20.04.2013 Views

Réquiem para una muñeca rota - Punto de Lectura

Réquiem para una muñeca rota - Punto de Lectura

Réquiem para una muñeca rota - Punto de Lectura

SHOW MORE
SHOW LESS

You also want an ePaper? Increase the reach of your titles

YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.

eve gil<br />

<strong>Réquiem</strong> <strong>para</strong> <strong>una</strong><br />

<strong>muñeca</strong> <strong>rota</strong><br />

(CUENTO PARA ASUSTAR AL LOBO)


Había <strong>una</strong> vez, mucho, mucho antes <strong>de</strong>l primer<br />

beso olvidado en el patio <strong>de</strong> la escuela, un<br />

edificio como tajada <strong>de</strong> pastel <strong>de</strong> chocolate,<br />

sumergido en un charco <strong>de</strong> betún, al que mi<br />

padre, el rey, nombraba Torre <strong>de</strong> Babel. En<br />

él vivíamos <strong>una</strong> hermosa y lejana señora <strong>de</strong><br />

porcelana y yo, <strong>una</strong> princesa greñuda que se<br />

escondía en un clóset lleno <strong>de</strong> hermosos vestidos<br />

y zapatos <strong>para</strong> aspirar el <strong>de</strong>sodorante <strong>de</strong><br />

mamá. Los únicos que hablábamos español<br />

éramos nosotros, el portero don José y nuestra<br />

vecina <strong>de</strong>l 13, doña Cuca, que era cubana<br />

y maestra <strong>de</strong> piano, extraña combinación.<br />

Des<strong>de</strong> bebé mi oído se familiarizó con<br />

el yiddish <strong>de</strong> los <strong>de</strong>l 12, el macedónico <strong>de</strong> las<br />

señoritas quedadas <strong>de</strong>l 16 y el húngaro <strong>de</strong> la<br />

7


viejita <strong>de</strong>l 17, mezclado con el cantarín acento<br />

norteño <strong>de</strong> mi madre y los amaneramientos<br />

francófonos <strong>de</strong> mi padre esnob: teníamos el<br />

<strong>de</strong>partamento 14, ubicado junto a la atalaya,<br />

vista panorámica <strong>de</strong>l ángulo turístico <strong>de</strong> la colonia<br />

Roma, que más bien es un París a escala.<br />

Crecí con Chopin arrullándome <strong>de</strong>l otro lado<br />

<strong>de</strong> la pared; los pleitos ventana-a-ventana entre<br />

la matriarca israelita y la viejita húngara,<br />

así como la terca flema atascada en la garganta<br />

<strong>de</strong> ésta, nimia figura con bastón brocado, que<br />

en un arranque <strong>de</strong> locura senil me acusó <strong>de</strong><br />

haberle robado las llaves <strong>de</strong>l baúl don<strong>de</strong> guardaba<br />

su traje <strong>de</strong> novia, justo el día que el papa<br />

llegó a México. A su vez, ellos absorbieron<br />

los sonidos típicos <strong>de</strong> mi infancia y adolescencia:<br />

chillidos, berreos, pedos, berrinches,<br />

proclamas <strong>de</strong> in<strong>de</strong>pen<strong>de</strong>ncia; Abba, Queen,<br />

Air Supply, Blondie, Michael Jackson y Donna<br />

Summer, en un volumen políticamente incorrecto,<br />

que más <strong>de</strong> dos veces motivó que mis<br />

ancianos vecinos impusieran or<strong>de</strong>n por medio<br />

<strong>de</strong> un bastoneo <strong>de</strong> maestra <strong>de</strong> mecanografía,<br />

contra pared o techo: eran tiempos anteriores<br />

a la ira <strong>de</strong> los dioses que hizo temblar la pos-<br />

8


mo<strong>de</strong>rna Tenochtitlan y el silencioso arribo<br />

<strong>de</strong>l anticristo Bill Gates a bordo <strong>de</strong> su Macintosch.<br />

Era el año en que Mark Chapman nos<br />

quitó <strong>para</strong> siempre a John Lennon…<br />

You, you may say<br />

I’m a dreamer, but I’m not the only one<br />

I hope some day you’ll join us<br />

And the world will be as one<br />

9


Me <strong>de</strong>jó gran inquietud y bajas<br />

calificaciones<br />

A Vanessa la conocí un primer día <strong>de</strong> clases.<br />

Ella era nueva; yo ya iba por mi segundo<br />

año ahí. Fue en el transporte escolar. Aún<br />

recuerdo mi sensación al <strong>de</strong>scubrirla en el<br />

asiento contiguo: el perfil más hermoso <strong>de</strong>l<br />

mundo, la clase <strong>de</strong> nariz por la que <strong>una</strong> chica<br />

<strong>de</strong> rasgos notablemente morunos como los<br />

míos mataría. Detrás <strong>de</strong> aquella alargada y<br />

respingona nariz se encontraba la clase <strong>de</strong><br />

chica que todas quisieran ser a los trece años:<br />

pelo lacio al ras <strong>de</strong> los hombros, castaño claro<br />

con vetas soleadas —y yo, con mi pelo tan<br />

negro y tan crespo—, cejas selváticas, tupidas<br />

(<strong>de</strong> última, gracias a Brooke Shields), tez<br />

l<strong>una</strong>r y figura esbelta, más que esbelta a <strong>de</strong>cir<br />

verdad, <strong>de</strong> ésas que se requerían <strong>para</strong> lucir<br />

11


comandos <strong>de</strong> <strong>una</strong> pieza como Los Ángeles<br />

<strong>de</strong> Charlie.<br />

¡Cómo sufrí <strong>para</strong> apartar mis ojos <strong>de</strong><br />

aquella criatura perfecta! No viajaba sola sino<br />

acompañada por <strong>una</strong> pequeña versión <strong>de</strong> sí<br />

misma; su hermanita, sin duda. Al cabo <strong>de</strong><br />

un rato <strong>de</strong> silencio (los días inaugurales <strong>de</strong><br />

colegio son tímidos y recelosos), mientras<br />

el autobús con el logo <strong>de</strong>l Colegio Británico<br />

Florence Nightingale, repleto <strong>de</strong> niñas, se<br />

<strong>de</strong>slizaba cual borracha anguila por Reforma,<br />

la calma se vio interrumpida por un golpe y<br />

un siseo: la bella chica pellizcaba con saña a<br />

su hermanita y tiraba <strong>de</strong> su pelo, tan sedoso<br />

y castaño como el propio. A continuación, la<br />

chiquita sacó unos colmillos afilados y brillantes,<br />

y prodigó voraz <strong>de</strong>ntellada al brazo<br />

<strong>de</strong> su hermana mayor, y se armó la batalla<br />

campal, el <strong>de</strong>spluma<strong>de</strong>ro <strong>de</strong> brillantes pelos<br />

castaños.<br />

—¡Niñas Suárez! ¡Vanessa! ¡Eli! —chilló<br />

miss Baum, la fornida conductora, mirándolas<br />

autoritaria a través <strong>de</strong>l retrovisor—. ¿Qué<br />

diablos pasa?<br />

12


—Sólo jugábamos —respondió la mayor,<br />

con <strong>una</strong> voz semejante a ese terciopelo ríspido<br />

que al tacto produce escalofríos placenteros.<br />

—Vengo observándolas <strong>de</strong>s<strong>de</strong> hace<br />

rato —insistió miss Baum en tono marcial—.<br />

Acuér<strong>de</strong>nse <strong>de</strong> lo que me recomendó su<br />

mamá, un grito más y se van a pie.<br />

Obviamente no sería capaz, ellas lo sabían,<br />

por eso esbozaron un gesto burlón y<br />

parodiaron su grave acento judío. A pesar <strong>de</strong><br />

venir matándose hacía un suspiro, <strong>de</strong> que la<br />

mayor aún traía los dientes <strong>de</strong> la chiquita marcados<br />

en los brazos y blandía como trofeo un<br />

puñado <strong>de</strong> pelos <strong>de</strong> aquélla, intercambiaron<br />

<strong>una</strong> sonrisa cómplice.<br />

Entonces, Vanessa se volvió a verme y<br />

me sonrió.<br />

Fue el momento más glorioso <strong>de</strong> mi vida.<br />

Qué injusto tener trece años. Sin duda,<br />

la peor edad <strong>de</strong> <strong>una</strong> mujer. Es como estar en<br />

el limbo, no existir, no ser. Había un enjambre<br />

<strong>de</strong> preguntas esperando su respuesta, pero en<br />

torno mío sólo veía ojos <strong>de</strong> espanto, bocas <strong>de</strong><br />

mordaza. Quería saber, quería enten<strong>de</strong>r, pero<br />

todos los adultos parecían confabulados <strong>para</strong><br />

13


preservar mi estúpida inocencia. Por ejemplo:<br />

nadie sabía explicarme por qué papá sólo iba a<br />

cenar y <strong>de</strong>spués <strong>de</strong>saparecía como un fantasma.<br />

Tampoco me querían <strong>de</strong>cir qué tenían <strong>de</strong> especial<br />

los viernes <strong>para</strong> que él <strong>de</strong>jara <strong>de</strong> existir,<br />

específicamente ese día. Odiaba los viernes<br />

por ser el Día Sándwich, es <strong>de</strong>cir, el único <strong>de</strong><br />

la semana en que nuestra cocina no efervescía<br />

como un gran vaso <strong>de</strong> Alka Seltzer, pues mamá,<br />

que no era la reina sino la favorita, se limitaba<br />

a pre<strong>para</strong>r insulsas botanas <strong>para</strong> ella y <strong>para</strong> mí.<br />

Los aromas <strong>de</strong> la cocina-laboratorio quedaron<br />

fijos en mi memoria, lo mismo que el piano <strong>de</strong><br />

la cubana, la <strong>de</strong>sgañitada garganta <strong>de</strong> la viejita<br />

húngara y el triste taconeo <strong>de</strong> las señoritas yugoslavas<br />

que aún pintaban <strong>de</strong> rojo sus labios.<br />

Mamá, empotrada en su más primoroso mandil<br />

<strong>de</strong> florecitas, internada en los vapores como<br />

miss Marple entre la espesa niebla <strong>de</strong> Londres,<br />

manipulaba ingredientes y utensilios con la pericia<br />

<strong>de</strong> un galeno en el quirófano, con su crepé<br />

<strong>de</strong>l Salón Paquita y la impecable manicura envuelta<br />

en celofán.<br />

Al contemplarla, <strong>de</strong>seaba haber tenido<br />

<strong>una</strong> madre más vieja y menos guapa; alguien<br />

14


que no le gustara tanto a papá y tuviera más<br />

tiempo <strong>para</strong> mí. Nunca imaginé que pronto<br />

<strong>una</strong> infausta hada haría realidad mi <strong>de</strong>seo.<br />

La única que intentaba respon<strong>de</strong>r mis<br />

dudas era tía Lú, la Zurda Hernán<strong>de</strong>z, Lour<strong>de</strong>s,<br />

cuarto bat <strong>de</strong> las Diablas <strong>de</strong> Occi<strong>de</strong>nte,<br />

campeona internacional <strong>de</strong> softball femenil,<br />

hermana <strong>de</strong> mamá… Nunca vi dos hermanas<br />

más distintas.<br />

—¿Por qué no te has casado, Lú?<br />

—Porque… porque no me gusta cocinar,<br />

Chicharrón —respondía mientras empinaba<br />

la consabida copita <strong>de</strong> tequila con agua<br />

mineral y jugo <strong>de</strong> dos limones… o enarbolaba<br />

la pipa <strong>de</strong> sabor vainilla… o se pasaba <strong>una</strong>s<br />

manos cubiertas <strong>de</strong> callosida<strong>de</strong>s por su pelo<br />

corto y azafranado.<br />

Me llamaba Chicharrón, <strong>una</strong> variante <strong>de</strong><br />

chichí, que en yaqui significa “bebé”. Le gustaba<br />

usar calcetas con figuritas <strong>de</strong> Walt Disney<br />

y zapatotes <strong>de</strong> lona. A<strong>de</strong>más <strong>de</strong> campeona <strong>de</strong><br />

softball femenil, fungía como trabajadora social<br />

en la <strong>de</strong>legación Benito Juárez.<br />

—¿Nada más por eso?<br />

15


—Y por mi carrera —se apresuraba a <strong>de</strong>cir—,<br />

a los hombres no les gustan las mujeres<br />

<strong>de</strong> carrera.<br />

—¿Y no te gustaría tener bebés?<br />

—Tú eres mi bebé…<br />

—¿Y por qué nunca te maquillas ni te<br />

pones falda como mamá?<br />

—Porque maquillarse es malo <strong>para</strong> el<br />

cutis y mis patas son flacas flacas flacas.<br />

—¿Y por qué el otro día le llevaste serenata<br />

a Yolanda? ¿Qué no se supone que eso lo<br />

hacen los novios con sus novias?<br />

—Ah, no necesariamente, Chicharrón.<br />

Las amigas también pue<strong>de</strong>n llevarse serenata…<br />

Eh, ¿qué tiene <strong>de</strong> malo?<br />

Lú era más madre <strong>para</strong> mí que la bella<br />

señora <strong>de</strong> la cocina. Para Lú yo era única, lo<br />

más importante. En nuestro álbum familiar<br />

aparece conmigo en los brazos, cambiándome<br />

<strong>de</strong> pañal, aplicándome el biberón, aupándome<br />

en hombros, empujando el salvavidas que me<br />

lleva a bordo, con cara <strong>de</strong> susto. Imposible<br />

imaginar a Lú sirviendo a un señor tan <strong>de</strong>votamente<br />

como mamá servía a papá, sentándose<br />

como niña en sus rodillas cuando creían que<br />

16


yo no los veía. Lú era mi heroína, amazona<br />

inmensa que zanjaba el campo al correr tras<br />

la bola con sus largas piernas <strong>de</strong> acero, apretando<br />

los dientes como si temiera per<strong>de</strong>rlos <strong>de</strong><br />

puro entusiasmo; que organizaba torneos <strong>de</strong><br />

fuerza entre sus camaradas y siempres le ganaba<br />

a otras mucho más fuertes en apariencia;<br />

que mordía chiles ver<strong>de</strong>s sin siquiera pestañear<br />

y cantaba a capela canciones <strong>de</strong> pistolas<br />

y caballos interpretadas por Lola Beltrán, Vicente<br />

Fernán<strong>de</strong>z u otros por el estilo… Ponme<br />

la mano aquí, Macorina/ Ponme la mano aquí…<br />

Yolanda, con quien compartía un <strong>de</strong>partamento<br />

en la colonia Del Valle, era <strong>una</strong> rubia<br />

portentosa que con sólo un ca<strong>de</strong>razo provocaba<br />

toda clase <strong>de</strong> inci<strong>de</strong>ntes callejeros. Era<br />

parecida a mamá en eso <strong>de</strong> gustarle a los hombres<br />

y asemejarse a las actrices y mo<strong>de</strong>los <strong>de</strong><br />

TV, por lo que prefería a otras amigas <strong>de</strong> Lú,<br />

igualmente agresivas, como Lupita Chamorro<br />

Cháirez o Tere Hurtado, alias La Güera<br />

Aplanadora.<br />

Yo era la mascota oficial <strong>de</strong> las Diablas<br />

<strong>de</strong>s<strong>de</strong> los cinco años y como tal las acompañaba<br />

en todas sus activida<strong>de</strong>s, excepto los via-<br />

17


jes internacionales, como cuando fueron a<br />

Osaka, Japón, <strong>de</strong> don<strong>de</strong> se trajeron el campeonato<br />

mundial y a mi <strong>muñeca</strong> Paula.<br />

Pero… ¿y los <strong>de</strong>más? Casi no conocía a<br />

mamá, mucho menos a papá. De él sólo sabía<br />

que era un señor importante que gustaba<br />

<strong>de</strong>l séptimo arte. Se la pasaba internado en el<br />

cinito <strong>de</strong> la esquina, y a veces me pedía que<br />

lo acompañara. Subíamos hasta el cuarto <strong>de</strong><br />

proyección, don<strong>de</strong> usurpaba amablemente al<br />

encargado <strong>de</strong>l proyector. Personalmente pre<strong>para</strong>ba<br />

el carrete, recorría y dis<strong>para</strong>ba. Yo veía<br />

la película <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el huequito don<strong>de</strong> reposaba el<br />

lente. Nunca olvidaré aquel jueves en que, durante<br />

la proyección <strong>de</strong> un filme <strong>de</strong> Bruce Lee<br />

que se estrenaba ese día, la cinta se le rompió<br />

a papá en las manos, sin más, como <strong>una</strong><br />

galleta rancia. La película quedó como cucaracha<br />

aplastada contra el fondo blanco <strong>de</strong> la<br />

pantalla y la indignación <strong>de</strong> los adoradores <strong>de</strong>l<br />

karateca chino se elevó unánime por los altos<br />

muros <strong>de</strong> la sala. Papá no conseguía re<strong>para</strong>r el<br />

<strong>de</strong>sperfecto, el abucheo llegaba al clímax y él,<br />

sudoroso y pálido, no tuvo más remedio que colocarme<br />

sobre sus hombros y salir <strong>de</strong> ahí tan rá-<br />

18


pido como le permitieron sus piernas, seguido<br />

por un estruendoso y generalizado: ¡cácaro!<br />

Siendo mi padre tan alto (1.87 m), me<br />

fue posible divisar <strong>de</strong>s<strong>de</strong> sus hombros, como<br />

<strong>de</strong>s<strong>de</strong> <strong>una</strong> almena, al pópulo enar<strong>de</strong>cido que<br />

nos arrojaba palomitas y vasos <strong>de</strong> refresco,<br />

pero él, asombrosamente ágil y <strong>de</strong> tres zancos,<br />

libró el peligro en medio <strong>de</strong> carcajadas<br />

nerviosas.<br />

—¡Sólo a ti se te ocurre! —lo regañó<br />

mamá cuando nos vio llegar <strong>de</strong>speinados y ja<strong>de</strong>antes—.<br />

¿Para qué diablos te pones a hacer<br />

el trabajo <strong>de</strong> tus empleados? ¡Eres dueño <strong>de</strong><br />

la ca<strong>de</strong>na, por Dios!<br />

El dueño. Papá dueño <strong>de</strong>l cinito <strong>de</strong> la<br />

esquina, don<strong>de</strong> todos los domingos iba con<br />

los chamacos <strong>de</strong> la cuadra a las matinés <strong>de</strong><br />

culto <strong>para</strong> fanáticos <strong>de</strong> La guerra <strong>de</strong> las galaxias;<br />

dueño <strong>de</strong> éste y muchos más. Con razón<br />

los empleados se inclinaban al verlo. Me<br />

sentí orgullosa.<br />

—¿Cómo te llamas?<br />

La pregunta hizo repicar mi corazón. El<br />

techo golpeó mi cabeza. Miss Baum había sor-<br />

19


teado un bache provocándonos volar por los<br />

aires con todo y mochilas, por lo que ella y<br />

yo quedamos mucho más cerca, labio a labio.<br />

Estábamos en el autobús, ella se había sentado<br />

junto a mí y me brindaba la sonrisa más blanca<br />

y <strong>de</strong>liciosa <strong>de</strong>l mundo.<br />

—¿Y… yoooo?<br />

—¡Claro, tonta! —me extendió <strong>una</strong><br />

mano algo tosca, <strong>de</strong> uñas no muy bien acicaladas,<br />

casi ensartadas a la carne; algún <strong>de</strong>fecto<br />

<strong>de</strong>bía tener—. ¡Yo soy Vanessa! ¿Y tú?<br />

—Moramay.<br />

—¡Ay, qué bonito nombre!<br />

—Me gusta más el tuyo…<br />

—¡Y tus ojos, Moramay! —pronunció<br />

mi nombre con <strong>una</strong> facilidad a la que no estaba<br />

habituada, pues todo mundo me lo cambiaba<br />

indiscriminadamente—. ¡Qué lindos son<br />

tus ojos!<br />

Enrojecí. Ni siquiera tuve la gentileza<br />

<strong>de</strong> dar las gracias. Los adultos solían alabar<br />

ese rasgo sobresaliente <strong>de</strong> mi cara, pero en la<br />

primaria me hacían burla, ¡mira, mira!, ¡se te<br />

salieron los ojos!, y yo me ponía a buscarlos<br />

por el piso, como si fueran un par <strong>de</strong> canicas<br />

20


ver<strong>de</strong>s. El único año que pasé en esa horrible<br />

escuela <strong>de</strong> monjas, que más parecía cuartel,<br />

fui víctima <strong>de</strong> la feroz envidia <strong>de</strong> <strong>una</strong> chiquilla<br />

con estrabismo que a mi paso canturreaba,<br />

¡ojos <strong>de</strong> espanto!, ¡ojos <strong>de</strong> sapo! Por primera<br />

vez otra niña se mostraba entusiasmada ante<br />

ese <strong>de</strong>talle, no obstante que los ojazos color<br />

amaretto <strong>de</strong> Vanessa no tenían nada que envidiarles<br />

a los míos.<br />

—Tú también —fue lo único que se me<br />

ocurrió <strong>de</strong>cir—. ¿Y tu hermanita?<br />

—Amaneció mala <strong>de</strong> la panza. Bueno,<br />

eso dijo ella, porque constantemente se inventa<br />

dolencias <strong>para</strong> faltar.<br />

—No te había visto antes ¿En qué año<br />

vas?<br />

—¿Y tú?<br />

—Segundo <strong>de</strong> secundaria.<br />

—Yo tuve un problema <strong>de</strong> salud —explicó<br />

Vanessa con la sonrisa fija—. Me enfermé<br />

hace como dos años. Meningitis. Casi<br />

nadie la libra.<br />

—Ah…<br />

—…Me atrasé mucho y voy en sexto.<br />

—Me alegra que te hayas recuperado.<br />

21


Después enten<strong>de</strong>ría el trauma que representaba<br />

<strong>para</strong> mi amiga cursar el sexto <strong>de</strong> primaria<br />

con casi catorce años y un metro setenta<br />

<strong>de</strong> estatura. Éramos igual <strong>de</strong> altas, pero ella<br />

lucía gigante en contraste con sus sub<strong>de</strong>sarrolladas<br />

compañeritas. Casi no cabía en el pupitre<br />

que rechinaba con cada respiro, y tenía<br />

que inclinarse <strong>de</strong> manera humillante cuando<br />

miss Corazón la pasaba a la pizarra: era incluso<br />

más alta que la propia maestra. Pronto<br />

se ganó el mote <strong>de</strong> Blanca Nieves. Yo, en cambio,<br />

no era la más alta <strong>de</strong> mi salón, pero por<br />

un pelito. Nos distribuían por estaturas y me<br />

asignaron la penúltima fila lateral, “las gradas”,<br />

como las bautizó nuestro profesor <strong>de</strong> civismo<br />

en primer grado, el Rocky. Detrás <strong>de</strong> mí<br />

se sentaba la que se llevaba el título, Tatiana<br />

Ca<strong>de</strong>na Lawsky, <strong>una</strong> chica musculosa <strong>de</strong> ojos<br />

plúmbeos que gustaba <strong>de</strong> aplastar a las más<br />

pequeñas cuando jugábamos voli y alar<strong>de</strong>aba<br />

cínicamente <strong>de</strong> sus bíceps. Tenía sus ventajas<br />

estar entre las grandulotas, arrinconadas:<br />

los profesores casi no nos tomaban en cuenta,<br />

<strong>para</strong> algunos, como miss Brysson-Thomas, la<br />

<strong>de</strong> inglés, que era <strong>una</strong> anciana medio ciega que<br />

22


usaba a<strong>para</strong>to <strong>para</strong> la sor<strong>de</strong>ra, prácticamente<br />

no existíamos , y sacar acor<strong>de</strong>ones o copiar en<br />

los exámenes se nos facilitaba bastante. Se lo<br />

haría ver más tar<strong>de</strong> a Vanessa <strong>para</strong> consolarla.<br />

—¿Te gustaría comer conmigo? —propuso<br />

<strong>de</strong> repente, con <strong>una</strong> chispa <strong>de</strong> alegría en<br />

la mirada.<br />

—¡Ah! ¡Me encantaría! Pero antes tendría<br />

que darle a miss Baum un permiso firmado<br />

por mi mamá.<br />

—Oh, es verdad —se <strong>de</strong>salentó, <strong>para</strong> recuperar<br />

el ánimo casi <strong>de</strong> inmediato—. ¡Pero<br />

pue<strong>de</strong>s pedir permiso <strong>para</strong> el viernes! ¿Crees<br />

que te <strong>de</strong>jen?<br />

—¡Por supuesto que me <strong>de</strong>jarán! —alar<strong>de</strong>é.<br />

Mamá no era fácil <strong>para</strong> los permisos, pero<br />

papá la convencería.<br />

—¡Estoy segura <strong>de</strong> que seremos muy<br />

buenas amigas! —exclamó Vanessa, gozosa,<br />

abrazándome con gran confianza, aunque<br />

mi timi<strong>de</strong>z me engarrotó y me hume<strong>de</strong>ció el<br />

calzón—. ¡Des<strong>de</strong> la primera vez que te vi lo<br />

supe… supe que eras la amiga <strong>de</strong> mis sueños!<br />

23

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!