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Canciones que Cantan los Muertos - Colegiosanfrancisco.edu.ec

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Anelin apretó el paso, corrió incluso, y sus pisadas arrancaron <strong>ec</strong>os ensord<strong>ec</strong>edores, como si<br />

todos <strong>los</strong> ejércitos de <strong>los</strong> yaga-la-hai trotaran hacia la batalla. Anelin no r<strong>ec</strong>ordaba cuándo había<br />

empezado a correr. Simplemente corría, se mantenía por delante de <strong>los</strong> ruidos en busca de las luces<br />

<strong>que</strong> brillaban ante él, y al par<strong>ec</strong>er estaba corriendo desde hacía mucho tiempo.<br />

Había estado corriendo y corriendo y corriendo durante lo <strong>que</strong> par<strong>ec</strong>ían días cuando perdió el<br />

rastro de la pared.<br />

En un momento dado su mano estaba sobre el muro, rozando la roca y las oxidadas púas de las<br />

rejillas de <strong>los</strong> conductos de aire. Luego nada, y su mano se agitó en el aire, y Anelin perdió el<br />

equilibrio y cayó.<br />

Oscuridad. No había luces. Silencio. No había ruidos. Los <strong>ec</strong>os se habían apagado. Anelin estaba<br />

totalmente desorientado. ¿Dónde se hallaba? ¿Por dónde había venido? Había perdido el cuchillo.<br />

Se arrastró por el suelo, y por fin encontró el cuchillo en el punto donde había caído. Después se<br />

levantó, con <strong>los</strong> brazos buscando a tientas, y caminó hacia el lugar donde debía estar la pared. ¿No<br />

estaba allí? Tuvo <strong>que</strong> caminar más tiempo <strong>que</strong> el lógico. ¿Dónde estaba la pared? Si se hallaba<br />

simplemente en una encrucijada, algo debía haber allí. Anelin tuvo una idea.<br />

—¡Socorro! —gritó, con la máxima fuerza posible.<br />

Sonaron <strong>ec</strong>os, fuertes y luego más flojos, rebotaron y se apagaron. La garganta de Anelin estaba<br />

muy s<strong>ec</strong>a. No se encontraba en una madriguera, había salido a una gran cámara. Comenzó a contar<br />

<strong>los</strong> pasos. Llevaba trescientos, y había perdido la cuenta, cuando por fin topó con una pared.<br />

La palpó con cuidado, la exploró con las manos. Era muy lisa; no de piedra, sino de algún tipo de<br />

metal. Algunas de sus partes estaban frías, otras tenuemente calientes, y uno o dos lugares (puntos<br />

no mayores <strong>que</strong> una uña) par<strong>ec</strong>ían muy fríos al tacto, casi helados. Anelin d<strong>ec</strong>idió arriesgarse a<br />

encender una cerilla. La breve llama le mostró solamente una lisa extensión de opaco metal <strong>que</strong> se<br />

extendía a ambos lados. Nada más. Nada <strong>que</strong> indicara por qué algunas partes estaban más calientes<br />

<strong>que</strong> otras.<br />

El fósforo se apagó. Anelin guardó de nuevo la caja y se dispuso a seguir el extraño muro. La<br />

pauta de temperaturas continuó un rato, cesó, se reanudó, cesó. Las pisadas de Anelin arrancaron<br />

fuertes <strong>ec</strong>os. Y su mano no encontró puño alguno, ningún conducto de aire.<br />

Exhausto al fin, con la esperanza de haberse alejado lo suficiente del Carnicero, Anelin se <strong>ec</strong>hó al<br />

suelo para descansar. Durmió. Y despertó cuando algo le tocó.<br />

El estilete estaba junto a él. Anelin chilló, extendió la mano y atacó, todo en el mismo momento,<br />

y notó <strong>que</strong> la hoja se hundía en algo... ¿Ropa? ¿Carne? Imposible saberlo. Anelin se puso en pie<br />

después y acometió a ciegas con el estilete. A continuación, mientras brincaba y describía círcu<strong>los</strong>,<br />

mientras peleaba con la vacía oscuridad, buscó una cerilla en su bolsillo. Encontró una, y la<br />

encendió.<br />

El grouno lanzó un chillido.<br />

Anelin lo vio fugazmente iluminado antes <strong>que</strong> éste retrocediera en la infinita negrura <strong>que</strong> lo<br />

rodeaba. Era una criatura de escasa altura, agazapada, r<strong>ec</strong>ubierta de piel blanca y fláccida, pelo incoloro,<br />

vestida con harapos grisáceos. Sus dos patas traseras y una del par central lo sostenían, y tenía<br />

estirados hacia Anelin sus dos brazos y la otra pata central. Todos sus brazos, patas y extremidades<br />

centrales (por denominarlas de alguna forma) eran casi medio metro demasiado largas, y muy<br />

delgadas, y ese grouno en particular sostenía algo, quizás una red. Anelin supuso para qué era eso.<br />

Los ojos del grouno eran el peor detalle, por<strong>que</strong> no eran ojos: eran hoyos en la cara situados donde<br />

debían estar <strong>los</strong> ojos, hoyos blandos, oscuros y húmedos, <strong>que</strong> de algún modo permitían a <strong>los</strong><br />

grounos ver en la oscuridad total.<br />

Anelin miró al grouno menos de un segundo, después saltó hacia delante, blandiendo el estilete y<br />

lanzando la cerilla a la criatura. Pero el grouno se había ido ya, tras un breve chillido y un momento<br />

de ind<strong>ec</strong>isión. Anelin lo imaginó rodeándole, preparado para lanzar la red, observando todo cuanto

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