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F02 Antropología filosófica: dossier - Marti-codolar.org

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ISCR Don Bosco curso 2012/13<br />

ÍNDICE DE LECTURAS<br />

Comentarista<br />

Fecha<br />

Ortega y Gasset<br />

Platón<br />

Plotino<br />

Pascal<br />

Kant<br />

Nietzsche<br />

Sartre<br />

Scheler<br />

Buber<br />

Bernard<br />

LECTURAS DE LA ASIGNATURA<br />

<strong>F02</strong>: <strong>Antropología</strong> <strong>filosófica</strong> (51h.)<br />

Profesor: Francisco Viedma Rus<br />

Lectura<br />

Dosier de lecturas :: <strong>F02</strong> <strong>Antropología</strong> <strong>filosófica</strong> Página 1 de 24


ISCR Don Bosco curso 2012/13<br />

Lectura 1. JOSÉ ORTEGA Y GASSET<br />

1. ¿Qué es filosofía? Lección IX<br />

El concepto de filosofía en Ortega<br />

1.<br />

La tragedia del idealismo radicaba en que habiendo trasmutado alquímicamente el mundo en `sujeto', en<br />

contenido de un sujeto, encerraba a éste dentro de sí y luego no había manera de explicar claramente cómo<br />

si este teatro es sólo una imagen y trozo de mí, parece tan completamente distinto de mí. Pero ahora hemos<br />

conquistado una situación completamente diferente: hemos caído en la cuenta de que lo indubitable es una<br />

relación con dos términos inseparables: alguien que piensa, que se da cuenta y lo otro de que me doy<br />

cuenta. La conciencia sigue siendo intimidad, pero ahora resulta íntimo e inmediato no sólo con mi<br />

subjetividad sino con mi objetividad, con el mundo que me es patente. La coincidencia no es reclusión, sino<br />

al contrario, es esa extrañísima realidad primaria, supuesto de toda otra, que consiste en que alguien, yo,<br />

soy yo precisamente cuando me doy cuenta de cosas, del mundo. Esta es la soberana peculariedad de la<br />

mente que es preciso aceptar, reconocer y describir con pulcritud, tal y como es, en toda su maravilla y<br />

extrañeza. Lejos de ser el yo lo cerrado es el ser abierto por excelencia. Ver este teatro es justamente<br />

abrirme yo a lo que no soy yo.<br />

2.<br />

Esta nueva situación ya no es paradójica: coincide con la actitud nativa de la mente, la conserva y reconoce<br />

su buen sentido. Pero también salva de la tesis realista, que sirve de base a la filosofía antigua, LO<br />

ESENCIAL DE ELLA: que el mundo exterior no es ilusión, no es alucinación, no es mundo subjetivo. Y todo<br />

esto lo logra la nueva posición insistiendo y depurando la tesis idealista cuya decisiva afirmación consiste en<br />

advertir que sólo existe indubitablemente lo que a mí me parece existir. ¿Ven ustedes cómo las ideas hijas,<br />

las verdades noveles, llevan en el vientre a sus madres, a las verdades viejas, a las fecundas verdades<br />

viejas? Repitamos: toda superación es conservación. No es verdad que radicalmente exista sólo la<br />

conciencia, el pensar, el yo. La verdad es que existo yo con mi mundo, en verlo, imaginarlo, pensarlo,<br />

amarlo, odiarlo, estar triste o alegre en él y por él, moverme en él, transformarlo y sufrirlo. Nada de esto<br />

podría serlo yo si el mundo no coexistiese conmigo, ante mí, en mi derredor, apretándome, manifestándose,<br />

entusiasmándome, acongojándome.<br />

3.<br />

Pero ¿qué es esto? ¿Con qué hemos topado indeliberadamente? Eso, ese hecho radical de alguien que ve y<br />

ama y odia y quiere un mundo y en él se mueve y por él sufre y en él se esfuerza -es lo que desde siempre<br />

se llama en el más humilde y universal vocabulario "mi vida". ¿Qué es esto? Es, sencillamente, que la<br />

realidad primordial, el hecho de todos los hechos, el dato para el Universo, lo que me es dado es... "mi vida"<br />

-no mi yo solo, no mi conciencia hermética, estas cosas son ya interpretaciones, la interpretación idealista.<br />

Me es dada "mi vida", y mi vida es ante todo un hallarme yo en el mundo; y no así vagamente, sino en este<br />

mundo, en el de ahora y no así vagamente en este teatro, sino en este instante, haciendo lo que estoy<br />

haciendo en él, en este pedazo teatral de mi mundo vital -estoy filosofando. Se acabaron las abstracciones.<br />

Al buscar el hecho indubitable no me encuentro con la cosa genérica pensamiento, sino con esto: yo que<br />

pienso en el hecho radical, yo que ahora filosofo. He aquí cómo la filosofía lo primero que encuentra es el<br />

hecho de alguien que filosofía, que quiere pensar el universo y para ello busca algo indubitable. Pero<br />

encuentra, nótenlo bien, no una teoría <strong>filosófica</strong>, sino al filósofo filosofando, es decir, viviendo ahora la<br />

actividad de filosofar como luego, ese mismo filósofo, podrá encontrarse vagando melancólico por la<br />

calle, bailando en un dancing o sufriendo un cólico. 0 amando la belleza transeúnte. Es decir, encuentra<br />

el filosofar, el teorizar como acto y hecho vital, como un detalle de su vida y en su vida, en su vida enorme,<br />

alegre y triste, esperanzada y pavorosa.<br />

4.<br />

Lo primero, pues, que ha de hacer la filosofa es definir ese dato, definir lo que es "mi vida", "nuestra vida", la<br />

de cada cual. Vivir es el modo de ser radical: toda otra cosa y modo de ser lo encuentro en mi vida, dentro de<br />

ella, como detalle de ella y referido a ella. En ella todo lo demás es y será lo que sea para ella, lo que sea<br />

como vivido. La ecuación más abstrusa de la matemática, el concepto más solemne y abstracto de la<br />

filosofa, el Universo mismo, Dios mismo, son cosas que encuentro en mi vida, son cosas que vivo. Y su ser<br />

radical y primario es, por tanto, es ser vividas por mí, y no puedo definir lo que son en cuanto vividas si no<br />

averiguo qué es "vivir". Los biólogos usan la palabra "vida" para designar los fenómenos de los seres<br />

<strong>org</strong>ánicos. Lo <strong>org</strong>ánico es tan sólo una clase de cosas que se encuentran en la vida junto a otra clase de<br />

cosas llamadas in<strong>org</strong>ánicas. Es importante lo que el filósofo nos diga sobre los <strong>org</strong>anismos, pero es también<br />

evidente que al decir nosotros que vivimos y hablar de "nuestra vida", de la cada cual, damos a esta palabra<br />

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un sentido más inmediato, más amplio, más decisivo. El salvaje y el ignorante no conocen la biología, y, sin<br />

embargo, tienen derecho a hablar de "su vida" y a que bajo ese término entendamos un hecho enorme,<br />

previo a toda biología, a toda ciencia, a toda cultura -el hecho magnífico, radical y pavoroso que todos los<br />

demás hechos suponen e implican. El biólogo encuentra la "vida <strong>org</strong>ánica" dentro de su vida propia, como un<br />

detalle de ella: es una de sus ocupaciones vitales y nada más. La biología, como toda ciencia, es una<br />

actividad o forma de estar viviendo. La filosofía, es, antes, filosofar, y filosofar es, indiscutiblemente, vivir -<br />

como lo es correr, enamorarse, jugar al golf, indignarse en política y ser dama de sociedad. Son modos y<br />

formas de vivir.<br />

5.<br />

Por tanto, el problema radical de la filosofía es definir ese modo de ser, esa realidad primaria que llamamos<br />

"nuestra vida". Ahora bien, vivir es lo que nadie puede hacer por mí -la vida es intransferible-, no es un<br />

concepto abstracto, es mi ser individualísimo. Por vez primera, la filosofía parte de algo que no es una<br />

abstracción.<br />

2. ¿Qué es filosofía? Lección XI<br />

La concepción de la vida<br />

Pero ahora quisiera antes de concluir dejar un poco más avanzada la definición de "nuestra vida". Hemos<br />

visto que es un hallarse ocupándose en esto o lo otro, un hacer. Pero todo hacer es ocuparse en algo para<br />

algo. La ocupación que somos ahora radica en y surge por un propósito -en virtud de un para, de lo que<br />

vulgarmente se llama una finalidad. Ese para en vista del cual hago ahora esto y en este hacer vivo y soy, lo<br />

he decidido yo porque entre las posibilidades que ante mí tenía he creído que ocupar así mi vida sería lo<br />

mejor. Cada una de estas palabras es una categoría y como tal su análisis sería inagotable. Resulta según<br />

ellas que mi vida actual, la que hago o lo que hago de hecho, la he decidido: es decir, que mi vida antes que<br />

simplemente hacer es decidir un hacer -es decir mi vida. Nuestra vida se decide a sí misma, se anticipa. No<br />

nos es dada hecha -como la trayectoria de la bala a que aludí el día anterior. Pero consiste en decidirse<br />

porque vivir es hallarse en un mundo no hermético, sino que ofrece siempre posibilidades.<br />

El mundo vital se compone en cada instante para mí de un poder hacer esto o lo otro, no de un tener que<br />

hacer por fuerza esto y solo esto. Por otra parte, esas posibilidades no son ilimitadas -en tal caso no serían<br />

posibilidades concretas, sino la pura indeterminación, y en un mundo de absoluta indeterminación, en que<br />

todo es igualmente posible, no cabe decidirse por nada. Para que haya decisión tiene que haber a la vez<br />

limitación y holgura, determinación relativa. Esto expreso con la categoría "circunstancias". La vida se<br />

encuentra siempre en ciertas circunstancias, en una disposición en torno -circum- de las cosas y demás<br />

personas. No se vive en un mundo vago, sino que el mundo vital es constitutivamente circunstancia, es este<br />

mundo, aquí, ahora. Y circunstancia es algo determinado, cerrado, pero a la vez abierto y con holgura<br />

interior, con hueco o concavidad donde moverse, donde decidirse: la circunstancia es un cauce que la vida<br />

se va haciendo dentro de una cuenca inexorable. Vivir es vivir aquí, ahora -el aquí y el ahora son rígidos,<br />

incanjeables, pero amplios. Toda vida se decide a sí misma constantemente entre varias posibles. Astra<br />

inclinant, non trahunt -los astros inducen pero no arrastran. Vida es, a la vez, fatalidad y libertad, es ser libre<br />

dentro de una fatalidad dada. Esta fatalidad nos ofrece un repertorio de posibilidades determinado,<br />

inexorable, es decir, nos ofrece diferentes destinos. Nosotros aceptamos la fatalidad y en ella nos decidimos<br />

por un destino. Vida es destino. Espero que nadie entre los que me escuchan crea necesario advertirme que<br />

el determinismo niega la libertad. Si, lo que no creo, me dijese esto, yo le respondería que lo siento por el<br />

determinismo y por él. El determinismo, en el mejor caso es, más exactamente, era una teoría sobre la<br />

realidad del Universo.<br />

Aunque fuese cierta no era más que una teoría, una interpretación, una tesis conscientemente problemática<br />

que era preciso probar. Por lo tanto, aunque yo fuese determinista no podría dejar que esa teoría ejerciese<br />

efectos retroactivos sobre la realidad primaria e indubitable que ahora describimos. Por muy determinista que<br />

sea el determinista, su vivir como tal es relativamente indeterminado y él se decidió en un cierto momento<br />

entre el determinismo y el indeterminismo. Traer, pues, en este plano esa cuestión equivaldría a no saber<br />

bien lo que es el determinismo ni lo que es el análisis de la realidad primordial, antes de toda teoría. Ni se<br />

eche de menos que al decir yo: la vida es, a la par, fatalidad y libertad, es posibilidad limitada pero<br />

posibilidad, por tanto, abierta, no se eche de menos que razone esto que digo. No solo no puedo razonarlo,<br />

es decir, probarlo, sino que no tengo que razonarlo -más aún, tengo que huir concienzudamente de todo<br />

razonar y limitarme pulcramente a expresar en conceptos, a describir la realidad originaria que ante mí tengo<br />

y que es supuesto de toda teoría, de todo razonar y de todo probar. (Descripción de este teatro.) A prevenir<br />

tristes observaciones, como esta que no quiero suponer en ustedes, venía la advertencia demasiado<br />

elemental que al principio hice. Y ahora -entre paréntesis- me permito hacer notar que la teoría determinista,<br />

así, sin más -hoy no existe ni en filosofía ni en física. Para apoyarme al paso en algo, a la vez, sólido y breve,<br />

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óigase lo que dice uno de los mayores físicos actuales -el sucesor y ampliador de Einstein, Hermann, Weyl-<br />

en un libro sobre lógica de la física publicado hace dos años y medio: "De todo lo dicho se desprende cuán<br />

lejos está hoy la física -con su contenido por mitad de leyes y de estadísticas - en posición para aventurarse<br />

a hacer la defensa del determinismo." Una de las mecánicas del hermetismo mental a las cuales aludía<br />

consiste en que al oír algo y ocurrírsenos una objeción muy elemental no pensamos que también se le habrá<br />

ocurrido al que habla o escribe y que verosímilmente somos nosotros quienes no hemos entendido lo que él<br />

dice. Si no pensamos esto quedaremos indefectiblemente por debajo de la persona que oímos o del libro que<br />

leemos. Es, pues, vida esa paradójica realidad que consiste en decidir lo que vamos a ser -por tanto, en ser<br />

lo que aún no somos, en empezar por ser futuro. Al contrario que el ser cósmico, el viviente comienza por lo<br />

de luego, por después. Esto sería imposible si el tiempo fuese originariamente el tiempo cósmico.<br />

1,<br />

[El tiempo cósmico solamente es el presente, porque el futuro todavía no es y el pasado ya no es. ¿Cómo,<br />

entonces, pasado y futuro siguen siendo parte del tiempo? Por esto es tan difícil el concepto del tiempo, que<br />

ha puesto en aprieto a los filósofos.<br />

2.<br />

"Nuestra vida" está alojada, anclada en el instante presente. Pero ¿qué es mi vida en este instante? No es<br />

decir lo que estoy diciendo; lo que vivo en este instante no es mover los labios; eso es mecánico, está fuera<br />

de mi vida, pertenece al ser cósmico. Es, por el contra-rio, estar yo pensando lo que voy a decir; en este<br />

instante me estoy anticipando, me proyecto en un futuro. Pero para decirlo necesito emplear ciertos medios -<br />

palabras- y esto me lo proporciona mi pasado. Mi futuro, pues, me hace descubrir mi pasado para realizarse.<br />

El pasado es ahora real porque lo revivo, y cuando encuentro en mi pasado los medios para realizar mi<br />

futuro es, cuando descubro mi presente. Y todo esto acontece en un instante; en cada instante la vida se<br />

dilata en las tres dimensiones del tiempo real interior. El futuro me rebota hacia el pasado, este hacia el<br />

presente, de aquí voy otra vez al futuro, que me arroja al pasado, y este a otro presente, en un eterno girar.<br />

3.<br />

Estamos anclados en el presente cósmico, que es como el suelo que pisan nuestros pies, mientras el cuerpo<br />

y la cabeza se tienden hacia el porvenir. Tenía razón el cardenal Cusano cuando allá, en la madrugada del<br />

Renacimiento, decía: Ita nunc sive praesens complicat tempus. El ahora o presente incluye todo tiempo: el<br />

ya, el antes y el después.]<br />

1.<br />

Vivimos en el presente, en el punto actual, pero no existe primariamente para nosotros, sino que desde él,<br />

como desde un suelo, vivimos así el inmediato futuro.<br />

Reparen ustedes que de todos los puntos de la tierra el único que no podemos percibir directamente es<br />

aquel que en cada caso tenemos bajo nuestros pies.<br />

Antes que veamos lo que nos rodea somos ya un haz original de apetitos, de afanes y de ilusiones, Venimos<br />

al mundo, desde luego, dotados de un sistema de preferencias y desdenes, más o menos coincidentes con<br />

el prójimo, que cada cual lleva dentro de sí armado y pronto a disparar en pro o en contra de cada cosa<br />

como una batería de simpatías y repulsiones. El corazón, máquina incansable de preferir y desdeñar, es el<br />

soporte de nuestra personalidad.<br />

2.<br />

No se diga, pues, que es lo primero la impresión. Nada importa más para renovar la idea de lo que es el<br />

hombre como rectificar la perspectiva tradicional según la cual, si deseamos una cosa, es porque antes la<br />

hemos visto. Esto parece evidente y, sin embargo, es en gran parte un error. El que desea la riqueza<br />

material no ha esperado para desearla ver el oro, sino que, desde luego, la buscará dondequiera que sea<br />

halle, atendiendo al lado de negocio que cada situación lleva en sí. En cambio, el temperamento artista, el<br />

hombre de preferencias estéticas atravesará esas mismas situaciones ciego para su lado económico y<br />

prestará atención, o mejor dicho, buscará por anticipado lo que en ellas resida de gracia y de belleza. Hay,<br />

pues, que invertir la creencia tradicional. No deseamos una cosa porque la hayamos visto antes, sino al<br />

revés: porque ya en nuestro fondo preferíamos aquel género de cosas, las vamos buscando con nuestros<br />

sentidos por el mundo. De los ruidos que en cada instante llegan a nosotros y materialmente podríamos oír,<br />

solo oímos, en efecto, aquellos a que atendemos; es decir, aquellos que favorecemos con el subrayado de<br />

nuestra atención, y como no se puede atender una cosa sin desatender otras, al escuchar un son que nos<br />

interesa desoímos enérgicamente todos los demás. Todo ver es un mirar, todo oír es a la postre un<br />

escuchar, todo vivir un incesante, original preferir y desdeñar. (...)<br />

(Obras completas, Revista de Occidente y Alianza Editorial, 1983)<br />

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Lectura 2. PLATÓN<br />

FEDRO<br />

Es, pues, semejante el alma a cierta fuerza natural que mantiene unidos un carro y su auriga, sostenidos por<br />

alas. Los caballos y aurigas de los dioses son todos ellos buenos y constituidos de buenos elementos; los de<br />

los demás están mezclados. En primer lugar, tratándose de nosotros, el conductor guía una pareja de<br />

caballos; después, de los caballos, el uno es hermoso, bueno y constituido de elementos de la misma índole;<br />

el otro está constituido de elementos contrarios y 'es él mismo contrario. En consecuencia, en nosotros<br />

resulta necesariamente dura y difícil la conducción.<br />

Hemos de intentar ahora decir cómo el ser viviente ha venido a llamarse «mortal» e «inmortal». Toda alma<br />

está al cuidado de lo que es inanimado, y recorre todo el cielo revistiendo unas veces una forma y otras otra.<br />

Y así, cuando es perfecta y alada vuela por las alturas y administra todo el mundo: en cambio, la que ha<br />

perdido las alas es arrastrada hasta que se apodera de algo sólido donde se establece tomando un cuerpo<br />

terrestre que parece moverse a sí mismo a causa de la fuerza de aquella, y este todo, alma y cuerpo unidos<br />

se llama ser viviente y tiene el sobre-nombre de mortal. En cuanto al inmortal, no hay ningún razonamiento<br />

que nos permita explicarlo racionalmente; pero, no habiéndola visto ni comprendido de un modo suficiente,<br />

nos forjamos de la divinidad una idea representándonosla como un ser viviente inmortal, con alma y cuerpo<br />

naturalmente unidos por toda la eternidad. Esto, sin embargo que sea y se exponga como agrade a la<br />

divinidad. Pasemos a la causa que hace caer las alas, por la que estas se separan del alma. Es algo de esta<br />

naturaleza.<br />

La fuerza del ala consiste, naturalmente en llevar hacia arriba lo pesado, elevándose por donde habita la<br />

raza de los dioses, y así es en cierto modo, de todo lo relacionado con el cuerpo, lo que en más alto grado<br />

participa de lo divino. Ahora bien: lo divino es hermoso, sabio, bueno, y todo lo que es de esta índole, esto<br />

es. pues, lo que más alimenta y hace crecer las alas; en cambio, lo vergonzoso, lo malo y todas las demás<br />

cosas contrarias a aquellas las consume y las hace perecer. Pues bien, el gran jefe del cielo, Zeus,<br />

dirigiendo su carro alado, marcha el primero, ordenándolo todo v cuidándolo. Le sigue un ejército de dioses y<br />

demonios ordenados en once divisiones, pues Hestia queda en la casa de los dioses, sola. Todos los demás<br />

clasificados en el número de los doce y considerados como dioses directores van al frente de la fila que a<br />

cada uno ha sido asignada. Son muchos en verdad, y beatíficos, los espectáculos que ofrecen las rutas del<br />

interior del cielo que la raza de los bienaventurados recorre llevando a cabo cada uno su propia misión, y los<br />

sigue el que persevera en el querer y en el poder, pues la Envidia está fuera del coro de los dioses. Ahora<br />

bien, siempre que van al banquete y al festín marchan hacia las regiones escarpadas que conducen a la<br />

cima de la bóveda del cielo. Por allí, los carros de los dioses, bien equilibrados y dóciles a las riendas,<br />

marchan fácilmente, pero los otros con dificultad, pues el caballo que tiene mala constitución es pesado e<br />

Inclina hacia la tierra y fatiga al auriga que no lo ha alimentado convenientemente. Allí, pues, se enfrenta el<br />

alma con la prueba y la lucha suprema. En efecto, las almas llamadas Inmortales, cuando llegan a la cima,<br />

salen afuera y se detienen firmes sobre la parte superior del cielo, y, en esta posición, las conduce el<br />

movimiento circular de la bóveda celeste, mientras ellas contemplan lo que hay fuera del cielo.<br />

El lugar supra celeste, ningún poeta de esta tierra lo ha cantado, ni lo cantará jamás, -dignamente. Es, pues,<br />

así (se ha de tener, en efecto, la osadía de decir la verdad, y sobre todo cuando se habla de la Verdad): la<br />

realidad que verdaderamente es sin color, sin forma, Impalpable, que solo puede ser contemplada por la<br />

inteligencia, piloto del alma, ocupa este lugar. Así, pues, como el pensamiento de la divinidad se alimenta de<br />

Inteligencia y de ciencia sin mezcla, y lo mismo el de toda alma que se preocupa de recibir lo que le<br />

conviene, al ver, en el transcurso del tiempo la realidad, la ama, y contemplando la verdad se alimenta y se<br />

siente feliz hasta que el momento circular en su revolución la vuelve a llevar al mismo lugar. Y en esta<br />

circunvalación contempla la misma Justicia, contempla la templanza, contempla la ciencia, no la que Implica<br />

devenir, ni la que es diferente según trata de cada una de las cosas diferentes que nosotros ahora llamamos<br />

realidades, sino la ciencia que versa sobre lo que es realmente la realidad. Y después de haber contemplado<br />

de la misma manera las demás realidades verdaderas y de haberse regalado con ellas, desciende de nuevo<br />

al interior del cielo y se va a casar Una vez allí, el auriga, colocando los caballos junto al pesebre, les sirve<br />

ambrosía y después los abreva con néctar.<br />

Tal es, pues, la vida de los dioses. En cuanto a las demás almas, la que mejor sigue a los dioses levanta la<br />

cabeza del auriga hacia el lugar exterior y es llevada con ellos en la revolución circular, turbada por los<br />

caballos y contemplando a duras penas las realidades: otra, unas veces levanta y otras baja la cabeza, y, por<br />

causa de la violencia de los caballos ve unas realidades y otras no. Las demás, aspirando todas a subir,<br />

intentan seguir a los dioses; pero, siendo incapaces de ello, se hunden al ser llevadas en la circunvalación,<br />

pisoteándose y echándose las unas encima de las otras, e Intentando la una colocarse delante de la otra.<br />

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Así, pues, se produce un tumulto, una lucha y un sudor extremos en que, por impericia de los aurigas,<br />

muchas quedan cojas y muchas se estropean las alas. En una palabra, todas ellas, pasando muchos<br />

trabajos, se retiran sin haber sido iniciadas en la contemplación de la realidad, y una vez que se han retirado<br />

de allí, se alimentan de opinión. La razón de este gran celo por ver la llanura de la Verdad es que el pasto<br />

adecuado para la mejor parte del alma es precisamente el de aquella pradera, y la naturaleza de las alas por<br />

las que el alma adquiere su ligereza se nutre precisamente de él. He aquí ahora la ley de Adrastea: toda<br />

alma que, habiendo estado en el cortejo de un dios, haya visto algo de lo verdadero, queda exenta de<br />

pruebas hasta la siguiente revolución, y, si puede hacerlo siempre, queda siempre indemne; pero cuando,<br />

por haber sido incapaz de seguirle, no ha visto la verdad y, víctima de cualquier vicisitud, se-ha llenado de<br />

olvido y de maldad, con-lo que se ha vuelto pesada, y una vez que se ha hecho pesada, ha perdido las alas<br />

y ha caído a tierra, entonces es ley que esta alma no se implante en ninguna naturaleza animal en la primera<br />

generación, sino que, la que más ha visto vaya al germen de un hombre destinado a ser amigo de la<br />

sabiduría, o de la belleza, o amigo de las musas y entendido en amor; la segunda, al de un rey que se<br />

somete a las leyes, o guerrero y apto para el mando; la tercera, al de un político o al de un buen<br />

administrador o negociante; la cuarta, al de un gimnasta amigo de las fatigas físicas, o al de alguno<br />

destinado a curar los cuerpos; la quinta, tendrá una vida de adivino o una vida de Iniciación; a la sexta se<br />

adaptará bien un versificador o cualquier otro de los relacionados con la imitación; a la séptima, el artesano o<br />

el trabajador de la tierra; a la octava, el sofista o el demagogo, y a la novena, el tirano.<br />

En todas estas clases de hombres, el que haya llevado una vida justa obtiene después, en recompensa, una<br />

vida mejor; y el que haya llevado una vida Injusta, un destino peor, pues al mismo punto de donde cada alma<br />

ha partido no vuelve a llegar hasta pasados diez mil años, porque no echa alas antes de este tiempo, de no<br />

ser el alma de alguno que haya filosofado sinceramente o amado a los jóvenes con filosofía; estas, en la<br />

tercera revolución milenaria, si han escogido tres veces consecutivas esa clase de vida, recobran sus alas y<br />

parten al cumplirse el año tres mil. Las demás, cuando han terminado la primera existencia, se enfrentan con<br />

un juicio, y, una vez juzgadas, unas van a las prisiones que están debajo de la tierra a cumplir su condena, y<br />

otras, aligeradas por la sentencia, a algún lugar del cielo donde llevan una vida digna de la que vivieron en<br />

forma humana. Al milésimo año, empero, unas y otras, llegado el momento de sortear y elegir la segunda<br />

existencia, eligen cada una la que quiere, y es entonces cuando un alma humana puede llegar a una<br />

existencia de animal, y de animal, volver a ser hombre el que alguna vez fue ya hombre; porque el alma que<br />

jamás vio la verdad no llegará a esta figura nuestra.<br />

En efecto, el hombre tiene que comprender según lo que se llama «idea», yendo de numerosas sensaciones<br />

a una sola cosa comprendida por el razonamiento. Esto no es sino la reminiscencia de aquello que en otro<br />

tiempo vio nuestra alma cuando marchaba en compañía de la divinidad, y, mirando desde arriba lo que ahora<br />

decimos que es, levantaba su cabeza hacia lo que verdaderamente es. Por esta razón es insto que solo<br />

eche alas la mente del filósofo; en efecto, mediante el recuerdo y en la medida de sus fuerzas, no se aparta<br />

de aquello. que hace que un dios, por no apartarse de ello, sea divino. Por consiguiente, el hombre que sabe<br />

servirse de tales recuerdos, iniciado continuamente en los misterios perfectos, es el único que llega a ser<br />

verdaderamente perfecto.<br />

PLATÓN: Fedro, en Obras completas, Madrid, 1979, págs. 864-866.<br />

CUESTIONES<br />

1. Bajo la forma mítica del texto subyace una concepción determinada del ser humano; ¿cuáles son sus<br />

características principales?<br />

2. ¿Hay en el texto algún elemento que permita afirmar la libertad humana? Si es así, señálalo.<br />

3. ¿Qué elemento del hombre le permite acceder a la contemplación de la verdad, equiparándolo a los<br />

dioses?<br />

4. ¿Crees que la visión del hombre que el texto pone de manifiesto olvida algún atributo del ser humano?,<br />

¿cuál?<br />

Dosier de lecturas :: <strong>F02</strong> <strong>Antropología</strong> <strong>filosófica</strong> Página 6 de 24


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Lectura 3. PLOTINO<br />

SOBRE LO QUE SEAN LOS SERES VIVIENTES Y EL HOMBRE<br />

1. ¿A quién han de atribuirse el placer y la tristeza, el temor y la confianza, el deseo y la turbación? ¿Acaso<br />

al alma? ¿Acaso también al alma que se sirve del cuerpo? ¿O quizás a un tercer ser compuesto de ambos?<br />

La pregunta puede tener dos sentidos: ¿Nos referimos en realidad a la mezcla misma o a otra cosa<br />

resultante de ella? De manera semejante puede hablarse de las acciones y opiniones que originan de estas<br />

pasiones. En cuanto a las reflexiones a las opiniones, habrá que averiguar cuáles de entre ellas tendrán el<br />

mismo sujeto de atribución que las pasiones. También deberá considerarse la naturaleza de los actos de la<br />

inteligencia, a quienes se atribuyan y, asimismo, cuál sea en nosotros la parte que realiza el examen y trata<br />

de interpretar todo esto. Pero antes de nada tendremos que referimos al acto de sentir. Y habrá que empezar<br />

por ahí porque, ciertamente, las pasiones son sensaciones o, al menos, no existen sin la sensación.<br />

2. En primer lugar nos ocuparemos de descubrir, con respecto al alma, si ella misma es diferente de su ser.<br />

De ser esto así, el alma es entonces un compuesto y no resulta absurdo que reciba formas e incluso las<br />

pasiones que ya hemos mencionado, caso de que así se lo conceda la razón y, sobre todo, hábitos y<br />

disposiciones buenas y malas.<br />

Si admitimos que el alma y el ser del alma son una misma cosa, entonces aquélla sería una forma que no<br />

podría admitir ninguno de estos actos que ella Puede producir en otro; cuál sea en realidad su propio acto,<br />

interior e inmanente, la razón nos lo mostrará. Y de ser así, cabrá decir que es inmortal, ya que conviene la<br />

impasibilidad al ser inmortal e incorruptible, el cual hace partícipe de sí a los demás pero, en cambio, nada<br />

recibe de éstos, como no sea de los anteriores a él, de los que puede desvincularse, por razón de su<br />

superioridad.<br />

¿Qué, pues, había de temer un ser que nada recibe de fuera? El temor sólo conviene a aquel que puede<br />

sufrir y, asimismo, la confianza se atribuye a aquellos seres en quienes es posible el temor. En el ser que se<br />

cuestiona no puede darse la confianza. Ni tampoco, ciertamente, los deseos, que se sacian con el<br />

abandono o la satisfacción plena del cuerpo. Pero el alma no puede compartir estos estados. Pues, ¿cómo<br />

iba a desear mezclarse con otro ser? Lo que posee una esencia está exento de mezcla. ¿Y podría desear<br />

también que otros seres se mezclasen a ella, esforzándose así en no ser lo que es? La turbación tampoco<br />

le alcanza, ya que no se comprende cómo y qué se la produciría. Un ser simple en esencia se basta a sí<br />

mismo y permanece esencialmente su propio ser. Ningún bien se le añade o le es connatural para la<br />

producción del placer. Siempre es lo que es. Y ciertamente no habrá en él ni sensación, ni reflexión, ni<br />

opinión alguna; porque la sensación recibe las formas y los cambios del cuerpo y sobre ella actúan la<br />

reflexión y la opinión. Habrá que considerar cómo se dan en el alma los actos de la inteligencia si, como es<br />

l6gico, a ella se los atribuimos e igualmente, en cuanto al placer puro, si le adviene a ella en estado de<br />

privación del cuerpo.<br />

3. Tendremos que determinar ahora, fijándonos en el alma encarnada, si existe antes de existir el cuerpo o<br />

bien solamente en él, pues de éste y del alma está formado el todo que llamamos animal. Si el alma se sirve<br />

del cuerpo como de un mero instrumento, entonces, claro es, no se ve forzada a recibir en sí misma los<br />

cambios del cuerpo, del mismo modo que los artesanos no experimentan ellos mismos las alteraciones de<br />

sus útiles de trabajo. Posiblemente se dé en el alma la sensación, ya que es preciso que conozca por la<br />

sensación los cambios del cuerpo para servirse de él como de un instrumento; ver, por ejemplo, es servirse<br />

de los ojos, y la visión puede acarrear males, penas y sufrimientos y todo lo que, normalmente, acontece al<br />

cuerpo; incluso se experimentarán deseos atendiendo solícitamente al cuidado del órgano. Mas, ¿cómo<br />

pasarán estas pasiones del cuerpo al alma? Porque no hay duda de que un cuerpo transmite sus<br />

propiedades a otro cuerpo, pero, ¿y al alma? Pues acabamos de afirmar que un ser es partícipe de la<br />

pasión de otro y, naturalmente, mientras el alma se sirve del cuerpo y éste se comporta como instrumento de<br />

ella, ambos han de permanecer separados. A esto se viene si se concede que el alma dispone del cuerpo.<br />

Ahora bien, antes de haber llegado a dicha conclusión por medio del razonamiento filosófico, ¿qué es lo que<br />

ocurría? Realmente, estaban unidos cuerpo y alma. Su unión tendría que ser una de éstas: o una cierta<br />

mezcla o una especie de entrelazamiento, o es el alma como una forma inseparable del cuerpo o como una<br />

forma que le posee y le gobierna al igual que el piloto, a o bien una parte del alma tiene ese papel y la otra<br />

desempeña otro; esto es, una se mantiene separada del cuerpo, usando de él, y otra está mezclada al<br />

mismo cuerpo y en la misma disposición instrumental. La filosofía torna esta parte a la primera y la separa<br />

del cuerpo, según las necesidades lo exijan, a fin de que constituya precisamente una necesidad absoluta<br />

tenerle siempre a su servicio.<br />

4. Pues bien, los damos ya por mezclados. En virtud de tal unión, el elemento peor, en este caso el cuerpo,<br />

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mejora, y el elemento mejor, el alma, empeora; el cuerpo mejora por su participación en la vida y el alma<br />

empeora porque le alcanza la muerte y la sinrazón. Pero, ¿de qué modo un alma a quien se desposee de la<br />

vida puede recibir la facultad de sentir? Por el contrario, el cuerpo que recibe la vida participa con ello de la<br />

sensación y de los que ella origina. Por tanto, tendrá deseos -y gozará las cosas que desea- e, igualmente,<br />

experimentará por sí mismo, pues llegará un momento en que no disfrutará de los placeres y se corromperá.<br />

Tratemos de descubrir, por lo pronto, el modo de unión alma y del cuerpo, que cae dentro de lo posible, sea<br />

tanto como hablar de la unión de la línea con el color blanco esto es, de una naturaleza con otra distinta. El<br />

entrelazamiento, desde luego, no produce igualdad de sentimientos entre las cosas entrelazadas, que<br />

pueden permanecer insensibles; y el alma, además, repartida por todo el cuerpo, quizá no experimentase los<br />

cambios de éste, lo mismo que ocurre con la luz, especialmente si se la considera entrelazada con la<br />

totalidad que atraviesa. Por estar entrelazada, el alma no experimentará las pasiones del cuerpo, ya que<br />

puede ser en él lo que la forma es en la materia. Mas, siendo como es una substancia, se la considerará en<br />

primer lugar como una forma separada del cuerpo, del cual sobre todo se sirve. Si es como la forma que se<br />

da al hierro para producir el hacha, ésta vendrá a ser una unión de forma y materia que obrará según<br />

corresponda al hierro así conformado. Sin embargo, debemos atribuir al cuerpo las pasiones comunes con el<br />

alma, pero, con todo, al cuerpo natural, <strong>org</strong>ánico, que posee la vida en potencia. Y si se dice que es absurdo<br />

que el alma teja la trama, también lo es que sea ella la que está ansiosa de deseos y la que sufre; mejor será<br />

decir esto del cuerpo animado.<br />

5. Y bien, ¿a qué llamamos ser viviente? ¿Al cuerpo animado, al conjunto de alma y de cuerpo, o bien a algo<br />

que se origina de ambos? Como quiera que sea, conviene en verdad que el alma, impasible ella misma, se<br />

nos presente como la causa de las pasiones o que las comparta con el cuerpo. En este último caso, el alma<br />

experimentará la misma pasión que el cuerpo u otra semejante, tal como a un deseo del cuerpo animado<br />

corresponde en aquélla la acción o la pasión del deseo mismo. El cuerpo, esta consideración, lo<br />

examinaremos más adelante; trataremos de saber cómo sufre el compuesto del alma y cuerpo.<br />

¿Acaso -nos preguntamos- partiendo del cuerpo así <strong>org</strong>anizado y realizándose a través de los sentidos es<br />

que la sensación concluye en el alma? De este modo, naturalmente, no se hace manifiesto el proceso<br />

sensitivo. Pero cuando la pena se origina de una opinión o de un juicio acerca de algún mal que acaece a<br />

nosotros o a nuestros parientes, entonces sí que se produce el cambio aflictivo en el cuerpo y en todo el ser<br />

viviente. Mas tampoco está claro así a quién atribuir dicha opinión, si al alma o al compuesto de alma y<br />

cuerpo. Por otra parte, la opinión sobre el mal no trae consigo la pasión de la pena; es posible que aun con la<br />

presencia de la opinión no sobrevenga por completo la pena, como lo es también que uno no se irrite no<br />

obstante la opinión despreciativa, o que no se agite nuestro deseo con el pensamiento del bien. ¿Cómo,<br />

pues, pueden ser comunes estas pasiones al alma y al cuerpo? ¿Acaso porque el deseo proviene de la<br />

facultad de desear, el arrebato de la pasión del temperamento irascible y la tendencia a algo, en sentido<br />

general, de la inclinación? Pero así, realmente, no son comunes, sino del alma tan sólo o también del<br />

cuerpo, porque se precisa que la sangre o la bilis se manifiesten con toda su fuerza vital o, en fin, que el<br />

cuerpo esté dispuesto para mover nuestro deseo, como ocurre en el placer amoroso.<br />

Diremos, además, que la inclinación al bien no afecta en común al cuerpo y al alma sino que es propia del<br />

alma, al igual que ocurre con otras inclinaciones o tendencias, y hay razones para no referirlas todas ellas al<br />

compuesto de cuerpo y alma. Si en un hombre privan los deseos sexuales, cierto que ese hombre está<br />

ansioso, aunque, bajo otro aspecto, lo que se manifiesta es su facultad de desear. ¿Y de qué modo?<br />

¿Comenzará quizás el hombre a desear y seguirá luego a esto la propia inclinación al deseo? Apenas se<br />

comprende cómo podrá desear el hombre si su facultad respectiva no se puesto aún en movimiento. ¿Será,<br />

pues, la facultad misma la que comience? Mas, ¿cómo iba a ser posible si el cuerpo no ha sido antes<br />

dispuesto para ello?<br />

6. Será quizá mejor decir, de una manera general, que estas fuerzas, con su presencia, inducen ellas<br />

mismas a la actividad a los que las tienen consigo, pues aun estando inmóviles prestan su poder a quienes<br />

las poseen. Si esto es así, cuando el cuerpo animado sufre, el principio vital del compuesto no es de<br />

necesidad que se vea sujeto a las pasiones y a los actos de quien lo posee. En realidad, la vida no se ha de<br />

atribuir exclusivamente al alma, sino mejor al compuesto del alma y cuerpo y, desde luego, la vida de esto no<br />

es en modo alguno la del alma. Ni la facultad sensitiva por tanto, la que siente, sino quien la posee.<br />

Pero cabria preguntar ahora cómo la sensación, que es un movimiento a través del cuerpo, concluye en el<br />

alma, y cómo es posible que el alma no sienta. Porque la presencia de la facultad sensitiva es lo que<br />

produce la sensación. Entonces habrá que responder que quien siente es el compuesto de alma y cuerpo.<br />

Aunque ahora haya que argüir que si la facultad sensitiva no es movida, no ha lugar a hablar de un<br />

compuesto en el que no se cuentan ni el alma ni el principio vital.<br />

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7. Con seguridad que, en beneficio del compuesto, el alma misma no se presenta en su verdadero ser en el<br />

compuesto o en cualquiera de las partes, sino que, del cuerpo tal como es y de una cierta luz que ella le<br />

proporciona, engendra un nuevo viviente al que se atribuyen la sensación y todas las restantes afecciones<br />

del ser animado. Mas ¿cómo se produce en nosotros la sensación? Acaso porque no estamos separados<br />

por completo de la animalidad, lo mismo que de otros elementos más preciosos que están presentes en la<br />

esencia total del hombre, que se compone de muchas cosas. Por su facultad de sentir, el alma no debe<br />

percibir las cosas sensibles sino más bien las impresiones que sobrevienen al ser animado como<br />

consecuencia de la sensación; pues estas impresiones son inteligibles. Y hasta tal punto esto es así, que la<br />

sensación externa viene a ser como una figuración e a anímica; pero ésta es esencialmente más verdadera<br />

por tratarse únicamente de una visión impasible de formas. En virtud de esta contemplación de formas el<br />

alma ya toma sobre sí, ella sola, el gobierno del cuerpo animado, con sus reflexiones que le son privativas,<br />

sus opiniones y sus actos intelectuales. Por todo ello, sobre todo, alcanzamos a ser lo que somos. Porque<br />

aunque también nos pertenece lo que tiene lugar antes de todas estas cosas, sin embargo, lo que nos<br />

constituye a nosotros mismos tiene aquí su punto de partida, precisamente en la dirección que ejerce desde<br />

arriba sobre el ser animado.<br />

No hay impedimento en llamar ser animado (o animal) a la totalidad, comprendiendo así tanto las partes<br />

inferiores unidas al cuerpo como lo que, a partir de aquí, consideramos poco más o menos como el hombre<br />

verdadero. Esas partes inferiores de que hablamos son los leones y las bestias de todas clases, mientras<br />

que el verdadero ser el hombre acompaña a su alma racional. Y por ello cuando el alma razona somos<br />

nosotros en realidad quienes razonamos y producimos nuestros pensamientos como efectos propios de la<br />

actividad de aquélla.<br />

8. ¿Y qué diremos en relación con la inteligencia? Aquí hemos de hablar no de la disposición que tiene el<br />

alma con respecto a la inteligencia sino de la inteligencia misma, de la que nosotros poseemos y que,<br />

ciertamente, está muy por encima de todo nuestro ser. ¿Es esta inteligencia una sola e indivisible, en común<br />

para todos, o particular de cada uno, esto es, que cada cual la posee en totalidad en su primera alma? Pues<br />

nosotros tenemos también las ideas dos maneras: en el alma, realmente, se encuentran desplegadas y<br />

separadas unas de otras; en la mente, en cambio, están todas reunidas.<br />

Ahora bien, ¿cómo podemos conocer la divinidad? Indudablemente como algo que priva sobre la naturaleza<br />

inteligible y sobre el ser real, de tal modo que nosotros mismos quedemos situados en el tercer lugar, a partir<br />

de Dios. (Platón) dice del alma que proviene "de una esencia indivisible de rango superior, divisible al<br />

asentarse en los cuerpos", lo cual hay que entenderlo bien en el sentido de que el alma se divide atendiendo<br />

a la magnitud del cuerpo -según sea, claro está, cada ser viviente-, y que a la vez, ella es una sola para<br />

todos, bien considerando que se hace presente por la iluminación de los cuerpos y produciendo el ser<br />

viviente no de ella misma y del cuerpo, sino más bien permaneciendo ella tal cual es, aunque lanzando<br />

destellos propios que vienen a ser como aspectos de un mismo rostro en muchos espejos. El primer destello<br />

que se da en común en el ser viviente, es la sensación de aquí se pasa luego a todas las demás especies<br />

del alma, que proceden siempre la una de la otra hasta terminar en el alma generadora y vegetativa y en la<br />

posibilidad de producir, sobre todo, cosas completamente diferentes de sí misma y de volverse a la vez<br />

hacia la obra que realiza.<br />

Plotino, Eneada Primera, I (53) 1 – 8.<br />

CUESTIONES<br />

1. ¿Qué es el hombre para Plotino? Sintetiza y comenta la opinión de Plotino<br />

2. .¿Podemos entender que Plotino desarrolla el concepto de hombre a partir de Platón?<br />

3. ¿Qué opinas de la concepción de Plotino del hombre que aquí se trasluce? ¿Te parece acertada?<br />

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Lectura 4. PASCAL<br />

PENSAMIENTOS<br />

(He ahí dónde nos llevan los conocimientos naturales. Si no son verdaderos, no hay verdad en el hombre; si<br />

lo son, encuentra en ellos un gran motivo de humillación, forzado a rebajarse de una u otra manera.<br />

Y, puesto que no puede subsistir sin creerlos, deseo que, antes de entrar en mayores investigaciones acerca<br />

de la naturaleza, la considere una vez seriamente y sin prisa, que se mire también a si mismo -y que juzgue<br />

si tiene alguna proporción con ella, por la comparación que hará de sus dos extremos.)<br />

Que el hombre, pues, contemple la naturaleza entera en su alta y plena majestad; que alele su vista de los<br />

objetos bajos que le rodean. Que mire esa brillante luz puesta como una lámpara eterna para iluminar el<br />

universo, que la tierra le parezca como un punto en comparación de la vasta órbita que este astro describe, y<br />

que se asombre al comprobar que esa vasta órbita no es más que un frágil punto al lado del que esos astros,<br />

que giran en el firmamento, abrazan. Pero si nuestra vista se detiene ahí, que la imaginación siga adelante;<br />

antes se cansará ella de concebir que la naturaleza de suministrar. Todo este mundo visible no es más que<br />

un trazo imperceptible en el amplio seno de la naturaleza. Ninguna idea se le aproxima. Podemos enriquecer<br />

nuestras concepciones hasta más allá de los espacios imaginables, pero no concebiremos más que átomos<br />

en comparación con la realidad de las cosas. Es una esfera infinita cuyo centro está en todas partes, la<br />

circunferencia en ninguna. En fin, el mayor rasgo sensible de la omnipotencia de Dios es que nuestra<br />

imaginación se pierda en este pensamiento.<br />

Que el hombre, volviendo en sí, considere lo que él es en comparación con lo que es; que se vea a sí mismo<br />

como perdido, y que, desde esa pequeña celda en la que se encuentra alojado, quiero decir el universo,<br />

aprenda a estimar la tierra, los reinos, las ciudades, las casas y a sí mismo, en su justo valor.<br />

¿Qué es el hombre en el infinito?<br />

Pero para presentarle otro prodigio igualmente asombroso, que busque, dentro de lo que conoce, las cosas<br />

más delicadas. Que un cirón le ofrezca en la pequeñez de su cuerpo partes incomparablemente más<br />

pequeñas, patas con coyunturas, venas en estas patas, sangre en esas venas, humores en esa sangre,<br />

gotas en esos humores, vapores en esas gotas; que, dividiendo todavía estas últimas cosas, agote sus<br />

fuerzas en estas concepciones, y que el último objeto donde pueda llegar sea ahora el de nuestro discurso.<br />

Pensará quizá que es la extrema pequeñez de la naturaleza.<br />

Quiero hacerle ver ahí dentro un nuevo abismo. No solamente quiero pintarle el universo visible, sino la<br />

inmensidad que de la naturaleza puede concebirse en el recinto de esta abreviación de átomo. Que vea ahí<br />

una infinidad de universos, de los que cada uno tiene su firmamento, sus planetas, su tierra, en la misma<br />

proporción que el mundo visible; en esta tierra, animales, y, en fin, tirones, en los que volverá a encontrar<br />

aquello que los primeros mostraron, y hallando todavía en los otros las mismas cosas sin fin y sin reposo,<br />

que se pierda en esas maravillas, tan asombrosas en su pequeñez como las otras en su extensión; pues,<br />

¿quién no admirará que nuestro cuerpo, que no hace mucho no era perceptible en el universo, imperceptible<br />

él mismo en el seno del todo, sea ahora un coloso, un mundo, o más bien un todo respecto de la nada a<br />

donde no se puede llegar? Quien se considere de esta manera se asustará de sí mismo, y, viéndose<br />

sostenido en la masa que la naturaleza le ha dado, entre los dos abismos del infinito y de la nada, temblará a<br />

la vista de tales maravillas; y yo creo que, transformada en admiración su curiosidad, estará más dispuesto a<br />

contemplarlas en silencio que a buscarlas con presunción.<br />

Porque, al fin, ¿qué es el hombre en la naturaleza? Una nada frente al infinito, un todo frente a la nada, un<br />

medio entre nada y todo, infinitamente alejado de la comprensión de los extremos. El fin de las cosas y sus<br />

principios están para él invenciblemente escondidos en un secreto impenetrable.<br />

Igualmente -incapaz de ver la nada de donde ha sido sacado y el infinito donde es absorbido.<br />

¿Qué hará, pues, sino percibir alguna apariencia del medio de las cosas, en una eterna desesperanza de<br />

conocer ni su principio ni su fin? Todas las cosas han salido de la nada y van hacia el infinito. ¿Quién seguirá<br />

este sorprendente avance? El autor de estas maravillas las comprende. Nadie más puede hacerlo. (...)<br />

-El hombre no es más que una caña, la más frágil de la naturaleza, pero es una caña pensante. No hace<br />

falta que el universo entero se arme para destruirla; un vapor, una gota de agua es suficiente para matarlo.<br />

Pero, aun cuando el universo le aplastase, el hombre sería todavía más noble que lo que le mata, puesto<br />

que él sabe que muere y la ventaja que el universo tiene sobre él. El universo no sabe nada. {...)<br />

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La grandeza del hombre es tan visible que se deduce incluso de su miseria, porque lo que es natural en los<br />

animales lo llamamos, en el hombre, miseria; por donde reconocemos que, siendo hoy su naturaleza<br />

semejante a la de los animales, ha decaído de una naturaleza melor, que le era propia en otro tiempo.<br />

Porque, ¿quién se siente desgraciado por no ser rey, sino un rey destronado? ¿Se sentía Pablo Emilio<br />

desgraciado de no ser cónsul? Por el contrario, todo eI mundo pensaba que estaba feliz de haberlo sido,<br />

pues su condición no era la de serlo siempre. Sin embargo, Perseo se sentía tan desgraciado de no ser ya<br />

rey, ya que su condición era la de serlo siempre, que se encontraba extraño que pudiera soportar la vida.<br />

¿Quién se siente desgraciado de no tener más que una boca? ¿Y quién no se sentirá desgraciado de no<br />

tener más que un ojo? No se puede estar nunca afligido de no tener tres ojos, pero es inconsolable el no<br />

tener ninguno en absoluto. (...)<br />

Al deducirse la miseria de la grandeza y la grandeza de la miseria, los unos han deducido la miseria tanto<br />

más cuanto que han tomado como prueba la grandeza, y los otros deducen la grandeza con tanta más<br />

fuerza cuanto que la han deducido de la miseria misma. Todo lo que unos han podido decir para mostrar la<br />

grandeza no ha servido a los otros más que de argumento para deducir la miseria, puesto que se es tanto<br />

más miserable cuanto que se ha caído de más alto, y viceversa. Se han ido llevando los unos a los otros, en<br />

un círculo sin fin, resultando cierto que, a medida que los hombres tienen luz, hallan grandeza y miseria en el<br />

hombre. En una palabra, el hombre conoce que es miserable. Es, pues, miserable, por lo que es; pero es<br />

grande, porque lo conoce.<br />

B. Pascal: Pensamientos. Alianza, Madrid, 1981, págs. 76-81 y 48-51.<br />

CUESTIONES<br />

1.¿Dónde estriba la grandeza del hombre según Pascal? ¿Y su miseria?<br />

2. ¿Qué es un hombre en el infinito? Sintetiza y comenta la opinión de Pascal.<br />

3. ¿Qué opinas de la concepción pascaliana del hombre que aquí se trasluce? ¿Te parece acertada?<br />

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Lectura 5. I. KANT<br />

CRITICA DE LA RAZÓN PRÁCTICA<br />

El hombre es un ser con necesidades, en cuanto pertenece al mundo de los sentidos, y en ese respecto, su<br />

razón tiene, desde luego, un encargo indeclinable por parte de la sensibilidad, el de preocuparse del interés<br />

de ésta y darse máximas prácticas, también enderezadas a la felicidad de esta vida, y, en lo posible, también<br />

de una vida futura. Pero el hombre, sin embargo, no es tan enteramente animal, como para ser indiferente a<br />

todo lo que dice la razón por sí misma, y utilizar ésta sólo como instrumento para la satisfacción de sus<br />

necesidades como ser de sentidos. Pues no le eleva en valor sobre la mera animalidad el poseer razón, si<br />

ésta sólo ha de servirle para aquello que en los animales lleva a cabo el instinto; sería la razón entonces sólo<br />

una manera particular que habría usado la naturaleza, de armar al hombre para el mismo fin al que ha<br />

destinado los animales, sin determinarlo para un fin más alto. Así, pues, necesita el hombre, según la<br />

disposición natural que se encuentra en él, razón para traer a consideración, en todo caso, su bien (Wohi) y<br />

mal (Weh), pero la tiene además para una misión más elevada, a saber no sólo reflexionar también sobre lo<br />

que es en sí bueno o malo y de lo cual sólo la razón pura no Interesada sensiblemente puede juzgar, sino<br />

para distinguir este juicio entera-mente de aquel otro y hacerlo la suprema condición de él. { ... )<br />

¡Deber! Nombre sublime y grande, tú que no encierras nada amable que lleve consigo insinuante lisonja,<br />

sino que pides sumisión, sin amenazar, sin embargo, con nada que despierte aversión natural en el ánimo y<br />

lo asuste para mover la voluntad, tú que sólo exiges una ley que halla por si misma acceso en el ánimo, y<br />

que se conquista, sin embargo, y aun contra nuestra voluntad, veneración por sí misma (aunque no siempre<br />

observancia); tú, ante quien todas las inclinaciones enmudecen, aun cuando en secreto obran contra ti, ¿cuál<br />

es el origen digno de ti? ¿Dónde se halla la raíz de tu noble ascendencia, que rechaza <strong>org</strong>ullosamente todo<br />

parentesco con las inclinaciones, esa raíz, de la cual es condición necesaria que proceda aquel valor que<br />

sólo los hombres pueden darse a sí mismos?<br />

No puede ser nada menos que lo que eleva al hombre por encima de sí mismo (como una parte del mundo<br />

de los sentidos), lo que le enlaza con un orden de cosas que sólo el entendimiento puede pensar y que, al<br />

mismo tiempo, tiene bajo sí todo el mundo de los sentidos y con él la existencia empíricamente determinable<br />

del hombre en el tiempo y el todo de todos los fines (que sólo es adecuado a semejantes leyes<br />

incondicionadas prácticas, como la moral). No es ninguna otra cosa más que la personalidad, es decir, la<br />

libertad e independencia del mecanismo de toda la naturaleza, considerada esa libertad, sin embargo, al<br />

mismo tiempo como una facultad de un ser que está sometido a leyes puras prácticas peculiares, es decir,<br />

dadas por su propia razón, la persona. pues, como perteneciente al mundo de los sentidos, sometida a su<br />

propia personalidad, en cuanto pertenece al mismo tiempo al mundo inteligible;. y entonces no es de admirar<br />

que el hombre, como perteneciente a ambos mundos, tenga que considerar su propio ser, en relación con su<br />

segunda y más elevada determinación, no de otro modo que con veneración y las leyes de la misma con el<br />

sumo respeto.<br />

En este origen fúndanse varias expresiones que Indican el valor de los objetos, según ideas morales. La ley<br />

moral es santa (inviolable). El hombre, en verdad, está bastante lelos de la santidad; pero la humanidad en<br />

su persona tiene que serle santa. En toda la creación puede todo lo que se quiera y sobre lo que se tenga<br />

algún poder, ser también empleado sólo como medio; únicamente el hombre, y con él toda criatura racional,<br />

es fin en si mismo. Él es, efectivamente, el sujeto de la ley moral, que es santa, gracias' a la autonomía de su<br />

libertad. Precisamente por ella toda voluntad, incluso la propia voluntad de toda persona, dirigida sobre esta<br />

misma, está limitada por la condición del acuerdo con la autonomía del ser racional, a saber, no someterlo a<br />

ninguna intención que no sea posible, según una ley que puede originarse en la voluntad del sujeto pasivo<br />

mismo; no emplear, pues, éste nunca sólo como medio, sino al mismo tiempo también como fin. Esta<br />

condición la añadimos nosotros con razón, hasta a la voluntad divina, en consideración de los seres<br />

racionales en el mundo como sus criaturas, pues que descansa en la personalidad de los mismos, por lo cual<br />

tan sólo son fines en sí mismos.<br />

Esta idea de la personalidad que despierta el respeto y que nos pone delante de los ojos la sublimidad de<br />

nuestra naturaleza (según su determinación), dejándonos notar al mismo tiempo la falta de conformidad de<br />

nuestra conducta con ella y destruyendo por eso la presunción, es natural y fácil de observar aun para la<br />

razón humana más ordinaria. Todo hombre, aun sólo medianamente honrado, ¿no ha notado a veces que si<br />

se ha abstenido de una mentira, por lo demás Inofensiva y que le hubiera sacado de un desagradable asunto<br />

o que hubiera podido ser útil a un amigo querido y merecedor, ha sido sólo para tener derecho (dürner) a<br />

mirarse a sí mismo en la intimidad sin despreciarse? A un hombre honrado, en la mayor de las desgracias de<br />

la vida, desgracia que hubiera podido evitar sólo con haber podido saltar por encima del deber, ¿no le<br />

mantiene firme siempre la con-ciencia de haber conservado en su dignidad y honrado la humanidad en su<br />

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ISCR Don Bosco curso 2012/13<br />

persona., de no tener motivo para avergonzarse de sí mismo y evitar el espectáculo interior del examen de sí<br />

mismo? Este consuelo no es felicidad, ni siquiera la más mínima parte de ella. Pues nadie deseará la<br />

ocasión para ello, ni siquiera incluso una vida, en semejantes circunstancias. Pero él vive y no puede tolerar<br />

ser a sus propios ojos indigno de la vida. Ese interior apaciguamiento es, pues, sólo negativo en consideración<br />

de todo lo que puede hacer agradable la vida; es, a saber, evitar eI peligro de descender en valor<br />

personal, después que el de su estado ha sido ya por él completamente abandonado. Es el efecto de un<br />

respeto hacia algo totalmente otro que la vida, en comparación y oposición con lo cual, la vida, con todo su<br />

agrado, no tiene, más bien, valor alguno. Él vive aún sólo por deber, no porque encuentre en la vida el menor<br />

gusto.<br />

Tal es la naturaleza del verdadero motor de la razón pura práctica; no es ningún otro que la ley pura moral<br />

misma, en cuanto nos hace sentir la elevación de nuestra propia existencia suprasensible y provoca<br />

subjetivamente, en Ios hombres que tienen consciencia al mismo tiempo de su existencia sensible y de la<br />

dependencia, con ella unida, de su naturaleza, afectada por eso.muy patológicamente, respeto hacia su<br />

elevada determinación.<br />

1. Kant: Crítica de la razón práctica. Col. Austral, Espasa-Calpe, Madrid, 1975, págs. 93 y 126-129.<br />

CUESTIONES<br />

1. ¿Dónde cifra Kant la peculiaridad del ser humano?<br />

2. ¿Cuál es el fundamento del deber moral?<br />

3. A partir de las ideas que se desprenden del texto, ensaya una definición de «persona».<br />

4. ¿Qué consecuencias morales se derivan de la concepción del hombre como persona?<br />

Dosier de lecturas :: <strong>F02</strong> <strong>Antropología</strong> <strong>filosófica</strong> Página 13 de 24


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Lectura 6. F. NIETZSCHE<br />

ASI HABLÓ ZARATUSTRA<br />

Cuando Zaratustra llegó a la primera ciudad, situada al borde de los bosques, encontró reunida en el<br />

mercado una gran muchedumbre: pues estaba prometida la exhibición de un volatinero. Y Zaratustra habló<br />

así al pueblo:<br />

Yo os enseño el superhombre. El hombre es algo que debe ser superado. ¿Qué habéis hecho para<br />

superarlo?<br />

Todos los seres han creado hasta ahora algo por encima de ellos mismos: ¿y queréis ser vosotros el reflujo<br />

de esa gran. marea, y retroceder al animal más bien que superar al hombre?<br />

¿Qué es el mono para el hombre? Una irrisión o una vergüenza dolorosa. Y justo eso es lo que el hombre<br />

debe ser para el superhombre: una irrisión o una vergüenza dolorosa.<br />

Habéis recorrido el camino que lleva desde el gusano hasta el hombre, y muchas cosas entre vosotros<br />

continúan siendo gusano. En otro tiempo fuisteis monos, y aún ahora es el hombre más mono que cualquier<br />

mono.<br />

Y el más sabio de vosotros es tan sólo un ser escindido, híbrido de planta y fantasma. Pero ¿os mando yo<br />

que os convirtáis en fantasmas o en plantas?<br />

¡Mirad, yo os enseño el superhombre!<br />

El superhombre es el sentido de la tierra. Diga vuestra voluntad: ¡sea el superhombre el sentido de la tierra!<br />

¡Yo os conjuro, hermanos míos, permaneced líeles a la tierra y no creáis a quienes os hablan de esperanzas<br />

sobreterrenales! Son envenenadores, lo sepan o no.<br />

Son despreciadores de la vida, son moribundos y están, ellos también, envenenados, la tierra está cansada<br />

de ellos: ¡ojalá desaparezcan!<br />

En otro tiempo el delito contra Dios era el máximo delito, pero Dios ha muerto y con I han muerto también<br />

esos delincuentes. ¡Ahora lo más horrible es delinquir contra la tierra y apreciar las entrañas de lo<br />

inescrutable más que el sentido de aquélla!<br />

En otro tiempo el alma miraba al cuerpo con desprecio: y ese desprecio era entonces lo más alto: el alma<br />

quería el cuerpo flaco, feo, famélico. Así pensaba escabullirse del cuerpo y de la tierra.<br />

¡Oh!, también esa alma era fiaca, fea y famélica: ¡y la crueldad era la voluptuosidad de esa alma!<br />

Mas vosotros también, hermanos míos, decidme: ¿qué anuncia vuestro cuerpo de vuestra alma? ¿No es<br />

vuestra alma acaso pobreza y suciedad y un lamentable bienestar?<br />

En verdad, una sucia corriente es el hombre. Es necesario ser un mar para poder recibir una sucia corriente<br />

sin volverse impuro.<br />

Mirad, yo os enseño el superhombre: él es ese mar, en él puede sumergirse vuestro gran desprecio.<br />

¿Cuál es la máxima vivencia que vosotros podéis tener? La hora del gran desprecio. La hora en que incluso<br />

vuestra felicidad se os convierta en náusea, y eso mismo ocurra con vuestra razón y con vuestra virtud.<br />

La hora en que digáis: «;Qué importa mi felicidad! Es pobreza y suciedad y un lamentable bienestar.¡Sin<br />

embargo, mi felicidad debería justificar incluso la existencia!»<br />

La hora en que digáis: «¡Qué importa mi razón! ¿Ansía ella el saber lo mismo que un león su alimento? ¡Es<br />

pobreza y suciedad y un lamentable bienestar!»<br />

La hora en que digáis: «¡Qué importa mi virtud! Todavía no me ha puesto furioso. ¡Qué cansado estoy de mi<br />

bien y de mi mal! ¡Todo esto es pobreza y suciedad y un lamentable bienestar!»<br />

La hora en que digáis: «¡Qué Importa mi justicia! No veo que yo sea un carbón ardiente. ¡Mas el justo es un<br />

carbón ardiente!»<br />

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La hora en que digáis: «¡Qué importa mi compasión! ¿No es la compasión acaso la cruzen la que es clavado<br />

quien ama a los hombres? Pero mi compasión no es crucifixión.»<br />

¿Habéis hablado ya así? ¿Habéis gritado ya así? ¡Ah!, ojalá os hubiese yo oído ya gritar así.<br />

¡No vuestro pecado, vuestra moderación es lo que clama al cielo, vuestra mezquindad hasta en vuestro<br />

pecado es lo que dama al cielo!<br />

¿Dónde está el rayo que os lama con su lengua? ¿Dónde la demencia que habría que inocularos? Mirad, yo<br />

os enseño el superhombre: ¡él es ese rayo, él es esa demencia?<br />

Cuando Zaratustra hubo hablado así, uno del pueblo gritó: «Ya hemos oído hablar bastante del volatinero;<br />

ahora, ¡veámoslo también!» Y todo el pueblo se rió de Zaratustra. Mas el volatinero, que creyó que aquello<br />

iba dicho por él, se puso a trabajar.<br />

Mas Zaratustra contempló al pueblo y se maravilló. Luego habló así:<br />

El hombre es una cuerda tendida entre el animal y el superhombre, una cuerda sobre un abismo.<br />

Un peligroso pasar al otro lado, un peligroso caminar, un peligroso mirar atrás, un peligroso estremecerse y<br />

pararse.<br />

La grandeza del hombre está en ser un puente y no una meta: lo que en el hombre se puede amar es que es<br />

un tránsito y un ocaso.<br />

F. NIETZSCHE: Así habló Zaratustra. Alianza, Madrid, 1980, págs. 34-36.<br />

CUESTIONES<br />

1. ¿Dónde radica la grandeza del hombre según Nietzsche? ¿Por qué puede el hombre convertirse en<br />

superhombre?<br />

2. Nietzsche recupera un aspecto del ser humano olvidado desde la tradición platónica. ¿Cuál es?<br />

3. ¿A qué se opone la nueva concepción de la humanidad que Nietzsche ansía?<br />

4. Comenta la frase: «La grandeza del hombre está en ser un puente y no una meta».<br />

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Lectura 7. J. P. SARTRE<br />

EL EXISTENCIALISMO ES UN HUMANISMO<br />

Cuando se considera un objeto fabricado, como por ejemplo un libro o un cortapapeles, este objeto ha sido<br />

fabricado por un artesano que se ha inspirado en un concepto; se ha referido al concepto de cortapapeles, e<br />

igualmente a una técnica de producción previa que forma parte del concepto, y que en el fondo es una<br />

receta. Así, el cortapapeles es a la vez un objeto que se produce de una cierta manera y que, por otra parte,<br />

tiene una utilidad definida, y no se puede suponer que un hombre producirá un cortapapeles sin saber para<br />

qué- servirá el objeto. Diremos pues que, para el cortapapeles, la esencia -es decir, el conjunto de recetas y<br />

de cualidades que permiten producirlo y definirlo- precede a la existencia; y así la presencia, delante de mi,<br />

de tal cortapapeles o de tal libro queda determinada. Tenemos pues aquí una visión técnica del mundo, en la<br />

cual se puede decir que la producción precede a la existencia.<br />

Cuando concebimos un Dios creador, este Dios es asimilado casi siempre a un artesano superior; y<br />

cualquiera que sea la doctrina que consideremos, ya sea una doctrina como la de Descartes o la doctrina de<br />

Leibniz, admitiremos siempre que la voluntad sigue más o menos al entendimiento, o al menos lo acompaña,<br />

y que Dios, cuando crea, sabe precisamente lo que crea. Así, el concepto de hombre, en el espíritu de Dios,<br />

es asimilable al concepto de cortapapeles en el espíritu del industrial; y Dios produce al hombre siguiendo las<br />

técnicas y una concepción, exactamente como el artesano fabrica un cortapapeles siguiendo una definición y<br />

una técnica. De esta manera el hombre individual realiza un cierto concepto que hay en el entendimiento<br />

divino. En el siglo xviIi; en el ateísmo de los filósofos. la noción de Dios es suprimida, pero no por lo mismo la<br />

idea de que la esencia precede a la existencia. Esta idea la volvemos a encontrar un poco por todas partes:<br />

la reconocemos en Dideror, en Voltaire, e Incluso en Kant. El hombre es poseedor de una naturaleza<br />

humana; esta naturaleza humana, que es el concepto humano, se vuelve a encontrar en 'todos los hombres,<br />

lo que significa que cada hombre es un ejemplo particular de un concepto universal, el hombre. (...)<br />

El existencialismo ateo, que yo represento, es más coherente. Declara que si Dios no existe, hay al menos<br />

un ser en el cual la existencia precede a la esencia, un ser que existe antes de poder ser definido por ningún<br />

concepto y que este ser es el hombre o, como dice Heidegger, la realidad humana. ¿Qué significa aquí que<br />

la existencia precede a la esencia? Significa que, en primer lugar, el hombre existe, se encuentra, surge en<br />

el mundo, y que se define después. El hombre, tal como lo concibe el existencialismo, si no es definible, es<br />

porque, primero, no es nada. No será más que después, y será tal como se habrá hecho. Así, no hay<br />

naturaleza humana, pues no hay Dios para concebirla. El hombre es solamente, no solamente tal como se<br />

concibe, sino tal como se quiere, y como se concibe después de la existencia, se quiere después de este<br />

impulso hacia la existencia; el hombre no es otra cosa más que lo que él se hace. Tal es el primer principio<br />

del existencialismo. Es también lo que se llama la subjetividad, y que se nos reprocha bajo este mismo<br />

nombre. ¿Pero qué queremos decir con esto, sino que el hombre tiene una dignidad más grande que la<br />

piedra o que la mesa? Pues queremos decir que el hombre, primero, existe, es decir que el hombre es,<br />

primero, lo que se lanza hacia un por-venir, y que es consciente de proyectarse en el porvenir. El hombre es<br />

en primer lugar un proyecto que se vive subjetivamente, en vez de ser un musgo, una podredumbre o una<br />

coliflor; nada existe previamente a este proyecto; nada hay en el cielo inteligible, y el hombre será ante todo<br />

lo que habrá proyectado ser. (...)<br />

Por lo tanto, el primer paso del existencialismo es poner a todo hombre en posesión de lo que él es, y hacer<br />

cargar sobre él la responsabilidad total de su existencia. Y, cuando decimos que el hombre es responsable<br />

de él mismo, no queremos decir que el hombre es responsable de su estricta individualidad, sino que es<br />

responsable de todos los hombres. Hay dos sentidos de la palabra subjetivismo, y nuestros adversarios<br />

juegan con estos dos sentidos. Subjetivismo quiere decir, por una parte., elección del sujeto individual por él<br />

mismo, y, por otra parte, imposibilidad para el hombre de rebasar la subjetividad humana. Es este segundo<br />

significado el sentido profundo del existencialismo. Cuando decimos que el hombre se elige, entendemos<br />

que cada uno de nosotros se elige, pero con esto queremos decir también que eligiéndose elige todos los<br />

hombres. En efecto, no hay uno solo de nuestros actos que, al crear el hombre que queremos ser, no cree al<br />

mismo tiempo una imagen del hombre tal como estimamos que debe ser. Elegir ser esto o aquello, es<br />

afirmar al mismo tiempo el valor de eso que elegimos, pues jamás podemos elegir el mal; lo que elegimos es<br />

siempre el bien, y no hay nada que pueda ser bueno para nosotros sin serlo para todos. Si la existencia, por<br />

otra parte, precede a la esencia y querríamos existir al mismo tiempo que formamos nuestra imagen, esta<br />

imagen es válida para todos y para nuestra época entera. Así, vuestra responsabilidad es mucho mayor de lo<br />

que podríamos suponer, pues compromete a la humanidad entera. Si soy obrero, y si elijo la adhesión a un<br />

sindicato cristiano en lugar de ser comunista, si, con esta adhesión, quiero indicar que la resignación es en el<br />

fondo la solución que conviene al hombre, que el reino del hombre no es de esta tierra, yo no compro-meto<br />

solamente mi caso: quiero que todos se resignen, por lo que mi decisión compromete a la humanidad entera.<br />

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Y, acto más individual, si quiero casarme, tener hijos, incluso si mi matrimonio depende únicamente de mi<br />

situación, o de mi pasión, o de mi deseo, con este acto no me comprometo yo solo, sino a la humanidad<br />

entera por la vía de la monogamia. Por lo tanto soy responsable para mí mismo y para todos, y creo una<br />

cierta imagen del hombre que yo elijo; eligiéndome, elijo al hombre.<br />

Esto nos permite comprender lo que hay bajo las palabras un poco grandilocuentes como angustia,<br />

desamparo, desesperación. Como veréis, es extremadamente simple. En primer lugar, ¿qué se entiende por<br />

angustia? El existencialista declara de buena gana que el hombre es angustia. Esto significa lo siguiente: el<br />

hombre que se compromete y que se da cuenta de que él no es solamente aquel que elegía ser, sino<br />

además un legislador que elige, al mismo tiempo que a él, a la humanidad entera, no puede escapar al<br />

sufrimiento de su total y profunda responsabilidad. Ciertamente, hay mucha gente que no está angustiada;<br />

pero nosotros sostenemos que enmascaran su angustia, que huyen de ella; indudablemente, hay mucha<br />

gente que cree que actuando no se compromete más que a sí misma, y cuando se le dice: ¿y si todo el<br />

mundo obrase así?, se encogen de hombros y contestan: todo el mundo no obra así. Pero en verdad, debe<br />

siempre preguntarse: ¿qué pasaría si todo el mundo obrase así? y no se puede escapar a este pensamiento<br />

inquietante más que por una especie de mala fe.<br />

J. P. SARTRE: L'existentialisme est un humanisme. Nagel, París, 1968, págs. 17-29.<br />

CUESTIONES<br />

1. ¿Qué significa la frase: «Ia existencia precede a la esencia»?<br />

2. ¿Cuál es su presupuesto?<br />

3. Explica la afirmación de Sartre según la cual el hombre es angustia. ¿Cómo llega a ella?<br />

4. ¿Puede el hombre renunciar a su responsabilidad? ¿Por qué?<br />

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Lectura 8. M. SCHELER<br />

EL PUESTO DEL HOMBRE EN EL COSMOS<br />

Yo sostengo que la esencia del hombre y lo que podríamos llamar su puesto singular están muy por encima<br />

de lo que llamamos inteligencia y facultad de elegir, y no podrían ser alcanzados, aunque imaginásemos<br />

esas Inteligencia y facultad de elegir acrecentadas cuantitativamente incluso hasta el infinito, Pero también<br />

sería un error representarse ese quid nuevo, que hace del hombre un hombre, simplemente como otro grado<br />

esencial de las funciones y facultades pertenecientes a la esfera vital, otro grado que se superpondría a los<br />

grados psíquicos ya recorridos -impulso afectivo, instinto, memoria asociativa, inteligencia y elección- y cuyo<br />

estudio pertenecería a la competencia de la psicología. No. El nuevo principio que hace de hombre un<br />

hombre, es ajeno a todo lo que podemos llamar vida, en el más amplio sentido, ya en el psíquico interno o en<br />

el vital externo. Lo que hace del hombre un hombre es un principio que se opone a toda vida en general; un<br />

principie que, como tal, no puede reducirse a la «evolución natural de la vida», sino que, s ha de ser reducido<br />

a algo, sólo puede serlo al fundamento supremo de las cosas o sea, al mismo fundamento de que también la<br />

«vida» es una manifestación parcial Ya los griegos sostuvieron la existencia de tal principio y lo llamaron la<br />

«razón» Nosotros preferimos emplear, para designar esta X, una palabra más comprensiva una palabra que<br />

comprende el concepto de la razón, pero que, junto al penca ideas, comprende también una determinada<br />

especie de intuición, la Intuición de lo fenómenos primarios o esencias, y además una determinada clase de<br />

actos emocionales y volitivos que aún hemos de caracterizar: por ejemplo, la bondad, e amor, el<br />

arrepentimiento, la veneración, etc. Esa palabra es espíritu. Y denominaremos persona al centro activo en<br />

que el espíritu se manifiesta dentro de las esfera del ser finito, a rigurosa diferencia de todos los centros<br />

funcionales «de vida» que, considerados por dentro, se llaman también centros «anímicos». (...)<br />

Para aclarar más en detalle la índole peculiar, la idiosincrasia de eso que llamamos el «espíritu», lo mejor<br />

será partir de un acto específicamente espiritual el acto de la ideación. Es éste un acto completamente<br />

distinto de toda inteligencia técnica. Un problema de la inteligencia sería, por ejemplo, el siguiente: tengo<br />

ahora un dolor aquí en el brazo; ¿cómo ha surgido, cómo puede ser eliminado? Averigua esto seria, en<br />

correspondencia, misión de la ciencia positiva. Pero puedo tomar e mismo dolor como ejemplo de esta<br />

realidad esencial, sumamente extraña y asombrosa: que este mundo está en general manchado de mal y de<br />

dolor. Entonces ue preguntaré será: ¿qué es el dolor mismo, prescindiendo de que yo lo tengo aquí y ahora,<br />

y cómo debe de estar constituido el fondo de las cosas para que se posible «el dolor en general»? La<br />

conocida historia de la conversión de Buda no suministra un ejemplo grandioso de un acto ideatorio<br />

semejante. El príncipe ve u pobre, un enfermo, un muerto, después de haber permanecido años enteros en<br />

palacio de su padre, alelado de todas las impresiones negativas; pero en seguida toma esos tres casos<br />

accidentales, «existentes ahora, 'aquí y de tal o cual manera», como meros ejemplos de una esencial<br />

constitución del mundo, que podemos aprehende en ellos. Descartes trataba de explicarse la essentia del<br />

cuerpo material y su estructura esencial, sobre un pedazo de cera. Éstas son las cuestiones que plantea el<br />

espíritu como tal. La matemática nos ofrece ejemplos contundentes en cuestiones de esta índole. El hombre<br />

puede separar del «número concreto» de tres cosas el «número abstracto» tres y operar con éste como un<br />

objeto Independiente, con arreglo a la íntima ley generatriz de la serie de estos objetos. El animal no puede<br />

hacer nada semejante. Ideación es, por tanto, la acción de comprender las formas esenciales de la<br />

estructura del universo, sobre cada ejemplo de la correspondiente región de esencias, prescindiendo del<br />

número de observaciones que hagamos y de las inferencias inductivas. El saber que logramos de este modo<br />

es válido, con generalidad infinita para todas las cosas posibles que sean de esa esencia, prescindiendo<br />

total-mente de nuestros órganos sensoriales contingentes y de la índole y grado de su excitabilidad. Los<br />

conocimientos que obtenemos de esta suerte poseen una validez que rebasa los límites de nuestra<br />

experiencia sensible. En el lenguaje filosófico los llamamos conocimientos a priori. (...)<br />

Para penetrar desde aquí más profundamente en la esencia del hombre, debemos representarnos la trama<br />

de los actos que conducen al acto de la ideación. Consciente o Inconscientemente, el hombre pone en<br />

práctica un técnica que puede llamarse anulación ficticia del carácter de realidad. El animal vive totalmente<br />

en lo concreto y en la realidad. Mas toda realidad implica o un lugar en el espacio, o un lugar en el tiempo, un<br />

ahora, un aquí, y, en segundo término, un modo de ser accidental, como el que suministra la percepción<br />

sensible de cada «aspecto». Pues bien: ser hombre significa lanzar un enérgico «no» al rostro de esa clase<br />

de realidad. Ya Buda lo sabía, cuando decía que es magnífico contemplar todas las cosas, pero terrible ser<br />

una. Ya Platón lo sabía, cuando explicaba la contemplación de las ideas como un acto por el cual el alma se<br />

desvía de la faz sensible de las cosas y se encierra en sí misma para encontrar los «orígenes» de las cosas.<br />

Ni tampoco E. Husserl piensa otra cosa, cuando funda el conocimiento de las ideas en una reducción<br />

fenomenológica, esto es, en la operación de «borrar» o de «poner entre paréntesis» el coeficiente existencial<br />

(contingente) de las cosas, para alcanzar su essentia. No puedo asentir en detalle a la teoría de esta<br />

reducción dada por Husserl; pero sí debo conceder que en ella está significado el acto que define más<br />

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propia-mente al espíritu humano.<br />

Para saber cómo tiene lugar este acto de reducción, es necesario saber en qué consiste propiamente<br />

nuestra vivencia de la realidad. No puede señalarse sensación alguna (azul, duro, etc.) que corresponda<br />

especialmente a la impresión de la realidad. Ni la percepción, ni el recuerdo, ni el pensamiento, ni ningún<br />

otro acto perceptivo posible puede procurarnos esta impresión, pues lo que nos dan es exclusiva-mente la<br />

manera de ser las cosas, jamás su existencia. La existencia nos es dada por la vivencia de la resistencia que<br />

ofrecen las esferas del mundo ya descubiertas. Ahora bien: resistencia solamente la hay para nuestros<br />

impulsos, para nuestra vida impulsiva, para nuestro impulso vital central. La vivencia primaria de la realidad.<br />

como vivencia de «la resistencia que ofrece el mundo», precede a toda conciencia, a toda representación, a<br />

toda percepción. La percepción sensible más penetrante no viene nunca condicionada por solo el estímulo y<br />

el proceso normal del sistema nervioso. Ha de existir a la vez un movimiento impulsivo, ya sea de apetencia<br />

o de repugnancia, aun cuando se trate de la más simple sensación. Por tanto, si una sacudida de nuestro<br />

impulso vital es condición ineludible de toda posible percepción, las resistencias ejercidas contra aquel<br />

Impulso vital por los centros y los campos de fuerzas residentes en el fondo de las imágenes de los cuerpos<br />

que integran el medio -las «Imágenes sensibles» mismas carecen de toda acción causal- pueden ser vividas<br />

ya en un punto del proceso temporal de una percepción, en el cual no se haya llegado todavía a la<br />

percepción consciente de una Imagen. La vivencia de la realidad no es, pues, posterior, sino anterior a toda<br />

«representación» del mundo. ¿Qué significa, pues, aquel enérgico «no» de que antes hablábamos? ¿Qué<br />

significa desrealizar el mundo o «idear» el mundo? No significa, como cree Husserl, reservar el juicio<br />

existencial; significa más bien abolir, aniquilar, ficticiamente el momento de la realidad misma, toda esa<br />

impresión indivisa, poderosa, de realidad, con su correlato afectivo; significa eliminar esa «angustia de lo<br />

terreno», que como dice Schiller profundamente, sólo «desaparece en aquellas regiones donde habitan las<br />

formas puras». Este acto de desrealización, acto ascético en el fondo, sólo puede consistir -si existencia es<br />

«resistencia»- en la anulación, en la examinación de ese impulso vital, para el cual el mundo se presenta<br />

como «resistencia», y que es a la vez la condición de toda percepción sensible del ahora, del aquí y del<br />

modo contingentes. Pero ese acto sólo puede ser realizado por aquel ser que llamamos «espíritu». Sólo el<br />

espíritu, en su forma de «voluntad pura», puede operar la inactualización de ese centro de impulso afectivo,<br />

que hemos conocido como el acceso a la realidad de lo real.<br />

EL HOMBRE COMO ASCETA DE LA VIDA<br />

El hombre es, según esto, el ser vivo que puede adoptar una conducta ascética frente a la vida -vida que le<br />

estremece con violencia--. El hombre puede reprimir y someter los propios impulsos; puede rehusarles el<br />

pábulo de las imágenes perceptivas y de las representaciones. Comparado con el animal, que dice siempre<br />

«sí» a la realidad, incluso cuando la teme y rehuye, el hombre es el ser que sabe decir no, el asceta da la<br />

vida, el eterno protestante contra toda mera realidad. En comparación también con el animal (cuya existencia<br />

es la encarnación del filisteísmo), es el eterno «Fausto», la bestia supidissima resma novarum, nunca<br />

satisfecha con la realidad circundante, siempre ávida de romper los límites de su ser ahora, aquí y de este<br />

modo, de su «medio» y de su propia realidad actual. En este sentido ve también S. Freud en el hombre el<br />

«represor de sus impulsos» -en su obra: Allende el principio del placer-. Y sólo porque es esto, puede el<br />

hombre edificar sobre el mundo de su percepción, un reino ideal del pensamiento; y por otra parte, puede<br />

canalizar la energía -latente en los Impulsos reprimidos- hacía el espíritu que habita en él. Esto es: el hombre<br />

puede sublimar la energía de sus impulsos en actividades espirituales. (...)<br />

M. SCHELER: El puesto del hombre en el cosmos. Losada, Buenos Aires, 1981, págs. 54-55 y 67-72.<br />

CUESTIONES<br />

1. ¿Qué es el hombre según Scheler? ¿Dónde radica el carácter peculiar del ser humano?<br />

2. ¿Qué es el espíritu? ¿Por qué no puede identificarse con la inteligencia? Señala sus diferencias.<br />

3. ¿Qué acto manifiesta especialmente el carácter espiritual del hombre?<br />

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Lectura 9. M. BUBER<br />

¿QUÉ ES EL HOMBRE?<br />

El hecho fundamental de la existencia humana no es ni el individuo en cuanto tal ni la colectividad en cuanto<br />

tal. Ambas cosas, consideradas en sí mismas, no pasan de ser formidables abstracciones. El individuo es un<br />

hecho de la existencia en la medida en que entra en relaciones vivas con otros individuos; la colectividad es<br />

un hecho de la existencia en la medida en que se edifica con vivas unidades de relación. El hecho<br />

fundamental de la existencia humana es el hombre con el hombre. Lo que singulariza. al mundo humano es,<br />

por encima de todo, que eri él ocurre entre ser y ser algo que no encuentra par en ningún otro rincón de la<br />

naturaleza. El lenguaje no es más que su signo y su medio, toda obra espiritual ha sido provocada por ese<br />

algo. Es lo que hace del hombre un hombre; pero, siguiendo su camino, el hombre no sólo se despliega sino<br />

que también se encoge y degenera. Sus raíces se hallan en un ser que busca a otro ser, como este otro ser<br />

concreto, para comunicar con él en una esfera común a los dos pero que sobrepasa el campo propio de<br />

cada uno. Esta esfera, que ya está plantada con la existencia del hombre como hombre pero que todavía no<br />

ha sido conceptualmente dibujada, la denomino la esfera del «entre». (...)<br />

Para llegar a la intuición sobre la que montar el concepto del «entre» tendremos que localizar la relación<br />

entre personas humanas no como se acostumbra en e! interior de los individuos o en un mundo general que<br />

los abarque v determine sino precisamente y de hecho, en el «entre». No se trata de una construcción<br />

auxiliar ad hoc sino del lugar y soporte reales de las ocurrencias interhumanas; y si hasta ahora no ha<br />

llamado particularmente la atención se debe a que, a diferencia del alma individual y del mundo circundante,<br />

no muestra una continuidad sencilla sino que vuelve a constituirse incesantemente al compás de los<br />

encuentros humanos; de ahí que lo que de derecho Ie correspondía se haya atribuido, sin la menor<br />

cavilación, a los elementos continuos alma y mundo.<br />

Una conversación de verdad (esto es, una conversación cuyas partes no han sido concertadas de antemano<br />

sino que es del todo espontánea, pues cada uno se dirige directamente a su interlocutor y provoca en é1 una<br />

respuesta imprevista), una verdadera lección (es decir, que no se repite maquinalmente, para cumplir, ni es<br />

tampoco una lección cuyo resultado fuera conocido de antemano por el profesor, sino una lección que se<br />

desarrolla con sorpresas por ambas partes), un abrazo verdadero y no de pura formalidad, un duelo de<br />

verdad y no una mera simulación; en todos estos casos, lo esencial no ocurre en uno y otro de los<br />

participantes ni tampoco en un mundo neutral que abarca a los dos y a todas las demás cosas, sino, en el<br />

sentido más preciso, «entre» los dos, como si -dijéramos, en una dimensión a la que sólo Ios dos tienen<br />

acceso. «Algo me pasa», y cuando digo esto me refiero a algo concreto que puede distribuirse, exactamente,<br />

entre el mundo y el alma, entre el proceso «exterior» y la impresión «interna», pero cuando yo y otro<br />

(empleando una expresión forzada pero que difícilmente podríamos mejorar con una perífrasis) «nos pasamos<br />

el uno al otro», la cuenta no se liquida como en el caso anterior, queda un resto, un como lugar donde<br />

las almas cesan y el mundo no ha comenzado todavía, y este resto es lo esencial.<br />

Podemos captar este hecho en sucesos menudos, momentáneos, que apenas si asoman a la consciencia.<br />

En la angustia mortal de un refugio contra bombardeos, las miradas de dos desconocidos tropiezan unos<br />

instantes, en una reciprocidad como sorprendida y sin enganche; cuando suena la sirena que anuncia el<br />

cese de la alarma, aquello ya está olvidado y, sin embargo, «ocurrió» en un ámbito no más grande que aquel<br />

momento. En la sala a oscuras, se establece entre dos oyentes desconocidos, impresionados con la misma<br />

pureza y la misma intensidad por una melodía de Mozart, una relación apenas perceptible y, sin embargo,<br />

elementalmente dialógica, que cuando las luces vuelven a encenderse apenas si se recuerda. Hay que<br />

guardarse muy bien de meter motivos afectivos para la comprensión de semejantes acontecimientos fugaces<br />

pero consistentes: lo que ocurre en estos casos no está al alcance de los conceptos psicológicos porque se<br />

trata de algo óntico. Desde estos sucesos menores, que ofrecen una presencia tan fugaz, hasta el patetismo<br />

de la tragedia pura, irremisible, en la cual dos hombres de caracteres antitéticos, envueltos en una situación<br />

vital común, se revelan uno a otro, con una rotunda claridad sin palabras, el antagonismo irreconciliable de<br />

sus existencias... En toda esta nutrida escala, la situación dialógica es accesible sólo antológicamente. Pero<br />

no arrancando de la óptica de la existencia personal ni tampoco de la de dos existencias persona-les, sino de<br />

aquello que, trascendiendo a ambas, se cierne «entre» las dos. En los momentos más poderosos de la<br />

dialógica, en los que, en verdad, «la sima llama a la sima», se pone en evidencia que no es lo individual ni lo<br />

social sino algo diferente lo que traza el círculo en torno al acontecimiento. Más allá de lo subjetivo, más acá<br />

de lo objetivo, en el «filo agudo» en el que el «yo» y el «tú» se encuentran se halla el ámbito del «entre».<br />

Esta realidad, cuyo descubrimiento se ha iniciado en nuestra época, marcará en las decisiones vitales de las<br />

generaciones venideras el camino que conduce más allá del individualismo y del colectivismo. Aquí se<br />

anuncia la alternativa excluida cuyo conocimiento ayudará a que el género humano vuelva a producir<br />

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personas auténticas y a fundar comunidades auténticas.<br />

Para la ciencia <strong>filosófica</strong> del hombre, esta realidad nos ofrece el punto de partida desde el cual podemos<br />

avanzar, por un lado, hacia una comprensión nueva de la persona y, por otro, a una comprensión nueva de<br />

la comunidad. Su objeto central no lo constituye ni el individuo ni la colectividad sino el hombre con el<br />

hombre. Únicamente en la relación viva podremos reconocer inmediatamente la esencia peculiar al hombre.<br />

También el gorila es un individuo, también una termitera es una colectividad, pero el «yo» y el «tú» sólo se<br />

dan en nuestro mundo, porque existe el hombre y el -yo, ciertamente, a través de la relación con el tú. La<br />

ciencia <strong>filosófica</strong> del hombre, que abarca la antropología y la sociología, tiene que partir de la consideración<br />

de este objeto: eI hombre con el hombre. Si consideramos al individuo en sí, entonces llegaremos a ver tanto<br />

del hombre como vemos la Luna; sólo el hombre con el hombre es una imagen cabal. Si consideramos la<br />

totalidad en sí, entonces veremos tanto del hombre como vemos de la Vía Láctea; sólo el hombre con el<br />

hombre es una forma perfilada. Si consideramos el hombre con el hombre ve-remos, siempre, la dualidad<br />

dinámica que constituye al ser humano: aquí el que da y ahí el que recibe, aquí la fuerza agresiva y ahí la<br />

defensiva, aquí el carácter que investiga y ahí el que ofrece información, y siempre los dos a una,<br />

completándose con la contribución recíproca, ofreciéndonos, conjuntamente, al hombre. Ahora podemos<br />

dirigirnos al individuo y reconocerlo como el hombre según sus posibilidades de relación; podemos dirigirnos<br />

a la colectividad, y reconocerla como el hombre según plenitud de relación. Podremos aproximamos a la<br />

respuesta de la pregunta «¿Qué es el hombre?» si acertamos a comprenderlo como el ser en cuya dialógica,<br />

en cuyo «estar-dos-en-recíproca-presencia» se realiza y se reconoce cada vez el encuentro del<br />

«uno» con el «otro».<br />

M. Buber: ¿Qué es el hombre? FCE, Madrid, 1979, págs. 146-151.<br />

CUESTIONES<br />

1. ¿Qué nuevo aspecto del ser humano pone de manifiesto el texto de Martín Buber?<br />

2. ¿Por qué ni el individualismo ni el colectivismo dan cuenta del ser humano?<br />

3. ¿Qué es la esfera del «entre»? ¿Ha tenido alguna vez una experiencia de este tipo?<br />

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Lectura 10. J. BERNARD<br />

Principios que rigen la ética de la biología y de la medicina<br />

La acción de los comités de ética es pragmática.<br />

No es una cuestión de metafísica. No obstante, a pesar de su pragmatismo, la reflexión de los diversos<br />

comités de ética -ha reconocido el valor de ciertos principios que rigen sus investigaciones. Cuatro son los<br />

más importantes: el respeto a la persona, el respeto al conocimiento, el rechazo del afán de lucro y la<br />

responsabilidad de los investigadores. Estos principios están sujetos a ciertas variaciones, lo que ocasiona<br />

inevitables dificultades.<br />

El respeto a la persona<br />

Hoy los avances de la investigación científica nos proponen dos definiciones del hombre. La primera<br />

definición es genética. Está basada en los descubrimientosde Jean Dausset, en el conocimiento de<br />

centenares de millones de combinaciones del sistema de grupos sanguíneos HLA, se remonta hasta el genoma<br />

y ha ido descifrándose poco a poco. Esta definición permite dos conclusiones: a pesar de todos los<br />

hombres que existen y de los que existirán (con la excepción de los verdaderos gemelos), jamás se han<br />

encontrado dos iguales. Cada hombre es único, irreemplazable; esta unidad depende de la diversidad, está<br />

hecha de la suma de caracteres numerosos y diferentes. La segunda definición es nerviosa. La muerte del<br />

hombre es la muerte del cerebro. Y ya hemos recordado que el cerebro es lo que distingue al hombre del<br />

animal.<br />

La persona es una individualidad biológica, un ser de relaciones psicosociales, un sujeto para los juristas.<br />

Pero trasciende estas definiciones analíticas y aparece como un valor. En el Comité Consultivo Nacional de<br />

Ética hay gente que cree en el cielo y gente que no. Existen profundas diferencias que se-paran a los<br />

espiritualistas y a los materialistas. O, más exactamente, a los representantes de diversas familias<br />

espiritualistas y materialistas. Eso por no hablar de los que. se colocan en el centro. A pesar de sus<br />

divergencias; hay una tarea precisa que concita todos los acuerdos: la reflexión profunda sobre los envites<br />

morales de la investigación biológica y médica a fin de, que esos avances respeten al hombre y a los<br />

hombres.<br />

Muy diferente de la muerte cerebral (con la que a veces se lo ha confundido), el estado vegetativo crónico<br />

suele sobrevenir tras una enfermedad, sobre todo tras un grave traumatismo craneal. En ese esta-do han<br />

desaparecido funciones muy importantes del cerebro, pero otras permanecen. Subsiste, si no la consciencia,<br />

sí al menos una cierta vigilia. Estos estados son crónicos, pueden durar varios meses, a ve-ces varios años.<br />

La recuperación de la salud y la consciencia normales es algo excepcional, aunque no del todo imposible. Lo<br />

más frecuente es que la muerte sobrevenga tras unos meses.<br />

Estos desgraciados enfermos han llegado a ser considerados modelos experimentales y se han utilizado<br />

como animales de laboratorio para hacer experiencias que no tenían ninguna relación con la alteración<br />

cerebral que les afligía. Estos intentos deben condenarse formalmente. El enfermo en estado vegetativo<br />

crónico sigue siendo una persona, aunque sus funciones cerebrales estén parcialmente alteradas, y debe ser<br />

respetado. Sólo pueden autorizarse las investigaciones cuyo objetivo sea la mejora de su esta-do, el<br />

restablecimiento de su vida relacional.<br />

Debemos recordar dos datos sencillos y ciertos: la vida no comienza en el nacimiento sino en la concepción;<br />

el huevo humano recién formado, el huevo resultante de la fecundación del óvulo por el espermatozoide<br />

contiene el ser completo en potencia que será más tarde. Y su corazón, su hígado, y su cerebro. De este<br />

modo, la biología moderna se acerca y, en cierto modo, justifica la teología de la Edad Media, que fue la<br />

primera en considerar al embrión, al feto, como personas potenciales. Esta definición tan general suele<br />

ponerse en cuestión. Y por partida doble. Por un lado, con argumentos de naturaleza cronológica, y por otro,<br />

con argumentos de naturaleza funda-mental.<br />

La diversidad de los argumentos de naturaleza cronológica es una buena muestra de su fragilidad. Algunos<br />

afirman que la persona está presente en el embrión desde su concepción; otros afirman que no se puede<br />

hablar de persona hasta un estado más tardío, pero las opiniones divergen con respecto al momento:<br />

implantación a partir del sexto día, aparición de la huella neuronal * hacia el undécimo día, fase de viabilidad<br />

* hacia la vigésimo cuarta semana, nacimiento. No sin cierta hipocresía consciente o inconsciente; algunos<br />

equipos han propuesto los términos de preembrión y protoembrión para designar los primeros momentos de<br />

la vida, esos en los que la persona no existe todavía y en los que todo está permitido.<br />

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Los argumentos de naturaleza fundamental se deben a una interpretación del adjetivo potencial. Los<br />

impulsores de estos argumentos dicen que el embrión es una persona en potencia, esto es, consideran que<br />

las características de la persona están presentes, latentes en el embrión. No obstante, está claro que las<br />

funciones esenciales como la consciencia o la inteligencia no pertenecen a una célula o a un reducido<br />

número de ellas, sino que suponen una <strong>org</strong>anización mucho más compleja y aparecen más tarde.<br />

Estas críticas no tienen en cuenta el dato funda-mental que hemos mencionado antes. Las condiciones<br />

necesarias para el desarrollo de los diversos esta-dos completos de <strong>org</strong>anización biológica están bien<br />

presentes desde la concepción en el genoma del individuo, condiciones a todas luces insuficientes pero<br />

absolutamente necesarias. El embrión es toda una persona en potencia, lo que significa que desde la<br />

concepción existe una potencialidad, una virtualidad de persona.<br />

«Reconocer al embrión una dignidad que nos obliga al respeto -escribe el filósofo Lucien Séve, principal<br />

autor del informe sobre la persona del Comité Consultivo Nacional de Ética- es tener plena con-ciencia de la<br />

potencialidad biológica que entraña y de las consecuencias de nuestros actos sobre su por-venir biomédico,<br />

plena conciencia de la representación anticipada de la persona psicológica, social y moral cuya edificación<br />

se ha iniciado ya, y de la tardanza de nuestra elección sobre su destino de sujeto humano.» El embrión debe<br />

ser considerado un ser cuyo posible porvenir fija los límites al poder del prójimo Los órganos, los tejidos, las<br />

células del hombre forman parte de su ser, de su persona, participan de su dignidad y deben respetarse. No<br />

pueden (ya lo hemos recordado con insistencia) ser objeto de tráfico. Esta prohibición se extiende a las<br />

células que, de otra manera, dan la vida: los espermatozoides y íos óvulos. No afectan a los productos de<br />

excreción, al sudor, la orina, las materias fecales. Ni a la leche. Desde hace varios miles de años, las<br />

sociedades humanas aceptan pagar a nodrizas mercenarias.<br />

El respeto al conocimiento<br />

Se han justificado y defendido con seriedad dos orientaciones en este terreno. Una considera el conocimiento<br />

como el primer deber del hombre. La otra supedita el deber del conocimiento a otros deberes:<br />

respeto al hombre, a su libertad, a su dignidad.<br />

Claude Bernard piensa que la moral de los hombres de ciencia no es la moral de la mayoría y que estas dos<br />

morales hacen bien en ignorarse. Yendo más lejos, Jacques Manad quiere someter entera-mente a las<br />

sociedades humanas al conocimiento científico. «La ética del conocimiento es radicalmente diferente de los<br />

sistemas religiosos y utilitaristas que ven en el conocimiento no el objetivo en sí mismo, sino un medio de<br />

lograr el único objetivo, el valor supremo, el soberano en la ética del conocimiento. No es, confesémoslo, la<br />

felicidad de la.humanidad, y menos aún su poder temporal y su bienestar. Es el conocimiento objetivo en si<br />

mismo. Creo que hay que decirlo, que hay que sistematizar esta ética, ex-traer las consecuencias morales,<br />

sociales y políticas, que hay que difundirla y enseñarla, puesto que, como inventora del mundo moderno, es<br />

la única compatible con él.»<br />

La otra orientación, opuesta, es la de los teólogos, los filósofos espiritualistas que defienden al hombre,<br />

imagen de Dios. Contemplan con preocupación algunos avances del conocimiento. Colocan la necesidad de<br />

respetar al hombre antes que el deber del conocimiento. Este respeto hacia el hombre no es so-lamente<br />

preocupación de los espiritualistas. Los filósofos, que sólo consideraban la vida terrenal, han venido<br />

afirmando desde hace dos siglos el respeto hacia el hombre y hacia sus derechos.yensadores de alto nivel<br />

han afirmado que en los avances del cono-cimiento que puedan alterar a la persona, debería darse prioridad<br />

a la persona, a quien hay que respetar. Los fundamentos biológicos erróneos de ciertas teorías racistas han<br />

justificado estos temores durante períodos dolorosos de la historia.<br />

Las reservas no siempre se refieren al conjunto del conocimiento. Pueden referirse a algunos métodos, a<br />

ciertos objetivos.<br />

Por esta razón nos hemos interrogado sobre los procedimientos de la investigación. Aunque el objetivo sea<br />

loable, ¿no hay métodos que convendría rechazar? También nos hemos hecho preguntas sobre algunas<br />

consecuencias de las investigaciones. Hemos resaltado, por citar sólo un ejemplo, que la victoria sobre las<br />

enfermedades infecciosas, la disminución de la mortalidad perinatal habían agravado la situación<br />

demográfica de los países del Tercer Mundo.<br />

Si hacia 1900 hubiéramos escuchado a algunos enemigos de la ciencia, seguiríamos expuestos, más de cien<br />

años después, a sufrir las septicemias, la difteria, la tuberculosis. La situación es menos sencilla en este fin<br />

de siglo XX. Algunas investigaciones, como las de la ingeniería genética o los adelantos de la neurobiología,<br />

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pueden herir al hombre en lo más profundo. Recordemos dos principios:<br />

• Lo que no es científico no es ético. El valor científico de un proyecto (verificabilidad, mensurabilidad)<br />

debe estar asegurado antes de someter el proyecto a un comité de ética:<br />

• Todo lo que es científico no es necesariamente ético.<br />

De hecho, la persona y el conocimiento son los principales valores que enaltecen las sociedades contemporáneas.<br />

Se ha llegado a pensar que se fortalecían mutuamente. Se respeta a la persona porque<br />

aprende, porque conoce. Y el conocimiento nos en-seña el carácter único, irreemplazable de cada ser. No se<br />

trata de sacrificar los elementos esenciales del conocimiento o de la persona, es conveniente definir las<br />

precauciones necesarias, las reglas útiles.<br />

La investigación biológica y médica no debe interrumpirse.<br />

Es la única que puede permitir la prevención, el tratamiento de las enfermedades que continúan siendo<br />

temibles, el cáncer, las enfermedades del corazón y de los vasos sanguíneos, las psicosis y las neurosis, las<br />

enfermedades genéticas, enfermedades cuya gravedad se menospreció no sin cierta razón en un momento<br />

en que pudieron combatirse numerosas enfermedades que habían sido mortales durante largo tiempo. Pero<br />

este desarrollo de la investigación médica debe someterse a dos condiciones, el tiempo y el espacio.<br />

El tiempo es la moratoria, que ya ha demostrado sus efectos. El tiempo permitirá, correctamente aplicado en<br />

el porvenir, una justa apreciación de los beneficios que se esperaban, de los peligros que se temían, de las<br />

medidas necesarias. El espacio es la autorización *, Cuando se inicie una investigación brillante, muy<br />

prometedora y quizá peligrosa a la vez, sólo unos cuantos laboratorios dirigidos por hombres de ciencia que<br />

aúnen la competencia biológica con el rigor moral estarán autorizados a continuar. Este desarrollo de la<br />

investigación, estas precauciones aceptadas deberían conjugar lo indispensable, el respeto a la persona, el<br />

respeto al conocimiento<br />

CUESTIONES<br />

1. ¿Qué es el hombre según Bernard?<br />

2. ¿Qué límites puede tener la ciencia ante el hombre?<br />

3. ¿Qué principios crees que han de regir la bioética? Expresa tu opinión personal.<br />

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