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2.5. El origen del Sistema Solar - IES Ramon Llull

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<strong>2.5.</strong> <strong>El</strong> <strong>origen</strong> <strong>del</strong> <strong>Sistema</strong> <strong>Solar</strong><br />

<strong>El</strong> estudio de los cuerpos planetarios nos pone en condiciones de plantear hipótesis<br />

sobre su <strong>origen</strong>. Cualquier teoría sobre el <strong>origen</strong> <strong>del</strong> <strong>Sistema</strong> <strong>Solar</strong> debe explicar<br />

las siguientes características mecánicas y geológicas de éste:<br />

Características mecánicas:<br />

a) Las órbitas de todos los planetas son casi circulares y están aproximadamente<br />

en el mismo plano, que es también el plano <strong>del</strong> ecuador <strong>del</strong> Sol.<br />

b) <strong>El</strong> Sol y todos los planetas giran en el mismo sentido, de Oeste a Este. Sin<br />

embargo, los planetas giran mucho más deprisa en torno al Sol que éste sobre sí<br />

mismo: casi todo el momento angular <strong>del</strong> <strong>Sistema</strong> está en los planetas.<br />

c) Las rotaciones de todos los planetas, salvo Venus y Urano, son directas. Los<br />

períodos de rotación de planetas y asteroides oscilan entre 5 y 10 horas, salvo cuando<br />

ha habido frenados mareales evidentes (como es el caso de Mercurio).<br />

Características geológicas:<br />

d) La composición de los planetas se correlaciona aproximadamente con su<br />

distancia al Sol, estando los cuerpos más densos en el interior (planetas terrestres) y<br />

los menos densos en el exterior (planetas gigantes y la nube de cometas). Esta<br />

disposición se repite en los cuatro satélites mayores de Júpiter.<br />

e) Todos los cuerpos planetarios (salvo lo) presentan huellas de impactos con<br />

cuerpos de hasta un centenar de kilómetros de diámetro.<br />

f) Los meteoritos son diferentes, desde el punto de vista químico, a las rocas<br />

terrestres y lunares; algunas inclusiones en meteoritos tienen además una distribución<br />

isotópica anómala.<br />

Muchos de los datos orbitales son conocidos desde Copérnico, pero los rasgos<br />

geológicos sólo han llegado en los últimos veinte años. Por esto es sorprendente que<br />

la teoría más aceptada sobre el <strong>origen</strong> <strong>del</strong> Sol y los cuerpos planetarios se parezca<br />

tanto a la que propusieron los intelectuales y naturalistas <strong>del</strong> siglo XVIII, Descartes,<br />

Kant y Laplace entre otros. La teoría nebular de éstos, según la cual el <strong>Sistema</strong> <strong>Solar</strong><br />

se formó a partir de una nebulosa en rotación rápida, es la idea en la que se basó la<br />

moderna teoría planetesimal, propuesta inicialmente en la década de 1940 por el<br />

alemán Carl von Weizsacker y el americano Gerald Kuiper. Como todas las ideas<br />

científicas que tratan temas complejos, la teoría planetesimal es una idea dinámica,<br />

que ha ido evolucionando en este medio siglo para adaptarse a los datos procedentes<br />

de la exploración reciente <strong>del</strong> <strong>Sistema</strong> <strong>Solar</strong>.<br />

A continuación reconstruiremos la teoría planetesimal a partir de las explicaciones de<br />

los datos orbitales y geológicos <strong>del</strong> <strong>Sistema</strong>.<br />

<strong>El</strong> primer punto, a), sugiere que el Sol y los planetas tienen una dinámica común: por<br />

ello, han debido originarse al mismo tiempo. Eso nos lleva a estudiar el <strong>origen</strong> de las<br />

estrellas. Desde hace varias décadas, los astrónomos han observado que las estrellas<br />

jóvenes (como las conocidas Pléyades) están rodeadas con frecuencia por<br />

nebulosidades. Por eso buscan la cuna de las estrellas en las nubes de gas y polvo<br />

llamadas nebulosas.<br />

Las nebulosas están animadas de movimientos caóticos y tienen gran tamaño, ya que<br />

son millones de veces mayores que las estrellas. Muchas de las nebulosas son<br />

densas y masivas, y debido a ello tienden a sufrir un colapso gravitatorio, es decir, a<br />

comprimirse rápidamente hasta reducirse a un tamaño poco mayor que el de una<br />

estrella. Al disminuir su diámetro, los movimientos giratorios que pudiera haber<br />

inicialmente tienden a incrementarse; al aumentar su densidad, la temperatura<br />

aumenta hasta que, en la zona central, se inician las reacciones termonucleares<br />

propias de las estrellas, y en las inmediaciones <strong>del</strong> centro todo el polvo se vaporiza.<br />

Los choques entre las partículas que giran rápidamente eliminan las trayectorias que


no están en el plano de máxima fuerza centrífuga, que es el ecuatorial: la nube se<br />

aplana, convirtiéndose en un disco (el futuro plano de la eclíptica) de partículas<br />

sometidas a las leyes de Kepler, con una protuberancia central oscura que alberga<br />

una estrella recién nacida.<br />

En 1967, los astrónomos americanos Davidson y Harwit llamaron poéticamente<br />

nebulosas-crisálida a estas nebulosas discoidales con una estrella joven. Como la<br />

estrella está aún velada por el gas y el polvo, su luz visible no nos llegará<br />

directamente, sino que chocará con aquellos, calentándolos hasta que emitan<br />

radiaciones infrarrojas. Davidson y Harwit previeron que las nebulosas-crisálida se<br />

caracterizarían por su fuerte emisión infrarroja, predicción confirmada por los<br />

telescopios infrarrojos puestos en funcionamiento en la pasada década (Fig. 2.91).<br />

Las nebulosas-crisálida enlazaban con conceptos anteriores: provendrían de la<br />

compresión de glóbulos de Bok, glóbulos densos y oscuros sin estrellas en su<br />

interior, y terminarían siendo estrellas T Tauri, estrellas jóvenes de emisión irregular,<br />

probablemente porque están aún rodeadas de restos de polvo, <strong>del</strong> que se libran<br />

mediante un viento solar muy activo (hasta 200 km/s).<br />

Lo que es más interesante es que en las nebulosas-crisálida existen hielo y silicatos,<br />

que junto con el hidrógeno y el helio son, como se vio en la figura 2.84, las principales<br />

materias primas para la construcción de los planetas. En a<strong>del</strong>ante denominaremos<br />

nebulosa solar a la nebulosa-crisálida a partir de la que se desarrollaron el Sol y los<br />

otros cuerpos planetarios.<br />

Así se cumplen la condición a) y la primera parte de la b). Pero el lento giro <strong>del</strong> Sol<br />

necesita una explicación aparte. La más convincente es que el gas de la estrella y el<br />

que rodeaba a ésta estaban ionizados por la radiación de la estrella, o por su propia<br />

energía térmica. Al girar, este gas conductor creó un intenso campo magnético en la<br />

estrella; ahora bien, como el gas ionizado no puede cruzar las líneas de fuerza de un<br />

campo magnético, y éstas giraban con la estrella, el gas cercano quedó acoplado a la<br />

estrella y funcionó de hecho como un ancla de ésta, frenando su rotación (Fig. 2.92).<br />

¿Cómo se pasó de una nube en rotación rápida a unos pocos planetas<br />

individualizados? La energía que la nube emite en el infrarrojo significa que la<br />

nebulosa-crisálida se está enfriando. Al enfriarse, el vapor formado en la fase de<br />

contracción se condensa en una serie de materiales: primero los más refractarios<br />

(punto de condensación más alto, como hierro y silicatos) y luego los más volátiles,<br />

como agua, amoniaco y metano. Como las temperaturas son diferentes en cada zona<br />

<strong>del</strong> disco, en cada una predominará un tipo de materiales (Fig. 2.93). En concreto, en<br />

las órbitas de los planetas terrestres la temperatura era demasiado alta para que se<br />

condensasen volátiles, y por ello los planetas terrestres debieron formarse con los<br />

escasos elementos refractarios, dando lugar a planetas densos y pequeños. Así se<br />

explica la propiedad d).<br />

Los planetas, por supuesto, no se condensaron de una vez, sino a partir de granos y<br />

bloques de diversos tamaños que en conjunto se llaman planetesimales: primero se<br />

formarían pequeños granos de algunos centímetros, que a su vez se unirían hasta dar<br />

planetoides de varios kilómetros de diámetro. Estos cuerpos chocaron entre sí hasta<br />

que la mayoría adquirió órbitas estables, coplanarias y casi circulares. En razón de la<br />

tercera ley de Kepler, los planetesimales en órbitas contiguas tendrían velocidades<br />

muy parecidas y por lo tanto chocarían a velocidades relativas pequeñas: el resultado<br />

de estos choques de baja energía es la reunión de partículas o acreción colisional. <strong>El</strong><br />

crecimiento de los cuerpos es exponencial, porque el de su campo gravitatorio<br />

también lo es, y cada vez se atraen más partículas. Así podrían generarse cuerpos<br />

planetarios de varios miles de kilómetros de diámetro en pocos miles de años. <strong>El</strong><br />

cuerpo formado suma los momentos angulares medios de los planetesimales que se<br />

van agregando, y por eso las rotaciones son normalmente directas y de una cuantía<br />

determinada (punto e).<br />

Este mo<strong>del</strong>o es aplicable a los cuerpos planetarios terrestres y a los asteroides, pero<br />

no a los planetas gigantes. Estos están formados esencialmente por hidrógeno y helio,<br />

que no se condensan hasta temperaturas próximas al cero absoluto. Por otra parte, la


última condición de d) implica que hubo un gradiente térmico local en la órbita de<br />

Júpiter. La mayor parte de los autores cree que Júpiter, Saturno, Urano y Neptuno se<br />

formaron como el Sol, o sea, por colapso gravitacional de una pequeña nebulosa<br />

discoidal de gases, con condensación simultánea de pequeñas cantidades de hierro y<br />

silicatos. Los satélites provendrían <strong>del</strong> disco de estas nebulosas. De todas formas, se<br />

puede pensar en una posibilidad alternativa, en la que los materiales refractarios más<br />

el hielo, amoniaco y metano se condensasen en las órbitas de los planetas gigantes, y<br />

que estos núcleos condensados atrajesen a las abundantes masas de hidrógeno y<br />

helio a un colapso gravitatorio.<br />

En el capítulo primero se planteó una controversia referente a la formación de los<br />

cuerpos planetarios: ¿se formaron los planetas y satélites estratificados por<br />

densidades, o como cuerpos homogéneos? La respuesta que demos a esta pregunta<br />

depende de la velocidad de crecimiento de las partículas: si ésta es lenta, todos los<br />

minerales coexisten cuando aún tienen tamaños microscópicos, y se mezclan en los<br />

cuerpos planetario s, que serían homogéneos (condensación en equilibrio); pero si es<br />

rápida, se forman pronto planetesimales kilométricos con composiciones diferentes<br />

según su momento de formación, y los planetas formados con ellos serían<br />

heterogéneos (acreción heterogénea). La hipótesis de la condensación en equilibrio<br />

tiene más partidarios, aunque hay hipótesis recientes de carácter híbrido (ver la figura<br />

1.6).<br />

Lo que es indiscutible es que los dos procesos (condensación y acreción) liberan<br />

calor. Entre los planetas gigantes, el liberado por Júpiter sería lo bastante grande<br />

como para impedir que en órbitas cercanas a él se condensasen muchos volátiles, y<br />

por eso las densidades de los satélites más próximos, lo y Europa (3,53 y 3,03 g/cm 3 ),<br />

son mayores que las de los más lejanos, Ganímedes y Calisto (1,93 y 1,79 g/cm 3 ). Los<br />

otros planetas gaseosos no acumularon masa suficiente para crear un gradiente<br />

térmico a su alrededor, y por eso, aunque tienen sistemas regulares de satélites, las<br />

densidades de éstos no decrecen con la distancia al planeta.<br />

Cuando los planetas hubiesen crecido, por condensación, acreción y colapso, hasta<br />

tamaños próximos a los actuales, su capacidad de atracción de materiales no<br />

acrecionados sería muy alta. <strong>El</strong> gigantesco Júpiter, en concreto, provocó grandes<br />

perturbaciones gravitatorias en el <strong>Sistema</strong>, acelerando planetoides a grandes<br />

velocidades y lanzándolos a órbitas de colisión: las huellas de estos grandes impactos<br />

(punto e) marcan todas las superficies de los cuerpos planetarios donde no han<br />

actuado procesos geológicos de renovación de la superficie, como son la erosión o el<br />

vulcanismo.<br />

Estas inestabilidades orbitales han persistido, ya muy atenuadas, hasta el presente:<br />

las últimas colisiones en el cinturón de asteroides nos envían aún materiales (los<br />

meteoritos) que, por haberse formado en otra zona <strong>del</strong> <strong>Sistema</strong> <strong>Solar</strong>, tienen<br />

minerales diferentes a los terrestres. Algunos asteroides no han sufrido procesos<br />

térmicos importantes, y por eso pueden conservar estructuras primitivas, como los<br />

cóndrulos, o como las inclusiones (punto f). La distribución de los isótopos de éstas<br />

hace imposible que se trate de material formado en la nebulosa solar, porque la<br />

dinámica de ésta debió homogeneizar todos los materiales. La única explicación es<br />

que las inclusiones sean granos minerales formados en otra parte de nuestra galaxia<br />

(Fig. 2.94), Y heredados por la nebulosa-crisálida que dio lugar al Sol y a los planetas.<br />

(*) La temperatura a la que comienza la fusión nuclear depende de la composición<br />

exacta de la estrella: cuanto más rica sea ésta en elementos pesados, más energía<br />

pierden los fotones en las colisiones, con lo que el núcleo estará más caliente. Las<br />

estrellas se calientan a medida que el helio se acumula en su núcleo; por ello, el Sol<br />

debe aumentar su temperatura 1 % cada 80 m.a., o sea que, debería ser un de 30% a<br />

un 50% más frío al originarse.

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