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Untitled - Tempus Editorial

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El Desastre<br />

del Hindenburg


El Desastre<br />

del Hindenburg<br />

Jesús Hernández


Primera edición: octubre de 2010<br />

© Jesús Hernández, 2010<br />

© de esta edición: Libros del Atril, S. L.<br />

Marquès de la Argentera, 17, Pral.<br />

08003 Barcelona<br />

www.tempuseditorial.com<br />

Impreso por Brosmac, S. L.<br />

Carretera de Villaviciosa - Móstoles, km 1<br />

Villaviciosa de Odón (Madrid)<br />

ISBN: 978-84-92567-34-8<br />

Depósito legal: M. 40.410-2010<br />

Todos los derechos reservados. Quedan rigurosamente prohibidas,<br />

sin la autorización escrita de los titulares del copyright, bajo<br />

las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total o parcial<br />

de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos<br />

la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución<br />

de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamos públicos.


Índice<br />

Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 13<br />

1. El sueño de un visionario. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 17<br />

2. Zepelines en guerra . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 33<br />

3. El auge del dirigible . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 47<br />

4. Graf Zeppelin: el gigante del aire . . . . . . . . . . . . . . . . 59<br />

5. Tragedias . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 77<br />

6. El mayor dirigible de la historia . . . . . . . . . . . . . . . . . 87<br />

7. El Hindenburg, por dentro. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 101<br />

8. El Hindenburg y los nazis . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 113<br />

9. Cruzando el Atlántico . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 133<br />

10. A bordo del Hindenburg . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 149<br />

11. El último viaje . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 171<br />

12. El Desastre . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 197<br />

13. «¡Oh, la humanidad!» . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 221<br />

14. Las causas del accidente . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 227<br />

15. Graf Zeppelin II: el último gigante . . . . . . . . . . . . . . 239<br />

16. El final de una era. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 245<br />

Epílogo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 253<br />

Apéndice 1: Todos los viajes del Hindenburg . . . . . . . . . 257<br />

Apéndice 2: Lista de pasajeros y tripulantes<br />

del último vuelo del Hindenburg . . . . . . . . . .261<br />

Bibliografía . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 269


A mi hijo Marcel


La sabiduría suprema es tener sueños lo bastante<br />

grandes para no perderlos de vista mientras<br />

se persiguen.<br />

William Faulkner (1897-1962)


Introducción<br />

En la actualidad sería difícil encontrar en el mundo alguien que<br />

no reconociese las terribles imágenes del atentado del 11 de<br />

septiembre de 2001. Aquel impacto de los dos aviones contra<br />

los edificios del World Trade Center de Nueva York quedó grabado<br />

de forma indeleble en la retina de miles de millones de<br />

seres humanos y, con toda probabilidad, dentro de varias décadas<br />

ese vívido recuerdo no se habrá atenuado lo más mínimo.<br />

El extraordinario desarrollo de los medios de comunicación<br />

producido en los últimos años hizo posible que en todo el planeta<br />

pudiera seguirse ese trágico acontecimiento histórico en<br />

riguroso directo, lo que hizo a toda la humanidad partícipe de<br />

él, de uno u otro modo. Además, el hecho de que ese espantoso<br />

atentado se produjese recién estrenado el siglo xxi fue interpretado<br />

como un inquietante preludio de quién sabe qué otras<br />

catástrofes podría traer consigo la nueva centuria.<br />

Con todo ello, el 11-S se convirtió en un trauma global, de<br />

proporciones nunca vistas hasta la fecha. Sin embargo, hubo otro<br />

acontecimiento, ocurrido sesenta y cuatro años antes, que avanzó<br />

en cierto modo lo que sucedió en 2001. El 6 de mayo de 1937<br />

había quedado también grabado a fuego en la memoria de millones<br />

de personas. Las imágenes de lo que sucedió esa tarde en una<br />

base naval norteamericana se convertirían de manera instantánea<br />

en uno de los iconos más reconocibles del siglo xx.<br />

Ese día, el dirigible alemán Hindenburg sufrió un accidente<br />

al intentar aterrizar en la base de Lakehurst, en Nueva Jersey.<br />

13


jesús hernández<br />

A pesar de las grandes medidas de seguridad que acompañaban<br />

en todo momento las evoluciones de la aeronave, el colosal<br />

aparato se incendió de repente, quedando destruido por completo<br />

en menos de un minuto. Aunque el balance de víctimas<br />

mortales no fue tan elevado como hacía temer la visión de la<br />

bola de fuego en la que se había convertido el dirigible, al quedar<br />

reducido a 36 fallecidos, el impacto de la noticia del accidente<br />

sería brutal. A ello contribuyó decisivamente el hecho de<br />

que en el momento de la catástrofe se encontrasen allí varios<br />

equipos de filmación. Las imágenes del Desastre darían la vuelta<br />

al mundo, proyectándose en todas las salas de cine, formando<br />

parte de los habituales noticiarios.<br />

Hoy día es difícil imaginar el impacto que entonces causó<br />

en los espectadores la terrorífica visión del Hindenburg envuelto<br />

en llamas. Igualmente, la célebre retransmisión radiofónica<br />

llevada a cabo por el locutor Herbert Morrison sirvió para<br />

fijar definitivamente en la cultura popular aquel dantesco<br />

acontecimiento. El que aquella tarde estuvieran presentes en la<br />

base de Lakehurst dos medios de comunicación que entonces<br />

se encontraban en plena fase de expansión, la radio y los noticiarios<br />

cinematográficos, hizo que el conocimiento de la tragedia<br />

fuera muchísimo mayor que el que se hubiera producido de<br />

estar únicamente los reporteros de la prensa escrita.<br />

El desastre del Hindenburg no fue el mayor accidente en el<br />

que un dirigible fue protagonista, del mismo modo que el hundimiento<br />

del Titanic no fue la mayor catástrofe marítima de la<br />

Historia, pero ambos hechos históricos constituyen las grandes<br />

metáforas de la fragilidad del Hombre en su intento de<br />

dominar la Naturaleza, ya sea el cielo o el océano.<br />

En esta obra se relatará en detalle la catástrofe que destruyó<br />

al Hindenburg, pero también el épico proceso que culminó<br />

con la construcción de aquel prodigio de la técnica cuyo recuerdo<br />

aun hoy provoca admiración. Sin la tenacidad y la obstinación<br />

de un personaje admirable, el conde Von Zeppelin, los<br />

grandes dirigibles nunca hubieran existido; recuperándose una<br />

y otra vez de sus sucesivos fracasos, Von Zeppelin luchó hasta<br />

la extenuación durante décadas por alcanzar su sueño incon-<br />

14


el desastre del hindenburg<br />

cluso de ver las grandes capitales mundiales unidas por una<br />

flota de dirigibles.<br />

A través de estas páginas el lector tendrá también la oportunidad<br />

de disfrutar de la visión de aquellos enormes y fascinantes<br />

artefactos en pleno vuelo, un grandioso espectáculo que<br />

sería aprovechado por el aparato de propaganda nazi para mostrar<br />

la fuerza emergente del Tercer Reich, dentro y fuera de sus<br />

fronteras. Igualmente, el lector podrá dar la vuelta al mundo a<br />

bordo del Graf Zeppelin, atravesando la tundra siberiana o el<br />

inmenso Pacífico, o de viajar cómodamente en el Hindenburg,<br />

disfrutando de extraordinarias vistas sobre el Atlántico, cenando<br />

los platos más sofisticados en su salón comedor o tomando<br />

un cóctel en su bar…<br />

Así pues, el objetivo de la presente obra no es sólo vivir en<br />

primera persona aquella catástrofe cuyo impacto supondría el<br />

brusco final de los grandes dirigibles, acabando con un futuro<br />

que se preveía esplendoroso para aquellas espectaculares aeronaves.<br />

Espero que al final el lector acabe sintiendo por aquellos<br />

colosales zepelines la misma fascinación que un día despertaron<br />

entre todos aquellos que tuvieron alguna vez la suerte de<br />

contemplarlos surcando majestuosamente el cielo.<br />

Barcelona, septiembre de 2010<br />

15


Capítulo 1<br />

El sueño de un visionario<br />

E l progreso de la Humanidad está marcado por los sueños de<br />

algunos de los individuos que la conforman. Si hemos logrado<br />

erradicar enfermedades, crear veloces medios de transporte,<br />

poseer instrumentos que nos proporcionan una insospechada<br />

capacidad para comunicarnos o disponer de todo tipo de objetos<br />

que nos hacen la vida más cómoda y segura, es porque una<br />

vez alguien alumbró una idea genial que, gracias a su talento y<br />

tenacidad, logró convertir en realidad.<br />

Es cierto que la mayoría de los ingenios que nos rodean son el<br />

resultado de la evolución de una de esas ideas, desarrollada por<br />

muchas otras personas que han ido aportando nuevos proyectos<br />

y soluciones. Pero también es cierto que existen invenciones que<br />

estuvieron marcadas en sus inicios por la determinación y la perseverancia<br />

de un individuo que, luchando contra viento y marea,<br />

e imponiéndose una y otra vez a los innumerables obstáculos que<br />

salían a su paso, consiguió por fin ver hecho realidad su sueño.<br />

Si en los años treinta del pasado siglo los grandes dirigibles<br />

asombraron al mundo, haciendo que miles de personas alzasen<br />

al cielo sus miradas para asombrarse ante esos prodigios de la<br />

técnica, fue en buena parte debido al genio y la perseverancia<br />

de un noble alemán, el conde Von Zeppelin, que nunca se dio<br />

por vencido en su propósito de que las naves más ligeras que el<br />

aire fueran las dueñas del cielo. Resurgiendo de sus cenizas<br />

como el Ave Fénix tras cada uno de sus incontables fracasos,<br />

demostraría finalmente al mundo que su sueño era posible.<br />

17


jesús hernández<br />

El conde Von Zeppelin<br />

Ferdinand Adolf August Heinrich Graf von Zeppelin, más conocido<br />

como Ferdinand von Zeppelin, nació en la ciudad alemana<br />

de Constanza, situada a orillas del lago del mismo nombre,<br />

en 1838. Su padre era ministro del estado de Württemberg,<br />

y gozó de una educación en consonancia con su alta posición<br />

social. A los dieciocho años decidió dejar sus estudios en el Instituto<br />

Politécnico de Stuttgart y entrar como cadete en el ejército<br />

de Württemberg; cinco años después ya había alcanzado el<br />

grado de teniente.<br />

A pesar de su exitosa carrera militar, en el joven conde anidaba<br />

un gran interés por la ciencia, lo que le llevó en 1858 a<br />

solicitar un permiso para estudiar química e ingeniería en la<br />

Universidad de Turingia, una petición que le fue aceptada. No<br />

obstante, un año después se vio obligado a regresar a los cuarteles,<br />

al ser requerido para incorporarse al Cuerpo de Ingenieros<br />

del Ejército prusiano.<br />

En 1861 estalló la guerra civil estadounidense, y al joven<br />

Von Zeppelin, que contaba con veintitrés años, se le ofreció la<br />

posibilidad de acudir allí en calidad de «observador». Los militares<br />

prusianos deseaban conocer de primera mano las últimas<br />

novedades en el campo de batalla y consideraron que el inquieto<br />

conde, que mostraba una gran avidez de conocimientos, era<br />

la persona idónea. Von Zeppelin no se lo pensó dos veces y<br />

viajó a Norteamérica para incorporarse como agregado militar<br />

en el Ejército nordista. Para ello contaba con una carta de recomendación<br />

dirigida al mismísimo presidente de la Unión,<br />

Abraham Lincoln. El secretario de Estado, William Seward, sería<br />

el encargado de presentar el conde al presidente.<br />

Gracias a la aceptación de Lincoln, al noble alemán no le fue<br />

necesario utilizar otra carta de presentación que llevaba en su<br />

bolsillo para el caso de que el bando nordista no le aceptase<br />

como observador, dirigida al general confederado Robert Lee.<br />

Así pues, Von Zeppelin se incorporó a las fuerzas de la Unión<br />

como oficial de caballería, llegando a participar en un par de<br />

choques armados con las fuerzas sudistas. Pero el inquieto con-<br />

18


el desastre del hindenburg<br />

de comenzó a aburrirse de la parsimoniosa marcha del Ejército de<br />

la Unión; para saciar su curiosidad innata, decidió participar en<br />

una pequeña expedición que buscaba las fuentes del río Mississippi,<br />

formada por dos exploradores rusos y dos indios. Fue<br />

durante aquel viaje, al llegar a un cuartel de la Unión situado<br />

en Saint Paul, en Minnesota, cuando Von Zeppelin tuvo ocasión<br />

de subir por primera vez a un globo aerostático cautivo de<br />

los que empleaban las fuerzas nordistas para tareas de observación.<br />

Quizás en aquel momento, al conde ya se le pasaron<br />

por la cabeza las posibilidades que ofrecería un globo similar si<br />

fuera posible propulsarlo y dirigirlo, constituyendo así un sistema<br />

de reconocimiento mejor que un escuadrón de caballería.<br />

Desde aquel día, Von Zeppelin se sintió inmediatamente interesado<br />

por el avanzado uso del globo que estaban haciendo las<br />

fuerzas del Norte, aunque no eran las pioneras en el uso de esos<br />

artefactos. Ya en la batalla de Fleurus, en 1794, los franceses<br />

habían empleado un globo de los hermanos Montgolfier para<br />

descubrir los movimientos de las tropas austríacas, pero ese recurso<br />

no había vuelto a utilizarse en dos tercios de siglo. Serían<br />

los nordistas, durante la primera batalla de Bull Run, el 21 de<br />

julio de 1861, los que volverían a emplear un globo con fines<br />

bélicos, en este caso para dirigir los disparos de su artillería.<br />

Así pues, Von Zeppelin acudió al campo de globos del profesor<br />

Thaddeus Lowe, emplazado en Virginia, a empaparse de conocimientos<br />

sobre aerostática. Lowe era un reconocido científico<br />

experto en química, meteorología y aeronáutica, al que Von<br />

Zeppelin exprimió para aprenderlo todo sobre ese campo. El<br />

conde alemán tuvo la posibilidad de pasar de la teoría a la práctica<br />

llevando a cabo varias ascensiones en misiones de observación<br />

sobre las filas sudistas. Posiblemente, Lowe acabó sintiéndose<br />

agobiado ante la presencia del curioso alemán, por lo que<br />

decidió enviarlo a otro campo de globos, dirigido por otro científico<br />

de origen germano, John Steiner. Allí, Von Zeppelin siguió<br />

asimilando conocimientos de aeronáutica hasta que el final<br />

de la guerra civil, en 1865, le llevó a regresar a Alemania.<br />

19


jesús hernández<br />

El «conde loco»<br />

Von Zeppelin regresó a su desempeño militar, luchando por el<br />

rey de Württemberg contra Prusia en el bando austríaco, que<br />

posteriormente resultaría vencido, pero ya no pudo dejar de<br />

pensar en las posibilidades que ofrecía la aerostática. Así, en<br />

1869 decidió viajar de nuevo a Estados Unidos, en donde se reencontró<br />

con el profesor Lowe para compartir sus experiencias.<br />

Al año siguiente tuvo que volver a Alemania, para combatir<br />

en la guerra franco-prusiana. Fue durante este conflicto cuando<br />

obtuvo reconocimiento a su valor; en una misión tras las líneas<br />

enemigas, Von Zeppelin y otros dos oficiales fueron heridos y<br />

capturados. Cuando estaban siendo trasladados a la retaguardia<br />

para ser conducidos a un campo de prisioneros, el conde, a pesar<br />

de su estado, se deshizo de sus captores, logró arrebatarle el caballo<br />

a un jinete francés y huyó al galope mientras las balas<br />

disparadas por los burlados guardianes silbaban a su alrededor. A<br />

su regreso al campamento fue recibido como un héroe. De manera<br />

premonitoria, Von Zeppelin, además de recibir una condecoración,<br />

se ganó el apodo de «conde loco» por su audacia. Posteriormente,<br />

con motivo de sus ambiciosos y no siempre exitosos<br />

proyectos aeronáuticos, sería conocido por ese apelativo tanto<br />

por sus detractores como, cariñosamente, por sus seguidores.<br />

Durante el asedio de París por parte de las tropas prusianas,<br />

Von Zeppelin volvió a sentirse impresionado ante las posibilidades<br />

de reconocimiento que ofrecían los globos y empezó a<br />

trazar los planos de un dirigible, es decir, de un globo que pudiera<br />

ser gobernado en el aire y que no se limitase únicamente<br />

a ascender y descender o, a lo sumo, a desplazarse siendo arrastrado<br />

mediante cuerdas, sino que pudiera desplazarse por sí<br />

mismo. Tras la victoria prusiana sobre Francia, el conde se instaló<br />

de nuevo en Alemania, con el ánimo de situarse a la cabeza<br />

de las investigaciones en ese campo, aunque siempre tuvo que<br />

compaginar su interés por los globos con su carrera militar,<br />

que le absorbía mucho tiempo.<br />

A lo largo de las dos décadas siguientes, Von Zeppelin invirtió<br />

sus esfuerzos en el desarrollo del dirigible, consiguiendo<br />

20


el desastre del hindenburg<br />

patentar un sistema de propulsión en 1874; aunque intentó que<br />

la administración germana apostase por los grandes dirigibles,<br />

tanto con fines civiles como militares, las propuestas del conde<br />

caían siempre en saco roto. Ya entonces, Von Zeppelin vislumbró<br />

la utilización de esos colosos del aire en el transporte de<br />

personas, incluso a través de los océanos, pero el mundo no<br />

estaba todavía preparado para compartir sus fantásticos planes.<br />

Por la misma época, otro visionario, el escritor francés Julio<br />

Verne, también adivinó un esplendoroso futuro en el que enormes<br />

aeronaves surcarían los cielos. En su novela Robur el conquistador<br />

aparecía uno de estos artefactos, bautizado con el<br />

nombre de Albatros, provisto de 37 rotores, cada uno dotado de<br />

un par de hélices, además de dos enormes hélices de cuatro<br />

paletas a popa y a proa. Si Julio Verne hubiera podido ver el<br />

Hindenburg, seguramente se habría sentido orgulloso de haber<br />

anticipado esa visión.<br />

En 1887, el conde, que entonces era embajador de Württemberg<br />

en Prusia, cayó en desgracia ante el káiser Guillermo<br />

y fue prematuramente apartado del servicio. Ese aparente contratiempo<br />

en su carrera no afectó demasiado al conde, ya que<br />

de este modo se le abría la posibilidad de dedicar mucho más<br />

tiempo a su gran pasión. Tres años después, Von Zeppelin se<br />

retiró definitivamente del Ejército, habiendo alcanzado el grado<br />

de general, y pudo aplicar así todas sus energías al desarrollo<br />

de sus revolucionarias ideas. Efectuó innumerables pruebas de<br />

diferentes materiales, motores o tipos de gas y registró varias<br />

patentes de dirigible, pero la técnica de la época se hallaba todavía<br />

por detrás de lo que su proyecto requería. Deberían pasar<br />

diez años hasta que Von Zeppelin dispusiese de unos motores<br />

capaces de proporcionar suficiente impulso a sus dirigibles.<br />

Mientras tanto, el interés por los globos, especialmente en la<br />

vertiente de su uso militar, se iba generalizando. Los británicos<br />

utilizarían estos artefactos durante la segunda guerra de los<br />

bóers (1899-1902), mientras los norteamericanos también se<br />

valdrían de globos cautivos en 1899, durante la guerra de Cuba.<br />

Pero Von Zeppelin no estaba interesado en los globos estáticos,<br />

sino que confiaba en las enormes posibilidades de un nuevo tipo<br />

21


jesús hernández<br />

de aeronave. Su idea genial consistía en utilizar una batería de<br />

globos, encerrarlos en una estructura rígida aerodinámica, dotada<br />

de motores para que pudiera desplazarse por el aire. Naturalmente,<br />

la idea fue recibida con gran escepticismo, llegando a ser<br />

ridiculizada; Von Zeppelin sería calificado nuevamente de «conde<br />

loco», pero eso le importaba bien poco al noble germano, pues<br />

estaba totalmente dispuesto a construir su sueño. Su valentía y<br />

determinación estaban por encima de cualquier contingencia.<br />

El sueño se hace realidad<br />

A lo largo de la década de los noventa, el conde tuvo que emplear<br />

toda su energía en obtener los recursos materiales para<br />

sacar adelante su, para muchos, loco proyecto. Presionó al fabricante<br />

Daimler para que diseñase unos motores capaces de<br />

desplazar sus aeronaves y consiguió, no sin grandes esfuerzos<br />

y contratiempos, que los inversores le proporcionasen el millón<br />

de marcos que necesitaba para construir su primer dirigible,<br />

para lo cual constituyó una compañía centrada en este propósito.<br />

Encontró dificultades incluso para poder comprar el<br />

aluminio especial que iba a necesitar; otro pionero de los dirigibles,<br />

el croata David Schwarz, disfrutaba de una exclusiva con<br />

la única empresa que lo fabricaba. Pero el destino se aliaría<br />

con Von Zeppelin, ya que Schwarz falleció en 1897 y su viuda<br />

accedió a renunciar a esa exclusiva a cambio de una compensación<br />

económica. Este acuerdo daría pie a una leyenda que aseguraba<br />

que Von Zeppelin había comprado en realidad el diseño<br />

de un dirigible rígido con el que Schwarz había conseguido realizar<br />

un vuelo de prueba en Berlín y que presentaba buena parte<br />

de las características con que contarían después los zepelines.<br />

Un equipo de treinta trabajadores inició en 1898 la contrucción<br />

de la aeronave, que iba a llevar el nombre de LZ 1.* El<br />

* Luftschiff (Aeronave) Zeppelin 1. A partir de entonces, cada zepelín<br />

recibíría un nombre formado por las siglas LZ y un número. Por ejemplo,<br />

el Hindenburg sería el LZ 129.<br />

22


el desastre del hindenburg<br />

La perseverancia del conde Von Zeppelin fue determinante para el<br />

desarrollo de los dirigibles . A pesar de sus numerosos y espectaculares<br />

fracasos, nunca se rindió .<br />

23


jesús hernández<br />

lugar del ensamblaje final sería un hangar situado en un muelle<br />

flotante emplazado en Friedrichshafen, en las aguas del lago<br />

Constanza —Bodensee para los alemanes—, que separa las<br />

montañas suizas de las colinas de Baviera. Esa curiosa localización<br />

estaba motivada por las dificultades que entrañaba el proceso<br />

de despegue; el que el muelle flotante pudiera alinearse<br />

con la dirección del viento favorecería la elevación del aparato.<br />

El dirigible de Von Zeppelin serviría de prototipo para la<br />

mayoría de modelos posteriores; estaba formado por una hilera<br />

de diecisiete cámaras de gas recubiertas de tela de caucho, y<br />

el conjunto estaba cubierto por una estructura cilíndrica forrada<br />

de tela de algodón. Su primer dirigible medía unos impresionantes<br />

128 metros de largo por 12 de diámetro. Su interior<br />

contenía más de 11 millones de litros de hidrógeno. Para dirigir<br />

la nave disponía de dos timones, uno a proa y otro a popa,<br />

y para propulsarla contaba con dos motores Daimler cuya potencia<br />

total equivalía a la de un vehículo utilitario actual. Tanto<br />

los pasajeros como la tripulación y el motor iban alojados en<br />

dos góndolas de aluminio. Esta descripción del primer zepelín<br />

podría servir para muchos otros modelos posteriores, lo que<br />

demostraría el carácter visionario del conde. Durante cerca de<br />

cuatro décadas, los dirigibles evolucionarían espectacularmente,<br />

pero siempre girando en torno a la idea de Von Zeppelin<br />

plasmada en aquella aeronave pionera.<br />

El LZ 1 tendría su bautismo de fuego el 2 de julio de 1900,<br />

tres años antes del primer vuelo de los hermanos Wright. A las<br />

seis de la tarde de ese caluroso día, el conde Zeppelin subió a<br />

una pequeña plataforma flotante instalada en el lago Constanza.<br />

Se descubrió quitándose su sempiterna gorra blanca de patrón<br />

de yate e inclinó su cabeza para rezar. Las miles de personas<br />

que se habían congregado en la orilla del lago cesaron en<br />

su bullicio al contemplar el recogimiento del conde y mantuvieron<br />

un respetuoso silencio. Una vez concluida su oración, el<br />

conde se colocó de nuevo la gorra y caminó hasta el extremo<br />

abierto de un alargado hangar construido sobre boyas en el<br />

tranquilo lago. Un cable de remolque se hallaba ajustado a un<br />

pequeño vapor que comenzó a arrastrar la extraña máquina<br />

24


el desastre del hindenburg<br />

voladora desde su hangar, en donde se hallaba hasta ese momento<br />

oculta a las miradas, hacia el exterior.<br />

La muchedumbre se quedó atónita al descubrir el primer<br />

dirigible construido por Von Zeppelin; un alargado globo con<br />

forma de salchicha de 125 metros de longitud. De él pendían<br />

dos góndolas unidas por una pasarela, y un rudimentario sistema<br />

de poleas y pesos de plomo permitía subir o bajar el morro<br />

o la cola. El vapor comenzó a ganar velocidad hasta que el dirigible,<br />

con cinco personas a bordo, comenzó a su vez a elevarse,<br />

hasta alcanzar cerca de cuatrocientos metros de altura, todo ello<br />

entre los vítores de la masa reunida en la orilla del lago, que<br />

hasta ese momento no había podido evitar contemplar con escepticismo<br />

el grotesco artefacto. Ese paseo duró apenas un cuarto<br />

de hora; al enredarse los cables de los timones, el armazón de<br />

la frágil aeronave empezó a doblarse y perder altura, cayendo<br />

justo sobre una estaca que pinchó una de las bolsas de gas. Antes<br />

de la avería, el LZ 1 había recorrido apenas unos seis kilómetros,<br />

pero ese primer zepelín de la historia inauguraba una era,<br />

la de los grandes dirigibles, que tendría su apocalíptico final<br />

treinta y siete años después con el desastre del Hindenburg.<br />

Pero en esos momentos nadie pensaba en que la carrera del<br />

dirigible como medio de transporte pudiera acabar de aquel<br />

trágico modo. El éxito de aquel primer vuelo permitió a Von<br />

Zeppelin seguir desarrollando su prototipo y solucionar el problema<br />

con los timones que había obligado a acortar su duración.<br />

En octubre de ese año emprendería dos nuevos vuelos<br />

con el LZ 1, que fueron presenciados por una multitud de curiosos,<br />

aunque el resultado no fue demasiado espectacular. En<br />

el primero de ellos, un mecánico despistado vertió agua destilada<br />

en el depósito de gasolina, provocando la parada de los<br />

motores y el final abrupto del paseo aéreo cuando ya hacía<br />

ochenta minutos que la aeronave estaba en el aire, y en el segundo<br />

el fuerte viento doblegó la escasa potencia de los motores<br />

Daimler veinte minutos después del ascenso. Sin embargo,<br />

el LZ 1 demostró que en condiciones normales podía desenvolverse<br />

en el medio aéreo con cierta solvencia, avanzando un futuro<br />

prometedor para el invento del «conde loco».<br />

25


jesús hernández<br />

Por entonces, en Francia se estaban llevando a cabo también<br />

vuelos de prueba con otro dirigible rígido, el La France,<br />

pero la aeronave de Von Zeppelin demostró su superioridad, ya<br />

que mientras el dirigible francés se desplazaba apenas a unos<br />

diez kilómetros por hora, la velocidad del LZ 1 superaba con<br />

facilidad los veinte. De todos modos, Von Zeppelin desconfiaba<br />

de esa momentánea superioridad sobre los franceses y deseaba<br />

poner tierra de por medio lo más pronto posible; para el conde,<br />

al igual que para todos los alemanes de la época, Francia era<br />

el enemigo histórico, por lo que establecer la superioridad en el<br />

campo de la técnica era fundamental para garantizarse la hegemonía<br />

en caso de un conflicto bélico. Al nerviosismo de Von<br />

Zeppelin ante los progresos del país vecino contribuyó la exitosa<br />

exhibición en París del pionero de la aviación brasileño<br />

Alberto Santos-Dumont, que rodeó en un dirigible la Torre<br />

Eiffel un año después del estreno de su LZ 1, siendo recompensado<br />

con un premio de 100.000 francos y anotándose un éxito<br />

que sería convenientemente explotado por los franceses.<br />

Pese al buen resultado que estaba ofreciendo el LZ 1, Von<br />

Zeppelin, que sentía la acuciante presión de sus rivales galos,<br />

consideraba que era necesario avanzar en el desarrollo del dirigible<br />

con la construcción de un modelo más evolucionado. Sin<br />

embargo, los inversores que habían colaborado en la gestación<br />

del LZ 1 aportando más de un millón de marcos no apoyaron<br />

los planes del conde, al no haber obtenido aún un rendimiento<br />

del capital que habían puesto en sus manos. Ahogado por las<br />

deudas, Von Zeppelin tuvo que comenzar a despedir personal,<br />

hasta quedarse únicamenrte con dos vigilantes nocturnos y el<br />

ingeniero-proyectista Ludwig Dürr. Pero la precaria situación<br />

no podía mantenerse por más tiempo; al año siguiente la compañía<br />

fue liquidada y Von Zeppelin se vio obligado a pagar de<br />

su bolsillo la adquisición del LZ 1 para que no acabase vendiéndose<br />

como chatarra.<br />

Pero el conde no se desanimó tras este grave contratiempo<br />

y, gracias a su fe inquebrantable, consiguió los fondos necesarios<br />

para reanudar la construcción de nuevos dirigibles. Los<br />

obtuvo gracias al apoyo de los entusiastas de la aviación, que le<br />

26


el desastre del hindenburg<br />

hicieron llegar generosas donaciones tras una innovadora<br />

campaña de mailing que llegó a más de 60.000 posibles colaboradores,<br />

así como a un préstamo hipotecario sobre una finca<br />

propiedad de su esposa. Incluso se creó una lotería popular gracias<br />

a la mediación directa del rey de Württemberg, con quien<br />

mantenía una sólida amistad, cuyos beneficios irían destinados<br />

al mismo fin. El entonces canciller de Alemania, el conde<br />

Bülow, también colaboró aportando 50.000 marcos. Así, Von<br />

Zeppelin pudo proceder a la construcción de su segundo dirigible,<br />

el LZ 2.<br />

Por desgracia, el vuelo inaugural del LZ 2, realizado el 17<br />

de enero de 1906, resultó un sonoro fracaso. Una vez en el aire,<br />

los dos motores fallaron y el aparato se vio obligado a efectuar<br />

un aterrizaje de emergencia en una zona montañosa. La tripulación<br />

amarró la nave a árboles y vallas para evitar que se la<br />

llevase el viento pero, antes de que pudiera ser recuperada,<br />

cayó durante la noche una fuerte tormenta, que acabó de desmantelar<br />

completamente el LZ 2. Para colmo de males, los<br />

obreros locales encargados de recoger los restos no pusieron el<br />

cuidado suficiente y acabaron de dañar las piezas que no habían<br />

quedado destruidas.<br />

El Milagro de Echterdingen<br />

A cualquiera que hubiera sufrido tamaña decepción, tras los<br />

ímprobos esfuerzos que había supuesto la construcción de ese<br />

segundo dirigible, seguramente habría arrojado la toalla, completamente<br />

extenuado tras ese estéril trabajo de Sísifo, pero el<br />

«conde loco» no sabía conjugar el verbo rendirse. Von Zeppelin<br />

era la mejor encarnación del mito del Ave Fénix, capaz de resurgir<br />

de sus cenizas una y otra vez; con el material que a duras<br />

penas pudo recuperar de los restos del LZ 2 iniciaría la<br />

construcción del que iba a ser su tercer dirigible.<br />

Para que el LZ 3 fuera una realidad, el conde se vio obligado<br />

a despedir a la servidumbre y a vender sus caballos, con el fin<br />

de disponer de más fondos. De nuevo acudió a su amigo el rey<br />

27


jesús hernández<br />

de Württemberg para que le permitiese organizar otra lotería,<br />

a lo que el monarca accedió. En octubre de 1906 se realizaron<br />

las primeras pruebas de vuelo. Para alegría del entusiasta conde<br />

y de todos los que confiaban todavía en él, la aeronave voló con<br />

soltura, mostrándose fiable y capaz de resistir fuertes vientos.<br />

El LZ 3 se convertiría en el primer éxito incontestable de<br />

Von Zeppelin. Con él realizó un viaje de veinticuatro horas por<br />

tierras suizas que despertó el entusiasmo, no sólo de la gente,<br />

sino del gobierno alemán, que advirtió las enormes posibilidades<br />

de este nuevo medio de transporte. El LZ 3 completaría un<br />

total de 45 vuelos, en los que recorrería más de cuatro mil kilómetros,<br />

sin registrar ningún incidente. El Ejército alemán se<br />

interesó por la utilidad bélica de la aeronave, y acabó haciendo<br />

una interesante oferta económica a Von Zeppelin por su LZ 3,<br />

que éste aceptó, convirtiéndose la aeronave en dirigible-escuela<br />

hasta 1913.<br />

El éxito del LZ 3 provocó en toda Alemania una auténtica<br />

fiebre popular por los dirigibles. Aparecieron en el mercado cigarrillos<br />

marca «Zeppelin» y un avispado pastelero creó unos<br />

zepelines de azúcar que gozaron de una gran demanda. Incluso<br />

la moda tomó nota de la aceptación popular de los dirigibles,<br />

lanzando unos abrigos inspirados en el uniforme de vuelo de<br />

los tripulantes. Por otro lado, los vuelos de prueba que el conde<br />

llevaba a cabo en una llanura cercana a Friedrichshafen, en la<br />

que hoy está emplazado el aeropuerto de la pequeña ciudad,<br />

eran auténticos acontecimientos ciudadanos. Familias enteras<br />

de Friedrichshafen y de los alrededores acudían al improvisado<br />

aeródromo, ya fuera andando, en carro, a lomos de cabalgaduras<br />

o, los más pudientes, en vehículos a motor. Una vez allí,<br />

mientras los hombres se acercaban curiosos a la aeronave para<br />

tratar de averiguar por sí mismos cómo aquel monstruo antediluviano<br />

podía llegar a volar, las mujeres se sentaban en la<br />

hierba sobre sus anchas faldas y los niños correteaban por el<br />

campo. Los intentos de elevar aquellas enormes estructuras de<br />

metal y tela unas veces tenían éxito y otras no, pero nadie se<br />

sentía decepcionado por el espectáculo, por lo que estos ensayos<br />

públicos congregaban cada vez a más y más gente.<br />

28


el desastre del hindenburg<br />

Con el dinero obtenido por la venta del LZ 3, el conde<br />

afrontó la construcción de un modelo más evolucionado, el<br />

LZ 4. Mediría 132 metros de longitud y 10 de diámetro, y se<br />

elevaría gracias a 15.000 metros cúbicos de hidrógeno. Con el<br />

fin de lograr el diseño más eficaz, el proyectista Ludwig Dürr<br />

ideó un rudimentario túnel de viento, gracias al cual pudo percatarse<br />

de que era necesario dotar a la aeronave de superficies<br />

estabilizadoras similares a las aletas de los peces. El LZ 4 incluiría<br />

esas y otras mejoras respecto al LZ 3.<br />

El Ejército mostró también su interés en una posible compra<br />

de este nuevo dirigible, por lo que solicitó a Von Zeppelin<br />

una prueba de resistencia sometiéndolo a un viaje de veinticuatro<br />

horas para comprobar su rendimiento, que tendría lugar<br />

el 5 de agosto de 1908. El LZ 4 partió a las seis de la mañana,<br />

con el conde Zeppelin en la parte anterior de la barquilla de<br />

control, dando órdenes a su tripulación, formada por cinco<br />

hombres. Cuatro representantes del gobierno viajaban en calidad<br />

de pasajeros con el fin de informar de primera mano del<br />

funcionamiento de la aeronave, así como dos amigos del conde.<br />

El zepelín voló siguiendo el curso del Rin y sobrevoló la<br />

ciudad suiza de Basilea sobre las nueve y media de la mañana.<br />

En todas partes las fábricas y las escuelas habían cerrado para<br />

que la gente pudiera asistir al insólito espectáculo, mientras las<br />

campanas de las iglesias tañían incesantemente. La noticia del<br />

viaje era telegrafiada a todos los rincones del mundo.<br />

Sobre las cuatro y media de la tarde, cuando sobrevolaban<br />

Darmstadt, el aparato se vio forzado a realizar una parada para<br />

arreglar una avería en uno de los motores, que se estaba recalentando<br />

al haberse desprendido una rueda dentada. La reparación<br />

no se completaría hasta pasadas las diez de la noche, cuando<br />

el aparato reemprendió el viaje. Pero de madrugada el motor<br />

defectuoso volvió a fallar y utilizando un solo motor consiguieron,<br />

cuando estaba ya amaneciendo, tomar tierra en<br />

Echterdingen, una localidad campestre cercana a Stuttgart.<br />

Desde la ciudad llegó un automóvil con un taller portátil, gracias<br />

al cual se pudo reparar definitivamente el motor.<br />

La noticia de la imprevista visita del zepelín corrió como la<br />

29


jesús hernández<br />

pólvora y en poco tiempo acudieron miles de personas de los alrededores,<br />

en coches de caballos, en bicicleta o a pie. A media<br />

mañana había ya más de cincuenta mil personas en aquel campo.<br />

Von Zeppelin, agotado, se retiró a una posada de Echterdingen a<br />

descansar. Dos miembros de la tripulación se quedaron a bordo<br />

de la nave, mientras el resto fue a la aldea a tomar un almuerzo.<br />

A las dos de la tarde se desencadenó una violenta tormenta<br />

sobre Echterdingen. La fuerza del viento arrancó al LZ 4 de su<br />

anclaje, estrellándolo contra unos árboles. A consecuencia del<br />

violento choque la aeronave se incendió. Afortunadamente, los<br />

dos tripulantes que en ese momento se hallaban a bordo pudieron<br />

salvar la vida, aunque se vivieron momentos muy dramáticos;<br />

ambos saltaron del aparato en el último momento, cuando<br />

estaban a punto de ser engullidos por las llamas. No se había<br />

producido ninguna desgracia personal, pero el LZ 4 había quedado<br />

totalmente destruido.<br />

El espectacular fracaso del cuarto proyecto de Von Zeppelin<br />

parecía que iba a enterrar sus ambiciosos planes para siempre<br />

pero, paradójicamente, en realidad iba a suponer el impulso definitivo<br />

a su sueño. Lejos de sembrar dudas sobre la viabilidad<br />

del dirigible como medio de transporte del futuro, el desastre<br />

de Echterdingen atrajo el interés de todos los alemanes sobre el<br />

meritorio trabajo que estaba desarrollando Von Zeppelin en<br />

Friedrichshafen. Así, surgió una sorprendente e inesperada ola<br />

de entusiasmo popular que acabaría plasmándose en donaciones<br />

por valor de más de seis millones de marcos, una reacción<br />

que sería conocida como «El Milagro de Echterdingen». Ese<br />

alud de donaciones se iniciaría a la mañana siguiente al desastre;<br />

cuando Von Zeppelin regresó a Friedrichshafen, un colaborador<br />

suyo le mostró una mesa colmada de billetes y monedas.<br />

Pero las aportaciones llegarían desde todos los rincones del<br />

país. Los periódicos se hicieron eco de la cuestación popular<br />

apelando «al honor del pueblo alemán» y por todo el país surgieron<br />

iniciativas destinadas a recoger fondos para la construcción<br />

de un nuevo dirigible «para que Alemania pueda seguir<br />

siendo la primera nación en el aire». Los periódicos iban publicando<br />

diariamente listas de aportaciones; contribuirían a la<br />

30


el desastre del hindenburg<br />

causa todo tipo de asociaciones, desde sindicatos de mineros o<br />

clubs de bolos hasta escuelas o ayuntamientos. Lo que inicialmente<br />

era un apoyo al desarrollo del dirigible acabó convirtiéndose<br />

en una explosión de nacionalismo germano, precursor<br />

del que se viviría seis años más tarde con el estallido de la<br />

Primera Guerra Mundial.<br />

Comienza el transporte de pasajeros<br />

Esos fondos providenciales llegados desde todos los rincones<br />

de Alemania gracias al Milagro de Echterdingen serían empleados<br />

por el conde para crear una nueva empresa, la Luftschiffbau<br />

Zeppelin (Construcción de Dirigibles Zeppelin), así<br />

como una Fundación, que también llevaría su nombre, «con<br />

vistas al desarrollo de los viajes aéreos». A partir de ese momento,<br />

la construcción de dirigibles dejaría de ser el fruto de<br />

una aventura individual basada en métodos artesanos y un<br />

respaldo económico incierto para convertirse en una auténtica<br />

industria en la que se aplicarían los últimos avances técnicos.<br />

El sueño de Von Zeppelin comenzaba a ser ya una realidad; la<br />

nueva empresa construiría un total de 21 dirigibles hasta 1914<br />

(del LZ 5 al LZ 25).<br />

En 1909 se daría el paso definitivo, al crearse una compañía<br />

civil destinada al transporte de pasajeros, la DELAG (Deutsche<br />

Luftschiffahrts-Aktiengesellschaft o Compañía Alemana de<br />

Transporte en Dirigible). El apoyo del gobierno germano para<br />

su creación fue fundamental, al requerirse una inversión de<br />

tres millones de marcos, estableciéndose su sede en Frankfurt.<br />

El servicio de pasajeros se inauguró con la línea Frankfurt-Baden<br />

Baden-Düsseldorf, servida por el dirigible LZ 7, bautizado<br />

con el nombre de Deutschland. Sin embargo, la andadura del<br />

Deutschland no sería triunfal; nueve días después de su viaje<br />

inaugural cayó en una zona boscosa, aunque no hubo que lamentar<br />

víctimas, ya que tanto los pasajeros como los tripulantes<br />

pudieron abandonar la góndola gracias a una escalera de<br />

mano.<br />

31


jesús hernández<br />

Por aquel entonces, el interior de esos dirigibles destinados<br />

al transporte de viajeros no presentaba las comodidades que luego<br />

disfrutarían los pasajeros de los grandes zepelines; la cabina<br />

era estrecha y alargada, y constaba de un pasillo con una sola fila<br />

de asientos a cada lado, unas incómodas sillas metálicas de jardín<br />

fijadas al suelo. No obstante, se empleaban los mejores materiales<br />

con la intención de crear sensación de lujo, como la caoba con<br />

incrustaciones de madreperla, y se ofrecía a los viajeros delicatessen<br />

como el pâté de foie o el caviar beluga, acompañado todo<br />

ello de los más refinados vinos alemanes y el champán francés<br />

más caro. Aunque había quien valoraba este esfuerzo de sofisticación,<br />

para la mayoría de los viajeros lo fundamental era poder<br />

disfrutar de la visión aérea de los paisajes y ciudades de Alemania;<br />

las góndolas contaban con unos grandes ventanales que<br />

permitían a los afortunados viajeros disfrutar de esas extraordinarias<br />

vistas sólo al alcance de unos pocos elegidos.<br />

Hasta 1914, cerca de 40.000 personas viajaron en estas aeronaves.<br />

Todos los vuelos partían completamente llenos; la demanda<br />

era imposible de atender a pesar de que el precio del<br />

billete, unos cien marcos, equivalía a un sueldo mensual de un<br />

trabajador cualificado. Curiosamente, tan sólo una tercera o<br />

cuarta parte de los pasajeros eran alemanes; la mayoría eran<br />

acaudalados turistas británicos, franceses, norteamericanos e<br />

incluso algún australiano o neozelandés, que acudían a Alemania<br />

con el propósito de subir en los dirigibles de Von Zeppelin,<br />

cuya fama había traspasado fronteras.<br />

La flota de dirigibles cubriría más de 200.000 kilómetros sin<br />

que se registrasen incidentes dignos de mención y además empezaron<br />

a ofrecer horarios tan regulares como los de los trenes.<br />

Los únicos dirigibles que resultaron dañados en alguna ocasión<br />

—con la excepción del Deutschland— sufrieron esos desperfectos<br />

durante las tareas de mantenimiento efectuadas en el<br />

interior de los hangares. Los zepelines estaban demostrando<br />

que se podía confiar en ellos, al revelarse como un medio de transporte<br />

excepcionalmente seguro. Pero esta progresión de los dirigibles<br />

en el ámbito civil se vería cortada de golpe en el verano<br />

de 1914. La Gran Guerra estaba a punto de estallar.<br />

32


Capítulo 2<br />

Zepelines en guerra<br />

E l 28 de junio de 1914, el archiduque Francisco Fernando,<br />

heredero del Imperio Austro-Húngaro, fue asesinado en Sarajevo.<br />

Ese acontecimiento provocaría una serie de ultimátums<br />

entre las principales potencias europeas que, a su vez, acabarían<br />

desencadenando a principios de agosto un conflicto que duraría<br />

cuatro largos y terribles años: la Primera Guerra Mundial.<br />

La conflagración que acababa de estallar exigiría de sus<br />

contendientes toda su energía, obligándoles a exprimir al<br />

máximo todas sus capacidades humanas y materiales. Por primera<br />

vez, la guerra no se circunscribía a las fuerzas en combate<br />

en el campo de batalla; las naciones en liza debían someter<br />

todo su potencial al servicio del esfuerzo bélico. Alemania estaba<br />

dispuesta a aprovechar su pujanza industrial y su liderazgo<br />

en el terreno de la técnica, del que los dirigibles eran una<br />

muestra palpable.<br />

Ya antes de que se iniciase la contienda, las fuerzas armadas<br />

alemanas contaban con un total de trece zepelines, de los que<br />

nueve correspondían al Ejército y cuatro a la Marina de Guerra.<br />

Estos dirigibles de guerra constituían la Heeresluftschiffe.<br />

Con el estallido del conflicto, los dirigibles para uso civil fueron<br />

puestos bajo control militar, por lo que los vuelos de la<br />

compañía DELAG se vieron suspendidos.<br />

Alemania confiaba mucho en lo que podían aportar estas<br />

aeronaves, a las que se les iban a encomendar misiones de observación<br />

y de bombardeo. De todos modos, en el primer mes<br />

33


jesús hernández<br />

de la guerra tan sólo siete dirigibles estaban operativos para<br />

entrar inmediatamente en combate. Cuatro fueron destinados<br />

al frente occidental y tres al oriental.<br />

La primera decepción<br />

El estreno del dirigible en el conflicto bélico no sería demasiado<br />

prometedor. Nada más comenzar la guerra, el zepelín Z III (LZ<br />

12)*, de 150 metros de longitud, partió de Tréveris con la misión<br />

de efectuar un reconocimiento sobre terreno francés. Al<br />

volar a poca altura, los soldados franceses compitieron en su<br />

intento de alcanzarle con sus disparos. Así, cientos de balas<br />

agujerearon las bolsas de gas hasta que el Z III se precipitó a<br />

tierra en el bosque de Badonvillers. La tripulación pudo ponerse<br />

a salvo, pero el capitán les ordenó que destruyesen toda la<br />

documentación que había a bordo de la nave. En aquellos instantes,<br />

un escuadrón francés de caballería se adentró en el bosque<br />

para capturar los restos del dirigible. Sin embargo, los tripulantes<br />

pudieron huir una vez quemados los documentos y,<br />

tras una marcha de once horas a través del bosque, lograron<br />

alcanzar las líneas alemanas.<br />

Cuando al conde Von Zeppelín le llegaron las noticias de lo<br />

que le había ocurrido al Z III, quedó desolado. Pero esa decepción<br />

se tornó en esperanza cuando le explicaron que los tripu-<br />

* Hasta entonces, los dirigibles construidos en Alemania eran denominados<br />

con las letras LZ seguidas de un número consecutivo que indicaba<br />

el orden en el que habían sido construidos. Con el estallido de la guerra, y<br />

con el fin de que el enemigo no supiera la cantidad de dirigibles de que<br />

disponían, los alemanes modificaron ese criterio, otorgándoles números<br />

que ya no tenían relación con el orden de construcción. Así, el Z III era en<br />

realidad el LZ 12. Al principio, los dirigibles asignados al Ejército eran designados<br />

con la letra Z, mientras que los pertenecientes a la Marina utilizaban<br />

la letra L. Sin embargo, a partir de 1915 los del Ejército comenzaron a<br />

ser denominados con las letras LZ. Aunque la Marina siguió empleando la<br />

L, ambos utilizarían indistintamente la combinación SL para desconcertar<br />

así al enemigo.<br />

34


el desastre del hindenburg<br />

lantes, a su regreso, pudieron informar de la disposición de las<br />

tropas francesas que habían visto desde el dirigible y que, gracias<br />

a ese informe, el ejército germano pudo lanzar un ataque<br />

sobre el sector que se encontraba menos defendido y apoderarse<br />

de una gran extensión de terreno.<br />

Los otros tres dirigibles destinados al frente occidental fueron<br />

empleados en misiones de bombardeo a plena luz del día.<br />

El resultado no pudo ser más decepcionante; todos ellos resultaron<br />

abatidos. Los tres zepelines que habían sido enviados al<br />

frente oriental tuvieron mejor suerte; llevaron a cabo con éxito<br />

el bombardeo de la estación ferroviaria de Mlawa, aunque uno<br />

de ellos fue derribado y su tripulación cayó prisionera de los<br />

rusos.<br />

Como había quedado demostrado en el caso del Z III, el<br />

dirigible mostraba una excelente capacidad para efectuar labores<br />

de reconocimiento, aunque había que corregir los errores<br />

que le habían llevado a ser derribado. Por tanto, se hizo necesario<br />

llevar a cabo estas misiones a una altura que permitiese a<br />

las aeronaves mantenerse fuera del alcance de los disparos<br />

efectuados desde la superficie. Para facilitar la observación del<br />

terreno cuando las nubes impedían la visión del terreno, se<br />

ideó un curioso sistema; desde la góndola se hacía descender<br />

una cesta con un observador, mediante una cuerda que podía<br />

llegar a medir un kilómetro. Cuando se acababa la misión, la<br />

cuerda se recogía y el observador regresaba al dirigible. Este<br />

recurso desesperaba a los encargados de la defensa aérea ya<br />

que podían escuchar el ruido de los motores del dirigible pero<br />

no podían verlo, al estar tapado por las nubes, y a duras penas<br />

podían alcanzar a ver, y mucho menos acertar con sus disparos,<br />

a la pequeña cesta del observador.<br />

Las misiones de reconocimiento efectuadas con dirigibles<br />

eran especialmente valiosas en el mar, por lo que gozaban de<br />

prioridad absoluta. Para ello la Marina contaba en 1915 con<br />

quince zepelines, lo que les permitía tener a dos de ellos patrullando<br />

en todo momento en aguas del mar del Norte. La aportación<br />

de los dirigibles sería fundamental, por ejemplo, durante<br />

la batalla naval de Jutlandia, librada entre el 31 de mayo y el<br />

35


jesús hernández<br />

1 de junio de 1916. A lo largo de la guerra se llevarían a cabo<br />

unas 1.200 misiones de este tipo.<br />

«Asesinos de niños»<br />

Aunque los dirigibles fueron empleados principalmente en<br />

esas tareas de reconocimiento, los zepelines obtendrían fama<br />

mundial al ser utilizados para bombardear las ciudades de la<br />

costa británica. Hay que tener presente que la animosidad del<br />

pueblo germano se dirigía especialmente contra Gran Bretaña,<br />

pues ésta había iniciado un «bloqueo del hambre» que impedía<br />

el aprovisionamiento de Alemania, cuya consecuencia principal<br />

era la falta de alimentos para la población civil.<br />

En la noche del 19 al 20 de enero de 1915, los alemanes lanzaron<br />

su primer ataque con dirigibles sobre suelo inglés, cuando<br />

dos zepelines, el L 3 (LZ 24) y el L 4 (LZ 27) cruzaron el mar del<br />

Norte hasta la costa de Norfolk, causando la muerte a cuatro<br />

civiles. Esa fecha supondría un antes y un después en la historia<br />

bélica, puesto que fue la primera ocasión en la que se llevó a<br />

cabo un bombardeo estratégico. Hasta entonces, los bombardeos<br />

habían sido tácticos, es decir, sobre objetivos militares, pero con<br />

la acción indiscriminada sobre Norfolk daba comienzo la terrible<br />

escalada de bombardeos sobre la población civil que tendría<br />

su máximo apogeo durante la Segunda Guerra Mundial.<br />

Sin embargo, en esos momentos los dirigibles estaban a<br />

años luz de poder causar los daños que luego provocarían los<br />

grandes bombarderos en el siguiente conflicto. Los zepelines se<br />

dedicaban a vagar por los cielos británicos arrojando bombas<br />

por la ventanas de la góndola cuando creían haber detectado un<br />

objetivo, lo que podía ser una aldea o una granja aislada, pero<br />

pronto se vio la inutilidad de estos bombardeos al azar. Así<br />

pues, aumentó la presión de la opinión pública germana en favor<br />

de un ataque aéreo contra Londres para propinar así un<br />

buen golpe al orgullo británico. Al principio, el alto mando alemán<br />

no estaba muy decidido a ello, pues el káiser consideraba<br />

de mala educación bombardear el hogar de sus queridos pri-<br />

36


el desastre del hindenburg<br />

mos, al estar ambas casas reales emparentadas. Pero al final el<br />

káiser tuvo que ceder a la presión de sus almirantes y generales,<br />

accediendo al bombardeo de Londres, pero con la ingenua<br />

condición de que ciertos lugares, como el Palacio de Buckingham,<br />

la abadía de Westminster, la catedral de San Pablo y<br />

los principales edificios gubernamentales permaneciesen a salvo<br />

de las bombas que iban a arrojar los zepelines.<br />

Una vez obtenido el reticente permiso del káiser para lanzar<br />

un ataque aéreo contra Londres, se sugirió que los ataques<br />

fueran llevados a cabo por flotillas de veinte dirigibles, con<br />

trescientas bombas incendiarias cada uno. Se afirmaba que seis<br />

mil bombas provocarían tales incendios en la capital que ésta<br />

quedaría convertida en una colosal antorcha. El 31 de mayo de<br />

1915, Londres recibió la visita del primer zepelín. Los londinenses<br />

se quedaron boquiabiertos al contemplar aquella máquina<br />

colosal surcar en ominoso silencio el cielo de la ciudad,<br />

con la panza pintada de negro, hasta que los tripulantes del<br />

dirigible comenzaron a arrojar bombas incendiarias y artefactos<br />

explosivos de todo tipo. Una vez aligerado de su cargamento<br />

de bombas, el zepelín emprendió su regreso al continente,<br />

dejando un balance de siete muertos y cuarenta heridos.<br />

La tripulación de los zepelines que tenían Londres como<br />

objetivo contaban con planos en los que unos círculos rojos<br />

señalaban los edificios que no debían resultar alcanzados por<br />

las bombas; obviamente, respetar esas indicaciones era prácticamente<br />

imposible al tener que actuar a gran altura para evitar<br />

los ataques de los cazas enemigos. Las operaciones de bombardeo<br />

sobre Londres se desarrollaban en medio de gran confusión,<br />

ya que tenían lugar cuando no había luna, a lo que había<br />

que sumar la niebla, que tomaba un color blanco casi opaco<br />

debido a los reflectores de la defensa aérea. Las prisas por arrojar<br />

la carga de bombas para escapar a la acción de los cañones<br />

antiaéreos hacía que éstas fueran arrojadas casi al azar en<br />

cuanto se distinguía a duras penas el inconfundible curso del<br />

Támesis a su paso por Londres.<br />

El peor momento para los británicos llegaría la noche del 7<br />

al 8 de septiembre de 1915, cuando una incursión protagoniza-<br />

37


jesús hernández<br />

da por el LZ 44 (LZ 74), el SL II (LZ 21) y el L 3 (LZ 24) llevó<br />

el pánico no sólo a Londres, sino también a las ciudades de<br />

Middlesbrough y Norwich. Los observadores no tenían ninguna<br />

dificultad en reconocer los objetivos, ya que todavía no se<br />

había recurrido al oscurecimiento de las ciudades, y pudieron<br />

bombardear con cierta facilidad algunas estaciones de tren y<br />

los muelles del puerto de la capital.<br />

A lo largo de 1915, Londres sufrió treinta bombardeos, en<br />

los que se arrojaron un total de 37 toneladas de bombas. Esas<br />

incursiones de los dirigibles germanos sobre territorio británico<br />

consiguieron en un primer momento extender el terror entre la<br />

población, de hecho, los zepelines fueron apodados «asesinos de<br />

niños» (Baby Killers). Era frecuente encontrar en la prensa inglesa<br />

dibujos de dirigibles con el morro transformado en una<br />

amenazadora calavera. Cuando sonaban las alarmas, cientos de<br />

miles de personas se despertaban con sobresalto de su sueño y<br />

corrían a refugiarse en los sótanos, mientras en la superficie estallaban<br />

las bombas, retumbaban los cañones y se oía la estridente<br />

sirena de los coches de bomberos y las ambulancias que se<br />

dirigían a los lugares en donde habían caído los artefactos explosivos.<br />

En un tiempo en el que la potencia de las bombas era muy<br />

inferior al que se vería en la Segunda Guerra Mundial, la consecuencia<br />

más destacada de estas misiones aéreas sería el efecto<br />

psicológico provocado sobre el ánimo de los londinenses. Al<br />

principio, el no saber en dónde iba a caer la próxima bomba y la<br />

incertidumbre que eso generaba destrozaba los nervios de la gente.<br />

Además, existía el temor de que los zepelines pudieran arrojar<br />

sobre la poblacíón gases asfixiantes como los que se estaban<br />

empleando en la inhumana guerra de trincheras; en las calles de<br />

Londres podían verse carteles de la policía en los que se aconsejaba<br />

sellar las puertas y ventanas de los primeros pisos, puesto<br />

que los gases venenosos eran más pesados que el aire. Durante<br />

los bombardeos, algunos inconscientes no podían soportar la<br />

tensión y acababan saliendo a la calle en pleno bombardeo para<br />

increpar a unos zepelines que ni siquiera podían ver.<br />

Sin embargo, ese efecto psicológico se iría disipando, al demostrar<br />

los dirigibles bien pronto sus limitaciones como arma<br />

38


el desastre del hindenburg<br />

de devastación. La carga de bombas que podían transportar difícilmente<br />

podía convertir Londres en una antorcha. Poco a<br />

poco, la frialdad de las cifras de víctimas mortales en estas incursiones,<br />

en la que éstas no solían superar la docena, consiguió<br />

tranquilizar los ánimos de la población. Esos ataques indiscriminados<br />

provocaron incluso un efecto contrario al buscado,<br />

tal como sucedería en la Segunda Guerra Mundial, al galvanizar<br />

al pueblo británico en torno a sus gobernantes para resistir<br />

los embates de la guerra.<br />

Los dirigibles, vulnerables<br />

Para conseguir situar al dirigible dentro del esfuerzo de guerra<br />

alemán, la industria aeronáutica germana se emplearía a fondo<br />

en la construcción de estas aeronaves, alcanzando la asombrosa<br />

cifra de uno cada dos semanas. Hay que tener presente que en<br />

cada una de esas aeronaves había miles de remaches y cientos<br />

de cables.<br />

El producto más raro y escaso para la fabricación de los enormes<br />

dirigibles era la tripa, la delgada piel que recubre los intestinos<br />

de los rumiantes, que es impermeable al gas. A diferencia<br />

de la goma, la tripa no retenía carga de electricidad estática,<br />

capaz ésta de provocar el incendio del hidrógeno, por lo que<br />

ofrecía mayor seguridad. Las tripas se limpiaban meticulosamente<br />

y después se pegaban sobre unos paneles de seda para<br />

crear las celdillas que debían contener el gas. Hacía falta más de<br />

cincuenta mil tripas por celdilla, lo que sumaba más de setecientas<br />

mil por cada zepelín. Se pedía a todos los carniceros de<br />

Alemania que si sacrificaban más de seis vacas a la semana limpiasen<br />

los intestinos, los empaquetasen y los enviasen a Berlín,<br />

en donde la compañía Zeppelin tenía las instalaciones para la<br />

fabricación de las celdillas; allí, alrededor de mil cuatrocientas<br />

mujeres se encargaban de confeccionarlas.<br />

Los estrategas militares germanos insistían en su apuesta<br />

por los zepelines pero, con el paso del tiempo, estas aeronaves<br />

iban encontrándose cada vez con más dificultades para poder<br />

39


jesús hernández<br />

completar sus misiones. Su lentitud y enorme tamaño facilitaba<br />

el trabajo de la artillería británica, que fue dotándose de<br />

cañones antiaéreos franceses, de mayor alcance y precisión.<br />

Además, los apagones sistemáticos en las ciudades y el empleo<br />

de reflectores más potentes ayudó a mejorar la defensa.<br />

Mientras los británicos reaccionaban, poniendo cada día las<br />

cosas más difíciles a los zepelines que se aventuraban sobre los<br />

cielos de su país, la Heeresluftschiffe conseguía completar con<br />

éxito misiones de bombardeo en lugares en los que no se habían<br />

tomado medidas defensivas. Así, en la noche del 31 de<br />

enero al 1 de febrero, el LZ 85 (LZ 55) llevó a cabo una incursión<br />

sobre el puerto de Salónica en la que arrojó sesenta kilos<br />

de bombas. Aunque no consiguió hundir ningún barco, voló<br />

un depósito de munición y provocó daños en algunos almacenes<br />

y en una vía férrea. Esa acción nocturna, que tomó a los<br />

defensores totalmente por sorpresa, parecía confirmar a los defensores<br />

del zepelín que éste no sólo era útil para misiones<br />

de reconocimiento, como sus detractores solían asegurar. El 31 de<br />

mayo de ese mismo año, justo un año después del primer ataque<br />

a Londres, el LZ 47 (LZ 77) efectuó una incursión nocturna<br />

sobre París. En otoño de 1916, los zepelines participaron<br />

también con éxito en la campaña de Rumanía, completando<br />

misiones de bombardeo sobre Bucarest y Ploesti.<br />

Por su parte, los ingleses seguían fortaleciendo sus defensas,<br />

para lo que procedieron a reorganizar sus escuadrones aéreos,<br />

incorporando aparatos más rápidos y capaces de volar a<br />

mayor altura. En 1916, los aeroplanos británicos podían competir<br />

en condiciones similares con los zepelines, que contemplaban<br />

impotentes cómo su ventaja inicial sobre los defensores<br />

se había recortado drásticamente. La utilización de balas explosivas,<br />

que penetraban en las bolsas de gas e incendiaban el hidrógeno,<br />

fue el factor que acabó por desequilibrar la lucha entre<br />

el dirigible y el aeroplano. Por último, los dirigibles se<br />

mostraban frágiles bajo condiciones meteorológicas adversas,<br />

habituales en el canal de la Mancha y el mar del Norte; no era<br />

infrecuente que los zepelines, a merced de los elementos, se<br />

precipitasen al mar antes de llegar a las costas británicas.<br />

40


el desastre del hindenburg<br />

Von Zeppelin asistía con indisimulada preocupación a las<br />

dificultades con las que tropezaban los dirigibles en su intento<br />

de poner de rodillas a los ingleses. El conde había introducido<br />

importantes mejoras en el diseño de sus artefactos, creando un<br />

nuevo tipo de aeronave que los ingleses bautizarían como «Super<br />

Zepelines». El primero de ellos fue el L 31 (LZ 72), pero<br />

tanto él como los otros que le siguieron fueron abatidos por las<br />

defensas británicas. Según revelaría años más tarde el mariscal<br />

Paul von Hindenburg, cuando al conde Zeppelin le llegó la noticia<br />

de que el L 33 (LZ 76) había caído bajo el fuego de la artillería<br />

antiaérea, se rindió a la evidencia y admitió que el futuro<br />

pertenecía a los aeroplanos y no al dirigible.<br />

A pesar de los datos cada vez más preocupantes que rodeaban<br />

la acción de los dirigibles, y que habían logrado deprimir al<br />

siempre animoso Von Zeppelin, el alto mando germano decidió<br />

aumentar el número de las incursiones aéreas realizadas<br />

por zepelines. Desde la factoría de Friedrichshafen se intentó<br />

recuperar la ventaja que antes se poseía sobre los defensores,<br />

aumentando la altura a la que podía volar un dirigible. El hecho<br />

de que los británicos contasen ya con aparatos que ascendían<br />

sin dificultad a los tres mil quinientos metros, e incluso<br />

más, se intentó contrarrestar con una serie de mejoras que iban<br />

a permitir a los zepelines alcanzar de manera excepcional altitudes<br />

de más de seis mil metros, convirtiendo el efecto de las<br />

incursiones en una lotería que dificílmente podía infligir al<br />

enemigo el daño buscado. A tales alturas los tripulantes se<br />

veían obligados a respirar oxígeno para no desmayarse y además<br />

se desencadenaban fuertes tormentas e impredecibles<br />

vientos, con carácter totalmente independiente del clima más<br />

benigno reinante en las capas inferiores.<br />

La noche del 16 al 17 de marzo de 1917, cinco zepelines<br />

llevaron a cabo una incursión a gran altura en el sur de Inglaterra.<br />

La falta de referencias llevó a que prácticamente no se<br />

infligiese ningún daño al enemigo. La única nota positiva fue<br />

que regresaron cuatro de ellos; el quinto resultó dañado en una<br />

tormenta lo que, sumado a un percance mecánico, le llevó a<br />

estrellarse en Francia. A pesar del fracaso de la misión, el que<br />

41


jesús hernández<br />

los zepelines hubieran escapado a la acción de las defensas antiaéreas<br />

hizo alimentar la esperanza.<br />

Pero en algunos casos se demostró que volar a tanta altura<br />

no garantizaba la inmunidad a los ataques de los cazas británicos.<br />

En una ocasión, un aeroplano persiguió a un zepelín hasta<br />

los siete mil quinientos metros de altura, estableciéndose así<br />

una involuntaria y peligrosa marca de altura. A los tripulantes<br />

del dirigible les comenzó a manar sangre de los oídos, la boca y<br />

la nariz, y todos sufrieron ataques de vértigo. La mecánica<br />

también mostró sus limitaciones para funcionar a esa altitud,<br />

ya que fragmentos de gasolina congelada se introdujeron en<br />

los motores y a punto estuvieron de averiarlos.<br />

El único éxito que el bombardeo a gran altura pudo anotarse<br />

fue el de la noche del 16 al 17 de junio de 1917, cuando en<br />

una incursión de este tipo resultó alcanzado por casualidad un<br />

depósito de municiones en Ramsgate. Sin embargo, el autor de<br />

la afortunada hazaña, el L 48 (LZ 95) fue sorprendido por unos<br />

aviones en el viaje de regreso, cuando descendió de 5.500 a<br />

4.000 metros. El zepelín fue derribado y estalló en llamas al<br />

estrellarse pero, milagrosamente, todos sus tripulantes pudieron<br />

escapar ilesos.<br />

Alemania insistía en el zepelín para doblegar a los ingleses;<br />

la noche del 21 al 22 de agosto y la del 24 al 25 de septiembre<br />

de 1917, se lanzaron sendos ataques llevados a cabo por ocho y<br />

nueve dirigibles respectivamente. Los resultados fueron desoladores,<br />

ya que todas las bombas cayeron en el campo. El canto<br />

del cisne de la Heeresluftschiffe se escenificaría la noche del 19<br />

al 20 de octubre de 1917, cuando once zepelines fueron enviados<br />

a atacar Londres. El resultado fue catastrófico, ya que cinco<br />

de ellos cayeron a tierra antes de llegar a su objetivo, incapaces de<br />

resistir una tempestad que se había desatado a gran altura. Ese<br />

fracaso llevó a los alemanes a disminuir su confianza en las<br />

acciones protagonizadas por zepelines y a apostar por los bombarderos,<br />

como los bimotores pesados Gotha, que se mostrarían<br />

más fiables y eficaces que los dirigibles. Éstos quedarían<br />

relegados hasta el final de la contienda a realizar misiones de<br />

transporte.<br />

42


el desastre del hindenburg<br />

Aun así, en 1918 todavía se llevarían a cabo incursiones<br />

esporádicas con dirigibles sobre Gran Bretaña. La noche del 12<br />

al 13 de marzo, cinco zepelines intentaron atacar Londres, pero<br />

una densa nubosidad se lo impidió. Justo un mes más tarde se<br />

lanzó otro ataque con cinco dirigibles; aunque no se alcanzó<br />

ningún objetivo, el ametrallador del L 62 (LZ 107) consiguió<br />

derribar un aeroplano enemigo.<br />

El último intento de bombardear Londres tendría lugar la<br />

noche del 5 al 6 de agosto con cinco dirigibles; tres de ellos<br />

fueron interceptados por aviones ingleses cuando volaban a<br />

5.000 metros y uno de ellos, el L 70 (LZ 122), el zepelín más<br />

moderno y avanzado, capaz de ascender hasta los 7.000 metros,<br />

fue derribado por un DeHaviland DH-4, pereciendo todos sus<br />

tripulantes. Una semana después, otro zepelín, el L 53 (LZ<br />

100), sería abatido por un aeroplano Sopwith Camel cuando<br />

realizaba una misión de reconocimiento sobre el mar del Norte,<br />

volando a su máxima altitud. Había quedado claro que el<br />

dirigible, a pesar de su evolución y su capacidad para volar a<br />

alturas superiores, había perdido definitivamente su batalla<br />

con el aeroplano.<br />

La aventura del Afrikaschiff<br />

A lo largo de la contienda, la actuación de los zepelines había<br />

sido decepcionante. Pero ese fracaso había estado motivado por<br />

el empeño del alto mando alemán en utilizarlo en tareas incompatibles<br />

con la propia naturaleza del dirigible. Sus características<br />

le convertían en una presa fácil para la aviación enemiga;<br />

el zepelín no estaba hecho para combatir.<br />

Sin embargo, hubo un episodio en la guerra que demostraría<br />

el auténtico valor del dirigible, al ser destinado a una<br />

misión en la que su rendimiento era insuperable. En el otoño<br />

de 1917, el káiser autorizó una operación para avituallar a las<br />

tropas que se encontraban luchando heroicamente en las posesiones<br />

alemanas del África del Sudoeste alemana. Allí, el<br />

general Von Lettow-Vorbeck resistía al mando de un puñado<br />

43


jesús hernández<br />

de hombres y tropas indígenas todos los intentos británicos<br />

por desalojarlos del continente negro. Estaba previsto que la<br />

nave partiese a principios de octubre y que llegase a mediados<br />

de mes.<br />

Para esta misión se recurrió al L 57 (LZ 102), que fue construido<br />

añadiéndole dos bolsas de gas suplementarias, con lo<br />

que se convertiría en el mayor dirigible del mundo en ese momento.<br />

El Afrikaschiff, como así se denominó, fue cargado con<br />

ametralladoras, munición, víveres, medicinas y piezas de repuesto<br />

para la radio. Como el viaje sólo iba a ser de ida, el L57<br />

se construyó con materiales que pudieran ser aprovechados; la<br />

cubierta era de algodón destinado a la confección de uniformes<br />

—se enviaba una máquina de coser para ello— y con las piezas<br />

de la estructura de metal podía ensamblarse un generador eléctrico.<br />

Las bolsas de gas también podían reutilizarse.<br />

El Afrikaschiff llegó al aeródromo de Yambol, situado en el<br />

sur de Bulgaria, la base más meridional con que contaban las<br />

potencias centrales. Desde allí debía partir rumbo a un punto<br />

de la actual Tanzania previamente acordado por radio con Von<br />

Lettow-Vorbeck. Pero en la base búlgara la mala suerte se cebó<br />

con el L 57. El 7 de octubre, una vez cargado y listo para el viaje,<br />

se decidió realizar un vuelo de prueba para ver su comportamiento,<br />

pero una tormenta tan violenta como inesperada le<br />

hizo precipitarse a tierra, quedando totalmente destrozado. Sin<br />

embargo, como venía siendo habitual, el desastre no hizo mella<br />

en el ánimo de los alemanes; un nuevo dirigible, el L 59 (LZ<br />

104) fue adaptado para la naturaleza de la misión y a mediados<br />

de noviembre ya estaba listo para emprenderla.<br />

El nuevo Afrikaschiff partió de Yambol el 21 de noviembre<br />

de 1917. Pero, inmediatamente después de que el L 59 iniciase<br />

su largo viaje rumbo al sur de África, llegó a Alemania la noticia<br />

de que las tropas de Von Lettow-Vorbeck habían tenido que<br />

marcharse del lugar en el que se hallaban a la espera del dirigible,<br />

acosados por las fuerzas británicas, y se habían internado<br />

en la colonia portuguesa de Mozambique. El vuelo del L 59<br />

debía abortarse, pero resultó imposible ponerse en contacto<br />

por radio con él, así que el Afrikaschiff siguió adelante con su<br />

44


el desastre del hindenburg<br />

viaje sin saber que sus compatriotas no estarían esperándoles<br />

en el punto de encuentro acordado.<br />

El L 58 voló a través de Turquía, el Mediterráneo oriental y<br />

penetró en el continente africano al oeste del delta del Nilo,<br />

para evitar ser descubierto por los británicos, que se hallaban<br />

en la zona de El Cairo. Cuando el Afrikaschiff se hallaba a la<br />

latitud de Khartum, el 23 de noviembre, se consiguió establecer<br />

contacto por radio; se le informó por fin de que el encuentro<br />

con Von Lettow-Vorbeck no sería posible y que la misión<br />

quedaba anulada. Por tanto, debían dar media vuelta; así lo hicieron,<br />

y el L 58 regresó a Yambol el 25 de noviembre.<br />

Aunque la misión no pudo completarse con éxito, el viaje<br />

del Afrikaschiff fue una gesta considerable, el viaje más largo<br />

nunca hecho por un dirigible hasta el momento. El L 58 había<br />

cubierto 7.000 kilómetros en vuelo continuado, atravesando<br />

una región de clima extremo, como era el desierto del Sáhara.<br />

La aeronave se quedó en Yambol, desde donde efectuaría varias<br />

misiones de bombardeo de larga distancia en el Mediterráneo,<br />

con un éxito modesto. Finalmente, el 7 de abril de 1918, el<br />

Afrikaschiff se incendió en pleno vuelo por motivos desconocidos<br />

cuando se dirigía a bombardear Malta.<br />

Sin duda, la aportación del Afrikaschiff al esfuerzo de guerra<br />

germano no puede calificarse de exitoso, pero su épico vuelo<br />

demostró que los dirigibles eran capaces de realizar grandes<br />

vuelos intercontinentales, un camino que marcaría el éxito futuro<br />

de los grandes dirigibles.<br />

Lágrimas por Von Zeppelin<br />

La hazaña del Afrikaschiff, a pesar de que supuso un jalón remarcable<br />

en la historia del dirigible, pasaría desapercibida en el<br />

contexto general de la guerra. La utilización de los zepelines<br />

como arma de guerra había provocado una gran decepción en<br />

Alemania y, enfrascados en el fragor de la contienda, muy pocos<br />

repararon en las enormes posibilidades del dirigible en tiempo<br />

de paz, que había apuntado el L 58 con su periplo africano.<br />

45


jesús hernández<br />

En total, 84 zepelines fueron construidos durante la guerra.<br />

Unos sesenta se perdieron, ya fuera debido a accidentes o a<br />

acciones del enemigo. Los dirigibles alemanes llevaron a cabo<br />

51 misiones de bombardeo, en las que arrojaron 5.806 bombas,<br />

causando la muerte a 557 personas e hiriendo a otras 1.358.<br />

Aunque, tal como hemos visto, el papel jugado por los zepelines<br />

en la Primera Guerra Mundial había rozado la irrelevancia,<br />

su aportación más destacable había sido obligar a los Aliados a<br />

destinar a su neutralización doce escuadrones de cazas, así<br />

como diez mil hombres para cubrir las defensas antiaéreas encargadas<br />

de frenar sus incursiones; un pobre balance para un<br />

arma aérea que había nacido con las más grandes expectativas.<br />

El 8 de marzo de 1917, un año y medio antes de que acabase<br />

la contienda, Von Zeppelin falleció. Toda Alemania lloró su<br />

muerte. A su funeral acudieron miles de personas. Seguramente,<br />

el «conde loco» murió satisfecho al ver cómo la tenacidad<br />

que había mostrado a lo largo de toda su vida había dado<br />

sus frutos, pero a la vez se fue de este mundo decepcionado por<br />

la fragilidad que habían mostrado sus dirigibles durante la<br />

contienda y apenado porque, a consecuencia de la guerra, sus<br />

criaturas se habían convertido en «asesinos de niños». Tampoco<br />

pudo asistir al prometedor vuelo del Afrikaschiff, que hubiera<br />

alimentado las esperanzas de que algún día sus fantásticos<br />

sueños se cumpliesen.<br />

Los ojos de aquel visionario no verían la llegada de la paz ni<br />

tampoco la edad dorada de los dirigibles, pero lo que es seguro<br />

es que en su imaginación aparecieron nítidamente las imágenes<br />

que se producirían unos años más tarde cuando sus majestuosos<br />

zepelines cubrirían millones de kilómetros por medio<br />

mundo, sobrevolando océanos, montañas, campos y ciudades,<br />

despertando la admiración de todos aquellos que tuvieron alguna<br />

vez la suerte de verlos surcar el cielo.<br />

46


Capítulo 3<br />

El auge del dirigible<br />

E l fallecimiento de Von Zeppelin en 1917 le impidió asistir a<br />

la época de esplendor del dirigible, pero lo que tampoco pudo<br />

ver, en este caso por suerte, fue el golpe que los Aliados victoriosos<br />

en la Primera Guerra Mundial propinaron al desarrollo<br />

de estas aeronaves en Alemania.<br />

Sin embargo, nada más acabar la guerra, daba la impresión<br />

de que el uso civil de los dirigibles en la derrotada Alemania se<br />

iba a retomar como si nada hubiera ocurrido. En Friedrichshafen<br />

se reinició la construcción de zepelines y se reanudaron los<br />

vuelos entre las principales ciudades alemanas. Los planes de<br />

expansión de la compañía Zeppelin contemplaban establecer<br />

una ruta Friedrichshafen-Berlín-Estocolmo, un proyecto que<br />

contaba con el apoyo del gobierno sueco, que se mostró dispuesto<br />

a participar en la financiación de la nueva línea. Suecia,<br />

que había permanecido neutral durante la guerra, estaba abierta<br />

a tender una mano a la derrotada Alemania.<br />

Los dirigibles germanos comenzarían a volar con éxito a<br />

Estocolmo, cubriendo todas las plazas y ofreciendo un alto estándar<br />

de comodidad y seguridad a sus pasajeros. Cuando parecía<br />

que el dirigible podía convertirse para Alemania en un<br />

símbolo de paz y entendimiento con los otros países europeos,<br />

la Comisión Interaliada de las potencias victoriosas puso fin a<br />

ese sueño. Sus representantes ordenaron que «todos los hangares<br />

navales y militares, y todos los edificios destinados a aeroplanos,<br />

tanques anfibios y dirigibles» fueran destruidos o<br />

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