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El Hombre y la Máquina N o 15
me influyen pero a veces salen cosas muy picassianas. Los planos se
vuelven cuadrados, entonces son cubistas. Se vuelven oníricos porque
así van saliendo, pero no me considero subrealista, ni pop”.
—¿Qué muestra Pombo en un retrato y en el autorretrato?
“El interior, el cambio. Los hago a partir de fotos o a partir del
espejo. Ultimamente no los he hecho y en esta obra quiero combinar
un poquito esto, no encasillarme, no sólo trabajar las maculaturas,
eso también es cerrarse. Y de pronto tiene que venir una serie de
retratos, yo soy muy buen retratista. Un retrato sería pintar sin tanto
apoyo técnico; aunque yo no reniego de la técnica. En el retrato se
plasma el interior a partir del exterior, los retratos psicológicos, los
retratos partidos en dos, esos esquizofrénicos”.
—¿Y del amor qué?
“El amor es importante, es el sentido de la vida, lo que le da
sentido, la esencia”.
—¿Cómo ama Diego Pombo?
“Muy tiernamente, la ternura me parece definitiva, lo más clave
y, cada vez más desprendido. Aprender a amar es aprender a dar
desprendidamente. Y eso va reportando satisfacción cuando vas sintiendo
que te vas desprendiendo de la necesidad de la retribución. Es
poder entregar y entregar y eso es lo que te satisface”.
Diego Pombo, su vida, su forma de amar, la entrega infinita a
su proyecto artístico. En su espacio, cada color, cada rincón y cada
detalle es definitivo. Busca paredes blancas porque le agrada la luz
aunque juega con el cian y el magenta para sus puertas y ventanas,
encargadas, o mejor, responsables del paso de las musas que le abordarán
durante la noche. Como los verdaderos artistas construye un
mundo: Las Maculadas Concepciones, de las cuales emergen, como
una síntesis, la historia de su vida y la dialéctica del contexto histórico.
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