Hacerlo - Grupo Scout San Patricio
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Título del libro: HACERLO<br />
Autor: Gustavo Affranchino Sartori<br />
Escrito en Argentina durante el año 2003<br />
1<br />
2
dedico este libro a mi Madre<br />
que ha ayudado ya a tantos miles<br />
y ha forjado mi espíritu<br />
3<br />
4
CAPÍTULO I<br />
Nikei<br />
-...¡Uno!, ¡Dos!, ¡Tres!, ...- cada vez que saltaba y lanzaba un puño<br />
al aire me retumbaba la cabeza. Como si estuviera empezando a<br />
ser presa de algunas líneas de fiebre.<br />
El gimnasio tenía pisos de baldosa y un techo de chapa a manera<br />
de tinglado, con por lo menos diez metros de altura. No había<br />
grandes paredes y el viento que acometía aquella tarde ayudaba a<br />
respirar; sobre todo, cuando llegaba a tal punto el esfuerzo muscular<br />
y aeróbico, que uno no sabía si seguiría de pie luego del<br />
próximo conteo.<br />
-...¡Cuatro!, ¡Cinco!, ¡Seis!, ...- estábamos terminando la clase de<br />
adultos. Unos quince muchachos arropados con sus doboks<br />
blancos y cuatro chicas, transpiraban agitados pero gustosos, inmersos<br />
en esa especie de honor físico que se vive en las prácticas<br />
de artes marciales. La disciplina, el orden y la prolijidad o torpeza<br />
de nuestros movimientos me llenaba de energía.<br />
Yo los seguía desde adelante mientras impartía la clase. Había<br />
experimentado en reiteradas oportunidades, cómo al estar con<br />
mucha gente en mi dojan se facilitaban las cosas. La alegría de<br />
verlos a todos practicando y de alguna manera el respeto y admiración<br />
que me llegaba de ellos, permitían brindar clases maravillosas.<br />
Por el contrario, cuando venían pocos –cosa que sucedía sobre<br />
todo en época de vacaciones- tenía que hacer un mayor esfuerzo<br />
por lograr buenos entrenamientos. Como si la menor cantidad de<br />
buena onda que recibía, me obligara a encender otros motores<br />
dentro de mi cerebro para funcionar igual que siempre.<br />
5<br />
-...¡Diez!, ¡Eeey!- respondió toda la clase como en cada uno de los<br />
saltos anteriores. Las piernas se abrían de forma paralela en el<br />
aire y el puño se proyectaba a la altura del centro del pecho.<br />
Cuando la mano llegaba -en centésimas de segundo- a impactar el<br />
blanco imaginario, con un grito o una fuerte expiración se contraían<br />
al máximo los músculos adecuados, de manera de aumentar<br />
la masa aparente aplicada al golpe y adecuar el equilibrio del<br />
propio organismo, para realizar la tarea lo más eficientemente posible.<br />
Luego del décimo puño di por finalizada la clase. Nos saludamos<br />
a la manera oriental como siempre lo hacíamos, saludamos a la<br />
bandera, dimos un ¡Viva la Patria! y cerramos el entrenamiento<br />
con fuerte aplauso compartido, que era costumbre para felicitarnos<br />
entre todos por el esfuerzo realizado durante la práctica.<br />
Las duchas se llenaron pronto con bromas, el sonido repiqueteante<br />
del agua, olor a jabón y toallas. La mayoría pasaba por debajo<br />
de la regadera, pero también había unos cuantos que se conformaban<br />
con secarse lo transpirado por evaporación y completar el<br />
maquillaje de limpieza con varios soplos del desodorante sobre los<br />
sitios más olorosos del cuerpo y de la ropa. En broma, cuando<br />
incurríamos en esas costumbres nos tildábamos de franceses.<br />
Desde el lindante vestuario de mujeres solía llegar un bullicio<br />
menor. Al parecer las chicas también hablaban bastante mientras<br />
se duchaban, pero lo hacían en voz más baja; o por cautela -<br />
para conservar secretos sus cuchicheos-, o porque deseaban oír<br />
los nuestros.<br />
Varias veces había intentado incrementar mi cantidad de alumnas,<br />
guiado por la idea de lo útil que les resultaría saber defenderse,<br />
dominar el arte del movimiento para ser más libres y poder<br />
andar con tranquilidad por la vida, con menos miedos y más con-<br />
6
fianza en sí mismas. Pero el número de mujeres nunca sobrepasaba<br />
el cuarto del total.<br />
Abandonados ya los toilettes, fueron cesando las risas y comentarios.<br />
Pronto el gimnasio estaba vacío. Algunos se iban caminando,<br />
otros en bicicleta, en coche o en autobús. Para esa hora, el<br />
Sol se había ocultado por completo. Algunas veredas estaban oscuras<br />
y la mayoría prefería irse en grupos, pese a que la zona no<br />
era de las más peligrosas de la ciudad.<br />
Una vez guardados los escudos, los padts, la bolsa, la makiwara,<br />
los símil cuchillos de madera y los guantes de foco, que usábamos<br />
para entrenar distintos tipos de golpes con manos y pies, cerré las<br />
puertas con llave y puse candado a las rejas exteriores. La cabeza<br />
me seguía doliendo. Notaba mi frente un tanto caliente y las ráfagas<br />
nocturnas de aire frío llegaban a hacerme temblar.<br />
Miré mis brazos. Tenía piel de gallina, con los pelos erizados a<br />
manera de mil volcanes pequeños. Revisé en la mochila de mano<br />
donde guardaba mis cosas. Dentro del bolsillo delantero, solía<br />
poner un estuche metálico de chapa con medicamentos esenciales<br />
para emergencias, a manera de botiquín de primeros auxilios.<br />
No tenía ningún síntoma en especial que me hiciera sospechar el<br />
origen de la temperatura -más allá del fuerte dolor de cabeza-, así<br />
que decidí tomarme una aspirina. Aproveché la canilla donde solíamos<br />
enchufar una manguera para limpiar la acera. Hice un<br />
hueco con las dos manos, lo cargué de agua y adentro.<br />
Con la pastilla disolviéndose en mi estómago, emprendí la caminata<br />
diaria rumbo a casa. Unas once cuadras me separaban del<br />
departamento. En cuanto llegase, bebería un té caliente y telefonearía<br />
al médico.<br />
Hice doscientos metros por una arteria lúgubre que desembocaba<br />
en la avenida. La noche se palpaba silenciosa pero con alguna<br />
7<br />
especie de tensión en el aire. Casi no había cristiano por allí. Saludé<br />
al policía de la esquina que escuchaba la radio atentamente;<br />
las noticias daban parte de la guerra recién comenzada; eso sí que<br />
era feo... Doblé hacia la izquierda y me encaminé por Olazábal,<br />
que estaba más iluminada. Aunque no se trataba de una zona<br />
comercial, andaba más gente yendo y viniendo.<br />
Avancé unos cinco minutos. Aún la aspirina no había surtido<br />
efecto porque la cefalea seguía incrementándose. El borboteo del<br />
escape de un vehículo deportivo blanco que atravesó la cuadra a<br />
bastante velocidad distrajo mi pensamiento, el cual en ese momento<br />
resultaba quejoso y molesto. Cuando volteé para divisar el<br />
automóvil, tres o cuatro individuos salían por la entrada principal<br />
de un edificio mediano, lo suficientemente juntos y apurados como<br />
para llamarme la atención. El grupo subió a un coche, que al<br />
parecer los estaba aguardando allí estacionado. Tenía los vidrios<br />
polarizados por lo que no llegaba a ver su interior. Ninguno de los<br />
sujetos había ingresado de conductor. Cuando se metían los tres<br />
que viajaban atrás, logré oír una voz femenina suplicando algo.<br />
Estaba distanciado y no escuché con precisión, pero pude captar<br />
un “por favor”.<br />
La imagen me preocupó. En el instante se cruzaron por mi mente<br />
dos o tres hipótesis. Temí estar presenciando un secuestro; el<br />
auto con vidrios oscuros, el chofer aguardando a que subieran, la<br />
premura con que se habían desplazado y lo juntos que se movían<br />
los sujetos que acompañaban a la mujer, me hacían suponerlo.<br />
Quizá ambos estuviesen forzándola a punta de cañón. Quizá si yo<br />
me acercaba con actitud averiguadora fuese víctima de un disparo,<br />
contando con que ellos podían estar apuntándome tras el polarizado<br />
sin que los viese.<br />
Pensé también que podría tratarse de una hija con sus padres,<br />
resistiéndose a asistir a una reunión indeseada o algo por el estilo.<br />
Eso era posible y de ser así no ocurriría nada si me acercaba a<br />
8
investigar, más que recibir quizá algunos insultos de un padre<br />
malhumorado y poner a la familia en la incómoda situación de<br />
sentirse observados.<br />
Pero resultaba extraño el hecho de que el padre había entrado en<br />
los asientos traseros... salvo que se tratase de un vehículo alquilado<br />
y por ello el chofer se encontrara ya en el mismo. Por otro<br />
lado, los autos de alquiler no suelen tener cristales oscuros.<br />
En realidad yo no había llegado a ver las caras de esas personas.<br />
No tenía la seguridad ni de que la mujer estuviera en el grupo de<br />
los tres que habían subido por atrás. Lo único que había registrado<br />
era la gente entrando al coche con ventanillas polarizadas y<br />
el por favor femenino, que ya empezaba a dudar de haber entendido<br />
claramente.<br />
Una tercera hipótesis, la más tentadora para mí en ese instante,<br />
era que no estuviese sucediendo nada, por lo que podría seguir<br />
avanzando hacia mi hogar a beber el esperado té caliente y hasta<br />
le agregaría miel de abejas para que resultase más agradable.<br />
Detuve durante un segundo mi paso; dudé frunciendo el entrecejo<br />
y tomé la tercera opción: no estaba ocurriendo nada para preocuparse.<br />
Decidido esto seguí caminando. Empecé a recordar los ejercicios<br />
que había hecho con mis alumnos en la clase; verifiqué mentalmente<br />
las fechas próximas de examen: entre los menores había<br />
cinco que para fin de mes estarían en condiciones de rendir para<br />
cinturón rojo... Pero no podía seguir pensando. El corazón me<br />
latía fuerte en el pecho, acelerado porque sabía que debía hacer<br />
algo.<br />
Recordé que unas casas más adelante vivía Sebastián, un amigo<br />
que también era instructor. Pero no quedaba tiempo. El vehícu-<br />
9<br />
lo, un Peugeot 505 marrón metalizado, daba marcha atrás para<br />
salir de su estacionamiento.<br />
Tomé aire profunda y velozmente, mis glándulas suprarrenales se<br />
encargaron de la adrenalina necesaria para enfrentar la situación<br />
y me acerqué trotando hacia la posición del coche. Pensé en espiar<br />
por el parabrisas y crucé la avenida cuidando de pasar por<br />
delante del Peugeot. Disimuladamente eché un vistazo, pero estaba<br />
oscuro por dentro y no conseguí ver nada, más que las manos<br />
de quien manejaba haciendo rotar el volante a medida que las<br />
cubiertas delanteras giraban para partir.<br />
Tuve otra vez la tentación de seguir camino sin hacer nada, algo<br />
apesadumbrado por el fracaso de mi plan original. Por suerte, las<br />
glándulas seguían funcionando. Una nueva cuota de adrenalina<br />
barrió mis dudas y hasta imagino que algo de testosterona también.<br />
Pensé que si a esa chica –que no conocía- le ocurría algo,<br />
no me lo perdonaría. Aunque nunca me enterase de lo sucedido,<br />
no podría vivir habiendo oído el consejo de mi cobardía en vez del<br />
de mi valor.<br />
Torcí el rostro entonces mientras pisaba el cordón de la vereda,<br />
para precisar la ubicación de la manija que abría la puerta trasera<br />
izquierda del rodado. En cuanto estuve a distancia, en un movimiento<br />
rápido y exacto tomé la placa móvil y tiré con fuerza para<br />
mover el pestillo.<br />
La puerta tenía traba de seguridad y no se abrió. Vacilé una fracción<br />
de segundo; quité la mochila con agilidad de mi hombro, la<br />
apoyé contra la ventanilla para que no pudiesen verme si querían<br />
disparar y me dispuse a romper el cristal con el canto del pie.<br />
Impactaría sobre la mochila para evitar bordes filosos.<br />
Mientras sucedía esto noté que el vehículo se detenía y empezaba<br />
a abrirse la puerta del conductor.<br />
10
Golpeé por fin el respaldo de mi mochila. El vidrio se astilló y dio<br />
paso al bulto perforando casi todo el espacio destinado a la ventana.<br />
La puerta del conductor completaba su apertura, al tiempo que yo<br />
introducía preciso la mano por el hueco quitando la traba, tiraba<br />
de la manija abriéndola de par en par y sujetaba violentamente a<br />
la persona de traje sentada de ese lado.<br />
Con un potente empellón lo extraje del auto hacia el piso. Reaccionando<br />
del impacto, el hombre trató de golpearme con su puño<br />
en un intento curvo y poco preciso. Yo en cambio acerté con mi<br />
mano derecha en el centro de su nariz, partiéndole el tabique y<br />
dejándolo inconsciente.<br />
En ese momento noté que el chofer acababa de descender y esquivaba<br />
a su compañero para ubicarse por mi espalda. No conocía<br />
sus intenciones pero de seguro no eran agradables, por lo que<br />
extendí mi pierna hacia atrás asestándole de lleno en los testículos<br />
y arrojándolo dos o tres metros en esa dirección.<br />
Cuando rotaba para terminarlo, por el rabillo del ojo capté la electrizante<br />
imagen del tubo metálico de un revólver que me apuntaba<br />
desde adentro del auto. Continué mi desplazamiento, que de<br />
cualquier modo me alejaba de la línea de tiro, y di unos pasos<br />
hacia el conductor caído con rostro de llanto tomándose la ingle.<br />
Al primer tranco escuché un disparo mudo que rebotó sobre el<br />
cemento con timbre agudo. Sin duda el arma tenía adosado un<br />
silenciador.<br />
En seguida estuve a distancia de quien buscaba. Pegando hacia<br />
adelante como quién levanta un balón del piso, alivié el dolor testicular<br />
del caído haciéndolo entrar en profundo sueño. El empeine<br />
de mi zapatilla acababa de impactar en su mentón. Sabía que<br />
esa parte del pie no resultaba la mejor para golpear un borde<br />
11<br />
puntiagudo como la pera de una persona y que cuando se me fuera<br />
la adrenalina sufriría los efectos de un tremendo hematoma,<br />
pero estando calzado, me había resultado imposible emplear el<br />
metatarso.<br />
Como rayo volví en mis pasos hacia el Peugeot y logré sujetar –a<br />
Dios gracias- el arma del otro secuaz antes de que volviera a dispararme.<br />
En un cruce de brazos palanqueé su codo hacia mí, sosteniendo<br />
al mismo tiempo el caño del revolver por detrás del silenciador y<br />
alejando la línea de fuego. En ese momento realizó un segundo<br />
disparo. Fue complicado seguir asiendo el arma porque el metal<br />
se había calentado y me quemaba. Pero la adrenalina es amiga de<br />
las proezas y no me abandonó. Pronto olvidé el dolor y pude rotar<br />
el brazo homicida hasta dejarlo trabado entre mi rodilla y el asiento.<br />
Con lo que sería el talón de mi otra mano, abalancé un golpe<br />
adecuado y el brazo se partió a la altura de la articulación en varios<br />
trozos.<br />
Terminó en el piso la pistola. La tomé y apunté dentro del vehículo<br />
tratando de localizar a la mujer, mas ella no estaba allí. En el<br />
asiento del fondo restaba un individuo de tez muy blanca y lentes<br />
oscuros. Adelante llegué a ver al último de ellos. Se acababa de<br />
pasar al volante y escupiendo palabras en otro idioma que sonaban<br />
a insultos, pisó a fondo el acelerador. Las ruedas patinaron<br />
un instante y el auto despegó a gran velocidad.<br />
Logré separarme apoyándome con un pie en el lateral del vehículo<br />
y caí de espaldas sobre el primero de los tipos que yacía en el suelo.<br />
Me levanté. Constaté que ambos seguían inconscientes. El<br />
arma plateada había quedado en ángulo con el cordón. Sus dueños<br />
se alejaban realizando maniobras bruscas, con las dos puertas<br />
aleteando hasta cerrarse.<br />
12
Alertado por el escándalo, el policía que había saludado minutos<br />
atrás, se acercaba ahora corriendo. Sostenía alarmado su revólver<br />
y trataba de bambolearlo lo menos posibles entre zancadas.<br />
Pronto llegó. Me apuntó a la voz de alto, pero al reconocerme<br />
cambió hacia los sujetos en el piso y cayó en la cuenta de la situación.<br />
Recogió el arma del cordón y guardó la suya.<br />
-¿Qué es lo que ocurrió, Gustavo?- me inquirió.<br />
Relaté brevemente lo acaecido. La situación sospechosa de la<br />
gente saliendo del edificio hacia el coche con vidrios oscuros, el<br />
por favor femenino que había escuchado, mis hipótesis, la decisión<br />
de observarlos por el parabrisas, la duda final y la acción, tal<br />
como hubo sucedido.<br />
-Hiciste bien- me tranquilizó, –seguro que andaban en algo raro-.<br />
Mientras esposaba a los dos sospechosos inconscientes, comentó<br />
que había podido anotar la patente del auto cuando huían.<br />
-Me extrañó mucho porque indicaba ser propiedad de una embajada-<br />
sacó la libreta del bolsillo de su camisa y empezó a anotar.<br />
–Antes de olvidarme voy a escribirlo: “ADU 63 P”.<br />
-¿Y de qué embajada es?- pregunté.<br />
-No sé. Sólo estoy seguro de que ese tipo de matrícula corresponde<br />
a cuerpos diplomáticos. Cuando terminemos con estos tipos–<br />
prosiguió –(ya llamé para que vinieran refuerzos así que ellos se<br />
los llevarán a la comisaría), voy a revisar en la terminal de mi garita,<br />
a ver qué nos dice la computadora.<br />
-Bien- aprobé, mas quedaban aún temas sin aclarar: -Me preocupa<br />
el por favor de la chica; en el Peugeot eran todos hombres...<br />
El policía dudó un instante y pronto decidió que yo había escuchado<br />
mal. Quizás eran palabras en ese otro idioma y alguno de<br />
los extranjeros tenía la voz no muy gruesa, por lo que yo había<br />
13<br />
conjeturado que se trataba del por favor de una joven en problemas.<br />
Terminó de resolver pues el misterio, se rió como el Sargento García<br />
luego de beber una copa de buen vino obsequiada por De la<br />
Vega y me dio unas palmadas en el hombro.<br />
En ese momento se escucharon sirenas y las frenadas de dos patrulleros<br />
cortando la avenida. El policía sacó la linterna y les hizo<br />
unas señales moviéndola para uno y otro lado mientras soplaba<br />
sucesivos silbatazos.<br />
Los recién llegados se acercaron a hablar con su compañero.<br />
Pronto asintieron y retiraron a los dos caídos que aún seguían inconscientes.<br />
En esos minutos la gente se había amontonado<br />
aunque mantenían cierta distancia por temor.<br />
Cuando se fueron los patrulleros escoltando la ambulancia -que<br />
apareció minutos más tarde-, el policía volvió a su esquina y la<br />
muchedumbre se disipó.<br />
Agarré mi mochila del suelo -que por suerte había caído cuando<br />
extraje al primer hombre del automóvil-, la calcé en mi espalda<br />
tras sacudirle las astillas y me dispuse a reiniciar camino a casa.<br />
En ese momento sentí un fuerte dolor en el empeine derecho y me<br />
acordé de la patada en el mentón y de la bendita adrenalina.<br />
Me agaché para tantear cómo estaba de hinchado. Además de<br />
tomar el té, ahora me esperaba un buen rato de hielo y antiinflamatorio.<br />
A la mañana siguiente tenía que entrenar a los chicos de<br />
la escuela, así que necesitaba ponerme bien.<br />
Desde donde estaba noté que ya no quedaban curiosos, más que<br />
un anciano de mucha barba blanca y gris, que me estaba observando<br />
a diez metros, apoyado en su bastón. Cuando se percató<br />
de que lo veía, miró de inmediato hacia otro lado y se alejó.<br />
14
Le presté atención un tiempo mientras doblaba la esquina y justo<br />
cuando yo estaba por volver a arrancar, lo escuché otra vez:<br />
-¡Por favor, alguien ayúdeme!<br />
Sin duda era una voz de mujer. Miré a mi alrededor y noté una<br />
ventana entreabierta en el balcón a la calle del primer piso, que<br />
pertenecía al edificio de donde había visto salir a los extranjeros<br />
sospechosos.<br />
La puerta de entrada estaba cerrada. Ya se había hecho bastante<br />
tarde y no deseaba despertar al encargado con la única excusa de<br />
aquel tímido por favor.<br />
Presioné el botón del 1ºA. Esperé alrededor de un minuto y nada.<br />
Toqué otra vez aunque de manera mucho más enérgica.<br />
Nada.<br />
Alejándome hacia la calle volví a observar por el balcón. Prestando<br />
atención llegué a captar una serie de súplicas casi inaudibles<br />
de una mujer que parecía estar sufriendo allí dentro.<br />
Aunque no me abrieran la puerta, podía subir y hacer mi acceso<br />
por el mismo balcón. Revisé la altura. Era demasiada como para<br />
llegar de un salto. El coche estacionado más cerca no servía de<br />
escalón, salvo que tomara carrera desde el centro de la avenida.<br />
En ese caso, con algo de suerte alcanzaría a asirme de los barrotes,<br />
pero le imprimiría una enorme abolladura en el capó.<br />
En seguida recordé a mi amigo que vivía allí cerca. Miré el reloj:<br />
eran las diez y cuarto de la noche. Sabía que Sebastián se acostaba<br />
tarde por lo que seguro lo encontraría despierto.<br />
Corrí hasta su casa que quedaba a unos cuantos metros sobre la<br />
vereda de enfrente y Yanina me recibió con alegría.<br />
-Sebas está terminando el asado, ¿Por qué no te quedás a comer?me<br />
invitó –vos sabés que él siempre hace demás.<br />
15<br />
-Capaz... en un rato, pero necesito si puede venir para darme una<br />
manito. Por favor, llamalo ahora. Mantené mientras el asado para<br />
cuando volvamos- le pedí.<br />
-¿Pasó algo malo?- me miró asustada.<br />
-No, no te preocupes; vos llamalo prontito así no se atrasa el asado.<br />
Ella asintió y corrió para adentro. En seguida apareció Sebastián<br />
con la cara sucia de carbón y las manos algo engrasadas.<br />
-¡¿Qué pasó?!<br />
-Vení un poco –le dije mientras me acompañaba al edificio de enfrente.<br />
En tres palabras le expliqué lo que ocurría y él ingenió la forma de<br />
subir. En menos de medio minuto ya estaba arriba.<br />
-¡Te espero!- me gritó desde abajo y se quedó observando como yo<br />
trepaba la reja y corría el ventanal de vidrio internándome en la<br />
casa.<br />
La luz estaba apagada.<br />
-¿Hola?- dije esperando una respuesta.<br />
No tardé en oír la misma voz que había escuchado desde la vereda,<br />
aunque ahora resultaba mucho más clara. Venía de la cocina.<br />
En penumbras caminé hasta allí. Una chica estaba tendida junto<br />
a la pared, boca abajo, con las piernas algo flexionadas.<br />
Encendí la bombilla eléctrica.<br />
-Tranquila- me arrimé con cuidado. Al llegar cerca de la cara noté<br />
un escaso charco de sangre en el que reposaba su rostro.<br />
16
-Por favor...- repetía –por favor...- y sus palabras hacían globos<br />
sobre la sangre derramada.<br />
-Ya estoy acá. Te voy a ayudar- intenté tranquilizarla.<br />
Con mucho cuidado la enderecé. El rojo le chorreaba de la nariz.<br />
Lavé y sequé su cara con un repasador que encontré enganchado<br />
en la manija del horno y armé unos taponcitos con gasa y agua<br />
oxigenada del botiquín de mi mochila, porque la hemorragia no le<br />
paraba.<br />
-Me golpearon en la cabeza- dijo ya un poco más repuesta.<br />
La había sentado contra la pared para que descansara. Era joven,<br />
de unos veinte años. Su cabello se veía rubio como el oro y<br />
aquella carita simpática aunque demacrada me alegró.<br />
-¿Qué fue lo que pasó?- le pregunté.<br />
Me iba a empezar a explicar cuando miró hacia la puerta y gritó.<br />
Su chillido encendió mis reflejos y de un salto me catapulté hacia<br />
la persona que estaba allí.<br />
Por suerte era Sebastián y detuvo mi golpe.<br />
-¿Cómo subiste?<br />
-El auto de abajo va a necesitar un chapista- sonrió –te llamé varias<br />
veces, pero como no respondías decidí subir. ¡Qué pasó!- se<br />
preocupó cuando vio a la chica que nos miraba sentada desde el<br />
piso y el manchón hemático a su lado.<br />
Me volví a la jovencita: –Es Sebastián, mi amigo- le aclaré.<br />
-Hola. Yo soy Nikei. No vivo acá. Éste es el departamento de una<br />
amiga que me dio refugio. Aaay...- se tomó la cabeza.<br />
-¿Te duele mucho?- me preocupé. –No te esfuerces. Vamos- indiqué<br />
a Sebastián, –llevémosla a tu casa así Yanina la ayuda a<br />
cambiarse y nos cuenta lo que le pasó.<br />
17<br />
-¿Te parece Nikei?- la miré.<br />
-Bueno. Muchas gracias por ayudarme.<br />
Entre los dos le dimos apoyo para incorporarse. Estaba con muy<br />
poca fuerza y le costaba caminar. Sin darnos cuenta comenzamos<br />
a ir hacia el balcón por donde habíamos entrado nosotros,<br />
pero Nikei nos detuvo.<br />
-¿Dónde vamos? La puerta está para allá.<br />
Nos miramos como diciendo “qué tontos” y dimos la vuelta.<br />
-La llave está sobre la heladera- indicó. –Cerremos al salir.<br />
Así lo hicimos. Una vez en planta baja notamos la presencia de<br />
un vecino que se agarraba la cabeza viendo el techo de su vehículo.<br />
Sebastián -haciéndose el distraído- nos dijo: -Qué chaparrón<br />
de granizo cayó, che. Nunca había visto piedras tan grandes- y<br />
mirando a la chica concluyó –Suerte que el pedazo de hielo te<br />
acertó en la nariz; mirá si te la embocaba en medio del marote y<br />
quedabas ahí muerta.<br />
De reojo vi al vecino que nos escuchaba con atención y luego veía<br />
extrañado hacia los otros autos carentes de abolladuras.<br />
-Después le hablamos- me susurró Sebas al oído. –Yo sé donde<br />
vive.<br />
Enseguida estuvimos con Yanina. Nikei se repuso con su ayuda y<br />
nos sentamos a la mesa los cuatro para comer el asadito. Una<br />
fuente con ensalada mixta al lado del vino tinto y pan, completaban<br />
la deliciosa cena. Mientras comíamos, Nikei nos relató lo que<br />
había pasado.<br />
-Aunque recién los conozco- comenzó, -sé que puedo confiar en<br />
ustedes. Si no tuviera esa seguridad, dudaría en contarles esto,<br />
porque ya me han traicionado dos veces y ambas salí muy lastimada.<br />
Primero mi novio y luego el embajador.<br />
18
-¿Qué embajador?- la interrumpí.<br />
-De Islandia. Yo no soy de acá, nací cerca de Reykjavik y viajé a<br />
esta parte de América cuando tenía siete años.<br />
-¿Ahora qué edad tenés?- preguntó Yanina.<br />
-Veintitrés. Mañana cumplo veinticuatro. Mi edad es importante<br />
en todo este asunto. Pero déjenme que les explique de qué se trata-<br />
me detuvo poniendo su mano sobre mi brazo cuando yo iba a<br />
realizar otra pregunta.<br />
-Mi mamá me dio a luz en las afueras de Kópavogur, una ciudad<br />
que queda cerca de la capital. Era invierno y cuenta mi abuelo<br />
que la nieve y el hielo lo cubrían todo.<br />
Mi abuelo vivía de la pesca por ese entonces. Con su trabajo<br />
había logrado comprar una barcaza bastante grande, en la que<br />
empleaba a una docena de marineros. Muchos de ellos formaban<br />
parte de mi familia, que entonces era numerosa. Tenía tíos, primos<br />
mayores y hasta mi propio padre se desempeñaba como su<br />
primer oficial.<br />
Estando una noche de abril en altamar, sacudidos con la rudeza<br />
de una fuerte tormenta, mi abuelo divisó unas enormes salientes<br />
rocosas que no figuraban en el mapa, a pocos metros del casco.<br />
El aspecto de la piedra era de temer. Bordes filosos por donde<br />
fuese que se la mirara y una altura y tamaño considerables.<br />
Mi abuelo nos contó una tarde a mi hermano y a mí, que creyó<br />
entonces que allí acabaría todo. No ideaba forma alguna de esquivar<br />
el inmenso peñasco. Las olas de seis metros los arrastraban<br />
directamente hacia la muerte.<br />
Tan sólo la tímida luz de la Luna pintaba el paisaje. Todo era<br />
agua y olas. La estructura rocosa ganaba preponderancia en el<br />
centro de la estampa y el barco junto a ella pasaba desapercibido.<br />
19<br />
Desde popa silbó una brisa mortecina. El mar se levantó como<br />
alfombra y aplastó al navío precipitándose sobre cubierta. Dicen<br />
que fue como si la lluvia hubiese elegido caer de golpe toda junta,<br />
en lugar de hacerlo en gotas.<br />
Quebrado al medio por el latigazo, el pesquero arrumbó su cuerpo<br />
hacia estribor y sufrió una vuelta de campana. Eso fue peor que<br />
haber encallado. Dado vuelta sucumbió a la acometida de las<br />
puntas basálticas, que no hicieron más que atravesarlo de lado a<br />
lado, cual tenedor pinchando un enorme trozo de queso.<br />
Varios de los tripulantes corrieron con la misma fortuna trágica.<br />
Al cesar la fuerte tempestad, ya siendo de día, el abuelo y mi padre<br />
–que aún no conocía a mamá- recogieron los cuerpos de sus<br />
compañeros. Algunos pendían inertes enclavados en picos filosos.<br />
Otros no habían resistido la embestida del suelo. Y un último<br />
marino, que era el mayor de mis primos –aunque yo aún no había<br />
nacido-, fue arrastrado por la corriente hacia adentro del océano<br />
hasta perderse de vista.<br />
Mi papá ayudó a su capitán a erigir unas cruces y enterraron los<br />
cadáveres cubriéndolos con piedras.<br />
En el estrecho islote fue difícil la supervivencia. Comían pescado<br />
de mañana y de noche. Bebían agua que derretía del hielo encastrado<br />
entre las piedras. El viento polar casi los paralizaba.<br />
Pero durante un amanecer, al tiempo que una bandada de gaviotas<br />
surcaba el firmamento claro, mi padre despertó con un canto<br />
que provenía del mar. Su tono era agudo y melodioso.<br />
“Marinero” -le decía- “Marinero de todas las aguas. Ven conmigo a<br />
aclarar mil misterios. Ven conmigo, marinero.”<br />
20
Mi padre, primero asombrado y luego alarmado por el canto que<br />
se repetía una y otra vez, despertó al abuelo. Él también podía<br />
oírlo.<br />
“Es una sirena” –afirmó- “No debemos escucharla. Tápate los oídos<br />
y trata de dormir. Yo las he visto en otras ocasiones. Si no<br />
les prestas atención se agotan y dejan de insistir. Quizás regrese<br />
dos o tres días más, pero pronto dejará de tentarnos.”<br />
“¿De tentarnos?” –inquirió mi padre, quien más allá del susto inicial<br />
empezaba a amar aquella voz.<br />
“Sí. Así es.” –aseguró el abuelo- “Dos de mis primeros hombres,<br />
muy bien preparados en el arte de la navegación, se perdieron por<br />
el canto de las sirenas hasta el punto de arrojarse a las olas desde<br />
nuestro barco y hundirse para siempre bajo la espuma. Nunca<br />
me perdoné, ni podré hacerlo jamás, el no haberlos retenido con<br />
todas mis fuerzas.”<br />
“¿Tú no las escuchabas también?”<br />
“Sí, lo hacía. Pero mis años a bordo me habían nutrido con suficientes<br />
relatos como para saber qué hacer en casos como esos.<br />
Pese a que la tentación de seguir endulzándome con la voz de la<br />
sirena era grande, conseguí obturar mis oídos a tiempo. Rudolff<br />
en cambio no hizo caso a las órdenes que impartía a gritos desde<br />
el puente y se dejó seducir... hasta la muerte. A él le siguió el<br />
Dr.Irigari, un médico danés que amaba la pesca. Recuerdo sus<br />
pies moviéndose acompasadamente hacia la silueta femenina que<br />
emergía suavemente de la superficie. Él también se zambulló para<br />
no volver nunca más.”<br />
“Tápate los oídos” –le ordenaba a papá, pero él había bebido ya<br />
suficiente miel sonora. Se puso de pie; observó a la joven bellísima<br />
que nadaba erguida junto a la orilla profunda del islote y se<br />
dirigió corriendo hacia ella.<br />
21<br />
“¡No te lo lleves! ¡Por favor!” –suplicó el abuelo a viva voz, observando<br />
cómo su hijo se arrebataba en loca carrera para llegar a la<br />
chica.<br />
“¡El crigón señú dil ibsánsure!” –exclamó al final como loco, en su<br />
último intento.<br />
-¿El qué?- la interrumpí. Los tres estábamos muy atentos a lo<br />
que nos contaba. Miré a Sebastián. Se veía cuasi hipnotizado<br />
hacia Nikei. Lo desatonté con un cachetazo, pero en seguida volvimos<br />
a interesarnos en la extraña autobiografía.<br />
-“El crigón señú dil ibsánsure”; es una frase en otro idioma que<br />
supuestamente detiene a las sirenas. Aunque la tradición de ultramar<br />
contaba que no debía emplearse nunca, porque con ella se<br />
desataba la furia del océano. Según la leyenda, quien hablara así<br />
a una sirena sería consumido por bestias voraces, y no sólo moriría<br />
su cuerpo físico sino que también se apagaría su espíritu.<br />
-Eso suena a cuento de ficción- Yanina comentó sonriente, intentando<br />
no herir los sentimientos de Nikei.<br />
-Lo sé– nos dijo ella –aunque es en tal forma parte de mi existencia<br />
que me cuesta notarlo algunas veces. ¿Quieren que les siga<br />
contando?<br />
-Por supuesto- aclaré.<br />
-Sin duda- agregó Sebastián.<br />
-El abuelo no quería a nada en el mundo más que a su hijo, así<br />
que no dudó en emplear ese arma secreta de los marinos.<br />
Yanina se apresuró: -¿En qué idioma fue la frase?<br />
Nikei dudó un momento haciendo una pausa. Parecía que estaba<br />
por contarnos algo íntimo que quizá la avergonzara. Sin embargo,<br />
su semblante se aclaró nuevamente y prosiguió: -No tiene un<br />
nombre común, es un idioma que usan otros seres, se llama...- y<br />
22
dio una especie de acordes con sus cuerdas vocales que casi me<br />
ensordecieron. Nos miramos sorprendidos.<br />
-¿Vos qué oíste?- me interrogó la chica.<br />
-Un...- traté de recordar el sonido para repetirlo, pero no conseguí<br />
hacerlo. En mi memoria había más bien una sensación que un<br />
sonido. –No logro hacerlo- desistí –más bien recuerdo alguna especie<br />
de emoción-<br />
-¿Parecida a qué?- me ayudó Nikei.<br />
-Eh... era como...- mientras pensaba noté que contorsionaba mi<br />
cuerpo para tratar de explicar. –Era como una mezcla entre lo<br />
que te pasa cuando desenredás un acertijo y dolor en la lenguanoté<br />
cómo Yanina contenía la risa.<br />
-Bastante exacto para alguien que nunca viajó- se alegró.<br />
Antes de que yo le aclarara que sí había viajado bastante, la hermosa<br />
muchacha se dirigió a Sebastián: -Te veo pensativo. ¿Tuviste<br />
la misma sensación que Gustavo?<br />
Me extrañé. No le había dicho mi nombre en ningún momento.<br />
-Creo que sí- respondió Sebas que no se había percatado del detalle.<br />
–Fue algo así como una sensación entre la boca y el cerebroaclaró.<br />
–Tampoco logro recordarlo como sonidos para repetirlos.<br />
Es distinto.<br />
-Así es- lo aprobó Nikei. -¿Y vos?- se dirigió a la señora de mi<br />
amigo que estaba extrañada de que él y yo coincidiéramos.<br />
-Me están jugando una broma ¿No es así?- nos veía a todos esperando<br />
estar en lo cierto. –Nikei cantó un segundo y ustedes se<br />
pusieron a mirar al infinito ¿Qué les pasa?<br />
Sebastián y yo nos miramos. Ella había escuchado otra cosa. O<br />
bien había oído lo mismo pero quizás recordase cómo repetirlo.<br />
23<br />
-No es broma- aclaró Sebas. –Realmente no retuvimos sonidos<br />
pronunciables. ¿Vos sí?<br />
Yanina comprendió que estábamos igualmente confundidos. –<br />
Para mí sonó como un “uhú”, bastante agudo- agregó.<br />
-Así es- volvió a aprobar nuestra invitada. –Ése es el sonido vocálico<br />
que realicé. Pero también pronuncié las sensaciones que describieron<br />
los muchachos. Yanina oyó con los oídos porque era lo<br />
que esperaba. Los varones lo hicieron con el corazón. Ellos normalmente<br />
abren algunas de sus sensaciones internas ante alguien<br />
del sexo opuesto. Lo mismo, o algo parecido, le pasa a la<br />
mujer frente a un varón.<br />
-Eh...- se incomodó Sebastián.<br />
-Es normal- avanzó Nikei. –No hace falta que te guste una chica<br />
para que te abras de esa forma. Pasa sin que lo notes. Hasta con<br />
las mujeres que te causan repulsión.- Yanina tomó la mano de su<br />
esposo para que no se sintiera mal.<br />
-¿Cómo es que sabés mi nombre?- le pregunté al fin, bastante<br />
nervioso.<br />
-¡Ah! Claro; no me lo dijiste en esta reunión.<br />
-¡¡Eh!!- yo ya no estaba entendiendo nada. Parecía que funcionábamos<br />
en otra frecuencia.<br />
-Funcionamos a veces en otra frecuencia, sí- me indicó Nikei. Noté<br />
que ahora también escuchaba mi pensamiento, así que preferí<br />
quedarme callado, pensar lo menos posible y prestar atención a la<br />
historia que nos estaba contando.<br />
-No puedo explicarles ahora todo. Por un lado es mucho y por<br />
otro, no sé lo suficiente como para convencerlos científicamente.<br />
Pero necesito terminar de contarles la historia que llevó a la situación<br />
violenta que vivimos hace unas horas enfrente. Es impor-<br />
24
tante que sepan todo antes de que cumpla veinticuatro, para que<br />
puedan ayudarme.<br />
Nos miramos a los ojos para asegurarnos de que todos estábamos<br />
de acuerdo.<br />
-Contanos- dijo por fin Yanina abriendo de par en par la puerta de<br />
nuestra confianza.<br />
-Gracias- comenzó Nikei. –En el idioma –(hizo nuevamente el sonido<br />
especial)- las palabras “el crigón señú dil ibsánsure” son como<br />
el rugido del león; un grito amedrentador para la mayoría, pero<br />
que puede instar a la guerra si lo oye alguien con la misma fiereza.<br />
Por lo que yo entiendo, el resto de la leyenda -eso de que se<br />
le consumía el espíritu-, eran deformaciones producidas a través<br />
de generaciones y generaciones de hombres del mar.<br />
-Cuando Ismaar (mi abuelo) lanzó su rugido, la sirena se estremeció.<br />
Y cesó su canto. A partir de ese momento, mi padre logró<br />
observar a la joven acuática con los ojos de su intelecto. Realmente<br />
era bellísima. Sus rizos dorados ondeantes como el Sol le<br />
cubrían cálidamente el torso. Ambos pechos desnudos asomaban<br />
entre cabellos brillando con la alegría cristalina de sus ojos frágiles.<br />
Desde la curva suave de la nariz, los hombros tersos y brillantes<br />
por la humedad del océano, hasta su simpático ombligo en<br />
la cintura delicada, era perfectamente hermosa.<br />
-Mi padre la veía más allá del encanto de su voz y quedaba cada<br />
instante más prendido a ella. Pero al parecer el encanto era mutuo.<br />
La sirena lo había elegido tras observarlo durante días sobre<br />
la roca. Las manos fuertes y ásperas de papá le habían sorprendido<br />
por su juventud. El cabello negro y liso que se desplegaba a<br />
libertad con el soplido del viento, la había dejado a ella también<br />
embelesada. Y como hacen las sirenas enamoradas, en la locura<br />
del amor incitan a sus admirados hombres para acompañarlas,<br />
sin darse cuenta de que ellos no respiran bajo el agua. Con la<br />
25<br />
intención de amarlos, los matan. Y cuando despiertan a la realidad<br />
de su pecado, sufren durante años, llorando sus penas en las<br />
profundidades avisales, castigándose, culpándose por no haber<br />
dominado el propio instinto.<br />
-Pero ¿Cómo sabés tanto sobre las sirenas?- la detuve –yo creí<br />
hasta hoy que existían sólo en los cuentos e historias que se narraban<br />
en el pasado.<br />
-Confía en mí- me pidió y echó un vistazo a las agujas del reloj –es<br />
necesario que me apresure, en quince horas exactas tendré veinticuatro<br />
años y-<br />
-“Crash”- un golpe estruendoso rompió las ventanas del jardín.<br />
Tratamos de levantarnos con Sebastián para pelear, pero el humo<br />
verdoso que invadía la habitación nos colmó de dolor las sienes.<br />
Pronto oí unas voces afuera y me desplomé sobre el suelo.<br />
26
CAPÍTULO II<br />
YP-18 Huarpe<br />
Al abrir los ojos noté algo incómodo bajo mi panza. El borde del<br />
sillón largo del living se estaba clavando contra mis costillas flotantes.<br />
Torné a los lados a medida que me incorporaba. Mis dos<br />
amigos reposaban en idéntica postura a la mía. Uno a mi derecha<br />
y otro a mi izquierda, boca abajo, con los brazos caídos y los bolsillos<br />
del pantalón sacados afuera.<br />
En el ambiente persistía un tímido tono verdoso. Por el hoyo<br />
abierto hacia el patio, el viento estaba completando su labor de<br />
drenaje. Pese a ello, aún podía olerse un hedor como a pescado<br />
descompuesto.<br />
Me puse de pie por completo. Así a Yanina y la saqué al aire<br />
abierto para evitar el humo. Lo mismo hice con Sebastián, aunque<br />
me dio mayor trabajo porque sumado a su peso, entre sueños<br />
lanzaba manotazos y hasta una patada que me acertó en la canilla.<br />
Una vez afuera, ambos fueron volviendo en sí. La jaqueca residual<br />
era fuerte. Palpé mi frente y la sentí caliente. Pese a que<br />
recordaba haber tomado una aspirina al salir del gimnasio, la<br />
temperatura alta continuaba.<br />
Comenzamos a revisar la casa. No faltaban cosas. Mi billetera y<br />
la de Sebastián estaban desparramadas pero completas. Lo único<br />
extraviado era... ¡Nikei!<br />
Quienes fuesen que habían interrumpido nuestra cena la estaban<br />
buscando a ella ¡Y se la habían llevado!<br />
27<br />
Una vez que hubimos vuelto a ver y pensar con normalidad, nos<br />
sentamos en el pasto junto a la parrilla. Aún persistían algunas<br />
crepitaciones de la carne que terminaba de cocinarse. El aroma<br />
fruicioso del asado ya había desplazado por completo al del gas<br />
verde.<br />
-Hagamos memoria- sugirió Yanina levantando la vista hacia las<br />
estrellas, que brillaban distantes en el firmamento despejado. –La<br />
chica habló de Islandia, donde ella había nacido hace veinticuatro<br />
años.<br />
-“Casi” veinticuatro- interrumpió Sebastián. –Acordate que dijo<br />
que su edad era importante. No llegó a explicar por qué, pero algo<br />
de eso debe tener que ver con todo este... secuestro.<br />
-Habló de sirenas y marineros. Su abuelo había perdido dos<br />
hombres encantados por el canto de las jóvenes acuáticas, que al<br />
parecer no eran malas, sino que se dejaban llevar por su instinto<br />
y terminaban ahogando a sus enamorados- continuó Yanina. –<br />
Recuerdo que también mencionó al papá; nos contó con bastante<br />
detalle sobre una sirena rubia que casi lo ahoga, de no ser porque<br />
el abuelo había pronunciado unas palabras especiales que la<br />
amedrentaron.<br />
Noté que ambos esposos me observaban extrañados. -¿Qué<br />
hacés?-<br />
Algo me picaba en la ingle. Había separado el elástico del pantalón<br />
y estaba escarbando con la mano dentro del calzoncillo.<br />
-¡Pará asqueroso!- se rió Yanina.<br />
-No sé que tengo- me disculpé. El picor era intenso mas puntual.<br />
Pronto llegué al sitio donde se originaba la cosquilla y palpé algo<br />
fuera de lo normal. Una forma blanda y fresca. Cuando tironeaba<br />
para sacarla sentía que se hallaba adherida a mi cuerpo y no<br />
me causaba más dolor que el resultante de estirarme la piel.<br />
28
-Debo ir al baño. Perdonen.- Me levanté y fui directamente al tocador.<br />
Lo presidía un espejo de buen tamaño. Descubrí mis partes<br />
íntimas y observé con atención: una especie de pulpito amarillo<br />
de unos cinco milímetros estaba succionado en la comisura de<br />
la pierna.<br />
Al principio me alarmé, pero de alguna forma tuve la impresión<br />
que el animal estaba asustado. Traté de verlo más de cerca. Su<br />
forma no era la de un pulpo. Más bien asemejaba una diminuta<br />
estrella de mar.<br />
Con precaución usé la yema del dedo para darle unas caricias.<br />
Cuando lo toqué estaba tenso. Temblaba como vibrador de teléfono<br />
celular. A medida que lo acariciaba, su superficie se hizo<br />
menos áspera y el cuerpo se ablandó. También dejó de temblar.<br />
Para mi sorpresa emitió unos chillidos y con un corto saltito pasó<br />
a la palma de mi mano.<br />
Me acomodé la ropa y lo acerqué a mi vista. Tenía sopapas en la<br />
cara inferior y una ranura horizontal en el centro por la que afloraban<br />
sus agudos chirreos. Parecía querer hablarme. Los sonidos<br />
eran pausados y de diferente duración e intensidad.<br />
-Te voy a llevar con mis amigos- le dije como quien habla a su perro.<br />
La estrella cesó su charla mientras nos movíamos.<br />
-¿Qué es eso?- se extrañó Sebastián. –Tenías una pulga gorda.<br />
Hay que bañarse de vez en cuando, franchute.<br />
-¡No!, esperen- gritó Yanina, que acercó su mano enternecida y<br />
logró que la estrella saltara sobre ella. -¡Es una estrella de mar!<br />
Cuando era niña tenía una más grande, aunque estaba disecada.-<br />
Al oír esto el animal tembló unos instantes, como si entendiera lo<br />
que hablábamos.<br />
Encariñada con la criatura, Yanina le hizo unos mimos sobre el<br />
lomo y la estrella volvió a sonar sus chirridos.<br />
29<br />
-¿Me entendés?- le preguntó. Sebastián y yo nos miramos incrédulos<br />
y tuvimos que contener una carcajada.<br />
El bichito seguía con sus pequeños gritos.<br />
-Vamos a hacer así- se ingenió, -cuando vos hablás yo no entiendo,<br />
pero creo que vos sí me entendés a mí.- La estrella permanecía<br />
callada como si estuviera escuchándola. –Yo te voy a hacer<br />
preguntas que se pueden responder con un “sí” o un “no”. Vos<br />
me vas a responder haciendo dos sonidos para decirme que no y<br />
uno para decir que sí. ¿Me entendiste?<br />
-¡Chrrí!- volvió a sonar.<br />
-¿Sos Nikei transformada en estrella de mar?<br />
-¡Chrrí chrrí!- negó.<br />
-¿Nikei está en problemas?<br />
-¡Chrrí!<br />
-¿Cómo te llamás?- hecha esta pregunta, la estrella volvió a realizar<br />
chillidos inentendibles.<br />
-Lo siento- la interrumpió. –Volvamos a hablar con el sistema de<br />
“sí” y “no”.<br />
-¡Chrrí!- asintió.<br />
-¿Nikei está lejos de aquí?<br />
-¡Chrrí!<br />
-¿La llevaron a Islandia?<br />
-¡Chrrí chrrí!<br />
-¿Sigue en esta ciudad?<br />
-¡Chrrí!<br />
Yanina se quedó pensativa.<br />
30
-Si subimos todos a un auto, ¿vos podrías guiarnos hacia ella?- le<br />
pregunté yo con la idea de llegar al sitio donde la tuvieran cautiva<br />
usando el vehículo de Sebastián.<br />
La estrella se torció como para mirarme –aunque en ningún momento<br />
le había llegado a distinguir los ojos- y curvó sus rayos de<br />
manera sinuosa, haciéndome comprender que no había entendido.<br />
-¿Nos podés guiar hasta ella?- simplificó Yanina.<br />
-¡Chrrí!- dijo por fin.<br />
-¡Vamos en el Fiat!- instó Sebas. –Vos quedate acá y poné un poco<br />
de orden- le pidió a su mujer. –No quiero que te suceda nada<br />
adonde vayamos. No sé con qué tipo de gente nos vamos a encontrar.<br />
-¡Pero quiero ir! La estrellita habla sólo conmigo. Además no<br />
quiero quedarme sola en casa. Piensen que ellos saben donde<br />
vivimos.<br />
Tenía razón. Quedarse sola allí podía ser peligroso.<br />
-Vení con nosotros. Cerramos todo y te dejamos en lo de la abuela,<br />
así no estás en un lugar que tengan identificado– decidió Sebastián.<br />
-¿Y la estrella?- pensó Yanina mientras la observaba en el dorso<br />
de su mano.<br />
-¿Vos entendés sólo a Yanina?- le cuestioné.<br />
-¡Chrrí!- respondió el bicho cayendo en la trampa que le acababa<br />
de tender. Yo había tenido la impresión de que le agradaba estar<br />
con ella y por eso no me había respondido antes. Como si fuera<br />
más inteligente de lo que nos imagináramos.<br />
31<br />
La pequeña estrella cayó en la cuenta de que acababa de meter la<br />
pata (o el rayo). Acerqué la mano y sin necesidad de que le dijera<br />
nada saltó y se ubicó en el centro de mi palma.<br />
Cada vez estábamos más sorprendidos.<br />
Pusimos llave a todas las puertas, encendimos el pasacasette para<br />
dar la impresión de que no quedaba vacía la casa y entramos al<br />
garaje.<br />
-¡No! ¡Hijos de...!- las cuatro cubiertas del Fiat estaban bajas. A<br />
juzgar por su aspecto habían sido reventadas clavándoles algo. El<br />
portón del garaje también estaba abierto y tenía los vidrios rotos.<br />
-Esperá que le voy a avisar al policía de la esquina, para que él<br />
vaya revisando y vigilando mientras nosotros vamos a buscar a la<br />
chica- le propuse a mi amigo que hervía de bronca.<br />
-Bueno, dale- se apresuró Yanina, mientras le frotaba la espalda<br />
al marido que golpeaba la pared con el puño.<br />
Salí trotando. La noche fluía en mis orejas bastante fresca a medida<br />
que tomaba velocidad. Pronto vi la casilla. Tenía la luz encendida<br />
pero no había nadie adentro. Me asomé. En la pantalla<br />
de computadora estaba anotada la primera parte de la patente del<br />
vehículo diplomático. Al parecer el oficial no había podido terminar<br />
de escribirlo.<br />
Tuve un sobresalto -y junto conmigo se agitó la pequeña estrellacuando<br />
vi una de las paredes embadurnada de sangre. El líquido<br />
rojo oscuro pintaba una mancha difusa y se alargaba hacia abajo<br />
perdiendo intensidad.<br />
A un lado aparecía también el papel con el número de patente escrito<br />
a mano: ADU 63 P.<br />
No tardé en terminar de pasarlo a la PC. Tecleé “ENTER”. El monitor<br />
mostró bandas horizontales viajando de arriba hacia abajo y<br />
32
en unos segundos apareció un mensaje: “Matrícula ADU-63-P registrada<br />
bajo licencia diplomática; para mayor información ingrese<br />
contraseña y presione enter.”<br />
No tenía la contraseña así que hasta allí había llegado. Guardé la<br />
anotación de la patente en el bolsillo y cuando estaba por salir de<br />
la cabina me percaté de que la estrella ya no estaba conmigo.<br />
Revisé mi ropa, mi calzoncillo, el piso y de repente sonaron las<br />
teclas de la computadora. Levanté la mirada. Moviéndose con<br />
habilidad, la estrella estaba presionando las distintas letras. Por<br />
último dio un saltito sobre ENTER y en pantalla apareció: “Password<br />
aceptada, buscando información en inteligencia...”<br />
-¡Bien hecho!- la felicité. Hizo unos cuantos chirridos y regresó a<br />
mi palma.<br />
Ahora se leían los siguientes datos:<br />
PROPIETARIO: SR.EMBAJADOR DE ISLANDIA<br />
FECHA DE REGISTRO: 17 DE MARZO DE 1999<br />
DIRECCIÓN OFICIAL: ...<br />
Anoté todo y salí corriendo con la información.<br />
-¿Y? ¿El policía?- se intrigó Sebastián.<br />
Les conté lo ocurrido incluyendo la estrella escribiendo en el teclado.<br />
-Así que sabés escribir. ¡Muy bien! es posible que necesitemos<br />
eso más adelante- se admiró mi amigo. –Ahora tomemos un taxi.<br />
Pese a ser bastante tarde, la avenida era transitada y el auto de<br />
alquiler que necesitábamos llegó en un santiamén. Dejamos a<br />
Yanina en casa de su madre y pedimos al taxista que siguiera derecho<br />
y nosotros le indicaríamos en donde virar. El chofer tuvo<br />
alguna resistencia, pero al final aceptó. Durante el trayecto fuimos<br />
consultando en voz baja a la estrella. Teníamos la dirección<br />
33<br />
de la embajada pero no quisimos dirigirnos directamente hacia<br />
allí, porque podíamos estar errados y nuestro compañero amarillo<br />
había asentido cuando le preguntamos si nos sabría guiar. Quizás<br />
nos condujera a otro sitio en donde hubiesen ocultado a Nikei.<br />
Al llegar, cuando la estrella respondió afirmativamente a la pregunta<br />
-¿Es aquí?-, comprobamos estar frente a la Embajada Islandesa.<br />
-Esto no nos hubiera ocurrido de traer a Yanina- reprobé, -muy<br />
seguramente a ella se le hubiera ocurrido preguntar: ¿Debemos ir<br />
a la Embajada? y la estrella nos hubiera dicho que sí.<br />
Pagamos el viaje y descendimos. Todo estaba tranquilo. Llegaba<br />
a oírse el guitarreo de algunos grillos y automóviles pasando a lo<br />
lejos. Las verjas entramadas de ligustrina hacían fracasar cualquier<br />
intento de espiar entre las hojas.<br />
El único espacio libre para ver dentro era la entrada principal,<br />
aunque el uniformado de guardia estorbaba.<br />
-Podemos tratar de entrar- comenté en voz baja. –Como mucho<br />
caeremos presos.<br />
-Es más complicado que eso- balbuceó Sebastián. –Dentro de la<br />
Embajada es jurisdicción de otro país y podría degenerarse la cosa<br />
en un conflicto mayor.<br />
Caminamos unos pasos para salir de enfrente y nos sentamos a<br />
analizar la situación: Nikei había sido secuestrada. No sabíamos<br />
si seguía con vida. Todo lo que teníamos investigado apuntaba a<br />
la Embajada de Islandia. Teníamos con nosotros a una pequeña<br />
estrella de mar parlante que había aparecido bajo mi calzoncillo.<br />
-¿Cómo llegaste ahí?- le pregunté -¿Te puso Nikei?- la idea me<br />
sonrojó y Sebastián me asestó un codazo cómplice en el hígado.<br />
34
-¿Te puso Nikei?- volví a preguntar, pero no hubo respuesta.<br />
Busqué en mi mano derecha, en la izquierda, en otros sitios alrededor<br />
nuestro y no estaba.<br />
De pronto oí una negación “¡Chrrí! ¡chrrí!” unos diez metros hacia<br />
el lado de la Embajada y llegué a ver cómo la pequeña saltaba y<br />
atravesaba por dentro la pared vegetada.<br />
Momentos más tarde, sin que hubiéramos superado la sorpresa,<br />
sentimos que corrían las rejas de donde estaba el guardia vigilando<br />
y vimos al Peugeot con el vidrio perforado por mi mochila que<br />
salía arando en dirección sur.<br />
-“Por favor”- llegué a escuchar cuando salían. Otra vez era la voz<br />
de Nikei. La llevaban en el vehículo, pero nosotros estábamos a<br />
pie. Si corríamos no los alcanzaríamos y llamaríamos la atención<br />
del soldado islandés que quizá nos aprendiera.<br />
Dimos vuelta y decidimos llegar a la primera avenida para tomar<br />
un coche hasta la comisaría más cercana, dar parte de lo ocurrido<br />
y tener así alguna posibilidad de rastrear a la chica.<br />
Estábamos a tres cuadras. Al llegar, justo cuando deteníamos al<br />
primer taxi, dobló por la bocacalle un patrullero a gran velocidad.<br />
Frenó delante nuestro; abrió la puerta de atrás y el policía que<br />
manejaba nos ordenó: -¡Suban ahora! ¡Rápido!<br />
Una vez arriba, los dos oficiales refirieron un mail en clave recibido<br />
hacía instantes, donde el Sargento Gutiérrez les indicaba retirarnos<br />
de las cercanías de la Embajada de Islandia y llevarnos al<br />
Aeropuerto Internacional para frustrar un secuestro extorsivo,<br />
que desataría una catástrofe.<br />
-¿El Sargento Gutiérrez no suele trabajar en la esquina de ...?- les<br />
especifiqué la dirección donde veía siempre al policía que me<br />
había ayudado.<br />
35<br />
-Así es- confirmó el acompañante. -¿Qué saben de él?, no se<br />
había reportado hasta ahora.<br />
Mi cerebro empezó a atar algunos cabos sueltos. Gutiérrez estaba<br />
en su garita cuando salí de dar clase. Me asistió luego apresando<br />
a los sospechosos y llamó a los efectivos que los trasladaron a la<br />
comisaría. Había tomado la patente del Peugeot y pensado en revisar<br />
en su computadora a quién pertenecía exactamente, porque<br />
la había identificado como una matrícula diplomática. Después<br />
pasó todo en la casa de Sebastián y ya no lo había vuelto a ver,<br />
salvo la mancha de sangre en la cabina que temía perteneciera a<br />
él y el texto a medio escribir en la PC.<br />
-¿Saben algo de una estrella de mar?- interrogué a los policías –<br />
amarilla- agregué.<br />
-¿Una qué?<br />
-No, no importa- parecían no tener idea de lo que les había hablado.<br />
Mi imaginación acababa de encontrar una explicación posible<br />
a la desaparición del Sargento, aunque si comentaba aquello, hasta<br />
Sebastián se reiría.<br />
La pequeña estrella tenía que ser Gutiérrez. Sabía la contraseña<br />
de la PC, nos había guiado hasta la Embajada y luego de meterse,<br />
desde alguna terminal de red, había alertado a sus compañeros<br />
para que fueran por nosotros.<br />
Lo que no cerraba mucho era el tema de la sangre y el detalle de<br />
que haya aparecido dentro de mi calzón.<br />
Si seguía imaginando, podía especular con que el tiro se lo hubieran<br />
pegado a él los hombres del Peugeot cuando escapaban. No.<br />
Eso no podía ser porque el policía había estado conmigo luego de<br />
que ellos se fuesen y no tenía ninguna señal de estar herido.<br />
36
Pero existía la posibilidad de que cuando Gutiérrez volvió a su garita<br />
y Sebas, Nikei, Yanina y yo comíamos el asado, la gente que<br />
irrumpió con el gas verde hubiera pasado antes por donde estaba<br />
el Sargento, le hubiese pegado un tiro para que no concluyera su<br />
investigación sobre la patente y entonces, de alguna manera, el<br />
policía se “transformó” en estrella de mar parlante, se colgó con<br />
sus sopapas de los malhechores, llegó a la casa con ellos y en<br />
cuanto pudo, saltó y se subió por mi pierna, hasta llegar a donde<br />
estaba cuando yo me desperté.<br />
Exacto: toda esa historia era una locura fenomenal y más me<br />
hubiera valido ver menos dibujos animados cuando niño.<br />
-La última vez que vi a Gutiérrez volvía para su casilla. Había<br />
tomado la patente de un vehículo y dijo que vería de quién se trataba.<br />
Luego pasé más tarde y ya no estaba, pero encontré unas<br />
manchas rojas en la pared, que pienso que eran de sangre- expliqué<br />
a los policías.<br />
-Es posible- habló quien conducía mirando a su compañero, –por<br />
handy había reportado un tiroteo. Luego nos informó que se trataba<br />
de una falsa alarma, aunque lo hizo en un tono que nos provocó<br />
dudas.<br />
La sirena ululaba al ritmo de las luces azules. Tomábamos arterias<br />
contramano, veredas y pasábamos sobre cualquier cosa, como<br />
si fuéramos una estampida de elefantes. El policía que manejaba<br />
se veía demasiado tranquilo, cual si estuviese jugando en los<br />
videos a una carrera de autos. Sebas y yo, en cambio, estábamos<br />
exprimiendo los apoyabrazos, tratando de evitar salir despedidos<br />
en cada curva.<br />
La velocidad para las rectas era enorme. Tomamos la autopista<br />
que nos llevaba directo al aeropuerto. En pocos minutos el motor<br />
zumbaba. Los autos y camiones parecían pasar marcha atrás a<br />
nuestro lado.<br />
37<br />
-¿A quién buscamos?- quisieron saber.<br />
-Una chica de veintitrés años. Su nombre es Nikei. La llevan en<br />
un vehículo Peugeot 505 marrón metalizado, patente...- saqué del<br />
bolsillo el papel donde estaba anotada –ADU-63-P, de la Embajada<br />
de Islandia.<br />
-Muy bien- se alegró por lo completa de mi descripción.<br />
-Creo que los secuestradores portan armas de mano con silenciador-<br />
acoté.<br />
-No hay problema, nosotros también tenemos lo nuestro. Y ustedes,<br />
por lo que sé, también están armados- nos miró el acompañante.<br />
En un instante lo reconocí. Era padre de uno de mis alumnos y<br />
nos conocía a ambos. Sonreímos. Eso me hizo sentir mejor.<br />
-¿Cómo anda Tomás?- me interesé –hoy no vino a clase.<br />
-Se puso de novio con una chica algo más grande que él y está<br />
saliendo demasiado. Me preocupan sus estudios y su entrenamiento.<br />
Estoy tratando de que sea constante y no pierda lo que<br />
ha conseguido con tanto esfuerzo.<br />
-Entiendo. Ya saldrá adelante- le aseguré; –su hijo tiene gran espíritu;<br />
lo he visto levantar combates que parecían perdidos y quedarse<br />
al final con el triunfo.<br />
-¿Es cinturón verde, no?- me preguntó Sebastián.<br />
-Así es.<br />
El zumbido del motor se hizo más grave. Cruzamos unas barreras.<br />
Salimos de la autopista e ingresamos al estacionamiento del<br />
aeropuerto.<br />
38
Un efectivo de la policía aeronáutica saludó llevando los dedos a<br />
su cabeza y el padre de mi alumno conversó algunas palabras con<br />
él.<br />
Enseguida señaló al otro lado del boulevard donde nos habíamos<br />
detenido. Ahí estaba. Se trataba del mismo vehículo con la ventanilla<br />
destruida. Los vidrios oscuros no permitían constatar si<br />
había alguien dentro.<br />
Nos indicaron agacharnos y cautelosa pero velozmente se acercaron.<br />
Desde nuestra ubicación llegábamos a ver los pies de los<br />
tres agentes que se movían hacia el móvil dando rodeos para llegar<br />
desde diferentes direcciones. En cuanto estuvieron a distancia<br />
rompieron los vidrios a la voz de “¡Alto, policía!”. Pero estaba<br />
vacío.<br />
Hecho esto, indicaron que los acompañáramos y entramos en las<br />
salas de abordaje. En tres minutos se anunciaba el despegue de<br />
un vuelo de Southern Winds con destino a Reykjavik. Corrimos<br />
guiados por el policía aeronáutico. Nos topamos con una azafata<br />
de la empresa, le urgimos nos acompañara para detener el vuelo y<br />
ella se apresuró con nosotros hasta la sala de control.<br />
-¡Detengan el vuelo 708!- exclamó cuando nos acercábamos a los<br />
controles.<br />
-¿Motivo?- cuestionó el oficial que tenía calzados auriculares.<br />
-¡Deténgalo ahora!- gritó la azafata en coro con el policía del aeropuerto.<br />
–Es un posible secuestro.<br />
-Entiendo- aceptó y dio las indicaciones correspondientes.<br />
Bajamos de la torre y nos valimos de un carrito de equipaje para<br />
llegar hasta el Boeing 727 que nos esperaba en pista. Cuando<br />
llegamos ya estaba ubicada la escalinata móvil junto a la escotilla.<br />
39<br />
-Vengan conmigo para identificar a los pasajeros- nos pidió uno<br />
de los uniformados.<br />
Cuando ingresamos, el Capitán indicaba a los pasajeros alarmados<br />
que permanecieran en sus butacas con el cinturón de seguridad<br />
abrochado.<br />
Tratando de verse lo menos temerarios posible, los oficiales recorrían<br />
arma en mano los largos pasillos. Sebastián y yo íbamos<br />
junto a ellos revisando las caras. Muchos rostros blancos casi<br />
níveos. Otros más bien esquimalados. Pero Nikei no estaba y nadie<br />
parecía tener actitud hostil.<br />
Por último visitamos al Capitán. La cabina colmada de relojitos,<br />
botones y más botones daba la impresión de estar en una nave<br />
espacial.<br />
-No tenemos ningún sospechoso en el pasaje- informó el efectivo<br />
aeronáutico.<br />
-Ven aquel avión privado- el Capitán nos indicó uno de color plateado<br />
que acababa de despegar, –va también a Islandia. Me sorprendió<br />
porque tuve que demorar quince minutos el despegue por<br />
ese motivo. La única vez que el comando central interpuso un<br />
vuelo de esta forma antes que el mío, fue justo antes de que comenzara<br />
la guerra en Medio Oriente. Al parecer transportaban un<br />
alto funcionario.<br />
-Gracias por la información- saludó el policía. –Sentimos haberlo<br />
retrasado.<br />
-Buena suerte- desearon el Capitán y su copiloto. Dejamos la cabina<br />
y descendimos del avión.<br />
Lamentablemente se nos habían adelantado. Cerramos una circunferencia<br />
incluyendo a la azafata. -¿Qué haremos ahora?- se<br />
preocupó Sebastián.<br />
40
-Por lo que sabemos, este hecho puede tener consecuencias catastróficas<br />
a nivel mundial- dije intentando que no se dieran por<br />
vencidos, basándome en lo que nos había comentado Nikei.<br />
La mayoría miró frunciendo el seño con desconfianza pero, por<br />
suerte, el padre de Tomás me apoyó luego de cruzar miradas confirmatorias<br />
conmigo.<br />
-Así es- sumó. –Necesitamos hacer algo.<br />
-Podemos hablar con la Fuerza Aérea- indicó el policía aeronáutico;<br />
-hay un hangar donde guardan varios YP-18, unos modelos<br />
experimentales de alta velocidad y autonomía insuperable; se<br />
construyeron luego del conocido “Pampa”, un jet para entrenamiento<br />
de diseño local que dio muy buenos resultados. Si conseguimos<br />
piloto podríamos interceptarlos y hacerlos descender.<br />
También sería posible adelantárseles y detenerlos en tierra, cuando<br />
hagan escala.<br />
-¿Dónde harán escala?- pregunté.<br />
-No lo sé con seguridad- continuó, -puede ser en Brasil cerca del<br />
caribe, o en Florida. Vamos a ver si conseguimos piloto-. Dicho<br />
esto, tomó el handy y se comunicó con varios encargados de la<br />
Fuerza.<br />
-En media hora sale un YP-18 “Huarpe” desde el puerto G- nos<br />
indicó una vez que terminó de hacer las averiguaciones. –Uno<br />
solo de ustedes puede acompañarlo, ya que el avión cuenta con<br />
dos plazas.<br />
Conversamos un momento. Los policías no podían dejar el país.<br />
La azafata estaba en medio de sus tareas y Sebastián, aunque no<br />
dudó en ofrecerse para ir, tenía a Yanina, embarazada de dos meses<br />
y podía hacerse cargo de mis alumnos mientras me ausentaba.<br />
41<br />
Yo, en cambio, no tenía muchas responsabilidades más allá de las<br />
clases que brindaba en tres gimnasios y una noviecita de hacía<br />
poco.<br />
-Por favor, arreglá los temas míos durante unos días- le pedí a<br />
Sebas.<br />
-Por supuesto- me abrazó, -tené cuidado.<br />
Decidido ya que yo acompañaría al piloto en el avión de combate,<br />
subí a un micro con la azafata y el oficial de aeropuertos y el resto<br />
partieron de vuelta a la ciudad. Me condujeron hasta el hangar<br />
más alejado. Allí esperaban varios militares. Con movimientos<br />
ágiles ayudaron a calzarme un uniforme gris bastante incómodo.<br />
Explicaron detalles sobre el casco y el paracaídas, que se encontraba<br />
sujeto al asiento para caso de tener que eyectarse.<br />
Me ofrecieron un arma pero no quise aceptarla, extrañándome<br />
sobremanera de que lo hicieran.<br />
Cuando estaba por salir a la playa del hangar, apareció el piloto.<br />
-Capitán Varis- hizo la venia y me extendió su mano para saludarme<br />
a la manera civil.<br />
Su rostro carecía de toda simpatía. En realidad, de toda expresión.<br />
Estaba serio aunque no enojado. Hice algunas bromas pero<br />
no conseguí arrancarle ningún gesto alegre.<br />
Le pasaron informes sobre el avión que debíamos seguir al tiempo<br />
que con unas mangas gruesas cargaban combustible al YP-18<br />
desde un camioncito cisterna.<br />
-Vamos a atrapar a esos malditos- esbozó leve sonrisa y con una<br />
palmada en el hombro me invitó a subir al jet.<br />
Nunca había imaginado que volaría alguna vez en un avión de<br />
combate. Sólo los tenía vistos de cuando jugaba a las cartas tope<br />
y quartet. También de la televisión, en los relatos de guerra y en<br />
42
las películas, pero sentarme en la cabina de uno de estos aparatos<br />
para despegar, era impensado.<br />
La butaca resultaba cómoda; suficientemente mullida. Mi lugar<br />
quedaba a dos metros del Capitán. En el sitio que uno ubicaría el<br />
volante había una consola con un radar grande al centro y tres<br />
menores alrededor. Dos palancas con botones a manera de joystick<br />
escoltaban una serie de controles diversos. En los laterales<br />
también tenía otro grupo de indicadores.<br />
Algo era seguro: yo no tocaría nada y cuidaría de no quedarme<br />
dormido. No fuera a ocurrir que me apoyara distraído sobre cierto<br />
botón y disparase sin quererlo un misil teledirigido.<br />
-¿Este avión está cargado con armas?- pregunté.<br />
-Siempre lo está- respondió seco. –Abróchate el cinto y dame tu<br />
ok para que salgamos.<br />
Acomodé el cinturón de seguridad y revisé que nada me hubiera<br />
quedado enganchado. -¡Listo!- avisé.<br />
Dicho esto se encendieron los motores. El aparato realizó unas<br />
maniobras hasta salir del hangar. Nos ubicamos al principio de<br />
una pista corta y aceleramos.<br />
Nunca me había hundido tanto en el asiento. Parecía como si en<br />
pocos segundos hubiésemos alcanzado varios cientos de kilómetros<br />
por hora. El suelo no tardó en despegarse de las ruedas.<br />
Percibí el retorno del carro de aterrizaje a su cubículo. Fuimos<br />
estabilizando nuestra marcha y empecé a dejar de sentir la aceleración.<br />
-Revisa el radar central y me indicas la presencia de otras navespidió<br />
el piloto. –Las verás como puntos verdes. Imagínate que el<br />
radar es un reloj de agujas. Para darme la posición de algo, debes<br />
hacer referencia a la hora hacia donde se encuentra. Por ejemplo,<br />
43<br />
si está derecho arriba, serán las doce; abajo, las seis, a la derecha<br />
las tres y a la izquierda las nueve.<br />
-Entiendo- no era tan complicado.<br />
-Si llegaras a ver que uno de los puntos titila, es porque nos está<br />
llamando. Y si se pone naranja, amarillo o rojo, quiere decir que<br />
nos busca para dispararnos- me explicó.<br />
-He avisado a las bases aéreas de nuestra misión. Deberemos interceptarlos<br />
antes de Florida, porque Estados Unidos no nos permitirá<br />
atravesar su espacio aéreo. Es por el tema de la guerra.<br />
Tienen muchos protocolos de seguridad que no desean inflingir.<br />
Si se nos escaparan- prosiguió, -cosa que dudo, haremos un descenso<br />
en Barbuda y desde allí los volveremos a rastrear hasta su<br />
próximo destino. Como máximo los atraparemos en Islandia.<br />
-¿Hablaron con la gente de allá?- me inquieté, sabiendo que personas<br />
de la Embajada estaban implicadas en esto.<br />
-Así es- afirmó –y no pusieron ninguna resistencia. Tengo un conocido<br />
en la Fuerza Aérea Islandesa con el que hablé antes de venir.<br />
No sabía nada sobre movimientos previstos de funcionarios.<br />
Puede ser que se trate de oficiales del servicio secreto. En ese caso<br />
no desataría ningún problema entre países. Los gobiernos suelen<br />
negar cualquier tipo de espionaje que realicen y los conflictos<br />
de esa clase mueren en el olvido.<br />
-¡Avión a las cuatro!- me alarmé cuando vi aparecer el primer<br />
punto en la pantalla.<br />
-Bien. Tranquilo; es un vuelo comercial que despegó media hora<br />
antes que nosotros desde el mismo aeropuerto- mientras el Capitán<br />
hacía estos comentarios recordé el Boeing de Southern Winds<br />
que habíamos revisado en tierra. La gente de cara pálida y los<br />
otros de rasgos esquimales.<br />
44
-Velo tú mismo- dijo y torció un poco nuestra horizontal de manera<br />
que pude observar hacia abajo al otro aparato.<br />
-¿Por qué guinea sus luces?- se extrañó -¿No nos estará tratando<br />
de hablar?<br />
Volví hacia el monitor y me percaté de que el punto ahora titilaba.<br />
-Titila- avisé.<br />
El Capitán abrió la radio y escuchamos: -Vuelo setecientos ocho<br />
los saluda. Cambio.<br />
-Aquí YP-18 Huarpe, Capitán Rolando Varis en vuelo de reconocimiento.<br />
Saludos, cambio y fuera– terminó de hablar y dio un<br />
suave tirón a una palanca, con lo que volví a hundirme en lo profundo<br />
de mi butaca y el punto verde desapareció del radar.<br />
Al parecer, mi piloto no era muy dado a las charlas con aviadores<br />
comerciales.<br />
-Veamos si anda por aquí cerca- dijo. –A juzgar por el momento<br />
en que partió y la posición de este otro vehículo que iba en su<br />
misma ruta, deberíamos pasarlo pronto.<br />
-Vigila al radar, pero no te dejes absorber por él. Debes mantener<br />
un equilibrio en la atención que pones a los puntos en pantalla y<br />
al resto del mundo a tu alrededor.<br />
-Avión a las... ¡once!- uno nuevo acababa de asomarse por el borde<br />
de la circunferencia. Supuse que se trataba del que buscábamos.<br />
-¿Cuán alejado está del centro de la pantalla?- quiso saber.<br />
-Está en el borde del círculo- respondí.<br />
-Bien, mantengámoslo ahí- y redujo la velocidad. –Lo identificaremos<br />
con precisión y luego nos acercamos- dijo. –Toma la pa-<br />
45<br />
lanca de la derecha. Con ella controlas la cruz blanca que tienes<br />
en el centro de la pantalla.<br />
Moví un poco el joystick y la cruz se salió del medio. Era más o<br />
menos como un juego electrónico.<br />
-Acerca la mira al punto verde. Cuando estés lo suficientemente<br />
arrimado, la computadora se autoposicionará y arrojará los datos<br />
que pueda escanear- aclaró.<br />
Fue fácil. Ni bien ubiqué la cruz blanca a unos milímetros del aeroplano,<br />
sola se acomodó cambiando de color a amarillo. Al costado,<br />
en una pantalla más pequeña apareció un listado de datos<br />
técnicos que leí al capitán.<br />
-Son ellos- aseveró. –¿Ves los botones numerados a tu derecha?<br />
-Sí.<br />
-Marca uno, cero, tres- me indicó.<br />
Hice eso. En la pantallita se borró la información y aparecieron<br />
datos de los ocupantes del avión.<br />
“Siete ocupantes vivos. Masa promedio 76 kg. Nivel de excitación<br />
promedio bajo+. Ningún herido de gravedad.”<br />
-Pulsa veinticinco, veinticinco- siguió luego de que yo leyera en<br />
voz alta el texto.<br />
Ahora se veía una frase que indicaba que se estaba realizando un<br />
escaneo más preciso de los ocupantes. En unos instantes obtuvo<br />
una lista más o menos completa. Entre los pasajeros había dos<br />
mujeres; una de ellas joven, entre 15 y 25 años, de 54 kilos, muy<br />
agitada y nerviosa. Todo el resto del pasaje se veía en calma.<br />
-Debe ser Nikei- acoté.<br />
-Léeme todos los datos- se molestó sin prestar aparente atención<br />
a mi comentario.<br />
46
Terminé con la aburrida lista. Pesos, edades, estados de ánimo, a<br />
veces estaturas y hasta en un caso indicaba “con entrenamiento<br />
de elite”, cosa que nunca pude comprender cómo supo la computadora.<br />
-Teclea treinta y cuatro, seis- indicó.<br />
“Rastreando armamento” pude leer, aunque el mensaje se desvaneció<br />
enseguida y el monitor comenzó a arrojar el conteo de unos<br />
diez tipos de armas que había encontrado a bordo.<br />
Al detenerse los números empecé a leer. Por el fondo de la tabla<br />
apareció un dato preocupante: “Desconocidas: 2”.<br />
-Es normal que ocurra- me aclaró. –O son armas que no están en<br />
la base de datos o es algún error de escaneo.<br />
Terminé de leer la lista y el Capitán se alarmó un poco: -¡Qué extraño!,<br />
cualquiera diría que se trataba de un avión comercial y<br />
tienen a bordo misiles aire-aire.<br />
-Ahora tienen uno menos- me extrañé cuando cambió un indicador<br />
de seis a cinco. No terminé de decir eso y nuestro jet dio un<br />
giro raudísimo que me hizo perder la ubicación. Ya no sabía si<br />
estaba despierto o en medio de una pesadilla. El asado que terminaba<br />
de digerir trataba de escapárseme.<br />
-¡No-descuides-el-radar!- me gritó el Capitán en forma pausada,<br />
distanciando las palabras para lograr que cada una fuera un certero<br />
puñetazo a mi moral.<br />
-Tuve que esquivar el fuego enemigo con una maniobra evasiva<br />
por mi observación directa- siguió gritando ya en tono más bajo-<br />
-Si no prestas atención al círculo con puntos de colores, es posible<br />
que ésta sea mi última misión.- Ahora me hablaba como mi<br />
maestra de jardín de infantes.<br />
-¡Entendido!- grité, reponiéndome de la golpiza.<br />
47<br />
Vi el radar. El borde titilaba con una línea de puntos clara.<br />
-Nos están escaneando- dijo y lanzó una serie de esquirlas brillantes<br />
que se esparcieron alrededor del Huarpe en todas direcciones.<br />
En seguida el radar dejó de titilar.<br />
-El enemigo está rojo- advertí.<br />
-Toma el otro joystick y ubica la cruz celeste sobre el proyectil. Lo<br />
verás como un punto blanco que deja tras de sí una estela de<br />
puntos más claros.<br />
-¡Dispararon!- advertí. Acababa de empezar a ver lo que Varis me<br />
describiera.<br />
-Cuando la cruz celeste se ponga roja, dispara con la tecla que<br />
tienes arriba de la palanca. Presiona fuerte –me enseñó en un<br />
segundo, metrallando palabra tras palabra como relator de radio<br />
en partido de fútbol.<br />
Una intensa tensión recorrió mis músculos. Tuve la impresión de<br />
existir dentro de un botellón donde nada se escuchaba. Se me<br />
nubló la vista, aunque no del todo por fortuna. En cámara lenta,<br />
mientras el misil se acercaba peligrosamente al centro de la pantalla,<br />
acerté la cruz celeste sobre la cabeza de aquel cometa de<br />
puntos suspensivos, noté que cambiaba al rojo y clavé mi dedo<br />
gordo en el disparador.<br />
En un segundo tomábamos un viraje suave y sobre nuestras cabezas<br />
cruzaba una gran explosión, que inmediatamente dejamos<br />
atrás.<br />
-¡Eso! ¡Bien hecho soldado!- me gritó.<br />
Ahora era distinto, me sentía amplio y triunfador. Una aurora de<br />
protector que provenía de mi propio ego nos envolvía. Revisé el<br />
radar. Podía ver con claridad y controlar al mismo tiempo todos<br />
los instrumentos.<br />
48
Dueño de una mayor seguridad, destruí luego dos misiles más<br />
que nos dispararon, y en cuanto nos alejamos un poco, visitó mi<br />
mente una sensación extraña: el reventar misiles fabricaba endorfinas.<br />
Estimé que la misma sensación se produciría al derribar<br />
un avión enemigo, con la diferencia de que adentro llevaba personas.<br />
La idea me produjo escalofrío.<br />
-Deja atrás la resaca del primer combate- me aconsejó el Capitán<br />
como si estuviera leyendo mi pensamiento. –Necesitamos tu concentración<br />
para seguir adelante. El enemigo intentará escapar,<br />
porque sabe que tenemos mucho más poder de fuego que él. Por<br />
otro lado, nosotros no podemos dispararle a discreción porque<br />
dentro se encuentra tu amiguita.<br />
-La situación es compleja- continuó. –Estamos entrando en espacio<br />
aéreo brasilero y ahora deberemos dar cuenta de cada movimiento.<br />
Es posible que si nosotros atacamos, aunque sea con<br />
fuego disuasivo para lograr que desciendan, tengamos encima a<br />
algunos efectivos de este país. Pese a que obtuve permiso para<br />
atravesar cielo brasilero con el avión de guerra, no es lo mismo<br />
desatar combate aquí. Si se dan las circunstancias, o bien los<br />
amedrentaremos sin atacar, o tendremos que dispararles sobre el<br />
Caribe, para hacerlos descender en alguna de las islas.<br />
Mi cabeza quiso tomar distancia. El ahora se contextualizaba difícilmente<br />
en el universo de otros ahoras que solía vivir corrientemente.<br />
Montado en un jet de guerra acababa de destruir proyectiles<br />
que se acercaban a mi posición, a la caza de concretarnos un<br />
final trágico. La divertida rutina diaria de las clases con mis<br />
alumnos y de mis propias noches de entrenamiento, había sufrido<br />
una interrupción electrizante. La chica rubia que pude rescatar<br />
de las garras del dolor me había sido arrebatada. Su rostro hermoso<br />
visitaba mi recuerdo y traía paz con cosquilla. Una cosquilla<br />
que fortalecía mis intenciones de dar alcance al otro avión. El<br />
amor que iba sintiendo por Cecilia, la noviecita que hube encon-<br />
49<br />
trado meses atrás, entraba en nubes de duda. Mi corazón latía<br />
más intensamente a la voz de Nikei.<br />
Las circunstancias fantasiosas me rodeaban. Al flanco pretérito<br />
cercano se asomaban los chirridos de un diminuto ser amarillo<br />
estrellado con el que había estado conversando. En pretérito algo<br />
más distante se oían cuentos de sirenas reales y marineros islandeses<br />
pronunciando palabras secretas en un idioma desconocido.<br />
Las sensaciones inexpresables que se entendían al escuchar a Nikei.<br />
El vidrio del Peugeot que perforé valiéndome del colchón de<br />
mi mochila, con la sola sospecha cimentada en suplicas porfavorescas<br />
que habíanme despertado instintos superheroicos.<br />
Lo que estaba ocurriendo rebasaba de taza de té con miel para<br />
curarme el sufrir gripesco. La aspirina, la fiebre persistente, el<br />
asado crujiendo bajo el cristal de las estrellas, el cariño de Sebastián<br />
y su esposa, el médico al que no había llegado a telefonear<br />
cambiaron en una butaca mullida, mi torso ajustado dentro de la<br />
campera gris con los cintos de seguridad en equis, las palancas y<br />
teclas incorporadas, el radar, las pantallas, los controles, el vidrio<br />
templado curvo que me separaba de las nubes. Eran las tres en<br />
punto. Vime la muñeca. Allí alguien conocido -mi reloj de siempre-<br />
tictaqueaba fiel, vertiendo pensamientos de años niños, allá<br />
por mi comunión, cuando me lo obsequiaba el tío abuelo Alberto.<br />
¡Qué linda era la niñez y cuán a fuego había marcado mi vida!<br />
-Aviones a las cuatro y las... ocho- advertí.<br />
-Deben de ser escoltas militares- sugirió el Capitán. –Nos acompañarán<br />
durante largo trecho. Avísame cuando nos contacten.<br />
En seguida, el contorno del monitor circular comenzó a titilar como<br />
cuando nos estaban escaneando y uno de los puntos verdes<br />
empezó a prenderse y apagarse.<br />
50
-Nos están escaneando y el de la derecha, perdón, el de las tres<br />
ahora trata de hablarnos- notifiqué.<br />
-Es normal que nos revisen para saber qué nos traemos. Veamos<br />
cómo anda mi portugués- dicho esto, encendió la radio y reubicó<br />
un transmisor que salía del costado superior de su casco, alcanzándole<br />
la boca.<br />
Mantuvieron entonces una conversación de tono neutro; ni cordial,<br />
ni áspera. Las palabras del aviador brasilero sonaban pese a<br />
ello bastante alegres, con esa música exclusiva de su idioma. Las<br />
de Varis tenían un acento diferente asemejando un canto de flauta<br />
soplada por labios novatos.<br />
-Todo bien- resumió traducidamente al fin. –Ambos pilotos están<br />
bajo las órdenes del conocido con quien hablé antes de salir. Negaron<br />
la posibilidad de ayudarnos a hacer descender a los islandeses,<br />
pero me dieron permiso para fingir ataque, a ver si acceden<br />
a aterrizar.<br />
-Aquí entras nuevamente en el juego- apuntó. –Tendrás que acertarles<br />
con la mirilla que empleaste para derribar los misiles. Espera<br />
que los alcancemos. Haremos contacto vía radial y luego de<br />
advertirlos los pondremos a tiro.<br />
Dicho esto avisó a la escolta y aceleró. Cuarenta segundos más<br />
tarde, la nave enemiga brillaba a las once del radar y los estábamos<br />
llamando. Ahora mi Capitán hablaba en inglés.<br />
-It’s no possible to fly from us. Release your landing road and<br />
touch down in Rio. Repeat...- algo logré descifrar; los estaba<br />
amenazando firmemente para que bajaran en el aeropuerto de Río<br />
de Janeiro. Seguidamente desconectó el micrófono y me instruyó:<br />
-Destraba la chaveta roja al costado del mando con el que disparaste<br />
antes.<br />
-Listo.<br />
51<br />
-Con eso abriste las compuertas para liberar los proyectiles de<br />
intercepción aire-aire. En su radar nos verán como un punto naranja,<br />
dispuestos a disparar. Acércate ahora con la mira.<br />
-Ya está. La cruz se autoubicó sobre el otro avión- certifiqué.<br />
-Busca el teclado de números y digita ciento noventa y cuatro.<br />
Con ello el procesador intentará no perderlos aunque cambien<br />
mucho de posición relativa- me explicó. –En este momento nos<br />
ven como un punto sangre. Saben que los tenemos en alcance y<br />
difícilmente podrían eludir el rastreo térmico de nuestros proyectiles.<br />
Reencendió los comunicadores y ordenó: -Land just now or we’ll<br />
be able to open fire! It is not a joke. Open your flaps and send<br />
surrender marks. Now!<br />
-Teclea cuatro tres dos uno para poner en cuenta regresiva el lanzamiento<br />
de un misil. Verás en la pantalla pequeña una barra<br />
horizontal de color gris que se va consumiendo rápidamente. Si<br />
no haces nada más, el proyectil se disparará en diez segundos;<br />
por eso, cuando yo te avise o bien cuando la barrita se ponga roja,<br />
debes presionar el número cero; con ello detendrás el conteo.<br />
Lo que tenía por hacer me preocupaba sobremanera. Qué ocurriría<br />
si el cero no funcionaba o si ellos disparaban mientras yo controlaba<br />
la barrita y las cosas se salían de control.<br />
Pese a mis fuertes dudas al respecto, pulsé cuatro mil trescientos<br />
veintiuno. Todo inició como acababa de describir el piloto. En el<br />
monitor se dibujó un rectángulo gris horizontal que iba perdiendo<br />
largo de izquierda a derecha. A medida que se desgastaba, el ritmo<br />
era marcado por unos “pip” espaciados alrededor de un segundo<br />
cada uno.<br />
-Avísame si el punto en el radar se rodea por un círculo concéntrico<br />
de color azul- pidió.<br />
52
-Ahora- advertí, –apareció el redondel azulado.<br />
-Bien, detén el conteo- me indicó.<br />
Presioné el cero y nada ocurrió. La barrita gris se hallaba ya por<br />
la mitad y continuaba empequeñeciéndose.<br />
-¡¡No funciona!!- me alarme, viendo como se cumplían mis peores<br />
presentimientos.<br />
-¡¡Por Dios, no pude frenarlo!! ¡Les dispararemos!- desesperé.<br />
-Hazlo de vuelta. Presiona el cero varias veces- dijo el Capitán<br />
con un tranquilo tono de voz desituado.<br />
Apreté la tecla del cero ametralladamente. La cuenta descendente<br />
se sosegó al sonido de “pi pi pip” y pude leer “INTERRUPCIÓN<br />
DISPARO COMPUERTA B”.<br />
-Ufff- desinflé mis tensados músculos.<br />
-Retorna la chaveta roja con la que abriste las puertas para lanzar<br />
tu misil- ordenó atribuyéndome la propiedad de un objeto con el<br />
que no quería tener nada que ver.<br />
-No es mío- me defendí y cerré las compuertas moviendo el dispositivo.<br />
Varis rió. –Descenderemos aquí, en la pista militar cercana a Buzios.-<br />
Avisó a la escolta y los cuatro empezamos a perder altura.<br />
Mientras bajábamos las casitas, autos y personas iban haciéndose<br />
visibles. En el reducido aeródromo nos esperaban varios vehículos<br />
de aspecto militar.<br />
Ya más cerca, distinguí a algunos uniformados apuntando con<br />
rifles hacia donde supuse aterrizaríamos.<br />
53<br />
CAPÍTULO III<br />
54<br />
<strong>San</strong>gre y savia<br />
El aroma ventoso de la espesura vegetal mantuvo mi espíritu atado<br />
al olfato, durante los instantes en que separaba la cubierta superior<br />
del Huarpe y desabrochaba los cinturones para descender.<br />
La tierra firme se sentía diferente. Demasiado dura; gruesa. Recordaba<br />
haber tenido una sensación parecida hacía varios años,<br />
al bajar de un avión de pasajeros en el que acompañaba a dos<br />
alumnos para participar de una competencia. En vuelo, el aire<br />
habíase tornado tormentoso y los rezos abundantes entre butacas.<br />
Un sentir flotoso adueñado en ese entonces de mis plantas,<br />
había terminado sobre el asfalto gris. La Tierra se palpaba segura<br />
pero inusualmente rígida y pesada.<br />
Ahora estábamos en Brasil. Unos cinco soldados de fajina nos<br />
veían con gesto hostil. Varis, que acababa de bajar antes que yo,<br />
se adelantó. Entre los uniformados apareció otro con gorra de<br />
oficial y sonriendo estrechó con ambas manos la de mi Capitán.<br />
Tras cambiar unas palabras y unas cuantas palmadas de bienvenida,<br />
Varis dio la vuelta y nos presentó. Para mi fortuna, el militar<br />
hablaba castellano con leve acento europeo.<br />
-Comandante Raúl de la Corvaida- extendió su mano.<br />
-Gustavo... ciudadano argentino, para servirle- logré articular.<br />
Como cien metros delante nuestro habían frenado los islandeses.<br />
A ambos lados aparecían los aparatos escoltas y una treintena de<br />
efectivos los rodeaban fusil en mano.<br />
Caminando con el oficial local nos acercamos hasta el perímetro<br />
de la formación. Corvaida hizo un gesto al Capitán para que procediera<br />
él.
Varis tomó el altavoz y les ordenó descender de inmediato con las<br />
manos en alto y liberar a la rehén.<br />
Toda la milicia permanecía en absoluto silencio. Inundantes, las<br />
cigarras y los búhos y lechuzas monopolizaban la audición. Contrastada<br />
por la albura de la Luna, se erguía la torre de control.<br />
Sus antenas se confundían en escaramuza visual con multitud de<br />
plantas que repletaban los alrededores del aeródromo. La pista<br />
corta desde el aire ahora se extendía hasta perderse.<br />
Varis repitió la orden. La respuesta permanecía ausente. Devolvió<br />
entonces al Comandante el megáfono, cediéndole nuevamente<br />
el control de la operación. Éste movió los brazos indicando las<br />
posiciones a tomar.<br />
La brigada se dispuso por debajo del aparato. Colgaron cuerdas<br />
gruesas lanzándolas sobre el fuselaje y trepados a ellas ascendieron<br />
hasta alcanzar la escotilla, ventanillas y otros puntos al parecer<br />
estratégicos.<br />
El soldado que había tomado la entrada del aeroplano, adhirió<br />
cuatro masas grisáceas en sus esquinas. Sacó del cinturón algún<br />
tipo de dispositivos electrónicos que enterró en cada plastilina y<br />
un gancho de tres picos clavándolo al centro de la escotilla. En<br />
rapel descendió otro comando desde el techo de la aeronave amarrando<br />
un grueso cable de acero al mismo. Hecho esto, ambos<br />
abandonaron el puesto. Corvaida gatilló un grito de fuego y los<br />
explosivos estallaron ruidosamente.<br />
La humareda era escasa. De inmediato jalaron del cable descorchando<br />
la pequeña abertura. La escotilla se precipitó pesadamente<br />
sobre el asfalto. Pronto no quedaba humo y estaba a la vista<br />
un pasillo corto tapizado de cuero.<br />
Los primeros instantes no se registró movimiento, cual si hubiésemos<br />
abierto un avión fantasma. Pero en cuanto trataron de in-<br />
55<br />
gresar, los secuestradores se parapetaron asomando sólo los extremos<br />
de sus armas automáticas.<br />
Escuché órdenes rápidas en portugués y me vi envuelto en un<br />
torbellino de disparos desde ambos frentes. El Capitán balanceó<br />
bruscamente mi cabeza hacia el suelo. Quedamos cuerpo a tierra<br />
protegidos por la estructura de un jeep.<br />
Los nervios anudaron mi estómago. Varis interrumpiome el macrameado<br />
de tripas con instrucciones para tomar un sitio más<br />
seguro: -¡A la cuenta de tres!- dijo indicándome una caseta mediana<br />
de cemento.<br />
-Uno. Dos. ¡Tres!- Asomose al borde del paragolpes e inició una<br />
ráfaga balística para cubrirme. Yo me incorporé refléjicamente.<br />
En varios trancos deportivos arribé a cubierto. Detrás de la casilla<br />
permanecían apostados dos soldados más. Al verme se alarmaron.<br />
Gracias al uniforme que hube calzado previo abordaje del<br />
YP-18, me reconocieron con rapidez y volvieron sus armas hacia<br />
el enemigo correcto.<br />
Me agaché y asomé una varilla estrecha de mi perfil por el ángulo<br />
de la construcción. El Capitán me indicaba con señas que lo cubrieran<br />
para poder alejarse él también. Con un gesto horizontal a<br />
palma abierta comprendí que su ametralladora ya no poseía carga.<br />
Avisé al soldado que tenía junto a mi hombro. Éste emprendió<br />
rauda balacera contra el cubículo por donde asomaban los<br />
rifles contrarios. Varis se levantó. Lo separaban de mí unos diez<br />
pasos.<br />
Otra vez la realidad pasó a rodar en cámara lenta. Casquillos y<br />
más casquillos desbordaban en la metralla del carioca. Su torso<br />
rebotaba indefinidamente entre los disparos. El piloto de mi jet se<br />
acercaba en decidida carrera. Cada vez que un borceguí acariciaba<br />
el asfalto, observaba cómo se ondulaban los mofletes de su cara<br />
rígida.<br />
56
Una onomatopeya metálica enlenteció aún más la velocidad de<br />
esa película. Salpicó lluvia de sangre desde el omóplato derecho<br />
de Varis. La campera plateada dibujó dos círculos oscuros descolchados<br />
hacia afuera. Creí hasta poder seguir la trayectoria<br />
oblicua de la munición emergente de su cuerpo. Mi Capitán rodó<br />
hecho bolita contra la acera y se estiró desmayado a centímetros<br />
mío.<br />
Quitándolo del fuego abierto lo arrastré detrás del cemento,<br />
asiéndolo por donde pude. La adrenalina habíame acerado las<br />
manos y mis dedos podían tirar de una ballena varada en la playa<br />
hasta volverla al océano.<br />
Varis tenía la ropa embadurnada de sangre. Sus ojos cerrados y<br />
el movimiento agitado del pecho indicaban alguna especie de<br />
shock, por el que había perdido el conocimiento. El impacto interesaba<br />
arterias pues los chorros asomaban de a saltos. Ese bombeo<br />
veloz lo iba vaciando poco a poco.<br />
Abrió los ojos. En unas miradas confirmó la situación. Se vio el<br />
pecho. Chapoteó jugueteando con la mano en el charco hemático<br />
rondante. Me miró con expresión que nunca más olvidé y en voz<br />
forzada me confió: “Voy a morir. Pero ello no es de importancia<br />
ahora, aunque te ruego hagas llegar mi amor a los míos. En este<br />
momento estoy viendo otra gente. Su aspecto es traslúcido. Son<br />
como espíritus. Supongo que me vienen a buscar.”<br />
Sus ojos se abrieron sonrientes de par en par. “¡Mi padre! Aquí<br />
viene mi padre... conozco a casi todos; son amigos, pilotos que se<br />
fueron en combate, familiares. ¿Qué?”<br />
Me extrañé. Nadie había dicho nada. Al parecer lo que el Capitán<br />
veía estaba interactuando con él. De alguna manera le estaban<br />
hablando.<br />
57<br />
“Nikei no está en peligro, dice que él se está encargando de mantenerla<br />
a salvo. Es necesario que busques a Mayira. Mayira te espera<br />
en lo profundo de la selva, más allá del sotobosque primero y<br />
más acá del gran lago. La reconocerás por sus pechos blancos en<br />
el torso mestizo. No tiene cabello.”<br />
El semblante de Varis se achinó. Algo lo enternecía.<br />
-Veo una joven rubia muy hermosa. Extiende su mano...- mi Capitán<br />
levantó el brazo del piso. Cerró los dedos y se aflojó por completo<br />
hacia el suelo. Traté de reanimarlo pero estaba completamente<br />
ausente.<br />
Rolando Varis murió.<br />
Torné a ambos lados. Uno de los soldados veía apenado la postal<br />
que me incluía. Yo no podía creerlo. El devenir de los hechos<br />
habíase degenerado de tal forma que ya no veía con claridad el<br />
camino de mi futuro. Nadaba en un mar de supervivencia, perdido<br />
en la inmensidad de aquel vecino país selvático, completamente<br />
desorientado, cargando con la cruz de mi compañero muerto en<br />
combate que había usado sus últimas palabras para indicarme<br />
cómo seguir.<br />
Era claro que mi intención consistía en rescatar a Nikei. Bastaría<br />
con aguardar a que los efectivos militares acabaran su tarea, con<br />
suerte la chica bajaría ilesa de la nave islandesa y nos repatriaríamos<br />
los tres –los dos y el cuerpo del Capitán- en algún vehículo.<br />
Tenía conmigo la tarjeta de crédito así que no hallaríamos dificultades<br />
en ese sentido.<br />
Pero mis supuestas instrucciones eran otras. Me costaba tomar<br />
la decisión de emprender una ruta tan riesgosa como alocada, internándome<br />
entre los bananos y culebras a buscar a esa señora<br />
pelada bicolor, ni siquiera sabiendo para qué lo hacía. Quizás<br />
58
Varis alucinaba... o hubo tratado de jugarme una última broma<br />
antes de partir. Recordé una película parecida. Pero esto no era<br />
una película. Se trataba de la cruda noche brasilera; real y fatal.<br />
No podía seguir así; dudando entre jugar a Tarzán en la ficción y<br />
concretar el rescate de Nikei, de la que por cierto creía estar enamorado<br />
ya.<br />
Esto no era un juego. Los tiros rasaban por doquier. Me acomodé<br />
cuerpo a tierra y dejé la protección de la caseta rolando hasta<br />
detrás de otro jeep. Allí se disponían el Comandante y dos soldados.<br />
Todos estaban embolsados en chalecos antibala. Yo contaba<br />
con mi campera de aviador y la habilidad de artista marcial. El<br />
problema con las balas era que llegaban lejos y rápido, y no creía<br />
poder esquivarlas como lo hacían en Matrix.<br />
-Mi capitán murió- susurré a Corvaida.<br />
-¡Malditos!- rabió. –Yo tengo heridos a tres efectivos ya y no sé si<br />
les hemos llegado a inflingir algún daño. No podrán volver a despegar,<br />
eso sí, pero el tema está complicado. Haremos lo posible<br />
por terminarlos y rescatar a la rehén cuanto antes.<br />
Me asomé. Un uniformado con dos galones amarillos en la manga<br />
yacía abatido a treinta metros. Por los laterales de un Unimog –<br />
vehículo para transporte de tropas que hube conocido en la colimba-<br />
disparaban permanentemente. Sobre el volante, llegué a<br />
divisar a otro soldado mal herido. El brazo le colgaba por la ventanilla<br />
abierta y unos hilos de sangre goteaban hacia el asfalto. El<br />
tercer comando alcanzado por fuego enemigo descansaba sobre<br />
una de las alas, oculto por el cuerpo de la turbina. Cada tanto<br />
hacía señas con las manos. Parecía indicar que no aguantaría<br />
mucho más allí.<br />
Tomé mi decisión: volvería a Buenos Aires con Nikei. Debía<br />
aguardar entonces hasta que dieran fin a sus captores.<br />
59<br />
-¡Aaah!- vestido de traje negro contrastante con el peinado casi<br />
blanco, uno de los malhechores fue alcanzado por los proyectiles<br />
y emprendió caída libre para estrellarse contra la pista.<br />
Las idas y venidas de las ráfagas se enardecía. En eso, el efectivo<br />
que atacaba desde mi izquierda exclamó dolorido. Una bala<br />
habíale destrozado la nariz. Su rostro se notaba monstruosamente<br />
deformado. Habló unas cuantas frases en portugués con su<br />
Comandante y entonces tomó mi brazo.<br />
-Busca a Mayira- me refirió en perfecto castellano, al tiempo que<br />
la vista se le perdía en el infinito. Su mirada me recordó a la de<br />
Varis antes de morir.<br />
Hizo un intento como para tomar más aire, pero sólo consiguió<br />
hinchar algo sus pulmones y falleció.<br />
Esto no era coincidencia. Un cura amigo solía decir: “No hay coincidencia,<br />
hay providencia”. Sus palabras me eran útiles ahora,<br />
como en otras tantas ocasiones. Había algo que yo no comprendía<br />
pero debía enfrentar; un sendero que necesitaba recorrer,<br />
aunque no supiera adónde conducía.<br />
Los párpados le habían quedado abiertos. Persigné su frente y los<br />
cerré con mi mano.<br />
-Buena suerte- deseé al Comandante. Me apoyé sobre sus charreteras<br />
y ante su mirada confundida me paré y corrí.<br />
Si hacía unos trescientos metros, quizá cuatrocientos, estaría cubierto<br />
por la maleza. Mientras tanto, mi carrera consistía en un<br />
zigzag imprevisible -al menos trataba de hacerlo lo más imprevisible<br />
posible. Al principio noté que las balas no me buscaban, mas<br />
no tardaron en percatarse de mi escape y, aunque yo no representaba<br />
aparente peligro para ellos, comencé a oír el zumbido mortal<br />
de los proyectiles. Algunos pasaban muy cerca.<br />
60
A mitad de carrera tropecé con un piedrón que no había llegado a<br />
escrutar entre los pastos bajos. Mientras volaba de panza al suelo<br />
percibí una calurosa brisa justo arriba de mi nuca. Entre los<br />
pinreles verdes de la hierba, llegué a observar cómo el disparo que<br />
acababa de pasar a milímetros de mi cabeza se enterraba contra<br />
un árbol distante.<br />
Permanecí unos minutos quieto para que pensaran que ya me<br />
habían pegado. Me volví despacio, acaricié a la piedra salvadora y<br />
reemprendí la maratón.<br />
Hubieron otros disparos pero la suerte estaba aparentemente de<br />
mi lado ese día y arribé a la espesura vegetal que rodeaba al aeropuerto.<br />
Mi querido reloj indicaba las cuatro y cuarto de la mañana,<br />
pero allí en Brasil ya comenzaba a amanecer. Por fortuna estábamos<br />
hacia el Este y tendría sol antes de lo previsto.<br />
A medida que me internaba, las copas de los árboles se hacían<br />
más y más altas. El martilleo de los tiros dejó de oírse en pocos<br />
minutos. No creía que hubiesen finalizado; estimaba que los ruidos<br />
se perdían en lo tupido del paisaje. En cambio sonaba un silencio<br />
bastante profundo, interrumpido cada tanto por aleteos<br />
distantes y alaridos de pájaros.<br />
-¡Uha!, ¡uha!- parecían hablar algunos.<br />
Frené. Estaba avanzando demasiado raudamente como para resistir.<br />
El calor me inquietaba; si a esas horas estaba sufriendo<br />
treinta y pico de grados, no sabía a cuánto podía ascender hacia<br />
el mediodía.<br />
Era arduo hallar dónde sentarse. Plantas e insectos lo cubrían<br />
todo. Al final me recibió la corteza húmeda de un enorme plátano.<br />
Sostuvo mi cintura al tiempo que amontonaba la campera<br />
entrelazándole las mangas. El bollo quedaba apretado y pensé<br />
61<br />
colgármelo de mochila. Me desajusté unos botones de la camisa y<br />
volví a caminar.<br />
Dos horas más tarde estaba internado en lo que imaginé sería el<br />
sotobosque mencionado por el Capitán. Unas formas con tallos<br />
leñosos crecían a escasa altura. Mucho más arriba permanecían<br />
erguidos los árboles inmensos que fabricaban aquella sombra viscosa.<br />
La espesura disminuyó un kilómetro adelante. El Sol no terminaba<br />
de acceder pero se veían claros de tierra. Una idea fugaz pasó<br />
por mi mente. No alcancé a retenerla. Con el próximo tranco, el<br />
suelo se ablandó de rebato. Los pies, rodillas, cinturón, camisa,<br />
el cuello de mi camisa y hasta mi despeinez penetraron barrosamente<br />
en el ahogo de un pantano. En ese acceso tan repentino ni<br />
había alcanzado a llenarme los pulmones. El aire que hacía instantes<br />
bañaba mi contorno, se acababa de transformar en lodo.<br />
Lodo que me entraba hasta por las fosas nasales.<br />
La desesperación cundió voraz. Traté de moverme y me resultaba<br />
harto difícil. Pese a ello noté tirantez en las cuerdas de la mochila<br />
improvisada. El bulto de la campera aviadora estaba enganchado<br />
en alguna cosa fuera del lodazal.<br />
Valiéndome de ese cordón, que me mantenía atado a la futura tan<br />
ansiada respiración, trepé forzudamente. Ni bien llegué a asomar<br />
la cabeza, absorbí todo el oxígeno que pude. Con cautela seguí<br />
autorrescatándome. Observé el tronco partido que enganchaba<br />
mi mochila: estaba a punto de zafarse. Di un tirón más reacomodándola...<br />
y uno segundo para concluir la lucha.<br />
Mi planeta acababa de intentar sorberme. Me enderecé. Al menos<br />
ahora estaba camuflado. Abrí bien los ojos adorando la belleza<br />
y plenitud atmosférica y lancé un grito rabioso. La bronca<br />
pronto tornose en agradecimiento por la vida que continuaba y un<br />
mayor amor y conciencia de ella. Todo por haber caído al panta-<br />
62
no, una experiencia desagradable que tenía la suerte de poder<br />
contar como aleccionante.<br />
Repuesto, reemprendí camino bordeando aquella zona temeraria.<br />
Recordé lo aprendido en los scouts y tomé una buena rama recta<br />
a manera de bordón, para ir tanteando dónde pisaba.<br />
Con ese método logré dejar atrás el sotobosque. A media vuelta<br />
de agujas lo selvado terminaba formando una especie de barrera<br />
arbolada y se abría una pradera de pastura bastante crecida que<br />
permitía mirar a lo lejos. El horizonte cercano reflejaba las nubes.<br />
Allí estaba el lago.<br />
A los lados el pasto continuaba por horas. Debía buscar a la señora<br />
Mayira y ver qué me deparaba el destino.<br />
Imaginé una bruja calva con los ojos blancos y dientes salidos para<br />
afuera rebalsantes de sarro.<br />
Confiando más en mi fortuna ideé otra Mayira joven y bella. Su<br />
rostro indiado me veía con ojos cálidos. La falta de cabello le<br />
quedaba bien y sus lóbulos se adornaban con sendos aretes dorados,<br />
a manera de araña de techo. Los pechos blancos se escondían<br />
bajo una toga color crema. Esta Mayira era toda una amazona.<br />
Mmmm... Y si se tratara de alguna especie de sacerdote... El<br />
nombre terminado con “a” me había hecho suponer que pertenecía<br />
a una mujer, pero allí hablaban idiomas diferentes y yo sabía<br />
de algún deportista italiano llamado “Andrea”. Ahora me pensaba<br />
engañado por los pases mágicos de un anciano pelado con nariz<br />
amplísima, como si de niño la hubiese limpiado sin recato, barriendo<br />
mocos duros hasta con ambos dedos pulgares en el mismo<br />
agujero. Me indicaba donde sentarme, dos custodios aborígenes<br />
se aseguraban de que lo hiciera y me mostraba el pecho blanco<br />
que usaba sobre el propio. –Era de otro argentino- decía y los<br />
63<br />
tres reían exhibiendo la dentadura filosa. Un calor humeante<br />
llamaba la atención a mis espaldas. Me volvía y hallaba el caldero<br />
negro con agua burbujeante y multitud de verduras picadas donde<br />
me convertiría en estofado.<br />
Sentí algo fresco en la mejilla.<br />
Abrí los ojos. Un felino mucho más grande que el gato de mi vecina<br />
en Buenos Aires me lamía la cara. ¿Cariñoso?... ¿Hambriento?<br />
Descubrime presa del sueño. El cansancio acumulado, los bahos<br />
calorosos, el esfuerzo por mantenerme en esta vida pese a los intentos<br />
del pantano, los flecos de febo lejanos a amainar su tarea<br />
rostizante en algún momento me habían hecho entrar en profundo<br />
descanso. Quizás sufrí un desmayo... o la comodidad de alguna<br />
sentada en la hierba acolchada me invitó a dormir.<br />
No lograba regresar al tiempo exacto en que había detenido mi<br />
marcha y empezado a soñar. Pero eso no importaba mucho ahora.<br />
Mis párpados pestañaban, aunque lo hacían temerosos a medida<br />
que caía en la cuenta de quién me acababa de despertar.<br />
Sus bigotes se extendían pinchudamente hasta perderse de vista.<br />
Los primeros segundos permanecí inmóvil. La saliva abarcábame<br />
ya los huecos por donde solía inspirar. Si no hacía algo, respondería<br />
a sus caricias con un violento estornudo, así que decidí correr<br />
a un lado la desconfianza y extendiendo mi brazo intenté un<br />
mimo.<br />
La sorpresa fue ingrata cuando mi mano no alcanzó a tocar la<br />
parte superior de su lomo. Aquel gato era más grande aún de lo<br />
que había estimado. La pelambre espesa aceptó mi arrullo amistoso.<br />
Alejó algo su cabezota y conseguí incorporarme. No estaba<br />
muy seguro, pero se veía como un jaguar o leopardo, o quizás un<br />
puma, aunque dudaba que los pumas tuvieran manchas como las<br />
de aquél.<br />
64
Estuve de pie completamente y el felino ya no era tan, tan grande.<br />
Sus ojos claros seguían atentos todo lo que sucedía. En cuanto<br />
me atreví a verlo cara a cara, se estableció un contacto profundo y<br />
fugaz. La fiera rugió suavemente, torció el semblante y se alejó<br />
como rayo perdiéndose entre las plantas.<br />
Otra vez estaba solo. Acompañado por la brisa que ya no sentía<br />
como brisa común. Era el aliento de la Naturaleza. Su cariño me<br />
había tocado de la mano de uno de sus tremendos carnívoros, que<br />
bien podría haber degustado mis tejidos en vez de ayudarme a no<br />
perecer cocido por el sol. Algo había cambiado.<br />
El lago persistía lejano. Como mucho debería caminar hasta la<br />
orilla. El Capitán había ubicado a Mayira antes de aquel espejo.<br />
Empecé a andar viendo a mi alrededor. La pradera difícilmente<br />
escondería algo. Los pastos medían unos treinta centímetros y<br />
escaseaban las hondonadas.<br />
Mi muñeca marcaba las doce en punto. En esa parte de Brasil<br />
debía ser la una de la tarde, así que acomodé el reloj a la hora local.<br />
Podría así emplearlo para ubicar el Norte cuando fuera preciso;<br />
además de poco me servía estar leyendo la hora argentina a<br />
cada rato.<br />
Caminé y caminé.<br />
Sentía el cuello rojo. Pocos sitios de la campiña quedaban ya sin<br />
escudriñar. Arribé a lo que podía identificar como una esquina<br />
donde aparecían los primeros árboles y resolví ordenar mi rastreo.<br />
Cogí un palillo derecho y lo dispuse perpendicular al vidrio de mi<br />
reloj, parándolo sobre el pivote de las agujas. Con el 12 apunté<br />
hacia el Sol, fijando la sombra de la ramita justo sobre el 6. Así<br />
me quedé quieto y revisé hacia dónde apuntaba la bisectriz formada<br />
entre las 12 y la aguja pequeña –de las horas. Cuando<br />
65<br />
scout, me habían enseñado que en esa dirección se hallaba el<br />
Norte.<br />
Tracé una cuadrícula imaginaria delimitando el sector. Para<br />
hacerlo me valí de árboles importantes que saltaban a la vista,<br />
algunas formaciones de piedra y el contorno lacustre caprichoso.<br />
No conseguía desde allí abarcar visualmente todo, por lo que iría<br />
delineando nuevas grillas a medida que avanzara. Hasta donde<br />
veía con claridad pude dividir veinticinco cuadrados. Cada uno<br />
medía alrededor de una hectárea –una manzana en la ciudad.<br />
El nuevo ordenamiento ayudaba. Pese a ello, la tarea de rastrillaje<br />
resultaba igualmente ardua cuanto más minuciosa la intentaba.<br />
Los escondrijos de castores, mulitas o algún tipo de roedor de<br />
aquellos pagos, se convertían en trampas tragapiés. Además de<br />
prestar atención al entorno globalmente, no me convenía perder el<br />
control de dónde pisaba a cada paso. Dos torceduras sufridas en<br />
tres minutos me lo aseguraban.<br />
Las nubes pasaban sin orinar, febo volvía a acercarse al horizonte<br />
y yo todavía no había encontrado a Mayira ni probado bocado.<br />
Confiaba en la potabilidad del lago; sin ella pronto caería presa de<br />
algún tipo de descompostura o quién sabe qué patraña digestiva.<br />
Lo vespertino no rimaba con frescura por Brasil. Todos los momentos<br />
diarios y noctámbulos terminaban en “lor”, para versearse<br />
con calor, sudor, hedor y cualquier otro término que pudiera escribirse<br />
a más de treinta grados Celsius.<br />
Mi respiración agitada llamaba al descanso. De las ramas bajas<br />
de un banano conseguí arrancar un racimo bastante amarillento.<br />
El postre ya lo tenía asegurado.<br />
Husmeé entre tallos gruesos que se veían apetitosos aunque no<br />
los conociera. Metiéndome para donde la sombra ganaba terreno,<br />
ubiqué un charco de tréboles. Los había probado una vez de<br />
campamento. Si eran como yo los recordaba, tenían sabor a men-<br />
66
ta limonada y serían sabrosos en ensalada. A metros pesqué<br />
unos tomates pequeños: el plato fuerte de mi almuerzo merendado.<br />
Pensé que de seguir allí más tiempo armaría unos anzuelos y quizá<br />
trampas para capturar potenciales asados... El aroma crepitante<br />
de la noche pasada en casa de Sebastián cruzó mis neuronas.<br />
No esperaría más. Me senté contra una especie de eucalipto<br />
y separé mis molares de par en par.<br />
La saliva casi chorreaba, pero sabía que sería correcto lavar mi<br />
ensalada antes de engullirla. La profesora de biología de quinto<br />
año en el Bethania, la “bichóloga” como le decíamos, se había encargado<br />
de grabarnos en el cerebro lo fundamental que resultaba<br />
higienizar los alimentos frescos antes de comerlos.<br />
Me puse entonces nuevamente de pie. La orilla distaba medio kilómetro.<br />
Ni bien estuve allí, no tardé en devorar mi ración...<br />
La última y quinta banana ya me rebalsaba. Disfruté una sobremesa<br />
pipona mientras se apagaba la tarde. Primero los grillos y<br />
cigarras, más tarde los búhos y lechuzas y por último el brillo de<br />
ojos inquietos corriendo de aquí para allá y espiándome furtivamente,<br />
levaban los telones para que saliera a escena el satélite<br />
blanco de nuestro mundo.<br />
Estrellitas tímidas se asomaban por lo poros del paño aún celeste.<br />
Caía la noche y no tenía noticias de Mayira, pese a haber trabajado<br />
duro para conseguirlas.<br />
Una siesta larga solapose con mi ronquido nocturno. Tuve sueños<br />
de esos que no se recuerdan, o tal vez no los tuve.<br />
A la mañana siguiente, el calor permanecía indemne. Desperté<br />
tostado por flecos del Sol hablándome al oído: -Despertate... despertate...<br />
67<br />
Estaba a pasos del lago así que fue fácil enjuagarme bien la cara.<br />
Restaban aún variedad de cuadros de aquella pradera por escudriñar.<br />
Absorbí una bocanada de aire selvático para tomar energía;<br />
aunque la situación no era cómoda de por sí, el entorno natural<br />
empezaba a agradarme.<br />
Así corrieron los amaneceres y crepúsculos. Había buscado ya<br />
durante una semana entera. Mi persistencia inaudita llegaba a<br />
asombrarme. La novena tarde había terminado de tejer la puerta<br />
de mi choza. Era redonda. Construí sus paredes con juncos<br />
anudados y ramas.<br />
Para pescar había enterrado una serie de cañas flexibles con líneas<br />
y anzuelos. Descosiendo un bordado enorme de la campera<br />
aviadora, me había asegurado la tanza para usar de línea. Los<br />
anzuelos estaban fabricados a partir del cierre relámpago de la<br />
misma campera, que era de metal y había logrado afilar con la<br />
navaja suiza contenida en el cinturón del uniforme.<br />
Encender el fuego para cocinar fue complicado la primera vez.<br />
Contaba con ramitas y ramotas en cantidad; algunas aún verdes<br />
y otras tantas lo suficientemente secas. La yesca lograda entre<br />
restos de yuyo viejo, cortezas, resina de algunos árboles y cuanta<br />
cosa chiquita con aspecto combustible encontré, había resultado<br />
de gran ayuda. El “fosforito” y su caja rasposa para encenderlo<br />
eran lo que me faltaba.<br />
Estuve probando con palitos. Emprendí intentos estériles usando<br />
diferentes ingenierías; desde la fricción directa como quien frota<br />
dos toc-tocs, la acometida de punta sobre una tablilla más bien<br />
blanda, primero sin y luego con una ranura para encanalar las<br />
ascuas hacia una montañita de yesca, el tallado de dientes al perfil<br />
de una rama para tratar luego de aserrar levantando mayor<br />
temperatura... la rotación de una estaca entre mis palmas, apoyada<br />
sobre una base de madera y yesca... nada había ni siquiera<br />
68
humeado un tanto. Ampollas y ampollas y ampollas. En los dedos,<br />
en las palmas. Mis manos se advertían cubiertas por un englobado<br />
preservativo.<br />
Pretendí armar un arco con los cordones del calzado por cuerda y<br />
con él enroscar la varilla para poder girarla sin ampollarme. De<br />
sostén superior acomodé la cara cóncava de una piedra bastante<br />
aplanada. El sistema anduvo mejor; aunque no se encendía, algunas<br />
veces humeaba tanto... pero mis fuerzas se agotaban siempre<br />
un segundo antes de que la llama apareciera.<br />
Desgasté con el arco varias estacas y el descolche espumaba ya<br />
todo mi cordón.<br />
Otra modalidad de inflamado surtió efecto al fin. Hice chispas<br />
restregando la hoja del cortaplumas sobre roca, ubicando la yesca<br />
como receptáculo. No fue para nada inmediato, pero las porciones<br />
más resecas tomaron fuego. El resto de los días había conservado<br />
prendido o bien en brasas mi hoguera. Unos troncos grosos<br />
que había dispuesto fabricando un corredor en la dirección en<br />
que soplaba el viento, servían de noche para cubrir los rescoldos.<br />
Juntando uno a otro, disminuía el caudal de oxígeno que avivaba<br />
la mezcla y el calor perseveraba hasta el alba. De mañana separaba<br />
ambos y hervía agua para beber té tropical.<br />
Nombré así a la infusión elaborada con unas hojas alargadas y<br />
sus frutos diminutos que constituía el líquido de mis desayunos.<br />
No contaba con jarro, pero la puntera metálica de un borceguí logró<br />
suplirlo perfectamente.<br />
Ese crepúsculo me interné en la espesura del sotobosque. Identificaba<br />
ya un corredor por donde solían andar unos animalitos peludos<br />
con bastante carne para asar. Si podía acercarme lo suficiente<br />
cuando cruzaban, le asestaría un lanzazo a alguno de ellos<br />
y lo tendría para comer.<br />
69<br />
Soplaba viento y se oían los mismos murmullos de las noches anteriores.<br />
Acechando, adentré mis partes al encuentro del transitado<br />
sendero. A medida que avanzaba iba auscultando mis propios<br />
movimientos. Me delataban las hojas secas del suelo y los<br />
refriegos del pantalón.<br />
Entonces me visitó la idea de sonar yo también como todo aquel<br />
murmullo. El canto del aire arrullando follajes, el gorjeo profundo<br />
desde el lago y la voz de cada insecto latían. No estaba seguro si<br />
lo que notaba eran mis propios latidos, que de alguna forma me<br />
hacían imaginar ese ritmo, pero empecé a desplazarme al son de<br />
la Naturaleza –así lo entendí. La ausencia de torpeza a cada paso<br />
dejaba escapar poco, pero los ruidos que sí hacía, latían junto con<br />
el resto. Me sentía parte de un todo. Era totalmente independiente<br />
mas funcionaba acompasado con el viento, el agua, la tierra,<br />
los animales y las plantas. Hasta las rocas entraban en idéntico<br />
compás.<br />
Estaba seguro que de eso se trataba el más pulido arte del acecho.<br />
Había descubierto el corazón del asunto. La verdadera forma<br />
de ocultarse.<br />
Esa cena resultó deliciosa. No tenía sal para adobar la carne, pero<br />
ya me había acostumbrado a la suavidad de los sabores puros.<br />
Una vez hube leído sobre el uso de hormigas secas para dar salazón<br />
–no recordaba si las rojas o las negras- pero por ahora prefería<br />
renunciar al preciado condimento.<br />
En sueños conversé con Sebastián y Yanina. Mis alumnos... Cecilia...<br />
Los tiempos próximos tironeábanme para volver. Caí en la<br />
cuenta de que yo no estaba perdido en una isla deshabitada, como<br />
el tal Crusoe, sino que andando un día podía retornar al aeropuerto<br />
y de allí arreglármelas para viajar a Buenos Aires. Lo de<br />
Mayira o Mayora o como se llamase no interesaba. Ya la misma<br />
Nikei se había nublado en mi memoria.<br />
70
Pelambre abultada emergíame del rostro. Los baños lacustres no<br />
igualaban a una buena ducha con “jabón” y algo de desodorante.<br />
Mi amigo papel higiénico había cambiado por el bidet inmenso en<br />
que también nadaba.<br />
Junté mis cosas, apagué el fuego, ordené un poco y me despedí<br />
del refugio –quizá le sirviera a algún otro buscador de brujas multicolores.<br />
El camino de vuelta al aeródromo resultaba más corto porque ya<br />
lo conocía. Esquivé la zona del pantano. Atravesé por completo el<br />
sotobosque y más adelante la espesura selvada del trayecto final.<br />
Me estaba arrimando a la frontera arbolada donde se encajaba<br />
aquel trozo de civilización y oí disparos.<br />
La metralla repetida dificultaba entender lo que indicaban las órdenes<br />
en portugués. No sabía hablar ese idioma, pero seguro podría<br />
captar algunas expresiones y darme idea de lo que ocurría.<br />
Asomé el olfato y parte de mi vista. Un avión pequeño metalizado<br />
se hallaba en pista. Lo rodeaban efectivos militares. A pocos metros<br />
se emplazaba un... no, dos jets de pintura camuflada con escarapelas<br />
verdeamarelas. La postal parecía ser la misma que yo<br />
había abandonado días atrás. Ahora a la luz plena del sol se conseguía<br />
apreciar con mayor detalle, pero si no fuera por el tiempo<br />
transcurrido desde mi desaparición, juraría que se trataba del<br />
mismo combate.<br />
Esperé. Cuando terminaran los problemas me acercaría a averiguar<br />
sobre el Capitán Varis y Nikei.<br />
-¡Nikei no está con nosotros!- gritaron desde el avión al tiempo<br />
que cesaban los disparos.<br />
-Liberen a la rehén y tendrán permiso para despegar- reclamó<br />
una voz parecida a la del comandante de la Corvaida.<br />
71<br />
Eso no coincidía con la realidad. Me pellizqué varias veces y soné<br />
mi matraca craneal contra el tronco que me ocultaba. No alcanzaba<br />
a despertarme.<br />
-¡Le digo que no está con nosotros!- insistían los captores.<br />
Debía acercarme. Algo raro había sucedido. No tenía hipótesis<br />
para explicarlo, salvo que...<br />
Estaba en un aeropuerto militar, probablemente frente a otro secuestro;<br />
habían ingresado a cielo brasilero desde algún país hispanoparlante<br />
fronterizo y, como sucedió con los islandeses, los<br />
habían forzado a aterrizar allí y desarrollaban el procedimiento de<br />
rutina para rescate de secuestrados. Yo debía haber interpretado<br />
mal el nombre pronunciado por los maleantes.<br />
O tal vez se tratase ciertamente de Nikei. Habían permanecido en<br />
el aeropuerto negociando durante días y yo justo regresaba cuando<br />
se reanudaba la balacera. Pero eran diez días. Diez largos días<br />
y sus diez largas noches.<br />
Me lancé al piso. Avanzaría cuerpo a tierra con mi técnica de los<br />
latidos de la Naturaleza. Inquieto por los nervios me costaba concentrarme.<br />
Por momentos creía sentir el ritmo y por otros me distraían<br />
los gritos y disparos.<br />
Al final volví a lograrlo. Los aparentemente arrítmicos ruidos<br />
humanos entraban en el compás.<br />
Lenta pero tenazmente me arrastraba hacia el conflicto. Los pastos<br />
permanecían igual de cortos que en mi pretérito tropiezo. Di<br />
unas cuantas brazadas más y, a un hombro de distancia de mi<br />
cabeza apareció la piedra salvadora. Volví a acariciarla y de reojo<br />
noté la presencia de un individuo observándome. Volteé precavido.<br />
72
Conocía a esa persona. Si mi cerebro no me engañaba, se trataba<br />
del mismo anciano que me observaba cuando el episodio del Peugeot.<br />
Era realmente idéntico. La barba blanca y gris abundante,<br />
el bastón, esa extraña mirada... En cuanto notó que yo lo observaba,<br />
como la vez anterior dio media vuelta y se marchó, metiéndose<br />
entre los árboles. ¿Habría estado allí todo el tiempo viviendo<br />
en la selva sin que yo me percatase? Era muy probable. No conocía<br />
tanto el lugar como para dudar de aquella posibilidad.<br />
El suceso extraño sólo se sumaba a la larga lista, así que seguí<br />
camino. Grande fue mi desconcierto cuando, ya a pocos pasos de<br />
la casilla de cemento comprobé la equivalencia de aquella fotografía.<br />
El soldado con dos galones amarillos aún en el piso, los dos<br />
efectivos parapetados tras la citada caseta, el jeep protegiendo al<br />
cuerpo sin vida del último en nombrarme a Mayira, con la cara<br />
destrozada por el impacto de un proyectil y Corvaida. Sobre el<br />
ala, oculto por la turbina aún un comando hacía gestos con sus<br />
manos indicando que no aguantaría más allí –ya había resistido<br />
diez días, así que el gesto debía significar otra cosa.<br />
Yo llevaba calzada la campera de aviador maltrecha. El Comandante<br />
se percató de mi presencia.<br />
-¡Gustavo! Acércate que te cubrimos.<br />
Me levanté un poco hasta estar agachado y corrí deformemente.<br />
Pronto estuve a la sombra del jeep.<br />
-¿Por qué corriste hacia los árboles?- me cuestionó Corvaida<br />
mientras espiaba y martillaba más su arma.<br />
No llegué a responderle. En una de las miradas de reojo que solía<br />
pasarme, notó lo crecida de mi chiva. -¿Cómo pudo crecerte tanto<br />
la barba?- su rostro denotaba no comprender en absoluto.<br />
Sin esperar respuesta, volvió a disparar.<br />
73<br />
-Aseguran no tener a tu amiga; están bastante desesperados.<br />
-El escaneo que realizamos con Varis en vuelo nos indicó su presencia.<br />
Tiene que estar allí dentro- aseguré.<br />
-Yo también pedí que escaneasen la nave. Me informaron de un<br />
único ocupante femenino. Ninguno muerto. Pero la edad apuntada<br />
ronda entre los cuarenta y cinco y cincuenta y cinco años.<br />
¿No me habían dicho que era más joven?<br />
Recordé que nuestra revisión revelaba dos mujeres a bordo. –<br />
Antes también aparecía ella, pero una segunda mujer mucho más<br />
joven la acompañaba.<br />
-Debe haber algún error. Voy a ordenar que repitan el escaneoterminó<br />
y volvió a gatillar.<br />
Me volteé. Varis yacía tendido en el piso. Mirando su rostro apagado<br />
de vida vi de repente una especie de luz. Como reborde.<br />
Muy, muy suave. Las detonaciones y alaridos pasaron a un segundo<br />
plano auditivo. Me concentré en su pecho y noté que aún<br />
respiraba. Una parte de su contorno se veía más bien rojiza y el<br />
resto casi no tenía color.<br />
No daba crédito a mis ojos. Me los froté fuerte y dejé de alucinar.<br />
Pero pronto desenfoqué levemente la vista sin quererlo y volví a<br />
captar esa especie de aura. El Capitán estaba vivo. Me recorrió<br />
una alegría inmensa y pude enfocar la luminiscencia con mayor<br />
claridad.<br />
Sin prestar atención al peligro rodé hasta su posición. Lo acomodé<br />
sentado contra la pared -aunque quizá no debía haberlo hecho<br />
porque estaba inconsciente.<br />
-¡Capitán!, ¡Capitán!- le golpeaba las mejillas con esperanza de<br />
despertarlo.<br />
74
Milagrosamente, mis palmadas surtieron efecto. Varis abrió los<br />
ojos, tosió y se tomó el hombro derecho adolorido.<br />
-No sé cómo, pero estoy seguro de que Nikei se encuentra a salvome<br />
refirió con dificultad. –La chica logró desapresarse. Me habló<br />
de ti. Dijo que eras su novio; no me habías dicho nada- viome<br />
intentando sonreír.<br />
Yo lo oía asombrado.<br />
-Es muy bella- prosiguió, –creo que estuve visitando el lugar donde<br />
vamos al morir. Todo era blanco por donde mirara. Reinaba<br />
una sensación de mucha paz. Volvamos ¡eahh...!- no podía levantarse;<br />
cuando lo ensayaba se estremecía de dolor.<br />
El soldado que tenía al lado me llamó la atención. Ya no se oían<br />
disparos. Sin esperar que alguien lo cubriera salió corriendo<br />
hacia la aeronave. Me asomé. Un grupo se ocupaba de los heridos<br />
y otro más numeroso formado en medialuna apuntaba a los<br />
islandeses que descendían por una escalerilla manos en alto.<br />
Una vez abajo los esposaron y colocaron boca al piso. Entre ellos<br />
había una dama cuarentona de brazos bastante musculosos. El<br />
pelo casi albino, lacio aunque no muy largo, pincelaba de sangre<br />
su camisa blanca.<br />
-¡¿Dónde está Nikei?!- me acerqué. Había acomodado al Capitán<br />
para que viera desde el lateral de la casilla.<br />
-Ahora subimos- apresurose de la Corvaida.<br />
Tiempo después, cada recoveco estaba revisado y ella no aparecía.<br />
-¡Cómo puede ser!- me enfadé. -Si no puede haber huido durante<br />
el tiroteo; le disparaban a cualquier cosa que se moviera.<br />
-Cabe la posibilidad...- empezó uno de los brigadistas. El Comandante<br />
pareció comprender lo que estaba pensando. Cruzaron mi-<br />
75<br />
radas y se dirigieron a quien habían identificado como líder de los<br />
secuestradores.<br />
-¡No somos secuestradores!- se defendió cuando se acercaron, sin<br />
que hubiesen pronunciado palabra. –Esto que hacen traerá graves<br />
consecuencias.<br />
-¿Graves para quién?- lo increpó el militar brasilero.<br />
Después de ello no volvieron a hablar castellano. Con algunas<br />
órdenes en lo que estimo sería islandés, el grupo de captores tomó<br />
silencio y se arrimaron unos a otros.<br />
De la Corvaida hizo un gesto para que lo siga.<br />
-Los llevaremos al cuartel y estarán tras las rejas por cuarenta y<br />
ocho horas, máximo. No creo que podamos arrancarles algo. Durante<br />
varios meses hemos estado recibiendo extrañas advertencias,<br />
todas relacionadas de una u otra forma con el lejano país del<br />
norte: Islandia.<br />
-¿Qué tipo de advertencias?- quise saber.<br />
-Mmm... cosas apocalípticas, podríamos decir. En el primero de<br />
los llamados, una voz femenina que cantaba muy melodiosamente,<br />
nos instó a resguardarnos de ustedes.<br />
-¿De nosotros?<br />
-Sí; según recuerdo, los versos profetizaban que un ave metálica<br />
argentina traería consigo la desdicha. “Serán consumidos por el<br />
mar si los dejan pisar vuestra tierra”, terminaba.- La expresión<br />
en el rostro del Comandante me confundía. Se mostraba riendo<br />
en una palabra y a la siguiente preocupado. Luego volvía a sonreír<br />
y la pesadumbre lo aplastaba de nuevo.<br />
-Se está cumpliendo la profecía...- dudé.<br />
76
-No lo creo. Esa fue sólo la primera advertencia; hubo muchas<br />
más. Siempre por vía telefónica.<br />
-Antes que me preguntes- se atajó, -conseguimos rastrear los llamados:<br />
siempre venían de tu país; al parecer desde teléfonos diplomáticos<br />
con identidad reservada.<br />
Repensé un instante. -¿Cómo es que relacionaron las advertencias<br />
con Islandia?<br />
-Fácil. La mujer cantora comenzó identificándose como miembro<br />
de un cuerpo paramilitar islandés. Mencionó que su función<br />
era... evitar el fin de nuestra era. Así dijo.<br />
-Y el resto de mensajes, ¿Qué vaticinaban?<br />
-Varias cosas- concluyó el Comandante, que al parecer deseaba<br />
llegar a otro punto. –Es imperativo que regresen. Atenderemos a<br />
Varis en la sala médica, los proveeremos de combustible y abriremos<br />
la pista para que despeguen.<br />
-Pero mi Capitán no podrá pilotear. Dennos al menos unos días<br />
para que se reponga.<br />
-De ninguna manera. No quiero parecer descortés, Varis es mi<br />
amigo, pero urge vuestra partida.<br />
El brasilero nos estaba echando. Amablemente, pero por algún<br />
motivo nos quería lejos.<br />
-Esto no tendrá que ver con las profecías...<br />
-Nada de eso- me interrumpió. –No eran profecías, eran amenazas<br />
encubiertas de advertencia. Estamos acostumbrados a enfrentarnos<br />
con maniáticos de todo tipo; también de éste.<br />
-Pero yo no sé pilotear el Huarpe- advertí –y le reitero que Varis no<br />
podrá conducir convaleciente.<br />
77<br />
De la Corvaida llevó lo blando de su puño hacia la pera y reflexionó.<br />
–Pensé que usted era piloto... En ese caso, los enviaremos por<br />
la mañana en un vuelo comercial. Usted se alojará en el regimiento.<br />
Dispuesto aquello, saludó haciendo la venia y retornó al operativo.<br />
Quise seguirlo, pero sin que me percatase dos uniformados se<br />
habían dispuesto detrás mío, a manera de escolta. Cuando di<br />
media vuelta, sus nada amistosos rifles se interpusieron.<br />
-Lo acompañamos a su habitación- propuso uno con cara de perro-<br />
-¡Adelante!<br />
Creí que si no empezaba a caminar me arrastrarían. Constaté de<br />
reojo la presencia de los paramédicos atendiendo a Varis y emprendí<br />
veloz marcha a mi aposento.<br />
-¡Acelere el paso!- ordenaron.<br />
Los galpones del ejército distaban un kilómetro de allí. Anduvimos<br />
bordeando los árboles hasta alcanzar la entrada a un sendero<br />
ancho que se internaba prolijamente en la espesura.<br />
El sorpresivo devenir de los hechos a partir de mi regreso debía<br />
significar algo. Por un lado, ya estaba aceptando la extraña diferencia<br />
de tiempos: mis diez días sobreviviendo no resultaron más<br />
que minutos en el aeródromo. Eso podía leerse de la realidad, sin<br />
dudas, aunque el hecho encendía un fuerte ardor en mi mente.<br />
Por otro lado, dejando de lado aquello, la actitud al principio<br />
amistosa del Comandante y luego irracionalmente hosca, había<br />
cambiado por algo... Si las cosas devenían según planeaba de la<br />
Corvaida, los dos argentinos volveríamos a Buenos Aires por la<br />
mañana. Mas el jet quedaría allí.<br />
78
No tenía idea si aquel aparato pudiese interesar a la Fuerza Aérea<br />
Brasilera, pero resultaba posible que ante la posibilidad de adquirir<br />
nueva tecnología, el Comandante hubiese dado aquellos pasos.<br />
-¡Aah! ¡Mi rodilla!- fingí tomándomela con ambas manos y dejándome<br />
caer. Pocos metros adelante aparecía ya el acceso al cuartel.<br />
Necesitaba alguna idea para convencer a mis escoltas que<br />
debíamos regresar.<br />
Con expresión dolorida me dirigí al que hablaba español: -Debo<br />
tomar pronto mi medicamento.<br />
-Bien; tráguelo- respondió.<br />
-Pero no lo traigo conmigo. La situación que vivimos me hizo olvidarlo<br />
en la cabina. Necesito regresar.<br />
-Entre al regimiento y yo mismo se lo traeré- ordenó al tiempo que<br />
intentaba levantarme.<br />
-¡¡Aaaah!!- grité lo más fuerte que pude sujetándome la cintura.<br />
¡El tetanismo aumenta! ¡No puedo esperar!<br />
El otro soldado, que hasta entonces no había hablado, me cuestionó<br />
en perfecto castellano: -¿Qué medicamento está tomando?<br />
Su entreseño fruncido denotaba desconfianza. Cosido sobre la<br />
solapa del bolsillo izquierdo, un cartelito blanco y rojo lo identificaba<br />
como “paramédico”.<br />
Tenía planeado inventar el nombre de mis pastillas, mas las presentes<br />
circunstancias me llevaron a modificar la actuación hacia<br />
un desmayo: -El medicamento se llama...- pronuncié esto y me<br />
desplomé aflojándome por completo.<br />
Percibí ofuscación en ambos guardias. Insultaron en su lengua y<br />
se disponían a transportarme hacia el cuartel cuando algo los detuvo.<br />
79<br />
Espié entre pestañas. Habían destrabado los fusiles y agazapados<br />
retrocedían.<br />
¿A qué le apuntaban?<br />
-¡Grrrr!- cerca de mi cabeza oí el amedrentante rugido.<br />
Uno de los soldados dejó su arma y levantando ambas manos imploró:<br />
-Mayira, no somos enemigos, es él- y me indicó.<br />
Yo permanecía supuestamente desmayado. La baba fresca del<br />
jaguar empezó a chorrearme la frente y desperté acariciado por<br />
sus lamidas.<br />
-¡¡¡Grrraaa!!!- rugió por segunda vez, mucho más fuerte, viéndolos<br />
directamente a los ojos. Ambos uniformados dieron la vuelta y se<br />
alejaron corriendo por el sendero en dirección al aeropuerto.<br />
Otra vez estuve solo con la fiera. Lo vi profundamente e intenté<br />
agradecerle con mi mirada. El animal pareció entender; con suavidad<br />
posó su garra en mi hombro y se marchó.<br />
Antes de volver a entrar en la espesura, frenó un instante como<br />
para llamar mi atención a su figura. Vi con claridad la albura de<br />
sus pectorales, presidiendo el resto del pelaje de tono áureoamarronado.<br />
Mayira agachó el enorme rostro y pude observar la<br />
calvicie que lo coronaba. Sin duda era ella.<br />
Mi reloj marcaba las diez y veinte, pero a juzgar por la posición<br />
del Sol –que asomaba recién sobre el horizonte-, serían algo así<br />
como las seis de la mañana.<br />
Si eran las seis, Nikei cumpliría veinticuatro en... unas nueve<br />
horas. Antes de eso, tenía que conseguir rescatarla y llevarla a<br />
salvo conmigo.<br />
¿Qué hacer ahora?<br />
80
No podía olvidar el YP-18 Huarpe. El robo de tecnología estaba a<br />
punto de perpetrarse. Necesitaba idear algo para detenerlos.<br />
Decidí que echar un vistazo al aeropuerto me llevaría sólo unos<br />
minutos. Mimeticé mi andar con el pulso de Natura y emprendí<br />
trote hacia allí, cortando camino por la espesura selvada.<br />
Arribé cerca del sitio por donde había entrado y salido anteriormente.<br />
Me asomé junto a un grueso árbol y con sorpresa comprobé<br />
que aún no amanecía.<br />
-¡Esta selva es una máquina del tiempo!- lamenté en voz baja.<br />
-No lo es- respondió con serenidad alguien que no veía.<br />
Viré inmediatamente y empecé a escudriñar a mi alrededor, tras<br />
las hojas grandes que salían del piso y entre las copas frondosas.<br />
-Tan sólo te mueves tú por él- a mis espaldas estaba el anciano de<br />
barba blanca y gris. Ahora lo veía de cerca y noté algo familiar en<br />
sus ojos.<br />
-¿Quién es usted?- logré preguntarle y sentí alivio de que permaneciese<br />
aún allí, sin esfumarse como en las oportunidades anteriores.<br />
-Soy Mayira- sonrió. Agachó la cabeza descubriendo su calvicie y<br />
se corrió algo la túnica. El anciano -de piel morena- tenía sus<br />
pectorales completamente descoloridos.<br />
Mayira jaguar, Mayira abuelo con bastón, cuántos Mayiras más<br />
encontraría.<br />
Sin que yo pronunciase vocablo, el hombre me invitó a sentarnos<br />
y comenzó a explicar que no había muchos Mayiras, sino que él<br />
mismo era todos.<br />
-Usted... ¿Se transforma?<br />
81<br />
-No- respondió sin dudarlo. –Tú, Gustavo, tienes la capacidad de<br />
ver más allá de lo que llaman físico.<br />
-¡Por favor!- me enojé. –No quiera hacerme sentir especial cuando<br />
no lo soy.<br />
El anciano se apenó. –Escucha- dijo; -conoces el pulso del Universo;<br />
te he observado usándolo-. Al parecer, el viejo sabía más<br />
de lo que yo estimaba.<br />
-Sujétate a ese árbol con fuerza. Cierra los párpados y oye con<br />
atención.<br />
Lo hice. Se entremezclaban multitud de vocecillas animales.<br />
-Concéntrate en el ritmo... Busca escuchar nítidamente el pulso<br />
natural.<br />
Pude conseguirlo antes de un minuto. Noté entonces que veía al<br />
jaguar. El felino observaba atento, sentado justo donde antes se<br />
hallaba el anciano.<br />
Pronto caí en la cuenta de que no había llegado a abrir los ojos.<br />
Lo hice y me desconcentré. La visión del animal se nubló cual si<br />
me cayese agua sobre la cara y volví a ver al hombre.<br />
¿Qué pasó?- solté el tronco y tomé asiento nuevamente.<br />
-Cuando te alineaste al ritmo universal, yo no veía más que al árbol<br />
al que estabas asido. Lo diferente resultaba ser cuánto brillaba<br />
él. Tu vida, la vida humana, es capaz de provocar enorme esplendor<br />
a otros seres.<br />
-Esto fue extraño, lo reconozco, pero por favor explíqueme qué es<br />
lo que sucede. No creo ser yo el especial sino todo lo que nos rodea<br />
por aquí.<br />
-En parte tienes razón- me alivió. Pero sólo en una parte pequeña.<br />
82
-¿Qué parte?- la serenidad del viejo me excitaba. Tenía las horas<br />
contadas para hallar a Nikei y seguíamos allí charlando.<br />
-Ten algo de paciencia- respondió. –La chica estará bien si haces<br />
lo debido. Pero debes mantenerte centrado en ti mismo. Usa lo<br />
aprendido en tus entrenamientos marciales.<br />
-De acuerdo- comprendí. Era imperioso equilibrarme en todo aspecto;<br />
hacer a un lado la ansiedad.<br />
-Bien- prosiguió. –Tú eres especial; yo soy especial; cada uno es<br />
especial, y no por ello dejamos de ser especiales. Hay humanos<br />
que no tienen las posibilidades que nos da nuestra particularidad.<br />
Por ejemplo los niños down. Ellos no cuentan con la aparente<br />
impureza que sí tenemos tú y yo. Son simplemente puros y ven<br />
las cosas de una sola manera. Ellos sí son normales, en contraposición<br />
a nuestra situación “especial”.<br />
El hombre aguardó un momento y continuó explicándome: -Desde<br />
niño he admirado a los jaguares. Tan identificado me sentía y me<br />
siento con ellos, que cuando estuve listo para ser hombre y unirme<br />
así a la Naturaleza, los sabios de la tribu me nombraron “Mayira”,<br />
que en mi antigua lengua significa “Jaguar del Cambio”.<br />
-Mi espíritu- siguió explicando –es tanto humano como jaguarezco.<br />
Por eso cuando ves más allá de lo físico (cosa que puedes<br />
hacer si entras totalmente en ritmo con la madre tierra), soy para<br />
ti un jaguar.<br />
-Los soldados que ahuyenté no me veían como tal, sino que tenían<br />
ante sí la estampa del antiguo y venerado Inca Mayira, legendario<br />
gran cacique de estas regiones.<br />
-¿Pero cómo es que esa gente te conoce?- me intrigué.<br />
-Antes no sabían de mí. Nunca habían oído mi nombre ni de mis<br />
fabulosas anécdotas. Pero meses atrás, primero en sueños y lue-<br />
83<br />
go en persona, Mayira se encargó de ir recuperando su fama y<br />
respeto.<br />
-Pero...<br />
-No es que me interese el poder; nada de eso. Era necesario que<br />
me fuesen conociendo para poder ayudarte a ti, Gustavo.<br />
Me sentía con una gran responsabilidad sobre los hombros, aunque<br />
no sabía bien de qué.<br />
-El nombre Mayira se me otorgó porque, en mi época, yo debía<br />
acompañar al pueblo para que cruzara barreras impensadas. Mi<br />
gente estaba lista para ingresar a una época de cambios. Cambios<br />
tan fuertes que podrían trastocar cualquier estructura científica<br />
o religiosa.<br />
-¿Y pudiste hacerlo?<br />
-Pude.<br />
-Sé que piensas que estás hablando con un fantasma. Si llamas<br />
fantasma a un ser diferente al ciudadano intermedio, que viaja en<br />
auto, vive linealmente su vida hasta que muere, etcétera, etcétera,<br />
entonces sí soy un fantasma. Pero prefiero que me consideres<br />
como un amigo, que ha venido a darte una mano con los cambios<br />
que se avecinan.<br />
-¿Cómo es que cada tanto viajo en el tiempo sin intentarlo ni saber<br />
de qué forma se logra?- quise saber.<br />
Mayira me vio sonriente y dijo: -Cuando naciste, ¿Sabías concientemente<br />
cómo respirar, o cómo hacer latir tu corazón?<br />
-No es aún momento para explicar eso- continuó. –Primero debes<br />
aprender a manejar el equilibrio vital.<br />
84
-¿Cómo es eso?- las cosas que me ocurrían resultaban muy interesantes.<br />
Di gracias a Dios por ello. Me sentía ya con más fuerzas<br />
para avanzar hacia lo que fuese.<br />
-Gran parte consiste en esa actitud- respondió.<br />
-¿Qué actitud?<br />
-La de dar gracias al Todopoderoso; aceptar con felicidad la ruta.<br />
¡¡¡Mírame!!!- gritó y comenzó a achinar sus ojos consiguiendo que<br />
yo hiciera lo mismo.<br />
El alarido inesperado me acababa de desestabilizar emocionalmente.<br />
Traté de volver a concentrarme y viendo al anciano Inca<br />
con cierta especie de desenfoque, noté un brillo claro rodeando su<br />
contorno.<br />
-Ahora estás viendo cómo funciona mi cuerpo. ¿Qué tal ando?...<br />
¿Todo clarito?; es porque carburo al pelo.<br />
-Yo...- iba a contarle del episodio anterior en que me había sucedido<br />
algo parecido. Pero me interrumpió con un: -Lo sé- y prosiguió<br />
su cátedra.<br />
-...Ya que te duele la cabeza y tienes fiebre bastante alta, puedes<br />
aprovechar a observarte tú mismo.<br />
-¿Cómo lo hago?<br />
-Tan sólo mírate, no tienes el impedimento físico al que estabas<br />
acostumbrado y que da de comer a los fabricantes de espejos.<br />
Lo intenté. Pude verme por completo. Mi contorno era muy brillante;<br />
blanco por todos lados excepto a la altura del hígado, donde<br />
aparecían manchas difusas de otros colores. Mi cabeza, relucía<br />
con cierto tono amarillento.<br />
-Como ves- dijo, -el origen de tu jaqueca está en el hígado. Mientras<br />
merendabas en Buenos Aires, ayer por la tarde, coloqué en el<br />
85<br />
termo con el que cebabas tu mate una sustancia dañina para el<br />
metabolismo hepático.<br />
-¿Eh? ¿Por qué hiciste eso?<br />
-Para poder incluir en mi explicación una parte práctica. Lo que<br />
ambos podemos ver, esa especie de “aura”, no es ninguna cosa<br />
paranormal o esotérica, tampoco es siquiera un fenómeno espiritual.<br />
Se trata de una propiedad de la química con la que funcionan<br />
multitud de organismos vivientes. Miles de reacciones que<br />
suceden a nivel celular, intracapilar, etc., poseen cierta emisión<br />
luminiscente. Como las luciérnagas, sí; aunque de muchísima<br />
menor intensidad.<br />
-Esto que te cuento es sabido por los científicos hoy día, pero lo<br />
que aún no acaban de aceptar, por la forma en que encaran sus<br />
investigaciones, es el resultado de la superposición de todas esas<br />
reacciones emisoras de luminiscencia.<br />
-Los científicos- continuó, -intentan llegar al meollo del asunto.<br />
Siguen y siguen entrando a nivel cada vez más microscópico, para<br />
comprender “por qué” o más bien “cómo” ocurre lo que les parece<br />
estar observando.<br />
-El yerro reside en dudar tan metódicamente de la observación<br />
directa. También hay error en desmembrar cosas que son lo<br />
mismo, como por ejemplo tú, que me veías con forma de jaguar y<br />
dabas por sentado que se trataba de un ser diferente al anciano.<br />
Luego intentaste comprender mediante la idea de que me transformaba,<br />
también falsa.<br />
-Bueno, dejémonos de tanta perorata y pasemos a los hechos-.<br />
Dicho esto, se puso de pie.<br />
-Ahora tienes que “curarte”. No necesitas interactuar desde el<br />
nivel microscópico con el problema, ingresando, por ejemplo, una<br />
86
droga en tu organismo. La forma más simple de lograrlo es actuando<br />
en orden macroscópico directamente.<br />
-Cuando deseas subir el volumen de tu equipo de música, ¿Qué<br />
haces?<br />
-Giro la perilla- respondí.<br />
-Así es. Y no te pones a discernir sobre cómo el girarla varía voltajes<br />
dentro del circuito del minicomponente, para lograr que la<br />
intensidad sonora aumente tal cual deseabas.<br />
-Sólo mueves la perilla; que fue diseñada para ello.<br />
-Así también, cuando empezaron los tiempos conocidos, los seres<br />
vivos fuimos diseñados para poder repararnos con facilidad.<br />
-Entiendo- creí ir comprendiendo lo que trataba de explicarme.<br />
Era como si uno intentase cambiar el volumen, o mover el dial,<br />
introduciendo elementos extraños dentro del equipo, buscando<br />
maniobrar con pequeños destornilladores, en lugar de dar un giro<br />
a la perilla respectiva.<br />
-Cuando tú te uniste al árbol, le diste muchísima luz- prosiguió<br />
Mayira. –Esa capacidad de manipular, de “pintar” con luces de<br />
diferentes colores, la obtenemos del espíritu.<br />
-El espíritu (y aquí algo muy importante), interacciona con el<br />
cuerpo físico. Considerarlos por separado completamente, lleva a<br />
inevitables errores.<br />
-Lo único que necesitas para curar tu hígado y así la jaqueca, es<br />
poner blanca esa zona de tu luminiscencia.<br />
-¿Cómo lo haces?- continuó sin que llegara a preguntarle, -pues<br />
tan sólo inténtalo. Así como cuando eras niño aprendiste a pintar<br />
con pinturitas, ahora aprenderás a colorear por medio del pincel o<br />
la acuarela de tu espíritu.<br />
87<br />
-Comienza con las manos; son las que normalmente mejor se manejan.<br />
Extendí ambos brazos y vi mis palmas luminosas antes de comenzar<br />
la... curación, o la pintura.<br />
Sin dificultad, fui pasándolas por la zona manchada y poco a poco<br />
logré volverla clara; bien, bien blanca. La luminosidad de mi cabeza<br />
perdió automáticamente el tono amarillento. Junto con eso,<br />
la migraña desapareció.<br />
-¡Bien hecho!- se alegró el anciano. –Nikei estaba acertada cuando<br />
te escogió.<br />
Yo sólo sonreí, pese a que no me cerraba que la chica islandesa<br />
me hubiese elegido.<br />
Mayira siguió con su enseñanza: -Será muy difícil que pierdas de<br />
vista esta forma de curar, ahora que la conoces. Lo que tan fácilmente<br />
realizaste a nivel macroscópico, produjo el óptimo reacomodamiento<br />
microscópico y te curó. Muy improbable hubiese<br />
sido el conseguir semejante cura con los métodos que aún emplean<br />
los médicos contemporáneos.<br />
-Mas como te dije antes, soy Mayira- dijo esto, dio media vuelta y<br />
se perdió de vista.<br />
Lo que acababa de aprender, esa herramienta fabulosa que siempre<br />
tenía conmigo y no conocía, era increíble. Tuve ganas de gritar<br />
al mundo mi nueva verdad. Todos necesitaban saberlo.<br />
Pero antes, la situación que nos aquejaba debía resolverse: mi<br />
Capitán estaba herido de bala, en manos de nuestros supuestos<br />
amigos, que no buscaban otra cosa más que apoderarse de valiosa<br />
tecnología militar.<br />
Nikei me preocupaba también. De alguna manera suponía que<br />
pudiese estar a salvo, pero igual quería rescatarla antes de que<br />
88
llegase a sus veinticuatro. El corazón me latía fuerte cuando pensaba<br />
en ella.<br />
Oculto tras el grueso árbol, acomodé mi ropa, ajusté la harapienta<br />
campera de aviador que ya me había salvado algunas veces la vida<br />
y tracé mi plan: “Ahora yo era capaz de curar a Varis sin ayuda<br />
médica. Una vez hecho esto, podríamos abordar el YP-18 y partir.”<br />
Me asomé. Bajé cuerpo a tierra y puse manos a la obra...<br />
89<br />
CAPÍTULO IV<br />
90<br />
Surinam<br />
Estaba casi reptando entre los pastos. Me guiaba por los disparos,<br />
gritos, fogonazos y la tímida claridad lunar. Si aún estábamos<br />
de madrugada, tenía más tiempo para rescatar a Nikei.<br />
¡Un momento! Probablemente la chica conociese técnicas para<br />
esconderse como las que yo aprendí con Mayira. De ser así, tal<br />
vez nunca hubiese salido del avión. Cuando los soldados entraron<br />
a revisar, simplemente no la habían visto. Ella estaba allí,<br />
mimetizada.<br />
Frente a mi suposición, el resultado de los escaneos había resultado<br />
negativo. Aunque Nikei pasase desapercibida a simple vista,<br />
no podría haber esquivado los rastreos del aparato. Al menos, eso<br />
creía.<br />
Esté o no la chica allí, lo inmediato era rehabilitar al piloto argentino.<br />
Con sumo cuidado me arrastré hasta la casilla de cemento. Los<br />
soldados brasileros no se sorprendieron con mi presencia. Quizá<br />
para ellos sólo me hubiese ausentado unos instantes.<br />
Varis parecía desfallecido. Gradué mi vista jugando con el desequilibrio<br />
emocional y con el enfoque. Pronto logré percibir la luminiscencia.<br />
Se veía extremadamente tenue.<br />
Su estado me preocupó. Yo había probado cambiar los colores de<br />
la luz, pero no sabía cómo reencenderla si se había apagado.<br />
Tal vez... si intentase algo parecido al momento en que me abracé<br />
al árbol... Mayira había dicho que la planta tomó gran brillo gracias<br />
a mí.
No quería apretujar al Capitán de aquella forma. Mas había quedado<br />
en mi recuerdo una sensación especial del abrazo al tronco.<br />
Si no me equivocaba, se trataba de algo relacionado con el amor.<br />
Sí, eso era. Había sentido como si fluyese amor entre el vegetal y<br />
yo.<br />
Alcé las manos. Rozagaban de brillo blanquecino. Puse la derecha<br />
sobre el corazón del Capitán y la izquierda en su cabeza. Me<br />
concentré. Deseaba que se pusiese bien.<br />
La salud del piloto fue incrementándose, pero yo tenía menos incandescencia.<br />
Empecé a respirar con cierta dificultad.<br />
Quité las manos. Unas inspiraciones de aquel aire con aroma<br />
selvático me ayudaron.<br />
Antes de que se le fuese nuevamente la luz, haría la curación.<br />
Presté atención a los distintos tonos. La porción marcada por los<br />
balazos aparecía intensamente roja. Desde allí, se esparcían<br />
manchones verdosos, azulados, amarillos, en todas direcciones.<br />
Usé el pincel de mi palma y, tal cual lo había hecho conmigo, fui<br />
limpiando los colores hasta dejarlos blancos.<br />
Surgieron algunas tosidas y el Capitán despertó.<br />
-¡¿Dónde está mi arma?!- uno de los brasileros le indicó que ya no<br />
tenía munición.<br />
-¿Y su herida?- el hombre había visto cuando lo impactaron y<br />
ahora se extrañaba de la repentina mejoría.<br />
Varis vio su hombro. La campera estaba perforada por delante y<br />
por detrás; pero su piel se encontraba intacta.<br />
Me echó un vistazo y dijo al carioca: -Mi compañero es médico.<br />
91<br />
El otro asintió sin entender mucho y siguió disparando. Resuelto<br />
eso, hizo seña con la cabeza para que diéramos la vuelta y nos<br />
metiésemos dentro de la casilla de cemento que nos protegía.<br />
Valiéndonos de dos o tres desplazamientos rápidos, entramos.<br />
Medía dos por dos. Junto a la pared donde se abría el único ventilete<br />
rectangular cerca del techo, estaban dispuestas dos sillas<br />
rústicas y una mesa tipo escritorio de oficina. Nos acomodamos<br />
allí. Imaginé que Varis tendría muchas dudas.<br />
-No sé cómo me curaste- comenzó, -pero te lo agradezco. Hasta<br />
ahí llegaba su escueta curiosidad.<br />
-Dime cuál es la situación actual, para poder marcar nuestro<br />
plan- indicó.<br />
Responderle sin irme por las ramas, requería realizar un raudo<br />
raconto de lo sucedido, separando las cosas que todavía no habían<br />
ocurrido de las que sí.<br />
-Corvaida tiene tres efectivos heridos. No sabemos si algún secuestrador<br />
ha sido alcanzado. El Comandante aseguró que no<br />
podrían despegar nuevamente y existen dudas sobre la presencia<br />
de Nikei en el avión.<br />
-Nikei... la chica rubia... tu novia... sí; está allí. Lo recuerdo del<br />
tiempo que estuve inconsciente. De alguna forma pude hablar<br />
con... espíritus. Debo haber estado casi muerto.<br />
Y continuó: -Me dijo que estaba escondida, muy escondida. Pero<br />
seguro que se encuentra allí.<br />
-Bien- me alegré. –También tengo la fuerte sospecha de que los<br />
militares brasileros nos impedirán partir. Quieren robar la tecnología<br />
del Huarpe.<br />
-¡Robarnos!- Varis frunció la frente. –No lo creo; hace unas cuantas<br />
semanas hicimos entrega de diez aviones como éste a la Fuer-<br />
92
za Aérea Brasilera. Tenían mucho interés entonces, pero ahora<br />
pueden revisar los YP-18 propios si lo desean.<br />
No sabía que Brasil contaba con esos jets. Mi hipótesis anterior<br />
de que Corvaida nos enviaría en vuelo comercial para quedarse<br />
con nuestro avión, era definitivamente falsa.<br />
-Volvamos a la nave- definió mi Capitán y sin darme tiempo a<br />
preguntar nada se asomó, le indicó algo a Corvaida y salió corriendo.<br />
Por su gesto comprendí que debía seguirlo, así que emprendí<br />
también veloz carrera.<br />
Mientras nos acercábamos al Huarpe, el fuego brasilero tomó inusual<br />
intensidad; los islandeses necesitaron cubrirse y no nos<br />
disparaban.<br />
Llegamos. Subimos cada uno donde correspondía y Varis hizo<br />
descender los vidrios cobertores.<br />
-Esta nave cuenta con munición termodirigida selectiva. Teclea<br />
cero, seis, dos, dos- ordenó.<br />
En pantalla aparecieron multitud de puntitos. El Capitán explicó<br />
que cada peca era un individuo u otro objeto con irradiación térmica.<br />
-Marca once para seleccionar únicamente a las personas. Usando<br />
ahora la palanca negra que sale de la izquierda del monitor mayor,<br />
intenta seleccionar la zona donde está detenido el avión de<br />
los captores.<br />
-¡Listo!- avisé.<br />
-Bien hecho. Toma el control con el que destruiste misiles en<br />
vuelo. Ubica la cruz gris sobre cada punto y dispara varias veces.<br />
Si el individuo está tras el acero del fuselaje, los disparos irán perforándolo<br />
hasta alcanzar su objetivo.<br />
93<br />
-Un momento- nos detuve. –No voy a matar gente como si estuviéramos<br />
en la guerra.<br />
Varis no respondió. Produjo la apertura de los habitáculos y me<br />
cambió el lugar.<br />
Minutos mas tarde, los secuestradores que aún permanecían en<br />
pie bajaron de su avión gritando y agitando prendas blancas para<br />
asegurar que se rendían.<br />
Llegaron ambulancias y más militares. Fueron esposando a los<br />
islandeses, trasladándolos a prisión y recogiendo cuerpos inertes<br />
que yacían aquí y allá.<br />
-Me permitirías dar una mirada- Corvaida se refirió al Capitán<br />
indicándole la posición del Huarpe.<br />
Se dirigieron al trote hacia allí. Al parecer, el brasilero buscaba<br />
alguna cosa dentro de mi cubículo; por el suelo, detrás de la butaca...<br />
Nada aparecía.<br />
-¿No has visto una especie de pequeña estrella de mar amarilla?me<br />
cuestionó.<br />
Un escalofrío recorrió mi columna. Varis notó mi incomodidad y<br />
negó cortamente con su cabeza.<br />
-No. No he visto- respondí.<br />
-Bien, disculpen la molestia- se excusó.<br />
Ambos militares terminaban de descender del aparato cuando un<br />
fuerte sonido nos desconcertó: Las turbinas del aeroplano islandés<br />
tomaron rápidamente movimiento. el vehículo giró ubicándose<br />
para carretear y sin que pudiesen interponérsele, adquirió suficiente<br />
velocidad y despegó.<br />
94
-Ya no quedaba nadie dentro...- el Comandante brasilero se veía<br />
confundido.<br />
-Tal vez algún error de escaneo- lo disculpó Varis.<br />
-¡Buena suerte!- deseó de la Corvaida. Abrochamos cinturones;<br />
ok para partir; abajo escotillas y...<br />
-Aquí vamos de vuelta- sonrió mi Capitán mientras nos despegábamos<br />
del suelo.<br />
-Uno de los que va en el avión tiene que ser Nikei- razoné en voz<br />
alta. –El otro es un piloto.<br />
-Salvo que tu chica sepa volar- rio Varis.<br />
-No creo- dudé. El escaneo indicaba un solo individuo a bordo,<br />
mas ambos teníamos la seguridad de que algo fallaba. Nikei estaba<br />
allí, pese a lo que indicasen las computadoras.<br />
Durante tres horas perseguimos la nave nórdica sin intentar contacto.<br />
Poco antes de alcanzar la costa caribeña, el enemigo viró tratando<br />
de volar a nuestra cola.<br />
Varis expectoró una carcajada. Hizo una maniobra pequeña y<br />
nos ubicó nuevamente en segundo lugar.<br />
-No tiene idea si piensa competir con la maniobrabilidad de su<br />
cacharro. Los haremos descender de una vez por todas.<br />
Dicho esto, oí que tecleaba algo en sus comandos.<br />
-“Ala derecha”- gritó y disparó una especie de rayo luminoso. La<br />
línea celeste brillante alcanzó instantáneamente a los islandeses.<br />
El tercio externo de su ala diestra estalló y se desprendió, cayendo<br />
en lo profundo de la selva.<br />
-¿Y eso?<br />
95<br />
-Armas secretas- se mofó el Capitán. –No preguntes.<br />
Desde el aparato herido nos llegaba humo. Poco a poco, ambos<br />
fuimos reduciendo altitud.<br />
-Unas treinta millas más adelante hay una pista abandonada.<br />
Ese es el sitio obligado para descender. Cuando aterricemos, estaremos<br />
solos contra ellos.<br />
-Me comentaron que enseñas karate- continuó.<br />
Mi arte marcial no era específicamente ese, así que lo aclaré: -<br />
Taekwon-do, no karate.<br />
-Bien, como sea; es posible que lo necesitemos allá abajo.<br />
-No hay problema- acepté.<br />
-Por cierto- Varis se torció hacia atrás como para verme por alguna<br />
rendija, -¿De qué se trata aquello de la estrella de mar amarilla?<br />
-No lo sé realmente- empecé. –La noche pasada en Capital, ocurrieron<br />
multitud de cosas extrañas. Una de ellas fue lo de la estrellita.<br />
Apareció de la nada; es una forma amarillenta, como si<br />
fuese un bicho bastante grueso, pero de increíble inteligencia.<br />
-Me gustaría explicarte más; lo que pasa es que ni yo lo tengo claro.<br />
-De la Corvaida me confió que una de las advertencias que habían<br />
recibido...- comenzó a explicar el Capitán.<br />
-¿Sabe de las advertencias?- lo interrumpí.<br />
-Algo. Me contó el brasilero mientras buscábamos la estrella.<br />
-Te decía- prosiguió, -que el segundo llamado recibido por Corvaida<br />
le avisaba de nuestra llegada y refería un arma biológica letal,<br />
96
aparentemente almacenada en la susodicha estrella, que llevaríamos<br />
con nosotros.<br />
-Esas amenazas suenan a patrañas sin fundamento, apuntadas a<br />
complicarnos las cosas- me quejé razonadamente. –Lo extraño es<br />
que supieran lo que iba a ocurrir.<br />
-No tan extraño- creyó Varis. –Todo esto puede haber estado armado,<br />
quizá para favorecer enemistades entre nuestros países o<br />
alguna tramoya por el estilo. Nunca te puedes imaginar hasta<br />
dónde llegan los gobiernos cuando de política internacional se trata.<br />
-¿Le parece?...- no me di cuenta que ya distábamos centímetros<br />
de la pista. Otra vez el asfalto firme bajo nuestros cauchos acababa<br />
la sensación de flote.<br />
-¿Preparado?- revistó Varis mientras nos deteníamos a escasa distancia<br />
del avión islandés.<br />
-¡Siempre listo!- respondí.<br />
Destrabé mi cinto en equis, descendimos y nos acercamos con<br />
precaución.<br />
Mi Capitán no tenía munición así que estábamos iguales.<br />
Cautelosamente nos metimos por el hueco de las escotilla que<br />
había sido volada en Brasil... un pasillo con alfombra de cuero,<br />
butacas... nadie.<br />
-No hay moros en la costa- se ofuscó Varis. -¿Cómo puede ser?<br />
-¡Aquí!- indiqué. Moví unas tapas y acurrucada junto al matafuegos<br />
estaba ella.<br />
-¡Nikei!- grité de alegría. La chica se puso de pie con dificultad y<br />
me abrazó como garrapata.<br />
Salimos así del aeroplano.<br />
97<br />
-Tuve mucho miedo- me confió.<br />
-Ya estamos a salvo- dije y sentí la enorme necesidad de besarla.<br />
Nos veíamos uno dentro del otro a través de nuestros ojos.<br />
El cariño rebalsaba y nos besamos. Profundamente, nos besamos.<br />
-Estamos en Surinam- confirmó el Capitán mientras nos alejábamos<br />
de la pista.<br />
-¿Quién conducía tu transporte?- pregunté.<br />
-Es muy difícil de encontrar. Sabe esconderse como yo. Cuando<br />
ustedes dos subieron- Nikei nos vio a ambos- el hombre estaba a<br />
bordo. Pero no perdamos tiempo rastreándolo; hallarlo resultaría<br />
casi imposible.<br />
Varis no estaba muy convencido, pero recordaba a la chica de su<br />
cuasifallecimiento y ello lo mantenía callado.<br />
-No nos queda suficiente combustible- informó. Deberemos llegar<br />
a pie hasta Paramaribo y retornar luego.<br />
-¿Qué prefieren hacer?- nos indagó. –Pueden venir conmigo o esperarme.<br />
-No te dejaremos solo Capitán- coincidimos con Nikei.<br />
-En ese caso: ¡Adelante!<br />
...<br />
La selva de Surinam resultaba bellísima. Al menos en ese sitio,<br />
saltaban a la vista la variedad de colores vivos. Flores, frutos,<br />
hojas nervadas de diseño más que artístico... Se incluían también<br />
los pájaros y roedores, que correteaban sin temor.<br />
98
-¿Cuántos años tenés, Nikei?- recordé que pronto cumpliría veinticuatro,<br />
así que quise darle la oportunidad de que dijera “veintitrés”.<br />
-Es importante que hablemos de eso. Me quedan unas horas nada<br />
más. Cumplo veinticuatro exactamente a las catorce y cinco.<br />
Vi mi reloj. Daba las doce menos diez, mas yo lo había adelantado<br />
una hora cuando andaba por Brasil.<br />
-¿Las 14:05 hora argentina?<br />
-Sí-. Nikei se veía nerviosa. Supuse que había olvidado lo de su<br />
cumple y ahora que yo se lo recordé, volvió a caer en aquella angustia.<br />
-Lo había olvidado. No sé cómo pude... Si no me lo decías me<br />
hubiese acordado demasiado tarde.<br />
El Capitán seguía avanzando sin hacer preguntas. De vez en<br />
cuando revisaba la brújula y corregíamos nuestro rumbo.<br />
-Necesitamos acampar por aquí- me refirió mi nueva novia al oído.<br />
-Pero estamos en medio de la selva...<br />
-Cuando pasemos por algún claro; donde podamos abrir la carparogó<br />
Nikei.<br />
-¿Qué carpa?<br />
Dentro de una mochilita como las que usan las adolescentes en la<br />
ciudad, tenía guardada una iglú autoarmante.<br />
-¿Siempre llevas una contigo?- bromeé.<br />
-La tomé del avión. Había más de éstas donde me oculté.<br />
Pronto arribamos a un sitio libre de plantas relativamente amplio.<br />
99<br />
-¡Capitán?- lo llamé. El hombre iba treinta metros más adelante,<br />
abriendo camino con machete y revisando la dirección que llevábamos.<br />
-Necesitamos acampar aquí- el paraje era de los más confortables<br />
que habíamos cruzado.<br />
-¿Tienen con qué?<br />
-Sí, mi novia trajo consigo una tienda inflable. Tal vez tengamos<br />
problema con el tema líquido. ¿A cuánto estaremos de la ciudad?<br />
-Paramaribo dista cuatro horas más de caminata hacia el norte, si<br />
mis cálculos son correctos-. Sacó un trozo de papel y esbozó un<br />
pequeño mapa. –Yo seguiré adelante. Ustedes aguarden aquí que<br />
pasaré de regreso. Tienen un curso bastante potable a diez minutos<br />
hacia el oeste.<br />
-¡Buena suerte!- lo saludó Nikei, que ya deseaba que se fuese.<br />
Le di la mano. –Nos vemos- dijo amistosamente, dio media vuelta<br />
y partió.<br />
Cuando se alejaba, noté la banderita argentina que portaba en su<br />
manga derecha. Revisé mi campera de aviador y también tenía<br />
una.<br />
Nikei ya había abierto la carpa iglú. estaba sentada en su interior<br />
con ambos pies descalzos afuera, esperándome para hablar.<br />
Junto a ella me agaché; nos tomamos por la cintura y volvimos a<br />
besarnos. Diez minutos más tarde, la cosa se ponía ardiente y<br />
decidimos frenar.<br />
-Contame- le pedí.<br />
Ella aún mantenía la inercia de nuestras caricias y necesitó que le<br />
insistiese.<br />
-Dale, contame lo de las sirenas y tus veinticuatro.<br />
100
-Cierto- se incorporó.<br />
-Nos habíamos quedado cuando papá conoció a mamá.<br />
-¿Sos hija de la sirena?<br />
Nikei sonrió. –“Cuando se vieron más allá del encanto sonoro que<br />
provocaba la voz de mamá, uno y otro quedaron completamente<br />
prendidos. Mamá volvió a sumergirse.<br />
Sobre la isla, el abuelo estaba apenado. Temía haber desatado la<br />
furia del océano. Pero lo alegraba que su hijo permaneciese aún<br />
con vida.<br />
-¿Qué es lo que hiciste?- quiso saber mi padre, entre confundido y<br />
ofuscado por la desaparición de su sirena.<br />
-Hablé en el idioma del mar- se lamentó el abuelo. –Tuve que<br />
hacerlo para evitar que te ahogues. Si seguías avanzando entrarías<br />
al agua sin pensarlo y tú no respiras con branquias como las<br />
sirenas.<br />
A papá le extrañó que esa joven tan bella tuviese branquias. Las<br />
vetas aletadas que conocía de los peces, se verían desagradables<br />
sobre la chica.<br />
-Si mal no sé- explicó el abuelo, cuentan con un sistema branquial<br />
incorporado dentro de su nariz. Son el anfibio perfecto.<br />
-Y ahora qué hacemos- desesperó mi padre. Sentía quebrado el<br />
corazón. Prefería haberse ahogado que seguir viviendo sin la sirena.<br />
Pero mamá no pensaba desaparecer. Al sumergirse había ido en<br />
busca de Mandadra, para rogarle que le permitiese salir del medio<br />
líquido. Si lo hacía, sería para siempre.”<br />
-¿Quién es Mandadra?- interrumpí.<br />
101<br />
-Es la madre mayor de todas las sirenas. No existen sirenos, ya<br />
que en el mar, estas mujeres procrean solas. En cierta etapa de<br />
sus vidas –al cumplir un ciclo completo-, dan a luz un ser diminuto<br />
que luego crece y se transforma en sirena adulta.<br />
Recordé la estrella de mar. –¿Sabés algo de una estrella de mar<br />
amarilla parlante?<br />
-¡Yoli!- se alegró. –Es mi mascota. Tiene diez años. Si vuelve al<br />
agua seguirá creciendo hasta el tamaño adulto.<br />
-¿Dónde está? ¿La tienes tú?- me miró con ansiedad.<br />
-La última vez que la vi fue en la embajada de Islandia. Venía con<br />
Sebastián y yo, y de repente se escapó para meterse adentro.<br />
-Habrá sentido mi presencia. Las estrellitas son muy sensibles;<br />
pueden percibir olores, sonidos y otras cosas a decenas de kilómetros.<br />
Más aún si están en el agua.<br />
-Yo creí que era el Sargento de la esquina que se había transformado-<br />
confesé.<br />
Nikei rio.<br />
-¿Y cómo es que llegó a mi... calzoncillo?<br />
-¡A tu calzoncillo! Ja, ja. Normalmente buscan sitios húmedos,<br />
por eso subió hasta allí.<br />
-Cuando volvieron los del consulado y echaron las granadas de<br />
gas anestésico, supuse que no haría a tiempo para escapar, así<br />
que solté a Yoli cerca tuyo.<br />
-¿Vos no te desmayaste con el gas verde?<br />
-No. Es una mezcla que preparan con frutos del mar. No conozco<br />
la formulación completa, pero por algún motivo tiene un efecto<br />
mucho más lento sobre mí.<br />
102
-Frutos del mar- recordé. –Con razón el olor a pescado podrido.<br />
-Tiene un aroma muy desagradable. Lo sé- dijo Nikei e hizo una<br />
pausa.<br />
-Hay muchas cosas que debes saber. Existen verdades y posibilidades<br />
que nunca has imaginado. Mayira ya te enseñó la manera<br />
natural de sanar.<br />
-¿Cómo es que conocés a Mayira?<br />
Nikei pensó un instante, como intentando resumir ideas.<br />
-Hay dimensiones- inició. –Por ejemplo tenemos el lugar físico y el<br />
tiempo. Esas las identifica toda la gente, aunque cometen una<br />
especie de error al pensarlas como cuatro, porque en realidad son<br />
sólo dos. Lo que llaman alto, ancho y largo son únicamente propiedades<br />
de la dimensión espacial. Seguro eres capaz de imaginar<br />
que de movernos en el tiempo, podríamos hacerlo hacia atrás o<br />
hacia adelante (lo que equivaldría al largo); pero además sería factible<br />
desplazarse a tiempos paralelos, como si nos moviéramos al<br />
costado. Esta última, es otra propiedad de la dimensión temporal,<br />
que sólo tiene dos (no tres como la espacial).<br />
-Haber si entiendo- la detuve. –Hasta ahora hablamos de dos dimensiones:<br />
el espacio y el tiempo.<br />
-Así es- aprobó.<br />
Y compilé un poco más: -El espacio tiene tres propiedades: alto,<br />
largo y ancho. El tiempo, en cambio, tiene dos. ¿Cómo se llaman?<br />
-El nombre no importa. Podrías llamarle lineal y paralela. Todos<br />
nos movemos indefectiblemente hacia adelante por el camino lineal,<br />
mientras estamos con forma física.<br />
-¿Quieres decir que es posible no estar en “forma física”, como le<br />
llamas?- me intrigué.<br />
103<br />
Nikei era hermosa. La nariz delicada, los ojos claros y sinceros, el<br />
cabello largo y suave como el oro. La estaba observando con gran<br />
placer y de improviso desapareció.<br />
-¡Nikei!- desesperé. -¡¿Dónde estás?!<br />
-Tranquilo- volteé y se hallaba sentada donde hacía un instante<br />
se esfumase. –Acá estoy. No me fui.<br />
-¿Qué ocurrió?- volví a acomodarme junto a ella y la tomé de la<br />
mano, por si se le ocurría volver a desaparecer.<br />
-Me moví en la dimensión espiritual. Todos lo hacemos al morir,<br />
pero como sucede con el tiempo, no solemos interactuar con ella,<br />
al menos mientras somos físicos. También nos movemos en esta<br />
dimensión al nacer.<br />
-¿Y cuántas propiedades tiene?- quise saber.<br />
-Muchas; yo no las conozco bien, ya que es una de las dimensiones<br />
más valiosas y se va aprendiendo de a poco.<br />
-Vos mismo estuviste desplazándote algo por ella.<br />
-¿Yo?<br />
-Cuando te uniste al árbol, que Mayira me contó lo lograste rápido<br />
y bien, diste un paso hacia otro... plano, u otra fase de tu forma<br />
física. Yo lo practico hace tiempo, así que me resulta fácil.<br />
Dicho esto, dejé de verla por un instante y de inmediato reapareció.<br />
-No hagas eso- le pedí. Aunque había intentado sujetarle fuertemente<br />
la mano, sólo conseguí cerrar mi puño cuando ella se esfumó.<br />
-Ahora nos moveremos juntos- dijo esto y me besó. –Lo que descubriste<br />
por vos mismo a cerca del pulso del Universo, es clave.<br />
El pulso del Universo consiste en partes de esta dimensión. Así<br />
104
como el tiempo podés contarlo en segundos –por ejemplo- y el espacio<br />
en centímetros, hectáreas o litros, según cuanto desees<br />
abarcar, también se cuantifican las otras dimensiones.<br />
-Para terminar de explicarte lo del pulso, debes saber que las dimensiones<br />
no son completamente independientes unas de otras.<br />
La medida de la espiritual depende especialmente de vos mismo.<br />
Combinando todas las medidas (la de cada uno de los seres), se<br />
llega al pulso universal, que es el que sentiste.<br />
-Otra dimensión es la individualidad, pues. E interactúa grandemente<br />
con la espiritual.<br />
-Cuando tratás de desplazarte a una fase diferente, lo hacés según<br />
tu propia característica individual. Por eso, cada quien pasa<br />
a fases diferentes y es casi imposible encontrar a alguien desaparecido<br />
(entre comillas).<br />
-¿El piloto de tu avión había hecho esto?<br />
-Sí. Por lo que sé, él es como yo: mestizo.<br />
-¿Mestizo entre humano y sirena?<br />
-Las sirenas también son humanas- me aclaró Nikei. Evolucionaron<br />
con propiedades anfibias por miles de años, pero tenemos un<br />
origen común. Con respecto al piloto, no sé quienes fueron sus<br />
padres, pero estoy segura de que es hijo de una sirena.<br />
-¿Cómo se llama?<br />
-Kosinoi. Tiene cincuenta y pico, por lo que atravesó ya varios ciclos.<br />
-¿Un ciclo son veinticuatro años?- deduje.<br />
-Exacto. En nuestro mundo, un ciclo son veinticuatro años.<br />
Otra vez quise hacer un raconto: -Ya hablamos de cuatro dimensiones:<br />
espacial, temporal, espiritual e individual. Cada una tiene<br />
105<br />
sus propiedades. No son independientes entre ellas. Por otro lado,<br />
vos sos mestiza y conocés a otro mestizo más viejo. Las sirenas...<br />
terrícolas ¿digo bien?<br />
-Sí.<br />
-Cumplen un ciclo cada veinticuatro años, y tienen un hijo.<br />
-No hay por qué concebir a fin de ciclo; sólo si una lo desea.<br />
-Pero vos sos mestiza. La pregunta es: ¿Qué le ocurre a los mestizos<br />
cada 24 años?<br />
-Nunca lo he vivido; y conozco la existencia de Kosinoi solamente.<br />
No sé si hay más mestizos en el mundo.<br />
-He oído relatos- continuó, -pero no sé si son verdaderos.<br />
-¿Y tu mamá? Ella es sirena; debe saberlo...<br />
-No te terminé de contar mi historia. Escucha: “Inkshira era el<br />
nombre de mi madre. Cuando se sumergió nuevamente y papá<br />
pensó que la perdería, Mandadra estuvo investigándolo. Para<br />
hacerlo, usó una quinta dimensión que es la de las ideas. Así le<br />
fue posible, entre otras cosas, conocer su pensamiento y verdaderas<br />
intenciones.<br />
-Al notar el enorme amor que lo unía a Inkshira, aceptó el sacrificio.”<br />
-¿Sacrificio?- me extrañé.<br />
-Mi madre cumplía diecisiete años recién. No estaba lista para<br />
salir a la superficie con piernas para caminar. Pero Mandadra es<br />
extremadamente sabia y fue capaz de darle un tiempo fuera del<br />
mar pese a su temprana juventud. Previno a mamá de que esos<br />
serían sus últimos siete años. Y ella aceptó gustosa el sacrificio.<br />
106
-“Vive intensamente como yo lo hice mis últimos siete años, los<br />
más felices de todos”, me dejó escrito poco antes de cumplir veinticuatro<br />
y morir.<br />
-Fui criada mayormente por papá, uno de los mejores hombres<br />
que he conocido.<br />
-¿Y él?- pregunté.<br />
-También murió, en Argentina, hace medio año. Terminó su vida<br />
peleando por mi libertad. Creo que Kosinoi lo mató.<br />
-¡Maldito!- apreté mis puños. –Más le vale no volver a aparecerse<br />
en mi dimensión-. Sentía enorme furia.<br />
-Ya lo creo- sonrió Nikei. –Así que tienes tu propia dimensión- me<br />
dio un codazo cómplice en el hígado y recordé a Sebastián.<br />
-Por cierto, los sentimientos son una propiedad de la dimensión<br />
individual. Deja esa bronca acumulada y relájate, que quiero<br />
mostrarte como viajar juntos en la dimensión espiritual.<br />
Nos paramos. Nikei vio sensualmente hacia mí y casi logramos<br />
fundirnos en un abrazo.<br />
-Oigamos juntos- mencionó.<br />
El latido de la Naturaleza se hizo presente. Lo notaba amplificado.<br />
-Ocultémonos ahora- dijo con suavidad... –Ya somos invisibles<br />
para el estado físico.<br />
-Pero te veo- me extrañé.<br />
-Ambos lo hacemos, pues nos hallamos en fase ya que nos movimos<br />
juntos.<br />
-¿Cómo es que también vemos el lugar donde estábamos?<br />
107<br />
-No soy científica, pero entiendo que hay varios factores que contribuyen<br />
a ello. Por un lado, los seres en estado físico no se<br />
hallan desfasados; sí respecto a nosotros, pero no en relación al<br />
estado fundamental (o normal) de las cosas físicas. Por otro, vos y<br />
yo permanecemos físicamente aquí, aunque nos hallamos espiritualizado<br />
un poquito.<br />
De repente notamos que un grupo numeroso de aborígenes aparecía<br />
en escena y empezaba a revisarnos la carpa.<br />
-No pueden vernos ni oírnos- me tranquilizó Nikei. Yo volví a<br />
abrazarla instintivamente.<br />
-¿Y la ropa? ¿Cómo viaja la ropa con nosotros?<br />
-Te repito que no soy científica. Pero tiene algo que ver con la<br />
imagen de la dimensión individual.<br />
Nikei observó mi reloj pulsera. -En el tiempo lineal (que es el que<br />
vale como seres físicos), faltan dos horas y cuarto para mis veinticuatro.<br />
-Las sirenas normales- siguió explicándome, -pueden cambiar de<br />
vida al fin de cada ciclo. Se enfrentan a la posibilidad de continuar<br />
anfibias, salir al aire para ser terrestres, o bien hacerse espíritu<br />
por completo. No les es posible regresar al mar como sirenas,<br />
mas su vida (si se hacen bípedas) continúa normalmente. Tal<br />
cual si hubiesen nacido así.<br />
-Pero... ¿Qué es lo que cuentan que les sucede a los mestizos?<br />
-La versión más popular es que, si no retornan al mar, se transforman<br />
en demonios. Yo sé que no es cierto, al menos creo que<br />
Kosinoi no es tal cosa.<br />
-Mi mamá contó una vez algo de superhombres. Por lo que recuerdo,<br />
el hijo de dos mestizos concebido en tiempo del cambio de<br />
108
ciclo, tiene atributos más allá de lo esperado para una persona<br />
normal.<br />
-Hace tiempo que Kosinoi me persigue buscándome para eso.<br />
Lo que contaba mi novia no me gustaba nada. Además de golpearme<br />
a la altura de los celos, aumentaba mi ira hacia el tal<br />
mestizo.<br />
-Tranquilo o no podrás mantener el defasaje espiritual- alertó Nikei.<br />
Los aborígenes acababan de destrozar la carpa y bailaban a su<br />
alrededor. Me sentía a punto de estallar.<br />
-¡Por favor Gustavo! ¡Relajate!<br />
Ufff... justo cuando estaba por perder mis estribos los indios se<br />
marcharon. Nikei y yo retornamos juntos a la fase estándar.<br />
-¿Cuánto dura el fin de ciclo?<br />
-Más o menos un día- dicho esto, leyó mi pensamiento y aclaró<br />
sin que yo pronunciase palabra: -Sé que suena a algo mágico esto<br />
del superhombre concebido justo al cumplir los 24 años. Quizá<br />
realmente se trate de un cuento de hadas, pero no creo que mi<br />
coterráneo estuviese tan interesado en buscarme si fuese falso.<br />
Tomados de la mano nos sentamos sobre lo que quedaba de la<br />
iglú autoarmable.<br />
-Dos horas- constaté mi muñeca. Hasta pasado mañana deberé<br />
protegerte exhaustivamente. Pasado ese lapso podremos vivir<br />
tranquilos.<br />
Nunca había sentido un amor tan especial, así que decidí jugarme<br />
por entero en ese partido. La mujer más perfecta que podía conseguir<br />
estaba conmigo allí en Surinam. Tomé aire y dije: -Nikei.<br />
-¿Sí?<br />
109<br />
-Cuando salgamos de ésta, quiero que te cases conmigo.<br />
La cara de mi mestiza se colmó de alegría y me besó.<br />
-Hay una manera de alejar ya el peligro- mencionó Nikei, aunque<br />
parecía algo avergonzada.<br />
-¿Cómo?- me inquieté.<br />
-Si Kosinoi me encontrase cuando él quiere, pero yo ya estoy esperando<br />
un hijo...<br />
La idea era buena y en extremo tentadora. Yo deseaba con seguridad<br />
hacer el amor con Nikei en ese instante, millones de veces.<br />
-¡Millones de veces!- sonrió sensual. -¡Uuiii!<br />
La tomé con inmenso cariño y volví a besarla con intensidad. Pero<br />
en algún lugar de mi cerebro estaba sonando una alarma.<br />
En los scouts había aprendido a no tomar el camino más corto<br />
para solucionar problemas. Y lo de engendrar el niño ahora se<br />
veía como eso. Suficientes experiencias me habían enseñado que<br />
la regla funcionaba.<br />
-Sabés que te quiero con todo el corazón- empecé, -pero no debemos<br />
escoger el camino corto en este caso. Lucharé y te defenderé<br />
cuanto sea necesario hasta que el peligro se aleje. Luego, podremos<br />
armar nuestra familia en paz, cómo y cuándo queramos.<br />
Nikei dudó un instante mas confiaba en mí. Me abrazó fuerte y<br />
dijo: -Gracias; por buscar siempre lo mejor y lo bueno. Eres con<br />
quien deseo vivir a mi lado.<br />
¡Shhhhhk!<br />
Un dolor punzante y hacia adentro me invadió el pecho. Pronto<br />
tomó calambre también mi espalda.<br />
110
Los aborígenes nos acechaban desde su aparente partida y querían<br />
a la chica.<br />
Una flecha habíase incrustado en mi torso desde atrás. Casi no<br />
conseguía respirar... memoré aquel recuerdo del pantano.<br />
Sin casi fuerzas sentí que arrancaban a Nikei de mis brazos. Golpeé<br />
a uno o dos indígenas, mas se contaban de a decenas y la tupida<br />
vegetación los diluyó en un suspiro.<br />
-¡Nikeeeeei!- grité sin ya aire. No logré mantener erectas mis rodillas<br />
y me tumbé boca arriba.<br />
Aún conservaba abiertos los párpados cuando el impacto. Llegué<br />
a observar cómo la punta triangular y el tallo de aquella flecha<br />
emergían de mi pectoral derecho.<br />
Con esa imagen y los ojos desesperados de Nikei grabados en mi<br />
retina, comencé a morir...<br />
111<br />
CAPÍTULO V<br />
112<br />
Entrenamiento SEVRA<br />
Cuando rayaba los diecinueve o veinte años, ideé un sistema de<br />
entrenamiento que me permitiría luego desarrollar grandes habilidades.<br />
Lo usábamos con mis alumnos de taekwon-do para luchar.<br />
Junto a ellos, fuimos poniendo a prueba el nuevo método y<br />
ajustándole las tuercas flojas. Lo llamé: SEVRA.<br />
El sentido de la visión, para los que tenemos la gracia de contar<br />
con él, es el que más nos “llama la atención”. Muchas veces despreciamos<br />
sonidos, olores, portadores de información precisa y<br />
completa, a causa de dejarnos absorber por una imagen.<br />
Son nuestros ojos gran aspiradora del entorno. Mas esa succión<br />
suele ser tan intensa, que nos mueve a desperdiciar las otras frutas<br />
del paraíso. En lugar de degustar exquisita ensalada de frutas,<br />
nos conformamos con la enorme manzana visual y unos sorbos<br />
escasos del resto delicioso.<br />
En el combate, un adversario experimentado puede transformarse<br />
en la bruja de Blancanieves ofreciéndonos esa manzana visual<br />
envenenada. Y lo peor del caso es que si la mordemos, seremos<br />
nosotros mismos Blancanieves y correremos factiblemente su<br />
mismo destino: dormir, a consecuencia de otro golpe oculto tras la<br />
fruta.<br />
Básicamente, la vista es útil pero suele sucumbir ante los buenos<br />
“amagues”, si no se halla lo suficientemente entrenada.<br />
También existen otra multitud de pruebas que apoyan el valor de<br />
los cuatro sentidos restantes al momento de pelear. Captar un<br />
ataque antes de que este se inicie, esquivar o detener golpes por<br />
la espalda, etc., etc.
Intentando pues desarrollar la captación de esos sentidos, tan útiles<br />
para el combate, llegué a desarrollar el sistema de entrenamiento<br />
SEVRA.<br />
¿Por qué se llama así? ¿Tiene fallas ortográficas?<br />
No es tema del presente texto y su desarrollo podremos leerlo si<br />
algún día decido publicar todo aquel trabajo... No obstante, os<br />
aseguro que SEVRA está bien escrito.<br />
Esta forma de prepararse para pelear se extendió más tarde y su<br />
incumbencia a los entornos más diversos resultó impensada.<br />
Mis relatos se basan en sucesos que he atravesado realmente, así<br />
que podréis anticipar sin chingarle que no fallecí allí en Surinam.<br />
Mientras agonizaba, Mayira, el Jaguar del Cambio, presentóseme<br />
en sueños.<br />
-Gustavo- dijo de pie, acercándome su mano para que lograse levantarme.<br />
–El combate más duro se avecina. De ti depende ahora<br />
el futuro de la historia.<br />
Con dificultad erguí ambas piernas. Molestaban las puntadas en<br />
el pecho. Dentro del sueño ninguna flecha me perforaba pero<br />
igual sufría su efecto.<br />
-Kosinoi el mestizo ha obligado a los nativos. Ellos seguían vuestros<br />
pasos desde que aparecieron por su cielo. Mas aquél, guiado<br />
por funestos ideales de venganza, irrumpió junto a las chozas y<br />
presionó al jefe tribal para que capturasen a tu chica.<br />
-Cuando fueron atacados, alguien desvió la flecha y evitó que te<br />
atravesara el corazón, porque la orden era de matarte.<br />
Me sentí agradecido y lamenté que ese “alguien” no hubiese logrado<br />
desviar más el disparo<br />
-¿Quién me ayudó?<br />
113<br />
-No lo sé- respondió Mayira haciéndome entender que él sabía<br />
muchas cosas pero no era Dios.<br />
-Y dime- razoné, -¿De qué desea vengarse Kosinoi?<br />
-De su vida. Del sufrimiento largo y pesado que atravesó como<br />
mestizo. Lamentablemente resultó ser de esas personas oscuras<br />
que juntan rencores.<br />
-¿Rencor hacia quién?<br />
-Hacia todos- continuó Mayira. –Hacia el mundo.<br />
-¿Quiere destruir el mundo?<br />
-No. Quiere usarlo; controlarlo a través del poder de su futuro<br />
hijo.<br />
-¡Qué hijo! ¡No tendrá ningún hijo con Nikei mientras yo viva en<br />
esta Tierra!<br />
-Debo recordarte que tu estado actual es más próximo a la muerte<br />
que a la vida- lamentó el anciano.<br />
-¡Viviré!- le aseguré.<br />
-Así me gusta- sonrió. Al parecer mi energía retornaba hacia<br />
donde debía estar.<br />
-Estamos fuera del estado físico- prosiguió explicándome. Tu<br />
cuerpo yace en el pasto de Surinam con una pizca de espíritu que<br />
lo mantiene encendido. El resto de ti está aquí conmigo.<br />
-Para detener a Kosinoi te servirá repasar lo que sabes sobre lucha.<br />
-¡Pero no hay tiempo!- calculé. –Cuando me hirieron quedaban<br />
alrededor de dos horas para que Nikei cumpla sus veinticuatro.<br />
-Recuerda- me tranquilizó, -no estás en forma física. Aquí podemos<br />
independizarnos del tiempo lineal.<br />
114
-Entiendo.<br />
-Tomaremos los días necesarios para entrenar y luego regresarásindicó<br />
Mayira. –La tribu se asienta a minutos del lugar donde te<br />
flecharon, y allí tienen a Nikei.<br />
-Bien- acepté.<br />
-Sé que tú eres hábil para defenderte- me vio mientras se agazapaba<br />
como para atacar. –La técnica SEVRA que desarrollaste será<br />
clave con el islandés. Pero deberás ampliarla.<br />
Se constituyó un tenso silencio... Presentía algún peligro... De<br />
repente fui presa de increíbles temores y el anciano golpeó mi<br />
mandíbula con su bastón.<br />
-¡Ay!- me quejé.<br />
-¿Por qué no defendiste?<br />
Razoné un instante mientras me frotaba la pera. –Tuve miedo.<br />
Mucho miedo. Y eso nubló mis acciones.<br />
-¿Nubló tu vista?<br />
-No sólo mi vista. Estoy preparado para combatir sin visión, pero<br />
el pánico llegó muy adentro mío y no pude reaccionar.<br />
-Bien- aprobó. –Así como te entrenaste en el uso del oído dejando<br />
de lado tu vista, por ejemplo, debes ahora reforzar tu individualidad.<br />
-En esa dimensión, los diferentes entes pueden inmiscuirse unos<br />
con otros. Lo que yo hice para golpearte fue invadirte. Me dispuse<br />
en “tu” ámbito individual y distorsioné a mi gusto tu temor.<br />
-Mmm...- lo que Mayira decía se correspondía con los hechos.<br />
También me molestaba un poco pensarme “invadido”.<br />
115<br />
-Existen infinidad de maneras para interactuar individualmentesiguió.<br />
Puede hacerse intentando beneficiar o deteriorar al otro.<br />
Algunas ocasiones se intenta para explorar solamente, otras para<br />
unirse, otras para cerrar las puertas por completo.<br />
-Qué interesante. Si yo manejase bien los movimientos por la dimensión<br />
individual hubiera podido defenderme. Por ejemplo, cerrando<br />
las puertas.<br />
Mayira agazapose por segunda vez. Viendo esto sacudí mi cabeza<br />
y me acomodé en guardia máxima1 .<br />
El anciano se mantenía inmóvil pero su mirada me molestaba.<br />
Tal cual el zumbido del mosquito por las noches junto al oído, la<br />
situación empezaba a repletarme.<br />
Mi enojo se incrementaba. No deseaba mostrar los dientes aunque<br />
sí los estaba apretando. Centraba mi esfuerzo tanto en contener<br />
la ira como en atender los movimientos de mi entrenador,<br />
para evitar que me golpease nuevamente.<br />
¡Blaff! Tremendo cachetazo en el trasero logró hacerme escapar la<br />
furia contenida. Lancé un descompresor y a la vez intimidante<br />
alarido.<br />
¡Blaff! Una segunda palmada, esta vez enrojeciendo mi moflete<br />
derecho.<br />
-Alto- advirtió Mayira y detuve un enardecido impulso de golpearlo.<br />
-Kosinoi maneja bien su individualidad, al igual que el kung-fu<br />
que practica desde pequeño.<br />
Yo admiraba aquel arte marcial chino.<br />
1 La postura de guardia máxima tiene amplia separación de pies, una mano al<br />
frente con dos dedos estirados y la otra sobre la altura de la cabeza.<br />
116
-Sé que lo admiras- leyó Mayira mi pensamiento.<br />
-¿Él también puede hacer eso?- me preocupé.<br />
-¿No lo notaste en Brasil, cuando uno de los captores adivinó el<br />
pensamiento del militar? ¿O cuando reunió repentinamente a sus<br />
compañeros casi sin dar instrucciones?<br />
Rodé hacia atrás la memoria. El islandés que refería Mayira tenía<br />
el pelo casi blanco. Sus ojos eran celestes o grises y una calvicie<br />
extraña le dejaba pelo sólo en la parte anterior del cuero cabelludo.<br />
-Es característico de los hombres mestizos- aclaró Mayira, que<br />
observaba mi recuerdo. Aunque casi nadie lo sabe.<br />
-¿Por eso Nikei descubrió que es mestizo?- pregunté.<br />
-No. Pero querías saber si Kosinoi puede leer tu mente como yo lo<br />
hago.<br />
-A... sí.<br />
-Puede- confirmó. Será la siguiente etapa de nuestro entrenamiento.<br />
Mayira chasqueó los dedos y ocurrió un arropamiento automático.<br />
Yo vestía mi dobok y él calzaba plumas amarillas y rojas en la<br />
frente, nada en el torso y unos pantalones flojos de cuero marrón<br />
claro.<br />
-En mi época- habló el Inca, -lo llamábamos chiru-pá.<br />
-Comencemos discriminando lo individual, del espíritu y de las<br />
ideas.<br />
Ambos nos sentamos enfrentados. Cruzamos las piernas como<br />
los indios y dispusimos los puños enfrentados paralelamente al<br />
pecho propio.<br />
117<br />
Respiramos profundamente.<br />
Con voz serena comenzó Mayira: -Los pensamientos existen casi<br />
pegados al ente individual, aunque son otra cosa.<br />
-Piensa que eres tú mismo.<br />
Lo hice. No resultaba difícil sino más bien redundante. Por supuesto<br />
que era yo mismo.<br />
-Ahora eres Mayira- interrumpió. Medítalo con intensidad. Actúa<br />
mentalmente representando mi papel.<br />
Traté. La barba blanca y gris emergía sin cesar cubriéndome lo<br />
bajo del rostro. Al principio parecía divertido pero fui notando<br />
cómo la picazón efecto de aquel excesivo lanaje humano incrementaba<br />
mi afecto por la afeitadora.<br />
Además del rostro –que ya se veía idéntico- probé transformarme<br />
una y otra vez en jaguar. Aunque tenía bastante claro que Mayira<br />
no se “transformaba”, me divertía pensarlo así.<br />
Imaginariamente me había convertido en el anciano. Estaba muy<br />
compenetrado y el Inca generó frente a mí una superficie plana<br />
espejada. Vi mi reflejo: era yo, arropado con el dobok blanco pese<br />
a la profunda mentalización.<br />
-Tu imagen no ha cambiado.<br />
-Era de esperar- sonreí.<br />
-¿Pero no te extrañaste al verte idéntico a ti mismo?<br />
Verdaderamente sí me había sorprendido. Estaba tan ensimismado<br />
en el personaje que daba por descontada mi apariencia incaica.<br />
-Ahora aislaremos las ideas- recomenzó el anciano. –Así como te<br />
imaginaste que eras Mayira, ve tomando mentalmente diferentes<br />
118
personajes. Comienza despacio. A medida que avances, ve aumentando<br />
la velocidad de variación.<br />
Entendí sus instrucciones. Me concentré y adquirí el papel de<br />
Chaplín. Cuando lo tuve suficientemente asentado, pasé al General<br />
<strong>San</strong> Martín, libertador de gran parte de Sudamérica. Más tarde<br />
fui Tom, luego Jerry, Súperman, mi abuelo, una heladera, un<br />
baobab, un perro de dos cabezas, ...<br />
En medio de aquel remolino de personajes, Mayira volvió a dirigirse<br />
a mí. Tenía ya yo suficiente inercia y práctica con la tarea de<br />
cambiar mentalmente de apariencia, así que no necesité abandonar<br />
la vorágine para escucharlo.<br />
Ubicó frente a mí el espejo por segunda vez. –Siempre te ves idéntico,<br />
pese a que en la dimensión de las ideas cambies de individuo-<br />
dijo. –Intenta palpar esa distancia que existe entre quién<br />
eres y quién crees que eres...<br />
-Pero...- dudé, -en otras ocasiones he ido comprobando que el<br />
efecto de pensarse de tal o cual manera, lleva a adoptar esa característica<br />
que se pensaba.<br />
Mayira asintió. –La dimensión de las ideas existe altamente relacionada<br />
con la individual. Como bien dijiste, el pensar algo puede<br />
llevarte a..., pero no hace que “seas”.<br />
-Siente... ¡Siente!- gritó.<br />
Detuve mi mentalización variable. En ese instante resultaba ser<br />
la Mujer Maravilla. -¿Qué quiere que sienta? ¿La diferencia entre<br />
mente e individuo?- terminé de decir esto y caí en la cuenta de<br />
que Mayira no había movido sus labios para pronunciar “Siente”.<br />
¿Ventriloquismo? No lo creo.<br />
-Oyes mis ideas- afirmó.<br />
119<br />
-Así es- respondí también sin hablar. De alguna forma, siendo<br />
espíritu podía comunicarme telepáticamente. Yo necesitaba dominar<br />
aquellas técnicas en el estado físico, así podría combatir<br />
contra Kosinoi.<br />
Las cosas que me enseñaba el Inca, bien podían ser consideradas<br />
por un psicólogo como distintos aspectos de nuestra mente. Quizá<br />
era sólo un nuevo enfoque del tema. Pero toda aquella experiencia<br />
resultaba muy convincente.<br />
El tiempo que siguió estuvimos entrenando intensamente. Mayira<br />
explicó que las pruebas iniciales me habían servido para conocer<br />
la naturaleza de ambas dimensiones (individual e ideas). Nuestro<br />
trabajo consistía entonces en ejercitar muchas formas de interacción<br />
a su través.<br />
Cada tanto recordaba que éramos espíritu y el tiempo lineal no<br />
transcurría. Eso me permitía olvidar momentáneamente la urgencia<br />
de rescatar a mi novia y dedicarme de lleno a las prácticas.<br />
El primer ejercicio consistía en desdoblar el temor propio. Mayira<br />
lo nombró: “Ejercicio del miedo”.<br />
Seguramente has oído que el temor es una sensación natural y<br />
que tener miedo no implica ser cobarde- comenzó. –Eso en parte<br />
es cierto y en parte no. La valentía y el miedo son manifestaciones<br />
emparentadas del mismo fenómeno. No deben pensarse como<br />
extremos opuestos ni tampoco como independientes.<br />
-Cuenta la historia de un legendario guerrero incaico que defendió<br />
sus tierras de las primeras incursiones hispanas. El hombre estaba<br />
ya acostumbrado a sentir temor y sobreponerse haciendo<br />
uso de su valor indómito. Pero esa mañana, vigilando como acostumbraba<br />
desde unos montículos rocosos construidos cual mangruyo,<br />
observó los rostros extraños de esos aún desconocidos invasores.<br />
La piel blanca, el pelo aflorándoles por doquier como a<br />
120
los simios, las vociferaciones constantes, ... De alguna forma le<br />
impartían más miedo que lo usual. ¿Miedo a lo desconocido? Sí.<br />
Los hechos inexplicables, los comportamientos inesperados aparentemente<br />
sobrenaturales muchas veces se relacionaban con<br />
fuerzas divinas. Quizá aquella invasión fuese castigo dictaminado<br />
por Inti y esas bestias salvajes con apariencia humana tuviesen<br />
poderes impensados... Tolac tomó conciencia del deber que lo investía<br />
como guardián de sus amigos, hijos y familias. Sabía que<br />
si daba cabida al miedo, éste lograría instalarse y como niño caprichoso<br />
no daría sitio al valor. Sacudió la cabeza entonces, como<br />
para desprenderse del indeseado visitante, respiró profundo poniendo<br />
en marcha su valor y defendió al imperio.<br />
-Ningún español sobrevivió a su ataque, así que los libros de hoy<br />
cuentan sólo que “murieron a manos de los nativos”. En cambio<br />
el pueblo inca, recuerda el fervor y la pasión con que Tolac, el<br />
guardián, luchó en protección de los suyos por esos años.<br />
-¿Y qué significa la anécdota?- pregunté.<br />
El anciano hizo una pausa. Indicó que me sentase cómodo y<br />
permaneció de pie a unos metros frente a mí.<br />
-El miedo y la seguridad existen en las ideas. En cambio el valor<br />
o la cobardía, son extremos opuestos de una característica individual.<br />
Pero ambos están tan íntimamente relacionados que pueden<br />
confundirse.<br />
-Hay personas -activas normalmente- que han desarrollado un<br />
puente entre temor y valor. Aparece algo que los amedrenta e inmediatamente<br />
se moviliza el aspecto valeroso de su persona.<br />
Otras, comúnmente pasivas, no logran construir ese conducto y<br />
funcionan según el desnivel, siempre hacia abajo. Se asustan de<br />
algo y el cobarde que llevan dentro los invade.<br />
121<br />
-Entre estos extremos (el héroe y el cagón), están la mayoría.<br />
Siempre debemos intentar mantenernos lo más cercanos posibles<br />
al extremo heroico. Se puede pasar para un lado o para otro.<br />
-Aprenderemos ahora una técnica mediante la que tus ideas pueden<br />
construir un nuevo espacio individual donde alojar el temor.<br />
-Yo estoy de pie- anunció a viva voz, -y tú te ves pequeño allí sentado.<br />
Esta diferencia debe causarte una mínima intimidación,<br />
generando miedo. Ahora bien, todos tenemos nuestro miedo. Yo<br />
mismo tengo el mío; pero lo conozco y es mi amigo.<br />
-Cuando se enfrentan dos luchadores, en el ring se desata una<br />
pelea entre cuatro personas: un combatiente con su miedo y el<br />
otro con el suyo propio.<br />
-Por lo común, si están peleando Juan y Pedro, el miedo de Juan<br />
lucha contra Juan y el miedo de Pedro, contra Pedro.<br />
-Cuánto más fácil sería ganar si por ejemplo Juan fuese amigo de<br />
su miedo... la lucha pasaría a ser completamente despareja: ¡Tres<br />
contra Pedro!<br />
-Por eso debes ser amigo de tu temor.<br />
-¿Y cómo lo logro?- quise saber.<br />
-Primero identifícalo. No lo niegues. Él está allí al lado tuyo. En<br />
este instante te ve desde arriba. Lo ubicaste tú mismo de pie, tal<br />
como yo que soy el que te intimida. Está en mi bando. Y somos<br />
tres, porque el otro es amigo mío.<br />
Yo miraba y no llegaba a ver nada. Mas imaginaba que el miedo<br />
no debía ser visible, sino mas bien un ámbito de... proyección,<br />
como dicen los psicólogos, creo.<br />
-Hazlo tu amigo. Dile que se siente en tu postura. Verás que no<br />
se niega- me alentó.<br />
122
Intenté concentrarme. No ocurría nada en absoluto. Tuve la esperanza<br />
de que igual funcionase aquello y con gran determinación<br />
–sin importarme que no lo pudiese notar-, lo invité a sentarse<br />
haciendo un gesto con la mano.<br />
Largo rato estuvimos allí. Mayira no se movía. Sin darme cuenta<br />
noté que ya no me sentía intimidado.<br />
Decidí pararme, mejor dicho pararnos y enfrentar al Inca. Lo<br />
hicimos. Toda mi energía se sentía multiplicada por dos. El miedo<br />
no me incomodaba. Era mi amigo.<br />
-¡Bien hecho!- aprobó Mayira sonriente. –Ahora peleemos...<br />
¡Zaap! detuve su empeine con ambos antebrazos, justo antes de<br />
que impactara mi rostro. Los golpes iban y venían; normalmente<br />
defendíamos todo, o esquivábamos. Algún que otro impacto hacían<br />
blanco, pero nada fuera de lo común.<br />
De repente el anciano se veía como jaguar. Vacilé un instante pero<br />
recordé: estábamos el miedo y yo, éramos dos, así que lo envié<br />
por atrás para distraer al felino, mientras le asestaba yo mismo<br />
un fuerte puñetazo en el abdomen.<br />
Los combates continuaron. Mayira buscaba amedrentarme de<br />
diferentes formas, para que pudiese entrenar bien el empleo del<br />
miedo como compañero de combate.<br />
Luego de la vigésima o trigésima contienda –ya había perdido la<br />
cuenta-, estaba listo para el siguiente paso...<br />
-Es tiempo de comenzar el segundo ejercicio; se llama “El ejercicio<br />
de dar y recibir”-. Las palabras de mi maestro lograban intrigarme.<br />
Nuestra práctica estaba resultando en extremo interesante.<br />
-Recuerdo- principió su explicación, -cuando dudabas en sueños<br />
sobre el género del tal Mayira... La “a” al final te llevaba primero a<br />
suponer una bruja y después una hermosa chica. A fin de cuen-<br />
123<br />
tas, terminé siendo más parecido a la peor de tus hipótesis: la tercera.<br />
Ja, ja, ja...- rió.<br />
-Pues bien, la sexualidad es otra característica que reside en la<br />
dimensión individual. Punto de contacto entre individuo y espíritu,<br />
nos da la maravillosa posibilidad de procrear.<br />
-El sexo es propio del Universo. Así como se puede ser brillante o<br />
mediocre, también se puede ser hombre, mujer, o ser mediocre<br />
sexualmente hablando.<br />
Nos paramos uno frente al otro. Mayira lanzó un puño a la altura<br />
de mi cara y lo esquivé hacia un costado. Inmediatamente quiso<br />
golpearme en el torso y con ambas manos atrapé su brazo torciéndolo<br />
veloz.<br />
-Cuando esquivas, amortiguas, defiendes, acompañas movimiento,<br />
estás recibiendo. Cuando lanzas puño, patada, aplicas pinza,<br />
amagas, estás dando. En combate que ambos dan, normalmente<br />
ambos reciben.<br />
-Pero esto se aplica a otra multitud de acciones, en diferentes<br />
ámbitos, no sólo en la lucha. El dar es masculino. El recibir es<br />
femenino.<br />
Eso sonaba claro, pero yo no actuaba como mujer cuando defendía<br />
un golpe...<br />
-No es malo usar actos femeninos y masculinos, es imperiosamente<br />
necesario. Cualquier individuo no es sino fruto de la acción<br />
entre ambas fases de esa característica.<br />
-El varón, tiene acentuada su faz dativa y la mujer la receptiva.<br />
Cuando uno y otro se complementan bien, es cuando no “dependen”<br />
entre sí, sino que se aprovechan y potencian mutuamente,<br />
en armonía. Como la música. Como la resonancia de una nota<br />
en la caja de tamaño adecuado.<br />
124
Mayira se esfumó y vi a Nikei. Un fuerte impulso me tironeaba<br />
del mismo corazón. Desfallecería si no alcanzaba a tomarla.<br />
-Mantente quieto- advirtió la voz del Inca.<br />
Nikei desapareció y allí cerca vi a Cecilia. ¿Cómo podía haberme<br />
olvidado tanto de ella? Sentí cariño dentro mío y también deseé<br />
alcanzarla.<br />
-¡Quieto!- repitió Mayira.<br />
A un costado observé a Marianela, una chica que me gustaba en<br />
el colegio; después Lorena, Marina, y otra, y otra. Todas fueron<br />
pasando, una a una.<br />
Me palpitaba el pecho. Hervían mi amor y mis hormonas. Una<br />
extraña sensación de recuperos y pérdidas sucesivas fue transformándose<br />
en rutina...<br />
Las palabras del anciano sonaron nuevamente: -El individuo es<br />
en sí completo. Tú lo eres. Siente cómo te potencia la presencia<br />
cercana de una mujer amada, pero al desaparecer no se va una<br />
parte tuya, sino que se retira el complemento del otro individuo.<br />
Las chicas seguían pasando. Yo empezaba a comprender lo que<br />
me trataba de enseñar el Inca...<br />
-Un individuo sólo es tal. Puede ser macho o hembra, pero en sí<br />
resulta completo. La sexualidad es una característica de la dimensión<br />
individual, así como lo es el temor.<br />
-¿Y los homosexuales?- se me ocurrió preguntar pensando rebeldemente.<br />
-Los homosexuales se gestan al estado físico con predominancia<br />
de una faz y luego sufren un desplazamiento de su situación preponderante<br />
hacia la otra.<br />
-¿Y los hermafroditas?<br />
125<br />
-Vamos, vamos- se cansó el anciano, -dejemos de dar vueltas.<br />
Los hermafroditas se gestan en el momento del cambio de faz, cosa<br />
de baja probabilidad pero posible al fin. De todas formas no es<br />
nuestro punto.<br />
-¿Y cuál es?- inquirí.<br />
-Practica defender, sólo defender- ordenó. Mi maestro inició la<br />
metralla de golpes con manos y pies. Yo, como me había indicado,<br />
me limitaba a defender.<br />
-Ahora ataca- dijo y pasó a defender cada uno de mis certeros impactos.<br />
Después de repetir cinco veces el ejercicio aclaró: -Lo importante<br />
de esta práctica de dar y recibir es que, a través del combate –que<br />
dominas-, ganes la entera seguridad de que eres un ser completo.<br />
Así dejarás sin efecto los intentos de Kosinoi por desestabilizarte a<br />
través de tu sexualidad.<br />
-“Defensa contra patada a las bolas”- pensé en chiste y Mayira<br />
también sonrió.<br />
-¿Cómo hace eso de oír lo que hay dentro de mi mente?- me intriqué.<br />
–Enséñeme por favor.<br />
-Pronto- dispuso, -pero antes haremos el “Ejercicio de Rezar”.<br />
Movió la mano describiendo un círculo y el ambiente se oscureció.<br />
La única luz provenía de una vela que descansaba erguida sobre<br />
el suelo.<br />
-Ponte cómodo. Concéntrate en la flama...-. Así estuve como una<br />
hora. Mayira volvió a hablar recién entonces: -Tú eres esa llamita.<br />
También estoy yo- y encendió una segunda vela junto a la<br />
mía. Pasaron otros veinte minutos, más o menos...<br />
-Y hay más fuegos; por doquier- rompió el silencio. –Sobre todo<br />
existe un gran, un enorme fuego que da la vida al Universo.<br />
126
-¿Dios?- pregunté.<br />
-Dios, Inti, el gran espíritu, Alá, como desees. Existe una protección<br />
que puedes usar y no debes desperdiciar. Sólo tú contarás<br />
con ella cuando luches con Kosinoi (si llegas a tiempo, claro).<br />
Mayira dijo eso y volvimos a sufrir un largo silencio.<br />
-¿Por qué no haces nada?- me inquietó.<br />
-¿Qué debo hacer?- estaba confundido. Parecía como si no me<br />
diese cuenta de algo.<br />
Mi maestro respondió con otra pregunta: -¿Cómo se llama este<br />
ejercicio?<br />
-De Rezar- supe contestar.<br />
-Pues...- el suspenso retornó junto con el “pues...” de Mayira.<br />
¿Debería rezar? Tal vez; sabía hacerlo como cristiano que era. La<br />
situación generaba angustia. Más que poder rezar, lo necesitaba.<br />
-“Padre nuestro...”- oré y oré. a medida que avanzaba y me compenetraba<br />
más en aquel misterio de la oración, todo por allí se<br />
tornaba más claro. Pronto, era completamente de día.<br />
-Los que buscan el mal no compatibilizan con Dios. Por ello Kosinoi<br />
ni pensará, ni deseará usar su protección.<br />
-Pero aquí yo, o Dios, iluminó todo. ¿Cómo hago para usar esto<br />
en combate?<br />
-Antes de pelear, y si fuese necesario durante la lucha, reza. Reza<br />
por ti, por tus motivos y sobre todo pide que Dios esté en tu adversario,<br />
esté alrededor tuyo, esté siempre y en todas partes.<br />
-La oración de <strong>San</strong> <strong>Patricio</strong>- recordé.<br />
-Úsala si la conoces. De esa forma tendrás contigo algo que el<br />
islandés no podrá sobrepasar.<br />
127<br />
Mayira parecía apurado. La costumbre de vivir allí fuera del<br />
tiempo lineal permitió que lo notase.<br />
-Rápido- dijo, -debo enseñarte el ejercicio de...<br />
-¡Gustavo! ¡Gustavo! ¡Despertate hermano!- abrí dificultosamente<br />
los ojos. Varis me mojaba la frente con agua fría. Había retirado<br />
la flecha de mi costado y hecho una curación casera.<br />
Tosí; hice fuerza para sentarme aunque lo perforado me aguijoneaba<br />
tremendamente. Una vez acomodado, observé el jeep con<br />
un oficial de Surinam que aguardaba a diez metros.<br />
-Capitán ¿qué pasó?<br />
-Tenías clavada una flecha cuando llegué. En el vehículo traemos<br />
combustible para el Huarpe. Pero decime: ¿La chica?<br />
En mi cerebro fui recapitulando lo sucedido. Nikei estaba a minutos<br />
de allí ¡aunque no sabía en qué dirección! Aquel dato faltante<br />
podía convertir los minutos en horas.<br />
Vi mi muñeca: -¡Son las tres y media! ¡Dios mío, cómo hacemos!desesperé<br />
sujetándome los pelos.<br />
Varis frunció el entrecejo apenado, buscando ideas.<br />
-Sé que está cerca- aclaré, -a unos cuantos minutos desde aquí.<br />
-¿Hacia dónde?<br />
-Ese es el dato que me falta.<br />
-Veamos- dijo otra voz a nuestras espaldas. Ambos volteamos<br />
alertados. Era Mayira.<br />
-Todos nos conocemos- se adelantó el Inca, -soy Mayira, amigo-.<br />
El oficial local también se había alarmado y no dejaba de apuntarlo.<br />
Varis le indicó con un gesto claro de su mano que todo estaba<br />
en orden.<br />
128
Mayira prosiguió: -Quedan exactamente treinta y cuatro escasos<br />
minutos. Kosinoi no perderá un instante para lo que busca, así<br />
que el tiempo es definitivamente ese.<br />
-¿Qué Kosinoi y qué busca?- interrumpió el Capitán, molesto por<br />
no comprender.<br />
-Es el que secuestró a Nikei...- respondí.<br />
Pero el anciano americano alzó sus palmas y pidió que lo imitásemos.<br />
De un vistazo logró infundir suficiente temor al lugareño<br />
que puso en marcha el jeep y huyó. Quedamos sólo los tres.<br />
Nuestras seis palmas se veían frente a frente.<br />
-Haremos el “Ejercicio de la Comunicación”. Buscaremos velocidad...-<br />
Mayira nos decía estas palabras sin abrir su boca. Extrañamente,<br />
tenía la sensación de que el mensaje provenía de sus<br />
manos.<br />
El Capitán me echó un vistazo sorprendido y adoptó una actitud<br />
pasiva al observar como yo intentaba seguir el juego. Poco después,<br />
estaba por bajar los brazos y el Inca advirtió: -No quiten las<br />
palmas, ya que yo hablo con mis palmas porque ustedes escuchan<br />
con ellas.<br />
Tuve el impulso de vérmelas mas las dejé en sus sitio.<br />
Mayira prosiguió: -Un japonés oye y entiende el japonés, un francés<br />
el francés, un perro comprende los ladridos y expresiones de<br />
otro perro... pero se pueden aprender idiomas, ¿no es así? Es<br />
más, los humanos solemos entender a nuestras mascotas y ellas<br />
a nosotros. Pues bien, el idioma es sólo un medio para transmitir<br />
mensajes-, caí en la cuenta de que ya no mantenía sus palmas en<br />
alto. Lo que ahora oía entraba por mis ojos.<br />
-Es en la dimensión de las ideas donde nos manejamos ahora<br />
¿no?- deduje.<br />
129<br />
-Correcto- se alegró Mayira. –El ejercicio de la comunicación consiste<br />
en hablar de diferentes formas. Puede practicarse superficialmente<br />
como lo hicimos hasta ahora, o puede...- sentí una implosión<br />
de mis más internas sensaciones, como si me vibrase el<br />
alma misma.<br />
Varis estaba blanco, con ambos ojos casi desorbitados.<br />
-¿Profundo?- traduje.<br />
-¡Sí!- festejó Mayira y volvió a trastocar mis emociones.<br />
-Bien- por fin se detuvo. Viendo al Capitán momentáneamente<br />
desmayado, se dirigió a mí a través de nuestras mentes: -Kosinoi<br />
maneja muy bien el idioma del mar, que usa áreas de contacto<br />
entre individualidad e ideas, recibiéndose como sensaciones si no<br />
sabes oírlo y como ideas precisas y claras si estás preparado.<br />
-Nikei también lo maneja, así que deberás valerte de sus conocimientos<br />
en caso de necesitarlo.<br />
-Si el mestizo intenta amedrentarte con palabras feroces, simplemente<br />
no le prestes atención. Concéntrate en tus objetivos y descarta<br />
lo accesorio.<br />
-Por las dudas- continuó Mayira dándome cierta preocupación en<br />
sus términos, -aprende esto: “Daiav niu syet, e, e”; dícelo si busca<br />
molestarte con sus expresiones.<br />
-“Daiav niu syet, e, e”- repetí. -¿Qué significa?<br />
Mi maestro Inca se perfiló para marcharse. ¿No pensaba responderme?...<br />
-No lo sé, pero suele funcionar- dijo poco antes de desaparecer. –<br />
Es hacia allá- indicó un sendero estrecho abierto en la maleza. -<br />
¡Buena caza!- nos deseó y se esfumó.<br />
130
Varis se ponía de pie algo quejoso y sacudía la cabeza. Se habían<br />
hecho las cuatro de la tarde. Cinco minutos nos separaban del<br />
horror.<br />
-¡Sígame Capitán!- cerré mi puño diestro y emprendí indómita carrera<br />
entre las plantas.<br />
Los bordes cortantes, espinas y ramas tiesas no dejaban de rasguñarme.<br />
El sendero se desdibujaba metros adelante y la duda<br />
lastrábame los pasos. Para acá; para allá; empecé a girar buscando<br />
una mínima orientación para seguir. Varis llegó jadeando<br />
tras mi rastro.<br />
-¿Dónde vamos?- respiró.<br />
Mi siguiente pisada fue a dar justo sobre la cola de un animal escurridizo<br />
que pasaba desapercibido frente a mí. Enseguida oí un<br />
desliz veloz y a centímetros sobre la rodilla tremenda punzada me<br />
clavó.<br />
-¡Ahhh!<br />
-¡Una víbora!- se alarmó el Capitán cayendo en la cuenta de que<br />
me acababa de morder.<br />
Con la vista pude rastrearla antes de que se escabullese bajo la<br />
tierra, por un túnel pequeño. Su cuerpo rojinegro me daba escasas<br />
horas de vida: era una coral, de fuerte y efectiva ponzoña, sin<br />
antídoto conocido. Varis la conocía y se acercó sin saber que decir.<br />
El reloj marcaba 16:03.<br />
Saqué la vista de foco y me dispuse tal cual lo había hecho en<br />
Brasil para curar. Mi luminosidad era roja casi por completo.<br />
-Llévame junto a aquél árbol- rogué al Capitán. Su tronco se veía<br />
blanco brillante como mis palmas en otras oportunidades.<br />
131<br />
Con la poca fuerza que me mantenía respirando me así al árbol y<br />
lo abracé. Enseguida fluyó tremendo caudal de frescura dentro<br />
mío. La corteza húmeda se fue secando y agrietando. Sus hojas<br />
verdes ennegrecían y cayeron a montones. El árbol me estaba<br />
limpiando con su vida propia.<br />
Desperté abofeteado por mi Capitán: -¡Che! ¡Che!<br />
La planta grande ya estaba seca y marchita; mi luminiscencia<br />
había vuelto a ser blanca como antes.<br />
-Gracias- balbuceé acariciando lo que quedaba de aquel vegetal.<br />
-¡La hora!- me advirtió Varis que aunque no entendía por qué, sabía<br />
que los minutos eran críticos.<br />
Quedaban segundos... y no sabía por donde seguir.<br />
-¡Gustaaavoo!- era un grito de Nikei, hacia donde se había ocultado<br />
la coral. Ambos nos vimos un instante y salimos como rayo en<br />
esa dirección.<br />
Tras veinte pasos de tupida maleza se abrió el panorama. Una<br />
docena de chozas construidas con palos y paja circundaban esa<br />
aldea. Varios nativos con ropas escasas nos miraban apesadumbrados.<br />
Hacia uno de los lados, en una jaula cilíndrica construida<br />
con barrotes de madera estaba Nikei, atada por una de sus<br />
muñecas. a metros de ella, Kosinoi se disponía a iniciar su meditada<br />
venganza. Los dos adentro, solos. Unas verjas horizontales<br />
unidas a manera de puerta se veían cerradas. Cada segundo retumbaba<br />
en mi cavidad craneal. La querida adrenalina fluía por<br />
venas y arterias. Mi espíritu se templaba cada microtrozo de<br />
tiempo lineal que transcurría. Nikei quitó su vista del malvado y<br />
captó mi presencia, cosa que le hizo volver el alma al cuerpo, como<br />
dicen.<br />
132
Iba a lanzar un alarido amedrentador antes de iniciar rauda carrera<br />
hacia la jaula, mas preferí llegar por sorpresa. En un abrir y<br />
cerrar de ojos mis trancos me acercaron a la distancia justa para<br />
saltar. Resorteé ambas piernas consiguiendo tremenda altura y<br />
quebrando uno de los troncos con el canto de mi pie derecho penetré<br />
las rejas.<br />
Caí bien parado, en guardia, entre mi novia y el mestizo, que aún<br />
no había llegado a tocarla. Kosinoi me vio sorprendido e inmediatamente<br />
cambió su expresión. Un gesto pestilente lo envolvía.<br />
Mostró la dentadura rabiosa, con dientes parejos más grandes y<br />
afilados que los de una persona común.<br />
Sin perder tiempo ni darme respiro para envestirlo, brincó sobre<br />
mi cabeza en dirección a Nikei. Lo tenía por encima casi habiéndome<br />
sobrepasado. Alcé ambos brazos y pude asirlo con fuerza<br />
descolgándolo hasta dar en lo seco del piso terroso. El mestizo<br />
cayó sentado usando sus palmas extendidas por la espalda como<br />
freno.<br />
Acomodé mi peso en la pierna que tenía adelante y le asesté un<br />
certero puntapié mandibular. Kosinoi era rápido y captó mis intenciones<br />
antes de recibir el impacto, con lo que pudo quitar las<br />
manos del suelo y balancearse con su espalda rolando ayudado<br />
por mi golpe. Con esto redujo su efecto en gran proporción. Se<br />
puso de pie junto a los palos que bordeaban la jaula y tomó una<br />
extraña guardia como postura de defensa.<br />
Nikei me acarició una pizca estirándose para tocarme. Sentí que<br />
deseaba abrazarme. Yo también quería pero no debía descuidarme.<br />
Me percaté de la presencia de Varis fuera de las rejas. Con<br />
un gesto indiqué que intentase soltar a la chica. Afortunadamente<br />
me comprendió y sacó su cuchillo para cortar las ataduras.<br />
Antes de que alcanzase la posición de Nikei, el mestizo hizo señas<br />
a los nativos. Una docena de ellos concurrieron con presteza para<br />
133<br />
detener al Capitán. En unos giros, idas y vueltas, Varis hirió a<br />
varios. Los aborígenes lo rodearon con cierta distancia armando<br />
una atenta circunferencia. No permanecían quietos sino que se<br />
bamboleaban a un lado y a otro. Todos mostraban sus manos en<br />
garra, dispuestas a terminarlo.<br />
Dentro de la jaula, empecé a sentir un temor profundo que se<br />
hacía cada vez más paralizante. Moví mis brazos como barriendo<br />
el aire en forma de escudo y me concentré en la lucha. Como el<br />
maestro Inca había enseñado, identifiqué velozmente y aislé mi<br />
miedo. Lo dispuse a mi costado y me alegré de contar con él.<br />
Vi al islandés. Su mechón frontal parecía erizado.<br />
-Peleemos como hombres- le increpé mentalmente, con toda la<br />
intención de dejar de lado los artificios dimensionales y estrellar<br />
su silueta repetidas veces contra mi puño.<br />
-Así será- respondió también sin hablar.<br />
De reojo observé a Nikei. La amaba. Deseaba que saliese pronto<br />
de allí, pero seguía atada.<br />
El mestizo y yo nos fuimos arrimando perfilados. Él buscaba rotar<br />
nuestras ubicaciones y yo mantenerlas para evitar que se<br />
acercase a Nikei. Por fin nos trenzamos en prolija metralla de<br />
golpes. El extranjero era hábil y rápido, pero su estilo no se veía<br />
tan completo como el mío.<br />
Entre trabas y patadas, fui dirimiendo sus zonas vulnerables.<br />
Noté que mostraba cierto retrazo en defender consecutivamente<br />
un mismo flanco a diferentes alturas, especialmente el izquierdo.<br />
Insistí entonces con una serie discontinua de ataques arriba y<br />
abajo hacia allí y en el sexto o séptimo intento pude golpearle<br />
fuertemente el parietal flameando la pierna en forma de abanico.<br />
134
Al mestizo no le agradó. Sacudió la cabeza luego de alejarse y<br />
volvió a entretejer riña visiblemente enfurecido. Mi dificultad mayor<br />
era mantener el sector que yo ocupaba (entre la chica y él);<br />
Kosinoi lo notaba y hacía lo imposible por rotarnos. Empecé a<br />
pronosticar que si dejábamos de luchar en forma simple como lo<br />
estábamos haciendo, mi faceta de protección hacia Nikei podía<br />
transformarse en un peligroso punto débil.<br />
Entre tanto, el islandés intentó colarse por un costado y se acomodó<br />
justo a distancia para calzarle un pesado talonazo. Giré y<br />
lo conseguí. Volví a girar y pude perforar nuevamente su guardia<br />
con la misma patada.<br />
Tambaleaba. Introduje mi puño en lo profundo de su estómago<br />
con lo que se curvó por completo y tirándolo contra el suelo empecé<br />
a martillarle el rostro sin parar. Por lo blando de sus músculos<br />
lo juzgué inconsciente y me detuve, en tanto comenzaba a<br />
prestar atención a las afueras de la jaula: el Capitán lidiaba con<br />
los indígenas y se veía bastante lastimado. A su alrededor cuatro<br />
de ellos yacían retorcidos. El resto, quizá ocho, parecían a punto<br />
de terminarlo.<br />
Un momento: podía aplicar técnicas de las nuevas con los aborígenes...<br />
Centré mi pensamiento en ellos y les hablé mentalmente.<br />
Mis palabras castellanas los atemorizaron de inmediato. Soltaron<br />
a Varis viendo a Kosinoi tendido sobre el polvo. Después se volvieron<br />
a mí y retrocedieron aún más.<br />
Imaginé que el mestizo les debía haber hablado así para someterlos,<br />
lo que los había llevado a suponer que era él quien los llamaba.<br />
¿Pero entenderían mis palabras? Por lo que oí mientras luchaban,<br />
no empleaban la lengua hispana.<br />
Decidí entonces intentar una prueba: -Demuéstrenme vuestro<br />
temor a los Dioses poniéndose de rodillas- ordené. Y asombrosamente,<br />
todos lo hicieron de inmediato. ¡Me comprendían!<br />
135<br />
-¿Por qué atacaron al militar argentino?- quise saber.<br />
Uno se adelantó poniéndose de pie. Sus mejillas morenas lucían<br />
sendas cruces oblicuas de color blanco. Dobló su antebrazo cruzándolo<br />
frente al pecho como en señal de respeto y dijo: -No creemos<br />
que usted ni el maldito de la jaula sean dioses. Pero ambos<br />
tienen habilidades que no podemos combatir con nuestros conocimientos.<br />
El de poco pelo –así lo llamó- capturó a todas las mujeres<br />
jóvenes de la tribu y a menos que no le ayudásemos a ofrecer<br />
a la rubia en sacrificio, prometió que no las volveríamos a ver.<br />
Al principio nos opusimos, mas él está dentro de nuestras mentes<br />
y no hallamos forma de vencerlo. Pero usted, habla como él y<br />
también entró en nuestras mentes...<br />
-¿Cómo te llamas?- le pregunté, siempre sin hablar.<br />
-Soy Castor del Viento, primer guerrero de mi pueblo.<br />
El Capitán, ya más repuesto, se acercó a cortar las ataduras de<br />
Nikei. Mientras lo hacía me preguntó confundido: -¿Hablas sranan?<br />
¿Los entiendes?<br />
Definitivamente los nativos no eran hispanoparlantes, pese a lo<br />
que nos comprendíamos con perfección. Asentí levemente al Capitán<br />
y me volví hacia Castor del Viento: -¿Dónde tiene a las mujeres?<br />
El aborigen parecía dudar... –Desaparecieron- dijo y echó un vistazo<br />
a Kosinoi.<br />
Probablemente estuviesen desfasadas. Yo no sabía cómo hacer<br />
para traerlas de vuelta. -¿Cómo fue que desaparecieron?<br />
-Las obligó a todas a tomarse de la mano en una gran ronda- me<br />
explicó Castor, -luego se incluyó él también en el círculo y literalmente<br />
desaparecieron. Más tarde volvimos a ver al de poco pelo<br />
136
caminando entre las casas; por allá- indicó una calle de tierra que<br />
distaba más de ciento cincuenta metros desde allí.<br />
-Las buscamos- continuó; -combatimos contra él, pero nada logramos.<br />
¡Él está en nuestras mentes!...- volvió a desesperarse, se<br />
retrajo en sus pasos y retomó la postura de rodillas.<br />
Lo que había sucedido se condecía con la forma en que Nikei y yo<br />
nos habíamos desfasado juntos en la dimensión espiritual. De<br />
alguna manera, el mestizo había logrado moverse del plano físico<br />
con todas ellas dejándolas cautivas en esa situación.<br />
-Creo que es muy difícil que aparezcan sin la ayuda del mismo...<br />
poco pelo- les confié. Cuando lo hice, todos me miraron con sorpresa,<br />
incluyendo a mis dos conocidos. Y Nikei sonrió: -Has<br />
avanzado mucho con Mayira; eso es el “don de lenguas”- y pronunció<br />
algo como aquella vez en casa de Sebastián; algo indeletreable.<br />
Yo lo oí a través de la emoción, sentí su voz acariciándome<br />
por dentro.<br />
Cuando mi novia finalizó me percaté de que todos, inclusive Varis,<br />
estaban con expresión atolondrada viendo los pajaritos. Nikei<br />
sonrió y me guiñó el ojo encogiéndose de hombros.<br />
-¡Capitán! ¡Capitán!- noté que aún no terminaba de cortar las<br />
ataduras que apresaban a la chica.<br />
-¿Eh? Ah, sí- regresó de la estratosfera y volvió a insistir con el<br />
filo de su facón.<br />
Mientras tanto, los indígenas se fueron poniendo de pie y en<br />
cuanto yo dejaba de observarlos, corrían un trecho alejándose<br />
más y más.<br />
-¡Qué sucede!- grité en sranan (supongo, porque yo no notaba la<br />
diferencia con el castellano).<br />
137<br />
Iba a volver a gritarles y un fuerte empellón me golpeó la espalda<br />
entre omóplatos. Perdí la respiración. Durante un instante me<br />
mantuve contra las rejas de palo relajándome para volver a tener<br />
aire.<br />
-¡Nooo!- grité de inmediato, Nikei forcejeaba con poco pelo. El sólo<br />
timbre de su grito me había erizado la piel y preparado para la<br />
nueva batalla. Sin perder un segundo me lancé sobre el islandés<br />
revolcándolo sobre el polvo.<br />
Kosinoi, que sin que lo notase se había repuesto, comenzó a hacer<br />
gestos con sus manos. Yo me hallaba en guardia máxima, esa<br />
postura que usábamos durante las prácticas SEVRA. Nikei detrás<br />
mío se acomodaba la blusa que se había desgarrado en el fugaz<br />
forcejeo con el mestizo.<br />
Unas punzadas muy ardorosas se adueñaron de mis globos oculares.<br />
Como si Kosinoi de alguna forma pudiese provocarme ese<br />
dolor.<br />
Si intentaba ver, las punzadas aumentaban al punto de cerrarme<br />
prácticamente ambos párpados. –Es momento de recibir- pensé<br />
para mí y decidí resignar la vista.<br />
Sentí cómo el mestizo se acercaba hacia nosotros por uno de los<br />
costados, cauteloso. Sin dudarlo, envié a mi miedo a cruzársele<br />
en el camino. Me erguí en postura centrada2 y con un salto justo,<br />
cubrí el flanco que buscaba mi adversario, deteniendo con ambos<br />
antebrazos su patada y golpeándolo en los testículos.<br />
Oí su quejido. Retomé guardia máxima y luego de que Varis me<br />
avisara que volvían de la tribu y no parecían amistosos, caí al<br />
suelo de rodillas y me desconsolé en un llanto impensado. No podía<br />
ver y sentía dentro mío como el dolor de gente muerta me in-<br />
2 La postura centrada es en una pierna, con ambos puños enfrentados entre sí<br />
y paralelos al pecho.<br />
138
vadía. Sollozaba desde el corazón. La miseria del mundo, niños<br />
hambrientos, dolor de guerras y más guerras me pesaban como<br />
cruz...<br />
-¡Por qué pasan estas cosas, Dios!, ahhhh...- mi llanto se enfervorizaba.<br />
Yo estaba allí, en un país lejano de Sudamérica, cuando<br />
miles de niños sufrían los terrores de la muerte a manos de la injusticia.<br />
-¡Qué horror! ¡Cómo puede ser! ¡Cómo puede ser!- gritaba y repetía<br />
con lágrimas incrementalmente caudalosas.<br />
Mi llanto resultaba fundado y lo que ocurría en mi planeta rebalsaba<br />
de horror, sin duda. Eso no se cuestionaba, pero... algo sí<br />
se cuestionaba...<br />
Casi no podía evitar el sufrimiento que me inflingía vivenciar la<br />
realidad cruda de La Tierra. Aquello sopesado junto no era soportable<br />
por humano alguno.<br />
-...Fuerza...<br />
-...Fuerza...- mi cerebro se sabía presa de malas intenciones ajenas...<br />
-¡Daiav miu syet, e, e!- logré gritar. Inmediatamente caí de bruces<br />
en el piso. Pude abrir los ojos. Kosinoi sacudía la cabeza por mis<br />
palabras, pero antes de que pudiese detenerlo, daba dos largos<br />
pasos y alcanzaba la posición de Nikei, tomándola del brazo que<br />
ella tenía libre.<br />
Yo me lancé como salta el sapo y lo tomé por detrás separándolo<br />
de mi novia. Lo tenía sujeto por el cuello y mentón; debía ya terminar<br />
con esto, pero trataría de no matarlo.<br />
-Si te mueves te vas al infierno, poco pelo- le advertí. Él sabía que<br />
no tenía forma ya de zafar de mis brazos, con los que podía fracturar<br />
su médula cervical en décimas de segundo.<br />
139<br />
Pero el mestizo habló muy tranquilo: -Mátame, y los indios nunca<br />
más verán a sus diecisiete jovencitas, o sólo verán a ocho de ellas<br />
si al menos matan a tu amigo.<br />
Di un vistazo rápido al costado. Varis era sujetado por varios nativos<br />
corpulentos y uno de ellos sostenía un filo acerado sobre su<br />
tráquea.<br />
-En cambio- siguió Kosinoi, -puedes dejarme procrear con mi novia<br />
y todos vivirán; salvo tú, desde luego.<br />
Nikei me veía y muy asustada ya temblaba. En ese momento yo<br />
no me importaba a mí mismo; a quien más deseaba proteger era a<br />
Nikei.<br />
-“Mi” novia, infeliz- aclaré con voz grave y potente y le apreté más<br />
el cuello dificultándole la respiración.<br />
Nikei era quien más me importaba, pero si mataba al islandés, de<br />
seguro Varis no viviría y también perdería a las jovencitas defasadas.<br />
-¡Que me maten, soldado; ni se te ocurra dudar por mi pellejo!me<br />
ordenó Varis.<br />
No se me cruzaba realmente por la cabeza permitir que el mestizo<br />
abusara de Nikei; eso no lo dudaba. Pero tampoco quería que<br />
muera el resto de personas. Quizá si hablase con los aborígenes...<br />
-¡Castor del Viento!- convoqué mentalmente, pero Kosinoi que<br />
también me oía, tal vez por estar conectado al pensamiento de todos<br />
ellos hizo algo que no esperaba...<br />
Sin moverse, pese a que su situación era muy incómoda y casi ni<br />
lograba respirar, atacó a Nikei. Entiendo que con algo como lo<br />
que llaman telekinesis, consiguió amarrarle la otra mano a los<br />
140
arrotes y destrozó su blusa descubriéndole los hermosos pechos<br />
desnudos.<br />
-¡No!- enfurecí y le torcí la cara para que no pudiese ni verla.<br />
Ahora yo también temblaba, de furia.<br />
-Si no decides ya- suspiró el mestizo como podía, -me procrearé<br />
con ella sin que me sueltes, tu amigo morirá y también las jovencitas-.<br />
Dicho esto rasgó parte de la pollera blanca que cubría las<br />
piernas de Nikei.<br />
Sentía que me salía de mí. El islandés atacaba en el punto débil<br />
de mi persona que más me desequilibraba en ese momento.<br />
“...Que más me desequilibraba...”- resonó en mi cabeza. Una sucesión<br />
de ideas conexas empezó a rodar en cámara rápida. La<br />
falta de equilibrio, el equilibrio, el equilibrio en la Naturaleza, el<br />
pulso del Universo, el Universo..., Dios. No estaba valiéndome de<br />
lo aprendido en el ejercicio de rezar. Ni siquiera había orado antes<br />
de la batalla. La luz iluminaba sólo mi lado y debía iluminar<br />
todo... también a Kosinoi.<br />
En eso, otro tajo cortó la pollera de Nikei logrando casi arrancarla.<br />
-¡Dios!- grité en mi mente, mientras sostenía al mestizo casi ahorcándolo.<br />
–Cristo conmigo, Cristo dentro de mí, Cristo detrás de<br />
mí, Cristo delante de mí, Cristo a mi derecha, Cristo a mi izquierda,<br />
Cristo arriba, Cristo abajo, Cristo alrededor de mí, Cristo en<br />
mis amigos, Cristo en mis enemigos, Cristo en el que me ve, Cristo<br />
en el que me escucha, Cristo en el corazón de todo el que piensa<br />
en mí, Cristo conmigo y yo con Cristo, siempre y en todas partes-<br />
cada trozo de la oración lo pronunciaba con amor, con todo el<br />
que podía pese al odio que tendía a generarme esa situación. Cada<br />
vez que avanzaba en mis palabras mentales, más fácil se me<br />
hacía. Y cuando terminé, varias cosas habían cambiado su rumbo,<br />
pese a que todo se veía igual.<br />
141<br />
Kosinoi transpiraba mucho. Su calvicie extraña ya estaba roja de<br />
la presión que yo ejercía. Mi novia se tranquilizó un poco.<br />
-¡Castor del Viento!- volví a llamar y observé que el primer guerrero<br />
de la tribu asomaba su brazo fuerte entre el gentío y hablaba<br />
con valor.<br />
Su idioma era sranan pero le entendía... -¡Hermanos guerreros!<br />
¡Hoy el Sol nos muestra el camino!- miré hacia arriba y noté que<br />
febo asomaba entre dos nubes blancas que hacían un franja horizontal.<br />
Con el celeste de fondo se veía como la bandera argentina<br />
que Varis –al que tenían sujeto- portaba en su manga.<br />
Algunos tardaron un instante en comprender lo que refería Castor,<br />
mas prontamente fueron cayendo en cuenta de su mensaje.<br />
Otros lo captaron asombrados de inmediato, como si no hubiesen<br />
reparado antes en algo tan obvio que les mostraba la madre Naturaleza.<br />
-¡Uaaaa!- gritó Castor del Viento.<br />
-¡Uuuh! ¡Aahhh!- comenzó una amedrentante batahola con brazos<br />
y flechas en alto. Los que sostenían al Capitán lo soltaron y él<br />
se unió a ellos en el enfervorizado canto de guerra.<br />
Enseguida se abalanzaron sobre la jaula de palos que empezó a<br />
vibrar. Varis me indicó con un gesto que le presionara la arteria<br />
del cuello que lleva sangre al cerebro, para dejar inconsciente al<br />
mestizo. Mientras, con su chaqueta rota cubrió el torso de Nikei.<br />
Yo recordé que cuando Kosinoi estaba inconsciente por mi golpiza,<br />
había resultado inofensivo, así que seguí el consejo de mi Capitán<br />
y deslizando la zurda con ligereza le di un fuerte dedazo en<br />
el sitio justo y el islandés cayó inconsciente.<br />
La indiada festejó el suceso y retomaron los barrotes. Uno de<br />
ellos que yo no conocía, con las mejillas adornadas de verde y ro-<br />
142
jo, notó con extrañeza un detalle que lo llevó a pedir calma para<br />
poder observar...<br />
-Esto parece la pulsera de Taia, mi hermana- indicó asombrado la<br />
base de uno de los palos de la jaula. En verdad, allí había una<br />
especie de cinta azul con unos caracteres claros. Me acerqué<br />
desde dentro, podía leerse “TAIA”.<br />
-¡Eso es!- razonó Nikei, -como Mayira- se refirió a mí y de improviso<br />
cerró los ojos y tomó aspecto de palo. En segundos, de los costados<br />
y de arriba cayeron las diecisiete jovencitas desaparecidas<br />
esfumándose la jaula.<br />
La felicidad invadió de inmediato a toda la tribu. El islandés no<br />
había desfasado a las chicas sino que las condujo a una concepción<br />
individual en que se veían como troncos; de igual forma que<br />
Mayira era jaguar o humano; siempre habían estado allí las diecisiete.<br />
Controlé la inconsciencia del mestizo. Para asegurarme, le asesté<br />
un puñetazo anestésico en medio de la nariz.<br />
Vi mi reloj: eran las 16:42, aún restaba todo un día de riesgo<br />
máximo. ¿Debía matar a Kosinoi?<br />
-No, mantenlo bajo el agua- una voz femenina dijo a mi oído, -no<br />
se ahogará, pero querrá permanecer allí por instinto-. Miré para<br />
todos lados, no había ninguna mujer cerca mío más que mi novia.<br />
-¿Tú también la escuchaste?- le inquirí, pero Nikei no entendía a<br />
qué me refería.<br />
Expliqué a Varis, Nikei y Castor del Viento lo que debíamos hacer<br />
con el islandés. La voz que escuché me había resultado muy confiable.<br />
Antes de partir, nos aseguramos de que todo quedase en orden; la<br />
tribu había montado guardia permanente a orillas del remanso<br />
143<br />
(una parte donde se ensanchaba y profundizaba el lecho del arroyo<br />
más cercano). Allí dentro, Kosinoi estaba atado como matahambre,<br />
unido a multitud de gruesas rocosidades que lo mantenían<br />
pegado al fondo, por las dudas que quisiese salir a flote. Los<br />
guardias estaban armados y tenían orden de disparar a matar ante<br />
cualquier anomalía.<br />
Nos despedimos de Castor y otra gente de aquellas lejanas tierras<br />
caribeñas; Nikei se vistió con hermosas prendas que le obsequiaron<br />
las jovencitas y partimos rumbo a Paramaribo.<br />
-Cuatro horas a paso firme- adelantó Varis. –Y no se les ocurra<br />
pedirme de acampar por allí-. Los tres nos reímos un rato. Debíamos<br />
acelerar para alcanzar la Capital antes de que anocheciese...<br />
144
CAPÍTULO VI<br />
Reencuentro<br />
Llevábamos ya hora y media de marcha. Si hubiésemos contado<br />
con el jeep que Mayira ahuyentó, nos estaríamos riendo en un café<br />
de Paramaribo, sentados frente a una de esas pequeñas mesitas.<br />
Pero bue, esta forma de llegar resultaba más aventurada y<br />
sabrosa. En realidad, era sabrosa para los jejenes, mosquitos y<br />
otras alimañas aerosustentadas que se amamantaban de nuestras<br />
venas. Pese a ello no cabía quejarse: los tres estábamos bastante<br />
sanos y salvos, a pesar de haber atravesado tremendos escollos<br />
en la ruta.<br />
-¿Qué pasó cuando caíste al suelo dentro de la jaula y rompiste<br />
en llanto?- se intrigó el Capitán.<br />
Para que me entendiese a la perfección, debía explicarle varias<br />
cosas difíciles de creer sin experimentarlas. Todo eso de la interpretación<br />
dimensional... uff, debía resumir ahorrando precisiones.<br />
-Kosinoi, el funcionario islandés que ya conoces, tiene fuertes capacidades<br />
mentales y las emplea para pelear. En ese momento<br />
que me puse a llorar, estaba haciendo uso de sus facultades para<br />
atacarme y había conseguido confundirme.<br />
-Sí, pero tú mencionaste una frase en otro idioma muy extraño y<br />
el tal Kosinoi, al parecer, se detuvo. ¿Qué es lo que dijiste?- el<br />
Capitán se había vuelto demasiado curioso.<br />
-Un insulto muy feo en... islandés- aclaró Nikei, que durante ese<br />
trecho venía de mi mano.<br />
-Ah-. Varis no preguntó más. Pero yo me quedé pensando en lo<br />
que había sucedido después, cuando decidí rezar la oración de<br />
<strong>San</strong> <strong>Patricio</strong>. Sentía tener conmigo un conocimiento muy valioso,<br />
145<br />
llave quizá de la felicidad misma, o de la paz. Era una gema única<br />
y deseaba compartirla con mis amigos.<br />
-Hoy- comencé, -aprendí algo muy importante. Puede ser simplemente<br />
un signo de mi madurez personal; quizá todos lo van<br />
comprendiendo a cierta altura de sus vidas, pero quiero charlarlo<br />
con ustedes porque me da la sensación de que realmente es valioso.<br />
-Bueno, decinos- me alentó Nikei, ansiosa ya de saber de qué se<br />
trataba. Varis sonrió.<br />
-Es...- busqué extractar el núcleo de lo que sentía. –Muchas veces<br />
a lo largo de mis días, he ido probando diferentes formas de<br />
encarar las cosas; inconscientemente por lo general, pero al ver<br />
hacia atrás, me es posible analizarlas. En algunas ocasiones reacciono<br />
acorde a las circunstancias, con la carga justa de emotividad,<br />
entendimiento, ubicación. En otras tantas me exacerbo<br />
por demás y mi reacción resulta inesperada para los que no me<br />
conocen y hasta para los conocidos. Muchos se sorprenden; depende<br />
quien me oiga puede tomarlo como una agresión o como<br />
una exteriorización fervorosa de pareceres que también comparte.<br />
En unas pocas oportunidades tengo respuestas más pasivas o<br />
suaves, quizá más meditadas, razonables, de lo debiesen ser. Si<br />
dibujara un gráfico en los ejes cartesianos, la curva de mis reacciones<br />
andaría por arriba y por abajo del eje equis, como sinusoide<br />
deformada. Y esto no lo noto tan sólo en mis reacciones, también<br />
ocurre con tareas que encaro, decisiones y vaya uno a saber<br />
con cuántas cosas más. Pero siempre los mejores resultados, para<br />
afuera de mí y para mí mismo, son consecuencia de actitudes<br />
justas, equilibradas.<br />
-En el momento en que lloraba sobre el suelo dentro de la jaula,<br />
noté puntualmente que me hallaba emocionalmente desequilibrado.<br />
Y este desequilibrio se palpaba en cada aspecto de mi perso-<br />
146
na. El memorar entonces la paz que había aprendido a respirar<br />
en la Naturaleza, me permitió reencontrar el camino hacia el equilibrio<br />
y desde allí, pude combatir a mi adversario con las armas<br />
que correspondían.<br />
-¿Dices que el equilibrio es lo mejor?- me tradujo el Capitán.<br />
-Exacto. El equilibrio es llave de la vida. Como no se cansan de<br />
repetir los orientales- recordé.<br />
Mi novia estaba pensativa. La suave línea de su nariz y la claridad<br />
de su rostro me iluminaban. -Pero si imagino todo muy equilibrado-<br />
dijo, -rutinariamente adecuado a cada circunstancia, se<br />
pinta un mundo aburrido, carente de entusiasmo y aventura.<br />
-Es que no trata de eso el verdadero equilibrio. Es un equilibrio...<br />
dinámico, como enseñan en química; una sucesión de distintos<br />
miniestados de desequilibrio que en conjunto constituyen un todo<br />
equilibrado. Y es más, tampoco confundamos la actitud pasiva<br />
con el equilibrio; no es nada de eso. Creo que la situación de<br />
equilibrio depende y varía con las circunstancias. Viéndolo fuera<br />
de ellas, lo que realmente es equilibrado puede no parecerlo.<br />
-Quizás de lo que hablas es de estar centrado en uno mismo- interpretó<br />
Varis mientras seguíamos avanzando camino a Paramaribo.<br />
-Mmm...- medité. –Puede ser, aunque en algún lado noto que<br />
ambos conceptos son diferentes. Lo de estar centrado parece ser<br />
un estado equilibrado en la dimensión individual. En cambio el<br />
equilibrio a que yo me refiero involucra esa y las otras dimensiones.<br />
El Capitán tenía el seño fruncido. Intentaba desglosar lo que le<br />
contaba para lograr entenderlo. Sin darme cuenta, había incurrido<br />
en un concepto que él no manejaba.<br />
147<br />
-Te refieres a que hay una dimensión “individual”- remarcó –<br />
además de largo, ancho y alto?<br />
-Todavía falta mucha selva por surcar- sonrió la hermosa Nikei, -<br />
¿Por qué no le explicas?<br />
-Ok- aprobé, -pero ayudame-. Varis ya se sentía como el único<br />
borrico que no comprendía lo de la dimensión individual.<br />
-Los últimos días- empecé, -estuve aprendiendo muchas cosas<br />
que antes no había imaginado. Están relacionadas en parte con<br />
el taekwon-do, mas involucran todo.<br />
El Capitán escuchaba atentamente, como absorbiendo las movidas<br />
estratégicas que un Coronel le marcaba sobre el mapa.<br />
Yo traté de meterme de pleno en el tema dimensional, sin mucha<br />
vuelta explicativa, para aprovechar su predisposición: -Existe una<br />
mirada diferente de lo que son las dimensiones. Una es la espacial,<br />
otra es el tiempo. Hasta ahora yo he conocido cinco de ellas;<br />
no sé cuantas hay- di una mirada a Nikei y ella asintió con la cabeza<br />
como diciéndome “vas bien”, sin darme la respuesta que<br />
hubiese esperado de cuántas eran en realidad. Para no perder el<br />
hilo, continué: -lo que llamamos largo, ancho y alto no serían dimensiones<br />
propiamente dichas, sino más bien propiedades de la<br />
dimensión espacial.<br />
-Entiendo- aceptó mi Capitán.<br />
-Las otras dimensiones son la espiritual, en la que nos movemos<br />
al morir y también al nacer; la individual, que permite la caracterización<br />
propia de cada entidad viviente como tal, y la dimensión<br />
de las ideas –Varis sonrió, le causaba gracia que existiese una<br />
dimensión como esa. –Es en serio- aclaré, con lo que él asintió<br />
cortamente y volvió a mostrarse concentrado. –La dimensión de<br />
las ideas, según sé, es por donde se mueve nuestro pensamiento,<br />
imaginación, etcétera, etcétera.<br />
148
-¿Y cómo se relaciona esto con el taekwon-do?- se intrigó.<br />
-Fácil- le respondí de inmediato, -así como los golpes normales<br />
que todos conocemos se ejecutan en la dimensión espacial, se<br />
puede tanto atacar como defender en las otras dimensiones.<br />
-Por ejemplo- principió Nikei, me quitó el reloj pulsera y le dio un<br />
golpecito al Capitán en la cara con él; -esto sería un golpe en la<br />
dimensión temporal-. Los tres nos reímos un rato y seguimos<br />
caminando. Rolando Varis iba masticando a cada tranco sus<br />
nuevas ideas, poniéndolas a prueba y comparándolas con las percepciones<br />
que tenía de la realidad. Cada tanto se le oía algo escapado<br />
de sus razonamientos: -Por ejemplo...- balbuceaba y volvía a<br />
zambullirse en puro pensamiento sin palabras.<br />
Mi reloj marcaba las 20:15. Aún iluminaba el sendero una baja<br />
resolana. Habíamos dejado la aldea aborigen a eso de las cinco y<br />
cuarto, así que debía faltarnos aún una hora más de buen andar.<br />
Sentía gran deseo de besar a Nikei y también de saber cuantas<br />
dimensiones había en realidad. Hice pues ambas cosas... -<br />
¿Cuántas dimensiones existen?<br />
-Yo conozco una más de las que vos mencionaste, la dimensión de<br />
la inclusión, pero he oído que hay diez en total- me explicó tras<br />
despegar sus labios de los míos.<br />
-¿De la inclusión?<br />
-Sí- aseveró y buscó durante unos segundos algún buen ejemplo<br />
para que yo pudiese comprender mejor. –¿Nunca pensaste en lo<br />
grande que es el Universo y qué hay más allá de sus límites, es<br />
decir dónde está el Universo, qué hay afuera, otros universos, la<br />
nada, dimensión espacial contraída que se expande...?<br />
149<br />
En seguida me vinieron a la memoria largas noches en mi cama<br />
cuando niño, sin poderme dormir angustiado por esa especie de<br />
duda existencial que planteaba ahora Nikei. –Sí, lo he pensado.<br />
-Pues la respuesta es tan difícil de encontrar o de entender porque<br />
se la busca en la dimensión espacial cuando en realidad debe<br />
interpretarse como característica de la inclusión- me aclaró. –Un<br />
problema es que gran parte de esta dimensión está casi fundida<br />
con la espacial en el estado físico. Por eso a nadie se le ocurre<br />
diferenciarla.<br />
-Como el tiempo lineal ¿no?<br />
-Creo que sí- afirmó Nikei. –Pero en otros estados puede detectarse<br />
con mayor facilidad. Por ejemplo cuando nos espiritualizamos<br />
cerca de la carpa iglú y vinieron los indios que nos buscaban,<br />
ellos estaban dentro de la atmósfera terrestre y no podían salir de<br />
ella salvo que se tomasen un cohete. Nosotros en cambio podríamos<br />
haberlo hecho sin necesidad de “movernos” dentro de la dimensión<br />
espiritual como ellos, sino que bastaba con desplazarnos<br />
por la dimensión de la inclusión.<br />
Recordé cuando Mayira nos hacía aparecer en diferentes ambientes,<br />
a veces concretos como la Tierra, a veces más bien abstractos.<br />
Eso podía ser lo que refería Nikei.<br />
-Sé que no es muy fácil de entender- se disculpó descontenta con<br />
su propia explicación. –También esa dimensión está emparentada<br />
con los conceptos del infinito que habrás estudiado en matemática.<br />
De alguna forma las cosas no son grandes o chicas en el aspecto<br />
inclusional, simplemente están o no unas dentro de otras.<br />
Algo así como los directorios y subdirectorios en la computadora.<br />
-Ah, sí- eso me resultó claro.<br />
150
Pero Nikei no quiso que me atara a la imagen visualizable: -Sólo<br />
se trata de un ejemplo burdo, no es una descripción exacta de la<br />
dimensión en sí.<br />
Me dolía algo la materia gris pensando tanto, así que volvimos al<br />
tema de sopapear cariñosamente nuestros labios y pusimos un<br />
cambio más ligero para alcanzar la ciudad al menos con el último<br />
rayo de febo.<br />
Las hojas verdes de gran tamaño flameadas por la brisa iban desapareciendo.<br />
Se abría más y más el planterío espeso a los lados<br />
del sendero y sobre todo, disminuía el alto de los últimos árboles.<br />
Los follajes nos acariciaban ya las cabezas. A lo lejos brillaban<br />
centenas de luces y podíamos oír la espuma de un leve bullicio.<br />
Paramaribo nos recibía...<br />
Hicimos noche en un hotel de las afueras. El conserje de piel bastante<br />
morena parecía sorprenderse de tener clientes por esos días.<br />
-¿De vacaciones?- interrogó en perfecto holandés que el Capitán<br />
también hablaba. Su pregunta era más por cortesía que otra cosa,<br />
ya que nuestro aspecto desalineado respondía más a un ejercicio<br />
militar de supervivencia que a una placentera salida de verano.<br />
Nikei y yo teníamos una piecita con vista a la plaza prolija donde<br />
la gente salía hasta tarde a pasear con sus pequeños. Rolando<br />
decidió alquilarse la habitación lindante.<br />
Como en la carpa horas atrás, pese a que el cansancio acumulado<br />
rogaba dos buenas almohadas, con mi mestiza empezamos a derretirnos<br />
en un mar de caricias dulces y emotivas. El corazón latía<br />
fuerte. Cada latido me encontraba más inmerso junto a ella en<br />
lo que ya era un remolino amoroso. Pero aún era el día del cambio<br />
de ciclo... A esa altura no me cabía duda de haber dado con<br />
mi futura esposa, ni pensándolo en frío y lo más objetivamente<br />
151<br />
posible. Mas necesitábamos frenar, no teníamos idea de lo que<br />
pudiese ocurrir si engendrábamos un hijo entonces, aunque yo<br />
fuese cien por ciento de a pie. Así que sumamente difícil fue, pero<br />
logramos dar sitio a la inteligencia por sobre la ardiente pasión<br />
que nos envolvía...<br />
Desperté oyendo la madera de nuestra puerta impactando con<br />
reiteración contra las falanges del Capitán: -Arriba, que son las<br />
doce-. A través del cristal la luz del Sol hacía cosquillas. Abrazada<br />
junto al hueco de mi axila Nikei aún dormía.<br />
-Mi amor- le susurré. Todavía restaban algo más de dos horas<br />
con riesgos. Temí que le hubiese crecido aleta dorsal y escamas<br />
bajo la cintura, pero levantando la sábana comprobé que allí seguían<br />
ambas piernas suaves con sus respectivos pies.<br />
-Mi amor- Nikei abrió los ojos celestes al segundo llamado y volvió<br />
a cerrarlos pronto por el resplandor que la encandilaba. Remoloneando<br />
un poco más, nos arreglamos y avisamos a Varis que<br />
aguardase abajo para almorzar juntos.<br />
Unos abundantes platos de arroz amarillo y toneladas de postre<br />
completaron nuestra recuperación. Conseguimos cestillas de<br />
mimbre para transportar más provisiones y el Capitán nos guió<br />
hasta la base militar. Casualmente fuimos recibidos por el mismo<br />
soldado que llevara a Varis en su jeep y huyese luego ahuyentado<br />
por Mayira. Al vernos su rostro empalideció. El Capitán manejó<br />
bien la situación y sin darle muchas explicaciones ni exigir que<br />
rindiese cuentas por habernos abandonado, logró que el vehículo<br />
cargado de combustible para nuestro avión estuviese listo en media<br />
hora para partir.<br />
Faltaban minutos para las 16:05. -¿No podríamos aguardar una<br />
horita más antes de volver a internarnos en la selva?- consulté al<br />
Capitán.<br />
152
-Imposible- negó, -el suboficial que nos acompañará está muy<br />
comprometido con la situación y retiró la cisterna y el jeep sin autorización.<br />
Cuanto antes salgamos será mejor.<br />
Si no había más que hacer, quedaba sólo rezar para que corriesen<br />
los segundos y nada ocurra.<br />
Eran las 16:04 y cruzábamos ya el primer puente de palos dentro<br />
de terreno selvado. Antes de concluirlo pudimos oír los llamados<br />
desesperados de un aborigen que se acercaba al trote desde la<br />
espesura.<br />
-¡Amigos! ¡Amigos!- gritaba. -¡El maldito huyó! ¡Huyó! ¡Salió<br />
nadando para encontrar a la mujer rubia! ¡Mató a muchos de los<br />
nuestros!<br />
El suboficial surinamés no comprendía. Varis, Nikei y yo cruzamos<br />
miradas de preocupación. Aún eran las 16:04. Bajamos del<br />
jeep para atender al nativo que se veía bastante herido, pero<br />
cuando lo alcanzamos ya no tenía pulso. Había caído sobre el<br />
pasto y lo que restaba de su sangre bañaba la tierra húmeda en<br />
derredor.<br />
Estaba cerrándole ambos párpados cuando el soldado local que<br />
permanecía en el vehículo se tomó la nuca dando un alarido y cayó<br />
abatido sobre el volante. La bocina llamaba continuamente<br />
bajo su pecho. Rápido corrimos hacia el auto. Desde el río que<br />
cruzaba por debajo del puente trepaba Kosinoi, totalmente desnudo,<br />
escalando la ladera del lecho con fuerza desesperada. Nos<br />
separaban de él unos veinticinco metros. Nikei y yo subimos en<br />
los asientos traseros del jeep y Varis desalojó al soldado muerto,<br />
puso a andar los pistones y aceleró para alejarnos de allí.<br />
Llegué a ver a Kosinoi terminando su escalada cuando nos alejábamos.<br />
Sin dudarlo había emprendido decidida carrera tras nosotros.<br />
Aunque el rodado se movía a mayor velocidad que él, si<br />
153<br />
continuaba corriendo y nosotros nos deteníamos para cargar<br />
combustible al avión, corríamos peligro de que nos alcance.<br />
La hora siguiente de viaje resultó extremadamente tensa. Siempre<br />
viendo y sujetando a Nikei para que nada inesperado ocurriese,<br />
controlando los flancos a cada momento, rogando que el motor<br />
no se detenga y que no volcase el pequeño carro cisterna por la<br />
velocidad que llevábamos.<br />
Hacía rato que la hora crítica había terminado, pero mi novia aseguraba<br />
no saber con exactitud si existía un cierto tiempo de riesgo<br />
post-veinticuatro.<br />
Al fin cruzamos una especie de magnolias muy frondosas y al<br />
fondo de la pista que allí empezaba se encontraban ambos transportes:<br />
el Huarpe y el biplano islandés.<br />
Mientras Varis enchufaba la manguera en el receptáculo para infundir<br />
el hidrocarburo en nuestro avión, hizo un gesto para que<br />
me acercase. Yo lo hice pero sin soltar a Nikei, cuya cintura ya<br />
era casi parte de mi brazo.<br />
-¡Son sólo dos butacas!- me alertó con preocupación. El Capitán<br />
estaba en lo cierto. No alcanzaba el espacio dentro de las cabinas<br />
como para que la chica se sentase sobre mis piernas.<br />
¿Qué soluciones existían?<br />
Una era que Varis y Nikei se marchasen sin mí, aunque ella se<br />
negaba rotundamente a hacerlo. Otra era usar el avión islandés,<br />
que al Capitán no le hacía ninguna gracia.<br />
Al final, mi querida mestiza encontró la opción que usaríamos: se<br />
sentó conmigo en la cabina y antes de cerrar la escotilla dejó el<br />
plano físico, espiritualizándose. Varis al principio se asustó pensando<br />
que la habíamos perdido, pero pude convencerlo de que<br />
aún estaba con nosotros.<br />
154
Previo a carretear para elevarnos, con un disparo certero destruimos<br />
por completo la otra nave. Más tarde, el YP-18 tomó velocidad,<br />
nos hundimos en el respaldo mullido y la sensación de flote<br />
apareció enseguida bajo los pies. Miré hacia abajo, la pista comenzaba<br />
a achicarse y llegué a observar como Kosinoi aparecía en<br />
alocada carrera y ofuscado por su fracaso se tiraba al piso pataleando<br />
como bebé.<br />
Surinam fue quedando atrás. Mi Capitán alertó por radio a bases<br />
locales para que asistieran a la tribu nativa que había sufrido los<br />
embates del islandés. Cruzamos la frontera con Brasil y tomamos<br />
tremenda velocidad para evitar que nos siguiesen.<br />
-A la mierda con el protocolo internacional- decidió Varis. –<br />
Quiero llegar a casa de una vez por todas.<br />
Yo estuve de acuerdo y supongo que Nikei también, aunque no<br />
podía hablar con ella. Cada tanto me agarraba temor haciendo<br />
lugar a las dudas que me invadían... ¿Estaría realmente con nosotros?<br />
Nada lograba desesperándome, así que decidí mantener la calma<br />
hasta que llegásemos. El cielo celeste y las nubes blancas que<br />
algodoneaban por debajo eran sin duda partes de mi bandera.<br />
Eso me hacía sentir bien.<br />
Cincuenta minutos más tarde aterrizamos en Ezeiza. Abrimos el<br />
vidrio que encerraba las cabinas y bajé despacio, como si tuviese<br />
que cuidarme de no golpear a mi novia. Una vez en tierra, ambos<br />
observábamos ansiosos la butaca trasera. Yo apretaba mis manos<br />
en forma de rezo y un “por favor”, “por favor” se me escapaba<br />
de los labios.<br />
-¡Vamos, no es gracioso!- protesté, pese a que sólo habían transcurrido<br />
segundos de espera. Un nudo de tripas se enroscaba de-<br />
155<br />
ntro de mi panza y supongo que otro se tejía también en la del<br />
Capitán, que aguantaba lo más callado posible a mi lado.<br />
Sin avisar, entre pestañeo y pestañeo, como por arte de magia Nikei<br />
apareció en perfectas condiciones, completamente física, sentada<br />
donde yo había viajado.<br />
-¡Hola!- sonrió, descendió de la escalerilla y los tres nos dimos un<br />
fuerte abrazo festejando con alegría.<br />
-Feliz cumple- la agarré en mis brazos y así caminamos con el<br />
Capitán hasta el hangar “G” de la Fuerza Aérea. En ese lugar nos<br />
esperaban con médicos listos para atendernos y prendas nuevas<br />
para los tres.<br />
Intercambiamos datos con Varis para encontrarnos en otra oportunidad,<br />
ambos le agradecimos inmensamente su ayuda y viajamos<br />
en remís para la Capital.<br />
...<br />
Dos días habían transcurrido desde los incidentes de aquella noche<br />
en Olazábal. Yo no tenía conmigo las llaves, que vaya a saber<br />
dónde se me habían caído, así que fuimos directo a casa de Sebastián.<br />
-¡¡¡Hola chicos!!!- Yanina nos apretujó como para exprimirnos. -<br />
¡Dios mío! ¡¿Qué pasó?! ¡¿Están todos bien?! Sí, están bien- se<br />
autorrespondía. –Pasen, pasen-. Enseguida nos sirvió chocolate<br />
caliente con leche y pan con dulce. Eran las ocho de la noche. –<br />
Ahora preparo la cena. Sebas está dando la clase en <strong>San</strong> <strong>Patricio</strong>,<br />
se va a poner contentísimo cuando vuelva; estaba muy preocupado.<br />
-¿Saben que salieron en la tele?- Yanina prendió el noticiero y justo<br />
enganchamos una nota en la que vecinos relataban lo que<br />
habían visto y oído. Como siempre, las historias se armaban a<br />
156
forma de bolas y no paraban hasta hacerse escandalosas. Un<br />
portero del edificio lindante al de Nikei, le mostraba al periodista<br />
cómo yo había luchado con al menos ocho patoteros armados<br />
hasta los dientes y luego había perseguido al vehículo sospechoso<br />
usando una bicicleta de un joven que pasaba. El periodista terminaba<br />
la nota informando que ya habían pasado cuarenta y<br />
ocho largas horas y aún no había noticias de mi paradero. –El<br />
policía baleado permanece en grave estado. Seguiremos informando...<br />
-En el trece dicen que sos el “defensor justiciero”, ya tenés un<br />
montón de apodos- se reía la señora de mi amigo. A mí me extrañó<br />
que si el hecho había tenido tanta publicidad, el remisero que<br />
nos recogió en Ezeiza no me hubiese reconocido.<br />
En eso sonó el timbre. Sebastián tenía las llaves así que él no<br />
era. Por la mirilla no llegaba a verse bien.<br />
-¿Quién es?- preguntó Yanina.<br />
-De la televisión- respondieron. Abrió la ventana que lindaba con<br />
la puerta y gente y cámaras rebalsaban. Nikei y yo veíamos desde<br />
adentro; en la misma televisión estaba filmada la casa de Sebastián<br />
desde afuera.<br />
Eché un vistazo sin que me vieran y pude encontrar una cara algo<br />
conocida: el remisero recibía plata de gente de algún canal, por<br />
haberles dado la primicia.<br />
-Necesito saber qué parte de la historia contaron en televisiónpedí<br />
a Yanina. Si hablaba con las cámaras no quería dilucidar<br />
detalles innecesarios, sobre todo para conservar oculta a Nikei y<br />
además para evitar conflictos con los islandeses. Tampoco iba a<br />
mentir, sólo retacearía información.<br />
-Mirá- me empezó a contar Yanina después de trabar bien la ventana,<br />
-para la prensa vos ayudaste a un policía que perseguía a<br />
157<br />
una banda de ladrones tipo patota. El oficial de la otra esquina<br />
está grave, internado por varios tiros que le pegaron, y decían que<br />
vos perseguiste a los delincuentes pero te habían secuestrado o<br />
no sabían qué. Hasta acá a casa no vinieron a preguntar nunca.<br />
En los gimnasios donde das clase sí investigaron y se encontraron<br />
con Sebastián. Él no les contó nada; dijo que te estaba cubriendo<br />
en las clases hasta que aparecieses porque era tu amigo.<br />
Entonces no tenía mucho que decirles; podría aclarar algo así<br />
como que estuve peleando con unos y con otros y que después de<br />
recuperarme de mis lesiones había podido regresar. Me iban a<br />
hacer preguntas, quizá algunas que no pudiese responder, pero<br />
en esos casos tendría “no lo sés” preparados, y listo.<br />
-¡Mayira!- Nikei seguía viendo la tele y se asombró por su aparición<br />
en pantalla. La barba blanca y gris era inconfundible. Tenía<br />
su cabeza cubierta con una boina azul militar y vestía uniforme<br />
de algún cuerpo comando. Llamó la atención de la prensa y antes<br />
de invitarlos a retirarse para que yo pudiese descansar, les prometió<br />
una conferencia de prensa el lunes siguiente. Sin necesidad<br />
de que repitiese su orden de desalojo, los periodistas y el gentío<br />
se fueron retirando, la mayoría quejándose, pero nadie se atrevía<br />
a desacatar las órdenes de aquel oficial.<br />
Por fin con la entrada despejada, el Jaguar del Cambio se acercó y<br />
tocó timbre. Antes de que alcanzásemos a abrirle, llegó Sebastián<br />
y le preguntó qué necesitaba. Yo salí a su encuentro, aclaré que<br />
era amigo y los tres pasamos.<br />
-¿Todo bien?- quiso saber Sebastián.<br />
-Todo bien- repuse. –Él es Mayira, me ayudó mucho en la aventura<br />
por Brasil y Surinam.<br />
-¡¿Eh?!- se extrañaron a coro. En verdad no sabían nada sobre la<br />
historia verdadera.<br />
158
-Vieron los que secuestraron a Nikei la otra noche- empecé a aclararles,<br />
bueno, todos eran secuaces de uno llamado Kosinoi que<br />
quería lastimarla. Al final lo atrapamos y no pudo hacerle nada,<br />
pero se nos escapó.<br />
-¿Y dónde queda Surinam?- preguntó Sebastián. Parecía mentira,<br />
pero aunque se trataba de un país de nuestro mismo continente,<br />
muy poca gente lo ubicaba.<br />
-En América del Sur, animal- aproveché un planisferio colgado en<br />
la pared para indicarles la posición exacta.<br />
-¿Y fueron hasta allá con el avión?<br />
-Sí, estuvimos en distintas selvas, peleamos bastante (tuve que<br />
usar la técnica de la SEVRA), ...<br />
-¡Vamo!- se alegró mi amigo cerrando el puño.<br />
-... dormimos una noche en Paramaribo, que es la capital de Surinam<br />
y acá estamos. Toda una aventura- sonreímos con Nikei<br />
abrazándonos un poquito.<br />
-Ah, no les dijimos: somos novios.<br />
-Los felicito- aprobaron.<br />
-Che y la...- Sebas se refería a Cecilia hablándome por lo bajo.<br />
Justo en ese instante sonó el timbre. ¿Quién era?: quién va a ser,<br />
la susodicha y tercera en cuestión.<br />
Yanina se levantó rápido y fue con Nikei hasta la cocina. Después<br />
de eso, Sebas abrió.<br />
-¡Mi amor!- cuando me vio se lanzó como jalea. Yo no pude negarle<br />
unos cuantos besos. ¿Estás bien?<br />
-Sí estoy bien. Escuchame Ceci, vení, sentémonos.<br />
-Hola- saludó a Mayira que la veía impasible.<br />
159<br />
-Que tal señorita; con permiso- el anciano Inca se retiró.<br />
-Che, preparo unos mates- pudo excusarse Sebas y nos dejó solos.<br />
No me era fácil lastimarla porque la quería bastante, pero necesitaba<br />
ponerla frente a la cruda realidad.<br />
-Escuchame- tomé fuerza, -tengo que decirte algo feo- su carita<br />
alegre rodeada de pinreles colorados empalideció. Yo quedé casi<br />
sin aire.<br />
-¿Qué pasó?<br />
-Eh...- tenía que decirle, ella no merecía falsedades ni medias tintas.<br />
–En el problema que tuve estos días estuve con otra gente,<br />
que hasta ahora no conocía, y...- desde no sé qué momento de mi<br />
explicación, Cecilia ya sabía lo que le iba a decir y no pudo contener<br />
unas lágrimas que se derramaban por sus pómulos de porcelana<br />
pecosa. Así que me apresuré a terminar.<br />
-Conocí- casi no llegué a terminar esa palabra y Ceci me tapó<br />
despacio los labios. Rompió en llanto más fuerte y abrazó mi mano<br />
en el centro de su pecho. Yo me sentía un patán; pese a que<br />
conscientemente sabía que no lo era, me dolía adentro como una<br />
daga.<br />
Pasaron unos minutos en que se fue recuperando y ella terminó lo<br />
que quería decirle: -Conociste otra chica.<br />
-Sí- pude concluir. La sola afirmación casi redundante fue como<br />
un puñal y lloró un ratito más con lagrimas mudas.<br />
-Perdoná- intenté.<br />
-No es nada. Es la vida. Ya me había dado cuenta al besarte, pero<br />
tenía la esperanza de estar equivocada.<br />
160
-Bueno, me voy entonces. ¿Amigos?- viome con sus dos ojos turquesa<br />
después de secarse lo llorado.<br />
-Por supuesto- me alivié; -te acompaño a casa.<br />
-No, no; mejor no, gracias; dejame que voy sola así tomo un poco<br />
de fresco- me besó en la mejilla dejando su boca en mi cachete un<br />
poco más de lo acostumbrado y salió.<br />
-Saludame a los chicos- fue lo último que le oí antes de cerrar la<br />
puerta de calle.<br />
Culminado aquello apareció Sebastián, me dio unas palmadas y<br />
puso el brazo para que golpeara un poco y me quitara la bronca.<br />
Pero no hizo falta; la forma en que Cecilia había terminado lo<br />
nuestro ya había quitado la daga aquella que me punzaba por<br />
adentro.<br />
Lo que siguió fue el relato de la historia. Nikei estaba triste por<br />
Cecilia, que había oído llorar desde la cocina y yo me encargué de<br />
presentar a Mayira, para que supieran bien de quién se trataba.<br />
Mis amigos se interesaron muchísimo en lo que me había ocurrido.<br />
Sebastián se maravilló con lo de las dimensiones; quería escuchar<br />
más y más.<br />
Eran como las tres de la mañana, ya habíamos digerido los garbanzos,<br />
cargábamos varios mates y dos cafés encima y aún los<br />
chicos tenían un montón de preguntas. Mayira viendo esto y sabiéndolos<br />
buena gente, decidió que reviviéramos juntos lo ocurrido<br />
hasta entonces. Sin preguntarnos nos espiritualizó a los cinco<br />
y en ese estado viajamos moviéndonos a tiempos pasados y observamos<br />
los sucesos. A mí me sirvió para clarificar algunos conceptos;<br />
al resto para entender todo e interesarse en extremo por los<br />
nuevos conocimientos que teníamos.<br />
Al parecer, el viejo Inca tenía especial interés en ese último efecto<br />
que causaría la recorrida. Sabía que juntos podríamos trabajar<br />
161<br />
mejor para lograr difusión de aquellos conceptos, e insertar a la<br />
civilización entera en renovados y mejores senderos.<br />
-Empecemos por la forma de curar a la gente. Eso es fantástico e<br />
increíblemente simple- organizó Sebastián.<br />
-Y después lo del temor; cómo hacerlo a un lado y aprovecharloagregó<br />
Yanina.<br />
-No sé si debemos difundir todo- critiqué. –Lo de curar está bien,<br />
pero otras cosas como las técnicas específicas de lucha guardémoslas<br />
para las clases...<br />
-Lo que dice Gustavo es correcto- afirmó Mayira. –El manejo dimensional<br />
hay que enseñarlo a los científicos, las técnicas útiles<br />
para sanar, a todos, y lo de la lucha, sólo a los que ustedes elijan<br />
para ello.<br />
Sebastián asintió.<br />
-Ya es muy tarde- comentó Nikei, a quien casi se le cerraban los<br />
ojos de sueño. -¿Por qué no seguimos después?<br />
Todos estuvimos de acuerdo. Mayira se despidió y en cuanto<br />
prestamos atención, ya no estaba. Mi mestiza y yo fuimos para el<br />
departamento...<br />
Había sueño pero también latía fuego dentro nuestro, así que lo<br />
ocurrido aquella noche no lo incluiré en este libro. Mi relato sigue<br />
con: a la mañana siguiente...<br />
... estábamos dormidos. Dormimos todo el día y la tarde. Recién<br />
a la noche nos levantamos para cenar. Con Sebastián habíamos<br />
quedado que me reemplazaba un día más, así yo podía reponerme<br />
y evitaba los intentos de la prensa. Recién la otra mañana (el<br />
viernes), fuimos directo a su casa para idear la presentación que<br />
teníamos por delante.<br />
-Usemos Power Point- propuso Yanina que lo manejaba al dedillo.<br />
162
Mayira –que también estaba con nosotros- aclaró que él no aparecería<br />
en ninguna de las charlas. Nos ayudaría a prepararlas, pero<br />
nada más.<br />
La primera sería la presentación que haríamos durante la prometida<br />
conferencia de prensa. Allí expondríamos aquella increíble<br />
manera para curar. Con ese trampolín podríamos ya concretar<br />
una reunión en la Universidad de Buenos Aires, de forma de reunir<br />
a profesores y científicos y hablar de la nueva teoría dimensional.<br />
Lo de las técnicas de lucha, el equilibrio y otras tantas cosas,<br />
lo seguiríamos trabajando sobre nosotros mismos para luego poder<br />
enseñarlo bien.<br />
El Power Point nos facilitó armar la presentación de la Facultad.<br />
Uno de los cuadros principales se veía así:<br />
TEORÍA DIMENSIONAL<br />
Nº DIMENSIÓN PROPIEDADES<br />
1 ESPACIAL 3<br />
2 TEMPORAL 2<br />
3 INCLUSIONAL 1<br />
4 ESPIRITUAL 17<br />
5 INDIVIDUAL 11<br />
6 IDEAL 5<br />
7 ... ...<br />
Otros gráficos y tablas evaluaban interdependencias y puntos de<br />
contacto.<br />
Para la conferencia de prensa decidimos explicar claramente lo<br />
sucedido; supusimos que si los hechos eran de público conocimiento<br />
ya no habría nada que esconder.<br />
Ese mismo domingo, el sacerdote de <strong>San</strong> <strong>Patricio</strong> nos casó en secreto.<br />
Nikei era mi esposa.<br />
...<br />
163<br />
La rueda de prensa arreglada por Mayira comenzaba a las diez de<br />
la mañana, en el salón de una sociedad de socorros mutuos del<br />
barrio. La concurrencia había sido enorme.<br />
Cuando llegamos los cuatro, resultó difícil acceder a los asientos<br />
donde teníamos preparados decenas de micrófonos.<br />
Saludé a los periodistas y presenté a cada uno de mis compañeros.<br />
Hubo sorpresa cuando nombré a la chica rubia sentada a mi<br />
derecha, nadie sabía –pese a haber investigado mucho- que yo era<br />
casado.<br />
-Les agradezco por haber aguardado hasta hoy a todos ustedescomencé.<br />
–Haremos primero una rueda de preguntas, luego les<br />
contaré algo muy importante que hemos preparado para difundir<br />
a los cuatro vientos y por último habrá una rueda de preguntas<br />
final.<br />
-¿Quién desea empezar?- se levantaron todas las manos así que<br />
expliqué que respetaríamos el orden en que estábamos sentados.<br />
No terminaba de decir esto e irrumpieron en el salón una docena<br />
de efectivos armados. Eran parte de un cuerpo de elite de la Policía<br />
Federal.<br />
-¡Todos al suelo!- ordenaron metralla en mano. -¡Quedan arrestados!-<br />
apuntaron hacia nosotros cuatro que permanecíamos sentados.<br />
Antes de que ninguno llegase a nuestra posición, una imagen escalofriante<br />
me sobresaltó: al fondo, por donde acababa de acceder<br />
el cuerpo policial, un grupo de tres hombres trajeados nos revisaba<br />
con la mirada. Todos ellos tenían en la solapa del saco un pin<br />
metálico con la bandera islandesa. El del medio conservaba cabello<br />
sólo en la parte frontal de la cabeza... era Kosinoi.<br />
-¡Él es...!- grité a viva voz intentando delatar al mestizo, pero un<br />
oficial disparó alguna especie de dardo tranquilizante con el que<br />
164
quedé casi paralizado. Sebastián me agarró para que no cayese al<br />
suelo y ayudó a apoyarme contra el escritorio que sostenía los micrófonos.<br />
En segundos estábamos esposados.<br />
-¡Cuidado que mi señora está encinta!- alertó mi amigo.<br />
-En cuanto empezaron a sacarnos del salón, me desesperé porque<br />
los efectivos separaban a Nikei del grupo y la empezaban a llevar<br />
hacia los islandeses.<br />
-¡No! ¡Por favor no la lleven con ellos!- supliqué.<br />
El policía que tenía al lado me aclaró: -No podemos evitar que la<br />
lleven, es ciudadana de su país y ellos vienen de la embajada.<br />
Noté en la cara del oficial algo de disgusto con lo que estaban<br />
haciendo. Di un rápido vistazo y caí en la cuenta de que ése era<br />
el sentimiento generalizado en aquel equipo de elite.<br />
-¡Es mi esposa!- grité con la poca energía que me quedaba por<br />
efecto del dardo.<br />
-¿Eh?- me vio el policía.<br />
-Que es mi esposa.<br />
El hombre pensó un instante: -Momento Gutiérrez- ordenó a los<br />
que se llevaban a Nikei. Hizo una seña y la trajeron de regreso a<br />
mi lado.<br />
Los islandeses, viendo esto pusieron el grito en el cielo exigiendo<br />
que le entregaran a la chica: -¡Ella es islandesa! ¡Entréguenla ya<br />
o esto será el principio de una guerra!<br />
-De ninguna manera- lo detuvo el oficial con quien yo acababa de<br />
hablar; -la señora es esposa de un ciudadano argentino, por lo<br />
que adquiere de hecho esta nacionalidad. ¡Retírense o me olvidaré<br />
de su impunidad!<br />
165<br />
Los tres extranjeros se vieron enfurecidos entre sí. Oí al policía<br />
hablar entre dientes: -Diplomáticos de mierda...<br />
-Es mentira- gritó uno de los islandeses. –Ella no está casada con<br />
nadie.<br />
El policía dudó. –Tendrán a mano algún comprobante, como<br />
ser...<br />
-Sí- lo interrumpió Nikei, que guardaba en la cartera la fotocopia<br />
de la libreta de matrimonio que habíamos hecho el día anterior.<br />
-Pues bien- se alegró el policía -¡Fuera!- e hizo seña a seis efectivos<br />
para que los escoltasen.<br />
-De todas maneras debo llevarlos detenidos- me confesó. –<br />
Esperemos a que se alejen estos islandeses y salgamos.<br />
Mientras nos ingresaban a los cuatro juntos en un patrullero tipo<br />
camioneta, el oficial jefe del operativo me comentó que lamentaba<br />
estar haciendo esto y que estaba agradecido por la ayuda que yo<br />
había prestado a sus compañeros. Me di cuenta de que todos<br />
ellos manejaban aún la versión difundida por la televisión.<br />
Nos condujeron así esposados a la comisaría dedicada a delitos<br />
especiales. Luego de estar todos adentro nos quitaron las esposas,<br />
indicaron un banco alargado negro para sentarnos y nos<br />
convidaron con café. El efecto del tranquilizante ya casi se había<br />
disipado.<br />
Allí aguardamos nerviosos durante más de una hora, hasta que<br />
notamos que todo el personal abandonaba la sala quedando sólo<br />
uno de alto rango, armado, y un hombre de civil con aspecto comercial<br />
que recién ingresaba a la comisaría.<br />
-Buen día- saludó- -Espero no los hayan tratado mal.<br />
-¿De qué trata todo esto?- preguntó firme Sebastián.<br />
166
Para el tipo fue como si nadie hubiese hablado y acotó luego: -<br />
Primero lo primero...<br />
-Soy responsable de la comisión bicameral encargada de conflictos<br />
internacionales. Estoy al tanto de lo que informan los noticieros,<br />
que lo han transformado a usted en cierta clase de héroe.<br />
Pero lo que nos importa a todos aquí, ya que ustedes querrán irse<br />
para sus domicilios, es el conflicto que ha surgido con la República<br />
de Islandia a raíz de acciones irresponsables de un ciudadano<br />
de nuestro país: usted- y me indicó.<br />
-No cometí ningún acto irresponsable- me defendí.<br />
-Déjeme terminar- prosiguió el político, que al parecer ya sabía lo<br />
que le respondería y aprovechaba la situación para sacar ventaja.<br />
–A mí no me interesa lo que usted haya o no hecho, lo único que<br />
me preocupa y ocupa es mantener sana la relación entre ambos<br />
países. Usted es sólo un diminuto y minúsculo individuo. Yo soy<br />
responsable de la seguridad de millones.<br />
-Entre los que estamos nosotros- agregué.<br />
-Yo no diría eso...- se mostró inquietante. –Todo ciudadano que<br />
representa una amenaza para el resto de sus congéneres, pierde<br />
sus derechos- dijo esto y sacó un arma con la que me apuntó.<br />
Sebastián atinó a pararse pero lo detuve con mi mano.<br />
-Si ello solucionase el conflicto, lo mataría aquí mismo sin inconvenientes.<br />
Mis actos son necesarios para proteger a todo el país.<br />
-Aunque quizás sirviese...- comenzó la frase y percibí que rotaba<br />
el brazo para apuntar directamente a Nikei. Antes de que eso sucediese,<br />
crucé el metro y medio que nos separaba con una veloz<br />
patada circular quitándole la pistola. El arma caía al piso y se<br />
disparaba acertándole al Comisario en la pierna. Al mismo tiempo<br />
Sebastián llegaba a la posición de éste, fracturándole la rodilla<br />
167<br />
con su pie derecho y tomando el fusil que portaba para evitar que<br />
nos disparase.<br />
Por mi parte, me encargué de inmovilizar al político por el cuello.<br />
Mi compañero, durmió al Comisario impactándole a la altura del<br />
esternón.<br />
Cuando ingresó el resto de policías, que habían oído el disparo,<br />
empleé al político como una especie de rehén. Antes de intentar<br />
huir, decidimos que valía la pena intentar convencer a los policías.<br />
-Escúchenme- dije, -el Comisario está vivo, tiene un tiro en el<br />
muslo izquierdo disparado cuando ese revolver- lo indiqué con un<br />
movimiento de la cabeza- cayó al suelo. –Este congresista ha<br />
apuntado a mi mujer con el arma amenazando con matarla, por lo<br />
que yo procedí a desarmarlo y tuvimos que frenar al Comisario<br />
para que no interviniese en su defensa. –Los policías que habían<br />
llegado a ingresar nos apuntaban.<br />
-Nosotros no somos ninguna clase de delincuentes. Es más, la<br />
semana anterior intervinimos junto con la Fuerza Aérea Argentina<br />
para detener a un grupo de secuestradores islandeses.<br />
Mis palabras parecían no tener efecto en ninguno de los efectivos,<br />
ni en los más jóvenes. Pensé que Nikei podía decir alguno de sus<br />
vocablos para atontarlos y permitir que saliésemos. También era<br />
factible interactuar individualmente con cada uno para infundirles<br />
temor; pero contaba demasiados y no sabía si funcionase.<br />
Gracias a Dios, algo mejor se me ocurrió.<br />
-Usted- indiqué al que estaba más adelante, -puede revisar al<br />
Comisario-. El efectivo juzgó mi oferta y la aprovechó. Hasta entonces,<br />
lo único que evitaba que todos avanzasen era el rehén político<br />
que yo tenía y amenazaba con liquidar.<br />
168
Cuando el Comisario empezaba a despertar, a partir de los intentos<br />
de quien lo revisaba por reanimarlo, indiqué a Sebas que me<br />
suplantase y en un juego rápido de manos nos pasamos al rehén.<br />
-Bien, ahora aléjese- ordené al que lo revisaba.<br />
-Lo que estábamos por divulgar en televisión cuando nos detuvieron,<br />
es una técnica valiosísima para curar a la gente, que yo ahora<br />
usaré con el Comisario.<br />
El hombre al principio se resistía pero al final aceptó mi atención.<br />
Gradué la vista y enseguida capté la luminosidad que emergía de<br />
su cuerpo. No se veía blanca como en el caso de otras personas.<br />
Donde estaba sano, el brillo era más amarillento. Mis palmas en<br />
cambio refulgían blanquísimas.<br />
De a poco fui sanando cada mancha coloreada y pronto el policía<br />
no tenía nada. Como agregado adicional, intenté iluminarle un<br />
poco más la cabeza.<br />
Al finalizar me sentía agotado. Necesitaba respirar aire fresco. El<br />
comisario se mantuvo pensativo un momento después de haberse<br />
incorporado. La mayoría de uniformados se veían ahora bastante<br />
sorprendidos.<br />
-Déjenlos salir y encarcelen a Rosales- ordenó al fin.<br />
Sebastián soltó a Rosales –que era el político- y lo agarraron dos<br />
uniformados. Mientras nos íbamos, el Comisario me dijo al oído:<br />
-Esto me va a costar muy caro, pero te lo debo, así que váyanse<br />
rápido.<br />
Una vez fuera creímos conveniente viajar directamente hacia un<br />
canal de televisión. Se sentía extraño, mas acabábamos de perder<br />
la tranquilidad de transitar libremente en nuestra propia tierra.<br />
Empecé a imaginar lo duro que debía resultar el exilio y noté el<br />
rostro esculpido en bronce del General <strong>San</strong> Martín, en una fas-<br />
169<br />
tuosa estatua que presidía la plaza. Sus ojos seguían de frente y<br />
la mirada inconmovible. Mas yo sabía que en años lejanos el Padre<br />
de la Patria –así se lo conoce en Argentina-, había sufrido injusto<br />
destierro hasta los días de su muerte, allá por 1850 en Boulogne<br />
sur Mer (Francia).<br />
Nosotros nos hallábamos en la Avenida del Libertador, una arteria<br />
de gran envergadura que costea más o menos el Río de la Plata.<br />
Saqué monedas de la billetera y tomamos el colectivo sesenta y<br />
uno para llegar hasta la sede de canal trece.<br />
En viaje, pasajeros sorprendidos nos reconocían, algunos rogaban<br />
autógrafos, hubo quienes con decisión nos cedieron el asiento,<br />
preguntaban una que otra cosa y siempre nos miraban, como para<br />
no perderse detalle.<br />
Quince minutos más tarde, bajamos del autobús vivados por todo<br />
el pasaje. Cruzamos la vereda y la recepcionista del canal tras el<br />
vidrio notó nuestra presencia. Salió de inmediato tecleando escalones<br />
con los tacos de sus brillantes zapatos y nos hizo pasar. Allí<br />
dentro se esmeraron en conducirnos rápido hasta uno de sus estudios,<br />
donde se filmaba el noticiero.<br />
Traspusimos dos puertas oscuras de gran tamaño, indicaron<br />
donde sentarnos y apareció un periodista que conocíamos de verlo<br />
en televisión.<br />
-Bienvenidos- extendió la mano para saludarnos. -Tenemos unos<br />
minutos antes de salir al aire. Cuéntenme brevemente qué está<br />
ocurriendo y en qué los puedo ayudar.<br />
-Alguien está creando un supuesto conflicto internacional con Islandia,<br />
para evitar que demos a conocer verdades que cambiarán<br />
el rumbo de la historia. Íbamos a contarles esto en la conferencia<br />
de prensa, pero no nos dejaron- aclaré.<br />
170
-En síntesis- repreguntó el periodista, -¿Qué es eso tan importante?<br />
Decidimos ejemplificar. Nikei observó con atención al conductor<br />
del noticiario ajustando el foco de su vista. En general estaba sano,<br />
aunque aparecía un sector rojizo en uno de sus codos.<br />
-¿Tenis?- le asintió mientras acercaba ambas palmas luminosas<br />
al sitio coloreado.<br />
El hombre inquirió con algo de desconfianza. Mi señora rápidamente<br />
blanqueó la zona y el dolor que realmente lo afligía desapareció.<br />
Extrañado, movía su extremidad de diferentes maneras y comprobaba<br />
el aparente milagro.<br />
-Increíble- concluyó.<br />
-Y hay mucho más- lo alentó Nikei. –Esto fue sólo una mínima<br />
demostración. Con algo de práctica, cualquiera lo puede hacer.<br />
Los médicos irán de a poco perdiendo sus empleos.<br />
-Ya es la hora- interrumpió. –Vengan conmigo. Usen el tiempo<br />
que necesiten para explicar, yo los iré guiando por si debemos interrumpir<br />
o algo así.<br />
-¡Rubén!- gritó al que parecía ser director de cámaras. –Tenemos<br />
la exclusiva, anuncialo.<br />
Momentos después escuché una voz en off que comunicaba a la<br />
audiencia de nuestra presencia en los estudios del canal, etc., etc.<br />
Las líneas telefónicas comenzaron a arder de inmediato; sonaban<br />
y sonaban.<br />
Nos ubicamos en la tarima más iluminada de la sala junto al periodista.<br />
Música de presentación y al aire. La circunstancia parecía<br />
perfecta para desenmascarar el asunto; estimaba difícil que<br />
irrumpiesen allí en medio de canal trece si nos querían acallar.<br />
171<br />
Yanina se veía muy cansada de las corridas. Me preocupó que el<br />
niño estuviese a salvo. Sin decirle nada desenfoqué los ojos y la<br />
escruté. Por suerte la panza brillaba blanquita, con un resplandor<br />
claro mucho más fuerte de lo usual, más que el de mis palmas,<br />
más persistente aún que la luz manante de los enormes árboles<br />
selváticos. Tenía que deberse al bebé.<br />
Me volteé para consultarle a mi esposa y sin querer olvidé reenfocar<br />
la visión. Ella también resplandecía y un detalle singular me<br />
colmó de alegría.<br />
-Mirate- le avisé acariciándole el vientre. Allí brillaba un punto<br />
radiante, con intensidad como la del niño de Yanina.<br />
Nikei sonrió, se largó a llorar y me abrazó.<br />
-Che, che- se alarmó Sebas. -Ya empieza.<br />
Tomé aire profundamente y me dispuse para hablar.<br />
-El defensor justiciero, de nombre Gustavo, está a mi lado en este<br />
instante para contarnos toda la verdad- anunció el periodista y<br />
noté la cámara que me apuntaba.<br />
-Buenas- atiné a decir. En seguida, la primera pregunta del conductor<br />
ayudó a que empezara. Vi que a pasos de donde estábamos<br />
se iban concentrando fotógrafos y otros reporteros sedientos<br />
de información.<br />
-Soy instructor de taekwon-do, como mi amigo Sebastián. Quiero<br />
que sepan que hay partes de la historia que ustedes conocen por<br />
los medios, que no son verdaderas-. Nadie me interrumpía, los<br />
presentes oían muy atentamente y yo continué: -Hasta ahora no<br />
había tenido oportunidad de aclarárselos, así que lo haremos hoy-<br />
no sé si la gente que estaba allí o una grabación empezó a vivar y<br />
aplaudirme. Tuve que frenar un instante porque si hablaba nadie<br />
me escucharía.<br />
172
Al fin las palmas disminuyeron y pude continuar: -Queridos argentinos,<br />
tengo la sensación de que no nos queda mucho tiempo<br />
para explicarles- realmente estaba presintiendo algo y me hizo<br />
bien sincerarme profundamente con el público. –Funcionarios de<br />
la Embajada Islandesa han atentado estos días en reiteradas ocasiones<br />
contra nuestras vidas. Tanto aquí como en Brasil y Surinam,<br />
donde fuimos presa de las locuras de un malhechor llamado<br />
Kosinoi- los reporteros anotaban sin parar. –Su aspecto es el siguiente:<br />
tiene unos cincuenta años, altura mediana, ojos más<br />
bien gris-celestes, tez casi albina con rasgos marcados y un detalle<br />
muy característico, es calvo excepto cerca de la frente. Su cabello<br />
es blanquecino-. Nikei me agarró apretadamente la mano<br />
porque ella también presentía algo malo.<br />
-Escuchen- avancé; -se acaba el tiempo. Este individuo que acabo<br />
de describir es muy peligroso. Si lo encuentran no lo enfrenten,<br />
sólo den parte de urgencia a la policía- recapacité un poco, no<br />
sabía si se podía confiar en la fuerza pública; -o al menos al canal<br />
de televisión- agregué.<br />
Descarté premeditadamente el relato sobre su origen mestizo.<br />
Supuse que si entraba en detalles de sirenas y marineros, perdería<br />
credibilidad.<br />
-Ella es mi esposa- la tomé con mi otra mano y las cámaras se<br />
dirigieron a su rostro. –Se llama Nikei y deseo anunciarles que<br />
estamos esperando nuestro primer hijo- hubo aplausos espontáneos<br />
y sorpresa por parte de nuestros amigos que tampoco lo sabían,<br />
ni tenían idea cómo yo podía asegurarlo en tan corto tiempo<br />
de habernos conocido. Pero por supuesto ocultaron sus dudas y<br />
nos abrazaron.<br />
-El islandés que les mencioné hace instantes, secuestró a mi señora<br />
e intentó atacarla sexualmente- hubo unos sonidos de estupor<br />
entre los presentes, -aunque gracias a Dios pude evitarlo, con<br />
173<br />
la ayuda de un oficial de la Fuerza Aérea Argentina que hoy no<br />
nos acompaña- las voces de estupor se transformaron en grititos<br />
de triunfo y algunos suspiros aliviados. En seguida reencendieron<br />
la grabación de aplausos que se sumaron con los reales.<br />
El periodista no preguntaba nada, más aprovechó mi suspiro para<br />
insertar un bocado: -¿Qué partes son ciertas y cuáles no de la<br />
historia que conocemos?<br />
-Bien- respondí. –Todo comenzó el... lunes pasado por la noche,<br />
cuando volvía de dar clases de taekwon-do- no llegué a decir más<br />
y se abrieron de sopetón los portones del estudio.<br />
-¡Todos al suelo!- volvimos a escuchar, como en la anterior conferencia.<br />
-¡Están arrestados!<br />
Los que avanzaban eran efectivos del mismo cuerpo de elite que<br />
conocíamos. Detrás de ellos pude ver al Comisario junto a Rosales.<br />
Peor aún, poco después ingresaron los tres islandeses. Si no<br />
me equivocaba, Kosinoi aparecía en el centro calzando una gorra<br />
que ocultaba su particular pelada. Y como si fueran pocos, tras<br />
ellos entraron con armas largas soldados del ejército que me parecía<br />
tener vistos. El oficial... se trataba de... caí en la cuenta de<br />
la escarapela verdeamarela que llevaban. Era De la Corvaida.<br />
Eso me causó una fea amargura, resaca de sentirme traicionado<br />
por quienes días atrás habían combatido a mi lado para liberar a<br />
Nikei.<br />
Los cuatro nos tomamos de la mano. El periodista se interpuso<br />
para detener a los efectivos policiales y sin mediar aviso lo derrumbaron<br />
a balazos.<br />
Al verlo sobre el piso me percaté de que se trataba de dardos como<br />
los que antes me habían clavado a mí. Respiré, y en el momento<br />
en el que estábamos por intentar espiritualizarnos porque<br />
llegaban a nosotros, una tremenda balacera destruyó el ventanal<br />
174
que servía de fondo al noticiario. Sebastián captó que nos hacían<br />
señas desde fuera para que saliéramos por allí. Un helicóptero<br />
azul oscuro nos aguardaba.<br />
A medida que escapábamos hacia ellos, desde el vehículo aterrizado<br />
metrallaban para cubrirnos de los dardos. Subieron ambas<br />
mujeres, Sebastián y yo, casi cuando partíamos.<br />
-¿Se encuentran bien, soldado?- esa voz me resultaba conocida.<br />
En las butacas delanteras junto al piloto estaba Rolando Varis.<br />
-Gracias- me alegré. Él llevó dos dedos a su sien como venia de<br />
saludo y se volvió a quien manejaba el helicóptero para darle indicaciones.<br />
-¿Adónde vamos?- quise saber. El resto del pasaje conocía a Varis<br />
por la recorrida que nos había brindado Mayira días atrás.<br />
Pero el Capitán sólo sabía de mí y de Nikei, así que sin esperar<br />
que me respondiese empecé a presentarlos.<br />
-Sí, los conozco- interrumpió y aclaró mi desconcierto pidiéndole<br />
al piloto que nos diese un vistazo. Bajo el casco emergía una<br />
gruesa barba gris y blanca. -¡¡Mayira!!- nos alegramos.<br />
-Hemos tomado rumbo hacia la provincia de Córdoba. La autonomía<br />
de este aparato nos permitirá llegar a salvo si no nos interceptan<br />
(cosa segura porque mis superiores ya están informados).<br />
Allí descenderemos en un paraje que conoce nuestro piloto.<br />
Aprovechen ahora a descansar- indicó.<br />
Mientras volábamos logramos relajarnos. El aleteo constante de<br />
las aspas grandes y las pequeñas funcionaba a manera de arrorró.<br />
Antes de dormirme di sendos vistazos a las panzas: continuaban<br />
felizmente luminosas.<br />
...<br />
175<br />
El viaje fue muy tranquilo. Con el Inca al volante y Varis de copiloto<br />
se podía descansar bien. De la Capital Federal hasta Córdoba<br />
–en el centro del país- teníamos unos mil kilómetros.<br />
-Vayan abriendo los ojos- Mayira nos despertó. Acabábamos de<br />
tocar tierra y las hélices se detenían. En derredor nos encajonaban<br />
una serie de montañas.<br />
-¿Dónde estamos?- se desperezó Yanina que había estado muy<br />
callada en lo que iba del día.<br />
-Córdoba- fue la escueta respuesta del militar.<br />
-En mis años de juventud- comentó Mayira, -oí de unos hombres<br />
de mar que llegando hasta las costas del continente, habían incursionado<br />
pacíficamente en busca de este pequeño valle escondido.<br />
Me aventuré por entonces junto a dos compañeros y llegamos<br />
con sigilo hasta aquí. Esos marinos vestían prendas extrañas,<br />
tejidas de hilo muy delgado; usaban cruces rojas como estandarte<br />
y cada tanto se entrenaban en combates con espada. No<br />
tenían mujeres y al parecer nunca salían de su sector para buscarlas.<br />
-Mis amigos y yo los observamos a escondidas por semanas, hasta<br />
que decidimos presentarnos. Según nos contaron se hacían<br />
llamar “Templarios” y su tribu pertenecía a tierras muy lejanas<br />
separadas por los océanos.<br />
-Eran gente justa y de gran valor. Con el paso del tiempo fueron<br />
conociendo a más de los nuestros. Nos enseñaron sus técnicas de<br />
defensa y nosotros hicimos lo propio con las nuestras.<br />
Mayira hizo un espacio y esbozó una sonrisa recordando viejos<br />
tiempos: -Mi hija mayor, la princesa Svic Tulac, se casó con uno<br />
de ellos en hermosa ceremonia y nuestros pueblos se hermanaron<br />
más aún, separados sólo por la distancia.<br />
176
-¿Los Comechingones?- dudó Sebastián.<br />
-Así se los recuerda hoy día- afirmó el maestro incaico, -pero nada<br />
ha quedado escrito de su rica cultura y valioso pasado.<br />
-¿Cómo se llamaba el esposo de Svic Tulac?- averiguó Nikei.<br />
-Usaban costumbres parecidas a las nuestras para escoger los<br />
nombres. Él se hacía llamar Jorge el Justo.<br />
-Jorge...- reflexionó Nikei viendo hacia el cielo. –Lindo nombre<br />
para nuestro hijo, ¿te parece?- me sonrió.<br />
-Jorge si es varón, Jorja si sale hembrita- bromeé y nos reímos. –<br />
Me parece bien mi amor, me parece bien.<br />
El Capitán comentó que estábamos allí porque gracias a la cantidad<br />
de magnetita concentrada en esas rocas, se dificultaría el rastreo<br />
satelital que pudiesen intentar desde el gobierno.<br />
Me preocupó que la dirigencia argentina estuviese implicada en el<br />
asunto. Di por sentado que alguien con intereses sucios estaba<br />
malinformando a nuestro gobierno, como había ocurrido con los<br />
brasileros.<br />
-Por cierto, ¿sabes qué hacía De la Corvaida junto con los islandeses?-<br />
recordé en ese instante y le consulté a Varis.<br />
-Ellos nos dieron vuestra ubicación. Nosotros no la teníamos<br />
porque estaban cerrados los canales de búsqueda que empleamos<br />
normalmente, pero los brasileros habían conseguido un permiso<br />
especial a través de su embajador para investigar un supuesto<br />
complot de los islandeses con sede en Buenos Aires. Por eso venían<br />
siguiendo al Kosinoi éste y nos mantenían informados de sus<br />
movimientos.<br />
-¿Así que están de nuestro lado?- me alegré.<br />
-En ésta, sí- aclaró el Capitán. –Bajemos las cosas...<br />
177<br />
Entre los seis fuimos armando las carpitas que portaba el helicóptero<br />
en la cabina. Eran del tipo iglú, parecida a la que Nikei había<br />
conseguido para Surinam.<br />
Esa noche estuvo estrellada. Cada dos horas nos turnábamos la<br />
guardia. El Capitán hizo la primera, yo la segunda, Sebas la tercera<br />
de cuatro a seis de la mañana y Varis volvió a levantarse para<br />
cubrir la última y preparar el desayuno. Mayira no dormía con<br />
nosotros, sólo aparecía o se perdía de vista a su antojo. -Quizá le<br />
temía al fuego que habíamos encendido, como le temen los animales-<br />
había reflexionado irónicamente mientras caminaba entre las<br />
carpas en mi turno de vigilia.<br />
Al otro día amaneció despejado. El cajón de piedra que nos rodeaba<br />
evitaba los rayos del sol al principio de la mañana y al final<br />
de la tarde. Permanecía celeste el firmamento pero no veíamos a<br />
febo.<br />
Durante el desayuno de mate cocido y frambuesas silvestres, analizamos<br />
la situación. Sebastián no había ido a trabajar; yo no estaba<br />
para dar clase a mis alumnos de taekwon-do y no les había<br />
avisado nada (aunque seguramente estarían informados por los<br />
medios). No sabíamos si nos buscaba la policía, el gobierno o<br />
quien fuese. Yanina estaba de franco en la escuela donde enseñaba<br />
gimnasia y Nikei permanecía conmigo, que era el sitio más<br />
adecuado.<br />
En cuanto a la información que debíamos aún a nuestro pueblo,<br />
con mi discurso no había llegado a aclarar lo sucedido, ni había<br />
logrado sorprender a todos con la nueva forma de sanar, luego de<br />
lo cual estaba planeado invitar para una conferencia en la UBA a<br />
científicos y profesores. Tan sólo estaba cuasi completo el desenmascaramiento<br />
de Kosinoi. También había involucrado públicamente<br />
a la Embajada Islandesa en el conflicto.<br />
178
-Gustavo- Nikei abrazó mi mano con cariño, -sabés, una cosa que<br />
dije cuando fue lo de la Comisaría no es del todo correcta. Lo de<br />
curar con la luz no lo puede hacer cualquiera; debe ser alguien<br />
sano física y espiritualmente.<br />
-Los que no presentan el mismo brillo blanquecino que nosotros<br />
¿no pueden sanar?- entendí.<br />
-Sólo la gente buena, pura, con intenciones nobles en su corazón<br />
y además con salud suficiente son capaces- comentó mi esposa. –<br />
Para alguien con esa luminiscencia ocre, amarillenta o peor, oscura,<br />
se torna un hecho imposible. Es como si intentasen enfriar la<br />
mamadera haciéndole correr agua hirviendo por fuera.<br />
-Y cuanto más blancas tienes las manos ¿disminuye el tiempo de<br />
la curación?- dedujo Yanina que desde el recorrido que nos brindase<br />
Mayira estaba muy compenetrada en las minucias de lo<br />
aprendido.<br />
Nikei asintió.<br />
-Es más- agregó el Jaguar del Cambio saliendo de tras un árbol, -<br />
existen personas con las palmas acelestadas, celestes y hasta<br />
azules-. Todos nos interesamos.<br />
-Ellos- prosiguió, -tienen poderes impresionantes para sanar.<br />
-¿Cómo Jesús?- pregunté.<br />
-Jesucristo irradiaba luz azul según me contaron, y siendo hombre<br />
él podía hasta reencender la vida en algunas personas. Ya<br />
que lo mencionas, nadie conozco además de él que contase con<br />
luminiscencia de esa clase.<br />
-¿Y Ghandi, Buda, Mahoma?- agregó Sebas.<br />
-Personalidades muy luminosas las que nombras. Manos blancas,<br />
a veces celestes. Y también podríamos citar algunos cuántos<br />
más- aclaró Mayira.<br />
179<br />
Sebastián hasta ese momento no había conseguido adecuar sus<br />
ojos para percibir la tan mencionada luminosidad. Pero entonces<br />
lo noté con rostro muy alegre. Se puso de pie y empezó a recorrer<br />
los alrededores acariciando plantas, insectos y mirándolos con<br />
sorpresa.<br />
-Esto es magnífico- rió.<br />
Desde la última clase de taekwon-do, cierta molestia muscular le<br />
acometía la cintura. Fruto de algún mal movimiento según me<br />
había contado; enseñando la forma Eui-Am a uno de sus alumnos<br />
avanzados, los huesos parecían habérsele trabado y destrabado.<br />
Así pues decidió observarse el sitio dolorido: tenía coloración rosada.<br />
Volteó sus palmas para observarlas antes de intentar curarse<br />
y sin hacer nada más cayó de rodillas sobre la tierra.<br />
-¿¡Qué ocurre!?- me alarmé.<br />
-Mis manos...- sólo atinó a balbucear.<br />
Noté que Nikei sonreía rozagante: -Velo tú mismo- me alentó.<br />
Desenfoqué entonces la vista y acomodé mis emociones: ¡Eran<br />
celestes!<br />
-Cúrate, ¿qué esperas?- cuestionó Mayira. Sebastián llevó sus<br />
palmas hacia el foco del dolor y de inmediato este se alivió.<br />
-¿Cómo puede ser que no supiera...?- se extrañó mi amigo.<br />
-Ahora lo sabes- fue la única respuesta del Inca que hizo un gesto<br />
fuerte con los brazos y desapareció.<br />
Podíamos permanecer allí en ese valle, felices y despreocupados<br />
por el resto de los días. Pero no se trataba de eso nuestra vida.<br />
Había mucho por hacer; el equilibrio nos llamaba a aventurarnos<br />
en busca de los peligros que nos acechaban. Capaz sonaba loco,<br />
mas estaba seguro de que aquella tranquilidad tentadora (y real)<br />
no era el equilibrio por entonces.<br />
180
Terminé lo que restaba en el fondo de mi mate cocido y empecé a<br />
despedirme de mis compañeros.<br />
-¿Adónde vas?- se preocupó Nikei.<br />
Me fue difícil convencerlos, pero necesitaba seguir mi instinto. La<br />
posibilidad de que los encontrasen por allí era escasa, más aún si<br />
yo me llevaba el helicóptero. El maestro incaico piloteaba, así que<br />
esperaría a que se presente sentado en el vehículo, dispuesto para<br />
partir.<br />
-Pero no quiero estar sin ti- rogó Nikei casi desesperada.<br />
-Yo tampoco- la consolé, -pero debo hacer esto. Aquí estarás bien<br />
con Sebas y el Capitán...- sin que hubiese terminado de despedirme,<br />
las aspas giratorias comenzaron a andar. Mayira me<br />
aguardaba con el casco en mano. Percibí que las cosas iban sucediendo<br />
como sentía. De alguna extraña manera era capaz de<br />
ponerme a narrar lo que sucedería en el futuro cercano. Como si<br />
fuera un profeta de la antigüedad.<br />
-Regresaré en dos días- les avisé cuando despegábamos.<br />
-No dejes que el curso del destino te confunda- mi maestro indicó.<br />
–Es como un río de fuerte correntada, que trata de llevarte a su<br />
antojo por el cauce. Pero existen muchos otros cauces. Infinitos,<br />
diría. Cuando notas la seguridad de que algo sucederá así, no<br />
debes desoírlo pero tampoco tomarlo como certeza. Puede ser que<br />
logres, no obstante, un curso de agua que te lleve adonde quieres<br />
realmente. Si eso ocurre, aprovéchalo; mas recuerda siempre esa<br />
vieja frase que asegura: “el destino no está escrito”.<br />
-Juche- reflexioné en voz alta, recordando el nombre de una doctrina<br />
oriental que asegura que el hombre es dueño de su propio<br />
destino.<br />
181<br />
-Quizá- culminó Mayira, con lo que yo interpreté que Juche tenía<br />
mucho de cierto pero no era absolutamente exacta.<br />
Me mantuve un tiempo pensativo mientras volábamos a Buenos<br />
Aires.<br />
-Vayamos hasta la Casa Rosada- decidí al fin. –Allí hablaré directamente<br />
con el Presidente y tendremos más chances de que nos<br />
dejen hacer la presentación.<br />
-No creo que podamos arribar a la casa de gobierno sin que nos<br />
maten- objetó.<br />
-Pero podemos dar aviso antes de llegar y pedir autorización para<br />
aterrizar-. Yo estimaba que si alcanzábamos a la máxima autoridad<br />
pública del país, tendríamos buenas chances en nuestra empresa.<br />
Ahora bien, si el presidente estaba involucrado con los islandeses,<br />
las cosas se pondrían mucho peor.<br />
Viajábamos hacia el éste-sur-éste. Los caseríos y edificios cada<br />
vez más amontonados anunciaban nuestro pronto arribo a Capital.<br />
-¡Oh no!- nunca había oído a Mayira así sobresaltado y sus dos<br />
vocablos me aterraron.<br />
-¡El combustible!- lamentó. Un traqueteo desparejo proveniente<br />
del motor señalaba que caeríamos en breve si no lográbamos aterrizar.<br />
Con esfuerzo denodado para mantener la altura y mi asistencia de<br />
copiloto novato, hallamos un descampado amplio y conseguimos<br />
descender. Unos muchachitos que peloteaban en el potrero se<br />
acercaron a curiosear. Tras ellos llegaron algunos grandes caminando<br />
desde sus casas.<br />
-¿Quiénes son?- nos increpó un cuarentón de panza despeinada,<br />
malla y chancletas.<br />
182
Preferimos no responder. Asimos fusiles que cargaba el helicóptero,<br />
trabamos bien las puertas y empezamos a caminar sin interrupción<br />
hacia la salida del terreno donde se agolpaba aquella<br />
gente.<br />
Al vernos armados la mayoría se distanciaba cuando nos acercábamos,<br />
pero el bañista sin pileta volvió a gritar: -¡Quién se creen<br />
que son!<br />
Noté que una jovencita a su lado le pedía que nos dejase pasar.<br />
Mostrándose amedrentador, el maldito empezó a golpearla y golpearla.<br />
Los quejidos de la chica casi no se escuchaban, como si<br />
estuviese acostumbrada a soportar.<br />
Viendo aquella escena, corrí los diez metros que nos separaban y<br />
con un certero puñetazo en la base de su mandíbula lo catapulté<br />
a la inconsciencia sobre el polvo del suelo seco de aquel potrero.<br />
La joven sangraba en su rostro y por la espalda. Me miró entre<br />
agradecida, dolorida y asustada.<br />
-¿Estás bien?- quise saber. Ella iba a responderme pero no le<br />
quedaba mucha fuerza y cayó desmayada sobre mis brazos.<br />
La alcé pasando a Mayira mi fusil. Todos en derredor se separaban<br />
cada vez más de nuestra posición y veían obnubilados.<br />
-¿Dónde hay un hospital?- pregunté. Nadie respondía.<br />
-¿Donde hay un hospital?- grité aún más fuerte. Varios bracitos<br />
se alzaron en dirección a una casilla blanca con los vidrios rotos<br />
en pedazos. Distaba unas dos cuadras así que la transportamos<br />
con esfuerzo hasta allí.<br />
Al entrar constaté que no había médicos ni enfermeros; tan sólo<br />
un botiquín cerrado con candado y una camilla de cemento junto<br />
a la pared.<br />
183<br />
Todos los curiosos que nos seguían desde el aterrizaje continuaban<br />
observando.<br />
Con la base del arma rompí el cerrojo metálico. Dentro aparecieron<br />
unas gasas, yodo povidona, elementos de sutura y algún que<br />
otro medicamento.<br />
La chica ya había vuelto en sí. Pensé que en ese momento deberíamos<br />
estar cumpliendo nuestra misión y cada vez nos demorábamos<br />
más y más. Pero no podíamos dejar allí a la joven. Limpié<br />
sus cortes con agua jabonosa y tras secarla, iba a aplicarle el yodo<br />
cuando recordé que no necesitaba todo aquel artificio. Mayira<br />
me veía desde el principio sin ayudarme y riéndose por lo bajo.<br />
Sacudí la cabeza, desenfoqué mi vista para poder visualizar los<br />
colores de la chica y la curé, aunque su brillo normal era muy inferior<br />
al que me había acostumbrado con Yanina y Nikei. Por<br />
cierto, resultaba similar al amarillo del policía que sanase en la<br />
Comisaría, aunque algo más blancuzco.<br />
-El color no asegura que la persona sea buena o mala- me aclaró<br />
Mayira leyendo mi pensamiento y hablando con el suyo. –Te da<br />
una fuerte pista, pero habla también del estado general de salud,<br />
por lo que puedes confundirte. Ni yo sé distinguir con seguridad.<br />
-¿Cómo te llamas?- le preguntó a mi paciente, que no salía del<br />
asombro al comprobar que sus cortes estaban cerrados y ya no le<br />
dolían.<br />
-Sabrina me llamo. Gracias por curarme. Llévame contigo por<br />
favor. Si el tío despierta y me encuentra así... sana, enfurecerá y<br />
de seguro terminará matándome.<br />
-Yo no puedo llevarte con nosotros- le aclaré. –Lo que sí puedo es<br />
alcanzarte a la comisaría y llevar al... ¿tío dijiste? para que lo encierren.<br />
184
Mayira negaba suavemente con su cabeza. Si aparecíamos por la<br />
comisaría era muy probable que tuviésemos problemas. Sumado<br />
a ello, Sabrina empezó a llorar y a rogar que no la dejásemos allí,<br />
menos que menos con la policía. Los niños que nos rodeaban<br />
apoyaban sus lamentos. –Llévensela o la matarán- pude oir repetidas<br />
veces con distintas voces.<br />
-¿Cómo vamos a la Capital?- averigüé. Las manos de muchos<br />
otra vez se alzaron juntas y paralelas. Nos indicaban una autopista<br />
por donde el tránsito circulaba veloz.<br />
Hacia allí nos dirigimos los tres dejando atrás al gentío que ya no<br />
nos acompañaba. Sabrina se veía contenta de venir con nosotros,<br />
aunque le aclaré que la dejaríamos en un sitio seguro cuando lo<br />
hallásemos.<br />
Un taxi semidestartalado aceptó acercarnos por diez pesos hasta<br />
la entrada de la ciudad. Anduvimos así, transitando la vía lenta<br />
durante una hora y media.<br />
-Aquí los dejo- avisó el chofer. Un cartel verde inscripto en blanco<br />
anunciaba el acceso a Buenos Aires por Avenida Balbín. Pagamos<br />
lo arreglado y descendimos hasta la arbolada arteria caminando.<br />
Conocía aquella zona. Anduvimos unas cuantas cuadras en dirección<br />
del convento franciscano que recordaba. Era de unas<br />
monjitas y de seguro recibirían a Sabrina para darle algún cobijo.<br />
Tocamos timbre varias veces hasta que apareció una hermana<br />
arropada de marrón: -Buenos días- saludó cortésmente. Le explicamos<br />
la situación de Sabrina y ella aceptó recibirla, aunque Sabrina<br />
pataleó hasta el cansancio porque no deseaba quedarse.<br />
Al fin, tras media hora conseguimos que se rindiese y entrara al<br />
convento con la Hermana Sofía –así se llamaba la amable monjita-<br />
. Nos despedimos y dejamos sin que Sabrina supiese algo de di-<br />
185<br />
nero para solventar parte de los gastos que provocase su presencia<br />
allí.<br />
¿Qué haríamos ahora? Yo intuía que hablar con el primer mandatario<br />
resultaría fructífero. Podíamos tratar de ingresar furtivamente<br />
a la Casa Rosada y escabullirnos hasta su despacho, tal<br />
vez espiritualizándonos. ¿Pero era esa la solución? ¿Nos encontraríamos<br />
tal vez con los mismos personajes siniestros que nos<br />
perseguían?<br />
Junto a la entrada del convento había un puesto de diarios. El<br />
quiosquero me reconoció y nos regaló un periódico importante<br />
donde mi foto huyendo de canal 13 aparecía en la tapa.<br />
-Vamos todavía- alentó. –Todos lo apoyamos por aquí. ¿Por qué<br />
no van a hablar a la Universidad? Allí tiene prohibida la entrada<br />
la fuerza pública y supongo que conseguirán decir todo con algunas<br />
cámaras que los filmen- propuso. Al parecer, aquel canillita<br />
tenía ya todo pensado. Recordé que era cierto lo que planteaba,<br />
desde terminado el tiempo de las dictaduras, se había dispuesto<br />
la prohibición absoluta para policías y militares de ingresar a casas<br />
de estudio. Todo a colación de los secuestros y homicidios<br />
efectuados principalmente donde se impartían carreras humanísticas.<br />
Ya había pasado mucho tiempo desde entonces, pero la regla<br />
estricta se mantenía. Y mejor aún, yendo allí podríamos tratar<br />
de reunir un grupo de profesores y presentarles el nuevo paradigma.<br />
Antes de que partiésemos apareció la Hermana Sofía: -Su reloj-<br />
me llamó agitando la mano. Miré mi muñeca izquierda y el valioso<br />
recuerdo que portaba en ella había desaparecido. Caminamos<br />
unos pasos hasta la puerta y la monja puso el reloj entre mis manos.<br />
Con una mueca profunda y fruncida logró que comprendiese<br />
que Sabrina me lo había quitado y que tratara de perdonarla.<br />
186
Calcé el artefacto en su sitio agradecido y me admiré de todo lo<br />
que me había transmitido la hermana con un sólo ademán. Mientras<br />
volteaba y se retiraba para cerrar el portal llegué a desenfocar<br />
y rastrear su luminosidad: era blanca como suponía, muy blanca.<br />
Tenía sin embargo otras gamas en sus rodillas, cintura y algunas<br />
partes de su columna. Sofía era mayor y de seguro esos tonos<br />
indicaban sus dolencias.<br />
Ver a la monjita con su luminiscencia y pensar en simultáneo<br />
que estaba por viajar a la Universidad, reubicó en mi cerebro algunos<br />
bloques y me encendió una idea fabulosa. Sabía que en<br />
cierta forma era una predicción del futuro, uno dichoso al que<br />
arrastraban bastantes cauces del destino con sus caudales torrentosos.<br />
La incluiría entonces para mi charla en la Facultad.<br />
Tomamos el colectivo 67 intentando pasar desapercibidos. Alguna<br />
gente me miraba extrañada, pero nadie se animaba a descubrirme.<br />
Pronto estuvimos en Ingeniería y conseguir la reunión fue<br />
más fácil de lo que pensábamos. Profesores y alumnos se agolpaban<br />
al verme. Poco a poco Mayira fue separándose y se perdió<br />
entre la multitud. Recordé sus palabras asegurando que no estaría<br />
en las conferencias...<br />
Hice lo posible por llegar hasta donde pudiera subirme para<br />
hablar y lo conseguí recién en la barra del bar de planta baja,<br />
donde pronto sacaron con esmero los utensilios para evitar que<br />
me tropezase. Desde allí di un vistazo general. Eran cientos, si<br />
no miles.<br />
-Traigan al rector y a los profesores- rogué.<br />
-No hace falta, acá estamos- muchos levantaron sus manos para<br />
que los viese.<br />
187<br />
-Bien- comencé, -siéntense por favor que tengo que contarles algo<br />
muy importante, algo que revolucionará la ciencia actual y cambiará<br />
nuestras vidas para bien.<br />
-¿Es por eso que te persiguen?- preguntó un muchacho que estaba<br />
cerca.<br />
-Sí- respondí, -aunque no todos lo saben con claridad; muchos<br />
siguen órdenes de superiores que tampoco manejan la verdad. Yo<br />
sólo sé de un individuo extranjero que está detrás de todo esto.<br />
No tengo pruebas de nadie más implicado a conciencia en lo que<br />
hace.<br />
-¿Quién es él? ¿Kosinov?- preguntaban.<br />
-Kosinoi, con “i”, pero ese no es el tema central del que necesito<br />
hablarles- se veía que no eran periodistas porque callaron y esperaron<br />
que yo continuase.<br />
-Siéntense por favor- repetí. No contaba con el Power Point que<br />
hubimos preparado así que solicité una pizarra. En cambio de<br />
eso, me pasaron un fibrón e indicaron que anotase en los azulejos.<br />
Serviría.<br />
Me daba vueltas en el cerebro la idea maravillosa que había conseguido<br />
viendo a la monjita, pero sabía que no me serviría para<br />
empezar en aquel ámbito. Primero necesitaba plantear claramente<br />
el tema y dar de inmediato una demostración sorprendente.<br />
Rogué a Dios que me saliese, he intenté hacerlo...<br />
-En estos días he atravesado experiencias importantes. Aquí en<br />
Argentina, en Surinam y en Brasil. Todas ellas me llevaron a<br />
completar los bloques de una nueva cosmovisión, un nuevo paradigma<br />
que ahora les presentaré.<br />
Tomé el marcador y anoté: “10 dimensiones” y desde allí saqué<br />
diez flechas para luego completar.<br />
188
-¿Qué dimensiones conocen?- pregunté. Las respuestas no se<br />
hicieron esperar. Eran diversas y a montones.<br />
-Ok- los detuve. –Nos referiremos no a cualquier tipo de dimensiones<br />
sino a las existenciales, a las que son conformacionales de<br />
nuestro entorno.<br />
-Las dimensiones que mencionaré tienen diferentes relaciones de<br />
interdependencia. Por otro lado, en cada una se identifican un<br />
número finito de propiedades características.<br />
Sentía que hasta que diese mi ejemplo conmovedor, que agregaría<br />
un plus de atención, el público letrado resultaría estrictamente<br />
exigente. Todas mis oraciones debían encadenarse a la perfección,<br />
en un camino de sabiduría ascendente.<br />
-¿Por dónde nos movemos al morir? ¿Y por donde lo hacemos al<br />
ser concebidos?- no hubo comentarios.<br />
-¿Cómo es que se logra el desplazamiento a voluntad por el tiempo?<br />
-¿Viajar en el tiempo?- me interrumpieron.<br />
Es una de las tantas cosas que permite y explica el nuevo paradigma-<br />
acoté.<br />
-¿Ha viajado en el tiempo?- inquirió otro y hubo alguna risita perdida<br />
por ahí.<br />
-Por eso, y por otras cosas más importantes estoy acá. Pero pasemos<br />
a ejemplificar; experimentemos para derrumbar el presente<br />
paradigma-. Nadie se atrevía a hablar; estaban expectantes, ansiosos;<br />
sentían estar viviendo tiempos históricos.<br />
-Señor Rector, si me hace el favor...- lo llamé y fue pasando entre<br />
la gente para llegar a la barra. Mientras se acercaba, comenté<br />
algunos lineamientos técnicos que explicaban en parte lo que<br />
haría.<br />
189<br />
-Multitud de reacciones químicas anabólicas y metabólicas liberan<br />
energía en forma de fotones, por lo general con muy baja intensidad.<br />
Es lo que hoy se conoce como quimioluminiscencianoté<br />
que algunos asentían.<br />
-¿Qué pasaría si pudiésemos amplificar el resultado de interferencia<br />
de todas esas reacciones para visualizarlo? Es más, ¿hay algún<br />
motivo fisiológico por el que existe esa luminiscencia?<br />
-Pues sí lo hay- continué. –El organismo humano está preparado<br />
para autorrepararse. Así como cuando ustedes desean subir el<br />
volumen en un equipo de música...- y di el mismo ejemplo que me<br />
enseñase Mayira allá en la selva. Luego los guié para desenfocar<br />
la vista, cuando la mayoría lo hacía grité: -¡¡Mírenme!!- lo más<br />
fuerte que pude intentando desestabilizarlos emocionalmente para<br />
que lograran ver el aura luminiscente.<br />
La gran mayoría se mostraba confundida. Sólo una alumna que<br />
estaba cerca y un hombre mayor, supongo que profesor, se veían<br />
sorprendidos y no dejaban de observarme.<br />
El Rector llegó junto a mí. Lo revisé de unos vistazos y le informé<br />
que estaba sufriendo dolores en el intestino grueso.<br />
-Sí, es cáncer- me confió al oído. Sin anticiparle nada, fui pintando<br />
con mis manos esa zona hasta dejarla completamente clara.<br />
-Está curado- le avisé. –Cuando lo revisen su cáncer habrá desaparecido-.<br />
El Rector se mostraba confundido; seguramente luego<br />
de recibir los resultados positivos creería recién mi diagnóstico.<br />
Llamé a la chica y el profesor que ya veían la luminiscencia. Ambos<br />
portaban palmas blancas. Los entrené rápidamente para que<br />
pudiesen curar a otras personas y entre los tres fuimos sanando<br />
multitud de dolencias, de las más variadas. Al rato, los aplausos<br />
se sucedían a intervalos cada vez más cortos y decidí que la audiencia<br />
ya estaba lista para aceptar lo que restaba del discurso.<br />
190
Volví al frente y terminé de explicar el panorama dimensional, con<br />
propiedades, interrelaciones y dependencias. Tuvo gran acogida<br />
la identificación del sexo como contacto entre las dimensiones espiritual<br />
e individual y otros tantos datos que iban resultando<br />
igualmente obvios y sorprendentes a la vez.<br />
Para terminar, ya con todos los azulejos mamarracheados en fibrón<br />
y los ánimos caldeados de energía, era hora de brindarles mi<br />
idea fabulosa: -Con lo visto hasta ahora, quizá algunos de ustedes<br />
hayan alcanzado ya la conclusión que les brindaré; ella es tanto<br />
visión general, herramienta para abrir nuestras mentes y nuestros<br />
cálculos, como también es pronóstico del futuro. Hoy mismo<br />
la encontré charlando con una monja franciscana. Pues bien, lo<br />
que les quiero decir es que la religión y la ciencia convergen a un<br />
mismo punto. Con el tiempo se irán acercando hasta convertirse<br />
en una misma cosa.<br />
Un silencio general se había adueñado del salón. Cada uno intentaba<br />
asimilar esa verdad. Con la quietud, llegué a observar por<br />
las ventanas vidriadas al equipo de elite policial aguardando mi<br />
salida.<br />
-Abrámonos a esta idea nueva; el sentido común debe permitir al<br />
hombre dar lugar a la espiritualidad. Religión y ciencia no están<br />
enfrentadas; ambas se complementarán e irán cambiando hasta<br />
ser una misma cosa- finalicé mi discurso y un cerrado aplauso<br />
que conmovía hasta las frías paredes de ladrillo me agradeció.<br />
Un grupo de alumnos y profesores se acercó a mí con esfuerzo<br />
respirando agitados: -¡La policía lo espera afuera para apresarlo!informaron.<br />
–Venga por acá que algo vamos a hacer.<br />
Yo acepté la oferta y avancé con ellos. Pronto estábamos en sala<br />
de profesores. Tenía la tranquilidad de haber destapado donde<br />
debía la olla correspondiente. Pero aún restaban muchas cosas:<br />
atrapar a Kosinoi, desenredar la maraña tejida por los islandeses<br />
191<br />
que nos había quitado la libertad en nuestra propia tierra, recoger<br />
a mis amigos de Córdoba...<br />
-¿Por qué no pasa aquí la noche? Ya son las ocho- me invitaron.<br />
Comimos en el bar que antes sirviese de auditorio. Conmigo tenía<br />
siempre a diez o veinte personas que funcionaban de guardaespaldas.<br />
Un equipo de estudiantes me mantenía informado sobre<br />
los movimientos de la policía, vigilando desde las ventanas. Dormí<br />
pues allí durante la noche, cobijado entre los libros de la biblioteca.<br />
Mis guardias civiles iban y venían, custodiándome como<br />
al mismo Einstein.<br />
A la mañana siguiente trazamos lineamientos a seguir. El periódico<br />
contaba sobre el recupero satisfactorio del Sargento que yo<br />
conocía, el de la esquina, así que planeamos una visita al Hospital<br />
Churruca –donde estaba internado- para reportearlo. Él tenía información<br />
que allanaría el camino de nuestra defensa, e involucraría<br />
más a los islandeses en el entuerto.<br />
Sin perder tiempo, el profesor que había logrado manejar su vista<br />
para observar la luminiscencia y dos estudiantes de cuarto y<br />
quinto año que casualmente conocía por haberles enseñado taekwon-do,<br />
partieron hacia el centro de internación. Uno de ellos<br />
llevaba consigo filmadora y micrófono.<br />
-¿Por qué no te disfrazamos y tratás de salir sin que la policía se<br />
percate?- propuso la chica que había podido ver, como el profesor,<br />
y aún me acompañaba.<br />
-En realidad no es necesario- recordé que podíamos movernos estando<br />
espiritualizados. Como me había enseñado Nikei, le pedí<br />
que tomase mi mano y empecé a buscar el pulso de la Naturaleza.<br />
Mientras lo hacía, lentamente fui contándole qué hacer para seguirme.<br />
192
Al principio resultaba difícil. No era lo mismo verse en medio de<br />
árboles y plantas que estar rodeados de cemento gris y ese aire<br />
distinto de la ciudad. Pese a que yo podía espiritualizarme solo,<br />
quería que ella lo lograse para transmitirlo si algo me ocurría.<br />
Quizás era tonto, pero mi lado docente tironeaba demasiado.<br />
Estuvimos como dos horas y sólo alcanzamos a oír lo que aparentemente<br />
era el pulso universal. No sabía si obtendríamos más<br />
frutos estando allí y con la premura de las circunstancias, así que<br />
me conformé con el hecho de haber dado los primeros pasos y decidí<br />
marcharme.<br />
Dejado por mí el estado físico, podía ver la sorpresa en cara de<br />
mis acompañantes universitarios. Bajé las largas escalinatas y<br />
me dirigí al Hospital Churruca.<br />
Mientras avanzaba tuve la sensación de estar desperdiciando algo...<br />
Mayira se movía de aquí para allá sin necesidad de grandes<br />
caminatas. A pesar de ello, sólo él manejaba bien la dimensión de<br />
la inclusión; ni mi esposa la manejaba suficientemente como para<br />
atreverse a pasar a su través. En teoría había aprendido que la<br />
realidad de existir en uno u otro sitio era relativa. La forma de<br />
dominarlo era aceptar realmente ese postulado, al punto de sentirse<br />
despegado e independiente de la propia inclusión en el entorno<br />
actual y desear fácticamente estar en otro.<br />
Sentirse despegado de la propia inclusión era como pensar “no<br />
pertenezco ni estoy en ningún sitio”. Desear fácticamente era un<br />
querer tan fervoroso y decidido que distaba un infinitésimo de<br />
realizarse. Conocía aquello del entrenamiento SEVRA, en que las<br />
patadas más veloces, aún más rápidas que lo permitido por un<br />
arco reflejo humano, se efectuaban decidiendo que el golpe había<br />
llegado a su destino antes de lanzarlo.<br />
No quería experimentar en momentos tan críticos... quedar quizá<br />
trabado entre existires ajenos; aparecer tal vez en el espacio y as-<br />
193<br />
fixiarme por la ausencia de oxígeno respirable... Pero era en esas<br />
situaciones extremas cuando más rápido podía progresarse. Sólo<br />
necesitaba valor para arriesgar; donde arriesgar significaba exponerse<br />
a perderlo todo, incluso la vida, incluso la existencia misma.<br />
Dejaba ya atrás la última línea policial, cruzando la gruesa avenida<br />
cuyo tránsito habían interrumpido y entre bocinazos y corridas<br />
escuché un “por favor” que me resultó desesperantemente familiar.<br />
El mismo Comisario que habíamos fracturado y luego sanado<br />
en la seccional donde nos tenían detenido, forcejeaba con Nikei,<br />
esposada, para entregársela a un custodio de civil.<br />
¡Como podía ser que mi esposa estuviese allí! ¿Los habrían hallado<br />
en Córdoba? ¿Habrían decidido venir para ayudarme?... Mas<br />
no tenían vehículo alguno y para dejar aquél valle encajonado<br />
hubiesen necesitado escalar durante días.<br />
¡Dios mío, cómo es posible! Me tironeaba de los pelos y empezaba<br />
a perder mi equilibrio y volver al estado físico.<br />
La reacción inmediata era aparecerme y pelear. Miré alrededor:<br />
no había rastro de Sebastián, Yanina y el Capitán.<br />
-“Por favor”- volví a oír entre lágrimas. El custodio estaba cerca<br />
de un coche con los vidrios opacos tipo limusina. Por el hueco de<br />
la puerta trasera asomaba un brazo haciendo señas persuasivas.<br />
Pude ver el rostro. Era Kosinoi.<br />
Tenía que actuar pronto. Había demasiados efectivos federales y<br />
si me ponía a pelear con ellos, tarde o temprano me matarían.<br />
Pero no podía dejar que metiesen a Nikei en la limusina. Ella debía<br />
estar sana y salva. Soñé un instante que cuando terminase la<br />
pesadilla nos iríamos a vivir al Sur, seguramente en una cabañita<br />
de <strong>San</strong> Martín de los Andes y llevaríamos un pasar alejado de<br />
aquellos problemas horripilantes. En verdad deseaba despertar-<br />
194
me y que esa imagen de los islandeses recapturando a mi amada<br />
esposa resultase sólo parte de un sueño desagradable.<br />
Miré hacia la Facultad, los chicos observaban en diferentes direcciones,<br />
sabiendo que yo estaba en algún sitio aunque no me veían.<br />
Romina y Alejandro –dos de ellos- se preocupaban con la escena<br />
de la chica rubia esposada que forcejeaba con el policía. No<br />
sabía si actuarían para intentar detenerlo; tal vez reconociesen a<br />
Nikei por haberla visto en la tele; pero así y todo la factibilidad de<br />
que ellos lograsen evitar que la metiesen al auto con el mestizo y<br />
se la llevasen resultaba escasa.<br />
Si intentase tomar a mi esposa y correr con ella hasta la Universidad...<br />
eran como sesenta metros y en el camino debíamos sortear<br />
a más policías que la línea completa de defensa de un equipo de<br />
rugby.<br />
Otra forma era animarme a viajar al Churruca empleando la dimensión<br />
inclusional, tomar al Sargento y llevarlo conmigo de<br />
vuelta al lugar de los hechos, interponiéndome entre Nikei y la<br />
limusina y deteniendo la acción contando con la ayuda de lo que<br />
sabía el policía. Pero cómo haría para espiritualizar al Sargento.<br />
¿Podría él dejar ya el hospital o andaría aún con suero y esas cosas<br />
pinchadas al brazo?<br />
Por ahí si los que habían ido a entrevistarlo tuviesen ya la filmación<br />
lista, podía traer la cámara conmigo y ejecutar el mismo<br />
plan. Aunque en medio del revuelo sería complicado que me prestasen<br />
la atención suficiente.<br />
¿Qué más podía hacer? El custodio ya tomaba a mi señora del<br />
brazo y trataba de arrastrarla hacia el vehículo. Si tan sólo estuviese<br />
Mayira y nos ayudase a salir también de ésta...<br />
Pero no debía esperar milagros. Cerré mi puño con fuerza. -¡Ya!estaba<br />
por aparecerme decidido a pelear hasta el fin. Mis movi-<br />
195<br />
mientos se concentrarían en permitir huir a Nikei aunque yo pereciese.<br />
Pero alguien más estaba allí conmigo, y no era el Inca.<br />
Se paró frente a mí. Noté que nos aislábamos del tiempo lineal.<br />
-Vives intensamente- mencionó en un tono increíblemente hermoso.<br />
-¡Inkshira!- me alegré. Estaba seguro de tener frente a mí a la<br />
abuela de mi futuro hijo.<br />
-Gustavo, debes cambiar el curso del destino- comenzó a aconsejarme.<br />
–Recuerda que la correntada puede ser muy fuerte pero<br />
siempre, hasta el último metro antes de la cascada puedes vencerla.<br />
Si el agua clamorosa los arroja por su abismo mortal<br />
habrás perdido el control. Y no lograrás subir.<br />
-Kosinoi intentará matar a tu hijo si no intervienes. Si haces lo<br />
que planeabas, en cambio, salvarás al niño y Nikei conseguirá escapar,<br />
pero ya nunca volverás a verla en el estado físico; morirás y<br />
el bebé no podrá conocer a su padre más que por los relatos de mi<br />
hija.<br />
-Si no hay otra opción, es triste pero tomaré la segunda- respondí.<br />
-Yo no he venido a mostrarte las opciones. No podría hacerlo porque<br />
existen infinitas de ellas. He venido a narrarte un trozo de la<br />
historia de mi pueblo.<br />
-¿El tiempo está realmente detenido allá abajo?- no es así.<br />
Inkshira no respondió. Yo sabía que en ese estado el tiempo lineal<br />
no intervenía, pese a lo que estaba muy nervioso y desconfiaba<br />
de mí mismo.<br />
-Hace trescientos cuarenta años hubo una sirena que decidió salir<br />
del océano cumplido su primer ciclo. Hasta entonces ninguna lo<br />
había hecho y la teoría de que ello sucediese era poco más que un<br />
interesante relato fantástico. Rolania tenía a su cargo el cuidado<br />
196
de mi pueblo en esas fechas y no pudo oponerse al deseo de la<br />
sirena.<br />
-Al principio todo resultó según contaba la leyenda: en unos pocos<br />
días perdió sus escamas y la aleta caudal se secó; las extremidades<br />
que guardaba dentro de la cola de sirena quedaron libres<br />
y no tardó en poder manejarlas con aptitud.<br />
-Desde el mar observaban con atención. Seguían a la joven adonde<br />
fuese. No querían perder detalle de su aventura en la superficie.<br />
Lo que ella hacía se pasaba de boca en boca y pronto cada<br />
noticia alcanzaba los más recónditos parajes submarinos.<br />
-Uno de esos días, la sirena conoció por accidente a un joven conde<br />
que la sedujo. Empezó a vivir entre la nobleza y a conocer<br />
hábitos terrestres que no había imaginado. La familia del conde<br />
acaparaba muchas tierras y solía abusar de la humildad de los<br />
campesinos que las habitaban. No eran buena gente.<br />
-Pero dentro del agua la civilización tampoco es perfecta. Existen<br />
buenas y malas sirenas, y una de ellas se interesó sobremanera<br />
en el poder que ostentaba su congénere sobre la superficie. Lamentablemente<br />
decidió imitarla ocho años más tarde y corrió con<br />
su misma suerte. La piel tersa de las sirenas, sus cabellos suaves<br />
y perfectos y otros tantos rasgos característicos atraen por demás<br />
a los de tu especie. Pronto logró casarse, pues, con otro noble de<br />
apellido recordado hasta estos días.<br />
-La primera sirena que abandonó el mar tuvo tres hijas con el<br />
conde y la segunda pudo engendrar sólo un hijo varón. De uno y<br />
otro lado los niños fueron criados en la riqueza y el desprecio<br />
hacia los pobres. El tiempo los reunió y un otoño hace más de<br />
trescientos años, la niña mayor se casó con el muchacho.<br />
-Fueron prolíficos y engendraron a su vez seis niños, todos producto<br />
de la cruza entre mestizos. Y por esas vueltas del destino,<br />
197<br />
uno de los niños que la chica dio a luz a sus veinticuatro años y<br />
nueve meses, se transformó al crecer en un malvado rey, dictador<br />
de terribles leyes que destrozaron al pueblo de su patria.<br />
-Las viejas sirenas, que observaban e informaban todo lo ocurrido<br />
en la superficie, aprovecharon el hecho de que aquél terrorífico y<br />
poderoso hombre hubiese sido engendrado justo en la fecha del<br />
supuesto cambio de ciclo de la sirena, y distribuyeron la teoría del<br />
superhombre para desalentar a las jóvenes que quisiesen dejar el<br />
océano. Eran muy conservadoras y prefirieron mentir “piadosamente”<br />
para mantener el orden que hace siglos reinaba en su sociedad.<br />
-Rolania aceptó usar aquello como historia oficial y así se distribuyó<br />
desde el norte al sur de nuestro querido planeta Agua.<br />
-Tierra- corregí.<br />
-Sí, decía en broma, pero piensa que nosotras vivimos en el agua.<br />
-Como te contaba, Rolania escondió la mentira. Más tarde la sucedió<br />
Elksinia, Lutorra y otras tantas. Todas iban enterándose de<br />
la falsedad de aquel relato pero no se atrevían a desmentirlo.<br />
Hasta que Mandadra, la madre sirena que vivía cuando yo era joven,<br />
decidió torcer el destino y fue de a poco concientizando al<br />
pueblo oceánico de la verdad.<br />
-Como esa, hay muchas otras cosas que se construyen en tu<br />
mundo y en el mío, que descansan en simientos corruptos y tarde<br />
o temprano se derrumban, dañando el avance de la sociedad.<br />
-“La ciencia y la religión se harán una”; muy bien, hacia allí vamos-<br />
me felicitó.<br />
Lo que Inkshira me enseñaba aseguraba que nada especial marcaría<br />
al hijo que buscaba tan afanosamente el islandés. Si él lo<br />
198
supiese canalizaría al menos su venganza a otros cauces y dejaría<br />
tranquila a Nikei.<br />
¿Era correcto sacárnoslo solamente de encima y tirar el bulto<br />
hacia otro lado, para que alguien lo agarre? Desde ya que no, pero<br />
la hipótesis de que él canalizase su venganza hacia otra parte,<br />
sólo era una hipótesis. Quizá decidiese retrotraer su odio y pudiese<br />
comprender lo mal que estaba actuando, o quizá escogiese<br />
seguir adelante con sus planes aún sabiendo que no lograría dañar<br />
mucho al mundo.<br />
Me senté a meditar allí donde estábamos siendo espíritus.<br />
Inkshira agregó: -Cuando el abuelo de Nikei perdió a sus dos primeros<br />
hombres a manos de las sirenas, nunca volvió a ver sus<br />
cuerpos henchidos por el agua. Es normal que no los buscara<br />
pero existe un detalle que el abuelo nunca comentó: en voz baja,<br />
como entre dientes, cuando el segundo marinero de apellido Ingari<br />
se arrojó a las olas, el abuelo mencionó las terribles palabras “Il<br />
crigón señú dil ibsánsure”. Como las había pronunciado tan despacio<br />
imaginó que no habían surtido efecto alguno, y no relacionó<br />
aquello con el terrible oleaje posterior que casi lo mata.<br />
-En el idioma del mar- continuó- no importa lo fuerte o despacio<br />
que se hable, sino que vale sólo el dicho por el sentimiento que<br />
representa. Aquel día la misma Mandadra oyó la amenaza y envió<br />
a las sirenas para volcar la embarcación. Por suerte para el abuelo,<br />
el Dr.Ingari no se había ahogado aún y rogó a las sirenas que<br />
perdonaran al terrestre. A cambio les ofreció su vida entera.<br />
Le resultó difícil convencerlas pero al fin, la que se había enamorado<br />
de él lo aceptó y juntos nadaron hasta un atolón sumergido<br />
donde unas cuevas erosionadas en la misma roca submarina,<br />
guardaban salones con aire. En ese sitio vivió Ingari dos años<br />
más hasta que la sirena pudo salir del agua por cumplir su segundo<br />
ciclo. Ambos subieron a la superficie hasta llegar a Islan-<br />
199<br />
dia, donde se instalaron y tuvieron su único niño, al que llamaron<br />
Kosinoi.<br />
-¡Kosinoi es hijo del marinero que el abuelo dio por muerto!- me<br />
extrañé.<br />
-Así es, y el pobre tuvo un padre traumado por el encierro de<br />
aquellos dos años bajo la roca, que en su locura le recriminaba<br />
cada día su condición mestiza. A los trece años de Kosinoi, el<br />
Dr.Ingari mató a su esposa sirena y se suicidó ahogándose en la<br />
costa. El muchacho quedó huérfano y debió arreglárselas para<br />
salir adelante sin nadie a quien recurrir.<br />
El relato humanizó en mi imaginación la persona de Kosinoi. Su<br />
vida había sido dura y de allí sacaba la maldad con que se movía.<br />
Pero ya era bastante grande y de seguro había tenido oportunidades<br />
para mejorar. Hubiesen o no existido, lo que hacía el islandés<br />
mestizo era terrible y nada podía justificarlo.<br />
-Escúchame- llamó mi atención Inkshira como para darme un<br />
dato importante. –La mascota de mi hija ha estado oculta en la<br />
Embajada desde que se escurrió para tratar de ayudarla. Ahora<br />
ha podido subirse a la limusina antes de que salieran de allí. Esta<br />
estrella de mar, como muchas otras, maneja ciertos movimientos<br />
interdimensionales. Por eso pudo saber la contraseña del<br />
Sargento recorriendo el tiempo hacia atrás y observando lo que<br />
éste tecleaba en ocasiones anteriores, en la computadora de la<br />
garita ¿recuerdas?<br />
-Sí- contesté.<br />
-Kosinoi no es perfecto- prosiguió mi suegra. –Tú ya has combatido<br />
con él y lo has vencido de varias formas. Busca desequilibrarlo...-<br />
dijo esto y empezó a iluminarse más y más, luego de lo<br />
que desapareció. Yo aún permanecía espiritualizado y podía pensar<br />
bien lo que hacer.<br />
200
Además de mi temor y yo mismo, estaba Yoli, que me conocía.<br />
Sabía que la estrella entendía bastante y poseía suficiente inteligencia,<br />
así que podía ayudarme a combatir. Pero éste sería un<br />
combate nada convencional. Analizándolo desde el punto de desequilibrar<br />
al mestizo, ideé los siguientes pasos: primero volvería al<br />
estado físico entre el auto oscuro y la posición de mi mujer. Segundo,<br />
llamaría a Yoli para que me viese y con su sola intuición<br />
tratase de asistirme. Tercero, gritaría al islandés su nombre entero<br />
para desequilibrarlo y enviaría mi miedo a desesperarlo, inmiscuyéndose<br />
con su individualidad. Cuarto, golpearía al custodio<br />
liberando a Nikei, mientras Kosinoi llamaba la atención de todos<br />
zarandeándose a los cuatro vientos. Por último, tomaría a Nikei<br />
fuerte de la mano y en unos pocos segundos ambos nos espiritualizaríamos.<br />
El plan resultaría alocado a alguien que dudase de la capacidad –<br />
y es más-, del espacio individual “real” que ocupa mi miedo. Pero<br />
no lo era para mí; se veía concienzudo y bien armado. Sufría cierta<br />
incertidumbre por varios flancos, sobre todo en la habilidad<br />
que demostrase la pequeña estrella amarilla y en la facilidad con<br />
que mi miedo pudiese invadir a Kosinoi. Pero valía la pena intentarlo.<br />
Me dispuse entonces cerca de Nikei, entre ella y la limusina. Aparecí.<br />
Sus ojos se encendieron de esperanza. Comencé entonces<br />
con mi plan...<br />
-¡Yoli!- tan sólo grité y creí observar una diminuta manchita que<br />
asomaba desde el asiento trasero.<br />
-¡¡Kosinoi Ingari!!- alardeé a viva voz, con lo que el mestizo me miró<br />
sorprendido.<br />
En seguida mi miedo estaba con él y Yoli le mordía las orejas y la<br />
cara haciéndolo bajarse del automóvil y empezar a gritar desesperado,<br />
revoleando brazos y piernas.<br />
201<br />
Sin perder nanosegundos, notando cómo los oficiales federales se<br />
desconcertaban, dormí al custodio que sostenía a Nikei del brazo<br />
y quise tomarla de la mano. Pero ocurrió un detalle que no esperaba:<br />
estaba esposada. Los deditos cruzados atrás me complicaban<br />
tomarla con firmeza, así que la abrasé fuertemente y la besé,<br />
al tiempo que me concentraba en el pulso del Universo y ella<br />
hacía lo mismo comprendiendo mi plan.<br />
Pronto habíamos desaparecido del plano físico, Yoli se escabullía<br />
con rapidez sin que la aplastasen y los muchachos en la Facultad<br />
festejaban de alegría.<br />
-Mi amor...- se cobijó Nikey en mí. –Gracias a Dios que apareciste.<br />
-¿Cómo fue que saliste del valle aquel en Córdoba? ¿Y los chicos?<br />
-Quise ayudarte. Sebastián, Yanina y Rolando no lograban manejar<br />
bien la inclusión y yo al principio tampoco. Pero practicamos<br />
y practicamos hasta que pude hacerlo. Hace instantes estaba con<br />
ellos; me espiritualicé y aparecí acá, pero al retomar el estado físico,<br />
unos policías me reconocieron y como si fuese una delincuente<br />
sacaron las esposas y me ataron ambos brazos en la espalda. El<br />
Comisario del otro día quería entregarme a Kosinoi y vos apareciste,<br />
gracias a Dios.<br />
-Entiendo- comprendí. -¿Ahora cómo nos vamos de acá; caminando?<br />
-Usemos la dimensión inclusional- propuso Nikei, -pero tenés que<br />
concentrarte porque a mí todavía no me sale hacer como hace<br />
Mayira para transportar a todos con él.<br />
Me reexplicó la teoría tal cual yo conocía y nos besamos para viajar<br />
juntos a la cuenta de tres.<br />
202
-Uno, dos... ¡tres!- recordé los relatos de Bach en Juan Salvador<br />
Gaviota; de inmediato estábamos con los chicos, encajonados en<br />
la roca cordobesa.<br />
Ese día descansamos junto al fuego. Varis asó unos peludos que<br />
habían estado cazando y dormimos con muchas ganas bajo el<br />
cristal de las estrellas.<br />
A la mañana siguiente Mayira tocó diana. Un desayuno frondoso<br />
nos esperaba humeando y aprovechamos para poner a todos al<br />
tanto de lo sucedido.<br />
-Yoli es muy buenita- recordaba Nikei cuando nos referimos a la<br />
pequeña mascota. –La noche que ustedes me ayudaron en el departamento<br />
de Buenos Aires, los de la Embajada me habían golpeado<br />
tratando de atraparme y Yoli estaba desesperada. Viéndola<br />
a ella se me ocurrió encerrarme en la cocina, que era donde solíamos<br />
jugar. Entonces pude alcanzar la puerta y antes de que<br />
los tipos la abriesen conté con unos segundos para concentrarme<br />
y espiritualizarme. Me había resultado muy difícil por el dolor<br />
que me invadía, pero igual logré hacerlo y los malditos se marcharon.<br />
Las tostadas sin nada estaban deliciosas. Es cierto que no hay<br />
pan duro cuando de hambre se trata, pero esos pancitos crocantes<br />
eran realmente sabrosos.<br />
Nuestros amigos narraron sus peripecias cazando peludos y pudimos<br />
reírnos un buen rato. Nikei me preguntó cómo había nombrado<br />
a Kosinoi en el momento del rescate y le expliqué lo que me<br />
contara su mamá, incluida la falsedad de la historia que ella conocía.<br />
Un último día en el vallecito sirvió para juntar fuerzas. Al Capitán<br />
le preocupaba lo del helicóptero extraviado en el descampado bonaerense<br />
y decidimos escalar y buscar un sitio poblado para po-<br />
203<br />
der regresar. Mayira se negaba a facilitarnos demasiado las cosas,<br />
como si supiese que debía transcurrir cierto tiempo antes de<br />
volver a la Capital.<br />
Supuse que había logrado torcer el rumbo del destino y quizás ni<br />
Mayira supiese adónde nos llevaba ahora este río...<br />
204
CAPÍTULO VII<br />
<strong>Hacerlo</strong><br />
El Capitán Varis recuperó su helicóptero sin dificultad, porque<br />
había permanecido cerrado como lo dejamos. Al parecer los pobladores<br />
habían intentado abrirlo, pero las trabas de seguridad<br />
resultaban excelentes y no habían sido vencidas.<br />
Viajando en un coche que alquilamos en Mina Clavero –Córdobanos<br />
trasladamos por carretera hasta casa de Sebastián.<br />
Una guardia periodística allí apostada se abalanzó hacia nosotros.<br />
Eran como diez, entre camarógrafos y reporteros.<br />
-¿Están informados sobre las declaraciones del Sargento Gutiérrez?-<br />
me acercó su micrófono y no fui capaz de contener la curiosidad.<br />
-¿Qué declaraciones?<br />
Enseguida volvió el accesorio a sí misma; la filmación se mantenía<br />
sobre nuestros rostros buscando captar toda expresión que gesticulásemos:<br />
-El policía- comenzó a explicarnos, -se recuperó de<br />
sus heridas y a solicitud de personas relacionadas con la Universidad<br />
de Buenos Aires, efectuó declaraciones sorprendentes en<br />
varios medios televisivos.<br />
-Me alegro mucho que se haya puesto bien- respiré. –Y dígame,<br />
¿qué es lo que declaró?<br />
Otro periodista había estado preparando un monitor para mostrarme<br />
directamente lo que tenía filmado. Me hicieron un espacio<br />
y pude observar al Sargento sosteniéndose con muletas, que narraba<br />
con preciso detalle los acontecimientos, incluyendo lo que<br />
yo le había explicado sobre el vehículo de vidrios polarizados, las<br />
súplicas de una chica que parecía estar en problemas y aquella<br />
205<br />
trifulca en que había podido extraer a los dos islandeses, dejándolos<br />
inconscientes sobre la acera.<br />
Más tarde, cuando el Peugeot 505 regresase y fuese herido por<br />
sus disparos, el Sargento se había arrastrado a casa de un vecino<br />
ex-policía, pidiéndole que nos buscase en la embajada islandesa e<br />
informase a la central haciéndose pasar por él, para que no se<br />
demorasen en confirmaciones y enviasen un móvil con la urgencia<br />
que el caso requería.<br />
-Entonces ya saben que no soy un superhéroe- me alivié.<br />
-Al contrario- expresó la periodista que había empezado a entrevistarme<br />
con una expresión bastante sensual. Nikei me tomó del<br />
brazo como aclarando que yo no estaba a la venta. Cuando comprendí<br />
la situación se me escapó una sonrisa.<br />
-Vos sos la del famoso “por favor”, entonces- gatilló la reportera y<br />
varias cámaras se volvieron al rostro de mi esposa.<br />
Imaginé que gente de la embajada y de la policía debía estar viendo<br />
el noticiario, por lo que ahora Kosinoi ya sabía donde se hallaba<br />
Nikei. El hecho me preocupó; evité que respondiese cobijándola<br />
en mi pecho y dándole la espalda a las cámaras. Sebas consiguió<br />
abrir la puerta y los cuatro entramos despidiéndonos de la<br />
prensa.<br />
-¡Quién anda ahí!- se alarmó Yanina que sentía una presencia dentro<br />
de su casa.<br />
Recostado en el sillón doble del living comedor descansaba plácidamente<br />
un jaguar. Su tronco henchido de musculatura y los<br />
pelos coloreados cubrían toda la extensión del sofá.<br />
Pestañeé y lo vi entonces como humano.<br />
-Mayira se despide hoy- anunció. El anciano nos miraba con cara<br />
serena.<br />
206
-¿Adónde irás, maestro?- me lamenté.<br />
-La vida sigue y es deliciosa. Más aventuras me esperan en donde<br />
voy. Pero antes debo completar el cambio para el que fui llamado<br />
aquí.<br />
Recordé que su nombre inca era Jaguar del Cambio.<br />
-Casi todo está en sus carriles, aunque deseo asegurarme de un<br />
detalle valioso que aún no has descubierto- mencionó esto, nos<br />
echó un vistazo cariñoso que sentí como despedida, hubo un destello<br />
y desapareció.<br />
-¡Golpean la puerta!- avisó Yanina. Nikei espió por la mirilla y<br />
volvió asustada.<br />
-¡Es uno de los que me golpeó la otra noche!- nos alertó y se abrazó<br />
a mi espalda.<br />
Con Sebastián cruzamos miradas confirmatorias. Abrimos la hoja<br />
de la puerta y lo tomamos con fuerza trabándolo contra el piso.<br />
-¿Qué buscas aquí, maldito?- le increpé asiéndolo por los pelos.<br />
Su expresión denotaba cierta cobardía; la frente le transpiraba y<br />
los ojos claros casi lloraban.<br />
-No lastimar, por favor- suplicó.<br />
-No lastimar- me adelanté. –Sólo matar y enterrar.<br />
El islandés se dejaba ver cada vez más desesperado.<br />
-¿Qué buscas?- volví a insistir alzando mi puño, para que entendiese<br />
que esa era su última oportunidad.<br />
-Mujer mestiza; deber poner fin o transformar en demonio- sus<br />
palabras sonaban sinceras, pero pude percibir algo distorsionado<br />
que lo separaba de la pura verdad. Como si una espina en el tallo<br />
recto me quisiese mostrar que el mensaje tenía raíces falsas.<br />
207<br />
Hice un esfuerzo para ver su mente desde la dimensión de las<br />
ideas y lo logré. Las palabras del extranjero que a primera vista<br />
aparentaban franqueza, eran totalmente falsas. Su mensaje se<br />
observaba como si estuviese disfrazado de verdad, camuflado, pero<br />
en la ruta de que provenía se contaban charlas con Kosinoi y<br />
otros funcionarios estructurando lo que sería la coartada.<br />
Ya había descubierto que todo aquel enjambre de mentiras y<br />
amenazas era parte de un plan elaborado para capturar a Nikei.<br />
Pero me interesaba saber por qué hacían eso. ¿Sería por dinero?<br />
Seguí desencriptando los recuerdos del islandés que mantenía<br />
contra el suelo. En su pasado se leían multitud de decisiones variadas.<br />
Pero la mayoría de ellas, si no todas, denotaban una característica<br />
común que me llamó la atención, porque no la había<br />
visto en las mías propias. Haciendo un paralelismo con colores,<br />
era como si todas ellas tuviesen una mancha oscura donde las<br />
mías se veían blancas y no había sospechado que pudiesen mancharse.<br />
¿Qué significaba eso?<br />
El camino que seguí para entenderlo no fue directo pero me permitió<br />
hacerlo. Recordé mis años de dirigente scout. Uno de mis<br />
compañeros que trabajaba con los más grandes y se preparaba<br />
también para ser cura, el Hermano Adrián o Adriancito, como le<br />
decíamos, había bendecido un sábado los cayados de todos los<br />
Rovers.<br />
El Rover es en los scouts, aquel muchacho o chica grande que<br />
presta servicio a la comunidad y a sus propios compañeros menores,<br />
haciendo del sudor propio y el trabajo compartido una<br />
herramienta poderosa.<br />
Como símbolo y también como herramienta, ellos emplean un<br />
bastón de madera con horqueta en el extremo superior, al que<br />
208
denominan “cayado”. El significado que representan en esa horqueta<br />
es el de la decisión. Dicen que en la vida se nos presentan<br />
infinidad de decisiones y que en cada una de ellas existen al menos<br />
dos caminos para tomar: uno es amplio, fácil y corto y el otro<br />
estrecho, largo y difícil, que suele ser el indicado.<br />
El cayado rover representa pues la decisión y el Hermano Adrián<br />
al bendecirlos, les marcaba una cruz de Cristo en el sitio mismo<br />
de donde partían los dos caminos. Con eso recordaban que siempre<br />
debían buscar el bien al decidir, tener presente a Dios en esos<br />
momentos cruciales, desenvolverse con pureza.<br />
El equivalente a ese espacio ocupado por la cruz en los cayados,<br />
era donde yo notaba manchadas las decisiones del islandés, a diferencia<br />
de las mías que se veían claras.<br />
¿Era esa una diferencia entre personas buenas y malas? ¿Se trataba<br />
acaso de opciones tan sólo, que al escogerlas iban acercando<br />
más al individuo hacia uno u otro extremo?<br />
La última hipótesis sonaba más acertada. En milisegundos de<br />
tiempo lineal fui recorriendo situaciones diversas ya vividas, y<br />
aproveché para observar en detalle las decisiones de otras gentes.<br />
Había quienes tenían la coyuntura de sus horquetas siempre limpias,<br />
a otros les aparecían oscuras y a la mayoría se les veía a veces<br />
coyunturas claras y a veces negras.<br />
Se me ocurrió censar en ese aspecto las ideas de funcionarios como<br />
el que mantenía trabado junto al piso. Lo hice y comprobé<br />
que la inmensa mayoría de ellos tenía todas las horquetas manchadas.<br />
¿Qué es lo que provocaba que toda esa gente con “malas intenciones”<br />
se acercase a los puestos de gobierno?<br />
¿A caso era eso lo que Mayira quería que viese?<br />
209<br />
Volví a situarme de lleno en casa de mi amigo; amenacé al islandés<br />
con no perdonarlo si volvía a molestarnos y lo lanzamos a la<br />
vereda. El hombre se levantó tambaleante y huyó en desesperada<br />
carrera.<br />
Conversé con Nikei, Sebastián y Yanina de lo que había visto.<br />
Mientras almorzábamos, analizamos la idea y fuimos cerrando<br />
algunas valiosas conclusiones...<br />
Existía gente de todo tipo con capacidad de liderazgo y posibilidades<br />
de gobernar. Pero normalmente eran los de malas intenciones<br />
quienes más perseveraban en llegar a estos puestos, porque<br />
sabían indispensable el ostentar poder para consumarlas. Y los<br />
buenos terminaban decidiéndose por encargarse de las cosas pequeñas<br />
-también muy importantes- y dejando así los sitios de<br />
control a otros. Eso se repetía al parecer en muchos países e instituciones.<br />
Tuve la sensación de contar con una llave clave para abrir los portales<br />
de un destino promisorio: “los buenos deben hacerse cargo<br />
de las instituciones; la gente con buenas intenciones, que buscan<br />
el bien común, debe perseverar para llegar a los puestos de conducción<br />
de la sociedad”.<br />
Esa circunstancia era de alguna forma constitutiva de cada individuo<br />
y se repetía en las sociedades del planeta. Pero faltaba otro<br />
ingrediente para completar esa especie de receta y provenía de no<br />
pensar a cada ser humano como aislado sino como ser social.<br />
Observando la distribución de gente bien y mal intencionada resultó<br />
sorprendente como los segundos se nucleaban intensamente<br />
en algunos puntos y los primeros permanecían dispersos.<br />
Hablando en pocas palabras, podíamos afirmar que “el mal es organizado<br />
y el bien es disperso”.<br />
210
Entonces ambas conclusiones debían prevalecer simbióticamente:<br />
los buenos, los que deciden hacer las cosas bien, deben hacerse<br />
cargo de las instituciones y organizarlas para nuclear más y más<br />
puntos luminosos.<br />
Más tarde, durante la sobremesa amplia nutrida con cafecitos,<br />
Nikei encontró otro engranaje del sistema. Ella lo llamó: “No hay<br />
que ser puntos grises”.<br />
Juntamos nuestras tres fabulosas conclusiones y decidimos publicarlas<br />
en un libro, para que se difundiese la idea como correspondía<br />
por todo el globo. Primero íbamos a armar un folletín explicativo,<br />
de pocas páginas, pero pensamos que resultaría más<br />
sabroso así, si contábamos con detalle lo ocurrido.<br />
Así que les contaré cómo terminó la historia...<br />
El medio público pronto estuvo bien informado. La policía dejó de<br />
buscarnos porque la presión social resultó mayor a la de los funcionarios<br />
corruptos (de decisiones impuras diríamos), que sacarían<br />
rédito entregándonos a gente de la embajada. El gobierno argentino<br />
formuló su pedido de expulsión del tal Kosinoi Ingari, que<br />
partió de regreso hacia el norte prometiendo entre dientes su regreso<br />
en veinticuatro años.<br />
Pero en veinticuatro largos años, si todos y cada uno hacíamos<br />
nuestra parte, la cosa cambiaría.<br />
En el momento en que trazo estas líneas con mi querida lapicera<br />
de pluma, quedan unos veintitrés años y fracción. Y ya he visto<br />
reflejado en varios lugares el efecto de estas ideas aún sin publicar.<br />
Eso nos alienta.<br />
211<br />
CAPÍTULO VIII<br />
212<br />
La prueba<br />
He sabido de varias personas que cuando llegaron a esta parte del<br />
libro lo abandonaron. Y es lo que te propongo hacer si estás en<br />
contra de sus ideas, o si bien de nada te han servido.<br />
Lo que viene aquí es otra corta historia –si puede llamársele historia-<br />
que sucede lejos de casa –o cerca- y que requiere de uno<br />
mismo para ser resuelta. Ya no entrará en juego el extraño tema<br />
de las diez dimensiones, ni nadaremos entre algas marinas y<br />
hermosas sirenas. El asunto es en cambio seco, matemático, puramente<br />
escrito.<br />
Dibuja pues en este espacio a Dios (o si deseas hazlo en otra hoja<br />
blanca para que permanezca vacío el libro).
¿Ya lo has dibujado? –si no es así, hazlo y luego sigue.<br />
¿Lo hiciste grande o chico respecto a la hoja?<br />
La hoja en sí, el espacio destinado al dibujo, ¿qué representa?<br />
¿Tal vez el Universo, tú mismo, otra cosa, nada?<br />
Materializando tu dibujo de Dios, ¿de qué está hecho?<br />
Una vez en la facultad donde estudié Ingeniería Química, un profesor<br />
de filosofía nos preguntó sobre Dios. Hubo respuestas variadas,<br />
y la mía se enfocó en el material constitutivo, de lo que<br />
estaba hecho según yo imaginaba el mismo Dios.<br />
Ahora volvamos a tu dibujo de Dios: ¿Es complicado o simple?<br />
¿Estará bien haberlo hecho así?<br />
¿Qué es mejor y a su vez más real, la simpleza o la complejidad?<br />
Las cosas de la Naturaleza y de nuestro entorno todo, pueden verse<br />
simples o complejas según cómo se las mire.<br />
¿Encuentras alguna paradoja entre cómo imaginas a Dios y cómo<br />
ves la realidad?<br />
Intenta compatibilizar ambas concepciones si así sucede. Busca<br />
qué aspectos del razonamiento pueden estarse chocando.<br />
Cuando hayas eliminado discrepancias, si las había, tendrás ante<br />
ti una visión sana y real de la vida. (De no ocurrir así, pregúntate<br />
si has resuelto esta prueba en sentido correcto).<br />
Sé valiente. Vive haciendo lo que crees. Sólo así valdrá la pena.<br />
Con mucho cariño,<br />
Gustavo<br />
213<br />
214
ÍNDICE<br />
Capítulo 1 “Nikei” .......................................5<br />
Capítulo 2 “YP-18 Huarpe”........................27<br />
Capítulo 3 “<strong>San</strong>gre y savia” .......................54<br />
Capítulo 4 “Surinam” ................................90<br />
Capítulo 5 “Entrenamiento SEVRA” ........112<br />
Capítulo 6 “Reencuentro” ........................145<br />
Capítulo 7 “<strong>Hacerlo</strong>”................................205<br />
Capítulo 8 “La prueba”............................212<br />
215<br />
216