Democracia directa o democracia represenrtativa
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U n i v e r s i t a r i o s C o m p a r a d o s<br />
Resumen<br />
<strong>Democracia</strong> <strong>directa</strong> o <strong>democracia</strong> representativa<br />
¿Un falso dilema de las luchas políticas actuales?<br />
Abraham Quiroz Palacios 1<br />
La disyuntiva a la que se refiere el presente título no parece ser tan real cuando los<br />
sujetos o actores sociales se constituyen en un movimiento político. Sin embargo, es<br />
evidente que a lo largo de la historia de las luchas y movimientos sociales, han aparecido<br />
muchas diferencias, teóricas y prácticas, entre uno y otro tipo de <strong>democracia</strong>.<br />
En nuestros días, a pesar de que prevalece una indiscutible hegemonía de los<br />
procedimientos participativos convencionales, se observa que las formas <strong>directa</strong>s<br />
aparecen no sólo entremezcladas con ellos, sino incluso en muchos casos los inducen o<br />
los influyen de sobremanera. Por esa razón hemos decidido discutir aquí el asunto de la<br />
viabilidad que cada uno de los dos modelos -el participativo y liberal- tienen en las<br />
sociedades actuales, considerando que las mismas, quizá hoy más que nunca, se<br />
encuentran sometidas a un “marcaje” globalizador y a una "vigilancia panóptica" desde<br />
los observatorios imperiales, haciendo suyas las palabras de John Stuart Mill, de que “el<br />
único modelo de <strong>democracia</strong> factible en el mundo moderno es la <strong>democracia</strong><br />
representativa” (Held, 1997: 188).<br />
Contra esto, nosotros argüimos que las diversas experiencias legadas por la<br />
Comuna de París, los Consejos Obreros en Turín, los Sóviets en la URSS y muchos<br />
otros casos de participación <strong>directa</strong> de trabajadores fabriles, de campesinos, de soldados<br />
o de simples ciudadanos (como el de los habitantes de la Ciudad de México frente a los<br />
terremotos de 1985, o el que ahora se encuentra en marcha de “Los Caracoles<br />
Zapatistas”), muestran con toda claridad que hay también otra importante connotación<br />
1 Dr. en Sociología, y Docente Investigador de la Maestría en Psicología Social de la Universidad Autónoma<br />
de Puebla. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores. abrahamqui@yahoo.com.mx<br />
<strong>Democracia</strong> <strong>directa</strong> o <strong>democracia</strong><br />
representativa<br />
Abraham Quiroz Palacios
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del concepto de <strong>democracia</strong>, que es justamente la de la participación <strong>directa</strong> de las<br />
masas en la detección, análisis y solución de sus problemas, es decir, en la toma de<br />
decisiones y en el ejercicio del poder.<br />
Palabras clave: <strong>democracia</strong> <strong>directa</strong>, <strong>democracia</strong> liberal, participación, transición.<br />
I ¿Qué se entiende por <strong>democracia</strong> y por qué hay modelos diferentes?<br />
Para Sartori (1991:330), el significado central del término <strong>democracia</strong> no es convencional<br />
ni arbitrario, sino que se encuentra enraizado en la historia, deriva de ella y, en<br />
consecuencia, es portador de una experiencia histórica en un sentido general. Quiere<br />
decir que alude a todas las formas de Estado en las que los gobiernos respectivos son<br />
elegidos por un electorado cuyos votos personales valen lo mismo y son emitidos con<br />
entera libertad (Therborn, 1980:16), aún incluso en los casos en los que, como aduce<br />
Held (1997, 34), citando a Marx, “las comunidades más pequeñas que tienen que<br />
administrar sus propios asuntos tengan que elegir delegados para que las representen<br />
en unidades administrativas mayores (distritos, ciudades), y éstas, a su vez, tengan que<br />
elegir candidatos para administrar áreas aún más extensas (la delegación nacional)...”.<br />
La experiencia y la teoría democráticas son, pues, demasiado vastas como para<br />
circunscribir el término al modelo burgués de Estado, o incluso al de su contraparte de<br />
tipo comunal o participativo. En todo caso, el asunto de la circunscripción depende de los<br />
juicios de valor que tenga cada quien acerca de los aspectos que considere esenciales,<br />
aunque, como hemos dicho, los datos históricos nos ayudan a precisar fechas y<br />
características de cada uno de los modelos mencionados, bajo la certeza de que no hay<br />
equivocación al clasificarlos; así, por ejemplo, hoy puede afirmarse, con absoluta<br />
seguridad, que la existencia de la <strong>democracia</strong> liberal sólo pudo haber tenido su inicio –<br />
como de hecho lo tuvo- únicamente cuando aparecieron las sociedades capitalistas de<br />
mercado (Macpherson, 1997: 10); no así, en cambio, las primeras experiencias de<br />
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participación <strong>directa</strong> por parte de los ciudadanos comuneros o de la clase obrera, que<br />
tuvieron que esperar la aparición de una etapa superior en el desarrollo del capitalismo,<br />
a saber, la de la Era industrial.<br />
Antes de abordar las características que tienen cada uno de los modelos de<br />
<strong>democracia</strong> aquí referidos, cabe recordar que como forma de gobierno la <strong>democracia</strong><br />
nace con los griegos de la antigüedad y, a decir de Huntington (op. cit., p. 19) su uso<br />
moderno se encuentra asociado a las revueltas revolucionarias de la sociedad occidental<br />
del siglo XVIII, siguiendo a partir de ahí una evolución zig-zagueante, pero plural, hasta<br />
llegar, mucho más tarde, a la adopción de una definición más o menos consensuada que<br />
procesó Schumpeter en lo relativo a los aspectos procedimentales o de método<br />
democrático, “entendido este como ‟el acuerdo institucional para llegar a las decisiones<br />
políticas, en el que los individuos ejercitan el poder de decidir por medio de una lucha<br />
competitiva mediante el voto del pueblo‟...” (Huntington, op. cit. p. 20), llegando así a ser<br />
la competencia y la participación las dimensiones más importantes de este tipo de<br />
sistemas.<br />
No obstante, a partir de que nace como concepto la <strong>democracia</strong>, hasta nuestra<br />
época, se han formulado muchos tipos de teorías acerca de la misma, de entre las<br />
cuales pueden destacarse la “teoría democrática radical; (la) nueva teoría democrática<br />
radical; (la) teoría democrática pluralista; (la) teoría democrática elitista y (la) teoría<br />
democrática liberal (según la versión de Holden)...; (la) <strong>democracia</strong> madisoniana; (la)<br />
<strong>democracia</strong> populista y (la) <strong>democracia</strong> poliárquica (en los términos de Dahl; o bien la)<br />
<strong>democracia</strong> electoral; (la) <strong>democracia</strong> participativa; (la) <strong>democracia</strong> de referendum y la<br />
teoría competitiva; (observándose que) el contraste mayor es el que se establece en<br />
términos de teorías de la <strong>democracia</strong> participativa versus teorías de la <strong>democracia</strong><br />
competitiva” (Sartori, op. cit., T.I., p. 35), algo que, por cierto, queremos retomar aquí no<br />
sólo para resaltar sus diferencias, sino también para buscar los posibles puntos de<br />
convergencia y de mutuo apoyo.<br />
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Pero, veamos primero lo que es la <strong>democracia</strong> <strong>directa</strong> y las experiencias más<br />
importantes que de ella registra la historia mundial.<br />
La <strong>democracia</strong> participativa<br />
A diferencia de los procesos de elección que se dan para nombrar funcionarios de<br />
gobierno dentro de un marco representativo liberal -los cuales cuentan con una<br />
plataforma legislativa y una reglamentación más o menos precisa, que emanan del<br />
propio sistema jurídico-político vigente, cuyo objetivo central es el de mantener<br />
estabilidad y orden durante los períodos en que: a) transcurre la elección, b) se realiza la<br />
transición de un gobierno a otro y c) se ejerce el poder por el grupo triunfante, el cual<br />
siempre evita cuestionar las relaciones de producción capitalista imperantes y el carácter<br />
de clase que tiene el Estado burgués-, los Consejos Obreros, “esa fórmula finalmente<br />
descubierta”, según lo afirmó Marx (1974: 304), teóricamente se conciben y son órganos<br />
de poder popular que se construyen en un movimiento de autodeterminación libre y<br />
colectivo, dentro y a través de los cuales los productores directos no sólo discuten y<br />
deciden su destino y el de su sociedad, sino que, además, ejecutan sus propias<br />
decisiones, cobijados bajo el principio democrático-político de que todos los que forman<br />
parte de ellos son elegibles, pero, a la vez, también sujetos de revocabilidad si ese es el<br />
deseo o la decisión del colectivo, lo cual los hace distinguirse, de manera radical, de las<br />
instancias de representación formal que caracteriza a las <strong>democracia</strong>s liberales.<br />
Aunque a juicio de Sartori (op.cit., T.I, pp. 150-151) -y antes de continuar con la<br />
descripción de estos organismos-, la noción de <strong>democracia</strong> participativa es borrosa y<br />
confusa, en tanto que en la práctica se encuentra entrelazada con otras nociones muy<br />
cercanas a ella, tales como las de <strong>democracia</strong> <strong>directa</strong>, <strong>democracia</strong> de referéndum, etc.,<br />
en todos los casos, se restringe a grupos relativamente pequeños del tamaño de una<br />
asamblea, implicando siempre el autogobierno, precisamente por eso nosotros hemos<br />
querido escoger como referentes ejemplares de la <strong>democracia</strong> participativa tanto a la<br />
Comuna de París, como a los Consejos Obreros, puesto que han sido los fenómenos<br />
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políticos más expresivos de esta vertiente de participación <strong>directa</strong> que ha tenido la<br />
<strong>democracia</strong> a lo largo de su historia, porque pensamos que <strong>democracia</strong> participativa y<br />
<strong>democracia</strong> <strong>directa</strong> se pueden utilizar como sinónimos.<br />
Siguiendo con Sartori, es importante aclarar también que “el estatus de la teoría<br />
(participativa) y su novedad derivan de la importancia que se otorga al concepto de<br />
participación, por ello, a la participación entendida de un modo estricto e inconfundible...<br />
(pues) participar es tomar parte en persona y (tal) parte (es) autoactiva..., la participación<br />
es (entonces) automovimiento, por tanto, lo contrario del heteromovimiento (por otra<br />
voluntad)...” (Digamos por el llamado que hace un determinado candidato para acudir a<br />
las urnas a votar) (op. cit., 153).<br />
Así pues, en relación a “la Comuna –dice Marx- no había de ser un organismo<br />
parlamentario, sino una corporación de trabajo, ejecutiva y legislativa al mismo tiempo”<br />
(Ibid, p. 304), de tal manera, estando compuesta “casi sin excepción” (Marx) por obreros<br />
o representantes obreros, aplicó razonables medidas económicas, políticas y sociales de<br />
tipo proletario “en circunstancias de una dificultad sin precedentes,...realizando su labor<br />
los simples obreros de un modo modesto, concienzudo y eficaz”, a tal grado que sin<br />
depender en absoluto del tutelaje de alguien ordenaron, por ejemplo, que se abriese un<br />
registro estadístico de todas las fábricas clausuradas por los patrones y que se<br />
preparasen planes para reanudar su explotación con los obreros que antes trabajaban<br />
en ellas; ordenaron también la clausura de todas las casas de empeño debido a que<br />
eran una forma de explotación privada de los propios obreros, y ordenaron, finalmente,<br />
entre otras muchas cosas, abolir el servicio militar obligatorio. Pero, lo más asombroso,<br />
por encima de estas realizaciones monumentales, es que “la primera proposición<br />
operativa de un sufragio verdaderamente universal apareciera en los actos de la<br />
Comuna de París” (Cerroni, 1991: 155).<br />
Los Consejos Obreros, por su parte, tienen la virtud de que incluyen y expresan a<br />
todas las corrientes políticas e ideológicas que están presentes dentro de las masas<br />
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explotadas, así como también las distintas posturas de los grupos y de los partidos<br />
inmersos en ellas; tales cualidades les permiten exhibir una textura democrática que ni<br />
los institutos políticos, ni los sindicatos, ni otros organismos de corte liberal pueden tener,<br />
puesto que no están diseñados para la acción <strong>directa</strong>, ni tampoco es su costumbre<br />
regirse por el principio de la revocabilidad que ya hemos apuntado.<br />
A pesar de que desde la perspectiva clasista los Consejos son, de alguna<br />
manera, excluyentes, dado que en ellos, según sostiene Gramsci (1972), sólo pueden<br />
“recogerse los obreros industriales, los trabajadores agrícolas, los campesinos pobres y<br />
los técnicos revolucionarios”, pero nadie más, o de igual modo, de acuerdo con<br />
Liebnecht (1972:51), a ellos no son elegibles, ni están legitimados para votar “los no<br />
proletarios, ni otros integrantes de las clases dirigentes” –porque así lo reclama su<br />
condición de clase y su interés revolucionario-, conservan, aún así, ventajas<br />
democráticas frente a los modelos liberales de representación, pues estos últimos desde<br />
su propio nacimiento se han caracterizado por excluir de todos los procesos de elección<br />
que han llevado a cabo -incluso hasta de los de su fase más desarrollada que representa<br />
la poliarquía-, a importantes sectores de la población.<br />
Es más, hubo épocas en las que el sufragio no era en definitiva universal, dado<br />
que sólo lo podían ejercer los propietarios (no los desposeídos), los que tenían un cierto<br />
nivel de cultura (no los iletrados), los de piel blanca (pero no los de color), los varones<br />
(pero no las mujeres), los adultos (pero no los jóvenes) y, en muchos casos, únicamente<br />
los que profesaban la religión cristina, o incluso únicamente los católicos (Cerroni,<br />
1991:52).<br />
Todavía más, los modelos liberales adolecen, sobre todo, de algunas desventajas<br />
relacionales -llamémoslas así- que tienen que ver, por ejemplo, con problemas de la<br />
política y de la economía (no sirven para abatir, digamos, los índices de pobreza, o para<br />
elevar el bienestar de la sociedad), o también con otros importantes campos de la<br />
actividad social relacionados con la educación, con la cultura, con la ciencia y la<br />
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tecnología, etc., por lo que, en tal sentido no constituyen una opción político-<br />
paradigmática para encarar y dar paso a la emancipación, la desenajenación y la<br />
desalienación del hombre, puesto que ni siquiera se ocupan de ello. Pero esto constituye<br />
precisamente una diferencia con los modelos de organización basados en Consejos, los<br />
cuales, por el sólo hecho de permitir que los productores ejerzan un control efectivo<br />
sobre las finanzas, las materias primas, las provisiones, la distribución de los productos,<br />
la reglamentación sobre el tiempo de trabajo, los salarios, las vacaciones y la producción<br />
misma, los coloca en el camino más radical para suprimir la explotación y la alienación<br />
del hombre (Magri, 1972:20).<br />
La <strong>democracia</strong> liberal<br />
Si bien, en esta perspectiva no existe una apreciación teórica homogénea, sí se logra<br />
visualizar en ella un conjunto de elementos que le son comunes a sus diversos<br />
creadores y defensores, que van desde la actividad promotora de estos para la<br />
existencia y proliferación de las relaciones libres y equitativas entre los ciudadanos,<br />
hasta su preocupación por asegurar que prive el respeto a la privacidad de los<br />
individuos, a sus capacidades, a su aptitud y potencialidades de explorar y asociarse<br />
libremente, pasando por el hecho de que procuran dar protección legal a los individuos y<br />
a la colectividad en contra del uso arbitrario de la autoridad política y del poder coercitivo,<br />
también por tratar de mantener, perfeccionar y otorgar legitimidad a las instituciones<br />
regulativas de los procesos electorales y de la política, a efecto de que los ciudadanos<br />
puedan disputar los puestos de representación popular bajo procesos de competición<br />
equitativos e igualitarios, entre otras muchas cosas (ver Held, 1997: 186-190).<br />
La <strong>democracia</strong> liberal es pues, para decirlo en lenguaje de Sartori, una<br />
<strong>democracia</strong> representativa o “una <strong>democracia</strong> in<strong>directa</strong>, en la cual el pueblo no gobierna,<br />
pero elige representantes que lo gobiernan” (Sartori, op. cit., 150), tiene, en<br />
consecuencia, como “eje portador y diferencial, al sufragio universal”, el cual constituye<br />
ni más ni menos que el alma o la centralidad del tema (Cerroni, 1991:42).<br />
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Aunque el pueblo no es elegible a ningún puesto de gobierno, sí lo es, en cambio,<br />
teóricamente, cualesquiera de los individuos que tenga y demuestre tener voluntad y<br />
pasión por la política, o que exhiba capacidades y aptitudes de mando –digamos que<br />
cumpla con el perfil- que requiera el puesto de autoridad de que se trate, pudiendo para<br />
ello, si así lo desea, asociarse libremente con los individuos que quiera, teniendo la<br />
certidumbre de que él y sus correligionarios disfrutarán de todas las garantías formales<br />
que les otorga la reglamentación y la legislación vigentes.<br />
De acuerdo con Dahl (1990: 13,14), que es uno de los teóricos más destacados<br />
de la <strong>democracia</strong> representativa, actualmente el término <strong>democracia</strong> posee, entre sus<br />
características principales, una clara “disposición (para) satisfacer entera o casi<br />
enteramente a todos sus ciudadanos”, quienes deben “tener igualdad de oportunidades<br />
para: 1) formular sus preferencias, 2) manifestar públicamente esas preferencias ante<br />
sus partidarios y ante el gobierno, y 3) recibir por parte de (éste) igualdad de trato, es<br />
decir, que éste no debe hacer discriminación alguna por causa del contenido o del origen<br />
de tales preferencias”. Estas tres condiciones, más ocho “cláusulas” que deben<br />
garantizar las instituciones de los distintos Estados-naciones son fundamentales para la<br />
existencia de la <strong>democracia</strong>, pero, al mismo tiempo, sirven como escala para medir el<br />
grado de democratización que cada uno de ellos ha alcanzado.<br />
Tales “cláusulas” son las libertades de asociación, de expresión y de voto, los<br />
derechos de ser elegido para el servicio público y el de competir para buscar apoyo, el<br />
acceso a la diversidad de las fuentes de información, la existencia de elecciones libres e<br />
imparciales y la existencia de instituciones que garanticen que la política del gobierno<br />
dependa de los votos y demás formas de expresar las preferencias (Ver Dahl, ibid, p.15).<br />
Luego entonces, a partir de estas condiciones y cláusulas, puede inferirse que la<br />
<strong>democracia</strong> liberal tiene distintos alcances y expresiones, según la amplitud con que sus<br />
regímenes faciliten la oposición, den lugar al debate público y toleren la lucha política<br />
(los que alcanzan en esto las cuotas más altas son denominados regímenes<br />
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competitivos); sin embargo, “la calidad” de la <strong>democracia</strong> liberal se mide también en<br />
función del número de personas que estén facultadas para participar en el debate<br />
público, de acuerdo con el grado de representación que se permita, resultando<br />
regímenes de hegemonía cerrada, oligarquías competitivas, o poliarquías. Estos últimos<br />
son, a decir del mismo autor, relativa, pero no completamente democráticos, aunque sí<br />
“sustancialmente liberalizados y popularizados, muy representativos y francamente<br />
abiertos al debate público” (Dahl, ibid: 18), por lo que, en pocas palabras, puede decirse<br />
que son el mejor modelo de <strong>democracia</strong> que ha creado el capitalismo.<br />
No obstante, por lo general la referencia a los regímenes poliárquicos se hace en<br />
términos de sus dimensiones nacionales, pocas veces, por no decir nunca, a sus<br />
expresiones en organismos o sub-unidades locales y regionales, esto es, sindicatos,<br />
iglesias, partidos políticos, universidades, empresas industriales y comerciales, otras<br />
asociaciones que se caracterizan por ser políticamente hegemónicas u oligárquicas que,<br />
obviamente obstaculizan así la evolución de todo el sistema político hacia un estadio<br />
ideal de poliarquía (en México, por ejemplo, se pueden observar a la fecha infinidad de<br />
enclaves autoritarios que se conocen, en la jerga política común y corriente, como<br />
virreinatos estatales, o como cacicazgos: municipales, gremiales, sectoriales,<br />
institucionales, etc., cuyos intereses económicos son normalmente grandes y cuyas<br />
prebendas políticas son de alto privilegio como para que -entronizados como están en<br />
los círculos de poder político-, constituyan cauces para la liberalización o para el debate<br />
público, por lo que representan más bien las grandes reservas que el conservadurismo<br />
tiene para evitar la transformación del sistema en democrático).<br />
Justamente, hay que señalar que las perspectivas de desarrollo de la <strong>democracia</strong><br />
se ven frecuentemente empañadas por la gran cantidad de conflictos que se generan<br />
entre quienes, por un lado, detentan el poder y entre quienes, por el otro, forman parte<br />
de la oposición. Pareciera ser que ningún régimen pueda evolucionar de una<br />
hegemonía, o de una oligarquía competitiva hacia posiciones poliárquicas sin que tenga<br />
que enfrentar las turbulencias sociales y los conflictos políticos, que se generan a partir<br />
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del aumento de, en términos reales, oportunidades de participación de los ciudadanos y<br />
el debate público.<br />
Las transiciones de un tipo de régimen a otro son, por esto, en la mayoría de los<br />
casos, violentas; es más, cuando Therborn (op. cit., p. 28) habla de los dos grandes<br />
rasgos que brillan por su ausencia en el proceso de democratización histórica de las<br />
sociedades (el primero de los cuales es que ninguna de las grandes revoluciones<br />
burguesas estableció una <strong>democracia</strong> de su tipo, pero sí se sirvió del pueblo para<br />
acomodarse al mejor régimen), indica que “la segunda ausencia llamativa (en esa<br />
historia) es la de un proceso firme y pacífico acompasado al desarrollo de la riqueza, la<br />
alfabetización y la urbanización”.<br />
En particular, a decir de Dahl (1990: 51,52), las poliarquías se han instaurado a<br />
través de varios procesos, a saber: evolutivos (el menor número de casos), por colapso o<br />
derrocamiento revolucionario del antiguo régimen, por conquista militar, o tras la lucha<br />
por la independencia nacional, previendo que a futuro “casi las dos únicas opciones<br />
serán la evolución y la revolución dentro de una nación-estado ya independiente”,<br />
aunque augura que la transformación de los regímenes hegemónicos en poliarquías se<br />
dará en un proceso lento que necesitará de varias generaciones para desarrollarse.<br />
En efecto, debido a que los procesos de democratización se encuentran<br />
inevitablemente ligados a intereses que van mucho más allá de las fronteras de la<br />
política -en su sentido restringido o liberal, es decir, el que sólo alude a las<br />
confrontaciones comiciales para elegir y legitimar gobiernos-, se puede prever que<br />
“ningún parto democrático se hará sin dolor”, más todavía si pensamos que la sociedad<br />
puede llegar a decidir que la vía regia para lograrlo es la de la acción <strong>directa</strong>, algo que,<br />
por supuesto, no le será permitido ni por las instituciones establecidas (como ya sucedió,<br />
por ejemplo, con la intervención del ejército mexicano en el caso de la movilización que<br />
hizo la propia sociedad civil en la ciudad de México, tras los terremotos de 1985, o<br />
también la acción de esta misma institución armada frente a la movilización de las<br />
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comunidades zapatistas desde 1994, en el estado de Chiapas), ni por supuesto por las<br />
autoridades legalmente electas (poder Legislativo y poder Ejecutivo), quienes están<br />
plenamente convencidas de que la única manera de hacer política es participando en los<br />
procesos electorales.<br />
II ¿Aún es posible la <strong>democracia</strong> <strong>directa</strong> en la globalización?<br />
La pregunta que nos hacemos viene al caso porque, como hemos advertido en la<br />
introducción, la <strong>democracia</strong> no depende hoy en día –y quizá nunca lo hizo- de un sólo<br />
factor; su construcción o el llegar a ella ha reclamado y exige todavía, entre otros<br />
requisitos, el que los ciudadanos posean información y conocimiento acerca de sus<br />
derechos y deberes políticos, lo mismo que una actitud de recepción y una<br />
representación social de acogimiento a la misma, incluso hasta una tradición conductual<br />
en el libre ejercicio del sufragio; en resumen, toda una cultura cívica, cuyo objetivo<br />
central sería el de empujar también a una mayor liberalización y a un más alto grado de<br />
tolerancia entre los regímenes que todavía se niegan a adoptar los modelos de<br />
convivencia democrática.<br />
Si bien, para llegar a la <strong>democracia</strong>, en cada Estado-nación, la existencia de<br />
estas condiciones es algo indispensable, es necesario también no perder de vista que la<br />
denominada globalización puede acelerar, atrasar o neutralizar –según los casos- los<br />
procesos democráticos, en virtud de que ella es, en un sentido amplio, una nueva forma<br />
de organización, de orden y de relaciones que ha implantando el capitalismo mundial<br />
(Didou y Col., 1998: 108,113), y que, como consecuencia desempeña, por lo menos, un<br />
papel de gran marco político internacional, dentro del cual todos los Estados y gobiernos<br />
tratamos de dar o de encontrar –en algunos casos críticamente- significado particular a<br />
nuestras acciones económicas, políticas y sociales, por lo general tomando en cuenta los<br />
avances que en materia de civilidad -tanto legislativa, como conductual- han logrado<br />
algunos de los países vanguardia en estos procesos; como sostiene Garretón (1994:<br />
189) en nuestro continente “no han desaparecido las viejas luchas por la igualdad, la<br />
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Abraham Quiroz Palacios
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libertad, la independencia e identidad nacionales. (a pesar de que) tales luchas se hacen<br />
más complejas, se tecnifican y autonomizan sin identificarse con sistemas ideológicos<br />
monolíticos. (Y más todavía porque) a ellas se unen también las luchas por la expansión<br />
de la subjetividad, por la felicidad y por la autoafirmación, que dejan de ser monopolio de<br />
los sectores socioeconómicos privilegiados”, en todo caso, marcan las grandes<br />
asimetrías políticas que existen entre las naciones de capitalismo altamente desarrollado<br />
(con <strong>democracia</strong>s consolidadas) y las de los países que, como el nuestro, año con año,<br />
ven crecer su pobreza, su marginación y su precarización, en gran medida como efectos<br />
de la globalización.<br />
Empero, todo esto implica varios asuntos que vamos a expresarlos así:<br />
1) La globalización es multifacética, pero tiene un polo hegemónico en el campo de la<br />
política que se vuelve “sugerente” o impositivo en el nivel de ciertos modelos, de tal<br />
manera que los países dependientes deben analizar la conveniencia o no de<br />
adoptarlos –aprovechando la apertura, digamos- para lograr un mayor desarrollo en<br />
sistemas democráticos.<br />
2) Los sectores sociales que se están movilizando en el terreno de la política son cada<br />
vez más numerosos, en contraposición a lo que sucedía antes, cuando se pretendía<br />
ver la existencia de un sólo sujeto histórico, por lo demás protagonista como<br />
vanguardia revolucionaria; los cambios sociales hoy en día se caracterizan por la<br />
concurrencia de una rica pluralidad de sujetos actores que van desde estudiantes,<br />
amas de casa, intelectuales, hasta ecologistas, feministas y otros.<br />
3) Los sectores sociales que se están movilizando en el terreno de la política son cada<br />
vez más numerosos; ya no se trata de un sólo sujeto histórico que en épocas<br />
anteriores pretendía ser el único protagonista de todos los cambios sociales, sino de<br />
una rica pluralidad de sujetos actores (feministas, estudiantes, amas de casa, etc.)<br />
que luchan también por la igualdad, la justicia, la libertad y la <strong>democracia</strong>.<br />
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4) “El repertorio de las formas de acción colectiva heredado de la matriz clásica es<br />
(ahora) insuficiente... Las puras luchas antagónicas deben ser combinadas con<br />
búsquedas de consensos básicos, ...aceptando la negociación y el gradualismo,<br />
pero sin ceder a las presiones de ideologías que proclaman sociedades sin<br />
proyecto” (Carretón, op. cit., p. 189).<br />
5) También, desde luego, las formas de organización han cambiado o deben cambiar<br />
de las clásicas a otras más novedosas y participativas, o en su caso, al igual que las<br />
formas de lucha, éstas también deben tratar de combinarse para su mayor<br />
efectividad. Asistimos, por ejemplo, al nacimiento y proliferación de las<br />
Organizaciones No Gubernamentales (ONG‟s) que en muchos lugares han luchado<br />
codo a codo con sindicatos, partidos políticos y otras asociaciones clásicas.<br />
6) Todo esto significa, como de hecho ha pasado en muchos países del orbe, que la<br />
sociedad civil puede seguir aspirando a la construcción de un sistema democrático,<br />
tipo representacional, pero, al mismo tiempo, asumir en la práctica la utopía histórica<br />
que tanto ha deseado, esto es, su autodeterminación mediante el uso de un modelo<br />
político de participación <strong>directa</strong>. Nos parece que este camino no está cerrado, por el<br />
contrario, se asiste todos los días a formas novedosas de participación política que,<br />
con mucho, rebasan las fronteras de la lucha electoral.<br />
La transición en México<br />
El concepto de transición en nuestro subcontinente, en particular en nuestro país,<br />
arranca, como sostiene Woldenberg (1999), de un gobierno autoritario, teóricamente<br />
termina “cuando la „anormalidad‟ ya no constituye la característica central de la vida<br />
política, o sea, cuando los actores se han asentado y obedecen (a) una serie de reglas<br />
más o menos explícitas” (O‟Donnell, 1994: 105).<br />
Aparentemente estas dos cuestiones en México se habían venido cumpliendo en<br />
lo general de manera progresiva hasta el año 2006, ya que, por un lado, se tiene por<br />
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aceptado que los gobiernos emanados de la revolución y pertenecientes al PRI han sido<br />
de corte autoritario; y, por otro, en particular a partir de 1988, fecha en la que el Ing.<br />
Cuauhtémoc Cárdenas y sus seguidores encabezan una insurgencia electoral sin<br />
precedentes en el país, con la cual asestan un golpe definitivo al sistema unipartidista,<br />
éste, hacia el año dos mil, tuvo que ceder a un proceso de alternancia, reconociendo el<br />
triunfo del candidato presidencial emanado del PAN, por lo que, a partir de entonces<br />
puede hablarse ya de cierto nivel de competencia electoral entre, por lo menos, tres<br />
partidos políticos: el propio PRI, el PAN y el PRD.<br />
Sin embargo, decimos que esto es sólo en apariencia porque, en realidad, en la<br />
última elección presidencial (la de 2006) no todos los actores respetaron las reglas<br />
formales existentes; tampoco la competencia fue igualitaria, en tanto que los recursos<br />
que se otorgaron para financiar las respectivas campañas fueron pronunciadamente<br />
diferenciados, provocando que el acceso de los candidatos a los medios de<br />
comunicación masiva fue y sigue siendo profundamente desigual, lo cual impidió e<br />
impide el cumplimiento de uno de los requisitos esenciales de la <strong>democracia</strong>, que es el<br />
debate público.<br />
Pero, la <strong>democracia</strong>, como ya ha quedado claro, reclama también la existencia de<br />
instituciones políticamente imparciales que se hagan cargo de la organización y de la<br />
calificación de los comicios, por lo menos, todavía en 1988, cuando el régimen respondió<br />
a la insurgencia electoral con la caída del sistema de cómputo para el conteo de los<br />
sufragios y darle el triunfo al candidato del partido oficial, reveló que tales instituciones<br />
no maduraban desde la perspectiva democrática, pues seguían actuando de manera<br />
parcial. En la última elección se observaron comportamientos similares, de actuación<br />
parcial y facciosa por parte de instituciones como la Suprema Corte de Justicia, el<br />
Instituto Federal Electoral y otras más.<br />
Pese a estos hechos y a otras prácticas del mismo estilo que aún persisten en<br />
muchas subunidades del sistema (entidades federativas, municipios, universidades,<br />
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sindicatos, etc.), hay autores, -v. gr., Begné (1999)- que manejan, quizá de manera muy<br />
precipitada, la tesis de que “la transición mexicana a la <strong>democracia</strong> llegó a su fin,<br />
(porque, dicen, basándose en algunos hechos, que) el viejo régimen del<br />
presidencialismo sin fronteras, del partido sin competencia y elecciones sin garantía, sin<br />
crítica y escrutinio público, el del Estado grande y la sociedad pequeña, ha quedado<br />
(definitivamente) en el pasado” (Begné, 1999,1), que ya “México es otro”, y únicamente<br />
se requiere debate de los acuerdos que conduzcan a la eficacia y a la estabilidad de la<br />
<strong>democracia</strong>.<br />
Esto es cierto, pero es insuficiente. Consolidar la <strong>democracia</strong> en México es aún<br />
cosa de tiempo y de cultura cívica. Hoy podemos ver que no se trata simplemente de<br />
desplazar per se al partido revolucionario institucional de la presidencia de la República –<br />
en cuyo cargo Vicente Fox tuvo un desempeño no muy diferente, incluso en algunos<br />
aspectos hasta peor al que tuvo el viejo presidencialismo con relación a los procesos<br />
electorales. Y lo mismo es aplicable a quien actualmente ocupa el Poder Ejecutivo.<br />
En la llamada transición, en todo caso, la alternancia partidista y el equilibrio de<br />
fuerzas en el Congreso son una condición indispensable para dar paso a una plena<br />
democratización, la cual implicará, en lo sucesivo, no sólo la consolidación de las<br />
instituciones electorales, sino también la consolidación del estado de derecho que debe<br />
ser observado en todos los niveles de la sociedad donde, por la vía electoral, se<br />
nombran a los distintos representantes de sindicatos, de ejidos, de comunidades, de<br />
universidades, etc.<br />
Las demás formas de participación política y social que los ciudadanos prefieran<br />
o seleccionen para tratar de arribar a sus objetivos particulares, o generales incluso,<br />
tales como paros laborales, la huelga de impuestos, el bloqueo de avenidas, la toma de<br />
instalaciones, el decomiso de implementos agrícolas, la constitución de tribunales<br />
populares, la construcción y gestión de cooperativas de producción y de consumo, de<br />
escuelas propias, de organismos para defender los recursos naturales y la ecología, de<br />
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estaciones de radio y televisión, de páginas en internet, etc., que formalmente no están<br />
contempladas en la lucha electoral, pero que pueden perseguir el mismo objetivo de la<br />
democratización del sistema, deberían también ser objeto de bienvenida por parte de<br />
aquellos que dicen estar preocupados por la desigualdad, la injusticia y las pocas<br />
libertades que prevalecen a lo largo y ancho del país.<br />
Referencias bibliográficas<br />
Begné A. (1999), “¿Y después de la transición?”, en Revista Nexos, ago/1999, México, D.F. (material<br />
bajado de internet).<br />
Cerroni H. (1991), “Reglas y valores en la <strong>democracia</strong>”, Conaculta y Alianza, México, D.F.<br />
Dahl R. (1990), “La poliarquía: participación y oposición”, Ed.Tecnos, Madrid.<br />
Didou A. (coordinadora) y otros ( 1998), “Globalización”, BUAP, México.<br />
Garretón M., (1995), “Hacia una nueva era política”, F.C.E., México.<br />
Gramsci A., (1972), citado por Salvadori Massimo en “Orígenes y crisis del sovietismo”, Cuadernos<br />
Pasado y Presente No 33, (1972), Córdoba, Argentina.<br />
Held, D., (1997), “La <strong>democracia</strong> y el orden global”, Ed. Paidós, México.<br />
Huntington, S., (1994), “La tercera ola: la democratización a finales del siglo XX”, Paidós, Barcelona.<br />
Liebnecht, (1972), citado por Enzo Colloti,(1972), “La Alemania de los consejos”, Cuadernos PyP No.<br />
33, Córdoba, Argentina.<br />
Macpherson, C.B., (1997), “La <strong>democracia</strong> liberal y su época”, Alianza Editorial, Madrid.<br />
Marx C., (1974), “La guerra civil en Francia”, Obras Escogidas, Ed. Progreso, Moscú.<br />
Magri, L., (1972), ¿Parlamento o consejos obreros?”, en Cuadernos PyP # 33, 1972, Córdoba,<br />
Argentiina.<br />
O‟Donnell, G., y Schmitter, Ph., (1994), “Transiciones desde un gobierno autoritario/4”, Ed. Paidós,<br />
España.<br />
Sartori, G., (1991), “Teoría de la <strong>democracia</strong>” II, Alianza Editorial, México,<br />
Therborn, G., (1980), “Dominación del capital y aparición de la <strong>democracia</strong>”, en Cuadernos Políticos No.<br />
23, Ediciones .ERA, enero-marzo, México.<br />
Woldenberg, J. (1999), “La transición a la <strong>democracia</strong>”, Revista Nexos, ago/1999, México.<br />
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