Réquiem para una muñeca rota - Punto de Lectura
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eve gil<br />
<strong>Réquiem</strong> <strong>para</strong> <strong>una</strong><br />
<strong>muñeca</strong> <strong>rota</strong><br />
(CUENTO PARA ASUSTAR AL LOBO)
Había <strong>una</strong> vez, mucho, mucho antes <strong>de</strong>l primer<br />
beso olvidado en el patio <strong>de</strong> la escuela, un<br />
edificio como tajada <strong>de</strong> pastel <strong>de</strong> chocolate,<br />
sumergido en un charco <strong>de</strong> betún, al que mi<br />
padre, el rey, nombraba Torre <strong>de</strong> Babel. En<br />
él vivíamos <strong>una</strong> hermosa y lejana señora <strong>de</strong><br />
porcelana y yo, <strong>una</strong> princesa greñuda que se<br />
escondía en un clóset lleno <strong>de</strong> hermosos vestidos<br />
y zapatos <strong>para</strong> aspirar el <strong>de</strong>sodorante <strong>de</strong><br />
mamá. Los únicos que hablábamos español<br />
éramos nosotros, el portero don José y nuestra<br />
vecina <strong>de</strong>l 13, doña Cuca, que era cubana<br />
y maestra <strong>de</strong> piano, extraña combinación.<br />
Des<strong>de</strong> bebé mi oído se familiarizó con<br />
el yiddish <strong>de</strong> los <strong>de</strong>l 12, el macedónico <strong>de</strong> las<br />
señoritas quedadas <strong>de</strong>l 16 y el húngaro <strong>de</strong> la<br />
7
viejita <strong>de</strong>l 17, mezclado con el cantarín acento<br />
norteño <strong>de</strong> mi madre y los amaneramientos<br />
francófonos <strong>de</strong> mi padre esnob: teníamos el<br />
<strong>de</strong>partamento 14, ubicado junto a la atalaya,<br />
vista panorámica <strong>de</strong>l ángulo turístico <strong>de</strong> la colonia<br />
Roma, que más bien es un París a escala.<br />
Crecí con Chopin arrullándome <strong>de</strong>l otro lado<br />
<strong>de</strong> la pared; los pleitos ventana-a-ventana entre<br />
la matriarca israelita y la viejita húngara,<br />
así como la terca flema atascada en la garganta<br />
<strong>de</strong> ésta, nimia figura con bastón brocado, que<br />
en un arranque <strong>de</strong> locura senil me acusó <strong>de</strong><br />
haberle robado las llaves <strong>de</strong>l baúl don<strong>de</strong> guardaba<br />
su traje <strong>de</strong> novia, justo el día que el papa<br />
llegó a México. A su vez, ellos absorbieron<br />
los sonidos típicos <strong>de</strong> mi infancia y adolescencia:<br />
chillidos, berreos, pedos, berrinches,<br />
proclamas <strong>de</strong> in<strong>de</strong>pen<strong>de</strong>ncia; Abba, Queen,<br />
Air Supply, Blondie, Michael Jackson y Donna<br />
Summer, en un volumen políticamente incorrecto,<br />
que más <strong>de</strong> dos veces motivó que mis<br />
ancianos vecinos impusieran or<strong>de</strong>n por medio<br />
<strong>de</strong> un bastoneo <strong>de</strong> maestra <strong>de</strong> mecanografía,<br />
contra pared o techo: eran tiempos anteriores<br />
a la ira <strong>de</strong> los dioses que hizo temblar la pos-<br />
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mo<strong>de</strong>rna Tenochtitlan y el silencioso arribo<br />
<strong>de</strong>l anticristo Bill Gates a bordo <strong>de</strong> su Macintosch.<br />
Era el año en que Mark Chapman nos<br />
quitó <strong>para</strong> siempre a John Lennon…<br />
You, you may say<br />
I’m a dreamer, but I’m not the only one<br />
I hope some day you’ll join us<br />
And the world will be as one<br />
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Me <strong>de</strong>jó gran inquietud y bajas<br />
calificaciones<br />
A Vanessa la conocí un primer día <strong>de</strong> clases.<br />
Ella era nueva; yo ya iba por mi segundo<br />
año ahí. Fue en el transporte escolar. Aún<br />
recuerdo mi sensación al <strong>de</strong>scubrirla en el<br />
asiento contiguo: el perfil más hermoso <strong>de</strong>l<br />
mundo, la clase <strong>de</strong> nariz por la que <strong>una</strong> chica<br />
<strong>de</strong> rasgos notablemente morunos como los<br />
míos mataría. Detrás <strong>de</strong> aquella alargada y<br />
respingona nariz se encontraba la clase <strong>de</strong><br />
chica que todas quisieran ser a los trece años:<br />
pelo lacio al ras <strong>de</strong> los hombros, castaño claro<br />
con vetas soleadas —y yo, con mi pelo tan<br />
negro y tan crespo—, cejas selváticas, tupidas<br />
(<strong>de</strong> última, gracias a Brooke Shields), tez<br />
l<strong>una</strong>r y figura esbelta, más que esbelta a <strong>de</strong>cir<br />
verdad, <strong>de</strong> ésas que se requerían <strong>para</strong> lucir<br />
11
comandos <strong>de</strong> <strong>una</strong> pieza como Los Ángeles<br />
<strong>de</strong> Charlie.<br />
¡Cómo sufrí <strong>para</strong> apartar mis ojos <strong>de</strong><br />
aquella criatura perfecta! No viajaba sola sino<br />
acompañada por <strong>una</strong> pequeña versión <strong>de</strong> sí<br />
misma; su hermanita, sin duda. Al cabo <strong>de</strong><br />
un rato <strong>de</strong> silencio (los días inaugurales <strong>de</strong><br />
colegio son tímidos y recelosos), mientras<br />
el autobús con el logo <strong>de</strong>l Colegio Británico<br />
Florence Nightingale, repleto <strong>de</strong> niñas, se<br />
<strong>de</strong>slizaba cual borracha anguila por Reforma,<br />
la calma se vio interrumpida por un golpe y<br />
un siseo: la bella chica pellizcaba con saña a<br />
su hermanita y tiraba <strong>de</strong> su pelo, tan sedoso<br />
y castaño como el propio. A continuación, la<br />
chiquita sacó unos colmillos afilados y brillantes,<br />
y prodigó voraz <strong>de</strong>ntellada al brazo<br />
<strong>de</strong> su hermana mayor, y se armó la batalla<br />
campal, el <strong>de</strong>spluma<strong>de</strong>ro <strong>de</strong> brillantes pelos<br />
castaños.<br />
—¡Niñas Suárez! ¡Vanessa! ¡Eli! —chilló<br />
miss Baum, la fornida conductora, mirándolas<br />
autoritaria a través <strong>de</strong>l retrovisor—. ¿Qué<br />
diablos pasa?<br />
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—Sólo jugábamos —respondió la mayor,<br />
con <strong>una</strong> voz semejante a ese terciopelo ríspido<br />
que al tacto produce escalofríos placenteros.<br />
—Vengo observándolas <strong>de</strong>s<strong>de</strong> hace<br />
rato —insistió miss Baum en tono marcial—.<br />
Acuér<strong>de</strong>nse <strong>de</strong> lo que me recomendó su<br />
mamá, un grito más y se van a pie.<br />
Obviamente no sería capaz, ellas lo sabían,<br />
por eso esbozaron un gesto burlón y<br />
parodiaron su grave acento judío. A pesar <strong>de</strong><br />
venir matándose hacía un suspiro, <strong>de</strong> que la<br />
mayor aún traía los dientes <strong>de</strong> la chiquita marcados<br />
en los brazos y blandía como trofeo un<br />
puñado <strong>de</strong> pelos <strong>de</strong> aquélla, intercambiaron<br />
<strong>una</strong> sonrisa cómplice.<br />
Entonces, Vanessa se volvió a verme y<br />
me sonrió.<br />
Fue el momento más glorioso <strong>de</strong> mi vida.<br />
Qué injusto tener trece años. Sin duda,<br />
la peor edad <strong>de</strong> <strong>una</strong> mujer. Es como estar en<br />
el limbo, no existir, no ser. Había un enjambre<br />
<strong>de</strong> preguntas esperando su respuesta, pero en<br />
torno mío sólo veía ojos <strong>de</strong> espanto, bocas <strong>de</strong><br />
mordaza. Quería saber, quería enten<strong>de</strong>r, pero<br />
todos los adultos parecían confabulados <strong>para</strong><br />
13
preservar mi estúpida inocencia. Por ejemplo:<br />
nadie sabía explicarme por qué papá sólo iba a<br />
cenar y <strong>de</strong>spués <strong>de</strong>saparecía como un fantasma.<br />
Tampoco me querían <strong>de</strong>cir qué tenían <strong>de</strong> especial<br />
los viernes <strong>para</strong> que él <strong>de</strong>jara <strong>de</strong> existir,<br />
específicamente ese día. Odiaba los viernes<br />
por ser el Día Sándwich, es <strong>de</strong>cir, el único <strong>de</strong><br />
la semana en que nuestra cocina no efervescía<br />
como un gran vaso <strong>de</strong> Alka Seltzer, pues mamá,<br />
que no era la reina sino la favorita, se limitaba<br />
a pre<strong>para</strong>r insulsas botanas <strong>para</strong> ella y <strong>para</strong> mí.<br />
Los aromas <strong>de</strong> la cocina-laboratorio quedaron<br />
fijos en mi memoria, lo mismo que el piano <strong>de</strong><br />
la cubana, la <strong>de</strong>sgañitada garganta <strong>de</strong> la viejita<br />
húngara y el triste taconeo <strong>de</strong> las señoritas yugoslavas<br />
que aún pintaban <strong>de</strong> rojo sus labios.<br />
Mamá, empotrada en su más primoroso mandil<br />
<strong>de</strong> florecitas, internada en los vapores como<br />
miss Marple entre la espesa niebla <strong>de</strong> Londres,<br />
manipulaba ingredientes y utensilios con la pericia<br />
<strong>de</strong> un galeno en el quirófano, con su crepé<br />
<strong>de</strong>l Salón Paquita y la impecable manicura envuelta<br />
en celofán.<br />
Al contemplarla, <strong>de</strong>seaba haber tenido<br />
<strong>una</strong> madre más vieja y menos guapa; alguien<br />
14
que no le gustara tanto a papá y tuviera más<br />
tiempo <strong>para</strong> mí. Nunca imaginé que pronto<br />
<strong>una</strong> infausta hada haría realidad mi <strong>de</strong>seo.<br />
La única que intentaba respon<strong>de</strong>r mis<br />
dudas era tía Lú, la Zurda Hernán<strong>de</strong>z, Lour<strong>de</strong>s,<br />
cuarto bat <strong>de</strong> las Diablas <strong>de</strong> Occi<strong>de</strong>nte,<br />
campeona internacional <strong>de</strong> softball femenil,<br />
hermana <strong>de</strong> mamá… Nunca vi dos hermanas<br />
más distintas.<br />
—¿Por qué no te has casado, Lú?<br />
—Porque… porque no me gusta cocinar,<br />
Chicharrón —respondía mientras empinaba<br />
la consabida copita <strong>de</strong> tequila con agua<br />
mineral y jugo <strong>de</strong> dos limones… o enarbolaba<br />
la pipa <strong>de</strong> sabor vainilla… o se pasaba <strong>una</strong>s<br />
manos cubiertas <strong>de</strong> callosida<strong>de</strong>s por su pelo<br />
corto y azafranado.<br />
Me llamaba Chicharrón, <strong>una</strong> variante <strong>de</strong><br />
chichí, que en yaqui significa “bebé”. Le gustaba<br />
usar calcetas con figuritas <strong>de</strong> Walt Disney<br />
y zapatotes <strong>de</strong> lona. A<strong>de</strong>más <strong>de</strong> campeona <strong>de</strong><br />
softball femenil, fungía como trabajadora social<br />
en la <strong>de</strong>legación Benito Juárez.<br />
—¿Nada más por eso?<br />
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—Y por mi carrera —se apresuraba a <strong>de</strong>cir—,<br />
a los hombres no les gustan las mujeres<br />
<strong>de</strong> carrera.<br />
—¿Y no te gustaría tener bebés?<br />
—Tú eres mi bebé…<br />
—¿Y por qué nunca te maquillas ni te<br />
pones falda como mamá?<br />
—Porque maquillarse es malo <strong>para</strong> el<br />
cutis y mis patas son flacas flacas flacas.<br />
—¿Y por qué el otro día le llevaste serenata<br />
a Yolanda? ¿Qué no se supone que eso lo<br />
hacen los novios con sus novias?<br />
—Ah, no necesariamente, Chicharrón.<br />
Las amigas también pue<strong>de</strong>n llevarse serenata…<br />
Eh, ¿qué tiene <strong>de</strong> malo?<br />
Lú era más madre <strong>para</strong> mí que la bella<br />
señora <strong>de</strong> la cocina. Para Lú yo era única, lo<br />
más importante. En nuestro álbum familiar<br />
aparece conmigo en los brazos, cambiándome<br />
<strong>de</strong> pañal, aplicándome el biberón, aupándome<br />
en hombros, empujando el salvavidas que me<br />
lleva a bordo, con cara <strong>de</strong> susto. Imposible<br />
imaginar a Lú sirviendo a un señor tan <strong>de</strong>votamente<br />
como mamá servía a papá, sentándose<br />
como niña en sus rodillas cuando creían que<br />
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yo no los veía. Lú era mi heroína, amazona<br />
inmensa que zanjaba el campo al correr tras<br />
la bola con sus largas piernas <strong>de</strong> acero, apretando<br />
los dientes como si temiera per<strong>de</strong>rlos <strong>de</strong><br />
puro entusiasmo; que organizaba torneos <strong>de</strong><br />
fuerza entre sus camaradas y siempres le ganaba<br />
a otras mucho más fuertes en apariencia;<br />
que mordía chiles ver<strong>de</strong>s sin siquiera pestañear<br />
y cantaba a capela canciones <strong>de</strong> pistolas<br />
y caballos interpretadas por Lola Beltrán, Vicente<br />
Fernán<strong>de</strong>z u otros por el estilo… Ponme<br />
la mano aquí, Macorina/ Ponme la mano aquí…<br />
Yolanda, con quien compartía un <strong>de</strong>partamento<br />
en la colonia Del Valle, era <strong>una</strong> rubia<br />
portentosa que con sólo un ca<strong>de</strong>razo provocaba<br />
toda clase <strong>de</strong> inci<strong>de</strong>ntes callejeros. Era<br />
parecida a mamá en eso <strong>de</strong> gustarle a los hombres<br />
y asemejarse a las actrices y mo<strong>de</strong>los <strong>de</strong><br />
TV, por lo que prefería a otras amigas <strong>de</strong> Lú,<br />
igualmente agresivas, como Lupita Chamorro<br />
Cháirez o Tere Hurtado, alias La Güera<br />
Aplanadora.<br />
Yo era la mascota oficial <strong>de</strong> las Diablas<br />
<strong>de</strong>s<strong>de</strong> los cinco años y como tal las acompañaba<br />
en todas sus activida<strong>de</strong>s, excepto los via-<br />
17
jes internacionales, como cuando fueron a<br />
Osaka, Japón, <strong>de</strong> don<strong>de</strong> se trajeron el campeonato<br />
mundial y a mi <strong>muñeca</strong> Paula.<br />
Pero… ¿y los <strong>de</strong>más? Casi no conocía a<br />
mamá, mucho menos a papá. De él sólo sabía<br />
que era un señor importante que gustaba<br />
<strong>de</strong>l séptimo arte. Se la pasaba internado en el<br />
cinito <strong>de</strong> la esquina, y a veces me pedía que<br />
lo acompañara. Subíamos hasta el cuarto <strong>de</strong><br />
proyección, don<strong>de</strong> usurpaba amablemente al<br />
encargado <strong>de</strong>l proyector. Personalmente pre<strong>para</strong>ba<br />
el carrete, recorría y dis<strong>para</strong>ba. Yo veía<br />
la película <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el huequito don<strong>de</strong> reposaba el<br />
lente. Nunca olvidaré aquel jueves en que, durante<br />
la proyección <strong>de</strong> un filme <strong>de</strong> Bruce Lee<br />
que se estrenaba ese día, la cinta se le rompió<br />
a papá en las manos, sin más, como <strong>una</strong><br />
galleta rancia. La película quedó como cucaracha<br />
aplastada contra el fondo blanco <strong>de</strong> la<br />
pantalla y la indignación <strong>de</strong> los adoradores <strong>de</strong>l<br />
karateca chino se elevó unánime por los altos<br />
muros <strong>de</strong> la sala. Papá no conseguía re<strong>para</strong>r el<br />
<strong>de</strong>sperfecto, el abucheo llegaba al clímax y él,<br />
sudoroso y pálido, no tuvo más remedio que colocarme<br />
sobre sus hombros y salir <strong>de</strong> ahí tan rá-<br />
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pido como le permitieron sus piernas, seguido<br />
por un estruendoso y generalizado: ¡cácaro!<br />
Siendo mi padre tan alto (1.87 m), me<br />
fue posible divisar <strong>de</strong>s<strong>de</strong> sus hombros, como<br />
<strong>de</strong>s<strong>de</strong> <strong>una</strong> almena, al pópulo enar<strong>de</strong>cido que<br />
nos arrojaba palomitas y vasos <strong>de</strong> refresco,<br />
pero él, asombrosamente ágil y <strong>de</strong> tres zancos,<br />
libró el peligro en medio <strong>de</strong> carcajadas<br />
nerviosas.<br />
—¡Sólo a ti se te ocurre! —lo regañó<br />
mamá cuando nos vio llegar <strong>de</strong>speinados y ja<strong>de</strong>antes—.<br />
¿Para qué diablos te pones a hacer<br />
el trabajo <strong>de</strong> tus empleados? ¡Eres dueño <strong>de</strong><br />
la ca<strong>de</strong>na, por Dios!<br />
El dueño. Papá dueño <strong>de</strong>l cinito <strong>de</strong> la<br />
esquina, don<strong>de</strong> todos los domingos iba con<br />
los chamacos <strong>de</strong> la cuadra a las matinés <strong>de</strong><br />
culto <strong>para</strong> fanáticos <strong>de</strong> La guerra <strong>de</strong> las galaxias;<br />
dueño <strong>de</strong> éste y muchos más. Con razón<br />
los empleados se inclinaban al verlo. Me<br />
sentí orgullosa.<br />
—¿Cómo te llamas?<br />
La pregunta hizo repicar mi corazón. El<br />
techo golpeó mi cabeza. Miss Baum había sor-<br />
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teado un bache provocándonos volar por los<br />
aires con todo y mochilas, por lo que ella y<br />
yo quedamos mucho más cerca, labio a labio.<br />
Estábamos en el autobús, ella se había sentado<br />
junto a mí y me brindaba la sonrisa más blanca<br />
y <strong>de</strong>liciosa <strong>de</strong>l mundo.<br />
—¿Y… yoooo?<br />
—¡Claro, tonta! —me extendió <strong>una</strong><br />
mano algo tosca, <strong>de</strong> uñas no muy bien acicaladas,<br />
casi ensartadas a la carne; algún <strong>de</strong>fecto<br />
<strong>de</strong>bía tener—. ¡Yo soy Vanessa! ¿Y tú?<br />
—Moramay.<br />
—¡Ay, qué bonito nombre!<br />
—Me gusta más el tuyo…<br />
—¡Y tus ojos, Moramay! —pronunció<br />
mi nombre con <strong>una</strong> facilidad a la que no estaba<br />
habituada, pues todo mundo me lo cambiaba<br />
indiscriminadamente—. ¡Qué lindos son<br />
tus ojos!<br />
Enrojecí. Ni siquiera tuve la gentileza<br />
<strong>de</strong> dar las gracias. Los adultos solían alabar<br />
ese rasgo sobresaliente <strong>de</strong> mi cara, pero en la<br />
primaria me hacían burla, ¡mira, mira!, ¡se te<br />
salieron los ojos!, y yo me ponía a buscarlos<br />
por el piso, como si fueran un par <strong>de</strong> canicas<br />
20
ver<strong>de</strong>s. El único año que pasé en esa horrible<br />
escuela <strong>de</strong> monjas, que más parecía cuartel,<br />
fui víctima <strong>de</strong> la feroz envidia <strong>de</strong> <strong>una</strong> chiquilla<br />
con estrabismo que a mi paso canturreaba,<br />
¡ojos <strong>de</strong> espanto!, ¡ojos <strong>de</strong> sapo! Por primera<br />
vez otra niña se mostraba entusiasmada ante<br />
ese <strong>de</strong>talle, no obstante que los ojazos color<br />
amaretto <strong>de</strong> Vanessa no tenían nada que envidiarles<br />
a los míos.<br />
—Tú también —fue lo único que se me<br />
ocurrió <strong>de</strong>cir—. ¿Y tu hermanita?<br />
—Amaneció mala <strong>de</strong> la panza. Bueno,<br />
eso dijo ella, porque constantemente se inventa<br />
dolencias <strong>para</strong> faltar.<br />
—No te había visto antes ¿En qué año<br />
vas?<br />
—¿Y tú?<br />
—Segundo <strong>de</strong> secundaria.<br />
—Yo tuve un problema <strong>de</strong> salud —explicó<br />
Vanessa con la sonrisa fija—. Me enfermé<br />
hace como dos años. Meningitis. Casi<br />
nadie la libra.<br />
—Ah…<br />
—…Me atrasé mucho y voy en sexto.<br />
—Me alegra que te hayas recuperado.<br />
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Después enten<strong>de</strong>ría el trauma que representaba<br />
<strong>para</strong> mi amiga cursar el sexto <strong>de</strong> primaria<br />
con casi catorce años y un metro setenta<br />
<strong>de</strong> estatura. Éramos igual <strong>de</strong> altas, pero ella<br />
lucía gigante en contraste con sus sub<strong>de</strong>sarrolladas<br />
compañeritas. Casi no cabía en el pupitre<br />
que rechinaba con cada respiro, y tenía<br />
que inclinarse <strong>de</strong> manera humillante cuando<br />
miss Corazón la pasaba a la pizarra: era incluso<br />
más alta que la propia maestra. Pronto<br />
se ganó el mote <strong>de</strong> Blanca Nieves. Yo, en cambio,<br />
no era la más alta <strong>de</strong> mi salón, pero por<br />
un pelito. Nos distribuían por estaturas y me<br />
asignaron la penúltima fila lateral, “las gradas”,<br />
como las bautizó nuestro profesor <strong>de</strong> civismo<br />
en primer grado, el Rocky. Detrás <strong>de</strong> mí<br />
se sentaba la que se llevaba el título, Tatiana<br />
Ca<strong>de</strong>na Lawsky, <strong>una</strong> chica musculosa <strong>de</strong> ojos<br />
plúmbeos que gustaba <strong>de</strong> aplastar a las más<br />
pequeñas cuando jugábamos voli y alar<strong>de</strong>aba<br />
cínicamente <strong>de</strong> sus bíceps. Tenía sus ventajas<br />
estar entre las grandulotas, arrinconadas:<br />
los profesores casi no nos tomaban en cuenta,<br />
<strong>para</strong> algunos, como miss Brysson-Thomas, la<br />
<strong>de</strong> inglés, que era <strong>una</strong> anciana medio ciega que<br />
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usaba a<strong>para</strong>to <strong>para</strong> la sor<strong>de</strong>ra, prácticamente<br />
no existíamos , y sacar acor<strong>de</strong>ones o copiar en<br />
los exámenes se nos facilitaba bastante. Se lo<br />
haría ver más tar<strong>de</strong> a Vanessa <strong>para</strong> consolarla.<br />
—¿Te gustaría comer conmigo? —propuso<br />
<strong>de</strong> repente, con <strong>una</strong> chispa <strong>de</strong> alegría en<br />
la mirada.<br />
—¡Ah! ¡Me encantaría! Pero antes tendría<br />
que darle a miss Baum un permiso firmado<br />
por mi mamá.<br />
—Oh, es verdad —se <strong>de</strong>salentó, <strong>para</strong> recuperar<br />
el ánimo casi <strong>de</strong> inmediato—. ¡Pero<br />
pue<strong>de</strong>s pedir permiso <strong>para</strong> el viernes! ¿Crees<br />
que te <strong>de</strong>jen?<br />
—¡Por supuesto que me <strong>de</strong>jarán! —alar<strong>de</strong>é.<br />
Mamá no era fácil <strong>para</strong> los permisos, pero<br />
papá la convencería.<br />
—¡Estoy segura <strong>de</strong> que seremos muy<br />
buenas amigas! —exclamó Vanessa, gozosa,<br />
abrazándome con gran confianza, aunque<br />
mi timi<strong>de</strong>z me engarrotó y me hume<strong>de</strong>ció el<br />
calzón—. ¡Des<strong>de</strong> la primera vez que te vi lo<br />
supe… supe que eras la amiga <strong>de</strong> mis sueños!<br />
23