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Rudyard-Kipling-Cuen..

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gusto. Sahib, tened un poco de paciencia, y día llegará en que yo se lo aclararé todo;<br />

porque, si gustáis, algún día llevaremos por donde nos parezca bien al nilghai macho<br />

entre los dos. En todo esto no hay obra alguna del demonio. Únicamente... se trata de que<br />

yo conozco el rukh lo mismo que un hombre la cocina de su casa.<br />

Mowgli se expresaba como si estuviese hablando con un niño impaciente. Gisborne,<br />

intrigado, desconcertado y bastante molesto, no dijo nada, pero clavó su mirada en el<br />

suelo y meditó. Cuando alzó la vista, el hombre de los bosques había desaparecido, y<br />

desde la espesura dijo una voz sin entonación :<br />

–– No es bueno entre amigos irritarse. Esperad hasta el atardecer, sahib, porque<br />

entonces el aire refresca.<br />

Dejado de esta manera a sí mismo, abandonado como quien dice en el corazón del<br />

rukh, Gisborne empezó a lanzar tacos, y luego se echó a reír, montó a caballo y siguió<br />

cabalgando. Visitó la choza de un guardabosques, examinó un par de plantaciones<br />

nuevas, dio determinadas órdenes para que se quemase una mancha de hierba seca y se<br />

dirigió a un terreno de su agrado donde acampar; consistía éste en una construcción de<br />

piedras sueltas, con un techo primitivo de ramas y hojas, no muy lejos de las orillas del<br />

río Kenye. Era ya crepúsculo cuando llegó a la vista de su lugar de descanso, el rukh<br />

empezaba a despertar a su vida silenciosa y famélica de la noche.<br />

En la loma brillaba la llama vacilante de un fuego de campamento y se olfateaba en el<br />

aire el husmillo de una cena muy buena. Gisborne dijo para sí:<br />

–– ¡Hum! Esto es en todo caso mejor que la carne fiambre. Ahora bien: sólo hay un<br />

hombre que podría encontrarse por estos lugares. Ese hombres e Muller; pero<br />

oficialmente debería estar examinando el rukh de Changamanga. Me imagino que por esa<br />

razón se encuentra ahora en mis tierras.<br />

El gigantesco alemán que estaba al frente del Departamento de Bosques y Selvas de<br />

toda la India, el guardabosques máximo desde Birmania hasta Bombay, acostumbraba<br />

escurrirse lo mismo que un murciélago, sin previo aviso, desde un lugar a otro,<br />

presentándose precisamente donde menos lo esperaban. Guiábase por la teoría de que las<br />

visitas inesperadas, el descubrimiento de las negligencias y las censuras dirigidas de viva<br />

voz a un subordinado eran un método infinitamente mejor que el lento ir y venir de<br />

cartas, cuyo final podía ser una censura escrita y oficial, es decir, algo que andando el<br />

tiempo figuraría como una nota mala en la hoja de servicios de un funcionario de<br />

Bosques. Solía decir: “Cuando yo hablo a mis muchachos como si fuese un tío holandés,<br />

ellos dicen: “Fue simplemente cosa de ese condenado viejo Muller.” Y en adelante<br />

cumplen mejor. Pero si el cabezota de escribiente mío redacta un documento en el que<br />

dice que Muller, el inspector general, no se explica semejante cosa y está muy enojado, lo<br />

primero que ocurre es que no se remedia nada, porque yo no estoy allí, y lo segundo, que<br />

el majadero que habrá de sucederme en el puesto quizá dirá al hablar a mis mejores<br />

hombres: “Oiga usted, mi predecesor se vio obligado a vapulearlo.” Créame: el darse<br />

tono como alto jefe no hace crecer los árboles.”<br />

En este momento alzábase el vozarrón de Muller desde la oscuridad que reinaba fuera<br />

del círculo de luz del fuego:<br />

¡No le eches tanta salsa, hijo de Belia! ––le decía a su cocinero preferido,<br />

inclinándose por encima de sus hombros––. La salsa de Worcester es un condimento y no<br />

un fluido. ¡Hola, Gisborne! ¡Va usted a cenar malísimamente! ¡Dónde tiene su<br />

campamento?

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