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Universalismo y contextualismo - Universidad Alberto Hurtado

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<strong>Universalismo</strong> y <strong>contextualismo</strong>: es posible y/o necesaria una ética universalista hoy?<br />

Pablo Salvat Boloña<br />

Dr.Fil/<strong>Universidad</strong> Católica de Lovaina<br />

Centro de Etica/<strong>Universidad</strong> <strong>Alberto</strong> <strong>Hurtado</strong><br />

Si hay una temática que en la actualidad tiene cada vez más audiencia y resonancia, es la que se<br />

relaciona con las cuestiones éticas en las sociedades del presente. En relación a distintos temas, con<br />

diferentes niveles de profundización y abordaje, los asuntos ético/morales reciben una atención particular en<br />

el espacio público , los ciudadanos y las instituciones en general. Sin duda que esta situación no ha sido<br />

provocada por el quehacer de filósofos morales o intelectuales. Es el propio proceso d e racionalización<br />

moderno , sus efectos en las distintas esferas de acción, incluyendo la dimensión valórico-normativa, el<br />

contexto a partir del cual los asuntos de naturaleza ética se ponen a la orden del día. Con tal radicalidad se<br />

plantean esos efectos modernizadores y sus desafíos que un K.O.Apel, por ejemplo, plantea que en el<br />

presente “la situación del hombre es un problema ético para el hombre mismo”.<br />

En los diagnóstico realizados sobre el devenir del proyecto moderno, en particular , desde un terreno<br />

más filosófico, resalta hoy como uno de sus temas relevantes la polémica en torno a las posibilidades de<br />

una ética universalista. Plantearse esta cuestión es interrogarse, en el fondo, por la universalidad de la<br />

razón en el campo ético/moral, esto es , en la dimensión de los valores y las normas que coordinan nuestra<br />

acción a nivel interpersonal y societal. Como es sabido, la discusión en torno a la universalidad de los juicios<br />

de la razón ha tenido en el campo del conocimiento y del lenguaje su propia historia. Bastaría recordar al<br />

respecto la famosa polémica de los universales habida en el medioevo. Este conflicto hunde sus raíces en la<br />

filosofía griega. El tema que estaba en juego refiere al tipo de realidad o entidad que le corresponde a los<br />

términos universales, y, más allá, al propio lenguaje, en sus relaciones con la realidad o las cosas<br />

nombradas. Como es sabido, para un realismo extremo o platonismo, los universales tienen una existencia<br />

propia y separada de las cosas o realidades singulares (universalia ante rem); por otro lado, una posición<br />

como la nominalista afirma que los universales no son más que nombres y que sólo tienen existencia real las<br />

cosas singulares, los individuos (universalia post rem). Entre ambas, un realismo moderado (de filiación<br />

más o menos aristotélica), afirma la existencia real de los universales en las cosas singulares (universalia<br />

in re), y su existencia conceptual en nuestra mente o espíritu. Pero no se trata de eso ahora, aun cuando<br />

pueda haber rastros de esta disputa en el tema que reseñamos aquí.<br />

El origen de esta cuestión tiene varias fuentes posibles de considerar. En general, podemos relacionarla<br />

con una crítica al proyecto moderno, en particular, a su emblema de razón ilustrada, la cual, mediante la<br />

realización de sus contenidos a pretensión universales, establecería las condiciones de una vida en libertad,<br />

racionalidad, derechos, en definitiva, una vida emancipada para todos 1 .<br />

Pues bien, tanto para postmodernistas, neoaristotélicos , como para los críticos de una modernidad<br />

excluyente, esas promesas no se cumplieron 2 . Y en ese no cumplimiento mucho tendría que ver una<br />

concepción de razón universal basada en el unilateralismo, utilitarismo, parcialidad e imposición. Es decir,<br />

1<br />

Las mediaciones de ese ideario normativo las encontramos por ejemplo en distintos proyectos sociopolíticos, sea en su versión<br />

liberal, socialista, comunista o anarquista.<br />

2<br />

Cuando hablamos de postmodernistas, nos referimos a aquellas posiciones en el universo filosófico que<br />

realizan una critica radical a los metarrelatos o grandes visiones modernas que pretenden arrancar desde un determinado fundamento<br />

propio. El fracaso d e los proyectos modernos - ligado a esas grandes visiones -, tiene para ellos su epítome en Auschwitz y el Gulag.<br />

Estoy pensando en autores como J.F. Lyotard, G.Vatttimo, o R.Rorty. Cuando nos referimos a los “neoaristotélicos”, hablamos de las<br />

tendencias comunitaristas en filosofía y ética política que atribuyen buena parte del malestar con la modernidad en las sociedades del<br />

presente, al liberalismo valóricamente neutro, al individualismo, la primacía de una razón instrumental y al formalismo kantiano en<br />

filosofía moral. Entre otros, podemos mencionar a A.MacIntyre, M.Sandel, o Ch.Taylor. Cuando hablamos de críticos de una<br />

“modernidad excluyente” nos referimos a aquellos que, tomando consciencia de las dificultades y aporías del proyecto moderno y sus<br />

promesas en su devenir histórico, no llegan a botar el agua de la bañera con guagua incluida. Entre otros, podemos situar aquí a<br />

J.Habermas, K.O.Apel, A.Honneth, o más cerca de nosotros, a un E.Dussel y su ética de la liberación.


una autocomprensión de la razón que no daba cabida a un cuestionamiento de su propio contexto de<br />

enunciación: histórico, cultural, político.<br />

Una idea de razón por tanto, que se pretendía a-temporal y a-histórica. Creo que esas distintas<br />

corrientes de pensamiento podrían coincidir, con sus más y sus menos, en este diagnóstico. Los distintos<br />

holocaustos de la modernidad – desde la Conquista de América , la trata de esclavos, hasta el nazismo y el<br />

gulag, por no ir más lejos-, serían representativos de la otra cara de la Ilustración. Pero no solo ellos.<br />

También los distintos fundamentalismos hoy en día actuantes . Tanto postmodernos, neoaristotélicos,<br />

como los críticos de una modernidad excluyente, compartirían el juicio respecto a un universalismo no<br />

autocrítico, unilateral, y que no dialoga con sus propias condiciones d e posibilidad. Un universalismo que<br />

no sería deseable ni ya posible hoy en día. La pregunta es si acaso ese es el único tipo de universalismo de<br />

la razón ética que puede pensarse y realizarse.<br />

En el rescate tan en boga de la diversidad y la diferencia, los postmodernos tienden a borrar toda línea de<br />

distinción , y a liquidar las posibilidades mismas de otra racionalidad y universalidad, al enfatizar ,<br />

nuevamente de manera unilateral, los contextos culturales y los juegos<br />

de lenguaje puestos como insuperables e inconmensurables. Una situación parecida asumen algunos<br />

adalides del neoaristotelismo, cuando critican la moderna razón ética en tanto causante, sostienen, del<br />

actual emotivismo reinante en el plano de los juicios morales. Lo que falta, dicen, es reformular las<br />

comunidades morales , sus tradiciones, virtudes y valores propios. El universalismo abstracto habría<br />

erosionado justamente el humus moral de esos juicios. En ambos casos - léase postmodernos y<br />

neoaristotélicos -, se juega una dialéctica polar entre razón y/o contexto que no parece encontrar sus líneas<br />

de salida y afirmación.<br />

Pareciera que ninguna de las dos posturas tomadas aisladamente – o a favor de la razón y sus fueros, o del<br />

contexto cultural y los suyos -, conduce a buen puerto en esta polémica relevante para la situación actual de<br />

la humanidad 3 . Tienen razón aquellas posiciones en desconfiar de un universalismo que se impone de<br />

manera parcial y desde arriba urbi et orbi. Sin embargo, al mismo tiempo, y esto puede sonar a paradoja, el<br />

universalismo ético es de algún modo ya una realidad 4 , más aun, necesario y posible hoy. Lo que sucede<br />

es que un nuevo universalismo no puede ya formularse siguiendo el modelo ilustrado, sino que -<br />

recogiendo la experiencia histórica -, ha de buscar configurarse como no etnocéntrico, no parcial y no<br />

impositivo. Desde este punto de vista, un universalismo dialógico e igualitario, que reconoce a cada cual<br />

como<br />

sujeto de derechos en función de su dignidad y de su calidad de interlocutor válido, es decir, como<br />

persona, es un buen candidato para la macroética o ética global que requerimos.<br />

Si no lográsemos contribuir a la plasmación de una ética universalista, cuidadosa de su validación y<br />

legitimación en sociedades plurales, entonces estaremos a merced , cada vez más, de los distintos<br />

particularismos y/o fundamentalismos – religiosos o seculares -, que habitan el planeta, cada uno viéndose<br />

a sí mismo como expresión excluyente de lo verdadero, justo o bueno. O, a cambio, a merced de un<br />

creciente individualismo e irracionalismo ético que aloja las decisiones y acciones en un insondable<br />

misterio de opciones personales.<br />

Pero no solo eso. De darse esta situación de mutua cerrazón a la discusión racional y el<br />

entendimiento crítico - en y desde la diversidad,- entonces tampoco estaremos en condiciones de hacer<br />

frente a problemas que, sin embargo, tienen un alcance claramente mundial: aquellos referidos a la<br />

realización o denegación de derechos humanos y de justicia para millones de seres humanos ; los referidos<br />

3<br />

Situación a la que perfectamente podríamos conectar los sucesos de septiembre en USA, y los nuevos debates sobre fanatismo,<br />

fundamentalismo y orden mundial multicultural.<br />

4<br />

Piénsese por ejemplo en la reivindicación que se hace d e la libertad, los derechos humanos y la democracia, por más matices que<br />

existan en sus significaciones particulares.


a los temas medioambientales; a la necesidad de regulaciones internacionales en el plano comercial,<br />

económico o tecnológico en vista de la globalización creciente, por nombrar algunos de ellos .<br />

Este nuevo universalismo ético que necesitamos no puede ya partir de una idea de razón autocentrada,<br />

solipsista y autoritaria. Tiene que hacerlo desde una racionalidad dialógico-comunicativa, esto es, desde una<br />

razón práctica intrínsecamente intersubjetiva y abierta al otro, la cual, desde sus contextos y situaciones<br />

dadas es, sin embargo, capaz de producir entendimientos normativo-universalistas sobre lo que podamos y<br />

debamos significar hoy por derechos humanos, sociedad justa o democracia política. Entendimientos<br />

deliberativos que suponemos capaces de trascender las culturas y/o contextos particulares, en tanto y cuanto<br />

ponen en acción un poder ético-racional manifestado a través del habla, el discurso, la argumentación, de<br />

todos y cualesquiera en tanto hablantes capaces de competencia comunicativa. Por su intermedio podemos<br />

asumir las diferencias sin ir a dar a la inconmensurabilidad de los lenguajes y culturas entre sí.<br />

Todo lo anterior para reafirmar entonces la actual necesidad de encaminarnos hacia una ética mundial<br />

universalista, multilateral, elaborada a partir del diálogo constructivo entre las distintas posiciones y<br />

tradiciones culturales. Por cierto, más allá o acá de estas discusiones y deseos, como muchas creaciones del<br />

humano, que se concrete esta posibilidad dependerá en buena medida de si lo queremos y de cuánto<br />

estemos obligados a quererlo..

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