23 - Granite & Rainbow
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STAFF <strong>23</strong><br />
DIRECCIÓN<br />
Edición y maquetación<br />
Ainize Salaberri<br />
salaberri@graniteandrainbow.com<br />
Coordinadora sección tema central,<br />
columnas de opinión y reportajes<br />
Subdirección<br />
Fusa Díaz<br />
fusadiaz@graniteandrainbow.com<br />
Coordinadora secciones Literatura e<br />
Internet (blog y twitter del mes), talento del<br />
mes, recomendaciones y novedades<br />
Consejo editorial<br />
Ignacio Ballestero<br />
iballestero@graniteandrainbow.com<br />
Coordinador sección entrevistas<br />
Verónica Lorenzo<br />
veronicalorenzo@graniteandrainbow.com<br />
Pedro Larrañaga<br />
pedrinhola@yahoo.es<br />
Diseño logo y portada<br />
Inge Conde<br />
inge_conde@hotmail.com<br />
Redactores<br />
Laura Alonso Izaguirre<br />
Ignacio Ballestero<br />
Laura Bordonaba<br />
Marina P. de Cabo<br />
Roxana Contreras<br />
David M. Copé<br />
José Braulio Fernández<br />
Fusa Díaz<br />
Rebeca García Nieto<br />
Sonia García Soubriet<br />
J. Álvaro Gómez<br />
Marta Gómez Garrido<br />
Abel González Luna<br />
Miguel Herranz Farelo<br />
Ohiane Intxaurraga<br />
Yolanda Izard<br />
Abel González Luna<br />
Alejandro Larrañaga<br />
Pedro Larrañaga<br />
Verónica Lorenzo<br />
Victor Lorenzo Cinca<br />
Marga Martin<br />
Bego Martínez<br />
Julia Martínez<br />
Annie Costello<br />
Raquel G. Otero<br />
Santi Pérez Isasi<br />
Cecilia Paim<br />
Ana Rodríguez Callealta<br />
Anabel Rodríguez<br />
Ainize Salaberri<br />
Alba Stephen<br />
Iraide Talavera<br />
Salvador J. Tamayo<br />
María Zaragoza<br />
Natalia Zarco<br />
Entiendo que la literatura es un acto de valentía. Entiendo la literatura como<br />
un refugio donde encontrar el consuelo que nos roba la vida. Entiendo que la<br />
literatura debe ser el lugar donde los escritores se dejen la piel venenosa y nos<br />
muestren, a través de ellos o de sus personajes, su verdadero ser. Nosotros, los<br />
indignos de ser humanos como decía Dazai, necesitamos reconocernos en los<br />
demás, encontrar palabras a lo que ahoga nuestra garganta, desmembrarnos<br />
a través de los otros, ellos, los escritores, en un acto de soledad venido de otro<br />
acto de soledad, quizás aún mayor: la escritura. En nuestro número <strong>23</strong> queríamos<br />
celebrar la literatura mientras celebrábamos el tercer año de nuestro<br />
nacimiento. Entiendo que esta revista es, en parte, un desnudarse cada tres<br />
meses; hablamos de los demás pero ¿en realidad no estamos hablando de nosotros<br />
mismos? ¿Acaso no nos escondemos tras las máscaras de esos títulos y<br />
esos nombres de escritores para hablar de lo que nos da miedo, de lo que nos<br />
da placer, de lo que huimos y de lo que en su búsqueda salimos? La literatura<br />
es lo único que nadie nos puede robar. Los Diarios eran lo único que, en vida,<br />
a los escritores no se les podía robar. Hoy, en un acto de curiosidad —pero<br />
también de necesidad—, recurrimos a ellos para entender, para encontrarnos,<br />
para encontrarlos y, sobre todo, para empezar de nuevo. Bienvenidos.<br />
2
5 Literatura en internet<br />
7 Columnas de opinión<br />
12 EDITOR: Luis Magrinyà<br />
17 Reportaje: Fantasía no tiene límites<br />
20 Entrevista: Iván Repila<br />
25 DIARIOS<br />
76 TRADUCTOR: Alejandro Palomas<br />
79 Poesía: Antonio Gamoneda<br />
81 Poesía: Princesa Inca<br />
83 LIBRERA: Júlia Secall Roca<br />
86 Entrevista: Joaquín Pérez Azaústre<br />
91 Recomendaciones<br />
95 Novedades narrativa<br />
96 Novedades poesía<br />
Sumario #<strong>23</strong> 4 Talento del mes<br />
19, 31,37,44, 49, 55, 61, 67, 75 BREVES<br />
Reuters
Talento del mes<br />
Memory of my forget fulness<br />
http://memoryofmyforgetfulness.blogspot.com.es<br />
Hay talentos que permanecen en un silencio injusto y muy desagradable.<br />
Algunos blogs están ahí, que parecen un escondite, y nadie les presta<br />
mucha atención si lo comparamos con otras páginas web con tantísimas<br />
visitas. No sé quién se esconde tras este blog y no sé quién escribe y además<br />
hace algunos meses que ni siquiera escribe, pero sé que de vez en cuando<br />
pienso, me acuerdo, y busco la dirección entre mis enlaces, y leo lo que<br />
llevo atrasado y siendo que hay ahí algo, algo que no encuentro en otras<br />
páginas con tantísimas visitas. Decía que hay talentos que permanecen<br />
en un silencio injusto y muy desagradable, y son esos blogs con ausencia<br />
de ruido los que me interesan. Y si hubo algún día un objetivo en esta<br />
sección, fue precisamente plantarle un altavoz a esos blogs, a esos talentos<br />
injustamente silenciosos, desagradablemente aparte. Así que ahora es mi<br />
turno de callar.<br />
4<br />
ellos nos miraban extrañados<br />
murmuraban a nuestras espaldas<br />
se preguntaban sobre nuestras<br />
manos<br />
-nuestra piellos<br />
sueños que gritaban desde<br />
nuestros ojos<br />
nosotros nos abrazábamos en las<br />
aceras<br />
nos acariciábamos la punta de los<br />
dedos<br />
nos susurrábamos palabras<br />
suaves<br />
-tristesentre<br />
las líneas de las manos<br />
estoy vacía<br />
y me alimento de vacío<br />
y escribo que estoy vacía<br />
y que me alimento de vacío<br />
y tú me leerás indiferente<br />
y me besarás lento la luna,<br />
las manos,<br />
los labios,<br />
como si no importase,<br />
como si la vida<br />
fuese esa cosa horrible<br />
que se planea en los<br />
ascensores.<br />
Selección<br />
Quería escribir una carta de amor<br />
y dibujé una cicatriz<br />
en tu espalda.<br />
Quería volar a un país lejano<br />
y me perdí con la bicicleta<br />
de mi infancia.<br />
Quería volver, correr huir<br />
y me abracé a su ausencia<br />
en tus ojos<br />
y me desnudé para su lengua<br />
en tus sabanas<br />
y te besé<br />
y te quise<br />
y te maté<br />
en su recuerdo.
Twitter del mes<br />
Talentino @Talentinonino<br />
¿140 caracteres? No lo sé muchachos, quizá no disponga de tanto tiempo.<br />
Diré y asumiré que tengo cierta debilidad con algunas cuentas<br />
de Twitter y que probablemente las literaturizo con la excusa<br />
de seleccionarlas para la sección del mes. Bien, éste es el<br />
caso de Talentino. Os quiero convencer de que además de<br />
micropoemas o microcuentos que caben en 140 caracteres,<br />
también hay pequeños diálogos que podrían encerrar una<br />
buena historia. Si además le añadimos el humor, como en<br />
este caso, el poco tiempo del que dispone este tuitero es<br />
más que suficiente para pasar un buen rato en nuestro TL.<br />
Además de muchísimos tuits plantilla, es decir, además de<br />
los que ya vienen predeterminados y sólo hay que añadirle<br />
nuestra marca, están ese género de tuiteros que crean y crean<br />
diálogos. La inverosimilitud es la protagonista, y Talentino<br />
es un experto. De modo que ese vocabulario de novela del<br />
oeste, unos diálogos con muchas referencias y, sobre todo,<br />
el humor… todo junto y en una misma cuenta, me da por<br />
pensar que puedo hablar de literatura a pequeña escala,<br />
a escala diálogo, a escala 140 caracteres. Para ver si puedo<br />
convenceros del todo, os dejo con algunas conversaciones de<br />
Talentino, y ya me diréis si hay historia o no, si me he colado<br />
este mes con el tuitero.<br />
5<br />
Selección<br />
—Trata de divertirte, muchacho.<br />
—No puedo, señor.<br />
—¿Por qué?<br />
—Porque la amo y no está.<br />
—A ver subnormal, trata de divertirte.<br />
—Vale.<br />
—Tus temores chico, no son más que meros<br />
fantasmas de esa imaginación juvenil…<br />
—Reverendo, quite su mano de mi muslo.<br />
—Baja un tono, campeón.<br />
—Subía confiado de que allí me esperaría;<br />
la vi de soslayo en nuestra mesa, sentada<br />
con mimo, solemne, bella…<br />
—¿Y qué paso?<br />
—Que no era ella.
Blog del mes<br />
Ciudades esqueleto<br />
http://ciudadesesqueleto.tumblr.com/<br />
María Mercromina y Emily Roberts<br />
presentan Ciudades esqueleto. Joseph<br />
Brodsky dijo: “Hay ciudades que uno no<br />
volverá a ver”. También hay ciudades que<br />
uno no volverá a ser. En este proyecto,<br />
nos gustaría llevar a cabo una antología<br />
multimodal de carácter poético proyectada<br />
en un marco urbanístico: poemas de<br />
ciudades, prosa poética, fotografía<br />
e ilustración. Podéis enviar vuestras<br />
propuestas a ciudadesesqueleto@gmail.<br />
com indicando en el asunto la ciudad de la<br />
que trata la pieza, y adjuntando además del<br />
texto (formato .doc) fotografía o ilustración<br />
(formato .jpg), una breve bio-bibliografía<br />
relacionada con su experiencia en la ciudad.<br />
Selección * Hay un París sin luz, sin amor, sin cine<br />
Así se presentan María Mercromina y Emily<br />
Roberts con el proyecto Ciudades esqueleto.<br />
El mapa que están armando en este nuevo<br />
tumblr es amplio y está lleno de palabras,<br />
además de imágenes. Barcelona, París,<br />
Bolonia… todas las ciudades, vistas por el<br />
ojo poético, quedan aquí plasmadas, como<br />
una guía literaria y muy subjetiva de los<br />
diferentes puntos del mundo en los que ya<br />
no volveremos a ser.<br />
6<br />
sin gabardinas beige, sin fumadores.<br />
Hay un París con vísceras al Sena.<br />
Una ciudad que ni siquiera tiene café<br />
y se despega sola del mito.<br />
Helena B.<br />
Mira a ese hombre cómo se retira<br />
de la humanidad hecha carne en el bocado,<br />
alimenta a su hija<br />
y luego la abraza, aunque portal afuera<br />
la lluvia,<br />
mustio alborozo de cobre,<br />
esté celebrando su ayuno.<br />
Alberto Acerete<br />
No estuvo nunca allí y ya se desvanece<br />
Ciudad de palidez enferma con estampas<br />
de cementerios que examinan en sus ventanales<br />
sus planetas con viento en los ojos buscando entre<br />
cruces de nuevo<br />
de noche<br />
con ropa oscura<br />
no estuvo nunca allí<br />
W. S. Merwin
Los últimos días de... un amor de novela<br />
Opinión<br />
Pedro Larrañaga<br />
No fue algo súbito. No se trató de un rayo, un<br />
golpe violento o una muerte repentina. No, no<br />
hubo marca en el calendario, ni día fatídico al que<br />
señalar con el paso de los años. No, nada de eso.<br />
Fue más bien una larga digestión, una<br />
desembocadura situada a kilómetros de<br />
distancia, pero en la que toda el agua del río<br />
tiene que terminar. En realidad, podríamos<br />
considerarlo como inevitable, como el<br />
único punto al que llegar tras haber tomado<br />
aquellas direcciones en cada uno de los cruces<br />
superados. Un final ineludible, como el de una<br />
novela. Esa última página, el último párrafo,<br />
la última frase y la última palabra que cerrará<br />
la historia. Un final perfecto, en realidad, para<br />
ellos, ávidos lectores los dos, que sólo entienden<br />
la palabra fin cuando tras ella viene una<br />
página en blanco y después la contraportada.<br />
Por eso cuando ella le dijo que todo se acercaba<br />
al final, a él le pareció lo más lógico, cierto e<br />
inevitable del mundo. Por eso, aunque ella<br />
tuviera el peso en la mirada de una Anna<br />
Karenina decidida ya a abandonar a Seriozha,<br />
para él seguía siendo la pequeña Alicia justo<br />
antes de aterrizar en el País de las Maravillas.<br />
Por eso, a pesar de que la escuchara llorar<br />
alguna vez en el cuarto de baño, él seguía<br />
leyendo en la cama y si la recibía con una<br />
erección no era por falta de sensibilidad, sino<br />
por todo lo contrario, porque Nabokov había<br />
conseguido hacerle sentir el aliento de Lolita.<br />
Las diferencias estaban ahí, pero ahí siempre<br />
habían estado y no por eso habían sido incapaces<br />
de avanzar en la lectura de las mismas páginas,<br />
aunque uno fuera devoto de García Márquez y la<br />
otra fiel de Vargas Llosa. Las diferencias estaban<br />
ahí, pero eso era lo que le gustaba de ella. Si<br />
hubiera tenido su mismo mentón prominente,<br />
las manos graves y el pecho cubierto de vello, sin<br />
duda no le habría parecido el ser más maravilloso<br />
del mundo. No, ella era algo completamente<br />
distinto, ella era el mismo cuerpo que tendría la<br />
Maga en caso de que Cortázar no fuera escritor,<br />
sino una nueva versión del Victor Frankenstein<br />
de Mary Shelley. Ella era el rostro de la Hija de<br />
la Luna de Michael Ende y sus manos tenían el<br />
tacto de cada frase de la Seda de Baricco. Ella<br />
7<br />
era todo eso, por mucho que a él le pareciera<br />
un ultraje que marcara, subrayara y anotara<br />
en sus libros, siempre deseosa de recordar<br />
cada frase que se le adhería a los huesos.<br />
Para él el final era inevitable, ineludible,<br />
inexorable... El final era el único modo de<br />
concluir una novela, porque sin un final, un<br />
gran final, una novela nunca será algo inmortal.<br />
Porque sólo al final es capaz Aureliano de<br />
leer los pergaminos de Melquíades, sólo al<br />
final puede Karenin morir para que Tomas<br />
y Teresa cierren el ciclo de sus torturas<br />
sentimentales en la Insoportable levedad del ser.<br />
Para ello, en cambio, el final era una amenaza,<br />
una sorpresa en la que sólo cabían dos<br />
posibilidades: el dolor o la felicidad. Una apuesta<br />
a todo o nada de la que, así es la vida, no siempre<br />
se puede salir victorioso y por eso había dejado<br />
sin terminar su lectura de Drácula, segura<br />
de que, para ser fiel a sí mismo, Bram Stoker<br />
sólo podría enviar a la muerte a su inmortal<br />
protagonista. Por eso ella leía las páginas de su<br />
propio amor de novela con arenas en los ojos y<br />
cuchillas en el estómago, haciendo imposible<br />
saborear los bocados que restaban por degustar.<br />
Ella estaba dispuesta a dejar de leer para que su<br />
novela no llegara al final. Él necesitaba leer para<br />
que el final de su novela le dijera si era esa la gran<br />
historia que podía escribir. Ella y él y el final. El<br />
final, él, ella. Los tres, compañeros inseparables<br />
en un triángulo que, como todos los triángulos<br />
amorosos, hace imposible el feliz desenlace.<br />
Así fue como él, mientras leía a Houellebecq,<br />
a Suso de Toro y a Faulkner, aguardaba a que<br />
entrara en calor el otro lado de la cama. Pero le dio<br />
tiempo a leer a Proust, a Stendhal y a Marukami<br />
y la otra mitad de las sábanas seguía helada.<br />
Así fue como ella, metida ya en un nuevo<br />
Viaje a la Alcarria, inició nuevas lecturas de la<br />
mano de Auster, Matute y Fina Casadelrrey,<br />
tomando otras direcciones en cruces por<br />
los que ya había pasado, convencida de<br />
que, si hacía bien sus elecciones, sólo<br />
habría nuevos caminos en vez de un final.<br />
Pero el final siempre está. Más<br />
lejos o más cerca. Allí o aquí. El fin.
Svanire<br />
Opinión<br />
Ainize Salaberri<br />
Voy a confesarlo: no tengo ni idea de<br />
literatura. Es más: tampoco lo pretendo. Vivo<br />
la literatura. La siento. Me muero por ella.<br />
Soy lectora, y como lectora hablo. Huyo de los<br />
tecnicismos, academicismos, crítica literaria. No<br />
destruyo escritores, no destruyo blogueros, no<br />
destruyo lo que yo misma no sé construir. No<br />
presto atención a la miseria ni a la riqueza de la<br />
literatura. Leo, leo, leo. Eso que todo el mundo<br />
debería hacer. Quien recurre a mí en busca de<br />
un libro o un autor lo hace porque considera que<br />
sé más que él/ella, que algo danza por mi mente<br />
cuando escucho la palabra recomendación.<br />
Pero, en realidad, y aunque dirija una revista<br />
de literatura, no tengo ni idea de lo que trata;<br />
no conozco la historia de la literatura, no soy<br />
experta en nada, no podría dar una conferencia<br />
sobre nada en concreto; tampoco sé quién escribe<br />
mejor o quién escribe peor. No soy académica,<br />
ni profesora, ni crítica. Ni lo pretendo. Rebasar<br />
ciertas fronteras de la literatura me parece<br />
denigrarla. Intentar encontrar en la literatura<br />
un lugar donde salvarnos me parece honrarla.<br />
Sin embargo, pocos somos los que entendemos<br />
la literatura de una manera casi platónica.<br />
En esta revista, por ejemplo, compartimos<br />
el sentimiento, por eso estamos juntos.<br />
Los de fuera, los que nos seguís, también.<br />
Y luego están los demás.<br />
Están aquellos para los que la literatura no<br />
es más que un lugar donde olvidarse de los<br />
problemas. Bien. Están aquellos para los que los<br />
libros son una forma de huir y de encontrarse.<br />
Bien. Están los que necesitan de las palabras<br />
de los demás para no ahogarse, para salvarse,<br />
para reírse, para llorar. Bien. Y después están<br />
aquellos que no saben vivir la literatura: están<br />
aquellos que están más atentos a una caída que<br />
a un ponerse de pie, que están más atentos a las<br />
erratas que a la belleza de una frase, que están<br />
más atentos a un mal libro que a uno bueno.<br />
Están los que necesitan pretender saber más de<br />
literatura de lo que saben y ejercen de dictadores;<br />
son los que establecen lo que está bien y lo que<br />
está mal, lo que es digno de elogio y lo que<br />
sólo puede desecharse mostrándolo ridículo,<br />
lo que se ha de leer y lo que no. Están quienes<br />
con mano de hierro dan un golpe en la mesa y<br />
reducen a basura lo que no les ha gustado, sin<br />
discusión posible. Están quienes creyéndose<br />
dioses mortifican a escritores por la falta de<br />
orgasmos en las lecturas. A veces, es cierto, no<br />
les falta razón, pero me recuerdan a una frase de<br />
la película Descubriendo a Forrester que decía<br />
algo así como que una panda de gilipollas coge<br />
un libro que nunca serían capaces de escribir y lo<br />
destruyen en un día, sin entender que depositados<br />
8<br />
en ellos hay esperanzas, ilusiones, y mucho<br />
trabajo; con mayor o menor acierto, de acuerdo,<br />
pero en ocasiones es también un acto de valentía.<br />
Decía el otro día Alberto Manguel en Bilbao<br />
que lo extraordinario de las bibliotecas (y de las<br />
librerías), es que en algún libro hay una frase,<br />
un párrafo, una página entera para nosotros; esa<br />
frase, párrafo o verso que habrá de cambiarnos,<br />
que hará que vibremos. Nabokov decía que<br />
de eso trataba la literatura, precisamente: el<br />
estremecimiento en la espina dorsal. Y añado<br />
el temblor, y el ansia, y los sudores fríos. Eso<br />
es la literatura. Quizás el libro en conjunto no<br />
funcione, quizás no lo recordemos más y hasta<br />
puede que no lo terminemos, pero qué grandioso<br />
si un autor nos ha puesto los pelos de punta<br />
aunque sea en una frase. Esa es la sentencia que<br />
me interesa. Todas las demás sobran. Y a esos<br />
grandes expertos se les olvida, además, que el<br />
lector necesita sentirse libre. Con sus juicios, sin<br />
embargo, encarcelan la literatura y todo lo que<br />
tenga que ver con ella. Y son tan necios que no se<br />
dan cuenta que cada insulto o falta de respeto es<br />
un barrote más en su cárcel. Ellos no son libres, lo<br />
saben, y no desean que nadie lo sea. Necios, repito.<br />
Esos revolucionarios de la pluma, apoltronados<br />
todos ellos tras un pseudónimo, gigantes<br />
salvadores de la literatura, no se detienen<br />
únicamente en las miserias arriba expuestas.<br />
En absoluto. Como todo incauto e ignorante,<br />
se atreven a rebasar límites del respeto y la<br />
tolerancia. Dan un paso adelante y juzgan<br />
sin saber, hablan sin saber, gritan sin saber,<br />
poniéndolo todo perdido de estupidez y vísceras.<br />
Internet está plagado. Y hay quien lo compra.<br />
Perdonad, creía que veníamos a hablar de<br />
literatura. Con todo esto no quiero decir que<br />
haya que ocultar que un libro es malo, o que<br />
haya que recurrir a un «buenismo» que, casi<br />
siempre, esconde un favor detrás, pero sí que<br />
quiero decir, y lo digo, queridos expertos, que<br />
la literatura vive y muere, sobrevive, empieza<br />
y termina en la literatura. Y algo más: el hecho<br />
de que seáis escritores frustrados, el hecho de<br />
que seáis absolutamente incapaces de hilar<br />
un pensamiento con otro o, lo que es peor,<br />
que no seáis capaces de abriros en canal y<br />
mostrarnos vuestras vergüenzas, que os repugne<br />
mostraros vulnerables, no os da ningún derecho<br />
a denigrar a nadie: ni a los publicados ni a los<br />
que pretenden publicar. Si no os gusta, haced<br />
como hacemos en G&R: no habléis, no deis<br />
publicidad, no destruyáis. Leed, y nada más.<br />
Teresa Moure lo sabía bien: «Leer y olvidar. Leer<br />
es regalarse una evasión, una huida pues, de<br />
todas formas, dentro de unas horas ni siquiera<br />
el planeta estará en el mismo sitio que ahora.»
Quijotes por la vida<br />
Opinión<br />
José Braulio Fernández<br />
Qué gran habilidad la de don Miguel de<br />
Cervantes. Transcurridos varios siglos<br />
desde la publicación de sus dos partes de<br />
El Quijote, y de su propia muerte, aún<br />
nos mantiene entretenidos discutiendo,<br />
divagando o simplemente disfrutando con<br />
las lecturas que encierran sus personajes. Las<br />
interpretaciones, planteadas con el rigor que<br />
se exige a la categoría de la obra, sugieren que<br />
en el trasfondo de la misma, y que se desvela<br />
en el ocaso, se esconde el desengaño. Se trata<br />
de una conclusión admitida por los expertos,<br />
conclusión de escaso riesgo a tenor de la época<br />
en la que Cervantes la alumbró. Decía Jorge<br />
Luis Borges: “el libro entero está escrito para<br />
esta escena”, se refiere a la escena final, la<br />
que, con la misma naturalidad que le precede,<br />
supone el discreto final de las temerarias<br />
andanzas del caballero don Quijote.<br />
Todo un libro sintetizado en una escena, ni<br />
los triunfos ni los fracasos más sonados sirven<br />
de atenuante en el cara a cara con la cruda<br />
parca. Sólo queda el recuerdo en la memoria<br />
de quien recuerda. Si todos quisieran olvidar,<br />
si fuese posible, nada quedaría. Pero, y es<br />
digno de encomio y por ello Cervantes merece<br />
un aplauso, como otros, algunos autores<br />
han sabido sobreponerse y trascender, con<br />
su talento, al olvido que se cierne sobre el<br />
pasado con el transitar de los años. Y no sólo<br />
eso, sino que algunos de sus personajes han<br />
trascendido a la memoria de sus creadores. Y,<br />
yendo un poco más allá del concepto mismo<br />
del personaje como vector de las ideas de su<br />
creador, además se erigen como modelos,<br />
ejemplos, prototipos que recorren los siglos,<br />
se adueñan de una parcela de nuestro<br />
vocabulario, y, hoy más que nunca, se elevan<br />
sobre el fango ideológico, la precariedad<br />
intelectual, la paupérrima mentalidad que<br />
busca el encorsetamiento, y representan un<br />
soplo de aire fresco. Sólo eso. Un soplo de<br />
aire fresco en medio de un vertedero al que<br />
han ido a parar las miserias, los yerros y las<br />
abyecciones de los siglos.<br />
Los observamos con envidia, seamos<br />
honestos. Cualquier comparación con<br />
don Quijote da como resultado un penoso<br />
9<br />
bagaje a nuestro favor. ¿Loco? La locura de<br />
don Quijote es el idealismo sin matices que se<br />
nos arrebata. Idealismo natural, sin mácula,<br />
que ofende al estirado porque desconoce la<br />
magia de la ilusión. Don Quijote sería hoy<br />
en día el enemigo público, un peligro para<br />
los dogmáticos, para los encorbatados, para<br />
los golfos y para todos aquellos que no han<br />
aprendido a ver gigantes. Es por ello que los<br />
quijotes están proscritos, cercenan su libre<br />
albedrío, los maniatan con ridículas normas<br />
que preservan un orden anticuado, eclipsan<br />
su amplitud de miras. Prefieren la manada<br />
obediente; ¡cuidado con una marabunta de<br />
ideas!; lo hacen por comodidad, por el apego<br />
a la poltrona, por resabio, por maldad, por<br />
estolidez, por miedo a una masa organizada<br />
movida por el corazón. Por miedo a una masa<br />
quijotesca idealista que asome su cabeza<br />
sobre los muros y que cuestione sus reglas.<br />
Sólo los atrevidos pueden ser quijotes, y por<br />
ello reivindicamos a los quijotes, porque<br />
es el atrevimiento, la osadía, lo que nos ha<br />
legado Cervantes con su Quijote. Nos ha<br />
permitido ver a través de sus ojos el acierto<br />
de vivir ilusionado. Desde la Literatura<br />
también se mueven<br />
conciencias, como<br />
desde la acera.<br />
Reivindicamos<br />
a los quijotes<br />
porque son los<br />
otros quienes<br />
ven molinos.
El billete de vuelta<br />
Opinión<br />
Annie Costello<br />
Cuando mi hermana ve que estoy leyendo<br />
un libro siempre intenta averiguar de qué<br />
trata. Se asoma tras mis hombros, ojea<br />
un par de párrafos y la mayor parte de las<br />
veces termina haciendo la misma pregunta:<br />
–¿Por qué lees cosas tan<br />
tristes/tan pesadas/tan reales?<br />
A menudo trato de explicárselo. Que no<br />
es por mí, que simplemente hay historias que<br />
son bellas por cómo se nos cuentan y no tanto<br />
por las hazañas que corren sus héroes. Que son<br />
bellas justamente porque prescinden de dichos<br />
héroes, y en su lugar colocan a humanos, tan<br />
de carne y hueso que, a veces, hasta me da por<br />
creerlos reales. Pero nunca logro convencerla.<br />
Sacude la cabeza y se marcha, preguntándose<br />
cuál es el sentido de preferir sobre el papel<br />
los dramas diarios y la reflexión extenuante,<br />
teniendo la opción de sumirnos en una buena<br />
intriga o un final feliz. Que para qué rastrear<br />
en los libros la angustia que presenciamos<br />
fuera de ellos, pudiendo usarlos para escapar<br />
de este mundo que nos ha tocado en suerte.<br />
No es la única persona que me lo<br />
dice y a raíz de ello empecé a pensar. ¿Acaso<br />
era cierto aquello? ¿Acaso, al elegir un libro,<br />
le estamos exigiendo un rescate? Tras mucho<br />
cavilar se me ocurrió que, tal vez, existen dos<br />
tipos de lectores, definidos en función de<br />
aquello que esperan obtener de los libros.<br />
El lector-partida lee para olvidarse. La huida<br />
es su premisa. Descubre entre las páginas el<br />
escondrijo que afuera cree inalcanzable; asocia<br />
las letras a tierras remotas, y éstas le salvan<br />
de cualquier ancla. Las letras funcionan como<br />
ruedas, como hélices, como raíles. Todos<br />
hemos sido lector-partida en algún momento.<br />
En mi caso, por ejemplo, fue en la infancia.<br />
Aprendí a viajar sin salir del cuarto con los<br />
corsarios de Salgari, con Rowling y su escuela<br />
de magia, con Enid Blyton y sus Cinco. Con la<br />
avidez de quien examina un mapa imaginando<br />
las selvas, las fieras salvajes, me inclinaba<br />
yo sobre el papel a hurtadillas, marchando<br />
hacia un mundo que, a mis ojos, se antojaba<br />
infinitamente más excitante. La lectura era<br />
10<br />
el cerebro del secuestro que me arrastraba<br />
lejos de todo. Allá donde desenmascarar a una<br />
banda de contrabandistas, o levitar a golpe de<br />
varita, o fabricar balsas con ramas de árbol.<br />
Pero llegó el día en el que el libro dejó de<br />
significar viaje. Se empeñó en acompasar su<br />
ritmo al mío para que no tuviera que vivir a<br />
solas, y me convertí así en lector-regreso. Pasé<br />
de leer para evadirme, a leer para aproximarme<br />
a la herida, palparla y calcular el daño. Pasé<br />
de leer para conocer lo ajeno, a leer para<br />
reconocerme. Aún disfruto, claro está, de Julio<br />
Verne y compañía. Aunque haya crecido y hoy<br />
sea consciente de que la realidad y la aventura<br />
no se corresponden. Que los misterios que nos<br />
atañen ya nada tienen que ver con ladrones,<br />
sino con el sentido insondable de la vida. Que<br />
naufragar en una isla desierta es grave, sí, pero<br />
no tanto en comparación con otras superfluas,<br />
modernas catástrofes –o así nos lo parece.<br />
Pasas tu vida queriendo marcharte y haciéndolo<br />
a través de la ficción, y al final terminas<br />
usándola para volver a lo que te incomoda.<br />
Para encontrar quién eres y por qué sufres, en<br />
mitad de una línea. En el fondo engañé a mi<br />
hermana. Si no fuera yo, quizá leería otra cosa,<br />
lo que leí en otros tiempos, lo que aún leo en<br />
ocasiones: romances edulcorados, reliquias<br />
ocultas, asesinatos en tren a medianoche,<br />
criaturas míticas en tierras inventadas. En<br />
cambio tengo a Plath y a Kundera, y a Woolf y a<br />
Bukowski presidiendo mi estante. El buscarme<br />
en ellos es ya automático. Porque, si mi teoría es<br />
cierta y hay dos tipos de lectores, no pertenezco<br />
a los que vuelan lejos, sino a los que compran<br />
el billete de vuelta. El fin de la literatura que<br />
arrastraba a los griegos a llorar en los teatros, a<br />
ver morir a los hijos de Medea, a contemplar sus<br />
pecados en la actuación de otros. La literatura<br />
como purificación y catarsis. La literatura<br />
como espejo sin aberraciones ópticas. Como<br />
lección. Como autopsia. Que leer es, decía<br />
Bolaño, “aprender a morir, pero también es<br />
aprender a ser feliz, a ser valiente”. Es el eterno,<br />
ineludible retorno al punto del que salimos.
¿Qué es un absoluto?<br />
Opinión<br />
Salvador J. Tamayo<br />
«Cincuenta años de “Rayuela”, a pesar<br />
de “Rayuela”»<br />
Desde que leí por primera vez “Rayuela”,<br />
hace más años de los que quiero admitir,<br />
no hay día que no repita la frase, la maldita<br />
frase que como un mantra suena cada vez que<br />
intento jugar a hacer literatura: ¿Encontraría<br />
a la Maga? Ni siquiera sé si sería capaz de<br />
soportarlo. Rayuela cumple cincuenta años,<br />
casi los mismos que tenía Julio Cortázar<br />
cuando la publicara Sudamericana en el<br />
sesenta y tres. Realmente no se trata de<br />
recordar una efemérides más sino de rendir<br />
completa pleitesía a la que, sin duda, es para<br />
muchos un manual de vida. No me refiero a<br />
las cientos de pretenciosas y vulgares mujeres<br />
que se atribuyen el título de «Maga», como si<br />
fuera el de Conde-duque de Olivares; hablo de<br />
los que vemos, con más vergüenza que ganas,<br />
cómo el tiempo y nuestra forma de entender y<br />
tratar la realidad nos hace oscilar sin remedio<br />
entre Horacio, Morelli, Roland, Traveller,<br />
Ossip Gregorovius y, por qué no decirlo<br />
también, Pola.<br />
Hace tiempo oí una conversación en la que a<br />
un conocido mío le decía un afamado crítico:<br />
Sabes qué sucede, que creo que Rayuela no ha<br />
sabido envejecer bien. A lo que mi conocido le<br />
contestó: Perdona, pero creo que el que no ha<br />
sabido envejecer bien eres tú. No puedo estar<br />
más de acuerdo, a pesar de que en algunos<br />
foros esté de moda decir que la novela ya se<br />
ha superado, y que los cumpla muy felices, y<br />
que ahora estamos preocupados por traducir<br />
todo Foster Wallace, y por escribir novela<br />
social -eso sí, mirando con asco a los que<br />
desahucian y aporrean-, la obra no ha hecho<br />
sino crecer en lectores y en obsesiones más<br />
allá del oportuno dibujito. “Rayuela” es la<br />
razón por la que muchos intentamos hacer<br />
literatura, para que lo que es un acto de<br />
vanidad y onanismo consuma al tiempo y<br />
logre, con cierta fortuna, la inmortalidad;<br />
y que los miedos y las obsesiones terminen<br />
causando alguna emoción ahora y dentro de,<br />
como mínimo, cincuenta años.<br />
Cortázar confesó sorpresa al ver cómo los<br />
lectores de Rayuela, cuando salió al mercado,<br />
eran jóvenes, muchachos que aceptaron sin<br />
recelos el juego que el gran cronopio proponía<br />
aunque perdieran. Qué importa. Jugaron,<br />
11<br />
jugamos, y el corazón se nos encogió cuando<br />
leímos la muerte de Rocamadour, cuando<br />
follamos incluso recitando de memoria el<br />
capítulo 7 en gíglico mientras mordíamos<br />
unos muslos que ni de lejos tendrían nada<br />
que ver con los de Pola, o mucho menos con<br />
los de la Maga. Oíamos el saxo descarnado de<br />
Charlie Parker y cada nota era una dosis más,<br />
en forma de “Otros lados”, que nos llevaría<br />
a la desesperación de no volver a leer nunca<br />
nada parecido.<br />
Abundan los rituales entorno a la lectura<br />
de “Rayuela”: en orden hasta el capítulo<br />
cincuenta y seis, dando saltos a través de<br />
los ciento treinta y uno, o acudir a buscar<br />
consuelo y, sin preámbulos, entrar de lleno<br />
en el concierto de Madame Berthe Trépat,<br />
o en el café donde el azucarillo que parecía<br />
una Parker rodó por el suelo para enojo del<br />
camarero y los distinguidos clientes que no<br />
entendían el apurado gatear de Horacio. Sin<br />
embargo, mi ritual es ligeramente distinto,<br />
sucede que parece que crezco y hasta<br />
personajes que en la primera lectura no me<br />
llamaron la atención ahora tienen nombres<br />
propios. Algunos incluso mutan haciendo que<br />
las notas a los márgenes de mi ejemplar -por<br />
el que no pagué más de dos euros- lleguen a<br />
ser un diario facineroso de mis últimos diez<br />
años. Para mi mala memoria, recordar las<br />
distintas sensaciones del mismo párrafo, en<br />
lugares tan dispares como Cádiz, Misahualli,<br />
Florencia, Córdoba o Trieste, es algo que casi<br />
me es imposible de tolerar pero, aún así, es<br />
evidente que la ración masoquista merece la<br />
pena.<br />
Ray Loriga dice que le gusta Francia porque<br />
no la conoce mucho. Puedo decir orgulloso<br />
lo mismo de París y Buenos Aires. Todos los<br />
occidentales del siglo XX somos ciudadanos<br />
de New York, por el cine o los anuncios de<br />
PepsiCo, pero la París de Cortázar hace que al<br />
asumir la propia ciudad, cada esquina termine<br />
oliendo a sal y a pólvora hasta que, borrachos,<br />
nos dé por darnos cuenta de lo terrible que<br />
es estar con el cuerpo en suspensión, entre el<br />
Pont des Arts y el agua, y que ese sea el gran<br />
momento en el que tenemos que decidir qué<br />
hacer el resto de nuestras vidas: dejarnos caer<br />
o trepar por el calabozo de aire y continuar<br />
inútilmente, lanzando la piedrita y saltando<br />
con el pie, jugando a tratar de encontrar a la<br />
Maga.
Luis Magrinyà (Palma de<br />
Mallorca, 1960) ha publicado<br />
traducciones, trabajado<br />
como lexicógrafo y<br />
desde 1995 dirige algunas<br />
colecciones para Alba Editorial.<br />
Es autor de dos libros<br />
de cuentos, Los áereos<br />
(Debate, 1993) y Belinda<br />
y el monstruo (Debate,<br />
1995), ahora reunidos en el<br />
volumen Cuentos de los 90<br />
(Caballo de Troya, 2011),<br />
de la novela Los dos Luises<br />
(Anagrama), que recibió el<br />
Premio Herralde del año<br />
2000, y de Intrusos y huéspedes<br />
(Anagrama, 2005) y<br />
Habitación doble (Anagrama,<br />
2010); por este último<br />
recibió el premio Ciudad<br />
de Barcelona 2010 de narrativa<br />
en castellano y el<br />
premio Otras Voces Otros<br />
Ámbitos.<br />
Alba Editorial cumple ahora<br />
20 años. Tú llevas al frente de<br />
Alba Clásica desde 1995. ¿Cómo<br />
llegaste a la editorial? ¿Cómo han<br />
sido estos años frente a una de<br />
las colecciones más importantes<br />
del panorama literario español?<br />
Llegué a la editorial porque Menchu<br />
Solís, por entonces su directora<br />
literaria, me encargó la traducción<br />
de una novela contemporánea. Al<br />
entregársela le dije: «Pero, en vez<br />
de publicar estas cosas, ¿por qué<br />
no publicáis clásicos universales?».<br />
Menchu era estupenda, le gustó la idea<br />
y me pidió un proyecto. Lo hice, se lo<br />
pasé, con un programa de títulos y una<br />
«declaración de intenciones»: de ahí<br />
nació Alba Clásica… y hasta ahora.<br />
Además de editor eres escritor.<br />
¿El editor nace o se hace? ¿Y el<br />
escritor? ¿Con cuál de las dos<br />
profesiones/vocaciones disfrutas<br />
más?<br />
Todo se hace, creo, porque el oficio,<br />
el trabajo, para mí son lo principal.<br />
Ni como escritor ni como lector<br />
n Ainize Salaberri<br />
sufro ni me extasío con la literatura.<br />
Veo ambas cosas como un trabajo<br />
importante, como algo útil que se<br />
tiene que hacer bien. Creo en la<br />
inspiración, sin duda, pero sobre todo<br />
en procesarla. Respecto a mi «doble<br />
personalidad», es absurda. Solo diré<br />
que el editor le come mucho tiempo<br />
al escritor y que a veces se pelean y a<br />
veces se compensan.<br />
En una entrevista contaste que<br />
la colección, desde el principio,<br />
funcionó muy bien, y que la<br />
iniciativa la tuviste más como<br />
lector que como editor. ¿Sigue<br />
funcionando igual de bien? ¿Son<br />
los clásicos una apuesta segura?<br />
Creo que la clave de todo, en aquellos<br />
años (mediados de los 90), fue que<br />
Alba Clásica era una idea de lector, no<br />
de editor. No había ninguna colección<br />
de clásicos universales en España<br />
fuera de las dirigidas a estudiantes<br />
y yo echaba de menos, como lector,<br />
títulos que no se habían traducido<br />
nunca o que ya no se encontraban.<br />
Es cierto que por entonces Siruela,<br />
editoral pionera en muchos sentidos,
tenía aquella extravagante colección<br />
llamada «El ojo sin párpado» que<br />
estaba formada principalmente por<br />
clásicos, pero no era una colección de<br />
clásicos, sino de literatura fantástica.<br />
Y yo echaba de menos igualmente una<br />
colección unificada de clásicos, que no<br />
los condenara a ser objetos históricos,<br />
de vitrina, aptos tan solo para el<br />
estudio, sino que los presentara como<br />
obras contemporáneas, que es para<br />
mí lo que son. Conseguimos colocar la<br />
colección en las mesas de novedades de<br />
las librerías, algo en aquel momento<br />
totalmente anómalo. Fue enseguida<br />
bien recibida por los lectores, creo<br />
que precisamente porque era, insisto,<br />
una idea de lector. Y enseguida,<br />
claro, fue copiada, ya como idea de<br />
editor. Aún hoy es copiada, a veces<br />
sin el menor rubor… y sin que nadie<br />
lo diga demasiado (lamento tener que<br />
decirlo yo). Ahora, entre Alba Clásica<br />
y sus colecciones hermanas (Maior,<br />
Clásicos Modernos, Primeros Clásicos,<br />
Pensamiento/Clásicos, Alba Brevis y<br />
recientemente Rara Avis), llevaremos<br />
unos 250 clásicos publicados,<br />
evidentemente no todos –ni todas las<br />
colecciones– con la misma fortuna.<br />
Relacionada con la pregunta<br />
anterior... ¿Para qué sirven los<br />
clásicos?<br />
Pues para un montón de cosas. A mí<br />
me sirven por ejemplo para comparar.<br />
Como decía, yo considero a la gente<br />
del XVIII contemporánea mía y me<br />
gusta verla al lado de la que vive y<br />
escribe hoy. Leer a los clásicos permite<br />
descubrir qué se hace con lo mismo con<br />
unos años de diferencia, si han surgido<br />
nuevos temas o nuevas formas o si ya<br />
estaban antes, de qué manera algunas<br />
cosas desaparecen o reaparecen, por<br />
qué antes se trataban unos asuntos<br />
y ahora no, o al revés. Todo esto nos<br />
dice mucho de la literatura que se<br />
escribe hoy y a mí, como escritor, me<br />
enseña a escribir, precisamente hoy. Y<br />
no te digo a leer… Francamente, creo<br />
que, si se leyera más a los clásicos,<br />
fenómenos como la literatura basura<br />
o la literatura basura disfrazada, que<br />
es lo que está realmente de moda,<br />
no tendrían tanto predicamento,<br />
porque la gente sencillamente no<br />
la soportaría, no podría pasar de la<br />
primera página. Por eso tampoco he<br />
sido nunca partidario de ese fomento<br />
indiscriminado de la lectura que parece<br />
sugerir, con consignas aparentemente<br />
bienintencionadas pero en el fondo<br />
muy manipuladoras, que leer nos hace<br />
mejores personas. Perdona, pero no.<br />
Hay que discriminar. Hay gente que<br />
está todo el día leyendo y no ha leído<br />
un libro bueno en su vida. No sé si<br />
leer buenos libros nos hace mejores<br />
personas, lo dudo, pero de lo que sí<br />
estoy seguro es de que leer malos libros<br />
nos hace peores. Y más obedientes.<br />
En la universidad, cuando estás<br />
cursando filología, lo primero que<br />
te preguntan en la asignatura de<br />
literatura es ¿qué es un clásico?<br />
y ¿qué hace de una novela un<br />
clásico? La palabra «universal»<br />
aparecía constantemente. ¿Hay,<br />
en tu opinión, una definición<br />
exacta de lo que es un clásico y<br />
lo que no? ¿Es posible que para<br />
cada lector lo clásico tenga una<br />
interpretación diferente?<br />
Bueno, hay que pensar que en las<br />
colecciones de clásicos de Alba rara<br />
vez hemos bajado del siglo XVIII,<br />
que es donde empieza, insisto, lo<br />
contemporáneo. Por eso mi idea de un<br />
clásico es bastante limitada, porque<br />
además sé muy poco, más bien nada,<br />
de literatura grecolatina, medieval o<br />
barroca. Vuelvo a la respuesta anterior:<br />
me interesa menos qué es un clásico<br />
que su utilidad como espejo en la<br />
cultura de hoy.<br />
¿Qué une a Jane Austen con, por<br />
ejemplo, Flaubert, Chéjov o Kate<br />
Chopin?<br />
¿Que están todos en la misma<br />
colección? :) En serio, lo que tienen<br />
en común es que todos, cada uno a su<br />
modo, tienen algo que decir a quien lee,<br />
a quien escribe hoy.<br />
¿A qué le has perdido miedo como<br />
editor?<br />
A casi nada. Bueno, últimamente, a una<br />
cosa sí, a los títulos. Al principio no me<br />
atrevía a tocarlos, pero, si ahora tuviera<br />
que publicar una nueva traducción<br />
de Grandes esperanzas, creo que<br />
la titularía Grandes expectativas o<br />
Grandes ilusiones, que es lo que debe<br />
ser. Ya nos hemos atrevido con Los<br />
falsificadores de moneda, con El pobre
Goriot, con El huerto de los cerezos, con<br />
La señora Bovary… no todos ellos, por<br />
cierto, títulos nuevos en español. Luego<br />
hay otros que tengo la impresión de que<br />
están mal pero no se me ocurre qué hacer<br />
con ellos: por ejemplo, Persuasión. Este<br />
título no dice nada, no expresa la idea<br />
de que la protagonista se deja convencer<br />
para cometer un error. Pero tampoco<br />
estoy seguro de que en inglés esté claro,<br />
así que… En fin, siempre he detestado<br />
este título.<br />
Pero de hecho ni a eso le he<br />
perdido el miedo. Fíjate, en mayo<br />
sacamos Scenes of Clerical Life de<br />
George Eliot, y ni la traductora, Marta<br />
Salís, ni la directora de la editorial, Idoia<br />
Moll, ni yo nos hemos atrevido con ese<br />
clerical que creemos que aquí evocaría<br />
inmediatamente un cura casposo como el<br />
de La regenta. Así que nos hemos tirado<br />
al eufemismo y hemos puesto parroquial.<br />
Me temo que hemos arreglado más bien<br />
poco, jajaja.<br />
La profesión de editor, vista<br />
desde fuera por los literatos,<br />
es la profesión ideal. Pasarse<br />
los días rodeado de libros, de<br />
traducciones... Sin embargo, el<br />
oficio de editor es muy distinto<br />
en realidad. Cuéntanos cuál es tu<br />
labor preferida y aquella que más<br />
odias, si hay alguna. ¿Cómo es tu<br />
día a día?<br />
Tengo que reconocer que mi posición es<br />
bastante privilegiada, porque además,<br />
en general, soy un editor que edita cosas<br />
que le gustan. Mi relación con Alba<br />
siempre ha sido muy buena, el equipo<br />
es ideal y, en las colecciones de clásicos,<br />
tengo la gran ventaja de que todos los<br />
autores están muertos. En las colecciones<br />
más contemporáneas (como la de no<br />
ficción Trayectos y otras), los autores<br />
suelen ser extranjeros y en todo caso<br />
nos tratamos vía e-mail. Las relaciones<br />
con las agencias literarias no las llevo<br />
yo, aunque las conozco y me escribo<br />
con algunas muy simpáticas. Me gusta<br />
ese trato, jeje. Con los traductores, que<br />
también están vivos, me llevo muy bien,<br />
en persona, y me encantan. También me<br />
encantan los lectores editoriales, que<br />
suelen ser jóvenes y me permiten estar<br />
en contacto con la juventud. Editar las<br />
traducciones me gusta también, aunque<br />
es lo más trabajoso y desde luego una de<br />
las cosas decisivas. Hago un poco de todo,<br />
incluso labores que no son propiamente<br />
de editor, pero es que soy insoportable y<br />
muy controlador…<br />
Alba Clásica te habrá proporcionado<br />
muchos placeres no sólo como<br />
editor sino también como lector.<br />
¿Algún sueño cumplido? ¿Hay<br />
alguna obra cuya publicación ha<br />
sido más placentera que ninguna<br />
otra?<br />
Bueno, confieso que, en diciembre de<br />
2003, cuando recibí el primer ejemplar<br />
de nuestro David Copperfield en la<br />
colección Maior, pensé: «Ya te puedes<br />
retirar». Aparte de lo que me gusta esta<br />
novela, que me parece indispensable,<br />
tuve la sensación de que todo encajaba:<br />
la traducción, el diseño, las ilustraciones<br />
(de las que no soy en general muy<br />
partidario), la cubierta (obra magna de
Pepe Moll), el papel, la oportunidad, el<br />
sentido, ¡hasta el pvp! Ya antes me había<br />
embarcado en proyectos faraónicos y<br />
de hecho más difíciles y arriesgados (el<br />
primero fue Poesía y Verdad en 1999),<br />
o sea, que realmente no fue la sensación<br />
de manejar lo inmanejable, sino algo,<br />
no sé, más redondo, más «todo esto<br />
merece la pena». Y evidentemente no<br />
me retiré, jajaja.<br />
Pongámonos en situación. Hay<br />
un incendio en una biblioteca que<br />
contiene todos los clásicos del<br />
mundo. ¿Cuáles salvarías? ¿Qué<br />
clásicos son para ti indispensables?<br />
Como lector por un lado y como<br />
editor por otro: ¿Cuál es la obra<br />
que lo ha significado todo?<br />
Estas dos preguntas plantean<br />
situaciones extremosas, románticas,<br />
que sinceramente no me imagino. No<br />
creo en la elección única ni en la obra<br />
que lo significa todo, de veras.<br />
Saliendo de los clásicos por<br />
un momento... ¿Qué lee Luis<br />
Magrinyà? ¿Qué busca un editor<br />
como tú en la literatura más<br />
actual?<br />
Uno de los hándicaps de un editor es<br />
que tiene muy poco tiempo para leer<br />
no profesionalmente y que encima<br />
está tan viciado que, incluso cuando<br />
lee «por placer», no puede evitar que<br />
se le ocurran ideas infames de editor.<br />
La conclusión es que leo poquísimo.<br />
Cuando termino mi jornada laboral,<br />
por lo demás, lo que menos me apetece<br />
es leer un libro; prefiero ver una peli o<br />
una serie.<br />
Después de leer tantos clásicos,<br />
de adentrarte tanto en algo tan<br />
diferente a lo que se publica<br />
actualmente... ¿Hay posibilidad de<br />
emocionarse aún con la literatura<br />
de hoy en día? ¿No suena todo a<br />
óxido, repetitivo e imposible?<br />
No, no, como decía antes, los clásicos<br />
permiten apreciar el presente, en lo<br />
malo pero también en lo bueno. Sobre<br />
todo en lo bueno, diría yo.<br />
¿La colección Alba Minus fue idea<br />
tuya? ¿Cuál es el propósito de la<br />
misma? ¿Van a estar, dentro de lo<br />
posible, prácticamente todos los<br />
títulos de Alba Clásica en ella?<br />
La verdad es que Minus no fue idea<br />
mía y de hecho a mí al principio me<br />
daba miedo hacernos la competencia<br />
a nosotros mismos con una colección<br />
económica. Pero ahora veo que no ha<br />
sido así y que fue muy buena idea. Nos<br />
permite, además, a la hora de reeditar<br />
un título que estaba agotado en otras<br />
colecciones, plantearnos cuál es la<br />
mejor opción. No sé si todos los clásicos<br />
van a acabar en Minus, pero sin duda<br />
una buena parte de ellos sí. Acabamos<br />
de sacar nuestra Karénina ahí.<br />
Háblanos de Rara Avis, esa<br />
colección que publica historias<br />
tan entretenidas como extrañas.<br />
Rara Avis es otra prima de Alba<br />
Clásica. Con el tiempo, el ritmo de<br />
publicación de Alba Clásica y de<br />
Maior tenía lógicamente que decrecer<br />
y, por otro lado, los propios lectores<br />
han especializado esas colecciones,<br />
han dicho elocuentemente con sus<br />
elecciones qué querían en ellas y qué<br />
no. Lo que quieren sin duda son grandes<br />
obras de grandes nombres. Pero a<br />
nosotros siempre nos han gustado las<br />
rarezas y las excentricidades –dicho en<br />
el sentido más literal del término– y de<br />
ninguna manera queríamos renunciar<br />
a ellas, así que pensamos desviarlas<br />
a otra colección, con un diseño muy<br />
diferente y un aire más moderno y<br />
portátil. Rara Avis, por lo demás, me<br />
permitía adentrarme en casi todo el<br />
siglo XX, algo que tenía muchas ganas<br />
de hacer, y además vendría a sustituir<br />
a la colección Clásicos Modernos,<br />
demasiado pegada a Alba Clásica. Y<br />
aún algo más tentador: desafiar el<br />
canon. Rara Avis, con sus exotismos,<br />
sus autores desconocidos, sus novelas<br />
«menores», nos plantea preguntas<br />
sobre el canon literario actual y sus<br />
dictados sobre lo que debe sobrevivir<br />
y lo que no. Como te puedes imaginar,<br />
no estoy muy conforme con el canon,<br />
creo que hay que revisarlo de cabo a<br />
rabo. Hace poco decía en un artículo a<br />
propósito de Jane Austen que el canon<br />
occidental, con sus «grandes temas» y<br />
su fenomenal enjundia (locura, poder,<br />
Historia, memoria, muerte, conflicto<br />
entre realidad y ficción), parecía idea<br />
de un conquistador extremeño. Y creo<br />
que hay muchos lectores que quieren<br />
verlo cambiar. Rara Avis se propone<br />
tener un pequeño papel en eso.<br />
Hace poco decía en un artículo a<br />
propósito de Jane Austen que el canon<br />
occidental, con sus «grandes temas» y<br />
su fenomenal enjundia (locura, poder,<br />
Historia, memoria, muerte, conflicto<br />
entre realidad y ficción), parecía idea<br />
de un conquistador extremeño. Que<br />
Jane Austen esté en él es de hecho<br />
asombroso, casi una anomalía. Y creo<br />
que hay muchos lectores que quieren<br />
ver cambiar ese canon, el concepto de<br />
importancia literaria en general, la idea<br />
de qué se puede o no se puede novelar<br />
si se quiere ser un gran novelista. Rara<br />
Avis se propone tener un pequeño papel<br />
en eso.<br />
Muchas editoriales descuidan,<br />
a día de hoy, las correcciones y<br />
revisiones de sus publicaciones.<br />
Es fácil encontrarse con erratas<br />
o, incluso, con traducciones<br />
acartonadas y terribles. Escuché<br />
una vez a un traductor decir<br />
que los correctores de Alba<br />
son magníficos profesionales.<br />
Deduzco, por tanto, que es algo que<br />
cuidáis mucho, ¿no es así? ¿Qué<br />
criterios seguís a la hora de elegir<br />
un traductor u otro, un corrector<br />
u otro? ¿Cuántas revisiones pasa<br />
cada libro?<br />
Bueno, debo decir que una de las<br />
ediciones con más erratas del mundo<br />
es totalmente responsabilidad mía,<br />
Hijas y esposas de Elizabeth Gaskell.<br />
O que las citas en griego de Oscar<br />
Wilde. Una vida en cartas están todas<br />
mal. Las erratas son una auténtica<br />
vergüenza y una auténtica pesadilla.<br />
Nosotros hacemos mucho hincapié en<br />
el control de calidad, pero es evidente<br />
que a veces el control falla. Solo<br />
podemos consolarnos pensando que si<br />
ha fallado es porque no ha funcionado,<br />
no porque no exista (como es el<br />
caso, desgraciadamente, de muchas<br />
editoriales de hoy, que practican el<br />
moderno fenómeno conocido como<br />
«edición sin editores», un triste<br />
ejemplo de desprofesionalización y<br />
oportunismo). Una de las principales<br />
labores de un editor, a mi entender,<br />
es que el texto llegue al lector en las<br />
mejores condiciones posibles, ya desde<br />
la elección –en el caso de un clásico–
del texto críticamente fijado que se<br />
utilizará como punto de partida hasta<br />
la corrección ortotipográfica. Las<br />
traducciones son importantísimas, así<br />
como es importante que todo aquel<br />
que participe en el proceso sepa bien<br />
español, porque un editor tiene un<br />
deber (no me cabe la menor duda)<br />
como transmisor de lengua. Sé que<br />
hoy a bastantes editores el mismo<br />
español les suena a chino, pero yo<br />
edito personalmente las traducciones<br />
de los libros a mi cargo y luego las ven<br />
de nuevo los traductores y uno o –la<br />
mayoría de las veces– dos correctores.<br />
También tenemos unas maquetadoras<br />
muy bregadas que detectan y resuelven<br />
cosas que se nos han pasado a los que<br />
veníamos antes. Y, al final, maldición,<br />
siempre salen erratas y algún error o<br />
disparate.<br />
Respecto a los traductores, elijo a los que<br />
me gustan y en general suelo trabajar<br />
con los mismos. Ha sido así desde el<br />
principio. Yo siempre me he fijado en<br />
las traducciones y, cuando empezó Alba<br />
Clásica, llamé a aquellos traductores<br />
cuyas traducciones me gustaban, sin<br />
conocerlos de nada. La mayoría dijo que<br />
sí enseguida, aunque alguno hubo que<br />
me miró por encima del hombro y se lo<br />
perdió. Estoy muy agradecido a todos<br />
los traductores, pero especialmente<br />
a los que al principio se fiaron de mí,<br />
un completo novato en el mundo de la<br />
edición. Pero creo que apreciaron que<br />
yo hubiese traducido unos cuantos<br />
libros y que las observaciones que<br />
les hacía fueran observaciones de<br />
traductor, o de alguien que valora la<br />
traducción. También he trabajado con<br />
nuevos traductores, o con traductores<br />
sin un extenso cv, y muchos se han<br />
convertido en habituales. La verdad es<br />
que a mí el cv me preocupa bien poco:<br />
yo me fío del trabajo que uno ha hecho,<br />
esté publicado o no.<br />
Por último, ¿qué les espera a Alba<br />
Clásica, Minus y Rara Avis en este<br />
2013?<br />
Puedo adelantar solo lo que viene<br />
de abril a junio: Escenas de la vida<br />
parroquial, la primera obra narrativa<br />
de George Eliot, y ya todo un ejemplo<br />
de su maestría, en Clásica; Emma de<br />
Jane Austen y Thérèse Raquin del<br />
fisiólogo Zola en Minus; y en Rara Avis,<br />
El matrimonio de la señorita Buncle,<br />
de D. E. Stevenson, continuación de las<br />
aventuras de este intrépido personaje,<br />
y, uy, mi gran favorita del trimestre,<br />
La piedra de moler, una novela de<br />
Margaret Drabble sobre un embarazo<br />
y un parto en el swinging London de<br />
los 60. No me corto: es una maravilla.<br />
Y otra gran favorita en la colección<br />
Trayectos, que habría podido ir a Rara<br />
Avis: En el piso de abajo de Margaret<br />
Powell, las memorias de una cocinera<br />
inglesa de los años 20, una pequeña<br />
bomba proletaria.<br />
TEST RÁPIDO<br />
Como lector<br />
Una escritora: Kazuo Ishiguro, superfan.<br />
Un escritor: Janet Malcolm, superfan.<br />
Un libro que salvar de un incendio: Y<br />
dale con el incendio. Bastante tendría con<br />
salvarme a mí mismo.<br />
Un libro para regalar siempre:<br />
«Siempre» es difícil, los regalos tienene que<br />
ser personales. A mí me gusta regalar La<br />
mujer en silencio de Janet Malcolm, pero<br />
solo a quien creo que le pueda gustar.<br />
Una ciudad literaria: Literaria y de lo<br />
otro, París.<br />
Un estilo literario: Cualquiera que sea<br />
indicado.<br />
La mejor literatura está en... ¿qué<br />
país?: Como no conozco todos los países ni<br />
todas las literaturas, mejor no opino.<br />
Como editor<br />
Una escritora: George Gissing.<br />
Un escritor: Ahora mismo Barbara<br />
Comyns.<br />
Un libro que salvar de un incendio: Si<br />
me diera tiempo, salvaría uno que no hubiera<br />
tenido mucho éxito, como las Confesiones y<br />
memorias de Heine. Los libros que no han<br />
tenido mucho éxito siempre se convierten en<br />
mis mimados.<br />
Un libro para regalar siempre: Yo<br />
ahora regalo mucho Y las cucharillas eran de<br />
Woolworths y La hija del veterinario porque<br />
me gustaría que Barbara Comyns, mi nuevo<br />
ídolo, se hiciera muy famosa.<br />
Una ciudad literaria: el París de Balzac y<br />
la provincia de Balzac, aunque también los<br />
de Rojo y negro, novela por cierto que no<br />
está en nuestro catálogo y que es una de mis<br />
favoritas.<br />
Un estilo literario: todos lo que lo<br />
sean. Vaaaaaaaaale… elijo el principio<br />
de Humillados y ofendidos. Mañana ya<br />
veremos.<br />
La mejor literatura está en... ¿qué<br />
país? Alba es reconocidamente devota de la<br />
tradición literaria británica, pero es curioso,<br />
porque es un país en el que a mí no me<br />
gustaría vivir para nada. Me doy cuenta de<br />
que una de las cosas que más me gusta de esa<br />
tradición es su familiaridad con la sordidez y<br />
me espanta pensar en una vida sórdida.
R E P O R T A J E<br />
“Fantasía no tiene<br />
límites”<br />
Cuanto más diste la narración del mundo real más fácil<br />
será conseguir ese efecto de extrañamiento que ayude<br />
al lector a desvincularse de sus miedos<br />
Freud asegura que “las fuerzas impulsoras del<br />
arte son aquellos mismos conflictos que conducen a<br />
otros individuos a la neurosis”<br />
La literatura puede parecer un simple entretenimiento para<br />
mentes inquietas, una manera de evadir las barreras físicas y<br />
vivir aventuras en tierras en las que reina el “érase una vez”,<br />
lejos, muy lejos, más allá de la realidad que nos rodea, como<br />
comprobó Bastian en la “Historia Interminable”. Sin embargo<br />
es mucho más ya que, quizás justamente por esa capacidad de<br />
llevarnos lejos de nuestras propias limitaciones, supone un<br />
método de análisis y purga interior que nos ayuda a afrontar la<br />
vida.<br />
Como lectores, existen por lo menos dos mecanismos en los que la<br />
literatura actúa como catalizador para curar heridas emocionales<br />
o personales. Al entrar de puntillas en un texto escrito y ponernos<br />
en la piel de un personaje, aparentemente diferente a nosotros,<br />
bajamos la guardia con aquellos miedos o traumas con los<br />
que no podríamos enfrentarnos conscientemente. El lector se<br />
siente protegido tras la identidad de un héroe (o antihéroe) y se<br />
17<br />
n Marta Gómez Garrido<br />
permite a sí mismo vivir situaciones que, de darse en la realidad,<br />
le alterarían. Podríamos volver a poner como ejemplo en este<br />
punto al pequeño protagonista de la “Historia Interminable”<br />
ya que a pesar de ser él mismo el protagonista también es un<br />
lector que se refugia entre las palabras de un libro. El segundo<br />
mecanismo consiste en la identificación con los personajes de la<br />
narración o, en el caso de la poesía, con el yo poético. Es decir que<br />
el lector refuerza sus convicciones o estado de ánimo gracias al<br />
texto que refleja una conducta o creencias similares a las suyas,<br />
con lo que provoca un refuerzo en su confianza. Seguramente<br />
muchos lectores hayan acudido a poemas de amor o desamor<br />
buscando una palabra amiga que les indique que no están solos,<br />
al igual que sucede con la búsqueda de consuelo por la pérdida<br />
de un ser querido. Qué lector que esté atravesado una ruptura no<br />
encontraría en el cuervo de Edgar Allan Poe cierto consuelo, al<br />
verse identificado con el desesperado amante desgarrado por el<br />
sonido inevitable del “Nevermore”.
Cuanto más diste la narración del mundo<br />
real más fácil será conseguir ese efecto<br />
de extrañamiento que ayude al lector a<br />
desvincularse de sus miedos terrenales<br />
a pesar de estar leyendo sobre ellos. Un<br />
ejemplo lo podemos encontrar en la obra<br />
cumbre de J. R. R. Tolkien: “El señor de<br />
los anillos”. Muchos han encontrado en<br />
sus páginas una alegoría de la II Guerra<br />
Mundial Tolkien, ya que las novelas plasman<br />
la crueldad de un conflicto bélico entre<br />
dos facciones y porque el autor escribió<br />
gran parte de la obra durante los años de<br />
guerra. Su primera novela, “La Comunidad<br />
del anillo”, se publicó ya en 1954, tan sólo<br />
unos años después de su final. En este caso<br />
nos encontramos ante el reflejo claro y<br />
consciente de una situación muy similar a la<br />
real, pero escondida tras la fina sábana de la<br />
fantasía, con extrañas razas y lugares, para<br />
que el lector no se sienta amenazado.<br />
Sin embargo, cuando la literatura despliega<br />
todo su potencial como sanadora no es en<br />
la lectura, sino en el propio ejercicio de la<br />
escritura, ya que es en esta actividad donde<br />
la persona en cuestión, en este caso el artista,<br />
plasma parte de sí mismo en una historia,<br />
concepto o texto, dejando en él parte de sí<br />
mismo. La idea de la literatura como terapia<br />
no es en absoluto nueva y se remonta a los<br />
inicios del psicoanálisis. Para el padre de<br />
esta famosa corriente psicológica, Sigmund<br />
Freud, la literatura y el psicoanálisis eran<br />
líneas de pensamiento separadas pero con<br />
puntos de intersección: el desvelamiento de<br />
los enigmas de la condición humana. Así,<br />
el psicoanálisis nos informa del proceso<br />
de creación y, a la vez, la literatura nos<br />
habla de la persona que crea y su realidad.<br />
En uno de sus discursos, denominado “El<br />
interés del psicoanálisis para la estética”,<br />
Freud asegura que “las fuerzas impulsoras<br />
del arte son aquellos mismos conflictos que<br />
conducen a otros individuos a la neurosis<br />
y han movido a la sociedad a la creación<br />
de sus instituciones”, de esta manera<br />
el afamado psicoanalista señala que las<br />
fuerzas destinadas hacia el trabajo cultural<br />
provienen de elementos reprimidos, es<br />
decir, de aquello que desechamos de<br />
nuestra mente y mantenemos alejado de la<br />
consciencia. Freud concluye en su obra que<br />
estas pulsiones reprimidas son de carácter<br />
sexual y que sobre esta represión, actúa el<br />
mecanismo de la sublimación, mediante<br />
el cual el artista transforma en cultura, en<br />
material aceptable socialmente, aquello<br />
que intenta reprimir y que es socialmente<br />
inaceptable. A pesar de la clara obsesión<br />
de Freud con los temas sexuales, otros<br />
psicoanalistas posteriormente tratarán<br />
el mismo tema desvinculándolo con las<br />
represiones sexuales, o al menos abriendo<br />
el abanico de posibles pensamientos y<br />
emociones reprimidas por el individuo.<br />
El psicoanalista austriaco-norteamericano<br />
Ernst Kris fue aún más claro al teorizar sobre<br />
la relación existente entre los procesos<br />
mentales y la capacidad artística. Ernst<br />
Kris llegó a establecer que el nombre<br />
técnico de las musas era preconsciente<br />
–aquello que es capaz de volverse<br />
consciente fácilmente y en situaciones<br />
usuales– dado que “el que habla no<br />
es el sujeto, sino una voz que sale de<br />
él. Lo que dicha voz, que surge de él,<br />
proclama, le era desconocido antes del<br />
nacimiento del estado de inspiración”<br />
dado que nace de su interior, de aquello<br />
que él mismo se intenta negar. En esta<br />
teoría existe un cambio importante con<br />
respecto a lo enunciado por Freud en un<br />
principio: para Ernst Kris el artista sí<br />
es consciente de aquello que se intenta<br />
reprimir aunque intente apartarlo por<br />
no estar cómodo con ello.<br />
Por lo tanto, el inconsciente (y el<br />
preconsciente) se ha llegado a concebir<br />
como una de las fuentes de las que<br />
mana lo artístico, pero la relación<br />
es más compleja y se retroalimenta.<br />
Aquello que el artista pretende ocultar<br />
influye en su obra pero, a la vez, el<br />
hecho de expresar esa abyección en<br />
una obra artística ayuda también a<br />
liberarla, y es aquí donde reside la<br />
capacidad curativa de la escritura. A<br />
este respecto Ernst Kris apunta que el<br />
arte “libera las tensiones inconscientes<br />
y purga el alma”.<br />
La investigadora Elizabeth Wright<br />
apunta en Psicoanálisis y crítica cultural<br />
que “los mismos mecanismos que según<br />
Freud determinan la conducta normal<br />
y anormal entran significativamente en<br />
juego cuando se encara cualquier tipo de<br />
actividad estética”. Podemos suponer<br />
que aquellas personas que finalmente<br />
realizan una conducta anormal, o<br />
fuera de lo que se puede considerar<br />
una mayoría, también plasmarán esa<br />
forma de actuar o esas preferencias en<br />
sus actividades estéticas e incluso en su<br />
lenguaje, ya que los mecanismos que el<br />
sujeto tiene que superar en ambos casos<br />
son los mismos y se puede suponer que<br />
la consecuencia también será la misma.<br />
La filósofa Julia Kristeva también<br />
recalca en sus ensayos la importancia<br />
del arte en aquello que el individuo se<br />
niega a sí mismo y que ella denomina<br />
“lo abyecto”, ya que es en la literatura<br />
donde aquello que repudiamos de<br />
nosotros mismos toma mayor fuerza.<br />
En sus propias palabras: “Es en la<br />
literatura donde la vi finalmente<br />
realizarse, con todo su horror, con<br />
todo su poder. Si se mira de cerca,<br />
toda la literatura es probablemente<br />
una versión de ese apocalipsis que me<br />
parece arraigarse, sean cuales fueren<br />
las condiciones socio-históricas, en la<br />
frontera frágil donde las identidades<br />
18<br />
no son o sólo son apenas –dobles,<br />
borrosas, heterogéneas, animales,<br />
metamorfoseadas, alteradas, abyectas”.<br />
A través de máscaras y filtros, es en sus<br />
textos donde los escritores plasman de<br />
manera más fiel su propia identidad,<br />
ya que se sienten seguros al otro lado<br />
del papel. Qué es para un escritor<br />
un personaje sino una máscara o un<br />
catalizador para vivir situaciones<br />
diferentes a la real.<br />
No se puede negar que cuento más<br />
intimista y autobiográfico sea el texto<br />
más fácil será encontrar la huella del<br />
autor en él. Así por ejemplo, en la poesía<br />
encontramos un importante caldo de<br />
cultivo para análisis psicoanalíticos<br />
debido al grado de personalización que<br />
permiten los textos líricos, en especial<br />
tras el romanticismo y la importancia<br />
que éste le dio a los sentimientos y<br />
a la visión propia de la realidad. Sin<br />
embargo también podemos encontrar<br />
una fuerte presencia del propio<br />
autor en sus novelas en obras de<br />
tono autobiográfico. Por mencionar<br />
algún ejemplo podemos recordar la<br />
narración de James Joyce “El retrato<br />
del artista adolescente” o, a este lado<br />
de la frontera, “El cuarto de atrás” de<br />
Carmen Martín Gaite.<br />
La literatura se convierte así en un<br />
arma contra las enfermedades mentales<br />
y emocionales al permitir sacar al<br />
exterior en forma de letras entintadas<br />
aquello que el individuo mantiene<br />
alejado de su consciencia y le impide ser<br />
feliz, permitiéndole así gestionar este<br />
material de una manera relativamente<br />
sencilla. A la par, el artista ofrece al<br />
lector un arma con la que afrontar sus<br />
propios miedos o verse identificado<br />
en esos personajes que son capaces de<br />
seguir adelante, porque en la literatura<br />
todo es posible, por estar moldeada con<br />
nuestras mentes a imagen y semejanza<br />
de nuestras identidades, porque<br />
“Fantasía no tiene límites”.
B reves<br />
DUMALA<br />
Eduard von Keiserling<br />
Nocturna Ediciones, 2012<br />
SONIA GARCÍA SOUBRIET<br />
En Dumala, la novela de Eduard von Keyserling , la historia transcurre<br />
durante el largo invierno del Báltico: Paisajes nevados, bosques crujientes<br />
de escarcha, niebla que se extiende sobre la llanura, blanco frío fluido,<br />
abetos convertidos en vidrio... Mientras tanto en las casas calientes e iluminadas<br />
por fuegos y lámparas, los hombres viven acuciados por sus deseos.<br />
El rojo predomina en estos interiores desde los que se contempla el gélido<br />
invierno prusiano: Rostros rosados, manecitas rojas exaltadas por el amor,<br />
grandes muebles tapizados de rojo, roja es la manta que cubre las piernas<br />
paralizadas del irónico y desencantado Barón Werland, y de un extraño rojo<br />
enfebrecido es la boca de su mujer, la bella baronesa Karola. También en las<br />
tabernas, encontramos manchas rojas y febriles por el alcohol y la concupiscencia<br />
en las mejillas caídas del maestro Gröv y del organista Shalit, y Merry<br />
la sirvienta de carne blanca y viciosa, es pelirroja. En el camino que conduce<br />
al palacio de Dumala, hay un puente burdo y medio podrido que atraviesa un<br />
profundo barranco en cuyo fondo hay rocas que duermen en el agua negra.<br />
Este es el paisaje vivo y palpitante de esta historia que nos habla de la pasión<br />
pero también de la soledad y de lo insondable del alma humana. “Tú y yo<br />
que vivimos juntos ¿Qué sabemos el uno del otro?” le dirá el pastor Werner a<br />
Lene, su mujer. En este escenario irán surgiendo personajes que pertenecen<br />
al viejo mundo de Keyserling: aristócratas encerrados en sus decadentes y<br />
solitarios palacios, cuya estirpe se acerca a su fin: el Barón Werland, el mundano<br />
y mujeriego Rast, mujeres educadas para la pureza, criados, pajes y secretarios.<br />
En contraposición, el otro mundo, el de las gentes pequeñas, tanto,<br />
que los pecados de los señores distinguidos no son para ellos. Un mundo a ras<br />
de tierra, ignorante y embrutecido por el trabajo y la pobreza... (“Háblenos de<br />
casas forestales y campesinos en las que las mujeres ya han dormido a la una<br />
de la madrugada, se levantan e hilan...”, pedirá la baronesa al Pastor), y en el<br />
que la muerte se reclama no con la esperanza de una vida eterna sino como el<br />
descanso eterno y merecido. Entre ambos, como nexo, está el pastor Werner<br />
ocupándose de las almas de unos y otros, amedrentándolos contra el pecado<br />
en su sermón de cada domingo, hasta que la pasión, inesperadamente, le<br />
hará descubrir en él a alguien nuevo, un “otro” que le empujará a recorrer un<br />
camino desconocido que bordea el abismo. Nada en Keyserling es gratuito:<br />
objetos, colores y naturaleza están estrechamente unidos a todo lo humano<br />
y nos desvelan muchas cosas de los hombres, hasta las sombras nos hablan<br />
del fardo secreto con el que cada uno de nosotros carga... Quizás este paisaje<br />
del Báltico que reina en toda la novela nos recuerde con su fría severidad, lo<br />
ilusorio de nuestras pasiones lo engañoso a veces de aquellos sentimientos<br />
que creemos más arraigados.
Iván Repila ha resultado<br />
ser una de las mayores<br />
sorpresas literarias de<br />
este 2013. Tras publicar<br />
“Una comedia canalla”,<br />
nadie podía esperarse que<br />
un escritor tan “canalla”,<br />
como él mismo se denomina,<br />
pudiera escribir una<br />
historia llena de poesía,<br />
lirismo y preciosismo. “El<br />
niño que robó el caballo<br />
de Atila”, que ha recibido<br />
múltiples interpretaciones y<br />
múltiples halagos —y no es<br />
para menos, ni una cosa ni<br />
la otra—, es algo parecido<br />
a una fábula, a un cuento<br />
para adultos, a un poema<br />
en forma de prosa que nos<br />
recuerda que la vida es<br />
muy perra, que a veces vivimos<br />
en un pozo imaginario<br />
del que debemos aprender<br />
a salir pero que, por encima<br />
de todo, nos recuerda<br />
que siempre hay esperanza.<br />
Un libro que habrás de recordar<br />
el resto de tu vida.<br />
Iván Repila<br />
Dos personajes, un pozo, un<br />
objetivo. La vida y la muerte<br />
entrelazadas, más unidas<br />
que nunca. El abismo, la<br />
claustrofobia, la sinrazón.<br />
¿Cómo nació El niño que<br />
robó el caballo de Atila?<br />
Pensándolo ahora, con la perspectiva<br />
de los meses pasados desde la<br />
redacción y las diversas lecturas<br />
que del libro se han hecho, empiezo<br />
a sentir que el germen nace de mi<br />
incapacidad para expresar una<br />
prisión cotidiana de la que no era<br />
consciente salvo en momentos muy<br />
concretos. Puedes encontrar otras<br />
entrevistas en las que reconozco que<br />
la idea original parte de un sueño, y es<br />
totalmente cierto. Las circunstancias<br />
personales que rodean ese sueño<br />
son diversas. En el día a día uno va<br />
acumulando pesos invisibles, iras<br />
inútiles, conversaciones postergadas<br />
y palabras importantes que, por<br />
no decirlas, forman un tapón en la<br />
administración de los afectos que<br />
bloquea tu felicidad, hasta el punto<br />
de que una mañana descubres que<br />
no solo te cuesta relacionarte con los<br />
demás sino que también tienes un<br />
problema de comunicación contigo<br />
mismo. Entonces se te hace difícil<br />
dormir , te levantas cansado, vives<br />
dejándote llevar por una inercia<br />
n Ainize Salaberri<br />
paralizante que sin embargo recuerda<br />
vagamente al movimiento, y cuando<br />
al final te agotas de esa dinámica<br />
empiezas a hacerte preguntas. Todas<br />
esas preguntas están en el libro.<br />
En la presentación en Bilbao<br />
dijiste que con esta novela<br />
querías «expresar cómo me<br />
siento en el mundo». ¿Cómo te<br />
sientes en el mundo? Y ¿cómo<br />
te sentirías tú en ese pozo?<br />
¡Cómo se nos calienta la boca en<br />
las presentaciones!... Más que<br />
«expresar cómo me siento en el<br />
mundo», la novela pretende explorar<br />
mis dudas sobre mi relación con<br />
el mundo, mi perplejidad ante<br />
determinados acontecimientos,<br />
mis incertidumbres: soy persona<br />
con pocas certezas, pero también<br />
con una insaciable curiosidad. Creo<br />
que vivimos en un periodo crítico<br />
de la historia que solicita cambios<br />
fundamentales en la forma de mirar<br />
el planeta, de interactuar con los<br />
otros y con la naturaleza: esta es una<br />
época para revisar nuestros modelos<br />
culturales, sociales, económicos y,<br />
desde luego, personales, porque el<br />
terror es cada día más visible y el<br />
tiempo de ignorarlo se acaba. Creo<br />
que el pozo se está desbordando y<br />
debemos proponer una interrogación
causas de esta Depresión sino que<br />
formule alternativas para lograr una<br />
convivencia digna, construir un planeta<br />
decente que deje de avergonzarnos,<br />
de entristecernos, de indignarnos.<br />
En la novela hay dos personajes<br />
–o tres, dependiendo de cómo<br />
se mire y de si aceptamos que un<br />
pozo puede ser un personaje—:<br />
el Pequeño y el Grande, que<br />
son las dos caras de una misma<br />
moneda. ¿Cuál es la diferencia<br />
entre ellos? ¿Con cuál de los<br />
dos te sientes más identificado?<br />
¿Es posible desligar al Pequeño<br />
del Grande y viceversa?<br />
Tengo la impresión de que todos<br />
somos un poco como ambos. El Grande<br />
es pragmático, fuerte, rotundo, y el<br />
Pequeño idealista, frágil, soñador; no<br />
obstante, durante la novela los dos<br />
personajes titubean<br />
y s e<br />
inclinan en direcciones opuestas,<br />
mostrando las contradicciones<br />
evidentes de un mundo que no<br />
puede ser ni blanco ni negro. Quién<br />
no tiene miedo a veces, o se siente<br />
tremendamente inseguro. Me resultan<br />
más honestas las personas que dudan,<br />
y me parecen admirables aquellas<br />
capaces de cambiar de opinión y<br />
reconocer sus errores, porque en esa<br />
aptitud se halla, tal vez, el secreto<br />
para transformar las cosas. Por<br />
eso creo que no, que no se pueden<br />
desligar los personajes en la novela<br />
ni estas actitudes en la vida real: no<br />
habría libro sin ese vínculo entre las<br />
dos personalidades ni habríamos<br />
alcanzado determinados avances<br />
(sociales, tecnológicos, éticos) sin<br />
la tensión desencadenada por el<br />
choque entre los que tienen los pies<br />
en la tierra y quienes andan a tres<br />
palmos del suelo, como soñando.<br />
La novela ha tenido muchas<br />
interpretaciones: la solidaridad,<br />
el trabajo en equipo, la situación<br />
en la que muchísimas personas<br />
están viviendo hoy en día, la<br />
importancia de la familia...<br />
¿Estás de acuerdo con todas<br />
ellas? ¿Consideras que tu<br />
mensaje ha llegado alto y claro?<br />
Además de las que mencionas, ha<br />
habido también una interpretación<br />
más cercana al existencialismo que<br />
otros lectores me han señalado. En<br />
todos los casos estoy satisfecho, no<br />
tanto porque quisiera transmitir<br />
un mensaje concreto sino por la<br />
cantidad de preguntas que la novela<br />
ha suscitado, en especial aquellas de<br />
carácter personal que solamente uno<br />
mismo puede responder. Si estas tienen<br />
que ver con la solidaridad, la familia,<br />
Dios, el pesimismo o la crisis no es<br />
excesivamente importante; en el caso<br />
de El niño… valoro sobre todo que el<br />
libro resulte provocador, en el sentido<br />
de estimulante, generador de ideas.<br />
El niño que robó el caballo<br />
de Atila comienza así:<br />
«–Parece imposible<br />
salir, dice. Y también:<br />
Pero saldremos».<br />
¿Se puede salir de<br />
todo? ¿No termina<br />
la oscuridad por<br />
llamar a la oscuridad?<br />
Por desgracia, de todo no. A veces la<br />
existencia nos supera, o nos faltan las<br />
fuerzas, o la suerte nos da la espalda,<br />
o estamos en el lugar inadecuado en<br />
el momento inadecuado. Como dijo<br />
Vallejo: «Hay golpes en la vida… yo no<br />
sé, golpes como el odio de Dios». De esos<br />
golpes algunos se levantan, y otros no.<br />
Juan Gracia Armendáriz dijo en<br />
una entrevista para <strong>Granite</strong> &<br />
<strong>Rainbow</strong>, en referencia a una de<br />
sus novelas, que sabía que tenía<br />
que salvar al personaje principal<br />
porque sólo así se salvaría a sí<br />
mismo. En tu novela hay dos<br />
personajes en una situación<br />
límite; cuando empezamos a leer<br />
no sabemos si se van a salvar<br />
los dos, uno solo o ninguno. Sin<br />
revelar el final... ¿tuviste esa<br />
sensación en algún momento?<br />
No. Siempre supe lo que pasaría con<br />
ellos, desde la primera línea que<br />
escribí, y no establecí ningún tipo<br />
de resonancia entre sus destinos y<br />
el mío. Tampoco estoy muy seguro<br />
de que mi salvación, signifique eso<br />
lo que signifique, dependa de un<br />
personaje, o de un libro, sino de mi<br />
batalla diaria con la vida, en la que por<br />
supuesto está incluida la literatura,<br />
pero también muchas otras cosas. Si<br />
me lo preguntas dentro de unos años<br />
tal vez cambie de opinión, conste.<br />
Ambos personajes están siempre<br />
a punto de perder la esperanza.<br />
¿Qué ocurre cuando se pierde<br />
por completo? ¿Hay salvación?<br />
Hay que ser muy fuerte para recuperar<br />
la esperanza perdida cuando uno<br />
está solo, por eso es fundamental<br />
estar rodeados de gente querida: es<br />
sumando ímpetus como podemos<br />
rescatarnos de la desesperanza. En<br />
este sentido el amor funciona como un<br />
ejército, con todo lo cursi que pueda<br />
sonar esta afirmación, frente a la<br />
amargura y el sufrimiento y el dolor.<br />
«Quizá sí te quiero», le responde el<br />
Grande al Pequeño varios días después<br />
de que éste le haya preguntado.<br />
Bueno, ahí comienza la salvación.<br />
Los escritores sois dioses:<br />
manejáis el destino de vuestros<br />
personajes. ¿Cómo se siente<br />
uno al ser un Dios en una<br />
novela como la que has escrito?
No estoy yo tan seguro de eso… En<br />
realidad, mantengo con los personajes<br />
un diálogo continuo, de igual a igual,<br />
porque cuando los miro siento que<br />
ellos también me están mirando.<br />
Esto ha quedado más metaliterario<br />
de lo que pretendía; quiero decir<br />
que no establezco ninguna relación<br />
de superioridad con ellos, y en<br />
ocasiones los acontecimientos del<br />
libro llegan de forma inesperada, sin<br />
premeditación por mi parte, como<br />
piedras con las que tropiezas. Hay<br />
más descubrimiento que destino.<br />
¿Qué es lo que hace<br />
pequeño el mundo? ¿Y qué<br />
es lo que lo hace grande?<br />
Esta pregunta es bien difícil y no sabría<br />
ni por dónde empezar. Para cada<br />
uno de nosotros es distinto, seguro.<br />
«–No somos perros. / –Aquí<br />
dentro lo somos. Peor que perros.»<br />
¿Nos estamos deshumanizando?<br />
Nos deshumanizamos al mismo<br />
tiempo que nos humanizamos. Es una<br />
constante: así como en nuestro país<br />
existe la sombra de las famosas dos<br />
Españas, y cuanto más se radicaliza<br />
una más extrema se vuelve la otra,<br />
advierto también, por decirlo de alguna<br />
manera, dos humanidades que pugnan<br />
por construir un mundo a su gusto.<br />
No es una cuestión exclusivamente<br />
política, sino de educación y cultura<br />
democrática. El siglo xx ha sido un<br />
ejemplo de deshumanización, con<br />
guerras y masacres e injusticias<br />
demoledoras, que nos han obligado<br />
a cargar con una basura histórica de<br />
la que es difícil sustraerse: fascismo,<br />
TEST RÁPIDO<br />
Una escritora: Alejandra Pizarnik y Ursula K. Le Guin.<br />
Un escritor: Albert Camus.<br />
racismo, machismo; monólogos, en<br />
fin, del más fuerte sobre el más débil.<br />
Emergen, sin embargo, islas que se<br />
oponen a esa corriente, discursos<br />
éticos que denuncian la inmundicia<br />
cotidiana y defienden un paradigma<br />
nuevo, un diálogo de convivencia<br />
y solidaridad que nos obligue a<br />
sacarnos de encima esa historia de<br />
odios. Ojalá que este siglo sea distinto.<br />
Hay un momento en la novela<br />
en que ambos personajes están<br />
a punto de volverse locos, cada<br />
uno sumido en su debilidad. Sin<br />
embargo, la lucidez es otro de<br />
los rasgos que los unen. ¿Cómo<br />
lo consiguen? ¿A qué recurren<br />
para mantener a raya el delirio?<br />
Superficialmente recurren al ejercicio,<br />
a la rutina, a la creación artística, al<br />
juego. Si profundizamos en ello, al<br />
orden, a tener un objetivo vital, a<br />
improvisar y dejarse sorprender…<br />
Creo que la lucidez se puede lograr de<br />
muchas maneras, y no es igual para<br />
todos. En algunos momentos de su<br />
vida, Artaud, por ejemplo, se descubrió<br />
como un hombre tremendamente<br />
lúcido, pero su situación personal<br />
no es algo que yo querría para mí;<br />
en el caso de los personajes de mi<br />
novela me pareció que el delirio sólo<br />
podría controlarse si planteaba un<br />
escenario con repeticiones, basado<br />
en hábitos nada extraordinarios:<br />
comer, dormir, hacer ejercicio,<br />
reservar un tiempo para la diversión.<br />
Fue Virginia Woolf quien dijo que<br />
«la vida imaginaria es la única<br />
que merece la pena ser vivida».<br />
El Pequeño es imaginación, es<br />
la representación de la pureza<br />
Un libro que salvar de un incendio: Tengo una balda<br />
específica para ese caso, situada justo en el centro de mis<br />
estanterías, con unos veinte o treinta libros.<br />
Un libro para regalar siempre: 1984.<br />
Un poema: «Espinas cuando nieva», de Juan Larrea.<br />
Una ciudad literaria: Lisboa.<br />
Un estilo: ¿Casual?<br />
y la inocencia, mientras que el<br />
Grande es un bofetón de realidad.<br />
¿En qué realidad prefieres vivir?<br />
No hay dos realidades. Nos movemos<br />
siempre entre la vida real y la «vida<br />
imaginaria», si recurrimos a la cita.<br />
Para mí, el mundo es como lo veo<br />
y también como lo imagino; mis<br />
sueños forman parte de mi vida, los<br />
personajes de los libros que leo me<br />
acompañan en la toma de decisiones<br />
y dicen tanto de mí mis palabras como<br />
mis silencios. No sabría decirte si la<br />
historia del Grande y del Pequeño<br />
es realidad o simple imaginación.<br />
Estamos rodeados de símbolos y<br />
metáforas que nos acobardan o<br />
alientan con la misma fuerza que una<br />
noticia o un puñetazo, todos los días.<br />
¿Cómo escribes? ¿Tienes<br />
alguna manía, algún momento<br />
del día en concreto? ¿Qué<br />
necesitas para escribir?<br />
¿Alguna condición especial?<br />
Por norma general, sentado delante<br />
del ordenador. Sin manías: de día<br />
o de noche, con o sin música, solo<br />
o acompañado… Café sí, mucho.<br />
Ciertamente esto queda bastante<br />
soso; en todo caso, me parece bien<br />
que otras personas le confieran al acto<br />
de escribir un rango casi ceremonial,<br />
a medianoche con velas y libros<br />
concretos debajo del teclado y una<br />
foto de san Judas Tadeo o lo que sea.<br />
Por último... ¿qué está<br />
escribiendo ahora Iván Repila?<br />
¿Con qué nos vas a sorprender?<br />
Una novela distinta de las anteriores...
Diarios<br />
25<br />
Ana Rodríguez Callealta<br />
PERCHA DE CUENTOS SOY<br />
29<br />
Bego Martínez<br />
DIARIO DE HÉLÈNE BERR<br />
32<br />
Iraide Talavera<br />
DIARIO DE<br />
INVIERNO<br />
34<br />
Laura Bordonaba<br />
CARNETS I<br />
Y II<br />
38<br />
Rebeca García Nieto<br />
LEWIS CARROLL<br />
40<br />
Verónica Lorenzo<br />
DESAPRENDER A AMAR<br />
42<br />
Anabel Rodríguez<br />
LA CUENTA ATRÁS<br />
45<br />
Annie Costello<br />
RENACIDA<br />
47<br />
Ignacio Ballestero<br />
EL DIARIO<br />
DEL CAPITÁN<br />
50<br />
Pedro Larrañaga<br />
TRES MIRADAS<br />
SOBRE JOSEF K.
Diarios<br />
52<br />
Robert Fornes<br />
LA SANGRE QUE LA NIEVE<br />
ROJA DRENA<br />
56<br />
Abel Gonzáles Luna<br />
LOS DIARIOS DE<br />
TOLSTÓI<br />
59<br />
Roxana Contreras<br />
EL DIARIO DE<br />
ANA FRANK<br />
62<br />
Ainize Salaberri<br />
NADAR DESNUDA<br />
EN TU SANGRE<br />
65<br />
Fusa Díaz<br />
DIARIO DE UN<br />
HOMBRE TIERNO<br />
68<br />
José Braulio Fernández<br />
DIARIO ÍNTIMO<br />
70<br />
Raquel G. Otero<br />
ÉCHOS DE FRANCE<br />
73<br />
Alejandro Larrañaga<br />
CRÓNICA DE<br />
NUESTRO FINAL
Diarios<br />
Percha de<br />
cuentos soy<br />
Carmen Martín Gaite no pierde jamás el punto de referencia, no elimina la distancia,<br />
no pierde los estribos, no nos regala ni un atisbo de su privacidad.<br />
Ofrezco esqueleto de cuento. En mi cuento se insertan<br />
los demás cuentos: es lo que pasa. Percha de cuentos<br />
soy; me dejo colgar cuentos como sombreros. Ya voy por<br />
la calle como si la calle fueran los archivos.<br />
Carmen Martín Gaite.<br />
Hablar de Carmen Martín Gaite es posiblemente el reto<br />
más difícil que me he auto-impuesto nunca. Cómo hablar<br />
de ella, si a veces quiero ser ella y a veces, enamorarme<br />
de una mujer como ella. Yo también siento un respeto<br />
absoluto por la letra escrita.<br />
A los que amamos a Carmen Martín Gaite nos es familiar<br />
la existencia de los Cuadernos de todo: ha ido dejando<br />
pistas. En cuanto a lo que son estos cuadernos, yo,<br />
como lo hace Rafael Chirbes en el prólogo a la edición<br />
consultada1, los definiría como “la trastienda de su obra<br />
narrativa”. Se constituyen como una especie de cajón<br />
desastre en el que la autora, desordenadamente (como<br />
es lógico), va anotando todo lo que piensa, que como<br />
25<br />
n Ana Rodríguez Callealta<br />
ella misma dice, luego será otra cosa, materia narrativa,<br />
idea como punta de iceberg, el escenario que propicia la<br />
escritura. Así, asistimos al hilo mental de Carmen Martín<br />
Gaite: en ellos, reproduce fragmentos de los libros que<br />
está leyendo, debate con ellos, hace alusión a personas,<br />
momentos, lugares, etc., como parte del fluir de la<br />
cotidianeidad, reflexiona sobre temas diversos, plasma<br />
sus obsesiones, -que a veces se convierten en recurrentes<br />
y a veces, cambian de foco- o lleva a cabo un ejercicio<br />
de escritura narrativa, tanto mediante la escritura de<br />
fragmentos que luego formarán parte (modificados o no)<br />
de sus novelas, como tomando notas sobre la dirección del<br />
proyecto (narrativo o ensayístico) que en ese momento<br />
tuviese entre manos.<br />
En este panorama, las opciones de análisis son múltiples:<br />
desde las influencias literarias hasta la transformación<br />
de sus novelas, desde que entran en el taller hasta que<br />
se convierten en producto artístico y elaborado. Sin<br />
embargo, aunque estas perspectivas son tentadoras, yo<br />
quiero sacar a la Carmen Martín Gaite humana, quiero<br />
saber qué piensa de las cosas, qué concepto tiene de la
vida, qué le interesa, con qué se obsesiona. Los cuadernos de<br />
todo pueden leerse como un texto independiente: pertenecen<br />
a una mujer que aparte de escribir novelas, se configuraba<br />
un Aleph, una Biblia, una filosofía de vida, que luego, por<br />
supuesto y naturalmente, veremos transmitida a través de su<br />
obra narrativa.<br />
En cuanto al género al que pertenecen, cabría preguntarnos si<br />
se trata de un diario o no. Rafael Chirbes los define como una<br />
“modalidad narrativa libre de toda estructura”. Yo los definiría<br />
como un diario intelectual en el que no interviene ni hace acto<br />
de presencia la intimidad de Carmen Martín Gaite.<br />
Esto nos lleva a la cuestión de la voluntad de estilo. A medida<br />
que los va escribiendo, Carmen Martín Gaite reflexiona –<br />
metarreflexiona- sobre la construcción misma de estos<br />
cuadernos [“Toda novela es su íntima articulación” (<strong>23</strong>9); “La<br />
historia subyacente en toda novela es precisamente la de su<br />
creación” (252)]. Como punto de arranque, estos nacen en 1961<br />
cuando su hija Marta le regala el Cuaderno nº1. Al comienzo,<br />
encontramos un prólogo para sí misma:<br />
¡Qué respeto tengo por la letra escrita! (…)<br />
¡Cuántas veces he cogido un cuaderno en blanco,<br />
como este que hoy empiezo y no me he atrevido<br />
a hollarlo, a pesar de que mi cabeza trajinaba<br />
pensamientos sin parar! (…) Casi nunca dejamos<br />
que un pensamiento nos habite por completo. (…)<br />
Yo siento, casi físicamente a veces, las barreras<br />
que levanto contra los pensamientos, a los que<br />
pocas veces dejo el campo libre. (…) No debo<br />
asustarme de tomar apuntes. Nada es definitivo.<br />
(…) ¿Por qué un pedazo de papel, que después<br />
puede romperse, me ha de intimidar más que el<br />
rostro de otra persona? (…) Todos deberíamos<br />
apuntar nuestras reflexiones (…) porque dan<br />
lugar a otras. (27-28)<br />
En este fragmento se sientan las bases de lo que Carmen<br />
Martín Gaite pretende: tirar del hilo de los pensamientos que<br />
le ocupan, dejarlos fluir libremente para que puedan existir en<br />
todas sus dimensiones y con todo lo que conllevan, sin que nada<br />
los bloquee. Sin embargo, desde mi punto de vista, esta premisa<br />
teórica inicial se contradice con la clara voluntad de estilo<br />
desde la que están escritos. Ella misma lo dice: “Los diarios se<br />
escriben siempre para alguien” (503). Carmen Martín Gaite no<br />
pierde jamás el punto de referencia, no elimina la distancia, no<br />
pierde los estribos, no nos regala ni un atisbo de su privacidad.<br />
En la línea de lo que apuntábamos, la importancia de tomar<br />
notas que den lugar a otras reflexiones, Carmen Martín Gaite<br />
llega hasta el punto de decir: “De todo hay que tomar nota, por<br />
los que ya no pueden tomarla de nada” (1<strong>23</strong>). Ella le tiene miedo<br />
a la muerte porque con ella, se acaban los cuentos: “¿Tú como<br />
te explicas que desaparezca la voz de los muertos? (147); “Me<br />
doy cuenta de la desesperación que me causa la idea de dejar<br />
algún día de ser espectadora del curso de la historia” (215).<br />
El constante problema del interlocutor en Carmen Martín Gaite<br />
[“Hay que criar los oyentes” (99)] se manifiesta en la propia<br />
construcción de estos Cuadernos: la escritura es concebida<br />
como diálogo. Pero ella no se queda ahí, en la necesidad crear<br />
interlocutores como parte del proceso de escritura. Ante la<br />
insuficiencia del lenguaje, es necesario crear otro, y con ello,<br />
nuevas posibilidades, nuevos interlocutores, ya que la falta de<br />
comunicación verdadera [“esos puñeteros ‘déjalo’, los cortes<br />
al hilo” (132)], de diálogo (que implica, necesariamente, la<br />
colaboración de dos), es la cuestión sobre el que se cimienta,<br />
como veremos, toda la problemática social y de las relaciones<br />
humanas:<br />
Cuanto más se almacenan y entrecruzan<br />
los abortos de ideas vivas en la mente, más<br />
insuficiente resulta un modo aprendido y<br />
26<br />
rutinario de sacarlas a la luz. (…) Encontrar una<br />
nueva forma de hablar y de escribir equivaldría,<br />
pues, también a inventar un oyente para esas<br />
palabras, con lo cual se inventaría también una<br />
relación distinta a las existentes. (98).<br />
Y más adelante:<br />
Inventar un interlocutor no es un escape, en<br />
cuanto que ese, inventado, te ayuda a decir lo<br />
que querrías decir a todos estos otros a cuyo<br />
santuario no llegas. (122).<br />
Desde este punto de vista, las reflexiones sobre lo social (tratadas,<br />
principalmente, en los dos primeros cuadernos), revierten<br />
siempre en la concepción de la sociedad contemporánea<br />
como aquella en la que el individuo vive inmerso en el engaño<br />
y en el auto-engaño (entendidos como apariencia), ya que<br />
ambos le son permitidos, e incluso lícitos. Sobresalen la<br />
reflexión y el buen uso de la inteligencia [“La inteligencia (…)<br />
se la supone relegada a un terreno cercado, enjaulada como<br />
un pájaro exótico” (32)] como cimientos de las relaciones<br />
humanas. Desde estos Cuadernos, Carmen Martín Gaite<br />
hace una llamada a la reflexión. Es decir, esboza un modelo<br />
de individuo (para ella generalizado), cerrado a cal y canto al<br />
diálogo. Sostenidas por sus propias convicciones, las personas<br />
tienen una tendencia a convertir lo que se supone inmanente<br />
o inherente al ser humano en categoría [“Es como contentarse<br />
con decir ‘es muy humano’ (…) pero lo interesante es analizar<br />
su sustancia, ponerla en tela de juicio, tratar de desmontar su<br />
condición de inseparable de la naturaleza humana” (47)]. Así,
las personas, en su afán por sistematizar lo que conocen y vivir<br />
cómodamente, basan sus relaciones con los demás en lo que<br />
ella llama los “letreros”, de tal forma que la gente presenta un<br />
rechazo a la réplica del otro sobre las teorías que construye, por<br />
el miedo a pensar, a salir de esta comodidad vital. Del mismo<br />
modo, sentimos la necesidad de poner letreros (a los demás y<br />
a nosotros mismos) y a relacionarnos conducidos por la simple<br />
defensa de aquello que consideramos afín, y el rechazo total de<br />
lo que en principio va en contra de nosotros: “El hablar ocurre,<br />
acontece, vale en sí. ‘Yo con ese no hablo’, es un racismo. El<br />
hablar se produce. No juzga ni condena ni ensalza a nadie.<br />
No hay por qué tener fidelidad ni prejuicios. Ni despreciar la<br />
boca que dice las palabras que sean, si ellas valen” (162). Por<br />
otra parte, la inteligencia en la sociedad contemporánea, para<br />
Carmen Martín Gaite “es tomada como un artículo de lujo”<br />
(32): “La capacidad de reflexión es lo único que puede salvar<br />
al hombre de desear las guerras y también de pudrirse en la<br />
paz” (32). Y manifiesta claramente la necesidad de que no se<br />
la juzgue:<br />
Me gustaría ahora mismo (…) que se oyeran<br />
mis palabras –rebatibles o no-, no con el afán<br />
de colgarme un letrero determinado a mí que<br />
las digo, sino atendiendo a las sugerencias<br />
que de ellas se deriven (…) ya que el hecho de<br />
que sea yo u otro quien dice estas palabras<br />
es totalmente indiferente. Y por lo tanto es<br />
inoportuno cualquier juicio valorativo sobre mí<br />
como persona susceptible de clasificación” (35).<br />
Insta a no focalizar en quién dice las cosas, sino<br />
en qué dice: “Hay frases rechazables en la boca<br />
de cualquiera (37).<br />
Por otra parte, hay que partir de la idea de que Literatura<br />
y Vida no son categorías independientes [“La vida es una<br />
narración que se va haciendo aunque no la escribas” (227)].<br />
Una persona para la que el discurso (hablar y escribir) tiene<br />
tanta importancia, no puede presentar la vida más que como<br />
un “vivir y luego contarlo” (<strong>23</strong>5). La vida y las relaciones<br />
con los otros se sustentan en lo que ella llama “los cuentos”:<br />
contarlos bien, “lo que se pide es que el que te lo cuenta, te lo<br />
cuente bien” (<strong>23</strong>4). Es una necesidad constante de contar bien,<br />
de oír bien [“Mientras no me muera atraeré historias” (<strong>23</strong>6)]:<br />
“Espero demostrar, hacer bajar a los ojos de las gente, que todo<br />
es narración, que la gente es narración lograda o larvada o<br />
atropellada o condenada o concluida o añorada” (<strong>23</strong>7).<br />
Un proyecto que no es insólito, “ir al parque”, se<br />
vuelve expedición guerrera, algo a conquistar,<br />
en nombre de los relatos que va a promover a la<br />
vuelta, reharía al calor de los cuentos, derrotaría<br />
a los seres aburridos e inexpertos que no sabían<br />
inventar ni arrancar a la vida nada, mero hacer<br />
punto. (<strong>23</strong>3).<br />
Tal es su obsesión por el discurso (y digo el discurso porque<br />
me refiero tanto a hablar como a escribir), que dirá: “necesito<br />
hablar continuamente de la narración, de por qué se narra”<br />
(<strong>23</strong>4); “si se hablara siempre bien no se escribiría” (<strong>23</strong>5). Y<br />
considera perdidos los días en los que no ha contado nada:<br />
Mi enfermedad consiste en mi silencio. Es<br />
forzoso imaginarse un interlocutor, no puede uno<br />
salvarse de otra manera. Y si la imaginación no es<br />
capaz de forjarlo, se va uno tragando todo deseo<br />
de hablar, se va formando esa amalgama<br />
oscura, indescifrable y movediza que<br />
no asienta ni se dirige (112).<br />
[…]<br />
No hay duda de que lo que<br />
no voy escribiendo, por<br />
escribir se queda. Me<br />
quiero engañar, pensando<br />
vagamente que cada<br />
visión y experiencia me<br />
enriquece, y así me van<br />
lloviendo encima los días,<br />
cada uno de los cuales<br />
arrastra con sus gotas las<br />
gotas del anterior. (140).<br />
[…]
Literatura y vida. Si queda fijado, no es vida.<br />
(…) Los cuadernos de todo son útiles, pero<br />
me parecen un arsenal de vida disecada. Y sin<br />
embargo, el día que no escribo estoy mal, me<br />
parece que he perdido el tiempo. (227).<br />
Así, el amor es puro discurso, “porque la verdad del amor es su<br />
trampa” (103): “Si las palabras de amo de amor, como ocurre,<br />
sirven para crear la exaltación del estado amoroso –fugaz, como<br />
se sabe, lábil y pasajero.-, solamente serán mentira cuando no<br />
sean adecuadas a este fin, es decir, cuando no se digan bien. Si<br />
el estado que colaboraron a crear alcanzó la perfección eran<br />
verdad, aunque luego este se mude” (168-169).<br />
Evidentemente el discurso va ligado a la memoria. Carmen<br />
Martín Gaite crea en este sentido un precioso entramado en el<br />
que, por una parte, nos vamos construyendo a partir del reflejo<br />
de nosotros mismos en los demás, lo que ella llama “el espejo<br />
que nos devuelven los otros”:<br />
Solamente nos perdemos del todo cuando ya<br />
nadie queda que guarde nuestra imagen; por<br />
eso duele volver a encontrar a un amigo que<br />
se ha desentendido de ti, porque notas que al<br />
amputarse la relación te quitan un puntal más,<br />
una serie de referencias que te conciernen y que<br />
él ha tirado por inservibles a la basura; células<br />
muertas de un tejido cada día más difícil de<br />
revitalizar. (184).<br />
[…]<br />
Entonces comprendí, a través de P. y de aquellos<br />
sus días de lluvia y nada en Barcelona, que la<br />
imagen de uno mismo puede perderse y zozobrar<br />
de modo irremisible, y eso tal vez condicionó<br />
que empezara yo a perder la mía, apuntalada de<br />
un modo sabio y malicioso entre las imágenes<br />
chiquitas que dejaba certera y dosificadamente<br />
en los otros (212).<br />
[…]<br />
Me he repartido en miles de espejos que no<br />
comprometían (salir a buscar cada noche<br />
interlocutores nuevos y asépticos como hacía J.).<br />
¿Por qué ese deporte se habrá vuelto contra mí y<br />
significará ahora fuente de amargura? (216).<br />
De hecho, a lo largo de los Cuadernos nos va dando esos<br />
puntales de lo que es Carmen Martín Gaite, del espejo, de lo<br />
que otros dicen de ella: “F. Arrojo me ha escrito que yo le quito<br />
los blues a cualquiera” (193). Y por otra parte, son los demás<br />
los que guardan nuestra memoria, porque nosotros les hemos<br />
contados nuestros cuentos [“¿Dónde queda la memoria de los<br />
solitarios, dónde queda? (151)]. Carmen Martín Gaite acude<br />
mucho a la memoria como algo depositado en los otros, a la<br />
necesidad del espejo para existir, para ser.<br />
El canto de las sirenas ha de detenerse para que<br />
pueda aparecer un canto sobre las sirenas. Si<br />
Ulises no hubiera escuchado a las sirenas o si<br />
hubiera perecido junto a su roca, nosotros no<br />
habríamos conocido su canto, no nos habría sido<br />
transmitido. (254).<br />
Todo queda por decir. En el tintero, todo, todavía. Esto no es<br />
más que una invitación al diálogo, al placer de la conversación<br />
con Carmen Martín Gaite. Hoy soy yo quien se lo dice a ella,<br />
repitiendo sus mismas palabras: “Es tu muerte la que te vuelve<br />
mi interlocutor” (107).<br />
28
Diarios<br />
Volveré, Jean, ¿sabes?, volveré.<br />
Tener poco más de 20 años en París. Y acercarte a la casa<br />
de Paul Valéry para recoger el libro que le habías dejado<br />
días atrás, con la intención, para ti casi osadía, de que te<br />
escriba una dedicatoria. Está ya entre tus manos. Y sentir<br />
la alegría de respirar el mismo azul vivo del aire, del cielo<br />
infinito que él dejó escrito. Y que asome otra realidad,<br />
cruel, que te arrebata todo lo anterior, hasta dejarte sin<br />
piel, sin ninguna protección. Mirar alrededor, y ver cómo<br />
medra el horror del engranaje consentido del holocausto<br />
judío.<br />
¿Te lo imaginas?<br />
Con su libro de Paul Válery entre las manos comienza<br />
Hélène a escribir su diario, el 7 de abril de 1942. La última<br />
anotación es de febrero de 1944. En marzo es trasladada<br />
a Drancy, y de allí a Auschwitz y a Bergen-Belsen donde,<br />
después de más de doce meses, pocos días antes de la<br />
liberación del campo de concentración por los ingleses,<br />
muere, enferma de tifus y agotada por los malos tratos<br />
recibidos, que la golpearon, desde mucho antes de<br />
atravesar las puertas del infierno de Auschwitz. Como<br />
un mes antes, en ese mismo campo de concentración,<br />
de Bergen-Belsen, moría también Ana Frank. La vida<br />
se abandonaba o huía de los campos del reino de la<br />
infamia, como la escorrentía después de la más gris de las<br />
tormentas.<br />
Sentía, escribe, antes de que el estupor y el dolor le impidiese<br />
recoger a manos llenas la vida -como si fuesen las moras y<br />
frambuesas del paraíso de sus picnics en Aubergenville- el<br />
infinito en su interior, el brío de la juventud, la libertad de<br />
sus piernas frescas, después de un baño, una mañana de<br />
primavera. Un sin fin de posibilidades revoloteaban a su<br />
vera tomando la forma de libros, poemas, refugios y notas<br />
musicales, lecturas, conciertos de violín y conversaciones<br />
sobre Keats, Melville, Tolstói, Rockwell Kent, Mozart,<br />
Bach… Hasta que, tira a tira, la ocupación alemana le fue<br />
arrebatando todo lo que había ido tejiendo con su mirada<br />
y la delicadeza que abanderaba su corazón.<br />
29<br />
Diario<br />
Hélène Berr<br />
n Bego Martínez<br />
Una Hélène murió allí, en Bergen-Belsen. A un paso<br />
infranqueable de la libertad. Otra, sobrevivió en su diario.<br />
Una, escribía para Jean Morawiecki, su novio, para<br />
hacerse visible y viva en sus ojos, a través de sus letras,<br />
con la esperanza de que llegasen hasta él gracias a su<br />
cocinera Andrée, a quien solicita que se las entregue, si<br />
ella no pudiera.<br />
Otra, escribía para no olvidar el desgarro y el pavor<br />
de vidas, unas cercanas y otras lejanas, que dejaban de<br />
serlo, segadas, al arbitrio de decisiones faltas de toda<br />
ética, vergonzantes, en nombre de una lógica del mal que<br />
Hélène no conseguía comprender. Se niega a sentir odio<br />
por considerarlo indigno, aunque no puede evitar con el<br />
paso de las horas, los días y las noticias que llegan de boca<br />
en boca, con voz queda, y son cada vez más aterradoras,<br />
sentir cólera frente a todo lo germánico. Buscaba la<br />
ecuanimidad y no juzgar siendo parte en la contienda, pero<br />
era esa una vasta tarea, porque ante tamaño exterminio,<br />
cómo comprender.<br />
Una Hélenè escribía sobre la vida, la belleza del momento,<br />
la felicidad, la música, las calles de París, las hojas del<br />
otoño bailando en un charco de agua, la luz, las flores, el<br />
amor, la incertidumbre y el misterio. Esa Hélène, cada vez<br />
está más callada y se pregunta si tiene derecho a ser, a<br />
existir, después de ser plenamente consciente de que la<br />
muerte llueve sobre el mundo. Así lo expresa ella. Lluvia<br />
que emborrona la nitidez de la belleza que a cada paso<br />
veía, y que cada vez más le impide atisbar un horizonte<br />
por el que caminar con sencillez para admirar todo lo<br />
que hay a su alrededor. Quisiera consuelo, sentir que la<br />
acunan los brazos de una vida con futuro.<br />
Muere también, a finales de noviembre de 1943, su abuela,<br />
en la misma cama en la que nació su madre. Y saberlo<br />
así, como un hecho natural que encadena nacimientos y<br />
muertes en un venir e irse del mundo, la reconcilia con<br />
la muerte legítima en la que la mano del hombre no tiene<br />
cabida. Hélène mira con serenidad a la muerte de la mano<br />
de Dios, como ella dice, pero se rebela contra la ejercida<br />
por la mano del hombre, a quien considera falto del<br />
derecho para quitar la vida a ningún ser humano.
Así otra Hélène va cobrando fuerza a medida que avanzan los<br />
días y las páginas y los atentados contra los derechos de los<br />
judíos son cada vez más evidentes. Y es ahí cuando todas sus<br />
fuerzas las emplea en ayudar. Y lo hace a través de su diario,<br />
para no olvidar, y colaborando como asistenta social voluntaria.<br />
Las dos Hélène, como las dos Fridas, tenían derecho a expresarse<br />
–aunque en la Francia ocupada, para una familia judía, la risa y<br />
la alegría estuviesen ahogadas en esa lluvia impenitente que lo<br />
deshace todo. Y por eso, su voz más alegre, la que miraba a los<br />
libros como ventanas abiertas al conocimiento, al aprendizaje y<br />
a los descubrimientos, su voz de violín, se va apagando, letra a<br />
letra, nota a nota, pues el peso del dolor compartido es inmenso<br />
y no cree posible sostener a ambas. Pero algo de esa Hélène<br />
capaz de captar la belleza del azul del cielo, o de la letra gris<br />
de un poema, que tiñe de azul su cielo, sobrevivió en Bergen-<br />
Belsen y nos habla entrelíneas.<br />
La segunda Hélène empieza a hacerse mayor y más consciente<br />
de la tragedia que le ronda en el momento en el que tiene que<br />
llevar la estrella amarilla. Su conciencia se hace mayor también<br />
poco después, con la detención de su padre, aduciendo que<br />
llevaba mal cosida la estrella a su chaqueta. No hay razones, tan<br />
solo excusas para ejecutar un terror genocida en nombre de un<br />
ideario racista, segregador y mezquino.<br />
Sus vidas penden de un vórtice de inestabilidad, ya que al haber<br />
defendido Francia en la I Guerra Mundial, Raymon Berr, su<br />
padre, pese a ser judío, estaba, en un principio, fuera del radio<br />
de acción de las redadas nazis. Pero lo que valía ayer, como<br />
pronto aprende Hélène, hoy ya no sirve, e ingresa en Drancy, de<br />
donde sale únicamente después del pago de un rescate.<br />
Más allá del horror que relata, relacionado con los campos<br />
de concentración, las vejaciones físicas y psicológicas, y el<br />
lodo asfixiante de la ocupación alemana, el relato de Hélène<br />
ofrece cruces de miradas entre franceses, judíos y no judíos,<br />
que reflejan el cúmulo de sentimientos que un clima social de<br />
represión de derechos para una parte de la población provocaba<br />
entre vecinos, personas conocidas o desconocidas, colocadas en<br />
una situación imprevista y en la que no habían decidido aún, en<br />
muchas ocasiones, qué posición tomar.<br />
Hélène sale a la calle con la estrella amarilla por primera vez el<br />
30<br />
8 de junio de 1942, después de discutir con su madre y formarse<br />
una opinión sólida sobre el sentido que para ella tiene ser judía.<br />
Le da muchas vueltas, y decide que la llevará con orgullo y no<br />
como un signo de obediencia a la nueva norma de la ocupación<br />
alemana. Su mirada se encuentra con dedos infantiles que la<br />
señalan, ella con la cabeza muy alta, ocultando bajo un velo de<br />
dignidad el dolor que bajo la estrella se agazapa en su corazón,<br />
y a cada paso, a cada latido, quiere ocultar una lágrima que<br />
se resiste a quedarse dentro. Encuentra también sonrisas de<br />
apoyo velado, o un “así estás aún más guapa” que, igualmente,<br />
duele. Muestras de afecto de personas desconocidas, o alguna<br />
expresión dudosa, pues hay algunas que no logra descifrar. Pero<br />
si la estrella muestra al mundo que es judía, sus emociones nos<br />
hablan de que se siente sobre todo, francesa, unida a las piedras<br />
de las calles que pisa desde la infancia, al cielo, a la historia<br />
de París, a la Sorbona… Y esa estrella es también, para ella,<br />
símbolo de Francia, su tierra, su vida.<br />
Hélène comienza entonces a diferenciar también a las personas,<br />
las que son conscientes de lo que sucede y se responsabilizan<br />
de la parte que les toca, comprendiendo el dolor que no<br />
deja de manar por doquier, y quienes deciden optar por la<br />
inconsciencia, por la deshumanización, por no pensar, por<br />
cumplir con un deber a años luz de la conciencia. Quienes son<br />
conscientes de la muerte infligida a los judíos y quienes no.<br />
Teme que sus amistades la rechacen pues, sobre todo en la<br />
Sorbona, en su círculo de amistades, muchos desconocían que<br />
era judía. Hélène relata cómo sus amigos le muestran su apoyo,<br />
hablando, tratándola como siempre, estando ahí, pese a que sus<br />
miradas traten de ocultar la congoja que les produce el brillo de<br />
la estrella en su pecho.<br />
El sentimiento de pérdida que transmite Hélène es inconsolable.<br />
Su testimonio nos acerca a la comprensión del horror pero,<br />
sobre todo, nos aleja de la posibilidad de repetirlo. Su dulzura<br />
y la inquebrantable belleza de su corazón lo hacen posible.<br />
Hélene vuelve, cada vez que abrimos su diario, recordándonos<br />
que hay que respetar la individualidad de cada ser humano y<br />
ofrecerle posibilidades de crecer tanto como para llegar a tocar<br />
con las manos el mismo cielo, azul vivo, de Valéry.
B reves<br />
Orgullo y Prejuicio<br />
OHIANE INTXAURRAGA<br />
«He luchado en vano. No me ha servido de nada. No reprimiré por más tiempo<br />
mis sentimientos. Tendrá que permitirme que le exprese la intensidad de<br />
mi admiración y de mi amor.»<br />
Quién no ha imaginado alguna vez una declaración de amor tan especial<br />
como la de “Orgullo y prejuicio”, donde el amor es lo más importante y donde<br />
una época especial, y la familia, pueden condicionar con quién o de quién te<br />
puedes enamorar y de quién no. La falta de expresión de los sentimientos es<br />
lo que hace que la historia sea tan especial, con personas con un orgullo y un<br />
prejuicio que hace que sean incapaces de darse cuenta de lo que sienten. Una<br />
historia irrepetible, unos personajes y una época que enamoran, es lo que<br />
muestra Jane Austen en el libro.<br />
Harry Potter<br />
AINIZE SALABERRI<br />
“No debe haber ningún niño en el mundo que no sepa quién es Harry Potter.” Con<br />
una afirmación tan simple –y pretenciosa–, J.K. Rowling escribió una de las sagas<br />
más leídas, entretenidas y mágicas de la historia de la literatura. Ella, y nadie más,<br />
consiguió que millones de niños se engancharan a la lectura. Cifras astronómicas,<br />
miles de páginas, y la imaginación por bandera. Fue Virginia Woolf quien dijo que<br />
la vida imaginaria era la única que merecía la pena vivir. Algo similar debe pensar<br />
la escritora. Y eso es lo que todos hemos pensado cuando hemos leído los libros de<br />
Harry Potter. No, no es sólo literatura infantil y juvenil. En realidad es muchísimo<br />
más. Es la capacidad de crear un mundo que parece formarse alrededor de nuestro<br />
cuerpo, hecho para nuestros huesos; es la demostración de que los sentimientos son<br />
puros, que es posible, sobre todo, soñar: eso que a los niños no les debería nunca<br />
faltar y eso que nosotros, los adultos, nunca deberíamos perder. Con Harry Potter<br />
aprendes que la magia no está sólo en los trucos, películas o libros; que la magia<br />
está donde tú la veas, donde tú la sientas, donde la esperes; que la magia está en los<br />
pequeños detalles, en esas cosas pequeñas que nos hacen sonreír día tras día. Harry<br />
Potter significa encontrar una casa, un hogar que creíamos haber perdido, un hogar<br />
al que no sabíamos que pertenecíamos. Harry es el cuerpo en el que la ilusión ha<br />
decidido mostrarse. Harry Potter es algo más que siete libros llenos de aventuras y<br />
de magia. Harry Potter es la vida, es la intensidad, es la inmensidad de lo que está<br />
guardado y escondido en el cuerpo de cada uno. Decía Severus Snape que para conocer<br />
verdaderamente a un hombre y saber de su valía, debíamos fijarnos en cómo trata<br />
a sus inferiores y no a sus iguales. También decía Albus Dumbledore que aunque las<br />
cosas ocurran en nuestra cabeza no significa que no sean reales. Pequeños grandes<br />
granos de esperanza y sabiduría. Pequeñas grandes verdades que harán resurgir no<br />
sólo nuestra capacidad de observar el mundo sino también al niño que se ha quedado<br />
dormido en nuestro interior esperando la risa, la aventura, la herida sangrante en la<br />
rodilla tras caernos quizás no de una escoba voladora pero sí de una silla con una pata<br />
medio rota. Ilusión. Magia. Y nada más.
Diarios<br />
La senda que nunca se ha de<br />
volver a pisar: “Diario de invierno”,<br />
De la vida y la muerte<br />
Hace unos meses, llegaron a mis manos las memorias<br />
del abuelo de mi abuelo materno. En ellas, repasaba los<br />
eventos que habían marcado su vida desde su nacimiento<br />
hasta la década de 1930, un presente que ya se nos antoja<br />
muy lejano, a la vez que recababa los acontecimientos más<br />
importantes de la segunda mitad del siglo XIX y la primera<br />
parte del XX. La lectura me resultó muy conmovedora,<br />
porque aquel hombre transcribía una existencia que ya no<br />
volvería a repetirse.<br />
Esta misma impresión es la que me ha dejado el diario<br />
invernal de Paul Auster, autor de “La trilogía de Nueva<br />
York”, “La noche del oráculo” o “La música del azar”,<br />
entre otras publicaciones: su llegada a la tercera edad –<br />
escribió el libro en 2011, cuando tenía 64 años– hace que<br />
constate que el camino recorrido es mayor que el que le<br />
queda por andar, y así lo expresa en el último fragmento<br />
de su novela: “Tus pies descalzos en el suelo frío cuando<br />
te levantas de la cama y vas a la ventana. Tienes sesenta y<br />
cuatro años. Afuera, la atmósfera es gris, casi blanca, no<br />
se ve el sol. Te preguntas: ¿Cuántas mañanas quedan?”<br />
El uso de la segunda persona del singular vuelve más<br />
trascendente la narración de su existencia, ya que el “yo”<br />
del presente apela a sus “yoes” del pasado y se obliga<br />
de Paul Auster<br />
Paul Auster, uno de los autores con mayor prestigio a nivel internacional,<br />
llega al invierno de su vida y decide repasar lo que ésta<br />
ha sido en un diario retrospectivo en el que, cuando se dirige a sí<br />
mismo, nos habla también a todos nosotros.<br />
32<br />
n Iraide Talavera<br />
así a revivir las situaciones que lo han moldeado hasta<br />
convertirlo en lo que es ahora. Por ejemplo, al evocar<br />
la muerte de su madre en mayo de 2002, describe las<br />
sensaciones físicas y psíquicas que ese hecho le causó y se<br />
realiza preguntas para tratar de entenderlas: “La cuestión<br />
es por qué no pudiste dejarte llevar por la situación en los<br />
minutos y horas subsiguientes a la muerte de tu madre, por<br />
qué, durante dos días enteros, fuiste incapaz de derramar<br />
una sola lágrima por ella. ¿Fue porque secretamente te<br />
alegrabas en parte de su muerte?” Al mismo tiempo, con<br />
ese “tú” el autor nos reclama a nosotros, lectores, y nos<br />
lleva a reflexionar sobre nuestras propias vivencias.<br />
El sufrimiento por la muerte ajena y el miedo a la propia,<br />
dos de los temas más recurrentes de la obra, sirven para<br />
recalcar el instinto de conservación de la raza humana,<br />
nuestro afán por existir. “Diario de invierno”, a pesar de<br />
su título, es un canto a la vida, y en él encontramos la<br />
colección de todos los placeres que ésta nos proporciona:<br />
el amor, el sexo, la comida, el tabaco, el alcohol, el disfrute<br />
de oler, paladear, tocar, etc.<br />
Asimismo, también recaba experiencias dolorosas:<br />
enfermedades, caídas o adversidades climatológicas<br />
conforman un catálogo mediante el cual Auster demuestra<br />
que tanto el cuerpo como la mente han de sentir para<br />
saber que estamos vivos: “Estornudar y reír, bostezar
y llorar, eructar y toser, rascarte las orejas, frotarte los ojos,<br />
sonarte la nariz, carraspear, morderte los labios […]: ¿cuántas<br />
veces has hecho esas cosas? ¿Cuántos pasos dados? ¿Cuántas<br />
horas pasadas con la pluma en la mano? ¿Cuántos besos dados<br />
y recibidos?” Morir, al fin y al cabo, supone la anulación de los<br />
sentidos.<br />
La pulsión sexual<br />
El sexo se considera una de las necesidades fisiológicas básicas<br />
del ser humano, a pesar de que su consecución no sea un<br />
requisito imprescindible para la supervivencia. De hecho, el<br />
instinto erótico se manifiesta durante los primeros años de<br />
vida: las caricias, los abrazos y el descubrimiento del propio<br />
cuerpo acompañan al niño y lo preparan para las relaciones<br />
afectivas de la edad adulta.<br />
En el caso de Paul Auster, la sexualidad hace acto de presencia<br />
cuando el resto de los chicos aún no sienten interés por esos<br />
temas: “Ya en el jardín de infancia, donde te quedaste prendado<br />
de la niña rubia con la cola de caballo (que se llamaba Cathy),<br />
siempre estabas loco por besar, e incluso entonces, a los cinco o<br />
seis años, Cathy y tú a veces os dabais besos: ósculos inocentes,<br />
desde luego, pero muy placenteros a pesar de todo”.<br />
Años después, los escarceos amorosos del autor aumentan en<br />
frecuencia e intensidad, y son muchas las muchachas a las que<br />
tiene entre sus brazos durante la adolescencia. Con todo, la<br />
moral estricta de los años sesenta y el sentido del decoro de<br />
aquellas jóvenes hacen que tenga que esperar hasta el final de<br />
su adolescencia para gozar de una relación sexual completa.<br />
Ésta tiene lugar con una prostituta, y la inexperiencia no la<br />
convierte en un recuerdo memorable, pero pone a su alcance<br />
un mundo de posibilidades que desconocía hasta<br />
la fecha.<br />
De todos modos, sus amoríos no sólo se<br />
basan en lo carnal. Su necesidad de<br />
afecto lo lleva a mantener noviazgos<br />
duraderos, y dos de ellos acaban<br />
en matrimonio. Su primera mujer<br />
es la escritora Lydia Davis, con<br />
quien tiene a Daniel, su hijo<br />
mayor; este romance sufre sus<br />
vaivenes a lo largo de los años,<br />
y termina de romperse en 1978.<br />
Su segunda y actual mujer es<br />
Siri Hustvedt, que al igual que él<br />
tiene varias novelas traducidas<br />
al español –“Todo cuanto amé”<br />
o “El verano sin hombres”,<br />
entre otras. Ambos tienen una<br />
hija en común, Sophie.<br />
La convivencia con Siri y la<br />
adoración que siente por ella<br />
asoman de forma regular en el<br />
diario. Es media vida la que ambos<br />
han pasado juntos, y a la pasión<br />
han ido unidos la camaradería<br />
y los intereses en común.<br />
El novelista describe así<br />
su primer encuentro:<br />
“Entonces, el<br />
<strong>23</strong> de<br />
32<br />
febrero de 1981, veinte días después de tu trigésimo cuarto<br />
cumpleaños, justo a los cuatro días de su vigésimo sexto<br />
cumpleaños, llegaste a conocerla, te presentaron a la Única,<br />
a la mujer que ha estado contigo desde aquella noche de hace<br />
treinta años, tu esposa, el gran amor que te asaltó por sorpresa<br />
cuando menos lo esperabas”.<br />
Tiempo y lugar<br />
Todos tenemos en nuestro historial fechas que no podemos<br />
olvidar: nacimientos, muertes y aniversarios forman parte<br />
de nuestra concepción subjetiva del tiempo. Sin embargo,<br />
nuestra cronología también está marcada por cuestiones menos<br />
trascendentes. Una de ellas es el cambio de residencia. Así como<br />
algunos autores asocian sus recuerdos con el libro que estaban<br />
escribiendo en cada momento, Auster organiza su biografía<br />
de forma espacial, haciendo recuento de todos sus lugares de<br />
residencia. ¡Y no son pocos! Un total de 21 viviendas lo acogen<br />
desde la infancia hasta la madurez, la mayor parte en la costa<br />
este de Estados Unidos, pero también en Francia, y su memoria<br />
conserva el recuerdo preciso de la ubicación y el aspecto de cada<br />
una de ellas.<br />
Además, el escritor nos ofrece un listado de todos los países<br />
donde ha estado y de la duración de sus visitas: Canadá,<br />
España, Irlanda, Argentina, Israel, Japón, Australia… Sus<br />
pasos invisibles han recorrido casi todo el mapa, y refuerzan<br />
el mensaje de aquellos versos de Machado: “Caminante, son<br />
tus huellas el camino y nada más; caminante no hay camino,<br />
se hace camino al andar”. De todos estos lugares mencionados,<br />
el que más desconcierta al viajero novelista es el avión, debido<br />
a la “irrealidad de verte propulsado por el espacio a más de<br />
mil kilómetros por hora, tan lejos del suelo<br />
que empiezas a perder la impresión<br />
de tu misma realidad”, lo que nos<br />
conduce a la conclusión de que,<br />
en gran parte, nuestra efímera<br />
existencia viene definida por<br />
las cambiantes coordenadas de<br />
tiempo y lugar.<br />
Respecto al proceso de<br />
escritura, que Paul Auster<br />
concibe como compulsión o<br />
enfermedad más que como<br />
terapia, la importancia del<br />
cuerpo en el espacio vuelve<br />
a hacerse patente: “Con<br />
objeto de hacer lo que haces,<br />
necesitas caminar. Andando<br />
es como te vienen las palabras,<br />
lo que te permite oír su ritmo<br />
mientras las escribes en tu<br />
cabeza. Un pie hacia delante, y<br />
luego el otro, el doble tamborileo<br />
de tu corazón”. Esperemos que<br />
el invierno sea largo, y que el<br />
corazón de esta<br />
caminante<br />
s i g a<br />
latiendo<br />
p o r<br />
muchos,<br />
muchos<br />
años.
Diarios<br />
ALBERT<br />
CAMUS:<br />
CARNETS I Y II<br />
Miseria y grandeza de este mundo: no ofrece verdades sino amores, El absurdo reina y el<br />
amor lo salva. Camus sólo puede ser leído así, con atención, con dolor, con abnegación. Es<br />
un idilio infinito que no te abandonará nunca, una voz interior que te devuelve un mundo<br />
nuevo, bello y errado, un mundo donde hay dolor y muerte, pero nuestro.<br />
Albert Camus es seguramente, uno de los últimos grandes<br />
humanistas. Enfrentarse a la lectura de sus diarios es<br />
emprender un viaje sin retorno, es amar a Camus, es<br />
escuchar esa voz interna, esa llama que vive en el corazón<br />
de los seres humanos y que necesita de palabras que<br />
la alumbren para que crezca y no tenga miedo. Elegí<br />
precisamente estos “carnets” o diarios porque creo que<br />
se le han dedicado menos estudios que a otras obras<br />
suyas. Y porque el espíritu “camusiano” está muy<br />
presente, tanto en estilo como en pensamiento. Camus<br />
los escribió durante los años comprendidos entre 1935<br />
y 1959, un amplio período de su vida que nos deja ver<br />
su evolución vital. Es una obra parcial, fragmentaria, y<br />
34<br />
n Laura Bordonaba<br />
hasta algo oblicua. Su lectura no es fácil, no estamos ante<br />
un diario al uso, sino ante las digresiones y anotaciones,<br />
a veces perezosas, de su pensamiento y de su vida. El<br />
fruto y el regalo del esfuerzo de su lectura arrojan<br />
momentos de verdadero humanismo al nivel de su altura<br />
intelectual. Creo que una de las mejores maneras de<br />
ilustrar todo esto es precisamente reproducir algunas<br />
de las citas y fragmentos de los carnets. Veréis cómo<br />
contextualizándolo en el momento actual, Camus sale<br />
ileso en cuanto a la vigencia de su pensamiento. Camus<br />
fue y va a ser siempre. Así pues, obra fundamental,<br />
llena de luz (de hecho de lo más luminoso de la creación<br />
existencialista).
A partir de 1935, Albert Camus (1913-1960) llevó un irregular<br />
diario de trabajo en el que tenían cabida apuntes de muy diversa<br />
índole: proyectos de novelas y piezas teatrales, reflexiones<br />
filosóficas y morales, notas de viajes y de lectura, descripciones<br />
de paisajes, citas literarias, conversaciones escuchadas en la<br />
calle, esbozos de diálogos dramáticos, esquemas argumentales,<br />
etc. Respetando la secuencia cronológica, el primer volumen<br />
reproduce las anotaciones entre 1935 y 1942, mientras el<br />
segundo tomo se extiende desde comienzos de 1942 hasta<br />
marzo de 1951.<br />
Los Carnets 1 y 2 de Camus son, como decíamos, seguramente<br />
menos conocidos que sus diarios de viaje, pero constituyen<br />
un tesoro de incalculable valor. Albert Camus («francés de<br />
Argelia», como a él le gustaba definirse) resultó ser el polo<br />
opuesto a lo que Dominique Noguez definió irónicamente<br />
como «le grand écrivain» (el gran escritor). Camus fue, hasta<br />
el final de sus días, el hombre discreto, Vitalismo y una fe ciega<br />
en el hombre. Camus mostró su distancia contra toda forma<br />
de radicalismo y preconizó una moral según la cual el hombre<br />
puede hacer frente a su propia condición.<br />
Una de las dificultades de su lectura, es que no hace<br />
distinción entre “carnet” y diario. Unos términos<br />
que quizá no tienen muy clara su frontera, por<br />
lo que Camus la atraviesa una y otra vez<br />
como si de un combatiente en la línea de<br />
fuego se tratase, para volver una y otra<br />
vez a la trinchera. Sin formalidades y a<br />
cuerpo descubierto. Así pues, Agenda,<br />
Carnet, diario íntimo, memorial.<br />
Canetti hizo las oportunas precisiones<br />
sobre esas modalidades de escritura,<br />
que Camus prefirió no formular.<br />
Nos enfrentamos al diario vital<br />
de una persona, durante casi 25<br />
años, lo que nos permite ver la<br />
evolución, el cambio de tono, de<br />
la naturaleza de estas páginas.<br />
Las anotaciones no son diarias,<br />
no siguen una cronología más o<br />
menos regular, son caóticas, sin<br />
dar lugar a la “confesión” clara<br />
(a pesar de ser un gran amante<br />
de los diarios personales, como<br />
Delacroix o Tolstoi) Son más<br />
bien anotaciones objetivas,<br />
apuntes de sus viajes. (Primeros<br />
años: Argelia. Marzo-mayo de<br />
1946: Estados Unidos. 1949:<br />
América del Sur)<br />
A pesar de las reticencias a estas<br />
“confesiones” encontramos en<br />
numerosas ocasiones a un Camus<br />
que se queja de que su memoria<br />
falla y se ve obligado a<br />
escribir y anotar para<br />
no olvidar: “La<br />
memoria me<br />
falla cada vez<br />
más” (1950).<br />
En sus últimos<br />
años logra<br />
encontrar una<br />
síntesis entre<br />
lo personal y<br />
lo impersonal,<br />
cuando, al<br />
referirse a la<br />
necesidad de<br />
hallar “una soledad aceptada y pródiga, inclinada únicamente<br />
ante el ser del mundo, secretamente”, afirma que para quien<br />
pierde la memoria el diario puede ser una salvación, un<br />
instrumento de esta ascesis. (Carnet II, 353)<br />
Si hay una idea que vertebra todos los cuadernos (9) que<br />
componen los carnets, es la idea de la felicidad. Una felicidad<br />
que parece angustiar a nuestro querido escritor: “La exigencia<br />
de la felicidad y su búsqueda paciente. No es necesario desterrar<br />
la melancolía, pero sí, en cambio, destruir en nosotros esa<br />
inclinación por lo difícil y lo fatal. Ser feliz con los amigos, estar<br />
en armonía con el mundo, y lograr la felicidad siguiendo un<br />
camino que conduce, sin embargo, a la muerte” (20 de octubre<br />
de 1937). Esta es, sin duda, una de las ideas fundamentales de<br />
su línea de pensamiento. Se repite a lo largo de sus Carnets II:<br />
“Lo bello, dice Nietzsche después de Stendhal, es una promesa<br />
de felicidad. Pero sí no es la felicidad misma, ¿qué puede<br />
prometer?” (II, 148)<br />
Camus habla de la felicidad que le lleva casi a las lágrimas<br />
durante su breve estancia en Grecia. Leemos que el sol, la luz,<br />
el aire límpido, la compañía del mar, le llevan a un<br />
estado de felicidad que “quisiera retener<br />
contra mí, estrechar esa alegría<br />
imposible de expresar,<br />
que sé que ha de<br />
desaparecer”.<br />
(Ahí otra de las<br />
ideas clave,<br />
esa felicidad<br />
destinada a<br />
desaparecer,<br />
que durante<br />
las etapas<br />
de curación<br />
del autor,<br />
cita como<br />
estado ideal<br />
al que hay<br />
que volver).<br />
Una felicidad<br />
ligada al ocio<br />
y a una cierta<br />
pobreza, que<br />
no miseria.<br />
(“El tiempo se<br />
compra, todo se<br />
compra. Ser rico<br />
es tener tiempo<br />
para ser feliz<br />
cuando se es<br />
digno de ello”. I,<br />
507). Quizás todo<br />
esto relacionado<br />
a su vez con otra<br />
de las ideas reveladas<br />
brevemente: “Yo no creo<br />
en Dios, y no soy ateo”<br />
Otro de los temas importantes<br />
a lo largo de estas páginas es la<br />
dialéctica Francia-Argelia, al que<br />
Camus profesa un amor que compara<br />
con el que puede sentir por una<br />
mujer, al que se abandona<br />
“voluptuosamente” a<br />
amar. Como ama,<br />
también, los<br />
paisajes<br />
naturales.<br />
Sobre
todo en los primeros cuadernos, se suceden los pensamientos<br />
acerca de la belleza imborrable de la naturaleza (el mar, las<br />
dunas), y cómo teme por su desaparición: “He vuelto a leer<br />
todos estos cuadernos, desde el primero. Lo que me ha saltado<br />
a la vista: los paisajes desaparecen poco a poco, el cáncer<br />
moderno me corroe a mi también” (II, 258). Lo que terminaría<br />
siendo un ensayo sobre el mar (“El verano”) se perfila ya en<br />
estas páginas, la necesidad de escribir sobre él, (“El mar, aún<br />
más cerca”).<br />
Otra gran idea que recorre las páginas es la del suicidio. Camus<br />
parece tomar nota de la gente que alrededor de él decide quitarse<br />
la vida, y se suceden también pensamientos (o fantasías)<br />
acerca de un suicidio propio. Parece fascinado por los relatos<br />
que hacen dos amigos, Roger Martin du Gard, Régine Junier:<br />
“Suicidio de A. Trastornado porque le quería mucho, sin duda,<br />
pero también porque de pronto he comprendido que deseaba<br />
hacer lo mismo que él” (II, 342). Camus nos llega a contar un<br />
sueño, estremecedor, en el que antes de ser ejecutado, consigue<br />
suicidarse. Quizás Camus en esos momentos piensa en la fuerza<br />
de sus rostros, y los evoca: “Y si pudiera dar sentido y rostro a<br />
lo que sé…”<br />
Camus teme al cinismo, como buen humanista. Confundido casi<br />
con una enfermedad del espíritu, le causa un enorme rechazo:<br />
“El cinismo, tentación común de todas las inteligencias”, y sin<br />
embargo, en un momento determinado afirma: “no cabe duda<br />
de que conviene a toda moral un poco de cinismo. ¿Dónde<br />
está el límite?” (II, 348). ¿Y la ironía hacia la muerte? Camus<br />
medita seriamente acerca de la muerte: “Algunas tardes cuya<br />
dulzura se prolonga. Nos ayuda a morir el saber que tardes<br />
como esta volverán a vivirse en la tierra después de nosotros”<br />
(II, 209). “La belleza, que ayuda a vivir, también ayuda a morir”<br />
(II, 315). “No hay verdad humana si no existe, finalmente, una<br />
aceptación de la muerte sin esperanza. Es la aceptación del<br />
límite, sin resignación ciega, mediante una tensión de todo el<br />
ser que coincide con el equilibrio”<br />
Una de las cosas que me ha sorprendido en estos carnets, ha sido<br />
la de encontrar la idea de identificación de castidad y libertad.<br />
Para Camus, convertido casi en un asceta, la sexualidad es una<br />
tiranía. Pero: “El amor físico siempre estuvo unido a mí a un<br />
sentimiento irresistible de inocencia y de alegría. Yo no puedo<br />
amar entre lágrimas sino en plena exaltación”<br />
Camus se queja de que el mundo contemporáneo es un mundo<br />
que ha sustituido las pasiones individuales por las colectivas:<br />
“único problema contemporáneo. ¿Podemos transformar el<br />
mundo sin creer en el poder absoluto de la razón? A pesar de las<br />
ilusiones racionalistas, e incluso marxistas, toda la historia del<br />
mundo es la historia de la libertad” “La desmesura en el amor,<br />
única deseable, en efecto, es propia de los santos. En cuanto a<br />
las sociedades, jamás secretaron ninguna desmesura si no es<br />
en el odio”. Se queja también de “Nuestra sociedad literaria,<br />
cuyo principio es la maldad mediocre…”. “La crítica es al<br />
creador lo que el comerciante al productor. La edad mercantil<br />
ve así la multiplicación asfixiante de los comentaristas,<br />
intermediarios, entre el productor y el público. Por tanto, no<br />
es que hoy carezcamos de creadores, sino que hay demasiados<br />
comentaristas que ahogan al exquisito e inalcanzable pez en sus<br />
aguas cenagosas”. Y sus reminiscencias en cuanto a la forma y<br />
rebelión: “el fin de toda obra es dar forma a lo que no la tiene<br />
[…] de ahí la importancia de la forma” (II, 279)<br />
El pensador deja a veces paso al escritor, traducido en esa<br />
admirable capacidad de observación de la realidad, sensible a<br />
la realidad de las palabras como a la realidad de las gentes y las<br />
cosas. “No se piensa sino por imágenes. Si quieres ser filósofo,<br />
escribe novelas”. “¿Por qué soy un artista y no un filósofo?<br />
Porque pienso según las palabras y no según las ideas (revela<br />
en octubre de 1945).<br />
Dos grandes ideas o teorías de Albert que no podemos pasar<br />
por alto: La gran teoría del amor de Camus la podemos resumir<br />
en esta frase: “Se empieza por no amar a nadie. Luego se ama<br />
a todos los hombres en general. Después se ama únicamente<br />
a unos pocos; después a la única, y después al único”. Y la<br />
gran idea del cristianismo/marxismo: “para los cristianos, la<br />
revelación está al principio de la historia. Para los marxistas,<br />
al final. Dos religiones” “Hay en el marxismo una verdadera<br />
filosofía existencial que denuncia la mentira de la objetivación<br />
y afirma el triunfo de la actividad humana” (II, 273). En cuanto<br />
al cristianismo, encontramos uno de los pensamientos más<br />
vivos de Camus: la rebelión del cuerpo. Y encontramos citas<br />
filosóficas, pero extrañamente, no literarias o poéticas, como<br />
si la poesía moderna no hubiera hablado de la rebelión del<br />
cuerpo. Sí adora, no obstante, a René Char, el grandísimo<br />
escritor con quien mantuvo una correspondencia exquisita que<br />
ahora celebramos poder leer.<br />
En los carnets de Camus vamos encontrando muchas<br />
anotaciones, e incluso fragmentos, casi micro-relatos, que se<br />
integrarían después en narraciones más largas.<br />
Para terminar, tres citas que resumen su espíritu, el del<br />
pensador-escritor y el del hombre: “El arte y el artista rehacen<br />
el mundo, pero siempre con una segunda intención de protesta”<br />
(II, 189). “Yo sólo pido una cosa, y la pido con humildad aunque<br />
sepa que es exorbitante: ser leído con atención”. En Carnets<br />
Camus nos dice lo siguiente: “Llegado el absurdo y cuando<br />
se trata de vivir consecuentemente, un hombre comprueba<br />
siempre que la conciencia es la cosa más difícil de mantener<br />
del mundo. Las circunstancias casi siempre se oponen a ello.<br />
Se trata de vivir la lucidez en un mundo donde la dispersión es<br />
regla”. Camus sólo puede ser leído así, con atención, con dolor,<br />
con abnegación. Es un idilio infinito que no te abandonará<br />
nunca, una voz interior que te devuelve un mundo nuevo, bello<br />
y errado, un mundo donde hay dolor y muerte, pero nuestro.
B reves<br />
Exaltación de Juan Gómez Bárcena<br />
MARÍA ZARAGOZA<br />
Sé que por lo general está mal visto que una persona exalte la obra de alguien<br />
que es su amigo, pero no me importa que me vayan a poner verde si por lo<br />
menos prestan un poco de atención a lo que tengo que decir. Es cierto que<br />
es mi amigo, y que incluso he llegado a considerarlo mi mejor amigo, pero<br />
también una de las razones fundamentales para que lo hiciera es su gran inteligencia<br />
y su poderoso talento. El libro de relatos que ha sacado hace poco<br />
en Salto de página, “Los que duermen”, no es sólo un resultado brillante, sino<br />
un trabajo de años de lecturas, composición, descomposición de los relatos y<br />
escritura poderosa. Y lo mejor es que puedo decirlo porque lo he vivido, porque<br />
en el resultado del libro no se nota el esfuerzo. Y la literatura es como el<br />
ballet: no debe notarse nunca que te duelen los pies al hacer un ejercicio, no<br />
debe notarse el ensayo y error ni las lesiones, todo ha de parecer fácil. Que<br />
nadie se entere de lo complicado que resulta hasta que no lo intenten.<br />
Juan Gómez Bárcena es un gran escritor que todo el mundo debería<br />
leer y seguir porque es de esos que con los años se convierten en un clásico,<br />
de los que nuestros hijos y nietos estudiarán en las escuelas. Porque sus letras<br />
son capaces de vivir sin él. Porque tiene una prosa aparentemente sencilla,<br />
pero al mismo tiempo brutal y mordaz que siempre llega a donde quiere llegar,<br />
que empuja al lector, que lo conduce por caminos que no sospechaba que<br />
existían. Y sí, es mi amigo y lo admiro profundamente.<br />
Niños literarios<br />
FUSA DÍAZ<br />
Miguel Delibes decía que escribir para niños era un don, como la poesía, que<br />
no está a la alcance de cualquiera. Bien, escribir desde un niño es exactamente<br />
lo mismo. De modo que cuando las riendas de una historia las lleva el pequeño<br />
de la casa, nos conmovemos doblemente si está bien hecho, al alcance de un<br />
don, como la poesía. Los dos niños literarios que más me han impactado son<br />
Luca y Zezé (protagonistas de “La primera mentira” y “Mi planta de naranja<br />
lima”, Marina Mander y José Mauro de Vasconcelos respectivamente): italiano<br />
y brasileño, estos dos pequeños consiguen emocionarnos con sus grandes<br />
historias. A Luca se le ha muerto la madre, pero como ya es huérfano a medias,<br />
es decir, como su padre los abandonó y es uniparental, no quiere decirle<br />
a nadie que su madre está en su habitación, sin moverse siquiera para respirar,<br />
porque entonces se lo llevarán a un internado. Zezé tiene familia, pero es<br />
un pequeño diablo con alma de poeta que se va metiendo en líos a cada paso<br />
que da; conocer al Portugués le cambia la vida, hasta que ese cambio se vuelve,<br />
como el resto de tristísima realidad, en un trago agridulce. Ambas novelas<br />
están narradas con ternura y con mucho sentido del humor, también enmarcadas<br />
en una desgracia: es imposible no conmoverse. Por suerte, Luca y Zezé<br />
cuentan con el apoyo incondicional de Blu y de Minguinho, un gato y un arbolito.<br />
No, no hay manera de escapar de ese don que es la voz del niño interior.
Diarios<br />
Los diarios de<br />
Lewis Carroll<br />
Ha pasado más de un siglo desde que murió y Lewis Carroll<br />
(seudónimo del reverendo Charles Lutwidge Dodgson) sigue<br />
siendo un enigma. Los críticos han querido ver en su Alicia en<br />
el país de las maravillas una sátira política (sobre la Guerra<br />
de las Dos Rosas), una diatriba contra las nuevas teorías<br />
matemáticas de la época (especialmente contra los números<br />
imaginarios), claros indicios de sus supuestos vicios (uso de<br />
drogas y afición a las niñas) o incluso la prueba inequívoca<br />
de que el escritor era en realidad Jack el Destripador. Sí, han<br />
leído bien: en un libro publicado en 1996, Richard Wallace<br />
propuso la teoría de que Carroll era el archiconocido asesino<br />
basándose en una serie de anagramas derivados de dos de sus<br />
obras (The nursery Alice, una adaptación de Alicia para niños,<br />
y el primer volumen de Silvia y Bruno). Según Wallace, los<br />
libros contenían descripciones detalladas, y encriptadas, de los<br />
famosos asesinatos.<br />
Al contrario de lo que sucede en el caso de otros escritores,<br />
los diarios de Lewis Carroll no han servido para arrojar luz<br />
sobre su persona. De hecho, más bien ha sido al contrario.<br />
Sin pretenderlo el autor, sus diarios han añadido oscuridad a<br />
38<br />
n Rebeca García Nieto<br />
su de por sí oscura figura. Si la mayor parte de los diarios<br />
de escritores interesa a los lectores por lo que en ellos se<br />
dice, éste que nos ocupa es interesante por lo que calla: los<br />
diarios de Lewis Carroll son más famosos por las páginas<br />
que faltan que por las que han llegado a los lectores. De los<br />
trece volúmenes originales, cuatro desaparecieron. Además,<br />
varias páginas –según dicen, decisivas- fueron arrancadas<br />
de los volúmenes restantes. Al parecer, en las páginas<br />
desaparecidas están las anotaciones correspondientes a los<br />
días 27 al 29 de junio de 1863, que contendrían la respuesta<br />
a uno de los misterios literarios más sonados: la causa por<br />
la que Lewis Carroll rompió con la familia de Alice Liddell,<br />
niña en la que se inspiró para crear a su famosa Alicia y de<br />
la que supuestamente estaba enamorado.<br />
El diario muestra que el 27 de junio Carroll escribió a la<br />
madre de Alice instándola a enviarle a las niñas para<br />
fotografiarlas (“urging her either to send the children to<br />
be photographed…”). La frase, que corresponde al final de<br />
una página, está inacabada, ya que la página siguiente fue<br />
arrancada. La palabra either fue tachada en un burdo intento
de ocultar la omisión. La siguiente anotación, correspondiente al<br />
30 de junio, menciona que los Liddell se van de vacaciones de<br />
verano. No se sabe nada de ellos hasta el 5 de diciembre, cuando<br />
Carroll dice mantenerse “distante de ellos, como he hecho todo<br />
este tiempo”. Sobre las razones de este distanciamiento se ha<br />
especulado mucho. Según la biografía que Morton Cohen publicó<br />
en 1995, el motivo de la ruptura con los Liddell fue que Carroll<br />
pidió en matrimonio a Alice, que por aquel entonces tenía once<br />
años. Los padres de Alice, consternados por la petición de mano<br />
de la niña, le habrían prohibido al escritor cualquier contacto<br />
con la pequeña.<br />
Por otro lado, hay otra corriente de opinión, defendida por<br />
autores como Karoline Leach, que echa por tierra esos supuestos<br />
y afirma que, aunque fue un gran aficionado a los romances<br />
con mujeres casadas, Carroll no era un pedófilo. Durante una<br />
de sus investigaciones en la Guildford Muniment Room, Leach<br />
descubrió por casualidad un papel escrito por ambas caras que<br />
podría resolver todo este entuerto. Según Leach, una de las<br />
caras del papel estaba llena de notas biográficas sobre las niñas<br />
Liddell y los descendientes de Alice; la otra, cuyo encabezado<br />
decía “Páginas cortadas del diario”, contenía un resumen del<br />
contenido de las tres páginas desaparecidas. La parte que nos<br />
interesa, correspondiente a los días 27 al 29 de junio, dice:<br />
“L.C. se entera por Mrs. Liddell de que supuestamente él estaría<br />
utilizando a las niñas como excusa para cortejar a la institutriz<br />
de las pequeñas. También se dice que está cortejando a Ina”.<br />
La nota habría sido escrita por la sobrina del escritor, Violet<br />
Dodgson, antes de arrancar las páginas. Según el diario del<br />
propio escritor, ya había rumores sobre su supuesta relación con<br />
la institutriz, por lo que es improbable que ese asunto preocupara<br />
a la Sra. Liddell. Parece más probable que a ésta le preocupara el<br />
cortejo de su hija Ina, aunque tuviese catorce años y ya estuviese<br />
en edad casadera (en aquella época una mujer podía contraer<br />
matrimonio al cumplir los doce años).<br />
¿Debemos concluir de todo esto que Carroll era un pedófilo o<br />
que no lo era? En mi opinión, no deberíamos concluir nada.<br />
Podríamos decir que la primera y muy extendida teoría, al<br />
basarse en un agujero en un diario, se sostiene sobre la nada. En<br />
ese sentido, el llamado “mito Carroll” es tan ficticio como el libro<br />
que Flaubert siempre quiso escribir –pero sin el brillante estilo<br />
del francés-: “Lo que me parece hermoso, lo que me gustaría<br />
hacer es un libro sobre nada, un libro sin ataduras externas,<br />
que se sostuviese a sí mismo con la fuerza interna de su estilo,<br />
como la tierra se sostiene en el aire, un libro que apenas tuviera<br />
18<br />
argumento, o, al menos, que fuese invisible, si esto es posible”.<br />
Por su parte, la teoría alternativa propuesta por Leach, que<br />
exime al escritor de los cargos de los que ha sido acusado, se basa<br />
en un minúsculo trozo de papel que ha pasado desapercibido<br />
durante casi un siglo. Ni unas páginas desaparecidas ni un papel<br />
lleno de garabatos parecen pruebas suficientes como para llegar<br />
a conclusiones definitivas sobre un tema tan serio.<br />
No parece sensato juzgar la conducta de una persona que vivió<br />
en una sociedad tan diferente a la nuestra, como se ha hecho con<br />
Lewis Carroll o Mark Twain. Para empezar, como he dicho, hay<br />
que tener en cuenta que por aquel entonces la edad necesaria para<br />
contraer matrimonio era los doce años, frente a los dieciocho de<br />
nuestra sociedad. Además, en nuestra época post-freudiana nos<br />
resulta casi imposible creer que un adulto pueda pasar tanto<br />
tiempo con los niños sin tener un interés sexual en ellos. En la<br />
sociedad victoriana, los niños eran símbolo de inocencia; desde<br />
Freud, somos conscientes de que los abusos sexuales a niños<br />
existen y que éstos son también seres sexuales. Por otra parte, se<br />
sabe que, debido a su tartamudeo, Carroll tenía problemas para<br />
relacionarse con los adultos. En ese sentido, es probable que se<br />
sintiera más cómodo con los niños. Cabe también la posibilidad<br />
de que, como tuvo una infancia algo desgraciada, viviera una<br />
segunda infancia a través de esos niños. Uno de sus poemas<br />
apunta en esta dirección: “I’d give all the wealth that years have<br />
piled on/The slow result of life’s decay,/To be once more a little<br />
child/For one bright, summer-day.”<br />
Nunca sabremos a ciencia cierta cuáles eran las intenciones<br />
de Carroll al acercarse a los niños. Tampoco esto debe, en mi<br />
opinión, importarnos hasta el punto de que el sambenito de<br />
pedófilo empañe su brillante obra literaria. Al fin y al cabo,<br />
según sus biógrafos, Carroll nunca pasó al acto: tuviera o no<br />
pensamientos “impuros” relacionados con niños, nunca los hizo<br />
realidad. Lo cierto es que sus libros siguen haciendo disfrutar<br />
a niños y adultos, y dando de qué hablar a los críticos. Es más,<br />
algunos han encontrado en Alicia en el país de las maravillas<br />
un motivo para la esperanza. Seguro que al reverendo Dodgson<br />
le habría encantado saber que, en la primera iglesia atea del<br />
mundo, situada en el Norte de Londres, en lugar de la Biblia se<br />
lee a su Alicia. Tal vez deberíamos aplicarnos algo de esta nueva<br />
doctrina: como dicen en los sermones de esta peculiar iglesia,<br />
todos vamos a morir y no existe el Más Allá, pero mientras tanto<br />
habrá que disfrutar de la vida y de las lecturas, y olvidarnos de<br />
todo lo demás. Amén.
Diarios<br />
Desaprender a<br />
amar:<br />
diario de un<br />
anunciado adiós<br />
Amar es una función esencial en el ser humano. Pero cuando se ama con intensidad,<br />
la caída es tremendamente más dolorosa. George Sand y Alfred de Musset se amaron<br />
y desamaron así, intensamente. “Diario íntimo” es la memoria de aquel gran amor.<br />
40<br />
n Verónica Lorenzo<br />
Confieso que tengo cierta debilidad por la literatura del siglo<br />
XIX y primera mitad del XX. Más si es francesa. Mucho más<br />
si quien sostiene la pluma es una mujer. George Sand (París,<br />
1804 - Nohant, 1879) cumple estos requisitos. Mujer francesa<br />
del siglo XIX. Y encima una mujer con la suficiente fuerza y<br />
coraje para enfrentarse a quien fuera necesario para defender<br />
sus ideas. Ideas que ya se venían defendiendo durante este<br />
siglo. Ideas que, tristemente, aún debemos defender ahora: la<br />
independencia de la mujer, su condición igual a los hombres,<br />
y todos aquellos derechos que ellos reclaman como suyos y<br />
también deben ser nuestros. Pero también reclama el derecho<br />
al amor en un mundo donde los matrimonios concertados<br />
eran habituales.<br />
¿Es Sand un ejemplo del ideal de mujer que reivindica en sus<br />
obras? Sin duda, pues puso y dispuso de su amor a quien ella<br />
quiso, defendió su independencia sin importarle el qué dirán<br />
(el que comenzara a vestir con “ropas de hombre” y fumar<br />
en público no le aportó precisamente una buena reputación)<br />
y abrió paso a las generaciones siguientes para una apertura<br />
de ideas que ya venía con retraso (como todo en cuestiones<br />
relacionadas al tema de las mujeres). Pero es que además es<br />
una autora respetada y admirada, así como odiada (y aquí<br />
debo poner como ejemplo de las dos caras de la moneda a<br />
Heinrich Heine, que la consideraba “divina” mientras que<br />
Charles Baudelaire dispensó unas palabras tan hermosas<br />
como las siguientes: “estúpida, pesada y charlatana, que tiene,<br />
en las ideas morales, la misma profundidad de juicio y la<br />
misma delicadeza de sentimientos que las porteras”).<br />
Sei que non morrerei ó meu gusto, por iso<br />
xa non conto os malos días nin os espero<br />
mellores. (“Sé que no moriré a mi gusto, por<br />
eso ya no cuento los malos día ni los espero<br />
mejores.”)
Edicións Laiovento publicó en 1996 una traducción al gallego 1<br />
(realizada por el coruñés Antonio Pichel Lorenzo) de Journal<br />
Intime, diario publicado de forma póstuma en 1926 por su nieta<br />
Aurora Sand. Este diario fue escrito durante la dolorosa separación<br />
de la autora y el poeta y dramaturgo Alfred de Musset (París, 1810<br />
- 1857).<br />
En una cena celebrada para los colaboradores de «La Revue des<br />
Deux Mondes» (publicación francesa bimestral fundada en 1829 y<br />
que todavía sigue en activo) en junio de 1833 dicen unos, a partir<br />
de una primera carta de admiración que recibió Sand sobre su<br />
novela recientemente publicada “Indiana” y un encuentro en la<br />
presentación de “Lélia”, dicen otros, se conocen Sand y Musset.<br />
Cinco meses más tarde, deciden irse de viaje por Italia.<br />
Su relación, que comenzó como una amistad, se convirtió en<br />
un amor tormentoso con Italia de fondo. Al final de este viaje,<br />
en Venecia, se alojaron en hotel Danieli, ajenos a los siguientes<br />
sucesos que marcarían sus vidas. Musset había encontrado en<br />
Venecia un lugar ideal para llevar a cabo un estilo de vida libertino<br />
-del que ya era fan en Francia- que lo llevó a abandonar su trabajo y<br />
a su amante, con peleas continuas en la pareja. Cuando la relación<br />
había llegado a un punto más allá de lo tenso, Musset enfermó y,<br />
al borde de la locura, tuvo que ser atendido por un médico, Pietro<br />
Pagello. Éste no sólo le salvó la vida, sino que también se convirtió<br />
en el nuevo amante de Sand. Trataron de ocultarlo pero, al final,<br />
fueron descubiertos. Así, en 1834 Alfred de Musset regresó solo a<br />
París.<br />
Meses más tarde regresó también Sand con Pagello, aunque<br />
poco tiempo duraría su relación, retomando así de nuevo su<br />
relación. Alfred de Musset y George Sand continuaron viéndose<br />
y escribiéndose siendo su correspondencia una de las más<br />
apasionadas (y muy recomendable su lectura). En 1835 fue cuando<br />
rompieron su relación definitivamente. Sólo coincidieron una vez<br />
y siquiera se saludaron. De todas formas pronto moriría Musset.<br />
Y Sand ya habría encontrado en el pianista Fréderic Chopin una<br />
nueva pasión, un nuevo compañero con quien emprender un<br />
nuevo viaje. En esta ocasión sería Mallorca el destino.<br />
Este “Diario íntimo” muestra a una George Sand enamorada de<br />
Musset, una mujer deprimida, infeliz, desilusionada, rodeada de<br />
dudas existenciales... Y es así que duda de todo, se pregunta sobre<br />
la moral, la educación, la posición de las mujeres en la sociedad en<br />
la que vive. Y lanza grandes frases, grandes párrafos, que en medio<br />
de tanta tristeza vuelca un poco de luz. Preguntas o afirmaciones<br />
que, sin demasiada complicación, todavía están de actualidad.<br />
Como ésta:<br />
(...) parece que a educación moral xa non<br />
lle é necesaria ó home, parece que a vida<br />
humana debe refuxiarse na intelixencia e<br />
abandonar o corazón. (“(...) parece que la<br />
educación moral ya no le es necesaria al<br />
hombre, parece que la vida humana debe<br />
refugiarse en la naturaleza y abandonar el<br />
corazón”.)<br />
Y para George Sand abandonar el corazón es un crimen cruel.<br />
Así como cruel fue el final de su relación amorosa con Musset.<br />
Un final que se recoge en el diario que destruyó, pero (a Dios<br />
gracias) se guardó una copia, que llega hasta hoy. Un diario que,<br />
aunque contiene partes de ficción, de novela, recoge confesiones,<br />
desahogos de una mujer que lucha por ser independiente pero sin<br />
perder ese amor al amor. ¿Por qué habría de sacrificar el uno por<br />
41<br />
el otro? Y, ¿por qué sólo se pide el sacrificio a la mujer? Como digo,<br />
Sand plantea interrogantes que aún hoy no pierden su actualidad.<br />
“Diario íntimo” no es una obra heterogénea, pues mezcla diversos<br />
géneros con una estructura de diario. Pero tampoco es que<br />
requiera demasiados esfuerzos de comprensión. Quizás sí de<br />
ánimos. En sus letras hay la tristeza de una mujer desilusionada<br />
con el amor y que lucha consigo misma para no convertirse en<br />
una descreída. Ella, que desafió todos los convencionalismos, no<br />
se podía permitir tal contrariedad con sus ideas, por aquellas que<br />
llevaba defendiendo y actuando en consecuencias desde hacía<br />
años. El diario es una autoafirmación. Se busca a sí misma para<br />
recoger esos pensamientos que antes tenía tan fijados pero que<br />
el desengaño los ha dispersado en aquella niebla espesa de la<br />
decepción. Es la recopilación de las letras de una mujer única en su<br />
generación. Es un recordatorio de ella misma. Puedes encontrar a<br />
distintas George Sand a lo largo de sus obras, pero la Sand diarista<br />
es una hermosa criatura.<br />
(...) facer un diario é renunciar ó futuro.<br />
Significa vivir no presente, recoñecer o<br />
paso implacable do tempo, que xa non se<br />
espera nada del, que un se conforma cada<br />
día e que xa non hai relación entre ese día<br />
e os outros. É beber o propio océano pinga<br />
a pinga, por medo a atravesalo a nado, e<br />
completar as follas dunha árbore cun tronco<br />
que xa non reverdecerá. (“(...) hacer un<br />
diario es renunciar al futuro. Significa vivir<br />
en el presente, reconocer el paso implacable<br />
del tiempo, que ya no se espera nada de<br />
él, que uno se conforma cada día y que ya<br />
no hay relación entre ese día y los otros.<br />
Es beber el propio océano gota a gota, por<br />
miedo a atravesarlo a nado, y completar las<br />
hojas de un árbol con un tronco que ya no<br />
reverdecerá.”)<br />
Sus obras originales escritas en francés (hay alguna traducción en<br />
finlandés e inglés) están libres de derecho y disponibles en acceso<br />
abierto en la biblioteca digital Project Gutenberg (http://www.<br />
gutenberg.org/ebooks/author/851).<br />
George Sand siempre vale la pena leer. Palabra.<br />
1 Existe una traducción al español realizada por Fernando<br />
García Burillo en la obra titulada “Los amantes de Venecia:<br />
correspondencia 1833-1840, seguida<br />
del Diario Íntimo de George Sand”<br />
(Ediciones del Oriente y del<br />
Mediterráneo, 2004). Esta obra<br />
recopila bajo “Los amantes de<br />
Venecia” la correspondencia<br />
mantenida entre George Sand<br />
y Alfred de Musset y también la<br />
mantenida entre ambos y Pietro<br />
Pagello, el médico que atendió a Musset<br />
en Venecia y que terminó siendo amante<br />
de Sand. Incluye el “Diario Íntimo”,<br />
un apéndice documental e<br />
ilustraciones de la época.
Diarios<br />
42<br />
El Diario de<br />
Joe Orton.<br />
La cuenta<br />
atrás.<br />
El diario de Joe Orton, dramaturgo británico, irreverente,<br />
abonado al escándalo, es una obra que no deja indiferente<br />
a nadie, una cuenta atrás de ocho meses hasta el día de su<br />
muerte, asesinado por su pareja Kenneth Halliwell<br />
Cuando desde la dirección se nos propuso escribir sobre<br />
diarios de escritores, sentí cierta inquietud, porque leer<br />
el diario de alguien supone penetrar en su intimidad y la<br />
intimidad ajena es algo que me incomoda. La cercanía<br />
de las confesiones suelen afear bastante al autor de las<br />
mismas y no hay quien resista una mirada excesivamente<br />
cercana a lo largo del tiempo: todos tenemos nuestros<br />
buenos y malos momentos y se traslucen entre las<br />
líneas que escribimos. Sin embargo, no hay reto que no<br />
esté dispuesta a afrontar y me puse manos a la obra.<br />
Como suponía que mis compañeros optarían por acudir<br />
a autores consagrados, muy conocidos, decidí rebuscar<br />
algo más y puse a trabajar al buscador de internet<br />
por excelencia y llegué a Joe Orton. Al toparme con<br />
él surgieron las contradicciones con las que convivo<br />
normalmente, porque fue el puro morbo, ese del que<br />
acabo de renegar, el que me llevó a escogerlo.<br />
Orton fue un autor de teatro inglés de los años sesenta,<br />
homosexual, posiblemente pedófilo, que convivía con<br />
n Anabel Rodríguez<br />
la misma pareja desde hacía dieciséis años: Kenneth<br />
Halliwell. En el año 1987 Stephen Frears dirigió Prick up<br />
your ears, biografía de Joe Orton, escrita por John Lahr<br />
(editor también de este diario). Con la lectura de esta<br />
obra tenemos acceso privilegiado a sus últimos ocho<br />
meses de vida, pues el 9 de agosto de 1967 fue asesinado<br />
por su pareja, que le asestó nueve martillazos en la<br />
cabeza mientras dormía. Después de hacerlo, Kenneth<br />
Halliwell tomó veintidós pastillas de Nembutal, con las<br />
que falleció antes que su víctima. La policía encontró<br />
una nota del asesino que decía:<br />
Todo se aclarará si leen el diario<br />
K.H.<br />
P.S. sobre todo la última parte<br />
Con una invitación tan brutal y desgarradora abordé la<br />
lectura de los diarios (ed. Cabaret Voltaire 2010). Orton<br />
comenzó a escribirlos en el mes de diciembre de 1966, a
petición de su representante Peggy Ramsay. Desde un primer<br />
momento estaban concebidos para ser publicados después de<br />
su muerte, aunque ninguno de ellos pensó que fallecería tan<br />
pronto. Me pareció llamativo el hecho de que en el momento<br />
de comenzar a escribirse su finalidad última fuera llegar a<br />
terceros. Esto me llevó a reflexionar sobre si no habría cierta<br />
orientación de los escritos y que, tal vez, su intención era<br />
conseguir una reacción en los lectores, escandalizarlos.<br />
Orton despunta como un ser divertido, sexual y atractivo.<br />
Sabe que lo es y no se siente culpable de vivir su sexualidad<br />
con intensidad, desenfrenadamente. Asistimos a sus<br />
encuentros con otros hombres en urinarios públicos ingleses,<br />
orgias impregnadas del olor acre de la orina, encuentros<br />
desangelados en habitaciones cutres. Una forma triste de dar<br />
salida a las pulsiones y deseos. También describe con todo<br />
lujo de detalles sus relaciones con menores marroquíes en<br />
Tanger; habla de ello con total naturalidad. Halliwell y él se<br />
reparten a los muchachos y los disfrutan, consumen hachís<br />
y se dan a la vida fácil y disipada de los turistas y vividores<br />
que poblaban Tanger. El sexo era parte importante de la<br />
vida del dramaturgo, pero hay párrafos en los que provoca<br />
hastío al lector que se enfrenta por enésima vez la escena de<br />
frotamientos, penetraciones anales, masturbaciones…<br />
No sólo hay sexo en los diarios, Orton también escribe sobre<br />
el ambiente en el que se mueve: sus amigos, los actores con<br />
los que se relaciona, su agente, su pareja, su trabajo, que<br />
había despegado en aquellos años. Leemos con sorpresa<br />
cómo se le encargó que escribiera un guión para una película<br />
de los Beatles, aunque finalmente no aceptaron la obra que<br />
presentó y por la que pretendía cobrar unas diez mil libras.<br />
Los diarios muestran un punto ególatra de Orton, que<br />
literariamente se permite despreciar a casi todo el mundo.<br />
No se salvan ni figuras como Dostoievski o Virginia Woolf<br />
“Intenté leer “El Idiota” de Dostoievski y renuncié. Que<br />
carga de palabras. Luego eché una ojeada a “Al faro” de<br />
Virginia Woolf. A las doce páginas o así, dejé el libro, agotado<br />
con tanto pensamiento. Bella prosa que se alarga y se alarga<br />
hasta el infinito; es como ver el mar desde la cubierta de<br />
un transatlántico, fascinante al principio, pero al segundo<br />
o tercer día, añoras las islas, el litoral o incluso quizá otro<br />
barco, cualquier cosa que rompa la monotonía. La novela<br />
ha adoptado una forma artística muy pedante.” Orton adora<br />
escribir, adora lo que él escribe y es inasequible al desaliento.<br />
Mira muy por encima a la clase media, la ridiculiza sin<br />
compasión “Michael Bates me contó que el lunes se habían<br />
marchado algunos espectadores. Gilipollas estúpidos de<br />
clase media.” “La falta de éxito de la obra ha de achacarse<br />
en buena medida al tema y al incuestionable hecho de que,<br />
en lo que a obras se refiere, el público general se compone<br />
de mierdas ignorantes”. Las mujeres también son objeto<br />
de su afilada lengua, hasta el punto de que se conduce con<br />
cierta misoginia: “Siguen diciendo lo que es “lo mejor para<br />
la madre” y, por supuesto, “para el niño nonato”. Como si<br />
alguien en sus justos cabales pensara en el feto. ¿Quién puede<br />
tener en cuenta los sentimientos de un tumor o un cáncer?<br />
¡Qué odiosa llega a ser la mujer de clase media, con ideas<br />
liberales, tolerante, afable y «al día»”. Hasta los propios<br />
gays son objeto de su crítica más afilada “En una reunión de<br />
maricas, un saldo bancario grande es tan popular como una<br />
polla grande”. No deja títere con cabeza.<br />
Esta obra es una cuenta atrás a la que asistimos con la ventaja<br />
que nos proporciona conocer el final. Leemos las páginas<br />
buscando la respuesta prometida por el asesino y que no es<br />
tan clara como podría parecer. Halliwell debía de padecer<br />
43<br />
una depresión severa; se había visto relegado a una posición<br />
de mujer del artista, pero no una esposa ordinaria, sino más<br />
bien un amante en la oscuridad. En la vida pública de Orton,<br />
Halliwell no existía. Teniendo en cuenta que había sido el<br />
responsable su formación, que había coescrito obras con<br />
Orton y que era su mano derecha a la hora de corregir, esa<br />
posición en la que había sido relegado debió frustrarlo. “Día<br />
desagradable, Kenneth está de un humor pésimo. Quejándose.<br />
«Pareces un zombi», le dije. «Debo serlo. Llevo la vida de<br />
un zombi»”. Halliwell se atiborra de tranquilizantes, incluso<br />
se los suministra a Orton cuando quiere colocarse. Joe<br />
recoge las discusiones de pareja o incidentes como el viaje<br />
a Argelia (que provoca la risa, porque todo lo que les podía<br />
salir mal, lo hizo). También proclama en algunos párrafos<br />
el exceso de cercanía entre ambos: “Creo que es negativo<br />
que vivamos tan pegados el uno al otro las<br />
veinticuatro horas del día, los trescientos<br />
sesenta y cinco días del año. Cuando yo<br />
estoy fuera Kenneth no hace nada, no<br />
ve a nadie”. Sin embargo no parece<br />
que en ningún momento llegara a<br />
tomar a su pareja como una amenaza<br />
para él, si acaso para sí mismo:<br />
“Kenneth hablo largo y tendido<br />
sobre nuestra relación. Amenaza<br />
e insiste en que se suicidará.<br />
Dice: “entonces aprenderás, ya<br />
verás” y “¿cómo estarás sin mí?”.<br />
Hablamos y hablamos hasta que yo<br />
ya no podía más.”. El hecho de que<br />
Orton escribiese esta obra hombro<br />
con hombro con su pareja (vivían en<br />
un apartamento de poco más de veinte<br />
metros cuadrados), de que en los diarios<br />
se recogiera su promiscuidad sexual (de<br />
la que abominaba Halliwell) y mostrase<br />
abiertamente su incomprensión por el<br />
estado en que se encontraba Kenneth,<br />
haciéndolo parecer un ser ridículo,<br />
pudieron ser las causas últimas del acto<br />
violento que terminó con su vida. A<br />
pesar del asesinato, Orton y Halliwell<br />
permanecieron juntos para siempre,<br />
tras su fallecimiento fueron<br />
incinerados y sus<br />
parientes decidieron<br />
que sus cenizas<br />
fueran mezcladas.<br />
La obra teatral de<br />
Orton es calificada<br />
como irreverente,<br />
s a t í r i c a ,<br />
macabra. Su vida<br />
comparte dichas<br />
calificaciones;<br />
este diario es<br />
una muestra de<br />
ello, una muestra<br />
intensa y breve, que<br />
no deja indiferente<br />
al lector. Es lo<br />
que pretendía y lo<br />
consiguió.
B reves<br />
Indigno tú, él, todos<br />
AINIZE SALABERRI<br />
Dazai, ese valiente: no quería vivir y vivió, y escribió, y a muchos nos salvó. Algunos<br />
sobrevivimos gracias a la guerra, no a la paz. Creo que de esta forma podría definir<br />
los relatos de Dazai, quien sobrevivió gracias a su guerra interior, y gracias a ella y<br />
a todas las batallas libradas en su corta vida, Dazai ha pasado a la historia y se ha<br />
convertido en el icono de muchos de nosotros. El salvajismo al que nos invita en cada<br />
lectura es la única forma posible, o así debiera ser, de contemplar la vida en su máximo<br />
esplendor. Dazai no engañaba: esto es lo que hay, nos decía. Y así es. Máscaras<br />
fuera, mentiras fuera, sinceridad como única forma de escritura y un dejarse ir que<br />
bien merece nuestra admiración y agradecimiento. “Ocho escenas de Tokio” es, como<br />
“Indigno de ser humano”, un recuento de demonios interiores, de miedos y de inseguridades<br />
que han de acercarnos a la vida de la que él se privó. Él escribió historias<br />
para «quienes habían perdido la esperanza.» Que eso nos sirva a los demás.<br />
El hombre que decía haber salvado a Rebeca B.<br />
Miguel Ángel Maya<br />
RAQUEL G. OTERO<br />
Vidas singulares -y minúsculas vidas- condicionadas por la violencia del paisaje; una<br />
atmósfera velada por lugares de paso; tendencias libertinas como secuelas del dominio;<br />
naufragios y equilibrismos en las líneas afónicas de un pentagrama. Estamos de suerte.<br />
El hombre que decía haber salvado a Rebeca B. tiene más que ver con la literatura de<br />
un funambulista que con el cuento chino. Esta escenografía de relatos es un saqueo a<br />
la moral prefabricada, a las cloacas y abismos del ser humano; un do de pecho abocado<br />
a poner patas arriba los contornos, tan literarios, de la apariencia. Como quien baraja<br />
en el aire antorchas encendidas, Miguel Ángel Maya despliega, no sin cierta pulcritud<br />
artesana, una narración invasiva y caleidoscópica que opera por inducción, y que<br />
incluye en su potencia creativa la maravillosa insolencia de la perturbación estética.<br />
“Hacer el amor”, de Toussaint<br />
NATALIA ZARCO<br />
“Las lágrimas resbalaban irreprimibles sobre las mejillas de Marie, con la necesidad<br />
de los fenómenos naturales, como la subida de las mareas, como la llegada de<br />
la lluvia, y ella no hacía nada por contenerlas, dejaba que se deslizaran por sus mejillas,<br />
las aceptaba, sin ostentación ni pudor. Y mientras, con el corazón en un puño,<br />
yo miraba como lloraba delante de mi, sentada en su sofá. Sabía que era el recuerdo<br />
del terremoto lo que había provocado esas lágrimas, porque para nosotros ese terremoto<br />
estaba ya indisociablemente ligado al final de nuestro amor.”<br />
Se tarda en olvidar esta breve pero intensa historia. Aguanto la respiración y sigo a<br />
Toussaint por las últimas escenas de una relación íntima. Sus protagonistas, exhaustos,<br />
transitan vencidos por las páginas y las calles de Tokio, en plena madrugada,<br />
como si, perdido el mapa del tesoro, todavía algo les obligase a caminar sin detenerse,<br />
sostenidos por la memoria, por el recuerdo, en busca de lo que ya nunca les pertenecerá.<br />
El amor se extingue bajo la lluvia y la nieve, en la ciudad desierta. El amanecer<br />
da paso a un nuevo día: se borran las huellas, se desdibujan los caminos, se esfuman<br />
los leves rastros que nuestros, tan inmensos como minúsculos, amores son capaces<br />
de arañar en la corteza del tiempo. Y después la nada.
Diarios<br />
Creo:<br />
a) Que no hay un dios personal o vida después de<br />
la muerte.<br />
b) Que lo más deseable de este mundo es la<br />
libertad de ser fiel a uno mismo, es decir, la honradez.<br />
c) Que la única diferencia entre seres humanos es<br />
la inteligencia.<br />
d) Que el único criterio de una acción es su efecto<br />
último en la felicidad o infelicidad de una persona.<br />
e) Que está mal privar a cualquiera de la vida.<br />
Hay muchas clases de precocidad. Algunas<br />
se ponen de manifiesto en actos concretos: maniobras<br />
románticas en la puerta de casa, rebeliones domésticas,<br />
emancipaciones fallidas. Otras, en cambio, tienen que<br />
ver con el despertar de la sabiduría. La consciencia de no<br />
poseerla. El ansia por alcanzarla. La precocidad de Susan<br />
Sontag pertenece a esta clase. Es una precocidad debida al<br />
ímpetu por saberlo todo y saberlo deprisa. La sed insaciable<br />
Renacida<br />
Diarios tempranos de<br />
Susan Sontag<br />
45<br />
n Annie Costello<br />
de una adolescente que no sin razones iba a ser llamada ‘la<br />
mujer más inteligente de Norteamérica’. Página tras página<br />
de exhaustiva supervisión interior, la descubrimos. Nos<br />
empapamos de sus anécdotas, impresiones y obligaciones;<br />
sobrevolamos sus memorándums. Comprendemos que<br />
todo en su vida se dirige a un único objetivo: llegar a ser<br />
quien es capaz, alcanzar el nirvana, autorrealizarse.<br />
Si hablamos de edad, los diarios de Susan son<br />
jóvenes. Abarcan un periodo temprano de su existencia,<br />
deteniéndose en los treinta y uno, cuando ya tenía,<br />
sorprendentemente, un hijo y una separación a las<br />
espaldas. Pero en contenido son cuadernos viejos. Leemos<br />
el desencanto desde el principio, desde su descubrimiento a<br />
su aceptación. Es por ello que “Renacida” quizá ha de leerse<br />
no cuando se es joven, como cabría esperar, sino cuando<br />
uno, ya crecido, ha enfrentado y puede adivinar los desaires<br />
que nos aguardan. El fragmento que abre este artículo<br />
inaugura también el diario de Sontag y nos pone en guardia
de su contenido: cuidado, lector, nos hallamos ante una mujer que<br />
juzga y emite sentencias sobre todo lo que acontece. Qué se puede,<br />
si no, esperar de alguien que a los catorce años ya condensó su<br />
visión del mundo en cinco axiomas fundamentales. Qué se puede<br />
esperar de alguien así, sino que pase a la Historia.<br />
Cara y cruz de una adolescencia prodigio<br />
Tuvo que pasar tiempo, y no poco, antes de que la Sontag<br />
llegara a ser quien fue: un Príncipe de Asturias de las letras; una<br />
ensayista y novelista brillante y comprometida con el activismo<br />
del momento. Antes de disertar sobre el sida o escandalizar con<br />
sus declaraciones políticas, Susan fue una adolescente. Criada<br />
en Tucson (Arizona) y en Los Ángeles, tenía claro que su misión<br />
no pasaba por la permanencia en un solo lugar. Fue esta firme<br />
convicción la que propició su prematuro ingreso a la universidad<br />
de Berkeley, siendo tan sólo una quinceañera; y a la de Chicago<br />
dos años más tarde. Pero Susan nos revela desde el principio<br />
una extraña paradoja interior. A pesar de su creciente afán de<br />
inteligencia, irradiaba aversión hacia el academicismo, al que<br />
suponía rancio y opuesto a una vida intensa. “Quiero acostarme<br />
con muchas personas. Quiero vivir y aborrezco la muerte (...)<br />
¡no tengo la intención de dejar que el intelecto me domine, y<br />
lo único que no quiero es venerar el conocimiento o a la gente<br />
que lo posee! Me importa un comino la acumulación de datos de<br />
cualquiera, salvo en la medida que sea un reflejo de la sensibilidad<br />
fundamental que sí exijo.”<br />
Susan, como una moneda, tiene cara y cruz; tiene dos<br />
verdades no necesariamente excluyentes, aunque a veces ella las<br />
creyera así. La cara es la joven ávida, deseosa de experimentar el<br />
erotismo, por descubrir nuevos confines alejados de ambientes<br />
más eruditos. Es la que se desnuda en sus primeros fragmentos y<br />
describe largas noches bebiendo cerveza, su primera experiencia<br />
lésbica, sus andanzas en la vida nocturna entre los círculos<br />
homosexuales. El frenesí. La cruz, por contra, es la seriedad, casi<br />
pedantería, que manifiesta el resto del tiempo. Su alter ego lee,<br />
escucha música, visiona cine sin descanso. Nada es suficiente<br />
para ella, que intuye lo excepcional de su capacidad crítica. Halla<br />
errores a “La montaña mágica” de Mann, califica de vulgar la<br />
prosa de Faulkner y sobre André Gide escribe que han “alcanzado<br />
una comunión intelectual perfecta”.<br />
Una y otra Susan, pasional e ilustrada, pueden<br />
parecer irreconciliables, pero poco a poco asistimos a su mutua<br />
aproximación. El cuatro de junio del 49, la unión entre ambas<br />
aparece consumada. Tras nombrar una sinfonía de Bach, la<br />
muchacha anota respecto a ella: ‘¡Sexo con música! ¡¡Qué<br />
intelectual!!’. Por primera vez confluyen en su entendimiento el<br />
saber y el amanecer sexual. La disputa ha terminado. A partir<br />
de entonces la alianza entre el éxtasis carnal e intelectual será<br />
habitual en su proceso formativo, llegando la autora a definir el<br />
orgasmo como la génesis de su propio ego. “No puedo escribir<br />
hasta encontrarlo”.<br />
Pero a veces el ocaso de la juventud llega antes que el<br />
cénit. Cuando Susan cumple sus diecisiete años, se le ofrece<br />
realizar un trabajo junto a Philip Rieff, profesor de sociología de la<br />
Universidad de Chicago. Diez días después están comprometidos;<br />
al año ya están casados. No encontramos en sus diarios dato<br />
alguno de este paréntesis ni tampoco pistas de su romance. Del<br />
51 sólo nos quedan palabras que saben a despedida. “Me caso con<br />
Philip Rieff con plena conciencia + temor a mi propia voluntad<br />
46<br />
de autodestrucción.” Un augurio de lo que le aguarda entre las<br />
paredes de su vida conyugal. Paredes, pues no tardará en hablar<br />
de ella como si de un encierro se tratara. El matrimonio es la<br />
‘sensación de no ser libre’, una‘pérdida de personalidad’, una<br />
‘eyaculación de llanto’. ¿Por qué te casaste, Susan?; quisiéramos<br />
preguntarle. Desde que lo hizo, todo su diario se basa en apuntes<br />
monótonos y citas esquemáticas. Y listas, interminables listas. La<br />
fijación de Susan por las listas abarca desde los libros por leer o<br />
las películas vistas hasta las cosas que hacer o evitar, incluyendo<br />
glosarios de palabras y hasta sucesiones de ideas inconexas. No<br />
queda ni rastro del lirismo que desprendían las historias de su<br />
pubertad. Tampoco menciona el nacimiento de David, el hijo que<br />
sacará a la luz estos diarios. Sí comparte, sin embargo, reflexiones<br />
minuciosas sobre los temas que la ocupan e inquietan: el arte,<br />
la filosofía, el sexo. Ella, que tanto temía verse rendir culto al<br />
conocimiento, acaba encontrando en él un refugio en sus días de<br />
eterno abandono. Porque ella conoce su inteligencia, pero también<br />
su soledad. Tras la disolución de su unión con Philip, habrá<br />
mujeres: Harriet Sohmers Zweling, la famosa Annie Leibovitz...<br />
habrá otras ciudades, París, Nueva York, y escribirá sus obras<br />
más aplaudidas. Y a pesar de todo no podrá desprenderse de esa<br />
palmaria certeza: “Ich bin allein, estoy sola.”<br />
Ser consciente de una misma. Tratarse a una<br />
misma como otra.<br />
Si algo nos queda en claro tras finalizar “Renacida” es<br />
que su función no es patentar una vida por escrito. El diario aquí<br />
es más que un mero registro; es la oportunidad gracias a la cual<br />
Susan es capaz de desdoblarse. Como un espíritu que escapa del<br />
cuerpo y lo contempla tendido sobre la cama, ella se observa<br />
desde fuera, se examina y se corrige. Su escritura no es sino la<br />
proyección de lo que ansía convertirse. El diario, sí, es más que un<br />
mero registro: es una alternativa a sí misma.<br />
Ella había llamado a la raza blanca el cáncer de la<br />
humanidad. Curioso que fuera este mismo mal el que se decidiera<br />
a condenarla. Cáncer de mama en los 70 y, finalmente, una<br />
leucemia que la acompañó hasta su lecho de muerte. Susan se<br />
negaba a marcharse; se opuso a su fin hasta el último aliento.<br />
Alguien como ella, que vivía inmersa en perspectivas de futuro,<br />
tenía aún mucho por hacer. “Seguía creyendo que ella sería la<br />
excepción”, escribió David sobre su madre. “Murió como había<br />
vivido: sin reconciliarse con la mortalidad.”<br />
Su derrota no había sido anunciada<br />
en ningún cuaderno, y quizá fuera<br />
mejor así. Quizá fuera mejor que<br />
nuestra protagonista diarios no<br />
alcanzara a imaginar cuál sería su<br />
destino. “Renacida” termina en<br />
el momento justo: antes de que<br />
la enfermedad llame a su puerta<br />
para quedarse. Termina tras la<br />
maternidad y el marido, tras las<br />
amantes y el desengaño. Susan<br />
se había zambullido al mundo<br />
indiscutiblemente más sabia.<br />
Quizá fuera mejor que diera<br />
por hecho que saldría<br />
vencedora de cualquier<br />
batalla.
Diarios<br />
A una revista que versa sobre la literatura y los diarios le<br />
vendría bien un artículo acerca de un diario que no debió<br />
haberse escrito jamás. Lo pensé en el momento en el que el<br />
tema cayó sobre la mesa y hubo que escarbar en la polvorienta<br />
estantería de casa un libro que no contara historias sino<br />
vivencias. No hay nadie que haya vivido más lo que ha escrito<br />
que Charles Bukowski. Después de más de una docena de<br />
libros basados en vivencias, Bukowski escribió un diario.<br />
Nunca le gustó la idea. “La gente que apunta cosas en libretas<br />
y anota sus pensamientos me parece gilipollas”, se confiesa, al<br />
El diario<br />
del capitán<br />
47<br />
n Ignacio Ballestero<br />
principio, el autor; “yo sólo lo estoy haciendo porque alguien<br />
sugirió que lo hiciera, así que ya veis: ni siquiera soy un<br />
gilipollas original”.<br />
Las páginas que vomitó en sus últimos meses de vida se<br />
recogieron en un librito esclarecedor que lleva por título<br />
“El capitán salió a comer y los marineros tomaron el barco”<br />
sin que uno adivine de una manera clara por qué se eligió<br />
ese lema para la portada. Bueno, más exactamente, uno<br />
encuentra decenas de razones para ese título, pero no sabe por<br />
cuál decantarse de manera descarada. Es un libro complicado
para leer en primavera, está más llamado a discurrir en esas tardes<br />
de otoño en las que el sol empieza a esconderse antes y los días<br />
duran menos, y la vida se hace la remolona y busca piel que arañar.<br />
No es un buen libro para quien busca un final feliz, porque el otoño<br />
de Bukowski fue como el resto de su vida, una mala vida; pero es un<br />
libro real. En el mundo real hay pocos finales felices.<br />
Conviene acercarse a un libro dando un rodeo por las críticas.<br />
Muchas editoriales facilitan la labor y ponen algunas de ellas en las<br />
solapas o en esa molesta fajita que le colocan a los libros en un color<br />
llamativo y que acabas perdiendo por casa. Si se acepta el rodeo<br />
de la crítica, conviene coger el camino más largo, no el atajo que<br />
dibuja la editorial. Así uno se hace todos los prejuicios posibles y los<br />
va eliminando poco a poco a medida que transcurren las páginas.<br />
Yo no necesité el rodeo de la crítica para abrir “El capitán…”<br />
con prejuicios por una sencilla razón: el aliento de Bukowski al<br />
completo reposa sobre esa estantería polvorienta de la que hablaba<br />
en el primer párrafo. Había muchos prejuicios ya establecidos de<br />
antemano.<br />
Contra todo pronóstico, el final de Bukowski fue sereno. Todo lo<br />
sereno que puede ser un final para un tipo que ha bebido alcohol<br />
suficiente para matar de cirrosis a la mitad de la población de<br />
Ciudad Real, por ejemplo. En sus últimos meses el escritor de los<br />
barrios oscuros más clarividente que conozco fue un tipo<br />
acostumbrado a la tercera edad que pasaba sus<br />
días entre la quietud de casa, y la sombra<br />
de los gatos, y la pequeña dosis de<br />
adrenalina de las apuestas del<br />
hipódromo. La sorpresa es que<br />
no pasó esos últimos meses solo.<br />
Tuvo la compañía de Linda,<br />
protagonista de su vida pero<br />
que en el libro atraviesa las<br />
páginas de manera casi<br />
residual.<br />
El 28 de agosto de 1991,<br />
Bukowski escribe: “Buen<br />
día hoy en el hipódromo,<br />
estuve a punto de barrer”.<br />
Son las once y media de la<br />
noche cuando arranca este<br />
libro. Termina el 27 de febrero<br />
de 1993, un año antes de su<br />
muerte. Más allá de mediodía,<br />
Bukowski remata la última página<br />
del diario con maestría. “Que te<br />
den por el culo, compañero. ¡Y<br />
tampoco me gusta Tolstói!”.<br />
Entre medias, el diario<br />
es Bukowski en estado<br />
puro. Quien se acerque<br />
al libro no debe<br />
esperar páginas<br />
tremendamente<br />
reveladoras,<br />
ni momentos<br />
cruciales en los<br />
últimos meses<br />
de vida de un<br />
anciano. No hay<br />
columnas de<br />
luz cayendo del<br />
cielo para guiar<br />
al viejo hacia<br />
una enseñanza<br />
48<br />
vital. Hay alcohol en cantidades moderadas y pastillas en grandes<br />
cantidades. Mal humor y conatos de pelea. Crónicas insustanciales<br />
de la necesidad de comprarse una camisa y metáforas sobre heces<br />
cayendo por una ladera. Hay, en resumen, una visión global y muy<br />
acertada sobre Charles Bukowski.<br />
“Estamos enfermos, somos los pringados de la esperanza.<br />
Nuestras pobres ropas, nuestros viejos coches. Nos<br />
movemos hacia el espejismo, nuestras vidas malgastadas<br />
como las de todos los demás”.<br />
“Cuando escribes debes deslizarte. Puede que las palabras<br />
se retuerzan y entrecorte, pero si se deslizan, entonces<br />
hay un cierto encanto que lo ilumina todo. La escritura<br />
cuidadosa es escritura muerta”.<br />
“Es probable que haya escrito más y mejor durante los<br />
dos últimos años que en ninguna otra época de mi vida. Es<br />
como si después de cinco décadas de hacerlo me hubiera<br />
acercado más a hacerlo de verdad”.<br />
“En 1989 superé una tuberculosis. Este año he sufrido<br />
una operación en un ojo que todavía no se ha resuelto. Y<br />
tengo dolores en la pierna derecha, el tobillo, el<br />
pie. Pequeñas cosas. Cánceres de piel, aquí<br />
y allá. La muerte mordisqueándome los<br />
talones, avisándome. Soy un viejo<br />
chocho, eso es todo. Bueno, no<br />
pude matarme bebiendo. Estuve<br />
a punto, pero no lo hice. Ahora<br />
me toca vivir con lo que me<br />
queda”.<br />
Cuando leo un libro doblo la<br />
esquinita de las páginas en las<br />
que los párrafos sangran. Es<br />
mi manera de devolver al papel<br />
la sacudida que me provoca lo<br />
que contiene. El diario último de<br />
Bukowski tiene más de la mitad de<br />
las páginas dobladas, y todavía hay<br />
veces que releo algunos pasajes de<br />
vez en cuando.<br />
No es cuestión de convencer a nadie.<br />
Pero Bukowski, sin querer hacerlo,<br />
hizo un diario que refleja que<br />
estaba a punto de morir como<br />
vivió, y que vivió como<br />
escribió: casi siempre<br />
borracho. A los<br />
que le seguimos<br />
nos queda el<br />
consuelo de<br />
saber que no<br />
murió solo. Y<br />
que el capitán<br />
terminó<br />
muriendo<br />
como casi<br />
todos; nunca<br />
le alcanzó<br />
la vida para<br />
matarse.
B reves<br />
William Faulkner: ¡Absalón, Absalón!<br />
SANTI PÉREZ ISASI<br />
Llegué a Faulkner por casualidad: porque este libro estaba por casa y me gustó<br />
el título y lo cogí y lo leí. Hasta ese momento, podría decirse que como<br />
lector seguía siendo un niño. No sabía que se podía escribir de esta forma. La<br />
técnica. También el estilo magnífico, lírico y brutal de Faulkner; los personajes<br />
atrapados por sus deseos y sus destinos; la oscura historia de los Sutpen y<br />
los Compson en un Sur mítico y primitivo. Pero sobre todo la técnica, la técnica,<br />
la técnica. Esos narradores múltiples que se contradicen y se complementan,<br />
esa forma de plegarse la historia sobre sí misma y reconstruirse como<br />
en capas que hay que pelar una por una; ese centro denso y poderoso hacia<br />
el que la historia se desliza en espiral descendente. ¡Absalón, Absalón! es un<br />
terreno inexplorado para el lector, una aventura; una vorágine que arrastra<br />
y confunde, pero eleva. Leída en el momento adecuado, como me pasó a mí,<br />
esta novela puede cambiarte la vida: puede enseñarte que hay otros mundos,<br />
otras voces, otras formas de contar.<br />
Mi vida según Carver<br />
MARINA P. DE CABO<br />
En ocasiones dudo acerca de la necesidad de tan extenso vocabulario para tan<br />
monótona existencia. El sinsentido de las fórmulas y combinaciones sintácticas<br />
me sobrepasa, las palabras me abruman hasta el punto de olvidar sentido<br />
y significado. Es entonces, en el momento en que me revelo víctima del exceso<br />
de vocablos e interpretaciones, cuando decido ejercitar la austeridad léxica.<br />
Alguien que no soy yo, en el interior de mi cabeza, me propone adoptar los<br />
títulos de Raymond Carver como directriz vital. La realidad se ordena en base<br />
a ellos. Tal es la empresa; no hace falta más para sobrellevar el mundo.<br />
El ser humano habita en un cuento de Carver: tal es mi axioma. No<br />
existen argumentos para la refutación. Mi afirmación conduce a conjeturas<br />
varias: que cada acción de la vida es desasosiego y es asfixia, que cielo e infierno,<br />
salvación y condena, se ubican en la costumbre de la rutina.<br />
El régimen comunicativo y la dieta existencial se imponen. Todos somos<br />
Catedral. Todos somos Principiantes. Padecemos, en la fría oscuridad,<br />
Insomnio de invierno, preguntándonos, sin conocer la respuesta, ¿De qué<br />
hablamos cuando hablamos de amor?, sabiendo que nuestras vidas son Vidas<br />
cruzadas, sucesiones de encuentros y desencuentros: oscilamos entre la<br />
sentencia huraña -¿Quieres hacer el favor de callarte?- y la construcción de<br />
vínculos –Si me necesitas, llámame-, prostituyéndonos desde el egoísmo velado.<br />
El mundo no es sino realismo sucio.
Diarios<br />
Tres miradas<br />
sobre<br />
Josef K<br />
Toda obra (todo fenómeno, en realidad) puede ser<br />
contemplada desde un sinfín de ópticas distintas. Hoy<br />
os traemos tres miradas sobre los “Diarios” de uno los<br />
personajes clave de la historia de la literatura del siglo<br />
XX, tres visiones tan distantes como los actores que<br />
las protagonizan.<br />
Si el mundo fuera un lugar justo, un lugar donde los amigos<br />
respetan los deseos de los amigos y las lecturas estuvieran<br />
guiadas tan solo por la búsqueda de un más allá, este artículo no<br />
tendría sentido. De hecho, si el mundo fuera ese lugar ideal, el<br />
que esto escribe no habría leído los “Diarios” de Kakfa. Es más,<br />
en un mundo maravilloso, esos “Diarios” ni siquiera se habrían<br />
publicado. Aun yendo más allá, si sobre nuestro planeta no<br />
convivieran con nosotros las pesadillas, las opresiones paternas<br />
excesivas y la tuberculosis, Kakfa ni siquiera habría alumbrado a<br />
Josef K y ninguno de nosotros sabría que podemos convertirnos<br />
en un insecto (si es que no lo somos ya), pero en uno lúcido,<br />
consciente del lugar que ocupan sus patas y antenas, el mismo<br />
lugar en el que antes tenía unas manos y unas pestañas.<br />
Pero el mundo no es un lugar justo. Aquí los amigos no tienen<br />
por qué respetar los deseos de los amigos muertos y nuestras<br />
lecturas son, en muchas ocasiones, el reflejo de lo pretenciosos<br />
que podemos llegar a ser. El mundo es así y juntando la<br />
injusticia, un amigo desleal y un lector pretencioso (ese papel<br />
lo asumiré yo), ponemos sobre la mesa los “Diarios” de Kafka,<br />
50<br />
n Pedro Larrañaga<br />
las anotaciones, reflexiones, comentarios, relatos y dolores<br />
de Franz Kafka, recogidas en doce cuadernos con tapas de<br />
hule. Doce cuadernos sobre los que se pueden lanzar infinitas<br />
miradas, algunas semejantes y otras opuestas a estas tres.<br />
La mirada de Kafka sobre Josef K<br />
Mucho se ha escrito y comentado sobre el modo en el que la<br />
obra de Franz Kafka reflejaba la realidad de un mundo concreto<br />
(centroeuropa, comienzos del siglo XX, periodo de entreguerras,<br />
auge del nazismo y comunismo, condición de judío), sin<br />
embargo, leyendo todos los pasajes de sus “Diarios”, lo que te<br />
encuentras no es el exterior (la piel, el cuerpo, el mundo) de Josef<br />
K, sino su interior (las entrañas, las sensaciones propioceptivas,<br />
los sueños, los recuerdos distorsionados).<br />
Así, con cada frase, Kafka te muestra que Josef K no es producto<br />
de un tiempo, un mundo y un contexto histórico. Josek K es<br />
producto de Josef K.<br />
En esos textos incompletos, aparentemente inconexos, en las<br />
cartas y relatos (todas ellas sobre cuadernos con tapa de hule, no<br />
lo olvidemos), te muestra cómo Gregor Samsa no se convierte<br />
en insecto por ese mundo que hace de él un bicho condenado<br />
a repetir día tras día (hora tras hora, minuto a minuto) las<br />
mismas tareas para que la colmena esté muy por encima de<br />
cualquiera de sus miembros. No, Samsa es un insecto porque ya<br />
era un insecto en su interior. Su transformación exterior no es
más que la expresión de su potencialidad interior. Lo suyo no es una<br />
condena, es la igualación del dentro y el fuera. Porque ¿acaso puede<br />
ser algo más que un insecto alguien que siente, padece, huye, se<br />
pregunta, anhela y se entristece de ese modo? Sí, puede serlo, porque<br />
Josef K, además de sufrir y enfermar, hizo muchas otras cosas<br />
(amar, saborear, vivir, masticar, leer, escribir), pero la memoria,<br />
esa compañera encargada de filtrar todo lo que hacemos, lo que<br />
recordamos que hacemos, que es lo único que nos queda una vez<br />
que un instante deja de ser presente para convertirse en pasado, sólo<br />
pone sobre la mesa al insecto. Y si la memoria te muestra un insecto,<br />
sólo es cuestión de tiempo que el espejo te muestre un insecto.<br />
La mirada de Max Brod sobre Josef K<br />
Si hay un actor en la historia de la literatura sobre el que albergar<br />
sentimientos enfrentados, ese es sin duda Max Brod. El amigo,<br />
albacea y editor póstumo de Franz Kafka es alguien a quien no tengo<br />
claro que quisiera como amigo en la vida (y eso lo digo sin tener la<br />
más remota idea sobre cómo era como amigo de Kafka), porque<br />
tomó una decisión que no parece casar en absoluto con la idea (la<br />
feliz idea) de la amistad.<br />
Max Brod, una vez muerto su amigo, habiendo conocido su deseo de<br />
no publicar sus textos y lo que se expresaba tanto en relatos como en<br />
los “Diarios”, decidió no cumplir con su parte del trato. No sabemos<br />
si hubo una promesa o no, si Kafka le hizo jurar que no lo haría o<br />
simplemente se lo comentó de pasada, pero el hecho es que el señor<br />
Brod sabía el destino que estaba previsto para todos aquellos papeles<br />
y los doce cuadernos con tapas de hule. Lo sabía y decidió hacer otra<br />
cosa.<br />
Sabía lo que decían aquellas palabras, pero prefirió leer entre líneas,<br />
ir más allá y tratar de interpretar (lo que siempre, inevitablemente,<br />
implica un sesgo). Fue entonces cuando debieron surgir las<br />
preguntas.<br />
¿Por qué no los destruyó el mismo?<br />
¿Por qué me pide a mí que los calle para siempre?<br />
¿Por qué llegó a escribirlos incluso?<br />
¿Sólo necesitaba vaciar sobre el papel la enfermedad que le comía<br />
por dentro?<br />
¿No estaría, acaso, esperando a alguien que tomara la decisión por<br />
él?<br />
¿Había sido la falta de deseo, de convicción o de expectativas lo que<br />
había dejado todos aquellos textos en un cajón?<br />
Max Brod tuvo que preguntarse todo eso y probablemente a<br />
mucho más. El señor Brod conocía a Kafka, conocía su deseo de ser<br />
escritor y su necesidad de escribir. Conocía a Kafka, su pasión por<br />
encontrar explicación a cada sensación, a cada punzada y cada dolor.<br />
Conocía su necesidad de afecto. Lo sabía por sus propias palabras<br />
(probablemente) y tenía la certeza de que así era por aquellos textos<br />
depositados en sus manos. Con todo lo que sabía, Brod tomó una<br />
decisión, una distinta a la que Kafka había tomado. En vez de ser<br />
el enterrador de Josef K, Max Brod prefirió darle vida, sacarlo del<br />
cuarto oscuro en el que vivía y lanzarlo a recorrer el mundo. Max<br />
Brod, que había asistido al entierro de su amigo Kafka, dio a luz a un<br />
nuevo Kafka, uno que se expandía por encima de los límites de aquel<br />
frágil, depresivo y enfermo escritor checo de origen judío, hasta<br />
llegar a ser Kafka, el de “La Metamorfosis”, “El Proceso” o “Amerika”,<br />
un Kafka del que ya resultaba especialmente interesante abordar<br />
sus “Diarios”. Por mucho que él (el frágil, depresivo y enfermo) no<br />
quisiera, porque Brod sabía que el otro (el de “La Metamorfosis” y<br />
todos los demás textos) sí quería.<br />
Tú mirada sobre Josef K<br />
Partiendo de la traición (bendita o no, esa ya es otra cuestión) de Max<br />
51<br />
Brod, uno no puede acercarse a los “Diarios” de Kafka del mismo<br />
modo en que lo haría a los diarios, memorias, confesiones o cartas<br />
de cualquier otro autor o autora. Abrir ese libro y tratar de seguir<br />
el hilo de los pensamientos que se van dibujando sobre el papel es,<br />
en realidad, un ejercicio de presunción (por tu parte) y voyeurismo<br />
(también por tu parte), aderezado con unas buenas dosis de actitud<br />
pretenciosa (inevitablemente por tu parte).<br />
Kafka no te quería ahí, en la cocina, mientras cocía a fuego lento las<br />
emociones, vestidas con trajes de palabras, con las que pretendía<br />
preparar un plato llamado Josef K. No, Kafka pensaba que, si alguna<br />
vez era inevitable que Josef K se encontrara con el mundo, debería<br />
ser en el comedor, perfectamente dorado y aderezado con una salsa<br />
de sabores antónimos. Pero no, Max Brod dejó abierta la puerta de<br />
la cocina y tú te metes ahí, deseoso de conocer todos los secretos, de<br />
observar cada paso para dar con las claves de esos bocados capaces<br />
de saciar tu hambre, pero acompañados siempre de digestiones<br />
difíciles.<br />
Sin embargo, al igual que ver sacrificar a un cochinillo, desangrarlo,<br />
abrirlo en canal y trincharlo, no resulta la misma experiencia que<br />
hincarle el diente sobre el plato (acompañado de un Ribera del<br />
Duero a ser posible). En los “Diarios” no están Gregor, ni Josef, ni<br />
siquiera la K en la más absoluta de las soledades. En los “Diarios”<br />
están los fogones ardiendo, el olor a butano que alimenta el fuego,<br />
la cebolla macerando a fuego lento en un pequeño cazo y las<br />
quemaduras y cortes que pueblan las manos del cocinero. Todo<br />
eso, tan desagradable, tan poco literario incluso, es necesario, es<br />
imprescindible para que tú puedas masticar “El Proceso” o “La<br />
Metamorfosis”, pero tú (ignorante del arte de la cocina) no entiendes<br />
nada.<br />
Así, del voyeurismo (deseabas ver sus<br />
tripas) y la presunción (creíste<br />
que con ver los ingredientes<br />
sabrías cocinar), así como<br />
con tu actitud pretenciosa<br />
(eso era lo que<br />
buscabas, decir «yo<br />
he leído los “Diarios”<br />
de Kafka»),<br />
poco tienes que<br />
sacar para tus<br />
galanterías sobre<br />
una mesa mal<br />
iluminada, en un<br />
pequeño bar con<br />
estilo, donde las<br />
conversaciones<br />
sobre literatura<br />
son sólo otro modo<br />
de intentar llevarte a<br />
alguien a la cama.<br />
Y en la cama terminas, pero<br />
sin compañía. Porque abrir<br />
los “Diarios”, una noche más,<br />
no es estar acompañado,<br />
sino mirar de frente a<br />
la soledad.
Diarios<br />
La sangre que la<br />
nieve roja drena<br />
Reseña de “Un día en la vida de Iván Denisovich”,<br />
Nieve blanca. Pura. Agua en régimen rojo de congelación.<br />
Tintada de sangre. Testigo y encubridora de decenas de<br />
millones de muertes con sufrimiento salvaje. Presente,<br />
silenciosa, en la destrucción de la vida de generaciones de<br />
personas, que como Iván Denisovich Shukhov, nacieron en<br />
el lugar y momento menos indicado. En su herencia genética,<br />
la dosis exacta de patriotismo inocente y valentía silenciosa<br />
y forzada, tan característica del pueblo ruso para soportar<br />
a sus dirigentes. Fueron ambos, la nieve y el silencio, los<br />
aliados impertérritos del NKVD –la insaciable policía secreta<br />
soviética– para intentar perpetuar lo macabro y sepultar así<br />
aquello que nació como el paraíso del hombre normal y que<br />
acabó convertido en un uróboros que fagocita sus propias<br />
entrañas y arrasa como un huracán sombrío cualquier<br />
vestigio de dignidad y compasión humana.<br />
Aleksandr Solzhenitsyn fue actor principal, tanto o más que<br />
su personaje, de esta realidad. El impulso juvenil marcó en<br />
él un deseo irrefrenable de volar y convertirse en escritor,<br />
siguiendo los pasos de Tolstói o Dostoievski, pero la Gran<br />
Guerra lo cazó despegando y a baja altitud y lo obligó a<br />
volver a la dura y nevada tierra rusa para incorporarse al<br />
ejército rojo que plantaba cara a los nazis al este y luego al<br />
oeste del Elba, al tiempo que ocupaba y fagocitaba grandes<br />
extensiones de terreno de otros países de la llanura central<br />
europea. Dotado de una mente excepcional, Solzhenitsyn<br />
vivió una vida que por sí sola ya sería merecedora de varios<br />
premios Nobel. Hijo de un terrateniente cosaco muerto<br />
antes de nacer él, consiguió acaparar unos sólidos estudios<br />
universitarios en Física y Matemáticas. Fue capturado poco<br />
antes de la ofensiva soviética por Berlín en 1945, encerrado<br />
temporalmente en la terrible cárcel Lubyanka y enviado a<br />
un centro de investigación para científicos recluidos por<br />
crímenes políticos cerca de Moscú.<br />
Varios años después fue enviado a un centro de trabajos<br />
forzados de la red de campos conocida como Gulag, esta vez<br />
en Kazajstán. Es en este lugar donde se originará el germen<br />
de “Un día en la vida de Iván Denisovich”. Su objetivo es dar<br />
de Aleksandr Solzhenitsyn<br />
52<br />
n Robert Fornes<br />
a conocer la realidad del sistema de represión del régimen.<br />
Ayudado por Alexandr Tardovsky, redactor jefe de la revista<br />
literaria “Novy Mir” para su publicación, Solzhenitsyn<br />
cuenta veinticuatro horas en la vida de un preso común. Y<br />
lo hace lejos de grandilocuencias, lenguajes ampulosamente<br />
acusadores o resentimientos postreros. Contar sin opinar.<br />
Que sea la realidad quien otorgue a cada uno su lugar. A través<br />
de esas veinticuatro horas, narradas con una asombrosa<br />
sencillez, puedes comprender la insondable profundidad<br />
del alma humana. Personas que ajustician a otras personas.<br />
Personas que sobreviven a entornos brutales, a temperaturas<br />
insoportables, a vejaciones intolerables. Personas que, por el<br />
contrario, saborean con ilusión infantil situaciones que para<br />
la inmensa mayoría de la humanidad serían pequeñeces.<br />
Personas que establecen relaciones de amor y de odio para<br />
el resto de la vida. Personas. Personas. Millones de ellas,<br />
que como Iván Denisovich Shukhov, sufren en sus carnes la<br />
brutalidad represora del régimen del oso Stalin. Vivencias<br />
estas que aportan un testimonio de valor incalculable como<br />
denuncia pública, cargado de una valentía excepcional.<br />
Ligada irrevocablemente a su hermana Archipiélago Gulag,<br />
ambas obras conforman un testimonio obligado sobre la<br />
realidad de la URSS y la Europa del Siglo XX y uno de los<br />
más grandes tesoros de la densa literatura rusa. “Un día en<br />
la vida…” fue, en el momento de su publicación, un auténtico<br />
terremoto social tanto dentro como fuera de la Unión<br />
Soviética, dinamitando los cimientos de lo que idílicamente<br />
se entendía como el paradigma del estado proletario.<br />
Vanya, el superviviente.<br />
Es Vanya, el protagonista indudable de la novela, un auténtico<br />
superviviente. Persona de hábitos simples, carpintero<br />
de profesión, padre de familia y habitante de un remoto<br />
pueblo de la Rusia Central, es capturado por los nazis con<br />
escasos treinta años, pero consigue escapar y reincorporarse
a las filas del ejército rojo al poco tiempo, incorporándose a la<br />
vanguardia del frente. Su ejercicio de valor y patriotismo es<br />
increíblemente mal pagado con la acusación de haber desertado<br />
de las filas soviéticas para ser captado por los nazis y volver<br />
después infiltrado como espía. Por ello es condenado a diez<br />
años de trabajos forzados en los confines de la estepa siberiana.<br />
Después de más de ocho años encerrado en varios campos del<br />
Gulag, la mayoría de sus dientes desaparecidos por los golpes<br />
y el escorbuto, y su complexión esmirriada y macilenta por la<br />
disentería, Vanya ha comprendido hace tiempo que, como una<br />
vez le dijera su jefe de brigada Kusiomin, “Aquí, muchachos,<br />
impera la ley de la Taiga. Pero también aquí viven hombres. En<br />
el campo sucumben aquellos que lamen los platos, especulan<br />
con la enfermería o denuncian”.<br />
Por ello, Iván Denisovich entiende que ha de convertir todos<br />
sus días en una iteración perpetua de períodos de veinticuatro<br />
horas que se repiten, calcados, un día detrás de otro. Escribir<br />
un diario que arranca a las cinco de la mañana y se borra en su<br />
totalidad una vez se apagan las luces del pabellón de descanso.<br />
Sin importar que en el pasado haya tenido una familia, dos hijos,<br />
un trabajo, él ha de aplicar todos sus sentidos en sobrevivir,<br />
dedicando todo recurso a afinar una inquebrantable fidelidad<br />
a la vida. Visionar a través del caleidoscopio tintado de blanco<br />
y rojo un minúsculo punto de luz al final de la oscuridad. Iván<br />
Denisovich, o el preso S-854, entiende pronto que su única<br />
forma de subsistir se concentra en responder a dudas tan<br />
transcendentes en su situación como de qué manera guarecerse<br />
del frío brutal, tanto en los barracones de descanso como al<br />
raso de las zonas de trabajo forzado, cómo conseguir raciones<br />
extra de sopa de patata con raspa de pescado, de engrudo de<br />
avena o de pan negro mojado y mohoso. De qué forma esconder<br />
una pequeña cuchilla con la que servirse para hacer babuchas<br />
y reparar las botas de otros presos. Cómo y a quién hacer los<br />
favores justos y necesarios para procurarse ciertos artículos<br />
53<br />
que no se pueden conseguir de otro modo. Vanya lucha, en<br />
definitiva, por mantener los ojos bien abiertos y las espaldas<br />
cubiertas. Lucha por su vida, con la esperanza lejana (y vacua,<br />
seguramente) de que algún día el castigo terminará.<br />
El día por el que transcurre la trama argumental arranca antes<br />
del alba y transita entre golpes e insultos por los barracones<br />
del centro, por los patios a la intemperie donde los presos<br />
soportan temperaturas inferiores a -30º, en la lenta espera<br />
para el recuento previo a la marcha. En los comedores, pasa de<br />
puntillas por los diez minutos permitidos para el desayuno, te<br />
lleva hasta un nuevo recuento en el patio y una dura caminata de<br />
kilómetros por la taiga siberiana. Soportando el inapelable frío,<br />
acompaña a Iván Denisovich y sus compañeros de reclusión en<br />
su caminar, en filas de a cinco, pegados unos a otros. Las manos<br />
cruzadas detrás de la espalda, las cabezas hundidas, marchando<br />
como penitentes de procesión a un entierro. Es testigo mudo<br />
durante la severa jornada de trabajo físico portando ladrillos,<br />
cemento, construyendo paredes, cegando ventanas con los<br />
cristales rotos por el viento, dejándose la vida en cada paletada<br />
de mortero y en cada golpe de martillo con el único objetivo<br />
de mantener el frío a raya. Trabajo innoble realizado para el<br />
beneficio de los necios, para el mantenimiento de la trituradora.<br />
Persigue la jornada al Sol en su agónica puesta y retorna con<br />
la becqueriana comitiva al centro de reclusión, cargados los<br />
presos con el cansancio acumulado del día, y muchos de ellos<br />
con alguna rama encontrada entre la nieve que pueda servirles<br />
de leña y que, seguramente, será confiscada a golpe de culata<br />
de rifle por los guardianes de la entrada para uso propio. Tres<br />
mil seiscientos cincuenta y tres días exactamente iguales a éste.<br />
Esa es la condena real. Saber a ciencia cierta que mañana será<br />
igual de brutal que hoy. Que no hay tregua. Que cuando acabes<br />
de cumplir tu condena, llegará un documento de Moscú que te<br />
prolongará la tortura otros diez años más. Que la mayoría de<br />
presos no sobrevive para llegar a ver el final de su periodo de
confinamiento. Que prácticamente nadie ha conseguido salir del<br />
centro para volver con los suyos. Que los únicos brazos que te<br />
esperan al final del túnel están fríos, muertos.<br />
Y eso lo sabe cualquiera de ellos, a poco que permanezca pocas<br />
semanas en este lugar infernal. La estancia en uno de estos<br />
campos tatúa en la piel de todos y cada uno de los presos un<br />
mapa imborrable, un legado de profunda humanidad y estúpida<br />
barbarie con cierto regusto a síndrome de Estocolmo. Si Iván<br />
Denisovich nos lo pudiera mostrar, veríamos rayada a surcos<br />
en su piel la sonrisa del camarada Kilgas, el letón. Su mostacho<br />
poblado y vigoroso, perteneciente a otra época, a otro lugar.<br />
Porque nada en un campo de concentración, ni siquiera un<br />
mísero mostacho, tendría que parecer, en principio, vitalista.<br />
Advertiríamos en algún lugar la Biblia adventista de Alyoshka,<br />
la pipa humeante de César Márkovich, o la gorra de marinero<br />
del torpedero Bujnovsky, una vez compañero de mares de un<br />
Lord del Almirantazgo de la Marina Real Británica. Por debajo<br />
de su camisa sucia y hecha jirones, de su abrigo de guata, seguro<br />
que podríamos advertir la figura tatuada de los dos estonios de<br />
nombre desconocido que después de haberse conocido en el<br />
campo, nunca se separaban el uno del otro y parecían hermanos<br />
siameses unidos por una fina cortina de aire. O a Gopchik, el joven<br />
inocente y dadivoso de aspecto frágil por cuya supervivencia<br />
pocos apostarían un kopek, pues es Gopchik, especialmente,<br />
el tipo de personas que no puedes imaginarte en un lugar así.<br />
Seguro que también Senka Klevshin, con su sordera derivada<br />
de las vejaciones tanto en los campos de exterminio nazi como<br />
soviético tendría su rincón en ese tatuaje. Incluso Tyurin, el jefe<br />
de la brigada 104 lo tendría.<br />
54<br />
Héroes anónimos<br />
La verdadera grandeza de la obra de Solzhenitsyn estriba en ser<br />
capaz de transmitir el testimonio de estos héroes anónimos, en<br />
trasladar su esperanza por regatear el destino, en su fidelidad a la<br />
vida, en la paz y el perdón con el que son capaces de responder a<br />
la brutalidad de un sistema que los utiliza de mero combustible.<br />
Todas estas personas han sido despojadas de la capa más adulta<br />
de su propia identidad mostrándolos ante nosotros lectores,<br />
desnudos ante su destino, inocentes, convertidos en individuos<br />
desprotegidos, carentes de cedazo ideológico o valentía<br />
politizable, reducidos a una suma de simples personas ante la<br />
muerte segura.<br />
Porque es de una grandeza narrativa y moral excelente contar<br />
todo esto sin un ápice de miedo, haciendo frente a la maquinaria<br />
censuradora soviética con la verdad de quien lo ha vivido en<br />
sus carnes y aún es perseguido por ello. Ilustrar, además,<br />
esas veinticuatro horas cualesquiera en la vida de Vanya con<br />
austeridad y rigor, apuntando los focos a la historia y no a la<br />
técnica, que se mantiene en un respetuoso segundo plano por<br />
detrás de la grandeza del testimonio y de los protagonistas.<br />
“Un día en la vida de Iván Denisovich” es, por todo ello, un diario<br />
cosido a puntadas gruesas con las hebras de los gritos a volumen<br />
de susurro que, obligatoriamente, ha de impactar en el corazón<br />
de todos nosotros para alertarnos una vez más que la noche de<br />
los tiempos, el horror absoluto, está siempre a la vuelta de la<br />
esquina.
B reves<br />
Hogarth<br />
MIGUEL HERRANZ FARELO<br />
La cosa es que compraron la imprenta con la idea de buscar una distracción<br />
para Virginia, lo que resulta una decisión descabellada a todas luces, porque<br />
la imprenta es una ocupación endemoniadamente compleja. Pero la recibieron con<br />
una ilusión enorme, Virginia y Leonard: desempaquetaron la máquina y los tipos de<br />
plomo, en la primera tarde perdieron algunas letras en el suelo del salón y Virginia<br />
mezcló las enes minúsculas y las haches en los cajetines. Buen comienzo.<br />
Y, sin embargo, hicieron de esta presunta afición un buen negocio y, con su<br />
catálogo, un regalo de valor enorme a la humanidad (al menos a la humanidad lectora):<br />
en el primer año de funcionamiento de la editorial (porque imprimían y editaban)<br />
publicaron el cuento Prelude, de Katherine Mansfield; Poems, de T. S. Elliot; y<br />
Kew Gardens, de la propia Virginia Woolf. Un evidente buen ojo artístico y también<br />
comercial, porque Hogarth se mantuvo desde el principio sin más apoyo financiero<br />
que las ventas de sus libros; todo un mérito, más aún si tenemos en cuenta que del<br />
primer título publicado, Two stories, sólo tiraron ciento cincuenta ejemplares (cuentos<br />
de Leonard y Virginia Woolf, con ilustraciones de Dora Carrington, ummm…) Y<br />
luego vino todo lo demás: The waste land, de Elliot, y los ensayos de Freud… Dejaron<br />
pasar el Ulysses de Joyce, porque a Virginia no le gustaba (ni la obra ni el autor) y<br />
porque la impresión suponía un esfuerzo inmenso para ser realizado con una imprenta<br />
manual.<br />
Lytton Strachey: “Las Two stories fue una producción de lo más estimulante.<br />
Nunca hubiera creído que fuera posible. Mi única crítica es que parece que no hay suficiente<br />
tinta.” Pues con poca tinta y todo, en esa sucursal del Paraíso en la tierra que<br />
es la librería londinense Sims Reed, se puede comprar un ejemplar de Two stories<br />
por 18000 libras. Lo digo por si alguien se anima.<br />
Gracias por el miedo (patrio)<br />
MARGA MARTIN<br />
Puede que la culpa de todo la tenga mi hermano mayor, que me obligaba a ver con él<br />
pelis de terror cuando era una enana, o puede que todo sea culpa de este sentido del<br />
humor tan negro y retorcido que tengo desde el día en que nací, pero el caso es que<br />
nunca he sentido “miedo” leyendo un libro.<br />
Puede que, en realidad, la culpa de todo la tenga esa cultura que nos dice<br />
que si algo malo va a pasar pasará en Nueva York, o en un campamento en un pueblo<br />
perdido del Medio Oeste americano.<br />
Tenemos más que asumido que los vampiros viven confinados en sus rancios<br />
castillos en los Cárpatos o en sus opulentas villas en la aún más rancia Nueva Orleans.<br />
Los hombres lobo son más de frondoso bosque centroeuropeo que de estepa manchega,<br />
los asesinos en serie masacran a destajo por Virginia y Michigan...<br />
Pero de repente te encuentras entre las páginas de un libro con que los zombis campan<br />
a sus anchas por Málaga, por Coruña, por Astorga... y el pequeño Timmy en<br />
realidad es tu prima Paqui la de Fuengirola... y eso ya es otro cantar. Ahí ya notas el<br />
escalofrío recorriéndote la espalda y un aliento raro en la nuca que no te deja dormir<br />
bien tus ocho horitas de rigor.<br />
Gracias, Carlos Sisí. Gracias, Manel Loureiro. Gracias, Juan De Dios Garduño. Gracias<br />
por hacerme saber lo que es el “miedo”. Cabrones.
Diarios<br />
56<br />
Los<br />
diarios<br />
de<br />
Tolstói<br />
“Cuando os dedicáis a la actualidad y descuidáis el pasado,<br />
estáis plantando árboles sin raíces”.<br />
Hablar de Tolstói siempre es difícil, a pesar<br />
de que cien años después de su muerte se trata, junto a<br />
Dostoievsky, del autor más reconocido que ha dado la<br />
literatura rusa. Muchos son los ríos de tinta y los rollos<br />
de celuloide que se han usado para dar a conocer su vida<br />
y obra. Dos de sus obras se señalan, constantemente,<br />
como las mejores novelas de la literatura universal:<br />
“Anna Karenina” y “Guerra y Paz”. Sus ideas sobre la<br />
no-violencia, influyó en personas tan relevantes para la<br />
historia del siglo XX como Mahatma Gandhi y Martin<br />
Luther King. Sus ideas y filosofía se han bautizado con el<br />
nombre de Tolstoismo, y son muchos los que en el siglo<br />
XXI todavía se proclaman seguidores de esta doctrina.<br />
Es tanto lo que habría que leer, pensar y decir<br />
sobre Tolstói que no es fácil resumirlo todo en pocas<br />
líneas. Se debe tener presente que su propia historia<br />
personal, la profundidad de sus reflexiones y la longevidad<br />
que llegó a alcanzar –ochenta y seis años– llevan a que los<br />
diarios de Lev Tolstói, al igual que sus obras, sean tanto<br />
indispensables como inabarcables: las notas que dejó a lo<br />
largo de su vida ocupan trece de los noventa volúmenes de<br />
la edición soviética de sus obras completas. En ellas anotó<br />
sobre todos los temas que le interesaban: los libros que<br />
leía, su vida familiar, sus conceptos de arte y belleza, sus<br />
reflexiones sobre la bondad, Dios y la moral, su proyecto<br />
pedagógico, sus obras literarias o sus ideas sobre política.<br />
Tampoco es necesario excavar demasiado para empezar<br />
a encontrar la influencia que estas anotaciones tendrían<br />
n Abel González Luna<br />
en sus obras, lo que convierten la edición española, de<br />
dos volúmenes, editada por Acantilado y traducida por<br />
Selma Ancira, un anexo ideal a la hora de acercarnos a los<br />
cuentos, novelas y ensayos del autor.<br />
Una de las señas de identidad del diario<br />
personal del escritor y pensador ruso es que su uso no<br />
fue pensado como el de una herramienta catártica o<br />
como solo un soporte en el que volcar las ideas que<br />
retomaría con posterioridad. A parte de esto, Tolstói<br />
tiene un proyecto moral que intentará desarrollar a lo<br />
largo de su vida. Gracias a sus anotaciones diarias pudo<br />
registrar lo que observaba sobre sí mismo, tanto lo que<br />
debía cambiar como lo que debía mantener como parte<br />
de su personalidad. Se pueden leer teniendo en mente<br />
un hombre que logró hacerse a sí mismo a través de su<br />
escritura.<br />
Moral<br />
Para entender el progreso de Tolstói, debemos<br />
saber que fue, a su pesar, un rico heredero. Nació en 1828<br />
en Yasnaia Poliana, la propiedad dónde pasaría la mayor<br />
parte de su vida. Su padre, el conde Nikolai Illich Tolstói<br />
luchó en las guerras napoleónicas, poseía numerosas<br />
propiedades y un apellido importante y respetado. Cada<br />
uno de sus hijos tuvo un sirviente de su misma edad, que<br />
debería servirles toda su vida y el abuelo se permitía el<br />
lujo de enviar su ropa a Holanda para que se la lavaran.
A pesar de que tanto el padre como la madre murieron cuando<br />
el escritor todavía era un niño, los valores que recibió durante<br />
su educación fueron los propios de los grandes señores del<br />
período Zarista. Con setenta y dos años, en 1900, reflexionaba<br />
sobre la educación que había recibido:<br />
“A mí no me inculcaron ningún principio moral:<br />
ninguno; y sin embargo, a mi alrededor los grandes seguros de<br />
sí mismos, fumaban, bebían, se entregaban a una vida disoluta,<br />
pegaban a la gente y le exigían que trabajara. Y yo hice muchas<br />
cosas malas sin querer hacerlas, sólo por imitación de los<br />
mayores”.<br />
Sin embargo, tomó conciencia muy joven de que algo<br />
funcionaba mal en aquel sistema. Tras abandonar sus estudios<br />
universitarios, comenzó a leer a los ilustrados franceses.<br />
Rousseau sería a quién más tendría que deber durante los<br />
años en los que el conde se embarcó en un particular proyecto<br />
pedagógico. En 1847 empezó a escribir su diario, a la edad de<br />
dieciocho años. Había abandonado los estudios universitarios<br />
y se había asentado en las propiedades familiares de Yasnaia<br />
Polaina.<br />
“Nunca había llevado un diario porque<br />
no veía ninguna utilidad en ello. Pero ahora<br />
que empiezo a preocuparme por el<br />
desarrollo de mis facultades, el diario<br />
me permitirá juzgar el progreso de<br />
ese desarrollo”.<br />
Empujado por la<br />
necesidad de ser fiel a unas<br />
prescripciones morales, en<br />
un mundo dominado, en su<br />
opinión, por la inmoralidad<br />
y el sinsentido, aquel<br />
primer año escribió un<br />
listado de reglas que se<br />
comprometería a seguir<br />
durante el resto de su<br />
vida. A pesar de sus<br />
errores, no cesó en su<br />
empeño. La idea de<br />
“ser mejor y mejorar<br />
en la vida”,<br />
recogida<br />
varias<br />
veces a lo largo de su vida, se convirtió en el motor de todo el<br />
pensamiento del autor. Incluso en aquel período escribió sobre<br />
la idea de fundar una nueva religión.<br />
La tarea que se propuso no fue fácil. Una de los<br />
primeros aforismos que escribió decía que “es más fácil escribir<br />
diez volúmenes de filosofía que llevar a la práctica una sola regla,<br />
no importa cuál” y toda su producción demuestra que estaba en<br />
lo cierto. El primer Tolstói vive atormentado por la culpa, por<br />
sus noches de fiesta, alcohol y juego: al parecer era un jugador<br />
horrible y esto le producía grandes perdidas, que le llevaron a<br />
estar a punto de perder Yasnaia Poliana. Sin embargo, todas<br />
aquellas experiencias, si bien en algún momento de su vejez<br />
quiso que desaparecieran de su diario, le pareció que tenían la<br />
capacidad de ilustrar sobre el cambio que una persona puede<br />
lograr.<br />
Matrimonio<br />
Las mujeres eran otro de los tormentos de Tolstói: una<br />
dificultad para alcanzar la perfección moral. Cuando se habla<br />
de escritores del pasado fácilmente decimos que sus opiniones<br />
sobre la mujer se deben a que son producto de su tiempo; de este<br />
modo evitamos juzgar a alguien desde un contexto diferente,<br />
pero de este modo también podemos dejar de lado<br />
el análisis profundo de los motivos. Tolstói<br />
atribuía a la mujer una parte importante de<br />
responsabilidad sobre los problemas de<br />
autocontrol que el autor sentía poseer<br />
sobre su apetito sexual. A través de<br />
sus notas, conocemos a un hombre<br />
profundamente misógino. Con<br />
diecinueve años dejó escrita una<br />
idea que fue recurrente durante<br />
su vida y que en la vejez,<br />
profundizaría y ampliaría:<br />
“Considera la sociedad<br />
femenina como un disgusto<br />
inevitable de la vida en<br />
sociedad y, en la medida de lo<br />
posible, mantente alejado de las<br />
mujeres ¿De dónde nos vienen<br />
la lujuria, la voluptuosidad, la<br />
frivolidad en todo y otros muchos<br />
vicios, si no de las mujeres? ¿Quién<br />
tiene la culpa de que nos privemos<br />
de los sentimientos que nos son<br />
innatos: la valentía, la firmeza, la<br />
sensatez, la justicia, etcétera, si<br />
no las mujeres?”<br />
Esto no evitó que se casara<br />
y tuviera hijos. En 1862 se<br />
enamoró, prometió y casó<br />
con Sofia Andreiévna<br />
Bers, una chica mucho<br />
menor que él. Sin<br />
embargo, debido<br />
al carácter de<br />
Tolstói y a sus<br />
ideas sobre<br />
el sexo
femenino, la propiedad privada o la educación de los hijos,<br />
estuvieron lejos de ser un matrimonio feliz. Meses después de<br />
la boda escribió:<br />
“En casa me cuesta estar con ella. Seguramente<br />
sin que me haya dado cuenta hay muchas cosas que se han<br />
acumulado en mi alma (…) Dejará de amarme. Estoy casi<br />
seguro. Lo único que puede salvarme es que no se enamore de<br />
nadie más, y que eso no sea mi culpa”.<br />
Los frutos del matrimonio fueron quince hijos y una<br />
larga lista de conflictos conyugales. Los últimos años de su<br />
vida, Tolstói abandonó el que fue su hogar durante toda la vida<br />
para alejarse de su esposa. Siguieron peleando hasta el día de<br />
su muerte.<br />
Literatura<br />
Es una lástima que el diario fuera abandonado<br />
durante los años de mayor producción literaria. Apenas se<br />
encuentran referencias a “Guerra y Paz” y “Anna Karenina”,<br />
pero se encuentran notas sobre otras muchas obras. Su<br />
período de vejez es el más prolífico en cuanto a anotaciones<br />
de sus trabajos (“Resurrección”, “¿Qué es el arte?”, “Amo y<br />
Criado”) y donde realizó una reflexión más minuciosa sobre<br />
los grandes temas. También, durante este período conoce a<br />
Gorki, se cartea con Gandhi, lanza críticas feroces contra la<br />
filosofía contemporánea, contra la ciencia, defiende el derecho<br />
a no participar en el servicio militar y arremete varias veces<br />
contra la política del zar. Las referencias a las propias obras<br />
suelen ser anotaciones sencillas, apuntes de ideas que querría<br />
incluir en algunos relatos. Otras veces reflexiona sobre ella,<br />
pero es incapaz de aceptar sus logros literarios. Para él, su<br />
grandeza era moral y filosófica mientras que su literatura se<br />
trataba, la mayoría de ocasiones, de algo sin importancia:<br />
“Personas que deberían odiarme porque destruyo sus<br />
puntos de vista cuasi religiosos, me aman por tonterías como<br />
“Guerra y paz”, etcétera, que consideran muy importantes”.<br />
También podemos conocer los textos que Tolstói leyó<br />
durante su vida. Desde joven, una de sus reglas fue escribir<br />
una breve opinión de cada lectura que hiciera. Su apetito era<br />
insaciable: leyó y asimiló desde los Evangelios Cristianos a<br />
los Sutras Budistas, pasando por las literaturas y filosofías<br />
soviética, francesa, inglesa y alemana. En general, en su<br />
pensamiento se declaraba cristiano, aceptaba a Schopenhauer<br />
y rechazaba rotundamente a Nietzche. En literatura, se<br />
mantuvo siempre como un defensor de los clásicos griegos y<br />
difícilmente llegó a aceptar algunos gigantes de la literatura:<br />
“Hay muchas obras de artistas famosos que no<br />
merecen siquiera una crítica, y muchas reputaciones<br />
falsas, muchos que han alcanzado la gloria por azar: Dante,<br />
Shakespeare”.<br />
El diario y el hombre<br />
La importancia que Tolstói otorgó a sus notas<br />
fue plasmada en su propia obra. Pierre Bezújov, uno de los<br />
protagonistas de Guerra y Paz, realizó un viaje para ampliar<br />
sus conocimientos masónicos y un maestro le regaló un<br />
cuaderno para que registrara diariamente sus conductas y<br />
pensamientos: la forma de alcanzar la perfección moral.<br />
Todas las palabras que escribió son el resultado de un<br />
esfuerzo constante por llegar a ser congruente con los propios<br />
ideales, una tarea que debe apoyarse en la propia observación<br />
de cada imagen que aparece ante los ojos de la mente, cada<br />
pensamiento que nace, de cada palabra pronunciada. En<br />
palabras del autor: “un diario permite juzgarte cómodamente<br />
a ti mismo”, algo necesario para comunicarse con el lector<br />
desde la honestidad.<br />
Por todo esto es imposible abarcar la totalidad de<br />
sus cuadernos en un artículo sin dejar de lado algún aspecto<br />
esencial de su vida, de su pensamiento o de su obra. Su lectura<br />
es imprescindible para comprender la figura de uno de los<br />
grandes hombres del siglo XIX, aparte de ser un ejemplo<br />
de cómo sistematizar el propio trabajo, con constancia y<br />
terquedad, sin ceder un sólo día a la pereza, y que podría<br />
situarse a la altura de sus clásicos.
Diarios<br />
El Diario de<br />
Ana Frank<br />
Holanda durante la Segunda Guerra Mundial y un<br />
“anexo” secreto. Entre un grupo de ocho refugiados<br />
judíos, la joven Ana y su experiencia de vida.<br />
Ana era una chica con la que sólo unos pocos nos<br />
podemos sentir identificados. Una niña que libró de lleno<br />
una lucha interior y peleó consigo misma para llegar a<br />
ser como ella quería ser, siempre sin perder de vista su<br />
objetivo y teniendo bien en claro sus elecciones. A Ana le<br />
tocó vivir en una época oscura y terrible de la historia de<br />
la humanidad, como a millones de personas. Una época<br />
amarga que de a poco fue arrebatando y destruyendo<br />
tantos sueños e ilusiones. Tuvo que reunir mucho valor<br />
para enfrentarse a lo que todavía no conocía del todo,<br />
y demostró ser un verdadero ejemplo de fortaleza y<br />
razonamiento.<br />
De un día para otro, sus días soleados rodeada de<br />
amistades y afectos, en la escuela y en la calle, su familia<br />
y su acogedor hogar, sus salidas, sus divertimentos y<br />
sobretodo su adorada libertad, se terminaron. Todo<br />
fue cambiando. Ciertas situaciones –y el enfrentarse a<br />
ellas– hacen cambiar a las personas. El entorno, a veces,<br />
nos convierte en algo que no deseamos, simplemente<br />
59<br />
n Roxana Contreras<br />
nos transforma, para bien o para mal. Ana dejó de ser,<br />
a través de su experiencia personal, la chiquilla risueña<br />
y charlatana a la que su profesor de matemáticas, en la<br />
escuela primaria, mandaba a escribir composiciones<br />
sobre “una parlanchina incorregible”, como castigo por<br />
hablar mucho en clase. Profesor que luego se limitaba<br />
a bromear sobre sus “eternas charlas”. En un tiempo<br />
donde la “libertad estaba estrictamente limitada”, Ana<br />
se convirtió, poco a poco, en una niña con “la cabeza<br />
llena de cosas tristes”. En su encierro, Ana se volvió un<br />
ser sumamente razonable. Porque allí había que serlo<br />
siempre. “Hay que aprender a escuchar, a callar, a ser<br />
amable, a ayudar y a quién sabe qué más.” “Temo que<br />
abusan de mi cerebro ya de por si poco brillante, y que no<br />
quedará nada de él después de la guerra”, se decía para<br />
sus adentros.<br />
Era sobretodo el silencio lo que la crispaba, por la<br />
tarde y por la noche. No podía expresar la opresión que<br />
experimentaba por el hecho de no salir nunca y tenía
muchísimo miedo de que fueran descubiertos y fusilados.<br />
Ana pudo presagiar su destino final y el de su familia, aunque<br />
no quería verlo, y nunca hubiera querido que eso sucediera,<br />
porque ella aún conservaba su nítida esperanza, la esperanza<br />
de ver sus anhelos realizados. “A veces pienso que Dios quiere<br />
ponerme a prueba, no sólo ahora, sino también más tarde, lo<br />
principal es mejorar por mi propio esfuerzo, sin ejemplos ni<br />
sermones, para después ser más fuerte.”<br />
Ante lo atroz de la vida, Ana era la niña que pensaba que<br />
“podríamos cerrar los ojos ante toda esa miseria, pero pensamos<br />
en aquellos que queremos, temiendo por su suerte, sin poder<br />
socorrerlos.” Con los ojos y la conciencia bien abiertos hacia la<br />
realidad, soportando golpe tras golpe, horrendas noticias unas<br />
tras otras, o solo el asomarse a una ventana, para contemplar<br />
hasta qué punto llega la adversidad humana. Ana no cierra<br />
sus ojos ante la realidad, pero no pierde la esperanza de que<br />
todo cambie y la guerra termine pronto. Busca llenar sus días,<br />
distrayéndose, haciendo sus quehaceres cotidianos, leyendo y<br />
estudiando, pensando a veces que “las personas libres jamás<br />
podrán concebir lo que los libros significan para quienes<br />
vivimos encerrados”, en un mundo donde “leer, aprender y la<br />
radio es toda nuestra distracción” para llenar el tiempo. Para<br />
escapar de la atroz angustia que a veces, de golpe, la invadía,<br />
Ana se recostaba en el diván “para que el sueño acorte el<br />
tiempo, el silencio y la terrible angustia.” Porque “no queda<br />
otro remedio.”<br />
Ana, la chica que temía que el entorno destruyera su cerebro,<br />
que odiaba que los demás se pelearan por naderías, y prefería<br />
evitar cualquier discusión, era l a<br />
misma que avasallada<br />
por la situación se<br />
deshacía en<br />
60<br />
lágrimas por las noches en soledad. Cansada de ser el blanco<br />
de todos los sermones, sabía reflexionar mejor que todos los<br />
adultos que la rodeaban y se mostraba, para sus adentros,<br />
sabia en sus convicciones. A veces callaba, ocultando sus<br />
ideales ante los ojos de sus padres sabiendo que ellos no la<br />
comprenderían. Se preguntaba si “habrá padres capaces de<br />
satisfacer enteramente a sus hijos”, observando el trato que sus<br />
padres tenían para con ella y su hermana, y el de los padres de<br />
su adorado amigo Peter para con él. Aprendiendo a lidiar con<br />
las adversidades de la vida, superando las pruebas difíciles,<br />
ella mejor que nadie se conocía a sí misma, reconocía sus<br />
defectos, como así también sus virtudes, y ella sabía mejor que<br />
nadie cuánto empeño ponía en corregir sus errores y defectos,<br />
por cambiarlos y convertirlos en virtudes, porque ella misma<br />
también sabía que “no es nada fácil ser la figura central de<br />
todos los defectos en una familia hipercrítica”. Ana era la niña<br />
que se refugiaba mirando los árboles, el cielo y las estrellas, se<br />
refugiaba en la naturaleza, porque era allí donde encontraba<br />
un inigualable consuelo y donde su esperanza también se<br />
resguardaba porque, a pesar de todo, ella intentaba no ver la<br />
miseria que había “sino la belleza que aún queda”.<br />
Aparte de encontrar refugio en la naturaleza, en sus afectos y<br />
en sus nobles sentimientos, Ana se refugiaba en su diario. Allí<br />
dejó plasmado todos sus pensamientos y sentimientos, todas<br />
sus ideas e ideales, para más tarde darlos a conocer a todo<br />
el mundo, sin siquiera ella saberlo. Soñaba con llegar a ser<br />
periodista o célebre escritora, no quería ser una simple ama<br />
de casa, quería escribir –una vez que la guerra terminara–<br />
una novela sobre el anexo. Temas e ideas no le faltaban. Dejó<br />
sobrada muestra de su talento innato para la escritura, para la<br />
reflexión, y para informar e informarse sobre la situación actual<br />
política, económica y social de su país y alrededores. Aún así<br />
sentía que todavía tenía mucho por aprender y hacer, y se<br />
dormía con “esa sensación extraña de querer ser diferente<br />
de cómo soy, o de no ser como yo quiero o de proceder<br />
tal vez de manera distinta a como querría ser o como<br />
realmente soy.” Intentando mejorar todos sus<br />
aspectos negativos, Ana nunca dejó de refugiarse<br />
en sus afectos, en la naturaleza, en su diario y<br />
su escritura. Porque al escribir se olvidaba de<br />
todo; sus penas desaparecían y su valor renacía.<br />
Agradecía a Dios por su don de poder escribir<br />
y expresar lo que pasaba dentro de ella, y se<br />
preguntaba si algún día sería capaz de escribir<br />
algo perdurable; tenía la certeza interior<br />
de que sí, algún día lo lograría, porque<br />
lo deseaba ardientemente y porque al<br />
escribir captaba sus pensamientos,<br />
ideales y fantasías perfectamente.<br />
Quiso el destino que el mundo conociera<br />
su legado, y hoy podamos leer su diario,<br />
donde podemos conocer su experiencia,<br />
su palabra, su talento y donde la vemos y<br />
conocemos, como ella quería, así tal cual<br />
era, con sus defectos y virtudes, y nos deje<br />
una huella marcada, y así siga a través<br />
de nosotros, cada uno de sus<br />
lectores, “tratando de buscar<br />
la manera de llegar a ser<br />
aquella que tanto querría<br />
ser, aquella que podría<br />
ser, sino hubiera otras<br />
personas en el mundo.”
B reves<br />
Cervantes, superviviente<br />
MIGUEL HERRANZ FARELO<br />
Cervantes publicó la primera parte del Quijote en 1605, cuando contaba<br />
cincuenta y ocho años de edad.<br />
Francisco de Aldana murió a los cuarenta años, en la batalla de Alcazarquivir;<br />
Garcilaso a los treinta y ocho, en el asalto a la fortaleza de Le Muy,<br />
cerca de Niza; Francisco de Figueroa murió a los cincuenta y siete años. Góngora<br />
paseó por este mundo sesenta y seis años; Lope, setenta y tres; Quevedo,<br />
sesenta y cinco; y Tirso, sesenta y nueve. Calderón, un verdadero campeón,<br />
llegó a los ochenta y uno, pero claro, don Pedro no sufrió prisión tres veces<br />
(en Argel y en España) ni luchó y fue gravemente herido en la batalla de Lepanto<br />
ni sufrió destierro tras mantener un duelo con un oficial de obras, por<br />
lo que su mérito es, obviamente, menor.<br />
Cervantes, que es maestro de muchas cosas, lo es también de una verdad<br />
indubitable: la cualidad básica para cimentar cualquier gran obra literaria<br />
consiste en no morirse antes.<br />
¿Qué nos habría legado Cervantes de haber muerto a la edad de Garcilaso?<br />
Bueno, ya había publicado algunos poemas y una novela pastoril, La<br />
Galatea, y tenía escritos varios entremeses, pero con esto el Premio Cervantes<br />
hoy no se llamaría Premio Cervantes. Podemos asegurar que la supervivencia<br />
hizo al genio. Necesitó vivir lo que vivió para escribirlo todo en sus últimos<br />
quince años, ya colmado de experiencia y de conocimiento, y de penas y alegrías<br />
(de éstas, algo menos…) No es el suyo un caso único, desde luego: ahí<br />
está el Rilke desatado que parió lo mejor de su obra en un solo mes de 1922,<br />
en uno de esos arrebatos que comparten por igual genialidad y locura.<br />
El escritor también escribe cuando no escribe; escribe, incluso, cuando<br />
ni siquiera él mismo sabe aún si alguna vez escribirá: Conrad en sus viajes<br />
y en sus mares, Defoe en sus negocios, Dostoyevski en las mesas de juego,<br />
todos escritores antes de coger la pluma, acumulando vida, con el veneno de<br />
la escritura inoculado y latente en su organismo.<br />
Hay escritores que vierten su vida en el papel de manera inmediata,<br />
y corren a escribir por la tarde lo que les sucedió por la mañana. Otros, en<br />
cambio, necesitan construir un suelo de hormigón sobre el que edificar con<br />
palabras. Crear este suelo es una labor que lleva años y exige el don de la<br />
supervivencia. Don Quijote y Sancho y los demás crecieron lentamente en la<br />
cabeza de Cervantes, como Robinson en la de Defoe y Raskolnikov en la de<br />
Dostoyievski. Pero llegaron a existir porque la condena a muerte de Defoe<br />
nunca llegó a ejecutarse, porque Cervantes perdió la mano y no la cabeza en<br />
la batalla, porque Dostoyevski no se levantó la tapa de los sesos después de<br />
una de sus timbas fracasadas…<br />
¿Cuántos escritores habrán muerto con una obra genial danzando en<br />
su interior y sin llegar a escribir una sola línea? ¿Cuántos tomos podemos<br />
imaginar en la biblioteca de las obras maestras nunca creadas?
Diarios<br />
Nadar<br />
desnuda<br />
en tu sangre<br />
«dice que no sabe del miedo de la muerte del amor / dice<br />
que tiene miedo de la muerte del amor / dice que el amor es<br />
muerte es miedo / dice que la muerte es miedo es amor / dice<br />
que no sabe». Alejandra Pizarnik siempre creyó que no sabía<br />
de nada, que no sentía nada, que nada se hilaba a sus huesos<br />
y a su carne. Siempre creyó que la muerte era la única salida<br />
posible; siempre que, de entre todas las opciones que nos da<br />
la vida, la sangre y las vísceras eran lo que mejor expresaba la<br />
explosión que, día tras día, ocurría en su interior. Alejandra<br />
Pizarnik quería morir. Lo quiso siempre. Infinitas son las<br />
anotaciones en su Diario: «Estado vegetal. Cada mañana<br />
62<br />
n Ainize Salaberri<br />
despertar, tener que llorar y tomar café. No puedo gozar de<br />
la vida. No encuentro en ella ningún interés. Sólo algunos<br />
consuelos. Yo no quiero consuelos. Ojalá enloquezca o muera<br />
pronto.» «Sólo la muerte da sentido a la vida.» «La única<br />
verdad es mi deseo de llorar, mi avidez de sueño y muerte.»<br />
«Hay también un gran deseo de dormir y no despertar<br />
jamás.» «Yo no quiero vivir», escribió en 1958, y a ello se<br />
ajustó durante el resto de su vida. A ello y a algo más:<br />
«Quiero un interés obsesivo por dos cosas: los libros y mi<br />
poesía.»
Alejandra no era libre, era un pájaro enjaulado, temeroso de<br />
aprender a volar por si aquella libertad la lanzaba al vacío que<br />
supone sentir más allá de látigos, de penas, tristezas y lágrimas;<br />
no deseaba rellenar esos huecos que, parecía, ella misma vaciaba<br />
todas las mañanas frente al espejo. Un ser insaciable, eso debía<br />
de ser, y eso fue. Dudo de si Alejandra llegó a ser feliz en algún<br />
momento de su vida. Parecía la eterna buscadora de nostalgias, de<br />
llagas en la piel. La herida era su refugio; a ella se lanzaba de cabeza,<br />
regocijándose en la espesura del corte, en la piscina de sangre que<br />
a su alrededor dibujaba. Algo similar a lo que le ocurrió a Charlotte<br />
Perkins Gilman y que ésta escribió en “Papel pintado amarillo”:<br />
las luces y sombras de una habitación, los reflejos de los objetos<br />
y nuestra propia imagen sobre la nada, la locura bailando un vals<br />
detrás de nuestros cuerpos, eran el resumen –o eso parecía– de<br />
la desazón de vivir, de la incapacidad de enfrentarse al presente<br />
desde una perspectiva que no incluya autoinfringirse dolor, pozos<br />
de lodo rojo lleno de deshechos humanos.<br />
A Alejandra le llamaba la locura y la muerte, pero durante un<br />
tiempo maravilloso la literatura ganó la batalla: «No escribiré hasta<br />
que mi sangre no estalle», escribió en 1957. Un día estalló. Ahora<br />
somos nosotros los que estallamos con ella. Estalló y se convirtió<br />
en Alejandra Pizarnik. Pero la Alejandra un tanto cobarde, un<br />
tanto valiente, un tanto osada, un tanto perdida, un tanto singular,<br />
un poco loca, un poco cuerda, no se quedó atrás. Su poesía visitó<br />
todas las Alejandras que se descubren en los Diarios; todas y cada<br />
una de ellas están descritas con sumo cuidado en sus poesías, sí,<br />
y en las páginas de un diario que hace daño. En ambos lugares,<br />
cómodos y necesarios para la poeta, Alejandra se abre en canal y<br />
nos muestra sus vergüenzas, sus bajezas, y su grandeza. ¿Estabas<br />
loca, Alejandra?, eso nos preguntamos al leerla. «Cada poema<br />
debe ser causado por un absoluto escándalo en la sangre.» No hay<br />
un sí o un no rotundo en ella. «Todo libro importante nace de las<br />
obsesiones de su autor.» Ahí tenemos la respuesta a estos diarios.<br />
Entiendo a Pizarnik. Entiendo lo que es estar al borde del abismo<br />
y no saber si saltar en el segundo uno o contar hasta diez y volver a<br />
63<br />
empezar. Entiendo lo que es vivir en una espiral, en un torbellino<br />
de sentimientos que hacen demasiado daño. Entiendo su<br />
desesperación, sus gritos sobre las páginas. Entiendo sus poemas,<br />
que son una extensión de mi propio cuerpo, de la misma forma<br />
que eran una extensión del suyo. Entiendo lo que es el afecto por la<br />
sangre, por el manicomio, por la ira, por la necesidad de causarse<br />
dolor a una misma; entiendo también lo que fue su vida. La entiendo<br />
demasiado bien. Los Diarios de Alejandra son confesiones, son<br />
tumbas abiertas y removidas; son esqueletos que bailan cuando<br />
nadie los ve, son venas que se desangran cuando nadie las ve, son<br />
socorros no atendidos, socorros no pronunciados. Es tremenda,<br />
Alejandra. Es directa y sincera, sin rodeos ni medias tintas. Todos<br />
sus Diarios son intensos, de una intensidad que roza lo patológico<br />
y de una intensidad muy peligrosa. Excesivamente peligrosa; como<br />
la poesía, quiero añadir, y como la propia Alejandra. No había en<br />
ella un átomo de felicidad, parecía, ni una búsqueda honesta de ese<br />
rayo de luz que a todos nos ciega en algún momento de nuestras<br />
vidas. No hay escuela para aprender a entender a Alejandra, para<br />
entender su poesía y su creación, su capacidad de lanzarse por un<br />
precipicio y salir airosa de la libertad, el deseo, el amor y la vida.<br />
A Alejandra Pizarnik se la siente o no, se la entiende o no, se la<br />
ama o no. No hay término medio, no hay posibilidad de victoria ni<br />
de renuncia. Sólo aceptación, sólo asentimiento. Amparada en la<br />
desesperación más terrible e injusta, Alejandra se dejó ir por entre<br />
las páginas de su diario. Estoy convencida de que se daba miedo a<br />
ella misma. A Alejandra no la asustaba nada más que Alejandra.<br />
Ella en los espejos, ella en los papeles, ella consigo misma en una<br />
cama y una habitación cerrada. De eso también hablan los Diarios:<br />
del encierro psicológico, de la elección entre una puerta abierta y<br />
una cerrada. No hay puertas entornadas ni las habrá jamás.<br />
Alejandra Pizarnik era un escándalo. Y, pese a que puedan parecer<br />
los Diarios de una loca, no hay rastro de delirio en ella, en ellos,<br />
en sus palabras y afirmaciones. Lo que hay es una impresionante<br />
capacidad para resucitar día tras día y de luchar contra los<br />
sentimientos. Es el pozo más profundo, es la oscuridad más<br />
impertérrita, es el ahogo más constante. Y sin embargo. No hay<br />
delirio, no hay gemidos tras la puerta, al pasar de página. Hay<br />
una honestidad afilada, asesina. Hay un desgarro que deshilacha<br />
cada mañana y vuelve a hilar cada noche, como una Penélope
que no acepta la transición de su vida. La poesía de Pizarnik es<br />
pura carencia, como los son los Diarios. En toda su producción<br />
literaria hay que buscar la ausencia, no la presencia, las palabras<br />
que pudieron ser tachadas, cambiadas, olvidadas; hay que buscar<br />
la renuncia de una afirmación en la negación que leemos. En<br />
Alejandra la sacudida viene en el después de la lectura, en la<br />
reflexión. No entenderemos nada hasta que no apartemos la vista<br />
de sus palabras y rebusquemos en ellas como vagabundos, como<br />
adictos a una sustancia que aún no ha encontrado su nombre. Y<br />
además de carencia es huida. Alejandra huía constantemente,<br />
pero nunca se alejaba lo suficiente. Era una huida para que la<br />
encontraran, no para perderse. «Mi vida es demasiado grande<br />
para mí», afirmaba; «anoche pensé qué medios usaré para<br />
suicidarme»; «Me miré en el espejo. Parezco Dylan Thomas antes<br />
de morir, cuando decía: quiero desgarrar mi carne.»<br />
En los Diarios de Alejandra Pizarnik hay cambios radicales en<br />
su estado de ánimo de la noche a la mañana, como si cada día<br />
intentase ser una persona diferente, con una máscara, pasado,<br />
presente y futuro diferentes para poder sobrevivir; como si cada<br />
mañana, y cada noche, se propusiese adoptar una forma de ser<br />
completamente opuesta a lo que en realidad era para intentar<br />
escapar de sus sentimientos. Ella,<br />
que tan consciente era de su<br />
propio nombre, de su propio<br />
destino, huía y volvía<br />
con una facilidad que,<br />
en ocasiones, puede<br />
resultar espeluznante.<br />
Son los viajes<br />
interiores de un ser<br />
absolutamente<br />
cabal y honesto<br />
consigo mismo. No<br />
hay más presencia<br />
que su ausencia, y<br />
viceversa. A sí misma<br />
se espeta:<br />
«tu hábito malsano de<br />
morirte cada día ¿qué<br />
es?»<br />
Y añade: «He meditado<br />
en la posibilidad de<br />
enloquecer. Ello sucederá<br />
cuando deje de escribir.<br />
Cuando la literatura<br />
no me interese más.<br />
De cualquier<br />
modo, me es<br />
indiferente<br />
enloquecer<br />
o no,<br />
morirme<br />
o no. El<br />
mundo es<br />
horrible,<br />
y mi<br />
vida no<br />
tiene, por<br />
ahora,<br />
ningún<br />
sentido.<br />
64<br />
(No obstante, creo que nadie ama la vida más que yo. Sólo que<br />
entre mis sueños y mi acción pasa un puente insalvable. He aquí<br />
la causa de que yo deba desangrarme como un animal enfermo,<br />
detrás de la vida.)»<br />
Idea Vilariño, a quien la muerte también parecía apetecerle,<br />
escribió: «Yo no quiero / yo no quiero / yo aguanto / yo me olvido<br />
/ yo digo no / yo niego / yo digo será inútil / yo dejo / yo desisto<br />
/ yo quisiera morirme / yo yo yo / yo. / Qué es eso.» Es curioso<br />
que Alejandra Pizarnik se preguntase exactamente lo mismo.<br />
Es curioso que a las poetas más grandes de la historia las una la<br />
inclinación por la muerte, el cuestionamiento del «yo» pero no<br />
como elemento poético sino como único medio de supervivencia:<br />
entender el mundo no es un capricho sino una necesidad;<br />
restregarse por el lodo no es una elección sino una orden de<br />
batalla. Estas poetas, Vilariño, Pizarnik, Plath, Anne Sexton, se<br />
rompían el alma; en sus vidas no había ni delicadez ni cuidado,<br />
no había nadie que mirase tras ellas y cuidase de sus acciones.<br />
Tras el estruendo seguían estando ellas. «Esta diaria constante<br />
despedida», escribió Idea en 1963. Sí, la constante despedida de<br />
Alejandra fueron sus Diarios. Dice Ana Becciu en el prólogo a<br />
la edición que «la vida de Alejandra no fue una pose»; no, no lo<br />
fue, ni muchísimo menos. Si algo aprendemos con su lectura es<br />
que, precisamente porque no había ninguna pose, Alejandra fue<br />
quien fue como poeta; no hay lugar a una representación, no hay<br />
lugar a creerse lo que no se es. Sus miedos, sus batallas, quedaron<br />
en estas páginas como demostración de aquello por lo que pasa<br />
un escritor al que le duele serlo. Ser escritor no es fácil; uno ha<br />
de armarse de valentía para colocar una palabra detrás de otra y<br />
dejarse ir un poco por entre las líneas que, nunca, nadie entenderá<br />
en su totalidad, en toda su dimensión. Es difícil recomponerse tras<br />
el vacío, tras el vómito sobre el papel o en la máquina de escribir;<br />
difícil volver a escribirse después, volver a respirarse después. A<br />
Alejandra se le llenaban los pulmones y cada órgano de su cuerpo<br />
con algo tan cálido como helado que debía soltar; soltar lastre para<br />
volverse a encontrar. La escritura lleva a la escritura, y también a la<br />
destrucción. Para Alejandra supuso una trinchera en la que aliado<br />
y enemigo eran la misma persona: ella. Ella como mujer, ella como<br />
poeta. Y qué terrible le resultaba esa soledad y cuánto la ansiaba<br />
cuando la perdía. La guerra más librada, como ya he dicho, era<br />
privada: Alejandra vs Alejandra. Batalla en la que no podemos<br />
posicionarnos porque amamos las amamos a las dos.<br />
Alejandra Pizarnik era dramática pero real: «La locura. Ella<br />
ronda.» / «Mi vida es demasiado grande para mí.» / «No sé<br />
cómo saldré de todo esto, si llegaré a salvarme o si lo mejor será<br />
suicidarme ahora mismo.» / «Dentro de muy poco me suicidaré.»<br />
Pizarnik es sinónimo de vértigo, es la espiral de la espiral, es la<br />
victoria y es la derrota, es la masa que nos da forma y que le da<br />
forma a ella. Es la Anne Sexton argentina. Es la poeta que ha de<br />
ganar nuestras guerras, la que ha de poner palabras a nuestra<br />
miseria. Quizás, y sólo quizás, también a nuestra felicidad. Es la<br />
herida y es el hilo que la cose. Es el órgano que no sabíamos que<br />
nos faltaba. Es la mujer que buscaba refugio en la niña que nunca<br />
fue. Es el abismo y la tierra firme. Es la huida que es el miedo y es el<br />
miedo que es la huida. Todas esas Alejandras están delineadas con<br />
sumo cuidado en estos Diarios. «Es como si me hubiera tragado<br />
un muerto. Como si me hubiera forrado de cenizas a sangre.<br />
Como si la peste se hubiera enamorado de mi destino.» La peste<br />
no, la vida, Alejandra. Y nosotros. Qué poeta se hubiese perdido<br />
el mundo si Alejandra no hubiese sido Alejandra Pizarnik, si no<br />
hubiese luchado por ser quien fue, es y será. Y qué poca salvación<br />
nos quedaría a los que necesitamos de las palabras de otros para<br />
justificar (y explicarnos) nuestra propia existencia.
Diarios<br />
Diario de un<br />
hombre tierno<br />
Aunque el diario de “La tregua” pertenece a Martín Santomé,<br />
quien haya visto alguna vez los ojos de Mario Benedetti<br />
estará de acuerdo conmigo en que es inevitable mezclarlos y<br />
confundir a estos dos hombres tiernos, y con toda la intención<br />
del mundo. También he decidido confundirlo a propósito con<br />
el coronel de Gabriel García Márquez, y diré por qué. Martín<br />
Santomé se va a jubilar y cuenta uno a uno los días, una<br />
cuenta atrás penosa que lleva desde hace cinco años. Ambos<br />
hombres están marcados por la cotidianidad, por una gris y<br />
rutinaria vida que los tiene estancados, apartados del camino,<br />
en una especie de mundo pausado en el que nadie les pide<br />
que se impliquen. Se mantienen al margen y esperan una<br />
carta o la jubilación, pero están en un limbo desagradable,<br />
adormilados, sin que nadie les tenga en cuenta. Los ojos de<br />
Benedetti, en cambio, obedecen más a la ternura de Martín<br />
Santomé cuando aparece Laura Avellaneda. Pero no quiero<br />
adelantarme ni contar esta historia de forma desordenada.<br />
“La tregua” es el diario de un hombre que, aunque no precisa<br />
tanto ocio como para llevar la cuenta atrás del tiempo que<br />
le queda para jubilarse, sólo piensa en descontarle días a<br />
su libertad. Viudo desde hace muchos años y con hijos ya<br />
65<br />
n Fusa Díaz<br />
mayores y bastante ajenos a él, unos desconocidos, Martín<br />
Santomé trabaja en una oficina y esto es todo lo que se puede<br />
contar de este pobre hombre. La novela empieza con unos<br />
versos de Vicente Huidobro que saben explicar mucho mejor<br />
que yo qué tipo de hombre es: Mi mano derecha es una<br />
golondrina / Mi mano izquierda es un ciprés / Mi cabeza por<br />
delante es un señor vivo / Y por detrás es un señor muerto.<br />
Sí, Martín Santomé es un señor muerto que se levanta y<br />
arrastra su ternura hasta que consigue buscarle acomodo en<br />
la vida lentísima que lleva desde que está solo. Procura, de vez<br />
en cuando y con poco éxito, acercarse a sus hijos, pero ni eso<br />
le alcanza para que el señor vivo de la parte de delante de la<br />
cabeza sea más importante que la de atrás.<br />
Martín Santome, o vaya usted a saber, quizá Mario Benedetti,<br />
hablan de los hombres a horario de Montevideo, y dice que<br />
entran a las ocho y media y salen a las doce, y regresan a<br />
las dos y media y se van definitivamente a las siete, y tienen<br />
los rostros crispados y sudorosos, y van y vienen, y: Están<br />
instalados demasiado cómodamente en la vida, en tanto<br />
yo me pongo neurasténico frente a un almanaque con su<br />
febrero consagrado a Goya. De acuerdo, Martín Santomé no
es un hombre a horario y a diferencia de los que sí, no está instalado<br />
cómodamente en la vida, pero está instalado en algo peor, y es en<br />
la no vida. Martín Santomé se siente vacío y además lo escribe:<br />
doblemente vacío. No es un hombre a horario y sin embargo tiene<br />
un horario y, desde fuera, parece que no se ponga neurasténico<br />
frente a un almanaque. Desde fuera. Pero nosotros a Martín, el<br />
pobre Martín Santomé, lo conocemos desde dentro, y ahí vemos<br />
qué tipo de calambres le recorren su acomodado cuerpo, y qué<br />
pesar lleva encima, y lo mucho que le cuesta descontar días para la<br />
jubilación sabiendo que, una vez llegue, no va a saber qué hacer con<br />
el hombre sin el horario.<br />
Pero entonces ocurre algo maravilloso y es que entra en escena<br />
Laura Avellaneda, una mujer de veinticuatro años que pudorosa<br />
y tímidamente acaba por enamorarlo. Es ahí donde podemos<br />
ver el diario de un hombre tierno, que se fija en si Avellaneda lo<br />
tutea o no, que le cuenta los lunares mientras repasan las cuentas<br />
de la oficina, que se fija en los llantos de Avellaneda y les busca la<br />
explicación, que se da cuenta de lo poco que entiende a las mujeres,<br />
que lo tienen despistado; y es ahí donde vemos lo que puede<br />
hacer el amor con un hombre que está solo, que está apartado,<br />
que se va a jubilar pero no le va a servir absolutamente para nada.<br />
Avellaneda… mirad qué consigue de Martín Santomé: Ella me<br />
daba la mano y no hacía falta más. Me alcanzaba para sentir que<br />
era bien acogido. Más que besarla, más que acostarnos juntos,<br />
más que ninguna otra cosa, ella me daba la mano, y eso era amor.<br />
Avellaneda arranca a Martín Santomé de donde estaba, ese limbo<br />
peligroso de la rutina gris, y lo vivifica: coge a ese hombre apartado<br />
de la vida, solo, vacío, que escribe sobre esa vida, esa soledad y<br />
ese vacío, y lo sacude así, tiernamente, con sólo cogerle la mano.<br />
Pero el hombre que llevaba la cuenta atrás hacia la jubilación, lo<br />
que no sabe es que estaba llevando la cuenta atrás para el final<br />
de su felicidad. Martín Santomé, que ya no se parece en nada<br />
a un hombre a horario, que con Avellaneda ha vuelto a la vida, a<br />
una vida activa, una vida viva, lo que no sabe es que su suerte es<br />
una suerte oscura. Es evidente que Dios me concedió un destino<br />
oscuro. Ni siquiera cruel. Simplemente oscuro. Es evidente que<br />
me concedió una tregua. Al principio, me resistí a creer que eso<br />
pudiera ser la felicidad. Me resistí con todas mis fuerzas, después<br />
me di por vencido y lo creí. Pero no era la felicidad, era sólo una<br />
tregua. Esa tregua es Laura Avellaneda, pero Laura Avellaneda<br />
se apaga, se va apagando. Y Benedetti, que tiene esos ojos, que<br />
la ternura de este diario es suya más que de Martín Santomé,<br />
que se apaga con Avellaneda y se vuelve al incómodo limbo de la<br />
soledad y el hombre a horario sin horario, jubilado, Benedetti nos<br />
concede también una tregua, y nos regala un poema de la mujer<br />
de veinticuatro años que despertó a Martín Santomé, que tuvo el<br />
sencillo coraje de quererla: Usted Martín Santomé no sabe / cómo<br />
querría tener yo ahora / todo el tiempo del mundo para quererlo<br />
/ pero no voy a convocarlo junto a mí / ya que aún en el caso de<br />
/ que no estuviera / todavía muriéndome entonces moriría / sólo<br />
de aproximarme a su tristeza. // Usted Martín Santomé no sabe<br />
/ cuánto he luchado por seguir viviendo / cómo he querido vivir<br />
para vivirlo / porque me estoy muriendo, Santomé. // Usted claro<br />
no sabe / ya que nunca lo he dicho ni siquiera / en esas noches<br />
en que usted me descubre / con sus manos incrédulas y libres /<br />
usted no sabe cómo yo valoro / su sencillo coraje de quererme. //<br />
Usted Martín Santomé no sabe / y sé que no lo sabe / porque he<br />
visto sus ojos despejando / la incógnita del miedo // no sabe que<br />
no es viejo / que no podría serlo / en todo caso allá usted con sus<br />
años / yo estoy segura de quererlo así. // Usted Martín Santomé<br />
no sabe / qué bien, que lindo dice / Avellaneda / de algún modo<br />
ha inventado / mi nombre con su amor. // Usted es la respuesta<br />
que yo esperaba / a una pregunta que nunca he formulado / usted<br />
es mi hombre / y yo la que abandono / usted es mi hombre / y yo<br />
la que flaqueo. // Usted Martín Santomé no sabe / al menos no<br />
lo sabe en esta espera / qué triste es ver cerrarse la alegría / sin<br />
previo aviso / de un brutal portazo. // Es raro / pero siento / que<br />
me voy alejando / de usted y de mí / que estábamos tan cerca / de<br />
mí y de usted // quizá porque vivir es eso / es estar cerca / y yo me<br />
estoy muriendo / Santomé / no sabe usted / qué oscura / qué lejos<br />
/ qué callada / usted / Martín / Martín cómo era / los nombres se<br />
me caen / yo misma me estoy cayendo<br />
usted de todos modos<br />
no sabe ni imagina<br />
qué sola va a quedar<br />
mi muerte<br />
sin<br />
su<br />
vi<br />
da.
B reves<br />
“Donde nadie puede llegar”, de David Rubín<br />
ALEJANDRO LARRAÑAGA<br />
El grupo Circodelia tiene una canción que se titula “Lo trágico es magnético”, en la<br />
que en cierto punto, se dice:<br />
Lo estúpido es tan mágico<br />
Lo absurdo es muy genético<br />
Ulyses Yorba, protagonista de “Donde nadie puede llegar”, historia corta de<br />
David Rubín, seguro que está de acuerdo con los autores del tema. Cierto que es un<br />
personaje de ficción, pero eso no impide que esté incapacitado para ser feliz con lo<br />
que la vida, o el autor, le ofrecen en cada momento. Él sabe que la tristeza es su estado<br />
natural y que carece de méritos acumulados para disfrutar del amor de Ana.<br />
Triste destino el que nos espera si nuestra tendencia a la fatalidad es la que<br />
toma las decisiones. Porque no habría manera de pasar largos períodos de felicidad y<br />
estaríamos obligados a buscar refugio detrás de una máscara, en lugar de apoyarnos<br />
en aquellas personas que desean ser ese soporte.<br />
Ulyses Yorba lo aprende por las malas, pero siempre con el objetivo irrenunciable<br />
de conservar su dignidad y de dignificar el inquebrantable amor que siente por<br />
Ana. Porque hasta David Rubín es consciente de que la puerta de la esperanza nunca<br />
debe cerrarse de todo.<br />
“La temperatura en la que los libros arden…”<br />
ROXANA CONTRERAS<br />
Un futuro inimaginable es posible. Lo inverosímil nos acecha. Ese extraordinario e<br />
impensable futuro lejano nos espera a la vuelta de la esquina. Un futuro lejano que<br />
se parece bastante a nuestro presente frente a un espejo. Cuesta creer lo distinta que<br />
será nuestra sociedad en un futuro lejano, a tal punto que será irreconocible. Personas<br />
que vivan en una completa irrealidad, embobadas frente a pantallas gigantes de<br />
televisión y sus programaciones idiotas, pantallas tan gigantes como paredes enteras;<br />
personas que creen ser y vivir felices sin siquiera conocer la definición de esta palabra.<br />
En definitiva una fría sociedad sin cultura, que vive en un mundo en donde los<br />
animales son feroces robots entrenados para matar, y en donde los bomberos ya no se<br />
dedican a apagar incendios, sino que los provocan, intentado hacer desaparecer todo<br />
vestigio de literatura, filosofía, ciencia, cultura, y todo aquello que provoque a las personas<br />
pensar por ellas mismas. Los libros arden, en éste lugar, donde se descansa de<br />
día y se trabaja y se buscan aventuras de noche, donde existe un bombero, que contiene<br />
en su interior, la chispa que encenderá la llama de la curiosidad, que arderá y se<br />
propagará. Él se propone descubrir verdades que hagan cambiar al mundo, buscando<br />
aliados que lo ayuden a seguir, a pesar de su infortunio. Ese futuro inimaginable nos<br />
acecha y nos espera en nuestro propio presente, a la vuelta de la esquina, espera que<br />
entremos a nuestra librería más cercana, y nos decidamos a sumergirnos dentro del<br />
mundo que nos describe Ray Bradbury en “Fahrenheit 451”. Simplemente excelente<br />
e imperdible.<br />
“Absolución”, de Luis Landero<br />
LAURA ALONSO IZAGUIRRE<br />
Saber lo que pasa por la mente de un ser humano es una tarea casi imposible. Miedos,<br />
desesperanzas, inquietudes y sentimientos de culpa es de lo que Luis Landero<br />
trata en su última novela, “Absolución”, un pequeño tratado sobre la insatisfacción<br />
innata del ser humano. Lino es un joven solitario que no encuentra la satisfacción en<br />
nada de lo que hace y que, por lo tanto, ha pasado su vida huyendo de todo. Tras una<br />
juventud errática se presenta ante él un futuro feliz con un buen trabajo y la boda<br />
con la mujer a la que ama. Pero un incidente callejero alterará por completo su vida y<br />
comenzará para él una compleja huída hacia un camino de redención.<br />
“Absolución” es un compendio, sobre todo, de grandes personajes. Almas<br />
complejas y perdidas que hacen de esta una gran novela a la que uno debe adentrarse<br />
con sus cinco sentidos. Un texto que profundiza en la cuestión de dónde está la felicidad<br />
de cada uno y el camino de absolución que se debe seguir para lograr llegar a ella.<br />
Una buena novela con momentos intensos y otros más livianos que consigue captar al<br />
lector gracias a una historia con ritmo.
Diarios<br />
Diario íntimo<br />
(Miguel de Unamuno)<br />
Apreciamos esbozos de lo que más tarde, con el esfuerzo<br />
de un escultor de palabras que las esculpe sobre el<br />
papel, transforma en memorables tratados metafísicos.<br />
Su diario es un mapa existencial a través del que<br />
viajamos por sus dudas fundadas, quejas furibundas,<br />
exclamaciones, réplicas a sí mismo, conclusiones y<br />
flirteos con la fe desde la perspectiva de un hombre<br />
condenado a buscar una explicación a todo lo que, más<br />
pronto que tarde, se encontrará a lo largo de la vida.<br />
Miguel de Unamuno (Bilbao, 29 de septiembre de<br />
1864 – Salamanca, 31 de diciembre de 1936) trabaja<br />
permanentemente el lenguaje para dotarlo de un<br />
sentido categórico (los asuntos de Dios merecen<br />
rigor), si bien la duda debe instalarse en la sabiduría<br />
porque es la única que impide el estancamiento, la<br />
rutina, adocenarse; aunque él mismo reconoce que,<br />
condicionados como estamos por todo cuanto nos<br />
rodea, nos vemos abocados a evolucionar, como no<br />
podía ser de otro modo, acompañando al ritmo de las<br />
ideas. Una postura que, a diferencia de los guardianes<br />
68<br />
n José Braulio Fernández Riesgo<br />
de las tradiciones, contribuye al debate enriquecedor<br />
que siempre se pregona pero casi nunca se implementa.<br />
“Esta noche, cavilando aquí, en el balcón, en esta<br />
calma de Alcalá, al observar mi sequedad y pensando<br />
en la muerte se me ha ocurrido esta idea: yo no tengo<br />
alma, sustancia espiritual, no tengo más que estados<br />
de conciencia que se disiparán con el cuerpo que los<br />
sustenta. Y es que he perdido el alma, que la tengo,<br />
pero muerta por el pecado. Es alma carnal, no alma<br />
espiritual.<br />
Devuélveme el alma, Señor.”<br />
Ideas. Religión. Versículos de la Biblia. No se trata de<br />
un diario adoctrinador, no podría serlo, habida cuenta<br />
de su carácter preliminar; sin embargo, es esclarecedor,<br />
contribuye a formarse una idea no sólo de sus ideas,<br />
sino de la idea propia, quizás adormecida o quizás<br />
condicionada (como él mismo señala), del concepto<br />
de Dios, de nuestra relación con la religión, de nuestro<br />
escepticismo, o, quién sabe, de nuestra relación con
Dios, con la fe. Lo que queda claro es que Dios, en calidad<br />
de ente, que puede existir, no necesariamente representaría<br />
una aspiración, es posible que, con todos los matices y<br />
reservas, se trate de un estado de conciencia. ¿Puede negarse<br />
esta afirmación? Desde un punto de vista más conciliador, o<br />
agnóstico si se quiere, esta posibilidad contribuiría a suavizar<br />
las ásperas negaciones. Pero estas controversias no nos<br />
competen e intentamos sencillamente proporcionar asideros<br />
en este “Diario íntimo” a los que enganchar cualesquiera de<br />
las tesis y conjeturas que vayan surgiendo a medida que se<br />
profundiza en las del propio Unamuno.<br />
Debemos recordar a qué generación pertenece nuestro<br />
autor para relativizar la sorpresa que nos pudiera causar su<br />
permanente duda. La Generación del 98, de la que Unamuno<br />
es uno más de sus significativos nombres (junto a pensadores<br />
y escritores de la talla de Valle-Inclán, Pío Baroja, Ramiro<br />
de Maeztu o Antonio Machado, entre otros), lleva soldada<br />
como un marchamo la crisis, tanto social como moral y<br />
política, que devino tras la derrota militar en la Guerra<br />
Hispano-Estadounidense, a raíz de la cual las colonias de<br />
Puerto Rico, Cuba, Guam, y más tarde Filipinas, dejaron de<br />
pertenecer a la metrópoli que era España. Esta generación de<br />
intelectuales se ve traspasada por el pesimismo que entonces<br />
se instala en la península, incapaz de encontrar motivos a<br />
los que agarrarse para sobrellevar una crisis que se aloja<br />
en todos los estamentos de la vida diaria. Es por ello que,<br />
cada intelectual a su modo, y Unamuno desde su particular<br />
punto de vista e interés, permiten que sus escritos e ideas<br />
sean barnizados con el ánimo que impera en la sociedad que<br />
viven. Buscan respuestas a sus dudas en autores extranjeros,<br />
simplifican su lenguaje, rastrean en el pasado explicaciones<br />
para el presente. Y Unamuno es el claro ejemplo de una<br />
generación con un rumbo engañoso, con una brújula falseada<br />
como único instrumento para orientarse que los lleva desde<br />
una convicción a una certeza, desde ésta a una sospecha, y<br />
desde ésta a una vacilación, para, posteriormente, recorrer<br />
el itinerario inverso en busca de más explicaciones a sus<br />
sospechas, certezas y convicciones, en una espiral casi<br />
permanente de preguntas y respuestas que casi nunca son<br />
satisfactorias. O podrían serlo en otras circunstancias más<br />
favorecedoras.<br />
“Hay muchos que dicen que quieren creer, que quisieran<br />
creer. Y alguno añade: ¡oh!, si yo pudiera creer y creyera<br />
haría la vida más austera y penitente, imitaría la vida de los<br />
santos. ¿Sí?, ¿quieres creer? Pues imita desde luego esa vida<br />
y llegarás a creer. Condúcete como si creyeras y acabarás<br />
creyendo. ¿Que no puedes conducirte así porque no crees?<br />
Entonces es que no quieres creer, aunque otra cosa parezca.<br />
Tu deseo de fe es una ilusión.<br />
El modo más seguro acaso de llegar a creer el credo es rezarlo<br />
con el mayor fervor posible todos los días.<br />
¿Que esto es una auto-sugestión? ¿Y qué es eso de la autosugestión?<br />
¿Que soy como sugestionador y como sugestionado?<br />
¿Puede ser el mismo sugestionado sugestionador? ¿De dónde<br />
me ha venido la sugestión?”.<br />
Sus plegarias se elevaban hacia quien tenía todas las<br />
respuestas satisfactorias. Más que plegarias, súplicas.<br />
Elevados diálogos con su yo propio. Silenciosos diálogos con<br />
la humanidad cognoscitiva que se catapultaban más allá del<br />
conocimiento humano, horadando el firmamento en busca<br />
69<br />
de un eco horrísono que, a su regreso, pudiese traducir en<br />
respuesta para sus súplicas.<br />
Se podrían interpretar sus escritos, más allá de este diario,<br />
como quejidos. Quejidos de un hombre contra la injusticia<br />
de la muerte. Porque es en la muerte donde desembocan<br />
todos sus pensamientos. Es Dios y la muerte quienes<br />
quebrantan su armonía. Es Dios la respuesta a todo. Es la<br />
muerte la que engloba todas las preguntas. Dios y la muerte,<br />
siempre presentes, de principio a fin, en su diario, en sus<br />
ensayos, en sus artículos, a través de los días, de los meses,<br />
de los años de una vida dedicada a formularse preguntas y a<br />
buscar sus respuestas. Un hombre que sufre los rigores de<br />
una época calamitosa para sus conciudadanos, un hombre<br />
que busca respuestas, la espesura de la vida y el elixir de la<br />
muerte. Un hombre de arraigadas convicciones, vulnerable<br />
a las preguntas, deseoso de respuestas. Unamuno era un<br />
intelectual riguroso; pero no podía abstraerse del entorno.<br />
Quizá su última respuesta se encontraba en sí mismo, en<br />
su figura, en su legado, en lo que su categoría representó<br />
para muchos de su generación y en lo que ha representado<br />
para generaciones posteriores. Quizá su última respuesta<br />
sea trascender al progreso de las ideas, trascender a las<br />
mentes de su siglo, trascender a los siglos mismos. Unamuno<br />
son sus ideas, sus dudas, sus convicciones, sus conjeturas.<br />
Unamuno es su diario, en el que se recoge su esencia, un<br />
acervo condensado en un puñado de páginas que, más allá<br />
de cualquier otra utilidad, traslada a sus lectores las mismas<br />
inseguridades, las mismas preguntas. ¿Acaso no es lo que nos<br />
concierne, buscar respuestas imposibles a nuestras inocentes<br />
preguntas? ¡Pregúntenle a Unamuno!<br />
Paradójicamente se puede interpretar, por lo que revela en<br />
su diario, que Unamuno no dejaba de ser un ateo con una<br />
fe inmensa. ¿No es lo suficientemente atractiva semejante<br />
contradicción para devorar su “Diario<br />
íntimo”? Apostaría a que sí. Es<br />
posible que el encanto de<br />
un hombre no sólo sean<br />
sus ideas, sino su forma<br />
de plantearlas. Y, como<br />
siempre con cada uno<br />
de los libros que<br />
he tratado,<br />
éste no<br />
d e j a r á<br />
indiferente<br />
a ningún<br />
lector que se<br />
sumerja en sus<br />
páginas. Ayudará a<br />
reflexionar, porque de<br />
eso se trata, al fin y al<br />
cabo. Sembrará dudas<br />
en nuestras dudas,<br />
faltarán respuestas,<br />
nos haremos<br />
preguntas...
Diarios<br />
Se es humano en la medida que le hacemos trampa a nuestros dogmas<br />
Pierre Drieu La Rochelle<br />
Testigo de muchas mezquindades, cobardías o maldades, experimentaba la<br />
tentación de preferir los libros a los hombres.<br />
Gerhard Heller<br />
Plus de pain. En las primeras escenas de ¿Arde París?, bajo<br />
una sinfonía marcial de pasos, tambores y trompetas, René<br />
Clement nos suelta en la Ville lumière, en la última etapa de<br />
la Ocupación nazi. Se entrecruzan marchas militares, tenderos<br />
colgando el cartel de “No hay carne”, bicicletas y tanques<br />
circulando a la par, y soldados afeitándose en Trocadero.<br />
Estampas algo distintas a las de André Zucca: éstas conservan<br />
el blanco y negro. Pienso en ¿Arde París? como un mapa, un<br />
Street View vintage, un especulativo puente de Einstein-Rosen<br />
que nos lleva sin límite de bagaje al París de aquellos días.<br />
En los distintos planos de esas imágenes convergen la ficción<br />
y la Historia. En la explanada de los Inválidos, en el tramo<br />
comprendido entre la rue Talleyrand y la rue Saint-Dominique,<br />
un hombre que pudo ser cualquier otro deja un hueco abierto a<br />
la memoria. El hueco ocupa, cavado bajo los árboles, lo que una<br />
caja de latón envuelta en lona impermeable. Gerhard Heller<br />
52<br />
Échos de<br />
France<br />
Recuerdos de un alemán en París<br />
1940-1944. Crónica de la censura lite-<br />
n Raquel G. Otero<br />
es entonces Sonderführer, teniente adscrito a los servicios de<br />
la Propaganda-Staffel de la capital francesa. Es 14 de agosto<br />
de 1944. La caja contiene documentos mecanografiados y<br />
manuscritos, entre ellos una especie de diario que había<br />
mantenido durante esos años parisinos, algunas cartas y una<br />
copia parcial del ensayo de Ernst Jünger sobre la paz; un<br />
inventario íntimo que salvar de la destrucción. Con ese gesto<br />
de carácter depositario arranca, despacito y con buena letra, el<br />
devenir ignífugo de la memoria.<br />
Peatón de París<br />
raria nazi.<br />
Gerhard Heller estudió filología y literatura en universidades<br />
alemanas y francesas. Trabajó en la radio de Berlín, en la<br />
sección literaria del puesto emisor de onda corta dirigida al<br />
extranjero. Posteriormente lo hizo como intérprete, debido a su
conocimiento de las lenguas romance y sobre todo del italiano. En<br />
los años treinta estuvo relacionado con Karl Epting y Otto Abetz,<br />
miembros del partido nazi que más tarde tendrían un destacado<br />
papel. Ante la necesidad de regular el complejo panorama francés,<br />
las autoridades quisieron contar con el personal adecuado. Heller<br />
presentó su candidatura al puesto que gestionaba el Ministerio<br />
de Información y Propaganda, dependiente de la Comandancia<br />
Militar en París, y fue uno de los civiles militarizados enviados<br />
al París ocupado para cumplir funciones de carácter cultural y<br />
propagandístico. No llegó nunca a prestar juramento a Hitler.<br />
En un espléndido prólogo (de suculenta bibliografía), Fernando<br />
Castillo hace las presentaciones y nos da las coordenadas para<br />
situarnos a grandes rasgos en el cometido de un Heller de 31<br />
años que inevitablemente llegaba a la ciudad como enemigo:<br />
«Era necesario dar la impresión de que la ausencia de autores<br />
judíos y comunistas, de libros y escritores críticos hacia el Reich<br />
respondía al criterio y voluntad de los propios franceses, para lo<br />
cual era imprescindible que las imposiciones se disfrazaran si no<br />
de sugerencias, sí al menos de orientaciones aparentemente fáciles<br />
de asumir. Para ejercer este control, que se pretendía discreto,<br />
era imprescindible contar con personal adecuado que tuviera<br />
conocimientos literarios y un nivel cultural suficiente para ejercer<br />
las labores de censura editorial en el París ocupado y mantener<br />
relaciones fluidas con los escritores y editores».<br />
En el número 52 de la Avenida de los Campos Elíseos, en el<br />
lugar que ocupa ahora un edificio de estilo funcionalista, con un<br />
concesionario Renault en el bajo y nada reseñable más allá de lo<br />
cotidiano, se encontraba la sede de la Propaganda-Staffel. Existían<br />
varios grupos de trabajo: la prensa, con un subgrupo de control de<br />
papel, la radio, el cine, la música, el teatro, la “propaganda activa”,<br />
la administración y la literatura o Schrifttum. Heller entró en su<br />
despacho, una habitación llena de libros y manuscritos: en los<br />
estantes, en las mesas, apilados en el suelo. “¡Aquí está todo lo que<br />
tiene que leer!”. Sonaba a bienvenida.<br />
Censura y caza sutil<br />
«El rumor se extendió rápidamente entre editores y escritores: “En<br />
la Propaganda-Staffel hay alguien con el que se puede hablar...”».<br />
En ese momento los editores no podían publicar ningún libro con<br />
cierta temática actual sin que hubiese sido leído por la censura.<br />
Heller leyó manuscritos día y noche, durante semanas.<br />
En septiembre de 1940 se había llegado a un acuerdo con el<br />
sindicato de editores franceses por el cual se comprometían ellos<br />
mismos a no publicar libros escritos por judíos, masones (a los que<br />
se sumarían más tarde comunistas) ni a ningún autor antialemán.<br />
Se sometería únicamente a la aprobación previa de la censura<br />
alemana aquellos libros sobre los que se tuviesen dudas, para el<br />
conjunto de su producción aplicaban ellos mismos una especie<br />
de autocensura, reglamentada en la Lista Otto; según Heller,<br />
un auténtico ucase decretado por las autoridades alemanas,<br />
maquillado como un acuerdo con los editores franceses. Su<br />
aplicación supuso la destrucción de 2242 toneladas de libros.<br />
El teniente Heller quiso, dentro del margen escaso de sus<br />
posibilidades, salvar algunos libros prohibidos; dio orden de<br />
instalar en su despacho un armario donde guardar el material<br />
incautado, una suerte de anexo de la Biblioteca Nacional con un<br />
jenesaisquoi de tintes fúnebres. A pesar de la autocensura editorial,<br />
los alemanes seguían controlando la concesión de papel en una<br />
tiranía blanda. Era él, junto al servicio de papel de la Propaganda-<br />
Abteilung, quien decidía calibrando la importancia del libro en<br />
cuestión: «Me resultaba imposible oponerme frontalmente a<br />
esa línea oficial, pero podía valerme de la multitud de servicios,<br />
enfrentando a unos con otros, por mi cuenta y riesgo, para<br />
favorecer a los autores de mi elección. Para conseguirlo insistía<br />
en sus cualidades literarias, que una buena parte de mis colegas o<br />
incluso de mis superiores eran incapaces de apreciar ¡así que era<br />
muy fácil impresionarlos!»<br />
Esta escasez de papel obligó a limitar estrictamente las tiradas,<br />
sobre todo a partir de 1942; a pesar de ello, según Heller, el número<br />
de publicaciones no sólo se mantuvo, sino que creció durante<br />
la Ocupación, alcanzando Francia el primer puesto en difusión<br />
literaria (9348 obras), muy por delante de Estados Unidos y Gran<br />
Bretaña.<br />
En el desempeño de sus funciones pudo hacerse cargo del<br />
levantamiento de secuestro sobre la casa Gallimard. La policía<br />
militar había cerrado y sellado la editorial y Drieu La Rochelle le<br />
había pedido ese favor. Días después aparecía el primer número<br />
de la Nouvelle Revue Française de la colaboración (no 322),<br />
con el propio Drieu al cargo. El número incluía un editorial<br />
suficientemente tibio de éste y artículos como “L’été à La Maurie”<br />
de Jacques Chardonne, que Paulhan calificaría de abyecto y de<br />
donde se desprenden jugosas pesquisas sociológicas.<br />
Heller estuvo en una especie de congreso en Weimar, en el primer<br />
viaje organizado por el Ministerio de Propaganda y dirigido por<br />
Goebbels. Desde el principio de la Ocupación la consigna era<br />
frenar la expansión de la cultura francesa. De alguna manera la<br />
presencia de franceses fue objeto de un enfrentamiento político<br />
entre los servicios alemanes. La Embajada de Alemania de Abetz,<br />
el Instituto Alemán de Epting y él mismo en la Propaganda-<br />
Staffel querían favorecer el desarrollo cultural francés. Entre los<br />
organizadores alemanes estaban Carl Rothe y Paul Hövel (que<br />
no eran nazis en absoluto) de quienes Heller asegura su afán de
querer servir realmente a la cultura y asegurar la permanencia<br />
del espiritu francés: «(...) éramos representantes y ejecutores<br />
de esos dirigentes demoníacos (en palabras de Jünger) de la<br />
Alemania nazi. Intentamos atenuar o desviar sus directrices,<br />
pero realizamos hasta el final funciones en las que no podíamos<br />
evitar totalmente el compromiso con ese poder opresor».<br />
En ocasiones los editores lo visitaban para tratar la edición<br />
o la reedición de algún libro que planteara problemas. Se<br />
comprometió con Gallimard, con respecto a “Piloto de guerra”<br />
de Saint Exupéry. Había dado el papel y el libro había sido<br />
impreso. Se prohibió y hubo que retirar toda la edición a causa<br />
de algunas denuncias procedentes de franceses; a Heller le costó<br />
una amonestación. Conseguía procurarse algunos ejemplares de<br />
las ediciones clandestinas, como las publicaciones periódicas de<br />
Lettres françaises o los libros de Éditions de Minuit.<br />
Tuvo que asistir en 1942 a una redada de bouquinistes,<br />
que habían sido denunciados por seguir vendiendo libros<br />
prohibidos. Heller avisó a los libreros a través de un amigo de<br />
confianza, seguro de la ciencia infalible del boca a boca. El último<br />
capítulo de la censura va más allá y corresponde a los últimos<br />
coletazos de este periodo: «(...) en ese año 1944, los nazis, como<br />
los demás, comprendían ya que no había nada que hacer, que el<br />
fin se acercaba; pero su odio, su sed de destrucción y de muerte<br />
no hicieron sino crecer. Se redactaron listas enteras de gente<br />
que suprimir, o , al menos, que deportar durante el mes de<br />
junio». Había una lista de escritores claramente diferenciados:<br />
los que tenían que ser tomados como rehenes (como Duhamel<br />
o Mauriac) y los que debían ser protegidos (como Montherlant).<br />
Heller se hizo con la lista, rompiéndola y buscando durante dos<br />
noches la copia enviada al Instituto Alemán.<br />
Fragmentos de un diario perdido<br />
Como en todo diario, el rescate de estas páginas saca a la luz<br />
detalles privados e íntimos de la vida de Gerhard Heller. Entre<br />
las personas que lo acompañan en estos años de París hay que<br />
destacar entre otros muchos, en principio por mera cuestión de<br />
renombre o coyuntura, a Drieu La Rochelle, Marcel Jouhandeau,<br />
Paul Léautaud, Florence Gould, Gastón Gallimard, Céline o<br />
Jean Cocteau, y a Jean Paulhan y Ernst Jünger por el afecto y<br />
admiración sinceros que les profesa. Heller nos deja vislumbrar<br />
entre las distintas posturas políticas el latente entramado de<br />
conflictos emocionales.<br />
La posición del teniente le hacía disfrutar de un círculo bastante<br />
heteróclito, como el de los jueves en la casa de Florence Gould, que<br />
contaba con uno de los mayores atractivos que podían desearse<br />
en la época: el alimento. “Vinos excelentes, el champaña y esa<br />
54<br />
rareza que era el café de verdad”, contaría Léautaud. Ese abismo<br />
entre el exceso casi pornográfico de unos cuantos -que tan bien<br />
nos dejan ver Patrick Buisson, Alan Ridding o Frederic Spotts-.<br />
Y la realidad del resto de sus coetáneos es escandalosamente<br />
palpable en otro momento de la lectura, camino de los<br />
encuentros de Weimar. El tren se detuvo en pleno campo y al<br />
oír unas voces francesas, los escritores franceses invitados se<br />
asomaron y descubrieron a unos prisioneros custodiados por<br />
soldados armados que habían abandonado su tarea para dejar<br />
pasar el tren. «Qué contraste entre sus rostros demacrados y mal<br />
afeitados, sus capas raídas, con las dos letras KG marcadas con<br />
pintura blanca, y la ropa elegante y el aspecto bien alimentado<br />
de los pasajeros. Éstos sintieron algo de vergüenza por su<br />
situación privilegiada frente a la desgracia de sus compatriotas.<br />
(...) habíamos bajado desde una especie de sueño intemporal a la<br />
dura realidad histórica.»<br />
Ante la duda posible del sentir de Heller asistimos a varias<br />
confesiones, de primera mano, claro:<br />
«Estoy convencido de que Alemania va a perder la guerra y de<br />
que es lo deseable; una Europa hitleriana es insoportable para<br />
los hombres libres». El 14 de agosto abandonaba París. Había<br />
distribuido entre sus amigos los libros de su biblioteca. Leer<br />
“Recuerdos de un alemán en París” no deja de ser un ejercicio de<br />
decantación, tarea que corresponde exclusivamente al lector. El<br />
regusto de su lectura quizá dependa de las expectativas puestas<br />
en su condición de testimonio. Es preciso señalar la palabra<br />
“recuerdos”. En estas páginas los hay más o menos ordenados,<br />
recreados, contrastados, puede que aliñados o difuminados<br />
por el paso de los años; casi fílmicos. Esto le resta inmediatez<br />
-ese presente que solicitamos y que parece darle legitimidad a<br />
un diario-, pero acaba por aportarle la perspectiva y la riqueza<br />
innegable del poso. Lo llamativo de esta crónica de la censura<br />
nazi es cuanto tiene de agujero de gusano navegable. Nos permite<br />
asistir a un desfile de acontecimientos de una materia lejana, casi<br />
exótica, a una ebullición de interrogantes de nueva cosecha, y<br />
sobre todo, a una sucesión de personajes en los que enredarse y<br />
hacer parada y fonda. Con todo y con eso, la maravilla aquí no<br />
deja de ser el lenguaje de lo omisible.<br />
Este libro no es propiamente un diario, es casi una reconstrucción.<br />
Incluirlo en un número dedicado a los Diarios es una licencia que<br />
me tomo así como una gracia que se me concede. Respira por lo<br />
que pudo llegar a ser. La caja de latón se perdió con las obras<br />
de aquella explanada, y con ella, la posibilidad de leer el diario<br />
original. Si habent sua fata libelli (los libros también tienen<br />
su destino), rezo un par de oraciones por su alma y no puedo<br />
más que fantasear con la idea de que cualquier día aparezca. Y<br />
nosotros que lo veamos.
Diarios<br />
Crónica de<br />
nuestro final<br />
No existe mejor temática para un diario íntimo que el fin de toda la<br />
raza humana. Un proceso, autodestructivo, que provocará que nuestro<br />
camino en la Tierra acabe antes de tiempo por nuestros propios errores.<br />
Lo peor es que estamos avisados.<br />
“Se enderezó y miró un rato el cuerpo envuelto en la<br />
manta. Por última vez, pensó. No más charla, no más<br />
amor. Once maravillosos años que terminaban en un<br />
agujero. Comenzó a temblar. No, se ordenó a sí mismo,<br />
no hay tiempo para eso.<br />
Unas lágrimas interminables nublaron el mundo y Neville<br />
apretó la tierra cálida sobre el cuerpo inmóvil.”<br />
En mi modesta opinión un diario no es más, ni menos,<br />
que poner por escrito aquello que no puedes expresar con<br />
palabras. Bien porque nos hace demasiado daño o porque<br />
73<br />
n Alejandro Larrañaga<br />
es una invitación a desnudar tu alma ante los demás. Un<br />
riesgo muy grande que muy pocos están dispuestos a<br />
correr.<br />
Está claro, por tanto, que se exige la primera persona. Tú<br />
contra el diario, ese cuaderno con llave que proteges pero<br />
que sabes que acabará siendo leído. Nadie plasma en un<br />
papel sus peores pensamientos si no alberga en su interior<br />
el morboso deseo de que alguien lo lea. El propio diario<br />
será la barrera que te proteja del mundo. Esa es la idea<br />
que explota Richard Matheson. Él hace de barrera entre
Robert Neville y una humanidad condenada a la extinción ante<br />
la irrupción de una nueva especie.<br />
Él nos lo cuenta porque así podremos asimilar más fácilmente<br />
hasta dónde podemos descender si las circunstancias lo exigen.<br />
Utiliza a Neville para canalizar esa caída y hacerla más asumible.<br />
Nuestros errores nos han llevado a una situación desesperada y<br />
la desaparición total de todo ser humano es la única consecuencia<br />
posible para todos esos errores.<br />
“La idea de vivir así cuarenta años más lo estremeció.<br />
Y sin embargo no se había suicidado.”<br />
Enero de 1976 - Desesperación<br />
Pero no tengamos tanta prisa. Antes de desaparecer tendremos<br />
que ir quemando las necesarias etapas. La primera no puede<br />
ser otra que la desesperación. El problema, plaga de vampiros,<br />
se presenta ya como un hecho consumado. Los humanos son<br />
meros supervivientes. Robert Neville se cree, de hecho, el único<br />
sobre la faz de la Tierra. Y se debate entre la autodestrucción y<br />
la búsqueda de alguna esperanza que lo motive a continuar con<br />
una vida sin objetivos más allá de llegar a mañana.<br />
¿Cuáles son los motivos para escribir un diario? Desde que se<br />
planteó el tema para este número de <strong>Granite</strong> & <strong>Rainbow</strong> me lo<br />
he preguntado en varias ocasiones (yo mismo he hecho algún<br />
que otro vago intento). La única conclusión válida a la que he<br />
llegado es que si estás bien y eres feliz no te dedicas a escribirlo,<br />
sino a disfrutarlo. Es cuando estás verdaderamente mal cuando<br />
llega el momento de ir al papel. Porque éste lo soporta todo y lo<br />
que es mejor, lo comprende todo.<br />
Marzo de 1976 - Explicación<br />
Llegado el momento, habrá que comenzar a buscar las<br />
explicaciones correspondientes a lo que ha ocurrido, a lo que<br />
ocurre y a lo que esperamos (o deseamos) que ocurra. Es un<br />
proceso complicado en el que intentamos que la razón recupere<br />
el control sobre las sensaciones o las impresiones.<br />
“-Es horrible –dijo.<br />
Neville la miró sorprendido. ¿Horrible? Era curioso. No había<br />
pensado en eso durante años. Para él la palabra “horrible”<br />
no tenía sentido. Un horror acumulado termina por ser una<br />
costumbre. Para Neville la situación se reducía a simples hechos,<br />
nada más. No había adjetivos.”<br />
Robert Neville intenta concentrarse en los hechos para encontrar<br />
esos motivos y buscar posibles soluciones. Pero ni Matheson le<br />
deja ni eso es lo que nosotros, como lectores, necesitamos. La<br />
trama debe moverse hacia delante y hacia atrás para que la<br />
comprensión de lo que sucede avance en todo momento aunque<br />
no se respete la linealidad temporal. Combinaremos, entonces,<br />
los descubrimientos científicos del protagonista de la acción con<br />
los inicios de una plaga a la que la humanidad hace frente del<br />
único modo que sabe.<br />
En este sentido, los referentes de Matheson podríamos buscarlos<br />
en autores como Albert Camus y su “La peste”. En primer lugar<br />
se niega el peligro, en segundo se minimiza, el tercer paso sería la<br />
intención de solventarlo todo como si fuera un problema mínimo<br />
para vernos abocados, finalmente, al pánico de lo inevitable.<br />
Un recorrido natural que ha sido siempre nuestro gran lastre y<br />
que provoca que la mayoría de problemas que tenemos acaben<br />
74<br />
provocando consecuencias más graves que si los afrontáramos<br />
con decisión desde el primer momento.<br />
“El germen que había propagado su azote mientras la gente huía<br />
de su propio terror.”<br />
Junio de 1978 - Adaptación<br />
Todos, incluso un personaje de ficción como Robert Neville o<br />
un escritor como Richard Matheson, tenemos unos estándares<br />
que creemos inamovibles. Y lo son hasta que nuestro entorno<br />
se empeña en lo contrario. Ahí, cuando no queda otro remedio,<br />
podemos experimentar nuestros verdaderos límites y llevarnos<br />
las correspondientes sorpresas. No siempre son desagradables.<br />
“Después de las últimas semanas, sentía que la esperanza no era<br />
la respuesta. Nunca lo había sido. En aquel mundo de monótono<br />
horror no había salvación en los sueños. Podía adaptarse al<br />
horror. Pero la monotonía era el mayor obstáculo, comprendía<br />
ahora. Y esa comprensión lo tranquilizaba de algún modo, como<br />
si hubiera puesto todas las cartas sobre su mesa mental, y las<br />
hubiese examinado, ordenado al fin el juego.”<br />
Es el momento de comprobar que el mundo es el mundo y tienes<br />
dos opciones. Seguir su ritmo lo mejor que puedas o bajarte en<br />
marcha. El protagonista de “Soy leyenda” es llevado más allá<br />
de lo razonable y él, como buen ejemplar de ser humano que<br />
es (mañoso, hábil, valiente, sensible, con ciertas de ganas de<br />
vivir, aunque a veces dude), se adapta a lo que se le propone.<br />
Siente la tentación de dejarse llevar y mandarlo todo a donde se<br />
mandan estas cosas, pero no lo hace. Se refugia en su cobardía,<br />
que más bien debería ser considerada instinto de supervivencia.<br />
Ahora que lo pienso, esto podría significar que en realidad no<br />
vamos al volante de la vida que vivimos, solo es una ilusión que<br />
el subconsciente, más sabio, nos hace creer.<br />
Enero de 1979 - Aceptación<br />
La aceptación llegará a través de los bocados de realidad que<br />
nos vayamos comiendo cada día. Unas “comidas” que te pueden<br />
llevar a la aceptación total de tu destino o a seguir negándolo<br />
hasta que seas tú el devorado. Aceptarlo no significa rendirse<br />
sino comprender las nuevas reglas del juego y evolucionar.<br />
“Sacudió nuevamente la cabeza. El mundo ha enloquecido,<br />
pensó. Los muertos se pasean por las calles, y no me sorprende.<br />
El retorno de los cadáveres es hoy un asunto trivial. ¡Con qué<br />
rapidez acepta uno lo increíble, si lo ve a menudo!”<br />
La comparación, odiosa, sería la propia novela “Soy leyenda” con<br />
su adaptación cinematográfica. Mientras, Richard Matheson<br />
parece comprender ese proceso de cambio y busca explicaciones<br />
en la realidad. El grueso de la humanidad, representada en la<br />
industria hollywoodiense (que debe tener bastante aceptación<br />
por el nivel de seguimiento de sus productos), espera que un<br />
héroe esté presto para la salvación. Un héroe que parece que<br />
es el único que tiene una visión global de la situación y por eso<br />
afronta su objetivo como una obligación que como una elección.<br />
Tiene que salvar a la humanidad porque ésta merece ser salvada.<br />
Es bonito creer algo así (que merecemos ser salvados) porque<br />
si no podríamos caer en las mismas tentaciones que el pobre<br />
Neville. Y es posible que no fuéramos tan cobardes como él y<br />
nosotros sí que tiráramos por la salida fácil de suicidarnos. Al<br />
fin y al cabo, puede que no hayamos hecho esos méritos para<br />
seguir aquí.
B reves<br />
Bajo el volcán - Lowry<br />
JULIA MARTÍNEZ<br />
Tener veinte años y leer como si la vida te fuera en ello, tener corriendo por<br />
las venas la droga de la lectura. A esos veinte años de entonces les debo la<br />
adoración por el cónsul Firmin. Han pasado otros veinte desde entonces,<br />
otros héroes han poblado mi mundo fantástico y literario, pero ninguno cómo<br />
él. Nunca entendí como Yvonne no deseó caminar al infierno de la mano de<br />
Firmin, morir ahogada de mezcal en una cantina de Quauhnahuac, buscando<br />
la salvación en el alcohol. En realidad, todo está a punto de derrumbarse, la<br />
gran guerra mundial con sus cincuenta millones de muertos empieza a asomar<br />
como una ola gigante que asolará el mundo que conocieron Geoffrey,<br />
Yvonne o Hugh. Yo tenía veinte años y deseaba traspasar las puertas del infierno<br />
de la mano del cónsul, no había esperanza que abandonar ni palabras<br />
que me amedrentaran. Hoy, que han pasado otros veinte, estaría de nuevo<br />
“Bajo el volcán”, dos de noviembre, a los pies del Popocatépetl, escuchando la<br />
voz amarga de Lowry, entre trago y trago de mezcal, siempre en el filo.<br />
Recomendaciones<br />
DAVID M. COPÉ<br />
Son tantas las recomendaciones que se me agolpan en los labios que prefiero<br />
perder espacio para explicarme y caer en el name-dropping.<br />
La poesía completa de Anne Sexton en Linteo (y en edición bilingüe):<br />
una oportunidad inmejorable para acercarse al universo convulso, a la palabra<br />
descarnada y magnética de la estadounidense. ANTOLOGÍA DE SPOON<br />
RIVER, de Edgar Lee Maters, una joya rescatada por Bartleby en la que una<br />
sucesión de poemas-epitafio construye un diálogo entre muertos. En narrativa,<br />
LIMONOV de Carrère, me parece una de las más gratas sorpresas de los<br />
últimos tiempos: la vida de un personaje excesivo, lleno de contradicciones<br />
contada de la mejor de las maneras. Siguiendo la veta francófona, no puedo<br />
obviar la exquisitamente editada HACER EL AMOR del escritor belga<br />
Jean-Philippe Toussaint (Siberia), mi novela preferida del autor, con un estilo<br />
frío, cristalino e hipnótico (de una gelidez que resulta fascinante y onírica,<br />
extrañamente emocional y telúrica) puesto al servicio de una inolvidable<br />
historia de desamor. Y dos libros breves, inclasificables y muy bien escritos,<br />
llenos de inteligencia, humor y mala baba (con un acercamiento socarrón<br />
y desencantado al mundo de la alta cultura que concita risas y desolación):<br />
MAGMA, de Lars Iyer (ed. Pálido Fuego) y MENOS JOVEN, de Rubén Martín<br />
Giráldez (Jekyll and Jill).
Escritor, traductor, ente que<br />
siente, padece y perdura.<br />
Haga lo que haga, Alejandro<br />
Palomas deja huella. Ha<br />
traducido a Gissing, Cather,<br />
Mansfield. Sueña con traducir<br />
a Woolf. No conforme con eso,<br />
ha publicado un volumen de<br />
poesía (y pronto publicará el<br />
segundo). Tampoco contento<br />
con eso, es un escritor premiado.<br />
Entre sus novelas más<br />
destacadas encontramos “El<br />
tiempo que nos une” (Suma<br />
de Letras), “El alma del mundo”<br />
(Espasa), “El secreto de<br />
los Hoffman” (Plaza y Janés)<br />
y “Agua cerrada” (Siruela).<br />
Hoy llega a G&R en calidad de<br />
traductor, pero es el «hombre<br />
para todo». La que escribe<br />
tiene la suerte de ser amiga<br />
íntima suya pero, eso sí, no<br />
os dejéis engañar. Alejandro<br />
Palomas enamora por ser Alejandro<br />
Palomas. Y por lo bien<br />
que lo hace.<br />
Alejandro<br />
Palomas<br />
«Un texto bien traducido debería<br />
poder pasar esta pregunta: “¿En qué<br />
lengua está escrito el original?”. Es<br />
una pregunta que nadie debería poder<br />
responder.»<br />
Empecemos por lo fácil: cómo<br />
empezaste a traducir.<br />
Llegué a la traducción después de un<br />
año trabajando como corrector y como<br />
lector. Yo había querido ser traductor<br />
cuando vivía en San Francisco, para<br />
poder trabajar allí y quedarme a vivir<br />
en los EEUU, pero no hubo manera y<br />
me olvidé del asunto. Años más tarde,<br />
me vi viviendo en Madrid y el destino<br />
me llevó a mi primera traducción de<br />
rebote, por una baja de última hora,<br />
literalmente. Y entonces me llegó<br />
George Gissing y sus “Mujeres sin<br />
pareja”. Pero debo decir, que quien me<br />
abrió las puertas de la traducción tiene<br />
nombre y apellidos.<br />
Y ese nombre y apellido es...<br />
En un momento muy difícil de mi<br />
vida, me dio la oportunidad y siempre<br />
le estaré agradecido por ello. Estoy<br />
hablando de Luis Magrinyà y de Alba.<br />
No está nada mal empezar en Alba<br />
y con Gissing, desde luego. ¿Qué<br />
tradujiste después?<br />
Después de Gissing llegaron otros<br />
clásicos de Alba, como Gertrude Stein,<br />
Willa Cather y Katherine Mansfield,<br />
entre otros muchos, y a la vez empecé<br />
n Ainize Salaberri<br />
a trabajar también con Siruela, para<br />
quien traduje a Laura Hird y su “Como<br />
en familia”, una novela fantástica que<br />
alguien tendría que recuperar ASAP.<br />
Y de ahí me quedé en Siruela y en<br />
Alba, compaginándolas no solo como<br />
traductor, sino como autor.<br />
¿Y cómo fue traducir a Gissing,<br />
Cather, Stein, Mansfield?<br />
Ufff, ha sido una de las épocas más<br />
hermosas de mi vida profesional<br />
(como traductor). Traducir a esa clase<br />
de autores es como deslizarte por<br />
una pendiente lisa. Sabes que no hay<br />
accidente posible. Todo fluye, porque<br />
en realidad lo que haces en muchos<br />
momentos es hablar con el autor a<br />
partir de su texto. No traduces, hablas,<br />
y eso pasa muy poco con los autores<br />
vivos. Los textos de esa época requerían<br />
muy poco diccionario. Aprendí a usar<br />
la intuición y a desarrollar mucho el<br />
tono y el timbre, cosas que en otras<br />
circunstancias no es fácil llevar a cabo.<br />
Lo bien escrito se traduce bien. Eso fue<br />
lo que aprendí.<br />
O sea, que las buenas traducciones<br />
dependen mucho de la intuición,<br />
¿no?<br />
En mi caso, un tanto por ciento muy
elevado. Soy tanto en la traducción<br />
como en la escritura muy intuitivo. A<br />
veces arriesgo mucho y sé que no gusta<br />
a todo el mundo, pero la experiencia me<br />
dice que una traducción no sólo tiene<br />
que sonar original, sino debe saber,<br />
oler y parecer original. Y a veces, solo a<br />
veces, la traducción mejora un original.<br />
Sobre todo cuando el original es uno de<br />
esos horrores que a veces te caen y a los<br />
que no puedes negarte por política de<br />
empresa (o de autónomo).<br />
Alguien me dijo una vez que una buena<br />
traducción es la que no se nota. ¿Es así?<br />
Es así, sí. Siempre. Un texto bien<br />
traducido debería poder pasar esta<br />
pregunta: “¿En qué lengua está escrito<br />
el original?”. Es una pregunta que<br />
nadie debería poder responder.<br />
Como traductor, ¿qué pregunta<br />
estás deseando que te haga?<br />
Cuál es la mejor traducción que he<br />
hecho.<br />
Cuál es la que me gustaría hacer.<br />
Con cuál he sufrido más.<br />
¿Cuál es la mejor traducción que<br />
has hecho?<br />
La mejor es Guerras que he visto, de<br />
Gertrude Stein.<br />
¿La que más te ha hecho disfrutar?<br />
“La niña del faro” de Winterson.<br />
¿La que más te ha hecho sufrir?<br />
“La conspiración” de Dan Brown.<br />
¿La que te gustaría hacer?<br />
“Las olas” de V. Woolf.<br />
¿La que hubieses deseado no hacer<br />
jamás?<br />
Unas cuantas que he firmado con<br />
pseudónimo.<br />
¿Las firmaste con pseudónimo por<br />
vergüenza o hay otro motivo?<br />
Bueno, no diría que por vergüenza. Diría<br />
más bien que en unos cuantos casos<br />
-no en todos- no aportaban nada a mi<br />
currículo como traductor.<br />
Eras fan de Winterson antes de<br />
traducirla, ¿no? ¿Qué supuso<br />
convertirte en traductor de alguien<br />
con tanta magia en los dedos?<br />
Era MUY fan de Jeanette Winterson desde<br />
que la conocí en la facultad. La verdad<br />
es que nunca imaginé que terminaría<br />
traduciéndola. Cuando traduje su<br />
primera obra lo hice aterrado. No ha<br />
pasado nunca antes ni me ha vuelto a<br />
pasar. Se esfumó la intuición. Tenía tanto<br />
miedo de meter la pata que leía y releía<br />
cada párrafo antes de pasar al siguiente.<br />
Ahora que lo pienso, fue una gran lección<br />
de anti-ritmo. Tuve que parar y tirar de<br />
oficio. Sacar una parte de mí que no solía<br />
emplear y que, gracias a esa novela -”La<br />
niña del Faro”- ahora combino con más o<br />
menos soltura.<br />
¿Cuál de sus libros, además de “La<br />
niña del faro”, claro, te hubiese<br />
gustado traducir?<br />
“La pasión”, sin duda. Y “Espejismos”.<br />
Son dos obras inigualables.<br />
¿Por qué?<br />
Porque son magia, porque son un mundo<br />
entero desde la primera letra a la última,<br />
porque como autor me reconcome la<br />
envidia y los celos y a la vez me alegra<br />
que haya alguien en el mundo que escriba<br />
así, que sienta así, en quien me reconozca<br />
tanto. Es curioso lo que me pasa con J.<br />
Winterson: tengo la certeza de que es<br />
un alma gemela, cosa que ella no sabrá<br />
nunca, por supuesto. Es una parte<br />
importante de mi vida, y de mí también,<br />
de cómo miro, de cómo juzgo, de cómo<br />
entiendo la vida y lo que no es vida.<br />
Desde luego, alguien que siente<br />
así a los autores y a la literatura es<br />
imposible que traduzca mal. Dime,<br />
¿qué falta y qué sobra en el mundo<br />
de la traducción?<br />
En el mundo de la traducción falta<br />
©Rai Robledo<br />
dinero, para empezar. Nos pagan poco,<br />
muy poco. Cuando yo comento lo que<br />
ganamos con los traductores que me<br />
traducen a otras lenguas no me creen. Y<br />
no me extraña. Es ridículo: las tarifas hace<br />
milenios que no suben, pero la exigencia<br />
es la misma, con lo cual la insatisfacción<br />
a la hora de trabajar un texto aumenta. A<br />
veces, falta también más conexión entre<br />
el editor y el traductor, una relación más<br />
directa, aunque soy consciente de que es<br />
una utopía, sobre todo cuando trabajas
con los grandes grupos. Las editoriales<br />
medianas o pequeñas son otra cosa,<br />
la relación es más enriquecedora y el<br />
disfrute también.<br />
¿Añadirías más visibilidad para los<br />
traductores? Muchos la piden...<br />
Creo que todo el mundo merece su<br />
reconocimiento. En mi caso, confieso<br />
que no me importa tanto, porque ya<br />
lucho bastante por el reconocimiento<br />
como autor, y la lucha en tantos frentes<br />
me puede, pero sí, la visibilidad debería<br />
aumentar, del mismo modo que deberían<br />
aumentar las tarifas.<br />
Nos has contado lo que falta.<br />
¿Y lo que sobra? (Y lo incluyo<br />
todo: ego, editores, malas artes,<br />
transparencia, compañeros del<br />
mundillo...)<br />
No sabría responder a eso. Yo he<br />
tenido mucha suerte como traductor.<br />
Prácticamente no tengo relación con<br />
otros colegas, y el mundillo no se me<br />
da bien, de modo que no lo frecuento.<br />
Para mí traducir es como escribir: una<br />
experiencia que vivo solo, conmigo, es<br />
algo muy íntimo en lo que entran pocos<br />
aires del exterior. Los editores con los<br />
que trabajo lo saben. Mi lema es: no dar<br />
problemas y ofrecer soluciones, porque<br />
entiendo que la edición es un trabajo en<br />
equipo y hay que pensar así. Quizá por<br />
eso nunca me he encontrado con nadie<br />
que, como traductor, me haya puesto un<br />
palo en la rueda. Al contrario. Siempre<br />
me he encontrado con gente dispuesta a<br />
ayudar, mucho más que como autor.<br />
¿Qué debe tener un traductor<br />
además de intuición? ¿Es posible<br />
traducir bien sin sensibilidad<br />
literaria, por ejemplo?<br />
No. Jajaja. ¿Es posible ser luthier sin<br />
oído?<br />
TEST RÁPIDO<br />
¿Se traduce mejor cuando se<br />
admira al escritor o es necesaria<br />
cierta distancia, cierta perspectiva?<br />
Yo creo que se traduce mejor cuando<br />
el autor o autora a los que traduces te<br />
enamoran. Ese es mi caso. Yo necesito<br />
enamorarme de lo que hago, necesito<br />
querer volver y sentir que lo que hago<br />
emociona. A mí la distancia me mata, saca<br />
el matemático que llevo dentro y todo<br />
se convierte en autopsia, en corrección,<br />
en páginas muertas. Definitivamente, la<br />
traducción-fusión.<br />
Y además de la traducción-fusión<br />
y el enamoramiento... ¿cómo<br />
traduces? ¿Alguna manía, alguna<br />
necesidad, algún ritual?<br />
El silencio. Traduzco como escribo.<br />
Necesito silencio absoluto. Y saber que<br />
no va a haber ninguna interrupción. Y,<br />
en algunos casos, me gusta no haber<br />
leído antes la novela. Es decir, traducir<br />
a medida que voy leyendo, sin saber lo<br />
que viene. Es un modo de ponerme en<br />
la piel del lector, de empatizar con él<br />
en el proceso de descubrir el texto. La<br />
experiencia me dice que, contrariamente<br />
a lo que algunos creen, da muy buen<br />
resultado.<br />
¿Con qué debe arriesgar el<br />
traductor? Luis Magrinyà dice que,<br />
como editor, con los títulos. ¿Y tú?<br />
Pues te respondería igual que Luis. Si<br />
puedes elegir, cosa que no suele ocurrir,<br />
intenta elegir pensando que siempre<br />
estás dejando una huella. Elegir es<br />
prescindir, y a veces hay que saber<br />
prescindir de un título que quizá pueda<br />
darte de comer mañana, pero que, mal<br />
gestionado, en malas manos, te cerrará<br />
una puerta pasado mañana. En cuanto<br />
a la traducción en sí, personalmente<br />
arriesgo en el porcentaje de intuición con<br />
el que trabajo. Es mi apuesta personal y<br />
me gusta apostar por ella.<br />
En términos prácticos... ¿Cada<br />
cuánto, en tu opinión, debería<br />
revisarse una traducción? O, lo<br />
que es mejor, ¿cada cuánto debería<br />
volver a traducirse un libro?<br />
Difícil pregunta: depende de la calidad<br />
y del interés del original, para empezar.<br />
Hay traducciones que no deberían<br />
revisarse porque el original es tan<br />
nefasto que no tiene razón de ser. No sé<br />
si soy muy amigo de traducir una y otra<br />
vez una obra, porque al final traducir se<br />
convierte en versionar y eso le hace un<br />
flaco favor a los textos. Las traducciones<br />
son como las películas: hay algunas que<br />
envejecen bien y otras, espantosamente.<br />
A las segundas hay que ponerles remedio<br />
cuanto antes, siempre que la obra lo<br />
merezca.<br />
Como traductor, y también como<br />
lector, ¿qué es lo que más valoras<br />
de un escritor y de su obra?<br />
que sea único, que tenga Esa Voz que<br />
busco en lo literario y en la vida, que me<br />
saque de mí para devolverme un poco<br />
más lleno de todo lo que no tengo, que me<br />
erice, que me haga temblar, que consiga<br />
hacerme reír y llorar y encogerme y<br />
enamorarme. Valoro que me despierten<br />
la envidia, que me desconcierten, no en<br />
lo mental, sino en lo ancestral. Y que me<br />
demuestren que con ellos en las manos,<br />
hay alguien ahí.<br />
Voltaire dijo: “Es imposible<br />
traducir la poesía”. ¿Qué opinas?<br />
Que Voltaire era muy perverso. Y muy<br />
sabio. Pero... envidio al traductor que<br />
ha traducido a la Sexton, así te lo digo.<br />
No me he atrevido nunca con la poesía,<br />
esa es la verdad, y sé que algún día<br />
lo haré, básicamente porque he leído<br />
traducciones nefastas que creo que<br />
podría mejorar, así de sencillo. Y creo<br />
que merecería la pena.<br />
El traductor es... El traductor es una mano que oye, un oído que sabe mirar y unos ojos que no descansan nunca.<br />
Una escritora: Jeanette Winterson y Agota Kristof<br />
Un escritor: Lawrence Durrell<br />
Un país literario: Mi casa<br />
Palabra favorita: Revelación<br />
La palabra más odiada: Obviamente<br />
Un libro: “La pasión”, de Jeanette Winterson<br />
Un recuerdo como traductor: Una postal preciosa que me mandó Patricia Schonstein desde Suráfrica felicitándome por<br />
la traducción de “Oro rojo”. Todavía la tengo en la nevera.<br />
Un recuerdo como lector: El día que leí el primer párrafo de “Las olas”. Me acuerdo como si fuera hoy. Tenía 13 años.
P<br />
o<br />
e<br />
s<br />
í<br />
a<br />
De la luz<br />
abisal<br />
Antonio Gamoneda es un poeta probado por la vida y<br />
probado ya por la historia de la poesía, con independencia<br />
de cuanto a partir de este último poemario recién<br />
publicado, “Canción errónea”, pueda escribir. Si<br />
lo primero, el devenir de una larga existencia -nació<br />
en Oviedo en 1931- le ha deparado frutos amargos que<br />
tienen su reflejo en todos sus versos, esculpidos a martillazos<br />
con la “ávida vena” de una vida que se siente<br />
siempre mortal, lo segundo –su entronización en la<br />
poesía como uno de sus principales representantes- le<br />
ha permitido acceder a muchos de los más prestigiosos<br />
premios y reconocimientos. Merecidos y aplaudidos. El<br />
conjunto de su obra, de una densidad poco frecuente,<br />
de un estilo personalísimo en la órbita de un irracionalismo<br />
visionario que late entre la realidad rural “bajo<br />
condiciones de irrealidad”, el simbolismo y una aguda<br />
sentimentalidad desordenada, caótica, propia del ritmo<br />
emocional, tienen en este libro su culminación, una<br />
especie de sello final que acaparara todas las obsesiones,<br />
recurrencias rítmicas, conceptuales y cognitivas,<br />
todos sus anclajes y todos sus vuelos. Quizá Gamoneda<br />
ha querido resumir en esta “Canción errónea” la completa<br />
historia de sus versos, perseverando en sus nociones<br />
fulgurantes: la muerte, la agonía y el cansancio de<br />
vivir, la falsedad de la existencia, la madre proveedora<br />
de afectos frente a los hondos naufragios. Como en una<br />
elegía precoz, dotado de la resistencia contra el olvido<br />
79<br />
n Yolanda Izard<br />
y de una carga no tan subliminal de testamento poético,<br />
muestra sus entrañas sin dejar de mecerse en los<br />
extravíos de la memoria, y en esa luz, “médula de sombra”,<br />
que llama sin respiro a una muerte convocada<br />
casi desde cada poema. Porque en ningún otro de sus<br />
libros hay tanta intención de fijar las claves, de vaciarse<br />
mediante sus recurrentes símbolos del acabamiento.<br />
La muerte acechante se ha convertido en protagonista:<br />
luce sus cifras, sus emblemas –“Sueñas / las agujas y<br />
los armarios llenos de sombra”-; del mismo modo que<br />
la vida que claudica, la agonía, es la antagonista necesaria:<br />
“La más falsa de las palabras: vivir”, escribe Gamoneda.<br />
“¿Quién agoniza en mí?”, pregunta. La vida<br />
ha dejado de ofrecer sus tesoros –la melena de Cecilia,<br />
su nieta, “llena de luz”, la luz que “sostiene suavemente<br />
/ la majestad de los pájaros”, el amor a su cuerpo- para<br />
convertirse en un peso insostenible, insoportable, que<br />
depende de los contrarios, de las paradojas y del oxímoron<br />
para hacerse palabra.<br />
Esos contrarios, dispuestos en un mismo enunciado<br />
a modo de cuerda tensada hasta la extenuación entre<br />
dos límites, recorren como una convulsión la respiración<br />
angustiosa de sus versículos: “Esta extraña<br />
tarea: ser / sin voluntad de ser y sin voluntad de no<br />
ser”, “Estoy agonizando pero desconozco mi agonía”,<br />
“Mi pensamiento atravesado / por la centella de la negación”.<br />
Mucho más allá de cualquier irracionalismo,
contemplamos el paisaje devastado de un alma extenuada que<br />
usa la claridad de la visión de una paradoja, de un enunciado y su<br />
contrario, para abrir la mente a otras lecturas del mundo, en los<br />
ámbitos de la metafísica, pues el hombre se debate entre la luz<br />
celeste y el precipicio: “La inexistencia es real”, dice. “Ahora es<br />
visible lo invisible”. Y además: “La mentira será la única verdad”.<br />
Se trata de convocar “La afilada pureza de los límites” para romper<br />
el maleficio de la falsedad que rodea a la noción de vida –“Lo<br />
único verdadero es la falsedad”, “Sí, la negación avanza / por mis<br />
venas. / Se aloja / en la sentina cóncava / del pensamiento. /…/<br />
Me posee / la falsedad, el único / fruto consentido en esta / espesura<br />
viviente.”-. La estrepitosa mentira de creer que la vida pueda<br />
ser algo: luz, por ejemplo, cuando la luz no es más que sustancia<br />
de la sombra: “Luz de mi agonía, ven”.<br />
“Si mi pasión fuese realmente la indiferencia”, desea Gamoneda.<br />
Pero el poeta verdadero no sabe cómo esconderse de su propia<br />
lucidez. Está atrapado por la conciencia de la desdicha de vivir<br />
sin sentido, y de vivir además para la muerte. No hay esperanza.<br />
La cesación es fulminante, irreversible. Y aunque “carece de<br />
sentido averiguar su llanto”, la desesperanza, no osa ocultarnos<br />
–con la honestidad de quien se niega a ser engañado por la falsas<br />
promesas de la vida- los entresijos de un corazón que sabe<br />
que “la luz es el comienzo de la causa invisible”. La muerte como<br />
mito propio del existencialismo, que se obceca en trascender sus<br />
emblemas para que la vida ofrezca una compensación, no tiene<br />
cabida en estos versos. La muerte concebida por el poeta es física,<br />
y detrás de ella no hay nada. Es pura inexistencia. No se sueña<br />
con un tiempo reparador tampoco, lo que el poeta desea es “un<br />
tiempo inmóvil”, “ser / sin voluntad de ser y sin voluntad de no<br />
ser”. No hay Dios. No hay resurrección. Arde el vacío. Por ello el<br />
cansancio del poeta es extremo: es el cansancio de vivir para nada<br />
y morir sin saber para qué: “No hay causa en mí. En mí no hay /<br />
más que cansancio y / un antiguo extravío: / ir / de la inexistencia<br />
/ a la inexistencia”<br />
Estos destellos de insomne lucidez, donde como hemos visto la<br />
luz simboliza la agonía que precede a la muerte, de vez en cuando<br />
revientan, y se convierten en auténticas joyas resplandecientes<br />
de luz, esta vez en su concepción casi convencional –aunque en<br />
Gamoneda no hay nada propiamente convencional-, como en los<br />
primeros versos de este poema: “La luz cunde en los patios / y las<br />
cuerdas dividen minerales y sombras. // La luz / sostiene suavemente<br />
la majestad de los pájaros, reúne / dentro del mismo<br />
instante la quietud y el vértigo.” Sin embargo, son fugaces estos<br />
brillos propios de la mirada contemplativa que se vierte sobre<br />
la belleza del mundo, y en los siguientes versos del poema la luz<br />
vuelve a actuar de cámara premonitoria, de símbolo de nuestra<br />
finitud: “¿Has pensado la luz fuera de tus ojos? // Piensa la luz. /<br />
No; / no puedes pensarla: ella / te piensa a ti. // Cierra tus ojos.”<br />
Una muerte siempre al acecho a la que el hombre no puede sino<br />
ofrecerse cerrando sus ojos, entregándose.<br />
Versos como estos podrían desfilar entre los más hermosos del<br />
mundo. Poseen el aura de la inmortalidad. Tienen ese no sé qué<br />
de misterio y de enigma que rompe con todo lo esperable, avan-<br />
80<br />
zan fulminando todos los límites conocidos, son secretos, pero<br />
no herméticos, y su faz de emoción se reconoce como el brutal<br />
asiento de su poeticidad por su capacidad de hender la superficie.<br />
Ello se debe en gran medida a la potencia y al fulgor de sus<br />
metáforas, que se alojan en el mismo cuerpo de sus sentencias<br />
y de sus recurrencias. Gamoneda crea metáforas al ritmo de su<br />
respiración: respira metáforas: “Amé las manos / grandes de mi<br />
madre y / aquel metal antiguo / de sus ojos y aquel / cansancio<br />
lleno de luz / y de frío”. Y metonimias: “Vi / la pasión giratoria<br />
de los pájaros / sobre la máquina azul de la alegría”. Miguel Casado<br />
habla de cómo, en Gamoneda, “la imagen cifrada, el tropo,<br />
reside en la mirada”. Su mirada se cierne sobre su cuerpo, sobre<br />
las cosas, sobre los amigos artistas y poetas a los que a veces se<br />
dirige en sus poemas, sobre el recuerdo de su madre, sobre su<br />
nieta Cecilia, pero en realidad todos ellos son meras excusas para<br />
continuar con su discurso sobre la muerte, para hilar la realidad<br />
real a lo que de verdad importa al poeta: su conversación con la<br />
muerte. El diálogo consigo mismo, la búsqueda de su alter ego<br />
como interlocutor, da cuenta de un doble Gamoneda: el omnisciente<br />
y lúcido que habla con enunciados sentenciosos desde una<br />
experiencia intelectual y reflexiva, y el Gamoneda al que el primero<br />
cuestiona, el vulnerable, abatido y dolorido que se expresa<br />
con un lenguaje nacido de los hondos cimientos del ensimismamiento<br />
y la congoja, de la subterránea red de hilos emocionales y<br />
de entrañamiento.<br />
Entre ambos “gamonedas” se sitúa el diálogo con los otros, su necesidad<br />
de encontrar interlocutores válidos para un duelo común,<br />
hallar cómplices de su concepción del mundo, de su búsqueda de<br />
un lenguaje que pueda explicar la desolación del hombre. Por eso<br />
elige a poetas y artistas que suponen para él una extensión de su<br />
propio universo: Ángel Campos –en un poema estremecedor y<br />
bellísimo-, Juan Gelman, Lezama Lima, Akira Kurosawa, Eduardo<br />
M. Torner, Román Hernández, Jan Vermeer… y tantos otros.<br />
Todos los tropos, símbolos y texturas poéticas demuestran a<br />
su vez que la conciencia de la palabra es parte indivisible de su<br />
discurso: la palabra aloja una densidad doble porque habla de<br />
sí misma también, del lugar de honor que tiene en la sustancia<br />
de su verso. No habría tanta belleza en este libro si no hubiera<br />
sido cuidado y mimado su lenguaje, siempre en la órbita de un<br />
irracionalismo (menos extremo, sin embargo, que en el resto de<br />
sus libros) extremadamente poetizado que construye sus versos<br />
en vaivén, desde el largo versículo hasta el verso de dos sílabas<br />
–frecuentemente, no podía ser de otra manera, “no”-, siempre<br />
en los límites del extrañamiento. Una disposición tipográfica de<br />
apariencia caótica pero que responde siempre al movimiento<br />
emocional.<br />
“Vivir: avanzar ciegamente / hacia el gran sueño blanco”. A veces<br />
basta un verso para comprender un mundo. El mundo de Gamoneda,<br />
inexorable, avanza hacia la perfección. Pero la perfección<br />
no es ese lugar de límites irreductibles desde donde no es posible<br />
ya avanzar sino un vaivén de sombras y de luz donde se mece la<br />
estrechura y la grandeza del hombre. Gamoneda ha dado un paso<br />
más con su estremecedora “Canción errónea”. Y no ha errado.
P<br />
o<br />
e<br />
s<br />
í<br />
a<br />
Trozos heridos<br />
«No era mentira, no, / la vida no era mentira.<br />
Trozos heridos somos, / trozos que se mutilan.»<br />
Febrilidad. Locura. Transición. Supervivencia. Sangre.<br />
Entrañas.<br />
Que la literatura, y en especial la poesía, duela, arañe,<br />
desgarre. Entiendo la poesía como un acto desgarrador<br />
que ha de dejarnos tiritando, llorando en una esquina,<br />
cuestionándonos el valor de la vida, de nuestra sangre,<br />
de nuestras entrañas. También la entiendo como un<br />
proceso de curación: es necesario el duelo para poder<br />
seguir armando la batalla y sus estrategias, para poder<br />
seguir yendo a la guerra con las ganas de victoria en la<br />
punta de la lengua. Que quien escribe se deje las vísceras<br />
sobre el papel y quede relegado a un puñado de despojos<br />
humanos malolientes. Que quien posea el don de<br />
la palabra, el don de transformar lo bello en grotesco y<br />
viceversa, sea capaz de desnudarse en cuerpo y alma,<br />
sea capaz de abrirse en canal y gritar, sin miedo, esto es<br />
lo que soy, y no avergonzarse, no correr a esconderse<br />
después. No actuar ni pretender, sino simplemente ser,<br />
en toda su esencia. Y, que lo que quede del escritor, del<br />
poeta, sea algo más que una imagen distorsionada de la<br />
realidad. Que así como la Duras era algo más que una<br />
borracha, así como Plath era algo más que una madre<br />
somos<br />
81<br />
n Ainize Salaberri<br />
que metió la cabeza en el horno, así como Sexton es<br />
algo más que una simple trastornada, Princesa Inca sea<br />
algo más que una poeta a la que, simplemente, se le<br />
dan bien los poemas. Porque, en realidad, es muchísimo<br />
más que todo eso: es una mujer lo suficientemente<br />
cuerda como para parecer loca. Y hablo, en todo momento,<br />
desde el punto de vista literario.<br />
«Tengo tantas ganas de morir que viviré» es una de<br />
esas sentencias que no sabes si meterte al bolsillo o a la<br />
boca; masticarla, tragarla, devorarla, y considerarla el<br />
leitmotiv que guíe tu vida desde ese momento en adelante.<br />
Algo así decía también esa Alejandra de la que<br />
habla la Princesa Inca en sus poemarios: «Alejandra,<br />
tengo miedo / de ir a ti y no saber volver… / Alejandra,<br />
tengo miedo de meterme en ti y no volver, / perdida en<br />
tus laberintos… / Cuando te miro temblando hecha de<br />
prisa, / huyo a los sótanos de mí… / Y son tan oscuros,<br />
tan oscuros, Alejandra… / Casi como los subterráneos<br />
de ti… // No sé, Alejandra… Te vuelves tú misma laberinto…<br />
/ Y me echas tu aliento caliente en la boca… / Y<br />
es entonces cuando ya no sé volver… De tu boca no sé<br />
volver… // Alejandra, cuando me das tu saliva, ya no sé<br />
volver de ti.» Princesa Inca crea imágenes y escenarios,<br />
paisajes, tremendamente brutales, tremendamente invasores,<br />
tremendamente bellos (y, como todo lo bello,<br />
dolorosos). Es esa capacidad la que la acerca a poetas
como Alejandra Pizarnik o Anne Sexton, ambas tan demoledoras<br />
como certeras; ellas eran capaces, sin apenas haber gastado<br />
la punta del lápiz, de crear un torrente de sentimientos que te<br />
agarraban por el cuello y te dejaban extasiada. Los poemas en<br />
los que Sexton se compara con una muñeca (recurrentes en todo<br />
su poemario Live or die), por ejemplo, son poemas con un par o<br />
tres de palabras en cada verso que, y no exagero, son puros latigazos.<br />
No hay paz en esos poemas porque no había paz en Anne<br />
Sexton. Esa, considero, es una de las características básicas en<br />
todo creador, sea del tipo que sea: no debe haber paz en su vida;<br />
la paz relega al artista a una suerte de placidez que nada tiene que<br />
ver con el arte, que nace del lodo, del ataud. Anne Sexton lo sabía<br />
bien. Lo mismo ocurría con Pizarnik: una frase y había creado<br />
un mundo, pero no un mundo cualquiera: un mundo en el que<br />
los abismos eran la llave que abría todas las puertas, las buenas<br />
y las malas; eran los abismos los que apaciguaban el dolor. En<br />
Pizarnik, como en Sexton, como en Princesa Inca, el mundo está<br />
puesto del revés. Pero, y aquí está la clave, esa es la única forma<br />
posible –poniéndonos del revés– en la que podemos sobrevivir.<br />
Ellas lo sabían, y Princesa Inca lo sabe, de antemano, y juegan<br />
con ventaja. De ahí nuestra estupefacción al leerlas, de ahí que<br />
asintamos en cada verso, de ahí que debamos cerrar el libro de<br />
tanto en tanto y tomar aire. La vida, en realidad, se encuentra<br />
dispersada en esas páginas, aunque esas páginas nos hablen de<br />
sangre, de muerte, de dolor, de desgarro, de desmembramientos.<br />
Es precisamente por eso por lo que podemos, después, contemplar<br />
la vida desde una perspectiva más segura, más confiada,<br />
menos cabrona. Sus versos son granadas, versos que te dejan las<br />
tiras de piel colgadas de un árbol mientras te dice ahora hazte el<br />
cuerpo sin ella; sin poros, sin respiración, sin medusas aplastándote<br />
la traquea e insuflándote veneno.<br />
Difumino tus ojos en el silencio:<br />
has besado mi herida con una luz que yo no conozco.<br />
Mis manos ya no son solo el camino rajado de sus venas.<br />
La literatura debe ser transparente, pero no categórica. La literatura,<br />
especialmente la poesía, debe marcar un antes y un después,<br />
debe rellenar huecos que ni nosotros mismos sabíamos que<br />
estaban vacíos. Debe ser una espada en mitad del estómago, una<br />
vena que se rompe y para lo que no existe hilo. Los poetas deben<br />
transmitir su ser con la sabiduría y la puntería de quien sabe que<br />
sólo le queda una bala en la recámara. La poesía debe contener<br />
belleza a través del horror. Los poemas deben ser una sucesión<br />
de astillas que van clavándose en los ojos, en las manos, en el<br />
pecho, en el vientre, en los pies; astillas que, al mismo tiempo,<br />
quitan otras astillas. El poeta debe ser un ruletista, el poeta debe<br />
ser verdugo, siempre. ¿Cumple Princesa Inca todas estas premisas?<br />
Las cumple. El poeta debe hablar del miedo, de la sinrazón,<br />
del estupor y los temblores, de la amenaza, de la guerra que hay<br />
dentro de uno mismo, siempre, aunque pretendamos lo contrario;<br />
debe hablar del amor, de la herida, de la sal en la herida;<br />
debe hablar de la condena, del cuchillo sobre la piel, de la locura;<br />
debe hablar de la muerte, de la necesidad, de la supervivencia;<br />
debe hablar de uno mismo mientras habla de los demás, debe<br />
darnos las claves para combatir la deshumanización y el terror;<br />
debe dejarnos un poso de esperanza, un resquicio de inocencia,<br />
un mapa que seguir en la vida. Princesa Inca lo hace. La Princesa<br />
Inca rompe nuestros huesos y hurga, escarba, remueve en todo<br />
aquello que somos, que fuimos e incluso que seremos, y nos deja<br />
tiritando en una calle cualquiera de una ciudad cualquiera en una<br />
noche cualquiera. Somos, de repente, en sus manos, una niña<br />
presa, una niña que «quemando en su temblor va esa chica», que<br />
«sobre el asfalto cae gris tu mirada / que odia y se traga lo que<br />
gritaría.» ¿Qué diferencia “La mujer-precipicio” de “Crujido”?<br />
Precisamente eso: hay una esperanza que late al fondo del túnel;<br />
una esperanza que se arremolina en nuestros cuellos, que recurre<br />
a la carótida y a la ternura, y nos asiente con la cabeza mientras<br />
contenemos la respiración, asustados. Al fondo, y no tan al fondo<br />
como parecía, hay un hogar, un hogar moldeado para cada<br />
82<br />
uno de nosotros. Princesa Inca duele pero cura. Y “Crujido” no<br />
es más que el mapa del tesoro de todo buen buscador de terremotos.<br />
En “La mujer-precipicio” hay locura, hay amor, hay dolor,<br />
hay desamor, hay muñecas, hay guerra, hay sangre, hay sexo, hay<br />
entrañas esparcidas por las paredes y las páginas, hay restos de<br />
naufragios que te asaltan a la cara y te ahogan por unos segundos;<br />
hay insomnio, hay veneno, hay algo que arrebata, que roba,<br />
que quema. Algo que se incencia en cada verso. Y es que, como<br />
ella misma dice: «no son palabras sino gritos lo que escribo.»<br />
no quieres conocerte…<br />
Por eso te susurran los muertos al oído,<br />
como ruido de hojas en los parques,<br />
no quieres conocerte…<br />
y volver a recordar que la soledad devoraba, en la noche,<br />
en la sombra, en tu casa, en tu infancia borrada,<br />
besaba, lamía, tus piececitos blancos, de niña,<br />
la soledad te devoraba.<br />
*<br />
Llevamos muchos últimos deseos no cumplidos,<br />
y esos deseos pasan a las venas y laten…<br />
Por eso cumpliremos el último deseo:<br />
abrirnos en canal las muñecas después de habernos amado<br />
y bebernos la sangre las unas a las otras<br />
como sanguijuelas que divisan paraíso y ceniza.<br />
“Crujido” es intimista, es desgarrador: «esta soledad de piel de<br />
cuchillo», «quisiera amar con los huesos y la fiebre», «como una<br />
libertad sin alas/suenan sus cuerpos desnudos», «y un hambre<br />
de piel narra la saliva». Es un poemario febril pero natural, que<br />
no distorsiona la realidad sino que la eleva a un estado donde la<br />
sangre ya no sabe a hierro sino a algo mucho más adictivo. No<br />
hay barreras, el límite es uno mismo. “Crujido” es una sacudida,<br />
es un despertar; es una elección maravillosa de palabras que en<br />
ella, en Princesa Inca, parece tremendamente natural, como si<br />
vomitase las palabras, como si fuesen sus entrañas las que dispusiesen<br />
el orden de la batalla. “Crujido” aborda un abismo que<br />
a todos nos ha de ser familiar, un abismo que nos explota y nos<br />
renace por dentro. Pero, ojo, es también peligroso. Es un poemario<br />
que arrasa. Y, pese a su libertad, pese a su esperanza, pese a<br />
la luz que Vilariño, por ejemplo, dibujaba en sus poemas, lo que<br />
Princesa Inca escribe en “Crujido” es descorazonador. Pero tan<br />
lleno de vida… que creo que es la única forma real de vivir.<br />
Porque sólo se necesita saber llorar o llorar para vivir,<br />
y luego remontar la cuesta desnudos,<br />
y el pozo o la sombra,<br />
y porque el viento juega a favor de los que aman y escuchan.<br />
Anne Sexton dijo, en su poema “La adicta”: «I am on a diet<br />
from death». “Crujido” también parece estar a dieta. La muerte<br />
es ya un alimento prohibido. Y, en su poema “Vive” Sexton<br />
dijo: «La muerte ha estado aquí / durante mucho tiempo». En<br />
“Crujido” también. Pero “Crujido” ya no es muerte, es el orígen,<br />
son las raíces y las ramas, el tronco y el tempestuoso aire que lo<br />
zarandea. Tras la tormenta, la calma. “Crujido” es visceralidad, es<br />
hambre y sed, son hilos, son agujas, son camillas llenas de sangre,<br />
de palabras. Es el antídoto, en realidad, para cualquier mal<br />
que nos aceche. Es un refugio, no una trinchera. Y debemos dar<br />
las gracias por ello. Una vez más, son los poetas los que luchan<br />
por nosotros y rescatan lo bello entre la masacre. Porque “Crujido”<br />
también es una matanza con final feliz. Cruda, contundente,<br />
cristalina. Es la sabiduría del cuerdo, no del loco.<br />
«porque te cansaste de caminar hacia ti y no llegar nunca,<br />
/ porque estás cansado y tienes miedo / y guardas<br />
golpes en tu habitación sin ventana.»
Júlia Secall Roca esta al<br />
frente de una librería que<br />
acaba de cumplir 69 años.<br />
69 años de vivencias, de<br />
libros, de poemas y novelas<br />
que han dejado su marca<br />
sobre ese cemento que apenas<br />
se ve de tanta sabiduría<br />
que puebla en ella. Una<br />
librería con solera, con<br />
historia. Una librería que<br />
su “parroquia” no olvidará<br />
nunca. Tampoco ninguno<br />
de los integrantes de estos<br />
69 maravillosos años.<br />
Obligada pregunta, aunque tópica:<br />
Eres librera porque...<br />
He heredado la genética librera de mis<br />
abuelos y padres que fueron también<br />
libreros. Crecer entre libros lleva hasta<br />
aquí.<br />
Un buen librero es el que...<br />
Es el que consigue un cliente se acuerde<br />
de quién le vendió un determinado libro<br />
y el que consigue esta necesaria empatía<br />
entre el trío librera-libro-cliente.<br />
Llibreria Roca ha celebrado este<br />
año su cumpleaños número 69.<br />
Allá por el 1944 se abría la librería.<br />
Cuéntanos la historia, la tradición<br />
que ha quedado, cómo se te inculcó<br />
el amor por los libros. Si no me<br />
equivoco eres la tercera generación<br />
al frente de la librería. Sois una<br />
librería con solera, con tradición,<br />
un referente.<br />
El buen culpable de todo es mi abuelo.<br />
El fue mi prescriptor de lecturas de<br />
pequeña: iba dándome libros de Verne,<br />
Kipling, y poco a poco iba metiendo<br />
alguno que no era demasiado para mi<br />
edad para ver queé pasaba. Recuerdo<br />
n Ainize Salaberri<br />
que recorría siempre sus estanterías<br />
repletas de libros y ansiaba la elección<br />
de aquellos que eran “diferentes”, de los<br />
que me decía: «Ahora toca este, pero no<br />
hace falta que digas nada a tu madre».<br />
El recuerdo que tengo de mis ratos<br />
infantiles en la librería es el de hombres<br />
immersos en conversaciones envueltos<br />
en un nubarron formado por el humo de<br />
cigarros hablando de teatro, libros y mil<br />
cosas que por la edad no llegaba a pillar,<br />
pero que subliminalmente iban calando y<br />
que emergieron más tarde.<br />
Mi abuelo materno había tenido una<br />
pequeña editorial y era un gran lector.<br />
Al cerrar la editorial su vida profesional<br />
fue por otro camino y cuando se planteó<br />
abrir algún negocio con mi abuela lo<br />
primero que le dijo fue que si quería que<br />
él la ayudase la única opción era una<br />
librería, y así fue. Continuaron el negocio<br />
con mis padres y allí me metieron a<br />
mí, «a ayudar como está mandado».<br />
Hasta finalizar la carrera fui maestra,<br />
compaginaba estudios y librería. Durante<br />
años, hasta la jubilación de mi madre,<br />
me dediqué a dar clases de natación,<br />
clases de catalán y faena libresca.<br />
Actualmente mi dedicación a la libreria<br />
es mi única y apasionada dedicación. De<br />
momento llevamos 69 años de librería y<br />
espero llegar a celebrar muchos más.
¿Cómo fue tu primer día en la<br />
librería? ¿Qué sentiste aquella<br />
primera mañana en la que una nueva<br />
generación se hacía cargo de ella? Y,<br />
¿qué sientes cada mañana cuando<br />
llegas a ella, abres las puertas y los<br />
libros cobran vida?<br />
Como te he dicho que empecé mis<br />
andaduras por la libreria muy joven, a<br />
los doce años, ayudando a mis padres. A<br />
menudo, eran otros tiempos, me dejaban<br />
sola en la librería. En los años 70 pasaban<br />
por las librerías unos señores entrajados,<br />
inspectores que venian a controlar si en<br />
la libreria teniamos libros «subersivos».<br />
La consigna era naturalmente decir<br />
que no y mirar hacia la otra punta de la<br />
librería y, naturalmente, esto hizo que la<br />
curiosidad creciera y dediqué las tardes<br />
en que estaba sola a leer todo lo que había<br />
escondido detrás de las estanterías: Henry<br />
Miller, Annaïs Nin, escritores catalanes,<br />
“El retrato de Dorian Gray”, “Madame<br />
Bovary”...<br />
Soy más de noche que de mañana. El<br />
momento de poner la llave en el cerrojo,<br />
apagar las luces, quedarme con poca luz<br />
en la librería tiene mucha magia para<br />
mí. Quedarme a solas con los libros<br />
me transmite una energía especial, me<br />
contagia de un algo difícil de contarte,<br />
y hace que establezca una especie de<br />
silencioso diálogo con ellos; compartimos,<br />
antes de decirnos «hasta mañana», dulces<br />
y amargos momentos.<br />
Desde que Llibreria Roca abrió<br />
sus puertas el sector editorial y el<br />
comercio han cambiado de forma<br />
considerable. ¿Hay algo que creas<br />
que debería recuperarse de esos<br />
primeros años de vida? ¿Crees<br />
que el modo en el que vivimos y<br />
nos relacionamos hoy en día con<br />
respecto a la literatura ha ido de<br />
menos a más con el paso del tiempo?<br />
Intento mantener el modus vivendi con el<br />
que inicié mi camino libresco, compartir<br />
con mi gente mi trabajo y mantener el<br />
calor humano que desprende una librería.<br />
Puedo asegurarte que con el tiempo, y<br />
ahora más, la gente busca el trato personal<br />
en una librería; agradecen y esperan qué<br />
les dirás de un libro y piden consejo lector.<br />
Esta es la difrencia que encuentran entre<br />
los libreros y los vendedores de libros.<br />
¿Está condenado el librero a dejarse<br />
la piel de lector en la puerta de la<br />
librería o aún es posible retrasar el<br />
momento en el que el librero sea un<br />
simple vendedor? ¿Está condenado<br />
el librero a esa bipolaridad que<br />
nace de lo que venderíais y lo que el<br />
cliente compra?<br />
¡Esta condena no la voy a sufrir! Es<br />
imposible concebir el oficio libresco sin<br />
la lectura. Está claro que hay libreros y<br />
vendedores de libros. Yo siempre digo<br />
que al comprar libros están los que me<br />
comprará la gente y los que yo venderé,<br />
que no siempre coinciden. Hay muchos<br />
libros a los que sólo digo «hola qué tal», les<br />
permito compartir espacio; y otros muchos<br />
que son uno más de la Libreria Roca. Debo<br />
confesar que tengo según qué títulos de<br />
estos que la gente compra a kilos un poco<br />
camuflados, no sea que el resto de libros<br />
deseados se me revolucionen y provoquen<br />
una masacre libresca. Ante todo, ¡respeto<br />
por los gustos lectores de mi parroquia!<br />
¿Qué ofrece Llibreria Roca al<br />
apasionado de la literatura?<br />
He pensado que sean los parroquianos<br />
quienes respondan:<br />
«La posibilidad de descubrir obras y<br />
autores. La tranquilidad de saber que<br />
cualquier recomendación es sincera,<br />
independiente, no mediatizada por<br />
modas o intereses comerciales. Literatura<br />
de calidad, sean clásicos o novedades,<br />
y la capacidad de la librera de hacer<br />
recomendaciones personalizadas y<br />
específicas para cada uno de sus clientes.»<br />
(Núria)<br />
«Un templo. Un lugar donde poder<br />
profesar mi religión, la lectura, sin<br />
restricciones ni normas.» (Jordi)<br />
«Una librería que cuida al lector, al día de<br />
las novedades pero interesada en preservar<br />
un importante fondo donde podemos<br />
encontrar clásicos, obras imprescindibles<br />
para cualquier lector. La Roca es un lugar<br />
donde te asesoran si no tienes claro qué<br />
libro escoger, un sitio excelente para los<br />
amantes de las letras.» (Gemma)<br />
¿Qué significa para ti estar al frente<br />
de la librería?
Me hace feliz y me llena, disfruto con mi trabajo, y esto no tiene<br />
precio.<br />
¿Qué no eliminarías nunca del oficio de ser librera? ¿Hay<br />
algo que sí eliminarías?<br />
El tacto directo con la gente que entra a la librería, esta relación que<br />
alimenta y enriquece.<br />
Eliminaría bastantes catálogos y listados de según qué editoriales;<br />
roban tiempo, aunque cada vez menos. Y, dicho sea de paso, invitaría<br />
a leer a algunos editores que pretenden que leamos y vendamos lo<br />
que ellos editan.<br />
Las librerías... ¿Deben «renovarse o morir»?<br />
¡Odio esta frase de renovarse! Cierto es que los tiempos han cambiado,<br />
pero el libro continúa siendo lo que es y por tanto la historia pasa por<br />
utilizar los recursos que se nos ofrezcan para realizar mejor la tarea<br />
que nos planteamos. La gente lee si les contagiamos pasión por los<br />
libros y por la lectura y esto es lo que hay que conseguir y por lo que<br />
hay que luchar.<br />
El trato con el cliente, las relaciones comerciales, las<br />
facturas, el inventario, las devoluciones, la feria del libro y<br />
los cargamentos de libros que entran por la puerta... ¿Cuál<br />
es la labor que más te gusta desempeñar?<br />
La de vender los libros que he comprado pensando en alguien en<br />
concreto y esperar poder ofrecer a los parroquianos cositas que me<br />
apetecería compartir.<br />
¿Cuál sería tu librería ideal?<br />
Mi librería es muy chiquita, demasiado, así que me gustaría tener<br />
una librería más grande, pero no en exceso, que permitiera tener el<br />
rinconcito tranquilo para mis descansos laborales en la librería y que<br />
los clientes pudieran utilizar para hacer catas de libros, tranquilos,<br />
sin prisas, con un vinito o un café, y así poder compartir con ellos<br />
ratitos aparcando mi rutina diaria y solitaria.<br />
Repito una pregunta que le hice a Marina, la librera de<br />
Literanta: habrás visto y oído de todo pero... cuéntanos: un<br />
momento bochornoso (o vergonzoso) y un momento feliz<br />
y placentero.<br />
Más que bochornoso, fruto de mi edad. Tenía quince años y vino una<br />
amiga de mi hermana a comprar un libro de una serie que estaba<br />
muy de moda entre las adolescentes de aquellos tiempos. Yo no<br />
había leído ninguno y a la pregunta de cuál se llevaba le di, de los que<br />
había, el que estaba repetido. A los pocos días vino y me dijo «vaya<br />
bodrio me has vendido». Aprendí que esta no era la consigna para<br />
vender libros.<br />
Y de momentos entrañables... ¡Un montón! Uno de los últimos:<br />
entró una chica a quien veía por primera vez con recomendación de<br />
un amigo y me pidió un libro para regalar a un amigo. Ella me indicó<br />
un título de estos de autoayuda que no tenía y le propuse un libro,<br />
“El sol de los Scorta”. Cuando iba a envolverlo va y me dice: «¿Se lo<br />
puedes dedicar?» Ni conocía al chico ni sabía nada de él, pero se lo<br />
dediqué. A las pocas semanas se me abrió el chat de la librería con un<br />
mensaje del chico.... ¡Sin palabras!<br />
¿Tiene el librero algún peor enemigo? A alguien he<br />
escuchado que los comerciales...<br />
A estos no los tengo ni de enemigos... Sólo a alguno como buen amigo.<br />
Ya te he dicho que mis enemigos son estos editores que parece que<br />
ni ellos leen lo que pretenden que nosotros vendamos, y también<br />
estos editores y grupos editoriales que colocan libros para vender en<br />
espacios que no son librerías.<br />
¿Qué autores no deberían faltar nunca en una librería?<br />
Los autores que recomendaré y los que gustan a mi parroquia.<br />
En el plano más personal... ¿Qué autores te hacen vibrar,<br />
qué autores podrías releer una y otra vez sin cansarte, qué<br />
autores traerías de vuelta al mundo?<br />
¡Uf, hay muchos! Depende del momento vital y de lo que me pide el<br />
alma. Releo Woolf, Kavafis, Maria Mercè Marçal, Erri de Luca, Paul<br />
Auster, clásicos griegos, filosofía....<br />
Traeria de vuelta a Virginia Woolf.<br />
¿Qué tres libros recomiendas a los lectores de G&R?<br />
¡Sagrado esto de recomendar!<br />
“Arriba esta todo tranquilo”, de Gerbrand Bakker, editado por Rayo<br />
Verde.<br />
“En lugar seguro”, de Wallace Stegner, editado por Libros del<br />
Asteroide.<br />
TEST RÁPIDO<br />
Una escritora: Virginia Woolf<br />
Un escritor: Paul Auster<br />
Un libro que salvar de un incendio: ¿Sólo uno? Me<br />
acabas de dar una idea: voy a agrupar mis costillas librescas<br />
en un rinconcito y así voy directa. Seguramente el<br />
primero que leí de Virginia Woolf, “Las olas”, y de paso y<br />
a escondidas “Palabras para Julia”, de J.A. Goytisolo, que<br />
me dedicó un día cenando en casa.<br />
Resucitarías a: Virginia Woolf, Simone de Beauvoir,<br />
Anaïs Nin, María Mercè Marçal, Homero.<br />
Montarías una librería en... En Valls, donde estoy.<br />
Un libro para regalar siempre: Regalaría el que más<br />
he vendido en mi vida libresca: “En lugar seguro”.<br />
Una ciudad literaria: París, Praga<br />
Un estilo literario: Novela realista, psicológica, de relaciones<br />
humanas.<br />
El libro que más te ha hecho reír: No leo libros<br />
«divertidos». Leyendo sólo me río, y a veces lloro, con<br />
Mafalda.<br />
El libro que más te ha hecho llorar: me ha hecho<br />
llorar “En lugar seguro”.<br />
La mejor literatura es la que... La mejor literatura es<br />
la que deja pósito, que te remueve, te hace cosquillas y te<br />
emociona.
Joaquín Pérez Azaústre<br />
(Córdoba, 1976), ganador<br />
de premios importantes<br />
como el Loewe o el Adonáis,<br />
vive a caballo entre<br />
Bruselas, Madrid y su Córdoba<br />
natal. Es complicado<br />
encontrar un hueco para<br />
quedar con él y es que,<br />
nada más pisar el cielo de<br />
Madrid, las amistades que<br />
tiene en España le buscan<br />
para charlar y refrescar<br />
la memoria festiva por las<br />
viejas calles del barrio de<br />
La Latina. Alguien que le<br />
conoce muy bien me dice<br />
que él siembra y mima esas<br />
amistades. Quedamos en<br />
una taberna con solera,<br />
con una encimera de aluminio<br />
dormitando sobre<br />
una barra de madera tallada<br />
de sueños, abrazos<br />
y noches. Llego antes y<br />
ese cosquilleo a la hora<br />
de empezar una entrevista<br />
sigue manteniéndose como<br />
la primera vez. Aparece<br />
Joaquín y, familiar como<br />
es él, saluda al camarero<br />
que se refugia tras un libro.<br />
Unas cañas, una mesa de<br />
mármol y pasamos a otra<br />
dimensión.<br />
JOAQUÍN<br />
PÉREZ<br />
AZAÚSTRE<br />
Viendo tu biografía me llama la<br />
atención que no eres el primer<br />
poeta que conozco que inicia<br />
sus estudios de derecho y luego<br />
se inclina por la poesía, ¿tanto<br />
tiene en común el derecho y la<br />
poesía, no serán troncales?<br />
Somos legión. Federico García<br />
Lorca empezó a estudiar en Granada<br />
derecho y filosofía y letras, y la<br />
única que terminó fue derecho.<br />
En principio es la única carrera<br />
que, relacionada con las letras,<br />
tiene más salida. Y cuando uno es<br />
joven y quiere escribir, como era<br />
mi caso, le da igual qué estudiar.<br />
Entonces es cuando la familia te<br />
recomienda estudiar derecho para<br />
tener una salida profesional. Pero<br />
debo reconocer, personalmente,<br />
que esta carrera me ha dado un<br />
ámbito formativo que por otro lado<br />
no lo hubiese tenido. Uno siempre<br />
puede leer a Proust, aunque no lo<br />
haya estudiado en la facultad, pero<br />
nadie que no haya pasado por la<br />
facultad coge una mañana el código<br />
civil para darle un repaso o saber<br />
de él. Creo, además, que para un<br />
novelista tener un conocimiento de<br />
las relaciones jurídicas, del derecho<br />
penal, del constitucional, etc… es<br />
muy enriquecedor.<br />
Incluso es conveniente para<br />
hacer que una novela sea más<br />
realista.<br />
Sí, ya que para escribir una novela<br />
debes de tener en cuenta los<br />
comportamientos sociales, y esos<br />
comportamientos giran entorno<br />
a los derechos y a las relaciones<br />
personales del individuo con su<br />
entorno.<br />
¿De dónde nacen sus<br />
inquietudes literarias, esas que<br />
hacen que un joven adolescente<br />
mande artículos periodísticos a<br />
un diario de su ciudad natal?<br />
En mi caso, el escribir artículos<br />
era una necesidad vital. No había<br />
publicado nada y comencé a enviar<br />
artículos al “Diario de Córdoba”<br />
para escribir, para desahogarme.<br />
Luego, con el paso del tiempo, se<br />
ha vuelto una forma de vida, sobre<br />
todo cuando me empezaron a<br />
remunerarme por él… Pero cuando<br />
empiezas no te pagan, se supone que<br />
con publicarte ya te tenías que dar<br />
por recompensado.<br />
¿Y ahora?<br />
n J. Álvaro Gómez<br />
Pues es una labor muy amenazada<br />
con la crisis general, añadiendo a ello<br />
la crisis singular que vive el sector<br />
periodístico. A mí me ha dado un
adiestramiento en la escritura diaria<br />
para afrontar temas muy diversos,<br />
desde política, deporte, cultura. Me<br />
gusta la columna periodística ya que<br />
puede incluir de todo, desde poesía<br />
hasta el relato corto. Y luego está la<br />
oportunidad de poder transmitir tu<br />
opinión, tu voz.<br />
De la tranquila Córdoba a la loca<br />
Madrid, más concretamente a<br />
la Residencia de Estudiantes,<br />
donde estuviste por una beca<br />
desde 2000 hasta 2002, ¿cómo<br />
fue el cambio?<br />
Todo magnífico. El cambio fue como<br />
la teoría del mundo de las ideas de<br />
Platón; salir de la oscuridad de las<br />
cavernas y ver la luz. Madrid, como<br />
decía Umbral, “Madrid, rompeolas<br />
de todas las Españas”. Cuando uno<br />
nace en una provincia como Córdoba<br />
y quieres ser escritor, debes pasar<br />
por aquí. Todos los escritores de la<br />
generación del 27 o del 98, Machado,<br />
Valle-Inclán, Lorca, todos se vinieron<br />
a Madrid.<br />
Pero, ¿por qué motivo?<br />
Un poco por los contactos<br />
profesionales y el entorno laboral<br />
que hay aquí. Y este es uno de los<br />
mejores sitios de habla hispana para<br />
ello sólo comparable, quizás, con<br />
Guadalajara en México o Buenos<br />
Aires en Argentina. Pero está claro<br />
que primero es Madrid y, en España,<br />
después Barcelona.<br />
¿Y cómo viene un joven a<br />
Madrid?<br />
Uno no viene a escribir. Yo vine<br />
con los ojos despiertos y los oídos<br />
abiertos. Mi principal preocupación,<br />
por aquel entonces, era que, en la<br />
sociedad de la información y donde<br />
todos mis amigos ya habían viajado<br />
por media Europa en interraíl, cómo<br />
me podía acercar al lector con mis 18<br />
años y viviendo en Córdoba; y es que<br />
Kafka sólo hay uno. Yo soy un escritor<br />
de la calle, de la observación y de las<br />
sensaciones. Qué puedo contar a un<br />
lector de 40 años que se ha separado,<br />
que ha cambiado de trabajo y que ha<br />
vivido veinte años más que yo, cómo<br />
me puedo acercar a ese lector desde<br />
la humilde Córdoba. Como escritor,<br />
Madrid es una ciudad buenísima.<br />
En poesía, lo primero que<br />
publicas es “Una interpretación”<br />
(Rialp, 2001), al que conceden<br />
el premio Adonáis de poesía en<br />
el año 2000. ¿Qué se le pasa por<br />
la cabeza a alguien con 24 años<br />
cuando le llaman y le dicen que<br />
ha ganado el mismo premio que<br />
logró, por ejemplo, Pepe Hierro<br />
o Claudio Rodríguez?<br />
Coincidió con mi primer año en<br />
la Residencia de Estudiantes y<br />
también le dio un empujón muy<br />
bueno. Hicimos la presentación en<br />
“la Resi”, el libro tuvo muy buena<br />
acogida, buenas críticas y viajé mucho<br />
gracias a él. Durante un año estuve<br />
en una nube. Con ese libro comencé<br />
a sentirme escritor. Eso sí, pensé que<br />
había llegado a alguna parte, pero
luego me dí cuenta que no había<br />
llegado a nada.<br />
“Una interpretación” es un libro<br />
que, desde el primer poema, nos<br />
ofrece una poesía con memoria.<br />
Los libros de poesía que has<br />
escrito - “El jersey rojo” (Visor,<br />
2006), “El precio de una cena en<br />
Chez Mourice” (Algaida, 2007)y<br />
“Ollerías” (Visor, 2011)- también<br />
llevan el sello de la memoria,¿es<br />
tan clave la memoria en tu<br />
poesía?<br />
La memoria es clave en mi poesía, en<br />
mis novelas y en mi forma de vida. Es<br />
tan clave que hace que nos estemos<br />
tomando unas cañas aquí y no en<br />
otro sitio. En esta taberna he pasado<br />
muy buenos momentos con amigos<br />
cantautores y poetas. La memoria<br />
te hace volver a los sitios. Me pasa<br />
que, cuando me pongo a escribir, esa<br />
memoria me viene a la cabeza como<br />
una marea que te hace volver a la<br />
arena una y otra vez.<br />
¿Pero memoria con tristeza y<br />
añoranza?<br />
Con los años he conseguido que sea<br />
una memoria festiva. Celebrar que<br />
aquello ocurrió.<br />
Quizás el destino hace que se<br />
nos acerque el camarero para<br />
preguntadnos si nos trae otras<br />
cañas. No hay duda, es la celebración<br />
de lo que estamos viviendo. Vaso<br />
bajo y sudado. Unas cervezas bien<br />
tiradas descansan ahora bajo la<br />
luz de nuestras propias palabras.<br />
Continuamos.<br />
Reconozco que me he perdido<br />
gratamente por las páginas<br />
de El jersey rojo. Repleto de<br />
imágenes en blanco y negro, y de<br />
fotogramas en un cine de barrio.<br />
El cine, la fotografía y la poesía<br />
son ejercicios muy interiores,<br />
¿no da algo de vértigo quedarse<br />
desnudo cuando se finaliza un<br />
libro de este estilo?<br />
Es posible, una cosa es la desnudez<br />
de los elementos o de las personas,<br />
y otra es la impudicia. A veces es<br />
inevitable no desnudarse al escribir,<br />
pero lo importante es no desnudar<br />
a los demás. Tengo amigos que,<br />
aunque lo hagas con un tratamiento<br />
totalmente respetuoso, se han visto<br />
tan reflejados en una novela o en<br />
un poema que hemos tenido algún<br />
problema. Intento no hacerlo, pero mi<br />
manera de escribir y la literatura que<br />
me gusta es así, muy descriptiva.<br />
¿Hay que vivir algo para<br />
escribirlo?<br />
Por lo menos para describirlo. Y se<br />
nota cuando hay un escritor y sabe lo<br />
que describe. Estoy leyendo a Cormac<br />
McCarthy y su novela “La carretera”<br />
(Mondadori, 2007), y el autor te<br />
describe cómo pone en marcha un<br />
motor para encender un calentador,<br />
con sus piezas y demás. En ese<br />
momento intuyes que el escritor ha<br />
realizado ese ejercicio. Esa veracidad,<br />
que no hace falta que sea un realismo<br />
totalmente fotográfico, pero esa<br />
realidad de saber que lo que te están<br />
contando es real, es difícil. Esa es la<br />
literatura que a mí me interesa leer y<br />
escribir, una literatura que te ofrece<br />
un pedazo de mundo.<br />
“Ollerías” (XXIII Premio<br />
Internacional de la Fundación<br />
Loewe). En este poemario<br />
recorres la senda del camino de<br />
regreso, ¿en este libro está la<br />
identidad de Joaquín?<br />
En ese libro está el Joaquín a tope<br />
—risas—. Ese poemario nace de la<br />
necesidad de continuar un diálogo que<br />
quedó interrumpido cuando murió<br />
mi abuela. Mi abuela significaba la
memoria familiar y casi la memoria<br />
del mundo. Cuando falleció no sólo<br />
sentí la carencia de ella, sino que<br />
sentí que nos había quedado mucho<br />
por hablar.<br />
¿Y cuándo surge el libro?<br />
Nace cuando me piden para El<br />
Cultural de El Mundo un poema. Lo<br />
titulé Las Ollerías y le hablaba a un<br />
tú. Un tú femenino que era mi abuela.<br />
Cuando terminé ese poema, que me<br />
encantó escribirlo, sentí que había<br />
abierto una puerta. Durante dos años<br />
estuve entrando por esa puerta cada<br />
vez que me sentaba a escribir poesía.<br />
En esa conversación hablo de todo;<br />
de mi memoria, de mis relaciones<br />
personales. En fin, lo que conforma<br />
la identidad de una persona de treinta<br />
años.<br />
¿Un balance?<br />
Más bien un autorretrato de uno<br />
mismo. Con ese libro me quedé muy<br />
satisfecho, me sanó.<br />
¿Y se fue ese sentimiento de la<br />
charla inconclusa?<br />
Me quedé tranquilo. Pero me pasa<br />
que, una vez que termino de escribir<br />
un libro, los asuntos que trato no<br />
dejan de importarme sino que dejan<br />
de preocuparme. Y es que, cuando<br />
tengo una preocupación y la plasmo<br />
en un poema o en una novela, después<br />
me deja de doler.<br />
En poesía, una vez que uno se<br />
ha encontrado con lo que quiere<br />
escribir, ¿hacia dónde se dirigen<br />
los pasos?<br />
Ahora estoy escribiendo un libro, que<br />
va a ser sólo un poema largo, y que se<br />
pregunta sobre la poesía dentro de la<br />
historia actual.<br />
Pero Joaquín Pérez no solo se<br />
adentra en la poesía nada más<br />
ganar el premio Adonáis, sino<br />
que se lanza con una novela<br />
“El cuaderno naranja” (Osuna,<br />
1998), ¿la narrativa y la poesía<br />
son mundos distintos?<br />
Son distintos, pero pueden convivir<br />
perfectamente dentro de uno mismo.<br />
Además suele hacerme descansar un<br />
género de otro. Lo voy alternando.<br />
Vamos con tu último libro “Los<br />
nadadores” (Anagrama, 2012).<br />
Nace, según he leído, de la<br />
soledad del nadador, pero ¿y la<br />
soledad del escritor en la fase<br />
creativa?<br />
La soledad del nadador, a veces, puede<br />
llegar a ser acogedora. Tienes una<br />
seguridad ya que controlas tu cuerpo,<br />
te sientes protegido por el agua,<br />
notas el espacio en el que te mueves,<br />
y esa soledad a mí me reconforta.<br />
Sin embargo, la soledad del acto de<br />
escribir me da zozobra, sobre todo<br />
cuando no sabes hacia donde camina<br />
lo que estás escribiendo. Date cuenta<br />
que una novela no dejan de ser dos<br />
años de tu vida. Un tiempo donde te<br />
estás jugando mucho, donde piensas<br />
si te estarás repitiendo o si estás<br />
evolucionando con respecto a la idea<br />
inicial… En ese momento hay que<br />
tener mucha autocrítica en soledad.<br />
¿Se juega uno mucho?<br />
Date cuenta que durante esos dos<br />
años tienes que vivir. Y de esos dos<br />
años va a depender tu futuro, va a<br />
depender como va a irte profesional<br />
y personalmente tu futuro. Y para eso<br />
uno tiene que observar los horizontes<br />
que tiene detrás y volverlos revisar.<br />
Es complicado.<br />
¿Y con los nadadores miraste<br />
hacia atrás?<br />
Después de escribir personajes que<br />
están más o menos relacionados con<br />
el ambiente cultural —en las novelas<br />
“América” (Seix Barral, 2004) y “El<br />
gran Felton” (Seix Barral, 2006)<br />
aparecen autores como Hemingway,<br />
Zelda y Scott Fitzgerald, en “La suite<br />
de Manolete” (Alianza Editorial,<br />
2008) salen personajes del cine y de<br />
la cultura de aquella época—, comencé<br />
a preparar otra novela. La estuve<br />
organizando durante tres meses y<br />
cuando la empecé a escribir me di<br />
cuenta que el protagonista volvía a<br />
ser un escritor. Cuando me percaté de<br />
ello me sentí incomodísimo. Entonces<br />
paré e inicié Los nadadores.<br />
¿Y esa novela dónde ha quedado?<br />
Esta parada, era una novela que me<br />
di cuenta que no era el momento de<br />
escribirla. Fue una crisis que tuve.<br />
Y bendita crisis…<br />
Efectivamente, pues “Los nadadores”<br />
ha tenido unas buenas críticas. En<br />
julio sale en ebook. Para el próximo<br />
año la publican en Estados Unidos,<br />
Francia, Italia y Turquía, para mí es<br />
una novedad el tema de la traducción.<br />
¿Entonces, en una novela o en un<br />
poema, si no estás convencido…?<br />
Hay que dejarla en el cajón. Si no<br />
estás convencido de algo, ¿cómo vas a<br />
defenderlo frente a las críticas?<br />
En “Los nadadores” he intuido<br />
guiños al 15M, a la situación<br />
económica actual, las protestas<br />
educativas, a las actuaciones<br />
policiales… ¿es tiempo de<br />
compromisos desde la literatura<br />
o falta ese compromiso?<br />
Falta compromiso en todo, no sólo<br />
en la literatura sino en la calle. No he<br />
pretendido hacer una novela social,<br />
pero al final ha salido; es hija de su<br />
tiempo. Es tiempo de posicionarte.<br />
El final de su último libro queda<br />
abierto. A mí me angustió ese<br />
afán de individualismo que<br />
tiene el protagonista, que es<br />
el mismo que nos demandan<br />
desde las altas esferas. No<br />
importa que todo desaparezca<br />
si hay un “hombre-pez” al que<br />
poder ganar. ¿Estamos llegando<br />
a ese extremo, al de Jonás –<br />
protagonista del libro-, un<br />
hombre que compite aunque se<br />
esté quedando solo?<br />
Es una competición y una anulación<br />
como individuos. Estamos dirigidos<br />
hacia la peor versión de nosotros<br />
mismos. El escritor, mejor dicho,<br />
todas las personas, debemos de<br />
revelarnos contra eso.<br />
Cada vez hay más escritores y<br />
cada vez menos publicaciones,<br />
¿cómo ve el panorama literario
actual?<br />
En España creo que hay mejor<br />
narrativa que poesía. Vivimos una<br />
crisis que puede acabar con todo, esa<br />
crisis es la gratuidad de Internet y el<br />
no respeto a la propiedad intelectual.<br />
Nadie cuestiona que la duquesa<br />
de Alba sea propietaria de media<br />
España, pero todo el mundo cuestiona<br />
el poder bajarse un libro gratis. Todo<br />
el mundo respeta el derecho a la<br />
propiedad, pero no así el derecho a<br />
la propiedad intelectual. El gratis<br />
total puede acabar con editoriales,<br />
escritores y autores. Se mantendrán<br />
aquellos que puedan vivir de otras<br />
cosas. Es tiempo de cambios. Lo<br />
importante es que sigamos leyendo a<br />
Juan Marsé, en tablet, ebook o papel.<br />
Hace poco, alguien me insistía en el<br />
tema de internet refugiándose en el<br />
“se puede hacer”. Claro que se puede<br />
hacer, también se puede bajar gratis<br />
pornografía infantil, pero es ilegal<br />
e ilegítimo. No se puede utilizar eso<br />
de “se puede hacer”. Si abolimos la<br />
propiedad privada, la abolimos para<br />
todo.<br />
Pero aquí se habla del precio de<br />
los libros…<br />
Pero nadie dice nada cuando se paga<br />
diez euros por una copa. Un libro<br />
cuesta lo mismo y te va a acompañar<br />
toda una vida. Estamos en una<br />
sociedad bárbara, en Estados Unidos<br />
o en Francia el tema de las descargas<br />
está casi solucionado, el concepto de<br />
la cultura es opuesto al que tenemos<br />
aquí. Ojo, pero esto no significa que<br />
esté en contra de internet, de lo que<br />
me quejo es del uso que se hace para<br />
determinadas funciones.<br />
Es que se habla de la cultura<br />
como bien general para todos.<br />
Claro, pero a que nadie llega y dice<br />
que el pan debe de ser gratis. Y mira<br />
que necesidad más importante que<br />
el comer no hay nada, a qué nadie<br />
protesta por pagar por el pan, en<br />
cambio se protesta por tener que<br />
pagar por un libro. La cultura es<br />
siempre la más maltratada.<br />
Se nota que Joaquín ha mantenido,<br />
en más de una tarde, una sobremesa<br />
con este tema encima del tapete. De<br />
nuevo el destino decide traernos dos<br />
cañas frías y las deja, sonoramente,<br />
sobre el mármol. Aunque el momento<br />
y la charla está siendo un bello<br />
sueño, es tiempo de ir cerrando la<br />
conversación..<br />
¿Qué próximos proyectos tienes<br />
entre las manos?<br />
Tengo una novela y, como ya hemos<br />
comentado antes, un poema largo.<br />
Ya estamos terminando, y vamos<br />
a finalizar con una tanda rápida<br />
de preguntas con respuestas<br />
cortas:<br />
Libro que se está leyendo en la<br />
actualidad.<br />
Trilogía de La frontera de Cormac<br />
McCarthy –Todos los hermosos<br />
caballos, En la frontera y Ciudades de<br />
la llanura–.<br />
Para escribir, ¿el día o la noche?<br />
El día, sobre todo la tarde.<br />
Papel y bolígrafo u ordenador.<br />
Ordenador.<br />
Y por último un par de<br />
recomendaciones.<br />
“Kafka” de Pietro Citati, de la editorial<br />
Acantilado. Y, aunque quede un poco<br />
pedante, “La Odisea” y “La Iliada”,<br />
estos dos libros me los llevaría a una<br />
isla.<br />
Salimos de la taberna con los<br />
ojos y la mente liberados, nos<br />
encontramos con la realidad, es<br />
como si regresáramos de Ítaca y<br />
nos enfrentáramos con los brazos<br />
tangibles de la añorada Penélope.<br />
Buscamos otro bar para refugiarnos<br />
del cálido otoño de Madrid. Andando<br />
bajo la sombra alargada de Joaquín<br />
veo un cartel que reza “Los paraísos<br />
desiertos”, en este caso el destino no<br />
acierta, los paraísos siguen estando<br />
llenos. Doy fe.
Recomendaciones<br />
Global Q Q Q Q<br />
Personajes Q Q Q Q<br />
Historia Q Q Q Q Q<br />
Estilo Q Q Q Q<br />
Ritmo Q Q Q Q<br />
LIBRO Una peli porno<br />
AUTOR Terry Southern<br />
RECOMENDADO POR<br />
Alejandro Larrañaga<br />
RESEÑA BREVE Poco después de terminar el rodaje de Lolita, en 1962, y antes<br />
de enfrascarse en ¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú, Stanley Kubrick estuvo<br />
a punto de desarrollar el proyecto más transgresor de su carrera. Una película<br />
pornográfica de gran presupuesto, apoyada por una gran productora y con<br />
grandes estrellas de Hollywood. Una obra que nunca llegó a realizarse pero que<br />
Terry Southern, uno de los instigadores, sí que convirtió en un libro que sí que<br />
parece de auténtica ciencia ficción. Como un director prestigioso gesta una idea<br />
loca mientras ve una película porno con unos amigos, se alía con un productor,<br />
se enfrenta a mil y un obstáculos, debe rodar en un lejano (para él debía ser<br />
como hacerlo en Luna) y minúsculo como Liechtenstein y convence a estrellas<br />
del celuloide de que el reconocimiento está garantizado a pesar del escándalo.<br />
El resultado es una sátira sobre la trastienda de la producción cinematográfica,<br />
fluida, entretenida, erótica y, por encima de todo, muy graciosa.<br />
LIBRO Cuando acabe el invierno<br />
AUTOR Mary Ann Clark Bremer<br />
RECOMENDADO POR Ainize Salaberri<br />
RESEÑA BREVE Adentrarse en los recuerdos de Mary Ann Clark Bremer es un singular acto<br />
de amor a los libros y a la litertura; es convertirse en testigo de excepción de la mentalidad de una<br />
mujer que arrasa con esa extraordinaria facilidad para describir pequeños y grandes detalles y para<br />
convertir lo aparentemente más trivial en una escena que habremos de recordar para siempre.<br />
“Cuando acabe el invierno” pasea de la mano de Virginia Woolf hasta el punto de que parece que<br />
ella ha sido la que ha guiado a Bremer por entre las páginas de este breve pero intenso recuento de<br />
recuerdos y escenarios. Virginia campa a sus anchas por él y nosotros agradecemos que entre tanta<br />
historia personal haya un personaje como ella que nos reconforte y nos ayude a seguir adelante. Esta<br />
última afirmación es, sin duda, cierta: a Bremer la ayudó a seguir adelante una Virginia poderosa en<br />
sus novelas, intirigante en su vida. Pero hay mucho más, aunque no sean ni cien páginas. Hay algo<br />
delicioso que todos debéis descubrir.<br />
LIBRO Romancero flamenco<br />
AUTOR Manuel López Azorín<br />
RECOMENDADO POR J. Álvaro Gómez<br />
91<br />
Global Q Q Q Q<br />
Personajes Q Q Q Q<br />
Historia Q Q Q Q<br />
Estilo Q Q Q Q<br />
Ritmo Q Q Q Q<br />
Global Q Q Q Q Q<br />
Personajes<br />
Historia<br />
Estilo Q Q Q Q Q<br />
Ritmo Q Q Q Q Q<br />
RESEÑA BREVE El poeta Manuel López Azorín se apoya en el flamenco para<br />
hacer un sentido homenaje a su padre. En el prólogo el autor nos dice que su<br />
padre solía cantar una petenera que decía así: “Quien te puso Salvaora/ que poco<br />
te conocía,/ el que de ti se enamora/ se pierde pa toa la vida”. Y sobre esa base,<br />
sobre esa tristeza mezclada con la sonoridad alegre del cante, Manuel indaga en<br />
la raíz del flamenco, la esencia y la historia del mismo. Sin que el poeta sea un<br />
estudioso del mismo y sin que el lector sea un aficionado a dicho arte, la lectura del<br />
libro recuerda a aquellos poetas del 27 que dieron voz a un sentimiento popular,<br />
nacido del pueblo y para el pueblo. En el libro podemos disfrutar de unas manos<br />
cortando el viento, o la voz enredada al aire del desaparecido Camarón. El amante<br />
de la buena poesía no debe dejar pasar este libro, aunque no sepa del cante o<br />
apenas haya escuchado alguna vieja canción, el viaje por algo tan universal como<br />
el flamenco, simplemente, ya merece la pena.
_<br />
Recomendaciones<br />
LIBRO Moscú entre clavículas<br />
AUTOR Carmen Moreno y Ángel Muñoz<br />
RECOMENDADO POR Salvador J. Tamayo<br />
Global Q Q Q Q Q<br />
Personajes<br />
Historia<br />
Estilo Q Q Q Q<br />
Ritmo Q Q Q Q Q<br />
RESEÑA BREVE El concepto de Moscú entre clavículas es una especie de cadáver<br />
exquisito en el que lejos de desvelarse el inconsciente creador de Carmen y Ángel como<br />
un todo, muestran dos poemarios muy diferentes, complejos, maduros que si bien<br />
tienen sentido de forma independiente: Moscú, 1892 y Páramos de clavículas encajan<br />
a la perfección. Lograr este equilibrio no sólo es envidiable, sino extremadamente<br />
complejo. Páramos de clavículas habla del tiempo, de la soledad y de la nada, Páramo<br />
entre clavículas, entre las clavículas, donde bajo el esternón que funciona como punto de<br />
inflexión, sólo late una suerte de malditismo alienado. El desencanto y el desencuentro<br />
entre el yo poético de Ángel Muñoz y el propio Ángel Muñoz se distancian hasta que<br />
entre ellos sólo quedan este puñado de versos: el poema como consecuencia/ vaciar el<br />
aljibe quedándose en lo básico del desnudo/ y la vestimenta sea el agua/ que forzada/<br />
se ocupa de escarificar otras pieles (...) sigo creyendo en el sinsentido de las consecuencias/ las causas siempre serán las primeras de la<br />
cola. Ángel Muñoz habla de la soledad, como el mejor estado en el que nadie pudiera llegar a encontrarse nunca. Habla de la vanidad, y<br />
de la soledad escogida como máximo exponente de autosuficiencia. Moscú, 1982, es Carmen Moreno en estado puro. En estos diez textos<br />
no escribe la narradora o la poeta, escribe la mujer. Es innegable que cada texto de Carmen cuenta una historia y transmite una sensación<br />
concreta. Estilo pulido, conciso, más maduro y más hiriente que el que podíamos ver en su anterior poemario, Cuando Dios se equivoca.<br />
En Moscú, 1982 vemos referencias a Sherezade, Antonio Machado, Edith Piaf, Enrique Morente y Leonard Cohen aludiendo a Lorca, que<br />
está muy presente. Incluso me arriesgo a ver semejanzas estructurales en cuanto al ritmo con alguna canción de Joaquín Sabina y el poema<br />
«11M», aunque el tema de la canción y el poema sean muy distintos. Cabe destacar en los textos de Carmen la dualidad en sus textos que lejos<br />
de mostrarnos dos caras de la misma autora, se resume en una especie de gatopardismo poético. Poemario en el que la violencia política es<br />
una protagonista más y que Carmen Moreno sabe tratar con maestría.<br />
Lomás importante que le debemos exigir a un escritor es que sea coherente con su tiempo y tanto Ángel como Carmen, cumplen<br />
esta premisa. Moscú entre clavículas, donde encontrar pedazos de poesía al leer el libro por primera vez y, no sólo eso, sino que también es el<br />
lugar donde el lector puede reencontrarse con el paso de los años y los versos.<br />
Global Q Q Q Q Q<br />
Personajes Q Q Q Q Q<br />
Historia Q Q Q Q<br />
Estilo Q Q Q Q<br />
Ritmo Q Q Q Q Q<br />
LIBRO El valle de los avasallados<br />
AUTOR Réjean Ducharme<br />
RECOMENDADO POR Laura Bordonaba<br />
RESEÑA BREVE Cuando un librero con un criterio excelente, y varios amigos, con un<br />
gusto exquisito, te dicen que es una novela magnífica, sabes que tienes que adentrarte en su<br />
universo. No en vano, el gran Jean-Claude Lauzon la idolatró en su joya cinematográfica,<br />
Léolo. Bérénice Eigenberg, la pequeña protagonista de esta novela, se convierte en uno de<br />
los personajes literarios más vivos, más de carne y hueso, que servidora haya acompañado,<br />
una rara avis en el panorama literario. Novela sobre la infancia, adolescencia, y primera<br />
juventud, Bérénice es una niña prodigio con muchos paralelismos pero ningún parecido<br />
con Holden Caulfield, el joven protagonista de El guardián entre el centeno, otra de esas<br />
novelas inolvidables. Disertadora, políglota, actriz, bailarina... pero también tan desgraciada<br />
como lúcida, harta de una vida que, diez años después del comienzo de la narración, la dirige<br />
irremisiblemente a un lugar por el que siente una nostalgia irrefrenable: “A ese sitio se entra<br />
por la grieta de donde salté”. Conocemos a la prodigiosa Bérénice Einberg cuando tiene<br />
ocho años, en una isla del río Saint Lawrence y nos despedimos de ella en pleno desierto<br />
israelí, con 18. Entre medio, la veremos odiar a sus padres, crear su propio lenguaje, y caer<br />
en una espiral de rabia y odio que culminará con una atroz explosión de violencia.<br />
92
Recomendaciones<br />
Global Q Q Q<br />
Personajes Q Q Q Q<br />
Historia Q Q Q Q<br />
Estilo Q Q Q<br />
Ritmo Q Q Q<br />
LIBRO La buena letra<br />
AUTOR Rafael Chirbes<br />
RECOMENDADO POR Cecilia Paim<br />
RESEÑA BREVE Rafael Chirbes en “La buena letra” es un artista de las letras. No es<br />
un escritor ni es un escribidor, ni siquiera una persona que se dedica al mundo de las letras.<br />
Cuando una persona le da musicalidad a la literatura como si ya no fuera literatura, sino otra<br />
cosa, es un artista. “La buena letra” son unas memorias, son fragmentos de la vida de Ana y de<br />
su pasado, es un legado para su hijo. Las historias que cuenta Chirbes en esta novela a retales<br />
está por encima del contexto histórico, de lo que pasaba o no pasaba, de si se trata de España<br />
o de cualquier otro país, de si estabas en un bando de la guerra o en el otro. No importa nada,<br />
porque son pequeñeces, son vidas anónimas que podrían estar repartidas entre todos nosotros.<br />
Cuando una novela se vuelve así, universal y atemporal, sólo puede tener un motivo: que la<br />
ha escrito un artista. Es una novela seria y muy bien escrita, en la que el escritor (perdón, el<br />
artista) nos demuestra todo su talento hasta sacarnos los colores como lector. Está dedicada a<br />
las sombras de Chirbes, y de esas sombras, y también de luces, está compuesta la buena letra<br />
con la que Ana y su historia se nos quedan grabadas dentro, donde sólo llegan los artistas.<br />
LIBRO Los solteros<br />
AUTOR Muriel Spark<br />
RECOMENDADO POR Alba Stephen<br />
RESEÑA BREVE Muriel Spark posee una capacidad casi sobrecogedora para reducir<br />
cualquier acción, pensamiento o sentimiento al esperpento, al absurdo y al ridículo. Lo<br />
demostró en “La abadesa de Crewe”, publicado en Contraseña, y en “Las señoritas de escasos<br />
medios2, publicado en Impedimenta. Sin embargo, tras la acidez y la fina ironía británica,<br />
Muriel Spark sostiene todo un discurso encubierto, todo un discurso que habrá de ser escuchado<br />
porque guarda enseñanzas que harán que a más de uno se le suban los colores. Así como en<br />
“El asiento del conductor” Spark se cuestionaba sobre el valor de la vida y la valentía de las<br />
personas que la vivimos, en “Los solteros” cuestiona directamente si nuestras decisiones son por<br />
entero nuestras o si, acaso, un personaje misterioso (que puede ser cualquiera) puede trastocar<br />
toda nuestra vida hasta el punto de dibujarnos imbéciles sobre el espejo de nuestra casa...<br />
LIBRO Sentido sin Alguno<br />
AUTOR Agustín Martínez Valderrama<br />
RECOMENDADO POR Víctor Lorenzo<br />
Cinca<br />
93<br />
Global Q Q Q Q Q<br />
Personajes e e e e<br />
Historia e e e e<br />
Estilo Q Q Q Q Q<br />
Ritmo Q e e e e<br />
Global Q Q Q Q<br />
Personajes Q Q Q Q<br />
Historia Q Q Q Q<br />
Estilo Q Q Q Q Q<br />
Ritmo Q Q Q Q<br />
RESEÑA BREVE Dar el salto del blog al papel es sin duda un difícil reto pero Agustín<br />
Martínez Valderrama ha estado entrenado duro: con el triple mortal y doble tirabuzón de su<br />
Sentido sin Alguno ha conseguido que más de uno levante el cartel con la máxima puntuación.<br />
En menos de cien microrrelatos el autor ha creado un universo propio, lleno de sinsentido,<br />
tanto en la forma (juegos con la paginación, con la tipografía del título...) como en el fondo.<br />
Aunque las piezas sean independientes, entre ellas podemos apreciar unas leves conexiones<br />
(repeticiones, temas recurrentes, detalles, personajes...) que sobrehilan las historias para zurcir<br />
un interesante libro plagado de surrealismo, lirismo, humor y absurdidad. Un libro atrevido,<br />
publicado por una editorial valiente, para lectores osados y activos. En definitiva, una joya<br />
recomendada para neófitos del microrrelato e imprescindible para habituales del género.
_<br />
Recomendaciones<br />
Global Q Q Q Q<br />
Personajes Q Q Q Q Q<br />
Historia Q Q Q Q<br />
Estilo Q Q Q<br />
Ritmo Q Q Q Q<br />
LIBRO Biblioteca nacional<br />
AUTOR Mario Crespo<br />
RECOMENDADO POR Rebeca García Nieto<br />
RESEÑA BREVE Si en La biblioteca<br />
de Babel Borges concebía el universo como<br />
una biblioteca compuesta de “un número<br />
indefinido, y tal vez infinito, de galerías<br />
hexagonales, con vastos pozos de ventilación<br />
en el medio, cercados por barandas bajísimas”;<br />
en su último libro, Mario Crespo nos arrastra a<br />
Global Q Q Q Q<br />
Personajes Q Q Q<br />
Historia Q Q Q<br />
Estilo Q Q Q<br />
Ritmo Q Q Q Q Q<br />
las catacumbas de una biblioteca no menos universal: la Biblioteca Nacional. Como<br />
no podía ser de otra manera, en este baluarte del saber literario en lengua castellana,<br />
el lector va a encontrar referencias a autores tan conocidos como Enrique Vila-<br />
Matas o Rodrigo Fresán y a otros representantes de la literatura más underground,<br />
como José Ángel Barrueco, David Refoyo o el mismo Mario Crespo.<br />
Biblioteca nacional cuenta la historia de Pablo Villa, un mileurista sobrecualificado<br />
que, debido a una enfermedad, se ve obligado a abrir puertas que antes no sabía que<br />
existían. Estas puertas -de la percepción, podríamos decir- conducen al protagonista<br />
a una suerte de realidad paralela. A partir de ahí, Pablo empieza a llevar una doble<br />
vida: una vida “real” y otra en la red, donde descubre que un escritor, llamado Mario<br />
Crespo, le está copiando las ideas. En esta novela, el Mario Crespo real nos hace<br />
cuestionar los límites entre realidad y ficción y nos invita a reflexionar sobre las<br />
relaciones entre los autores y sus personajes.<br />
LIBRO Persecución<br />
AUTOR Alessandro Piperno<br />
RECOMENDADO POR Fusa Díaz<br />
RESEÑA BREVE Leo Pontecorvo, sentado frente al televisor con su familia, en medio de<br />
la cena, se ve reflejado en las noticias: ha estallado como una bomba que ha mantenido una<br />
relación con la novia de su hijo. Desde ese momento, Leo se muda al sótano, del que apenas<br />
sale, y la vida tras la bomba que le ha estallado en las manos rompe con todo lo que se ha<br />
esmerado en construir a lo largo de su vida. Los Pontecorvo, una familia perfecta, burguesa, está<br />
completamente rota. No importa si es cierto o no que se enamoró de Camilla, una adolescente,<br />
porque en la mente de todos ya ha ocurrido. Alessandro Piperno construye magistralmente una<br />
novela psicológica en la que un hombre de fama como Leo Pontecorvo queda reducido a nada:<br />
a un hombre metido en un sótano, avergonzado, empequeñecido. Rachel, su mujer, vive arriba<br />
y pisa el techo que él mira, y todo sigue sin él. No tiene alternativa, ni siquiera la oportunidad<br />
de justificarse. A lo largo de la novela, que transcurre a un ritmo lento, vamos profundizando en<br />
cada uno de los personajes: la esposa, los hijos, la novia del hijo, el propio afectado. Y cómo todo<br />
lo que creían tener bajo control salta por los aires, dejándolos al raso, totalmente vulnerables.<br />
Camilla, una Lolita italiana capaz de desquiciar al hombre más racional, nos sacude lo mismo<br />
que a Leo, que de pronto ve en peligro lo que más ha cuidado a lo largo de su vida: la imagen.<br />
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Novedades narrativa<br />
LIBRO: Un amigo en la ciudad AUTOR: Juan Aparicio Belmonte<br />
EDITORIAL: Siruela PRECIO: 16,95€<br />
Andrés está enamorado de Gretchen, la misma joven rubia con la que se metía en líos cuando ambos pertenecían<br />
a la tribu urbana de los góticos, y con la que ahora vive y tiene una hija. Pero un día nota que ha cambiado<br />
su percepción de ella y no solo de ella sino también de sus amigos, de su trabajo y de su hija. Al emprender<br />
una aventura en pos de una solución descubre paulatinamente que su ciudad, Madrid, también se ha vuelto<br />
extravagante y que el pasado y el futuro no están dónde él pensaba. Solo un inesperado amigo podrá dar sentido a<br />
su particular confusión, a su particular lucidez.<br />
H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H<br />
LIBRO: La hora violeta AUTOR: Sergio del Molino EDITORIAL: Mondadori PRECIO: 16, 90€<br />
Una de las frases que más oye un padre tras la muerte de su hijo es «No tengo palabras». Todo el mundo se queda<br />
sin palabras de consuelo en un momento en que los lugares comunes suenan a insulto. Pero Sergio del Molino sí<br />
tenía palabras. De hecho, solo tenía palabras, las que forman esta historia de amor titulada “La hora violeta”. Este<br />
libro narra un año de la vida de su hijo Pablo, desde que fue diagnosticado de un raro y grave tipo de leucemia hasta<br />
su muerte. “La hora violeta” no es solo una apasionada carta de amor de un padre a su hijo, sino también la historia<br />
de una búsqueda: la de un término para referirse a los «padres huérfanos». Hay tan pocas palabras de consuelo<br />
disponibles que el idioma se ha olvidado incluso de reservar un sustantivo para quienes ven morir a sus hijos. Del<br />
Molino expresa sin medias tintas la frustración y la angustia de un padre sin incidir en descripciones sensacionalistas<br />
del sufrimiento de su hijo. El resultado son unas emocionantes memorias que trascienden la muerte del niño al que<br />
están dedicadas.<br />
H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H<br />
LIBRO: Hacer el amor AUTOR: Jean-Philippe Toussaint<br />
EDITORIAL: Editorial Siberia PRECIO: 18€<br />
“Hacer el amor” es la historia de una ruptura amorosa. Los protagonistas, una pareja que asiste confundida<br />
a la desintegración de su relación y hace el amor por última vez (¿cuántas veces será la última vez?) como<br />
si fueran unos completos desconocidos. La ciudad de Tokio es el escenario, casi irreal, del final de su amor.<br />
Habitaciones de hotel, neones, calles nevadas, seísmos de baja intensidad, trenes y una misteriosa botella de<br />
ácido clorhídrico que acompaña al protagonista en su camino hacia el final, el desamor.<br />
H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H<br />
LIBRO: Historia de una mirada AUTOR: Rebeca García Nieto EDITORIAL: Eutelequia PRECIO: 18€<br />
“Historia de una mirada” es la crónica que la abuela Nieves habría escrito de no haber sido analfabeta. La mirada<br />
a la que alude el título abarca casi todo el siglo XX y contiene los acontecimientos que marcaron la vida de los<br />
Montaraz, una familia castellana acomodada. Años después de la primera comunión de su nieta, Sara, iba a ser<br />
ésta quien retomara el testigo de la vida que le fue negada a la abuela. Movida por su deseo de ver mundo y hacerse<br />
un hueco en el mundillo del arte, Sara huye de su opresiva familia para acabar cumpliendo el deseo de su abuela,<br />
ser bailarina. Aunque lo hará de una forma muy diferente a como ésta había soñado… Tras un largo periplo por<br />
Europa en busca de un sitio que no termina de encontrar, Sara acaba en el Barrio Rojo de Ámsterdam trabajando<br />
como stripper.<br />
H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H<br />
LIBRO: El hombre que decía haber salvado a Rebeca B. AUTOR: Miguel Ángel Maya<br />
EDITORIAL: Alegoría PRECIO: 14€<br />
Las historias de “El hombre que decía haber salvado a Rebeca B.” tienen lugar en Saint Simons, pequeña ciudad de<br />
la Costa Este norteamericana amenazada por el óxido subterráneo y el desierto de la superficie, cuyos animalizados<br />
habitantes son temerosos, grotescos, simples y cobardes. En casi todas ellas gravita la trapecista Rebeca<br />
Bûyûkkarabiber, víctima de un terrible suceso en el Bed & Breakfast de la bahía que marcó la historia de la ciudad.<br />
Sombras chinescas, sexo, caníbales, detectives, bestias, asesinos, víctimas y caricatos. Un conflicto latente con los<br />
indios Seminola de una reserva étnica. Un circo abandonado en el desierto. Una élite poderosa y melómana que<br />
realiza sus fantasías y perversiones en las siniestras galerías subterráneas debajo de la ciudad. Una minúscula guerra<br />
contra microscópicos soldados provenientes de un elegante traje. Voces, escenas y personajes que se suceden, se<br />
repiten, cambian de identidad, de rostro, de lugar, de nombre o de voz.<br />
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Novedades poesía<br />
LIBRO: Crujido AUTOR: Princesa Inca EDITORIAL: Libros del Silencio PRECIO: 17€<br />
Princesa Inca, frágil pero firme, vaga por una ciudad esquiva y amenazadora, deshumanizada, y nos entrega versos<br />
como «trozos que se mutilan». Versos sobre la naturaleza como refugio; sobre la locura y el miedo, la ineludible<br />
necesidad de combatirlos y el único modo de hacerlo; sobre el imperativo de preservar la inocencia y de reivindicar<br />
una sentimentalidad sin normas ni barreras. Princesa Inca eleva su voz contra lo aséptico, automatizado y tolerable,<br />
y convoca un amor vehemente que es a la vez peligro y descanso, hogar y herida; un amor que duele y redime, y que<br />
inspira textos multiformes, de toda índole: desde sus torrenciales composiciones en prosa hasta sus delicadísimas<br />
miniaturas, los poemas de Princesa Inca son siempre descarnadamente intensos, y de una honestidad llena de arrojo.<br />
Y así, perplejo y conmovido, los recibe el lector, como quien oye ese crujido que «sin duda, es la vida».<br />
H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H<br />
LIBRO: Amapolas en octubre AUTOR: Isabel Mercadé EDITORIAL: Els ulls de Tirèsies<br />
Abres la plaquette y piensas en la belleza caligráfica de los ideogramas, en la tinta negra sobre un fondo<br />
blanquecino. Cuando lo lees por primera vez piensas en los perfiles nítidos de algunos dibujos chinos, no sé por<br />
qué estos poemas me han llevado a las imágenes orientales. Vuelves a leerlo y piensas en la nitidez del lenguaje, en<br />
el espacio que van recortando los poemas, el espacio nada, el espacio fin, el espacio que pertenece a Isabel y a su<br />
madre, la ilusión que es pero ya no es, el espacio búsqueda de la palabra y de la belleza. Con un lenguaje desnudo,<br />
muy escueto y preciso, y no por ello menos poético, queda enmarcada la belleza por sí misma, en cada verso breve<br />
trazado sobre las páginas blanquecinas y estas a su vez con un trasfondo de amarillos y azules, se trata de un<br />
escenario cuyo telón de fondo es el campo semántico-poético de Isabel Mercadé. (MJ Romero)<br />
H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H<br />
LIBRO: Tabula Rasa AUTOR: Ruiz de Viñapre y Martín Puigpelat EDITORIAL: La Garúa PRECIO: 12€<br />
Con “Tabula Rasa”, Ruiz de Viñaspre y Martín Puigpelat nos conducen -a través de sus poemas- a la percepción<br />
e interpretación de una parte del universo musical. Este universo está aquí representado por una selección de 31<br />
obras musicales que abarca desde finales de la Edad Media, con Gilles Di Bins dit Binchois, compositor franco<br />
flamenco nacido en el 1400, hasta el presente con Arvo Pärt, compositor estonio nacido en 1935. Precisamente<br />
fue Pärt quien compuso “Tabula Rasa”, nombre escogido para el título del libro.<br />
Ruiz de Viñaspre y Martín Puigpelat nos muestran, una vez más, cómo la poesía siempre ha formado una<br />
unidad indivisible con la música y que los parámetros que definen a una, ritmo, melodía, armonía y color,<br />
bien pueden definir a la otra. Ellas no han escrito “Tabula Rasa” para versados en música sino también para<br />
aquellos que sientan curiosidad por acercarse, a través de sus poemas, al universo sonoro.<br />
H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H<br />
LIBRO: Parentesco AUTOR: Alba González Sanz EDITORIAL: Suburbia Ediciones PRECIO: 10€<br />
“Parentesco” es otra forma de hacer autobiografía. Estos poemas no trazan una línea continua del pasado al presente,<br />
sino que discurren saltando de rama en rama por la copa del árbol genealógico. En ellos caben los abuelos, las abuelas, los<br />
juguetes, los mitos de la infancia, los adornos de la casa en que crecimos. El poemario, así, es algo más que la suma de los<br />
poemas que lo componen: un trabajo de reconstrucción de la identidad a través de otras identidades indisolublemente<br />
unidas a la propia. Reflexiva, minuciosa, irónica, mordaz a veces, la voz de Alba González Sanz encuentra en “Parentesco”<br />
una manera propia de dar vida a los recuerdos.<br />
H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H<br />
LIBRO: Hierba de noche AUTOR: Estefanía González EDITORIAL: Ediciones CGP PRECIO: 10€<br />
Para la autora escribir poesía va más allá de un tema, «es la voluntad de sinceridad y de decir la verdad, soy antirrollos».<br />
Aunque huye de etiquetas, la naturaleza y las motivaciones de los seres humanos, tales como la muerte o el amor, son<br />
chispas en sus obras. Además de poesía, González escribe prosa y relatos cortos, si bien reconoce que la poesía siempre<br />
está ahí como trasfondo.<br />
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