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prólogo completo (.PDF) - fernando fazzolari

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Muestra antológica de Fernando Fazzolari<br />

Por Jorge Glusberg<br />

Director del Museo Nacional de Bellas Artes<br />

En el Museo de Bellas Artes se presenta la muestra de Fernando Fazzolari (n. 1949), que irrumpió en el arte<br />

argentino con una vasta capacidad narrativa y un inagotable imaginario. Si bien hasta 1973 realizó algunas<br />

muestras individuales y participó en exhibiciones colectivas, comenzó a desarrollar su producción en 1982, al<br />

cabo de nueve años durante los cuales se mantuvo alejado de la actividad artística, como consecuencia del<br />

gobierno militar.<br />

Las formas de los personajes y elementos que constituyen sus escenas, son barrocas en su movimiento y<br />

deformadas por éste. Tanto unos como otros tienen rasgos espectrales, y jamás terminan de afirmarse en<br />

lugar alguno. Es que Fazzolari fuerza las situaciones como una manera de otorgar cierta dosis de grandeza a<br />

lo que acontece. No son meros episodios humanos sino conflictos entre sentimientos arquetípicos.<br />

La baba rosa, de 1986, un hilo conductor, una soga de rescate, en escenas de imaginería desbocada, donde las<br />

paredes estaban torcidas, las sillas parecían a punto de caerse, el suelo se tambaleaba, y los espejos no<br />

transmitían sino lo que querían (Interiores, El espejo); las formas humanas, sostenidas por esa baba rosa o<br />

aferradas a ella, oscilaban en medio de verdaderos decorados teatrales o circenses (Aquí estaba, Castillos de<br />

frontera), o aparecían trepados a escaleras, junto a platos enormes y ante barras o columnas estrafalarias<br />

(Homenaje a Soutine II).<br />

Dos años más tarde, presentó una serie de telas con el título de Estigia Divina Manía. En esos óleos anidaban<br />

las nociones de lo infernal y lo divino, el ángel y el demonio; es el hombre, pero también es el arte; en el<br />

hombre y en el arte se da esa equivalencia terca, esa manía funesta y deliciosa.<br />

En la serie Historia de una pasión (1989), Fazzolari descartó toda idea de espectáculo, en busca de un<br />

particular ascetismo. El color no era ya la notación de su potencia expresiva, ni una estructura más de la<br />

composición; ahora, cedía al tono el papel protagónico, llevándolo a un grado por demás sugestivo, para<br />

hacer más contundente (en términos de densidad) la discreta presencia del color. Lo místico no se patentizaba<br />

sólo por las espinas - decapitadas rosas, los clavos, la serpiente que se muerde la cola, un monte de olivos<br />

fragmentado en rectángulos dispersos, señales, todas ellas, de una historia religiosa; se imponía por una<br />

decantación rigurosa de la imagen, que era monacal, casi autoflagelante. No parece casual que su muestra<br />

siguiente (1991) llevase por título: En el nombre del Padre.<br />

Si Historia de una pasión admitía el obvio antecedente de Cristo y sus últimas horas en Jerusalem gobernada<br />

entonces por los romanos, En el nombre del Padre aludía al padre bíblico.<br />

Las obras de Fazzolari, ahora dominadas por gamas diversas de azul, sugieren el desamparo humano frente a<br />

la divinidad y, simultáneamente, una búsqueda de ella.<br />

En realidad, se apartaba del ámbito estrictamente religioso. El Padre con mayúscula deriva en el padre con<br />

minúscula, el cielo entero en la tierra parcelada, y el universo <strong>completo</strong> en el mundo inacabado que el pintor<br />

señalaba ya en 1985.<br />

Así, en el nombre de la humanidad, que se sucede como infancia renovada y muerte incesante, como vida<br />

ardua y pasión cotidiana, vuelven en estas telas sus obsesiones acerca del hombre y su circunstancia inestable,<br />

patética, esperanzada, pero también de su condición lírica, su empuje creador, su trascendencia natural. La<br />

obra con la que obtuvo, en 1992, una Mención especial Konex, persistía en esa tesitura, aunque desde el<br />

extremo opuesto a la infancia reivindicada en la muestra del 91: Fazzolari se ocupaba ahora de la muerte, y<br />

también del olvido.<br />

Era una instalación: un sector de nichos de cementerio -esos horrendos cajones adonde van a dar los ataúdes,<br />

y que cubren paredes sin fin, monótonas y solitarias- se ofrecía al espectador en una reproducción de<br />

asombrosa similitud, que abarcaba hasta el aro de metal de cada sepultura, destinado al vaso de flores. Sin<br />

embargo, los nichos no llevaban las clásicas menciones de nombres, fechas y sentencias piadosas, sino frases<br />

inopinadas -tan comunes en sus obras-, que desarrollaban un discurso poético, casi escatológico.<br />

Esta vez, el abandono radicaba en la morada de los muertos, a quienes se les había vedado la tierra de donde<br />

provinieran. El polvo al que estaban sometidos era el cotidiano, no el del origen, sugerido a través del nombre<br />

Adán. Más aún: estos muertos ni siquiera tenían nombre ya. Ni memoria, salvo la del artista. Al sur del sueño,


donde en un conjunto de tres paneles construía un friso en el que la incorporación de la palabra en la obra<br />

resultaba manifiesta.<br />

Esa palabra que aparece en los textos que acompañaban a las muestras.<br />

Historia de una pasión y En el nombre del padre eran superficie de la obra y ratificaban su sentido, así dice en<br />

Toda ilusión: "Cómo arribar al conocimiento, cuál será el sendero que nos acerque a alguna forma del saber,<br />

sobre todo al saber del arte como una forma más del saber de la vida o aún cómo una forma del saber de la<br />

vida puede ser puesto en las formas artísticas. Cuál es el momento en que aparece la necesidad de derrotar al<br />

tiempo y al olvido, cómo traspasar la angustia".<br />

En sus obras de cera, el mundo de la naturaleza aparecía reconvertido por la imaginación, y el universo del<br />

hombre se veía transfigurado por el delirio. Luego de su tránsito por la utilización de la cera, que ya se<br />

insinuaba en obras anteriores donde las velas hacían del tiempo, una retórica particular y que, en pequeños<br />

objetos personales, se derretían en historias íntimas, Fazzolari retomó la pintura en dos muestras:<br />

Autorretratos y Tristemente digo que, en las que elaboraba un diálogo con el espectador y consigo mismo.<br />

Era una serie de telas a partir de su rostro, en una especie de tatuaje espiritual con preguntas, afirmaciones y<br />

estados de ánimo, que terminaban siendo incógnitas a resolver.<br />

Entre sus instalaciones queremos destacar, Todo saber, 1993, donde una serie de alumnos escuchaban en una<br />

clase una lección de arte. Cada uno de ellos con un tablero, pupitre de mesa - silla de bebé, tomaba nota de<br />

distintos modelos de cementerios. Y luego una maestra dictaba el siguiente texto didáctico: "Todo saber<br />

provoca una suerte de iluminación tanto sobre el objeto del conocimiento como sobre el sujeto que intenta<br />

adquirirlo.<br />

El saber del deseo provoca goce, goce magnífico, goce candente, silencio y detección, conciencia y<br />

perspectiva, génesis futura y saber de muerte y perpetuidad".<br />

Bajo esta luz, 1994, representó su visión del mundo de hoy, tiranizado por el dominio de los medios masivos.<br />

Tres jaulas cúbicas, insertas una dentro de otra, formaban un espacio especial.<br />

Las paredes eran de alambre tejido; el piso, de tierra y otros elementos orgánicos. Dentro de las celdas,<br />

pequeños ángeles sepultaban juguetes, incubaban huevos de oro, se alumbraban con estrellitas navideñas y<br />

recogían la luz divina en un espejo. Trepaban por las alambradas para mirar más allá, inútilmente, porque<br />

estaban ciegos. Pero la luz divina que los había enceguecido no era sino aquella que emanaba de un televisor<br />

en funcionamiento (sin señal) ubicado en una cuarta jaula. Los rayos catódicos iluminaban las paredes de<br />

vidrio del tercer nivel; (las del primero y el segundo eran de alambre tejido), que simbolizaban las páginas en<br />

blanco de libros futuros, cuyos textos aún no habían sido escritos, porque "bajo esta luz difícilmente se pueda<br />

pensar" y "no se conoce la forma en que las letras se ordenarán..."<br />

En 1998, inauguró Vida de perro en cuyo catálogo se fotografió paseando un cepillo en la plaza, para<br />

plantearse: "Como ser frente a uno mismo tal si fuera otro, otra obra, otro cuerpo, otra historia. No es el<br />

caso, se me pide que sea yo mismo quien exponga lo expuesto desde otro orden. Desnaturalizar, dicen,<br />

objetar lo que se da por sentado, deconstruir".<br />

En el año 2000, en su muestra Letras sueltas, palabras, cosas se dedicó a recrear un alfabeto ilustrado a partir<br />

de imágenes arquetípicas de las letras, a-auto, b-banana, c-conejo, d-dado,... en una suerte de regalo-homenaje<br />

a sus hijos Franco, Magdalena y Guadalupe.

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