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Estudios Revista Ecléctica. Número 142 - Christie Books

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minan su predilección por una u otra dase de<br />

amores y enamorados.<br />

Preguntad a cualquiera por qué amó en diversas<br />

épocas de su vida a tal 1 o cual persona<br />

y os relatará las circunstancias que concurrieron<br />

a producir dicho amor. Nunca sabrá deciros<br />

los motivos de su elección, ignorando que<br />

residen dentro de su espíritu; como residía el<br />

demonio de la inquietud en el alma de esos<br />

'héroes de Dostoiewsky, que marchan por<br />

su vida tumultuosa con un aire trágico de alucinados.<br />

Y lo interesante no es conocer lo® colores y<br />

formas del blanco al que se dirigen los dardos<br />

amoroso®, sino las condiciones de tirador,<br />

principal determinante de la trayectoria de Ta<br />

flecha.<br />

Todos llevamos en nuestro interior un programa<br />

amoroso en latencia, en el cual están<br />

trazadas lias características de nuestra línea<br />

erótica. En nosotros radica la posibilidad de<br />

desarrollarlo^ o de quedarnos con él entre las<br />

manos, como arqueros sin blanco. Por eso la<br />

Psicología científica ya no indaga el porqué<br />

circunstancia! de los amores de un hombre y<br />

una mujer, ni el por qué ella acaso se enamoraba<br />

de cuantos hombres conocía. Eso son<br />

chismes de portería. Lo interesante es analizar<br />

las condiciones psicológicas que obligaban<br />

a aquel hombre a enamorarse de aquella mujer<br />

y no de otra o que determinaban el que la<br />

citada dama enloqueciese por todos los varones<br />

que conocía. Y si poseemos los datos referentes<br />

a la historia amorosa de una persona<br />

no resulta difícil trazar su línea amorosa para<br />

recorrerla después en sentido inverso- y llegar<br />

así a conocer el principio de la misma o sea<br />

su estilo amoroso.<br />

Para demostrar la complejidad de los factores<br />

que analizamos, referiré un caso ejemplar.<br />

Un paciente mío me mostraba hace tiempo<br />

su colección de retratos amorosos, recuerdos<br />

de su juventud. Le hice observar, ante su<br />

asombro, que todas aquellas efigies de mujeres<br />

por él amadas se parecían físicamente y<br />

que en todas se daba la misma insignificancia<br />

física y el mismo aire de ingenua bondad en el<br />

© faximil edicions digitals 2006<br />

rostro. Verificada una superposición fotográfica<br />

de imágenes, obtuvimos un retrato que cristalizaba<br />

los rasgos comunes a todos ellas, y<br />

cuando le pregunté a quién podía parecerse<br />

aquel rostro me dijo que se parecía a su madre<br />

y que él lio atribuía a que siempre fue<br />

ella para él un modelo espiritual 1 de Ideal<br />

amoroso.<br />

En realidad era un caso que encajaba en<br />

esa psicología del niño mimado* descrita por<br />

Adler. En su infancia vivió refugiado en su<br />

madre, que era a la vez su defensora. En su<br />

juventud se sintió débil frente a la vida y falto<br />

del apoyo materno, buscó defensa y protección,<br />

pretendiendo prolongar la presencia de<br />

la madre-defensora en mujeres que ofreciesen<br />

semejanza física y moral con ella.<br />

La línea amorosa de aquel hombre acusaba,<br />

pues, un estilo muy deficiente, y un sentimiento<br />

de inferioridad que le hacía concebir<br />

el amor únicamente como un modo de defenderse<br />

de las amenazas de la vida. De ahí<br />

sus curiosas preferencias femeninas hacia<br />

mujeres que simbolizasen a la mad!re. Acaso<br />

algún día analicemos en toda su extensión<br />

este interesante caso.<br />

He aquí apenas esbozado el paisaje de<br />

inquietudes que lleva inherentes la investigación<br />

de la línea amorosa. En nuestro próximo<br />

artículo trataremos, como complemento, del<br />

estilo amoroso y sus factores condicionantes.<br />

Asunto de vital interés porque el conocimiento<br />

de la línea amorosa no sólo puede permitirnos<br />

gatear por ella y remontarnos a su génesis,<br />

sino seguir la curva ya iniciada, e igual<br />

que la vista completa el trozo que falta al<br />

arco roto del 1 capitel, deducir el futuro del<br />

amor.<br />

Arrancado ese secreto del porvenir amoroso,<br />

perderá el amor su misteriosa incertiduimbre,<br />

pero acaso lo ganen en claridad los caminantes<br />

por sus intrincados senderos. Aparte<br />

de que en el penúltimo instante acaso* dé el<br />

amor una pirueta que desconcierte al psicólogo,<br />

como pana demostrarle que la vida va<br />

siempre más allá de los límites que nuestra<br />

ciencia quiera imponerle.

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