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El Tambor mágico

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<strong>El</strong> <strong>Tambor</strong> <strong>mágico</strong><br />

Anónimo<br />

Hace mucho tiempo, no muy lejos de la costa de África, la tortuga y el leopardo<br />

vivían en el mismo pueblo. Eran, en realidad, bastante amistosos entre sí, y cada<br />

uno vivía, con sus dos esposas, en los extremos opuestos de la larga avenida<br />

principal.<br />

Entonces llegó la carestía, trayendo consigo el hambre al pueblo. <strong>El</strong> rey Masemi<br />

decretó que cualquiera que encontrase alimento debía traérselo, y designó espías<br />

especiales para asegurarse de que sus órdenes fueran obedecidas.<br />

Cansada de pasar hambre, la tortuga le dijo a sus esposas e hijos que iba a<br />

deambular a lo largo de la playa, y desde allí se encaminaría tierra adentro hacia el<br />

sur para ver qué podía encontrarles. Haciendo esto, caminó y caminó hasta que<br />

llegó a un río muy ancho y de corriente muy fuerte.<br />

En la orilla había un cocotero que se elevaba hacia el cielo, y muy alto, cerca de la<br />

copa, se apiñaban los cocos.<br />

"Esto es lo que mi hambrienta familia necesita" —pensó la tortuga al comenzar a<br />

trepar al árbol.<br />

Cuando llegó a la copa sacudió dos cocos que cayeron al suelo, al pie del árbol;<br />

pero el tercero cayó en el río y fue arrastrado por la corriente. Sin detenerse a<br />

pensar en el posible peligro, la tortuga se dejó caer en el agua para recuperar el<br />

coco.<br />

La corriente la agarró y la arrastró río abajo, subiendo y bajando por la superficie,<br />

bien lejos, hasta que chocó contra un muelle de madera y una mujer que se<br />

encontraba lavando en el lugar la ayudó a salir. A medida que la mujer la sacaba y<br />

la ayudaba a llegar a las tablas del muelle, oyó una voz que provenía de una casa<br />

cercana y que gritaba "¡Cógeme! ¡Cógeme!"<br />

Cuando preguntó quién era el que gritaba de ese modo, la mujer le dijo que sólo se<br />

lo diría si le explicaba la razón de su visita. La tortuga le contó sobre la carestía, el<br />

cocotero, y la forma en que se había tirado al río para poder conseguir alimento<br />

para sus esposas e hijos.<br />

—Entra en esa casa que se encuentra allí —dijo la mujer—. Nosotros le decimos la<br />

Casa de los <strong>Tambor</strong>es, porque en su interior hay muchos tambores. Algunos de<br />

ellos pueden hablar, pero a esos debes dejarlos tranquilos porque son tambores<br />

que no tienen poder. Los poderosos son aquellos que no pueden hablar.<br />

—Y cuando haya elegido un tambor, ¿qué haré con él?<br />

—Tráemelo y te enseñaré a utilizarlo.<br />

Entonces la tortuga entró en la Casa de los <strong>Tambor</strong>es, y no hizo caso a los


tambores que gritaban "¡Cógeme! ¡Cógeme!", sino que eligió uno de los que no<br />

hablaban y se lo llevó a la mujer que se encontraba en el muelle.<br />

—Ngoma, haz lo que te mandaron —dijo la mujer golpeando el tambor.<br />

Una larga mesa apareció, y la mujer volvió a golpear el tambor, diciendo:<br />

—Ngoma, haz lo que te mandaron —y la mesa se llenó de alimentos: carne,<br />

pescado, cocos y toda clase de manjares africanos.<br />

—¡Ngoma, llévatelo! —ordenó la tercera vez, y la mesa y los alimentos<br />

desaparecieron tan misteriosamente como habían aparecido. Luego agregó—:<br />

Ahora, tortuga, llévate este tambor, amárralo al cocotero, exactamente donde<br />

caíste al agua, y él hará por ti lo que acaba de hacer por mí.<br />

La tortuga cargó el tambor a todo lo largo de la orilla del río, hasta que llegó al<br />

cocotero. Allí lo amarró y, golpeándolo, gritó:<br />

—¡Ngoma, haz lo que te dijo la anciana!<br />

Una larga mesa apareció, cargada de alimentos, y la tortuga comió hasta que<br />

apaciguó el hambre. Entonces, gritó otra vez:<br />

—¡Ngoma, llévatelo!<br />

Los alimentos, la mesa y el tambor desaparecieron del árbol, y quedó un poco de<br />

comida en un sitio limpio cerca de la tortuga. Entonces el tambor regresó a su lado,<br />

como si esperase nuevas órdenes.<br />

La tortuga puso el tambor y la comida en su saco, junto con los dos cocos que<br />

había encontrado temprano ese día, y partió rumbo al pueblo. Antes de llegar a la<br />

casa, probó otra vez el poder del tambor, sólo para asegurarse de que no estaba<br />

soñando, ordenándole que doblara un árbol hacia ella. Al hacerlo, amarró el tambor<br />

<strong>mágico</strong> a una de sus ramas, y al enderezarse el árbol, el tambor quedó oculto a la<br />

vista de los que pasaran por ahí.<br />

Cuando llegó a la casa y le dio a su familia los cocos y la comida, le preguntaron<br />

dónde había estado y cómo había conseguido comida en una tierra que estaba<br />

azotada por la carestía.<br />

—Es un secreto —replicó la tortuga—. Así que no deben decir una palabra sobre<br />

esto, porque si los espías del rey se enteran me arrestarán, y ese será el fin de mi<br />

suministro secreto de comida.<br />

A la mañana siguiente, muy temprano, se dirigió al árbol donde estaba colgado el<br />

tambor en las ramas y gritó:<br />

—¡Ngoma, haz lo que te mandaron!<br />

Otra vez apareció la mesa cargada de comida. Se comió su parte, metió el resto en<br />

el saco para su familia y regresó a su casa. Durante una semana no tuvo<br />

problemas.<br />

Pero al octavo día, sin que la tortuga lo supiese, su hijo mayor la siguió, y observó


asombrado como su padre le ordenaba al árbol que se doblase, luego golpeaba el<br />

tambor, ingería un poco de comida, guardaba un poco para su familia, hacía que la<br />

mesa y el tambor desapareciesen, y le ordenaba otra vez al árbol que se<br />

enderezase, de modo que nadie al pasar por su lado pudiera ver el tambor que se<br />

encontraba atado a una de las ramas más altas.<br />

A la mañana siguiente, mientras la tortuga estaba fuera buscando hongos (por<br />

alguna razón los hongos nunca aparecían en la mesa mágica), su hijo fue al árbol y<br />

gritó las órdenes que había oído dar a su padre:<br />

—Árbol, dóblate.<br />

—Ngoma, haz lo que te mandaron.<br />

—Ngoma, llévatelo.<br />

Todo salió a la perfección. Se llevó consigo el tambor para la casa, lo hizo funcionar<br />

y la familia de la tortuga comió hasta que, una vez ya repletos, se quedaron<br />

dormidos sobre el piso de la choza.<br />

Mientras tanto, la tortuga había estado en el árbol después de una búsqueda<br />

infructuosa de hongos.<br />

—¡Dóblate! —gritó, pero para su sorpresa el árbol no se movió ni una pulgada.<br />

"—¡Dóblate —gritó otra vez—, o te convierto en leña para el fuego!<br />

<strong>El</strong> árbol se mantuvo firme, y entonces la tortuga cortó una y otra vez hasta que<br />

convirtió el árbol en un montón de leña.<br />

Triste, con las manos vacías, regresó a la casa, donde se encontró a su familia<br />

durmiendo alrededor del tambor <strong>mágico</strong>. Tan consolado quedó que ni siquiera azotó<br />

a su hijo cuando le confesó que había tomado el tambor del árbol mientras que él<br />

buscaba hongos. Con toda aquella excitación, olvidó el decreto del rey Masemi, y<br />

padre e hijo le ordenaron al tambor <strong>mágico</strong> que les suministrara comida. Comieron<br />

la cena delante de los pequeños que jugaban afuera, a quienes dieron de comer.<br />

Mientras estaban comiendo, el leopardo venía bajando por la calle.<br />

—¡Anjá! —exclamó—. Están ingiriendo comida, pero no se lo han dicho al rey<br />

Masemi. Gran problema se han buscado, a menos que me asegures a mí y a mi<br />

familia una parte. Si lo haces, te demostraremos que sabemos mantener un<br />

secreto.<br />

—Mañana tendrán comida en abundancia —replicó la tortuga—, ¡te lo prometo!<br />

A la mañana siguiente, cargó con el tambor por toda la calle hasta el lugar donde<br />

vivía el leopardo con sus esposas y familia. Les mostró cómo funcionaba, y cuando<br />

terminaron de comer recogió el tambor, pero el leopardo, con sus dientes al<br />

descubierto, gruñó:<br />

—Déjame el tambor, tortuga. Tú y tu familia pueden comer aquí, pero el tambor se<br />

queda conmigo.


La tortuga encogió los hombros bajo su caparazón, porque si hubiera tenido que<br />

pelear, ¿qué podía hacer contra los dientes y las garras del leopardo?<br />

Durante dos semanas la familia de la tortuga comió en casa del leopardo. Pero<br />

este, que era muy rudo y exigente, golpeaba el tambor demasiado duro y le gritaba<br />

órdenes. Al decimoquinto día, a causa de su rudeza, el tambor rehusó obedecer las<br />

órdenes del leopardo, sin importarle cuan alto gritaba ni cuan duro golpeaba sobre<br />

el estirado cuero.<br />

—Toma tu tambor <strong>mágico</strong> —gritó, tirándoselo a la tortuga—. Ha perdido su poder, y<br />

no le puede servir ni a hombre ni a bestia.<br />

Muy triste, la tortuga colgó el tambor en la pared de la sala de su casa. Al día<br />

siguiente, el rey Masemi y sus consejeros se aparecieron en la puerta.<br />

—Dicen que tienes comida —retumbó el rey—, pero no me dijiste nada. Sólo se te<br />

perdonará la vida si puedes proporcionar comida para toda la aldea esta tarde.<br />

—Tus deseos serán cumplidos, oh, rey —replicó la tortuga—. Si esta tarde la tribu<br />

se reúne en la plaza, habrá comida en abundancia para toda la aldea.<br />

Luego le susurró al estropeado tambor <strong>mágico</strong>:<br />

—Te hemos pedido mucho y no siempre te hemos tratado con consideración, pero,<br />

por favor, al menos una vez más, proporciona la comida que me salvará la vida.<br />

Todos se encontraban reunidos en la plaza. Rodeada por los hombres de la tribu, la<br />

tortuga golpeó el tambor, exclamando:<br />

—¡Ngoma, haz lo que te mandaron!<br />

Un murmullo de alegría y asombro brotó de los hombres de la tribu cuando vieron<br />

la larga mesa y la gran variedad de comidas maravillosas. Después de comer,<br />

todavía tenían hambre y entonces el rey ordenó que apareciese más comida, y<br />

cuando se hubo agotado la segunda mesa que apareció llena de manjares, el<br />

consejero del rey tocó el tambor, y luego el brujo de la tribu. Enojado e indignado,<br />

el tambor cesó de funcionar. Todas las mesas desaparecieron, y a pesar de lo duro<br />

que lo golpearon y de lo mucho que le gritaron: "¡Ngoma, haz lo que te<br />

mandaron!", no surgió ninguna otra mesa de la nada.<br />

Al día siguiente la tortuga regresó al cocotero, trepó a él, tiró dos cocos al pie del<br />

árbol y tiró un tercer coco en el río revuelto. Saltó al agua y la corriente lo arrastró<br />

al muelle de madera donde se encontraba la misma mujer lavando ropa.<br />

—¿A qué has venido?<br />

—A recuperar mi coco que se me cayó en el río. Mi familia lo necesita para<br />

sobrevivir en mi aldea, donde hay una gran carestía.<br />

—¿Por qué no coges un tambor de la Casa de los <strong>Tambor</strong>es? Ya has estado por<br />

aquí. Conoces el poder de nuestros tambores. Pero no cojas el que hable. Los<br />

silenciosos son los que te sirven.


Ya dentro de la Casa de los <strong>Tambor</strong>es, donde algunos se mantenían silenciosos<br />

mientras que otros gritaban "¡Cógeme! ¡Cógeme!", la tortuga pensaba: "¿Por qué<br />

voy a hacer lo que dijo la lavandera en el muelle? Quizás no me recomienda que<br />

coja los tambores que hablan porque tienen poderes mayores que los silenciosos".<br />

Por eso tomó un tambor que gritaba "¡Cógeme! ¡Cógeme!", más alto que los otros.<br />

De regreso al pie del cocotero, golpeó el tambor y dijo:<br />

—Ngoma, haz lo que te mandaron —y apareció una larga mesa.<br />

"—Ngoma, haz lo que te mandaron —exclamó otra vez, saliéndosele la saliva del<br />

pico mientras pensaba en los maravillosos manjares que iba a comer.<br />

Pero en vez de comida apareció sobre la mesa una enorme cantidad de látigos.<br />

—¡Ngoma, haz lo que te mandaron! —volvió a gritar, y los látigos se levantaron,<br />

fueron hacia él y lo golpearon severamente hasta que pudo exclamar—: ¡Ngoma,<br />

llévatelo!<br />

La mesa y los látigos desaparecieron. La tortuga, muy triste, pensó que había sido<br />

tonto hacer caso omiso del consejo de la lavandera, pero aun en medio de su<br />

tristeza, una idea brillante surgió de su mente ágil y la hizo sonreír.<br />

Iba a vengarse del leopardo, del rey Masemi y de sus consejeros, porque si no<br />

hubiera sido por ellos su familia todavía estaría viviendo en medio de la<br />

abundancia.<br />

Por eso le pidió al rey que llamara a todos sus consejeros y a la familia del leopardo<br />

para que se reunieran en la casa del rey la tarde del día siguiente. Cuando todos<br />

estuvieron reunidos, le dijo a su familia que lo esperaran afuera y solicitó al rey:<br />

—<strong>El</strong> tambor <strong>mágico</strong> realizará sus maravillas sólo si todas las puertas y ventanas se<br />

mantienen cerradas, con la excepción de esta pequeña ventana a mis espaldas —se<br />

hizo lo que dijo la tortuga.<br />

Entonces la tortuga llamó al tambor. La mesa apareció. Los látigos surgieron sobre<br />

esta. Y cuando a través de la pequeña ventana la tortuga escapaba, gritó:<br />

—¡Ngoma, haz lo que te mandaron! —y rió a carcajadas cuando los látigos se<br />

levantaron, cayeron dentro de la habitación tan estrechamente atestada, y<br />

golpearon al rey Masemi y a sus consejeros, y al leopardo y su familia, hasta que<br />

todos gritaron de dolor.<br />

Por último, sintiendo compasión por ellos, gritó a través de la pequeña ventana:<br />

—¡Ngoma, llévatelo!<br />

Los látigos y la mesa desaparecieron y los gritos de dolor se convirtieron en rugidos<br />

de furia.<br />

—¡Hacia el río! —le gritó la tortuga a su familia—. Nos matarán seguramente.<br />

Cuando llegaban a la orilla, el leopardo, que los embestía por detrás, les gritó:<br />

—Ya dejamos de ser amigos. Si nos volvemos a encontrar, sólo yo quedaré vivo.


La tortuga, sus esposas y los niños se sumergieron a tiempo en el agua, donde —<br />

como tortugas— han vivido desde entonces.<br />

Fuente original: Diez cuentos africanos, 2003.<br />

Recopilador: Forbes Stuart.<br />

Cotejo de obra: Leonid Torres Hebra.

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