3.Creación de la Orden - Encomienda Barcelona

I. Tras la toma de Jerusalén.
En los años que siguieron a la captura de Jerusalén, en los territorios conquistados
fueron creados cuatro estados diferentes que en Occidente se conocerían con el nombre
de “Outremer”, o lo que es lo mismo, Ultramar. En el norte se hallaba el principado de
Antioquía, gobernado por Bohemundo. Al este, al otro lado del río Éufrates, estaba el
condado de Edesa, gobernado por Balduino. Al sur de Antioquía, el condado de
Trípoli, reclamado por Raimundo, quien fallecería mientras sitiaba la ciudad en 1105.
Más al sur todavía, extendiéndose desde Beirut, al norte, hasta Gaza, al sur se
encontraba el reino de Jerusalén, gobernado por Godofredo, el cual se negó a ser
llamado monarca en la tierra que había sido pisada por el Rey de reyes, acabaría
aceptando el título de “defensor del Santo Sepulcro”.
Al poco tiempo de haber muerto el obispo Adhemar, el Papa Urbano nombró como
nuevo legado papal al arzobispo Daimberto que tras la toma de la Ciudad Santa se
convertiría en “patriarca de Jerusalén”. Cuando en el 1100 fallece Godofredo, el legado
papal, siguiendo las pretensiones ‘cluniacenses’ quiso ocupar su lugar como soberano
teocrático. Pero la estrategia de la Santa Sede no fructificó; ya que los caballeros francos
no lo aceptaron y llamaron al hermano de Godofredo; Balduino, que se encontraba en
Edesa. Balduino tuvo menos escrúpulos que su hermano para aceptar un título real y el
día de Navidad de 1100, en la iglesia de la Natividad, en Belén, el derrotado Daimberto
lo coronó rey de Jerusalén.
Mapa de Outremer.
Pero a diferencia de lo que sucedía en Occidente, estos reinos eran paritarios unos con
otros; es decir que cada uno de esos cuatro condados no dependían de otro y gozaban
de una cierta independencia. Sólo se ponían bajo la autoridad del reino de Jerusalén,
cuando estos condados se veían amenazados por alguna coalición musulmana.
La escasez de recursos en Outremer fue endémica desde el comienzo. La mayoría de
los cruzados supervivientes emprendió el regreso a casa, como ya vimos con lectura
del diario de Roger. En Jerusalén, Godofredo se quedó con unos trescientos caballeros
y unos mil soldados de infantería. Balduino I, al subir al trono, no tenía más. Si bien no

había ninguna amenaza inminente de una invasión fatimí y existía cierto apoyo de los
cristianos del lugar, la endeble posición del reino de Jerusalén sólo podía afianzarse
con mayor expansión, y en particular tomando los puertos del mediterráneo.
Las ciudades portuarias europeas de Pisa, Venecia y Génova, viendo las oportunidades
que ofrecían las posesiones latinas del litoral oriental del Mediterráneo, ofrecieron su
apoyo en el sitio de los puertos a cambio de privilegios comerciales cuando éstos
fueran tomados. Haifa, Jaffa, Arsuf, Cesárea, Acre, uno por uno se rindieron a las
fuerzas latinas hasta que, finalmente, con la caída de Tiro, en 1124, la armada fatimí
perdió toda base en Palestina y la frontera costera de Outremer quedó asegurada.
Los navíos italianos hicieron también que un creciente número de peregrinos,
animados por la victoria de los cruzados, viajasen a realizar el peregrinaje por Tierra
Santa. Éstos no sólo rezaban en la iglesia del Santo Sepulcro para cumplir sus votos,
sino que visitaban los numerosos santuarios de Judea y Samaria, convirtiéndose la
tierra del Ungido en un interesante negocio para aumentar los recursos económicos en
los reinos orientales.
Debido a la naturaleza del terreno y al desafecto de los pobladores musulmanes, la ruta
no era más segura de lo que habría sido con anterioridad a la cruzada. Sólo los
peregrinos armados podían defenderse. Las fuerzas a disposición del rey Balduino
estaban ajustadas para asegurar las fortalezas estratégicas y los puertos del
Mediterráneo, lo que ocasionó la vulnerabilidad de otros puntos, como fue el caso de
los caminos de peregrinación.
II. La fundación de la Orden del Temple.
En 1104, el conde Hugo de Champagne llegó a Tierra Santa con un séquito de
caballeros, desde la ciudad de Troyes que formaba parte del reino franco occidental
dejado por Carlos el Calvo. Hugo era un hombre devoto y también desdichado en su
matrimonio: no sabía si él era o no realmente el padre de su hijo mayor. Entre sus
vasallos se contaba un caballero llamado Hugo de Payns, un poblado situado a unos
doce kilómetros de Troyes. Hugo de Payns, sirvió en la primera cruzada a las órdenes
del conde Godofredo y tras la toma de Jerusalén, regresó a casa como tantos otros
cruzados, volviendo de nuevo a Tierra Santa acompañando al conde Hugo de
Champagne cuatro años después del final de la primera cruzada.
En 1108 el conde Hugo regresó a Europa, pero en 1114 se hallaba otra vez en Jerusalén.
Se desconoce si Hugo de Payns lo acompañó en ese viaje; el caso es que a partir de esa
fecha se quedó allí cuando el conde volvió a Europa de nuevo. Por aquel entonces
Balduino de Le Bourg había sucedido a su primo, el rey Balduino I; y Warmund de
Picquigny, al patriarca Daimberto. A ellos les propusieron Hugo de Payns y un
caballero llamado Godofredo de Saint-Omer la formación de una orden de caballeros
que, siguiendo la regla de una comunidad religiosa, se dedicarían a la protección de los
peregrinos. La regla que tenían en mente era la de Agustín de Hipona, seguida por los
canónigos de la iglesia del Santo Sepulcro de Jerusalén.
La propuesta de Hugo fue aprobada por el rey y por el patriarca; y el día de Navidad
de 1119 1, en la iglesia del Santo Sepulcro hicieron ante el patriarca los votos de pobreza,
castidad y obediencia, dando comienzo la andadura de “los Pobres Soldados de
1 El catedrático y jesuita Gonzalo Martínez Díez, data 1119 como principio de la Orden del Temple; ya
que está reflejada en el prefacio de la primitiva Regla latina de la Orden (“Los templarios en los reinos de
España”, Ed. Planeta, Barcelona, 2001).

Jesucristo”, primer nombre acuñado por los fundadores en honor al término utilizado
por el Papa Urbano II, el cual bautizó al ejército cruzado como “soldados de Cristo”.
Cabe decir que existe una “oficialidad” en cuanto a la fundación de la Orden del
Temple. Repetidas veces hemos leído o escuchado que fue creada en el año 1118 2 por
nueve caballeros que durante nueve años siguieron siendo nueve. Tal oficialidad viene
motivada por un interés especial en asociar a los caballeros templarios con una misión
secreta 3 llevada a cabo en las ruinas del viejo Templo de Salomón. Lo cierto es que no
existe documentación alguna que asocie a los templarios con tal propósito, lo que hizo
que algunos autores, poco serios, mezclasen suposiciones, imaginaciones, hipótesis,
tradiciones y fantasmas para conseguir que el número nueve convenga a su interés.
La idea de “búsqueda” aparece en muchos textos ligada al número nueve: nueve
hombres trabajando juntos durante nueve años; además, se trataba de hombres
espirituales. Este aspecto ha estimulado la imaginación de muchos aficionados a la
Historia y la simbología: el nueve es el último dígito (Fin); simboliza lo que está
escondido y anuncia un renacimiento; es a un tiempo fin y comienzo, y abre una fase
de transmutación, dando acceso a un mundo nuevo.
En cuanto al número de caballeros que fundaron la Orden, tampoco está demasiado
claro. Sí se sabe con seguridad que como mínimo fueron dos, Hugo de Panys y
Godofredo de Saint-Omer porque éstos, aparecen repetidamente en distintas crónicas y
en el prólogo de la Regla de la Orden del Temple. En 1120 el conde Fulques de Anjou,
futuro rey de Jerusalén, se asocia a la Orden en calidad de “milities ad terminum”, es
decir, sirviendo durante un tiempo, y le hizo una donación de treinta libras angevinas.
Otros caballeros, André y Gondemaro, aparecen en una carta del rey Balduino II a San
Bernardo de Claraval y en el mencionado prólogo de la Regla. También, los nombres
de otros tres miembros de la congregación se citan en ese mismo prólogo. El mismo
conde Hugo de Champagne se une a la Orden en 1125. El marqués de Albon, ese
mismo año cita como templario a un tal Robert. Es fácil deducir que los templarios
fueron más de nueve caballeros entre 1119 y 1128, llegando a ser unos quince en el año
1126 (dos años antes del Concilio de Troyes). Si además, añadimos los escuderos,
sargentos, soldados y sirvientes, el número de hermanos templarios es mucho mayor.
Hay que decir que al principio no usaron ningún hábito distintivo, sino que
mantuvieron la vestimenta de su profesión secular. Para proveerles de un ingreso
suficiente, el patriarca y el rey les concedieron una serie de beneficios. El rey Balduino
II les proporcionó además un lugar donde vivir en el palacio que se había convertido
ahora en la ex mezquita de al-Aqsa, en la ladera sur del Monte del Templo, conocido
por los cruzados como el “Templum Salomonis”. Por esa razón se los llamó,
sucesivamente, “Los Pobres Soldados de Jesucristo y el Templo de Salomón”, “Los Caballeros
del Templo”, o sencillamente, “El Temple”.
2 Jacques de Vitry, afirma que en 1118 unos caballeros protegen los caminos y defienden a los peregrinos
(“Codex Templi”, Santillana Ediciones Generales, S.L., 2005).
3 Michel Lamy, La otra historia de los Templarios, 2004, pág. 35.

Dibujo del siglo XIII donde se observa a Hugo de Payns y Godofredo de Saint-Omer, recibiendo de
manos del rey Balduino II y el patriarca de Jerusalén, el cese del Templo de Salomón.
El motivo principal que había movido a estos hombres a fundar una Orden monacal
tiene que ver mucho con la idea religiosa que se tenía en esa época. Como la pobreza
era de origen divino, los nobles que renunciaban a sus posesiones, convirtiéndose de
esta forma en monjes, conseguían apartarse de la vida mundana para dedicarse a la
contemplación, logrando un mayor acercamiento a Dios. Hay que entender que Hugo
de Payns participó en la primera cruzada y por tanto tuvo las mismas experiencias que
relata en su diario el caballero provenzal Roger de Lunel. Hugo, avergonzado por lo
sucedido durante la cruzada, se plantea que la mejor forma de ser perdonado por Dios
y encontrar la Salvación, es siguiendo la profesión de los consejos evangélicos: castidad
en el celibato, pobreza y obediencia (ver artículo 178 del Compendio del Catecismo de la Iglesia
Católica).
Por aquel entonces en la ciudad de Jerusalén ya existían otras órdenes como la “Orden
del Santo Sepulcro de Jerusalén”, creada con la intención de guardar el Santo Sepulcro, la
“Orden de Sión”, creada para proteger el monte de Sión. Ambas fueron fundadas por
Godofredo de Bouillon, alrededor del año 1100, a pocos meses de su muerte. También
estaba bien establecida por aquel entonces “La Soberana Orden Militar y Hospitalaria de
San Juan de Jerusalén, de Rodas y de Malta”, creada por unos mercaderes de Amalfi con la
finalidad de atender a los peregrinos y que obtendría el reconocimiento papal en el año
1113.
Ese fervor religioso en la creación de órdenes monacales que se dio cita en Palestina,
bien tuvo que ver con el arrepentimiento que muchos cruzados sintieron, al recordar
tan abundante derramamiento de sangre. Pero tuvo que suceder una gran tragedia,
para que una cuarta orden surgiera de Tierra Santa. Durante la Semana Santa de 1119
fue emboscada por sarracenos una partida de setecientos peregrinos desarmados que
se dirigían de Jerusalén hacia el río Jordán. Trescientos peregrinos fueron asesinados y
sesenta capturados como esclavos. Los merodeadores sarracenos llegaron hasta los
muros de Jerusalén, y se había vuelto peligroso salir de la ciudad sin una escolta
armada. La decisión de mantenerse bajo las armas y profesar al mismo tiempo los
consejos evangélicos, daban buena fe de la inseguridad que existía en Outremer.

III. Los primeros pasos del Temple.
Una vez constituida la Orden de los Pobres Soldados de Jesucristo; entre los años 1120 y
1126 los templarios no se movieron de Tierra Santa. Se dedicaban a cumplir sus votos,
protegiendo los caminos de peregrinación y defendiendo a los peregrinos cristianos
que venían de Occidente. Una vez que los reinos latinos de Outremer se apoderaron de
los puertos del Mediterráneo, la peregrinación marítima se hizo más segura que la
peregrinación terrestre, con lo cual el puerto de Jaffa, que era el más cercano a
Jerusalén, se convirtió en una escala muy concurrida en cuanto a comerciantes y
también a peregrinos se trataba.
Es muy probable que algunos hermanos templarios, hubiesen acompañado a los
peregrinos desde la ciudad marítima de Jaffa, hasta la ciudad Santa de Jerusalén.
Dependiendo de la época del año; La Semana Santa y la Natividad del Señor, eran las
celebraciones con mayor número de peregrinos en Tierra Santa, los sarracenos lo
sabían y la posibilidad de atacarles era mayor. Por aquel entonces todavía estaba muy
presente la gran matanza de trescientos peregrinos que tuvo lugar durante la Semana
Santa del año 1119.
Durante esos seis años, Nuestros Hermanos mayores de la Orden del Temple,
convivieron armoniosamente con el resto de Órdenes. Manteniendo buenos lazos de
respeto y colaboración; ya que todos ellos habían prometido los votos de pobreza,
castidad y obediencia.
1. Caballero de la “Congregación de la Buena Muerte”, siglo XII. 2. Soldado del “Reino de Jerusalén” con su
bandera, siglo XIII. 3. Caballero de la “Orden del Temple” con el Bausante, siglo XIII. 4. Caballeros de la
“Orden del Santo Sepulcro”, siglo XIII. 5. Caballero de la “Orden de Porte-Glaive”, siglo XIII. 6. Caballero
Teutónico, siglo XIII. 7. Caballero Teutónico con su bandera, siglo XIV.

La primera salida de Palestina, fue en 1127. Hugo de Payns y Guillermo de Burres
fueron enviados por el rey Balduino II en misión diplomática a Europa occidental. Su
encargo era convencer a Foulques de Anjou de casarse con la hija del rey Balduino,
Melisenda, convirtiéndose así en heredero del trono de Jerusalén, y reclutar fuerzas
para un proyectado ataque sobre Damasco.
La decisión de Balduino en depositar su confianza en Hugo de Payns, se debió a que
durante la primera cruzada, siempre se mantuvo fiel a su familia; es decir a la familia
de Godofredo de Bouillon, ganándose el respeto de los suyos por su valentía y
experiencia militar. ¿Quién mejor qué él para convencer en Europa a la nobleza a
participar en el sitio de Damasco? Hugo de Payns, se sentía en deuda con Balduino y
aceptó. También aprovecharía el viaje a Europa para reclutar a más nobles para la
Orden; ya que en aquel momento, los caballeros que quedaban en Palestina, ya
pertenecían a alguna ordenación, con lo cual el número de hermanos se había
estancado.
El viaje de Hugo a Europa fue todo un éxito. En abril de 1127 se encuentra en Anjou
visitando a Foulques en Le Mans. El 22 de mayo de ese mismo año, Geoffrey, se casa
con Matilda, la heredera de Enrique I de Inglaterra, dejando a Foulques en libertad
para trasladarse a Jerusalén y casarse con Melisenda. El rey Enrique I respondió
generosamente a la recaudación de fondos efectuada por Hugo, al brindarle “grandes
tesoros, consistentes en oro y plata” que sin duda allanaron el camino de la exitosa gira
que Hugo realizó por Inglaterra, Escocia, Francia y Flandes, recogiendo pequeñas
donaciones de armaduras y caballos, y algunas más importantes de los condes de Blois
y Flandes, y de Guillermo II, castellano de Saint-Omer, Picardía y padre de Godofredo
de Saint-Omer, el cofundador de los Pobres Soldados de Jesucristo.
Pero lo más importante para Hugo de Payns no era la recaudación para poder tomar la
ciudad de Damasco, sino lo que verdaderamente le importaba era que la Iglesia
aprobase a la nueva Orden. Para ello Hugo se presentó ante el concilio de la Iglesia
reunido en Troyes en enero de 1128. Huésped de los venerables eclesiásticos era el
conde Teobaldo de Champagne, y presidía el concilio el legado papal, Mateo de
Albano. La mayoría de los prelados asistentes eran franceses: dos arzobispos, de Reims
y Sens, diez obispos y siete abates, entre ellos Esteban Harding, abad de Molesme y
Bernardo, abad de Claraval.
A pesar de la temprana autorización del patriarca de Jerusalén, la aprobación del
concilio no estaba asegurada. Una carta de aliento a los Templarios de Jerusalén,
atribuida a Hugo durante su estancia en Europa, sugiere una crisis en la moral de
algunos hermanos. En la mente de distinguidos hombres de la Iglesia seguía habiendo
dudas sobre la moralidad de la guerra.
A pesar de la vida recluida que llevaba en Claraval, Bernardo sabía de la fundación de
la Orden del Temple a través de su amigo y patrocinador, el conde Hugo de
Champagne. Al enterarse de que éste se había unido a la Orden de Jerusalén, Bernardo
le escribió para felicitarlo, lamentando al mismo tiempo no contarlo entre los monjes de
Claraval. Hugo de Payns le había escrito a Bernardo desde Jerusalén solicitándole
ayuda para obtener la “confirmación apostólica” y redactar una regla de vida.
Bernardo obedeció a la llamada de asistir al concilio de Troyes.
Hugo de Payns, acompañado por cinco miembros de la Orden –Godofredo de Saint-
Omer, Archambaud de Saint Armand, Geoffrey Bisot, Payen de Montdidier, y un tal
Roland- describió la fundación de la Orden y presentó su regla. Analizada y revisada
por los padres del concilio, fue transcrita por Jean Michel en un documento de sesenta

y tres cláusulas. La influencia cisterciense resulta a todas luces evidente. El prólogo no
tiene nada bueno que decir de la caballería secular: 4; pero ahora,
a aquellos que se unieran a los Templarios se les daba la oportunidad de “abandonar el
cúmulo de perdición” y “revitalizar” la hermandad de la caballería y salvar al mismo
tiempo sus propias almas.
Hugo de Payns arrodillado frente a Bernardo de Claraval en Troyes.
Eso significaba una total abnegación y cuando no se estaba cumpliendo un deber
militar, llevar la vida de un monje. ; y si las circunstancias lo
hicieran imposible para alguno, .
IV. Bernardo de Claraval: Patrón del Temple.
Nació como Bernardo de Fontaine en el castillo de Fontaine-les-Dijon, en Borgoña,
Francia en el año 1090. Fue el tercero de siete hermanos. Su padre era caballero del
duque de Borgoña y lo educó en la escuela clerical de Châtillon. Después de la muerte
de su madre, entró en la Orden del Císter.
Décadas antes de que Bernardo ingresara en Citeaux; Esteban Harding, tras una breve
estancia en la diócesis de Langres, se dirigió al sur donde fundó una comunidad en
Citeaux, a unos veintitrés kilómetros al sur de Dijon. Allí pudieron vivir según su
concepto de la regla de Benito de Nursia. Abandonaron las largas letanías y plegarias
que llenaban los días de los monjes de coro de Cluny y rechazaron toda vinculación
con la nobleza local. La Orden sería autosuficiente: un duro trabajo manual pasó a
formar parte de la rutina cotidiana de los monjes. Como símbolo de su dedicación a
una vida de pureza, cambiaron el color d e su hábito, de negro a blanco. No aceptaban
niños oblatos y no empleaban siervos, aunque admitían para el trabajo en sus
propiedades a hermanos laicos a quienes, si vivían a cierta distancia del monasterio, se
les permitía residir en una granja.
Cuando Esteban Harding fue nombrado abad de Citeaux, impresionados por su
austeridad, los papas concederían más tarde a los cistercienses exenciones al pago de
sus diezmos y obligaciones señoriales; pero su actitud distante alejaba a la nobleza
borgoñesa, y la austeridad que impresionaba a los papas inhibía a aquellos que
4 Upton-Ward, The Rule of the Templars, pág. 19.

mostraban vocación monástica. Los primeros años como abad de Esteban Harding
parecía que el proyecto iba a fracasar. Entonces, en 1113, el carismático y joven
Bernardo llegó de Fontaines-les-Dijon con treinta y cinco de sus parientes y amigos. -
Previamente los había probado durante seis meses, asegurándose de su lealtad y
formando un grupo muy unido. – La orden cisterciense rejuveneció.
Tres años después de su ingreso en Citeaux, Bernardo llevó consigo a otros doce
monjes para fundar un monasterio en el boscoso valle de Ajenjo, donación del conde
Hugo de Champagne y conocido refugio de ladrones. Cambiaron el nombre del lugar
por el de “Valle de la Luz”, Clairvaux. (Castellanizado como Claraval)
San Bernardo de Claraval (1090-1153)
La decisión de Bernardo de Claraval, de elegir la puerta más pequeña y el sendero más
empinado hacia el Reino de los Cielos demuestra la pureza de su vocación. También
revela una cuota de auto-conocimiento; según relata él mismo, sólo la austera vida que
seguían los cistercienses podía domesticar su naturaleza apasionada, incluso violenta.
Bernardo escribiría una carta a Pedro el Venerable, abad de Cluny, en ella contrasta con
desdén la vida placentera, cómoda y lujuriosa de Cluny con la magra dieta y el duro
régimen de Clairvaux. Dejándose llevar por su propia retórica, Bernardo condena la
degeneración moral de la comunidad de Pedro. Es vehemente, provocador,
intransigente, revolucionario: hasta la belleza de Cluny es un síntoma de la corrupción.
Pedro, en su réplica, se muestra conservador, moderado, conciliatorio y amable.
Otro aspecto de la vocación monástica que sorprende y hasta ofende las normas
aceptadas en el siglo XX es el alto valor asignado a la castidad. Es difícil no sentir pena
por las jóvenes aristócratas de Borgoña y Champagne cuando sus potenciales maridos
se retiraban tras los muros de las fundaciones cistercienses. Cristo había elogiado a
aquellos que por amor al Reino; y el apóstol Pablo, en la
primera época de la Iglesia, había escrito que si bien era bueno casarse, mantenerse
soltero era mejor. Agustín de Hipona, pensaba que el compromiso incondicional con
Cristo era incomparable con el matrimonio; y una de las principales campañas del
papado en este período fue insistir en el celibato de los clérigos.
La explicación que la Iglesia hace para promover la ausencia de sexo, es la basada en
que la pérdida de la fuerza sexual, debida a las eyaculaciones, acababa cerrando los
conductos al espíritu de Cristo. La energía misma y la intensidad del sexo, y la forma
en que éste compromete la voluntad de las personas, constituían un obstáculo en el
camino a la santidad.

Hacia el siglo XI, en la doctrina de la Iglesia existían dos corrientes de pensamiento
opuestas. Por un lado, había moralistas monásticos para quines el coito conyugal sólo
se justificaba si el propósito era tener hijos; e incluso en este caso, el goce carnal
encerraba una cuota de pecado. El exponente más extremo de esa postura era Pedro
Damián, obispo cardenal de Ostia, que veía el matrimonio . 5
Al mismo tiempo había una creciente insistencia del papado en la naturaleza
sacramental del matrimonio como un estado sagrado que dependía del libre
consentimiento 6 para su validez. Finalmente este dictamen terminó por imponerse.
Por tanto, si el sexo era pecado fuera del matrimonio, y germen de imperfección
incluso dentro del mismo, era mejor rechazar la fuente de tentación. Los monjes no
debían mezclarse con mujeres, cuya insinuante apariencia había llevado a la perdición
a muchos hombres buenos. Igualmente tentadores, claro está, eran los jóvenes apuestos
para las mujeres, y fue sin duda la idea de la salvación de sus almas, y la posibilidad de
que las mujeres de su propia familia y de las familias de sus monjes se quedaran
solteras, lo que llevó a Bernardo de Claraval a fundar en Jully, cerca de Molesme, una
comunidad de hermanas, entre ellas Humbelina, su hermana menor.
Humbelina estaba casada y llevaba una vida mundana antes de que su hermano
Bernardo la persuadiera de arrepentirse y, con el consentimiento de su esposo, hacerse
monja. Lo mismo pasó con su hermano mayor, Guy, que estaba casado y tenía dos
hijas; no obstante, Bernardo lo convenció de renunciar a su familia y unirse a la
comunidad de Clairvaux.
Pero, ¿Cómo era la naturaleza de Bernardo para tener este poder de atracción?.
Su biógrafo en la Vita prima lo considera bien parecido: su cuerpo era delgado y
delicado, de estatura media, piel suave, cabello rubio, barba rojiza, complexión lozana
y en forma. Pero sin duda alguna su poder sobre los demás venía de su personalidad y
su convicción; convirtiéndose Clairvaux por aquel entonces en el centro espiritual de
Europa.
En 1130, el Cisma del antipapa Anacleto II lo apartó de la vida monástica en clausura y
comenzó una intensa actividad pública en defensa de Inocencio II. Estuvo movilizado
de 1130 a 1137 e hizo del abad uno de los políticos más influyentes de su tiempo.
Participó en las principales controversias religiosas de su época. Sostenía que el
conocimiento de las ciencias profanas es de escaso valor comparado con el de las
ciencias sagradas.
El 20 de agosto de 1153, moriría de una enfermedad estomacal en el Monasterio de
Claraval a la edad de sesenta y tres años. Fue canonizado el 18 de junio de 1174 por el
papa Alejandro III, siendo declarado Doctor de la Iglesia por Pío VIII en 1830. Su fiesta
litúrgica se celebra el 20 de agosto, coincidiendo con el aniversario de su muerte,
siendo el patrón entre otros, de la Orden del Temple.
Sobre los caballeros templarios dijo: “He aquí los hombres fuertes que el Señor ha ido
eligiendo desde un confín a otro del mundo, entre los más bravos de Israel para hacerlos soldados
de su escolta”.
5 Cristopher N.L. Brooke, The Medieval Idea of Marriage, Oxford, 1989, pág. 136
6 Asociación de editores del Catecismo, Compendio Catecismo de la Iglesia Católica, artículo 344, 2005.

Con estas palabras, San Bernardo, refleja la unión de hermanos de diferentes puntos
del planeta. Un movimiento internacional comprometido con la defensa del concepto
cristiano y que sin duda Nuestra Amada Hermandad, la Supremus Militaris Ordo Templi
Hierosolymitani, lleva realizando prácticamente desde sus comienzos.
V. Ideología y estructura de los Pobres Soldados de Jesucristo.
Así como en las órdenes benedictinas y cistercienses se hacía una distinción entre el
monje y el hermano laico, del mismo modo la diferencia entre un caballero del Temple
y un sargento o un escudero debía evidenciarse en su vestimenta. . El blanco
sólo podían usarlo los caballeros profesos, . La castidad, es decir, el
celibato, era el sine qua non del compromiso de los caballeros. .
Siguiendo la regla de Benito de Nursia, posiblemente como una precaución contra
otras formas de pecado sexual, el dormitorio donde descansaban los caballeros debía
estar , y los caballeros dormían . Tal vez eso fuera para permitirles combatir al menor
aviso: El mercero de la Orden debía
encargarse de que la ropa les calzara bien y de que llevasen el cabello corto; no
obstante, los caballeros no podían afeitarse. Todos los Templarios usaban barba. No
habría ninguna variación en la moda de su atuendo:
En esta primitiva regla de los Templarios puede apreciarse el temor de Bernardo de
Claraval y los padres del concilio de que, sin la salvaguarda del recinto monástico, los
caballeros Templarios volvieran a caer en las costumbres mundanas. La Orden podía
tener tierras y obtener beneficios del trabajo de arrendatarios y siervos a los que debía
gobernar con justicia. También se le permitirá recibir diezmos como parte de una
donación laica o clerical.
Se entendía que los caballeros tendrían cierto contacto con el mundo, pero no podrían
.
El Maestre, si lo deseaba, podía pedir consejo a los hermanos más doctos, y en
cuestiones serias podía . El Maestre y el Capítulo estaban autorizados a castigar a los hermanos que
cometieran transgresiones.
De las setenta y tres cláusulas de esta regla aprobadas por el concilio de Troyes para los
caballeros del Templo, unas treinta están basadas en la regla de Benito de Nursia. En
general, el foco de la regla parece centrado en salvar el alma pecadora de los caballeros,
y no en la eficacia de una fuerza de combate.
Sin embargo, la Orden del Templo bien podría no haber visto la luz si no hubiese
obtenido la aprobación de la Iglesia en el Concilio de Troyes, confirmada

posteriormente por el Papa Honorio II. Esa aprobación se debió en gran medida al
apoyo de Bernardo de Claraval, apoyo que reforzó a su regreso a Claraval con el
tratado De laude novae militiae (Elogio de la nueva milicia).
Después del Concilio de Troyes, Hugo de Payns volvió a Palestina. Algunos de sus
lugartenientes se quedaron en Europa para reunir reclutas, solicitar donaciones y
establecer una administración. Aunque los títulos y funciones de los oficiales
Templarios en esta etapa son imprecisos, los registros hacen referencia a procuradores,
senescales y maestres provinciales. Payen de Montdidier, uno de los fundadores de la
Orden, parece haber quedado a cargo del territorio francés al norte del Loira; Hugo de
Rigaud recibió donaciones en el área de Carcasona, Pedro de Rovira en Provenza, y el
futuro tercer Gran Maestre de la Orden, Everardo de Barres, en Barcelona.
En Inglaterra, como hemos visto, los Templarios recibieron una cálida bienvenida del
rey Enrique I. A la muerte de éste, habían establecido sus cuarteles generales en la
parroquia de Saint Andrew, en Holborn, cerca del extremo norte de la actual Chancery
Lane. Las donaciones de tierra más generosas fueron en Lincolnshire y Yorkshire.
Tanto en Yorkshire como en Lincolnshire la Orden siguió el provechoso ejemplo de los
cistercienses de criar ovejas cuya lana se exportaba a los tejedores de Flandes. Una gran
parte de los fondos recaudados se usaba para mantener las casas, llamadas
preceptorías: la norma no era el servicio militar en Palestina, sino la administración de
las propiedades y la vida monástica en Europa occidental. La organización financiera y
administrativa de una preceptoría templaria, como la de un monasterio cisterciense,
era simple; y .
En el continente, importantes beneficios provenían de príncipes ya familiarizados con
las necesidades de Outremer, como Alfonso-Jordán, conde de Toulouse, hijo de
Raimundo; y de aquellos que estaban comprometidos en combatir a los musulmanes
en la Península Ibérica.
Hay que decir que tanto Hospitalarios como Templarios, se expandieron codo a codo:
la estructura administrativa desarrollada por los Templarios en Europa se basó en la ya
establecida por el Hospital. Los caballeros hospitalarios por su parte, tomaron del
Temple el título de maestre para su superior.
Caballeros Templario y Hospitalario conversando.

A medida que se incrementaba el número de hermanos, el postulante debía estar
familiarizado con el combate a caballo, y tener experiencia, ya fuese en el campo de
batalla o al menos en competencia de justas. De hecho, las órdenes militares eran
menos exclusivas que los monasterios: el alfabetismo no era un requerimiento; pocos
de los caballeros sabían leer o escribir, y, por cierto, no en latín. Los encargados de
recitar el oficio eran los capellanes, y lo único que se les exigía a los hermanos era que
rezasen la cantidad prescrita de Padrenuestros en las horas fijadas.
Había sin duda postulantes con motivaciones de todo tipo. Nobles como Hugo de
Champagne, o Harpin de Bourges, que se unieron al Temple tardíamente en su vida,
después de perder a sus respectivas esposas. Los caballeros jóvenes y con pocos
recursos se sentían atraídos por las . 7
Conforme crecía en poder y riqueza, la Orden comenzó a ofrecer una estructura de
progreso comparable a la de la Iglesia. Muy pronto, los Grandes Maestres de las
órdenes militares se convirtieron en figuras importantes no sólo en Siria y Palestina,
sino también en Europa occidental. Los maestres provinciales y otros oficiales, con
enormes recursos a su disposición, adquirieron el mismo estatus de sus pares más altos
en el reino. Su fama de honestidad y buen juicio los convertía en asesores de confianza
de papas y reyes.
7 Helen Nicholson, Templars, Hospitallers and Teutonic Knights: Images of the Military Orders, Leicester, 1995, pág.
62.