Online y en Biblioteca - Colegio
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JH<br />
TRECE CASOS MISTERIOSOS<br />
Los niños tuvieron que seguirlo. Entraron al living, donele<br />
había una mesa ll<strong>en</strong>a de papeles, una máquina de escribir,<br />
una silla y, arrimado también a la mesa, un confortable sofá<br />
ll<strong>en</strong>o de cojines.<br />
-Esta ha sido mi cama, a ralos, duran te la noche. Por eso<br />
estoy tan ... -Garda Gómez traló de esLirar su chaquela.<br />
-¿Estaba estudiando) -le preguntó Josefa, acordándose<br />
de Mateo.<br />
-¿Estudiando) Si lo quieres llamar así. .. Estudiaba los<br />
caracteres de los personajes de mi novela... -le con tes tó el<br />
escritor, bostezando.<br />
-¿No escuchó usted, durante su noche de trabajo, los<br />
maullidos del gato de doña Doralisa? -preguntó Diego, haciéndose<br />
el casual.<br />
EL CASO DEL GATO PERDIDO<br />
El escritor los quedó mirando: ¡se veía tan divertido con<br />
su ropa <strong>en</strong>tera arrugada, un batata negro a medio abrochar<br />
<strong>en</strong> un pie, y un calcetín a rayas por donde asomaba el dcdo<br />
gordo <strong>en</strong> el otro l T<strong>en</strong>ía además la camisa blanca fuera del<br />
pantalón y su cabello largo y crespo <strong>en</strong> desorel<strong>en</strong>. Los niños no<br />
pudieron disimular una sonrisa.<br />
-Eh, eh, ch ... -vacilaba García Gómcz; fruncía el ceño,<br />
p<strong>en</strong>sativo-o ¿Qué era lo que querían saber?-preguntó por fin.<br />
-Es que ha desaparecido Tutankamón, y doña Doralisa<br />
está que se muere.<br />
-Eh, eh... Que se muere..., que se muere..., ¿que se muere?<br />
-El escritor t<strong>en</strong>ía la mirada vaga y<strong>en</strong> un mom<strong>en</strong>to cerró los<br />
ojos. Cuando los abrió parecía iluminado-: "¿Qué se muere)<br />
La muchacha miró tras su hombro y allí estaba: era la sombra<br />
del peregrino..." i Eso era! ¡Eso era' ¡Eso era! -y luego dc<br />
repetir otra vez la misma frase, se s<strong>en</strong>tó fr<strong>en</strong>te a la máquina<br />
de escribir y com<strong>en</strong>zó a teclear como si sus manos tuvieran<br />
alas, olvidándose de los niños.<br />
Diego y Josefa se codearon y salieron <strong>en</strong> puntillas de la<br />
casa.<br />
-Sospechoso número cuatro -dijo la niña.<br />
-¿Por qué? -inquirió Diego.<br />
-Porque todos son culpables hasta que no prueban su<br />
inoc<strong>en</strong>cia... Me extraña tu pregunta, Hércules Poirot -con testó<br />
su hermana, con aire sufici<strong>en</strong>te.<br />
-Bu<strong>en</strong>o, y ahora ¿qué hacemos? -preguntó Diego algo<br />
picado.<br />
-Primero iremos a ver a doña Doralisa, por si se ha<br />
muerto-Josefa ya había tomado las ri<strong>en</strong>das del caso del gato<br />
perdido-. Si está viva, la tranquilizaremos, y luego iremos a<br />
nuestra casa a procesar la información.<br />
Cuando abrían la reja del jardín de la anciana, unos<br />
gemidos ahogados tras una frondosa planta de nardos llamaron<br />
su at<strong>en</strong>ción.<br />
Se acercaron, cautelosos, y buscaron <strong>en</strong>tre las matas.<br />
Doña Doralisa no se preocupaba ya mucho de su jardín. Por<br />
eso es que, <strong>en</strong>tre laLas de pintura vacías, cajas de cartón,<br />
pedazos de manguera y otras tantas cosas, Tutankamón, con<br />
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