Las fotos del fusilamiento Eran las seis de la mañana. Sara ...

A esta nueva imagen, la fotógrafa imprimiría sobre el positivo el texto:
“Gral. Brig. Fidel Pineda, 10 minutos antes de su muerte. Agosto 10 de 1913”.
Tal era el empeño y profesionalismo de Sarita quien, percatándose de la
trascendencia del hecho, anexaba un toque de dramatismo a un evento de por
sí dramático.
municipal.
Una vez hecha las tomas fotográficas, el grupo se dirigió al panteón
En el escarpado camino, ya que el panteón se encontraba en una loma
desde donde se divisaba todo el pueblo, la señorita Castrejón iba haciendo
silencioso recuento de las veces que había retratado fusilamientos. A sus
veinticinco años ya había enfrentado esos difíciles trances en los que uno va a
ser testigo de la muerte de un ser humano. Y, además, había que retratar el
hecho. No era la primera vez -y quisiera que fuese la última- en que le tocara
imprimir en sus placas la terrible imagen de hombres abatidos por las balas del
enemigo. Los salgadistas también la habían llamado en algunas ocasiones para
sus fusilamientos pues los soldados federales, sabedores de la calidad de sus
retratos, pedían que se les hiciese una última foto para poder hacerla llegar a
sus familiares. Pero ella sabía que los “pronunciados” no daban mucha paga;
mas bien, eran los propios ”pelones” los que hacían el desembolso para
retribuir su trabajo. Tampoco había cafecito ni pan de arroz, como si lo había
cuando los fusilamientos los pagaban los federales.
Ya casi para llegar a las puertas del panteón, Sara sintió un ligero
estremecimiento al recordar los lánguidos rostros de los dos adolescentes que
estaban a punto de morir. Más también recordó el semblante sereno y altivo de
Pineda. Trataba de entender qué pensamientos estaban pasando por la cabeza
de ese líder zapatista que le permitían una cierta imagen impasible ante la
muerte. Trataba de adivinar qué motivos, qué certezas le permitían no
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