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UNO
S iempre he disfrutado con la guerra, pero la batalla dispara espontáneamente<br />
mi pasión.<br />
El rugido del oso me aturdía, su cálido aliento penetraba en mis narices,<br />
avivando mi sed de sangre. A mis espaldas, oía la agitada respiración<br />
del chico. El desesperado jadeo hizo que clavara las garras en la tierra y<br />
volví a lanzarle un gruñido al gran predador, desafi ándolo a atacarme.<br />
¿Qué diablos estoy haciendo?<br />
Le lancé un vistazo al chico y mi pulso se aceleró. Se apretaba las<br />
heridas del muslo con la mano derecha y la sangre brotaba entre sus<br />
dedos manchándole los jeans: la sangre parecía pintura negra. La camisa,<br />
desgarrada, apenas cubría los arañazos rojos del pecho. Un rugido brotó<br />
de mi garganta.<br />
Me agazapé con los músculos en tensión, dispuesta a atacar. El oso<br />
pardo se irguió sobre las patas traseras, pero no retrocedí.<br />
¡Cala!<br />
El grito de Bryn resonó en mi cabeza. Una loba ágil de color pardo<br />
surgió de entre los árboles y se lanzó sobre el fl anco del oso, que se<br />
giró y aterrizó sobre las cuatro patas, babeando y buscando al invisible<br />
atacante, pero Bryn, rápida como un rayo, lo esquivó. Cada vez que el<br />
oso le lanzaba un zarpazo con sus patas gruesas como un tronco de<br />
árbol, Bryn lo eludía: sus movimientos eran más veloces que los del<br />
oso. Aprovechó para pegarle otro mordisco. Cuando el oso se puso de<br />
espaldas, me abalancé contra él y le arranqué un trozo de la pata. El oso<br />
se volvió y su mirada desorbitada expresaba dolor.<br />
Bryn y yo nos arrastramos alrededor del enorme animal. La sangre del<br />
oso me ardía en las fauces. Tensé el cuerpo y ambas seguimos rodeándolo<br />
mientras el oso nos seguía con la mirada. Percibía su duda, su temor cada<br />
vez mayor. Solté un breve y ronco aullido y enseñé los colmillos. El oso<br />
pardo gruñó y desa pareció entre los árboles del bosque.<br />
Alcé el hocico y solté un aullido triunfal. Un gemido me hizo volver<br />
a la realidad. El excursionista nos miraba fi jamente, despertando mi<br />
curiosidad. Había traicionado a mis amos, quebrantado sus leyes. Sólo<br />
por él.<br />
¿Por qué?<br />
15
Bajé la cabeza y olfateé. El excursionista chorreaba sangre y esta se<br />
derramaba en el suelo; el olor penetrante me intoxicaba y luché contra<br />
la tentación de probarla.<br />
¿Cala? La voz de Bryn hizo que apartara la vista del chico tumbado<br />
en el suelo.<br />
Vete de aquí. Le mostré los colmillos a esa loba, más pequeña que yo,<br />
que se agachó y se arrastró hacia mí. Después alzó el hocico y me lamió<br />
la mandíbula.<br />
¿Qué vas a hacer?, me interrogó su mirada azul.<br />
Bryn parecía aterrada. Me pregunté si creía que mataría al chico, por<br />
mi propio placer. Sentí culpa y vergüenza.<br />
No debes estar aquí, Bryn, Vete. Ahora.<br />
La loba soltó un aullido pero se alejó entre los pinos.<br />
Me acerqué al chico, agitando las orejas. Respiraba con difi cultad<br />
y su rostro expresaba miedo y dolor. Los zarpazos del oso le habían<br />
desgarrado el pecho y el muslo, y la sangre manaba de las heridas. Sabía<br />
que seguiría manando y lancé un gruñido, frustrada ante la fragilidad<br />
del cuerpo humano.<br />
Parecía tener mi edad: diecisiete años, quizá dieciocho. Los cabellos<br />
castaños de refl ejos dorados le cubrían el rostro, y el sudor los había<br />
pegado sobre la frente y las mejillas. Era delgado y fuerte, alguien capaz<br />
de arreglárselas en la montaña boscosa: esta zona solo era accesible a<br />
través de un sendero escarpado y poco acogedor.<br />
El aroma a terror lo envolvía, despertando mis instintos de predador,<br />
pero por debajo había algo más: el aroma a primavera, a hojas nuevas<br />
y a tierra fresca. Un aroma lleno de esperanza, de posibilidades, sutil y<br />
tentador.<br />
Me acerqué otro paso. Sabía qué quería hacer, pero eso supondría<br />
una violación aún mayor de las leyes de los custodios. El chico trató de<br />
retroceder pero soltó un gemido de dolor y se apoyó en los codos. Recorrí<br />
su rostro con la mirada: el dolor crispaba su mandíbula fi namente<br />
cincelada y sus pómulos sobresalientes, pero seguía siendo guapo y los<br />
músculos que se tensaban y se relajaban revelaban su fuerza, la lucha<br />
corporal por impedir el derrumbe, y eso convertía su tortura en algo<br />
sublime. Me consumía el deseo de ayudarle.<br />
No puedo quedarme mirando cómo se muere.<br />
Cambié de aspecto antes de darme cuenta de que había decidido<br />
hacerlo. El chico se quedó boquiabierto cuando la loba blanca que lo<br />
contemplaba dejó de ser un animal y se convirtió en una chica con ojos<br />
dorados de lobo y cabellos rubio platino. Me acerqué a él y me arrodillé.<br />
16
Todo su cuerpo temblaba y, cuando me disponía a tocarlo, titubeé, sorprendida<br />
ante mi propio temblor: nunca había sentido tanto miedo…<br />
Un jadeo me volvió a la realidad.<br />
—¿Quién eres? —El chico me miraba fi jamente. Sus ojos eran del<br />
color del musgo en invierno, un delicado tono entre el verde y el gris;<br />
durante un instante me atraparon y me perdí entre el montón de preguntas<br />
que se abrían paso a través de su dolor.<br />
Alcé el brazo y, afi lando mis colmillos, me mordí el antebrazo hasta<br />
percibir mi propia sangre en la lengua. Después le tendí el brazo.<br />
—Bebe. Es lo único que puede salvarte —dije en voz baja y tono<br />
fi rme.<br />
El temblor del chico aumentó y sacudió la cabeza.<br />
—Has de hacerlo —gruñí, mostrándole los caninos aún afi lados tras<br />
abrir la herida en mi brazo. Tenía la esperanza de que al recordar que<br />
había sido una loba me obedecería, pero su rostro no expresaba horror<br />
sino asombro. Parpadeé y procuré permanecer inmóvil. La sangre manaba<br />
de la herida y goteaba sobre la tierra cubierta de hojas.<br />
Cuando una nueva oleada de dolor lo invadió, cerró los ojos y apretó<br />
mi antebrazo cubierto de sangre. Percibí una descarga eléctrica, me ardió<br />
la piel y mi pulso se aceleró. Reprimí un grito ahogado, maravillada y<br />
temerosa ante las extrañas sensaciones que me invadían.<br />
Él se encogió, pero lo sostuve con el otro brazo mientras mi sangre se<br />
derramaba en su boca. Aferrarlo, abrazarlo, solo aumentaba mi ardor.<br />
Noté que pretendía resistirse, pero no le quedaban fuerzas. Esbocé<br />
una sonrisa. Aunque mi cuerpo reaccionaba de manera imprevisible, sabía<br />
que podía controlar el suyo. Cuando me agarró del brazo me estremecí.<br />
Ahora su respiración se había calmado, se había vuelto lenta y fi rme.<br />
Un ansia profunda me invadió y mi mano tembló. Quería tocarlo,<br />
recorrer sus heridas que cicatrizaban y descubrir el contorno de sus<br />
músculos.<br />
Me mordí el labio, luchando contra la tentación. Cala, sabes que no<br />
debes. Tú no haces cosas así.<br />
Aparté el brazo de su boca y el chico soltó un gemido de frustración.<br />
En cuanto interrumpí el contacto ya no supe cómo defenderme de la<br />
sensación de pérdida. Usa tu fuerza, usa la loba que hay dentro de ti. Eso es<br />
lo que eres.<br />
Soltando un gruñido de advertencia, sacudí la cabeza y arranqué un<br />
trozo de la camisa del chico para vendarme la herida. Su mirada color<br />
musgo no se despegó de mí.<br />
17
Me puse de pie y me sorprendí al ver que me imitaba sin apenas<br />
tambalearse. Fruncí el ceño y retrocedí un par de pasos observada por<br />
él. Después bajó la mirada y contempló sus ropas desgarradas, jugueteando<br />
con los jirones. Cuando alzó la vista y me miró, me sentí mareada.<br />
Entreabrió los labios y no pude despegar la vista de ellos: sonreía con<br />
expresión curiosa, sin temor alguno. Su mirada expresaba un montón<br />
de preguntas.<br />
Debo largarme.<br />
—Estarás perfectamente. Aléjate de la montaña y no vuelvas por<br />
aquí —dije, apartándome.<br />
Cuando me agarró del hombro sentí una descarga eléctrica. Parecía<br />
sorprendido, nada asustado. Eso no era bueno. Bajo el roce de sus dedos,<br />
mi piel ardía. Dejé pasar demasiado tiempo antes de contemplarlo<br />
y memorizar sus rasgos, después solté un gruñido y desprendí su mano<br />
de mi hombro.<br />
—Espera… —dijo, y dio un paso hacia mí.<br />
¿Y si esperaba, si detenía mi vida en este momento? ¿Y si le robaba<br />
unos instantes y saboreaba aquello prohibido durante tanto tiempo?<br />
¿Acaso sería tan malo? Jamás volvería a ver a este extraño. ¿Qué tenía<br />
de malo permanecer aquí, inmóvil y preguntándome si me tocaría como<br />
yo quería que me tocara?<br />
Su olor me informó que quería lo mismo que yo, percibí la adrenalina<br />
que liberaba y el aroma del deseo. Había permitido que este encuentro<br />
se prolongara en exceso, había traspasado el límite… Presa del arrepentimiento,<br />
cerré el puño, recorrí su cuerpo con la mirada y recordé el roce<br />
de sus labios en mi piel. Él me lanzó una sonrisa dubitativa.<br />
Basta.<br />
Le pegué un puñetazo en la mandíbula y él cayó al suelo y no volvió<br />
a moverse. Me incliné, lo alcé en brazos y me colgué su mochila del<br />
hombro. El perfume de los prados verdes y de las ramas besadas por el<br />
rocío me envolvía, me inundaba un extraño dolor, un recuerdo físico<br />
de mi casi traición. Las sombras del atardecer empezaban a cubrir la<br />
montaña, pero alcanzaría el pie antes de que oscureciera.<br />
Junto al río que marcaba la frontera del emplazamiento sagrado estaba<br />
aparcada una destartalada camioneta. En la orilla había carteles negros<br />
donde, en letras anaranjadas, rezaba: PROHIBIDO EL PASO. PROPIEDAD<br />
PRIVADA.<br />
La Ford Ranger no estaba cerrada con llave. Abrí la puerta y casi la<br />
arranco del oxidado vehículo. Deposité el cuerpo fl ácido del chico en<br />
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el asiento del conductor, su cabeza cayó hacia delante y vi el tatuaje que<br />
llevaba en la nuca: una cruz oscura y de extraño dibujo.<br />
Un intruso, un cazatendencias. Menos mal que descubrí algo de él que me<br />
desagrada.<br />
Arrojé la mochila en el asiento del acompañante y cerré la puerta<br />
del vehículo, que soltó un crujido. Aún temblando de frustración, me<br />
convertí en loba y corrí hacia el bosque. Su aroma me envolvía, me mareaba.<br />
Olfateé el aire y me encogí, y un nuevo aroma hizo que recordara<br />
mi traición.<br />
Sé que estás ahí. Un gruñido acompañó mis pensamientos.<br />
¿Estás bien? La pregunta de Bryn sólo logró que sintiera aún más<br />
temor. Un instante después, corría a mi lado.<br />
Te dije que te marcharas. Le enseñé los dientes pero no pude negar que<br />
su presencia suponía un alivio.<br />
Nunca podría abandonarte. Bryn seguía corriendo a mi lado. Y sabes que<br />
jamás te traicionaría.<br />
Apreté el paso, corriendo entre las sombras cada vez más profundas<br />
del bosque. Abandoné el intento de escapar del miedo, cambié de aspecto<br />
y trastabillé hasta apoyarme contra el tronco de un árbol. La áspera<br />
corteza que me rasgaba la piel no disipó mi inquietud.<br />
—¿Por qué lo salvaste? —preguntó Bryn—. Los humanos no signifi<br />
can nada para nosotros.<br />
Seguí abrazada al árbol, pero giré la cabeza para mirarla. La chica<br />
nervuda de baja estatura había adoptado el aspecto humano y me miraba<br />
con la mano apoyada en la cintura, esperando una respuesta.<br />
Parpadeé, pero no me libré del ardor que me recorría la piel. Dos<br />
lágrimas, calientes y molestas, se deslizaron por mis mejillas.<br />
Bryn se quedó boquiabierta: yo jamás lloraba, no cuando alguien me<br />
observaba.<br />
Aparté el rostro, pero percibía su mirada, silenciosa y ausente de<br />
crítica. No tenía una respuesta para Bryn. Ni para mí misma.<br />
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