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AYER NO HA TERMINADO TODAVIA - ESTER IZAGUIRRE

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<strong>AYER</strong> <strong>NO</strong> <strong>HA</strong> <strong>TERMINADO</strong><br />

TODAVÍA<br />

(<strong>NO</strong>VELA)<br />

<strong>ESTER</strong> DE <strong>IZAGUIRRE</strong>


2<br />

Sea esta novela, un homenaje al<br />

narrador ideal que fue Stefan Zweig,<br />

alrededor de cuya incandescencia<br />

vuelo como insegura mariposa de luz.


CAPÍTULO I<br />

J´aurais l´air d´être mort, et ce ne sera pas vrai.<br />

El Principito de Antoine de Saint Exupéry.<br />

Recuerdo que a la entrada de mi cuarto, en nuestra casa de Zárate, estaba el viejo<br />

ropero y más allá la cama, regalo de mi abuela... ¿cuántos años tendría entonces... ¿diez?<br />

¿once? Hay épocas cuando la vida no parece una escalera donde cada año es un escalón,<br />

sino un tobogán en el que la velocidad del descenso mella la conciencia del tiempo...<br />

-Natalia, te traje un regalo.<br />

Y el tobogán empezó cuando mi tía Dora hizo colgar, en una pared de aquella<br />

habitación, el cuadro con el rostro de un niño, el Delfín de Francia, que fue durante muchos<br />

meses la primera visión de la mañana y la última, antes de que las sombras llegaran a<br />

inquietarme.<br />

Estaba en el lugar menos visible desde la puerta. Con un modesto marco de madera<br />

lustrada, parecía más una fotografía que la reproducción de una pintura, por la fidelidad de<br />

los rasgos: el mentón prematuramente enérgico, los labios borbónicos plegados en una leve<br />

sonrisa y la mirada que ingresaba, desde la historia lejana, en ese hogar provinciano para<br />

observar cada detalle con la confianza del que ha logrado un sitio en el futuro, tras una<br />

búsqueda de años.<br />

Al contemplarlo, era evidente que él también me percibía. Aunque frente a los rostros<br />

pintados tenemos la certeza de que esa mirada no se dirige a nosotros, sino a un objetivo<br />

3


inmediato o al pintor, la limpidez de sus ojos azules proyectaba en los míos su tristeza.<br />

Los primeros días no podía dejar de contemplarlo. Sin embargo los juegos con<br />

amigas y el colegio me distrajeron y llegué a olvidarme por unas semanas de Luis Carlos, a<br />

quien, en adelante, nombraría con familiaridad.<br />

Una tarde, cuando estaba en el comedor haciendo los deberes, un impulso velado me<br />

dirigió a mi habitación. Al recorrer la pared con la mirada y detenerme en los ojos azules del<br />

Príncipe, tuve la convicción de que él me había llamado.<br />

A esa edad, cuando lo fantástico y lo real tienen una lógica común, cuando la magia<br />

no es vergonzante, entré de lleno en un mundo prohibido para la familia. Ya tenía a<br />

alguien. No podía contestarme, pero yo sí le comunicaba mis fracasos, mi timidez y mis<br />

recelos. Durante ese diálogo, arrodillada frente al cuadro, con los brazos cruzados y la<br />

barbilla sobre el pecho, nada me distraía de mi perfecta comunión con el misterio.<br />

En tal actitud orante me sorprendió mi madre y no dijo nada, pero desde entonces<br />

me observó con preocupación. Quizás pensaría: "Natalia está acercándose a la edad difícil y<br />

es indudable que algo no marcha bien en su cabeza..."<br />

Tanto interés, me llevó a pedirle a la maestra que me contara algo acerca del Delfín.<br />

A ella no le sorprendió mi curiosidad y al otro día me trajo un libro que empecé a leer con<br />

la vehemencia de quien se interna en la aventura de su propia vida. Busqué en las páginas<br />

una certeza, una señal ¿de qué? Era algo que iba más allá de toda explicación sensata. Leí<br />

acerca de la Revolución Francesa. Supe entonces de su trágico destino después de que sus<br />

padres, Luis XVI y María Antonieta, fueron guillotinados. Me enteré de las versiones de su<br />

muerte cuando solo tenía diez años, en la Prisión del Temple donde lo encerraron. No; yo<br />

podía asegurar a la Historia, siempre equivocada, que el Príncipe no había muerto porque<br />

estaba allí, conmigo, más vital que la realidad de siluetas titubeantes y contornos equívocos.<br />

No era mi imaginación creando fantasías en las composiciones redactadas para mi maestra.<br />

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El pueblo era un páramo, pero al entrar en aquel cuarto quedaban atrás las siestas de las que<br />

huía con el vuelo de los pájaros...<br />

escuchar:<br />

Un día al volver del colegio corrí como siempre a mi cuarto. Me desesperé al<br />

-Perdoname, Natalia, le di un golpe con el plumero y se cayó. Como el vidrio<br />

estaba roto, quemé el grabado -.<br />

El "¡por qué, por qué asesinos!" vibró seguramente en los oídos de mi madre y del<br />

médico durante el largo mes de mi obstinada postración. Una mañana, durante ese período,<br />

- y quiero creer hoy, al referir estas memorias rotas, que dormida, soñaba- el torso del<br />

Príncipe de aquel cuadro ausente se concretó en un cuerpo como los espectros transparentes<br />

pero grávidos de realidad producidos por rayos Láser. Con un paso en el aire descendió<br />

hasta los pies de mi cama.<br />

Sin atreverse a estrechar mi mano susurró: “Entrégame el alma para siempre,<br />

Natalia. Ya estás conmigo, próximos y lejanos en el espacio y en el tiempo. Cuando mi<br />

padre me enseña lo mucho que sabe, aprendes también a mi lado. Cuando nieva en<br />

Versalles, vivimos los dos la primavera de tu lejano país”.<br />

Mientras duró el sueño, supe que, para siempre, nada sería igual. Conocí el paraíso<br />

antes que la tierra. El fin del peregrinaje antes que el camino.<br />

---------------------------------------<br />

Al principio fueron las noches en vela y después los días en los que deseaba que<br />

llegara, en un voleo, el momento de encapsularme y dormir. Las horas se iban<br />

perezosamente sin que sucediera nada... Tomé la decisión porque el pueblo era la réplica<br />

de un cementerio iluminado. Caminé decidida hacia la estación por las calles desiertas. Lo<br />

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único que me hacía vacilar era la certeza de lo que iban a sufrir mi madre y el maquinista<br />

del tren. Recordé al padre Fernández Mendoza al hablarnos de Judas...<br />

-El suicida hiere al mismo Dios -afirmaba.<br />

Yo no sé si quería morir. Mi deseo era no pensar porque la desaparición del Príncipe<br />

destacó la medida de mi orfandad. Me acosté entre dos durmientes. En un minuto se<br />

agolparon siglos. Como un teléfono, el hierro me transmitió mensajes cercanos del<br />

monstruo temible, y yo, en sus dominios, desafiándolo, tan cerca, que apagó con su<br />

desplante todo súbdito rumor.<br />

Después, antes de que el tren pasara, el violento empujón, el golpe, el aturdimiento.<br />

Luego la máquina perdiéndose a lo lejos y el holgado silencio que envolvió las formas.<br />

Pude comprender cuando el rostro del guardahilos volvió a acercarse. Observaba mi<br />

integridad con la cara de los que juegan al ajedrez y no se deciden a mover ninguna pieza.<br />

----------------------------------------------<br />

Era una tarde soleada y estaban solos en el Petit Trianon, María Antonieta y su<br />

hijo el Delfín, observando cómo el otoño pincelaba el verde con ocres, naranjas y<br />

amarillos. Él tomaba un tazón de leche recién ordeñada y de pronto una berlina se detuvo<br />

enfrente. Adelantáronse a recibir a una dama a la que el niño desconocía. Portaba un<br />

envoltorio y unos bolsos y la precedía un señor de barba rojiza con bultos bajo el brazo.<br />

La madre los presentó y la mujer detuvo el amago de abrazo con una solemne inclinación.<br />

-Este es mi "chou d´amour", Madame y esta dama, queridísimo, es la pintora<br />

Louise Elisabeth Vigée Le Brun.<br />

-¿Qué cuadros pinta, mamá?<br />

-Retratos. Hoy viene a retratarte a ti.<br />

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-¿Y cómo será eso? ¿dónde debo estar?<br />

-No te afanes. Madame Louise dispondrá todo.<br />

-Deberé vestirme. Quiero ponerme la chaqueta azul...<br />

Después lo sentaron y con una vara a manera de cetro permaneció inmóvil<br />

mientras Madame Le Brun, también sentada frente a la tela, ora lo miraba a él, ora a los<br />

trazos que iba dando. El niño tuvo, pues, tiempo de pensar. ¿Hacia qué espacio y qué<br />

tiempos conjeturales viajaría ese cuadro? y atinó a decirle a la pintora:<br />

-Os ruego que me pintéis de tal modo que pueda mirar al que me contemple; que<br />

podamos cruzar nuestras miradas.<br />

Louise Elisabeth dio muestras de sorprenderse ante esta petición pero no tanto<br />

como para no contestar con serenidad.<br />

-Descuidad, pequeño Delfín, miraréis a todos los que en el futuro contemplaren este<br />

cuadro. Fue cuando el niño pronunció palabras aún más extrañas:<br />

-No quiero mirar a todos. Sólo a una.<br />

-¿Sólo a una? ¿Quién es?- inquirió la madre.<br />

-Una niña lejana- contestó el Delfín mientras dejaba perder su mirada entre los<br />

cerezos florecidos.<br />

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CAPÍTULO II<br />

Germán, recién llegado de la Facultad recibió una extraña llamada telefónica.<br />

-Me llamo Natalia Méndez y quería escuchar tu voz...<br />

Como la de ella era envolvente:<br />

-Bueno, ya estás escuchando... ¿y qué?<br />

Supo que Natalia estudiaba Letras, escribía poemas y cuando le dio a elegir el lugar<br />

de la cita para conocerse, le salió con Plaza Congreso. "Esta no es romántica -pensó<br />

Germán- porque si lo fuera no se perdería la oportunidad de llevarme a Parque Lezama o<br />

Recoleta".<br />

Pero justamente a esa plaza, cerca de donde hacían preparativos para el Segundo<br />

Congreso Mariano de Buenos Aires... en el que seguramente habría desórdenes, estando<br />

Perón de por medio.<br />

La curiosidad le puso alas a sus pies en esa tarde de mayo.<br />

-----------------------------------<br />

No parecía la misma mujer que me había hablado por teléfono. Mejor dicho no se<br />

parecía a la que imaginé a través de sus palabras. Adolescente, sí. Aparentaba menos de<br />

dieciocho años. Delgada, tímida.<br />

Después de enfriarnos en un banco de piedra la invité a tomar café en la confitería<br />

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Del Molino, y ya frente a frente descubrí sus ojos. Esos iris de un verde indeciso se<br />

proyectaban en mí, pero también en alguien que pudo hallarse más adentro o más lejos de<br />

mí. Tenía un aire de ausencia y por más que nos miráramos a los ojos, nuestras miradas se<br />

desencontraban.<br />

Cuando hablaba no era terminante, concreta. Se diluía en imágenes que sí eran<br />

concretas. No conceptuaba; pero me daba cuenta exacta de lo que me quería decir. Para<br />

averiguar si era casado, aventuró la mitad de una pregunta:<br />

-¿Tenés a alguien, Germán?...<br />

-Sí, a mis padres, mi hermano Eduardo, Nicolasa y la perra. ¿Y vos?.<br />

-No tengo hermanos ni perros.<br />

Al cabo de un tiempo adquirió significado para mí, la omisión de los padres.<br />

-Soy feliz, acá, con vos y con quien me observa a través de tus ojos azules -se<br />

atrevió-. Oyéndote, me siento preservada, como en una tregua...<br />

Trataba de tomarle las manos sobre la mesa y no le pregunté a qué se refería con lo<br />

de "ojos azules".<br />

-Fue una buena ocurrencia llamarme, Natalia...<br />

-Me habló de vos mi amiga Emilce. El hermano fue tu compañero en el Colegio San<br />

José y se ven con vos en el Café Tortoni.<br />

-¿Cómo se llama?<br />

-Oscar Benedetto.<br />

-¡Oscar! ¡Qué feliz coincidencia! ¿Y... que te dijo Emilce de mí?<br />

-Ella te vio una vez cuando viajó a Buenos Aires para visitar a su hermano..., y bueno<br />

me dijo que eras buen mozo, que te comías el mundo. Y de veras, sos tironpoweriano...<br />

rebuscadito; ¿no?.<br />

Cuando nos despedimos me noté cohibido ante su displicencia, su largo cabello<br />

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negro, sus gestos graciosos y elegantes, ante la indiferente tristeza con la que me dijo una<br />

frase de novela, sin darme su teléfono ni señas para poder ubicarla:<br />

-Natalia volverá a llamarte...<br />

Después de hurgar ansioso en mis bolsillos, le dejé en la mano, reteniéndola, un<br />

pedacito de cuarzo que se me quedara enredado entre los dedos durante una clase de<br />

Cristalografía. Una de las tantas que tomaba en la Facultad de Farmacia y Bioquímica.<br />

-No tengo otra cosa. Ojalá pudieras llevarme con vos -le susurré.<br />

-No sos tan chiquito ni tan cortante ni tan frío-. De pronto en esa mirada secular se<br />

encendió una chispa de niñez Enredado en esa mirada me fui silbando calle abajo, para<br />

encontrarme con los muchachos en el Café Tortoni.<br />

----------------------------------------<br />

-Hola, Germán -le gritó Eduardo Valle desde la mesa atragantándose con una<br />

medialuna. Enseguida apareció Carlos Mendizábal:<br />

-¡La puta con estos descamisados mugrientos! -vociferó a manera de saludo<br />

mientras se sacudía la ropa como si lo hubiera sorprendido un chubasco.<br />

-Qué querés, pobre gente, si le ponen el pan dulce como al burro la zanahoria -<br />

disculpó Oscar Benedetto.<br />

-Justificalos, "Jesús de Nazaret" -ironizó Carlos- ya se le está viendo la pata a la<br />

"sota - na". Lo que no sabés es la que se está preparando para la procesión de Corpus<br />

Christi. Ahí se te van a ir las ganas de defender a ese monstruo de Perón.<br />

-Che, desembuchá -pidió Valle todavía atorándose.<br />

-Pero, calmate -lo animaba Germán.<br />

-¿Calmarme? Mientras ves que incendian la ciudad donde naciste, el diario La<br />

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Vanguardia, el "Jockey Club". Mientras ves cómo torturan, derrumban el pilar<br />

constitucional, matan a periodistas y estudiantes... ¿Sabés una cosa? A vos, Germán, y a<br />

los indiferentes como vos, los asesinados Nuñez y Bravo, les van a tirar de las patas<br />

mientras duerman... y cuando se despierten... pero ¿te despertarás alguna vez?<br />

Después de largos monólogos, Carlos Mendizábal meneaba la cabeza con la<br />

mirada en un punto impreciso de la pared, desde la que sonreía Carlos Gardel.<br />

Germán llegó desganado de la Facultad. No había nadie en casa. Sólo Mesalina,<br />

haciendo honor a su nombre, lo recibió con muestras exageradas de cariño. Daba saltos<br />

monumentales y llegaba a lamerle la cara, que él, rezongando, se limpiaba con asco:<br />

-Está bien, basta... esta perra está necesitando compañía- el también. Después de<br />

estar con Natalia no lo tentaban las propuestas de los muchachos:<br />

Marabú...<br />

-¿Vamos a correrla por el Centro? ya sabés que siempre te espera Bárbara en el<br />

Encendió la radio y se recostó con un libro de química en la mano. No pudo leer una<br />

línea y cuando se estaba durmiendo oyó el teléfono, pero dejó que sonara para retardar la<br />

decepción si el llamado no era de Natalia.<br />

-Hable...<br />

-¿Está Germán?<br />

-Soy yo.<br />

-Qué sequedad...<br />

-¿Quién es? -dijo sin reconocer todavía la voz.<br />

-¿Después de cuántos llamados me reconocerás? Soy Natalia.<br />

-Me alivia que no seas otra...<br />

-Por ejemplo ¿quién?.<br />

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-Te lo diré en otro momento.<br />

-¿Cuándo, Germán?<br />

-Ayer -y dijo nomás el lugar común.<br />

-¿No podrías pasarlo a mañana? porque ayer lo tengo comprometido.<br />

-Bueno, decime dónde y a qué hora te viene bien.<br />

-En Plaza Francia frente a la Iglesia del Pilar.<br />

-Allí estaré.<br />

-Quiero verte... -susurró Natalia.<br />

-Y yo mirarte.<br />

-¿Hasta mañana?<br />

-Hasta mañana, linda -ella después de colgar murmuró:<br />

-Hasta mañana, Delfín.<br />

--------------------------------------------<br />

En un recinto del Temple están María Antonieta, su hija María Teresa Carlota y su<br />

cuñada Elisabeth. En otro piso de la cárcel su esposo el rey, Luis XVI y su hijo el Delfín,<br />

juegan al ajedrez, cuando un vozarrón anuncia:<br />

reverencia:<br />

-El comandante de la Guardia Nacional. -éste entra y le hace al Rey una<br />

-Dignaos comparecer ante el Tribunal de la Convención Nacional para lo cual<br />

deberéis acompañarme.<br />

-¿En este preciso instante?<br />

-Sí, Su Majestad.<br />

-Bueno, mi pequeño Luis, -dijo volviéndose hacia su hijo- prometo que volveré a<br />

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concluir esta partida.<br />

quedo:<br />

ironía<br />

El niño abrazó a su padre y cuando hubo salido, oyó a los guardias que hablaban<br />

-El rey volverá a despedirse en treinta días...<br />

-¿Despedirse? ¿Seguirá en esta cárcel del Temple?<br />

-No. A donde el irá, ya no podrá jugar partidos de ajedrez -y rió de su luctuosa<br />

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CAPÍTULO III<br />

Estaban en la confitería "Aero Bar" de la Recoleta, en una mesa que daba a la calle;<br />

Natalia, con su Hespiridina; Germán, con su coñac Fundador.<br />

boleros:<br />

- Ayer te pregunté por tus padres, tus hermanos y no me contestaste.<br />

Lo escuchaba en silencio como si estuviera sola mientras el pianista desgranaba<br />

"Llévame, contigo en el recuerdo.<br />

Llévame, no quiero que me olvides..."<br />

Levantándose, Germán la distrajo de su mutismo con un primer beso, como al<br />

descuido. Allí no podía reaccionar mal.<br />

-Déjeme, señor. Déjeme empezar con la biografía que me pidió.<br />

-¿A ver? ¿Cómo fue la vida de la más bella mujer argentina?<br />

-No nací en la Argentina. Nací en Asunción del Paraguay mientras silbaban las<br />

balas sobre los techos de la casa, durante una revolución... Malditas revoluciones en las que<br />

los asesinos, si triunfan, son proclamados héroes -y después de una pausa- ...¿sabés algo de<br />

la Revolución Francesa?<br />

Él. sin contestar la pregunta tan extemporánea:<br />

-¡Paraguaya! No tenés cara de paraguaya... -Natalia se rió del absurdo.<br />

-No sólo paraguaya por una cuestión de límites sino de sangre; mi bisabuela<br />

Juliana, fue una india guaraní...<br />

-¿Y tu madre?<br />

-En mi madre ni el menor rastro de indígena. Tiene ojos azules como los tuyos -su<br />

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mirada se ensombreció. Germán percibía los variables matices de su ánimo y tiempo<br />

después conocería el motivo de sus extrañas mudanzas.<br />

-Dicen, en cambio, que yo sí, me parezco a esa mujer... tuvo cinco hijos que<br />

murieron de hambre, tratando de comer raíces, durante la guerra de la Triple Alianza.<br />

Germán acercó más la silla, le tomó una mano, la besó como si la besara entera ...<br />

Después sólo pudo agotar el vocabulario romántico que hasta entonces le había parecido<br />

trasnochado, pero que allí fue novedad.<br />

Al salir se despidieron a la sombra propicia de la vereda desierta. Mientras la besaba<br />

ella no abría la boca, no le ofrecía su lengua, no percibía el menor movimiento de aquel<br />

cuerpo buscándole el centro. Pero así como intuía los tonos de su espíritu, adivinó en su<br />

reticencia, la estremecida manifestación que le negaba.<br />

-------------------------------------<br />

Ese día todos llegaron temprano al Café Tortoni.<br />

Y che ¿pensás casarte con Natalia?...<br />

-Sí; alguna vez. Estoy enamorado.<br />

-Románticamente -intervino Valle.<br />

-Si querés llamarlo así...<br />

-Yo digo -continuó Valle- a propósito de "románticamente" ¿por qué si todas las<br />

necesidades primordiales o instintivas, se dan desnudas, sin ceremonias poéticas, esto de la<br />

atracción sexual tenemos que adornarlo tanto?.<br />

-Es diferente -protestó Oscar Benedetto.<br />

-¿Por qué, diferente? Puro instinto de reproducción, puro instinto... -y después de<br />

pensar un poco -Díganme, ¿por qué no pongo una buena música o me mando un poema<br />

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mientras meo, como lo tengo que hacer cuando le tengo ganas a una "nami"?. -agregó Valle<br />

después de tomar un trago de cerveza.<br />

-Quizás porque los otros instintos son solitarios y el de reproducción, como vos decís,<br />

es de dos y ahí entra a tallar lo social. Además el cortejo es un privilegio de la inteligencia<br />

que no creo que se dé en los animales. -agregó Carlos Mendizábal.<br />

-¿Que no se da? -se opuso Valle -¿no viste los rituales del cortejo en el gallo? -y se<br />

puso de pie imitando el aleteo machista.<br />

-Pero esos rituales son parte del objetivo sexual -aseguró Oscar- y no como en<br />

algunos hombres y mujeres para quienes el amor pareja llega hasta a menospreciar el<br />

sexo... en aras del sentimiento "purísimo" ...¿no te acordás lo del "amor mariano" que nos<br />

enseñó la de Literatura?<br />

Y volvió Carlos Mendizábal de una lejana ensoñación:<br />

-¿Saben lo que leí el otro día en un artículo del ABC de Madrid que me mandó<br />

Torres, aquel amigo que se fue el año pasado? Escuchen bien...<br />

-No, nos vas a venir con aquello que decía un profesor de los Angeles, que el amor<br />

son los antepasados susurrándonos al oído -advirtió Germán.<br />

-No; la euforia de enamorarse se debe a una sustancia química, prima de las<br />

anfetaminas que se llama Dopamina Novadrenalina y Feniletilamina ¡lo dije! Esta<br />

sustancia cuya sigla es F.E.A. es la que hace que uno lance una sonrisa tonta a una<br />

desconocida.<br />

-¡Qué teoría simplista! Racionalista, biológica... -enumeró Oscar Benedetto.<br />

-Sí -continuó Carlos -cuando nos encontramos con una mujer atractiva suena la<br />

sirena de alarma en la fábrica de F.E.A. Como te habrá pasado a vos Germán, al<br />

encontrarte con Natalia y... -vaciló- después de habernos presentado el otro día, te<br />

comprendo.<br />

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-Claro -recordó pasando por alto la última frase de Mendizábal- creo que es Antony<br />

Walsh el que afirma que hay que entender el amor y sus efectos en la mente y en el<br />

cuerpo... pero yo no subestimo tanto la psiquis, o el espíritu, o como quieran llamarle...<br />

-¿Y qué pasa con esa pichicata natural, a medida que transcurre el tiempo? -<br />

preguntó Valle- Porque está bien: yo veo una mujer, me gusta, lo cual quiere decir que<br />

esos componentes químicos, que casualmente terminan en mina, me están calentando, pero<br />

¿por cuánto tiempo sigue eso después de ver a la patrona con ruleros y cremas hasta las<br />

orejas?<br />

-Bueno - le explicó Carlos ahora dirigiéndose a Valle, mientras Germán encendía<br />

otro Condal y Oscar Benedetto escuchaba con cara de no lo creo - al cabo del tiempo el<br />

cuerpo no puede generar la cantidad necesaria de F.E.A. y la falta marca el final de la<br />

pasión delirante.<br />

- En efecto, pasión significa que pasa. - agregó Germán.<br />

- Sí, esto es para los adictos a la atracción pero ¿qué, de los romances que<br />

sobreviven? - quiso saber Oscar.<br />

- Eso, eso - se alió Valle.<br />

- Dicen que la presencia constante de un compañero hace que a los cuatro años,<br />

según quien estudia la cosa, el cerebro produzca endomorfinas y en contraste con las<br />

efervescentes anfetaminas anteriores, estas últimas sustancias son calmantes y dan<br />

sensación de seguridad, de paz y de sosiego; pero uno de los componentes, la oxitoxina<br />

favorece el acercamiento físico e intensifica el orgasmo...<br />

-Y ¿ por qué serán sólo cuatro años, che? -no se conformaba Valle.<br />

-Se supone que son los cuatro años que el macho y la hembra necesitan para<br />

concebir y criar un hijo. Después el macho se busca una hembra más joven y la hembra,<br />

uno que siga manteniendo al hijo del otro.<br />

17


-¡Qué libres somos! ¿No? -ironizó Germán.<br />

-No dudes, Germán, de que la libertad es sólo ilusión. Pero, hay quién ni siquiera<br />

tiene la ilusión -suspiró Carlos.<br />

-En suma -redondeó Oscar -es bien cierto aquello de que amor-temprano-pasión,<br />

consiste en amar la forma en que el otro te hace sentir, y el amor maduro, en amar lo que el<br />

otro es.<br />

-Bueno -dijo bostezando Valle- ya no seremos más agudos en el resto de la noche de<br />

modo que este cuerpo se retira a descansar. -hizo el gesto de levantarse.<br />

- Sí, Valle, bostezá nomás - acusó Carlos levantándose también- rascarse, estornudar y<br />

bostezar libera. Son orgasmitos que el cuerpo se permite, a falta de los sexuales...<br />

- Ahá - apuntó Valle como hablándose a sí mismo- sin embargo hay fiacas que se lo<br />

pasan rascándose, estornudando, bostezando y... cogiendo.<br />

Hubo ruidos de sillas arrastradas entre los murmullos de las otras mesas y después,<br />

el paso hacia una Avenida de Mayo silenciosa y solitaria. Ese día no habían hablado de<br />

política.<br />

--------------------------------------<br />

"Ejecutado mi padre Luis XVI y cuando me separaron de mi madre María<br />

Antonieta, me trajeron a esta casa donde el zapatero Simón y su mujer vigilan, corrigen<br />

cada una de mis actitudes. Corrigen, es una manera de decir porque tratan de malograr<br />

todo lo que mi cuna y mis preceptores me enseñaron. Quieren convertirme en uno más de<br />

ese pueblo que no dice una frase sin palabras soeces, que maldicen de Dios y de todo lo<br />

que yo considero inestimable. Quieren matar en mí todo vestigio de realeza. Si lloro, se<br />

burlan con palabras de resonancia grotesca cuyo sentido ignoro.<br />

18


Desfilaron numerosas personas, mejor dicho labios que proferían insultos en contra<br />

de la monarquía y de mis padres.<br />

Pero, estos seres, que no sé si llamar gente, ¿creen que pueden convencerme de lo<br />

que no es cierto?, ¿negar lo que yo he visto y vivido?. Es indudable que subestiman mis<br />

ocho años de edad; no tienen discernimiento para advertir la longevidad secular de mi<br />

niñez. Y digo a todo que sí, que es razonable lo que afirman y lo diré mientras la sombra<br />

del sayón torturador ronde por los corredores de esta casa.<br />

Simón y su mujer sólo ofrecieron el albergue para vigilar la presa hasta que<br />

asesinaran a mi madre. No quiero imaginarme su ánimo enlutecido por la ejecución de mi<br />

padre y porque me arrancaron de su lado para traerme aquí donde me adoctrinarían para<br />

convertirme en otro, lavarme el alma y el corazón. Nunca dejaré de ser yo. Nunca dejaré<br />

de amarte... madre, si pudieras oírme...<br />

----------------------------------------<br />

Tomados de la cintura, el paseo de Natalia y Germán por la Costanera, tenía algo de<br />

vuelo. Se acercaron al río:<br />

Natalia.<br />

-Germán, ¿Por qué se llama Río de la Plata con ese disconforme color greda? -objetó<br />

-Pobre Solís, se lo comieron los charruas nomás. Pero quedó uno como siempre<br />

para contarlo -divagó él.<br />

-¿Quién?<br />

-Paquillo del Puerto.<br />

-¿De dónde sacaste el dato?<br />

-Pero Natalia, preguntáselo a ese grande y olvidado escritor... Roberto J. Payró que<br />

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lo dijo en una novela.<br />

-Todos los escritores que se mueren son grandes y olvidados.<br />

Llegaron caminando hasta el puerto donde estaba la Fragata Sarmiento. Natalia se<br />

soltó del brazo de Germán para llegarse hasta el buque-museo definitivamente anclado y<br />

cuando él se acercó, ella se enjugaba una lágrima.<br />

-¿Qué pasa Natalia?<br />

-En ella viajó mi padre ...<br />

-Nunca me contaste.<br />

-¿Qué podía contarte si supe tan poco de él? Después de casarse en Asunción y<br />

cuando yo tenía meses, él volvió solo a Buenos Aires y de allí le escribía largas cartas de<br />

amor a mi madre, pero a nosotras, nos mantenía el hermano de ella, mi tío Manuel. Papá<br />

fue un loco, maníaco de libertad... como yo.<br />

Ya en la pasarela, compraron el boleto y accedieron al barco-museo. Él imaginó<br />

conmovido lo que sentiría Natalia; le oprimió suavemente el brazo mientras caminaban y<br />

se dio cuenta de que, en una placa, ella recorría con la vista los nombres de los tripulantes<br />

en los distintos viajes. Anduvieron tiempo. Palparon historia. Los carteles en las vitrinas les<br />

informaron y de pronto apareció el nombre en la lista del año 1930.<br />

-Oficial Ramón Méndez Palacio.<br />

Respetó el silencio de Natalia y para soslayar el clima enlutecido, al salir a cubierta<br />

señaló el Palo Mayor desnudo de velas.<br />

-Cincuenta y cuatro metros... y el Mesana, cuarenta y dos- Esa ocurrencia, le<br />

recordó otra: cuando era chico y veía izar la bandera de su colegio. En vez de venerar el<br />

símbolo, pensaba de qué tela estaría confeccionada, en seda o en algodón. La voz casi<br />

inaudible de Natalia:<br />

-¿Qué altura tendrían las olas en altamar?. Mi padre le contó a mamá que ocultaban<br />

20


la Fragata y cada vez que emergía, el júbilo de las voces varoniles era un trueno lejano<br />

sumado a la tempestad...<br />

-¡Es tan chica!, ¡qué arrojados!<br />

-Sí... - se sentaron en una saliente de madera.<br />

-Contáme otro poco, Natalia.<br />

-Y bueno... mi madre vino a la Argentina a buscarlo cuando yo tenía cuatro años.<br />

Al verlo por primera vez me dijo mi tía Dora: "Paraguayita, acercate, ése es tu papá", y él<br />

me recibió en su regazo donde empecé a temblar de no sé qué. Nunca pude explicarme<br />

aquel estado de ánimo. Yo no sabía quién era ese hombre. ¡Resultó que yo tenía algo que se<br />

llamaba padre! Lo que de él me había hablado mi madre se disipó en el vacío de su<br />

presencia, pero en medio de mi desmemoria, lo fui reconociendo en una síntesis de lucidez<br />

y oscuridad. Nos dejó en Zárate y enseguida pidió pase al Sur. Yo lo quería. Lo miraba en<br />

silencio, esperando una palabra, una caricia... Sé que tenía otra mujer y otra hija en esa<br />

ciudad. A todas les ponía el nombre Natalia... Pobre mamá, siempre aguardando ver trizarse<br />

en proas, la línea de cualquier horizonte... - y se apretó más contra Germán. Después antes<br />

de aquel segundo viaje en la Fragata Sarmiento que partió de Puerto Belgrano pensé que al<br />

regreso de esa vuelta alrededor del mundo, le diría todo lo que hasta entonces había callado.<br />

-¿Y qué noticias les mandó?<br />

- Una mañana de invierno, cuando las paredes de nuestra casa rezumaban la<br />

humedad del Paraná, sonó el llamador de la puerta. Mamá salió y el cartero le entregó un<br />

telegrama. Allí, de pie, lo leyó y se tapó la cara. Nunca la había visto llorar así.<br />

Recogí el papel que el aire del jardín depositó sobre unos lirios. "Nuestro pésame.<br />

Oficial Ramón Méndez Palacio. Fallecido día 5 de noviembre. A la altura de Talcahuano,<br />

Chile. Su cuerpo arrojado al mar, envuelto en la Bandera Argentina durante ceremonia<br />

merecida, como extraordinario Jefe de Artilleros. Detalles dirigirse a Escuela de la Armada.<br />

21


Natalia.<br />

-Al poco tiempo apareció en mi pieza el cuadro del Delfín -dijo abruptamente<br />

-¿Qué Delfín?<br />

La noche caía sobre el río. La abrazó y la besó. Fue como abrazar la niebla.<br />

-------------------------------------------<br />

No oye los pasos sobre la piedra enmohecida del cuarto en la casa de Simón pero<br />

percibe, nítida, la voz de Luis XVI, el padre, que le habla desde su ilusión de verlo y que<br />

fue el primer ajusticiado. ¿Soñaba?<br />

-Si hubieras podido ver, hijo, lo que fue la Plaza de Armas la noche de aquel día.<br />

-¿Qué día, padre?<br />

-El de tu nacimiento. Todos los sonidos y colores pretendían imponerse: el batir de<br />

las campanas en el Ayuntamiento, los cañones del puerto de Beld, la artillería, los cohetes,<br />

el tronar de las bombas y los colores que opacaban las estrellas en esa primavera<br />

irrepetible...<br />

Vieras lo ridículos que me parecieron los señores desechando sus adustos trajes<br />

oscuros por sus guirnaldas, brazaletes y flores; alguaciles con banderas, tambores y<br />

pífanos, los Suizos con sus alabardas y la pira de quinientos haces de leña rematada por<br />

un árbol verde que señalaba el comienzo de los festejos.<br />

Pan, embutidos, fuentes de las que manaban vino, orquestas que hicieron bailar a<br />

París hasta rendirla y de nuevo los cañones que siete años más tarde irían a hacer guardia<br />

en el Temple.<br />

Oye, mi pequeño Luis. Esto fue un acontecimiento para todos. Hasta un cadete<br />

gentilhombre, con el que hablé, me mostró la carta que escribió a su madre anunciándole<br />

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con solemnidad... a ver si recuerdo... "el veintisiete de marzo a las siete de la tarde, la<br />

Reina de Francia ha dado a luz un príncipe,..."<br />

junio.<br />

Aún le queda humor al niño para agregar:<br />

-Ese soy yo, padre...<br />

-... al que se da el título de Duque de Normandía...<br />

-¿Ese soy yo?<br />

-...Vuestro muy respetuoso y afectísimo hijo, Napoleone de Buonaparte.<br />

- Un apellido poco francés, en verdad... Y todo eso ¿por qué, padre?<br />

- Porque eres hijo de reyes. Tu hermano Luis era el Delfín, pero murió el cuatro de<br />

- Sí, lo recuerdo. Antes de que mamá lo llevase a Meudon para reponerse, tenía las<br />

vértebras salientes y apenas podía emitir un hilo de voz para decirme: “Dile a mamá que<br />

venga a comer conmigo aquí junto al lecho. Y ¿sabes Luis Carlos? voy a morir. Acompaña<br />

a mamá cuando me vaya. No la dejes sola entre todos los que la odian...”<br />

-No agregues, hijo, la tristeza de ciertos recuerdos. Pensemos en aquel día glorioso<br />

para mí y para Francia...<br />

-Todos festejaban pero ¿qué hicieron conmigo?<br />

-A la hora y media de nacer tuviste tu servicio, además de tu aya y de las cuatro<br />

niñeras, diez camareras, una encargada de cambiarte los pañales, una nodriza, otra<br />

nodriza más -para reemplazar a la anterior en caso necesario- una lavandera, un médico,<br />

un cirujano, cuatro boticarios, un preceptor, un profesor de Física y de Historia Natural,<br />

un profesor de Baile y su hijo como sucesor, un profesor de Música, un profesor de Dibujo<br />

y otro que lo sustituiría en el futuro, un maestro de Esgrima, tres capellanes, tres clérigos<br />

de la capilla, un clérigo de la Guardia de los Cien Suizos , un profesor de juego de pelota...<br />

-Basta padre, si en el futuro, yo los necesitare, serían todos ancianos inútiles -el<br />

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sueño piadoso le nubla la débil sensación de realismo y suprime el escozor de esa llaga<br />

que es todo su cuerpo:<br />

abandonarlo.<br />

Con el sueño verdadero se esfuman los fantasmas, sólo uno se resiste a<br />

--------------------------------------------<br />

Los días se fueron para Germán como si no pisara el suelo. Después de la primera<br />

época con Natalia, cuando se derramó en sus confesiones, vinieron tiempos felices. A veces<br />

ella se ponía en diva y él en humillado rogador. Su inteligencia iba, cada vez, por caminos<br />

diferentes. Su asombro ante las cosas promovía inéditas emociones y la besaba en cualquier<br />

oscuridad, pero ella, como en otras oportunidades, no devolvía besos y caricias ¿por qué<br />

tanta represión? ¿era pudor? ¿histeria? No lo sabía, pero Germán era todo enardecimiento<br />

y angustia.<br />

Un dieciocho de enero, día de su cumpleaños él le envió un ramo de rosas sin tarjeta<br />

para que la madre no supiera quién era el remitente. Como durante dos días no tuvo<br />

noticias, se atrevió a pasar por su casa. Al verla salir, ya a la par...<br />

- Natalia, ¿qué sucede?<br />

- Alejate, por favor, Germán.<br />

-¿Por qué?<br />

- Puede vernos mamá... por Dios..., te espero en Rodríguez Peña y Posadas.<br />

- Bueno, ahora contame...<br />

-----------------------------------------<br />

24


- Mamá se dio cuenta de que vos me mandaste las rosas y quiso golpearme, me<br />

insultó. Que me parezco a mi padre, que soy una perdida.<br />

Estaba desmejorada. La instó suavemente a entrar en una confitería. Una vez allí<br />

no pudo contenerse y lloró, mientras lo miraba pidiéndole ayuda, las lágrimas caían sobre la<br />

mano de Germán, cerca de ese pecho que empezó a acariciar con el dorso de sus dedos,<br />

suavemente, enjugando otro llanto.<br />

-----------------------------------------<br />

Germán después de entrar en el Tortoni por la puerta de Avenida de Mayo se dejó<br />

caer en la primera silla que encontró. Estaba fatigado. Acababa de rendir Química<br />

Analítica, la materia más difícil de su carrera y la noche anterior apenas había dormido<br />

pensando en Natalia y en la imposibilidad de estar más tiempo con ella. Pero también<br />

agobiado, por el clima que se vivía en Buenos Aires. El ataque a la libertad de prensa, la<br />

reforma de la Constitución para que Perón sucediera a Perón...<br />

-Hola, ¿desde cuando llegás tan temprano? - era Carlos Mendizábal que estaba con<br />

Valle y Oscar Benedetto.<br />

-¡Qué sé yo!- Germán hizo un movimiento de manos y un rictus<br />

-¿Pedimos algo...? ¡Che, Paco! - llamó Carlos al mozo y mientras éste se acercaba -<br />

en vez de brindar como siempre por cualquier cosa, hoy, muchachos, vamos a oficiar un<br />

requiem...<br />

-¿Por quién? - se interesó Valle.<br />

-Por el diario La Prensa, muchachos... A los hombres pueden torturarlos, a los<br />

diarios les hacen algo más abyecto, más obsceno. A un tipo lo asesinan y sucede el gran<br />

silencio. Matan a un diario y lo obligan a seguir diciendo lo que no quiere decir. Como un<br />

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ventrílocuo a un muñeco... Ella, La Prensa, pura, noble, honesta, está siendo violada por la<br />

C.G.T. peronista. ¡Sucios de mierda! se enardecía Carlos, gesticulando y con los ojos<br />

demasiado brillantes.<br />

-Vamos, Carlos -trató Germán de apaciguarlo desde su cansancio.<br />

Entonces fue evidente el recurso de Valle para evitar el tema:<br />

-¿Saben qué sueño raro tuve anoche? - y sin esperar la pregunta - andaba a toda<br />

velocidad en una moto...<br />

-Dicen que la velocidad tiene relación con lo erótico... - afirmó Oscar Benedetto,<br />

mientras Valle hacía un gesto de incredulidad:<br />

-¡No me digas! La verdad es que me fui en seco y hoy tuve que lavar la sábana para<br />

que la vieja no se avivara.<br />

Oscar Benedetto empezó con sus preguntas psicoanalíticas:<br />

-¿Era tuya o prestada?<br />

-¿Qué cosa?<br />

- La moto, Valle, la moto.<br />

-¿Si era mi esposa o mi amante querés decir?<br />

-¿La tenías de antes - insistía Oscar- o te la prestaron en el momento...?<br />

- Che, si este me sigue psicoanalizando le tiro con algo...<br />

-¿Y después que hiciste? ¿doblaste? - insistía Oscar realmente interesado.<br />

- Si no, me cagaba de un golpe contra la estatua.<br />

-¿Qué estatua?<br />

-La de los Italianos, en Palermo.<br />

-La de los Españoles será -intervino Mendizábal.<br />

-¿Y tuviste muchos sueños así?<br />

-¡Qué me estás diciendo! -juntando la punta de los dedos- Con una vez que me fui<br />

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con una moto ¡basta!<br />

-¿Y de qué marca era?<br />

-Siambretta. Pero no viene al caso porque así me pongás una Pochoneta, no me voy<br />

a hacer la paja por eso....<br />

-Y... yo me la hice con un Ford T. - remató Mendizábal.<br />

Germán, como espectador, se divertía.<br />

Así pasaron un momento disimulando la ansiedad a la espera de noticias, hasta que<br />

otra vez, una palabra de más los llevó a discutir como enemigos.<br />

-Dejá de joder y leé el diario La Vanguardia. -Valle levantó la voz.<br />

-Decime -señaló Mendizábal esgrimiendo el índice -¿dónde lo venden?<br />

-Lo encontrás porque en cualquier parte hay ediciones privadas -aseguró Valle.<br />

-¿Sabés lo que quiere decir privada? -marcó las palabras y adelantó el torso como si<br />

fuera a pegarle -¡clandestina! ¡la verdad se ha hecho clandestina! ¡privada! si no ha<br />

quedado nada privado. "¡todo nacionalizado!": ferrocarriles, teléfonos, la Anglo Argentina,<br />

Lacroze, Chadopyf... y para perder como en la guerra...<br />

-¿Qué se ha perdido? ¿qué? - dijo Valle con el gesto de trepar a la mesa donde<br />

saltaron pocillos y platos...<br />

- El déficit - continuó Mendizábal sin reparar en la exaltación de Valle - que<br />

aumentó el quinientos por ciento; en 1945 fue de dieciocho millones de pesos y en este año,<br />

de cuatrocientos setenta millones y no hablemos de lo que ha perdido el país.<br />

- Sí, pero no decís lo que Perón hizo de bueno. La Dirección Nacional de Energía,<br />

centrales hidroeléctricas, la explotación del carbón en Río Turbio, el descubrimiento de<br />

petróleo en Neuquén; se modernizó la flota mercante, construyeron motonaves que cubren<br />

la línea de carga y pasaje con el puerto de Nueva York...<br />

-¡Basta, basta!- gritó Mendizábal. Pero Valle parecía que rezaba - la adquisición de<br />

27


los barcos de la Compañía Argentina de Navegación Dodero - y como hablando consigo<br />

mismo - la empresa de aquel inmigrante yugoeslavo, Nicolás Mihanovich, que empezó<br />

como botero durante el aprovisionamiento de las tropas que peleaban en la guerra de la<br />

Triple Alianza con el Paraguay, y llegó a ser tan grande ... como será la Argentina...<br />

-¿Terminaste?<br />

-No... falta Aerolíneas Argentinas, Zonda, Alfa... -recitó Valle.<br />

-Gamma, Delta, Epsilon ¿y lo moral? Cuando el Palacio de Justicia empezó a<br />

derrumbarse... ¿te acordás del 8 de julio de 1946?<br />

-¡Qué memoria!<br />

-Cómo para olvidarse... separan de sus cargos a los Jefes de la Suprema Corte y ¿qué me<br />

decís de esa reina de antiguas monarquías?<br />

-Eva Duarte es buena, abnegada... -aseguró Valle.<br />

-Y perversa. Preguntáselo a los que hizo expatriar y recordá las torturas de Cipriano<br />

Reyes y el atentado contra Silvano Santander y el asesinato de Roberto Núñez y...<br />

- Pero, ¿fue ella o Perón...?- dudó Valle.<br />

- Perón es un boludo sonriente - dijo Mendizábal -ya vas a ver... Como quien pela<br />

una fruta y tira la cáscara, la Historia se quedará con la estatua al resentimiento, léase Eva y<br />

tirará la cáscara, léase Perón.<br />

- Seguí nomás. Vos observás la parte intelectual de la cosa, pero ¿sabés lo que antes<br />

de Eva Perón hacían con los obreros del azúcar en Tucumán, con los hacheros de Formosa?<br />

¿Sabés que una sirvienta trabajaba de sol a sol? ¿Que si se enfermaba se desprendían de ella<br />

como de un bicho quemador? ¿Sabés que sólo salían un rato los domingos para decirles a<br />

sus familias: "Todavía estoy viva, resisto, resisto."- Aquí a Valle se le quebró la voz y<br />

Mendizábal hizo un largo silencio como tratando de escuchar la letra del tango que se oía<br />

por el altoparlante:<br />

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"Te acordás hermano<br />

que tiempos aquellos..."<br />

La calle se había ensombrecido. El tiempo, siempre el tiempo. ¿Alguna vez en el<br />

enigmático futuro, podrían, como amigos, recordar aquel tango?<br />

-------------------------------------------<br />

Sentados en una Confitería frente a Plaza Francia Natalia y Germán dejaron perder<br />

la mirada entre las ramas del gomero centenario, mientras continuaban conversando.<br />

- No me has contado todo después del largo tiempo que llevamos juntos. ¿Por qué<br />

tanto misterio Natalia? ¿por qué no puedo conocer a tu madre? - yo iba levantando más la<br />

voz -¿por qué me odia tanto sin conocerme? ¿Cómo, desde Zárate, vinieron a parar a la<br />

calle Posadas? ¿Qué ocurrió después de muerto tu padre? ¿qué es eso del Delfín? ¿quién<br />

tuvo los ojos azules? ¿algún amante?<br />

Habló pálida, desasosegada y a medida que ordenaba el relato, con muchas pausas,<br />

él tenía que interpretar silencios, unir lógicamente las frases con las que se atrevió a aclarar<br />

sus dudas, sin interrupción, apretando la copa helada con las manos, mirando hacia un<br />

punto distante. Germán interrumpió su silencio.<br />

-¿Y qué determinación tomó tu mamá cuando supo que tu padre murió en altamar?<br />

-Vendió lo poco que teníamos y nos vinimos a Buenos Aires, a lo de mi abuela<br />

paterna, Cornelia Palacios de Méndez, arrogante en sus ochenta años, rodeada de todas las<br />

hijas, hermanas de mi padre, que le hacían sentir a mamá su condición de intrusa. Entonces<br />

comenzó a buscar trabajo, algo que le permitiera pagarme los estudios secundarios, aunque<br />

las tías insistieran: "Nada de carreras largas. Que aprenda costura o máquina, para que<br />

ayude en los gastos".<br />

29


-¿Y qué hizo entonces? -acercando la silla y abrazándola se interesó.<br />

-Anduvo conmigo por agencias laborales, sin conseguir nada. Finalmente se enteró<br />

de nuestra búsqueda tía Amparo, la mujer de Patricio, hijo de un hermano de mi abuelo<br />

paterno que ya había muerto. La tía Amparo es una mujer simple, sin muchas luces y con<br />

dinero, que sus hijos, Gonzalo y Carmen, le ayudan a gastar. El, en fiestas y viajes, ella, en<br />

obras de beneficencia. Carmen, la menor que vive entre cirios y confesores y no dejó su<br />

abroquelada soltería, y Gonzalo que no tiene en apariencia compromisos serios a juzgar por<br />

las mujeres que según Concepción, la mucama, lo llaman por teléfono.<br />

los estudios.<br />

Convinieron con mi madre en que ella acompañaría a tía Amparo y ésta me pagaría<br />

Pero no fue así. Mi tía dejó de ser mi tía. Durante las salidas del Colegio de la<br />

Inmaculada donde estuve pupila, dormíamos en una sola cama, en un cuarto de servicio<br />

pequeño y desmantelado. Por eso no te quise presentar, porque ni siquiera hubieras podido<br />

visitarme. No es mi casa...<br />

-Natalia querida, al fin me contás lo que tanto me intrigaba... -y le dijo niñerías<br />

tratando de cambiar el tono dramático de la conversación: -Vos sos una princesa y alguna<br />

vez, en algún lugar irreal de Buenos Aires, iré a buscarte y sólo a vos te vendrán bien los<br />

zapatos de cristal.<br />

mí...<br />

-Humilde ¿eh? Así que vos sos el príncipe...<br />

-Pero todavía no me contestaste por qué tu mamá no me quiere ...si no sabe nada de<br />

-Quizás tenga miedo de que me toque en suerte un marido como mi padre.<br />

-Debe de tener algún candidato en vista para vos... ¿por qué no, tu primo Gonzalo? -<br />

se quedó pensativa -¿Cómo es él? tendrán oportunidades de conversar, ¿no son amigos?.<br />

-La parte donde ellos viven está separada de la nuestra. No comemos juntos; ellos<br />

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en el comedor, servidos por Concepción; nosotros en la cocina. Entramos en la casa por<br />

puertas distintas. Si por casualidad nos vemos, cambiamos sólo algunas palabras...<br />

-¿Cómo es él, físicamente?<br />

-Alto, de pelo castaño...<br />

-¿Y de qué trabaja?<br />

-No lo sé bien. Juega al polo y administra las propiedades de su madre.<br />

Esa noche, caminaron por Plaza Francia. El otoño se anunciaba en algunos árboles<br />

pero nunca en el gomero centenario siempre verde. En el banco circular y a la sombra de su<br />

permanencia se guarecieron para besarse.<br />

intenciones.<br />

puede más ...<br />

-Natalia, Natalia ... Quiero que seas mía; casémonos y tu madre no dudará de mis<br />

-¿Cómo viviríamos? Ninguno de los dos ha terminado su carrera ...<br />

-Entonces, se mía. Creé en mis palabras pero sobre todo en mi cuerpo que ya no<br />

-No te olvides Germán de que en mi carne tengo una marca a fuego... Me la<br />

pusieron los pomposos latines en la Iglesia de Zárate y mamá con sus amenazas: "un<br />

hombre que quiere a una mujer la respeta hasta ser su marido". Voces que se me<br />

agrandaron adentro... Pero... yo también te deseo, quiero saber cómo es la tibieza de tu<br />

cuerpo cuando te despertás... Yo tampoco puedo seguir así...<br />

No sabía cómo abrazarla. Cayeron a lo largo del banco, enardecidos; después<br />

fatigados, con las cabezas juntas, miraban el cielo demasiado sereno demasiado obediente a<br />

las leyes inmutables.<br />

Fue ella la que habló.<br />

-Quisiera olvidarme de ese dios Moloc y ser tuya...<br />

pero voy a terminar casándome con el que mi madre quiera- y ya incorporándose, como de<br />

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egreso de un lejano estado de ánimo. -¡Las madres creen tener un ojo para elegir<br />

candidatos!.<br />

-Yo soy uno...<br />

-A vos, ella, ¡ni verte!<br />

-Pero... ¿por qué?<br />

-Porque te quiero.<br />

Germán como todos sus amigos ya sabía lo que era acostarse con una compañera,<br />

con vedettes de algunos teatros de segunda. Pero soñaba con el deliquio de hacer suya a<br />

Natalia. Era tan extraña, tan sensible. Sabía que nunca querría dejar de hundirse en ella.<br />

Soñaba, antes de dormirse, soñaba, a la mañana, al despertar se abrazaba a la almohada, a sí<br />

mismo y con la imaginación la poseía hasta que la sangre blanca lo inundaba.<br />

-------------------------------------<br />

En esta casa de Simón no me dan noticias acerca de cómo se suceden los<br />

acontecimientos, cabildeos, marchas y contramarchas de esta Revolución, ni a quién le<br />

tocará en suerte ser juez o condenado. Cada tanto viene a verme, un guardia amigo de la<br />

casa que me trata, si no con ternura, con cierta humana consideración. Oí que lo nombran<br />

Francois Dupont. En silencio después de observarme, trae un cuenco de agua, me repone<br />

la vacinilla y me ofrece algunas uvas pasas, que no puedo ingerir por la acritud de mi<br />

estómago.<br />

Al no disponer de un almanaque y al escuchar a los que me rodean los extraños<br />

nombres que le han puesto al tiempo -vendimiario, brumario...- ignoro en qué mes ni en<br />

qué día de este malhadado año de 1793 estoy viviendo. Como si navegara en un mar sin<br />

término, sin esperanzas de anclar en algún puerto.<br />

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qué.<br />

Supe, vagamente, por Simón, que mi madre estaba sentenciada, pero no sabía a<br />

Cuando llevaron a mi padre al patíbulo, mi hermana me explicó el funcionamiento<br />

de ese aparato, que en la Plaza del Carrousel, arranca de cuajo la parte del cuerpo donde<br />

se alojan las ideas.<br />

Pero en este preciso instante puedo escuchar un apronte inusual; botas que de<br />

seguro sacan chispas a las calles de París. Ensayo de redobles, voces alteradas:<br />

-¡Alors nous, nous retrouvons Place de la Révolution!<br />

-En fin ¡c´est notre grand jour!<br />

¿A que gran día se refieren? Mis sienes laten hasta el punto de escuchar las<br />

palpitaciones del reloj interno, al que plagian todos los relojes. Este corazón mío que me<br />

sobrepasa en fortaleza, ya columbra un golpe de gracia que lo destruirá.<br />

Entra un enviado del comité de Salud Pública, con Simón y otros que desconozco.<br />

Uno de ellos, observa ni acezada respiración y me habla con malévola alegría:<br />

-Su Majestad, Luis XVII, por lo menos hoy deberíais vestiros decorosamente -y<br />

subraya el sarcasmo con una reverencia exagerada. Lo miro interrogante; ya no sé qué<br />

palabras son fingidas y qué, palabras verdaderas.<br />

-Porque en esta jornada, 16 de octubre de 1793, -no dijo octubre sino<br />

¿vendimiario?- a las doce y cuarto del día, ahora mismo, la louve autrichien viaja sin<br />

carrozas encristaladas, hacia el paraíso en el que tanto cree la Realeza... pero Su Majestad<br />

ya no confía tanto en la providencia ¿verdad, mísero lobezno?.<br />

Me incorporo y caigo. Vuelvo a levantarme y resbalo nuevamente sobre la piedra<br />

revestida de inciertas humedades.<br />

Corro, y sin reparar en los muros de la casa que me ciñen, me golpeo en el rostro<br />

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para caer otra vez. ¡No quiero pensar en la cabeza sin cuerpo de mi madre y en su regazo<br />

perdido! Entonces, de bruces en el suelo, un ángel, ella, cuyo cuerpo yacería en otro<br />

suelo de madera -noble cruz- me pone delante de mi imaginación los títeres de Polichinela<br />

con sus farsas y pantomimas, aquellas que tanto me hacían reir en Palacio durante los días<br />

de invierno, cuando no podía salir a los jardines. Al representárseme en mi propia<br />

oscuridad, con su nariz ganchuda y graciosas caídas, el niño feliz que fui me regala su risa<br />

otra vez y ante los circunstantes que acuden a mirar la inusitada escena, río, río hasta no<br />

poder más, con carcajadas cristalinas como si nunca hubiera sido desdichado como si mi<br />

madre acabara de nacer otra vez, sólo para mí y no para concluir mirándose en el espejo<br />

sin piedad, del pueblo.<br />

-Mirad, se ríe porque su madre ha muerto.<br />

-Buen trabajo hemos hecho convirtiéndolo.<br />

-Casi no es de temer, esta mínima semilla de crueldad...<br />

Un hombre, sólo uno, Francois Dupont, benevolente y triste sonríe como si<br />

contemplara también, el lejano tinglado y la doliente alegría de Polichinela.<br />

-------------------------------------------<br />

Ese día en la calle Membrillar - donde a veces se encontraban en un bar recogido-<br />

leyó dos poemas de los que había escrito allá en Zárate.<br />

-¿Cuándo y cómo se te ocurrió escribir, Natalia?<br />

-Después de la muerte de papá y del episodio del Delfín...<br />

-Otra vez el Delfín? ¿Quién es ese Delfín? ¿Te das cuenta de que nunca estamos<br />

solos? Te lo digo en serio... ¿no convendría que consultaras a un sicólogo?<br />

34


Miraba hacia un lado y hacia otro como si buscara encontrar carteles escritos con lo<br />

que necesitaba decir.<br />

-Cómo explicarte, Germán. Aquel cuadro que vi en mi infancia no era sólo una<br />

imagen. Mi imaginación lo completó y mi memoria lo va perfeccionando.<br />

-Quiero comprenderte Natalia... entonces ¿a mí no me querés? ¿El es verdadero y yo<br />

su réplica?<br />

-No. Vos sos un poco él.<br />

-Un poco...<br />

-Sí, un poco que es mucho, porque me asomo a su alma, a sus más íntimos<br />

pensamientos a través de tus ojos... iguales a los de él... ¿cómo explicarte si yo misma no<br />

lo comprendo bien? Él es todo para mí; me habita, le pertenezco y vos sos el anunciador...<br />

-¿Pero no te das cuenta de que es una locura? Una fijación...<br />

-No es asunto que un sicólogo pueda resolver, Germán. No estoy loca y así como de<br />

una enfermedad sólo se pueden notar los signos, de lo que me pasa puedo sólo mostrarte<br />

trozos deshilvanados de un misterio. Al aparecer los síntomas de una enfermedad el médico<br />

trata de interpretarlos. El médico de la enfermedad cuyos indicios te alarman, será el<br />

tiempo.<br />

-¿No te das cuenta de que creés estar enamorada de un fantasma? Es un papel<br />

pintado; ese príncipe no existe porque murió hace doscientos años... -le dijo tomándola de<br />

los hombros.<br />

Se puso seria, lo miró severamente y haciendo un gesto abarcador:<br />

-Esto que ves ¿es delirio? ¿Es fantasía aquel árbol, esa calle, esa nube que tiene<br />

forma de pájaro? -de pronto lo asustó el brillo de sus ojos, su convicción... Entonces ¿ sería<br />

él quien estaba equivocado?<br />

-No puedo dejar de recordarlo. Mi memoria repasa una y otra vez lo que me sucedió<br />

35


con su retrato cuando era chica. Su imagen era viva. Esa mirada me buscaba a mí.<br />

Conozco circunstancias de su vida, más otras nuevas que nadie me refirió, como si esa<br />

existencia transcurriera hoy y pudiera presenciarla o como si yo estuviera en el siglo<br />

dieciocho.<br />

-¿Pero qué te enamora de él?. Apenas se asomaba a la adolescencia cuando murió...<br />

-Creo que no podría decírtelo -respondió cariacontecida y derrotada- pero voy a<br />

intentarlo. Primero me impresionó su rostro, aquél del cuadro. Los ojos que me miraban a<br />

mí y que comprendían todo lo que yo le contaba de mi infancia: Después su cultura; a los<br />

nueve años era más erudito que cualquier humanista a los cuarenta porque su padre y sus<br />

preceptores lo iluminaron y su bondad, su madurez para comprenderlo todo, su fortaleza<br />

para sobrellevar el suplicio y el abandono, su fe en el destino último... Pero por sobre todo<br />

tengo la extraña certeza de que él también me ama...<br />

-En qué he quedado convertido ante la perfección y la excelencia de tu Delfín - sus<br />

palabras rezumaban amargura y derrota- ¿Cómo podés amarme a mí?<br />

-Te quiero porque no hay diferencia entre vos y él. Mirame, no dejes de mirarme,<br />

porque en los momentos cuando nuestras miradas se encuentran tus ojos afirman lo que<br />

niegan tus razones. Besame, Delfín, besame. No hables. - y la besó con ardor porque, fue<br />

tan extraño; la comprendía.<br />

cerveza:<br />

------------------------------------------<br />

Sentados en "El Farol Rojo" de Diagonal y Cerrito, mientras vaciaban sus vasos de<br />

-Te pregunté ayer cuándo y cómo se te ocurrió escribir y yo interrumpí tu respuesta.<br />

-Recuerdo, que estaba en mi cuarto durante la siesta, allá en Zárate, atravesada en la<br />

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cama, con los pies en alto apoyados en la pared fresca del encierro y acordándome de él,<br />

sentí una gozosa confusión. Busqué un lápiz, un papel y escribí. Fue como tener sed y<br />

tomar agua. Era una bruma, un yo dividido: uno asomado al paraíso de un poema que había<br />

leído, de Nervo, y otro, a mis abismos. Uno, al jardín solitario de mi casa, otro al paisaje de<br />

Guayaquil o de Hamburgo por donde andaría mi padre, siempre lejos. Y allí, al escribir,<br />

experimenté algo milagroso -dijo acercándose más- el pueblo quedaba ya tan lejos, con sus<br />

alambres de púa. Lejos los barcos que zarpaban con los oficiales en cubierta, haciendo la<br />

venia, sin mirar hacia la orilla donde yo esperaba que abandonara su rigidez para mirarme.<br />

Lejos el temblor de mi madre. Estaban allí, en mis palabras escritas, todos los cadáveres de<br />

mis penas...<br />

-¿Por qué crees Natalia, que uno se siente tan bien cuando crea?<br />

-Entonces no lo sabía ni me lo preguntaba y a pesar de las respuestas retóricas que<br />

leí después, hoy sigo sin saberlo. Es la gran felicidad y basta. Echo mi red y espero el<br />

milagro.<br />

-----------------------------------<br />

Iban caminando por la calle Corrientes y una preocupación nublaba la cara de<br />

Natalia, a menudo radiante.<br />

-¿Qué te pasa? Nos veremos mañana y pasado y siempre -la animó creyendo que la<br />

separación momentánea era el motivo de su aparente inquietud.<br />

-Sí, me duele separarnos, pero ahora además tengo miedo...<br />

-¿De qué? -dije abrazándola.<br />

-De que te suceda algo...<br />

-Pero, Natalia, ¿quién querría hacerme daño y por qué habrían de hacerlo?<br />

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-No sé -dijo acercándose mimosa- no me gusta que en un momento como éste que<br />

vive el país, te reúnas con tus amigos en el Café Tortoni y hablen de política. En particular<br />

con Mendizábal que anda en problemas... desde que pertenece a la Federación<br />

Universitaria.<br />

-Quedate tranquila, querida, nadie nos hará mal y cuando discutimos lo hacemos<br />

entre amigos -quiso seguir hablando pero se tragó las palabras pegado fugazmente a su<br />

boca tibia. Con rabia pensó: "Estoy besando a la que será mi mujer. Pero ¿cuándo?"<br />

--------------------------------------<br />

Germán llegó a transformarlo todo. Cada acercamiento era la inminencia de algo<br />

irresistible. Ignoraba en qué consistía lo que Emilce, mi amiga de la infancia, me contó. Eso<br />

tan sucio que sucede en la intimidad de la pareja y que convierte el acto sexual en algo<br />

pecaminoso y obsesivo. No podía ser verdad que un hombre amara a una mujer y al mismo<br />

tiempo la hiciera objeto de lo que creía una vejación. Todo amor debía consistir en<br />

homenaje de palabras. Como las manos de Germán, que eran ingrávidas vibraciones de mi<br />

piel.<br />

las piernas...<br />

Mi ardor luchaba, pero estaba a punto de claudicar cuando eso prohibido me rozaba<br />

-No puede ser Germán. No puede ser...<br />

El hecho de que él se conformara con besos y abrazos era un tributo a mi virginidad.<br />

Yo era la novia diurna, pero ¿de noche? Por el centro, otras mujeres le darían lo que<br />

yo le negaba. Los celos eran una tortura, "si, mamá, vos lo sabés todo. Vos diste el alma y<br />

papá se fue con otras."<br />

Supe lo que era el amor y lo que era el ascetismo más fanático. ¿O hubo otra razón?<br />

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Tal vez la de que nací para querer como se quiere a una figura unidimensional. A la<br />

imagen de un cuadro, por ejemplo.<br />

---------------------------------<br />

-Vos, Natalia vas a pasar sobre mi cadáver antes que seguir con ese... estudiante. Y<br />

formás parte de su estudiantina romántica. Porque hermosa, no sos. Tenés juventud, lindos<br />

ojos y basta.<br />

- Sí, mamá. Sólo tengo la "beauté du diable".<br />

-¿La qué?<br />

- Yo me entiendo mamá. -la madre se volvió con una expresión casi tierna.<br />

- No, Natalia. No sos fea, pero nunca te dije todo lo hermoso que tenés para que no<br />

te envanecieras. Tenés buena piel, nariz, ojos, andar elegante...<br />

desde chica.<br />

- Ya es tarde, mamá; ahora nadie podrá quitarme la certeza, que me diste de a gotas<br />

- ¿Qué certeza?<br />

- De que soy Quasimodo.<br />

-¿Quién?<br />

- Yo me entiendo, mamá.<br />

-----------------------------------------<br />

Quisiera estar loco como aquel pobre bufón de las Tullerías, para imaginar que no<br />

soy este despojo, esta basura que podrían barrer las escobas de los establos. Todo es<br />

oscuridad después de tu ejecución.<br />

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Debo decirte madre tantas cosas acerca de lo sucedido desde aquel infausto día<br />

cuando nos separaron en esta cárcel del Temple, donde yazgo después de padecer en lo de<br />

Simón. Ése fue el de tu muerte y no aquél cuando saliste en la ominosa carreta del verdugo<br />

hacia el vía crucis de la Rue Saint Honoré rumbo a la Plaza de la Revolución.<br />

Aquel 3 de junio que tengo en mis pesadillas, era de noche y yo dormía. Me<br />

despertó tu abrazo y tu llanto porque los municipales, en nombre del Comité de Salud<br />

Pública vinieron a separarme de ti. Gritabas: "¡Matadme entonces, antes de arrancar de<br />

mi lado al Delfin!". Ese momento duró mucho más que los que ahora cuento con marcas en<br />

las paredes. Cuando se habló de herirme si no me entregabas, comenzaste a prepararme y<br />

te miré. Pinté en mis ojos para siempre los mínimos detalles de tu cara; quería llevarme<br />

conmigo lo que nadie me pudiera quitar. El corte de tu rostro con su óvalo alargado, recta<br />

y honorable la frente, los ojos azules que hablaban y reían más que tu boca en los buenos<br />

tiempos.<br />

Me llevaron a casa de Antoine Simón. ¡Qué talantes avinados, madre! cómo<br />

cuchicheaban entre ellos cuando entré a aquel ámbito lleno de cubas con bebidas<br />

ardientes, con sus torvas miradas como si yo los hubiera ultrajado, como si les adeudara<br />

veinte mil luises. Varios días después me llevaron a un sitio donde conocí esa abertura en<br />

los muros de la torre, por la que podías verme desde tu encierro. Lloré escondiendo la cara<br />

con el brazo sobre el repecho de piedra.<br />

De pronto alguien me tomó con violencia del hombro e hizo que me enfrentara a sus<br />

ojos inyectados:<br />

-¡Dejad de plañir, pequeño lobezno!. Esa mujer que amáis, tu madre, la loba<br />

austríaca, es una perra que te llevó a su cama y te exigió que le acariciarais el cuerpo y el<br />

sexo.<br />

-¡No! ¡Qué dice usted!<br />

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-Sí, eso se llama incesto y es lo que ella cometió contigo, no conforme con meterse<br />

en el trono de Francia con sus malas artes y las de su madre María Teresa de Austria, de<br />

comprar joyas con el pan del pueblo, de introducirse en el lecho del conde Axel de Fersen<br />

y de otros. ¡Vaya uno a saber de quién eres hijo!<br />

-Callad, callad, por Dios... - dije desfalleciente.<br />

-Ahora te asomarás al patio, has de llamar a tu madre que debe de estar<br />

fisgoneando desde arriba y le enrostrarás lo que acabo de decirte.<br />

puerta.<br />

-Jamás me haré cargo de tu mentira infame.<br />

-Tengo algo muy eficaz para convencerte, Delfín de pacotilla -y me empujó hasta la<br />

-¡Grita! -y acercó su aliento a mi oído.<br />

-¡No, no lo haré!<br />

-¡Grita! -repitió acercándome un tizón a la cara.<br />

Cuando sentí el fuego, el olor a quemado de mi propia carne, resbalé hasta el suelo<br />

y escondí el rostro tapándome la cabeza con las manos.<br />

dictaban.<br />

Cuando era todo un animal calcinado, dije en voz baja las palabras que me<br />

Me quemaron tres veces para que levantara la voz y tú me oyeras.<br />

-¡Maldita que me obligaste a cometer incesto!. -Ahora que ya no puedo verte,<br />

madre, espero me hayas perdonado. No pude dormir en paz desde entonces.<br />

Tú en la cárcel, ante quienes no te ahorraron calumnias para condenarte, también<br />

tuviste que oírme a mí, acusándote. Creí verte entonces, desolada, retroceder en la cámara<br />

hasta que desapareció de mi imaginación tu rostro querido. Lo que no me perdonaré es<br />

haberle dado a las palabras que me enseñaron mis preceptores, un destino más alevoso<br />

que el de la guillotina.<br />

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----------------------------------------<br />

-Germán, vení al Tortoni. No faltes porque tengo que contarte algo acerca de un<br />

proyecto para la "causa".<br />

- Sí , Valle, pero no por la "causa". Hoy pensaba ir con Natalia a ver el estreno de<br />

"Lo que el viento se llevo".<br />

Ya me cansan las discusiones sobre política, en el café. En tiempos pasados<br />

primero era la amistad y si se discutía un poco, el asunto acababa con un abrazo y unos<br />

golpecitos en la espalda. Ahora no. Nos dispersamos silenciosos, hoscos, masticando<br />

rencor. Puta, qué macana. Tantos años desde aquellas épocas en el Nacional "San José".<br />

Me parece estar viéndolos, otra vez, durante esos recreos soleados de la tarde,<br />

inequívocamente amigos. Sin amenazas.<br />

Mientras camino por Avenida de Mayo, desde Congreso, repaso las charlas. ¿Cuál<br />

fue la primera palabra que se dijeron Carlos Mendizábal y Valle como antagonistas? ¿Cuál<br />

fue la primera opinión que los colocó en bandos opuestos? ¡Cochina política! ¡Necesaria y<br />

sucia! Aprieto el paso. Me llevo a una mujer por delante, me dice algo así como<br />

"atropellado". Después me empuja otro. Le copio la palabra a la mujer. Me doy cuenta de<br />

que es ciego. El bochorno me impulsa a refugiarme en la penumbra del café dónde hay<br />

pocas mesas ocupadas. Al fin, los muchachos. El único que falta es Mendizábal porque<br />

hoy da un examen difícil.<br />

-¿Cómo hiciste para que te dieran vacaciones? vos vas directo al "sí; padre" -me<br />

palmea Eduardo Valle.<br />

-No, primero el nene tiene que recibirse, si no, la vieja le rompe el culo a patadas,<br />

¡lo mata! -se destapa el tímido Oscar Benedetto.<br />

-No hablen más de matar - ruego despistado- ¿hoy no podemos hablar de otra cosa?<br />

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-insisto -como terapia, para poder sobrevivir. Una tregua, para hablar de las novias o de los<br />

"rebusques" como vos los llamás, Valle; de los estudios, la poesía, muchachos, la poesía... -<br />

más sosegado agregué- ¿leyeron el último de Borges?<br />

-¿Tenías que nombrar justo a Borges? ¡Lindo golpe recibió de Perón en la<br />

Biblioteca Nacional! -se adelanta, definido, Oscar Benedetto- no oigo las últimas palabras<br />

porque me distrae el murmullo que viene de la salida que el café Tortoni tiene sobre la calle<br />

Rivadavia. Un pelotón de diez o quince policías entran pisando fuerte y con violencia<br />

exigen documentos. A uno lo toman del brazo: "No hagas perder tiempo, carajo", a otro lo<br />

tiran contra la pared, cae un cuadro de Tito Luisiardo y queda trastabillando otro de<br />

Azucena Maizani. Como si husmearan algo que aún no han hallado se acercan a nuestra<br />

mesa. Los muchachos parecen estatuas y los ojos de Valle, indiferentes, como si la escena<br />

fuese rutina de los días.<br />

-¿Quién de ustedes es Germán Olivares?<br />

- Yo soy, pero... -vacilé.<br />

-Que pero ni pero ¡Perón tendrías que decir, "gorila" de mierda! ¿Así que sos<br />

Germán Olivares, el amigo de Mendizábal? -dice observando el documento de identidad.<br />

Distraído por el aspecto literario de la cosa no me sorprende que el policía<br />

pronuncie mi nombre. Me suena como si fuera ajeno y busco, con la mirada a su dueño.<br />

-Si vos sos su amigo, ¡andando!<br />

Ya se darán cuenta del error que hay en todo esto, pienso con bastante serenidad,<br />

mientras, a los empujones, asciendo al coche, que, ululante como una amenaza, atraviesa<br />

las calles con rumbo desconocido.<br />

------------------------------------------<br />

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Después de subir al camión me vendan los ojos pero por los estridores deduzco que<br />

atravesamos lugares céntricos durante unos veinte minutos. Luego el bullicio se asordina<br />

hasta que finalmente el ladrido aislado de un perro, la música lejana de una radio me induce<br />

a pensar que estamos en pleno campo o en algún sitio despoblado. Al llegar -también a los<br />

empujones me hacen descender- atravesamos lugares de tierra, finalmente de baldosa<br />

poceada y caigo en este lugar... ¡para qué me habrán quitado la venda de los ojos!<br />

Junto a mí, no sé si dormido o desmayado, sobre el suelo húmedo de orina, un<br />

hombre con la camisa hecha jirones, semidesnudo. Más allá otro, contra la pared, la cabeza<br />

caída sobre el pecho. Un mechón de pelo canoso le cubre parcialmente la cara. Otro más<br />

lejos echado boca arriba se aprieta las sienes como ante el peligro de que el cerebro se le<br />

escape por ellas. El mismo que, cuando se oye un grito de mujer desgarrador: -"Esa es otra<br />

vez la preñada, -dice- yo la vi cuando le pateaban la panza para que confesara..."<br />

No sé si es a mí que me habla pero, después, es la interpelación franca:<br />

-A vos, ¿ya te hicieron cantar?<br />

No entiendo, no entiendo nada. Me siento mareado y me acuerdo de que no he<br />

comido desde las once. Según mi reloj son las veinte.<br />

No hay ningún resquicio por el que asome la luz o la sombra del día, el techo es<br />

abovedado, el piso de cemento se asemeja a una cloaca. Y el tiempo, ¿cuánto habrá<br />

pasado desde la requisa del Tortoni?, ¿será la hora de la cita con Natalia? ¿Qué pensará al<br />

no recibir mi llamada?, o que he tenido un accidente o que he dejado de quererla. Las dos<br />

conjeturas tienen cabida en la tabla de posibilidades, por su inseguridad. Empiezo a tener<br />

sueño y como a un amuleto contra las acechanzas, me aferro a la imagen del rostro de<br />

Natalia. De ahí bajo a su cuello, de allí al temblor de sus pechos que ayer conocí. El Tano<br />

Capetti me prestó su casa y yo la invité sabiendo que ni Capetti ni su hermana estarían<br />

aguardándonos. No fue un engaño; tenía necesidad de abrazarla sin testigos, sin el miedo al<br />

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policía del Parque Rivadavia que un día nos asustó para sacarnos unos pesos y todo<br />

porque nos besábamos en lo "oscurito" como ella decía. Le saqué la ropa con la torpeza<br />

que nunca había demostrado con otras mujeres. Ella, se resistió a que la poseyera y<br />

me contuve, pero, la ví desnuda, de pie -me recordó a la mujer de Columbia Pictures-<br />

tuve un sentimiento casi religioso. Con las manos recorrí sus contornos desde el hombro<br />

hasta los pies, y finalmente de rodillas, apoyé la cabeza en sus muslos mientras repetía<br />

enajenado: "hermosa" "hermosa".<br />

Cuando me larguen iré a hablar con la madre. Tengo necesidad de vivir con ella, de<br />

no separarme ni un momento de su lado, de compartirlo todo, pero, Natalia nunca lo<br />

insinuó, ¿será porque no lo desea o porque duda de mi amor? Comprendo su inseguridad<br />

rodeada de una familia que las trata como a extrañas. Seguro que la santulona de Carmen<br />

le tiene envidia, y que el vivo de Gonzalo ya le echó el ojo, ¡saldrán de ahí cuanto antes!<br />

El sólo pensar que ese play boy la ensucie con la mirada, me hace hervir la sangre.<br />

Natalia, Natalia, que vengan los biólogos, los científicos a decirme que el amor es la<br />

trampa de la naturaleza... que todo es atracción sexual para que la especie se prolongue...<br />

Sí, la deseo. También deseé a otras como loco, con ardor, pero, no pensaba en ellas, no<br />

sentía con su ausencia ese jubiloso vacío, y con su presencia, la verdadera plenitud. Desde<br />

ella, creo. Todo misterio es revelación, toda pequeñez, grandeza; la chatura adquiere<br />

ondulaciones de montes y de olas. Tengo conciencia de mi soledad anterior y además por lo<br />

que observo también me da por hacer literatura con la vida.<br />

Un tirón en el brazo me exilia del paraíso.<br />

--------------------------------------<br />

Para llegar a la casa de Natalia, Carlos Mendizabal hizo una cuadra antes de doblar<br />

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por Callao y finalmente se decidió a enfrentar al encargado del edificio.<br />

-¿A quién va a ver ?<br />

-A Natalia Méndez.<br />

-Por el ascensor de servicio.<br />

-¿Por qué ?<br />

-Es la orden.<br />

-Pero si es la sobrina de los dueños.<br />

-No sé nada de esas cuestiones. Me mandan y obedezco.<br />

Llegó al séptimo piso y llamó. -¿Cómo lo tomará? ¿Me atenderá ella? ¿Cómo será la<br />

madre de Natalia?<br />

-Buenos días, ¿qué desea?<br />

-Busco a Natalia Méndez.<br />

-Yo soy la madre- una mujer pálida, ajada; pero bella, agregó:<br />

-¿Sucede algo? ¿usted quién es?.<br />

-Un amigo de... bueno, de Germán, el... novio- de Natalia.<br />

-Natalia no tiene novio -y la llamó imperativa dirigiendo la voz hacia una puerta con<br />

escalera ascendente.<br />

-Te buscan.<br />

Mientras bajaba lo miró con ojos de adivina.<br />

-¿Qué le pasó a Germán? - la madre salió dando un portazo- ¿qué le pasó, por Dios?.<br />

Y Carlos le contó "lo mejor que mentir supo" suavizando las situaciones, tratando, sin<br />

éxito, de tranquilizarla. Ella con los ojos brillantes pronunciaba palabras sin mayor ilación.<br />

Ya sentados en un hall pequeñísimo, él se apretaba una mano con la otra como si<br />

pertenecieran a distintas personas.<br />

-Anoche soñé cosas; él resbalaba por un túnel oscuro y húmedo y yo no pude<br />

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alcanzarlo... ¿Por qué a él? ¿Porqué no a vos...? Decime, ¿cuándo le oiste una palabra en<br />

contra de alguien? Siempre deseando conciliar, acercarte a Valle, con quien a dos por tres<br />

discutían. Lo que él buscaba es que todos se dieran la mano, porque es bondadoso; lo que<br />

se dice bueno hasta la médula. Ve que el país está podrido y le duele más que a ustedes,<br />

pero... - se le quebró la voz.<br />

-Natalia...- su ansiedad por consolarla excedía toda lógica.<br />

-Vos sabés lo que Germán dice -continuó llorosa -el que tenga vocación política que<br />

se dedique a ella totalmente. Nada de migajas. Pero el que tenga otra profesión no puede<br />

politiquear de ojito. La política es tan seria para él que no se atreve a opinar. Por la<br />

opinión a la ligera se puede hacer mucho daño...<br />

Carlos se mordió los labios para no contestar "callando, también".<br />

-Natalia, reaccioná. No creo que le haya sucedido nada. Seguramente ni abrió la<br />

boca, porque él no estaba enterado de lo que hicimos en la Facultad y lo van a soltar, vas a<br />

ver.<br />

-No te avivás de que lo eligieron para que hable y no creerán que ignora todo, sino<br />

que lo oculta y sabés muy bien cuales son los métodos para sonsacar. Lo sabés bien.<br />

El la envolvió con una mirada que varios años después ella descifraría.<br />

No supo qué decirle. Natalia miró hacia afuera. Hacia el paisaje sórdido de una<br />

azotea con paredes descascaradas. Algunas prendas en una soga, ensayaban una extraña<br />

danza al ritmo del viento.<br />

---------------------------------------<br />

-Mamá, mamá -se despierta gritando. Todas las noches en esa mazmorra del<br />

Temple a donde lo condujeron después de la muerte de su madre, María Antonieta. Sueña<br />

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con ella porque al fin se anima a pensar en el verdadero significado de las palabras<br />

"muerte", "guillotina", "decapitar". Y anoche la vio pidiéndole un beso ¿con qué labios?<br />

mirándolo ¿con qué ojos? hablándole ¿con qué voz?<br />

-Tú, hijo, sólo me preocupas tú. Muchos príncipes han muerto de corta edad. Desde<br />

el reinado de Luis XIV, la cripta de Saint Denis se ha colmado de mínimos cadáveres: dos<br />

duques de Anjou, dos duques de Bretaña, un duque de Borgoña, un duque de Aquitania y<br />

siete princesas...<br />

-¿Por culpa de quién? ¿Qué pasó mamá?<br />

-La culpa no es sólo de los boticarios que merodeaban alrededor de las cunas<br />

principescas sino de las uniones consanguíneas...<br />

-¿Qué quiere decir eso?<br />

-Que se unían entre los de una misma sangre.<br />

-Y yo ¿padezco eso de la consan...<br />

-... guinidad. Sí, mi queridísimo. Llevas en tus venas nueve veces la sangre de los<br />

Habsburgos, tres veces la de Saboya y de Polonia, dos veces la de los Médicis, de los<br />

Wittelsbach y de Sajonia, y una vez la de Lorena.<br />

-¿Y cómo no estoy muerto ya con tanta consangui...?<br />

La triste sonrisa sin rostro de María Antonieta se diluyó entre las sombras del<br />

Temple con la última respuesta:<br />

-Porque mi amor te defiende y te defenderá.<br />

-Y el de alguien que amo sin conocerla.<br />

-Es un delirio de tu fiebre mi “chou d’amour”.<br />

-------------------------------------<br />

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Ningún extranjero comprenderá jamás el placer que el porteño siente, cuando<br />

tomando un café mira pasar la vida a través de los vidrios empañados de un bar cualquiera.<br />

Pero yo estoy aquí. Lejos de eso, en esta mazmorra, imaginándolo.<br />

En ningún lugar del mundo -continúo evadiéndome- la vida de la ciudad se da en<br />

todos los rincones. Allí, donde uno se detenga a mirar, hay un micro-teatro, con una obra<br />

inconclusa, que mueve a pensar. Camiones, coches -qué academia de manejo las calles de<br />

la ciudad, qué profesor el caos- mujeres elegantes, hombres apresurados, chicos de colegio,<br />

ciegos, turistas, ancianas, carteles con la sonrisa más amplia de la historia, prisa, nostalgia,<br />

amistad, dolor, Buenos Aires.<br />

--------------------------------------<br />

Germán lucha contra la modorra, pero vencido ya, accede a sueños intranquilos,<br />

inconexos que le dejan en el rostro su huella de inocencia. Algunos motores de aviones<br />

lejanos, parodian una triste canción de cuna.<br />

---------------------------------------<br />

Despierta cuando una luz potente le impide abrir los ojos.<br />

-¡Decí quiénes son los demás si no querés que te amasije... así... perro cipayo! ...-y el<br />

dolor ya no le duele.<br />

Hay un límite, un umbral, como le explicaba, Mendizábal, que pronto curaría a la<br />

gente, al país grave, con la Santa Unción... El tormento ya es normal. Germán padece<br />

también las treguas, la luz y las palabras.<br />

- No sé nada. No sé nada...<br />

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Bastaría con pronunciar "Mendizabal"... para que todo acabara, pero no para él. Un<br />

manantial tibio baja del rostro hasta el torso desnudo. Y ahora sí... el grito se pierde<br />

inútilmente en las oscuridades del sórdido galpón, cuando una de las sombras le tironea el<br />

sexo con una mano, mientras con la otra deja caer el destello de algún filo.<br />

---------------------------------------<br />

-Éste fue más duro que los otros. Ni una pista. Ni un apellido. Tenía facha de<br />

inocente el muy sobón.<br />

Las ruedas chirriaban en el pasillo interminable. El más corpulento de los dos<br />

"monos" aproximó la camioneta y el cadáver de Germán rodando por el piso chocó con el<br />

matafuegos y con papeles estrujados.<br />

El motor era un escándalo a esa altura de la madrugada.<br />

-¿Y a éste dónde lo largamos?<br />

-Ya te lo dijo el Tordo, como siempre en el vaciadero de Florida donde tiramos los<br />

de la semana pasada...<br />

Tordo.<br />

-Pero esos eran extranjeros y no hubo peligro de que los reconocieran.<br />

-Y a éste no lo reconoce ni la madre después de la cirujía plástica que le hizo el<br />

Llegaron. Lejos, el rumor de la ruta. Bajó uno de los dos, mientras el otro encendía<br />

con parsimonia un cigarrillo.<br />

-Che, apagá ese fósforo que alguien puede junarnos.<br />

-Vos relojeá que no haya nadie por los alrededores.<br />

Forcejeó un rato con la arpillera que envolvía el cadáver que pesado y sordo cayó<br />

sobre el matorral de hinojos florecidos.<br />

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-----------------------------------------<br />

Esa noche, ante la Casa de Gobierno, con la cara inyectada en sangre, Carlos<br />

Mendizábal golpeaba enloquecido la puerta principal y sus gritos alertaron a los guardias.<br />

-¡Yo soy el antiperonista! ¡Yo quiero degollar a Perón! ¡Yo, a ese hijo de mil<br />

putas!, ¡yo, yo, maldito!<br />

-Pero ¿quién es ese loco?<br />

-Eso. Un pobre loco o un borracho. Un buen baño no le vendría mal.<br />

-Pero es perder el tiempo. Los que traicionan al General trabajan en silencio.<br />

-¡Perón degenerado! ¡aborto del infierno! ¡asesino! ¡devuélvanme a mi amigo! -y<br />

aquí la voz perdió su estridencia para vibrar en sollozos que la apagaron cada vez más.<br />

días.<br />

-¡Devolveme a mi amigo, maldito hijo de puta!<br />

---------------------------------------<br />

Salió Natalia sin avisar a su madre, sin abrigo, sin peinarse. Subió a un taxi:<br />

-Al Café Tortoni -era el sitio donde Mendizábal y sus compañeros iban todos los<br />

La tarde soleada se borroneaba a través de las lágrimas.<br />

-¿Puedo ayudarla? -se animó el chofer.<br />

-No se preocupe, nadie puede ayudarme.<br />

Entró al Tortoni desencajada. Imaginó a los policías, la escena del prendimiento... a<br />

los amigos, espectadores impotentes. Descubrió a Mendizábal Valle y Benedetto, serios,<br />

ante sus tazas de café.<br />

51


-¡Como pueden! -Se detuvo abriendo los brazos, ¡como pueden!... ¡Claro!, es una<br />

simple baja en ese mínimo ejército... Un muerto más y ustedes vivos... ¡Cómo pueden no<br />

estar rastreando huellas, rompiendo cerraduras, sangrándose los ojos por buscarlo!<br />

Se pusieron de pie con asombro y consternación. Mendizábal le tomó las manos que<br />

ella sacudió como si la lengua bífida de una yarará estuviera amenazándola. La sujetó<br />

nuevamente con más fuerza.<br />

Y Natalia se debatió desesperada gritando aparentes incoherencias:<br />

-Ustedes dormían mientras él velaba... ¡Judas! le clavó la palabra a Mendizábal.<br />

-¡Yo no estaba Natalia! ¡Yo no estaba!. Era mi amigo...<br />

Después de una extraña lucha ella se hizo llanto y Mendizábal, al notar que la<br />

resistencia cedía, la abrazó hasta hacerle apoyar la cabeza en su hombro. Así, con suavidad<br />

la acercó a una mesa hacia donde los escoltaron como sombras Valle y Oscar. Ya sentada<br />

dejó caer la cara sobre el brazo apoyado encima de la mesa. La mano de Carlos le acarició<br />

el cabello suavemente, como a una niña a la que se le promete un juego venturoso.<br />

-------------------------------------------<br />

Pasaron varios meses y un día Natalia, después de un escrito de Griego que duró<br />

cuatro horas, al salir tuvo la impresión de estar evadiéndose de un presidio. El sol de la<br />

vereda, le pareció una revelación. ¡Y faltaban diez exámenes como ese! ¿Seguir? ¿se<br />

recibiría alguna vez? Si Germán la aguardara como antes. Si no hubiera vivido esa pesadilla<br />

que volvió a su memoria con la palabra "presidio". Allí murió él ¿cómo?. Ese "cómo", la<br />

obsesionaba. ¿No estaría tratando en alguna parte con el verdugo de Germán? ¿El jefe de la<br />

oficina, quizás? ¿El médico que atendía sus problemas de columna? ¿El policía del barrio?<br />

Hostil, seguramente, la oscuridad que lo rodeó y que le llega cada atardecer. Hostil el<br />

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cielo... el mismo que el vio ¿cuándo, por última vez? Hostil su propio cuerpo que no estuvo<br />

en el lugar preciso. Hostil la sequía de esa piel ajena para siempre.<br />

---------------------------------------------<br />

Me enteré de que un noble alemán, amigo de mis padres, Patrick Süskind, visitaba<br />

palacio pocos meses antes de aquel pavoroso 24 de julio. Mi hermana María Teresa<br />

Carlota se ingeniaba para, sin ser vista, escuchar sus conversaciones y enterarse de lo que<br />

sucedía en París, aparte de los disturbios que, conocíamos un poco por nuestras ayas,<br />

cuando dialogaban entre sí, y otro poco por referencias de nuestros familiares, cuyas<br />

visitas en los días nefastos se hicieron menos frecuentes.<br />

Esa noche, mi hermana visiblemente conmovida, cuando todos nos creían<br />

dormidos, se acercó a mi lecho: -Oye Luis Carlos, tengo que referirte algo- y me contó<br />

lo que Monsieur Süskind les había narrado, mencionando el nombre de Jean-Baptiste<br />

Grenouille, aquel miserable, víctima de su mal hado y asesino de mujeres que conmovió la<br />

Ciudad.<br />

Nació sin olor -sin identidad- y en cambio fue capaz de percibir todos los efluvios<br />

del universo, desde la más sublime emanación hasta la más repelente fetidez. Acechaba a<br />

sus víctimas para, con métodos demoníacos, despojarlas del perfume que él no poseía,<br />

recuperarlo como suyo y dejar de ser un proscripto del género humano. Esa noche no pude<br />

conciliar el sueño. Cómo me acosó la historia alucinante del hombre que veía, oía y tocaba<br />

con el olfato.<br />

Pensé que mis padres no creyeron en lo que Monsieur Süskind les había referido,<br />

pero después, en una ocasión cuando ya estábamos alojados en la cárcel del Temple le<br />

concedieron al noble señor visitarnos y advino con una mujer anciana que arrastraba los<br />

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pies y se movía con dificultad.<br />

-Madame Gaillard -nos presentó- que me acompaña para contaros lo que<br />

seguramente a medias me habéis creido. -Y la mujer comenzó a hablar:<br />

-Cuánto le temían a Jean-Baptiste Grenouillle, los compañeros de mi hospedaje.<br />

-¿Vos lo hospedábais y no le temíais?- indagó mi madre.<br />

-“El miedo es una pasión y mi padre de un golpe, con un atizador, me quitó, siendo<br />

niña, todo estremecimiento. No tuve dolor ni alegría nunca más. Sé desde entonces, lo que<br />

es la muerte”.<br />

-“¡No experimentáis ninguna emoción?”<br />

-“No. Y por ello soy justa y ordenada”.<br />

-¿Cómo era Jean-Baptiste? -se interesó mi padre que estaba cautivado y<br />

estremecido por el drama novelesco, hasta el punto de olvidar nuestra propia tragedia.<br />

-"Era fuerte como una bacteria; resistente y frugal como una garrapata y gastaba<br />

una cantidad mínima de alimentos y de ropa para su cuerpo" -afirmó Madame Gaillard.<br />

-¿Y para su alma? -me atreví con voz casi inaudible.<br />

-"Para su alma, pequeño Delfín, no necesitaba nada... ¿qué daba a sus<br />

compañeros? Sus excrementos era todo lo que daba al mundo; ni una sonrisa, ni un grito,<br />

ni un destello en la mirada, ni siquiera el propio olor..." -María Carlota emergió de su<br />

silencio:<br />

-¿Percibía también los olores del sentimiento?<br />

-Sí, todos -contestó Süskind.<br />

En un estado de excitación insoportable me asomé al ventanuco por el que vi a la<br />

turba con picas y garrotes amenazando al cielo.<br />

-Entonces, Monsieur Süskind ¿qué exhalación tiene el odio?. Sin esperar respuesta<br />

volví la mirada hacia la calle y proferí un grito:<br />

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-¡Madre, no te atrevas a mirar! -me interpuse inútilmente y mientras los guardias<br />

invitaron a M. Süskind y a Madame Gaillard a retirarse, mi madre logró ver lo que yo<br />

nunca comprendí. El odio de esos chacales que trajeron ante la ventana, para torturarla<br />

más, la cabeza de Madame de Lamballe en una pica.<br />

La única amiga que no había abandonado a la familia real exponiéndose a morir.<br />

No se agitaba su hermosa cabellera porque la sangre inocente la adhería a su rostro, a sus<br />

ojos abiertos, inmóviles preguntando por qué.<br />

--------------------------------------------<br />

Carlos Mendizábal no sabía qué impulso lo había llevado hasta esa esquina desde la<br />

que podía ver el departamento de Natalia. ¿Lástima? ¿La insistente culpa? Tenía la<br />

certeza de que él no era cobarde porque también había soportado con estoicismo la cárcel y<br />

los terribles interrogatorios, mucho antes de lo sucedido a Germán. ¿Entonces?<br />

¿Necesidad de consolarla? Sabía cuánto la había amado su mejor amigo y abarcaba esa<br />

fragilidad atormentada. Quizás temiera. No la conocía tanto como para presuponer hasta<br />

dónde el peso de la tragedia podría exponerla y doblegarla... Su comprensión ¿era sólo la<br />

ternura que inspira el llanto? Se apresuró porque en ese momento Natalia iba hacia la<br />

esquina desde donde Carlos Mendizábal, como un extraño vigía, la observaba vacilante<br />

¿Hacerse el encontradizo? ¿Huir para que ella no lo viera? Inútil, ya era tarde.<br />

-Carlos ¡qué casualidad!... hoy pensaba en vos...<br />

-¿Ah sí? ¿Qué?<br />

-Que me arrepiento de mi actitud en el Tortoni<br />

El la cercó en un cordial abrazo.<br />

Fue un encuentro de huérfanos. Y allí estaba con ellos Germán, como si se hubiera<br />

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ido a otro país y no a otra dimensión. Ocupaba un espacio junto a los dos. Era más visible<br />

que la cara sin rasurar de Mendizábal, que los rasgos extraños de Natalia. En ella, nada de<br />

lágrimas, ni un temblor en la voz, ni un desborde sentimental que él no hubiera sabido<br />

cómo enfrentar.<br />

Arrasados por un fluir de recuerdos, también eran inútiles las palabras.<br />

Mucho tiempo después Carlos se daría cuenta de por qué algo de él se rebelaba a<br />

seguir hablando del ausente. Sí, porque le dolía, más allá de toda suposición, le dolía con<br />

locura y con remordimiento. Germán lo había salvado de morir, y entonces él, Carlos, fue<br />

quien lo llevó a la muerte. Pero hubo algo más en ese rechazo.<br />

-¿Para dónde vas? Puedo llevarte en un taxi.<br />

-No, te agradezco mucho. Salgo como todos los días a caminar por Plaza Francia y<br />

quizás entre un rato en la Iglesia del Pilar.<br />

-¿Puedo acompañarte?<br />

-No, Carlos. Mi paseo es una ceremonia solitaria.<br />

Carlos sintió pena al ver proyectadas en la vereda las sombras unidas de dos cuerpos<br />

separados. Sintió pena después, al verla caminar mirando el suelo como si contara sus<br />

pasos. Pena, porque a su lado caminaba también Germán y aquel insólito jaque-mate de la<br />

suerte.<br />

Cuando llegó a su casa le anunciaron que Valle había llamado; olvidó la cita y no<br />

trató de disculparse. El tiempo, inequívoco psicoanalista, le daría, también, años más tarde,<br />

la clave de su descortesía.<br />

-------------------------------------<br />

Camino sola. Tropiezo con vestidos, con miradas por una calle hecha a imagen y<br />

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semejanza de la rue Saint Honoré -que conocería años más tarde: -Calle Santa Fe. ¿Fe?. Yo<br />

la tengo, pero no somos ratones encerrados en la caja de un piano. No entienden por qué los<br />

golpean los martillos y sufren pues no saben, que afuera, alguien interpreta la Gran<br />

Melodía. ¡Yo quiero ver al intérprete! No me vengan con que Job o con la idea senequista<br />

de que la vida es un préstamo y cuando nos piden que la devolvamos debemos hacerlo<br />

agradecidos. ¡Gracias por la vida! Llévense todo cuanto amo!.<br />

Sé que la gente me mira, que les asombra el llanto, apenas disimulado por los<br />

anteojos oscuros. Me detengo. Es la Iglesia de San Nicolás y al entrar veo el rostro patético<br />

de la Virgen de los Desamparados, pero, a ella no le puedo decir palabras que esperen<br />

respuestas. Un sacerdote sale de su confesionario, en el que leo "Padre Sajoux".<br />

Caminamos hasta la salida y allí, en el atrio:<br />

-Padre, ¿dónde está Dios cuando matan a un inocente?<br />

Es joven, aniñado. Con voz reposada me contesta.<br />

-¿Quién más inocente que Cristo? - y sus ojos que maduran hasta la decrepitud no<br />

disminuyen su piadosa atención durante mi relato. Le cuento toda mi vida.<br />

-No deje que su corazón la condene. Dios es más grande que su corazón.<br />

Medí la lejanía de la que regresé, pero con mi dolor entero.<br />

------------------------------------------<br />

-¿Y ése con el que salías?, ¿no lo ves más?<br />

Fueron los momentos en que odié a mi madre. Tuve hasta fantasías de matarla. Me<br />

prohibió salir con él y no quiso que se lo presentara. Ahora la vida era su cómplice.<br />

-No volveré a salir, mamá.<br />

-Al fin has sentado cabeza. Olvidalo, para mí que anda en algo peligroso. Te<br />

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conviene pensar en alguien que te ofrezca seguridad, casamiento, ¡cuándo me darás nietos!<br />

Y cuándo podremos salir de esta casa- antes de continuar vaciló un momento:<br />

-He notado, hija, que Gonzálo te mira y a una madre no se le escapan las cosas que<br />

tienen que ver con sus hijos... Creo que si él te propusiera algo, deberías pensarlo.<br />

Conocemos a la familia, tiene con qué mantener un hogar, porque no sólo juega al polo,<br />

sino que trabaja en la Administración donde atienden los bienes de Amparo.<br />

No podía creer en lo que me proponía.<br />

-¿Cómo?, ¿él no es de los que sólo quieren una cosa y cuando la consiguen "si te he<br />

visto no me acuerdo"?<br />

sentimientos.<br />

-El no, Natalia. Somos de la familia, me respeta y no se atrevería a jugar con tus<br />

-¿Qué sentimientos, mamá? -dije apoyándome en una mesa hasta hacerla crujir.<br />

Cuando la miré, me dieron pena sus ojos cansados, todo lo que había sufrido... y opté por<br />

callar. ¿La vida no sería, al fin, eso?. ¿Optar por aquello contra lo que se lucha, para<br />

descansar, serenarse al fin?<br />

Salí a caminar por la Recoleta, por el camino del Asilo, por Bellas Artes.<br />

Era un atardecer radiante. No lo presentí. Estábamos ambos de espaldas. Me di<br />

vuelta con el ánimo de quien teme provocar a una araña. Y ¡era él! ¡Germán! No quise<br />

razonar, me acerqué y lo tomé de un brazo.<br />

-¡Germán! ....<br />

No me dijo nada. Asombrado se quedó mirándome, cuando, avergonzada por el<br />

equívoco con un ¡disculpe!, me perdí en el sendero anochecido.<br />

final.<br />

¿Qué esperaba ya? ¿y de quién?. El día era breve para imaginar cómo habría sido el<br />

Una vez me sorprendí escupiendo de rabia en el jardín que daba a la azotea. Cada<br />

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escupitajo iba dirigido a un rostro que procuraba en vano conjeturar. ¡Si tuviera esa<br />

videncia! Dar con él, con ellos, aunque a cambio perdiere el tiempo de vida que me<br />

quedaba.<br />

-----------------------------------------<br />

Madre oigo tus pasos. Me consuela el sueño o la locura de veros por momentos a ti,<br />

por momentos a papá y por momentos a alguien que no puedo definir... Es alguien que me<br />

ciñe y me rodea como el aire... Y transforma mis amargos instantes en horas venturosas.<br />

Llega y se va. Pero esa fugacidad transforma mis tormentos en aguardos...<br />

Ahora, aquí postrado, mi imaginación se obstina y veo a la niña que fuiste en<br />

Schönbrunn, riendo, feliz, sin pensar en que serías la reina de Francia con un destino<br />

trágico. ¡Si adivináramos los sucesos de los días venideros!<br />

Me referiste tantas circunstancias de tu vida, que después me repitió el zapatero<br />

Simón y quiero reiterarlo para distraerme de este fatídico presidio. Las cortes de Austria y<br />

de Francia que fueron para ti un parque de diversiones, de juegos con los hijos de la<br />

camarera mayor, con tus cuñados -hermanos de papá-, el pequeño conde de Artois -que<br />

después fue tu peor enemigo- y el más reservado conde de Provence, destrozándote el traje<br />

y rompiendo los muebles. La vida era un juego que tu querías ganar. Lo amabas todo;<br />

amabas la música y el teatro. Con ellos entretenías tu aislamiento de las hermanas de Luis<br />

XV, Adelaida, Sofía y Victoria; de Madame Du Barry contra la que aquéllas te<br />

indisponían. Cuánto hubiera dado esa amante del Rey Luis XV -tu abuelo político- por un<br />

abrazo tuyo de aceptación. Hoy sé que se lo darías, apretado, porque me contaste que ella<br />

era muy simple y porque a ti el dolor te cambió tanto...<br />

Nada que requiriera atención prolongada te entusiasmaba. Tu inteligencia<br />

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analítica se sometía a la versatilidad de tu corazón, ávido de aventuras. El tiempo para ti<br />

era una lanzadera vertiginosa y no tolerabas la huida del instante.<br />

Me parece verlo al maestro Glück, pertinaz en su dentera de enseñarte música, pero<br />

que concluía por ser él, quien interpretaba a Mozart y tú, su única ovación.<br />

Me pesó lo que referiste acerca de la ceremonia en la isla del Rin, cuando al salir<br />

de Austria te entregaron a la corte de Francia apenas cumplidos los catorce años, después<br />

de arreglado tu matrimonio con Luis, mi padre. La celebración consistió en quitarte la<br />

ropa delante de todos y arrancarte hasta la medalla que pendía de tu cuello. Si hubieran<br />

podido te habrían lavado la sangre como un andrajo, para quitarte hasta el menor rastro<br />

de todo lo que no fuera francés. Me fascinó la actitud de ese niño que en el recinto,<br />

aludiendo al cuadro de Jasón y Medea, el malaventurado matrimonio, que pendía de una<br />

de las paredes donde firmabas tu destino de muerte junto a mi padre, gritó:<br />

-¡Quiten ese cuadro! ¿no saben que los cuadros influyen sobre las personas?<br />

El ofendido que profetizó tu mala estrella, se llamaba Juan Wolfgang Goethe.<br />

Amabas la palabra, no sólo la que requería tu conversación, tu función social sino<br />

las regalías de la buena literatura, que recreabas para enseñármela.<br />

A ti y a papá debo mi temprana cultura, mi deseo de descubrir en los libros la razón<br />

de la vida. Te debo madre mi amor por el arte, por el teatro, ya que París, para ti, se<br />

transformó en un colosal escenario en el que la existencia era una graciosa mascarada que<br />

amabas con filosófica seriedad.<br />

En esos bailes, por los que tanto te censuraron, experimentabas el júbilo de ser<br />

otra, aunque por plazos no tan prolongados como hubieras querido. Dejar de ser la<br />

cautiva de las etiquetas, tener la libertad de los pájaros, que musicalizaban de alas la<br />

atmósfera idílica del Trianon, aquel lugar paradisíaco donde te ocultabas de intrigas y<br />

calumnias. Mi padre te lo regaló con aquellas palabras: “Vous aimez les fleurs, Madame,<br />

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hé bien, j'ai un bouquet à vous offrir”. Y era mucho más que un ramo de flores.<br />

Él se asombraba también al escucharte en las representaciones teatrales y vivía<br />

contigo, ansioso, los preparativos de las funciones.<br />

Días felices aún, pero sé cuáles fueron después las consecuencias de tu franqueza,<br />

de tu inclinación al arte, a la alegría. Porque se supone que los reyes sólo deben reinar y<br />

no hacer que aparezca el signo de su carácter, de su desnuda humanidad. Sólo reinar,<br />

porque el castigo a esta regia infracción es el oprobio de la corte a la que también, como<br />

en el teatro, se le cae el antifaz y deja al descubierto el rictus de la ambición, el ceño de la<br />

hipocresía.<br />

Por eso, madre, yo nunca deseé reinar. Soy como mi padre a quien le gustaba<br />

dejarse llevar por esas ventanas abiertas de los libros y por la madera apacible con la que<br />

torneaba formas, por el hierro impávido con el que abría guardianas cerraduras.<br />

Me resistí a que me educaran para ese destino. Con mi exigua edad siempre quise<br />

otra cosa: "No rías demasiado, siéntate de esta manera, no seas colérico, indomable,<br />

soberbio. Debes aprender a pedir perdón"... Madre, que la guillotina me pida perdón a mí,<br />

por haberlos asesinado a tí y a papá. Que la soledad de esta huronera me pida perdón por<br />

intentar enloquecerme.<br />

-----------------------------------------<br />

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CAPÍTULO IV<br />

-Natalia -llama mi madre- acostate que mañana tenés que levantarte temprano.<br />

No puedo dormir. Salgo una vez más al jardín del décimo piso y me asomo por la<br />

pared que rodea la terraza. Allá abajo, Buenos Aires descansa acunada por el lejano rumor<br />

del centro. Si el reloj pulsera funciona mejor que yo, son las tres de la madrugada. Se<br />

detiene un coche; después, silencio. Me siento en el banco que bordea reducidos canteros y<br />

con la cara entre las manos me entretengo apretándome los ojos para ver cuadros<br />

surrealistas que estallan. Formas inaprensibles; veloces. Cuando aparece la imagen de un<br />

perro, se deshace en árbol que se insinúa en naipes manejados por un maestro timador.<br />

Tengo una clara sensación acústica del mundo real. La de hojas secas aplastadas.<br />

Levanto la vista borrosa por el juego, y veo a Gonzalo de pie, mirándome asombrado.<br />

-Natalia ¿qué haces acá, a esta hora?<br />

-¿No puedo estar acá tampoco?<br />

- No seas boba, sabés que esta casa te pertenece tanto como a mí.<br />

- Y vos, ¿qué hacés? - remedo su inflexión de voz.<br />

- Entré de la calle y seguí la luz, venía aburrido, todas las noches lo mismo.<br />

- Cambiá.<br />

-¿Qué?<br />

- No sé; lo que te aburre.<br />

-De todo lo que me aburre, no sé qué cambiar primero... ¿me dejás sentarme?<br />

- No me hagas bromas. En tu casa, podés hacer lo que quieras.<br />

-Acepto tu ironía pero... si me siento ¿no te irás?<br />

-¿Por que se te ocurre que me voy a ir?<br />

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-No sé por qué me huís. Nunca puedo hablar con vos. Yo te quiero bien, Natalia,<br />

me gustaría ser tu amigo, contarte cosas, que me hablaras de la Facultad, de lo que<br />

escribís...<br />

-No vale nada. Intento, pero no estoy conforme con lo que escribo...<br />

-¿No sabés algo de memoria?<br />

-No, pero ¿a vos te importa la literatura? Te aviso que a mí no me interesa ni el<br />

polo, ni las vacas, ni el pulgón de los maizales, ni...<br />

propuse.<br />

- ¡Que amarga estás, Natalia!, casi, casi más que yo.<br />

-Si mi tristeza y tu aburrimiento fueran figuritas repetidas podríamos cambiárnoslas-<br />

-¿Qué sabés lo que es el tedio? - Y como hablando consigo mismo: - venir a casa,<br />

ver a la vieja que también se aburre, a Concepción, la cocinera que se mete en todo lo que<br />

no le importa ...<br />

-¿Y? -esperé.<br />

-Después mi hermana Carmen, que no sé por qué no se mete a monja de una buena<br />

vez. Habla como una monja, huele a velas y a hábito sucio.<br />

-Bueno. por ser la primera sesión de psicoanálisis, son diez pesos -teatralizo. Se ríe,<br />

mirádome con los ojos lacrimosos, y entonces me doy cuenta de que Gonzalo no tiene la<br />

mirada azul.<br />

acompañame.<br />

----------------------------------------<br />

Mi amiga Evelia, pretende alegrarme invitándome:<br />

-Natalia, hacen una fiesta en lo de Violeta festejando su título. Por favor,<br />

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Bailé todo el tiempo, mareada de noche y de luces. Ningún compañero despertó el<br />

interés de una buena conversación. Sosos. Parlanchines. Terminaba la música y... los<br />

muñequitos se inmovilizaban; todo caía "en el sopor del sábado". Después ¡vuelta a la<br />

cuerda!<br />

Al salir, con mi amiga, tomamos un taxi. Hablamos de todo sin darnos cuenta de<br />

que era un ser humano el que guiaba:<br />

-Me parece que el abogadito te mira bien, Evelia, ¿no te gusta?<br />

-No, tiene nariz de boxeador.<br />

-No me dijste si terminaste de leer Los Galgos de Sara Gallardo<br />

-¿Dónde murió?<br />

-¿Quién? me distraje<br />

-Sara Gallardo...<br />

-¡Ah! creo que en Ginebra pero no me preguntes cuándo -me atajé y dirigiéndome al<br />

taxista -Por favor, ¿tiene cambio de diez?<br />

-Voy a ver. Creo que alcanzará... pero ¿es cierto que no tiene cambio?<br />

-No; puede revisarme la cartera... además, qué hubiera dicho si le confieso que sí<br />

tengo cambio pero necesito más.<br />

-Nada.<br />

De pronto al detenerse el auto en una bocacalle cruzó una chica con faldas<br />

excesivamente cortas.<br />

-¡Qué sexi! me permití la ironía.<br />

-Más sexi que ella puede resultarme una monja -opinó el chofer.<br />

-Tenía razón quien dijo que lo encubierto atrae- contesté.<br />

-¿Anatole France? Siempre tuvo razón Anatole France. Por ejemplo cuando habla<br />

de la predestinación.<br />

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vimos.<br />

Evelia.<br />

vestido:<br />

La respuesta del chofer me sorprendió:<br />

-Además de ser taxista, usted ¿a qué se dedica? -indagué.<br />

-A leer... pero soy ingeniero electrónico...<br />

-Bueno, ¿sabe cuál es el final del cuento "minifalda"?<br />

-¿Cuál -preguntó sonriente.<br />

-Que al descender del taxi usted comprueba que yo tengo una "mini" como la que<br />

-Como cuento, no sería premiado por la Municipalidad de Buenos Aires.- intervino<br />

-Según qué jurado lo decida -critiqué<br />

-Gracias por la simpatía que irradian -subrayó a modo de saludo.<br />

Cuando pasé por delante del taxi todavía detenido, se asomó y mirando mi largo<br />

-¿Y la mini? -me desafió.<br />

Yo haciendo un gesto de modelo levanté un poco la falda y una risa sana nos<br />

hermanó a los tres.<br />

Dos horas más tarde aún veía el rostro, diferente, culto, que al pagarle me miró<br />

divertido a los ojos. Entonces pensé ¿por qué no irán a las fiestas los taxistas?<br />

-----------------------------------------<br />

Transcurrió un mes desde el encuentro con Gonzalo. Hoy, al bajar para ir al<br />

Ministerio donde había conseguido unas horas de trabajo, me salió al paso en la puerta de<br />

calle:<br />

-¿No te lleva José, el chofer? -le pregunté.<br />

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-No, si aceptás que yo te acerque.<br />

-No acepto; si querés acompañarme, vení conmigo en ómnibus.<br />

-Pero...<br />

-Pero nada, chau.<br />

-No, no te vayas, quería que fueras más cómoda... ¿Tenés un ratito para tomar algo?<br />

-Media hora, pero, vayamos cerca de la oficina. Puede ser que encontremos alguna<br />

confitería sin luz fluorescente.<br />

¡Pobre Gonzalo! acostumbrado a su coche, en el colectivo parecía una alhaja en un<br />

gallinero. Sufría por sus inclinaciones bruscas de cabeza a cada frenada.<br />

Nos metimos en cualquier café y pedímos un cortado.<br />

-Mirá que sos hermosa -balbuceó.<br />

-Te lo creo y todo... Gonzalo, vas por mal camino. Yo no te voy a servir para<br />

quitarte el aburrimiento. Conmigo no obtendrás nada...<br />

Me interrumpió, contrariado.<br />

-¿No pueden sacarse eso de la cabeza?.<br />

-¿Quiénes?<br />

-Todas las mujeres.<br />

-No quiero que me involucres en una generalización -ironicé.<br />

-Vos, -aseguró más calmado- salvo en esto de creer que el hombre anda detrás de<br />

una mujer sólo para acostarse con ella, sos... única para mí.<br />

-Nunca me lo dijiste...<br />

-¿Cuándo decírtelo si no nos vemos nunca?... Pero te voy a confesar que por la<br />

ventana de mi cuarto me asomo para saber si estás en tu pieza. Cuando levantás las cortinas<br />

puedo verte, leyendo. Me encanta esa túnica ¿marroquí? que te ponés a veces.<br />

-En adelante deberé tener la precaución de bajar las cortinas. Me da vergüenza,<br />

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quién sabe en qué otras actitudes me encontraste<br />

llorabas...<br />

-Una vez, besando una pequeña cartulina o una fotografía. Me pareció que<br />

-Está mal que me espíes...<br />

-No pensarías eso si supieras algo de mí. Al verte en casa por primera vez,<br />

experimenté algo nuevo... y debe de ser lo que llaman ternura. Ver a la mujer con todos sus<br />

atractivos, pero también una niña detenida para siempre en sus nueve años...<br />

-¿Por qué nueve años?<br />

-No me preguntes. Me salió así... Lo mío, Natalia es más serio de lo que vos creés<br />

¡qué bronca cuando te ví con ese rubio alto! ..., ¿cómo se llama?<br />

-Germán.<br />

-¿Seguís encontrándote con él?<br />

-Sí.<br />

-¿Cómo? me dijeron que murió...<br />

-Si lo sabés ¿por qué me preguntás?... Sí, Gonzalo, él murió pero sigo viéndolo. -Me<br />

puse de pie porque se me hacía tarde y siempre llegaba tarde, tarde, tarde.<br />

Salimos. El sol de esa primavera vehemente me alumbró los dibujos surrealistas de<br />

mis ojos, sin la presión de los dedos. A ellos, los presionaban otros, tibios. Era la piel de<br />

alguien que me decía: "Estoy a tu lado. No estás sola". Pero esas efusiones eran un mísero<br />

mendrugo para el hambre.<br />

----------------------------------------------<br />

El pequeño Delfin ya empieza a desconocer las paredes agrietadas, húmedas de la<br />

celda y se queda observando a veces con hambre, otras, con asco, ese extraño hueco del<br />

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que a veces caen trozos de comida agria... ¡y el agua! Hubo de añorarla hasta gustar la<br />

fluidez amarga de su propia saliva. Vuelven piezas sueltas, sin concierto, de su cercana<br />

vida pasada allá, en Palacio. Le daba de comer a su perro Youyou, el que de cachorro le<br />

infundía temor. Para hacerlo se acuclillaba hasta ponerse a su altura... -¿Quién cuidaría<br />

de él? ¿Estaría también en algún rincón del Temple, esa cárcel donde se consumía, o en la<br />

Conciergerie, donde su madre había pasado sus últimos momentos antes de ser conducida<br />

al cadalso?<br />

¿Y dónde estaba ahora el zapatero, Antoine Simón bajo cuya custodia lo pusieron<br />

al arrancarlo de los brazos de María Antonieta? Dónde el susurro de la madre, cuando a<br />

veces su aya, la Duquesa de Polignac, le permitía que ella lo despertara.<br />

-Despierta, queridísimo... -A él sólo lo nombraba así.<br />

No a su hermano... no a su hermana María Teresa Carlota..., a él... ¿porque era el<br />

más pequeño? Con su madre se había olvidado de "Luis", su propio nombre. Con ella<br />

hubo ignorado que alguna vez sería Rey de Francia. Pobre Antoinette, pobre "loba<br />

austríaca", como también la llamaba a sus espaldas la servidumbre y cuando él oía el<br />

insulto -descuida es demasiado pequeño para entender- se encolerizaba hasta el llanto.<br />

---------------------------------------<br />

-Vaya, vecino, ¿cómo puedo hablarle de una mocosilla que apenas conozco? Es<br />

bastante rara esta Natalia. Más callada que mi Ángel (Dios lo tenga en su santa gloria) que<br />

hablaba sólo para pedir la comida y para que le abriera las piernas en la cama: "¡ Hala,<br />

Concepción que tengo hambre!" ( y usaba la misma frase para los dos menesteres).<br />

Disculpe usted, que yo soy una gallega al pan pan y al vino vino. Pues como le digo<br />

la tal rapaza vive con su madre en una de las piezas de servicio ¡pobre Soledad! a ella sí<br />

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que le pusieron bien el nombre. Es una santa. Terminó siendo ama de llaves pero hace de<br />

todo y eso que es sobrina política de doña Amparo, la patrona. Creo que por ser de la<br />

familia ni siquiera le dan la mesada. La conforman con mantenerla.<br />

Yo me las arreglo como puedo, y al fin de cuentas todos los sirvientes hacen lo<br />

mismo. Tengo lo que llaman aquí, mis "rebusques". Cojo un poquito del carnicero, otro<br />

poquito del portero, otro poquito del chofer, José... ¿No le hablé de él? Pues si me desvío<br />

no terminamos hoy. Yo me iba haciendo mi maletita porque Ángel me esperaba en<br />

Pontevedra. Cuando supe que se ahogó en un mal día de pesca, casi tiro todo por la<br />

ventana. Pero José, el chofer me aconsejó y creo que hice bien ya que el tiempo va<br />

borrándome la cara de Ángel... pero sigo con Soledad. Mira por los ojos de la hija, que va a<br />

estudiar, que va a hacer aquello y lo otro. Yo no sé por qué no la pone a trabajar y punto.<br />

Ahora creo que está empleada no sé en qué Ministerio. Extraño crío se echó. Se pasa los<br />

días enferma y me empreña con la baja presión, que debilidad, que tristeza, y otras veces<br />

sale tanto que nunca la encuentro. Duerme cuando yo me levanto para ir a la feria y cuando<br />

yo me acuesto ella todavía no ha llegado.<br />

Otras veces, muy pensativa, anda por los corredores cuando yo limpio dale con el<br />

plumero y ella como si nada. Apenas se aparta un poco mientras me dice: "Perdón,<br />

Concepción".<br />

A qué coño me pide perdón me pregunto yo. Sé que la madre, Soledad, la puso en un<br />

colegio, como pupila más de cuatro años. De allí vino con el título de Maestra, pero parece<br />

que eso no la conformaba, porque mire lo que sucedió una noche. Yo estaba en el<br />

entresueño cuando escuché que subía como ráfaga las escaleras y le dijo a la madre: "Pude<br />

ingresar, pude, mamá".<br />

Al día siguiente, sin querer, sabe usted que, a mí nada me importa la vida de los<br />

demás, vi unos papeles sobre la mesa: Librería Ver-bum, In-troducción a la Litera-Tura y<br />

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otras palabras raras. No, si ésta andará en algo de guerrilleros.<br />

Aunque la madre me asegura que se trata de la Facultad. Salía hasta los domingos,<br />

¿acaso hay Facultad los domingos? ¿eh? ¿Novios? ¡Vamos! ¡los hubiera traido a casa! Y<br />

ella anda sueltita por ahí, vaya uno a saber con quién.<br />

Como fue la cosa, no sé. Pero primero anduvo noviando con uno que se murió. La<br />

encontré llorando tantas veces, en la terracita donde está el jardín, mirando hacia la calle.<br />

Parece que él andaba en política y no quiso decir no sé qué, de sus compañeros y lo<br />

mataron. Apremios ilegales que le dicen, según me enseñó José. Usted no crea que tengo<br />

algo con José, vamos, somos compañeros de trabajo y sanseacabó. Sigo; anduvo como<br />

atontada no sé cuánto tiempo, y de pronto apareció un candidato, ¿a qué no se imagina<br />

quién?. Pues, Gonzalo, el hijo de doña Amparo, el jugador de polo. Ella no sé si lo quiere<br />

mucho, pero él pierde el juicio y últimamente están saliendo con el permiso de Soledad. Por<br />

lo visto es su candidato y creo que siempre lo fue. Con aquel otro andaba en malos pasos.<br />

Ahora, hasta José la trata de señorita de acá, señorita de allá. Pero yo no la trago. Todos la<br />

miran con su paso de reina y no sé, esta fachendosa ¡que tendrá que me falte a mí!<br />

---------------------------------------<br />

Llegó la hora de lingüística la última materia y a la salida me encontré con Evelia<br />

que ya se había recibido.<br />

-Vamos a festejar: ¡profesora! -me dijo, abrazándome.<br />

Y fuimos a la confitería Comega, en un quinto piso cerca de Corrientes.<br />

Allí filosofamos acerca de lo que mucho se aguarda.<br />

-¿Y ahora qué? Tantas noches de nervios, cuando en el silencio del cuarto me<br />

asustaba hasta el vuelo de una mosca. Casi ocho años de espera; de calmantes y excitantes,<br />

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de llantos y desbordes eufóricos... una guerra inútil. Sin victorias, ni derrotas. Había<br />

luchado como si hubiera estado en juego la vida, no sólo la mía sino la del mundo, no sólo<br />

la del mundo, sino la del universo y todo fue para tener un papel que dice: "Profesora de<br />

enseñanza Secundaria Normal y Especial en Letras". ¿Puede creer, acaso, que con ese<br />

papel, que poco a poco envejecería en una pared, iba a alterar el orden de las estrellas? No,<br />

allá, arriba del Comega estaba la constelación de Orión, y su estrella Rigel, apuntando hacia<br />

una inexplorable lejanía.<br />

----------------------------------------<br />

No sé cómo - no puedo precisar los detalles- empezamos a encontrarnos con<br />

Gonzalo todas las tardes y las noches para ir al cine o a caminar por el centro con el placer<br />

de no estar infringiendo ninguna ley. Con él podía estar tranquila. Mi madre no disimuló su<br />

complacencia al verme salir con un hombre "de buenas intenciones". Hasta me sugería qué<br />

vestido ponerme.<br />

Al terminar la función de cine íbamos a comer a cualquier restaurante céntrico y allí<br />

empezaban nuestras conversaciones sobre la película de turno, acerca de su infancia, sus<br />

compañeros del Nacional Buenos Aires:<br />

-Pensar que oí hablar de vos, Natalia, desde que llegaste del Paraguay.<br />

-¿A quién?<br />

-A mi abuelo, hermano de tu abuelo paterno.<br />

-Y qué decían.<br />

-Que tu madre era hermosa y vos, muy tímida.<br />

-¿Te parece que cambié?.<br />

-Creo que no, pero... todavía sos para mí una carta sin abrir.<br />

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A su lado, segura, no cabían aventuras mentales, porque lo nuestro era transparente<br />

y no estaba nublado por un imposible. Ya no más el miedo de que mi madre me aguardara<br />

en una esquina, como una vez lo hizo y al verla de lejos le rogué a Germán que se fuera.<br />

Ahora era diferente. Con Gonzalo vivíamos en la misma casa y sabiendo que al día<br />

siguiente y al otro y al otro, él en cualquier momento podía proponerme:<br />

-¿Salimos hoy? Dan "Gilda".<br />

Así siempre, hasta que en una oportunidad al despertar, recordé el rostro de Germán<br />

y sentí una oleada del duelo que casi había olvidado. Como a un ataúd tomé la medida de<br />

mi soledad y decidí oficiarle un réquiem. Pensé en la compañía de Gonzalo y en los hijos<br />

que podríamos tener. Quizás fuera la única, verdadera felicidad.<br />

brillantes.<br />

Esa misma noche en el restaurante, la velada se prolongó más que de costumbre:<br />

-¿Te casarías conmigo, Gonzalo?- me atreví, sin temor a perder.<br />

-¿Cuándo?<br />

-En dos meses.<br />

-¿Y el compromiso?<br />

-Dentro de un mes ...en abril.<br />

-Bueno. Nos espera una grata ocupación... -dijo levantando su copa y con los ojos<br />

Todas nuestras conversaciones, a partir de entonces, giraron en torno de la fiesta, la<br />

ceremonia en el Santísimo Sacramento y la reunión que se realizaría en su quinta de Pilar.<br />

Al regresar a la casa y despedirnos me besó con un ardor que me invadía. En ese<br />

momento recordé cuando mi madre aquella tarde lejana, me dijo que había destrozado el<br />

cuadro del Príncipe, de un certero plumerazo.<br />

---------------------------------------<br />

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Carlos Mendizábal era todo oídos frente a un café, tratando de escuchar por radio la<br />

trasmision de LV2 de Córdoba. Lo esperado. Se abrieron las puertas de la cárcel invisible.<br />

Ya no más imagen de Perón en los carteles, ya no más asesinados, ya no más...<br />

"La calle me llama<br />

y a la calle iré..."<br />

Salió queriendo beber el aire tibio, y abrazó a la gente que le tendía sus brazos y<br />

cantaba con enajenada alegría. Primero por la 9 de Julio y luego por Arenales y Paraná.<br />

Toda Buenos Aires estaba embriagada de gozo. Al pasar frente al Registro Civil tuvo que<br />

desviarse como esa columna de gente que iba a cualquier encuentro, y a cualquier júbilo.<br />

Salía una pareja de recién casados, familiares, amigos y se distrajo en un paréntesis. Sí, era<br />

Natalia. Salía del brazo de un hombre que por supuesto no era Germán. Así tenía que ser.<br />

¡Pero qué Celestina puta le resultó el tiempo! El, en su apoteosis, ella, ¿intentando un nuevo<br />

amor?, y Germán, el inocente, el amigo mártir, aguardando que alguien lo rescatara del<br />

misterio.<br />

Caminó ocultándose entre la multitud para que Natalia no lo reconociera.<br />

Mientras quería restar importancia al incidente, se le impuso por un momento<br />

¿prolongado? ¿breve? el rostro de ella con los ojos nublados ante el clamor del río humano.<br />

--------------------------------------------<br />

Después de mi casamiento, en el que Luis XV, abuelo de mi marido, lució el<br />

pomposo diamante Pitt y donde bajo una histórica tormenta seis mil invitados<br />

contemplaron el espectáculo de veintidós nobles engullendo, nos llevaron a la cámara<br />

donde pasaríamos la noche. Nos entregaron el atuendo nupcial, Luis XV a mi esposo, la<br />

Duquesa de Chartres a mí.<br />

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Nos pusimos el ajuar de dormir como quien se viste para una ceremonia y<br />

sin mirarnos nos escurrimos bajo las sábanas, temblorosos de miedo.<br />

Además, ambos, no intentamos la menor iniciativa de caricia, de un recurso erótico<br />

adulto. No hubo ansiedad. Me tomó la cabeza y me besó en la frente. En un movimiento<br />

involuntario sus labios rozaron los míos y se cubrió los suyos con la mano como si hubiera<br />

pronunciado una palabra abyecta. Me miró asustado, como pidiéndome disculpas.<br />

- Dispensa, María Antonieta..., fue sin querer.<br />

- Pero quiérelo, Luis, quiérelo- le dije con la serenidad que yo no tenía,<br />

abrazándolo y ofreciéndole mis labios que rozó otra vez con los suyos secos y fríos...<br />

A la media luz de los quinqués, sin preámbulos, sin que sus caricias fueran como<br />

había soñado, leves mariposas sobre mi piel nueva, enardeciéndome ante lo que hasta ese<br />

instante fue un sueño prohibido, puso su miembro entre mis piernas, buscó mi centro y<br />

cuando yo había cerrado los ojos para aguardar, fue él quien pronunció un grito de animal<br />

herido. Mientras se incorporaba desesperado se llevó las manos a la entrepierna,<br />

quejándose todavía.<br />

Triste por su dolor, me sobrepuse fingiendo un talante casi festivo y para<br />

cambiar la atmósfera y el ánimo, le hablé de nuestra fiesta de casamiento.<br />

Después, estuvimos un rato en silencio.<br />

- María Antonieta - su voz era infinitamente triste...- qué le diremos al pueblo, a la<br />

Historia. Dime por favor. Pon en mi boca las palabras precisas.<br />

- Les dirás, Luis, que todo sucedió como Dios manda.<br />

- Pero se enterarán.<br />

- ¿Cómo?<br />

- Por las criadas que ordenan la recámara. Toda Francia, todo el mundo lo sabrá...<br />

- Pero Luis, ¿jamás seremos dueños de nosotros mismos? ¿Acaso somos esa yegua<br />

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y ese brioso semental que en las caballerizas debían aparearse, sin elegir el momento, ni la<br />

hora, ni el semental ni la yegua...? -no quise herirlo y ante lo inevitable lo abracé con<br />

ternura...- pero yo te elegí, Luis. Te seguiré eligiendo.<br />

Fueron noches y noches de intentos fallidos, motivados por la fimosis que lo<br />

aquejaba y de la que se operó siete años después. Lo que sucedió en la familia y en<br />

Francia fue un encadenamiento de causas que comenzó con ésta. Adiviné la frase futura de<br />

un gran escritor: "para los reyes el lecho es una pila bautismal o un ataúd".<br />

El mundo supo lo que sucedió esa noche. Lo que Luis escribió en su diario al día<br />

siguiente: "nada".<br />

-------------------------------------------<br />

El casamiento fue en mayo durante una jornada plena de matices. Iban llegando<br />

coches con gente que desconocía. Mi vestido no era blanco, símbolo de virginidad, sino<br />

celeste claro e imaginé la suspicacia de mi suegra; pero yo era virgen como Dios, Gonzalo<br />

y la gente quería. A pesar de sus embestidas de Romeo por los cabellos y sus ataques de<br />

Pedro Mata por los muslos.<br />

-¡Baila conmigo, Natalia!<br />

Los amigos, los del polo, los del pueblo vecino lleno de siestas y de zánganos, no<br />

me quitaban los ojos de encima. En el baile, que empezó con el vals "Fascinación", me<br />

sacó uno de ellos: insinuante, trenzando a las mías sus piernas, aún enhorquetadas en el<br />

caballo. No recuerdo las palabras, pero se me insinuó, ¡el día del casamiento! ¡Un amigo!<br />

(¡"que gente lleva mi carro, dos locas y un boticario"!). Me solté aliviada para reintegrarme<br />

a los giros de Gonzalo por la pista. Dejó plantada a la prima de turno y empezamos en<br />

medio de renovados aplausos. Hoy cada vez que alguien me aplaude porque leo un poema o<br />

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doy una charla, me acuerdo de aquel primer éxito que tuve bailando "Fascinación".<br />

Después, en nuestra vida de casados empezamos también a danzar para los demás, y<br />

a él le gusta exhibirse. "Ponete el vestido negro que va con estos zapatos". "Sacá del living<br />

ese cuadro que no les gustó a los Santamarina y creo que tienen razón". Los<br />

norteamericanos le llaman show a lo que ponen en ciertos lugares de la casa. Está bien.<br />

Seres sociales. Esta bien. Pero, ¿y el Talmud?: "Si yo no soy para mí, quién soy yo...?"<br />

----------------------------------------------<br />

Llegué del departamento que Gonzalo le puso a mi madre, a dos cuadras de nuestra<br />

casa, en la calle Serrano. Iba un rato casi todas las mañanas a conversar, a escuchar música,<br />

a saber de ella.<br />

Hoy cumplimos el quinto aniversario de nuestro casamiento y si tuviera que<br />

describir el carácter de mi marido, no podría hacerlo sin equivocarme. No sé cómo es<br />

porque jamás en nuestras conversaciones, que son cada vez más espaciadas, ha manifestado<br />

algo que comprometa sus sentimientos, como si la nuestra fuera una complicidad de gestos<br />

entre ciegos. Por lo menos así lo creí hasta mi regreso del viaje a Europa que varios años<br />

más tarde realicé.<br />

Gonzalo se alejó de su familia, distanciamiento que Doña Amparo y su hija Carmen<br />

atribuyeron a mis malas artes, como también achacaron a mis maquinaciones aviesas, el<br />

hecho de que mi madre se mudara cerca de nosotros.<br />

Son ásperos los modales de Gonzalo en la intimidad. Suavizados hasta la<br />

exageración frente a los demás.<br />

A veces me acompaña a reuniones literarias en las que cambia pocas palabras con<br />

los ocasionales contertulios. Tengo siempre la impresión de que dentro de mi marido hay<br />

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otro silenciado, reprimido, que no sé cómo es, pero que me inspira ternura e impotencia.<br />

De día levanta la voz, protesta por todo y de noche, con ese prolegómeno, pretende<br />

que hagamos ¿el amor? Cada vez espero con ansiedad palabras como aquellas de Germán,<br />

que me hacían sentir segura y amada. Como aquellas inaudibles de mi infancia. No sé de<br />

quien es la culpa ...pero basta estar juntos para darme cuenta de que quisiera estar en otro<br />

sitio. Y él también, a juzgar por lo que después empezaría a suceder.<br />

-----------------------------------<br />

Desde que me casé empezó para mí un tiempo de niebla. En la cama yacía con<br />

Gonzalo arriba, abajo o en el costado de mi geografía. ¿Sur, Norte, Este u Oeste?<br />

¿Atmósfera o tierra? No lo sabía. Aún no lo sé. Cuando cerraba los ojos lo veía a él. Al sin<br />

mácula, al Delfín, que una vez fue para los demás, patología de la adolescencia.<br />

Enfermedad de perfección y ojos azules que veo por cualquier parte mientras los días caen<br />

en un osario devorador.<br />

El que está a mi lado se mueve. Resucita como los dioses y su brazo me envuelve la<br />

cintura con movimientos pausados y seguros. Sus labios buscan los míos para vaciarme. Lo<br />

consigue una vez más.<br />

Le acaricio el cabello despeinado ("sos una madraza Natalia, no sos más que<br />

madre") y una vez y otra, nadamos en aguas profundas confundiendo nuestras piernas con<br />

las algas del abismo.<br />

¡Madre! ¿de quién está hablando? El Necesario, el hombre-Raíz, hombre-Muralla.<br />

El de los ojos color café. El que todavía no me ha dado hijos o a quien no puedo dárselos.<br />

¿Dónde está Esteban que no nació? Y yo, tierra, aguardándolo reseca.<br />

Lo espero todos los meses desde hace seis años. Y a cambio del hijo la suciedad de<br />

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los óvulos muertos que si no fueran tan escurridizos los revolvería para buscar sus restos y,<br />

como en las borras del té encontrar una razón de ausencia.<br />

-Entregate entera, sé hembra.- ¿Hembra? ¿Animal del sexo femenino como dice la<br />

Enciclopedia ilustrada de la Lengua Castellana? Hembras que tienen muchos hijitos<br />

especialmente las conejas. Decime "coneja" mientras te metés en mí, buscando la precaria<br />

inmortalidad de tu apellido. Convocá a la naturaleza a quien vos y yo le estamos haciendo<br />

pito catalán. "Naturaleza: principio universal de todas las operaciones naturales y que no<br />

dependen del artificio". Vamos a fabricar hijos de otra manera; no insistas no me enseñes<br />

posiciones, nada depende del equilibrio, del estremecimiento, del dolor.<br />

Esteban hubiera sido el primer hijo. Anoche cuando estaba por dormir me pareció<br />

ver su cara. ¿Se parecía a mí, a Gonzalo o al Delfín? ¡Oh Dios!, se parecía a todo lo que<br />

tiene calidad de espejismo.<br />

Como si alguien arrojara una piedra en un lago, mi marido encendió la luz. Oyó<br />

ruidos. Quizás fuera un ladrón que entraba a robarnos la soledad.<br />

------------------------------------<br />

Oh Luis, Luis, me cuesta convencerme de que a pesar de estar casados no somos<br />

marido y mujer, porque no puedes. Me cuesta no suponer que no quieres mis besos y mi<br />

piel.<br />

Cuando estaba en Viena y mi madre me anunció que era tu prometida,-" Antonieta,<br />

te casaré con un príncipe de Francia"- imaginé que, como en los cuentos narrados por mis<br />

nodrizas, eras el príncipe que en la noche de bodas deshojaría mis vestiduras como los<br />

pétalos de una flor.<br />

Esa noche, no fueron nuestros cuerpos artistas del gran ballet de la Creación. Aún<br />

78


ecuerdo con pena como te debatías , sudoroso, jadeante de cansancio y yo tratando de<br />

apaciguar tu pertinacia.<br />

Como temías, por la mañana todo París murmuraba. Mercaderes, lacayos,<br />

talabarteros, palafreneros, abates y toda la corte sabía por las camareras, que Francia<br />

peligraba y que se le dañarían las alas al águila del Reino.<br />

Una Delfina no es nada si no enciende la chispa de un hijo varón para acrecer la<br />

antorcha de la monarquía.<br />

Así como la misión esencial de una mujer del pueblo es parir soldados para<br />

defender el imperio, las princesas estériles, cuyos nombres se desvanecen en los sepulcros,<br />

mueren también antes de morir, cuando no son capaces de engendrar un futuro rey. Y yo<br />

soy como el Sèvres que adorna una consola. Una estatua más de Versalles y de las<br />

Tullerías, que cobra vida en los salones de la Ópera y se enmascara para que nadie vea el<br />

triunfo del fracaso.<br />

------------------------------------<br />

Cuando nació mi hijo, era el día de San Juan; no nació en un sanatorio, ni<br />

maternidad, ni hospital, ni siquiera en mi propia cama. Pero lo vi en la cuna; olía a piel<br />

nueva, a líquido amniótico.<br />

La casa estaba solitaria, como siempre. No sé qué estaba haciendo en cualquiera de<br />

los cuartos, eso que se hace sin necesidad de pensar en ello, cuando oí un llanto de bebé en<br />

el dormitorio. Estaba la cuna, y no estaba. Estaba él, pero no estaba. Lo cargué en mis<br />

brazos y así con su carita tibia pegada a la mía, me paseé por el cuarto canturreando una<br />

canción de cuna.<br />

"Señora Santana por qué llora el niño<br />

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por una manzana que se le ha perdido,<br />

Pasa por mi casa,<br />

yo te daré dos,<br />

una para el niño<br />

y otra para vos"<br />

¿Le cambié los pañales? ¿Le di de mamar?... Con una gotita de leche brillándole en<br />

la comisura de los labios lo dejé dormir.<br />

Cuando llegó mi marido le conté que nos había llegado el hijo.<br />

-¿Qué hay de comer, querida?<br />

-Es claro como el agua.<br />

-¿Llegó el diario de la mañana?<br />

-Todavía no abre los ojos.<br />

-¿Natalia, preparaste todo para la reunión de esta noche?<br />

-Habrá que bautizarlo.<br />

-Hoy el dólar se fue a las nubes.<br />

-Se llamará Esteban como “El ahogado más hermoso del mundo”.<br />

-Decime, me hablás de algún cuento que estás escribiendo ¿no?<br />

-No, Sancho te hablo de mi realidad.<br />

-Bueno, bueno pero dejame hablarte de circunstancias lógicas -dijo conciliador- Lo<br />

peor sería que la situación me obligará a especular y además, el domingo no habrá polo.<br />

Podríamos aprovechar para ir unos días al Sur.<br />

-Como quieras, Gonzalo.<br />

Cuando volví al cuarto me desvestí para acostarme, y mientras mi marido leía el<br />

diario, yo continué como el murmullo de un agua temerosa, cantando la nana.<br />

"Pasa por mi casa<br />

80


en silencio.<br />

yo te daré dos..."<br />

-Natalia, si te gusta el canto, ¿por qué no aprendés?<br />

Me propuse no oírlo, mientras aguardaba que, como todas las noches, me poseyera<br />

----------------------------------------------<br />

Durante un tiempo cuando visitábamos a tía Amparo en la calle Posadas,<br />

Concepción, la mucama, me rehuía y apenas cambiábamos escasas palabras.<br />

Después, poco a poco el trato fue más cordial y hasta amistoso.<br />

Una tarde visitamos a mi suegra, y encontré a Concepción en el cuarto de<br />

planchar. En algún momento de la conversación:<br />

después...<br />

-Estoy echando de menos otra época...<br />

-Cuál, Concepción.<br />

-Cuando Gonzalo era un chaval. Fue alegre; todo era broma y carcajadas... pero<br />

-Después qué...<br />

-¿No lo sabe usted? A Gonzalo le gustaba el teatro con locura...<br />

-Nunca me lo dijo.<br />

-Porque toda aquella zapateta y alegría terminó y nunca más se tocó el asunto.<br />

Me senté para escucharla.<br />

-Estudió en la escuela de teatro, no sé de qué país y a su regreso participó en un<br />

concurso importantísimo para elegir el actor que interpretaría un gran papel. Era decisivo<br />

para su carrera y esperó el resultado inútilmente. Su padre que odiaba la idea de que su hijo<br />

fuera actor, intervino para que el premio no llegara a su conocimiento. Pero después de<br />

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años y ya resignado a trabajar en la oficina de su padre, Gonzalo se enteró de que él le<br />

había cerrado el portal de su vocación. Se tornó callado y hosco. Ahora, con usted, está<br />

cambiando un poco. Sólo un poco.<br />

Por un momento odié a su padre, quizás como, sólo por un instante amé a Gonzalo.<br />

-------------------------------------------<br />

Mamá me escuchaba tan aquiescente cuando le hablaba de Esteban como cuando le<br />

leía un poema. Hasta los comentarios eran semejantes.<br />

importante:<br />

-Me parece un poco triste.<br />

-No, debe crecer más.<br />

-No lo entiendo bien.<br />

Y de pronto, mamá, cambiando de conversación, como si se acordara de algo más<br />

-Y en tu trabajo, ¿cómo te va?<br />

-Ya sé que no te gusta que hable de Esteban, pero necesito hacerlo y sólo con vos<br />

puedo soñar que lo tengo...<br />

-Pero has agotado todo para que llegue de veras...<br />

-Es que de veras, lo tengo- marcaba las sílabas.<br />

Yo sabía los kilos de hormonas que había recibido, los óvulos que me sacaron, la<br />

esperma que los envolvió y no pudo fecundarlos. La probeta sirve para esconder óvulos<br />

pasados por aguas químicas y esperas inútiles.<br />

Fue ahí cuando mi madre se acercó a la ventana y mirando hacia los tejados:<br />

-Hoy no ha venido la gatita blanca. Su plato -miralo- está sin tocar.<br />

-Es que los gatos son independientes, ocupate más de tu nieto. Te traigo a Esteban<br />

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¿eh?, lo cargás un poquito, le hacés sonar tu cascabel y verás como sigue con los ojos el<br />

campanilleo- mi madre se quedó mirándome atribulada.<br />

quebrada.<br />

Corrí a mi cuarto y vine con Esteban.<br />

-Natalia, Natalia.<br />

-Miralo mamá...<br />

-¿Qué, Natalia?, tus brazos están vacíos, no hay nada en ellos- pronunció con la voz<br />

-Mamá, miralo- dije con los dientes apretados de impotencia y de cólera.<br />

Con mano firme deshizo la cuna formada por mis brazos, me tomó de los hombros,<br />

me sacudió, como nunca lo había hecho. ¡No te tortures así, maldito sea, no hay ningún<br />

niño! Ya vendrá. No te enloquezcas ni me enloquezcas. Algo rodó y se hizo trizas a<br />

nuestros pies. Luego el gran silencio, mientras por la ventana, asomada, husmeando con su<br />

bonito morro, la gata blanca volvía a ser una presencia.<br />

Para cerrar la escena, y ahora pienso para castigarla y castigarme, dije:<br />

-¿Sabés que papá, según las fotos se parecía a Gregory Peck?<br />

-Nunca vi a Gregory Peck.<br />

-A papá tampoco. Lo necesario para que yo esté aquí, hablándote de mi hijo.<br />

----------------------------------------------<br />

Qué valor habrás tenido para dejar Austria, tu patria, para separarte de tu madre<br />

María Teresa, para venir a un país extraño donde siempre odiaron a los Habsburgos.<br />

Te manipularon como esas piezas de ajedrez al que yo jugaba con la Princesa de<br />

Lamballe. A los quince años pudiste vivir entre la superficialidad y las intrigas de una<br />

corte que agoniza.<br />

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Madre, cuando me arrancaron de tu lado, en el Temple, Simón, que no presenció mi<br />

tortura, me puso al tanto de circunstancias desconocidas para mí. Me habló de cuando a<br />

tus quince años no se consumó la unión con mi padre. Todo me lo dijo Simón y yo pasaba<br />

noches de insomnio, pobladas de espectros.<br />

--------------------------------------------<br />

-Mirá, Claudio... no soy feliz con Natalia -Gonzalo le hizo a su amigo un gesto de<br />

¿qué puedo hacer? -paseándose por el living de la casa.<br />

-¿Por qué? ¿qué está pasando?<br />

-El otro día me dijo que soy un alexitímico...<br />

-Y qué quiere decir eso?<br />

-Que no sé expresar mis sentimientos y todo lo traduzco en mal humor...<br />

-¿Y sos como ella dice?<br />

-No hablo mucho porque me inhibe. No puedo mantener una conversación como la<br />

que tiene con sus compañeros de Facultad o con escritoras, y escritores, que la llaman por<br />

teléfono -el tono denotó fastidio y resignación.<br />

-Por qué no intentás tener con ella diálogos sobre otros temas. Si vos sos un buen<br />

lector... sos culto.<br />

-No se da la oportunidad. Veo que lo nuestro no va... Además esto de que no quede<br />

preñada... Recorrió cien consultorios, se hizo la mar de análisis sin resultado.<br />

-¿No se les ocurrió adoptar uno?<br />

-No. Además esta sucediendo algo que me preocupa. Una tarde desvarió<br />

diciéndome que nos había nacido un hijo, que se llama Esteban y además no sé cuántas<br />

macanas, refiriéndose a un Delfín que ella considera real; ¡pero que no existe!...<br />

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-¿Y qué le contestás cuando sale con eso?<br />

-Desvío la conversación como si no la oyera.- mirando hacia cualquier punto de la<br />

pared- No soy romántico. Vos sabés todas las que pasaron por mi vida, pero eran<br />

chisporroteos de fin de año. La quiero y no sé cómo decírselo.<br />

Claudio se incorporó con el pretexto de buscar copas para tomar algo, y al pasar por<br />

su lado, le palmeó el hombro.<br />

-Vas a ver que todo se va a arreglar. Además no te olvides que es escritora y los<br />

escritores a veces pierden de vista la diferencia entre lo vivido y lo imaginado.<br />

-No voy a poder cambiarla<br />

-Cambiá vos.<br />

-Tampoco podré.... Sé que me es fiel... pero tengo la intuición... -tomó el vaso en el<br />

que Claudio le había servido una medida de whisky y bebió un sorbo- de que hay algo que<br />

se interpone; que ella piensa en otra persona... Todo enamorado tiene el poder de darse<br />

cuenta de...<br />

pantalón.<br />

-¿Pero encontraste algo? ¿habló en sueños?<br />

-No pienso que sea un hombre...<br />

-No me digas que es lesbiana.<br />

-No. Ni un hombre ni una mujer.<br />

-Ahora sí que me jodiste ¿un fantasma entonces?<br />

Mirá, la seguimos en otro momento. -dijo en tanto se levantaba acomodándose el<br />

-¿Y qué le vas a decir cuando te pregunte por qué llegás a esta hora? Son las cinco<br />

de la madrugada.<br />

-Cualquier cosa que le diga lo mismo pensará que estuve con otra mujer. Como no<br />

le hablo, piensa que no la quiero y si tiene esa certeza es lógico que dude<br />

85


-¿Y cuando hacen el amor?<br />

-No se qué quiere. Soy un tipo normal, me calienta verla, la busco y mientras tanto, ella<br />

mira el techo como si allí hubiera un aparato de televisión.<br />

-Y qué querés, si no le decís nada.<br />

-Pero decime ¿cuando vos cogés, cantás " Y a la Torre del Oro y olé y olé"?- dijo<br />

mientras salíamos hacia el ascensor.<br />

-¿Y te conformás, o seguís saliendo con Elena?<br />

-No necesariamente con ella. Hay otras bien dispuestas -y subrayó la ironía con un<br />

gesto que parodiaba el abrazo.<br />

-Chau, Gonzalo ayudate vos, pensá que esta situación es una bocha y tu voluntad el<br />

taco. ¿Para qué mierda jugas tan bien al polo?<br />

las ocho...<br />

---------------------------------------<br />

Estaba por salir de compras cuando sonó el teléfono. Era Gonzalo.<br />

-Natalia, esta noche comemos afuera con la gente de la empresa. Paso a buscarte a<br />

Me arreglé como para un concurso de belleza con un vestido hindú. Me hace la<br />

figura que quisiera tener. Gonzalo llegó antes de lo anunciado, se cambió y salimos.<br />

Cohibida por la cantidad de personas me presté a "mucho gusto", "siéntese acá<br />

señora", "qué mona". "Gracias, gracias". Sillas arrastradas, música. Me ubicaron entre<br />

Giancarlo, un amigo de mi marido y Gonzalo, con la mirada distraída, pero que por sus<br />

intervenciones oportunas en la conversación, me di cuenta de que la seguía muy interesado.<br />

Una de las empleadas, joven, atractiva, salió a bailar sola y descalza al compás de<br />

una música judía.<br />

86


Gonzalo:<br />

-¿Quién es?- le pregunté a Giancarlo.<br />

-Ella es de Tel-Aviv... atiende los reembolsos -y agregó socarrón dirigiéndose a<br />

-Contale, Gonzalo, contale quién es Marta.<br />

El se sonrojó pero no dijo nada. Insistió el otro, que por la manera de arrastrar las<br />

palabras, ya había bebido bastante.<br />

-Vos la conocés...por qué no la acompañás en el baile y...en el tropezón -agregó al<br />

ver que la bailarina dio un traspié y cayó sobre la alfombra. Tuve un mezquino sentimiento<br />

de revancha y decidí averiguar algo más sobre la relación Marta-Gonzalo... pero... ¿cómo?.<br />

Al otro día me incomodaron mis pensamientos ¿seguirlo todo el día para<br />

sorprenderlos....para tener un motivo de separación? ¿Para experimentar el malsano placer<br />

de sentirme humillada por un hombre al que no sabía si amaba?<br />

Me decidí, tomé un taxi y lo hice merodear por el estudio, de donde Gonzalo, saldría<br />

seguramente para almorzar. Allí le pedí al chofer que se detuviera y esperé. Nerviosa, no<br />

hallaba adjetivo para calificar mi actitud. Después de quince minutos salió apresurado y se<br />

dirigió hacia el lugar donde estábamos detenidos. ¿Y si me veía? Me agaché ridículamente<br />

sobre el asiento, mientras el taxista me observaba por el espejo. Gonzalo entró en el bar, y<br />

ya en la mesa junto a una ventana pidió algo. Le dije al chofer que volviéramos. Me recosté<br />

en el respaldo y me sentí morir de pena por mí y por él. Y por la ausente, el fantasma que<br />

esa tarde faltó a la cita... ¿concertada por mi imaginación?<br />

-------------------------------------------<br />

Llegaron las vacaciones... "en el verano todos se van y yo me voy de todos" decía<br />

Julio de Vedia, un amigo poeta.<br />

87


-Que te parece, Natalia, si viajamos unos días a Quito -sugirió Gonzalo oculto por<br />

La Nación que estaba leyendo.<br />

-Podemos visitar a Emilia y a su marido Teodoro a quien nombraron Agregado<br />

Cultural de la Embajada en Perú. Recordaremos con Emi a nuestras "queridas" monjas del<br />

secundario.<br />

-Me pareció una buena idea. Vivía fatigada con mis clases, a pesar de lo mucho que<br />

me gustaba la docencia. Pero especialmente me era preciso salir para saber algo más<br />

de mis sentimientos. De los de Gonzalo. ¿Estábamos demasiado cerca? ¿Necesitaría<br />

perderlo para encontrarlo? Y si nada se aclaraba ¿separarnos? Imaginé ese<br />

momento. No podía dejar a Esteban, mi hijo; porque él se quedaría entre estas<br />

paredes, al amparo de las cosas cotidianas, merodeando por rincones imposibles...<br />

Pero ¿sería ese abandono el motivo de mi vacilación? No, me asustó comprobarlo; era<br />

Gonzalo ¿Cómo se podría arreglar solo? ¿Y si fuera eso lo que él estaba esperando?<br />

Cualquier posibilidad me preocupaba.<br />

------------------------------------------------<br />

Los amigos del pueblo, nuestros enemigos, tomaron la Bastilla. Sé madre, que<br />

hubo una jornada verdaderamente nefasta para ti. Aquella, cuando le dijiste adiós a tu<br />

pequeño solar, el Trianon -tu Viena diminuta-, donde habías sido tan dichosa. Despedirte<br />

de ese sitio fue comenzar a desprenderte de la vida.<br />

La política era una veleta a merced de todos los vientos. Antes de que algo<br />

aconteciera, ya era noticia trasnochada y se sucedían los hechos contrapuestos, inversos<br />

como los protagonistas. Se me confundían los nombres de los que, puertas afuera de<br />

Palacio, programaban nuestro destino. Como con naipes sin identificar mi imaginación las<br />

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maniobraba en un esparcimiento ciego. Jorge Jacobo Danton, rey de bastos. Robespierre,<br />

seis de espadas. Marat, as de copas. Carlota Corday, sota de oro.<br />

Te vi, a cierta distancia observando los árboles, el huerto del que recogíamos frutos<br />

y legumbres en los días venturosos. Las hojas secas de ese otoño cubrían el anémico<br />

césped y yo que tenía apenas cuatro años sentí la gravitación de tu tristeza. Adiós veladas<br />

con amigos, ensayos de teatro, conciertos. Adiós tu risa para siempre. En un teatro<br />

imprevisto comenzabas a calzarte la máscara de la tragedia.<br />

------------------------------------------<br />

Fueron seis horas de viaje hacia Quito por Líneas Aereas Ecuatorianas. Yo, en el<br />

vientre de la ballena, dormí tan profundamente un par de horas que ni siquiera me despertó<br />

el almuerzo; después:<br />

-Me pondré el sobretodo, hay mucho aire acondicionado -le oí decir a Gonzalo.<br />

-Mirá a esos chicos, todos vestidos iguales. Voy a averiguar. Quizás sean<br />

deportistas. -me levanté y de regreso: -Pertenecen a un grupo de escaladores de montaña.<br />

Piensan desafiar el Cotopaxi.<br />

-Pero Natalia, ¿qué te importa lo que hagan?- se molestó Gonzalo.<br />

Concluida la "conversación", el altoparlante, en el siempre "excelente" inglés del<br />

personal de aviones anunciaba:<br />

-"Ha comenzado el descenso al Aeropuerto Mariscal Sucre de la Ciudad de Quito".<br />

Al salir, allí estaban Emilia y Teodoro. Él, con un aspecto de niño desprotegido; ella<br />

con su perseverante belleza. Gonzalo no conocía al marido de mi compañera de colegio y la<br />

presentación fue breve, cariñosa ¿convencional?<br />

A pesar de la insistencia para que fuéramos a la casa de ellos, nos alojamos en el<br />

89


Hotel Quito donde ya habíamos reservado lugar y al despedirnos acordamos encontrarnos<br />

a la mañana siguiente para caminar por la Ciudad Vieja.<br />

Tiene algo de infantil la expectativa con que inspecciono los cuartos de hotel; son<br />

como un paréntesis en la rutina de nuestra propia casa, de los objetos y paredes de siempre.<br />

Es como si antes de mi nacimiento me hubieran permitido incursionar en una matriz ajena.<br />

El enorme ventanal, un paisaje bellísimo de montañas, nieve, verdor y allá rodeado<br />

de nubes, soberbio, el Cotopaxi que los chicos del avión escalarían.<br />

Después de un baño placentero hubo comentarios intrascendentes, deshilvanados:<br />

-Qué amplio...<br />

-Poné el televisor. Siempre es bueno para un estudio sociológico.<br />

Nos acostamos y dormimos como dos hermanos.<br />

------------------------------------------------------<br />

Al bajar para el desayuno Emilia y Teodoro nos esperaban en el loby; fuimos a la<br />

confitería servida por mujeres otavaleñas con sus típicos collares dorados y poco<br />

comunicativas.<br />

Fue el momento propicio para la conversación. Las palabras se atropellaban por salir<br />

y encontrarse con las demás en esa necesidad de conocer al otro. Yo, a Teodoro y Gonzalo<br />

a Emilia. Mi marido habló del campo y de política. Mi compañera de colegio, de sus<br />

exposiciones de pintura, de su bohemia y bella concepción de la vida.<br />

Gonzalo la escuchaba fascinado. Nunca lo ví tan absorbido por una conversación<br />

sobre arte. Hasta dijo algo sobre Dalí que nunca me había comentado y sobre Figueras<br />

como si alguna vez hubiera estado en aquella ciudad catalana del Ampurdan, donde se<br />

encuentra el museo del pintor.<br />

90


En cuanto a Teodoro supe que antes de ser agregado en la Embajada había tenido<br />

una empresa comercial de confecciones Ives Saint Laurent y plantaciones de jojoba.<br />

Como Gonzalo se dedicaba a hablar y admirar a Emilia, "pero, si sos preciosa"; yo<br />

conversé con Teodoro. Era entusiasta, cuando tocábamos el tema de las plantas tropicales.<br />

Las camareras por poco nos colocaban sillas sobre la mesa para instarnos salir y con<br />

un taxi llegamos al Quito Viejo. Es el corazón de América esta ciudad colonial, llena de<br />

conventos e iglesias cubiertas de historia y de oro. Por instantes, me perdía sola entre la<br />

multitud de turistas y vendedores callejeros, porque quería verlo todo, hablar con la gente,<br />

preguntar precios en el mercado, aplaudir a los músicos de la plaza, probar los extraños<br />

potajes de las esquinas. Rendidos nos metimos en un bar. Mi marido no tenía ojos más que<br />

para Emilia. Y ella le coqueteaba. Sí, Gonzalo debe de tener atractivo para las mujeres<br />

exuberantes, normales como parecía Emilia, con su pronunciado escote por el que se<br />

asomaba demasiado el pecho. Con piel de porcelana y juventud en cada gesto, cada cruce<br />

de piernas, cada movimiento de hombros. Sentí ¿celos? Sí.<br />

Trataba de convencerme de que los celos no son amor, sino puro deseo de posesión<br />

y de que, este hombre era mío sólo porque dijo sí ante el altar del Sacramento una distante<br />

mañana de otoño. Los celos me acuciaban y ,a mi vez, decidí coquetear con Teodoro, de<br />

modo que para subir unas escaleras me apoyé en su brazo y fui al baño a retocarme el<br />

maquillaje que el aire de altura había borrado. Ante el espejo no estaba mal. Los ojos un<br />

poco cansados y un rictus que me dejó el sentimiento de inferioridad ante el esplendor de<br />

Emilia. Me rehice. Cambié el gesto. Distendí los labios; me esponjé el cabello y salí a<br />

ganar esa insignificante escaramuza.<br />

paseo.<br />

Mi andar -lo sabía- era airoso y los tres me miraron al llegar. Salimos a continuar el<br />

-Ya es casi de noche. Y ¿si vamos a cenar y luego bailamos en alguna parte? -<br />

91


insinuó Teodoro.<br />

-Yo estoy cansada- dijo Emilia.<br />

-Y yo también, agregó mi marido.<br />

-¡Dommage! -dije- yo sí acepto, Teodoro. No se enojan, ¿verdad?- qué iban a<br />

enojarse si mientras yo salía con Teodoro quién sabe lo que sucedería entre Emilia y<br />

Gonzalo en el hotel.<br />

-Natalia, ¿vino o champagne?<br />

------------------------------------------------<br />

-Agua, dije- acordándome de los indios que había visto a la tarde dejándome<br />

oprimida y culpable.<br />

Francisco?.<br />

-¿A veces salís sin que te acompañe Gonzalo?<br />

-Sí, porque sabe que no me atrevería a serle infiel...<br />

-¿Y él? ¿es fiel?<br />

-No me importa. Hablemos de tus plantas. De vos. De Emilia, si preferís.<br />

-Natalia ¿y si hablamos del artesanado que vimos hoy en el Convento de San<br />

Le descubrí la ironía y el humor, dos condiciones que nos depararon una noche<br />

amistosa y feliz y al llegar al hotel nos despedimos con la promesa de vernos los cuatro<br />

para ir a conocer la línea del Ecuador, la Mitad del Mundo.<br />

Entré en el cuarto sigilosamente para no despertar a Gonzalo. Me desvestí a oscuras<br />

y me acosté, pero él no estaba en la cama. Durante la duermevela oí el cerrojo de la puerta<br />

y me dejé hundir en el sueño porque ya no quería más enfrentamientos.<br />

Descansé bien y a la mañana siguiente me despertó el sonido de la ducha.<br />

92


Ya levantada observándome al espejo.<br />

-¿Adonde fueron anoche? -preguntó Gonzalo.<br />

-¿Y ustedes?<br />

- Yo fui el primero que hizo la pregunta.<br />

A nuestro regreso de Ecuador, por primera vez, asistí sola a la presentación de un<br />

libro. Me resigné a enfrentarme a la vida literaria sin Gonzalo, porque por una razón u otra<br />

se resistía a acompañarme:<br />

-No va conmigo, Natalia y no puedo explicarte el por qué de ese rechazo. Me siento<br />

culpable porque se trata de tu vocación, pero no puedo remediarlo.<br />

Ya se sabe que en Buenos Aires hay varias presentaciones de libros por día. Ya se<br />

sabe, también, que en el mundo se publica infinitamente más que lo que podemos leer.<br />

Otro libro inaccesible para mí, al que otros sí accederán.<br />

En el fondo de este fastidio producido por el exceso de publicaciones, quizás esté la<br />

certeza de que la aparición de cada obra, es un nuevo motivo de alejamiento entre los<br />

lectores. Cada uno lee un texto distinto. El que el azar o la casualidad llevan a su foco de<br />

atención.<br />

-¿Leíste a Abel Posse?<br />

-No; leí el último de Marcos Aguinis.<br />

Entonces, en vez de dar - en un comentario fascinante- diferentes aspectos de un<br />

panorama común, cada uno se pierde en disquisiciones sobre algo que los demás no<br />

conocen y el saberse cada cual único conocedor, lo plenifica de un extraño orgullo. Es el<br />

dueño de esa fracción. Dicta cátedra. No suscita polémicas. ¿Vos sos el Hernando de<br />

Magallanes de Kenaburo Oé? Bueno, yo soy el Cristóbal Colón de Marcos Aguinis.<br />

Y en esa primera reunión observé también algo curioso. Me presentaron a varios<br />

93


escritores que -después supe- no habían escrito una linea. Saludan y se pavonean porque<br />

son los reyes de la página en blanco. Los soberanos de una gran metáfora.<br />

Después saludé a todos tratando de conversar con alguien acerca de algo. Pero eso<br />

no sucede en estas reuniones. Cada uno saluda sin mirar al saludado porque curiosea desde<br />

lejos al que saludará próximamente.<br />

-----------------------------------------------<br />

A mi madre se le ocurrió desenvolver recuerdos de su infancia y por primera vez<br />

me habló de Pilar, su abuela paterna.<br />

-¿De qué nacionalidad era?<br />

- Andaluza, de Granada.<br />

¡Al fin! dijo mi sangre. Sabía de mi antepasada india, de mi bisabuelo paterno suizo<br />

italiano; de mis lejanos parientes, siempre por la rama paterna, que fueron, uno, corregidor<br />

del Cabildo -Thomas Monsalve- y otro, Francisco Casco de Mendoza fundador del pueblo<br />

Capilla del Señor .<br />

¡Al fin! repitió mi sangre. ¿Qué extraña memoria me hacía reconocer a Granada<br />

como algo muy mío; algo no enajenable?. La que me hizo soñar tantas veces con gitanos,<br />

con las cuevas de Granada, con el sonido de esas cuerdas musicales de agua que caen desde<br />

la Alhambra...<br />

¡Al fin! disipo algo más esta bruma de la que provengo. Un poco de eses sibilantes<br />

¿o de zetas? - Ahora borradas por el salvaje espacio diferente se me agregaron a todo el<br />

símbolo hablante que soy.<br />

Pero allí estaba Pilar, que era como decir yo. ¿Cómo habrá sido? Qué tendré de<br />

ella. ¡No saber un poco más de mí! ¿Desde dónde, bisabuela Pilar, podés observarme?. Y<br />

94


cuando yo esté donde estás ¿a qué bisnieto miraré para reconocerme? ¡A ninguno! Será mía<br />

la ceguera de las mujeres "sin un hijo para llevarse a los labios". Se acaba con ellas ese<br />

caleidoscopio, en el que se podrían descubrir cada vez más nítidos, las respuestas a sus<br />

enigmas repartidos en los descendientes: el gesto de aquél, la mirada de este otro, el color<br />

de esos ojos, la obediencia de unos cabellos, la rebeldía de aquella voz...<br />

-Yo me termino aquí -agregué después de un largo silencio.<br />

-¿Y que tiene que ver lo que decís ahora con la bisabuela Pilar? -se desconcertó mi<br />

madre. Siempre se sorprendía pero como quien no se sorprende.<br />

---------------------------------------------<br />

Era un día de verano tórrido como no habíamos tenido otro en Buenos Aires.<br />

En nuestra vieja casa de la calle Serrano, me esperaba una atmósfera fresca,<br />

guardada no sé por qué mañas de esos techos altísimos o del encierro en que la dejé al salir.<br />

Al pasar del vestíbulo a nuestro cuarto, encontré a Gonzalo durmiendo la siesta. Oí<br />

su voz enronquecida por el sueño:<br />

colegio.<br />

-¿De dónde venís? -y agregó irónicamente -No habrás ido a llevar a Esteban al<br />

-Sí, vengo del Juan XXIII.<br />

Y por primera vez él siguió el juego, para transformarlo en un diálogo macabro.<br />

Acomodó la almohada y se incorporó un tanto.<br />

-Decime, ¿que edad tiene Esteban?<br />

-¿No sabés? nació a los siete años de casarnos, tiene once.<br />

-Humm... y no podría ser que ...-sentada en la cama me estaba quitando las medias,<br />

suspendí la tarea y lo miré. Me pareció que era la primera vez que lo veía.<br />

95


-¿Podría ser qué?<br />

-Que lo tuvieras por obra y gracia del espíritu de aquel novio que tuviste. ¿Cómo era<br />

el nombre? Germán, si, San Germán, mártir... o de no sé que personaje misterioso que se<br />

interpone entre nosotros... -Le tembló un poco la voz pero no me conmovió.<br />

-¡Jugá con cualquier cosa, dudá de mi fidelidad, creé que soy ladrona, puta,<br />

criminal, pero no dudes de que no viviría ni un segundo con el que no fuera el padre de mi<br />

hijo! Vos estás vivo y Germán muerto. En cuanto al que decís que se interpone entre<br />

nosotros; ¡no es de carne y hueso! no puede engendrar hijos. Aunque me lleve con vos a<br />

las patadas, aunque lo nuestro sea cualquier cosa menos un matrimonio normal, aunque te<br />

acuestes con cualquiera que te diga que sos un gran polista, aunque golpees sobre la mesa<br />

con el puño rompiendo vasos y platos, cada vez que te contradigan...<br />

No quería llorar pero las lágrimas me punzaban los ojos.<br />

En silencio, lentamente me dio la espalda.<br />

Me arrojé sobre él para que me enfrentara.<br />

-Vos estás loca, Natalia, me estás enloqueciendo a mí con lo de Esteban... y con lo<br />

del hombre que no es de carne y hueso... ¿qué es? ¿un espectro?- Se le volvió a quebrar la<br />

voz y me faltaron fuerzas para responder.<br />

----------------------------------------<br />

A Dios pluguiera que nunca lo hubiese visto, cuando mi aya se distrajo y yo<br />

saltando con ágiles piernas me aproximé a las rejas de Palacio.<br />

Tú sabes que yo era incapaz de matar un insecto por más dañoso que pareciera.<br />

Imagínate, madre lo que experimenté, poco después de tu despedida del Trianon, cuando vi<br />

el espectáculo de las calles con un desborde de brujas abalanzándose sobre los Guardias<br />

96


de Corps:<br />

-¡Que mueran!<br />

-¡Abajo el clero!<br />

-¡la loba austríaca!<br />

-¡el Delfín granuja!<br />

He conocido a casi todos los Guardias de Corps ¿recuerdas a Pierre, uno de ellos,<br />

estudiante novicio, que trataba de adivinar mis deseos para cumplirlos antes de que yo los<br />

demandara? Entre esas mujeres escandalosas, con escarapelas tricolores, lo vi<br />

debatiéndose, tratando de oponerse a la agresión. Pero fue inútil. El odio tiene más poder<br />

que la fidelidad y delante de mí, le partieron la frente con una barra. Yo grité y hubiera<br />

querido que esas rejas me obedecieran para lograr acercarme porque me estaba mirando y<br />

con el hilo de vida que le restaba:<br />

-¡Vivan los Reyes de Francia!... ¡Viva mi pequeño Delfín...!<br />

Otro golpe le devolvió la paz.<br />

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CAPÍTULO V<br />

-Nos obligan a ponernos corbata, saco y la mar en coche. Al diablo con Videla y<br />

Cacciatore y todos estos militarotes que estamos aguantando desde Uriburu. Aunque ahora<br />

con la guerra de Malvinas creo que se les acaba... usted ¿como se llama?<br />

- Carlos Mendizabal -recité desganado.<br />

El taxista me tira de la lengua para que me despache contra el gobierno.<br />

Parapolicial, seguro. Pero malditas las ganas de hablar que tengo esta noche de verano<br />

porteño. La camisa forma parte de mi piel. Con los ojos cerrados, por decir algo, lo<br />

provoco:<br />

-Son servicio público, y no está mal que los obliguen a estar presentables...<br />

-Vamo, vamo, una corbata no agrega ni quita un carajo la mugre que algunos tienen<br />

en la camisa -y le echó un vistazo a la mía.<br />

-¿Usted, prefiriría andar descamisado? -dije mientras pensaba que no le vendría mal<br />

una corbatita en la lengua. Con un "pare aquí nomás", bajé sin esperar el vuelto,<br />

quedándome con la incógnita de su filiación política.<br />

Se me había hecho tarde. Repasé las siluetas y los rostros de todas las mujeres que<br />

pasaban por las cuatro esquinas de Corrientes y Esmeralda, "cabello negro, vestida de<br />

verde". ¿No me habría dado señas falsas para actuar con impunidad?. Hay tanta gente con<br />

ganas de jugar en Buenos Aires. ¿No se estaría riendo de mi traje desaliñado y de mi<br />

ansiosa búsqueda? Ante tal idea me contuve y adopté un gesto indiferente. Por desprolijo<br />

que esté, ninguna mujer se resiste a un hombre con aires de no importarle mucho la cosa.<br />

No sé para qué acudí. Qué espero de una mujer más, que me vendrá a correr con su<br />

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historia de piba de barrio, de vestidito de percal con tango y todo.<br />

- Carlos Mendizábal<br />

- ¡Natalia! ¡Vos!<br />

Ya en la complicidad del bar:<br />

-¿Por qué me llamaste? ¿Por qué no me diste tus señas? ¡Que boludo! Pensé en<br />

una regia aventura - y mientras bebían recordaron a Germán, a los muchachos del Tortoni<br />

y Natalia le contó cuanto le había sucedido desde entonces.<br />

-Y vos, Carlos ¿te casaste?<br />

-Sí...<br />

-¿Y tu esposa?.<br />

-¿Qué querés saber? ¿Si existen milagros? ¿Si la amo como el primer día de<br />

matrimonio? - tiñó de ironía el "amo"- si el sagrado vínculo, si el puente de los hijos. Mi<br />

mujer es enferma, Natalia. Yo suelo cocinar y lavar la ropa. Después de comer, ella<br />

guarda los platos sucios en el horno y los limpia como Dios quiera, a medida que los va<br />

necesitando y cuando no tenemos empleada, no hay quien la aguante.<br />

-¿Y tu profesión? ¿Tu trabajo?<br />

-Bueno, mis investigaciones en Neurología marchan; tengo un consultorio y un<br />

rebusque en el Hospital de Clínicas; pero decime ¿para qué me llamaste? ¿Cómo diste<br />

conmigo y por qué el misterio de tu identidad? ¡Cómo no me avivé que una vez, a Germán,<br />

lo sorprendiste con una llamada telefónica!... perdoná, a mí también me duele recordar.<br />

No sé por qué llamé a Mendizábal. En los últimos días, abrumada por nuestro<br />

distanciamiento con Gonzalo, se exacerbó el recuerdo de mi cuarto en Zárate y tuve la<br />

evidencia de saber que todavía busco las astillas de aquel marco, las esquirlas del vidrio, la<br />

fidelidad de la imagen.<br />

Creo que se esconde detrás de un rasgo vivo; tengo el impulso de descubrirlo al<br />

99


fin... pero todo es marco y vidrio. La verdadera imagen sigue oculta. No obstante Germán<br />

fue un celeste indicio de que existe. Angustiada llamé a Mendizábal jugando con el<br />

encubrimiento; fue un impulso de rebeldía contra el disfraz de nombres y de rostros;<br />

además, Carlos era un trozo de escenario de aquel pasado, que nunca dejó de ser presente.<br />

Esa tarde quise aferrarme a algo tangible, a alguien que conociera a Germán y comprobar<br />

que había existido. Nos citamos cerca del Congreso para ir a la misma confitería: El<br />

Molino. Si la música y los perfumes tienen un apremiante poder evocador, las personas<br />

más aún. Ese rostro regular, esos ojos inteligentes, inquisitivos me arrastraron al pasado<br />

con una fuerza traidora. Observé la cara del hombre que debió morir en lugar de mi novio<br />

y no se disculpaba por estar vivo. Había cordialidad en esa mirada que, con cierta<br />

inquietud, le descubría.<br />

Le hablé del hijo que no tuve; pero que vivía. De sus juegos, sus gestos.<br />

-¿Pero te lo imaginás siempre con la misma cara? ¿dormida o despierta?<br />

-Si lo que deseás saber es si estoy chiflada te digo que no, aunque me paso horas en<br />

vigilia, con los ojos cerrados viéndolo andar por la casa.<br />

-Natalia, no es locura lo que tenés. Más que con la siquiatría, lo tuyo tiene que ver<br />

con la Literatura. Como se dice que el cuento es circunstancia y la novela, personaje, ya<br />

que has creado al personaje Esteban ¿por qué no escribís la novela?<br />

Francia.<br />

-Es lo que estoy haciendo, Carlos. De algún modo, en ella, estará el Delfín de<br />

-Natalia, una vez me comentó Germán que vos lo comparaste con el Delfín de<br />

Francia que acabás de nombrar.<br />

Yo observaba sin mayor interés los movimientos de la gente, de los mozos.<br />

-¿Vos seguís siempre preocupado por el país?- desvié la charla.<br />

-Sí, el país siempre me duele. Tanto los hombres que amenazaron al pueblo<br />

100


inocente, como la represalia de muertes y torturas...<br />

-Y ahora ¿te comprometés como entonces?<br />

-Sigo odiando a Perón que fue la causa de todo; la gente olvida pronto.<br />

-¿Pero andás en algo...?<br />

-No puedo decirte nada más, Natalia.<br />

La mirada de Carlos se le fue lejos tras el humo del cigarrillo. Mientras yo<br />

contemplaba las manos delicadas, el gesto viril, él se sintió observado y sus ojos regresaron<br />

morosos, posándose en cada detalle de la confitería, hasta que se detuvieron en mí y jugó:<br />

noches?<br />

-Usted me recuerda a otra mujer.<br />

-Si soy yo -dije como ajustándome una máscara.<br />

-No, era más joven que usted.<br />

-Pero si soy yo.<br />

-No puede ser. Ella ha muerto desde que se convirtió en la novia de mi mejor amigo.<br />

-¡Ah! -solté derrotada la invisible máscara.<br />

-No importa, eso no impide que podamos comer juntos... ¿Qué hacés por las<br />

-Lo mismo que por los días. Leo y escribo todo lo que puedo. Siempre hay una<br />

revista o algún diarito que me publica algo.<br />

-¿Y tu casa?<br />

-Es largo para contarte ahora.<br />

-¿Y tu esposo?<br />

-Entretenido con el campo, el polo, las vacas y tal vez, con alguna...<br />

-¿Por qué suponés?<br />

-Porque es un hombre normal, conmigo no marcha muy bien la cosa. Pero, Carlos,<br />

por favor, no hablemos de mí.<br />

101


Mendizábal me miró a los ojos y bajé los párpados, para que no se encontrara con lo<br />

que mi propia mirada le decía. Que Carlos no supiera de mi admiración por su carácter. Ni<br />

de la amnesia que empezaba a nublarme el corazón.<br />

---------------------------------------------<br />

En la sala de espera no tenía dónde sentarme. Apoyada en la pared aguardaba a la<br />

enfermera para hacerme anunciar. Observé a cada uno.<br />

-¿Y usted tiene número? -me preguntó alguien<br />

-No, vengo a retirar... una receta<br />

Intuí las miradas cómplices de acusación. Y llegó el cuchicheo:<br />

-No tiene número.<br />

-Siempre hay alguna avivada.<br />

-Que pase Natalia Méndez...<br />

Cuando entré en el consultorio, Carlos Mendizábal se veía diferente de guardapolvo<br />

blanco, con el aire distante que les otorga a los médicos su "personalidad de compraventa".<br />

-Adelante, Natalia.<br />

-Hola doctor. Vengo porque se me han muerto algunas neuronas.<br />

-No; sólo deben de estar desmayadas.<br />

Me miró a través del escritorio, y yo hice como que inventariaba el cuarto de<br />

paredes blancas, luz fluorescente y camilla niquelada.<br />

-En serio Carlos, me siento mal...<br />

-Mírate al espejo y te sentirás mejor.<br />

-Tengo jaquecas insoportables.<br />

-¿ A ver? Sentate en la camilla.<br />

102


Con una lupa y la linterna me examinó los ojos. Acercaba demasiado su mejilla a la<br />

mía. Giró la cabeza y me rozó los labios; sólo fue una leve caricia. ¿involuntaria?.<br />

-Te traje un libro. -abrió un cajón del escritorio, me lo dio y volví las páginas como<br />

buscando algo ¿una hoja disecada? Lo guardé en el bolso prometiendo leerlo cuanto antes.<br />

En ese momento se asomó la enfermera y cuando iba a cerrar la puerta.<br />

-¿Qué quiere Elena? ¡entre! -dijo imperativo-<br />

-Quería saber si estaba, doctor.<br />

-No; me fui -respondió cortante.<br />

Cuando se hubo retirado la inquisidora:<br />

-¿Qué tenés que hacer hoy?<br />

-Volver a casa...<br />

Me puse de pie y se adelantó a aferrar el picaporte.<br />

-No te vayas así, esperá un ratito. ¿Por qué no tomamos un café, mañana? ¿Te<br />

llamo por teléfono?<br />

Conocía ese desmoronamiento interior. Cerré los ojos y fue tan suave el contacto<br />

de sus labios, que cuando los abrí, creí haberlo imaginado.<br />

Me sentía como una adolescente torpe y salí con un hasta mañana apresurado.<br />

Después lo imaginé besándome con ardor y me di cuenta de que yo rechazaba la<br />

idea del contacto físico. Pero... ¿por qué no? Mendizábal no tiene los ojos azules como<br />

para sugerir besos que mueren en el aire.<br />

---------------------------------------<br />

Todo se nubla como si un humo denso anegara la celda del Temple y convoco a mi<br />

padre para no percibir en la oscuridad los ojos de los roedores que husmean los<br />

103


desperdicios.<br />

males.<br />

Él ha dejado su taller de los cielos y sufre ante la inmovilidad a que me reducen mis<br />

-Quiero saber, padre, ¿por qué yazgo en este infecto agujero?, ¿por qué me dejan<br />

solo?, ¿dónde está la gente? ¿Qué día de enero es hoy?<br />

-¿Cómo sabes, hijo, que estamos en enero?<br />

-¡Porque hace tanto frío!... Un cobertor, sólo eso he demandado... ¿por qué me<br />

quieren hacer morir de vida? Yo quiero morir de muerte, de una vez, como tú.<br />

-La gente cree que la muerte se experimenta, Luis Carlos. No; la experiencia<br />

termina con la vida y después te aseguro, nacerás a otra, libre ya de tus males. El espíritu<br />

verá tu cuerpo desde afuera. El aire, las cosas, la naturaleza estarán dentro de ti. Serás<br />

un cosmos que envuelve al otro, como la pulpa de una fruta envuelve el hueso. La<br />

atmósfera será ubicua, disgregada, pura transición, hasta que haya luz desde el principio<br />

hasta el fin, y formes parte de un todo, en el que una Mente Superior rige lo creado.<br />

-¿Y en ese lugar estará la niña? –susurré ante el asombro de mi padre.<br />

-¿Quién es ella, Luis Carlos?<br />

-Eso mismo se pregunta mi hechizado corazón.<br />

El Delfín se incorporó penosamente e intentó apoyar su cabeza sobre el hombro del<br />

padre pero se le resbaló en el aire de la ausencia, para caer otra vez sobre el escuálido<br />

edredón, único hombro sobre el que desfallecía su orfandad.<br />

--------------------------------------------<br />

Carlos Mendizábal comenzó a hablarme todos los días por teléfono, a cualquier<br />

hora, por cualquier motivo o pasaba en auto y tocando bocina hasta que yo salía al balcón<br />

104


nada más que para verlo.<br />

-Natalia, Natalia, es inútil seguir negándonos. Te necesito. Prometo no hablarte del<br />

pasado ni de política, ni de jazz.<br />

-¿De qué entonces?<br />

-De la Sonata de Verano de Ramón del Valle Inclán que acabo de leer y de la Niña<br />

Chole que se te parece.<br />

-No digas eso... ya lo dijo Valle Inclán que se inspiró en mí para crear su personaje.<br />

-Ahora no sé si tengo ganas de seguir tratando a una mujer tan vanidosa...<br />

---<br />

Mendizábal?<br />

Cómo se preparó el escenario de esta representación? ¿Cuándo empezó lo de<br />

¿Aquel aciago día cuando el doctor me confirmó que no podría tener hijos?.<br />

Gonzalo en vez de velar conmigo dijo que saldría con su amigo Claudio. Yo lo llamé para<br />

consultarle algo y me atendió la esposa:<br />

-Habla Natalia, ¿ Cómo estás? ¿ No llegó Claudio?<br />

-Claudio no salió. Está acá, ¿Gonzalo quiere hablar con él?.<br />

-No, llamaré después.<br />

¿Aquel día cuando regresé del campo donde me había quedado a resolver problemas<br />

de la casa y Eusebia, la empleada de una vecina me dijo:<br />

-Señora Natalia, no deje solo a su marido...<br />

-¿Por qué? ¿ Qué sucede? La italiana con un estilo laberíntico me explicó que mi<br />

esposo había entrado con una mujer y que se oían risas desde la casa lindera<br />

¿O aquel otro día cuando la hermana de Eusebia se refirió a él diciendo el "picaflor<br />

de su marido" y no me atreví a pedir explicaciones? ¿Cuando me enteré de que llevaba en<br />

su coche a una compañera de oficina, la misma que iba a nuestro departamento en mi<br />

105


ausencia? ¿O aquella vez que una prima, en el preciso instante de entrar en el despacho de<br />

Gonzalo, vio cómo su empleada Mary jugaba a que lo perseguía, porque él le había hecho<br />

una broma sobre sus abundantes posaderas?<br />

O aquella ocasión... ¿para qué seguir? Pero antes ¿hubo algún momento de plenitud<br />

con Gonzalo? ¿un sentimiento de arrebato?. Sí, quizás en aquellas vacaciones en Chile,<br />

aquellas otras en Uruguay... No recuerdo palabras, sucesos, sólo estados de ánimo.<br />

enseguida...<br />

No podía tolerar sus arranques de furia por las cosas más triviales.<br />

-Ya no está el dentífrico en su lugar.... Me falta una camisa, hay que buscarla<br />

-La empleada se habrá olvidado.<br />

-¿ Y para qué estás vos? ¿Nada más que para escribir versitos?.<br />

Salía dando un portazo. Las asperezas se hicieron parte razonable de mis días.<br />

Además es probable que en este momento crítico yo idealizara a Mendizábal.<br />

Recordé a Sthendhal y su teoría de la Cristalización: una rama seca, grotesca, se<br />

deja durante la noche sumergida en un río helado. Al día siguiente es una joya glacial que<br />

iridisce. Si la sacudimos vuelve a su burda apariencia.<br />

¿Estaré transformando la rama oscura en otra del más puro diamante?, porque<br />

Mendizábal ¿es como yo lo veo? Pero no seré tan imbécil como para agitarla y hacer que<br />

caigan hechos realidad, los milagros de la luz.<br />

El lunes siguiente llamó Carlos.<br />

-----------------------------------------------<br />

-Tengo un antojo Natalia -inició la conversación.<br />

-¿Antojo? ¿Cuál?<br />

106


fuéramos.<br />

-Sé que viviste en Zárate. Mañana tengo el día libre en el Hospital y me gustaría que<br />

-No sé cómo me las arreglaré ...pero ...¡claro que a mí también me gustaría!<br />

-¿Te parece bien a las doce?<br />

Necesitaba ir a mi ciudad, una vez más. ¿Ganas de volver al pasado? ¡No! Volver<br />

no. Quizás el placer de comprobar cómo se ve el infierno después de haberse zafado de su<br />

bárbara coyunda. Burlarme del vano esfuerzo de sus llamas por volver a alcanzarme.<br />

¿Necesidad de ver a Emilce, la amiga de la infancia internada en un neurosiquiátrico<br />

después de una errada operación neurológica?<br />

Durante las dos horas de viaje, dejé perder la mirada en el verde que invadía campos<br />

y árboles. Ibamos silenciosos. Yo con mi brazo rodeando su cuello. Llegados, buscamos el<br />

paradero de Emilce en la calle Ituzaingó. Después de un largo rato de tocar el timbre en una<br />

casa con jardín adelante, apareció la cara redonda, agradable de una enfermera. Le dije a<br />

Carlos:<br />

-Hemos venido inútilmente, debe de estar durmiendo la siesta.<br />

-Pase, acá no se duerme.<br />

Al entrar en el umbroso vestíbulo la vi en una silla de ruedas. El pelo canoso como<br />

el mío si no me tiñera, la tez aceituna, los ojos claros (cuando éramos chicas nos creían<br />

hermanas).<br />

-¿Qué hacés por acá?- al presentarle a Mendizábal pensé: "¡Suerte!, me reconoció".<br />

Al terminar la charla que trataré de recordar; me di cuenta de que sólo me había<br />

nombrado una vez y empleando la tercera persona. "Yo le dije a Natalia"... No; entre su<br />

mundo y el mío había una muralla de enigmas.<br />

-Cuando doblábamos aquella esquina..., y las canciones -continuó extraviada.<br />

-Sí, Emilce ¿te acordás de las canciones que cantábamos? y traté de entonar sola,<br />

107


pero continuó ella también, en contrapunto:<br />

-" Era la hija del viejito guardafaro<br />

-la princesita de aquella soledad<br />

-y le decían con amor los pescadores<br />

-que era la perla más bonita y blanca<br />

-que guardaba el mar"<br />

A una anciana, también en una silla a la que estaba atada con un cinturón, se le<br />

enrojecieron los ojos con un golpe de lágrimas. Carlos me oprimió el brazo. Estaba dentro<br />

de mi propia emoción.<br />

Yo también, a punto de llorar, pero me contuvo el hecho de que Emilce no<br />

manifestara la menor inquietud.<br />

-Cuando viene mi hermano Santiago me saca a pasear y yo aquí hago lo que quiero<br />

-no puede levantarse de su silla y ya se ha roto una pierna en un intento. -A veces viene<br />

Hugo (el marido, muerto).<br />

No ordenó más la sintaxis, las frases eran como las partes de un rompecabezas sin<br />

claves para armarlo ¿Cuáles fueron las palabras que su desmemoria borraba antes de ser<br />

pronunciadas? ¿ Qué había quedado de aquella chica dinámica, expresiva, que no era<br />

tímida e insegura como yo y que me aventajaba en todo?.<br />

La enfermera me dijo que no mejoraría . Cuántas preguntas me persiguieron al salir.<br />

Emilce ¿dónde estarás? ¿qué sabemos, Carlos? -y divagamos:<br />

-Yo también, Natalia, en los últimos tiempos al leer algo, me doy cuenta de que no<br />

sé, no sólo lo que nadie sabe, sino lo que tantos saben. Un árbol, un animal, son enigmas.<br />

-Y el hombre, a pesar de Platón y sus descendientes.<br />

------------------------------------------<br />

108


Sólo recuerdo tres o cuatro fechas, madre, pero no olvido aquel 20 de junio, de<br />

1791 cuando tuvimos que huir y al vestirme de chicuela le pregunté a Madame de Noailles:<br />

-¿Vamos a representar una comedia? ¿Por qué estamos disfrazados? Y nosotros los<br />

niños, salimos primero hasta llegar al Patio de los Príncipes.<br />

Tú y papá salieron últimos y no sé cómo pudieron eludir la mirada inquisidora de<br />

La Fayette que en ese momento pasaba cerca de Palacio. Papá estaba tan bien disfrazado<br />

que ni yo pude reconocerlo.<br />

Me hizo mucha gracia ver al atildado y gallardo Axel de Fersen con una ancha<br />

hopalanda de cochero de alquiler para esa huida, de la que dijeron después, que en vez de<br />

fuga secreta era una pomposa expedición.<br />

Fersen incitó a los caballos con un amplio latigazo y guió la carroza que nos<br />

llevaría sin demora a la trampa preparada por Saint Menehould para la realeza y nuestro<br />

definitivo infortunio. Nos detuvimos a la salida de París en aquella venta donde nos<br />

despediríamos de Fersen, mientras los caballos abrevaban y era reparado el eje de una<br />

rueda. Descendimos. Con mi aya y mi hermana nos ubicamos en una mesa próxima de la<br />

tuya donde tomaste asiento, con mi padre a la derecha y Fersen a la izquierda.<br />

De pronto mi padre se incorporó y fue a hablar con el ventero mientras tú<br />

dialogaste con Axel, de quien en una de tus cartas dijiste que trabajaba con diez cabezas,<br />

con diez manos y con su corazón lleno de amor para defender a la familia real. Pude oír lo<br />

que decían:<br />

-Majestad, es como si hubieran pasado sólo unas horas y no años desde aquellos<br />

días venturosos.<br />

-De eso no debemos hablar -contestaste con voz temblorosa.<br />

-Sé que no podría sobrevivir si algo le sucediera a Su Majestad... no olvido sus ojos<br />

a través del antifaz, durante aquel baile que transfiguró mi vida. No los he olvidado en<br />

109


América, hacia donde huí para sacar de la memoria su rostro bienamado.<br />

-Silencio, Conde, no me gustaría que lo oyera el Rey que ahí vuelve, aunque<br />

sospecho que lo sabe todo.<br />

Estabas rodeada de cortesanos que te dieron la espalda en tiempos de infortunio.<br />

¡Pobre madre! ¿Habrá sabido la reina María Teresa de Austria, tu madre, que con su<br />

perspicacia política, al buscar la alianza con los Borbones, te abría el acceso a la<br />

desgracia? Pero hubo de estar él. El único que te amó, como mi padre, por lo que eras y<br />

no por las gracias que podías dispensar. Todo me refirió Simón y me lo dicen los sueños<br />

que tengo. Cuentan, madre, que los que están por morir tienen una desmedida lucidez,<br />

apremiados por la inminencia del final.<br />

--------------------------------------------------<br />

De modo que allí, en el Sanatorio, dejamos a Emilce que no era Emilce. No con sus<br />

lagunas, sino con sus mares mentales en los que navegaban fantasmas de galeones, de<br />

barcos, de pesqueros esquifes cuya visión ya no podía compartir con nadie.<br />

El deseo de aliviar la pena, nos llevó a otras calles, a otras casas de Zárate. Una<br />

antigua vecina del lugar nos informó que por Rivadavia, a media cuadra de donde<br />

estábamos, vivía Horacio Lizarraga.<br />

-¿Horacio Lizarraga? Pasaba frente a mi casa, en la época de las glicinas, con su<br />

raqueta de tenis. Era un adolescente rubio, y me dedicaba ese adiós de los pueblos, que<br />

nada tiene de adiós, porque sabemos de nuestro próximo e inmediato encuentro en<br />

cualquier esquina.<br />

¿la esposa?<br />

Se asomó a medias la cara de una mujer madura, ensombrecida. ¿Será la hermana?;<br />

110


-"¡Papá, te buscan!"- ¡era la hija!... salió él, con un invisible peso sobre los<br />

hombros. Y el rostro, era y no era el de aquellos tiempos. Yo sólo vi una esencialidad.<br />

Tendría arrugas, tendría los párpados caídos, por supuesto que sí, pero yo no vi la máscara,<br />

sino que adiviné la cara con la que se enfrentó a mi infancia:<br />

-¡Natalia! -él sí me reconoció y escondimos la emoción en un abrazo. Hablamos de<br />

todas las pequeñas cosas que me interesaban, con la inútil esperanza de reconstruir con<br />

ellas, las grandes.<br />

-Pasen, pasen por favor- presenté a Carlos como a un familiar.<br />

-No, sólo quería verte. No debemos llegar tarde a Buenos Aires. Horacio dijo algo<br />

acerca de mis libros y nos despedimos.<br />

Pasamos por la Iglesia de Nuestra Señora del Carmen y entramos. Carlos lo<br />

registraba todo como la lente de una máquina fotográfica de párpados incansables. Sus ojos<br />

iban de las cosas a mis gestos. Creía posible que hubiera quedado algo de mí, entre las<br />

imágenes de madera, el dorado, los barrocos altares, el Cristo que, entonces me daba miedo<br />

y se me aparecía en sueños cuando reconocía que aquel compañero de colegio me gustaba<br />

sin saber por qué.<br />

-La culpa, Natalia siempre la culpa.<br />

¡Cuántas cosas eran, entonces, pecado!. Me acosaban los demonios al envidiar la<br />

muñeca de Emilce, su cuarto lleno de juguetes, si sorbía el Toddy con demasiado placer, si<br />

era feliz por una buena nota en el colegio, si me irritaba con las paredes, con la casa, con la<br />

vida, cuando mamá y papá -en sus fugaces visitas- reñían en el cuarto y yo me tapaba los<br />

oídos, pero siempre es inútil, y oía, oía. Ahora me cuestiono (y esa, es otra pregunta sin<br />

respuesta) ¿por qué me oprimían tanto esas frases comprendidas a medias?. ¿Aquellos<br />

mutismos, sentados a la mesa?. Cuando mamá se volvía para traer algo él ¡hablaba sólo! y<br />

no reparaba en mí. Yo era una silla más a su lado. ¿Por qué tengo piedad por lo que de él,<br />

111


quedó en mis recuerdos?<br />

---------------------------------------------------<br />

De allí fuimos a las barrancas, al río. Me pareció tan silencioso como cuando mamá,<br />

en el verano, nos llevaba a Emilce y a mí. Era una gloria meternos en sus aguas durante<br />

aquellas tardes cálidas.<br />

Mientras las contemplábamos - la ribera estaba desierta y algunos camalotes<br />

recalaban en la orilla- Carlos me abrazó. Yo, sin dejar de mirar las aguas me apoyé en su<br />

pecho.<br />

-¿Qué te parece, mi amor? -me dijo- ¿Heráclito tenía razón?<br />

-No sé. El nombre es el mismo Rí-o-Pa-ra-ná - pronuncié deletreando- pero, nada<br />

más que el nombre. Ahora ¿cómo saber si este río es aquél; si yo, que soy el sujeto de la<br />

contemplación, soy aquélla...?<br />

-¿Cómo que no? Si yo-niño hubiera abrazado a la entonces vos-niña, hoy estaría<br />

abrazando a la misma...<br />

Caminamos hacia el auto. Carlos se dio una bofetada.<br />

-Y esta especie, mosquito concreto, seguro que no ha cambiado desde cuando<br />

¡avivado! te picaba las piernas al salir del agua.<br />

-Huyamos. El paisaje del río es siempre triste... preso en su cauce...<br />

-Sí, Natalia ¿te acordás? -y cantó:<br />

"Tú que puedes vuélvete<br />

me dijo el río llorando<br />

los cerros que tanto quieres<br />

me dijo, allá te están esperando..."<br />

112


No quise distraerlo y decirle que cuando pasamos por la que fue mi casa había un<br />

terreno baldío. Tampoco le dije que recordé un poema dedicado por Germán, el único que<br />

escribió en un diarito con un extraño seudónimo: ORO<br />

"Hoy vi tu río,<br />

el agua de tu infancia<br />

huyendo por un cauce equivocado<br />

y decirte de mi espera río abajo<br />

más allá de las suaves ensenadas<br />

y quizás más allá de la esperanza."<br />

Durante el regreso nos resarcimos de tanta emoción.<br />

-Algún día te llevaré a mi pueblito de Córdoba..., a San Agustín.<br />

Ya en la Ruta 9 se detuvo en la banquina y creí que había notado un desperfecto.<br />

-Sí, lo vamos a arreglar -pero no descendía, me observaba. Al acercarse:<br />

-Tenés las manos frías y la cara afiebrada, Natalia. Quiero saber, concretamente,<br />

antes de que nos cambie el permanente fluir de Heráclito, qué calidez tiene ahora toda tu<br />

piel. Así, con los labios, como se le toma la temperatura a un chico.<br />

Y me buscó la boca, con los movimientos pausados de los baquianos que bucean en el<br />

corazón del río.<br />

----------------------------------------------<br />

Hijo, Esteban ¿dónde estás? Hace tanto que no te veo. Para precisar, desde<br />

que salgo con Carlos Mendizábal.<br />

Una mañana -sólo te pude intuir- pasaste como una sombra, ocultándote<br />

detrás de muebles, cortinas, arañas, como si jugaras a las escondidas con un ángel.<br />

113


--------------------------------------------<br />

Esa mañana de un otoño alevoso, el sol tibio acentuaba el dorado de los plátanos y<br />

Carlos me esperó en la plaza de un barrio perdido. Caminamos por calles desiertas, blancas.<br />

De pronto se detuvo frente a un zaguán estrecho y tomándome de la cintura lo atravesamos<br />

hasta un hall y de allí a un living reducido y desmantelado. Finalmente un cuarto con muy<br />

pocos muebles y una cama. No sabía qué hacer, dónde poner las manos, dónde sentarme.<br />

Finalmente lo hice a lo Buda sobre una pequeña alfombra. Él, en la única silla, con la<br />

actitud tierna del que quiere inspirar confianza. Hablamos y recordamos aquella época en la<br />

que ni soñábamos con ese momento.<br />

-Sos tan singular, Natalia.<br />

Yo era una chica seducida disimulando que el abrazo me aguardaba. Él, sin<br />

ansiedad, se divertía con mis frases inconclusas.<br />

-Hablás tan bien, Carlos, ¿cómo se hace para prestar atención a la forma y al mismo<br />

tiempo poner el alma en lo que se dice?<br />

-Y a mí no me hagas caso cuando te corrijo, me gustan tus frases aparentemente<br />

inconexas. Ya te dije que es como si en la oscuridad se encendiera la luz de una luciérnaga.<br />

Debo esperar que se enciendan las luces de otras palabras para poder seguir tu pensamiento.<br />

-se acercó y después del primer beso, fue envolvente, "aniquilador de realidades".<br />

Luego me llegó el aroma del café que no llegamos a tomar. Allí quedó servido hasta<br />

el día siguiente, a la misma hora.<br />

--------------------------------------------------<br />

-Desde la barrera de Saint Martín continuamos el viaje para llevarnos a donde<br />

114


creíamos que nos aguardaba nuestra salvación. Comprobamos en Varennes que no había<br />

relevo. Oscuros presentimientos me contagiaste, madre. Después... no recuerdo nada...<br />

fortuna.<br />

y te pregunté:<br />

-Porque tú y tu hermana María Teresa Carlota dormían, cuando agonizaba nuestra<br />

-Ojalá hubiera velado porque al despertar creí en la continuación de una pesadilla<br />

-¿Ayer no ha terminado todavía?<br />

-Eras pequeño y viene a mi memoria una anciana que se arrodilló frente a tu<br />

sueño, besó llorando tu manecita. Alguien se acercó y te dijo que gritaras ¡Viva la Nación!<br />

y tú, inocente, lo repetiste.<br />

-Después, para aplacar la horda te levanté en mis brazos. Vociferaban : " Por más<br />

que nos enseñes a tu hijo, sabemos que no es del gordo Luis..." yo cubrí tus oídos,<br />

queridísimo, pero esas infamias es seguro que te han quedado como una campana que tañe<br />

lúgubremente en tu recuerdo.<br />

------------------------------------------------<br />

La acerqué al espejo y colocando su cabeza junto a la mía le dije:<br />

-Natalia, mis ojos son marrones como los tuyos verdes.<br />

-¿Marrones? ¿Verdes?. Sabés Carlos que los colores no existen... bueno, el azul,<br />

quizás.<br />

De pronto se ponía como una nena, se me trepaba a besos, abrazos, caricias<br />

traviesas, sin voluptuosidad. Me tumbaba sobre la cama y jugaba a inmovilizarme,<br />

crucificado de fervor.<br />

Es vital, vital... ¿Cómo habrá sido antes, con Germán?- tenemos la misma edad,<br />

115


pero temo que no pueda seguirla. Todo la asombra. No se cansa de admirar, de salvar de la<br />

nada las cosas más insignificantes. Y no son las expresiones, es el tono celebrante con que<br />

me va señalando lo que nos rodea. Pocas veces la he visto fatigada o con sueño. Es alegre y<br />

su carcajada es la primera que rubrica un rasgo de humor. A veces se vuelve oscura como si<br />

una nube la opacara.<br />

Una noche, mejor dicho una madrugada, con en ese estado de ánimo que la<br />

distancia hacia no sé que mundos, caminábamos por la calle Florida completamente<br />

solitaria.<br />

-Me gusta la ciudad de noche, porque le pertenece a poca gente -susurró- y sin más,<br />

me tomó de una mano y nos metimos en la penumbrosa entrada de un negocio. La besé,<br />

como nunca, robándola a la noche y a su depresión. La besé haciéndole el amor en el rincón<br />

de la calle alerta, eludiendo las luces de neón y al último curioso. Nos costó separarnos.<br />

Cada día era más difícil.<br />

----------------------------------------------<br />

Mi vestido largo de jersey negro se identificaba con la oscuridad de la Plaza. Eran<br />

las cuatro de la madrugada.<br />

-No sé qué nos trajo a este barrio de Belgrano, Natalia. Será porque quiero regresar<br />

con vos a los juegos de mi niñez, a la iglesia del catecismo. Es una prueba de lo importante<br />

que sos para mí.<br />

-¿Qué amigos recordás de entonces?<br />

-No tenía amigos, siempre había distancia entre mis compañeros y yo. Ahora mi<br />

infancia ni me mira.<br />

-Pero en el San José supiste de la amistad...<br />

116


amigo...<br />

-Sí, allí fue diferente porque apareció Oscar Benedetto, Valle y Germán, mi mejor<br />

Para distraernos del recuerdo me senté en una hamaca y el me dio el impulso para<br />

volver a mi propia infancia. Al ritmo del columpio, las estrellas se acercaban y se alejaban.<br />

Nuestras voces se juntaron recordando un poema:<br />

"Hubo un país de cunas y presagios<br />

de guardapolvo blanco y navidades..."<br />

Recorrimos calles solitarias, mientras hablábamos a media voz como temerosos de<br />

asustar al vecindario razonable. Después, fatigados de pasos y palabras me advirtió,<br />

mientras detenía un taxi:<br />

-Tengo que cuidarte Natalia. Ya es demasiado tarde; tu marido te regañará y quizás<br />

le diga cosas desagradables a tu hijo Esteban- agregó comulgando por primera vez con mi<br />

extravío.<br />

----------------------------------------<br />

Natalia llegó al departamento de Carlos antes de que él se despertara y puso todo su<br />

empeño en que no la oyese. Descalza, llegó hasta la cocina, encendió el gas y puso el agua<br />

para el ritual del té... La historia de ella y la de él era la enumeración de largas sesiones de<br />

té y el, "¿por qué no echaba el té con una cucharita?" "¿cómo podía calcular con los<br />

dedos?" "¡Bohemia en todo. Eso es lo que era!" "y las tazas lavadas a la que te criaste y los<br />

scons sin azúcar"...<br />

El gato se enredó en la falda y casi la hizo caer sobre la bandeja. ¡Ya! todo<br />

preparado... Giró sobre sí, pero se quedó sin espacio porque allí estaba él, despeinado, con<br />

cara de no haber dormido bien. Le tomó la bandeja dejándola sobre el aparador para poder<br />

117


¿abrazarla?. No, la levantó como un bebé y la depositó sobre la cama con el cuidado con<br />

que ella ordenaba sus muranos celestes.<br />

----------------------------------------------<br />

Natalia a horcajadas sobre mi cuerpo, yo enfrentándola desde mi supino<br />

observatorio. Le contorneaba los hombros, los pechos erguidos, las caderas, el vientre.<br />

-Carlos, me seducís cada vez....<br />

-Sos bueno.<br />

-Sos un chico.<br />

-Sos actor.<br />

-¿Actor? -aquí le dí un chirlo en la nalga que tuve más a mano. Rió y depuso su<br />

actitud de amazona para acercar su mejilla a la mía y deshacer el bicéfalo centauro que fui<br />

con ella esa mañana, tan otoño, tan llovizna.<br />

atención.<br />

-----------------------------------------<br />

Sentados en el sofá, yo me hice el indiferente y cerré los ojos; así llamaría su<br />

-¿Te pasa algo, Carlos?<br />

-No, Natalia.<br />

-¿Por qué cerrás los ojos?<br />

-Porque soy un pintor chino...<br />

-Si, estás bastante amarillo.<br />

Y al no preguntarme por qué era un pintor chino, me estaba haciendo perder la<br />

118


oportunidad de darle una respuesta inteligente.<br />

-Y tragás arroz que da gusto...<br />

Derrotado tuve que poner de manifiesto mi deseo de lucirme.<br />

-Digo que soy un pintor chino porque para pintar, primero contemplan el modelo,<br />

después cierran los ojos y luego pintan sin tener el modelo adelante y yo puedo verte con<br />

los ojos cerrados...<br />

alejarse.<br />

-¿Me vas a pintar? Esperate que me maquillo... -jugó e hizo un movimiento para<br />

-No, no te vayas. Hoy te necesito cerca... Estuve pensando tanto en vos... ¿Cómo es<br />

posible que no hayas querido más que a Germán antes que a mí? Aquél... que te anduvo<br />

rondando ¿hasta dónde llegaron?. Contame... me dijiste que no hubo nada. Cómo pudo ser<br />

que no te deseara.<br />

-No empieces, Carlos. Esto siempre termina mal. ¿No vengo todos los días desde<br />

hace tanto tiempo?. Es cuestión de tener sentido cronológico. Creés que me puedo<br />

desdoblar?.<br />

Se quedó seria y pensativa. Lo que sucede es que me parece que cualquiera podrá<br />

quitármela un día de éstos. Mis cincuenta y tantos me extenúan. ¡Cómo envidio a Fausto....<br />

-y lo dije en voz alta.<br />

Me observó sin asombro. Había comprendido toda la cadena de mi razonamiento<br />

porque me envolvió en un abrazo.<br />

-No me vengas con que le estás echando el ojo a alguna Margarita.<br />

No sabía, o se hizo la que no sabía, que sólo ella era Margarita.<br />

---------------------------------------------------<br />

119


Ahora que en la clausura, el Delfin es dueño y víctima del tiempo se entrega a la<br />

tiranía de los recuerdos y por sus pensamientos desfilan los familiares, los súbditos, sus<br />

hermanos, su padre, su madre Antoinette.<br />

La belleza y la inteligencia de su madre la convirtieron en culpable, porque él no<br />

cree en esa patraña de que compró un collar en un millón seiscientas mil libras, sino que<br />

intuye una intriga de Madame La Motte. No cree en la acción de un sólo personaje para<br />

modificar la Historia. Le enseñaron bien sus maestros -y fueron muchos- que es necesario<br />

para ello un cúmulo de circunstancias, bien que dígase por ahí lo contrario.<br />

El pequeño rey ya no puede pensar y cierra los ojos para no ver el acecho de las<br />

alimañas, pero no le es posible evitar las picaduras de los piojos que lo inducen a<br />

lastimarse con las uñas hasta encontrar el hueso.<br />

---------------------------------------------<br />

-¡Mirá que te gusta estar en la cocina!<br />

-Y bueno ¿por qué no vamos al dormitorio? -le sugerí. Fuimos y él se recostó en la<br />

almohada; yo en el lado opuesto. Carlos no entendía que mientras conversábamos, los<br />

lugares se esfumaban. El, la réplica masculina de Sheherezad, yo, la réplica femenina del<br />

Sultán. No necesitaba de otro "alrededor", mientras hablábamos. Carlos tenía la facultad de<br />

convocar el universo y todo lo que hay en él, con sus palabras con sus conocimientos de<br />

biología, zoología, filosofía, pero además tenía la virtud de obtener que yo, mágicamente,<br />

me pusiera a su altura; me prestaba las alas de sus propios razonamientos; el vuelo estelar<br />

de un sustantivo, extraía de mi imaginación alerta, el adjetivo más justo. Rebaños de<br />

imágenes surgían en mí, al conjuro de su cayado y de pronto ya en la era terciaria:<br />

-Pero, si no sabemos cómo empezó el lenguaje. La evolución al hombre erecto y<br />

120


parlante desde el cuadrumano silencioso debe de haber durado millones de años.<br />

-Sí, pero ¿cómo? -yo "esfinge preguntona" insistía.<br />

-Un día un hombre imitó el murmullo del agua, del trueno, del bisbiseo de la<br />

lluvia... y nació la primera palabra, pero... cuál habrá sido la primera palabra y cuál habrá<br />

sido después ese idioma que alguien fundaba sin sospecharlo.<br />

-A lo mejor durante miles de generaciones sólo hubo una única onomatopeya y<br />

luego fue la segunda o la tercera con intervalos milenarios -imaginaba yo.<br />

-Pero, el primero que dijo una primera palabra la dijo ante alguien, para alguien. -se<br />

entusiasmó- No puede ser de otro modo porque el hombre ensimismado tiene algo de<br />

mísero y de opaco.<br />

-¿Para quién iba a simbolizar el hombre sino para su mujer o su amigo? -agregué.<br />

-Y mirá si fue una mujer la que habló por primera vez, ¡seguro! fue la mujer<br />

después de parir, para nombrar a su hijo... pero no sabemos, no sabemos. -y creo que<br />

sufría.<br />

Cada vez que me iba, se quedaba leyendo durante la noche y al encontrarnos por la<br />

mañana, me comentaba sus lecturas:<br />

-Este ensayo sobre el juego me parece poco interesante. No va al fondo del<br />

problema, porque sabrás -yo no sabía- que jugar también es simbolizar.<br />

-¿Cómo?<br />

-Claro, a ver, nombrame un juego que no sea representación.<br />

-La Mancha.<br />

-En la Mancha el que corre a los demás se supone que mancha a los demás.<br />

-El ajedrez.<br />

-El que juega puede ser Rey y al Rey lo pueden matar. El ajedrez es una guerra. En<br />

todos los juegos dejás de ser vos para ser otra cosa.<br />

121


-Estábamos separados en la cama.<br />

-¿Jugamos? -susurré.<br />

-¿A qué, querida? -me tomó la cara con sus manos.<br />

-A que soy tu mujer.<br />

--------------------------------------------<br />

-¿Pero nunca fuiste feliz con tu marido? -insistió Evelia.<br />

-Sí, al comienzo cuando tenía esperanzas de que cambiara, cuando esperaba alguna<br />

flor, algún comentario de sentimientos comunes.<br />

-¿Lo quisiste entonces?<br />

-¿Qué es querer? ¿Cómo se sabe?<br />

-Imaginando que muere.<br />

-Si le sucediera, no soportaría la pena...<br />

-Entonces ¿querés a los dos?<br />

-Con Gonzalo sufro, no puedo dormir cuando lo veo enfurruñado y no sé por qué.<br />

Por eso no lo extraño cuando me alejo de él. En realidad no extraño a ninguno de los dos.<br />

No me gusta extrañar, puedo bajar telones. Por Gonzalo siento a veces una gran ternura y<br />

trato de comprender su infancia también solitaria, su padre... Era simpático pero un poco<br />

rígido con él.<br />

-¿Y qué sentís cuando hacen el amor?<br />

-Desde que estoy con Mendizábal, con Gonzalo no sucede nada. Ni él ni yo<br />

intentamos ningún acercamiento. Antes me mostraba revistas pornográficas, tomábamos un<br />

whisky y tenía fantasías de que me acostaba con Lope, Goethe, con el Humprey Bogart de<br />

Casablanca, con la dulzura casi femenina de Tyrone Power, y al fin... él vencía.<br />

122


que él se irá...<br />

-Quizás si imaginaras que no es la rutina, que tiene el toque de sal de lo prohibido,<br />

-Tengo imaginación pero no tanta. En cambio con Mendizábal todo es natural. Hay<br />

en su abrazo, en su mirada, en sus palabras lo que aquella fantasía generaba. ¡Y lo que<br />

hubiera sido con Germán! Aunque ésa es la verdadera cópula, la perfecta, la que nunca<br />

tuve ni tendré.<br />

----------------------------------------------<br />

-Hoy, Natalia, quisiera estar acostado con vos, castamente, escuchando la Sinfonía<br />

Cuarenta de Mozart.<br />

-Y, vamos, Carlos, - me entusiasmé.<br />

Un arrastrar de sillas al levantarnos, prologó la aventura. El preparó la escenografía:<br />

la luz apagada, el ruidito de la estufa de gas y el resplandor que enrejaba la cama a través de<br />

la persiana. Cuando sonaron los primeros acordes estábamos los dos mirando el techo<br />

unidos por las manos.<br />

Tenía conciencia de que recortaría ese instante como una figurita rara, para el álbum<br />

del tiempo. Pero de pronto nos vi. Los dos rígidos, como muertos o como estatuas y al<br />

aparecer en mi mente un monumento fúnebre -el de los Reyes Católicos en Granada- tuve<br />

impulsos de reir, pero me contuve, hasta que fue él quien soltó la primera carcajada.<br />

-¿De qué te reís, Carlos?<br />

Sin poder articular bien las palabras por la risa:<br />

- Porque parecemos el mausoleo de los Reyes Católicos en Granada... -y acompañé<br />

su hilaridad, mientras comentábamos detalles del cómico paralelismo y de nuestra<br />

transmisión de pensamientos.<br />

123


-¿Me ves la golilla? -dijo mientras acentuaba la rigidez del cuello.<br />

-¿Y la corona que me hizo un poco estrecha Maese Francisco?<br />

-¿Y el olor a cera?<br />

Mozart no pudo disimular una sonrisa desde el allegro de la Sinfonía.<br />

-----------------------------------------------<br />

En el auto, cuando regresábamos de unas breves vacaciones en Comodoro<br />

Rivadavia, íbamos uno al lado del otro sin rozarnos, sin hablar. Mi marido parecía<br />

concentrado en el volante. Sólo movía la cabeza para mirar el espejo retrovisor y en una<br />

oportunidad, para encender un cigarrillo; le acerqué el encendedor y musitó un gracias con<br />

el costado de la boca.<br />

Debía atreverme a decírselo aunque él, tan intuitivo, quizás ya aguardara el<br />

cataclismo. Era normal caminar sobre el peligro. ¿Qué caerá primero? ¿El poste de<br />

teléfono? ¿Se abrirá una grieta en el camino?. Con el trueno subterráneo todo comenzó a<br />

temblar. El limpiaparabrisas ensayaba una extraña danza oriental, para aquí, para allá, para<br />

la derecha, para la izquierda.<br />

-Gonzalo, debo decirte algo.<br />

-Te escucho.<br />

-¿Te parece que el nuestro es un matrimonio feliz?<br />

-Como todos los matrimonios.<br />

-No entiendo...<br />

-Decime Natalia, ¿con la heroína de qué novela te comparás?<br />

-Si tengo que mencionarte una, por fuerza nombraría a Emma Bovary.<br />

Ya el terremoto hacía estragos. Como siempre fue en un segundo.<br />

124


-Vos Natalia, pueblerina, insatisfecha... amante de Vargas Llosa.<br />

-Bueno, pero nos fuimos lejos. Quiero separarme de vos Gonzalo.<br />

Pudimos atravesar una grieta y después de una frenada, aceleró como si recordara<br />

que se le había hecho tarde. Hubo un largo silencio y pareció que todo volvía a su lugar.<br />

bebé.<br />

hombro.<br />

-¿Querés que nos detengamos a tomar algo en esta hostería?<br />

-Bueno.<br />

Al descender me tomó del brazo como si acabara de decirle que íbamos a tener un<br />

-¿Té, o algo para entonarte?<br />

-Té.<br />

-Decías que querés la separación- yo tenía unas ganas locas de llorar apoyada en su<br />

-Sí, creo que me enamoré de otro hombre.<br />

-¿Quién es?<br />

-Qué importa ahora...<br />

-Natalia- me tomó de la mano. -quiero que lo pienses más...- los ojos le brillaban<br />

demasiado. -¿así? ¿de golpe? ¿no estarás bromeando?<br />

esto.<br />

-Mirá -le mostré el temblor de mis propias manos. -Cuando se bromea no sucede<br />

-Nati, hablemos de otra cosa- llamó al mozo -hablemos de lo que sucedió en Puerto<br />

Madryn. ¿Te acordás de aquel salvataje? Estaba bravo el mar ese día...<br />

No cedí al juego y además el aire fresco me calmó la pena y los nervios. El campo,<br />

el camino, el cielo, se habían oscurecido y en el resto del viaje no supimos de qué hablar.<br />

Los dos teníamos la certeza de que cada palabra era una máscara.<br />

Quería, en un plano alfa ver un paisaje plácido, bíblico, pero no; estaba junto al Etna<br />

125


o al Vesubio, estaba en California o en Japón.<br />

No se acallarían los truenos subterráneos.<br />

------------------------------------------------<br />

-Ya se han ido los guardias a jugar a los dados, de manera que puedes salir madre,<br />

de mi afiebrada fantasía y decirme... ¿cómo era yo, hace cinco años, cuando pequeño?<br />

-Aún eres pequeño.<br />

-No puedes imaginar lo que he envejecido desde aquel veiticuatro de julio de mil<br />

setecientos ochenta y nueve. Cómo viví sobresaltos, lágrimas que enjugaba para que no me<br />

vieras. Cómo aprendí a disimular mis continuos terrores... pero, dime como era yo. Nadie<br />

más podrá decírmelo.<br />

-Siempre fuiste vital, saludable, sensible...<br />

-¿Sensible a qué?<br />

-Bueno, por ejemplo a los ruidos...<br />

-Sí, fui el primero que se despertó con la sacudida de la berlina en nuestra huida a<br />

Montmédy... -Pero cuéntame ¿cometía muchos errores? ¿por eso te han ejecutado, por<br />

eso estoy aquí? Dime ahora, madre, ¿cómo pasaste tus últimos días en la Conciergerie,<br />

antes de que te llevaran al cadalso?<br />

No querrás saberlo, hijo mío, todo pasó y ahora es como un sueño. Mi alma está en<br />

paz pero acongojada porque la malaventura de nuestra familia se ha ensañado contigo; el<br />

día de tu nacimiento las estrellas estaban opacadas por infaustos presagios. Más te<br />

hubiera valido morir en mí, antes que ver la luz. Lo que nunca sabrán los que indagan<br />

nuestra Historia, es que ahora te acompaño, en este albañal, y no podrán comprender<br />

cómo sobreviviste tantos días y meses, en el más despiadado abandono. Tu fuiste el<br />

126


cordero propiciatorio de esta ominosa religión. No lo fuimos ni tu padre, ni yo, ni mi<br />

amiga Teresa de Lamballe, ni todos los que fueron decapitados en nombre de la libertad.<br />

Puedo rezarlo porque te veo en un extraño altar: a la derecha una pared de piedra por la<br />

que chorrea un líquido denso y maloliente. Frente a ti, un agujero entre el techo y la pared<br />

y como por él te han arrojado lo que mal llaman alimentos, la superficie tiene restos<br />

pútridos de viandas imprecisas, tal que parecen aquellas que los puercos devoran...<br />

¿Duermes, Luis, hijo mío?<br />

-No, madre, te escucho y descanso en la bienhechora cuna de tus palabras... pero no<br />

me cuentas lo que viviste en la Conciergerie...<br />

-----------------------------------------------------<br />

Los días entraron en una calma dolorosa. No volvimos a hablar de separación con<br />

Gonzalo, y Carlos tampoco insistió para que se produjera. Los tres al eludir el tema<br />

sellamos un pacto que nos obligaba a una farsa intolerable. Poco a poco nos adaptamos al<br />

"sé que vos sabés que yo sé..." y todo continuó como si nada hubiera sucedido. Pero cayó<br />

otra piedra en el lago aparentemente tranquilo.<br />

Una de mis vocaciones era el teatro. Me apasionaba tanto como la literatura. Con<br />

un grupo de amigos y con el título general de “Juguemos a los actores mientras los<br />

escritores no están” pusimos en escena La fatalidad de Romeo y Julieta de Marco Denevi.<br />

Ya no estaba en edad de interpretar a Julieta, pero al tratarse de una comedia, ensayé<br />

con verdadera convicción. En uno de los intervalos la escritora, que hacía de nodriza me<br />

advirtió:<br />

paso.<br />

-Natalia, te busca alguien en los camarines, -salí y una desconocida me interceptó el<br />

127


-Natalia...<br />

-Si ¿y usted?<br />

-Soy Elina de Mendizábal.<br />

-Mucho gusto.<br />

-¡Falsa de mierda, que vas a tener gusto de conocerme!- tenía ojos de enajenada. Un<br />

rostro de rasgos duros, desagradables. La tomé del brazo y nos acercamos a un sofá.<br />

-¿Qué te pasa?, ¿qué queres decirme, Elina?.<br />

-Que vivís con mi marido. Te hiciste bien la víctima cuando mataron a Germán,<br />

pero duró poco el duelo y te enredaste justamente con el mejor amigo.<br />

-Entre Carlos y yo...- pero me interrumpió.<br />

-¡Mirá que hacerte la nena!, ¡mirá que hacer de Julieta!.- Sin defenderme del ataque:<br />

-Sos injusta Elina, tu marido quiere a su familia.<br />

Interrumpió el traspunte. El segundo acto nos exigió separarnos y mientras se<br />

interponía la distancia siguió insultándome.<br />

-Si seguís molestándolo te voy a matar, yo misma te voy a matar; ¡mosca muerta!<br />

¡mosca muerta! ¡mosca...<br />

-------------------------------------------<br />

Después de contarle a Carlos el incidente del teatro empecé a notarlo desmejorado,<br />

abstraído. Evitaba hablarme de la casa, de los hijos, hasta que una mañana después de<br />

saludarnos y de caminar sin rumbo unas cuadras nos metimos en un bar desierto.<br />

-Tengo que irme Natalia.<br />

-¿A dónde?<br />

-Un sitio donde mi mujer viva sin ansiedades. Me ofrecieron un cargo interesante en<br />

128


un Hospital de Córdoba.<br />

-Pero, ¿ya tomaste la decisión?.<br />

-No puedo vivir así. Si te contara detalles. Elina está enferma y no puedo<br />

abandonarla ni recluirla. Mis hijos todavía me necesitan para que haga de padre y de madre.<br />

Lejos se calmará de su nueva obsesión y dejará de pensar en vos. Me sacude a cualquier<br />

hora de la noche para gritarme, hasta despertar a los chicos que viven sobresaltados. -<br />

"Querés dormir ¿eh? ¿para qué? para estar fresquito mañana y ver a esa perra. ¡Ojalá se<br />

muriera!" -No quiere tomar los sedantes que le dio el especialista pero le disuelvo Valium<br />

en infusiones.<br />

quiera.<br />

-Me imagino que allá tendrás menos recursos para curarla.<br />

-Ya me dijeron que no habrá mejoría y me la tengo que bancar hasta que... Dios<br />

Después un silencio pesado en el que cada uno navegaba por un mar diferente.<br />

Vendré a verte cada vez que tenga un pretexto para viajar a Buenos Aires. Mientras<br />

tanto iremos madurando esto de unirnos alguna vez. Hoy vamos a estar todo el día juntos.<br />

-"La cena del condenado", pensé.<br />

---------------------------------------------<br />

Desde que Carlos se fue a Córdoba, recibí algunas cartas escritas al correr de la<br />

pluma. Sinceras pero cortantes, como si el tiempo lo vigilara. Como si escribiera sobre un<br />

ómnibus o en el Hospital, entre enfermo y enfermo. Me contó cómo era el ambiente, las<br />

nuevas amistades con médicos jóvenes y entusiastas, llenos de fe en lo que hacían, con la<br />

vocación -que en Carlos parecía tambalear- todavía intacta.<br />

129


"Querida:<br />

No dejo de pensar en tu cara, en tu voz. El otro día te llamé por teléfono y me<br />

atendió Gonzalo. Corté, arrepentido por lo que podía pensar y esa noche no pude dormir de<br />

celos porque ese hombre se acuesta con vos. Aunque no quieras tiene que haber un roce,<br />

alguna familiaridad... Querida, la distancia no me impide estar a tu lado todos los segundos<br />

del día.<br />

No me olvides. Te amo... Te deseo."<br />

----------------------------------------------<br />

Carlos llegó a Buenos Aires y llamó a Natalia desde el departamento desordenado y<br />

con los olores típicos de las casas que han dejado de albergar a las personas.<br />

Después del abrazo hubo el resquemor con que la ausencia suele sellar los labios,<br />

que poco a poco se atreven. Tomaron una copita de Hesperidina y se besaron larga y<br />

apasionadamente; luego sentados en el sofá se dieron detalles de la ausencia, de trabajos y<br />

proyectos. Más tarde, mientras cenaban:<br />

-¿Cómo son las enfermeras cordobesas?<br />

Él la estrechó más, pero de pronto los cuerpos se fueron distanciando. "Por qué ella<br />

no se acerca más". "Por qué él tiene ese aire indiferente"<br />

-¿Mirá que tuviste mujeres en tu vida!, te acostaste con el globo terráqueo.<br />

-De dónde sacaste eso.<br />

-Algo me dijo Germán.<br />

-Ése fue el pasado, pero hay una equivalencia; porque vos no te entregaste<br />

físicamente a cada hombre que pasó por tu lado, pero sentimentalmente sí. Cada tipo que se<br />

te acercó y te dijo algo poético o te miró más hondo ¡zas! se convertía en un Rodolfo<br />

130


Valentino.<br />

-No, en un príncipe.<br />

-¡Tu príncipe! Pero además, ¿quién puede no reparar en vos? Por eso te sentás lejos<br />

de mí. Preferirías que todo fuera espiritual, que mis dedos no te rozaran. Pero yo te quiero<br />

toda. Mis ojos quieren mirarte, mis oídos escuchar tu voz y tus palabras, mi piel<br />

acariciarte...<br />

Natalia como una esfinge se distraía con el rayo de luz de una lámpara y surgió<br />

repentino el exabrupto:<br />

-Maldita raza la de los hombres; creen que todo lo pueden hacer impunemente. Vos<br />

sos infiel y el mundo te aplaude...<br />

-Yo no. Todas esas acostadas las tengo nada más que acá. -señaló su frente con el<br />

índice. -y ¿qué te pasa? ¿por qué salís con esto?<br />

-No quiero imaginar detalles. Cuánto daría a veces por bajar un telón y no verte, ni a<br />

tus infidelidades ni a vos.<br />

-¿Como ahora?<br />

-Sí, como ahora.<br />

-¿Qué sucede, Natalia? ¿por qué estos celos? En el viaje venía soñando con este<br />

momento y ahora tengo miedo. Vos siempre me dijiste que en el amor "diente por diente" y<br />

temo que cuando me vaya a trabajar a Italia te desquites acostándote con cualquiera para<br />

vengarte de mis infidelidades imaginarias...<br />

Ella, con una sonrisa que no se le asomaba...<br />

-Cuando estés con una italiana yo estaré con un japonés ¡hay tantos acá! y ahora que<br />

se alimentan con arroz integral, son más altos, con esa oblicua mirada que debe oblicuar la<br />

realidad...<br />

-Dejate de juegos, Natalia, por Dios- la tomó de los hombros como para sacudirla.<br />

131


-¿No te das cuenta de que lo nuestro es verdadero, es único? Somos dos estúpidos<br />

que ya hemos gastado estas horas peleando por supuestos fantasmas. En el fondo lo que<br />

querés es que no te bese, que no me acerque, sacás las espinas y adiós el momento...<br />

-Adiós, Carlos Mendizábal. -dijo incorporándose mientras se componía el peinado.<br />

-Dejá que te acompañe, no salgas sola, son las doce de la noche.<br />

Cuando las llaves de Natalia tintinearon él la tomó de la cintura.<br />

-Invitame al último café -rogó juguetón<br />

-Puro tango Carlos; pero entrá si querés seguir con la discusión.<br />

-Estás endemoniada.<br />

-A lo mejor es al revés. A lo mejor mi inconsciente no quiere que me dé el gusto de<br />

abrazarte porque lo nuestro no está bien...<br />

-¡Ah! Ahora entiendo... ¿estás con la culpa de serle infiel a tu Dios de Zárate, o al<br />

dios incompleto de aquel cuadro?...<br />

Al abrirle la puerta, con tono más conciliador:<br />

-Cuando me fuí a Córdoba estabas apolínea, hoy estás dionisíaca -dijo pasándole el<br />

índice por la cara.<br />

----------------------------------------------<br />

Carlos viajó enseguida a Córdoba. La ausencia intensificó en Natalia la idea de que<br />

estaba surgiendo entre ambos una fuerza destructiva, una necesidad de acercamiento y de<br />

rechazo al mismo tiempo. Pensaba en Carlos y la corroían los celos que también a él lo<br />

desvelaban.<br />

---------------------------------------------<br />

132


Temo que te afecten mis relatos. Continuaré, si me prometes que no te afligirán<br />

sabiendo que para mí, es como si todo le hubiera ocurrido a otras personas...<br />

-Comprendo, madre. No sólo no me inquietarán sino que experimentaré el<br />

extraño gozo de advertir, que, de ese infierno, sólo conservas el recuerdo.<br />

-Pues bien Luis Carlos, algunos guardias que tenían más alianza con la<br />

revolución, bien que sabiendo que yo iba a morir, procuraban someter mi ánimo, ya de por<br />

sí harto apesadumbrado. Me dirigían motes soeces, me echaban rumores adversos: de que<br />

estabas moribundo clamando por mí. Cómo deseaba, entonces, ser pájaro para volar desde<br />

la Conciergerie hasta el Temple. ¡Tan próximo y tan lejano!<br />

Una mañana me despertaron con una lacerante comunicación:<br />

-Su hijo Luis Carlos, Rey de Francia -ya habían fallecido tu bisabuelo Luis XV y tu<br />

padre- agoniza en medio de atroces dolores...<br />

Perdí el sentido y cuando desperté el buen doctor Disault me previno que había sido<br />

víctima de una burla. Fue, al cabo de esa jornada que me sucedió lo que seguramente en<br />

el futuro, creerán que es invención:<br />

-Me vi reflejada en el agua del aseo y creí que el claror de mis cabellos se había<br />

acentuado con la luz exangüe que entraba por las ventanas enrejadas de la Conciergerie,<br />

pero al acostarme en mi camastro y cerrar los ojos, entró el guardián de turno que llamó a<br />

su compañero:<br />

-¡Jean Paul! ¡Ven a ver esto!<br />

-¿Qué? -Se asomó mientras me observaba aparentemente dormida.<br />

-¿Ves lo que yo veo? -insistió señalándome el cabello.<br />

El guardia se sacó el sombrero y con la misma mano se rascó la cabeza como ante<br />

un problema insoluble.<br />

-Tiene el pelo blanco ¿y qué?<br />

133


-Que ayer era rubio oscuro.<br />

Esas palabras confirmaron lo que rehusé admitir al observarme reflejada: que<br />

había encanecido en una noche. Quiero continuar, hijo, pero me siento como una estrella<br />

móvil que no sabe dónde descansará su resplandor. Duerme ahora. Mañana retornaré.<br />

----------------------------------------------------<br />

A su regreso, de nuevo los unió el abrazo y los desunieron las palabras. Una más,<br />

sería la irremediable pero ella no podía detenerla; brotó como un insulto:<br />

-¿Podríamos vivir separados... Carlos?<br />

-Ya lo estamos, Natalia. Aquí, en el sofá, cabe otra persona entre los dos, pero... no<br />

lo sé, no lo sabemos. Vos tenés esas experiencias, porque se debe de parecer mucho a lo<br />

que pasó con el Delfín, cuando tu madre destruyó su imagen.<br />

A ella se le subió la infancia a la cara, con una oleada de sangre. Miró hacia otro<br />

lado, para que él no le descubriera esa máscara inédita. La del horror a la soledad. Detuvo<br />

la mirada en el espejo; nunca le gustó ese espejo con tantos arabescos dorados que había<br />

comprado Carlos -tal vez- para otra... Cuando se compuso, Natalia insistió en el descenso<br />

al abismo.<br />

-La ausencia ¿Será más dolorosa que todo esto? Porque ¿sabés, Carlos? ahora a lo<br />

nuestro le falta la virtud de la esperanza. Al principio sí...<br />

-¿Acaso nos queríamos más?<br />

-No. Todo evoluciona. Te he dicho muchas veces que las relaciones se transforman<br />

y crecen como nosotros. Lo nuestro ahora es maduro- y el razonamiento se volvía pesado,<br />

lento como un tren de carga.<br />

-Y ¿justamente ahora tenemos que separarnos?. Mirá, yo haré lo que vos digas, ya<br />

134


que la mujer es la que siempre sale perdiendo...<br />

-¿Hablás en serio?- lo miró incrédula -detestable machista- en ese momento lo odió<br />

con todas sus fuerzas y antes de continuar, el odio recorrió la imagen de él, echado hacia<br />

atrás en el sofá.<br />

-¿En qué época vivís? Vos has perdido tanto como yo. ¿Creés que sólo pierde la<br />

mujer cuando alguien le escupe un juicio moral negativo?. También se pierde cuando<br />

alguien deja de quererte.- no pudo detener las palabras que lo arrastraban todo como una<br />

inundación.<br />

-Lo dijiste Natalia, lo dijiste.<br />

¿Y ahora que sucedería? Natalia supuso que él, con su tremendo orgullo, con su<br />

inseguridad, le diría que era libre, que ya planteada así la cosa convenía no verse más. Tan<br />

fácil es cortar caminos...<br />

más...<br />

-Bueno Natalia, sos libre; ya que planteás así las cosas conviene que no nos veamos<br />

Carlos supo que ella era Buenos Aires. Sin Natalia la ciudad se perdería entre los<br />

recuerdos de sus estudios y su vida política. ¿Venir y verla desde lejos? No; era preferible<br />

matar el pasado.<br />

Natalia sentía lo mismo, pero, qué estalló dentro de ella, para aceptar el desafío de<br />

vivir sin él. Observó a Carlos; veía el miedo en la estudiada elegancia de su quietud, igual<br />

al que a ella la inmovilizaba.<br />

Lo que Natalia había desencadenado tenía similitud con el suicidio; una quiere y no<br />

se quiere morir y en el balanceo de las vacilaciones prevalece la mórbida idea de herir al<br />

mundo matándose como el escorpión. Y ella a quién quería herir, ¿a él?, por la cobardía de<br />

no haber dejado a su mujer. No obstante era la misma cobardía de ella para dejar a su<br />

marido. ¿Herir a la vida por "existir el tiempo"? No, herir a todas las mujeres que amaron<br />

135


con la frente bien alta. Herir a Dios que la amenazaba desde la Iglesia de Nuestra Señora<br />

del Carmen de Zárate. Herir a todo lo que le impedía encontrar, al fin, lo que buscaba.<br />

---------------------------------------------------<br />

Mi pequeño rey, mi adorado, debes saber que donde yo estoy ahora hay una luz<br />

perfecta que no alucina y digo luz porque no podría decirlo de otro modo. Una ventura que<br />

en el cuerpo no tiene cabida- ¿Te acuerdas, hijo, cómo admirábamos la gallardía de los<br />

halcones en palacio? y un día me dijiste "¿por qué, madre, yo no tengo alas?" ¿Recuerdas<br />

con qué fruición aspirabas el perfume de los jazmines tempranos? ¿Tienes presente lo que<br />

sentías cuando Glück me dedicó su ópera Armida, y a tu padre, Ifigenia? ¿cuando<br />

ensoñabas con las melodías de Couperin? Todas esas afortunadas percepciones no pueden<br />

compararse con el éxtasis y la beatitud en las que vivo. Esta es la Vida y no ésa. La<br />

existencia dura lo que un pabilo menesteroso. No temas mi pequeño príncipe... tienes<br />

ahora los ojos cerrados... sé que te fatiga el trabajo de vivir.<br />

-----------------------------------------------<br />

Llegué de Córdoba para asistir a la fiesta de los Aracena. Me desagrada la idea de<br />

tener que vestirme en una tarde tan calurosa, pero a la vez será un modo de distraerme. A lo<br />

mejor aparece -¿por qué no?- una mujer interesante que me saque a Natalia de la cabeza.<br />

Todo es vacío sin ella, -¿esto se llamará depresión?, me quedo horas mirando el techo, de<br />

pronto mi duermevela adquiere forma de barco o de víbora. Despierto y en lugar de tomar<br />

por el atajo de su recuerdo, fomento mi incurable hipocondría. -¿Qué me está doliendo?,<br />

¿los intestinos?, ¿el corazón?. Una vuelta más en la cama y quizás me decida a "afrontar la<br />

136


aventura interminable de las horas" ¿Qué camisa tengo planchada?, ¿y si no me afeito? ya<br />

le veo la cara de escándalo a la bienuda de Nené: -¿La crisis afectó la fábrica de<br />

afeitadoras? pronunciando la "o" de "doras" como si sorbiera un mate invisible.<br />

Tomo un colectivo para tener menos calor (ayer casi me cociné en un taxi) -<br />

¿décimo cuánto, era el departamento? toco cualquiera y la pego.<br />

-Carlos Mendizábal.<br />

-¡Adelante!<br />

Poca gente; algunos sentados en el balcón, otros de pie. Una escritora, un escultor,<br />

una profesora de piano y un matrimonio chino. Todos conocidos menos una mujer de<br />

espaldas conversando con el dueño de casa. ¡Ésa! Ésa me quitará las nostalgias, por una<br />

noche.<br />

No necesito acercarme demasiado para saber que es Natalia. Puedo observarla con<br />

impunidad. Está más delgada y tiene un vestido estampado. Ninguno de los que yo le<br />

conocí. No le perdonaría que estuviera vestida con la ropa de nuestras citas. Así es otra, y<br />

se justifica que no la abrace, la tome por la cintura, le muerda los labios delante de todos,<br />

porque esos colores fucsias del vestido la alejan años luz, de aquellas tardes nuestras y ella,<br />

¿seguirá llamándose Natalia? La miro de frente y sé que se estremece. Baja los ojos hasta la<br />

copa que sostiene con las dos manos en ese gesto suyo de gozar con la exudación helada,<br />

pero después vuelve a mirarme y un "¡hola, Carlos!" me llega cansado, perdedor.<br />

No nos acercamos en toda la noche, ¡Cómo pude! ¡Cómo pudo!, pero pudimos. Pasé<br />

tres horas odiándome y adorándola como sólo se adora lo que se pierde.<br />

-----------------------------------------------<br />

Iba repasando las palabras dichas por Carlos Mendizábal al comienzo de la relación,<br />

137


pues era como retener los labios que las pronunciaron "nadie como vos Natalia". "A tal<br />

hora estaré haciendo tal o cual cosa"; "vos harás tal otra". Pero la ausencia es un sumidero<br />

desmemoriado. Recordamos no ese gesto, esa palabra que nos daría la ilusión de la<br />

presencia, sino la ceguera de ese gesto, el mutismo de esa palabra. Y aquel barco que partía<br />

hacia lugares misteriosos y su padre en formación haciendo la venia en la cubierta del<br />

"Comodoro Rivadavia" o de la "Fragata Sarmiento". Mirando siempre hacia otra parte. ¿Su<br />

madre estaba al lado en el muelle? Y el barco que se iba perdiendo con el fondo verde de la<br />

isla vecina y él, como un muñequito inmóvil haciendo la venia. Sin mover las manos como<br />

Carlos ahora.<br />

La calle era un puerto, una estación más con ese aire lastimado por las despedidas.<br />

Cuando salió de la fiesta, su andar la llevó por la calle Santa Fe. Se detuvo frente a<br />

una vidriera y se reflejó abrazándose a sí misma como si tuviera frío.<br />

Los últimos días con Mendizabal desfilaron. Imágenes de una película proyectada<br />

una y otra vez. Pero no. Las películas terminan por cansarse de miradas:<br />

-Dios también está allí, no temas Natalia.<br />

-No me mires, estoy horrible. El llanto no me sienta.<br />

-Porque vos no podés ver lo que yo veo en tus ojos, bondad, niñez indefensa e<br />

invencible... querida mía... Te esperé en esa mesa donde el sol llegaba como un mensaje de<br />

tu cara. Tu voz desvanece mi fatiga de andar y de buscar. No serás mía si no querés... pero<br />

¿hay muchos momentos así? ¿conocemos a cada paso gente que nos enfrenta a nuestros<br />

límites?. Vamos, necesito fundirme en vos. Estar afuera y adentro; darnos el abrazo con<br />

todo lo que mi cuerpo tiene y que todos los hijos que no tendremos nos reclaman. Y la<br />

desvistió sin prisa, trémulo, subrayando cada movimiento con un beso, en la mejilla, en el<br />

cuello, en el hombro.<br />

-Tu cuerpo es bello, está intacto.- (como ciertos cadáveres) lo mismo que en aquel<br />

138


momento con Germán, se repitió el pródigo y antiguo rito de la adoración.<br />

Allí estaban en la cama, devorándose los labios, la lengua. Ella boca arriba sin<br />

atinar una iniciativa de cambio, de insólito abrazo. Él, todo tibieza, músculo, buscándola.<br />

-Nunca fue así, Natalia con nadie; tus quejas de niña me enardecen -y le cubría otra<br />

vez los labios con la boca sedienta.<br />

Entregada totalmente, se sintió abierta. Como una herida. Una herida por la que allí,<br />

en plena calle Santa Fe, mientras caminaba sin rumbo, se desangraba. Su cuerpo. No su<br />

alma.<br />

----------------------------------------------------<br />

¿Estás aquí, madre? Aunque mi imaginación no te descubriera en esta clausura,<br />

sabría que estás próxima porque te delata el perfume que se impone a las miasmas del<br />

encierro. ¿A que no imaginas lo que soñé anoche a propósito de tu aroma? Yo no había<br />

nacido todavía. Estabas en un baile de máscaras y sólo yo sabía que eras tú. Nadie<br />

hubiera podido identificarte detrás de ese antifaz de un azul iridiscente, que dejaba asomar<br />

por los huecos de los ojos, el parpadeo igualmente azul de los tuyos. Tenías el porte de<br />

quien eres: una verdadera reina, un auténtico lujo para Francia. Al compás de un vals, los<br />

giros de la danza te llevaron hasta el ventanal que daba a los jardines. Elegantemente te<br />

deshiciste de tu ocasional pareja para observar la noche constelada. Allá abajo se detuvo<br />

una carroza, de la que descendió... ¿no imaginas quién? Axel de Fersen.<br />

Empujó la reja maciza del pórtico y observabas atenta cómo ascendía las amplias<br />

escaleras de mármol. Ya en el magno salón se detuvo a mirar a los que danzaban. Aunque<br />

sus ojos iban de un traje a una peluca, de un gesto a una palabra que le llegaba trunca,<br />

tenía un aire de triste ensimismamiento. Hasta que te descubrió cuando comenzabas los<br />

139


primeros pasos de un minué. En ese primer encuentro no dejaba perder ni uno solo de tus<br />

mohínes, de tus gestos, de tu risa.<br />

Cuando la orquesta silenció sus ritmos, Axel se te acercó como si te conociera, y<br />

por supuesto sin saber que hablaba con la Delfina María Antonieta de Francia, comenzó el<br />

diálogo galante.<br />

-¿Me permitís la próxima danza? -y tú, actuando como si no fueras tú, le mostraste<br />

el dar y no dar del coqueteo.<br />

-Si primero me explicais por qué habeis llegado tarde a la fiesta. .<br />

-Porque, no sabía que aún sin conocerme, me echaríais de menos. Os ofrezco mis<br />

excusas por mi falta de caballerosidad.<br />

Los dos, madre, sabían que se puede hacer cualquier cosa con las palabras, pero<br />

que, lo más fascinante, es jugar con ellas.<br />

Axel, sin ocultar su cara ni su personalidad te dio su nombre y tú recordaste quién<br />

era; que estudió armas en Alemania, en Italia medicina y música, en Ginebra a Voltaire y<br />

en París buenos modales. En toda la corte se sabía de su franqueza y su discreción y no se<br />

ignoraba, en corrillos cortesanos, que tenía un corazón de fuego.<br />

-Sois bella, madame.<br />

-¿Cómo podeis saberlo?<br />

-Porque veo el corte de vuestra cara, el calor y tersura de vuestra piel, la tentación<br />

de vuestros labios...<br />

Tú, lo noté en mis sueños, estabas turbada y feliz. Sentiste dentro de ti como si<br />

alguien abriera una jaula de alondras.<br />

Fersen:<br />

Cuando llegó la hora de quitarse las máscaras, el estupor cambió el rostro de<br />

-¡Su majestad! -y se inclinó ante ti.<br />

140


Con tu graciosa sencillez, detuviste la entera sumisión.<br />

-No, Conde... por favor. No nos arrepintamos de haber dicho lo que debimos decir<br />

en una noche de Carnaval -y tomándolo de la mano, con el mismo candor con que jugabas<br />

en palacio por cualquier motivo, lo acompañaste escaleras abajo y ascendieron a la<br />

carroza que se perdió en la noche.<br />

antifaz?<br />

-Madre, en algún futuro o pasado ¿le veré a ella los ojos claros a través del<br />

----------------------------------------<br />

No podía descansar. Cuando Natalia cerraba los ojos apretando los párpados<br />

desfilaban rostros de gente "real" y desconocida. Pero duraba segundos en su imaginación.<br />

¿Se iban solas o ella las ahuyentaba? Pensó: "antes le tenía miedo a la locura, ahora sé que<br />

no será tan fácil; moriré de lucidez".<br />

Después apareció otra vez la idea obsesiva de irse de viaje. ¿Sólo una idea? ¿Cómo<br />

un deseo? Se lo había dicho el día anterior a Evelia mientras ordenaba placares en busca de<br />

ropa adecuada y su amiga tomaba un whisky.<br />

-Quiero irme...<br />

-¿A dónde?<br />

-A cualquier parte.<br />

-Cualquier parte no es un lugar. Además conocí a alguien que se repetía sin cesar<br />

"quiero irme", y se fue nomás. Murió de un ataque cardíaco.<br />

-No. Yo no pienso en morir. Deseo saber que haré sin estas paredes. Tengo<br />

curiosidad por verme en otras calles, en otras ciudades. Probar si aguantaré la soledad en un<br />

lugar lejano.<br />

141


-En suma, querés conocerte más... Y tu marido ¿que dice acerca de esto?<br />

-Trata de convencerme de que es una locura.<br />

-Y eso en lugar de disuadirte te acicatea.<br />

-Ni una cosa ni otra. Me iré Evelia, mañana voy a empezar los trámites.<br />

-Pero ¿a qué lugar?<br />

-Primero a Madrid. Después veré...<br />

-¿Qué harás allá?<br />

-Lo que hago acá. Comer, dormir, leer, escribir, caminar... a alguna Finisterre<br />

llegaré; comprendeme. No me voy porque quiero alejarme, sino por acercarme a otros<br />

espacios. Es como si estuviera obedeciendo un mandato.<br />

-Estás un poco loca, Natalia.<br />

-Anormal, sí, pero no loca. Hasta ahora malviví en el cepo de la norma. Quiero<br />

soltarme de una buena vez. Acá, ya no va más. Ninguno hace nada por comprender al otro.<br />

-Bueno -dijo su amiga, levántandose para dejar el vaso sobre el mueble más<br />

próximo-creo que te comprendo y si tenés la suerte de poder irte... Desde allá me contarás.<br />

A lo mejor, encontrás un príncipe de verdad.<br />

-¿A mis años un príncipe? Apenas algún paje miope; además sé de uno que es<br />

verdadero y nunca creíste en él.<br />

-Si querés puedo ayudarte en alguna gestión -agregó Evelia disponiéndose a salir.<br />

-Te voy a hablar por teléfono para avisarte el día.<br />

-¿Qué día?<br />

-El de mi viaje -afirmó Natalia doblando un salto de cama.<br />

Evelia la abrazó sin palabras. Salieron y enseguida subió al taxi que esperaban. Ya<br />

en marcha, la amiga, moviendo la mano en el adiós, supo que Natalia se iría sin llamarla<br />

otra vez.<br />

142


---------------------------------------<br />

-¿Natalia, estás decidida a hacer el viaje sola?<br />

-¿Qué es eso de sola, Gonzalo?<br />

-Sin que yo te acompañe<br />

-¿Cómo vas a dejar tus asuntos? el campo, la casa, la quinta. ¿En qué manos?,<br />

olvidate. Además ¿cuántas cosas hice sola? ¿Por qué un viaje tiene que ser diferente?.<br />

-Pero, ¿sabés bien a qué vas?<br />

-No<br />

sabrá jamás...<br />

-¿Y entonces?<br />

-Lo sabré allá. Estoy segura.<br />

-Vos y tus premoniciones... es bueno que te lo diga porque lo que no se dice no se<br />

-Al fin. No hablar fue tu defecto.<br />

-Dirás mi incapacidad... pero... yo te quiero y quererte fue como si un único soldado<br />

quisiera tomar una fortaleza. No pude. -agregó vencido. Gonzalo no era peor que los<br />

demás. Casi era mejor. Era el padre del hijo que no tuve. Era el llamado a serlo ¿por el<br />

sagrado sacramento? No. Por la consagración de la rutina, por el opaco dolor compartido.<br />

No se puede tocar fondo en el corazón humano. En ese minuto lo quise... siempre<br />

lo quise como amigo, hijo, padre y como qué sé yo... Pero no lo amo como al Delfín porque<br />

a nadie amé como a esa perfección, ese absoluto.<br />

Se asomó el llanto al abrazarlo. Como si alguien me hubiera obligado a irme. Como<br />

si fuera él quien se iba.<br />

Nos miramos. Dejándolo me sentiría huérfana de toda orfandad. Me acarició la<br />

mejilla. Enseguida cambió, alarmado por su propia ternura.<br />

143


continuó.<br />

-Si te parece compramos algo para la cena, hoy no soportaría comer afuera -<br />

Ya había poco que decirse. Sí, volvería pronto. Sí, le escribiría a menudo. ¡Todo lo<br />

que sucedió en los tres días anteriores al viaje! La cara de Gonzalo pasó del descontento a<br />

la tristeza, de la tristeza al mal humor. Salvo con la amenaza de dejarme encerrada con<br />

llave, intentó disuadirme por todos los medios. Las llaves tienen una minuciosa apariencia<br />

de compulsión, dura, fría, y él, debía dar imágenes diferentes como aquélla cuando lo<br />

empecé a tratar, en el jardín de la calle Posadas.<br />

----------------------------------------<br />

Antes del viaje voy a retirar el dinero que tengo a plazo fijo. Al llegar al Banco de la<br />

Nación, busco un asiento y espero. Allí está la que, pese a los estragos de la edad, tiene la<br />

coquetería de arreglarse los rulitos y para darme ánimos se sienta al lado.<br />

-¿Qué número tiene?<br />

-Doscientos sesenta y dos -lo pronuncio con timidez por ser una de las últimas<br />

-¡Ah! ¡Tiene para rato!<br />

El anciano que haciéndose el distraído se adelanta en la cola. La que arrastra las<br />

piernas y cuando la atienden antes, por su invalidez sale ufana, con paso de calle. Está la<br />

que interviene sin necesidad:<br />

-¿Doscientos sesenta y dos? Entonces yo estoy después de usted.<br />

¿Ah, sí? Más importante que el descubrimiento de la vacuna contra el cáncer. ¿Les<br />

pincharan la lengua a los mayores para escucharse y comprobar, oyéndose, que todavía<br />

están vivos?.<br />

Entre éstos hay una mujer relativamente joven y un muchacho tímido... ¿qué harían<br />

144


entre los de PAMI? Lo supe. Ella es la más anciana de todas. Debe de tener taitantas<br />

estiradas y se le notan cuando, al llamarla, vuelve la cabeza que arrastra consigo a todo el<br />

cuerpo. ¿El joven? Un visitador médico. Nos miramos. Nuestras miradas atraviesan las<br />

semitumbas, semibóvedas, semijardines de paz, semimemorial park, para decirnos palabras<br />

mudas, acerca de todos los que quieren dejar de ser jóvenes. Que se asoman al infierno<br />

antes de tiempo. Los que quieren contraer la peor enfermedad: envejecer. Tenemos que<br />

morir pero de morbo real no de vejez. Y ¿qué es la vejez? Supongo que es no esperar nada<br />

de sí y todo de los demás. Es tener cara de oler mal. Es ver lo negativo de la lluvia o de la<br />

niebla; es el que tiene de balde una ventana. Quien se lo pasa hablando de cualquier tiempo<br />

menos del día en que está viviendo. Es viejo aquél, para el que cada joven es un Al<br />

Capone. Diario de la guerra del cerdo al revés. El que no canta ni cuando juega al truco.<br />

¿Qué es la vejez? una mala costumbre, que el hombre activo no tiene tiempo de adoptar".<br />

¿A quién me refiero? ¿a toda esa gente o a mí?<br />

-Natalia Méndez, caja dos.- Acá hay dos puntos más que en otros Bancos. Por eso<br />

conviene. Hay algunos que entraron sin hacer cola. Los avivados de siempre.<br />

-¡Vamos, mamá, que tengo hambre!<br />

Alfonso Rodríguez, caja uno. ¿Le interesa el crédito para la vivienda? ¡Vamos!,<br />

después de un año, pagó tres veces la casa con el asunto de la indexación. Todo debe ser<br />

indexado. Deberíamos comer indexando. Hoy más que ayer y mañana más que hoy. Amar<br />

indexando. Odiar indexando. ¿Tiene el número amarillo? No. Es una nueva disposición.<br />

El Banco funciona; pero está en refacciones. Con un nylon enorme que se hincha y<br />

deshincha por el viento, protegen a los clientes del polvo y los cascotes. Enorme carpa de<br />

oxígeno que alimenta a un enfermo: el inversor.<br />

Mujeres con todos los colores imaginables de tintura en los cabellos. No sé por qué<br />

me llaman la atención los colores de las cabezas. Quizás porque ando buscando el tono<br />

145


adecuado para no parecer envejecida. Que el oscuro endurece las facciones me dice Evelia.<br />

Que el claro parece pelo de culo, me dice Gonzalo -¡qué capacidad de observación!-.<br />

Hombres apresurados, obesos, flacos, viejos, jóvenes; pero todos ansiosos,<br />

fatigados. Es la misma gente que he visto en las colas de los bancos de empeño aguardando<br />

el momento cuando invariablemente responderán:<br />

- ¿Me dan tan poco?<br />

-Y sí, señora. Aquí falta una piedra y esto no es oro.<br />

La misma gente que he visto en algún casino de Las Vegas -horrible ciudad de<br />

neón- manejando las máquinas traga-monedas. Ansiosas de la seguridad que por unos<br />

segundos otorga el ganar. ¡Ganar! Ganar alguna vez por todo lo que en la vida tenemos que<br />

perder.<br />

------------------------------------------<br />

Fui a despedirme de mamá. Estaba regando las plantas del balcón y se sorprendió al<br />

verme a la hora de la siesta. Dejó su tarea, me acercó una silla, me ofreció un mate<br />

sabiendo que no acostumbro a tomarlo y empezamos a hablar de cualquier cosa, porque yo<br />

no sabía de qué manera comenzar.<br />

No hay nada como la inminencia de una separación para detectar, con lucidez los<br />

verdaderos vínculos que nos unen a las cosas y a las personas. La amaba y la admiraba.<br />

Así como no podemos conocer los designios de Dios y el por qué de sus decisiones yo no<br />

había comprendido el móvil de las suyas. Eso estaba sellado en su corazón, pero pude<br />

adivinar que era generoso, porque toda su vida fue una entrega a la mía.<br />

Mientras ella se afanaba por atenderme pasaron por mi memoria todos los instantes,<br />

desde que tuve uso de razón. Era bella y sin embargo, sintiéndose abandonada por mi<br />

146


padre, no miró sino las cuatro paredes de la casa en la que crecí a su amparo.<br />

-Mamá, vengo a avisarte que haré un viaje.<br />

-Hacen muy bien. Disfruten si pueden.<br />

-No iré con Gonzalo. Me voy sola.<br />

Con un gesto de consternación:<br />

-¿Y a dónde? ¿Por qué sola?<br />

Le conté que:<br />

-Voy a un Congreso de Literatura, regresaré pronto pero si tardo, ¡nada de<br />

preocupaciones!.<br />

Le di detalles, proyectos. Un abrazo prolongado y el contacto me retrotrajo a la<br />

infancia. A lo que sentí una vez cuando se enfermó gravemente. Desde entonces cada vez<br />

que la estrecho pensando en que alguna vez querré hacerlo y no estará, el abrazo no basta<br />

para tener la certeza de su presencia.<br />

¿Juzgarla?, ¿a una santa?. Es áspera y ásperamente me ama más que a nadie en el<br />

mundo. Sí, comprendo todos los razonamientos de la sicología. Pero ella es simple. Y<br />

sabia como la tierra.<br />

----------------------------------------------<br />

Recuerdo aquellos felices días de juegos, de cielo abierto, de ¡vivas! a todo lo que<br />

venturosamente me rodeaba: los jardines, los animales que pacían en el Trianon, en<br />

aquella naturaleza concebida por tu creatividad.<br />

Me dijiste una vez que yo era encomiástico y que con un ¡viva! saludaba al mundo.<br />

¡Viva la fiesta de mi cumpleaños, rodeado de pequeños como yo, en aquella sala con todos<br />

los candelabros encendidos, tocando el clave, echando a volar cometas por los patios!<br />

147


¡Viva, madre, a las horas que me permitían estar contigo! ¡Viva el tiempo que pasé con mi<br />

padre en su biblioteca cuando me comentaba los libros de su predilección o me mostraba<br />

el taller que tenía para ejercitar su habilidad manual!<br />

Después oí ¡Viva la Nación! ¡Viva la República! en varias oportunidades y<br />

aunque yo era muy pequeño, empecé a asociar esas exclamaciones con la desgracia,<br />

porque así vociferó el populacho en momentos que me recuerdan el escarnio. Esos ¡viva!<br />

fueron un sólo clamor con "¡queremos el corazón de la reina!". Me sacaste cargándome<br />

en tus brazos y te obligaron a dejarme otra vez adentro, con los demás, pensando que<br />

habías salido conmigo al balcón para que no te arrojaran piedras. Volviste a salir sola,<br />

serena, digna, sin temor. Cómo sería tu porte para que otra vez en medio de la atmósfera<br />

de odio, te aclamaran.<br />

¡Viva la Nación! cuando huímos a Varennes y nos descubrieron ¡Viva la República!<br />

cuando el asalto a las Tullerías. Y ¡Viva! otra vez, cuando vi a mi padre que, para vencer,<br />

debía arengar fogosamente a las tropas y todos se mofaron ante su ¿débil? alegato: "¿No<br />

es verdad que nos batiremos valientemente?" Cuando parodiando a la chusma, debió de<br />

haber clamado con una voz que llegara a los confines del reino: "¡Aplasten a los que en<br />

nombre de la libertad se convierten en bestias asesinas! y se rieron de él, que nunca hizo<br />

daño a nadie, que soñaba con sus cerraduras y llaves para abrir la puerta hacia el sitio<br />

donde no tuviera la dura tarea de reinar y medir el tiempo de la paz con sus relojes...<br />

¡Viva la Nación! cuando levantaron la guillotina, ese mecanismo satánico en la<br />

plaza del Carrousel y cuando rodó la cabeza de mi padre y todas las puertas se abrieron a<br />

la madrugada de un día nebuloso, violadas por eso que llamaban pueblo. No podía<br />

entender por qué esas mujeres escupían odio, con sus pechos al aire, desgreñadas, con ese<br />

olor a caballeriza que me descomponía, el alarido enajenado, con las manos manchadas<br />

por la sangre de los Guardias de Corps..<br />

148


"¡Viva la Nación" gritaban cuando entramos a la cárcel del Temple de donde<br />

saldríamos de a uno hacia la muerte... Madre-Reina, ¡viva tu coraje y tu recuerdo!<br />

Pero, mi voz se niega a pronunciar mi contrición: ¿Recuerdas cuando alguien me<br />

dijo a mí que repitiera ¡viva la Nación! ¡Y yo lo repetí!... Por lo tanto yo también te<br />

condené... ¡Cómo quisiera que el bálsamo de tus manos me extrajera esta culpa del alma,<br />

que es como un dardo envenenado!<br />

-----------------------------------------------<br />

Ya estaba todo listo; cada cosa ocupaba su lugar en las tres maletas. Gonzalo<br />

pretextó una diligencia apremiante para no acompañar a Natalia.<br />

Sola, caminó por el departamento y en el total silencio del mediodía percibió sus<br />

propios pasos sobre la madera del living. Miró los retratos uno a uno. Algunos de cuando<br />

era chica, de su adolescencia en el colegio con ese uniforme azul y el sombrero como una<br />

cacerolita, de su casamiento con Gonzalo. Su madre con una sonrisa triste. ¡Las fotos!<br />

Momentos sobrevivientes que, el tiempo caprichoso, respetó. Pero las horas más<br />

importantes de su vida no estaban allí. No hubo cámara que pudiera registrarlas y se<br />

desdibujaban poco a poco en la memoria.<br />

Miró sus cuadros queridos: un Olga Blinder, un Jorge Otermin, un Ángela Peries, un<br />

Nélida Petrucelli, las plantas del rincón. Las balas de bronce que su padre trajera de una<br />

travesía, y después, por fín, su biblioteca amada. ¡Cuántas veces recorrió las páginas de<br />

algunos libros para buscar las anotaciones escritas en los márgenes de cuando estudiaba!<br />

Sus antiguos pensamientos la sorprendían como los de una interlocutora fascinante. No era<br />

ella, la de ahora...<br />

Al fín oyó el timbre e invitó al chofer a que retirara las maletas. Era Norberto, el de<br />

149


siempre. Tuvo la intención de charlar hasta el aeropuerto, pero la voz se había escondido.<br />

--------------------------------------------<br />

Ir en un avión hacia el Oeste es viajar al pasado. Volar hacia el Este, como vamos<br />

ahora, es adelantarse al porvenir, acrecentar la vorágine y lo que en la vida tiene un ritmo<br />

destructivo, hacia adelante.<br />

Es una injusticia que, transcurriendo tan velozmente en el tiempo (sin pensarlo, ya<br />

estaremos al final del itinerario) no viajemos en el espacio hasta agotarlo. Por eso, cuando<br />

voy dejando atrás árboles, lomadas, arroyos, oleajes de mar, experimento la balanceada<br />

conformidad de un equilibrio.<br />

Desde que inicié esta travesía a las tres de la tarde, hasta ahora que estoy<br />

escribiendo, he envejecido. Sigue el tiempo su ritmo; pero también transcurrió el espacio.<br />

Nada se ha descompensado. Ha sido un desgaste, sí, pero en él, está la reparación.<br />

Vienen con la comida; tendré, pues, que desocupar la mesita y dejar de escribir.<br />

Reparto lápices y papeles entre el bolso de mano y la cartera, sabiendo que después deberé<br />

perder tiempo buscándolos. Luego proyectan la película "Aeropuerto". Inteligentes los que<br />

la eligieron. Trata de un desastre aéreo. Hace mucho que perdí el miedo a la muerte y<br />

mientras al ascender algunos se aferran al posabrazos, yo experimento un placer<br />

indescriptible. Elegí coquetear con la muerte, sabiendo que al fin seré de alguien "¿Me<br />

quieres? Aquí me tienes" (por respeto, abandono hasta el voseo).<br />

Me quito los auriculares y huyo de esta realidad. Estoy lejos.<br />

Recuerdo a Germán como quien mira una estampa. Transcurrieron ¿veinte o treinta<br />

años? ¿Me ocurrió a mí?... Veo su rostro, sus ojos, su andar al encontrarnos y nada más<br />

¿Cómo estaríamos de haber envejecido juntos? Luego está Gonzalo en el recuerdo ¿Cómo<br />

150


es él? No llegué a saberlo. En qué penas, dientes apretados, pesadillas, se transformarán las<br />

palabras no pronunciadas por mi marido. En qué oscuro túnel morirán los ecos. Las voces<br />

gritadas hacia adentro no encuentran la liberación de la respuesta... "Sí, tenés razón. Yo<br />

también te quiero; claro que la noche es constelada. Gracias Gonzalo". Sólo el gemido del<br />

final en la entrega; el grito, osamenta de sílabas y consonantes.<br />

Con este viaje -no con el vuelo-, experimento lo que un evadido temeroso de ser<br />

descubierto por innúmeros sabuesos. Siempre soñé con ir a Europa ¿te acordás, mamá,<br />

cuando te pedía que me llevaras al puerto los domingos para ver llegar y zarpar los barcos<br />

extranjeros? ¿Qué haré en Madrid si nadie me espera? En Buenos Aires después de cortos<br />

viajes siempre estuvo Gonzalo buscándome entre la gente. ¿Lo extrañaba?.<br />

Despierto, como en los sanatorios, a la madrugada, por el tintineo de tazas y<br />

cubiertos. A comer otra vez. Benditos animales de consumo. Cuatro comidas al día, más<br />

que cualquier bestia. Esta crema, no; colesterol. Este huevo, no; vesícula. Café, no;<br />

taquicardia. Bebo el té con bizcochos mientras aterrizamos.<br />

------------------------------------------------<br />

Cuando se anuncia el descenso al Aeropuerto de Barajas me maquillo un poco y al<br />

mirarme al espejo pienso una vez más en lo irremediable.<br />

-¿Dónde se encubrían mis cincuenta y tantos años de hoy cuando conocí a<br />

Mendizábal? Ahora se asoma franca, evidente después de la mala noche de viaje, sin que<br />

ninguna química pueda enmascararla.<br />

Recuerdo la época de mi juventud cuando era tal el asedio de requiebros y<br />

seguimientos por la calle, que llegué a tener la depresión de las divas abrumadas por la<br />

fama. Me sentía agradecida cuando un hombre hablaba conmigo sin deseos, sin intenciones<br />

151


evidentes de convertirme en una conquista más. Cuando me demostraba amistad sin hacer<br />

alusión a mi cuerpo, mi cara, mis ojos. Hoy, en cambio, me siento abroquelada por esta<br />

máscara lenta, que en capas sucesivas se va adhiriendo a mí. Me preserva la humillación<br />

misma que está como un centinela bien pago, para que nadie escudriñe lo que fue digno de<br />

elogio y de admiración... ¡Gerontólogos! ¡Linda especialidad médica con la que nada se<br />

puede curar!<br />

-------------------------------------------------<br />

La gente se desespera por asirse a bolsos y abrigos. Nunca comprendí tal ansiedad.<br />

Aguardo, sentada, hasta que sale el último pasajero. Después camino hasta la salida.<br />

Lenta, morosamente, observo el avión desocupado con papeles por el suelo, diarios,<br />

auriculares.<br />

De allí, al hotel Mayorazgo, donde al llegar me desplomo durante una hora en la<br />

cama anchísima, después de observar los menores detalles, con la curiosidad de los<br />

descubridores al llegar a tierra virgen.<br />

------------------------------------------------<br />

Hoy estoy lúcido y la lucidez me ciega para verte. En cambio por esta<br />

clarividencia, puedo, madre, percibir la pesadilla de la realidad: Oigo los pasos del<br />

guardia de turno. Ahora se detiene y me vigila por el hueco del muro. Imagino que un<br />

relámpago de piedad le ilumina el corazón, de ordinario en las sombras de la obediencia.<br />

-¿Quieres algo, pequeño? -¿qué podría contestarle que no fuera mentira? Porque<br />

lo que quiero es una respuesta ¿por qué? ¿por qué?<br />

152


Si todos los hombres son como esa horda que me condena y me tiene prisionero del<br />

silencio y del hambre, si no les cuesta cercenar cabezas como yo trataba de cortar las<br />

plantas carnívoras del jardín de palacio; si papá y tú fueron asesinados sólo por haber<br />

nacido reyes. Si yo no puedo más, sin comprender por qué merezco estar así, cuando otros<br />

de mi edad viven sus infancias libres y llenas de promesas... Si los hombres tienen<br />

inteligencia para la crueldad, no quiero llegar a ser un hombre. ¿Qué violencia tendría<br />

que ejercer sobre mí para no convertirme en un rey excecrable?<br />

----------------------------------------<br />

Mientras resuelvo trámites de ingreso, me llama la atención el decorado del hotel<br />

con reminiscencias medievales. Después de leer folletos de excursiones en un sofá del<br />

lobby decido tomar un tour que recorra las capitales y algunas ciudades importantes de<br />

Europa. Además buscaré otra vez mis raíces, en la Suiza italiana. Allí hay un pueblito que<br />

lleva el apellido Airolo, de un antepasado de la rama paterna.Me informo cómo hacer para<br />

desertar del grupo por dos días al llegar a Italia. Calculo que deberé salir de Venecia.<br />

¿Cómo se sentirán los europeos viviendo sobre un historión de hombres y dioses?<br />

Yo nací en esa América que está a la vuelta de unos pocos siglos, y en cambio aquí, cuánto<br />

camino de años y piedra tallada. Pero no vine a Europa a buscar riquezas artísticas. No sé<br />

qué busco. Lo sabré cuando lo encuentre.<br />

Sin duda, lo más importante del viaje, será París, donde podré ver, tocar el mundo<br />

que rodeó al Delfín. Pisar el Temple, la Conciergerie, perderme en libros y vitrinas del<br />

Archivo Histórico, ir a Versalles, al Trianon... Una cosa fue intuir a través de la Historia,<br />

los sitios por donde sus pies anduvieron; otra, muy diferente, será percibir el escenario,<br />

experimentarlo como ámbito inalienablemente propio. Recuerdo y escenario se fusionarán<br />

153


para recobrar la imagen de él, aún más viva que la que llevo siempre en mí. Pisar lo que sus<br />

pies hollaron será como andar juntos. Mirar lo que sus ojos vieron será como si nuestras<br />

miradas confluyeran.<br />

Tal como palitos en el río, nos reunimos a comer con Laura, chilena, entendida en<br />

Ciencias Agrarias. Charlamos durante el largo tramo de Burgos a Burdeos. En la radio<br />

Carlos Gardel: "Leguizamo sólo, gritan los pibes de la popular...". Mariló, la guía repite<br />

varias veces la misma frase:<br />

-"Salimos de Burgos, pasaremos por el país vasco, bordearemos San Sebastián,<br />

bordearemos San Sebastián.", dudo de la eficacia de los micrófonos y de mi agudeza<br />

auditiva.<br />

Descendemos nuevamente y algunos compran al doble de lo que pagan en Madrid;<br />

otros, piden raciones de queso manchego o chocolate.<br />

Hay que ser cordial, soltar un comentario, sonreír, y no termina nunca el desfile de<br />

caras que al pasar se me borran. Yo estoy por pagar un café, abstraída, contando dinero:<br />

-Eres rica -una voz grave, en un castellano puro. Yo aparento no captar la doble<br />

intención de las palabras:<br />

varonil.<br />

-Qué va- se me pega el castizo -no tengo más que estos duros.<br />

-Pero eres rica -insiste él. Lo miro. Sonríe sólo la mirada inteligente, en un rostro<br />

-¿De dónde eres?<br />

-No sé de donde soy, pero vine de Buenos Aires -jugué.<br />

-¿Cómo?, "vos" lo debés saber muy bien, "che"- se burla cordialmente.<br />

-Tú, deja las chanzas y punto- lo imito.<br />

Alguien interrumpe y ya no lo vuelvo a ver hasta nuestra llegada a París.<br />

154


----------------------------------------------<br />

Simpatizo con un grupo de chicas que me recuerdan mi época de estudiante. Son<br />

alegres y ruidosas. Algunas señoras se sienten molestas por la algarabía a la hora de comer,<br />

cuando sentadas a la mesa se juega y canta. Alguien propone que cada una escriba su<br />

propio epitafio. En el mío aludo a las compuestas señoras:<br />

"La que no tuvo en la vida<br />

ni mentira ni verdad<br />

aquí descansa podrida<br />

de tanta normalidad."<br />

Aplauden. No sé si a la versificación o a la bandeja humeante que llega.<br />

-----------------------------------------------------<br />

Empecé a sentirme desasida, libre. Extrañé la presencia del caballero español y le<br />

pregunté por él a la guía Mariló.<br />

Navarra.<br />

cantaban:<br />

-Ah, Felipe del Castillo ¿sabes que es noble? Duque del Infantado y Marqués de<br />

-¿Y no pertenece al grupo?<br />

-Sí, pero hace tramos en auto.<br />

--------------------------------------------------<br />

Era noche cerrada cuando el ómnibus entró por la autopista de París. Las chicas<br />

155


"Frère Jacques. Frère Jacques.<br />

¿Dormez vous?. ¿Dormez vous?.<br />

Sonnez les matines. Sonnez les matines.<br />

Din Don Dan. Din Don Dan".<br />

Algunos se fueron a descansar. Yo salí con Laura a perderme por las calles. (recordé<br />

a Borges: "mis padres salían a perderse por las calles de Adrogué y lo lograban"). Nosotras<br />

también.<br />

Recorrimos el barrio de Marais cerca de nuestro hotel, ubicado en la Gare de Lyon.<br />

Quizás viera a Víctor Hugo paseando por la Place des Vosgues. La casa-museo de Hugo<br />

estaba cerrada. Golpeé. Se me ocurrió, a pesar de la hora, que aparecería con su barba<br />

canosa, reconviniéndome: -"No moleste, estoy escribiendo La leyenda de los Siglos"-. Nos<br />

propusimos volver al día siguiente pero el cartel nos volvio a la realidad: "Lundi est fermé".<br />

El museo Carnavalet, también estaría cerrado. Sin darnos cuenta nos encontramos frente a<br />

la Bastilla. Tenía las manos heladas y una bufanda que no me permitía respirar. Descubrí<br />

La Plaza de la República y más allá una plazoleta rodeada por una reja. "Temple Square"<br />

leí. Temple, Templarios. Sentí una terrible excitación cuando me di cuenta de que allí debía<br />

de estar la fatídica Torre donde murió el Delfín. Con fiebre de búsqueda y de acercamiento<br />

me aferré a las rejas para otear mejor: una rotonda, una estatua, un busto, juegos infantiles,<br />

pero todo desierto sobre la nevada de ese febrero nocturno. No ví ninguna torre.<br />

-¿De quién es esa estatua? -demandé a un trasnochado.<br />

-Je ne sais pas, madame.<br />

-¿Dónde estaba la torre?<br />

-¿Quel tour?<br />

-Donde dicen que murió el Delfín...<br />

-¿Dauphin?<br />

156


Laura observaba sin entender. Al día siguiente me enteré de que el Temple había<br />

sido demolido por Napoleón en el año 1811. Me di cuenta de que en mi vida no había<br />

hecho otra cosa que preguntar. Yo misma era una pregunta y no había otro yo, que fuera<br />

una respuesta. Sabía también que con los tres días destinados a París no lograría mi<br />

objetivo de recorrerla. Me apoyé en las rejas. Era el adiós a mi propósito de unir el<br />

recuerdo con el escenario del Delfin; pero los hechos confirmarían que ese inconveniente<br />

no era impedimento para continuar mi búsqueda.<br />

-------------------------------------------------<br />

Cuando regresamos al hotel, Laura se retiró a descansar y yo fui a la cafetería a<br />

tomar algo. Allí estaba él, Felipe del Castillo, quizás la última réplica con ojos azules...<br />

-Y tú ¿de dónde vienes? -curioseó<br />

-De buscar.<br />

-Si puedo ayudarte.<br />

-No. Pero algo es algo.<br />

-¿Siempre hablás en clave?<br />

-Con inteligentes como vos. -y desde muy adentro la orden: "¡Coquetea! a ver si<br />

recuerdas, ¡coquetea!" Me compuse el pelo, me sentí casi bella, salió de mí la otra, la<br />

olvidada.<br />

-Qué curiosidad tengo. -dijo muy cerca de mí, mientras corría su banqueta de la<br />

barra hasta rozar la mía.<br />

-¿De qué?<br />

-De conocerte un poco más.<br />

-Cuando lo consigas me cuentas cómo soy.<br />

157


Después de un silencio mientras caminábamos hacia el ascensor.<br />

-¿Con quién comes mañana a la noche?<br />

-Con vos -me sorprendió mi acento. Otra vez la epifanía.<br />

-A las 21, frente a La Tour d´argent.<br />

---------------------------------------------<br />

Se me hizo largo el paseo del día siguiente al Sacré Coeur, la pequeña Place Du<br />

Tertre, pero al fin llegó la noche. Unos charlaban en el lobby, otros salieron para Pigalle y<br />

yo corrí a la habitación. Me arreglé, me puse el famoso vestido negro de punto, que lucí<br />

aquella noche cuando salí por Belgrano con Carlos Mendizábal. Quedé conforme. Cómo<br />

me había cambiado la cara desde que me miré al espejo en el avión.<br />

Salí por detrás del hotel y orillé el Sena, luego la Rue Saint Paul. Eran las veintidós<br />

y treinta. Al doblar lo ví, elegantísimo, serio, señalando con golpecitos acompasados de su<br />

índice el reloj pulsera reconviniendo mi tardanza.<br />

----------------------------------------------------<br />

Mi pensamiento estaba colmado de ti.<br />

Tiempo después para seguir torturándome, hijo querido, hicieron correr la<br />

invención entre los guardias, de que te envenenarían con una pócima de hierbas y quinina.<br />

Puedes creerme, fue venturosa la circunstancia de mi ejecución. Comprende, mi<br />

"chou d´ amour" que el cuerpo no es más que un puñado turbulento de tierra que tiene el<br />

privilegio de tornar a la tierra. Lo que te ama de mí y sigue comunicándose contigo, es la<br />

transparencia de mi sentimiento, es mi alma la que te aguarda, para que juntos, como dice<br />

158


San Agustín -que tanto leía y amaba tu padre- vayamos "de la mano por los senderos<br />

nuevos de luz y de vida".<br />

Puedes creerme, he nacido a la felicidad cuando la guillotina hizo sentir en mi nuca<br />

la arista fugaz. No te impresiones, Luis. Cuando mi cabeza, al grito enardecido y sediento<br />

del pueblo al que amo pero no comprendo, rodaba por la plataforma de madera, durante<br />

unos ¿segundos? después, pude pensar en tí, en tu prisión, en tu orfandad. De inmediato,<br />

sobrevino la paz de que te hablo. La ejecución me exilió del martirio. Los ojos, eran antes,<br />

mi ceguera. Ahora puedo verlo todo sin ellos, percibo la armonía musical del universo sin<br />

mi sordos oídos .<br />

-Quiero que sigas hablándome de esos últimos instantes, madre.<br />

-En la Conciergerie me abrazaba a mi propio cuerpo imaginando que protegía el<br />

tuyo del maltrato y el horror. Medí hasta el fondo la crueldad o la ignorancia. El<br />

abandono de mis compatriotas, los austríacos, que no hicieron nada por salvarnos. Sólo mi<br />

fe en este más Allá que ahora conozco, me libró de la locura. Y tú, ¿cómo soportas las<br />

llagas, tu cuerpo desfalleciente, en los momentos cuando no puedo acompañarte...?.<br />

-Porque intuyo madre que no eres tú, la única que me acompaña y déjame decirte,<br />

que alguien más está conmigo desde hace mucho tiempo y creí que eran signos de locura.<br />

No es la duquesa de Polignac ni la Princesa de Lamballe. Aún no puedo describir con<br />

precisión su rostro porque la veo como entre tules que ondulan al aire de ese horado<br />

umbroso llamado ventana. Deseo que ella aparezca, madre —tanto como deseo tu<br />

presencia—. Si ella viene dejaré de estar en esta cárcel. Unidos por una ternura antigua<br />

iremos, tanto a los jardines de Versalles como al Trianon; veremos juntos la corriente del<br />

Sena maculado de sangre y largos amaneceres de los años venideros, que no nos será dado<br />

contemplar desde la tierra.<br />

159


-------------------------------------------------<br />

Apareció el mâitre que nos condujo a la mesa. Por la familiaridad con que se<br />

trataban deduje que Felipe era conocido en el restaurant. Sentados me ofreció la carta.<br />

manera.<br />

-¿Vino? ¿Champaña?<br />

-¿Qué tomarás vos?<br />

-Lo que tu bebas, Natalia.<br />

-Vino blanco.<br />

Después de pedir, Felipe puso su mano sobre la mía.<br />

-¿Sabes? Tu no eres Natalia ni yo soy Felipe.<br />

-¿Cómo es eso?<br />

-Yo soy Enrique IV y tú Doña Sol de Navarra. En adelante no te llamaré de otra<br />

Esa es otra historia -pensé- no la que llevo adentro. Me interesó:<br />

-¿Por qué? Contame lo que a Sol y a Enrique no les pasó. Se oían las notas de "My<br />

heart belongs to Daddy".<br />

-Bailemos, digo... si lo permite tu madre desde el fondo de la Historia- bailamos un<br />

rato en silencio. Yo sólo sentía ¡y cuánto!<br />

-Mi bella Sol. ¿Cómo supiste que aquí, en Europa, te esperaba?<br />

El tiempo había pasado, mi vida había pasado y a pesar de ello no recordé haber<br />

estado tan olvidada de todo lo que no fuera eso que pretendía nacer otra vez. Como en una<br />

película pasó ante mí la pared del cuarto de Zárate y la ausencia de aquel cuadro.<br />

Cómo no había de encantarme a mí su acento español, su romanticismo veteado de<br />

humor, su elegancia, su discreta cercanía, si yo era un saco de recuerdos y un álbum de<br />

equivocaciones.<br />

160


-Felipe, me siento como ante la inminencia de la felicidad...<br />

-¿Fuiste feliz alguna vez?<br />

-Por temporadas muy breves.<br />

-Se ve que eres escritora. Manejas bien la síntesis, cualidad sine qua non de una<br />

buena literatura -¿ironía?<br />

Respeté el silencio de mis muertos y no aludí a ellos, no los nombré, porque al sentír<br />

que estaba naciendo, quedó atrás parte del pasado. Mientras nos sentábamos:<br />

-¿Y vos, Felipe?<br />

- ¿Vos qué?<br />

-¿Cuántas veces fuiste feliz?<br />

-Mira, Natalia, cuando se ha sido muy desdichado, casi todo es motivo de felicidad.<br />

-Por favor, contame.<br />

-Me duele contar. El dolor sale raspándome la garganta y la camisa.<br />

-"Cara al sol, con la camisa nueva..." -canturreé.<br />

La expresión de tristeza ante mis palabras era inédita en sus ojos pícaros.<br />

-Eres un poco bruja. Me pides que te devele mis claves y sales con el Himno de la<br />

Falange- lo miré, sin intención de contestar.<br />

-Toda mi familia: mi madre, mis hermanos, murieron durante la Guerra Civil y<br />

como nunca vi sus cadáveres pienso que no es cierto, que en cualquier momento los veré<br />

aparecer.<br />

-¿Están en los Jerónimos?<br />

-Sí allí hay cenizas. No quiero pensar de quiénes serán -quedó triste, pensativo.<br />

Ahora fue "Non, rien de rien ..." en la voz tiritante de Edith Piaff.<br />

-Pronunciás bien el francés... -dijo acercando su mejilla a la mía.<br />

-Lo único que me dejaron las monjas francesas. Eran de la Orden de "Les Filles de<br />

161


la Croix", ya existente en el Siglo XVIII, aquí en Francia..<br />

Sentados a la mesa, mientras sentía que me estudiaba cada rasgo, cada movimiento,<br />

observé tratando de fijar las imágenes, las mesas, las luces, la gente.<br />

-No quiero que se vaya este momento -susurré.<br />

-"Reténlo, es como un agua que uno deja correr entre los dedos" -recitó al Creón de<br />

Anouilh del que habíamos hablado largamente.<br />

Bajó la voz, de sí, grave:<br />

-Yo quisiera que pasara una hora, dos, la vida a tu lado, Natalia.<br />

-Estoy pensando que mañana salimos para Italia ¿Irás con el tour?<br />

-Vamos, que ese tour me jadea -cambió el tono-. Es un mal rollo. Además en él no<br />

puedo conversar contigo, que la música para los chavales, que la película para los tontos y<br />

en cuanto al paisaje lo he visto muchas veces...<br />

-Y ¿por qué iniciaste el viaje?<br />

-Mira, mujer- se animó otra vez, chispeante- yo te vi en el Hotel Mayorazgo y<br />

pensé: "ésta será más mía que Gibraltar de los ingleses" -reí. -Me gusta tu risa... bueno,<br />

pregunté quienes eran los componentes de esa recua que acababa de llegar, me lo<br />

explicaron y aquí me tienes.<br />

-No puedo creerte.<br />

-Te seguí a la cabina telefónica, a la recepción, al comedor. Enseguida supe que eras<br />

escritora. Leí algo del libro que les diste al matrimonio Colmenares. En fin, una tarea de<br />

Sherlok Holmes.<br />

-En fin -lo imité -que no sales con nosotros.<br />

-No; te espero en Roma. Allí quiero ver contigo tantas cosas...<br />

-¿Salimos? Es tarde y mañana llaman a las siete, maletas a las ocho, desayuno y<br />

salida a las nueve... -imité a la guía.<br />

162


---------------------------------------<br />

En la calle, de vuelta, tomamos un taxi. Ambos nos recostamos hacia atrás.<br />

-¿Qué es esto, Felipe?<br />

-Lo único que permite que el mundo continúe. Todo lo demás ¡chatarra! -él<br />

incorporado y rozando su cara con la mía:<br />

-Créeme, créeme, Sol-Natalia... no quiero que te vayas nunca. Quédate en Europa<br />

"donde yo siempre te quiera..."<br />

Intenté romper el clima.<br />

-No me recites esa parte de Bodas de Sangre, que parece escrito para nosotros,<br />

porque habrá cuchillitos acechantes...<br />

-¿Qué? ¿Hay un novio fuera del secano y él y yo deberemos darnos mutua muerte?<br />

-Con el novio que yo tengo -le dije seria- no llegará la sangre al río.<br />

-¡Ah! ¡no me dejes con el entresijo! -dramatizó histriónico- ¿Qué tienes? ¿novio?<br />

¿marido? ¿amante?<br />

-Nada de eso, pero eso y mucho más.<br />

-No bromees ahora Natalia. Quédate y soñemos: ¿dónde te gustaría que viviéramos<br />

siempre así? -dijo dándome un beso suave, tibio, estrechándome contra su cuerpo. Yo a su<br />

lado era una muñeca de arena. Adecuable y lúcida.<br />

-No, por favor, Felipe.- se apartó con lentitud.<br />

"Por favor" no, Natalia, dime simplemente no. Ya es un milagro tenerte a mi lado.<br />

Al separarnos en el hotel recobró su regocijada personalidad.<br />

-Doña Sol, mañana después de mis tareas de gobierno te veré en Palacio para<br />

despedirnos -y reteniéndome la mano, se inclinó.<br />

-Después nos veremos en Roma.<br />

163


-Vale, hermosa.<br />

Yo no había previsto que los amores con Germán y Carlos Mendizábal terminarían.<br />

Del final de este episodio, sí, estaba segura. Y la precariedad prevista, acrecentaba la dicha<br />

hasta el encantamiento. -Carpe diem, Carpe diem -pensé. A menor tiempo, mayor felicidad.<br />

---------------------------------------<br />

Ya te referí, madre, que desde hace varias jornadas la silueta borrosa de una niña<br />

se me aparece en el entresueño. Imágenes extrañas por las que he podido comprender lo<br />

que sentías por el Conde Axel de Fersen, ese hombre que te amó hasta el sacrificio. Puedo<br />

comprender a pesar de mis pocos años. Y amar también. Recuerdo, aquella vez cuando<br />

Axel de Fersen, disfrazado, nos llevó en nuestra huída a Varennes y cuando ya no tenías<br />

hacia dónde volver la cabeza -tu madre, María Teresa muerta y papá ejecutado- él fue el<br />

único que se arriesgó para visitarte en la celda en la que agonizabas de pena. El guardia<br />

que parecía fiel a Fersen, contó esta escena a todos. El tuyo ya no era el rostro de una<br />

mujer sino del dolor, Fersen te abrazó como a un niño y dejaste en su hombro la humedad<br />

de tus lágrimas. Fue la última vez, antes de que te inmolaran aquel día desventurado.<br />

Supe de la carta que escribiste despidiéndote del mundo dirigida a la hermana de<br />

mi padre. La encabezaste con fecha y hora:<br />

"... cuatro y media de la mañana... Me apena profundamente abandonar a mis<br />

pobres niños. Yo espero que un día, cuando ellos sean más grandes puedan reunirse<br />

contigo y gozar por entero de tus tiernos cuidados. Que ambos piensen en lo que no he<br />

dejado de inspirarles; que los principios y la ejecución exacta de sus deberes son la<br />

primera base de la vida; que su amistad y confianza mutua hará su felicidad (...). Que mi<br />

hijo no olvide nunca las últimas palabras de su padre que yo le repito expresamente: que él<br />

164


no busque jamás vengar nuestra muerte (...) Yo pido sinceramente perdón a Dios por<br />

todas las faltas que pude haber cometido desde que existo. Espero que, en su bondad, Él<br />

quiera recibir mis últimos deseos (...) ¡Adiós, adiós! Me voy a ocupar de mis deberes<br />

espirituales".<br />

Comprendo ahora aquel amor vivido antes de que nosotros naciéramos y que te<br />

acompañó fiel, a distancia. Pero también sé que quisiste mucho a mi padre. Vi tus<br />

solicitudes, tus atenciones, como las de una madre con su hijo. Me bastó observarla esa<br />

noche cuando en el Temple, vinieron a avisarles que ésa sería la última cena con él. Y<br />

¡cómo no quererlo!; nos hizo bromas, nos acarició como siempre, despreocupado, pleno de<br />

fe como si no fueran a ajusticiarlo al día siguiente.<br />

Quiero repetirte, madre, que esa duermevela de la que te hablé me rodea como una<br />

niebla, pierdo la conciencia del tiempo. No sé en que año vivo. De pronto la bruma deja<br />

paso a una luz como esas nubes versallescas que se retiran ante el sol, y veo la imagen<br />

imprecisa de una niña que se me acerca y murmura palabras que aún no comprendo. No<br />

es alguien todavía, es más una idea que un cuerpo, un sentimiento antiguo que al fin siento<br />

en plenitud... algo que aún no es y sin embargo precede a la luz y a la verdad. Es como un<br />

vaticinio o un presagio. Lo misterioso es que antiguos monólogos míos se truecan ahora en<br />

diálogos, al conjuro de su cercanía. No la percibo pero sé que es bella y tiene grandes y<br />

extraños ojos. Desde que se me anuncia, todos mis males desaparecen. Me siento nuevo.<br />

No existe el temor de que, por estar hecho de tiempo y de espacio, algo me exilie de su<br />

compañía. Lo que siento no se parece a nada de todo lo vivido. Veo a través de sus ojos el<br />

futuro que ya no me aguarda. Entero y feliz espero su verdadera llegada como una<br />

bienaventuranza, como la realización de todo lo que se me negó en mi corta vida: no hay<br />

vallas para mi obstinación de ser.<br />

165


-------------------------------------------<br />

Al llegar a Venecia nos alojamos en el Hotel Continental que está en una callejuela<br />

sembrada de puestos en la vereda. Laura y yo salimos en vapor hasta la Piazza San Marco.<br />

En uno de esos negocios callejeros compramos sendos antifaces.<br />

Allí, mezcladas con disfrazados, chicos, adultos, ancianos, trajes espectaculares,<br />

coturnos, sombreros tricornes, bellas máscaras cobrizas, música frente al Palacio Ducal, nos<br />

parece todo de oro iluminado: conjuntos de Dráculas, reyes, Enrique VIII, monjas, curas,<br />

princesas. Y algo que me llama la atención. En ese carnaval no se percibe la alegría que<br />

recuerdo de los corsos en mi pueblo. Todos caminan graves, como hacia el destino trágico<br />

de los personajes que encarnan. No da la impresión de que los hombres y mujeres reales<br />

que espian a través de las máscaras, vivan con felicidad el desafío del desdoblamiento, sino<br />

que resuelven la paradoja del comediante, "siendo" realmente los personajes irreales que<br />

han convocado durante esa noche mágica.<br />

-Se hizo tarde, Natalia -me recuerda Laura -quisiera regresar. Y me insta a que yo<br />

me quede tomando algo en alguna de las confiterías. Se me van los temores de andar sola<br />

en un lugar extraño. Pido un café y mientras lo traen me distraigo recordando a Gonzalo. La<br />

distancia me presta nuevas perspectivas y pasan por mi memoria momentos, escenas que<br />

olvidé al instante de vivirlas. Hubo acercamientos plenos al comienzo. Hubo celos... y<br />

pienso, si, como soy "abandónica" por aquello de mi padre, no habré creído que dejaba de<br />

amarlo, para no sufrir. Así fui en los ínfimos detalles de mi vida. Abandonar antes de que<br />

me abandonaran. Después distraída por ese río de fantasía, pensé en Felipe ¿Qué es lo que<br />

me atrae de él? ¿por qué, tanto? Es diferente. Se adecua, tierno, a mis negativas con la<br />

prudencia de no insistir... y ese acento hidalgo me despierta vaya una a saber qué vida en<br />

otras vidas...<br />

166


De pronto no lo puedo creer. Es él. Iluminado por uno de los pocos faroles cercanos.<br />

-No es posible que seas tú -mientras me deja un beso en la mejilla y acerca un<br />

banco para sentarse.<br />

Emocionada, no acierto con las palabras. Y él:<br />

-Bueno, vamos a ver ¿cómo pensabas terminar la noche?- vacilo:<br />

-Tomando el vaporcito al hotel.<br />

-No; disfrutemos de este carnaval. Como ves Natalia, no pude esperar. Roma me<br />

pareció lejana y como al llegar al Continental no estabas, salí hacia donde quisieran<br />

llevarme mis piernas. Y mis piernas, sabuesos de las tuyas, aquí están... pero mira, mujer,<br />

hagamos lo que hiciéremos, primero va a suceder algo.- no bromea.<br />

-¿Qué?<br />

-Celebraremos un pacto de sangre.<br />

-¿Qué chiste es ése, Felipe?<br />

-No es broma -me dice con cara seria de niño. Es un rito, un Casamiento Caldeo<br />

hará que tú y yo no nos olvidemos el uno del otro, jamás. Lo vine pensando, y te lo iba a<br />

sugerir mañana, pero ya que estamos aquí tranquilos...<br />

Lo miro a través del sueño que creo vivir. Continúa.<br />

-Yo me hago una pequeña escisión en la mano, en la base del pulgar. Te hago otra a<br />

tí, después, cuando aparece en ambos un puntito rojo, hago que se besen ambas heridas y<br />

nuestras sangres no se olvidarán.<br />

-No lo decís en serio- digo pensando lo contrario.<br />

-Verás que no te dolerá- y acercándo más el asiento, hurga en sus bolsillos, saca un<br />

cortaplumas, se mira la palma de la mano izquierda y con el filo, deja en ella un breve<br />

rastro carmesí.<br />

-Ahora tú.- extendí la mano cerrando los ojos. Esto no tiene nada de dramático. Es<br />

167


un acto de fe que estoy compartiendo ya que siento en lo más hondo que no es un juego.<br />

Forma parte de la atmósfera de ensoñación que ha envuelto todos nuestros actos y nuestras<br />

palabras desde que nos conocemos.<br />

No siento más que un roce allí, junto a la Línea de la Vida. Después es fácil<br />

confundir las palmas de nuestras manos y así apretados, me invita a levantarme y caminar,<br />

sin separarlas, hasta llegar al Rialto donde embarcamos. Felipe soborna a la noche para que<br />

las sombras se hagan más densas y con su complicidad me besa, primero la mínima herida<br />

y después los labios. Ese otro rito que no cesamos de repetir mientras andamos, oyendo el<br />

motor del vaporcito, tropezando con máscaras, sintiendo que ya nos emplaza la puerta del<br />

hotel.<br />

proyecto.<br />

-Hasta mañana, Felipe; te veré si no salgo para Airolo.<br />

-¿Sola? ¿Cómo se te ocurrió ir a ese pueblito de Suiza? No me has mencionado tu<br />

-Ya tenía el propósito... Además aquí al lado está la ferrovía y ya averigüé el<br />

horario de los trenes. Será la gran experiencia de mi vida.<br />

-¿Cuándo regresas?<br />

-Pasado mañana, a Roma.<br />

-Allí tendremos que separarnos, Natalia. Trato de no pensar en eso...<br />

-Recuerda Felipe que ni con la ausencia tendremos apremios y ansiedades. Mi<br />

sangre está dentro de la tuya.<br />

----------------------------------------<br />

No sé como explicarte madre lo que yo mismo no comprendo pero que es tan real<br />

como las manchas de este cobertor, como tu destino infausto. Siempre decías que yo era<br />

168


inteligente. Creo que la naturaleza me dotó de cierta comprensión y ahora, cuando el<br />

consuelo de mis noches llega, con la visión nebulosa del rostro que me acompaña desde un<br />

cuadro vivo, me pregunto si mi razón y mi inteligencia no estarán en crisis como este<br />

despojo que es mi cuerpo. En este punto de mis cavilaciones tengo la convicción de que la<br />

presencia de ella, aunque es imcompleta y mágica, no es sobrenatural. Si dudara de esa<br />

presencia sentiría que Dios no existe. Comprende madre, tú y ella son todo lo que tengo en<br />

este desierto de pena.<br />

Llegada desde no sé qué reino oigo una agitación de alas que se trueca en susurro<br />

de palabras, aunque todavía no logra traducirlas mi ansiedad. Valió la pena todo. Nuestro<br />

hogar destrozado. El escupitajo de la chusma. El filo en la garganta. Valió la pena esta<br />

infecta madriguera, el tambor durante las ejecuciones de quienes convirtieron el Sena en<br />

un sudario.<br />

Todo valió la pena, si fue necesario que sucediera para poder encontrarla. Sé que<br />

vendrá porque la promete mi certeza.<br />

------------------------------------------<br />

¿Conocería Airolo, el que me vendió el boleto?. ¿Lo conocerían los conductores<br />

del tren?. ¿No lo habrá inventado un cartógrafo bromista?. Sigo sola pero de pronto<br />

aparecen dos hombres con ojos de drogados que pasan a otro coche. ¡Oh, Dios! Es seguro<br />

que después volverán y como en las películas seré arrojada, muerta, por la ventanilla.<br />

No me gusta este final para mi biografía, de modo que busco otro coche<br />

donde haya alguien. En el siguiente encuentro a un hombre leyendo y me siento cerca de<br />

él, después de acomodar mi casa rodante; abrigo, cámara, bolsos. Observo que el tren va<br />

por un terreno ascendente; alrededor, las montañas más altas que ví en Europa -los Alpes<br />

169


Lepontinos-. Pueblos y pueblos de juguete en las laderas de las soberbias montañas. Ahora<br />

conozco lo que es la aventura: inquietud ante lo desconocido sumada a la voluptuosidad de<br />

un desafío.<br />

Tenía mucho sueño y quizás me haya dormido, pero mi sueño sucedió sin transición<br />

perceptible. ¿Cuánto habrá durado? ¿minutos? ¿horas?. Lo cierto es que me sentí arrancada<br />

del nirvana por un chirriar de frenos. Me asomé a la ventanilla. El tren estaba detenido en<br />

una estación a la que no le hallaba el cartel con el nombre. Silencio. Todo el paisaje era un<br />

sudario. Me molestó la metáfora. Oí la voz del guarda instándonos a que descendiéramos.<br />

-Il faut descendre! Il faut descendre!<br />

Pero, ¿dónde estaba para preguntarle más detalles?<br />

Me incorporé con dificultad, ¿habría que bajar también los bolsos?. Por las dudas<br />

los cargué. Ya había descendido y yo era -como en el tren- la única persona que estaba en<br />

ese "binario".<br />

Seguro -pensé- van a pasar alguna máquina para despejar la nieve. Y sin<br />

preocuparme demasiado (el tren no se iría sin mí), caminé hasta el final de la estación.<br />

Hasta donde terminaba la parte protegida por el techo. Fui apoyando con cautela mis botas<br />

sobre la nieve. Se hundían y se me introdujo una pierna hasta la rodilla. Me detuvo un<br />

instante la idea de que si continuaba podía encontrar un pozo y desaparecer toda, sin<br />

remedio. Moví el otro pie que corrió la misma suerte.<br />

Cómo describir la sensación, cada vez que me hundía sin saber hasta dónde. Me<br />

distrajo un bulto oscuro emergiendo de la nieve. Era el torso de una mujer envuelta en tosca<br />

saya negra, y con un áspero pañuelo enmarcándole la palidez del rostro. Pensé en gritar<br />

para que alguien viniera a auxiliarme pero en ese momento abrió sus párpados cansados:<br />

quebrara.<br />

-Quiero llegar, llegar alguna vez.- era un hilo su voz y yo temía que el cierzo la<br />

170


-Usted ¿adónde va?- continuó ante mi consternación.<br />

-A Airolo. Yo también busco...- le contesté.<br />

-¿A Airolo?. Yo soy de Airolo ¿y a qué va?<br />

-No lo sé.- dije derrotada -busco mi sangre- y me dió vergüenza saber que buscaba<br />

un dios, la aventura, que me buscaba a mí como si valiera la pena encontrarme.<br />

-Y usted, señora ¿a dónde iba?- quise saber.<br />

-Al lugar que está esperándome, a una ciudad...<br />

-¿Cómo se llama?<br />

-Buenos Aires.<br />

-¿Usted la conoce?- le pregunté.<br />

-No... No la conozco. Pero allí están ellos, mis hijos...<br />

Arreció el viento blanco. Quise ayudarla.<br />

-Si no me ayuda llegaré mucho antes. Vaya que su tren va a partir...<br />

¿Cómo lo sabía? porque sí, se iba... y yo mirando por la ventanilla una cantidad de<br />

puntos oscuros sobre la nieve... -a Buenos Aires... a Buenos Aires...- seguí escuchando en<br />

el sueño de siempre.<br />

-----------------------------------<br />

El tren llega, ya de noche, al pueblo (y no son las seis y treinta de la tarde).<br />

Desciendo. La estación desolada está circuída por una alta capa de nieve; el viento<br />

arremolina los copos que caen de los árboles y techos. Imposible cruzar y el lugar está<br />

desierto. Sólo descendemos tres personas. Una se aleja y el otro, seguramente es un ángel<br />

enviado por Dios, mayor y con cara de buena persona. Le pregunto si sabe cómo se va a la<br />

Iglesia, ya que mi posada está "a côte de l'église". Me señala lo alto de la montaña, ¿cómo<br />

171


subir y con tanta nieve?<br />

El ángel aparece y desaparece afanado en la búsqueda de un medio para<br />

trasladarme. Como no lo encuentra carga los bolsos y empieza a trepar las escalinatas<br />

acolchonadas de blancura.<br />

-Señora, est lá- repite cada tanto señalando un lugar próximo, pero el "lá" no llega<br />

nunca y yo rezo para que mi corazón colabore. Por fin llegamos al lugar indeciblemente<br />

bello desde donde, hacia abajo se ven las luces del pueblo, carteles: "Confitería Airolo",<br />

"Casa Airolo", "Pizzería Airolo".<br />

El hotelito tiene una entrada parecida a la de todos los cafés suizos y mi cuarto,<br />

austero, limpio, buena cama, cobertor de pluma, dos ventanas que dan a la nieve, una mesa<br />

de noche, una mesa de trabajo y un lavatorio. El baño está al lado.<br />

Deberé ir mañana al Municipio a obtener datos del pueblo, a la Iglesia medieval que<br />

da las horas y las medias horas con un carillón que me hace retroceder en el tiempo. Estoy<br />

en un pueblo antiquísimo.<br />

--------------------------------------<br />

Hay en la gente algo de aldeano pero refinado. Gozan de los beneficios de la<br />

civilización pero la naturaleza imponente y ríspida los transforma. He ido a la Banca a<br />

cambiar. Me hice amiga de la señora que vende rollos de fotos, de la dueña de la pensión y<br />

de la camarera.<br />

El lugar es pequeño pero hermoso y sin lujos: moquetes, cortinas, manteles,<br />

impolutos, flores en la mesa y lo que más me llama la atención es que los habitantes son<br />

amigos entre sí. Cerrados. Estoy segura de que todo el pueblo se enteró de mi llegada.<br />

Vinieron a verme los dos síndicos, el anterior, Mario Fransioli y el actual, Alfonso Ramelli<br />

172


(es como el intendente en nuestro país) y entre ambos me dieron datos interesantes. Por qué<br />

Suiza es un país neutral. Entre otras cosas, porque está rodeada de montañas. Es un árbitro<br />

natural. Acabo de enterarme de que aquí hay un dialecto. Al oirlos observé que no era ni<br />

francés, ni italiano y sólo se habla en este pueblo. Es una ciudad, que ya existía en la época<br />

de los romanos pero no con el nombre de Airolo. Desde cuándo y por qué se llama así,<br />

nadie lo sabe.<br />

Para regresar, Paula, la camarera portuguesa del Hotel me trae en auto a la estación.<br />

Al llegar saludo a todos los que están en el restaurante y cuando ella pregunta si sólo en<br />

Airolo se habla ese dialecto, un señor mayor:<br />

-¡Ah!, è la signora argentina che questa mattina ha parlato con Fransioli.- ¡Un<br />

paesino senza privacità! , como me dijo Corina, la del municipio.<br />

Será mejor pensar que soy de los Airolo de Savoia o de Benevento. Pero para qué<br />

buscar tanto si aunque conociera al dedillo mi árbol genealógico, seguiría siendo, un<br />

misterio pour moi même.<br />

-----------------------------------------<br />

Estoy en Chiasso físicamente destrozada, espero la combinación a Roma, pero no<br />

podré dormir porque llegaré a las cuatro y media de la mañana.<br />

Siento que fue una experiencia honda y terrible. Sola, con el atronar de los aludes,<br />

con una montaña mágica como la de Thomas Mann, -que está cerca de Davos Place donde<br />

vivió Hans Castorp-. Tardé en reponerme de la prueba pero me otorgó, si no fuerzas físicas,<br />

otras desde adentro de los recuerdos, desde fuera del tiempo. ¿Por qué necesito probarme a<br />

cada momento?<br />

173


----------------------------------<br />

Un día cuando entró Barrás yo estaba con las piernas encogidas hasta tener frente<br />

a mí el tumor de la rodilla, ora como un pequeño volcán amenazante, ora como un ojo<br />

bíblico acusándome de haber nacido príncipe.<br />

-¿Por qué no hablas?<br />

-Porque no deseo hablar -pensé.<br />

El hecho de que yo permaneciera en silencio, indujo a fraguar un plan siniestro.<br />

Tenían en la celda sigilosos cinciliábulos y me llegaban frases truncas, palabras que al<br />

desglosarse del resto adquirían pujanza: "que nadie sepa"... "mudo"... "sepultura"... "de<br />

ese modo"... "la posteridad"...<br />

Mi cerebro estaba ante un acertijo y con la energía que me restaba, descifré: iban a<br />

engañar al mundo haciéndole creer que me habían liberado y que en mi lugar yacía un<br />

chiquillo mudo.<br />

Una mañana, al despertar, oí el llanto de una niña, que gritaba.<br />

-Quiero ver al Delfín ¡dejadme pasar, por Dios! Mi angustia llegó al límite al<br />

identificar la voz de mi hermana María Teresa Carlota.<br />

Arrastrándome, después de llamar al guardia, le rogué:<br />

-Permitidme verla, nada más. Sabéis que voy a morir. No privéis de esta gracia a<br />

un condenado...<br />

-Guardaos tu necedad -y a empellones me devolvieron al jergón<br />

No querían que mi hermana me viera, para que no atestiguara que seguía siendo<br />

yo, el que lentamente agonizaba.<br />

Se completó mi congoja cuando a las pocas horas, el mismo guardia se me acercó:<br />

-Debes saber, pequeño lobezno, que tu querido Doctor Disault ya no vendrá más a<br />

174


ofrecerte pócimas bienhechoras ¡salvo que los muertos logren caminar! -lanzó una<br />

siniestra carcajada. Me tapé con fuerza los oídos y grité:<br />

respuesta.<br />

-¡Qué le habéis hecho, malditos! -un golpe en el rostro fue el comienzo de la<br />

-Quizás se haya envenenado con sus propias tisanas -concluyó con voz aguardentosa.<br />

Ya no más el que me acariciaba para que comiese, el que llegó a cargarme en sus<br />

brazos para que pudiera contemplar la luz del sol por un recóndito hueco, cuando me iba<br />

quedando ciego de tanta oscuridad...<br />

Quizás sorprendería mi llanto por alguien a quien sólo traté durante un año... Si<br />

esto hubiera sucedido cuando, muy niño, lo tenía todo en Palacio... pero, en la celda era el<br />

único que me trataba como ser humano.<br />

Aunque todos los que amo se hayan marchado, hallo consuelo en el esquivo rayo de<br />

luz, que sin permiso de los guardias, penetra por la ventana. Y alguien más. ¡Dios! cuánto<br />

esperé a la que todavía no puedo ver. Y juego con la idea de que ha venido navegando por<br />

mi sangre desde que nací. Y por qué no, desde el futuro, por las venas del tiempo.<br />

-------------------------------------------<br />

Esteban, hijo, sé que viajás conmigo; me lo cuenta el aire que roza las ventanas<br />

de los hoteles, en los que descanso de mis vagabundeos.<br />

vuelo.<br />

Desde que conozco a Felipe, caminás sin tocar el piso en otra insinuación de un<br />

------------------------------------------<br />

175


Ya en Roma, y después de visitar una vez Villa Borghese.<br />

-¿A dónde vamos Felipe? -se detuvo y mirándome a la cara<br />

-¿A dónde quisieras ir? Haremos lo que tu desees pero hay una casa que conozco...<br />

sólo para estar tranquilos. Ten confianza en mí.<br />

-Yo quiero ir a donde fueres... -y me dejé llevar, dócil, entregada, creyéndole.<br />

La fachada era antigua. Sacó una llave y abrió. Chirriaron los goznes y nos<br />

enfrentamos a una larga escalera. Cómo se parecía a aquella casa a la que me llevó Germán<br />

hacía una vida... antes de morir ¿Y qué había de semejante entre Germán y Felipe? No<br />

importan sus rostros ni los nombres - pensé- ellos se confunden y se olvidan. Lo que<br />

permanece nítido, protagónico, es lo que el color de unos ojos sigue diciéndonos.<br />

Mientras subíamos por las escaleras pasó por mi mente una antología de los<br />

momentos vividos con Felipe... Domus Aurea en la colina más alta de Roma, las cantinas<br />

del Trastevere, Villa Borghese...<br />

Tan abstraída estaba que no me di cuenta en qué momento entramos al espacio<br />

barroco. Grandes cortinados, estatuillas de alabastro, candelabros que repartían una luz<br />

mortecina. Me guió de la mano hasta el borde de la cama adoselada y suavemente me instó<br />

a sentarme. Me quité la capa de terciopelo, eché el cabello hacia atrás e hice sonar el clic de<br />

los aros. Él se quitó la chaqueta y la camisa. Besó sin prisa mis mejillas, mis labios, la<br />

nuca, mientras las manos no sabían qué parte de mi cuerpo acariciar primero. Luego,<br />

rozándome la cara:<br />

-Te estoy creando nuevamente, Sol- yo acariciándole los hombros, el torso. -<br />

corregime todo lo que debas- me animé.<br />

-Hazte de cuenta que naces.<br />

-En este momento, Felipe -se me llenaron los ojos de lágrimas- no me cabe lo que<br />

siento -dije señalándome el pecho.<br />

176


-Es todo lo que deseo: hacerte dichosa y que en tu álbum, este momento sea el que te<br />

dé mas seguridad...<br />

Me abrazó sin presionarme, como un estuche, y acostados sobre el cobertor. Besos,<br />

caricias, palabras sin la voz, palabras libres. ¡Cuánta entrega a medias! Llegar hasta el<br />

umbral de la felicidad y resistir, resistir para que después del adiós yo pudiera continuar<br />

viviendo.<br />

-Sabes que me iré contigo. No te poseí pero sé que somos uno del otro<br />

íntegramente... y dime, Natalia -se acostó también boca arriba y me pasó un brazo alrededor<br />

del cuello mientras con el otro seguía corrigiéndome los pómulos. ¿A quién amaste<br />

entregándote en plenitud?, y ¿a quién amaste sin entregarte, como a mí?<br />

-Puedo resumirlo, Felipe. Amé a aquél cuyo cuerpo fue prescindible para amarnos.<br />

-¿Sólo a mí?<br />

-No me preguntes tanto porque tenemos poco tiempo -dije mientras me incorporaba<br />

buscando a tientas la ropa dispersa por colchas y alfombras.<br />

-Me costó, Natalia, no consumar lo prohibido para vos. -dijo mientras sus ojos se<br />

diluían en el triste asombro del cuarto barroco.<br />

¿Por qué yo aceptaba llegar hasta la inminencia de la entrega? ¿Por qué creía que era<br />

posible prodigarme entera y luego me detenía como al borde de un abismo prometedor de<br />

torturas que el placer de la rendición no podría compensar?<br />

--------------------------------------<br />

Madre, ya no me importan las cadenas, Y ya no dudo de nadie, de las miradas que<br />

me escudriñan para saber cuánto más aguantaré esta bolsa de humores .<br />

La amo madre y quiero verla alguna vez. Esta esperanza es como la que me<br />

177


infundiste de conocer el cielo donde estás.<br />

¿Aparecerá ante mí? ¿Cuándo? Además - esto es lo extraño- mientras dura su<br />

traslúcida presencia, tengo la seguridad de que ella es cierta como lo fuiste tú. Y sí, son<br />

inciertas las puertas del palacio que "vomitaron pueblo", esta tragedia por la que seremos<br />

personajes de una novela discutible.<br />

Madre, ¿te parecen poéticas mis palabras?Tú me decías que yo iba a ser escritor<br />

como André Chénier. Hablo así porque me inspira el sentimiento... No se necesita<br />

demasiada edad sino conocer las palabras que mis preceptores me enseñaron.<br />

Además me dices que todavía soy un niño y no puedo amar de este modo, pero ¿de<br />

qué manera crees que la amo? Cuando tenías diez años allá en Austria, en la corte de tu<br />

madre, María Teresa ¿nunca viste ningún paje en el que extraviaste la mirada? ¿Nunca<br />

unos ojos verdes como los que intuyo, de mi niña, te hicieron comprender que el mundo y<br />

la vida eran una sinfonía, y ellos, la nota triunfal?<br />

-----------------------------------------<br />

Desafiamos, por vía Veneto, el aire glacial de esa tarde romana y nos refugiamos en<br />

la calidez de un café. Al entrar la primera mirada de búsqueda lo halló frente a la vidriera.<br />

Se puso de pie e inclinándose me saludó. Era la última hora del último día. Como en el<br />

instante de morir nuestras miradas buscaron algo de qué asirse para permanecer un poco<br />

más. Él era todo lo que yo quería en el mundo y allí estaba todavía precediendo el recuerdo.<br />

Él era yo.<br />

-Estás, Felipe.<br />

-Y tú -me besó las palmas de la mano que le ofrecía a través de la mesa. Yo era él.<br />

-¿Cuándo volverás a la Argentina?<br />

178


la tierra.<br />

-No sé nada, Felipe. Y vos ¿cuándo regresarás a Madrid?<br />

-Saldré mañana.<br />

-¿Tu mujer?<br />

-Mi vida hecha ahí... y tal. Mis hijos, mi nieto, mi casa. En fin, todo lo que tienes en<br />

-Yo no tengo nada -dije y él me miró a los ojos con ternura.<br />

-Tienes, Natalia, tienes... pero... ¿qué buscas ? y no me digas que al Delfín de<br />

Francia. Esas son fantasías de escritora.<br />

-Si no querés que lo diga...<br />

-Yo no escucho la voz del imposible.<br />

-Será posible si así lo creés.<br />

-En suma, Natalia, que yo fui para ti un espejismo más...<br />

-No; no sos un espejismo -y le acaricié el brazo sugiriéndole que los espejismos no<br />

son acariciados.<br />

-¿Ves? Nos enamoramos de aquello que no podemos retener. Para mí fuiste y serás<br />

la mujer que amo. Lo sé. Estoy seguro de que no es un espejismo, pero yo para ti y por<br />

todo lo que me has contado, soy la breve corporización de un sueño. Todo en tu vida lo<br />

fue. Murió tu padre y apareció el cuadro del príncipe...<br />

-Te pido que no me psicoanalices...<br />

Te quitaron una imagen aceptable de Dios y apareció el príncipe.<br />

-¿Vos?<br />

-No, Luis XVII... sigo: desapareció el amor de Germán y otra vez el príncipe...<br />

-Felipe no tengas celos de mi Pájaro Azul. Si él y vos son la unidad...<br />

-Claro tres personas y un solo Dios verdadero. Tienes que entenderlo para que tu<br />

búsqueda termine. Yo, Natalia, por mi parte, hoy empezaré a morir, pero la realidad<br />

179


arrastra, me tomo la cabeza con las manos y la hago girar hacia donde debo enfrentarme<br />

con algo -se le humedecieron los ojos y continuó- No quiero entender. Nuestros minutos se<br />

van y... deseo pensar que podremos escribirnos o volver a vernos. ¿Podrá ser en Argentina?<br />

-Soñemos cualquier cosa...<br />

Se puso de pie. Llamó al camarero, pagó con movimientos decididos. En la calle,<br />

caminamos hacia el hotel tomados de la cintura. Llegados, se desprendió de mí con<br />

suavidad y sin decir nada retornó a la calle. No podía quedarme ahí, paralizada y me asomé<br />

cuando volvía la cabeza antes de doblar. Corrí, pero ya había desaparecido porque el<br />

esfumino de una ciudad desconocida me borró también a mí de su paisaje. Entré en el<br />

cuarto y lloré, lloré con sollozos y palabras:<br />

-Otra vez -y la voz se oía como en un salón vacío. Me llevé las manos a la cara y le<br />

enjugué las lágrimas a esa pobre mujer.<br />

A las siete de la mañana me sobresaltó el consabido llamado telefónico anunciando<br />

la hora de levantarse. Me puse de pie, con un gesto de desafío a la fatiga y al desaliento.<br />

¿Dónde estaría Felipe? En medio de su familia y para castigarme o para lograr la<br />

aceptación de su ausencia pensé que quizás él realizara esos viajes a menudo y tal vez en<br />

cada uno tuviera una aventura.<br />

Para mí ¿qué significó ese encuentro? No lo tenía muy claro, porque aún era toda<br />

sentimiento. Necesitaba la distancia y para explicármelo, no tenía más que la mísera<br />

conceptualidad de las palabras. Sacudí la cabeza para que cayeran las tentativas de<br />

reflexión, puse la radio y después de ducharme intenté seguir el ritmo de un antiguo bolero.<br />

"Reloj no marques las horas<br />

porque voy a enloquecer..."<br />

Me gustaba bailar; era un placer y un ejercicio. Cada vez que en soledad oía la<br />

música, entregaba a ella mi cuerpo obediente. Los brazos se iban de vuelo. ¿En qué<br />

180


consistía el deleite de la danza? En adecuar a un ritmo externo el propio ritmo de huesos,<br />

nervios, músculos. En comprobar que la belleza sonora del mundo exterior ordena y se<br />

puede responder a esa orden vital.<br />

Ahora las piernas me pesaban como si fueran extrañas. Me detuve y sin buscarlo, un<br />

espejo me estaba observando.<br />

Tenía el rictus que dejan las despedidas, el escote liso aún y debajo del mentón la<br />

piel obedecía a la ley de gravedad que yo disimulaba acomodándola con un gesto de<br />

altivez. Los párpados inferiores estaban circuidos por una pincelada violácea discreta pero<br />

amenazante. En la mejilla tersa había una pequeña mancha rugosa como si una pizca de<br />

vejez se hubiera atrevido a iniciar la invasión.<br />

¿Y esa mujer era amada por alguien en el que la cualidad menos importante era la<br />

de ser descendiente de reyes borbónicos?<br />

¿Como el Delfín?<br />

----------------------------------------<br />

-Luis Carlos, ¿descansas?- (yo estoy despierto, mi mente siempre despierta). Cómo<br />

eludir las señales que ella me envía...<br />

Haciéndome el dormido -en realidad mi sueño es un sopor- me aseguro de que en<br />

efecto, mis carceleros están fraguando la farsa de hacer creer al mundo, que me han<br />

cambiado por otro muchacho y tratan de mostrar pruebas endebles, de que no será mi<br />

cadáver el que encuentren entre las paredes del Temple, donde seguramente moriré. ¿Qué<br />

se podrá pensar en el futuro, de un pueblo que ha torturado a un niño-rey? Tengo la<br />

intuición de que muchos países se atribuirán después mi presencia. Los revolucionarios,<br />

haciendo creer que otro morirá en mi lugar, harán que mi muerte me divida en varios<br />

181


delfines. Quizá cada país se convierta en el sitio de mi presunto destierro. Pero, después de<br />

los tormentos que vive mi cuerpo -no mi espíritu desde que ella es una epifanía- ¿quién, en<br />

su sano juicio, puede suponer que sobreviviré para iniciar una vida en otro lado?<br />

Se comprende que desearán repartirse trozos de mí y quizá lo hagan con la<br />

imaginación, pero no les será posible probar jamás que el Temple no ha sido mi sepulcro.<br />

182


CAPÍTULO VI<br />

Nuestro siguiente destino fue Barcelona y en el primer paseo todos descendieron en<br />

el Pueblo Español. Sólo quedó en el autobús aquel hombre que les resultaba simpático a<br />

todos, y que conmigo sólo había cambiado algunas palabras en tres o cuatro oportunidades.<br />

Se volvió:<br />

-¿Desciende, señora?<br />

Le contesté con desgano porque deshizo como una pompa de jabón la imagen de<br />

Felipe en quien pensaba:<br />

combinación.<br />

-No. Está nevando y no traje paraguas...<br />

-Bueno, creo que no pierde mucho -su voz era áspera pero agradable. Una rara<br />

-Usted es escritora, me dijeron.<br />

-Sí.<br />

-¿Y qué escribe? Bueno, en realidad no me interesa qué escribe sino el hecho de que<br />

escriba... yo soy de pocas letras... Éramos ocho hermanos y de chaval mi madre me dio a<br />

una familia para que me criara porque ella no tenía con qué. Y aquí estoy, trabajando.<br />

-Trabajando ¿de turista?<br />

-No, señora -y se acercó a mi asiento- Yo trabajo de "repuesto" en este autocar.<br />

-Explíqueme.<br />

-Si falla el conductor yo debo reemplazarlo. Mientras tanto lo ayudo con las maletas<br />

- nunca lo había visto ajetreando maletas. La verdad era que ni siquiera reparé en él, pero<br />

de pronto sí, estaba sentado a la mesa con el chofer y Mariló. Tendría unos cuarenta y cinco<br />

183


o cincuenta años, un físico simple, medio retacón, saludable; su acento español que me<br />

recordó el de Felipe, despertaba curiosidad. Su lenguaje era directo pero rico en imágenes.<br />

-Y le aseguro que esto de ir rodando por todos los caminos es pesao...<br />

-¿Tiene familia en Madrid?<br />

-Si, dos hijos, que no sé si son míos. Con esto de estar siempre de viaje. -reí,<br />

soltándome. -Diga usted que uno se las rebusca para mirarle la cara a la soledad...<br />

-¿Cómo?<br />

-Que trato de divertirme en los viajes, que siempre me lío con alguna...- o me reía o<br />

tenía que bajarme.<br />

-¿Con cualquiera?<br />

-Sí, mujer, con cualquiera.<br />

-¿Y cómo las elige?<br />

-Pues, al empezar el viaje observo a ver quién anda suelta, usted sabe, sin marido,<br />

sin parientes. Lo demás es fácil.<br />

-¿Sea linda, fea, gorda o flaca?<br />

-Lo mismo me da; basta que sea mujer. Los hombres me dan hipo.- sí que era<br />

divertido para apuntarlo en mi cuaderno en el que trato de describir lo indescriptible.<br />

-Y en este viaje ¿cuál fue la elegida? -me atreví.<br />

-Todavía a ninguna pero... ¿quiere que le diga una cosa? Me acostaría con todas.<br />

Una cada día- no le creí lo de "todavía a ninguna" y me puse en consejera.<br />

-Eso es porque no se ha enamorado. Cada vez que está con una, durante un segundo<br />

de éxtasis tiene la ilusión de que usted y ella son una sola persona, la total compañía... pero<br />

después se debe de sentir peor...<br />

-¡Qué va, mujer! Me siento como Napoleón en Austerlitz -y se acercó<br />

enfrentándome.<br />

184


ninguna...<br />

-¿Y sabe otra cosa, señora? Tiene usted la cara de una mujer que hace el amor como<br />

-Quizá, con mi marido...<br />

-Con quién sea, pero ahora su marido ¿cómo se llama?<br />

-Gonzalo.<br />

-¿Y usted?<br />

-Natalia.<br />

-Bueno, Natalia, ahora Gonzalo está lejos y nosotros dos estamos cerca. Le voy a<br />

hacer una proposición. Hoy es la última tarde que nos vemos ¿por qué no nos echamos los<br />

dos en una cama y vemos qué sale?<br />

-Como chiste está bien. Yo le sigo la charla porque usted es abierto y franco-<br />

(porque su acento me recuerda a Felipe) -y yo no soy una adolescente. No sé si no podría<br />

ser su madre. Los turistas están calándose bajo la nieve y estamos acá sin saber cómo<br />

emplear el tiempo... pero basta. Vaya a su asiento y si es la última tarde de viaje, le deseo<br />

lo mejor y que encuentre bien a su familia...<br />

-Señora, no bromeo. Usted no sabe cómo se está poniendo el que tengo entre las<br />

piernas... ¿Sabe usted que no nos veremos más en la vida? Que ésta será la última<br />

oportunidad de echarnos el polvo más espectacular de la historia?<br />

Reí, no sé si porque el Sin-Nombre me hacía gracia, porque ya me inquietaba la<br />

tardanza de los turistas o porque veía los escalones del descenso...<br />

-Usted viaja sola y yo también. Elija usted el escenario, señora, es su privilegio.<br />

Sonó el teléfono.<br />

-Hola, ¿qué haces?<br />

----------------------------------------<br />

185


-Pensar.<br />

-Pues deja de pensar y vente ya.<br />

Tengo miedo.<br />

-¿De qué? ¿quién te va a ver? Sales del ascensor y allí, al lado nomás, empujas la<br />

puerta que yo dejaré arrimada.<br />

-Quiero decirte... no pienses que no voy porque no tengo ganas de estar con vos...<br />

(con tu acento) y pensé: claro que mi cuerpo tiene ganas, como mi boca a veces hambre y<br />

otras, sed. Pero mi alma no tiene hambre de cuerpo, sino de algo que busco y no puedo<br />

encontrar.<br />

-Pues si tienes ganas, vente ya. Esto se llama vivir ¿cuántos momentos parecidos<br />

tendremos en adelante? Y será la última oportunidad porque después te irás y Europa no te<br />

queda a la vuelta de la esquina. Ven...te pido por favor...y no te escandalices. Esto es el<br />

amor; un hombre y una mujer, tensos, calientes. Ven...<br />

-No puedo, no puedo... todo saldría mal...<br />

-Pero ¿por qué?<br />

-Porque apenas te conozco, porque no está bien, porque te quedás en España...<br />

-Porque, porque, porque... Mira Natalia o Sol o como te llames, esta atracción se da<br />

pocas veces en la vida... ¿no oyes la química del cuerpo...? ¡Es un estrépito!<br />

-No, sólo oigo una voz.<br />

-Sí, la de la conciencia me dirás, pero tú eres una mujer...mayor. No hagas<br />

remilgos, que el pecado, que la gente, que todo lo que no es nosotros. Por favor, me muero<br />

por abrazarte. Te espero hasta las seis con la puerta abierta. No te propongas nada. Deja el<br />

pensar en la cabeza. Deja que tu cuerpo vaya a donde él quiera.<br />

Corté. "Una mujer mayor". Una mujer vieja quiso decir. Nunca me lo habían<br />

insinuado. Y un volcán de tiempo empezó a tronar. Caminé nerviosa por el cuarto. ¡Odié a<br />

186


ese desconocido que puso otro maldito espejo frente a mi cara indigente! No pude soportar<br />

la idea de lo ridículo que le habría parecido este juego mío de búsqueda y rechazo.<br />

Pensé en los opuestos: cielo - infierno, bien - mal, belleza - fealdad y dije en voz<br />

alta: -Delfín - Sin Nombre. Era en realidad el último peldaño. Era el deseo, sólo el deseo<br />

de sentir en mí, por una sola noche, el celo primordial, la entrega anhelante de mis piernas<br />

abiertas en la aventura de ser nada más que una hembra. Era el final del descenso y<br />

sabiéndolo, me dispuse a discar con parsimonia el número del Sin-Nombre.<br />

-------------------------------------<br />

Sí, tocaba fondo en un mar de sábanas. Mis manos resbalaban en el barro del<br />

abismo. Pero no. Era un cuerpo. Los brazos, tentáculos sabiamente esgrimidos. De pronto<br />

tuve la impresión de que toda la lujuria del mundo se adueñaba de mí y danzaba con ella<br />

contorsionándome con los movimientos de una extraña danza.<br />

Todos mis labios se abrían y cerraban al conjuro de la fiebre. No era yo. Era<br />

alguien que se había posesionado de mi cuerpo para entregarlo al otro.<br />

-Es inútil que grites. Sólo yo puedo oírte y no te dejaré libre hasta que no te<br />

desangres. Quiero sentir como llego a tu hondura desgarrándote. Y no me digas no, hembra<br />

imposible. Y no me digas no cuando tu cuerpo es sí entre mis ganas sueltas. Mi lengua te<br />

recoge gota a gota y me embriago como nunca... Tienes la sabiduría de una diosa ¿cuántos<br />

hicieron contigo lo que yo hago? Rasgúñame, muérdeme así que ya alcanzo...<br />

-Eres estupenda...<br />

Pausadamente me puse el hábito de mujer y salí como quien se evade.<br />

----------------------------------------<br />

187


Todo en el Temple es chirrido de goznes, llaves, taconazos de guardias que<br />

pregonan la resonancia por el laberinto abovedado. Ni una voz humana para algodonar la<br />

piedra.<br />

El mozo del Consejo, con la farola alzada, escudriña la penumbra, con olor a<br />

orinal. El hoyo infecto sobre la estufa fue ocluído por el cristalero Destrumel. Ahora el<br />

Delfín es la pieza de un macabro museo.<br />

El cristal se ha empañado y a través de él el mozo apenas logra vislumbrar la<br />

silueta del muchacho aparentemente dormido.<br />

-¿Duermes, maldito?<br />

Un leve gemido responde desde las sábanas mugrientas:<br />

-¿Qué te duele más? ¿el tumor de la rodilla, el del brazo, el cuello roído por la<br />

sarna? -¿Quieres que te encienda un hacha? Porque apuesto a que le tienes miedo a la<br />

oscuridad. ¿No me contestas? Quédate entonces en ese pudridero... tendrás que ir<br />

acostumbrándote para cuando te saquen de aquí.<br />

Él lo escucha todo pero no puede incorporarse para enfrentar al enemigo. A veces<br />

quiere asirse a las palabras emponzoñadas pero es como si un carro lo tironeara hacia un<br />

beatífico sopor. Puede, el mozo seguir amenazando porque sueña con otra voz que lo<br />

envaina en el prodigio.<br />

-¿Sabes, raza de víbora lo que harán de ti cuando mueras, quizás dentro de unas<br />

horas? El saco de huesos que eres, irá como todos los desconocidos- por la Rue Bernard,<br />

al cementerio de la Iglesia Marguerite, en el extremo del faux bourg Antoine. Después<br />

según el plan del Comité de Salud Pública, a una fosa común. Nunca te hallarán y será<br />

como si no hubieras nacido.<br />

188


CAPÍTULO VII<br />

Natalia entró en la Iglesia de Nuestra Señora de los Peligros.<br />

Qué pensaría ese sacerdote alto, imperturbable que en el confesonario sólo le faltó<br />

decir en voz alta: ¡Pase el siguiente que ha pecado! ¿Cómo empezar? No podía urdir una<br />

frase coherente. Tenía un peso irredimible. Nada ni nadie podría convencerla de que no era<br />

un monstruo sin salvación y las lágrimas que intentaban purificarla resbalaban sin purgar ni<br />

un átomo de su culpa. Se odió a sí misma porque se vería usada hasta el juicio final por ese<br />

falo perteneciente a un cuerpo al que ya no recordaba.<br />

Le había sacado las ganas igual que las putas de Pigalle, de Franckfurt y de<br />

Amsterdam y él ni recordaría el húmedo refugio para su transhumancia...<br />

-Sí, Padre -y todo eso confesó-, cuando los sollozos le daban una tregua. De pronto<br />

se dio cuenta de que el sacerdote le tenía lástima y trataba de consolarla.<br />

-Usted no tuvo una infancia feliz, no pudo tener hijos; con su marido no se<br />

entendieron y entonces usted busca ¿no se dio cuenta a quién? A Dios.<br />

-¿A Dios? en un cuarto de hotel, sin respeto a mí.<br />

-Sigue usted siendo una niña, en su Iglesia de Zárate, en el Colegio de la<br />

Inmaculada, con aquellas monjas silenciosas y Dios...<br />

-Y el Delfín... -murmuró<br />

-Quiere que viva, que convierta su tristeza en energía creadora, que cese de buscar,<br />

fuera de usted, al Padre...<br />

-A mi padre...<br />

-No. Al Padre que nunca la abandonó. No se fue de su casa. -¿Amó así otras veces<br />

como al Sin Nombre?<br />

189


-No padre, así no. Yo amo de verdad a alguien-. Desde allí ya no pudo enlazar<br />

decorosamente las frases.<br />

-¿Qué es eso de "verdad"?<br />

-Sí... Amé a Germán y a Felipe que eran los alcanzables.- El padre en éste punto de<br />

la enumeración, creyó razonable interrumpir:<br />

-¿Se acostó con ellos?<br />

-No, sólo con Mendizábal, pero eso no fue amor...<br />

-¿Qué cree que es amar de veras?<br />

-Cuéntemelo usted a mí, padre... -¿padre dije?.<br />

El sacerdote guardó un silencio que asustó a Natalia. ¿La creería loca? ¿Abriría la<br />

puerta de su coraza de madera enrejada para llamar a la Guardia Civil?<br />

-Padre, me busco, ayúdeme a encontrarme -la voz del cura sonó angustiada.<br />

-Ame alguna vez a un hombre, sin vigilarse, creyendo en ese impulso inocente que<br />

la lleva a sus brazos. Dios no quiere el daño que se inflige. Dios no es un chacal que se<br />

alimenta de la herida...<br />

Permaneció en un banco hasta que cerraron la Iglesia, en una suerte de transporte.<br />

Sentada, se veía a distancia, como una silueta borrosa, como un punto y después, nada.<br />

Sintió paz. Pero la búsqueda no había culminado.<br />

------------------------------------<br />

Cuando el doctor Disault pasaba su mano por mi frente cálida, era como si mi<br />

madre Antoinette me acariciara, como cuando mi padre rozaba mi oído con latines y<br />

sabiduría. En su biblioteca estaba la vida, no en la corte con sus intrigas, ni en el pueblo.<br />

Ahora, cuando permanezco con los ojos cerrados y creen que duermo, pienso, y recuerdo<br />

190


los doscientos cincuenta y siete volúmenes que mi padre leyó de Literatura Latina y sobre<br />

todo las máximas de las Santas Escrituras: "Donde está tu tesoro está tu corazón". Por eso<br />

mi corazón está más allá de estos techos de sombra, que me ciñen como un traje maléfico.<br />

Ahora, al doctor Pelletan le falta el aderezo de la ternura. Siento el odio de su<br />

mirada al observar mis úlceras. Intuyo su regodeo ante el espectáculo de mi invalidez.<br />

Hoy, llegó más temprano que de costumbre porque dijo que debía administrarme<br />

extracto de quinina y una tisana de lúpulo. Injerí el brebaje con dificultad y quedé en una<br />

duemevela... En el tiempo de mi cautiverio no conocí el sueño profundo porque me<br />

estremecía cualquier leve rumor, un zumbido de mosquito, alguna sabandija que roía<br />

sobras de alimentos. Después, escuché la lluvia que al llamar a mis ventanas cerradas, era<br />

una ablución bienhechora.<br />

A la tarde sentí mi vientre tenso y sé que ensucié el camastro con deposiciones<br />

biliosas. De los susurros, inferí: "Pelletan; es el revolucionario, que sirve de espía al<br />

Comité de Salud Pública..." y pronuncié su nombre sin querer, sin voz, sólo con el temblor<br />

de mis labios que aún conservaban el sabor de la quinina.<br />

Tenía conciencia del dolor pero como si supiera lo que es, sin experimentarlo,<br />

porque entre mi cuerpo y el sufrimiento había una coraza. No era la expectativa de la<br />

noche de Reyes, ni el júbilo y la libertad de mis juegos en Versalles. Ni el asombro de mi<br />

espíritu cuando miraba el cielo e intuía la infinitud. No; era la espera de algo para lo que<br />

valió la pena haber nacido.<br />

-----------------------------------------<br />

Después del encuentro con el Sin Nombre supe que, a mi hijo Esteban se lo<br />

llevó una noche constelada. Pero estuvo, el tiempo necesario para saber cómo es lo que<br />

191


no dura. Murió en la distancia sin conocer el pensamiento que contraía su entrecejo,<br />

sin la palabra póstuma evadida.<br />

No se fue por ninguna enfermedad. Se disipó en su propio sueño. Pude,<br />

después, contemplarlo a merced del aire sobre un jardín nevado que con el sol<br />

enceguecía. Quise acariciarlo y su frente era un copo más de nieve que en el calor de<br />

mi mano se deshizo. Sé donde está ahora. Si yo pudiera oir "los cánticos y verme junto<br />

a él, si pudiera, como Esteban contemplar la belleza, ante la cual las bellezas<br />

palidecen". Y no lloré en ese momento porque su voz inaudible me cerró las<br />

compuertas. "No llores, no llores si me amas."<br />

Los días siguen desangrándose. Veo pasar el tiempo como los paisajes por la<br />

ventanilla del micro que me lleva de un lugar a otro de Europa buscando su abrazo<br />

imposible. Nada es importante. Ni siquiera la palabra, eso tan sibilino como el soplo<br />

de la vida.<br />

------------------------------------------<br />

Anoche tuve un sueño cruento pero me extrañó que al vivirlo yo lo sintiera como<br />

algo que le sucedía a otro.<br />

Llegó a través de un resquicio el fulgor del nuevo día y yo tendido en mi camastro,<br />

podía ver, oir, pensar pero no moverme. Me rodeaba gente parloteando acerca de mi<br />

muerte. ¡Estaba muerto!<br />

En un momento dado Pelletan, que oficioso iba y venía no sé en qué menesteres, se<br />

quedó sólo en la celda. Se acercó a mí y me observó largo rato como si fuera un objeto.<br />

Luego esgrimiendo un puñal que no sé de dónde extrajo, me arrancó los botones del saco<br />

raído que cubría mi piel asolada.<br />

192


Apoyó la mano vacía en el costado del jergón y me hundió con la otra el cuchillo en<br />

la zona cordial. Vi mi propio corazón al aire como un desprotegido animalejo. Y vi como,<br />

con él envuelto en un trapo ludido, salía Pelletan a reclamarle a la Historia su mendrugo.<br />

----------------------------------------<br />

El tour concluyó pero me propuse quedarme en Madrid un tiempo más para hacer<br />

excursiones a los sitios menos visitados por turistas, a las más apartadas villas. Un día hice<br />

que el taxi se detuviera frente a un castillo -rodeado de olivares- convertido en museo. Me<br />

impresionó la solemnidad de la fachada más propia de un templo que de una pinacoteca.<br />

Cuando ingresé en él me di cuenta de que, además de los guardias de la entrada, eran pocas<br />

las personas que recorrían sus amplios salones.<br />

Al pasar de uno a otro de los recintos, a través de penumbrosos pasillos, sentí un<br />

levísimo contacto como si una mano se aquietara en mi hombro. Volví la cabeza creyendo<br />

que sería de algunos de los tardíos visitantes, pero no vi a nadie. Apenas el último<br />

resplandor de la tarde, que a través de los cristales de un vitral, dejaba su toque irisado<br />

sobre un cuadro. Era el cuadro auténtico de Él. Lo miré intensamente, porque allí, como<br />

antes, hierático y perfecto, el rostro del Delfín de Francia me devolvía en su mirada el<br />

tiempo perdido. Las horas sin vivir desde mi infancia. Eso que todos buscan y a veces no<br />

encuentran nunca.<br />

No pude más. Después de cerrar los ojos como ante un altar, salí y el aire frío no<br />

logró calmarme. Si hubiera podido descolgar ese cuadro y llevármelo para siempre. ¿Por<br />

qué permití que las circunstancias me lo negaran por segunda vez? . Allí se quedaba y yo,<br />

sola, dejé mi huella también desolada, sobre la nieve sucia de la vereda. Esperar afuera.<br />

No importaba qué. De todos modos él no podría salir a buscarme. Enseguida el guardián<br />

193


corrió los enormes cerrojos y entonces acepté, por fin, la idea de la puerta vedada. No me<br />

quedaba más futuro, que regresar al pasado.<br />

--------------------------------------------<br />

Fue en ese instante cuando dejé de oir los sonidos exteriores. Esta vez no eras tú,<br />

madre, con tu voz y mi nombre "chou d´amour" ... no era mi bondadoso padre que nació<br />

para creer en el verdadero Reino. No. Era al fin la esperada. Era alguien que estaba<br />

dejando de ser niña; que aún no era adolescente. No vestía a nuestra usanza. Primero<br />

apareció como surgiendo de los muros ennegrecidos, plena de claridad. Resplandecía.<br />

Después sus pasos leves, vacilantes, sin atreverse a ingresar en el sueño.<br />

----------------------------------------------<br />

Natalia observó al niño rey como a un trasgo. Su mirada nublada de lágrimas<br />

recorrió su rostro y se detuvo en los ojos azules. Hablaron en silencio hasta que Natalia se<br />

arrodilló frente al jergón como ante aquel cuadro de la infancia. En el rostro de Luis<br />

Carlos se asomó la lozanía de otros tiempos. Las palabras se atrevieron a insinuarse solas,<br />

por sí mismas<br />

-Tú no eres un rey encarcelado primero en tus palacios, después en el Temple, sino que<br />

estuviste siempre conmigo en otra parte.<br />

- Ni tú una niña que ha viajado en el tiempo desde su pueblo sudamericano. Ni hora ni<br />

geografía cuentan ante el enigma que aún no le fue dado develar a los hombres ¿Sientes<br />

Natalia la necesidad de darme la mano, de acariciar mi pelo, en el vestigio de humanidad<br />

que soy?<br />

194


-Sí, quiero, estrecharla como si fueras un compañero de la escuela lejana pero tengo miedo<br />

de que nuevamente no seas verdad, sino una burbuja de misericordia que se deshará en los<br />

dedos- murmuró la niña, mientras sentada junto al lecho, apoyó su cabeza muy cerca de la<br />

de él. A Natalia no le llegaban las miasmas de ese antro, ni a él, los padecimientos de<br />

otrora.<br />

-Temo, Luis Carlos no puedo creer que estoy a tu lado con mi cuerpo de nueve años, pero<br />

con los recuerdos de una extensa vida que no fue sino una infatigable búsqueda de este<br />

momento...¡pobrecito!...¿cómo puedo aliviarte de tus males?- y acarició con suavidad la<br />

piel maltratada de su rostro.<br />

-Natalia, cuando dentro de cien años, aún permanezca en la memoria de la gente la<br />

Historia de Francia y de este rey sin corona que no tendrá ni siquiera una cruz que lo<br />

recuerde, aún entonces, seguiremos amándonos. Este pobre chico que soy, caricaturizado<br />

por la cureldad del pueblo como el que acusó a su madre de incestuosa y se rió el día de su<br />

muerte, seguirá contigo en el paraíso de los que se aman más allá de toda forma.<br />

-----------------------------------------------------<br />

Anoche madre, sucedió el milagro. No fue un delirio de la fiebre. Apareció Natalia,<br />

la niña, cuya existencia presentí aquel día cuando Madame Vigee Lebrun pintó mi retrato<br />

en el Trianon.<br />

Ahora ella duerme con su cabeza recostada en mi camastro y todo es felicidad y<br />

quietud, como si afuera no marcharan soldados, como si la ciudad fuese un gran museo y<br />

yo el único ser vivo para dar testimonio del silencio y de mi felicidad.<br />

--------------------------------------------------<br />

Natalia despertó de su sueño para sumirse en otro. Allí estaba Luis Carlos. Podía<br />

ver el ritmo del corazón a través de la piel exangüe de su cuello. Allí estaban otra vez,<br />

nimbados de certeza. No era preciso hablar. Los envolvía a ambos la verdad y con la<br />

195


mirada descifraban claves de sus vidas anteriores.<br />

Él estaba seguro de que era su última jornada. No dudó de que el Digital,<br />

suministrado por Pelletan hacía su efecto. Además los temblores, los sueños, le habían<br />

dado inequívocas señales. La miró mientras ella le enjugaba el sudor helado de la frente.<br />

- Voy a morir, Natalia...¿lo sabes?<br />

- Lo sé, Luis Carlos, viví sólo para buscarte y me iré contigo. No temas, naceremos<br />

a la vida cierta.<br />

Por el mezquino tragaluz se iba el último resplandor del 8 de julio de 1795. Y los<br />

dos, eran dichosos al no aguardar el nuevo amanecer.<br />

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