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brujitos I - Dos brujitos Mayas

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ADVERTENCIA INDISPENSABLE PARA LEER ESTE LIBRO<br />

Entre los libros más famosos que tratan.de antigüedades americanas (mitología,<br />

tradiciones, prehistoria, etc.) uno de los más conocidos del mundo científico y que<br />

ha alcanzado la celebridad, demostrada por el hecho de haber sido traducido a los<br />

principales idiomas de nuestros tiempos por eminentes profesores, es el que se<br />

llama POPOL-VUH, o libro nacional de los maya-quichés, cuyos descendientes<br />

habitan la mayor parte de las regiones de la altiplanicie de Guatemala. Este libro<br />

comprende las tradiciones prehistóricas, la mitología y la historia misma del pueblo<br />

quiche, narrando en forma de versículos bíblicos desde la manera como fue<br />

creado el Universo hasta las emigraciones de dicho pueblo y su conquista por los<br />

españoles en el siglo XVI, trayendo la historia completa de la dinastía de sus reyes<br />

y el nombre de ellos hasta la época posterior inmediata a la conquista.<br />

Su rasgo más notable, como libro auténtico, lo constituye el hecho de haber sido<br />

escrito por indígenas quichés. Sin duda lo escribió algún príncipe dé la casa real<br />

que había aprendido los caracteres y a escribir en castellano, pues aunque lo<br />

escribió en la lengua nativa de sus progenitores empleó ya los caracteres latinos,<br />

sin duda para que pudiera pasar su relato a la posteridad. Por la circunstancia de<br />

jamás haberse encontrado (al menos hasta ahora) el original quiche, no dejan de<br />

presumir algunos buenos conocedores que este libro —que como en él mismo se<br />

afirma estaba escrito antiguamente en la misma forma de signos y figuras<br />

jeroglíficas que acostumbraban los indios, según lo demuestra el considerable<br />

número de Códices que hay en México y los cuatro grandes Códices que son los<br />

únicos que nos quedan de los antiguos mayas del Petén, Yucatán y regiones<br />

adyacentes— muy bien pudo no haber sido escrito sino simplemente comunicado<br />

al gran lingüista dominicano Fray Francisco Ximénez, a principios del siglo XVIII,<br />

como tradiciones orales por los indígenas de más alto rango que habitaban el<br />

típico y célebre lugar de donde dicho fraile fue cura por largos años: el actual<br />

Santo Tomás Chichicastenango, meca de los turistas extranjeros y a la vez cogollo<br />

principal de los restos de los antiguos quichés.<br />

1


De cualquier manera, corresponde al referido Padre Ximénez, autor de varias<br />

preciosas obras más sobre las historias y costumbres de los indios, animales y<br />

plantas indígenas y curiosidades de toda clase de los quichés, el insigne mérito de<br />

haber descubierto en el convento de dicha población, entre los montones de<br />

archivos en desorden, el original del Popol-Vuh, según la creencia general, o en<br />

todo caso el de haber recogido de los indígenas más ancianos y dignos de crédito<br />

la tradición oral, si se acepta esta segunda suposición. El Padre Ximénez, quien<br />

como ha dicho poseía a perfección las principales lenguas indígenas que se<br />

hablaban en el país, todas ellas hermanas del quiche y muy en especial esta<br />

última, se consagró durante varios años a hacer la traducción al español del<br />

Popol-Vuh, sujetándose lo más posible al espíritu y la forma de las creencias<br />

indígenas y rehuyendo con inusitada energía la fácil tentación de caer en la<br />

costumbre, tan de moda entre los eclesiásticos y aun cronistas seglares del tiempo<br />

de la colonia, de involucrar en la traducción hechos, influencias, y tradiciones del<br />

Viejo Testamento. Sin duda sus superiores encontraron la obra del Padre Ximénez<br />

un tanto contaminada de herejía y tanto el texto quiche escrito por él (ya fuera<br />

transcribiéndolo, como he dicho, de un original quiche o recogiéndolo de la<br />

tradición oral) como la traducción, fueron condenados a la clausura en algún<br />

rincón entre los copiosos documentos eclesiásticos o no eclesiásticos, del<br />

convento de los dominicos de la ciudad de Guatemala (la Antigua entonces).<br />

Menos mal que los archivos de los conventos fueron trasladados con todo cuidado<br />

a la nueva ciudad de Guatemala, a causa de la destrucción por los terremotos de<br />

la Antigua durante el último tercio del siglo XVIII; y en 1829, efectuada ya la<br />

Independencia de Centro América y habiendo entrado vencedoras a la ciudad de<br />

Guatemala las tropas del General Morazán, principal caudillo de la Federación<br />

Centroamericana, fueron trasladados los documentos de los archivos que yacían<br />

en los conventos a la Biblioteca de la Universidad. Y así fije cómo el precioso libro<br />

en quiche y su traducción al castellano pudieron quedar a disposición de los<br />

hombres de estudio, liberándose de su tumba de más de un siglo.<br />

2


El arqueólogo austríaco Carl Scherzer fue el primero que hizo publicar en Viena<br />

(1857) una copia, muy defectuosa por cierto, de la traducción castellana del Padre<br />

Ximénez, dando a conocer previamente el contenido del libro por medio de un<br />

informe en alemán dirigido a la Academia de Historia de Viena. La aparición de un<br />

libro tal había venido a cambiar por completo el curso de los estudios históricos<br />

acerca de las antigüedades centroamericanas, a juicio de connotados<br />

americanistas. Poco tiempo después del viaje de Scherzer hizo su primero a<br />

Guatemala el célebre abate y americanista francés Charles Etiene Brasseur de<br />

Bourbourg, para conocer el libro en sus dos originales de Ximénez, la transcripción<br />

al quiche y la traducción al castellano, así como otros documentos indígenas de<br />

gran importancia y de que tenía conocimiento. Brasseur de Bourbourg se enamoró<br />

del ambiente histórico legendario del país, y relegado en el pueblo de Rabinal,<br />

-antiquísimo lugar quiche, al norte de la república (Departamento de Baja<br />

Verapaz), se consagró al estudio de las antigüedades americanas, publicando en<br />

París, en 1861, una traducción en francés de ambos originales de Ximénez o sean<br />

la versión quiche y la traducción al castellano, con comentarios valiosísimos<br />

algunos de ellos, que han servido de norma a los estudiosos y aun a los nuevos<br />

traductores, aunque con "everemismos" —según los llama el profesor francés<br />

Raynaud— o exageraciones y poco sólidas interpretaciones y comparaciones en<br />

otros de los comentarios. De todas maneras, la contribución de Brasseur de<br />

Bourbourg al conocimiento y adelanto de los estudios prehistóricos de Centro<br />

América y México es impagable.<br />

El Popol-Vuh, junto con otras publicaciones de su tiempo, despertó enorme interés<br />

en todo el mundo científico, en donde puede decirse que se produjo una<br />

verdadera revolución en cuanto al concepto prevaleciente sobre el grado de<br />

cultura que habían alcanzado en la época precolombina los pueblos de Meso-<br />

América. Entre los americanistas que más se destacaron en el estudio de la<br />

mitología y las tradiciones del Popol-Vuh figuran sabios de la talla de Bancroft,<br />

Brinton, Charencey, Chavero, Müller, Raynaud, Spence, Genét, etc. El célebre<br />

3


historiador norteamericano Hubert Howe Bancroft llegó a decir en su libro The<br />

Native Races (Tomo III, Capítulo 2º), que "de todos los pueblos americanos, los<br />

quichés de Guatemala son los que nos han hecho el más rico legado mitológico".<br />

El libro está traducido hoy día al castellano, al francés, al inglés y al alemán; y<br />

corno ya he insinuado, sus traductores y comentaristas son todos eminentes<br />

profesores de universidades y museos de Europa, Estados Unidos y Latino<br />

América. Por su parte los centroamericanos han prestado un magnífico aporte con<br />

sus propios estudios, comentarios y traducciones, y entre estas últimas citaremos<br />

en orden cronológico la del sabio don Santiago I. Barberena, hecha en 1890 en la<br />

ciudad de San Salvador y reproducida treinta años después en la ciudad de<br />

Mérida, capital del Estado de Yucatán (1920); la llevada a cabo por el historiador<br />

José Antonio Villacorta y el quicheísta Flavio Rodas N., publicada en la Ciudad de<br />

Guatemala en 1927, con el texto quiche en cada página tomado del libro de<br />

Brasseur de Bourbourg, texto al que los autores procuraron darle una adecuada<br />

fonetización, y la traducción al castellano al lado, para hacer la cual los autores<br />

consultaron ampliamente con algunos de los más viejos habitantes del Quiche.<br />

Finalmente, la realizada por el historiador Adrián Reciñes, con base en la copia<br />

original de Ximénez que Brasseur de Bourbourg se había llevado a Europa y que<br />

por fin fue descubierta por el propio Recinos en la Biblioteca Newberry, de<br />

Chicago, ya que su paradero se ignoraba casi desde el tiempo en que ocurrió la<br />

muerte del abate. Esta traducción ha sido esmeradamente traducida a su vez al<br />

inglés bajo la dirección del insigne mayista, cuya prematura defunción nunca será<br />

suficientemente lamentada, el Dr. Sylvanus G, Morley, y publicada por una uni-<br />

versidad norteamericana. Finalmente, no debo dejar de mencionar que en este<br />

libro tan apasionante han tomado parte otros guatemaltecos, como el insigne<br />

poeta y novelista Miguel Ángel Asturias, a quien se debe, junto con su amigo y<br />

colaborador el escritor peruano J. M. González de Mendoza, la edición castellana<br />

de París, de 1926, correspondiente a la francesa del famoso profesor George<br />

Raynaud, director de estudios sobre religiones de la América precolombina de la<br />

Escuela de Altos Estudios de la Sorbona. Esta obra de Raynaud lleva el acertado<br />

4


y hermoso título de Los dioses, los héroes y los hombres de Guatemala<br />

Antigua.<br />

Fuera de estas traducciones, tanto en América como en Europa se hacen<br />

constantemente nuevos estudios acerca del Popol-Vuh. Walter Lehmann en<br />

Alemania, H. Beuchat en Francia, J. Imbelloni en Argentina, Ricardo Mimenza<br />

Castillo en México; Wolfgang Schultz, Rudolph Shuller, Edward Seler y Leonhard<br />

Schultze Jena, también en Alemania; Rafael Girard en Guatemala y un grupo de<br />

numerosos americanistas pertenecientes a la Carnegie Institution, de Washington,<br />

para no citar sino a los principales que me son conocidos, mantienen al día los co-<br />

mentarios que la lectura del Popol-Vuh sugiere a medida que se progresa en las<br />

diversas ramas de los conocimientos americanistas.<br />

Como es natural, no podían faltar en esta materia los aportes literarios; y así<br />

tenemos que citar al Dr. Arturo Capdevila en Argentina, quien ha hecho una bella<br />

obra literaria con su Popol-Vuh para Todos. Igualmente citaremos la Colección<br />

Krickeberg, que ha puesto algunas de las tradiciones del Popol-Vuh en cuentos<br />

para niños; a Carlos Finger, cuentista también, que se inspira en las mismas<br />

tradiciones, y finalmente al alemán Oswald Claassen, quien ha dramatizado varios<br />

pasajes del libro en un poema que se titula Los Antepasados de la Luna.<br />

Y es precisamente en este aspecto literario en donde se nota que le faltaba algo<br />

muy importante al Popol-Vuh, que como se ve pertenece ya a la literatura<br />

universal. Y es este vacío el que pretende venir a llenar el presente "Cuento".<br />

Hacía falta la reconstrucción e interpretación completa de las amenas y sugestivas<br />

historias pero sumamente lacónicas, esotéricas y a veces incomprensibles en el<br />

texto del Popol-Vuh, de Hunahpú e Ixbalamqué, sus dos héroes máximos y figuras<br />

centrales, y que vienen a resultar a la vez los dos héroes mayores y más antiguos<br />

de la prehistoria americana. Las hazañas de ellos ocupan la mitad del libro quiche,<br />

y en concepto del autor tales hazañas e historias constituyen el meollo y la<br />

esencia de la filosofía superior del pueblo maya, de donde probablemente las<br />

5


extrajeron los quichés, ya que éstos formaron alguna vez, según creencia del<br />

autor, parte integrante del Antiguo Imperio Maya, conviviendo mayas y quichés en<br />

el mismo suelo durante muchos siglos del más remoto pasado, antes de que<br />

ocurriera la primera inmigración de los quichés a la región mexicana del actual<br />

Estado de Hidalgo, en donde quedaba una de las célebres ciudades de Tula,<br />

inmigración con que empieza el Popol-Vuh su parte histórica. 1<br />

En opinión del autor, el Popol-Vuh está formado por dos clases de tradiciones<br />

completamente distintas la una de la otra: toda la parte que se refiere a la creación<br />

del universo, a las diversas destrucciones de las humanidades pretéritas y a las<br />

historias mismas de Junahpú e Ixbalamqué, asunto estas últimas del presente<br />

libro, pertenecen a la civilización maya, a las tradiciones mayas que aprendieron a<br />

conocer medularmente los quichés durante el tiempo en que ellos formaron parte<br />

de esa civilización. El recuerdo de tales tradiciones, como algo muy profundo que<br />

se aprende en la infancia, los acompañó durante toda la vida y no los abandonó<br />

jamás a través de sus larguísimas y amargas emigraciones. La segunda clase o<br />

cuerpo de tradiciones pertenece ya más bien exclusivamente al pueblo quiche, a<br />

su historia y a la de las tribus similares que los acompañaron en esas<br />

emigraciones, desde el país de los mayas, el Oriente y "por donde el sol se<br />

levanta", hasta Tula, en el actual Estado de Hidalgo, México: y desde allí, muchos<br />

siglos más tarde, hasta las altiplanicies de Guatemala. Este segundo cuerpo de<br />

tradiciones y que no ocupa sino un tercio aproximadamente del total del libro, es la<br />

historia del origen, desarrollo, emigraciones y vicisitudes del pueblo quiche, que<br />

primitivamente fue parte integrante del Antiguo Imperio Maya, como lo prueban los<br />

fundamentos de su cultura material y el estrecho parentesco de sus idiomas que<br />

acusa la existencia de un idioma troncal común en épocas cuya antigüedad no<br />

puede puntualizarse hoy día. Y muy en especial es la historia y apología de la<br />

dinastía quiche.<br />

1 Consultar el Popol-Vuh, traducción de Reciñes, Fondo de Cultura Económica, México-Buenos Aires, 3° parte<br />

o sea la parte histórica, Capítulo III<br />

6


Por lo demás, algunos de los héroes que aparecen en el Popol-Vuh figuran<br />

todavía en las tradiciones y en el idioma maya que se habla en Yucatán. Por<br />

ejemplo, el nombre de Hun Chouen, con el mismo significado quiche de un mono,<br />

patrono de los artífices, de los tocadores de música, cerbataneros, etc., y que<br />

tiene en el Calendario Maya un día señalado para su glorificación, que<br />

corresponde exactamente el día dedicado a Hun Batz, un mono también, con<br />

iguales atributos, y hermano de Hun Chouen en el Calendario Quiche 2 .<br />

Igualmente, en su traducción del Popol-Vuh, Recinos recuerda que el Padre Las<br />

Casas hace referencia a "que los pintores y talladores de Yucatán invocaban a<br />

Hunchouen y Hunahau, que eran hijos de Ixchel e Itzamna". Como puede verse,<br />

en esta cita del Padre Las Casas, Hunchouen y Hunahau aparecen como-<br />

hermanos y como hijos de dioses, tal como el Popol-Vuh señala la hermandad de<br />

Hunchouen con Hunahpú (nombre muy parecido a Hunahau) señalándoles<br />

igualmente como padres a dioses civilizadores de la tierra 3 .<br />

Pero por encima de estas analogías, que serían innumerables, el principal<br />

argumento para hacer creer al autor que las historias de Junahpú e Ixbalamqué<br />

son de origen maya es el de la ética superiorísima que esas historias entrañan,<br />

muy superior y enteramente distinta a la de los quichés "ex-mayas", quienes<br />

durante su larga permanencia en Tula relajaron sus principios éticos al punto de<br />

hacer base fundamental de su religión, los sacrificios humanos y el predominio<br />

para el triunfo de la fuerza y la violencia, principios que eran tan contrarios a la<br />

ética que profesaban Junahpú e Ixbalamqué y contra los cuales lucharon éstos<br />

principalmente en su magna odisea contra los señores del mal y de la muerte del<br />

Imperio de Xibalbay.<br />

2 Ver "El Libro de Libros de Chílam Balam", edición de A. Barrera Vásquez, Biblioteca Americana,<br />

página 97.<br />

3 En el presente libro, para mayor facilidad de la pronunciación, ha variado el autor ligeramente<br />

estos nombres de los héroes mitológicos maya-quichés; y así se escribe Hunahpú, con una J inicial<br />

en vez de H; Ixbalamqué con n; Juncoy en vez de Hunchouen, etc.<br />

7


Basado en tales argumentos, principalmente, y en otros que sería prolijo detallar,<br />

el autor es de opinión que tales historias de Junahpú e Ixbalamqué provienen de la<br />

antigua cultura maya.<br />

Concluyo diciendo que el presente libro trata de hacer una interpretación, la más<br />

verosímil posible, de dichas historias, que el Popol-Vuh narra, como he apuntado,<br />

con el laconismo que le es propio y dentro del sentido esotérico y nada ameno que<br />

caracteriza esa clase de libros, cuya lectura está destinada exclusivamente a los<br />

hombres de estudio, por lo que viene a resultar casi inaccesible al común de los<br />

lectores. De 70 páginas en cuarto que son las que el Popol-Vuh dedica a esas<br />

historias, las que forman sin embargo casi la mitad del libro completo, el autor ha<br />

hecho trescientas cincuenta más o menos. Aunque apartándose a veces del texto<br />

literal de los diversos, traductores, ha tratado de ceñirse a una interpretación en<br />

consonancia con el modo de sentir y pensar del indígena y con la vida, las<br />

hazañas y lo que presumiblemente creyeran y pensaran ambos héroes, supliendo<br />

desde luego con la imaginación los muchos puntos oscuros con que los mismos<br />

traductores se han tropezado, como ocurre varias veces y sobre todo tratándose<br />

del Juego de Pelota en que el autor se ha permitido hacer su propia versión, ya<br />

que los autores modernos que se han ocupado del asunto especialmente, como<br />

Franz Blom en su estudio sobre dicho Juego 4 , reconocen la dificultad de decir la<br />

última palabra sobre la manera como se jugaba y principalmente sobre su<br />

evolución a través de los siglos, que ha de haber sido lenta y de fondo.<br />

En suma, este libro pretende hacer una interpretación de la leyenda más<br />

encantadora, más grande y más antigua que por casualidad se conserva en uno<br />

de los libros indígenas de América de mayor celebridad, como es el Popol-Vuh:<br />

una interpretación en que la fantasía pone desde luego su parte pero tratando de<br />

conservar íntegramente lo esencial y aun ceñirse todo lo más posible a la letra del<br />

texto. Una interpretación en forma y estilo de cuento, que entretenga, divierta y<br />

haga accesible a todo el mundo el conocimiento, hoy envuelto en el misterio y<br />

4 Franz Blom "The Maya Ball Game Pok-ta-Pok", Department of Middle American Research, The<br />

Tulane University of Louisiana, 1932.<br />

8


entre los velos del esoterismo indígena, de los primeros héroes que aparecen en<br />

la prehistoria del continente, exaltando la mitología y honrando las más remotas<br />

tradiciones de nuestra América.<br />

9<br />

EL AUTOR.


CAPITULO PRIMERO<br />

EN QUE LOS LECTORES CONOCERAN A DOS MUCHACHOS DEL MONTE<br />

QUE REALIZABAN GRANDES PRODIGIOS<br />

¡A saber cuánto tiempo hará! Pero ha de hacer cientos y cientos y miles y miles de<br />

años, porque cuando existieron sobre la faz de la tierra estos dos muchachos,<br />

cuyas grandes aventuras se verán en este libro, ni el sol, ni la luna brillaban tanto<br />

como ahora, ni el cielo por las noches parecía, como ahora, un jardín de<br />

quiebracajetes blancos, amarillos, rojos y azules, con tanta y tanta estrella.<br />

Apenas, pues, cuando este relato da comienzo, se veían las grandes estrellas, las<br />

que adornan las piernas y el cinturón y los brazos de los más grandes dioses y las<br />

que acompañan por las mañanas y las tardes al sol y a la luna. Y aunque muchas<br />

otras se adivinaban, no se veían.<br />

Los dos hermanos, que eran gemelos, se querían, en verdad, con toda la fuerza<br />

de sus corazones, pues habían nacido y habían crecido juntos en el monte, como<br />

los bejucos se trenzan sobre los troncos; y además, porque se parecían el uno al<br />

otro como el Lucero de la Mañana se parece al de la Tarde. Y entre los dos<br />

apenas llegarían a un oxlajún de edad, lo que en lengua nuestra equivale a decir<br />

que .tenían trece años cada uno. Así se los decían, pues, los buenos labriegos<br />

que les sembraban sus milperías, sobre todo los más viejos: que dos veces trece<br />

soles se habían parado sobre sus cabezas, con lo que querían decirles que tenían<br />

trece años cada uno, porque en verdad, dos veces cada año se para el sol Sobre<br />

la cabeza de los hombres de aquella tierra que hoy se llama de Soliluna,<br />

alumbrándoles de tal suerte que sus cuerpos no proyectan la más pequeña<br />

sombra sobre el campo y sus corazones resplandecen sin la más pequeña<br />

sombra. Así se dice y es la verdad: ni siquiera una sombra del tamaño de un<br />

gorrión, que es un pajarito de corazón valiente, que madruga para salir al<br />

encuentro de la aurora. Luego, como se sabe, estos gorriones les traen a las flores<br />

en el pico, que son unas trompetas más grandes que su cuerpo (pues, en verdad,<br />

su cuerpo no es más grande que una piñuela), un rayito de sol y se llevan a su<br />

10


nido, en cambio, dos y tres gotas de rocío, que les da miel. Son valientes por eso,<br />

y porque, todo lo hacen en silencio, sin decir nada, y se paran en el aire donde<br />

quieren, y apenas se oye el ruido de sus alas, como de pequeños atabales,<br />

cuando rompen el aire.<br />

Esta era, pues, toda su compañía, la de los labriegos y sus familias, porque así lo<br />

había dispuesto su abuela, que era una vieja muy rica y que tenía en todos los<br />

alrededores fama de gran hechicera. Ella vivía lejos, del otro lado del monte, en un<br />

rancho muy grande y muy alto, que se levantaba sobre una roca y que apenas se<br />

llegaba a ver por entre los penachos de las palmeras, donde se columpiaban los<br />

racimos de corozo. La abuela vivía con la madre de los dos muchachos, y así lo<br />

había dispuesto la abuela, porque decía que los dos muchachos deberían crearse<br />

solos en el monte para que no aprendieran sino a sembrar el maíz. Pero la verdad<br />

era que los muchachos no lo sembraban sino solamente los labriegos, porque eso<br />

sí, como cazadores con cerbatana y tocadores de flauta y pitos no había quien les<br />

ganara en las cuatro esquinas de.la tierra; pero en cuanto a sembrar el maíz, no<br />

les gustaba ni sembrarlo, ni abrir los hoyos con la estaca puntiaguda, ni calzarlas<br />

cañas, ni mucho menos cortar las mazorcas y desgranar los granos para la troja<br />

Pero los labriegos hacían esto por ellos, y más que hubiera sido menester, con<br />

gran alegría de sus corazones, porque la verdad era que los dos muchachos<br />

hacían otras cosas admirables que, según decían los más viejos, ni los más<br />

grandes hechiceros habían hecho jamás sobre la faz dé la tierra.<br />

Sucedía, pues, que a veces, y aunque esto fuera sólo de cuando en cuando, el sol<br />

calentaba más que cuando se hace la quema del monte para sembrar los granos,<br />

y las; milpas empezaban a ponerse amarillas como matasanos. Los labriegos<br />

llegaban entonces muy afligidos, con las manos juntas sobre el pecho y la cabeza<br />

en el suelo, ante los muchachos. Estos, entonces sacaban una piedra muy<br />

grande, verde como el agua de los remansos y reluciente como una laja, que<br />

tenían escondida a saber dónde; y la ponían en medio de las milperías, sobre tres<br />

piedras del río, como las piedras sagradas donde se muele el maíz. Hacían luego<br />

11


venir del monte un pavo de cresta roja de esos que anuncian muchas cosas con<br />

una sola palabra, que es chum, y lo ataban al pie de la milpa más amarilla.<br />

Luego escogían unas cuantas mazorcas de maíz blanco y maíz amarillo, de las<br />

que los labriegos tenían guardadas de luengos años para las grandes ceremonias<br />

de los bautizos, y echaban los sortilegios. Una vez echada la suerte se quedaban<br />

mirando lentamente la piedra y veían brillar en ella el sol, las copas de los árboles<br />

y aun los animales que cruzaban el monte, como los venados, los coyotes y las<br />

codornices. Después se ponían en pie y levantando los brazos al sol anunciaban<br />

el día en que habrían de aparecer en el cielo los dioses con sus cántaros llenos de<br />

lluvia.<br />

Llegado ese día, que siempre era escogido entre los días buenos y no entre los<br />

indiferentes, y mucho menos entre los malos; se juntaban los labriegos y las<br />

labriegas, en medio de la milpería, vistiendo ellos sus vestidos más limpios y<br />

adornándose las mujeres "casadas la cabeza con tapuis, que eran unos cordones<br />

rojos que les caían sobre la espalda. Se juntaban iodos, cogidos de la mano, en<br />

medio de la milpería, cuando ya el sol había pasado sobre sus cabezas y las<br />

cañas de milpa seguían gimiendo de sed, y se distribuían entre iodos grandes<br />

conchas de tortuga de las que habían juntado cientos y cientos y hasta miles. Eran<br />

conchas de tortugas que habían vivido toda su vida de cientos y cientos de años,<br />

entre los manantiales y los prados de yerba menuda y fresca. Y luego se<br />

distribuían también unas sonajas, que eran jícaras de beber chilate, pero<br />

nuevecitas, pulidas y muy bien labradas con rayas rojas, azules, amarillas muy<br />

vivas, como los colores de la guacamaya. Las jícaras tenían adentro semillas de<br />

flor dé pito y estaban sostenidas por un pedazo de bejuco muy blanco y muy bien<br />

pulido.<br />

Cuando ya todos los labriegos y las labriegas estaban colocados así, aparecían<br />

los dos muchachos. Venían con grandes plumas de quetzales y guacamayas en la<br />

cabeza y colgando del cinturón culebras vivas, de las llamadas chichicuás, que<br />

12


son furiosas, acabadas de coger con hojas de tabaco y cosidas de la boca. Venían<br />

danzando con mucha gracia y majestad al compás de sus flautas de caña, que<br />

tocaban todas las melodías que se oyen en la montaña, como lo hacen los<br />

verdaderos zenzontles. Llegados al medio del círculo de los labriegos, levantaban<br />

los brazos en alto y dejaban la música en suspenso. Luego se ponían de rodillas y<br />

besaban dos y tres veces la tierra, y después se levantaban y proseguían la<br />

música y el baile, pero ya acompañados del coro de los labriegos y labriegas, que<br />

danzaban cogidos de la mano, dando vueltas muy lentas alrededor de ellos y<br />

golpeando gravemente sobre la concha de las tortugas con las sonajas, que hoy<br />

llamamos chinchines.<br />

Tocoto-coto, tocotó-cotó, tocotó-cotó, tocotó-cotó, tocotó-cotó, decían las tortugas<br />

con un clamor muy triste, que venía de los primeros días de mundo. Entre tanto,<br />

los dos muchachos, con sus flautas levantadas al cielo, tocaban la melodía del<br />

zenzontle de agua, que es el que tiene la garganta llena de gotas de agua, de los<br />

últimos cántaros que los dioses habían vertido la última vez sobre las sementeras.<br />

Y en verdad se producía un canto muy grande y una música que despertaba los<br />

cuatro vientos y hacía estremecer el monte. Y antes de que la música hubiera<br />

terminado, sé producían las cosas grandes porque de repente y en alguno de los<br />

cuatro ángulos del firmamento dejaba oír su fuerte voz Hurakán sobre el cielo. Así<br />

se manifestaba la primera vez Hurakán, con un retumbo lejano; y luego se seguía<br />

manifestando en sus otras dos fases con relámpagos y truenos que se des-<br />

doblaban, se esparcían y bajaban rodando sobre las nubes y los montes. Y era<br />

que Hurakán le estaba diciendo al sol que debería cubrir su faz y apagar sus<br />

llamas que tenía encendidas en los cuatro ángulos del firmamento. Y entonces la<br />

tierra se oscurecía y avanzaban por los cuatro caminos, llevados de la mano de<br />

Hurakán, los dioses de la buena lluvia, con sus cántaros de agua sobre el hombro.<br />

13


Y así era como la tierra apagaba su sed y los pájaros juntaban su canto con el de<br />

los hombres. Y todo esto lo hacían los dos muchachos sólo con su canto y su<br />

baile, que es el baile que hoy se llama Chitic o de los sembradores.<br />

De esta manera, con sus cantos y sus danzas, los dos muchachos lograban todo<br />

lo que querían, y que eran las grandes cosas que antaño estaban pintadas en los<br />

libros que hoy ya no se ven en ninguna parte.<br />

Pero, acaso, lo más grande era cuando el elote tardaba en mudar el pelo, porque<br />

la muda del pelo del elote es la señal de que ni hombres .ni bestias se morirán de<br />

hambre en la posteridad de los siglos<br />

14


CAPÍTULO SEGUNDO<br />

DE LO QUE CONVERSABAN LOS DOS MUCHACHOS CON LOS<br />

ANIMALES DE LA SELVA<br />

Cuando la mazorca tardaba mucho en cambiar el pelo, que está hecho con los<br />

cabellos de Ixmucané, la que es dos veces abuela, entonces los dos muchachos<br />

tocaban y bailaban la danza del Armadillo, para divertir a Ixmucané, que es dos<br />

veces abuela y tiene la cabeza toda blanca, a no ser cuando el sol se despide,<br />

porque entonces la tiene bermeja. Tampoco por la noche, porque entonces<br />

todavía tiene algunos cabellos negros. Pero en esas danzas no eran los labriegos<br />

y las labriegas los que se juntaban sino sus hijos y sus hijas, que eran todos los<br />

muchachos y las muchachas del lugar. Entonces ellas se adornaban la garganta<br />

con collares de manzanillas y se trenzaban los cabellos con sus más lindos<br />

tocoyales, y ellos, los muchachos, se ponían máscaras y pieles de venados, tigres,<br />

conejos, serpientes, gavilanes y monos. Y los gemelos, se ponían verdaderas<br />

conchas de estos animales del monte que se llamaban armadillos, sobre sus<br />

hombros, sus manos y sus espaldas. Todo esto lo hacían los muchachos y las<br />

muchachas para entretener a la que es dos veces abuela. Y lo hacían a la hora en<br />

que el sol se despide que es cuando Ixmucané tiene la cabellera bermeja, que es<br />

el color de la mazorca de granos de maíz y pelo bermejos,<br />

Todos, pues, haciendo gran ruido con sus gritos y sus caracoles, tunes y<br />

tortugas, danzaban en torno de los gemelos, que se movían de un lado a otro con<br />

lentitud y como azorados tal como lo hace la pareja de armadillos cuando la<br />

serpiente cascabel los sorprende en mitad del monte.<br />

Pero venía el momento grande de la danza, que era el que más divertía a la que<br />

es dos veces abuela. Y era cuando los armadillos salían huyendo de repente, con<br />

gran griterío, sin que ninguno de los muchachos pudiera darles alcance, ni los que<br />

corrían más, ni los conejos, ni los venados, hasta que al fin, cuando los dos<br />

15


muchachos parecía que iban a dejarse coger, muertos de fatiga, metían dentro de<br />

las pintarrajeadas conchas la cabeza y encogiendo las extremidades y la cola y<br />

haciéndose una pelota se dejaban caer hasta lo más hondo de los barrancos,<br />

como los verdaderos armadillos, sin desnucarse ni matarse nunca. Y así era en<br />

verdad, porque al poco rato salían del barranco, entre las grandes aclamaciones y<br />

griterías de los hijos y las hijas de los labriegos y trayendo entre las manos como<br />

si fuera el estandarte de los guerreros, una de esas flores de manchas rojas y<br />

azuladas que son como la sangre de la pitahaya salpicada sobre la carne de la<br />

anona, que se llama Cabeza de Víbora y que es muchas veces sagrada porque<br />

se da en lo más hondo de los barrancos y sin embargo su esencia sube hasta<br />

arriba y es grata al corazón de los dioses.<br />

La que es dos veces abuela se reía tanto con esta danza del armadillo que le<br />

tronaban las quijadas y hasta los huesos de la cabeza; y por eso era que, sin<br />

darse cuenta, dejaba caer algún pelo de su cabellera bermeja sobre la milpa. Y tan<br />

era así, que al día siguiente amanecían las mazorcas henchidas y ostentando sus<br />

plumachos bermejos relucientes, y olorosos a la verdadera esencia de que más<br />

gustan los dioses, que es la de la tierra recién mojada.<br />

Estas eran las diversiones de los dos muchachos y por eso los labriegos<br />

sembraban las milpas por ellos y los querían muy tiernamente y los cuidaban<br />

como si hubieran sido sus verdaderos hijos, siendo así, sin embargo, que los<br />

labriegos llamaban a los muchachos sus príncipes y sus "tatitas".<br />

Pero no era esto todo, porque los dos muchachos sabían otras muchísimas cosas<br />

que habían aprendido sin haberlo escuchado nunca de los labios de ninguno<br />

sóbrela faz de la tierra. Así era como sabían el lenguaje de los animales. ¿No les<br />

habían contado, pues, los viejos, que los animales se habían rebelado y habían<br />

hablado, cada cual en su lenguaje, a los hombres, cuando la destrucción de los<br />

primeros hombres que fueron hechos de madera y eran sólo como muñecos?<br />

¿Por qué no iban, pues, a hablarles ahora los hombres, hechos de maíz,<br />

16


verdaderos hombres, a los animales? Tenían de consiguiente corrales llenos de<br />

animales, pavos, coches, paujiles, pijijes, palomas, venados, tepescuintles y<br />

conejos, y se pasaban horas enteras oyendo lo que unos y otros decían y<br />

habiéndoles ellos mismos también.<br />

¿Y no habían llegado una vez hasta poner en los corrales un tigrillo? Pero el relato<br />

de como lo hicieron y del mal pago que les dio el tigrillo se verá mucho más<br />

adelante, por ahora será suficiente con decir que tenían todos esos animales y<br />

también dos o tres monos muy serviciales, que les divertían grandemente con sus<br />

saltos y muecas, y además porque no había cosa que hicieran los muchachos que<br />

los monos no quisieran repetir. A la verdad, se podía asegurar que los chillidos de<br />

los monos era el único lenguaje que.los muchachos no habían llegado a entender<br />

muy bien. Pero en cambio, entendían con toda sabiduría el lenguaje de las<br />

palomas, sobre todo, el de las llamadas espumuy, que saludaban con su canto al<br />

lucero de la tarde cuando aparecía. Y ya no se diga el de los zenzontles, que<br />

habían sido los que les habían enseñado a tocar sus flautas y sus pitos, y el de los<br />

pitorreales, las chorchas, las sharas y hasta los diminutos curruchiches, que baja-<br />

ban a los corrales a las horas de las comidas, junto con las bandadas de verdes<br />

loros y pericos y de estridentes guacamayas.<br />

En verdad, era una gloria para los muchachos cuando al medio día y por la tarde<br />

iban a los corrales, seguidos de cerca por los perros mudos, por los conejos y<br />

venaditos, que eran sus amigos más fieles, a echarles de comer a todos los<br />

animales. Se divertían y hacían alegre ruido de risa oyendo las cosas que se<br />

contaban y los motivos de sus continuos pleitos. Los muchachos vivían poniendo<br />

paz entre ellos, regañando a este, espantando al de más allá, para que dejara<br />

comer a los otros. Y cuando la comida iba terminando, empezaban a hablarles de<br />

cosas serias, y a las cuales la mayor parte de los animales apenas prestaba<br />

atención. Nada menos querían hacerles comprender sino que tenían que dar las<br />

gracias a los Constructores y a los Engendradores.<br />

17


"Hablad, gritad, gorjead, llamad, hablad cada uno según vuestra especie, según la<br />

variedad de cada uno". Así les habían dicho los Constructores a los venados, los<br />

pájaros, leones, tigres y serpientes 5 .<br />

"¡Decid, pues, nuestros nombres, alabadnos a nosotros, vuestra madre, vuestro<br />

padre! ¡Invocad, pues, a Hurakán, Chipi-Caculhí, Raxa-Caculhá, el Corazón del<br />

Cielo, el Corazón de la Tierra, el Creador, el Formador, los Progenitores; hablad,<br />

invocadnos, adoradnos!", les habían dicho los Constructores y les repetían ahora<br />

los dos muchachos.<br />

Por toda respuesta se oían solamente cacareos, graznidos y chillidos. Los pájaros<br />

emprendían el vuelo hacia los árboles, cantando, y los loros y pericos, después de<br />

haber estado escuchando muy seriamente, con los ojos muy fijos y la cabeza de<br />

lado, como si de veras oyeran, volaban a la selva, en parvadas, redoblando sus<br />

griterías. Los monos chillaban más, que nunca. Sólo los perros mudos, los conejos<br />

y los venados parecían comprender algo, porque los conejos ponían las orejas<br />

muy tiesas y levantadas, y los venados agrandaban sus ojos en donde parecían<br />

haberse refugiado las últimas luces de la tarde. En cuanto a los perros mudos, se<br />

echaban a los pies de los muchachos y comenzaban a lamérselos con la mayor<br />

humildad.<br />

Y esto de que los animales no aprendieran a decir los nombres de los Creadores y<br />

los Formadores, entristecía un tanto a los muchachos, que en seguida<br />

descolgaban sus flautas y se ponían a tocarlas, alabando por ellos mismos y por<br />

todos los animales a Hunab-Kú, que ve en lo más oculto, mientras las estrellas<br />

comenzaban a brotar en el cielo como las cucayas en la obscuridad del monte.<br />

Pero una tarde estaban tocando sus flautas, cuando sus corazones vertieron<br />

alegría. Por todos los ámbitos de la selva se oía clamar, como un coro muy<br />

5 Las frases y párrafos puestos entre comillas en este capítulo y en algunos de los siguientes<br />

pertenecen textualmente al Popol-Vuh. (N. del A.).<br />

18


grande: ¡Cabagüil, Hurakán, Hurakán! ¡Eran las bandadas de loros y pericos<br />

verdes que habían aprendido aquellos nombres!<br />

Y jamás desde entonces, faltaron esos nombres en la selva, que es dos y tres<br />

veces sagrada, en lo más alto de la selva, dominándola toda, desde la hora en que<br />

aparece el Gran Tapir del Alba, hasta la hora en que se va el Gran Tapir de la<br />

Tarde.<br />

19


CAPITULO TERCERO<br />

DE LOS TRES MONSTRUOS QUE FORMABAN Y TRASLADABAN DE UN<br />

PUNTO A OTRO LAS MONTAÑAS Y LOS VOLCANES<br />

Pero el día en que comienza este relato, nuestros dos muchachos estaban muy<br />

recogidos dentro de sus corazones con la noticia que les habían llevado los<br />

labriegos. Ya hacía días que los labriegos andaban muy asustados, porque las<br />

tortuguitas de patas blancas y cabeza colorada, de la pradera, habían huido a los<br />

sitios húmedos cercanos al río. Pero ya no podía haber duda: aquella mañana los<br />

labriegos más avezados a ver de lejos y aun hasta más allá de los rincones donde<br />

las más altas sombras se confunden con la noche, habían visto frente a sus ojos,<br />

como si alguno estuviera rozando en el volcán, la sombra rojiza del Malo, que iba<br />

de uno a otro lugar. Cuando así sucedía, los labriegos se llenaban de terror, pues<br />

bien sabían que no tardaría el Malo en atronar los espacios con sus horribles<br />

gritos, días y días, noches y noches, mientras que su mujer, la que se llamaba<br />

Chimalmat, que quiere decir "La que se torna Invisible", empezaría a fumar sus<br />

hojas de tabaco que nunca se acaban, sentada en el pico del volcán, días y días,<br />

noches y noches, echando humo y más humo hasta tapar por completo la poca luz<br />

del sol y de la luna.<br />

Los dos hermanos recordaban muy bien, porque era la espina que más se había<br />

enterrado en sus corazones, que cuando eran niños habían oído hablar de cosa<br />

semejante, de que la sombra del Malo se había aparecido en el volcán, y al poco<br />

tiempo se habían empezado a sentir desgracias muy grandes. La tierra se cubría<br />

de humo negro y los barrancos se llenaban de extrañas voces y roncos gritos. A<br />

poco, los montes retumbaban y la tierra temblaba como si la mano de un niño<br />

pequeño fuera sacudida por un gigante. El río se había desbordado sobre los<br />

campos, y cuando las aguas, al cabo de días y días, empezaron a retirarse, se<br />

encontraron por todas partes montones de perros muertos, montones de pavos<br />

muertos y de paujiles, y de alcaravanes y de palomas. Ellos mismos, una noche<br />

20


habían tenido que salir a toda prisa del rancho, porque los horcones y las vigas<br />

madres crujían y crujían diciendo: kek, kek, que quiere decir negro, negro. Y<br />

mientras, el viento gritaba entre los bejucos kik, kik, que quiere decir sangre,<br />

sangre; y de las hondas barrancas salía el grito con que Pacam, el gran Señor de<br />

los huesos y las calaveras, llama a las gentes. Atravesaron a la carrera el pequeño<br />

prado que los separaba del río, y luego pasaron el río a nado y con gran esfuerzo,<br />

pues las aguas se les subían sobre la boca, las narices y la cabeza; y<br />

encaramándose a toda prisa por la ladera del monte no se sintieron un poco<br />

sosegados, hasta que no se vieron bajo el bosquecillo de cipreses, que sin<br />

embargo se columpiaba como hamaca. Gracias a que en aquella noche de luna,<br />

con toda la cara colorada, como una máscara, brillaba como si le hubieran puesto<br />

adentro cientos y cientos de hachones de ocote, en lo más alto, sobre los cuatro<br />

cuadrantes del firmamento, mientras sobre los árboles volaban y volaban, como si<br />

fueran de día, los negros zopilotes, los cuervos y los quebrantahuesos. Por eso<br />

pudieron ver su camino, y también a los tigres y a las serpientes cascabeles, y a<br />

los corales de anillos rojos que huían por los caminos sin hacerles nada a los<br />

hombres, aunque éstos pasaran pisoteándoles la cola. Pero todos los corrales se<br />

perdieron y lo mismo las milperías, tronchadas por el culebreo de la tierra, que se<br />

enroscaba y daba saltos, como el ciento-pie cuando se ve atacado por cientos y<br />

cientos de hormigas guerreadoras.<br />

Desde aquel tiempo los dos muchachos empezaron a odiar al Malo que habitaba<br />

en el volcán con su mujer, la que se llamaba Chimalmat. Mientras que sus dos<br />

hijos vivían en los montes y volcanes, entre los peñascales y bajaban por las<br />

mañanas a bañarse en los ríos, en lo más hondo de las pozas, según se los<br />

habían contado a los dos muchachos los animales de la selva que por casualidad<br />

los habían visto, pues los hombres apenas sabían de su existencia. Vucub<br />

Caquix se llamaba el Malo, que era un monstruo y no siendo más que el Siete<br />

Veces Guacamayo, se jactaba, sin embargo, de ser más que el sol y que la luna y<br />

que la estrella de la mañana juntos. Y todo porque estaba adornado de<br />

chalchigüites preciosos, y jadeítas y esmeraldas y tenía todo el cuerpo esmaltado<br />

21


de ellas. En verdad no era sino un horrible guacamayo, con sus enormes plumas<br />

rojas, amarillas y azules, aunque las tuviera como-las tenía, cubiertas de<br />

chalchigüites y jadeítas y esmeraldas, que realmente le hacían en torno un como<br />

gran resplandor que era por lo que se creía más que el sol.<br />

Los más viejos lo decían, y cuando ellos lo decían tenía que ser verdad. El Siete<br />

Veces Guacamayo se creía dios y que él había formado el cielo y era el verdadero<br />

sol. Y sus hijos no eran menos orgullosos que el Gran Guacamayo, su padre.<br />

Zipacná, que quiere decir el Gran Pez de la Tierra, era el primero, y se llamaba<br />

así porque realmente vivía y se movía a su antojo, como un pez, entre las grandes<br />

y las pequeñas montañas, los volcanes y los abismos de la tierra. Tenía los brazos<br />

y los hombros tan gruesos que bien hubiera podido cargar uno y dos tapires en<br />

cada hombro, y se preciaba de haber formado en una sola noche los cinco<br />

volcanes que se veían desde allí, uno en pos de otro. El segundo hijo se llamaba<br />

Cabracán, que quiere decir el <strong>Dos</strong> veces Gigante de la Tierra, y con sólo los pies,<br />

que eran más fuertes que los gruesos cipreses que se llaman de pantano hacía<br />

temblar toda la tierra y moverse las montañas grandes y pequeñas. Y cuando se<br />

juntaban los hijos y el Vucub Caquix, su padre, sólo hablaban de su grandeza.<br />

"Yo, hijos míos, soy el sol, y la luz del firmamento", decía el Vucub Caquix. "Pero<br />

eso es poco, porque yo hago a mi antojo las montañas, y las traslado de un punto<br />

a otro", decía Zipacná, lleno de orgullo.<br />

"Pero eso es poco, porque yo hago la tierra y muevo las grandes y las pequeñas<br />

montañas. Y si se me antoja, hundo el firmamento entero", decía Cabracán, que<br />

era el segundo hijo de Vucub Caquix.<br />

Y para probar que todo era como ellos decían, y que cada uno era más que el<br />

otro, él Vucub Caquix echaba a andar por el volcán, de un lado al otro, echando<br />

chispas y llamas y diciendo que iba a alumbrar a las nuevas generaciones de<br />

hombres su verdadero camino, al paso que Chimalmat, que era su mujer, apagaba<br />

22


con sus torbellinos de humo la escasa luz del verdadero sol, que entonces poco<br />

alumbraba. Y a ese tiempo Zipacná juntaba con los brazos y los hombros,<br />

montañas de tierra, montañas pequeñas, montañas grandes; y luego Cabracán las<br />

ponía en movimiento con sólo la punta de los pies y las hacía temblar. Y la verdad<br />

era que las montañas se ponían a temblar, por grandes que fueran, como si les<br />

hubieran echado en la boca cien y más jícaras del zumo de la vainilla, de la<br />

vainilla embriagante que crece entre los árboles sagrados del Madre Cacao, y que<br />

los dioses beben en las jícaras que ellos mismos labran con sus manos. Y tan era<br />

así que no quedaban pájaros en las ramas de los árboles; ni uno, ni dos<br />

quedaban; ni quedaban tampoco fieras dentro de las cuevas, porque todos los<br />

animales grandes y pequeños salían corriendo de la montaña, con grandes<br />

alaridos y buscaban los lugares de los hombres. Y aun los jaguares y los pumas y<br />

los gatos de monte y las culebras cascabeles.<br />

Tales eran las terribles cosas que se decían de los tres monstruos que habitaban<br />

los volcanes y las montañas pequeñas y grandes y los recodos de los ríos, donde<br />

éstos se hacen más profundos. Y la verdad era que hasta entonces ninguno de los<br />

labriegos, ni los que tenían canas, habían logrado ver sus faces. Por eso hacía<br />

mucho tiempo que los muchachos odiaban al Vucub Caquix y a sus dos hijos,<br />

porque desde muy niños habían oído contar todo esto y mucho más, pues en<br />

verdad aseguraban las gentes más viejas que el Vucub Caquix, el orgulloso<br />

guacamayo, había sido la causa de la destrucción de los hombres antiguos que lo<br />

habían tomado por dios y lo habían adorado por sus riquezas.<br />

Y pensaban, pues, los dos muchachos, que mientras esos monstruos vivieran, las<br />

gentes no .podrían ver el verdadero sol, ni la verdadera luna, y que no brillarían las<br />

estrellas en el cielo. De la misma manera la tierra no podría tener reposo, ni<br />

cubrirse toda ella de cacaotales, ni de jocotes, ni de anonas, ni de nances, ni de<br />

zapotes, ni de flor de izote, que son las verdaderas riquezas y no las esmeraldas<br />

y las jadeítas de que se jactaban aquellos orgullosos.<br />

23


En la noche en que empieza este relato, pues, mientras la buena lluvia derramaba<br />

sus cántaros sobre la tierra, y toda ella resonaba como cientos y miles de<br />

pequeños tamborcitos de los que se llaman atabales, y en medio del rancho del<br />

labriego más viejo, que contaba historias antiguas-, la olla de chilate sobre el<br />

fogón, decía aun cosas más antiguas, los labriegos pensaban en silencio, por mil y<br />

más veces, en los males que causaban los tres monstruos. Fue entonces cuando<br />

uno de los muchachos, de repente, con los ojos más brillantes que los del venadito<br />

huicizil, de lomo blanco, había exclamado:<br />

—¿Y por qué no damos muerte a ese Vucub Caquix y a sus dos hijos?<br />

24


CAPITULO CUARTO<br />

DE COMO NUESTROS HÉROES TOMARON LA DECISIÓN DE SALIR EN<br />

BUSCA DEL MONSTRUO VUCUB CAQUIX<br />

Cuando el muchacho, con ojos encendidos como las chispas del fogón, preguntó,<br />

con voz que apagó la de los atabales de la lluvia sobre la milpería: "¿Y por qué no<br />

matamos a ese Vucub Caquix y a sus dos hijos?", los labriegos se miraron unos a<br />

otros y en torno suyo con terror, como si hubieran visto que atravesaba el rancho<br />

la sombra de Pacam. Y entonces fue cuando el más viejo de ellos, pero de veras<br />

el más viejo, porque tenía muchas canas y por eso se le echaba de ver que tenía<br />

cien años y más, contó lo que sigue, que es terrible.<br />

—No se puede nombrar al Malo, dijo, sin encomendarse antes al Corazón del<br />

Cielo. Los hombres antiguos lo nombraron y no se encomendaron al Corazón del<br />

Cielo y por eso perecieron. Por eso vino el diluvio de resina y brea, que los ahogó,<br />

porque no tenían hecho el corazón sino de zibaque, que es como pita floja—.<br />

Entonces el anciano se inclinó una, tres y cuatro veces más, invocando al Corazón<br />

del Cielo.<br />

Y el anciano prosiguió al rato, cada vez con voz más angustiada, y sin levantar los<br />

ojos del suelo: —Cuatro pájaros malos bajaron entonces de los cuatro ángulos del<br />

firmamento. Xecot Covach fue el pájaro que bajó para sacarles los ojos a los<br />

hombres; otro, que se llama Camazot, les cortó la cabeza; otro que se llama<br />

Cotzbalam, les devoró las carnes, y un cuarto llamado Tucumbalam, les molió<br />

los huesos. Así se dice, y los hombres andaban y corrían de una parte a otra, sin<br />

entenderse, y se subían a los árboles porque todos los animales de la tierra y las<br />

piedras de moler, y los comales, las ollas y los tenamastes en que las ollas se<br />

ponen al fuego, les hablaron: "Lo único que habéis hecho con nosotros todo el día<br />

y toda la noche —les decían las piedras de moler— es hacernos decir "holi, holi,<br />

huqui, huqui". Y los perros les decían que no habían hecho sino mantenerlos con<br />

25


hambre, mientras ellos comían, y con el palo siempre levantado para pegarles; y<br />

los tenamastes les gritaban que no habían hecho otra cosa con ellos sino<br />

quemarlos y tiznarlos con el fuego. Y así los árboles, cuando los hombres querían<br />

encaramarse en ellos, los arrojaban, los aventaban lejos. Y se querían subir los<br />

hombres a los techos de las casas y las casas se caían y se hundían con ellos; y<br />

cuando se querían guarecer en las cavernas y los hoyos, se les cerraban, y lo<br />

mismo les sucedía con los barrancos. Y todo esto fue porque creyeron que el<br />

camino del Malo era el del verdadero sol. Así fue cómo las riquezas y el orgullo del<br />

Malo, acabaron con todos los primeros hombres, de corazón de zibaque donde<br />

moraba el Malo y no la verdadera luz, que sólo viene de lo más alto.<br />

Cuando el viejo acabó este relato con voz muy angustiada, que apenas podía<br />

oírse ya, Hurakán habló en el cielo, sobre la lluvia, y se dejó oír un trueno que<br />

todos escucharon. Y por eso se supo que cuanto había dicho el anciano era la<br />

verdad. Porque se hizo presente Hurakán, y los labriegos se echaron al suelo y lo<br />

besaron muchas veces.<br />

—Los únicos hombres que han quedado de los hombres antiguos, son los micos<br />

—dijo todavía el anciano, limpiándose el sudor que corría por su frente, como si<br />

acabara de cargar sobre la espalda tres y más redes de maíz. Y así sucedió,<br />

porque el Malo y su mujer les ocultaron la verdadera luz del sol y les hicieron<br />

adorar las jadeítas, las esmeraldas y los chalchigüites, como si la riqueza fuera la<br />

verdadera luz.<br />

Y entonces en el corazón de los dos muchachos se había hecho más y más fuerte<br />

el pensamiento de destruir al Malo, a su mujer y a sus dos hijos. ¿No eran ellos,<br />

pues, los mejores tiradores con cerbatana en los cuatro ángulos de la tierra? ¿No<br />

derribaban con los bodoques de su cerbatana lo mismo venados que jaguares,<br />

que pumas y que tapires? ¿No cuando eran todavía niños, y los labriegos les<br />

habían llevado durante un año entero a conocer los secretos de la selva, en las<br />

grandes charcas no hasta habían matado un lagarto muy grande a cerbatanazos?<br />

26


Porque esta era la verdad. Desde muy niños los labriegos les habían enseñado a<br />

hacer cerbatanas con las ramas de los palos más duros, ahuecados. Pero luego<br />

los muchachos habían hecho mucho más. ¿No los volcanes mismos cuya vista les<br />

maravillaba cuando para verlos se encaramaban en las cimas más empinadas de<br />

sus montañas, habían dado a los labriegos la idea de las cerbatanas, porque<br />

verdaderamente es con cerbatana con lo que tiran los gigantes y los monstruos<br />

que habitan dentro de los volcanes? Pues entonces, los dos muchachos, pasaban<br />

días enteros y noches fijándose en la manera como disparaban los volcanes.<br />

Habían visto claramente que los volcanes que tenían la boca más pequeña y que<br />

eran también los más altos, disparaban sus cerbatanas casi hasta el sol... Pues<br />

así debían hacer sus cerbatanas, muy largas y con la boca muy pequeña. De esa<br />

suerte los volcanes fueron los que les enseñaron el tiro de la cerbatana. El alto<br />

Pekul, gigante entre los gigantes, que disparaba su cerbatana más alto, y el<br />

furioso Yaxcanul, que disparaba de una vez diez y más cerbatanazos<br />

destruyendo todo lo que había a su alrededor. En cambio Macamob, el viejo que<br />

babeaba, ya no hacía ni podía nada porque su cerbatana tenía la boca muy<br />

grande y todo se le iba en babas. Cada uno les enseñó el secreto de su<br />

cerbatana, pues, y aun Macamob, el viejo cansado, el de la boca inútil que sólo<br />

babeaba. Por Macamob, pues, fue que nunca hicieron sus cerbatanas con caña<br />

brava, que aunque es tan fuerte tiene la boca muy ancha. Y estos fueron los<br />

maestros de los dos muchachos en el tiro de la cerbatana, los cinco volcanes que<br />

Zipacná, el hijo mayor de Vucub Caquix, decía haber construido con sus manos en<br />

una sola noche.<br />

De consiguiente, aquella mañana, cuando los labriegos les fueron a decir que<br />

habían visto otra vez la sombra del Malo del volcán, los dos muchachos se<br />

quedaron muy pensativos.<br />

—Ahora hay que matarlo, se dijeron con sólo la mirada y sin que sus labios se<br />

movieran. Pero, ¿cómo harían para llegar hasta él a tanta distancia y poder<br />

dispararle un buen cerbatanazo? ¿Quién podría atravesar los barrancos, los<br />

27


campos y sobre todo la selva, en donde al mediodía cantaban las espumuy, como<br />

si fuera la hora de la despedida del sol, y en donde reinaban los grandes árboles y<br />

los pequeños árboles, para cerrarles el paso a los hombres y a los animales que<br />

andan por sus pies y no tienen alas? ¿No era, pues, la selva la morada y el reino<br />

de los bejucos y de las aves? ¿No habían dicho los Formadores, al hacer los<br />

animales, así: "¿Tú, venado, habitarás, y dormirás en las barrancas y en los<br />

caminos de los arroyos; andarás y te posarás en cuatro pies; vosotros, pájaros,<br />

estaréis y habitaréis sobre los árboles y sobre los bejucos que se cuelgan de los<br />

árboles y allí haréis casa y habitación y allí os multiplicaréis y os sacudiréis y os<br />

espulgaréis, sobre las ramas de los árboles?"<br />

Por eso los árboles y los bejucos obedecían a la voz de los Formadores y<br />

cerraban el paso a los que andan por sus dos pies. Eso hacían los cipreses de<br />

anchas espaldas, sobre los pantanos, y las palmeras de coyol y los corozos que<br />

se tienden con los brazos alargados como alas de gavilán filudas y los altos<br />

manacos de cabezas despeinadas-, y la yerba mala, que vierte leche venenosa, y<br />

los charrales llenos de espinas y engañadoras flores rojas salpicadas de azul y<br />

que pican al que las quiere coger, al tocarlas, y por eso se llaman amché, que<br />

quiere decir palo de araña, pues recuerdan las traidoras telas que les ponen las<br />

arañas a sus víctimas. ¿Quién podría conducirlos por los enmarañados senderos<br />

que sólo se abren bajo las garras de los jaguares, y los pumas y las pezuñas de<br />

los coches de monte?<br />

Estaban, pues, por todo ello, muy pensativos los dos muchachos. ¿Había, acaso,<br />

otro camino para llegar hasta el pie del volcán del Malo? Pero consultaron la<br />

piedra donde se lee lo que está oculto, después de echar las suertes, y los<br />

Formadores y Constructores les fueron propicios. La piedra les dijo que el día<br />

siguiente era bueno para emprender lo que ardía en sus corazones. Era el día Ix,<br />

consagrado a los genios benéficos del monte, y que les salen al paso y detienen a<br />

los brujos malos, y a las bestias que comen carne de gente. Vieron en ella,<br />

además, todos los senderos de los barrancos y toda la selva, lo que significa que<br />

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podrían vencer sus secretos. Pero aún más, vieron que se destacaba bajo la<br />

piedra verde un animal corpulento, que iba por un sendero que sin duda él solo<br />

conocía, desgajando árboles y rompiendo charrales. Los dos muchachos<br />

exclamaron con alegría: —El Tzimin, el Tzimin!<br />

Era en efecto, el Tzimin, al que hoy llamamos danta y tapir. Y entonces<br />

recordaron: ¿No se había vuelto, cabalmente, el tapir su gran amigo en aquel año<br />

de la cacería de la selva, desde que había visto cómo ellos hacían caer los<br />

jaguares de uno, de dos y de más cerbatanazos? El tapir era el rey de la selva,<br />

que podía ir de un lado al otro de ella por caminos que él solo, con su largo hocico<br />

adivinaba, sin temor de ser visto por los jaguares, sus más feroces enemigos, sin<br />

pisar víboras y sin ser herido en los ojos pequeños por los espineros. El tapir los<br />

conduciría hasta el volcán, y hasta el frondoso árbol del nance que daba sus frutos<br />

pequeños, como pelotillas de oro, deliciosos y perfumados, en el volcán, y que<br />

eran el gran placer del monstruo, según decían los labriegos.<br />

En el acto se encaminaron a la entrada de la selva y llamaron al tapir con un<br />

silbido estridente: "Tzimin...", que hicieron juntando las palmas de las manos y<br />

soplando fuerte en el hueco que ellas dejaban en medio. No tardó mucho en oírse<br />

un pesado trote, como un gran tambor de cuero de venado, y un<br />

resquebrajamiento de grandes y pequeños troncos, hojas y chiriviscos. Apareció el<br />

tapir, pues, corpulento como tres veces un coche de monte, y dos y tres veces<br />

más alto, con su hocico de zapote alargado y sus ojillos tristes, aunque muy<br />

relucientes.<br />

—Tzimin —le dijeron, dándole su nombre—. Por Hurakán, que puede más que el<br />

jaguar, llévanos hasta el volcán, el primero que se ve desde la punta de Chicaj.<br />

Hicieron el trato: el Tapir tenía la mejor voluntad, aunque a condición de no llegar<br />

más allá de donde acababa la selva. Los dejaría al pie del volcán, y allí la Taltuza,<br />

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que sabe esconderse en los matorrales y las piedras, podría llevarlos hasta el<br />

nanzal del monstruo. Pero advirtió que existía una dificultad: ¿podrían seguirlo los<br />

muchachos? ¿Podrían seguir su trote? A uno de ellos se le ocurrió la buena idea<br />

de que montándose los dos sobre los lomos de la danta podrían hacer el viaje sin<br />

novedad, y aunque a ella no ha de haberle parecido de muy buen gusto esta<br />

ocurrencia, no chistó palabra. Afortunadamente fue el otro muchacho el que hizo<br />

una objeción:<br />

—Pero así no podremos librarnos de las puntas filudas de las palmeras—.<br />

Quedaron, de consiguiente, en que irían ellos por sus propios pies, durante días y<br />

noches, y que la danta trotaría todo lo más despacio que pudiera delante de ellos<br />

abriéndoles el camino.<br />

El resto del día lo pasaron haciendo los preparativos. En primer lugar, descolgaron<br />

sus pieles y cabezas de venado, con las cuales, en caso necesario, se<br />

disfrazarían ante el monstruo, pues esas pieles y cabezas tenían poder mágico.<br />

En seguida limpiaron con sólo el aliento sus cerbatanas de todos tamaños y un par<br />

de fuertes caites de cuero de manatí, con los que podrían pasar sobre las espinas<br />

de los charrales. Cogieron luego manojos de yerbas santas contra la mordedura<br />

de víboras y de hojas de tabaco. Pusieron sus bastimentos de vualej, que hoy<br />

llamamos tortillas tostadas de maíz, y de quinak, que hoy llamamos frijoles<br />

negros, dentro de los matates de fuerte tejido, y llenaron con agua fresca del río<br />

sus tecomates, que dejaron esa noche fuera del rancho, al sereno de la noche.<br />

Preparado todo, se durmieron profundamente sobre sus tapexcos.<br />

30


CAPITULO QUINTO<br />

DONDE EMPIEZA LA AVENTURA DE LOS DOS MUCHACHOS<br />

EN LA SELVA CON LA AYUDA DE LA DANTA Y DE UNA<br />

SOMBRA QUE SE LES APARECIÓ<br />

Muy de madrugada, pero mucho, porque todavía los corrales estaban quietos y sin<br />

una voz, y ni siquiera el madrugador jaulín, del tamaño de las calandrias y de<br />

canto de tzijolaj hecho de la más tierna caña, había empezado a saludar al primer<br />

rayo de luz sobre las ramas, cuando los dos muchachos abrieron los ojos, y por<br />

entre las cañas del rancho notaron que era ya la hora de levantarse. Así lo<br />

supieron porque el gran señor U Cux Paló, el de los cuatro broches de oro en sus<br />

dos brazos cruzados, y que hoy llamamos constelación de la Cruz del Sur, iba<br />

descendiendo en dirección al mar. Porque U Cux Paló es el Corazón del Mar.<br />

Alegres como dos pájaros los dos muchachos saltaron del tapexco hecho con<br />

cañas y un petate de palma. Y lo primero que hicieron los muchachos, como lo<br />

tenían por costumbre, fue postrarse sobre la tierra y hundir dos y tres veces la<br />

frente en el suelo, invocando con todo el ardor de sus corazones a Cabagüil, que<br />

todo lo abarca, y a Hurakán que es el que cuida la vida, y a los Formadores y<br />

Creadores. Y hecho esto, saltando como venaditos que logran zafarse de la soga<br />

que por las noches les tienden los brujos malos, se dirigieron a la parte donde el<br />

río formaba una honda poza entre altos peñascales, y allí se bañaron con grandes<br />

gritos y alborozo, nadando como si fueran verdaderos peces.<br />

Salieron del agua antes del primer rayo de la aurora, cuando ya el jaulín, centinela<br />

de la aurora, había comenzado su canto melodioso y lentamente empezaban a<br />

contestarle los compañeros, formando esa algarabía grata y dulce que acompaña<br />

desde la tierra al Gran Tapir del Alba cuando va despertando en el cielo después<br />

del profundo sueño de la noche. Y luego, en un instante, se encaramaron a las<br />

laderas del monte y empezaron a cortar las frutas más olorosas de los huertos,<br />

31


escogiendo las que acababan de madurar y llenaron con ellas dos grandes cestas<br />

hechas de fibras rojas, verdes y amarillas. Y cuando ya estaban llenas las cestas<br />

con zapotes rojos, blancos y negros, y de anonas de cascara verde y de chicos,<br />

matasanos, granadillas y jocotes de varias clases, cortaron todavía un montón de<br />

flores de los mismos árboles, buscando las más perfumadas. Cortaron, pues,<br />

flores de anona, que son tan suaves y olorosas como la fruta misma, y sobre todo<br />

flores de granadilla que son, en verdad, maravillosas y de tanto esmero y<br />

perfección que los Formadores, según dicen los viejos, después de hacerla,<br />

tuvieron que echar de nuevo los sortilegios para poder señalarle su perfume, a la<br />

medida de su belleza.<br />

Y cargados con las grandes cestas sobre la cabeza, subieron a la cima del monte,<br />

y cuando el sol apareció, regaron prestamente el suelo con las flores de anona y<br />

de granadilla, y pusieron en medio las frutas haciendo con ellas un altar, en forma<br />

de pequeña pirámide. Echáronse en seguida de rodillas, hundiendo doce veces la<br />

frente en el suelo en reverencia a los doce ángulos de los tres cuadriláteros que<br />

forman el universo. Luego levantaron en alto las frutas y se las ofrecieron sin<br />

hablar nada con los labios, a los Formadores, a los Constructores, para pedirles su<br />

ayuda en aquel día bueno. Y una vez hecho todo esto, invocaron al Gran Señor-<br />

Ix, patrón de aquel día bueno, pidiéndole igualmente su ayuda en la empresa que<br />

iban a acometer y que los librara de los genios malos que hay en la selva y en los<br />

montes. Le pidieron que les diera la fuerza del jaguar durante toda la travesía de la<br />

selva, y que los librara de las víboras que se esconden en los matorrales, y de los<br />

grandes y pequeños árboles que punzan el cuerpo y sacan la sangre en silencio.<br />

Luego le pidieron que los librara de los mascolotes, que le chupan la sangre al<br />

caminante y le dejan en la herida una como saliva de sangre negra. Y de los<br />

mecates, que los brujos envidiosos dejan colgados por las noches en los árboles<br />

más altos que ya parece que quieren llegar con su cabeza hasta las estrellas, para<br />

que se estiren sobre el caminante de la tierra que anda antes que el sol sale, y lo<br />

enrollen como hacen las culebras gruesas, de anillos como ayotes, con los<br />

venados.<br />

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Así lo hicieron e invocaron mientras ofrecían en alto los mejores frutos de la tierra,<br />

los más dulces y maduros, a los Creadores y Formadores. Y allí mismo prendieron<br />

un poco de fuego con astillas de ocote y montones de ramas y de hojas secas y<br />

pusieron a hervir agua en sus batidores, y dentro del agua pusieron unas cuantas<br />

almendras de perfumado cacao y deshicieron tortillas endurecidas. Y sentándose<br />

con las piernas cruzadas, comieron algunas frutas, con mucho sosiego y<br />

reverencia, y bebieron poco a poco el contenido de los batidores, que eran de un<br />

barro muy fino, lustroso y labrado. Después de todo lo cual, descendieron del<br />

monte, trayendo una gran claridad en sus corazones. En verdad tenían buenos y<br />

limpios sus corazones cuando bajaron del monte y sin una sombra; y recogiendo,<br />

sus pieles de venado, sus matates y sus demás aperos de viaje, se dirigieron<br />

hacia la entrada de la selva en busca de la danta.<br />

No fue necesario llamar a la danta, pues ya hacía rato que ella se encontraba al<br />

pie de la ceiba convenida, y se emprendió la marcha, trotando adelante, con suave<br />

trote, la danta, que con su ruido de gran tambor, iba machacando bejucos y<br />

malezas, y deshaciendo yerbas, arbustos y los árboles menores que se oponían a<br />

su paso, y escurriéndose por los claros apretados de la selva, que sólo su<br />

experiencia y sabiduría podía conocer para evitar los charrales, los mecates, las<br />

grandes palmeras de hojas filudas como el pedernal y los cipreses de pantano de<br />

anchas espaldas.<br />

Atrás iban, pues, los dos muchachos, siguiéndola con dificultad, porque las raíces,<br />

las malezas y los bejuquillos que pasaba despedazando y machacando con sus<br />

poderosas patas la danta, se les enredaban a los muchachos en los cueros de los<br />

caites. Por eso apenas podían ya distinguir a la danta a través de los bejucos; y<br />

además, porque en aquel lento amanecer, el bosque estaba lleno de una bruma<br />

turbia, como si todos los chicalotes —que hoy llamamos cardosantos— y que por<br />

todas partes asomaban sus ramas espinosas se hubieran puesto a destilar sus<br />

humores lechosos que alivian al caminante fatigado.<br />

33


Por todo ello los muchachos caminaban con grandes trabajos y apenas podían<br />

seguir a la danta, de tal suerte que sus corazones empezaban a entristecerse y a<br />

desmayar, pensando que al fin podrían ser vencidos por la niebla, por los bejucos<br />

y los espineros, a pesar de los cardosantos y su leche que conforta. El valor iba,<br />

pues, muriendo en sus corazones, pero levantaron sus miradas a lo más alto, más<br />

arriba de las últimas copas de los árboles y de las bandadas de loros, chocoyos,<br />

pericos y catarinitas que cruzaban formando nubes verdes y amarillas llenas de<br />

ruido y bullicio; y con todo el ardor de sus corazones invocaron a los Formadores y<br />

Creadores, y les prometieron no volver al rancho sin haber llegado al volcán, y<br />

aunque tuvieran que caer muertos de fatiga entre los espineros.<br />

Entonces notaron que la niebla empezaba a desgajarse en grandes y pequeños<br />

pedazos y que empezaban a penetrar los primeros rayos del sol. Y notaron que<br />

los pedazos grandes y pequeños de la niebla se juntaban bajo los rayos del sol y<br />

que se formaba con ellos una gran sombra, como un gigante muy grande; y<br />

temiendo que fuera cosa de sus ojos y que los brujos malos de la selva los<br />

estuvieran embrujando, se restregaron los ojos y la frente y las narices con<br />

manojos de las yerbas santas que llevaban en los matates, pues para eso las<br />

llevaban. Cuando sus ojos se sintieron reconfortados y frescos con las yerbas<br />

santas, pudieron notar que no era una ilusiónalo de la sombra, sino que en verdad<br />

un gran gigante era el que se había puesto entre ellos y la danta y la arreaba con<br />

todas sus fuerzas, al par que ellos sentían que bajo los caites les habían nacido<br />

unas como alas y que los dos muchachos estaban siguiendo a la danta con gran<br />

presteza.<br />

Entonces comprendieron que la gran sombra era el mismo Hurakán, pues lo<br />

reconocieron por lo que llevaba detrás de los ojos y sobre la cabeza, sólo que en<br />

vez del manojo de ocote ardiente entre las manos llevaba un manojo de varejones<br />

de chichicaste. Y Hurakán cogía los varejones por la punta en que se dan las<br />

raíces (por lo cual son santas desde entonces las raíces del chichicaste) y con la<br />

34


otra, donde se dan las hojas de chichicaste que pican más que las hormigas que<br />

se esconden en las flores vistosas y dulces, sacudía los lomos de la danta. Al<br />

mismo tiempo los muchachos pudieron ver que dos grandes palmas de corozo de<br />

filudas hojas, se habían convertido en dos alas de gavilán, sobre las cuales<br />

volaban los dos muchachos. Y de esta suerte todos iban volando, la danta, el<br />

gigante y ellos, y era verdad porque alzando la mirada a los más altos árboles<br />

vieron que iban alcanzando y dejando atrás las parejas de guacamayas, que de<br />

dos en dos, hembra y macho, pasaban con gran gritería como una nubecilla de<br />

polvo rojo y amarillo con listas azules. Y entonces sus corazones se desataron en<br />

mudas miradas que se espaciaban más arriba del camino de las guacamayas, que<br />

es la altura donde mora Cabagüil y que no puede alcanzarse con la vista ni aun<br />

con el pensamiento.<br />

Y así siguieron a saber cuánto tiempo, horas y más horas, caminando y<br />

caminando, sin sentir ya cansancio, ni siquiera hambre ni un rasguño de los<br />

charrales. Y en verdad iban tan de prisa, que los dos muchachos parecían<br />

gavilanes cuando persiguen a los zanates. Y la danta trotaba tan de prisa que<br />

parecía un zanate perseguido por los gavilanes. Y por eso ellos, llenos de alegría,<br />

iban gritando: "vuoc, vuoc", que es lo que dicen los gavilanes cuando vuelan y<br />

persiguen a los pájaros. Y así fue que cuando el sol no había dejado de verse aún<br />

del todo sobre los más altos árboles, ya los dos muchachos notaron que iban<br />

subiendo una pendiente empinada, que no podía ser otra que la del volcán,<br />

porque el bosque se iba volviendo cada vez más ralo, a tal punto que al poco rato<br />

ya no quedaban sino los pinos de diez y más brazadas de alto. Y en aquel<br />

momento volvieron los ojos hacia donde caminaba la sombra de Hurakán y ya no<br />

vieron nada, como si todo hubiera sido una ilusión de sus ojos. Y entonces<br />

comprendieron que ya habían llegado al volcán, y además porque la danta daba<br />

grandes resoplidos, haciendo gemir su trompa como un manojo de pitos de los<br />

llamados flores de pito, que es la seña de que la danta está contenta.<br />

35


Nunca ha podido averiguarse si esta alegría de la danta era por verse libre de los<br />

varejonazos de chichicaste de Hurakán, que según se dice, se entierran y queman<br />

como las garras del tigre, o simplemente porque se veía al final de su extraña<br />

aventura. Lo único que se sabe de cierto es que resoplaba abriendo el gran hocico<br />

en donde se le veían los dos dientes, como tenazas de cangrejo y el hocico por<br />

dentro era colorado como zapote maduro, cuando se le bota el sapuyulo.<br />

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CAPÍTULO SEXTO<br />

DE LO QUE LES ACONTECIÓ AL EMPEZAR A SUBIR EL VOLCÁN Y DEL<br />

COMBATE CON LA CULEBRA "MANO DE PIEDRA"<br />

Muy afligidos se pusieron los muchachos cuando vieron que el gigante y la danta<br />

los habían dejado, pues luego la danta, en cuanto se vio al pie del volcán, donde a<br />

veces hay jaguares hambrientos que buscan a los coyotes y a los coches de<br />

monte, se escurrió como una sombra hasta la entrada del bosque. Allí se escondió<br />

bien atrincherada, en un lugar poblado de puntiagudos charrales y cerca de un<br />

pantano que a la mitad se convertía en una verdadera laguneta. Entonces los<br />

muchachos, al verse solos, dirigieron la mirada en torno de ellos, por todas partes,<br />

muy asombrados y con terror, porque en verdad nunca se habían imaginado que<br />

el volcán fuera una cosa como la que veían. Habían contemplado sólo de lejos los<br />

cinco volcanes que Zipacná decía haber hecho en una sola noche, y les habían<br />

parecido enormes montañas sin árboles, que subían al cielo y tenían la forma de<br />

las pirámides de frutas que ellos levantaban para los Constructores. Cuando el sol<br />

calentaba un poco, los volcanes aparecían bajo el cielo como unos altares muy<br />

hermosos que la misma tierra levantaba y que no parecía ser la morada de Vucub<br />

Caquix y sus dos hijos. Pero ahora, estaban al mismo pie del terrible volcán que<br />

era la morada de Vucub Caquix y de su mujer, "la que se toma invisible", y bien<br />

comprendían que ciertamente los volcanes eran la residencia de los malos donde<br />

éstos se atrincheraban y se enorgullecían ante los verdaderos dioses, porque por<br />

todas partes no se veían más que montones de negros peñascos y grandes<br />

piedras que no hubieran podido acarrearlas ni veinte dantas juntas. Y luego se<br />

veían también por todas partes otros montones de piedras más pequeñas, pero<br />

todas chamuscadas por el fuego, y todas llenas de filos como si hubieran sido<br />

cortadas con un horrible pedernal. Y los montones de piedras grandes y pequeñas<br />

rodaban de vez en cuando desde arriba del volcán como si fueran verdaderos ríos<br />

secos que caían con estruendo. Y donde no había de estas piedras, había<br />

montañas enteras de otra piedra negra reluciente y resquebrajada y que es la que<br />

37


hoy llamamos lava, y por todas partes se veían grandes barrancos que no tenían<br />

fin y que bajaban desde la parte del volcán que estaba cubierta de niebla y humo.<br />

Y de esa manera todo el volcán parecía un horroroso monstruo cubierto de negras<br />

cicatrices y heridas, que estuviera deshaciendo con su peso, sus patas y su<br />

trompa a la tierra.<br />

Y a este volcán donde vivía Vucub Caquix no se le veía ahora, como digo, más<br />

que hasta la cintura, porque de la cintura para arriba, que es donde debería estar<br />

el dosel y trono de Vucub Caquix y su mujer, "la que se torna invisible", no se le<br />

veía nada por la niebla y el humo muy espesos; y por eso los muchachos<br />

comprendieron en el acto que aquí abajo de la cintura era donde Vucub Caquix<br />

tenía que venir a pasearse al mediodía, porque sólo allí era donde podía haber un<br />

poco de sol, corno para que creciera y diera sus hojas y frutos el nanzal.<br />

Los dos muchachos, pues, aunque se vieron tan solos, trataron de darse ánimo y<br />

no acobardarse,- y así fue cómo después de verlo todo y meditar un rato sobre el<br />

camino que deberían emprender entre las piedras grandes y pequeñas, como ríos<br />

que se vuelven pantanos de lodo negro, echaron a andar poco a poco, trepando<br />

con gran trabajo y buscando con la vista por todos lados para ver si descubrían<br />

algún jocotal, que era donde la danta les había dicho que encontrarían a la taltuza.<br />

Pero no era cosa fácil descubrir ningún árbol por aquellos lugares, pues los que<br />

había eran puros chiriviscos, hasta que al cabo de un buen rato vieron algo como<br />

jocotal sobre un montón de piedras y que de lejos parecía más bien un viejo<br />

corcovado y que ya no tiene más que huesos.<br />

Este jocotal, pues, no tenía sino unas cuantas ramas, muy flacas y torcidas, y el<br />

tronco, todo encorvado, y las ramas estaban negras de hormigas, que iban y<br />

venían acarreando en la cabeza las últimas hojas que le quedaban al árbol. Pero<br />

podía conocerse todavía que era un jocotal porque las hojas eran las del jocote<br />

que ellos conocían muy bien y porque en las puntas de las ramas colgaban<br />

todavía unos restos de jocotes amarillos, de esos que hoy llamamos de jobo y que<br />

38


sirven para hacer la chicha y el aguardiente, y aunque tan llenos de manchas<br />

que parecían atacados de viruelas.<br />

Se fueron acercando, pues, los muchachos al árbol, no sin gran trabajo, por si<br />

acaso era el jocotal a cuyo pie solía llegar la taltuza. Y en efecto, pudieron notar<br />

que sobre las mugrientas raíces se movía algo, y que lo que se movía era un<br />

montón de raicillas y pedacitos de tallos que una taltuza estaba juntando. Era una<br />

taltuza con sus siete hijos, que estaba muy atareada royendo las raíces del jocotal<br />

y los cogollos tiernos que por milagro aún salían al pie del tronco. Tan atareada<br />

estaba la taltuza en su quehacer que no se percibió de la llegada de los dos<br />

muchachos. Con ligereza verdaderamente pasmosa arrancaba y trituraba con los<br />

dientes y las uñas las raíces y arrojaba al montoncito que habían formado los<br />

fragmentos, y entre tanto, sobre el montón los siete hijos desmenuzaban a su vez<br />

estos fragmentos y ya casi convertidos en polvo se los colocaban dentro de las<br />

pequeñas bolsas que las taltuzas tienen a los lados de los ojos, para llevarse la<br />

comida a su nido, abierto entre la tierra, bajo las piedras, en el silencio y la<br />

obscuridad.<br />

Los muchachos se quedaron muy silenciosos pues en verdad, no sabían cómo<br />

acercársele a la taltuza y sus hijos sin que echaran a correr. Pero estando en esto<br />

se escuchó de repente un como grito, que era a la vez un silbido, y que los<br />

muchachos conocían muy bien. Decía aquel grito: "Chin, Chin..." que sonaba<br />

como cuando dos ramas secas se restriegan una contra otra bajo los furiosos<br />

vientos del volcán. Era la serpiente llamada Mano de Piedra, tan temida del<br />

caminante, fea y con la cabeza como de calabaza aplastada. Es corta y gruesa,<br />

como si fuera la mano de una piedra de moler y su color se confunde con el de las<br />

ramas secas de los árboles y con el del lodo de los caminos. Y ataca a grandes<br />

saltos, por lo que también se la llama Víbora Saltadora. En verdad así se dice: que<br />

ataca a saltos, y apenas se la ve cruzar el aire cuando ataca, de suerte que<br />

cuando la gente o los animales se dan cuenta, ya tienen hasta lo más hondo de<br />

las entrañas el terrible veneno de la cruel Mano de Piedra. Así es de mala esta<br />

39


Serpiente Saltadora, que así también se le llama, y también Chinchintora por el<br />

chinchín que hace sonar con su terrible lengua cuando ataca. Así se dice.<br />

La serpiente, pues, se dirigía despacio sobre la taltuza y sus hijos, sacando tres y<br />

más veces las llamas de su lengua, y se alegraba de antemano de todo lo que iba<br />

a comerse, pues tal vez desde hacía mucho tiempo no comía ni uno ni dos<br />

bocados; y al oír aquel silbido la taltuza, que bien lo conocía, se llenó de espanto y<br />

puso lo más alto que pudo el espinazo hecho un arco. Tan alto puso el espinazo<br />

que ya parecía que nunca más iba a poder volver a bajarlo. Y se le erizaron todos<br />

los pelos como si fuera un puercoespín. En un instante sus siete hijos se habían<br />

acurrucado bajo ella, muertos de terror. La serpiente entonces se quedó mirando<br />

fijamente a la pobre taltuza, con ojos que despedían flechas rojas y la taltuza a su<br />

vez miraba a la serpiente, sin poder huir ni menearse siquiera, como si la hubieran<br />

clavado en el suelo con cien y más espinas de un espeso charral.<br />

La serpiente de cabeza de ayote aplastado silbó una vez más, muy contenta sin<br />

duda de haberse topado aquella mañana con una taltuza de siete hijos, diciendo<br />

con su fea boca: "chin... chin, tora..." Pero antes de que hubiera dicho la-última<br />

palabra uno de los muchachos, el que saltaba como jaguar, dando un tremendo<br />

salto, cayó como cae un rayo sobre la serpiente, antes de que ésta saltara sobre<br />

la taltuza y la cogió por el cuello con ambas manos y con gran fuerza, como si<br />

quisiera ahogarla, y así, ahogándola, la levantó en alto. La horrible culebra abría<br />

tremendamente la boca y sacaba la lengua, agitándose con furia y<br />

desesperadamente entre las manos del muchacho. Pero así que éste la vio<br />

dominada, la sujetó ya solamente con una mano y con la otra sacó prestamente<br />

del matate que llevaba colgando un puño de hojas de tabaco y se las restregó a la<br />

serpiente por toda la boca y la cabezota. En el acto la Manó de Piedra cerró los<br />

ojos y se quedó como muerta, y entonces el muchacho le amarró la boca con una<br />

larga tira de palo de pita, que también llevaba en el matate, y se la colgó del<br />

cinturón.<br />

40


La taltuza, con los ojos muy abiertos, que ya parecía que iban a reventarle dentro<br />

de las cuencas, había seguido toda aquella espantable lucha sin decir palabra, y<br />

con el corazón que se le saltaba del pecho. Entonces se le acercó el muchacho<br />

con la serpiente enrollada en la pierna, y le dijo:<br />

—Taltucita, en nombre de Hurakán, que puede más que la serpiente y la<br />

comadreja juntas: ¿quieres llevarnos hasta el nanzal donde come nances el gran<br />

señor de este volcán?<br />

Sin decir palabra, aunque todavía temblando y castañeteándole los filudos dientes,<br />

la taltuza con sus siete hijos se puso rápidamente en marcha volcán arriba, por<br />

entre las piedras grandes y pequeñas.<br />

Nunca se ha podido averiguar cómo los muchachos pudieron seguirla, pues la<br />

taltuza se escurría sobre las piedras y bajo de ellas con una rapidez asombrosa,<br />

como si la estuvieran persiguiendo tres y más Manos de Piedra; pero la verdad es<br />

que los dos muchachos, contentísimos de haberse topado con la serpiente, pues<br />

ello trae buena suerte al fin y al cabo, seguían con la misma prisa a la taltuza, sin<br />

que jamás ésta se les perdiera de vista. No parecía sino que las piedras grandes y<br />

pequeñas se apartaran a su paso y que bajo sus pies se fuera formando una<br />

vereda que se moviera y los llevara por sí sola, tal iban de ligero; y por eso los<br />

muchachos estaban pensando que el propio Gugumatz, que es la serpiente<br />

cubierta con plumas de quetzal, les había enviado una hebra de sus plumas para<br />

que la dura vereda se convirtiera en verdadera alfombra de reluciente y oloroso<br />

pino, que iba serpenteando hacia la cima del volcán.<br />

¡Así caminaron y caminaron a saber cuánto! No se escuchaba alrededor de los<br />

muchachos ningún ruido, como si fueran caminando en el vacío y subiendo a las<br />

estrellas. Sólo de vez en cuando el aire, rompiéndose entre las piedras y<br />

barrancos, como los labriegos les habían dicho que lo hacía el mar, que quedaba<br />

muy lejos, estallaba en ásperos gritos y alaridos que parecían lanzados desde los<br />

41


cuatro ángulos, del cuadrilátero que sostiene la bóveda del firmamento. Otras<br />

veces se oía el ruido de una gran piedra que se derrumbaba desde muy alto, a<br />

saber desde dónde, y que venía saltando y saltando sobre los abismos hasta que<br />

por fin desaparecía en la obscuridad con un ruido apagado como cuando se apaga<br />

de repente con agua un brasero. Y de la cintura del volcán para arriba, toda<br />

cubierta de nieblas, sólo una que otra vez se veía brotar un montón de chispas y<br />

llamas, como si alguno estuviera soplando sobre las llamas de un fogón tras de la<br />

niebla.<br />

De repente la taltuza dio un cortante gruñido, que era la señal convenida, y<br />

desapareció bajo un matorral, más ligera que una gota de agua tragada por la<br />

arena, con sus siete hijos. En el acto se comenzó a sentir una estridencia de<br />

ásperos ruidos, y que se redoblaban los tambores de las piedras al caer las<br />

chispas y las llamas. El aire se llenó de un color como azul y rojo, amarillo, como<br />

si realmente Gugumatz se hubiera sentado a moler en una piedra de moler una<br />

pluma de guacamaya y se entretuviera en esparcir el polvo a los cuatro vientos.<br />

Luego empezaron a escucharse nuevos y temerosos ruidos, como si se estuvieran<br />

precipitando en el barranco una por una todas las piedras grandes y pequeñas de<br />

las cuestas. Los dos muchachos, sumamente azorados, saltaron sobre unas<br />

piedras y se agazaparon todo lo más que pudieron tras una muy grande, después<br />

de ponerse las máscaras de venado, y de esa suerte sólo quedaron sobre la<br />

piedra las astas del venado, que en realidad parecían las ramas secas de un<br />

chirivisco.<br />

Con el corazón que se les salía del pecho, los dos muchachos se asomaron sobre<br />

la piedra con mucho cuidado al oír aquel extraño ruido que iba acercándose,<br />

comprendiendo qué debía ser el monstruo el que se acercaba. Frente a la piedra<br />

donde se habían escondido, a unas cuantas brazadas, había un tapal, que así se<br />

llamaba entonces el árbol que hoy llamamos de nance. Y era cosa de milagro que<br />

se diera aquel árbol en medio del volcán y entre tanta piedra, porque en verdad,<br />

relucían las hojas del árbol, que eran muy abundantes, como si estuvieran<br />

42


egadas con agua de los manantiales donde hay tortuguitas de cabeza colorada, y<br />

las ramas estaban llenas de nances que relucían como pepitas de oro. Y en el<br />

color de la manchita azulada que tienen en la punta de los nances, como gotita de<br />

sangre de niño, conocieron los dos muchachos que estaban llenos de miel, y<br />

además porque su perfume llegaba hasta lo más adentro de sus corazones.<br />

43


CAPITULO SÉPTIMO<br />

DE COMO CONOCIERON AL MONSTRUO DEL VOLCÁN Y DE LA BENDICIÓN<br />

QUE LE ECHARON A LA TALTUZA<br />

El aire se iba poniendo cada vez más y más como una espesa hoguera roja, azul y<br />

amarilla, tal como si las llamas hubieran sido hechas con plumas de guacamaya, y<br />

ya se oía el andar del monstruo, moviéndose pesadamente, con un ruido como si<br />

estuviera arrastrando entre los pies grandes redes de tusas de maíz que se le<br />

trabaran entre los enormes caites. De repente, por entre dos enormes piedras,<br />

apareció el Malo del Volcán, que venía como andan las guacamayas de patas<br />

enanas cuando tienen hambre y quieren andar de prisa. Casi venía arrastrando la<br />

barriga contra el suelo, como las guacamayas; y las manos eran también enanas,<br />

tan gruesas y chatas que apenas se adivinaba dónde quedaban, y de garras<br />

puntiagudas. No se le veía bien la cara sino solamente los ojos, que le<br />

relumbraban porque eran hechos de esmeraldas y no tenían pestañas ni cejas.<br />

Pero en cambio se le veía bien la nariz enorme y encorvada como la de las<br />

guacamayas y llena de verrugas. Pero en verdad, la nariz era de bruñida plata, y<br />

debajo de ella aparecía una pequeña boca con unos dientes largos y filudos que<br />

estaban hechos como de diamantes. Luego traía la cabeza y los brazos y el<br />

cuerpo adornados con grandes plumas de guacamaya y todos estos adornos y el<br />

aire que lo rodeaba le formaban alrededor una como cola de los pavos de la<br />

montaña, cuando la extienden al sol, toda llena de esmeraldas, jadeítas,<br />

chalchigüites y piedras preciosas de todas clases.<br />

El monstruo venía hablando solo, como le acontecía cada vez que llegaba a los<br />

lugares un poco soleados del volcán. —Yo Sol, yo Luna, yo Estrella de la Mañana.<br />

Esto era lo que venía diciendo y lo que en verdad decía siempre, porque en efecto<br />

se creía al mismo tiempo sol, luna y estrella de la mañana, que entonces todavía<br />

no brillaban bien y estaban como enturbiados. El monstruo creía, pues, que sus<br />

riquezas y sus piedras preciosas eran la claridad misma.<br />

44


Se detuvo frente al árbol del nance, mientras los dos muchachos, transidos de<br />

.asombro y temor, apenas respiraban, bien agazapados tras su piedra. Y una vez<br />

frente al tapal, como quien se dirige con la palabra a los abismos, prosiguió el<br />

monstruo:<br />

—La tierra vuelve a llenarse de hombres, y yo les señalaré el camino que deben<br />

seguir, como a los otros. Así es la verdad, ¡oh Sol, oh Luna, oh Estrella de la<br />

Mañana! ¡Yo les daré a los hombres mis ojos que son esmeraldas, mis dientes<br />

más blancos que la Estrella de la Mañana, y mi nariz de plata. Yo, que veo todo lo<br />

que está adelante de mi propia faz, más allá de la tierra, y más allá del cielo!<br />

Y así diciendo, con una ligereza que nadie hubiera podido imaginarse en<br />

semejante monstruo, con los ganchos de los pies y las manos y con la nariz, como<br />

una verdadera guacamaya, se subió en un instante al tapal y se sentó a comer<br />

nances sobre las ramas más altas. Los arrancaba a grandes racimos, con las<br />

garras de las manos y. se los metía a la boca a puñados, por entre los dientes,<br />

que eran de diamantes, de los que se encuentran en los pedernales a la orilla de<br />

los ríos. Se los comía de un bocado y no desperdiciaba ni los huesos de los<br />

nances, que son más duros que la piedra de moler, pues se oía que los trituraba<br />

con los dientes, con un ruido que parecía el que hace la mano de moler sobre- la<br />

misma piedra.<br />

Comía, pues, como verdadero hambriento, saboreándose una y muchas veces, y<br />

cuando los nances no estaban bien maduros los arrojaba al suelo con cólera y de<br />

cada dentellada hacía estremecer el árbol en que estaba sentado. Realmente el<br />

Malo no era en aquel instante sino un siete veces guacamayo suspendido de las<br />

ramas y con el cuerpo y la cabeza para abajo, como hacen los guacamayos, pues<br />

muchas veces, en verdad, el monstruo se ponía de esa manera para arrancar con<br />

los dientes mismos los racimos de las lejanas ramas de abajo. Y cuando tragaba<br />

no se le veía sino la corva nariz que relucía y bajo la cual habían desaparecido los<br />

nances como lluvia de granizos de oro de los que se ven cruzar el cielo en ciertas<br />

45


noches. En el transcurso de unos pocos momentos el tapal quedó enteramente sin<br />

frutas.<br />

Así que acabó de comer el monstruo, muy contento, dirigió sus ojos menudos, que<br />

en realidad no veían más allá de su nariz, redondos y de un brillo que daba miedo<br />

como si de veras miraran, en torno suyo sobre los abismos, sobre las montañas<br />

grandes y pequeñas, que se amontonaban a sus pies como cangrejos, sobre la<br />

selva que se veía en la distancia y aun sobre los más lejanos campos, de la<br />

milpería de los hombres. Y lo miraba todo con su mirada turbia, como quien se<br />

siente dueño y cien veces abuelo de todo. Después de lo cual bajó del árbol con la<br />

misma ligereza con que había trepado y emprendió el camino de regreso en busca<br />

de su trono, en la cima del volcán, donde lo esperaba "la que se toma invisible",<br />

que era su mujer. Y después de comer los nances se sentía tan satisfecho que<br />

trepaba con gran facilidad por entre las piedras, como si en verdad fuera<br />

caminando como lo hacen los dioses, sobre una alfombra de oloroso pino.<br />

El par de muchachos, desde el peñasco donde se escondían, no habían perdido ni<br />

una sola palabra, ni dos, ni tres de sus gestos, y así que lo vieron partir, con el<br />

mismo ruido con que había venido, el mismo derrumbarse de las piedras y los<br />

mismos resplandores de chispas y llamas rojas, amarillas y azules, salieron de<br />

detrás de la piedra donde se habían ocultado y con los corazones muy afligidos.<br />

—¿Lo viste? —se preguntaron—. Es enorme y más duro que las más grandes<br />

piedras. ¿Cómo podrán vencerlo dos pobres muchachos?<br />

Y con esta triste reflexión enroscada en sus corazones, se dispusieron a<br />

emprender el camino de regreso. Un pequeño gruñido, que ya les era familiar,<br />

pues era el de la taltuza; les advirtió que ella estaba" de nuevo allí, cerca y<br />

dispuesta a conducirlos al pie del volcán. Sobre una piedra, siempre rodeada de<br />

sus siete hijos, y no muy lejos de un matorral donde, en caso de apuro, podrían<br />

zambullirse de nuevo, la taltuza lanzaba a los muchachos sus grañiditos, como si<br />

hubiera querido acariciarlos con ellos, mientras que con los ojos no perdían de<br />

46


vista los leves movimientos de la Mano de Piedra, que continuaba enrollada en la<br />

pierna del muchacho que la había cogido y sin dar señales de vida como no fuera<br />

por alguno que otro estremecimiento de su lodosa piel.<br />

—Pero hay que destruirlo —repuso luego uno dé los muchachos, emprendiendo el<br />

camino de regreso—. Se cree más que los Constructores y que engañará a los<br />

hombres nuevos que son hechos de maíz y no de zibaque. Se cree más que el<br />

Sol y la Luna, y todo por su plata y sus riquezas, sus piedras preciosas y sus<br />

chalchigüites. ¿Acaso, pues, es todo esto un motivo de gloria? Mientras este<br />

monstruo viva, la luz del Sol y de la Luna y de la Estrella de la Mañana, que son la<br />

verdadera luz, estará turbia.<br />

—Pero, ¿qué hemos de hacer para acabar con él y con sus dos hijos, que son<br />

todavía más fuertes que él, según lo aseguran los viejos? Nuestras cerbatanas tal<br />

vez no lograrán romper las jadeítas si le damos en el cuerpo, ni los diamantes de<br />

sus dientes ni las esmeraldas de sus ojos.<br />

La taltuza adelante con sus siete hijos y los dos muchachos atrás, fueron<br />

caminando hacia abajo, y en verdad que el valor iba muriendo en sus corazones<br />

con tan tristes pensamientos, cuando de pronto brotó de un barranco sin fondo, el<br />

canto de un pájaro. Era el guardabarranca, que tal vez desde una rama<br />

suspendida sobre los abismos, lanzaba las notas que tiene en su flauta y que<br />

realmente dicen cosas grandes. Y el canto del guardabarranca decía, en verdad,<br />

que ni las sombras ni los barrancos deben doblegar el corazón del caminante<br />

fatigado. Y cuando los dos muchachos oyeron lo que decía el guardabarranca,<br />

que pronuncia sus voces claramente y elevándolas poco a poco desde el fondo<br />

del barranco hasta lo más alto del firmamento, los dos muchachos esparcieron la<br />

amargura de sus corazones y elevando sus miradas más allá del volcán y la selva,<br />

alabaron a Cabagüil, que todo lo abarca, a Hurakán, ordenador de la vida, y a los<br />

Constructores y a los Formadores, que pueden más que el volcán y la selva. Y<br />

luego, con las cabezas muy inclinadas y humilladas hicieron tres reverencias al<br />

47


lugar en donde había cantado el guardabarranca, porque nadie sabe el lugar<br />

donde ha cantado, ni ve la rama ni la piedra donde ha cantado. Porque en verdad,<br />

este pajarito de plumas de color de piedra, dice sus mensajes al caminante sin<br />

que éste pueda verlo. Y entonces los muchachos sintieron reanimados sus<br />

corazones, como si hubieran bebido dos y más sorbos del agua clara de las altas<br />

montañas, que es donde la beben los dioses. Y fue entonces cuando, llenos de<br />

valor, volvieron los ojos y las miradas al camino por donde se había ido el<br />

monstruo. Y ya no sintieron miedo, aunque todavía se escuchaban los ruidos cada<br />

vez más lejanos que hacía Vucub Caquix al andar.<br />

Y continuaron bajando, diciéndose: —¡No, no, no podrá más que nosotros! El cree<br />

que su mirada lo abarca todo y apenas puede ver más allá de su pico. ¿Acaso nos<br />

ha visto a nosotros tras la piedra? Sólo Cabagüil lo abarca todo.<br />

Muy reconfortados con estos nuevos pensamientos, que la música del<br />

guardabarranca había puesto en sus corazones, como se asienta la arena en el<br />

fondo del río que ha sido antes sacudido por las tempestades, los muchachos<br />

siguieron más de prisa bajando, hasta que llegaron al pie del jocotal mismo donde<br />

habían hallado a la taltuza y se había librado el combate con la Víbora Saltadora.<br />

Entonces le dijeron a la taltuza:<br />

—Quédate comiendo tus raíces y espéranos mañana a la hora en que el volcán<br />

empieza a recibir la luz del día—. Y luego, poniendo los rostros aún más serios,<br />

añadieron:<br />

—Hurakán, que puede más que las víboras y las comadrejas, te pagará el favor<br />

que nos has hecho. En adelante no pondrás tus nidos bajo los matorrales, sino<br />

bajo la tierra y de esa suerte tus hijos y los hijos de tus hijos se defenderán mejor<br />

de los gavilanes, las comadrejas y las víboras.<br />

48


Y así diciendo siguieron su camino, en busca de la danta. Nunca se ha podido<br />

averiguar si la taltuza entendió bien lo que le dijeron los muchachos: pero la<br />

verdad es que, desde entonces, la taltuza hace sus nidos muy hondos y camina<br />

por largas galerías bajo la tierra cuando va a buscar su comida. Y otra cosa cierta<br />

es también que desde entonces escarban y abren las tierras que nunca han sido<br />

sembradas, volteándolas con las uñas y los dientes, que son tan filudos como las<br />

más delgadas agujas de pedernal con que la gente antigua se sangraba las venas.<br />

49


CAPITULO OCTAVO<br />

DE COMO SE EJERCITARON LOS MUCHACHOS PARA EL COMBATE CON<br />

EL MONSTRUO<br />

Al pie del guatal y cerca de la laguneta donde se había quedado, la danta dormía<br />

recostada en un tronco muy grueso. Pero parece que aunque se halle en lugar<br />

seguro, la danta tiene sueños intranquilos, porque a menudo hace sonar<br />

quedamente su trompeta como si quisiera lanzar a los cuatro vientos sus penas.<br />

Soñaba, pues, que se hallaba a la orilla de una laguna muy grande, donde ella, a<br />

pesar de que tiene los pies hendidos, podía ir de una parte a otra nadando, como<br />

si fuera un pez. Si se asomaba el jaguar o el puma o la manada de terribles<br />

coches de monte ella no tenía más que echarse a nadar, y si el jaguar, mostrando<br />

sus dientes y dando rugidos, se echaba a nadar también, la danta se zambullía<br />

hasta el fondo de la laguna y allí empezaba a caminar y a trotar con la misma<br />

facilidad que si estuviera en la selva. Y el jaguar quedaba burlado, y ella, saliendo<br />

por la otra orilla de la laguna, se metía en las sombras de la selva... Pero de<br />

pronto, sin saber ella cómo, su sueño se convirtió en una cosa horrible, pues la<br />

danta se halló de nuevo en su primera infancia, en una tarde llena de jaguares y<br />

serpientes del aire que hacían temblar toda la selva. De repente, su madre que<br />

estaba a su lado y la lamía con la lengua, había lanzado el grito terrible de la<br />

selva, Kak, Kak, que es cuando el jaguar de ojos y uñas de fuego, envuelto en roja<br />

llama, cae sobre las dantas...<br />

En esto estaba el sueño de la danta cuando llegaron los dos muchachos, y como<br />

al verla le gritaron Tzimin, Tzimin, la danta llevó un gran susto, pues creyó que<br />

era verdad lo que estaba viendo en sueños, y creyó que le gritaban Kak, Kak... Se<br />

despertó, pues, con espanto, haciendo temblar y crujir el árbol en que estaba<br />

recostada. Y se asustó tanto que se puso a sonar dos y tres veces la trompetita<br />

quejumbrosa que tiene dentro del pescuezo, y que a veces pasa de resoplido y<br />

llega hasta sonar como dos y más flores de pito, de esas que los muchachos se<br />

50


ponen en la boca y las hacen sonar soplándolas con fuerza como si fueran una<br />

trompeta.<br />

Los gemelos, que ya tenían mucha hambre, sacaron de los matates de vivos<br />

colores y muy bien tejidos, sus tortillas y su bastimento y se pusieron a comer, y<br />

mientras comían le explicaron a la danta que se iban a quedar a dormir en la selva<br />

para repetir una y más veces la excursión al nanzal y seguir observando lo más de<br />

cerca posible al monstruo hasta saber en qué parte del cuerpo debían dispararle<br />

con las cerbatanas. Porque eso sí, estaban los muchachos conformes en que<br />

debían atacarlo a cerbatanazos, pero no sabían en qué parte del cuerpo debían<br />

asestarle los terribles bodocazos. Además, una y cientos de noches pasadas en la<br />

selva no eran cosa nueva para los dos muchachos, porque en verdad durante un<br />

año entero lo habían hecho, cuando se pasaron toda una vuelta completa del sol<br />

cazando jaguares y coches de monte.<br />

Y en verdad que a la danta no ha de haberle parecido discreto aquel proyecto,<br />

pues ella no llegaba a comprender cómo los dos muchachos preferían pasar las<br />

noches en la selva, en vez de dormir entre las calientes paredes de su rancho,<br />

hasta donde nunca se atrevían los jaguares. Pero no replicó nada, pues ya se<br />

había acostumbrado a obedecer cuanto le ordenaban los muchachos, por más<br />

que a su juicio fueran cosas sin sentido común. Realmente, en la cabeza de la<br />

danta no cabía la idea aquella de preferir pasar una noche en la selva, llena de<br />

víboras y jaguares. Pero se limitó a dar unos cuantos resoplidos, que era la señal<br />

de su obediencia, aunque el verdadero significado de ellos nadie hubiera sido<br />

capaz de descifrarlo en los cuatro ángulos de la tierra.<br />

Durante el resto de la, tarde, ya casi a, oscuras, buscaron el sitio mejor para pasar<br />

la noche, hasta que al fin dieron con una ceiba muy corpulenta, porque ni cuatro ni<br />

seis hombres que se hubieran cogido de las manos hubieran podido abrazarla.<br />

Además, alrededor de ella no había árboles grandes ni pequeños en un espacio<br />

de cíen y más brazadas, pues en verdad aun los árboles grandes y pequeños<br />

51


dejan crecer a las ceibas todo lo que ellas quieran y extender a su gusto sus<br />

ramas y su sombra. En seguida fueron a cortar leña para preparar un fogarón, de<br />

esos que ellos sabían hacer de modo que ardiera toda la noche, lo cual es un<br />

secreto que sólo saben los caminantes de corazón fuerte, los que andan de noche<br />

por la selva. Y a uno de los muchachos se le ocurrió entonces la idea de que por<br />

la noche podrían añadir algo más a su comida de tortillas, y almendras de cacao y<br />

chile, porque en verdad ellos sabían que por aquellos lugares crecían y<br />

abundaban muchas y sabrosas raíces y flores. Y no les fue difícil encontrar<br />

algunas de las más aromáticas y sabrosas, porque no tuvieron sino seguir las<br />

huellas de los tepescuintes y los ixtapac, que son unos animales más pequeños<br />

que los perros y que se alimentan de las yerbas más finas y deliciosas. Hay que<br />

advertir que en aquellos tiempos ni los tepescuintes ni los ixtapac les tenían miedo<br />

a los hombres, pues éstos no los perseguían ni los mataban para comer su carne,<br />

que se asegura que es tan buena; y por eso aquella tarde, en cuanto los<br />

muchachos se sentaron a descansar sobre las raíces mismas de la ceiba, que<br />

brotaban y se extendían sobre la tierra durante brazadas y brazadas, pronto se<br />

vieron rodeados de tepescuintes, que son del tamaño de los perros mudos, y de<br />

los ixtapac, que son aún más pequeños que los gatos de monte.<br />

Con la ayuda de esos animales, pues, descubrieron diversas plantas buenas para<br />

comer. Y así fue como encontraron chipilincillos muy abundantes en florecitas<br />

amarillas que parecen grillos y de hojas menudas y deliciosas que dan sueño<br />

cuando se comen. En verdad, es comida de los dioses, pues cuando se ponen a<br />

cocer su aroma llega hasta lo más alto. Encontraron también la flor de una<br />

palmera, no muy alta, y que hoy llamamos pacaya, de hojas sagradas con que se<br />

adornan los altares, y que da unos frutos muy tiernos y un poco amargos pero muy<br />

sabrosos que salen de entre una vaina verde. Y como si la danta hubiera sentido<br />

su amor propio mortificado por la mucha diligencia que en el hallazgo de estas<br />

comidas del monte habían desplegado los tepescuintes y los ixtapac, a los que<br />

ella miraba muy por encima del hombro, no quiso ser menos, y dando unos<br />

sonoros resoplidos cuyo significado conocían muy bien los muchachos, los<br />

52


condujo a una como colina que estaba llena de ízotales. Y en verdad que era una<br />

gloria ver a los izotales de tallos esbeltos y anillados, como guerreros coronados<br />

de hojas largas y puntiagudas que eran verdaderas espadas. Y en medio de estas<br />

espadas brotaban los ramilletes de sus flores más blancas y relucientes que la<br />

carne de la guanábana. Y éstas son las que se comen y son, en verdad, una<br />

comida que es grata también, y aún más que las otras, al corazón de los<br />

Constructores y los Formadores mismos.<br />

Y ya cuando la comida estaba toda preparada, el muchacho que daba los grandes<br />

saltos, saltó de pronto para seguir el vuelo de una abeja, de esas que tienen<br />

anillos de oro en el cuerpo y que se llaman Rax Cab, porque hacen miel con el<br />

rocío de las flores, y la fue siguiendo a grandes saltos entre los espineros, hasta<br />

que la abeja llegó y entró al abejero, que son unas grandes bolsas que cuelgan de<br />

árboles corpulentos. Y entonces el muchacho, con gran destreza, pudo recoger<br />

entre las manos mucha miel dorada, que olía lo mismo que la flor de Suquinay y<br />

aún más. Y así comieron y gozaron los dos muchachos todo lo que quisieron de<br />

ella, después de la comida.<br />

Cuando las sombras de la tarde se entraron del todo en la selva, los muchachos<br />

alcanzaron sus matates y sacaron de ellos sus flautas y se pusieron a tocarlas,<br />

mientras la llama de la fogata se iba extendiendo con gran fuerza alrededor de la<br />

ceiba, para ahuyentar a las víboras y también a los brujos malos. Después, los dos<br />

muchachos se pusieron a dormir, oyendo la otra música. Y a decir verdad esta no<br />

era la música de las estrellas de que los muchachos tanto gustaban en las noches<br />

tranquilas, porque no se veía ni una estrella; pero era la música de los miles y<br />

miles de insectos que también deben tener alma, porque por las noches hablan<br />

bajo la selva y dicen sus cosas a los Constructores, a su manera. Así se asegura.<br />

Y además, durante un buen rato se oyó también la música de la danta, que<br />

rezongaba, recostada sobre la misma ceiba, y parecía segura y contenta como<br />

una reina. Y las últimas palabras de ellos antes de dormirse fueron éstas:<br />

—Calozuchil, dijo el muchacho que disparaba mejor con la cerbatana.<br />

53


—Cacaonanzi, dijo el muchacho de los grandes saltos. Y dijeron así porque era<br />

con esos nombres con los que los dos muchachos invocaban a su madre por la<br />

noche al dormirse.<br />

54


CAPITULO NOVENO<br />

DE COMO LOS MUCHACHOS DESCUBRIERON EL SECRETO<br />

DEL MONSTRUO<br />

Contemos, pues, que uno de los muchachos llamaba a su madre, cuando quería<br />

invocarla, Calozuchil, que es un árbol muy vistoso, de ordenadas hojas, siempre<br />

verdes y relucientes y que tienen la forma de un corazón y manan una leche<br />

milagrosa para curar muchos sufrimientos. Y en verdad que es una gloria ver a<br />

este Calozuchil con sus hojas de corazón que se cubren de florecitas de la más<br />

grata fragancia, encarnadas unas veces, amarillas otras, blancas y también de<br />

estos colores combinados. En verdad es un árbol que esparce armonía y ma-<br />

jestad.<br />

El otro muchacho llamaba a su madre, ya lo hemos dicho, Cacaonanzi, que es el<br />

árbol fuerte que presta sombra y calor al del cacao, al dador de la bebida más<br />

grata a los dioses y que sólo se bebe en las jicaras del árbol del morro, dos y<br />

más veces sagrado. El Cacaonanzi, pues, es el madre-cacao, y en verdad posee<br />

gran poder y sabiduría, porque cuando el sol se acerca a la tierra, se cubre de<br />

frondosas ramas para que el cacao de la dulce bebida abunde no sólo para los<br />

dioses sino también para los hombres. Y cuando el sol anda lejos y sólo hay<br />

grandes lluvias sobre la tierra, él se arranca las hojas para que el buen cacao,<br />

como se hace con los más tiernos niños, beba hasta los más pequeños rayos del<br />

sol que ya' está tan lejos. Y así es como el cacao triunfa de la muerte por mandato<br />

de los Constructores y de los Forma-dores. ¡Y todo por el Cacaonanzi!<br />

Y cuando la madre de los dos muchachos, en verdad, iba a verlos al monte, lo que<br />

no sucedía sino de tiempo en tiempo, pues a la abuela no le gustaba que la madre<br />

los viera porque podría contarles las grandes cosas y misterios que rodearon su<br />

nacimiento y destino, que deberían permanecer ocultos, la madre los abrazaba<br />

derramando abundantes lágrimas y los llamaba a los dos, por igual, sus chumil. Y<br />

55


con ello les quería decir muchas cosas, grandes cosas, algunas de ellas ocultas y<br />

cuyo secreto sólo la madre entendía, pues en realidad lo que quería decirles es<br />

que ellos eran como la estrella de la mañana, y tal vez también que eran la flor<br />

fuerte, color de las estrellas, de donde sale el fruto oloroso de la vainilla, el cual<br />

perfuma el corazón de los mismos dioses y da tan grandes fuerzas al madre-<br />

cacao. Y además quería decirles que los tiernos bejucos de la vainilla no se<br />

siembran en la tierra sino sobre el tronco mismo de la madre-cacao, y sin<br />

embargo, cuando crecen, se pegan al tronco y se trenzan a la madre-cacao en tal<br />

forma que no hay quien pueda separarlos. Pero si todo esto era lo que pensaba la<br />

madre cuando los llamaba sus chumil, lo guardaba en lo más apretado de su<br />

corazón, pues este pensamiento no podía asomarse a sus labios, porque hubiera<br />

sido aludir al nacimiento de los dos muchachos y al secreto de su venida al mundo<br />

y de sus pasos futuros sobre la tierra.<br />

Bastará, pues, con que digamos que muy temprano, a la mañana siguiente, los<br />

muchachos emprendieron de nuevo el camino del volcán, habiendo encontrado en<br />

el jocotal a la taltuza, que ya se había vuelto su gran amiga, y mucho más ahora<br />

cuando notó que del cinturón de los muchachos ya no colgaba la Víbora<br />

Saltadora. Maravillados se quedaron los muchachos al ver que el tapal estaba otra<br />

vez lleno de nances, como si la noche anterior hubiera caído sobre él una tupida<br />

lluvia de granizos de estrella y se hubieran quedado los granizos prendidos de las<br />

ramas. Y como faltaba mucho tiempo para que llegara el monstruo, pues la luz del<br />

sol apenas comenzaba a extenderse sobre la mitad del volcán, se subieron al<br />

árbol y comieron también de los frutos del tapal. En verdad era tan suave y<br />

perfumada esta fruta que les parecía que no habían probado otra igual antes en su<br />

vida. Y después que comieron con gran temor, acechando la venida del monstruo,<br />

se sentaron tras su piedra, y con toda calma esperaron.<br />

Esta visita al tapal se repitió una y más mañanas; hasta cinco y tal vez siete. Y no<br />

cesaron de visitarlo hasta que una vez el monstruo, hallándose encaramado en el<br />

56


árbol, se puso a decir cosas que nunca había proferido y que a los muchachos les<br />

llenaron de mucho más alegría que los nances del tapal.<br />

Sucedió, pues, que estando encaramado el monstruo, como de costumbre, entre<br />

las más altas ramas, se le trabó el hueso de un nance entre los dientes, teniendo<br />

que emplear no poco esfuerzo para destrabárselo con las uñas de las manos feas<br />

y -enanas, y engulléndoselo después de mascarlo. Y en verdad fue entonces,<br />

cuando de una manera muy reposada, como si hubiera-sido un hombre prudente,<br />

comenzó a hablar de sus dientes. Sus dientes, en verdad, habían sido hechos con<br />

los diamantes que hay dentro de los pedernales más hondos de los ríos, y por eso<br />

podían partir con tanta rapidez las pepitas de los nances. Su comida, pues, era de<br />

oro, de puro oro, hecho por él mismo sólo para sus dientes, con el oro de los<br />

nances. Y luego se los tocaba y decía con miradas de orgullo que hubieran<br />

querido abarcarlo todo sobre la faz de la tierra: —¡Oh, mis dientes, que son el<br />

secreto de mi poder y grandeza: sin estos dientes, que relucen más que el Sol y la<br />

Luna y la Estrella de la Mañana juntos, yo no sería sino un hombre de palo, de los<br />

que se ahogaron en el diluvio de resina, mordidos por sus perros, molidos por sus<br />

piedras de moler, devorados por los cuatro pájaros del volcán!<br />

Y luego decía que en verdad sus jadeítas, sus esmeraldas y sus chalchigüites<br />

contribuían a que fuera el gran señor del día; pero que por las noches, cuando las<br />

sombras se derrumbaban sobre el volcán y Chimalmat, "la que se torna invisible",<br />

empezaba a echar las bocaradas de humo de su tabaco sobre los cuatro ángulos<br />

del firmamento, sólo sus dientes brillaban en la oscuridad y alumbraban la tierra y<br />

el cielo. Y terminaba con una voz de guacamaya que se iba retumbando por los<br />

cuatro costados del volcán: — ¡Más que el Sol, más que la Luna, más que la<br />

Estrella de la Mañana!<br />

Los muchachos, que nunca dejaban perder ni una sola voz ni un solo eco de todo<br />

lo que decía el Malo del Volcán, desde la piedra donde se guarecían acurrucados<br />

y sin moverse, que ya parecían sapos, apenas pudieron disimular la alegría de sus<br />

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corazones cuando le oyeron decir todo aquello y que el secreto de su poder y su<br />

fuerza estaba en sus dientes. Pero no desbordaron la alegría sobre sus labios,<br />

sino sólo sobre sus miradas, y con ellas se lo dijeron todo.<br />

Así fue cómo los días que siguieron se los pasaron en la selva, comiendo la<br />

blanca y sabrosa flor de izote, los olorosos chipilincillos y las muchas raíces de<br />

árboles grandes y pequeños, mezclados con la miel de las incansables abejas, y<br />

madurando lentamente lo que tenían en la cabeza, como se maduran en los<br />

árboles los zapotes y las anonas y los pataxtes. Le dispararían uno y dos y tres<br />

cerbatanazos al monstruo si era necesario, sobre la boca y entre los dientes,<br />

cuando estuviera encaramado en el árbol comiéndose los racimos de nances. Así<br />

por lo menos le romperían los dientes y se acabaría su fuerza y moriría de tristeza.<br />

Entonces los muchachos se dedicaron a ensayar con sus diversas cerbatanas de<br />

todos tamaños los mejores y más certeros tiros. Disparaban a corta distancia<br />

sobre los troncos viejos, sobre los troncos nuevos, y lograban traspasar de parte a<br />

parte, una y muchas veces, los más corpulentos, al cabo de uno, dos y tres<br />

cerbatanazos. Hacían bodoques con los barros más duros y todavía les ponían<br />

unto de coche de monte para que les resultaran aún más fuertes. Y se divertían<br />

tanto que cuando disparaban de una manera o de otra ellos se bautizaban a sí<br />

mismos con los nombres de los siete volcanes, los grandes tiradores con<br />

cerbatana. —Ahora va el alto Pecul, decía uno al disparar la cerbatana. —Pues<br />

ahora va el viejo Macamob, que ya sólo babea, decía el otro. Pero su<br />

cerbatanazos eran certeros y terribles, ya fueran de Pecul o de Macamob. Y los<br />

dos muchachos, al decir todo esto, dejaban soltar por entre los abiertos labios y la<br />

boca montones de risa alegre, como grandes serpientes voladoras que en las alas<br />

tuvieran los cascabeles de la culebra cascabel. Y en su entusiasmo llegaron una<br />

vez hasta dispararle, siempre solamente como ensayo, a la pobre danta, que<br />

andaba descuidada royendo unas raíces, y al tercer bodocazo el fiel animal rodó<br />

por los suelos, patas arriba. Y aunque los muchachos acudieron luego a<br />

levantarla, haciéndole largas caricias y pasándole dos y más veces las manos<br />

sobre el lugar donde le habían asestado el bodocazo, lo cierto es que ella no dejó<br />

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de hacer sonar lastimeramente sus resoplidos que, en verdad, despertaban dentro<br />

del corazón de los hermanos mucha lástima y remordimiento.<br />

Pero una vez el. muchacho que saltaba como tigre, tuvo este pensamiento: —<br />

¿Por qué no ponemos dentro de los bodoques que le vamos a tirar al monstruo un<br />

poco de la ponzoña de algún bejuco malo? Así los dientes del monstruo y sus<br />

quijadas se irán pudriendo y su muerte será más segura. Al otro le pareció<br />

acertada la idea, y en el acto se pusieron a buscar uno de esos árboles apartados<br />

bajo los cuales suelen dormir por las noches los brujos que les cuelgan los<br />

bejucos a los caminantes, hacen sombra si es de día y atraen con la mirada a los<br />

pájaros agoreros. No había andado el sol casi nada cuando ya habían encontrado<br />

un árbol de esos que aún llamarnos aromo y que se llama en verdad aromo<br />

engañoso. Los labriegos más viejos le habían puesto por nombre Chiakche, que<br />

quiere decir árbol que es como los placeres, y también Chequisqui, que quiere<br />

decir, con menos palabras, árbol de la espina dulce. Porque en efecto sus flores,<br />

que son lindas y de muy variados matices, huelen como si fueran hechas de la<br />

miel de abejas que se llaman Rax Cab, pero su tronco, lleno de espinas, hiere de<br />

muerte con la ponzoña que destila. ¡Y así es como hiere al confiado caminante<br />

que se acerca seducido por sus engañosas flores y sus penachos. Así lo aseguran<br />

los viejos!<br />

No tardaron, pues, los muchachos en hallar uno de esos árboles solitarios y<br />

mentirosos en medio de un charral, uno de esos árboles que son como los<br />

placeres, y se llaman Chiakche y también Chequisqui. Y empezaron a tirarle con<br />

sus cerbatanas de tal suerte que muy pronto empezó el tronco a verter su"<br />

podredumbre; y recogiendo un poco de esa podredumbre con gran cuidado,<br />

amasaron con ella un poco de barro, que en verdad era el barro más colorado que<br />

habían encontrado y era más duro que la piedra de río. Y así fabricaron algunos<br />

bodoques, veinte y más, y cuando los tuvieron listos, que fue al sexto día de estar<br />

viviendo en la selva y de haber abandonado su rancho, se dispusieron a salir en<br />

busca del monstruo para tirarle con las cerbatanas. Y así lo hicieron levantándose<br />

a la mañana siguiente, cuando apenas empezaba a teñir los árboles más altos con<br />

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los colores... que levanta del polvo de las nubes con sus patas el Gran Tapir del<br />

Alba. Y esto ocurrió al séptimo día exacto de haber dado comienzo a su aventura,<br />

y por eso era un día bueno. Fue, pues, al séptimo día cuando ocurrió lo que<br />

vamos a relatar en el capítulo siguiente y que, como todos los de esta historia,<br />

estaban escritos y pintados antaño en los grandes libros que ya no pueden verse y<br />

de los que ya no se sabe si no lo poco que de ellos cuentan los viejos.<br />

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