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Hacerlo - Grupo Scout San Patricio

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Título del libro: HACERLO<br />

Autor: Gustavo Affranchino Sartori<br />

Escrito en Argentina durante el año 2003<br />

1<br />

2


dedico este libro a mi Madre<br />

que ha ayudado ya a tantos miles<br />

y ha forjado mi espíritu<br />

3<br />

4


CAPÍTULO I<br />

Nikei<br />

-...¡Uno!, ¡Dos!, ¡Tres!, ...- cada vez que saltaba y lanzaba un puño<br />

al aire me retumbaba la cabeza. Como si estuviera empezando a<br />

ser presa de algunas líneas de fiebre.<br />

El gimnasio tenía pisos de baldosa y un techo de chapa a manera<br />

de tinglado, con por lo menos diez metros de altura. No había<br />

grandes paredes y el viento que acometía aquella tarde ayudaba a<br />

respirar; sobre todo, cuando llegaba a tal punto el esfuerzo muscular<br />

y aeróbico, que uno no sabía si seguiría de pie luego del<br />

próximo conteo.<br />

-...¡Cuatro!, ¡Cinco!, ¡Seis!, ...- estábamos terminando la clase de<br />

adultos. Unos quince muchachos arropados con sus doboks<br />

blancos y cuatro chicas, transpiraban agitados pero gustosos, inmersos<br />

en esa especie de honor físico que se vive en las prácticas<br />

de artes marciales. La disciplina, el orden y la prolijidad o torpeza<br />

de nuestros movimientos me llenaba de energía.<br />

Yo los seguía desde adelante mientras impartía la clase. Había<br />

experimentado en reiteradas oportunidades, cómo al estar con<br />

mucha gente en mi dojan se facilitaban las cosas. La alegría de<br />

verlos a todos practicando y de alguna manera el respeto y admiración<br />

que me llegaba de ellos, permitían brindar clases maravillosas.<br />

Por el contrario, cuando venían pocos –cosa que sucedía sobre<br />

todo en época de vacaciones- tenía que hacer un mayor esfuerzo<br />

por lograr buenos entrenamientos. Como si la menor cantidad de<br />

buena onda que recibía, me obligara a encender otros motores<br />

dentro de mi cerebro para funcionar igual que siempre.<br />

5<br />

-...¡Diez!, ¡Eeey!- respondió toda la clase como en cada uno de los<br />

saltos anteriores. Las piernas se abrían de forma paralela en el<br />

aire y el puño se proyectaba a la altura del centro del pecho.<br />

Cuando la mano llegaba -en centésimas de segundo- a impactar el<br />

blanco imaginario, con un grito o una fuerte expiración se contraían<br />

al máximo los músculos adecuados, de manera de aumentar<br />

la masa aparente aplicada al golpe y adecuar el equilibrio del<br />

propio organismo, para realizar la tarea lo más eficientemente posible.<br />

Luego del décimo puño di por finalizada la clase. Nos saludamos<br />

a la manera oriental como siempre lo hacíamos, saludamos a la<br />

bandera, dimos un ¡Viva la Patria! y cerramos el entrenamiento<br />

con fuerte aplauso compartido, que era costumbre para felicitarnos<br />

entre todos por el esfuerzo realizado durante la práctica.<br />

Las duchas se llenaron pronto con bromas, el sonido repiqueteante<br />

del agua, olor a jabón y toallas. La mayoría pasaba por debajo<br />

de la regadera, pero también había unos cuantos que se conformaban<br />

con secarse lo transpirado por evaporación y completar el<br />

maquillaje de limpieza con varios soplos del desodorante sobre los<br />

sitios más olorosos del cuerpo y de la ropa. En broma, cuando<br />

incurríamos en esas costumbres nos tildábamos de franceses.<br />

Desde el lindante vestuario de mujeres solía llegar un bullicio<br />

menor. Al parecer las chicas también hablaban bastante mientras<br />

se duchaban, pero lo hacían en voz más baja; o por cautela -<br />

para conservar secretos sus cuchicheos-, o porque deseaban oír<br />

los nuestros.<br />

Varias veces había intentado incrementar mi cantidad de alumnas,<br />

guiado por la idea de lo útil que les resultaría saber defenderse,<br />

dominar el arte del movimiento para ser más libres y poder<br />

andar con tranquilidad por la vida, con menos miedos y más con-<br />

6


fianza en sí mismas. Pero el número de mujeres nunca sobrepasaba<br />

el cuarto del total.<br />

Abandonados ya los toilettes, fueron cesando las risas y comentarios.<br />

Pronto el gimnasio estaba vacío. Algunos se iban caminando,<br />

otros en bicicleta, en coche o en autobús. Para esa hora, el<br />

Sol se había ocultado por completo. Algunas veredas estaban oscuras<br />

y la mayoría prefería irse en grupos, pese a que la zona no<br />

era de las más peligrosas de la ciudad.<br />

Una vez guardados los escudos, los padts, la bolsa, la makiwara,<br />

los símil cuchillos de madera y los guantes de foco, que usábamos<br />

para entrenar distintos tipos de golpes con manos y pies, cerré las<br />

puertas con llave y puse candado a las rejas exteriores. La cabeza<br />

me seguía doliendo. Notaba mi frente un tanto caliente y las ráfagas<br />

nocturnas de aire frío llegaban a hacerme temblar.<br />

Miré mis brazos. Tenía piel de gallina, con los pelos erizados a<br />

manera de mil volcanes pequeños. Revisé en la mochila de mano<br />

donde guardaba mis cosas. Dentro del bolsillo delantero, solía<br />

poner un estuche metálico de chapa con medicamentos esenciales<br />

para emergencias, a manera de botiquín de primeros auxilios.<br />

No tenía ningún síntoma en especial que me hiciera sospechar el<br />

origen de la temperatura -más allá del fuerte dolor de cabeza-, así<br />

que decidí tomarme una aspirina. Aproveché la canilla donde solíamos<br />

enchufar una manguera para limpiar la acera. Hice un<br />

hueco con las dos manos, lo cargué de agua y adentro.<br />

Con la pastilla disolviéndose en mi estómago, emprendí la caminata<br />

diaria rumbo a casa. Unas once cuadras me separaban del<br />

departamento. En cuanto llegase, bebería un té caliente y telefonearía<br />

al médico.<br />

Hice doscientos metros por una arteria lúgubre que desembocaba<br />

en la avenida. La noche se palpaba silenciosa pero con alguna<br />

7<br />

especie de tensión en el aire. Casi no había cristiano por allí. Saludé<br />

al policía de la esquina que escuchaba la radio atentamente;<br />

las noticias daban parte de la guerra recién comenzada; eso sí que<br />

era feo... Doblé hacia la izquierda y me encaminé por Olazábal,<br />

que estaba más iluminada. Aunque no se trataba de una zona<br />

comercial, andaba más gente yendo y viniendo.<br />

Avancé unos cinco minutos. Aún la aspirina no había surtido<br />

efecto porque la cefalea seguía incrementándose. El borboteo del<br />

escape de un vehículo deportivo blanco que atravesó la cuadra a<br />

bastante velocidad distrajo mi pensamiento, el cual en ese momento<br />

resultaba quejoso y molesto. Cuando volteé para divisar el<br />

automóvil, tres o cuatro individuos salían por la entrada principal<br />

de un edificio mediano, lo suficientemente juntos y apurados como<br />

para llamarme la atención. El grupo subió a un coche, que al<br />

parecer los estaba aguardando allí estacionado. Tenía los vidrios<br />

polarizados por lo que no llegaba a ver su interior. Ninguno de los<br />

sujetos había ingresado de conductor. Cuando se metían los tres<br />

que viajaban atrás, logré oír una voz femenina suplicando algo.<br />

Estaba distanciado y no escuché con precisión, pero pude captar<br />

un “por favor”.<br />

La imagen me preocupó. En el instante se cruzaron por mi mente<br />

dos o tres hipótesis. Temí estar presenciando un secuestro; el<br />

auto con vidrios oscuros, el chofer aguardando a que subieran, la<br />

premura con que se habían desplazado y lo juntos que se movían<br />

los sujetos que acompañaban a la mujer, me hacían suponerlo.<br />

Quizá ambos estuviesen forzándola a punta de cañón. Quizá si yo<br />

me acercaba con actitud averiguadora fuese víctima de un disparo,<br />

contando con que ellos podían estar apuntándome tras el polarizado<br />

sin que los viese.<br />

Pensé también que podría tratarse de una hija con sus padres,<br />

resistiéndose a asistir a una reunión indeseada o algo por el estilo.<br />

Eso era posible y de ser así no ocurriría nada si me acercaba a<br />

8


investigar, más que recibir quizá algunos insultos de un padre<br />

malhumorado y poner a la familia en la incómoda situación de<br />

sentirse observados.<br />

Pero resultaba extraño el hecho de que el padre había entrado en<br />

los asientos traseros... salvo que se tratase de un vehículo alquilado<br />

y por ello el chofer se encontrara ya en el mismo. Por otro<br />

lado, los autos de alquiler no suelen tener cristales oscuros.<br />

En realidad yo no había llegado a ver las caras de esas personas.<br />

No tenía la seguridad ni de que la mujer estuviera en el grupo de<br />

los tres que habían subido por atrás. Lo único que había registrado<br />

era la gente entrando al coche con ventanillas polarizadas y<br />

el por favor femenino, que ya empezaba a dudar de haber entendido<br />

claramente.<br />

Una tercera hipótesis, la más tentadora para mí en ese instante,<br />

era que no estuviese sucediendo nada, por lo que podría seguir<br />

avanzando hacia mi hogar a beber el esperado té caliente y hasta<br />

le agregaría miel de abejas para que resultase más agradable.<br />

Detuve durante un segundo mi paso; dudé frunciendo el entrecejo<br />

y tomé la tercera opción: no estaba ocurriendo nada para preocuparse.<br />

Decidido esto seguí caminando. Empecé a recordar los ejercicios<br />

que había hecho con mis alumnos en la clase; verifiqué mentalmente<br />

las fechas próximas de examen: entre los menores había<br />

cinco que para fin de mes estarían en condiciones de rendir para<br />

cinturón rojo... Pero no podía seguir pensando. El corazón me<br />

latía fuerte en el pecho, acelerado porque sabía que debía hacer<br />

algo.<br />

Recordé que unas casas más adelante vivía Sebastián, un amigo<br />

que también era instructor. Pero no quedaba tiempo. El vehícu-<br />

9<br />

lo, un Peugeot 505 marrón metalizado, daba marcha atrás para<br />

salir de su estacionamiento.<br />

Tomé aire profunda y velozmente, mis glándulas suprarrenales se<br />

encargaron de la adrenalina necesaria para enfrentar la situación<br />

y me acerqué trotando hacia la posición del coche. Pensé en espiar<br />

por el parabrisas y crucé la avenida cuidando de pasar por<br />

delante del Peugeot. Disimuladamente eché un vistazo, pero estaba<br />

oscuro por dentro y no conseguí ver nada, más que las manos<br />

de quien manejaba haciendo rotar el volante a medida que las<br />

cubiertas delanteras giraban para partir.<br />

Tuve otra vez la tentación de seguir camino sin hacer nada, algo<br />

apesadumbrado por el fracaso de mi plan original. Por suerte, las<br />

glándulas seguían funcionando. Una nueva cuota de adrenalina<br />

barrió mis dudas y hasta imagino que algo de testosterona también.<br />

Pensé que si a esa chica –que no conocía- le ocurría algo,<br />

no me lo perdonaría. Aunque nunca me enterase de lo sucedido,<br />

no podría vivir habiendo oído el consejo de mi cobardía en vez del<br />

de mi valor.<br />

Torcí el rostro entonces mientras pisaba el cordón de la vereda,<br />

para precisar la ubicación de la manija que abría la puerta trasera<br />

izquierda del rodado. En cuanto estuve a distancia, en un movimiento<br />

rápido y exacto tomé la placa móvil y tiré con fuerza para<br />

mover el pestillo.<br />

La puerta tenía traba de seguridad y no se abrió. Vacilé una fracción<br />

de segundo; quité la mochila con agilidad de mi hombro, la<br />

apoyé contra la ventanilla para que no pudiesen verme si querían<br />

disparar y me dispuse a romper el cristal con el canto del pie.<br />

Impactaría sobre la mochila para evitar bordes filosos.<br />

Mientras sucedía esto noté que el vehículo se detenía y empezaba<br />

a abrirse la puerta del conductor.<br />

10


Golpeé por fin el respaldo de mi mochila. El vidrio se astilló y dio<br />

paso al bulto perforando casi todo el espacio destinado a la ventana.<br />

La puerta del conductor completaba su apertura, al tiempo que yo<br />

introducía preciso la mano por el hueco quitando la traba, tiraba<br />

de la manija abriéndola de par en par y sujetaba violentamente a<br />

la persona de traje sentada de ese lado.<br />

Con un potente empellón lo extraje del auto hacia el piso. Reaccionando<br />

del impacto, el hombre trató de golpearme con su puño<br />

en un intento curvo y poco preciso. Yo en cambio acerté con mi<br />

mano derecha en el centro de su nariz, partiéndole el tabique y<br />

dejándolo inconsciente.<br />

En ese momento noté que el chofer acababa de descender y esquivaba<br />

a su compañero para ubicarse por mi espalda. No conocía<br />

sus intenciones pero de seguro no eran agradables, por lo que<br />

extendí mi pierna hacia atrás asestándole de lleno en los testículos<br />

y arrojándolo dos o tres metros en esa dirección.<br />

Cuando rotaba para terminarlo, por el rabillo del ojo capté la electrizante<br />

imagen del tubo metálico de un revólver que me apuntaba<br />

desde adentro del auto. Continué mi desplazamiento, que de<br />

cualquier modo me alejaba de la línea de tiro, y di unos pasos<br />

hacia el conductor caído con rostro de llanto tomándose la ingle.<br />

Al primer tranco escuché un disparo mudo que rebotó sobre el<br />

cemento con timbre agudo. Sin duda el arma tenía adosado un<br />

silenciador.<br />

En seguida estuve a distancia de quien buscaba. Pegando hacia<br />

adelante como quién levanta un balón del piso, alivié el dolor testicular<br />

del caído haciéndolo entrar en profundo sueño. El empeine<br />

de mi zapatilla acababa de impactar en su mentón. Sabía que<br />

esa parte del pie no resultaba la mejor para golpear un borde<br />

11<br />

puntiagudo como la pera de una persona y que cuando se me fuera<br />

la adrenalina sufriría los efectos de un tremendo hematoma,<br />

pero estando calzado, me había resultado imposible emplear el<br />

metatarso.<br />

Como rayo volví en mis pasos hacia el Peugeot y logré sujetar –a<br />

Dios gracias- el arma del otro secuaz antes de que volviera a dispararme.<br />

En un cruce de brazos palanqueé su codo hacia mí, sosteniendo<br />

al mismo tiempo el caño del revolver por detrás del silenciador y<br />

alejando la línea de fuego. En ese momento realizó un segundo<br />

disparo. Fue complicado seguir asiendo el arma porque el metal<br />

se había calentado y me quemaba. Pero la adrenalina es amiga de<br />

las proezas y no me abandonó. Pronto olvidé el dolor y pude rotar<br />

el brazo homicida hasta dejarlo trabado entre mi rodilla y el asiento.<br />

Con lo que sería el talón de mi otra mano, abalancé un golpe<br />

adecuado y el brazo se partió a la altura de la articulación en varios<br />

trozos.<br />

Terminó en el piso la pistola. La tomé y apunté dentro del vehículo<br />

tratando de localizar a la mujer, mas ella no estaba allí. En el<br />

asiento del fondo restaba un individuo de tez muy blanca y lentes<br />

oscuros. Adelante llegué a ver al último de ellos. Se acababa de<br />

pasar al volante y escupiendo palabras en otro idioma que sonaban<br />

a insultos, pisó a fondo el acelerador. Las ruedas patinaron<br />

un instante y el auto despegó a gran velocidad.<br />

Logré separarme apoyándome con un pie en el lateral del vehículo<br />

y caí de espaldas sobre el primero de los tipos que yacía en el suelo.<br />

Me levanté. Constaté que ambos seguían inconscientes. El<br />

arma plateada había quedado en ángulo con el cordón. Sus dueños<br />

se alejaban realizando maniobras bruscas, con las dos puertas<br />

aleteando hasta cerrarse.<br />

12


Alertado por el escándalo, el policía que había saludado minutos<br />

atrás, se acercaba ahora corriendo. Sostenía alarmado su revólver<br />

y trataba de bambolearlo lo menos posibles entre zancadas.<br />

Pronto llegó. Me apuntó a la voz de alto, pero al reconocerme<br />

cambió hacia los sujetos en el piso y cayó en la cuenta de la situación.<br />

Recogió el arma del cordón y guardó la suya.<br />

-¿Qué es lo que ocurrió, Gustavo?- me inquirió.<br />

Relaté brevemente lo acaecido. La situación sospechosa de la<br />

gente saliendo del edificio hacia el coche con vidrios oscuros, el<br />

por favor femenino que había escuchado, mis hipótesis, la decisión<br />

de observarlos por el parabrisas, la duda final y la acción, tal<br />

como hubo sucedido.<br />

-Hiciste bien- me tranquilizó, –seguro que andaban en algo raro-.<br />

Mientras esposaba a los dos sospechosos inconscientes, comentó<br />

que había podido anotar la patente del auto cuando huían.<br />

-Me extrañó mucho porque indicaba ser propiedad de una embajada-<br />

sacó la libreta del bolsillo de su camisa y empezó a anotar.<br />

–Antes de olvidarme voy a escribirlo: “ADU 63 P”.<br />

-¿Y de qué embajada es?- pregunté.<br />

-No sé. Sólo estoy seguro de que ese tipo de matrícula corresponde<br />

a cuerpos diplomáticos. Cuando terminemos con estos tipos–<br />

prosiguió –(ya llamé para que vinieran refuerzos así que ellos se<br />

los llevarán a la comisaría), voy a revisar en la terminal de mi garita,<br />

a ver qué nos dice la computadora.<br />

-Bien- aprobé, mas quedaban aún temas sin aclarar: -Me preocupa<br />

el por favor de la chica; en el Peugeot eran todos hombres...<br />

El policía dudó un instante y pronto decidió que yo había escuchado<br />

mal. Quizás eran palabras en ese otro idioma y alguno de<br />

los extranjeros tenía la voz no muy gruesa, por lo que yo había<br />

13<br />

conjeturado que se trataba del por favor de una joven en problemas.<br />

Terminó de resolver pues el misterio, se rió como el Sargento García<br />

luego de beber una copa de buen vino obsequiada por De la<br />

Vega y me dio unas palmadas en el hombro.<br />

En ese momento se escucharon sirenas y las frenadas de dos patrulleros<br />

cortando la avenida. El policía sacó la linterna y les hizo<br />

unas señales moviéndola para uno y otro lado mientras soplaba<br />

sucesivos silbatazos.<br />

Los recién llegados se acercaron a hablar con su compañero.<br />

Pronto asintieron y retiraron a los dos caídos que aún seguían inconscientes.<br />

En esos minutos la gente se había amontonado<br />

aunque mantenían cierta distancia por temor.<br />

Cuando se fueron los patrulleros escoltando la ambulancia -que<br />

apareció minutos más tarde-, el policía volvió a su esquina y la<br />

muchedumbre se disipó.<br />

Agarré mi mochila del suelo -que por suerte había caído cuando<br />

extraje al primer hombre del automóvil-, la calcé en mi espalda<br />

tras sacudirle las astillas y me dispuse a reiniciar camino a casa.<br />

En ese momento sentí un fuerte dolor en el empeine derecho y me<br />

acordé de la patada en el mentón y de la bendita adrenalina.<br />

Me agaché para tantear cómo estaba de hinchado. Además de<br />

tomar el té, ahora me esperaba un buen rato de hielo y antiinflamatorio.<br />

A la mañana siguiente tenía que entrenar a los chicos de<br />

la escuela, así que necesitaba ponerme bien.<br />

Desde donde estaba noté que ya no quedaban curiosos, más que<br />

un anciano de mucha barba blanca y gris, que me estaba observando<br />

a diez metros, apoyado en su bastón. Cuando se percató<br />

de que lo veía, miró de inmediato hacia otro lado y se alejó.<br />

14


Le presté atención un tiempo mientras doblaba la esquina y justo<br />

cuando yo estaba por volver a arrancar, lo escuché otra vez:<br />

-¡Por favor, alguien ayúdeme!<br />

Sin duda era una voz de mujer. Miré a mi alrededor y noté una<br />

ventana entreabierta en el balcón a la calle del primer piso, que<br />

pertenecía al edificio de donde había visto salir a los extranjeros<br />

sospechosos.<br />

La puerta de entrada estaba cerrada. Ya se había hecho bastante<br />

tarde y no deseaba despertar al encargado con la única excusa de<br />

aquel tímido por favor.<br />

Presioné el botón del 1ºA. Esperé alrededor de un minuto y nada.<br />

Toqué otra vez aunque de manera mucho más enérgica.<br />

Nada.<br />

Alejándome hacia la calle volví a observar por el balcón. Prestando<br />

atención llegué a captar una serie de súplicas casi inaudibles<br />

de una mujer que parecía estar sufriendo allí dentro.<br />

Aunque no me abrieran la puerta, podía subir y hacer mi acceso<br />

por el mismo balcón. Revisé la altura. Era demasiada como para<br />

llegar de un salto. El coche estacionado más cerca no servía de<br />

escalón, salvo que tomara carrera desde el centro de la avenida.<br />

En ese caso, con algo de suerte alcanzaría a asirme de los barrotes,<br />

pero le imprimiría una enorme abolladura en el capó.<br />

En seguida recordé a mi amigo que vivía allí cerca. Miré el reloj:<br />

eran las diez y cuarto de la noche. Sabía que Sebastián se acostaba<br />

tarde por lo que seguro lo encontraría despierto.<br />

Corrí hasta su casa que quedaba a unos cuantos metros sobre la<br />

vereda de enfrente y Yanina me recibió con alegría.<br />

-Sebas está terminando el asado, ¿Por qué no te quedás a comer?me<br />

invitó –vos sabés que él siempre hace demás.<br />

15<br />

-Capaz... en un rato, pero necesito si puede venir para darme una<br />

manito. Por favor, llamalo ahora. Mantené mientras el asado para<br />

cuando volvamos- le pedí.<br />

-¿Pasó algo malo?- me miró asustada.<br />

-No, no te preocupes; vos llamalo prontito así no se atrasa el asado.<br />

Ella asintió y corrió para adentro. En seguida apareció Sebastián<br />

con la cara sucia de carbón y las manos algo engrasadas.<br />

-¡¿Qué pasó?!<br />

-Vení un poco –le dije mientras me acompañaba al edificio de enfrente.<br />

En tres palabras le expliqué lo que ocurría y él ingenió la forma de<br />

subir. En menos de medio minuto ya estaba arriba.<br />

-¡Te espero!- me gritó desde abajo y se quedó observando como yo<br />

trepaba la reja y corría el ventanal de vidrio internándome en la<br />

casa.<br />

La luz estaba apagada.<br />

-¿Hola?- dije esperando una respuesta.<br />

No tardé en oír la misma voz que había escuchado desde la vereda,<br />

aunque ahora resultaba mucho más clara. Venía de la cocina.<br />

En penumbras caminé hasta allí. Una chica estaba tendida junto<br />

a la pared, boca abajo, con las piernas algo flexionadas.<br />

Encendí la bombilla eléctrica.<br />

-Tranquila- me arrimé con cuidado. Al llegar cerca de la cara noté<br />

un escaso charco de sangre en el que reposaba su rostro.<br />

16


-Por favor...- repetía –por favor...- y sus palabras hacían globos<br />

sobre la sangre derramada.<br />

-Ya estoy acá. Te voy a ayudar- intenté tranquilizarla.<br />

Con mucho cuidado la enderecé. El rojo le chorreaba de la nariz.<br />

Lavé y sequé su cara con un repasador que encontré enganchado<br />

en la manija del horno y armé unos taponcitos con gasa y agua<br />

oxigenada del botiquín de mi mochila, porque la hemorragia no le<br />

paraba.<br />

-Me golpearon en la cabeza- dijo ya un poco más repuesta.<br />

La había sentado contra la pared para que descansara. Era joven,<br />

de unos veinte años. Su cabello se veía rubio como el oro y<br />

aquella carita simpática aunque demacrada me alegró.<br />

-¿Qué fue lo que pasó?- le pregunté.<br />

Me iba a empezar a explicar cuando miró hacia la puerta y gritó.<br />

Su chillido encendió mis reflejos y de un salto me catapulté hacia<br />

la persona que estaba allí.<br />

Por suerte era Sebastián y detuvo mi golpe.<br />

-¿Cómo subiste?<br />

-El auto de abajo va a necesitar un chapista- sonrió –te llamé varias<br />

veces, pero como no respondías decidí subir. ¡Qué pasó!- se<br />

preocupó cuando vio a la chica que nos miraba sentada desde el<br />

piso y el manchón hemático a su lado.<br />

Me volví a la jovencita: –Es Sebastián, mi amigo- le aclaré.<br />

-Hola. Yo soy Nikei. No vivo acá. Éste es el departamento de una<br />

amiga que me dio refugio. Aaay...- se tomó la cabeza.<br />

-¿Te duele mucho?- me preocupé. –No te esfuerces. Vamos- indiqué<br />

a Sebastián, –llevémosla a tu casa así Yanina la ayuda a<br />

cambiarse y nos cuenta lo que le pasó.<br />

17<br />

-¿Te parece Nikei?- la miré.<br />

-Bueno. Muchas gracias por ayudarme.<br />

Entre los dos le dimos apoyo para incorporarse. Estaba con muy<br />

poca fuerza y le costaba caminar. Sin darnos cuenta comenzamos<br />

a ir hacia el balcón por donde habíamos entrado nosotros,<br />

pero Nikei nos detuvo.<br />

-¿Dónde vamos? La puerta está para allá.<br />

Nos miramos como diciendo “qué tontos” y dimos la vuelta.<br />

-La llave está sobre la heladera- indicó. –Cerremos al salir.<br />

Así lo hicimos. Una vez en planta baja notamos la presencia de<br />

un vecino que se agarraba la cabeza viendo el techo de su vehículo.<br />

Sebastián -haciéndose el distraído- nos dijo: -Qué chaparrón<br />

de granizo cayó, che. Nunca había visto piedras tan grandes- y<br />

mirando a la chica concluyó –Suerte que el pedazo de hielo te<br />

acertó en la nariz; mirá si te la embocaba en medio del marote y<br />

quedabas ahí muerta.<br />

De reojo vi al vecino que nos escuchaba con atención y luego veía<br />

extrañado hacia los otros autos carentes de abolladuras.<br />

-Después le hablamos- me susurró Sebas al oído. –Yo sé donde<br />

vive.<br />

Enseguida estuvimos con Yanina. Nikei se repuso con su ayuda y<br />

nos sentamos a la mesa los cuatro para comer el asadito. Una<br />

fuente con ensalada mixta al lado del vino tinto y pan, completaban<br />

la deliciosa cena. Mientras comíamos, Nikei nos relató lo que<br />

había pasado.<br />

-Aunque recién los conozco- comenzó, -sé que puedo confiar en<br />

ustedes. Si no tuviera esa seguridad, dudaría en contarles esto,<br />

porque ya me han traicionado dos veces y ambas salí muy lastimada.<br />

Primero mi novio y luego el embajador.<br />

18


-¿Qué embajador?- la interrumpí.<br />

-De Islandia. Yo no soy de acá, nací cerca de Reykjavik y viajé a<br />

esta parte de América cuando tenía siete años.<br />

-¿Ahora qué edad tenés?- preguntó Yanina.<br />

-Veintitrés. Mañana cumplo veinticuatro. Mi edad es importante<br />

en todo este asunto. Pero déjenme que les explique de qué se trata-<br />

me detuvo poniendo su mano sobre mi brazo cuando yo iba a<br />

realizar otra pregunta.<br />

-Mi mamá me dio a luz en las afueras de Kópavogur, una ciudad<br />

que queda cerca de la capital. Era invierno y cuenta mi abuelo<br />

que la nieve y el hielo lo cubrían todo.<br />

Mi abuelo vivía de la pesca por ese entonces. Con su trabajo<br />

había logrado comprar una barcaza bastante grande, en la que<br />

empleaba a una docena de marineros. Muchos de ellos formaban<br />

parte de mi familia, que entonces era numerosa. Tenía tíos, primos<br />

mayores y hasta mi propio padre se desempeñaba como su<br />

primer oficial.<br />

Estando una noche de abril en altamar, sacudidos con la rudeza<br />

de una fuerte tormenta, mi abuelo divisó unas enormes salientes<br />

rocosas que no figuraban en el mapa, a pocos metros del casco.<br />

El aspecto de la piedra era de temer. Bordes filosos por donde<br />

fuese que se la mirara y una altura y tamaño considerables.<br />

Mi abuelo nos contó una tarde a mi hermano y a mí, que creyó<br />

entonces que allí acabaría todo. No ideaba forma alguna de esquivar<br />

el inmenso peñasco. Las olas de seis metros los arrastraban<br />

directamente hacia la muerte.<br />

Tan sólo la tímida luz de la Luna pintaba el paisaje. Todo era<br />

agua y olas. La estructura rocosa ganaba preponderancia en el<br />

centro de la estampa y el barco junto a ella pasaba desapercibido.<br />

19<br />

Desde popa silbó una brisa mortecina. El mar se levantó como<br />

alfombra y aplastó al navío precipitándose sobre cubierta. Dicen<br />

que fue como si la lluvia hubiese elegido caer de golpe toda junta,<br />

en lugar de hacerlo en gotas.<br />

Quebrado al medio por el latigazo, el pesquero arrumbó su cuerpo<br />

hacia estribor y sufrió una vuelta de campana. Eso fue peor que<br />

haber encallado. Dado vuelta sucumbió a la acometida de las<br />

puntas basálticas, que no hicieron más que atravesarlo de lado a<br />

lado, cual tenedor pinchando un enorme trozo de queso.<br />

Varios de los tripulantes corrieron con la misma fortuna trágica.<br />

Al cesar la fuerte tempestad, ya siendo de día, el abuelo y mi padre<br />

–que aún no conocía a mamá- recogieron los cuerpos de sus<br />

compañeros. Algunos pendían inertes enclavados en picos filosos.<br />

Otros no habían resistido la embestida del suelo. Y un último<br />

marino, que era el mayor de mis primos –aunque yo aún no había<br />

nacido-, fue arrastrado por la corriente hacia adentro del océano<br />

hasta perderse de vista.<br />

Mi papá ayudó a su capitán a erigir unas cruces y enterraron los<br />

cadáveres cubriéndolos con piedras.<br />

En el estrecho islote fue difícil la supervivencia. Comían pescado<br />

de mañana y de noche. Bebían agua que derretía del hielo encastrado<br />

entre las piedras. El viento polar casi los paralizaba.<br />

Pero durante un amanecer, al tiempo que una bandada de gaviotas<br />

surcaba el firmamento claro, mi padre despertó con un canto<br />

que provenía del mar. Su tono era agudo y melodioso.<br />

“Marinero” -le decía- “Marinero de todas las aguas. Ven conmigo a<br />

aclarar mil misterios. Ven conmigo, marinero.”<br />

20


Mi padre, primero asombrado y luego alarmado por el canto que<br />

se repetía una y otra vez, despertó al abuelo. Él también podía<br />

oírlo.<br />

“Es una sirena” –afirmó- “No debemos escucharla. Tápate los oídos<br />

y trata de dormir. Yo las he visto en otras ocasiones. Si no<br />

les prestas atención se agotan y dejan de insistir. Quizás regrese<br />

dos o tres días más, pero pronto dejará de tentarnos.”<br />

“¿De tentarnos?” –inquirió mi padre, quien más allá del susto inicial<br />

empezaba a amar aquella voz.<br />

“Sí. Así es.” –aseguró el abuelo- “Dos de mis primeros hombres,<br />

muy bien preparados en el arte de la navegación, se perdieron por<br />

el canto de las sirenas hasta el punto de arrojarse a las olas desde<br />

nuestro barco y hundirse para siempre bajo la espuma. Nunca<br />

me perdoné, ni podré hacerlo jamás, el no haberlos retenido con<br />

todas mis fuerzas.”<br />

“¿Tú no las escuchabas también?”<br />

“Sí, lo hacía. Pero mis años a bordo me habían nutrido con suficientes<br />

relatos como para saber qué hacer en casos como esos.<br />

Pese a que la tentación de seguir endulzándome con la voz de la<br />

sirena era grande, conseguí obturar mis oídos a tiempo. Rudolff<br />

en cambio no hizo caso a las órdenes que impartía a gritos desde<br />

el puente y se dejó seducir... hasta la muerte. A él le siguió el<br />

Dr.Irigari, un médico danés que amaba la pesca. Recuerdo sus<br />

pies moviéndose acompasadamente hacia la silueta femenina que<br />

emergía suavemente de la superficie. Él también se zambulló para<br />

no volver nunca más.”<br />

“Tápate los oídos” –le ordenaba a papá, pero él había bebido ya<br />

suficiente miel sonora. Se puso de pie; observó a la joven bellísima<br />

que nadaba erguida junto a la orilla profunda del islote y se<br />

dirigió corriendo hacia ella.<br />

21<br />

“¡No te lo lleves! ¡Por favor!” –suplicó el abuelo a viva voz, observando<br />

cómo su hijo se arrebataba en loca carrera para llegar a la<br />

chica.<br />

“¡El crigón señú dil ibsánsure!” –exclamó al final como loco, en su<br />

último intento.<br />

-¿El qué?- la interrumpí. Los tres estábamos muy atentos a lo<br />

que nos contaba. Miré a Sebastián. Se veía cuasi hipnotizado<br />

hacia Nikei. Lo desatonté con un cachetazo, pero en seguida volvimos<br />

a interesarnos en la extraña autobiografía.<br />

-“El crigón señú dil ibsánsure”; es una frase en otro idioma que<br />

supuestamente detiene a las sirenas. Aunque la tradición de ultramar<br />

contaba que no debía emplearse nunca, porque con ella se<br />

desataba la furia del océano. Según la leyenda, quien hablara así<br />

a una sirena sería consumido por bestias voraces, y no sólo moriría<br />

su cuerpo físico sino que también se apagaría su espíritu.<br />

-Eso suena a cuento de ficción- Yanina comentó sonriente, intentando<br />

no herir los sentimientos de Nikei.<br />

-Lo sé– nos dijo ella –aunque es en tal forma parte de mi existencia<br />

que me cuesta notarlo algunas veces. ¿Quieren que les siga<br />

contando?<br />

-Por supuesto- aclaré.<br />

-Sin duda- agregó Sebastián.<br />

-El abuelo no quería a nada en el mundo más que a su hijo, así<br />

que no dudó en emplear ese arma secreta de los marinos.<br />

Yanina se apresuró: -¿En qué idioma fue la frase?<br />

Nikei dudó un momento haciendo una pausa. Parecía que estaba<br />

por contarnos algo íntimo que quizá la avergonzara. Sin embargo,<br />

su semblante se aclaró nuevamente y prosiguió: -No tiene un<br />

nombre común, es un idioma que usan otros seres, se llama...- y<br />

22


dio una especie de acordes con sus cuerdas vocales que casi me<br />

ensordecieron. Nos miramos sorprendidos.<br />

-¿Vos qué oíste?- me interrogó la chica.<br />

-Un...- traté de recordar el sonido para repetirlo, pero no conseguí<br />

hacerlo. En mi memoria había más bien una sensación que un<br />

sonido. –No logro hacerlo- desistí –más bien recuerdo alguna especie<br />

de emoción-<br />

-¿Parecida a qué?- me ayudó Nikei.<br />

-Eh... era como...- mientras pensaba noté que contorsionaba mi<br />

cuerpo para tratar de explicar. –Era como una mezcla entre lo<br />

que te pasa cuando desenredás un acertijo y dolor en la lenguanoté<br />

cómo Yanina contenía la risa.<br />

-Bastante exacto para alguien que nunca viajó- se alegró.<br />

Antes de que yo le aclarara que sí había viajado bastante, la hermosa<br />

muchacha se dirigió a Sebastián: -Te veo pensativo. ¿Tuviste<br />

la misma sensación que Gustavo?<br />

Me extrañé. No le había dicho mi nombre en ningún momento.<br />

-Creo que sí- respondió Sebas que no se había percatado del detalle.<br />

–Fue algo así como una sensación entre la boca y el cerebroaclaró.<br />

–Tampoco logro recordarlo como sonidos para repetirlos.<br />

Es distinto.<br />

-Así es- lo aprobó Nikei. -¿Y vos?- se dirigió a la señora de mi<br />

amigo que estaba extrañada de que él y yo coincidiéramos.<br />

-Me están jugando una broma ¿No es así?- nos veía a todos esperando<br />

estar en lo cierto. –Nikei cantó un segundo y ustedes se<br />

pusieron a mirar al infinito ¿Qué les pasa?<br />

Sebastián y yo nos miramos. Ella había escuchado otra cosa. O<br />

bien había oído lo mismo pero quizás recordase cómo repetirlo.<br />

23<br />

-No es broma- aclaró Sebas. –Realmente no retuvimos sonidos<br />

pronunciables. ¿Vos sí?<br />

Yanina comprendió que estábamos igualmente confundidos. –<br />

Para mí sonó como un “uhú”, bastante agudo- agregó.<br />

-Así es- volvió a aprobar nuestra invitada. –Ése es el sonido vocálico<br />

que realicé. Pero también pronuncié las sensaciones que describieron<br />

los muchachos. Yanina oyó con los oídos porque era lo<br />

que esperaba. Los varones lo hicieron con el corazón. Ellos normalmente<br />

abren algunas de sus sensaciones internas ante alguien<br />

del sexo opuesto. Lo mismo, o algo parecido, le pasa a la<br />

mujer frente a un varón.<br />

-Eh...- se incomodó Sebastián.<br />

-Es normal- avanzó Nikei. –No hace falta que te guste una chica<br />

para que te abras de esa forma. Pasa sin que lo notes. Hasta con<br />

las mujeres que te causan repulsión.- Yanina tomó la mano de su<br />

esposo para que no se sintiera mal.<br />

-¿Cómo es que sabés mi nombre?- le pregunté al fin, bastante<br />

nervioso.<br />

-¡Ah! Claro; no me lo dijiste en esta reunión.<br />

-¡¡Eh!!- yo ya no estaba entendiendo nada. Parecía que funcionábamos<br />

en otra frecuencia.<br />

-Funcionamos a veces en otra frecuencia, sí- me indicó Nikei. Noté<br />

que ahora también escuchaba mi pensamiento, así que preferí<br />

quedarme callado, pensar lo menos posible y prestar atención a la<br />

historia que nos estaba contando.<br />

-No puedo explicarles ahora todo. Por un lado es mucho y por<br />

otro, no sé lo suficiente como para convencerlos científicamente.<br />

Pero necesito terminar de contarles la historia que llevó a la situación<br />

violenta que vivimos hace unas horas enfrente. Es impor-<br />

24


tante que sepan todo antes de que cumpla veinticuatro, para que<br />

puedan ayudarme.<br />

Nos miramos a los ojos para asegurarnos de que todos estábamos<br />

de acuerdo.<br />

-Contanos- dijo por fin Yanina abriendo de par en par la puerta de<br />

nuestra confianza.<br />

-Gracias- comenzó Nikei. –En el idioma –(hizo nuevamente el sonido<br />

especial)- las palabras “el crigón señú dil ibsánsure” son como<br />

el rugido del león; un grito amedrentador para la mayoría, pero<br />

que puede instar a la guerra si lo oye alguien con la misma fiereza.<br />

Por lo que yo entiendo, el resto de la leyenda -eso de que se<br />

le consumía el espíritu-, eran deformaciones producidas a través<br />

de generaciones y generaciones de hombres del mar.<br />

-Cuando Ismaar (mi abuelo) lanzó su rugido, la sirena se estremeció.<br />

Y cesó su canto. A partir de ese momento, mi padre logró<br />

observar a la joven acuática con los ojos de su intelecto. Realmente<br />

era bellísima. Sus rizos dorados ondeantes como el Sol le<br />

cubrían cálidamente el torso. Ambos pechos desnudos asomaban<br />

entre cabellos brillando con la alegría cristalina de sus ojos frágiles.<br />

Desde la curva suave de la nariz, los hombros tersos y brillantes<br />

por la humedad del océano, hasta su simpático ombligo en<br />

la cintura delicada, era perfectamente hermosa.<br />

-Mi padre la veía más allá del encanto de su voz y quedaba cada<br />

instante más prendido a ella. Pero al parecer el encanto era mutuo.<br />

La sirena lo había elegido tras observarlo durante días sobre<br />

la roca. Las manos fuertes y ásperas de papá le habían sorprendido<br />

por su juventud. El cabello negro y liso que se desplegaba a<br />

libertad con el soplido del viento, la había dejado a ella también<br />

embelesada. Y como hacen las sirenas enamoradas, en la locura<br />

del amor incitan a sus admirados hombres para acompañarlas,<br />

sin darse cuenta de que ellos no respiran bajo el agua. Con la<br />

25<br />

intención de amarlos, los matan. Y cuando despiertan a la realidad<br />

de su pecado, sufren durante años, llorando sus penas en las<br />

profundidades avisales, castigándose, culpándose por no haber<br />

dominado el propio instinto.<br />

-Pero ¿Cómo sabés tanto sobre las sirenas?- la detuve –yo creí<br />

hasta hoy que existían sólo en los cuentos e historias que se narraban<br />

en el pasado.<br />

-Confía en mí- me pidió y echó un vistazo a las agujas del reloj –es<br />

necesario que me apresure, en quince horas exactas tendré veinticuatro<br />

años y-<br />

-“Crash”- un golpe estruendoso rompió las ventanas del jardín.<br />

Tratamos de levantarnos con Sebastián para pelear, pero el humo<br />

verdoso que invadía la habitación nos colmó de dolor las sienes.<br />

Pronto oí unas voces afuera y me desplomé sobre el suelo.<br />

26


CAPÍTULO II<br />

YP-18 Huarpe<br />

Al abrir los ojos noté algo incómodo bajo mi panza. El borde del<br />

sillón largo del living se estaba clavando contra mis costillas flotantes.<br />

Torné a los lados a medida que me incorporaba. Mis dos<br />

amigos reposaban en idéntica postura a la mía. Uno a mi derecha<br />

y otro a mi izquierda, boca abajo, con los brazos caídos y los bolsillos<br />

del pantalón sacados afuera.<br />

En el ambiente persistía un tímido tono verdoso. Por el hoyo<br />

abierto hacia el patio, el viento estaba completando su labor de<br />

drenaje. Pese a ello, aún podía olerse un hedor como a pescado<br />

descompuesto.<br />

Me puse de pie por completo. Así a Yanina y la saqué al aire<br />

abierto para evitar el humo. Lo mismo hice con Sebastián, aunque<br />

me dio mayor trabajo porque sumado a su peso, entre sueños<br />

lanzaba manotazos y hasta una patada que me acertó en la canilla.<br />

Una vez afuera, ambos fueron volviendo en sí. La jaqueca residual<br />

era fuerte. Palpé mi frente y la sentí caliente. Pese a que<br />

recordaba haber tomado una aspirina al salir del gimnasio, la<br />

temperatura alta continuaba.<br />

Comenzamos a revisar la casa. No faltaban cosas. Mi billetera y<br />

la de Sebastián estaban desparramadas pero completas. Lo único<br />

extraviado era... ¡Nikei!<br />

Quienes fuesen que habían interrumpido nuestra cena la estaban<br />

buscando a ella ¡Y se la habían llevado!<br />

27<br />

Una vez que hubimos vuelto a ver y pensar con normalidad, nos<br />

sentamos en el pasto junto a la parrilla. Aún persistían algunas<br />

crepitaciones de la carne que terminaba de cocinarse. El aroma<br />

fruicioso del asado ya había desplazado por completo al del gas<br />

verde.<br />

-Hagamos memoria- sugirió Yanina levantando la vista hacia las<br />

estrellas, que brillaban distantes en el firmamento despejado. –La<br />

chica habló de Islandia, donde ella había nacido hace veinticuatro<br />

años.<br />

-“Casi” veinticuatro- interrumpió Sebastián. –Acordate que dijo<br />

que su edad era importante. No llegó a explicar por qué, pero algo<br />

de eso debe tener que ver con todo este... secuestro.<br />

-Habló de sirenas y marineros. Su abuelo había perdido dos<br />

hombres encantados por el canto de las jóvenes acuáticas, que al<br />

parecer no eran malas, sino que se dejaban llevar por su instinto<br />

y terminaban ahogando a sus enamorados- continuó Yanina. –<br />

Recuerdo que también mencionó al papá; nos contó con bastante<br />

detalle sobre una sirena rubia que casi lo ahoga, de no ser porque<br />

el abuelo había pronunciado unas palabras especiales que la<br />

amedrentaron.<br />

Noté que ambos esposos me observaban extrañados. -¿Qué<br />

hacés?-<br />

Algo me picaba en la ingle. Había separado el elástico del pantalón<br />

y estaba escarbando con la mano dentro del calzoncillo.<br />

-¡Pará asqueroso!- se rió Yanina.<br />

-No sé que tengo- me disculpé. El picor era intenso mas puntual.<br />

Pronto llegué al sitio donde se originaba la cosquilla y palpé algo<br />

fuera de lo normal. Una forma blanda y fresca. Cuando tironeaba<br />

para sacarla sentía que se hallaba adherida a mi cuerpo y no<br />

me causaba más dolor que el resultante de estirarme la piel.<br />

28


-Debo ir al baño. Perdonen.- Me levanté y fui directamente al tocador.<br />

Lo presidía un espejo de buen tamaño. Descubrí mis partes<br />

íntimas y observé con atención: una especie de pulpito amarillo<br />

de unos cinco milímetros estaba succionado en la comisura de<br />

la pierna.<br />

Al principio me alarmé, pero de alguna forma tuve la impresión<br />

que el animal estaba asustado. Traté de verlo más de cerca. Su<br />

forma no era la de un pulpo. Más bien asemejaba una diminuta<br />

estrella de mar.<br />

Con precaución usé la yema del dedo para darle unas caricias.<br />

Cuando lo toqué estaba tenso. Temblaba como vibrador de teléfono<br />

celular. A medida que lo acariciaba, su superficie se hizo<br />

menos áspera y el cuerpo se ablandó. También dejó de temblar.<br />

Para mi sorpresa emitió unos chillidos y con un corto saltito pasó<br />

a la palma de mi mano.<br />

Me acomodé la ropa y lo acerqué a mi vista. Tenía sopapas en la<br />

cara inferior y una ranura horizontal en el centro por la que afloraban<br />

sus agudos chirreos. Parecía querer hablarme. Los sonidos<br />

eran pausados y de diferente duración e intensidad.<br />

-Te voy a llevar con mis amigos- le dije como quien habla a su perro.<br />

La estrella cesó su charla mientras nos movíamos.<br />

-¿Qué es eso?- se extrañó Sebastián. –Tenías una pulga gorda.<br />

Hay que bañarse de vez en cuando, franchute.<br />

-¡No!, esperen- gritó Yanina, que acercó su mano enternecida y<br />

logró que la estrella saltara sobre ella. -¡Es una estrella de mar!<br />

Cuando era niña tenía una más grande, aunque estaba disecada.-<br />

Al oír esto el animal tembló unos instantes, como si entendiera lo<br />

que hablábamos.<br />

Encariñada con la criatura, Yanina le hizo unos mimos sobre el<br />

lomo y la estrella volvió a sonar sus chirridos.<br />

29<br />

-¿Me entendés?- le preguntó. Sebastián y yo nos miramos incrédulos<br />

y tuvimos que contener una carcajada.<br />

El bichito seguía con sus pequeños gritos.<br />

-Vamos a hacer así- se ingenió, -cuando vos hablás yo no entiendo,<br />

pero creo que vos sí me entendés a mí.- La estrella permanecía<br />

callada como si estuviera escuchándola. –Yo te voy a hacer<br />

preguntas que se pueden responder con un “sí” o un “no”. Vos<br />

me vas a responder haciendo dos sonidos para decirme que no y<br />

uno para decir que sí. ¿Me entendiste?<br />

-¡Chrrí!- volvió a sonar.<br />

-¿Sos Nikei transformada en estrella de mar?<br />

-¡Chrrí chrrí!- negó.<br />

-¿Nikei está en problemas?<br />

-¡Chrrí!<br />

-¿Cómo te llamás?- hecha esta pregunta, la estrella volvió a realizar<br />

chillidos inentendibles.<br />

-Lo siento- la interrumpió. –Volvamos a hablar con el sistema de<br />

“sí” y “no”.<br />

-¡Chrrí!- asintió.<br />

-¿Nikei está lejos de aquí?<br />

-¡Chrrí!<br />

-¿La llevaron a Islandia?<br />

-¡Chrrí chrrí!<br />

-¿Sigue en esta ciudad?<br />

-¡Chrrí!<br />

Yanina se quedó pensativa.<br />

30


-Si subimos todos a un auto, ¿vos podrías guiarnos hacia ella?- le<br />

pregunté yo con la idea de llegar al sitio donde la tuvieran cautiva<br />

usando el vehículo de Sebastián.<br />

La estrella se torció como para mirarme –aunque en ningún momento<br />

le había llegado a distinguir los ojos- y curvó sus rayos de<br />

manera sinuosa, haciéndome comprender que no había entendido.<br />

-¿Nos podés guiar hasta ella?- simplificó Yanina.<br />

-¡Chrrí!- dijo por fin.<br />

-¡Vamos en el Fiat!- instó Sebas. –Vos quedate acá y poné un poco<br />

de orden- le pidió a su mujer. –No quiero que te suceda nada<br />

adonde vayamos. No sé con qué tipo de gente nos vamos a encontrar.<br />

-¡Pero quiero ir! La estrellita habla sólo conmigo. Además no<br />

quiero quedarme sola en casa. Piensen que ellos saben donde<br />

vivimos.<br />

Tenía razón. Quedarse sola allí podía ser peligroso.<br />

-Vení con nosotros. Cerramos todo y te dejamos en lo de la abuela,<br />

así no estás en un lugar que tengan identificado– decidió Sebastián.<br />

-¿Y la estrella?- pensó Yanina mientras la observaba en el dorso<br />

de su mano.<br />

-¿Vos entendés sólo a Yanina?- le cuestioné.<br />

-¡Chrrí!- respondió el bicho cayendo en la trampa que le acababa<br />

de tender. Yo había tenido la impresión de que le agradaba estar<br />

con ella y por eso no me había respondido antes. Como si fuera<br />

más inteligente de lo que nos imagináramos.<br />

31<br />

La pequeña estrella cayó en la cuenta de que acababa de meter la<br />

pata (o el rayo). Acerqué la mano y sin necesidad de que le dijera<br />

nada saltó y se ubicó en el centro de mi palma.<br />

Cada vez estábamos más sorprendidos.<br />

Pusimos llave a todas las puertas, encendimos el pasacasette para<br />

dar la impresión de que no quedaba vacía la casa y entramos al<br />

garaje.<br />

-¡No! ¡Hijos de...!- las cuatro cubiertas del Fiat estaban bajas. A<br />

juzgar por su aspecto habían sido reventadas clavándoles algo. El<br />

portón del garaje también estaba abierto y tenía los vidrios rotos.<br />

-Esperá que le voy a avisar al policía de la esquina, para que él<br />

vaya revisando y vigilando mientras nosotros vamos a buscar a la<br />

chica- le propuse a mi amigo que hervía de bronca.<br />

-Bueno, dale- se apresuró Yanina, mientras le frotaba la espalda<br />

al marido que golpeaba la pared con el puño.<br />

Salí trotando. La noche fluía en mis orejas bastante fresca a medida<br />

que tomaba velocidad. Pronto vi la casilla. Tenía la luz encendida<br />

pero no había nadie adentro. Me asomé. En la pantalla<br />

de computadora estaba anotada la primera parte de la patente del<br />

vehículo diplomático. Al parecer el oficial no había podido terminar<br />

de escribirlo.<br />

Tuve un sobresalto -y junto conmigo se agitó la pequeña estrellacuando<br />

vi una de las paredes embadurnada de sangre. El líquido<br />

rojo oscuro pintaba una mancha difusa y se alargaba hacia abajo<br />

perdiendo intensidad.<br />

A un lado aparecía también el papel con el número de patente escrito<br />

a mano: ADU 63 P.<br />

No tardé en terminar de pasarlo a la PC. Tecleé “ENTER”. El monitor<br />

mostró bandas horizontales viajando de arriba hacia abajo y<br />

32


en unos segundos apareció un mensaje: “Matrícula ADU-63-P registrada<br />

bajo licencia diplomática; para mayor información ingrese<br />

contraseña y presione enter.”<br />

No tenía la contraseña así que hasta allí había llegado. Guardé la<br />

anotación de la patente en el bolsillo y cuando estaba por salir de<br />

la cabina me percaté de que la estrella ya no estaba conmigo.<br />

Revisé mi ropa, mi calzoncillo, el piso y de repente sonaron las<br />

teclas de la computadora. Levanté la mirada. Moviéndose con<br />

habilidad, la estrella estaba presionando las distintas letras. Por<br />

último dio un saltito sobre ENTER y en pantalla apareció: “Password<br />

aceptada, buscando información en inteligencia...”<br />

-¡Bien hecho!- la felicité. Hizo unos cuantos chirridos y regresó a<br />

mi palma.<br />

Ahora se leían los siguientes datos:<br />

PROPIETARIO: SR.EMBAJADOR DE ISLANDIA<br />

FECHA DE REGISTRO: 17 DE MARZO DE 1999<br />

DIRECCIÓN OFICIAL: ...<br />

Anoté todo y salí corriendo con la información.<br />

-¿Y? ¿El policía?- se intrigó Sebastián.<br />

Les conté lo ocurrido incluyendo la estrella escribiendo en el teclado.<br />

-Así que sabés escribir. ¡Muy bien! es posible que necesitemos<br />

eso más adelante- se admiró mi amigo. –Ahora tomemos un taxi.<br />

Pese a ser bastante tarde, la avenida era transitada y el auto de<br />

alquiler que necesitábamos llegó en un santiamén. Dejamos a<br />

Yanina en casa de su madre y pedimos al taxista que siguiera derecho<br />

y nosotros le indicaríamos en donde virar. El chofer tuvo<br />

alguna resistencia, pero al final aceptó. Durante el trayecto fuimos<br />

consultando en voz baja a la estrella. Teníamos la dirección<br />

33<br />

de la embajada pero no quisimos dirigirnos directamente hacia<br />

allí, porque podíamos estar errados y nuestro compañero amarillo<br />

había asentido cuando le preguntamos si nos sabría guiar. Quizás<br />

nos condujera a otro sitio en donde hubiesen ocultado a Nikei.<br />

Al llegar, cuando la estrella respondió afirmativamente a la pregunta<br />

-¿Es aquí?-, comprobamos estar frente a la Embajada Islandesa.<br />

-Esto no nos hubiera ocurrido de traer a Yanina- reprobé, -muy<br />

seguramente a ella se le hubiera ocurrido preguntar: ¿Debemos ir<br />

a la Embajada? y la estrella nos hubiera dicho que sí.<br />

Pagamos el viaje y descendimos. Todo estaba tranquilo. Llegaba<br />

a oírse el guitarreo de algunos grillos y automóviles pasando a lo<br />

lejos. Las verjas entramadas de ligustrina hacían fracasar cualquier<br />

intento de espiar entre las hojas.<br />

El único espacio libre para ver dentro era la entrada principal,<br />

aunque el uniformado de guardia estorbaba.<br />

-Podemos tratar de entrar- comenté en voz baja. –Como mucho<br />

caeremos presos.<br />

-Es más complicado que eso- balbuceó Sebastián. –Dentro de la<br />

Embajada es jurisdicción de otro país y podría degenerarse la cosa<br />

en un conflicto mayor.<br />

Caminamos unos pasos para salir de enfrente y nos sentamos a<br />

analizar la situación: Nikei había sido secuestrada. No sabíamos<br />

si seguía con vida. Todo lo que teníamos investigado apuntaba a<br />

la Embajada de Islandia. Teníamos con nosotros a una pequeña<br />

estrella de mar parlante que había aparecido bajo mi calzoncillo.<br />

-¿Cómo llegaste ahí?- le pregunté -¿Te puso Nikei?- la idea me<br />

sonrojó y Sebastián me asestó un codazo cómplice en el hígado.<br />

34


-¿Te puso Nikei?- volví a preguntar, pero no hubo respuesta.<br />

Busqué en mi mano derecha, en la izquierda, en otros sitios alrededor<br />

nuestro y no estaba.<br />

De pronto oí una negación “¡Chrrí! ¡chrrí!” unos diez metros hacia<br />

el lado de la Embajada y llegué a ver cómo la pequeña saltaba y<br />

atravesaba por dentro la pared vegetada.<br />

Momentos más tarde, sin que hubiéramos superado la sorpresa,<br />

sentimos que corrían las rejas de donde estaba el guardia vigilando<br />

y vimos al Peugeot con el vidrio perforado por mi mochila que<br />

salía arando en dirección sur.<br />

-“Por favor”- llegué a escuchar cuando salían. Otra vez era la voz<br />

de Nikei. La llevaban en el vehículo, pero nosotros estábamos a<br />

pie. Si corríamos no los alcanzaríamos y llamaríamos la atención<br />

del soldado islandés que quizá nos aprendiera.<br />

Dimos vuelta y decidimos llegar a la primera avenida para tomar<br />

un coche hasta la comisaría más cercana, dar parte de lo ocurrido<br />

y tener así alguna posibilidad de rastrear a la chica.<br />

Estábamos a tres cuadras. Al llegar, justo cuando deteníamos al<br />

primer taxi, dobló por la bocacalle un patrullero a gran velocidad.<br />

Frenó delante nuestro; abrió la puerta de atrás y el policía que<br />

manejaba nos ordenó: -¡Suban ahora! ¡Rápido!<br />

Una vez arriba, los dos oficiales refirieron un mail en clave recibido<br />

hacía instantes, donde el Sargento Gutiérrez les indicaba retirarnos<br />

de las cercanías de la Embajada de Islandia y llevarnos al<br />

Aeropuerto Internacional para frustrar un secuestro extorsivo,<br />

que desataría una catástrofe.<br />

-¿El Sargento Gutiérrez no suele trabajar en la esquina de ...?- les<br />

especifiqué la dirección donde veía siempre al policía que me<br />

había ayudado.<br />

35<br />

-Así es- confirmó el acompañante. -¿Qué saben de él?, no se<br />

había reportado hasta ahora.<br />

Mi cerebro empezó a atar algunos cabos sueltos. Gutiérrez estaba<br />

en su garita cuando salí de dar clase. Me asistió luego apresando<br />

a los sospechosos y llamó a los efectivos que los trasladaron a la<br />

comisaría. Había tomado la patente del Peugeot y pensado en revisar<br />

en su computadora a quién pertenecía exactamente, porque<br />

la había identificado como una matrícula diplomática. Después<br />

pasó todo en la casa de Sebastián y ya no lo había vuelto a ver,<br />

salvo la mancha de sangre en la cabina que temía perteneciera a<br />

él y el texto a medio escribir en la PC.<br />

-¿Saben algo de una estrella de mar?- interrogué a los policías –<br />

amarilla- agregué.<br />

-¿Una qué?<br />

-No, no importa- parecían no tener idea de lo que les había hablado.<br />

Mi imaginación acababa de encontrar una explicación posible<br />

a la desaparición del Sargento, aunque si comentaba aquello, hasta<br />

Sebastián se reiría.<br />

La pequeña estrella tenía que ser Gutiérrez. Sabía la contraseña<br />

de la PC, nos había guiado hasta la Embajada y luego de meterse,<br />

desde alguna terminal de red, había alertado a sus compañeros<br />

para que fueran por nosotros.<br />

Lo que no cerraba mucho era el tema de la sangre y el detalle de<br />

que haya aparecido dentro de mi calzón.<br />

Si seguía imaginando, podía especular con que el tiro se lo hubieran<br />

pegado a él los hombres del Peugeot cuando escapaban. No.<br />

Eso no podía ser porque el policía había estado conmigo luego de<br />

que ellos se fuesen y no tenía ninguna señal de estar herido.<br />

36


Pero existía la posibilidad de que cuando Gutiérrez volvió a su garita<br />

y Sebas, Nikei, Yanina y yo comíamos el asado, la gente que<br />

irrumpió con el gas verde hubiera pasado antes por donde estaba<br />

el Sargento, le hubiese pegado un tiro para que no concluyera su<br />

investigación sobre la patente y entonces, de alguna manera, el<br />

policía se “transformó” en estrella de mar parlante, se colgó con<br />

sus sopapas de los malhechores, llegó a la casa con ellos y en<br />

cuanto pudo, saltó y se subió por mi pierna, hasta llegar a donde<br />

estaba cuando yo me desperté.<br />

Exacto: toda esa historia era una locura fenomenal y más me<br />

hubiera valido ver menos dibujos animados cuando niño.<br />

-La última vez que vi a Gutiérrez volvía para su casilla. Había<br />

tomado la patente de un vehículo y dijo que vería de quién se trataba.<br />

Luego pasé más tarde y ya no estaba, pero encontré unas<br />

manchas rojas en la pared, que pienso que eran de sangre- expliqué<br />

a los policías.<br />

-Es posible- habló quien conducía mirando a su compañero, –por<br />

handy había reportado un tiroteo. Luego nos informó que se trataba<br />

de una falsa alarma, aunque lo hizo en un tono que nos provocó<br />

dudas.<br />

La sirena ululaba al ritmo de las luces azules. Tomábamos arterias<br />

contramano, veredas y pasábamos sobre cualquier cosa, como<br />

si fuéramos una estampida de elefantes. El policía que manejaba<br />

se veía demasiado tranquilo, cual si estuviese jugando en los<br />

videos a una carrera de autos. Sebas y yo, en cambio, estábamos<br />

exprimiendo los apoyabrazos, tratando de evitar salir despedidos<br />

en cada curva.<br />

La velocidad para las rectas era enorme. Tomamos la autopista<br />

que nos llevaba directo al aeropuerto. En pocos minutos el motor<br />

zumbaba. Los autos y camiones parecían pasar marcha atrás a<br />

nuestro lado.<br />

37<br />

-¿A quién buscamos?- quisieron saber.<br />

-Una chica de veintitrés años. Su nombre es Nikei. La llevan en<br />

un vehículo Peugeot 505 marrón metalizado, patente...- saqué del<br />

bolsillo el papel donde estaba anotada –ADU-63-P, de la Embajada<br />

de Islandia.<br />

-Muy bien- se alegró por lo completa de mi descripción.<br />

-Creo que los secuestradores portan armas de mano con silenciador-<br />

acoté.<br />

-No hay problema, nosotros también tenemos lo nuestro. Y ustedes,<br />

por lo que sé, también están armados- nos miró el acompañante.<br />

En un instante lo reconocí. Era padre de uno de mis alumnos y<br />

nos conocía a ambos. Sonreímos. Eso me hizo sentir mejor.<br />

-¿Cómo anda Tomás?- me interesé –hoy no vino a clase.<br />

-Se puso de novio con una chica algo más grande que él y está<br />

saliendo demasiado. Me preocupan sus estudios y su entrenamiento.<br />

Estoy tratando de que sea constante y no pierda lo que<br />

ha conseguido con tanto esfuerzo.<br />

-Entiendo. Ya saldrá adelante- le aseguré; –su hijo tiene gran espíritu;<br />

lo he visto levantar combates que parecían perdidos y quedarse<br />

al final con el triunfo.<br />

-¿Es cinturón verde, no?- me preguntó Sebastián.<br />

-Así es.<br />

El zumbido del motor se hizo más grave. Cruzamos unas barreras.<br />

Salimos de la autopista e ingresamos al estacionamiento del<br />

aeropuerto.<br />

38


Un efectivo de la policía aeronáutica saludó llevando los dedos a<br />

su cabeza y el padre de mi alumno conversó algunas palabras con<br />

él.<br />

Enseguida señaló al otro lado del boulevard donde nos habíamos<br />

detenido. Ahí estaba. Se trataba del mismo vehículo con la ventanilla<br />

destruida. Los vidrios oscuros no permitían constatar si<br />

había alguien dentro.<br />

Nos indicaron agacharnos y cautelosa pero velozmente se acercaron.<br />

Desde nuestra ubicación llegábamos a ver los pies de los<br />

tres agentes que se movían hacia el móvil dando rodeos para llegar<br />

desde diferentes direcciones. En cuanto estuvieron a distancia<br />

rompieron los vidrios a la voz de “¡Alto, policía!”. Pero estaba<br />

vacío.<br />

Hecho esto, indicaron que los acompañáramos y entramos en las<br />

salas de abordaje. En tres minutos se anunciaba el despegue de<br />

un vuelo de Southern Winds con destino a Reykjavik. Corrimos<br />

guiados por el policía aeronáutico. Nos topamos con una azafata<br />

de la empresa, le urgimos nos acompañara para detener el vuelo y<br />

ella se apresuró con nosotros hasta la sala de control.<br />

-¡Detengan el vuelo 708!- exclamó cuando nos acercábamos a los<br />

controles.<br />

-¿Motivo?- cuestionó el oficial que tenía calzados auriculares.<br />

-¡Deténgalo ahora!- gritó la azafata en coro con el policía del aeropuerto.<br />

–Es un posible secuestro.<br />

-Entiendo- aceptó y dio las indicaciones correspondientes.<br />

Bajamos de la torre y nos valimos de un carrito de equipaje para<br />

llegar hasta el Boeing 727 que nos esperaba en pista. Cuando<br />

llegamos ya estaba ubicada la escalinata móvil junto a la escotilla.<br />

39<br />

-Vengan conmigo para identificar a los pasajeros- nos pidió uno<br />

de los uniformados.<br />

Cuando ingresamos, el Capitán indicaba a los pasajeros alarmados<br />

que permanecieran en sus butacas con el cinturón de seguridad<br />

abrochado.<br />

Tratando de verse lo menos temerarios posible, los oficiales recorrían<br />

arma en mano los largos pasillos. Sebastián y yo íbamos<br />

junto a ellos revisando las caras. Muchos rostros blancos casi<br />

níveos. Otros más bien esquimalados. Pero Nikei no estaba y nadie<br />

parecía tener actitud hostil.<br />

Por último visitamos al Capitán. La cabina colmada de relojitos,<br />

botones y más botones daba la impresión de estar en una nave<br />

espacial.<br />

-No tenemos ningún sospechoso en el pasaje- informó el efectivo<br />

aeronáutico.<br />

-Ven aquel avión privado- el Capitán nos indicó uno de color plateado<br />

que acababa de despegar, –va también a Islandia. Me sorprendió<br />

porque tuve que demorar quince minutos el despegue por<br />

ese motivo. La única vez que el comando central interpuso un<br />

vuelo de esta forma antes que el mío, fue justo antes de que comenzara<br />

la guerra en Medio Oriente. Al parecer transportaban un<br />

alto funcionario.<br />

-Gracias por la información- saludó el policía. –Sentimos haberlo<br />

retrasado.<br />

-Buena suerte- desearon el Capitán y su copiloto. Dejamos la cabina<br />

y descendimos del avión.<br />

Lamentablemente se nos habían adelantado. Cerramos una circunferencia<br />

incluyendo a la azafata. -¿Qué haremos ahora?- se<br />

preocupó Sebastián.<br />

40


-Por lo que sabemos, este hecho puede tener consecuencias catastróficas<br />

a nivel mundial- dije intentando que no se dieran por<br />

vencidos, basándome en lo que nos había comentado Nikei.<br />

La mayoría miró frunciendo el seño con desconfianza pero, por<br />

suerte, el padre de Tomás me apoyó luego de cruzar miradas confirmatorias<br />

conmigo.<br />

-Así es- sumó. –Necesitamos hacer algo.<br />

-Podemos hablar con la Fuerza Aérea- indicó el policía aeronáutico;<br />

-hay un hangar donde guardan varios YP-18, unos modelos<br />

experimentales de alta velocidad y autonomía insuperable; se<br />

construyeron luego del conocido “Pampa”, un jet para entrenamiento<br />

de diseño local que dio muy buenos resultados. Si conseguimos<br />

piloto podríamos interceptarlos y hacerlos descender.<br />

También sería posible adelantárseles y detenerlos en tierra, cuando<br />

hagan escala.<br />

-¿Dónde harán escala?- pregunté.<br />

-No lo sé con seguridad- continuó, -puede ser en Brasil cerca del<br />

caribe, o en Florida. Vamos a ver si conseguimos piloto-. Dicho<br />

esto, tomó el handy y se comunicó con varios encargados de la<br />

Fuerza.<br />

-En media hora sale un YP-18 “Huarpe” desde el puerto G- nos<br />

indicó una vez que terminó de hacer las averiguaciones. –Uno<br />

solo de ustedes puede acompañarlo, ya que el avión cuenta con<br />

dos plazas.<br />

Conversamos un momento. Los policías no podían dejar el país.<br />

La azafata estaba en medio de sus tareas y Sebastián, aunque no<br />

dudó en ofrecerse para ir, tenía a Yanina, embarazada de dos meses<br />

y podía hacerse cargo de mis alumnos mientras me ausentaba.<br />

41<br />

Yo, en cambio, no tenía muchas responsabilidades más allá de las<br />

clases que brindaba en tres gimnasios y una noviecita de hacía<br />

poco.<br />

-Por favor, arreglá los temas míos durante unos días- le pedí a<br />

Sebas.<br />

-Por supuesto- me abrazó, -tené cuidado.<br />

Decidido ya que yo acompañaría al piloto en el avión de combate,<br />

subí a un micro con la azafata y el oficial de aeropuertos y el resto<br />

partieron de vuelta a la ciudad. Me condujeron hasta el hangar<br />

más alejado. Allí esperaban varios militares. Con movimientos<br />

ágiles ayudaron a calzarme un uniforme gris bastante incómodo.<br />

Explicaron detalles sobre el casco y el paracaídas, que se encontraba<br />

sujeto al asiento para caso de tener que eyectarse.<br />

Me ofrecieron un arma pero no quise aceptarla, extrañándome<br />

sobremanera de que lo hicieran.<br />

Cuando estaba por salir a la playa del hangar, apareció el piloto.<br />

-Capitán Varis- hizo la venia y me extendió su mano para saludarme<br />

a la manera civil.<br />

Su rostro carecía de toda simpatía. En realidad, de toda expresión.<br />

Estaba serio aunque no enojado. Hice algunas bromas pero<br />

no conseguí arrancarle ningún gesto alegre.<br />

Le pasaron informes sobre el avión que debíamos seguir al tiempo<br />

que con unas mangas gruesas cargaban combustible al YP-18<br />

desde un camioncito cisterna.<br />

-Vamos a atrapar a esos malditos- esbozó leve sonrisa y con una<br />

palmada en el hombro me invitó a subir al jet.<br />

Nunca había imaginado que volaría alguna vez en un avión de<br />

combate. Sólo los tenía vistos de cuando jugaba a las cartas tope<br />

y quartet. También de la televisión, en los relatos de guerra y en<br />

42


las películas, pero sentarme en la cabina de uno de estos aparatos<br />

para despegar, era impensado.<br />

La butaca resultaba cómoda; suficientemente mullida. Mi lugar<br />

quedaba a dos metros del Capitán. En el sitio que uno ubicaría el<br />

volante había una consola con un radar grande al centro y tres<br />

menores alrededor. Dos palancas con botones a manera de joystick<br />

escoltaban una serie de controles diversos. En los laterales<br />

también tenía otro grupo de indicadores.<br />

Algo era seguro: yo no tocaría nada y cuidaría de no quedarme<br />

dormido. No fuera a ocurrir que me apoyara distraído sobre cierto<br />

botón y disparase sin quererlo un misil teledirigido.<br />

-¿Este avión está cargado con armas?- pregunté.<br />

-Siempre lo está- respondió seco. –Abróchate el cinto y dame tu<br />

ok para que salgamos.<br />

Acomodé el cinturón de seguridad y revisé que nada me hubiera<br />

quedado enganchado. -¡Listo!- avisé.<br />

Dicho esto se encendieron los motores. El aparato realizó unas<br />

maniobras hasta salir del hangar. Nos ubicamos al principio de<br />

una pista corta y aceleramos.<br />

Nunca me había hundido tanto en el asiento. Parecía como si en<br />

pocos segundos hubiésemos alcanzado varios cientos de kilómetros<br />

por hora. El suelo no tardó en despegarse de las ruedas.<br />

Percibí el retorno del carro de aterrizaje a su cubículo. Fuimos<br />

estabilizando nuestra marcha y empecé a dejar de sentir la aceleración.<br />

-Revisa el radar central y me indicas la presencia de otras navespidió<br />

el piloto. –Las verás como puntos verdes. Imagínate que el<br />

radar es un reloj de agujas. Para darme la posición de algo, debes<br />

hacer referencia a la hora hacia donde se encuentra. Por ejemplo,<br />

43<br />

si está derecho arriba, serán las doce; abajo, las seis, a la derecha<br />

las tres y a la izquierda las nueve.<br />

-Entiendo- no era tan complicado.<br />

-Si llegaras a ver que uno de los puntos titila, es porque nos está<br />

llamando. Y si se pone naranja, amarillo o rojo, quiere decir que<br />

nos busca para dispararnos- me explicó.<br />

-He avisado a las bases aéreas de nuestra misión. Deberemos interceptarlos<br />

antes de Florida, porque Estados Unidos no nos permitirá<br />

atravesar su espacio aéreo. Es por el tema de la guerra.<br />

Tienen muchos protocolos de seguridad que no desean inflingir.<br />

Si se nos escaparan- prosiguió, -cosa que dudo, haremos un descenso<br />

en Barbuda y desde allí los volveremos a rastrear hasta su<br />

próximo destino. Como máximo los atraparemos en Islandia.<br />

-¿Hablaron con la gente de allá?- me inquieté, sabiendo que personas<br />

de la Embajada estaban implicadas en esto.<br />

-Así es- afirmó –y no pusieron ninguna resistencia. Tengo un conocido<br />

en la Fuerza Aérea Islandesa con el que hablé antes de venir.<br />

No sabía nada sobre movimientos previstos de funcionarios.<br />

Puede ser que se trate de oficiales del servicio secreto. En ese caso<br />

no desataría ningún problema entre países. Los gobiernos suelen<br />

negar cualquier tipo de espionaje que realicen y los conflictos<br />

de esa clase mueren en el olvido.<br />

-¡Avión a las cuatro!- me alarmé cuando vi aparecer el primer<br />

punto en la pantalla.<br />

-Bien. Tranquilo; es un vuelo comercial que despegó media hora<br />

antes que nosotros desde el mismo aeropuerto- mientras el Capitán<br />

hacía estos comentarios recordé el Boeing de Southern Winds<br />

que habíamos revisado en tierra. La gente de cara pálida y los<br />

otros de rasgos esquimales.<br />

44


-Velo tú mismo- dijo y torció un poco nuestra horizontal de manera<br />

que pude observar hacia abajo al otro aparato.<br />

-¿Por qué guinea sus luces?- se extrañó -¿No nos estará tratando<br />

de hablar?<br />

Volví hacia el monitor y me percaté de que el punto ahora titilaba.<br />

-Titila- avisé.<br />

El Capitán abrió la radio y escuchamos: -Vuelo setecientos ocho<br />

los saluda. Cambio.<br />

-Aquí YP-18 Huarpe, Capitán Rolando Varis en vuelo de reconocimiento.<br />

Saludos, cambio y fuera– terminó de hablar y dio un<br />

suave tirón a una palanca, con lo que volví a hundirme en lo profundo<br />

de mi butaca y el punto verde desapareció del radar.<br />

Al parecer, mi piloto no era muy dado a las charlas con aviadores<br />

comerciales.<br />

-Veamos si anda por aquí cerca- dijo. –A juzgar por el momento<br />

en que partió y la posición de este otro vehículo que iba en su<br />

misma ruta, deberíamos pasarlo pronto.<br />

-Vigila al radar, pero no te dejes absorber por él. Debes mantener<br />

un equilibrio en la atención que pones a los puntos en pantalla y<br />

al resto del mundo a tu alrededor.<br />

-Avión a las... ¡once!- uno nuevo acababa de asomarse por el borde<br />

de la circunferencia. Supuse que se trataba del que buscábamos.<br />

-¿Cuán alejado está del centro de la pantalla?- quiso saber.<br />

-Está en el borde del círculo- respondí.<br />

-Bien, mantengámoslo ahí- y redujo la velocidad. –Lo identificaremos<br />

con precisión y luego nos acercamos- dijo. –Toma la pa-<br />

45<br />

lanca de la derecha. Con ella controlas la cruz blanca que tienes<br />

en el centro de la pantalla.<br />

Moví un poco el joystick y la cruz se salió del medio. Era más o<br />

menos como un juego electrónico.<br />

-Acerca la mira al punto verde. Cuando estés lo suficientemente<br />

arrimado, la computadora se autoposicionará y arrojará los datos<br />

que pueda escanear- aclaró.<br />

Fue fácil. Ni bien ubiqué la cruz blanca a unos milímetros del aeroplano,<br />

sola se acomodó cambiando de color a amarillo. Al costado,<br />

en una pantalla más pequeña apareció un listado de datos<br />

técnicos que leí al capitán.<br />

-Son ellos- aseveró. –¿Ves los botones numerados a tu derecha?<br />

-Sí.<br />

-Marca uno, cero, tres- me indicó.<br />

Hice eso. En la pantallita se borró la información y aparecieron<br />

datos de los ocupantes del avión.<br />

“Siete ocupantes vivos. Masa promedio 76 kg. Nivel de excitación<br />

promedio bajo+. Ningún herido de gravedad.”<br />

-Pulsa veinticinco, veinticinco- siguió luego de que yo leyera en<br />

voz alta el texto.<br />

Ahora se veía una frase que indicaba que se estaba realizando un<br />

escaneo más preciso de los ocupantes. En unos instantes obtuvo<br />

una lista más o menos completa. Entre los pasajeros había dos<br />

mujeres; una de ellas joven, entre 15 y 25 años, de 54 kilos, muy<br />

agitada y nerviosa. Todo el resto del pasaje se veía en calma.<br />

-Debe ser Nikei- acoté.<br />

-Léeme todos los datos- se molestó sin prestar aparente atención<br />

a mi comentario.<br />

46


Terminé con la aburrida lista. Pesos, edades, estados de ánimo, a<br />

veces estaturas y hasta en un caso indicaba “con entrenamiento<br />

de elite”, cosa que nunca pude comprender cómo supo la computadora.<br />

-Teclea treinta y cuatro, seis- indicó.<br />

“Rastreando armamento” pude leer, aunque el mensaje se desvaneció<br />

enseguida y el monitor comenzó a arrojar el conteo de unos<br />

diez tipos de armas que había encontrado a bordo.<br />

Al detenerse los números empecé a leer. Por el fondo de la tabla<br />

apareció un dato preocupante: “Desconocidas: 2”.<br />

-Es normal que ocurra- me aclaró. –O son armas que no están en<br />

la base de datos o es algún error de escaneo.<br />

Terminé de leer la lista y el Capitán se alarmó un poco: -¡Qué extraño!,<br />

cualquiera diría que se trataba de un avión comercial y<br />

tienen a bordo misiles aire-aire.<br />

-Ahora tienen uno menos- me extrañé cuando cambió un indicador<br />

de seis a cinco. No terminé de decir eso y nuestro jet dio un<br />

giro raudísimo que me hizo perder la ubicación. Ya no sabía si<br />

estaba despierto o en medio de una pesadilla. El asado que terminaba<br />

de digerir trataba de escapárseme.<br />

-¡No-descuides-el-radar!- me gritó el Capitán en forma pausada,<br />

distanciando las palabras para lograr que cada una fuera un certero<br />

puñetazo a mi moral.<br />

-Tuve que esquivar el fuego enemigo con una maniobra evasiva<br />

por mi observación directa- siguió gritando ya en tono más bajo-<br />

-Si no prestas atención al círculo con puntos de colores, es posible<br />

que ésta sea mi última misión.- Ahora me hablaba como mi<br />

maestra de jardín de infantes.<br />

-¡Entendido!- grité, reponiéndome de la golpiza.<br />

47<br />

Vi el radar. El borde titilaba con una línea de puntos clara.<br />

-Nos están escaneando- dijo y lanzó una serie de esquirlas brillantes<br />

que se esparcieron alrededor del Huarpe en todas direcciones.<br />

En seguida el radar dejó de titilar.<br />

-El enemigo está rojo- advertí.<br />

-Toma el otro joystick y ubica la cruz celeste sobre el proyectil. Lo<br />

verás como un punto blanco que deja tras de sí una estela de<br />

puntos más claros.<br />

-¡Dispararon!- advertí. Acababa de empezar a ver lo que Varis me<br />

describiera.<br />

-Cuando la cruz celeste se ponga roja, dispara con la tecla que<br />

tienes arriba de la palanca. Presiona fuerte –me enseñó en un<br />

segundo, metrallando palabra tras palabra como relator de radio<br />

en partido de fútbol.<br />

Una intensa tensión recorrió mis músculos. Tuve la impresión de<br />

existir dentro de un botellón donde nada se escuchaba. Se me<br />

nubló la vista, aunque no del todo por fortuna. En cámara lenta,<br />

mientras el misil se acercaba peligrosamente al centro de la pantalla,<br />

acerté la cruz celeste sobre la cabeza de aquel cometa de<br />

puntos suspensivos, noté que cambiaba al rojo y clavé mi dedo<br />

gordo en el disparador.<br />

En un segundo tomábamos un viraje suave y sobre nuestras cabezas<br />

cruzaba una gran explosión, que inmediatamente dejamos<br />

atrás.<br />

-¡Eso! ¡Bien hecho soldado!- me gritó.<br />

Ahora era distinto, me sentía amplio y triunfador. Una aurora de<br />

protector que provenía de mi propio ego nos envolvía. Revisé el<br />

radar. Podía ver con claridad y controlar al mismo tiempo todos<br />

los instrumentos.<br />

48


Dueño de una mayor seguridad, destruí luego dos misiles más<br />

que nos dispararon, y en cuanto nos alejamos un poco, visitó mi<br />

mente una sensación extraña: el reventar misiles fabricaba endorfinas.<br />

Estimé que la misma sensación se produciría al derribar<br />

un avión enemigo, con la diferencia de que adentro llevaba personas.<br />

La idea me produjo escalofrío.<br />

-Deja atrás la resaca del primer combate- me aconsejó el Capitán<br />

como si estuviera leyendo mi pensamiento. –Necesitamos tu concentración<br />

para seguir adelante. El enemigo intentará escapar,<br />

porque sabe que tenemos mucho más poder de fuego que él. Por<br />

otro lado, nosotros no podemos dispararle a discreción porque<br />

dentro se encuentra tu amiguita.<br />

-La situación es compleja- continuó. –Estamos entrando en espacio<br />

aéreo brasilero y ahora deberemos dar cuenta de cada movimiento.<br />

Es posible que si nosotros atacamos, aunque sea con<br />

fuego disuasivo para lograr que desciendan, tengamos encima a<br />

algunos efectivos de este país. Pese a que obtuve permiso para<br />

atravesar cielo brasilero con el avión de guerra, no es lo mismo<br />

desatar combate aquí. Si se dan las circunstancias, o bien los<br />

amedrentaremos sin atacar, o tendremos que dispararles sobre el<br />

Caribe, para hacerlos descender en alguna de las islas.<br />

Mi cabeza quiso tomar distancia. El ahora se contextualizaba difícilmente<br />

en el universo de otros ahoras que solía vivir corrientemente.<br />

Montado en un jet de guerra acababa de destruir proyectiles<br />

que se acercaban a mi posición, a la caza de concretarnos un<br />

final trágico. La divertida rutina diaria de las clases con mis<br />

alumnos y de mis propias noches de entrenamiento, había sufrido<br />

una interrupción electrizante. La chica rubia que pude rescatar<br />

de las garras del dolor me había sido arrebatada. Su rostro hermoso<br />

visitaba mi recuerdo y traía paz con cosquilla. Una cosquilla<br />

que fortalecía mis intenciones de dar alcance al otro avión. El<br />

amor que iba sintiendo por Cecilia, la noviecita que hube encon-<br />

49<br />

trado meses atrás, entraba en nubes de duda. Mi corazón latía<br />

más intensamente a la voz de Nikei.<br />

Las circunstancias fantasiosas me rodeaban. Al flanco pretérito<br />

cercano se asomaban los chirridos de un diminuto ser amarillo<br />

estrellado con el que había estado conversando. En pretérito algo<br />

más distante se oían cuentos de sirenas reales y marineros islandeses<br />

pronunciando palabras secretas en un idioma desconocido.<br />

Las sensaciones inexpresables que se entendían al escuchar a Nikei.<br />

El vidrio del Peugeot que perforé valiéndome del colchón de<br />

mi mochila, con la sola sospecha cimentada en suplicas porfavorescas<br />

que habíanme despertado instintos superheroicos.<br />

Lo que estaba ocurriendo rebasaba de taza de té con miel para<br />

curarme el sufrir gripesco. La aspirina, la fiebre persistente, el<br />

asado crujiendo bajo el cristal de las estrellas, el cariño de Sebastián<br />

y su esposa, el médico al que no había llegado a telefonear<br />

cambiaron en una butaca mullida, mi torso ajustado dentro de la<br />

campera gris con los cintos de seguridad en equis, las palancas y<br />

teclas incorporadas, el radar, las pantallas, los controles, el vidrio<br />

templado curvo que me separaba de las nubes. Eran las tres en<br />

punto. Vime la muñeca. Allí alguien conocido -mi reloj de siempre-<br />

tictaqueaba fiel, vertiendo pensamientos de años niños, allá<br />

por mi comunión, cuando me lo obsequiaba el tío abuelo Alberto.<br />

¡Qué linda era la niñez y cuán a fuego había marcado mi vida!<br />

-Aviones a las cuatro y las... ocho- advertí.<br />

-Deben de ser escoltas militares- sugirió el Capitán. –Nos acompañarán<br />

durante largo trecho. Avísame cuando nos contacten.<br />

En seguida, el contorno del monitor circular comenzó a titilar como<br />

cuando nos estaban escaneando y uno de los puntos verdes<br />

empezó a prenderse y apagarse.<br />

50


-Nos están escaneando y el de la derecha, perdón, el de las tres<br />

ahora trata de hablarnos- notifiqué.<br />

-Es normal que nos revisen para saber qué nos traemos. Veamos<br />

cómo anda mi portugués- dicho esto, encendió la radio y reubicó<br />

un transmisor que salía del costado superior de su casco, alcanzándole<br />

la boca.<br />

Mantuvieron entonces una conversación de tono neutro; ni cordial,<br />

ni áspera. Las palabras del aviador brasilero sonaban pese a<br />

ello bastante alegres, con esa música exclusiva de su idioma. Las<br />

de Varis tenían un acento diferente asemejando un canto de flauta<br />

soplada por labios novatos.<br />

-Todo bien- resumió traducidamente al fin. –Ambos pilotos están<br />

bajo las órdenes del conocido con quien hablé antes de salir. Negaron<br />

la posibilidad de ayudarnos a hacer descender a los islandeses,<br />

pero me dieron permiso para fingir ataque, a ver si acceden<br />

a aterrizar.<br />

-Aquí entras nuevamente en el juego- apuntó. –Tendrás que acertarles<br />

con la mirilla que empleaste para derribar los misiles. Espera<br />

que los alcancemos. Haremos contacto vía radial y luego de<br />

advertirlos los pondremos a tiro.<br />

Dicho esto avisó a la escolta y aceleró. Cuarenta segundos más<br />

tarde, la nave enemiga brillaba a las once del radar y los estábamos<br />

llamando. Ahora mi Capitán hablaba en inglés.<br />

-It’s no possible to fly from us. Release your landing road and<br />

touch down in Rio. Repeat...- algo logré descifrar; los estaba<br />

amenazando firmemente para que bajaran en el aeropuerto de Río<br />

de Janeiro. Seguidamente desconectó el micrófono y me instruyó:<br />

-Destraba la chaveta roja al costado del mando con el que disparaste<br />

antes.<br />

-Listo.<br />

51<br />

-Con eso abriste las compuertas para liberar los proyectiles de<br />

intercepción aire-aire. En su radar nos verán como un punto naranja,<br />

dispuestos a disparar. Acércate ahora con la mira.<br />

-Ya está. La cruz se autoubicó sobre el otro avión- certifiqué.<br />

-Busca el teclado de números y digita ciento noventa y cuatro.<br />

Con ello el procesador intentará no perderlos aunque cambien<br />

mucho de posición relativa- me explicó. –En este momento nos<br />

ven como un punto sangre. Saben que los tenemos en alcance y<br />

difícilmente podrían eludir el rastreo térmico de nuestros proyectiles.<br />

Reencendió los comunicadores y ordenó: -Land just now or we’ll<br />

be able to open fire! It is not a joke. Open your flaps and send<br />

surrender marks. Now!<br />

-Teclea cuatro tres dos uno para poner en cuenta regresiva el lanzamiento<br />

de un misil. Verás en la pantalla pequeña una barra<br />

horizontal de color gris que se va consumiendo rápidamente. Si<br />

no haces nada más, el proyectil se disparará en diez segundos;<br />

por eso, cuando yo te avise o bien cuando la barrita se ponga roja,<br />

debes presionar el número cero; con ello detendrás el conteo.<br />

Lo que tenía por hacer me preocupaba sobremanera. Qué ocurriría<br />

si el cero no funcionaba o si ellos disparaban mientras yo controlaba<br />

la barrita y las cosas se salían de control.<br />

Pese a mis fuertes dudas al respecto, pulsé cuatro mil trescientos<br />

veintiuno. Todo inició como acababa de describir el piloto. En el<br />

monitor se dibujó un rectángulo gris horizontal que iba perdiendo<br />

largo de izquierda a derecha. A medida que se desgastaba, el ritmo<br />

era marcado por unos “pip” espaciados alrededor de un segundo<br />

cada uno.<br />

-Avísame si el punto en el radar se rodea por un círculo concéntrico<br />

de color azul- pidió.<br />

52


-Ahora- advertí, –apareció el redondel azulado.<br />

-Bien, detén el conteo- me indicó.<br />

Presioné el cero y nada ocurrió. La barrita gris se hallaba ya por<br />

la mitad y continuaba empequeñeciéndose.<br />

-¡¡No funciona!!- me alarme, viendo como se cumplían mis peores<br />

presentimientos.<br />

-¡¡Por Dios, no pude frenarlo!! ¡Les dispararemos!- desesperé.<br />

-Hazlo de vuelta. Presiona el cero varias veces- dijo el Capitán<br />

con un tranquilo tono de voz desituado.<br />

Apreté la tecla del cero ametralladamente. La cuenta descendente<br />

se sosegó al sonido de “pi pi pip” y pude leer “INTERRUPCIÓN<br />

DISPARO COMPUERTA B”.<br />

-Ufff- desinflé mis tensados músculos.<br />

-Retorna la chaveta roja con la que abriste las puertas para lanzar<br />

tu misil- ordenó atribuyéndome la propiedad de un objeto con el<br />

que no quería tener nada que ver.<br />

-No es mío- me defendí y cerré las compuertas moviendo el dispositivo.<br />

Varis rió. –Descenderemos aquí, en la pista militar cercana a Buzios.-<br />

Avisó a la escolta y los cuatro empezamos a perder altura.<br />

Mientras bajábamos las casitas, autos y personas iban haciéndose<br />

visibles. En el reducido aeródromo nos esperaban varios vehículos<br />

de aspecto militar.<br />

Ya más cerca, distinguí a algunos uniformados apuntando con<br />

rifles hacia donde supuse aterrizaríamos.<br />

53<br />

CAPÍTULO III<br />

54<br />

<strong>San</strong>gre y savia<br />

El aroma ventoso de la espesura vegetal mantuvo mi espíritu atado<br />

al olfato, durante los instantes en que separaba la cubierta superior<br />

del Huarpe y desabrochaba los cinturones para descender.<br />

La tierra firme se sentía diferente. Demasiado dura; gruesa. Recordaba<br />

haber tenido una sensación parecida hacía varios años,<br />

al bajar de un avión de pasajeros en el que acompañaba a dos<br />

alumnos para participar de una competencia. En vuelo, el aire<br />

habíase tornado tormentoso y los rezos abundantes entre butacas.<br />

Un sentir flotoso adueñado en ese entonces de mis plantas,<br />

había terminado sobre el asfalto gris. La Tierra se palpaba segura<br />

pero inusualmente rígida y pesada.<br />

Ahora estábamos en Brasil. Unos cinco soldados de fajina nos<br />

veían con gesto hostil. Varis, que acababa de bajar antes que yo,<br />

se adelantó. Entre los uniformados apareció otro con gorra de<br />

oficial y sonriendo estrechó con ambas manos la de mi Capitán.<br />

Tras cambiar unas palabras y unas cuantas palmadas de bienvenida,<br />

Varis dio la vuelta y nos presentó. Para mi fortuna, el militar<br />

hablaba castellano con leve acento europeo.<br />

-Comandante Raúl de la Corvaida- extendió su mano.<br />

-Gustavo... ciudadano argentino, para servirle- logré articular.<br />

Como cien metros delante nuestro habían frenado los islandeses.<br />

A ambos lados aparecían los aparatos escoltas y una treintena de<br />

efectivos los rodeaban fusil en mano.<br />

Caminando con el oficial local nos acercamos hasta el perímetro<br />

de la formación. Corvaida hizo un gesto al Capitán para que procediera<br />

él.


Varis tomó el altavoz y les ordenó descender de inmediato con las<br />

manos en alto y liberar a la rehén.<br />

Toda la milicia permanecía en absoluto silencio. Inundantes, las<br />

cigarras y los búhos y lechuzas monopolizaban la audición. Contrastada<br />

por la albura de la Luna, se erguía la torre de control.<br />

Sus antenas se confundían en escaramuza visual con multitud de<br />

plantas que repletaban los alrededores del aeródromo. La pista<br />

corta desde el aire ahora se extendía hasta perderse.<br />

Varis repitió la orden. La respuesta permanecía ausente. Devolvió<br />

entonces al Comandante el megáfono, cediéndole nuevamente<br />

el control de la operación. Éste movió los brazos indicando las<br />

posiciones a tomar.<br />

La brigada se dispuso por debajo del aparato. Colgaron cuerdas<br />

gruesas lanzándolas sobre el fuselaje y trepados a ellas ascendieron<br />

hasta alcanzar la escotilla, ventanillas y otros puntos al parecer<br />

estratégicos.<br />

El soldado que había tomado la entrada del aeroplano, adhirió<br />

cuatro masas grisáceas en sus esquinas. Sacó del cinturón algún<br />

tipo de dispositivos electrónicos que enterró en cada plastilina y<br />

un gancho de tres picos clavándolo al centro de la escotilla. En<br />

rapel descendió otro comando desde el techo de la aeronave amarrando<br />

un grueso cable de acero al mismo. Hecho esto, ambos<br />

abandonaron el puesto. Corvaida gatilló un grito de fuego y los<br />

explosivos estallaron ruidosamente.<br />

La humareda era escasa. De inmediato jalaron del cable descorchando<br />

la pequeña abertura. La escotilla se precipitó pesadamente<br />

sobre el asfalto. Pronto no quedaba humo y estaba a la vista<br />

un pasillo corto tapizado de cuero.<br />

Los primeros instantes no se registró movimiento, cual si hubiésemos<br />

abierto un avión fantasma. Pero en cuanto trataron de in-<br />

55<br />

gresar, los secuestradores se parapetaron asomando sólo los extremos<br />

de sus armas automáticas.<br />

Escuché órdenes rápidas en portugués y me vi envuelto en un<br />

torbellino de disparos desde ambos frentes. El Capitán balanceó<br />

bruscamente mi cabeza hacia el suelo. Quedamos cuerpo a tierra<br />

protegidos por la estructura de un jeep.<br />

Los nervios anudaron mi estómago. Varis interrumpiome el macrameado<br />

de tripas con instrucciones para tomar un sitio más<br />

seguro: -¡A la cuenta de tres!- dijo indicándome una caseta mediana<br />

de cemento.<br />

-Uno. Dos. ¡Tres!- Asomose al borde del paragolpes e inició una<br />

ráfaga balística para cubrirme. Yo me incorporé refléjicamente.<br />

En varios trancos deportivos arribé a cubierto. Detrás de la casilla<br />

permanecían apostados dos soldados más. Al verme se alarmaron.<br />

Gracias al uniforme que hube calzado previo abordaje del<br />

YP-18, me reconocieron con rapidez y volvieron sus armas hacia<br />

el enemigo correcto.<br />

Me agaché y asomé una varilla estrecha de mi perfil por el ángulo<br />

de la construcción. El Capitán me indicaba con señas que lo cubrieran<br />

para poder alejarse él también. Con un gesto horizontal a<br />

palma abierta comprendí que su ametralladora ya no poseía carga.<br />

Avisé al soldado que tenía junto a mi hombro. Éste emprendió<br />

rauda balacera contra el cubículo por donde asomaban los<br />

rifles contrarios. Varis se levantó. Lo separaban de mí unos diez<br />

pasos.<br />

Otra vez la realidad pasó a rodar en cámara lenta. Casquillos y<br />

más casquillos desbordaban en la metralla del carioca. Su torso<br />

rebotaba indefinidamente entre los disparos. El piloto de mi jet se<br />

acercaba en decidida carrera. Cada vez que un borceguí acariciaba<br />

el asfalto, observaba cómo se ondulaban los mofletes de su cara<br />

rígida.<br />

56


Una onomatopeya metálica enlenteció aún más la velocidad de<br />

esa película. Salpicó lluvia de sangre desde el omóplato derecho<br />

de Varis. La campera plateada dibujó dos círculos oscuros descolchados<br />

hacia afuera. Creí hasta poder seguir la trayectoria<br />

oblicua de la munición emergente de su cuerpo. Mi Capitán rodó<br />

hecho bolita contra la acera y se estiró desmayado a centímetros<br />

mío.<br />

Quitándolo del fuego abierto lo arrastré detrás del cemento,<br />

asiéndolo por donde pude. La adrenalina habíame acerado las<br />

manos y mis dedos podían tirar de una ballena varada en la playa<br />

hasta volverla al océano.<br />

Varis tenía la ropa embadurnada de sangre. Sus ojos cerrados y<br />

el movimiento agitado del pecho indicaban alguna especie de<br />

shock, por el que había perdido el conocimiento. El impacto interesaba<br />

arterias pues los chorros asomaban de a saltos. Ese bombeo<br />

veloz lo iba vaciando poco a poco.<br />

Abrió los ojos. En unas miradas confirmó la situación. Se vio el<br />

pecho. Chapoteó jugueteando con la mano en el charco hemático<br />

rondante. Me miró con expresión que nunca más olvidé y en voz<br />

forzada me confió: “Voy a morir. Pero ello no es de importancia<br />

ahora, aunque te ruego hagas llegar mi amor a los míos. En este<br />

momento estoy viendo otra gente. Su aspecto es traslúcido. Son<br />

como espíritus. Supongo que me vienen a buscar.”<br />

Sus ojos se abrieron sonrientes de par en par. “¡Mi padre! Aquí<br />

viene mi padre... conozco a casi todos; son amigos, pilotos que se<br />

fueron en combate, familiares. ¿Qué?”<br />

Me extrañé. Nadie había dicho nada. Al parecer lo que el Capitán<br />

veía estaba interactuando con él. De alguna manera le estaban<br />

hablando.<br />

57<br />

“Nikei no está en peligro, dice que él se está encargando de mantenerla<br />

a salvo. Es necesario que busques a Mayira. Mayira te espera<br />

en lo profundo de la selva, más allá del sotobosque primero y<br />

más acá del gran lago. La reconocerás por sus pechos blancos en<br />

el torso mestizo. No tiene cabello.”<br />

El semblante de Varis se achinó. Algo lo enternecía.<br />

-Veo una joven rubia muy hermosa. Extiende su mano...- mi Capitán<br />

levantó el brazo del piso. Cerró los dedos y se aflojó por completo<br />

hacia el suelo. Traté de reanimarlo pero estaba completamente<br />

ausente.<br />

Rolando Varis murió.<br />

Torné a ambos lados. Uno de los soldados veía apenado la postal<br />

que me incluía. Yo no podía creerlo. El devenir de los hechos<br />

habíase degenerado de tal forma que ya no veía con claridad el<br />

camino de mi futuro. Nadaba en un mar de supervivencia, perdido<br />

en la inmensidad de aquel vecino país selvático, completamente<br />

desorientado, cargando con la cruz de mi compañero muerto en<br />

combate que había usado sus últimas palabras para indicarme<br />

cómo seguir.<br />

Era claro que mi intención consistía en rescatar a Nikei. Bastaría<br />

con aguardar a que los efectivos militares acabaran su tarea, con<br />

suerte la chica bajaría ilesa de la nave islandesa y nos repatriaríamos<br />

los tres –los dos y el cuerpo del Capitán- en algún vehículo.<br />

Tenía conmigo la tarjeta de crédito así que no hallaríamos dificultades<br />

en ese sentido.<br />

Pero mis supuestas instrucciones eran otras. Me costaba tomar<br />

la decisión de emprender una ruta tan riesgosa como alocada, internándome<br />

entre los bananos y culebras a buscar a esa señora<br />

pelada bicolor, ni siquiera sabiendo para qué lo hacía. Quizás<br />

58


Varis alucinaba... o hubo tratado de jugarme una última broma<br />

antes de partir. Recordé una película parecida. Pero esto no era<br />

una película. Se trataba de la cruda noche brasilera; real y fatal.<br />

No podía seguir así; dudando entre jugar a Tarzán en la ficción y<br />

concretar el rescate de Nikei, de la que por cierto creía estar enamorado<br />

ya.<br />

Esto no era un juego. Los tiros rasaban por doquier. Me acomodé<br />

cuerpo a tierra y dejé la protección de la caseta rolando hasta<br />

detrás de otro jeep. Allí se disponían el Comandante y dos soldados.<br />

Todos estaban embolsados en chalecos antibala. Yo contaba<br />

con mi campera de aviador y la habilidad de artista marcial. El<br />

problema con las balas era que llegaban lejos y rápido, y no creía<br />

poder esquivarlas como lo hacían en Matrix.<br />

-Mi capitán murió- susurré a Corvaida.<br />

-¡Malditos!- rabió. –Yo tengo heridos a tres efectivos ya y no sé si<br />

les hemos llegado a inflingir algún daño. No podrán volver a despegar,<br />

eso sí, pero el tema está complicado. Haremos lo posible<br />

por terminarlos y rescatar a la rehén cuanto antes.<br />

Me asomé. Un uniformado con dos galones amarillos en la manga<br />

yacía abatido a treinta metros. Por los laterales de un Unimog –<br />

vehículo para transporte de tropas que hube conocido en la colimba-<br />

disparaban permanentemente. Sobre el volante, llegué a<br />

divisar a otro soldado mal herido. El brazo le colgaba por la ventanilla<br />

abierta y unos hilos de sangre goteaban hacia el asfalto. El<br />

tercer comando alcanzado por fuego enemigo descansaba sobre<br />

una de las alas, oculto por el cuerpo de la turbina. Cada tanto<br />

hacía señas con las manos. Parecía indicar que no aguantaría<br />

mucho más allí.<br />

Tomé mi decisión: volvería a Buenos Aires con Nikei. Debía<br />

aguardar entonces hasta que dieran fin a sus captores.<br />

59<br />

-¡Aaah!- vestido de traje negro contrastante con el peinado casi<br />

blanco, uno de los malhechores fue alcanzado por los proyectiles<br />

y emprendió caída libre para estrellarse contra la pista.<br />

Las idas y venidas de las ráfagas se enardecía. En eso, el efectivo<br />

que atacaba desde mi izquierda exclamó dolorido. Una bala<br />

habíale destrozado la nariz. Su rostro se notaba monstruosamente<br />

deformado. Habló unas cuantas frases en portugués con su<br />

Comandante y entonces tomó mi brazo.<br />

-Busca a Mayira- me refirió en perfecto castellano, al tiempo que<br />

la vista se le perdía en el infinito. Su mirada me recordó a la de<br />

Varis antes de morir.<br />

Hizo un intento como para tomar más aire, pero sólo consiguió<br />

hinchar algo sus pulmones y falleció.<br />

Esto no era coincidencia. Un cura amigo solía decir: “No hay coincidencia,<br />

hay providencia”. Sus palabras me eran útiles ahora,<br />

como en otras tantas ocasiones. Había algo que yo no comprendía<br />

pero debía enfrentar; un sendero que necesitaba recorrer,<br />

aunque no supiera adónde conducía.<br />

Los párpados le habían quedado abiertos. Persigné su frente y los<br />

cerré con mi mano.<br />

-Buena suerte- deseé al Comandante. Me apoyé sobre sus charreteras<br />

y ante su mirada confundida me paré y corrí.<br />

Si hacía unos trescientos metros, quizá cuatrocientos, estaría cubierto<br />

por la maleza. Mientras tanto, mi carrera consistía en un<br />

zigzag imprevisible -al menos trataba de hacerlo lo más imprevisible<br />

posible. Al principio noté que las balas no me buscaban, mas<br />

no tardaron en percatarse de mi escape y, aunque yo no representaba<br />

aparente peligro para ellos, comencé a oír el zumbido mortal<br />

de los proyectiles. Algunos pasaban muy cerca.<br />

60


A mitad de carrera tropecé con un piedrón que no había llegado a<br />

escrutar entre los pastos bajos. Mientras volaba de panza al suelo<br />

percibí una calurosa brisa justo arriba de mi nuca. Entre los<br />

pinreles verdes de la hierba, llegué a observar cómo el disparo que<br />

acababa de pasar a milímetros de mi cabeza se enterraba contra<br />

un árbol distante.<br />

Permanecí unos minutos quieto para que pensaran que ya me<br />

habían pegado. Me volví despacio, acaricié a la piedra salvadora y<br />

reemprendí la maratón.<br />

Hubieron otros disparos pero la suerte estaba aparentemente de<br />

mi lado ese día y arribé a la espesura vegetal que rodeaba al aeropuerto.<br />

Mi querido reloj indicaba las cuatro y cuarto de la mañana,<br />

pero allí en Brasil ya comenzaba a amanecer. Por fortuna estábamos<br />

hacia el Este y tendría sol antes de lo previsto.<br />

A medida que me internaba, las copas de los árboles se hacían<br />

más y más altas. El martilleo de los tiros dejó de oírse en pocos<br />

minutos. No creía que hubiesen finalizado; estimaba que los ruidos<br />

se perdían en lo tupido del paisaje. En cambio sonaba un silencio<br />

bastante profundo, interrumpido cada tanto por aleteos<br />

distantes y alaridos de pájaros.<br />

-¡Uha!, ¡uha!- parecían hablar algunos.<br />

Frené. Estaba avanzando demasiado raudamente como para resistir.<br />

El calor me inquietaba; si a esas horas estaba sufriendo<br />

treinta y pico de grados, no sabía a cuánto podía ascender hacia<br />

el mediodía.<br />

Era arduo hallar dónde sentarse. Plantas e insectos lo cubrían<br />

todo. Al final me recibió la corteza húmeda de un enorme plátano.<br />

Sostuvo mi cintura al tiempo que amontonaba la campera<br />

entrelazándole las mangas. El bollo quedaba apretado y pensé<br />

61<br />

colgármelo de mochila. Me desajusté unos botones de la camisa y<br />

volví a caminar.<br />

Dos horas más tarde estaba internado en lo que imaginé sería el<br />

sotobosque mencionado por el Capitán. Unas formas con tallos<br />

leñosos crecían a escasa altura. Mucho más arriba permanecían<br />

erguidos los árboles inmensos que fabricaban aquella sombra viscosa.<br />

La espesura disminuyó un kilómetro adelante. El Sol no terminaba<br />

de acceder pero se veían claros de tierra. Una idea fugaz pasó<br />

por mi mente. No alcancé a retenerla. Con el próximo tranco, el<br />

suelo se ablandó de rebato. Los pies, rodillas, cinturón, camisa,<br />

el cuello de mi camisa y hasta mi despeinez penetraron barrosamente<br />

en el ahogo de un pantano. En ese acceso tan repentino ni<br />

había alcanzado a llenarme los pulmones. El aire que hacía instantes<br />

bañaba mi contorno, se acababa de transformar en lodo.<br />

Lodo que me entraba hasta por las fosas nasales.<br />

La desesperación cundió voraz. Traté de moverme y me resultaba<br />

harto difícil. Pese a ello noté tirantez en las cuerdas de la mochila<br />

improvisada. El bulto de la campera aviadora estaba enganchado<br />

en alguna cosa fuera del lodazal.<br />

Valiéndome de ese cordón, que me mantenía atado a la futura tan<br />

ansiada respiración, trepé forzudamente. Ni bien llegué a asomar<br />

la cabeza, absorbí todo el oxígeno que pude. Con cautela seguí<br />

autorrescatándome. Observé el tronco partido que enganchaba<br />

mi mochila: estaba a punto de zafarse. Di un tirón más reacomodándola...<br />

y uno segundo para concluir la lucha.<br />

Mi planeta acababa de intentar sorberme. Me enderecé. Al menos<br />

ahora estaba camuflado. Abrí bien los ojos adorando la belleza<br />

y plenitud atmosférica y lancé un grito rabioso. La bronca<br />

pronto tornose en agradecimiento por la vida que continuaba y un<br />

mayor amor y conciencia de ella. Todo por haber caído al panta-<br />

62


no, una experiencia desagradable que tenía la suerte de poder<br />

contar como aleccionante.<br />

Repuesto, reemprendí camino bordeando aquella zona temeraria.<br />

Recordé lo aprendido en los scouts y tomé una buena rama recta<br />

a manera de bordón, para ir tanteando dónde pisaba.<br />

Con ese método logré dejar atrás el sotobosque. A media vuelta<br />

de agujas lo selvado terminaba formando una especie de barrera<br />

arbolada y se abría una pradera de pastura bastante crecida que<br />

permitía mirar a lo lejos. El horizonte cercano reflejaba las nubes.<br />

Allí estaba el lago.<br />

A los lados el pasto continuaba por horas. Debía buscar a la señora<br />

Mayira y ver qué me deparaba el destino.<br />

Imaginé una bruja calva con los ojos blancos y dientes salidos para<br />

afuera rebalsantes de sarro.<br />

Confiando más en mi fortuna ideé otra Mayira joven y bella. Su<br />

rostro indiado me veía con ojos cálidos. La falta de cabello le<br />

quedaba bien y sus lóbulos se adornaban con sendos aretes dorados,<br />

a manera de araña de techo. Los pechos blancos se escondían<br />

bajo una toga color crema. Esta Mayira era toda una amazona.<br />

Mmmm... Y si se tratara de alguna especie de sacerdote... El<br />

nombre terminado con “a” me había hecho suponer que pertenecía<br />

a una mujer, pero allí hablaban idiomas diferentes y yo sabía<br />

de algún deportista italiano llamado “Andrea”. Ahora me pensaba<br />

engañado por los pases mágicos de un anciano pelado con nariz<br />

amplísima, como si de niño la hubiese limpiado sin recato, barriendo<br />

mocos duros hasta con ambos dedos pulgares en el mismo<br />

agujero. Me indicaba donde sentarme, dos custodios aborígenes<br />

se aseguraban de que lo hiciera y me mostraba el pecho blanco<br />

que usaba sobre el propio. –Era de otro argentino- decía y los<br />

63<br />

tres reían exhibiendo la dentadura filosa. Un calor humeante<br />

llamaba la atención a mis espaldas. Me volvía y hallaba el caldero<br />

negro con agua burbujeante y multitud de verduras picadas donde<br />

me convertiría en estofado.<br />

Sentí algo fresco en la mejilla.<br />

Abrí los ojos. Un felino mucho más grande que el gato de mi vecina<br />

en Buenos Aires me lamía la cara. ¿Cariñoso?... ¿Hambriento?<br />

Descubrime presa del sueño. El cansancio acumulado, los bahos<br />

calorosos, el esfuerzo por mantenerme en esta vida pese a los intentos<br />

del pantano, los flecos de febo lejanos a amainar su tarea<br />

rostizante en algún momento me habían hecho entrar en profundo<br />

descanso. Quizás sufrí un desmayo... o la comodidad de alguna<br />

sentada en la hierba acolchada me invitó a dormir.<br />

No lograba regresar al tiempo exacto en que había detenido mi<br />

marcha y empezado a soñar. Pero eso no importaba mucho ahora.<br />

Mis párpados pestañaban, aunque lo hacían temerosos a medida<br />

que caía en la cuenta de quién me acababa de despertar.<br />

Sus bigotes se extendían pinchudamente hasta perderse de vista.<br />

Los primeros segundos permanecí inmóvil. La saliva abarcábame<br />

ya los huecos por donde solía inspirar. Si no hacía algo, respondería<br />

a sus caricias con un violento estornudo, así que decidí correr<br />

a un lado la desconfianza y extendiendo mi brazo intenté un<br />

mimo.<br />

La sorpresa fue ingrata cuando mi mano no alcanzó a tocar la<br />

parte superior de su lomo. Aquel gato era más grande aún de lo<br />

que había estimado. La pelambre espesa aceptó mi arrullo amistoso.<br />

Alejó algo su cabezota y conseguí incorporarme. No estaba<br />

muy seguro, pero se veía como un jaguar o leopardo, o quizás un<br />

puma, aunque dudaba que los pumas tuvieran manchas como las<br />

de aquél.<br />

64


Estuve de pie completamente y el felino ya no era tan, tan grande.<br />

Sus ojos claros seguían atentos todo lo que sucedía. En cuanto<br />

me atreví a verlo cara a cara, se estableció un contacto profundo y<br />

fugaz. La fiera rugió suavemente, torció el semblante y se alejó<br />

como rayo perdiéndose entre las plantas.<br />

Otra vez estaba solo. Acompañado por la brisa que ya no sentía<br />

como brisa común. Era el aliento de la Naturaleza. Su cariño me<br />

había tocado de la mano de uno de sus tremendos carnívoros, que<br />

bien podría haber degustado mis tejidos en vez de ayudarme a no<br />

perecer cocido por el sol. Algo había cambiado.<br />

El lago persistía lejano. Como mucho debería caminar hasta la<br />

orilla. El Capitán había ubicado a Mayira antes de aquel espejo.<br />

Empecé a andar viendo a mi alrededor. La pradera difícilmente<br />

escondería algo. Los pastos medían unos treinta centímetros y<br />

escaseaban las hondonadas.<br />

Mi muñeca marcaba las doce en punto. En esa parte de Brasil<br />

debía ser la una de la tarde, así que acomodé el reloj a la hora local.<br />

Podría así emplearlo para ubicar el Norte cuando fuera preciso;<br />

además de poco me servía estar leyendo la hora argentina a<br />

cada rato.<br />

Caminé y caminé.<br />

Sentía el cuello rojo. Pocos sitios de la campiña quedaban ya sin<br />

escudriñar. Arribé a lo que podía identificar como una esquina<br />

donde aparecían los primeros árboles y resolví ordenar mi rastreo.<br />

Cogí un palillo derecho y lo dispuse perpendicular al vidrio de mi<br />

reloj, parándolo sobre el pivote de las agujas. Con el 12 apunté<br />

hacia el Sol, fijando la sombra de la ramita justo sobre el 6. Así<br />

me quedé quieto y revisé hacia dónde apuntaba la bisectriz formada<br />

entre las 12 y la aguja pequeña –de las horas. Cuando<br />

65<br />

scout, me habían enseñado que en esa dirección se hallaba el<br />

Norte.<br />

Tracé una cuadrícula imaginaria delimitando el sector. Para<br />

hacerlo me valí de árboles importantes que saltaban a la vista,<br />

algunas formaciones de piedra y el contorno lacustre caprichoso.<br />

No conseguía desde allí abarcar visualmente todo, por lo que iría<br />

delineando nuevas grillas a medida que avanzara. Hasta donde<br />

veía con claridad pude dividir veinticinco cuadrados. Cada uno<br />

medía alrededor de una hectárea –una manzana en la ciudad.<br />

El nuevo ordenamiento ayudaba. Pese a ello, la tarea de rastrillaje<br />

resultaba igualmente ardua cuanto más minuciosa la intentaba.<br />

Los escondrijos de castores, mulitas o algún tipo de roedor de<br />

aquellos pagos, se convertían en trampas tragapiés. Además de<br />

prestar atención al entorno globalmente, no me convenía perder el<br />

control de dónde pisaba a cada paso. Dos torceduras sufridas en<br />

tres minutos me lo aseguraban.<br />

Las nubes pasaban sin orinar, febo volvía a acercarse al horizonte<br />

y yo todavía no había encontrado a Mayira ni probado bocado.<br />

Confiaba en la potabilidad del lago; sin ella pronto caería presa de<br />

algún tipo de descompostura o quién sabe qué patraña digestiva.<br />

Lo vespertino no rimaba con frescura por Brasil. Todos los momentos<br />

diarios y noctámbulos terminaban en “lor”, para versearse<br />

con calor, sudor, hedor y cualquier otro término que pudiera escribirse<br />

a más de treinta grados Celsius.<br />

Mi respiración agitada llamaba al descanso. De las ramas bajas<br />

de un banano conseguí arrancar un racimo bastante amarillento.<br />

El postre ya lo tenía asegurado.<br />

Husmeé entre tallos gruesos que se veían apetitosos aunque no<br />

los conociera. Metiéndome para donde la sombra ganaba terreno,<br />

ubiqué un charco de tréboles. Los había probado una vez de<br />

campamento. Si eran como yo los recordaba, tenían sabor a men-<br />

66


ta limonada y serían sabrosos en ensalada. A metros pesqué<br />

unos tomates pequeños: el plato fuerte de mi almuerzo merendado.<br />

Pensé que de seguir allí más tiempo armaría unos anzuelos y quizá<br />

trampas para capturar potenciales asados... El aroma crepitante<br />

de la noche pasada en casa de Sebastián cruzó mis neuronas.<br />

No esperaría más. Me senté contra una especie de eucalipto<br />

y separé mis molares de par en par.<br />

La saliva casi chorreaba, pero sabía que sería correcto lavar mi<br />

ensalada antes de engullirla. La profesora de biología de quinto<br />

año en el Bethania, la “bichóloga” como le decíamos, se había encargado<br />

de grabarnos en el cerebro lo fundamental que resultaba<br />

higienizar los alimentos frescos antes de comerlos.<br />

Me puse entonces nuevamente de pie. La orilla distaba medio kilómetro.<br />

Ni bien estuve allí, no tardé en devorar mi ración...<br />

La última y quinta banana ya me rebalsaba. Disfruté una sobremesa<br />

pipona mientras se apagaba la tarde. Primero los grillos y<br />

cigarras, más tarde los búhos y lechuzas y por último el brillo de<br />

ojos inquietos corriendo de aquí para allá y espiándome furtivamente,<br />

levaban los telones para que saliera a escena el satélite<br />

blanco de nuestro mundo.<br />

Estrellitas tímidas se asomaban por lo poros del paño aún celeste.<br />

Caía la noche y no tenía noticias de Mayira, pese a haber trabajado<br />

duro para conseguirlas.<br />

Una siesta larga solapose con mi ronquido nocturno. Tuve sueños<br />

de esos que no se recuerdan, o tal vez no los tuve.<br />

A la mañana siguiente, el calor permanecía indemne. Desperté<br />

tostado por flecos del Sol hablándome al oído: -Despertate... despertate...<br />

67<br />

Estaba a pasos del lago así que fue fácil enjuagarme bien la cara.<br />

Restaban aún variedad de cuadros de aquella pradera por escudriñar.<br />

Absorbí una bocanada de aire selvático para tomar energía;<br />

aunque la situación no era cómoda de por sí, el entorno natural<br />

empezaba a agradarme.<br />

Así corrieron los amaneceres y crepúsculos. Había buscado ya<br />

durante una semana entera. Mi persistencia inaudita llegaba a<br />

asombrarme. La novena tarde había terminado de tejer la puerta<br />

de mi choza. Era redonda. Construí sus paredes con juncos<br />

anudados y ramas.<br />

Para pescar había enterrado una serie de cañas flexibles con líneas<br />

y anzuelos. Descosiendo un bordado enorme de la campera<br />

aviadora, me había asegurado la tanza para usar de línea. Los<br />

anzuelos estaban fabricados a partir del cierre relámpago de la<br />

misma campera, que era de metal y había logrado afilar con la<br />

navaja suiza contenida en el cinturón del uniforme.<br />

Encender el fuego para cocinar fue complicado la primera vez.<br />

Contaba con ramitas y ramotas en cantidad; algunas aún verdes<br />

y otras tantas lo suficientemente secas. La yesca lograda entre<br />

restos de yuyo viejo, cortezas, resina de algunos árboles y cuanta<br />

cosa chiquita con aspecto combustible encontré, había resultado<br />

de gran ayuda. El “fosforito” y su caja rasposa para encenderlo<br />

eran lo que me faltaba.<br />

Estuve probando con palitos. Emprendí intentos estériles usando<br />

diferentes ingenierías; desde la fricción directa como quien frota<br />

dos toc-tocs, la acometida de punta sobre una tablilla más bien<br />

blanda, primero sin y luego con una ranura para encanalar las<br />

ascuas hacia una montañita de yesca, el tallado de dientes al perfil<br />

de una rama para tratar luego de aserrar levantando mayor<br />

temperatura... la rotación de una estaca entre mis palmas, apoyada<br />

sobre una base de madera y yesca... nada había ni siquiera<br />

68


humeado un tanto. Ampollas y ampollas y ampollas. En los dedos,<br />

en las palmas. Mis manos se advertían cubiertas por un englobado<br />

preservativo.<br />

Pretendí armar un arco con los cordones del calzado por cuerda y<br />

con él enroscar la varilla para poder girarla sin ampollarme. De<br />

sostén superior acomodé la cara cóncava de una piedra bastante<br />

aplanada. El sistema anduvo mejor; aunque no se encendía, algunas<br />

veces humeaba tanto... pero mis fuerzas se agotaban siempre<br />

un segundo antes de que la llama apareciera.<br />

Desgasté con el arco varias estacas y el descolche espumaba ya<br />

todo mi cordón.<br />

Otra modalidad de inflamado surtió efecto al fin. Hice chispas<br />

restregando la hoja del cortaplumas sobre roca, ubicando la yesca<br />

como receptáculo. No fue para nada inmediato, pero las porciones<br />

más resecas tomaron fuego. El resto de los días había conservado<br />

prendido o bien en brasas mi hoguera. Unos troncos grosos<br />

que había dispuesto fabricando un corredor en la dirección en<br />

que soplaba el viento, servían de noche para cubrir los rescoldos.<br />

Juntando uno a otro, disminuía el caudal de oxígeno que avivaba<br />

la mezcla y el calor perseveraba hasta el alba. De mañana separaba<br />

ambos y hervía agua para beber té tropical.<br />

Nombré así a la infusión elaborada con unas hojas alargadas y<br />

sus frutos diminutos que constituía el líquido de mis desayunos.<br />

No contaba con jarro, pero la puntera metálica de un borceguí logró<br />

suplirlo perfectamente.<br />

Ese crepúsculo me interné en la espesura del sotobosque. Identificaba<br />

ya un corredor por donde solían andar unos animalitos peludos<br />

con bastante carne para asar. Si podía acercarme lo suficiente<br />

cuando cruzaban, le asestaría un lanzazo a alguno de ellos<br />

y lo tendría para comer.<br />

69<br />

Soplaba viento y se oían los mismos murmullos de las noches anteriores.<br />

Acechando, adentré mis partes al encuentro del transitado<br />

sendero. A medida que avanzaba iba auscultando mis propios<br />

movimientos. Me delataban las hojas secas del suelo y los<br />

refriegos del pantalón.<br />

Entonces me visitó la idea de sonar yo también como todo aquel<br />

murmullo. El canto del aire arrullando follajes, el gorjeo profundo<br />

desde el lago y la voz de cada insecto latían. No estaba seguro si<br />

lo que notaba eran mis propios latidos, que de alguna forma me<br />

hacían imaginar ese ritmo, pero empecé a desplazarme al son de<br />

la Naturaleza –así lo entendí. La ausencia de torpeza a cada paso<br />

dejaba escapar poco, pero los ruidos que sí hacía, latían junto con<br />

el resto. Me sentía parte de un todo. Era totalmente independiente<br />

mas funcionaba acompasado con el viento, el agua, la tierra,<br />

los animales y las plantas. Hasta las rocas entraban en idéntico<br />

compás.<br />

Estaba seguro que de eso se trataba el más pulido arte del acecho.<br />

Había descubierto el corazón del asunto. La verdadera forma<br />

de ocultarse.<br />

Esa cena resultó deliciosa. No tenía sal para adobar la carne, pero<br />

ya me había acostumbrado a la suavidad de los sabores puros.<br />

Una vez hube leído sobre el uso de hormigas secas para dar salazón<br />

–no recordaba si las rojas o las negras- pero por ahora prefería<br />

renunciar al preciado condimento.<br />

En sueños conversé con Sebastián y Yanina. Mis alumnos... Cecilia...<br />

Los tiempos próximos tironeábanme para volver. Caí en la<br />

cuenta de que yo no estaba perdido en una isla deshabitada, como<br />

el tal Crusoe, sino que andando un día podía retornar al aeropuerto<br />

y de allí arreglármelas para viajar a Buenos Aires. Lo de<br />

Mayira o Mayora o como se llamase no interesaba. Ya la misma<br />

Nikei se había nublado en mi memoria.<br />

70


Pelambre abultada emergíame del rostro. Los baños lacustres no<br />

igualaban a una buena ducha con “jabón” y algo de desodorante.<br />

Mi amigo papel higiénico había cambiado por el bidet inmenso en<br />

que también nadaba.<br />

Junté mis cosas, apagué el fuego, ordené un poco y me despedí<br />

del refugio –quizá le sirviera a algún otro buscador de brujas multicolores.<br />

El camino de vuelta al aeródromo resultaba más corto porque ya<br />

lo conocía. Esquivé la zona del pantano. Atravesé por completo el<br />

sotobosque y más adelante la espesura selvada del trayecto final.<br />

Me estaba arrimando a la frontera arbolada donde se encajaba<br />

aquel trozo de civilización y oí disparos.<br />

La metralla repetida dificultaba entender lo que indicaban las órdenes<br />

en portugués. No sabía hablar ese idioma, pero seguro podría<br />

captar algunas expresiones y darme idea de lo que ocurría.<br />

Asomé el olfato y parte de mi vista. Un avión pequeño metalizado<br />

se hallaba en pista. Lo rodeaban efectivos militares. A pocos metros<br />

se emplazaba un... no, dos jets de pintura camuflada con escarapelas<br />

verdeamarelas. La postal parecía ser la misma que yo<br />

había abandonado días atrás. Ahora a la luz plena del sol se conseguía<br />

apreciar con mayor detalle, pero si no fuera por el tiempo<br />

transcurrido desde mi desaparición, juraría que se trataba del<br />

mismo combate.<br />

Esperé. Cuando terminaran los problemas me acercaría a averiguar<br />

sobre el Capitán Varis y Nikei.<br />

-¡Nikei no está con nosotros!- gritaron desde el avión al tiempo<br />

que cesaban los disparos.<br />

-Liberen a la rehén y tendrán permiso para despegar- reclamó<br />

una voz parecida a la del comandante de la Corvaida.<br />

71<br />

Eso no coincidía con la realidad. Me pellizqué varias veces y soné<br />

mi matraca craneal contra el tronco que me ocultaba. No alcanzaba<br />

a despertarme.<br />

-¡Le digo que no está con nosotros!- insistían los captores.<br />

Debía acercarme. Algo raro había sucedido. No tenía hipótesis<br />

para explicarlo, salvo que...<br />

Estaba en un aeropuerto militar, probablemente frente a otro secuestro;<br />

habían ingresado a cielo brasilero desde algún país hispanoparlante<br />

fronterizo y, como sucedió con los islandeses, los<br />

habían forzado a aterrizar allí y desarrollaban el procedimiento de<br />

rutina para rescate de secuestrados. Yo debía haber interpretado<br />

mal el nombre pronunciado por los maleantes.<br />

O tal vez se tratase ciertamente de Nikei. Habían permanecido en<br />

el aeropuerto negociando durante días y yo justo regresaba cuando<br />

se reanudaba la balacera. Pero eran diez días. Diez largos días<br />

y sus diez largas noches.<br />

Me lancé al piso. Avanzaría cuerpo a tierra con mi técnica de los<br />

latidos de la Naturaleza. Inquieto por los nervios me costaba concentrarme.<br />

Por momentos creía sentir el ritmo y por otros me distraían<br />

los gritos y disparos.<br />

Al final volví a lograrlo. Los aparentemente arrítmicos ruidos<br />

humanos entraban en el compás.<br />

Lenta pero tenazmente me arrastraba hacia el conflicto. Los pastos<br />

permanecían igual de cortos que en mi pretérito tropiezo. Di<br />

unas cuantas brazadas más y, a un hombro de distancia de mi<br />

cabeza apareció la piedra salvadora. Volví a acariciarla y de reojo<br />

noté la presencia de un individuo observándome. Volteé precavido.<br />

72


Conocía a esa persona. Si mi cerebro no me engañaba, se trataba<br />

del mismo anciano que me observaba cuando el episodio del Peugeot.<br />

Era realmente idéntico. La barba blanca y gris abundante,<br />

el bastón, esa extraña mirada... En cuanto notó que yo lo observaba,<br />

como la vez anterior dio media vuelta y se marchó, metiéndose<br />

entre los árboles. ¿Habría estado allí todo el tiempo viviendo<br />

en la selva sin que yo me percatase? Era muy probable. No conocía<br />

tanto el lugar como para dudar de aquella posibilidad.<br />

El suceso extraño sólo se sumaba a la larga lista, así que seguí<br />

camino. Grande fue mi desconcierto cuando, ya a pocos pasos de<br />

la casilla de cemento comprobé la equivalencia de aquella fotografía.<br />

El soldado con dos galones amarillos aún en el piso, los dos<br />

efectivos parapetados tras la citada caseta, el jeep protegiendo al<br />

cuerpo sin vida del último en nombrarme a Mayira, con la cara<br />

destrozada por el impacto de un proyectil y Corvaida. Sobre el<br />

ala, oculto por la turbina aún un comando hacía gestos con sus<br />

manos indicando que no aguantaría más allí –ya había resistido<br />

diez días, así que el gesto debía significar otra cosa.<br />

Yo llevaba calzada la campera de aviador maltrecha. El Comandante<br />

se percató de mi presencia.<br />

-¡Gustavo! Acércate que te cubrimos.<br />

Me levanté un poco hasta estar agachado y corrí deformemente.<br />

Pronto estuve a la sombra del jeep.<br />

-¿Por qué corriste hacia los árboles?- me cuestionó Corvaida<br />

mientras espiaba y martillaba más su arma.<br />

No llegué a responderle. En una de las miradas de reojo que solía<br />

pasarme, notó lo crecida de mi chiva. -¿Cómo pudo crecerte tanto<br />

la barba?- su rostro denotaba no comprender en absoluto.<br />

Sin esperar respuesta, volvió a disparar.<br />

73<br />

-Aseguran no tener a tu amiga; están bastante desesperados.<br />

-El escaneo que realizamos con Varis en vuelo nos indicó su presencia.<br />

Tiene que estar allí dentro- aseguré.<br />

-Yo también pedí que escaneasen la nave. Me informaron de un<br />

único ocupante femenino. Ninguno muerto. Pero la edad apuntada<br />

ronda entre los cuarenta y cinco y cincuenta y cinco años.<br />

¿No me habían dicho que era más joven?<br />

Recordé que nuestra revisión revelaba dos mujeres a bordo. –<br />

Antes también aparecía ella, pero una segunda mujer mucho más<br />

joven la acompañaba.<br />

-Debe haber algún error. Voy a ordenar que repitan el escaneoterminó<br />

y volvió a gatillar.<br />

Me volteé. Varis yacía tendido en el piso. Mirando su rostro apagado<br />

de vida vi de repente una especie de luz. Como reborde.<br />

Muy, muy suave. Las detonaciones y alaridos pasaron a un segundo<br />

plano auditivo. Me concentré en su pecho y noté que aún<br />

respiraba. Una parte de su contorno se veía más bien rojiza y el<br />

resto casi no tenía color.<br />

No daba crédito a mis ojos. Me los froté fuerte y dejé de alucinar.<br />

Pero pronto desenfoqué levemente la vista sin quererlo y volví a<br />

captar esa especie de aura. El Capitán estaba vivo. Me recorrió<br />

una alegría inmensa y pude enfocar la luminiscencia con mayor<br />

claridad.<br />

Sin prestar atención al peligro rodé hasta su posición. Lo acomodé<br />

sentado contra la pared -aunque quizá no debía haberlo hecho<br />

porque estaba inconsciente.<br />

-¡Capitán!, ¡Capitán!- le golpeaba las mejillas con esperanza de<br />

despertarlo.<br />

74


Milagrosamente, mis palmadas surtieron efecto. Varis abrió los<br />

ojos, tosió y se tomó el hombro derecho adolorido.<br />

-No sé cómo, pero estoy seguro de que Nikei se encuentra a salvome<br />

refirió con dificultad. –La chica logró desapresarse. Me habló<br />

de ti. Dijo que eras su novio; no me habías dicho nada- viome<br />

intentando sonreír.<br />

Yo lo oía asombrado.<br />

-Es muy bella- prosiguió, –creo que estuve visitando el lugar donde<br />

vamos al morir. Todo era blanco por donde mirara. Reinaba<br />

una sensación de mucha paz. Volvamos ¡eahh...!- no podía levantarse;<br />

cuando lo ensayaba se estremecía de dolor.<br />

El soldado que tenía al lado me llamó la atención. Ya no se oían<br />

disparos. Sin esperar que alguien lo cubriera salió corriendo<br />

hacia la aeronave. Me asomé. Un grupo se ocupaba de los heridos<br />

y otro más numeroso formado en medialuna apuntaba a los<br />

islandeses que descendían por una escalerilla manos en alto.<br />

Una vez abajo los esposaron y colocaron boca al piso. Entre ellos<br />

había una dama cuarentona de brazos bastante musculosos. El<br />

pelo casi albino, lacio aunque no muy largo, pincelaba de sangre<br />

su camisa blanca.<br />

-¡¿Dónde está Nikei?!- me acerqué. Había acomodado al Capitán<br />

para que viera desde el lateral de la casilla.<br />

-Ahora subimos- apresurose de la Corvaida.<br />

Tiempo después, cada recoveco estaba revisado y ella no aparecía.<br />

-¡Cómo puede ser!- me enfadé. -Si no puede haber huido durante<br />

el tiroteo; le disparaban a cualquier cosa que se moviera.<br />

-Cabe la posibilidad...- empezó uno de los brigadistas. El Comandante<br />

pareció comprender lo que estaba pensando. Cruzaron mi-<br />

75<br />

radas y se dirigieron a quien habían identificado como líder de los<br />

secuestradores.<br />

-¡No somos secuestradores!- se defendió cuando se acercaron, sin<br />

que hubiesen pronunciado palabra. –Esto que hacen traerá graves<br />

consecuencias.<br />

-¿Graves para quién?- lo increpó el militar brasilero.<br />

Después de ello no volvieron a hablar castellano. Con algunas<br />

órdenes en lo que estimo sería islandés, el grupo de captores tomó<br />

silencio y se arrimaron unos a otros.<br />

De la Corvaida hizo un gesto para que lo siga.<br />

-Los llevaremos al cuartel y estarán tras las rejas por cuarenta y<br />

ocho horas, máximo. No creo que podamos arrancarles algo. Durante<br />

varios meses hemos estado recibiendo extrañas advertencias,<br />

todas relacionadas de una u otra forma con el lejano país del<br />

norte: Islandia.<br />

-¿Qué tipo de advertencias?- quise saber.<br />

-Mmm... cosas apocalípticas, podríamos decir. En el primero de<br />

los llamados, una voz femenina que cantaba muy melodiosamente,<br />

nos instó a resguardarnos de ustedes.<br />

-¿De nosotros?<br />

-Sí; según recuerdo, los versos profetizaban que un ave metálica<br />

argentina traería consigo la desdicha. “Serán consumidos por el<br />

mar si los dejan pisar vuestra tierra”, terminaba.- La expresión<br />

en el rostro del Comandante me confundía. Se mostraba riendo<br />

en una palabra y a la siguiente preocupado. Luego volvía a sonreír<br />

y la pesadumbre lo aplastaba de nuevo.<br />

-Se está cumpliendo la profecía...- dudé.<br />

76


-No lo creo. Esa fue sólo la primera advertencia; hubo muchas<br />

más. Siempre por vía telefónica.<br />

-Antes que me preguntes- se atajó, -conseguimos rastrear los llamados:<br />

siempre venían de tu país; al parecer desde teléfonos diplomáticos<br />

con identidad reservada.<br />

Repensé un instante. -¿Cómo es que relacionaron las advertencias<br />

con Islandia?<br />

-Fácil. La mujer cantora comenzó identificándose como miembro<br />

de un cuerpo paramilitar islandés. Mencionó que su función<br />

era... evitar el fin de nuestra era. Así dijo.<br />

-Y el resto de mensajes, ¿Qué vaticinaban?<br />

-Varias cosas- concluyó el Comandante, que al parecer deseaba<br />

llegar a otro punto. –Es imperativo que regresen. Atenderemos a<br />

Varis en la sala médica, los proveeremos de combustible y abriremos<br />

la pista para que despeguen.<br />

-Pero mi Capitán no podrá pilotear. Dennos al menos unos días<br />

para que se reponga.<br />

-De ninguna manera. No quiero parecer descortés, Varis es mi<br />

amigo, pero urge vuestra partida.<br />

El brasilero nos estaba echando. Amablemente, pero por algún<br />

motivo nos quería lejos.<br />

-Esto no tendrá que ver con las profecías...<br />

-Nada de eso- me interrumpió. –No eran profecías, eran amenazas<br />

encubiertas de advertencia. Estamos acostumbrados a enfrentarnos<br />

con maniáticos de todo tipo; también de éste.<br />

-Pero yo no sé pilotear el Huarpe- advertí –y le reitero que Varis no<br />

podrá conducir convaleciente.<br />

77<br />

De la Corvaida llevó lo blando de su puño hacia la pera y reflexionó.<br />

–Pensé que usted era piloto... En ese caso, los enviaremos por<br />

la mañana en un vuelo comercial. Usted se alojará en el regimiento.<br />

Dispuesto aquello, saludó haciendo la venia y retornó al operativo.<br />

Quise seguirlo, pero sin que me percatase dos uniformados se<br />

habían dispuesto detrás mío, a manera de escolta. Cuando di<br />

media vuelta, sus nada amistosos rifles se interpusieron.<br />

-Lo acompañamos a su habitación- propuso uno con cara de perro-<br />

-¡Adelante!<br />

Creí que si no empezaba a caminar me arrastrarían. Constaté de<br />

reojo la presencia de los paramédicos atendiendo a Varis y emprendí<br />

veloz marcha a mi aposento.<br />

-¡Acelere el paso!- ordenaron.<br />

Los galpones del ejército distaban un kilómetro de allí. Anduvimos<br />

bordeando los árboles hasta alcanzar la entrada a un sendero<br />

ancho que se internaba prolijamente en la espesura.<br />

El sorpresivo devenir de los hechos a partir de mi regreso debía<br />

significar algo. Por un lado, ya estaba aceptando la extraña diferencia<br />

de tiempos: mis diez días sobreviviendo no resultaron más<br />

que minutos en el aeródromo. Eso podía leerse de la realidad, sin<br />

dudas, aunque el hecho encendía un fuerte ardor en mi mente.<br />

Por otro lado, dejando de lado aquello, la actitud al principio<br />

amistosa del Comandante y luego irracionalmente hosca, había<br />

cambiado por algo... Si las cosas devenían según planeaba de la<br />

Corvaida, los dos argentinos volveríamos a Buenos Aires por la<br />

mañana. Mas el jet quedaría allí.<br />

78


No tenía idea si aquel aparato pudiese interesar a la Fuerza Aérea<br />

Brasilera, pero resultaba posible que ante la posibilidad de adquirir<br />

nueva tecnología, el Comandante hubiese dado aquellos pasos.<br />

-¡Aah! ¡Mi rodilla!- fingí tomándomela con ambas manos y dejándome<br />

caer. Pocos metros adelante aparecía ya el acceso al cuartel.<br />

Necesitaba alguna idea para convencer a mis escoltas que<br />

debíamos regresar.<br />

Con expresión dolorida me dirigí al que hablaba español: -Debo<br />

tomar pronto mi medicamento.<br />

-Bien; tráguelo- respondió.<br />

-Pero no lo traigo conmigo. La situación que vivimos me hizo olvidarlo<br />

en la cabina. Necesito regresar.<br />

-Entre al regimiento y yo mismo se lo traeré- ordenó al tiempo que<br />

intentaba levantarme.<br />

-¡¡Aaaah!!- grité lo más fuerte que pude sujetándome la cintura.<br />

¡El tetanismo aumenta! ¡No puedo esperar!<br />

El otro soldado, que hasta entonces no había hablado, me cuestionó<br />

en perfecto castellano: -¿Qué medicamento está tomando?<br />

Su entreseño fruncido denotaba desconfianza. Cosido sobre la<br />

solapa del bolsillo izquierdo, un cartelito blanco y rojo lo identificaba<br />

como “paramédico”.<br />

Tenía planeado inventar el nombre de mis pastillas, mas las presentes<br />

circunstancias me llevaron a modificar la actuación hacia<br />

un desmayo: -El medicamento se llama...- pronuncié esto y me<br />

desplomé aflojándome por completo.<br />

Percibí ofuscación en ambos guardias. Insultaron en su lengua y<br />

se disponían a transportarme hacia el cuartel cuando algo los detuvo.<br />

79<br />

Espié entre pestañas. Habían destrabado los fusiles y agazapados<br />

retrocedían.<br />

¿A qué le apuntaban?<br />

-¡Grrrr!- cerca de mi cabeza oí el amedrentante rugido.<br />

Uno de los soldados dejó su arma y levantando ambas manos imploró:<br />

-Mayira, no somos enemigos, es él- y me indicó.<br />

Yo permanecía supuestamente desmayado. La baba fresca del<br />

jaguar empezó a chorrearme la frente y desperté acariciado por<br />

sus lamidas.<br />

-¡¡¡Grrraaa!!!- rugió por segunda vez, mucho más fuerte, viéndolos<br />

directamente a los ojos. Ambos uniformados dieron la vuelta y se<br />

alejaron corriendo por el sendero en dirección al aeropuerto.<br />

Otra vez estuve solo con la fiera. Lo vi profundamente e intenté<br />

agradecerle con mi mirada. El animal pareció entender; con suavidad<br />

posó su garra en mi hombro y se marchó.<br />

Antes de volver a entrar en la espesura, frenó un instante como<br />

para llamar mi atención a su figura. Vi con claridad la albura de<br />

sus pectorales, presidiendo el resto del pelaje de tono áureoamarronado.<br />

Mayira agachó el enorme rostro y pude observar la<br />

calvicie que lo coronaba. Sin duda era ella.<br />

Mi reloj marcaba las diez y veinte, pero a juzgar por la posición<br />

del Sol –que asomaba recién sobre el horizonte-, serían algo así<br />

como las seis de la mañana.<br />

Si eran las seis, Nikei cumpliría veinticuatro en... unas nueve<br />

horas. Antes de eso, tenía que conseguir rescatarla y llevarla a<br />

salvo conmigo.<br />

¿Qué hacer ahora?<br />

80


No podía olvidar el YP-18 Huarpe. El robo de tecnología estaba a<br />

punto de perpetrarse. Necesitaba idear algo para detenerlos.<br />

Decidí que echar un vistazo al aeropuerto me llevaría sólo unos<br />

minutos. Mimeticé mi andar con el pulso de Natura y emprendí<br />

trote hacia allí, cortando camino por la espesura selvada.<br />

Arribé cerca del sitio por donde había entrado y salido anteriormente.<br />

Me asomé junto a un grueso árbol y con sorpresa comprobé<br />

que aún no amanecía.<br />

-¡Esta selva es una máquina del tiempo!- lamenté en voz baja.<br />

-No lo es- respondió con serenidad alguien que no veía.<br />

Viré inmediatamente y empecé a escudriñar a mi alrededor, tras<br />

las hojas grandes que salían del piso y entre las copas frondosas.<br />

-Tan sólo te mueves tú por él- a mis espaldas estaba el anciano de<br />

barba blanca y gris. Ahora lo veía de cerca y noté algo familiar en<br />

sus ojos.<br />

-¿Quién es usted?- logré preguntarle y sentí alivio de que permaneciese<br />

aún allí, sin esfumarse como en las oportunidades anteriores.<br />

-Soy Mayira- sonrió. Agachó la cabeza descubriendo su calvicie y<br />

se corrió algo la túnica. El anciano -de piel morena- tenía sus<br />

pectorales completamente descoloridos.<br />

Mayira jaguar, Mayira abuelo con bastón, cuántos Mayiras más<br />

encontraría.<br />

Sin que yo pronunciase vocablo, el hombre me invitó a sentarnos<br />

y comenzó a explicar que no había muchos Mayiras, sino que él<br />

mismo era todos.<br />

-Usted... ¿Se transforma?<br />

81<br />

-No- respondió sin dudarlo. –Tú, Gustavo, tienes la capacidad de<br />

ver más allá de lo que llaman físico.<br />

-¡Por favor!- me enojé. –No quiera hacerme sentir especial cuando<br />

no lo soy.<br />

El anciano se apenó. –Escucha- dijo; -conoces el pulso del Universo;<br />

te he observado usándolo-. Al parecer, el viejo sabía más<br />

de lo que yo estimaba.<br />

-Sujétate a ese árbol con fuerza. Cierra los párpados y oye con<br />

atención.<br />

Lo hice. Se entremezclaban multitud de vocecillas animales.<br />

-Concéntrate en el ritmo... Busca escuchar nítidamente el pulso<br />

natural.<br />

Pude conseguirlo antes de un minuto. Noté entonces que veía al<br />

jaguar. El felino observaba atento, sentado justo donde antes se<br />

hallaba el anciano.<br />

Pronto caí en la cuenta de que no había llegado a abrir los ojos.<br />

Lo hice y me desconcentré. La visión del animal se nubló cual si<br />

me cayese agua sobre la cara y volví a ver al hombre.<br />

¿Qué pasó?- solté el tronco y tomé asiento nuevamente.<br />

-Cuando te alineaste al ritmo universal, yo no veía más que al árbol<br />

al que estabas asido. Lo diferente resultaba ser cuánto brillaba<br />

él. Tu vida, la vida humana, es capaz de provocar enorme esplendor<br />

a otros seres.<br />

-Esto fue extraño, lo reconozco, pero por favor explíqueme qué es<br />

lo que sucede. No creo ser yo el especial sino todo lo que nos rodea<br />

por aquí.<br />

-En parte tienes razón- me alivió. Pero sólo en una parte pequeña.<br />

82


-¿Qué parte?- la serenidad del viejo me excitaba. Tenía las horas<br />

contadas para hallar a Nikei y seguíamos allí charlando.<br />

-Ten algo de paciencia- respondió. –La chica estará bien si haces<br />

lo debido. Pero debes mantenerte centrado en ti mismo. Usa lo<br />

aprendido en tus entrenamientos marciales.<br />

-De acuerdo- comprendí. Era imperioso equilibrarme en todo aspecto;<br />

hacer a un lado la ansiedad.<br />

-Bien- prosiguió. –Tú eres especial; yo soy especial; cada uno es<br />

especial, y no por ello dejamos de ser especiales. Hay humanos<br />

que no tienen las posibilidades que nos da nuestra particularidad.<br />

Por ejemplo los niños down. Ellos no cuentan con la aparente<br />

impureza que sí tenemos tú y yo. Son simplemente puros y ven<br />

las cosas de una sola manera. Ellos sí son normales, en contraposición<br />

a nuestra situación “especial”.<br />

El hombre aguardó un momento y continuó explicándome: -Desde<br />

niño he admirado a los jaguares. Tan identificado me sentía y me<br />

siento con ellos, que cuando estuve listo para ser hombre y unirme<br />

así a la Naturaleza, los sabios de la tribu me nombraron “Mayira”,<br />

que en mi antigua lengua significa “Jaguar del Cambio”.<br />

-Mi espíritu- siguió explicando –es tanto humano como jaguarezco.<br />

Por eso cuando ves más allá de lo físico (cosa que puedes<br />

hacer si entras totalmente en ritmo con la madre tierra), soy para<br />

ti un jaguar.<br />

-Los soldados que ahuyenté no me veían como tal, sino que tenían<br />

ante sí la estampa del antiguo y venerado Inca Mayira, legendario<br />

gran cacique de estas regiones.<br />

-¿Pero cómo es que esa gente te conoce?- me intrigué.<br />

-Antes no sabían de mí. Nunca habían oído mi nombre ni de mis<br />

fabulosas anécdotas. Pero meses atrás, primero en sueños y lue-<br />

83<br />

go en persona, Mayira se encargó de ir recuperando su fama y<br />

respeto.<br />

-Pero...<br />

-No es que me interese el poder; nada de eso. Era necesario que<br />

me fuesen conociendo para poder ayudarte a ti, Gustavo.<br />

Me sentía con una gran responsabilidad sobre los hombros, aunque<br />

no sabía bien de qué.<br />

-El nombre Mayira se me otorgó porque, en mi época, yo debía<br />

acompañar al pueblo para que cruzara barreras impensadas. Mi<br />

gente estaba lista para ingresar a una época de cambios. Cambios<br />

tan fuertes que podrían trastocar cualquier estructura científica<br />

o religiosa.<br />

-¿Y pudiste hacerlo?<br />

-Pude.<br />

-Sé que piensas que estás hablando con un fantasma. Si llamas<br />

fantasma a un ser diferente al ciudadano intermedio, que viaja en<br />

auto, vive linealmente su vida hasta que muere, etcétera, etcétera,<br />

entonces sí soy un fantasma. Pero prefiero que me consideres<br />

como un amigo, que ha venido a darte una mano con los cambios<br />

que se avecinan.<br />

-¿Cómo es que cada tanto viajo en el tiempo sin intentarlo ni saber<br />

de qué forma se logra?- quise saber.<br />

Mayira me vio sonriente y dijo: -Cuando naciste, ¿Sabías concientemente<br />

cómo respirar, o cómo hacer latir tu corazón?<br />

-No es aún momento para explicar eso- continuó. –Primero debes<br />

aprender a manejar el equilibrio vital.<br />

84


-¿Cómo es eso?- las cosas que me ocurrían resultaban muy interesantes.<br />

Di gracias a Dios por ello. Me sentía ya con más fuerzas<br />

para avanzar hacia lo que fuese.<br />

-Gran parte consiste en esa actitud- respondió.<br />

-¿Qué actitud?<br />

-La de dar gracias al Todopoderoso; aceptar con felicidad la ruta.<br />

¡¡¡Mírame!!!- gritó y comenzó a achinar sus ojos consiguiendo que<br />

yo hiciera lo mismo.<br />

El alarido inesperado me acababa de desestabilizar emocionalmente.<br />

Traté de volver a concentrarme y viendo al anciano Inca<br />

con cierta especie de desenfoque, noté un brillo claro rodeando su<br />

contorno.<br />

-Ahora estás viendo cómo funciona mi cuerpo. ¿Qué tal ando?...<br />

¿Todo clarito?; es porque carburo al pelo.<br />

-Yo...- iba a contarle del episodio anterior en que me había sucedido<br />

algo parecido. Pero me interrumpió con un: -Lo sé- y prosiguió<br />

su cátedra.<br />

-...Ya que te duele la cabeza y tienes fiebre bastante alta, puedes<br />

aprovechar a observarte tú mismo.<br />

-¿Cómo lo hago?<br />

-Tan sólo mírate, no tienes el impedimento físico al que estabas<br />

acostumbrado y que da de comer a los fabricantes de espejos.<br />

Lo intenté. Pude verme por completo. Mi contorno era muy brillante;<br />

blanco por todos lados excepto a la altura del hígado, donde<br />

aparecían manchas difusas de otros colores. Mi cabeza, relucía<br />

con cierto tono amarillento.<br />

-Como ves- dijo, -el origen de tu jaqueca está en el hígado. Mientras<br />

merendabas en Buenos Aires, ayer por la tarde, coloqué en el<br />

85<br />

termo con el que cebabas tu mate una sustancia dañina para el<br />

metabolismo hepático.<br />

-¿Eh? ¿Por qué hiciste eso?<br />

-Para poder incluir en mi explicación una parte práctica. Lo que<br />

ambos podemos ver, esa especie de “aura”, no es ninguna cosa<br />

paranormal o esotérica, tampoco es siquiera un fenómeno espiritual.<br />

Se trata de una propiedad de la química con la que funcionan<br />

multitud de organismos vivientes. Miles de reacciones que<br />

suceden a nivel celular, intracapilar, etc., poseen cierta emisión<br />

luminiscente. Como las luciérnagas, sí; aunque de muchísima<br />

menor intensidad.<br />

-Esto que te cuento es sabido por los científicos hoy día, pero lo<br />

que aún no acaban de aceptar, por la forma en que encaran sus<br />

investigaciones, es el resultado de la superposición de todas esas<br />

reacciones emisoras de luminiscencia.<br />

-Los científicos- continuó, -intentan llegar al meollo del asunto.<br />

Siguen y siguen entrando a nivel cada vez más microscópico, para<br />

comprender “por qué” o más bien “cómo” ocurre lo que les parece<br />

estar observando.<br />

-El yerro reside en dudar tan metódicamente de la observación<br />

directa. También hay error en desmembrar cosas que son lo<br />

mismo, como por ejemplo tú, que me veías con forma de jaguar y<br />

dabas por sentado que se trataba de un ser diferente al anciano.<br />

Luego intentaste comprender mediante la idea de que me transformaba,<br />

también falsa.<br />

-Bueno, dejémonos de tanta perorata y pasemos a los hechos-.<br />

Dicho esto, se puso de pie.<br />

-Ahora tienes que “curarte”. No necesitas interactuar desde el<br />

nivel microscópico con el problema, ingresando, por ejemplo, una<br />

86


droga en tu organismo. La forma más simple de lograrlo es actuando<br />

en orden macroscópico directamente.<br />

-Cuando deseas subir el volumen de tu equipo de música, ¿Qué<br />

haces?<br />

-Giro la perilla- respondí.<br />

-Así es. Y no te pones a discernir sobre cómo el girarla varía voltajes<br />

dentro del circuito del minicomponente, para lograr que la<br />

intensidad sonora aumente tal cual deseabas.<br />

-Sólo mueves la perilla; que fue diseñada para ello.<br />

-Así también, cuando empezaron los tiempos conocidos, los seres<br />

vivos fuimos diseñados para poder repararnos con facilidad.<br />

-Entiendo- creí ir comprendiendo lo que trataba de explicarme.<br />

Era como si uno intentase cambiar el volumen, o mover el dial,<br />

introduciendo elementos extraños dentro del equipo, buscando<br />

maniobrar con pequeños destornilladores, en lugar de dar un giro<br />

a la perilla respectiva.<br />

-Cuando tú te uniste al árbol, le diste muchísima luz- prosiguió<br />

Mayira. –Esa capacidad de manipular, de “pintar” con luces de<br />

diferentes colores, la obtenemos del espíritu.<br />

-El espíritu (y aquí algo muy importante), interacciona con el<br />

cuerpo físico. Considerarlos por separado completamente, lleva a<br />

inevitables errores.<br />

-Lo único que necesitas para curar tu hígado y así la jaqueca, es<br />

poner blanca esa zona de tu luminiscencia.<br />

-¿Cómo lo haces?- continuó sin que llegara a preguntarle, -pues<br />

tan sólo inténtalo. Así como cuando eras niño aprendiste a pintar<br />

con pinturitas, ahora aprenderás a colorear por medio del pincel o<br />

la acuarela de tu espíritu.<br />

87<br />

-Comienza con las manos; son las que normalmente mejor se manejan.<br />

Extendí ambos brazos y vi mis palmas luminosas antes de comenzar<br />

la... curación, o la pintura.<br />

Sin dificultad, fui pasándolas por la zona manchada y poco a poco<br />

logré volverla clara; bien, bien blanca. La luminosidad de mi cabeza<br />

perdió automáticamente el tono amarillento. Junto con eso,<br />

la migraña desapareció.<br />

-¡Bien hecho!- se alegró el anciano. –Nikei estaba acertada cuando<br />

te escogió.<br />

Yo sólo sonreí, pese a que no me cerraba que la chica islandesa<br />

me hubiese elegido.<br />

Mayira siguió con su enseñanza: -Será muy difícil que pierdas de<br />

vista esta forma de curar, ahora que la conoces. Lo que tan fácilmente<br />

realizaste a nivel macroscópico, produjo el óptimo reacomodamiento<br />

microscópico y te curó. Muy improbable hubiese<br />

sido el conseguir semejante cura con los métodos que aún emplean<br />

los médicos contemporáneos.<br />

-Mas como te dije antes, soy Mayira- dijo esto, dio media vuelta y<br />

se perdió de vista.<br />

Lo que acababa de aprender, esa herramienta fabulosa que siempre<br />

tenía conmigo y no conocía, era increíble. Tuve ganas de gritar<br />

al mundo mi nueva verdad. Todos necesitaban saberlo.<br />

Pero antes, la situación que nos aquejaba debía resolverse: mi<br />

Capitán estaba herido de bala, en manos de nuestros supuestos<br />

amigos, que no buscaban otra cosa más que apoderarse de valiosa<br />

tecnología militar.<br />

Nikei me preocupaba también. De alguna manera suponía que<br />

pudiese estar a salvo, pero igual quería rescatarla antes de que<br />

88


llegase a sus veinticuatro. El corazón me latía fuerte cuando pensaba<br />

en ella.<br />

Oculto tras el grueso árbol, acomodé mi ropa, ajusté la harapienta<br />

campera de aviador que ya me había salvado algunas veces la vida<br />

y tracé mi plan: “Ahora yo era capaz de curar a Varis sin ayuda<br />

médica. Una vez hecho esto, podríamos abordar el YP-18 y partir.”<br />

Me asomé. Bajé cuerpo a tierra y puse manos a la obra...<br />

89<br />

CAPÍTULO IV<br />

90<br />

Surinam<br />

Estaba casi reptando entre los pastos. Me guiaba por los disparos,<br />

gritos, fogonazos y la tímida claridad lunar. Si aún estábamos<br />

de madrugada, tenía más tiempo para rescatar a Nikei.<br />

¡Un momento! Probablemente la chica conociese técnicas para<br />

esconderse como las que yo aprendí con Mayira. De ser así, tal<br />

vez nunca hubiese salido del avión. Cuando los soldados entraron<br />

a revisar, simplemente no la habían visto. Ella estaba allí,<br />

mimetizada.<br />

Frente a mi suposición, el resultado de los escaneos había resultado<br />

negativo. Aunque Nikei pasase desapercibida a simple vista,<br />

no podría haber esquivado los rastreos del aparato. Al menos, eso<br />

creía.<br />

Esté o no la chica allí, lo inmediato era rehabilitar al piloto argentino.<br />

Con sumo cuidado me arrastré hasta la casilla de cemento. Los<br />

soldados brasileros no se sorprendieron con mi presencia. Quizá<br />

para ellos sólo me hubiese ausentado unos instantes.<br />

Varis parecía desfallecido. Gradué mi vista jugando con el desequilibrio<br />

emocional y con el enfoque. Pronto logré percibir la luminiscencia.<br />

Se veía extremadamente tenue.<br />

Su estado me preocupó. Yo había probado cambiar los colores de<br />

la luz, pero no sabía cómo reencenderla si se había apagado.<br />

Tal vez... si intentase algo parecido al momento en que me abracé<br />

al árbol... Mayira había dicho que la planta tomó gran brillo gracias<br />

a mí.


No quería apretujar al Capitán de aquella forma. Mas había quedado<br />

en mi recuerdo una sensación especial del abrazo al tronco.<br />

Si no me equivocaba, se trataba de algo relacionado con el amor.<br />

Sí, eso era. Había sentido como si fluyese amor entre el vegetal y<br />

yo.<br />

Alcé las manos. Rozagaban de brillo blanquecino. Puse la derecha<br />

sobre el corazón del Capitán y la izquierda en su cabeza. Me<br />

concentré. Deseaba que se pusiese bien.<br />

La salud del piloto fue incrementándose, pero yo tenía menos incandescencia.<br />

Empecé a respirar con cierta dificultad.<br />

Quité las manos. Unas inspiraciones de aquel aire con aroma<br />

selvático me ayudaron.<br />

Antes de que se le fuese nuevamente la luz, haría la curación.<br />

Presté atención a los distintos tonos. La porción marcada por los<br />

balazos aparecía intensamente roja. Desde allí, se esparcían<br />

manchones verdosos, azulados, amarillos, en todas direcciones.<br />

Usé el pincel de mi palma y, tal cual lo había hecho conmigo, fui<br />

limpiando los colores hasta dejarlos blancos.<br />

Surgieron algunas tosidas y el Capitán despertó.<br />

-¡¿Dónde está mi arma?!- uno de los brasileros le indicó que ya no<br />

tenía munición.<br />

-¿Y su herida?- el hombre había visto cuando lo impactaron y<br />

ahora se extrañaba de la repentina mejoría.<br />

Varis vio su hombro. La campera estaba perforada por delante y<br />

por detrás; pero su piel se encontraba intacta.<br />

Me echó un vistazo y dijo al carioca: -Mi compañero es médico.<br />

91<br />

El otro asintió sin entender mucho y siguió disparando. Resuelto<br />

eso, hizo seña con la cabeza para que diéramos la vuelta y nos<br />

metiésemos dentro de la casilla de cemento que nos protegía.<br />

Valiéndonos de dos o tres desplazamientos rápidos, entramos.<br />

Medía dos por dos. Junto a la pared donde se abría el único ventilete<br />

rectangular cerca del techo, estaban dispuestas dos sillas<br />

rústicas y una mesa tipo escritorio de oficina. Nos acomodamos<br />

allí. Imaginé que Varis tendría muchas dudas.<br />

-No sé cómo me curaste- comenzó, -pero te lo agradezco. Hasta<br />

ahí llegaba su escueta curiosidad.<br />

-Dime cuál es la situación actual, para poder marcar nuestro<br />

plan- indicó.<br />

Responderle sin irme por las ramas, requería realizar un raudo<br />

raconto de lo sucedido, separando las cosas que todavía no habían<br />

ocurrido de las que sí.<br />

-Corvaida tiene tres efectivos heridos. No sabemos si algún secuestrador<br />

ha sido alcanzado. El Comandante aseguró que no<br />

podrían despegar nuevamente y existen dudas sobre la presencia<br />

de Nikei en el avión.<br />

-Nikei... la chica rubia... tu novia... sí; está allí. Lo recuerdo del<br />

tiempo que estuve inconsciente. De alguna forma pude hablar<br />

con... espíritus. Debo haber estado casi muerto.<br />

Y continuó: -Me dijo que estaba escondida, muy escondida. Pero<br />

seguro que se encuentra allí.<br />

-Bien- me alegré. –También tengo la fuerte sospecha de que los<br />

militares brasileros nos impedirán partir. Quieren robar la tecnología<br />

del Huarpe.<br />

-¡Robarnos!- Varis frunció la frente. –No lo creo; hace unas cuantas<br />

semanas hicimos entrega de diez aviones como éste a la Fuer-<br />

92


za Aérea Brasilera. Tenían mucho interés entonces, pero ahora<br />

pueden revisar los YP-18 propios si lo desean.<br />

No sabía que Brasil contaba con esos jets. Mi hipótesis anterior<br />

de que Corvaida nos enviaría en vuelo comercial para quedarse<br />

con nuestro avión, era definitivamente falsa.<br />

-Volvamos a la nave- definió mi Capitán y sin darme tiempo a<br />

preguntar nada se asomó, le indicó algo a Corvaida y salió corriendo.<br />

Por su gesto comprendí que debía seguirlo, así que emprendí<br />

también veloz carrera.<br />

Mientras nos acercábamos al Huarpe, el fuego brasilero tomó inusual<br />

intensidad; los islandeses necesitaron cubrirse y no nos<br />

disparaban.<br />

Llegamos. Subimos cada uno donde correspondía y Varis hizo<br />

descender los vidrios cobertores.<br />

-Esta nave cuenta con munición termodirigida selectiva. Teclea<br />

cero, seis, dos, dos- ordenó.<br />

En pantalla aparecieron multitud de puntitos. El Capitán explicó<br />

que cada peca era un individuo u otro objeto con irradiación térmica.<br />

-Marca once para seleccionar únicamente a las personas. Usando<br />

ahora la palanca negra que sale de la izquierda del monitor mayor,<br />

intenta seleccionar la zona donde está detenido el avión de<br />

los captores.<br />

-¡Listo!- avisé.<br />

-Bien hecho. Toma el control con el que destruiste misiles en<br />

vuelo. Ubica la cruz gris sobre cada punto y dispara varias veces.<br />

Si el individuo está tras el acero del fuselaje, los disparos irán perforándolo<br />

hasta alcanzar su objetivo.<br />

93<br />

-Un momento- nos detuve. –No voy a matar gente como si estuviéramos<br />

en la guerra.<br />

Varis no respondió. Produjo la apertura de los habitáculos y me<br />

cambió el lugar.<br />

Minutos mas tarde, los secuestradores que aún permanecían en<br />

pie bajaron de su avión gritando y agitando prendas blancas para<br />

asegurar que se rendían.<br />

Llegaron ambulancias y más militares. Fueron esposando a los<br />

islandeses, trasladándolos a prisión y recogiendo cuerpos inertes<br />

que yacían aquí y allá.<br />

-Me permitirías dar una mirada- Corvaida se refirió al Capitán<br />

indicándole la posición del Huarpe.<br />

Se dirigieron al trote hacia allí. Al parecer, el brasilero buscaba<br />

alguna cosa dentro de mi cubículo; por el suelo, detrás de la butaca...<br />

Nada aparecía.<br />

-¿No has visto una especie de pequeña estrella de mar amarilla?me<br />

cuestionó.<br />

Un escalofrío recorrió mi columna. Varis notó mi incomodidad y<br />

negó cortamente con su cabeza.<br />

-No. No he visto- respondí.<br />

-Bien, disculpen la molestia- se excusó.<br />

Ambos militares terminaban de descender del aparato cuando un<br />

fuerte sonido nos desconcertó: Las turbinas del aeroplano islandés<br />

tomaron rápidamente movimiento. el vehículo giró ubicándose<br />

para carretear y sin que pudiesen interponérsele, adquirió suficiente<br />

velocidad y despegó.<br />

94


-Ya no quedaba nadie dentro...- el Comandante brasilero se veía<br />

confundido.<br />

-Tal vez algún error de escaneo- lo disculpó Varis.<br />

-¡Buena suerte!- deseó de la Corvaida. Abrochamos cinturones;<br />

ok para partir; abajo escotillas y...<br />

-Aquí vamos de vuelta- sonrió mi Capitán mientras nos despegábamos<br />

del suelo.<br />

-Uno de los que va en el avión tiene que ser Nikei- razoné en voz<br />

alta. –El otro es un piloto.<br />

-Salvo que tu chica sepa volar- rio Varis.<br />

-No creo- dudé. El escaneo indicaba un solo individuo a bordo,<br />

mas ambos teníamos la seguridad de que algo fallaba. Nikei estaba<br />

allí, pese a lo que indicasen las computadoras.<br />

Durante tres horas perseguimos la nave nórdica sin intentar contacto.<br />

Poco antes de alcanzar la costa caribeña, el enemigo viró tratando<br />

de volar a nuestra cola.<br />

Varis expectoró una carcajada. Hizo una maniobra pequeña y<br />

nos ubicó nuevamente en segundo lugar.<br />

-No tiene idea si piensa competir con la maniobrabilidad de su<br />

cacharro. Los haremos descender de una vez por todas.<br />

Dicho esto, oí que tecleaba algo en sus comandos.<br />

-“Ala derecha”- gritó y disparó una especie de rayo luminoso. La<br />

línea celeste brillante alcanzó instantáneamente a los islandeses.<br />

El tercio externo de su ala diestra estalló y se desprendió, cayendo<br />

en lo profundo de la selva.<br />

-¿Y eso?<br />

95<br />

-Armas secretas- se mofó el Capitán. –No preguntes.<br />

Desde el aparato herido nos llegaba humo. Poco a poco, ambos<br />

fuimos reduciendo altitud.<br />

-Unas treinta millas más adelante hay una pista abandonada.<br />

Ese es el sitio obligado para descender. Cuando aterricemos, estaremos<br />

solos contra ellos.<br />

-Me comentaron que enseñas karate- continuó.<br />

Mi arte marcial no era específicamente ese, así que lo aclaré: -<br />

Taekwon-do, no karate.<br />

-Bien, como sea; es posible que lo necesitemos allá abajo.<br />

-No hay problema- acepté.<br />

-Por cierto- Varis se torció hacia atrás como para verme por alguna<br />

rendija, -¿De qué se trata aquello de la estrella de mar amarilla?<br />

-No lo sé realmente- empecé. –La noche pasada en Capital, ocurrieron<br />

multitud de cosas extrañas. Una de ellas fue lo de la estrellita.<br />

Apareció de la nada; es una forma amarillenta, como si<br />

fuese un bicho bastante grueso, pero de increíble inteligencia.<br />

-Me gustaría explicarte más; lo que pasa es que ni yo lo tengo claro.<br />

-De la Corvaida me confió que una de las advertencias que habían<br />

recibido...- comenzó a explicar el Capitán.<br />

-¿Sabe de las advertencias?- lo interrumpí.<br />

-Algo. Me contó el brasilero mientras buscábamos la estrella.<br />

-Te decía- prosiguió, -que el segundo llamado recibido por Corvaida<br />

le avisaba de nuestra llegada y refería un arma biológica letal,<br />

96


aparentemente almacenada en la susodicha estrella, que llevaríamos<br />

con nosotros.<br />

-Esas amenazas suenan a patrañas sin fundamento, apuntadas a<br />

complicarnos las cosas- me quejé razonadamente. –Lo extraño es<br />

que supieran lo que iba a ocurrir.<br />

-No tan extraño- creyó Varis. –Todo esto puede haber estado armado,<br />

quizá para favorecer enemistades entre nuestros países o<br />

alguna tramoya por el estilo. Nunca te puedes imaginar hasta<br />

dónde llegan los gobiernos cuando de política internacional se trata.<br />

-¿Le parece?...- no me di cuenta que ya distábamos centímetros<br />

de la pista. Otra vez el asfalto firme bajo nuestros cauchos acababa<br />

la sensación de flote.<br />

-¿Preparado?- revistó Varis mientras nos deteníamos a escasa distancia<br />

del avión islandés.<br />

-¡Siempre listo!- respondí.<br />

Destrabé mi cinto en equis, descendimos y nos acercamos con<br />

precaución.<br />

Mi Capitán no tenía munición así que estábamos iguales.<br />

Cautelosamente nos metimos por el hueco de las escotilla que<br />

había sido volada en Brasil... un pasillo con alfombra de cuero,<br />

butacas... nadie.<br />

-No hay moros en la costa- se ofuscó Varis. -¿Cómo puede ser?<br />

-¡Aquí!- indiqué. Moví unas tapas y acurrucada junto al matafuegos<br />

estaba ella.<br />

-¡Nikei!- grité de alegría. La chica se puso de pie con dificultad y<br />

me abrazó como garrapata.<br />

Salimos así del aeroplano.<br />

97<br />

-Tuve mucho miedo- me confió.<br />

-Ya estamos a salvo- dije y sentí la enorme necesidad de besarla.<br />

Nos veíamos uno dentro del otro a través de nuestros ojos.<br />

El cariño rebalsaba y nos besamos. Profundamente, nos besamos.<br />

-Estamos en Surinam- confirmó el Capitán mientras nos alejábamos<br />

de la pista.<br />

-¿Quién conducía tu transporte?- pregunté.<br />

-Es muy difícil de encontrar. Sabe esconderse como yo. Cuando<br />

ustedes dos subieron- Nikei nos vio a ambos- el hombre estaba a<br />

bordo. Pero no perdamos tiempo rastreándolo; hallarlo resultaría<br />

casi imposible.<br />

Varis no estaba muy convencido, pero recordaba a la chica de su<br />

cuasifallecimiento y ello lo mantenía callado.<br />

-No nos queda suficiente combustible- informó. Deberemos llegar<br />

a pie hasta Paramaribo y retornar luego.<br />

-¿Qué prefieren hacer?- nos indagó. –Pueden venir conmigo o esperarme.<br />

-No te dejaremos solo Capitán- coincidimos con Nikei.<br />

-En ese caso: ¡Adelante!<br />

...<br />

La selva de Surinam resultaba bellísima. Al menos en ese sitio,<br />

saltaban a la vista la variedad de colores vivos. Flores, frutos,<br />

hojas nervadas de diseño más que artístico... Se incluían también<br />

los pájaros y roedores, que correteaban sin temor.<br />

98


-¿Cuántos años tenés, Nikei?- recordé que pronto cumpliría veinticuatro,<br />

así que quise darle la oportunidad de que dijera “veintitrés”.<br />

-Es importante que hablemos de eso. Me quedan unas horas nada<br />

más. Cumplo veinticuatro exactamente a las catorce y cinco.<br />

Vi mi reloj. Daba las doce menos diez, mas yo lo había adelantado<br />

una hora cuando andaba por Brasil.<br />

-¿Las 14:05 hora argentina?<br />

-Sí-. Nikei se veía nerviosa. Supuse que había olvidado lo de su<br />

cumple y ahora que yo se lo recordé, volvió a caer en aquella angustia.<br />

-Lo había olvidado. No sé cómo pude... Si no me lo decías me<br />

hubiese acordado demasiado tarde.<br />

El Capitán seguía avanzando sin hacer preguntas. De vez en<br />

cuando revisaba la brújula y corregíamos nuestro rumbo.<br />

-Necesitamos acampar por aquí- me refirió mi nueva novia al oído.<br />

-Pero estamos en medio de la selva...<br />

-Cuando pasemos por algún claro; donde podamos abrir la carparogó<br />

Nikei.<br />

-¿Qué carpa?<br />

Dentro de una mochilita como las que usan las adolescentes en la<br />

ciudad, tenía guardada una iglú autoarmante.<br />

-¿Siempre llevas una contigo?- bromeé.<br />

-La tomé del avión. Había más de éstas donde me oculté.<br />

Pronto arribamos a un sitio libre de plantas relativamente amplio.<br />

99<br />

-¡Capitán?- lo llamé. El hombre iba treinta metros más adelante,<br />

abriendo camino con machete y revisando la dirección que llevábamos.<br />

-Necesitamos acampar aquí- el paraje era de los más confortables<br />

que habíamos cruzado.<br />

-¿Tienen con qué?<br />

-Sí, mi novia trajo consigo una tienda inflable. Tal vez tengamos<br />

problema con el tema líquido. ¿A cuánto estaremos de la ciudad?<br />

-Paramaribo dista cuatro horas más de caminata hacia el norte, si<br />

mis cálculos son correctos-. Sacó un trozo de papel y esbozó un<br />

pequeño mapa. –Yo seguiré adelante. Ustedes aguarden aquí que<br />

pasaré de regreso. Tienen un curso bastante potable a diez minutos<br />

hacia el oeste.<br />

-¡Buena suerte!- lo saludó Nikei, que ya deseaba que se fuese.<br />

Le di la mano. –Nos vemos- dijo amistosamente, dio media vuelta<br />

y partió.<br />

Cuando se alejaba, noté la banderita argentina que portaba en su<br />

manga derecha. Revisé mi campera de aviador y también tenía<br />

una.<br />

Nikei ya había abierto la carpa iglú. estaba sentada en su interior<br />

con ambos pies descalzos afuera, esperándome para hablar.<br />

Junto a ella me agaché; nos tomamos por la cintura y volvimos a<br />

besarnos. Diez minutos más tarde, la cosa se ponía ardiente y<br />

decidimos frenar.<br />

-Contame- le pedí.<br />

Ella aún mantenía la inercia de nuestras caricias y necesitó que le<br />

insistiese.<br />

-Dale, contame lo de las sirenas y tus veinticuatro.<br />

100


-Cierto- se incorporó.<br />

-Nos habíamos quedado cuando papá conoció a mamá.<br />

-¿Sos hija de la sirena?<br />

Nikei sonrió. –“Cuando se vieron más allá del encanto sonoro que<br />

provocaba la voz de mamá, uno y otro quedaron completamente<br />

prendidos. Mamá volvió a sumergirse.<br />

Sobre la isla, el abuelo estaba apenado. Temía haber desatado la<br />

furia del océano. Pero lo alegraba que su hijo permaneciese aún<br />

con vida.<br />

-¿Qué es lo que hiciste?- quiso saber mi padre, entre confundido y<br />

ofuscado por la desaparición de su sirena.<br />

-Hablé en el idioma del mar- se lamentó el abuelo. –Tuve que<br />

hacerlo para evitar que te ahogues. Si seguías avanzando entrarías<br />

al agua sin pensarlo y tú no respiras con branquias como las<br />

sirenas.<br />

A papá le extrañó que esa joven tan bella tuviese branquias. Las<br />

vetas aletadas que conocía de los peces, se verían desagradables<br />

sobre la chica.<br />

-Si mal no sé- explicó el abuelo, cuentan con un sistema branquial<br />

incorporado dentro de su nariz. Son el anfibio perfecto.<br />

-Y ahora qué hacemos- desesperó mi padre. Sentía quebrado el<br />

corazón. Prefería haberse ahogado que seguir viviendo sin la sirena.<br />

Pero mamá no pensaba desaparecer. Al sumergirse había ido en<br />

busca de Mandadra, para rogarle que le permitiese salir del medio<br />

líquido. Si lo hacía, sería para siempre.”<br />

-¿Quién es Mandadra?- interrumpí.<br />

101<br />

-Es la madre mayor de todas las sirenas. No existen sirenos, ya<br />

que en el mar, estas mujeres procrean solas. En cierta etapa de<br />

sus vidas –al cumplir un ciclo completo-, dan a luz un ser diminuto<br />

que luego crece y se transforma en sirena adulta.<br />

Recordé la estrella de mar. –¿Sabés algo de una estrella de mar<br />

amarilla parlante?<br />

-¡Yoli!- se alegró. –Es mi mascota. Tiene diez años. Si vuelve al<br />

agua seguirá creciendo hasta el tamaño adulto.<br />

-¿Dónde está? ¿La tienes tú?- me miró con ansiedad.<br />

-La última vez que la vi fue en la embajada de Islandia. Venía con<br />

Sebastián y yo, y de repente se escapó para meterse adentro.<br />

-Habrá sentido mi presencia. Las estrellitas son muy sensibles;<br />

pueden percibir olores, sonidos y otras cosas a decenas de kilómetros.<br />

Más aún si están en el agua.<br />

-Yo creí que era el Sargento de la esquina que se había transformado-<br />

confesé.<br />

Nikei rio.<br />

-¿Y cómo es que llegó a mi... calzoncillo?<br />

-¡A tu calzoncillo! Ja, ja. Normalmente buscan sitios húmedos,<br />

por eso subió hasta allí.<br />

-Cuando volvieron los del consulado y echaron las granadas de<br />

gas anestésico, supuse que no haría a tiempo para escapar, así<br />

que solté a Yoli cerca tuyo.<br />

-¿Vos no te desmayaste con el gas verde?<br />

-No. Es una mezcla que preparan con frutos del mar. No conozco<br />

la formulación completa, pero por algún motivo tiene un efecto<br />

mucho más lento sobre mí.<br />

102


-Frutos del mar- recordé. –Con razón el olor a pescado podrido.<br />

-Tiene un aroma muy desagradable. Lo sé- dijo Nikei e hizo una<br />

pausa.<br />

-Hay muchas cosas que debes saber. Existen verdades y posibilidades<br />

que nunca has imaginado. Mayira ya te enseñó la manera<br />

natural de sanar.<br />

-¿Cómo es que conocés a Mayira?<br />

Nikei pensó un instante, como intentando resumir ideas.<br />

-Hay dimensiones- inició. –Por ejemplo tenemos el lugar físico y el<br />

tiempo. Esas las identifica toda la gente, aunque cometen una<br />

especie de error al pensarlas como cuatro, porque en realidad son<br />

sólo dos. Lo que llaman alto, ancho y largo son únicamente propiedades<br />

de la dimensión espacial. Seguro eres capaz de imaginar<br />

que de movernos en el tiempo, podríamos hacerlo hacia atrás o<br />

hacia adelante (lo que equivaldría al largo); pero además sería factible<br />

desplazarse a tiempos paralelos, como si nos moviéramos al<br />

costado. Esta última, es otra propiedad de la dimensión temporal,<br />

que sólo tiene dos (no tres como la espacial).<br />

-Haber si entiendo- la detuve. –Hasta ahora hablamos de dos dimensiones:<br />

el espacio y el tiempo.<br />

-Así es- aprobó.<br />

Y compilé un poco más: -El espacio tiene tres propiedades: alto,<br />

largo y ancho. El tiempo, en cambio, tiene dos. ¿Cómo se llaman?<br />

-El nombre no importa. Podrías llamarle lineal y paralela. Todos<br />

nos movemos indefectiblemente hacia adelante por el camino lineal,<br />

mientras estamos con forma física.<br />

-¿Quieres decir que es posible no estar en “forma física”, como le<br />

llamas?- me intrigué.<br />

103<br />

Nikei era hermosa. La nariz delicada, los ojos claros y sinceros, el<br />

cabello largo y suave como el oro. La estaba observando con gran<br />

placer y de improviso desapareció.<br />

-¡Nikei!- desesperé. -¡¿Dónde estás?!<br />

-Tranquilo- volteé y se hallaba sentada donde hacía un instante<br />

se esfumase. –Acá estoy. No me fui.<br />

-¿Qué ocurrió?- volví a acomodarme junto a ella y la tomé de la<br />

mano, por si se le ocurría volver a desaparecer.<br />

-Me moví en la dimensión espiritual. Todos lo hacemos al morir,<br />

pero como sucede con el tiempo, no solemos interactuar con ella,<br />

al menos mientras somos físicos. También nos movemos en esta<br />

dimensión al nacer.<br />

-¿Y cuántas propiedades tiene?- quise saber.<br />

-Muchas; yo no las conozco bien, ya que es una de las dimensiones<br />

más valiosas y se va aprendiendo de a poco.<br />

-Vos mismo estuviste desplazándote algo por ella.<br />

-¿Yo?<br />

-Cuando te uniste al árbol, que Mayira me contó lo lograste rápido<br />

y bien, diste un paso hacia otro... plano, u otra fase de tu forma<br />

física. Yo lo practico hace tiempo, así que me resulta fácil.<br />

Dicho esto, dejé de verla por un instante y de inmediato reapareció.<br />

-No hagas eso- le pedí. Aunque había intentado sujetarle fuertemente<br />

la mano, sólo conseguí cerrar mi puño cuando ella se esfumó.<br />

-Ahora nos moveremos juntos- dijo esto y me besó. –Lo que descubriste<br />

por vos mismo a cerca del pulso del Universo, es clave.<br />

El pulso del Universo consiste en partes de esta dimensión. Así<br />

104


como el tiempo podés contarlo en segundos –por ejemplo- y el espacio<br />

en centímetros, hectáreas o litros, según cuanto desees<br />

abarcar, también se cuantifican las otras dimensiones.<br />

-Para terminar de explicarte lo del pulso, debes saber que las dimensiones<br />

no son completamente independientes unas de otras.<br />

La medida de la espiritual depende especialmente de vos mismo.<br />

Combinando todas las medidas (la de cada uno de los seres), se<br />

llega al pulso universal, que es el que sentiste.<br />

-Otra dimensión es la individualidad, pues. E interactúa grandemente<br />

con la espiritual.<br />

-Cuando tratás de desplazarte a una fase diferente, lo hacés según<br />

tu propia característica individual. Por eso, cada quien pasa<br />

a fases diferentes y es casi imposible encontrar a alguien desaparecido<br />

(entre comillas).<br />

-¿El piloto de tu avión había hecho esto?<br />

-Sí. Por lo que sé, él es como yo: mestizo.<br />

-¿Mestizo entre humano y sirena?<br />

-Las sirenas también son humanas- me aclaró Nikei. Evolucionaron<br />

con propiedades anfibias por miles de años, pero tenemos un<br />

origen común. Con respecto al piloto, no sé quienes fueron sus<br />

padres, pero estoy segura de que es hijo de una sirena.<br />

-¿Cómo se llama?<br />

-Kosinoi. Tiene cincuenta y pico, por lo que atravesó ya varios ciclos.<br />

-¿Un ciclo son veinticuatro años?- deduje.<br />

-Exacto. En nuestro mundo, un ciclo son veinticuatro años.<br />

Otra vez quise hacer un raconto: -Ya hablamos de cuatro dimensiones:<br />

espacial, temporal, espiritual e individual. Cada una tiene<br />

105<br />

sus propiedades. No son independientes entre ellas. Por otro lado,<br />

vos sos mestiza y conocés a otro mestizo más viejo. Las sirenas...<br />

terrícolas ¿digo bien?<br />

-Sí.<br />

-Cumplen un ciclo cada veinticuatro años, y tienen un hijo.<br />

-No hay por qué concebir a fin de ciclo; sólo si una lo desea.<br />

-Pero vos sos mestiza. La pregunta es: ¿Qué le ocurre a los mestizos<br />

cada 24 años?<br />

-Nunca lo he vivido; y conozco la existencia de Kosinoi solamente.<br />

No sé si hay más mestizos en el mundo.<br />

-He oído relatos- continuó, -pero no sé si son verdaderos.<br />

-¿Y tu mamá? Ella es sirena; debe saberlo...<br />

-No te terminé de contar mi historia. Escucha: “Inkshira era el<br />

nombre de mi madre. Cuando se sumergió nuevamente y papá<br />

pensó que la perdería, Mandadra estuvo investigándolo. Para<br />

hacerlo, usó una quinta dimensión que es la de las ideas. Así le<br />

fue posible, entre otras cosas, conocer su pensamiento y verdaderas<br />

intenciones.<br />

-Al notar el enorme amor que lo unía a Inkshira, aceptó el sacrificio.”<br />

-¿Sacrificio?- me extrañé.<br />

-Mi madre cumplía diecisiete años recién. No estaba lista para<br />

salir a la superficie con piernas para caminar. Pero Mandadra es<br />

extremadamente sabia y fue capaz de darle un tiempo fuera del<br />

mar pese a su temprana juventud. Previno a mamá de que esos<br />

serían sus últimos siete años. Y ella aceptó gustosa el sacrificio.<br />

106


-“Vive intensamente como yo lo hice mis últimos siete años, los<br />

más felices de todos”, me dejó escrito poco antes de cumplir veinticuatro<br />

y morir.<br />

-Fui criada mayormente por papá, uno de los mejores hombres<br />

que he conocido.<br />

-¿Y él?- pregunté.<br />

-También murió, en Argentina, hace medio año. Terminó su vida<br />

peleando por mi libertad. Creo que Kosinoi lo mató.<br />

-¡Maldito!- apreté mis puños. –Más le vale no volver a aparecerse<br />

en mi dimensión-. Sentía enorme furia.<br />

-Ya lo creo- sonrió Nikei. –Así que tienes tu propia dimensión- me<br />

dio un codazo cómplice en el hígado y recordé a Sebastián.<br />

-Por cierto, los sentimientos son una propiedad de la dimensión<br />

individual. Deja esa bronca acumulada y relájate, que quiero<br />

mostrarte como viajar juntos en la dimensión espiritual.<br />

Nos paramos. Nikei vio sensualmente hacia mí y casi logramos<br />

fundirnos en un abrazo.<br />

-Oigamos juntos- mencionó.<br />

El latido de la Naturaleza se hizo presente. Lo notaba amplificado.<br />

-Ocultémonos ahora- dijo con suavidad... –Ya somos invisibles<br />

para el estado físico.<br />

-Pero te veo- me extrañé.<br />

-Ambos lo hacemos, pues nos hallamos en fase ya que nos movimos<br />

juntos.<br />

-¿Cómo es que también vemos el lugar donde estábamos?<br />

107<br />

-No soy científica, pero entiendo que hay varios factores que contribuyen<br />

a ello. Por un lado, los seres en estado físico no se<br />

hallan desfasados; sí respecto a nosotros, pero no en relación al<br />

estado fundamental (o normal) de las cosas físicas. Por otro, vos y<br />

yo permanecemos físicamente aquí, aunque nos hallamos espiritualizado<br />

un poquito.<br />

De repente notamos que un grupo numeroso de aborígenes aparecía<br />

en escena y empezaba a revisarnos la carpa.<br />

-No pueden vernos ni oírnos- me tranquilizó Nikei. Yo volví a<br />

abrazarla instintivamente.<br />

-¿Y la ropa? ¿Cómo viaja la ropa con nosotros?<br />

-Te repito que no soy científica. Pero tiene algo que ver con la<br />

imagen de la dimensión individual.<br />

Nikei observó mi reloj pulsera. -En el tiempo lineal (que es el que<br />

vale como seres físicos), faltan dos horas y cuarto para mis veinticuatro.<br />

-Las sirenas normales- siguió explicándome, -pueden cambiar de<br />

vida al fin de cada ciclo. Se enfrentan a la posibilidad de continuar<br />

anfibias, salir al aire para ser terrestres, o bien hacerse espíritu<br />

por completo. No les es posible regresar al mar como sirenas,<br />

mas su vida (si se hacen bípedas) continúa normalmente. Tal<br />

cual si hubiesen nacido así.<br />

-Pero... ¿Qué es lo que cuentan que les sucede a los mestizos?<br />

-La versión más popular es que, si no retornan al mar, se transforman<br />

en demonios. Yo sé que no es cierto, al menos creo que<br />

Kosinoi no es tal cosa.<br />

-Mi mamá contó una vez algo de superhombres. Por lo que recuerdo,<br />

el hijo de dos mestizos concebido en tiempo del cambio de<br />

108


ciclo, tiene atributos más allá de lo esperado para una persona<br />

normal.<br />

-Hace tiempo que Kosinoi me persigue buscándome para eso.<br />

Lo que contaba mi novia no me gustaba nada. Además de golpearme<br />

a la altura de los celos, aumentaba mi ira hacia el tal<br />

mestizo.<br />

-Tranquilo o no podrás mantener el defasaje espiritual- alertó Nikei.<br />

Los aborígenes acababan de destrozar la carpa y bailaban a su<br />

alrededor. Me sentía a punto de estallar.<br />

-¡Por favor Gustavo! ¡Relajate!<br />

Ufff... justo cuando estaba por perder mis estribos los indios se<br />

marcharon. Nikei y yo retornamos juntos a la fase estándar.<br />

-¿Cuánto dura el fin de ciclo?<br />

-Más o menos un día- dicho esto, leyó mi pensamiento y aclaró<br />

sin que yo pronunciase palabra: -Sé que suena a algo mágico esto<br />

del superhombre concebido justo al cumplir los 24 años. Quizá<br />

realmente se trate de un cuento de hadas, pero no creo que mi<br />

coterráneo estuviese tan interesado en buscarme si fuese falso.<br />

Tomados de la mano nos sentamos sobre lo que quedaba de la<br />

iglú autoarmable.<br />

-Dos horas- constaté mi muñeca. Hasta pasado mañana deberé<br />

protegerte exhaustivamente. Pasado ese lapso podremos vivir<br />

tranquilos.<br />

Nunca había sentido un amor tan especial, así que decidí jugarme<br />

por entero en ese partido. La mujer más perfecta que podía conseguir<br />

estaba conmigo allí en Surinam. Tomé aire y dije: -Nikei.<br />

-¿Sí?<br />

109<br />

-Cuando salgamos de ésta, quiero que te cases conmigo.<br />

La cara de mi mestiza se colmó de alegría y me besó.<br />

-Hay una manera de alejar ya el peligro- mencionó Nikei, aunque<br />

parecía algo avergonzada.<br />

-¿Cómo?- me inquieté.<br />

-Si Kosinoi me encontrase cuando él quiere, pero yo ya estoy esperando<br />

un hijo...<br />

La idea era buena y en extremo tentadora. Yo deseaba con seguridad<br />

hacer el amor con Nikei en ese instante, millones de veces.<br />

-¡Millones de veces!- sonrió sensual. -¡Uuiii!<br />

La tomé con inmenso cariño y volví a besarla con intensidad. Pero<br />

en algún lugar de mi cerebro estaba sonando una alarma.<br />

En los scouts había aprendido a no tomar el camino más corto<br />

para solucionar problemas. Y lo de engendrar el niño ahora se<br />

veía como eso. Suficientes experiencias me habían enseñado que<br />

la regla funcionaba.<br />

-Sabés que te quiero con todo el corazón- empecé, -pero no debemos<br />

escoger el camino corto en este caso. Lucharé y te defenderé<br />

cuanto sea necesario hasta que el peligro se aleje. Luego, podremos<br />

armar nuestra familia en paz, cómo y cuándo queramos.<br />

Nikei dudó un instante mas confiaba en mí. Me abrazó fuerte y<br />

dijo: -Gracias; por buscar siempre lo mejor y lo bueno. Eres con<br />

quien deseo vivir a mi lado.<br />

¡Shhhhhk!<br />

Un dolor punzante y hacia adentro me invadió el pecho. Pronto<br />

tomó calambre también mi espalda.<br />

110


Los aborígenes nos acechaban desde su aparente partida y querían<br />

a la chica.<br />

Una flecha habíase incrustado en mi torso desde atrás. Casi no<br />

conseguía respirar... memoré aquel recuerdo del pantano.<br />

Sin casi fuerzas sentí que arrancaban a Nikei de mis brazos. Golpeé<br />

a uno o dos indígenas, mas se contaban de a decenas y la tupida<br />

vegetación los diluyó en un suspiro.<br />

-¡Nikeeeeei!- grité sin ya aire. No logré mantener erectas mis rodillas<br />

y me tumbé boca arriba.<br />

Aún conservaba abiertos los párpados cuando el impacto. Llegué<br />

a observar cómo la punta triangular y el tallo de aquella flecha<br />

emergían de mi pectoral derecho.<br />

Con esa imagen y los ojos desesperados de Nikei grabados en mi<br />

retina, comencé a morir...<br />

111<br />

CAPÍTULO V<br />

112<br />

Entrenamiento SEVRA<br />

Cuando rayaba los diecinueve o veinte años, ideé un sistema de<br />

entrenamiento que me permitiría luego desarrollar grandes habilidades.<br />

Lo usábamos con mis alumnos de taekwon-do para luchar.<br />

Junto a ellos, fuimos poniendo a prueba el nuevo método y<br />

ajustándole las tuercas flojas. Lo llamé: SEVRA.<br />

El sentido de la visión, para los que tenemos la gracia de contar<br />

con él, es el que más nos “llama la atención”. Muchas veces despreciamos<br />

sonidos, olores, portadores de información precisa y<br />

completa, a causa de dejarnos absorber por una imagen.<br />

Son nuestros ojos gran aspiradora del entorno. Mas esa succión<br />

suele ser tan intensa, que nos mueve a desperdiciar las otras frutas<br />

del paraíso. En lugar de degustar exquisita ensalada de frutas,<br />

nos conformamos con la enorme manzana visual y unos sorbos<br />

escasos del resto delicioso.<br />

En el combate, un adversario experimentado puede transformarse<br />

en la bruja de Blancanieves ofreciéndonos esa manzana visual<br />

envenenada. Y lo peor del caso es que si la mordemos, seremos<br />

nosotros mismos Blancanieves y correremos factiblemente su<br />

mismo destino: dormir, a consecuencia de otro golpe oculto tras la<br />

fruta.<br />

Básicamente, la vista es útil pero suele sucumbir ante los buenos<br />

“amagues”, si no se halla lo suficientemente entrenada.<br />

También existen otra multitud de pruebas que apoyan el valor de<br />

los cuatro sentidos restantes al momento de pelear. Captar un<br />

ataque antes de que este se inicie, esquivar o detener golpes por<br />

la espalda, etc., etc.


Intentando pues desarrollar la captación de esos sentidos, tan útiles<br />

para el combate, llegué a desarrollar el sistema de entrenamiento<br />

SEVRA.<br />

¿Por qué se llama así? ¿Tiene fallas ortográficas?<br />

No es tema del presente texto y su desarrollo podremos leerlo si<br />

algún día decido publicar todo aquel trabajo... No obstante, os<br />

aseguro que SEVRA está bien escrito.<br />

Esta forma de prepararse para pelear se extendió más tarde y su<br />

incumbencia a los entornos más diversos resultó impensada.<br />

Mis relatos se basan en sucesos que he atravesado realmente, así<br />

que podréis anticipar sin chingarle que no fallecí allí en Surinam.<br />

Mientras agonizaba, Mayira, el Jaguar del Cambio, presentóseme<br />

en sueños.<br />

-Gustavo- dijo de pie, acercándome su mano para que lograse levantarme.<br />

–El combate más duro se avecina. De ti depende ahora<br />

el futuro de la historia.<br />

Con dificultad erguí ambas piernas. Molestaban las puntadas en<br />

el pecho. Dentro del sueño ninguna flecha me perforaba pero<br />

igual sufría su efecto.<br />

-Kosinoi el mestizo ha obligado a los nativos. Ellos seguían vuestros<br />

pasos desde que aparecieron por su cielo. Mas aquél, guiado<br />

por funestos ideales de venganza, irrumpió junto a las chozas y<br />

presionó al jefe tribal para que capturasen a tu chica.<br />

-Cuando fueron atacados, alguien desvió la flecha y evitó que te<br />

atravesara el corazón, porque la orden era de matarte.<br />

Me sentí agradecido y lamenté que ese “alguien” no hubiese logrado<br />

desviar más el disparo<br />

-¿Quién me ayudó?<br />

113<br />

-No lo sé- respondió Mayira haciéndome entender que él sabía<br />

muchas cosas pero no era Dios.<br />

-Y dime- razoné, -¿De qué desea vengarse Kosinoi?<br />

-De su vida. Del sufrimiento largo y pesado que atravesó como<br />

mestizo. Lamentablemente resultó ser de esas personas oscuras<br />

que juntan rencores.<br />

-¿Rencor hacia quién?<br />

-Hacia todos- continuó Mayira. –Hacia el mundo.<br />

-¿Quiere destruir el mundo?<br />

-No. Quiere usarlo; controlarlo a través del poder de su futuro<br />

hijo.<br />

-¡Qué hijo! ¡No tendrá ningún hijo con Nikei mientras yo viva en<br />

esta Tierra!<br />

-Debo recordarte que tu estado actual es más próximo a la muerte<br />

que a la vida- lamentó el anciano.<br />

-¡Viviré!- le aseguré.<br />

-Así me gusta- sonrió. Al parecer mi energía retornaba hacia<br />

donde debía estar.<br />

-Estamos fuera del estado físico- prosiguió explicándome. Tu<br />

cuerpo yace en el pasto de Surinam con una pizca de espíritu que<br />

lo mantiene encendido. El resto de ti está aquí conmigo.<br />

-Para detener a Kosinoi te servirá repasar lo que sabes sobre lucha.<br />

-¡Pero no hay tiempo!- calculé. –Cuando me hirieron quedaban<br />

alrededor de dos horas para que Nikei cumpla sus veinticuatro.<br />

-Recuerda- me tranquilizó, -no estás en forma física. Aquí podemos<br />

independizarnos del tiempo lineal.<br />

114


-Entiendo.<br />

-Tomaremos los días necesarios para entrenar y luego regresarásindicó<br />

Mayira. –La tribu se asienta a minutos del lugar donde te<br />

flecharon, y allí tienen a Nikei.<br />

-Bien- acepté.<br />

-Sé que tú eres hábil para defenderte- me vio mientras se agazapaba<br />

como para atacar. –La técnica SEVRA que desarrollaste será<br />

clave con el islandés. Pero deberás ampliarla.<br />

Se constituyó un tenso silencio... Presentía algún peligro... De<br />

repente fui presa de increíbles temores y el anciano golpeó mi<br />

mandíbula con su bastón.<br />

-¡Ay!- me quejé.<br />

-¿Por qué no defendiste?<br />

Razoné un instante mientras me frotaba la pera. –Tuve miedo.<br />

Mucho miedo. Y eso nubló mis acciones.<br />

-¿Nubló tu vista?<br />

-No sólo mi vista. Estoy preparado para combatir sin visión, pero<br />

el pánico llegó muy adentro mío y no pude reaccionar.<br />

-Bien- aprobó. –Así como te entrenaste en el uso del oído dejando<br />

de lado tu vista, por ejemplo, debes ahora reforzar tu individualidad.<br />

-En esa dimensión, los diferentes entes pueden inmiscuirse unos<br />

con otros. Lo que yo hice para golpearte fue invadirte. Me dispuse<br />

en “tu” ámbito individual y distorsioné a mi gusto tu temor.<br />

-Mmm...- lo que Mayira decía se correspondía con los hechos.<br />

También me molestaba un poco pensarme “invadido”.<br />

115<br />

-Existen infinidad de maneras para interactuar individualmentesiguió.<br />

Puede hacerse intentando beneficiar o deteriorar al otro.<br />

Algunas ocasiones se intenta para explorar solamente, otras para<br />

unirse, otras para cerrar las puertas por completo.<br />

-Qué interesante. Si yo manejase bien los movimientos por la dimensión<br />

individual hubiera podido defenderme. Por ejemplo, cerrando<br />

las puertas.<br />

Mayira agazapose por segunda vez. Viendo esto sacudí mi cabeza<br />

y me acomodé en guardia máxima1 .<br />

El anciano se mantenía inmóvil pero su mirada me molestaba.<br />

Tal cual el zumbido del mosquito por las noches junto al oído, la<br />

situación empezaba a repletarme.<br />

Mi enojo se incrementaba. No deseaba mostrar los dientes aunque<br />

sí los estaba apretando. Centraba mi esfuerzo tanto en contener<br />

la ira como en atender los movimientos de mi entrenador,<br />

para evitar que me golpease nuevamente.<br />

¡Blaff! Tremendo cachetazo en el trasero logró hacerme escapar la<br />

furia contenida. Lancé un descompresor y a la vez intimidante<br />

alarido.<br />

¡Blaff! Una segunda palmada, esta vez enrojeciendo mi moflete<br />

derecho.<br />

-Alto- advirtió Mayira y detuve un enardecido impulso de golpearlo.<br />

-Kosinoi maneja bien su individualidad, al igual que el kung-fu<br />

que practica desde pequeño.<br />

Yo admiraba aquel arte marcial chino.<br />

1 La postura de guardia máxima tiene amplia separación de pies, una mano al<br />

frente con dos dedos estirados y la otra sobre la altura de la cabeza.<br />

116


-Sé que lo admiras- leyó Mayira mi pensamiento.<br />

-¿Él también puede hacer eso?- me preocupé.<br />

-¿No lo notaste en Brasil, cuando uno de los captores adivinó el<br />

pensamiento del militar? ¿O cuando reunió repentinamente a sus<br />

compañeros casi sin dar instrucciones?<br />

Rodé hacia atrás la memoria. El islandés que refería Mayira tenía<br />

el pelo casi blanco. Sus ojos eran celestes o grises y una calvicie<br />

extraña le dejaba pelo sólo en la parte anterior del cuero cabelludo.<br />

-Es característico de los hombres mestizos- aclaró Mayira, que<br />

observaba mi recuerdo. Aunque casi nadie lo sabe.<br />

-¿Por eso Nikei descubrió que es mestizo?- pregunté.<br />

-No. Pero querías saber si Kosinoi puede leer tu mente como yo lo<br />

hago.<br />

-A... sí.<br />

-Puede- confirmó. Será la siguiente etapa de nuestro entrenamiento.<br />

Mayira chasqueó los dedos y ocurrió un arropamiento automático.<br />

Yo vestía mi dobok y él calzaba plumas amarillas y rojas en la<br />

frente, nada en el torso y unos pantalones flojos de cuero marrón<br />

claro.<br />

-En mi época- habló el Inca, -lo llamábamos chiru-pá.<br />

-Comencemos discriminando lo individual, del espíritu y de las<br />

ideas.<br />

Ambos nos sentamos enfrentados. Cruzamos las piernas como<br />

los indios y dispusimos los puños enfrentados paralelamente al<br />

pecho propio.<br />

117<br />

Respiramos profundamente.<br />

Con voz serena comenzó Mayira: -Los pensamientos existen casi<br />

pegados al ente individual, aunque son otra cosa.<br />

-Piensa que eres tú mismo.<br />

Lo hice. No resultaba difícil sino más bien redundante. Por supuesto<br />

que era yo mismo.<br />

-Ahora eres Mayira- interrumpió. Medítalo con intensidad. Actúa<br />

mentalmente representando mi papel.<br />

Traté. La barba blanca y gris emergía sin cesar cubriéndome lo<br />

bajo del rostro. Al principio parecía divertido pero fui notando<br />

cómo la picazón efecto de aquel excesivo lanaje humano incrementaba<br />

mi afecto por la afeitadora.<br />

Además del rostro –que ya se veía idéntico- probé transformarme<br />

una y otra vez en jaguar. Aunque tenía bastante claro que Mayira<br />

no se “transformaba”, me divertía pensarlo así.<br />

Imaginariamente me había convertido en el anciano. Estaba muy<br />

compenetrado y el Inca generó frente a mí una superficie plana<br />

espejada. Vi mi reflejo: era yo, arropado con el dobok blanco pese<br />

a la profunda mentalización.<br />

-Tu imagen no ha cambiado.<br />

-Era de esperar- sonreí.<br />

-¿Pero no te extrañaste al verte idéntico a ti mismo?<br />

Verdaderamente sí me había sorprendido. Estaba tan ensimismado<br />

en el personaje que daba por descontada mi apariencia incaica.<br />

-Ahora aislaremos las ideas- recomenzó el anciano. –Así como te<br />

imaginaste que eras Mayira, ve tomando mentalmente diferentes<br />

118


personajes. Comienza despacio. A medida que avances, ve aumentando<br />

la velocidad de variación.<br />

Entendí sus instrucciones. Me concentré y adquirí el papel de<br />

Chaplín. Cuando lo tuve suficientemente asentado, pasé al General<br />

<strong>San</strong> Martín, libertador de gran parte de Sudamérica. Más tarde<br />

fui Tom, luego Jerry, Súperman, mi abuelo, una heladera, un<br />

baobab, un perro de dos cabezas, ...<br />

En medio de aquel remolino de personajes, Mayira volvió a dirigirse<br />

a mí. Tenía ya yo suficiente inercia y práctica con la tarea de<br />

cambiar mentalmente de apariencia, así que no necesité abandonar<br />

la vorágine para escucharlo.<br />

Ubicó frente a mí el espejo por segunda vez. –Siempre te ves idéntico,<br />

pese a que en la dimensión de las ideas cambies de individuo-<br />

dijo. –Intenta palpar esa distancia que existe entre quién<br />

eres y quién crees que eres...<br />

-Pero...- dudé, -en otras ocasiones he ido comprobando que el<br />

efecto de pensarse de tal o cual manera, lleva a adoptar esa característica<br />

que se pensaba.<br />

Mayira asintió. –La dimensión de las ideas existe altamente relacionada<br />

con la individual. Como bien dijiste, el pensar algo puede<br />

llevarte a..., pero no hace que “seas”.<br />

-Siente... ¡Siente!- gritó.<br />

Detuve mi mentalización variable. En ese instante resultaba ser<br />

la Mujer Maravilla. -¿Qué quiere que sienta? ¿La diferencia entre<br />

mente e individuo?- terminé de decir esto y caí en la cuenta de<br />

que Mayira no había movido sus labios para pronunciar “Siente”.<br />

¿Ventriloquismo? No lo creo.<br />

-Oyes mis ideas- afirmó.<br />

119<br />

-Así es- respondí también sin hablar. De alguna forma, siendo<br />

espíritu podía comunicarme telepáticamente. Yo necesitaba dominar<br />

aquellas técnicas en el estado físico, así podría combatir<br />

contra Kosinoi.<br />

Las cosas que me enseñaba el Inca, bien podían ser consideradas<br />

por un psicólogo como distintos aspectos de nuestra mente. Quizá<br />

era sólo un nuevo enfoque del tema. Pero toda aquella experiencia<br />

resultaba muy convincente.<br />

El tiempo que siguió estuvimos entrenando intensamente. Mayira<br />

explicó que las pruebas iniciales me habían servido para conocer<br />

la naturaleza de ambas dimensiones (individual e ideas). Nuestro<br />

trabajo consistía entonces en ejercitar muchas formas de interacción<br />

a su través.<br />

Cada tanto recordaba que éramos espíritu y el tiempo lineal no<br />

transcurría. Eso me permitía olvidar momentáneamente la urgencia<br />

de rescatar a mi novia y dedicarme de lleno a las prácticas.<br />

El primer ejercicio consistía en desdoblar el temor propio. Mayira<br />

lo nombró: “Ejercicio del miedo”.<br />

Seguramente has oído que el temor es una sensación natural y<br />

que tener miedo no implica ser cobarde- comenzó. –Eso en parte<br />

es cierto y en parte no. La valentía y el miedo son manifestaciones<br />

emparentadas del mismo fenómeno. No deben pensarse como<br />

extremos opuestos ni tampoco como independientes.<br />

-Cuenta la historia de un legendario guerrero incaico que defendió<br />

sus tierras de las primeras incursiones hispanas. El hombre estaba<br />

ya acostumbrado a sentir temor y sobreponerse haciendo<br />

uso de su valor indómito. Pero esa mañana, vigilando como acostumbraba<br />

desde unos montículos rocosos construidos cual mangruyo,<br />

observó los rostros extraños de esos aún desconocidos invasores.<br />

La piel blanca, el pelo aflorándoles por doquier como a<br />

120


los simios, las vociferaciones constantes, ... De alguna forma le<br />

impartían más miedo que lo usual. ¿Miedo a lo desconocido? Sí.<br />

Los hechos inexplicables, los comportamientos inesperados aparentemente<br />

sobrenaturales muchas veces se relacionaban con<br />

fuerzas divinas. Quizá aquella invasión fuese castigo dictaminado<br />

por Inti y esas bestias salvajes con apariencia humana tuviesen<br />

poderes impensados... Tolac tomó conciencia del deber que lo investía<br />

como guardián de sus amigos, hijos y familias. Sabía que<br />

si daba cabida al miedo, éste lograría instalarse y como niño caprichoso<br />

no daría sitio al valor. Sacudió la cabeza entonces, como<br />

para desprenderse del indeseado visitante, respiró profundo poniendo<br />

en marcha su valor y defendió al imperio.<br />

-Ningún español sobrevivió a su ataque, así que los libros de hoy<br />

cuentan sólo que “murieron a manos de los nativos”. En cambio<br />

el pueblo inca, recuerda el fervor y la pasión con que Tolac, el<br />

guardián, luchó en protección de los suyos por esos años.<br />

-¿Y qué significa la anécdota?- pregunté.<br />

El anciano hizo una pausa. Indicó que me sentase cómodo y<br />

permaneció de pie a unos metros frente a mí.<br />

-El miedo y la seguridad existen en las ideas. En cambio el valor<br />

o la cobardía, son extremos opuestos de una característica individual.<br />

Pero ambos están tan íntimamente relacionados que pueden<br />

confundirse.<br />

-Hay personas -activas normalmente- que han desarrollado un<br />

puente entre temor y valor. Aparece algo que los amedrenta e inmediatamente<br />

se moviliza el aspecto valeroso de su persona.<br />

Otras, comúnmente pasivas, no logran construir ese conducto y<br />

funcionan según el desnivel, siempre hacia abajo. Se asustan de<br />

algo y el cobarde que llevan dentro los invade.<br />

121<br />

-Entre estos extremos (el héroe y el cagón), están la mayoría.<br />

Siempre debemos intentar mantenernos lo más cercanos posibles<br />

al extremo heroico. Se puede pasar para un lado o para otro.<br />

-Aprenderemos ahora una técnica mediante la que tus ideas pueden<br />

construir un nuevo espacio individual donde alojar el temor.<br />

-Yo estoy de pie- anunció a viva voz, -y tú te ves pequeño allí sentado.<br />

Esta diferencia debe causarte una mínima intimidación,<br />

generando miedo. Ahora bien, todos tenemos nuestro miedo. Yo<br />

mismo tengo el mío; pero lo conozco y es mi amigo.<br />

-Cuando se enfrentan dos luchadores, en el ring se desata una<br />

pelea entre cuatro personas: un combatiente con su miedo y el<br />

otro con el suyo propio.<br />

-Por lo común, si están peleando Juan y Pedro, el miedo de Juan<br />

lucha contra Juan y el miedo de Pedro, contra Pedro.<br />

-Cuánto más fácil sería ganar si por ejemplo Juan fuese amigo de<br />

su miedo... la lucha pasaría a ser completamente despareja: ¡Tres<br />

contra Pedro!<br />

-Por eso debes ser amigo de tu temor.<br />

-¿Y cómo lo logro?- quise saber.<br />

-Primero identifícalo. No lo niegues. Él está allí al lado tuyo. En<br />

este instante te ve desde arriba. Lo ubicaste tú mismo de pie, tal<br />

como yo que soy el que te intimida. Está en mi bando. Y somos<br />

tres, porque el otro es amigo mío.<br />

Yo miraba y no llegaba a ver nada. Mas imaginaba que el miedo<br />

no debía ser visible, sino mas bien un ámbito de... proyección,<br />

como dicen los psicólogos, creo.<br />

-Hazlo tu amigo. Dile que se siente en tu postura. Verás que no<br />

se niega- me alentó.<br />

122


Intenté concentrarme. No ocurría nada en absoluto. Tuve la esperanza<br />

de que igual funcionase aquello y con gran determinación<br />

–sin importarme que no lo pudiese notar-, lo invité a sentarse<br />

haciendo un gesto con la mano.<br />

Largo rato estuvimos allí. Mayira no se movía. Sin darme cuenta<br />

noté que ya no me sentía intimidado.<br />

Decidí pararme, mejor dicho pararnos y enfrentar al Inca. Lo<br />

hicimos. Toda mi energía se sentía multiplicada por dos. El miedo<br />

no me incomodaba. Era mi amigo.<br />

-¡Bien hecho!- aprobó Mayira sonriente. –Ahora peleemos...<br />

¡Zaap! detuve su empeine con ambos antebrazos, justo antes de<br />

que impactara mi rostro. Los golpes iban y venían; normalmente<br />

defendíamos todo, o esquivábamos. Algún que otro impacto hacían<br />

blanco, pero nada fuera de lo común.<br />

De repente el anciano se veía como jaguar. Vacilé un instante pero<br />

recordé: estábamos el miedo y yo, éramos dos, así que lo envié<br />

por atrás para distraer al felino, mientras le asestaba yo mismo<br />

un fuerte puñetazo en el abdomen.<br />

Los combates continuaron. Mayira buscaba amedrentarme de<br />

diferentes formas, para que pudiese entrenar bien el empleo del<br />

miedo como compañero de combate.<br />

Luego de la vigésima o trigésima contienda –ya había perdido la<br />

cuenta-, estaba listo para el siguiente paso...<br />

-Es tiempo de comenzar el segundo ejercicio; se llama “El ejercicio<br />

de dar y recibir”-. Las palabras de mi maestro lograban intrigarme.<br />

Nuestra práctica estaba resultando en extremo interesante.<br />

-Recuerdo- principió su explicación, -cuando dudabas en sueños<br />

sobre el género del tal Mayira... La “a” al final te llevaba primero a<br />

suponer una bruja y después una hermosa chica. A fin de cuen-<br />

123<br />

tas, terminé siendo más parecido a la peor de tus hipótesis: la tercera.<br />

Ja, ja, ja...- rió.<br />

-Pues bien, la sexualidad es otra característica que reside en la<br />

dimensión individual. Punto de contacto entre individuo y espíritu,<br />

nos da la maravillosa posibilidad de procrear.<br />

-El sexo es propio del Universo. Así como se puede ser brillante o<br />

mediocre, también se puede ser hombre, mujer, o ser mediocre<br />

sexualmente hablando.<br />

Nos paramos uno frente al otro. Mayira lanzó un puño a la altura<br />

de mi cara y lo esquivé hacia un costado. Inmediatamente quiso<br />

golpearme en el torso y con ambas manos atrapé su brazo torciéndolo<br />

veloz.<br />

-Cuando esquivas, amortiguas, defiendes, acompañas movimiento,<br />

estás recibiendo. Cuando lanzas puño, patada, aplicas pinza,<br />

amagas, estás dando. En combate que ambos dan, normalmente<br />

ambos reciben.<br />

-Pero esto se aplica a otra multitud de acciones, en diferentes<br />

ámbitos, no sólo en la lucha. El dar es masculino. El recibir es<br />

femenino.<br />

Eso sonaba claro, pero yo no actuaba como mujer cuando defendía<br />

un golpe...<br />

-No es malo usar actos femeninos y masculinos, es imperiosamente<br />

necesario. Cualquier individuo no es sino fruto de la acción<br />

entre ambas fases de esa característica.<br />

-El varón, tiene acentuada su faz dativa y la mujer la receptiva.<br />

Cuando uno y otro se complementan bien, es cuando no “dependen”<br />

entre sí, sino que se aprovechan y potencian mutuamente,<br />

en armonía. Como la música. Como la resonancia de una nota<br />

en la caja de tamaño adecuado.<br />

124


Mayira se esfumó y vi a Nikei. Un fuerte impulso me tironeaba<br />

del mismo corazón. Desfallecería si no alcanzaba a tomarla.<br />

-Mantente quieto- advirtió la voz del Inca.<br />

Nikei desapareció y allí cerca vi a Cecilia. ¿Cómo podía haberme<br />

olvidado tanto de ella? Sentí cariño dentro mío y también deseé<br />

alcanzarla.<br />

-¡Quieto!- repitió Mayira.<br />

A un costado observé a Marianela, una chica que me gustaba en<br />

el colegio; después Lorena, Marina, y otra, y otra. Todas fueron<br />

pasando, una a una.<br />

Me palpitaba el pecho. Hervían mi amor y mis hormonas. Una<br />

extraña sensación de recuperos y pérdidas sucesivas fue transformándose<br />

en rutina...<br />

Las palabras del anciano sonaron nuevamente: -El individuo es<br />

en sí completo. Tú lo eres. Siente cómo te potencia la presencia<br />

cercana de una mujer amada, pero al desaparecer no se va una<br />

parte tuya, sino que se retira el complemento del otro individuo.<br />

Las chicas seguían pasando. Yo empezaba a comprender lo que<br />

me trataba de enseñar el Inca...<br />

-Un individuo sólo es tal. Puede ser macho o hembra, pero en sí<br />

resulta completo. La sexualidad es una característica de la dimensión<br />

individual, así como lo es el temor.<br />

-¿Y los homosexuales?- se me ocurrió preguntar pensando rebeldemente.<br />

-Los homosexuales se gestan al estado físico con predominancia<br />

de una faz y luego sufren un desplazamiento de su situación preponderante<br />

hacia la otra.<br />

-¿Y los hermafroditas?<br />

125<br />

-Vamos, vamos- se cansó el anciano, -dejemos de dar vueltas.<br />

Los hermafroditas se gestan en el momento del cambio de faz, cosa<br />

de baja probabilidad pero posible al fin. De todas formas no es<br />

nuestro punto.<br />

-¿Y cuál es?- inquirí.<br />

-Practica defender, sólo defender- ordenó. Mi maestro inició la<br />

metralla de golpes con manos y pies. Yo, como me había indicado,<br />

me limitaba a defender.<br />

-Ahora ataca- dijo y pasó a defender cada uno de mis certeros impactos.<br />

Después de repetir cinco veces el ejercicio aclaró: -Lo importante<br />

de esta práctica de dar y recibir es que, a través del combate –que<br />

dominas-, ganes la entera seguridad de que eres un ser completo.<br />

Así dejarás sin efecto los intentos de Kosinoi por desestabilizarte a<br />

través de tu sexualidad.<br />

-“Defensa contra patada a las bolas”- pensé en chiste y Mayira<br />

también sonrió.<br />

-¿Cómo hace eso de oír lo que hay dentro de mi mente?- me intriqué.<br />

–Enséñeme por favor.<br />

-Pronto- dispuso, -pero antes haremos el “Ejercicio de Rezar”.<br />

Movió la mano describiendo un círculo y el ambiente se oscureció.<br />

La única luz provenía de una vela que descansaba erguida sobre<br />

el suelo.<br />

-Ponte cómodo. Concéntrate en la flama...-. Así estuve como una<br />

hora. Mayira volvió a hablar recién entonces: -Tú eres esa llamita.<br />

También estoy yo- y encendió una segunda vela junto a la<br />

mía. Pasaron otros veinte minutos, más o menos...<br />

-Y hay más fuegos; por doquier- rompió el silencio. –Sobre todo<br />

existe un gran, un enorme fuego que da la vida al Universo.<br />

126


-¿Dios?- pregunté.<br />

-Dios, Inti, el gran espíritu, Alá, como desees. Existe una protección<br />

que puedes usar y no debes desperdiciar. Sólo tú contarás<br />

con ella cuando luches con Kosinoi (si llegas a tiempo, claro).<br />

Mayira dijo eso y volvimos a sufrir un largo silencio.<br />

-¿Por qué no haces nada?- me inquietó.<br />

-¿Qué debo hacer?- estaba confundido. Parecía como si no me<br />

diese cuenta de algo.<br />

Mi maestro respondió con otra pregunta: -¿Cómo se llama este<br />

ejercicio?<br />

-De Rezar- supe contestar.<br />

-Pues...- el suspenso retornó junto con el “pues...” de Mayira.<br />

¿Debería rezar? Tal vez; sabía hacerlo como cristiano que era. La<br />

situación generaba angustia. Más que poder rezar, lo necesitaba.<br />

-“Padre nuestro...”- oré y oré. a medida que avanzaba y me compenetraba<br />

más en aquel misterio de la oración, todo por allí se<br />

tornaba más claro. Pronto, era completamente de día.<br />

-Los que buscan el mal no compatibilizan con Dios. Por ello Kosinoi<br />

ni pensará, ni deseará usar su protección.<br />

-Pero aquí yo, o Dios, iluminó todo. ¿Cómo hago para usar esto<br />

en combate?<br />

-Antes de pelear, y si fuese necesario durante la lucha, reza. Reza<br />

por ti, por tus motivos y sobre todo pide que Dios esté en tu adversario,<br />

esté alrededor tuyo, esté siempre y en todas partes.<br />

-La oración de <strong>San</strong> <strong>Patricio</strong>- recordé.<br />

-Úsala si la conoces. De esa forma tendrás contigo algo que el<br />

islandés no podrá sobrepasar.<br />

127<br />

Mayira parecía apurado. La costumbre de vivir allí fuera del<br />

tiempo lineal permitió que lo notase.<br />

-Rápido- dijo, -debo enseñarte el ejercicio de...<br />

-¡Gustavo! ¡Gustavo! ¡Despertate hermano!- abrí dificultosamente<br />

los ojos. Varis me mojaba la frente con agua fría. Había retirado<br />

la flecha de mi costado y hecho una curación casera.<br />

Tosí; hice fuerza para sentarme aunque lo perforado me aguijoneaba<br />

tremendamente. Una vez acomodado, observé el jeep con<br />

un oficial de Surinam que aguardaba a diez metros.<br />

-Capitán ¿qué pasó?<br />

-Tenías clavada una flecha cuando llegué. En el vehículo traemos<br />

combustible para el Huarpe. Pero decime: ¿La chica?<br />

En mi cerebro fui recapitulando lo sucedido. Nikei estaba a minutos<br />

de allí ¡aunque no sabía en qué dirección! Aquel dato faltante<br />

podía convertir los minutos en horas.<br />

Vi mi muñeca: -¡Son las tres y media! ¡Dios mío, cómo hacemos!desesperé<br />

sujetándome los pelos.<br />

Varis frunció el entrecejo apenado, buscando ideas.<br />

-Sé que está cerca- aclaré, -a unos cuantos minutos desde aquí.<br />

-¿Hacia dónde?<br />

-Ese es el dato que me falta.<br />

-Veamos- dijo otra voz a nuestras espaldas. Ambos volteamos<br />

alertados. Era Mayira.<br />

-Todos nos conocemos- se adelantó el Inca, -soy Mayira, amigo-.<br />

El oficial local también se había alarmado y no dejaba de apuntarlo.<br />

Varis le indicó con un gesto claro de su mano que todo estaba<br />

en orden.<br />

128


Mayira prosiguió: -Quedan exactamente treinta y cuatro escasos<br />

minutos. Kosinoi no perderá un instante para lo que busca, así<br />

que el tiempo es definitivamente ese.<br />

-¿Qué Kosinoi y qué busca?- interrumpió el Capitán, molesto por<br />

no comprender.<br />

-Es el que secuestró a Nikei...- respondí.<br />

Pero el anciano americano alzó sus palmas y pidió que lo imitásemos.<br />

De un vistazo logró infundir suficiente temor al lugareño<br />

que puso en marcha el jeep y huyó. Quedamos sólo los tres.<br />

Nuestras seis palmas se veían frente a frente.<br />

-Haremos el “Ejercicio de la Comunicación”. Buscaremos velocidad...-<br />

Mayira nos decía estas palabras sin abrir su boca. Extrañamente,<br />

tenía la sensación de que el mensaje provenía de sus<br />

manos.<br />

El Capitán me echó un vistazo sorprendido y adoptó una actitud<br />

pasiva al observar como yo intentaba seguir el juego. Poco después,<br />

estaba por bajar los brazos y el Inca advirtió: -No quiten las<br />

palmas, ya que yo hablo con mis palmas porque ustedes escuchan<br />

con ellas.<br />

Tuve el impulso de vérmelas mas las dejé en sus sitio.<br />

Mayira prosiguió: -Un japonés oye y entiende el japonés, un francés<br />

el francés, un perro comprende los ladridos y expresiones de<br />

otro perro... pero se pueden aprender idiomas, ¿no es así? Es<br />

más, los humanos solemos entender a nuestras mascotas y ellas<br />

a nosotros. Pues bien, el idioma es sólo un medio para transmitir<br />

mensajes-, caí en la cuenta de que ya no mantenía sus palmas en<br />

alto. Lo que ahora oía entraba por mis ojos.<br />

-Es en la dimensión de las ideas donde nos manejamos ahora<br />

¿no?- deduje.<br />

129<br />

-Correcto- se alegró Mayira. –El ejercicio de la comunicación consiste<br />

en hablar de diferentes formas. Puede practicarse superficialmente<br />

como lo hicimos hasta ahora, o puede...- sentí una implosión<br />

de mis más internas sensaciones, como si me vibrase el<br />

alma misma.<br />

Varis estaba blanco, con ambos ojos casi desorbitados.<br />

-¿Profundo?- traduje.<br />

-¡Sí!- festejó Mayira y volvió a trastocar mis emociones.<br />

-Bien- por fin se detuvo. Viendo al Capitán momentáneamente<br />

desmayado, se dirigió a mí a través de nuestras mentes: -Kosinoi<br />

maneja muy bien el idioma del mar, que usa áreas de contacto<br />

entre individualidad e ideas, recibiéndose como sensaciones si no<br />

sabes oírlo y como ideas precisas y claras si estás preparado.<br />

-Nikei también lo maneja, así que deberás valerte de sus conocimientos<br />

en caso de necesitarlo.<br />

-Si el mestizo intenta amedrentarte con palabras feroces, simplemente<br />

no le prestes atención. Concéntrate en tus objetivos y descarta<br />

lo accesorio.<br />

-Por las dudas- continuó Mayira dándome cierta preocupación en<br />

sus términos, -aprende esto: “Daiav niu syet, e, e”; dícelo si busca<br />

molestarte con sus expresiones.<br />

-“Daiav niu syet, e, e”- repetí. -¿Qué significa?<br />

Mi maestro Inca se perfiló para marcharse. ¿No pensaba responderme?...<br />

-No lo sé, pero suele funcionar- dijo poco antes de desaparecer. –<br />

Es hacia allá- indicó un sendero estrecho abierto en la maleza. -<br />

¡Buena caza!- nos deseó y se esfumó.<br />

130


Varis se ponía de pie algo quejoso y sacudía la cabeza. Se habían<br />

hecho las cuatro de la tarde. Cinco minutos nos separaban del<br />

horror.<br />

-¡Sígame Capitán!- cerré mi puño diestro y emprendí indómita carrera<br />

entre las plantas.<br />

Los bordes cortantes, espinas y ramas tiesas no dejaban de rasguñarme.<br />

El sendero se desdibujaba metros adelante y la duda<br />

lastrábame los pasos. Para acá; para allá; empecé a girar buscando<br />

una mínima orientación para seguir. Varis llegó jadeando<br />

tras mi rastro.<br />

-¿Dónde vamos?- respiró.<br />

Mi siguiente pisada fue a dar justo sobre la cola de un animal escurridizo<br />

que pasaba desapercibido frente a mí. Enseguida oí un<br />

desliz veloz y a centímetros sobre la rodilla tremenda punzada me<br />

clavó.<br />

-¡Ahhh!<br />

-¡Una víbora!- se alarmó el Capitán cayendo en la cuenta de que<br />

me acababa de morder.<br />

Con la vista pude rastrearla antes de que se escabullese bajo la<br />

tierra, por un túnel pequeño. Su cuerpo rojinegro me daba escasas<br />

horas de vida: era una coral, de fuerte y efectiva ponzoña, sin<br />

antídoto conocido. Varis la conocía y se acercó sin saber que decir.<br />

El reloj marcaba 16:03.<br />

Saqué la vista de foco y me dispuse tal cual lo había hecho en<br />

Brasil para curar. Mi luminosidad era roja casi por completo.<br />

-Llévame junto a aquél árbol- rogué al Capitán. Su tronco se veía<br />

blanco brillante como mis palmas en otras oportunidades.<br />

131<br />

Con la poca fuerza que me mantenía respirando me así al árbol y<br />

lo abracé. Enseguida fluyó tremendo caudal de frescura dentro<br />

mío. La corteza húmeda se fue secando y agrietando. Sus hojas<br />

verdes ennegrecían y cayeron a montones. El árbol me estaba<br />

limpiando con su vida propia.<br />

Desperté abofeteado por mi Capitán: -¡Che! ¡Che!<br />

La planta grande ya estaba seca y marchita; mi luminiscencia<br />

había vuelto a ser blanca como antes.<br />

-Gracias- balbuceé acariciando lo que quedaba de aquel vegetal.<br />

-¡La hora!- me advirtió Varis que aunque no entendía por qué, sabía<br />

que los minutos eran críticos.<br />

Quedaban segundos... y no sabía por donde seguir.<br />

-¡Gustaaavoo!- era un grito de Nikei, hacia donde se había ocultado<br />

la coral. Ambos nos vimos un instante y salimos como rayo en<br />

esa dirección.<br />

Tras veinte pasos de tupida maleza se abrió el panorama. Una<br />

docena de chozas construidas con palos y paja circundaban esa<br />

aldea. Varios nativos con ropas escasas nos miraban apesadumbrados.<br />

Hacia uno de los lados, en una jaula cilíndrica construida<br />

con barrotes de madera estaba Nikei, atada por una de sus<br />

muñecas. a metros de ella, Kosinoi se disponía a iniciar su meditada<br />

venganza. Los dos adentro, solos. Unas verjas horizontales<br />

unidas a manera de puerta se veían cerradas. Cada segundo retumbaba<br />

en mi cavidad craneal. La querida adrenalina fluía por<br />

venas y arterias. Mi espíritu se templaba cada microtrozo de<br />

tiempo lineal que transcurría. Nikei quitó su vista del malvado y<br />

captó mi presencia, cosa que le hizo volver el alma al cuerpo, como<br />

dicen.<br />

132


Iba a lanzar un alarido amedrentador antes de iniciar rauda carrera<br />

hacia la jaula, mas preferí llegar por sorpresa. En un abrir y<br />

cerrar de ojos mis trancos me acercaron a la distancia justa para<br />

saltar. Resorteé ambas piernas consiguiendo tremenda altura y<br />

quebrando uno de los troncos con el canto de mi pie derecho penetré<br />

las rejas.<br />

Caí bien parado, en guardia, entre mi novia y el mestizo, que aún<br />

no había llegado a tocarla. Kosinoi me vio sorprendido e inmediatamente<br />

cambió su expresión. Un gesto pestilente lo envolvía.<br />

Mostró la dentadura rabiosa, con dientes parejos más grandes y<br />

afilados que los de una persona común.<br />

Sin perder tiempo ni darme respiro para envestirlo, brincó sobre<br />

mi cabeza en dirección a Nikei. Lo tenía por encima casi habiéndome<br />

sobrepasado. Alcé ambos brazos y pude asirlo con fuerza<br />

descolgándolo hasta dar en lo seco del piso terroso. El mestizo<br />

cayó sentado usando sus palmas extendidas por la espalda como<br />

freno.<br />

Acomodé mi peso en la pierna que tenía adelante y le asesté un<br />

certero puntapié mandibular. Kosinoi era rápido y captó mis intenciones<br />

antes de recibir el impacto, con lo que pudo quitar las<br />

manos del suelo y balancearse con su espalda rolando ayudado<br />

por mi golpe. Con esto redujo su efecto en gran proporción. Se<br />

puso de pie junto a los palos que bordeaban la jaula y tomó una<br />

extraña guardia como postura de defensa.<br />

Nikei me acarició una pizca estirándose para tocarme. Sentí que<br />

deseaba abrazarme. Yo también quería pero no debía descuidarme.<br />

Me percaté de la presencia de Varis fuera de las rejas. Con<br />

un gesto indiqué que intentase soltar a la chica. Afortunadamente<br />

me comprendió y sacó su cuchillo para cortar las ataduras.<br />

Antes de que alcanzase la posición de Nikei, el mestizo hizo señas<br />

a los nativos. Una docena de ellos concurrieron con presteza para<br />

133<br />

detener al Capitán. En unos giros, idas y vueltas, Varis hirió a<br />

varios. Los aborígenes lo rodearon con cierta distancia armando<br />

una atenta circunferencia. No permanecían quietos sino que se<br />

bamboleaban a un lado y a otro. Todos mostraban sus manos en<br />

garra, dispuestas a terminarlo.<br />

Dentro de la jaula, empecé a sentir un temor profundo que se<br />

hacía cada vez más paralizante. Moví mis brazos como barriendo<br />

el aire en forma de escudo y me concentré en la lucha. Como el<br />

maestro Inca había enseñado, identifiqué velozmente y aislé mi<br />

miedo. Lo dispuse a mi costado y me alegré de contar con él.<br />

Vi al islandés. Su mechón frontal parecía erizado.<br />

-Peleemos como hombres- le increpé mentalmente, con toda la<br />

intención de dejar de lado los artificios dimensionales y estrellar<br />

su silueta repetidas veces contra mi puño.<br />

-Así será- respondió también sin hablar.<br />

De reojo observé a Nikei. La amaba. Deseaba que saliese pronto<br />

de allí, pero seguía atada.<br />

El mestizo y yo nos fuimos arrimando perfilados. Él buscaba rotar<br />

nuestras ubicaciones y yo mantenerlas para evitar que se<br />

acercase a Nikei. Por fin nos trenzamos en prolija metralla de<br />

golpes. El extranjero era hábil y rápido, pero su estilo no se veía<br />

tan completo como el mío.<br />

Entre trabas y patadas, fui dirimiendo sus zonas vulnerables.<br />

Noté que mostraba cierto retrazo en defender consecutivamente<br />

un mismo flanco a diferentes alturas, especialmente el izquierdo.<br />

Insistí entonces con una serie discontinua de ataques arriba y<br />

abajo hacia allí y en el sexto o séptimo intento pude golpearle<br />

fuertemente el parietal flameando la pierna en forma de abanico.<br />

134


Al mestizo no le agradó. Sacudió la cabeza luego de alejarse y<br />

volvió a entretejer riña visiblemente enfurecido. Mi dificultad mayor<br />

era mantener el sector que yo ocupaba (entre la chica y él);<br />

Kosinoi lo notaba y hacía lo imposible por rotarnos. Empecé a<br />

pronosticar que si dejábamos de luchar en forma simple como lo<br />

estábamos haciendo, mi faceta de protección hacia Nikei podía<br />

transformarse en un peligroso punto débil.<br />

Entre tanto, el islandés intentó colarse por un costado y se acomodó<br />

justo a distancia para calzarle un pesado talonazo. Giré y<br />

lo conseguí. Volví a girar y pude perforar nuevamente su guardia<br />

con la misma patada.<br />

Tambaleaba. Introduje mi puño en lo profundo de su estómago<br />

con lo que se curvó por completo y tirándolo contra el suelo empecé<br />

a martillarle el rostro sin parar. Por lo blando de sus músculos<br />

lo juzgué inconsciente y me detuve, en tanto comenzaba a<br />

prestar atención a las afueras de la jaula: el Capitán lidiaba con<br />

los indígenas y se veía bastante lastimado. A su alrededor cuatro<br />

de ellos yacían retorcidos. El resto, quizá ocho, parecían a punto<br />

de terminarlo.<br />

Un momento: podía aplicar técnicas de las nuevas con los aborígenes...<br />

Centré mi pensamiento en ellos y les hablé mentalmente.<br />

Mis palabras castellanas los atemorizaron de inmediato. Soltaron<br />

a Varis viendo a Kosinoi tendido sobre el polvo. Después se volvieron<br />

a mí y retrocedieron aún más.<br />

Imaginé que el mestizo les debía haber hablado así para someterlos,<br />

lo que los había llevado a suponer que era él quien los llamaba.<br />

¿Pero entenderían mis palabras? Por lo que oí mientras luchaban,<br />

no empleaban la lengua hispana.<br />

Decidí entonces intentar una prueba: -Demuéstrenme vuestro<br />

temor a los Dioses poniéndose de rodillas- ordené. Y asombrosamente,<br />

todos lo hicieron de inmediato. ¡Me comprendían!<br />

135<br />

-¿Por qué atacaron al militar argentino?- quise saber.<br />

Uno se adelantó poniéndose de pie. Sus mejillas morenas lucían<br />

sendas cruces oblicuas de color blanco. Dobló su antebrazo cruzándolo<br />

frente al pecho como en señal de respeto y dijo: -No creemos<br />

que usted ni el maldito de la jaula sean dioses. Pero ambos<br />

tienen habilidades que no podemos combatir con nuestros conocimientos.<br />

El de poco pelo –así lo llamó- capturó a todas las mujeres<br />

jóvenes de la tribu y a menos que no le ayudásemos a ofrecer<br />

a la rubia en sacrificio, prometió que no las volveríamos a ver.<br />

Al principio nos opusimos, mas él está dentro de nuestras mentes<br />

y no hallamos forma de vencerlo. Pero usted, habla como él y<br />

también entró en nuestras mentes...<br />

-¿Cómo te llamas?- le pregunté, siempre sin hablar.<br />

-Soy Castor del Viento, primer guerrero de mi pueblo.<br />

El Capitán, ya más repuesto, se acercó a cortar las ataduras de<br />

Nikei. Mientras lo hacía me preguntó confundido: -¿Hablas sranan?<br />

¿Los entiendes?<br />

Definitivamente los nativos no eran hispanoparlantes, pese a lo<br />

que nos comprendíamos con perfección. Asentí levemente al Capitán<br />

y me volví hacia Castor del Viento: -¿Dónde tiene a las mujeres?<br />

El aborigen parecía dudar... –Desaparecieron- dijo y echó un vistazo<br />

a Kosinoi.<br />

Probablemente estuviesen desfasadas. Yo no sabía cómo hacer<br />

para traerlas de vuelta. -¿Cómo fue que desaparecieron?<br />

-Las obligó a todas a tomarse de la mano en una gran ronda- me<br />

explicó Castor, -luego se incluyó él también en el círculo y literalmente<br />

desaparecieron. Más tarde volvimos a ver al de poco pelo<br />

136


caminando entre las casas; por allá- indicó una calle de tierra que<br />

distaba más de ciento cincuenta metros desde allí.<br />

-Las buscamos- continuó; -combatimos contra él, pero nada logramos.<br />

¡Él está en nuestras mentes!...- volvió a desesperarse, se<br />

retrajo en sus pasos y retomó la postura de rodillas.<br />

Lo que había sucedido se condecía con la forma en que Nikei y yo<br />

nos habíamos desfasado juntos en la dimensión espiritual. De<br />

alguna manera, el mestizo había logrado moverse del plano físico<br />

con todas ellas dejándolas cautivas en esa situación.<br />

-Creo que es muy difícil que aparezcan sin la ayuda del mismo...<br />

poco pelo- les confié. Cuando lo hice, todos me miraron con sorpresa,<br />

incluyendo a mis dos conocidos. Y Nikei sonrió: -Has<br />

avanzado mucho con Mayira; eso es el “don de lenguas”- y pronunció<br />

algo como aquella vez en casa de Sebastián; algo indeletreable.<br />

Yo lo oí a través de la emoción, sentí su voz acariciándome<br />

por dentro.<br />

Cuando mi novia finalizó me percaté de que todos, inclusive Varis,<br />

estaban con expresión atolondrada viendo los pajaritos. Nikei<br />

sonrió y me guiñó el ojo encogiéndose de hombros.<br />

-¡Capitán! ¡Capitán!- noté que aún no terminaba de cortar las<br />

ataduras que apresaban a la chica.<br />

-¿Eh? Ah, sí- regresó de la estratosfera y volvió a insistir con el<br />

filo de su facón.<br />

Mientras tanto, los indígenas se fueron poniendo de pie y en<br />

cuanto yo dejaba de observarlos, corrían un trecho alejándose<br />

más y más.<br />

-¡Qué sucede!- grité en sranan (supongo, porque yo no notaba la<br />

diferencia con el castellano).<br />

137<br />

Iba a volver a gritarles y un fuerte empellón me golpeó la espalda<br />

entre omóplatos. Perdí la respiración. Durante un instante me<br />

mantuve contra las rejas de palo relajándome para volver a tener<br />

aire.<br />

-¡Nooo!- grité de inmediato, Nikei forcejeaba con poco pelo. El sólo<br />

timbre de su grito me había erizado la piel y preparado para la<br />

nueva batalla. Sin perder un segundo me lancé sobre el islandés<br />

revolcándolo sobre el polvo.<br />

Kosinoi, que sin que lo notase se había repuesto, comenzó a hacer<br />

gestos con sus manos. Yo me hallaba en guardia máxima, esa<br />

postura que usábamos durante las prácticas SEVRA. Nikei detrás<br />

mío se acomodaba la blusa que se había desgarrado en el fugaz<br />

forcejeo con el mestizo.<br />

Unas punzadas muy ardorosas se adueñaron de mis globos oculares.<br />

Como si Kosinoi de alguna forma pudiese provocarme ese<br />

dolor.<br />

Si intentaba ver, las punzadas aumentaban al punto de cerrarme<br />

prácticamente ambos párpados. –Es momento de recibir- pensé<br />

para mí y decidí resignar la vista.<br />

Sentí cómo el mestizo se acercaba hacia nosotros por uno de los<br />

costados, cauteloso. Sin dudarlo, envié a mi miedo a cruzársele<br />

en el camino. Me erguí en postura centrada2 y con un salto justo,<br />

cubrí el flanco que buscaba mi adversario, deteniendo con ambos<br />

antebrazos su patada y golpeándolo en los testículos.<br />

Oí su quejido. Retomé guardia máxima y luego de que Varis me<br />

avisara que volvían de la tribu y no parecían amistosos, caí al<br />

suelo de rodillas y me desconsolé en un llanto impensado. No podía<br />

ver y sentía dentro mío como el dolor de gente muerta me in-<br />

2 La postura centrada es en una pierna, con ambos puños enfrentados entre sí<br />

y paralelos al pecho.<br />

138


vadía. Sollozaba desde el corazón. La miseria del mundo, niños<br />

hambrientos, dolor de guerras y más guerras me pesaban como<br />

cruz...<br />

-¡Por qué pasan estas cosas, Dios!, ahhhh...- mi llanto se enfervorizaba.<br />

Yo estaba allí, en un país lejano de Sudamérica, cuando<br />

miles de niños sufrían los terrores de la muerte a manos de la injusticia.<br />

-¡Qué horror! ¡Cómo puede ser! ¡Cómo puede ser!- gritaba y repetía<br />

con lágrimas incrementalmente caudalosas.<br />

Mi llanto resultaba fundado y lo que ocurría en mi planeta rebalsaba<br />

de horror, sin duda. Eso no se cuestionaba, pero... algo sí<br />

se cuestionaba...<br />

Casi no podía evitar el sufrimiento que me inflingía vivenciar la<br />

realidad cruda de La Tierra. Aquello sopesado junto no era soportable<br />

por humano alguno.<br />

-...Fuerza...<br />

-...Fuerza...- mi cerebro se sabía presa de malas intenciones ajenas...<br />

-¡Daiav miu syet, e, e!- logré gritar. Inmediatamente caí de bruces<br />

en el piso. Pude abrir los ojos. Kosinoi sacudía la cabeza por mis<br />

palabras, pero antes de que pudiese detenerlo, daba dos largos<br />

pasos y alcanzaba la posición de Nikei, tomándola del brazo que<br />

ella tenía libre.<br />

Yo me lancé como salta el sapo y lo tomé por detrás separándolo<br />

de mi novia. Lo tenía sujeto por el cuello y mentón; debía ya terminar<br />

con esto, pero trataría de no matarlo.<br />

-Si te mueves te vas al infierno, poco pelo- le advertí. Él sabía que<br />

no tenía forma ya de zafar de mis brazos, con los que podía fracturar<br />

su médula cervical en décimas de segundo.<br />

139<br />

Pero el mestizo habló muy tranquilo: -Mátame, y los indios nunca<br />

más verán a sus diecisiete jovencitas, o sólo verán a ocho de ellas<br />

si al menos matan a tu amigo.<br />

Di un vistazo rápido al costado. Varis era sujetado por varios nativos<br />

corpulentos y uno de ellos sostenía un filo acerado sobre su<br />

tráquea.<br />

-En cambio- siguió Kosinoi, -puedes dejarme procrear con mi novia<br />

y todos vivirán; salvo tú, desde luego.<br />

Nikei me veía y muy asustada ya temblaba. En ese momento yo<br />

no me importaba a mí mismo; a quien más deseaba proteger era a<br />

Nikei.<br />

-“Mi” novia, infeliz- aclaré con voz grave y potente y le apreté más<br />

el cuello dificultándole la respiración.<br />

Nikei era quien más me importaba, pero si mataba al islandés, de<br />

seguro Varis no viviría y también perdería a las jovencitas defasadas.<br />

-¡Que me maten, soldado; ni se te ocurra dudar por mi pellejo!me<br />

ordenó Varis.<br />

No se me cruzaba realmente por la cabeza permitir que el mestizo<br />

abusara de Nikei; eso no lo dudaba. Pero tampoco quería que<br />

muera el resto de personas. Quizá si hablase con los aborígenes...<br />

-¡Castor del Viento!- convoqué mentalmente, pero Kosinoi que<br />

también me oía, tal vez por estar conectado al pensamiento de todos<br />

ellos hizo algo que no esperaba...<br />

Sin moverse, pese a que su situación era muy incómoda y casi ni<br />

lograba respirar, atacó a Nikei. Entiendo que con algo como lo<br />

que llaman telekinesis, consiguió amarrarle la otra mano a los<br />

140


arrotes y destrozó su blusa descubriéndole los hermosos pechos<br />

desnudos.<br />

-¡No!- enfurecí y le torcí la cara para que no pudiese ni verla.<br />

Ahora yo también temblaba, de furia.<br />

-Si no decides ya- suspiró el mestizo como podía, -me procrearé<br />

con ella sin que me sueltes, tu amigo morirá y también las jovencitas-.<br />

Dicho esto rasgó parte de la pollera blanca que cubría las<br />

piernas de Nikei.<br />

Sentía que me salía de mí. El islandés atacaba en el punto débil<br />

de mi persona que más me desequilibraba en ese momento.<br />

“...Que más me desequilibraba...”- resonó en mi cabeza. Una sucesión<br />

de ideas conexas empezó a rodar en cámara rápida. La<br />

falta de equilibrio, el equilibrio, el equilibrio en la Naturaleza, el<br />

pulso del Universo, el Universo..., Dios. No estaba valiéndome de<br />

lo aprendido en el ejercicio de rezar. Ni siquiera había orado antes<br />

de la batalla. La luz iluminaba sólo mi lado y debía iluminar<br />

todo... también a Kosinoi.<br />

En eso, otro tajo cortó la pollera de Nikei logrando casi arrancarla.<br />

-¡Dios!- grité en mi mente, mientras sostenía al mestizo casi ahorcándolo.<br />

–Cristo conmigo, Cristo dentro de mí, Cristo detrás de<br />

mí, Cristo delante de mí, Cristo a mi derecha, Cristo a mi izquierda,<br />

Cristo arriba, Cristo abajo, Cristo alrededor de mí, Cristo en<br />

mis amigos, Cristo en mis enemigos, Cristo en el que me ve, Cristo<br />

en el que me escucha, Cristo en el corazón de todo el que piensa<br />

en mí, Cristo conmigo y yo con Cristo, siempre y en todas partes-<br />

cada trozo de la oración lo pronunciaba con amor, con todo el<br />

que podía pese al odio que tendía a generarme esa situación. Cada<br />

vez que avanzaba en mis palabras mentales, más fácil se me<br />

hacía. Y cuando terminé, varias cosas habían cambiado su rumbo,<br />

pese a que todo se veía igual.<br />

141<br />

Kosinoi transpiraba mucho. Su calvicie extraña ya estaba roja de<br />

la presión que yo ejercía. Mi novia se tranquilizó un poco.<br />

-¡Castor del Viento!- volví a llamar y observé que el primer guerrero<br />

de la tribu asomaba su brazo fuerte entre el gentío y hablaba<br />

con valor.<br />

Su idioma era sranan pero le entendía... -¡Hermanos guerreros!<br />

¡Hoy el Sol nos muestra el camino!- miré hacia arriba y noté que<br />

febo asomaba entre dos nubes blancas que hacían un franja horizontal.<br />

Con el celeste de fondo se veía como la bandera argentina<br />

que Varis –al que tenían sujeto- portaba en su manga.<br />

Algunos tardaron un instante en comprender lo que refería Castor,<br />

mas prontamente fueron cayendo en cuenta de su mensaje.<br />

Otros lo captaron asombrados de inmediato, como si no hubiesen<br />

reparado antes en algo tan obvio que les mostraba la madre Naturaleza.<br />

-¡Uaaaa!- gritó Castor del Viento.<br />

-¡Uuuh! ¡Aahhh!- comenzó una amedrentante batahola con brazos<br />

y flechas en alto. Los que sostenían al Capitán lo soltaron y él<br />

se unió a ellos en el enfervorizado canto de guerra.<br />

Enseguida se abalanzaron sobre la jaula de palos que empezó a<br />

vibrar. Varis me indicó con un gesto que le presionara la arteria<br />

del cuello que lleva sangre al cerebro, para dejar inconsciente al<br />

mestizo. Mientras, con su chaqueta rota cubrió el torso de Nikei.<br />

Yo recordé que cuando Kosinoi estaba inconsciente por mi golpiza,<br />

había resultado inofensivo, así que seguí el consejo de mi Capitán<br />

y deslizando la zurda con ligereza le di un fuerte dedazo en<br />

el sitio justo y el islandés cayó inconsciente.<br />

La indiada festejó el suceso y retomaron los barrotes. Uno de<br />

ellos que yo no conocía, con las mejillas adornadas de verde y ro-<br />

142


jo, notó con extrañeza un detalle que lo llevó a pedir calma para<br />

poder observar...<br />

-Esto parece la pulsera de Taia, mi hermana- indicó asombrado la<br />

base de uno de los palos de la jaula. En verdad, allí había una<br />

especie de cinta azul con unos caracteres claros. Me acerqué<br />

desde dentro, podía leerse “TAIA”.<br />

-¡Eso es!- razonó Nikei, -como Mayira- se refirió a mí y de improviso<br />

cerró los ojos y tomó aspecto de palo. En segundos, de los costados<br />

y de arriba cayeron las diecisiete jovencitas desaparecidas<br />

esfumándose la jaula.<br />

La felicidad invadió de inmediato a toda la tribu. El islandés no<br />

había desfasado a las chicas sino que las condujo a una concepción<br />

individual en que se veían como troncos; de igual forma que<br />

Mayira era jaguar o humano; siempre habían estado allí las diecisiete.<br />

Controlé la inconsciencia del mestizo. Para asegurarme, le asesté<br />

un puñetazo anestésico en medio de la nariz.<br />

Vi mi reloj: eran las 16:42, aún restaba todo un día de riesgo<br />

máximo. ¿Debía matar a Kosinoi?<br />

-No, mantenlo bajo el agua- una voz femenina dijo a mi oído, -no<br />

se ahogará, pero querrá permanecer allí por instinto-. Miré para<br />

todos lados, no había ninguna mujer cerca mío más que mi novia.<br />

-¿Tú también la escuchaste?- le inquirí, pero Nikei no entendía a<br />

qué me refería.<br />

Expliqué a Varis, Nikei y Castor del Viento lo que debíamos hacer<br />

con el islandés. La voz que escuché me había resultado muy confiable.<br />

Antes de partir, nos aseguramos de que todo quedase en orden; la<br />

tribu había montado guardia permanente a orillas del remanso<br />

143<br />

(una parte donde se ensanchaba y profundizaba el lecho del arroyo<br />

más cercano). Allí dentro, Kosinoi estaba atado como matahambre,<br />

unido a multitud de gruesas rocosidades que lo mantenían<br />

pegado al fondo, por las dudas que quisiese salir a flote. Los<br />

guardias estaban armados y tenían orden de disparar a matar ante<br />

cualquier anomalía.<br />

Nos despedimos de Castor y otra gente de aquellas lejanas tierras<br />

caribeñas; Nikei se vistió con hermosas prendas que le obsequiaron<br />

las jovencitas y partimos rumbo a Paramaribo.<br />

-Cuatro horas a paso firme- adelantó Varis. –Y no se les ocurra<br />

pedirme de acampar por allí-. Los tres nos reímos un rato. Debíamos<br />

acelerar para alcanzar la Capital antes de que anocheciese...<br />

144


CAPÍTULO VI<br />

Reencuentro<br />

Llevábamos ya hora y media de marcha. Si hubiésemos contado<br />

con el jeep que Mayira ahuyentó, nos estaríamos riendo en un café<br />

de Paramaribo, sentados frente a una de esas pequeñas mesitas.<br />

Pero bue, esta forma de llegar resultaba más aventurada y<br />

sabrosa. En realidad, era sabrosa para los jejenes, mosquitos y<br />

otras alimañas aerosustentadas que se amamantaban de nuestras<br />

venas. Pese a ello no cabía quejarse: los tres estábamos bastante<br />

sanos y salvos, a pesar de haber atravesado tremendos escollos<br />

en la ruta.<br />

-¿Qué pasó cuando caíste al suelo dentro de la jaula y rompiste<br />

en llanto?- se intrigó el Capitán.<br />

Para que me entendiese a la perfección, debía explicarle varias<br />

cosas difíciles de creer sin experimentarlas. Todo eso de la interpretación<br />

dimensional... uff, debía resumir ahorrando precisiones.<br />

-Kosinoi, el funcionario islandés que ya conoces, tiene fuertes capacidades<br />

mentales y las emplea para pelear. En ese momento<br />

que me puse a llorar, estaba haciendo uso de sus facultades para<br />

atacarme y había conseguido confundirme.<br />

-Sí, pero tú mencionaste una frase en otro idioma muy extraño y<br />

el tal Kosinoi, al parecer, se detuvo. ¿Qué es lo que dijiste?- el<br />

Capitán se había vuelto demasiado curioso.<br />

-Un insulto muy feo en... islandés- aclaró Nikei, que durante ese<br />

trecho venía de mi mano.<br />

-Ah-. Varis no preguntó más. Pero yo me quedé pensando en lo<br />

que había sucedido después, cuando decidí rezar la oración de<br />

<strong>San</strong> <strong>Patricio</strong>. Sentía tener conmigo un conocimiento muy valioso,<br />

145<br />

llave quizá de la felicidad misma, o de la paz. Era una gema única<br />

y deseaba compartirla con mis amigos.<br />

-Hoy- comencé, -aprendí algo muy importante. Puede ser simplemente<br />

un signo de mi madurez personal; quizá todos lo van<br />

comprendiendo a cierta altura de sus vidas, pero quiero charlarlo<br />

con ustedes porque me da la sensación de que realmente es valioso.<br />

-Bueno, decinos- me alentó Nikei, ansiosa ya de saber de qué se<br />

trataba. Varis sonrió.<br />

-Es...- busqué extractar el núcleo de lo que sentía. –Muchas veces<br />

a lo largo de mis días, he ido probando diferentes formas de<br />

encarar las cosas; inconscientemente por lo general, pero al ver<br />

hacia atrás, me es posible analizarlas. En algunas ocasiones reacciono<br />

acorde a las circunstancias, con la carga justa de emotividad,<br />

entendimiento, ubicación. En otras tantas me exacerbo<br />

por demás y mi reacción resulta inesperada para los que no me<br />

conocen y hasta para los conocidos. Muchos se sorprenden; depende<br />

quien me oiga puede tomarlo como una agresión o como<br />

una exteriorización fervorosa de pareceres que también comparte.<br />

En unas pocas oportunidades tengo respuestas más pasivas o<br />

suaves, quizá más meditadas, razonables, de lo debiesen ser. Si<br />

dibujara un gráfico en los ejes cartesianos, la curva de mis reacciones<br />

andaría por arriba y por abajo del eje equis, como sinusoide<br />

deformada. Y esto no lo noto tan sólo en mis reacciones, también<br />

ocurre con tareas que encaro, decisiones y vaya uno a saber<br />

con cuántas cosas más. Pero siempre los mejores resultados, para<br />

afuera de mí y para mí mismo, son consecuencia de actitudes<br />

justas, equilibradas.<br />

-En el momento en que lloraba sobre el suelo dentro de la jaula,<br />

noté puntualmente que me hallaba emocionalmente desequilibrado.<br />

Y este desequilibrio se palpaba en cada aspecto de mi perso-<br />

146


na. El memorar entonces la paz que había aprendido a respirar<br />

en la Naturaleza, me permitió reencontrar el camino hacia el equilibrio<br />

y desde allí, pude combatir a mi adversario con las armas<br />

que correspondían.<br />

-¿Dices que el equilibrio es lo mejor?- me tradujo el Capitán.<br />

-Exacto. El equilibrio es llave de la vida. Como no se cansan de<br />

repetir los orientales- recordé.<br />

Mi novia estaba pensativa. La suave línea de su nariz y la claridad<br />

de su rostro me iluminaban. -Pero si imagino todo muy equilibrado-<br />

dijo, -rutinariamente adecuado a cada circunstancia, se<br />

pinta un mundo aburrido, carente de entusiasmo y aventura.<br />

-Es que no trata de eso el verdadero equilibrio. Es un equilibrio...<br />

dinámico, como enseñan en química; una sucesión de distintos<br />

miniestados de desequilibrio que en conjunto constituyen un todo<br />

equilibrado. Y es más, tampoco confundamos la actitud pasiva<br />

con el equilibrio; no es nada de eso. Creo que la situación de<br />

equilibrio depende y varía con las circunstancias. Viéndolo fuera<br />

de ellas, lo que realmente es equilibrado puede no parecerlo.<br />

-Quizás de lo que hablas es de estar centrado en uno mismo- interpretó<br />

Varis mientras seguíamos avanzando camino a Paramaribo.<br />

-Mmm...- medité. –Puede ser, aunque en algún lado noto que<br />

ambos conceptos son diferentes. Lo de estar centrado parece ser<br />

un estado equilibrado en la dimensión individual. En cambio el<br />

equilibrio a que yo me refiero involucra esa y las otras dimensiones.<br />

El Capitán tenía el seño fruncido. Intentaba desglosar lo que le<br />

contaba para lograr entenderlo. Sin darme cuenta, había incurrido<br />

en un concepto que él no manejaba.<br />

147<br />

-Te refieres a que hay una dimensión “individual”- remarcó –<br />

además de largo, ancho y alto?<br />

-Todavía falta mucha selva por surcar- sonrió la hermosa Nikei, -<br />

¿Por qué no le explicas?<br />

-Ok- aprobé, -pero ayudame-. Varis ya se sentía como el único<br />

borrico que no comprendía lo de la dimensión individual.<br />

-Los últimos días- empecé, -estuve aprendiendo muchas cosas<br />

que antes no había imaginado. Están relacionadas en parte con<br />

el taekwon-do, mas involucran todo.<br />

El Capitán escuchaba atentamente, como absorbiendo las movidas<br />

estratégicas que un Coronel le marcaba sobre el mapa.<br />

Yo traté de meterme de pleno en el tema dimensional, sin mucha<br />

vuelta explicativa, para aprovechar su predisposición: -Existe una<br />

mirada diferente de lo que son las dimensiones. Una es la espacial,<br />

otra es el tiempo. Hasta ahora yo he conocido cinco de ellas;<br />

no sé cuantas hay- di una mirada a Nikei y ella asintió con la cabeza<br />

como diciéndome “vas bien”, sin darme la respuesta que<br />

hubiese esperado de cuántas eran en realidad. Para no perder el<br />

hilo, continué: -lo que llamamos largo, ancho y alto no serían dimensiones<br />

propiamente dichas, sino más bien propiedades de la<br />

dimensión espacial.<br />

-Entiendo- aceptó mi Capitán.<br />

-Las otras dimensiones son la espiritual, en la que nos movemos<br />

al morir y también al nacer; la individual, que permite la caracterización<br />

propia de cada entidad viviente como tal, y la dimensión<br />

de las ideas –Varis sonrió, le causaba gracia que existiese una<br />

dimensión como esa. –Es en serio- aclaré, con lo que él asintió<br />

cortamente y volvió a mostrarse concentrado. –La dimensión de<br />

las ideas, según sé, es por donde se mueve nuestro pensamiento,<br />

imaginación, etcétera, etcétera.<br />

148


-¿Y cómo se relaciona esto con el taekwon-do?- se intrigó.<br />

-Fácil- le respondí de inmediato, -así como los golpes normales<br />

que todos conocemos se ejecutan en la dimensión espacial, se<br />

puede tanto atacar como defender en las otras dimensiones.<br />

-Por ejemplo- principió Nikei, me quitó el reloj pulsera y le dio un<br />

golpecito al Capitán en la cara con él; -esto sería un golpe en la<br />

dimensión temporal-. Los tres nos reímos un rato y seguimos<br />

caminando. Rolando Varis iba masticando a cada tranco sus<br />

nuevas ideas, poniéndolas a prueba y comparándolas con las percepciones<br />

que tenía de la realidad. Cada tanto se le oía algo escapado<br />

de sus razonamientos: -Por ejemplo...- balbuceaba y volvía a<br />

zambullirse en puro pensamiento sin palabras.<br />

Mi reloj marcaba las 20:15. Aún iluminaba el sendero una baja<br />

resolana. Habíamos dejado la aldea aborigen a eso de las cinco y<br />

cuarto, así que debía faltarnos aún una hora más de buen andar.<br />

Sentía gran deseo de besar a Nikei y también de saber cuantas<br />

dimensiones había en realidad. Hice pues ambas cosas... -<br />

¿Cuántas dimensiones existen?<br />

-Yo conozco una más de las que vos mencionaste, la dimensión de<br />

la inclusión, pero he oído que hay diez en total- me explicó tras<br />

despegar sus labios de los míos.<br />

-¿De la inclusión?<br />

-Sí- aseveró y buscó durante unos segundos algún buen ejemplo<br />

para que yo pudiese comprender mejor. –¿Nunca pensaste en lo<br />

grande que es el Universo y qué hay más allá de sus límites, es<br />

decir dónde está el Universo, qué hay afuera, otros universos, la<br />

nada, dimensión espacial contraída que se expande...?<br />

149<br />

En seguida me vinieron a la memoria largas noches en mi cama<br />

cuando niño, sin poderme dormir angustiado por esa especie de<br />

duda existencial que planteaba ahora Nikei. –Sí, lo he pensado.<br />

-Pues la respuesta es tan difícil de encontrar o de entender porque<br />

se la busca en la dimensión espacial cuando en realidad debe<br />

interpretarse como característica de la inclusión- me aclaró. –Un<br />

problema es que gran parte de esta dimensión está casi fundida<br />

con la espacial en el estado físico. Por eso a nadie se le ocurre<br />

diferenciarla.<br />

-Como el tiempo lineal ¿no?<br />

-Creo que sí- afirmó Nikei. –Pero en otros estados puede detectarse<br />

con mayor facilidad. Por ejemplo cuando nos espiritualizamos<br />

cerca de la carpa iglú y vinieron los indios que nos buscaban,<br />

ellos estaban dentro de la atmósfera terrestre y no podían salir de<br />

ella salvo que se tomasen un cohete. Nosotros en cambio podríamos<br />

haberlo hecho sin necesidad de “movernos” dentro de la dimensión<br />

espiritual como ellos, sino que bastaba con desplazarnos<br />

por la dimensión de la inclusión.<br />

Recordé cuando Mayira nos hacía aparecer en diferentes ambientes,<br />

a veces concretos como la Tierra, a veces más bien abstractos.<br />

Eso podía ser lo que refería Nikei.<br />

-Sé que no es muy fácil de entender- se disculpó descontenta con<br />

su propia explicación. –También esa dimensión está emparentada<br />

con los conceptos del infinito que habrás estudiado en matemática.<br />

De alguna forma las cosas no son grandes o chicas en el aspecto<br />

inclusional, simplemente están o no unas dentro de otras.<br />

Algo así como los directorios y subdirectorios en la computadora.<br />

-Ah, sí- eso me resultó claro.<br />

150


Pero Nikei no quiso que me atara a la imagen visualizable: -Sólo<br />

se trata de un ejemplo burdo, no es una descripción exacta de la<br />

dimensión en sí.<br />

Me dolía algo la materia gris pensando tanto, así que volvimos al<br />

tema de sopapear cariñosamente nuestros labios y pusimos un<br />

cambio más ligero para alcanzar la ciudad al menos con el último<br />

rayo de febo.<br />

Las hojas verdes de gran tamaño flameadas por la brisa iban desapareciendo.<br />

Se abría más y más el planterío espeso a los lados<br />

del sendero y sobre todo, disminuía el alto de los últimos árboles.<br />

Los follajes nos acariciaban ya las cabezas. A lo lejos brillaban<br />

centenas de luces y podíamos oír la espuma de un leve bullicio.<br />

Paramaribo nos recibía...<br />

Hicimos noche en un hotel de las afueras. El conserje de piel bastante<br />

morena parecía sorprenderse de tener clientes por esos días.<br />

-¿De vacaciones?- interrogó en perfecto holandés que el Capitán<br />

también hablaba. Su pregunta era más por cortesía que otra cosa,<br />

ya que nuestro aspecto desalineado respondía más a un ejercicio<br />

militar de supervivencia que a una placentera salida de verano.<br />

Nikei y yo teníamos una piecita con vista a la plaza prolija donde<br />

la gente salía hasta tarde a pasear con sus pequeños. Rolando<br />

decidió alquilarse la habitación lindante.<br />

Como en la carpa horas atrás, pese a que el cansancio acumulado<br />

rogaba dos buenas almohadas, con mi mestiza empezamos a derretirnos<br />

en un mar de caricias dulces y emotivas. El corazón latía<br />

fuerte. Cada latido me encontraba más inmerso junto a ella en<br />

lo que ya era un remolino amoroso. Pero aún era el día del cambio<br />

de ciclo... A esa altura no me cabía duda de haber dado con<br />

mi futura esposa, ni pensándolo en frío y lo más objetivamente<br />

151<br />

posible. Mas necesitábamos frenar, no teníamos idea de lo que<br />

pudiese ocurrir si engendrábamos un hijo entonces, aunque yo<br />

fuese cien por ciento de a pie. Así que sumamente difícil fue, pero<br />

logramos dar sitio a la inteligencia por sobre la ardiente pasión<br />

que nos envolvía...<br />

Desperté oyendo la madera de nuestra puerta impactando con<br />

reiteración contra las falanges del Capitán: -Arriba, que son las<br />

doce-. A través del cristal la luz del Sol hacía cosquillas. Abrazada<br />

junto al hueco de mi axila Nikei aún dormía.<br />

-Mi amor- le susurré. Todavía restaban algo más de dos horas<br />

con riesgos. Temí que le hubiese crecido aleta dorsal y escamas<br />

bajo la cintura, pero levantando la sábana comprobé que allí seguían<br />

ambas piernas suaves con sus respectivos pies.<br />

-Mi amor- Nikei abrió los ojos celestes al segundo llamado y volvió<br />

a cerrarlos pronto por el resplandor que la encandilaba. Remoloneando<br />

un poco más, nos arreglamos y avisamos a Varis que<br />

aguardase abajo para almorzar juntos.<br />

Unos abundantes platos de arroz amarillo y toneladas de postre<br />

completaron nuestra recuperación. Conseguimos cestillas de<br />

mimbre para transportar más provisiones y el Capitán nos guió<br />

hasta la base militar. Casualmente fuimos recibidos por el mismo<br />

soldado que llevara a Varis en su jeep y huyese luego ahuyentado<br />

por Mayira. Al vernos su rostro empalideció. El Capitán manejó<br />

bien la situación y sin darle muchas explicaciones ni exigir que<br />

rindiese cuentas por habernos abandonado, logró que el vehículo<br />

cargado de combustible para nuestro avión estuviese listo en media<br />

hora para partir.<br />

Faltaban minutos para las 16:05. -¿No podríamos aguardar una<br />

horita más antes de volver a internarnos en la selva?- consulté al<br />

Capitán.<br />

152


-Imposible- negó, -el suboficial que nos acompañará está muy<br />

comprometido con la situación y retiró la cisterna y el jeep sin autorización.<br />

Cuanto antes salgamos será mejor.<br />

Si no había más que hacer, quedaba sólo rezar para que corriesen<br />

los segundos y nada ocurra.<br />

Eran las 16:04 y cruzábamos ya el primer puente de palos dentro<br />

de terreno selvado. Antes de concluirlo pudimos oír los llamados<br />

desesperados de un aborigen que se acercaba al trote desde la<br />

espesura.<br />

-¡Amigos! ¡Amigos!- gritaba. -¡El maldito huyó! ¡Huyó! ¡Salió<br />

nadando para encontrar a la mujer rubia! ¡Mató a muchos de los<br />

nuestros!<br />

El suboficial surinamés no comprendía. Varis, Nikei y yo cruzamos<br />

miradas de preocupación. Aún eran las 16:04. Bajamos del<br />

jeep para atender al nativo que se veía bastante herido, pero<br />

cuando lo alcanzamos ya no tenía pulso. Había caído sobre el<br />

pasto y lo que restaba de su sangre bañaba la tierra húmeda en<br />

derredor.<br />

Estaba cerrándole ambos párpados cuando el soldado local que<br />

permanecía en el vehículo se tomó la nuca dando un alarido y cayó<br />

abatido sobre el volante. La bocina llamaba continuamente<br />

bajo su pecho. Rápido corrimos hacia el auto. Desde el río que<br />

cruzaba por debajo del puente trepaba Kosinoi, totalmente desnudo,<br />

escalando la ladera del lecho con fuerza desesperada. Nos<br />

separaban de él unos veinticinco metros. Nikei y yo subimos en<br />

los asientos traseros del jeep y Varis desalojó al soldado muerto,<br />

puso a andar los pistones y aceleró para alejarnos de allí.<br />

Llegué a ver a Kosinoi terminando su escalada cuando nos alejábamos.<br />

Sin dudarlo había emprendido decidida carrera tras nosotros.<br />

Aunque el rodado se movía a mayor velocidad que él, si<br />

153<br />

continuaba corriendo y nosotros nos deteníamos para cargar<br />

combustible al avión, corríamos peligro de que nos alcance.<br />

La hora siguiente de viaje resultó extremadamente tensa. Siempre<br />

viendo y sujetando a Nikei para que nada inesperado ocurriese,<br />

controlando los flancos a cada momento, rogando que el motor<br />

no se detenga y que no volcase el pequeño carro cisterna por la<br />

velocidad que llevábamos.<br />

Hacía rato que la hora crítica había terminado, pero mi novia aseguraba<br />

no saber con exactitud si existía un cierto tiempo de riesgo<br />

post-veinticuatro.<br />

Al fin cruzamos una especie de magnolias muy frondosas y al<br />

fondo de la pista que allí empezaba se encontraban ambos transportes:<br />

el Huarpe y el biplano islandés.<br />

Mientras Varis enchufaba la manguera en el receptáculo para infundir<br />

el hidrocarburo en nuestro avión, hizo un gesto para que<br />

me acercase. Yo lo hice pero sin soltar a Nikei, cuya cintura ya<br />

era casi parte de mi brazo.<br />

-¡Son sólo dos butacas!- me alertó con preocupación. El Capitán<br />

estaba en lo cierto. No alcanzaba el espacio dentro de las cabinas<br />

como para que la chica se sentase sobre mis piernas.<br />

¿Qué soluciones existían?<br />

Una era que Varis y Nikei se marchasen sin mí, aunque ella se<br />

negaba rotundamente a hacerlo. Otra era usar el avión islandés,<br />

que al Capitán no le hacía ninguna gracia.<br />

Al final, mi querida mestiza encontró la opción que usaríamos: se<br />

sentó conmigo en la cabina y antes de cerrar la escotilla dejó el<br />

plano físico, espiritualizándose. Varis al principio se asustó pensando<br />

que la habíamos perdido, pero pude convencerlo de que<br />

aún estaba con nosotros.<br />

154


Previo a carretear para elevarnos, con un disparo certero destruimos<br />

por completo la otra nave. Más tarde, el YP-18 tomó velocidad,<br />

nos hundimos en el respaldo mullido y la sensación de flote<br />

apareció enseguida bajo los pies. Miré hacia abajo, la pista comenzaba<br />

a achicarse y llegué a observar como Kosinoi aparecía en<br />

alocada carrera y ofuscado por su fracaso se tiraba al piso pataleando<br />

como bebé.<br />

Surinam fue quedando atrás. Mi Capitán alertó por radio a bases<br />

locales para que asistieran a la tribu nativa que había sufrido los<br />

embates del islandés. Cruzamos la frontera con Brasil y tomamos<br />

tremenda velocidad para evitar que nos siguiesen.<br />

-A la mierda con el protocolo internacional- decidió Varis. –<br />

Quiero llegar a casa de una vez por todas.<br />

Yo estuve de acuerdo y supongo que Nikei también, aunque no<br />

podía hablar con ella. Cada tanto me agarraba temor haciendo<br />

lugar a las dudas que me invadían... ¿Estaría realmente con nosotros?<br />

Nada lograba desesperándome, así que decidí mantener la calma<br />

hasta que llegásemos. El cielo celeste y las nubes blancas que<br />

algodoneaban por debajo eran sin duda partes de mi bandera.<br />

Eso me hacía sentir bien.<br />

Cincuenta minutos más tarde aterrizamos en Ezeiza. Abrimos el<br />

vidrio que encerraba las cabinas y bajé despacio, como si tuviese<br />

que cuidarme de no golpear a mi novia. Una vez en tierra, ambos<br />

observábamos ansiosos la butaca trasera. Yo apretaba mis manos<br />

en forma de rezo y un “por favor”, “por favor” se me escapaba<br />

de los labios.<br />

-¡Vamos, no es gracioso!- protesté, pese a que sólo habían transcurrido<br />

segundos de espera. Un nudo de tripas se enroscaba de-<br />

155<br />

ntro de mi panza y supongo que otro se tejía también en la del<br />

Capitán, que aguantaba lo más callado posible a mi lado.<br />

Sin avisar, entre pestañeo y pestañeo, como por arte de magia Nikei<br />

apareció en perfectas condiciones, completamente física, sentada<br />

donde yo había viajado.<br />

-¡Hola!- sonrió, descendió de la escalerilla y los tres nos dimos un<br />

fuerte abrazo festejando con alegría.<br />

-Feliz cumple- la agarré en mis brazos y así caminamos con el<br />

Capitán hasta el hangar “G” de la Fuerza Aérea. En ese lugar nos<br />

esperaban con médicos listos para atendernos y prendas nuevas<br />

para los tres.<br />

Intercambiamos datos con Varis para encontrarnos en otra oportunidad,<br />

ambos le agradecimos inmensamente su ayuda y viajamos<br />

en remís para la Capital.<br />

...<br />

Dos días habían transcurrido desde los incidentes de aquella noche<br />

en Olazábal. Yo no tenía conmigo las llaves, que vaya a saber<br />

dónde se me habían caído, así que fuimos directo a casa de Sebastián.<br />

-¡¡¡Hola chicos!!!- Yanina nos apretujó como para exprimirnos. -<br />

¡Dios mío! ¡¿Qué pasó?! ¡¿Están todos bien?! Sí, están bien- se<br />

autorrespondía. –Pasen, pasen-. Enseguida nos sirvió chocolate<br />

caliente con leche y pan con dulce. Eran las ocho de la noche. –<br />

Ahora preparo la cena. Sebas está dando la clase en <strong>San</strong> <strong>Patricio</strong>,<br />

se va a poner contentísimo cuando vuelva; estaba muy preocupado.<br />

-¿Saben que salieron en la tele?- Yanina prendió el noticiero y justo<br />

enganchamos una nota en la que vecinos relataban lo que<br />

habían visto y oído. Como siempre, las historias se armaban a<br />

156


forma de bolas y no paraban hasta hacerse escandalosas. Un<br />

portero del edificio lindante al de Nikei, le mostraba al periodista<br />

cómo yo había luchado con al menos ocho patoteros armados<br />

hasta los dientes y luego había perseguido al vehículo sospechoso<br />

usando una bicicleta de un joven que pasaba. El periodista terminaba<br />

la nota informando que ya habían pasado cuarenta y<br />

ocho largas horas y aún no había noticias de mi paradero. –El<br />

policía baleado permanece en grave estado. Seguiremos informando...<br />

-En el trece dicen que sos el “defensor justiciero”, ya tenés un<br />

montón de apodos- se reía la señora de mi amigo. A mí me extrañó<br />

que si el hecho había tenido tanta publicidad, el remisero que<br />

nos recogió en Ezeiza no me hubiese reconocido.<br />

En eso sonó el timbre. Sebastián tenía las llaves así que él no<br />

era. Por la mirilla no llegaba a verse bien.<br />

-¿Quién es?- preguntó Yanina.<br />

-De la televisión- respondieron. Abrió la ventana que lindaba con<br />

la puerta y gente y cámaras rebalsaban. Nikei y yo veíamos desde<br />

adentro; en la misma televisión estaba filmada la casa de Sebastián<br />

desde afuera.<br />

Eché un vistazo sin que me vieran y pude encontrar una cara algo<br />

conocida: el remisero recibía plata de gente de algún canal, por<br />

haberles dado la primicia.<br />

-Necesito saber qué parte de la historia contaron en televisiónpedí<br />

a Yanina. Si hablaba con las cámaras no quería dilucidar<br />

detalles innecesarios, sobre todo para conservar oculta a Nikei y<br />

además para evitar conflictos con los islandeses. Tampoco iba a<br />

mentir, sólo retacearía información.<br />

-Mirá- me empezó a contar Yanina después de trabar bien la ventana,<br />

-para la prensa vos ayudaste a un policía que perseguía a<br />

157<br />

una banda de ladrones tipo patota. El oficial de la otra esquina<br />

está grave, internado por varios tiros que le pegaron, y decían que<br />

vos perseguiste a los delincuentes pero te habían secuestrado o<br />

no sabían qué. Hasta acá a casa no vinieron a preguntar nunca.<br />

En los gimnasios donde das clase sí investigaron y se encontraron<br />

con Sebastián. Él no les contó nada; dijo que te estaba cubriendo<br />

en las clases hasta que aparecieses porque era tu amigo.<br />

Entonces no tenía mucho que decirles; podría aclarar algo así<br />

como que estuve peleando con unos y con otros y que después de<br />

recuperarme de mis lesiones había podido regresar. Me iban a<br />

hacer preguntas, quizá algunas que no pudiese responder, pero<br />

en esos casos tendría “no lo sés” preparados, y listo.<br />

-¡Mayira!- Nikei seguía viendo la tele y se asombró por su aparición<br />

en pantalla. La barba blanca y gris era inconfundible. Tenía<br />

su cabeza cubierta con una boina azul militar y vestía uniforme<br />

de algún cuerpo comando. Llamó la atención de la prensa y antes<br />

de invitarlos a retirarse para que yo pudiese descansar, les prometió<br />

una conferencia de prensa el lunes siguiente. Sin necesidad<br />

de que repitiese su orden de desalojo, los periodistas y el gentío<br />

se fueron retirando, la mayoría quejándose, pero nadie se atrevía<br />

a desacatar las órdenes de aquel oficial.<br />

Por fin con la entrada despejada, el Jaguar del Cambio se acercó y<br />

tocó timbre. Antes de que alcanzásemos a abrirle, llegó Sebastián<br />

y le preguntó qué necesitaba. Yo salí a su encuentro, aclaré que<br />

era amigo y los tres pasamos.<br />

-¿Todo bien?- quiso saber Sebastián.<br />

-Todo bien- repuse. –Él es Mayira, me ayudó mucho en la aventura<br />

por Brasil y Surinam.<br />

-¡¿Eh?!- se extrañaron a coro. En verdad no sabían nada sobre la<br />

historia verdadera.<br />

158


-Vieron los que secuestraron a Nikei la otra noche- empecé a aclararles,<br />

bueno, todos eran secuaces de uno llamado Kosinoi que<br />

quería lastimarla. Al final lo atrapamos y no pudo hacerle nada,<br />

pero se nos escapó.<br />

-¿Y dónde queda Surinam?- preguntó Sebastián. Parecía mentira,<br />

pero aunque se trataba de un país de nuestro mismo continente,<br />

muy poca gente lo ubicaba.<br />

-En América del Sur, animal- aproveché un planisferio colgado en<br />

la pared para indicarles la posición exacta.<br />

-¿Y fueron hasta allá con el avión?<br />

-Sí, estuvimos en distintas selvas, peleamos bastante (tuve que<br />

usar la técnica de la SEVRA), ...<br />

-¡Vamo!- se alegró mi amigo cerrando el puño.<br />

-... dormimos una noche en Paramaribo, que es la capital de Surinam<br />

y acá estamos. Toda una aventura- sonreímos con Nikei<br />

abrazándonos un poquito.<br />

-Ah, no les dijimos: somos novios.<br />

-Los felicito- aprobaron.<br />

-Che y la...- Sebas se refería a Cecilia hablándome por lo bajo.<br />

Justo en ese instante sonó el timbre. ¿Quién era?: quién va a ser,<br />

la susodicha y tercera en cuestión.<br />

Yanina se levantó rápido y fue con Nikei hasta la cocina. Después<br />

de eso, Sebas abrió.<br />

-¡Mi amor!- cuando me vio se lanzó como jalea. Yo no pude negarle<br />

unos cuantos besos. ¿Estás bien?<br />

-Sí estoy bien. Escuchame Ceci, vení, sentémonos.<br />

-Hola- saludó a Mayira que la veía impasible.<br />

159<br />

-Que tal señorita; con permiso- el anciano Inca se retiró.<br />

-Che, preparo unos mates- pudo excusarse Sebas y nos dejó solos.<br />

No me era fácil lastimarla porque la quería bastante, pero necesitaba<br />

ponerla frente a la cruda realidad.<br />

-Escuchame- tomé fuerza, -tengo que decirte algo feo- su carita<br />

alegre rodeada de pinreles colorados empalideció. Yo quedé casi<br />

sin aire.<br />

-¿Qué pasó?<br />

-Eh...- tenía que decirle, ella no merecía falsedades ni medias tintas.<br />

–En el problema que tuve estos días estuve con otra gente,<br />

que hasta ahora no conocía, y...- desde no sé qué momento de mi<br />

explicación, Cecilia ya sabía lo que le iba a decir y no pudo contener<br />

unas lágrimas que se derramaban por sus pómulos de porcelana<br />

pecosa. Así que me apresuré a terminar.<br />

-Conocí- casi no llegué a terminar esa palabra y Ceci me tapó<br />

despacio los labios. Rompió en llanto más fuerte y abrazó mi mano<br />

en el centro de su pecho. Yo me sentía un patán; pese a que<br />

conscientemente sabía que no lo era, me dolía adentro como una<br />

daga.<br />

Pasaron unos minutos en que se fue recuperando y ella terminó lo<br />

que quería decirle: -Conociste otra chica.<br />

-Sí- pude concluir. La sola afirmación casi redundante fue como<br />

un puñal y lloró un ratito más con lagrimas mudas.<br />

-Perdoná- intenté.<br />

-No es nada. Es la vida. Ya me había dado cuenta al besarte, pero<br />

tenía la esperanza de estar equivocada.<br />

160


-Bueno, me voy entonces. ¿Amigos?- viome con sus dos ojos turquesa<br />

después de secarse lo llorado.<br />

-Por supuesto- me alivié; -te acompaño a casa.<br />

-No, no; mejor no, gracias; dejame que voy sola así tomo un poco<br />

de fresco- me besó en la mejilla dejando su boca en mi cachete un<br />

poco más de lo acostumbrado y salió.<br />

-Saludame a los chicos- fue lo último que le oí antes de cerrar la<br />

puerta de calle.<br />

Culminado aquello apareció Sebastián, me dio unas palmadas y<br />

puso el brazo para que golpeara un poco y me quitara la bronca.<br />

Pero no hizo falta; la forma en que Cecilia había terminado lo<br />

nuestro ya había quitado la daga aquella que me punzaba por<br />

adentro.<br />

Lo que siguió fue el relato de la historia. Nikei estaba triste por<br />

Cecilia, que había oído llorar desde la cocina y yo me encargué de<br />

presentar a Mayira, para que supieran bien de quién se trataba.<br />

Mis amigos se interesaron muchísimo en lo que me había ocurrido.<br />

Sebastián se maravilló con lo de las dimensiones; quería escuchar<br />

más y más.<br />

Eran como las tres de la mañana, ya habíamos digerido los garbanzos,<br />

cargábamos varios mates y dos cafés encima y aún los<br />

chicos tenían un montón de preguntas. Mayira viendo esto y sabiéndolos<br />

buena gente, decidió que reviviéramos juntos lo ocurrido<br />

hasta entonces. Sin preguntarnos nos espiritualizó a los cinco<br />

y en ese estado viajamos moviéndonos a tiempos pasados y observamos<br />

los sucesos. A mí me sirvió para clarificar algunos conceptos;<br />

al resto para entender todo e interesarse en extremo por los<br />

nuevos conocimientos que teníamos.<br />

Al parecer, el viejo Inca tenía especial interés en ese último efecto<br />

que causaría la recorrida. Sabía que juntos podríamos trabajar<br />

161<br />

mejor para lograr difusión de aquellos conceptos, e insertar a la<br />

civilización entera en renovados y mejores senderos.<br />

-Empecemos por la forma de curar a la gente. Eso es fantástico e<br />

increíblemente simple- organizó Sebastián.<br />

-Y después lo del temor; cómo hacerlo a un lado y aprovecharloagregó<br />

Yanina.<br />

-No sé si debemos difundir todo- critiqué. –Lo de curar está bien,<br />

pero otras cosas como las técnicas específicas de lucha guardémoslas<br />

para las clases...<br />

-Lo que dice Gustavo es correcto- afirmó Mayira. –El manejo dimensional<br />

hay que enseñarlo a los científicos, las técnicas útiles<br />

para sanar, a todos, y lo de la lucha, sólo a los que ustedes elijan<br />

para ello.<br />

Sebastián asintió.<br />

-Ya es muy tarde- comentó Nikei, a quien casi se le cerraban los<br />

ojos de sueño. -¿Por qué no seguimos después?<br />

Todos estuvimos de acuerdo. Mayira se despidió y en cuanto<br />

prestamos atención, ya no estaba. Mi mestiza y yo fuimos para el<br />

departamento...<br />

Había sueño pero también latía fuego dentro nuestro, así que lo<br />

ocurrido aquella noche no lo incluiré en este libro. Mi relato sigue<br />

con: a la mañana siguiente...<br />

... estábamos dormidos. Dormimos todo el día y la tarde. Recién<br />

a la noche nos levantamos para cenar. Con Sebastián habíamos<br />

quedado que me reemplazaba un día más, así yo podía reponerme<br />

y evitaba los intentos de la prensa. Recién la otra mañana (el<br />

viernes), fuimos directo a su casa para idear la presentación que<br />

teníamos por delante.<br />

-Usemos Power Point- propuso Yanina que lo manejaba al dedillo.<br />

162


Mayira –que también estaba con nosotros- aclaró que él no aparecería<br />

en ninguna de las charlas. Nos ayudaría a prepararlas, pero<br />

nada más.<br />

La primera sería la presentación que haríamos durante la prometida<br />

conferencia de prensa. Allí expondríamos aquella increíble<br />

manera para curar. Con ese trampolín podríamos ya concretar<br />

una reunión en la Universidad de Buenos Aires, de forma de reunir<br />

a profesores y científicos y hablar de la nueva teoría dimensional.<br />

Lo de las técnicas de lucha, el equilibrio y otras tantas cosas,<br />

lo seguiríamos trabajando sobre nosotros mismos para luego poder<br />

enseñarlo bien.<br />

El Power Point nos facilitó armar la presentación de la Facultad.<br />

Uno de los cuadros principales se veía así:<br />

TEORÍA DIMENSIONAL<br />

Nº DIMENSIÓN PROPIEDADES<br />

1 ESPACIAL 3<br />

2 TEMPORAL 2<br />

3 INCLUSIONAL 1<br />

4 ESPIRITUAL 17<br />

5 INDIVIDUAL 11<br />

6 IDEAL 5<br />

7 ... ...<br />

Otros gráficos y tablas evaluaban interdependencias y puntos de<br />

contacto.<br />

Para la conferencia de prensa decidimos explicar claramente lo<br />

sucedido; supusimos que si los hechos eran de público conocimiento<br />

ya no habría nada que esconder.<br />

Ese mismo domingo, el sacerdote de <strong>San</strong> <strong>Patricio</strong> nos casó en secreto.<br />

Nikei era mi esposa.<br />

...<br />

163<br />

La rueda de prensa arreglada por Mayira comenzaba a las diez de<br />

la mañana, en el salón de una sociedad de socorros mutuos del<br />

barrio. La concurrencia había sido enorme.<br />

Cuando llegamos los cuatro, resultó difícil acceder a los asientos<br />

donde teníamos preparados decenas de micrófonos.<br />

Saludé a los periodistas y presenté a cada uno de mis compañeros.<br />

Hubo sorpresa cuando nombré a la chica rubia sentada a mi<br />

derecha, nadie sabía –pese a haber investigado mucho- que yo era<br />

casado.<br />

-Les agradezco por haber aguardado hasta hoy a todos ustedescomencé.<br />

–Haremos primero una rueda de preguntas, luego les<br />

contaré algo muy importante que hemos preparado para difundir<br />

a los cuatro vientos y por último habrá una rueda de preguntas<br />

final.<br />

-¿Quién desea empezar?- se levantaron todas las manos así que<br />

expliqué que respetaríamos el orden en que estábamos sentados.<br />

No terminaba de decir esto e irrumpieron en el salón una docena<br />

de efectivos armados. Eran parte de un cuerpo de elite de la Policía<br />

Federal.<br />

-¡Todos al suelo!- ordenaron metralla en mano. -¡Quedan arrestados!-<br />

apuntaron hacia nosotros cuatro que permanecíamos sentados.<br />

Antes de que ninguno llegase a nuestra posición, una imagen escalofriante<br />

me sobresaltó: al fondo, por donde acababa de acceder<br />

el cuerpo policial, un grupo de tres hombres trajeados nos revisaba<br />

con la mirada. Todos ellos tenían en la solapa del saco un pin<br />

metálico con la bandera islandesa. El del medio conservaba cabello<br />

sólo en la parte frontal de la cabeza... era Kosinoi.<br />

-¡Él es...!- grité a viva voz intentando delatar al mestizo, pero un<br />

oficial disparó alguna especie de dardo tranquilizante con el que<br />

164


quedé casi paralizado. Sebastián me agarró para que no cayese al<br />

suelo y ayudó a apoyarme contra el escritorio que sostenía los micrófonos.<br />

En segundos estábamos esposados.<br />

-¡Cuidado que mi señora está encinta!- alertó mi amigo.<br />

-En cuanto empezaron a sacarnos del salón, me desesperé porque<br />

los efectivos separaban a Nikei del grupo y la empezaban a llevar<br />

hacia los islandeses.<br />

-¡No! ¡Por favor no la lleven con ellos!- supliqué.<br />

El policía que tenía al lado me aclaró: -No podemos evitar que la<br />

lleven, es ciudadana de su país y ellos vienen de la embajada.<br />

Noté en la cara del oficial algo de disgusto con lo que estaban<br />

haciendo. Di un rápido vistazo y caí en la cuenta de que ése era<br />

el sentimiento generalizado en aquel equipo de elite.<br />

-¡Es mi esposa!- grité con la poca energía que me quedaba por<br />

efecto del dardo.<br />

-¿Eh?- me vio el policía.<br />

-Que es mi esposa.<br />

El hombre pensó un instante: -Momento Gutiérrez- ordenó a los<br />

que se llevaban a Nikei. Hizo una seña y la trajeron de regreso a<br />

mi lado.<br />

Los islandeses, viendo esto pusieron el grito en el cielo exigiendo<br />

que le entregaran a la chica: -¡Ella es islandesa! ¡Entréguenla ya<br />

o esto será el principio de una guerra!<br />

-De ninguna manera- lo detuvo el oficial con quien yo acababa de<br />

hablar; -la señora es esposa de un ciudadano argentino, por lo<br />

que adquiere de hecho esta nacionalidad. ¡Retírense o me olvidaré<br />

de su impunidad!<br />

165<br />

Los tres extranjeros se vieron enfurecidos entre sí. Oí al policía<br />

hablar entre dientes: -Diplomáticos de mierda...<br />

-Es mentira- gritó uno de los islandeses. –Ella no está casada con<br />

nadie.<br />

El policía dudó. –Tendrán a mano algún comprobante, como<br />

ser...<br />

-Sí- lo interrumpió Nikei, que guardaba en la cartera la fotocopia<br />

de la libreta de matrimonio que habíamos hecho el día anterior.<br />

-Pues bien- se alegró el policía -¡Fuera!- e hizo seña a seis efectivos<br />

para que los escoltasen.<br />

-De todas maneras debo llevarlos detenidos- me confesó. –<br />

Esperemos a que se alejen estos islandeses y salgamos.<br />

Mientras nos ingresaban a los cuatro juntos en un patrullero tipo<br />

camioneta, el oficial jefe del operativo me comentó que lamentaba<br />

estar haciendo esto y que estaba agradecido por la ayuda que yo<br />

había prestado a sus compañeros. Me di cuenta de que todos<br />

ellos manejaban aún la versión difundida por la televisión.<br />

Nos condujeron así esposados a la comisaría dedicada a delitos<br />

especiales. Luego de estar todos adentro nos quitaron las esposas,<br />

indicaron un banco alargado negro para sentarnos y nos<br />

convidaron con café. El efecto del tranquilizante ya casi se había<br />

disipado.<br />

Allí aguardamos nerviosos durante más de una hora, hasta que<br />

notamos que todo el personal abandonaba la sala quedando sólo<br />

uno de alto rango, armado, y un hombre de civil con aspecto comercial<br />

que recién ingresaba a la comisaría.<br />

-Buen día- saludó- -Espero no los hayan tratado mal.<br />

-¿De qué trata todo esto?- preguntó firme Sebastián.<br />

166


Para el tipo fue como si nadie hubiese hablado y acotó luego: -<br />

Primero lo primero...<br />

-Soy responsable de la comisión bicameral encargada de conflictos<br />

internacionales. Estoy al tanto de lo que informan los noticieros,<br />

que lo han transformado a usted en cierta clase de héroe.<br />

Pero lo que nos importa a todos aquí, ya que ustedes querrán irse<br />

para sus domicilios, es el conflicto que ha surgido con la República<br />

de Islandia a raíz de acciones irresponsables de un ciudadano<br />

de nuestro país: usted- y me indicó.<br />

-No cometí ningún acto irresponsable- me defendí.<br />

-Déjeme terminar- prosiguió el político, que al parecer ya sabía lo<br />

que le respondería y aprovechaba la situación para sacar ventaja.<br />

–A mí no me interesa lo que usted haya o no hecho, lo único que<br />

me preocupa y ocupa es mantener sana la relación entre ambos<br />

países. Usted es sólo un diminuto y minúsculo individuo. Yo soy<br />

responsable de la seguridad de millones.<br />

-Entre los que estamos nosotros- agregué.<br />

-Yo no diría eso...- se mostró inquietante. –Todo ciudadano que<br />

representa una amenaza para el resto de sus congéneres, pierde<br />

sus derechos- dijo esto y sacó un arma con la que me apuntó.<br />

Sebastián atinó a pararse pero lo detuve con mi mano.<br />

-Si ello solucionase el conflicto, lo mataría aquí mismo sin inconvenientes.<br />

Mis actos son necesarios para proteger a todo el país.<br />

-Aunque quizás sirviese...- comenzó la frase y percibí que rotaba<br />

el brazo para apuntar directamente a Nikei. Antes de que eso sucediese,<br />

crucé el metro y medio que nos separaba con una veloz<br />

patada circular quitándole la pistola. El arma caía al piso y se<br />

disparaba acertándole al Comisario en la pierna. Al mismo tiempo<br />

Sebastián llegaba a la posición de éste, fracturándole la rodilla<br />

167<br />

con su pie derecho y tomando el fusil que portaba para evitar que<br />

nos disparase.<br />

Por mi parte, me encargué de inmovilizar al político por el cuello.<br />

Mi compañero, durmió al Comisario impactándole a la altura del<br />

esternón.<br />

Cuando ingresó el resto de policías, que habían oído el disparo,<br />

empleé al político como una especie de rehén. Antes de intentar<br />

huir, decidimos que valía la pena intentar convencer a los policías.<br />

-Escúchenme- dije, -el Comisario está vivo, tiene un tiro en el<br />

muslo izquierdo disparado cuando ese revolver- lo indiqué con un<br />

movimiento de la cabeza- cayó al suelo. –Este congresista ha<br />

apuntado a mi mujer con el arma amenazando con matarla, por lo<br />

que yo procedí a desarmarlo y tuvimos que frenar al Comisario<br />

para que no interviniese en su defensa. –Los policías que habían<br />

llegado a ingresar nos apuntaban.<br />

-Nosotros no somos ninguna clase de delincuentes. Es más, la<br />

semana anterior intervinimos junto con la Fuerza Aérea Argentina<br />

para detener a un grupo de secuestradores islandeses.<br />

Mis palabras parecían no tener efecto en ninguno de los efectivos,<br />

ni en los más jóvenes. Pensé que Nikei podía decir alguno de sus<br />

vocablos para atontarlos y permitir que saliésemos. También era<br />

factible interactuar individualmente con cada uno para infundirles<br />

temor; pero contaba demasiados y no sabía si funcionase.<br />

Gracias a Dios, algo mejor se me ocurrió.<br />

-Usted- indiqué al que estaba más adelante, -puede revisar al<br />

Comisario-. El efectivo juzgó mi oferta y la aprovechó. Hasta entonces,<br />

lo único que evitaba que todos avanzasen era el rehén político<br />

que yo tenía y amenazaba con liquidar.<br />

168


Cuando el Comisario empezaba a despertar, a partir de los intentos<br />

de quien lo revisaba por reanimarlo, indiqué a Sebas que me<br />

suplantase y en un juego rápido de manos nos pasamos al rehén.<br />

-Bien, ahora aléjese- ordené al que lo revisaba.<br />

-Lo que estábamos por divulgar en televisión cuando nos detuvieron,<br />

es una técnica valiosísima para curar a la gente, que yo ahora<br />

usaré con el Comisario.<br />

El hombre al principio se resistía pero al final aceptó mi atención.<br />

Gradué la vista y enseguida capté la luminosidad que emergía de<br />

su cuerpo. No se veía blanca como en el caso de otras personas.<br />

Donde estaba sano, el brillo era más amarillento. Mis palmas en<br />

cambio refulgían blanquísimas.<br />

De a poco fui sanando cada mancha coloreada y pronto el policía<br />

no tenía nada. Como agregado adicional, intenté iluminarle un<br />

poco más la cabeza.<br />

Al finalizar me sentía agotado. Necesitaba respirar aire fresco. El<br />

comisario se mantuvo pensativo un momento después de haberse<br />

incorporado. La mayoría de uniformados se veían ahora bastante<br />

sorprendidos.<br />

-Déjenlos salir y encarcelen a Rosales- ordenó al fin.<br />

Sebastián soltó a Rosales –que era el político- y lo agarraron dos<br />

uniformados. Mientras nos íbamos, el Comisario me dijo al oído:<br />

-Esto me va a costar muy caro, pero te lo debo, así que váyanse<br />

rápido.<br />

Una vez fuera creímos conveniente viajar directamente hacia un<br />

canal de televisión. Se sentía extraño, mas acabábamos de perder<br />

la tranquilidad de transitar libremente en nuestra propia tierra.<br />

Empecé a imaginar lo duro que debía resultar el exilio y noté el<br />

rostro esculpido en bronce del General <strong>San</strong> Martín, en una fas-<br />

169<br />

tuosa estatua que presidía la plaza. Sus ojos seguían de frente y<br />

la mirada inconmovible. Mas yo sabía que en años lejanos el Padre<br />

de la Patria –así se lo conoce en Argentina-, había sufrido injusto<br />

destierro hasta los días de su muerte, allá por 1850 en Boulogne<br />

sur Mer (Francia).<br />

Nosotros nos hallábamos en la Avenida del Libertador, una arteria<br />

de gran envergadura que costea más o menos el Río de la Plata.<br />

Saqué monedas de la billetera y tomamos el colectivo sesenta y<br />

uno para llegar hasta la sede de canal trece.<br />

En viaje, pasajeros sorprendidos nos reconocían, algunos rogaban<br />

autógrafos, hubo quienes con decisión nos cedieron el asiento,<br />

preguntaban una que otra cosa y siempre nos miraban, como para<br />

no perderse detalle.<br />

Quince minutos más tarde, bajamos del autobús vivados por todo<br />

el pasaje. Cruzamos la vereda y la recepcionista del canal tras el<br />

vidrio notó nuestra presencia. Salió de inmediato tecleando escalones<br />

con los tacos de sus brillantes zapatos y nos hizo pasar. Allí<br />

dentro se esmeraron en conducirnos rápido hasta uno de sus estudios,<br />

donde se filmaba el noticiero.<br />

Traspusimos dos puertas oscuras de gran tamaño, indicaron<br />

donde sentarnos y apareció un periodista que conocíamos de verlo<br />

en televisión.<br />

-Bienvenidos- extendió la mano para saludarnos. -Tenemos unos<br />

minutos antes de salir al aire. Cuéntenme brevemente qué está<br />

ocurriendo y en qué los puedo ayudar.<br />

-Alguien está creando un supuesto conflicto internacional con Islandia,<br />

para evitar que demos a conocer verdades que cambiarán<br />

el rumbo de la historia. Íbamos a contarles esto en la conferencia<br />

de prensa, pero no nos dejaron- aclaré.<br />

170


-En síntesis- repreguntó el periodista, -¿Qué es eso tan importante?<br />

Decidimos ejemplificar. Nikei observó con atención al conductor<br />

del noticiario ajustando el foco de su vista. En general estaba sano,<br />

aunque aparecía un sector rojizo en uno de sus codos.<br />

-¿Tenis?- le asintió mientras acercaba ambas palmas luminosas<br />

al sitio coloreado.<br />

El hombre inquirió con algo de desconfianza. Mi señora rápidamente<br />

blanqueó la zona y el dolor que realmente lo afligía desapareció.<br />

Extrañado, movía su extremidad de diferentes maneras y comprobaba<br />

el aparente milagro.<br />

-Increíble- concluyó.<br />

-Y hay mucho más- lo alentó Nikei. –Esto fue sólo una mínima<br />

demostración. Con algo de práctica, cualquiera lo puede hacer.<br />

Los médicos irán de a poco perdiendo sus empleos.<br />

-Ya es la hora- interrumpió. –Vengan conmigo. Usen el tiempo<br />

que necesiten para explicar, yo los iré guiando por si debemos interrumpir<br />

o algo así.<br />

-¡Rubén!- gritó al que parecía ser director de cámaras. –Tenemos<br />

la exclusiva, anuncialo.<br />

Momentos después escuché una voz en off que comunicaba a la<br />

audiencia de nuestra presencia en los estudios del canal, etc., etc.<br />

Las líneas telefónicas comenzaron a arder de inmediato; sonaban<br />

y sonaban.<br />

Nos ubicamos en la tarima más iluminada de la sala junto al periodista.<br />

Música de presentación y al aire. La circunstancia parecía<br />

perfecta para desenmascarar el asunto; estimaba difícil que<br />

irrumpiesen allí en medio de canal trece si nos querían acallar.<br />

171<br />

Yanina se veía muy cansada de las corridas. Me preocupó que el<br />

niño estuviese a salvo. Sin decirle nada desenfoqué los ojos y la<br />

escruté. Por suerte la panza brillaba blanquita, con un resplandor<br />

claro mucho más fuerte de lo usual, más que el de mis palmas,<br />

más persistente aún que la luz manante de los enormes árboles<br />

selváticos. Tenía que deberse al bebé.<br />

Me volteé para consultarle a mi esposa y sin querer olvidé reenfocar<br />

la visión. Ella también resplandecía y un detalle singular me<br />

colmó de alegría.<br />

-Mirate- le avisé acariciándole el vientre. Allí brillaba un punto<br />

radiante, con intensidad como la del niño de Yanina.<br />

Nikei sonrió, se largó a llorar y me abrazó.<br />

-Che, che- se alarmó Sebas. -Ya empieza.<br />

Tomé aire profundamente y me dispuse para hablar.<br />

-El defensor justiciero, de nombre Gustavo, está a mi lado en este<br />

instante para contarnos toda la verdad- anunció el periodista y<br />

noté la cámara que me apuntaba.<br />

-Buenas- atiné a decir. En seguida, la primera pregunta del conductor<br />

ayudó a que empezara. Vi que a pasos de donde estábamos<br />

se iban concentrando fotógrafos y otros reporteros sedientos<br />

de información.<br />

-Soy instructor de taekwon-do, como mi amigo Sebastián. Quiero<br />

que sepan que hay partes de la historia que ustedes conocen por<br />

los medios, que no son verdaderas-. Nadie me interrumpía, los<br />

presentes oían muy atentamente y yo continué: -Hasta ahora no<br />

había tenido oportunidad de aclarárselos, así que lo haremos hoy-<br />

no sé si la gente que estaba allí o una grabación empezó a vivar y<br />

aplaudirme. Tuve que frenar un instante porque si hablaba nadie<br />

me escucharía.<br />

172


Al fin las palmas disminuyeron y pude continuar: -Queridos argentinos,<br />

tengo la sensación de que no nos queda mucho tiempo<br />

para explicarles- realmente estaba presintiendo algo y me hizo<br />

bien sincerarme profundamente con el público. –Funcionarios de<br />

la Embajada Islandesa han atentado estos días en reiteradas ocasiones<br />

contra nuestras vidas. Tanto aquí como en Brasil y Surinam,<br />

donde fuimos presa de las locuras de un malhechor llamado<br />

Kosinoi- los reporteros anotaban sin parar. –Su aspecto es el siguiente:<br />

tiene unos cincuenta años, altura mediana, ojos más<br />

bien gris-celestes, tez casi albina con rasgos marcados y un detalle<br />

muy característico, es calvo excepto cerca de la frente. Su cabello<br />

es blanquecino-. Nikei me agarró apretadamente la mano<br />

porque ella también presentía algo malo.<br />

-Escuchen- avancé; -se acaba el tiempo. Este individuo que acabo<br />

de describir es muy peligroso. Si lo encuentran no lo enfrenten,<br />

sólo den parte de urgencia a la policía- recapacité un poco, no<br />

sabía si se podía confiar en la fuerza pública; -o al menos al canal<br />

de televisión- agregué.<br />

Descarté premeditadamente el relato sobre su origen mestizo.<br />

Supuse que si entraba en detalles de sirenas y marineros, perdería<br />

credibilidad.<br />

-Ella es mi esposa- la tomé con mi otra mano y las cámaras se<br />

dirigieron a su rostro. –Se llama Nikei y deseo anunciarles que<br />

estamos esperando nuestro primer hijo- hubo aplausos espontáneos<br />

y sorpresa por parte de nuestros amigos que tampoco lo sabían,<br />

ni tenían idea cómo yo podía asegurarlo en tan corto tiempo<br />

de habernos conocido. Pero por supuesto ocultaron sus dudas y<br />

nos abrazaron.<br />

-El islandés que les mencioné hace instantes, secuestró a mi señora<br />

e intentó atacarla sexualmente- hubo unos sonidos de estupor<br />

entre los presentes, -aunque gracias a Dios pude evitarlo, con<br />

173<br />

la ayuda de un oficial de la Fuerza Aérea Argentina que hoy no<br />

nos acompaña- las voces de estupor se transformaron en grititos<br />

de triunfo y algunos suspiros aliviados. En seguida reencendieron<br />

la grabación de aplausos que se sumaron con los reales.<br />

El periodista no preguntaba nada, más aprovechó mi suspiro para<br />

insertar un bocado: -¿Qué partes son ciertas y cuáles no de la<br />

historia que conocemos?<br />

-Bien- respondí. –Todo comenzó el... lunes pasado por la noche,<br />

cuando volvía de dar clases de taekwon-do- no llegué a decir más<br />

y se abrieron de sopetón los portones del estudio.<br />

-¡Todos al suelo!- volvimos a escuchar, como en la anterior conferencia.<br />

-¡Están arrestados!<br />

Los que avanzaban eran efectivos del mismo cuerpo de elite que<br />

conocíamos. Detrás de ellos pude ver al Comisario junto a Rosales.<br />

Peor aún, poco después ingresaron los tres islandeses. Si no<br />

me equivocaba, Kosinoi aparecía en el centro calzando una gorra<br />

que ocultaba su particular pelada. Y como si fueran pocos, tras<br />

ellos entraron con armas largas soldados del ejército que me parecía<br />

tener vistos. El oficial... se trataba de... caí en la cuenta de<br />

la escarapela verdeamarela que llevaban. Era De la Corvaida.<br />

Eso me causó una fea amargura, resaca de sentirme traicionado<br />

por quienes días atrás habían combatido a mi lado para liberar a<br />

Nikei.<br />

Los cuatro nos tomamos de la mano. El periodista se interpuso<br />

para detener a los efectivos policiales y sin mediar aviso lo derrumbaron<br />

a balazos.<br />

Al verlo sobre el piso me percaté de que se trataba de dardos como<br />

los que antes me habían clavado a mí. Respiré, y en el momento<br />

en el que estábamos por intentar espiritualizarnos porque<br />

llegaban a nosotros, una tremenda balacera destruyó el ventanal<br />

174


que servía de fondo al noticiario. Sebastián captó que nos hacían<br />

señas desde fuera para que saliéramos por allí. Un helicóptero<br />

azul oscuro nos aguardaba.<br />

A medida que escapábamos hacia ellos, desde el vehículo aterrizado<br />

metrallaban para cubrirnos de los dardos. Subieron ambas<br />

mujeres, Sebastián y yo, casi cuando partíamos.<br />

-¿Se encuentran bien, soldado?- esa voz me resultaba conocida.<br />

En las butacas delanteras junto al piloto estaba Rolando Varis.<br />

-Gracias- me alegré. Él llevó dos dedos a su sien como venia de<br />

saludo y se volvió a quien manejaba el helicóptero para darle indicaciones.<br />

-¿Adónde vamos?- quise saber. El resto del pasaje conocía a Varis<br />

por la recorrida que nos había brindado Mayira días atrás.<br />

Pero el Capitán sólo sabía de mí y de Nikei, así que sin esperar<br />

que me respondiese empecé a presentarlos.<br />

-Sí, los conozco- interrumpió y aclaró mi desconcierto pidiéndole<br />

al piloto que nos diese un vistazo. Bajo el casco emergía una<br />

gruesa barba gris y blanca. -¡¡Mayira!!- nos alegramos.<br />

-Hemos tomado rumbo hacia la provincia de Córdoba. La autonomía<br />

de este aparato nos permitirá llegar a salvo si no nos interceptan<br />

(cosa segura porque mis superiores ya están informados).<br />

Allí descenderemos en un paraje que conoce nuestro piloto.<br />

Aprovechen ahora a descansar- indicó.<br />

Mientras volábamos logramos relajarnos. El aleteo constante de<br />

las aspas grandes y las pequeñas funcionaba a manera de arrorró.<br />

Antes de dormirme di sendos vistazos a las panzas: continuaban<br />

felizmente luminosas.<br />

...<br />

175<br />

El viaje fue muy tranquilo. Con el Inca al volante y Varis de copiloto<br />

se podía descansar bien. De la Capital Federal hasta Córdoba<br />

–en el centro del país- teníamos unos mil kilómetros.<br />

-Vayan abriendo los ojos- Mayira nos despertó. Acabábamos de<br />

tocar tierra y las hélices se detenían. En derredor nos encajonaban<br />

una serie de montañas.<br />

-¿Dónde estamos?- se desperezó Yanina que había estado muy<br />

callada en lo que iba del día.<br />

-Córdoba- fue la escueta respuesta del militar.<br />

-En mis años de juventud- comentó Mayira, -oí de unos hombres<br />

de mar que llegando hasta las costas del continente, habían incursionado<br />

pacíficamente en busca de este pequeño valle escondido.<br />

Me aventuré por entonces junto a dos compañeros y llegamos<br />

con sigilo hasta aquí. Esos marinos vestían prendas extrañas,<br />

tejidas de hilo muy delgado; usaban cruces rojas como estandarte<br />

y cada tanto se entrenaban en combates con espada. No<br />

tenían mujeres y al parecer nunca salían de su sector para buscarlas.<br />

-Mis amigos y yo los observamos a escondidas por semanas, hasta<br />

que decidimos presentarnos. Según nos contaron se hacían<br />

llamar “Templarios” y su tribu pertenecía a tierras muy lejanas<br />

separadas por los océanos.<br />

-Eran gente justa y de gran valor. Con el paso del tiempo fueron<br />

conociendo a más de los nuestros. Nos enseñaron sus técnicas de<br />

defensa y nosotros hicimos lo propio con las nuestras.<br />

Mayira hizo un espacio y esbozó una sonrisa recordando viejos<br />

tiempos: -Mi hija mayor, la princesa Svic Tulac, se casó con uno<br />

de ellos en hermosa ceremonia y nuestros pueblos se hermanaron<br />

más aún, separados sólo por la distancia.<br />

176


-¿Los Comechingones?- dudó Sebastián.<br />

-Así se los recuerda hoy día- afirmó el maestro incaico, -pero nada<br />

ha quedado escrito de su rica cultura y valioso pasado.<br />

-¿Cómo se llamaba el esposo de Svic Tulac?- averiguó Nikei.<br />

-Usaban costumbres parecidas a las nuestras para escoger los<br />

nombres. Él se hacía llamar Jorge el Justo.<br />

-Jorge...- reflexionó Nikei viendo hacia el cielo. –Lindo nombre<br />

para nuestro hijo, ¿te parece?- me sonrió.<br />

-Jorge si es varón, Jorja si sale hembrita- bromeé y nos reímos. –<br />

Me parece bien mi amor, me parece bien.<br />

El Capitán comentó que estábamos allí porque gracias a la cantidad<br />

de magnetita concentrada en esas rocas, se dificultaría el rastreo<br />

satelital que pudiesen intentar desde el gobierno.<br />

Me preocupó que la dirigencia argentina estuviese implicada en el<br />

asunto. Di por sentado que alguien con intereses sucios estaba<br />

malinformando a nuestro gobierno, como había ocurrido con los<br />

brasileros.<br />

-Por cierto, ¿sabes qué hacía De la Corvaida junto con los islandeses?-<br />

recordé en ese instante y le consulté a Varis.<br />

-Ellos nos dieron vuestra ubicación. Nosotros no la teníamos<br />

porque estaban cerrados los canales de búsqueda que empleamos<br />

normalmente, pero los brasileros habían conseguido un permiso<br />

especial a través de su embajador para investigar un supuesto<br />

complot de los islandeses con sede en Buenos Aires. Por eso venían<br />

siguiendo al Kosinoi éste y nos mantenían informados de sus<br />

movimientos.<br />

-¿Así que están de nuestro lado?- me alegré.<br />

-En ésta, sí- aclaró el Capitán. –Bajemos las cosas...<br />

177<br />

Entre los seis fuimos armando las carpitas que portaba el helicóptero<br />

en la cabina. Eran del tipo iglú, parecida a la que Nikei había<br />

conseguido para Surinam.<br />

Esa noche estuvo estrellada. Cada dos horas nos turnábamos la<br />

guardia. El Capitán hizo la primera, yo la segunda, Sebas la tercera<br />

de cuatro a seis de la mañana y Varis volvió a levantarse para<br />

cubrir la última y preparar el desayuno. Mayira no dormía con<br />

nosotros, sólo aparecía o se perdía de vista a su antojo. -Quizá le<br />

temía al fuego que habíamos encendido, como le temen los animales-<br />

había reflexionado irónicamente mientras caminaba entre las<br />

carpas en mi turno de vigilia.<br />

Al otro día amaneció despejado. El cajón de piedra que nos rodeaba<br />

evitaba los rayos del sol al principio de la mañana y al final<br />

de la tarde. Permanecía celeste el firmamento pero no veíamos a<br />

febo.<br />

Durante el desayuno de mate cocido y frambuesas silvestres, analizamos<br />

la situación. Sebastián no había ido a trabajar; yo no estaba<br />

para dar clase a mis alumnos de taekwon-do y no les había<br />

avisado nada (aunque seguramente estarían informados por los<br />

medios). No sabíamos si nos buscaba la policía, el gobierno o<br />

quien fuese. Yanina estaba de franco en la escuela donde enseñaba<br />

gimnasia y Nikei permanecía conmigo, que era el sitio más<br />

adecuado.<br />

En cuanto a la información que debíamos aún a nuestro pueblo,<br />

con mi discurso no había llegado a aclarar lo sucedido, ni había<br />

logrado sorprender a todos con la nueva forma de sanar, luego de<br />

lo cual estaba planeado invitar para una conferencia en la UBA a<br />

científicos y profesores. Tan sólo estaba cuasi completo el desenmascaramiento<br />

de Kosinoi. También había involucrado públicamente<br />

a la Embajada Islandesa en el conflicto.<br />

178


-Gustavo- Nikei abrazó mi mano con cariño, -sabés, una cosa que<br />

dije cuando fue lo de la Comisaría no es del todo correcta. Lo de<br />

curar con la luz no lo puede hacer cualquiera; debe ser alguien<br />

sano física y espiritualmente.<br />

-Los que no presentan el mismo brillo blanquecino que nosotros<br />

¿no pueden sanar?- entendí.<br />

-Sólo la gente buena, pura, con intenciones nobles en su corazón<br />

y además con salud suficiente son capaces- comentó mi esposa. –<br />

Para alguien con esa luminiscencia ocre, amarillenta o peor, oscura,<br />

se torna un hecho imposible. Es como si intentasen enfriar la<br />

mamadera haciéndole correr agua hirviendo por fuera.<br />

-Y cuanto más blancas tienes las manos ¿disminuye el tiempo de<br />

la curación?- dedujo Yanina que desde el recorrido que nos brindase<br />

Mayira estaba muy compenetrada en las minucias de lo<br />

aprendido.<br />

Nikei asintió.<br />

-Es más- agregó el Jaguar del Cambio saliendo de tras un árbol, -<br />

existen personas con las palmas acelestadas, celestes y hasta<br />

azules-. Todos nos interesamos.<br />

-Ellos- prosiguió, -tienen poderes impresionantes para sanar.<br />

-¿Cómo Jesús?- pregunté.<br />

-Jesucristo irradiaba luz azul según me contaron, y siendo hombre<br />

él podía hasta reencender la vida en algunas personas. Ya<br />

que lo mencionas, nadie conozco además de él que contase con<br />

luminiscencia de esa clase.<br />

-¿Y Ghandi, Buda, Mahoma?- agregó Sebas.<br />

-Personalidades muy luminosas las que nombras. Manos blancas,<br />

a veces celestes. Y también podríamos citar algunos cuántos<br />

más- aclaró Mayira.<br />

179<br />

Sebastián hasta ese momento no había conseguido adecuar sus<br />

ojos para percibir la tan mencionada luminosidad. Pero entonces<br />

lo noté con rostro muy alegre. Se puso de pie y empezó a recorrer<br />

los alrededores acariciando plantas, insectos y mirándolos con<br />

sorpresa.<br />

-Esto es magnífico- rió.<br />

Desde la última clase de taekwon-do, cierta molestia muscular le<br />

acometía la cintura. Fruto de algún mal movimiento según me<br />

había contado; enseñando la forma Eui-Am a uno de sus alumnos<br />

avanzados, los huesos parecían habérsele trabado y destrabado.<br />

Así pues decidió observarse el sitio dolorido: tenía coloración rosada.<br />

Volteó sus palmas para observarlas antes de intentar curarse<br />

y sin hacer nada más cayó de rodillas sobre la tierra.<br />

-¿¡Qué ocurre!?- me alarmé.<br />

-Mis manos...- sólo atinó a balbucear.<br />

Noté que Nikei sonreía rozagante: -Velo tú mismo- me alentó.<br />

Desenfoqué entonces la vista y acomodé mis emociones: ¡Eran<br />

celestes!<br />

-Cúrate, ¿qué esperas?- cuestionó Mayira. Sebastián llevó sus<br />

palmas hacia el foco del dolor y de inmediato este se alivió.<br />

-¿Cómo puede ser que no supiera...?- se extrañó mi amigo.<br />

-Ahora lo sabes- fue la única respuesta del Inca que hizo un gesto<br />

fuerte con los brazos y desapareció.<br />

Podíamos permanecer allí en ese valle, felices y despreocupados<br />

por el resto de los días. Pero no se trataba de eso nuestra vida.<br />

Había mucho por hacer; el equilibrio nos llamaba a aventurarnos<br />

en busca de los peligros que nos acechaban. Capaz sonaba loco,<br />

mas estaba seguro de que aquella tranquilidad tentadora (y real)<br />

no era el equilibrio por entonces.<br />

180


Terminé lo que restaba en el fondo de mi mate cocido y empecé a<br />

despedirme de mis compañeros.<br />

-¿Adónde vas?- se preocupó Nikei.<br />

Me fue difícil convencerlos, pero necesitaba seguir mi instinto. La<br />

posibilidad de que los encontrasen por allí era escasa, más aún si<br />

yo me llevaba el helicóptero. El maestro incaico piloteaba, así que<br />

esperaría a que se presente sentado en el vehículo, dispuesto para<br />

partir.<br />

-Pero no quiero estar sin ti- rogó Nikei casi desesperada.<br />

-Yo tampoco- la consolé, -pero debo hacer esto. Aquí estarás bien<br />

con Sebas y el Capitán...- sin que hubiese terminado de despedirme,<br />

las aspas giratorias comenzaron a andar. Mayira me<br />

aguardaba con el casco en mano. Percibí que las cosas iban sucediendo<br />

como sentía. De alguna extraña manera era capaz de<br />

ponerme a narrar lo que sucedería en el futuro cercano. Como si<br />

fuera un profeta de la antigüedad.<br />

-Regresaré en dos días- les avisé cuando despegábamos.<br />

-No dejes que el curso del destino te confunda- mi maestro indicó.<br />

–Es como un río de fuerte correntada, que trata de llevarte a su<br />

antojo por el cauce. Pero existen muchos otros cauces. Infinitos,<br />

diría. Cuando notas la seguridad de que algo sucederá así, no<br />

debes desoírlo pero tampoco tomarlo como certeza. Puede ser que<br />

logres, no obstante, un curso de agua que te lleve adonde quieres<br />

realmente. Si eso ocurre, aprovéchalo; mas recuerda siempre esa<br />

vieja frase que asegura: “el destino no está escrito”.<br />

-Juche- reflexioné en voz alta, recordando el nombre de una doctrina<br />

oriental que asegura que el hombre es dueño de su propio<br />

destino.<br />

181<br />

-Quizá- culminó Mayira, con lo que yo interpreté que Juche tenía<br />

mucho de cierto pero no era absolutamente exacta.<br />

Me mantuve un tiempo pensativo mientras volábamos a Buenos<br />

Aires.<br />

-Vayamos hasta la Casa Rosada- decidí al fin. –Allí hablaré directamente<br />

con el Presidente y tendremos más chances de que nos<br />

dejen hacer la presentación.<br />

-No creo que podamos arribar a la casa de gobierno sin que nos<br />

maten- objetó.<br />

-Pero podemos dar aviso antes de llegar y pedir autorización para<br />

aterrizar-. Yo estimaba que si alcanzábamos a la máxima autoridad<br />

pública del país, tendríamos buenas chances en nuestra empresa.<br />

Ahora bien, si el presidente estaba involucrado con los islandeses,<br />

las cosas se pondrían mucho peor.<br />

Viajábamos hacia el éste-sur-éste. Los caseríos y edificios cada<br />

vez más amontonados anunciaban nuestro pronto arribo a Capital.<br />

-¡Oh no!- nunca había oído a Mayira así sobresaltado y sus dos<br />

vocablos me aterraron.<br />

-¡El combustible!- lamentó. Un traqueteo desparejo proveniente<br />

del motor señalaba que caeríamos en breve si no lográbamos aterrizar.<br />

Con esfuerzo denodado para mantener la altura y mi asistencia de<br />

copiloto novato, hallamos un descampado amplio y conseguimos<br />

descender. Unos muchachitos que peloteaban en el potrero se<br />

acercaron a curiosear. Tras ellos llegaron algunos grandes caminando<br />

desde sus casas.<br />

-¿Quiénes son?- nos increpó un cuarentón de panza despeinada,<br />

malla y chancletas.<br />

182


Preferimos no responder. Asimos fusiles que cargaba el helicóptero,<br />

trabamos bien las puertas y empezamos a caminar sin interrupción<br />

hacia la salida del terreno donde se agolpaba aquella<br />

gente.<br />

Al vernos armados la mayoría se distanciaba cuando nos acercábamos,<br />

pero el bañista sin pileta volvió a gritar: -¡Quién se creen<br />

que son!<br />

Noté que una jovencita a su lado le pedía que nos dejase pasar.<br />

Mostrándose amedrentador, el maldito empezó a golpearla y golpearla.<br />

Los quejidos de la chica casi no se escuchaban, como si<br />

estuviese acostumbrada a soportar.<br />

Viendo aquella escena, corrí los diez metros que nos separaban y<br />

con un certero puñetazo en la base de su mandíbula lo catapulté<br />

a la inconsciencia sobre el polvo del suelo seco de aquel potrero.<br />

La joven sangraba en su rostro y por la espalda. Me miró entre<br />

agradecida, dolorida y asustada.<br />

-¿Estás bien?- quise saber. Ella iba a responderme pero no le<br />

quedaba mucha fuerza y cayó desmayada sobre mis brazos.<br />

La alcé pasando a Mayira mi fusil. Todos en derredor se separaban<br />

cada vez más de nuestra posición y veían obnubilados.<br />

-¿Dónde hay un hospital?- pregunté. Nadie respondía.<br />

-¿Donde hay un hospital?- grité aún más fuerte. Varios bracitos<br />

se alzaron en dirección a una casilla blanca con los vidrios rotos<br />

en pedazos. Distaba unas dos cuadras así que la transportamos<br />

con esfuerzo hasta allí.<br />

Al entrar constaté que no había médicos ni enfermeros; tan sólo<br />

un botiquín cerrado con candado y una camilla de cemento junto<br />

a la pared.<br />

183<br />

Todos los curiosos que nos seguían desde el aterrizaje continuaban<br />

observando.<br />

Con la base del arma rompí el cerrojo metálico. Dentro aparecieron<br />

unas gasas, yodo povidona, elementos de sutura y algún que<br />

otro medicamento.<br />

La chica ya había vuelto en sí. Pensé que en ese momento deberíamos<br />

estar cumpliendo nuestra misión y cada vez nos demorábamos<br />

más y más. Pero no podíamos dejar allí a la joven. Limpié<br />

sus cortes con agua jabonosa y tras secarla, iba a aplicarle el yodo<br />

cuando recordé que no necesitaba todo aquel artificio. Mayira<br />

me veía desde el principio sin ayudarme y riéndose por lo bajo.<br />

Sacudí la cabeza, desenfoqué mi vista para poder visualizar los<br />

colores de la chica y la curé, aunque su brillo normal era muy inferior<br />

al que me había acostumbrado con Yanina y Nikei. Por<br />

cierto, resultaba similar al amarillo del policía que sanase en la<br />

Comisaría, aunque algo más blancuzco.<br />

-El color no asegura que la persona sea buena o mala- me aclaró<br />

Mayira leyendo mi pensamiento y hablando con el suyo. –Te da<br />

una fuerte pista, pero habla también del estado general de salud,<br />

por lo que puedes confundirte. Ni yo sé distinguir con seguridad.<br />

-¿Cómo te llamas?- le preguntó a mi paciente, que no salía del<br />

asombro al comprobar que sus cortes estaban cerrados y ya no le<br />

dolían.<br />

-Sabrina me llamo. Gracias por curarme. Llévame contigo por<br />

favor. Si el tío despierta y me encuentra así... sana, enfurecerá y<br />

de seguro terminará matándome.<br />

-Yo no puedo llevarte con nosotros- le aclaré. –Lo que sí puedo es<br />

alcanzarte a la comisaría y llevar al... ¿tío dijiste? para que lo encierren.<br />

184


Mayira negaba suavemente con su cabeza. Si aparecíamos por la<br />

comisaría era muy probable que tuviésemos problemas. Sumado<br />

a ello, Sabrina empezó a llorar y a rogar que no la dejásemos allí,<br />

menos que menos con la policía. Los niños que nos rodeaban<br />

apoyaban sus lamentos. –Llévensela o la matarán- pude oir repetidas<br />

veces con distintas voces.<br />

-¿Cómo vamos a la Capital?- averigüé. Las manos de muchos<br />

otra vez se alzaron juntas y paralelas. Nos indicaban una autopista<br />

por donde el tránsito circulaba veloz.<br />

Hacia allí nos dirigimos los tres dejando atrás al gentío que ya no<br />

nos acompañaba. Sabrina se veía contenta de venir con nosotros,<br />

aunque le aclaré que la dejaríamos en un sitio seguro cuando lo<br />

hallásemos.<br />

Un taxi semidestartalado aceptó acercarnos por diez pesos hasta<br />

la entrada de la ciudad. Anduvimos así, transitando la vía lenta<br />

durante una hora y media.<br />

-Aquí los dejo- avisó el chofer. Un cartel verde inscripto en blanco<br />

anunciaba el acceso a Buenos Aires por Avenida Balbín. Pagamos<br />

lo arreglado y descendimos hasta la arbolada arteria caminando.<br />

Conocía aquella zona. Anduvimos unas cuantas cuadras en dirección<br />

del convento franciscano que recordaba. Era de unas<br />

monjitas y de seguro recibirían a Sabrina para darle algún cobijo.<br />

Tocamos timbre varias veces hasta que apareció una hermana<br />

arropada de marrón: -Buenos días- saludó cortésmente. Le explicamos<br />

la situación de Sabrina y ella aceptó recibirla, aunque Sabrina<br />

pataleó hasta el cansancio porque no deseaba quedarse.<br />

Al fin, tras media hora conseguimos que se rindiese y entrara al<br />

convento con la Hermana Sofía –así se llamaba la amable monjita-<br />

. Nos despedimos y dejamos sin que Sabrina supiese algo de di-<br />

185<br />

nero para solventar parte de los gastos que provocase su presencia<br />

allí.<br />

¿Qué haríamos ahora? Yo intuía que hablar con el primer mandatario<br />

resultaría fructífero. Podíamos tratar de ingresar furtivamente<br />

a la Casa Rosada y escabullirnos hasta su despacho, tal<br />

vez espiritualizándonos. ¿Pero era esa la solución? ¿Nos encontraríamos<br />

tal vez con los mismos personajes siniestros que nos<br />

perseguían?<br />

Junto a la entrada del convento había un puesto de diarios. El<br />

quiosquero me reconoció y nos regaló un periódico importante<br />

donde mi foto huyendo de canal 13 aparecía en la tapa.<br />

-Vamos todavía- alentó. –Todos lo apoyamos por aquí. ¿Por qué<br />

no van a hablar a la Universidad? Allí tiene prohibida la entrada<br />

la fuerza pública y supongo que conseguirán decir todo con algunas<br />

cámaras que los filmen- propuso. Al parecer, aquel canillita<br />

tenía ya todo pensado. Recordé que era cierto lo que planteaba,<br />

desde terminado el tiempo de las dictaduras, se había dispuesto<br />

la prohibición absoluta para policías y militares de ingresar a casas<br />

de estudio. Todo a colación de los secuestros y homicidios<br />

efectuados principalmente donde se impartían carreras humanísticas.<br />

Ya había pasado mucho tiempo desde entonces, pero la regla<br />

estricta se mantenía. Y mejor aún, yendo allí podríamos tratar<br />

de reunir un grupo de profesores y presentarles el nuevo paradigma.<br />

Antes de que partiésemos apareció la Hermana Sofía: -Su reloj-<br />

me llamó agitando la mano. Miré mi muñeca izquierda y el valioso<br />

recuerdo que portaba en ella había desaparecido. Caminamos<br />

unos pasos hasta la puerta y la monja puso el reloj entre mis manos.<br />

Con una mueca profunda y fruncida logró que comprendiese<br />

que Sabrina me lo había quitado y que tratara de perdonarla.<br />

186


Calcé el artefacto en su sitio agradecido y me admiré de todo lo<br />

que me había transmitido la hermana con un sólo ademán. Mientras<br />

volteaba y se retiraba para cerrar el portal llegué a desenfocar<br />

y rastrear su luminosidad: era blanca como suponía, muy blanca.<br />

Tenía sin embargo otras gamas en sus rodillas, cintura y algunas<br />

partes de su columna. Sofía era mayor y de seguro esos tonos<br />

indicaban sus dolencias.<br />

Ver a la monjita con su luminiscencia y pensar en simultáneo<br />

que estaba por viajar a la Universidad, reubicó en mi cerebro algunos<br />

bloques y me encendió una idea fabulosa. Sabía que en<br />

cierta forma era una predicción del futuro, uno dichoso al que<br />

arrastraban bastantes cauces del destino con sus caudales torrentosos.<br />

La incluiría entonces para mi charla en la Facultad.<br />

Tomamos el colectivo 67 intentando pasar desapercibidos. Alguna<br />

gente me miraba extrañada, pero nadie se animaba a descubrirme.<br />

Pronto estuvimos en Ingeniería y conseguir la reunión fue<br />

más fácil de lo que pensábamos. Profesores y alumnos se agolpaban<br />

al verme. Poco a poco Mayira fue separándose y se perdió<br />

entre la multitud. Recordé sus palabras asegurando que no estaría<br />

en las conferencias...<br />

Hice lo posible por llegar hasta donde pudiera subirme para<br />

hablar y lo conseguí recién en la barra del bar de planta baja,<br />

donde pronto sacaron con esmero los utensilios para evitar que<br />

me tropezase. Desde allí di un vistazo general. Eran cientos, si<br />

no miles.<br />

-Traigan al rector y a los profesores- rogué.<br />

-No hace falta, acá estamos- muchos levantaron sus manos para<br />

que los viese.<br />

187<br />

-Bien- comencé, -siéntense por favor que tengo que contarles algo<br />

muy importante, algo que revolucionará la ciencia actual y cambiará<br />

nuestras vidas para bien.<br />

-¿Es por eso que te persiguen?- preguntó un muchacho que estaba<br />

cerca.<br />

-Sí- respondí, -aunque no todos lo saben con claridad; muchos<br />

siguen órdenes de superiores que tampoco manejan la verdad. Yo<br />

sólo sé de un individuo extranjero que está detrás de todo esto.<br />

No tengo pruebas de nadie más implicado a conciencia en lo que<br />

hace.<br />

-¿Quién es él? ¿Kosinov?- preguntaban.<br />

-Kosinoi, con “i”, pero ese no es el tema central del que necesito<br />

hablarles- se veía que no eran periodistas porque callaron y esperaron<br />

que yo continuase.<br />

-Siéntense por favor- repetí. No contaba con el Power Point que<br />

hubimos preparado así que solicité una pizarra. En cambio de<br />

eso, me pasaron un fibrón e indicaron que anotase en los azulejos.<br />

Serviría.<br />

Me daba vueltas en el cerebro la idea maravillosa que había conseguido<br />

viendo a la monjita, pero sabía que no me serviría para<br />

empezar en aquel ámbito. Primero necesitaba plantear claramente<br />

el tema y dar de inmediato una demostración sorprendente.<br />

Rogué a Dios que me saliese, he intenté hacerlo...<br />

-En estos días he atravesado experiencias importantes. Aquí en<br />

Argentina, en Surinam y en Brasil. Todas ellas me llevaron a<br />

completar los bloques de una nueva cosmovisión, un nuevo paradigma<br />

que ahora les presentaré.<br />

Tomé el marcador y anoté: “10 dimensiones” y desde allí saqué<br />

diez flechas para luego completar.<br />

188


-¿Qué dimensiones conocen?- pregunté. Las respuestas no se<br />

hicieron esperar. Eran diversas y a montones.<br />

-Ok- los detuve. –Nos referiremos no a cualquier tipo de dimensiones<br />

sino a las existenciales, a las que son conformacionales de<br />

nuestro entorno.<br />

-Las dimensiones que mencionaré tienen diferentes relaciones de<br />

interdependencia. Por otro lado, en cada una se identifican un<br />

número finito de propiedades características.<br />

Sentía que hasta que diese mi ejemplo conmovedor, que agregaría<br />

un plus de atención, el público letrado resultaría estrictamente<br />

exigente. Todas mis oraciones debían encadenarse a la perfección,<br />

en un camino de sabiduría ascendente.<br />

-¿Por dónde nos movemos al morir? ¿Y por donde lo hacemos al<br />

ser concebidos?- no hubo comentarios.<br />

-¿Cómo es que se logra el desplazamiento a voluntad por el tiempo?<br />

-¿Viajar en el tiempo?- me interrumpieron.<br />

Es una de las tantas cosas que permite y explica el nuevo paradigma-<br />

acoté.<br />

-¿Ha viajado en el tiempo?- inquirió otro y hubo alguna risita perdida<br />

por ahí.<br />

-Por eso, y por otras cosas más importantes estoy acá. Pero pasemos<br />

a ejemplificar; experimentemos para derrumbar el presente<br />

paradigma-. Nadie se atrevía a hablar; estaban expectantes, ansiosos;<br />

sentían estar viviendo tiempos históricos.<br />

-Señor Rector, si me hace el favor...- lo llamé y fue pasando entre<br />

la gente para llegar a la barra. Mientras se acercaba, comenté<br />

algunos lineamientos técnicos que explicaban en parte lo que<br />

haría.<br />

189<br />

-Multitud de reacciones químicas anabólicas y metabólicas liberan<br />

energía en forma de fotones, por lo general con muy baja intensidad.<br />

Es lo que hoy se conoce como quimioluminiscencianoté<br />

que algunos asentían.<br />

-¿Qué pasaría si pudiésemos amplificar el resultado de interferencia<br />

de todas esas reacciones para visualizarlo? Es más, ¿hay algún<br />

motivo fisiológico por el que existe esa luminiscencia?<br />

-Pues sí lo hay- continué. –El organismo humano está preparado<br />

para autorrepararse. Así como cuando ustedes desean subir el<br />

volumen en un equipo de música...- y di el mismo ejemplo que me<br />

enseñase Mayira allá en la selva. Luego los guié para desenfocar<br />

la vista, cuando la mayoría lo hacía grité: -¡¡Mírenme!!- lo más<br />

fuerte que pude intentando desestabilizarlos emocionalmente para<br />

que lograran ver el aura luminiscente.<br />

La gran mayoría se mostraba confundida. Sólo una alumna que<br />

estaba cerca y un hombre mayor, supongo que profesor, se veían<br />

sorprendidos y no dejaban de observarme.<br />

El Rector llegó junto a mí. Lo revisé de unos vistazos y le informé<br />

que estaba sufriendo dolores en el intestino grueso.<br />

-Sí, es cáncer- me confió al oído. Sin anticiparle nada, fui pintando<br />

con mis manos esa zona hasta dejarla completamente clara.<br />

-Está curado- le avisé. –Cuando lo revisen su cáncer habrá desaparecido-.<br />

El Rector se mostraba confundido; seguramente luego<br />

de recibir los resultados positivos creería recién mi diagnóstico.<br />

Llamé a la chica y el profesor que ya veían la luminiscencia. Ambos<br />

portaban palmas blancas. Los entrené rápidamente para que<br />

pudiesen curar a otras personas y entre los tres fuimos sanando<br />

multitud de dolencias, de las más variadas. Al rato, los aplausos<br />

se sucedían a intervalos cada vez más cortos y decidí que la audiencia<br />

ya estaba lista para aceptar lo que restaba del discurso.<br />

190


Volví al frente y terminé de explicar el panorama dimensional, con<br />

propiedades, interrelaciones y dependencias. Tuvo gran acogida<br />

la identificación del sexo como contacto entre las dimensiones espiritual<br />

e individual y otros tantos datos que iban resultando<br />

igualmente obvios y sorprendentes a la vez.<br />

Para terminar, ya con todos los azulejos mamarracheados en fibrón<br />

y los ánimos caldeados de energía, era hora de brindarles mi<br />

idea fabulosa: -Con lo visto hasta ahora, quizá algunos de ustedes<br />

hayan alcanzado ya la conclusión que les brindaré; ella es tanto<br />

visión general, herramienta para abrir nuestras mentes y nuestros<br />

cálculos, como también es pronóstico del futuro. Hoy mismo<br />

la encontré charlando con una monja franciscana. Pues bien, lo<br />

que les quiero decir es que la religión y la ciencia convergen a un<br />

mismo punto. Con el tiempo se irán acercando hasta convertirse<br />

en una misma cosa.<br />

Un silencio general se había adueñado del salón. Cada uno intentaba<br />

asimilar esa verdad. Con la quietud, llegué a observar por<br />

las ventanas vidriadas al equipo de elite policial aguardando mi<br />

salida.<br />

-Abrámonos a esta idea nueva; el sentido común debe permitir al<br />

hombre dar lugar a la espiritualidad. Religión y ciencia no están<br />

enfrentadas; ambas se complementarán e irán cambiando hasta<br />

ser una misma cosa- finalicé mi discurso y un cerrado aplauso<br />

que conmovía hasta las frías paredes de ladrillo me agradeció.<br />

Un grupo de alumnos y profesores se acercó a mí con esfuerzo<br />

respirando agitados: -¡La policía lo espera afuera para apresarlo!informaron.<br />

–Venga por acá que algo vamos a hacer.<br />

Yo acepté la oferta y avancé con ellos. Pronto estábamos en sala<br />

de profesores. Tenía la tranquilidad de haber destapado donde<br />

debía la olla correspondiente. Pero aún restaban muchas cosas:<br />

atrapar a Kosinoi, desenredar la maraña tejida por los islandeses<br />

191<br />

que nos había quitado la libertad en nuestra propia tierra, recoger<br />

a mis amigos de Córdoba...<br />

-¿Por qué no pasa aquí la noche? Ya son las ocho- me invitaron.<br />

Comimos en el bar que antes sirviese de auditorio. Conmigo tenía<br />

siempre a diez o veinte personas que funcionaban de guardaespaldas.<br />

Un equipo de estudiantes me mantenía informado sobre<br />

los movimientos de la policía, vigilando desde las ventanas. Dormí<br />

pues allí durante la noche, cobijado entre los libros de la biblioteca.<br />

Mis guardias civiles iban y venían, custodiándome como<br />

al mismo Einstein.<br />

A la mañana siguiente trazamos lineamientos a seguir. El periódico<br />

contaba sobre el recupero satisfactorio del Sargento que yo<br />

conocía, el de la esquina, así que planeamos una visita al Hospital<br />

Churruca –donde estaba internado- para reportearlo. Él tenía información<br />

que allanaría el camino de nuestra defensa, e involucraría<br />

más a los islandeses en el entuerto.<br />

Sin perder tiempo, el profesor que había logrado manejar su vista<br />

para observar la luminiscencia y dos estudiantes de cuarto y<br />

quinto año que casualmente conocía por haberles enseñado taekwon-do,<br />

partieron hacia el centro de internación. Uno de ellos<br />

llevaba consigo filmadora y micrófono.<br />

-¿Por qué no te disfrazamos y tratás de salir sin que la policía se<br />

percate?- propuso la chica que había podido ver, como el profesor,<br />

y aún me acompañaba.<br />

-En realidad no es necesario- recordé que podíamos movernos estando<br />

espiritualizados. Como me había enseñado Nikei, le pedí<br />

que tomase mi mano y empecé a buscar el pulso de la Naturaleza.<br />

Mientras lo hacía, lentamente fui contándole qué hacer para seguirme.<br />

192


Al principio resultaba difícil. No era lo mismo verse en medio de<br />

árboles y plantas que estar rodeados de cemento gris y ese aire<br />

distinto de la ciudad. Pese a que yo podía espiritualizarme solo,<br />

quería que ella lo lograse para transmitirlo si algo me ocurría.<br />

Quizás era tonto, pero mi lado docente tironeaba demasiado.<br />

Estuvimos como dos horas y sólo alcanzamos a oír lo que aparentemente<br />

era el pulso universal. No sabía si obtendríamos más<br />

frutos estando allí y con la premura de las circunstancias, así que<br />

me conformé con el hecho de haber dado los primeros pasos y decidí<br />

marcharme.<br />

Dejado por mí el estado físico, podía ver la sorpresa en cara de<br />

mis acompañantes universitarios. Bajé las largas escalinatas y<br />

me dirigí al Hospital Churruca.<br />

Mientras avanzaba tuve la sensación de estar desperdiciando algo...<br />

Mayira se movía de aquí para allá sin necesidad de grandes<br />

caminatas. A pesar de ello, sólo él manejaba bien la dimensión de<br />

la inclusión; ni mi esposa la manejaba suficientemente como para<br />

atreverse a pasar a su través. En teoría había aprendido que la<br />

realidad de existir en uno u otro sitio era relativa. La forma de<br />

dominarlo era aceptar realmente ese postulado, al punto de sentirse<br />

despegado e independiente de la propia inclusión en el entorno<br />

actual y desear fácticamente estar en otro.<br />

Sentirse despegado de la propia inclusión era como pensar “no<br />

pertenezco ni estoy en ningún sitio”. Desear fácticamente era un<br />

querer tan fervoroso y decidido que distaba un infinitésimo de<br />

realizarse. Conocía aquello del entrenamiento SEVRA, en que las<br />

patadas más veloces, aún más rápidas que lo permitido por un<br />

arco reflejo humano, se efectuaban decidiendo que el golpe había<br />

llegado a su destino antes de lanzarlo.<br />

No quería experimentar en momentos tan críticos... quedar quizá<br />

trabado entre existires ajenos; aparecer tal vez en el espacio y as-<br />

193<br />

fixiarme por la ausencia de oxígeno respirable... Pero era en esas<br />

situaciones extremas cuando más rápido podía progresarse. Sólo<br />

necesitaba valor para arriesgar; donde arriesgar significaba exponerse<br />

a perderlo todo, incluso la vida, incluso la existencia misma.<br />

Dejaba ya atrás la última línea policial, cruzando la gruesa avenida<br />

cuyo tránsito habían interrumpido y entre bocinazos y corridas<br />

escuché un “por favor” que me resultó desesperantemente familiar.<br />

El mismo Comisario que habíamos fracturado y luego sanado<br />

en la seccional donde nos tenían detenido, forcejeaba con Nikei,<br />

esposada, para entregársela a un custodio de civil.<br />

¡Como podía ser que mi esposa estuviese allí! ¿Los habrían hallado<br />

en Córdoba? ¿Habrían decidido venir para ayudarme?... Mas<br />

no tenían vehículo alguno y para dejar aquél valle encajonado<br />

hubiesen necesitado escalar durante días.<br />

¡Dios mío, cómo es posible! Me tironeaba de los pelos y empezaba<br />

a perder mi equilibrio y volver al estado físico.<br />

La reacción inmediata era aparecerme y pelear. Miré alrededor:<br />

no había rastro de Sebastián, Yanina y el Capitán.<br />

-“Por favor”- volví a oír entre lágrimas. El custodio estaba cerca<br />

de un coche con los vidrios opacos tipo limusina. Por el hueco de<br />

la puerta trasera asomaba un brazo haciendo señas persuasivas.<br />

Pude ver el rostro. Era Kosinoi.<br />

Tenía que actuar pronto. Había demasiados efectivos federales y<br />

si me ponía a pelear con ellos, tarde o temprano me matarían.<br />

Pero no podía dejar que metiesen a Nikei en la limusina. Ella debía<br />

estar sana y salva. Soñé un instante que cuando terminase la<br />

pesadilla nos iríamos a vivir al Sur, seguramente en una cabañita<br />

de <strong>San</strong> Martín de los Andes y llevaríamos un pasar alejado de<br />

aquellos problemas horripilantes. En verdad deseaba despertar-<br />

194


me y que esa imagen de los islandeses recapturando a mi amada<br />

esposa resultase sólo parte de un sueño desagradable.<br />

Miré hacia la Facultad, los chicos observaban en diferentes direcciones,<br />

sabiendo que yo estaba en algún sitio aunque no me veían.<br />

Romina y Alejandro –dos de ellos- se preocupaban con la escena<br />

de la chica rubia esposada que forcejeaba con el policía. No<br />

sabía si actuarían para intentar detenerlo; tal vez reconociesen a<br />

Nikei por haberla visto en la tele; pero así y todo la factibilidad de<br />

que ellos lograsen evitar que la metiesen al auto con el mestizo y<br />

se la llevasen resultaba escasa.<br />

Si intentase tomar a mi esposa y correr con ella hasta la Universidad...<br />

eran como sesenta metros y en el camino debíamos sortear<br />

a más policías que la línea completa de defensa de un equipo de<br />

rugby.<br />

Otra forma era animarme a viajar al Churruca empleando la dimensión<br />

inclusional, tomar al Sargento y llevarlo conmigo de<br />

vuelta al lugar de los hechos, interponiéndome entre Nikei y la<br />

limusina y deteniendo la acción contando con la ayuda de lo que<br />

sabía el policía. Pero cómo haría para espiritualizar al Sargento.<br />

¿Podría él dejar ya el hospital o andaría aún con suero y esas cosas<br />

pinchadas al brazo?<br />

Por ahí si los que habían ido a entrevistarlo tuviesen ya la filmación<br />

lista, podía traer la cámara conmigo y ejecutar el mismo<br />

plan. Aunque en medio del revuelo sería complicado que me prestasen<br />

la atención suficiente.<br />

¿Qué más podía hacer? El custodio ya tomaba a mi señora del<br />

brazo y trataba de arrastrarla hacia el vehículo. Si tan sólo estuviese<br />

Mayira y nos ayudase a salir también de ésta...<br />

Pero no debía esperar milagros. Cerré mi puño con fuerza. -¡Ya!estaba<br />

por aparecerme decidido a pelear hasta el fin. Mis movi-<br />

195<br />

mientos se concentrarían en permitir huir a Nikei aunque yo pereciese.<br />

Pero alguien más estaba allí conmigo, y no era el Inca.<br />

Se paró frente a mí. Noté que nos aislábamos del tiempo lineal.<br />

-Vives intensamente- mencionó en un tono increíblemente hermoso.<br />

-¡Inkshira!- me alegré. Estaba seguro de tener frente a mí a la<br />

abuela de mi futuro hijo.<br />

-Gustavo, debes cambiar el curso del destino- comenzó a aconsejarme.<br />

–Recuerda que la correntada puede ser muy fuerte pero<br />

siempre, hasta el último metro antes de la cascada puedes vencerla.<br />

Si el agua clamorosa los arroja por su abismo mortal<br />

habrás perdido el control. Y no lograrás subir.<br />

-Kosinoi intentará matar a tu hijo si no intervienes. Si haces lo<br />

que planeabas, en cambio, salvarás al niño y Nikei conseguirá escapar,<br />

pero ya nunca volverás a verla en el estado físico; morirás y<br />

el bebé no podrá conocer a su padre más que por los relatos de mi<br />

hija.<br />

-Si no hay otra opción, es triste pero tomaré la segunda- respondí.<br />

-Yo no he venido a mostrarte las opciones. No podría hacerlo porque<br />

existen infinitas de ellas. He venido a narrarte un trozo de la<br />

historia de mi pueblo.<br />

-¿El tiempo está realmente detenido allá abajo?- no es así.<br />

Inkshira no respondió. Yo sabía que en ese estado el tiempo lineal<br />

no intervenía, pese a lo que estaba muy nervioso y desconfiaba<br />

de mí mismo.<br />

-Hace trescientos cuarenta años hubo una sirena que decidió salir<br />

del océano cumplido su primer ciclo. Hasta entonces ninguna lo<br />

había hecho y la teoría de que ello sucediese era poco más que un<br />

interesante relato fantástico. Rolania tenía a su cargo el cuidado<br />

196


de mi pueblo en esas fechas y no pudo oponerse al deseo de la<br />

sirena.<br />

-Al principio todo resultó según contaba la leyenda: en unos pocos<br />

días perdió sus escamas y la aleta caudal se secó; las extremidades<br />

que guardaba dentro de la cola de sirena quedaron libres<br />

y no tardó en poder manejarlas con aptitud.<br />

-Desde el mar observaban con atención. Seguían a la joven adonde<br />

fuese. No querían perder detalle de su aventura en la superficie.<br />

Lo que ella hacía se pasaba de boca en boca y pronto cada<br />

noticia alcanzaba los más recónditos parajes submarinos.<br />

-Uno de esos días, la sirena conoció por accidente a un joven conde<br />

que la sedujo. Empezó a vivir entre la nobleza y a conocer<br />

hábitos terrestres que no había imaginado. La familia del conde<br />

acaparaba muchas tierras y solía abusar de la humildad de los<br />

campesinos que las habitaban. No eran buena gente.<br />

-Pero dentro del agua la civilización tampoco es perfecta. Existen<br />

buenas y malas sirenas, y una de ellas se interesó sobremanera<br />

en el poder que ostentaba su congénere sobre la superficie. Lamentablemente<br />

decidió imitarla ocho años más tarde y corrió con<br />

su misma suerte. La piel tersa de las sirenas, sus cabellos suaves<br />

y perfectos y otros tantos rasgos característicos atraen por demás<br />

a los de tu especie. Pronto logró casarse, pues, con otro noble de<br />

apellido recordado hasta estos días.<br />

-La primera sirena que abandonó el mar tuvo tres hijas con el<br />

conde y la segunda pudo engendrar sólo un hijo varón. De uno y<br />

otro lado los niños fueron criados en la riqueza y el desprecio<br />

hacia los pobres. El tiempo los reunió y un otoño hace más de<br />

trescientos años, la niña mayor se casó con el muchacho.<br />

-Fueron prolíficos y engendraron a su vez seis niños, todos producto<br />

de la cruza entre mestizos. Y por esas vueltas del destino,<br />

197<br />

uno de los niños que la chica dio a luz a sus veinticuatro años y<br />

nueve meses, se transformó al crecer en un malvado rey, dictador<br />

de terribles leyes que destrozaron al pueblo de su patria.<br />

-Las viejas sirenas, que observaban e informaban todo lo ocurrido<br />

en la superficie, aprovecharon el hecho de que aquél terrorífico y<br />

poderoso hombre hubiese sido engendrado justo en la fecha del<br />

supuesto cambio de ciclo de la sirena, y distribuyeron la teoría del<br />

superhombre para desalentar a las jóvenes que quisiesen dejar el<br />

océano. Eran muy conservadoras y prefirieron mentir “piadosamente”<br />

para mantener el orden que hace siglos reinaba en su sociedad.<br />

-Rolania aceptó usar aquello como historia oficial y así se distribuyó<br />

desde el norte al sur de nuestro querido planeta Agua.<br />

-Tierra- corregí.<br />

-Sí, decía en broma, pero piensa que nosotras vivimos en el agua.<br />

-Como te contaba, Rolania escondió la mentira. Más tarde la sucedió<br />

Elksinia, Lutorra y otras tantas. Todas iban enterándose de<br />

la falsedad de aquel relato pero no se atrevían a desmentirlo.<br />

Hasta que Mandadra, la madre sirena que vivía cuando yo era joven,<br />

decidió torcer el destino y fue de a poco concientizando al<br />

pueblo oceánico de la verdad.<br />

-Como esa, hay muchas otras cosas que se construyen en tu<br />

mundo y en el mío, que descansan en simientos corruptos y tarde<br />

o temprano se derrumban, dañando el avance de la sociedad.<br />

-“La ciencia y la religión se harán una”; muy bien, hacia allí vamos-<br />

me felicitó.<br />

Lo que Inkshira me enseñaba aseguraba que nada especial marcaría<br />

al hijo que buscaba tan afanosamente el islandés. Si él lo<br />

198


supiese canalizaría al menos su venganza a otros cauces y dejaría<br />

tranquila a Nikei.<br />

¿Era correcto sacárnoslo solamente de encima y tirar el bulto<br />

hacia otro lado, para que alguien lo agarre? Desde ya que no, pero<br />

la hipótesis de que él canalizase su venganza hacia otra parte,<br />

sólo era una hipótesis. Quizá decidiese retrotraer su odio y pudiese<br />

comprender lo mal que estaba actuando, o quizá escogiese<br />

seguir adelante con sus planes aún sabiendo que no lograría dañar<br />

mucho al mundo.<br />

Me senté a meditar allí donde estábamos siendo espíritus.<br />

Inkshira agregó: -Cuando el abuelo de Nikei perdió a sus dos primeros<br />

hombres a manos de las sirenas, nunca volvió a ver sus<br />

cuerpos henchidos por el agua. Es normal que no los buscara<br />

pero existe un detalle que el abuelo nunca comentó: en voz baja,<br />

como entre dientes, cuando el segundo marinero de apellido Ingari<br />

se arrojó a las olas, el abuelo mencionó las terribles palabras “Il<br />

crigón señú dil ibsánsure”. Como las había pronunciado tan despacio<br />

imaginó que no habían surtido efecto alguno, y no relacionó<br />

aquello con el terrible oleaje posterior que casi lo mata.<br />

-En el idioma del mar- continuó- no importa lo fuerte o despacio<br />

que se hable, sino que vale sólo el dicho por el sentimiento que<br />

representa. Aquel día la misma Mandadra oyó la amenaza y envió<br />

a las sirenas para volcar la embarcación. Por suerte para el abuelo,<br />

el Dr.Ingari no se había ahogado aún y rogó a las sirenas que<br />

perdonaran al terrestre. A cambio les ofreció su vida entera.<br />

Le resultó difícil convencerlas pero al fin, la que se había enamorado<br />

de él lo aceptó y juntos nadaron hasta un atolón sumergido<br />

donde unas cuevas erosionadas en la misma roca submarina,<br />

guardaban salones con aire. En ese sitio vivió Ingari dos años<br />

más hasta que la sirena pudo salir del agua por cumplir su segundo<br />

ciclo. Ambos subieron a la superficie hasta llegar a Islan-<br />

199<br />

dia, donde se instalaron y tuvieron su único niño, al que llamaron<br />

Kosinoi.<br />

-¡Kosinoi es hijo del marinero que el abuelo dio por muerto!- me<br />

extrañé.<br />

-Así es, y el pobre tuvo un padre traumado por el encierro de<br />

aquellos dos años bajo la roca, que en su locura le recriminaba<br />

cada día su condición mestiza. A los trece años de Kosinoi, el<br />

Dr.Ingari mató a su esposa sirena y se suicidó ahogándose en la<br />

costa. El muchacho quedó huérfano y debió arreglárselas para<br />

salir adelante sin nadie a quien recurrir.<br />

El relato humanizó en mi imaginación la persona de Kosinoi. Su<br />

vida había sido dura y de allí sacaba la maldad con que se movía.<br />

Pero ya era bastante grande y de seguro había tenido oportunidades<br />

para mejorar. Hubiesen o no existido, lo que hacía el islandés<br />

mestizo era terrible y nada podía justificarlo.<br />

-Escúchame- llamó mi atención Inkshira como para darme un<br />

dato importante. –La mascota de mi hija ha estado oculta en la<br />

Embajada desde que se escurrió para tratar de ayudarla. Ahora<br />

ha podido subirse a la limusina antes de que salieran de allí. Esta<br />

estrella de mar, como muchas otras, maneja ciertos movimientos<br />

interdimensionales. Por eso pudo saber la contraseña del<br />

Sargento recorriendo el tiempo hacia atrás y observando lo que<br />

éste tecleaba en ocasiones anteriores, en la computadora de la<br />

garita ¿recuerdas?<br />

-Sí- contesté.<br />

-Kosinoi no es perfecto- prosiguió mi suegra. –Tú ya has combatido<br />

con él y lo has vencido de varias formas. Busca desequilibrarlo...-<br />

dijo esto y empezó a iluminarse más y más, luego de lo<br />

que desapareció. Yo aún permanecía espiritualizado y podía pensar<br />

bien lo que hacer.<br />

200


Además de mi temor y yo mismo, estaba Yoli, que me conocía.<br />

Sabía que la estrella entendía bastante y poseía suficiente inteligencia,<br />

así que podía ayudarme a combatir. Pero éste sería un<br />

combate nada convencional. Analizándolo desde el punto de desequilibrar<br />

al mestizo, ideé los siguientes pasos: primero volvería al<br />

estado físico entre el auto oscuro y la posición de mi mujer. Segundo,<br />

llamaría a Yoli para que me viese y con su sola intuición<br />

tratase de asistirme. Tercero, gritaría al islandés su nombre entero<br />

para desequilibrarlo y enviaría mi miedo a desesperarlo, inmiscuyéndose<br />

con su individualidad. Cuarto, golpearía al custodio<br />

liberando a Nikei, mientras Kosinoi llamaba la atención de todos<br />

zarandeándose a los cuatro vientos. Por último, tomaría a Nikei<br />

fuerte de la mano y en unos pocos segundos ambos nos espiritualizaríamos.<br />

El plan resultaría alocado a alguien que dudase de la capacidad –<br />

y es más-, del espacio individual “real” que ocupa mi miedo. Pero<br />

no lo era para mí; se veía concienzudo y bien armado. Sufría cierta<br />

incertidumbre por varios flancos, sobre todo en la habilidad<br />

que demostrase la pequeña estrella amarilla y en la facilidad con<br />

que mi miedo pudiese invadir a Kosinoi. Pero valía la pena intentarlo.<br />

Me dispuse entonces cerca de Nikei, entre ella y la limusina. Aparecí.<br />

Sus ojos se encendieron de esperanza. Comencé entonces<br />

con mi plan...<br />

-¡Yoli!- tan sólo grité y creí observar una diminuta manchita que<br />

asomaba desde el asiento trasero.<br />

-¡¡Kosinoi Ingari!!- alardeé a viva voz, con lo que el mestizo me miró<br />

sorprendido.<br />

En seguida mi miedo estaba con él y Yoli le mordía las orejas y la<br />

cara haciéndolo bajarse del automóvil y empezar a gritar desesperado,<br />

revoleando brazos y piernas.<br />

201<br />

Sin perder nanosegundos, notando cómo los oficiales federales se<br />

desconcertaban, dormí al custodio que sostenía a Nikei del brazo<br />

y quise tomarla de la mano. Pero ocurrió un detalle que no esperaba:<br />

estaba esposada. Los deditos cruzados atrás me complicaban<br />

tomarla con firmeza, así que la abrasé fuertemente y la besé,<br />

al tiempo que me concentraba en el pulso del Universo y ella<br />

hacía lo mismo comprendiendo mi plan.<br />

Pronto habíamos desaparecido del plano físico, Yoli se escabullía<br />

con rapidez sin que la aplastasen y los muchachos en la Facultad<br />

festejaban de alegría.<br />

-Mi amor...- se cobijó Nikey en mí. –Gracias a Dios que apareciste.<br />

-¿Cómo fue que saliste del valle aquel en Córdoba? ¿Y los chicos?<br />

-Quise ayudarte. Sebastián, Yanina y Rolando no lograban manejar<br />

bien la inclusión y yo al principio tampoco. Pero practicamos<br />

y practicamos hasta que pude hacerlo. Hace instantes estaba con<br />

ellos; me espiritualicé y aparecí acá, pero al retomar el estado físico,<br />

unos policías me reconocieron y como si fuese una delincuente<br />

sacaron las esposas y me ataron ambos brazos en la espalda. El<br />

Comisario del otro día quería entregarme a Kosinoi y vos apareciste,<br />

gracias a Dios.<br />

-Entiendo- comprendí. -¿Ahora cómo nos vamos de acá; caminando?<br />

-Usemos la dimensión inclusional- propuso Nikei, -pero tenés que<br />

concentrarte porque a mí todavía no me sale hacer como hace<br />

Mayira para transportar a todos con él.<br />

Me reexplicó la teoría tal cual yo conocía y nos besamos para viajar<br />

juntos a la cuenta de tres.<br />

202


-Uno, dos... ¡tres!- recordé los relatos de Bach en Juan Salvador<br />

Gaviota; de inmediato estábamos con los chicos, encajonados en<br />

la roca cordobesa.<br />

Ese día descansamos junto al fuego. Varis asó unos peludos que<br />

habían estado cazando y dormimos con muchas ganas bajo el<br />

cristal de las estrellas.<br />

A la mañana siguiente Mayira tocó diana. Un desayuno frondoso<br />

nos esperaba humeando y aprovechamos para poner a todos al<br />

tanto de lo sucedido.<br />

-Yoli es muy buenita- recordaba Nikei cuando nos referimos a la<br />

pequeña mascota. –La noche que ustedes me ayudaron en el departamento<br />

de Buenos Aires, los de la Embajada me habían golpeado<br />

tratando de atraparme y Yoli estaba desesperada. Viéndola<br />

a ella se me ocurrió encerrarme en la cocina, que era donde solíamos<br />

jugar. Entonces pude alcanzar la puerta y antes de que<br />

los tipos la abriesen conté con unos segundos para concentrarme<br />

y espiritualizarme. Me había resultado muy difícil por el dolor<br />

que me invadía, pero igual logré hacerlo y los malditos se marcharon.<br />

Las tostadas sin nada estaban deliciosas. Es cierto que no hay<br />

pan duro cuando de hambre se trata, pero esos pancitos crocantes<br />

eran realmente sabrosos.<br />

Nuestros amigos narraron sus peripecias cazando peludos y pudimos<br />

reírnos un buen rato. Nikei me preguntó cómo había nombrado<br />

a Kosinoi en el momento del rescate y le expliqué lo que me<br />

contara su mamá, incluida la falsedad de la historia que ella conocía.<br />

Un último día en el vallecito sirvió para juntar fuerzas. Al Capitán<br />

le preocupaba lo del helicóptero extraviado en el descampado bonaerense<br />

y decidimos escalar y buscar un sitio poblado para po-<br />

203<br />

der regresar. Mayira se negaba a facilitarnos demasiado las cosas,<br />

como si supiese que debía transcurrir cierto tiempo antes de<br />

volver a la Capital.<br />

Supuse que había logrado torcer el rumbo del destino y quizás ni<br />

Mayira supiese adónde nos llevaba ahora este río...<br />

204


CAPÍTULO VII<br />

<strong>Hacerlo</strong><br />

El Capitán Varis recuperó su helicóptero sin dificultad, porque<br />

había permanecido cerrado como lo dejamos. Al parecer los pobladores<br />

habían intentado abrirlo, pero las trabas de seguridad<br />

resultaban excelentes y no habían sido vencidas.<br />

Viajando en un coche que alquilamos en Mina Clavero –Córdobanos<br />

trasladamos por carretera hasta casa de Sebastián.<br />

Una guardia periodística allí apostada se abalanzó hacia nosotros.<br />

Eran como diez, entre camarógrafos y reporteros.<br />

-¿Están informados sobre las declaraciones del Sargento Gutiérrez?-<br />

me acercó su micrófono y no fui capaz de contener la curiosidad.<br />

-¿Qué declaraciones?<br />

Enseguida volvió el accesorio a sí misma; la filmación se mantenía<br />

sobre nuestros rostros buscando captar toda expresión que gesticulásemos:<br />

-El policía- comenzó a explicarnos, -se recuperó de<br />

sus heridas y a solicitud de personas relacionadas con la Universidad<br />

de Buenos Aires, efectuó declaraciones sorprendentes en<br />

varios medios televisivos.<br />

-Me alegro mucho que se haya puesto bien- respiré. –Y dígame,<br />

¿qué es lo que declaró?<br />

Otro periodista había estado preparando un monitor para mostrarme<br />

directamente lo que tenía filmado. Me hicieron un espacio<br />

y pude observar al Sargento sosteniéndose con muletas, que narraba<br />

con preciso detalle los acontecimientos, incluyendo lo que<br />

yo le había explicado sobre el vehículo de vidrios polarizados, las<br />

súplicas de una chica que parecía estar en problemas y aquella<br />

205<br />

trifulca en que había podido extraer a los dos islandeses, dejándolos<br />

inconscientes sobre la acera.<br />

Más tarde, cuando el Peugeot 505 regresase y fuese herido por<br />

sus disparos, el Sargento se había arrastrado a casa de un vecino<br />

ex-policía, pidiéndole que nos buscase en la embajada islandesa e<br />

informase a la central haciéndose pasar por él, para que no se<br />

demorasen en confirmaciones y enviasen un móvil con la urgencia<br />

que el caso requería.<br />

-Entonces ya saben que no soy un superhéroe- me alivié.<br />

-Al contrario- expresó la periodista que había empezado a entrevistarme<br />

con una expresión bastante sensual. Nikei me tomó del<br />

brazo como aclarando que yo no estaba a la venta. Cuando comprendí<br />

la situación se me escapó una sonrisa.<br />

-Vos sos la del famoso “por favor”, entonces- gatilló la reportera y<br />

varias cámaras se volvieron al rostro de mi esposa.<br />

Imaginé que gente de la embajada y de la policía debía estar viendo<br />

el noticiario, por lo que ahora Kosinoi ya sabía donde se hallaba<br />

Nikei. El hecho me preocupó; evité que respondiese cobijándola<br />

en mi pecho y dándole la espalda a las cámaras. Sebas consiguió<br />

abrir la puerta y los cuatro entramos despidiéndonos de la<br />

prensa.<br />

-¡Quién anda ahí!- se alarmó Yanina que sentía una presencia dentro<br />

de su casa.<br />

Recostado en el sillón doble del living comedor descansaba plácidamente<br />

un jaguar. Su tronco henchido de musculatura y los<br />

pelos coloreados cubrían toda la extensión del sofá.<br />

Pestañeé y lo vi entonces como humano.<br />

-Mayira se despide hoy- anunció. El anciano nos miraba con cara<br />

serena.<br />

206


-¿Adónde irás, maestro?- me lamenté.<br />

-La vida sigue y es deliciosa. Más aventuras me esperan en donde<br />

voy. Pero antes debo completar el cambio para el que fui llamado<br />

aquí.<br />

Recordé que su nombre inca era Jaguar del Cambio.<br />

-Casi todo está en sus carriles, aunque deseo asegurarme de un<br />

detalle valioso que aún no has descubierto- mencionó esto, nos<br />

echó un vistazo cariñoso que sentí como despedida, hubo un destello<br />

y desapareció.<br />

-¡Golpean la puerta!- avisó Yanina. Nikei espió por la mirilla y<br />

volvió asustada.<br />

-¡Es uno de los que me golpeó la otra noche!- nos alertó y se abrazó<br />

a mi espalda.<br />

Con Sebastián cruzamos miradas confirmatorias. Abrimos la hoja<br />

de la puerta y lo tomamos con fuerza trabándolo contra el piso.<br />

-¿Qué buscas aquí, maldito?- le increpé asiéndolo por los pelos.<br />

Su expresión denotaba cierta cobardía; la frente le transpiraba y<br />

los ojos claros casi lloraban.<br />

-No lastimar, por favor- suplicó.<br />

-No lastimar- me adelanté. –Sólo matar y enterrar.<br />

El islandés se dejaba ver cada vez más desesperado.<br />

-¿Qué buscas?- volví a insistir alzando mi puño, para que entendiese<br />

que esa era su última oportunidad.<br />

-Mujer mestiza; deber poner fin o transformar en demonio- sus<br />

palabras sonaban sinceras, pero pude percibir algo distorsionado<br />

que lo separaba de la pura verdad. Como si una espina en el tallo<br />

recto me quisiese mostrar que el mensaje tenía raíces falsas.<br />

207<br />

Hice un esfuerzo para ver su mente desde la dimensión de las<br />

ideas y lo logré. Las palabras del extranjero que a primera vista<br />

aparentaban franqueza, eran totalmente falsas. Su mensaje se<br />

observaba como si estuviese disfrazado de verdad, camuflado, pero<br />

en la ruta de que provenía se contaban charlas con Kosinoi y<br />

otros funcionarios estructurando lo que sería la coartada.<br />

Ya había descubierto que todo aquel enjambre de mentiras y<br />

amenazas era parte de un plan elaborado para capturar a Nikei.<br />

Pero me interesaba saber por qué hacían eso. ¿Sería por dinero?<br />

Seguí desencriptando los recuerdos del islandés que mantenía<br />

contra el suelo. En su pasado se leían multitud de decisiones variadas.<br />

Pero la mayoría de ellas, si no todas, denotaban una característica<br />

común que me llamó la atención, porque no la había<br />

visto en las mías propias. Haciendo un paralelismo con colores,<br />

era como si todas ellas tuviesen una mancha oscura donde las<br />

mías se veían blancas y no había sospechado que pudiesen mancharse.<br />

¿Qué significaba eso?<br />

El camino que seguí para entenderlo no fue directo pero me permitió<br />

hacerlo. Recordé mis años de dirigente scout. Uno de mis<br />

compañeros que trabajaba con los más grandes y se preparaba<br />

también para ser cura, el Hermano Adrián o Adriancito, como le<br />

decíamos, había bendecido un sábado los cayados de todos los<br />

Rovers.<br />

El Rover es en los scouts, aquel muchacho o chica grande que<br />

presta servicio a la comunidad y a sus propios compañeros menores,<br />

haciendo del sudor propio y el trabajo compartido una<br />

herramienta poderosa.<br />

Como símbolo y también como herramienta, ellos emplean un<br />

bastón de madera con horqueta en el extremo superior, al que<br />

208


denominan “cayado”. El significado que representan en esa horqueta<br />

es el de la decisión. Dicen que en la vida se nos presentan<br />

infinidad de decisiones y que en cada una de ellas existen al menos<br />

dos caminos para tomar: uno es amplio, fácil y corto y el otro<br />

estrecho, largo y difícil, que suele ser el indicado.<br />

El cayado rover representa pues la decisión y el Hermano Adrián<br />

al bendecirlos, les marcaba una cruz de Cristo en el sitio mismo<br />

de donde partían los dos caminos. Con eso recordaban que siempre<br />

debían buscar el bien al decidir, tener presente a Dios en esos<br />

momentos cruciales, desenvolverse con pureza.<br />

El equivalente a ese espacio ocupado por la cruz en los cayados,<br />

era donde yo notaba manchadas las decisiones del islandés, a diferencia<br />

de las mías que se veían claras.<br />

¿Era esa una diferencia entre personas buenas y malas? ¿Se trataba<br />

acaso de opciones tan sólo, que al escogerlas iban acercando<br />

más al individuo hacia uno u otro extremo?<br />

La última hipótesis sonaba más acertada. En milisegundos de<br />

tiempo lineal fui recorriendo situaciones diversas ya vividas, y<br />

aproveché para observar en detalle las decisiones de otras gentes.<br />

Había quienes tenían la coyuntura de sus horquetas siempre limpias,<br />

a otros les aparecían oscuras y a la mayoría se les veía a veces<br />

coyunturas claras y a veces negras.<br />

Se me ocurrió censar en ese aspecto las ideas de funcionarios como<br />

el que mantenía trabado junto al piso. Lo hice y comprobé<br />

que la inmensa mayoría de ellos tenía todas las horquetas manchadas.<br />

¿Qué es lo que provocaba que toda esa gente con “malas intenciones”<br />

se acercase a los puestos de gobierno?<br />

¿A caso era eso lo que Mayira quería que viese?<br />

209<br />

Volví a situarme de lleno en casa de mi amigo; amenacé al islandés<br />

con no perdonarlo si volvía a molestarnos y lo lanzamos a la<br />

vereda. El hombre se levantó tambaleante y huyó en desesperada<br />

carrera.<br />

Conversé con Nikei, Sebastián y Yanina de lo que había visto.<br />

Mientras almorzábamos, analizamos la idea y fuimos cerrando<br />

algunas valiosas conclusiones...<br />

Existía gente de todo tipo con capacidad de liderazgo y posibilidades<br />

de gobernar. Pero normalmente eran los de malas intenciones<br />

quienes más perseveraban en llegar a estos puestos, porque<br />

sabían indispensable el ostentar poder para consumarlas. Y los<br />

buenos terminaban decidiéndose por encargarse de las cosas pequeñas<br />

-también muy importantes- y dejando así los sitios de<br />

control a otros. Eso se repetía al parecer en muchos países e instituciones.<br />

Tuve la sensación de contar con una llave clave para abrir los portales<br />

de un destino promisorio: “los buenos deben hacerse cargo<br />

de las instituciones; la gente con buenas intenciones, que buscan<br />

el bien común, debe perseverar para llegar a los puestos de conducción<br />

de la sociedad”.<br />

Esa circunstancia era de alguna forma constitutiva de cada individuo<br />

y se repetía en las sociedades del planeta. Pero faltaba otro<br />

ingrediente para completar esa especie de receta y provenía de no<br />

pensar a cada ser humano como aislado sino como ser social.<br />

Observando la distribución de gente bien y mal intencionada resultó<br />

sorprendente como los segundos se nucleaban intensamente<br />

en algunos puntos y los primeros permanecían dispersos.<br />

Hablando en pocas palabras, podíamos afirmar que “el mal es organizado<br />

y el bien es disperso”.<br />

210


Entonces ambas conclusiones debían prevalecer simbióticamente:<br />

los buenos, los que deciden hacer las cosas bien, deben hacerse<br />

cargo de las instituciones y organizarlas para nuclear más y más<br />

puntos luminosos.<br />

Más tarde, durante la sobremesa amplia nutrida con cafecitos,<br />

Nikei encontró otro engranaje del sistema. Ella lo llamó: “No hay<br />

que ser puntos grises”.<br />

Juntamos nuestras tres fabulosas conclusiones y decidimos publicarlas<br />

en un libro, para que se difundiese la idea como correspondía<br />

por todo el globo. Primero íbamos a armar un folletín explicativo,<br />

de pocas páginas, pero pensamos que resultaría más<br />

sabroso así, si contábamos con detalle lo ocurrido.<br />

Así que les contaré cómo terminó la historia...<br />

El medio público pronto estuvo bien informado. La policía dejó de<br />

buscarnos porque la presión social resultó mayor a la de los funcionarios<br />

corruptos (de decisiones impuras diríamos), que sacarían<br />

rédito entregándonos a gente de la embajada. El gobierno argentino<br />

formuló su pedido de expulsión del tal Kosinoi Ingari, que<br />

partió de regreso hacia el norte prometiendo entre dientes su regreso<br />

en veinticuatro años.<br />

Pero en veinticuatro largos años, si todos y cada uno hacíamos<br />

nuestra parte, la cosa cambiaría.<br />

En el momento en que trazo estas líneas con mi querida lapicera<br />

de pluma, quedan unos veintitrés años y fracción. Y ya he visto<br />

reflejado en varios lugares el efecto de estas ideas aún sin publicar.<br />

Eso nos alienta.<br />

211<br />

CAPÍTULO VIII<br />

212<br />

La prueba<br />

He sabido de varias personas que cuando llegaron a esta parte del<br />

libro lo abandonaron. Y es lo que te propongo hacer si estás en<br />

contra de sus ideas, o si bien de nada te han servido.<br />

Lo que viene aquí es otra corta historia –si puede llamársele historia-<br />

que sucede lejos de casa –o cerca- y que requiere de uno<br />

mismo para ser resuelta. Ya no entrará en juego el extraño tema<br />

de las diez dimensiones, ni nadaremos entre algas marinas y<br />

hermosas sirenas. El asunto es en cambio seco, matemático, puramente<br />

escrito.<br />

Dibuja pues en este espacio a Dios (o si deseas hazlo en otra hoja<br />

blanca para que permanezca vacío el libro).


¿Ya lo has dibujado? –si no es así, hazlo y luego sigue.<br />

¿Lo hiciste grande o chico respecto a la hoja?<br />

La hoja en sí, el espacio destinado al dibujo, ¿qué representa?<br />

¿Tal vez el Universo, tú mismo, otra cosa, nada?<br />

Materializando tu dibujo de Dios, ¿de qué está hecho?<br />

Una vez en la facultad donde estudié Ingeniería Química, un profesor<br />

de filosofía nos preguntó sobre Dios. Hubo respuestas variadas,<br />

y la mía se enfocó en el material constitutivo, de lo que<br />

estaba hecho según yo imaginaba el mismo Dios.<br />

Ahora volvamos a tu dibujo de Dios: ¿Es complicado o simple?<br />

¿Estará bien haberlo hecho así?<br />

¿Qué es mejor y a su vez más real, la simpleza o la complejidad?<br />

Las cosas de la Naturaleza y de nuestro entorno todo, pueden verse<br />

simples o complejas según cómo se las mire.<br />

¿Encuentras alguna paradoja entre cómo imaginas a Dios y cómo<br />

ves la realidad?<br />

Intenta compatibilizar ambas concepciones si así sucede. Busca<br />

qué aspectos del razonamiento pueden estarse chocando.<br />

Cuando hayas eliminado discrepancias, si las había, tendrás ante<br />

ti una visión sana y real de la vida. (De no ocurrir así, pregúntate<br />

si has resuelto esta prueba en sentido correcto).<br />

Sé valiente. Vive haciendo lo que crees. Sólo así valdrá la pena.<br />

Con mucho cariño,<br />

Gustavo<br />

213<br />

214


ÍNDICE<br />

Capítulo 1 “Nikei” .......................................5<br />

Capítulo 2 “YP-18 Huarpe”........................27<br />

Capítulo 3 “<strong>San</strong>gre y savia” .......................54<br />

Capítulo 4 “Surinam” ................................90<br />

Capítulo 5 “Entrenamiento SEVRA” ........112<br />

Capítulo 6 “Reencuentro” ........................145<br />

Capítulo 7 “<strong>Hacerlo</strong>”................................205<br />

Capítulo 8 “La prueba”............................212<br />

215<br />

216

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