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Cartas marruecas - Biblioteca Virtual Universal

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Carta XXXVI<br />

Del mismo al mismo<br />

Prescindiendo de la corrupción de la lengua, consiguiente a la de las costumbres, el vicio<br />

de estilo más universal en nuestros días es el frecuente uso de una especie de antítesis,<br />

como el del equívoco lo fue en el siglo pasado. Entonces un orador no se detenía en decir<br />

un desatino de cualquiera clase que fuese, por no desperdiciar un equivoquillo pueril y<br />

ridículo; ahora se expone a lo mismo por aprovechar una contraposición, falsa muchas<br />

veces. Por ejemplo, en el año de 1670 diría un panegirista en la oración fúnebre de uno que<br />

por casualidad se llamase Fulano Vivo: «Vengo a predicar con viveza la muerte del Vivo<br />

que murió para el mundo, y con moribundos acentos la vida del muerto que vive en las<br />

lenguas de la fama». Pero en 1770, un gacetista que escribiese una expedición hecha por los<br />

españoles en América no se detendría un minuto en decir: «Estos españoles hicieron en<br />

estas conquistas las mismas hazañas que los soldados de Cortés, sin cometer las crueldades<br />

que aquéllos ejecutaron».<br />

Carta XXXVII<br />

Del mismo al mismo<br />

Reflexionando sobre la naturaleza del diccionario que quiere publicar mi amigo Nuño,<br />

veo que, efectivamente, se han vuelto muy oscuros y confusos los idiomas europeos. El<br />

español ya no es inteligible. Lo más extraño es que los dos adjetivos bueno y malo ya no se<br />

usan; en su lugar se han puesto otros que, lejos de ser equivalentes, pueden causar mucha<br />

confusión en el trato común.<br />

Pasaba yo un día por el frente del regimiento formado en parada, cuyo aspecto infundía<br />

terror. Oficiales de distinción y experiencia, soldados veteranos, armas bien<br />

acondicionadas, banderas que daban muestras de las balas que habían recibido, y todo lo<br />

restante del aparato, verdaderamente guerrero, daba la idea más alta del poder de quien la<br />

mantenía. Admiréme de la fuerza que manifestaba tan buen regimiento, pero las gentes que<br />

pasaban le aplaudían por otro término. -¡Qué oficiales tan bonitos! -decía una dama desde<br />

el coche-. -¡Hermoso regimiento! -dijo un general galopando por el frente de banderas-. -<br />

¡Qué tropa tan lucida! -decían unos-. -¡Bella gente! -decían otros-. Pero ninguno dijo: -Este<br />

regimiento está bueno.<br />

Me hallé poco ha en una concurrencia en que se hablaba de un hombre que se deleitaba<br />

en fomentar cizaña en las familias, suscitar pleitos entre los vecinos, sorprender doncellas<br />

inocentes y promover toda especie de vicios. Unos decían: -Fatal es este hombre. Otros: -<br />

¡Qué lástima que tenga esas cosas! Pero nadie decía: -Éste es un hombre malo.

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