Boletín N° 160 Junio de 1986 - Fundación Juan March

on a las zonas urbanas periféricas,
donde, «sobre la verde
pradera», se les edificaban extensas
urbanizaciones (al tiempo
que, como discutido problema
psíquico, se instituía la figura
de la «viuda verde», la esposa
obligada a quedarse sola todo el
santo días mientras el marido
está en el trabajo).
Precisamente allí, «sobre la
verde pradera», pudo aplicarse
de modo magnífico la nueva
ideología de la construcción de
urbanizaciones. El beneficio del
aire fresco, y del sol, y del césped
delante de las casas se
pagó, ciertamente, a caro precio
: con la renuncia a la estructura
urbanística de antigua tradición,
al espacio formulado
por calles y plazas y que pro­
... y su reconstrucción.
parcianaba la sensación de lo
acogedor y protegido. La «disgregación»,
siempre, hace la ciudad
más práctica (aparentemente);
pero, siempre también, la
hace más falta de poesía, más
inconsistente y deleznable.
Entretanto, hemos aprendido
que semejantes construcciones
de 'gran magnitud' no bastan
por sí mismas para hacer una
gran ciudad; que las urbanizaciones
salubres y extensas no
proporcionan satisfacción; que
un poco más de arquitectura no
resuelve problema social alguno
y que la condensación no ori­
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gina la urbanidad. La urbanidad
es quizá el anhelo más difícil
de lograr de cuantos siente
el habitante de la ciudad de
postguerra, porque su pérdida
no es, en primer lugar, una
consecuencia de la falta de fan ­
tasía de la reconstrucción después
de la segunda guerra mundial,
ni tampoco consecuencia
de la guerra.
Pero ninguna época es tan
miserable que no produzca también
sus cosas de valía, joyas de
la arquitectura y, todas ellas,
pertenecientes al concepto específico
que en lengua alemana se
dice «Bau-Kunsts (arte de la
construcción) y que piensa en
la construcción como obra de
arte. Citemos, cuando menos,
unas cuantas de esas joyas: ahí
está la Philharmonie de Berlín,
con la más hermosa y original
sala de conciertos, de una sonoridad
nada común. Ahí está la
torre de la televisión de Stuttgart,
una de las primeras grandes
señales de la telecomunicación,
todavía no desquiciada en
su forma por el exceso de técnica
radiodifusiva. Ahí está la
gran casa de baños de Albstadt,
construida enteramente de madera,
que aúna la estampa clásica
de un granero bien proporcionado
con el refinamiento de una
instalación balnearia. •