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La casa desnuda Magdalena Bachiller

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Burning down the house.<br />

David Byrne<br />

¿Qué le dijo una pared a la otra pared? ¡Es una adivinanza!, chilla de repente el pequeño<br />

Charles interrumpiendo la conversación que su hermana mayor Esmé, de 13 años, la protagonista<br />

de uno de los cuentos más tristes de J.D. Salinger, está teniendo en un bar de Devon con un<br />

soldado norteamericano poco antes del desembarco de las tropas aliadas en Normandía. Como<br />

éste no sabe responder a la pregunta, Charles grita alborozado por el protagonismo obtenido:<br />

¡Nos encontraremos en la esquina! (1)<br />

En las esquinas estaba la pintura de <strong>Magdalena</strong> <strong>Bachiller</strong> cuando un día, al entrar en su <strong>casa</strong>,<br />

se encontró buena parte del techo y las paredes del cuarto de baño en el suelo del salón que utiliza<br />

para pintar. Los ladrillos y cascotes mezclados con los libros caídos de las estanterías ofrecían<br />

una imagen de desolación y la amenaza de una ruina aun mayor. Con las paredes derrumbadas<br />

también se vino abajo su proyecto pictórico: no era posible seguir investigando la intersección de<br />

dos planos puros sólo matizada por la luz y el color que ésta arrastra. <strong>La</strong> especulación pictórica<br />

sobre las esquinas no era ya posible porque las esquinas de su <strong>casa</strong> habían desaparecido y con<br />

ellas toda la idea de la <strong>casa</strong> como hogar y refugio de la intimidad. Ahora, la <strong>casa</strong> se había convertido<br />

en amenaza, todo lo familiar se había vuelto extraño. Lo que quedaba ya no era hogar.<br />

No era posible seguir pintado esquinas y no era posible pintar en ese sitio que había dejado de<br />

ser el lugar privilegiado para convertirse en un no lugar amenazador. Al final, hubo que seguir<br />

derribándola para poder luego reconstruirla. Apenas quedó la estructura de la <strong>casa</strong> y, a pesar de<br />

la desesperación, entre los ladrillos caídos y las paredes abiertas, la memoria del hogar y del lugar,<br />

como en cualquier ruina, permanecía latente. Otro tipo de belleza se revelaba entre la ruina y las<br />

grietas. Salvar el hogar significaba pensarlo como ahora se imponía en su descarada desnudez.<br />

El accidente revelaba la belleza fragmentaria de lo insospechado tras las apariencias. <strong>La</strong> <strong>casa</strong> no<br />

(1) El cuento “Para Esmé, con amor y sordidez” está recogido en el volumen de J.D. Salinger Nueve Cuentos. Bruguera.<br />

Barcelona, 1977. Marcelo Berri Traducción, paginas 86-112

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