Primera páginas pdf - Conocer al Autor
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Este libro está dedicado a todos mis sobrinos - nietos:<br />
Aitor, Laura, Ariana, Marina, Laia, Carlos,<br />
María, Ethan, Març, Dani y Leo.<br />
También para Andrea y Mini Yo.
Una mujer llamada Muerte<br />
Antonio Medina Guevara
“El día que a mi me entierren, no quiero bulla,<br />
tampoco lagrimas, solo que cuando me bajen <strong>al</strong> hoyo,<br />
esté rodeado de los que me aprecien …”<br />
No recuerdo quien lo escribió …
Dedicado a Don Pedro Antonio de Alarcón.<br />
Que parece ser, también di<strong>al</strong>ogó <strong>al</strong>guna vez<br />
con esa Señora…<br />
( Nota: A pesar del título, este es un cuento de<br />
fantasía y romance )
Una mujer llamada Muerte<br />
(Cuento fantástico)<br />
Antonio Medina Guevara
***<br />
Todos los derechos reservados. Ninguna parte de esta<br />
publicación puede ser reproducida, <strong>al</strong>macenada o transmitida<br />
en manera <strong>al</strong>guna, ni por ningún medio, ya sea electrónico,<br />
químico, mecánico, óptico, de grabación o de fotocopiado, sin<br />
autorización escrita de los titulares del copyright.<br />
Titulo: Una mujer llamada Muerte<br />
© 2011, Antonio Medina Guevara.<br />
© 2011, Editori<strong>al</strong> Pelícano.<br />
<strong>Primera</strong> edición 2011.<br />
ISBN-13: 978-1460948170<br />
ISBN-10: 1460948173<br />
Impreso en USA / Printed in USA<br />
Editori<strong>al</strong> Pelícano, Charleston, SC.
Se dice que ….
Hay muchos lugares que son bonitos; <strong>al</strong>gunos, hasta<br />
son preciosos. Pero en pocos sitios encontramos<br />
espacios que suman a su belleza un atractivo tan<br />
especi<strong>al</strong>, que los hacen a la vez misteriosos. Son<br />
lugares que te trasladan a un mundo de fantasía y que<br />
parecen sacados de un cuento.<br />
Así es una ciudad del Caribe...<br />
Cuentan los que la visitan, que Cartagena de Indias<br />
es tan romántica y bella…, ¡que marea!.<br />
Y puedo asegurar que eso es verdad.<br />
-11-
No se puede explicar con las p<strong>al</strong>abras, lo que se<br />
siente cuando se pisan las mismas c<strong>al</strong>les que<br />
anduvieron los pies de personajes de leyenda:<br />
conquistadores, aventureros, piratas y corsarios…, por<br />
sus mur<strong>al</strong>las, que fueron punto de partida de carabelas<br />
cargadas de oro, esmer<strong>al</strong>das, tesoros…, y amores que<br />
nunca volvieron. Que por <strong>al</strong>go la llaman “la Heroica”<br />
—será por el orgullo, de que nunca nadie logró<br />
doblegarla…— y, que siguiendo esos mismos pasos,<br />
también llegaron de las tinieblas de la noche: la<br />
esclavitud, la Inquisición y la muerte…<br />
Los nativos —<strong>al</strong>gunos muy supersticiosos—,<br />
conviven con el misterio y la belleza de sus c<strong>al</strong>les y<br />
plazoletas cargadas de historia y romances. Y son tantas<br />
las historias que cuentan, que se tardarían otros<br />
quinientos años en poder escucharlas todas; pero como<br />
no tenemos tiempo, contaremos solo una: la de un<br />
remendón zapatero…<br />
Tenía <strong>al</strong>rededor de veinte años y llamábase José<br />
Arn<strong>al</strong>do de los Ríos y Conde-Preciados.<br />
Ese era el nombre del mísero, de uno de los muchos<br />
míseros muchachos, que pululaban por las c<strong>al</strong>lejuelas y<br />
rincones de la vieja ciudad de Cartagena.<br />
Este, como ya he dicho, era muy pobre.<br />
Le f<strong>al</strong>taba a su vida casi toda clase de riqueza mate-<br />
-12-
i<strong>al</strong>, pero en cambio le sobraba lo que no se puede<br />
comprar con dinero: s<strong>al</strong>ud y <strong>al</strong>egría.<br />
Aquél muchacho tenía un nombre tan rimbombante<br />
y largo, como f<strong>al</strong>so. Y se le suponía f<strong>al</strong>so, porque<br />
seguramente quien se lo dio, se lo había inventado unos<br />
minutos antes de inscribirlo —si es que acaso lo había<br />
hecho— y, que por tener, solo tenía nombres; pero en<br />
cambio sí tenía Arn<strong>al</strong>do ese <strong>al</strong>go que vuelve locas a las<br />
mujeres.<br />
No me m<strong>al</strong> interpretéis; que ese <strong>al</strong>go era casi todo lo<br />
que puede tener un hombre: porte, gracia, g<strong>al</strong>antería y<br />
s<strong>al</strong>sa incrustada en sus nervios y circulando tan rápida<br />
como la electricidad por su sangre. En definitiva: era un<br />
g<strong>al</strong>án de éxito, que derramaba simpatía en la misma<br />
proporción que el Can<strong>al</strong> del Magd<strong>al</strong>ena, derrama sus<br />
aguas <strong>al</strong> Caribe. Pero aún así, abundante en pobreza.<br />
Era casi tan pobre, como el más pobre de su barrio y<br />
pasaba sus días m<strong>al</strong>viviendo a pocos metros de la c<strong>al</strong>le<br />
de las Damas, lugar de gentes pudientes habitando la<br />
comodidad de las casas históricas, y de <strong>al</strong>guno más<br />
pobre que las ratas, que tenía que hacerlo bajo los<br />
dinteles, o sobre aceras y port<strong>al</strong>es. Vamos, tan pobres<br />
como él mismo.<br />
Solo su nombre y apellidos, tan largo como el de un<br />
noble que solo conserva su escudo, y su piel blanca a la<br />
vez que dorada por el reflejo del mar que rompe detrás<br />
-13-
del b<strong>al</strong>uarte, disimulaban un poco su situación tan<br />
humilde. Eso, aparte de sus manos teñidas de negro y<br />
marrón que delataban su proceder remendón; pero que<br />
si apartamos esos det<strong>al</strong>les, nada se podía decir de él…,<br />
¡s<strong>al</strong>vo que era miserable!. Aunque como parece, que a<br />
veces es verdad, que para ser feliz no es necesario el<br />
dinero, él, era feliz remendando zapatos de todas clases.<br />
Algunos, con tantos arreglos en su piel y con tanto<br />
betún, que se parecían <strong>al</strong> rostro de la negra que le<br />
lavaba la ropa y que a veces…, ¡hasta se la planchaba!.<br />
Arn<strong>al</strong>do siempre se sintió un poco diferente.<br />
¡Era norm<strong>al</strong>…!<br />
No en la pobreza —que en eso eran todos igu<strong>al</strong>es y<br />
tan solo estaban s<strong>al</strong>picados por <strong>al</strong>gunos criollos y<br />
mestizos que, venidos a bien con el transcurrir del<br />
tiempo, ya se encargaban de recordarlo a cada momento<br />
para que no olvidaran la diferencia de clases... ¡Por si<br />
acaso, <strong>al</strong>guna vez lo olvidaban…¡—, pero sí en el color<br />
de su piel, muy escaso entre los de su clase.<br />
Además de todo esto y —como ya he dicho—, no<br />
coincidía su color para nada, con el de su madre…<br />
Cosa rara esta circunstancia —la del color diferente<br />
a la de su madre. Ya que lo norm<strong>al</strong> debiera de haber<br />
sido que no coincidiera con la del padre (como ocurría<br />
en muchas familias), pero lo que estaba claro, es que en<br />
-14-
ningún otro caso nadie sabía de uno como el suyo—, lo<br />
que ya desde muy niño, le reportó buenas dosis de burla<br />
por parte de otros “pelaos“, no sabemos si con envidia,<br />
o crueldad propia de la infancia.<br />
El caso es que era diferente…<br />
Arn<strong>al</strong>do, a su vez y para también hacer v<strong>al</strong>er su<br />
diferencia, decía a quien quería escucharlo —que<br />
siempre eran <strong>al</strong>gunos cuenta cuentos y muchas damas,<br />
como el nombre de su c<strong>al</strong>le—, que él venía de<br />
aguerridos conquistadores; de españoles que con espada<br />
en una mano y crucifijo en la otra, la emprendieron<br />
hacía ya <strong>al</strong>gunos siglos con los desgraciados de los<br />
caribes nativos y otros pobres negros llevados a la<br />
fuerza desde África.<br />
—¡Pero yo no tengo la culpa…! —decía—, son<br />
cosas del pasado y nada tengo en contra de los negros ni<br />
caribes…, ¡y menos contra ellas…!<br />
¡Yo soy un auténtico criollo…!<br />
Y era verdad…<br />
Sobre todo en lo referente a que él no tenía la culpa<br />
de lo pasado en la historia; también en que no tenía<br />
nada en contra de “ellas”.<br />
Olía una piel tersa y joven de fémina, a millas de<br />
-15-
distancia, y en cuanto la tenía a su <strong>al</strong>cance, poco le<br />
importaba que estuviera comprometida, casada o viuda,<br />
que como buen cazador, toda presa le daría su<br />
recompensa.<br />
También afirmaba —con f<strong>al</strong>sa modestia—, que si<br />
tenía <strong>al</strong>gún atractivo, sería por su madre que era la<br />
mujer más elegante y bella de Cartagena —aunque<br />
nadie la recordaba, conoció, ni la había visto nunca—, y<br />
de su padre: que fue el mulato más apuesto y s<strong>al</strong>sero de<br />
la Heroica…<br />
Pero la vieja que lo brezó en su vida, lo amamantó<br />
siendo un recién nacido, que lo <strong>al</strong>imentó de joven y que<br />
era más negra que una noche sin luna, ella sí que sabía<br />
de su verdadero proceder: lo abandonaron a la puerta de<br />
su chabola otra noche de bochorno interminable. Una<br />
de las tantas y vulgares noches del caribe. Y que su<br />
madre, habría sido <strong>al</strong>guna prostituta amarrada <strong>al</strong> muelle<br />
de la cartera de <strong>al</strong>gún extranjero blanco. Que su padre<br />
no pudo ser <strong>al</strong>gún chulo negro de dientes tan blancos,<br />
que brillarían bajo las sombras de las esquinas<br />
esperando a cobrar los servicios prestados por su madre<br />
para así gastarlos en otras igu<strong>al</strong> de rameras, o en<br />
borracheras de ron barato.<br />
Lo más probable, es que fuera fruto de una prostituta<br />
blanca y un turista extranjero, en una noche de mucho<br />
sexo y poco amor, quizá, todo ello propiciado por el<br />
fulgor de la pasión que da el <strong>al</strong>cohol. No tenía otra<br />
-16-
explicación, porque, ni su rostro, ni su piel, tenía el más<br />
mínimo parecido a nadie conocido.<br />
La vieja que lo crió —que solo era bella en su<br />
interior— y no la madre que lo parió —que a vistas de<br />
lo que dejó <strong>al</strong> mundo, debió de serlo solo en lo<br />
exterior—, fue en re<strong>al</strong>idad su verdadera madre. No en<br />
lo natur<strong>al</strong>, que la vieja era casi tan negra, como él de<br />
blanco, pero si <strong>al</strong> menos en lo afectivo.<br />
Lo crió como pudo.<br />
Trabajando desde siempre como vendedora de<br />
frutas, playa arriba y playa abajo; limpiando mierda a<br />
los señoritos de piel oscura que odiaban a los negros,<br />
como negros…, y también como santera que le<br />
proporcionaba más beneficio que deslomándose.<br />
Le llamaba —como todos—, por el nombre de<br />
Arn<strong>al</strong>do; que el de José era muy español y vulgar —<br />
decía—, y los españoles habían sido muy cabrones<br />
según le enseñaron en la escuela —la de la c<strong>al</strong>le, claro,<br />
porque la pobre mujer, ni vio, ni supo nunca, lo que era<br />
un pupitre.<br />
El caso es, que lo había criado como a su hijo, y<br />
como a su hijo lo trataba.<br />
Lo llevó a la escuela mientras otros niños vivían en<br />
la c<strong>al</strong>le —muy pobre, pero recogido— y <strong>al</strong> llegar a la<br />
-17-
pubertad, una vez aprendió Arn<strong>al</strong>do a defenderse con<br />
las cuatro reglas de cálculo, y una buena dosis de<br />
p<strong>al</strong>abrería aprendida en la otra universidad misma de la<br />
c<strong>al</strong>le, lo presentó a un zapatero que presumía de ser el<br />
mejor de la ciudad vieja, y que también este y como era<br />
de esperar, decía que el oficio se lo había transmitido su<br />
padre, que a su vez era hijo del hijo de otro zapatero<br />
oriundo de Toledo; un auténtico artesano de la piel que<br />
c<strong>al</strong>zó a reyes y conquistadores, que partió detrás de sus<br />
clientes hacía ya muchas generaciones a hacer las<br />
Américas.<br />
—¡Yo soy hijo, nieto, biznieto y Dios sabe qué más,<br />
de uno de los mejores zapateros de viejo en la corte de<br />
España…! —decía su maestro a quién le preguntaba—.<br />
(Y también a quién no) ¡Creo que <strong>al</strong>guno de la familia,<br />
hasta sería noble…!<br />
Todo eso era poco creíble; pues, quién le enseñó el<br />
oficio, que también era más negro que la conciencia de<br />
un usurero, y que como buen mentiroso y negro, decía<br />
que él no era negro; que era más bien mulato oscuro y<br />
todo por culpa de una antepasada caribe que se<br />
emparejó con su abuelo…<br />
¡Pero que él, no era del todo negro…!<br />
En fin…, que todos los que le rodeaban eran de piel<br />
y de mente bastante oscura. Que si había <strong>al</strong>guna gota de<br />
sangre blanca en sus venas, se habría ido más que bron-<br />
-18-
ceando con el tiempo y <strong>al</strong> sol del caribe, y que en medio<br />
de todos ellos, Arn<strong>al</strong>do más bien parecía una perla clara<br />
caída dentro de un tazón de chocolate, lo que debido a<br />
su buen porte y gran p<strong>al</strong>ique, la ciudad le ofrecía todo<br />
un repertorio de preciosas doncellas y otras no tanto —<br />
que <strong>al</strong>gunas tenían más marcas de amantes en su<br />
cuerpo, que pisadas en la playa—, pero que le servían<br />
para poder saciar su inagotable apetito mujeril, y de<br />
paso, llevarse unos pesos extra para sus cosas. Todo<br />
ello, muy propio de un hombre educado en el ambiente<br />
más machista y de ment<strong>al</strong>idad lo más machista posible.<br />
Una cosa curiosa: su puesto preferido de caza para<br />
las nativas, era la puerta de <strong>al</strong>guna de la decena de<br />
iglesias de la ciudad vieja, y para las extranjeras: las<br />
interminables playas.<br />
Nunca le f<strong>al</strong>taban presas.<br />
Arn<strong>al</strong>do dominaba las c<strong>al</strong>lejuelas y plazas, como un<br />
león domina la sabana. Era el rey de la plaza.<br />
En ese asunto no se podía quejar.<br />
En el de los asuntos de f<strong>al</strong>das, claro; aunque también<br />
en eso las cosas cambiaban, que <strong>al</strong>gunas féminas ya<br />
c<strong>al</strong>zaban pant<strong>al</strong>ón ajustado a sus endiabladas curvas.<br />
Pero para él, eso no era problema: solo significaban<br />
unos minutos más de labor.<br />
-19-
¡Que no se quejaba!.<br />
¿Y cómo lo iba a hacer…?, si con aquellos atributos<br />
triunfaba más que una ninfa ante un náufrago. Solo la<br />
negra que lo amamantó le recriminaba cada día su<br />
actuar. Le repetía y repetía, que <strong>al</strong>guna vez, cuando ya<br />
ni lo pensara, lo trataría <strong>al</strong>guna mujer entonces como él<br />
las trataba ahora; y que recordara, que el día que<br />
sintiera <strong>al</strong>go por <strong>al</strong>guna y esta no le correspondiera,<br />
sabría lo amargo que es sufrir del corazón. Que ella,<br />
aunque ya fuera vieja y arrugada negra, también fue una<br />
vez joven y con la piel tersa; que aún recordaba, el<br />
desasosiego y las lágrimas, que derramó en su día por<br />
un hombre como él.<br />
Pero eso sí: oscuro.<br />
Que se andara con cuidado, que a veces el tiempo<br />
devuelve el doble de lo que tú le entregas...<br />
¡Hasta con intereses no deseados!.<br />
Arn<strong>al</strong>do no le hacía caso, claro; ¿quien se acuerda de<br />
lo que es el hambre, cuando está saciado?, ¿Quién se<br />
pregunta lo que es la vejez, cuando la piel la tiene tersa<br />
y brillante…?<br />
¡Nadie…!<br />
Además, para que preocuparse de un tiempo tan<br />
-20-
lejano.<br />
Debido a sus buenas artes y a otras, no tan buenas,<br />
pero sobre todo, a sus buenas manos que igu<strong>al</strong><br />
arreglaban un zapato que un cuerpo de mujer, el joven<br />
triunfó en su barrio…, y después de dejar a su maestro,<br />
descompuesto, cabreado y sin clientes, inst<strong>al</strong>ó un<br />
rudimentario t<strong>al</strong>ler de zapatero bajo la habitación que<br />
desde casi siempre había sido su humilde morada.<br />
Al poco, y a vistas de lo bien que le iba el negocio,<br />
pensó en complementarlo con la venta de unos pocos<br />
pares de zapatos que decía eran de procedencia<br />
it<strong>al</strong>iana… —¡la cuna de los buenos zapatos europeos!—<br />
, pero que en re<strong>al</strong>idad arrastraban todavía su acento<br />
mandarín….<br />
Después, otros más…, y más.<br />
Al cabo de unos años, aquello se convirtió en un<br />
buen negocio y entonces, ya dejó de ser reparador de<br />
suelas y lustrador de pieles viejas, para pasar a ser un<br />
buen vendedor de zapatos nuevos. Aunque eso sí, con<br />
menos pedigrí que los perros sarnosos que dormitaban<br />
en los port<strong>al</strong>es de las estrechas c<strong>al</strong>les de Cartagena.<br />
¡Había triunfado…!<br />
Olvidó los utensilios de remendón y solo los usaba<br />
en contadas ocasiones. Él decía que seguía siendo el ar-<br />
-21-
tesano de la elite de la Heroica, y sabía sacar provecho<br />
de ello; como todo lo que sus manos tocaban. Unas,<br />
cuando <strong>al</strong>guna ricachona le solicitaba sus servicios,<br />
para que un zapato dejara de parecer una herradura en<br />
sus pies y se aproximara lo más posible a lo que sería<br />
un zapato de crist<strong>al</strong> en el pie de una princesa; otras,<br />
cuando los zapatos, eran un pretexto para otros<br />
menesteres que también empezaban por la piel; y muy<br />
pocas, cuando <strong>al</strong>gún pie digno de una misma princesa<br />
—pero pobre para poder pagar c<strong>al</strong>zado nuevo—,<br />
requería su saber hacer…, entonces usaba todo su arte y<br />
no solo el de remendón zapatero, sino también el de<br />
oportunista ladrón de corazones y cuerpos nuevos.<br />
—¡Para empezar con una mujer, siempre se le<br />
empieza por los pies…! —decía.<br />
En ningún otro caso volvió a tocar un zapato usado.<br />
A partir de entonces, empezó a vivir en un cierto<br />
mundo de lujo y placeres. Aposentó a su madre —a la<br />
negra, claro; que la otra ni Dios sabría por donde<br />
paraba—, en una casa en la que más bien parecía la<br />
sirvienta y fueron gozando de su buena estrella.<br />
No podía ser mejor.<br />
Reconocía haber conquistado su pequeño mundo del<br />
mismo modo que Bolívar —aquel señor tan orgulloso,<br />
que siempre estaba en su plaza recordando a todos sus<br />
-22-
conquistas y hazañas. Aunque eso sí, menospreciado y<br />
cagado, por toda clase de aves insolentes que no sabían<br />
de bat<strong>al</strong>las.<br />
A veces recordaba como muy lejano, cuando<br />
m<strong>al</strong>vivía en los bajos de la casa de la c<strong>al</strong>le cercana a la<br />
de las Damas —y que con su nombre parecía presagiar<br />
su futuro con ellas—; también, cómo la negra le cuidó<br />
desde siempre como a un hijo. Y se lo agradeció, fue<br />
quizá el único agradecimiento de su vida: la colmó de<br />
bienestar y hasta le puso una criada también negra para<br />
que le ayudara en sus labores domésticas, pero que en<br />
re<strong>al</strong>idad y <strong>al</strong> no estar la mujer acostumbrada, las dos<br />
acababan haciéndolas mano a mano…, ¡para que no se<br />
perdiera el oficio!.<br />
Todo le iba bien en la vida.<br />
Por un tiempo, se fueron de su memoria las<br />
preguntas relativas a su diferencia de color; su proceder<br />
incierto y otras cosas que pasaron sin más, <strong>al</strong> archivo en<br />
su <strong>al</strong>macén de recuerdos.<br />
Y ahora viene, cuando su vida da un tremendo<br />
giro…<br />
Un día, se presentaron casi a la vez, dos bellezas en<br />
su establecimiento en busca de moda para sus pies. La<br />
primera, era una preciosa mulata de piel color mezcla<br />
de trigo maduro y café de olla. Rondaría su puesta de<br />
-23
largo y era cándida como la flor más delicada. Vestía<br />
ropajes limpios, pero hechos de fibras que no sabían de<br />
riquezas; tenía unos ojos, brillantes y grandes, que más<br />
parecían dos inmensos soles negros…, ¡y un t<strong>al</strong>le y<br />
unas piernas…, de cuento de hadas!.<br />
Al verla entrar —como no podía ser de otra<br />
manera—, le dijo a su ayudante, que a esa, la atendía él.<br />
—¿En que puedo ayudarte, preciosa…? —fue su<br />
entrada.<br />
—Busco unos zapatos… —respondió la muchacha<br />
de manera inocente, como si en aquél lugar se pudiera<br />
buscar otra cosa.<br />
—¿De vestir…?<br />
—No… De pisar…<br />
—Quiero decir…, ¿de vestir…?, ¿de noche…?<br />
—Son para pisar en el día y en la noche…, pero que<br />
sean bonitos…, y económicos. Que v<strong>al</strong>gan poca plata…<br />
A otra la habría despedido mandándola a la tienda de<br />
enfrente; a la misma que se tenía que conformar con<br />
cu<strong>al</strong>quier pie de cu<strong>al</strong>quier cliente, aunque fuera con<br />
forma de pezuña; pero <strong>al</strong> ser la que tenía delante de sus<br />
ojos, aquella preciosidad, se mordió la lengua. Entonces<br />
-24-
le dijo:<br />
—Tenemos los mejores y los más bonitos. Pero no te<br />
preocupes, que seguro que unos pies como los tuyos,<br />
s<strong>al</strong>drán de aquí bien c<strong>al</strong>zados.<br />
Así fue… Como no.<br />
La preciosidad de muchacha, s<strong>al</strong>ió de la zapatería<br />
con la compra hecha y también con poco gasto —que<br />
para eso la había atendido Arn<strong>al</strong>do—, no sin antes<br />
haberle pedido su dirección por si había <strong>al</strong>gún<br />
“problema“. La chica no se la dio —que a pesar de ser<br />
tan joven, no era tonta—, y se fue contenta y sin saber<br />
que el problema la seguía muy de cerca. Efectivamente;<br />
de manera discreta, como un h<strong>al</strong>cón acecha a una<br />
p<strong>al</strong>oma, la siguió durante largo trecho y a pie —que los<br />
medios de transporte son para ricos—, hasta su humilde<br />
residencia: una medio chabola a las f<strong>al</strong>das de la Popa.<br />
Al ver donde vivía, despacio, dio Arn<strong>al</strong>do la vuelta a<br />
sus pasos decepcionado y ya con los pies ardiendo y<br />
cansados...<br />
Aquella preciosidad era aún más pobre que sus días<br />
de niño.<br />
Le había encandilado su rostro y figura —eso sí—,<br />
pero como era muy pobre para sus pretensiones,<br />
pensaba que pronto se apagarían las luces de su encan-<br />
-25-
dilamiento. Llegó a su negocio apesadumbrado. Por un<br />
lado, aquella criatura le atraía como la miel a las<br />
moscas, por otro, no estaba él como para rondar a<br />
miserables, por muy bonita que fuera la chica.<br />
Pero como su instinto de cazador podía más que su<br />
sentido egoísta, no tardó en cortejarla y en poco tiempo<br />
se convirtió casi en uno más de la familia. Que por otro<br />
lado, los padres de la chica no veían m<strong>al</strong> que su<br />
princesa aspirara a un mejor trono que el que le ofrecía<br />
la chabola, que tantos parientes disfrutaban. Y que por<br />
otro, Arn<strong>al</strong>do antepuso aquella vez lo que suspiraba su<br />
pecho, a lo quería su bolsillo…<br />
Era norm<strong>al</strong>… —<strong>al</strong> menos por parte de los padres de<br />
la muchacha—¿Qué padre y madre, no desea lo mejor<br />
para sus hijos…?<br />
Pero volvamos a la tienda de zapatos y a la otra<br />
clienta del mismo día.<br />
Por la mañana había llegado la joven; por la tarde<br />
llegó una elegante señora.<br />
—Buenas tardes… ¿En qué puedo atenderla,<br />
doña…? —fueron las p<strong>al</strong>abras de Arn<strong>al</strong>do <strong>al</strong> ver a la<br />
señora que derramaba apariencia y glamour, y por lo<br />
tanto, era de suponer que debería también derramar<br />
plata.<br />
-26-
—Busco zapatos de noche…<br />
—Pues ha venido <strong>al</strong> sitio donde están los mejores y<br />
más elegantes. Los tenemos de It<strong>al</strong>ia, Francia,<br />
Inglaterra, España… ¡Todos las marcas más afamadas y<br />
prestigiosas. —le respondió Arn<strong>al</strong>do, con tanta<br />
arrogancia o más, que un pavo re<strong>al</strong>.<br />
—¿Son auténticos…? —preguntó la mujer<br />
observando las suelas de <strong>al</strong>gunas piezas.<br />
—¡Señora…, me ofende!. Toda nuestra mercancía<br />
viene directa de Europa. No vendemos sino origin<strong>al</strong>es.<br />
Siguió la mujer observando las piezas<br />
det<strong>al</strong>ladamente, como verificando su autenticidad.<br />
Arn<strong>al</strong>do también hacía lo mismo: observaba a la mujer<br />
que parecía ser una auténtica señora. Por un momento,<br />
hasta él creyó que sus zapatos eran europeos, que solo<br />
habían pasado por <strong>al</strong>gún país asiático por cuestión de<br />
transporte.<br />
Como la mujer parecía saber lo que quería, y no<br />
pedía consejo <strong>al</strong>guno, Arn<strong>al</strong>do aprovechó para hacerse<br />
cáb<strong>al</strong>as sobre la intrigante señora que parecía fijarse<br />
solo en los zapatos y no en su figura, lo que le produjo<br />
una buena herida en su ego.<br />
Siguió an<strong>al</strong>izándola.<br />
-27-
Debían de haber pasado casi cuatro décadas de<br />
primaveras por aquél cuerpo, pero aún conservaba<br />
intacta toda la peregrina hermosura de la juventud…, es<br />
más, mucho más que cu<strong>al</strong>quier joven conocida. Unos<br />
ojos, grandes y profundos como un océano, miraban<br />
con apatía todo lo que daba su vista. Una piel, blanca y<br />
transparente como una escarcha, cubría un cuerpo que<br />
invitaba a pasear por la gloria…, o t<strong>al</strong> vez por el<br />
infierno.<br />
No cabía duda de que era la mujer más bella que<br />
nunca sus ojos habrían visto —y habían visto mucho—.<br />
Observándola, notó como su corazón se <strong>al</strong>teraba y sus<br />
manos se retenían ante aquella beldad. Entonces, con<br />
coraje de g<strong>al</strong>án despreciado, se atrevió a decirle:<br />
—Doña. Como parece que le cuesta decidirse, ¿qué<br />
le parece, si le llevamos a su residencia todos los<br />
modelos que ojea, y entonces decide de entre los más<br />
elegantes, cu<strong>al</strong> quedarse…, cuando ya esté tranquila…?<br />
—Me parece bien… Gracias.<br />
Cogió la mujer papel y lápiz, y le escribió unas<br />
letras y unos números. Extendió la mano con el papel<br />
escrito y le dijo sin mirarle a la cara:<br />
—Esta es mi dirección… Le espero mañana a las<br />
diez de la mañana… Por favor…, sea puntu<strong>al</strong>. No me<br />
gusta esperar ni que me esperen.<br />
-28-
Sin más. Sin tan siquiera torcer la mirada de sus<br />
ojos tan azules hacía su figura, se despidió de Arn<strong>al</strong>do<br />
hasta el día siguiente, con la fri<strong>al</strong>dad de un trozo de<br />
hielo.<br />
Se fue.<br />
Quedó el g<strong>al</strong>án roto. Enamorado hasta los tuétanos<br />
de aquella mujer que destilaba belleza y misterio en<br />
cantidades astronómicas. Se quedó mirando mientras la<br />
veía desaparecer por la c<strong>al</strong>le como flotando, andando<br />
lentamente en dirección a la plaza e iglesia de Santo<br />
Domingo y rodeada de una aura de virgen celesti<strong>al</strong>. Con<br />
su piel tan blanca, que brillaba como una nube <strong>al</strong> sol.<br />
Al día siguiente no llegaría tarde. No podía llegar.<br />
En un mundo en el que la puntu<strong>al</strong>idad es de t<strong>al</strong><br />
desprestigio, que casi parece delito, él, no podía llegar<br />
tarde a la cita.<br />
Y no llegó tarde...<br />
Toda la noche la había pasado en vela pensando en<br />
aquella piel y en aquél cuerpo; en que le rozaría sus pies<br />
<strong>al</strong> probarle los zapatos, en lo que seguiría a sus<br />
tobillos….<br />
A la diez en punto de la mañana, menos unos según-<br />
-29-
dos, estaba a la puerta de la mansión. La verja estaba<br />
abierta y pasó <strong>al</strong> inmenso jardín de la residencia —una<br />
casa de estilo coloni<strong>al</strong> en una travesía de el Laguito—.<br />
A medida que se acercaba a la puerta, notaba como el<br />
corazón le s<strong>al</strong>ía de su sitio. Se c<strong>al</strong>mó un poco y<br />
extendió el brazo y el dedo.<br />
—apretó el pulsador<br />
y sonó un carillón que parecía el de una catedr<strong>al</strong>.<br />
Se abrió la puerta que era blanca como la nieve y<br />
apareció la figura de una criada, que era negra como la<br />
noche. Le indicó con una especie de reverencia que<br />
pasara <strong>al</strong> interior y esperara. Quedó un rato Arn<strong>al</strong>do<br />
contando como transcurrían los segundos, que le<br />
parecieron horas; sentado en un amplio s<strong>al</strong>ón de<br />
paredes casi transparentes. S<strong>al</strong>ían de no se sabe donde,<br />
sonidos que invitaban a la quietud; el clima se volvió<br />
fresco y agradable, nada que ver con el que había<br />
dejado a la puerta, lleno de agobio y bochorno. Pensó<br />
en lo bien que vivían los ricos…, y también, en que<br />
<strong>al</strong>gún día él viviría así.<br />
No cabía duda de que aquello si que era vida.<br />
El confort y el lujo se notaba hasta <strong>al</strong> respirar. El<br />
aire era limpio y agradable, con aromas que flotaban<br />
hasta llegar suavemente a los pulmones. En el tiempo<br />
que da medio minuto, apareció la señora y lo invitó a<br />
pasar a otro s<strong>al</strong>ón más pequeño que señ<strong>al</strong>aba <strong>al</strong> azul del<br />
-30-
mar de la bahía.<br />
—Has llegado un minuto antes de lo acordado…,<br />
¡me gusta!. Yo siempre soy puntu<strong>al</strong>, no puedo evitarlo;<br />
aunque a veces me gustaría no serlo…,¡pero no puedo<br />
evitarlo!. —le dijo la mujer.<br />
—Se nota a la legua que es usted europea —le<br />
respondió Arn<strong>al</strong>do intentando h<strong>al</strong>agarla—. Aquí la<br />
puntu<strong>al</strong>idad no se respeta ni <strong>al</strong> morir la gente…<br />
Quedó la mujer unos segundos pensativa.<br />
Respondió:<br />
—En eso te equivocas. Todos son puntu<strong>al</strong>es a la<br />
hora de la muerte; sin excepción <strong>al</strong>guna…, todos son<br />
puntu<strong>al</strong>es. —apareció una sonrisa triste en los labios de<br />
la mujer.<br />
—Bueno... Si le parece, señora, le muestro todos los<br />
zapatos; que unos pies tan bonitos y finos como los<br />
suyos, merecen el mejor c<strong>al</strong>zado. —s<strong>al</strong>ió la p<strong>al</strong>abrería,<br />
mezcla de buen comerciante y g<strong>al</strong>an empedernido.<br />
—Tengo que andar mucho —dijo la mujer— y no<br />
sabes lo duro que es andar tanto. Pero en fin…, veamos<br />
los zapatos.<br />
Arn<strong>al</strong>do empezó a presentarlos todos en fila; como<br />
en un desfile militar y sobre un suelo que parecía un es-<br />
-31-
pejo. Y a medida que desfilaban los cueros sobre el<br />
suelo de espejo, notó que sus zapatos, aún brillaban más<br />
que en la zapatería, que parecían coger vida propia.<br />
Agarró el primer par y lo puso ante los ojos tan azules<br />
de la clienta, después cogió suavemente su pie con la<br />
intención de introducirlo <strong>al</strong> zapato y, <strong>al</strong> tocar la piel,<br />
notó que estaba fría como el hielo. Lo soltó, pensaba<br />
que se habría quemado con el gélido contacto, pero una<br />
suave y melancólica sonrisa de la clienta, le invito a<br />
sugetarlo de nuevo. Esta vez, notó la c<strong>al</strong>idez transitando<br />
por las venas de la dama y también un suspiro, que casi<br />
c<strong>al</strong>entó la estancia.<br />
—Siempre pasa igu<strong>al</strong>…, no puedo evitarlo. —dijo<br />
la dama encogiendo los hombros que dejaban entrever<br />
unos pechos firmes como rocas. Le lanzó una mirada,<br />
acompañada de una sonrisa y un suspiro, que le<br />
atravesó <strong>al</strong> g<strong>al</strong>án el pecho. Le excitó a Arn<strong>al</strong>do el<br />
suspiro y la sonrisa de aquella mujer tan fría que, pensó,<br />
que como todas las mujeres, también tendría su<br />
corazón; que ya que la tenía a milímetros de sus garras.<br />
Se env<strong>al</strong>entonó:<br />
—Señora, es usted preciosa. Cu<strong>al</strong>quier hombre<br />
daría la vida por una mujer como usted.<br />
—¡¿Tu la darías…?! —preguntó exclamando <strong>al</strong><br />
mismo tiempo.<br />
-32-
—¡Seguro…!<br />
—No digas eso. Lo único seguro es la muerte.<br />
—Póngame a prueba. Pídame lo que quiera, que si<br />
lo tengo, se lo daré… —Afirmó, levando su cresta<br />
como un g<strong>al</strong>lo, Arn<strong>al</strong>do.<br />
—No me hace f<strong>al</strong>ta nada —respondió la clienta—,<br />
tengo de todo. Además, lo único que me f<strong>al</strong>ta nadie me<br />
lo puede dar.<br />
—¿Y que es…?<br />
Volvió a s<strong>al</strong>ir una sonrisa amarga de los labios de la<br />
bella mujer, después, otro suspiro de <strong>al</strong>iento gélido,<br />
luego, una mirada tierna y melancólica. Después dijo:<br />
—¡Que <strong>al</strong>guien me desee…, que <strong>al</strong>guien me quiera!<br />
Levantó el mozo la mirada hacía las piernas y el<br />
cuerpo de aquella mujer. Después, siguió en recorrido y<br />
llegó con su mirada hasta el rostro de la dama…<br />
—¿Pero, como puede decir eso…? —respondió<br />
entre g<strong>al</strong>ante e incrédulo Arn<strong>al</strong>do—, cu<strong>al</strong>quier hombre,<br />
con ojos en la cara, daría su vida por usted…, vendería<br />
su <strong>al</strong>ma <strong>al</strong> diablo.<br />
—No hace f<strong>al</strong>ta. Conque <strong>al</strong>guien me quisiera y vivi-<br />
-33-
era…, yo sería feliz.<br />
Arn<strong>al</strong>do no entendía nada.<br />
No se imaginaba a aquella mujer, tan bella y rica,<br />
diciendo que nadie la quería. Además, s<strong>al</strong>vo que tuviera<br />
mil defectos ocultos, hasta parecía ser una buena<br />
persona; entonces, sacando todos los redaños de sus<br />
adentros, se ofreció:<br />
—¡Yo la querría señora… Ya la quiero!.<br />
—No digas eso. No me conoces... Pero te diré <strong>al</strong>go:<br />
“Todos me critican, <strong>al</strong>gunos, hasta me odian,<br />
pero de quien lo hace, nadie me conoce.<br />
Quien me conoce, no me defiende<br />
y <strong>al</strong> no defenderme me ofende.<br />
Pero yo solo hago mi trabajo,<br />
¡que nadie se queje…!<br />
El que me encuentra descansa,<br />
en cambio yo…, ni descanso.<br />
<br />
-34-
—¿Tiene usted marido…, hijos?<br />
—No. No puedo tener hijos.<br />
—¿Y marido…?<br />
—Ya te dije que nadie me quiere. —Al escucharla,<br />
soltó Arn<strong>al</strong>do una mirada <strong>al</strong> rostro de aquella mujer y se<br />
preguntó a sus adentros: <br />
Siguió preguntando:<br />
—¿No está casada?<br />
—Solo con Dios.<br />
—¡¿Es monja…?! —preguntó extrañado y<br />
exclamando.<br />
—¡Nooo…! —volvió a s<strong>al</strong>ir la sonrisa de los labios<br />
de la mujer, acompañada de una breve risa— Pero<br />
digamos que estoy a su servicio; en otro departamento...<br />
Claro que puedo tener marido, pero no puedo crear. No<br />
puedo tener hijos.<br />
Supuso Arn<strong>al</strong>do que aquella belleza sería estéril,<br />
que <strong>al</strong> fin y <strong>al</strong> cabo, nadie es prefecto. Pero que eso no<br />
-35-
era problema, además, en caso de querer tener hijos,<br />
que mejor que recogerlos de la c<strong>al</strong>le, donde él de sobra<br />
sabía que abundaban y que estarían deseosos de<br />
cambiar a aquella vida llena de placeres…<br />
Siguió preguntando el joven por asuntos ban<strong>al</strong>es; de<br />
su enigmática procedencia…—que suponía era<br />
europea—, en fin, de todo lo que se puede preguntar en<br />
una situación así. La mujer siguió:<br />
Yo, como muchos otros, vine de Granada, a esta<br />
nueva, en busca de fortuna que saciara mi inmensa<br />
avaricia, que para entonces, y aunque no lo sabía, ya<br />
tenía podrida mi <strong>al</strong>ma…, y ya ves, arrastro siglos de<br />
fortuna en los bolsillos y miserias en el pecho.<br />
—No le entiendo… —exclamó Arn<strong>al</strong>do—, la<br />
vida de que usted disfruta, es todo lujo y placer…<br />
—¡Lujo sí…!, ¿pero, placer…? —respondió ella<br />
levantando su hombro y bajando la mirada.<br />
—Medio mundo acortaría su vida, a cambio de<br />
vivirla t<strong>al</strong> y como usted la vive. —dijo Arn<strong>al</strong>do<br />
suspirando y mirando a la nada.<br />
—¡Y yo…! Yo también acortaría la mía…, si<br />
pudiera. Es una de las pocas cosas que no puedo hacer.<br />
Arn<strong>al</strong>do cada vez la entendía menos.<br />
-36-
Siguió la mujer:<br />
—Alguien, <strong>al</strong> comienzo de la historia de este<br />
Nuevo Mundo, me concedió lo que tanto deseaba: lujo<br />
y riquezas… Y me negó lo que no se puede comprar y<br />
que la vida te reg<strong>al</strong>a…<br />
—¡Pero…, de eso, ya hace siglos…!<br />
—Sí. Los mismos que vengo arrepintiéndome de<br />
haber dejado entonces, lo que ahora tanto deseo…<br />
Al escucharla, Arn<strong>al</strong>do pensó que a pesar de ser<br />
tan bella, a aquella mujer debía de f<strong>al</strong>tarle —o, t<strong>al</strong> vez<br />
sobrarle— <strong>al</strong>gún tornillo; que no era cuestión de<br />
contrariarla, por lo que decidió cambiar de<br />
conversación y acrecentar la c<strong>al</strong>idad de sus productos.<br />
Acabó la hora de pruebas y la mujer le compró los<br />
zapatos más bonitos y elegantes. Todos le quedaban<br />
perfectos. Los pagó a precio de oro y por una vez en<br />
toda su vida, Arn<strong>al</strong>do le comentó que, aún siendo de<br />
tanta c<strong>al</strong>idad, eran mucho más baratos y no quería tanta<br />
plata.<br />
La mujer le dijo:<br />
—No me importa. El dinero me sobra y a ti parece<br />
que te hace feliz; cógelo, y si crees que es mucho, d<strong>al</strong>e<br />
lo que creas que sobra a la chica de los ojos negros…,<br />
-37-
le hace f<strong>al</strong>ta y tiene mucha vida por delante. Mejor que<br />
la viva mejor.<br />
Se largó Arn<strong>al</strong>do de aquella casa p<strong>al</strong>aciega,<br />
enamorado de tanta preciosidad y sencillez <strong>al</strong> mismo<br />
tiempo, derramado por aquella dama.<br />
Antes, le había preguntado a la mujer por su nombre<br />
y aún quedaba el tañido en sus sesos de las letras y la<br />
melodía que lo componían:<br />
—…¡Esperanza…! Me llaman Esperanza… —le<br />
había dicho la mujer <strong>al</strong> despedirlo, con un sonido aún<br />
más dulce que los pastelitos de panela y con un tono<br />
que recordaba <strong>al</strong> quejido de una <strong>al</strong>ondra.<br />
—¿Esperanza…? —le había replicado Arn<strong>al</strong>do muy<br />
bajito <strong>al</strong> irse— ¡Que nombre tan apropiado a la belleza<br />
que usted transmite… No podía ser otro…! —(Ahí, ya<br />
s<strong>al</strong>ió un poco de cursilería estudiada y controlada por<br />
nuestro personaje, pero que a la vez, siempre suena muy<br />
agradable <strong>al</strong> oído de una fémina).<br />
—A mi me gusta... —contestó ella con una suave<br />
sonrisa, mientras que bajaba a la vez su cabeza y su<br />
mirada en una inesperada sensación de timidez— ¡La<br />
esperanza es un sentimiento que hace andar <strong>al</strong><br />
mundo…!<br />
—No cabe duda señora… Pero a usted le sienta mu-<br />
-38-
cho mejor…<br />
Siguieron un buen rato hablando cada uno a su<br />
modo. Ella: con p<strong>al</strong>abras que delataban su tristeza; él:<br />
con las suyas impregnadas de enamoramiento y<br />
g<strong>al</strong>antería…<br />
Acabó aquella visita.<br />
Se fue Arn<strong>al</strong>do del lujo de aquella casa, pensando en<br />
el rostro y en el cuerpo de aquella mujer…, tan<br />
misteriosa y bella.<br />
Aquella belleza tan blanca y transparente, no solo la<br />
tenía <strong>al</strong> exterior, sino que también parecía mantenerla<br />
dentro de su <strong>al</strong>ma.<br />
Aquello era nuevo él.<br />
No había visto nunca que <strong>al</strong>guien no le diera<br />
importancia <strong>al</strong> dinero. También, se fue preguntándose,<br />
como diablos sabía aquella mujer lo de la otra persona<br />
con los ojos tan negros como la profundidad de un<br />
pozo, pero no le dio más importancia y por una vez, fue<br />
generoso. En cuanto pudo, le entregó el dinero a la<br />
pobre familia de la chica, que lo recibió como <strong>al</strong> cielo, y<br />
para su sorpresa, sintió un enorme gozo <strong>al</strong> entregarlo.<br />
No cabía duda de que aquella mujer lo estaba<br />
cambiando. Que lo estaba preparando para asuntos de<br />
-39-
más <strong>al</strong>to nivel... Más importantes.<br />
A cada momento pensaba en ella.<br />
Así pasó un tiempo.<br />
Un día, encontró a un ciego sentado a la sombra y el<br />
frescor de una fuente, en la iban y venían, toda clase de<br />
pajarillos a refrescar sus picos y patas. Este viejo,<br />
siempre estaba <strong>al</strong>lí pasando horas y horas, oyendo lo<br />
que sus ojos ciegos imaginaban; durante el día o la<br />
noche —que a él le daba igu<strong>al</strong>— escudriñaba todos los<br />
rumores, pasos y voces, que a ella llegaban.<br />
También gustaba de dar sabios consejos a quien le<br />
preguntaba.<br />
—¡Lo que no ven los ojos…, a veces lo ve la<br />
razón…! —era su frase preferida y repetida.<br />
El ciego, conocía a todos por los sonidos que<br />
transmitían a la plaza. Por los pasos conocía a las<br />
personas y por los rumores <strong>al</strong> tiempo…, y en la llegada<br />
de la noche, crecían los rumores a medida que<br />
desaparecían los sonidos mundanos.<br />
Entonces llegaban las horas en las que un ciego ve lo<br />
que no pueden ver sus ojos. Escuchaba el paso del<br />
viento y le devolvía el s<strong>al</strong>udo a su paso. Veía pasar los<br />
susurros de las parejas en su retiro a lugares ocultos y<br />
-40-
despedía a las hojas en su camino hasta su destino <strong>al</strong><br />
suelo…<br />
¡Escuchaba hasta a las <strong>al</strong>mas…!<br />
Y a veces, cuando la brisa le acercaba el sonido que<br />
llegaba de a lo lejos, de los acordes diluidos de un<br />
b<strong>al</strong>lenato, se le veía mover entreabiertos sus labios y<br />
rítmicamente sus pies y la parte <strong>al</strong>ta de su esqueleto…<br />
Decían del viejo, que lo veía todo, hasta lo invisible;<br />
o mejor dicho, que no veía nada. Solo leía las marcas de<br />
las manos y presagiaba el futuro tocando a los demás<br />
con las suyas a los ojos. Así se ganaba su mísero<br />
sustento.<br />
Le explicó Arn<strong>al</strong>do un poco de lo pasado —pero<br />
solo un poco, que no era cuestión de airear sus asuntos;<br />
además, <strong>al</strong>guien podría tomarlo por un loco—, y el<br />
ciego pasó su mano derecha rozando su rostro; se paró<br />
en los ojos…<br />
Le temblaron los dedos y le dijo:<br />
—Muchacho. ¡Tu has visto a la muerte…! No me<br />
pagues por mis p<strong>al</strong>abras, que yo solo cobro por<br />
presagiar buenas nuevas…, y la tuya no lo es.<br />
Se fue Arn<strong>al</strong>do a su casa.<br />
-41-
Por el camino, pero sobre todo <strong>al</strong> pasar por delante<br />
del p<strong>al</strong>acio de la Inquisición —<strong>al</strong>macén, según dicen,<br />
de <strong>al</strong>mas negras y no por su sentido, sino por el color de<br />
los pobres africanos y de otros desgraciados que en su<br />
día la “Santa Inquisición” mandó <strong>al</strong> otro barrio—, sintió<br />
un esc<strong>al</strong>ofrío que le recorrió todo el cuerpo hasta<br />
llegarle a los mismos tuétanos; a le vez, que seguía<br />
preguntándose: ¿sí, sería verdad, que aquél rostro de<br />
tanta belleza, con tanta claridad de <strong>al</strong>ma, tan sereno y a<br />
la vez tan lejano, pertenecería a <strong>al</strong>guna bruja o<br />
hechicera…?, ¿si sería t<strong>al</strong> vez la cara de la muerte…?<br />
—¡Tonterías…! —gritó a la noche a la vez que un<br />
pajarraco que también sería de m<strong>al</strong> agüero, le devolvió<br />
el s<strong>al</strong>udo— ¡La muerte es negra —se decía mientras<br />
caminaba— y ella es blanca como la nieve!; ¡la muerte<br />
es trágica y en ella es todo tranquilidad, bondad y<br />
hermosura!; la muerte es pena y ella cuando sonríe sus<br />
labios transmiten una <strong>al</strong>egría serena.<br />
¿Como una mujer tan hermosa podía ser la muerte?.<br />
¿Cómo aquella mujer de mirada tan tierna podía ser tan<br />
macabra…? ¡Eso era imposible…!<br />
—Ella es y tiene nombre, que lo dice todo…<br />
¡Esperanza…!<br />
Siguió andado, mientras se rebelaba contra las<br />
p<strong>al</strong>abras del viejo y de él mismo… Hablando a la noche<br />
como un desquiciado lo hace a sus sueños…<br />
-42-
—¡No puede ser…! Ese viejo negro y supersticioso<br />
habrá perdido la razón. ¿Si no la puede ver, como puede<br />
decir eso…? ¡Será un loco…! —le dijo gritando a la<br />
c<strong>al</strong>le, a la vez que a sus propios pensamientos.<br />
Siguió levantando cáb<strong>al</strong>as a la noche, mientras<br />
andaba por la serenidad de la madrugada acercándose a<br />
su casa. De vez en cuando, se cruzaba en su lento<br />
caminar con <strong>al</strong>gún mendigo trasnochador o un niño de<br />
la c<strong>al</strong>le. Y sin saber porqué, a todos les entregaba unos<br />
pesos a su paso. Y a cada paso que andaba, a la vez que<br />
vaciaba su bolsillo, llenaba de tranquilidad su <strong>al</strong>ma.<br />
Se acostó, pero no podía pegar ojo.<br />
No es que no tuviera sueño, es que pensaba, que si<br />
cerraba sus ojos, la perdería de sus pensamientos. Y<br />
poco a poco, sus ojos se negaron a seguir abiertos y los<br />
cerró <strong>al</strong> cansancio.<br />
El tañido lejano y suave de un campanario, le<br />
trajeron de la madrugada a su memoria la dulzura de la<br />
otra: la joven que era el contrapunto a la mujer que le<br />
estaba absorbiendo... ¡Isabel…! Y recostado en su<br />
aposento escuchando los sonidos de la noche, pensó<br />
largamente que las dos eran el tipo de mujer que<br />
cu<strong>al</strong>quier hombre soñaría. Que si una era joven y<br />
bonita, la otra era de belleza madura pero a la vez<br />
fresca. Que si la joven Isabel le atraía con su candidez y<br />
brillo de juventud, la mujer que llevaba el nombre de<br />
-43-
Esperanza, le atraía de igu<strong>al</strong> manera con su belleza<br />
serena y a la vez fría; pero que c<strong>al</strong>entaba como un<br />
volcán lo más intimo de su <strong>al</strong>ma.<br />
Siguió pensando en suave ensueño, que si una era el<br />
c<strong>al</strong>or dorado de un fin<strong>al</strong> primaver<strong>al</strong>, la otra era la<br />
belleza del hielo y el misterio... En fin, que era muy<br />
difícil afirmar cu<strong>al</strong> de las dos superaba a la otra; que<br />
mejor desviar sus pensamientos a solo una: a la mulata<br />
que derramaba todo su cariño hacia él.<br />
Esperó toda la noche despierto hasta la llegada del<br />
<strong>al</strong>ba.<br />
A la mañana siguiente, con ganas de levantarse y<br />
poder desviar sus pensamientos a asuntos menos<br />
complicados, pero a la vez igu<strong>al</strong> de agradables y<br />
después de pasar unas horas atendiendo en su<br />
establecimiento, se dirigió presto a visitar a la<br />
muchacha de los ojos negros que también lo tenía<br />
enamorado.<br />
Había quedado con ella, fuera de las mur<strong>al</strong>las de la<br />
ciudad vieja.<br />
Anduvo por las c<strong>al</strong>lejuelas con sus pensamientos<br />
puestos en su cuerpo y en sus ojos como pozos oscuros.<br />
Siguió en su camino, arrancado a su paso flores<br />
colgantes de los muros de las casas y antiguos<br />
conventos; cruzó la c<strong>al</strong>le de las Damas, recordando su<br />
-44-
niñez miserable, luego quebró hacia el P<strong>al</strong>acio de la<br />
Inquisición en dirección <strong>al</strong> parque de Bolívar y siguió<br />
hasta que llegó a la Plaza de los Coches; s<strong>al</strong>udó con la<br />
mirada <strong>al</strong> orgulloso de don Pedro de Heredia y, después<br />
de pasar por el Port<strong>al</strong> de los Dulces, s<strong>al</strong>ió hacia el mar<br />
pasando bajo la Torre del Reloj que parecía reg<strong>al</strong>arle<br />
todo el tiempo de aquél día…<br />
Y <strong>al</strong>lí, frente a los Pegasos que no paraban de mirar<br />
aquella beldad, estaba Isabel…, ¡su chica!.<br />
Cuando llegó a ella, la agarró de la mano como con<br />
miedo a que <strong>al</strong>go invisible se la quitara…, y se fueron<br />
los dos juntos a quemar la tarde hasta la llegada de la<br />
penumbra. Después, sin darse cuenta del tiempo, llegó<br />
la oscuridad con suaves soplos transportando a las<br />
brisas que refrescaron el ambiente; mientras la luz de la<br />
luna, que colgaba transparente de la bóveda como una<br />
gran moneda de plata, los s<strong>al</strong>udó encubriéndolos en sus<br />
juegos amorosos con su ojo guiñado.<br />
Aquel día y aquella noche se los dedicó solo a ella.<br />
Pasearon por los sitios por donde pasean los<br />
enamorados, rumbearon durante horas donde rumbean<br />
las <strong>al</strong>mas <strong>al</strong>egres y hablaron conversaciones de amor a<br />
las sombras de la mur<strong>al</strong>la y de la noche…<br />
Por momentos, se olvidó de aquella mujer que<br />
decían era la muerte, mientras las horas discurrían pla-<br />
-45-
cidas <strong>al</strong> lado de la joven con tanta vida.<br />
—Isabel…, ¿sabes niña…? —le dijo él— Yo te<br />
quiero aunque seas pobre, pero te prometo que conmigo<br />
nunca te f<strong>al</strong>tará de nada…<br />
—¿Sabes mi amor…? —le contestó ella— Yo te<br />
quiero aunque seas rico…, y también te prometo que te<br />
querré siempre, hasta si Dios no quiera, te viera como<br />
esos pobres tirados por la c<strong>al</strong>le y mendigando…, que yo<br />
estaría contigo.<br />
Sintió Arn<strong>al</strong>do un nuevo y extraño placer <strong>al</strong> escuchar<br />
aquellas p<strong>al</strong>abras tan sinceras, a la vez, que<br />
experimentó un tierno cariño por aquella joven que, no<br />
solo era de belleza enorme, sino que también tenía un<br />
interior tan blanco como la piel de la señora. Se puso a<br />
pensar que el dinero estaba bien; que daba lujos y<br />
placeres, pero que no se había dado cuenta hasta ese<br />
mismo momento de que hay mejores v<strong>al</strong>ores que el oro;<br />
que se puede ser feliz aún siendo pobre. Recordó sus<br />
años de niño <strong>al</strong> lado de la vieja negra que lo crió,<br />
entonces, se dijo que esa era su verdadera madre, y no<br />
la que había tenido en sus sueños de huérfano.<br />
Aquella noche cambió su vida.<br />
Arn<strong>al</strong>do, en un ataque de practicidad y lógica,<br />
decidió vivir su vida <strong>al</strong> lado de su negra vieja y su<br />
chica. Dedicarse a la obra de su negocio de zapatos que<br />
-46-
ya empezaba a darle buenos frutos…, y divertirse y<br />
rumbear en los ratos libres. A vivir —o <strong>al</strong> menos<br />
intentarlo— con sus pensamientos libres.<br />
Se olvidó de la mujer de la piel pálida durante un<br />
tiempo, no sin preguntar de vez en cuando por su vida.<br />
—que la belleza no se puede borrar del todo de los<br />
pensamientos— Más, teniendo en cuenta que la criada<br />
iba un par de veces <strong>al</strong> mes por su tienda a comprar<br />
c<strong>al</strong>zado para su señora. —lo que de paso le refrescaba<br />
la memoria—. Y cosa curiosa, ni tan siquiera<br />
comprobaba la medida, parecía como si supiera <strong>al</strong><br />
milímetro la horma de su dueña.<br />
Un día le preguntó:<br />
—¿Cómo está tu señora…?<br />
—De viaje.<br />
—¿Lejos…?<br />
—Tan lejos que casi nadie vuelve.<br />
—¿Pero ella volverá…? —le preguntó intrigado. T<strong>al</strong><br />
vez pensando que ya no volvería de Europa, que es<br />
donde presumía Arn<strong>al</strong>do que viviría la mujer.<br />
—Ella siempre vuelve… Y vuelve tan triste después<br />
-47-
de sus viajes, que yo intento hacerle la vida agradable<br />
llevándole lo casi único que a ella le gusta: los zapatos.<br />
—¡Tiene buen gusto…! —le replicó él.<br />
—¡Tiene tristeza…! —aclaró ella—, y se fue sin<br />
mediar más p<strong>al</strong>abra, eso sí, pagando sin mirar el precio.<br />
T<strong>al</strong> como hacía su dueña.<br />
Cuando s<strong>al</strong>ió la negra cargada de zapatos elegantes y<br />
de piel dócil, importados —esta vez, sí—, de los<br />
mejores zapateros del mundo, pensó Arn<strong>al</strong>do que mejor<br />
que no volviera; que aquella señora le sorbía el seso<br />
cada vez que la veía; que ahora estaba enamorado de su<br />
chica y no necesitaba de más...<br />
Que sus tiempos de Casanova los había enterrado y<br />
solo una mujer era la suya.<br />
Esto le acabó provocando una cierta ruina.<br />
El negocio fue cayendo un poco <strong>al</strong> ir desapareciendo<br />
las compradoras. —No solo de zapatos, que también de<br />
favores. Aquellas señoras, que de señoras solo<br />
conservaban el nombre, pero que tenían acceso a la<br />
carteras llenas a rebosar de sus maridos. Para<br />
compensarlo, la negra le compraba tantos y tan caros,<br />
que apenas se resentía de las otras. Esto le<br />
proporcionaba a Arn<strong>al</strong>do dos placeres: el placer de la<br />
plata de la señora…, y el placer de estar con la joya de<br />
-48-
su chica.<br />
Mejor no podía ser.<br />
Pasó otro poco del tiempo…<br />
Llegó un momento que en que la felicidad había<br />
apartado un poco de sus pensamientos a la mujer de piel<br />
pálida…<br />
Un día, vio llegar como una sombra clara, la de la<br />
señora.<br />
Se veía venir a lo lejos, con su imagen difuminada y<br />
con una aura como la de una Virgen. Venía acompañada<br />
a unos pasos detrás por su criada. Se aproximaban<br />
lentamente <strong>al</strong> establecimiento, a la misma vez que el<br />
corazón de Arn<strong>al</strong>do bombeaba sangre con más potencia<br />
que una locomotora s<strong>al</strong>vaje.<br />
Entró…<br />
Sin música <strong>al</strong>guna, las piernas de Arn<strong>al</strong>do bailaban<br />
solas, mientras que el pecho le latía a ritmo de bombos<br />
y le s<strong>al</strong>ía hasta la misma c<strong>al</strong>le. Intentó c<strong>al</strong>marse, sacó<br />
genio y orgullo…, y le preguntó:<br />
—¿Señora… que es de su vida? —sonrió la mujer <strong>al</strong><br />
escuchar las p<strong>al</strong>abras temblorosas del joven; lo miró<br />
con su mirada color de océanos y le contestó con cara<br />
-49-
de apatía:<br />
—¿Qué vida…?<br />
—¿Ya ha vuelto de Europa…?<br />
—Sí... —contestó la mujer— De Europa…, y de<br />
otros sitios.<br />
—¡Que suerte tiene usted…!. Algún día yo también<br />
veré Europa: Paris, Roma, Madrid…<br />
—Algún día espero no tener que verlas. —dijo la<br />
mujer.<br />
Arn<strong>al</strong>do no entendía a aquella mujer.<br />
Al escucharla pensaba que detestaba lo que otros<br />
soñarían; pero también pensó, que t<strong>al</strong> vez, por ser<br />
aquella mujer una privilegiada, tenía la suerte de ser<br />
rica, de ver mundo…, ¡y decía que no quería verlo!. Lo<br />
que para casi cu<strong>al</strong>quier conocido sería ilusión, el sueño<br />
de su vida, para aquella mujer solo era apatía…<br />
—pensó.<br />
La visita fue rápida.<br />
Como siempre, la mujer compró infinidad de buenos<br />
zapatos, y también como siempre, se ofreció Arn<strong>al</strong>do a<br />
-50-
llevarlos a su casa y a ponerlos en los pies de aquella<br />
reina. Así es, que <strong>al</strong> día siguiente, a las diez en punto de<br />
la mañana, su dedo apretaba el pulsador del timbre<br />
carrillón que abría aquella puerta que daba <strong>al</strong> cielo.<br />
—Buenos días señor zapatero. —s<strong>al</strong>udó con un tic<br />
irónico la criada.<br />
—Buenos días señorita. Estás muy bonita hoy. —<br />
respondió el zapatero que aún no había olvidado sus<br />
g<strong>al</strong>anterías, lo que provocó que la sirvienta esbozara<br />
una suave sonrisa <strong>al</strong> escucharlo.<br />
S<strong>al</strong>ió la señora y lo invitó a pasar <strong>al</strong> s<strong>al</strong>oncito donde<br />
se veía el mar y que a su vez, contenía cientos, miles de<br />
zapatos.<br />
—¿Cómo está tu chica…? —fue lo primero que le<br />
preguntó.<br />
—Bien. Bien…<br />
—Es muy bonita…, mejor dicho, ¡es preciosa!.<br />
Tiene mucha vida…, y lo que es más importante: te<br />
quiere… ¡De verdad que te quiere…!<br />
Al s<strong>al</strong>ir aquellas p<strong>al</strong>abras de sus labios, los ojos le<br />
brillaron a la mujer como lagunas <strong>al</strong> anochecer.<br />
Entonces se le deslizó una gota del lagrim<strong>al</strong> que rodó<br />
por su cara como un destello, pero enseguida desvió la<br />
-51-
mirada a otro sitio y levantó el pie con gesto de que<br />
empezara a probarle zapatos. Se los fue probando uno a<br />
uno, y uno a uno se ajustaban <strong>al</strong> pie como un molde.<br />
—Señora. Aparte de ser usted tan hermosa, es<br />
verdad que también es misteriosa. Nadie sabe de usted,<br />
nadie la conoce, solo su criada y yo…, o <strong>al</strong> menos eso<br />
parece. —se atrevió Arn<strong>al</strong>do a comentarle.<br />
—Me conoce mucha gente. De todo el mundo. Pero<br />
casi nadie quiere trato conmigo.<br />
—No saben lo que pierden… ¡Yo sueño con verla!.<br />
—Gracias…<br />
—Por cierto…, ¿puedo decirle <strong>al</strong>go?.<br />
—Claro. ¿Acaso no estamos hablando?.<br />
—Cuando se fue, me dejó abatido, con el corazón<br />
roto…, entonces fui a preguntarle a un ciego…<br />
—Lo sé… —contestó ella serena; lo que le extrañó a<br />
él, ¿cómo diablos sabría ella que hablo con el viejo y<br />
negro ciego?<br />
—Me dijo que aquel día ví a la muerte…<br />
—Y es verdad… Me viste y me tocaste aquél día.<br />
-52-
Al escucharla, sintió como se le helaban las venas,<br />
como la cara de la mujer le pareció de frío mármol, y<br />
como había descubierto el misterio de aquella dama…<br />
Aunque no se lo creía, claro.<br />
—No se burle de mí, señora. ¿Cómo va a ser la<br />
muerte, si es usted la mujer más bella que vieron estos<br />
ojos y tiene la piel tersa como la de un niño de pecho…<br />
—Por eso mismo. Por que no envejezco. Y no creas<br />
que es agradable no envejecer nunca; que mi piel no<br />
sienta una arruga. Pero de nada me v<strong>al</strong>e, hay cosas que<br />
no puedo conseguir: Me gustaría enamorar, envejecer,<br />
que mis huesos me dolieran y mis pies se cansaran…,<br />
tener hijos…, ¡dar vida en vez de quitarla…! ¡Y <strong>al</strong> fin<strong>al</strong><br />
morir…! Pero no puedo; no puedo parar, debo andar<br />
siempre; por eso necesito los mejores zapatos.<br />
Mientras la mujer le hablaba, sentía Arn<strong>al</strong>do como<br />
su corazón, c<strong>al</strong>iente como la c<strong>al</strong>le, se acercaba <strong>al</strong> de la<br />
mujer, frío como un glaciar, y que <strong>al</strong> acercarse, el suyo<br />
tan c<strong>al</strong>iente y el de la mujer tan frío, dejaban caer gotas<br />
<strong>al</strong> suelo.<br />
Parecían lágrimas heladas…<br />
Con unas manos tan firmes como aceros, ella lo<br />
apartó y le dijo:<br />
—No te acerques. Me harás sufrir y tú morirás.<br />
-53-
¡Es mi sino…!<br />
—Pues no me importa si he de morir…, lléveme con<br />
usted señora… ¡Lléveme!<br />
—No debe ser…<br />
—¿Por qué…?<br />
—Porque tienes una larga vida por delante y una<br />
mujer que te quiere. Yo no tengo derecho a llevarte…<br />
—No me importa. Yo me iría con usted a donde<br />
sea…<br />
—Es lo que más deseo; sueño con que <strong>al</strong>guien me<br />
pida eso…, pero no debo… ¡Por favor, vete ya!.<br />
Se fue Arn<strong>al</strong>do de la casa dejando su pecho dentro.<br />
Olvidando a todo y a todos; andando durante horas por<br />
las c<strong>al</strong>lejuelas y sin destino aparente. A fin<strong>al</strong> paró. Se<br />
sentó bajo las p<strong>al</strong>meras del Parque de Bolivar de<br />
esp<strong>al</strong>das a un fuente que rompía su catarata de agua <strong>al</strong><br />
monumento, miró para atrás <strong>al</strong> sonido y vio <strong>al</strong> viejo que<br />
leía las manos. Le dijo:<br />
—Tenías razón viejo. Vengo de ver a la muerte. Esa<br />
mujer mata con su mirada igu<strong>al</strong> que el sol <strong>al</strong> rocío.<br />
—¿Verdad que es bella? —le contestó preguntando<br />
-54-
y mirando con la vista perdida y ciega.<br />
—¡Bella es poco…, es hermosa!<br />
—Tienes suerte y a la vez desgracia —le dijo el<br />
viejo—. Quien la ve se queda prendado, se va y ya no<br />
vuelve. Algunos, muy pocos, la vieron y no se fueron…<br />
Yo fui uno de esos…, yo la vi <strong>al</strong> quedar ciego y desde<br />
entonces no quiero recuperar la vista…, así puedo verla.<br />
—¡Yo la quiero!. —le dijo Arn<strong>al</strong>do apenado.<br />
—Sufrirás y la harás sufrir… ¡Ella es la muerte…!,<br />
pero no olvides, que también es mujer y tiene un<br />
corazón que sufre.<br />
Ni lo escuchaba…<br />
Arn<strong>al</strong>do estaba tan enamorado de aquella mujer que<br />
se decía la muerte, tan deseoso de volver a verla, que se<br />
fue de aquel viejo sin oír más de sus p<strong>al</strong>abras. No pudo<br />
pegar ojo en la noche, tampoco en el día siguiente. Así<br />
es, que con coraje de muchacho lleno de vida,<br />
enamorado hasta los huesos, decidió visitar de nuevo a<br />
la dama.<br />
Llegó tembloroso, helado; llamó a la puerta y no la<br />
abrieron, volvió a llamar, una y otra vez... Al fin<strong>al</strong> se<br />
abrió la blanca hoja de la puerta y apareció esta vez<br />
-55-
la señora como si lo estuviera esperando… Lo miró con<br />
mezcla de mirada de amor y pena; le dijo sin hablar que<br />
se fuera y él, también sin hablar, entró.<br />
—¡Quiero que me lleves contigo…! —le dijo.<br />
—No sabes lo que dices. Tus ojos solo ven, lo tú<br />
quieres ver…, ¡yo no soy la mujer de tu vida!<br />
—¡Pues si no eres tú…, no será otra!.<br />
La agarró de la muñeca que estaba helada como un<br />
carámbano, aguantó el frío en sus dedos y notó como<br />
enseguida se volvieron cálidos como una primavera, la<br />
estrujó contra él y notó como los dos corazones<br />
p<strong>al</strong>pitaban juntos; la piel se le volvió sonrosada y cálida<br />
a la mujer, a la vez, que sus labios se volvieron grana,<br />
mientras que exh<strong>al</strong>aban fragancias de otro mundo…<br />
—Está bien…, ¡quédate! —le dijo rendida.<br />
—¡Para siempre…, me quedaré para siempre!<br />
Aquél día debió de durar semanas, meses, porque<br />
nunca se acababa. Aquel p<strong>al</strong>acio de paredes casi<br />
transparentes y blancas, fue nido de amor insaciable,<br />
pero <strong>al</strong> fin<strong>al</strong> la mujer le dijo:<br />
—He pedido permiso y por una vez me lo han<br />
concedido, te enseñaré lo que sería tu vida a mi lado.<br />
-56-
Al día siguiente se fueron los dos de Cartagena, sin<br />
equipaje <strong>al</strong>guno. En cada sitio la señora tenía otros<br />
aposentos, a cada cu<strong>al</strong> más lujoso; cada uno con una<br />
criada diferente: en Europa era blanca, en Asia era de<br />
piel pálida, en África negra como un carbón…, en cada<br />
sitio diferente.<br />
Durante un tiempo que transcurrió como un<br />
segundo, todo fue vivir en un mundo de lujo y placeres,<br />
en un continuado de sueños.<br />
Los días transcurrían como dulces ensoñamientos;<br />
las noches…, ¡hay las noches…! Las noches pasaban<br />
por delante de sus vidas como deslumbrantes y claros<br />
días. Sin la más mínima nube que enturbiara la claridad<br />
de su cielo.<br />
Todo era placer y dicha.<br />
A Arn<strong>al</strong>do muy pronto se le olvidaron los<br />
comentarios en referencia a lo que decían que era<br />
aquella bella mujer, pero ella se lo recordó un día:<br />
—Sabes que soy la muerte, y que tengo que hacer mi<br />
trabajo —le dijo cuando menos lo esperaba— y quiero<br />
que me acompañes. Es duro, sé que sufrirás, pero<br />
quiero que veas lo que hago.<br />
Arn<strong>al</strong>do creyó que despertaba de un hermoso sueño.<br />
-57-
Estaban entonces por Europa. En una ciudad<br />
inmensa que hablaban español y —sin saber como—,<br />
llegaron a un pasillo que parecía de hospit<strong>al</strong>.<br />
La gente andaba sin prestarles la menor atención,<br />
deprisa. Empujó una puerta y apareció una cama de<br />
sábanas blancas; sobre ellas, una niña de cabeza rapada<br />
y ojos de color mar muy claro, tenía puesta la mirada en<br />
su pequeña muñeca que descansaba sobre su pecho; a<br />
su lado, una mujer dormitaba con un cuento sobre sus<br />
muslos: “Alicia en el país de las maravillas”.<br />
Al verla ante la puerta, la niña le lanzó la mejor de<br />
sus sonrisas. Después le preguntó:<br />
—¿Nos vamos…?<br />
—Si Alicia…, ya nos vamos.<br />
—Espera, que me despido de mi madre. —le dijo la<br />
niña.<br />
—No puedes. Ella está soñando contigo y no se debe<br />
despertar a nadie de los sueños. Pero no te preocupes,<br />
ya lo sabe.<br />
S<strong>al</strong>ieron de la habitación con la niña agarrada de sus<br />
manos, <strong>al</strong>egre y dando s<strong>al</strong>titos por el pasillo…, había<br />
dejado atrás la cama y los tubos...<br />
-58-
Ya no los necesitaba.<br />
Corrían y corrían, los tres de la mano por los pasillos<br />
que brillaban como espejos <strong>al</strong> sol, <strong>al</strong> son de melodías<br />
que bajaban del cielo, gritando y s<strong>al</strong>tando <strong>al</strong>egres por<br />
entre las gentes que parecían ignorarlos.<br />
Por un momento se olvidaron de todo y de todos.<br />
Iban los tres contentos, cuando sonó un grito<br />
ahogado en la habitación que dejaban atrás. Al<br />
escucharlo, la cara de la niña se olvidó de las risas y,<br />
mirando a la señora, esta se las devolvió: Le dijo que no<br />
era de su madre, que sería <strong>al</strong>gún grito de <strong>al</strong>egría…, y se<br />
fueron los tres <strong>al</strong> país de Alicia.<br />
Siguieron corriendo por los caminos del cielo. Por<br />
entre las nubes, los rayos del sol y las escarchas que<br />
caían lentas y cálidas; sintiendo a sus cuerpos tan<br />
ligeros como las <strong>al</strong>as de un colibrí…, hasta que llegaron<br />
a un nuevo país.<br />
Al cruzar la frontera de aquél país —sin guardias ni<br />
barreras—, le entregó unos zapatos del color del crist<strong>al</strong>.<br />
Se los puso la niña dispuesta a andar por aquél paisaje<br />
de fantasía, y <strong>al</strong> hacerlo, el color de las mejillas se le<br />
volvieron tan rosadas como la más bonita de las rosas;<br />
los cabellos le crecieron en desordenadas madejas hasta<br />
la cintura, con un color parecido <strong>al</strong> del sol…, y llegaron<br />
cientos, miles de niños a recibirla...<br />
-59-
Y <strong>al</strong>lí quedó, contenta y feliz en su nuevo país…, el<br />
de Alicia.<br />
Al día siguiente, viajando t<strong>al</strong> como viajan las<br />
estrellas fugaces, llegaron a un lugar c<strong>al</strong>uroso.<br />
Y <strong>al</strong>lí, otro niño; este, negro como una noche y<br />
delgado como un suspiro, dormitaba en el suelo sobre<br />
una manta roída y vieja. Sus ojos, entornados a la luz<br />
que se filtraba por entre las rendijas de barro y<br />
excrementos, que componían su choza, habían olvidado<br />
sus sueños de explorador de confines cercanos;<br />
mientras que su piel brillaba bañada por la humedad de<br />
constantes fiebres, a la vez que añoraba las frescas<br />
transparencias de ríos y lagos.<br />
Aún recordaba en su tierna piel, el c<strong>al</strong>or húmedo de<br />
la selva y los aromas secos de la sabana en los<br />
interminables veranos; habían olvidado sus oídos el<br />
rugir de los leones y las risas de las hienas a la claridad<br />
de las noches de luna…, y en los pocos momentos, en<br />
que las moscas le olvidaban, volvían a su memoria las<br />
canciones de su madre que se adelantó <strong>al</strong> cielo…, t<strong>al</strong><br />
vez, para no verlo morir.<br />
No sabía, si dormía o soñaba, cuando la mujer de la<br />
mirada clara se presentó a su vista…<br />
Al verla llegar, brillaron los dientes blancos e inma-<br />
-60-
culados del crío <strong>al</strong> s<strong>al</strong>irle la risa; le preguntó lo<br />
mismo y también se lo llevaron…<br />
Esta vez, era a una selva verde y frondosa.<br />
Era una inmensidad que no tenía fin<strong>al</strong>; llena de<br />
anim<strong>al</strong>es enormes y fieros, que <strong>al</strong> llegar el niño, a él se<br />
rindieron… Antes de despedirse, la mujer le entregó<br />
otros zapatos que se ajustaron a sus pies como un<br />
guante —y eso que nunca había usado ninguno—, e<br />
inmediatamente, se convirtieron en enormes botas de<br />
explorador que corrían como el viento.<br />
No solo, todo era verde y brillante, con ríos tan<br />
anchos como mares, además <strong>al</strong>lí la comida abundaba...<br />
Siguieron con su trabajo…<br />
Al poco, de manera vertiginosa, se encontraban en<br />
una mansión casi tan lujosa como las de la señora. Una<br />
joven de cabello tan rubio como el sol y ojos de color<br />
verde trig<strong>al</strong>, yacía lánguida sobre sábanas de seda,<br />
mientras observaba como un hombre y una mujer<br />
discutían con un doctor sobre temas económicos.<br />
—Doctor —le decía uno <strong>al</strong> otro—, dígame cuanto<br />
cuesta curar a mi hija; que cueste lo que cueste, lo<br />
pagaremos.<br />
—No es cuestión de precio —contestó el que parecía<br />
médico—, es cuestión de Dios…<br />
-61-
La joven los seguía mirando de manera apática,<br />
inmersa en sus pensamientos y sin escuchar las<br />
p<strong>al</strong>abras. También <strong>al</strong> verlos llegar, su rostro cambió: a<br />
partir de ese momento todo fue <strong>al</strong>egría en su cara.<br />
Dejaron discutiendo a sus padres con el doctor, y se<br />
fueron los tres riendo por los jardines inmensos de<br />
aquella mansión…, luego partieron a lugares limpios;<br />
después se fue la chica a Dios sabe donde…<br />
Al verla, pensó Arn<strong>al</strong>do que t<strong>al</strong> vez partió a otro<br />
mundo de princesas; que aquél que dejaba, debía de ser<br />
muy aburrido, aunque también era todo lujo y confort…<br />
A esta no le entregó zapato <strong>al</strong>guno, que los tenía<br />
mejores que ella, pero <strong>al</strong>go le habría dicho <strong>al</strong> oído, que<br />
se fue como flotando y riendo rebosante de <strong>al</strong>egría...<br />
Así pasaba siempre…<br />
Todos partían contentos y felices a lugares de cuento<br />
de hadas; a cumplir cada uno sus anhelos, ilusiones y<br />
cosas de sus sueños… Niños, jóvenes, viejos…<br />
¡Todos se iban felices a su lado…!<br />
A cada momento visitaban gente que <strong>al</strong>egraban su<br />
rostro <strong>al</strong> verlos, como si ellos fueran sus esperanzas.<br />
Cuando ella se los llevaba, todos partían con sus<br />
zapatos nuevos para andar por donde quisieran; a piso-<br />
-62-
tear pesadillas y andar por lugares plácidos. Y lo hacían<br />
contentos: los niños a sus fantasías; los jóvenes a sus<br />
aventuras; los viejos corrían hacia el pasado ágiles<br />
como gacelas, a la vez que sus rostros rejuvenecían;<br />
¿entonces, por qué la mujer llevaba aquella cara<br />
siempre llena de tristeza?<br />
—Paremos un poco… —le dijo la mujer sentada en<br />
<strong>al</strong>go parecido a una nube <strong>al</strong>ejada de todo.<br />
Se quedaron un rato solos. Descansando un poco de<br />
tanto ajetreo. Ella perdió su mirada y se quedó triste,<br />
entonces, <strong>al</strong> ver su expresión, le preguntó Arn<strong>al</strong>do:<br />
—¿Porqué estás triste?. ¿Si esto es la muerte…?<br />
¡Todos se fueron contentos…!.<br />
Ella, levantó la mirada como un mar a un nuevo<br />
día…, y le contestó abatida:<br />
—¿Y los que quedaron…? ¿Y la madre de Alicia…?<br />
¿Y los padres, que ya no podrán estrechar entre sus<br />
brazos a sus hijos...? ¿Y los huérfanos, que ya no<br />
tendrán sueños de niños y sí de pesadillas…? ¡Esos son<br />
los verdaderos muertos…! Los otros solo cambian de<br />
vida.<br />
Empezó a comprenderlo.<br />
-63-
La muerte no sufría por los que se llevaba, que siempre<br />
partían a una mejor vida; sufría por los que quedaban y<br />
que la odiarían para siempre…, ¿cómo si ella tuviera la<br />
culpa?<br />
Y no la tenía, pero sí que la sufría.<br />
—Ven, quiero que vayamos <strong>al</strong> último. Si después te<br />
quieres quedar conmigo, yo seré la mujer más feliz del<br />
cielo. —le propuso.<br />
En unos segundos estaban pisando la <strong>al</strong>fombre verde<br />
de un cementerio. Un gran hoyo de tierra roja esperaba<br />
a un ataúd repleto de flores. Se acercaron. Allí estaba la<br />
vieja negra que lo había criado, el ciego que lo había<br />
compadecido, el niño que él mismo fue un día…, todos<br />
los conocidos y todos derramando lagrimas. Pero había<br />
una muchacha más desconsolada que nadie: su chica.<br />
La misma que le había prometido quererlo siempre, con<br />
dinero o pobre…, ¡pero siempre!.<br />
Se acercó a ella y le puso la mano <strong>al</strong> hombro.<br />
Isabel giró la mirada hacia él y volvió otra vez su<br />
cabeza, como si no lo hubiera visto; entonces vio<br />
Arn<strong>al</strong>do como su amante tenía los ojos igu<strong>al</strong> que<br />
carbones brillantes y mojados —porque en re<strong>al</strong>idad no<br />
lo veía—, volvió a mirar la chica <strong>al</strong> ataúd y pidió que lo<br />
abrieran. Lo abrieron y la muchacha besó<br />
desconsoladamente <strong>al</strong> muerto, que estaba frío como un<br />
-64-
carámbano... Y <strong>al</strong> hacerlo, Arn<strong>al</strong>do sintió los besos en<br />
su rostro, cálidos y s<strong>al</strong>ados, como si él los recibiera…<br />
Sintió mucha pena <strong>al</strong> verla y pensó que había<br />
pasado el tiempo, que t<strong>al</strong> vez, habría rehecho la vida<br />
con otro.<br />
Experimentó una sensación de celos, pero le<br />
confortó pensar… ¡Que también debió de quererlo<br />
mucho.<br />
Se acercó un poco más <strong>al</strong> grupo, y <strong>al</strong> levantar la<br />
joven su cabeza para que pudieran cerrar la caja, vio<br />
asombrado su mismo rostro en el difunto sobre el que<br />
se estrellaban las lagrimas de quien lo quería.<br />
Retrocedió unos pasos, asustado.<br />
—¿Ves…? —le dijo la mujer—, no sufre quien se<br />
va, sino quien queda con el corazón roto como un<br />
espejo <strong>al</strong> estrellarle una piedra…, hecho añicos…, y<br />
que ya no tendrá remedio. Como le queda a esa pobre<br />
que tanto te quiere.<br />
Se fueron sin mirar atrás.<br />
Volvieron otra vez los dos a la mansión. Muy tristes.<br />
Aquella noche ni hablaron.<br />
-65-
Los dos estaban apesadumbrados y sus labios no de-<br />
jaban s<strong>al</strong>ir a las p<strong>al</strong>abras. La casa parecía helada a pesar<br />
del c<strong>al</strong>or de la c<strong>al</strong>le…, y la mujer estaba con la vista<br />
perdida.<br />
Pasó lentamente la noche.<br />
Al día siguiente, le dijo Arn<strong>al</strong>do a Esperanza que se<br />
iba a ver a su vieja, a decirle que no había muerto; y a<br />
su chica, para que no llorara su pérdida…, a s<strong>al</strong>udar a<br />
los que aún le apreciaban…<br />
Que no podía soportar recordarlos con tanta tristeza.<br />
La mujer accedió.<br />
S<strong>al</strong>ió Arn<strong>al</strong>do de aquella casa casi deprisa, pero paró<br />
un momento y besó a la mujer que tenía el rostro más<br />
cálido que nunca. De sus labios de carmín, pintados con<br />
la sangre de pasión retenida, parecían fluir p<strong>al</strong>abras, aún<br />
estando cerrados…, y aunque él no lo vio, le brotaba en<br />
la piel a la mujer la c<strong>al</strong>idez del amor y la añoranza,<br />
mientras las mejillas sonrosadas como las de una niña,<br />
le brillaban.<br />
—Mañana volveré… —le dijo Arn<strong>al</strong>do.<br />
—¡No. Sé que no volverás…! —le respondió ella—<br />
Y mejor para ti que no vuelvas…, ahí fuera te espera<br />
-66-
quien te quiere. ¡La vida…! Aquí solo vive la muerte…<br />
¡Que también te quiere…!<br />
S<strong>al</strong>ió Arn<strong>al</strong>do a la c<strong>al</strong>le que le recibió con una brisa<br />
c<strong>al</strong>ida…<br />
Se cerró la blanca puerta, y detrás de la puerta,<br />
quedó apoyada Esperanza con destellos de hielo en su<br />
cara…<br />
Quedo la mujer otra vez con gesto triste, t<strong>al</strong> y como<br />
Arn<strong>al</strong>do la había conocido. Con la mirada azul como el<br />
cielo y unas lágrimas corriendo por sus mejillas…<br />
…¡Heladas!<br />
Ella sabía que se despedía para siempre…, y pensó:<br />
¿en cuanto tardarían en ser otra vez sus noches cálidas?.<br />
¿Si t<strong>al</strong> vez, por ser recolectora de <strong>al</strong>mas, no tenía<br />
derecho a desear lo que significaba su propio nombre de<br />
Esperanza…?, ¡la vida!.<br />
Entonces —t<strong>al</strong> vez para consolarse—, se dijo para<br />
sus adentros: <br />
Se cerró la puerta blanca y quedaron cada uno a un<br />
lado.<br />
Sin volver la mirada, Arn<strong>al</strong>do se fue corriendo c<strong>al</strong>le<br />
-67-
adelante, mezclado con el bullicio y el c<strong>al</strong>or del ambi-<br />
ente a reencontrase con su chica; la muerte quedó<br />
dentro, triste, otra vez desolada…, como siempre…,<br />
viendo como se le iba su vida…, ¡enamorada…!<br />
Soñando, que t<strong>al</strong> vez, <strong>al</strong> cabo de los años, o<br />
siglos…., viniera a buscarla…, ¡otra muerte!<br />
Así fue…<br />
En una ciudad, de cuenta cuentos, hay infinidad de<br />
versiones sobre Arn<strong>al</strong>do. Seguramente la mayoría<br />
inventadas…<br />
Pero a mí me gustó esta.<br />
Dicen, los que dicen, que lo conocieron, que Arn<strong>al</strong>do<br />
se hizo viejo en su zapatería y con su mujer; que<br />
vivieron queriéndose muchos años…, aunque <strong>al</strong>guna<br />
vez, cuando le volvía la tristeza y cerraba sus ojos,<br />
aquella mujer, la de la piel de escarcha y ojos color del<br />
cielo, lo visitaba en sus pensamientos recordándole con<br />
una triste sonrisa…, que lo esperaba. Que cuando le<br />
llegara el momento, ella le acompañaría a pasear por los<br />
sitios más placenteros y hermosos con sus mejores<br />
zapatos…, y que a partir de aquél día, Arn<strong>al</strong>do decía a<br />
quien le preguntaba, que no temía la llegada de la<br />
muerte; más bien <strong>al</strong> contrario…, que soñaba con verla<br />
cuando se acabaran su tiempo…<br />
-68-
¡Pero que no tenía prisa….!<br />
También decían, que a partir de aquél día, cuando<br />
Arn<strong>al</strong>do andaba por las c<strong>al</strong>les de Cartagena, no había<br />
niño desc<strong>al</strong>zo que él viera y no lo llevara a su casa y lo<br />
c<strong>al</strong>zara.<br />
Nunca se hizo rico…, pero tampoco pobre; y lo que<br />
fue más importante, su vida fue una vida buena; tenía<br />
una buena mujer…, y otra que lo esperaba<br />
pacientemente…<br />
¡La que le dijo que era la muerte…!.<br />
Conclusión:<br />
Como dije <strong>al</strong> principio, hay lugares que arrastran<br />
tanta belleza e historia…, ¡que hasta a la muerte<br />
enamora!.<br />
Así es Cartagena…<br />
Supongo que todo lo aquí reflejado, será pura<br />
fantasía. Que nadie ha visto a la muerte, la ha tocado, ni<br />
—mucho menos— ha vivido para contarlo; aunque a<br />
veces he pensado que la muerte no será horrenda, que<br />
t<strong>al</strong> vez será de blanca belleza y con <strong>al</strong>ma de mujer; pero<br />
os aseguro, que andando por las estrechas y coloridas<br />
c<strong>al</strong>les llenas de misterio y flores, de Cartagena de<br />
-69-
Indias, no se le tiene miedo…, ¡ni a la muerte!.<br />
Por los demás, y como escribió mi casi paisano<br />
don Pedro Antonio de Alarcón —que parece ser,<br />
también di<strong>al</strong>ogó <strong>al</strong>guna vez con esa señora—, solo<br />
puedo deciros que yo puedo terminar este cuento del<br />
propio modo que terminan las viejas todos los suyos:<br />
diciendo que fui, la vi, me enamoré de esa ciudad,<br />
vine…, y no me dieron nada.<br />
…¡O todo…!<br />
Zújar y Bad<strong>al</strong>ona, 2.010
© Antonio Medina Guevara<br />
© Editori<strong>al</strong> Pelícano (2.011-2.013)<br />
Una mujer llamada Muerte<br />
Antonio Medina Guevara<br />
Made in the USA<br />
Lexington, KY<br />
26 March 2.011
Isabel y Fernando<br />
Antonio Medina Guevara
***<br />
Todos los derechos reservados. Ninguna parte de esta<br />
publicación puede ser reproducida, <strong>al</strong>macenada o<br />
transmitida en manera <strong>al</strong>guna, ni por ningún medio, ya sea<br />
electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación o de<br />
fotocopiado, sin<br />
autorización escrita de los titulares del copyright.<br />
Titulo: Isabel y Fernando<br />
© Antonio Medina Guevara<br />
© Editori<strong>al</strong> Atlantis (2.011 - 2.013)
Isabel y Fernando<br />
( Un cuento romántico del Nuevo Mundo )<br />
Antonio Medina Guevara
Se dice que …
Isabel era la flor más bella de todo el imperio<br />
incaico.<br />
El último beso<br />
(Cuento romántico de conquistadores)<br />
La habían bautizado con ese nombre, en honor a la<br />
que fue reina del Nuevo Imperio: Isabel de Castilla;<br />
aunque sin olvidar el suyo propio de Huiracocha;<br />
princesa destronada por la que suspiraban a la par, incas<br />
y españoles y por la que corría <strong>al</strong> igu<strong>al</strong> por sus venas,<br />
sangre mezcla de inca y español.<br />
Huiracocha —que en quechua significa espuma de<br />
mar—, era el nombre, que le había dado su padre <strong>al</strong><br />
nacer y contemplar, como su cuerpo, era tan delicado<br />
como una suave ola blanca.<br />
-83-
Nadie dudaba, <strong>al</strong> verla y <strong>al</strong> sentirla, que el Dios del<br />
sol la <strong>al</strong>umbraba con su c<strong>al</strong>idez hasta en las noches más<br />
negras…<br />
Era, como un blanco lirio perfumado con el aroma<br />
de los campos, que el sentimiento del amor hacía vibrar.<br />
Alimentaba a la belleza con su presencia, como la<br />
lluvia lo hace a la sabia, o las estrellas a la noche…, y<br />
los sonidos que exh<strong>al</strong>aba, eran tiernos como el quejido<br />
de la <strong>al</strong>ondra.<br />
Tenía <strong>al</strong>go más de quince años y su corazón no<br />
podía dejar de latir ante la presencia de la imagen del<br />
hombre de su <strong>al</strong>ma.<br />
¡Quince años y no amar, es imposible…!<br />
A esa edad, el amor es para el <strong>al</strong>ma, lo que el rayo de<br />
sol primaver<strong>al</strong> para los campos. Sus labios tenían todo<br />
el rojo del carmín de la sangre, el cor<strong>al</strong>…, y el aroma<br />
de la violeta. Eran como una suave línea encarnada<br />
sobre el terciopelo de una margarita, mientras que las<br />
leves tintas de la inocencia y el pudor, coloraban su<br />
rostro como el crepúsculo a la nieve de las cordilleras.<br />
Las madejas de cabello, que caían en gracioso desorden<br />
sobre el armiño de su torneada esp<strong>al</strong>da, imitaban a los<br />
hilos de oro que el padre de los incas derramaba por<br />
el espacio de una mañana de<br />
primavera. Su acento era amoroso y sentido como el<br />
-84-
eco de la quena (1).<br />
Su sonrisa tenía todo el encanto de la esposa del<br />
cantar de los cantares y toda la sencillez de esa plegaria.<br />
Si se podía saber por donde había pasado, no era por la<br />
huella que su planta breve grabaría sobre la tierra, sino<br />
por el perfume de angelic<strong>al</strong> pureza que dejaba tras de sí.<br />
Todo en ella era castidad…, todo era grandeza.<br />
El imperio gemía bajo las garras del león de<br />
Castilla…<br />
Sus vestiduras de armiño, se habían tintado con los<br />
mares de sangre de los hijos del Sol…<br />
¡Conquistadores…!<br />
Los que proclamaban el Cristianismo y con él, la paz<br />
y la libertad, ¿acaso necesitaban campos sembrados de<br />
cadáveres, para erigir sobre ellos sus templos?…,<br />
¿acaso, la riqueza del hombre, está en lo que desea y no<br />
en lo que tiene…? Pero su obra era m<strong>al</strong>decida por el<br />
eterno Justiciero y se desmoronaban sus cielos como las<br />
torres de Sodoma ante la ira de Dios. El sol de la<br />
libertad debió radiar a través de las tinieblas de tres<br />
siglos, pues <strong>al</strong>lí, como inmort<strong>al</strong>es testigos, quedaban los<br />
nombres de Junín y Ayacucho.<br />
¡Su patria…!<br />
-85-
¡Cuanta magia se encontraba encerrada en aquella<br />
p<strong>al</strong>abra!. Era la estrella que guiaba <strong>al</strong> peregrino y lo<br />
liberaba de caer en las infames garras de los<br />
conquistadores…<br />
Era una tarde de Mayo de 1566.<br />
La luz crepuscular vertía su indeciso resplandor<br />
sobre la llanura, que derramaba reflejos de iris<br />
complaciendo a los sentidos.<br />
El sol, desciñéndose de su corona de topacios, iba a<br />
acostarse en el lecho de espumas que le brinda el<br />
inmenso océano. La creación en ese instante era una<br />
lira que lanzaba débiles sonidos. Era lascivo céfiro que<br />
pasaba dando un beso <strong>al</strong> jazminero; la hoja que caía<br />
movida por las <strong>al</strong>as del pintado colibrí; el turpi<strong>al</strong> que en<br />
la copa de un álamo entonaba una canción…, aunque<br />
t<strong>al</strong> vez, de agonía… Mientras el sol se hundía muy<br />
lentamente inflamado como una hoguera en el<br />
horizonte...<br />
Todo era bello en la última hora de la tarde; todo ser<br />
y toda cosa, se elevaba como suave bruma, empujada<br />
por las brisas de soplos de ángeles hacia el Creador.<br />
—decía para sus adentros un español—. ¡Cuanta<br />
magia tiene para el corazón del hombre las p<strong>al</strong>abras de<br />
la mujer querida!. ¡Oír, el blando murmurar del<br />
pequeño arroyo que se desliza como riachuelos de<br />
sangre crist<strong>al</strong>ina; sentir que orea nuestras sienes el<br />
aroma cargado del perfume que exh<strong>al</strong>a la flor de los<br />
limoneros y los junc<strong>al</strong>es; y en medio de este concierto<br />
de la natur<strong>al</strong>eza, beber el amor del <strong>al</strong>ma en los labios,<br />
en las pupilas de la hermosura idolatrada…, es gozar la<br />
dicha del paraíso…!>><br />
¡…Es vivir!<br />
Fernando estrechaba entre sus manos las de<br />
Isabel.<br />
Él, tenía fijos en los de ella sus ojos, porque de los<br />
ojos de ella recibía la vida de su espíritu. Se amaban<br />
con profunda ternura, desde siempre; como dos flores<br />
nacidas del mismo t<strong>al</strong>lo, como dos cisnes, que juntos,<br />
aprendieron a rizar el crist<strong>al</strong> del lago. Isabel y<br />
Fernando, con la ironía de llevar sobre ellos los mismos<br />
nombres de los reyes que crearon el Imperio, estaban<br />
sentados bajo la sombra de un p<strong>al</strong>mero.<br />
Hablaban en ese momento el lenguaje de la pasión.<br />
La natur<strong>al</strong>eza entera les sonreía y les hablaba del<br />
amor. El hermoso cielo de la nueva patria, cuanto su<br />
mirada <strong>al</strong>canzaba, tenía para ellos una poesía<br />
indefinible.<br />
-87-
¡Grandiosa…!<br />
La pálida luna, que s<strong>al</strong>ía en esos momentos a<br />
peregrinar por las noches de estrellas, <strong>al</strong> oírlos,<br />
olvidándose de su viaje a donde moría la aurora, estuvo<br />
vagando toda la noche por los interminables cielos. La<br />
flora blanca, se tintó de carmín y brilló con el color de<br />
la sangre <strong>al</strong> atardecer, mientras que desplegando sus<br />
pét<strong>al</strong>os <strong>al</strong> aire fresco, lloró con lágrimas de rocío; un<br />
pájaro, que cantaba a la despedida del día, también <strong>al</strong><br />
escucharlos, se estremeció en éxtasis desplegando sus<br />
<strong>al</strong>as a la brisa que pasaba besando a los cuerpos.<br />
Su pico ya no cantaba; emitía sonidos orquestados<br />
por el Dios del amor y que, desde su <strong>al</strong>ma más<br />
profunda, llegarían <strong>al</strong> cielo; mientras que fugaces<br />
estrellas, paraban en su camino a contemplarlos.<br />
El eco de sus p<strong>al</strong>abras, limpio como el corazón de un<br />
niño de pecho, fue llevando por el aire hasta la caverna<br />
oscura de las colinas…, y despertó de sus sueños a los<br />
pastores. Fue flotando entre los cañaver<strong>al</strong>es del río y<br />
ellos hicieron llegar su mensaje <strong>al</strong> mar.<br />
Pero, no profanemos el sentimiento copiando las<br />
p<strong>al</strong>abras que brotarían de esas dos <strong>al</strong>mas enamoradas.<br />
Fernando, un mancebo de poco más de dieciocho<br />
años, de apuesto t<strong>al</strong>le y de gentil semblante; era el hijo<br />
-88-
astardo de un conquistador, que murió atravesado su<br />
pecho por una espada desconocida y cobarde,<br />
quebrando así su afán por impedir muertes injustas a<br />
los indios; pero que en re<strong>al</strong>idad no era mas que un<br />
instrumento para el logro de miras más ambiciosas.<br />
El tiempo estaba parado con toda su belleza en aquél<br />
lugar…, como temiendo que una suave brisa, fuera el<br />
preludió de un dañino huracán…<br />
En el fondo del jardín, apareció la imagen de un<br />
anciano envuelto en una larga y grisácea túnica de lino.<br />
Su cintura, sujeta por cordeles trenzados, dejaba<br />
entrever el paso de los años… Llegaba con pesados<br />
andares, en los que el peso de sus años, era más liviano<br />
que el pesar de su <strong>al</strong>ma. Él, que solo escuchaba las<br />
imaginarias p<strong>al</strong>abras de un Cristo clavado a una cruz;<br />
casi desnudo…, y ahora solo llegaban a sus oídos los<br />
truenos dorados de la codicia.<br />
El anciano era pobre; como lo fue su Maestro…, y<br />
también veía, como los mercaderes, no solo se<br />
adueñaban de las tierras, sino también de las personas y<br />
los templos…<br />
¡Por eso le pesaba tanto el <strong>al</strong>ma…!<br />
Sus canosos cabellos caían como hebras de plata so-<br />
-89-
e un rostro que respiraba bondad; <strong>al</strong> verlos, su mirada<br />
se detuvo en la de los dos amantes con aire de cariñosa<br />
protección.<br />
Este anciano era el sacerdote del fuerte.<br />
—¡Padre…, ven…! —le grita el joven Fernando.<br />
Llegó el anciano a su lado y le rogó el mancebo:<br />
—Bendíceme, como bendijiste a mi padre <strong>al</strong> partir a<br />
la aventura de esta nueva tierra. Bendice también a la<br />
mujer que amo y dámela por esposa.<br />
Y los dos jóvenes se arrodillaron ante el sacerdote,<br />
por cuyas rugosas mejillas rodó una lágrima.<br />
—¿Vosotros así lo queréis…? ¡Pues sea!...<br />
El viejo siguió con el ritu<strong>al</strong>…<br />
—Una misma estrella os <strong>al</strong>umbra…, por lo que yo,<br />
en nombre del Creador, bendigo vuestro amor, que es<br />
puro como el agua de estos ríos y la brisa que nos<br />
acaricia. Hijos míos… ¡Oj<strong>al</strong>á que el destino os<br />
sonría…!<br />
Y el anciano se <strong>al</strong>ejó exclamando:<br />
—¡Hay de ti, Hijo del cielo…! ¡Hay de tu pueblo,<br />
90-
que busca las riquezas que solo v<strong>al</strong>en para comprar la<br />
noche y olvida <strong>al</strong> amor que de la claridad nos reg<strong>al</strong>a<br />
todo…!<br />
Se quedaron solos los amantes.<br />
Entonces le dijo <strong>al</strong> oído el muchacho a su ya esposa:<br />
—Si tu me amas, niña mía... El destino nos ofrecerá<br />
sendas repletas de flores; agua para saciar nuestra sed y<br />
<strong>al</strong>imentos para nuestros hijos…<br />
—¡Hasta la muerte…! —respondió la joven.<br />
Esta escena la observó contrariado el capitán del<br />
lugar: Don García de Per<strong>al</strong>ta.<br />
Aunque Don García de Per<strong>al</strong>ta no formó parte de los<br />
trece aventureros que secundaron a Pizarro, cuando<br />
este, en la isla del G<strong>al</strong>lo, después de trazar una línea<br />
con su espada, dijo: “Síganme los que aman la gloria”,<br />
merecía el cariño y el aprecio del comandante<br />
conquistador, quien en los combates vio a Per<strong>al</strong>ta en los<br />
sitios donde más recio se batía el combate.<br />
Con un <strong>al</strong>ma de hierro incrustada en un cuerpo de<br />
acero, las pasiones del soldado debían ser indomables y<br />
frenéticas como un torrente que se desborda. Hombres<br />
organizados así, no pueden comprender esos<br />
sentimientos dulces —a la par que poéticos—, que for-<br />
-91-
man para los otros mort<strong>al</strong>es la epopeya de la felicidad<br />
sobre la tierra.<br />
Don García vio a Isabel y también la amó.<br />
Diremos mejor: Ansió poseerla.<br />
Porque el amor no es el deseo de ser dueño de todo<br />
lo que Dios ha formado bello, sino el anhelo de<br />
confundir nuestro ser en otro ser que <strong>al</strong>iente en la<br />
misma atmósfera de misteriosa vaguedad que nosotros.<br />
Es una hoguera respecto de la cu<strong>al</strong> cada p<strong>al</strong>abra, cada<br />
sonrisa, cada mirada, es como una tea o un esparto<br />
lanzado a ella.<br />
En el sentimiento de Don García por Isabel, en nada<br />
participaba el amor que pretendía pintar. La belleza de<br />
la joven hablaba a sus sentidos y había jurado gozar de<br />
sus encantos; no entendía sentimientos, solo de lujuria<br />
incontrolable.<br />
Se buscó una mentira de traición de Fernando a su<br />
rey.<br />
Por la cresta de un cerro aparecieron Don García y<br />
seis soldados que, con el resplandor de sus armaduras,<br />
mandaban a los amantes rayos de infortunio. Isabel<br />
p<strong>al</strong>ideció <strong>al</strong> ver su amenazador aire de triunfo. El<br />
soldado, hijo de otro v<strong>al</strong>iente, que era Fernando, fue se-<br />
-92-
parado violentamente de los brazos de su amada, fue<br />
cargado de hierro y llevado sin contemplación <strong>al</strong>guna<br />
por los otros españoles.<br />
Don García miró con sarcástica sonrisa a la joven,<br />
la tomó bruscamente del brazo y, obligándola a<br />
seguirlo, le dijo:<br />
—Ahora nadie puede s<strong>al</strong>varte... ¡De agrado o a la<br />
fuerza serás mía!<br />
Fernando estaba reclinado sobre el banco de piedra<br />
de su oscuro c<strong>al</strong>abozo. Sus párpados caían con<br />
melancólica suavidad, y una lágrima, transparente<br />
como una gota de rocío, se detuvo en su cara.<br />
¿Soñaba, o meditaba…?<br />
Su espíritu estaba entregado a una vaga absorción<br />
que solemos experimentar en la vigilia. Sus labios se<br />
movían como si quisieran dar paso a las p<strong>al</strong>abras. Vino<br />
a su memoria, una y otra vez: la imagen de Isabel…<br />
La veía reflejada en todos los rincones de la lúgubre<br />
habitación; sobre las húmedas piedras tintadas de<br />
noche, flotando en aura sobre la nada…<br />
De pronto, se abrió la puerta de la prisión y se<br />
precipitó en ella una mujer.<br />
-93-
—¡Isabel…! —exclamó el prisionero estrechándola<br />
contra su pecho.<br />
—¡Aparta..., aparta tus labios, porque mis besos dan<br />
la muerte…!, Yo he jurado morir digna de ti… ¡Y así<br />
moriré…!<br />
—¿Por qué hablas de morir, niña de ojos de<br />
mar…?. ¡Háblame de amor, no me hables de muerte…!<br />
Tus flotantes ropas vierten el perfume más voluptuoso<br />
que el tilo y el tamarindo de estas montañas...<br />
—¡Esposo mío…! He conseguido venir a expirar en<br />
tus brazos... Desf<strong>al</strong>lecida, iba a sucumbir sin vengarme,<br />
estrechada por ese asesino... Pero recordé que en un<br />
anillo llevaba el veneno con el que confeccionan sus<br />
armas los indios de Cajamarca... y lo apliqué a mis<br />
labios... Soy tuya le dije a don García, pero cuando<br />
hayas firmado una orden de liberación para mi esposo.<br />
El infame firmó una orden para que los carceleros no<br />
me estorbasen la entrada, y como un tigre famélico se<br />
ab<strong>al</strong>anzó a mí... ¡Insensato! ¿No es cierto? Creyó que<br />
mis besos de fuego eran un arrebato de placer... Pensó<br />
que yo mordía sus labios porque el deleite me<br />
embriagaba... ¡Necio mil veces!... Al separarse de mí<br />
iba camino del infierno. ¡Él ya será cadáver…!<br />
—¡No puede ser verdad lo que me dices…! ¡Tu<br />
razón se extravía!.<br />
-94-
—Yo soy impura…, y tú me rechazarás... Ya no<br />
puedo pertenecerte..., debo morir... ¡Perdóname<br />
Fernando…!<br />
—¿Perdonarte…? ¿Qué he de perdonarte? Sin ti,<br />
niña mía, ¿para qué anhelar la vida? ... ¡Dame un<br />
beso!... La muerte será dulce si la recibo de tus labios...<br />
¡Qué importa, si tu cuerpo ha sido profanado por las<br />
manos de una bestia, si tu <strong>al</strong>ma es tan pura como es<br />
de limpio el firmamento?.<br />
Y los dos amantes se oprimieron con frenético<br />
arrebato, a la vez que, una nube del amor, veló sus<br />
pupilas y las fibras de sus pechos p<strong>al</strong>pitaron con<br />
violencia mientras el eco sepulcr<strong>al</strong> del c<strong>al</strong>abozo repitió,<br />
suave y fatigosamente, estas p<strong>al</strong>abras:<br />
—¡Fernando…, ¡esposo mío!<br />
—¡Isabel…! ¡esposa mía!<br />
Las sombras del infortunio pasearon aquél día por<br />
el fuerte de los españoles…<br />
Unas pocas horas después, los carceleros<br />
comunicaban a Hernando de Soto, el comandante del<br />
fuerte, que el prisionero y su esposa habían sido<br />
encontrados muertos en el c<strong>al</strong>abozo…, mientras que un<br />
fraile, lloraba amarga y silenciosamente, ante una cruz<br />
desnuda…
(1) Quena = Flauta que usan los indios en sus cánticos y danzas.<br />
© Antonio Medina Guevara<br />
© Editori<strong>al</strong> Atlantis (2.011 - 2.013)
El nog<strong>al</strong> y la fuente de las Doncellas<br />
Antonio Medina Guevara
El nog<strong>al</strong> y la fuente de las Doncellas<br />
( Cuentos de Zújar )<br />
Antonio Medina Guevara<br />
Dedicado a mi hijo Carlos…<br />
Que de niño hacía “excursiones” a la Fuente de las Doncellas.
En los recuerdos de mi niñez, queda viva la imagen<br />
de un árbol, tan gigante, que casi tocaba <strong>al</strong> cielo. Era un<br />
nog<strong>al</strong> <strong>al</strong> que me gustaba acercarme cada vez que andaba<br />
por <strong>al</strong>lí; sobre todo en verano para poder sentir el<br />
frescor de sus sombras.<br />
Parecía mágico.<br />
Una noche de verano, una de esas noches, que<br />
siendo la costumbre tan antigua, de contar historias, los<br />
mayores nos contaban cuentos, mis orejas escucharon<br />
este:<br />
El nog<strong>al</strong> y la fuente de las Doncellas<br />
Hace ya muchos años, cuando era niño, a veces iba<br />
un zag<strong>al</strong> con su padre a un banc<strong>al</strong> muy cercano a la<br />
-103-
Fuente Grande. Estaba en medio de la vega y casi<br />
lindante a la acequia que discurre desde la fuente<br />
moruna y que pasa por la f<strong>al</strong>da del cerro a regar las<br />
frondosidades del campo; <strong>al</strong>lí había un nog<strong>al</strong> de tamaño<br />
descomun<strong>al</strong>, tanto, que su copa parecía tocar el cielo.<br />
Se veía desde todas partes.<br />
Aquél árbol que había <strong>al</strong>lí, era tan grande, que<br />
costaba subir hasta su primer rellano leñoso. Y cuando<br />
llegaba el c<strong>al</strong>or, daba tanta sombra, que la luz solar<br />
debía esperar para llegar <strong>al</strong> suelo hasta la llegada del<br />
invierno, cuando los t<strong>al</strong>los y ramas estaban peladas<br />
esperando otra vez la llegada del buen tiempo.<br />
Al niño le parecía tan grande y a la vez tan mágico,<br />
que a pesar de mucho costarle, en cuanto podía subía a<br />
su frondosidad y se perdía entre los brazos de su cuerpo<br />
tan verde. Tenía el árbol brazos de gigantes y recovecos<br />
entre sus ramas que hacían perderse, pero que incitaban<br />
<strong>al</strong> disfrute de la vista y <strong>al</strong> frescor de las brisas en los<br />
días de estío.<br />
Por su bello aspecto y anchísima copa, aquél nog<strong>al</strong><br />
era la imagen del cielo protegiendo a la tierra; también<br />
por su larga vida —que se le suponía t<strong>al</strong> vez de siglos—<br />
, simbolizaba la inmort<strong>al</strong>idad.<br />
Los días de negras tormentas su cuerpo se tragaba<br />
los rayos como suspiros, mientras que en los días de ca-<br />
-104-
lor, era el descanso miles de pájaros y de <strong>al</strong>gún<br />
agricultor deseoso de sus sombras.<br />
Un día subió el zag<strong>al</strong> <strong>al</strong> primer cruce de ramas del<br />
cuerpo del nog<strong>al</strong>, se recostó <strong>al</strong> frescor observando a<br />
poca distancia el piar de unos pajarillos ruidosos que<br />
llamaban sin cesar a su <strong>al</strong>imento, pero que <strong>al</strong> verlo a él<br />
subido, su madre no se acercaba <strong>al</strong> nido. Entonces se<br />
pasó el niño <strong>al</strong> otro lado del tronco centr<strong>al</strong> y el ave se<br />
apresuró a entregarles los insectos que portaba en su<br />
pico.<br />
—Eso está bien…, no hay que molestar a los<br />
pájaros… —oyó una voz tranquila a su lado.<br />
Al escuchar aquellas p<strong>al</strong>abras, casi se desprende de<br />
la rama y se estrella <strong>al</strong> suelo.<br />
—No te asustes. —le dijo un viejo de raro vestido<br />
que estaba subido a una rama cercana.<br />
Después del susto que casi le hace besar <strong>al</strong> suelo y<br />
de ordenarle a sus venas que se c<strong>al</strong>laran, se fijó en aquel<br />
viejo de apariencia tan frágil y rara vestimenta,<br />
preguntándose como habría podido subir <strong>al</strong>lí. Pero el<br />
viejo se acercó a él con tanta seguridad y rapidez, que<br />
más bien parecía un gato.<br />
—¿Quién eres…? —le preguntó.<br />
-105-
—Yo… —Fue lo único que s<strong>al</strong>ió de los labios del<br />
zag<strong>al</strong>.<br />
—Ya sé, que eres tú…, ¿te pregunto como te<br />
llamas?.<br />
Con el susto contenido, le dijo su nombre y el de su<br />
padre que laboraba a poca distancia; el viejo le<br />
respondió con el suyo: Farid.<br />
Le solicitó el zag<strong>al</strong> que se lo repitiera, que aquél era<br />
un nombre raro que nunca había escuchado; él le<br />
repitió:<br />
—Me llaman Farid. Ahora no se escucha por aquí<br />
ese nombre, pero hubo un tiempo en que era tan<br />
corriente en este pueblo como el agua de esa fuente —<br />
dijo señ<strong>al</strong>ando a la b<strong>al</strong>sa de la Fuente Grande.<br />
Le dio tranquilidad el viejo y en seguida le gustó<br />
oírle las p<strong>al</strong>abras. Siguieron un rato hablando de cosas<br />
—aunque la verdad es que solo el viejo hablaba— y le<br />
preguntó <strong>al</strong> niño, si sabía la historia de aquél nog<strong>al</strong> que<br />
se suponía centenario. Le dijo que no; que nadie se lo<br />
había contado y que suponía que sería como la de todos<br />
los árboles: que primero <strong>al</strong>guien los planta…, y<br />
después, crecen y crecen.<br />
—Te la voy a contar… —le dijo el viejo mientras se<br />
-106-
ecostaba sobre el inmenso tronco—: Hace muchísimos<br />
años, en este árbol descansaban los que pasaban en<br />
busca de personas desaparecidas... Era parada obligada.<br />
—¿Es un cuento…? —le preguntó el chico.<br />
—¡Yo te lo cuento…, tu verás!. —respondió el<br />
anciano.<br />
Se c<strong>al</strong>ló el zag<strong>al</strong>, le intrigaba lo que s<strong>al</strong>dría por la<br />
boca del viejo.<br />
—Un día —siguió contando—, llegó un joven a<br />
lomos de su cab<strong>al</strong>lo que corría como el viento y era de<br />
belleza damascena. De color negro como una noche sin<br />
luna, y elegante como la más elegante de las bellezas<br />
peregrinas. Llegó diciendo que venía de muy lejos;<br />
preguntó por las piedras invisibles, por el pájaro que<br />
escribía, el árbol que hablaba y por la fuente que le<br />
decían: “la de las Doncellas“.<br />
Le preguntó el viejo del nog<strong>al</strong> el motivo de su<br />
búsqueda… —Si acaso sería en busca de tesoros<br />
ocultos de los que dicen está repleto el cerro—,<br />
entonces, después del segundo susto —ya que también<br />
le preguntó el árbol—, le dijo que sí, que era su tesoro<br />
que le había robado un moro m<strong>al</strong>o, que le dijeron que<br />
todo eso debía de hacer para recuperarlo; que su tesoro<br />
se llamaba Isabela, que era su doncella y la sabía<br />
cautiva de un embrujo en esa fuente.<br />
-107-
Después de descansar en las sombras y de no poder<br />
disuadirle, metió el viejo la mano en una t<strong>al</strong>ega y le<br />
entregó una bola de granito marrón. Se la ofreció<br />
diciéndole:<br />
—Ella te conducirá donde tiene que conducirte.<br />
Monta en ese precioso cab<strong>al</strong>lo y arrój<strong>al</strong>a <strong>al</strong> camino<br />
delante de ti. Rodará y tú la seguirás hasta el paraje en<br />
que se pare. Entonces echarás pie a tierra y atarás el<br />
cab<strong>al</strong>lo a esa bola, que el anim<strong>al</strong> no se moverá del sitio<br />
en que lo dejes hasta tu vuelta.<br />
El zag<strong>al</strong> no se lo creía, pero el cuenta cuentos lo<br />
hablaba con t<strong>al</strong> gusto, que sus oídos también gustaban<br />
de escucharlo. Siguió:<br />
—Treparás a esa montaña donde suben sus devotos<br />
a tu Virgen y, cuya cima, se divisa desde aquí. A tu<br />
paso, verás por todas partes piedras y oirás voces que<br />
no son de los torrentes, ni de los vientos en los abismos,<br />
sino voces de las piedras invisibles. Te gritarán p<strong>al</strong>abras<br />
que hielan la sangre de los hombres, pero no las<br />
escuches… Porque si vuelves la cabeza para mirar<br />
detrás de ti mientras te llaman, ya sea lejos que cerca,<br />
en el mismo instante, te convertirás en una piedra<br />
semejante a las de esa montaña; pero si resistes a esas<br />
llamadas y llegas a la cima, encontrarás <strong>al</strong>lí una ermita<br />
de cristianos y <strong>al</strong> pájaro que escribe. Él te indicará<br />
donde está el otro árbol que habla. Entonces le dirás: “la<br />
Virgen de la Cabeza esté contigo Babul Hazar…<br />
-108-
¿Dónde está el chaparro que habla, para que me diga el<br />
camino a la fuente de las Doncellas…?”<br />
Tras darle esta explicación, el árbol en que estaban<br />
montados lanzó un suspiro... Y nada más.<br />
—¿Nada más…? —le preguntó aún más intrigado.<br />
Nada más dijo el árbol, que ya lo tenía todo dicho.<br />
Pero sí siguió hablando el viejo:<br />
—El joven se apresuró a montar en su corcel. Antes<br />
lanzó la bola con todas sus fuerzas y la bola, rodó, rodó<br />
y rodó… Y el cab<strong>al</strong>lo negro, que era un relámpago entre<br />
los corredores, le costaba trabajo seguirla por entre las<br />
breñas que franqueaba, las zanjas que s<strong>al</strong>taba y los<br />
obstáculos que s<strong>al</strong>vaba. Y continuó rodando así, con<br />
una velocidad no interrumpida, hasta que tropezó con<br />
los primeros peñascos <strong>al</strong> acabar el llano de Catín.<br />
Solo entonces se detuvo.<br />
El muchacho, se apeó del cab<strong>al</strong>lo y enrollo la brida<br />
a la bola quedando el cab<strong>al</strong>lo tan quieto como una<br />
estatua. Enseguida empezó a trepar la montaña con<br />
impetuosa rapidez. En un principio no oyó nada, solo<br />
las suaves brisas que viajaban impregnadas de lavanda<br />
y romero, pero a medida que iba subiendo, veía cubrirse<br />
todo de bloques de piedra que parecían figuras<br />
-109-
humanas. —no sabía que eran otros como él que habían<br />
pasado y mirado hacia atrás—. De pronto se dejó oír<br />
entre las rocas un grito que sonaba a trueno; que jamás<br />
en su vida nadie había oído…, y fue seguido de otro y<br />
otro, y otros… Aquellos gritos nada tenían de humano.<br />
Parecían aullidos de vientos s<strong>al</strong>vajes en un día de<br />
tempestad; pero eran gritos de vientos de soledad, de<br />
los abismos…, ¡gritos de invisibles!. Y se decían los<br />
unos a los otros: “¡Detenedle!, ¡matadle!, ¡empujadle <strong>al</strong><br />
fondo…!” Y otros se burlaban: “¿Qué, v<strong>al</strong>iente?, ¡ven<br />
si tienes v<strong>al</strong>or…, ven…!”<br />
El muchacho continuó subiendo sin hacerles caso,<br />
sin dejarse engañar por aquellas voces que parecían<br />
s<strong>al</strong>ir de un infierno, tan terribles que parecían llamarlo<br />
con su <strong>al</strong>iento… Pero el joven tuvo una vacilación y,<br />
olvidando lo que le había advertido el viejo del nog<strong>al</strong>,<br />
miró para atrás…, y quedó convertido en granito. Lo<br />
mismo que su cab<strong>al</strong>lo.<br />
Se quedó el zag<strong>al</strong> como estaba: subido <strong>al</strong> nog<strong>al</strong> y<br />
con los hombros encogidos. No lo entendía; entonces<br />
siguió el viejo contado la historia:<br />
—Pero <strong>al</strong> cabo del tiempo pasó a suceder lo mismo.<br />
El mismo caso, el mismo árbol, otro joven que venía a<br />
buscar <strong>al</strong> que quedó petrificado… Llegó el nuevo joven<br />
<strong>al</strong> nog<strong>al</strong> y encontró <strong>al</strong> mismo viejo a su sombra;<br />
después de preguntarle, este le informó de lo sucedido y<br />
le dio las mismas advertencias: le dijo que no lo inten-<br />
-110-
intentara, que nadie lo había conseguido jamás. Pero el<br />
nuevo joven, hermano del anterior y también v<strong>al</strong>eroso,<br />
olvidando la disuasión del viejo, partió como el otro a<br />
lo más <strong>al</strong>to del cerro.<br />
Siguió esc<strong>al</strong>ando peñas…<br />
A su paso le s<strong>al</strong>ían las voces y los vientos<br />
tormentosos, aullidos que helaban la sangre, pero este<br />
no respondió a las injurias ni miró atrás a los<br />
llamamientos —sabía que eran su perdición—, pero<br />
cuando llegando casi <strong>al</strong> fin<strong>al</strong>, oyó la voz de su hermano<br />
que le decía: “¡Hermano mío, hermano mío…,<br />
socórreme…!”. Volvió la mirada y también quedó<br />
petrificado…<br />
El tercero de los hermanos, que era su hermana y<br />
mujer de v<strong>al</strong>or inc<strong>al</strong>culable, <strong>al</strong> ver los resultados quiso<br />
ella seguir los pasos de sus otros hermanos.<br />
Ni que decir que intentaron todos disuadirla, que no<br />
era empresa para mujeres, pero no la convencieron.<br />
Llegó también <strong>al</strong> nog<strong>al</strong> y todo fue igu<strong>al</strong>.<br />
Cuando hubo llegado a las primeras rocas, echando<br />
pie <strong>al</strong> suelo, avanzó la joven hacia la cumbre del cerro.<br />
A su paso no quiso escuchar a nadie ni a nada —antes<br />
se había taponado los oídos— y subió sin detenerse;<br />
subió ágil, aún cuando era más débil y delicada que un<br />
hombre, pero a cambio le sobraba arrojo y v<strong>al</strong>or.<br />
-111-
Llegó a la cima y se encontró una pequeña figura de<br />
Virgen cristiana con un niño en su brazo —pero que<br />
todos decían ser muy grande en milagros—, a su lado<br />
estaba un pájaro escribano y un chaparro parlante; le<br />
hizo reverencia a la Imagen y le preguntó <strong>al</strong> árbol que le<br />
devolvió <strong>al</strong> pájaro escribano. Pidió <strong>al</strong> pájaro que le<br />
describiera donde estaban sus hermanos y la fuente. El<br />
pájaro le dibujo un camino y le indicó con sus <strong>al</strong>as el<br />
destino. Entonces la joven, emocionada ante la Virgen y<br />
pensando que pronto los encontraría, besó a los pies de<br />
la figura y dos piedras se convirtieron en sus hermanos,<br />
otras dos, en sus cab<strong>al</strong>los. Al verlos a s<strong>al</strong>vo, una lágrima<br />
se estrelló sobre el mantón de la pequeña Imagen que<br />
era de <strong>al</strong>egría y agradecimiento <strong>al</strong> mismo tiempo.<br />
La Virgen, a su vez también se emocionó <strong>al</strong> ver la<br />
<strong>al</strong>egría de todos y otra lágrima transparente s<strong>al</strong>ió de su<br />
cara; esta llegó hasta el suelo, siguió como el agua<br />
crist<strong>al</strong>ina de una fuente monte abajo y su erosión creó<br />
una acequia; los tres la siguieron a su destino por la<br />
vega. Se paró el agua a unos metros de donde sonaba el<br />
murmullo de un caño, en una erilla cercana; se<br />
acercaron y vieron como la fuente estaba repleta de<br />
bellas doncellas que <strong>al</strong> verlos llegar, una gritó con voz<br />
de <strong>al</strong>egría: ¡Aquí…, aquí…!<br />
Todo fue <strong>al</strong>garabía y emoción.<br />
Se abrazaron todos y después partieron a su tierra:<br />
-112-
los hermanos, la doncella cautiva de la fuente, las otras<br />
doncellas…<br />
Aquello transcendió de boca en boca por las gentes<br />
de los pueblos y quedó claro a partir de entonces, que el<br />
v<strong>al</strong>or no es solo patrimonio de la fuerza, sino de la<br />
inteligencia a la vez que del arrojo. Así es, que desde<br />
tiempos inmemori<strong>al</strong>es y para no olvidarlo, en cuanto<br />
vuelven las golondrinas, las flores y el buen tiempo,<br />
todos suben <strong>al</strong>egres con aquella pequeña Imagen a lo<br />
más <strong>al</strong>to del cerro.<br />
¡…A las cimas del Jab<strong>al</strong>cón!.<br />
Pasaron muchos años…<br />
Mataron, o t<strong>al</strong> vez murió por sí solo aquél nog<strong>al</strong>…,<br />
y con él desapareció el viejo de sus sombras.<br />
Con el paso del tiempo, solo quedó la fuente que se<br />
resiste a morir seca. Que sufre la insensibilidad de<br />
<strong>al</strong>gunos que quieren matarla, o no quieren oír el blando<br />
murmurar de un pequeño arroyo que se desliza como<br />
sangre crist<strong>al</strong>ina…, sentir en los días de c<strong>al</strong>or como<br />
orea nuestras sienes el frescor de su <strong>al</strong>ma… Pero dicen<br />
los más viejos, que <strong>al</strong>gunas noches, cuando fluye el<br />
agua de la fuente, aún se oyen voces y charlas de<br />
doncellas. Y que si tienes v<strong>al</strong>or y sigues para arriba, a<br />
medida que se avanza hacia la cima, van aumentando<br />
los sonidos de las voces de las piedras del cerro.<br />
-113-
Mejor no subir de noche, pero si <strong>al</strong>guna vez te<br />
encuentras por <strong>al</strong>lí bajo la luz de las estrellas y no tienes<br />
más remedio que andar por entre las piedras del<br />
cerro…, no vuelvas la mirada…, ¡piensa en lo que<br />
pasó!.<br />
Así creo que fue…, así me lo contaron…, y así lo<br />
cuento.<br />
Quien no lo crea, que suba a la cima del Jab<strong>al</strong>cón en<br />
una noche en c<strong>al</strong>ma… ¡Oirá lo que le dice el viento!
Sobre una idea de las mil y una noches…<br />
© Antonio Medina Guevara<br />
© Editori<strong>al</strong> Atlantis (2.011 - 2.013)<br />
Publicado con autorización de la editori<strong>al</strong>
Las luciérnagas y la estrella fugaz<br />
Antonio Medina Guevara
Las luciérnagas y la estrella fugaz<br />
( Cuento para niños )<br />
Antonio Medina Guevara<br />
Dedicano a mi hijos Carlos…<br />
Que de niño volaba con las estrellas de Zújar
En muy pocos lugares, se ven las estrellas igu<strong>al</strong><br />
que subido a las crestas del Jab<strong>al</strong>cón en las noches de<br />
verano.<br />
Antes —de eso, hace ya bastantes años—,<br />
cuando nuestros padres no podían comprarnos<br />
juguetes y por narices teníamos que inventarlos,<br />
cu<strong>al</strong>quier cacharro servía para fabricarlos.<br />
Y en las noches de verano, s<strong>al</strong>íamos a buscar<br />
pequeñas linternas que habitaban los ribazos: ¡eran<br />
luciérnagas…!<br />
Alguien que recuerdo muy bien, cuando yo era<br />
muy niño, me dijo una vez <strong>al</strong> ver una lluvia de<br />
estrellas, que eran miles, millones de diminutas<br />
luciérnagas, montadas a la grupa de pequeñísimas<br />
estrellas que pasaban hacia su destino en el infinito y,<br />
que de esa manera, <strong>al</strong>umbraban el camino.<br />
Desde entonces, en las noches de pleno verano, me<br />
gusta verlas pasar y despedirlas en su viaje <strong>al</strong> infinito.<br />
Todo esto, viene a cuento, porque yo también soy<br />
-121-
de los que creen, que sobre ellas vuelan millones de<br />
<strong>al</strong>egres y juguetonas luciérnagas, <strong>al</strong>umbrando con sus<br />
linternas las noches y a los niños buenos y<br />
juguetones…, y que brillan s<strong>al</strong>udándonos <strong>al</strong> paso en<br />
su destino tan lejano.<br />
Las luciérnagas y la pequeña estrella fugaz<br />
Y ahora, os cuento el cuento:<br />
Había una vez, una estrella muy pequeña, que era<br />
muy <strong>al</strong>egre, juguetona e inquieta, pero que a su vez<br />
era desobediente.<br />
No era m<strong>al</strong>a... Solo un poco inquieta.<br />
Muchas veces, no hacía caso de las indicaciones<br />
que le daban sus padres. Aunque en eso, creo que<br />
éramos igu<strong>al</strong>es.<br />
Su padre —un sol tan grande, cómo el más grande<br />
de los planetas conocidos y desprendiendo tanto c<strong>al</strong>or,<br />
que daba vida a toda una g<strong>al</strong>axia— y su madre —una<br />
enorme y rolliza luna plateada, que <strong>al</strong>umbraba todas<br />
las noches mientras su marido dormía—, le decían<br />
que no s<strong>al</strong>iera a pasear sola.<br />
Existía una advertencia que era sabida por todas<br />
las estrellas pequeñas: no s<strong>al</strong>ir de casa a pasear por el<br />
firmamento sin estar acompañados por una estrella<br />
-122-
mayor, para así, poder ser guiados en medio de la vía<br />
láctea y que no se perdieran en el gran infinito.<br />
La estrella pequeña, que muy bien sabía de ello,<br />
tenía mucha curiosidad por hacer sola un viaje por el<br />
firmamento que le permitiera ir mucho más <strong>al</strong>lá de lo<br />
impensable.<br />
A cada momento se preguntaba: ¿Cómo será darse<br />
una vuelta de un planeta a otro? ¿Qué será de Júpiter?<br />
¿Podré girar en los satélites de Saturno? ¿Podré visitar<br />
la Tierra tan azul?<br />
Con tantas y más preguntas, desoyendo los<br />
consejos sabios de sus mayores, emprendió un largo<br />
viaje interplanetario.<br />
S<strong>al</strong>ió de su casa y, sin que sus padres se dieran<br />
cuenta, enrumbó volando velozmente hacia lo<br />
desconocido; disfrutando de su viaje, dando vueltas y<br />
vueltas por miles y miles de estrellitas que dormitaban<br />
en la media noche.<br />
—¡Ahhh…, esto si que es vida! Volar sin<br />
control... Sin que nadie me reclame ni me diga lo que<br />
tengo que hacer… ¡Esto es lo máximo que puede<br />
sentir una estrella…! —se decía así misma la<br />
estrellita, que quería sentirse como la más grande de<br />
las estrellas.<br />
-123-
Así es, como volando muchas horas, pudo ver de<br />
cerca a casi todos los planetas. Y llegó un momento<br />
en que solo le f<strong>al</strong>taba el planeta tierra y, que <strong>al</strong><br />
encontrarlo, muy emocionada, se fue enseguida a toda<br />
velocidad hacía el azul que desprendía <strong>al</strong> universo.<br />
—¡Que bonita que es la tierra…! —exclamaba a<br />
los confines del universo—, creo, que es el más<br />
bonito de los planetas.<br />
Siguió viajando por la noche mientras s<strong>al</strong>udaba a<br />
pequeños objetos del espacio…, ¡hasta s<strong>al</strong>udó a<br />
<strong>al</strong>gunos de los satélites artifici<strong>al</strong>es que nos rodean…!<br />
Pero que <strong>al</strong> no tener sentidos —a pesar de llevar tanta<br />
tecnológica en sus entrañas—, no le devolvieron el<br />
s<strong>al</strong>udo.<br />
—¡Soosos…! —les recriminó la pequeña estrella.<br />
Mientras tanto, en la tierra era de noche y un<br />
enjambre de miles, o t<strong>al</strong> vez, millones de luciérnagas,<br />
jugaban con sus linternas <strong>al</strong> escondite.<br />
Sus padres estaban laborando y también les decían<br />
que estuvieran todas juntas, que así, de esta manera,<br />
las loc<strong>al</strong>izarían a su vuelta en la oscuridad.<br />
Vieron las juguetonas luciérnagas un resplandor<br />
tan brillante cruzando el cielo, que, pensando que eran<br />
otras amigas que las llamaban a sus juegos,<br />
-124-
decidieron seguirlas. Pero como no tenían <strong>al</strong>as y solo<br />
daban luz, le pidieron a la luna que las subiera hasta el<br />
cielo.<br />
La luna las complació y lanzándolas con un soplo<br />
de viento, las envió volando <strong>al</strong> cielo en dirección <strong>al</strong><br />
brillo…<br />
Y subieron y subieron <strong>al</strong> encuentro de la estrella<br />
fugaz.<br />
Pero, ¡hay, que problema…!, la estrellita se<br />
despistó en su vuelo y se complicó la cosa…<br />
Quiso parar a s<strong>al</strong>udar a las millares de luciérnagas<br />
que llegaban a su encuentro, pero lo hizo tan rápido,<br />
que perdió el control y, chocando contra la cara de un<br />
gran asteroide, cayó estrepitosamente contra un<br />
nubarrón gigantesco. Quedó mareada y dando brincos<br />
sin parar, anduvo un buen rato desorientada y toda<br />
magullada.<br />
El nubarrón, <strong>al</strong> verla en problemas, quiso con sus<br />
copos darle cobijo, pero la estrellita iba tan rápida que<br />
no podía detenerse…<br />
Seguía volando, sin cesar y sin parar.<br />
—¡Ohhh!. ¡Quisiera detenerme…! Desearía volver<br />
a mi casa, ¡auxilio, ayúdenme a regresar!. —gritaba<br />
-125-
muy asustada llorando.<br />
Gritaba con todas sus fuerzas, pero nadie llegaba<br />
en su ayuda.<br />
Solo lo hizo el hada de las estrellas que, <strong>al</strong> verla en<br />
peligro, se acercó hacia ella para detener lentamente<br />
la excesiva velocidad en la que iba por el firmamento.<br />
Cuando a fin logró pararla, le dijo:<br />
—Estrellita pequeña… ¿Por qué huyes de casa<br />
desobedeciendo a tus padres…? ¡Ahora ya no podrás<br />
volver!<br />
La estrella se asustó aún más.<br />
—Hada de las estrellas, por favor, ¡te lo suplico!;<br />
quiero volver con mis padres a mi casa… Prometo ser<br />
obediente y no hacerlos enojar.<br />
—Estrellita pequeña —le dijo el hada del cielo con<br />
expresión triste—, es demasiado tarde. Ya nada<br />
puedo hacer por ti. Desde el momento en que<br />
decidiste emprender este largo viaje, has buscado tu<br />
propio fin. Pero no tengas miedo, porque yo te<br />
acompañaré a la mansión donde está el Gran Rey de<br />
la estrellas…, es <strong>al</strong>lí donde morarás a partir de ahora.<br />
-126-
—¡Por favor…, no me dejes ir hada de las estre-<br />
llas…!<br />
—No puedo evitarlo. Así debe ser con las<br />
estrellas…<br />
—Al menos, déjame antes despedirme de mis<br />
padres. Quiero decirles que los quiero —le suplicó<br />
una y otra vez, muy triste, la estrella pequeña.<br />
—No estrellita… No puedo.<br />
—¡Por favor…, dejáme despedirme…!<br />
El hada se quedó mirando la tristeza que s<strong>al</strong>ía de<br />
los ojos de la estrella. Y como era una hada buena,<br />
decidió darle una última oportunidad de que la vieran<br />
sus padres.<br />
—¡Es mi último deseo…! —dijo sollozando la<br />
pequeña estrella.<br />
—Está bien… —le dijo el hada—, pero solo<br />
podrás aparecer por un breve instante…, casi fugaz.<br />
Serás vista por toda la vía láctea y por todos los<br />
habitantes del planeta tierra…, ¡esa será tu<br />
despedida!.<br />
Así fue…<br />
-127-
La pequeña estrella, <strong>al</strong>istó sus pocas energías y por<br />
un breve instante, apareció más hermosa que nunca.<br />
Brilló como un precioso resplandor de destello<br />
errante, montó sobre su esp<strong>al</strong>da a todas las<br />
luciérnagas y fueron contempladas por toda la vía<br />
láctea y por cada ser humano que mirase <strong>al</strong> cielo.<br />
Y <strong>al</strong> pasar ante los ojos de quienes la miraban, la<br />
estrella y las luciérnagas s<strong>al</strong>udaban a todos contentas,<br />
mientras que los humanos les pedían toda clase de<br />
suertes y esperanzas…<br />
Por última vez, la más pequeña de las estrellas,<br />
nuevamente se sintió la más grande de todas<br />
contemplando el infinito espacio; y con su luz que<br />
desprendía, acarició a sus padres con amor,<br />
pidiéndoles perdón por haber actuado<br />
incorrectamente, a la vez que a los seres humanos les<br />
estrechó con los mejores deseos de buena suerte a<br />
quien la mirase.<br />
Al cabo de unas décimas de segundo, dejó caer de<br />
su esp<strong>al</strong>da a las luciérnagas, que brillaron como miles<br />
de guirn<strong>al</strong>das encendidas en su caída hacia la tierra…<br />
Y les dijo adiós la estrella, partiendo hacia su destino<br />
tan lejano.<br />
Luego, después de tanto esfuerzo para que la vie-<br />
-128-
eran, como era muy diminuta y débil, se partió en<br />
millones de pedacitos… Desapareciendo por comple-<br />
to en medio del firmamento... Y en medio de la<br />
nada, el Mago de las estrellas, recogió un rayito de luz<br />
que dejó en su hogar y que desde siempre brilla.<br />
De los millones de minúsculos trocitos de luz, que<br />
cayeron a la tierra, los recogieron las luciérnagas y se<br />
los pusieron las muy coquetas a la esp<strong>al</strong>da…<br />
¡Por eso se ven brillar en la noche…!<br />
Fue así que ocurrió, y es así como sigue<br />
ocurriendo:<br />
Cada vez que una estrella pequeña, atraviesa fugaz<br />
por el cielo, es porque ella es una estrella traviesa<br />
viajando a su destino fin<strong>al</strong>. Y en ese esfuerzo por<br />
despedirse, descarga su última energía llena de deseo<br />
por ser vista pasar en su viaje hacía el infinito de la<br />
vía láctea…, y por los seres que habitan en la tierra.<br />
Cuando tengas la oportunidad de verla, desé<strong>al</strong>e un<br />
buen viaje. Contémpl<strong>al</strong>a y únete a ella con un gran y<br />
buen deseo…, ¡que de seguro se cumplirá…!
Publicado con autorización del autor<br />
© Antonio Medina Guevara<br />
© Editori<strong>al</strong> Atlantis (2.011 - 2.013 )
El morisco y el mestizo<br />
Antonio Medina Guevara
El morisco y el mestizo<br />
( Cuentos de Zújar )<br />
Antonio Medina Guevara
Hace poco, paseando por Baza, pasé por delante<br />
del decrépito y ruinoso P<strong>al</strong>acio de los Enríquez…,<br />
¡que pena…! Tantos siglos en sus muros…, y a punto<br />
de besar el suelo.<br />
Bueno, espero que el sentido común impere y<br />
que <strong>al</strong> menos sus paredes y dependencias, vuelvan<br />
<strong>al</strong>gún día a todo su esplendor.<br />
Pero eso no es lo que quiero contar.<br />
Lo que quiero contar es del pueblo de <strong>al</strong> lado: de<br />
Zújar. Y está relacionado con esa casa y sus<br />
moradores de hace quinientos años.<br />
El morisco y el mestizo<br />
Contaban los cuentistas viejos de la villa —de<br />
p<strong>al</strong>abra, claro, porque no hay papel que lo soporte—,<br />
-137-
que un verano de hace cinco siglos y consumidas ya<br />
más de tres cuartas partes de lo que llevamos de esta<br />
era tan cristiana, siendo por entonces dueños<br />
absolutos de estas tierras, los Enríquez, que ya dieron<br />
de siempre muestras de menosprecio a los de creencia<br />
islamista y también a los conversos, un joven de<br />
sangre muy pura y muy disimulada —de cruz y<br />
espada, claro está, porque era sarraceno y de la media<br />
luna—, m<strong>al</strong>decía para sus adentros tanto<br />
avas<strong>al</strong>lamiento y desprecio hacia los de su clase<br />
Más, viniendo como venía, de estirpe del Profeta<br />
Supremo, ismaelita, de sangre conquistadora del<br />
medio mundo conocido y de sabios interpretes de las<br />
estrellas, el cielo y su movimiento, de medicinas<br />
contra dolores y enfermedades…, y aún así, con tanto<br />
que enseñar a los demás, despreciados por bárbaros<br />
que odiaban <strong>al</strong> agua y <strong>al</strong> jabón, casi tanto como a<br />
ellos mismos.<br />
—La ignorancia y el fanatismo son los<br />
princip<strong>al</strong>es enemigos de la razón… —le decía un<br />
joven a su hermano.<br />
—¿Por qué dices eso, hermano? —le preguntó el<br />
otro.<br />
—Porque a veces pienso, ¡y que el Profeta me<br />
perdone por hacerlo, que Dios nos tiene olvidados…!<br />
—le respondió el mayor de los dos <strong>al</strong> otro que estaba<br />
-138-
de esp<strong>al</strong>das a su sombra y de cara a su hermano, el<br />
menor.<br />
—¡No digas eso, hermano —le contestó el otro—<br />
, que aparte de pecar por tus labios y pensamiento,<br />
esas p<strong>al</strong>abras puestas en otras orejas, te podrían<br />
acarrear el destierro; o lo que es peor, que te envíen<br />
de visita a nuestros antepasados.<br />
—¡Ya lo sé —contestó—, pero no sé que es<br />
peor…, si la muerte libre, o esta vida de preso en<br />
vida…!<br />
—Sigamos a lo nuestro. Olvida tantas injusticias<br />
y piensa que todo pasa; hasta lo m<strong>al</strong>o. —le recomendó<br />
con sabia lógica el menor.<br />
—¿Si tenemos un mismo Diós…, por qué solo a<br />
ellos los escucha, por qué no atiende a tanta voz<br />
gritando Justicia…? —replicó.<br />
—¡C<strong>al</strong>la…, c<strong>al</strong>la y sigamos!<br />
Todo esto venía a cuento, porque tanto ellos,<br />
como toda su familia y que aún viniendo de los que<br />
venían desde cientos de años atrás, de moradores y<br />
dueños de sus abundantes y propias tierras, ahora<br />
debían de trabajarlas en vas<strong>al</strong>laje a los cristianos<br />
crueles e incultos. Que no tenían bastante con recibir<br />
-139-
en holgazana vida los frutos de su trabajo, sino que<br />
también abusaban de sus mujeres <strong>al</strong> menor descuido.<br />
Así las cosas, llegó a la villa un día un capitán<br />
soldado de tez mestiza, de aspecto <strong>al</strong>tivo, pero atento<br />
a todas las p<strong>al</strong>abras que s<strong>al</strong>ieran de las bocas, ya<br />
fueran de cristianos viejos, que también de moriscos<br />
aún más viejos.<br />
Apellidado Gómez Suárez —aunque debía haber<br />
sido de la Vega y no pudo ser por su condición de<br />
bastardo—, decían de él, que era el primer capitán de<br />
la cristiandad, mestizo y español <strong>al</strong> mismo tiempo.<br />
Que venía de guerrear por las Alpujarras intentando<br />
meter en cintura <strong>al</strong> moro llamado Aben Aboo, que se<br />
había rebelado y decretado el <strong>al</strong>zamiento contra las<br />
injusticias del Rey mismo don Felipe y sus<br />
gobernantes; contra la Cruz de madera de su Dios,<br />
que consentía tamañas ofensas e injusticias y todo eso<br />
a la sombra de la única fe verdadera: la de Alá y su<br />
Profeta.<br />
También corrió por boca de todos, que venía de<br />
las Amerícas —aunque entonces les llamaban: “Las<br />
Indias“—, que había navegado por los mares océanos<br />
de medio mundo defendiendo a la corona, y que<br />
también se sentía menospreciado por el color de su<br />
piel, a pesar de ser hijo de conquistador y de madre<br />
-140-
princesa, aunque eso sí, inca.<br />
Aún arrastraba con él los aromas de la sierra y<br />
el olor de la sangre de la bat<strong>al</strong>las en sus narices,<br />
también y solo un poco más lejano, el pensamiento de<br />
su vida en Perú, su paso por Panamá, Cartagena de<br />
Indias —donde decían que dejó a <strong>al</strong>guien con los ojos<br />
mojados— y luego ya, en la piel de toro, un largo<br />
peregrinaje por diferentes lugares de la Corte. Pero<br />
sin éxito, que el color de su piel no le ayudaba.<br />
Había llegado hacía ya una década de su Cuzco<br />
nat<strong>al</strong>, para venir a reclamar los títulos nobiliarios y las<br />
riquezas heredadas de su difunto padre, el capitán<br />
Sebastián Garcílaso de la Vega, y que solo había<br />
obtenido decepciones y puertas cerradas a sus leg<strong>al</strong>es<br />
reclamaciones, todo, seguro que debido a su<br />
condición de hombre mestizo, hijo de su padre y<br />
madre, en una Nueva América que solo le había traído<br />
t<strong>al</strong>es y dolorosas inconvenientes, marcado por ser<br />
descendiente directo y natur<strong>al</strong>, de un hijod<strong>al</strong>go<br />
español y una bella princesa inca llamada Chimpu<br />
Ocllo, que fue bautizada con el nombre de Isabel.<br />
Por eso, por defender su derecho del único<br />
modo que un rey entiende; o sea, defendiéndolo con<br />
su espada, luchaba como capitán de su ejercito.<br />
El sol con su enjambre de rayos tostaba solo las<br />
partes de sus mejillas <strong>al</strong> pasar entre el enrejado del<br />
-141-
casco. Sabía que Dios miraba de frente a los hombres,<br />
y que en su infinita sabiduría, había elegido el Reino<br />
Español para proteger y expandir la fe cristiana por el<br />
mundo; empezando por aquí, siguiendo por las Indias,<br />
y acabando en cu<strong>al</strong>quier sitio que diera el sol, el<br />
mismo que nunca se ponía en el Imperio, o donde<br />
solo Él sabía. Y que para eso debía de machacar a<br />
todo infiel, o sea, a los no católicos, pero sobre todo a<br />
los sarracenos.<br />
Contaba que el gran viento de la Alpujarra sopló<br />
en su nariz hasta parecerle impenetrable el respirarlo,<br />
que era un aire grave que venía del <strong>al</strong>iento de los<br />
moros para contaminar a los españoles, pero que<br />
reconocía, que eran muy fieros y nobles, dignos de un<br />
rey como el suyo y que no entendía, porqué estaban<br />
enfrentados en vez de tenerlos a su servicio.<br />
A pesar de todo, a pesar de su piel tan diferente<br />
y de ser bravo defensor de tan injusto reino, debía de<br />
cumplir con su Santa Misión, lo que <strong>al</strong> menos a él, no<br />
le impedía ser justo y cab<strong>al</strong>lero.<br />
Pero volvamos <strong>al</strong> momento en que se cruzan las<br />
vidas de estas dos personas <strong>al</strong>ejadas por un mismo<br />
Dios; el mismo momento en que Fernando de<br />
Hinojosa —que era el nombre cristianizado del<br />
morisco—, se presenta a pedirle favor <strong>al</strong> cristiano<br />
para que interceda ante la poderosa familia de los<br />
-142-
Enríquez.<br />
Los nietos de la familia de los Enríquez,<br />
siguiendo su tradición de hacía ya <strong>al</strong>guna década, se<br />
dedicaban a mancillar impunemente la pureza de las<br />
zag<strong>al</strong>as que sabían estaban indefensas.<br />
O sea, a las moriscas.<br />
La futura esposa del joven Fernando —<br />
cristianizada a la fuerza y con su <strong>al</strong>ma escondida a<br />
todo lo que no fuera su antigua religión y su familia—<br />
, estaba puesta en los ojos de uno de los sobrinos de la<br />
poderosa familia; y no era de extrañar, pues la joven<br />
destilaba belleza por todos sus poros, lo que sumado a<br />
su piel protegida por un velo casi transparente y del<br />
color de la escarcha, la hacía de extraordinaria belleza<br />
tanto re<strong>al</strong>, como oculta <strong>al</strong> mismo tiempo.<br />
—Señor Capitán… —le dijo con respeto y<br />
doblegando su cuerpo y orgullo—, la familia de los<br />
Enríquez nos tiene opresos, y siendo vos<br />
representante del mismo Rey, os quiero informar que<br />
los nietos de esa familia toman las posadas y nos<br />
disfaman a nuestras mujeres, por lo que a sabiendas<br />
de vuestra intermediación y justicia, esperamos los<br />
entréis en razón. Pero con respeto os advierto, que<br />
llegada la hora, Dios no quiera, le ocurriera <strong>al</strong>go a la<br />
mía, determinaría antes hacer pagar con su vida <strong>al</strong><br />
-143-
causante y morir libre, que no morir en vida como un<br />
esclavo….<br />
—Eres insolente… —le contestó el cristiano—,<br />
pero es justo lo que dices, que nadie debe mancillar a<br />
una mujer, ni tampoco nadie debe permitirlo.<br />
—Gracias señor…, espero que todo quede<br />
ahí... —le dijo el muchacho <strong>al</strong> ver que <strong>al</strong> menos este<br />
le escuchaba.<br />
—Mañana partiré a primera hora para Baza y<br />
comunicaré vuestra queja. Te daré la respuesta que<br />
me den, en unos días.<br />
Ahí quedó el tema.<br />
Todo se olvidó, y por una vez aquella familia<br />
no tomó repres<strong>al</strong>ias por aquella insolencia hacia<br />
<strong>al</strong>guno de la familia. No era lo habitu<strong>al</strong>, pues casi<br />
siempre las quejas eran de peor resultado que el<br />
permitir los avas<strong>al</strong>lamientos, pero también todos<br />
pensaron —incluido el capitán—, que t<strong>al</strong> vez, y<br />
debido a que el militar podría pasar la información de<br />
aquellos atropellos a <strong>al</strong>guien de la corte, todo quedó<br />
zanjado.<br />
Al menos de momento…<br />
-144-
Y como los momentos son siempre cortos, <strong>al</strong><br />
cabo de unos meses todo volvió a la rutina; o sea, los<br />
moriscos a sufrir el avas<strong>al</strong>lamiento por parte de los de<br />
la cruz, y los de la cruz, a deshonrarla.<br />
En vez de menguar las injusticias, crecieron<br />
como una negra nube crece <strong>al</strong> c<strong>al</strong>or del verano.<br />
El capitán siguió con sus quejas, pero eran<br />
ninguneadas sistemáticamente por aquella familia;<br />
que para eso eran familia del Rey.<br />
Así pasó otro tiempo.<br />
Un día, iba la futura esposa de Fernando solo<br />
acompañada por su borrico vestido con su <strong>al</strong>barda y<br />
cantarera, <strong>al</strong> caño del Mentidero. El día era muy<br />
c<strong>al</strong>uroso y la gente dormitaba <strong>al</strong> casi frescor de la<br />
siesta; <strong>al</strong> llegar a la fuente, la joven sintió la<br />
necesidad de refrescarse, por lo que miró a la soledad<br />
de las c<strong>al</strong>les, retiró el velo de su rostro, se remangó la<br />
ropa que le cubría sus brazos, y bañó todo lo visible<br />
con el agua clara.<br />
Todo esto no habría tenido más importancia, de<br />
no ser, que <strong>al</strong> igu<strong>al</strong> que un asqueroso buitre vigila<br />
desde el cielo, desde un lugar y oculto, vigilaba a su<br />
presa Juan de Enríquez, el más villano de los villanos<br />
de aquella villana familia.<br />
-145-
S<strong>al</strong>ió de las sombras, amordazó a la joven con<br />
su propio velo, la cargó a su cab<strong>al</strong>lo, y desapareció en<br />
dirección a Baza bajo la soledad de la tarde.<br />
El burro, que ya sabía el camino de ida y tam-<br />
bién el de vuelta, <strong>al</strong> ver que nadie le mandaba, decidió<br />
volver a su cuadra; eso sí, vacío de agua y sin<br />
doncella.<br />
Inmediatamente en su casa dieron la voz de<br />
<strong>al</strong>arma, que ni estaba bien que hubiera ido sola a la<br />
fuente, y mucho menos que no volviera.<br />
Pensaron lo peor.<br />
Y tenían razón en pensarlo. Todos sabían que<br />
sería presa de aquél indecente cristiano. No podía ser<br />
otro y menos un morisco, que se jugaría la vida <strong>al</strong> ser<br />
de los suyos por semejante ofensa.<br />
Lo pusieron en conocimiento del capitán<br />
cristiano que a su vez indagaría sobre los hechos, no<br />
sin antes advertirle el joven Fernando de Hinojosa, de<br />
manera muy enérgica, que él no temía a los pocos<br />
hombres, que si había sido uno de ellos, lo buscaría<br />
hasta encontrarlo y pagar por lo que hiciera.<br />
El capitán lo dejó preso, no se sabe si por<br />
insolente, o t<strong>al</strong> vez, para evitar m<strong>al</strong>es aún mayores.<br />
-146-
A la vuelta de Baza del capitán cristiano, ya<br />
acompañado de la propia joven que mojaba su velo de<br />
tanta lágrima y deshonrada, liberó de inmediato a<br />
Fernando; no sin antes advertirle, que no consentiría<br />
revancha <strong>al</strong>guna, más sabiendo que la vida del joven<br />
iba en ello.<br />
Fernando, mancillado y roto de amor, no tardó<br />
en hacer justicia. A las pocas semanas, encontraron <strong>al</strong><br />
Enríquez con sus vergüenzas colgadas de un p<strong>al</strong>o y <strong>al</strong><br />
resto de su cuerpo colgado a su vez de un <strong>al</strong>mendro;<br />
<strong>al</strong> sol, donde los de su c<strong>al</strong>aña pudieran verlo <strong>al</strong> mismo<br />
tiempo que los buitres y grajos, para así poder<br />
degustar su carroña.<br />
Ni que decir, que todo fueron desgracias.<br />
La joven —la que debía de ser <strong>al</strong>gún día su<br />
desposada, deshonrada y humillada—, acabó en un<br />
convento de religión distinta a la suya. Los Enríquez,<br />
heridos en su orgullo y en sus sentimientos, no<br />
escatimaron medios en encontrar <strong>al</strong> miserable que los<br />
había provocado. Mientras tanto, el capitán fue<br />
destinado a Córdoba y el pobre Fernando, muerto de<br />
amor y soledad, deambuló por montes y bosques<br />
durante meses.<br />
-147-
Nunca lo encontraron.<br />
Pero decía la gente vieja, que se había<br />
transmitido durante siglos, la idea de que <strong>al</strong>gunos<br />
<strong>al</strong>deanos le ayudaron a escondidas y también a<br />
sabiendas del cab<strong>al</strong> comportamiento de aquella<br />
familia de moriscos.<br />
Así parece que pasaron <strong>al</strong>gunos años…<br />
Pero por caprichos del destino, el capitán<br />
Gómez Suárez había tenido mientras tanto dos<br />
suertes: por fin recibió dineros y título, y también una<br />
esposa no impuesta. O sea, por amor; cosa rara entre<br />
nobles.<br />
Su último encargo como militar —ya que<br />
pensaba pasar el resto de su vida disfrutando de todas<br />
sus suertes en Córdoba—, fue la puesta en filas de una<br />
compañía que embarcaría rumbo a la Florida, donde<br />
parece ser que los indios no estaban muy dispuestos a<br />
besar la cruz.<br />
Para su sorpresa, un día se encontró frente a<br />
frente con Fernando; le s<strong>al</strong>udó como a un amigo y<br />
también le propuso <strong>al</strong>istarlo con el grado de soldado<br />
en la expedición; natur<strong>al</strong>mente con nombre diferente<br />
y prometiéndole no decir nunca que lo había visto…<br />
Cuentan, que Fernando llegó a ser ofici<strong>al</strong> del Reino y<br />
en pago a su v<strong>al</strong>or.<br />
-148-
Resumiendo: así fue la historia, o <strong>al</strong> menos la<br />
contaron:<br />
Se fue un joven zújareño llamado Fernando a<br />
las Américas —aunque eso sí, con el corazón muy<br />
roto y en su mente la idea de <strong>al</strong>gún día volver a la<br />
tierra que lo vio nacer— y otro llamado Suárez de<br />
Figueroa a Córdoba, con el suyo lleno de <strong>al</strong>egría ante<br />
el cambio que daba su vida.<br />
Así es, que la ironía de la vida, hizo que un<br />
blanco ismaelita acabara sus días en la Florida<br />
Americana —donde a un moro pocos le iban a<br />
escuchar en asuntos del Islán—, defendiendo como un<br />
noble a su rey cristiano con su espada. Y el mestizo,<br />
descendiente de noble madre inca, acabara a su vez<br />
los suyos con la pluma, escribiendo sus cosas en<br />
Córdoba, defendiendo con sus letras tantas injusticias<br />
vistas y sentidas, intentando cambiar los<br />
pensamientos ajenos…, que tampoco mucho caso le<br />
harían.<br />
Los dos tenían mucho en común y también<br />
acabaron sus días de igu<strong>al</strong> manera: muy lejos de<br />
donde nacieron.<br />
Así fue…<br />
-149-
Si <strong>al</strong>guna vez vais a la catedr<strong>al</strong> de Córdoba,<br />
pensad que <strong>al</strong>lí están los huesos —o lo que quede—,<br />
de un capitán hijo de princesa. Mitad español y mitad<br />
inca. Noble de linaje y también de ideas, llamado el<br />
capitán Mestizo y también por el propio de Garcilaso<br />
de la Vega, “el Inca“, humanista, religioso, historiador<br />
y padre de las letras de las nuevas Españas ( Gómez<br />
Suárez de Figueroa ), que los de aquél de la villa que<br />
puso a <strong>al</strong> sol los atributos del Enríquez, lla-<br />
mado Fernando, se les supone por la Florida.<br />
Eso nos lleva a la conclusión que solo hay un<br />
Dios. Ni verdadero ni f<strong>al</strong>so, sino el que está en el<br />
destino de cada cu<strong>al</strong>…, y que siempre nos acompaña.<br />
Así me lo contaron…<br />
Por lo demás, solo puedo deciros que yo<br />
puedo terminar este cuento del propio modo que<br />
terminan las viejas de la villa todos los suyos;<br />
diciendo que es lo que oí, me lo creí, me gustó, me<br />
fui…, y nada me dieron.<br />
Zújar, primavera de 2.010
© Antonio Medina Guevara<br />
© Editori<strong>al</strong> Atlantis (2.011 - 2.013)
Marina<br />
Antonio Medina Guevara<br />
( De un capítulo de la novela: La noche que casi tocamos las estrellas …)<br />
Dedicado a mis sobrinas: Ariana, Marina y María…<br />
Que tienen los ojos color del mar.
Hay capítulos en el tiempo de cada cu<strong>al</strong>, que son<br />
muy aparte. En esta parte de mi vida entró Marina…<br />
Cuando mi diario era gris y con nubarrones tan fríos,<br />
que solo soltaban lluvia helada de rocío, una persona<br />
<strong>al</strong>egró mis días y ayudó a que s<strong>al</strong>iera el sol con toda su<br />
p<strong>al</strong>eta de colores, como un arco iris ante mis ojos.<br />
Su presencia me <strong>al</strong>egraba la vista y los sentidos.<br />
Era como un cascabel, pero que en vez de sonido,<br />
s<strong>al</strong>udaba emitiendo una luz de rayos azules por donde<br />
ella pasaba; ella me empujaba sin saberlo para adelante,<br />
para seguir a donde el tiempo nos llevara.<br />
Esa, era Marina.<br />
¡Hay Marina…!<br />
Marina no había visto nunca el mar, pero sus ojos<br />
hablaban de él. De aquellos ojos podía decirse, que por<br />
mucho que los miraras, nunca veías el fondo. Eran tan<br />
apacibles, <strong>al</strong>egres y profundos, que atraían como un<br />
imán todo lo que ellos miraban. Tenían <strong>al</strong>go del cielo y<br />
todo lo de los océanos; parecían reflejar un mundo<br />
infinito y, que <strong>al</strong> mirarlos, te absorbían como un pozo a<br />
la oscuridad.<br />
-155-
Su padre, un antiguo pescador venido de Almería y<br />
a la vez, desastroso campesino, decía, que cuando<br />
ella nació y abrió los ojos, vio reflejados sus años en el<br />
mar que le habían quemado los pulmones y que tanto<br />
extrañaba, pero la verdad, es que si se los había<br />
quemado con <strong>al</strong>go, habría sido con los puros que él<br />
mismo se fabricaba y que no paraba de fumar. No<br />
dejaba de toser y m<strong>al</strong>decía el s<strong>al</strong>itre que, según él, tenía<br />
en sus pulmones y no la nicotina que tintaba de negro<br />
todo el interior de su pecho.<br />
No paraba de hablar de sus tiempos de pescador. Era<br />
una constante contradicción entre su vida y sus<br />
pensamientos.<br />
Aquel hombre, añoraba el mar como un jilguero<br />
preso en su jaula añora las ramas de los árboles y la<br />
caricia de las brisas, pero aún así, parecía conformarse<br />
con su nuevo mundo de campesino, <strong>al</strong>ejado solo un<br />
centenar de kilómetros del agua, pero que en re<strong>al</strong>idad<br />
estaba a cien años luz de las olas.<br />
Él, siempre quiso volar; surcar los mares y arribar y<br />
despedirse de mil puertos; todo ello, t<strong>al</strong> vez motivado,<br />
porque lo primero que vieron sus ojos fue el romper del<br />
agua s<strong>al</strong>ada sobre la tierra seca de su tierra, pero parece<br />
que debió de acostumbrase a pisar tierra, a sustituir en<br />
sus ojos a las grandes olas por las aún más grandes<br />
montañas; <strong>al</strong> azul blanquecino lejano, por el verde tan<br />
cercano; <strong>al</strong> s<strong>al</strong>itre de las brumas, por la humedad de las<br />
-156-
las nieblas que emanan los inviernos en los campos.<br />
Su tiempo transcurría marcado por el trino de los<br />
pájaros en vez del punzante sonido de las gaviotas. Pero<br />
aún así, parecía feliz cuando se mezclaban sus solitarios<br />
cánticos de habaneras y letras de canciones de la mar,<br />
entre los murmullos de la vega.<br />
Dicen que cuando nació Marina, su mujer había<br />
querido ponerle el nombre de su madre: María, que era<br />
como el suyo y el de la madre de su madre, pero el<br />
marido la convenció para que le pusieran Marina, que<br />
decía que es como el mar, que siempre es azul y nunca<br />
muere. Le costó poco convencerla, ella accedió <strong>al</strong> ver<br />
aquellos ojitos tan limpios como azules.<br />
—decía orgullosa <strong>al</strong><br />
mirarla a los ojos y cuando hablaban de Marina.<br />
También decían los mayores, que a los pocos<br />
minutos de abrir por primera vez los ojos a luz del día<br />
Marina, aquél hombre acurrucó su cuerpo de muñeca<br />
entre sus rudos brazos y se sumergió entre el azul de la<br />
mirada de su hija, bajando a las aguas más profundas y<br />
absorbiendo el olor a gloria de sus carnes tan nuevas.<br />
Y que durante mucho tiempo, se olvidó del mar, de<br />
las brisas, de las <strong>al</strong>bas y ocasos del levante y del<br />
poniente.<br />
-157-
Ya tenía su propio mar, más pequeño, pero aún más<br />
bonito y transparente.<br />
Cuando volvimos <strong>al</strong> pueblo yo no me acordaba de<br />
ella; luego averigüé que habían vivido <strong>al</strong> otro lado, en<br />
las cuevas, pero que después de partir nosotros, y <strong>al</strong><br />
irles mejor la economía, bajaron a vivir a la parte baja, a<br />
mi barrio, mas lisa y más verde.<br />
Un día estaba sentado <strong>al</strong> tranco de mi puerta; había<br />
estado limpiando <strong>al</strong>mendras y me dolía el cogote, así es,<br />
que cuando s<strong>al</strong>í a la c<strong>al</strong>le a respirar un poco del aire<br />
fresco, vi como llegaba; o mejor dicho: como llegaban.<br />
Eran dos muchachas que siempre iba juntas, pero<br />
una brillaba de manera especi<strong>al</strong>: era Marina.<br />
Se acercó andando con su amiga, dando s<strong>al</strong>titos con<br />
una gracia que más bien parecía de jovencita bailarina.<br />
Ella me s<strong>al</strong>udó como si me conociera de siempre, con<br />
sus ojos que hablaban sin decir p<strong>al</strong>abra; quedé<br />
impresionado <strong>al</strong> ver la claridad de su mirada.<br />
También abrió su boca que incitaba <strong>al</strong> pecado:<br />
—¡Hola cat<strong>al</strong>án! ¿Qué haces…? —s<strong>al</strong>udó y<br />
preguntó.<br />
—Ya ves…, tomando el fresco de la c<strong>al</strong>le. —le<br />
-158-
espondí.<br />
—Mi hermano también está en Cat<strong>al</strong>uña.<br />
—Sí. ¿Dónde…? —le pregunté para averiguar si era<br />
donde estaban todos los que yo conocía.<br />
—En Tarrasa.<br />
—No conozco Tarrasa, solo Barcelona y los<br />
<strong>al</strong>rededores.<br />
—Bueno. Pues adiós. —me dijo con una sonrisa tan<br />
bonita que iluminó de azul la c<strong>al</strong>le.<br />
—Adiós… —le contesté casi <strong>al</strong> mismo tiempo que<br />
ella seguía corriendo con su amiga en dirección <strong>al</strong> fin<strong>al</strong><br />
de mi c<strong>al</strong>le, como si hubieran hecho <strong>al</strong>guna travesura.<br />
Al llegar <strong>al</strong> fin<strong>al</strong>, pararon y se sentaron en un banco que<br />
pegaba a la vega, plantado como un puesto fronterizo e<br />
imaginario entre el pueblo y el campo.<br />
Miraban y se reían…<br />
Me quedé un rato mirándolas. Las dos eran casi<br />
mujeres en su aspecto y bonitas, pero a Marina le<br />
resplandecía la mirada. Se fueron y entré dentro, a la<br />
vez que mi madre s<strong>al</strong>ía y le pregunté por su nombre:<br />
-159-
—Marina…, ¡se llama Marina!. —respondió mi<br />
madre con una sonrisa socarrona que me <strong>al</strong>egró la tarde;<br />
hacía mucho tiempo que no la veíamos sonreír, y<br />
<strong>al</strong> verla, le di las gracias con mi pensamiento a aquella<br />
muchacha que, por un momento, había devuelto un<br />
poco de <strong>al</strong>egría a sus tristes labios.<br />
—¡Ahhh…! —dije yo, disimulando.<br />
— Tiene los ojos bonitos, ¿verdad? —comentó <strong>al</strong><br />
verla correr.<br />
—¡Verdad que sí! —le respondí sin mirarla, con los<br />
míos puestos <strong>al</strong> fin<strong>al</strong> de mi c<strong>al</strong>le.<br />
—Esa niña será preciosa… —precisó <strong>al</strong> verla<br />
<strong>al</strong>ejarse.<br />
Mi madre atravesó la c<strong>al</strong>le y se puso a platicar con<br />
mi vecina; las dos sonreían <strong>al</strong> mirarme, como si me<br />
hubiera quedado con cara de pasmado y que<br />
seguramente, tendría. Entré en mi casa y durante un<br />
buen rato, mis pensamientos se quedaron fijados en<br />
aquellos ojos tan <strong>al</strong>egres y luminosos.<br />
—¡Si que es bonita la condenada…! —me hablé a<br />
mi mismo.<br />
A partir de aquel día, siempre que se cruzaba en mi<br />
-160-
camino, su sonrisa y su mirada me c<strong>al</strong>aban hasta los<br />
huesos, y poco a poco, tonteando, encontraba motivos<br />
para verla. No es que fuera de forma fortuita, es que si<br />
tenía que ir a mi casa pasaba por su puerta, aunque el<br />
rodeo cansara a mis piernas; que por otro lado no se<br />
cansaban de andar para verla. Y cuando la veía, un<br />
hormigueo recorría por mi estómago como si tuviera<br />
dentro una bandada de pájaros nerviosos.<br />
En aquellas fechas rayaba Marina los quince mayos<br />
cuando la conocí; yo andaba casi por los casi dieciocho<br />
agostos. Ella era muy cría para mí —<strong>al</strong> menos eso<br />
pensaba entonces—, su apariencia era la de una<br />
incipiente mujer. Bonita, pero a mis ojos todavía una<br />
cría. Creo que por entonces, yo jugaba a esos juegos de<br />
imaginación prohibidos por la educación prestada de los<br />
padres.<br />
A esos años todo lo ves raro; miraba a las<br />
muchachas mayores y yo me veía un crío a su lado; la<br />
miraba a ella y la veía una cría. Supongo que es la edad<br />
del pavo, porque cuando pasan los años te das cuenta de<br />
la poca importancia de todo eso, pera a esa edad todo es<br />
un problema, <strong>al</strong> menos para esos asuntos. Además,<br />
sentía una especie de culpa por gustarme aquel proyecto<br />
de mujer, aunque no podía quitarla de mis<br />
pensamientos.<br />
Siempre venían a hablar y juguetear <strong>al</strong> cruce de las<br />
-161-
acequias que se bifurcaban <strong>al</strong> fin<strong>al</strong> de la c<strong>al</strong>le, <strong>al</strong>lí pasa-<br />
ban el rato como las abejas en la flores, revoloteando su<br />
frescura cerca de mi casa. Algunas veces me sentaba<br />
con ellas en el banco que daba a los campos, el mismo<br />
que <strong>al</strong> atardecer sabía de todos los<br />
chismes de los vecinos de mi c<strong>al</strong>le, y <strong>al</strong>lí hablábamos de<br />
tonterías propias de adolescentes.<br />
Un día de primavera, estaban aguantando entre sus<br />
manos un nido que era de gorrión; con unos huevos<br />
moteados que tintaban <strong>al</strong> trasluz la vida de unos<br />
poyuelos. Me miraban como si tuvieran entre sus manos<br />
el trofeo más v<strong>al</strong>ioso. Me acerqué y les dije que no<br />
tocaran los huevos, que t<strong>al</strong> vez su madre los aborrecería<br />
y sería como matarlos con sus propias manos. Marina<br />
me entregó la madeja de pelos y ramitas como asustada;<br />
lo cogí, y lo puse en donde había caído y <strong>al</strong> poco se<br />
acercó la madre.<br />
Aquél día se me estremeció el corazón <strong>al</strong> agarrarle<br />
la mano temblorosa que sujetaba <strong>al</strong> nido, y a partir de<br />
entonces, ellas pasaban lanzando miradas precoces y<br />
diabólicas, lo que me producía un estado de timidez<br />
que supongo notarían. Pero eso era infinitamente mejor<br />
que no verla, así es, que en cuando pensaba que<br />
pasarían, las esperaba.<br />
Otro día de verano y bochorno que abrasaba,<br />
jugaban con el agua que corría transparente y fresca a<br />
-162-
egar los campos. Una nube, negra como el carbón, es-<br />
condió a la c<strong>al</strong>le y a todos nosotros <strong>al</strong> sol tras su<br />
negrura, mientras que el c<strong>al</strong>or de la tierra marcaba<br />
remolinos de polvo juguetones; sonó un trueno que<br />
abrió <strong>al</strong> cielo en dos mitades y gritaron las dos como<br />
g<strong>al</strong>linas asustadas…<br />
Una gota, precedió a otra, y a otra, y un diluvio se<br />
precipitó en un instante sobre su sitio. Las gotas se<br />
estrellaban sobre el suelo que levantó una bruma de<br />
polvo a la vez que rociaban sus cuerpos que quedaron<br />
empapados. Entonces aparecieron dos botones en su<br />
pecho que me parecieron la antes<strong>al</strong>a del cielo. Ella<br />
cubrió sus vergüenzas con sus manos, intentando<br />
taparlas mientras le aparecía un sonrojo de tomate<br />
maduro, pero no pudo evitar que antes dejaran ver su<br />
pecho pequeño y eréctil, como el t<strong>al</strong>lo que empieza a<br />
s<strong>al</strong>ir de la tierra y que acabará siendo árbol.<br />
Mi pecho se desbocó <strong>al</strong> ver el suyo, mis ojos se<br />
pegaron a su cielo imaginando el paseo de mis manos<br />
por aquél cuerpo…, entonces me avergoncé de pensar<br />
en aquello tan incipiente como bonito.<br />
¡Diós…!<br />
Mi razonamiento luchaba contra mis deseos, sentía<br />
culpa y me avergonzaba de tener aquellos<br />
pensamientos, pero la beldad de aquella criatura me<br />
-163-
quitaba el sueño.<br />
Se <strong>al</strong>ejó de mi vista y de mi c<strong>al</strong>le con el pelo<br />
mojado, corriendo, con su cara derramando lágrimas de<br />
lluvia y de risas, gritando, mirando <strong>al</strong> diablillo del cielo<br />
que le había gastado aquella broma…<br />
—¿Por qué lloráis Marina…? —le gritó un vecino<br />
<strong>al</strong> verlas correr mojadas y con lágrimas de risa.<br />
—¡Es de la risa…! —le contestó la amiga en carrera<br />
a no se sabía donde.<br />
—¡Hay… la juventud! —dijo el vecino <strong>al</strong> verlas<br />
correr con expresión mezcla de envidia y añoranza—<br />
¡Quien la pillara!.<br />
Hay lágrimas que refrescan y desahogan y lágrimas<br />
que encienden las miradas; y aquellas lágrimas de<br />
Marina, que eran lágrimas de ojos color del cielo,<br />
pícaras y a la vez inocentes, encendieron a mis ojos que<br />
soñaban con ellas.<br />
Yo también miré hacia arriba, pero para darle las<br />
gracias a la nube por desparramar sus gotas que me<br />
habían enseñado la gloria aquel día. Desvié mi cara<br />
hacia el cielo, para que también me la regara, pero<br />
Marina se había ido y la nube se fue siguiéndola,<br />
jugando con sus sombras.<br />
-164-
Mis pensamientos tenían sensación de culpa, pero<br />
no podía evitarlos.<br />
Tenía que dejar pasar el tiempo…<br />
Y pasó el tiempo, si es que a dos años de una vida<br />
se le puede llamar “pasar el tiempo“, y pasaron muy<br />
despacio, viendo como se transformaba en la criatura<br />
más bonita.<br />
Sus pechos crecieron, sus piernas se <strong>al</strong>argaron y su<br />
cintura quedó como estaba, diminuta y ligera como la<br />
de una avispa; a la vez que su piel, mezcla de nieve y de<br />
trigo maduro, brillaba a los reflejos del sol.<br />
¡Era preciosa…!<br />
Es difícil definir a <strong>al</strong>guien que tú quieres.<br />
Seguramente se aumentan sin pretenderlo sus virtudes,<br />
a veces parecen verdades cuando son en re<strong>al</strong>idad<br />
mentira, que solo lo ven tus ojos…, pero en este caso,<br />
no. Marina era especi<strong>al</strong>. Tenía facciones delicadas, pero<br />
con una fuerza inexplicable; sin ser <strong>al</strong>ta, resultaba<br />
imponente. Su pelo colgaba como una cascada hasta su<br />
cintura, derramando brillo mientras se cimbreaba como<br />
los t<strong>al</strong>los de un sauce llorón; pero ella siempre estaba<br />
contenta; daba <strong>al</strong>egría y belleza a todo lo que tocaba, lo<br />
mismo que a los espacios a donde llegaba.<br />
-165-
¡¿Y su mirada…?!<br />
Me quedaba embobado mirándola mientras ella reía<br />
<strong>al</strong> verme embobado. M<strong>al</strong>iciosa, con desparpajo y<br />
timidez <strong>al</strong> mismo tiempo. Con esa autoridad que da el<br />
espejo <strong>al</strong> ver reflejado en el vidrio <strong>al</strong>go bonito, con ese<br />
sentido de coquetería adolescente que da brillo a las<br />
niñas cuando se sienten mujeres. Marina siempre<br />
empezaba los s<strong>al</strong>udos y las conversaciones; también las<br />
terminaba; como si ella fuera la mujer y yo el niño, pero<br />
no me importaba porque me daba una serenidad su<br />
presencia que apaciguaba mis sentidos. En eso, como<br />
en tantas otras cosas, ellas maduran cuando nosotros<br />
aún estamos muy verdes.<br />
Le brillaban siempre los ojos, con el misterio de los<br />
ojos azules.<br />
¿A veces me pregunto por qué tendrán tanto misterio<br />
los ojos de las mujeres…,? ¿y ese brillo a cera<br />
encendida que parece que siempre lloren…? Si están<br />
contentas: brillan con resplandor de agua <strong>al</strong> sol; si están<br />
tristes: brillan con color de lágrimas de crist<strong>al</strong>. Pero<br />
siempre brillan. Es como si tuvieran un sol dentro de<br />
cada mirada.<br />
Así miraba Marina. Con miradas de sol y brillo que<br />
me derretían <strong>al</strong> llegar hasta mi cuerpo.<br />
-166-
En unas fiestas de verano, empezamos a “s<strong>al</strong>ir”<br />
después de una noche de <strong>al</strong>garabía y risas. Sus amigas<br />
sonreían <strong>al</strong> vernos mientras ella las mandaba a la porra<br />
<strong>al</strong> ver sus risas m<strong>al</strong>iciosas. Y a mi me gustaba verla reír,<br />
era como si su risa volara a un mundo imaginario donde<br />
yo la esperaba.<br />
Aquellos ojos tan azules podrían haber matado<br />
tantos corazones, que siempre estarían de entierro;<br />
aunque parece que decidió solo romper uno: el mío. Y<br />
lo consiguió. Me lo dejó destrozado, arrollado como si<br />
por encima me hubiera pasado una locomotora. Soñaba<br />
con ella, tenía celos de los otros mozos que la<br />
perseguían como perros en celo…, y ella reía; siempre<br />
reía.<br />
Parecía disfrutar castigándome.<br />
Llegó un momento en el que decidí adelantarme,<br />
pensé que si no me decidía, la perdería; que tantos<br />
perros para una sola presa acabarían con ella. Así es que<br />
en una fiesta que bebí <strong>al</strong>go que sabía a rayos, pero que<br />
me env<strong>al</strong>entonó la cabeza, le pregunte:<br />
—¿Te gusta <strong>al</strong>guien…? —se lo pregunté mientras<br />
temblaba todo mi cuerpo igu<strong>al</strong> que un sonajero en la<br />
mano de un niño. Y entonces me respondió con una<br />
sonrisa que heló mis venas:<br />
-167-
—Sí. ¡Tú…!<br />
Me tembló hasta la lengua.<br />
Creo que b<strong>al</strong>bucee <strong>al</strong>go que no recuerdo, pero que<br />
debió de ser muy estúpido, porque ella soltó la risa. Me<br />
dio un poco de vergüenza <strong>al</strong> imaginar mi cara de<br />
imbécil; solo me conformó lo que s<strong>al</strong>ió de sus labios:<br />
—¡A mi me gustas, tú! ¿O es que eres tonto…?<br />
Se acercó a mí y me estampó un beso, que sonó en<br />
la noche como un cohete de feria. Y el cohete debería<br />
de ser yo, porque creo que casi me desmayo <strong>al</strong> oír<br />
aquellas p<strong>al</strong>abras. Su amiga Pepi, que escuchó todo<br />
aquello fisgoneando nuestra intimidad, reía de manera<br />
insolente.<br />
—¡Vaya…! ¡Ya tenemos otra parejita! —soltó en<br />
voz <strong>al</strong>ta, lo que provocó que todos nos miraran y yo<br />
quedara por debajo de las pisadas.<br />
Marina seguía riendo de manera provocativa, lo<br />
que me producía una mezcla entre bochorno y<br />
complacencia.<br />
—No seas tonto… —me dijo a la oreja—, tú me<br />
gustas y yo te gusto. Olvídate de los demás... ¿O es que<br />
no te gusto…? -168-
—¿Qué si me gustas…? ¿Es que no se nota?<br />
—Claro que se nota… Y me gusta que se note.<br />
—Bueno... —fue lo único que dije <strong>al</strong> ver como<br />
hablaba, como si lo que s<strong>al</strong>ía de sus labios no tuviera la<br />
mayor importancia. Sacando pecho a la noche y <strong>al</strong> ruido<br />
que ocultaban una legión de tambores; los que sonaban<br />
dentro de mí. Yo, que la tenía a cada momento en mis<br />
pensamientos, que había esperado pacientemente a que<br />
se convirtiera en mujer…, ¡y a ella todo le parecía<br />
norm<strong>al</strong>!<br />
En fin…<br />
Seguimos la fiesta.<br />
Estaba un poco mareado; dudé de si era la bebida o<br />
de las p<strong>al</strong>abras que no querían asumir mis orejas, tontas<br />
de escuchar lo que habían escuchado. Ella seguía igu<strong>al</strong>,<br />
rompiendo las miradas como me había roto a mí.<br />
Acabó la fiesta y sus amigas se fueron. No se si las<br />
echó o se fueron, pero el caso es que nos quedamos<br />
solos.<br />
—¿Me acompañas a casa? —me preguntó<br />
tontamente; sabía la respuesta.<br />
-169-
—Claro… —fue lo único que respondí, costaba<br />
sacar a mis p<strong>al</strong>abras que estaban amarradas a no se<br />
donde.<br />
Empezamos a andar en dirección a su casa,<br />
temiendo que el camino fuera demasiado corto, que<br />
todo fuera una broma; no quería que aquellos ojos que<br />
brillaban en la noche se burlaran de mis sentimientos.<br />
Con esa inseguridad que dan los primeros pasos del<br />
corazón.<br />
A los pocos minutos, cuando el bullicio desapareció<br />
y solo las pocas luces de las c<strong>al</strong>les daban luz a nuestro<br />
camino, temiendo no se qué, le pregunté:<br />
—¿No será broma lo que has dicho?<br />
—¿Qué…? ¿Que me gustas? Con eso no se debe<br />
hacer broma. Si no fuera así, no te lo diría.<br />
Me quedé otra vez sin p<strong>al</strong>abras, aún más atontado,<br />
viendo como su cadera se pegaba a la mía; sintiendo<br />
como sus manos se agarraban a mis dedos. Noté como<br />
un suave c<strong>al</strong>ambre pasaba de sus manos a las mías. Se<br />
paró a la sombra de una tapia y me reg<strong>al</strong>ó un beso tan<br />
suave, que me olvidé de mis piernas que a su vez<br />
quedaron olvidadas en la tierra.<br />
—¡Yo te quiero…! —me dijo por primera vez seria<br />
-170-
mientras apretaba su pecho contra el mío—. ¡Desde que<br />
te vi la primera vez…!<br />
Mi oído, me entregó un esc<strong>al</strong>ofrío, que recorrió mi<br />
cuerpo y se clavó en la medula de mis huesos que<br />
también se estremecían.<br />
Sus labios murmuraron a mi oreja un sonido que<br />
sonaba a canto de ruiseñor; con una voz temblorosa que<br />
parecía derribar todo su control. A pesar de la c<strong>al</strong>idez de<br />
la noche, temblaba su cuerpo como una flor a las gotas<br />
del rocío; entonces comprendí que decía la verdad, que<br />
no se podía engañar con aquel sonido que s<strong>al</strong>ía de sus<br />
labios.<br />
Intenté tomar el control del asunto, vengarme de<br />
tantos días en los que ella me había matado con sus<br />
risas; no sin antes tener que echar todos mis redaños a<br />
la noche, y suerte que era de noche, porque de haber<br />
sido día claro, ella habría visto mis labios que<br />
temblaban como los de un anim<strong>al</strong>illo helado. Cogí<br />
genio. Me avergonzaba pensar que ella diera todos los<br />
pasos, con ese estúpido orgullo machista de hombre no<br />
maduro. Y la apreté contra la tapia con todas mis<br />
fuerzas, tanto, que casi la tumbamos <strong>al</strong> suelo.<br />
Se apartó riendo y besándome, recordándome que<br />
ella mandaba.<br />
-171-
—¡Puf…! —dijo— Pensaba que te costaría, que yo<br />
no te gustaba.<br />
—¡Que si me gustas…?<br />
—Como siempre estabas distante. Me tratabas como<br />
a una niña. —me decía con una sonrisa que brillaba más<br />
que las estrellas que nos <strong>al</strong>umbraban.<br />
Mis ojos, ciegos a todo lo que no fuera ella, se<br />
reabrieron a la noche y miré <strong>al</strong> cielo. Todas las estrellas<br />
se presentaron a la oscuridad de la noche para s<strong>al</strong>udarla.<br />
Me c<strong>al</strong>mé un poco.<br />
Seguimos agarrados de la mano y parando a cada<br />
sombra. Inundando los metros con tantos besos, que<br />
desapareció el camino que fue corto como un suspiro.<br />
Me dio el último. A escondidas de todos los ojos menos<br />
los de la noche; me dijo hasta mañana, o mejor hasta<br />
después, que el <strong>al</strong>ba ya brillaba <strong>al</strong> nuevo día.<br />
Me fui hasta mi casa tan despacio, que llegué con el<br />
sol a mis esp<strong>al</strong>das; paré en todos los poyatos y en todos<br />
los trancos, despacio, pensando en aquellos ojos que<br />
ahora parecía que serían míos, queriendo retener<br />
aquella noche; pero llegó el nuevo día, brillante, el<br />
mejor día de mi vida.<br />
-172-
Es difícil explicar como pasan estas cosas; como<br />
llega tu hora agarrada de la mano del destino y te agarra<br />
de la tuya, y aquella noche había llegado con fuerza,<br />
había lanzado su figura contra mis ojos con la intensi-<br />
dad de un latigazo. A pesar de ser noche estrellada, sentí<br />
la lluvia estrellándose contra su cuerpo que ahora era el<br />
mío, retrocedí en mi pensamiento hasta el día que su<br />
pecho me estremeció…, y cerré los ojos para poder<br />
verla de nuevo.<br />
No pude dormir en muchas horas.<br />
Aquel día continuaban las fiestas y Marina estaría<br />
conmigo; y estuvo; tan pegada a mí que se clavó su<br />
fragancia de juventud a mis sentidos. Quería retener los<br />
minutos, estar a su lado, y muy despacio llegó la noche.<br />
En cuanto oscureció, ya solo pensaba en cuando la<br />
acompañara a su casa, solos los dos. Llegó esa hora y<br />
fuimos lentamente por las c<strong>al</strong>les, parándonos a cada<br />
sombra de la luna, besando su cara y sus labios que<br />
estaban templados como una primavera; pegado a su<br />
cuerpo, agarrando su cintura que parecía cortada.<br />
¡Dios, que noche…!<br />
Pasaron las fiestas y seguimos s<strong>al</strong>iendo; a pasear, <strong>al</strong><br />
cine, a todos los sitios…, y juntos.<br />
-173-
Los tiempos que siguieron fueron de ensueño; el<br />
cielo azul bajó a la tierra, a riv<strong>al</strong>izar con los ojos de<br />
Marina aún sabiendo que perdía. Ella resplandecía cada<br />
día más; había muchachas bonitas, pero Marina era la<br />
mas preciosa.<br />
Al menos para mí, claro.<br />
Pasaron las estaciones.<br />
Marina se había pegado a mí como una lapa a una<br />
roca…, y yo a ella, como un sueño a la noche.<br />
Llegaron tiempos de felicidad absoluta.<br />
Marina se h<strong>al</strong>laba en toda la plenitud de la peregrina<br />
hermosura, o mejor dicho: en ese momento en que una<br />
mujer, conocedora de su propia natur<strong>al</strong>eza, reg<strong>al</strong>a<br />
belleza a todo lo que mira; y parece ser, que solo en mí<br />
fijaba su mirada.<br />
No podía ser mejor.<br />
Su cuerpo ya había olvidado las formas de niña,<br />
aunque aún conservaba esa aureola mezcla de mujer y<br />
niña <strong>al</strong> mismo tiempo. Sus cabellos parecían abrazar el<br />
azul de sus ojos…<br />
-174-
¡Dios, que bonita que era…, y sigue siendo!<br />
Nunca olvidaré el día que la tuve por primera vez sin<br />
las fundas de su ropa entre mis manos.<br />
Era un día c<strong>al</strong>uroso.<br />
S<strong>al</strong>imos a pasear por las veredas de la vega, a<br />
escuchar como las aguas de las acequias murmuraban<br />
su frescor de atardecer. El día había sido bochornoso y<br />
el campo atraía; el frescor y su aroma seco, entraban<br />
como una droga a los pulmones. Nos sentamos a ver la<br />
puesta de sol en un recodo del camino; metimos los pies<br />
en el agua que estaba como sacada de un glaciar.<br />
—¡Hay que ver…! —dijo—, con el día tan c<strong>al</strong>uroso<br />
y lo fresca que discurre el agua.<br />
—¡Fresca y limpia! —contesté.<br />
El sol ya se estaba despidiendo, cuando notábamos<br />
como el agua acariciaba nuestros pies, era como una<br />
lengua helada. El color de oro de los últimos rayos del<br />
día se estrellaba contra su cara; su cara y todo su cuerpo<br />
que brillaba más que los propios reflejos del sol.<br />
Parecía un imán de los reflejos.<br />
-175-
Me quede mirando como aquel cuerpo de mujer se<br />
recostaba sobre las yerbas del ribazo. Invitando a la<br />
lujuria; era como una diosa de fuego. Abrió sus ojos y<br />
brillaron como témpanos de hielo mientras yo me<br />
derretía <strong>al</strong> mirarlos. Los cerró de nuevo, castigándome.<br />
Se rió <strong>al</strong> ver mi cara, de idiota, como siempre que la<br />
miraba; sabía que ella era la dueña mis pensamientos.<br />
La sombra de mi cuerpo, <strong>al</strong>argada por los rayos del<br />
crepúsculo, besó su cara y su labios que brillaban con<br />
brillo propio, sin necesidad de luz ajena... Seguí a mi<br />
sombra; celoso de que antes la besara. Me acerqué a su<br />
cuello que olía a aromas de otro mundo…, y la besé.<br />
A los besos en su cara seguí con los besos a su <strong>al</strong>ma.<br />
Ella se dejaba. Cerró los ojos y se apagó la luz azul<br />
del campo; besé su frente, sus zarcillos que colgaban de<br />
sus orejas como frutos maduros. Abrió de nuevo sus<br />
ojos y los cerró; besé sus parpados cerrados que estaban<br />
suaves como amapolas…, otra vez sus labios que se<br />
convirtieron en la frontera de sus pensamientos…<br />
Seguí transitando por su hombro que estaba suave<br />
como las dunas de un cielo; llegaron a mis narices los<br />
aromas cálidos y jóvenes de su piel…, luego seguí a su<br />
cuerpo, a todo su cuerpo.<br />
¡Haay…!<br />
-176-
No seguiré contando, que hay cosas que no se<br />
pueden contar, solo diré que se largó el día y nos s<strong>al</strong>udo<br />
la noche.<br />
¡Y que noche…!<br />
¿…Seguramente…, después de todo lo contado, os<br />
preguntareis quien es, esa Marina…?<br />
No existe... ¡O t<strong>al</strong> vez sí…!<br />
Que siempre hay <strong>al</strong>guna mujer como Marina…<br />
Aunque la llamen por otro nombre.
© Antonio Medina Guevara<br />
© Editori<strong>al</strong> Atlantis (2.011-2.013)<br />
Publicado con autorización del autor
Editado con licencia del autor y<br />
De un capítulo de la novela:<br />
“No matéis <strong>al</strong> gorrión”<br />
ISBN: 978-84-92592-10-6
Historias y cuentos de Zújar<br />
Antonio Medina Guevara
Llegamos a la villa cuando el sol ya bañaba a los<br />
trig<strong>al</strong>es y les daba las formas de ondas del mar…, y sin<br />
avisar.<br />
Inmediatamente, me entregué a los placeres de la vista<br />
en primavera: <strong>al</strong> aire entre fresco y cálido, impregnado de<br />
los aromas que viajaban por el viento; a los paisajes que<br />
eran brochazos infinitos de una p<strong>al</strong>eta de arco iris…<br />
Mis pulmones y mis ojos disfrutaban más que un<br />
cochino en un charco.<br />
Aquella vez, <strong>al</strong> día siguiente, también acompañe a mi<br />
padre <strong>al</strong> campo.<br />
Era muy temprano, tanto, que <strong>al</strong> sol de cada día se le<br />
suponía durmiendo. El frescor de las mañanas<br />
primaver<strong>al</strong>es ofrecía un placer extraordinario a mis<br />
sueños. Como se despierta en un día de fiesta, me<br />
despertaron a mí.<br />
-187-
—Niño..., niño... —llamó varias veces mi padre con<br />
voz enérgica—. Que se hace tarde.<br />
Estiré lentamente todos los músculos de mi cuerpo,<br />
incluidos los de mi cerebro —si es que existen, pero que<br />
en caso de existir, seguro que estaban en el mejor de los<br />
sueños—. No entendía por qué dejar aquel estado de<br />
felicidad. ¿Para qué tanta prisa, si el campo estaría ahí<br />
más tarde, como siempre había estado, por toda la<br />
eternidad? ¡Que no se lo llevaría nadie...! Pero la<br />
insistencia de sus llamadas terminó por convencerme.<br />
—Ya voy..., ya voy...<br />
Respondí de manera perezosa, <strong>al</strong> mismo tiempo que<br />
ponía mis pies en el suelo de tierra prensada y fregada<br />
tantas veces, que parecía de duro cemento. Estiré por<br />
última vez los brazos en dirección <strong>al</strong> blanco y enc<strong>al</strong>ado<br />
techo de la habitación, a la vez que mi abuelo y<br />
compañero de cama retiraba las ropas que, como cada<br />
noche, ponía sobre mi cuerpo con la intención de hacer<br />
más confortables mis sueños.<br />
Mi madre me llamó desde la cama, me repitió que me<br />
abrigase, que por la mañana haría frescor; hice caso<br />
omiso, y llegué a la mesa donde mi padre ya tenía<br />
preparado el desayuno. Él ya consumía su taza de café de<br />
-188-
m<strong>al</strong>ta complementado con moyas de pan; a mí me daba<br />
un poco de asco ver flotar las moyas sobre el marrón del<br />
café, por lo que bebí el mío casi de un sorbo y s<strong>al</strong>í a la<br />
c<strong>al</strong>le con un rosco en la mano y dispuesto a acompañarle<br />
a la vega.<br />
—¡Vamos ya...! Papa...<br />
Le metí prisa a mi padre para devolverle la tocadura<br />
de narices que representaba hacerme levantar tan<br />
temprano, para vengarme, por ser domingo...<br />
Mi padre ni contestó y agarrando el ranz<strong>al</strong> del burro<br />
que nos había prestado la madre de Isabel, que había<br />
descansado aquella noche en mi casa, dispuso los<br />
aparejos sobre el anim<strong>al</strong> y s<strong>al</strong>ió.<br />
Mi perro y yo les esperábamos en la c<strong>al</strong>le.<br />
Montamos en el burro y en el serón de pleita que una<br />
vez fabricó mi madre con sus manos y para el burro que<br />
se murió; le solicité a mi padre:<br />
—Déjame las riendas...<br />
—No. —respondió autoritario.<br />
Partimos hacia el trozo de tierra de aquel día monta-<br />
-189-
dos en el asno, mi padre delante, y yo detrás. Avanzamos<br />
<strong>al</strong> despuntar el <strong>al</strong>ba por la c<strong>al</strong>le que parecía sacada de un<br />
cuento de hadas; los pequeños jardines ya brillaban a los<br />
primeros rayos del día, con su verde primaver<strong>al</strong>; los lilos<br />
se apiñaban en inmensos ramos de flores, blancas y lilas;<br />
y las casas, blancas como la nieve, esperaban la llegada<br />
de las fiestas.<br />
Y es que, <strong>al</strong> llegar la primavera, todas las paredes se<br />
enc<strong>al</strong>aban, hasta las de los corr<strong>al</strong>es; la c<strong>al</strong> viva hervía en<br />
los cubos y barreños, purificando las paredes año tras<br />
año. Algunas paredes, tenían tantas capas de c<strong>al</strong>, como<br />
años desde que <strong>al</strong>gunas manos las levantaron.<br />
Pasamos por debajo de un inmenso llorón que decían<br />
había plantado mi abuelo y que en los veranos daba<br />
sombra a la c<strong>al</strong>le; andando por la vereda no tardamos en<br />
escuchar el murmullo de la fuente. La fuente que no<br />
paraba de reg<strong>al</strong>ar agua a la acequia que pasaba por<br />
enfrente de mi casa.<br />
Al verla, le dije a mi padre que parara, que quería<br />
beber agua; él accedió, y también bajo a beber. Bueno,<br />
más que a beber, a saborear; re<strong>al</strong>mente no teníamos sed,<br />
pero era costumbre parar a beber su agua cuando pasabas<br />
por <strong>al</strong>lí, casi como un ritu<strong>al</strong>.<br />
En verano, cuando el c<strong>al</strong>or quemaba y volvían del<br />
campo los segadores, se quitaban sus sombreros de paja,<br />
capuzaban su cabeza hasta la cintura, y veías como su<br />
estomago se hinchaba de agua fresca y crist<strong>al</strong>ina. Sus<br />
-190-
arrigas parecían globos a punto de explotar.<br />
Los pajarillos se bañaban en las siestas, cuando solo<br />
los lagartos se atrevían cruzar bajo el sol...<br />
Los lagartos y nosotros; que la siesta era el momento<br />
más tranquilo para coger fruta ajena y bañarse en las<br />
b<strong>al</strong>sas, sin que ningún guarda te arreara.<br />
Una vez, Antonio, mi vecino y guarda forest<strong>al</strong>, nos<br />
pilló en una de esas siestas bañándonos en una b<strong>al</strong>sa. Era<br />
norm<strong>al</strong> que nos pillara; hacíamos tanto ruido que se nos<br />
oía <strong>al</strong> otro lado de la vega. Se agazapó por entre los<br />
matorr<strong>al</strong>es, sigilosamente, observándonos como un lince<br />
a los conejos y con su c<strong>al</strong>lado de compañía; supongo que<br />
cuando pensó como fastidiarnos, después de retirar<br />
nuestras ropas de los troncos de los olivos, nos llevó en<br />
“pelotas“ por la vega y por el pueblo. Como adanes. No<br />
hace f<strong>al</strong>ta imaginarse el bochorno de todos nosotros, ni<br />
las risas de los demás. Después nos obsequió con <strong>al</strong>gunos<br />
mamporros de su c<strong>al</strong>lado y de propina, los de nuestros<br />
padres.<br />
¡Disfrutó sádicamente aquel día…!<br />
Bebimos de la fuente.<br />
-191-
Actuamos con cierta celeridad; todos, menos el burro,<br />
que ese sí que parecía tener sed de verdad. Enseguida<br />
seguimos todos a nuestro destino: mi padre, el burro, el<br />
perro y yo. No mediamos p<strong>al</strong>abra <strong>al</strong>guna durante un buen<br />
trecho, a excepción del burro, que mediante rebuznos<br />
parecía querer conversación, a lo que mi perro, sin<br />
pedigrí, respondía mientras intentaba morderse la cola sin<br />
éxito, como queriendo tener la última p<strong>al</strong>abra..., o ladrido.<br />
Subíamos por el <strong>al</strong>tonazo por el que discurría el<br />
camino, hasta llegar a la parata donde despedían a la<br />
Virgen en su romería primaver<strong>al</strong>, a lo más <strong>al</strong>to del cerro.<br />
Le llamaban la Erilla Empedrá…, y no sé por qué, porque<br />
ni era erilla, ni era “empedrá”.<br />
Cosas del pueblo…<br />
Pasada la suave cuesta con la mente ya fresca, empecé<br />
a pensar en aquella fuente de nombre tan misterioso; le<br />
llamaban la fuente de las Doncellas, y hablaban de<br />
aquella fuente los viejos y los niños en cuentos de<br />
fantasías...<br />
¿Quienes habrían sido esas doncellas? ¿Qué había<br />
pasado con ellas...?<br />
Los viejos más fantasiosos hablaban del pasado moris-<br />
co del pueblo, y también decían que bajo la tierra de<br />
aquel barrio descansaban los huesos de moros infieles; y<br />
era verdad, <strong>al</strong>guna vez, escarbando en los huertecillos,<br />
encontrábamos restos óseos que hablaban del pasado.<br />
-192-
Decían, que cuando expulsaron a los árabes, <strong>al</strong>guno<br />
quedó merodeando por los campos y las c<strong>al</strong>lejuelas, de<br />
las que <strong>al</strong>gunas conservaban sus nombres antiguos, y<br />
sobre todo, en la <strong>al</strong>cazaba ruinosa. Y también hablaban de<br />
que sus espíritus nunca aceptaron dejar sus casas y sus<br />
tierras, y mucho menos, a sus antepasados.<br />
Tanto habíamos oído de aquello, que <strong>al</strong>gunas noches,<br />
en los cálidos estíos, y jugando en concursos de<br />
miedosos, los niños del barrio corríamos a encontrarnos<br />
con el sonido del agua de la fuente. En la oscuridad,<br />
esperando la voz de <strong>al</strong>guna doncella... Quedaba ganador<br />
el que aguantaba más segundos escuchando el murmullo<br />
del agua, el canto de los grillos, y las quejas de las<br />
lechuzas.<br />
Nunca escuchamos la voz de ninguna doncella, ni<br />
nada por el estilo y mucho menos vimos su imagen, pero<br />
seguro, que <strong>al</strong>lí estaban ...<br />
Seguimos andando por el camino y, poco a poco,<br />
disfrutábamos de la incipiente mañana.<br />
La senda atravesaba la vega, que estaba verde y<br />
limpia, como los ojos de Isabel, mientras las acequias<br />
murmullaban su agua crist<strong>al</strong>ina y cerca, lejos, por todas<br />
partes, los pájaros daban sus buenos días con las melodías<br />
más sonoras y hermosas.<br />
-193-
Yo ya era consciente de tanta belleza que desprende el<br />
campo en primavera. Y a pesar de tener claro nuestro<br />
destino, parecíamos vagar por las veredas, estrechas<br />
como venas de la vega, pero con mucha vida. A nuestros<br />
oídos llegaban claros y confusos los sonidos, los rumores<br />
del aire, de las fuentes, de los pájaros, de cu<strong>al</strong>quier cosa.<br />
Y con tanto desorden que sonaba como la mejor de las<br />
melodías.<br />
A lomos del burro, y cerrando los ojos, todo se veía<br />
transparente y limpio.<br />
Empezaron a brillar los primeros rayos de sol, con<br />
fuerza de primavera, derramando sus rayos de oro por el<br />
costado del Jab<strong>al</strong>cón, y ya se divisaba a los lejos, como<br />
una cajita en la <strong>al</strong>ta lejanía de la cima del cerro, la ermita.<br />
Había <strong>al</strong>gunos vecinos aún más madrugadores nos<br />
s<strong>al</strong>udaban <strong>al</strong> pasar.<br />
—Buenos días, Antonio... —se oyó la voz de un<br />
hortelano, no sin cierta sorna—. ¿Donde vais tan<br />
temprano?<br />
—Buenos días…, Manuel. —respondía mi padre sin<br />
hacer caso de su guasa.<br />
—¿Por qué se ríe ese hombre? —pregunté, sin<br />
entender su cachondeo.<br />
-194-
—Cosas de Manuel.... —dijo mi padre sin prestarle<br />
mucha importancia.<br />
Seguimos en dirección a nuestro destino por la vereda.<br />
Mi padre, en un <strong>al</strong>arde de equilibrio, liaba un cigarrillo<br />
de picadura a lomos del burro; el primero de la mañana.<br />
Sacó su chisquero de cuerda y lo encendió… Llegamos a<br />
nuestro destino y atamos con un soga larga <strong>al</strong> burro, para<br />
que comiera durante las horas en que él arreglaba el<br />
banc<strong>al</strong>, con una medida c<strong>al</strong>culada para que no llegara <strong>al</strong><br />
del vecino.<br />
A la tarde, cuando el sol ya parecía una inmensa<br />
moneda de fuego y cobre sobre el oeste de Jaufil…,<br />
regresamos.<br />
Yo me fui a jugar con los amigos y mi padre a<br />
descansar; que no paraba ni tan siquiera los domingos y<br />
lo agradecía más que la comida.<br />
Cuando todo acababa en aquél día; me puse a pensar<br />
que:<br />
…¡f<strong>al</strong>taban solo seis días para el sábado de Fiestas…!
De un capítulo de la novela: “No matéis <strong>al</strong> gorrión”<br />
© Antonio Medina Guevara<br />
© Editori<strong>al</strong> Atlantis
Historias de Zújar<br />
De un capítulo de la novela: “La noche que casi<br />
tocamos las estrellas”<br />
Antonio Medina Guevara
No me puedo quejar, la vida es generosa; aunque a<br />
veces, cuando estoy solo, añoro a los que se fueron y a<br />
<strong>al</strong>gunas que otras cosas…, ¡pero no me puedo quejar!<br />
Ahora, s<strong>al</strong>go a pasear por donde otros pasos<br />
conocidos antes pasaron. La lluvia y el tiempo parece<br />
que los borraron…, pero no. No los borraron, porque no<br />
los pueden borrar de mi memoria. Ahí están, yo los veo;<br />
con los ojos abiertos y también cerrados, porque para<br />
ver <strong>al</strong>go no hace f<strong>al</strong>ta tener los ojos abiertos.<br />
Cada día que pasa me <strong>al</strong>egro más de parecerme a<br />
ellos, de arregostarme por las cosas sencillas; esas cosas<br />
aparentemente igu<strong>al</strong>es, pero que a la vez son siempre<br />
tan diferentes. Y tenía razón mi amigo <strong>al</strong> decir que no<br />
hay que irse muy lejos, que el cielo a veces lo tenemos<br />
a los pies; y también que a veces lo pisoteamos…<br />
-199-
Se me olvidó contar, que unas semanas antes de<br />
todo aquello, Juan me preguntó que quería que me<br />
reg<strong>al</strong>ara para mi cumpleaños; le dije que nada, ¿que por<br />
qué tanta prisa?; si aún f<strong>al</strong>taban unos meses y que lo<br />
tenía casi todo; pero que si quería hacerme un reg<strong>al</strong>o<br />
que de verdad yo quería, que fuera un álbum de fotos<br />
viejas que sabía tenía en un baúl también viejo. Se rió<br />
de mis pretensiones tan poco caras y me contestó que:<br />
. Así es que, a la vuelta <strong>al</strong><br />
pueblo, en cuanto pude, cargué con el pesado baúl por<br />
el que nadie hubiera dado un duro por él, pero que yo<br />
sabía que estaba lleno de recuerdos sin precio.<br />
La cargué en el burro moderno: el tractor. Lo pasee<br />
por las c<strong>al</strong>les del pueblo como en una procesión;<br />
<strong>al</strong>gunos se reían <strong>al</strong> verme pasar con aquella antigu<strong>al</strong>la y<br />
me preguntaban si me mudaba, y yo les respondía que<br />
las cosas, cuanto mas antiguas, más v<strong>al</strong>iosas; después<br />
me dirigí <strong>al</strong> sitio de mi casa donde se archivan los<br />
recuerdos: la cochera.<br />
Cuando llegué a mi casa y lo descargué como pude,<br />
en una especie de ceremoni<strong>al</strong> y estando ya solo ante<br />
aquella caja, que ni era fuerte, ni había que abrirla con<br />
una combinación numérica, levanté el cierre y abrí la<br />
tapa que sonaba a puerta de castillo. Después de soplar<br />
<strong>al</strong> polvo acumulado por el paso y por las rendijas en el<br />
tiempo, lo primero que ví, fue una caja vieja de chapa,<br />
llena de fotos también viejas y cosas que sabían de los<br />
recuerdos.<br />
-200-
Después de dejar en el suelo un montón de libros<br />
que ni sabía que habitaran en silencio <strong>al</strong> fondo del baúl,<br />
viejos y descoloridos, me paré en una de las fotos<br />
también del color del otoño. Allí estaban reflejadas casi<br />
todas las personas que eran parte de mi vida: Juan,<br />
contándole <strong>al</strong> oído <strong>al</strong>go a Loli que la hacía reír; mi<br />
madre: joven y con unos trapos sobre sus rodillas, con<br />
la piel tan blanca y tersa, que parecía de porcelana y del<br />
color de la escarcha; mi padre: con su boina clavada a la<br />
sien y también con gesto <strong>al</strong>egre; una vieja, que supongo<br />
sería la madre de mi amigo o su suegra, y que sujetaba<br />
por la cintura a mi hermano de muy pocos años sentado<br />
sobre sus rodillas…, y un perro idéntico <strong>al</strong> que nos<br />
buscó por los campos y por el pueblo, que supongo<br />
sería de la familia…<br />
Mi familia de entonces…, antes de que mi hermana<br />
y yo fuéramos ni tan siquiera un proyecto…<br />
¡Pero mi familia…!<br />
Habían cosas con las que dudé en dárselas a sus<br />
hijos; se me pasó por la cabeza que, de haber sido de<br />
mis padres…, yo no las querría en otra casa, pero<br />
también pensé que no las echarían en f<strong>al</strong>ta…, y que <strong>al</strong><br />
fin y <strong>al</strong> cabo, en mis manos no se perderían…<br />
¿Por si acaso…?<br />
-201-
Seguí escarbando en los recuerdos ajenos, recuerdos<br />
de los que yo solo era participe en unos pocos, pero que<br />
<strong>al</strong> pasar por mis manos parecían que también los había<br />
vivido junto a todos ellos…<br />
…Y otra foto en la que aparecía una muñeca<br />
fabricándose en las manos de mi madre…, ¡la muñeca<br />
que nunca cerró sus ojos…!<br />
Algunos días; esos que parece que los sueños<br />
vuelven, me pongo a pensar en todos ellos y les hablo<br />
sin que nadie me oiga, para que no piensen que estoy<br />
loco y por que sé que están a mi lado; que me oyen<br />
aunque no les hable con mi boca.<br />
Me gusta y me da tranquilidad.<br />
Lo mismo que cada día recuerdo aquella noche y<br />
como la cara de Juan viajaba a otros tiempos<br />
pasados…, creo que fue feliz…, y yo de que lo fuera.<br />
Aquella noche fue especi<strong>al</strong>, casi tocamos con<br />
nuestras manos las estrellas.<br />
Me acordaba a menudo de su cara y de sus p<strong>al</strong>abras,<br />
también de lo que me dijo aquella noche y que por un<br />
tiempo se me había olvidado: “el día que me entierren<br />
no quiero bulla, tampoco me gustarían las lagrimas,<br />
-202-
solo que <strong>al</strong> bajarme <strong>al</strong> hoyo, estuviera rodeado de los<br />
que me aprecien”<br />
Así fue…<br />
A veces pienso que <strong>al</strong>gunas personas mueren donde<br />
les gusta, que la señora Muerte les deja escoger; por eso<br />
me conformo <strong>al</strong> pensar en mi padre y en Juan; parece<br />
que ellos pudieron escoger. ¿Y que mejor que cerrar tus<br />
ojos donde puedas soñar?, ¿donde puedas ver lo pasado<br />
y borrar lo que no te gusta…? Mi padre los cerró a los<br />
primeros rayos de sol reflejados sobre el azul del mar;<br />
Juan los cerró a las estrellas, a la inmensidad de la<br />
noche que bañaba lo que él quería…, oliendo los<br />
aromas del buen tiempo y junto a un amigo.<br />
¿Qué más se puede pedir…?<br />
Solo puedo decirles una cosa… ¡Gracias por pensar<br />
en mí…!<br />
Hay muchas cosas que ya no volverán, y si acaso<br />
vuelven, serán tan diferentes que no las reconoceremos;<br />
aunque siempre queda la memoria para llamarlas de<br />
nuevo…<br />
Pasó el tiempo y se olvidaron muchas cosas; pero<br />
-203-
no Juan. Él es mi amigo, mi maestro de las pequeñas<br />
cosas. Ese amigo que no te h<strong>al</strong>aga, que a veces te dice<br />
cosas que no quieres escuchar, pero que en los buenos y<br />
en los m<strong>al</strong>os momentos, siempre te acompaña. Que<br />
cuando no está, lo extrañas, y cuando él no viene, tú vas<br />
a él. Juan está en mis recuerdos, <strong>al</strong> lado de mi padre; a<br />
mi lado…, ¡junto a todo lo importante!.<br />
Cuando paseo por el campo, lo miro y todo lo veo<br />
como el día anterior y como el anterior…, y como<br />
siempre. Y <strong>al</strong> labrador, que pasa con su tractor lo mismo<br />
que su padre y el padre de su padre lo hacía con los<br />
mulos y el arado. Y el coche que ha sustituido <strong>al</strong> carro y<br />
la motocicleta <strong>al</strong> burro, pero todo sigue igu<strong>al</strong>. Ahí están<br />
los árboles, los mismos de antes y los hijos de los se<br />
secaron; los pájaros y el agua…<br />
Ahora, con el paso del tiempo, ya casi solo me<br />
dedico a recordar, que según parece dijo <strong>al</strong>guien, es el<br />
gozo de los que lo han vivido; todo me parece que fue<br />
efímero, pero no; yo creo que lo pasado es para<br />
siempre. Parece que el tiempo lo borra todo, ¿o es que<br />
t<strong>al</strong> vez no pasa nada?; que como decía Eustaquio<br />
cuando le preguntaban por su curvatura:<br />
<br />
Así creo que pasará con todos nosotros, lo mismo<br />
que pasó con todos ellos: que nos iremos un día, que<br />
-204-
quedarán los que llegaron después…, y que <strong>al</strong> menos a<br />
mí, no me gustaría que me olvidaran.<br />
Lo mismo que a Juan…<br />
Él me transmitió muchos sueños; pensamientos que<br />
<strong>al</strong>ivian los dolores de los m<strong>al</strong>os sueños; esos que llaman<br />
pesadillas. Y me <strong>al</strong>egro de que viviera siempre así, y<br />
que la vida se le fuera con un dulce sueño…, y, aunque<br />
dicen que nunca se tiene dos veces el mismo sueño, yo<br />
seré muy raro, porque en mi memoria siguen soñando<br />
los mismos recuerdos, los de aquella noche junto a mi<br />
amigo...<br />
Junto a Juan…<br />
¡La noche que casi tocamos con nuestras manos las<br />
estrellas…!<br />
Si como decía mi madre, que las personas no<br />
mueren mientras las recuerdan…, ellos, están muy<br />
vivos.<br />
…Y donde puñetas, acabaría el manuscrito…?<br />
Conclusión:<br />
-205-
Esta historia, no tiene buenos ni m<strong>al</strong>os; aventureros,<br />
villanos o viajeros que descubrieron mundos; ni tan<br />
siquiera personajes ilustres, de leyenda o que dejaron<br />
una gran huella a su paso…<br />
Solo es la historia —un poco inventada— de<br />
personas norm<strong>al</strong>es.<br />
De buenas personas…<br />
Son las cosas de la vida…<br />
Los que conocéis los lugares reflejados, os<br />
preguntareis, quien es ese Juan…<br />
No existe…, o t<strong>al</strong> vez sí. Que hay muchos Juanes<br />
paseando delicadamente por un mundo…, donde otros<br />
pisotean.<br />
A veces —t<strong>al</strong> vez sin darnos cuenta—, olvidamos<br />
que todos estamos de paso…, que todo se acaba; que<br />
solo somos andantes, emigrantes de la vida...<br />
Y que para atrás… —y aparte de los cangrejos—,<br />
solo andan los recuerdos.
Otros títulos del <strong>Autor</strong>:<br />
Edición americana<br />
No matéis <strong>al</strong> gorrión<br />
( Atlantis - Madrid 2.010 )<br />
Una mujer llamada Muerte<br />
( Pelícano - USA 2.011 )