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LA PENSION DE LA MEDIA ESTRELLA I) El despertador ... - Liceus

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<strong>LA</strong> <strong>PENSION</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>MEDIA</strong> ESTREL<strong>LA</strong><br />

I)<br />

<strong>El</strong> <strong>despertador</strong> esparció su estridente sonido por el pequeño y caldeado<br />

cuarto a las siete y media de la mañana, como siempre. Un bulto en la cama se<br />

movió levemente, remoloneando, dilatando un poco más el momento de<br />

empezar el día, hasta que finalmente Doña Silvana se incorporó. Con el cabello<br />

revuelto y sus saltones ojos hinchados, parecía mas bien un cochinillo que la<br />

distinguida dama que ella pretendía ser. Si a ello le sumábamos su baja<br />

estatura, su gordura más que incipiente, y sus dientes de caballo, la mezcla<br />

daba un resultado verdaderamente inquietante. Silvana se levantó del lecho con<br />

desgana. Se dirigió al cuarto de baño y se miró al espejo. Una vez más maldijo<br />

su mala suerte, la mala estrella que le había acompañado intermitentemente a lo<br />

largo de casi toda su vida. Realmente estaba exagerando. Cierto que su vida no<br />

había sido precisamente un camino de rosas, pero no le había ido del todo<br />

mal.Había pasado por episodios dolorosos y por aventuras emocionantes, perp<br />

bueno,no más que cualquier otra persona de vida más o menos agitada.<br />

Nació como Ana de Castro y Cifuentes-Maldonado, proveniente de una<br />

adinerada familia cordobesa, de padre Magistrado y madre....madre esposa de<br />

magistrado. Ya el mismo día de su natalicio, justo cuando la partera se la<br />

enseñó a su progenitor, envuelta en una blanca y suave toalla,con la piel todavía<br />

machada por los restos del parto, éste dirigió sus ojos al cielo rogando a Dios


que le diera a aquella niña una vida más fácil que la que tuvo su tía Aniceta, con<br />

la que compartía la misma repugnante fealdad. La tía en cuestión jamás pudo<br />

conquistar a un hombre que la pudiera mantener y puesto que sus padres<br />

murieron jóvenes y no le dejaron posibles, no le quedó mas remedioque trabajar<br />

duramente de sol a sol en las más variopintas tareas, incluso de leñadora en los<br />

bosques y de limpiadora en los servicios del mercado municipal, una pena,<br />

desde luego. No hubo suerte. Aunque la pequeña Ana fue criada entre<br />

algodones y educada para ser una señorita de bien, su desagradable aspecto,<br />

unido a un agrio carácter, le fueron cerrando puerta tras puerta, sin que las<br />

influencias de su padre pudieran hacer nada al respecto. <strong>El</strong>la, que de tonta no<br />

tenía un pelo, supo pronto que si quería ser algo en la vida (puesto que el<br />

ejercer de esposa de algún aristócrata adinerado fue una posibilidad descartada<br />

con el tiempo) tenía que poner a trabajar su inteligencia. Estudió derecho, como<br />

su padre, cosa que, por una parte lo llenó de orgullo, pero por otra le comminó<br />

sin remedio a escuchar los estúpidos lamentos de su mujer, que todavía<br />

pretendía que su niña casara con un caballero rico y encima guapo, y no que<br />

tuviera que ponerse a estudiar para ganarse el pan, eso era cosa de hombres.<br />

Mas la muchacha, haciendo gala de una inteligencia y un tesón sin par, terminó<br />

la carrera con notas brillantes y enseguida se puso a preparar oposiciones a<br />

juez. A los poco meses se presentó y fue la número uno de su promoción. Nadie<br />

esperaba menos, sobre todo su padre que rebosaba de orgullo.<br />

Tanta suerte tuvo que el primer destino no la separó de su Córdoba natal, aun<br />

así, a vida le cambió por completo. Iba a ocupar un cargo público y debía


suavizar un poco su carácter impetuoso y en ocasiones harto desagradable,<br />

hablando en plata, su mala leche, puesto que debía tratar con asiduidad a un<br />

público con el que no siempre sería fácil lidiar. Lo intentó, pero no siempre lo<br />

consiguió. No era sinó su aspecto repulsivo lo que hacía que la gente se<br />

acercara a ella con cautela, casi con miedo, no sólo los ciudadanos de a pie,<br />

sinó incluso los propios funcionarios de su juzgado y aunque ella hacía enormes<br />

esfuerzos por mostrarse amable y compresiva, la continua desconfianza que le<br />

mostraban los demás, simplemente por ser más fea que un cuerno, la sacaba de<br />

quicio. Por ello, fue ganándose fama, no sólo de fea, lo cual estaba a la vista,<br />

sinó tambien de persona huraña y taciturna.<br />

Todo cambió el día que conoció a Oliverio, un gitano al que tuvo que juzgar<br />

por un delito contra la salud pública, es decir, por traficante de drogas. Oliverio<br />

era unos años mayor que Ana y con nula cultura, pero tuvo la suerte, o tal vez la<br />

desgracia, de echarle un piropo a la mujer a la salida del juicio.<br />

-Ay, con ese cuerpo serrano, ¿pa que queremos a la benere....benete.... a la<br />

guardia siví?<br />

<strong>El</strong>la le miró con asco, pero sólo al principio, pues por primera vez sintió la<br />

agradable sensación que provocaban los ojos de un hombre paseando sobre su<br />

cuerpo, desnudándolo con deseo, aunque fueran los de un convicto sucio y<br />

desgarbado. Aquella noche, mientras en la soledad de su despacho le daba<br />

vueltas a la cabeza pensando en la redacción de la sentencia que había de<br />

condenar al susodicho, descubrió que no podía apartar de su pensamiento al<br />

gitano cochino y repulsivo. Recordaba aquellos ojos negrísimos recorriendo su


cuerpo serrano con deseo, o al menos eso le pareció a ella. Entre tanto<br />

pensamiento y tanta conclusión infundada, se enamoró de él como una estúpida,<br />

hasta el punto de dictar una sentencia de todo punto absurda que despertó la<br />

preocupación entre sus colegas. Tuvo que condenar a Oliverio, porque las<br />

pruebas en su contra eran de una claridad apabullante, pero en lugar de echarle<br />

encima años de cárcel, lo condenó lisa y llanamente a presentarse en su<br />

despacho todos los días a las diez de la mañana. De nada sirvieron los intentos<br />

por hacerla entrar en razón de sus compañeros, e incluso de su padre,<br />

argumentando que no exitía fundamento legal alguno para dictar aquella<br />

barbaridad, aquella burrada. <strong>El</strong>la siguió en sus trece. Con ello sólo consiguió que<br />

le abrieran un expediente informativo,cuya finalidad era, fundamentalmente<br />

comprobar si aquella mujer conservaba la cabeza en su sitio. No le importó<br />

demasiado, sabía que teniendo un padre presidente del Tribunal Superior de<br />

Justicia, aquel absurdo expediente quedaría en agua de borrajas, Y al fin y al<br />

cabo obtuvo lo que buscaba: la posibilidad de conquistar a Oliverio. <strong>El</strong> hombre<br />

se presentaba todos los días frente a ella, la mayoría de las veces tan ebrio que<br />

no sabía lo que hacía, lo que decía ni, en muchas ocasiones, dónde se<br />

encontraba. Fue en una de esas ocasiones cuando Ana literalmente violó al<br />

pobre viejo, que entre la borrachera y el resto de excesos acumulados en su<br />

cuerpo a lo largo de los años, casi ni podía mantener la erección. Pero ella<br />

insistió, si algo tenía claro es que no se iba a dar por vencida fácilmente. No se<br />

le ocurrió mejor solución al gatillazo del viejo que aplicar las técnicas que había<br />

visto cientos de veces en las películas porno que alquilaba, y que le habían


ayudado a sobrevivir sexualmente en todos aquellos años de abstinencia<br />

obligada. Según fué pasando el tiempo , esos encuentros se hicieron más<br />

frecuentes y consentidos por ambas partes. <strong>El</strong>la por amor y deseo, él, porque<br />

por fin una mujer, aunque fuese más fea que un cuerno, le dejaba jugar con su<br />

cuerpo sin hacerle ascos. Pero ninguno contaba con que semejantes encuentros<br />

amorosos dieran su fruto y Doña Ana de Castro y Cifuentes-Maldonado, se<br />

encontró un buen día con que estaba embarazada de un hombre barriobajero y<br />

maloliente del que apenas sabía nada y cuya relación había mantenido oculta a<br />

los ojos de la gente. Se le ocurrió que lo mejor que podía hacer era dictar un<br />

auto de libertad para el reo y llevarlo consigo para someterlo a una cura de<br />

culturización y aseo, aunque en el fondo dudaba de que eso fuera a ser posible.<br />

Evidentemente no lo fue. En cuanto le dijo a Oliverio, con su mejor sonrisa<br />

caballar que iban a ser padres, al hombre le faltó tiempo para desaparecer. Al<br />

día siguiente no se presentó a su cita obligada, ni al otro, ni al otro tampoco y a<br />

ella no le quedó más remedio que comunicar la desaparición a la Guardia Civil,<br />

con la orden expresa de que lo buscaran hasta debajo de las piedras. Un mes<br />

entero lo estuvieron buscando por todos lados sin encontrar ni rastro. Meses<br />

más tarde por la ciudad empezaron a circular dos tipos de rumores. Unos decían<br />

que se encontraba guarecido en alguna cueva, por los montes, otros sin<br />

embargo afirmaban que había embarcado en un petrolero que se hundió en alta<br />

mar. <strong>El</strong> caso es que jamás se volvió a ver por aquellos parajes. <strong>El</strong> verse<br />

abandonada y compuesta fue el desencadenante de la desesperación para Ana,<br />

que auguró convertirse en la comidilla de la ciudad. Su reputación se vería tirada


por los suelos y el disgusto que le iba a dar a sus padres iba a ser mayúsculo.<br />

Todo eso, junto a la preocupación por el engendro que tenía dentro de si, que<br />

vayan ustedes a saber como podía salir, vistos los progenitores, la hicieron<br />

tomar una drástica decisión, que no fue, ni más, ni menos, que desaparecer ella<br />

también. No se despidió de nada ni de nadie. Un buén día metió cuatro<br />

pertenencias en una maleta y tomó el tren rumbo a Cádiz, abandonando su<br />

Córdoba natal, a la que ya jamás regresaría.<br />

Ya en la Tacita de Plata, según bajó del comboy, se sentó en un banco de la<br />

estación y se puso a dilucidar qué hacer con su vida. Estaba tan enfadada con el<br />

mundo en general y con los hombres en particular, que decidió que su próxima<br />

profesión sería la de ramera. Primero tendría su bástago y después se dedicaría<br />

a vender su horrenda mercancía a aquellos cerdos ávidos de sexo. Tomó su<br />

maleta y enfiló camino sin rumbo. Su instinto no la engañó, pues fue a<br />

adentrarse sin ella saberlo en los barrios bajos de la ciudad. Cuando se cansó<br />

de caminar entró como una autómata en lo que ella creyó pensión, pero dió la<br />

casualidad de que no era más que un putiferio. La dueña, que estaba en<br />

recepción, si es que a aquella entraba deprimente podía llamarse recepción, se<br />

extrañó de que semejante especimen entrara en su antro, se suponía que en<br />

busca de trabajo, mas pronto se dió cuenta de la equivocación de la muchacha.<br />

tí.<br />

-Esto no es un hotel - le dijo - es un putiferio. Y me temo que no hay sitio para<br />

A Ana se le iluminó la cara, ignorando el comentario de aquella vieja y pensó


que no podía haber caído en mejor sitio, dadas sus intenciones. Se las explicó<br />

ilusionada a la mujer, Doña Paquita, la cual escuchó estupefacta los planes de<br />

aquella especie de monstruillo que se le había presentado en casa. A Paquita le<br />

dió pena. Era evidente que si incluída a aquella mujer entre su elenco de<br />

rameras, se le iba el negocio al garete en menos que canta un gallo, pero verla<br />

así, embarazada y sola, despertó su compasión y decidió ofrecerle su ayuda. La<br />

invitó a vivir allí, poniéndole como condición que la ayudara en diversas tareas<br />

mientras esperaba la llegada del bebé y después....después ya se vería. Ana<br />

aceptó con gusto, agradeciendo a Doña Paquita la maravillosa atención que<br />

había tenido con ella. Es probable que aquellos meses de dulce espera fueran<br />

los más hermosos en la vida de aquella mujer. Hizo amistad con las cuatro o<br />

cinco putas que trabajaban en el burdel, las cuales pensaban que estaba loca de<br />

remate cuando les contaba sus planes de unirse a ellas en sus honrosos<br />

quehaceres. No obstante les pareció simpática, puesto que no se sabe muy bien<br />

porqué, se le había suavizado el carácter, y la tomaron casi como su mascota.<br />

Una noche de truenos y relámpagos Ana se puso de parto. Ninguna de<br />

aquellas mujeres quiso salir para avisar al médico en medio de semejante<br />

tempestad, así que ayudaron ellas mismas a parir a la mujer, que<br />

milagrosamente tuvo un parto fácil y rápido, dando a luz un bástago rollizo y<br />

sano que pesó más de cinco kilos y era tan feo como su madre. Aquella noche,<br />

seguramente debido al ajetreo del parto, a doña Paquita le dió un pasmo y cayó<br />

fulminada, se supone que de un ataque al corazón. Fueron días difíciles, entre el


entierro y los berridos de aquel muchachito que lo único en que pensaba era en<br />

comer y que en dos días le puso las tetas a la madre más coloradas que el culo<br />

de un mandril. Pero no todos eran sinsabores. A los pocos días de la muerte de<br />

la buena mujer, recibieron una llamada del notario para que todas ellas fueran a<br />

escuchar la lectura de su testamento. Sorprendentemente doña Paquita dejó<br />

todo lo que tenía, que no era ni más ni menos que el burdel, y bastante dinero<br />

en el banco, a Ana, aduciendo que era la que más lo necesitaba de todas. <strong>El</strong>lo<br />

no hizo más que despertar las envidias de las otras chicas, que no comprendían<br />

que una recién llegada se hiciera con todo aquello que ellas mismas un día<br />

habían ayudado a levantar. Ni cortas ni perezosas dejaron a la pobre de Ana en<br />

la estacada, tomaron sus pertenencias y se despidieron con viento fresco<br />

dejando el burdel triste y vacío. Así fue como nuestra mujer se quedó compuesta<br />

y sin negocio, yéndose al tacho sus planes de convertirse en mujer de la vida.<br />

Pero no se amedrantó. Si se había quedado sin negocio, abriría otro. Hizo su<br />

estudio de mercado particular, recorrió barrios y calles olisqueando por negocios<br />

ya abiertos y divagando sobre los que quedaban por abrir. Al final utilizó parte<br />

del dinero en remodelar el medio derruído edificio y abrió una pensión. La llamó<br />

"La media estrella", porque no creía que pudiera llegar a categoría de una. Aún<br />

así, se sentía orgullosa. <strong>El</strong> día de la inaguración, con su hijo en brazos le habló<br />

situándose frente a la fachada.<br />

-Mira Paquiyo, este será a partir de ahora nuestro sustento.<br />

Y miró melancólicamente el letrero de neón. Acababa de nacer La Media<br />

Estrella.


II)<br />

Se arregló como no lo había echo nunca, intentando sacar un poco de partido<br />

a su picassiano físico. Se cambió de nombre, Ana era demasiado simple, y<br />

pensando en aquella maravillosa actriz fruto de sus admiraciones, se puso<br />

Silvana, como Silvana Mangano. Y encaró su nueva vida, deseando hacer de su<br />

pensión la mejor de la ciudad. Así fueron pasando los años, sin que su sueño<br />

acabara de cumplirse. Un huesped, de vez en cuando, recalaba en La Media<br />

Estrella haciendo un alto en el camino, pero poco más. <strong>El</strong>la y su hijo malvivían,<br />

pero con dignidad. <strong>El</strong> muchacho heredó lo peor de sus progenitores. Era feo<br />

como su madre, torpe y sucio como su padre, pero con una extraña habilidad<br />

para el contorsionismo. Silvana se preguntaba una y otra vez de quién había<br />

heredado tal don y recordó una anécdota contada por su madre, muchos años<br />

atrás, que hablaba de un antepasado con gusto desmesurado por el espectáculo<br />

circense de tal manera que se recorría el país de función en función hasta que<br />

se quedó en la ruína. Tal vez fuera de él de quien Paquiyo había heredado sus<br />

habilidades. <strong>El</strong> muchacho se pasaba los días danzando y haciendo piruetas,<br />

volteretas sin sentido, calle arriba, calle abajo. De vez en cuando se tomaba un<br />

descanso, pero no como cualquier mortal, sinó colocando su cuerpo en<br />

posiciones imposibles. Cierto día apareció por la ciudad una banda de titiriteros<br />

de los que se encandiló sin remedio. <strong>El</strong>los también vieron en él una apatecible<br />

posibilidad de aumentar enormemente sus ingresos, y le propusieron formar


parte del grupo. Él no lo dudó un instante. Corrió a su casa a despedirse de su<br />

madre, a la que prometió enviar una postal desde cada una de las ciudades<br />

donde montaran su espectáculo. <strong>El</strong>la, que sabía que aquel momento llegaría<br />

más temprano que tarde, aceptó con resignación la decisión de su hijo y se<br />

quedó, por primera vez, absolutamente sóla, llorando, sentada en una banqueta<br />

en una esquina de la cocina, maldiciendo su mala suerte.<br />

Meses más tarde de su marcha, Paquiyo envió a su madre la primera postal<br />

prometida. Con letra torpe y desigual le contaba que se encontraban en Pekín<br />

de la China, donde su espectáculo estaba teniendo un éxisto desmesurado.<br />

Silvana no se percató de que el matasellos era de Almendralejo, y guardó la<br />

postal amorosamente en el cajón de su mesilla de noche, feliz de que su hijo<br />

estuviera disfrutando un éxito que ninguno de los dos llegó nunca a imaginar.<br />

Poco después las cosas comenzaron a marchar un poco mejor. Cierta mañana,<br />

apareció por la pensión un caballero pidiendo habitación. Era un hombre alto y<br />

extremadamente delicado, tal vez demasiado . De su rostro, serió y blanquecino,<br />

sobresalía su larga, aunque bien formada, nariz puntiaguda. Silvana lo miró con<br />

cierta desconfianza. No era normal que un hombre tan correcto, tan<br />

exquisitamente vestido, de traje y corbata, apareciera por su pensión<br />

solicitándole cobijo.<br />

-Si, tengo habitaciones libres- respondió ella a su petición - ¿Se va a quedar<br />

muchos días?<br />

-De momento indefinidamente. Puedo pagarle por meses, por semanas, por


días....como usted quiera.<br />

A SIlvana casi le da un mareo cuando oyó al hombre decir que se quedaría<br />

allí indefinidamente.<br />

-¿ Quiere usted, dormir solamente o desea también manutención?<br />

-Ambas cosas, si es tan amable.<br />

-Entonces tendré que cobrarle.... - Silvana echó rápidos cálculos mentales,<br />

estudiando la mejor manera de sacar tajada a aquella inesperada situación -<br />

tendré que cobrarle cinco mil pesetas por semana.... a pagar los viernes, y un<br />

adelanto de dos mil pesetas...ahora mismo, si no le importa.<br />

<strong>El</strong> hombre sacó de su cartera las dos mil pesetas sin rechistar y se las tendió<br />

a Silvana, que las recogió con rapidez guardándoselas en el escote ante la<br />

mirada sorprendida de su huesped.<br />

-Venga conmigo, le enseñaré su cuarto.<br />

La pensión tenía solamente seis habitaciones y un cuarto de baño para<br />

compartir. No obstante, todo hay que decirlo, Silvana las mantenía límpias y<br />

pulcras. Así condujo al hombre a la mejor alcoba. Daba a la calle, era amplia y<br />

luminosa y olía a espliego y a limón, (aunque con un ligero toque de humedad<br />

rancia).<br />

-Aquí tiene, este será su cuarto. Y si me lo permite ¿cómo es que ha venido a<br />

parar aquí?<br />

La mirada furibunda que le dirigió el hombre le hizo darse cuenta al momento<br />

de que había metido la pata.<br />

-No se lo permito, ese no es su problema. Limítese a cumplir con sus


obligaciones y yo le pagaré puntualmente. Pero por favor, no me haga<br />

preguntas. MI vida ha sido demasiado turbulenta para poder contarla.<br />

Silvana se dió la vuelta sin decir nada. Que no se preocupara el huesped, que<br />

no le iba a molestar con sus preguntas. A ella mientras le pagara....el resto le<br />

daba igual.<br />

------------------------------------------------------------------------------------<br />

Le habían hablado de aquella pensión de mala muerte y a ella se había<br />

dirigido porque no se podía permitir pagar un buen hotel, como hubiera sido su<br />

gusto. Don Angel Montesinos Vergara, sí que había tenido una vida llena de<br />

sinsabores, tal y como le había dicho a aquel engendro que resultó ser la dueña<br />

de la posada. Don Angel pertenecía a una conocida familia de terratenientes<br />

extremeña. Sus padres eran dueños de tantas hectáreas de tierra que casi<br />

habían perdido la cuenta. De familia conservadora, religiosa y casi puritana, el<br />

muchacho no pudo jamás mostrar sus verdaderas inclinaciones. Ya de muy<br />

pequeño le gustaba jugar con las muñecas de sus hermanas, a pesar de que su<br />

madre no hiciera más que comprarle trabucos, camiones y demás juguetes<br />

propios del género masculino. Le gustaba ver a las chicas, como se vestían, se<br />

peinaban y se maquillaban acorde con la moda del momento. Un día se le<br />

ocurrió hacerlo a él. No tendría más de catorce o quince años. Se metió a<br />

hurtadillas en la habitación de su hermana Carmen y revolviendo por el armario<br />

dió con lo que buscaba. Unas bragas, un sujetador y una falsilla. Mientras se iba<br />

poniendo aquellas prendas una extraña excitación recorrió su cuerpo. Se vestía<br />

lentamente, mirándose y remirándose al espejo una y otra vez, como si quisiera


disfrutar a tope de aquel especial momento que estaba viviendo. Se colocó bien<br />

su pene para que no se le notara un bulto extraño en las braguitas, se introdujo<br />

unos calcetines dentro de las copas del sujetador y cuando finalmente se puso la<br />

falsilla, la visión que se reflejó en el espejo le agradó tanto que sin quererlo una<br />

tremenda excitación recorrió todo su cuerpo. Luego se pintó los labios y los ojos,<br />

quedándole la cara cual máscara horrenda de carnaval. Mas a él le gustaba. Lo<br />

que no le gustó en absoluto fue percatarse de que su propia madre le estaba<br />

espiando desde el quicio de la puerta.<br />

-¿Qué siginifica todo esto Angelito?- le preguntó con la voz más utoritaria que<br />

el muchacho hubiese escuchado nunca.<br />

-Nada madre, sólo.....estaba pasando el rato.<br />

-¿Pasando el rato poniendote las ropas de tus hermanas? - preguntó de<br />

nuevo aquella mujer, amenzante, mientras lentamente se acercaba a su hijo -<br />

¿Pasando el rato pintándote la cara como si fueras una furcia? ¿No me estarás<br />

saliendo un vicioso, verdad? Contesta.<br />

Cogió al chico de una oreja con tal fuerza que casi lo suspendió en el aire.<br />

-No, madre, de verdad...Ayyyyyy, me está haciendo daño.<br />

-Claro eso pretendo, y más daño te va a hacer tu padre cuando se lo cuente.<br />

¡Te azotará con el cinturón! ¿te enterás?, ¡con el cinturón!<br />

-No madre, por favor, no se lo diga a padre, de verdad, haré lo que usted me<br />

diga, pero por favor a padre no.<br />

-¿Y porqué no había de decírselo? Eh, degenerado, que no eres más que<br />

eso, un degenerado.


-Madre, tenga usted piedad. Si se lo dice a mi padre, no sé que podría pasar.<br />

Además le repito que eso sólo era una manera de divertirme de la que estoy<br />

profundamente arrepentido. Por favor madre....<br />

<strong>El</strong> muchacho lloraba desconsoladamente, muerto de miedo ante la más que<br />

probable perspectiva de su padre cinturón en mano, dispuesto a darle su<br />

merecido.<br />

-Está bien, no se lo diré- repuso finalmente su madre -Pero vete ahora mismo<br />

a la iglesia a confesar. Y como te vuelva a ver de esta guisa, te juro que te<br />

arranco los hígados.<br />

Su madre cumplió lo pactado y no se lo contó a su marido, pero desde aquel<br />

día Angel sintió su mirada inquisidora sobre él todo el tiempo. Tuvo que reprimir<br />

sus gestos afeminados, y hasta empezó a salir con una chica, empeñado en<br />

disimular lo evidente. Por supuesto no sirvió de nada, era mariquita, y cuanto<br />

antes lo asumiera mejor, aunque también debería asumir que tendría que<br />

ocultar su condición a su familia por siempre jamás. Y así lo hizo,soportando la<br />

presión silenciosa de su madre, que era la única que sospechaba de su<br />

desviación. Fue por ello que la buena mujer desarolló una obsesión enfermiza<br />

por casar a su hijo cuanto antes, ante el asombro de su marido, que era de la<br />

opinión de que Angelito, debería estudiar economía para poder dirigir con<br />

firmeza y tino todo el imperio que un día había de heredar. De nada sirvieron los<br />

argumentos del pobre hombre. En cuanto el chico cumplió veinte años, su<br />

madre, que llevaba ya tiempo indagando entre las familias bien de la zona, en<br />

cuales había muchachas casaderas, le metió por los ojos a Susana Carbajosa


del Rio, una chica (si es que se le pudiera llamar así) millonaria por derecho<br />

propio, hija de un torero famosísimo en aquella época, dueño además de una<br />

ganadería de renombre. Susana era más fea que pegarle a un padre, alta y<br />

desgarbada, de aspecto hombruno y voz de camionero. Portadora de<br />

semejantes características, a la madre de Angel le pareció la mujer perfecta,<br />

dadas las inclinaciones de su hijo. Por otra parte la familia de la chica, cuya<br />

madre ya estaba cansada de ofrecer misas al Sagrado Corazón de Jesús para<br />

que su hija casara como era debido, no se podía creer el golpe de suerte que les<br />

había llegado. Iban a casar a su pequeña con uno de los hombres más ricos y<br />

de más porte de la región, cosa que, por otra parte, no podía ser de otra manera<br />

dada su posición. A Angelito la novia impuesta no le pareció ni bién ni mal,<br />

simplemente no le pareció, ya que para él ver una mujer era como ver un muro<br />

de piedra, que no le hacía sentir ni padecer. De quien se enamoró perdidamente<br />

fue del padre de la susodicha, es decir, de su suegro. Se percató de su<br />

sentimiento el día de la pedida de mano, cuando se reunieron todos alrededor<br />

de la pequeña plaza de toros que sus suegros tenían en la finca , para ver al<br />

padre de la novia torear. Cuando lo vió con el traje de luces, con la taleguilla<br />

abultada y sugerente , bien puesta en la ingle, se dijo que aquel, y sólo aquel,<br />

era el hombre de su vida. Cayó entonces en el callado tormento de sufrir un<br />

amor secreto e imposible que nunca podría ser descubierto ni mucho menos<br />

corespondido. Se consolaba pensando que por lo menos tenía la suerte de<br />

poder verlo y estar a su lado con bastante frecuencia, dada la relación de familia<br />

que iba a unirles. Se casó con Susana apenas unos meses después de


conocerla, en el fondo daba igual cuanto tiempo hubera pasado, pues jamás<br />

podría sentir nada por ella. La noche de bodas fue un verdadero tormento. <strong>El</strong>la,<br />

haciendo gala de una brutalidad impropia de una señorita, se echó desnuda en<br />

la cama mientras él fue al baño, recibiéndolo con las piernas abiertas y con<br />

comentarios soeces.<br />

-Venga, mi Angelito, entra aquí de una vez, que estoy caliente y necesito que<br />

me aplaques.<br />

Aquella visión no le excitó en absoluto, más bien le dió ganas de vomitar. Sólo<br />

consiguió cumplir pensando en su suegro y en la imagen de la taleguilla<br />

abultada que se le había quedado plasmada en la mente. Aquella noche se<br />

inició su verdadero suplicio. Casado con una mujer burda y simple a la que no<br />

amaba, enamorado del padre de la misma, la situción se hacía insostenible por<br />

momentos. Aún así consiguió aguantar diez años haciendo el paripé, años en<br />

los que el asco que sentía por su esposa se fue haciendo más y más grande, lo<br />

cual no impidió que su matrimonio diera como frutos dos vástagos, niño y niña ,<br />

los cuales salieron tan listos e inteligentes que se percataron enseguida de la<br />

desviación de su padre y de brutalidad de su madre, lo que provocó en ambos<br />

graves problemas psicológicos y de conducta, que derivaron en una<br />

subnormalidad encubierta cuando su progenitor, finalmente, se derrumbó y una<br />

tarde de fiesta en la que el suegro se empeñó de nuevo en enseñar a los<br />

asistentes sus habilidades taurinas, saltó al coso durante la vuelta al ruedo del<br />

buen hombre y allí, delante de todo el mundo le declaró su amor incondicional<br />

mientras le acariciaba con disimulo la entrepierna. <strong>El</strong> escándalo que se originó


fue de órdago. A su madre le dió un ataque de nervios que le provocó una<br />

alopecia galopante, su padre se quedó mudo del susto y su suegro lo echó de la<br />

casa y de la familia prohibiéndole que se acercara a su hija y a sus nietos en lo<br />

que le quedara de vida, mientras su mujer, que era adicta a los programas del<br />

corazón, respiraba aliviada al poder verse libre de aquel ser insulso que tuvo que<br />

aguantar por marido. Ahora por fín tenía vía libre para intentar conquistar al<br />

apuesto presentador del progama de variedades que echaban en la tele todas<br />

las tardes, que era de quien en realidad estaba enamorada. Evidentemente<br />

Angel también fue repudiado por su propia familia, que lo consideraron un<br />

completo degenerado, confirmando las sospechas de su pobre madre. Triste y<br />

cabizbajo, marchó sin rumbo, llevando por todo equipaje, lo puesto y algo de<br />

dinero que se había apresurado a retirar del banco y con el que tenía pensado<br />

cumplir uno de sus sueños: abrir una agencia de viajes. Fue así que recaló en<br />

"La Media Estrella", donde ahora se encontraba, en aquella habitación luminosa<br />

y clara, sin saber que en aquel tugurio iniciaría la etapa más feliz de su vida.<br />

III)<br />

<strong>El</strong> nuevo huesped era serio, discreto, límpio y, sobre todo, pagador. Tal vez<br />

pecara un poco de silencioso. A Silvana le hubiera gustado chalar un rato con él<br />

todas las noches, en la cocina a la sobremesa de la cena o delante de la<br />

televisión; pero él, en cuanto terminaba su frugal cena, se retiraba a su cuarto y<br />

de allí no salía hasta la mañana siguiente, bien temprano, rumbo a sabe Dios


dónde. Silvana respetaba su silencio, no le quedaba más remedio. No obstante,<br />

entre sus vecinas circulaban un montón de rumores que a ella le gustaba<br />

escuchar de vez en cuando. Si les había impactado sobremanera el hecho de<br />

que un huesped permanente se instalara en La Media Estrella, más curiosidad<br />

sentían ahora por saber a dónde se dirigía todas las mañanas. Ninguna se<br />

aventuraba a comentar su pasado, pero todas creían estar en lo cierto sobre su<br />

presente. Las opiniones iban desde la que decía que era dueño de un cabaret,<br />

hasta la que afirmaba que era un maestro de escuela. Solamente Purita, una<br />

muchacha un poco atrasada que se dedicaba a seguir a los transeuntes, dió en<br />

el clavo.<br />

-Tiene una oficina en la avenida. Allí va todos los días.<br />

Purita había soltado el ovillo, las demás siguieron el hilo y finalmente llegaron<br />

a la verdad.<br />

-Tiene una oficina en la avenida, es cierto - contaba una de ella a Silvana -<br />

aunque es muy cutre. Por todo mobiliario tiene una mesa con dos o tres sillas y<br />

unas estanterías vacías. En los cristales ha puesto unos carteles escritos<br />

seguramente por él mismo, en los que dice que organiza excursiones, a Málaga<br />

y a Granada.<br />

-Pues debe de ser cierto - decía otra - porque yo el otro día pasé por allí y<br />

había un bus aparcado en el que se estaba montando bastante gente.<br />

En esa conversación estaban, cuando Silvana se fijó en una mujer que con<br />

paso lento y vacilante se dirigía hacia ellas mirando con curiosidad las fachadas<br />

de las casas, como si buscase algo. Tenía el rostro macilento y los ojos


estrávicos, a pesar de disimularlo con unas gruesas gafas con montura de pasta.<br />

Silvana tuvo el presentimiento de que lo que buscaba era su pensión, y no se<br />

equivocó. En cuanto la mujer vió el letrero luminoso, que a esas horas estaba<br />

apagado, entró en el edificio arrastrando tras de sí una pesada maleta, en la que<br />

parecía llevar toda su vida. Silvana entró inmediatamente, a tiempo de ver como<br />

la otra se acercaba al pequeño mostrador que hacía las veces de recepción.<br />

-Deseaba una habitación ¿verdad?<br />

La mujer se volvió y superado el primer momento de shok al toparse de<br />

narices con semejante adefesio, mostró una tímida sonrisa y contestó<br />

afirmativamente.<br />

-¿Y piensa usted quedarse mucho tiempo?<br />

-No lo se - contestó con voz apenas audible - no tengo a donde ir, así que en<br />

principio me quedaré unos días. Luego.....tal vez me busque un pisito de<br />

alquiler....aunque no se, no estoy acostumbrada a vivir sola y tal vez no sea<br />

capaz de adaptarme.<br />

Silvana no se lo podía creer. En apenas un mes dos huespedes permanentes.<br />

Tenía que hacer todo lo posible para que esta se quedara también.<br />

-Aquí estará muy bien - dijo - yo le atenderé de mil amores. Las habitaciones<br />

son amplias y luminosas y sobre todo muy limpias. Además si quiere le daré de<br />

comer, vamos, pensión completa.<br />

A la mujer, que era tímida pero no imbécil, no se le pasó por alto que aquella<br />

enana gordinflona y con cara de caballo, quería sacar tajada de la situación.<br />

-Bueno - dijo con su voz más lastimosa - eso está muy bien, pero verá, yo no


tengo mucho dinero, estoy buscando trabajo y ahora mismo apenas tengo diez<br />

mil pesetas conmigo, ya ve usted. ¿Cuánto me cobraría por la pensión<br />

completa?<br />

Silvana, que al principio tenía pensado cobrarle lo mismo que al otro huesped,<br />

se apiadó de la pobre mujer, que parecía llevar consigo una inmensa pena y se<br />

dijo que debía rebajarle un poco el precio.<br />

-Le cobraré cuatro mil por semana, todo incluido, menos no puedo, no me<br />

sería rentable.<br />

- Ah bueno - contestó la otra como si esperara un precio muchísimo más alto -<br />

pues mire me parece bien, me quedo.<br />

-Estupendo, venga, venga, le enseñaré su cuarto.<br />

La acomodó en la habitación contigua a la del otro huesped. Como la de él,<br />

daba a la calle y en ella entraba la luz a raudales.<br />

-Tómese su tiempo y póngase cómoda. A las dos serviré la comida.<br />

Buenos tiempos parecían avecinarse para La Media Estrella.<br />

A diferencia del primer huesped a la nueva le gustaba la conversación y<br />

accedía gustosa a charlar animadamente con Silvana después de la cena,<br />

mientras tomaban una copita de jerez, que es muy bueno para la salud, dicen.<br />

Tan gratos le eran aquellos momentos que Silvana decidió habilitar un rincón lo<br />

suficientemente comfortable en la casa para que pudiera albergarlos. Suprimió<br />

una habitación, que seguramente jamás le haría falta, y allí montó una salita la<br />

mar de cómoda. Como por aquel entonces todavía no existía Ikea, acudió a una


tienda de muebles de segunda mano, donde se hizo con una mesa camilla ,<br />

unos sofás y otra pequeña mesita para la televisión. Le quedó una salita de lo<br />

más mona y acogedora, donde por fin ella y su huesped, que resultó llamarse<br />

doña Dolores, podían disfrutar de sus animadas charlas nocturnas. Fue<br />

precisamente en una de esas fantásticas veladas donde doña Dolores depositó<br />

toda su confianza en aquella mujer, que ya se había dignado a contarle sus<br />

aventuras y desventuras, y se decidió a relatarle ella también las suyas, que no<br />

se quedaban cortas en suplicios y fatalidades.<br />

-Pues sí, doña Silvana, mi vida no fue tampoco un camino de rosas<br />

precisamente, más bien al contrario, sobre todo desde que murió mi padre, que<br />

en gloria esté, que era el que me protegía y me daba más cariño. Nací como<br />

Maria Dolores de la Purísima Encarnación de María Solano y Alvarez de<br />

Villegas. Si ya se, no ponga esa cara tan rara doña Silvana, se que tengo un<br />

nombre de lo más peculiar, fruto de la devoción mariana de mi madre. Fíjese si<br />

tenía amor a la virgen que todos los años, mientras fui pequeña, me llevaba de<br />

peregrinación a Lourdes. Allí íbamos en procesión con los pobres lisiados que<br />

acudian a su cita año tras año, esperando un milagro que nunca llegaba.<br />

Cuando era pequeñita me daban miedo, muchísimo miedo, pero al final me fui<br />

acostumbrando a verlos. Yo no entendía porqué mi madre se empeñaba en<br />

llevarme a aquel lugar que a mí se me antojaba del todo extraño. Además se<br />

empecinaba en hacerme beber agua que previamente había recogido de una<br />

especie de piscina donde la gente se bañaba. Después estaba mala del<br />

estómago una buena temporada y gracias a Dios que no pillé nada peor. Pero


ueno, me estoy desviando del tema. Mi padre provenía de una familia muy<br />

humilde, jornaleros de Jaén que andaban a la aceituna y que no tenían los<br />

pobres dónde caerse muertos. Mi madre, por el contrario, viene de una familia<br />

ilustre, aunque no me pregunte usted el porqué de esa ilustración. Jamás me<br />

habló de sus padres,es decir, de mis abuelos, que la echaron de casa cuando<br />

ella se empeñó en casarse con alguien de tan baja alcurnia como mi padre. <strong>El</strong><br />

caso es que mi padre, que siempre tuvo mucha visión para los negocios, siendo<br />

niño se dedicaba a sisar la aceituna que se dedicaban a recoger, sin que lo<br />

supieran mis abuelos. No me diga de qué manera porque nunca lo contó, pero<br />

se fabricaba su propio aceite que después vendía por las casas. Cuando<br />

cumplió veinte años ya tenía hecha una pequeña fortuna y a los veinticinco ya<br />

era un empresario del aceite que sacó a su familia de la miseria. Montó en la<br />

ciudad un pequeño almacen de venta al por mayor y así fue como conoció a mi<br />

madre que iba allí a proveerse del aceite. Se enamoraron enseguida e iniciaron<br />

un noviazgo que al principio funcionó sin problemas, hasta que la familia de mi<br />

madre supo de los orígenes humildes de mi padre. Entonces todos fueron<br />

inconvenientes. No podían permitir que su hija se casara con un jornalero, aún<br />

cuando a aquellas alturas mi padre seguramente era uno de los hombres más<br />

ricos de Jaén. Pero mi madre, que siempre fue una mujer de carácter fuerte,<br />

defendió a cal y canto aquel amor y se casó, lo que conllevó que le prohibieran<br />

pisar la casa matriz . Por ello no puse jamás los pies en casa de mis abuelos, a<br />

los que por supuesto nunca conocí.<br />

A los diez meses de aquel matrimonio nací yo. Mi madre tuvo un parto difícil,


muy complicado, que casi la envía para el otro barrio y que, por supuesto, la<br />

imposibilitó para tener más hijos. Esa fue la cruz con la que injustamente tuve<br />

que cargar yo durante toda mi vida. Mi madre esperaba un varón y aparecí yo,<br />

encima no podría volver a parir jamás y cargó sobre mí la culpa de ambas<br />

cosas. Nunca me sentí querida por ella. Jamás pude disfrutar de sus besos y<br />

sus caricias, como hacía con mi padre. Durante mi infancia me trató con<br />

absoluta indiferencia, aunque mi padre cubría todas las carencias que yo<br />

pudiera tener. Pero para mi desgracia, él murió en un estúpido accidente.<br />

Podando el huerto, se cayó de un árbol y rompió la crisma. A partir de entonces<br />

ella se ensañó conmigo. Lo primero que hizo fue cambiarme de colegio. Me<br />

matriculó en uno de monjas, no sin antes advertirles de que yo era una niña<br />

difícil y rebelde. Nada más lejos de la realidad, pero ellas ya estaban sobreaviso<br />

y no me dieron oportunidad de demostrar que yo era buena y respetuosa. Tuve<br />

que soportar castigos y vejaciones, ya sabe usted como eran las monjas antes, y<br />

me convertí en una adolescente miedosa y sin carácter. Mi madre me trataba<br />

como a una esclava, me mandaba hacer todos los trabajos de la casa, mientras<br />

ella finjía unas enfermedades que nunca existieron más que en su malvada<br />

imaginación. Además estaba obsesionada con la religión, lo estuvo siempre y a<br />

mí su actitud me atormentaba. Tenía que oir misa todos los días, confesar todas<br />

las semanas unos pecados que nunca había cometido, incluso, durante una<br />

temporada, me presionó para que ingresara en un convento. No se imagina<br />

usted doña Silvana la que armó el día que se enteró que el hijo del deshollinador<br />

me pretendía. Era un buén chico, pobre, pero bueno y a mí su posición me daba


lo mismo. LLegó un momento que con tal de escapar de las garras de mi madre<br />

hubiera hecho cualquier cosa. <strong>El</strong> joven, Luciano se llamaba, me esperaba todas<br />

las tardes a la salida de misa y me acompañaba a casa. A veces me invitaba a<br />

tomar un refresco en la tasca de Marcelo, que estaba junto a la Iglesia. Éramos<br />

muy correctos, fíjese usted que a lo máximo que llegamos fue a rozar nuestras<br />

manos, con decirle que tengo cuarenta y cinco años y aún estoy entera, se lo<br />

digo todo. <strong>El</strong> caso es que un día mi madre, entre visillos, me vió llegar a casa<br />

acompañada por Luciano y la que se armó fue muy gorda. Cuando entré por la<br />

puerta me la encontré tan furiosa que se estaba arrancando el pelo a tirones. Me<br />

llamó de todo y me dió una paliza, mientras me decía que ya podía ir a confesar<br />

mi pecado y hacer penitencia. Fíjese que por aquel entonces, yo me había<br />

comprado lencería muy mona, bueno, lo que se llevaba por aquel entonces,<br />

unas braguitas y un sujetador de lo más decentes. <strong>El</strong>la me los vió y me los<br />

arrebató alegando que eran pecaminosos y que lo mejor era tirarlos. Pero no lo<br />

hizo y el día que nos ocupa me los devolvió diciéndome que los iba a estrenar y<br />

que me iba a encantar hacerlo. Me obligó a ponérmelos, estiró las bragas hasta<br />

que me llegaron debajo de los pechos y me las prendió al sujetador con alfileres,<br />

que se me clavaban en la carne. "Toma ropa fina, toma ropa fina" repetía una y<br />

otra vez. Me tuvo así cinco dias con sus noches, sin dejarme siquiera cambiarme<br />

las bragas, a mí, que soy tan límpia que me ducho una vez por semana y me<br />

cambio de ropa interior día sí y día no. Hasta llegó a ir a casa del deshollinador,<br />

al que según me contaron, le armó un escándalo de los que hacen historia,<br />

recriminándole que se hubiera llevado mi flor, mi pureza y le dió un golpe en la


cabeza con una pala que encontró por allí, con tal fuerza que si no es por los<br />

vecinos, tal vez lo hubiera matado. Aquello fue la gota que colmó mi paciencia y<br />

decidí que no podía seguir dejando que aquella malvada mujer gobernara mi<br />

vida a su antojo. A partir de aquel día me mostré sumisa e hice todo lo que me<br />

mandaba sin rechistar, de tal manera que no tuviera motivos para regañarme. Si<br />

hasta aquel entonces me había tratado como una criada, no quiero ni contarle lo<br />

que hizo después. Se finjió enferma y se metió en la cama, luego se hizo con<br />

una campanilla que hacía sonar cada vez que quería algo de mí. Me llamaba<br />

para cosas tan estúpidas como que le alcanzara algo de la mesilla de noche y<br />

me lo decía con voz lastimosa, siempre laméntandose y echándome la culpa de<br />

su desgracia. Pero cuando creía que yo no estaba en la casa, se levantaba y<br />

campaba a sus anchas la mar de bien. Yo callaba. Esa situación duró ni más ni<br />

menos que cuatro años, durante los cuales, por las noches, me dediqué a<br />

estudiar y prepararme, a la vez que le fuí sisando dinero, pues ella no me daba<br />

un duro. Cuando obtuve mi título y suficiente dinero en el banco para valerme<br />

por mí misma me fui de casa. Eso fue justo el día en que llegué a aquí. Antes<br />

me di el gusto de decirle lo que pensaba de ella, que no se lo voy a contar pues<br />

no merece la pena, pero sí le diré que según iba yo hablando ella se iba<br />

poniendo roja, los ojos se le salieron de las órbitas, y por las narices echaba<br />

humo cual toro enfurecido y se levantó de la cama dispuesta a abalanzarse<br />

sobre mí. Me escapé a tiempo y allí la dejé sola, que es mucho menos de lo que<br />

se merece. <strong>El</strong> otro día una vecina me dijo que estaba chiflada, que durante el día<br />

se dedicaba a chillar por la casa llamándome y hablando como si yo estuviera


presente. No me importa. La odio, aunque sea duro decirlo, y lo único que deseo<br />

es que se muera, sólo así me quedaré tranquila.<br />

-Pues tenía usted razón doña Dolores, ha tenido usted una vida muy dura. Y<br />

dígame ¿qué estudios completó usted? -dijó Silvana, después de escuchar con<br />

gran atención el relato que había hecho su amiga.<br />

-Estudié turismo, es que ¿sabe usted? mi ilusión siempre fue poder viajar,<br />

conocer mundo - contestó doña Dolores suspirando y mirando al infinito - ahora<br />

intento buscar trabajo, pero está tan difícil.....sólo espero que no se me termine<br />

el dinero antes, porque si eso ocurre me quedaría en la calle, no tendría con qué<br />

pagarle.<br />

-Ande, ande, por eso no se preocupe usted. Si no me puede pagar unos<br />

meses ya lo hará, mujer, ya lo hará. Pero ahora que lo pienso....¿sabe usted que<br />

el otro huesped tiene una agencia de viajes?<br />

-Ah pues no, no lo sabía ¿y sabe si tendrá algún puesto para mí?<br />

-Pues no lo se, pero ahora mismo se lo vamos a preguntar.<br />

Se levantaron ambas de los cómodos sofás y se dirigieron al cuarto de Don<br />

Angel, sin darse cuenta de que eran las dos de la mañana y de que el hombre<br />

estaba durmiendo a pierna suelta, vamos, lo normal a esas horas de la noche.<br />

Golpearon la puerta tres o cuatro veces.<br />

-¿Quién es? ¿qué pasa? - se oyó dentro.<br />

-Don Angel ¿puede salir un momento? es que tengo algo que decirle.<br />

A los pocos segundos la puerta se abrió y apareció el hombre con cara<br />

soñolienta y en ropa interior. Semejante visión hizo tartamudear a Silvana, que


no había visto un hombre de aquella guisa desde su aventura con el gitano.<br />

-Ve...verá, es que.....me..me parece que ti...tiene usted.<br />

-Que tengo yo qué, por favor acabe de una vez, que no son horas.<br />

-Bueno, pues que tiene usted una agencia de viajes y precisamente Doña<br />

Dolores, anda buscando trabajo de guía turístico.<br />

<strong>El</strong> hombre miró a Doña Dolores con interés.<br />

-¿Ah si? Pues no me vendría mal que alguien me echara una mano, la<br />

verdad. Pero, lo siento, no puedo ayudarla, acabo de comenzar el negocio y no<br />

tendría dinero para pagarle. Si me disculpan, buenas noches.<br />

Se disponía a cerrar la puerta, cuando Dolores se lo impidió.<br />

-Por favor, si no puede pagarme un sueldo....tal vez pueda...pagarme la<br />

pensión, con eso me conformo. Cuando el negocio haya arrancado, entonces<br />

me paga.<br />

<strong>El</strong> hombre la miró de arriba abajo. No tenía mal aspecto, a pesar de sus ojos<br />

torcidos y parecía agradable. Seguro que a los viejos verdes a los que<br />

organizaba las excursiones les encantaría y la harían musa de sus fantasías.<br />

-Acepto. Pero ahora me voy a dormir, mañana hablamos con más calma, si<br />

no le importa.<br />

-Claro, claro, buenas noches.<br />

Las dos amigas se felicitaron por el éxito obtenido y se fueron a la cama<br />

contentas y felices. Aquello, definitivamente, empezaba a marchar.<br />

IV)


A la mañana siguiente Doña Dolores y Don Angel concretaron los puntos de<br />

su nueva relación laboral.<br />

-Las cosas parece que están respondiendo - le dijo él - y si siguen así en dos<br />

o tres meses podré pagarle un sueldo ....digamos modesto, aunque le prometo<br />

que en unos meses se lo revisaré.<br />

Doña Dolores accedió gustosa, divisando por fin la luz al final del larguísmo<br />

túnel negro que había sido su vida. Aprendió pronto los entresijos del negocio y<br />

a pesar de su timidez y de su falta de experiencia, pronto se movió en el mundo<br />

de los viajes (cortos, eso si) como pez en el agua. Los muchachos de la tercera<br />

edad que se apuntaban masivamente a las excursiones que la agencia<br />

organizaba, la adoraban por su simpatía y su buen humor, pasando por alto el<br />

estrabismo recalcitrante que padecía la mujer, que muchos intepretaban como<br />

mirada ausente y meláncolica. Algunos, tal como había vaticinado don Angel en<br />

su día, la hicieron protagonista de sus extintos sueños eróticos, apuntándose a<br />

excursión tras excursión para poder disfrutar del mero hecho de tenerla ante sí,<br />

con el consiguiente menóscabo ecónomico de sus exíguas pensiones. Dolores<br />

se convirtió en un excelente reclamo para el negocio. Las excursiones<br />

organizadas cada vez eran más y los beneficios comenzaron a subir como la<br />

espuma, de tal manera que al segundo mes de trabajo la mujer recibió su primer<br />

sueldo , cuarenta mil pesetas que la pusieron más feliz que unas castañuelas.<br />

Don Angel, por su parte, fue suavizando su carácter al tiempo que su negocio<br />

evolucionaba. Por fin su sueño se estaba haciendo realidad, lo único que le


faltaba era, ya olvidado su suegro, encontrar un amor sincero con el que<br />

compartir penas y alegrías. Mientras, concentró todas sus fuerzas en el trabajo y<br />

en una vida que cada vez le resultaba más agradable de vivir. Incluso empezó a<br />

trabar amistad, no sólo con su empleada, sinó también con Doña Silvana,<br />

compartiendo con ambas las noches de tertulia en la acojedora salita, delante de<br />

la consabida copita de jerez. Su existencia anterior, marcada por la<br />

incomprensión y el infortunio, comenzaba a desdibujarse en su mente. Lo mismo<br />

le pasaba a las otras dos protagonistas de nuestra historia. Por fin empezaban a<br />

disfrutar de algo parecido a la felicidad.<br />

Antoñito hacía la maleta con desgana y tristeza, metiendo su mejor ropa en<br />

ella, mientras la más vieja y desgastada iba a parar a una cajón, que luego<br />

depositaría en la basura. Tenía que irse de aquella casa que había sido la suya<br />

durante más de treinta años. Nadie lo echaba, eso era cierto, pero se sentía<br />

sólo. Le parecía que ya no pintaba nada allí, que su feudo había sido<br />

abandonado. Antonio Martinez Roldan eran un muchacho larguirucho, de tez<br />

morena y ojos tan pequeños que parecían dos puñaladas, lo que unido a su<br />

boca diminuta y de dientes medio prominentes le daba un aspecto de topo,o tal<br />

vez de castor, dependiendo del pundo desde donde se le mirase. Hombre fijo en<br />

sus ideas y en sus maneras. Le gustaba cambiarse de camisa una vez a la<br />

semana, aunque el cuello empezara a mostar signos evidentes de suciedad o la<br />

tela desprendiera olor inclonfundible a los fritos cocinados el día anterior. Tal vez<br />

fuera una manía,como manía también era no cambiarse de zapatos ni en verano


ni en invierno. Zapatos que se compraba, zapatos que usaba hasta que se le<br />

rompían y no le quedaba más remedio que sustituírlos por unos nuevos. Por otro<br />

lado era un muchacho serio y culto, o al menos eso se creía él. Conoció la<br />

desgracia de muy pequeño, cuando poco después de cumplir los dos años, su<br />

madre murió prematuramente a causa de un faringitis mal curada, o al menos<br />

esa fue la versión oficial que les dio el médico y que su padre creyó como un<br />

idiota. Antoñito, con los años, y después de leer muchos libros de medicina y de<br />

bioquímica, llegó a la conclusión de que su madre había muerto, probablemente,<br />

de un cáncer en las amígdalas, pero claro, ya no lo podía demostrar y tampoco<br />

merecía la pena desenterrar antiguas desgracias que no harían más que daño a<br />

quienes las vivieron. Su padre Antonio Martínez Expósito, funcionario de<br />

educación, es decir, maestro de escuela, contrajo segundas nupcias con<br />

Baltasara Jiménez, una gitana con mucho remango y más picardía, que vió en<br />

aquel matrimonio la posibilidad de salir de la miseria en la que vivía. Al cabo de<br />

los años pudo combrobar cuan equivocada estaba. <strong>El</strong> sueldo del maestro daba<br />

justito para vivir y caprichos los mínimos, tanto más cuando, aparte de Antoñito,<br />

que a pesar de estar más delgado que una escoba devoraba la comida casi sin<br />

mirarla, había cuatro bocas más que alimentar. Y es que de aquel matrimonio<br />

nacieron cuatro niñas preciosas y tan tontas y superficiales como trabajador y<br />

estudioso era su hermano. Antoñito, sin embargo, no quiso estudiar.<br />

Argumentaba que ninguna carrera era lo suficientemente interesante para él. Le<br />

hubiera gustado hacer una amalgama, una mezcolanza de tres o cuatro<br />

disciplinas para así estudiar a gusto, pero como eso no era posible decidió


convertirse en autodidacta. Se compró la enciclopedia Espasa y se dedicó a<br />

leerla, punto por punto, definición tras definición, aumentando así su natural<br />

sapiencia. Además, como ya se señaló, leía libros de medicina, de bioquímica,<br />

de física cuántica y de física nuclear, creyendo que con eso se convertiría en un<br />

erudito. Pero el hecho era que no podía pasarse la vida leyendo, por mucha<br />

cultura que con ello adquiriese, había que ganarse la vida y por ello su padre le<br />

consiguió un empleo en una fábrica de confeti. A Antoñito no le gustó aquel<br />

empleo, creía que con sus conocimientos se merecía algo mejor. Por ello se<br />

dedicó a enviar curriculums imaginarios a empresas que según él eran<br />

merecedoras de contar con sus servicios. Tuvo tanta suerte que lo cogieron en<br />

una farmacéutica, como supervisor químico. Sólo cuando la primera remesa de<br />

medicamentos para el extreñimiento casi mata a media población,sus jefes se<br />

dieron cuenta del error que habían cometido y lo largaron con viento fresco, no<br />

sin antes advertirle de que había tenido mucho suerte, pues habían decidido no<br />

emprender acciones legales contra él.<br />

No tuvo más remedio, pues, de aceptar el trabajo en la fábrica de confeti,<br />

aunque no por ello dejó de alimentar su sabiduría que, a su saber y entender,<br />

era cada vez mayor. <strong>El</strong> caso es que la fabrica de confeti, a la que acudía en<br />

turno de mañanas de seis a dos, le dejaba toda la tarde libre y cumplidos los<br />

veintiocho, cuando consideró que el conocimiento que había adquirido a través<br />

de sus lecturas ya era más que suficiente, decidió que tenía que buscarse<br />

alguna aficción. Como, en principio no le gustaba ningun entretenimiento en<br />

especial, recurrió de nuevo a sus lecturas. Consultó estudios y estadísticas y


finalmente llegó a la conclusión de que dada su erudicción y sus conocimientos<br />

los pasatiempos que iba a adoptar serían el fútbol, los toros y la cría de aves en<br />

cautividad. Empezó a ir todos los domingos al estadio con la radio pegada a la<br />

oreja, a cubrir quinielas y a interesarse por tal o cual fichaje. También se hizo<br />

asiduo de las corridas de toros, aunque antes de ello se compró una<br />

enciclopedia taurina para hacerse con los términos propios de la disciplina, así<br />

como conocer alguna que otra vida de toreros famosos. En la práctica, la<br />

aficción que le dió más problemas fue la de la cría de las aves. Vivía en un piso<br />

con su padre, su madrastra y sus cuatro hermanas, con lo cual todas las<br />

habitaciones de la casa estaban ocupadas. Había que poner nidos para la cría,<br />

comederos y demás, así que decidió hacer sitio en su armario. Sacó de allí la<br />

ropa que consideró innecesaria y acomodó jaulas y demás accesorios. Compró<br />

tres jilgueros y cinco canarios que alegraron sus mañanas con sus dulces trinos.<br />

Los inconvenientes comenzaron cuando en ocasiones se olvidaba de limpiarlos.<br />

<strong>El</strong> olor que desprendían era tan fuerte y nausabundo que se extendía por toda la<br />

casa. De nada sirivieron ambientadores y remedios caseros. <strong>El</strong> padre lo llamó a<br />

corrección, después de escuchar una y otra vez las quejas de su madre y<br />

hermanas. Intentó tener más cuidado con el aseo de los animales. Pero lo peor<br />

llegó con la época de cría. Quiso comprar una incubadora pero se dió cuenta de<br />

que no tenía sitio donde colocarla, asi que no se le ocurrió idea mejor que<br />

repartir los huevos de los pajarillos por los armarios de la casa, poniéndolos<br />

entre las ropas de sus hermanas, donde pudieran conservar el calor. Tuvo la<br />

precaución, no obstante, de colocar los huevecillos en los estantes más altos,


donde presumiblemente, estaba la ropa que menos se ponía. Su fallo fue no<br />

anotar el sitio exacto de colocación, ya que al cabo de unos días ya no<br />

recordaba donde los había puesto. La que se armó fue muy gorda cuando las<br />

chicas descubrieron los pollitos nacidos entre sus jerseys. Hasta quisieron<br />

echarlo de casa, cosa a la que su padre se opuso rotundamente, aunque le pidió<br />

que por piedad, dejara la cría de pájaros para otro momento. Así lo hizo. Desde<br />

entonces se limitó a tener dos pajarillos en sus jaulas, centrándose en sus otras<br />

dos aficciones, que ya eran bastante.<br />

Así fueron pasando los años hasta que dos acontecimientos voltearon su<br />

tranquila vida. Por un lado, su padre, jubilado y cansado de aguantar a tantas<br />

mujeres en casa, sobre todo a la esposa que no cesaba de hacerle reproches<br />

continuos por los motivos más estúpidos, decidió que ya no podía más y se<br />

marchó con una mulata jovencita, de tetas turgentes y culo prieto, que se<br />

comprometió a hacerle feliz los pocos años de vida que le quedaran. Una noche<br />

convocó una reunión familiar y les comunicó la noticia.<br />

-Lo siento Antoñito - le dijo- tendrás que buscarte la vida. Yo ya no podré<br />

defenderte de estas cinco arpías.<br />

Lo último que supo de él fue que se había marchado con la mulata a Brasil y<br />

allí vivía a cuerpo de rey, aunque nunca llegó a saber de qué.<br />

<strong>El</strong> otro acontecimiento que contribuyó a cambiar su vida vino de parte de su<br />

hermana pequeña, Marta, muchacha de gran belleza y cabeza absolutamente<br />

hueca. Gustaba de presentarse a concursos de belleza, pruebas para modelos y<br />

eventos por el estilo. En el último de ellos había salido elegida Miss Cádiz, pero


nadie se esperaba que finalmente ganara también el concurso de Miss España.<br />

Fue una grata sorpresa para todos y sobre todo para su madre, que tomó las<br />

riendas de la prometedora carrera de su hija cual madre de la Pantoja, que por<br />

aquel entonces estaba empezando a ser conocida. Le llovieron ofertas de<br />

televisión, le ofrecieron grabar un disco, actuó como actriz en una película y con<br />

ello el dinero comenzó a entrar a raudales en la casa, de tal manera que ésta se<br />

le quedó pequeña, lo mismo que la ciudad y la muchacha cogió sus bártulos y se<br />

marchó a la capital, llevándose consigo a sus hermanas y por supuesto a su<br />

madre que ya se había convertido en su representante oficil. <strong>El</strong> día de su<br />

marcha se acercó a Antoñito y le habló muy sinceramente:<br />

-No te he dicho que vinieras porque supongo que no querrás. Además, ya<br />

sabes que ninguna de nosotras aguantamos tus rarezas, aunque el el fondo te<br />

queremos. Quédate con la casa si quieres, es para tí, a nosotras no va a<br />

hacernos falta ya que por supuesto no volveremos a esta ciudad.<br />

Fue la única que tuvo la deferencia de despedirse. Las otras la siguieron sin<br />

decir ni una palabra. Allí se quedó pues Antoñito, más sólo que la una, sin saber<br />

que hacer, sintiendo por momentos como las paredes de su solitario hogar se le<br />

venían encima. No quería seguir así, ni podía, porque no sabía ni freirse un<br />

huevo. Necesitaba con urgencia alguien que lo cuidara, que atendiera sus<br />

necesidades básicas. En la fábrica de confeti, un compañero le habló de una<br />

discreta y agradable pensión en la calle del Huerto número seis.<br />

-La dueña es una mujer horrorosa, con pinta de enano y cara de caballo,<br />

búscala y no tendrás pérdida. Dicen que es buena mujer y que atiende a sus


huespedes de lo mejorcito.<br />

Allí estaba, pues, nuestro muchacho. Terminó de hacer su maleta y después<br />

de pasear una meláncolica mirada por la casa vacía, salió y echó la llave, con la<br />

intención de no volver jamás por allí. Tal y como le había dicho su compañero no<br />

fue difícil dar con la pensión. Cuidadosamente caleada y con un enorme letrero<br />

de neón, apagado a aquellas horas, la casita destacaba en el medio de la calle,<br />

entre los demás edificios medio derruídos y con la pintura descascarillada.<br />

Según puso su pié dentro su mirada se cruzó con la de un ser extremadamente<br />

feo que le recibió con una grata sonrisa. Era la dueña, sin duda.<br />

-Buenas tardes - saludó Silvana - ¿deseaba una habitación?<br />

-Si, bueno, en realidad, deseo una habitación y lo demás. Es decir, tengo<br />

intención de hacer de su adorable pensión mi refugio permanente.<br />

Silvana se maravilló de la excelente oratoria de aquel muchacho con cara de<br />

topillo, fruto, sin duda alguna, de horas de estudio y lectura, y se maravilló de<br />

que de nuevo y por tercera vez en poco tiempo, la suerte llamara a su puerta<br />

trayéndole un nuevo huesped permanente.<br />

-Por supuesto - le respondió contenta- aquí le atenderemos estupendamente.<br />

-Bien, y ¿cuánto tendré que pagarle?<br />

-Cinco mil a la semana, todo incluído por supuesto, ah y ....dos mil de<br />

adelanto, a pagar ahora mismo si no le importa.<br />

Él sonrió dejando a la vista sus dientes amarillentos y llevando la mano a la<br />

cartera sacó las dos mil pesetas y se las entregó a la mujer.<br />

-Claro que no me importa -le dijo - ¿cómo había de importarme adelantarle ese


dinero a una persona tan agradable como usted?<br />

Silvana se ruborizó sin saber qué decir. Hacía años que un hombre no le<br />

dedicaba cumplido semejante y lo agradecía, aunque viniera de parte de alguien<br />

tan poco atractivo. Hizo subir a Antoñito al piso de arriba y le enseñó su cuarto,<br />

algo más pequeño y no tan luminoso como los de los otros huéspedes, porque<br />

este daba a la parte de atrás del edificio, pero igualmente límpio y acogedor.<br />

-Muchas gracias, señorita - le dijo el muchacho cuando se hubo acomodado -<br />

¿o debo llamarle señora?<br />

-Silvana, Silvana es mi nombre, llámeme así.<br />

Antoñito tomó la mano de la mujer y la besó galantemente.<br />

-Encantado, Doña Silvana. Yo soy Antonio, Antoñito para los amigos.<br />

-Pues muy bien - dijo la mujer retirando la mano tímidamente - a las ocho y<br />

media servimos la cena. <strong>El</strong> comedor está en la planta baja.<br />

V)<br />

Y dicho esto dio media vuelta y se fue.<br />

Antoñito se integró muy pronto en el reducido grupo de habitantes de la<br />

pensión. Como era simpático y galante, pronto lo invitaron a compartir sus<br />

sobremesas nocturnas, que con su llegada ganaron en las formas y en el fondo.<br />

<strong>El</strong> muchacho no dudó en compartir con sus tres nuevos amigos los<br />

conocimientos adquiridos a lo largo de sus años de aprendizaje autodidacta.<br />

<strong>El</strong>los, por su parte, admiraban profundamente su forma delicada de hablar, sus


ademanes finos, sus amplios conocimientos sobre cualquier tema que<br />

tocara....lo escuchaban embobados y cuando él no estaba presente comentaban<br />

la suerte que habían tenido al haber caído entre ellos un hombre tan culturizado.<br />

Cierta tarde de domingo, en la que las mujeres habían salido a dar un paseo,<br />

Don Angel y Antoñito se reunieron en la salita de estar y comenzaron a charlar.<br />

Entre palabrería barata descubrieron que tenían una aficción común: los toros.<br />

En cuanto el muchacho hizo referencia al mundo taurino Don Angel recordó<br />

aquel amor jamás correspondido y su mirada se llenó de melancolía. Antoñito le<br />

hablaba sobre los pases taurinos, que si chicuelinas, que si verónicas, y tanto se<br />

entusiasmaba con su discurso que lo acompañaba con gestos de lo más<br />

elocuentes. De pié, en el medio de la estancia, su cuerpo se movía al ritmo de<br />

un toro imaginario. Fue en aquel momento cuando Don Angel se percató de su<br />

virilidad, de su cuerpo masculino, y al imaginárselo desnudo, calentando su<br />

lecho, no pudo contener una erección que intentó disimular como pudo. Se<br />

estaba enamorando perdidamente del muchacho y cuando por fin aquella noche<br />

se retiró a su cuarto y se acostó en la mullida cama, dejó volar su caliente<br />

imaginación hasta límites insospechados, de tal manera que no pudo evitar<br />

abandonarse a sus propias caricias, que le hicieron sentir de nuevo placeres<br />

casi olvidados.<br />

Desde aquel día Don Angel concentró todos sus esfuerzos en atraer la<br />

atención de su amado. Roces forzados de manos, miradas provocadoras,<br />

palabras murmuradas a media luz, pero Antoñito no se daba cuenta o parecía no


querer dársela, para desesperación del otro que veía como todos sus esfuerzos<br />

caían en saco roto. Influenciado por la erudicción del ser que consideraba su<br />

enamorado, comenzó a sentirse como los escritores románticos de antaño, que<br />

no cesaban de sufrir por un amor imposible, llegando incluso al suicidio. Hizo de<br />

Bécquer su aliado, recitando sus rimas en las noches de tertulia con profundo<br />

frenesí, ante el regocijo de las dos mujeres y el asombro de Antoñito, que<br />

comenzó a pensar que su compañero de fatigas sufría alguna especie de<br />

enfermedad mental. No le faltó tiempo para consultarlo en uno de sus libros,<br />

más como no encontró nada que pudiera relacionar con el comportamiento<br />

estúpido de su amigo, lo dejó pasar, no sin dejar de observarlo por si aquellos<br />

alarmantes síntomas de idiotez se acentuaban.<br />

Por otra parte, el negocio de la agencia de viajes iba viento en popa. Dolores<br />

había tenido la brillante idea de ponerse ella misma de reclamo publicitario, ya<br />

que tanto éxito tenía entre el caduco personal masculino asiduo a las<br />

excursiones. Así las cosas, se hizo unas hermosas fotos en un estudio de un<br />

conocido suyo, el cual se las vió y se las deseó para que aquella mujer mostrara<br />

no sólo su mejor sonrisa, sinó también su mirada más sugerente. Al final desistió<br />

en aquella tarea del todo imposible. Vistió a la mujer con ropa de invierno, con<br />

ropa de verano, en bikini e incluso en ropa interior, intentando que sus torcidos<br />

ojos no llamaran mucho la atención. <strong>El</strong> trabajo no quedó del todo mal y las<br />

enormes fotos a tamaño natural cubrieron los escaparates de la agencia<br />

invitando a los transeuntes a un agradable paseo por los Pueblos Blancos, o un


fin de semana de ensueño en la Sierra de Cazorla. <strong>El</strong> éxito de la campaña fue<br />

descomunal, las solicitudes de giras les llovían hasta límites que no se<br />

imagiaban, incluso tenían que rechazar muchas de ellas. Don Angel pensó que<br />

ese era el momento propicio para ampliar el negocio. Compró dos autobuses y<br />

contrató otra guía turística que descargara un poco a Dolores del extenuante<br />

trabajo con el que se enfrentaba cada día. Necesitaba, de igual manera, alguien<br />

que le echara una mano a él en la oficina y no se le ocurrió otra cosa que<br />

proponérselo a Antoñito el cual, en numerosas ocasiones, le había comentado<br />

su intención de abandonar la fábrica de confeti en cuanto le ofrecieran algo<br />

mejor. Aquella misma noche, durante la cena, propuso a su enamorado el<br />

cambio de trabajo, argumentando que no sólo necesitaba alguien que le ayudara<br />

sin más, sinó que deseaba contratar a una persona con cierta cultura geográfica,<br />

no sólo de España, también del resto del mundo, para el caso, más que<br />

hipotético, de que el negocio siguiera su curso y tuvieran que organizar viajes al<br />

extranjero.<br />

-Me alaga que me hagas esa propuesta - respondió Antoñito - y ten por<br />

seguro que has dado con el hombre adecuado.<br />

De esta manera quedó sellada su relación laboral. Para celebrarlo Silvana<br />

abrió unas botellas de champan que tenía en la nevera y todos brindaron por la<br />

prosperidad del negocio.<br />

Aquella noche, en la soledad de su habitación, Silvana se vio presa de un<br />

profunda melancolía. Sabía que no había lugar para ello. Acababan de celebrar


la buena marcha de la agencia de Don Angel. Si las cosas marchaban bien para<br />

sus huéspedes, ya sus amigos, casi su familia, para ella también. Por eso no<br />

entendía por qué a veces se instalaba dentro de su corazón y de su alma una<br />

desazón que la ponía triste hasta hacerla llorar. Abrió el cajón de su mesita de<br />

noche y sacó la postal que hacía ya bastantes años le había enviado su hijo<br />

Paquiyo, desde Pekín de la China (en realidad desde Almendralejo, pero ella<br />

jamás se había dado cuenta). Estaba ajada y medio amarillenta por el paso del<br />

tiempo, las letras se desdibujaban. Qué importaba eso. Silvana la apretó contra<br />

su pecho, mientras una lágrima se escapaba de sus ojos saltones y resbalando<br />

por su mejilla caía y se perdía en su regazo.<br />

-Ay mi Paquiyo, ¿dónde estarás? no sabes cuánto te echo de menos.<br />

A pesar de que el muchacho le había prometido enviarle una postal desde<br />

cada lugar donde actuaran, jamás recibió otra que aquella primera que con tanto<br />

cariño guardaba. Bien es verdad que los quehaceres cotidianos conseguían<br />

mitigar e incluso suprimir por momentos, la pena que sentía por la marcha de su<br />

hijo, pero en ocasiones, el desasosiego volvía a hacer acto de presencia, sobre<br />

todo en momentos felices, aquellos que tanto le hubiera gustado compartir con<br />

su vástago. Finalmente guardó la postal en su rincón del cajón y se durmió.<br />

Soñó con su adorado hijo, lo vio en sus actuaciones por el mundo, cosechando<br />

éxitos, recogiendo apalusos y, aún en sueños, su sonrisa equina endulzó un<br />

poco su feo rostro.<br />

Antoñito comenzó con renovadas ganas su nueva aventura laboral. Tenía


que reconocer que trabajar en una oficina era mucho más grato que la maldita<br />

fábrica de confeti. Le hacía sentirse mucho más importante, entre otras cosas,<br />

porque allí se le daba oportunidad de poner en práctica sus múltiples<br />

conocimientos. A decir verdad, la geografía no era su fuerte, pero su carencia la<br />

arregló como siempre,comprándose una enciclopedia de geografía mundial. Era<br />

tal su ignorancia en la materia que se soprendió grandemente cuando leyó que<br />

la capital de Argentina era Buenos Aires , él siempre había pensado que era Río<br />

de Janeiro, o que había un mar al que llamaban Muerto. Mucho más grave era<br />

situar el Teide en los Montes Pirineos. Reconocía que eran conocimientos que<br />

debía poseer, puesto que los había estudiado en la escuela, pero se justificaba<br />

argumentando que los había tenido que sacar de su mente para dejar paso a<br />

todos los que había adquirido posteriormente a lo largo de toda su vida, que<br />

eran mucho más importantes. <strong>El</strong> caso es que no tardó mucho en ponerse al día<br />

y ello contribuyó a hacer que se sintiera especialmente orgulloso de su nuevo<br />

trabajo. Además, su incorporación a la agencia aportó algo mucho más<br />

novedoso a su vida. Por primera vez se sintió atraído por una mujer. Y es que el<br />

trato diario y tan cercano con doña Dolores, observar su extrema simpatía, lo<br />

delicadamente que trataba al público y lo mucho que los viejetes la querían, le<br />

hicieron verla con otros ojos. Hasta entonces no habían tenido más roce que el<br />

propio de las noches de tertulia, pero ahora....ahora sentía despertar en su<br />

corazón un cariño desmesurado por aquella mujer de voz suave y mirada<br />

soñadora. Nunca antes se había relacionado con mujer alguna, no sabía lo que<br />

era un beso pasional o una caricia cargada de erotismo, nunca había disfrutado


del placer del sexo, era por ello que, aunque conforme pasaba el tiempo su amor<br />

crecía por momentos, no encontraba ni la manera ni el momento, de<br />

declarárselo a su amada. De lo único de lo que era capaz, era de sentarse a su<br />

lado en las reuniones nocturnas, de sonreirle con ternura o de guiñarle uno de<br />

sus ojos de topo cuando le miraba, nada más. Ensayaba delante del espejo las<br />

palabras, las maneras, incluso tenía elegida la hora, el momento preciso y<br />

propicio para su declaración de amor, pero en el último momento algo en su<br />

interior se lo impedía. Lo que no sabía era que, desde luego, no podía ocurrirle<br />

nada mejor.<br />

Dolores comentó con Silvana algo que venía notando desde hacía una larga<br />

temporada: Antoñito estaba extraño con ella. No sabría decir el motivo, tal vez<br />

en el trabajo ella hubiera dicho o hecho algo inoportuno que a él pudiera<br />

molestarle o tal vez, y esa era la sospecha que cobraba más peso, él se sintiera<br />

atraído por sus encantos. Silvana no dijo nada ante tal afirmación, pues por más<br />

que miraba y remiraba a su amiga no le encontraba encanto alguno, únicamente<br />

se limito a quitarle importancia al asunto.<br />

-Si a mi me parece que el Antoñito es de la otra acera – le dijo a su amiga.<br />

Dolores soltó una carcajada.<br />

-Estás equivocada Silvana, y para que veas que lo que yo digo es cierto, fíjate<br />

esta noche, cuando nos reunamos los cuatro, en los gestos que me hace y en su<br />

actitud conmigo. Ya verás<br />

Mas no hubo oportunidad para ello. Ni don Angel ni Antoñito se presentaron a


la cita nocturna. Ni siquiera bajaron a cenar. Habían encontrado algo mucho más<br />

interesante que hacer.<br />

Cierta tarde, cuando regresó del trabajo, Antoñito se metió en su cuarto y se<br />

sentó en la cama con gesto desesperado. Ya no sabía qué hacer con Dolores.<br />

Por más que intentaba demostrarle sus sentimientos con gestos disimulados ella<br />

no se daba por aludida, lo cual lo hacía caer en la desesperación más absoluta.<br />

La amaba, la amaba con una pasión desenfrenada, deseaba poder tenerla entre<br />

sus brazos, besarla, acariciar su grácil cuerpo, contemplar con embeleso su<br />

dulce mirada, pero no se atrevía a dar el primer paso. Se pasó la mano por su<br />

espeso y negro cabello con nerviosismo.<br />

-Tengo que contárselo a alguien o reviento – se dijo en voz alta – se lo<br />

contaré a Angel, él seguro que podrá darme consejo<br />

<strong>El</strong> mero hecho de poder compartir su amor secreto con alguien calmó un poco<br />

su inquietud. Fue a la habitación de su amigo y jefe y llamó a la puerta con dos<br />

golpes suaves. Angel preguntó quién era y cuando él le contestó abrió la puerta.<br />

Se encontraba en ropa interior. Se excusó diciendo que se estaba preparando<br />

para bajar a cenar. Antoñito no se anduvo con rodeos y le contó lo que sentía<br />

por Dolores y sus miedos a la hora de dar un paso más. Se lo soltó así, de<br />

repente, produciendo en Angel una desilusión tan grande que le dio un mareo y<br />

tuvo que agarrarse a la cabecera de la cama para no caer. Antoñito estaba<br />

enamorado de una mujer con la que le pasaba exactamente lo mismo que a<br />

Don Angel con él. Se le encogió el corazón, pero su mente se puso a trabajar a


mil por hora buscando una solución a aquel trejemeneje. Antoñito hablaba, pero<br />

él no le escuchaba. Con la mirada perdida en el vacío se levantó de la cama,<br />

donde se había sentado y se dirigió al pequeño balconcillo que daba a la calle. A<br />

aquella hora el calor todavía se dejaba sentir, aunque las primeras estrellas<br />

hacían su acto de presencia en un cielo de un intenso azul. Antoñito enmudeció<br />

y se lo quedó mirando atónito. Decididamente a aquel hombre le estaba dando<br />

alguna especie de chifladura. Don Angel estuvo unos minutos mirando absorto al<br />

cielo, hasta que finalmente una lucecilla se encenció en su cerebro. Se dió la<br />

vuelta y obsequió a su amado con la mejor de sus sonrisas.<br />

-Antoñito ¿has estado alguna vez con alguna mujer? Me refiero<br />

a....íntimamente , ya sabes.<br />

<strong>El</strong> muchacho negó con la cabeza mientras veía que el otro se acercaba a él<br />

con paso lento sin apartar la mirada de sus ojos de topillo, a la vez que se<br />

pasaba la lengua por los labios con lascivia y un bulto sospechoso iba creciendo<br />

en su calzoncillo. La primera reacción del chico fue intentar huir y eso fue lo que<br />

hizo, correr a su habitación y cerrarse con llave, no fuera ser que a aquel<br />

degenerado se le diera por seguirle con malévolas intenciones. Si había acudido<br />

a él en busca de ayuda, no sólo no se la había dado sinó que había añadido un<br />

nuevo problema a su convulsionada mente. Jamás había pensado que su jefe,<br />

su amigo, tuviese semejantes inclinaciones y mucho menos con él. Al cabo de<br />

un rato salió despacio de su cuarto y fue a la salita, donde las dos mujeres<br />

esperaban que los varones acudieran a la tertulia de todas las noches.<br />

-Menos mal, que vienes Antoñito, ya pensamos que no íbais a bajar y


estábamos apenadísimas temiendo no poder disfrutar de los discursos que nos<br />

brindas a diario -le dijo Silvana con evidente peloteo - ¿No viene Angel?<br />

-No se, ¿me puede hacer usted una manzanilla? Es que no me encuentro<br />

nada bien.<br />

Silvana hizo la manzanilla a su huesped, que depués de tomársela<br />

rápidamente se fue de nuevo a su cuarto con el corazón encogido y la lengua<br />

quemada. Aquella noche tardó en dormirse una eternidad y cuando lo consiguió<br />

su sueño fue ligero e inquieto, con pesadillas intermitentes en las que su jefe,<br />

vestido de mujer, lo perseguía y cuando por fin lo atrapaba, la cara era la de<br />

Dolores. Por la mañana, decidió no ir a trabajar, pues no se sentía con fuerzas<br />

suficientes para enfrentarse a don Angel. No sabría que decirle, no podría<br />

mirarle, en resumen, no soportaría estar a su lado. Por eso, cuando Silvana<br />

acudió puntual a avisarle para que se levantara, fingió estar resfriado y le pidió<br />

por favor que avisara a Don Angel de que no pasaría por la agencia debido a lo<br />

que probablemente era una gripe galopante. Necesitaba pensar.<br />

Cuando Silvana le comunicó que Antoñito no acudiría al trabajo porque estaba<br />

enfermo, Angel se dio cuenta de su metedura de pata. Lo había asustado, pero<br />

no lo había podido evitar. Saber que el hombre que amaba estaba enamorado<br />

de otra mujer le partió el corazón. Estaba visto que el amor no era lo suyo. Por<br />

segunda vez se le negaba el derecho a ser feliz. Sintió tanta pena de si mismo<br />

que se echó a llorar, ante el asombró de la mujer que ocupaba el asiento<br />

contiguo en el autobús.


-¿Se encuentra bien? -le preguntó.<br />

<strong>El</strong> la miró sin contestar y arreció su llanto. Las lágrimas brotaban de sus ojos<br />

y los mocos de su nariz. Todo el bus estaba pendiente de él y de su llantina<br />

descontrolada. No pudo parar hasta que llegó a la oficina y el trabajo tuvo el<br />

saludable efecto de apartar de sus pensamientos su desgracia.<br />

Antoñito no acudió a trabajar durante varios días, durante los cuales no dejó<br />

de pensar y de darle vueltas al asunto. Él jamás había amado ni lo habían<br />

amado, no conocía los placeres del sexo y aunque nunca había entrado en sus<br />

planes tener amoríos con alguien de su mismo sexo, tal vez fuera el momento<br />

de probar, simplemente por eso, por probar, por saber lo que se siente cuando<br />

uno se entrega a otro. Sería sincero con su amigo, le diría que aceptaría tener<br />

sexo con él para aprender. Por eso una noche, ni corto ni perezoso acudió de<br />

nuevo a su alcoba. <strong>El</strong> otro lo recibió tímida y humildemente, dispuesto de pedirle<br />

disculpas por su comportamiento, pero no le dio tiempo. Antoñito soltó de<br />

carrerilla lo que llevaba preparado, ante la estupefacción del otro al que por un<br />

momento, al escuchar semejante proposición se le nubló el entendimiento. Ni<br />

que decir tiene que accedió gustoso. Era su oportunidad. Tenía que hacerlo tan<br />

bien que al otro se le olvidara Dolores para siempre. Así que no perdió el<br />

tiempo y allí mismo lo besó con pasión, mientras le reventaba los botones de la<br />

camisa para acariciar su peludo pecho. Antoñito penso que tal vez se había<br />

equivocado con Dolores. Tal vez esto era lo que había estado esperando toda<br />

su vida. Se dejó llevar, se dejó arrastrar por la pasión y su amigo le hizo sentir


placeres jamás disfrutados, ni siquiera imaginados.<br />

VI)<br />

Las dos mujeres no dejaron de mostrar su extrañeza ante la falta de<br />

asistencia de los muchachos, ahora que Antoñito ya estaba mejor, a la<br />

acostumbrada tertulia nocturna. Estuvieron esperando hasta cerca de las dos de<br />

la mañana, hora a la cual se retiraron a sus respectivas alcobas. Pero su<br />

sopresa fue todavía más grande cuando a la noche siguiente tampoco hicieron<br />

acto de presencia, ni a la siguiente, ni a la otra tampoco. Dolores, que aquellos<br />

días apenas paraba en la oficina debido a sus continuos viajecillos, no pudo dar<br />

respuesta a los interrogantes de su amiga, que le preguntaba por la actitud de<br />

los hombres en el trabajo. Podía ser que alguna confrontación entre ambos, de<br />

la que ellas no se hubieran enterado, los mantuviese enojados. <strong>El</strong> caso es que<br />

Angel y Antoñito salían de la pensión bien temprano y cuando regresaban, al<br />

anochecer se metían en sus respectivas habitaciones y no se volvía a saber<br />

nada de ellos.<br />

Fue al sábado siguiente cuando, sin buscarla, encontraron la respuesta. Los<br />

muchachos habían comido en la pensión, sin mirarse, en silencio, mas ni una ni<br />

otra se atrevió a preguntarles qué les ocurría. Después ambos se sentaron en la<br />

salita a disfrutar un rato de las supinas estupideces que echaban en la televisión.<br />

No parecían estar enfrentados, sin embargo no se dirigían la palabra. Dolores<br />

invitó a Silvana a dar una vuelta por la ciudad, aprovechando la magnífica


primavera de la que estaban disfrutando. Silvana aceptó de buena gana, por<br />

unas horas que se ausentara de su puesto en la recepción de la pensión no iba<br />

a pasar nada, seguramente no llegaría ningún nuevo huesped. Aún así, por si<br />

acaso, habló con Don Angel y le pidió que estuviera sobreaviso. Salieron las dos<br />

mujeres a dar el paseo deseado. Enfilaron rumbo a la Caleta, charlando sobre<br />

sus cosas. Dolores contaba que se había comprado un conjunto de lencería de<br />

lo más mona, de encaje, de color rojo, el de la pasión, mientras la otra sonreía<br />

como una boba, pensando para qué rayos aquella mujer que no había conocido<br />

todavía el calor masculino, se compraba semejante ropa interior. Luego fue ella<br />

quien relató a su amiga como había conseguido una crema para el cutis,<br />

carísima, pero de lo mejorcito, de esas que te dejan el rostro terso y suave. Esta<br />

vez era Dolores la que sonreía, mientras se decía a sí misma que por mucha<br />

crema que se diera la pobre de Silvana, aquella cara entre caballo y sapo no<br />

había quien se la cambiara. Tomaron un helado en el bar de la Caleta y cuando<br />

el sol empezaba a ponerse emprendieron el camino de regreso. No serían más<br />

de las ocho de la tarde. La puerta de la pensión estaba abierta, como siempre,<br />

más cuando pusieron el pie en la primera escalera que conducía al interior<br />

escucharon una respiración jadeante y pararon en seco. Se miraron entre<br />

alarmadas y divertidas.<br />

-Entremos despacio - dijo Silvana con aire detectivesco – aquí hay gato<br />

encerrado.<br />

Así lo hicieron, incluso se descalzaron para no hacer ningún ruido. Los jadeos<br />

venía de la salita. De vez en cuando se dejaba oir algún gemido pasional que se


hacía más fuerte según se iban acercando. Finalmente entraron en el cuarto y lo<br />

que vieron las dejó estupefactas. Don Angel, sentado cómodamente en el sofá,<br />

sostenía en sus rodillas a Antoñito mientras se besaban. Antoñito estaba<br />

desnudo y con sus enormes atributos empinados cual mástil de bandera al<br />

viento. <strong>El</strong> otro se los acariciaba, a veces suavemente, a veces con una bravura<br />

que hacía que el muchacho se derritiese de gusto. No se percataron de la<br />

presencia de las mujeres y durante un rato continuaron a lo suyo. Don Angel se<br />

metió la mano en la bragueta del pantalón y liberó su miembro, que era más<br />

pequeñito y morcillón que el de Antoñito. A éste la faltó tiempo para arrodillarse<br />

e introducirselo en la boca. Las mujeres, que llevaban muchísimo tiempo sin<br />

catar varón, dudaban si retirarse silenciosamente, si pedir a aquellos dos que las<br />

dejaran unirse al festín, pues tanto una como otra, empezaban a sentir<br />

humedades en salva sea la parte. Pero un gemido reprimido de Silvana los sacó<br />

bruscamente de la vorágine sexual en la que estaban sumergidos. Los dos se<br />

separaron y se apresuraron a tapar sus vergüenzas, Antoñito con sus manos, el<br />

otro con una mantita que por allí estaba. Durante un rato ninguno de los cuatro<br />

supo qué decir. Luego Silvana los animó a seguir.<br />

-Por nosotras no se corten, continúen, continúen ¿verdad, Dolores?<br />

Ésta, que no podía apartar su mirada de la melosa pareja, asintió<br />

tenuemente con la cabeza, mientras un hilillo de baba resbalaba por sus barbilla.<br />

Los otros, tan excitados estaban que les hicieron caso y continuaron con su<br />

juego erótico, animados todavía más al saberse observados, hasta llegar al<br />

clímax final, momento en el cual, las mujeres rompieron a aplaudir, cual si


huieran sido espectadoras del más maravilloso espectáculo.<br />

Despejadas pues las dudas sobre los amoríos de Antoñito, tranquila Dolores<br />

ante la evidencia de su equivocación y felices por la nueva pareja, la vida volvió<br />

a su rutina diaria, sin sorpresas, sin sobresaltos, hasta que unos meses después<br />

apareció por la pensión un misterioso hombre preguntando por Silvana. Aquella<br />

lluviosa y gris tarde de invierno, Silvana había salido a hacer unos recados,<br />

dejando la pensión a cargo de una vecina. Fue precisamente en ese intre<br />

cuando se apareció el muchacho. Debía de rondar los treinta años, de mediana<br />

estatura, con cuerpo atlético y cara de animal salvaje, el hombre entró en la<br />

pensión como perico por su casa e ignorando a la pobre mujer que lo miraba<br />

asombrada desde la recepción, se dirigió a la cocina como si esperase encontrar<br />

allí aquello que venía buscando. Desconcertado salió de la estancia y finalmente<br />

reparó en la mujercilla que no le quitaba ojo desde detrás del viejo mostrador.<br />

-¿No está Silvana? - preguntó.<br />

-Ha salido a hacer unos recados vuelve enseguida, pero si lo desea le puedo<br />

atender yo.<br />

-No es necesario muchas gracias, la esperaré.<br />

No pasarían ni diez minutos cuando la dueña de nuestra pensión regresó al<br />

hogar. En cuanto entró y vió al hombre, las bolsas se le cayeron al suelo y las<br />

lágrimas asomaron a sus ojos.<br />

-¡Paquiyo! Hijo mío ¿eres tú?<br />

<strong>El</strong> muchacho se levantó de su asiento y abrazó a la mujer con fuerza. Un


nudo en la garganta le impedía pronunciar palabra alguna. Después de recorrer<br />

practicamente el mundo entero, de conocer las mieles del éxito, pero también la<br />

amargura del fracaso, por fin se encontraba de nuevo en su casa. Por fin podía<br />

abrazar de nuevo a aquel ser que ahora estrechaba con ternura y que tanto<br />

había recordado en su trotar por el mundo: su madre.<br />

Aquella noche la tertulia tuvo un nuevo miembro. Silvana presentó con<br />

orgullo su hijo a sus amigos, que se mostraron encantados de conocerlo, sobre<br />

todo Dolores, a la que no pasó despercibida la buena planta de muchacho, a<br />

pesar de que apenas medía unos centímetros más del metro y medio. Su madre<br />

le pidió que, por favor, ante tan exquisita audiencia tuviera por bien relatar las<br />

andanzas que lo habían retenido lejos de la ciudad tantos años. Paquiyo,<br />

acostumbrado como estaba a ser el centro de atención de aglomeraciones<br />

mucho mayores que aquel exíguo público, no tuvo inconveniente en deleitarlos<br />

con sus aventuras y después de un leve carraspeo, comenzó su relato.<br />

-Como sabreis, pues seguro os lo habrá contado mi madre, siempre sentí<br />

una especial atracción por el mundo del circo en general y del contorsionismo el<br />

particular. De hecho, muchas veces he pensado que mi extraordinaria aptitud<br />

para los saltos y los movimientos imposibles, tenía que ser algo innato. Me<br />

gustaba tanto que hice de ello el “leiv motiv” de mi vida – en este punto su madre<br />

sonrió y miró de soslayo a los demás, buscando un gesto que delatara la<br />

admiración de sentían por la formidable oratoria del muchacho, como en su día


habían hecho con Antoñito, sin embargo no lo encontró y siendo así, continuó<br />

escuchando – Y cuando aquella pandilla de titiriteros acudió a la ciudad, a<br />

mostrar su arte, y se interesaron por mis habilidades, no dudé ni un momento en<br />

emprender mi aventura a su lado, creyendo haber encontrado la gran<br />

oportunidad de mi vida. Craso error, se lo puedo asegurar. Me hicieron creer que<br />

el mundo entero sería expectador de nuestro espectáculo, pero nada más lejos<br />

de la realidad. Aquella postal que le envié madre, no le llegó desde Pekín de la<br />

China, sinó desde Almendralejo, practicamente aquí al lado, pero la engañé<br />

porque fíjese, ya al principio de mi vagar, me dada vergüenza reconocer mi<br />

fracaso. Esos malditos titiriteros no me dejaban actuar, me tuvieron casi como<br />

un esclavo y sólo en los entreactos de su nimio espectáculo me permitían<br />

deleitar al público con mis saltos, acrobacias y posturas imposibles. Por lo<br />

demás yo era el que hacía los trabajos más pesados, lo que nadie quería para<br />

sí, buscar agua, alimentar y limpiar a los animales, cortar leña para calentarnos<br />

en las noches de invierno. Además no tenían la deferencia de pagarme por mis<br />

servicios, argumentaban que con la comida y el vestido iba más que pagado. Me<br />

sentí engañado y caí en una profunda tristeza. Fue tal mi desgana por todo que<br />

ya ni me interesaba actuar en los intemedios de sus funciones, me limitaba a<br />

hacer lo que me mandaban, callado y cabizbajo, sin rechistar. También eran<br />

falsas sus promesas de recorrer el mundo, ni siquiera llegamos a recorrer<br />

España ni a actuar en ciudades importantes. Su estancia aquí, según pude<br />

saber más tarde, fue casual, pues ellos se limitaban a recorrer los pueblos, por<br />

eso madre no le mandé ya más postales, no pude. Después de Almendralejo ya


iniciamos la ruta por puebluchos escondidos de la mano de Dios, donde no<br />

había ni servicio de correos. Así pasé casi tres años, durante los cuales, a pesar<br />

de que no actuaba y una vez superada mi tristeza inicial, nunca dejé de<br />

entrenarme. Hice bien, porque en parte fue esa perseverancia lo que me ayudó<br />

a salir del agujero donde había caído. Un día, de camino no recuerdo a qué<br />

lugar, hicimos parada para comer algo y aprovisionarnos de agua a la vera de un<br />

río. Como siempre, me armé con unos cubos para carrear el agua y me alejé un<br />

poco del campamento pues nada deseaba más que perderlos de vista. Caminé<br />

río abajo, bueno, lo de caminar es un decir, más bien fui dado volteretas<br />

mientras hacía equilibrios con los calderos y cuando paré me topé con un<br />

hombre que me miraba fijamente, sentado sobre un lecho de erizos, si, si, como<br />

los oís, de erizos. Era un fakir, que al ver mi buen hacer se levantó y vino hacia<br />

mí como hipnotizado. Me dijo que jamás había visto alguien que se moviera<br />

como yo, que fuera capaz de dar semejantes saltos y hacer tan grandes piruetas<br />

con tanta elegancia, y me ofreció trabajar en su circo como primera figura. Yo no<br />

me lo podía creer, no era posible que mi suerte fuera a cambiar de un momento<br />

a otro, pero así fue. Ni siquiera me despedí de los malditos titiriteros, allí dejé los<br />

cubos vacíos y me fui con el fakir río abajo, donde estaba el circo acampado.<br />

Caundo llegamos me pareció estar viviendo un sueño. Todo lo que había<br />

deseado en mi vida estaba allí. Payasos, trapecistas, saltimbanquis,<br />

malabaristas, la mujer barbuda, domadores, ilusionistas....y yo iba a formar parte<br />

de ellos. Me acogieron como si fueran mis hermanos, incluso aquella noche<br />

celebraron una gran fiesta en mi honor y a partir de entonces comenzó mi época


de bonanza. Recorrí el mundo entero, cosechando éxitos por doquier,<br />

embriagándome con los aplausos del público que caía rendido a mis pies. Sólo<br />

una vez tuve un percance. Haciendo un quítuple salto mortal calculé mal las<br />

distancias y fuí a caer encima de la mujer barbuda. Fue mi salvación, pues<br />

además de barbuda pesaba algo mas de ciento cincuenta kilos y amortiguó mi<br />

caída. A ella no le pasó nada y yo tan agradecido quedé de su casual hazaña<br />

que, sabiendo desde hacía tiempo que bebía los vientos por mí, la hice mi<br />

esposa. Bien es verdad que me daba un poco de asco por sus barbas y todos<br />

esos kilos de carne entre los que casi me perdía, pero hice de tripas corazón y la<br />

aguanté durante dos años al cabo de los cuales, por un descuido de ella misma,<br />

el león la devoró y después él mismo falleció a causa del empacho. Después de<br />

su muerte, que a pesar de todo me dejó muy apenado, me centré en mi trabajo y<br />

en mis éxitos, sin que haya más meritorio que contar. Ahora que han pasado los<br />

años, tengo una buena fortuna y una artrosis galopante en la rodilla izquierda ya<br />

no me permite hacer mis piruetas como antes, he decidido retirarme y aquí me<br />

tienen.<br />

Al acabar su discurso de levantó a saludar con galantería y a continuación en<br />

lugar de sentarse normalmente pasó su pierna derecha por detrás de su cabeza<br />

y la dejó apoyada sobre su cuello.<br />

Silvana rompió a aplaudir con entusiasmo y sus amigos la siguieron. Dolores<br />

no podía dejar de mostrar su entusiasmo y su admiración por aquel hombre que<br />

había conocido hacía unas horas y que a partir de entonces ocupó todos sus<br />

sueños y se convirtió en el objeto de sus más oscuros deseos, sobre todo


después de observar el bultillo que se le formaba en el pantalón al ponerse en<br />

aquella postura imposible..<br />

VII)<br />

Lo que no sabía Dolores era que al hijo de Silvana le había pasado lo mismo<br />

que a ella. Desde que la había visto por primera vez una extraña sensación se<br />

apoderó de su cuerpo y de su alma, sensación que no dudó en identificar con el<br />

amor, un amor puro y límpio, o tal vez no tanto, si tenemos en cuenta la paja que<br />

se hizo aquella noche pensando en la mujer. <strong>El</strong> caso es que Paquiyo, a partir de<br />

entonces, puso todo su empeño en la conquista de su enamorada. Cada<br />

mañana la saludaba con sus mejores piruetas, le dedicaba las frases más<br />

galantes y los gestos más elocuentes, algo que a ella no le pasaba<br />

desapercibido y que le producía una excitación tan grande que se tenía que<br />

cambiar la ropa interior dos veces al día. <strong>El</strong> no va más fue una tarde en la que él<br />

muchacho la esperó a la salida del trabajo con un ramo de rosas. Entonces ya<br />

no pudo aguantar más y lo besó en los labios, beso que fue gratamente<br />

correspondido, preludio de lo que ocurrió al llegar a la pensión. Presos ambos de<br />

un furor inexplicable, se dirigieron a la habitación de Dolores y allí consumaron<br />

el acto que llevaban tiempo soñando. Paco fue delicado y se sorprendió<br />

gratamente al darse cuenta de que había tenido el honor de estrenar a su novia,<br />

aunque no entendía bien el porqué, dada su belleza y su simpatía sin par. Se<br />

hicieron novios y esa misma noche lo comunicaron a los demás con


grandilocuencia. De nuevo Silvana rescató el champán de su nevera para<br />

brindar por la felicidad, tanto de su hijo como de la mejor amiga que había tenido<br />

nunca. Realmente que Paco y Dolores se hicieran novios no podía hacerla más<br />

dichosa, pues consideraba que era la mejor mujer que su hijo podía tener y<br />

estaba segura de que serían muy felices. Poco tiempo después contrajeron<br />

matrimonio en un ceremonia íntima, a la que únicamente acudieron amigos más<br />

cercanos, es decir los habitantes de la pensión y los antiguos compañeros del<br />

circo, que eran unos cuantos. Él eligió ir vestido de saltimbanqui, ella con un<br />

traje de guipour blanco. Hacían una pareja singular, pero se les veía tan<br />

contentos que la gente pasó por alto su extraña facha.<br />

Con aquel matrimonio la pensión perdió un huesped, pues Dolores pasó a ser<br />

parte de la familia, no obstante eso no fue ningún obstáculo para la buena<br />

marcha de aquella. Es más, Paco, que había hecho de verdad una pequeña<br />

fortuna y era un muchacho emprendedor como el que más, después de darle<br />

muchas vueltas al asunto y consultarlo con su madre, tuvo la feliz idea de<br />

ampliar el edificio, dándole un piso más e incorporando cuarto de baño a cada<br />

una de las habitaciones. La idea, que a primera vista puede parecer<br />

descabellada, dada la poca afluencia de público a la posada, no lo era, puesto<br />

que también le propuso a Angel que en su agencia diera publicidad al<br />

establecimiento. Huelga decir que la agencia de viajes iba viento en popa, tanto<br />

que incluso organizaba ya viajes en avión y al extranjero. A Angel le pareció una<br />

idea estupenda y no hubo más que decir, desde aquel momento los dos<br />

negocios casi se fundieron en uno.


Silvana tenía que estar contenta con la marcha de las cosas. Y no es que no<br />

lo estuviera, pero a veces notaba que le faltaba algo. Algunas mañanas se<br />

levantaba con la sensación de que su vida era una mierda, como ocurrió el día<br />

en que comencé a narrarles esta historia. Silvana se miró al espejo, con el perlo<br />

revuelto y su nada agraciado rostro y le entraron ganas de llorar. En realidad lo<br />

único que le ocurría era que se sentía más sóla que la una. Antoñito y Angel se<br />

querían y aunque era un amor clandestino y escondido, ellos eran felices y<br />

dentro de la pensión nadie les impedía vivir libremente su pasión. Dolores había<br />

visto a Dios cuando se casó con su hijo y no es que Silvana no se alegrara por<br />

ello, que va, al contrario, pero tenía que reconocer que una casi cincuentona,<br />

con los ojos retorcidos que no se sabía si miraba a uno o al de al lado, y nada<br />

agraciada, había tenido mucha suerte de ser cortejada por un muchacho<br />

apuesto y fornido como Paquiyo, que encima era casi veinte años más joven.<br />

Siendo así que su amiga lo había conseguido, ¿porqué ella no?. Cierto es que<br />

no era muy guapa, pero tampoco se consideraba tan fea como para que en toda<br />

su vida no hubiera tenido más amoríos que con un gitano apestoso y maloliente,<br />

de los que se hubiera arrepentido toda su vida si no fuera por el hijo tan hermoso<br />

que le dejó como recuerdo. Y de eso habían pasado tantos años que ya ni se<br />

acordaba de las sensaciones vividas. Pero en fin, la vida era así de injusta, y no<br />

le quedaba más remedio que asumirlo. Por eso se atusó un poco el pelo y<br />

después de vestirse salió de su habitación con intención de comenzar a laborar.<br />

Ese día comenzaban las obras de remodelación de la pensión y el follón iba a


ser muy gordo.<br />

Los obreros llegaron pronto y se pusieron a trabajar con brío y afán, vigilados<br />

de cerca por Paco, que no les permitía levantar la cabeza de lo que estaban<br />

haciendo. Seguía de cerca sus movimiento cual domador de fieras, y ellos, ante<br />

la cara de salvajismo que tenía el muchacho, no osaban dejar de lado sus<br />

obligaciones. La obra tenía que estar lista cuanto antes en pos de la buena<br />

marcha del negocio, por eso es que no los dejaba ni hablar. Fue su madre la<br />

que,tocado su corazón al ver el modo en que su hijo trataba a aquellos<br />

muchachos, intercedió por ellos e hizo que el chico suavizara un poco su<br />

presión, consiguiendo que les dejara descansar a mitad de la mañana media<br />

hora para tomarse un bocadillo. Observó entonces la mujer que en la hora del<br />

bocadillo todos los albañiles salían de la casa y se apostaban en un parque<br />

cercano a disfrutar de sus viandas, salvo uno, que se sentaba en las escaleras<br />

de la entrada y sacando de su mochila su frugal comida la engullía tristemente.<br />

Era un hombre mas bien de baja estatura, ni gordo ni flaco, ni guapo ni feo, con<br />

el pelo blanco y una prominente berruga en la punta de la nariz que a ojos de<br />

Silvana, le daba un toque muy varonil. Trabajaba en silencio y con mucho<br />

empeño y tenía escasa relación con sus compañeros. <strong>El</strong>la pensaba que aquel<br />

hombre guardaba un secreto dentro de sí y aquello le hacía admirarlo<br />

profundamente.<br />

Un día en el que se encontraba sola en la pensión, cuando los trabajadores<br />

recogían sus cosas y se disponían a marchar hasta el día siguiente, Silvana


invitó al hombre a una cerveza.<br />

-Hace calor – le dijo, aunque estaban en febrero y el calor que hacía era más<br />

que soportable - ¿le apetece una cerveza?<br />

<strong>El</strong> hombre la miró asombrado y a continuación la obsequió con una sonrisa<br />

que le daba a su cara un aspecto simiesco, dejando a la vista una dentadura<br />

amarillenta y estropeada por la piorrea, que, no obstante, a nuestra protagonista<br />

le pareció celestial. <strong>El</strong> hombre aceptó el ofrecimiento de buena gana, pues hacía<br />

muchísimo tiempo que nadie lo invitaba a nada, si siquiera a una mísera<br />

cerveza, y se sentó a la mesa de la cocina en la que, además de la bebida,<br />

Silvana había puesto unas olivas.<br />

-Y dígame – se atrevió a decirle -¿por qué no me cuenta ese secreto que<br />

tiene tan bien guardado?<br />

Ante tan extraña pregunta, el hombre estuvo a punto de salir corriendo.<br />

Estaba claro que aquella mujer no estaba bien de la cabeza, el no tenía ningún<br />

secreto y, aunque lo tuviera, desde luego que no tenía intención de contárselo a<br />

una desconocida. No obstante aguantó el tipo y, como se sentía tan solo, decidió<br />

darle un poco de conversación a aquella horrenda mujer que, vestida con una<br />

blusa roja de gran escote, le enseñaba con clara provocación al canalillo de sus<br />

tetas.<br />

-Yo no tengo ningún secreto – le respondió por fin – sólo tengo una vida<br />

solitaria e insulsa, fruto de mi mala cabeza y de mis peores acciones.<br />

-Ah bueno, pues cuente, cuente, soy todo oídos.<br />

<strong>El</strong> hombre se seguía preguntando porqué diablos aquel esperpento quería


saber su vida, ¿sería tal vez porque su lozanía había despertado los sentidos<br />

dormidos de aquel engendro? Se convenció a sí mismo de que no podía ser otro<br />

motivo y de repente vió una excelente oportunidad para convertir su anodina<br />

existencia en una vida más animada, aunque fuera al lado de una mujer como<br />

aquella.<br />

-Pues mire si, le voy a contar mi vida y mis hechos, algo que nunca he<br />

contado a nadie, nadie sabe mi verdad, usted será la primera.<br />

Silvana se sintió orgullosa de aquellas palabras y se dipuso a escuchar con<br />

atención el relato del hombre.<br />

VIII)<br />

-Pues verá usted,- empezó el hombre- comenzaré presentándome. Yo ya sé que<br />

usted se llama Silvana, pero usted no sabe mi nombre. Soy José López Pérez,<br />

ya ve usted que nombre más simple, como simple fue mi vida hasta que se me<br />

ocurrió hacer lo que hice. Me arrepiento, me arrepiento muchísimo, pero a veces<br />

la vida te lleva por derroteros grises y sinuosos, o si la vida no te lleva, los<br />

buscas tú, en fin. Yo era un hombre modesto y trabajador. Vivía con mis padres<br />

en la calle del Medio en una corrala, ya sabe usted, esas edificaciones de<br />

vecinos donde compartíamos muchas cosas, desde el baño hasta a veces la<br />

propia intimidad. No me importaba, yo era feliz. Trabajaba de peón caminero, no<br />

ganaba mucho, pero como tampoco tenía demasiadas necesidades y no<br />

conocía el lujo, para mí era mas que suficiente. Un día conocí a Margarita y me


enamoré de ella como un idiota. Margarita era enfermera y trabajaba en el<br />

hospital psiquiátrico. Una muchacha bella y culta. Tenía un pequeño defecto y es<br />

que cojeaba debido a una polio que había padecido de pequeña, también tenía<br />

la boca un poco torcida y un perro le había arrancado una oreja, pero a mi me<br />

daba igual, para mí era la más bella del mundo. La veía todos los días en el<br />

autobús, cuando regresaba a casa del trabajo. <strong>El</strong>la se subía en la parada del<br />

hospital y se bajaba cerca del Parque Rosa. Un día me bajé con ella y la seguí.<br />

No supe ser muy discreto y enseguida se dio cuenta. Volvió la cabeza y yo me<br />

paré; claro, a ella le entró el miedo y empezó a correr, aunque debido a su<br />

pertinaz cojera no consiguió llegar muy lejos. Cuando la alcancé, no la dejé<br />

hablar y le declaré mi amor de carrerilla. <strong>El</strong>la, pensando que me burlaba, me<br />

mandó a tomar por el culo y siguió su camino. Después de ese primer<br />

encuentro, cada vez que me veía se escondía de mí, así que decidí escribirle<br />

una carta declarándome de nuevo y afirmándole que mis intenciones eran<br />

buenas y enviársela al hospital. Aquella carta fue un revulsivo, pues al día<br />

siguiente de recibirla se acercó a mí en cuanto subió al bus y me empezó a<br />

contar sus planes de matrimonio conmigo. Y se preguntará usted, que coño<br />

decía esa carta para hacerle cambiar de opinión así tan rápido. Pues verá, la<br />

realidad es que esa carta fue el primer error que cometí. Estaba llena de<br />

mentiras. Entre otras cosas le contaba que tenía mucho dinero y que a mi lado<br />

podría disfrutar de los mayores lujos que pudiera imaginarse. Es evidente, pues,<br />

que si acercaba a mí era por mi supuesto dinero, un dinero que no tenía, como<br />

tampoco tenía posibilidad de ganarlo. Pero estaba tan enamorado que me


cegué, me dejé llevar por mi propia mentira y ahí empezó mi declive. Tuve que<br />

pedir un préstamo muy gordo que me permitiera cambiarme de casa y pagar una<br />

boda y un viaje de novios que no estaba al alcance de cualquiera. Todo por<br />

darle el gusto a aquella mala mujer. Compré un piso de lujo en la mejor zona de<br />

la ciudad, nos casamos por todo lo alto, aunque el menú tuvo que ser bastante<br />

simple, pues de lo contrario no me quedarían fondos para pagar la luna de miel<br />

a las Malvinas, fíjese usted, con lo a gusto que hubiéramos ido a Salmonejos de<br />

Arriba, a visitar a mi familia, pero ella se empeñó en ir a las Malvinas y en la<br />

boda tuvimos que comer callos y patatas fritas con huevos, que a mi me<br />

encantan, pero que no es menú para un bodorrio y dio mucho que hablar.<br />

A la vuelta de nuestro aburrido viaje fue cuando Margarita cambió. Dejó<br />

de ser la esposa cándida y amorosa para convertirse en una mujer fría y sin<br />

escrúpulos. Empezó a decir que mi sueldo no llegaba a nada y que tenía que<br />

pedir un aumento. <strong>El</strong> suyo, que era mucho mayor que el mío, lo guardaba en<br />

una cuenta a su nombre aduciendo que debíamos ahorrarlo para nuestros hijos,<br />

y claro, pretendía que el mío fuera suficiente para todos sus caprichos y para<br />

llevar la casa. Yo le había ocultado mi verdadera profesión, ella creía que<br />

trabajaba de jefe de mecánicos en una conocida casa de venta de vehículos y<br />

claro, esperaba más dinero del que en realidad ganaba. Yo hacía mis números,<br />

para lo que me tuve que comprar una calculadora porque las matemáticas nunca<br />

fueron mi fuerte, pero las cuentas jamás me salían, ni con calculadora ni sin ella.<br />

Cada vez estaba más desesperado, pues ella no paraba de presionarme. Al<br />

cabo de unos meses se me ocurrió un plan tan absurdo como descabellado, que


estaba desde el principio, abocado al fracaso. Recorrí las casas de ventas de<br />

coches y utilizando las más burdas triquiñuelas conocí a los jefes de mecánicos<br />

con la intención de suplantar a alguno de ellos. Se preguntará usted como<br />

leches iba a suplantar a nadie, pues muy fácil:matándole y haciéndome pasar<br />

por él. Simplemente estudié durante un tiempo su carácter y sus condiciones<br />

físicas para saber cuál era el más débil y, en consecuencia, el más fácil de<br />

asesinar, ah, también tenía en cuenta que fuese lo más parecido a mí, pues eso<br />

era una parte fundamental de mi plan. Finalmente me decidí por un hombre que<br />

trabajaba en la SEAT, más o menos de mi edad, callado y reservado y, al igual<br />

que Margarita, con una leve cojera. Me informé de todo lo relacionado con su<br />

vida, principalmente de su nombre, circunstancias personales y del lugar donde<br />

vivía. Pude saber que era soltero y que vivía sólo en una apartamento junto a la<br />

playa, lo cual era perfecto pues nadie se interesaría por él, o al menos eso creía<br />

yo. Lo vigilé durante unos días y una tarde en que se encontraba solo en el taller<br />

finalmente puse mi plan en marcha. Entré y le pedí una lata de aceite para el<br />

coche y cuando se dio la vuelta para buscarla, cogí un extintor y le di un golpe<br />

en la cabeza. Cayó al suelo con un ruido sordo, sangrando como un cerdo. Lo<br />

envolví en una manta que tenía en mi coche, lo metí en el maletero y después<br />

de limpiar como pude los restos de sangre, que eran bastantes, lo llevé a un<br />

descampado y allí abandoné el cuerpo. Luego, desde una cabina llamé al taller y<br />

haciéndome pasar por él, les dije que me ausentaría durante unos días, pues me<br />

habían llamado de un hospital americano para corregirme la cojera y de paso<br />

hacerme la cirugía estética. <strong>El</strong> hombre que hablaba conmigo, que supuse sería


un empleado, no sabía qué decir ante las burradas que estaba escuchando y<br />

antes de que se atreviera a replicarme algo lógico colgué el teléfono. A lo largo<br />

de los quince días que pasé sin incorporarme a mi nuevo trabajo, los nervios<br />

hicieron mella en mí. Por un lado, miraba todos los días el periódico, por si<br />

acaso publicaban la noticia de que un hombre había aparecido muerto en un<br />

descampado, pero dicha noticia jamás tuvo lugar, lo cual me tranquilizó un poco<br />

pues eso quería decir que seguramente no lo habrían encontrado y yo me vería<br />

libre de responder por mi deleznable acto. Por otro lado me daba miedo el<br />

momento de incorporarme a un trabajo sobre el que no tenía ni la menor idea,<br />

pero, claro, tuve que hacerlo. Pasados los quince días aparecí por el taller<br />

haciéndome pasar por mi víctima, que se llamaba Casimiro. Los demás<br />

empleados se quedaron mirándome como idiotas, no hace falta decir la causa.<br />

Tuve que explicarles que me habían operado la pierna para corregir mi cojera y<br />

que de paso me habían hecho la cirugía estética, puesto que habían observado<br />

que era muy feo y que eso, en el futuro, podría acarrearme graves problemas<br />

psicológicos. No contaba yo con que uno de mis subordinados, el más joven, un<br />

muchacho muy observador y avispado de nombre Juan Onofre, no se tragó mi<br />

mentira y me preguntó, mirándome con expresión detectivesca, que porqué me<br />

habían dejado esta horrible verruga que adorna mi nariz.<br />

-Vaya cirujanos de mierda – dijo con socarronería – antes eras feo, pero<br />

ahora te han dejado precioso.<br />

Como no encontré argumentos para justificar aquel lamentable fallo médico<br />

dije que era muy tarde y que había que ponerse a trabajar , con lo cual cada uno


se fue a su puesto. Yo me dediqué a vigilarlos. Como era el jefe, ninguno se<br />

atrevía a mandarme trabajar , aunque yo me daba cuenta de que Juan Onofre<br />

no cesaba de observarme por el rabillo del ojo, seguramente para pillarme a la<br />

menor oportunidad que yo le diera. Así estuve más o menos durante dos meses.<br />

Mis sueldo aumentó considerablemente y Margarita estaba contenta por ello,<br />

aunque por otro lado, tenía una expresión de preocupación en su rostro a la que<br />

yo, por más que pensaba, no encontraba explicación. Poco me figuraba yo todo<br />

lo que se me venía encima. Una tarde, estando en el taller solos Juan Onofre y<br />

yo, se presentaron dos trabajos urgentes que había que llevar a cabo en el acto.<br />

-Jefe – me dijo con ironía – un coche lo arreglo yo y el otro usted.<br />

Pronunció el usted de una manera rara, extraña, como si supiera que su<br />

oportunidad había llegado y por fin iba a desenmascararme. Yo, que nunca<br />

había tocado un motor, cogí el toro por los cuernos y me puse manos a la obra.<br />

Durante el tiempo que llevaba allí, había observado mucho cómo trabajaban los<br />

demás y algo se me había quedado, malo sería que no pudiera arreglar el<br />

coche. Desmonté, limpié, saqué, metí, hice y deshice y cuando finalmente volví<br />

a montar el motor de nuevo vi que me sobraban dos o tres piezas. Las escondí<br />

para que el joven Onofre no las viera y me metí en el coche para ver si<br />

funcionaba. No se puede usted imaginar el alivio que sentí cuando al darle al<br />

contacto escuché el ruido del motor. <strong>El</strong> coche funcionaba y aquellas piececillas<br />

de nada seguramente serían inservibles. Me fui a mi casa satisfecho por el<br />

deber cumplido, mas contento que de costumbre, tanto, que al llegar le dije a<br />

Margarita que se preparara, que aquella noche le iba a echar un polvo de


campeonato. Me miró de muy malos modos y me contestó que de eso nada, que<br />

aquella noche no estaba ella para polvos y me ignoró por completo. Lo que no<br />

sabía yo era que estaba preparando mi final. A la mañana siguiente me extrañó<br />

ver un gentío arremolinado a la puerta del taller. En cuanto yo me aproximé se<br />

hizo el silencio. Toda la plana mayor, los jefazos, estaban allí, más dos coches<br />

de la policía. Las piernas comenzaron a temblarme. Juan Onofre me señaló cual<br />

Judas señalando a Jesús.<br />

-Ese es – dijo.<br />

Un policía se acercó a mí con intención de ponerme una esposas, mas el<br />

director del concesionario lo detuvo.<br />

-¿Es usted Casimiro Antares? - me preguntó.<br />

-Si señor, yo soy – respondí.<br />

Entonces hizo un gesto y apareció ante mí lo que jamás hubiera esperado<br />

ver. Mi mujer empujando una silla de ruedas en la cual iba sentado el verdadero<br />

Casimiro Antares al cual no había matado, sinó dejado tonto. Yo no entendía<br />

nada, pero me lo explicaron enseguida. <strong>El</strong> coche que yo había creído arreglar el<br />

día anterior no era más que una trampa. Hacía tiempo que sospechaban que ni<br />

yo era Casimiro, ni era mecánico. La prueba de que no era mecánico la habían<br />

conseguido el día anterior, con aquel maldito coche que yo no había conseguido<br />

reparar. La prueba de que no era Casimiro fue mucho más compleja y fruto de la<br />

casualidad. Porque dígame usted si no es casualidad que yo fuera a elegir para<br />

suplantar al amante de mi mujer. Como lo oye, doña Silvana, Casimiro y<br />

Margarita eran amantes, se habían conocido en la asociación de cojos a la que


ambos pertenecían. Margarita empezó a sospechar de que algo raro ocurría el<br />

día en que Casimiro no acudió a su cita. Entonces llamó al taller y le contaron la<br />

absurda historia que yo me había inventado para justificar la ausencia del pobre<br />

hombre. <strong>El</strong>la no se la tragó y después de pasados unos días en los que esperó<br />

a ver si Casimiro daba señales del vida, se dedicó a investigar. Lo primero que<br />

hizo fue hurgar en los hospitales. No tuvo que hacerlo durante mucho tiempo.<br />

Encontró a su amor en el hospital de Caridad, a donde un mendigo lo había<br />

llevado, después de encontrárselo en el descampado medio muerto. Fue<br />

entonces cuando mi esposa llamó de nuevo al taller para darles la noticia. Le<br />

contestaron que era imposible, que Casimiro estaba allí trabajando, sin cojera y<br />

con una nueva cara, como había dicho él mismo. Claro, mi mujer fue un día por<br />

allí y comprobó que el que se hacía pasar por su amante era yo. Huelga decir,<br />

que descubierto el cotarro a mí me detuvieron y mi mujer me dejó. Luego supe<br />

que tampoco se quedó con el pobre Casimiro, pues un inválido no le servía para<br />

nada salvo para darle problemas, palabras textuales de ella. A mí me cayeron<br />

quince años de cárcel, de los que cumplí doce. Salí hace unos meses y aquí me<br />

tiene, sólo, sin familia, pues mis padres murieron, sin amigos.... pero bueno, con<br />

el consuelo de que una dama tan gentil como usted se digne a invitarme a una<br />

cerveza.<br />

IX)<br />

Silvana se quedó asombrada ante el magnífico relato que acababa de


escuchar, no sólo por la grandeza intrínseca del mismo, sino porque recordaba<br />

perfectamente el caso. Aunque hacía años, muchos años, que ya no ejercía<br />

como juez, siempre había conservado intacto el interés por los asuntos<br />

judiciales, sobre todo los que formaban parte de una crónica negra. Lo que<br />

nunca se imaginó fue toparse bruces con el protagonista de ninguno de aquellos<br />

sucesos y mucho menos todavía que llegara a sentir algo por él. Pero así era.<br />

Silvana se sentía enamorada de aquel criminal arrepentido, como hacía años lo<br />

había estado de aquel gitano que la abandonó. Estaba claro que la atraían los<br />

hombre con problemas, no obstante esta vez era distinto. Todos nos merecemos<br />

una segunda oportunidad y José también. <strong>El</strong>la estaba dispuesta a dársela y a<br />

hacer que Margarita quedara relegada al mundo de los recuerdos. Después de<br />

haberle contado ella también su vida, la que todos conocemos, el hombre se<br />

levantó cansinamente de su silla y se dispuso a marchar.<br />

-¿Y ahora donde vive? - le preguntó Silvana - ¿sigue conservando el piso?<br />

-Que va , el piso lo vendí para poder pagarle la indemnización a Casimiro,<br />

duermo en un banco del parque o de la alameda.<br />

La mujer entonces comprendió mejor el motivo del olorcillo a sudor que<br />

emanaba del cuerpo del hombre cada vez que movía los brazos. Si no tenía<br />

dónde vivir, tampoco donde lavarse. <strong>El</strong> caso es que le dio pena y le ofreció<br />

quedarse a dormir en su pensión.<br />

-Ahora mismo no tengo habitación libre debido a las obras, pero puede usted<br />

dormir en el sofá de la sala.<br />

José se lo agradeció en el alma, le dijo que tenía que salir a arreglar unos


asuntos y que en una o dos horas regresaría. <strong>El</strong> hombre salió de la pensión con<br />

rumbo desconocido y Silvana se lo quedó esperando ilusionada. Durante la<br />

cena no dijo nada a los demás. Estaba segura de que iba a iniciar un romance,<br />

pero no lo haría público hasta que la cosa estuviera consolidada. Después de la<br />

acostumbrada tertulia, cuando los demás marcharon a sus respectivas<br />

habitaciones, ella abrió el sofá-cama de la salita y lo preparó para que José<br />

pudiera pasar la noche en él. Dudo si esperarlo levantada o no, pero al final se<br />

decidió por esto último, no era conveniente que mostrara demasiado interés por<br />

el gallardo caballero. No obstante no se durmió hasta que escuchó la puerta de<br />

la calle cerrarse.<br />

Probablemente se estarán preguntando, queridos lectores, qué rayos tenía<br />

que hacer José por ahí fuera si ni siquiera tenía casa, ni familia, ni nada de<br />

nada. Pues lo cierto es que no tenía nada qué hacer, simplemente había puesto<br />

aquella absurda excusa para tomar un poco el aire y pensar en lo ocurrido<br />

aquella tarde. Había vaciado su corazón y su alma con una desconocida que<br />

estaba loca por él, se le veía a las leguas. Encima le ofrecía su casa y no podía<br />

rechazarla, por un lado no estaría bien y por otro no le daba la gana de dormir<br />

de nuevo a la intemperie. Pero tenía que ser muy cauto. No quería que aquella<br />

mujer con cara de caballo interpretara mal sus gestos o sus palabras. Él no<br />

sentía nada por ella y no lo iba a sentir nunca, ni por ella ni por ninguna mujer,<br />

con Margarita había tenido su ración de mujer para toda su vida. Las odiaba<br />

hasta el punto de no acudir a ellas ni para satisfacer sus necesidades sexuales.


Se limitaba a comprar revistas guarras cuya visión era suficiente para hacer que<br />

se entregara con fruidez a los placeres solitarios. Así que tendría que ser cauto y<br />

precavido para no caer en las fauces de aquella tipa. Lo mejor sería no hacerle<br />

demasiado caso, así se iría desengañando, tampoco era cuestión de hacerle<br />

daño, pues se notaba que era buena persona. José se fumó un último cigarrillo<br />

antes de entrar en la pensión. La perspectiva de dormir al calor le animaba<br />

bastante, pues la noche se presentaba despejada y estrellada y por ende<br />

extremadamente fría. No se oían ruidos en el interior de la casa, señal de que<br />

todos se habían retirado a dormir, así que entró con sumo sigilo y fue directo a la<br />

salita, donde se introdujo entre las confortables mantas y se quedó dormido en<br />

menos que canta un gallo.<br />

Paco se despertó a las cinco de la mañana con unas tremendas ganas de<br />

orinar, debido, probablemente a las cinco o seis cervezas que se había tomado<br />

la tarde anterior. Se encontraba tan a gusto metido en la cama que no le<br />

apetecía levantarse en absoluto, pero no le quedó más remedio si no quería<br />

transformar su lecho en una piscina. Tan pronto como abrió la puerta de su<br />

cuarto escuchó los ronquidos. Sus sentidos se agudizaron cual animal vigilante.<br />

Por un instante una sensación entre miedo y preocupación se adueñó de él,<br />

pero, valiente como era, se le quitó de encima enseguida, dando paso a su<br />

instinto protector. Fuera lo que fuera el ser que emitía aquellos horrendos<br />

sonidos, se había colado en la casa sin formar parte de ella, sin permiso y<br />

alevosamente y merecía su castigo. No podía permitir que terminara


destrozando a los demás habitantes. Dio dos o tres volteretas sencillas en<br />

dirección a la salita y, en la penumbra pudo distinguir un bulto echado en el sofá.<br />

A tenor de los bramidos que brotaban de aquel ser, no cabía duda de que se<br />

trataba de una fiera, tal vez de una especie desconocida, pues en sus muchos<br />

contactos con animales salvajes durante sus años circenses, jamás había<br />

escuchado cosa semejante. No se lo pensó mucho. Cogió una estaca que<br />

estaba por allí, proveniente de las obras y con ella comenzó a atizarle al bulto<br />

sospechoso semejantes golpes que al pobre José casi le da un infarto del susto<br />

y del dolor.<br />

-Toma fiera, toma fiera- escuchaba el hombre sin poder articular palabra,<br />

mientras caía sobre el tan ingente cantidad de palos que por un momento pensó<br />

que aquello era el fin.<br />

Finalmente su instinto de supervivencia pudo más y comenzó a gritar<br />

pidiendo ayuda. Paco, al oír una voz humana suplicando de tal manera, detuvo<br />

su ataque y al encender la luz pudo ver a un hombre con la cara ensangrentada<br />

que le pedía sinceramente y con voz lastimosa, que por favor no le arreara más.<br />

Por supuesto los gritos despertaron a los demás que acudieron ipso facto al<br />

lugar de los hechos, en el momento en que Paco pedía cuentas al hombre, a ver<br />

que coño hacía durmiendo allí. Silvana se lo explicó y deshizo el entuerto si bien<br />

a José le habían caído encima unos cuantos golpes y no tuvieron más remedio<br />

que llamar una ambulancia y trasladarlo al hospital más cercano.<br />

Una conmoción cerebral, dos costillas rotas y una luxación en un hombro,


aparte de rasguños por todo el cuerpo fue el resultado de la brutal paliza. José<br />

quedó ingresado en el hospital con pronóstico reservado. Los médicos<br />

preguntaron a Silvana qué le había ocurrido a aquel muchacho para presentar<br />

tan lamentable aspecto, a lo que ella respondió que se había caído por la<br />

escalera. Tan exigua explicación no convenció a los doctores, que sospechaban<br />

que la cara de caballo aquella había atizado al hombre en medio de un<br />

encuentro sexual clandestino, no obstante como la versión de la mujer fue<br />

corroborada por el lesionado, dejaron de hacer preguntas.<br />

-Que conste -dijo José a Silvana – que no culpo a su hijo por lo bien que usted<br />

se ha portado conmigo.<br />

Silvana le dio las gracias sinceramente, no quería que su Paco fuera<br />

separado de nuevo de ella y le prometió que le cuidaría tan bien que le haría<br />

olvidarse de la brutal paliza. Así lo hizo. No se separó de la cama del hombre, no<br />

reparó en cuidados con él, y de él comenzó a brotar un sentimiento que en<br />

principio identificó como gratitud, pero que finalmente tuvo reconocer como<br />

amor. Un amor mucho más tranquilo que el que había sentido por Margarita, un<br />

amor distinto, que no tenía nada que ver con la atracción física, sinó más bien<br />

con la unión de almas. <strong>El</strong> alma de Silvana era limpia, buena, y eso era lo que él<br />

buscaba, lo que siempre había buscado en una dama y no lo había encontrado<br />

hasta entonces.<br />

Mes y medio tuvo que pasar el hombre en el hospital. <strong>El</strong> día que le dieron el<br />

alta y regresó a la pensión lo recibieron con una fantástica fiesta de bienvenida.


Las obras ya habían terminado así que lo instalaron en una magnífica habitación<br />

con baño incorporado. Paco le pidió perdón mil veces, llorando como un niño,<br />

absolutamente arrepentido de haberle propinado semejantes golpes que a punto<br />

habían estado de enviarle al otro barrio. Fue un momento muy emotivo y José<br />

aprovechó para, delante de todos los habitantes de tan singular establecimiento,<br />

pedir a Silvana en matrimonio.<br />

-Nada me haría más feliz que hacerte mi esposa -le dijo. A lo que ella, con<br />

lágrimas contenidas a causa de la emoción, respondió afirmativamente. Los<br />

demás rompieron a aplaudir y felicitaron a la nueva pareja. Los moradores de la<br />

Media Estrella habían conseguido, por fin, algo parecido a la felicidad completa.<br />

Han pasado algunos años. La Media Estrella se ha convertido en un hotel de<br />

lujo. La Agencia de Viajes hoy es una conocida cadena de la que no podemos<br />

decir su nombre por motivos obvios. Angel y Antonio han cumplido un sueño que<br />

se les hacía imposible:casarse. Paco y Dolores adoptaron una niña china dada<br />

la edad madura de ella, que ya no le permitía concebir. Además ella se operó su<br />

estrabismo y se le dulcificó el rostro. Silvana....bueno, ella disfruta de una vejez<br />

tranquila al lado de su José, orgullosa del imperio que levantó sola. Hoy mira<br />

hacia atrás y no se arrepiente de su vida, de aquella vida que inició cuando se<br />

bajó del tren con su hijo en brazos y con una maleta de cartón por todo equipaje.<br />

En la Media Estrella vivió sus mejores años, conoció las mejores gentes, pero la<br />

jubilación llegó por fin. Su hijo se hizo cargo del negocio. Y ella, en este<br />

momento, tumbada en una hamaca de una playa de Hawaii, con su marido al


lado, sorbe por una pajita el refrescante daikiri y con su eterna sonrisa caballar,<br />

nos hace un guiño desenfadado.

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