Entre el juego y la marginalidad: los niños de un ... - Guadalajara

Entre el juego y la marginalidad: los niños de un asentamiento
mixteco en la ZMG.
Dra. Gloria E. Briceño Alcaraz
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Introducción
El presente ensayo está basado en una investigación de campo de mayor
amplitud y alcance realizada hace un par de años, la cual tuvo como finalidad
analizar y comparar la creatividad y capacidad de simbolización que tienen los
niños a través del juego en dos contextos socioculturales diversos, considerando
la influencia de su medio ambiente y nicho familiar como factores determinantes
en la elaboración creativa del juego protagonizado o de roles. i
Siendo ese el objetivo elegí realizar una parte del trabajo de campo en un
asentamiento de migrantes de origen mixteco ubicado en la ZMG, debido al
interés que me despertó conocer su historia y origen de comunidad étnica inserta
en una ciudad moderna como Guadalajara, punto de encuentro y convivencia de
diferentes grupos étnicos que ven en ella un lugar de subsistencia y realización
personal.
Como investigadora de ciencias sociales y humanas quise conocer los recursos de
adaptación y aculturación de sus pobladores, sus valores y tradiciones que
conservaban, así como el tipo de socialización que daban a sus hijos pequeños,
quienes en poco estarían formando parte intrínseca del tejido social y laboral de
esta ciudad.
Justamente, ése es el punto de convergencia hacia donde tienden las reflexiones
de este ensayo, en las posibilidades de creación y cambio social que se dan a
partir del contacto cultural o interrelación con otros individuos que portan herencias
diversas, pero ricas, en tradiciones y significados, como lo concibe Alicia De Alba:
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El contacto cultural es la producción de nuevos significados y niveles de
significación que dan lugar a nuevos contornos sociales: lenguajes, símbolos y
códigos ontológicos-semióticos en las sociedades modernas. (De Alba, 2000).
Guadalajara y su zona metropolitana representan, como ninguna otra quizás en el
país, el distintivo de ser una ciudad moderna y dinámica que se renueva y
reinventa contantemente con la aportación de los que llegan para sumarse a su
tejido social múltiple y variado. Por ello, el reconocimiento de la diversidad cultural
y la inclusión como condición de desarrollo social, debería ser el eje de sus
políticas públicas. ¿A qué tipo de diversidad cultural me refiero?
La migración interna como punto de partida
Las condiciones de gran precariedad que atraviesan las poblaciones campesinas
en nuestro país han contribuido, a lo largo de varias décadas, a que las familias
emigren de sus lugares de origen y busquen su subsistencia en las grandes
ciudades del país. Las asimetrías que observamos en el panorama social y de
infraestructura de las zonas urbanas y rurales en México saltan a la vista y se
comprende la razón de este endémico fenómeno migratorio. Las causas son
diversas e involucran factores socioeconómicos, políticos, educativos y
últimamente climáticos: sequías, baja productividad de las tierras, degradación de
suelos por la introducción de productos comerciales, la baja de precios en los
productos agrícolas, falta de atención médica, despojos de las tierras, etc.
Mientras que, por el otro lado, desde la década de los cuarenta a la fecha, se
registró un crecimiento industrial, comercial y urbano de las principales ciudades
del país, las cuales se convirtieron en metrópolis con alta densidad poblacional
como la propia Guadalajara (ZMG) y municipios conurbanos. Ese constante
crecimiento de nuestra ciudad, fue lo que atrajo a migrantes de diversas regiones,
tanto del interior del estado como de fuera. Para ellos la ciudad representó, como
ninguna otra en el occidente, una fuente de subsistencia en el mercado informal
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dada su dinámica de generación de empleos y de servicios. En la década de 1970
por ejemplo, el incremento de la población fue de 7.9%, del cual un 5%
aproximadamente, se debió a la migración interna. ii
A partir de esas fechas se inició la formación de zonas marginadas y
asentamientos humanos irregulares como resultado directo del vertiginoso
crecimiento de la población, así como de la insuficiencia de viviendas accesible
para esa población migrante. iii
¿Qué sabemos de las personas que habitan en zonas marginadas? Quizás muy
poco, por ejemplo que estos habitantes (migrantes o no) tienen una situación
socioeconómica precaria y por lo general, laboran en el sector informal. Dentro de
ese grupo sin embargo, existen marcadas diferencias en cuanto al tipo de
ocupación, nivel de ingresos y escolaridad, así como lugar de procedencia. Una
característica que comparten los pobladores de estas zonas es la ausencia o
precariedad de los servicios públicos como drenaje, agua potable, electricidad,
planteles educativos y centros de salud. El terreno donde habitan suele tener toda
clase de desventajas, desde topográficas hasta de higiene: desniveles, tierra
suelta, dificultad de acceso, vertederos de basura, agua estancada o contaminada
por desperdicios químicos o hidrocarburos. De ahí que el riesgo de contraer
alguna enfermedad o de sufrir algún accidente, es considerable.
De la región mixteca al corazón de la ZMG
Los mixtecos se autodenominan ñuu savi, que significa en castellano “pueblo de la
lluvia”. iv La región de procedencia se le conoce como “la Mixteca”, que comprende
una parte del estado de Oaxaca, otra de Guerrero y de Puebla. De acuerdo con el
Censo del INEGI (2010) la población mixteca-hablante fue de 476,465 mil lo que
sitúa a la lengua Tu´un Savi en la tercera más hablada de México. v
¿De qué viven los pobladores de la Mixteca? La actividad económica básica de los
mixtecos es la agricultura, sus tierras son de temporal, bastante erosionadas y
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poco aptas para el cultivo. Los productos que siembran son maíz, frijol, trigo ajo,
tomate y cebolla. La ganadería es pobre y de especies menores como cabra y
oveja. Aunque existen recursos minerales en la región éstos no se explotan, la
pesca se realiza de manera rudimentaria y local. vi
De esa familia y región cultural proceden los mixtecos que habitan en la ZMG. El
asentamiento está ubicado en una zona aledaña a los almacenes del ferrocarril,
específicamente sobre la avenida Héroes de Nacozari esquina con la calle de
Ganso. El terreno es federal y corresponde a Ferrocarriles Nacionales de México.
En los alrededores se observan vagones enmohecidos habitados por moradores
mixtecos y no mixtecos. En la parte anterior, es decir, por la calle Ganso, hay
viviendas proletarias de escasos recursos pero con servicios básicos. En la
esquina de esa misma calle y Héroes de Nacozari se encuentra una gasolinera;
entre la calle 4 y Cernícalo está una planta de hidrocarburos, de la cual entran y
salen continuamente las pipas para abastecerse del producto, transitando luego
por la calle Ganso. En ocasiones, se estacionan sobre esa calle bloqueando el
acceso al asentamiento. Los pobladores cuentan con algunos servicios básicos
como energía eléctrica y se abastecen de agua gracias a una toma cercana pero,
carecen de drenaje por lo que emplean letrinas colectivas o familiares para el
servicio sanitario. La “calle” es más bien una brecha terregosa sobre la que se
asientan un par de viejos rieles, que sirven para que transite lentamente –por lo
menos una vez al día- la máquina del tren, modelo de varias décadas atrás,
despertando la algarabía de los niños que se cuelgan en su parte posterior así
como el ladrido de los perros que pululan por todas partes. En este remedo de
calle no hay alumbrado público.
La vida cotidiana de una tarde de sábado o domingo nos evoca una estampa de la
vida rural de México en siglo pasado: la gente sentada en la puerta de sus casas
haciendo alguna actividad: los jóvenes afinando sus instrumentos de música, los
adultos tejiendo cestas, las mamás despiojando a las niñas, los niños correteando
y jugando con canicas, trompo, tablas viejas o simplemente, observando entre
risas a los que pasan por ahí. Entre ellos deambulan perros famélicos y gallinas,
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con los cuales los niños juegan. En el ambiente se respiran olores fuertes, señal
del excremento de animales esparcido a lo largo de la vía, mientras que de alguna
vivienda se escucha la música de banda que reproduce el pequeño radio. Si no es
porque a unas cuadras se escucha el tránsito de los coches se podría pensar que
estamos en un pueblo de la sierra de Oaxaca.
Las viviendas de este asentamiento están construidas con diversos materiales de
segunda mano: láminas revestidas de chapopote, tablas humeadas, llantas
desgastadas y cartón; el piso es de tierra. Una vivienda generalmente está
conformada por divisiones de tal manera que pueden ser compartidas por diversos
miembros de la familia: una hija con su marido, un hermano o sobrino que llegó
del pueblo con su familia, etc. En un cuarto habitan en promedio unas seis o siete
personas entre adultos y niños que ahí comen y duermen. Adjunto a los cuartos
suele haber una división sin techo donde lavan y se bañan.
Para cocinar las familias utilizan una parrilla o comal sencillos, alimentada por gas
y carbón respectivamente. Los aparatos eléctricos que poseen son por lo general
una televisión y una radio-grabadora. El mobiliario de los cuartos está conformado
por una o dos camas matrimoniales, una especie de ropero construido
rudimentariamente con madera o cartón, varias colchonetas, petates, alguna mesa
pequeña y un par de sillas, en algunos casos la familia cuenta con una máquina
de coser. Los fines de semana solían acudir a la colonia estudiantes de varias
carreras de la Universidad de Guadalajara a prestar su servicio social. Estas
brigadas tenían un pequeño cuarto donde guardaban materiales de trabajo
(colores, hojas, alcohol, algodón) y atendían a los pacientes, cuando había. Los
prestadores de servicio social eran de áreas médicas y sociales, aunque eso no
impedía que se les unieran jóvenes de carreras como arquitectura y hasta de
filosofía.
En medio de muchas carencias se abrió en 1996 un espacio para atender a los
niños de edad preescolar, a éste asisten niños entre 4 y 6 años, se les da un
desayuno por la mañana y un refrigerio al mediodía. El kínder se logró por
iniciativa de la parroquia “La Aurora” con apoyo de varios benefactores. El cura de
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esa parroquia mandó construir un pequeño oratorio dedicado a la virgen de
Guadalupe, además fomentó clases de música dada la gran facilidad y
predilección que tienen los mixtecos por la música de banda de su región.
Vida cotidiana y familiar: tradiciones, valores y celebraciones
Don Urbano García, uno de los pobladores más antiguos del asentamiento y que
fue líder de la comunidad, refirió que ésta empezó a formarse en 1985; la mayoría
de los mixtecos que llegaron a la ciudad en ese tiempo lo hicieron en los vagones
de carga procedentes de la capital del país. Las familias provienen principalmente
de los municipios de Huajuapan, Zinacatán y San Miguel, Oaxaca.
En 1996, la comunidad tenía 375 habitantes los cuales estaban conformados en
72 familias. El número promedio de hijos es de cinco por familia. Los que ya están
instalados con sus familias consideran a Guadalajara su lugar definitivo donde
vivir, casi ninguno ha regresado a su pueblo para quedarse, más bien al contrario,
a lo largo de los últimos años llegaron más paisanos y parientes.
La colonia estaba dividida en católicos y evangelistas, situación que producía
eventualmente algunas fricciones al interior de la comunidad pero que al mismo
tiempo, les representaba ciertos beneficios (despensas, consultas médicas,
protección ante arbitrariedades con otros vecinos, etc.). El sincretismo entre sus
antiguas prácticas y su actual culto religioso están presentes en sus costumbres,
tradiciones y festividades que hacen de esta cultura algo muy vivo. Por ejemplo,
en la celebración del “día de muertos” colocan en el altar de muertos varias
mariposas de papel de china (en vez de las usuales calaveras) las cuales
simbolizan el alma del difunto que -me explicaron- “va volando” hacia la otra vida;
sin faltar la imagen de la virgen de Guadalupe, veladoras, flores y pan de muerto.
Los católicos acostumbran bautizar a sus hijos y presentarlos para la primera
comunión, previa preparación religiosa y cuidadosa elección de padrinos pues,
luego serán los “compadres”, un vínculo elevado casi a rango familiar. Esas
ceremonias ocupan un lugar importante en la vida social de la comunidad, por lo
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que suelen festejarlas con generosidad invitando a los amigos y familiares al
tradicional mole estilo oaxaqueño.
La mayoría de los adultos son analfabetas, sólo unos cuantos cursaron los
primeros años de primaria, pero pronto la abandonaron para dedicarse al trabajo.
Los adolescentes y niños que nacieron en Guadalajara (1° generación) estudiaron
aquí la primaria y la secundaria, aunque con bastantes dificultades hay que decir
(tanto económicas como culturales): además del gasto de materiales escolares,
uniforme y cuotas para eventos escolares (que desmotiva a los padres mandarlos
a la escuela) los niños de origen étnico se esfuerzan en asimilar los contenidos de
programas educativos dirigidos a poblaciones urbanas de clase media, donde el
currículum oculto (ése aprendizaje que no está a la vista pero que transmite
valores y actitudes) juega de manera adversa para lograr su total asimilación a la
cultura del México moderno y globalizado.
El choque cultural que les produce vivir en dos mundos socialmente antagónicos,
puede ser un obstáculo para su adaptación a la nueva sociedad, como también
motivo de desventaja en el aprovechamiento escolar con relación al resto de
niños. Lo anterior se denota en el desfase entre el año que cursan y la edad de
varios de estos niños, otras veces también tienen que lidiar con la discriminación
étnica que desgraciadamente, prevalece en la escuela (pero también en el resto
de la sociedad) y se manifiesta en burlas por no dominar el español correctamente
o bien, por su aspecto indígena y color de piel. vii
Esos son algunos de los motivos por los que los niños mixtecos terminan
abandonando sus estudios. La presión económica a la que están sometidos,
aunada a la falta de estímulo y reconocimiento social en la escuela por parte de
los maestros (la ausencia de modelos con los cuales ellos se pueden identificar)
les genera una desilusión que los orilla a refugiarse en los valores de su
comunidad y, buscar en la marginalidad, los recursos para su subsistencia.
Reproduciéndose el círculo vicioso de baja escolaridad y aumento de pobreza en
las comunidades de origen étnico.
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La calle como subsistencia diaria
La mayoría de los migrantes mixtecos se dedica al comercio ambulante en las
avenidas y cruces más transitados; venden semillas, papitas y chicles, cestos y
mantelitos individuales tejidos con palma, bolsitas de tela bordada, sopladores y
flores de hoja de maíz. La artesanía que elaboran con palma son los manteles
individuales y los sopladores. El resto lo compran. La materia prima (la palma) la
traen de Oaxaca, su textura es suave y dúctil, aunque tienen otra un tanto áspera
y gruesa con la que tejen los sopladores y los manteles individuales.
Los adultos –hombres y mujeres- son los que conocen los oficios tradicionales y
trabajan en esas labores, ya que los jóvenes muestran poco interés por
aprenderlos y prefieren hacer otros trabajos como la jardinería. En la elaboración
de un soplador por ejemplo, se llevan unos veinte minutos y el precio es de quince
pesos aproximadamente. Los jóvenes entre 15 y 18 años se dedican a bolear
zapatos, tocar con la banda recorriendo diversas colonias de la ciudad o bien, en
fiestas particulares. Ése es un oficio de tradición en Oaxaca que gusta mucho y lo
realizan con mucho entusiasmo.
Las mujeres participan en la economía familiar trabajando también en el comercio
ambulante. Ellas casi siempre salen a vender lo que se pueda acompañadas casi
siempre de sus hijos más pequeños, los cuales también hacen su labor pidiendo
alguna ayuda económica. “Pedir” para ellos representa un trabajo normal para la
subsistencia de la familia y no tiene la connotación que nosotros le damos, de ahí
que lo hacen con normalidad y a esa práctica le dicen “salir a trabajar”. Para las
mujeres de la 1° generación de migrantes prefieren dedicarse al trabajo
doméstico, o bien emplearse en algún mercado, ya que expresan vergüenza por
ese trabajo de sus madres o abuelas, sin embargo, cuentan que de pequeñas lo
hacían con naturalidad.
Si una cosa es cierta, es que todos los miembros de la familia migrante-mixteca
colaboran de una u otra forma para lograr sobrevivir en la ciudad. La mejor
temporada del año para ellos es diciembre ya que reciben ayudas extras como
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despensas y más limosnas, principalmente los niños y las mujeres (madres y
abuelas). En esa época la colonia luce casi vacía de niños, pues todos
acompañan a sus madres a la calle. La peor época es verano debido a las lluvias
y el gasto de las vacaciones, también hay que pagar las inscripciones y útiles
escolares y, la Navidad que reblandece los corazones, está aún lejos.
Organización familiar y vida comunitaria
Los mixtecos mantienen el modelo patriarcal de la familia rural mexicana en el cual
los niveles jerárquicos se respetan y existe un líder reconocido por todos. La
familia funciona como un unidad productiva con una clara división del trabajo que
permea los roles de género, creencias y cosmovisiones.
Las familias se aglutinan en torno a un patriarca generalmente de mayor edad,
cuyas opiniones y decisiones son observadas pues en su liderazgo se concentran
las normas y valores que la comunidad estima importantes transmitir a las
siguientes generaciones. Esta organización patriarcal acentúa la segregación de la
mujer al campo de la vida privada y a las labores del hogar, salvo cuando se tiene
que salir a trabajar para apoyar al sustento familiar, siempre y cuando sea
acompañada por algún hijo pequeño. En cuanto a la educación, es común
encontrar que las hijas mayores dejan la escuela para trabajar en el servicio
doméstico y ayudar así a su numerosa familia, mientras que al varón se le apoya
para seguir sus estudios, ello refleja la inequidad de género que priva al interior de
la familia tradicional indígena, al depositan en los hijos varones las más altas
expectativas.
Si bien, la mujer tiene un peso considerablemente menor que el hombre en la
comunidad, existen casos donde la abuela (en ausencia del hombre) es la máxima
autoridad y su opinión es ley para hijos y nietos: el matriarcado convive pues, con
el patriarcado en una mezcla muy particular en la cultura mixteca.
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Estilo de crianza
La preocupación fundamental de los padres no obstante, es velar por la
subsistencia y salud de sus hijos mientras son pequeños, por ejemplo, duermen
con ellos y, durante el día, las madres los cargan en el rebozo a sus espaldas
mientras realizan alguna actividad, es decir, se separan muy poco de ellos. Esa
relación madre-bebé de cuidado constante acostumbra al neonato al contacto
físico con la madre y a ella, a estar muy atenta a las variaciones de su postura y
estado de ánimo. Se ha comprobado en estudios con madres indígenas de
Guatemala por ejemplo, que los niños desarrollan como resultado de ese estrecho
contacto, una comunicación eficaz a través del tacto y el cambio de posturas, lo
cual los niños de las ciudades modernas desconocen (Rogoff, 1993). Esta
representa una de las diversas variaciones culturales que se reflejan en el estilo
de crianza y socialización de los niños de edad temprana.
Conforme los niños se van valiendo por sí mismos, dan sus primeros pasos y su
lenguaje se hace más comprensible, éstos son dejados al cuidado de sus
hermanos mayores o primos, quienes se encargan de su socialización: con ellos
juegan, pelean y aprenden conductas y actitudes que ejercitan bajo la supervisión
de los adultos. Para los padres mixtecos migrantes es muy importante que el niño
domine su lengua antes que el español, por lo que desde pequeño se comunican
con ellos en mixteco, eso hace que sean bilingües y puedan posteriormente, servir
de intérpretes a sus padres o abuelos, pues éstos no lograron aprenderlo en la
escuela y por lo tanto, no lo comprenden del todo.
Nosotros les hablamos a los hijos en mixteco porque queremos que lo aprendan
para que luego ellos lo pasen a sus hijos…es lo que tenemos…el español lo
aprenden en la escuela (Sr. Urbano).
Generalmente, los padres se dedican a sus actividades despreocupadamente ya
que saben que el resto de la comunidad (y los otros niños) cuidarán y protegerán a
los pequeños. El contacto más estrecho entre padres e hijos ocurre cuando los
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primeros les muestran o enseñan a los pequeños a hacer un trabajo específico
como lavar, tejer un cesto de palma, alimentar y cuidar al bebé, o bien, cuando lo
corrige verbalmente si comete alguna falta. La autoridad más respetada y temida
es el padre, quien por lo general se muestra poco expresivo verbal y
emocionalmente con el hijo (a), mientras que la madre es la figura que brinda
cariño y confianza a los hijos.
El juego, como actividad que fortalece los lazos entre padres e hijos, es
impensable entre los mixtecos. Curiosamente, ellos no consideran que sea una
actividad que corresponde a su rol de padres o que deban de hacer. Su actitud se
comprende mejor al conocer la infancia y socialización que tuvieron de pequeños
en sus comunidades. Las madres comentaban que de pequeñas sus padres las
dejaban jugar siempre y cuando ayudaran primero en el trabajo de la casa: traer
agua del río o del pozo, lavar la ropa, poner el nixtamal, molerlo, juntar leña,
vender semilla, etc.
Nosotros jugamos con muñecas, así lo cargo en una bolsa, le echo ropa para muy
lejos…mi muñeca era fea, no como ahora “barbies”, pero me acuerdo que me
mandaban a traer agua a barranca, me gustaba mucho…mi padrino me enseñó a
vender semilla, tenía 11 o 13 años…mi madrina me enseñó a poner nixtamal
(Rodolfina, 30 años).
Lo que nos muestran los relatos de varias mujeres mayores entrevistadas, es que
en su infancia no había una separación entre el trabajo y el juego, la energía
propia de esa etapa temprana era encauzada hacia el trabajo y las tareas del
hogar. En el caso de la socialización infantil de los mixtecos sucede como en otras
comunidades étnicas, por ejemplo en Kenia, donde de acuerdo con Harkness y
Super (1986) el juego queda subordinado al trabajo y, el niño (a) pasa a formar
parte desde temprana edad de la vida productiva.
A veces jugaba yo con lazo en un árbol, en un columpio, a veces nos penemos a
moler, así con una piedra como las mamás hacen…como no teníamos juguetes allá,
agarrábamos piedras y hojas de árboles, esas eran las tortillas, como las mamás
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hacen. Luego de jugar un ratito, mi mamá nos manda a traer agua, como ahí
teníamos un pozo íbamos a traer agua…ayudaba también a mi mamá a juntar
leña… (Epifania, 33 años)
Otro aspecto que llama la atención en cuanto a estilos de crianza, es la escasa
supervisión que ejerce la madre sobre sus hijos pequeños en comparación con las
madres de las ciudades. Es usual ver que mientras la madre mixteca se dedica a
diversas tareas, los niños pululan por ahí con los primos y vecinos de diversas
edades, generalmente los mayores desempeñan el rol de cuidadores de los
pequeños. En los niños mayores vemos mayor independencia y pueden pasear
por toda la zona, mientras que en las niñas se observa un comportamiento
recatado y tienden a seguir a la mamá para auxiliarla en lo que se ofrezca, suelen
por lo tanto estar presentes en todas las conversaciones que ésta entabla con las
vecinas, por ello, es que las niñas suelen estar mejor enteradas que el resto de los
adultos de todo lo que acontece en la colonia. Su presencia sigilosa pasa
generalmente desapercibida en el mundo de los adultos. Ellas sólo escuchan, son
testigos invisibles de la vida comunitaria. Prueba de ello, fue cuando una tarde que
visitaba la casa de los Jiménez salieron a mi encuentro los niños (as) para
contarme la trágica noticia de la muerte del padre de Aída, al cual se le había
disparado una pistola al manipularla en el trabajo. Los niños daban más detalles
sobre el incidente de lo que se hubiera uno imaginado.
Esa actitud de los adultos hacia los niños se puede comprender, en parte, debido
a que unos y otros comparten un espacio común sin divisiones, pero también a
sus creencias acerca de la naturaleza del niño (a). Ellos suponen que el niño no
tiene plena conciencia ni es capaz de razonar sino hasta los seis o siete años, y
que su maduración no depende directamente de ellos sino que se trata de un
proceso natural:
La palabra mixteca para nombrar a los niños significa “en penumbras” que significa
que los niños no tienen “conciencia”…se piensa que no pueden aprender hasta que
el niño haya empezado a desarrollar la conciencia. Ésta crece y aumenta
lentamente de manera natural sin la ayuda humana o su interferencia, empezando
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hacia el final del primer año y continuando hasta su total desarrollo en el segundo
año de vida. La habilidad de razonar no se desarrolla hasta los 7 años. Al igual que
la conciencia, la razón madura sin la intervención de los adultos…ya que la
habilidad de comprensión y de aprender conductas adultas depende de la razón, no
se espera que los niños menores de 6 años puedan comportarse como adultos y su
conducta no puede ser juzgada moralmente como buena o mala (Romney y
Romney, 1966:87).
La escuela en la vida de las familias mixtecas de la ZMG
Al parecer, para los padres mixtecos la escuela tiene una importancia especial,
pues representa la posibilidad de que sus hijos puedan alcanzar una vida mejor a
la que ellos tienen. Ellos aspiran a que sus hijos se expresen “bien” en español,
que sepan “escribir” ya que para abrirse campo en esta megalópolis se requiere
dominar el idioma español. El tener dificultades en la expresión verbal y escrita del
español les “da vergüenza”, pero sobre todo, les coloca en desventaja para
defenderse legalmente, o en cualquier situación donde tengan que defender sus
derechos. Son conscientes de esa desventaja cultural.
Mientras que dominar el idioma español es una exigencia fuera de la comunidad,
el hablar en mixteco es motivo de orgullo y de identidad cultural al interior de la
misma, como antes lo expresó Don Urbano, por ello tratan de lograr un acuerdo
entre estas dos posiciones sin dejar lo básico: sus raíces. El aprendizaje escolar
después de todo, para ellos significa salir de su situación marginal y de pobreza,
pero además, aspirar a un sostén social y económico a través del trabajo,
diferente al que da el matrimonio:
No quiero que se casen chiquitos como yo…quiero que estudien…yo sufrí mucho
por no ir a la escuela…quiero que hagan su vida como quieran (Sra. Lucía).
Pues yo quiero que pues sepan escribir, un poquito jugar…que me ayuden un
poquito en la casa después de jugar, más las niñas mayores (Sra. Rodolfina).
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Expectativas de los padres
Otro aspecto que resalta en las expectativas que tienen los padres hacia sus hijos
es que éstos no se casen “tan pronto” como ellos lo hicieron. Para los adultos que
nacieron en la mixteca, era usual “casarse” a los diez, trece o quince años. viii No
bien entraban a la adolescencia cuando ya vivían en pareja y empezaban a
procrear entre los quince y diecisiete años. Si bien es cierto que los comprometían
muy jóvenes para el matrimonio, los primeros embarazos no se lograban o bien,
los hijos fallecían:
Yo me casé a los años…me casaron, pues así es la costumbre de allá. No sabía
hacer ni el quehacer y sí, me dijo mi papá “mejor cásate porque yo ya estoy grande
y que tal si me voy a morir, te vas a quedar sola con tu mamá, mejor cásate, que ya
sepa yo que alguien te va a cuidar”…mis hermanas también se casaron bien
chiquitas, casi no viví con ellas…una de mis hermanas se casó de 8 años, la otra
tenía 12 y la otra 13…y casi yo no crecí con ellas (Sra. Epifania).
Las parejas que entrevisté provienen de familias numerosas, a diferencia de las
que ellos formaron en Guadalajara, por ejemplo, en la casa de doña Lucía fueron
nueve hermanos, mientras que ella tuvo ocho hijos; con doña Epifania fueron seis
hermanos y ella tuvo cinco hijos. De igual manera, se registra en la nueva
generación de mixtecos nacidos en la ciudad, una disminución en la tasa de
natalidad, reflejo de la aculturación urbana y los medios de comunicación (la TV
que es su principal fuente de información).
Las parejas jóvenes se juntan a convivir a partir de los 17 años aproximadamente,
y después del primer hijo suelen esperar dos años para el siguiente ya que no
desean tener tantos hijos como sus padres. Es hacer notar que no obstante la
fuerza de sus costumbres y tradiciones, en la generación adulta que emigraron se
manifiesta un cambio en sus expectativas respecto a lo que desean para sus hijos
nacidos en la ciudad. Ellos desean que los hijos se superen más de lo que ellos
lograron, que aprovechen los beneficios que por la pobreza de su comunidad de
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origen no tuvieron. Aquí en la ciudad es diferente, hay más posibilidades y se
multiplican las posibilidades de salir del estancamiento, de la pobreza, aún y con
sus grandes dificultades por su origen étnico.
Los niños de la Colonia del Ferrocarril
Los primeros que abordan al extraño o visitante, son precisamente los niños. Ellos
observan primero con atención, luego se acercan tímidamente y están a la
expectativa de lo uno hace. Después con el tiempo y el trato se sienten en
confianza como para preguntar cosas como “¿quién eres?”, “¿qué haces con
eso?” (la cámara de video), “¿para qué es eso?”, “¿me das un dulce?”. Luego de
un tiempo de preguntas y respuestas, se acercan para tocarte, peinarte, sentarse
en tus piernas y seguir preguntando otras cosas, en especial las niñas pues los
niños son más escurridizos.
Los adultos, en cambio, mantienen ante el extraño una actitud distante aunque
cortés, mezcla de curiosidad pero también de desconfianza ante lo que consideran
una invasión a su privacidad. Eso -me lo explicaron después- se debe a que
continuamente llegan personas ajenas a la colonia (e incluso de algún noticiario de
televisión) para hacerles preguntas, quieren saber cómo viven, de qué se
sostienen, etc. Ellos se llegan enterar de eso por las imágenes en la televisión que
muestra la pobreza del lugar. Les molesta que las personas extrañas a su cultura
critiquen su situación de precariedad sin comprender su idiosincrasia. Por ejemplo,
se les ha cuestionado que lleven a sus hijos a la calle a trabajar, sin embargo para
ellos es una costumbre que siempre la mamá salga acompañada con alguno de
sus hijas(os) para resguardar su condición de mujer; también les molesta la burla
de que son objeto por no poder expresarse con propiedad en español.
Después de varias sesiones de observación previas a lo que fue en sí el trabajo de
campo, se eligieron a cinco familias con sus hijos; el grupo de niños estaba
emparentado entre sí o eran vecinos. Las edades oscilaron entre los 3 y seis años.
Todos ellos asistían al “kínder” por las mañanas, el cual no era sino un cuarto de
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vivienda con piso rústico, sin los materiales adecuados pero con una maestra que
prestaba el servicio social con la mejor de sus intenciones. Ahí desayunaban y
luego realizaban las actividades que la maestra Edith les enseñaba con afecto e
insuperable paciencia. Ella era la encargada tanto de la instrucción como de
preparar los alimentos y la limpieza del lugar.
Sobre la vía del tren los niños juegan
Muchos de las secuencias de juego que se refieren se observaron en la calle a
diferentes horas y días. Sin embargo, también se llevaron a cabo observaciones
en lo que le llamaban “el kínder”, aquí un ejemplo que describe el juego de la calle:
Karla la más pequeña de las niñas, se dirige hacia un balde de agua que está cerca
de un tinaco, se moja las manos, luego los cabellos y la cara, después va a buscar
un peine que encuentra detrás de la puerta, se peina con coquetería mientras
observa a sus primos Gustavo y J. Carlos desplazar sus trenes de plástico sobre las
vías del tren. La niña regresa y coge ahora un cepillo para seguirse peinando, al
final se coloca en el pelo una peineta de plástico y se dirige hacia los niños quienes
no le hacen caso, entonces vuelve a peinarse indiferente a los niños y camina sobre
uno de los rieles tratando de guardar el equilibrio entonando una canción que
solamente ella conoce.
Al terminar las actividades del kínder me quedaba un rato con ellos para ver si
querían a jugar un rato más con algunos juguetes que ahí se encontraban: una
carreta desvencijada, una locomotora de madera, un teléfono de plástico (de los
antiguos) y un par de muñecos de peluche. Yo les llevé otros tantos para
incrementar la variedad: trastecitos de plástico, un muñeco de plástico grande y
otro más pequeño, dos triciclos de cuerda con chófer al volante, otro teléfono y un
peine de plástico. El material con el que jugaban en la calle también era variado:
locomotoras de plástico, carritos, canicas, trompos, muñecas de tela y de plástico
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tipo barbie, pelotas, sogas, trozos de tela, cepillos, corcho latas, tierra, trozos de
tepalcates, tejas y ladrillos rotos.
A lo largo de 21 sesiones se observaron diversos tipos de juego que son los que
se consideran comunes en estas edades:
a) de ejercicio, consistente en practicar y repetir una y otra vez alguna acción
motora por el simple gusto de mostrar el dominio sobre la misma, por
ejemplo:
En la calle juegan Gustavo y Juan Carlos con una locomotora de plástico,
llenan la chimenea de ésta con tierra y una vez que la cargan de
“combustible” la desplazan una y otra vez por los rieles (los de la calle).
Luego la hacen chocar, la descarrilan y luego la vuelven a colocar sobre los
rieles y empiezan a desplazarla.
b) de exploración, en el que el niño satisface su curiosidad al desarmar o
descomponer un juguete en sus partes, hasta dejarlo inservible:
Gustavo toma mi paraguas con gran curiosidad, lo observa y empieza a
presionar el botón que cierra las varillas, luego lo abre, lo ve extendido y
repite las acciones anteriores varias veces hasta que parece comprender el
mecanismo por el cual queda extendido.
c) de construcción, en este juego se trata como lo indica su nombre de
construir alguna forma o figura a partir de los elementos de su entorno
(madera, plástico, cartón, latón etc.), aquí interviene particularmente la
capacidad creativa e innovadora del niño(a):
Aída toma una especie de vasitos de plástico sin fondo, los va
ensamblando uno por uno y cuando termina la tarea mira a través de ellos
como si fuera un telescopio.
d) de reglas, éste se rige por ciertas reglas implícitas o explícitas que los
participantes tienen que observar, por lo regular son juegos grupales donde
está presente la competencia y el desafío:
Karla, la pequeña del grupo, se coloca en la puerta de su casa y espera a
que los otros dos niños Aída y Gustavo salgan a esconderse. Después de
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un rato la niña va a buscarlos y los encuentra escondidos a la vuelta de la
casa. Luego es Gustavo quien tiene que encontrar a las dos niñas. Las
acciones se repiten por un rato, ahora son las niñas quienes se van a
esconder debajo de la cama de los papás de Gustavo.
e) el protagonizado o de roles, mediante el cual se interpretan roles de los
adultos cercanos a ellos. Este juego es considerado como la actividad
lúdica que crea y recrea las pautas sociales que los niños perciben y
aprenden de su interacción con los adultos, poniendo en práctica
habilidades y competencias que no son propias de su edad sino del mundo
adulto. En este tipo de juego sobresalieron las niñas, ya que sus juegos
mostraban una mayor complejidad y riqueza en la trama en relación con el
de los niños. Aquí la amplia variación de los temas, roles y coordinación de
acciones dentro del juego protagonizado, requiere de la habilidad de
comunicación entre los participantes, de ahí que las niñas hayan mostrado
mejor dominio en este tipo de juego como vemos en esta secuencia:
Ejemplo las “comiditas”: Aída, Lety y Karla participan en diversas tareas,
mientras la primera hace como si prepara la comida, la segunda acomoda
los trastecitos y la pequeña les ayuda a cambiar de lugar los trastes
mientras mantiene abrazado a su bebé (un osito de peluche), luego se
dirige hacia donde están los otros muñecos y los tapa con su suéter.
Mientras hacen esas tareas se comunican constantemente, sobre todo si
emprenden alguna acción nueva. Mientras Aída continúa haciendo la
comida, Lety le ordena a la pequeña Karla que se vaya con el bebé a
trabajar, entonces la pequeña trata de sujetarse el suéter en la espalda –a
manera de rebozo- para cargar al “bebé” pero no lo consigue, entonces
Lety con gesto decidido coge el suéter, medio cubre con él a su bebé y se
va hacia donde están los niños (que hacen otro tipo de juego), al llegar a
ellos les extiende la mano para pedirles una ayuda…uno de ellos deja
momentáneamente de jugar con su triciclo de cuerda y se mete la mano al
bolsillo del pantalón, luego hace como si sacara dinero para dárselo.
Después de eso Lety regresa con las otras dos niñas para platicarles cómo
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le había ido en el “trabajo”, después Aída le sirve la comida a ella y a la
pequeña Karla (hace como si).
En esta secuencia vemos que se cumplen varios supuestos del juego
protagonizado compuesto, como la comunicación constante que se requiere para
definir los papeles y la trama del juego. Lo interesante aquí es observar cómo las
diferentes acciones se organizan en torno al tema del trabajo y de su vida
cotidiana para representar el drama en el que viven como grupo marginado. Es
decir, en su juego, las niñas representan las actividades que normalmente
observan hacer a sus madres: pedir ayuda económica en la calle. Y lo más
importante, al representar esas tramas, las niñas(os) incorporan los significantes
de su grupo social y étnico, es como diría Berger y Luckmann (1968) el mundo en
que vive el “otro” llega a comprenderse y ser parte de ellas(os) gracias a la
identificación con los significantes adultos, con el mundo de significados
compartidos en sociedad.
Además de la apropiación de significantes, vemos que hay un aprendizaje social
que se lleva a cabo mediante el modelamiento de comportamientos de las niñas
mayores a las menores como fue el caso de Lety y Aída ante Karla. La pequeña
(de tan solo tres años y medio) obedeció en todo momento las órdenes que le
daban las niñas mayores y previa observación de las acciones, intentaba luego
ejecutarlas (ayudar en la preparación de la comida, cargar al bebé en la espalda y
arroparlo, ir a pedir, etc.).
Entre el repertorio de juegos protagonizados preferidos de las niñas destacaron
algunos típicos del rol tradicional de las madres indígenas: preparar la comida,
cuidar al bebé (alimentarlo, arrullarlo), barrer, tender cobijas, arreglarse ellas
mismas (lavarse la cara, el pelo y peinarse) previo salir a “trabajar” a la calle. Ese
rol es el que se conoce de cerca y es el modelo que interiorizan observando a sus
madres mixtecas, de ahí que por ello se les ve desempeñarlo con mucha
desenvoltura y naturalidad: es lo que ven a diario.
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Sin embargo, también observamos que cuando las niñas prefieren jugar con una
muñeca “barbie” sucede un fenómeno diferente en cuanto a la identificación con
otros modelos que no son propios de su comunidad; en ese caso se observa que
el rol tradicional desaparece y, en su lugar, emerge el de una chica moderna a
quien llaman “señorita” o “muchachita”, a ella la representan en otros escenarios
como la escuela y el trabajo formal. Podríamos aventurarnos a interpretar que con
la barbie las niñas mixtecas de la primera generación representan sus fantasías de
lo que quisieran llegar a ser, una “señorita” que encarna los valores de la sociedad
moderna. Un modelo femenino occidental y anglosajón que desgraciadamente
dista mucho de representar a la mayoría de las mujeres mexicanas incluyendo a
las indígenas pero, que se filtrado a través de los medios electrónicos (televisión) y
la publicidad.
La aculturación se da entonces, desde los mismos juguetes que -aparentemente
inofensivos y neutrales- portan significantes modernos adversos a los valores
tradicionales que han construido la identidad cultural del pueblo mixteco.
Entre esos dos modelos femeninos tan opuestos entre sí en valores y tradiciones,
las niñas mixtecas intentan con su juego, contrarrestar la tensión del conflicto
cultural y étnico en el que se encuentran como generación de transición. El juego
sería en este caso, el medio idóneo para conciliar las paradojas sociales e
integrarlas gradualmente en una identidad híbrida, formada por nuevos elementos
culturales que reciben a través del entorno social urbano, representado por una
ciudad que se debate aún entre la modernidad y el tradicionalismo.
Conclusiones
El asentamiento de migrantes mixtecos enclavado en el corazón de la ZMG
representa una muestra de la diversidad cultural y social que caracteriza a las
ciudades altamente urbanizadas y modernas como la nuestra, en donde conviven
comunidades de origen étnico que mantienen sus tradiciones y costumbres, junto
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con otras capas sociales urbanas que se sitúan en la modernidad de un país tan
variado en naturaleza y riqueza cultural como México.
En medio de ese paisaje híbrido de lo arcaico con lo moderno, se construyen y
negocian continuamente entre unos y otros, los significados y referentes culturales
de nuestra identidad como mexicanos y, en este caso, como tapatíos o “mixteco-
tapatíos”.
En la socialización y juegos de los niños de esta colonia, se observaron patrones
de conducta propios de sus costumbres ancestrales pero también, otros que son
producto de la interacción con la sociedad moderna, siendo evidente el proceso de
aculturación que se da entre grupos de diferente herencia cultural que conviven en
un mismo espacio social. Ejemplo de ello fue el manejo y representación que
hicieron las niñas con las muñecas barbies de los modelos alternativos femeninos
opuestos a sus roles tradicionales de ser mujer, a través de ese juego las niñas
pudieron afrontar los mundos antagónicos (el moderno y el tradicional) sin la carga
conflictiva cultural a la que están expuestas en la realidad, como grupo étnico
marginado y migrante.
Otro aspecto a destacar en su socialización fue el manejo del tiempo y en sí de la
vida, para los habitantes de la colonia el tiempo transcurre a un ritmo diferente de
cómo transcurre para el resto de la ciudad, eso evidentemente tiene una
consecuencia directa sobre la percepción de la vida y el trabajo. Esa percepción
particular del tiempo constituye su visión de vida y se manifiesta en la falta de
regulaciones hacia los niños de la colonia, como es el caso de los niños de clase
media cuyas actividades están sujetas a tiempos y movimientos desde que salen
de la escuela: hacer la tarea, jugar, merendar, bañarse e irse a la cama.
En el contexto de los mixtecos existe más bien un ambiente en el que confluyen
las actividades a lo largo del día sin tener la presión de ajustarse a los horarios
rígidos de la cultura occidental moderna. Aunque los niños mayores de seis años
asisten a la escuela no tienen un horario establecido para hacer las tareas, ni
tampoco los padres se muestran ansiosos porque sus hijos cumplan sus deberes.
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Parece que el tiempo tiene un valor distinto del resto de la sociedad urbana, o al
menos no tiene un valor utilitario, no se lucha contra de él, sino que se le acepta
con naturalidad, paciencia y tranquilidad, después de todo “no por mucho
madrugar amanece más temprano”, parecen decir los mixtecos con afabilidad y
sabiduría de su cultura vieja.
Los valores que refuerzan a través de la socialización son aquellos que tienen que
ver con el respeto a la autoridad de los mayores, los abuelos, los padres, su
lengua, el trabajo constante, el cumplimiento de sus tradiciones y fiestas así como
ayudarse entre sí, anteponiendo los intereses comunes en vez de los personales,
es decir, la solidaridad de los lazos comunitarios prevalecen sobre todo. Esas
pautas de conductas y actitudes contribuye a fortalecer su identidad de origen: la
mixteca.
Las concepciones y costumbres de los padres hacia los hijos las vemos
plasmadas en el proceso de socialización de los niños, a los cuales tratan de
imprimirles las características singulares que consideran deben conforman su
identidad cultural. Como lo expresa Harkness y Super (1988), los padres de
diferentes culturas eligen diferentes repertorios de conductas o estilos de ser
padres, con el fin de desarrollar las características deseadas en sus hijos, es decir,
aquellas que tienen un valor consensuado socialmente y que son útiles para el
desarrollo de su comunidad.
Esa diversidad en cuanto a costumbres encontrados en “nichos” de desarrollo
étnicos en plena modernidad nos lleva a cuestionarnos la existencia de un
concepto único de crianza y educación en el ámbito regional y nacional, y por el
contrario, nos hace reafirmar la noción de diversidad cultural como elemento clave
para comprender la realidad social de nuestra ciudad. Sin embargo, ese
reconocimiento estará incompleto si no se acompaña de la necesaria inclusión de
estos grupos al tejido social y educativo, respetando su idiosincrasia pero con los
mismos derechos y oportunidades que establece nuestra constitución para los
mexicanos.
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Como vimos, los niños aprenden y moldean su comportamiento observando lo que
hacen los adultos o los otros niños mayores, tratan de imitar sus actividades y con
ello, desarrollan nuevas habilidades socioculturales –“andamiajes” de acuerdo con
Vygotsky- que son los instrumentos con los cuales afrontan los desafíos y
obstáculos de la vida actual. Es importante por lo tanto generar en la sociedad
tapatía nuevos modelos de ciudadanía y formas de pensar que inculquen el
respeto y la tolerancia hacia los que son diferentes –en apariencia, capacidades y
tradiciones- con la finalidad de lograr esa convivencia entre diversos individuos de
procedencia diversa en lo cultural y social. Aspiración de las sociedades modernas
y progresistas que valoran el aporte multicultural de sus ciudadanos por diferentes
motivos, uno de ellos es la amalgama de riqueza y dinamismo que imprimen en el
curso de su desarrollo histórico-social.
i Debo aclarar que el juego infantil (especialmente el de roles) tiene un lugar central en la perspectiva
teórica sociocultural del psicólogo ruso L. S. Vygotsky (1982) por contener en sí los mecanismos sociales de
producción y reproducción cultural a lo largo de la historia humana.
ii González de la Rocha, 1986.
iii Ver estudio de Mónica Gallegos (1990), “Migración y marginalidad urbana en Guadalajara”
iv Atlas de lenguas indígenas de México. Coord. Arnulfo Embriz, México, 1997.
v Se incrementó en casi 90 mil la población mixteco/hablante con respecto al Censo de 1990 según los datos
del INEGI.
vi INI: Migración Indígena en el Estado de Jalisco. Comp. Carolina Sánchez y Javier Gutiérrez. Dirección de
Investigación y Promoción Cultural. México, 1997.
vii Pude ser testigo del caso de “María” que habiendo egresado con buenas notas de la secundaria de su
barrio, fue a solicitar trabajo en una cadena de farmacias muy conocidas dentro y fuera de nuestra ciudad, y
desgraciadamente se lo negaron (aún con su certificado de calificaciones y más requisitos) ante mi
impotencia e indignación.
viii Para ellos “casarse” es pasar a vivir juntos con la autorización de las respectivas familias,
Bibliografía
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Berger y Luckmann (1968), La construcción social de la realidad, Buenos Aires,
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autor, El Desarrollo de los Procesos Superiores, Barcelona, Ed. Crítica, pp.141-
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