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Apunte 2 De martir a heroe y de

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Seminario <strong>de</strong><br />

Pedagogía Pastoral<br />

Eje 1: Un tiempo incierto, complejo<br />

y <strong>de</strong>safiante: ¡el nuestro!<br />

<strong>Apunte</strong>s para la profundización [2]<br />

DE MÁRTIR A HÉROE Y DE HÉROE A CELEBRIDAD<br />

Entre los <strong>de</strong>tractores <strong>de</strong> la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> una Europa unida hay quien pregunta en tono jocoso: «¿Quién iba<br />

a morir por Romano Prodi o por Javier Solana?». Es un buen chiste: la verdad es que hace gracia. Podría ser<br />

también un convincente argumento contra la unificación, incluso <strong>de</strong>finitivo, suponiendo que halláramos hoy<br />

en día personas dispuestas a dar su vida por George Bush (padre o hijo), Jacques Chirac, Tony Blair, Gerhard<br />

Schro<strong>de</strong>r, Silvio Berlusconi (o siquiera por Umberto Bossi o por otros <strong>de</strong>l estilo <strong>de</strong> Jean-Marie Le Pen o Pia<br />

Kiersgaard). Lo cierto es que, en la actualidad, es difícil (por no utilizar otro adjetivo) dar con gente así. Tal y<br />

como espero aclarar en estas páginas, su ausencia manifiesta en esta parte <strong>de</strong>l mundo es precisamente el<br />

motivo por el que, por primera vez en la larga historia <strong>de</strong> Europa, la «Europa unida» ha <strong>de</strong>jado <strong>de</strong> ser una<br />

quimera o un mero producto <strong>de</strong> la imaginación...<br />

Pero lo que escasea estos días no son sólo personas que anhelen «morir por» algo o por alguien, o<br />

que estén dispuestas a hacerlo cuando se las impulse a ello o se les pida que lo hagan. En nuestra parte <strong>de</strong>l<br />

mundo (sea lo que sea lo que indicamos con ese «nuestra»), nos resulta difícil (pue<strong>de</strong> que hasta imposible)<br />

compren<strong>de</strong>r por qué hay personas en otras latitu<strong>de</strong>s que pue<strong>de</strong>n sacrificar sus vidas por una «causa»: ¿por<br />

qué optan por morir para que su sacrificio ayu<strong>de</strong> a la supervivencia o al triunfo <strong>de</strong> esa «causa»? Ése es,<br />

precisamente, uno <strong>de</strong> los motivos por los que concebimos como «otras» las partes <strong>de</strong> mundo habitadas por<br />

esa gente tan incomprensible. Cuando oímos hablar <strong>de</strong> «terroristas suicidas», procuramos ocultar nuestra<br />

perplejidad y nuestro <strong>de</strong>sasosiego bajo expresiones sentenciosas como «fanatismo religioso» o «lavado <strong>de</strong><br />

cerebro» (términos que, lejos <strong>de</strong> explicar el misterio, indican nuestra impotencia para compren<strong>de</strong>rlo). O<br />

<strong>de</strong>jamos <strong>de</strong>scansar nuestra <strong>de</strong>sazón (un momento, por lo menos) atribuyendo motivos a quienes perpetran<br />

atentados suicidas que, <strong>de</strong> ese modo, nos resultan más sencillos <strong>de</strong> enten<strong>de</strong>r: como eran unos ingenuos, se<br />

<strong>de</strong>jaron embaucar por promesas falsas -nos <strong>de</strong>cimos-, pero, en realidad, como se fiaban totalmente <strong>de</strong> esas<br />

promesas, lo que los guió para actuar <strong>de</strong>l modo en que lo hicieron fue la búsqueda <strong>de</strong>l beneficio y <strong>de</strong> la<br />

felicidad personales (que, en su caso, consistían en los interminables festines gastronómicos y sexuales que<br />

aguardan a los mártires en el paraíso), es <strong>de</strong>cir, la misma clase <strong>de</strong> motivos por los que se nos ha enseñado a<br />

guiarnos (y por los que somos propensos a guiarnos gustosos) aquí, en este mundo.<br />

René Girard señalaba recientemente que la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong>l <strong>martir</strong>io fue introducida por primera vez por la<br />

Biblia y se afianzó en nuestra tradición cultural a través <strong>de</strong> los evangelios. A lo largo <strong>de</strong> la historia <strong>de</strong> la<br />

humanidad, pues, el <strong>martir</strong>io se ha circunscrito a las religiones abrahámicas. El <strong>martir</strong>ologio reemplazó y<br />

<strong>de</strong>splazó paulatinamente la mitología <strong>de</strong>l «homicidio original» habitual en la religión arcaica. También dio la<br />

vuelta al mensaje contenido en esa mitología arcaica relatando la historia <strong>de</strong>l acto <strong>de</strong> violencia primigenio no<br />

<strong>de</strong>s<strong>de</strong> el punto <strong>de</strong> vista <strong>de</strong> los homicidas (es <strong>de</strong>cir, no como un «puñado <strong>de</strong> asesinos impenitentes»<br />

explicarían tan bárbara acción), sino <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el punto <strong>de</strong> vista <strong>de</strong> las victimas. En lugar <strong>de</strong> justificar y<br />

ennoblecer la violencia cometida contra un enemigo infiel (por lo general, un enemigo malévolo y una<br />

criatura foránea y corporalmente <strong>de</strong>forme) presentándola como un sacrificio necesario para salvar a la<br />

comunidad <strong>de</strong> la perdición, como hacían los mitos arcaicos, las historias <strong>de</strong> <strong>martir</strong>io que se preservaron en la<br />

tradición postabrahámica con<strong>de</strong>naban ese supuesto sacrificio calificándolo <strong>de</strong> acto <strong>de</strong> una atrocidad<br />

abominable. En ambas clases <strong>de</strong> relato se evocaba la presencia <strong>de</strong> una muchedumbre que cometía, incitaba o<br />

aplaudía el asesinato; pero si los mitos arcaicos con<strong>de</strong>naban a las víctimas y glorificaban a la turba que<br />

casaemaús 1 <strong>De</strong> Mártir a héroe y <strong>de</strong> héroe a celebridad


clamaba por su muerte y/o las linchaba, los relatos <strong>de</strong> <strong>martir</strong>io <strong>de</strong>nunciaban y censuraban las malvadas<br />

intenciones y la ceguera <strong>de</strong>l populacho, y homenajeaban, al mismo tiempo, la rectitud y probidad <strong>de</strong> la<br />

víctima <strong>de</strong> aquel gentío, al que culpaban por perseguir a víctimas inocentes. El Dios <strong>de</strong> la religión<br />

abrahámica no reconocería nunca tales muertes como manifestación <strong>de</strong> <strong>de</strong>voción; en boca <strong>de</strong> Su profeta<br />

Oseas (Oseas 6, 6), Él mismo proclama: «Yo quiero amor, no sacrificios». Según Girard,<br />

-la literatura profética se aparta radicalmente <strong>de</strong> ese fenómeno social violento que tan enorme papel<br />

parecía <strong>de</strong>sempeñar en las culturas humanas anteriores (e incluso posteriores) a la llegada <strong>de</strong> los<br />

sistemas judiciales [...] La literatura profética <strong>de</strong> la Biblia hebrea y <strong>de</strong> los evangelios se opone<br />

rotundamente a la mentalidad mítica y propensa al sacrificio <strong>de</strong> la religión arcaica [...] La verdad<br />

<strong>de</strong>l sacrificio que la crucifixión está a punto <strong>de</strong> revelar acabará <strong>de</strong>struyendo <strong>de</strong> una vez por todas la<br />

eficacia <strong>de</strong> todo sacrificio.-<br />

Podríamos <strong>de</strong>cir lo que la verdad sobre el sacrificio que la crucifixión revela es que «la fuerza no da<br />

la razón» o que la fuerza no garantiza tener razón. Contra el consejo <strong>de</strong>l viejo refrán inglés, los mártires<br />

corren con la liebre, pero se niegan categóricamente a cazar con la launa.* Los perros, como todos sabemos,<br />

cazan en jaurías; esa circunstancia <strong>de</strong>ja muy pocas posibilida<strong>de</strong>s a la liebre, pero no hace más sabio ni<br />

virtuoso el acto criminal <strong>de</strong> los canes, porque las multitu<strong>de</strong>s no implican por sí solas mayor sabiduría ni,<br />

menos aún, virtud. Las acusaciones acumuladas contra la víctima no se vuelven más verda<strong>de</strong>ras porque se<br />

profieran a coro. La verdad estaba y continúa estando <strong>de</strong>l lado <strong>de</strong> la víctima. Los mártires son las víctimas<br />

que sabían eso y que preferían morir a mentir, con lo que daban a su muerte la significación <strong>de</strong> testimoniar<br />

que existen verda<strong>de</strong>s que no pue<strong>de</strong>n ser acalladas por muchas que sean las gargantas que lo intenten.<br />

Matatías, patriarca <strong>de</strong> los Macabeos, se negó incluso a fingir el cumplimiento <strong>de</strong> la or<strong>de</strong>n <strong>de</strong> los soldados <strong>de</strong><br />

Antíoco Epífanes y «mancharse con toda clase <strong>de</strong> inmundicias y profanaciones» comiendo carne <strong>de</strong> cerdo,<br />

aunque no le quedaba lugar a dudas <strong>de</strong> que su <strong>de</strong>sobediencia estaba castigada con la muerte. Igualmente,<br />

sabedor <strong>de</strong> que «un tropel <strong>de</strong> gente con espadas y garrotes» subiría pronto al Monte <strong>de</strong> los Olivos para<br />

conducirlo hasta su muerte, al tiempo que sus discípulos «per<strong>de</strong>rían su fe en él», le abandonarían y huirían,<br />

Jesús sentenció: «¡Que se cumplan las escrituras! »<br />

Los mártires son personas que actúan contra unas abrumadoras probabilida<strong>de</strong>s adversas, no sólo en<br />

el sentido <strong>de</strong> que su muerte es prácticamente segura, sino también en el <strong>de</strong> que es improbable que su<br />

sacrificio final llegue a ser apreciado por quienes sean espectadores <strong>de</strong>l mismo (y aún más que obtenga <strong>de</strong><br />

éstos el respeto que merece). Quizás tenga que esperar mucho tiempo a ser siquiera reconocido como<br />

sacrificio por una buena causa. Girard acuñó el término «contagio mimético» para referirse a la probable<br />

conducta <strong>de</strong> los espectadores y <strong>de</strong> los participantes (voluntarios o involuntarios) en el acontecimiento. «Los<br />

evangelios», señala, «<strong>de</strong>jan patente que todos los testigos <strong>de</strong> la crucifixión se comportan miméticamente»: la<br />

furia <strong>de</strong> una multitud es contagiosa y pocas personas son inmunes a ella, ya que en medio <strong>de</strong> ese revuelo,<br />

todos se unen a la jauría. Como mucho, pue<strong>de</strong> que haya algunos, como Pilato o Pedro, que se <strong>de</strong>sentiendan<br />

<strong>de</strong> la furia <strong>de</strong> la muchedumbre, pero no harán nada por mitigarla y aún menos por oponerse a ella.<br />

El <strong>martir</strong>io significa solidarizarse con un grupo menos numeroso y más débil, un colectivo al que la<br />

mayoría discrimina, humilla, ridiculiza, odia y persigue. Pero se trata, en esencia, <strong>de</strong> un sacrificio solitario,<br />

aunque sea motivado por la lealtad a una causa y al grupo que la representa. Cuando aceptan el <strong>martir</strong>io, las<br />

futuras víctimas no pue<strong>de</strong>n saber a ciencia cierta si su muerte favorecerá realmente su causa y ayudará a<br />

asegurar su triunfo final. Conforme a los términos realistas y pragmáticos preconizados por nuestra propia<br />

versión mo<strong>de</strong>rna <strong>de</strong> racionalidad, la suya es una muerte perfectamente inútil, quizás, incluso,<br />

contraproducente, ya que cuantos más fieles mueran siguiendo el camino <strong>de</strong>l <strong>martir</strong>io, menos quedarán para<br />

luchar por la causa. Al aceptar el <strong>martir</strong>io, las futuras víctimas <strong>de</strong> la furia <strong>de</strong> la turbamulta ponen la lealtad a<br />

la verdad por encima <strong>de</strong> cualquier otro cálculo <strong>de</strong> ganancias o beneficios mundanos (materiales, tangibles,<br />

racionales y pragmáticos), ya sean éstos reales o putativos, individuales o colectivos.<br />

Eso es lo que distingue al mártir <strong>de</strong>l héroe mo<strong>de</strong>rno. El máximo beneficio que un mártir podía<br />

esperar conseguir con su acto era la <strong>de</strong>mostración <strong>de</strong>finitiva <strong>de</strong> su propia probidad moral, el arrepentimiento<br />

<strong>de</strong> sus pecados y la re<strong>de</strong>nción <strong>de</strong> su alma; los héroes, sin embargo, son mo<strong>de</strong>rnos: calculan ganancias y<br />

pérdidas y quieren que su sacrificio sea recompensado. No existe ni pue<strong>de</strong> existir un «<strong>martir</strong>io inútil». Pero<br />

vemos con muy malos ojos, reprobamos y hasta nos tomamos a broma los casos <strong>de</strong> «heroísmo inútil», es<br />

<strong>de</strong>cir, <strong>de</strong> sacrificios que no reportan provecho alguno...<br />

casaemaús 2 <strong>De</strong> Mártir a héroe y <strong>de</strong> héroe a celebridad


Cuando digo «provecho» no me refiero a una ganancia económica; como los mártires, los héroes no<br />

pue<strong>de</strong>n ser acusados <strong>de</strong> codicia o <strong>de</strong> cualquier otra motivación egoísta y mundana. La mayoría <strong>de</strong> ellos no<br />

hacen lo que hacen porque esperen que se les retribuyan sus servicios o se les compensen las molestias. No<br />

les importan sus propias comodida<strong>de</strong>s y merecimientos están listos para llegar al sacrificio final. Pero éste<br />

tiene que ser un sacrificio que obtenga un efecto que, <strong>de</strong> otro modo, no se obtendría: un sacrificio con una<br />

finalidad que, <strong>de</strong> no producirse aquél, sería más difícil <strong>de</strong> alcanzar. Aproximarse a ese fin hace que su muerte<br />

valga la pena.<br />

Para validar la pérdida <strong>de</strong> la vida, el propósito <strong>de</strong> la muerte <strong>de</strong>be ofrecerle al héroe más valor que<br />

todas las alegrías que seguir viviendo en este mundo le pueda reportar. Ese valor, a<strong>de</strong>más, <strong>de</strong>be sobrevivir a<br />

la muerte individual <strong>de</strong>l héroe (admitiendo que su vida es breve y que esa muerte será su final seguro), la<br />

cual <strong>de</strong>be contribuir, a su vez, a dicha supervivencia. Mientras que el sentido <strong>de</strong>l <strong>martir</strong>io no <strong>de</strong>pen<strong>de</strong> <strong>de</strong> lo<br />

que suceda a partir <strong>de</strong> entonces en el mundo terrenal, el sentido <strong>de</strong>l heroísmo sí. Renunciar a la vida propia<br />

sin obtener con ello efecto palpable alguno (y, por consiguiente, echando por la borda la oportunidad <strong>de</strong><br />

dotarla <strong>de</strong> rigor y seriedad) no sería un acto <strong>de</strong> heroísmo, sino el producto <strong>de</strong> un error <strong>de</strong> cálculo o un acto <strong>de</strong><br />

locura (o, incluso, la prueba <strong>de</strong> un censurable incumplimiento <strong>de</strong>l <strong>de</strong>ber).<br />

En su encarnación mo<strong>de</strong>rna, el «héroe» nació (¿o <strong>de</strong>beríamos <strong>de</strong>cir renació, si tenemos en cuenta la<br />

invocación/resurrección que la República Francesa hizo <strong>de</strong> la antigua fórmula romana pro patria tras siglos<br />

en los que la noción cristiana <strong>de</strong>l «mártires había presidido las muertes <strong>de</strong> los cruzados y <strong>de</strong> otros guerreros<br />

<strong>de</strong> la «guerra santa»?? en el umbral mismo <strong>de</strong> la era <strong>de</strong> la construcción nacional. La reencarnación mo<strong>de</strong>rna<br />

<strong>de</strong>l «héroe» -aquella persona que muere para asegurar la supervivencia <strong>de</strong> la nación- fue un efecto<br />

secundario <strong>de</strong> lo que George L. Mosse llamó la «nacionalización <strong>de</strong> la muerte».<br />

Al inicio <strong>de</strong> la era mo<strong>de</strong>rna, Europa, dividida en reinos dinásticos, era un mosaico <strong>de</strong> grupos étnicos<br />

y lenguas, cada uno <strong>de</strong> los cuales aspiraba a alzarse con el estatuí <strong>de</strong> Estado-nación (es <strong>de</strong>cir, <strong>de</strong> nación que<br />

ejercía una soberanía estatal completa y no compartida sobre el territorio que reclamaba como suyo, y <strong>de</strong><br />

Estado encaminado a lograr la unidad <strong>de</strong> los intereses <strong>de</strong> la nación como justificación <strong>de</strong> su <strong>de</strong>manda <strong>de</strong><br />

disciplina), pero sólo unos pocos <strong>de</strong> ellos tenían población y recursos suficientes para albergar expectativas<br />

realistas <strong>de</strong> conseguirlo. El éxito en ese sentido era algo que distaba mucho <strong>de</strong> ser fácilmente previsible, ya<br />

que eran muchos los competidores que perseguían el mismo fin y que, por lo tanto, se interponían en los<br />

planes <strong>de</strong> dominio <strong>de</strong> los <strong>de</strong>más. También eran <strong>de</strong>masiadas las «minorías» reacias a (o no especialmente<br />

entusiasmadas con la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong>) abandonar sus propias costumbres tradicionales para disolverse en la cultura<br />

vencedora y los «extranjeros» no dispuestos a (o incapaces <strong>de</strong>) asimilarse o cuya asimilación no era <strong>de</strong>seada<br />

por los vencedores. Construir y fortalecer un Estado-nación exigía la eliminación <strong>de</strong> costumbres, dialectos y<br />

calendarios locales o vinculados a una etnia, para sustituirlas por otros mo<strong>de</strong>los uniformes bajo supervisión<br />

<strong>de</strong> los ministerios estatales <strong>de</strong> asuntos interiores, <strong>de</strong> educación o <strong>de</strong> cultura. Exigía, igualmente, una<br />

vigilancia constante <strong>de</strong> los vecinos que pudiera haber al otro lado <strong>de</strong> las fronteras estatales, incluso <strong>de</strong><br />

aquéllos que se mostraban ostensiblemente amistosos, pacíficos e inocuos, porque, si no, éstos podían<br />

interpretarlo como una prueba <strong>de</strong> po<strong>de</strong>río insuficiente y, como consecuencia, podían empezar a volverse más<br />

insolentes y a tener ciertas ambiciones <strong>de</strong>sagradables: la máxima preferida <strong>de</strong> los estadistas mo<strong>de</strong>rnos era si<br />

vis pacem, para bellum. Y exigía, finalmente, el silenciamiento, el aislamiento y la incapacitación <strong>de</strong> los<br />

infieles, los <strong>de</strong>sleales, los presuntos renegados y todos aquéllos que se mostrasen simplemente poco<br />

entusiastas o no suficientemente convencidos entre los <strong>de</strong>signados como miembros <strong>de</strong> la futura población<br />

nacional (o ciudadanía) <strong>de</strong>l Estado-nación en cuestión.<br />

Las naciones en ciernes necesitaban po<strong>de</strong>r estatal para sentirse seguras y el Estado emergente<br />

necesitaba patriotismo nacional para sentirse po<strong>de</strong>roso. Ambos se necesitaban mutuamente para sobrevivir y<br />

ambos necesitaban súbditos/miembros dispuestos a sacrificar sus vidas por esa supervivencia. La era <strong>de</strong> la<br />

construcción <strong>de</strong>l Estado-nación tenía que ser también la era <strong>de</strong>l heroísmo (o <strong>de</strong>l patriotismo heroico para ser<br />

más precisos).<br />

En la mayoría <strong>de</strong> <strong>de</strong>scripciones que se hacen <strong>de</strong> ella, la mo<strong>de</strong>rnidad es presentada como una época <strong>de</strong><br />

secularización («todo lo sagrado fue profanado», por utilizar la memorable expresión <strong>de</strong> unos jóvenes Marx<br />

y Engels) y <strong>de</strong>sencanto. Lo que, <strong>de</strong>sgraciadamente, no se menciona tan a menudo, a pesar <strong>de</strong> su importancia,<br />

es que la mo<strong>de</strong>rnidad también <strong>de</strong>ificó y dotó <strong>de</strong> encanto a la «nación», la nueva autoridad, y, por <strong>de</strong>legación,<br />

a todas las instituciones creadas por el hombre que reclamaban hablar y actuar en nombre <strong>de</strong> aquélla. Lo<br />

«sagrado» no fue tanto rechazado como convertido en el blanco <strong>de</strong> una «oferta <strong>de</strong> adquisición hostil»: puesto<br />

casaemaús 3 <strong>De</strong> Mártir a héroe y <strong>de</strong> héroe a celebridad


ajo el mando <strong>de</strong> unos administradores distintos y al servicio <strong>de</strong>l Estado-nación emergente. Lo mismo<br />

sucedió con el mártir: fue enrolado por ese mismo Estado-nación pero bajo el nuevo nombre <strong>de</strong> «héroe».<br />

Como señala Mosse, «la muerte en la guerra <strong>de</strong> un hermano, un marido o un amigo» era vista -igual<br />

que, en épocas pasadas, la muerte <strong>de</strong> un marfil- como un sacrificio, pero «ahora, al menos en público, se<br />

<strong>de</strong>cía que el beneficio obtenido con aquel acto sobrepasaba la pérdida personal». Había así algo que<br />

trascendía la muerte <strong>de</strong>l héroe, como antes había trascendido la <strong>de</strong>l mártir, sólo que esta vez no era la<br />

salvación <strong>de</strong>l alma inmortal <strong>de</strong>l fallecido, sino la inmortalidad material <strong>de</strong> la nación. Repartidos por toda<br />

Europa, los hel<strong>de</strong>nhaine, jardins funebres, parchi <strong>de</strong>lla rimembranza, etc., recordaban a los visitantes el<br />

homenaje imborrable que una nación agra<strong>de</strong>cida tributaba al sacrificio <strong>de</strong> sus hijos. Lo mismo hacían los<br />

memoriales erigidos en las capitales europeas para honrar el sacrificio <strong>de</strong> los Soldados <strong>De</strong>sconocidos y para<br />

recalcar la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> que ni el rango militar ni toda la vida vivida hasta el momento <strong>de</strong>l sacrificio final<br />

importaban a la hora <strong>de</strong> apreciar aquel heroico acto: es <strong>de</strong>cir, para que los vivos supieran que sólo el<br />

momento <strong>de</strong> la muerte en el campo <strong>de</strong> batalla contaba y, retrospectivamente, <strong>de</strong>finía el sentido <strong>de</strong> la vida.<br />

Mucho ha llovido sobre los campos y ciuda<strong>de</strong>s <strong>de</strong> Europa <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el Sturm und Drang Perio<strong>de</strong> <strong>de</strong> la<br />

construcción <strong>de</strong>l Estado-nación mo<strong>de</strong>rno. Lo que entonces se ensambló con gran meticulosidad hoy se<br />

<strong>de</strong>smorona o es <strong>de</strong>molido. Antaño indivisible, la soberanía <strong>de</strong>l Estado es hoy cortada en láminas cada vez<br />

más finas que son luego repartidas por todo el espacio continental o, incluso, planetario. Ningún Estado osa<br />

(o <strong>de</strong>sea) reivindicar una autoridad integra sobre su capacidad <strong>de</strong>fensiva y su or<strong>de</strong>namiento legal, ni sobre la<br />

vida económica y cultural <strong>de</strong> la población que habita su territorio. La que fuera la soberanía completa e<br />

integral <strong>de</strong>l Estado-nación se evapora en sentido ascen<strong>de</strong>nte (hacia la esfera anónima <strong>de</strong> las fuerzas globales<br />

que elu<strong>de</strong>n lealta<strong>de</strong>s y compromisos territoriales), pero también fluye lateralmente (hacia los terrenos <strong>de</strong> caza<br />

cada vez más <strong>de</strong>sregulados y difíciles <strong>de</strong> gestionar <strong>de</strong> los mercados financieros y <strong>de</strong> mercancías) y se filtra en<br />

sentido <strong>de</strong>scen<strong>de</strong>nte (hacia los talleres privados <strong>de</strong> la política <strong>de</strong> la vida, que están asumiendo -o sobre los<br />

que se están cargando- las tareas y los temas cuya gestión fue en tiempos reclamada por el Estado, el cual<br />

prometió -e intentó- ocuparse <strong>de</strong> ellos).<br />

No teniendo ya plenamente a su cargo la economía, la seguridad ni la cultura, el Estado tampoco<br />

pue<strong>de</strong> prometer a sus súbditos la protección para toda la vida que no hace tanto se esforzaba por<br />

proporcionar. No obstante, a menos promesas, menor es también la necesidad <strong>de</strong> <strong>de</strong>dicación patriótica y <strong>de</strong><br />

movilización espiritual <strong>de</strong> sus súbditos. El patriotismo heroico tiene pocas probabilida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> crecer en un<br />

terreno <strong>de</strong> expectativas recortadas para las que ya no existe el fertilizante <strong>de</strong> las promesas y las esperanzas;<br />

da la casualidad, sin embargo, <strong>de</strong> que en esta época <strong>de</strong> ejércitos profesionales reducidos, el Estado ya no<br />

necesita héroes. A los consumidores satisfechos, ocupados en solucionar sus propios asuntos, ya les va <strong>de</strong><br />

maravilla, gracias...<br />

En tiempos <strong>de</strong> ejércitos profesionales pequeños, los primeros ministros no necesitan ciudadanos<br />

dispuestos a morir por ellos, pero ahora, a diferencia <strong>de</strong> los primeros ministros <strong>de</strong> la era <strong>de</strong>l servicio militar<br />

universal y <strong>de</strong> los ejércitos <strong>de</strong> reclutas, pue<strong>de</strong>n <strong>de</strong>clarar guerras sin pedir el consentimiento <strong>de</strong> los ciudadanos<br />

o, incluso, contra la oposición frontal <strong>de</strong> éstos (siempre, eso si, que los consumidores que hay en esos<br />

ciudadanos se mantengan contentos). Los instintos y los impulsos patrióticos para los que los gobiernos <strong>de</strong><br />

nuestro tiempo encuentran una utilidad cada vez menor pue<strong>de</strong>n ahora correr la misma suerte que el resto <strong>de</strong><br />

propieda<strong>de</strong>s gubernamentales <strong>de</strong>l pasado y ser vendidos al mejor postor privado (y no necesariamente local):<br />

dueños <strong>de</strong> ca<strong>de</strong>nas <strong>de</strong> restaurantes, organizadores <strong>de</strong> acontecimientos <strong>de</strong>portivos, gerentes <strong>de</strong> agencias<br />

turísticas y, por supuesto, ejecutivos <strong>de</strong> compañías <strong>de</strong> marketing que ven<strong>de</strong>rían gustosos sus servicios tanto a<br />

todos ellos como a quienquiera que esté dispuesto a comprarlos.<br />

En la sociedad mo<strong>de</strong>rna liquida <strong>de</strong> consumo que se ha instalado en la parte opulenta <strong>de</strong>l globo no<br />

tienen cabida los mártires ni los héroes, puesto que es una sociedad que mina, menoscaba y ataca los dos<br />

valores que <strong>de</strong>spertaron la oferta y la <strong>de</strong>manda <strong>de</strong> unos y otros. En primer lugar, esa sociedad se muestra<br />

militantemente contraria a que se sacrifiquen satisfacciones presentes para lograr objetivos lejanos y, por<br />

consiguiente, también se opone a que se acepte un sufrimiento prolongado a cambio <strong>de</strong> salvación en la otra<br />

vida (algo cuya versión laica sería algo así como retrasar la gratificación en el momento presente a fin <strong>de</strong><br />

obtener mayores beneficios en el futuro). En segundo lugar, cuestiona el valor <strong>de</strong> sacrificar satisfacciones<br />

individuales en aras <strong>de</strong>l bienestar <strong>de</strong> un colectivo o <strong>de</strong> una «causa» (<strong>de</strong> hecho, niega la existencia <strong>de</strong> grupos<br />

«mayores que la suma <strong>de</strong> sus partes» y <strong>de</strong> causas más importantes que la propia satisfacción individual). En<br />

resumidas cuentas, la sociedad <strong>de</strong> consumo mo<strong>de</strong>rna líquida <strong>de</strong>grada los i<strong>de</strong>ales <strong>de</strong>l «largo plazo» y <strong>de</strong> la<br />

casaemaús 4 <strong>De</strong> Mártir a héroe y <strong>de</strong> héroe a celebridad


«totalidad». En un escenario mo<strong>de</strong>rno líquido que favorece (y se sostiene sobre) los intereses <strong>de</strong>l<br />

consumidor, ninguno <strong>de</strong> esos i<strong>de</strong>ales conserva su atractivo pasado, ni se ve reforzado por la experiencia<br />

diaria, ni sintoniza con las respuestas aprendidas, ni conecta con las intuiciones <strong>de</strong> sentido común adquiridas.<br />

<strong>De</strong> ahí que se tienda a reemplazar esos i<strong>de</strong>ales por los valores <strong>de</strong> la gratificación instantánea y <strong>de</strong> la felicidad<br />

individual.<br />

A medida que la sociedad mo<strong>de</strong>rna liquida y su consumismo endémico avanzan, los mártires y los<br />

héroes se hallan en franca retirada. Hoy encuentran su último refugio entre aquellos pueblos que todavía<br />

libran lo que a muchos habitantes <strong>de</strong>l planeta (quizás, a la mayoría <strong>de</strong> ellos) se les antoja una guerra contra<br />

todo pronóstico <strong>de</strong> victoria y que ya tienen perdida <strong>de</strong> antemano; una guerra contra las formidables potencias<br />

financieras y militares globales que asedian los escasos territorios vírgenes que aún quedan con el fin <strong>de</strong><br />

implantar su forma <strong>de</strong> «vida nueva» don<strong>de</strong>quiera que vayan (un modo <strong>de</strong> vida que, para quienes lo reciben,<br />

augura el fin <strong>de</strong> la vida que habían conocido hasta entonces y, quizás, incluso el fin <strong>de</strong> la vida en general).<br />

A los más <strong>de</strong>sesperanzados y <strong>de</strong>sesperados <strong>de</strong> los asediados les quedan pocas opciones salvo recurrir<br />

al argumento <strong>de</strong>finitivo: el sacrificio voluntario <strong>de</strong> su propia vida con la esperanza <strong>de</strong> dar testimonio (por<br />

trágicamente retorcido que sea) <strong>de</strong>l valor <strong>de</strong>l modo <strong>de</strong> vida que se les ha hecho imposible vivir y que está a<br />

punto <strong>de</strong> serles negado para siempre. Para ellos, una muerte dignificada <strong>de</strong> ese modo se les antoja la última<br />

oportunidad <strong>de</strong> alcanzar una dignidad que ya les ha sido arrebatada en vida. Esas personas son material<br />

maleable en manos <strong>de</strong> hábiles y astutos manipuladores, crueles y <strong>de</strong>spiadados. Es <strong>de</strong> esas filas <strong>de</strong> don<strong>de</strong> se<br />

recluta a los terroristas <strong>de</strong> la actualidad. Son mutantes <strong>de</strong>plorablemente distorsionados <strong>de</strong> los mártires <strong>de</strong> la<br />

vieja escuela, sobre los que también se ha injertado una imitación igualmente <strong>de</strong>formada <strong>de</strong> los héroes <strong>de</strong><br />

antaño.<br />

Los mártires <strong>de</strong> tiempos pretéritos estaban preparados para sufrir, pero no para hacer que otros<br />

sufrieran, puesto que la eficacia <strong>de</strong>l <strong>martir</strong>io voluntario estribaba en la prueba que con a se pretendía ofrecer<br />

<strong>de</strong> la valía inmortal <strong>de</strong> la creencia en cuya <strong>de</strong>fensa aquellos mártires se inmolaban; el «heroísmo», por su<br />

parte, solía medirse por el número <strong>de</strong> enemigos que el suicidio <strong>de</strong>l héroe lograba <strong>de</strong>struir. Los mártires <strong>de</strong> la<br />

fe no eran héroes y los héroes <strong>de</strong> las guerras nacionales habrían rechazado la etiqueta <strong>de</strong> mártires por la<br />

ineficacia <strong>de</strong> la muerte <strong>de</strong> éstos (una ineficacia que tanto los héroes como sus panegiristas habrían tachado <strong>de</strong><br />

lamentable). Pero por virtuosos que los mártires y los héroes reivindiquen ser o sean reivindicados como<br />

tales por otros en sus respectivos y distintos términos, la combinación <strong>de</strong> sus cualida<strong>de</strong>s produce una mezcla<br />

incongruente y ciertamente satánica...<br />

La sociedad mo<strong>de</strong>rna líquida <strong>de</strong> consumo convierte las hazañas <strong>de</strong> los mártires, los héroes y todas las<br />

versiones híbridas <strong>de</strong> unos y otros en hechos sencillamente incomprensibles e irracionales y, por<br />

consiguiente, atroces y repulsivos. Esa sociedad promete la felicidad fácil, alcanzable por medios nada<br />

heroicos y que por tanto, <strong>de</strong>berla estar -tentadora y gratificadora- al alcance <strong>de</strong> todo el mundo (o, mejor<br />

dicho, <strong>de</strong> todos los consumidores). El <strong>martir</strong>io y, en general, toda clase <strong>de</strong> sufrimiento «por una causa», es<br />

ahora representado como el resucitado <strong>de</strong> la fechoría <strong>de</strong> otra persona o como un caso que sólo pue<strong>de</strong><br />

explicarse como una acción dolosa premeditada <strong>de</strong> los actores (en cuyo caso, los culpables <strong>de</strong>ben ser<br />

hallados y castigados) o como un fallo psicológico (en cuyo caso, <strong>de</strong>berían ser sometidos a terapia con la<br />

esperanza <strong>de</strong> que se curen algún días. A diferencia <strong>de</strong> otros tipos pasados y presentes <strong>de</strong> sociedad, la que aquí<br />

nos ocupa pue<strong>de</strong> ser a<strong>de</strong>cuadamente <strong>de</strong>scrita sin necesidad <strong>de</strong> recurrir a las categorías <strong>de</strong>l «<strong>martir</strong>io» y el<br />

«heroísmo», pero necesita, eso sí, <strong>de</strong> dos categorías relativamente nuevas que esta misma sociedad ha<br />

situado en el centro <strong>de</strong> la atención pública: las <strong>de</strong> la víctima y el famoso (o la celebridad).<br />

En la sociedad actual, <strong>de</strong> nadie se espera que sufra dolor a menos que éste haya sido infligido por las<br />

autorida<strong>de</strong>s competentes como merecido castigo por una mala conducta. La cuestión <strong>de</strong> hasta qué punto el<br />

dolor ocasionado se correspon<strong>de</strong> con la magnitud y la gravedad <strong>de</strong> la falta (y pue<strong>de</strong> ser entonces 'consi<strong>de</strong>rado<br />

plena y auténticamente merecido) suele ser sumamente controvertida. El <strong>de</strong>recho a <strong>de</strong>cidir sobre tal cuestión<br />

es uno <strong>de</strong> los principales elementos en juego en la lucha por el po<strong>de</strong>r, y las <strong>de</strong>cisiones que reflejan la<br />

jerarquía <strong>de</strong> fuerzas <strong>de</strong>l momento continúan siendo vinculantes (aunque no necesariamente incuestionables)<br />

mientras persista tal jerarquía. El sufrimiento por otro motivo que no sea estrictamente el cumplimiento <strong>de</strong><br />

una pena (conveniente atenuada) por un <strong>de</strong>lito o una falta es consi<strong>de</strong>rado evitable e injustificado; si alguien<br />

lo pa<strong>de</strong>ce, habrá que hallar al responsable <strong>de</strong> tal exceso y habrá que inculparle por ello. Cada caso <strong>de</strong><br />

sufrimiento es, pues, potencialmente, un caso <strong>de</strong> victimización, y cualquiera que pa<strong>de</strong>zca dolor (al menos,<br />

potencialmente también) es una víctima.<br />

casaemaús 5 <strong>De</strong> Mártir a héroe y <strong>de</strong> héroe a celebridad


La naturalidad con la que el sufrimiento es expulsado argumentalmente por medio <strong>de</strong> la presunción<br />

<strong>de</strong> victimización podría tener un efecto terapéutico en la persona que sufre, haciendo que su dolor fuese un<br />

tanto más lleva<strong>de</strong>ro en el plano psicológico. Pero también es posible que <strong>de</strong>svíe la atención <strong>de</strong> quienes sufren<br />

<strong>de</strong> la auténtica causa <strong>de</strong> su sufrimiento, con lo que su dolor se prolongaría en lugar <strong>de</strong> acortarse y se<br />

intensificaría en lugar <strong>de</strong> mitigarse (sobre todo, porque se explicaría una <strong>de</strong>rrota personal como si fuera el<br />

resultado <strong>de</strong>safortunado <strong>de</strong> las malas intenciones <strong>de</strong> otra persona y no como consecuencia <strong>de</strong> un<br />

or<strong>de</strong>namiento social que permite sistemáticamente que se infrinjan tales golpes <strong>de</strong> manera aleatoria y que los<br />

convierte en omnipresentes, rutinarios e inevitables, manteniendo así el sistema a salvo <strong>de</strong> las críticas). Esa<br />

«naturalidad» hace que también resulte tentador incluir cualquier malestar o cualquier ambición frustrada en<br />

el conjunto <strong>de</strong> situaciones consi<strong>de</strong>radas genéricamente como sufrimiento (injustificado).<br />

Localizar y señalar al presunto culpable <strong>de</strong>l sufrimiento tiene también otra ventaja adicional: pue<strong>de</strong><br />

acompañarse <strong>de</strong> una petición <strong>de</strong> compensación. Las <strong>de</strong>mandadas pue<strong>de</strong>n ser tanto personas físicas como<br />

jurídicas y no escasean los expertos legales ansiosos <strong>de</strong> aceptar el caso en representación <strong>de</strong>l «sufridor».<br />

Aparte <strong>de</strong> los beneficios materiales que los sufridores y sus abogados pue<strong>de</strong>n obtener <strong>de</strong> una sentencia<br />

favorable en los juzgados, la suposición <strong>de</strong> ser una víctima se ve entonces confirmada por la autoridad, con<br />

lo que se refuerza el efecto terapéutico <strong>de</strong>l proceso <strong>de</strong> «explicación <strong>de</strong>l dolor en clave <strong>de</strong> victimización», aun<br />

si las causas <strong>de</strong> ese dolor salen incólumes <strong>de</strong>l proceso.<br />

Esa cultura <strong>de</strong> victimización y compensación evoca la antigua tradición <strong>de</strong> la ven<strong>de</strong>tta que la<br />

mo<strong>de</strong>rnidad tanto se esforzó por ilegalizar y <strong>de</strong>sterrar, pero que en estos tiempos mo<strong>de</strong>rnos líquidos parece<br />

estar resurgiendo reencarnado <strong>de</strong> su mal sellada tumba<br />

Esa tradición fue ya constatada (y elevada a la categoría <strong>de</strong> materia <strong>de</strong> interés público) en el inicio<br />

mismo <strong>de</strong> la larga, intrincada y turbulenta historia <strong>de</strong> Europa, como quedó documentado en la trilogía<br />

dramática <strong>de</strong> la «Orestíada» <strong>de</strong> Esquilo. En una <strong>de</strong> sus piezas, animada por el coro («el <strong>de</strong>rramamiento <strong>de</strong><br />

sangre por el <strong>de</strong>rramamiento <strong>de</strong> sangre [...] el mal por el mal [...] ¡no es ninguna impiedad!»), Electra,<br />

huérfana <strong>de</strong> padre tras haber sido éste asesinado por el amante <strong>de</strong> su madre, busca vengarse y llama a su<br />

hermano, Orestes, para que dé muerte a los asesinos: «que los que mataran prueben también la muerte por la<br />

muerte [...] Que mi maldición se iguale a la suya, la perversidad por la pura perversidad». El coro está<br />

encantado: «que el odio genere más odio a su vez, que el golpe mortal se iguale al golpe que asesinó»; «los<br />

dioses <strong>de</strong>terminan que la sangre <strong>de</strong>rramada por el asesinato clama por el <strong>de</strong>rramamiento <strong>de</strong> más sangre».<br />

Como era <strong>de</strong> esperar, todo ello <strong>de</strong>semboca en una masacre que cierra una cuenta <strong>de</strong> agravios pendiente<br />

abriendo inmediatamente otra. Al final <strong>de</strong> la obra, el coro, confuso y <strong>de</strong>sconsolado, suplica a gritos:<br />

«¿Cuándo amainará la maldición ancestral y <strong>de</strong>saparecerá para siempre, consumida su furia?». Pero ya no<br />

queda nadie para contestar a esa pregunta... Sólo en la parte siguiente <strong>de</strong> la trilogía se nos ofrece una<br />

respuesta, <strong>de</strong> boca <strong>de</strong> Atenea, diosa <strong>de</strong> la sabiduría: «Un juicio justo, una sentencia justa, que acabe en una<br />

votación igualada que no te reporte <strong>de</strong>shonor ni <strong>de</strong>rrota». «Luego sofoca tu ira: no <strong>de</strong>jes que la indignación<br />

vierta su pestilencia sobre nuestro suelo y corrompa toda la simiente hasta que el país entera sea un <strong>de</strong>sierto<br />

estéril».<br />

Curiosamente, nuestra sociedad centrada en el mercado ha dado con otra solución que ni Atenea, con<br />

toda su incuestionable sabiduría, logro prever. La compensación monetaria que las víctimas <strong>de</strong> la era<br />

mo<strong>de</strong>rna líquida buscan por los agravios que han pa<strong>de</strong>cido (la victimización, como todo lo <strong>de</strong>más en una<br />

sociedad como ésta, pue<strong>de</strong> y <strong>de</strong>be tener un precio) parece compaginar los atractivos <strong>de</strong> ambos mundos. Da<br />

rienda suelta a la antigua sed <strong>de</strong> venganza al tiempo que frena la ven<strong>de</strong>tta Justo a tiempo para evitar el baño<br />

<strong>de</strong> sangre que clamaría por nuevos <strong>de</strong>rramamientos. Pero lo más importante <strong>de</strong> todo, sin embargo, es que<br />

arrebata la venganza <strong>de</strong> las manos <strong>de</strong>l vengador.<br />

Igualmente <strong>de</strong>stacados en el reparto <strong>de</strong> personajes mo<strong>de</strong>rnos líquidos son los famosos o las<br />

«celebrida<strong>de</strong>s». Según la ingeniosa <strong>de</strong>finición <strong>de</strong> Daniel J. Boorstin, elaborada ya en 1961, «el famoso es una<br />

persona conocida por ser muy conocida» (veinte años <strong>de</strong>spués, Boorstin probablemente habría escrito «el<br />

famoso o la famosa»).<br />

A diferencia <strong>de</strong> los mártires y <strong>de</strong> los héroes, cuya fama <strong>de</strong>rivaba <strong>de</strong> sus actos y cuya llama era luego<br />

mantenida viva a fin <strong>de</strong> conmemorar aquellos hechos y a fin <strong>de</strong> repetir y reafirmar su dura<strong>de</strong>ra importancia,<br />

los motivos que llevaron a los famosos a estar en el can<strong>de</strong>lero público son las causas menos importantes <strong>de</strong><br />

su «celebridad». El factor <strong>de</strong>cisivo en ese sentido es su notoriedad, la abundancia <strong>de</strong> imágenes suyas y la<br />

casaemaús 6 <strong>De</strong> Mártir a héroe y <strong>de</strong> héroe a celebridad


frecuencia con la que se mencionan sus nombres en los programas <strong>de</strong> radio y televisión y en las<br />

conversaciones que siguen a éstos. Las celebrida<strong>de</strong>s están en boca <strong>de</strong> todos; sus nombres son familiares en<br />

todas las familias. Como los mártires y los héroes, proporcionan una especie <strong>de</strong> aglutinante que aúna lo que,<br />

<strong>de</strong> otro modo, serían conjuntos difusos y dispersos <strong>de</strong> personas; me siento tentado a afirmar incluso que, hoy<br />

en día, serían estas celebrida<strong>de</strong>s los principales factores generadores <strong>de</strong> comunida<strong>de</strong>s, si no fuera porque las<br />

comunida<strong>de</strong>s en cuestión son no sólo imaginadas, como ocurría con la sociedad <strong>de</strong> la era mo<strong>de</strong>rna sólida,<br />

sino también imaginarias (a modo <strong>de</strong> apariciones), pero, sobre todo, particularmente <strong>de</strong>sunidas, frágiles y<br />

volátiles, y reconocidamente efímeras. Es principalmente por ese motivo por el que las celebrida<strong>de</strong>s se<br />

sienten tan a gusto en el contexto mo<strong>de</strong>rno líquido: la mo<strong>de</strong>rnidad líquida es su nicho ecológico natural.<br />

A diferencia <strong>de</strong> la fama, la notoriedad es tan episódica como la vida misma en un entorno mo<strong>de</strong>rno<br />

líquido; el <strong>de</strong>sfile <strong>de</strong> celebrida<strong>de</strong>s, que brotan como <strong>de</strong> la nada para per<strong>de</strong>rse luego rápidamente en el olvido,<br />

resulta perfectamente a<strong>de</strong>cuado para marcar la sucesión <strong>de</strong> episodios en los que se divi<strong>de</strong>n nuestras vidas. Y,<br />

a diferencia <strong>de</strong> las comunida<strong>de</strong>s «imaginadas» <strong>de</strong> la era mo<strong>de</strong>rna sólida (las cuales, una vez imaginadas,<br />

tendían a concretarse en realida<strong>de</strong>s sólidas y, por ese motivo, necesitaban <strong>de</strong>l recuerdo eterno <strong>de</strong> sus mártires<br />

y héroes para cimentarlas), las comunida<strong>de</strong>s imaginarias arrebujadas en torno a estas celebrida<strong>de</strong>s en<br />

extremo mudables (hasta el punto <strong>de</strong> que casi nunca aguantan en el can<strong>de</strong>lero más allá <strong>de</strong> su momentánea<br />

acogida pública inicial) no exigen compromiso alguno, para cuánto más uno <strong>de</strong> carácter «permanente» o,<br />

siquiera, dura<strong>de</strong>ro. Por masivo que sea el culto, por estri<strong>de</strong>nte que resulte el entusiasmo y por sincera que<br />

pueda ser la adoración que los fans sienten por una celebridad, el futuro <strong>de</strong> los adoradores no está en<br />

absoluto hipotecado por ello: todo el mundo mantiene sus opciones abiertas y la congregación <strong>de</strong> fieles<br />

pue<strong>de</strong> disolverse y dispersarse en cualquier momento, permitiendo así a cada celebrante sumarse al culto <strong>de</strong><br />

otra celebridad <strong>de</strong> su elección.<br />

A<strong>de</strong>más, el culto que ro<strong>de</strong>a a una celebridad (a diferencia <strong>de</strong> la adoración <strong>de</strong> los mártires o <strong>de</strong> los<br />

héroes, que limita la libre elección <strong>de</strong> los adoradores) no tiene aspiraciones monopolistas. Por competitivas<br />

que sean, las celebrida<strong>de</strong>s no compiten realmente entre sí. La pertenencia al culto a una celebridad no<br />

excluye (y, ni mucho menos, impi<strong>de</strong>) unirse a la comitiva <strong>de</strong> otra. Todas las combinaciones están permitidas<br />

y son, en realidad, bien recibidas, porque cada una <strong>de</strong> ellas (y, especialmente, la profusión <strong>de</strong> las mismas)<br />

multiplica el encanto <strong>de</strong>l culto a las celebrida<strong>de</strong>s en general. La oferta <strong>de</strong> famosos y famosas es<br />

prácticamente infinita, como también lo es el número <strong>de</strong> combinaciones posibles entre ellos. Como<br />

consecuencia, por muy numerosa que pueda resultar la partida <strong>de</strong> seguidores, cada uno <strong>de</strong> ellos pue<strong>de</strong> retener<br />

una gratificante sensación <strong>de</strong> individualidad (incluso <strong>de</strong> singularidad) asociada a su elección. También ellos<br />

pue<strong>de</strong>n correr con la liebre y cazar con los perros (o, como dice otro refrán inglés, seguir teniendo el pastel<br />

<strong>de</strong>spués <strong>de</strong> habérselo comido): en el mismo lote que el sentimiento tranquilizador que sólo pue<strong>de</strong> ofrecer un<br />

culto <strong>de</strong> masas viene también la satisfacción <strong>de</strong> estar a la altura <strong>de</strong> los estándares fijados por la sociedad <strong>de</strong><br />

individuos para sus miembros individuales.<br />

en él?<br />

Pues, bien, éste es el punto en el que nos encontramos actualmente. ¿Hasta cuándo permaneceremos<br />

Supongo que los ciudadanos <strong>de</strong>l mundo que se arrodillaban ante los mártires y se sentían<br />

sobrecogidos por su inmolación difícilmente podían imaginarse un mundo que veneraría a los héroes <strong>de</strong> la<br />

nueva era mo<strong>de</strong>rna que les suce<strong>de</strong>ría. <strong>De</strong>l mismo modo, ese nuevo mundo inconcebible <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el anterior<br />

tampoco podía <strong>de</strong>jar presagiar fácilmente la posterior era <strong>de</strong> víctimas y celebrida<strong>de</strong>s. La pru<strong>de</strong>ncia aconseja,<br />

pues, no caer en la tentación <strong>de</strong> realizar extrapolaciones simplistas y <strong>de</strong> dar respuestas apresuradas a la<br />

pregunta anterior. <strong>De</strong> lo que Si po<strong>de</strong>mos estar seguros, en cualquier caso, es <strong>de</strong> que la historia <strong>de</strong> la larga<br />

transición <strong>de</strong>s<strong>de</strong> los mártires hasta las celebrida<strong>de</strong>s no <strong>de</strong>be ser vista como una manifestación <strong>de</strong> unas<br />

supuestas leyes inextricables (o <strong>de</strong> una ten<strong>de</strong>ncia irreversible) <strong>de</strong> la historia, ni mucho menos aún como otra<br />

proclamación <strong>de</strong>l «fin <strong>de</strong> ésta», sino como una especie <strong>de</strong> biografía <strong>de</strong> un proceso que dista mucho aún <strong>de</strong><br />

haber terminado y que, en buena medida, se halla todavía in statu nascendi.<br />

Extracto <strong>de</strong>l Capítulo 2 <strong>de</strong>l libro “VIDA LÍQUIDA”<br />

Autor: Zygmunt Bauman, Editorial Paidós, 2006<br />

casaemaús 7 <strong>De</strong> Mártir a héroe y <strong>de</strong> héroe a celebridad

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