vector que<br />

recibe su regreso. Apareciendo precisamente en el cuerpo porque este le es<br />

ajeno. <strong>La</strong> realidad es su sustrato, de forma inversa a la memoria incontro-<br />

lada, cuyo sustrato es la propia afirmación del cuerpo en el registro de una re-<br />

alidad que poco le importa.<br />

Esto no es óbice para que nos sintamos seguros con su vuelta, ya que su<br />

aparición también será imprevista y dolorosa. Como le ocurre a Simon, el pro-<br />

tagonista de <strong>La</strong> cuestión humana. Psicólogo del departamento de recursos hu-<br />

manos de Sc Farb, cuyo cuerpo sentirá los golpes de la memoria que irá<br />

apareciendo a medida que lleve a cabo la investigación sobre la supuesta lo-<br />

cura de Jüst, uno de los dos directores de la empresa.<br />

En su investigación, Simon recibirá una serie de cartas técnicas que co-<br />

nectarán el presente de SC Farb con los campos de exterminio Nazis. Simon<br />

se erigirá de esta manera como vector que conecta memoria y presente a tra-<br />

vés de las cartas que aparecen en su vida desde un origen desconocido, des-<br />

cubriendo sobre sí mismo los diferentes latidos de memoria que siente a su<br />

alrededor como un Heartbeat detector (2). Ejemplo de cómo golpea el re-<br />

cuerdo, su cuerpo sufriría de forma progresiva el dolor físico a medida que<br />

avanza el metraje hasta que la sangre brote de su nariz al final del mismo.<br />

L´INTRUS (CLAIRE DENIS, 2004)<br />

Tres años antes, Claire Denis había utilizado el símil de los latidos del corazón<br />

para señalar el síntoma de lo que se está manifestando ahora. En el momento<br />

de su concepción y realización, la explosión del registro impulsivo de la reali-<br />

dad estaba comenzando a caminar. Pero a diferencia de la película de Nicho-<br />

las Klotz, en el L´intrus se apuntaba hacia la homogenización de la imagen<br />

como patrón para la construcción de imágenes futuras.<br />

Tomando como punto de partida el ensayo de Jean Luc Nancy (3), Claire<br />

Denis pone en forma un curioso sistema de rastreo de memoria, construyendo<br />

imágenes frías, distanciadas y sin significación narrativa alrededor del perso-<br />

naje que interpreta Michael Subor (Louis Trebor), del que únicamente sabe-<br />

2. Título en ingles de la película.<br />

3. El intruso. Jean-Luc Nancy. Amorrortu editores. Buenos Aires.<br />

2006.<br />

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L’ intrus<br />

mos que le duele el pecho y que probable-<br />

mente necesite un transplante de corazón.<br />

Al igual que Simon en <strong>La</strong> cuestión humana,<br />

en su cuerpo aparece un dolor físico que<br />

sintomatiza lo que está recibiendo del<br />

mundo que le rodea.<br />

Para que estas imágenes no se vuel-<br />

van extranjeras de sí mismas, es decir, que<br />

esperen y acepten ser como las imágenes<br />

amateurs que comenzaba a asimilar el cine<br />

como propias al permitir en sus formas el<br />

derecho de entrada y residencia, Claire<br />

Denis inserta hacia el final del metraje<br />

imágenes intrusas de las que no se espera<br />

su llegada y causan sorpresa. Estas co-<br />

rresponden a un film inacabado de Paul<br />

Gégauff titulado Le reflux, que tiene como<br />

protagonista a Michael Subor cuarenta<br />

años más joven.<br />

Con su gesto, Claire Denis contraría<br />

a la forma, obligándola a que tome relieve<br />

por el efecto de la intrusión. Por el choque<br />

que produce lo inesperado. <strong>La</strong>s imágenes<br />

se confrontan a su pasado de la misma<br />

manera que lo hace Michael Subor con su<br />

propia persona, haciendo aparecer sobre<br />

la propia forma una nueva textura de imá-<br />

genes que no muestran la memoria de forma directa, delegando en lo indi-<br />

recto su identificación.<br />

Si en la época de las representaciones fue el juego de campo/contra-<br />

campo lo que construyo la idea de memoria, en el momento que estas han<br />

quedado obsoletas, lo que debe hacer el cine es confrontar las propias formas<br />

porque es en ellas donde ha quedado retenida la memoria que ya no se puede<br />

ver. De esta manera se construye un nuevo marco con el que tener controlado<br />

su latido gracias al transplante de órganos (imágenes) de las que<br />

tenemos certeza absoluta de cómo latieron en un pasado.<br />

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CARPETA EL LENGUAJE DE LA MEMORIA<br />

DEATH PROOF (QUENTIN TARANTINO, 2007)<br />

Si existe una película que ha contrariado a sus formas de una manera<br />

más desconcertante es este trabajo que pasó por las pantallas como un mero<br />

divertimento de sesión doble. En ella encontrábamos a Mike (Kurt Russell)<br />

situado en medio de una narración partida en dos. Este, especialista de cine<br />

pero psicópata en sus ratos libres, se dedicaba a perseguir y a matar jovenci-<br />

tas durante todo el metraje para saciar su impotencia sexual.<br />

Aunque la película gira entorno a un imaginario reducido de chicas, coches<br />

y conversaciones con Mike como bisagra que articula un relato partido, lo real-<br />

mente interesante son las marcas que aparecen simuladas en la propia forma<br />

como puntos de acceso a su propia memoria. Por una parte tenemos la simu-<br />

lación de marcas físicas sobre el propio soporte cinematográfico; rayones,<br />

cortes y fotogramas que faltan, jalonan la propia materialidad del celuloide du-<br />

rante la primera parte del metraje. Por otra, encontramos una ingente simu-<br />

lación de marcas comerciales (G.O Juice, Red Apple…), tan habituales en el cine<br />

de Tarantino, que se mantendrán desperdigadas en las dos partes de la película.<br />

<strong>La</strong>s marcas comerciales forman parte, además, del propio imaginario de<br />

la película. <strong>La</strong>s chicas protagonistas se relacionaran con ellas de forma natu-<br />

ral, de igual manera que el espectador lo hace en el mundo real. El juego que<br />

propone Tarantino opera alrededor de ese imaginario desconectado, donde<br />

todo evoca a algo que conocemos pero de lo que no podremos asegurar su<br />

certeza. Esos vectores que unían lugares de memoria aparecen igualmente<br />

rotos. Pero Tarantino los supera colocando marcas que funcionan bajo su sig-<br />

nificado primero; marcar la propia película. En su superficie (su materialidad)<br />

con marcas de uso y paso del tiempo, y en su fondo (su narración) con mar-<br />

cas de superficie (marcas comerciales).<br />

Tras el espectacular choque entre los coches de Mike y el primer grupo de<br />

chicas, en el celuloide dejaran de aparecer el primer tipo de marcas. <strong>La</strong>s imá-<br />

genes que construirán la historia de venganza del segundo grupo de chicas<br />

serán limpias y artificiales. Pero las marcas publicitarias se encargaran, como<br />

toda marca, de que recordemos para no olvidar lo que ha estado presente. De<br />

esta manera consigue re-establecerse un vector entre las marcas que quedan<br />

y las que ya no están que permite acceder a la propia memoria de la película.<br />

Tarantino utilizando la propia forma, simulando marcas<br />

sobre ella, en primer término la considera como el lugar donde<br />

queda retenida toda memoria para utilizarla después en la reha-<br />

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CARPETA EL LENGUAJE DE LA MEMORIA<br />

bilitación de las marcas como signo de acceso a la memoria. <strong>La</strong>s genera-<br />

ciones que crecerán solamente con entornos digitales, difícilmente cono-<br />

cerán el deterioro de la propia materialidad del cine. Pero en ella reside otro<br />

tipo de memoria que se ha ido construyendo con cada proyección que ha<br />

sufrido la película. Es otro tipo de memoria registrada, que se seguirá al-<br />

macenando aunque las marcas no se impriman sobre el soporte. Una memo-<br />

ria de uso que rehabilita Tarantino como punto de acceso a la que se pierde<br />

en el registro de la misma.<br />

LIVERPOOL (LISANDRO ALONSO, 2008) COMO CONCLUSIÓN.<br />

Aunque los tres trabajos precedentes a Liverpool (<strong>La</strong> libertad, 2001; Los<br />

muertos, 2004 y Fantasma, 2006) estaban construidos sobre desplazamientos<br />

de un personaje hacia el lugar donde en un tiempo atrás dejó su memoria, Lisan-<br />

dro no se había atrevido a investigar como la memoria que no le pertenece se<br />

manifiesta en el propio espectador. El riesgo de su apuesta consiste en romper<br />

la continuidad del recorrido del desplazamiento del personaje, construyendo pe-<br />

queños planos independientes que se abren y se cierran sobre sí mismos.<br />

Cuando nos enfrentamos a Liverpool como espectadores tenemos la sen-<br />

sación de que Farrel, un marinero que regresa al lugar donde nació para com-<br />

probar si su madre sigue viva, esta atrapado en un flujo de acontecimientos que<br />

se remiten a sí mismos. Su desplazamiento está rodado con planos fijos que le<br />

acompañan registrando los actos cotidianos de su vida mientras se acerca a su<br />

pasado. En cada corte de plano se abre una pequeña posibilidad de historia que<br />

acaba por cerrarse con el siguiente corte. Su desplazamiento pro-<br />

pone y destruye ideas quedando suspendida su figura en una er-<br />

rancia que solo parece tener sentido en el momento que se enfrente<br />

al pasado que dejó tiempo atrás.<br />

Death Proof<br />

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CARPETA EL LENGUAJE DE LA MEMORIA<br />

En el momento en que Farrel compruebe que su madre sigue viva y nos<br />

presente el lugar donde tiempo y memoria quedaron suspendidos, aban-<br />

donará la película dejando a la cámara sin el referente que tuvo hasta ese<br />

momento. Sola en el espacio donde chocan dos tipos de memorias. <strong>La</strong> que<br />

se corresponde con el pasado de Farrel y con la memoria que ha recogido la<br />

forma cinematográfica del propio Farrel tras su marcha. O lo que es lo<br />

mismo, la memoria representada del pasado de Farrel, con la memoria del<br />

registro de Farrel.<br />

En ese momento, en el que Lisandro logra hacerlas presentes sobre la<br />

ausencia de ambas es cuando se manifestaran en mayor grado. Aunque todo<br />

lo que hayamos visto hasta ese momento sean esbozos de una narración<br />

deshilachada, la memoria aparecerá de forma sorpresiva haciendo pensar que<br />

lo que está ocurriendo allí es un drama. Una hija prostituta, una madre con<br />

alzehimer, un pueblo a la deriva perdido en un no-lugar, será la explicación<br />

que encontremos a lo que estamos presenciando<br />

Objetivamente no existe certeza alguna que nos lleve a pensar la película<br />

de esta manera. Lo único que podemos llegar a comprender es que en el ter-<br />

reno abierto de las narraciones, la memoria aparece en la peor de sus facetas<br />

posibles, casi siempre en forma de tragedias y melodramas. Ese estallido de<br />

la memoria surge de un doble fracaso; por un lado de los pasados que<br />

quedaron irresueltos y por otro de las representaciones y los usos que se<br />

hicieron de ellas para tratar de resolverlos.<br />

Lo preocupante de Liverpool es que las pequeñas manifestaciones de<br />

la memoria (en sus dos vertientes) se consuman en ella de forma plena. Lo<br />

que, por ejemplo, eran pequeñas reminiscencias en <strong>La</strong> cuestión humana,<br />

aquí es la manifestación total del lenguaje de la memoria. En una narración<br />

abierta, donde memoria y experiencia pueden completarla de forma libre,<br />

lo harán siempre configurando historias tendentes hacia el lado más nega-<br />

tivo de la realidad.<br />

Y esto es lo que comparten todas las películas que nos han servido<br />

para trazar la presente genealogía con la que hemos construido su relato;<br />

la memoria que hemos construido y la que estamos construyendo, cuando<br />

se expresa siempre lo hace en la forma más dañina posible. Quizás como<br />

consecuencia de que la necesidad primigenia de memoria que<br />

tuvo la humanidad nació siempre tras los acontecimientos más<br />

terribles de su Historia.<br />

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CARPETA EL LENGUAJE DE LA MEMORIA<br />

Liverpool<br />

Sea o no esta la cuestión donde radica su problemática, lo cierto es que<br />

antes de materializar lo que parece ser su venganza a través de la forma por<br />

los usos que se han hecho de ella, la memoria lanza pequeños avisos en una<br />

forma que se asemeja a los latidos de un corazón desde el fondo de las imá-<br />

genes. O lo que es lo mismo, deja ver pequeños síntomas como los que hemos<br />

tratado de clasificar en el presente ensayo para que el lenguaje de la memo-<br />

ria, cuando se manifieste, nos resulte lo menos doloroso posible.<br />

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Liverpoll<br />

Noviembre 2009<br />

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XV. EL FUEGO DE LA PALABRA. A PROPÓSITO DE<br />

EL DESENCANTO (1976) DE JAIME CHAVARRI<br />

El tiempo presente y el tiempo pasado<br />

Están tal vez ambos presentes en el tiempo futuro,<br />

Y el tiempo futuro contenido en el tiempo pasado.<br />

Si todo tiempo es eternamente presente<br />

Todo tiempo es irredimible.<br />

Lo que podría haber sido es una abstracción<br />

Que permanece como perpetua posibilidad<br />

Sólo en un mundo de especulación.<br />

Lo que podría haber sido y lo que ha sido<br />

Apuntan a un fin único, que es siempre presente.<br />

Resuenan pisadas en la memoria<br />

Por el sendero que no recorrimos<br />

Hacia la puerta que no abrimos nunca<br />

En el jardín de rosas. Mis palabras resuenan<br />

Así, en tu mente (1).<br />

“Burnt Norton”, en Cuatro cuartetos (T.S. Elliot)<br />

1. MEMORIA, RESISTENCIA, TIEMPO Y OLVIDO.<br />

Pablo Ferrando García<br />

Cuando preguntan (2) a Jorge Semprún lo que es para él la memoria no<br />

duda un instante en aclarar su complejidad. Sin embargo, en un esfuerzo por<br />

sintetizar el significado profundo de la misma responde en tres direcciones.<br />

Primero, la memoria supone el reconocimiento de una identidad. Nadie, como<br />

sujeto pensante, está exento de la constitución de su propio yo porque si no<br />

gozáramos de la memoria, perderíamos en realidad nuestra vida. Toda huella,<br />

todo vestigio del pasado quedaría completamente arrasado y careceríamos de<br />

cualquier referente del tiempo vivido. Segundo, la memoria supone una bata-<br />

lla ideológica. Es significativo que los actuales políticos de la derecha española<br />

1. Cito por la traducción de Vicente Gaos.<br />

2. Dichas declaraciones se encuentran en los extras del DVD, del<br />

sello Cameo, en el que se ha comercializado Bucarest, la memoria<br />

perdida (Bucarest, la memòria perduda, 2008), película<br />

ganadora del Premio Goya al mejor documental. Es un filme autobiográfico<br />

del realizador Albert Solé y que está centrado en la<br />

relación con su padre, el jurista y ministro de cultura socialista<br />

Jordi Solé Tura.<br />

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dan la espalda a la recuperación de la memoria histórica de la Guerra Civil.<br />

Muchos de ellos, son los cachorros de quienes detentaron el régimen franquista<br />

y el retorno de lo reprimido emerge como una herida no cicatrizada y supu-<br />

rante. <strong>La</strong> Historia fue escrita por los vencedores, siempre se ha tratado de en-<br />

mudecer a los derrotados. El silencio y la ignominia han sido los gestos<br />

ominosos y amenazantes que sirvieron para querer borrar el pasado (3). El<br />

biógrafo oficial de turno impone desde su estatus privilegiado, en el seno del<br />

mismo aparato de poder, la ortodoxia historiográfica del régimen. Esta posición<br />

favorable permitía a los acólitos franquistas descalificar y/o censurar a todo<br />

aquél que tuviese una voz disidente, lo cual conllevaba el más absoluto ostra-<br />

cismo. Incluso hoy, una vez consolidada nuestra democracia, no faltan quienes<br />

siguen la misma práctica, hasta el punto de llegar a manifestar que la suble-<br />

vación la llevaron a cabo los propios republicanos. Federico Jiménez Losantos,<br />

antiguo miembro de Bandera Roja (4), escisión izquierdista del PCE, ejerce<br />

ahora un pseudoperiodismo caduco y estéril a base de firmar artículos carac-<br />

3. Resulta particularmente llamativo que todos los regímenes totalitarios<br />

se han caracterizado por eliminar toda huella de los exterminios<br />

masivos. Tanto el nacionalsocialismo con la Shoah, como el<br />

stalinismo con la masacre de Katyn, son otras dos claras muestras de<br />

esta actitud en la cual no han dudado en eximirse de responsabilidades<br />

al atribuirla a su enemigo. Sobre esta última conviene mencionar<br />

la última y vibrante propuesta de Wajda, que reconstruye los acontecimientos<br />

históricos desde el punto de vista de las víctimas.<br />

4. Paradojas de la vida, uno de los fundadores de esta fuerza política<br />

fue Jordi Solé Tura, protagonista del documental Bucarest,<br />

la memoria perdida (Bucarest, la memòria perduda, 2008).<br />

Sobre la formación de la misma ver el mencionado filme.<br />

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Guerra civil española. Foto: Agustí Centelles<br />

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CARPETA EL LENGUAJE DE LA MEMORIA<br />

terizados por el insulto y la descalificación. Ha llegado a sostener que la iz-<br />

quierda y la democracia son la misma cosa (5). Afirma que la historiografía de<br />

la Guerra Civil está capitalizada por la izquierda al defender la democracia y re-<br />

pudiar el golpe militar de julio de 1936. Sin embargo, tal y como observa iró-<br />

nicamente Reig Tapia “el abrumador consenso generado por el particular deja<br />

poco margen de dudas en torno a la defensa de la democracia y la Constitu-<br />

ción: en 1936, en 1981 y siempre que sea menester. Qué tiempos tan confu-<br />

sos en que se pretende descalificar a los historiadores constitucionalistas<br />

tachándolos de izquierdistas…” (6) Por lo tanto, la memoria permite recuperar<br />

la posición de los vencidos frente a los vencedores de la Guerra Civil.<br />

Tercero, la memoria contribuye a construir el futuro, no es posible éste sin<br />

el pasado. Estaríamos perdidos si ignorásemos cualquiera de nuestras vincu-<br />

laciones con el paso del tiempo ya que no tendríamos la capacidad de com-<br />

prender el sentido primero y último de nuestros actos, con lo cual no<br />

dispondríamos de una perspectiva temporal clara. “El verdadero conocimiento,<br />

la sabiduría auténtica, se construye siempre sobre lo que se ha vivido, sobre<br />

las experiencias acumuladas, sobre lo que hemos ido aprendiendo y, por tanto,<br />

recordando. ¿Cómo sería posible la vida sin la memoria y el recuerdo?” (7)<br />

Junto a estas consideraciones, cabe señalar aún dos más. En primer<br />

lugar, y aunque sea una obviedad, sabemos que la memoria va intrínseca-<br />

mente unida al olvido. También la cultura se erige en material para reconstruir<br />

la realidad y en cualquier análisis textual “el investigador sabrá extrapolar del<br />

documento incluso aquello que, desde el punto de vista de su autor, no cons-<br />

tituía un y estaba sometido al olvido, pero que el historiador<br />

puede valorar de otro modo, si a la luz de su propio código cultural ese interviene como un acontecimiento significativo.” (8)<br />

Por otro lado, y a no ser que tengamos un deterioro biológico o psíquico<br />

es imposible olvidar porque la memoria forma parte de nuestra identidad<br />

como sujetos conscientes de nuestra realidad circundante. Al margen de las<br />

posibles observaciones de tipo sociológico o antropológico que podamos hacer<br />

respecto a la facilidad con que los españoles solemos olvidar las actuaciones<br />

5. Jiménez Losantos, Federico: “<strong>La</strong> villanía” en ABC, Madrid, 19 de<br />

Junio, p. 18.<br />

6. Reig Tapia, Alberto: Memoria de la Guerra Civil. Los mitos de<br />

la tribu. Alianza Editorial. Madrid.1999. p. 319.<br />

7. Reig Tapia, Alberto: Op. Cit. p. 317.<br />

8. Lotman, Jurij; Uspenskij, Boris: “Sobre el mecanismo semiótico<br />

de la cultura”, en Jurij Lotman y Escuela de Tartu: Semiótica<br />

de la cultura. Madrid. Cátedra. 1979. p. 74.<br />

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políticas o las figuras culturales, cabría apuntar un fenómeno cada vez más<br />

creciente y preocupante: el generalizado comportamiento de los países des-<br />

arrollados en delegar a las memorias de silicio el saber humano. Esta actitud<br />

utilitarista de la información trae consigo una sociedad de ignorancia e info-<br />

xicación, en términos de Antoni Brey, donde el sujeto pensante se está disol-<br />

viendo cada vez más al despreciar el conocimiento general para adquirir una<br />

formación más específica y pragmática: “El centro de gravedad de la sociedad<br />

del conocimiento mercantilizado se desplaza gradualmente desde el individuo<br />

hacia las estructuras colectivas. El saber productivo ha dejado de pertenecer<br />

a la masa o al experto aislado y se encuentra distribuido en grandes sistemas<br />

en los cuales el individuo es sólo una pieza prescindible. Cada vez, hay más<br />

saber en las organizaciones pero menos conocimiento en los individuos, más<br />

información en las memorias de silicio y menos en los cerebros humanos. El<br />

individuo se aleja progresivamente de su posición central, se diluye, y desde<br />

la periferia se muestra más débil y prescindible que nunca.” (9)<br />

En segundo y último lugar, hay otra consideración que suele perderse de<br />

vista, y son los recuerdos. Como señala Luis Buñuel en el primer capítulo de<br />

su autobiografía, “...la memoria, indispensable y portentosa, es también frá-<br />

gil y vulnerable. No está amenazada sólo por el olvido, su viejo enemigo, sino<br />

también por los falsos recuerdos que van invadiéndola día tras día.” (10) Así<br />

9. Brey, Antoni; Innenarity, Daniel; Mayos, Gonçal: <strong>La</strong> sociedad<br />

de la Ignorancia y otros ensayos. Libros infomania. Creative<br />

Commons. Barcelona. 2003. p.43.<br />

10. Buñuel, Luis. Mi último suspiro. Memorias. Plaza & Janés. Barcelona.<br />

1982. p.15. Traducción de Ana María de la Fuente; Título<br />

Original: Mon dernier soupir. Éditions Robert <strong>La</strong>ffont. Paris. 1982.<br />

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pues, la memoria inventa, repara, transforma, actualiza el pasado, lo cual nos<br />

obliga a un esfuerzo permanente de depuración y contraste de la misma. Sin<br />

embargo, la memoria también puede ser contaminada por la imaginación y el<br />

ensueño y, “puesto que existe la tentación de creer en la realidad de lo ima-<br />

ginario, acabamos por hacer una verdad de nuestra mentira. Lo cual, por otra<br />

parte, no tiene sino una importancia relativa, ya que tan vital y personal es la<br />

una como la otra.” (11) Por lo tanto, y aunque pueda pesarnos, igualmente<br />

modela nuestra propia idiosincrasia. Algunos recuerdos guardan el aroma de<br />

una proyección imaginaria que resuena en nuestro inconsciente y se cuela en<br />

la superficie de nuestra mirada sobre la memoria.<br />

A lo largo de las próximas líneas pasearemos por algunas de estas aris-<br />

tas que conforman los vericuetos resbaladizos de la frágil y, a la vez, poderosa<br />

memoria. Nuestra intención es rescatar dos películas españolas, El desencanto<br />

(1976) de Jaime Chávarri y Bucarest, <strong>La</strong> memoria perdida (2008) de Albert<br />

Solé, y ver cuáles son los diferentes elementos que constituyen la memoria in-<br />

dividual y colectiva. No sólo como proyección de la identidad del individuo en<br />

su vinculación con el pasado, sino también su trascendencia hacia la sociedad<br />

y reivindicación de su pervivencia. Queremos aclarar, por último, que si la me-<br />

moria apela a nuestra conciencia no debemos incurrir en el error de usar la<br />

nostalgia para movilizar los sentimientos que impregnan los recuerdos. <strong>La</strong> nos-<br />

talgia es una actitud revisionista y conservadora, propia de la derecha. Me-<br />

moria y nostalgia se oponen. No son, bajo ningún concepto, la misma cosa.<br />

2. EL LENGUAJE DE LA MEMORIA.<br />

El desencanto abre y cierra sus imágenes de forma simétrica a través de<br />

diferentes movimientos de travelling (12). Estos desplazamientos manifiestan<br />

una evidente huella enunciativa del narrador implícito: al principio la escultura<br />

del poeta oficial del Régimen, Leopoldo Panero Torbado, está envuelta con plás-<br />

<strong>11.</strong> Buñuel, Luis: Op. Cit. p.15.<br />

12. El travelling que abre la película hace un retroceso y el que la<br />

cierra es circular. De modo que en el primero, el dispositivo cinematográfico<br />

pretende alejarse del motivo que planeará durante el largometraje:<br />

la figura del padre. <strong>La</strong> melodía marcial interpretada por<br />

una banda que se escucha en este movimiento, pone de relieve<br />

el efecto distanciador y crítico sobre dicha figura autoritaria. El<br />

travelling circular que clausura la película, sin embargo, recubre<br />

el personaje ausente de la ficción como gesto retórico que viene<br />

a enfatizar el circunloquio dado por su silencio, pero cuya relación<br />

con los protagonistas ha erosionado sus existencias.<br />

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El desencanto<br />

ticos y cuerdas, así como con la tela de una bandera en su clausura, y dichas<br />

imágenes cobrarán su dimensión simbólica una vez que nos demos cuenta de<br />

que el poeta oficial de Franco ha sido en todo momento omitido. <strong>La</strong> figura cas-<br />

tradora del patriarca planeará a lo largo de la película. No decimos nada nuevo<br />

al señalar que El desencanto se ha visto como metáfora del franquismo (13).<br />

Y el azar objetivo permitió que concurriera en tiempos paralelos el hábil y la-<br />

borioso montaje con la agonía y muerte del dictador, lo cual le otorgó a la pe-<br />

lícula una nueva significación. El retrato de la familia de los Panero trascendió,<br />

además, por el sentido formado a partir del título del filme, cuya proyección<br />

metafórica encarnó el espíritu de la sociedad española del momento. <strong>La</strong>s imá-<br />

genes de Chávarri se crean, pues, primero en el reconocimiento de una identi-<br />

dad histórico-social y luego en la apuesta por un gesto de resistencia política.<br />

Si la producción del documental supuso un referente destacable en la cultura<br />

social de nuestro país, ahora, con el tiempo transcurrido, y después de la cre-<br />

puscular y melancólica propuesta de Ricardo Franco, Después de tantos años<br />

(1994), puede verse como testimonio de una época ya extinta.<br />

<strong>La</strong> película se centra en el retrato de la familia de los Panero, en los mis-<br />

mos títulos de crédito nos muestran la foto en blanco y negro de Felicidad<br />

Blanc y sus vástagos, sin figurar tampoco en ella el poeta auspiciado por<br />

Franco. Así pues, el tratamiento argumental no plantea el tema de la memo-<br />

ria como elemento matriz del discurso propuesto por el narrador implícito.<br />

Pese a que se dan ciertas operaciones cercanas a las técnicas documentales<br />

(especialmente el comienzo), la película en ningún caso adopta este régimen<br />

13. Véase la ajustada y similar lectura de Minguet Battlori, Joan<br />

M.: “El desencanto”, en Julio Pérez Perucha (ed.): Antología crítica<br />

del cine español 1906-1995. Ed. Cátedra/Filmoteca Española.<br />

Madrid.1997. p.744.<br />

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fílmico ya que hay toda una puesta en escena en cada uno de los personajes<br />

que desfilan en ella. Los diferentes miembros de la familia interpretan un<br />

papel definido y, a su vez, se erigen en voces narradoras y evocadoras de un<br />

pasado a través de la palabra. Felicidad Blanc y sus hijos, Juan Luis, Michi y<br />

Leopoldo, van a ir representando un papel y efectuando una oratoria con ob-<br />

jeto de encarnar el pretérito desde la subjetividad de cada cual y, a su vez, el<br />

espectador irá recogiendo las imágenes del pasado que sugieren cada uno por<br />

su verbo. En este sentido, creemos que la operación no es muy lejana a la que<br />

utilizara Claude <strong>La</strong>nzmann en Shoah (1985). Tal y como señala el cineasta<br />

acerca de su célebre largometraje sobre el exterminio, se trataba de abolir la<br />

distancia entre el pasado y el presente mediante la creación de imágenes que<br />

puedan partir de lo real, aunque éste “es opaco, es la verdadera configuración<br />

de lo imposible. ¿Qué significa filmar lo real? Hacer imágenes a partir de la re-<br />

alidad equivale a agujerear la realidad.” (14) Ante la imposibilidad de mos-<br />

trar las huellas del pasado ambas películas se erigen por completo sobre la<br />

palabra (15) y el gesto. Gracias a éstos la puesta en escena transforma a las<br />

personas reales en personajes que reviven un pasado. Se activa la sugeren-<br />

cia y la evocación al obligarles a desarrollar una encarnación, a convertirse en<br />

actores de sí mismos. En los dos textos fílmicos cuentan su propia historia<br />

pero también interpretan desde un espacio físico preciso con el fin de que la<br />

palabra sea transmisible y se cargue de una dimensión simbólica.<br />

Michi Panero, en la primera parte, actúa como abogado del diablo e in-<br />

termediario del narrador implícito, y provoca el discurso de su madre y de su<br />

hermano mayor Juan Luis. Juega a ser periodista. Invoca y reivindica la mar-<br />

ginalidad de Leopoldo debido a sus veleidades con la política antifranquista<br />

(mítines, manifestaciones callejeras, preso político), así como por su vincula-<br />

ción con las drogas y su ingreso en el psiquiátrico. Según Michi “es uno de los<br />

temas, indudablemente, más importantes de la película, significa o cristaliza<br />

la ruptura de una serie de cosas… más que la muerte de papá…el hecho de Le-<br />

opoldo… es una cosa bastante obvia…” Mientras escuchamos estas palabras se<br />

14. Chevrie, Marc; Le Roux, Hervé: “El lugar y la palabra” Entrevista<br />

a Claude <strong>La</strong>nzmann. Cahiers du Cinéma España nº 28. Noviembre<br />

2009. p. 65. Trad. Antonio F. Rodríguez Esteban. / Cahiers du Cinéma<br />

nº 374. Julio de 1985.<br />

15. <strong>La</strong> cuestión humana (<strong>La</strong> Question humaine, 2007) de Nicolas<br />

Klotz remite, de igual modo, a las palabras para la búsqueda de<br />

los ecos en la Historia. Los términos empleados en la administración<br />

de una empresa se conectan de forma directa, con escrupuloso<br />

eufemismo, a los informes militares de los nazis<br />

donde se perseguía igualmente la eficiencia en sus trabajos basados<br />

en la taylorización industrial de la muerte.<br />

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lleva a cabo un solapado de imágenes, al incorporarse sobre las afirmaciones<br />

de Michi, una panorámica de seguimiento de Leopoldo paseando por un ce-<br />

menterio (cual si fuera un fantasma ominoso) hasta que se acerca frontal-<br />

mente en plano medio e interpela directamente con la mirada a la cámara, es<br />

decir, al espectador. Dichas palabras parecen al principio ingenuas, pero una<br />

vez que comprobemos la inesperada irrupción de Leopoldo después de haber<br />

superado la mitad del filme, entonces se convertirán en vaticinadoras y co-<br />

brarán un giro inusitado.<br />

El desencanto<br />

Desde la orientación narratológica, Michi encarna la instancia mediadora<br />

de la diégesis para el sujeto de la enunciación, se establece como un narra-<br />

dor homodiegético (16) por constituirse en voz delegada de aquél a lo largo<br />

del primer tramo y en la clausura del filme con una mirada crítica sobre la de-<br />

16. Gaudreault, André: Du litteraire au filmique. Systeme du<br />

recit. Paris, Meridiens Klincksieck, 1988. Sobre estas cuestiones<br />

véase también en el texto de Gómez Tarín, Fco. Javier: Discursos<br />

de la ausencia. Elipsis y fuera de campo en el texto fílmico.<br />

Ediciones de la Filmoteca Valenciana. 2006. págs. 87-121.<br />

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cadencia de la familia. Representa el papel de la juventud que ha sido es-<br />

pectador privilegiado de los acontecimientos familiares y sociales. Michi se<br />

describe como personaje bohemio, despreocupado, perezoso, displicente,<br />

compañero de juegos en la infancia y adolescencia de Leopoldo.<br />

Juan Luis, el hermano mayor de los Panero, se adjudica algunos de los<br />

rasgos vehementes y fogosos del progenitor. Es el personaje más teatral e<br />

histriónico de la saga. Presenta una serie de fetiches, algunos de los cuales,<br />

son poemarios (concretamente un libro de Kavafis y otro de Cernuda). Imita<br />

la indumentaria de su padre, incluso hereda un objeto cuyo valor simbólico<br />

trasciende su propio significado hereditario: la pluma estilográfica “Parker 51”,<br />

convertida aquí en atrezzo melodramático impostado y con la que, según<br />

afirma, ha escrito todos sus poemas, adopta un tono pomposo y teatral<br />

cuando los lee. Así pues, los gestos de Juan Luis se convierten en una paro-<br />

dia adusta de sí mismo. Se erige en el poeta “oficial” de la familia y su aleja-<br />

miento durante los años de la infancia y adolescencia de sus hermanos le<br />

llevará a tomar una distancia afectiva con éstos. Reconoce su absoluta falta<br />

de comunicación con Leopoldo y considera que la intervención de éste en la<br />

película carecerá de dialéctica cinematográfica. Hasta llega a admitir que para<br />

él es un personaje molesto (de hecho, nunca aparecerán juntos). Sin em-<br />

bargo, tras la muerte del padre Juan Luis asumirá el rol de éste y se conver-<br />

tirá en cómplice de la apertura social de su madre. Probablemente sea éste el<br />

rasgo más amable y positivo de su propia caracterización personal, pero ya<br />

desde su primera escena se vislumbra la encarnación patriarcal doméstica:<br />

sus gestos hoscos, temperamentales, acompañados por el tabaco y el alcohol,<br />

motivarán más tarde en el espectador la imagen mental del espectro de su<br />

padre cuando conversaba en casa con sus amigos.<br />

Juan Luis cumple la función de representar un narrador-personaje, un<br />

narrador de tercer nivel. Por esta misma razón no dispensa la voz de Michi.<br />

Constituye la instancia negativa de la narración y, dentro de las categorías<br />

funcionales en la matriz actancial de Greimas (17), podría definirse como el<br />

oponente debido a su discrepancia personal y afectiva con Leopoldo. En este<br />

caso creemos que Juan Luis se personifica en el reverso de su hermano, in-<br />

cluso desde la perspectiva intelectual ya que el calado reflexivo de éste supera<br />

con creces el de aquél. El carácter de maldito, pero al mismo tiempo brillante<br />

y radical de Leopoldo se confronta con la obra institucional de Juan Luis.<br />

17. Greimas, A. J.: “Éléments pour une théorie de l’interprétation<br />

du récit mythique”, en Communications nº 8: L’Analyse<br />

structurale du récit. Paris. Editions du Seuil. 1981.<br />

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El desencanto<br />

Felicidad Blanc representa la voz de la nostalgia: “proporciona toda<br />

una dimensión del tiempo ido, de la época en que su nombre aún tenía sen-<br />

tido porque era nombrado con amor. <strong>La</strong> semilla de esa temporalidad inte-<br />

rior que, como tan conmovedoramente dejara escrito Mercè Rodoreda, nos<br />

va dando el rostro que tendremos el último día de nuestra vida, se en-<br />

cuentra ya en ese episodio del noviazgo de Felicidad.” (18) Es la viva y clara<br />

voz de la poesía, de lo familiar, de lo cotidiano, la melancolía…Si la palabra<br />

funciona como estructura del pensamiento bien puede transparentarse, a lo<br />

largo de sus tristes y refinadas declaraciones, el papel de una mujer bur-<br />

guesa, esposa cándida y sumisa: “…Salimos juntos y empezó a hablarme –<br />

recuerdo que quizá fue eso la iniciación de nuestro amor- de que él no me<br />

veía como una persona joven, sino más bien una persona ya en el final de<br />

su vida. Me veía ya vieja, paseando por las murallas de Astorga, terminada<br />

ya la vida. Me emocionó tanto todo aquello que inmediatamente me ena-<br />

moré de él…” (19) Hay que añadir a todo esto dos caras más de las pala-<br />

bras que profiere Felicidad a lo largo de la película. En primer lugar cabe<br />

señalar su vertiente más carnal y humana, aquella que caracteriza al rol de<br />

madre. En varios momentos puede advertirse su papel de adaptación para<br />

con sus hijos, al pulso de vida cotidiano. Recordemos al principio, el regaño<br />

a Michi por expresar palabras malsonantes, o la larga secuencia que están<br />

reunidos los hermanos menores con su madre en el instituto donde acudían<br />

18. Company, Juan Miguel: “<strong>La</strong> fatiga del narrador. A propósito de El<br />

desencanto y Después de tantos años”. En Imagen, memoria y fascinación.<br />

Notas sobre el documental en España. Coord.: Joseph<br />

Maria Catalá, Josetxo Cerdán y Casimiro Torreiro. IV Festival de<br />

Cine Español de Málaga y Ocho y Medio. 2001. p.253.<br />

19. Declaraciones de Felicidad Blanc en la película que nos<br />

ocupa. También pueden recogerse éstas en Felicidad Blanc; Juan<br />

Luis Panero; Leopoldo María Panero; José Moisés Panero: El desencanto,<br />

Elías Querejeta Ediciones. Madrid. 1976. p.144.<br />

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a estudiar y se ponen a evocar los tiempos de las revueltas estudiantiles,<br />

de las drogas y el encarcelamiento de Leopoldo. <strong>La</strong> humildad y sencillez de<br />

la mujer son enternecedoras porque destila en sus gestos, en su “grano” de<br />

voz (en términos barthesianos), en sus palabras, una dulzura, una inocen-<br />

cia e ingenuidad tan conmovedoras precisamente porque transpira sinceri-<br />

dad. No está interpretando, la realidad se filtra por los resquicios de la<br />

puesta en escena cuando las palabras viajan al pasado y el personaje de la<br />

madre asume su ignorancia de aquellos años.<br />

Otro de los rasgos femeninos y dóciles de Felicidad se advierten en el<br />

papel de esposa del poeta. A lo largo de sus manifestaciones impone el silen-<br />

cio ante la actitud del marido de ponerla al margen de las visitas de sus ami-<br />

gos. Cuando menciona al amigo y poeta Rosales, la voz y las palabras de<br />

Felicidad se impregnan de celos y antipatía. No se muerde la lengua y reco-<br />

noce que su vida estaba presa del prestigio del marido, sin poder hacer de-<br />

masiadas relaciones sociales. Una vez que fallece éste, los hijos la airean y<br />

reconoce a Michi que supuso un aire fresco en su nueva vida.<br />

Por último, Leopoldo María, mediado el filme, supone un decisivo cam-<br />

bio de testigo en la voz conductora del mismo, aunque no por ello deja rele-<br />

gado, a Michi como narrador implícito en su cometido de portavoz de la<br />

familia, y a su vez, de mediador del sujeto de la enunciación en la clausura del<br />

filme donde, en forma de abrochamiento discursivo reflexiona sobre el declive<br />

de la estirpe familiar “muy erosionado por el tiempo” y del que asume, entre<br />

irónico y sarcástico, su responsabilidad. Sin embargo, Leopoldo María sumi-<br />

nistra el comentario mordaz y lúcido del estatus burgués de la familia. Su in-<br />

tervención en la película es decisiva, ya que sin la vertiente marginal,<br />

contestataria, intelectual y radical hubiera quedado dulcificada la orientación<br />

discursiva. Cuando irrumpe en la película se aprecia una admiración sincera<br />

de Chávarri hacia Leopoldo. Es llamativo el hecho de que sea el único de los<br />

hermanos que se desmarque del espacio doméstico. Su puesta en escena se<br />

aleja del marco familiar. Leopoldo surge primero, ya lo hemos dicho, cual fan-<br />

tasma en un cementerio. Ricardo Franco, en Después de tantos años, esta-<br />

blece una pertinente rima visual cuando lo hace aparecer en los pasillos del<br />

centro psiquiátrico de Mondragón, a través de fantasmales fundidos encade-<br />

nados mediante imágenes en blanco y negro. Pero cobra vida en el momento<br />

en que surge acodado sobre el mostrador de un pequeño bar. El personaje<br />

verbaliza, de forma perspicaz y lúcida, que todo verdadero goce<br />

comienza en la autodestrucción. En esta visión nihilista de Leo-<br />

poldo convoca las palabras de Antonin Artaud: “Me destruyo para<br />

saber que soy yo y no todos ellos.” Y en esta misma orientación<br />

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El desencanto<br />

cabe referir aquellas otras, junto a su madre y Michi, frente al instituto,<br />

cuando reconoce que “en la infancia se vive y después ya se sobrevive.”<br />

<strong>La</strong> memoria que obra en la película que nos ocupa, está basada en activar<br />

la palabra para hacer emerger el pasado. <strong>La</strong> puesta en imágenes de El desen-<br />

canto funciona, desde su propia materialidad, con la percepción colectiva de<br />

aquellas. Cuando se estrenó la película, el espectador español ya tenía en sus<br />

casas un televisor cuyas imágenes eran en blanco y negro. Por esta misma razón<br />

el realizador decidió que la película, como efecto de verosimilitud, debía plasmar<br />

las imágenes con la misma textura y tonalidad que la pantalla electrónica (20).<br />

20. Permíteseme recordar que esta elección fue corroborada por Túa<br />

Blesa en su comunicación “ver y creer” ofrecida durante las VII Jornadas<br />

Internacionales de Semiótica, organizadas por la Asociación<br />

Vasca de Semiótica y el Departamento de Comunicación Audiovisual<br />

y Publicidad de la Facultad de Ciencias Sociales y de la Comunicación,<br />

de la Universidad del País Vasco, a lo largo de los días<br />

14-17 de diciembre de 1995, en la Biblioteca de Bicebarreita,<br />

en Bilbao. El propio comunicante publicó: Leopoldo María Panero,<br />

el último poeta.<br />

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Dar vida a lo inanimado, conseguir una impresión de realidad con la puesta en<br />

forma (21), en términos del profesor Zunzunegui, podría ser el objetivo narra-<br />

tivo de la película, cuya evocación de la memoria familiar a partir de ese res-<br />

cate imposible de la dimensión real resucita, gracias al fuego de la palabra, para<br />

(re)construir un pasado que el espectador puede llegar a revivir. Si la película co-<br />

mienza con la voz over (22) campanuda, cursi, pomposa y redicha, similar a la<br />

de los noticiarios cinematográficos del NO-DO –de hecho la voz está abrigada<br />

con las únicas imágenes que se ajustan a las técnicas del reportaje cinemato-<br />

gráfico- , los planos finales se contraponen con el silencio y con un mecanismo<br />

emergente del narrador implícito en el seno de la diégesis fílmica. Pero este si-<br />

lencio sólo es aparente ya que el sujeto de la enunciación se manifiesta de forma<br />

explícita a través de un doble dispositivo cinematográfico: el montaje y el tra-<br />

velling. El montaje abrocha el discurso mediante el contraste entre las imáge-<br />

nes y los sonidos del principio y de las que las cierran. En el plano final, la palabra<br />

cede para que sea la marca enunciativa del desplazamiento físico de la cámara<br />

quien se manifieste con objeto de trascender la anécdota familiar en figura con-<br />

notativa del franquismo desde los mismos materiales fílmicos.<br />

CODA: RECUPERAR LA MEMORIA.<br />

Durante los días que preparaba este texto, me ha llegado la personal<br />

propuesta de Albert Solé, Bucarest, la memoria perdida (Bucarest, la me-<br />

mòria perduda, 2008). En ella, trata de recuperar sus raíces biográficas e<br />

ideológicas para explorar, mediante la misma voz del cineasta -y manifesta-<br />

das en primera persona- la enorme figura que supuso su padre, el político<br />

español Jordi Solé Tura, desde los convulsos tiempos en los cuales comba-<br />

tía el franquismo en la clandestinidad, hasta convertirse en uno de los cre-<br />

adores de la Constitución Española. <strong>La</strong> película plantea un doble exilio: el<br />

primero político, cuando su padre fue obligado a salir del país por su mili-<br />

tancia antifranquista a finales de los años cincuenta. El segundo, más re-<br />

ciente y trágico: el diagnóstico del Alzheimer. A partir de la última<br />

circunstancia familiar, cuando está perdiendo la memoria física cada día, Al-<br />

bert Solé pretende rescatar del olvido el legado de su padre, pero al mismo<br />

21. Zunzunegui, Santos: <strong>La</strong> mirada cercana. Microanálisis fílmico.<br />

Paidós Papeles Comunicación nº 15. Barcelona. 1996. p. 53. <strong>La</strong>s claves<br />

de una puesta en forma contribuyen a la definición de un estilo,<br />

es decir, a dar buena cuenta de los diferentes componentes<br />

estéticos que tejen un determinado filme.<br />

22. <strong>La</strong>s palabras están rescatadas de la emisión radiofónica de<br />

Radio Popular de Astorga.<br />

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Bucarest, la memoria perdida<br />

tiempo descubrir su propia identidad mediante la recuperación de las oscu-<br />

ras y desconocidas sombras de su infancia.<br />

Lejos de ser una película brillante, pese a su plana realización por estar<br />

más cerca de las prácticas televisivas que de las cinematográficas, quere-<br />

mos reivindicarla, sin embargo, ya que se nos antoja ahora muy pertinente<br />

en los funestos tiempos que corren. Es encomiable el sincero y honesto es-<br />

fuerzo por recuperar la memoria de unos acontecimientos y unos persona-<br />

jes históricos como Santiago Carrillo, Jorge Semprún, Manuel Fraga o Jordi<br />

Pujol, y otros más desconocidos pero no por ello menos importantes. Sin<br />

caer en el recuerdo blando y sentimental viaja por los cincuenta años de<br />

nuestro país en un doble camino, el histórico y el familiar, con el propósito<br />

de descubrir lo que ha sido España y lo que es ahora gracias a su pasado.<br />

Camino, por cierto, que estaba plagado de tensiones, deserciones y decep-<br />

ciones. Esta voluntad de rendir un sentido y cálido homenaje a un político<br />

y, también, a un padre creemos que nada tiene que ver con una actitud<br />

nostálgica, blanda y sentimental.<br />

Todo lo contrario a lo que precisamente perpetrara Antonio Mercero en<br />

un discurso tan conservador como previsible y tramposo, que llevaba el título<br />

de ¿Y tú quién eres? (2007). Mercero, en el último plano de la película, tenía<br />

que vérselas con el completo olvido del abuelo Ricardo -interpretado por el ex-<br />

celente Manolo Aleixandre- debido al ya avanzado estado de la enfermedad<br />

del Alzheimer. En ese primer plano del anciano que cierra la película, éste ver-<br />

baliza su dificultad para reconocer a su nieta Ana (Cristina Brondo) bajo unos<br />

acordes de música plañidera y almibarada. Tras esta imagen se<br />

funde a negro y ya nada más queda por decir, cuando a lo largo<br />

de la película sólo se ha preocupado de reflejar la dificultad que<br />

tienen algunos enfermos por reconocer su enfermedad ante la<br />

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despreocupación egoísta de la familia. Sin embargo el relato de Mercero, tan<br />

plano como cursi, se centra en recuperar el orden familiar, de rescatar la unión<br />

familiar pese a que el anciano ya nada pueda reconocer. <strong>La</strong> última secuencia<br />

se escenificará con la aceptación, ya en casa, de los padres burgueses y car-<br />

petovetónicos de la labor social de su hija dedicada en cuerpo y alma a su<br />

abuelo y que se inicia justo en el momento que detecta la avanzada e irre-<br />

versible enfermedad.<br />

Albert Solé, sin embargo, a través de los testimonios de viva voz, asu-<br />

mirá aquello que sostenía Aristóteles: el hombre es el ser de la palabra y éste<br />

ha de marcar su propio espacio en lo real. No pretende con la película resca-<br />

tar la memoria histórica porque, como señala Juan Miguel Company, en dicha<br />

memoria “subyace un inútil pleonasmo (¿Qué memoria no es histórica?) y tal<br />

vez valdría la pena enhebrar al sustantivo otro adjetivo: el de viva, por ejem-<br />

plo. Una memoria viva daría todo su sentido al valor del testigo, del testimo-<br />

nio, en la forma como Giorgio Agamben ha sabido explicarlo, de forma<br />

preclara, en sus libros.” (23) En el fondo Solé pretende el sano ejercicio de<br />

conservar la figura de su padre y, al mismo tiempo, reconocerse en los tiem-<br />

pos que le ha tocado vivir, porque tal y como se afirma en el cortometraje Les<br />

statues meurent aussi (1950-53) de Alain Resnais en colaboración con Chris<br />

Marker, “la muerte es siempre un país donde se va a perder la memoria”.<br />

23. Company, Juan Miguel: <strong>La</strong> memoria de Eduardo Ducay. <strong>La</strong>udatio<br />

de Eduardo Ducay en el acto de entrega de la medalla honorífica<br />

de la AEHC, durante el Congreso Internacional de la<br />

Asociación (Córdoba, 24 de febrero de 2006).<br />

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Bucarest, la memoria perdida<br />

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XVI. LA MEMORIA COMO MONTAJE.<br />

CARTA DE UNA DESCONOCIDA.<br />

Stefan Zweig<br />

1. LA NOVELA DE STEFAN ZWEIG (1922)<br />

El famoso novelista R. vuelve a su domici-<br />

lio tras una excursión de montaña de fin de se-<br />

mana y encuentra entre su correspondencia un<br />

sobre conteniendo una carta voluminosa y anó-<br />

nima, que parece más un original de imprenta<br />

que una misiva. Stefan Zweig, autor de la no-<br />

vela Carta de una desconocida (Brief einer Un-<br />

bekannten), comienza de este modo sencillo y<br />

directo, una mise en abîme que durará lo que<br />

dure el texto: el protagonista encuentra en el<br />

sobre la novela que vamos a leer. Ese día cum-<br />

ple 41 años. <strong>La</strong> carta-novela se convierte en el<br />

recuento de la parte oscura de ese tiempo, de<br />

su juventud transcurrida y perdida, o el lamento<br />

–adoptando una máscara femenina- de una di-<br />

fusa mala conciencia respecto de su juventud<br />

que se aleja.<br />

<strong>La</strong> carta está escrita en primera persona por<br />

una mujer desconocida, que ha muerto mientras la redactaba. A manera de<br />

título, la primera frase de esta ficción literaria reza: “A ti que nunca me has<br />

conocido”. “No debes temer mis palabras, una muerta no quiere ya nada.” Le<br />

pide que le crea, porque “No se miente en la muerte de un hijo único”. Ahora<br />

ella ya sólo le tiene a “él”, al escritor que lee la carta de una muerta, pues ella<br />

–dice- la romperá si continua viviendo y volverá a su silencio habitual; si la re-<br />

cibe, será de alguien que ya no existe ni siquiera, al parecer, en la memoria.<br />

<strong>La</strong> historia de su vida comienza a los 13 años, hace quince, en el momento de<br />

conocerle, en una decente “pobreza de pequeña burguesa”. El es un joven de<br />

25 años vivaz, ya un escritor célebre, un hombre con honda vida<br />

interior oculta bajo la capa de superficialidad, según ella. Una mi-<br />

rada, una sonrisa al encontrarse en el portal, y ella arde porque<br />

aún no sabe que el es así siempre, un seductor, y no sólo con ella.<br />

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Pilar Pedraza<br />

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“Nadie te ha amado con un amor tan de esclava”… pues nada en el mundo se<br />

parece al amor de una chiquilla oscura…” Su amor de niña es desinteresado,<br />

no como el de la mujer, lleno de deseos y exigencias. Por el momento se con-<br />

tenta con espiar la puerta de él desde un tragaluz de su casa con un libro en<br />

la mano durante horas, meses. Ayuda a su sirviente, un viejo silencioso, para<br />

poder introducirse en el apartamento a curiosear las cosas de su ídolo. Este<br />

amor infantil dura desde los 13 a los 16 años sin que él se dé cuenta.<br />

Se diría que ella pasa de niña a mujer durante una noche terrible antes<br />

de su partida para Innsbruck, donde su madre y ella vivirán con el nuevo ma-<br />

rido de ésta: en el vestíbulo de su vivienda, acechando la llegada de él, en la<br />

fría oscuridad, hasta que de madrugada él aparece en la escalera con una<br />

mujer, y ella sufre el peor golpe de su vida sentimental de quinceañera. Tras<br />

dos años en Innsbruck regresa a Viena a trabajar en una casa de confección.<br />

En Innsbruck ha sido admirada o deseada por jóvenes, ninguno en especial,<br />

pero no ha hecho caso porque sigue amándole. A la vuelta en Viena, ella va<br />

todas las tardes a su puerta, espía las luces de sus ventanas, le ve entrar y<br />

salir con gente, amigos y mujeres. Un día se cruzan y él le dirige una mirada<br />

de hombre a mujer, sin visos de reconocer a la vecinita adolescente enamo-<br />

rada ni saber nada de ella. Ella ve que no es nada para él, que ha estado ado-<br />

rando a un fantasma, pero eso no le hace cambiar. Al poco se vuelven a ver<br />

y él la reconoce como la joven del otro día, con lo que se abre un nuevo y pro-<br />

metedor capitulo en la vida de ella. El la invita a comer, y luego a ir a su casa.<br />

Se queda toda la noche. Tres noches. Luego él parte de viaje y no vuelve a<br />

llamarla como ha prometido.<br />

No sabe ni sabrá nunca hasta la lectura de la carta, que ella ha quedado<br />

embarazada y que, por vergüenza, generosidad o pudor, no se lo comunica. Su<br />

parto abyecto en una institución de caridad con prostitutas y médicos liberti-<br />

nos es una espléndida semblanza del paritorio para mujeres descarriadas. A<br />

partir de entonces, se limita a enviarle anónimamente un ramo de rosas blan-<br />

cas por su cumpleaños, y se dedica a cuidar a su hijo durante diez años. Para<br />

darle una buena vida y alejarlo de la pobreza, se vende. Tiene amantes ricos<br />

que la adoran, hasta un marqués viudo que se quiere casar con ella, pero ella<br />

permanece libre para estar disponible para él. El último encuentro tiene lugar<br />

en el Tabarin, en una disipada atmósfera de baile al que ella acude con su ac-<br />

tual amante. El la toma por una prostituta, la solicita y la lleva a su casa, sin<br />

reconocerla y sin que ella le diga una palabra sobre su maternidad<br />

El último párrafo de la carta recupera la tercera persona. El<br />

termina la lectura. Reflexiona profundamente y trata de recordar,<br />

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Max Ophüls<br />

pero sólo acuden a su memoria retazos, sombras, imágenes confusas de una<br />

niña, una muchacha, una mujer. El recuerdo es como una piedra vista a tra-<br />

vés de una corriente de agua, cambiante e inasible. Mira el jarrón de las rosas<br />

blancas que ella le enviaba todos los años por su cumpleaños y lo encuentra<br />

vacío, y entonces siente el halito helado de un amor inmortal y percibe a la<br />

amada inmaterial e impalpable como una música lejana. <strong>La</strong> exquisita forma<br />

del relato de Zweig oculta a duras penas una construcción artificiosa del per-<br />

sonaje femenino en función de los tiempos melodramáticos y de la imagen<br />

masculina superficial e inalcanzable, ante la cual el sacrificio de ella es esté-<br />

ril. Ella es, por otra parte, un fantasma narcisista de él, cuya naturaleza le<br />

impulsa a dejarse amar por todas las mujeres y no amarse más que a sí<br />

mismo a través de ellas. Todo se reduce en el fondo a una meditación melan-<br />

cólica sobre la negación del Otro como vago ensueño apenas percibido, cru-<br />

zado por poderosas ráfagas realistas como la descripción del parto en el<br />

hospital o el ambiente en que se desenvuelve la vida fácil y disipada de ella<br />

en sus últimos tiempos.<br />

2. LA PELICULA DE OPHULS (1948)<br />

Sobre la base de esta historia organizan Max Ophuls –Opuls en los cré-<br />

ditos- y su guionista Howard Koch la película “vienesa” del mismo título, Carta<br />

de una desconocida (Letter from an unknown woman, 1948). <strong>La</strong> Viena de<br />

Ophuls es región del imaginario reconstruida en este caso en el estudio de<br />

Hollywood. Había rodado ya, en la UFA, una historia vienesa de juventud: Lie-<br />

belei (1932), según la pieza teatral de Arthur Schnitzler, que tiene algo en<br />

común con la que estudiamos, y con Suprema decisión (San lendemain, 1939,<br />

en tanto melodramas románticos abundantes en la filmografía americana de<br />

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Carta de una desconocida<br />

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los años 30 de Josef von Sternberg, protagonizados por Marlene Dietrich (por<br />

ejemplo, <strong>La</strong> Venus rubia, 1932), donde, sobre todo en el caso de Ophuls, se<br />

muestra el calvario de excéntricas figuras femeninas, desde bondadosas mu-<br />

jeres fatales con hijo hasta muchachas de virtud dudosa, interpretadas por ac-<br />

trices adultas, siempre histéricas o carentes de psicología, al contrario que<br />

los personajes de mujer del cine escandinavo. Michele Mancini las llama gra-<br />

ciosamente “donne stupefatte”, pero se queda corto. (1) Son más bien des-<br />

dichadas víctimas del sadismo de los guiones y las puestas en escena<br />

dedicadas a un público femenino, feminizado o simplemente voyeur.<br />

<strong>La</strong> película de Max Ophuls es redonda, delimitada por un marco circular<br />

de luto, que engloba un relato en primera persona que a su vez es un rosario<br />

de flashbacks, procedimiento temporal que el autor utiliza en diversas oca-<br />

siones para arrastrar un contenido de la memoria al presente o para estruc-<br />

turar el relato (<strong>La</strong> signora di tutti, Lola Montes). Está presidida por el fin de<br />

ambos protagonistas, sin que la muerte omnipresente haga acto de presen-<br />

cia en campo. Ella, Lisa Berndle (Joan Fontaine) está viva mientras le escribe<br />

la carta a Stefan (Louis Jourdan), pero el hecho de que se la hayan enviado<br />

desde el Hospital de Santa Catalina es prueba de que ha muerto. El marco de<br />

la historia de muerte de él es muy interesante y original, aunque algo tram-<br />

poso: en la noche de tormenta que abre el film, unos amigos dejan a la puerta<br />

de su casa a Stefan Brand, el protagonista que aquí es un músico, prome-<br />

tiendo que volverán por él tres horas más tarde, al amanecer. Aluden a un<br />

duelo, uno de cuyos contrincantes es él. Desde el principio se le tiene por per-<br />

dedor, ya que se batirá con un adversario al que apenas conoce, con más ex-<br />

periencia en el manejo de las armas y con más preparación, propia de un<br />

militar aristócrata. El entra en su casa y se dispone a huir con ayuda de su<br />

criado, porque “el honor es un lujo de caballeros”, dice con un cinismo a lo<br />

Oscar Wilde, y él no está dispuesto a dejarse matar. “Me gustaría ver la cara<br />

que van a poner cuando vean que me he ido”. Este descaro no cuadra al tipo<br />

del actor de Jourdan, que no deja de tener la apariencia de un buen mucha-<br />

cho en toda la película.<br />

Mientras el criado John le hace el equipaje, Stefan lee una gruesa carta<br />

que acaba de llegar. El resultado de la lectura, al final de la película, será la<br />

aceptación el destino. Baja a reunirse con sus padrinos y la comitiva para acu-<br />

dir al duelo en unas berlinas que parecen coches fúnebres. Esto no está en el<br />

1. M. Mancini, Max Ophuls, Il Castoro Cinema. <strong>La</strong> Nouva Italia.<br />

Firenze, 1978.<br />

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Carta de una desconocida<br />

relato de Stefan Zweig, y es quizá lo más original del guión, entre otras cosas<br />

porque muestra el cambio moral que se produce en el personaje tras la lec-<br />

tura de la carta de una muerta que le reprocha la muerte de un hijo que él<br />

desconoce y la suya propia. Está, por otra parte, en la línea ética del código<br />

Hays del castigo al culpable, aunque en este caso no pueda hablarse de tal.<br />

No así la novela de Stefan Zweig, cuyo final coincide con el fin de la lectura y<br />

sólo manifiesta cierta suspensión musical del ánimo. Por otra parte, el prota-<br />

gonista de la novela parece no recobrar completamente la memoria tras la<br />

lectura, sino sólo entrever retazos como piedras desdibujadas por una co-<br />

rriente de agua, mientras que Stefan al final visualiza en flash back retazos<br />

de los encuentros con Lisa, lo que parece impulsarle a entregarse a una<br />

muerte bellamente anunciada por Ophuls desde el primer plano del film.<br />

Hasta entonces, la hipersensibilidad del espíritu adolescente<br />

de Lisa, esclava de sus propios delirios, siempre disponible y pa-<br />

siva, contrasta con la desmemoria de él, que aunque desde el<br />

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principio la trata con la uniforme ternura con que se relaciona con todas las<br />

mujeres, es incapaz de recordar el rostro de una amante con la que ha con-<br />

vivido unos días y hasta tenido un hijo. Esta desmemoria no es tal: es la uni-<br />

formización del objeto del deseo una y otra vez alcanzado y reactivado de<br />

forma casi automática, gracias al olvido, por un personaje narcisista, incapaz<br />

no sólo de amar sino también -en la película- de crear, como lo prueba el<br />

hecho de su declinante carrera artística. El artista se ha convertido en liber-<br />

tino y vividor, pero las piezas cobradas, todas iguales como las víctimas sa-<br />

dianas y los prisioneros de los campos de exterminio, se le escapan, mueren<br />

y se pierden en la niebla sin dejar huella en su vida.<br />

<strong>La</strong> casa vienesa de vecindad, escenario privilegiado del relato, es una<br />

obra maestra de los decoradores, pero sobre todo un dispositivo escénico<br />

dispuesto y explotado de forma magistral por Ophuls; un mundo con dis-<br />

tintos grados de realidad dentro de la ficción. Con un encantador y destar-<br />

talado patio delantero donde transcurre una vida popular y comunal de los<br />

vecinos, algunos trabajos de sus criados, y los juegos de los niños, una es-<br />

calera muy cinematográfica heredada del Kammerspielfilm, el apartamento<br />

donde vive ella, decente y bien cuidado, y el de él, un piso de soltero que<br />

resulta casi palaciego, luminoso, lujoso. Se abre como un lugar de ensueño<br />

ante los ojos embobados de la muchachita, contemplada a su vez por el<br />

criado, un viejo que en la novela es silencioso y en la película mudo por ra-<br />

zones de guión. Auténtico guardián de la memoria, sabe quien es la pe-<br />

queña, como ha ido creciendo hasta convertirse en la joven y la dama.<br />

Tendrá que escribir el nombre a su señor en un trozo de papel, y se alegrará<br />

de que éste se porte por fin como un hombre, asuma su responsabilidad al<br />

final y se “entregue” al duelo con el marido de Lisa tras recordarla una vez<br />

concluida la lectura de la carta . Este, un rico aristócrata, ya ha anunciado a<br />

la mujer en una escena anterior que tratará de apartarla de su amante por<br />

todos los medios y ha escogido las armas de fuego, en las que es diestro. En<br />

dicha escena le hemos visto hablar con ella, amenazante, contra un fondo<br />

de panoplias en una parte del vestíbulo donde se hallan las armas de la casa,<br />

excelente recurso de puesta en escena de un Ophuls que no es sólo un gran<br />

creador de ambientes sino también hábil en expresar con los objetos y en<br />

hacer interaccionar los sentimientos con los decorados.<br />

No se juega en esta película a la memoria sino a la falacia consentida del<br />

melodrama, a la inverosimilitud de la relación del seductor y la víc-<br />

tima masoquista que se inmola imprudente en un altar al que ni si-<br />

quiera ha sido convocada salvo por su propio delirio. Los<br />

personajes no se entrelazan al modo clásico sino que siguen sus<br />

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propios caminos, que a veces se cruzan, el de él ciego para lo que no le inte-<br />

resa, el de ella siguiendo a un fantasma que deja por el camino una nueva qui-<br />

mera destinada a apagarse: el hijo, pieza fundamental del melodrama. Lisa<br />

corre en pos del espejismo romántico que ella misma segrega en su cabeza de<br />

cabellos largos e ideas cortas. No llega a ser una prostituta como en la novela<br />

de Zweig, y eso hace todavía más inverosímil el relato de Ophuls. En la no-<br />

vela se vende porque no quiere que su hijo sea pobre y tenga que batallar en<br />

el mundo bajo y vil de la necesidad; debe estar a la altura de él, su padre, el<br />

artista. Eso se entiende: Lisa se convierte en prostituta de lujo o mantenida,<br />

bella y con clientes fijos que la aman casi como maridos y aceptan al niño; no<br />

se casa nunca porque quiere estar libre para el amante eterno. Lo que acaba<br />

de convertir al relato de Ophuls en melodrama con sus altibajos masoquistas<br />

y consolatorios y en película femenina, es el matrimonio con un<br />

noble muy rico y, aunque algo mayor, de buen ver, que la ama y<br />

cuida del pequeño como un padre. Pero el dinero no da la felicidad,<br />

y el amor, aunque sea una quimera, vale más que una posición es-<br />

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table. Curiosamente, es tal la atracción del abismo, que la gran enamorada<br />

acaba arrojando a él al amante de su alma por un mal cálculo de fuerzas de<br />

las pasiones o simplemente porque el destino manda en este tipo de historias.<br />

<strong>La</strong> mise en abîme con que empieza la novela de Zweig es conservada<br />

como una pincelada en la película en la secuencia del “panorama” del parque<br />

de atracciones del Prater, donde los amantes viajan sin moverse en un viejo ca-<br />

charro ilusionista, precursor del propio cine, viendo pasar por las ventanillas de<br />

su falso compartimento de tren vistas de ciudades y paisajes, que pueden re-<br />

petirse por unas monedas, mientras charlan y galantean, en la parte más feliz<br />

y convencional, de género rosa, de la película. ¿Es el pequeño vagón el útero<br />

simbólico donde se concibe milagrosamente al hijo de ambos, como mandan<br />

las depravadas normas de decoro de la censura de Hollywood? Zweig no tiene<br />

esos problemas: ella va a casa de él, pasa con él tres noches. Prueba de que<br />

una deliciosa puesta en escena no basta para que una película sea<br />

una gran obra. Y también de que cierta clase de melodrama se es-<br />

taba quedando obsoleto después de la segunda guerra mundial.<br />

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3. LA VERSION POSTMODERNA (2004)<br />

<strong>La</strong> versión de la directora Xu Junglei de la novela de Stefan Zweig, Carta<br />

de una mujer desconocida, es aparentemente más fiel al texto escrito que la<br />

película de Ophuls. Así como en Ophuls la anécdota es proliferante, en Jun-<br />

glei se reduce a lo esencial. <strong>La</strong> lectura de la misiva tiene lugar en Pekin en<br />

1948. Como telón de fondo de la historia de amor transcurre la historia de<br />

China en los años cuarenta, vista a través de los ojos de la protagonista en<br />

los flash backs. Ella es interpretada por la propia directora como niña, ado-<br />

lescente, joven estudiante en la universidad y madre mundana mantenida por<br />

sus admiradores. El es escritor y periodista como en la novela, un tipo por lo<br />

que se ve bastante anodino, interpretado por el también director Jiang Wen.<br />

En este film íntimo y minimalista, en el que la memoria es una excusa para<br />

trazar el retrato de una mujer en lucha constante y silenciosa por emanci-<br />

parse, la historia de Zweig alcanza una textura plausible por lo que respecta<br />

a la protagonista. El final quizá es lo más memorable. El acaba de leer la carta.<br />

Parece abatido, casi desesperado. Se dirige a la ventana. Un hermoso trave-<br />

lling conduce su mirada y la nuestra a través del patio hasta la casa de en-<br />

frente, la de ella, y llega a una de las ventanas, desde la que nos mira el<br />

fantasma de la juventud perdida.<br />

Carta de una desconocida<br />

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Lo que todos nosotros (o lo que al menos yo)<br />

atribuimos confiadamente a la memoria<br />

-entendiendo por ello una escena, un hecho tratado<br />

con fijador y por tanto rescatado del olvido-<br />

es en realidad una forma de narración que se<br />

desarrolla sin cesar en la mente y que a menudo<br />

se transforma al ser contada. Son demasiados los<br />

intereses emocionales que entran en conflicto para<br />

que la vida llegue a ser nunca plenamente aceptable,<br />

y tal vez sea la labor del narrador elaborar las<br />

cosas de tal modo que se ajusten a este fin. En todo<br />

caso, cuando hablamos del pasado<br />

mentimos cada vez que respiramos.<br />

Adiós, hasta mañana<br />

William Maxwell


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XVII. PASADO CONTINUO (O LA IMPALPABLE NIEBLA<br />

DE LA MEMORIA DE CLAUDE SIMON)<br />

Claude Simon<br />

“Como si con el verano algo agonizase<br />

permanentemente en la asfixiante inmovilidad<br />

del aire donde parecía flotar ese<br />

velo en suspensión que ninguna ráfaga de<br />

aire disipaba, desplomándose lentamente,<br />

cubriendo con una uniforme mortaja<br />

los laureles frondosos, los céspedes<br />

socarrados por el sol, los lirios marchitos<br />

y el estanque de agua estancada bajo una<br />

impalpable capa de cenizas, la impalpable<br />

y protectora niebla de la memoria.”<br />

(Simon, Claude, El tranvía,<br />

Seix Barral, Barcelona, 2002, p. 139.<br />

Traducción: Javier Albiñana)<br />

I. EL TIEMPO DE LA REVOLUCIÓN Y LA REVOLUCIÓN DEL TIEMPO<br />

<strong>La</strong>s palabras que conforman esta primera cita constituyen la última oración<br />

que da fin a la última novela de Claude Simon (1913-2005), El tranvía. <strong>La</strong> última<br />

palabra empleada no es en vano el vocablo memoria. Quizás no haya otra mejor<br />

para definir la tarea de un escritor, de un artista. O, al menos, de un autor de la es-<br />

tirpe de Simon, pues a su territorio (el del aludido vocablo) pertenece la obra si-<br />

moniana. En efecto, si hay un antecedente literario para él, este no es otro que<br />

Marcel Proust. Simon surge desde la perspectiva de la estética proustiana, pero sin<br />

dejarse vencer nunca por ella. Su mundo es más poético que prosaico, y aunque<br />

ambas obras busquen recobrar un tiempo perdido, en Proust pesa mucho el literato,<br />

mientras que en Simon podemos decir que hay ya otra cosa, acaso más moderna,<br />

que evita la literatura en beneficio de la escritura. Como él mismo llega a decir:<br />

“Obsérvese, por lo demás, que los problemas de verosimilitud le<br />

traen bastante sin cuidado a Proust, quien, si es me-<br />

nester, recurre sin empacho a los procedimientos<br />

más trasnochados (como los azares, las coinciden-<br />

cias, lo fortuito)…” (1)<br />

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Max Caution<br />

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Tanto es así, que es en la misma forma de conjurar a la memoria en<br />

donde ya se produce la primera falla entre ambos escritores. <strong>La</strong> magdalena<br />

proustiana cede terreno a un tipo de evocación más definida y consciente,<br />

una evocación a priori que casi funciona como un axioma, si no fuera porque<br />

uno no imagina a Simon intentando sentar cátedra con su peculiar estilo. En<br />

Proust, por lo tanto, la memoria tiene que aparecer, mientras que en Simon<br />

ya está ahí, dada. En el primero su categoría (la de la memoria) es fundacio-<br />

nal, mientras que en el segundo es ya una forma de ser, de estar en el mundo.<br />

Para Simon, la memoria es una capa de ceniza que todo lo envuelve, una nie-<br />

bla a través de la cual vemos y percibimos la realidad.<br />

Desde un punto de vista antropológico, en Simon el ser humano se sus-<br />

tenta en la memoria. Nuestro “yo” es lo que recordamos, consciente o incons-<br />

cientemente. Pero el recuerdo no es una entidad pura. Lo que constituye<br />

nuestros recuerdos es una amalgama de diferentes atributos mentales, que<br />

incluyen tanto nuestra capacidad memorística como nuestra imaginación e in-<br />

genio, nuestros deseos y fantasías, nuestro raciocinio y nuestro andamiaje per-<br />

ceptivo. <strong>La</strong> percepción de la realidad es la materia primigenia de la memoria,<br />

su sustrato mineral, aquel desde el que todo árbol se elevará hacia el cielo, y<br />

que nos ofrecerá sus frutos. Esa percepción es subjetiva, pero dentro del marco<br />

de una objetividad humana más general. Como el propio Simon lo expresa<br />

“No puedo decir más que “mi” realidad –que naturalmente en-<br />

globa sin distinción tanto lo “vivido” como lo “imaginado” por mí.<br />

No obstante, hombre entre los hombres, con mis necesidades y<br />

mis deseos de hombre, mi realidad, aunque particular, es un frag-<br />

mento de lo universal. Mas es solamente cuando obedece exclu-<br />

sivamente a su dios, en otros términos al lenguaje, que mi decir,<br />

concierne a todos los hombres y podrá quizás de esta forma ins-<br />

cribirse en la revolución siempre reiniciada del mundo.” (2)<br />

No hay pues un realismo plano, sino una topografía personal que obedece<br />

a nuestra memoria y al lenguaje que cada uno de nosotros le adscribe. Así de<br />

sencillo y así de complicado. Desde estas coordenadas, memoria (un concepto<br />

complejo que admite en sus límites, como dice el propio Simon, también esa<br />

parte de ficción que es el variopinto ropaje con el que nosotros vestimos a nues-<br />

tras experiencias) y lenguaje, se despliega el mapa de la creación humana. <strong>La</strong><br />

1. Simon, C., Op. cit., p. 58<br />

2. Tost, Manuel A., Claude Simon. Novelas “españolas” de la<br />

guerra y la revolución, Península, Barcelona, 1989, p. 115<br />

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Alain Robbe-Grillet, Claude Simon, Claude Mauriac, Jeròme Lindon,<br />

Robert Pinget, Samuel Beckett, Nathalie Sarraute y Claude Ollier.<br />

memoria es un suceso que se encuentra anclado en nuestra concepción del<br />

tiempo. El lenguaje tiene que ver con esa “revolución siempre reiniciada del<br />

mundo”. Además pues de hablar de la memoria y el lenguaje en Claude Simon,<br />

vale la pena que reflexionemos un poco sobre esos dos temas tan queridos para<br />

la literatura moderna y el arte contemporáneo: el tiempo y la revolución.<br />

En el caso de Claude Simon no hay que olvidar que pertenece a una ge-<br />

neración muy concreta, la que surge tras el fin de las contiendas antifascistas<br />

que ocurrieron en la primera mitad del siglo XX, y tenemos que decir también<br />

(la historia de la literatura nos obliga) que es uno de los padres del Nouveau<br />

Roman, movimiento estilístico de suma importancia para la literatura con-<br />

temporánea (por más que ahora parece sepultado por los envites mediáticos<br />

de los actuales grupos editoriales), del que participaron figuras tan decisivas<br />

como Samuel Beckett o Robert Pinget (por cierto, un importante autor que hoy<br />

parece casi totalmente olvidado). Este movimiento tenía un carácter van-<br />

guardista y experimental con el lenguaje y, a la vez, unos contenidos y ex-<br />

presiones que todavía podrían considerarse revolucionarios en el conservador<br />

panorama de la actualidad literaria, siendo una de sus características el audaz<br />

empleo del espacio-tiempo narrativo.<br />

El tiempo es una categoría que se encuentra instalada en un orden me-<br />

tafísico. Está más allá (o más acá) del mundo físico y lo fundamenta. Nada<br />

hay, en el universo humano, fuera del tiempo y, por otra parte, lo<br />

temporal deviene para el ser humano una realidad constante es-<br />

pacial-temporal. Asociamos el tiempo al espacio de manera indi-<br />

soluble, de tal manera que tanto el espacio como el tiempo son<br />

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partes constituyentes de una categoría más amplia a la que podríamos llamar<br />

el espacio-tiempo. Y este fenómeno adquiere características más mundanas,<br />

más prosaicas dentro de las sociedades humanas. Casi podríamos decir que<br />

la cultura es la forma con la que gestionamos este término (el espacio-tiempo)<br />

en la pista del desarrollo histórico.<br />

Sin embargo, mucho antes que acontecimiento histórico, el tiempo<br />

(como elemento hipotético del espacio-tiempo) se hace concreto, se materia-<br />

liza y toma forma corpórea. El tiempo puede tener entonces, por ejemplo,<br />

atributos telúricos y ser descrito como un elemento más: “…el tiempo también<br />

inmóvil, como una especie de fango, de barro, estancado,…” (3); con este ar-<br />

tificio de escritor, Simon consigue aprehender y categorizar esa especie de<br />

sustancia incorpórea que nos delimita. No hay aquí el planteamiento de un fi-<br />

lósofo (aunque haya filosofía), ni la resolución de un historiador (por mucho<br />

que la historia campe a sus anchas), sino el punto de vista de un escritor que<br />

intenta poetizar una realidad tan compleja como escurridiza. Porque para<br />

nuestro autor el propio acto de escribir está profundamente condicionado por<br />

el factor tiempo, como él mismo nos recuerda: “…no se escribe nunca –ni se<br />

dice– sino lo que está sucediendo en el presente de la escritura…” (4)<br />

Este presente de la escritura es en mi opinión la clave. Porque el tiempo<br />

es el demiurgo que mezcla las diferentes realidades y experiencias que nos<br />

afectan de tal manera que en el presente se dan cita todas las formas verba-<br />

les para, sin posibilidad de escape, definirnos a cada uno de nosotros como<br />

personas. Pero, lo excepcional en Simon es que no nos considera como ani-<br />

males atrapados en un presente carcelario, sino que nos sitúa indefinidamente<br />

en un pasado continuo que, no obstante, se realiza, o más bien se evoca, en<br />

la fugacidad del presente. Y esa sería la función de la literatura, esto es, plas-<br />

mar en un presente textual, que se queda petrificado en el tiempo, la reali-<br />

dad de ese pasado continuo, y por lo tanto nunca cerrado ni consolidado, en<br />

perpetuo cambio y revolución, que permanece en el uso del lenguaje que se<br />

ha utilizado para realizar el conjuro.<br />

Hay pues una aporía de difícil solución, al igual que resulta casi imposible<br />

definir la condición humana. De un lado, el casi imperceptible fluir de nuestra<br />

existencia que viene marcada de forma fatal por un pasado en continuo movi-<br />

miento y, por otro, el hecho indiscutible de que es en el imposible y quimérico<br />

3. Simon, C., <strong>La</strong> ruta de Flandes, Lumen, Barcelona, 1998, p.<br />

108. Traducción: Oriol Durán<br />

4. Tost, M. A., Op. cit., p. 31<br />

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momento presente en el que todas las posibilidades se actualizan y dejan de ser<br />

una realidad virtual. Enorme paradoja esta del tiempo, que quizás solo existe<br />

para procurarnos una tensión vital, una apariencia de vida, en un mundo que<br />

se construye y se autodestruye de manera sistemática y cíclica. Solamente gra-<br />

cias a la memoria somos capaces de crear un “yo”, una realidad sólida a la que<br />

aferrarnos y dotarnos de una ilusión sobre la que basar nuestras vidas.<br />

Lo maravilloso es el hecho, para nada circunstancial, de que el milagro<br />

es posible, de que la memoria funciona como actualizador y unificador de<br />

nuestras potencialidades. Aunque para ello, debemos ser capaces de detener<br />

el tiempo, al menos por un momento, como ocurre en el acto de la escritura,<br />

o al menos ralentizarlo y diluirlo en un magma mayor que dé testimonio de la<br />

laberíntica estructura que caracteriza al tiempo. Y ahí es donde entra en juego<br />

la estética simoniana. Cómo parar lo que no deja de moverse, cómo dar den-<br />

sidad y espesor a lo efímero y fugaz, cómo dotar de lentitud humana al ritmo<br />

implacable de los ciclos de la vida. En definitiva, cómo plasmar en la simpli-<br />

cidad de una obra inmutable, el voluble discurrir de los tiempos.<br />

En su propia biografía Simon nos da la clave de su misterio como escri-<br />

tor. Por una parte, la afición por dos artes que, si bien muy diferentes a la li-<br />

teratura, guardan una clara relación entre sí: la pintura y la fotografía. Atrapar<br />

el instante, con la contundencia y la directa ejecución del pintor y el fotógrafo,<br />

no es lo propio del escritor. Frente a estas dos disciplinas artísti-<br />

cas, el narrador, el ensayista y el dramaturgo (acaso sea diferente<br />

para el poeta) tienen que dotar de fluidez y progresión dramática<br />

la obra que están construyendo. En un principio nada más lejos del<br />

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arte de lo instantáneo, de la imagen atrapada en un momento dado. Y, sin em-<br />

bargo, hay estrategias comunes, que dotan al narrador de auténticos acerca-<br />

mientos a estas dos formas de expresión propias de las bellas artes. Doy la<br />

palabra a Claude Simon para situarnos en este nuevo ámbito:<br />

y,<br />

“Escribo mis libros como se pinta un cuadro. Y todo cuadro es<br />

primero una composición…” (5)<br />

“<strong>La</strong> fotografía me ha dado otros hábitos, gracias a ella se fija lo<br />

instantáneo, ese corte en el tiempo. Yo no veo muy bien las cosas<br />

en movimiento. Añada a eso una particularidad –acaso un de-<br />

fecto– de mi visión; las imágenes permanecen largo tiempo en<br />

mi retina.” (6)<br />

Composición y estatismo podrían ser los valores que están en juego. Pero<br />

ambos tienen mucho que ver con ese otro rasgo fisiológico de Simon, esa<br />

“particularidad de mi visión”, que deja congeladas las imágenes en su retina.<br />

Tanto la estructura de sus novelas como sus estrategias en tanto que escritor<br />

buscan fijar lo que no deja de moverse, ese pasado continuo que nos dota de<br />

sentido y que se retroalimenta de cada marchito momento presente y que de-<br />

vora continuamente el momento futuro (inmediato o lejano, tanto da en unas<br />

vidas que no son más que un suspiro en el universo). ¿Y para qué? Pues pre-<br />

cisamente para dotar de significado, de “realidad”, de esencia a nuestras exis-<br />

tencias, procurándoles un sentir profundo, una presencia que evite la<br />

sensación alucinada y fantasmal que tiene toda vida, toda experiencia. Esta<br />

es la función del escritor, no quizás la del filósofo (que anhela verdades ge-<br />

nerales), ni la del intelectual del tipo que sea, se trate de un historiador, un<br />

político, un psicólogo, etc. (que busca conocimientos concretos), sino más<br />

bien, la búsqueda de un significado hondo (y por lo tanto moral pero también<br />

místico) a nuestro estar en el espacio-tiempo. Los mecanismos simonianos<br />

para mostrar esos estratos de realidades que se sedimentan y afloran al cavar,<br />

son la descripción, las analogías, la repetición (en suma un arte del inventa-<br />

rio) como forma suprema de su estilo.<br />

Pasemos a hablar de ellas a través de una de sus más logradas novelas.<br />

5. Tost, Manuel A., Op. cit., p. 33.<br />

6. Tost, Manuel A., Op. cit., p. 33.<br />

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II. LA ACACIA (1989)<br />

<strong>La</strong> obra de Claude Simon es un decisivo ejerci-<br />

cio de memoria personal y colectiva, en la que cobran<br />

una gran importancia los hechos autobiográficos, y<br />

en concreto sus experiencias durante la 2ª Guerra<br />

Mundial como caballista del ejército francés, pero<br />

también, con anterioridad, su presencia testimonial<br />

durante la Guerra Civil española y, más tarde, su<br />

paso por la resistencia francesa, tras ser detenido y<br />

pasar preso una temporada en un campo de concen-<br />

tración hasta que logró fugarse.<br />

Como hemos visto en la primera parte del artí-<br />

culo, el arte de Claude Simon se construye desde el<br />

continuo del tiempo, desde ese pasado siempre ac-<br />

tualizado gracias a un presente y un futuro que<br />

pasan a formar parte de él de manera ineludible. A<br />

estos niveles es importante reparar en la cita elegida<br />

por Simon para empezar el que quizás sea su libro más claramente autobio-<br />

gráfico y personal:<br />

“Time present and time past<br />

Are both perhaps present in time future<br />

And time future contained in time past.<br />

(T.S. Eliot, Four Quartets) (7) *<br />

Estos versos de Eliot son toda una declaración de principios para uno de<br />

los autores que más sabiamente han conseguido mostrar la mezcla de los tres<br />

tiempos clásicos: el pasado, el presente y el futuro. Esta convencional distin-<br />

ción de los tres tiempos no da la medida de las complejas relaciones que inter-<br />

actúan entre estos tres estadios temporales y apenas nos sirven para empezar<br />

a mostrar cómo el tiempo juega un papel decisivo en cada uno de nosotros.<br />

Simon, fiel a su idea de la composición pictórica, ya elabora su libro a partir<br />

7. Simon Claude, <strong>La</strong> acacia, Anagrama, Barcelona, 1991, p. 7. Traducción:<br />

Joseph Escué.<br />

* Como Simon deja la cita en inglés lo traduzco aquí:<br />

“Presente y pasado<br />

Están ambos quizás presentes en el futuro,<br />

Y el futuro contenido en el pasado.<br />

(T. S. Eliot, Cuatro cuartetos)”<br />

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de una estructura donde los saltos espacio-temporales marcan la pauta de las<br />

historias y los personajes que habitan la novela. Echemos un vistazo a esa es-<br />

tructura a partir de cómo Simon ordena los capítulos del libro:<br />

I. 1919<br />

II.17 de mayo de 1940<br />

III. 27 de agosto de 1914<br />

IV. 17 de mayo de 1940<br />

V. 1880-1914<br />

VI. 27 de agosto de 1939<br />

VII. 1982-1914<br />

VIII. 1939-1940<br />

IX. 1914<br />

X. 1940<br />

XI. 1910-1914-1940…<br />

XII. 1940<br />

Dos fechas saltan a la vista de manera clara: 1914 y 1940. Ambas dan<br />

clara referencia de dos extraordinarios acontecimientos en el siglo XX, las dos<br />

así llamadas guerras mundiales. Estos datos nos hablan de unas circunstan-<br />

cias históricas claras y evidentes relacionadas a través del horror de la gue-<br />

rra. Sin embargo, de manera más íntima todavía, remiten a dos historias de<br />

suma importancia para el protagonista de la novela, el propio Simon: la<br />

muerte del padre durante la primera contienda, con las consecuencias fami-<br />

liares propias; y la participación como militar del joven Simon en la segunda<br />

confrontación bélica. Hay un tercer dato que sí que resalta fácilmente. <strong>La</strong>s fe-<br />

chas que pertenecen a cada una de estas dos partes del libro no se suceden<br />

de manera cronológica lineal, como un tratamiento más conformista y tópico<br />

hubiera impuesto, sino que se alternan y suceden siguiendo otra lógica, de rai-<br />

gambre más personal y humana, que tiene que ver con la manera en que su<br />

autor ha vivido esos acontecimientos, pero también con la visión del tiempo<br />

que hemos visto anteriormente, esto es, el tiempo como una amalgama de<br />

elementos perpetuamente relacionados. A este respecto es importante tener<br />

en cuenta otra fecha: en el capítulo VII aparece la fecha de 1982. Este es el<br />

tiempo del presente de la escritura (no hay que olvidar que 1989 es el año de<br />

la publicación del libro), y de eso nos habla Simon aquí, de cuando él mismo<br />

aparece como personaje del libro, no ahora como el Simon del pasado de<br />

quien se nos cuenta la historia de <strong>La</strong> acacia, sino el del presente<br />

de ese momento que para nosotros ya es pasado, el momento del<br />

escritor que está planeando, escribiendo, el libro. El recuerdo fa-<br />

miliar, el conocimiento de la muerte del padre, la memoria de su<br />

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anterior partida hacia la guerra, es el desencadenante que está en la base del<br />

libro, y este recuerdo que le es contado al escritor por sus tías, es lo que lo<br />

define como escritor de la memoria (de su recuerdo particular propio o con-<br />

tado por otros sobre su propia vida, pues él era apenas un bebé que no podía<br />

retener la imagen de la partida del padre) y lo aleja del literato al uso.<br />

Lo que Simon parece querer mostrar con un montaje de tiempos como<br />

éste es precisamente el halo que han dejado sus recuerdos, de tal manera<br />

que se producen estelas de imágenes como las que pudieron trabajar Ead-<br />

weard Muybridge o Étienne Jules Marey con técnicas como la escopeta foto-<br />

gráfica. Simon busca dotar de continuidad a su estancamiento retiniano, al<br />

igual que esas estelas fotográficas dan sensación de movimiento, para re-<br />

solver el problema técnico de dotar de movimiento narrativo a esas estam-<br />

pas de la memoria, que ésta ha marcado y seleccionado sobre otras por la<br />

indeleble huella que por la razón que sea han dejado en nuestro autor. El pri-<br />

mer recuerdo de <strong>La</strong> acacia remite a la muerte como epílogo de la guerra, el<br />

cementerio (que visita el niño que más tarde será soldado –¿no recuerda<br />

esto un poco a <strong>La</strong> jetée de Chris Marker (1962), un film contado con fotos-<br />

fijas?–) como puerta de la memoria. Así, de una guerra a otra estos dos<br />

tiempos enlazados por el presagio de la muerte, de un mundo de fantas-<br />

mas, de aparecidos que nos recuerdan la tragedia vivida, dan memoria y<br />

testimonio de ella, y también vemos con perspectiva la muerte individual<br />

del padre que anuncia la muerte de un mundo sacrificado dos<br />

veces, primero en las trincheras, y más tarde en los campos de<br />

concentración y de exterminio…<br />

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Eadweard Muybridge<br />

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<strong>La</strong> estética empleada por Simon, recurrente en toda su obra, se basa<br />

como decíamos en la descripción y la analogía. <strong>La</strong> descripción en Simon es<br />

siempre activa, pensada. Ejerce una función laberíntica (oraciones que se en-<br />

trecruzan como caminos en un jardín botánico), que exige de largas frases, que<br />

pueden ocupar varias páginas y escenas completas que son observadas minu-<br />

ciosamente con el fin de “congelar” una acción, tal y como puede intentar ha-<br />

cerse en la pintura o la fotografía. En estas descripciones, obviamente,<br />

transcurre algo, un movimiento físico o psicológico, pero tratado de dos formas<br />

concretas. De un lado, ralentizando hasta lo indecible aquello que ocurre en el<br />

cuadro que se nos intenta transcribir. De otro, contemplando las escenas como<br />

si se vieran a través de una enorme lupa, los prismáticos de la memoria, de<br />

tal forma que al final, cada pequeño cambio, cada mínima sutileza, queda re-<br />

gistrada y ampliada de tal manera que consigue tener el peso específico que<br />

el recuerdo más riguroso pueda pretender, aunque eso sí, siempre de acuerdo<br />

a las intenciones expresivas de Simon. No es casualidad entonces que su<br />

pluma se entretenga como un fatal hábito en postales, fotos, carteles, grafías<br />

varias, pequeños átomos que Simon analiza como lo que son, jirones de un<br />

tiempo pretérito. El detalle con el que mima las descripciones de estos ele-<br />

mentos de atrezzo de su memoria acaba por ser por completo relevante, pues<br />

aquí se vislumbra el presente de un significante (una fotografía, un dibujo,<br />

unas letras sobre una carta o papel…) que evoca un pasado que determinó<br />

nuestro posible futuro. Son materiales que pueden estar todavía en activo en<br />

el presente de la narración, pero que suministran información ya en desuso.<br />

<strong>La</strong> otra técnica que Simon maneja con gran maestría es la del uso fre-<br />

cuente que hace de las analogías. Todo en Simon parece que puede ser dicho<br />

de muy diferentes maneras, a veces para puntualizar lo que se quiere decir,<br />

otras para dar más información y definición a lo que se está intentando traer<br />

a la memoria. De lo que se trata en suma es de una memoria viva, en conti-<br />

nua transformación, que deja al descubierto la personalidad del escritor, lo que<br />

hace que no se convierta simplemente en un funcionario de la memoria. Todo<br />

está visto por la óptica de un determinado individuo, de tal manera que sus re-<br />

cuerdos son los suyos, pero que quizás por ello mismo, por esa intensa in-<br />

mersión en lo más personal que ha decidido su particular devenir, se termina<br />

por escalar a otro nivel, más universal y humano. Son los diferentes tipos de<br />

analogías empleados por Simon los que dan personalidad al texto y abren la<br />

fisura que nos permite asomarnos al postscenio del creador, allí donde se viste<br />

y maquilla para su actuación, y que dotan de relieve metaliterario<br />

a su texto. Tanto la descripción como la analogía hacen de Simon<br />

una suerte de gestor de inventarios mundanos, formado por los<br />

recuerdos que aporta su memoria y la forma expresiva con la que<br />

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va a catalogar esos materiales. Lo que llama por último la atención es que<br />

Simon cumple a la perfección esta tarea, al no tratar de manera manifiesta-<br />

mente diferente esos recuerdos que tienen todos el mismo estatus, ya sea una<br />

absurda muerte en una cruenta guerra o los coqueteos de una joven de la alta<br />

sociedad. A fin de cuentas, cada fragmento de esta memoria que nos está in-<br />

formando de continuo, tiene el valor de un recuerdo, y por lo tanto, de una<br />

parte fundamental de nosotros mismos. Más allá del contenido concreto, es su<br />

acción como pasado influyente en nuestro presente y futuro lo que nos queda<br />

en última instancia. Para ello se sirve tanto de las subordinadas (la coma es<br />

para Simon como las epifanías para Joyce), como de la organización física del<br />

texto que se convierte en un dibujo, en un grafismo, con un valor específico<br />

como tal (los paréntesis, los guiones, las citas, los diálogos presentados de di-<br />

ferentes maneras, las sangrías de las frases…), como también de la repetición,<br />

con la que irá ritualizando poéticamente las largas parrafadas que van conso-<br />

lidando el relato. Como muestra de todas estas constantes simonianas me per-<br />

mito citar el siguiente extracto: “…reducidos los titulares (los titulares que en<br />

los días sucesivos serían seguidos por otros de tamaño cada vez mayor, hasta<br />

que al final las letras llenaran la mitad de la plana) a la suma de dos o tres sus-<br />

tantivos aislados y desmesuradamente ampliados –simplificado también el di-<br />

bujo de las letras: espesas, sin trazos gruesos y perfilados, simplemente<br />

anchas, macizas– como para miopes o retrasados), sacudido pasivamente el<br />

hombre por el traqueteo, apoyados los antebrazos en los muslos<br />

separados, abierto el periódico, fija la mirada, contemplando sin<br />

verlos los caracteres impresos y las fotografías desmesuradamente<br />

ampliadas también, abandonándolo luego todo.” (8)<br />

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Claude Simon<br />

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Simon ha resultado ser un alumno aventajado de Proust, puede ser que<br />

el autor que de forma más radical ha seguido sus enseñanzas, sin renunciar<br />

a su propia personalidad. Al final de <strong>La</strong> acacia, Simon se contempla a sí mismo<br />

como el escritor en ciernes que es, tras haber dejado a un lado su interés pro-<br />

fesional por la pintura y la fotografía. Ante la hoja en blanco, contempla una<br />

acacia, símbolo floral de la resistencia de una vida por encontrar su camino,<br />

incluso en las condiciones más adversas. Esa persistencia, incluso aunque in-<br />

consciente, es un fruto más de una memoria que aflora dotando a nuestras<br />

vidas del sentido que a veces no sabemos encontrar. Así las cosas, las pala-<br />

bras de Simon al final de <strong>La</strong> acacia tienen el carácter de una revelación:<br />

“Una noche se sentó a su mesa ante una hoja de papel en blanco. Era<br />

primavera. <strong>La</strong> ventana de la habitación estaba abierta a la noche tibia. Una de<br />

las ramas de la gran acacia que crecía en el jardín tocaba casi la pared, y<br />

podía ver los ramos más próximos alumbrados por la lámpara, con sus hojas<br />

parecidas a plumas que palpitaban levemente sobre el fondo de tinieblas, los<br />

foliolos ovales teñidos de un verde crudo por la luz eléctrica moviéndose a<br />

ratos como copetes de plumas, como súbitamente dotados de movimientos<br />

propios, como si el árbol entero despertara, se agitara, se desperezara, tras<br />

lo cual se apaciguaba todo y volvían a recobrar su inmovilidad.” (9)<br />

BIBLIOGRAFÍA DE CLAUDE SIMON<br />

Le Tricheur (El tramposo), 1945 -- <strong>La</strong> Corde Raide (<strong>La</strong> cuerda floja), 1947<br />

-- Gulliver, 1952 -- Le Sacre du printemps (<strong>La</strong> consagración de la primavera),<br />

1953. Le vent. Tentative de restitution d ‘un rétable baroque (El<br />

viento. Tentativa de restitución de un retablo barroco), 1957 -- L’Herbe<br />

(<strong>La</strong> hierba), 1959 -- <strong>La</strong> Route des Flandres (<strong>La</strong> ruta de Flandes), 1960 --<br />

Le Palace (El palacio), 1961 -- <strong>La</strong> Separation (<strong>La</strong> separación), 1963 -- Histoire<br />

(Historia), 1967 -- <strong>La</strong> Bataille de Pharsale (<strong>La</strong> batalla de Farsalia),<br />

1969 -- Orion aveugle (Orion ciega), 1970 -- Les Corps conducteurs (Los<br />

cuerpos conductores), 1971 -- Triptyque (Tríptico), 1973. Leçon de choses<br />

(Lección de cosas), 1975 -- Les Géorgiques (<strong>La</strong>s Geórgicas), 1981 --<br />

Femmes (Mujeres), 1984 -- <strong>La</strong> Chevelure de Bérénice (<strong>La</strong> cabellera de Berenice),<br />

1984 -- Discours de Stockholm (Discurso en Estocolmo), 1985 --<br />

L’Invitation (<strong>La</strong> invitación), 1987 -- Album d’un amateur (Álbum de un aficionado),<br />

1988 -- L’Acacia (<strong>La</strong> acacia), 1989 -- Le jardin des plantes (El<br />

jardín de las flores), 1997 -- Le tramway (El tranvía), 2001 - Œuvres<br />

(Obras), 2006 (antología póstuma).<br />

8. Simon C., Op. cit., p. 131-132<br />

9. Simon C., Op. cit., p. 307-308<br />

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XVIII. ALAIN ROBBE-GRILLET.<br />

DESLIZAMIENTOS PROGRESIVOS DE LA MEMORIA.<br />

DIEZ APUNTES PARA UNA CRONOLOGÍA DESORDENADA<br />

DE LA OBRA DE ROBBE-GRILLET<br />

Año 1968. Alain Resnais, el cineasta de la memoria, la materializa en las<br />

imágenes de Je t’aime, Je t’aime (1968). Allí, las fracturas de la sociedad mo-<br />

derna quiebran, alteran y prolongan los recuerdos de su protagonista, Claude.<br />

Catrine, la mujer cuya muerte ha provocado su frustrado intento de suicidio,<br />

aguarda en la orilla de la playa. Claude emerge del mar para acercarse a ella,<br />

algo que, en lo sucesivo, repetirá obsesivamente hasta que el montaje co-<br />

necte con otro fragmento disperso de su pasado. Esa pérdida de control trans-<br />

forma los recuerdos en estructuras anárquicas dentro del cerebro de Claude.<br />

Todo para, finalmente, sentir que ese deslizamiento progresivo de la memo-<br />

ria acontece con el fin de alcanzar una expresión eternizadora. El recuerdo, si<br />

hiciésemos caso a Kierkegaard, sería algo que fue, pero del cuál nunca po-<br />

dríamos tener la seguridad del instante; de la repetición. Esa in-<br />

quietud, angustia o melancolía; ese descubrimiento sólo<br />

conseguiría pasar del recuerdo a la repetición, fragmentando la<br />

débil memoria de Claude que no desea revivir su vida con Catrine.<br />

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Alain Robbe-Grillet<br />

Óscar Brox<br />

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Año 2009. Fallecido el 18 de febrero del pasado año, Alain Robbe-Grillet<br />

compartió con Resnais, aunque de manera esquiva, el gusto por modelar la<br />

memoria. Sin embargo, el escritor nacido en Brest la contemplaba de manera<br />

análoga al sentido: como una entidad blanda que, eventualmente, se deshace<br />

ante nuestra mirada escurriéndose entre nuestros dedos mientras intentamos<br />

recomponerla. Sentido, memoria e identidad son, respectivamente, tres con-<br />

ceptos que recorren transversalmente la historia del pensamiento. Si partimos<br />

de la premisa de que somos las mismas personas que fuimos ayer y, tal vez,<br />

que antes de ayer; pero no lo tenemos tan claro si giramos la vista atrás en<br />

el tiempo y nos imaginamos hace veinte años; concluimos que pensar que<br />

somos el mismo que nosotros mismos (1) y que, evidentemente, lo otro -<br />

siendo esto otra cosa que no fuese eso mismo que creíamos ser en tal mo-<br />

mento- no forma parte de lo mismo, no resulta tan claro ni sencillo como<br />

nuestra confianza se atreve a asegurar. En realidad, nos parece obtuso, anti-<br />

intuitivo y angustioso, porque adelantando la misma reflexión en el tiempo,<br />

nos asusta pensar si permanecerá eso mismo dentro de unos años y no se-<br />

remos, en cambio, otro. Pero, de lo contrario, ¿no nos parecería obvio? Bus-<br />

caríamos la certeza repitiendo tal o cual fragmento o pedazo de nuestra<br />

memoria y, seguramente, acabaríamos atrapados entre el instante y el re-<br />

cuerdo. Como un personaje de Robbe-Grillet.<br />

Año 1961. Robbe-Grillet escribe para Resnais, en su primer punto de con-<br />

tacto, el guión de El año pasado en Marienbad (L’année dernière à Marienbad,<br />

1961). <strong>La</strong> voz de Giorgio Albertazzi podría recordar a la de Emmanuel Riva en<br />

Hiroshima mon amour (Alain Resnais, 1959); una voz acusmática que, soste-<br />

nida en el tiempo, consensúa una imagen cuya fuente no reconocemos. Una voz<br />

que, como en su literatura, remite a la idea de que “describir las cosas, en<br />

efecto, es colocarse deliberadamente en el exterior, frente a ellas […] Para<br />

Robbe-Grillet el SER de las cosas se manifiesta en ‘su superficie’, en su pare-<br />

cer más consensuado (ser y parecer son uno)”. (2); restringe su radio de ac-<br />

ción de todo aquello que exprese opinión, sentimiento, que no pueda ser<br />

aportado mediante el acto de ver. Aunque todo cuanto veamos sean superficies,<br />

habitaciones, figuras, formas cuya relación aparezca -como la escultura que co-<br />

rona el jardín de Marienbad- atravesada por la mezcla entre ser y parecer; sus-<br />

1. Tan sólo un fragmento, pero tal vez la explicación que mejor<br />

pueda disparar la cuestión del sentido y la identidad de nosotros<br />

mismos en la filosofía actual. Cortesía de Jean-Luc Nancy.<br />

http://www.youtube.com/watch?v=fwxYuhUBOKg<br />

2. ZUMALDE, Imanol. Dos miradas al mar. <strong>La</strong> descripción del<br />

paisaje en Robbe-Grillet y Proust. Centro de semiótica y Teoría<br />

del espectáculo. Universidad de Valencia, 1994. Página 4.<br />

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ceptibles de ser o no, pero que permitan penetrar en su<br />

interior. En otras palabras, que de la omnipotencia ocu-<br />

lar de sus personajes se desprenda la tensión entre lo<br />

obvio y lo obtuso que, eventualmente, acabe modelando<br />

la aséptica descripción del campo visual.<br />

Año 1963. Por una novela nueva (Pour un nouveau<br />

roman) sale el mercado con la doble intención de rom-<br />

per con la tradición de la novela decimonónica y esta-<br />

blecer una clasificación que amalgame a una corriente<br />

de escritores encabezada, entre otros, por Nathalie Sa-<br />

rraute y el propio Robbe-Grillet. En uno de sus artículos,<br />

fechado en 1954, escribe sobre <strong>La</strong> conciencia de Zeno<br />

(<strong>La</strong> conscienzia di Zeno, 1923), de Italo Svevo. Leyendo<br />

los pasajes de la historia de Zeno Cosini, un hombre de<br />

negocios de Trieste, percibe de qué manera el estilo de<br />

una novela no puede seguir considerándose inocente.<br />

De hecho, el propio Zeno señala que “si no lo hubiese<br />

distorsionado todo, habría sentido innecesario abrir mi<br />

boca”, ya que “lo que Italo Svevo nos dice es que en<br />

nuestra sociedad moderna nada es ya natural. Pero<br />

tampoco hay razón para estar preocupados. Podemos<br />

ser moderadamente felices, hablar, hacer el amor,<br />

hacer negocios, escribir novelas; pero nada de esto vol-<br />

verá a ser hecho sin pensar en ello, en la manera en<br />

que respiramos”. (3) Es la consecuencia de la observa-<br />

ción directa del mundo, que Robbe-Grillet transplantará<br />

a su narrativa desmembrada, así como Resnais lo hará<br />

también en Je t’aime, Je t’aime.<br />

Año 1968b. Robbe-Grillet estrena su tercer largometraje, El hombre que<br />

miente (L’homme qui ment). Su título es tan paradójico como laberíntica su es-<br />

tructura narrativa. Recordamos a Svevo, al nouveau roman, a la sociedad mo-<br />

derna artificial, a la incipiente posmodernidad que acepta todos los<br />

pensamientos y también su contrario. Jean-Louis Trintignant interpreta a su<br />

protagonista, Jean Robin, pero también a su otro protagonista, Boris Varissa.<br />

El héroe presentado inicialmente entra en crisis de identidad, se hace, a cada<br />

nuevo paso en la narración, un narrador del que debemos descon-<br />

3. ROBBE-GRILLET, Alain. For a new novel. Northwestern University<br />

Press Paperbacks. Evanston, Illinois, 1992. Páginas 93-94.<br />

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fiar, pues su condición de paradoja -¿dice la verdad cuando dice que miente?,<br />

¿pero no mentía?- reorganiza paulatinamente la lógica interna de la trama.<br />

Nos recuerda al Mathias de El mirón (Le Voyeur, 1954) volviendo al acantilado<br />

-el lugar del asesinato de Jacqueline- en el que localiza una colilla, cuya des-<br />

cripción provoca “interesantes movimientos semánticos abisales. […] Esta des-<br />

cripción perfectamente aséptica no pasaría de indicar más de lo que<br />

explícitamente significa a no ser por dos circunstancias: por la curiosa demar-<br />

cación autorial de hecho ‘sospechoso’ (imitaba hasta límites insospechados),<br />

así como por la información que el lector ya conoce al respecto: Mathias había<br />

comprado un paquete de tabaco azul que después resulta ser de la misma<br />

marca que la de la colilla.” (4). Cambiar el sentido radical del personaje, de la<br />

narración, de la historia hasta configurar una pluralidad de marcos sobre los<br />

que podamos verter una pluralidad de narraciones, personajes, historias.<br />

Año 1985. El cineasta francés Olivier Assayas, en ese momento redactor<br />

de Cahiers du cinéma, escribe para esta misma publicación Robbe-Grillet y el<br />

manierismo (Robbe-Grillet et le maniérisme). Su figura adquiere relieve al<br />

oponerla a una visión orgánica, como un todo con sentido, del cine, a cuya<br />

tarea de destrucción parece encomendarse Robbe-Grillet. Assayas puntualiza<br />

que “la cuestión del sentido es el núcleo de la obra de Robbe-Grillet […] <strong>La</strong><br />

desaparición del sentido («el verdadero escritor no tiene nada que decir») -<br />

irradiada a partir del ‘centro vacío’- se resuelve con la multiplicación de los<br />

sentidos, con una fragmentación en cuyo seno la circulación del espectador -<br />

o de la mirada- está regida, en un juego infinito, por las figuras del espejo,<br />

del símbolo, del laberinto.” (5). En las entrevistas que concede, suele criticar<br />

la idea baziniana del cine como ventana a la realidad, como transparencia que<br />

pueda facilitar la idea de realismo o, mejor dicho, de ilusión realista. En su<br />

lugar, le opone el montaje como choque entre las imágenes de Eisenstein.<br />

Para Assayas, Robbe-Grillet practica una escritura manierista cuyo rasgo ca-<br />

racterístico consiste en la divisibilidad, multiplicidad de la obra de arte, cuyas<br />

constantes ramificaciones dejarán de hacerla un ejemplo totalidad.<br />

Año 1983. Se estrena <strong>La</strong> belle captive. Walter, su protagonista, observa<br />

a Marie-Ange mientras baila en la pista de un bar. Su cuerpo se mueve entre<br />

la neblina formada por la concentración de humo en la sala, pero la descrip-<br />

ción que realiza Walter busca penetrar en esa niebla como si se tratase de un<br />

4. ZUMALDE, Imanol. Op. Cit. Página 9.<br />

5. ASSAYAS, Olivier. “Robbe-Grillet et le maniérisme” en QUIN-<br />

TANA, Àngel. Olivier Assayas. Líneas de fuga. IVAC-Festival de<br />

Gijón, 2003. Página 179.<br />

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velo que cubre los sueños; unos sueños a los que no po-<br />

demos acceder a través de la simple contemplación. <strong>La</strong><br />

imagen de Marie-Ange golpea la mente de Walter, en-<br />

trecruza su rostro sonriente mientras éste conduce su<br />

coche; simultanea su baile en el bar con el baile que dis-<br />

fruta con otro hombre; abre el recuerdo de Walter a una<br />

repetición que se bifurca en nuevas repeticiones, cada<br />

vez más pequeñas, y así sucesivamente. Walter yace en<br />

la cama junto a Marie-Ange. A la mañana siguiente,<br />

despierta solo. <strong>La</strong> joven ha desaparecido y un vistazo<br />

rápido a la habitación dirige la mirada de Walter hacia el<br />

cuadro -en realidad, otro cuadro- de Magritte <strong>La</strong> bella<br />

cautiva. Dentro de éste hay otro cuadro-ventana que<br />

oculta parcialmente la cortina trasera y, en cambio, co-<br />

necta de manera armoniosa con el mar pintado detrás<br />

de las cortinas. De este modo, el conjunto de imágenes<br />

que componen el cuadro choca con idéntica violencia al<br />

montaje visual que encadena la aparición de Marie-Ange<br />

en la memoria de Walter. Lo que está en último término<br />

casa con lo que está en primero, pero, en cambio, lo<br />

que está en segundo se oculta, desaparece al sentir la<br />

fuerza del caballete colocado en el primer término de la<br />

pintura de Magritte. E idéntica sensación de desapari-<br />

ción, de centro vacío -nunca ese concepto estará mejor<br />

visualizado que en el presente filme- saboteará el re-<br />

cuerdo que Walter tenga de la joven.<br />

Año 1853. Giuseppe Verdi compone <strong>La</strong> traviata (<strong>La</strong><br />

extraviada) sobre el original literario <strong>La</strong> dama de las ca-<br />

melias (1848), de Alejandro Dumas, hijo. Es el tiempo<br />

en el que la novelística ensaya sucesivos acercamientos<br />

a la clase social conservadora posrevolucionaria. Flau-<br />

bert lo hace con Madame Bovary (1857) y contempla<br />

así la nueva burguesía y su comportamiento en el cora-<br />

zón de la literatura decimonónica. <strong>La</strong> ópera de Verdi se<br />

abre con un preludio dramático que narra para poste-<br />

riormente integrarlo en la historia, la agonía de Violeta<br />

Valery antes de sucumbir a la tuberculosis.<br />

Ella es la extraviada del título, que navega<br />

entre dos hombres y se cuestiona las posi-<br />

bilidades del amor verdadero contrapuesto<br />

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al placer que eventualmente colme sus deseos. Robbe-Grillet abrirá su Trans-<br />

Europ Express (1965) con el preludio de Verdi culminando la escena con el<br />

personaje interpretado por Jean-Louis Trintignant vagando en un desguace-<br />

cementerio-arcén de trenes; colocando, como hiciese Dumas, hijo, la agonía<br />

antes del primer tramo de la narración. A su manera, Robbe-Grillet describe<br />

la impresión que un espectador de la ópera podría sentir al alterar su percep-<br />

ción del tiempo uniendo la agonía de Violeta con su inicial éxtasis cortesano<br />

en la fiesta que celebra en su mansión. Como si ese movimiento pronosticase<br />

los constantes quiebros en la forma de contar del escritor de Brest, que no<br />

sólo limitan su recurso a la imagen violentada, sino a la voz, a la identidad de<br />

sus personajes y a la impresión externa que motivan al espectador.<br />

Año 1971. Franklyn J. Matthews, junto a Bruce Morrissette, uno de los<br />

más reputados estudiosos de la obra de Robbe-Grillet, cierra con un ensayo<br />

la edición francesa de <strong>La</strong> casa de citas (<strong>La</strong> maison de rendez-vous, 1965). En<br />

éste, Matthews describe la depravación de los temas en la obra de Robbe-Gri-<br />

llet o, lo que es lo mismo, la voluntad de su autor por desnaturalizarlos, ex-<br />

traer de su contenido todos esos adhesivos decimonónicos, modernos, que la<br />

literatura contemporánea ha arrastrado de manera parasitaria. Robbe-Grillet<br />

hará de esos atributos algo desmesurado, obsesivo, soberano, distante y a la<br />

vez cercano, aséptico y, al mismo tiempo, personal. Como dirá Michel Fou-<br />

cault, “recuerden al respecto la definición del parque, ese «compuesto de lu-<br />

gares muy bellos y muy pintorescos»: cada uno de ellos ha sido extraído de<br />

un paisaje diferente, desplazando fuera de su lugar natal y transportando él<br />

mismo o casi él mismo a esta disposición en la que «todo parece natural ex-<br />

cepto el conjunto»”. (6) <strong>La</strong> novela, espejo de unos volúmenes incompatibles.<br />

Año 2006. Gradiva (C’est Gradiva qui vous apelle) concluye la carrera<br />

cinematográfica de Robbe-Grillet. Magritte deja paso a Delacroix y el tiempo<br />

se paraliza en la fascinación que un bajorrelieve femenino despierta en un es-<br />

tudioso del pintor francés. <strong>La</strong> libido desata un conglomerado de desmentidos<br />

y puntos de vista -¿hasta qué punto creemos que es el personaje interpretado<br />

por Arielle Dombasle quién escribe el destino del estudioso inglés protago-<br />

nista?- que desemboca en un necesario desdoblamiento -el del personaje fe-<br />

menino- que ponga las cosas en su sitio para que éstas puedan permanecer<br />

desordenadas. <strong>La</strong> memoria es aquí arcilla fresca en las que la huella de la úl-<br />

tima alteración -cada una de las espectrales apariciones de Gradiva- sigue<br />

siendo reconocible de cara a dar una nueva vuelta de tuerca, es<br />

6. FOUCAULT, Michel. Entre filosofía y literatura. Paidós,<br />

Barcelona, 1999. Páginas 251-252.<br />

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decir, producir una nueva diferencia. Quizá porque de<br />

ese desorden estratégicamente diseminado alrededor<br />

de la trama, nace el turbio éxtasis del profesor anglo-<br />

sajón. Un éxtasis cuya descripción nos proporcionará las<br />

herramientas para penetrar en su interior y fantasear<br />

sobre las tentaciones -el asesinato, que acaba culmi-<br />

nando- que ese caprichoso desorden, el eterno feme-<br />

nino, pone al alcance del protagonista.<br />

UNA MEMORIA NO RECONCILIADA<br />

De entre las múltiples agresiones padecidas por el<br />

ser humano durante el siglo pasado, sin duda fue la que<br />

disparó contra la identidad y, en conjunto, contra la me-<br />

moria colectiva, aquella que más daño causó. Hablar de<br />

dolor nos remite, indefectiblemente, a la experiencia de<br />

los campos de concentración y, por ende, a cualquier<br />

tipo de experiencia en la que un individuo haya experi-<br />

mentado la privación de libertad contra su voluntad.<br />

Pero ese dolor nos obliga a adelantar en el tiempo y co-<br />

locarnos en la última casilla, cuando necesitamos trans-<br />

mitir ese punto oscuro que ha interrumpido la vida tal<br />

como la conocíamos durante un tiempo. Ahí lo obtuso<br />

se hace obvio, y viceversa; y encontramos que es sólo<br />

a través de la oralidad como mejor podemos expresar<br />

esa parte no reconciliada de nuestro interior. <strong>La</strong> me-<br />

moria se intenta recuperar de su mayor agresor, el<br />

tiempo, que oculta hasta hacer evanescente cualquier<br />

prueba que se corresponda con lo que transmitimos a<br />

un público. <strong>La</strong> deja sola, tanto como durante los tiem-<br />

pos en que trabajaba para la esclavitud. Sin embargo, el triunfo efímero de<br />

la memoria radica, precisamente, en su progresivo desmembramiento; en<br />

los sucesivos intentos de totalizarla hasta conferirle de la coherencia de un<br />

relato; de pulir el tartamudeo, la redundancia o los lugares comunes que im-<br />

piden contemplar el aspecto diáfano de todos los recuerdos recuperados en<br />

orden cronológico. De ese fracaso prolongado surge la imagen desestructu-<br />

rada de conjunto, en la que varias partes del dibujo casan mien-<br />

tras otras no pertenecen a la misma familia. Es la visión de cuyo<br />

eco mejor podemos reflejar la herida en vías de cicatrizar que su-<br />

puso el atentado contra la memoria.<br />

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Si uno observa la obra de Alain Robbe-Grillet con atención, percibe su sen-<br />

tido del juego, su perversión de las normas -o la perversión como norma-, su<br />

falta de aparente homogeneidad y, no obstante, la homogénea apariencia que<br />

irradian muchos de sus mecanismos narrativos. Observa a un sujeto descri-<br />

biendo con enorme precisión una superficie -la memoria- cuyos atributos re-<br />

gados de imperativos éticos -la obligación de dejarse la piel por hacer duradero<br />

el recuerdo de lo que fue-, lejos de reforzarla, la han lastimado a cada nuevo<br />

paso. Pero también observa cómo el lenguaje altera y aleja a la memoria de<br />

nuestros intentos por recuperarla. Al fin y al cabo, la obra, literaria y cinema-<br />

tográfica, de Robbe-Grillet se basa en una descripción voluntariamente asép-<br />

tica del entorno que rodea a sus personajes; una descripción que acaba<br />

filtrando, a través de su lenguaje convenientemente seleccionado por quien lo<br />

escribe, la psique escondida de sus protagonistas. El tipo de juego en el que la<br />

relación entre los objetos y los conceptos puestos en órbita alrededor de los in-<br />

dividuos determina que la narración derive o no en un callejón sin salida lógica.<br />

Para Robbe-Grillet la memoria nunca podría ser un almacén o una bi-<br />

blioteca, porque carecería del espacio necesario para agrupar todos los ele-<br />

mentos indispensables para su buen funcionamiento; su naturaleza<br />

contingente la obligaría a una actualización eterna. En su lugar, es un puzzle<br />

desconectado, que jerarquiza y otorga prioridad a una parte sobre la otra, sin<br />

fijarse cuál de todas es aquella de la que depende el resto. Es como el enca-<br />

denado de repeticiones de Je t’aime, Je t’aime. ¿Por qué? Quizá porque es la<br />

respuesta adecuada a una sociedad que puede ser de todo menos totaliza-<br />

dora. Además, ¿de qué serviría? <strong>La</strong> Ilustración partía con esa pretensión y<br />

sólo consiguió alienar al hombre en su intento por dominar la naturaleza. No,<br />

la memoria es fugaz y se ordena caprichosamente, como el recuerdo que per-<br />

manece grabado en nuestra retina y que ha perdido su valor al no tener es-<br />

pacio para repetirlo, porque ha mutado en la melancolía. Por eso, el estilo<br />

juguetón de Robbe-Grillet pone un ojo en Magritte y otro nuestra percepción<br />

de los acontecimientos. Al merodeador de Marienbad sólo lo creemos por su<br />

insistencia repetitiva, cuyo efecto es el modelado de diferentes escenas, rea-<br />

les o no, que excitan la posibilidad de un encuentro furtivo, un año atrás, que<br />

no conseguimos recordar. Del mismo modo que el crimen de El mirón no está<br />

oculto en el centro vacío de su narración, sino en la decisión de ocultar deta-<br />

lles que en su repetición buscamos hacer pasar como originales. Así, hay en<br />

la obra de Robbe-Grillet ese gusto por la artificialidad que contamina a los<br />

propios sujetos; que participa de los movimientos sociales y se<br />

extiende, imparable, sobre la superficie de nuestros recuerdos. En<br />

otras palabras, la memoria deja de palpitar, de sufrir por los im-<br />

perativos morales que no podrá cumplir, y deviene un objeto su-<br />

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perficial descrito tan precisa como misteriosamente; pero siempre aséptico.<br />

Porque en esa asepsia radicará su engaño, que dirá mucho no de nuestras<br />

aspiraciones de recordar, sino de nuestros deliberados intentos por ocultar<br />

tantas premisas sean necesarias para dejar el asunto sin conclusión.<br />

En Robbe-Grillet la memoria es una ensoñación. Como se encarga de<br />

asegurar uno de sus personajes: “escuché que no existe la gente que no<br />

sueña”. El sueño es el material de la memoria, porque permite excitarla y mo-<br />

delarla, como hace Giorgio Albertazzi con Delphine Seyrig en El año pasado<br />

en Marienbad. Su voz reconfigura las estancias que atraviesa reordenando a<br />

voluntad lo que sucedió y rediseñando lo que está sucediendo. Todo ello em-<br />

bargado de esa alegre repetición -de nuevo, Kierkegaard- que prolonga la en-<br />

soñación hasta que ésta adquiera las costuras de realidad a través de la<br />

persuasión del protagonista masculino. Como el Walter de <strong>La</strong> belle captive,<br />

que atrapa en sus sueños la imagen esquiva de la bella joven con la que soñó<br />

bailar una noche y la somete a su imaginación en el interior del cuadro de<br />

Magritte que da título al filme.<br />

Ese sometimiento, del que es víctima la mujer robbe-grilletiana -a pesar<br />

de su pasividad/aceptación-, enlaza con el gusto de su autor por tratar, he<br />

ahí la contradicción, la depravación de sus temas con aséptica superficialidad.<br />

De ahí que en Gradiva abunden los cuerpos femeninos en perpetuo estado de<br />

flagelo, que son exhibidos ante la mirada de su protagonista como<br />

cuadros de una exposición e, incluso, exóticas piezas de vodevil<br />

tan naïf como el sadomasoquismo representado por Robbe-Gri-<br />

llet. Lo depravado surge del desapasionamiento con que sus pro-<br />

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Alain Robbe-Grillet<br />

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tagonistas se ven sometidos a la falta de sentido. Uno pasa de héroe a crimi-<br />

nal en un par de escenas; el capricho hace que un estudioso orientalista ase-<br />

sine embriagado por la libido que excita un bajorrelieve, a una mujer con la<br />

que ha soñado. Realidad o ficción, todos son sometidos a la imposibilidad de<br />

fijar un punto de referencia a partir del cuál anclar la narración, porque, como<br />

en El mirón, penderá la duda de si era o no Mathias el mirón que daba título<br />

al film; si la cinta magnetofónica que registra el proceso de creación de un<br />

guión cinematográfico en Trans-Europ Express no es, en realidad, el relato<br />

posterior a la auténtica grabación de ese relato que, claro está, perfectamente<br />

puede conducirnos hasta el infinito de la incertidumbre.<br />

<strong>La</strong> memoria es un objeto distante para Alain Robbe-Grillet; un objeto<br />

que requiere, respectivamente, de la potencia de un telescopio o de la preci-<br />

sión de un microscopio. Pero un objeto -de nuevo, el lenguaje que cosifica y<br />

transforma en superficie- del que hemos de ser conscientes que cualquier ob-<br />

servación mediada nos devolverá una imagen falsa, ya que aumentará o acla-<br />

rará lo que por definición intuimos lejano y observamos borroso. Tanto es así<br />

que su existencia se desprenderá de la manera que tengamos de imaginarla,<br />

acecharla y rodearla, mientras intentamos reducirla a un conjunto de hechos.<br />

Mientras creemos en la melancolía del recuerdo de lo que pudo ser, y lo re-<br />

petimos obsesivamente -como la búsqueda de Gradiva que emprende John<br />

Locke- intentando persuadirnos, equivocadamente, que a la repetición acaba<br />

correspondiendo la realidad. De ser así, ¡qué aburrido sería todo! El cine sería<br />

la dichosa ventana a la realidad y juzgaríamos verdadera una ilusión tan cierta<br />

como que es verdad que todo lo que he escrito durante el texto es falso. Por<br />

eso, en Robbe-Grillet, como en la sociedad actual, la memoria no puede re-<br />

conciliarse con su realidad, porque es absurdo demandar una entidad totali-<br />

zada cuando nuestra visión del mundo es cada vez más fragmentaria.<br />

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Alain Robbe-Grillet<br />

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XIX. EL AÑO PASADO EN MARIENBAD<br />

¿Qué son los recuerdos? ¿Cuándo ocurren? ¿Por qué ocurren o por qué<br />

dejan de ocurrir? ¿Qué relación tienen con ese salvavidas que damos en lla-<br />

mar realidad? ¿Y con la fantasía? ¿Cómo separamos los recuerdos de la fan-<br />

tasía en nuestro interior? ¿Hay una pequeña luz que se posa sobre uno u otro<br />

de los conceptos y que concita actitudes distintas? ¿Por qué los recuerdos, in-<br />

cluso los más difusos y escurridizos, se nos brindan de tal manera que nos<br />

hacen sentirnos seguros, aferrados? ¿Y por qué las fantasías, en cambio, aun-<br />

que hayamos podido ornarlas con detalles y linajes seculares nos sumen en<br />

una cierta evanescencia, en cierto sentido, febril? ¿Tiene que ver con el hecho<br />

de que los recuerdos se anclan en ese salvavidas que damos en llamar reali-<br />

dad y las fantasías no? ¿Es entonces la sensación de realidad, el rodearnos de<br />

realidad lo que nos proporciona seguridad? ¿Qué seguridad, la del sentimiento<br />

de pertenencia? ¿Son los recuerdos los que nos hacen sentir pertenecientes<br />

a algo, a una historia? ¿Qué son los recuerdos? ¿Qué es recordar? ¿Y fanta-<br />

sear? ¿Tan distintas son estas acciones?<br />

Todas estas preguntas me empaparon como a una playa al hilo de la lec-<br />

tura de El año pasado en Marienbad. Si intento ser más precisa, podría decir<br />

incluso que lo primero que me invadió fue la sensación de conocer las res-<br />

puestas, o mejor aún, la sensación de las respuestas. <strong>La</strong> sensación de ser las<br />

respuestas, de experimentar las respuestas. Desovillo aquí todas esas pre-<br />

guntas no porque vaya a hacer el intento de responderlas, sino como guía y<br />

como ancla para quien lea estas líneas caóticas y, sobre todo, límbicas, abier-<br />

tas a los dos lados de la realidad y la ficción, del recuerdo y la fantasía, de la<br />

imaginación y el momento en que lo imaginado cobra vida, se<br />

eleva y se cierne sobre nosotros.<br />

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Cristina Núñez Pereira<br />

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El año pasado en Marienbad es, a decir de Robbe-Grillet, “una puesta en<br />

escena de la imaginación, una realidad que el héroe crea por su propia palabra”.<br />

Quizás suena un poco grandilocuente aquello de “crear realidad a través de la<br />

palabra” y, sin embargo, constantemente en la vida nos enfrentamos a este<br />

hecho: las palabras de un político, de un periodista, de un jefe de empresa, de<br />

un amigo, de una madre en exceso madre, crean realidad; una realidad que<br />

pretende ser educativa y termina siendo frustrante cuando se le dice a un hijo<br />

“tú no eres así”; una realidad que conviene a ciertos sectores de la sociedad<br />

cuando un medio de comunicación nos dice que “compramos marcas líder por-<br />

que solo ellas nos dan seguridad y merecen confianza”; una realidad que puede<br />

defender una guerra y hacérsela tragar a la población con la dulzura de “la píl-<br />

dora que os dan” cuando un gobierno decide decir: “nuestra nación está ame-<br />

nazada”. ¿Implica esto que el niño sea de una forma determinada o no en<br />

realidad? ¿Se demuestra por el conocimiento de esta frase que las marcas no<br />

líderes no dan seguridad y no merecen la confianza del consumidor? ¿Podemos<br />

saber, fehacientemente, gracias a la frase del político si la nación está amena-<br />

zada? <strong>La</strong> respuesta a estas preguntas no importa. Los hechos no importan. Lo<br />

que importa es que se han puesto en circulación determinadas ideas: alguien<br />

no debe ser de determinada forma, las marcas no líderes no merecen confianza,<br />

existe algo que puede ser considerado una amenaza.<br />

El lenguaje es una primavera maravillosa; está llena de maravillosas joyas<br />

naturales que crecen por doquier, se unen a otras y crecen aún más; rebosa<br />

cualquier jardín y sigue esparciendo su aire primaveral y fértil por donde pasa.<br />

Y, sin embargo, es también un campo de minas; basta poner la palabra en el<br />

sitio equivocado para exterminar una ciudad. Cuando jugamos con el lenguaje<br />

podemos adelantarnos a cualquier acontecimiento; podemos provocarlo. El<br />

“Hágase la luz” de Yahvé puede tomarse no como la expresión de la omnipo-<br />

tencia de Yahvé, sino como la expresión de la omnipotencia del lenguaje.<br />

Si yo digo: “Una noche, subí a su habitación” estoy dibujándome a mí en<br />

una noche determinada, estoy dibujando una habitación, estoy dibujando una<br />

planta baja desde la que subir, estoy dibujando alguien difuso a quien trato de<br />

usted que está en la habitación. Todo está dibujado, pues: la relación distante<br />

o respetuosa entre dos personas que se tratan de usted, mi atrevimiento al<br />

subir a la habitación de la otra persona, mi reencuentro con la persona tiempo<br />

después de haber subido a su habitación y el breve espacio en que no ocurre<br />

ninguna de estas cosas: el silencio, la separación. Si a ello añado<br />

“usted estaba sola”… la historia que hay detrás parece clara. Y, sin<br />

embargo, ¿qué garantiza su verdad? Y, ¿qué quiero decir con “ga-<br />

rantiza su verdad”? Parece que a través de una narración podemos<br />

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crear un pasado, inventarlo, y, lo que es mucho más impactante, convertirlo<br />

en realidad. ¿Es esto lo que sucede en El año pasado en Marienbad? ¿Es esta<br />

obra una metáfora del poder casi ilícito de las palabras?<br />

El año pasado en Marienbad propone una historia sencilla en apariencia<br />

pero tremendamente espinosa en sus formas: un hombre X intenta hacer re-<br />

cordar a una mujer llamada A las relaciones, los encuentros y las promesas<br />

que compartieron un año atrás. <strong>La</strong> mujer no recuerda nada pero el hombre lo<br />

recuerda todo. El propio Robbe-Grillet deja planteados los principales interro-<br />

gantes sobre el asunto en documentos paralelos al guión: ¿Realmente X re-<br />

cuerda o es un engatusador experto con un gran don de la palabra que quiere<br />

engañar a A? ¿Por qué A no traslada su incapacidad para recordar a la reali-<br />

dad y decide que lo que X pretende narrarle no tuvo lugar jamás? ¿Qué poder,<br />

qué potencia tienen los recuerdos que X inventa, si es que los inventa, para<br />

atrapar a A de tal modo en sus redes?<br />

Lo único que no importa en esta historia es cuál es la verdad. No quere-<br />

mos saber, mientras asistimos a la historia, si X realmente estuvo en Marien-<br />

bad el año pasado, ni si lo estuvo A, ni siquiera si lo estuvo M, la pareja de A.<br />

No queremos un salto narrativo al pasado que nos explique sus paseos, sus<br />

vaivenes, el momento en que X pudo abrir la puerta de la habitación de A. Por-<br />

que toda la realidad del pasado nos interesa a través de la narración de X, no<br />

tenemos otra manera de interesarnos por el pasado que los relatos de X, lle-<br />

nos de detalles y, empero, tan actuales. <strong>La</strong> única realidad que se pone de ma-<br />

nifiesto en El año pasado en Marienbad es la del poder de la palabra. <strong>La</strong> del<br />

poder creador de la palabra. <strong>La</strong> de un poder que, según en manos de quien<br />

esté, puede servir para hacer florecer la rosa en el poema o para exterminar<br />

ciudades o para doblegar a muchachas indecisas.<br />

Hace ya mucho tiempo que Austin y, posteriormente Searle devanaron<br />

la cuestión de “cómo se hacen cosas con palabras”. Se dieron<br />

cuenta de que prometer algo a alguien era algo más que decirle<br />

algo a alguien. E incluso que, a veces, por la magia activa del len-<br />

guaje, se creaba un vínculo entre dos personas, o se rompía, o<br />

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algo nuevo comenzaba, por ejemplo, al inaugurar un político un edificio de<br />

uso público, un montón de piedra y cristal se convertía en un polideportivo.<br />

Obviamente, el lenguaje no es tan omnipotente como podría parecer con estos<br />

ejemplos. Por más que yo le diga a mi teléfono inalámbrico: quedas inaugu-<br />

rado como perro dócil y fiel, jamás conseguiré trocar sus aburridas teclas en<br />

patas, rabo y lengua sudorosa. Aunque yo me disculpe cien veces ante los<br />

editores de <strong>Shangri</strong>-<strong>La</strong> por entregar mis textos fuera de plazo, para que estas<br />

disculpas puedan ser aceptadas, como mínimo, tengo que ser sincera en mi<br />

sentimiento y, además, tengo que haber entregado, efectivamente, mis tes-<br />

tículos fuera de plazo. No todo es, pues, como dicen las abuelas, echar la len-<br />

gua a pacer y ver qué hay luego que rumiar. Sí. Searle y Austin bien se dieron<br />

cuenta. Existen, pues una serie de condiciones para que un acto de habla fun-<br />

cione: el contexto debe ser el adecuado; así, si quiero inaugurar algo, debo<br />

ser una persona que está en posición de inaugurar algo y debe haber un edi-<br />

ficio que no esté inaugurado; el que emite el acto debe ser sincero –ay, re-<br />

quisito indispensable para tantas cosas, pensamos los ingenuos-; debe haber<br />

un reconocimiento de que lo que se dice cuenta como el acto de habla que se<br />

quiere hacer, así yo puedo llamar tranquila y cariñosamente zambútaro a al-<br />

guien sin que sea reconocido como un insulto. Y, además, debo referirme al<br />

estado de cosas pertinente: te prometo que salí muy temprano de casa no<br />

podrá jamás contar como una promesa, pues las promesas se orientan hacia<br />

el futuro, no hacia el pasado.<br />

El mundo de los actos de habla es tan envolvente, tan misterioso y, a la<br />

vez, tan nítido a la intuición que uno podría enfrascarse en su análisis y no vol-<br />

ver a Marienbad jamás. Yo podría prometer al lector en esta línea no aludir<br />

jamás al texto de Robbe-Grillet y violar el acto en el párrafo siguiente (como,<br />

de cierto, haré). Incluso podría amenazarlo con escribir un artículo falsamente<br />

técnico y aburrido (como, de facto, estoy haciendo). Pero, jamás podría pro-<br />

meterle no haber sido aburrida hasta ahora ni jamás podría amenazarle di-<br />

ciéndole: te amenazo con un artículo aburrido, sino diciéndole te aburrirás<br />

soporíferamente al leer las próximas líneas. No liemos más la madeja y vol-<br />

vamos a Marienbad, donde todo parecía más sencillo.<br />

Allí, en Marienbad, en brazos de los vaivenes dialécticos de que se sirve<br />

X para llegar hasta A, empecé a pensar en las diferencias entre recordar y<br />

narrar una historia, entre recordar y contar, entre imaginación y recuerdo.<br />

¿Por qué X no intenta, simplemente, conquistar a A? ¿Por qué no<br />

la convence de sí mismo, de su realidad, de su potencia, de su vi-<br />

rilidad y de su interés? ¿Por qué no la halaga para llegar hasta<br />

ella? Supongo que estas serían las formas más convencionales de<br />

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CARPETA EL LENGUAJE DE LA MEMORIA<br />

acercarse a una persona. Pero, ¿podría X llegar hasta donde llega con su aña-<br />

gaza del recuerdo si intentase un cortejo singular? Y, es más, y aquí ya corro<br />

al colmo de mis paradojas: ¿no podría X haber intentado el año que estuvo en<br />

Marienbad con A llegar hasta ella de la manera tradicional y haber topado con<br />

un muro, una cerrazón y un ensimismamiento tal que no admitían intruso al-<br />

guno? Confieso que esta es la historia que me gusta, ahora, imaginar detrás<br />

de dos personajes tan extraños.<br />

X se empeña en hacer recordar a A un tiempo compartido. A intenta es-<br />

capar de mil maneras distintas. Sin embargo, todas esas maneras van con-<br />

virtiéndose en una sola, la red se estrecha en torno a ella, solo puede acudir<br />

al grito, a la petición, a un déjeme en paz que la coloca, lamentablemente, en<br />

manos de la otra persona. <strong>La</strong> trama de X es, pues, perfecta o casi perfecta. A<br />

no consigue escapar, se va quedando sin razones, sin argumentos, sin posi-<br />

bilidades. Llega, incluso, a zozobrar entre la realidad y la locura. Y todo gra-<br />

cias a un acto de expresión de X tan aparentemente inocente como recordar.<br />

¿Por qué, me preguntaba yo una y otra vez, por qué el relativo éxito de<br />

X –al menos para instalar la duda, la angustia y la indecisión en el corazón<br />

timorato de A- pasa exactamente por su pretensión de estar recordando<br />

algo? ¿Qué se descuelga de forma invisible de este verbo como para que<br />

tenga tanto poder? ¿En qué medida, y siendo laxos al considerarlo así, este<br />

recordar público es un acto de habla que requiere de unas condiciones es-<br />

peciales para serlo? ¿Cuáles son esas condiciones y cómo actúan entre las<br />

personas que se relacionan por el hilo de ese recuerdo, de ese acto? ¿Del<br />

cumplimiento o no de esas condiciones emana su fuerza? En cualquier caso,<br />

es cierto que el acto de recordar de X cumple una serie de requisitos o con-<br />

diciones especiales que él sabe explotar muy bien para encerrar a A en la re-<br />

alidad que se ha inventado.<br />

En primer lugar, X hace alusión constante al hecho de estar<br />

recordando: Recuerde, insta a A; Pero usted no parece recordar<br />

nada, se lamenta. Yo te recuerdo… propone a alguien… propone X,<br />

pero… ¿qué significa eso?<br />

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¿Qué condiciones deben darse para que alguien pueda, sin faltar a la<br />

verdad, decir algo así? Bueno, en primer lugar y aunque parezca muy obvio,<br />

ambas personas, la que recuerda y la recordada, deben haberse encontrado<br />

con anterioridad, deben, al menos haber coincidido en un espacio durante un<br />

momento anterior al actual. Si esto no ha sido así, el recuerdo es una fanta-<br />

sía, un invento, una patraña. En el caso de X y A esto es, sino falso, al menos<br />

dudoso. Sin embargo, X es muy astuto y sabe que es el punto débil de su dis-<br />

curso: la veracidad. Para paliar este defecto estructural, nada mejor que de-<br />

mostrar su sinceridad al respecto. Detalles y detalles sobre los paseos<br />

pasados, descripciones sobre la risa de A, la actitud de A, las manos de A, las<br />

perlas de A… no son ni siquiera una petición lanzada al otro de que nos con-<br />

sidere sinceros; prácticamente son pruebas fehacientes de que lo es. Ahí está<br />

la magia envolvente del recitar monótono de X: él va rescatando del mismo<br />

presente o del conocimiento fácil que tiene ya de A, pues con solo verla ya<br />

puede adivinarla, los datos que, simultáneamente, por la gracia del pretérito<br />

imperfecto y el recuerdo que, va convirtiendo en datos del pasado que regre-<br />

san a su memoria. Así va construyendo X un magnífico –en sus dimensiones-<br />

acto de habla falso con total apariencia de verdadero. ¿Cómo no dudar de uno<br />

mismo ante tal seguridad? Parece que los recuerdos son algo que nos ancla a<br />

la realidad con una contundencia que no se obtiene de cualquier modo. In-<br />

cluso, para dar veracidad a los relatos, en muchas ocasiones, se alude a la<br />

falta de memoria (véase la clásica oración inicial del Quijote). No hace falta<br />

recordar con nitidez. Basta mostrar seguridad en el acto mismo de recordar:<br />

de experimentar el proceso mental al que todos llamamos recordar. Si, ade-<br />

más, le añadimos el detalle, la duda se aleja definitivamente.<br />

Por supuesto, todo este discurso en pasado es reconocido enseguida por<br />

A como un acto de recordar. No solo porque él alude, entre sorprendido y<br />

disgustado, a la incapacidad que ella parece manifestar para recordar, sino<br />

porque él la pone en contexto en seguida, la ubica en el pasado con un par<br />

de frases y ya no la deja salir: <strong>La</strong> primera vez que la vi fue en los jardines de<br />

Frederiksbad. Aceptada esta frase (imposible de no aceptar siempre y cuando<br />

ella haya paseado alguna vez por Frederiksbad), A entre de lleno en el terri-<br />

torio del recuerdo (ficticio) de X. Y es aquí donde X es omnipotente puesto<br />

que, al no ser sincero, puede “recordar” lo que le dé la gana: desde que subió<br />

al cuarto de A una noche hasta que A le pidiese un plazo de un año para le-<br />

vantar sus velos.<br />

Esta es la red que teje X a lo largo de su historia. Él vive en<br />

un pasado ficticio fingiendo que es real, lo trae al presente y, si con-<br />

sigue, finalmente, gracias a este pasado inventado, lo que persi-<br />

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gue, ese mismo pasado, en cierta manera, terminará siendo real. Será real para<br />

A que, en otras condiciones, no habría aceptado esta relación, por ejemplo.<br />

Definitivamente, la historia entretejida por Robbe-Grillet a partir de se-<br />

mejante premisa, vive de los terrenos del sueño y la realidad, del recuerdo y<br />

de la imaginación. Es una imaginación “lo bastante vívida” (así lo pide el<br />

autor) como para poder tenderse sobre la realidad y crear un terreno mixto<br />

aún más potente que lo imaginado o lo vivido: una suerte de convergencia im-<br />

posible de otro modo. El año pasado en Marienbad es, al fin y al cabo, un re-<br />

sumen de los modos que utilizamos para enfrentarnos al exterior: el del<br />

recuerdo, que nos ancla y nos implica, pero nos da seguridad y sentimiento<br />

de pertenencia; el de la imaginación, tan dolorosa y excitantemente individual,<br />

pero tan difícil y tan desesperante al mismo tiempo.<br />

Si no fuese ya tan tarde, podríamos intentar analizar también por qué A<br />

cae en estas redes mágicas con tal facilidad, qué actitud suya promueve esta<br />

caída y, sobre todo, qué actitudes universales hacia lo narrado la ayudan a en-<br />

redarse. También podríamos, saliéndonos de los lodos lingüísticos, buscar te-<br />

rrenos más literarios y preguntarnos por la esencia misma de cada uno de los<br />

personajes, por qué son como son, de dónde nace su peculiaridad y si ellos<br />

nacieron antes que el trasfondo de la historia o es la premisa de partida -fin-<br />

gir recordar- la que los conformó a su imagen y semejanza. Podríamos, in-<br />

cluso, sentarnos junto a ellos, examinar también sus caras en la película de<br />

Resnais y ver si tanta palabra no emborrona la sensación promiscua de que,<br />

en Marienbad, uno puede sentarse a los dos lados de la realidad.<br />

recuerdo.<br />

Pero es ya tarde, y, si alguna vez pasé un año en Marienbad, apenas lo<br />

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Nº 1<br />

Octubre-Diciembre 2006<br />

CHRIS MARKER<br />

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Nº 4<br />

Septiembre-Diciembre 2007<br />

TERRENCE MALICK<br />

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SHANGRI-LA<br />

Nº 2<br />

Enero-Abril 2007<br />

FLEUR JAEGGY<br />

JOAQUM JORDÀ<br />

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Nº 5<br />

Enero-Abril 2008<br />

CLARICE LISPECTOR<br />

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Nº 3<br />

Mayo-Agosto 2007<br />

DIANE ARBUS<br />

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Nº 6<br />

Mayo-Agosto 2008<br />

MEMORIA/S DE AUSCHWITZ<br />

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DERIVAS Y FICCIONES APARTE<br />

Nº 7<br />

Septiembre-Diciembre 2008<br />

MEMORIA/S DE AUSCHWITZ<br />

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Nº 10<br />

Septiembre-Diciembre 2009<br />

EDWARD YANG<br />

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Nº 8<br />

Enero-Abril 2009<br />

VOLVER A BUÑUEL<br />

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Nº 11<br />

Enero-Abril 2010<br />

EL LENGUAJE DE<br />

LA MEMORIA 1<br />

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Nº 9<br />

Mayo-Agosto 2009<br />

ROBERTO ROSSELLINI<br />

RICHARD FORD<br />

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Nº 11<br />

Enero-Abril 2010<br />

EL LENGUAJE DE<br />

LA MEMORIA 2<br />

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Nº 1<br />

GUY MADDIN<br />

VIAJERO EN EL TIEMPO<br />

Roberto Amaba<br />

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Encuadres1-<br />

GuyMaddin.pdf<br />

Nº 3<br />

LA MIRADA INTERIOR<br />

LA CINESCRITURA DE<br />

MARCEL HANOUN<br />

Nacho Cagiga<br />

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ENCUADRES<br />

Nº 2<br />

PAISAJES PARA EL<br />

NUEVO MILENIO:<br />

MANN - LYNCH - DE PALMA<br />

Cristina Álvarez<br />

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Adscrito a una concepción experimental del lenguaje cinemato-<br />

gráfico, pero sin renunciar a una visión humanista y de gran valor<br />

cultural, Marcel Hanoun (Túnez, 1929) es uno de los grandes clá-<br />

sicos contemporáneos del cinema actual. Iniciado en el mundo<br />

del cine en los años 50, ha desarrollado una amplia filmografía<br />

que llega hasta los cimientos más vanguardistas del cine digital,<br />

proporcionando siempre una compleja y profunda mirada que al-<br />

canza a mostrar el lado más oculto, intimista y secreto del alma<br />

humana. Fiel a un compromiso ético y estético que antepone la<br />

singularidad de un tratamiento personal del estilo cinematográfico<br />

frente a cualquier tipo de condicionamiento económico y social<br />

que impida una expresión propia y auténtica, la filmografía de Ha-<br />

noun, de impronta bressoniana, ha conseguido constituirse en<br />

uno de los grandes referentes del cine europeo de todos los tiem-<br />

pos desde sus orígenes, tanto por el sentido de sus imágenes,<br />

como por la reivindicación de la palabra y del oficio del cineasta<br />

como un artesanado dotado de un nivel de significación parecido<br />

al de la escritura, un enfoque que él mismo ha bautizado con el<br />

nombre de cinescritura. Además, ha desarrollado a lo largo de los<br />

años una investigación sobre la imagen fílmica que puede consi-<br />

derarse uno de las reflexiones más lúcidas que se han producido<br />

tanto a nivel audiovisual como filosófico.


Nº 1<br />

Luis Alonso García<br />

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Materiales1-<br />

Una-Cierta-Idea-del-Cine.pdf<br />

Nº 3<br />

Francisco Javier Gómez Tarín<br />

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Materiales3-El-Analísis-Textos-<br />

Audiovisuales.pdf<br />

MATERIALES<br />

Nº 2<br />

Francisco Javier Gómez Tarín<br />

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Materiales2-Guion-Audiovisual-<br />

Trabajo-Guionista.pdf<br />

Toda materia docente es susceptible de desdoblarse en<br />

dos procesos: el aparato teórico de base y su aplicación<br />

práctica. Pues bien, el análisis de un texto audiovisual –<br />

en cuya raíz situaremos el texto fílmico–, no se adapta a<br />

procedimientos estandarizados ni a conceptos teóricos inamovibles.<br />

Esto,que es aplicable en su esencia a toda la<br />

Narrativa Audiovisual –entendida como catálogo de recursos<br />

expresivos y narrativos o, si se prefiere, de códigos<br />

posibles–, constituye su grandeza y, al mismo tiempo,<br />

su más inquietante problemática. En la base de todo análisis<br />

deberá haber conocimiento, por supuesto, pero,<br />

sobre todo, argumentación, reflexión e imaginación.<br />

Estas páginas son un intento de sistematizar un modelo<br />

ecléctico de análisis fílmico con la vocación de que sea<br />

aplicable al audiovisual en general. Y cuando se utiliza<br />

el término “modelo” somos conscientes de que no se<br />

puede pensar en otra cosa que en una herramienta,<br />

nunca en una plantilla o norma a seguir.<br />

El objetivo esencial es el de desvelar cuáles son los mecanismos<br />

teóricos que están en la base del análisis para<br />

su aplicación a los textos audiovisuales y, aunque se<br />

parta del film como ente específico, la aplicación práctica<br />

debe ser factible para cualquier otro soporte audiovisual.<br />

Tal materia, pues, sólo puede entenderse desde<br />

la perspectiva del análisis aplicado: una mínima –pero<br />

potente– teoría que da paso inmediato a su práctica real<br />

y efectiva. El lector interesado deberá obtener herramientas,<br />

a ser posible múltiples, y diseñar su propio camino,<br />

basado en la coherencia y en la argumentación.


<strong>Shangri</strong>-<strong>La</strong><br />

derivas y ficciones aparte

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