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Primera páginas pdf - Conocer al Autor

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Este libro está dedicado a todos mis sobrinos - nietos:<br />

Aitor, Laura, Ariana, Marina, Laia, Carlos,<br />

María, Ethan, Març, Dani y Leo.<br />

También para Andrea y Mini Yo.


Una mujer llamada Muerte<br />

Antonio Medina Guevara


“El día que a mi me entierren, no quiero bulla,<br />

tampoco lagrimas, solo que cuando me bajen <strong>al</strong> hoyo,<br />

esté rodeado de los que me aprecien …”<br />

No recuerdo quien lo escribió …


Dedicado a Don Pedro Antonio de Alarcón.<br />

Que parece ser, también di<strong>al</strong>ogó <strong>al</strong>guna vez<br />

con esa Señora…<br />

( Nota: A pesar del título, este es un cuento de<br />

fantasía y romance )


Una mujer llamada Muerte<br />

(Cuento fantástico)<br />

Antonio Medina Guevara


***<br />

Todos los derechos reservados. Ninguna parte de esta<br />

publicación puede ser reproducida, <strong>al</strong>macenada o transmitida<br />

en manera <strong>al</strong>guna, ni por ningún medio, ya sea electrónico,<br />

químico, mecánico, óptico, de grabación o de fotocopiado, sin<br />

autorización escrita de los titulares del copyright.<br />

Titulo: Una mujer llamada Muerte<br />

© 2011, Antonio Medina Guevara.<br />

© 2011, Editori<strong>al</strong> Pelícano.<br />

<strong>Primera</strong> edición 2011.<br />

ISBN-13: 978-1460948170<br />

ISBN-10: 1460948173<br />

Impreso en USA / Printed in USA<br />

Editori<strong>al</strong> Pelícano, Charleston, SC.


Se dice que ….


Hay muchos lugares que son bonitos; <strong>al</strong>gunos, hasta<br />

son preciosos. Pero en pocos sitios encontramos<br />

espacios que suman a su belleza un atractivo tan<br />

especi<strong>al</strong>, que los hacen a la vez misteriosos. Son<br />

lugares que te trasladan a un mundo de fantasía y que<br />

parecen sacados de un cuento.<br />

Así es una ciudad del Caribe...<br />

Cuentan los que la visitan, que Cartagena de Indias<br />

es tan romántica y bella…, ¡que marea!.<br />

Y puedo asegurar que eso es verdad.<br />

-11-


No se puede explicar con las p<strong>al</strong>abras, lo que se<br />

siente cuando se pisan las mismas c<strong>al</strong>les que<br />

anduvieron los pies de personajes de leyenda:<br />

conquistadores, aventureros, piratas y corsarios…, por<br />

sus mur<strong>al</strong>las, que fueron punto de partida de carabelas<br />

cargadas de oro, esmer<strong>al</strong>das, tesoros…, y amores que<br />

nunca volvieron. Que por <strong>al</strong>go la llaman “la Heroica”<br />

—será por el orgullo, de que nunca nadie logró<br />

doblegarla…— y, que siguiendo esos mismos pasos,<br />

también llegaron de las tinieblas de la noche: la<br />

esclavitud, la Inquisición y la muerte…<br />

Los nativos —<strong>al</strong>gunos muy supersticiosos—,<br />

conviven con el misterio y la belleza de sus c<strong>al</strong>les y<br />

plazoletas cargadas de historia y romances. Y son tantas<br />

las historias que cuentan, que se tardarían otros<br />

quinientos años en poder escucharlas todas; pero como<br />

no tenemos tiempo, contaremos solo una: la de un<br />

remendón zapatero…<br />

Tenía <strong>al</strong>rededor de veinte años y llamábase José<br />

Arn<strong>al</strong>do de los Ríos y Conde-Preciados.<br />

Ese era el nombre del mísero, de uno de los muchos<br />

míseros muchachos, que pululaban por las c<strong>al</strong>lejuelas y<br />

rincones de la vieja ciudad de Cartagena.<br />

Este, como ya he dicho, era muy pobre.<br />

Le f<strong>al</strong>taba a su vida casi toda clase de riqueza mate-<br />

-12-


i<strong>al</strong>, pero en cambio le sobraba lo que no se puede<br />

comprar con dinero: s<strong>al</strong>ud y <strong>al</strong>egría.<br />

Aquél muchacho tenía un nombre tan rimbombante<br />

y largo, como f<strong>al</strong>so. Y se le suponía f<strong>al</strong>so, porque<br />

seguramente quien se lo dio, se lo había inventado unos<br />

minutos antes de inscribirlo —si es que acaso lo había<br />

hecho— y, que por tener, solo tenía nombres; pero en<br />

cambio sí tenía Arn<strong>al</strong>do ese <strong>al</strong>go que vuelve locas a las<br />

mujeres.<br />

No me m<strong>al</strong> interpretéis; que ese <strong>al</strong>go era casi todo lo<br />

que puede tener un hombre: porte, gracia, g<strong>al</strong>antería y<br />

s<strong>al</strong>sa incrustada en sus nervios y circulando tan rápida<br />

como la electricidad por su sangre. En definitiva: era un<br />

g<strong>al</strong>án de éxito, que derramaba simpatía en la misma<br />

proporción que el Can<strong>al</strong> del Magd<strong>al</strong>ena, derrama sus<br />

aguas <strong>al</strong> Caribe. Pero aún así, abundante en pobreza.<br />

Era casi tan pobre, como el más pobre de su barrio y<br />

pasaba sus días m<strong>al</strong>viviendo a pocos metros de la c<strong>al</strong>le<br />

de las Damas, lugar de gentes pudientes habitando la<br />

comodidad de las casas históricas, y de <strong>al</strong>guno más<br />

pobre que las ratas, que tenía que hacerlo bajo los<br />

dinteles, o sobre aceras y port<strong>al</strong>es. Vamos, tan pobres<br />

como él mismo.<br />

Solo su nombre y apellidos, tan largo como el de un<br />

noble que solo conserva su escudo, y su piel blanca a la<br />

vez que dorada por el reflejo del mar que rompe detrás<br />

-13-


del b<strong>al</strong>uarte, disimulaban un poco su situación tan<br />

humilde. Eso, aparte de sus manos teñidas de negro y<br />

marrón que delataban su proceder remendón; pero que<br />

si apartamos esos det<strong>al</strong>les, nada se podía decir de él…,<br />

¡s<strong>al</strong>vo que era miserable!. Aunque como parece, que a<br />

veces es verdad, que para ser feliz no es necesario el<br />

dinero, él, era feliz remendando zapatos de todas clases.<br />

Algunos, con tantos arreglos en su piel y con tanto<br />

betún, que se parecían <strong>al</strong> rostro de la negra que le<br />

lavaba la ropa y que a veces…, ¡hasta se la planchaba!.<br />

Arn<strong>al</strong>do siempre se sintió un poco diferente.<br />

¡Era norm<strong>al</strong>…!<br />

No en la pobreza —que en eso eran todos igu<strong>al</strong>es y<br />

tan solo estaban s<strong>al</strong>picados por <strong>al</strong>gunos criollos y<br />

mestizos que, venidos a bien con el transcurrir del<br />

tiempo, ya se encargaban de recordarlo a cada momento<br />

para que no olvidaran la diferencia de clases... ¡Por si<br />

acaso, <strong>al</strong>guna vez lo olvidaban…¡—, pero sí en el color<br />

de su piel, muy escaso entre los de su clase.<br />

Además de todo esto y —como ya he dicho—, no<br />

coincidía su color para nada, con el de su madre…<br />

Cosa rara esta circunstancia —la del color diferente<br />

a la de su madre. Ya que lo norm<strong>al</strong> debiera de haber<br />

sido que no coincidiera con la del padre (como ocurría<br />

en muchas familias), pero lo que estaba claro, es que en<br />

-14-


ningún otro caso nadie sabía de uno como el suyo—, lo<br />

que ya desde muy niño, le reportó buenas dosis de burla<br />

por parte de otros “pelaos“, no sabemos si con envidia,<br />

o crueldad propia de la infancia.<br />

El caso es que era diferente…<br />

Arn<strong>al</strong>do, a su vez y para también hacer v<strong>al</strong>er su<br />

diferencia, decía a quien quería escucharlo —que<br />

siempre eran <strong>al</strong>gunos cuenta cuentos y muchas damas,<br />

como el nombre de su c<strong>al</strong>le—, que él venía de<br />

aguerridos conquistadores; de españoles que con espada<br />

en una mano y crucifijo en la otra, la emprendieron<br />

hacía ya <strong>al</strong>gunos siglos con los desgraciados de los<br />

caribes nativos y otros pobres negros llevados a la<br />

fuerza desde África.<br />

—¡Pero yo no tengo la culpa…! —decía—, son<br />

cosas del pasado y nada tengo en contra de los negros ni<br />

caribes…, ¡y menos contra ellas…!<br />

¡Yo soy un auténtico criollo…!<br />

Y era verdad…<br />

Sobre todo en lo referente a que él no tenía la culpa<br />

de lo pasado en la historia; también en que no tenía<br />

nada en contra de “ellas”.<br />

Olía una piel tersa y joven de fémina, a millas de<br />

-15-


distancia, y en cuanto la tenía a su <strong>al</strong>cance, poco le<br />

importaba que estuviera comprometida, casada o viuda,<br />

que como buen cazador, toda presa le daría su<br />

recompensa.<br />

También afirmaba —con f<strong>al</strong>sa modestia—, que si<br />

tenía <strong>al</strong>gún atractivo, sería por su madre que era la<br />

mujer más elegante y bella de Cartagena —aunque<br />

nadie la recordaba, conoció, ni la había visto nunca—, y<br />

de su padre: que fue el mulato más apuesto y s<strong>al</strong>sero de<br />

la Heroica…<br />

Pero la vieja que lo brezó en su vida, lo amamantó<br />

siendo un recién nacido, que lo <strong>al</strong>imentó de joven y que<br />

era más negra que una noche sin luna, ella sí que sabía<br />

de su verdadero proceder: lo abandonaron a la puerta de<br />

su chabola otra noche de bochorno interminable. Una<br />

de las tantas y vulgares noches del caribe. Y que su<br />

madre, habría sido <strong>al</strong>guna prostituta amarrada <strong>al</strong> muelle<br />

de la cartera de <strong>al</strong>gún extranjero blanco. Que su padre<br />

no pudo ser <strong>al</strong>gún chulo negro de dientes tan blancos,<br />

que brillarían bajo las sombras de las esquinas<br />

esperando a cobrar los servicios prestados por su madre<br />

para así gastarlos en otras igu<strong>al</strong> de rameras, o en<br />

borracheras de ron barato.<br />

Lo más probable, es que fuera fruto de una prostituta<br />

blanca y un turista extranjero, en una noche de mucho<br />

sexo y poco amor, quizá, todo ello propiciado por el<br />

fulgor de la pasión que da el <strong>al</strong>cohol. No tenía otra<br />

-16-


explicación, porque, ni su rostro, ni su piel, tenía el más<br />

mínimo parecido a nadie conocido.<br />

La vieja que lo crió —que solo era bella en su<br />

interior— y no la madre que lo parió —que a vistas de<br />

lo que dejó <strong>al</strong> mundo, debió de serlo solo en lo<br />

exterior—, fue en re<strong>al</strong>idad su verdadera madre. No en<br />

lo natur<strong>al</strong>, que la vieja era casi tan negra, como él de<br />

blanco, pero si <strong>al</strong> menos en lo afectivo.<br />

Lo crió como pudo.<br />

Trabajando desde siempre como vendedora de<br />

frutas, playa arriba y playa abajo; limpiando mierda a<br />

los señoritos de piel oscura que odiaban a los negros,<br />

como negros…, y también como santera que le<br />

proporcionaba más beneficio que deslomándose.<br />

Le llamaba —como todos—, por el nombre de<br />

Arn<strong>al</strong>do; que el de José era muy español y vulgar —<br />

decía—, y los españoles habían sido muy cabrones<br />

según le enseñaron en la escuela —la de la c<strong>al</strong>le, claro,<br />

porque la pobre mujer, ni vio, ni supo nunca, lo que era<br />

un pupitre.<br />

El caso es, que lo había criado como a su hijo, y<br />

como a su hijo lo trataba.<br />

Lo llevó a la escuela mientras otros niños vivían en<br />

la c<strong>al</strong>le —muy pobre, pero recogido— y <strong>al</strong> llegar a la<br />

-17-


pubertad, una vez aprendió Arn<strong>al</strong>do a defenderse con<br />

las cuatro reglas de cálculo, y una buena dosis de<br />

p<strong>al</strong>abrería aprendida en la otra universidad misma de la<br />

c<strong>al</strong>le, lo presentó a un zapatero que presumía de ser el<br />

mejor de la ciudad vieja, y que también este y como era<br />

de esperar, decía que el oficio se lo había transmitido su<br />

padre, que a su vez era hijo del hijo de otro zapatero<br />

oriundo de Toledo; un auténtico artesano de la piel que<br />

c<strong>al</strong>zó a reyes y conquistadores, que partió detrás de sus<br />

clientes hacía ya muchas generaciones a hacer las<br />

Américas.<br />

—¡Yo soy hijo, nieto, biznieto y Dios sabe qué más,<br />

de uno de los mejores zapateros de viejo en la corte de<br />

España…! —decía su maestro a quién le preguntaba—.<br />

(Y también a quién no) ¡Creo que <strong>al</strong>guno de la familia,<br />

hasta sería noble…!<br />

Todo eso era poco creíble; pues, quién le enseñó el<br />

oficio, que también era más negro que la conciencia de<br />

un usurero, y que como buen mentiroso y negro, decía<br />

que él no era negro; que era más bien mulato oscuro y<br />

todo por culpa de una antepasada caribe que se<br />

emparejó con su abuelo…<br />

¡Pero que él, no era del todo negro…!<br />

En fin…, que todos los que le rodeaban eran de piel<br />

y de mente bastante oscura. Que si había <strong>al</strong>guna gota de<br />

sangre blanca en sus venas, se habría ido más que bron-<br />

-18-


ceando con el tiempo y <strong>al</strong> sol del caribe, y que en medio<br />

de todos ellos, Arn<strong>al</strong>do más bien parecía una perla clara<br />

caída dentro de un tazón de chocolate, lo que debido a<br />

su buen porte y gran p<strong>al</strong>ique, la ciudad le ofrecía todo<br />

un repertorio de preciosas doncellas y otras no tanto —<br />

que <strong>al</strong>gunas tenían más marcas de amantes en su<br />

cuerpo, que pisadas en la playa—, pero que le servían<br />

para poder saciar su inagotable apetito mujeril, y de<br />

paso, llevarse unos pesos extra para sus cosas. Todo<br />

ello, muy propio de un hombre educado en el ambiente<br />

más machista y de ment<strong>al</strong>idad lo más machista posible.<br />

Una cosa curiosa: su puesto preferido de caza para<br />

las nativas, era la puerta de <strong>al</strong>guna de la decena de<br />

iglesias de la ciudad vieja, y para las extranjeras: las<br />

interminables playas.<br />

Nunca le f<strong>al</strong>taban presas.<br />

Arn<strong>al</strong>do dominaba las c<strong>al</strong>lejuelas y plazas, como un<br />

león domina la sabana. Era el rey de la plaza.<br />

En ese asunto no se podía quejar.<br />

En el de los asuntos de f<strong>al</strong>das, claro; aunque también<br />

en eso las cosas cambiaban, que <strong>al</strong>gunas féminas ya<br />

c<strong>al</strong>zaban pant<strong>al</strong>ón ajustado a sus endiabladas curvas.<br />

Pero para él, eso no era problema: solo significaban<br />

unos minutos más de labor.<br />

-19-


¡Que no se quejaba!.<br />

¿Y cómo lo iba a hacer…?, si con aquellos atributos<br />

triunfaba más que una ninfa ante un náufrago. Solo la<br />

negra que lo amamantó le recriminaba cada día su<br />

actuar. Le repetía y repetía, que <strong>al</strong>guna vez, cuando ya<br />

ni lo pensara, lo trataría <strong>al</strong>guna mujer entonces como él<br />

las trataba ahora; y que recordara, que el día que<br />

sintiera <strong>al</strong>go por <strong>al</strong>guna y esta no le correspondiera,<br />

sabría lo amargo que es sufrir del corazón. Que ella,<br />

aunque ya fuera vieja y arrugada negra, también fue una<br />

vez joven y con la piel tersa; que aún recordaba, el<br />

desasosiego y las lágrimas, que derramó en su día por<br />

un hombre como él.<br />

Pero eso sí: oscuro.<br />

Que se andara con cuidado, que a veces el tiempo<br />

devuelve el doble de lo que tú le entregas...<br />

¡Hasta con intereses no deseados!.<br />

Arn<strong>al</strong>do no le hacía caso, claro; ¿quien se acuerda de<br />

lo que es el hambre, cuando está saciado?, ¿Quién se<br />

pregunta lo que es la vejez, cuando la piel la tiene tersa<br />

y brillante…?<br />

¡Nadie…!<br />

Además, para que preocuparse de un tiempo tan<br />

-20-


lejano.<br />

Debido a sus buenas artes y a otras, no tan buenas,<br />

pero sobre todo, a sus buenas manos que igu<strong>al</strong><br />

arreglaban un zapato que un cuerpo de mujer, el joven<br />

triunfó en su barrio…, y después de dejar a su maestro,<br />

descompuesto, cabreado y sin clientes, inst<strong>al</strong>ó un<br />

rudimentario t<strong>al</strong>ler de zapatero bajo la habitación que<br />

desde casi siempre había sido su humilde morada.<br />

Al poco, y a vistas de lo bien que le iba el negocio,<br />

pensó en complementarlo con la venta de unos pocos<br />

pares de zapatos que decía eran de procedencia<br />

it<strong>al</strong>iana… —¡la cuna de los buenos zapatos europeos!—<br />

, pero que en re<strong>al</strong>idad arrastraban todavía su acento<br />

mandarín….<br />

Después, otros más…, y más.<br />

Al cabo de unos años, aquello se convirtió en un<br />

buen negocio y entonces, ya dejó de ser reparador de<br />

suelas y lustrador de pieles viejas, para pasar a ser un<br />

buen vendedor de zapatos nuevos. Aunque eso sí, con<br />

menos pedigrí que los perros sarnosos que dormitaban<br />

en los port<strong>al</strong>es de las estrechas c<strong>al</strong>les de Cartagena.<br />

¡Había triunfado…!<br />

Olvidó los utensilios de remendón y solo los usaba<br />

en contadas ocasiones. Él decía que seguía siendo el ar-<br />

-21-


tesano de la elite de la Heroica, y sabía sacar provecho<br />

de ello; como todo lo que sus manos tocaban. Unas,<br />

cuando <strong>al</strong>guna ricachona le solicitaba sus servicios,<br />

para que un zapato dejara de parecer una herradura en<br />

sus pies y se aproximara lo más posible a lo que sería<br />

un zapato de crist<strong>al</strong> en el pie de una princesa; otras,<br />

cuando los zapatos, eran un pretexto para otros<br />

menesteres que también empezaban por la piel; y muy<br />

pocas, cuando <strong>al</strong>gún pie digno de una misma princesa<br />

—pero pobre para poder pagar c<strong>al</strong>zado nuevo—,<br />

requería su saber hacer…, entonces usaba todo su arte y<br />

no solo el de remendón zapatero, sino también el de<br />

oportunista ladrón de corazones y cuerpos nuevos.<br />

—¡Para empezar con una mujer, siempre se le<br />

empieza por los pies…! —decía.<br />

En ningún otro caso volvió a tocar un zapato usado.<br />

A partir de entonces, empezó a vivir en un cierto<br />

mundo de lujo y placeres. Aposentó a su madre —a la<br />

negra, claro; que la otra ni Dios sabría por donde<br />

paraba—, en una casa en la que más bien parecía la<br />

sirvienta y fueron gozando de su buena estrella.<br />

No podía ser mejor.<br />

Reconocía haber conquistado su pequeño mundo del<br />

mismo modo que Bolívar —aquel señor tan orgulloso,<br />

que siempre estaba en su plaza recordando a todos sus<br />

-22-


conquistas y hazañas. Aunque eso sí, menospreciado y<br />

cagado, por toda clase de aves insolentes que no sabían<br />

de bat<strong>al</strong>las.<br />

A veces recordaba como muy lejano, cuando<br />

m<strong>al</strong>vivía en los bajos de la casa de la c<strong>al</strong>le cercana a la<br />

de las Damas —y que con su nombre parecía presagiar<br />

su futuro con ellas—; también, cómo la negra le cuidó<br />

desde siempre como a un hijo. Y se lo agradeció, fue<br />

quizá el único agradecimiento de su vida: la colmó de<br />

bienestar y hasta le puso una criada también negra para<br />

que le ayudara en sus labores domésticas, pero que en<br />

re<strong>al</strong>idad y <strong>al</strong> no estar la mujer acostumbrada, las dos<br />

acababan haciéndolas mano a mano…, ¡para que no se<br />

perdiera el oficio!.<br />

Todo le iba bien en la vida.<br />

Por un tiempo, se fueron de su memoria las<br />

preguntas relativas a su diferencia de color; su proceder<br />

incierto y otras cosas que pasaron sin más, <strong>al</strong> archivo en<br />

su <strong>al</strong>macén de recuerdos.<br />

Y ahora viene, cuando su vida da un tremendo<br />

giro…<br />

Un día, se presentaron casi a la vez, dos bellezas en<br />

su establecimiento en busca de moda para sus pies. La<br />

primera, era una preciosa mulata de piel color mezcla<br />

de trigo maduro y café de olla. Rondaría su puesta de<br />

-23


largo y era cándida como la flor más delicada. Vestía<br />

ropajes limpios, pero hechos de fibras que no sabían de<br />

riquezas; tenía unos ojos, brillantes y grandes, que más<br />

parecían dos inmensos soles negros…, ¡y un t<strong>al</strong>le y<br />

unas piernas…, de cuento de hadas!.<br />

Al verla entrar —como no podía ser de otra<br />

manera—, le dijo a su ayudante, que a esa, la atendía él.<br />

—¿En que puedo ayudarte, preciosa…? —fue su<br />

entrada.<br />

—Busco unos zapatos… —respondió la muchacha<br />

de manera inocente, como si en aquél lugar se pudiera<br />

buscar otra cosa.<br />

—¿De vestir…?<br />

—No… De pisar…<br />

—Quiero decir…, ¿de vestir…?, ¿de noche…?<br />

—Son para pisar en el día y en la noche…, pero que<br />

sean bonitos…, y económicos. Que v<strong>al</strong>gan poca plata…<br />

A otra la habría despedido mandándola a la tienda de<br />

enfrente; a la misma que se tenía que conformar con<br />

cu<strong>al</strong>quier pie de cu<strong>al</strong>quier cliente, aunque fuera con<br />

forma de pezuña; pero <strong>al</strong> ser la que tenía delante de sus<br />

ojos, aquella preciosidad, se mordió la lengua. Entonces<br />

-24-


le dijo:<br />

—Tenemos los mejores y los más bonitos. Pero no te<br />

preocupes, que seguro que unos pies como los tuyos,<br />

s<strong>al</strong>drán de aquí bien c<strong>al</strong>zados.<br />

Así fue… Como no.<br />

La preciosidad de muchacha, s<strong>al</strong>ió de la zapatería<br />

con la compra hecha y también con poco gasto —que<br />

para eso la había atendido Arn<strong>al</strong>do—, no sin antes<br />

haberle pedido su dirección por si había <strong>al</strong>gún<br />

“problema“. La chica no se la dio —que a pesar de ser<br />

tan joven, no era tonta—, y se fue contenta y sin saber<br />

que el problema la seguía muy de cerca. Efectivamente;<br />

de manera discreta, como un h<strong>al</strong>cón acecha a una<br />

p<strong>al</strong>oma, la siguió durante largo trecho y a pie —que los<br />

medios de transporte son para ricos—, hasta su humilde<br />

residencia: una medio chabola a las f<strong>al</strong>das de la Popa.<br />

Al ver donde vivía, despacio, dio Arn<strong>al</strong>do la vuelta a<br />

sus pasos decepcionado y ya con los pies ardiendo y<br />

cansados...<br />

Aquella preciosidad era aún más pobre que sus días<br />

de niño.<br />

Le había encandilado su rostro y figura —eso sí—,<br />

pero como era muy pobre para sus pretensiones,<br />

pensaba que pronto se apagarían las luces de su encan-<br />

-25-


dilamiento. Llegó a su negocio apesadumbrado. Por un<br />

lado, aquella criatura le atraía como la miel a las<br />

moscas, por otro, no estaba él como para rondar a<br />

miserables, por muy bonita que fuera la chica.<br />

Pero como su instinto de cazador podía más que su<br />

sentido egoísta, no tardó en cortejarla y en poco tiempo<br />

se convirtió casi en uno más de la familia. Que por otro<br />

lado, los padres de la chica no veían m<strong>al</strong> que su<br />

princesa aspirara a un mejor trono que el que le ofrecía<br />

la chabola, que tantos parientes disfrutaban. Y que por<br />

otro, Arn<strong>al</strong>do antepuso aquella vez lo que suspiraba su<br />

pecho, a lo quería su bolsillo…<br />

Era norm<strong>al</strong>… —<strong>al</strong> menos por parte de los padres de<br />

la muchacha—¿Qué padre y madre, no desea lo mejor<br />

para sus hijos…?<br />

Pero volvamos a la tienda de zapatos y a la otra<br />

clienta del mismo día.<br />

Por la mañana había llegado la joven; por la tarde<br />

llegó una elegante señora.<br />

—Buenas tardes… ¿En qué puedo atenderla,<br />

doña…? —fueron las p<strong>al</strong>abras de Arn<strong>al</strong>do <strong>al</strong> ver a la<br />

señora que derramaba apariencia y glamour, y por lo<br />

tanto, era de suponer que debería también derramar<br />

plata.<br />

-26-


—Busco zapatos de noche…<br />

—Pues ha venido <strong>al</strong> sitio donde están los mejores y<br />

más elegantes. Los tenemos de It<strong>al</strong>ia, Francia,<br />

Inglaterra, España… ¡Todos las marcas más afamadas y<br />

prestigiosas. —le respondió Arn<strong>al</strong>do, con tanta<br />

arrogancia o más, que un pavo re<strong>al</strong>.<br />

—¿Son auténticos…? —preguntó la mujer<br />

observando las suelas de <strong>al</strong>gunas piezas.<br />

—¡Señora…, me ofende!. Toda nuestra mercancía<br />

viene directa de Europa. No vendemos sino origin<strong>al</strong>es.<br />

Siguió la mujer observando las piezas<br />

det<strong>al</strong>ladamente, como verificando su autenticidad.<br />

Arn<strong>al</strong>do también hacía lo mismo: observaba a la mujer<br />

que parecía ser una auténtica señora. Por un momento,<br />

hasta él creyó que sus zapatos eran europeos, que solo<br />

habían pasado por <strong>al</strong>gún país asiático por cuestión de<br />

transporte.<br />

Como la mujer parecía saber lo que quería, y no<br />

pedía consejo <strong>al</strong>guno, Arn<strong>al</strong>do aprovechó para hacerse<br />

cáb<strong>al</strong>as sobre la intrigante señora que parecía fijarse<br />

solo en los zapatos y no en su figura, lo que le produjo<br />

una buena herida en su ego.<br />

Siguió an<strong>al</strong>izándola.<br />

-27-


Debían de haber pasado casi cuatro décadas de<br />

primaveras por aquél cuerpo, pero aún conservaba<br />

intacta toda la peregrina hermosura de la juventud…, es<br />

más, mucho más que cu<strong>al</strong>quier joven conocida. Unos<br />

ojos, grandes y profundos como un océano, miraban<br />

con apatía todo lo que daba su vista. Una piel, blanca y<br />

transparente como una escarcha, cubría un cuerpo que<br />

invitaba a pasear por la gloria…, o t<strong>al</strong> vez por el<br />

infierno.<br />

No cabía duda de que era la mujer más bella que<br />

nunca sus ojos habrían visto —y habían visto mucho—.<br />

Observándola, notó como su corazón se <strong>al</strong>teraba y sus<br />

manos se retenían ante aquella beldad. Entonces, con<br />

coraje de g<strong>al</strong>án despreciado, se atrevió a decirle:<br />

—Doña. Como parece que le cuesta decidirse, ¿qué<br />

le parece, si le llevamos a su residencia todos los<br />

modelos que ojea, y entonces decide de entre los más<br />

elegantes, cu<strong>al</strong> quedarse…, cuando ya esté tranquila…?<br />

—Me parece bien… Gracias.<br />

Cogió la mujer papel y lápiz, y le escribió unas<br />

letras y unos números. Extendió la mano con el papel<br />

escrito y le dijo sin mirarle a la cara:<br />

—Esta es mi dirección… Le espero mañana a las<br />

diez de la mañana… Por favor…, sea puntu<strong>al</strong>. No me<br />

gusta esperar ni que me esperen.<br />

-28-


Sin más. Sin tan siquiera torcer la mirada de sus<br />

ojos tan azules hacía su figura, se despidió de Arn<strong>al</strong>do<br />

hasta el día siguiente, con la fri<strong>al</strong>dad de un trozo de<br />

hielo.<br />

Se fue.<br />

Quedó el g<strong>al</strong>án roto. Enamorado hasta los tuétanos<br />

de aquella mujer que destilaba belleza y misterio en<br />

cantidades astronómicas. Se quedó mirando mientras la<br />

veía desaparecer por la c<strong>al</strong>le como flotando, andando<br />

lentamente en dirección a la plaza e iglesia de Santo<br />

Domingo y rodeada de una aura de virgen celesti<strong>al</strong>. Con<br />

su piel tan blanca, que brillaba como una nube <strong>al</strong> sol.<br />

Al día siguiente no llegaría tarde. No podía llegar.<br />

En un mundo en el que la puntu<strong>al</strong>idad es de t<strong>al</strong><br />

desprestigio, que casi parece delito, él, no podía llegar<br />

tarde a la cita.<br />

Y no llegó tarde...<br />

Toda la noche la había pasado en vela pensando en<br />

aquella piel y en aquél cuerpo; en que le rozaría sus pies<br />

<strong>al</strong> probarle los zapatos, en lo que seguiría a sus<br />

tobillos….<br />

A la diez en punto de la mañana, menos unos según-<br />

-29-


dos, estaba a la puerta de la mansión. La verja estaba<br />

abierta y pasó <strong>al</strong> inmenso jardín de la residencia —una<br />

casa de estilo coloni<strong>al</strong> en una travesía de el Laguito—.<br />

A medida que se acercaba a la puerta, notaba como el<br />

corazón le s<strong>al</strong>ía de su sitio. Se c<strong>al</strong>mó un poco y<br />

extendió el brazo y el dedo.<br />

—apretó el pulsador<br />

y sonó un carillón que parecía el de una catedr<strong>al</strong>.<br />

Se abrió la puerta que era blanca como la nieve y<br />

apareció la figura de una criada, que era negra como la<br />

noche. Le indicó con una especie de reverencia que<br />

pasara <strong>al</strong> interior y esperara. Quedó un rato Arn<strong>al</strong>do<br />

contando como transcurrían los segundos, que le<br />

parecieron horas; sentado en un amplio s<strong>al</strong>ón de<br />

paredes casi transparentes. S<strong>al</strong>ían de no se sabe donde,<br />

sonidos que invitaban a la quietud; el clima se volvió<br />

fresco y agradable, nada que ver con el que había<br />

dejado a la puerta, lleno de agobio y bochorno. Pensó<br />

en lo bien que vivían los ricos…, y también, en que<br />

<strong>al</strong>gún día él viviría así.<br />

No cabía duda de que aquello si que era vida.<br />

El confort y el lujo se notaba hasta <strong>al</strong> respirar. El<br />

aire era limpio y agradable, con aromas que flotaban<br />

hasta llegar suavemente a los pulmones. En el tiempo<br />

que da medio minuto, apareció la señora y lo invitó a<br />

pasar a otro s<strong>al</strong>ón más pequeño que señ<strong>al</strong>aba <strong>al</strong> azul del<br />

-30-


mar de la bahía.<br />

—Has llegado un minuto antes de lo acordado…,<br />

¡me gusta!. Yo siempre soy puntu<strong>al</strong>, no puedo evitarlo;<br />

aunque a veces me gustaría no serlo…,¡pero no puedo<br />

evitarlo!. —le dijo la mujer.<br />

—Se nota a la legua que es usted europea —le<br />

respondió Arn<strong>al</strong>do intentando h<strong>al</strong>agarla—. Aquí la<br />

puntu<strong>al</strong>idad no se respeta ni <strong>al</strong> morir la gente…<br />

Quedó la mujer unos segundos pensativa.<br />

Respondió:<br />

—En eso te equivocas. Todos son puntu<strong>al</strong>es a la<br />

hora de la muerte; sin excepción <strong>al</strong>guna…, todos son<br />

puntu<strong>al</strong>es. —apareció una sonrisa triste en los labios de<br />

la mujer.<br />

—Bueno... Si le parece, señora, le muestro todos los<br />

zapatos; que unos pies tan bonitos y finos como los<br />

suyos, merecen el mejor c<strong>al</strong>zado. —s<strong>al</strong>ió la p<strong>al</strong>abrería,<br />

mezcla de buen comerciante y g<strong>al</strong>an empedernido.<br />

—Tengo que andar mucho —dijo la mujer— y no<br />

sabes lo duro que es andar tanto. Pero en fin…, veamos<br />

los zapatos.<br />

Arn<strong>al</strong>do empezó a presentarlos todos en fila; como<br />

en un desfile militar y sobre un suelo que parecía un es-<br />

-31-


pejo. Y a medida que desfilaban los cueros sobre el<br />

suelo de espejo, notó que sus zapatos, aún brillaban más<br />

que en la zapatería, que parecían coger vida propia.<br />

Agarró el primer par y lo puso ante los ojos tan azules<br />

de la clienta, después cogió suavemente su pie con la<br />

intención de introducirlo <strong>al</strong> zapato y, <strong>al</strong> tocar la piel,<br />

notó que estaba fría como el hielo. Lo soltó, pensaba<br />

que se habría quemado con el gélido contacto, pero una<br />

suave y melancólica sonrisa de la clienta, le invito a<br />

sugetarlo de nuevo. Esta vez, notó la c<strong>al</strong>idez transitando<br />

por las venas de la dama y también un suspiro, que casi<br />

c<strong>al</strong>entó la estancia.<br />

—Siempre pasa igu<strong>al</strong>…, no puedo evitarlo. —dijo<br />

la dama encogiendo los hombros que dejaban entrever<br />

unos pechos firmes como rocas. Le lanzó una mirada,<br />

acompañada de una sonrisa y un suspiro, que le<br />

atravesó <strong>al</strong> g<strong>al</strong>án el pecho. Le excitó a Arn<strong>al</strong>do el<br />

suspiro y la sonrisa de aquella mujer tan fría que, pensó,<br />

que como todas las mujeres, también tendría su<br />

corazón; que ya que la tenía a milímetros de sus garras.<br />

Se env<strong>al</strong>entonó:<br />

—Señora, es usted preciosa. Cu<strong>al</strong>quier hombre<br />

daría la vida por una mujer como usted.<br />

—¡¿Tu la darías…?! —preguntó exclamando <strong>al</strong><br />

mismo tiempo.<br />

-32-


—¡Seguro…!<br />

—No digas eso. Lo único seguro es la muerte.<br />

—Póngame a prueba. Pídame lo que quiera, que si<br />

lo tengo, se lo daré… —Afirmó, levando su cresta<br />

como un g<strong>al</strong>lo, Arn<strong>al</strong>do.<br />

—No me hace f<strong>al</strong>ta nada —respondió la clienta—,<br />

tengo de todo. Además, lo único que me f<strong>al</strong>ta nadie me<br />

lo puede dar.<br />

—¿Y que es…?<br />

Volvió a s<strong>al</strong>ir una sonrisa amarga de los labios de la<br />

bella mujer, después, otro suspiro de <strong>al</strong>iento gélido,<br />

luego, una mirada tierna y melancólica. Después dijo:<br />

—¡Que <strong>al</strong>guien me desee…, que <strong>al</strong>guien me quiera!<br />

Levantó el mozo la mirada hacía las piernas y el<br />

cuerpo de aquella mujer. Después, siguió en recorrido y<br />

llegó con su mirada hasta el rostro de la dama…<br />

—¿Pero, como puede decir eso…? —respondió<br />

entre g<strong>al</strong>ante e incrédulo Arn<strong>al</strong>do—, cu<strong>al</strong>quier hombre,<br />

con ojos en la cara, daría su vida por usted…, vendería<br />

su <strong>al</strong>ma <strong>al</strong> diablo.<br />

—No hace f<strong>al</strong>ta. Conque <strong>al</strong>guien me quisiera y vivi-<br />

-33-


era…, yo sería feliz.<br />

Arn<strong>al</strong>do no entendía nada.<br />

No se imaginaba a aquella mujer, tan bella y rica,<br />

diciendo que nadie la quería. Además, s<strong>al</strong>vo que tuviera<br />

mil defectos ocultos, hasta parecía ser una buena<br />

persona; entonces, sacando todos los redaños de sus<br />

adentros, se ofreció:<br />

—¡Yo la querría señora… Ya la quiero!.<br />

—No digas eso. No me conoces... Pero te diré <strong>al</strong>go:<br />

“Todos me critican, <strong>al</strong>gunos, hasta me odian,<br />

pero de quien lo hace, nadie me conoce.<br />

Quien me conoce, no me defiende<br />

y <strong>al</strong> no defenderme me ofende.<br />

Pero yo solo hago mi trabajo,<br />

¡que nadie se queje…!<br />

El que me encuentra descansa,<br />

en cambio yo…, ni descanso.<br />

<br />

-34-


—¿Tiene usted marido…, hijos?<br />

—No. No puedo tener hijos.<br />

—¿Y marido…?<br />

—Ya te dije que nadie me quiere. —Al escucharla,<br />

soltó Arn<strong>al</strong>do una mirada <strong>al</strong> rostro de aquella mujer y se<br />

preguntó a sus adentros: <br />

Siguió preguntando:<br />

—¿No está casada?<br />

—Solo con Dios.<br />

—¡¿Es monja…?! —preguntó extrañado y<br />

exclamando.<br />

—¡Nooo…! —volvió a s<strong>al</strong>ir la sonrisa de los labios<br />

de la mujer, acompañada de una breve risa— Pero<br />

digamos que estoy a su servicio; en otro departamento...<br />

Claro que puedo tener marido, pero no puedo crear. No<br />

puedo tener hijos.<br />

Supuso Arn<strong>al</strong>do que aquella belleza sería estéril,<br />

que <strong>al</strong> fin y <strong>al</strong> cabo, nadie es prefecto. Pero que eso no<br />

-35-


era problema, además, en caso de querer tener hijos,<br />

que mejor que recogerlos de la c<strong>al</strong>le, donde él de sobra<br />

sabía que abundaban y que estarían deseosos de<br />

cambiar a aquella vida llena de placeres…<br />

Siguió preguntando el joven por asuntos ban<strong>al</strong>es; de<br />

su enigmática procedencia…—que suponía era<br />

europea—, en fin, de todo lo que se puede preguntar en<br />

una situación así. La mujer siguió:<br />

Yo, como muchos otros, vine de Granada, a esta<br />

nueva, en busca de fortuna que saciara mi inmensa<br />

avaricia, que para entonces, y aunque no lo sabía, ya<br />

tenía podrida mi <strong>al</strong>ma…, y ya ves, arrastro siglos de<br />

fortuna en los bolsillos y miserias en el pecho.<br />

—No le entiendo… —exclamó Arn<strong>al</strong>do—, la<br />

vida de que usted disfruta, es todo lujo y placer…<br />

—¡Lujo sí…!, ¿pero, placer…? —respondió ella<br />

levantando su hombro y bajando la mirada.<br />

—Medio mundo acortaría su vida, a cambio de<br />

vivirla t<strong>al</strong> y como usted la vive. —dijo Arn<strong>al</strong>do<br />

suspirando y mirando a la nada.<br />

—¡Y yo…! Yo también acortaría la mía…, si<br />

pudiera. Es una de las pocas cosas que no puedo hacer.<br />

Arn<strong>al</strong>do cada vez la entendía menos.<br />

-36-


Siguió la mujer:<br />

—Alguien, <strong>al</strong> comienzo de la historia de este<br />

Nuevo Mundo, me concedió lo que tanto deseaba: lujo<br />

y riquezas… Y me negó lo que no se puede comprar y<br />

que la vida te reg<strong>al</strong>a…<br />

—¡Pero…, de eso, ya hace siglos…!<br />

—Sí. Los mismos que vengo arrepintiéndome de<br />

haber dejado entonces, lo que ahora tanto deseo…<br />

Al escucharla, Arn<strong>al</strong>do pensó que a pesar de ser<br />

tan bella, a aquella mujer debía de f<strong>al</strong>tarle —o, t<strong>al</strong> vez<br />

sobrarle— <strong>al</strong>gún tornillo; que no era cuestión de<br />

contrariarla, por lo que decidió cambiar de<br />

conversación y acrecentar la c<strong>al</strong>idad de sus productos.<br />

Acabó la hora de pruebas y la mujer le compró los<br />

zapatos más bonitos y elegantes. Todos le quedaban<br />

perfectos. Los pagó a precio de oro y por una vez en<br />

toda su vida, Arn<strong>al</strong>do le comentó que, aún siendo de<br />

tanta c<strong>al</strong>idad, eran mucho más baratos y no quería tanta<br />

plata.<br />

La mujer le dijo:<br />

—No me importa. El dinero me sobra y a ti parece<br />

que te hace feliz; cógelo, y si crees que es mucho, d<strong>al</strong>e<br />

lo que creas que sobra a la chica de los ojos negros…,<br />

-37-


le hace f<strong>al</strong>ta y tiene mucha vida por delante. Mejor que<br />

la viva mejor.<br />

Se largó Arn<strong>al</strong>do de aquella casa p<strong>al</strong>aciega,<br />

enamorado de tanta preciosidad y sencillez <strong>al</strong> mismo<br />

tiempo, derramado por aquella dama.<br />

Antes, le había preguntado a la mujer por su nombre<br />

y aún quedaba el tañido en sus sesos de las letras y la<br />

melodía que lo componían:<br />

—…¡Esperanza…! Me llaman Esperanza… —le<br />

había dicho la mujer <strong>al</strong> despedirlo, con un sonido aún<br />

más dulce que los pastelitos de panela y con un tono<br />

que recordaba <strong>al</strong> quejido de una <strong>al</strong>ondra.<br />

—¿Esperanza…? —le había replicado Arn<strong>al</strong>do muy<br />

bajito <strong>al</strong> irse— ¡Que nombre tan apropiado a la belleza<br />

que usted transmite… No podía ser otro…! —(Ahí, ya<br />

s<strong>al</strong>ió un poco de cursilería estudiada y controlada por<br />

nuestro personaje, pero que a la vez, siempre suena muy<br />

agradable <strong>al</strong> oído de una fémina).<br />

—A mi me gusta... —contestó ella con una suave<br />

sonrisa, mientras que bajaba a la vez su cabeza y su<br />

mirada en una inesperada sensación de timidez— ¡La<br />

esperanza es un sentimiento que hace andar <strong>al</strong><br />

mundo…!<br />

—No cabe duda señora… Pero a usted le sienta mu-<br />

-38-


cho mejor…<br />

Siguieron un buen rato hablando cada uno a su<br />

modo. Ella: con p<strong>al</strong>abras que delataban su tristeza; él:<br />

con las suyas impregnadas de enamoramiento y<br />

g<strong>al</strong>antería…<br />

Acabó aquella visita.<br />

Se fue Arn<strong>al</strong>do del lujo de aquella casa, pensando en<br />

el rostro y en el cuerpo de aquella mujer…, tan<br />

misteriosa y bella.<br />

Aquella belleza tan blanca y transparente, no solo la<br />

tenía <strong>al</strong> exterior, sino que también parecía mantenerla<br />

dentro de su <strong>al</strong>ma.<br />

Aquello era nuevo él.<br />

No había visto nunca que <strong>al</strong>guien no le diera<br />

importancia <strong>al</strong> dinero. También, se fue preguntándose,<br />

como diablos sabía aquella mujer lo de la otra persona<br />

con los ojos tan negros como la profundidad de un<br />

pozo, pero no le dio más importancia y por una vez, fue<br />

generoso. En cuanto pudo, le entregó el dinero a la<br />

pobre familia de la chica, que lo recibió como <strong>al</strong> cielo, y<br />

para su sorpresa, sintió un enorme gozo <strong>al</strong> entregarlo.<br />

No cabía duda de que aquella mujer lo estaba<br />

cambiando. Que lo estaba preparando para asuntos de<br />

-39-


más <strong>al</strong>to nivel... Más importantes.<br />

A cada momento pensaba en ella.<br />

Así pasó un tiempo.<br />

Un día, encontró a un ciego sentado a la sombra y el<br />

frescor de una fuente, en la iban y venían, toda clase de<br />

pajarillos a refrescar sus picos y patas. Este viejo,<br />

siempre estaba <strong>al</strong>lí pasando horas y horas, oyendo lo<br />

que sus ojos ciegos imaginaban; durante el día o la<br />

noche —que a él le daba igu<strong>al</strong>— escudriñaba todos los<br />

rumores, pasos y voces, que a ella llegaban.<br />

También gustaba de dar sabios consejos a quien le<br />

preguntaba.<br />

—¡Lo que no ven los ojos…, a veces lo ve la<br />

razón…! —era su frase preferida y repetida.<br />

El ciego, conocía a todos por los sonidos que<br />

transmitían a la plaza. Por los pasos conocía a las<br />

personas y por los rumores <strong>al</strong> tiempo…, y en la llegada<br />

de la noche, crecían los rumores a medida que<br />

desaparecían los sonidos mundanos.<br />

Entonces llegaban las horas en las que un ciego ve lo<br />

que no pueden ver sus ojos. Escuchaba el paso del<br />

viento y le devolvía el s<strong>al</strong>udo a su paso. Veía pasar los<br />

susurros de las parejas en su retiro a lugares ocultos y<br />

-40-


despedía a las hojas en su camino hasta su destino <strong>al</strong><br />

suelo…<br />

¡Escuchaba hasta a las <strong>al</strong>mas…!<br />

Y a veces, cuando la brisa le acercaba el sonido que<br />

llegaba de a lo lejos, de los acordes diluidos de un<br />

b<strong>al</strong>lenato, se le veía mover entreabiertos sus labios y<br />

rítmicamente sus pies y la parte <strong>al</strong>ta de su esqueleto…<br />

Decían del viejo, que lo veía todo, hasta lo invisible;<br />

o mejor dicho, que no veía nada. Solo leía las marcas de<br />

las manos y presagiaba el futuro tocando a los demás<br />

con las suyas a los ojos. Así se ganaba su mísero<br />

sustento.<br />

Le explicó Arn<strong>al</strong>do un poco de lo pasado —pero<br />

solo un poco, que no era cuestión de airear sus asuntos;<br />

además, <strong>al</strong>guien podría tomarlo por un loco—, y el<br />

ciego pasó su mano derecha rozando su rostro; se paró<br />

en los ojos…<br />

Le temblaron los dedos y le dijo:<br />

—Muchacho. ¡Tu has visto a la muerte…! No me<br />

pagues por mis p<strong>al</strong>abras, que yo solo cobro por<br />

presagiar buenas nuevas…, y la tuya no lo es.<br />

Se fue Arn<strong>al</strong>do a su casa.<br />

-41-


Por el camino, pero sobre todo <strong>al</strong> pasar por delante<br />

del p<strong>al</strong>acio de la Inquisición —<strong>al</strong>macén, según dicen,<br />

de <strong>al</strong>mas negras y no por su sentido, sino por el color de<br />

los pobres africanos y de otros desgraciados que en su<br />

día la “Santa Inquisición” mandó <strong>al</strong> otro barrio—, sintió<br />

un esc<strong>al</strong>ofrío que le recorrió todo el cuerpo hasta<br />

llegarle a los mismos tuétanos; a le vez, que seguía<br />

preguntándose: ¿sí, sería verdad, que aquél rostro de<br />

tanta belleza, con tanta claridad de <strong>al</strong>ma, tan sereno y a<br />

la vez tan lejano, pertenecería a <strong>al</strong>guna bruja o<br />

hechicera…?, ¿si sería t<strong>al</strong> vez la cara de la muerte…?<br />

—¡Tonterías…! —gritó a la noche a la vez que un<br />

pajarraco que también sería de m<strong>al</strong> agüero, le devolvió<br />

el s<strong>al</strong>udo— ¡La muerte es negra —se decía mientras<br />

caminaba— y ella es blanca como la nieve!; ¡la muerte<br />

es trágica y en ella es todo tranquilidad, bondad y<br />

hermosura!; la muerte es pena y ella cuando sonríe sus<br />

labios transmiten una <strong>al</strong>egría serena.<br />

¿Como una mujer tan hermosa podía ser la muerte?.<br />

¿Cómo aquella mujer de mirada tan tierna podía ser tan<br />

macabra…? ¡Eso era imposible…!<br />

—Ella es y tiene nombre, que lo dice todo…<br />

¡Esperanza…!<br />

Siguió andado, mientras se rebelaba contra las<br />

p<strong>al</strong>abras del viejo y de él mismo… Hablando a la noche<br />

como un desquiciado lo hace a sus sueños…<br />

-42-


—¡No puede ser…! Ese viejo negro y supersticioso<br />

habrá perdido la razón. ¿Si no la puede ver, como puede<br />

decir eso…? ¡Será un loco…! —le dijo gritando a la<br />

c<strong>al</strong>le, a la vez que a sus propios pensamientos.<br />

Siguió levantando cáb<strong>al</strong>as a la noche, mientras<br />

andaba por la serenidad de la madrugada acercándose a<br />

su casa. De vez en cuando, se cruzaba en su lento<br />

caminar con <strong>al</strong>gún mendigo trasnochador o un niño de<br />

la c<strong>al</strong>le. Y sin saber porqué, a todos les entregaba unos<br />

pesos a su paso. Y a cada paso que andaba, a la vez que<br />

vaciaba su bolsillo, llenaba de tranquilidad su <strong>al</strong>ma.<br />

Se acostó, pero no podía pegar ojo.<br />

No es que no tuviera sueño, es que pensaba, que si<br />

cerraba sus ojos, la perdería de sus pensamientos. Y<br />

poco a poco, sus ojos se negaron a seguir abiertos y los<br />

cerró <strong>al</strong> cansancio.<br />

El tañido lejano y suave de un campanario, le<br />

trajeron de la madrugada a su memoria la dulzura de la<br />

otra: la joven que era el contrapunto a la mujer que le<br />

estaba absorbiendo... ¡Isabel…! Y recostado en su<br />

aposento escuchando los sonidos de la noche, pensó<br />

largamente que las dos eran el tipo de mujer que<br />

cu<strong>al</strong>quier hombre soñaría. Que si una era joven y<br />

bonita, la otra era de belleza madura pero a la vez<br />

fresca. Que si la joven Isabel le atraía con su candidez y<br />

brillo de juventud, la mujer que llevaba el nombre de<br />

-43-


Esperanza, le atraía de igu<strong>al</strong> manera con su belleza<br />

serena y a la vez fría; pero que c<strong>al</strong>entaba como un<br />

volcán lo más intimo de su <strong>al</strong>ma.<br />

Siguió pensando en suave ensueño, que si una era el<br />

c<strong>al</strong>or dorado de un fin<strong>al</strong> primaver<strong>al</strong>, la otra era la<br />

belleza del hielo y el misterio... En fin, que era muy<br />

difícil afirmar cu<strong>al</strong> de las dos superaba a la otra; que<br />

mejor desviar sus pensamientos a solo una: a la mulata<br />

que derramaba todo su cariño hacia él.<br />

Esperó toda la noche despierto hasta la llegada del<br />

<strong>al</strong>ba.<br />

A la mañana siguiente, con ganas de levantarse y<br />

poder desviar sus pensamientos a asuntos menos<br />

complicados, pero a la vez igu<strong>al</strong> de agradables y<br />

después de pasar unas horas atendiendo en su<br />

establecimiento, se dirigió presto a visitar a la<br />

muchacha de los ojos negros que también lo tenía<br />

enamorado.<br />

Había quedado con ella, fuera de las mur<strong>al</strong>las de la<br />

ciudad vieja.<br />

Anduvo por las c<strong>al</strong>lejuelas con sus pensamientos<br />

puestos en su cuerpo y en sus ojos como pozos oscuros.<br />

Siguió en su camino, arrancado a su paso flores<br />

colgantes de los muros de las casas y antiguos<br />

conventos; cruzó la c<strong>al</strong>le de las Damas, recordando su<br />

-44-


niñez miserable, luego quebró hacia el P<strong>al</strong>acio de la<br />

Inquisición en dirección <strong>al</strong> parque de Bolívar y siguió<br />

hasta que llegó a la Plaza de los Coches; s<strong>al</strong>udó con la<br />

mirada <strong>al</strong> orgulloso de don Pedro de Heredia y, después<br />

de pasar por el Port<strong>al</strong> de los Dulces, s<strong>al</strong>ió hacia el mar<br />

pasando bajo la Torre del Reloj que parecía reg<strong>al</strong>arle<br />

todo el tiempo de aquél día…<br />

Y <strong>al</strong>lí, frente a los Pegasos que no paraban de mirar<br />

aquella beldad, estaba Isabel…, ¡su chica!.<br />

Cuando llegó a ella, la agarró de la mano como con<br />

miedo a que <strong>al</strong>go invisible se la quitara…, y se fueron<br />

los dos juntos a quemar la tarde hasta la llegada de la<br />

penumbra. Después, sin darse cuenta del tiempo, llegó<br />

la oscuridad con suaves soplos transportando a las<br />

brisas que refrescaron el ambiente; mientras la luz de la<br />

luna, que colgaba transparente de la bóveda como una<br />

gran moneda de plata, los s<strong>al</strong>udó encubriéndolos en sus<br />

juegos amorosos con su ojo guiñado.<br />

Aquel día y aquella noche se los dedicó solo a ella.<br />

Pasearon por los sitios por donde pasean los<br />

enamorados, rumbearon durante horas donde rumbean<br />

las <strong>al</strong>mas <strong>al</strong>egres y hablaron conversaciones de amor a<br />

las sombras de la mur<strong>al</strong>la y de la noche…<br />

Por momentos, se olvidó de aquella mujer que<br />

decían era la muerte, mientras las horas discurrían pla-<br />

-45-


cidas <strong>al</strong> lado de la joven con tanta vida.<br />

—Isabel…, ¿sabes niña…? —le dijo él— Yo te<br />

quiero aunque seas pobre, pero te prometo que conmigo<br />

nunca te f<strong>al</strong>tará de nada…<br />

—¿Sabes mi amor…? —le contestó ella— Yo te<br />

quiero aunque seas rico…, y también te prometo que te<br />

querré siempre, hasta si Dios no quiera, te viera como<br />

esos pobres tirados por la c<strong>al</strong>le y mendigando…, que yo<br />

estaría contigo.<br />

Sintió Arn<strong>al</strong>do un nuevo y extraño placer <strong>al</strong> escuchar<br />

aquellas p<strong>al</strong>abras tan sinceras, a la vez, que<br />

experimentó un tierno cariño por aquella joven que, no<br />

solo era de belleza enorme, sino que también tenía un<br />

interior tan blanco como la piel de la señora. Se puso a<br />

pensar que el dinero estaba bien; que daba lujos y<br />

placeres, pero que no se había dado cuenta hasta ese<br />

mismo momento de que hay mejores v<strong>al</strong>ores que el oro;<br />

que se puede ser feliz aún siendo pobre. Recordó sus<br />

años de niño <strong>al</strong> lado de la vieja negra que lo crió,<br />

entonces, se dijo que esa era su verdadera madre, y no<br />

la que había tenido en sus sueños de huérfano.<br />

Aquella noche cambió su vida.<br />

Arn<strong>al</strong>do, en un ataque de practicidad y lógica,<br />

decidió vivir su vida <strong>al</strong> lado de su negra vieja y su<br />

chica. Dedicarse a la obra de su negocio de zapatos que<br />

-46-


ya empezaba a darle buenos frutos…, y divertirse y<br />

rumbear en los ratos libres. A vivir —o <strong>al</strong> menos<br />

intentarlo— con sus pensamientos libres.<br />

Se olvidó de la mujer de la piel pálida durante un<br />

tiempo, no sin preguntar de vez en cuando por su vida.<br />

—que la belleza no se puede borrar del todo de los<br />

pensamientos— Más, teniendo en cuenta que la criada<br />

iba un par de veces <strong>al</strong> mes por su tienda a comprar<br />

c<strong>al</strong>zado para su señora. —lo que de paso le refrescaba<br />

la memoria—. Y cosa curiosa, ni tan siquiera<br />

comprobaba la medida, parecía como si supiera <strong>al</strong><br />

milímetro la horma de su dueña.<br />

Un día le preguntó:<br />

—¿Cómo está tu señora…?<br />

—De viaje.<br />

—¿Lejos…?<br />

—Tan lejos que casi nadie vuelve.<br />

—¿Pero ella volverá…? —le preguntó intrigado. T<strong>al</strong><br />

vez pensando que ya no volvería de Europa, que es<br />

donde presumía Arn<strong>al</strong>do que viviría la mujer.<br />

—Ella siempre vuelve… Y vuelve tan triste después<br />

-47-


de sus viajes, que yo intento hacerle la vida agradable<br />

llevándole lo casi único que a ella le gusta: los zapatos.<br />

—¡Tiene buen gusto…! —le replicó él.<br />

—¡Tiene tristeza…! —aclaró ella—, y se fue sin<br />

mediar más p<strong>al</strong>abra, eso sí, pagando sin mirar el precio.<br />

T<strong>al</strong> como hacía su dueña.<br />

Cuando s<strong>al</strong>ió la negra cargada de zapatos elegantes y<br />

de piel dócil, importados —esta vez, sí—, de los<br />

mejores zapateros del mundo, pensó Arn<strong>al</strong>do que mejor<br />

que no volviera; que aquella señora le sorbía el seso<br />

cada vez que la veía; que ahora estaba enamorado de su<br />

chica y no necesitaba de más...<br />

Que sus tiempos de Casanova los había enterrado y<br />

solo una mujer era la suya.<br />

Esto le acabó provocando una cierta ruina.<br />

El negocio fue cayendo un poco <strong>al</strong> ir desapareciendo<br />

las compradoras. —No solo de zapatos, que también de<br />

favores. Aquellas señoras, que de señoras solo<br />

conservaban el nombre, pero que tenían acceso a la<br />

carteras llenas a rebosar de sus maridos. Para<br />

compensarlo, la negra le compraba tantos y tan caros,<br />

que apenas se resentía de las otras. Esto le<br />

proporcionaba a Arn<strong>al</strong>do dos placeres: el placer de la<br />

plata de la señora…, y el placer de estar con la joya de<br />

-48-


su chica.<br />

Mejor no podía ser.<br />

Pasó otro poco del tiempo…<br />

Llegó un momento que en que la felicidad había<br />

apartado un poco de sus pensamientos a la mujer de piel<br />

pálida…<br />

Un día, vio llegar como una sombra clara, la de la<br />

señora.<br />

Se veía venir a lo lejos, con su imagen difuminada y<br />

con una aura como la de una Virgen. Venía acompañada<br />

a unos pasos detrás por su criada. Se aproximaban<br />

lentamente <strong>al</strong> establecimiento, a la misma vez que el<br />

corazón de Arn<strong>al</strong>do bombeaba sangre con más potencia<br />

que una locomotora s<strong>al</strong>vaje.<br />

Entró…<br />

Sin música <strong>al</strong>guna, las piernas de Arn<strong>al</strong>do bailaban<br />

solas, mientras que el pecho le latía a ritmo de bombos<br />

y le s<strong>al</strong>ía hasta la misma c<strong>al</strong>le. Intentó c<strong>al</strong>marse, sacó<br />

genio y orgullo…, y le preguntó:<br />

—¿Señora… que es de su vida? —sonrió la mujer <strong>al</strong><br />

escuchar las p<strong>al</strong>abras temblorosas del joven; lo miró<br />

con su mirada color de océanos y le contestó con cara<br />

-49-


de apatía:<br />

—¿Qué vida…?<br />

—¿Ya ha vuelto de Europa…?<br />

—Sí... —contestó la mujer— De Europa…, y de<br />

otros sitios.<br />

—¡Que suerte tiene usted…!. Algún día yo también<br />

veré Europa: Paris, Roma, Madrid…<br />

—Algún día espero no tener que verlas. —dijo la<br />

mujer.<br />

Arn<strong>al</strong>do no entendía a aquella mujer.<br />

Al escucharla pensaba que detestaba lo que otros<br />

soñarían; pero también pensó, que t<strong>al</strong> vez, por ser<br />

aquella mujer una privilegiada, tenía la suerte de ser<br />

rica, de ver mundo…, ¡y decía que no quería verlo!. Lo<br />

que para casi cu<strong>al</strong>quier conocido sería ilusión, el sueño<br />

de su vida, para aquella mujer solo era apatía…<br />

—pensó.<br />

La visita fue rápida.<br />

Como siempre, la mujer compró infinidad de buenos<br />

zapatos, y también como siempre, se ofreció Arn<strong>al</strong>do a<br />

-50-


llevarlos a su casa y a ponerlos en los pies de aquella<br />

reina. Así es, que <strong>al</strong> día siguiente, a las diez en punto de<br />

la mañana, su dedo apretaba el pulsador del timbre<br />

carrillón que abría aquella puerta que daba <strong>al</strong> cielo.<br />

—Buenos días señor zapatero. —s<strong>al</strong>udó con un tic<br />

irónico la criada.<br />

—Buenos días señorita. Estás muy bonita hoy. —<br />

respondió el zapatero que aún no había olvidado sus<br />

g<strong>al</strong>anterías, lo que provocó que la sirvienta esbozara<br />

una suave sonrisa <strong>al</strong> escucharlo.<br />

S<strong>al</strong>ió la señora y lo invitó a pasar <strong>al</strong> s<strong>al</strong>oncito donde<br />

se veía el mar y que a su vez, contenía cientos, miles de<br />

zapatos.<br />

—¿Cómo está tu chica…? —fue lo primero que le<br />

preguntó.<br />

—Bien. Bien…<br />

—Es muy bonita…, mejor dicho, ¡es preciosa!.<br />

Tiene mucha vida…, y lo que es más importante: te<br />

quiere… ¡De verdad que te quiere…!<br />

Al s<strong>al</strong>ir aquellas p<strong>al</strong>abras de sus labios, los ojos le<br />

brillaron a la mujer como lagunas <strong>al</strong> anochecer.<br />

Entonces se le deslizó una gota del lagrim<strong>al</strong> que rodó<br />

por su cara como un destello, pero enseguida desvió la<br />

-51-


mirada a otro sitio y levantó el pie con gesto de que<br />

empezara a probarle zapatos. Se los fue probando uno a<br />

uno, y uno a uno se ajustaban <strong>al</strong> pie como un molde.<br />

—Señora. Aparte de ser usted tan hermosa, es<br />

verdad que también es misteriosa. Nadie sabe de usted,<br />

nadie la conoce, solo su criada y yo…, o <strong>al</strong> menos eso<br />

parece. —se atrevió Arn<strong>al</strong>do a comentarle.<br />

—Me conoce mucha gente. De todo el mundo. Pero<br />

casi nadie quiere trato conmigo.<br />

—No saben lo que pierden… ¡Yo sueño con verla!.<br />

—Gracias…<br />

—Por cierto…, ¿puedo decirle <strong>al</strong>go?.<br />

—Claro. ¿Acaso no estamos hablando?.<br />

—Cuando se fue, me dejó abatido, con el corazón<br />

roto…, entonces fui a preguntarle a un ciego…<br />

—Lo sé… —contestó ella serena; lo que le extrañó a<br />

él, ¿cómo diablos sabría ella que hablo con el viejo y<br />

negro ciego?<br />

—Me dijo que aquel día ví a la muerte…<br />

—Y es verdad… Me viste y me tocaste aquél día.<br />

-52-


Al escucharla, sintió como se le helaban las venas,<br />

como la cara de la mujer le pareció de frío mármol, y<br />

como había descubierto el misterio de aquella dama…<br />

Aunque no se lo creía, claro.<br />

—No se burle de mí, señora. ¿Cómo va a ser la<br />

muerte, si es usted la mujer más bella que vieron estos<br />

ojos y tiene la piel tersa como la de un niño de pecho…<br />

—Por eso mismo. Por que no envejezco. Y no creas<br />

que es agradable no envejecer nunca; que mi piel no<br />

sienta una arruga. Pero de nada me v<strong>al</strong>e, hay cosas que<br />

no puedo conseguir: Me gustaría enamorar, envejecer,<br />

que mis huesos me dolieran y mis pies se cansaran…,<br />

tener hijos…, ¡dar vida en vez de quitarla…! ¡Y <strong>al</strong> fin<strong>al</strong><br />

morir…! Pero no puedo; no puedo parar, debo andar<br />

siempre; por eso necesito los mejores zapatos.<br />

Mientras la mujer le hablaba, sentía Arn<strong>al</strong>do como<br />

su corazón, c<strong>al</strong>iente como la c<strong>al</strong>le, se acercaba <strong>al</strong> de la<br />

mujer, frío como un glaciar, y que <strong>al</strong> acercarse, el suyo<br />

tan c<strong>al</strong>iente y el de la mujer tan frío, dejaban caer gotas<br />

<strong>al</strong> suelo.<br />

Parecían lágrimas heladas…<br />

Con unas manos tan firmes como aceros, ella lo<br />

apartó y le dijo:<br />

—No te acerques. Me harás sufrir y tú morirás.<br />

-53-


¡Es mi sino…!<br />

—Pues no me importa si he de morir…, lléveme con<br />

usted señora… ¡Lléveme!<br />

—No debe ser…<br />

—¿Por qué…?<br />

—Porque tienes una larga vida por delante y una<br />

mujer que te quiere. Yo no tengo derecho a llevarte…<br />

—No me importa. Yo me iría con usted a donde<br />

sea…<br />

—Es lo que más deseo; sueño con que <strong>al</strong>guien me<br />

pida eso…, pero no debo… ¡Por favor, vete ya!.<br />

Se fue Arn<strong>al</strong>do de la casa dejando su pecho dentro.<br />

Olvidando a todo y a todos; andando durante horas por<br />

las c<strong>al</strong>lejuelas y sin destino aparente. A fin<strong>al</strong> paró. Se<br />

sentó bajo las p<strong>al</strong>meras del Parque de Bolivar de<br />

esp<strong>al</strong>das a un fuente que rompía su catarata de agua <strong>al</strong><br />

monumento, miró para atrás <strong>al</strong> sonido y vio <strong>al</strong> viejo que<br />

leía las manos. Le dijo:<br />

—Tenías razón viejo. Vengo de ver a la muerte. Esa<br />

mujer mata con su mirada igu<strong>al</strong> que el sol <strong>al</strong> rocío.<br />

—¿Verdad que es bella? —le contestó preguntando<br />

-54-


y mirando con la vista perdida y ciega.<br />

—¡Bella es poco…, es hermosa!<br />

—Tienes suerte y a la vez desgracia —le dijo el<br />

viejo—. Quien la ve se queda prendado, se va y ya no<br />

vuelve. Algunos, muy pocos, la vieron y no se fueron…<br />

Yo fui uno de esos…, yo la vi <strong>al</strong> quedar ciego y desde<br />

entonces no quiero recuperar la vista…, así puedo verla.<br />

—¡Yo la quiero!. —le dijo Arn<strong>al</strong>do apenado.<br />

—Sufrirás y la harás sufrir… ¡Ella es la muerte…!,<br />

pero no olvides, que también es mujer y tiene un<br />

corazón que sufre.<br />

Ni lo escuchaba…<br />

Arn<strong>al</strong>do estaba tan enamorado de aquella mujer que<br />

se decía la muerte, tan deseoso de volver a verla, que se<br />

fue de aquel viejo sin oír más de sus p<strong>al</strong>abras. No pudo<br />

pegar ojo en la noche, tampoco en el día siguiente. Así<br />

es, que con coraje de muchacho lleno de vida,<br />

enamorado hasta los huesos, decidió visitar de nuevo a<br />

la dama.<br />

Llegó tembloroso, helado; llamó a la puerta y no la<br />

abrieron, volvió a llamar, una y otra vez... Al fin<strong>al</strong> se<br />

abrió la blanca hoja de la puerta y apareció esta vez<br />

-55-


la señora como si lo estuviera esperando… Lo miró con<br />

mezcla de mirada de amor y pena; le dijo sin hablar que<br />

se fuera y él, también sin hablar, entró.<br />

—¡Quiero que me lleves contigo…! —le dijo.<br />

—No sabes lo que dices. Tus ojos solo ven, lo tú<br />

quieres ver…, ¡yo no soy la mujer de tu vida!<br />

—¡Pues si no eres tú…, no será otra!.<br />

La agarró de la muñeca que estaba helada como un<br />

carámbano, aguantó el frío en sus dedos y notó como<br />

enseguida se volvieron cálidos como una primavera, la<br />

estrujó contra él y notó como los dos corazones<br />

p<strong>al</strong>pitaban juntos; la piel se le volvió sonrosada y cálida<br />

a la mujer, a la vez, que sus labios se volvieron grana,<br />

mientras que exh<strong>al</strong>aban fragancias de otro mundo…<br />

—Está bien…, ¡quédate! —le dijo rendida.<br />

—¡Para siempre…, me quedaré para siempre!<br />

Aquél día debió de durar semanas, meses, porque<br />

nunca se acababa. Aquel p<strong>al</strong>acio de paredes casi<br />

transparentes y blancas, fue nido de amor insaciable,<br />

pero <strong>al</strong> fin<strong>al</strong> la mujer le dijo:<br />

—He pedido permiso y por una vez me lo han<br />

concedido, te enseñaré lo que sería tu vida a mi lado.<br />

-56-


Al día siguiente se fueron los dos de Cartagena, sin<br />

equipaje <strong>al</strong>guno. En cada sitio la señora tenía otros<br />

aposentos, a cada cu<strong>al</strong> más lujoso; cada uno con una<br />

criada diferente: en Europa era blanca, en Asia era de<br />

piel pálida, en África negra como un carbón…, en cada<br />

sitio diferente.<br />

Durante un tiempo que transcurrió como un<br />

segundo, todo fue vivir en un mundo de lujo y placeres,<br />

en un continuado de sueños.<br />

Los días transcurrían como dulces ensoñamientos;<br />

las noches…, ¡hay las noches…! Las noches pasaban<br />

por delante de sus vidas como deslumbrantes y claros<br />

días. Sin la más mínima nube que enturbiara la claridad<br />

de su cielo.<br />

Todo era placer y dicha.<br />

A Arn<strong>al</strong>do muy pronto se le olvidaron los<br />

comentarios en referencia a lo que decían que era<br />

aquella bella mujer, pero ella se lo recordó un día:<br />

—Sabes que soy la muerte, y que tengo que hacer mi<br />

trabajo —le dijo cuando menos lo esperaba— y quiero<br />

que me acompañes. Es duro, sé que sufrirás, pero<br />

quiero que veas lo que hago.<br />

Arn<strong>al</strong>do creyó que despertaba de un hermoso sueño.<br />

-57-


Estaban entonces por Europa. En una ciudad<br />

inmensa que hablaban español y —sin saber como—,<br />

llegaron a un pasillo que parecía de hospit<strong>al</strong>.<br />

La gente andaba sin prestarles la menor atención,<br />

deprisa. Empujó una puerta y apareció una cama de<br />

sábanas blancas; sobre ellas, una niña de cabeza rapada<br />

y ojos de color mar muy claro, tenía puesta la mirada en<br />

su pequeña muñeca que descansaba sobre su pecho; a<br />

su lado, una mujer dormitaba con un cuento sobre sus<br />

muslos: “Alicia en el país de las maravillas”.<br />

Al verla ante la puerta, la niña le lanzó la mejor de<br />

sus sonrisas. Después le preguntó:<br />

—¿Nos vamos…?<br />

—Si Alicia…, ya nos vamos.<br />

—Espera, que me despido de mi madre. —le dijo la<br />

niña.<br />

—No puedes. Ella está soñando contigo y no se debe<br />

despertar a nadie de los sueños. Pero no te preocupes,<br />

ya lo sabe.<br />

S<strong>al</strong>ieron de la habitación con la niña agarrada de sus<br />

manos, <strong>al</strong>egre y dando s<strong>al</strong>titos por el pasillo…, había<br />

dejado atrás la cama y los tubos...<br />

-58-


Ya no los necesitaba.<br />

Corrían y corrían, los tres de la mano por los pasillos<br />

que brillaban como espejos <strong>al</strong> sol, <strong>al</strong> son de melodías<br />

que bajaban del cielo, gritando y s<strong>al</strong>tando <strong>al</strong>egres por<br />

entre las gentes que parecían ignorarlos.<br />

Por un momento se olvidaron de todo y de todos.<br />

Iban los tres contentos, cuando sonó un grito<br />

ahogado en la habitación que dejaban atrás. Al<br />

escucharlo, la cara de la niña se olvidó de las risas y,<br />

mirando a la señora, esta se las devolvió: Le dijo que no<br />

era de su madre, que sería <strong>al</strong>gún grito de <strong>al</strong>egría…, y se<br />

fueron los tres <strong>al</strong> país de Alicia.<br />

Siguieron corriendo por los caminos del cielo. Por<br />

entre las nubes, los rayos del sol y las escarchas que<br />

caían lentas y cálidas; sintiendo a sus cuerpos tan<br />

ligeros como las <strong>al</strong>as de un colibrí…, hasta que llegaron<br />

a un nuevo país.<br />

Al cruzar la frontera de aquél país —sin guardias ni<br />

barreras—, le entregó unos zapatos del color del crist<strong>al</strong>.<br />

Se los puso la niña dispuesta a andar por aquél paisaje<br />

de fantasía, y <strong>al</strong> hacerlo, el color de las mejillas se le<br />

volvieron tan rosadas como la más bonita de las rosas;<br />

los cabellos le crecieron en desordenadas madejas hasta<br />

la cintura, con un color parecido <strong>al</strong> del sol…, y llegaron<br />

cientos, miles de niños a recibirla...<br />

-59-


Y <strong>al</strong>lí quedó, contenta y feliz en su nuevo país…, el<br />

de Alicia.<br />

Al día siguiente, viajando t<strong>al</strong> como viajan las<br />

estrellas fugaces, llegaron a un lugar c<strong>al</strong>uroso.<br />

Y <strong>al</strong>lí, otro niño; este, negro como una noche y<br />

delgado como un suspiro, dormitaba en el suelo sobre<br />

una manta roída y vieja. Sus ojos, entornados a la luz<br />

que se filtraba por entre las rendijas de barro y<br />

excrementos, que componían su choza, habían olvidado<br />

sus sueños de explorador de confines cercanos;<br />

mientras que su piel brillaba bañada por la humedad de<br />

constantes fiebres, a la vez que añoraba las frescas<br />

transparencias de ríos y lagos.<br />

Aún recordaba en su tierna piel, el c<strong>al</strong>or húmedo de<br />

la selva y los aromas secos de la sabana en los<br />

interminables veranos; habían olvidado sus oídos el<br />

rugir de los leones y las risas de las hienas a la claridad<br />

de las noches de luna…, y en los pocos momentos, en<br />

que las moscas le olvidaban, volvían a su memoria las<br />

canciones de su madre que se adelantó <strong>al</strong> cielo…, t<strong>al</strong><br />

vez, para no verlo morir.<br />

No sabía, si dormía o soñaba, cuando la mujer de la<br />

mirada clara se presentó a su vista…<br />

Al verla llegar, brillaron los dientes blancos e inma-<br />

-60-


culados del crío <strong>al</strong> s<strong>al</strong>irle la risa; le preguntó lo<br />

mismo y también se lo llevaron…<br />

Esta vez, era a una selva verde y frondosa.<br />

Era una inmensidad que no tenía fin<strong>al</strong>; llena de<br />

anim<strong>al</strong>es enormes y fieros, que <strong>al</strong> llegar el niño, a él se<br />

rindieron… Antes de despedirse, la mujer le entregó<br />

otros zapatos que se ajustaron a sus pies como un<br />

guante —y eso que nunca había usado ninguno—, e<br />

inmediatamente, se convirtieron en enormes botas de<br />

explorador que corrían como el viento.<br />

No solo, todo era verde y brillante, con ríos tan<br />

anchos como mares, además <strong>al</strong>lí la comida abundaba...<br />

Siguieron con su trabajo…<br />

Al poco, de manera vertiginosa, se encontraban en<br />

una mansión casi tan lujosa como las de la señora. Una<br />

joven de cabello tan rubio como el sol y ojos de color<br />

verde trig<strong>al</strong>, yacía lánguida sobre sábanas de seda,<br />

mientras observaba como un hombre y una mujer<br />

discutían con un doctor sobre temas económicos.<br />

—Doctor —le decía uno <strong>al</strong> otro—, dígame cuanto<br />

cuesta curar a mi hija; que cueste lo que cueste, lo<br />

pagaremos.<br />

—No es cuestión de precio —contestó el que parecía<br />

médico—, es cuestión de Dios…<br />

-61-


La joven los seguía mirando de manera apática,<br />

inmersa en sus pensamientos y sin escuchar las<br />

p<strong>al</strong>abras. También <strong>al</strong> verlos llegar, su rostro cambió: a<br />

partir de ese momento todo fue <strong>al</strong>egría en su cara.<br />

Dejaron discutiendo a sus padres con el doctor, y se<br />

fueron los tres riendo por los jardines inmensos de<br />

aquella mansión…, luego partieron a lugares limpios;<br />

después se fue la chica a Dios sabe donde…<br />

Al verla, pensó Arn<strong>al</strong>do que t<strong>al</strong> vez partió a otro<br />

mundo de princesas; que aquél que dejaba, debía de ser<br />

muy aburrido, aunque también era todo lujo y confort…<br />

A esta no le entregó zapato <strong>al</strong>guno, que los tenía<br />

mejores que ella, pero <strong>al</strong>go le habría dicho <strong>al</strong> oído, que<br />

se fue como flotando y riendo rebosante de <strong>al</strong>egría...<br />

Así pasaba siempre…<br />

Todos partían contentos y felices a lugares de cuento<br />

de hadas; a cumplir cada uno sus anhelos, ilusiones y<br />

cosas de sus sueños… Niños, jóvenes, viejos…<br />

¡Todos se iban felices a su lado…!<br />

A cada momento visitaban gente que <strong>al</strong>egraban su<br />

rostro <strong>al</strong> verlos, como si ellos fueran sus esperanzas.<br />

Cuando ella se los llevaba, todos partían con sus<br />

zapatos nuevos para andar por donde quisieran; a piso-<br />

-62-


tear pesadillas y andar por lugares plácidos. Y lo hacían<br />

contentos: los niños a sus fantasías; los jóvenes a sus<br />

aventuras; los viejos corrían hacia el pasado ágiles<br />

como gacelas, a la vez que sus rostros rejuvenecían;<br />

¿entonces, por qué la mujer llevaba aquella cara<br />

siempre llena de tristeza?<br />

—Paremos un poco… —le dijo la mujer sentada en<br />

<strong>al</strong>go parecido a una nube <strong>al</strong>ejada de todo.<br />

Se quedaron un rato solos. Descansando un poco de<br />

tanto ajetreo. Ella perdió su mirada y se quedó triste,<br />

entonces, <strong>al</strong> ver su expresión, le preguntó Arn<strong>al</strong>do:<br />

—¿Porqué estás triste?. ¿Si esto es la muerte…?<br />

¡Todos se fueron contentos…!.<br />

Ella, levantó la mirada como un mar a un nuevo<br />

día…, y le contestó abatida:<br />

—¿Y los que quedaron…? ¿Y la madre de Alicia…?<br />

¿Y los padres, que ya no podrán estrechar entre sus<br />

brazos a sus hijos...? ¿Y los huérfanos, que ya no<br />

tendrán sueños de niños y sí de pesadillas…? ¡Esos son<br />

los verdaderos muertos…! Los otros solo cambian de<br />

vida.<br />

Empezó a comprenderlo.<br />

-63-


La muerte no sufría por los que se llevaba, que siempre<br />

partían a una mejor vida; sufría por los que quedaban y<br />

que la odiarían para siempre…, ¿cómo si ella tuviera la<br />

culpa?<br />

Y no la tenía, pero sí que la sufría.<br />

—Ven, quiero que vayamos <strong>al</strong> último. Si después te<br />

quieres quedar conmigo, yo seré la mujer más feliz del<br />

cielo. —le propuso.<br />

En unos segundos estaban pisando la <strong>al</strong>fombre verde<br />

de un cementerio. Un gran hoyo de tierra roja esperaba<br />

a un ataúd repleto de flores. Se acercaron. Allí estaba la<br />

vieja negra que lo había criado, el ciego que lo había<br />

compadecido, el niño que él mismo fue un día…, todos<br />

los conocidos y todos derramando lagrimas. Pero había<br />

una muchacha más desconsolada que nadie: su chica.<br />

La misma que le había prometido quererlo siempre, con<br />

dinero o pobre…, ¡pero siempre!.<br />

Se acercó a ella y le puso la mano <strong>al</strong> hombro.<br />

Isabel giró la mirada hacia él y volvió otra vez su<br />

cabeza, como si no lo hubiera visto; entonces vio<br />

Arn<strong>al</strong>do como su amante tenía los ojos igu<strong>al</strong> que<br />

carbones brillantes y mojados —porque en re<strong>al</strong>idad no<br />

lo veía—, volvió a mirar la chica <strong>al</strong> ataúd y pidió que lo<br />

abrieran. Lo abrieron y la muchacha besó<br />

desconsoladamente <strong>al</strong> muerto, que estaba frío como un<br />

-64-


carámbano... Y <strong>al</strong> hacerlo, Arn<strong>al</strong>do sintió los besos en<br />

su rostro, cálidos y s<strong>al</strong>ados, como si él los recibiera…<br />

Sintió mucha pena <strong>al</strong> verla y pensó que había<br />

pasado el tiempo, que t<strong>al</strong> vez, habría rehecho la vida<br />

con otro.<br />

Experimentó una sensación de celos, pero le<br />

confortó pensar… ¡Que también debió de quererlo<br />

mucho.<br />

Se acercó un poco más <strong>al</strong> grupo, y <strong>al</strong> levantar la<br />

joven su cabeza para que pudieran cerrar la caja, vio<br />

asombrado su mismo rostro en el difunto sobre el que<br />

se estrellaban las lagrimas de quien lo quería.<br />

Retrocedió unos pasos, asustado.<br />

—¿Ves…? —le dijo la mujer—, no sufre quien se<br />

va, sino quien queda con el corazón roto como un<br />

espejo <strong>al</strong> estrellarle una piedra…, hecho añicos…, y<br />

que ya no tendrá remedio. Como le queda a esa pobre<br />

que tanto te quiere.<br />

Se fueron sin mirar atrás.<br />

Volvieron otra vez los dos a la mansión. Muy tristes.<br />

Aquella noche ni hablaron.<br />

-65-


Los dos estaban apesadumbrados y sus labios no de-<br />

jaban s<strong>al</strong>ir a las p<strong>al</strong>abras. La casa parecía helada a pesar<br />

del c<strong>al</strong>or de la c<strong>al</strong>le…, y la mujer estaba con la vista<br />

perdida.<br />

Pasó lentamente la noche.<br />

Al día siguiente, le dijo Arn<strong>al</strong>do a Esperanza que se<br />

iba a ver a su vieja, a decirle que no había muerto; y a<br />

su chica, para que no llorara su pérdida…, a s<strong>al</strong>udar a<br />

los que aún le apreciaban…<br />

Que no podía soportar recordarlos con tanta tristeza.<br />

La mujer accedió.<br />

S<strong>al</strong>ió Arn<strong>al</strong>do de aquella casa casi deprisa, pero paró<br />

un momento y besó a la mujer que tenía el rostro más<br />

cálido que nunca. De sus labios de carmín, pintados con<br />

la sangre de pasión retenida, parecían fluir p<strong>al</strong>abras, aún<br />

estando cerrados…, y aunque él no lo vio, le brotaba en<br />

la piel a la mujer la c<strong>al</strong>idez del amor y la añoranza,<br />

mientras las mejillas sonrosadas como las de una niña,<br />

le brillaban.<br />

—Mañana volveré… —le dijo Arn<strong>al</strong>do.<br />

—¡No. Sé que no volverás…! —le respondió ella—<br />

Y mejor para ti que no vuelvas…, ahí fuera te espera<br />

-66-


quien te quiere. ¡La vida…! Aquí solo vive la muerte…<br />

¡Que también te quiere…!<br />

S<strong>al</strong>ió Arn<strong>al</strong>do a la c<strong>al</strong>le que le recibió con una brisa<br />

c<strong>al</strong>ida…<br />

Se cerró la blanca puerta, y detrás de la puerta,<br />

quedó apoyada Esperanza con destellos de hielo en su<br />

cara…<br />

Quedo la mujer otra vez con gesto triste, t<strong>al</strong> y como<br />

Arn<strong>al</strong>do la había conocido. Con la mirada azul como el<br />

cielo y unas lágrimas corriendo por sus mejillas…<br />

…¡Heladas!<br />

Ella sabía que se despedía para siempre…, y pensó:<br />

¿en cuanto tardarían en ser otra vez sus noches cálidas?.<br />

¿Si t<strong>al</strong> vez, por ser recolectora de <strong>al</strong>mas, no tenía<br />

derecho a desear lo que significaba su propio nombre de<br />

Esperanza…?, ¡la vida!.<br />

Entonces —t<strong>al</strong> vez para consolarse—, se dijo para<br />

sus adentros: <br />

Se cerró la puerta blanca y quedaron cada uno a un<br />

lado.<br />

Sin volver la mirada, Arn<strong>al</strong>do se fue corriendo c<strong>al</strong>le<br />

-67-


adelante, mezclado con el bullicio y el c<strong>al</strong>or del ambi-<br />

ente a reencontrase con su chica; la muerte quedó<br />

dentro, triste, otra vez desolada…, como siempre…,<br />

viendo como se le iba su vida…, ¡enamorada…!<br />

Soñando, que t<strong>al</strong> vez, <strong>al</strong> cabo de los años, o<br />

siglos…., viniera a buscarla…, ¡otra muerte!<br />

Así fue…<br />

En una ciudad, de cuenta cuentos, hay infinidad de<br />

versiones sobre Arn<strong>al</strong>do. Seguramente la mayoría<br />

inventadas…<br />

Pero a mí me gustó esta.<br />

Dicen, los que dicen, que lo conocieron, que Arn<strong>al</strong>do<br />

se hizo viejo en su zapatería y con su mujer; que<br />

vivieron queriéndose muchos años…, aunque <strong>al</strong>guna<br />

vez, cuando le volvía la tristeza y cerraba sus ojos,<br />

aquella mujer, la de la piel de escarcha y ojos color del<br />

cielo, lo visitaba en sus pensamientos recordándole con<br />

una triste sonrisa…, que lo esperaba. Que cuando le<br />

llegara el momento, ella le acompañaría a pasear por los<br />

sitios más placenteros y hermosos con sus mejores<br />

zapatos…, y que a partir de aquél día, Arn<strong>al</strong>do decía a<br />

quien le preguntaba, que no temía la llegada de la<br />

muerte; más bien <strong>al</strong> contrario…, que soñaba con verla<br />

cuando se acabaran su tiempo…<br />

-68-


¡Pero que no tenía prisa….!<br />

También decían, que a partir de aquél día, cuando<br />

Arn<strong>al</strong>do andaba por las c<strong>al</strong>les de Cartagena, no había<br />

niño desc<strong>al</strong>zo que él viera y no lo llevara a su casa y lo<br />

c<strong>al</strong>zara.<br />

Nunca se hizo rico…, pero tampoco pobre; y lo que<br />

fue más importante, su vida fue una vida buena; tenía<br />

una buena mujer…, y otra que lo esperaba<br />

pacientemente…<br />

¡La que le dijo que era la muerte…!.<br />

Conclusión:<br />

Como dije <strong>al</strong> principio, hay lugares que arrastran<br />

tanta belleza e historia…, ¡que hasta a la muerte<br />

enamora!.<br />

Así es Cartagena…<br />

Supongo que todo lo aquí reflejado, será pura<br />

fantasía. Que nadie ha visto a la muerte, la ha tocado, ni<br />

—mucho menos— ha vivido para contarlo; aunque a<br />

veces he pensado que la muerte no será horrenda, que<br />

t<strong>al</strong> vez será de blanca belleza y con <strong>al</strong>ma de mujer; pero<br />

os aseguro, que andando por las estrechas y coloridas<br />

c<strong>al</strong>les llenas de misterio y flores, de Cartagena de<br />

-69-


Indias, no se le tiene miedo…, ¡ni a la muerte!.<br />

Por los demás, y como escribió mi casi paisano<br />

don Pedro Antonio de Alarcón —que parece ser,<br />

también di<strong>al</strong>ogó <strong>al</strong>guna vez con esa señora—, solo<br />

puedo deciros que yo puedo terminar este cuento del<br />

propio modo que terminan las viejas todos los suyos:<br />

diciendo que fui, la vi, me enamoré de esa ciudad,<br />

vine…, y no me dieron nada.<br />

…¡O todo…!<br />

Zújar y Bad<strong>al</strong>ona, 2.010


© Antonio Medina Guevara<br />

© Editori<strong>al</strong> Pelícano (2.011-2.013)<br />

Una mujer llamada Muerte<br />

Antonio Medina Guevara<br />

Made in the USA<br />

Lexington, KY<br />

26 March 2.011


Isabel y Fernando<br />

Antonio Medina Guevara


***<br />

Todos los derechos reservados. Ninguna parte de esta<br />

publicación puede ser reproducida, <strong>al</strong>macenada o<br />

transmitida en manera <strong>al</strong>guna, ni por ningún medio, ya sea<br />

electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación o de<br />

fotocopiado, sin<br />

autorización escrita de los titulares del copyright.<br />

Titulo: Isabel y Fernando<br />

© Antonio Medina Guevara<br />

© Editori<strong>al</strong> Atlantis (2.011 - 2.013)


Isabel y Fernando<br />

( Un cuento romántico del Nuevo Mundo )<br />

Antonio Medina Guevara


Se dice que …


Isabel era la flor más bella de todo el imperio<br />

incaico.<br />

El último beso<br />

(Cuento romántico de conquistadores)<br />

La habían bautizado con ese nombre, en honor a la<br />

que fue reina del Nuevo Imperio: Isabel de Castilla;<br />

aunque sin olvidar el suyo propio de Huiracocha;<br />

princesa destronada por la que suspiraban a la par, incas<br />

y españoles y por la que corría <strong>al</strong> igu<strong>al</strong> por sus venas,<br />

sangre mezcla de inca y español.<br />

Huiracocha —que en quechua significa espuma de<br />

mar—, era el nombre, que le había dado su padre <strong>al</strong><br />

nacer y contemplar, como su cuerpo, era tan delicado<br />

como una suave ola blanca.<br />

-83-


Nadie dudaba, <strong>al</strong> verla y <strong>al</strong> sentirla, que el Dios del<br />

sol la <strong>al</strong>umbraba con su c<strong>al</strong>idez hasta en las noches más<br />

negras…<br />

Era, como un blanco lirio perfumado con el aroma<br />

de los campos, que el sentimiento del amor hacía vibrar.<br />

Alimentaba a la belleza con su presencia, como la<br />

lluvia lo hace a la sabia, o las estrellas a la noche…, y<br />

los sonidos que exh<strong>al</strong>aba, eran tiernos como el quejido<br />

de la <strong>al</strong>ondra.<br />

Tenía <strong>al</strong>go más de quince años y su corazón no<br />

podía dejar de latir ante la presencia de la imagen del<br />

hombre de su <strong>al</strong>ma.<br />

¡Quince años y no amar, es imposible…!<br />

A esa edad, el amor es para el <strong>al</strong>ma, lo que el rayo de<br />

sol primaver<strong>al</strong> para los campos. Sus labios tenían todo<br />

el rojo del carmín de la sangre, el cor<strong>al</strong>…, y el aroma<br />

de la violeta. Eran como una suave línea encarnada<br />

sobre el terciopelo de una margarita, mientras que las<br />

leves tintas de la inocencia y el pudor, coloraban su<br />

rostro como el crepúsculo a la nieve de las cordilleras.<br />

Las madejas de cabello, que caían en gracioso desorden<br />

sobre el armiño de su torneada esp<strong>al</strong>da, imitaban a los<br />

hilos de oro que el padre de los incas derramaba por<br />

el espacio de una mañana de<br />

primavera. Su acento era amoroso y sentido como el<br />

-84-


eco de la quena (1).<br />

Su sonrisa tenía todo el encanto de la esposa del<br />

cantar de los cantares y toda la sencillez de esa plegaria.<br />

Si se podía saber por donde había pasado, no era por la<br />

huella que su planta breve grabaría sobre la tierra, sino<br />

por el perfume de angelic<strong>al</strong> pureza que dejaba tras de sí.<br />

Todo en ella era castidad…, todo era grandeza.<br />

El imperio gemía bajo las garras del león de<br />

Castilla…<br />

Sus vestiduras de armiño, se habían tintado con los<br />

mares de sangre de los hijos del Sol…<br />

¡Conquistadores…!<br />

Los que proclamaban el Cristianismo y con él, la paz<br />

y la libertad, ¿acaso necesitaban campos sembrados de<br />

cadáveres, para erigir sobre ellos sus templos?…,<br />

¿acaso, la riqueza del hombre, está en lo que desea y no<br />

en lo que tiene…? Pero su obra era m<strong>al</strong>decida por el<br />

eterno Justiciero y se desmoronaban sus cielos como las<br />

torres de Sodoma ante la ira de Dios. El sol de la<br />

libertad debió radiar a través de las tinieblas de tres<br />

siglos, pues <strong>al</strong>lí, como inmort<strong>al</strong>es testigos, quedaban los<br />

nombres de Junín y Ayacucho.<br />

¡Su patria…!<br />

-85-


¡Cuanta magia se encontraba encerrada en aquella<br />

p<strong>al</strong>abra!. Era la estrella que guiaba <strong>al</strong> peregrino y lo<br />

liberaba de caer en las infames garras de los<br />

conquistadores…<br />

Era una tarde de Mayo de 1566.<br />

La luz crepuscular vertía su indeciso resplandor<br />

sobre la llanura, que derramaba reflejos de iris<br />

complaciendo a los sentidos.<br />

El sol, desciñéndose de su corona de topacios, iba a<br />

acostarse en el lecho de espumas que le brinda el<br />

inmenso océano. La creación en ese instante era una<br />

lira que lanzaba débiles sonidos. Era lascivo céfiro que<br />

pasaba dando un beso <strong>al</strong> jazminero; la hoja que caía<br />

movida por las <strong>al</strong>as del pintado colibrí; el turpi<strong>al</strong> que en<br />

la copa de un álamo entonaba una canción…, aunque<br />

t<strong>al</strong> vez, de agonía… Mientras el sol se hundía muy<br />

lentamente inflamado como una hoguera en el<br />

horizonte...<br />

Todo era bello en la última hora de la tarde; todo ser<br />

y toda cosa, se elevaba como suave bruma, empujada<br />

por las brisas de soplos de ángeles hacia el Creador.<br />


—decía para sus adentros un español—. ¡Cuanta<br />

magia tiene para el corazón del hombre las p<strong>al</strong>abras de<br />

la mujer querida!. ¡Oír, el blando murmurar del<br />

pequeño arroyo que se desliza como riachuelos de<br />

sangre crist<strong>al</strong>ina; sentir que orea nuestras sienes el<br />

aroma cargado del perfume que exh<strong>al</strong>a la flor de los<br />

limoneros y los junc<strong>al</strong>es; y en medio de este concierto<br />

de la natur<strong>al</strong>eza, beber el amor del <strong>al</strong>ma en los labios,<br />

en las pupilas de la hermosura idolatrada…, es gozar la<br />

dicha del paraíso…!>><br />

¡…Es vivir!<br />

Fernando estrechaba entre sus manos las de<br />

Isabel.<br />

Él, tenía fijos en los de ella sus ojos, porque de los<br />

ojos de ella recibía la vida de su espíritu. Se amaban<br />

con profunda ternura, desde siempre; como dos flores<br />

nacidas del mismo t<strong>al</strong>lo, como dos cisnes, que juntos,<br />

aprendieron a rizar el crist<strong>al</strong> del lago. Isabel y<br />

Fernando, con la ironía de llevar sobre ellos los mismos<br />

nombres de los reyes que crearon el Imperio, estaban<br />

sentados bajo la sombra de un p<strong>al</strong>mero.<br />

Hablaban en ese momento el lenguaje de la pasión.<br />

La natur<strong>al</strong>eza entera les sonreía y les hablaba del<br />

amor. El hermoso cielo de la nueva patria, cuanto su<br />

mirada <strong>al</strong>canzaba, tenía para ellos una poesía<br />

indefinible.<br />

-87-


¡Grandiosa…!<br />

La pálida luna, que s<strong>al</strong>ía en esos momentos a<br />

peregrinar por las noches de estrellas, <strong>al</strong> oírlos,<br />

olvidándose de su viaje a donde moría la aurora, estuvo<br />

vagando toda la noche por los interminables cielos. La<br />

flora blanca, se tintó de carmín y brilló con el color de<br />

la sangre <strong>al</strong> atardecer, mientras que desplegando sus<br />

pét<strong>al</strong>os <strong>al</strong> aire fresco, lloró con lágrimas de rocío; un<br />

pájaro, que cantaba a la despedida del día, también <strong>al</strong><br />

escucharlos, se estremeció en éxtasis desplegando sus<br />

<strong>al</strong>as a la brisa que pasaba besando a los cuerpos.<br />

Su pico ya no cantaba; emitía sonidos orquestados<br />

por el Dios del amor y que, desde su <strong>al</strong>ma más<br />

profunda, llegarían <strong>al</strong> cielo; mientras que fugaces<br />

estrellas, paraban en su camino a contemplarlos.<br />

El eco de sus p<strong>al</strong>abras, limpio como el corazón de un<br />

niño de pecho, fue llevando por el aire hasta la caverna<br />

oscura de las colinas…, y despertó de sus sueños a los<br />

pastores. Fue flotando entre los cañaver<strong>al</strong>es del río y<br />

ellos hicieron llegar su mensaje <strong>al</strong> mar.<br />

Pero, no profanemos el sentimiento copiando las<br />

p<strong>al</strong>abras que brotarían de esas dos <strong>al</strong>mas enamoradas.<br />

Fernando, un mancebo de poco más de dieciocho<br />

años, de apuesto t<strong>al</strong>le y de gentil semblante; era el hijo<br />

-88-


astardo de un conquistador, que murió atravesado su<br />

pecho por una espada desconocida y cobarde,<br />

quebrando así su afán por impedir muertes injustas a<br />

los indios; pero que en re<strong>al</strong>idad no era mas que un<br />

instrumento para el logro de miras más ambiciosas.<br />

El tiempo estaba parado con toda su belleza en aquél<br />

lugar…, como temiendo que una suave brisa, fuera el<br />

preludió de un dañino huracán…<br />

En el fondo del jardín, apareció la imagen de un<br />

anciano envuelto en una larga y grisácea túnica de lino.<br />

Su cintura, sujeta por cordeles trenzados, dejaba<br />

entrever el paso de los años… Llegaba con pesados<br />

andares, en los que el peso de sus años, era más liviano<br />

que el pesar de su <strong>al</strong>ma. Él, que solo escuchaba las<br />

imaginarias p<strong>al</strong>abras de un Cristo clavado a una cruz;<br />

casi desnudo…, y ahora solo llegaban a sus oídos los<br />

truenos dorados de la codicia.<br />

El anciano era pobre; como lo fue su Maestro…, y<br />

también veía, como los mercaderes, no solo se<br />

adueñaban de las tierras, sino también de las personas y<br />

los templos…<br />

¡Por eso le pesaba tanto el <strong>al</strong>ma…!<br />

Sus canosos cabellos caían como hebras de plata so-<br />

-89-


e un rostro que respiraba bondad; <strong>al</strong> verlos, su mirada<br />

se detuvo en la de los dos amantes con aire de cariñosa<br />

protección.<br />

Este anciano era el sacerdote del fuerte.<br />

—¡Padre…, ven…! —le grita el joven Fernando.<br />

Llegó el anciano a su lado y le rogó el mancebo:<br />

—Bendíceme, como bendijiste a mi padre <strong>al</strong> partir a<br />

la aventura de esta nueva tierra. Bendice también a la<br />

mujer que amo y dámela por esposa.<br />

Y los dos jóvenes se arrodillaron ante el sacerdote,<br />

por cuyas rugosas mejillas rodó una lágrima.<br />

—¿Vosotros así lo queréis…? ¡Pues sea!...<br />

El viejo siguió con el ritu<strong>al</strong>…<br />

—Una misma estrella os <strong>al</strong>umbra…, por lo que yo,<br />

en nombre del Creador, bendigo vuestro amor, que es<br />

puro como el agua de estos ríos y la brisa que nos<br />

acaricia. Hijos míos… ¡Oj<strong>al</strong>á que el destino os<br />

sonría…!<br />

Y el anciano se <strong>al</strong>ejó exclamando:<br />

—¡Hay de ti, Hijo del cielo…! ¡Hay de tu pueblo,<br />

90-


que busca las riquezas que solo v<strong>al</strong>en para comprar la<br />

noche y olvida <strong>al</strong> amor que de la claridad nos reg<strong>al</strong>a<br />

todo…!<br />

Se quedaron solos los amantes.<br />

Entonces le dijo <strong>al</strong> oído el muchacho a su ya esposa:<br />

—Si tu me amas, niña mía... El destino nos ofrecerá<br />

sendas repletas de flores; agua para saciar nuestra sed y<br />

<strong>al</strong>imentos para nuestros hijos…<br />

—¡Hasta la muerte…! —respondió la joven.<br />

Esta escena la observó contrariado el capitán del<br />

lugar: Don García de Per<strong>al</strong>ta.<br />

Aunque Don García de Per<strong>al</strong>ta no formó parte de los<br />

trece aventureros que secundaron a Pizarro, cuando<br />

este, en la isla del G<strong>al</strong>lo, después de trazar una línea<br />

con su espada, dijo: “Síganme los que aman la gloria”,<br />

merecía el cariño y el aprecio del comandante<br />

conquistador, quien en los combates vio a Per<strong>al</strong>ta en los<br />

sitios donde más recio se batía el combate.<br />

Con un <strong>al</strong>ma de hierro incrustada en un cuerpo de<br />

acero, las pasiones del soldado debían ser indomables y<br />

frenéticas como un torrente que se desborda. Hombres<br />

organizados así, no pueden comprender esos<br />

sentimientos dulces —a la par que poéticos—, que for-<br />

-91-


man para los otros mort<strong>al</strong>es la epopeya de la felicidad<br />

sobre la tierra.<br />

Don García vio a Isabel y también la amó.<br />

Diremos mejor: Ansió poseerla.<br />

Porque el amor no es el deseo de ser dueño de todo<br />

lo que Dios ha formado bello, sino el anhelo de<br />

confundir nuestro ser en otro ser que <strong>al</strong>iente en la<br />

misma atmósfera de misteriosa vaguedad que nosotros.<br />

Es una hoguera respecto de la cu<strong>al</strong> cada p<strong>al</strong>abra, cada<br />

sonrisa, cada mirada, es como una tea o un esparto<br />

lanzado a ella.<br />

En el sentimiento de Don García por Isabel, en nada<br />

participaba el amor que pretendía pintar. La belleza de<br />

la joven hablaba a sus sentidos y había jurado gozar de<br />

sus encantos; no entendía sentimientos, solo de lujuria<br />

incontrolable.<br />

Se buscó una mentira de traición de Fernando a su<br />

rey.<br />

Por la cresta de un cerro aparecieron Don García y<br />

seis soldados que, con el resplandor de sus armaduras,<br />

mandaban a los amantes rayos de infortunio. Isabel<br />

p<strong>al</strong>ideció <strong>al</strong> ver su amenazador aire de triunfo. El<br />

soldado, hijo de otro v<strong>al</strong>iente, que era Fernando, fue se-<br />

-92-


parado violentamente de los brazos de su amada, fue<br />

cargado de hierro y llevado sin contemplación <strong>al</strong>guna<br />

por los otros españoles.<br />

Don García miró con sarcástica sonrisa a la joven,<br />

la tomó bruscamente del brazo y, obligándola a<br />

seguirlo, le dijo:<br />

—Ahora nadie puede s<strong>al</strong>varte... ¡De agrado o a la<br />

fuerza serás mía!<br />

Fernando estaba reclinado sobre el banco de piedra<br />

de su oscuro c<strong>al</strong>abozo. Sus párpados caían con<br />

melancólica suavidad, y una lágrima, transparente<br />

como una gota de rocío, se detuvo en su cara.<br />

¿Soñaba, o meditaba…?<br />

Su espíritu estaba entregado a una vaga absorción<br />

que solemos experimentar en la vigilia. Sus labios se<br />

movían como si quisieran dar paso a las p<strong>al</strong>abras. Vino<br />

a su memoria, una y otra vez: la imagen de Isabel…<br />

La veía reflejada en todos los rincones de la lúgubre<br />

habitación; sobre las húmedas piedras tintadas de<br />

noche, flotando en aura sobre la nada…<br />

De pronto, se abrió la puerta de la prisión y se<br />

precipitó en ella una mujer.<br />

-93-


—¡Isabel…! —exclamó el prisionero estrechándola<br />

contra su pecho.<br />

—¡Aparta..., aparta tus labios, porque mis besos dan<br />

la muerte…!, Yo he jurado morir digna de ti… ¡Y así<br />

moriré…!<br />

—¿Por qué hablas de morir, niña de ojos de<br />

mar…?. ¡Háblame de amor, no me hables de muerte…!<br />

Tus flotantes ropas vierten el perfume más voluptuoso<br />

que el tilo y el tamarindo de estas montañas...<br />

—¡Esposo mío…! He conseguido venir a expirar en<br />

tus brazos... Desf<strong>al</strong>lecida, iba a sucumbir sin vengarme,<br />

estrechada por ese asesino... Pero recordé que en un<br />

anillo llevaba el veneno con el que confeccionan sus<br />

armas los indios de Cajamarca... y lo apliqué a mis<br />

labios... Soy tuya le dije a don García, pero cuando<br />

hayas firmado una orden de liberación para mi esposo.<br />

El infame firmó una orden para que los carceleros no<br />

me estorbasen la entrada, y como un tigre famélico se<br />

ab<strong>al</strong>anzó a mí... ¡Insensato! ¿No es cierto? Creyó que<br />

mis besos de fuego eran un arrebato de placer... Pensó<br />

que yo mordía sus labios porque el deleite me<br />

embriagaba... ¡Necio mil veces!... Al separarse de mí<br />

iba camino del infierno. ¡Él ya será cadáver…!<br />

—¡No puede ser verdad lo que me dices…! ¡Tu<br />

razón se extravía!.<br />

-94-


—Yo soy impura…, y tú me rechazarás... Ya no<br />

puedo pertenecerte..., debo morir... ¡Perdóname<br />

Fernando…!<br />

—¿Perdonarte…? ¿Qué he de perdonarte? Sin ti,<br />

niña mía, ¿para qué anhelar la vida? ... ¡Dame un<br />

beso!... La muerte será dulce si la recibo de tus labios...<br />

¡Qué importa, si tu cuerpo ha sido profanado por las<br />

manos de una bestia, si tu <strong>al</strong>ma es tan pura como es<br />

de limpio el firmamento?.<br />

Y los dos amantes se oprimieron con frenético<br />

arrebato, a la vez que, una nube del amor, veló sus<br />

pupilas y las fibras de sus pechos p<strong>al</strong>pitaron con<br />

violencia mientras el eco sepulcr<strong>al</strong> del c<strong>al</strong>abozo repitió,<br />

suave y fatigosamente, estas p<strong>al</strong>abras:<br />

—¡Fernando…, ¡esposo mío!<br />

—¡Isabel…! ¡esposa mía!<br />

Las sombras del infortunio pasearon aquél día por<br />

el fuerte de los españoles…<br />

Unas pocas horas después, los carceleros<br />

comunicaban a Hernando de Soto, el comandante del<br />

fuerte, que el prisionero y su esposa habían sido<br />

encontrados muertos en el c<strong>al</strong>abozo…, mientras que un<br />

fraile, lloraba amarga y silenciosamente, ante una cruz<br />

desnuda…


(1) Quena = Flauta que usan los indios en sus cánticos y danzas.<br />

© Antonio Medina Guevara<br />

© Editori<strong>al</strong> Atlantis (2.011 - 2.013)


El nog<strong>al</strong> y la fuente de las Doncellas<br />

Antonio Medina Guevara


El nog<strong>al</strong> y la fuente de las Doncellas<br />

( Cuentos de Zújar )<br />

Antonio Medina Guevara<br />

Dedicado a mi hijo Carlos…<br />

Que de niño hacía “excursiones” a la Fuente de las Doncellas.


En los recuerdos de mi niñez, queda viva la imagen<br />

de un árbol, tan gigante, que casi tocaba <strong>al</strong> cielo. Era un<br />

nog<strong>al</strong> <strong>al</strong> que me gustaba acercarme cada vez que andaba<br />

por <strong>al</strong>lí; sobre todo en verano para poder sentir el<br />

frescor de sus sombras.<br />

Parecía mágico.<br />

Una noche de verano, una de esas noches, que<br />

siendo la costumbre tan antigua, de contar historias, los<br />

mayores nos contaban cuentos, mis orejas escucharon<br />

este:<br />

El nog<strong>al</strong> y la fuente de las Doncellas<br />

Hace ya muchos años, cuando era niño, a veces iba<br />

un zag<strong>al</strong> con su padre a un banc<strong>al</strong> muy cercano a la<br />

-103-


Fuente Grande. Estaba en medio de la vega y casi<br />

lindante a la acequia que discurre desde la fuente<br />

moruna y que pasa por la f<strong>al</strong>da del cerro a regar las<br />

frondosidades del campo; <strong>al</strong>lí había un nog<strong>al</strong> de tamaño<br />

descomun<strong>al</strong>, tanto, que su copa parecía tocar el cielo.<br />

Se veía desde todas partes.<br />

Aquél árbol que había <strong>al</strong>lí, era tan grande, que<br />

costaba subir hasta su primer rellano leñoso. Y cuando<br />

llegaba el c<strong>al</strong>or, daba tanta sombra, que la luz solar<br />

debía esperar para llegar <strong>al</strong> suelo hasta la llegada del<br />

invierno, cuando los t<strong>al</strong>los y ramas estaban peladas<br />

esperando otra vez la llegada del buen tiempo.<br />

Al niño le parecía tan grande y a la vez tan mágico,<br />

que a pesar de mucho costarle, en cuanto podía subía a<br />

su frondosidad y se perdía entre los brazos de su cuerpo<br />

tan verde. Tenía el árbol brazos de gigantes y recovecos<br />

entre sus ramas que hacían perderse, pero que incitaban<br />

<strong>al</strong> disfrute de la vista y <strong>al</strong> frescor de las brisas en los<br />

días de estío.<br />

Por su bello aspecto y anchísima copa, aquél nog<strong>al</strong><br />

era la imagen del cielo protegiendo a la tierra; también<br />

por su larga vida —que se le suponía t<strong>al</strong> vez de siglos—<br />

, simbolizaba la inmort<strong>al</strong>idad.<br />

Los días de negras tormentas su cuerpo se tragaba<br />

los rayos como suspiros, mientras que en los días de ca-<br />

-104-


lor, era el descanso miles de pájaros y de <strong>al</strong>gún<br />

agricultor deseoso de sus sombras.<br />

Un día subió el zag<strong>al</strong> <strong>al</strong> primer cruce de ramas del<br />

cuerpo del nog<strong>al</strong>, se recostó <strong>al</strong> frescor observando a<br />

poca distancia el piar de unos pajarillos ruidosos que<br />

llamaban sin cesar a su <strong>al</strong>imento, pero que <strong>al</strong> verlo a él<br />

subido, su madre no se acercaba <strong>al</strong> nido. Entonces se<br />

pasó el niño <strong>al</strong> otro lado del tronco centr<strong>al</strong> y el ave se<br />

apresuró a entregarles los insectos que portaba en su<br />

pico.<br />

—Eso está bien…, no hay que molestar a los<br />

pájaros… —oyó una voz tranquila a su lado.<br />

Al escuchar aquellas p<strong>al</strong>abras, casi se desprende de<br />

la rama y se estrella <strong>al</strong> suelo.<br />

—No te asustes. —le dijo un viejo de raro vestido<br />

que estaba subido a una rama cercana.<br />

Después del susto que casi le hace besar <strong>al</strong> suelo y<br />

de ordenarle a sus venas que se c<strong>al</strong>laran, se fijó en aquel<br />

viejo de apariencia tan frágil y rara vestimenta,<br />

preguntándose como habría podido subir <strong>al</strong>lí. Pero el<br />

viejo se acercó a él con tanta seguridad y rapidez, que<br />

más bien parecía un gato.<br />

—¿Quién eres…? —le preguntó.<br />

-105-


—Yo… —Fue lo único que s<strong>al</strong>ió de los labios del<br />

zag<strong>al</strong>.<br />

—Ya sé, que eres tú…, ¿te pregunto como te<br />

llamas?.<br />

Con el susto contenido, le dijo su nombre y el de su<br />

padre que laboraba a poca distancia; el viejo le<br />

respondió con el suyo: Farid.<br />

Le solicitó el zag<strong>al</strong> que se lo repitiera, que aquél era<br />

un nombre raro que nunca había escuchado; él le<br />

repitió:<br />

—Me llaman Farid. Ahora no se escucha por aquí<br />

ese nombre, pero hubo un tiempo en que era tan<br />

corriente en este pueblo como el agua de esa fuente —<br />

dijo señ<strong>al</strong>ando a la b<strong>al</strong>sa de la Fuente Grande.<br />

Le dio tranquilidad el viejo y en seguida le gustó<br />

oírle las p<strong>al</strong>abras. Siguieron un rato hablando de cosas<br />

—aunque la verdad es que solo el viejo hablaba— y le<br />

preguntó <strong>al</strong> niño, si sabía la historia de aquél nog<strong>al</strong> que<br />

se suponía centenario. Le dijo que no; que nadie se lo<br />

había contado y que suponía que sería como la de todos<br />

los árboles: que primero <strong>al</strong>guien los planta…, y<br />

después, crecen y crecen.<br />

—Te la voy a contar… —le dijo el viejo mientras se<br />

-106-


ecostaba sobre el inmenso tronco—: Hace muchísimos<br />

años, en este árbol descansaban los que pasaban en<br />

busca de personas desaparecidas... Era parada obligada.<br />

—¿Es un cuento…? —le preguntó el chico.<br />

—¡Yo te lo cuento…, tu verás!. —respondió el<br />

anciano.<br />

Se c<strong>al</strong>ló el zag<strong>al</strong>, le intrigaba lo que s<strong>al</strong>dría por la<br />

boca del viejo.<br />

—Un día —siguió contando—, llegó un joven a<br />

lomos de su cab<strong>al</strong>lo que corría como el viento y era de<br />

belleza damascena. De color negro como una noche sin<br />

luna, y elegante como la más elegante de las bellezas<br />

peregrinas. Llegó diciendo que venía de muy lejos;<br />

preguntó por las piedras invisibles, por el pájaro que<br />

escribía, el árbol que hablaba y por la fuente que le<br />

decían: “la de las Doncellas“.<br />

Le preguntó el viejo del nog<strong>al</strong> el motivo de su<br />

búsqueda… —Si acaso sería en busca de tesoros<br />

ocultos de los que dicen está repleto el cerro—,<br />

entonces, después del segundo susto —ya que también<br />

le preguntó el árbol—, le dijo que sí, que era su tesoro<br />

que le había robado un moro m<strong>al</strong>o, que le dijeron que<br />

todo eso debía de hacer para recuperarlo; que su tesoro<br />

se llamaba Isabela, que era su doncella y la sabía<br />

cautiva de un embrujo en esa fuente.<br />

-107-


Después de descansar en las sombras y de no poder<br />

disuadirle, metió el viejo la mano en una t<strong>al</strong>ega y le<br />

entregó una bola de granito marrón. Se la ofreció<br />

diciéndole:<br />

—Ella te conducirá donde tiene que conducirte.<br />

Monta en ese precioso cab<strong>al</strong>lo y arrój<strong>al</strong>a <strong>al</strong> camino<br />

delante de ti. Rodará y tú la seguirás hasta el paraje en<br />

que se pare. Entonces echarás pie a tierra y atarás el<br />

cab<strong>al</strong>lo a esa bola, que el anim<strong>al</strong> no se moverá del sitio<br />

en que lo dejes hasta tu vuelta.<br />

El zag<strong>al</strong> no se lo creía, pero el cuenta cuentos lo<br />

hablaba con t<strong>al</strong> gusto, que sus oídos también gustaban<br />

de escucharlo. Siguió:<br />

—Treparás a esa montaña donde suben sus devotos<br />

a tu Virgen y, cuya cima, se divisa desde aquí. A tu<br />

paso, verás por todas partes piedras y oirás voces que<br />

no son de los torrentes, ni de los vientos en los abismos,<br />

sino voces de las piedras invisibles. Te gritarán p<strong>al</strong>abras<br />

que hielan la sangre de los hombres, pero no las<br />

escuches… Porque si vuelves la cabeza para mirar<br />

detrás de ti mientras te llaman, ya sea lejos que cerca,<br />

en el mismo instante, te convertirás en una piedra<br />

semejante a las de esa montaña; pero si resistes a esas<br />

llamadas y llegas a la cima, encontrarás <strong>al</strong>lí una ermita<br />

de cristianos y <strong>al</strong> pájaro que escribe. Él te indicará<br />

donde está el otro árbol que habla. Entonces le dirás: “la<br />

Virgen de la Cabeza esté contigo Babul Hazar…<br />

-108-


¿Dónde está el chaparro que habla, para que me diga el<br />

camino a la fuente de las Doncellas…?”<br />

Tras darle esta explicación, el árbol en que estaban<br />

montados lanzó un suspiro... Y nada más.<br />

—¿Nada más…? —le preguntó aún más intrigado.<br />

Nada más dijo el árbol, que ya lo tenía todo dicho.<br />

Pero sí siguió hablando el viejo:<br />

—El joven se apresuró a montar en su corcel. Antes<br />

lanzó la bola con todas sus fuerzas y la bola, rodó, rodó<br />

y rodó… Y el cab<strong>al</strong>lo negro, que era un relámpago entre<br />

los corredores, le costaba trabajo seguirla por entre las<br />

breñas que franqueaba, las zanjas que s<strong>al</strong>taba y los<br />

obstáculos que s<strong>al</strong>vaba. Y continuó rodando así, con<br />

una velocidad no interrumpida, hasta que tropezó con<br />

los primeros peñascos <strong>al</strong> acabar el llano de Catín.<br />

Solo entonces se detuvo.<br />

El muchacho, se apeó del cab<strong>al</strong>lo y enrollo la brida<br />

a la bola quedando el cab<strong>al</strong>lo tan quieto como una<br />

estatua. Enseguida empezó a trepar la montaña con<br />

impetuosa rapidez. En un principio no oyó nada, solo<br />

las suaves brisas que viajaban impregnadas de lavanda<br />

y romero, pero a medida que iba subiendo, veía cubrirse<br />

todo de bloques de piedra que parecían figuras<br />

-109-


humanas. —no sabía que eran otros como él que habían<br />

pasado y mirado hacia atrás—. De pronto se dejó oír<br />

entre las rocas un grito que sonaba a trueno; que jamás<br />

en su vida nadie había oído…, y fue seguido de otro y<br />

otro, y otros… Aquellos gritos nada tenían de humano.<br />

Parecían aullidos de vientos s<strong>al</strong>vajes en un día de<br />

tempestad; pero eran gritos de vientos de soledad, de<br />

los abismos…, ¡gritos de invisibles!. Y se decían los<br />

unos a los otros: “¡Detenedle!, ¡matadle!, ¡empujadle <strong>al</strong><br />

fondo…!” Y otros se burlaban: “¿Qué, v<strong>al</strong>iente?, ¡ven<br />

si tienes v<strong>al</strong>or…, ven…!”<br />

El muchacho continuó subiendo sin hacerles caso,<br />

sin dejarse engañar por aquellas voces que parecían<br />

s<strong>al</strong>ir de un infierno, tan terribles que parecían llamarlo<br />

con su <strong>al</strong>iento… Pero el joven tuvo una vacilación y,<br />

olvidando lo que le había advertido el viejo del nog<strong>al</strong>,<br />

miró para atrás…, y quedó convertido en granito. Lo<br />

mismo que su cab<strong>al</strong>lo.<br />

Se quedó el zag<strong>al</strong> como estaba: subido <strong>al</strong> nog<strong>al</strong> y<br />

con los hombros encogidos. No lo entendía; entonces<br />

siguió el viejo contado la historia:<br />

—Pero <strong>al</strong> cabo del tiempo pasó a suceder lo mismo.<br />

El mismo caso, el mismo árbol, otro joven que venía a<br />

buscar <strong>al</strong> que quedó petrificado… Llegó el nuevo joven<br />

<strong>al</strong> nog<strong>al</strong> y encontró <strong>al</strong> mismo viejo a su sombra;<br />

después de preguntarle, este le informó de lo sucedido y<br />

le dio las mismas advertencias: le dijo que no lo inten-<br />

-110-


intentara, que nadie lo había conseguido jamás. Pero el<br />

nuevo joven, hermano del anterior y también v<strong>al</strong>eroso,<br />

olvidando la disuasión del viejo, partió como el otro a<br />

lo más <strong>al</strong>to del cerro.<br />

Siguió esc<strong>al</strong>ando peñas…<br />

A su paso le s<strong>al</strong>ían las voces y los vientos<br />

tormentosos, aullidos que helaban la sangre, pero este<br />

no respondió a las injurias ni miró atrás a los<br />

llamamientos —sabía que eran su perdición—, pero<br />

cuando llegando casi <strong>al</strong> fin<strong>al</strong>, oyó la voz de su hermano<br />

que le decía: “¡Hermano mío, hermano mío…,<br />

socórreme…!”. Volvió la mirada y también quedó<br />

petrificado…<br />

El tercero de los hermanos, que era su hermana y<br />

mujer de v<strong>al</strong>or inc<strong>al</strong>culable, <strong>al</strong> ver los resultados quiso<br />

ella seguir los pasos de sus otros hermanos.<br />

Ni que decir que intentaron todos disuadirla, que no<br />

era empresa para mujeres, pero no la convencieron.<br />

Llegó también <strong>al</strong> nog<strong>al</strong> y todo fue igu<strong>al</strong>.<br />

Cuando hubo llegado a las primeras rocas, echando<br />

pie <strong>al</strong> suelo, avanzó la joven hacia la cumbre del cerro.<br />

A su paso no quiso escuchar a nadie ni a nada —antes<br />

se había taponado los oídos— y subió sin detenerse;<br />

subió ágil, aún cuando era más débil y delicada que un<br />

hombre, pero a cambio le sobraba arrojo y v<strong>al</strong>or.<br />

-111-


Llegó a la cima y se encontró una pequeña figura de<br />

Virgen cristiana con un niño en su brazo —pero que<br />

todos decían ser muy grande en milagros—, a su lado<br />

estaba un pájaro escribano y un chaparro parlante; le<br />

hizo reverencia a la Imagen y le preguntó <strong>al</strong> árbol que le<br />

devolvió <strong>al</strong> pájaro escribano. Pidió <strong>al</strong> pájaro que le<br />

describiera donde estaban sus hermanos y la fuente. El<br />

pájaro le dibujo un camino y le indicó con sus <strong>al</strong>as el<br />

destino. Entonces la joven, emocionada ante la Virgen y<br />

pensando que pronto los encontraría, besó a los pies de<br />

la figura y dos piedras se convirtieron en sus hermanos,<br />

otras dos, en sus cab<strong>al</strong>los. Al verlos a s<strong>al</strong>vo, una lágrima<br />

se estrelló sobre el mantón de la pequeña Imagen que<br />

era de <strong>al</strong>egría y agradecimiento <strong>al</strong> mismo tiempo.<br />

La Virgen, a su vez también se emocionó <strong>al</strong> ver la<br />

<strong>al</strong>egría de todos y otra lágrima transparente s<strong>al</strong>ió de su<br />

cara; esta llegó hasta el suelo, siguió como el agua<br />

crist<strong>al</strong>ina de una fuente monte abajo y su erosión creó<br />

una acequia; los tres la siguieron a su destino por la<br />

vega. Se paró el agua a unos metros de donde sonaba el<br />

murmullo de un caño, en una erilla cercana; se<br />

acercaron y vieron como la fuente estaba repleta de<br />

bellas doncellas que <strong>al</strong> verlos llegar, una gritó con voz<br />

de <strong>al</strong>egría: ¡Aquí…, aquí…!<br />

Todo fue <strong>al</strong>garabía y emoción.<br />

Se abrazaron todos y después partieron a su tierra:<br />

-112-


los hermanos, la doncella cautiva de la fuente, las otras<br />

doncellas…<br />

Aquello transcendió de boca en boca por las gentes<br />

de los pueblos y quedó claro a partir de entonces, que el<br />

v<strong>al</strong>or no es solo patrimonio de la fuerza, sino de la<br />

inteligencia a la vez que del arrojo. Así es, que desde<br />

tiempos inmemori<strong>al</strong>es y para no olvidarlo, en cuanto<br />

vuelven las golondrinas, las flores y el buen tiempo,<br />

todos suben <strong>al</strong>egres con aquella pequeña Imagen a lo<br />

más <strong>al</strong>to del cerro.<br />

¡…A las cimas del Jab<strong>al</strong>cón!.<br />

Pasaron muchos años…<br />

Mataron, o t<strong>al</strong> vez murió por sí solo aquél nog<strong>al</strong>…,<br />

y con él desapareció el viejo de sus sombras.<br />

Con el paso del tiempo, solo quedó la fuente que se<br />

resiste a morir seca. Que sufre la insensibilidad de<br />

<strong>al</strong>gunos que quieren matarla, o no quieren oír el blando<br />

murmurar de un pequeño arroyo que se desliza como<br />

sangre crist<strong>al</strong>ina…, sentir en los días de c<strong>al</strong>or como<br />

orea nuestras sienes el frescor de su <strong>al</strong>ma… Pero dicen<br />

los más viejos, que <strong>al</strong>gunas noches, cuando fluye el<br />

agua de la fuente, aún se oyen voces y charlas de<br />

doncellas. Y que si tienes v<strong>al</strong>or y sigues para arriba, a<br />

medida que se avanza hacia la cima, van aumentando<br />

los sonidos de las voces de las piedras del cerro.<br />

-113-


Mejor no subir de noche, pero si <strong>al</strong>guna vez te<br />

encuentras por <strong>al</strong>lí bajo la luz de las estrellas y no tienes<br />

más remedio que andar por entre las piedras del<br />

cerro…, no vuelvas la mirada…, ¡piensa en lo que<br />

pasó!.<br />

Así creo que fue…, así me lo contaron…, y así lo<br />

cuento.<br />

Quien no lo crea, que suba a la cima del Jab<strong>al</strong>cón en<br />

una noche en c<strong>al</strong>ma… ¡Oirá lo que le dice el viento!


Sobre una idea de las mil y una noches…<br />

© Antonio Medina Guevara<br />

© Editori<strong>al</strong> Atlantis (2.011 - 2.013)<br />

Publicado con autorización de la editori<strong>al</strong>


Las luciérnagas y la estrella fugaz<br />

Antonio Medina Guevara


Las luciérnagas y la estrella fugaz<br />

( Cuento para niños )<br />

Antonio Medina Guevara<br />

Dedicano a mi hijos Carlos…<br />

Que de niño volaba con las estrellas de Zújar


En muy pocos lugares, se ven las estrellas igu<strong>al</strong><br />

que subido a las crestas del Jab<strong>al</strong>cón en las noches de<br />

verano.<br />

Antes —de eso, hace ya bastantes años—,<br />

cuando nuestros padres no podían comprarnos<br />

juguetes y por narices teníamos que inventarlos,<br />

cu<strong>al</strong>quier cacharro servía para fabricarlos.<br />

Y en las noches de verano, s<strong>al</strong>íamos a buscar<br />

pequeñas linternas que habitaban los ribazos: ¡eran<br />

luciérnagas…!<br />

Alguien que recuerdo muy bien, cuando yo era<br />

muy niño, me dijo una vez <strong>al</strong> ver una lluvia de<br />

estrellas, que eran miles, millones de diminutas<br />

luciérnagas, montadas a la grupa de pequeñísimas<br />

estrellas que pasaban hacia su destino en el infinito y,<br />

que de esa manera, <strong>al</strong>umbraban el camino.<br />

Desde entonces, en las noches de pleno verano, me<br />

gusta verlas pasar y despedirlas en su viaje <strong>al</strong> infinito.<br />

Todo esto, viene a cuento, porque yo también soy<br />

-121-


de los que creen, que sobre ellas vuelan millones de<br />

<strong>al</strong>egres y juguetonas luciérnagas, <strong>al</strong>umbrando con sus<br />

linternas las noches y a los niños buenos y<br />

juguetones…, y que brillan s<strong>al</strong>udándonos <strong>al</strong> paso en<br />

su destino tan lejano.<br />

Las luciérnagas y la pequeña estrella fugaz<br />

Y ahora, os cuento el cuento:<br />

Había una vez, una estrella muy pequeña, que era<br />

muy <strong>al</strong>egre, juguetona e inquieta, pero que a su vez<br />

era desobediente.<br />

No era m<strong>al</strong>a... Solo un poco inquieta.<br />

Muchas veces, no hacía caso de las indicaciones<br />

que le daban sus padres. Aunque en eso, creo que<br />

éramos igu<strong>al</strong>es.<br />

Su padre —un sol tan grande, cómo el más grande<br />

de los planetas conocidos y desprendiendo tanto c<strong>al</strong>or,<br />

que daba vida a toda una g<strong>al</strong>axia— y su madre —una<br />

enorme y rolliza luna plateada, que <strong>al</strong>umbraba todas<br />

las noches mientras su marido dormía—, le decían<br />

que no s<strong>al</strong>iera a pasear sola.<br />

Existía una advertencia que era sabida por todas<br />

las estrellas pequeñas: no s<strong>al</strong>ir de casa a pasear por el<br />

firmamento sin estar acompañados por una estrella<br />

-122-


mayor, para así, poder ser guiados en medio de la vía<br />

láctea y que no se perdieran en el gran infinito.<br />

La estrella pequeña, que muy bien sabía de ello,<br />

tenía mucha curiosidad por hacer sola un viaje por el<br />

firmamento que le permitiera ir mucho más <strong>al</strong>lá de lo<br />

impensable.<br />

A cada momento se preguntaba: ¿Cómo será darse<br />

una vuelta de un planeta a otro? ¿Qué será de Júpiter?<br />

¿Podré girar en los satélites de Saturno? ¿Podré visitar<br />

la Tierra tan azul?<br />

Con tantas y más preguntas, desoyendo los<br />

consejos sabios de sus mayores, emprendió un largo<br />

viaje interplanetario.<br />

S<strong>al</strong>ió de su casa y, sin que sus padres se dieran<br />

cuenta, enrumbó volando velozmente hacia lo<br />

desconocido; disfrutando de su viaje, dando vueltas y<br />

vueltas por miles y miles de estrellitas que dormitaban<br />

en la media noche.<br />

—¡Ahhh…, esto si que es vida! Volar sin<br />

control... Sin que nadie me reclame ni me diga lo que<br />

tengo que hacer… ¡Esto es lo máximo que puede<br />

sentir una estrella…! —se decía así misma la<br />

estrellita, que quería sentirse como la más grande de<br />

las estrellas.<br />

-123-


Así es, como volando muchas horas, pudo ver de<br />

cerca a casi todos los planetas. Y llegó un momento<br />

en que solo le f<strong>al</strong>taba el planeta tierra y, que <strong>al</strong><br />

encontrarlo, muy emocionada, se fue enseguida a toda<br />

velocidad hacía el azul que desprendía <strong>al</strong> universo.<br />

—¡Que bonita que es la tierra…! —exclamaba a<br />

los confines del universo—, creo, que es el más<br />

bonito de los planetas.<br />

Siguió viajando por la noche mientras s<strong>al</strong>udaba a<br />

pequeños objetos del espacio…, ¡hasta s<strong>al</strong>udó a<br />

<strong>al</strong>gunos de los satélites artifici<strong>al</strong>es que nos rodean…!<br />

Pero que <strong>al</strong> no tener sentidos —a pesar de llevar tanta<br />

tecnológica en sus entrañas—, no le devolvieron el<br />

s<strong>al</strong>udo.<br />

—¡Soosos…! —les recriminó la pequeña estrella.<br />

Mientras tanto, en la tierra era de noche y un<br />

enjambre de miles, o t<strong>al</strong> vez, millones de luciérnagas,<br />

jugaban con sus linternas <strong>al</strong> escondite.<br />

Sus padres estaban laborando y también les decían<br />

que estuvieran todas juntas, que así, de esta manera,<br />

las loc<strong>al</strong>izarían a su vuelta en la oscuridad.<br />

Vieron las juguetonas luciérnagas un resplandor<br />

tan brillante cruzando el cielo, que, pensando que eran<br />

otras amigas que las llamaban a sus juegos,<br />

-124-


decidieron seguirlas. Pero como no tenían <strong>al</strong>as y solo<br />

daban luz, le pidieron a la luna que las subiera hasta el<br />

cielo.<br />

La luna las complació y lanzándolas con un soplo<br />

de viento, las envió volando <strong>al</strong> cielo en dirección <strong>al</strong><br />

brillo…<br />

Y subieron y subieron <strong>al</strong> encuentro de la estrella<br />

fugaz.<br />

Pero, ¡hay, que problema…!, la estrellita se<br />

despistó en su vuelo y se complicó la cosa…<br />

Quiso parar a s<strong>al</strong>udar a las millares de luciérnagas<br />

que llegaban a su encuentro, pero lo hizo tan rápido,<br />

que perdió el control y, chocando contra la cara de un<br />

gran asteroide, cayó estrepitosamente contra un<br />

nubarrón gigantesco. Quedó mareada y dando brincos<br />

sin parar, anduvo un buen rato desorientada y toda<br />

magullada.<br />

El nubarrón, <strong>al</strong> verla en problemas, quiso con sus<br />

copos darle cobijo, pero la estrellita iba tan rápida que<br />

no podía detenerse…<br />

Seguía volando, sin cesar y sin parar.<br />

—¡Ohhh!. ¡Quisiera detenerme…! Desearía volver<br />

a mi casa, ¡auxilio, ayúdenme a regresar!. —gritaba<br />

-125-


muy asustada llorando.<br />

Gritaba con todas sus fuerzas, pero nadie llegaba<br />

en su ayuda.<br />

Solo lo hizo el hada de las estrellas que, <strong>al</strong> verla en<br />

peligro, se acercó hacia ella para detener lentamente<br />

la excesiva velocidad en la que iba por el firmamento.<br />

Cuando a fin logró pararla, le dijo:<br />

—Estrellita pequeña… ¿Por qué huyes de casa<br />

desobedeciendo a tus padres…? ¡Ahora ya no podrás<br />

volver!<br />

La estrella se asustó aún más.<br />

—Hada de las estrellas, por favor, ¡te lo suplico!;<br />

quiero volver con mis padres a mi casa… Prometo ser<br />

obediente y no hacerlos enojar.<br />

—Estrellita pequeña —le dijo el hada del cielo con<br />

expresión triste—, es demasiado tarde. Ya nada<br />

puedo hacer por ti. Desde el momento en que<br />

decidiste emprender este largo viaje, has buscado tu<br />

propio fin. Pero no tengas miedo, porque yo te<br />

acompañaré a la mansión donde está el Gran Rey de<br />

la estrellas…, es <strong>al</strong>lí donde morarás a partir de ahora.<br />

-126-


—¡Por favor…, no me dejes ir hada de las estre-<br />

llas…!<br />

—No puedo evitarlo. Así debe ser con las<br />

estrellas…<br />

—Al menos, déjame antes despedirme de mis<br />

padres. Quiero decirles que los quiero —le suplicó<br />

una y otra vez, muy triste, la estrella pequeña.<br />

—No estrellita… No puedo.<br />

—¡Por favor…, dejáme despedirme…!<br />

El hada se quedó mirando la tristeza que s<strong>al</strong>ía de<br />

los ojos de la estrella. Y como era una hada buena,<br />

decidió darle una última oportunidad de que la vieran<br />

sus padres.<br />

—¡Es mi último deseo…! —dijo sollozando la<br />

pequeña estrella.<br />

—Está bien… —le dijo el hada—, pero solo<br />

podrás aparecer por un breve instante…, casi fugaz.<br />

Serás vista por toda la vía láctea y por todos los<br />

habitantes del planeta tierra…, ¡esa será tu<br />

despedida!.<br />

Así fue…<br />

-127-


La pequeña estrella, <strong>al</strong>istó sus pocas energías y por<br />

un breve instante, apareció más hermosa que nunca.<br />

Brilló como un precioso resplandor de destello<br />

errante, montó sobre su esp<strong>al</strong>da a todas las<br />

luciérnagas y fueron contempladas por toda la vía<br />

láctea y por cada ser humano que mirase <strong>al</strong> cielo.<br />

Y <strong>al</strong> pasar ante los ojos de quienes la miraban, la<br />

estrella y las luciérnagas s<strong>al</strong>udaban a todos contentas,<br />

mientras que los humanos les pedían toda clase de<br />

suertes y esperanzas…<br />

Por última vez, la más pequeña de las estrellas,<br />

nuevamente se sintió la más grande de todas<br />

contemplando el infinito espacio; y con su luz que<br />

desprendía, acarició a sus padres con amor,<br />

pidiéndoles perdón por haber actuado<br />

incorrectamente, a la vez que a los seres humanos les<br />

estrechó con los mejores deseos de buena suerte a<br />

quien la mirase.<br />

Al cabo de unas décimas de segundo, dejó caer de<br />

su esp<strong>al</strong>da a las luciérnagas, que brillaron como miles<br />

de guirn<strong>al</strong>das encendidas en su caída hacia la tierra…<br />

Y les dijo adiós la estrella, partiendo hacia su destino<br />

tan lejano.<br />

Luego, después de tanto esfuerzo para que la vie-<br />

-128-


eran, como era muy diminuta y débil, se partió en<br />

millones de pedacitos… Desapareciendo por comple-<br />

to en medio del firmamento... Y en medio de la<br />

nada, el Mago de las estrellas, recogió un rayito de luz<br />

que dejó en su hogar y que desde siempre brilla.<br />

De los millones de minúsculos trocitos de luz, que<br />

cayeron a la tierra, los recogieron las luciérnagas y se<br />

los pusieron las muy coquetas a la esp<strong>al</strong>da…<br />

¡Por eso se ven brillar en la noche…!<br />

Fue así que ocurrió, y es así como sigue<br />

ocurriendo:<br />

Cada vez que una estrella pequeña, atraviesa fugaz<br />

por el cielo, es porque ella es una estrella traviesa<br />

viajando a su destino fin<strong>al</strong>. Y en ese esfuerzo por<br />

despedirse, descarga su última energía llena de deseo<br />

por ser vista pasar en su viaje hacía el infinito de la<br />

vía láctea…, y por los seres que habitan en la tierra.<br />

Cuando tengas la oportunidad de verla, desé<strong>al</strong>e un<br />

buen viaje. Contémpl<strong>al</strong>a y únete a ella con un gran y<br />

buen deseo…, ¡que de seguro se cumplirá…!


Publicado con autorización del autor<br />

© Antonio Medina Guevara<br />

© Editori<strong>al</strong> Atlantis (2.011 - 2.013 )


El morisco y el mestizo<br />

Antonio Medina Guevara


El morisco y el mestizo<br />

( Cuentos de Zújar )<br />

Antonio Medina Guevara


Hace poco, paseando por Baza, pasé por delante<br />

del decrépito y ruinoso P<strong>al</strong>acio de los Enríquez…,<br />

¡que pena…! Tantos siglos en sus muros…, y a punto<br />

de besar el suelo.<br />

Bueno, espero que el sentido común impere y<br />

que <strong>al</strong> menos sus paredes y dependencias, vuelvan<br />

<strong>al</strong>gún día a todo su esplendor.<br />

Pero eso no es lo que quiero contar.<br />

Lo que quiero contar es del pueblo de <strong>al</strong> lado: de<br />

Zújar. Y está relacionado con esa casa y sus<br />

moradores de hace quinientos años.<br />

El morisco y el mestizo<br />

Contaban los cuentistas viejos de la villa —de<br />

p<strong>al</strong>abra, claro, porque no hay papel que lo soporte—,<br />

-137-


que un verano de hace cinco siglos y consumidas ya<br />

más de tres cuartas partes de lo que llevamos de esta<br />

era tan cristiana, siendo por entonces dueños<br />

absolutos de estas tierras, los Enríquez, que ya dieron<br />

de siempre muestras de menosprecio a los de creencia<br />

islamista y también a los conversos, un joven de<br />

sangre muy pura y muy disimulada —de cruz y<br />

espada, claro está, porque era sarraceno y de la media<br />

luna—, m<strong>al</strong>decía para sus adentros tanto<br />

avas<strong>al</strong>lamiento y desprecio hacia los de su clase<br />

Más, viniendo como venía, de estirpe del Profeta<br />

Supremo, ismaelita, de sangre conquistadora del<br />

medio mundo conocido y de sabios interpretes de las<br />

estrellas, el cielo y su movimiento, de medicinas<br />

contra dolores y enfermedades…, y aún así, con tanto<br />

que enseñar a los demás, despreciados por bárbaros<br />

que odiaban <strong>al</strong> agua y <strong>al</strong> jabón, casi tanto como a<br />

ellos mismos.<br />

—La ignorancia y el fanatismo son los<br />

princip<strong>al</strong>es enemigos de la razón… —le decía un<br />

joven a su hermano.<br />

—¿Por qué dices eso, hermano? —le preguntó el<br />

otro.<br />

—Porque a veces pienso, ¡y que el Profeta me<br />

perdone por hacerlo, que Dios nos tiene olvidados…!<br />

—le respondió el mayor de los dos <strong>al</strong> otro que estaba<br />

-138-


de esp<strong>al</strong>das a su sombra y de cara a su hermano, el<br />

menor.<br />

—¡No digas eso, hermano —le contestó el otro—<br />

, que aparte de pecar por tus labios y pensamiento,<br />

esas p<strong>al</strong>abras puestas en otras orejas, te podrían<br />

acarrear el destierro; o lo que es peor, que te envíen<br />

de visita a nuestros antepasados.<br />

—¡Ya lo sé —contestó—, pero no sé que es<br />

peor…, si la muerte libre, o esta vida de preso en<br />

vida…!<br />

—Sigamos a lo nuestro. Olvida tantas injusticias<br />

y piensa que todo pasa; hasta lo m<strong>al</strong>o. —le recomendó<br />

con sabia lógica el menor.<br />

—¿Si tenemos un mismo Diós…, por qué solo a<br />

ellos los escucha, por qué no atiende a tanta voz<br />

gritando Justicia…? —replicó.<br />

—¡C<strong>al</strong>la…, c<strong>al</strong>la y sigamos!<br />

Todo esto venía a cuento, porque tanto ellos,<br />

como toda su familia y que aún viniendo de los que<br />

venían desde cientos de años atrás, de moradores y<br />

dueños de sus abundantes y propias tierras, ahora<br />

debían de trabajarlas en vas<strong>al</strong>laje a los cristianos<br />

crueles e incultos. Que no tenían bastante con recibir<br />

-139-


en holgazana vida los frutos de su trabajo, sino que<br />

también abusaban de sus mujeres <strong>al</strong> menor descuido.<br />

Así las cosas, llegó a la villa un día un capitán<br />

soldado de tez mestiza, de aspecto <strong>al</strong>tivo, pero atento<br />

a todas las p<strong>al</strong>abras que s<strong>al</strong>ieran de las bocas, ya<br />

fueran de cristianos viejos, que también de moriscos<br />

aún más viejos.<br />

Apellidado Gómez Suárez —aunque debía haber<br />

sido de la Vega y no pudo ser por su condición de<br />

bastardo—, decían de él, que era el primer capitán de<br />

la cristiandad, mestizo y español <strong>al</strong> mismo tiempo.<br />

Que venía de guerrear por las Alpujarras intentando<br />

meter en cintura <strong>al</strong> moro llamado Aben Aboo, que se<br />

había rebelado y decretado el <strong>al</strong>zamiento contra las<br />

injusticias del Rey mismo don Felipe y sus<br />

gobernantes; contra la Cruz de madera de su Dios,<br />

que consentía tamañas ofensas e injusticias y todo eso<br />

a la sombra de la única fe verdadera: la de Alá y su<br />

Profeta.<br />

También corrió por boca de todos, que venía de<br />

las Amerícas —aunque entonces les llamaban: “Las<br />

Indias“—, que había navegado por los mares océanos<br />

de medio mundo defendiendo a la corona, y que<br />

también se sentía menospreciado por el color de su<br />

piel, a pesar de ser hijo de conquistador y de madre<br />

-140-


princesa, aunque eso sí, inca.<br />

Aún arrastraba con él los aromas de la sierra y<br />

el olor de la sangre de la bat<strong>al</strong>las en sus narices,<br />

también y solo un poco más lejano, el pensamiento de<br />

su vida en Perú, su paso por Panamá, Cartagena de<br />

Indias —donde decían que dejó a <strong>al</strong>guien con los ojos<br />

mojados— y luego ya, en la piel de toro, un largo<br />

peregrinaje por diferentes lugares de la Corte. Pero<br />

sin éxito, que el color de su piel no le ayudaba.<br />

Había llegado hacía ya una década de su Cuzco<br />

nat<strong>al</strong>, para venir a reclamar los títulos nobiliarios y las<br />

riquezas heredadas de su difunto padre, el capitán<br />

Sebastián Garcílaso de la Vega, y que solo había<br />

obtenido decepciones y puertas cerradas a sus leg<strong>al</strong>es<br />

reclamaciones, todo, seguro que debido a su<br />

condición de hombre mestizo, hijo de su padre y<br />

madre, en una Nueva América que solo le había traído<br />

t<strong>al</strong>es y dolorosas inconvenientes, marcado por ser<br />

descendiente directo y natur<strong>al</strong>, de un hijod<strong>al</strong>go<br />

español y una bella princesa inca llamada Chimpu<br />

Ocllo, que fue bautizada con el nombre de Isabel.<br />

Por eso, por defender su derecho del único<br />

modo que un rey entiende; o sea, defendiéndolo con<br />

su espada, luchaba como capitán de su ejercito.<br />

El sol con su enjambre de rayos tostaba solo las<br />

partes de sus mejillas <strong>al</strong> pasar entre el enrejado del<br />

-141-


casco. Sabía que Dios miraba de frente a los hombres,<br />

y que en su infinita sabiduría, había elegido el Reino<br />

Español para proteger y expandir la fe cristiana por el<br />

mundo; empezando por aquí, siguiendo por las Indias,<br />

y acabando en cu<strong>al</strong>quier sitio que diera el sol, el<br />

mismo que nunca se ponía en el Imperio, o donde<br />

solo Él sabía. Y que para eso debía de machacar a<br />

todo infiel, o sea, a los no católicos, pero sobre todo a<br />

los sarracenos.<br />

Contaba que el gran viento de la Alpujarra sopló<br />

en su nariz hasta parecerle impenetrable el respirarlo,<br />

que era un aire grave que venía del <strong>al</strong>iento de los<br />

moros para contaminar a los españoles, pero que<br />

reconocía, que eran muy fieros y nobles, dignos de un<br />

rey como el suyo y que no entendía, porqué estaban<br />

enfrentados en vez de tenerlos a su servicio.<br />

A pesar de todo, a pesar de su piel tan diferente<br />

y de ser bravo defensor de tan injusto reino, debía de<br />

cumplir con su Santa Misión, lo que <strong>al</strong> menos a él, no<br />

le impedía ser justo y cab<strong>al</strong>lero.<br />

Pero volvamos <strong>al</strong> momento en que se cruzan las<br />

vidas de estas dos personas <strong>al</strong>ejadas por un mismo<br />

Dios; el mismo momento en que Fernando de<br />

Hinojosa —que era el nombre cristianizado del<br />

morisco—, se presenta a pedirle favor <strong>al</strong> cristiano<br />

para que interceda ante la poderosa familia de los<br />

-142-


Enríquez.<br />

Los nietos de la familia de los Enríquez,<br />

siguiendo su tradición de hacía ya <strong>al</strong>guna década, se<br />

dedicaban a mancillar impunemente la pureza de las<br />

zag<strong>al</strong>as que sabían estaban indefensas.<br />

O sea, a las moriscas.<br />

La futura esposa del joven Fernando —<br />

cristianizada a la fuerza y con su <strong>al</strong>ma escondida a<br />

todo lo que no fuera su antigua religión y su familia—<br />

, estaba puesta en los ojos de uno de los sobrinos de la<br />

poderosa familia; y no era de extrañar, pues la joven<br />

destilaba belleza por todos sus poros, lo que sumado a<br />

su piel protegida por un velo casi transparente y del<br />

color de la escarcha, la hacía de extraordinaria belleza<br />

tanto re<strong>al</strong>, como oculta <strong>al</strong> mismo tiempo.<br />

—Señor Capitán… —le dijo con respeto y<br />

doblegando su cuerpo y orgullo—, la familia de los<br />

Enríquez nos tiene opresos, y siendo vos<br />

representante del mismo Rey, os quiero informar que<br />

los nietos de esa familia toman las posadas y nos<br />

disfaman a nuestras mujeres, por lo que a sabiendas<br />

de vuestra intermediación y justicia, esperamos los<br />

entréis en razón. Pero con respeto os advierto, que<br />

llegada la hora, Dios no quiera, le ocurriera <strong>al</strong>go a la<br />

mía, determinaría antes hacer pagar con su vida <strong>al</strong><br />

-143-


causante y morir libre, que no morir en vida como un<br />

esclavo….<br />

—Eres insolente… —le contestó el cristiano—,<br />

pero es justo lo que dices, que nadie debe mancillar a<br />

una mujer, ni tampoco nadie debe permitirlo.<br />

—Gracias señor…, espero que todo quede<br />

ahí... —le dijo el muchacho <strong>al</strong> ver que <strong>al</strong> menos este<br />

le escuchaba.<br />

—Mañana partiré a primera hora para Baza y<br />

comunicaré vuestra queja. Te daré la respuesta que<br />

me den, en unos días.<br />

Ahí quedó el tema.<br />

Todo se olvidó, y por una vez aquella familia<br />

no tomó repres<strong>al</strong>ias por aquella insolencia hacia<br />

<strong>al</strong>guno de la familia. No era lo habitu<strong>al</strong>, pues casi<br />

siempre las quejas eran de peor resultado que el<br />

permitir los avas<strong>al</strong>lamientos, pero también todos<br />

pensaron —incluido el capitán—, que t<strong>al</strong> vez, y<br />

debido a que el militar podría pasar la información de<br />

aquellos atropellos a <strong>al</strong>guien de la corte, todo quedó<br />

zanjado.<br />

Al menos de momento…<br />

-144-


Y como los momentos son siempre cortos, <strong>al</strong><br />

cabo de unos meses todo volvió a la rutina; o sea, los<br />

moriscos a sufrir el avas<strong>al</strong>lamiento por parte de los de<br />

la cruz, y los de la cruz, a deshonrarla.<br />

En vez de menguar las injusticias, crecieron<br />

como una negra nube crece <strong>al</strong> c<strong>al</strong>or del verano.<br />

El capitán siguió con sus quejas, pero eran<br />

ninguneadas sistemáticamente por aquella familia;<br />

que para eso eran familia del Rey.<br />

Así pasó otro tiempo.<br />

Un día, iba la futura esposa de Fernando solo<br />

acompañada por su borrico vestido con su <strong>al</strong>barda y<br />

cantarera, <strong>al</strong> caño del Mentidero. El día era muy<br />

c<strong>al</strong>uroso y la gente dormitaba <strong>al</strong> casi frescor de la<br />

siesta; <strong>al</strong> llegar a la fuente, la joven sintió la<br />

necesidad de refrescarse, por lo que miró a la soledad<br />

de las c<strong>al</strong>les, retiró el velo de su rostro, se remangó la<br />

ropa que le cubría sus brazos, y bañó todo lo visible<br />

con el agua clara.<br />

Todo esto no habría tenido más importancia, de<br />

no ser, que <strong>al</strong> igu<strong>al</strong> que un asqueroso buitre vigila<br />

desde el cielo, desde un lugar y oculto, vigilaba a su<br />

presa Juan de Enríquez, el más villano de los villanos<br />

de aquella villana familia.<br />

-145-


S<strong>al</strong>ió de las sombras, amordazó a la joven con<br />

su propio velo, la cargó a su cab<strong>al</strong>lo, y desapareció en<br />

dirección a Baza bajo la soledad de la tarde.<br />

El burro, que ya sabía el camino de ida y tam-<br />

bién el de vuelta, <strong>al</strong> ver que nadie le mandaba, decidió<br />

volver a su cuadra; eso sí, vacío de agua y sin<br />

doncella.<br />

Inmediatamente en su casa dieron la voz de<br />

<strong>al</strong>arma, que ni estaba bien que hubiera ido sola a la<br />

fuente, y mucho menos que no volviera.<br />

Pensaron lo peor.<br />

Y tenían razón en pensarlo. Todos sabían que<br />

sería presa de aquél indecente cristiano. No podía ser<br />

otro y menos un morisco, que se jugaría la vida <strong>al</strong> ser<br />

de los suyos por semejante ofensa.<br />

Lo pusieron en conocimiento del capitán<br />

cristiano que a su vez indagaría sobre los hechos, no<br />

sin antes advertirle el joven Fernando de Hinojosa, de<br />

manera muy enérgica, que él no temía a los pocos<br />

hombres, que si había sido uno de ellos, lo buscaría<br />

hasta encontrarlo y pagar por lo que hiciera.<br />

El capitán lo dejó preso, no se sabe si por<br />

insolente, o t<strong>al</strong> vez, para evitar m<strong>al</strong>es aún mayores.<br />

-146-


A la vuelta de Baza del capitán cristiano, ya<br />

acompañado de la propia joven que mojaba su velo de<br />

tanta lágrima y deshonrada, liberó de inmediato a<br />

Fernando; no sin antes advertirle, que no consentiría<br />

revancha <strong>al</strong>guna, más sabiendo que la vida del joven<br />

iba en ello.<br />

Fernando, mancillado y roto de amor, no tardó<br />

en hacer justicia. A las pocas semanas, encontraron <strong>al</strong><br />

Enríquez con sus vergüenzas colgadas de un p<strong>al</strong>o y <strong>al</strong><br />

resto de su cuerpo colgado a su vez de un <strong>al</strong>mendro;<br />

<strong>al</strong> sol, donde los de su c<strong>al</strong>aña pudieran verlo <strong>al</strong> mismo<br />

tiempo que los buitres y grajos, para así poder<br />

degustar su carroña.<br />

Ni que decir, que todo fueron desgracias.<br />

La joven —la que debía de ser <strong>al</strong>gún día su<br />

desposada, deshonrada y humillada—, acabó en un<br />

convento de religión distinta a la suya. Los Enríquez,<br />

heridos en su orgullo y en sus sentimientos, no<br />

escatimaron medios en encontrar <strong>al</strong> miserable que los<br />

había provocado. Mientras tanto, el capitán fue<br />

destinado a Córdoba y el pobre Fernando, muerto de<br />

amor y soledad, deambuló por montes y bosques<br />

durante meses.<br />

-147-


Nunca lo encontraron.<br />

Pero decía la gente vieja, que se había<br />

transmitido durante siglos, la idea de que <strong>al</strong>gunos<br />

<strong>al</strong>deanos le ayudaron a escondidas y también a<br />

sabiendas del cab<strong>al</strong> comportamiento de aquella<br />

familia de moriscos.<br />

Así parece que pasaron <strong>al</strong>gunos años…<br />

Pero por caprichos del destino, el capitán<br />

Gómez Suárez había tenido mientras tanto dos<br />

suertes: por fin recibió dineros y título, y también una<br />

esposa no impuesta. O sea, por amor; cosa rara entre<br />

nobles.<br />

Su último encargo como militar —ya que<br />

pensaba pasar el resto de su vida disfrutando de todas<br />

sus suertes en Córdoba—, fue la puesta en filas de una<br />

compañía que embarcaría rumbo a la Florida, donde<br />

parece ser que los indios no estaban muy dispuestos a<br />

besar la cruz.<br />

Para su sorpresa, un día se encontró frente a<br />

frente con Fernando; le s<strong>al</strong>udó como a un amigo y<br />

también le propuso <strong>al</strong>istarlo con el grado de soldado<br />

en la expedición; natur<strong>al</strong>mente con nombre diferente<br />

y prometiéndole no decir nunca que lo había visto…<br />

Cuentan, que Fernando llegó a ser ofici<strong>al</strong> del Reino y<br />

en pago a su v<strong>al</strong>or.<br />

-148-


Resumiendo: así fue la historia, o <strong>al</strong> menos la<br />

contaron:<br />

Se fue un joven zújareño llamado Fernando a<br />

las Américas —aunque eso sí, con el corazón muy<br />

roto y en su mente la idea de <strong>al</strong>gún día volver a la<br />

tierra que lo vio nacer— y otro llamado Suárez de<br />

Figueroa a Córdoba, con el suyo lleno de <strong>al</strong>egría ante<br />

el cambio que daba su vida.<br />

Así es, que la ironía de la vida, hizo que un<br />

blanco ismaelita acabara sus días en la Florida<br />

Americana —donde a un moro pocos le iban a<br />

escuchar en asuntos del Islán—, defendiendo como un<br />

noble a su rey cristiano con su espada. Y el mestizo,<br />

descendiente de noble madre inca, acabara a su vez<br />

los suyos con la pluma, escribiendo sus cosas en<br />

Córdoba, defendiendo con sus letras tantas injusticias<br />

vistas y sentidas, intentando cambiar los<br />

pensamientos ajenos…, que tampoco mucho caso le<br />

harían.<br />

Los dos tenían mucho en común y también<br />

acabaron sus días de igu<strong>al</strong> manera: muy lejos de<br />

donde nacieron.<br />

Así fue…<br />

-149-


Si <strong>al</strong>guna vez vais a la catedr<strong>al</strong> de Córdoba,<br />

pensad que <strong>al</strong>lí están los huesos —o lo que quede—,<br />

de un capitán hijo de princesa. Mitad español y mitad<br />

inca. Noble de linaje y también de ideas, llamado el<br />

capitán Mestizo y también por el propio de Garcilaso<br />

de la Vega, “el Inca“, humanista, religioso, historiador<br />

y padre de las letras de las nuevas Españas ( Gómez<br />

Suárez de Figueroa ), que los de aquél de la villa que<br />

puso a <strong>al</strong> sol los atributos del Enríquez, lla-<br />

mado Fernando, se les supone por la Florida.<br />

Eso nos lleva a la conclusión que solo hay un<br />

Dios. Ni verdadero ni f<strong>al</strong>so, sino el que está en el<br />

destino de cada cu<strong>al</strong>…, y que siempre nos acompaña.<br />

Así me lo contaron…<br />

Por lo demás, solo puedo deciros que yo<br />

puedo terminar este cuento del propio modo que<br />

terminan las viejas de la villa todos los suyos;<br />

diciendo que es lo que oí, me lo creí, me gustó, me<br />

fui…, y nada me dieron.<br />

Zújar, primavera de 2.010


© Antonio Medina Guevara<br />

© Editori<strong>al</strong> Atlantis (2.011 - 2.013)


Marina<br />

Antonio Medina Guevara<br />

( De un capítulo de la novela: La noche que casi tocamos las estrellas …)<br />

Dedicado a mis sobrinas: Ariana, Marina y María…<br />

Que tienen los ojos color del mar.


Hay capítulos en el tiempo de cada cu<strong>al</strong>, que son<br />

muy aparte. En esta parte de mi vida entró Marina…<br />

Cuando mi diario era gris y con nubarrones tan fríos,<br />

que solo soltaban lluvia helada de rocío, una persona<br />

<strong>al</strong>egró mis días y ayudó a que s<strong>al</strong>iera el sol con toda su<br />

p<strong>al</strong>eta de colores, como un arco iris ante mis ojos.<br />

Su presencia me <strong>al</strong>egraba la vista y los sentidos.<br />

Era como un cascabel, pero que en vez de sonido,<br />

s<strong>al</strong>udaba emitiendo una luz de rayos azules por donde<br />

ella pasaba; ella me empujaba sin saberlo para adelante,<br />

para seguir a donde el tiempo nos llevara.<br />

Esa, era Marina.<br />

¡Hay Marina…!<br />

Marina no había visto nunca el mar, pero sus ojos<br />

hablaban de él. De aquellos ojos podía decirse, que por<br />

mucho que los miraras, nunca veías el fondo. Eran tan<br />

apacibles, <strong>al</strong>egres y profundos, que atraían como un<br />

imán todo lo que ellos miraban. Tenían <strong>al</strong>go del cielo y<br />

todo lo de los océanos; parecían reflejar un mundo<br />

infinito y, que <strong>al</strong> mirarlos, te absorbían como un pozo a<br />

la oscuridad.<br />

-155-


Su padre, un antiguo pescador venido de Almería y<br />

a la vez, desastroso campesino, decía, que cuando<br />

ella nació y abrió los ojos, vio reflejados sus años en el<br />

mar que le habían quemado los pulmones y que tanto<br />

extrañaba, pero la verdad, es que si se los había<br />

quemado con <strong>al</strong>go, habría sido con los puros que él<br />

mismo se fabricaba y que no paraba de fumar. No<br />

dejaba de toser y m<strong>al</strong>decía el s<strong>al</strong>itre que, según él, tenía<br />

en sus pulmones y no la nicotina que tintaba de negro<br />

todo el interior de su pecho.<br />

No paraba de hablar de sus tiempos de pescador. Era<br />

una constante contradicción entre su vida y sus<br />

pensamientos.<br />

Aquel hombre, añoraba el mar como un jilguero<br />

preso en su jaula añora las ramas de los árboles y la<br />

caricia de las brisas, pero aún así, parecía conformarse<br />

con su nuevo mundo de campesino, <strong>al</strong>ejado solo un<br />

centenar de kilómetros del agua, pero que en re<strong>al</strong>idad<br />

estaba a cien años luz de las olas.<br />

Él, siempre quiso volar; surcar los mares y arribar y<br />

despedirse de mil puertos; todo ello, t<strong>al</strong> vez motivado,<br />

porque lo primero que vieron sus ojos fue el romper del<br />

agua s<strong>al</strong>ada sobre la tierra seca de su tierra, pero parece<br />

que debió de acostumbrase a pisar tierra, a sustituir en<br />

sus ojos a las grandes olas por las aún más grandes<br />

montañas; <strong>al</strong> azul blanquecino lejano, por el verde tan<br />

cercano; <strong>al</strong> s<strong>al</strong>itre de las brumas, por la humedad de las<br />

-156-


las nieblas que emanan los inviernos en los campos.<br />

Su tiempo transcurría marcado por el trino de los<br />

pájaros en vez del punzante sonido de las gaviotas. Pero<br />

aún así, parecía feliz cuando se mezclaban sus solitarios<br />

cánticos de habaneras y letras de canciones de la mar,<br />

entre los murmullos de la vega.<br />

Dicen que cuando nació Marina, su mujer había<br />

querido ponerle el nombre de su madre: María, que era<br />

como el suyo y el de la madre de su madre, pero el<br />

marido la convenció para que le pusieran Marina, que<br />

decía que es como el mar, que siempre es azul y nunca<br />

muere. Le costó poco convencerla, ella accedió <strong>al</strong> ver<br />

aquellos ojitos tan limpios como azules.<br />

—decía orgullosa <strong>al</strong><br />

mirarla a los ojos y cuando hablaban de Marina.<br />

También decían los mayores, que a los pocos<br />

minutos de abrir por primera vez los ojos a luz del día<br />

Marina, aquél hombre acurrucó su cuerpo de muñeca<br />

entre sus rudos brazos y se sumergió entre el azul de la<br />

mirada de su hija, bajando a las aguas más profundas y<br />

absorbiendo el olor a gloria de sus carnes tan nuevas.<br />

Y que durante mucho tiempo, se olvidó del mar, de<br />

las brisas, de las <strong>al</strong>bas y ocasos del levante y del<br />

poniente.<br />

-157-


Ya tenía su propio mar, más pequeño, pero aún más<br />

bonito y transparente.<br />

Cuando volvimos <strong>al</strong> pueblo yo no me acordaba de<br />

ella; luego averigüé que habían vivido <strong>al</strong> otro lado, en<br />

las cuevas, pero que después de partir nosotros, y <strong>al</strong><br />

irles mejor la economía, bajaron a vivir a la parte baja, a<br />

mi barrio, mas lisa y más verde.<br />

Un día estaba sentado <strong>al</strong> tranco de mi puerta; había<br />

estado limpiando <strong>al</strong>mendras y me dolía el cogote, así es,<br />

que cuando s<strong>al</strong>í a la c<strong>al</strong>le a respirar un poco del aire<br />

fresco, vi como llegaba; o mejor dicho: como llegaban.<br />

Eran dos muchachas que siempre iba juntas, pero<br />

una brillaba de manera especi<strong>al</strong>: era Marina.<br />

Se acercó andando con su amiga, dando s<strong>al</strong>titos con<br />

una gracia que más bien parecía de jovencita bailarina.<br />

Ella me s<strong>al</strong>udó como si me conociera de siempre, con<br />

sus ojos que hablaban sin decir p<strong>al</strong>abra; quedé<br />

impresionado <strong>al</strong> ver la claridad de su mirada.<br />

También abrió su boca que incitaba <strong>al</strong> pecado:<br />

—¡Hola cat<strong>al</strong>án! ¿Qué haces…? —s<strong>al</strong>udó y<br />

preguntó.<br />

—Ya ves…, tomando el fresco de la c<strong>al</strong>le. —le<br />

-158-


espondí.<br />

—Mi hermano también está en Cat<strong>al</strong>uña.<br />

—Sí. ¿Dónde…? —le pregunté para averiguar si era<br />

donde estaban todos los que yo conocía.<br />

—En Tarrasa.<br />

—No conozco Tarrasa, solo Barcelona y los<br />

<strong>al</strong>rededores.<br />

—Bueno. Pues adiós. —me dijo con una sonrisa tan<br />

bonita que iluminó de azul la c<strong>al</strong>le.<br />

—Adiós… —le contesté casi <strong>al</strong> mismo tiempo que<br />

ella seguía corriendo con su amiga en dirección <strong>al</strong> fin<strong>al</strong><br />

de mi c<strong>al</strong>le, como si hubieran hecho <strong>al</strong>guna travesura.<br />

Al llegar <strong>al</strong> fin<strong>al</strong>, pararon y se sentaron en un banco que<br />

pegaba a la vega, plantado como un puesto fronterizo e<br />

imaginario entre el pueblo y el campo.<br />

Miraban y se reían…<br />

Me quedé un rato mirándolas. Las dos eran casi<br />

mujeres en su aspecto y bonitas, pero a Marina le<br />

resplandecía la mirada. Se fueron y entré dentro, a la<br />

vez que mi madre s<strong>al</strong>ía y le pregunté por su nombre:<br />

-159-


—Marina…, ¡se llama Marina!. —respondió mi<br />

madre con una sonrisa socarrona que me <strong>al</strong>egró la tarde;<br />

hacía mucho tiempo que no la veíamos sonreír, y<br />

<strong>al</strong> verla, le di las gracias con mi pensamiento a aquella<br />

muchacha que, por un momento, había devuelto un<br />

poco de <strong>al</strong>egría a sus tristes labios.<br />

—¡Ahhh…! —dije yo, disimulando.<br />

— Tiene los ojos bonitos, ¿verdad? —comentó <strong>al</strong><br />

verla correr.<br />

—¡Verdad que sí! —le respondí sin mirarla, con los<br />

míos puestos <strong>al</strong> fin<strong>al</strong> de mi c<strong>al</strong>le.<br />

—Esa niña será preciosa… —precisó <strong>al</strong> verla<br />

<strong>al</strong>ejarse.<br />

Mi madre atravesó la c<strong>al</strong>le y se puso a platicar con<br />

mi vecina; las dos sonreían <strong>al</strong> mirarme, como si me<br />

hubiera quedado con cara de pasmado y que<br />

seguramente, tendría. Entré en mi casa y durante un<br />

buen rato, mis pensamientos se quedaron fijados en<br />

aquellos ojos tan <strong>al</strong>egres y luminosos.<br />

—¡Si que es bonita la condenada…! —me hablé a<br />

mi mismo.<br />

A partir de aquel día, siempre que se cruzaba en mi<br />

-160-


camino, su sonrisa y su mirada me c<strong>al</strong>aban hasta los<br />

huesos, y poco a poco, tonteando, encontraba motivos<br />

para verla. No es que fuera de forma fortuita, es que si<br />

tenía que ir a mi casa pasaba por su puerta, aunque el<br />

rodeo cansara a mis piernas; que por otro lado no se<br />

cansaban de andar para verla. Y cuando la veía, un<br />

hormigueo recorría por mi estómago como si tuviera<br />

dentro una bandada de pájaros nerviosos.<br />

En aquellas fechas rayaba Marina los quince mayos<br />

cuando la conocí; yo andaba casi por los casi dieciocho<br />

agostos. Ella era muy cría para mí —<strong>al</strong> menos eso<br />

pensaba entonces—, su apariencia era la de una<br />

incipiente mujer. Bonita, pero a mis ojos todavía una<br />

cría. Creo que por entonces, yo jugaba a esos juegos de<br />

imaginación prohibidos por la educación prestada de los<br />

padres.<br />

A esos años todo lo ves raro; miraba a las<br />

muchachas mayores y yo me veía un crío a su lado; la<br />

miraba a ella y la veía una cría. Supongo que es la edad<br />

del pavo, porque cuando pasan los años te das cuenta de<br />

la poca importancia de todo eso, pera a esa edad todo es<br />

un problema, <strong>al</strong> menos para esos asuntos. Además,<br />

sentía una especie de culpa por gustarme aquel proyecto<br />

de mujer, aunque no podía quitarla de mis<br />

pensamientos.<br />

Siempre venían a hablar y juguetear <strong>al</strong> cruce de las<br />

-161-


acequias que se bifurcaban <strong>al</strong> fin<strong>al</strong> de la c<strong>al</strong>le, <strong>al</strong>lí pasa-<br />

ban el rato como las abejas en la flores, revoloteando su<br />

frescura cerca de mi casa. Algunas veces me sentaba<br />

con ellas en el banco que daba a los campos, el mismo<br />

que <strong>al</strong> atardecer sabía de todos los<br />

chismes de los vecinos de mi c<strong>al</strong>le, y <strong>al</strong>lí hablábamos de<br />

tonterías propias de adolescentes.<br />

Un día de primavera, estaban aguantando entre sus<br />

manos un nido que era de gorrión; con unos huevos<br />

moteados que tintaban <strong>al</strong> trasluz la vida de unos<br />

poyuelos. Me miraban como si tuvieran entre sus manos<br />

el trofeo más v<strong>al</strong>ioso. Me acerqué y les dije que no<br />

tocaran los huevos, que t<strong>al</strong> vez su madre los aborrecería<br />

y sería como matarlos con sus propias manos. Marina<br />

me entregó la madeja de pelos y ramitas como asustada;<br />

lo cogí, y lo puse en donde había caído y <strong>al</strong> poco se<br />

acercó la madre.<br />

Aquél día se me estremeció el corazón <strong>al</strong> agarrarle<br />

la mano temblorosa que sujetaba <strong>al</strong> nido, y a partir de<br />

entonces, ellas pasaban lanzando miradas precoces y<br />

diabólicas, lo que me producía un estado de timidez<br />

que supongo notarían. Pero eso era infinitamente mejor<br />

que no verla, así es, que en cuando pensaba que<br />

pasarían, las esperaba.<br />

Otro día de verano y bochorno que abrasaba,<br />

jugaban con el agua que corría transparente y fresca a<br />

-162-


egar los campos. Una nube, negra como el carbón, es-<br />

condió a la c<strong>al</strong>le y a todos nosotros <strong>al</strong> sol tras su<br />

negrura, mientras que el c<strong>al</strong>or de la tierra marcaba<br />

remolinos de polvo juguetones; sonó un trueno que<br />

abrió <strong>al</strong> cielo en dos mitades y gritaron las dos como<br />

g<strong>al</strong>linas asustadas…<br />

Una gota, precedió a otra, y a otra, y un diluvio se<br />

precipitó en un instante sobre su sitio. Las gotas se<br />

estrellaban sobre el suelo que levantó una bruma de<br />

polvo a la vez que rociaban sus cuerpos que quedaron<br />

empapados. Entonces aparecieron dos botones en su<br />

pecho que me parecieron la antes<strong>al</strong>a del cielo. Ella<br />

cubrió sus vergüenzas con sus manos, intentando<br />

taparlas mientras le aparecía un sonrojo de tomate<br />

maduro, pero no pudo evitar que antes dejaran ver su<br />

pecho pequeño y eréctil, como el t<strong>al</strong>lo que empieza a<br />

s<strong>al</strong>ir de la tierra y que acabará siendo árbol.<br />

Mi pecho se desbocó <strong>al</strong> ver el suyo, mis ojos se<br />

pegaron a su cielo imaginando el paseo de mis manos<br />

por aquél cuerpo…, entonces me avergoncé de pensar<br />

en aquello tan incipiente como bonito.<br />

¡Diós…!<br />

Mi razonamiento luchaba contra mis deseos, sentía<br />

culpa y me avergonzaba de tener aquellos<br />

pensamientos, pero la beldad de aquella criatura me<br />

-163-


quitaba el sueño.<br />

Se <strong>al</strong>ejó de mi vista y de mi c<strong>al</strong>le con el pelo<br />

mojado, corriendo, con su cara derramando lágrimas de<br />

lluvia y de risas, gritando, mirando <strong>al</strong> diablillo del cielo<br />

que le había gastado aquella broma…<br />

—¿Por qué lloráis Marina…? —le gritó un vecino<br />

<strong>al</strong> verlas correr mojadas y con lágrimas de risa.<br />

—¡Es de la risa…! —le contestó la amiga en carrera<br />

a no se sabía donde.<br />

—¡Hay… la juventud! —dijo el vecino <strong>al</strong> verlas<br />

correr con expresión mezcla de envidia y añoranza—<br />

¡Quien la pillara!.<br />

Hay lágrimas que refrescan y desahogan y lágrimas<br />

que encienden las miradas; y aquellas lágrimas de<br />

Marina, que eran lágrimas de ojos color del cielo,<br />

pícaras y a la vez inocentes, encendieron a mis ojos que<br />

soñaban con ellas.<br />

Yo también miré hacia arriba, pero para darle las<br />

gracias a la nube por desparramar sus gotas que me<br />

habían enseñado la gloria aquel día. Desvié mi cara<br />

hacia el cielo, para que también me la regara, pero<br />

Marina se había ido y la nube se fue siguiéndola,<br />

jugando con sus sombras.<br />

-164-


Mis pensamientos tenían sensación de culpa, pero<br />

no podía evitarlos.<br />

Tenía que dejar pasar el tiempo…<br />

Y pasó el tiempo, si es que a dos años de una vida<br />

se le puede llamar “pasar el tiempo“, y pasaron muy<br />

despacio, viendo como se transformaba en la criatura<br />

más bonita.<br />

Sus pechos crecieron, sus piernas se <strong>al</strong>argaron y su<br />

cintura quedó como estaba, diminuta y ligera como la<br />

de una avispa; a la vez que su piel, mezcla de nieve y de<br />

trigo maduro, brillaba a los reflejos del sol.<br />

¡Era preciosa…!<br />

Es difícil definir a <strong>al</strong>guien que tú quieres.<br />

Seguramente se aumentan sin pretenderlo sus virtudes,<br />

a veces parecen verdades cuando son en re<strong>al</strong>idad<br />

mentira, que solo lo ven tus ojos…, pero en este caso,<br />

no. Marina era especi<strong>al</strong>. Tenía facciones delicadas, pero<br />

con una fuerza inexplicable; sin ser <strong>al</strong>ta, resultaba<br />

imponente. Su pelo colgaba como una cascada hasta su<br />

cintura, derramando brillo mientras se cimbreaba como<br />

los t<strong>al</strong>los de un sauce llorón; pero ella siempre estaba<br />

contenta; daba <strong>al</strong>egría y belleza a todo lo que tocaba, lo<br />

mismo que a los espacios a donde llegaba.<br />

-165-


¡¿Y su mirada…?!<br />

Me quedaba embobado mirándola mientras ella reía<br />

<strong>al</strong> verme embobado. M<strong>al</strong>iciosa, con desparpajo y<br />

timidez <strong>al</strong> mismo tiempo. Con esa autoridad que da el<br />

espejo <strong>al</strong> ver reflejado en el vidrio <strong>al</strong>go bonito, con ese<br />

sentido de coquetería adolescente que da brillo a las<br />

niñas cuando se sienten mujeres. Marina siempre<br />

empezaba los s<strong>al</strong>udos y las conversaciones; también las<br />

terminaba; como si ella fuera la mujer y yo el niño, pero<br />

no me importaba porque me daba una serenidad su<br />

presencia que apaciguaba mis sentidos. En eso, como<br />

en tantas otras cosas, ellas maduran cuando nosotros<br />

aún estamos muy verdes.<br />

Le brillaban siempre los ojos, con el misterio de los<br />

ojos azules.<br />

¿A veces me pregunto por qué tendrán tanto misterio<br />

los ojos de las mujeres…,? ¿y ese brillo a cera<br />

encendida que parece que siempre lloren…? Si están<br />

contentas: brillan con resplandor de agua <strong>al</strong> sol; si están<br />

tristes: brillan con color de lágrimas de crist<strong>al</strong>. Pero<br />

siempre brillan. Es como si tuvieran un sol dentro de<br />

cada mirada.<br />

Así miraba Marina. Con miradas de sol y brillo que<br />

me derretían <strong>al</strong> llegar hasta mi cuerpo.<br />

-166-


En unas fiestas de verano, empezamos a “s<strong>al</strong>ir”<br />

después de una noche de <strong>al</strong>garabía y risas. Sus amigas<br />

sonreían <strong>al</strong> vernos mientras ella las mandaba a la porra<br />

<strong>al</strong> ver sus risas m<strong>al</strong>iciosas. Y a mi me gustaba verla reír,<br />

era como si su risa volara a un mundo imaginario donde<br />

yo la esperaba.<br />

Aquellos ojos tan azules podrían haber matado<br />

tantos corazones, que siempre estarían de entierro;<br />

aunque parece que decidió solo romper uno: el mío. Y<br />

lo consiguió. Me lo dejó destrozado, arrollado como si<br />

por encima me hubiera pasado una locomotora. Soñaba<br />

con ella, tenía celos de los otros mozos que la<br />

perseguían como perros en celo…, y ella reía; siempre<br />

reía.<br />

Parecía disfrutar castigándome.<br />

Llegó un momento en el que decidí adelantarme,<br />

pensé que si no me decidía, la perdería; que tantos<br />

perros para una sola presa acabarían con ella. Así es que<br />

en una fiesta que bebí <strong>al</strong>go que sabía a rayos, pero que<br />

me env<strong>al</strong>entonó la cabeza, le pregunte:<br />

—¿Te gusta <strong>al</strong>guien…? —se lo pregunté mientras<br />

temblaba todo mi cuerpo igu<strong>al</strong> que un sonajero en la<br />

mano de un niño. Y entonces me respondió con una<br />

sonrisa que heló mis venas:<br />

-167-


—Sí. ¡Tú…!<br />

Me tembló hasta la lengua.<br />

Creo que b<strong>al</strong>bucee <strong>al</strong>go que no recuerdo, pero que<br />

debió de ser muy estúpido, porque ella soltó la risa. Me<br />

dio un poco de vergüenza <strong>al</strong> imaginar mi cara de<br />

imbécil; solo me conformó lo que s<strong>al</strong>ió de sus labios:<br />

—¡A mi me gustas, tú! ¿O es que eres tonto…?<br />

Se acercó a mí y me estampó un beso, que sonó en<br />

la noche como un cohete de feria. Y el cohete debería<br />

de ser yo, porque creo que casi me desmayo <strong>al</strong> oír<br />

aquellas p<strong>al</strong>abras. Su amiga Pepi, que escuchó todo<br />

aquello fisgoneando nuestra intimidad, reía de manera<br />

insolente.<br />

—¡Vaya…! ¡Ya tenemos otra parejita! —soltó en<br />

voz <strong>al</strong>ta, lo que provocó que todos nos miraran y yo<br />

quedara por debajo de las pisadas.<br />

Marina seguía riendo de manera provocativa, lo<br />

que me producía una mezcla entre bochorno y<br />

complacencia.<br />

—No seas tonto… —me dijo a la oreja—, tú me<br />

gustas y yo te gusto. Olvídate de los demás... ¿O es que<br />

no te gusto…? -168-


—¿Qué si me gustas…? ¿Es que no se nota?<br />

—Claro que se nota… Y me gusta que se note.<br />

—Bueno... —fue lo único que dije <strong>al</strong> ver como<br />

hablaba, como si lo que s<strong>al</strong>ía de sus labios no tuviera la<br />

mayor importancia. Sacando pecho a la noche y <strong>al</strong> ruido<br />

que ocultaban una legión de tambores; los que sonaban<br />

dentro de mí. Yo, que la tenía a cada momento en mis<br />

pensamientos, que había esperado pacientemente a que<br />

se convirtiera en mujer…, ¡y a ella todo le parecía<br />

norm<strong>al</strong>!<br />

En fin…<br />

Seguimos la fiesta.<br />

Estaba un poco mareado; dudé de si era la bebida o<br />

de las p<strong>al</strong>abras que no querían asumir mis orejas, tontas<br />

de escuchar lo que habían escuchado. Ella seguía igu<strong>al</strong>,<br />

rompiendo las miradas como me había roto a mí.<br />

Acabó la fiesta y sus amigas se fueron. No se si las<br />

echó o se fueron, pero el caso es que nos quedamos<br />

solos.<br />

—¿Me acompañas a casa? —me preguntó<br />

tontamente; sabía la respuesta.<br />

-169-


—Claro… —fue lo único que respondí, costaba<br />

sacar a mis p<strong>al</strong>abras que estaban amarradas a no se<br />

donde.<br />

Empezamos a andar en dirección a su casa,<br />

temiendo que el camino fuera demasiado corto, que<br />

todo fuera una broma; no quería que aquellos ojos que<br />

brillaban en la noche se burlaran de mis sentimientos.<br />

Con esa inseguridad que dan los primeros pasos del<br />

corazón.<br />

A los pocos minutos, cuando el bullicio desapareció<br />

y solo las pocas luces de las c<strong>al</strong>les daban luz a nuestro<br />

camino, temiendo no se qué, le pregunté:<br />

—¿No será broma lo que has dicho?<br />

—¿Qué…? ¿Que me gustas? Con eso no se debe<br />

hacer broma. Si no fuera así, no te lo diría.<br />

Me quedé otra vez sin p<strong>al</strong>abras, aún más atontado,<br />

viendo como su cadera se pegaba a la mía; sintiendo<br />

como sus manos se agarraban a mis dedos. Noté como<br />

un suave c<strong>al</strong>ambre pasaba de sus manos a las mías. Se<br />

paró a la sombra de una tapia y me reg<strong>al</strong>ó un beso tan<br />

suave, que me olvidé de mis piernas que a su vez<br />

quedaron olvidadas en la tierra.<br />

—¡Yo te quiero…! —me dijo por primera vez seria<br />

-170-


mientras apretaba su pecho contra el mío—. ¡Desde que<br />

te vi la primera vez…!<br />

Mi oído, me entregó un esc<strong>al</strong>ofrío, que recorrió mi<br />

cuerpo y se clavó en la medula de mis huesos que<br />

también se estremecían.<br />

Sus labios murmuraron a mi oreja un sonido que<br />

sonaba a canto de ruiseñor; con una voz temblorosa que<br />

parecía derribar todo su control. A pesar de la c<strong>al</strong>idez de<br />

la noche, temblaba su cuerpo como una flor a las gotas<br />

del rocío; entonces comprendí que decía la verdad, que<br />

no se podía engañar con aquel sonido que s<strong>al</strong>ía de sus<br />

labios.<br />

Intenté tomar el control del asunto, vengarme de<br />

tantos días en los que ella me había matado con sus<br />

risas; no sin antes tener que echar todos mis redaños a<br />

la noche, y suerte que era de noche, porque de haber<br />

sido día claro, ella habría visto mis labios que<br />

temblaban como los de un anim<strong>al</strong>illo helado. Cogí<br />

genio. Me avergonzaba pensar que ella diera todos los<br />

pasos, con ese estúpido orgullo machista de hombre no<br />

maduro. Y la apreté contra la tapia con todas mis<br />

fuerzas, tanto, que casi la tumbamos <strong>al</strong> suelo.<br />

Se apartó riendo y besándome, recordándome que<br />

ella mandaba.<br />

-171-


—¡Puf…! —dijo— Pensaba que te costaría, que yo<br />

no te gustaba.<br />

—¡Que si me gustas…?<br />

—Como siempre estabas distante. Me tratabas como<br />

a una niña. —me decía con una sonrisa que brillaba más<br />

que las estrellas que nos <strong>al</strong>umbraban.<br />

Mis ojos, ciegos a todo lo que no fuera ella, se<br />

reabrieron a la noche y miré <strong>al</strong> cielo. Todas las estrellas<br />

se presentaron a la oscuridad de la noche para s<strong>al</strong>udarla.<br />

Me c<strong>al</strong>mé un poco.<br />

Seguimos agarrados de la mano y parando a cada<br />

sombra. Inundando los metros con tantos besos, que<br />

desapareció el camino que fue corto como un suspiro.<br />

Me dio el último. A escondidas de todos los ojos menos<br />

los de la noche; me dijo hasta mañana, o mejor hasta<br />

después, que el <strong>al</strong>ba ya brillaba <strong>al</strong> nuevo día.<br />

Me fui hasta mi casa tan despacio, que llegué con el<br />

sol a mis esp<strong>al</strong>das; paré en todos los poyatos y en todos<br />

los trancos, despacio, pensando en aquellos ojos que<br />

ahora parecía que serían míos, queriendo retener<br />

aquella noche; pero llegó el nuevo día, brillante, el<br />

mejor día de mi vida.<br />

-172-


Es difícil explicar como pasan estas cosas; como<br />

llega tu hora agarrada de la mano del destino y te agarra<br />

de la tuya, y aquella noche había llegado con fuerza,<br />

había lanzado su figura contra mis ojos con la intensi-<br />

dad de un latigazo. A pesar de ser noche estrellada, sentí<br />

la lluvia estrellándose contra su cuerpo que ahora era el<br />

mío, retrocedí en mi pensamiento hasta el día que su<br />

pecho me estremeció…, y cerré los ojos para poder<br />

verla de nuevo.<br />

No pude dormir en muchas horas.<br />

Aquel día continuaban las fiestas y Marina estaría<br />

conmigo; y estuvo; tan pegada a mí que se clavó su<br />

fragancia de juventud a mis sentidos. Quería retener los<br />

minutos, estar a su lado, y muy despacio llegó la noche.<br />

En cuanto oscureció, ya solo pensaba en cuando la<br />

acompañara a su casa, solos los dos. Llegó esa hora y<br />

fuimos lentamente por las c<strong>al</strong>les, parándonos a cada<br />

sombra de la luna, besando su cara y sus labios que<br />

estaban templados como una primavera; pegado a su<br />

cuerpo, agarrando su cintura que parecía cortada.<br />

¡Dios, que noche…!<br />

Pasaron las fiestas y seguimos s<strong>al</strong>iendo; a pasear, <strong>al</strong><br />

cine, a todos los sitios…, y juntos.<br />

-173-


Los tiempos que siguieron fueron de ensueño; el<br />

cielo azul bajó a la tierra, a riv<strong>al</strong>izar con los ojos de<br />

Marina aún sabiendo que perdía. Ella resplandecía cada<br />

día más; había muchachas bonitas, pero Marina era la<br />

mas preciosa.<br />

Al menos para mí, claro.<br />

Pasaron las estaciones.<br />

Marina se había pegado a mí como una lapa a una<br />

roca…, y yo a ella, como un sueño a la noche.<br />

Llegaron tiempos de felicidad absoluta.<br />

Marina se h<strong>al</strong>laba en toda la plenitud de la peregrina<br />

hermosura, o mejor dicho: en ese momento en que una<br />

mujer, conocedora de su propia natur<strong>al</strong>eza, reg<strong>al</strong>a<br />

belleza a todo lo que mira; y parece ser, que solo en mí<br />

fijaba su mirada.<br />

No podía ser mejor.<br />

Su cuerpo ya había olvidado las formas de niña,<br />

aunque aún conservaba esa aureola mezcla de mujer y<br />

niña <strong>al</strong> mismo tiempo. Sus cabellos parecían abrazar el<br />

azul de sus ojos…<br />

-174-


¡Dios, que bonita que era…, y sigue siendo!<br />

Nunca olvidaré el día que la tuve por primera vez sin<br />

las fundas de su ropa entre mis manos.<br />

Era un día c<strong>al</strong>uroso.<br />

S<strong>al</strong>imos a pasear por las veredas de la vega, a<br />

escuchar como las aguas de las acequias murmuraban<br />

su frescor de atardecer. El día había sido bochornoso y<br />

el campo atraía; el frescor y su aroma seco, entraban<br />

como una droga a los pulmones. Nos sentamos a ver la<br />

puesta de sol en un recodo del camino; metimos los pies<br />

en el agua que estaba como sacada de un glaciar.<br />

—¡Hay que ver…! —dijo—, con el día tan c<strong>al</strong>uroso<br />

y lo fresca que discurre el agua.<br />

—¡Fresca y limpia! —contesté.<br />

El sol ya se estaba despidiendo, cuando notábamos<br />

como el agua acariciaba nuestros pies, era como una<br />

lengua helada. El color de oro de los últimos rayos del<br />

día se estrellaba contra su cara; su cara y todo su cuerpo<br />

que brillaba más que los propios reflejos del sol.<br />

Parecía un imán de los reflejos.<br />

-175-


Me quede mirando como aquel cuerpo de mujer se<br />

recostaba sobre las yerbas del ribazo. Invitando a la<br />

lujuria; era como una diosa de fuego. Abrió sus ojos y<br />

brillaron como témpanos de hielo mientras yo me<br />

derretía <strong>al</strong> mirarlos. Los cerró de nuevo, castigándome.<br />

Se rió <strong>al</strong> ver mi cara, de idiota, como siempre que la<br />

miraba; sabía que ella era la dueña mis pensamientos.<br />

La sombra de mi cuerpo, <strong>al</strong>argada por los rayos del<br />

crepúsculo, besó su cara y su labios que brillaban con<br />

brillo propio, sin necesidad de luz ajena... Seguí a mi<br />

sombra; celoso de que antes la besara. Me acerqué a su<br />

cuello que olía a aromas de otro mundo…, y la besé.<br />

A los besos en su cara seguí con los besos a su <strong>al</strong>ma.<br />

Ella se dejaba. Cerró los ojos y se apagó la luz azul<br />

del campo; besé su frente, sus zarcillos que colgaban de<br />

sus orejas como frutos maduros. Abrió de nuevo sus<br />

ojos y los cerró; besé sus parpados cerrados que estaban<br />

suaves como amapolas…, otra vez sus labios que se<br />

convirtieron en la frontera de sus pensamientos…<br />

Seguí transitando por su hombro que estaba suave<br />

como las dunas de un cielo; llegaron a mis narices los<br />

aromas cálidos y jóvenes de su piel…, luego seguí a su<br />

cuerpo, a todo su cuerpo.<br />

¡Haay…!<br />

-176-


No seguiré contando, que hay cosas que no se<br />

pueden contar, solo diré que se largó el día y nos s<strong>al</strong>udo<br />

la noche.<br />

¡Y que noche…!<br />

¿…Seguramente…, después de todo lo contado, os<br />

preguntareis quien es, esa Marina…?<br />

No existe... ¡O t<strong>al</strong> vez sí…!<br />

Que siempre hay <strong>al</strong>guna mujer como Marina…<br />

Aunque la llamen por otro nombre.


© Antonio Medina Guevara<br />

© Editori<strong>al</strong> Atlantis (2.011-2.013)<br />

Publicado con autorización del autor


Editado con licencia del autor y<br />

De un capítulo de la novela:<br />

“No matéis <strong>al</strong> gorrión”<br />

ISBN: 978-84-92592-10-6


Historias y cuentos de Zújar<br />

Antonio Medina Guevara


Llegamos a la villa cuando el sol ya bañaba a los<br />

trig<strong>al</strong>es y les daba las formas de ondas del mar…, y sin<br />

avisar.<br />

Inmediatamente, me entregué a los placeres de la vista<br />

en primavera: <strong>al</strong> aire entre fresco y cálido, impregnado de<br />

los aromas que viajaban por el viento; a los paisajes que<br />

eran brochazos infinitos de una p<strong>al</strong>eta de arco iris…<br />

Mis pulmones y mis ojos disfrutaban más que un<br />

cochino en un charco.<br />

Aquella vez, <strong>al</strong> día siguiente, también acompañe a mi<br />

padre <strong>al</strong> campo.<br />

Era muy temprano, tanto, que <strong>al</strong> sol de cada día se le<br />

suponía durmiendo. El frescor de las mañanas<br />

primaver<strong>al</strong>es ofrecía un placer extraordinario a mis<br />

sueños. Como se despierta en un día de fiesta, me<br />

despertaron a mí.<br />

-187-


—Niño..., niño... —llamó varias veces mi padre con<br />

voz enérgica—. Que se hace tarde.<br />

Estiré lentamente todos los músculos de mi cuerpo,<br />

incluidos los de mi cerebro —si es que existen, pero que<br />

en caso de existir, seguro que estaban en el mejor de los<br />

sueños—. No entendía por qué dejar aquel estado de<br />

felicidad. ¿Para qué tanta prisa, si el campo estaría ahí<br />

más tarde, como siempre había estado, por toda la<br />

eternidad? ¡Que no se lo llevaría nadie...! Pero la<br />

insistencia de sus llamadas terminó por convencerme.<br />

—Ya voy..., ya voy...<br />

Respondí de manera perezosa, <strong>al</strong> mismo tiempo que<br />

ponía mis pies en el suelo de tierra prensada y fregada<br />

tantas veces, que parecía de duro cemento. Estiré por<br />

última vez los brazos en dirección <strong>al</strong> blanco y enc<strong>al</strong>ado<br />

techo de la habitación, a la vez que mi abuelo y<br />

compañero de cama retiraba las ropas que, como cada<br />

noche, ponía sobre mi cuerpo con la intención de hacer<br />

más confortables mis sueños.<br />

Mi madre me llamó desde la cama, me repitió que me<br />

abrigase, que por la mañana haría frescor; hice caso<br />

omiso, y llegué a la mesa donde mi padre ya tenía<br />

preparado el desayuno. Él ya consumía su taza de café de<br />

-188-


m<strong>al</strong>ta complementado con moyas de pan; a mí me daba<br />

un poco de asco ver flotar las moyas sobre el marrón del<br />

café, por lo que bebí el mío casi de un sorbo y s<strong>al</strong>í a la<br />

c<strong>al</strong>le con un rosco en la mano y dispuesto a acompañarle<br />

a la vega.<br />

—¡Vamos ya...! Papa...<br />

Le metí prisa a mi padre para devolverle la tocadura<br />

de narices que representaba hacerme levantar tan<br />

temprano, para vengarme, por ser domingo...<br />

Mi padre ni contestó y agarrando el ranz<strong>al</strong> del burro<br />

que nos había prestado la madre de Isabel, que había<br />

descansado aquella noche en mi casa, dispuso los<br />

aparejos sobre el anim<strong>al</strong> y s<strong>al</strong>ió.<br />

Mi perro y yo les esperábamos en la c<strong>al</strong>le.<br />

Montamos en el burro y en el serón de pleita que una<br />

vez fabricó mi madre con sus manos y para el burro que<br />

se murió; le solicité a mi padre:<br />

—Déjame las riendas...<br />

—No. —respondió autoritario.<br />

Partimos hacia el trozo de tierra de aquel día monta-<br />

-189-


dos en el asno, mi padre delante, y yo detrás. Avanzamos<br />

<strong>al</strong> despuntar el <strong>al</strong>ba por la c<strong>al</strong>le que parecía sacada de un<br />

cuento de hadas; los pequeños jardines ya brillaban a los<br />

primeros rayos del día, con su verde primaver<strong>al</strong>; los lilos<br />

se apiñaban en inmensos ramos de flores, blancas y lilas;<br />

y las casas, blancas como la nieve, esperaban la llegada<br />

de las fiestas.<br />

Y es que, <strong>al</strong> llegar la primavera, todas las paredes se<br />

enc<strong>al</strong>aban, hasta las de los corr<strong>al</strong>es; la c<strong>al</strong> viva hervía en<br />

los cubos y barreños, purificando las paredes año tras<br />

año. Algunas paredes, tenían tantas capas de c<strong>al</strong>, como<br />

años desde que <strong>al</strong>gunas manos las levantaron.<br />

Pasamos por debajo de un inmenso llorón que decían<br />

había plantado mi abuelo y que en los veranos daba<br />

sombra a la c<strong>al</strong>le; andando por la vereda no tardamos en<br />

escuchar el murmullo de la fuente. La fuente que no<br />

paraba de reg<strong>al</strong>ar agua a la acequia que pasaba por<br />

enfrente de mi casa.<br />

Al verla, le dije a mi padre que parara, que quería<br />

beber agua; él accedió, y también bajo a beber. Bueno,<br />

más que a beber, a saborear; re<strong>al</strong>mente no teníamos sed,<br />

pero era costumbre parar a beber su agua cuando pasabas<br />

por <strong>al</strong>lí, casi como un ritu<strong>al</strong>.<br />

En verano, cuando el c<strong>al</strong>or quemaba y volvían del<br />

campo los segadores, se quitaban sus sombreros de paja,<br />

capuzaban su cabeza hasta la cintura, y veías como su<br />

estomago se hinchaba de agua fresca y crist<strong>al</strong>ina. Sus<br />

-190-


arrigas parecían globos a punto de explotar.<br />

Los pajarillos se bañaban en las siestas, cuando solo<br />

los lagartos se atrevían cruzar bajo el sol...<br />

Los lagartos y nosotros; que la siesta era el momento<br />

más tranquilo para coger fruta ajena y bañarse en las<br />

b<strong>al</strong>sas, sin que ningún guarda te arreara.<br />

Una vez, Antonio, mi vecino y guarda forest<strong>al</strong>, nos<br />

pilló en una de esas siestas bañándonos en una b<strong>al</strong>sa. Era<br />

norm<strong>al</strong> que nos pillara; hacíamos tanto ruido que se nos<br />

oía <strong>al</strong> otro lado de la vega. Se agazapó por entre los<br />

matorr<strong>al</strong>es, sigilosamente, observándonos como un lince<br />

a los conejos y con su c<strong>al</strong>lado de compañía; supongo que<br />

cuando pensó como fastidiarnos, después de retirar<br />

nuestras ropas de los troncos de los olivos, nos llevó en<br />

“pelotas“ por la vega y por el pueblo. Como adanes. No<br />

hace f<strong>al</strong>ta imaginarse el bochorno de todos nosotros, ni<br />

las risas de los demás. Después nos obsequió con <strong>al</strong>gunos<br />

mamporros de su c<strong>al</strong>lado y de propina, los de nuestros<br />

padres.<br />

¡Disfrutó sádicamente aquel día…!<br />

Bebimos de la fuente.<br />

-191-


Actuamos con cierta celeridad; todos, menos el burro,<br />

que ese sí que parecía tener sed de verdad. Enseguida<br />

seguimos todos a nuestro destino: mi padre, el burro, el<br />

perro y yo. No mediamos p<strong>al</strong>abra <strong>al</strong>guna durante un buen<br />

trecho, a excepción del burro, que mediante rebuznos<br />

parecía querer conversación, a lo que mi perro, sin<br />

pedigrí, respondía mientras intentaba morderse la cola sin<br />

éxito, como queriendo tener la última p<strong>al</strong>abra..., o ladrido.<br />

Subíamos por el <strong>al</strong>tonazo por el que discurría el<br />

camino, hasta llegar a la parata donde despedían a la<br />

Virgen en su romería primaver<strong>al</strong>, a lo más <strong>al</strong>to del cerro.<br />

Le llamaban la Erilla Empedrá…, y no sé por qué, porque<br />

ni era erilla, ni era “empedrá”.<br />

Cosas del pueblo…<br />

Pasada la suave cuesta con la mente ya fresca, empecé<br />

a pensar en aquella fuente de nombre tan misterioso; le<br />

llamaban la fuente de las Doncellas, y hablaban de<br />

aquella fuente los viejos y los niños en cuentos de<br />

fantasías...<br />

¿Quienes habrían sido esas doncellas? ¿Qué había<br />

pasado con ellas...?<br />

Los viejos más fantasiosos hablaban del pasado moris-<br />

co del pueblo, y también decían que bajo la tierra de<br />

aquel barrio descansaban los huesos de moros infieles; y<br />

era verdad, <strong>al</strong>guna vez, escarbando en los huertecillos,<br />

encontrábamos restos óseos que hablaban del pasado.<br />

-192-


Decían, que cuando expulsaron a los árabes, <strong>al</strong>guno<br />

quedó merodeando por los campos y las c<strong>al</strong>lejuelas, de<br />

las que <strong>al</strong>gunas conservaban sus nombres antiguos, y<br />

sobre todo, en la <strong>al</strong>cazaba ruinosa. Y también hablaban de<br />

que sus espíritus nunca aceptaron dejar sus casas y sus<br />

tierras, y mucho menos, a sus antepasados.<br />

Tanto habíamos oído de aquello, que <strong>al</strong>gunas noches,<br />

en los cálidos estíos, y jugando en concursos de<br />

miedosos, los niños del barrio corríamos a encontrarnos<br />

con el sonido del agua de la fuente. En la oscuridad,<br />

esperando la voz de <strong>al</strong>guna doncella... Quedaba ganador<br />

el que aguantaba más segundos escuchando el murmullo<br />

del agua, el canto de los grillos, y las quejas de las<br />

lechuzas.<br />

Nunca escuchamos la voz de ninguna doncella, ni<br />

nada por el estilo y mucho menos vimos su imagen, pero<br />

seguro, que <strong>al</strong>lí estaban ...<br />

Seguimos andando por el camino y, poco a poco,<br />

disfrutábamos de la incipiente mañana.<br />

La senda atravesaba la vega, que estaba verde y<br />

limpia, como los ojos de Isabel, mientras las acequias<br />

murmullaban su agua crist<strong>al</strong>ina y cerca, lejos, por todas<br />

partes, los pájaros daban sus buenos días con las melodías<br />

más sonoras y hermosas.<br />

-193-


Yo ya era consciente de tanta belleza que desprende el<br />

campo en primavera. Y a pesar de tener claro nuestro<br />

destino, parecíamos vagar por las veredas, estrechas<br />

como venas de la vega, pero con mucha vida. A nuestros<br />

oídos llegaban claros y confusos los sonidos, los rumores<br />

del aire, de las fuentes, de los pájaros, de cu<strong>al</strong>quier cosa.<br />

Y con tanto desorden que sonaba como la mejor de las<br />

melodías.<br />

A lomos del burro, y cerrando los ojos, todo se veía<br />

transparente y limpio.<br />

Empezaron a brillar los primeros rayos de sol, con<br />

fuerza de primavera, derramando sus rayos de oro por el<br />

costado del Jab<strong>al</strong>cón, y ya se divisaba a los lejos, como<br />

una cajita en la <strong>al</strong>ta lejanía de la cima del cerro, la ermita.<br />

Había <strong>al</strong>gunos vecinos aún más madrugadores nos<br />

s<strong>al</strong>udaban <strong>al</strong> pasar.<br />

—Buenos días, Antonio... —se oyó la voz de un<br />

hortelano, no sin cierta sorna—. ¿Donde vais tan<br />

temprano?<br />

—Buenos días…, Manuel. —respondía mi padre sin<br />

hacer caso de su guasa.<br />

—¿Por qué se ríe ese hombre? —pregunté, sin<br />

entender su cachondeo.<br />

-194-


—Cosas de Manuel.... —dijo mi padre sin prestarle<br />

mucha importancia.<br />

Seguimos en dirección a nuestro destino por la vereda.<br />

Mi padre, en un <strong>al</strong>arde de equilibrio, liaba un cigarrillo<br />

de picadura a lomos del burro; el primero de la mañana.<br />

Sacó su chisquero de cuerda y lo encendió… Llegamos a<br />

nuestro destino y atamos con un soga larga <strong>al</strong> burro, para<br />

que comiera durante las horas en que él arreglaba el<br />

banc<strong>al</strong>, con una medida c<strong>al</strong>culada para que no llegara <strong>al</strong><br />

del vecino.<br />

A la tarde, cuando el sol ya parecía una inmensa<br />

moneda de fuego y cobre sobre el oeste de Jaufil…,<br />

regresamos.<br />

Yo me fui a jugar con los amigos y mi padre a<br />

descansar; que no paraba ni tan siquiera los domingos y<br />

lo agradecía más que la comida.<br />

Cuando todo acababa en aquél día; me puse a pensar<br />

que:<br />

…¡f<strong>al</strong>taban solo seis días para el sábado de Fiestas…!


De un capítulo de la novela: “No matéis <strong>al</strong> gorrión”<br />

© Antonio Medina Guevara<br />

© Editori<strong>al</strong> Atlantis


Historias de Zújar<br />

De un capítulo de la novela: “La noche que casi<br />

tocamos las estrellas”<br />

Antonio Medina Guevara


No me puedo quejar, la vida es generosa; aunque a<br />

veces, cuando estoy solo, añoro a los que se fueron y a<br />

<strong>al</strong>gunas que otras cosas…, ¡pero no me puedo quejar!<br />

Ahora, s<strong>al</strong>go a pasear por donde otros pasos<br />

conocidos antes pasaron. La lluvia y el tiempo parece<br />

que los borraron…, pero no. No los borraron, porque no<br />

los pueden borrar de mi memoria. Ahí están, yo los veo;<br />

con los ojos abiertos y también cerrados, porque para<br />

ver <strong>al</strong>go no hace f<strong>al</strong>ta tener los ojos abiertos.<br />

Cada día que pasa me <strong>al</strong>egro más de parecerme a<br />

ellos, de arregostarme por las cosas sencillas; esas cosas<br />

aparentemente igu<strong>al</strong>es, pero que a la vez son siempre<br />

tan diferentes. Y tenía razón mi amigo <strong>al</strong> decir que no<br />

hay que irse muy lejos, que el cielo a veces lo tenemos<br />

a los pies; y también que a veces lo pisoteamos…<br />

-199-


Se me olvidó contar, que unas semanas antes de<br />

todo aquello, Juan me preguntó que quería que me<br />

reg<strong>al</strong>ara para mi cumpleaños; le dije que nada, ¿que por<br />

qué tanta prisa?; si aún f<strong>al</strong>taban unos meses y que lo<br />

tenía casi todo; pero que si quería hacerme un reg<strong>al</strong>o<br />

que de verdad yo quería, que fuera un álbum de fotos<br />

viejas que sabía tenía en un baúl también viejo. Se rió<br />

de mis pretensiones tan poco caras y me contestó que:<br />

. Así es que, a la vuelta <strong>al</strong><br />

pueblo, en cuanto pude, cargué con el pesado baúl por<br />

el que nadie hubiera dado un duro por él, pero que yo<br />

sabía que estaba lleno de recuerdos sin precio.<br />

La cargué en el burro moderno: el tractor. Lo pasee<br />

por las c<strong>al</strong>les del pueblo como en una procesión;<br />

<strong>al</strong>gunos se reían <strong>al</strong> verme pasar con aquella antigu<strong>al</strong>la y<br />

me preguntaban si me mudaba, y yo les respondía que<br />

las cosas, cuanto mas antiguas, más v<strong>al</strong>iosas; después<br />

me dirigí <strong>al</strong> sitio de mi casa donde se archivan los<br />

recuerdos: la cochera.<br />

Cuando llegué a mi casa y lo descargué como pude,<br />

en una especie de ceremoni<strong>al</strong> y estando ya solo ante<br />

aquella caja, que ni era fuerte, ni había que abrirla con<br />

una combinación numérica, levanté el cierre y abrí la<br />

tapa que sonaba a puerta de castillo. Después de soplar<br />

<strong>al</strong> polvo acumulado por el paso y por las rendijas en el<br />

tiempo, lo primero que ví, fue una caja vieja de chapa,<br />

llena de fotos también viejas y cosas que sabían de los<br />

recuerdos.<br />

-200-


Después de dejar en el suelo un montón de libros<br />

que ni sabía que habitaran en silencio <strong>al</strong> fondo del baúl,<br />

viejos y descoloridos, me paré en una de las fotos<br />

también del color del otoño. Allí estaban reflejadas casi<br />

todas las personas que eran parte de mi vida: Juan,<br />

contándole <strong>al</strong> oído <strong>al</strong>go a Loli que la hacía reír; mi<br />

madre: joven y con unos trapos sobre sus rodillas, con<br />

la piel tan blanca y tersa, que parecía de porcelana y del<br />

color de la escarcha; mi padre: con su boina clavada a la<br />

sien y también con gesto <strong>al</strong>egre; una vieja, que supongo<br />

sería la madre de mi amigo o su suegra, y que sujetaba<br />

por la cintura a mi hermano de muy pocos años sentado<br />

sobre sus rodillas…, y un perro idéntico <strong>al</strong> que nos<br />

buscó por los campos y por el pueblo, que supongo<br />

sería de la familia…<br />

Mi familia de entonces…, antes de que mi hermana<br />

y yo fuéramos ni tan siquiera un proyecto…<br />

¡Pero mi familia…!<br />

Habían cosas con las que dudé en dárselas a sus<br />

hijos; se me pasó por la cabeza que, de haber sido de<br />

mis padres…, yo no las querría en otra casa, pero<br />

también pensé que no las echarían en f<strong>al</strong>ta…, y que <strong>al</strong><br />

fin y <strong>al</strong> cabo, en mis manos no se perderían…<br />

¿Por si acaso…?<br />

-201-


Seguí escarbando en los recuerdos ajenos, recuerdos<br />

de los que yo solo era participe en unos pocos, pero que<br />

<strong>al</strong> pasar por mis manos parecían que también los había<br />

vivido junto a todos ellos…<br />

…Y otra foto en la que aparecía una muñeca<br />

fabricándose en las manos de mi madre…, ¡la muñeca<br />

que nunca cerró sus ojos…!<br />

Algunos días; esos que parece que los sueños<br />

vuelven, me pongo a pensar en todos ellos y les hablo<br />

sin que nadie me oiga, para que no piensen que estoy<br />

loco y por que sé que están a mi lado; que me oyen<br />

aunque no les hable con mi boca.<br />

Me gusta y me da tranquilidad.<br />

Lo mismo que cada día recuerdo aquella noche y<br />

como la cara de Juan viajaba a otros tiempos<br />

pasados…, creo que fue feliz…, y yo de que lo fuera.<br />

Aquella noche fue especi<strong>al</strong>, casi tocamos con<br />

nuestras manos las estrellas.<br />

Me acordaba a menudo de su cara y de sus p<strong>al</strong>abras,<br />

también de lo que me dijo aquella noche y que por un<br />

tiempo se me había olvidado: “el día que me entierren<br />

no quiero bulla, tampoco me gustarían las lagrimas,<br />

-202-


solo que <strong>al</strong> bajarme <strong>al</strong> hoyo, estuviera rodeado de los<br />

que me aprecien”<br />

Así fue…<br />

A veces pienso que <strong>al</strong>gunas personas mueren donde<br />

les gusta, que la señora Muerte les deja escoger; por eso<br />

me conformo <strong>al</strong> pensar en mi padre y en Juan; parece<br />

que ellos pudieron escoger. ¿Y que mejor que cerrar tus<br />

ojos donde puedas soñar?, ¿donde puedas ver lo pasado<br />

y borrar lo que no te gusta…? Mi padre los cerró a los<br />

primeros rayos de sol reflejados sobre el azul del mar;<br />

Juan los cerró a las estrellas, a la inmensidad de la<br />

noche que bañaba lo que él quería…, oliendo los<br />

aromas del buen tiempo y junto a un amigo.<br />

¿Qué más se puede pedir…?<br />

Solo puedo decirles una cosa… ¡Gracias por pensar<br />

en mí…!<br />

Hay muchas cosas que ya no volverán, y si acaso<br />

vuelven, serán tan diferentes que no las reconoceremos;<br />

aunque siempre queda la memoria para llamarlas de<br />

nuevo…<br />

Pasó el tiempo y se olvidaron muchas cosas; pero<br />

-203-


no Juan. Él es mi amigo, mi maestro de las pequeñas<br />

cosas. Ese amigo que no te h<strong>al</strong>aga, que a veces te dice<br />

cosas que no quieres escuchar, pero que en los buenos y<br />

en los m<strong>al</strong>os momentos, siempre te acompaña. Que<br />

cuando no está, lo extrañas, y cuando él no viene, tú vas<br />

a él. Juan está en mis recuerdos, <strong>al</strong> lado de mi padre; a<br />

mi lado…, ¡junto a todo lo importante!.<br />

Cuando paseo por el campo, lo miro y todo lo veo<br />

como el día anterior y como el anterior…, y como<br />

siempre. Y <strong>al</strong> labrador, que pasa con su tractor lo mismo<br />

que su padre y el padre de su padre lo hacía con los<br />

mulos y el arado. Y el coche que ha sustituido <strong>al</strong> carro y<br />

la motocicleta <strong>al</strong> burro, pero todo sigue igu<strong>al</strong>. Ahí están<br />

los árboles, los mismos de antes y los hijos de los se<br />

secaron; los pájaros y el agua…<br />

Ahora, con el paso del tiempo, ya casi solo me<br />

dedico a recordar, que según parece dijo <strong>al</strong>guien, es el<br />

gozo de los que lo han vivido; todo me parece que fue<br />

efímero, pero no; yo creo que lo pasado es para<br />

siempre. Parece que el tiempo lo borra todo, ¿o es que<br />

t<strong>al</strong> vez no pasa nada?; que como decía Eustaquio<br />

cuando le preguntaban por su curvatura:<br />

<br />

Así creo que pasará con todos nosotros, lo mismo<br />

que pasó con todos ellos: que nos iremos un día, que<br />

-204-


quedarán los que llegaron después…, y que <strong>al</strong> menos a<br />

mí, no me gustaría que me olvidaran.<br />

Lo mismo que a Juan…<br />

Él me transmitió muchos sueños; pensamientos que<br />

<strong>al</strong>ivian los dolores de los m<strong>al</strong>os sueños; esos que llaman<br />

pesadillas. Y me <strong>al</strong>egro de que viviera siempre así, y<br />

que la vida se le fuera con un dulce sueño…, y, aunque<br />

dicen que nunca se tiene dos veces el mismo sueño, yo<br />

seré muy raro, porque en mi memoria siguen soñando<br />

los mismos recuerdos, los de aquella noche junto a mi<br />

amigo...<br />

Junto a Juan…<br />

¡La noche que casi tocamos con nuestras manos las<br />

estrellas…!<br />

Si como decía mi madre, que las personas no<br />

mueren mientras las recuerdan…, ellos, están muy<br />

vivos.<br />

…Y donde puñetas, acabaría el manuscrito…?<br />

Conclusión:<br />

-205-


Esta historia, no tiene buenos ni m<strong>al</strong>os; aventureros,<br />

villanos o viajeros que descubrieron mundos; ni tan<br />

siquiera personajes ilustres, de leyenda o que dejaron<br />

una gran huella a su paso…<br />

Solo es la historia —un poco inventada— de<br />

personas norm<strong>al</strong>es.<br />

De buenas personas…<br />

Son las cosas de la vida…<br />

Los que conocéis los lugares reflejados, os<br />

preguntareis, quien es ese Juan…<br />

No existe…, o t<strong>al</strong> vez sí. Que hay muchos Juanes<br />

paseando delicadamente por un mundo…, donde otros<br />

pisotean.<br />

A veces —t<strong>al</strong> vez sin darnos cuenta—, olvidamos<br />

que todos estamos de paso…, que todo se acaba; que<br />

solo somos andantes, emigrantes de la vida...<br />

Y que para atrás… —y aparte de los cangrejos—,<br />

solo andan los recuerdos.


Otros títulos del <strong>Autor</strong>:<br />

Edición americana<br />

No matéis <strong>al</strong> gorrión<br />

( Atlantis - Madrid 2.010 )<br />

Una mujer llamada Muerte<br />

( Pelícano - USA 2.011 )

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