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Alexis López Vidal<br />
Prólogo de Víctor J. Andrés
Título: BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> (1ª Selección)<br />
Editor: Alexis López Vidal<br />
Autor: Alexis López Vidal<br />
La presente edición es propiedad de © Alexis López Vidal<br />
Impreso en España – Printed in Spain<br />
Depósito Legal: A 140-2013<br />
ISBN: 978-84-616-3634-1<br />
Cubierta: Alexis López Vidal / Olly – Fotolia<br />
Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del<br />
«Copyright», bajo las sanciones establecidas en las Leyes, la reproducción total o<br />
parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía<br />
y el tratamiento informático y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o<br />
préstamo públicos, así como la exportación de esos ejemplares para su distribución en<br />
venta fuera del ámbito de la Comunidad Económica Europea.
AVanessa, que ilumina mi noche
El escritor escribe su libro para explicarse a sí mismo lo que no se<br />
puede explicar. (Gabriel García Márquez)<br />
Los relatos que tiene a bien de leer son fruto de un inesperado<br />
reencuentro con la literatura, años después de haber desterrado la<br />
máquina de escribir al armario ropero donde duermen el sueño de los<br />
justos la ropa de invierno, las ilusiones perdidas y los trastos viejos.<br />
Todos ellos se redactaron entre finales de 2007 y finales de<br />
2008, doce meses que significaron para mí mucho más que la suma<br />
de sus días; supusieron reabrir una puerta tras la que aún aguardaba<br />
el universo infinito e inagotable de las palabras.<br />
Gracias a ellas, a las palabras, a la magia de ser compartidas,<br />
a cuantos disfrutaron, rieron y en alguna ocasión se emocionaron con<br />
estas <strong>historias</strong>, gracias a todo ello, este libro es una realidad.<br />
<br />
A todos, gracias. Y a usted.<br />
Alexis López Vidal
Prólogo de Víctor J. Andrés
Hay una máxima que ronda mis pensamientos cada vez que<br />
me planto delante del ordenador y miro el discurrir a veces frenético,<br />
<strong>otras</strong> errabundo; pero siempre buscando un sentido, de mis dedos<br />
por las letras del teclado. Sí, la idea está al fondo; pero descubres en<br />
cada palabra que plasmas, en cada frase que envuelve ese concepto,<br />
esa historia que quieres crear. Y la quieres crear porque está<br />
rondando, incordiando como una mosca veraniega. Hay un zumbido<br />
que te persigue, que te ronda, que no entiende de noches plácidas ni<br />
de conducción atenta. Esa idea que te aparece y que se infiltra en tu<br />
vida para acompañarte en tu día a día no se calma si no es referida en<br />
un papel, si no se puede leer en una cuartilla. Y creedme cuando os<br />
digo que tan recalcitrante es esa idea y esa historia recién creada que,<br />
además de haberte perturbado la existencia hasta que la ves al fin<br />
impresa, exige una segunda opinión y una tercera; exige ser leída por<br />
otros.<br />
Porque no nos engañemos, el escritor escribe para ser leído.<br />
Desea lanzar su red de <strong>historias</strong> a ese lector anónimo o amigo y<br />
atraparlo y enredarlo con ellas. Y no, no es fácil. Esperar ese dictamen<br />
del lector, conseguir haberle enganchado en la frágil trama que<br />
compone un cuento y que hace que se ensimisme y se enrede en el<br />
relato es tan difícil como placentero. Es más, es adictivo.<br />
Por eso mismo, creo que Alexis es un yonqui. Ha tratado de<br />
dejarlo, de ahí que los relatos que componen el libro partan de 2007;<br />
pero es demasiado. Es demasiado pedir dejar que se pierdan en la<br />
memoria de un disco duro o en el folio agujereado dormido en una<br />
carpeta. Hay que airearlos porque además son relatos intemporales.
Crea personajes que no caducarán, con <strong>historias</strong> eternas mil veces<br />
referidas. Pero no, no me malinterpretéis, no es que te parezca que<br />
son cuentos que ya han relatado otros, no. Se trata de plasmar temas<br />
como los celos, el deseo, el miedo, el hastío, la avaricia, el amor…<br />
temas que acompañan al ser humano a lo largo de su vida; temas<br />
como he dicho presentes mil veces en mil cuentos antes. Pero Alexis<br />
López Vidal envuelve estos temas de una forma sutil, elegante,<br />
inteligente. Creo que ésta es la palabra clave que destilan sus relatos,<br />
inteligencia. No hay exabruptos, no hay trucos, no hay prisas. Las<br />
<strong>historias</strong> se desarrollan y caen por su peso, unas con un final<br />
inesperado; <strong>otras</strong> con un devenir previsible pero no por ello exento de<br />
ingenio.<br />
La máxima a la que me refería al principio es la de manipular<br />
al lector. Sí, es crudo decirlo de esta manera; pero entiendo que<br />
manipular a una persona a través de un escrito que parte de tu cabeza<br />
es un placer inmenso. Conseguir modificar el ánimo de un lector,<br />
provocar una risa o una lágrima, enternecer o darle en qué pensar; es<br />
algo que el escritor busca con afán y que, os aseguro, encontraréis en<br />
estos relatos. El autor va a emplear palabras duras, <strong>historias</strong><br />
descarnadas, personajes variopintos; se va a valer de todos los trucos<br />
que una imaginación desbordante provee a unos dedos hábiles en el<br />
teclado. Ya os aviso, Alexis os va a manipular, lo ha conseguido.<br />
Entiendo a Alexis cuando, acaso recordando el subidón que<br />
te genera el tener un lector entregado, redescubrió y desempolvó sus<br />
escritos acomodados en un archivo. No, definitivamente no es su sitio.<br />
Sin duda están mucho mejor a tu alcance en este libro que tienes en<br />
tus manos.<br />
<br />
<br />
Víctor J. Andrés<br />
Novelista. Autor de «El Godo» y «Un Vikingo en Al-Andalus»<br />
Marzo, 2013
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
MEDIA VERÓNICA<br />
<br />
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BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
ABRAZA Pistones la idea de separarse para siempre de la<br />
mujer que le ha atormentado tanto, separarse lo suficiente como para<br />
que el sortilegio que emana de sus ojos abotagados de rímel robado<br />
de El Corte Inglés ya no le subyugue y le rinda. El concepto de libertad<br />
es sugerente. Lo abandona Pistones tal y como llegó, en un instante,<br />
cuando Chocho llega contoneando las caderas generosas embutidas<br />
en un vaquero deshilachado a propósito - «es la moda», había dicho –<br />
y le dispara a bocajarro una mirada del calibre 44. Se siente felina esta<br />
noche y, al menos por el momento, Pistones olvida que está atado sin<br />
remedio a una mujer.<br />
Pistones y Chocho cohabitan. Lo justo. No más de lo<br />
necesario. Fuera, las aceras del lumpen son un bestiario de la noche<br />
madrileña; bajo una farola de cristales rotos orina un borracho<br />
tratando de mantener el timón firme, pero se riega los zapatos; una<br />
pareja de prostitutas están apostadas en sendas esquinas, haciendo<br />
ondear sus minúsculos bolsos de plástico en el cortante aire de Marzo;<br />
un Seat Panda de color rojo sobresalta al borracho, zigzagueando de<br />
regreso a casa, y se detiene al pasar frente a las mujeres. Una de ellas,<br />
la que está más cerca, hace ademán de aproximarse al vehículo, otea<br />
a lo largo de la calle para descubrirla vacía y se inclina hasta quedar a<br />
la altura de la ventanilla.<br />
Tumbada en la cama, barnizada de una pátina de sudor<br />
brillante, Chocho observa la espalda de Pistones, de pie frente a la<br />
ventana del dormitorio aspirando con vehemencia un cigarrillo Camel.<br />
Pistones observa a la prostituta negociando su cuerpo.<br />
La prostituta es de mediana estatura, más bien desprendida<br />
en sus proporciones, cabello rubio con raíces negras, negrísimas,<br />
labios de color violeta, minifalda vaquera y blusa blanca anudada<br />
sobre el ombligo, medias de rejilla. Los tacones levantan su trasero<br />
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BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
orondo y dibujan con nitidez sus gemelos. Lleva tiritas en los pies, que<br />
le duelen una barbaridad.<br />
En la acera de enfrente, Silvia, su compañera de turno, la<br />
observa mientras se introduce en el coche y se marcha calle arriba.<br />
- Zorra – masculla, más por el hecho de quedarse a solas que<br />
por haber perdido el servicio. Bosteza y se rasca la ingle, se coloca el<br />
elástico del tanga y consulta su reloj. Son normas del sindicato; hay<br />
que saber a qué hora se marcha una compañera, por si no vuelve.<br />
Pistones aplasta la colilla de Camel contra un cenicero<br />
«Recuerdo de la Expo de Sevilla 92» - no estuvo, jamás se ha ido de<br />
vacaciones; lo robó de un bar de Lavapiés – se coloca el paquete por<br />
fuera del slip y camina despacio para tumbarse al lado de esa mujer<br />
que lo ha esclavizado y lo ha atormentado tanto.<br />
***<br />
DEL MONSTRUO mecánico descienden dos hombres<br />
ataviados con un mono de cremallera de color verde y amarillo. Las<br />
bandas reflectantes en sus brazos se iluminan al paso de una furgoneta<br />
de reparto de pan. Se despereza la mañana con malas pulgas,<br />
sacudidos los chopos sistemáticamente dispuestos a lo largo de la<br />
amplia avenida por la acometida del viento.<br />
- Date prisa, Mariano – dice uno de los operarios de aseo<br />
urbano, antes llamado basurero; a él le da igual como le llamen, «la<br />
basura apesta lo mismo» afirma sin reparos – que nos llueve.<br />
Mariano termina de enganchar un contenedor a los enormes<br />
brazos del camión y un sonido hidráulico avisa de que va a comenzar<br />
el volcado. Resulta monótono la mayor parte de las veces; bolsas de<br />
supermercado mal anudadas preñadas de pañales sucios, latas,<br />
cartones de leche que son engullidas una tras otra por el monstruo<br />
devorador de inmundicia. En contadas ocasiones la tarea depara<br />
alguna sorpresa.<br />
- ¡Pero qué…! ¡Aguanta el bicho, Romerales! – exclama<br />
Mariano, con el rostro desencajado - ¿estás viendo eso, tú? – pregunta<br />
<br />
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BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
dirigiéndose al otro operario y señalando con un enguantado y<br />
tembloroso dedo extendido hacia un cuerpo de mujer que emerge de<br />
entre la montaña de basura.<br />
El otro operario asiente, se pasa el antebrazo por la frente<br />
perlada de una sudoración fría y habla con una convicción<br />
aprehendida a costa de muchas noches.<br />
- Llama a la policía, Mariano – chasquea la lengua - operario<br />
de aseo urbano… ¡y un carajo! Esto es la misma porquería de<br />
siempre.<br />
Mariano habla nervioso, a través del teléfono móvil, con un<br />
agente de policía. Romerales se pregunta en la cabina «qué cuyons<br />
estará pasando» en la parte de atrás del camión.<br />
16<br />
***<br />
EL TELEVISOR Radiola parpadea durante un instante, como<br />
un viejo que carraspea para aclarar la garganta quemada de orujo, y<br />
proyecta las imágenes del noticiario contra su pantalla convexa con<br />
una solemnidad propia de electrodoméstico vetusto. Ajusta Pistones el<br />
volumen, para no perder detalle.<br />
- …usted fue la primera persona en percatarse de que había<br />
un torso de mujer entre la basura… - afirma una joven de cabellos<br />
rizados y gesto contenido, a sabiendas de que habla en directo para<br />
millones de espectadores. Se dirige al operario de mono verde y<br />
amarillo y franjas reflectantes en sus brazos, que asiente haciendo<br />
descender y ascender y descender las enormes ojeras que se dibujan<br />
en su rostro, como de lechuza. La periodista acerca el micrófono al<br />
operario con cara de rapaz nocturna, que lo observa unos segundos<br />
antes de responder, tal vez midiendo la distancia con sus labios<br />
cuarteados y rodeados de una hirsuta barba de tres días.<br />
- Le faltaban las piernas – asevera – bueno, para ser exactos,<br />
le faltaba todo de cintura para abajo, ya me entiende.
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
- Debió de ser algo sobrecogedor para usted – afirma la<br />
periodista, que pone boca de piñón y arruga el entrecejo; es un<br />
recurso de manual, para dar efectismo.<br />
- Estas cosas imponen, claro que imponen – responde el<br />
operario -, pero en este trabajo se ve de todo. Hace unos años un<br />
compañero se tropezó con un drogadicto al abrir un contenedor;<br />
pálido, con los ojos en blanco y con la aguja todavía clavada en el<br />
brazo. Fiambre. Avisó a una ambulancia y en cuanto lo sacaron y lo<br />
fueron a embolsar ¿sabe usted qué? ¡Se despertó de un brinco, salió<br />
corriendo y todavía lo andan buscando!<br />
La periodista esboza una sonrisa, aprieta todavía más la boca<br />
de piñón, con riesgo de succionarse a sí misma, nerviosa, fuera de<br />
tema. Agradece la colaboración del entrevistado y devuelve la<br />
conexión al estudio. La última imagen del escenario permite<br />
vislumbrar, muy al fondo, el bulto inerte que compone medio cuerpo<br />
de prostituta dentro de una bolsa para cadáveres. El forense, un<br />
cuarentón con calva en forma de tonsura que lleva pajarita, ha<br />
anotado en una libreta que vestía una camisa blanca todavía anudada<br />
- «sobre el ombligo bajo el que se abre la nada», ha pensado - y que,<br />
aunque el cabello es rubio, por el color de las raíces - «negrísimas» - la<br />
mujer era morena.<br />
En el exterior del televisor Radiola, Chocho llega a puerto<br />
después de haber quemado todas sus naves en el bingo.<br />
***<br />
LA CARTILLA de Caja Madrid es una lastimera sucesión de<br />
muchas idas al cajero automático de la esquina y pocas venidas a<br />
decolorar el sangrante rojo de sus números. A Pistones le arde el<br />
estómago. Chocho le reclama desde algún lugar de la mazmorra en<br />
que lo ha sometido con las cadenas que lo atan a sus caderas.<br />
- Han encontrado otra puta partida por la mitad en un<br />
contenedor – anuncia Chocho mirando el reflejo del televisor en el<br />
espejo, mientras se pinta los labios – ya van cuatro. O dos, si sumas<br />
las cuatro mitades – añade Chocho permitiéndose hacer alarde de la<br />
bilis que destila su lengua.<br />
<br />
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BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
Pistones considera el comentario de muy mal gusto, incluso<br />
para ella. Quiere derribar la puerta, echar a correr y no volver a pensar<br />
en Chocho. Ella se gira y se desprende de la bata de corte oriental que<br />
compró en un supermercado chino. Él olvida que el estómago le arde.<br />
18<br />
***<br />
HACE FRÍO y Silvia se arrepiente de haber dejado la<br />
chaquetilla torera en casa; ha preferido mostrar a las claras la<br />
mercancía. Ahora que su antigua compañera es un medio cuerpo<br />
estrella de la televisión y que <strong>otras</strong> tres mujeres del gremio han corrido<br />
la misma suerte, el trabajo le parece más penoso y más indeseable que<br />
de costumbre. En la esquina de enfrente, la plaza vacía ha sido<br />
ocupada por una senegalesa que apenas balbucea las escasas frases<br />
necesarias para cerrar la transacción con los clientes.<br />
Pistones se incorpora de la cama, que todavía rezuma el<br />
destilado de dos cuerpos que han yacido sobre sus sábanas. Chocho<br />
duerme y sueña con completar un bingo o al menos cantar una línea,<br />
con llevar abrigos de visón y bañarse en perfume del caro, con no<br />
andar al descuido en la sección de cosmética de los grandes<br />
almacenes y con tener a sus pies a un futbolista o a un torero y no a<br />
un pringado.<br />
Junto a la ventana, Pistones enciende un cigarrillo Camel y<br />
contempla la noche iluminada por las farolas; de cada tres sólo<br />
alumbra una. Observa a la prostituta que se abraza a sí misma,<br />
aterida de frío. Su pelo es muy corto, sus piernas muy largas.<br />
A su espalda escucha la voz de Chocho, que habla con la<br />
lengua de trapo de quien recién despierta.<br />
- ¿A dónde vas? – le pregunta.<br />
Pistones se despega el cigarrillo de los labios y contesta por<br />
encima del hombro. Para sí mismo responde una cosa - «a ser libre»,<br />
en voz alta responde otra.<br />
- A tirar la basura.
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
LA MANCHA<br />
<br />
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BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
EL ATLAS desencuadernado de comportamientos<br />
perturbados había esparcido sus hojas a lo largo de la carretera, y el<br />
atasco de tráfico era un muestrario de todos los especímenes de los<br />
que daba cuenta; el conductor de una furgoneta de mensajería rápida<br />
había perdido la paciencia, quizá en un envío con la dirección<br />
errónea, y golpeaba el volante con ambos puños; una madre ojerosa<br />
se había girado hacia la parte trasera de su automóvil y gritaba a dos<br />
pequeñas fieras en edad escolar; un funcionario gay del Ministerio de<br />
Hacienda había retomado la lectura de la página setenta de “La<br />
Tempestad”, de Juan Manuel de Prada - «el caso es que este tío no<br />
me da el tipo en televisión, a lo mejor repeinado y con algún kilito<br />
menos…» pensaba cada vez que veía la fotografía del autor en la<br />
contraportada -; quien más y quien menos se había decantado por<br />
abandonar todo interés en lo que acontecía en el exterior de sus<br />
vehículos, incluso el periodista Granados Melgarejo.<br />
- Te voy a matar Granados, reza lo que sepas – le amenazó su<br />
madre apuntándole a la cabeza con un revólver de gran calibre. A<br />
Granados le pareció que todo se había vuelto grisáceo, que las<br />
sombras eran duras como un patio de colegio del extrarradio y que su<br />
madre hablaba con acento de Milwaukee.<br />
- Mamá, que soy tu hijo – a Granados le pareció lo más lógico<br />
hacer valer el parentesco. Su madre titubeó un segundo, aunque se<br />
recobró y le lanzó una mirada de acero. A Granados le extrañó que su<br />
madre vistiera como un gánster de los años cuarenta, sólo que el traje<br />
a rayas y el sombrero de ala ancha estaba aderezado con un delantal<br />
que rezaba «De Torrelodones al cielo».<br />
- En esta ciudad no hay sitio para los dos, Granados – le<br />
espetó su madre. En ese momento sonó el timbre de la calle - ¡ya<br />
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BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
están los de la propaganda! Espérate aquí, hijo, que ahora vuelvo y<br />
liquidamos este asunto…<br />
La madre-gánster de Granados Melgarejo se marchó,<br />
dejándole a solas en una especie de híbrido entre despacho de<br />
Samuel Spade y cocina; poblando el suelo, que recordaba a un<br />
damero de ajedrez, había una sólida mesa de madera llena de<br />
carpetas, un archivador metálico y una lámpara de corte industrial,<br />
también un infiernillo de gas y una estantería con botes de especias,<br />
un horno y una estatuilla de San Pancracio con una moneda extinta<br />
de veinticinco pesetas – de las del agujero en el centro – atravesada en<br />
el dedo del santo como un donuts. Olía a tabaco negro y croquetas de<br />
bacalao.<br />
Granados se percató de que estaba atado a una silla, aunque<br />
las cuerdas que lo retenían estaban anudadas con poca fuerza – su<br />
madre tenía los huesos frágiles –, y de que su única oportunidad de<br />
evasión era moverse lo suficiente como para desligarse y huir.<br />
Comenzó a zarandearse de un lado a otro y a saltar en la silla.<br />
- ¡Muévete! – le espoleó una voz cavernosa - ¡vamos!<br />
¡muévete!<br />
Granados no supo identificar de dónde procedía aquella voz<br />
que le animaba en su huida.<br />
- ¡Que te muevas, pedazo de imbécil!<br />
De pronto despertó, y se encontró de nuevo, como<br />
catapultado, en el interior de su Opel Astra del 96. A ambos lados los<br />
vehículos habían proseguido su marcha y Granados se había<br />
convertido en un tapón de corcho que amenazaba con hacer reventar<br />
el ánimo de la hilera de conductores a su espalda.<br />
Granados Melgarejo suspiró y apretó el acelerador. Se<br />
preguntó dónde quedarían sus expectativas, quizá en el arcén o justo<br />
en mitad de la carretera, a expensas de ser atropelladas como un gato<br />
por uno de los energúmenos que continuaban vilipendiándole porque<br />
llegaban tarde. Aquella insistencia, dedujo, al menos significaba que<br />
les importaban sus trabajos. A Granados, no. Granados Melgarejo<br />
<br />
21
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
trabajaba para una revista de enigmas y se encaminaba a cubrir una<br />
mancha aparecida en la pared de una cocina.<br />
22<br />
***<br />
- AHÍ LA TIENE, yo no puedo evitar un escalofrío cada vez<br />
que la veo… ¡es su viva imagen!<br />
- ¿La viva imagen de quién? – preguntó Granados mirando de<br />
frente, de perfil, de soslayo y guiñando un ojo, el manchurrón de la<br />
pared.<br />
- ¡De San Nicodemo! ¿Acaso es usted ciego? – preguntó la<br />
señora, pasando la palma de la mano de un lado a otro frente a la<br />
cara incrédula de Granados, que se apartó a un lado y desenfundó la<br />
cámara réflex con un suspiro tan hondo que llegó al piso de abajo.<br />
- ¿Y ha ocurrido algo más aparte de la mancha? – preguntó el<br />
periodista, pensando ya en resolver el asunto por la vía rápida y salir<br />
escopetado en dirección a su ruinoso cubículo en la redacción, escribir<br />
cuatro párrafos y fichar a la salida -, ¿se oyen ruidos?, ¿cambia<br />
bruscamente la temperatura?<br />
- Bueno, ahora que lo dice, la gentuza esa del bar de abajo<br />
está armando más escándalo que de costumbre… Y yo, últimamente<br />
siento unos calores muy fuertes, como un sofoco. ¿Cree usted que<br />
todo eso tiene relación con el santo?<br />
Granados miraba ya a través del objetivo de su Minolta y no<br />
se molestó en contestar, simplemente arqueó los hombros y comenzó<br />
clic, clic a fusilar la mohosa aparición de la pared de la cocina.<br />
- ¿Y cuándo ponen el programa? – preguntó la señora, de<br />
pronto.<br />
Granados se esforzaba por encontrar un ángulo decente de la<br />
mancha, alguna perspectiva lo suficientemente parecida a algo, a San<br />
Nicodemo o a un señor bajito montando en bicicleta, lo que fuera,<br />
pero el trabajo era condenadamente difícil.
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
- ¿Qué programa, señora? – Granados no entendió la<br />
pregunta, y se preguntó si tal vez se había quedado dormido de<br />
nuevo.<br />
- ¡Pues el de televisión! ¿Cuál si no? Digo que cuándo saldrá<br />
el santo por televisión. Si es a las cuatro de la tarde tendrán que<br />
cambiarlo, porque a esa hora tengo la telenovela del canal tres…<br />
- Señora, esto no es para la tele. Yo trabajo para una revista.<br />
Esto saldrá publicado en el quiosco.<br />
La señora de la mancha en su cocina no escondió un gesto de<br />
disgusto; su yerno tenía video y podía haberle grabado el prodigio.<br />
Una revista le pareció poca cosa.<br />
- ¡A esa mujer de Bélmez la sacaban por televisión día sí y día<br />
también! – protestó la señora – y no me dirá usted que San Nicodemo<br />
se merece menos…<br />
Granados Melgarejo observó a su paciencia dar un salto y<br />
echarse a la carrera, y si hubiera tenido un volante lo hubiera<br />
golpeado con ambas manos como un repartidor de mensajería rápida<br />
en medio de un atasco.<br />
- Oiga, señora, no es por ofender… pero su santo no está del<br />
todo definido. A lo mejor hay que dejarlo en barbecho unos días, para<br />
que cuaje – afirmó con malicia.<br />
La señora de la mancha se encendió de indignación.<br />
Granados se temió lo peor; las guerras más encarnizadas se han<br />
librado por fanatismos religiosos. En ese momento sonó el timbre de la<br />
puerta y el periodista se vio salvado por la campana.<br />
- ¿Qué hora es? – preguntó la señora, y se contestó ella misma<br />
- ¡las once!<br />
La señora se marchó sin mediar palabra y al instante volvió<br />
acompañada de tres mujeres que portaban estampitas del santo,<br />
rosarios y alfileres en sus chaquetas de punto.<br />
<br />
23
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
- Vamos a rezarle al santo – afirmó la señora muy ufana,<br />
disponiendo las sillas de la cocina frente a la mancha de la pared –<br />
haga usted el favor de retratar al santo y no molestar, que esto es una<br />
cosa muy seria.<br />
Granados asintió con la cabeza y se mordió la lengua; eran<br />
cuatro contra uno. Las beatas se acomodaron en las sillas y<br />
comenzaron a rezar en voz baja. La señora de la mancha se adelantó,<br />
junto las palmas de las manos y añadió:<br />
llora.<br />
24<br />
- Todos los días, a las once en punto, el santo se lamenta y<br />
A Granados Melgarejo le pareció que aquel pequeño grupo<br />
sectario en torno a un mancha oscura en la pared era ya demasiado,<br />
al menos lo suficiente para cubrir un cuarto de página con cuidado de<br />
no desmerecer del todo el poco crédito de sus artículos, y se dispuso a<br />
marcharse.<br />
Pero en aquel instante lo escuchó; era un gemido agónico,<br />
sobrecogedor, como si alguien soportara sobre sus hombros todos los<br />
pesares del mundo y que parecía filtrarse directamente a través de la<br />
pared.<br />
- A veces parece que aúlla… - apuntó la señora de la mancha,<br />
toda ufana, apreciando el cambio de expresión en el rostro de<br />
Granados Melgarejo.<br />
El periodista se sintió avergonzado de haber dudado de la<br />
mancha oscura y, a tiempo de no perder la ocasión de capturar el<br />
prodigio, extrajo de uno de los bolsillos de su chaleco patentado de<br />
reportero una grabadora digital.<br />
- Ave María, llena eres de Gracia… - exclamaron todas las<br />
mujeres a la vez.<br />
Un sonido sibilante siguió a los lamentos del santo, y de sus<br />
ojos – Granados se esforzó por ubicar los ojos en algún punto de la<br />
mancha informe – brotaron lágrimas.
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
Granados apostó de nuevo un ojo tras la cámara y clic, clic se<br />
desató en un sinfín de fotografías del portento.<br />
Tras él, una de las beatas preguntaba en voz baja cuándo se<br />
emitiría el programa.<br />
***<br />
- ¿BAJA USTED? – le preguntó un señor orondo, que<br />
ocupaba la mitad del camarín del ascensor.<br />
Granados Melgarejo confirmó que compartían el mismo<br />
destino, la planta baja, y se arracimó en el ínfimo espacio que<br />
quedaba por ocupar.<br />
- ¿Vive usted en esta finca? Su cara no me suena… - inquirió<br />
el señor orondo.<br />
- Soy periodista – respondió Granados - ¿conoce usted a la<br />
propietaria del cuarto derecha?<br />
- ¿La beata? – apostilló el señor orondo con sorna - ¡no me<br />
hable! Ahora les ha dado por rezar todos los días justo cuando me<br />
escapo de la oficina para ir al excusado. Soy de tránsito lento, ¿sabe<br />
usted? Y no vea… los tabiques son de papel y no es plato de gusto<br />
aposentarse en el trono entre avemarías y padrenuestros.<br />
Granados Melgarejo sintió desencajada la mandíbula.<br />
- ¿Se encuentra usted bien, muchacho? – preguntó el señor<br />
orondo, con gesto preocupado – le veo a usted macilento… Eso va a<br />
ser el vientre, ¡se lo digo yo!<br />
Granados se limitó a sonreír, observó que las puertas del<br />
ascensor se abrían en el descansillo de la escalera y se limitó a decir:<br />
- Debería usted revisar las cañerías del baño…<br />
El señor orondo arqueó las cejas.<br />
- … igual tiene una fuga.<br />
<br />
25
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
De regreso a la redacción el tráfico era denso como la<br />
mermelada, y en un momento en que las ruedas de los vehículos<br />
llegaron a detenerse a Granados le pareció observar que en una<br />
furgoneta de mensajería rápida el conductor echaba espumarajos por<br />
la boca, que todo se volvía grisáceo y que la atmósfera destilaba<br />
aroma a tabaco negro y croquetas de bacalao.<br />
26
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
EL BARRIO<br />
<br />
27
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
28<br />
No ha conocido otro barrio más que el barrio;<br />
se habla de las casas de los señoritos que enredan<br />
con sus cuartos, de los pezones oscuros apostados<br />
en las esquinas, del trapicheo sórdido de la dosis<br />
de parnaso a cambio de una lata de espárragos<br />
escondida a traición en un pantalón de chándal;<br />
el mundo acaba en la degollina de un callejón<br />
sin salida, en viviendas pintadas a churretones<br />
dispuestas en una crujía, en puertas arrancadas,<br />
calentadores malvendidos al día siguiente<br />
de la inauguración por el político capitalino,<br />
en la venta ambulante de melones y ristras de ajos;<br />
resta pasos al camino a costa de zarandearse<br />
en un bamboleo cansado y doloroso por la artrosis<br />
y la carga, de una compra escasa y humillante regateo,<br />
más tarde bien lamida, y de cuarenta años<br />
de hincar rodillas, fregar platos, sentirse hundida;<br />
ahora todo son gitanos más oscuros, achocolatados,
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
caracolillos en el pelo, pies descalzos y sucios,<br />
los ojos amarillos y hambrientos de todo;<br />
aprieta el paso, no avientes tiempo al tiempo, oculta el ceño<br />
magullado de golpes por la almádena del puño; matrimonio<br />
de bozal, arras de mordaza y pierna quebrada,<br />
relamiendo las heridas en silencio; cuanto más vieja más tonta<br />
se dice, le duelen las manos y la espalda y las piernas y el alma<br />
y la última le enseñó un cuchillo, de pelar conejos,<br />
ni gatos quedan en un barrio que es el barrio;<br />
plétora de golpes granjeados sin afectación alguna,<br />
sopa fría, sopa caliente, un mal día, un día corriente;<br />
huye del puñal sostenido, sal a la calle de un barrio<br />
que es el barrio y grita; salva la vida guarecida<br />
en la barbacana oscura, en la colaña negra de una espalda<br />
mojada que huyó sabedora de que hay más barrios<br />
que el barrio; más hostiles y, también, más honestos.<br />
<br />
29
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
EL GUIÓN<br />
<br />
31
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
Agarré el pimentero con la mano izquierda y lo situé cerca de<br />
la mejilla; una rosquilla con la derecha, mirando a través del agujero, y<br />
simulé que todo ello trascendía el vestido de un mantel de casa obrera<br />
y que rodaba primeros planos de Ingrid Bergman en Casablanca. Mi<br />
padre me gritó con la boca llena de ensalada murciana, algo acerca de<br />
que dejara de hacer el bobo. Yo sentía que no podía dejar de hacer el<br />
bobo, con o sin pimentero y rosquilla. Me parecía que mi vida era una<br />
bobería constante, una pérdida de tiempo si no podía atrapar cada<br />
instante en veinticuatro fotogramas por segundo. Quería ser cineasta.<br />
Mi padre quería que fuera electricista. De momento me había<br />
quedado en cinéfilo y en electrofóbico. Y en Manolo Gómez.<br />
En cualquier caso, la vida transcurría ajena a mí mientras me<br />
pasaba el día en una cola; en el cine Avantia o en el INEM. En el<br />
primero conocí a Miguelito Gimeno, en la taquilla, y a fuerza de asistir<br />
al día del espectador con la periodicidad propia de un almanaque nos<br />
hicimos amigos. Miguelito también sentía una inclinación amorosa por<br />
el celuloide, pero la suya era algo más mundana.<br />
- No lo dudes, Manolo. En el cine para adultos está el futuro<br />
de la industria.<br />
Miguelito siempre hablaba del futuro de la industria y del cine<br />
porno, pero a mí ni las prospecciones futurológicas ni filmar el sexo<br />
explícito se me hacían interesantes.<br />
- Yo quiero hacer películas serias, Miguelito. Una película que<br />
enseñar a mi padre, aunque no la entienda.<br />
Entonces Miguelito se molestaba, como siempre, y se defendía<br />
acusando a mi padre de haber viajado a Perpiñán a ver Un tranvía<br />
llamado deseo. Yo me defendía, nos defendía, argumentando que<br />
aquello tampoco era cine X. Por la noche, sujetaba el pimentero y una<br />
rosquilla y encuadraba el rostro cuadrado de ese progenitor que,<br />
32
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
cuando fue joven, cruzó la frontera en pos de la libertad fílmica que<br />
aquí se le vedaba.<br />
- Voy a escribir un guión – me anunció Miguelito, como si<br />
desvelara al mundo un decidido plan contra el que nadie, ni el propio<br />
mundo, podría hacer nada.<br />
- ¿Tú sabes escribir? Guiones, digo – maticé, por miedo a la<br />
conocida susceptibilidad de Miguelito. Dio igual, su gesto me confirmó<br />
que se sentía ofendido.<br />
- ¡Por supuesto! – me respondió – un buen guión requiere<br />
diálogos realistas, y para escribir diálogos que resulten realistas ¿qué se<br />
necesita?<br />
Por un instante dudé en contestar que se necesitaba saber<br />
escribir, pero me contuve.<br />
- …se necesita saber observar – añadió. Yo asentí, aliviado<br />
porque Miguelito se preguntara y se contestara por sí solo; la verdad<br />
es que Miguelito Gimeno no necesitaba mucho para pasar una tarde<br />
entretenido – y yo, desde la taquilla, he observado mucho.<br />
Muchísimo, Manolo, muchísimo. Y estoy decidido a escribir un guión.<br />
¿No te alegras?<br />
- Sí, claro… Me alegro por ti.<br />
- Por mí no, Manolo, bueno también, pero sobre todo ¡por ti,<br />
Manolo, por ti!<br />
- ¿Por mí?<br />
- ¡Hombre, claro! Yo voy a escribir el guión. Y tú vas a dirigir<br />
la película.<br />
Estaba claro que Miguelito Gimeno no necesitaba mucho para<br />
estar entretenido; que sabía escribir estaba por demostrarse, pero<br />
imaginación tenía para regalar.<br />
Por aquel entonces el cine Avantia sucumbió a los intereses<br />
especulativos de una capital de provincia humilde que se desperezaba<br />
<br />
33
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
y a la que le surgían en el rostro edificios de oficinas y bingos, como el<br />
acné. Miguelito perdió su empleo, ése que le permitía observar mucho,<br />
muchísimo desde el interior de su taquilla – como un naturalista, me<br />
imagino – y apenas si coincidimos una o dos veces más en la cola del<br />
INEM. Todavía me habló con la inocencia del recién parado de su<br />
guión, del filme prodigioso que habría de brotar de su cabeza y ser<br />
puesto a ojos del mundo a través de mi cámara – Miguelito Gimeno,<br />
sic -. Con el tiempo acabamos separados, distanciados por nada en<br />
especial, lo último que supe de él es que regentaba un quiosco de<br />
prensa y lo último que supo de mí es que comencé a trabajar de<br />
electricista. Aunque esta no fuera la última de mis ocupaciones; al<br />
primer calambrazo, el electrofóbico impenitente salió corriendo.<br />
Años después me ganaba la vida, o la perdía, si no es perderla<br />
poco a poco acabar consumido por las desilusiones, como empleado<br />
de un videoclub. Coincidió con el boom del VHS y los taquillazos de<br />
acción, y tal y como predijo Miguelito Gimeno, las estanterías de cine<br />
para adultos – tras unas puertas al estilo de un saloon de western –<br />
resultaron atraer a una densa caterva de fieles. Por las noches, en la<br />
soledad del minúsculo apartamento cuyo alquiler consumía con ansia<br />
voraz gran parte de mi exiguo sueldo, yo seguía rodando con pimienta<br />
y rosquilla los planos de una película imposible.<br />
- Menuda carrera lleva ese amigo tuyo – me comentó mi<br />
padre, como si tal cosa, mientras hundía el tenedor en la ensalada<br />
murciana un domingo de visita cualquiera.<br />
- ¿Quién? – pregunté, sinceramente sin saber de quién<br />
hablaba, consciente de que amigos, y amigos que hubieran hecho<br />
carrera, podía contarlos con los dedos de la mano de un manco.<br />
- Pero hijo, es que vives en otro planeta… Miguel, ése Miguel<br />
con el que te pasabas el día enredando. Hoy ha salido en las noticias.<br />
¡En el telediario, ni más ni menos!<br />
34<br />
- ¿Miguelito Gimeno? ¿Y qué ha hecho? Si era buen chaval…<br />
- ¡Hombre! Mira el golondrino éste – dijo mi padre,<br />
señalándome con el tenedor; parecía que hablaba con alguien más, se<br />
le había quedado la manía desde que murió mi madre - ¡y tan bueno!
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
Como que ha escrito una película, el tío. Y la va a dirigir un tal<br />
Villaronga o algo así.<br />
- ¿Agustín Villaronga? ¿Miguelito Gimeno?<br />
Me pareció una injusticia. Yo tenía más experiencia rodando<br />
planos con pimenteros y rosquillas que cualquier director de cine. Y,<br />
además, Miguelito Gimeno me lo prometió. ¡Me lo había prometido!<br />
Ése guión era para mí. El muy traidor… Y encima salía por televisión,<br />
haciendo pública su afrenta como aliño perfecto para la ensalada de<br />
mi padre.<br />
- Vaya – dije al fin – me alegro por él.<br />
Por un instante me sentí tentado de sacar un primerísimo<br />
plano de mi padre, que ya había perdido todo interés en mí y volvía a<br />
concentrarse en el televisor, pero alejé mi mano del cesto de las<br />
rosquillas y me marché.<br />
La película de Miguelito Gimeno fue un éxito, aunque al final<br />
no la dirigiera Villaronga. Por mi parte, resistí durante meses la<br />
tentación de internarme en una sala de cine, como un espía anónimo,<br />
y ver en persona aquella traición en formato panorámico. Finalmente,<br />
cuando la versión para alquiler estuvo disponible en el videoclub, opté<br />
por el pase privado; pensé que era mejor despotricar en casa. Eso<br />
pensé. Pero en lugar de gritar, de maldecir, de vilipendiar al Bruto o al<br />
Judas que se escondía bajo la apariencia de Miguelito Gimeno, lloré.<br />
Me deshice en lágrimas durante noventa minutos. Aquella película<br />
hablaba en un lenguaje a ratos brutal, a ratos en susurros que sólo<br />
acallando el alma podían hacerse oír; la historia se tornaba<br />
enrevesada como un intestino y en realidad hablaba de la simplicidad<br />
de la vida. Miguelito Gimeno había firmado una obra maestra. Con<br />
los títulos de crédito dejé de odiarlo. No se puede odiar a alguien que<br />
ha observado tanto, tantísimo el mundo desde el interior de la taquilla<br />
de un cine desaparecido.<br />
Pasados unos meses, todo el mundo esperaba con ansias una<br />
nueva entrega del talento de Miguelito Gimeno. Incluso se comentó en<br />
televisión, en el telediario, según mi padre, que la productora había<br />
empezado a perder la paciencia. Miguelito había escrito durante<br />
<br />
35
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
semanas con una obsesión y una dedicación propias de un genio o de<br />
un loco. O de un genio loco. O de un loco genial. Pero se negaba a<br />
elegir director. La realeza del cinematógrafo nacional se rendía a sus<br />
pies y Miguelito Gimeno no se casaba con nadie.<br />
36<br />
Entonces sonó el teléfono.<br />
- Videoclub Matiné, dígame…<br />
- ¿Manolo?<br />
- ¿Miguelito?<br />
- ¡Manolo! No veas lo que me ha costado dar contigo… Llevo<br />
semanas buscándote.<br />
- No me digas. Oye quería felicitarte por tu guión y…<br />
- ¿Aquél guión? Esa película apestaba, menos mal que te he<br />
encontrado…<br />
- Pero si… Oye Miguelito, la película me pareció muy bue…<br />
- ¡Lo tengo, Manolo, lo tengo!<br />
- ¿Cómo? ¿Qué tienes, qué?<br />
- El guión.<br />
- ¿Otro guión?<br />
- No, Manolo, el guión. Tu guión. Nuestro guión. Vas a dirigir<br />
una película.<br />
- ¿Quieres que dirija tu guión? ¡Madre mía, Miguelito, qué<br />
locura! Y ¿es tan bueno como el otro? Porque si es igual de bueno,<br />
¡madre mía, Miguelito, qué locura!<br />
- ¡Mejor, Manolo, éste es mejor! Sin comparación. El otro<br />
apestaba, te lo digo yo, hombre. El otro es el pasado. Éste es nuestro<br />
futuro. Nuestro, Manolo, nuestro.
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
Me reencontré con Miguelito Gimeno unos días después de su<br />
llamada, en un amplio apartamento del casco antiguo. Reformado,<br />
con mucha luz. En el centro del salón una máquina de escribir Olivetti<br />
de color rojo acaparaba todas las atenciones del mundo.<br />
- Por fin, Manolo – me dijo Miguelito, mientras me brindaba<br />
un botellín de cerveza y se acomodaba en un sillón de cuero –, he<br />
escrito la historia que siempre soñé.<br />
- Te agradezco que hayas pensado en mí, Manolo. La verdad,<br />
después de tanto tiempo, pensé que no te acordabas ni de mi nombre.<br />
Y pudiendo elegir a cualquier director, claro, yo…<br />
- Tonterías, Manolo, tonterías… Lo que pasa es que me ha<br />
costado lo mío, ¡imagínate! Para empezar tuve que escribir ese otro<br />
bodrio de guión…<br />
- Hombre, Miguelito, a mi la película me pareció…<br />
- ¡Nada, nada! Olvídate de esa película. Un mal necesario,<br />
está claro. Toma – dijo, extendiendo un brazo y ofreciéndome un<br />
grueso montón de páginas encuadernadas – aquí lo tienes.<br />
Sostuve el guión entre las manos y sentí un cosquilleo en el<br />
estómago.<br />
- El protagonista es un electricista – anunció Miguelito –. Es<br />
una historia directa, sin concesiones. Te va a encantar.<br />
Hojeé la primera página con la sensación de estar atisbando<br />
un profundo pozo, codiciando hallar respuesta a la irresoluble<br />
incógnita de la vida y que debería encontrarse impresa en el alma de<br />
aquellos personajes.<br />
La escena describía la visita de un electricista a un ama de<br />
casa en lencería. El diálogo era escaso y daba paso a una detallada<br />
descripción de posturas sexuales.<br />
- Pero, Miguelito ¡esto es el guión de una película<br />
pornográfica! – exclamé.<br />
<br />
37
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
- Pues claro, – respondió con vehemencia Miguelito Gimeno -<br />
en el cine para adultos está el futuro de la industria.<br />
Me levanté, me disculpé por volcar el botellín de cerveza,<br />
carraspeé, busqué durante un minuto que me pareció una eternidad<br />
mi chaqueta que pendía de un perchero de diseño y aduje que tenía<br />
prisa. Al final, antes de desaparecer por las escaleras, me sinceré con<br />
Miguelito Gimeno.<br />
- No puedo dirigir tu película, Miguelito. El protagonista es<br />
electricista, y yo… yo… ¡soy electrofóbico!<br />
Si hubiera tenido un pimentero y una rosquilla hubiera<br />
rodado un primerísimo plano de la cara de Miguelito Gimeno.<br />
38
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
APURANDO LA VIDA<br />
COMO UNA COLILLA<br />
<br />
39
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
40<br />
Apurando la vida como una colilla<br />
En labios de un indigente,<br />
Mendigando el cálido éxtasis de tu cuerpo,<br />
Animando el tótem maloliente<br />
De un cubo de basura;<br />
De madrugada,<br />
Cuando el camión de recogida<br />
Ha pasado de largo<br />
Y ha dejado los despojos<br />
De un corazón deshecho<br />
Que no se guardó en la nevera.<br />
Tras el desayuno exiguo carente<br />
De romanticismo y cruasán<br />
Los posos que ha dejado el café<br />
No auguran nada,<br />
El porvenir no llega porque ha perdido<br />
El tren y las maletas y los billetes<br />
Y la cabeza.
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
El sexy-show erótico de media tarde<br />
Resulta aburrido, la actriz principal<br />
No se entrega,<br />
Quizá porque también olvidó refrigerar<br />
La entraña que un día, sí, un día,<br />
Solía guardar dentro del pecho<br />
Que hoy alberga silicona, nicotina<br />
Y hastío.<br />
El reparto a domicilio de esperanzas<br />
Ofrece descuentos. Tengo un cupón<br />
Que promociona un dos por uno;<br />
Me lo he de pensar,<br />
No sé si me irá del todo dejar de lado<br />
El menage-a-true.<br />
Apurando la vida como una colilla;<br />
Atesorándola en un calcetín<br />
Agujereado, la he dejado caer<br />
Como un rastro de migajas.<br />
El pasado es un ejército de ratas<br />
Que anda sobre mis pasos<br />
Y devora mis pisadas.<br />
<br />
41
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
No hay doble sesión, la vida es<br />
42<br />
Un pase único sin público,<br />
Todo el mundo es el crítico<br />
Y nadie ha escrito el guión.<br />
Me he dado cuenta de que he apurado<br />
La vida como una colilla<br />
En los labios ansiosos<br />
De un homicida.<br />
Lástima. La quiromancia de las manos<br />
Arriba, esto es un atraco, voy a robarte<br />
Hasta la última de tus noches,<br />
No me dice nada.<br />
Quizás porque el camino cortado<br />
No es el final, es el punto sin retorno,<br />
Es la dirección de entrega del especial<br />
De la casa. He perdido el apetito,<br />
No sé si me irá del todo dejar de lado<br />
Alimentarme del cálido éxtasis de tu cuerpo.<br />
Hasta el momento ha funcionado,<br />
Nos hemos divertido,<br />
He apurado la vida como una colilla<br />
Y no ha estado mal.
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
OROPEL<br />
<br />
43
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
Se lamió las heridas como si fuera un perro, o más bien lo<br />
era, un perro viejo y renqueante, sólo que con un amo pusilánime que<br />
no acometía el trabajo liberador de amartillar el arma y poner fin a sus<br />
días. Y sus heridas… invisibles y no por ello menos dolorosas,<br />
lacerando el alma temblorosa como un enjaezado de espinas. Una<br />
masa grisácea había devorado el azul del cielo y amenazaba con el fin<br />
del mundo, fustigando aquí y allá un látigo eléctrico que iluminaba la<br />
oscurecida tarde.<br />
- Vamos… - suplicó por enésima vez – ¡llegaremos tarde,<br />
Oropel!<br />
Ella le miró con aquellos ojos de mar profundo y eterno,<br />
como la promesa que encerraban. Él volvió a desviar la mirada,<br />
dejando caer nuevamente la ilusoria arma de sus manos. Aquellos<br />
ojos eran mucho más de lo que podía cargar sobre sus hombros,<br />
prefería evitar el peso de esa mirada a acarrear el tantálico<br />
remordimiento de sentir la azulada iridiscencia de sus pupilas.<br />
- Oropel, por favor, no lo hagas más difícil – él insistió, aún<br />
consciente de que caminaba por un sendero concéntrico que lo<br />
conducía a repetir las mismas frases y a obtener la misma respuesta<br />
una y otra vez, como en un sueño atrapado dentro de otro sueño.<br />
- No me hagas ir – musitó ella con un hilo de voz. Sus<br />
palabras apenas llegaron a los oídos de él, subyugadas por el<br />
atronador estruendo del cielo que seguía recordando su amenaza.<br />
Pequeñas gotas de lluvia sembraron de topos el asfalto<br />
cuarteado y él abrió un paraguas de cuadros escoceses y la atrajo<br />
hacia sí.<br />
44
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
- Vas a mojarte, Oropel. Y vamos a llegar a tarde – dijo,<br />
atreviéndose por un instante fugaz a concentrar de nuevo su atención<br />
en aquellos ojos.<br />
Ella permanecía ensimismada en el afanoso trabajo de la<br />
incipiente lluvia, que se esforzaba por cubrir de una pátina brillante la<br />
deslucida calle por la que se internaban. Un vehículo cruzó frente a<br />
ellos con los faros encendidos, encontrándose por un intervalo con sus<br />
pupilas azules tachonadas de pirita, que refulgieron como los de un<br />
gato.<br />
- Te quiero, Oropel… - dijo él parapetado bajo el amplio<br />
paraguas – deberías saberlo. Nunca te haría daño.<br />
Ella elevó su rostro y permitió que sus mejillas se ruborizaran<br />
apenas, como un cromatóforo que advertía del peligro que se<br />
escondía tras la frágil apariencia de su semblante, emitió un leve<br />
suspiro y se aferró al brazo con que él sostenía en alto el paraguas. La<br />
imagen de desamparo que proyectaba había alcanzado su cenit.<br />
- No quiero ir.<br />
- Oropel, hija mía, ya está bien… - pronunció él sin evitar un<br />
sutil destello de impaciencia.<br />
- ¡No! – vociferó ella descabalgándose de la acera y<br />
desprendiéndose del arco protector del paraguas - ¡papá, no quiero ir<br />
al dentista!<br />
Los faros de otro vehículo se proyectaron en sus ojos gatunos.<br />
El cielo se inflamó de luz por la sacudida de un nuevo rayo.<br />
<br />
45
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
<br />
<br />
<br />
<br />
<br />
<br />
<br />
<br />
TRABAJO NOCTURNO<br />
<br />
47
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
» El empedrado de la estrecha callejuela que conducía al<br />
matadero Sinclair & Spencer Beef Company mostraba los<br />
característicos surcos grabados por el peso de las carretas cargadas de<br />
carne, que la recorrían sin cesar escoltadas en todo momento por una<br />
oscura nube de zumbantes moscas. A ambos lados se erigían los<br />
típicos edificios de apartamentos de servicio social de la zona norte –<br />
un eufemismo para los cuchitriles en que la autoridad local hacinaba a<br />
los inmigrantes recién llegados hasta que o bien conseguían un<br />
precario contrato de trabajo en una factoría como Sinclair & Spencer<br />
o se deshacían de ellos realojándolos en tugurios aún más sórdidos, de<br />
los que únicamente saldrían yertos a causa de la tuberculosis o pestes<br />
todavía peores -. Jhon Red Krueger, un joven pelirrojo de ascendencia<br />
holandesa, había sido escupido sin miramiento en la estación de<br />
ferrocarril por el tren nocturno que lo condujo desde las Altas Llanuras<br />
– la industria de la carne comenzaba a concentrarse en los núcleos<br />
urbanos – y ahora ocupaba el apartamento 23-A. En una mesilla de<br />
noche, donde leyó el nombre de JACK grabado a cuchillo, un<br />
pequeño papel escrito en inglés, alemán y otro idioma que no supo<br />
identificar, le recordaba que sin contrato de trabajo sólo podría ocupar<br />
la habitación durante dos semanas y que pasado ese tiempo el alquiler<br />
ascendería a cinco dólares semanales. Red Krueger se preguntó<br />
cúanto tiempo habría ocupado ese tal JACK aquella habitación<br />
mientras desde algún punto del pasillo exterior le llegó con nitidez el<br />
hambriento llanto de un recién nacido. Se mesó el cabello rojizo y se<br />
encaminó a la factoría de carne con la misma noción del mundo que<br />
deberían de tener las reses que terminaban allí sus días; al parecer,<br />
más allá de Sinclair & Spencer Beef Company no había nada más.<br />
» - ¿Y tú qué sabes hacer, chico? Este es un trabajo de<br />
hombres – el capataz de la factoría era un sujeto grueso, malcarado,<br />
que lo observaba de arriba abajo sin detener en ningún momento las<br />
continúas órdenes que daba a sus empleados con la misma virulencia<br />
48
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
que si hiciera restallar un látigo - ¡eh, Wally! si vuelves a llegar tarde te<br />
largas ¿entiendes? Prefiero darle tu puesto a este escuálido pelirrojo<br />
que seguir despilfarrando un sueldo contigo…<br />
Red Krueger sabía perfectamente que el capataz no hablaba<br />
en serio; aquel tipo, Wally, enmarcaba entre sus hombros una espalda<br />
que doblaba en tamaño a la suya, pero no estaba dispuesto a diluirse<br />
en apenas un nombre grabado en una mesa de madera o una viga<br />
desde la que colgarse.<br />
- Haré cualquier cosa. Trabajaré el doble por la mitad de<br />
dinero – exclamó Red.<br />
El capataz esbozó una sonrisa despreciativa y chasqueó los<br />
dedos de una mano antes de añadir:<br />
- Eso ya lo hacen todos.<br />
Red Krueger comenzó a trazar mentalmente una «R» sobre la<br />
tabla rasa de su vida, y se asqueó al acariciar la idea de retornar al<br />
camastro polvoriento en el que su madre lo parió, a él y a otros siete<br />
hermanos, a cientos de kilómetros donde malvivían las alimañas y la<br />
basura inmigrante de Custer County, Nebraska, Dios nos bendiga.<br />
- Trabajo nocturno – añadió el capataz, haciendo regresar a<br />
Red Krueger de la atmósfera cargada del hogar que quedaba tan lejos<br />
– te ofrezco el turno de noche. Nadie lo quiere. El último que contraté<br />
ni siquiera se despidió, el muy bastardo. Vuelve esta tarde, sobre las<br />
siete, y te explicaré en qué consiste. Y si llegas tarde no te molestes en<br />
volver, prefiero darle tu puesto a este escuálido trozo de carne – dijo<br />
señalando medio costado de vaca que pendía de un garfio - que<br />
despilfarrar un sueldo contigo…<br />
Red Krueger se permitió sonreír. Al menos el trato era el<br />
mismo para todos, se dijo tras despedirse y mientras se encaminaba<br />
en pos de un lugar donde comer por menos de 20 centavos.<br />
» El trabajo era duro, ingrato como la fama del mismo<br />
demonio, consistente en descolgar primero la carne que no había sido<br />
procesada durante el día y que ya destilaba un sutil aroma a<br />
<br />
49
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
podredumbre, y trocearla de manera que una enorme picadora la<br />
convirtiera en la carne enlatada Special S&S Meat. Una delicia, según<br />
declaraba el etiquetado, para todos los bolsillos.<br />
50
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
TIMES NEW ROMAN<br />
<br />
51
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
52<br />
Escarabajo pelotero<br />
«De modo que la superioridad manifiesta tiene un aroma<br />
característico, inimitable, a foie de pato especiado cubierto de una<br />
pátina de cebolla caramelizada, caviar blanco y trufas» – se dijo a sí<br />
mismo mientras se deleitaba con la actitud solícita del camarero; bien<br />
disponiendo los cubiertos, bien sirviendo plato tras plato, bien<br />
descorchando una botella de vino que habría dormido el sueño de los<br />
justos si no la hubiera reclamado alguien de su valía. No obstante, y<br />
aunque se esforzaba con un interés exacerbado en eliminar de su<br />
memoria todo recuerdo anterior a la existencia de lo que vino a ser<br />
denominado el prodigio - y no sólo por él, que conste, pues<br />
conservaba con exquisita pulcritud cada recorte de prensa, reseña o<br />
incluso elogio personal más tarde manuscrito que detallara las virtudes<br />
que aglutinaba -, en otro tiempo la realidad constituía poco más que<br />
un continuo devenir de miserias, de rechazos, de ilusiones truncadas y<br />
de, digámoslo llanamente, patadas en los cojones.<br />
Extrajo una pequeña libreta de tapas negras del bolsillo<br />
interior de su chaqueta Massimo Dutti – tenía dos, arregladas a<br />
medida porque era de espaldas decimonónicas, esto es, durante los<br />
años de revolución adolescente tuvo que encorsetar su columna con<br />
un andamiaje de hierros; y nunca hubiera soñado, ni de lejos,<br />
comprar al menos una camisa de saldo en Zara y menos que una<br />
costurera de mirada lánguida le tomara medidas haciéndole cosquillas<br />
bajo el sobaco – y tomó nota de un pensamiento fugaz:<br />
- El oficio de escribir se parece al trabajo del escarabajo<br />
pelotero.<br />
Se sonrió. Consideró que aquella sentencia estaba totalmente<br />
justificada. Ambos, el escarabajo pelotero y él, dos criaturas
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
insignificantes, infectas, nauseabundas para el mundo y el mundo<br />
literario en particular, pero que habían obrado el prodigio de construir<br />
una enorme bola en base al detritus del rebaño o de una Olivetti y al<br />
final engendrar en el cálido abrigo de su interior una hermosa<br />
crisálida.<br />
Subrayó las palabras «escarabajo pelotero» y anotó en el<br />
margen de la pequeña hoja el término «crisálida». Le pareció un buen<br />
título. «Cri… sá… li… da» repitió para sí. Tenía sonoridad, aunque en<br />
el fondo, y lo sabía por experiencia, el título era lo de menos.<br />
Garrapatas<br />
El presidente del jurado se levantó de su silla, parapetado<br />
entre la concejal de Cultura, una rubia de carnes prietas y pestañas<br />
empastadas de rímel, y el archivero local, que bostezaba de soslayo, y<br />
pidió un aplauso para el autor del relato ganador.<br />
- Pido un enérgico aplauso para Don Ernesto Pilfa, autor del<br />
relato «La crisálida y la taza de váter de José Bonaparte», primer<br />
premio del Certamen de Relato Literario Villa de Ventjaloux…<br />
Ernesto había vivido la misma situación decenas de veces;<br />
decenas de títulos distintos, de nombres diferentes para designar lo<br />
mismo. El prodigio. Había probado con títulos insultantes, robados de<br />
<strong>otras</strong> obras, en francés, en polaco, había probado a no titular el<br />
relato... el resultado siempre era el mismo.<br />
Caminaba a lo largo del pasillo central, a un lado y a otro<br />
jubiladas que aplaudían con desgana, esperando la posterior<br />
chocolatada, algún niño arrastrando un camión Transformer por el<br />
suelo, y dos libreros de Madrid que habían venido más por disfrutar<br />
del paisaje que por el certamen; tenía los ojos fijos en el cheque, como<br />
un ave de presa, y con la misma obstinación de rapaz trataba de<br />
apartar la vista de la escultura que coronaba el galardón – obra de<br />
autor local, uno de esos artistas de provincia, afectos al contubernio<br />
local de turno que gobernase cualquier legislatura, que había expuesto<br />
en la <strong>Bar</strong>celona de los Juegos Olímpicos en una galería de tercera y se<br />
había especializado en la temática «carnavales de fantasía» -.<br />
<br />
53
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
- «¡La ostia! Parece que la han comprado en los chinos… -<br />
pensó mientras se aproximaba – vaya horror de cosa. El cheque al<br />
bolsillo y eso a tomar por culo».<br />
- ¡Enhorabuena! – exclamó el presidente del jurado,<br />
estrechándole la mano con vehemencia. Ernesto se dio cuenta por<br />
primera vez de que el presidente padecía estrabismo, y corroboró de<br />
primera mano que le apestaba el aliento a anisete. Correspondió al<br />
apretón de mano con el mismo entusiasmo, y ofreció un pase especial<br />
de su sonrisa de vencedor atribulado por el triunfo, ahora sí, ahora no,<br />
todo ello ensayado en base a las innumerables hazañas ya obradas<br />
por el prodigio. Con posterioridad, cuando ya se había convertido en<br />
concursante profesional de certámenes literarios y todo aquello no era<br />
más que un pasar por caja, muchos rostros, lugares y jurados se<br />
habían vuelto borrosos, se confundían, tal vez, seguro, era probable,<br />
fueran los mismos, garrapatas como él que se habían adherido a la<br />
pata lastimosa de la cultura de saldo; pero la primera vez, el punto<br />
inicial del triunfante camino del prodigio, permanecía indeleble en su<br />
memoria.<br />
54<br />
El prodigio<br />
- ¡Desaparece! ¡Desaparece! – gritó como un poseso. La<br />
escena era dantesca, tan patética que había perdido todo pretendido<br />
dramatismo y aún peor, amenazaba con atascar el inodoro - ¡maldita<br />
la hora en que se me ocurrió limpiarme el culo contigo, cabrón! Ni<br />
para eso vale lo que escribo… ¡mierda con mierda, tobillos negros!<br />
Le había parecido una salida digna, digna de opereta, de<br />
folletín, de antihéroe clásico, echar una cagada y limpiarse el trasero<br />
con las ocho páginas de su último fiasco literario; decirle adiós a todo<br />
por el retrete. Pero es lo que tienen algunos váteres culifinos, que no<br />
tragan con todo. Peleó durante un rato armado con una escobilla y<br />
venció por fin, dolorido en el brazo y el alma a causa del empuje y la<br />
decepción, respectivamente. Tardó poco en echarse a llorar,<br />
contemplando el agujero de nuevo solícito del retrete, y cayó en la<br />
cuenta de que era incapaz de imaginar a nadie tan lastimoso, tan<br />
pusilánime y tan inútil.
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
- ¡Soy incapaz en todo! En lo posible y en lo intangible. ¿Qué<br />
coño iba a escribir, si no puedo si quiera figurarme nada tan penoso<br />
como yo mismo?<br />
Y así se obró el prodigio.<br />
Ernesto Pilfa se dio cuenta de que su mediocridad era en<br />
realidad su mayor virtud literaria. No tenía que esforzarse en hilvanar<br />
ideas, situaciones o arquetipos robados a la imaginación, de la que<br />
carecía. Su propia vida era un drama mayúsculo, lacrimógeno a ratos<br />
y risible a ratos mayores. Tan sólo dio cuenta de sus miserias, como<br />
un taquígrafo. Ése era otro de los secretos del prodigio. El mayor de<br />
ellos, sin duda, era que Pilfa había vivido a su costa durante los<br />
últimos cinco años.<br />
Un cuentista profesional<br />
Observó la espalda desnuda de la concejal de Cultura, la<br />
curvatura generosa de sus caderas hundiéndose entre las sábanas de<br />
la cama, y no echó en falta un segundo asalto. En realidad hasta se<br />
arrepentía de haberse acostado con ella, sobre todo porque la tendría<br />
en su habitación toda la noche, y se arrepentía absolutamente de<br />
haber hecho la pregunta. ¿Cómo se le ocurrió? Fue en mitad del acto,<br />
obnubilado quizás por sus ojos verdes, tan pagado de sí por la euforia<br />
de un nuevo cheque y una nueva muesca en su pene.<br />
- ¿Lo has leído?<br />
- ¿Si he leído qué? ¡Uf! No pares…<br />
- El relato, qué va a ser… ¡ah! …lo has leído, ¿no?<br />
- No, de eso se encarga… ¡uf! …el jurado…<br />
- Pero, oye… ¡ah! …tú formabas parte…<br />
- ¡Lo mío es firmarte el cheque, nene! ¡Uf! …no pares y<br />
gánatelo…<br />
Ahora se vestía en silencio, con cuidado de no despertarla, y<br />
se dispuso a quemar la noche a base de buen güisqui en el bar del<br />
<br />
55
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
hotel. Cuando llegó a la barra encontró al presidente del jurado, que<br />
había cambiado el anisete por el vodka con tónica.<br />
56<br />
- ¡Hombre, Ernesto! Le invito a una copa.<br />
Sus ojos estrábicos y vidriosos a causa del alcohol le<br />
resultaron perturbadores. Pidió un escocés con hielo y se acomodó a<br />
su lado.<br />
- Quiero hacerle una pregunta… - dijo concentrándose en el<br />
vaso de güisqui recién servido.<br />
- Usted dirá.<br />
- ¿Qué le pareció?<br />
- ¿La concejal? Bueno… ¡exquisita! Triunfa usted en todo,<br />
qué suerte.<br />
- Hablo del relato. De mi relato.<br />
Sentía que el cheque había comenzado a pesar en su bolsillo,<br />
que poco a poco adquiría una consistencia marmórea y temió por las<br />
costuras de su chaqueta arreglada a medida.<br />
- ¡Ah! El relato… en fin, usted entenderá que se han recibido<br />
más de mil cuentos y claro… el jurado se reúne tan sólo una vez,<br />
comemos juntos, después la sobremesa se alarga… ¡Qué le voy a<br />
contar a usted, que es un cuentista profesional!<br />
- ¿Quiere decir que no lo ha leído? Pero, vamos a ver…<br />
¿nadie ha leído el relato? ¿Cómo lo han premiado?<br />
- Oiga, Pilfa, con un currículum como el suyo y parece que es<br />
nuevo en estos lares… La secretaria del ayuntamiento abre las plicas,<br />
selecciona a los autores más premiados, indaga un poco en Internet…<br />
esto es muy importante hoy en día, ya sabe, y el jurado otorga el<br />
premio al escritor más laureado. Hay que justificar el presupuesto<br />
municipal, claro, no se va a premiar a un mindundi – el presidente del<br />
jurado apuró la copa de vodka -. Usted lo tenía todo hecho, claro, es
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
un narrador fuera de serie, el listado de sus premios nos dejó<br />
anonadados…<br />
Ernesto Pilfa observó impasible cómo el presidente del jurado<br />
se levantaba y se encaminaba tambaleante hacia uno de los<br />
ascensores.<br />
- Me voy a dormir, Ernesto, mañana tengo que formar parte<br />
de otro jurado…<br />
- ¿Y qué debaten, si puede saberse? – preguntó Pilfa,<br />
sintiéndose cada vez más un burlador burlado.<br />
El presidente del jurado se giró, y el estrabismo de su mirada<br />
pareció diluirse y concentrar sus pupilas oscuras en los ojos<br />
estupefactos de Pilfa.<br />
- ¡Hay mucho que decidir, no crea! Para no ir más lejos, usted<br />
casi se queda sin premio…<br />
Pilfa se vio descubierto.<br />
- …usted remitió el relato con fuente Arial… las bases<br />
especificaban claramente que el relato debía presentarse en Times<br />
New Roman… - agitó un dedo raquítico en el aire mientras las puertas<br />
del ascensor se abrían. Ernesto Pilfa escuchó las últimas palabras del<br />
presidente del jurado antes de que las puertas se cerraran nuevamente<br />
– agradézcamelo… agradézcamelo…<br />
<br />
57
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
NALÚ Y LA LUNA<br />
<br />
59
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
Yo era un párvulo morocho, miope de pies planos, peinado<br />
con raya en medio y el mechón rebelde de la frente sujeto con<br />
maternal saliva y pulso diestro. Ana Luisa, Nalú, era desde la cuna un<br />
agravio a la belleza, física y espiritual, de todo cuanto recababa a su<br />
lado, por inconsciencia o accidente, enfrentado a la comparativa que<br />
era una batalla perdida de antemano; de bebé repollo enrabietó a las<br />
<strong>otras</strong> madres, de niñita con pollera y trenzas soliviantó a sus<br />
compañeras y amargó el esperanzador divorcio a una maestra<br />
cuarentona, de universitaria con chaqueta de lana y puño en alto<br />
repercutió con mayor firmeza en las atolondradas mentes de los<br />
muchachos revolucionarios que las consignas que les marcaban sus<br />
líderes desde los libros rojos o las verdes selvas.<br />
60<br />
Para mí, era como la luna.<br />
Dicen que se formó de nuestro mismo planeta, que no es<br />
ajena. Que no hay misterio en su cara oculta. ¡Qué sé yo! Pero desde<br />
que el hombre es hombre, y la mujer es mujer, nos han fascinado, la<br />
mujer y la luna, digo, con igual entusiasmo. Y si me apuran, también<br />
la mujer está hecha de un pedacito propio. De una costilla, dicen.<br />
En fin, algo deberían de tener, Nalú y la luna, que me<br />
tuvieron arrebatado una vida entera, y todavía me estremezco con el<br />
recuerdo de verlas surgir, a ambas, por el extremo del malecón al caer<br />
la tarde; conservo nítido el recuerdo de sus colmillos sedosos<br />
desgarrándome la yugular aún palpitante. Nalú libando de mi sangre<br />
como de una amapola, y yo observando la luna enquistada en el tul<br />
del cielo.
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
LA ORDENANZA<br />
<br />
61
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
Las aspas del ventilador se esfuerzan en la afanosa tarea de<br />
disipar la atmósfera sofocante y, a su pesar, la pechera del prefeito 1<br />
Benedito Siqueira muestra unos lamparones de sudor oscuros como<br />
los ojos de un búho. En la desordenada mesa se apilan carpetas<br />
desparramadas como en un juego de naipes, bolígrafos que rehusan<br />
escribir, lápices apurados como una colilla de indigente y al frente del<br />
maremagnum, con una solemnidad renqueante, dos banderines; los<br />
colores de Brasil y Bitiriba-Maré.<br />
La ciudad de Bitiriba-Maré se sitúa en la franja sudoriental del<br />
Estado de Sao Paulo, en Brasil, expándiendose en torno a la anciana<br />
Capilla de Santa Clara como ondas de agua en un estanque; durante<br />
décadas acogió el paso itinerante de buscavidas y aventureros que se<br />
internaban en la selva húmeda plagada de infortunios y que, en los<br />
contados casos en que conseguían retornar sin mayor incidencias que<br />
unas fiebres, terminaban erigiendo nuevas casuchas de madera de<br />
pino multiplicando de manera incesante aquellas mismas ondas.<br />
Durante los cálidos meses de Junio a Septiembre, Bitiriba-<br />
Maré es un animado reducto por el que trasiegan comerciantes en su<br />
ruta a los Estados vecinos, sin embargo el asfixiante calor de los<br />
ardientes meses comprendidos entre enero y abril, y en especial<br />
febrero – al que los lugareños agradecen especialmente que sea el más<br />
corto del año – provocan que los óbitos se propaguen de casa en casa.<br />
62<br />
- ¡Prefeito Siqueira, señor! ¡Es una hecatombe!<br />
En el despacho de Benedito Siqueira ha irrumpido un mulato<br />
de mediana edad, los cortos bucles del cabello encanecidos, gruesas<br />
<br />
1 Prefeito:UnPrefecto(prefeitoenportugués)es,deacuerdoconlaConstituciónBrasileña<br />
de1988,ladesignacióndadaalfuncionariopúblicoacargodelpoderejecutivolocal.Ejerce<br />
sucargoenfuncióndeunalegislatura,siendoelectocadacuatroaños.(N.A.)
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
lentes de pasta negra, camisa de manga corta y un reluciente reloj<br />
dorado que compró a un vendedor ambulante de Río de Janeiro.<br />
- ¿Qué ocurre, Mourinho? – pregunta el prefeito con cierta<br />
apatía. Hace calor, mucho calor, demasiado calor para interesarse en<br />
demasía por nada.<br />
- Han errado todas las previsiones... ¡han muerto todos!<br />
El prefeito Siqueira siente que en el interior del pecho sudado<br />
su corazón da un vuelco.<br />
- ¿Cómo que han muerto todos? ¿De qué está hablando,<br />
insensato? – pregunta Siqueira tras los banderines y el mar de carpetas<br />
y papeles.<br />
- Las fiebres, la nube de mosquitos que llegó del sur, las pozas<br />
desecadas y el autobús que accidentó en la carretera de Aimarubo...<br />
Han muerto todos los que tenían que morir ¡y muchos más, señor<br />
prefeito, muchos más!<br />
- No le entiendo, Mourinho, en verdad se trata de un año<br />
desafortunado pero no me dice nada que ya no sepa. ¿A qué viene<br />
usted con esta prisa? Los muertos no se van a mover de sus<br />
sepulturas.<br />
- Ése es el problema, prefeito, ése mismo. Nos hemos<br />
quedado sin vacantes en el cementerio.<br />
A Benedito Siqueira le parece que las aspas del ventilador han<br />
dejado de moverse, que su camisa se le pega al cuerpo como una<br />
segunda y húmeda piel sobre la húmeda piel primera. Recuerda el<br />
orgullo en los ojos de su padre cuando ascendió al cargo de prefeito y<br />
chasquea la lengua.<br />
- Vaya por Dios... – dice al fin - ¿podremos dar sepultura a los<br />
recién fallecidos en la jungla?<br />
- Son terrenos protegidos por el Gobierno, prefeito – responde<br />
Mourinho con un gesto lánguido, como si ya hubiera barruntado<br />
<br />
63
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
soterrar a los difuntos bajo los escasos bananeros de la deforestada<br />
selva.<br />
Benedito Siqueira guarda silencio unos instantes, tratando de<br />
hallar una solución plausible al problema como el ventilador se<br />
esfuerza inutilmente por remover un aire denso y ardiente como un<br />
baño de aceite hirviendo.<br />
- Tome nota de esto, Mourinho – solicita Siqueira de<br />
improviso. Su subalterno se marcha y regresa al instante con una<br />
libretilla, un bolígrafo y actitud solícita – que nadie más se muera antes<br />
de tiempo.<br />
Los ojos aceitunados de Mourinho se ensanchan tras los<br />
lentes como la boca de un pez sapo. Redacta la orden con pulso firme,<br />
pero le tiembla el ánimo. Antes de marcharse a hacer público el edicto<br />
hace acopio de arrestos y dispara a la frente de Siqueira el dardo de<br />
una pregunta inoportuna con la voz temerosa de un niño extraviado.<br />
- Prefeito, señor, ¿cómo va el pueblo a acatar esta ordenanza?<br />
La muerte es ley de vida, y ante esa ley no hay más leyes que ésa...<br />
Benedito Siqueira inhala el aire seco del despacho y lo<br />
devuelve con un bufido lento, de res vieja.<br />
- Tienen permiso para morirse los muy ancianos, porque es su<br />
hora, y porque el cuerpo les ha encogido. Y los muy niños, porque<br />
aún no han vivido, y son santos, y pequeños. A los unos y a los otros<br />
los acomodaremos en compañía de sus allegados difuntos, que para el<br />
caso no habrán de protestar. Para el resto...<br />
64<br />
- ¿Para el resto...? – quiere saber Mourinho.<br />
- Para el resto queda terminantemente prohibido morirse<br />
hasta nuevo aviso. Quedan restringidos los oficios peligrosos;<br />
cazadores de cocodrilos, pescadores de pirañas a pulmón libre y<br />
prestamistas cesarán sus actividades de inmediato. Y habrá pena de<br />
cárcel para los familiares de quienes no se cuiden, que no velen de sus<br />
enfermos o no presten las debidas atenciones a sus parientes.
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
El edicto de Siqueira causa una conmoción notable en<br />
Bitiriba-Maré; los ocho hermanos de Nelson Gerardo Novoa se<br />
desviven por cuidar de su pie izquierdo, infectado a causa de haber<br />
pisado un tablón astillado; la viuda Nélida Pontes, que había gozado<br />
tras la muerte de su esposo de los amores del joven Joao Bojunga,<br />
ahora retiene sus apremios por miedo a que le falle el corazón; la<br />
capilla de Santa Clara es incapaz de albergar a tantos que rezan, con<br />
más insistencia que nunca, por la salud propia y ajena.<br />
Durante las semanas que siguen a la ordenanza apenas si se<br />
ha de llorar a nadie. Únicamente se contabiliza la pérdida de un<br />
pescador borracho que termina ahogado y que al ser oriundo de la<br />
vecina población de Guimajao se envía su cuerpo río arriba, como es<br />
preceptivo.<br />
Mourinho entra en el despacho del prefeito Siqueira como es<br />
costumbre. El calor intenso de las últimas jornadas ha sido un duro<br />
oponente para el dictado de su superior, pero milagrosamente nadie<br />
ha sucumbido. Siqueira le observa impávido y no responde a su<br />
saludo.<br />
- Prefeito Siqueira, señor... ¿se encuentra usted bien? –<br />
pregunta Mourinho. Benedito Siqueira no responde. Su rostro está<br />
pálido y sus labios amoratados e inertes. La corriente impelida por el<br />
ventilador mece sus cabellos revueltos en contra del gesto rígido y<br />
hace que ondeen los pequeños banderines.<br />
Mourinho certifica la ausencia de pulso sirviéndose de su reloj<br />
dorado, inclina la cabeza y abandona el despacho. Lo hace despacio,<br />
con cuidado de no tropezar y abrirse la cabeza; su único familiar es<br />
una madre anciana y odiaría verla en prisión.<br />
<br />
65
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
LA ÚLTIMA SONRISA<br />
<br />
67
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
68<br />
1<br />
- Voy a preguntarle algo y no es necesario que me responda,<br />
en absoluto. No es que se trate de una pregunta retórica, no soy<br />
amante de diatribas ejemplarizantes ni divulgaciones doctas, sino que<br />
su respuesta es tan obvia que nos la ahorraré a ambos. ¿No es<br />
preferible gozar de un aspecto saludable a dar la imagen de un<br />
cadáver al que se está a punto de dar sepultura?<br />
Me limité a asentir con la cabeza mientras el señor Llorens me<br />
observaba tras una ampulosa mesa de despacho, tal vez un Luis o<br />
algún Felipe seguido de números romanos, qué sabía yo, ni tan<br />
siquiera me atreví a replicar que aquello era precisamente de lo que se<br />
estaba hablando; de fiambres, de muertos a los que se está a punto de<br />
dar sepultura.<br />
- Nuestros clientes – prosiguió el señor Llorens – prefieren por<br />
regla general que el velatorio se lleve a cabo con el ataúd abierto…<br />
Por tanto, en esta funeraria nos tomamos muy en serio el trabajo de<br />
embellecimiento de nuestros difuntos. ¿Me sigue usted, señorita<br />
Claramunt?<br />
Vacilé por unos segundos, tratando de discernir si se trataba<br />
de otra pregunta no retórica a la que no había que dar respuesta.<br />
Finalmente, ante el gesto de impaciencia que comenzó a dibujarse en<br />
el rostro del señor Llorens, opté por contestar.<br />
- Señor Llorens, creo que este es uno de los trabajos más<br />
meritorios que puede desempeñar una titulada en Cosmetología y<br />
Moda Capilar. Sería para mí un honor obtener el puesto.<br />
Antes de que el señor Llorens corroborara o no el<br />
atrevimiento de postularme abiertamente para la vacante laboral
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
publicitada en la gaceta local del desempleado ocioso, yo misma puse<br />
en duda mi propia idoneidad; para empezar, nunca en mi vida había<br />
visto un muerto. Tan sólo en las películas, y en la mayor parte de las<br />
que había visto se trataba de muertos por un rato, es decir, que<br />
siempre acababan retornando de sus tumbas.<br />
- Bien, bien, aunque en poco tiempo convendrá usted<br />
conmigo en que se trata de un trabajo delicado, que requiere de una<br />
cierta sensibilidad que no siempre se posee – afirmó el señor Llorens<br />
estrechándome la mano – empieza usted mañana.<br />
2<br />
Tuve como proféticas las palabras del señor Llorens desde<br />
que acometí el primero de los trabajos en la funeraria Llorens y<br />
Vallmayor – nunca he sabido quien era o es Vallmayor, por cierto -.<br />
Recuerdo que la imagen de aquella pequeña anciana, de poco más de<br />
un metro cincuenta de estatura, me provocó más ternura que<br />
aprensión, más lástima que rechazo, toda vez que la contemplé<br />
tumbada sobre la amplia mesa del embalsamador iluminada por el<br />
resplandor azulado de las lámparas de tubos fluorescentes.<br />
- Voy a ponerle guapa – le susurré, con miedo a que alguien<br />
me oyera y todavía ignorante de que en aquel lugar todo el mundo<br />
hablaba con los muertos.<br />
Acicalé sus cabellos blanquísimos, dando cuenta de las puntas<br />
descuidadas, y los peiné en un elegante recogido que daba una luz<br />
nueva al rostro, aniñado pero cuajado de arrugas, para el que utilicé<br />
una base de maquillaje que me permitió disimular las ojeras profundas<br />
y moradas que escoltaban los pequeños y entristecidos ojos. Debo<br />
confesar que cuando consideré acabadas las tareas de peluquería y<br />
maquillaje me sentí orgullosa, satisfecha de haber transformado a una<br />
anciana anodina y diminuta en una rutilante y diminuta diva. Tanto<br />
me infectó el orgullo que el delirio febril a punto estuvo de conducirme<br />
a formar parte del velatorio y admirar la exposición de mi obra. En<br />
cualquier caso, no me resultó extraño que el señor Llorens me<br />
<br />
69
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
reclamara a su despacho Luis o Felipe, a todas luces sorprendido del<br />
extraordinario resultado de un trabajo novel.<br />
- Siéntese, señorita Claramunt – me indicó el señor Llorens -<br />
¿está usted cómoda? – me preguntó cuando me hube sentado.<br />
Yo asentí, pero me equivoqué. O no debía estarlo o no debía<br />
responder, tal vez esta vez sí se trataba de otra pregunta no retórica sin<br />
respuesta o de respuesta obvia.<br />
- Pues sepa que yo no, señorita Claramunt, nada cómodo –<br />
me espetó el señor Llorens. Yo esperaba unas palabras de elogio y en<br />
su lugar me encontraba aparentemente con un señor con almorranas -<br />
. De hecho, para serle franco, gracias a usted he pasado un rato<br />
realmente incómodo.<br />
- ¿Gracias a mí? No le entiendo, señor Llorens – por un<br />
momento temí que fuera a culparme de ser la causa de sus<br />
hemorroides.<br />
- Sé perfectamente que es usted nueva en el puesto, y<br />
entiendo que necesita aclimatarse, tal vez, habituarse al trabajo, si me<br />
lo permite… Pero, señorita Claramunt, debo decirle que no estoy<br />
nada satisfecho del resultado de su trabajo con la difunta señora<br />
Céspedes.<br />
- ¿No le ha gustado? – pregunté, tratando de no parecer<br />
ofendida, aunque el señor Llorens me hubiera herido en lo más<br />
profundo del ego de una diplomada en Cosmetología y Moda Capilar,<br />
en el fondo de maquillaje.<br />
- Su viudo ha presentado una hoja de reclamación, señorita<br />
Claramunt – respondió cortante el señor Llorens.<br />
- Si me lo permite, a mi juicio la señora Céspedes estaba<br />
radiante – me atreví a exponer, defendiendo mi arte.<br />
70<br />
El señor Llorens se incorporó y me miró a los ojos.
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
- Señorita Claramunt, de eso se trata… ¡a todo el mundo le ha<br />
parecido que la difunta señora Céspedes estaba encantada de haberse<br />
muerto! Menudo desconsuelo para su viudo, menudo desconsuelo…<br />
Me disculpé con el señor Llorens y prometí tener en cuenta mi<br />
error la próxima vez.<br />
3<br />
La próxima vez se llamaba Herminio Grau, un empresario<br />
textil demasiado aficionado al vermú seco. Recuerdo su figura<br />
alargada y macilenta, y aunque en aquella ocasión tampoco sentí<br />
aversión he de añadir que no me provocó simpatía. Supuse que los<br />
muertos, como los vivos, congenian con unas personas sí y con <strong>otras</strong><br />
no. Advertida del reciente fiasco, me limité a arreglar y peinar el<br />
escaso cabello y a aplicar un poco de sombra de ojos. No había<br />
transcurrido ni una hora desde que dio comienzo el velatorio cuando<br />
recibí una nueva llamada del señor Llorens.<br />
- Señorita Claramunt… - dijo el señor Llorens meneando la<br />
cabeza. No me pareció una señal muy halagüeña - ¿sabe que es esto?<br />
El señor Llorens exhibía una hoja de papel en su mano<br />
derecha, haciéndola ondear frente a mí con mohín adusto. Y de<br />
nuevo, el dilema. ¿Debía responder o no?<br />
- ¡No me responda, señorita Claramunt, no me responda!<br />
No le respondí.<br />
- …una nueva hoja de reclamación. Eso es. ¿Sabe usted que<br />
ha hecho llorar a la nieta del difunto señor Grau…? ¡de miedo!<br />
- Con respecto a eso, señor Llorens, si me lo permite, no creo<br />
que un velatorio sea el lugar apropiado para una niña…<br />
El señor Llorens se encendió como un volcán y abrió sus ojos<br />
tanto que temí que ya no me viera, que estuviera viendo a través de<br />
<br />
71
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
mí, mis inseguridades, mis problemas con la depilación de bigotes y<br />
equilibrado de patillas.<br />
- ¡La nieta del señor Grau tiene cuarenta años… y es<br />
inspectora fiscal! En esta empresa nos enorgullecemos de unos<br />
funerales dignos y unos libros de contabilidad dignísimos pero,<br />
señorita Claramunt, nadie sabe a qué atenerse con una inspectora<br />
fiscal que se ha llevado el susto de su vida con el cuerpo presente de<br />
su abuelo…<br />
Empecé a pensar que aquel trabajo no era para mí; era<br />
probable, después de todo, que no poseyera esa sensibilidad de la que<br />
me había hablado el señor Llorens. Me disculpé de nuevo y prometí<br />
solemnemente que aquellos errores no volverían a repetirse. El señor<br />
Llorens me aseguró que sólo daría lugar a que se repitieran una vez<br />
más.<br />
Cuando me disponía a abandonar su despacho Luis o Felipe<br />
me llamó por mi nombre.<br />
72<br />
- Beatriz…<br />
Me giré y observé que el señor Llorens había suavizado el<br />
semblante de disgusto.<br />
- Dígame, señor Llorens…<br />
Sospeché que tal vez se hubiera arrepentido de inmediato de<br />
haberme concedido una última oportunidad.<br />
- Voy a darle un consejo. Vaya a un museo.<br />
Aquello me pareció el perfecto colofón a la pérdida de un<br />
empleo. No sólo no iba a conservar el puesto sino que se me trataba<br />
de inculta.<br />
- No le entiendo, señor Llorens… - dije, con un hilo de voz.<br />
- Pinturas, señorita Claramunt, vaya a un museo a ver<br />
cuadros. La mayor parte de los retratados llevan siglos enterrados y<br />
ahí los tiene, mostrándonos su última sonrisa.
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
Jamás me hubiera imaginado a un pintor renacentista como<br />
un titulado en Cosmetología empleado en una funeraria aunque, en<br />
cierta medida, el señor Llorens tenía algo de razón. Pasé los días<br />
siguientes visitando exposiciones, galerías de arte e incluso regateando<br />
alguna que otra pintura al espray de un artista callejero. En la mayoría<br />
de ellas llegué a apreciar algún tipo de dignidad secreta, algo que por<br />
algún motivo me había pasado desapercibido hasta entonces.<br />
Aquellos cuadros, como la imagen del difunto en un velatorio,<br />
constituían la postrera instantánea del retratado, o del fallecido.<br />
4<br />
La última oportunidad de demostrar si era o no poseedora de<br />
la sensibilidad propia del embellecimiento de difuntos se llamaba<br />
Isabel Castanys y era una mujer de mediana edad cuya única falta fue<br />
cruzar con descuido un cruce de avenidas. Recorté sus cabellos y los<br />
peiné, no como creí mejor sino como imaginé que ella se hubiera visto<br />
más hermosa. La maquillé sin demasiados artificios, pero tratando de<br />
naturalizar lo máximo posible el rictus que se reflejaba en el rostro. Al<br />
acabar, no sé exactamente cuándo, pero en algún momento, me<br />
pareció que Isabel Castanys proyectaba un aura distinta; emanaba<br />
algo más trascendente que el aturdimiento previo a ser arrollada por<br />
una furgoneta de reparto de pan.<br />
El señor Llorens me reclamó de nuevo por lo que antes de<br />
acudir a su cita con el majestuoso escritorio de madera lacada preferí<br />
recoger mis cepillos, peines y tijeras, mis pinceles y maquillajes; tenerlo<br />
todo dispuesto para afrontar con dignidad mi despido.<br />
Cuando entré en el despacho del señor Llorens no estaba<br />
solo. Acomodado en una de las sillas aguardaba un hombre maduro,<br />
vestido con un elegante traje negro y en cuyos ojos se leía con nitidez<br />
el dolor de la pérdida.<br />
- El señor Castanys quiere hablarle, señorita Claramunt – dijo<br />
el señor Llorens por más saludo.<br />
<br />
73
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
Supuse que se trataba de algún familiar de la difunta Isabel<br />
Castanys y me pareció demasiado mezquino que el señor Llorens me<br />
obligara a afrontar las quejas, sobre todo si pensaba despedirme.<br />
- Quiero darle las gracias, señorita Claramunt – matizó el<br />
señor Castanys – en nombre de mi hermana, Isabel.<br />
- Se lo agradezco, señor Castanys – aseguré, sintiéndome algo<br />
azorada.<br />
El señor Castanys me tomó de las manos y me habló de un<br />
modo muy sentido.<br />
- La pérdida de Isabel ha sido un duro golpe para todos<br />
nosotros, pero gracias a usted la recordaremos siempre tal y como la<br />
hemos visto hoy… en paz – me confesó.<br />
Conservé mi trabajo en la funeraria Llorens y Vallmayor, y<br />
nunca supe ni he sabido quién es Vallmayor, por cierto. E hice lo que<br />
cualquier diplomada en Cosmetología y Moda Capilar que trabajase<br />
maquillando cadáveres hubiera hecho en mi lugar; me matriculé en<br />
Bellas Artes.<br />
74
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
EL ADIESTRADOR DE<br />
ELEFANTES<br />
<br />
75
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
76<br />
I. Lágrimas en la pista central<br />
Se incorporó con el peso de los siglos atravesándole las<br />
vértebras del espinazo y, sin poder contenerse, lloró como el niño<br />
arrugado y decrépito que era.<br />
La pista central del circo era un plano despoblado, una<br />
entelequia rayana en un limbo austral, y con la premura del cocinero<br />
que olfatea el humo a través de la rendija del horno eléctrico, un<br />
payaso corrió a pesar de los zapatones y lo apartó de las burlas de las<br />
decenas de niños que lo señalaban y sentían desencajada la<br />
mandíbula de puro deleite malsano.<br />
No se resistió. Tampoco se dejó llevar. Simplemente observó<br />
la calva de plástico escoltada por dos mechones anaranjados y la nariz<br />
de goma que lo empujaban a empellones tratando de esquivar la<br />
maldad innata en los cuerpos impúberes.<br />
- Gracias – dijo al final, con el alma aún temblando.<br />
- De nada – respondió el payaso, toda vez que se encontraron<br />
a salvo parapetados tras el telón rojizo. Sus ojos eran dos pequeñas<br />
aceitunas negras bajo un arcoíris de maquillaje.<br />
- Creí que esta vez… Hizo un amago, ¡de eso sí estoy seguro!<br />
¿No te pareció?<br />
- Creo que deberías descansar, sólo estoy seguro de eso.<br />
- Tú tampoco me crees... Si ella estuviera aquí sí lo creería.<br />
El payaso apoyó una mano enguantada sobre su hombro y lo<br />
palmeó ligeramente.
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
- Hace muchos años que se fue, amigo. Y a estas alturas, ya<br />
es difícil que vuelva.<br />
- Sería un milagro ¿verdad? – preguntó el viejo. El payaso<br />
asintió haciendo descender lentamente su nariz, como un piloto<br />
encendido que indicaba la inmutabilidad de los hechos - por eso lo<br />
sigo intentando con el elefante. Porque también es un milagro. Y ya<br />
ocurrió una vez, ¿por qué no habría de ocurrir de nuevo?<br />
- Giuseppe – dijo el payaso, adoptando un tono solemne que<br />
chirriaba contemplando en su conjunto la casaca a topos y la<br />
desproporcionada pajarita – tu elefante jamás montará en bicicleta.<br />
Eso es imposible.<br />
II. Güisqui rumano<br />
El enano acondroplásico le sonrió con un contradictorio aire<br />
de superioridad desde un remoto confín de su memoria. «¡Enano<br />
maldito!» – masculló el viejo mientras se colocaba los enormes lentes.<br />
Todavía a su edad, pese a los ojos escarchados, conservaba aquella<br />
mala costumbre, y no transigía con la recomendación popular de usar<br />
sus anteojos durante el espectáculo. Su mirada a través de los gruesos<br />
cristales le devolvió una imagen desoladora, y quizás, en todo o en<br />
parte, aquello era la causa de que rehusara la ayuda de artificios en su<br />
mirada. Contempló el interior de la desvencijada y solitaria caravana<br />
de feriante con una punzada de dolor. Encendió el televisor portátil en<br />
blanco y negro, lo sacudió un par de veces pretendiendo ajustar la<br />
imagen a golpe marcial y clavó sus ojos en aquellos tipejos a los que<br />
tanto odiaba. Sabía perfectamente que los encontraría al otro lado.<br />
Como cada día, tras la función.<br />
- ¡Malditos payasos de la tele! – gruñó con el puño en alto,<br />
observando a Fofó haciendo sus gracias - ¡y maldito enano! Todo es<br />
por su culpa. Pero algún día… algún día…<br />
Alguien llamó a la puerta con unos golpes suaves y Giuseppe<br />
Buono retuvo su atención por un instante, antes de abrir, en un póster<br />
amarillento de una época pretérita que lo retrataba al lado de una<br />
<br />
77
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
musa oronda, rodeados de elefantes, bajo un lema que le resultaba<br />
hiriente. «Giuseppe y Monalisa».<br />
- Hola amigo – saludó el payaso, ahora desprovisto del<br />
maquillaje tras el que se ocultaba un hombre de mediana edad y<br />
verdaderamente calvo – traigo güisqui que me ha vendido el trapecista<br />
rumano. Dice que es de su país y muy bueno. ¿Tienes un par de<br />
vasos?<br />
El viejo asintió con escasa convicción y señaló un montón de<br />
revistas sobre una mesa. El payaso intuyó que en algún rincón bajo la<br />
montaña de prensa rosa, quizá tras apartar una portada de Camilo<br />
Sesto enfundado en un vaquero de pitillo de color limón, se<br />
escondería algún vaso roñoso que remojaría con las primeras gotas de<br />
alcohol.<br />
- ¿Qué tal te encuentras? – preguntó el payaso al fin, cuando<br />
habían dado cuenta ya de la mitad de la botella – hasta el número de<br />
la bicicleta el espectáculo iba muy bien. Ya lo sabes. Tal vez<br />
deberías…<br />
El viejo levantó la mirada hasta ese momento perdida en la<br />
realidad paralela, grisácea y catódica, del programa de televisión, en el<br />
que los payasos se despedían de los niños hasta el día siguiente, y sus<br />
ojos desafiantes fulguraron como dos cañones desde detrás de los<br />
gruesos lentes.<br />
- ¡No dejaré de hacerlo! Si te refieres a eso ¡no! Mi elefante<br />
montará en bicicleta. Como la última vez. Y tú, y los payasos de la<br />
tele, y por encima de todos, aquel maldito enano, lo veréis.<br />
- Giuseppe… Giuseppe… - la voz del payaso reconvertido en<br />
un señor anodino, tal vez un vendedor de seguros o el empleado de<br />
una funeraria, hablaba con una ternura paternal – ni siquiera en el<br />
supuesto de que tu elefante montara en bicicleta… - hizo una pausa,<br />
consciente del daño que provocarían sus palabras - ni siquiera eso…<br />
hará que Monalisa regrese. Se marchó. Y no hay vuelta atrás después<br />
de veinte años.<br />
78
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
III. Azules como…<br />
Apenas habían transcurrido cinco minutos después de que el<br />
payaso lo dejase a solas, ensimismado, acariciando con los labios<br />
cuarteados el vaso que demoraba el último resquicio del güisqui<br />
funambulista. Se preguntó si aquel brebaje era suficiente acicate para<br />
balancearse a decenas de metros del suelo. Dedujo que no, pues ni<br />
siquiera se sentía con fuerzas para abandonar el pestilente refugio de<br />
su caravana nunca más.<br />
De nuevo un par de golpes tímidos sonaron tras la puerta. El<br />
viejo los escuchó sin inmutarse, sintiéndolos lejanos. Alguien,<br />
quienquiera que fuese, el payaso, otro payaso, un acróbata o un<br />
tragafuegos, que no cejaría en su empeño de recordarle que el mundo<br />
seguía tras aquella puerta y que jamás, aunque lograra el prodigio de<br />
que su elefante montara en bicicleta, volvería a ver el rostro generoso<br />
de su amada Monalisa.<br />
- Enano maldito… - farfulló entre dientes. Se levantó con<br />
dificultad, abotagado de alcohol y resentimiento, y abrió la puerta.<br />
- ¿Giuseppe Buono?<br />
El viejo se ajustó los lentes, y aún tardó unos instantes en<br />
concentrar su atención más allá de la neblina de vapor etílico que se<br />
abría bajo sus pestañas. Al pie de la escalerilla de acceso a su cuchitril<br />
se erguía una joven de tez pálida, cabello corto a lo garzón y ojos<br />
azules como…<br />
- ¡Un pitufo! – gritó un crío arrastrado por su padre, con dos<br />
cirios de moco pendientes de las narices - ¡quiero un pitufo! – sorbete<br />
de mocos - ¡papá! – profundo suspiro - ¡por favor!<br />
El viejo contempló la escena mientras unos centímetros más<br />
abajo, en la periferia de su visión, la joven aguardaba con los dedos<br />
entrecruzados y gesto nervioso. Sus ojos eran azules como un pitufo,<br />
barruntó el viejo dándole la razón por la espalda a aquel niñato<br />
mientras veía cómo su padre lo alejaba inmisericorde de la barraca de<br />
regalos, pero también eran azules como otros ojos. Azules como los<br />
ojos de…<br />
<br />
79
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
- Monalisa – dijo, casi en un susurro.<br />
- Me llamo Constanza – respondió la joven – Conni… -<br />
añadió con una media sonrisa y agregó, tras titubear un poco y<br />
concentrando sus pupilas de mar abierto y profundo en el viejo que la<br />
observaba hediendo, le pareció, a alcohol barato – Monalisa era mi<br />
madre.<br />
80<br />
IV. Veinte años atrás<br />
- …he venido sola – aclaró la joven antes de que el viejo<br />
pudiera hacer la pregunta. Sabía que la haría. Se lo decía su cuello<br />
grabado con los surcos de la canción triste y reiterativa que es la vida,<br />
estirado como el de una tortuga, oteando las cercanías de la gran<br />
carpa del circo iluminada por una guirnalda de bombillas en busca de<br />
la mujer traidora que lo abandonó, sumido en un dolor sin paliativos,<br />
veinte años atrás.<br />
- Pasa adentro – dijo el viejo – yo soy Giuseppe Buono – y a<br />
sabiendas de que tras él se desplegaba un poster amarillento, otrora<br />
orgullo del circo y hoy salpicado de diminutas cagadas de mosca,<br />
expelió un callado gemido y añadió con gesto lacónico - adiestrador<br />
de elefantes.<br />
La joven se acomodó con cierto reparo en una silla de bar,<br />
cubierta por un cojín deshilachado y aún caliente por el trasero del<br />
payaso reconvertido en funcionario. Giuseppe miró la botella de<br />
güisqui rumano y se sintió algo avergonzado de descubrirla vacía. No<br />
tenía nada que ofrecer como anfitrión. Constanza también reparó en<br />
la botella, y también se sintió avergonzada. Pero la suya era una<br />
vergüenza ajena.<br />
- Así que eres hija de Monalisa… - enunció el viejo, como si<br />
desgranara los ingredientes de elaboración del güisqui rumano. Malt<br />
whiskies, cuarenta grados. La joven tenía inequívocamente los rasgos<br />
de su madre, pero era mucho más delgada - ¿y en qué puedo<br />
ayudarte? La vida del circo ya no es lo que era, dile a tu madre que si<br />
necesita algo yo no…
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
- Mi madre ha muerto, señor Buono…<br />
- Llámame Giuseppe – terció el viejo, como si la noticia de la<br />
muerte de Monalisa no le hubiera molido y convertido en polvo el<br />
corazón ya de por sí hecho pedazos hace mucho. La joven de cabello<br />
corto y piel blanquecina, le miraba y le travesaba de parte a parte con<br />
sus lánguidos y heredados ojos azules – lo siento mucho – añadió al<br />
fin.<br />
Entonces fue la joven quien acalló un gemido.<br />
- Dejó esta carta para usted – la voz de la joven luchaba por<br />
no quebrarse mientras le tendía un sobre en el que únicamente se leía<br />
«Giuseppe». Desde el viejo televisor en blanco y negro Carmen Sevilla<br />
cantaba en un anuncio de electrodomésticos.<br />
V. El enano maldito<br />
Giuseppe Buono, adiestrador de elefantes, empecinado en<br />
demostrar a todo el mundo que su paquidermo podía montar en<br />
bicicleta, en especial a los payasos de la tele y al enano<br />
acondroplásico, abandonado por su esposa hacía dos décadas y<br />
reticente a usar sus lentes, acometió la lectura de aquella carta con una<br />
urgencia terminal; aunque apenas fuesen unas líneas torcidas y<br />
plagadas de faltas.<br />
Querido Giuseppe,<br />
Dejo este mundo con una pena i un dolor mui<br />
grandes por todo lo cual me siento en el dever<br />
de decirte que quien te lleba esta carta es tu ija<br />
pero eya no lo sabe.<br />
<br />
81
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
Perdona por averme ido con Zampo. Me quitó<br />
los pocos dineros que tenía y se fue a<br />
Torremolinos. Lo piyó un coche.<br />
Te quiere siempre aunque ya no hesté,<br />
82<br />
Manoli Huertas, “Monalisa”<br />
El viejo se sintió conmovido por el estilo sincrético de su<br />
amada Monalisa, y por un instante fugaz revivió la sabiduría<br />
destartalada, o el campechano talento, de decir lo mucho con lo muy<br />
poco. No necesitaba saber más.<br />
- Al enano lo atropelló un coche – dijo el viejo, y preguntó -<br />
¿tú has leído esta carta? ¿cuántos años tienes?<br />
- No. Veinte – respondió la joven. Giuseppe Buono sonrió, sin<br />
disimulo, por primera vez en mucho tiempo. Constanza Conni Buono<br />
era, desde luego, como su madre. También sabía decirlo todo con<br />
muy poco.<br />
- Tu madre me abandonó hace veinte años. Se fugó con<br />
Zampo, el enano. Me levanté una mañana y me había desparecido<br />
una esposa y una bicicleta. La misma bicicleta, por cierto, que la<br />
noche anterior había obrado un prodigio. De eso ya te hablaré. Y,<br />
según esta carta, también me desapareció una hija.<br />
- ¿Quién es? – preguntó el payaso, que se había asomado a la<br />
puerta de la caravana y señalaba con la mirada a la joven.<br />
VI. ¡Yo vi su trompa!<br />
- Es – dijo el viejo – eres – matizó tomando con sus manos<br />
ásperas de blandir un látigo contra el tiempo y los elefantes – mi hija.<br />
¡Y tu llegada es una señal! Haré que mi elefante monte en bicicleta
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
¡una vez más! El enano acondroplásico se retorcerá en su tumba y los<br />
payasos de la tele sabrán quién es el amo del circo.<br />
- Giuseppe, eso jamás ocurrió. Voy a contarte algo que debí<br />
confesarte hace mucho. Yo lo vi todo. Tu elefante nunca montó en<br />
bicicleta. Has creído una ilusión todo este tiempo por tu maldita manía<br />
de no usar tus lentes. ¡Viste a Monalisa mientras se escapaba<br />
pedaleando!<br />
- Pero… ¡yo vi su trompa!<br />
- Zampo iba encaramado al manillar… - musitó el payaso - se<br />
despidió con un corte de mangas.<br />
- ¡Enano maldito!<br />
<br />
83
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
EL HÉROE DE UN HÉROE<br />
Finalista del V Premio de Poesía ‘Antonia Pérez Alegre’<br />
<br />
85
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
86<br />
Me enteré de tus lances y avatares<br />
escuchando un transistor a pilas<br />
en dominicales tardes impregnadas<br />
del humo espeso<br />
de un cigarrillo de tabaco negro,<br />
de colonia a granel y un boleto de quiniela<br />
que había sembrado esperanzas en unos,<br />
equis y doses;<br />
consumidos los días de tiza y uniforme<br />
noventa minutos de padre e hijo,<br />
de hijo y padre, de hombre a hombre,<br />
siendo testigos<br />
de la gloria balompédica que te encumbró<br />
a los altares del fervor de la hinchada<br />
y que canonizó las botas con que hollaste<br />
la banda izquierda al destierro del parnaso<br />
a golpe de borrachera<br />
y ego encorsetado
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
en camisa de beneficencia mal planchada.<br />
Al principio se me desecaron el alma y la garganta<br />
al descubrirte mendigando unas monedas<br />
al pie de un semáforo estropeado,<br />
y de ninguno me brotaron las palabras.<br />
Ahondé en el pozo del bolsillo<br />
tratando de esquilmar la calderilla<br />
y acallar con el tintineo metálico<br />
de una limosna la acusatoria culpa<br />
de haberte reconocido.<br />
Cayeron las monedas y no callaron las culpas.<br />
Me agradeciste el gesto con una sonrisa desdentada,<br />
con un bigote arrugado de pelillos hirsutos<br />
y unas uñas negras y ansiosas<br />
por acaparar el escaso premio.<br />
Me marché con el ánimo encogido, arrebolado<br />
en el deshilachado ovillo con que se tejieron<br />
bufandas y banderines de ilusiones adolescentes.<br />
Caminé aturdido<br />
entre el ruido del tráfico y la urbe,<br />
y qué distinto se me antojó del jaleo<br />
<br />
87
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
con que te recibían las gradas.<br />
88<br />
Había llovido mucho y me pareció que el agua sucia<br />
de los charcos había empapado las crónicas<br />
de los diarios deportivos,<br />
que eran papel mojado.<br />
Me tapé la cara con las manos y lloré, furioso,<br />
te odié con todas mis fuerzas y las fuerzas que reuní<br />
a costa de apretar los puños y los dientes.<br />
Me habías robado algo tan valioso<br />
que lo supe perdido<br />
para siempre;<br />
me habías robado al héroe de mi padre.<br />
Me habías robado al héroe de un héroe.
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
BAR MATRIOSHKA<br />
<br />
89
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
90<br />
I<br />
INOCENCIO<br />
La mañana le recibió con quejumbre, con la senectud mal<br />
llevada propia de los días de invierno; azoteas y aparataje urbano<br />
encanecidos de nieve, la atmósfera lechosa a través de brumosas<br />
cataratas y un sol cobarde como un viejo con el pijama meado. Así,<br />
arrastrado de la cama, removido de un sueño sin diluir del todo,<br />
comenzaba a componerse el día.<br />
Una motocicleta petardeó al tiempo que un operario le hacía<br />
señas con una mano, mascullando algo contra un palillo salivado. En<br />
realidad pudo decir cualquier cosa. «Buenos días», respondió<br />
Inocencio y continuó caminando alternando un anodino paso con<br />
otro anodino paso sin percatarse de que la suela de sus zapatos se<br />
recortaba con definición sobre un paso de cebra recién pintado.<br />
Quienes le conocían hubieran asegurado sin dar resuello a la duda<br />
que aquella sucesión de pisadas, nítidas como una hilera de hormigas<br />
deambulando sobre arena blanca, como un negativo fotográfico,<br />
coreadas por una retahíla de espumarajos y vilipendios a su espalda,<br />
eran la única huella que Inocencio habría de dejar en este mundo.<br />
Levantó con esfuerzo la persiana del bar y desenroscó la<br />
serpiente de eslabones que atenazaba el torreón de sillas de plástico<br />
junto a la entrada, disponiéndolas en torno a cuatro mesas<br />
amarillentas. Nadie se sentaba nunca afuera, quizá alguna pareja de<br />
turistas, mochila en ristre, en verano. Impensable en invierno, aunque<br />
así evitaba que un vehículo estacionado ocultara el pizarrín con el<br />
menú del día – a los transeúntes – y obstaculizara dentro las<br />
conversaciones en torno a quienes cruzaban frente al ventanal<br />
rotulado – a los habituales -. Surgió en una de éstas un comentario
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
propio de los profesionales de la barra fija, a mitad de mañana,<br />
cuando el suministro de belmontes deja paso a la caña corta,<br />
precediendo a la entrada de Anna Fedorova en su vida.<br />
- Menuda hembra…<br />
Inocencio, parapetado tras el grifo de cerveza, la contempló<br />
cruzar el umbral del <strong>Bar</strong> Catalina sintiendo un estremecimiento en el<br />
bajo vientre; un arrebatamiento primario, carnal, que creía perdido<br />
desde mucho antes de dar sepultura a la santa esposa que le dio dos<br />
hijos y nombre al establecimiento.<br />
Anna Fedorova había nacido menos de treinta años antes,<br />
lejos del ornato de San Petersburgo y muy cerca del mugido del<br />
ganado ruso. Sin embargo, era difícil resistirse a ese encanto de club<br />
de carretera, a aquella estampa arrancada en su conjunto de la<br />
pantalla de un cine de barrio setentero. Inocencio contempló<br />
extasiado la generosa silueta atrapada en un vaquero de pitillo; el<br />
busto amenazando la hombría más chulesca, coronado de un símil de<br />
leopardo; el cabello blondo, dorado a conciencia de enmascarar la raíz<br />
oscura; los grandes ojos verdes, realzados por el abuso del rímel, que<br />
le estrangularon el seso cuando se despojó de las gafas negras.<br />
- ¿Qué va a ser? – le preguntó él, satisfecho como pocas veces<br />
en su vida de aquella profesión de servidumbre, que le permitía<br />
dirigirse, casi sin miedo, a aquella amazona de las estepas.<br />
- Yo busco trabajar, ¿…posible aquí? – le respondió ella con<br />
acento marcado y voz susurrante, de chiquilla temerosa. Qué<br />
importaba si la había utilizado antes o no en otros menesteres,<br />
capitalizando sus caricias, el problema era evadir aquella voz exhalada<br />
como un cálido aliento brotando de los labios carnosos.<br />
- ¿Trabajar? – el corazón de Inocencio se desbocó en el<br />
interior del pecho sexagenario, palpitando al estroboscópico ritmo de<br />
una proyección; fotogramas lanzados contra una pared en la que se<br />
contemplaba junto a aquella mujer, al acabar la jornada,<br />
compartiendo si quiera la soledad al cobijo de su belleza - ¿qué sabe<br />
hacer?<br />
<br />
91
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
- Yo todo… - respondió vehemente Anna Fedorova – yo<br />
limpio, sirvo mesa…<br />
- Venga esta tarde, a las tres – la atajó Inocencio, cortando el<br />
paso a la entraña que se le descabalgaba de la pechera - y traiga<br />
camisa blanca.<br />
Anna Fedorova asintió, y se marchó dejando a su paso una<br />
fragancia dulzona que aún tardó minutos en desvanecerse.<br />
92<br />
II<br />
ANNA FEDOROVA<br />
Se internó en el estrecho pasillo iluminado por bombillas<br />
rojas, que ni por asomo contagiaban de erotismo a los desconchones<br />
de las paredes. Llevaba tomado de la mano a un camionero vasco,<br />
orondo, mal afeitado, de gaznate aguardentoso que tuvo que besar<br />
para hacerle creer que tras ése habría otros besos. Abrió la puerta de<br />
un cuartucho ratonero que por mobiliario ostentaba una pequeña<br />
cama, un bidé, dos toallas y una papelera atragantada por una bolsa<br />
de supermercado. Le susurró el rosario de tópicos que acostumbraba,<br />
la suerte de lugares comunes que aprendió de memoria y que sólo un<br />
imbécil abotagado de alcohol puede creerse en una situación así. Le<br />
exigió con la misma sutileza el pago por adelantado y acometió el<br />
trabajo sin llegar a desvestirse del todo.<br />
Consumió la noche en idas y venidas, de arrancar cubalibres<br />
de garrafón a profesionales del volante y del puterío a arrancarles los<br />
pantalones, inclinándose con ceremonial sobre el bidé al término de<br />
estos amagos amatorios y exhortándoles al cabo a abandonar el<br />
cuchitril.<br />
- Ahora tú fuera…<br />
A la mañana siguiente Anna Fedorova abandonó el club con<br />
aire somnoliento, pero con la solemnidad propia de quien deja atrás la<br />
factoría tras haber cumplido con celo su jornada. Los tacones de aguja<br />
de sus botas abandonaron el extrarradio y se internaron en la urbe.
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
Un hombre enfundado en un mono de trabajo, que repintaba un paso<br />
de cebra, se arrancó de la boca un palillo y le soltó a bocajarro un<br />
piropo subido de tono. Ella, a pesar del cansancio, interpretó como de<br />
costumbre una sonrisa. Nunca podía asegurar no estar delante de un<br />
cliente, pasado o futuro.<br />
Serpenteó entre las callejuelas como una gata, demasiado<br />
cansada para soterrarse bajo las sábanas y prender la mecha de sus<br />
horas de libertad antes de atravesar nuevamente el pasillo iluminado<br />
de rojo. Se encontró con el <strong>Bar</strong> Catalina sin pretenderlo, y sonrío al<br />
pensar en Catalina II de Rusia, la Grande, famosa tanto por sus<br />
conquistas como por sus apetitos sexuales y sus numerosos amantes.<br />
Y pensó en la inutilidad de yacer con animales, ebrios de alcohol<br />
barato y que apenas la recordarían al día siguiente. Así no emularía a<br />
la emperatriz Catalina. No conquistaría nada ni a nadie.<br />
Entró decidida en el bar, despojándose de las gafas oscuras<br />
para aclimatar sus ojos esmeralda a la atmósfera cargada. Se dirigió<br />
hacia la barra mientras alguien, le pareció, murmuró unas palabras.<br />
Apenas reparó en el encargado. Sólo cuando aquel hombre<br />
diminuto, pálido y algo calvo se dirigió a ella le contestó, sin vacilar.<br />
- Yo busco trabajar, ¿…posible aquí?<br />
III<br />
TOMÁS<br />
Trató de disimular el malestar que le provocaba compartir el<br />
camarín del ascensor con aquella vieja y, en especial, con su perro.<br />
Asintió como un autómata ante la narración, procelosa en la exactitud<br />
de los detalles, del malestar estomacal que afectaba a aquel híbrido de<br />
can y roedor, tomado en brazos como el mesías peludo de una<br />
arrugada madonna. Cuando concluyeron el descenso no supo decidir<br />
a quién, si a uno u a otra, correspondía la autoría del nauseabundo<br />
aroma que le había acariciado los bigotes. Tomás se despidió con<br />
premura y tomó la calle como una liberación, aspirando hondamente<br />
<br />
93
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
el aire gélido de la mañana. Por desgracia la autoridad local había<br />
decidido que era tiempo de señalizar de nuevo los pasos de cebra que<br />
jalonaban la avenida, y el penetrante olor a pintura se abrió paso a<br />
través de sus fosas nasales. Maldiciendo entre dientes cruzó la calzada<br />
en dirección al quiosco de prensa, saludó con desgana al propietario<br />
y, como de costumbre, adquirió un ejemplar del diario deportivo.<br />
Como de costumbre, también, lo leyó en el bar Catalina mientras su<br />
condición de jubilado le permitió alargar al máximo el placer de tomar<br />
un café.<br />
Extrajo del bolsillo interior del abrigo un bolígrafo de tinta<br />
azul, un ejemplar de la quiniela sin cumplimentar y buscó en el<br />
periódico la página en que se daba cuenta de la tabla clasificatoria de<br />
primera división. Un repaso breve le sirvió para comenzar a sembrar<br />
de cruces el boleto, momento en el que la puerta del bar, abierta, dejó<br />
internarse entre la caterva de parroquianos a una rubia de infarto. El<br />
bolígrafo se detuvo ante la casilla del pleno al quince y Tomás sintió<br />
que de su boca, sin poder evitarlo, se le escapaban las palabras.<br />
94<br />
- Menuda hembra…<br />
Sintió tal párvulo ante el súbito, incontrolado, brote de<br />
visceralidad masculina que enterró el rostro entre las columnas de<br />
apuestas y no emergió de la lista de enfrentamientos futbolísticos hasta<br />
que aquella mujer que había hecho temblar la fotografía en blanco y<br />
negro de su boda se marchó, habiendo impregnando el aire de un<br />
perfume embriagador y dulce.<br />
IV<br />
INOCENCIO, ANNA FEDOROVA, TOMÁS<br />
Desde que el invierno había cedido el santoral a las<br />
onomásticas primaverales, a pesar de transitar las calles de una ciudad<br />
de natural ventosa, los paseos de Inocencio y Anna Fedorova, asidos<br />
de la mano, regados de espontáneos besos, habían escapado del<br />
presidio del anonimato y puestos en boca de todos. La relación había<br />
salpicado de matices, de pequeños cambios que en su totalidad
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
suponían una transformación mayor que la suma de sus partes, a<br />
cuantos orbitaban alrededor del <strong>Bar</strong> Catalina; Inocencio aplicó una<br />
nueva prerrogativa a su existencia, se abandonó al amor de aquella<br />
valkiria del Este, de ojos gatunos y acento hipnótico. Podía leerse en el<br />
prospecto del mejunje para oscurecer las canas, en la posología de las<br />
pastillas azules para rendir batalla en la trinchera del lecho; Anna<br />
Fedorova paladeó el mundo más allá del sórdido pasillo de luces<br />
rojas, jugando al mismo juego de sonrisas y miradas tras la barra del<br />
bar. Se la veía intangible, elevada a un altar prohibido para los<br />
asiduos del carajillo que acometieron la visita al <strong>Bar</strong> Catalina con la<br />
misma gravedad que la asistencia a misa – sin perdonar un día,<br />
participando de la liturgia secreta de admirar su silueta desprendida -;<br />
Tomás se despojó sin tardanza del sonrojo, y entre unos, equis y doses<br />
quinielísticos se permitió de tanto en tanto una chanza de<br />
cromatografía verdosa. Podía calibrarse en el nivel de la botella de<br />
colonia a granel, en el tiempo de acicaladura frente al espejo del baño.<br />
Coherente con la gravedad del estado amoroso, rendido al<br />
efecto Pigmalión de las caricias esteparias, Inocencio asumió necesario<br />
levantar acta notarial de los sentimientos que albergaba. <strong>Bar</strong>runtó que<br />
dos hijos mayores - bien criados, bien casados y bien empleados - no<br />
requerían ya de él mayor atención que su afecto. Por el contrario, le<br />
fue difícil cuantificar el cargamento de arrumacos que le sobrevendría<br />
al asegurar el porvenir de Anna Fedorova poniendo el <strong>Bar</strong> Catalina a<br />
su nombre. Y así lo hizo.<br />
Tomás aseveró con entusiasmo, ante la pusilánime mirada del<br />
yorkshire terrier, que lamentaba enormemente que el pobre animal no<br />
digiriera bien el salpicón de marisco. Saludó bienintencionado a la<br />
anciana del cuarto piso y salió del ascensor habiendo contrarrestado la<br />
nube de gas tóxico a base de generosa loción de afeitado. Atravesó la<br />
carretera frente a los vehículos que aguardaban detenidos el permiso<br />
del semáforo y por primera vez, aquella mañana, se percató de las<br />
enjutas pisadas que alguien dejó grabadas sobre el paso de cebra<br />
cuando fue pintado – y que nadie se molestó en volver a cubrir -. Se<br />
despidió con efusividad del quiosquero con el ejemplar del diario bajo<br />
el brazo y enfiló hacia el bar Catalina con un hormigueo cotidiano en<br />
el estómago.<br />
<br />
95
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
Anna Fedorova observaba el diligente trabajo de dos<br />
operarios, afanados en descolgar el antiguo letrero rotulado de un<br />
bermellón desgastado que rezaba «<strong>Bar</strong> Catalina». Sonrío con los<br />
brazos en jarra, el busto henchido que se ofrecía con un ángulo<br />
privilegiado a los trabajadores encaramados a la escalera, mientras<br />
éstos fijaban el nuevo cartel. Sus ojos verdes, profundos, brillaron sin<br />
disimulo cuando leyó, junto al dibujo de una muñeca rusa, «<strong>Bar</strong><br />
<strong>Matrioshka</strong>».<br />
Tomás dobló la última esquina a tiempo de contemplar la<br />
escena, admirado del giro inesperado que a veces toma la rutina más<br />
asentada. Se acercó sonriente a Inocencio, apostado en la acera de<br />
enfrente, posándole una mano sobre el hombro mientras sostenía el<br />
periódico aún caliente bajo el brazo opuesto. No le dio tiempo a<br />
hablar.<br />
pena.<br />
96<br />
- No me deja entrar – musitó Inocencio como un alma en<br />
Tomás retiró la mano, afectado, temiendo que aquel destierro<br />
fuera contagioso. Trató de recomponer el gesto y tender una mano al<br />
derrotado. Palmeó su espalda con suavidad, pero sin descuidar su<br />
vista de la entrada del renacido <strong>Bar</strong> <strong>Matrioshka</strong>. Le preguntó por lo<br />
ocurrido.<br />
Inocencio se encogió de hombros, reprimió un sollozo y<br />
exclamó:<br />
- No lo sé. Sólo me ha dicho «Ahora tú fuera…»
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
LA HUIDA<br />
III Premio del I Certamen Internacional de Poesía «Katharsis»<br />
<br />
97
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
98<br />
El taxista ebrio de miserias humanas<br />
Me conduce a la diáspora en sentido contrario,<br />
La autopista está atestada de suicidas<br />
Y creo, no, estoy seguro de que no he cerrado<br />
La llave del gas cuando<br />
me he marchado.<br />
Al menos he procurado explicar mi ausencia<br />
En una nota escrita sobre papel higiénico,<br />
Era el único que me quedaba a mano<br />
Después de arrojar la vida - entera - por el retrete.<br />
Y creo, no, estoy seguro de que no he tirado<br />
De la cadena cuando<br />
La he arrojado.<br />
Tengo todo lo necesario para el largo viaje;<br />
Maquinilla de afeitar y una muda limpia,<br />
Una botella de güisqui Doble-V en el que se detecta<br />
Tonos de turba, en eso nos parecemos,
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
Y un libro de relatos de Bukowski<br />
Que alguien se olvidó<br />
Y yo he robado.<br />
Alquilaré un bonito antro sobre un burdel<br />
De prostitutas enanas, ellas no tienen<br />
Grandes expectativas y yo no espero nada,<br />
Pasaré las horas muertas viendo telenovelas<br />
Polacas en versión subtitulada<br />
y escribiré cartas amenazantes al director<br />
de una revista para adolescentes<br />
fingiendo ser<br />
el mismo Dios reencarnado.<br />
El taxista ebrio de tragedias y licor barato<br />
Ha detenido el vehículo en un desierto de almas;<br />
Me sonríe y me encañona la frente<br />
Con una escopeta de cañón recortado,<br />
Se lleva mi cartera, mis mudas limpias<br />
Y mi botella de güisqui afrutado,<br />
Me deja tirado en una zanja con el<br />
Pecho destrozado y con la sangre<br />
Que se abre camino se marchan para siempre<br />
<br />
99
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
El bonito antro, las prostitutas enanas,<br />
100<br />
Las telenovelas polacas y el legado<br />
De Bukowski que alguien<br />
dejó tirado.<br />
Mientras me desangro caigo en la cuenta<br />
De que no he firmado la nota que escribí<br />
Sobre papel mojado.
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
LA RAÍZ DEL ISHPINGO<br />
<br />
101
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
102<br />
Si me engañas una vez tuya es la culpa;<br />
si me engañas dos, la culpa es mía.<br />
Anaxágoras<br />
Prefacio<br />
La muerte del dictador José Eulogio Doroteo Igualada, por<br />
inefable, ha sido merecedora de diversas aproximaciones literarias,<br />
que en mayor o menor medida han tratado de dar un testimonio<br />
definitivo de este episodio; en unas ocasiones fabulando hasta el<br />
paroxismo y en <strong>otras</strong> persiguiendo el discernimiento entre lo<br />
mitológico y lo real – o cuando menos, verosímil -. Así, con motivo de<br />
los Juegos Florales de Ahuaquechec, el celebérrimo escritor Nicodemo<br />
Suárez – que ya había acometido la publicación de una biografía<br />
comparada de Pancho Villa y Vladimir Ilich Ulianov, Lenin con la<br />
aprobación de crítica y público – hace referencia en los últimos versos<br />
alejandrinos del poema titulado “En el rosal” al célebre lamento de la<br />
madre del dictador, María Colmena Sepúlveda, en el atribulado<br />
momento en que le es devuelto el cadáver de su hijo:<br />
¡A la Flor de Igualada y Jaraguay han agostado<br />
la raíz del Ishpingo y la sed de la Cinchona!<br />
Tal y como hace notar Diego Esteban Múñiz en su<br />
“Enciclopedia de la Poesía Latinoamericana” (1952, Editorial Fénix<br />
del Jaraguay), al referirse a estos versos de Suárez: “es un hecho<br />
ampliamente difundido que el pueblo, levantado en armas contra el<br />
General Igualada, dispuso una horca de madera de Ishpingo en el<br />
centro mismo de la Plaza de la Concordia de Ahuaquechec […] La<br />
alusión a la flor cinchona - apostilla Múñiz - podría referirse a la<br />
dejadez por el gobierno que manifestó el general en los últimos
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
tiempos de su mandato, en favor de otros menesteres más prosaicos;<br />
pero esto no pasa de ser una conjetura”.<br />
El reciente hallazgo de abundante correspondencia del<br />
dictador, al descubrirse una cámara oculta tras un retrato ecuestre de<br />
éste en la Casa de Gobierno de Jaraguay, antiguo Palacio de Las<br />
Libertades y residencia del Jefe de Estado, ha venido a clarificar la<br />
relación entre “la Cinchona” y la caída de José Eulogio Doroteo<br />
Igualada.<br />
I<br />
La comitiva había entrado en el pueblo bastante más tarde de<br />
la hora prevista, aunque no tanto para que hubiera cundido el<br />
desánimo. El fervor popular que despertaba el libertador, las ansias del<br />
populacho por siquiera rozar los adornos de su enjaezado, todo,<br />
estalló en una voladura de vítores que proclamaban sus victorias.<br />
Nadie reparaba en que hacía tres años que no se libraba una<br />
verdadera contienda, en la deslucida indumentaria de los soldados o<br />
en el notorio aumento de peso de su General. Las comadres<br />
empujaban a las jóvenes casaderas al frente, peligrosamente cerca de<br />
los caballos, y éstas se movían en la dicotomía fronteriza de aupar sus<br />
senos a la vista de los héroes y salvaguardarse de ser aplastadas bajo<br />
los cascos de los corceles.<br />
El villorrio se había engalanado acorde a sus posibilidades,<br />
despejando el abrevadero de mulas apostado frente a la parroquia de<br />
Santa Águeda y haciendo ondear pendones con la bandera<br />
revolucionaria.<br />
- ¡Bienvenido a Los Milagros, mi General! – fue el<br />
recibimiento del párroco Romulano Bastida, que durante los primeros<br />
meses del alzamiento, en los que la belicosidad de ambos mandos<br />
produjo siniestras carnicerías, había colgado y tomado los hábitos de<br />
manera intermitente. Desde hacía más de dos años oficiaba en Santa<br />
Águeda sin interrupción en su labor, aunque junto al altar mayor<br />
había apostado el rifle de dos cañones con que había difundido el<br />
evangelio del General Igualada en más de una refriega.<br />
<br />
103
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
- ¡A mis brazos, Romulano! - respondió Igualada apresándolo<br />
contra la sudada pechera - ¡cuánto valioso es en estos tiempos el<br />
abrazo de un amigo! – dijo mientras palmeaba su espalda con<br />
sonoridad. El párroco soportaba con estoicismo las acometidas,<br />
hundiéndose cada vez más en el proceloso pecho. Al fin, el propio<br />
Igualada lo separó de sí aferrándolo por los hombros, lo miró por un<br />
instante sin decir palabra y sentenció - Soldado me serviste como el<br />
más valiente. Hoy vengo a reclamarte como el sacerdote que eres.<br />
Bastida recibió aquellas palabras con extrañeza; aunque era<br />
un clérigo más preocupado en que sus feligreses tuvieran en la tierra la<br />
paz que se les prometía en el cielo, no por ello había cejado de tratar<br />
de inculcar en el libertador el misticismo propio de su fe. Pero el<br />
General Eulogio Igualada había demostrado una inclinación nada sutil<br />
hacia la naturaleza más mundana del hombre. De modo que se<br />
encaminaron hacia el humilde templo, rodeados en todo momento<br />
por un séquito de campesinos que coreaban el nombre de Igualada y<br />
aplaudían y le deseaban larga vida, y el párroco aguardó a que el<br />
recién llegado le desvelara el motivo de su visita.<br />
104<br />
II<br />
La parroquia de Santa Águeda en Los Milagros, provincia de<br />
Ahuaquechec, al sur de Jaraguay, se limitaba a una planta cruciforme<br />
de pequeño tamaño, en realidad un corredor estrecho secundado de<br />
bancos que limitaba el acceso al altar mayor. Éste albergaba un<br />
tríptico en el que aparecía representada la mártir Águeda, en la parte<br />
central, y la Virgen de Ahuaquechec y uno de los primeros párrocos al<br />
frente del templo, Doroteo de las Nieves, situados a cada extremo. En<br />
el ala izquierda de la iglesia se erigía una pequeña capilla en honor al<br />
Cristo de Medinaceli, donación de la esposa española de un indiano<br />
adinerado que era oriunda de Madrid. En el ala derecha se veneraba<br />
una pequeña piedad de rasgos indígenas.<br />
En Octubre de 1834 toda la franja meridional de<br />
Jaraguay sufrió la acometida de un temblor de tierra, que fue<br />
particularmente virulento en el tramo sur – las provincias de<br />
Ahuaquechec y Hoyos sufrieron incontables destrozos -. La
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
villa Los Milagros, que contaba apenas tres décadas, fue<br />
devastada en su totalidad a excepción de la parroquia,<br />
levantada en honor a la Virgen de Ahuaquechec. Siendo su<br />
párroco, Doroteo de las Nieves, devoto de Santa Águeda,<br />
patrona contra los terremotos, quedó claro a quién<br />
correspondía el milagro y la advocación del templo perteneció<br />
desde entonces a esta santa. El retablo de la Virgen fue<br />
incorporado a un tríptico encabezado por Santa Águeda y<br />
escoltado por una imagen del propio párroco Doroteo de las<br />
Nieves - que había fallecido en el desplome de su vivienda -.<br />
Por razones de presupuesto, diezmado por la reconstrucción<br />
de la villa, las nuevas pinturas se encargaron de menor<br />
tamaño y el tríptico muestra una desproporción con respecto<br />
a la pintura original de la Virgen, situada en la parte izquierda.<br />
(N.A.)<br />
- ¡Vivo aterrado, Romulano! – vociferó el General Igualada,<br />
que había exigido que el párroco le recibiera en confesión. Sólo así,<br />
presumía, aquella delirante locura que le atenazaba no le supondría<br />
además la deshonra de ser ridiculizado por la soldadesca – ¡Yo, que<br />
he estado más veces a las puertas de la muerte que ningún otro! Pero<br />
esto…, esta pesadilla… ¿Qué hombre podría soportar la compañía de<br />
semejante visión sin perder el juicio?<br />
- ¿Y qué visión es ésa? – preguntó Bastida, desde el interior<br />
del confesionario. La voz de Igualada le llegaba desconocida,<br />
pronunciada por una garganta fungosa, extraña.<br />
- ¡El espectro de mi padre 2 ! Me acompaña a cada instante,<br />
allá donde vaya. De día o de noche. Sobrio o abotagado de alcohol,<br />
tratando inútilmente de expulsarlo de mi cabeza. ¡Es imposible,<br />
Romulano! ¡El espectro de mi padre me persigue!<br />
2 El Coronel Martín Eulogio Igualada y Céspedes<br />
había muerto en 1877 cuando reparaba el tejado de la<br />
vivienda de dos habitaciones que la familia Igualada ocupaba<br />
en la calle Cardenal Briones, en Sagrances. Por orden del<br />
Gobernador Civil se le concedió la muerte en acto de guerra y<br />
<br />
105
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
a su viuda, al cargo del futuro dictador – que a la sazón<br />
contaba apenas dos años -, se le dispuso una pensión. (N.A.)<br />
El párroco dio un respingo, musitó una plegaria y se santiguó.<br />
No le era ajeno que un fallecido se inmiscuyera en la vida de los vivos<br />
si lo considerara necesario. Aún se recordaban en Los Milagros los<br />
aullidos que despertaban en mitad de la noche a una pareja de<br />
campesinos que había decidido tapar un pozo que se había secado;<br />
no recobraron la calma hasta que se descubrieron enterrados en el<br />
limo del pozo los huesos de un viejo perro que, desaparecido hacía<br />
años, al parecer había caído dentro. Por lo visto, en vida gustaba de<br />
mirar la luna y muerto había seguido la costumbre. Tapado el pozo, le<br />
habían privado de esta vista.<br />
- General Igualada - respondió Bastida - tu padre no descansa<br />
porque algo lo apesadumbra. Y será tu sombra hasta el día en que lo<br />
liberes de esa carga. ¿Te ha hablado, acaso? ¿Te ha revelado sus<br />
pesares?<br />
- ¡Nada dice! Ese espíritu descarnado se me presenta en los<br />
lugares más insospechados, en el momento más importuno… - dijo<br />
Igualada, negándose a concluir la frase.<br />
- ¿Y qué momento es ése, mi General? – preguntó Bastida,<br />
seriamente intrigado.<br />
- Tan infame es, Romulano, tan infame… - Igualada sudaba,<br />
y notaba arenoso el paladar - ¡que siempre me asalta cuando yazco<br />
con hembra! Me perturba, y clava en mí una mirada blanquecina en la<br />
que leo su total desprecio, pero ¡nunca dice nada! Y en esas me veo,<br />
Romulano, resignado a no tener contacto con mujer alguna por el<br />
cruel acoso de un espíritu…<br />
Bastida rumió el asunto unos instantes, y al fin, dio con la<br />
respuesta, dando gracias al cielo.<br />
- Mi General, voy a hablarte con franqueza – dijo – tienes<br />
cuarenta y tres años y no has tomado esposa. Ahora que las balas han<br />
dejado de silbar a tu alrededor, tu padre no se resiste a que la simiente<br />
106
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
de los Igualada se pierda en los lupanares. Quiere que engendres un<br />
heredero legítimo.<br />
- ¡Un heredero legítimo! – gritó el General. Su voz volvía a<br />
sonar con la jovialidad habitual - ¡un Igualada! Bastida – dijo<br />
incorporándose – si eso ha de poner fin a esta maldición, no he de<br />
perder más tiempo. Reúne a todas las mujeres, solteras o viudas, que<br />
estén en condición de concebir. Yo elegiré una. Y tú oficiarás la<br />
ceremonia.<br />
III<br />
Desde que la vio, el General José Eulogio Doroteo Igualada<br />
supo que había de hacerla suya. No entendía cómo en un cuerpo tan<br />
pequeño podía concentrarse toda la belleza, toda la inocencia y a la<br />
vez todo lo deseable que un hombre era capaz siquiera de imaginar.<br />
Pero allí estaba.<br />
Sólo era una chiquilla de abundante melena oscura recogida<br />
en un simple moño, que sin esmero en su peinado dejaba a su<br />
albedrío unos horribles mechones sobre la frente. Y sin embargo, verla<br />
de ese modo, esa simplicidad salvaje entre las decenas de mujeres que<br />
el párroco Bastida había convocado a la llamada nupcial de Igualada,<br />
todas engalanadas y pavoneándose frente a él, la hacía si cabe más<br />
atrayente. Se llamaba Concepción Mendoza, no pesaba más de<br />
noventa libras y había sido criada por su anciana abuela en la más<br />
vehemente de las protecciones. Tal era así que Bastida, con tal de no<br />
ser acusado por el libertador de no poner empeño en la misión<br />
encomendada y tratando de reunir a todas las mujeres del pueblo con<br />
posibilidad de contraer nupcias, había lidiado ferozmente con la vieja<br />
con el fin de presentarse con su nieta ante Igualada.<br />
La boda fue rápida, y el General, ansioso por conjurar el<br />
macabro espíritu de su padre, dio orden de marchar de inmediato<br />
hacia su residencia en el Palacio de Las Libertades, en Ahuaquechec.<br />
<br />
107
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
La noticia del casamiento alcanzó la capital de Jaraguay con<br />
la vertiginosidad y virulencia de una pandemia, y todo el pueblo se<br />
contagió de la felicidad del libertador.<br />
108<br />
IV<br />
La noche en que el General Igualada se apoderó de la virtud<br />
de su joven esposa, toda vez que ambos superaron sus temores – uno<br />
a ser asaltado de nuevo por el ánima de su padre y la otra al<br />
desconocimiento más absoluto de los avíos propios del hombre -, la<br />
pareja se descubrió enamorada en brazos del otro. Durante los seis<br />
meses siguientes se entregaron a ardorosas sesiones de pasión, que en<br />
ningún caso fueron perturbadas por el espectro de Igualada padre. Y<br />
cuanto mayor era la experiencia en el lecho de la joven esposa, mayor<br />
pericia y voluntad demostraba.<br />
Por aquel entonces se sucedió un pequeño brote de<br />
insurgencia en el extremo norte del país, donde el río Poracona actúa<br />
de frontera natural con Teolivia. A su pesar, el libertador dejó a su<br />
esposa al cuidado de su propia madre, la excelsa viuda Doña María<br />
Colmena Sepúlveda, y marchó con una guarnición de jinetes a sofocar<br />
la revuelta. Durante las semanas que pasó lidiando con los<br />
campesinos del Poracona, arrebatado de amor, se prodigó en la<br />
redacción de epístolas amorosas; las cuales, con una característica<br />
letra torcida y constantes agresiones a la ortografía más ortodoxa,<br />
comienzan todas del mismo modo: “Querida Cinchona 3 ”.<br />
3 A Concepción Mendoza, señora de Igualada, se la<br />
trata familiarmente como Conchita o Conchina. El General<br />
José Eulogio Doroteo Igualada, en las cartas que dirige a su<br />
amada, realiza un juego de palabras y la llama “Cinchona”;<br />
género de plantas de flores del orden de las Gentianales de la<br />
familia de las Rubiaceae y nombrada en honor de la Condesa<br />
de Chinchón, esposa del Virrey de Perú en 1638 por Carlos<br />
Linneo por el descubrimiento de las propiedades medicinales<br />
de la corteza de esta planta. (N.A.)
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
Tales eran las ansias de Igualada por mantener contacto con<br />
su enamorada, que envió un mensajero distinto con cada una de las<br />
cartas que escribía cada noche. Y no menguó su regimiento de<br />
manera desastrosa porque la fortuna decidió que el conflicto no se<br />
prolongará más allá de una veintena de días.<br />
Entretanto, las relaciones entre nuera y suegra no habían<br />
transcurrido por los senderos de la cordialidad sino, más bien, y en<br />
sentido estricto, se había desatado un nuevo frente de batalla entre las<br />
propias alcobas del libertador. Mientras que para la augusta Doña<br />
María Colmena Sepúlveda el correcto modelo de una esposa debía<br />
reflejar virtudes como la obediencia, la discreción y la clausura, la<br />
Cinchona, más acostumbrada a trepar por las ramas de las bananeras<br />
que a rezar el Pater Noster, enseguida se sintió encorsetada y presa del<br />
tedio durante la ausencia del General. De tal suerte que el regreso de<br />
José Eulogio Doroteo Igualada al Palacio de Las Libertades de<br />
Ahuaquechec supuso el fin a dos escaramuzas, la librada contra el<br />
insurgente campesinado del Poracona y la de dos gatas que andaban<br />
a la gresca.<br />
V<br />
- Mi General – dijo el joven – se presenta ante usía el sargento<br />
Eduardo Solivella. Me envían de Ayahuazco con órdenes de ponerme<br />
a su servicio.<br />
El General Igualada contemplaba desde el amplio ventanal de<br />
su despacho el lento trasiego de un carromato, las idas y venidas de<br />
las mujeres al mercado. Durante varios días se había estado<br />
preparando la Festividad de Difuntos, y dispuestos a lo largo de la<br />
plaza se erguían diversos fantoches confeccionados con tallos de<br />
totora trenzada – traídos del Titicaca acorde a la tradición -, dispuestos<br />
para ser quemados aquella noche. No pudo por menos que sentir un<br />
escalofrío. Prácticamente había transcurrido un año desde su boda y<br />
aún no se le había dado a bien la concepción de un heredero en el<br />
seno de su esposa. Ya temía que, en cualquier momento, el espíritu de<br />
su padre volvería a perturbar su salud mental. En cualquier caso, por<br />
precaución, seguía afanado en esta tarea con ahínco y se había<br />
<br />
109
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
privado de visitar las casas de citas a las que antaño había sido tan<br />
aficionado.<br />
Cuando se giró, se topó de frente con un soldado que apenas<br />
habría superado la veintena. De amplias espaldas, mentón cuadrado y<br />
cejas espesas, que enmarcaban dos ojos verdosos que resaltaban a<br />
más no poder sobre la piel oscura.<br />
- Sargento Solivella – dijo el General Igualada – he recibido<br />
muy buenos y prometedores reportes de sus acciones, y no<br />
queriéndolos tomar por lisonjas, presumo que ha de hacerme usted<br />
muy buen servicio.<br />
- A sus órdenes, mi General – respondió el joven, tan firme<br />
como el asta de una bandera.<br />
- De esta manera – prosiguió el libertador – le tengo una<br />
misión destinada de la mayor gravedad – Igualada hizo una pausa,<br />
como tenía acostumbrado cada vez que se veía en la obligación de<br />
delegar una tarea, con el propósito de epatar a su subordinado y<br />
obtener de su intriga una mayor atención en el detalle de la labor – me<br />
veo en la necesidad de ausentarme de la capital durante unos días y<br />
deberá usted de ocuparse de la seguridad de mi esposa.<br />
- ¡Como usted ordene, mi General! – respondió solícito el<br />
sargento Solivella, henchido de orgullo al pensar que su primera<br />
misión encomendada por el mismísimo libertador de Jaraguay<br />
consistía en velar por el bienestar de su esposa - Responderé de su<br />
vida con la mía propia – añadió.<br />
- No lo dude – respondió cortante José Eulogio Doroteo<br />
Igualada.<br />
La noche transcurrió entre la algarabía propia de la festividad<br />
en que se rendía culto a la otra vida, tal y como se concibe en el<br />
mundo latinoamericano, y las calles se poblaron de una<br />
muchedumbre caracterizada como demonios, fantasmas y espíritus<br />
burlones dedicados a golpear con bastones acolchados a los<br />
transeúntes. Llegada la medianoche se prendieron las piras que<br />
representaban a los espíritus malvados, y el efecto purificador del<br />
110
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
fuego se ocupó de granjear prosperidad para el año venidero. Así, al<br />
menos, lo sentía el campesinado concentrado frente al Palacio de Las<br />
Libertades pero no se podía decir lo mismo del General Igualada.<br />
Aquel espectáculo lo tenía sumido en un estado de agitación extrema,<br />
recordándole el martirio infligido por la visión espectral de su padre<br />
difunto. Y augurando que, no culminando las relaciones con su esposa<br />
con la alegría de un embarazo, pronto se las vería de nuevo con la<br />
mirada despreciativa y lechosa del fallecido. Por ello había decidido<br />
ausentarse de la capital, y visitar de nuevo a su buen consejero el<br />
párroco Bastida en el villorrio de Los Milagros. Y por miedo a que su<br />
esposa sintiera nostalgia de su pueblo natal y esto le provocara un<br />
desapego innecesario de la capital, lugar en el que se debía, había<br />
decidido ocultar el destino de su viaje y emprenderlo en solitario.<br />
VI<br />
La furtiva expedición del General Igualada a Los Milagros se<br />
detuvo a dos jornadas de su destino, cerca de una fonda regentada<br />
por un panadero italiano de nombre Piero Mantegni. Éste vivía<br />
exiliado en Jaraguay desde hacía un decenio, y compaginaba su oficio<br />
con el más lucrativo negocio de la venta de rifles a los indígenas de la<br />
vertiente oriental del río Poracona. Tras abrevar a los caballos,<br />
retomar aliento y reponer fuerza con un tentempié, Igualada y el<br />
reducido grupo de hombres que le acompañaban se dispusieron a<br />
reemprender la marcha. En ese momento, un estruendo descomunal<br />
acompañado de un violento tremolar de tierras les pilló<br />
completamente desprevenidos. El libertador dio con sus excelsas<br />
posaderas en el suelo, los caballos emprendieron el galope<br />
desbocados y la Fonda Mantegni perdió gran parte de la techumbre.<br />
El General Igualada, todavía estupefacto, suspiró aliviado al pensar<br />
que por un instante habían salido indemnes del desplome. Dio orden<br />
de inspeccionar la fonda en busca de algún superviviente, búsqueda<br />
infructuosa, y una vez recuperadas sus monturas alentó a sus hombres<br />
a continuar el trayecto hacia Los Milagros.<br />
Llegados finalmente a la villa, el espectáculo que los recibió<br />
distaba diametralmente de la cálida acogida del año anterior. El<br />
<br />
111
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
terremoto se había cebado especialmente en aquel pueblo y había<br />
sido arrasada prácticamente toda edificación, que salvo la parroquia<br />
de Santa Águeda y un pequeño puesto militar, eran por otro lado de<br />
materiales mediocres. Y ni siquiera el puesto militar ni la parroquia<br />
habían salido impunes, como ya ocurriera con ésta última en el último<br />
temblor registrado de semejante magnitud.<br />
El General Igualada se afanó en encontrar al párroco<br />
Romulano Bastida, dando la impresión a cuantos lo contemplaron<br />
removiendo escombros de ser un dirigente tan concienciado con el<br />
malestar de su pueblo que era capaz de quebrarse el espinazo si con<br />
ello aliviaba su sufrimiento. Y aún más se alabó su actitud cuando,<br />
enterado de que el párroco Bastida había fallecido descalabrado por<br />
una de las columnas de la parroquia, no ocultó la profunda congoja<br />
que este hecho le produjo y lloró amargamente en compañía de los<br />
pocos campesinos supervivientes. Lo que éstos desconocían es que el<br />
General Igualada lloraba de amargura al suponerse en actitud aún<br />
más funesta que el difunto, abocado como se veía a fracasar en el<br />
cumplimiento de la voluntad del espíritu perseguidor de su padre y sin<br />
la guía de su amigo sacerdote. Tan angustiado se sintió, que desde ese<br />
mismo momento creyó ver la silueta del espectro en cada sombra. No<br />
durmió y apenas probó bocado en todo el tiempo que permaneció en<br />
la derruida villa Los Milagros, mientras la guarnición de soldados que<br />
lo había acompañado se dedicaba por orden de su General a ayudar<br />
en lo posible a los maltrechos aldeanos. Todo esto, como es de<br />
suponer, todavía le granjeó mayor simpatía entre el poblacho, que lo<br />
creyó por entero sensibilizado con sus cuitas. Igualada, por su parte,<br />
dedicó las noches a extender su obra epistolar dedicando nuevas y<br />
apasionadas misivas a su esposa. Pero esta vez, aguardó a su regreso<br />
para entregárselas en mano.<br />
112<br />
VII<br />
El buen hacer del General José Eulogio Doroteo Igualada en<br />
Los Milagros se mantuvo escaso tiempo en boca del campesinado, en<br />
tanto que una vez que el libertador pisó Ahuaquechec obvió por<br />
entero sus obligaciones para con el alivio del desastre ocasionado por<br />
el terremoto. Su única obsesión continuó siendo la concepción de un
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
heredero. Así, por añadidura, las habladurías se tornaron hacia los<br />
aposentos del General, y los maledicentes no escatimaban exabruptos<br />
a la hora de denunciar que mientras la mitad de Jaraguay desfallecía<br />
sin morada ni alimento, su dirigente se deleitaba en el lecho marital<br />
con su esposa.<br />
Por fortuna, este empeño pareció llegar a buen término dos<br />
meses después, cuando la Cinchona le anunció a su marido que sufría<br />
un retraso en su menstruo. Igualada, para no escatimar esfuerzos,<br />
prosiguió su empeño amatorio hasta que se hizo evidente que su<br />
mujer estaba en estado de buena esperanza.<br />
Éste hecho añadió algo de cordura al estado mental del<br />
libertador, que por un instante recordó que su país había sufrido una<br />
hecatombe de dimensiones bíblicas y que a duras penas se esforzaba<br />
en superar. Tras ocuparse de delegar la seguridad de su embarazada<br />
esposa en manos del sargento Solivella, cuya diligencia le había sido<br />
ampliamente manifestada por la Cinchona a su vuelta de Los<br />
Milagros, marchó al frente de un amplio contingente de soldados<br />
recorriendo el propio trayecto que surcara el terremoto, esto es, de<br />
este a oeste atravesando toda la franja meridional del territorio<br />
nacional.<br />
No había recorrido ni siquiera la mitad del itinerario previsto<br />
cuando las protestas del populacho lo detuvieron abruptamente. En el<br />
mejor de los casos, los misérrimos aldeanos los habían recibido con<br />
indiferencia, convencidos de que el tiempo en que necesitaron del<br />
libertador había coincidido con el tiempo que éste empleó en recluirse<br />
en sus alcobas y que ahora, afanados en reconstruir sus hogares, la<br />
presencia de Igualada no les era necesaria en lo más mínimo. No<br />
obstante, el suceso más truculento tuvo lugar en San Miguel de Caabá,<br />
una pequeña ciudad fundada como consecuencia del asentamiento de<br />
franciscanos españoles en 1766. El campesinado aprovechó los<br />
escombros de sus propios hogares como proyectiles, y denunciando la<br />
dejadez del General a voz en grito arremetió contra el contingente<br />
recién llegado. Un cascote magulló seriamente la cabeza de Igualada,<br />
lo que provocó una respuesta de señalada virulencia por parte de los<br />
soldados, que se emplearon con especial violencia en sofocar la<br />
revuelta.<br />
<br />
113
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
El General Igualada ordenó regresar a Ahuaquechec, si bien<br />
la noticia de la masacre corrió mucho más rauda.<br />
114<br />
VIII<br />
La víspera del nacimiento de su primer heredero legítimo, el<br />
General Igualada había sufrido un nuevo revés político al recibir<br />
noticias de que el minoritario grupo de insurgentes que había<br />
sobrevivido amparándose en la selva del Poracona a su toma del<br />
poder, ahora recibía un apoyo mayoritario por parte del campesinado.<br />
El desamparo mostrado en el caos ocasionado por el terremoto y la<br />
masacre de San Miguel de Caabá habían provocado una respuesta<br />
masiva. A Igualada sólo le quedaba el consuelo de ver satisfechas las<br />
ansias del espectro paterno, aparentemente cumplidas la madrugada<br />
del 23 de Marzo de 1921 4 en que la Cinchona alumbró un vigoroso<br />
varón. El nacimiento vino acompasado por los gritos de dolor de la<br />
madre, el llanto primerizo del niño y el alarido de horror de José<br />
Eulogio Doroteo Igualada cuando contempló al aborrecible<br />
ectoplasma de su padre plantado frente al lecho en que aconteció el<br />
alumbramiento.<br />
Toda vez que el libertador hizo ademán de visitar a su<br />
heredero, se enfrentaba a la mirada de desprecio del espectro, en cuya<br />
compañía siempre se encontraba el infante. Enloquecido, Igualada se<br />
encerró en sus aposentos con orden taxativa de mantener al pequeño<br />
varón, que ya antes de nacer había recibido el nombre de Martín,<br />
como su fantasmal abuelo, lo más alejado posible de él mismo. Se<br />
alejó por completo de toda labor de gobierno, y en más de una<br />
ocasión profirió vehementes mordiscos a quienes se aventuraban en<br />
su habitación con el objeto de comprobar que eran de naturaleza<br />
corpórea. Como es sabido, tres años después, la insurgencia contra<br />
Igualada alcanzaba Ahuaquechec y la horca de Ishpingo puso fin a la<br />
vida de la flor de Jaraguay; las últimas, enigmáticas y archiconocidas<br />
palabras del libertador fueron: “¡Esos ojos! ¡Esos ojos!”.<br />
4 El 23 de Marzo se celebra en Jaraguay la Fiesta de<br />
la Nación, elegida esta fecha para conmemoración tan<br />
señalada por ser el aniversario de su dirigente más destacado,
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
Martín Solivella y Mendoza (1921-1978). Hijo del dictador<br />
José Eulogio Igualada, recibió los apellidos de su padrastro, el<br />
militar Eduardo Solivella, que se desposó con la viuda de<br />
Igualada en 1925. Es famoso el retrato de Martín Solivella que<br />
preside la Casa de Gobierno de Jaraguay, que lo retrata<br />
corpulento, de cejas espesas que enmarcan dos ojos verdosos<br />
que resaltan a más no poder sobre la piel oscura. (N.A.)<br />
<br />
115
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
EL CALÍGRAFO<br />
ENAMORADO<br />
<br />
117
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
Había acusado la falta de correspondencia, y tan<br />
ansiosamente aguardaba el franqueo de su amorío en la estafeta de<br />
correos que hizo guardia a su puerta con la marcialidad de un militar,<br />
pero con la turbación propia de los quince años. Sucediéndose los<br />
días de espera, la desolación alimentó los primeros temores; “¿Escribí<br />
algo que no debía?”, “¡Me expresé mal!” “Más aún… ¿acaso mis<br />
abominables trazos son merecedores de su réplica?”. De tal suerte<br />
que, forjado el ánimo a no recibir respuesta hasta manejar la pluma<br />
con la mejor destreza, durante días enteros y solitarias noches sometió<br />
su caligrafía a las pruebas más exigentes, repitiendo con exasperante<br />
insistencia cada tachadura. Pasado un tiempo, sintió que las palabras,<br />
a fuerza de ser reescritas, habían agotado su sentido. Angustiado,<br />
alargó los grafemas en pos del significado perdido, con la pretérita<br />
intención de rescatar con lazo la idea intangible que contuviesen. Y la<br />
palabra “ojo”, tornada en oblicuas líneas que reavivaron su origen<br />
figurativo, y la palabra “boca”, voluptuosa y pincelada ya con tinta<br />
carmesí, se apoderaron del papel. Al fin recibió misiva de su<br />
enamorada. Él le contestó con un retrato.<br />
118
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
EL BRIBÓN APACENTADO<br />
<br />
119
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
En Prenda Por La Generosidad Brindada Al Humilde Siervo Del<br />
Señor Jesucristo y Que Fuelo Del Noble Señor Don Rodrigo De<br />
Castelar, Vasallo Del Muy Noble y Muy Digno Señor De Reinos Varios<br />
Que Fuelo Su Majestad Carlos I, Yo, <strong>Bar</strong>tolomé Vientos, Llamado<br />
Rebollones El Bribón Por Causa Justa, Que Fue Éste Nombre<br />
Impuesto Por Mi Señor Don Rodrigo, Consigno Esta Historia Que Es<br />
La Mía Al Bachiller Don Francisco De Mirambel, Que Con Tan<br />
Fervorosa Práctica De Los Mandamientos Del Creador Me Ha<br />
Acogido En Estos Mis Últimos Días y Mis Noches Últimas. A Día<br />
Primero Del Mes Cuarto Del Año De Nuestro Señor De Mil y<br />
Quinientos y Sesenta y Dos.<br />
120<br />
NOCHE PRIMERA, en que le hablo al Bachiller<br />
DE MIS ROPAJES AL CUIDADO DE UNA MONTURA Y CÓMO<br />
PASABA YO LAS NOCHES EN CASA DE MI SEÑOR<br />
- Más le valdría a vuestra merced blandir ese chorizo con los<br />
perros, que para el paladar del hombre se me hace de sabor nocivo –<br />
esto le decía yo a mi buen señor don Rodrigo de Castelar, bien<br />
llamado el Justo por sus vasallos; que esto mismo tenía a bien dar de<br />
lo suyo, lo justo.<br />
- Pero ¿qué dices malandrín? ¿Acaso no ves que este aroma<br />
tan pronunciado delata sin duda ninguna su procedencia, que es<br />
perfume propio del puerco que le ha dado origen? Anda, toma…<br />
cómelo y no pongas a prueba mi buena voluntad, que peores son los<br />
bocados de los que se hartan algunos cortesanos que aquellos que<br />
pongo yo en tu boca.
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
El chorizo de la disputa con mi buen don Rodrigo era una<br />
ristra grimosa, de hedor nauseabundo y que aquél, después de haber<br />
desechado de su mesa, me restregaba sin compasión ninguna por las<br />
mismas narices.<br />
- No agrie el carácter vuestra merced, don Rodrigo, que<br />
podría indigestar el lustroso queso de Tronchón del que gustáis.<br />
Con los ojos descabalgados de sus cuencas miraba yo a aquel<br />
queso, y las vituallas ricas y variadas y sabrosas que lo acompañaban.<br />
- Cierto es, bellaco, cierto es… Anda con los avíos a las<br />
caballerizas y cuida de que mi montura esté serena. Si acusa el frío<br />
durante la noche, préstale abrigo con tus ropajes, que esta vianda que<br />
te doy ya te proveerá a ti de calor bastante.<br />
- Como ordene vuestra merced, don Rodrigo.<br />
De esta fortuna me pasaba yo la vida en la casa de mi señor,<br />
pasando la noche en cueros para calentar a un asno desnutrido con<br />
ínfulas de corcel brioso. Mas por contra era en estas noches cuando<br />
saboreaba yo lo poco que de libertad disfruta un criado, cuando en las<br />
horas del sueño la casa aparecía despejada y la cocina carente de<br />
vigilancia. La alacena asaltaba yo desnudado, que eran mis vestidos<br />
en cuidado de la montura, y así, como mi madre me dispuso en este<br />
mundo, trajinaba moviéndome entre sombras y pellizcaba los quesos y<br />
amorraba los pellejos de vino hasta que saciaba mi hambre o colmaba<br />
mi sed o tiritaba de frío.<br />
Esta costumbre dio pie a un suceso primero bueno y luego<br />
muy malo, que fue origen de gran disgusto para mi señor y molienda<br />
para mis huesos. Ocurrió que<br />
NOCHE SEGUNDA, en que le hablo al Bachiller<br />
DE LA COSTURERA MARGARITA, MANTENIDA DE DON<br />
RODRIGO, Y LA TORMENTA QUE OBRÓ EL PRODIGIO DE NO<br />
DESCARGAR AGUA<br />
<br />
121
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
don Rodrigo, que por designio del buen Dios perdiera a su<br />
amada señora doña Isabel por complicaciones de parto, y habiendo<br />
acontecido el quebranto años atrás, que era barba cana la de mi amo<br />
cuando sucedió esto que hablo, había encontrado solaz en la<br />
compañía de una moza costurera de nombre Margarita. Y juzgando<br />
oportuno que la tela de su sayo fuera aquélla a remendar día sí y día<br />
también, y a fe que de buen hilo habían de ser sus costuras, como<br />
referiré más tarde, campó la muchacha de contino por la casa entera<br />
con reserva primero y audacia después, que pronto se le hizo bobería<br />
hacer ocultamiento de esta venialidad.<br />
- Rebollones, haz cargo de esta muchacha y dispón del arcaz<br />
lo necesario para preparar un lecho, que se avecina tormenta y ya está<br />
su padre apercibido de que será guarda en mi casa – esto me dijo mi<br />
señor un día, y yo, extrañado de que el cielo abierto no dejara ver las<br />
nubes negras, tuve por cierto que eran <strong>otras</strong> sus intenciones y nada<br />
dije al respecto.<br />
Al término de la cena, que la costurera Margarita compartió<br />
con don Rodrigo, en la que mi buen señor, por una vez dichoso de<br />
participar la mesa, bromeó y habló más de lo acostumbrado y regó<br />
cada chanza y cada historia con generoso vino, y en la que no me<br />
percaté yo de más truenos que mi rugir propio de tripas, fui mandado<br />
como era usanza a la caballeriza a disponer de abrigo al caballo. Y en<br />
entrando la noche, una vez que le hube perdido yo la aprensión a ser<br />
mal sorprendido, dejé al animal uniformado y bien provisto de<br />
ensilado y me encaminé a la cocina ya haciéndoseme la boca agua de<br />
pensar en unas codornices que a don Rodrigo se le hicieron gallos de<br />
haber llenado tanto el buche.<br />
- Mejores zurcidos y puntadas te hacen falta, Rebollones, si<br />
tan roñosos te son los ropajes en tapar tus vergüenzas – esto, como lo<br />
refiero, fue lo que oí yo a mis espaldas.<br />
La moza Margarita me miraba entre pícara y burlona, y no<br />
sabía yo si temer de la presencia de mi señor, por todo lo cual me<br />
vinieron a la cara muchísimos rubores, no sabiendo si sería mayor el<br />
castigo por abandonar a la montura, por saquear de su despensa o<br />
por verme descubiertos los atributos ante la zagala.<br />
122
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
- No padezcas por tu señor, que le ha pesado mucho el vino y<br />
tan profundo es su sueño como sonadores sus ronquidos. Y el trabajo<br />
que el señor rehúsa es de ley que su criado lo emprenda.<br />
Y en hora mala no pude yo desentenderme de sus lisonjas,<br />
que por bastante me fueron probadas sus muchas y muy amplias<br />
destrezas con las manos, que era costurera bien sabida, y sentí el seso<br />
nublado y unos calores que me entraban por dentro queriéndose salir<br />
afuera, y echando la soga tras el caldero tuve por bueno rendirme<br />
muy prestamente a su recuesta. De tal suerte que enharinado en aquel<br />
rebozado me vi, y aún sin haber comido hice ejercicio muy cansado,<br />
que aunque pocas algunas experiencias ya tenía, y sirviéndome de<br />
una mano libre agarré un queso que al alcance tenía. Así que sin<br />
liberar a la moza, andaba yo a las duras y a las muy duras, comiendo<br />
del queso y sirviéndole aquello que de mí se demandaba. Y a fe que<br />
hube de servirlo bien, que aquélla prorrumpió en muchos y muy<br />
sentidos ayes y gemidos, y yo, con la boca llena de queso, no puede<br />
advertirle como debiera de que acallara un mucho sus voces. Por estas<br />
razones y, presumo yo, por extrañar la cama fría, despertó mi señor<br />
don Rodrigo, presentándose en la cocina advertido por los hondos<br />
suspiros. Y llegó con el gesto demudado y con una vara en la mano,<br />
que fue regalo de un moro y a la que tenía mucho aprecio.<br />
- ¡Perdóneme vuestra merced, que el diablo me ha tentado!<br />
- ¡Y por partida doble, según veo, que tienes a buenas poner<br />
una mano en la tetilla de queso y la otra en el queso de tetilla! – me<br />
replicó mi señor, todo encendido y mirándome muy fiero, y se vino a<br />
mí quebrándome su vara en la mollera, y sentida como cayado, y más<br />
aún, como garrote, la tuve yo, que me noté los cabellos mojados de la<br />
sangre que me corría y las entendederas torpes, que no oía más que<br />
un zumbido de abejorro en los oídos, y me creí herido de muerte y me<br />
vi amortajado y rodeado de candelas y la vida entera se presentó ante<br />
mis ojos como por ensalmo y tuve de ella pocos recuerdos gratos y<br />
acepté con aflicción su acabamiento. Mas no habrían de zanjarse así<br />
mis días, ocurrió que<br />
NOCHE TERCERA, en que le hablo al Bachiller<br />
<br />
123
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
DEL MANDADERO CON ESCRITO DEL PADRE ABAD Y LOS<br />
HIGOS QUE ENCAPRICHÓ MI SEÑOR RODRIGO<br />
fui amonestado duramente por mi señor y al final repuesto en mis<br />
obligaciones, que eran muchas y variadas, y me sospecho que<br />
necesarias porque eran más los méritos que me ganaba que las<br />
ganancias que después tomaba. A la costurera Margarita, en echar a<br />
correr el tiempo, no la vi más.<br />
Toda vez que a mi buen don Rodrigo le pareció que esta<br />
historia que he referido era cosa vieja, y de vuelta a los menesteres<br />
que eran cosa frecuente en la casa, tuvo mi señor un encargo de la<br />
más alta gravedad e importancia. Terminaba éste de almorzar, y yo de<br />
ver con una pena y una gana muy grandes cómo almorzaba, que aún<br />
pagaba con hambres mi encuentro con la moza, cuando se presentó<br />
un mandadero con misiva del abad Francisco de Solís, que era<br />
eminencia muy reconocida y muy ejemplar al cargo del monasterio de<br />
Solestrán. Huelga decir que ya en el tiempo que refiero, tal y como ha<br />
devenido en costumbre en los años transcurridos, era y es la parroquia<br />
de estos frailes al servicio de los lugares del contorno, como lo son<br />
Torre de Solestrán, Torre del Cerro, Solanas, Calamarga y Torre de<br />
don Valta, y en pago de esta pía labor recibieron en donativo del<br />
arzobispo de Toledo cuatrocientas ovejas, cuarenta vacas, ocho pares<br />
de bueyes para labrar sus heredades y un legado de cien mil<br />
maravedises, por todo lo cual estos monjes eran a la sazón bien<br />
provistos de fe y de dineros.<br />
- Re…reciba vu…vuestra merced don Ro…Rodrigo estas<br />
letras del pa…padre abad, que con ur…urgencia reclama de<br />
vu…vuestra atención pa…para una obra que le…le es bi…bien<br />
importante – esto dijo el mensajero, que era monje novicio, y de sus<br />
palabras no hago burla, que si lo hablo de estos modos es porque era<br />
de lengua trabada y se le atrancaban las palabras en despedirse de la<br />
boca.<br />
- Delicado ha de ser el trabajo si el abad me requiere, que es<br />
hombre pío como ninguno pero muy celoso de los asuntos propios.<br />
Trae acá ese escrito – dijo mi buen don Rodrigo, y dirigiéndose a mí<br />
me hizo gestos para que me acercara y me habló diciendo –<br />
Rebollones, lleva a este fraile a la cocina y dale una jarrica de agua y<br />
124
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
unos pocos de higos, que le habrá pesado el viaje y más acarreando el<br />
peso de una responsabilidad grave.<br />
Dicho esto, yo obedecí el mandamiento de mi amo y me llevé<br />
al fraile a la cocina, y vi que a éste se le hacían los ojos grandes y<br />
relucientes como dos luceros al hablarse de comida, y pensé para mis<br />
adentros que aquel pollo era en su granja tan poco nutrido como yo<br />
en la mía. Mas servido de agua e higos, y viéndole comer con mucho<br />
gusto, y doliéndome mucho el vientre de las faltas de comer que yo<br />
tenía, y entretenido mi señor en el asunto que lo concernía, no tuve yo<br />
en cuenta mi penitencia y le di la réplica al fraile. Y con tanta ansia<br />
comí que aquél se sintió galgo azuzado por el dueño y de a poco a<br />
poco que comía de a mucho a mucho que acabó engullendo. Y así<br />
enconados en el tragar, dimos cuenta de todos los higos.<br />
Y en nosotros acabar de esta pitanza y don Rodrigo de saber<br />
del encargo del abad, despedimos al fraile que abandonó la casa de<br />
mi señor con muchas y grandes alabanzas y salutaciones, que fue muy<br />
parco en éstas en el entrar con el vientre hueco y muy pródigo en el<br />
salir una vez hartado, y tartamudo como era, se vino la hora de la<br />
comida cuando acabó de despedirse.<br />
- Rebollones – me habló mi buen don Rodrigo – tráeme de<br />
esos higos que le has servido al fraile, que en el hecho de mentarlos ya<br />
me han venido al capricho y los he tenido en él.<br />
- Mire vuestra merced que eso no ha de ser, que este monje<br />
no ha dejado ni uno solo.<br />
- ¿Tal pozo sin fondo escondía ese esmirriado que se ha<br />
cebado con dos libras de higos?<br />
- Piense vuestra merced que la lengua del pobre fraile hace<br />
trabajo doble en cuanto dice, y por tanto, bien parece, que hace lo<br />
propio en el comer.<br />
Don Rodrigo nada dijo ante esta ocurrencia mía; que si por<br />
convencido no lo creí, más ocupado en el menester encargado lo tuve<br />
que en rumiarse nuevos castigos que cargarme sobre los hombros. Y<br />
resuelto esto, ocurrió que<br />
<br />
125
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
126<br />
NOCHE CUARTA, en que le hablo al Bachiller<br />
DE LA MUY SERIA LABOR QUE FUE ENCOMENDADA A MI<br />
SEÑOR Y EL PERCANCE GRAVE QUE TUVO SUCESO<br />
mi buen señor me confió el encargo del que hacía pedido el<br />
padre abad, y tuve yo enorme impresión de tenerlo sabido. Y consistía<br />
éste en que a resultas de las muchas estimaciones y de las muy pías<br />
virtudes reunidos por estos frailes, y si tuve yo el recelo de que<br />
también por causa de sus muchos cuartos esto como me lo pensé me<br />
lo tuve por callado, el santo Papa de Roma les había concedido la<br />
custodia de un lignum crucis, que así es llamado un trozo de la cruz<br />
misma en que padeció tormento nuestro Salvador, y mi señor don<br />
Rodrigo era llamado a correr en su custodia de salteadores y<br />
maleantes toda vez que esta reliquia había de pasar por sus tierras.<br />
- Advierte, Rebollones, que a nada que lastime esta reliquia<br />
bien puedo darme yo por encomendado a pocos santos, que ninguno<br />
de ellos me hará el beneficio de velar por mi alma. Y de muchos rezos<br />
habré de requerir si, Dios no lo quiera, alguna desgracia le ocurre,<br />
pues el abad de Solís es pariente muy próximo de ilustres varios y<br />
allegados al monarca, que es designio del cielo sembrar de estos<br />
honorables el cerco de la corona.<br />
- Tenga descuido vuestra merced de mí, que habré de servir<br />
con mi vida a esta madera que Jesucristo ya bendijo con la suya.<br />
- Tenlo por cierto, bribón, que aunque de largo es distante tu<br />
vida de la de nuestro Señor, habré de cobrármela si esta misión se<br />
tuerce.<br />
Y con estas palabras, y <strong>otras</strong> similares que me ahorraré, pues<br />
ahondan en el detalle de las cosas muy malas que mi señor don<br />
Rodrigo me haría si la reliquia sufría de mal, nos encaminamos al<br />
límite que compartían las tierras de mi amo con las de su primo<br />
Santiago, que muy ufano hizo entrega de aquélla haciendo<br />
ostentación de la labor servida.
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
- Aquí la tenga vuestra merced, primo, que en servicio a Dios<br />
la he conducido por mis heredades con el mayor cuidado.<br />
Mi señor le dio las gracias al pariente, y le dio muchos saludos<br />
y le deseó grandes bondades para él y todos los suyos, pero me sabía<br />
yo bastante que de este familiar no quería el bueno de don Rodrigo<br />
mucha parte. Y así despedidos, partimos al cuidado del lignum crucis,<br />
que iba encofrado en una caja enjoyada que estimé de gran valor, de<br />
tres frailes que venían desde Italia y de un escribidor que tomaba<br />
apuntes de esta historia para el archivo de los monjes, como supe<br />
después. Yo no temía que tuviéramos percance con ladrones, que de<br />
hombres íbamos servidos, una docena arrastraba don Rodrigo tras su<br />
montura, y era número suficiente para persuadir a cualquiera, pero<br />
hice un rezo muy sentido a sabiendas de que si tocaba desenvainar la<br />
espada ahí sí que tendríamos problema, que eran todos los hierros de<br />
la armería con mucha herrumbre del tiempo, y los hombres poco<br />
motivados, porque mi señor en el cuidado de los unos y en las<br />
soldadas de los otros era escaso.<br />
Como el camino se hizo cansado y el cielo se llenó de nubes,<br />
y éstas no eran invisibles a los ojos como la tormenta que decía mi<br />
señor cuando la moza Margarita, toda vez que hubimos llegado a la<br />
casa de don Rodrigo dio éste el mandamiento de acomodar a los<br />
frailes y hacer allí la noche. Y al igual que me pasaba a mí, al bueno<br />
de mi señor le entraron ganas de mirar en privado la reliquia, que<br />
pocas veces está uno ante un objeto que ha tocado por cierto la mano<br />
del mismo Dios. Y con la excusa de pretender hacer oración sentida<br />
en la capilla, la pidió prestada a sus dueños y se la llevó consigo.<br />
- La apertura de este cofre no es sólo por cuenta mía,<br />
Rebollones, que creer dignas mis oraciones de esta reliquia es<br />
soberbia, y eso es pecado. Ven, reza conmigo, que mayores y mejor<br />
conocidas son tus faltas y por tanto más justa necesidad de poderes<br />
divinos tienen tus plegarias – con esta excusa encontró razón don<br />
Rodrigo para husmear el aspecto que la reliquia presentaba.<br />
Dicho lo cual dio mi señor seguida apertura al cofre y vistazo<br />
a su interior, cosa que también yo hice, y era un trozo pequeño de<br />
una madera oscura lo que adentro había.<br />
<br />
127
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
- Con justa razón dicen que esto es madera de la vera cruz,<br />
que de tal clase no la hay en estas haciendas y no puede ser más que<br />
de tierra santa – dijo don Rodrigo.<br />
Yo juzgué ciertas sus palabras pero a fe que, sin haber pisado<br />
nunca el terruño en el que padeció pasión nuestro Señor Jesucristo,<br />
aquella madera me pareció conocida de antes. Todo seguido mi buen<br />
amo me mandó hincar de rodillas frente al altar y rezar unos<br />
padrenuestros y unos avemarías y pedir por devolver la reliquia al día<br />
siguiente sin tropiezo que hubiese de ser lamentado.<br />
Mas huelga decir que, a veces, el buen Dios está a otros<br />
menesteres y, como suele decirse, del dicho al hecho grande es el<br />
trecho. Y hablo todo esto porque, en entrando la noche y desnudado<br />
como era uso para tener templado al jamelgo, y desatada una<br />
tormenta como pocas he padecido yo en mi vida, y en preocupado de<br />
esquivar los muchos y muy numerosos goterones que en la caballeriza<br />
se abrían, se hizo el frío tan de mal llevar que ni abrazado al caballo<br />
como a una querida lograba que me entraran de vuelta los calores. Y<br />
barruntando en qué podía yo emplearme para no enfermar de grave,<br />
di por bueno el razonamiento que me vino a la cabeza de prender un<br />
pequeño fuego. Y por muy acertada que tuve la idea, que así me<br />
volvió el color a las mejillas. Mas resuelto aquello, el vientre me dio<br />
punzadas, que si me estaba hablando de hambres con el frío no lo oía,<br />
y una vez el frío callado, a grandes voces me estaba gimiendo. A<br />
recuestas de esto que hablo, me fui para la cocina como era<br />
costumbre de tantas noches. Pero ¡ay!, no se puede repicar y estar en<br />
la procesión. Y refiero esto porque olvidado de apagar las lumbres con<br />
que me había calentado, que el seso lo tenía yo en casar a una hogaza<br />
con una longaniza, dijo el fuego de echar a correr por la casa. Y para<br />
gran desdicha mía, que mucho lo habría de lamentar, antes de<br />
apaciguar las llamas contamos como pérdida la capilla. A resultas de<br />
este incidente me veía yo dispensado de toda misericordia, y esperaba<br />
temblando la llegada de mi señor para poner término a mi vida, mas<br />
ocurrió que<br />
128<br />
NOCHE QUINTA, en que le hablo al Bachiller
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
DE CÓMO SE DIO BUEN FIN A LA VARA PARTIDA DE DON<br />
RODRIGO Y DE CÓMO EN MERECIDO PREMIO FUI POR BIEN<br />
APACENTADO<br />
mi buen don Rodrigo se presentó con gran congoja y unos<br />
lagrimones como cirios, y haciendo un aparte conmigo me habló en<br />
palabras muy sentidas y en voz muy baja.<br />
- ¡Ay, bribón, mal rayo me parta! Y que tal rayo sea el mismo<br />
que prendió fuego a mi casa…<br />
rayo!<br />
- Sí, sí – dije yo, con el alma de vuelta al cuerpo – eso fue ¡un<br />
- ¿Qué habría de ser si no?<br />
- Perdone vuestra merced, que no sé lo que me digo, razón<br />
tenéis ¿qué habría de ser si no? Y ¿por qué padecéis? El fuego solo<br />
causó estrago en la capilla…<br />
- ¡Insensato! ¿No lo ves? Allí dejé la reliquia, ¡y ahora es pasto<br />
de las llamas!<br />
Huelga decir que esta revelación me causó una impresión<br />
profunda, y que me sospeché cuestión de tiempo que mi buen señor<br />
diera por descubierto el origen del fuego, y que a sus manos o a las de<br />
los frailes se diera cuenta de mis días.<br />
- Y ¿qué sugiere vuestra merced que se haga?<br />
- Carga tú con las culpas, Rebollones, y serás por bien<br />
apacentado.<br />
- Pero es delito muy grave el que me propone aceptar vuestra<br />
merced, y podría acabar en larga pena ¡o en muy corta si me dan<br />
muerte!<br />
- ¿Y qué sugieres, bellaco, que me declare responsable de<br />
semejante villanía?<br />
<br />
129
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
Ante este cruce me hallaba detenido, que cualquier camino a<br />
andar se me hacía que acababa en sitio malo, y me acordé de la<br />
reliquia y se me vino a la mente cómo era, y en pensando dije ¡ole!, y<br />
tuve un pensamiento que creí muy oportuno.<br />
- ¿Conserva vuestra merced la vara que con razón muy justa<br />
me partió en la cabeza?<br />
- Sabe Dios que sí, bellaco, que era regalo muy preciado de<br />
un moro que lo trajo de su tierra. ¿Qué te propones?<br />
- Me presumo que es de un tronco que no crece en estos<br />
montes.<br />
Y dicho aquello se dio mi señor por enterado, y mandando<br />
traer un cofre que le costó muchos dineros pero que pagó con gusto,<br />
guardó adentro un trozo de su vara, y con grandes gestos lo hizo<br />
entrega al padre abad Francisco de Solís, que lo dio por bueno, y<br />
desde entonces fueron muchos los prodigios y milagros que el callado<br />
de mi señor obró, que así está escrito en el archivo que consignan los<br />
frailes.<br />
130<br />
Huelga decir que, al fin, fui por bien apacentado.
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
UN CIERTO CASO DE<br />
PRESTIDIGITACIÓN<br />
<br />
131
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
Una vez que la atmósfera plomiza del desván ruinoso hubo<br />
apacentado el huracán de polvo, que lo había envuelto todo en una<br />
neblina con olor a moho, pudo continuar el trabajo minucioso de<br />
confeccionar un inventario. Hasta el momento daba cuenta de tres<br />
baúles con estrafalarios ropajes – había subrayado la palabra<br />
«estrafalarios» -, una surtido de pañuelos de colores, dos sombreros de<br />
copa, una colección de viejos afiches y carteles publicitarios, varios<br />
anillos de metal intercalados entre sí, barajas de naipes y un espejo de<br />
cuerpo entero. Fue al apartar a un lado el espejo cuando descubrió<br />
una nueva caja, estrecha y alargada, forrada de un raso desvaído que<br />
en tiempos debió de ser de un azul intenso, adornado con soles<br />
dorados y medias lunas de plata. La consignó como «ítem 32» sin ni<br />
siquiera llegar a abrirla; el interés que le suscitaban aquellos objetos<br />
acababa, literalmente, en la ordenada numeración del inventario. Y si<br />
alguien le hubiera consultado, de manera extra-oficial, naturalmente,<br />
habría añadido que tampoco albergaba la menor curiosidad por<br />
conocer su contenido pero que, cumpliendo con su obligación, debía<br />
cumplimentar el formulario con exactitud.<br />
- Contenido… - citó parafraseando al formulario estándar de<br />
inventariado; como costumbre enunciaba en voz alta cada objeto y su<br />
descripción, como un forense durante su examen, y en cierto modo<br />
sus trabajos eran similares, ambos daban cuenta de los restos finales<br />
de una persona, ya fuera su cuerpo inerte o los recuerdos avejentados<br />
de un ilusionista anciano carente de todo, hasta de familia –<br />
contenido… - repitió, tratando de abrir el pequeño cierre metálico de<br />
la caja - … una varita.<br />
Anotó su último descubrimiento con esmerada caligrafía, pese<br />
a la falta de luz y los estornudos continuos que le provocaba su<br />
alergia, volvió a recorrer con la mirada cada objeto, consultando su<br />
equivalente en el formulario, y dio por terminado su trabajo.<br />
- Doy por terminado mi trabajo – recalcó en voz alta, con su<br />
docta profesionalidad de forense de desvanes.<br />
132
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
- ¡No se marche aún! – solicitó una vocecilla desde algún<br />
punto del desván.<br />
- ¿Quién anda ahí? – preguntó, escudriñando, forzándose en<br />
distinguir alguna silueta en la que antes no hubiera reparado.<br />
- ¡Aquí! – indicó la vocecilla – aquí abajo, en la caja…<br />
Miró en derredor y no vio a nadie; salvo a sí mismo, reflejado<br />
en el espejo. Inclinó la mirada y sólo distinguió sus zapatos<br />
perfectamente anudados y el ítem 32, caja de raso; contenido, una<br />
varita.<br />
- ¡Oiga! ¡Estoy aquí, en la caja! Cójame, haga el favor…<br />
Se sobresaltó al pensar por un instante que la aflautada voz<br />
brotaba acaso de la varita de mago, retrocedió, trastabilló con uno de<br />
los baúles de ropa «estrafalaria», se apoyó para no caer y en el aire se<br />
elevó una nueva nube de polvo.<br />
- ¡Atchús! – estornudó con vehemencia.<br />
- ¡Salud! – le respondió la varita.<br />
- Gracias… - correspondió - ¡un momento! Me he vuelto loco.<br />
Esto no puede estar pasando. Las cosas no hablan. Ni piensan ni…<br />
¡nada!<br />
- Oiga, haga el favor, cójame un instante – suplicó la varita –<br />
llevó años dentro de esta caja. Cójame, no sea tímido, y se lo explicaré<br />
todo. No se arrepentirá.<br />
Aturdido, se inclinó y extrajo la varita, sosteniéndola por un<br />
instante frente a los ojos. Observándola de cerca parecía de lo más<br />
vulgar.<br />
- Tiene usted unos dedos muy suaves, es de agradecer… -<br />
dijo de pronto la varita.<br />
Se asustó y la apartó de su cara de inmediato, y la varita<br />
proyectó un haz luminoso que inundó la estancia, iluminándola por un<br />
<br />
133
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
segundo y haciendo que todo cobrara un resplandor de color<br />
violáceo.<br />
134<br />
- ¡Cuidado! – exclamó la varita – no me agite tan a la ligera.<br />
- Perdón – se disculpó - ¿qué ha sido eso?<br />
- ¿Qué imagina? Pues magia, ni más ni menos,<br />
prestidigitación.<br />
- A la fuerza se trata de un truco – replicó.<br />
- Toda magia tiene truco, querido – confió la vocecilla con<br />
aire suficiente – y todo truco, magia. Si me permite disponer de su<br />
habilidad, se lo puedo demostrar. Utilíceme de la siguiente manera,<br />
preste atención, describa un círculo en el aire y en su interior el<br />
símbolo que representa «infinito» ¿lo conoce?<br />
- ¡Por supuesto! – replicó, algo molesto porque un vulgar<br />
palillo pretendiera darle lecciones.<br />
Ejecutó las instrucciones de la varita con inusual destreza,<br />
describiendo con ella un majestuoso orbe y en su interior un ocho<br />
horizontal con dos elegantes giros de muñeca. Una suerte de trazos<br />
ígneos seguían el curso de la varita, concentrándose en un punto<br />
elevado del desván y abriendo una especie de vórtice del que surgían<br />
destellos que le recordaron al brillo de la pirita.<br />
- ¡Tiene usted aptitudes para la magia, no cabe duda! –<br />
exclamó la varita.<br />
- ¡Es maravilloso! ¿A dónde conduce? – preguntó,<br />
acercándose al vórtice y sintiendo auténtica curiosidad por primera vez<br />
en su vida.<br />
- Al reino de la magia, por supuesto – contestó la varita –,<br />
puede entrar sin temor alguno.<br />
- Decididamente lo haré – dijo, y se internó en la puerta<br />
luminosa sin dudar un paso. No se percató de que el portal se cerraba<br />
a sus espaldas.
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
La entidad bancaria que había hipotecado la vivienda se<br />
extrañó de la ausencia injustificada de uno de sus más aplicados<br />
empleados. Al cabo de una semana envió a otra persona a concluir su<br />
trabajo, que inventarió cada objeto con similar pericia.<br />
Cuando iba a dar por concluido su trabajo escuchó una<br />
vocecilla que parecía surgir de un sombrero de copa.<br />
<br />
135
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
EL RASTRO QUE SIGUIÓ<br />
EL CAZADOR<br />
I Premio del IV Certamen de Relatos «Cuentos junto a la Laguna»<br />
(Berrueco, Zaragoza)<br />
<br />
137
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
138<br />
I<br />
Antes<br />
El viejo embestía al niño con ambos brazos, con las palmas<br />
abiertas, encorvando la espalda y emitiendo un barrito gutural que se<br />
perdía en los confines de la cueva y retornaba devuelto por la pared<br />
de roca. Mientras tanto, su padre, Jaanur, aferraba las pequeñas<br />
manos de su hijo entre las suyas, tan ásperas como expertas,<br />
sosteniendo una lanza desprovista de la mortífera punta de sílex y<br />
exhortándole a atacar al fingido mamut. Sobre un pequeño fuego<br />
crepitaban hojas de diversa naturaleza, y el ambiente se había<br />
impregnado de una atmósfera nebulosa. El niño creyó ver a la gran<br />
bestia emergiendo entre la bruma y avanzando hacia él, apretó con<br />
fuerza las mandíbulas y se abalanzó contra el anciano sin miramientos.<br />
El viejo dio con los huesos en el suelo. Y tanto éste como el padre del<br />
pequeño rieron con sonoridad. Estaban adiestrando a un magnífico<br />
cazador.<br />
Al caer la noche, los tres se acomodaron en torno al fuego y el<br />
más anciano, de nombre Anuuk, relató, por medio de elocuentes<br />
gestos, cómo durante generaciones habían practicado la caza del<br />
mamut. Cómo había recibido de su padre las mismas lecciones que<br />
había enseñado a su hijo y que ahora ambos dispensaban a su nieto,<br />
Eendara. El viejo relató cómo la gran bestia peluda les proporcionaba<br />
alimento, abrigo, material de construcción y al cazador que abatía al<br />
coloso también el reconocimiento de todo el clan, pues a él debían su<br />
supervivencia.<br />
El niño contemplaba con admiración a los dos adultos, pues<br />
su abuelo había asegurado la integridad del grupo en incontables<br />
ocasiones, y su cuerpo daba muestras inequívocas de este hecho; una
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
enorme cicatriz le nacía del bajo vientre hasta la garganta, recuerdo de<br />
los poderosos colmillos del mamut que lo condujo muy cerca del país<br />
del eterno sueño. Hoy la caza era una actividad vedada para Anuuk,<br />
meditaba el niño, pero que había delegado en las poderosas<br />
capacidades de su hijo. Jaanur era un cazador avezado, valiente y<br />
decidido, y el pequeño ansiaba no defraudar a esta estirpe de<br />
cazadores.<br />
La siguiente jornada sería decisiva; el niño debería enfrentarse<br />
a su primera gran prueba. Acompañaría a su padre en una partida de<br />
caza.<br />
II<br />
Ahora<br />
Magdalena avanzó decidida por el estrecho pasillo,<br />
esquivando con soltura la máquina fotocopiadora y dejando atrás la<br />
dispensadora de agua, que burbujeó al paso de sus altas botas<br />
marrones. A unos pasos de su destino ya percibía la característica<br />
personalidad de su jefe; Armando era todo lo opuesto a lo que cabe<br />
esperar de un erudito. La puerta de su despacho dejaba filtrar los<br />
últimos acordes de Disposable Heroes, del álbum Master of Puppets<br />
de Metallica – «Puede que Mozart haga que las vacas produzcan más<br />
leche – había dicho – pero esto, Magdalena, está más cerca de<br />
nuestros orígenes» -. La joven golpeó la puerta sin titubeos, consciente<br />
de que debería abrir e incluso palmear unas cuantas veces antes de<br />
que Armando emergiera de la pila de legajos en que andaría inmerso.<br />
Releyó la reluciente placa que velaba el despacho: Armando Hidalgo.<br />
Antropología. Abrió; no había tiempo que perder.<br />
- ¡Armando! – dijo Magdalena al tiempo que giraba el pomo e<br />
irrumpía como un vendaval en la pequeña estancia - ¡no te lo vas a<br />
creer!<br />
Armando Hidalgo era un prodigio de poco más de treinta<br />
años, preocupantemente delgado, aunque siempre había sido así,<br />
melena castaña, gafas redondas, mejillas hirsutas y poseedor de una<br />
<br />
139
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
mente inquisitiva y un espíritu indoblegable que le había hecho<br />
acreedor de la cátedra de Antropología con más oposición que<br />
partidarios. No obstante, sus méritos eran incuestionables. Publicaba<br />
en cuatro idiomas, a un ritmo tres veces mayor que sus colegas y con<br />
mayor acierto en sus hipótesis. Y vestía vaqueros deshilachados y<br />
camisetas con las mangas cortadas. Era una pesadilla para la<br />
comunidad científica.<br />
- ¡Armando! – repitió Magdalena, al ver que su jefe<br />
continuaba tecleando en su ordenador.<br />
Armando desvió la mirada, sin mover un ápice de su cuerpo<br />
mientras continuaba tecleando frenéticamente.<br />
140<br />
- ¡No hagas eso! ¡Sabes que me horripila! – dijo Magdalena.<br />
Armando sonrió, apartó las manos del teclado y esta vez sí se<br />
giró hacia su secretaria. Disposable Heroes había dejado de sonar.<br />
- ¿Qué te pica Magdalena? Si es por lo de la conferencia, dile<br />
al decano que se busque otro mono de feria, ya te dije que no me…<br />
- ¡Armando, vas a flipar cuando te…! ¡¿Qué?! – se interrumpió<br />
la joven - ¿cómo que no piensas ir a la conferencia? Armando, te<br />
reservé vuelo, hotel y confirmé tu asistencia hace dos semanas. Si le<br />
voy con esas al decano estoy muerta. A ti no puede despedirte porque<br />
eres su cerebrito, pero a mí me echa a la calle sin contemplaciones.<br />
Mira, ¿sabes qué? Hoy no estoy de humor para tus juegos. Dejemos el<br />
tema por el momento. ¿A qué no sabes quién ha llamado? Por cierto,<br />
¡acuérdate de encender el móvil! Sí, ése aparatito que llevas en el<br />
bolsillo de la chaqueta y no sé para qué…<br />
- Vale, Magdalena, vale… Me apuesto un sándwich de<br />
ensaladilla de la máquina de ahí fuera a qué soy el único que tiene<br />
una secretaria tan brasas como tú.<br />
- Armando – dijo ella sonriendo – tuviste tres secretarias antes<br />
que yo y ninguna te aguantó más de dos semanas.<br />
- Bueno, para ti el sándwich. Tampoco me va mucho la<br />
ensaladilla. ¿Quién ha llamado?
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
- Ernesto Aguado, desde la Laguna. Te ha dejado veinte<br />
mensajes en el buzón de tu móvil y al final ha dado conmigo llamando<br />
directamente al departamento. Creo que ha encontrado algo. Dice<br />
que debes ir.<br />
III<br />
Antes<br />
El grupo de cazadores estaba formado por algo más de una<br />
decena de hombres, entre los que se contaban tres neófitos. Eendara<br />
era uno de ellos. Todos caminaban en silencio, amparados por el<br />
follaje. De pronto, los que encabezaban la partida hicieron señas al<br />
resto de que un grupo de ciervos se había congregado cerca de la gran<br />
masa de agua que denominaban Gunaal.<br />
Eendara observó cómo su padre formaba parte de uno de los<br />
flancos que se desplegó para rodear a las presas, mientras que él, los<br />
otros dos aprendices y un adulto formaban parte de la retaguardia.<br />
Las bestias abrevaban con docilidad, pero sus descomunales<br />
cuernos intimidaban a los cazadores, y en particular a los niños. Una<br />
pareja de aves se elevó en vuelo cuando los miembros que integraban<br />
la falange arremetieron contra los ciervos, gritando y amenazando con<br />
sus lanzas de sílex. En ese instante, en que los cazadores se<br />
preparaban para abatir a las presas, la tierra comenzó a tremolar con<br />
virulencia. Una hembra de mamut acompañada de dos crías apareció<br />
por la retaguardia; había permanecido acompañada de su prole muy<br />
cerca del agua, y el revuelo causado por la estampida de los ciervos la<br />
había empujado a irrumpir temerosa de sus crías.<br />
Eendara se vio preso de un miedo cerval, sin ni siquiera poder<br />
mover un músculo. Los barritos del mamut se clavaban en su cráneo<br />
imposibilitándole siquiera pensar. Tan sólo alcanzó a ver cómo los<br />
enormes colmillos se engrandecían toda vez que la bestia se le<br />
acercaba, hasta que un empellón lo derrumbó salvándole la vida en el<br />
último momento.<br />
<br />
141
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
El niño trató de incorporarse, con los huesos doloridos y el<br />
sabor del barro y la sangre entremezclados en la boca. Al menos<br />
estaba vivo. Uno de sus mayores le había evitado la furiosa acometida<br />
del mamut. Una vez que se irguió supo quién. Su padre, Jaanur, yacía<br />
inmóvil; con el torso desgarrado y desangrándose.<br />
142<br />
IV<br />
Ahora<br />
El Seat León Cupra 2006 se internó en la Comarca de Daroca<br />
con el reproductor de CD a todo volumen. Los Foo Fighters<br />
interpretaban Learn to fly. «…make my way back home when I learn<br />
to fly…» 2 retumbaba en los oídos de Magdalena.<br />
- ¡No sé cómo no pierdes audición! – exclamó Magdalena,<br />
arrebujada en el asiento del copiloto.<br />
- ¿Qué? – bromeó Armando.<br />
- Oye… - dijo Magdalena adoptando un tono más serio – te<br />
agradezco que me hayas traído, de verdad.<br />
- Somos un equipo, Magdalena – respondió Armando con los<br />
ojos clavados en la carretera – Además, te sigo debiendo un sándwich.<br />
Apuesto a que en Berrueco los sirven mejor que en esa máquina del<br />
departamento.<br />
- ¡Seguro! – exclamó Magdalena riendo.<br />
- Eso sí – dijo Armando – llame quien llame ¡el teléfono es<br />
cosa tuya!<br />
- Pero que cara tienes, Armando… - replicó Magdalena<br />
meneando la cabeza.<br />
<br />
2 …hacer mi camino de vuelta a casa cuando aprenda a volar…
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
Armando sonrió, y sus ojos se achinaron tras el cristal de sus<br />
gafas redondas. Subió todavía más el volumen del reproductor y soltó<br />
una carcajada.<br />
El vehículo se internó en las calles de Berrueco, situada en el<br />
límite de las provincias de Zaragoza y Teruel y vigilada por las torres<br />
del antiguo castillo, cuando el atardecer se tiñó de un precioso matiz<br />
anaranjado. Magdalena contemplaba el cielo a través de la ventanilla<br />
con gesto embelesado, siguiendo con la mirada la silueta oscura<br />
recortada contra el tul ambarino de un grupo de fochas.<br />
- Ahí está Ernesto – dijo Armando, cuando alcanzaron la calle<br />
Mayor. Saludó con la mano y se dispuso a aparcar.<br />
Ernesto Aguado tenía más del doble de edad que Armando.<br />
Había sido su profesor durante el primer curso universitario y el único<br />
que aceptó dirigir su tesis, pues ya al término de sus estudios se había<br />
granjeado una nutrida lista de recelos entre profesorado e<br />
investigadores. Armando le profesaba una sentida admiración; no sólo<br />
era una mente brillante, sino que además era un entusiasta de Deep<br />
Purple. «Tal para cual» pensaba Magdalena en las visitas que Ernesto<br />
dispensaba a su pupilo predilecto en el departamento de<br />
Antropología.<br />
Cuando se apearon del vehículo Magdalena se sintió algo<br />
cohibida, pensando que tal vez el profesor Aguado la encontraría<br />
fuera de lugar. Pero Aguado se ocupó en seguida de disipar sus<br />
temores, saludándolos con efusividad.<br />
- ¡Armando! Por fin habéis llegado… Magdalena, me alegra<br />
que también hayas venido tú. Contigo aquí me será más fácil tratar<br />
con este cabeza cuadrada.<br />
Magdalena asintió al tiempo que esbozaba una tímida sonrisa.<br />
Al final no pudieron reprimir las risas. Salvo Armando, que se rascaba<br />
los erizados pelos de la barba con gesto contrariado.<br />
- Venid, os acompañaré a dejar las bolsas. Después iremos a<br />
cenar. Y os pondré al tanto de todos los detalles – dijo Aguado –<br />
Mañana por la mañana iremos a la Laguna. Es algo asombroso…<br />
<br />
143
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
144<br />
V<br />
Antes<br />
Las exequias por Jaanur fueron presenciadas por todas las<br />
familias que conformaban el clan, y hondamente sentidas por su<br />
padre, el anciano Anuuk, y por su hijo, Eendara. El clan no<br />
abandonaría a esta familia, a la que le unía el parentesco, pero las<br />
presas se repartirían prioritariamente entre las familias de los cazadores<br />
que interviniesen en las batidas y la estirpe de Anuuk debería<br />
conformarse con las sobras. Esto los situaba en una situación precaria.<br />
Eendara apretó los puños y se golpeó el pecho, como si fuera un<br />
adulto, pero sus mayores no tomaron el gesto con la gravedad del<br />
niño, conscientes de que aún distaba de convertirse en un verdadero<br />
cazador.<br />
Eendara sufrió horribles pesadillas a lo largo de las siguientes<br />
noches, en las que contemplaba inmóvil cómo los colosales colmillos<br />
del mamut asaetaban una y otra vez el cuerpo de su padre. Aún no se<br />
había ocultado la luna cuando, tras la última de sus pesadillas, aferró<br />
la lanza de sílex que había pertenecido a Jaanur y se encaminó en<br />
solitario hacia Gunaal.<br />
Al amanecer encontró el rastro dejado por un gran macho de<br />
mamut.<br />
VI<br />
Ahora<br />
La mañana amaneció despejada, y la Laguna de Gallocanta<br />
se desplegaba como un espectáculo de la naturaleza de serena belleza.<br />
La variedad de aves acuáticas era algo excepcional, una pléyade de<br />
criaturas entre las que se contaban avefrías, zarapitos, calandrias,<br />
avutardas y la esbelta figura de una multitud de grullas.
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
- Es un ánade real – dijo Aguado mientras señalaba un ave<br />
que emprendía el vuelo al paso del todoterreno - Como podéis<br />
observar, el margen oriental de la Laguna ha sufrido un pequeño<br />
retroceso de la aguas, y eso ha permitido el hallazgo.<br />
- ¡Me muero de ganas por verlo! – exclamó Magdalena.<br />
- Hasta ahora, los vestigios más antiguos de los que se tenía<br />
constancia en Gallocanta corresponden a la Edad de Bronce Antiguo,<br />
algunas piezas de cerámica y sílex. Pero esto es otra cosa. ¡Es algo<br />
más! Ya estamos llegando – anunció Aguado – es ahí mismo.<br />
Una vez que el vehículo se detuvo, Aguado les mostró el<br />
hallazgo.<br />
- La idea de la caza de mamuts siempre ha sido muy atractiva<br />
- enunció Aguado - pero hasta ahora no había evidencias en la<br />
península que demostraran que aquí se dio caza a estas bestias, tal y<br />
como se hizo en otros puntos de Europa. En el Paleolítico superior,<br />
aún no se utilizaba el arco y los grupos humanos eran muy reducidos,<br />
de entre quince y veinte personas. Se dedicaban a la caza<br />
especializada y la recolección, y es lógico pensar que orientaran sus<br />
esfuerzos a capturar animales más asequibles que el poderoso mamut.<br />
- Pero esto lo cambia todo – sentenció Armando – cuyos ojos<br />
leían en las huellas grabadas en la roca el relato de una confrontación<br />
antigua. Perfectamente visibles, conservadas a lo largo de milenios, se<br />
observaban las enormes huellas de un mamut. Y en paralelo las<br />
diminutas pisadas de un hombre. Cerca de la orilla, el rastro<br />
culminaba en una anárquica sucesión de pisadas de uno y de otro. Y<br />
la mirada inquisitiva de Armando interpretó extasiado el resultado de<br />
la lucha.<br />
V<br />
Antes<br />
<br />
145
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
El sol había alcanzado el cenit cuando Eendara divisó su<br />
presa, muy cerca de la orilla de Gunaal. Sentía cómo su corazón<br />
palpitaba en su pecho, nítida y vigorosamente. Se haría digno de la<br />
herencia de su abuelo y de su padre, se dijo, aún consciente de que<br />
acometer aquella lucha era poco más que un suicidio. Aferró con las<br />
dos manos la lanza y prorrumpió en un rugido que le sonó extraño,<br />
como si <strong>otras</strong> voces además de la suya se hubieran unido al grito que<br />
expelió su garganta.<br />
El mamut se giró presa del sobresalto y sus poderosas patas<br />
resbalaron en el deslizante margen de Gunaal. Se lastimó la pelvis y<br />
una de sus patas. Eendara percibió que sus posibilidades aumentaban.<br />
En cualquier caso, había dejado de ser un niño.<br />
146<br />
VI<br />
Ahora<br />
Armando se encaminó al atril con andar desgarbado, con sus<br />
vaqueros raídos y la parte de atrás de la camisa mal planchada. Nadie<br />
diría que era el ponente estrella. Se aclaró levemente la garganta y se<br />
recolocó las gafas.<br />
Magdalena estaba sentada en una de las primeras filas de<br />
asientos del paraninfo, y aguardaba con impaciencia el momento en<br />
que comenzara la conferencia. Habían trabajado mucho en las últimas<br />
dos semanas, recopilando el material y preparando el nuevo texto.<br />
Pero sabía que había merecido la pena.<br />
- Buenos días a todos – enunció Armando – sé que hoy<br />
debería hablarles de un tema distinto pero… si me lo permiten, voy a<br />
narrarles la historia de un cazador. De un cazador muy valiente.
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
LA LUZ ÚLTIMA DEL FARO<br />
I Premio del IV Certamen Nacional de Relato «Villa de Mosqueruela»<br />
(Mosqueruela, Teruel)<br />
<br />
147
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
148<br />
A menudo el sepulcro encierra, sin saberlo,<br />
dos corazones en un mismo ataúd.<br />
Alphonse de Lamartine<br />
La aldea marinera de Corme emerge asida a la dura costa gallega<br />
como el afamado percebe por el que es bien conocida – «el mejor del<br />
mundo», reza un cartel a la entrada de la villa -. Es frecuente que los<br />
días de marea baja, tentando la fortuna, en especial sus mujeres, las<br />
percebeiras, se dirijan en busca de este codiciado tesoro al Cabo do<br />
Roncudo, llamado así por el ruido que hace el mar cuando rompe en<br />
sus acantilados. (N.A.)<br />
1<br />
Corme-Aldea, Galicia<br />
23 de Abril de 2001<br />
En el cielo se distinguía con la facilidad de un recortable de<br />
papel la silueta de una gaviota, a aquella hora todavía escudriñando<br />
desde las nubes rojizas en busca de una última presa que arrancar del<br />
mar removido. El viejo había extraviado la mirada en un punto lejano,<br />
más allá de la garganta hemisférica de la que surgía una lengua de<br />
plomo empecinada en lamer una y otra vez la arena de la playa. El<br />
atardecer era preso en el pardo de sus ojos de magnetita, mena<br />
herencia del hierro astur de Llumeres, de donde había emigrado en un<br />
tiempo en que el viaje de Asturias a Galicia era un trayecto sin
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
retorno; en la depauperada maleta que arrastró consigo llevó la<br />
semilla de una vida distinta, perdida en algún bolsillo del traje<br />
manchado que es el destierro, revuelta entre el polvo de la nada, pero<br />
que arraigó frente a aquella costa y hubiera muerto de ser<br />
trasplantada.<br />
Cerró los ojos cansados y respiró profundamente, dejando a<br />
sus pulmones pacer con libertad el aire salobre. Cuando los abrió,<br />
comprobó con amargura que sus manos trémulas aún sostenían la<br />
pequeña hornacina de metal y sintió que la presencia espinosa que<br />
padecía enroscada alrededor del corazón ahora estrechaba con<br />
virulencia su punzante abrazo. Si hubiera sabido cómo, habría llorado.<br />
Si lo hubiera intentado, si de verdad se lo hubiera propuesto, tal vez<br />
hubiera recordado el aroma sutil que desprendían sus cabellos<br />
recogidos por las manos talladas a golpe de mar y viento. Quizás. O se<br />
hubiera rendido tratando de superar el olor áspero de las cenizas, y<br />
más aún, el efluvio acre de los vómitos, y todavía más, la atmósfera<br />
sin alma de una sala de hospital cualquiera a partir de la cual se pierde<br />
para siempre el recuerdo del perfume de jazmín. ¿O eran rosas?<br />
Le arrastró en un retorno indeseado el eco distante, grave<br />
pergeñado en los confines de la mar por la bocina de algún buque<br />
mercante; quedando atrás el desvaído escrito de la memoria, la arena<br />
de la playa, la silueta de un ave confrontada contra el orbe como una<br />
sombra chinesca se internó en las abigarradas calles de Corme sin<br />
mirar, ni una vez siquiera, atrás.<br />
2<br />
Corme-Aldea, Galicia<br />
7 de Septiembre de 2001<br />
A nadie se le hubiera ocurrido reclinarse junto a la barandilla<br />
de la escalera y acercar por un instante la mirada al mapa secreto<br />
tallado sobre la desgastada superficie del pasamanos de madera. A<br />
nadie, nunca. Salvo a Claudia. A ella, sí. Sólo a ella. En modo alguno<br />
otros ojos hubieran interpretado las <strong>historias</strong> codificadas en el lenguaje<br />
<br />
149
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
arcano de las rozaduras, de las pequeñas muescas, de las heridas<br />
sobre la piel de pino infligidas a lo largo de los años por aquellas<br />
manos que se deslizaron sin carga alguna, o se apoyaron rendidas por<br />
la carga, ascendieron o descendieron, para no volver a bajar o no<br />
volver a subir. Sus labios se abrieron como un capullo pálido;<br />
componiendo con sus pétalos una media sonrisa, agridulce. Aquella<br />
novela rancia de protagonistas anónimos culminaba en el último piso<br />
del viejo caserón.<br />
Los peldaños crujieron con cierta pereza, como un perro<br />
veterano al que se le echa del sillón del amo. Las paredes a ambos<br />
lados del pasillo rezumaban el salitre propio de la mar gallega y la<br />
humedad había tatuado los tabiques con una cartografía detallada de<br />
las mareas oceánicas. Claudia tuvo que insistir, golpeando con los<br />
nudillos y cierto reparo la puerta pintada de marrón, custodiada por<br />
una pequeña Virgen ennegrecida bajo la mirilla, hasta que alguien la<br />
abrió apenas, sin retirar la cadena de pequeños eslabones sostenida<br />
con el enloquecimiento de la soledad y el desamparo.<br />
150<br />
- ¿José Cabaneiro? – preguntó Claudia.<br />
El viejo asintió con escasa convicción tras el resquicio que<br />
permitía vislumbrar una fracción raquítica de su mundo despoblado.<br />
Tal vez ya no se reconociera, o no quisiera hacerlo, en el rostro<br />
cuarteado a causa de una prolongada sequía de todo contacto<br />
humano.<br />
- Buenos días, José – prosiguió Claudia, pasando las palabras<br />
de contrabando, de una en una, a través del escaso margen de la<br />
puerta entreabierta – me llamo Claudia. Vengo del Concello, a ver<br />
cómo se encuentra. ¿Me deja pasar a hablar con usted?<br />
La puerta se cerró despacio. Desde el pasillo, el sonido de un<br />
tintineo metálico anunció que el viejo retiraba la cadena – levantando<br />
la barrera que separaba el mundo en general de su mundo en<br />
particular – hasta que finalmente la puerta se abrió, aún más despacio<br />
de lo que se había cerrado, resquebrajando de luz el pasillo mohoso<br />
con una gravedad de teatro filmado.
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
- Gracias – respondió Claudia. Mientras, en el exterior un coro<br />
de voces infantiles delató la salida de colegio de unos niños y no pudo<br />
reprimir verse cercada de nuevo por el recuerdo de Nausícaa.<br />
3<br />
Carballo, Galicia<br />
16 de Octubre de 1998<br />
La anormalidad nos sobrecoge, es algo inherente al ser<br />
humano. Nos esforzamos en dividir la realidad en porciones<br />
asimilables, digestibles de lo cotidiano. Lo hacemos de un modo<br />
biológico, determinista, desde la luz primera que se inmiscuye en las<br />
pupilas recién formadas y aún no aptas para contemplar el mundo.<br />
Claudia sintió un desgarro en el tejido conformado por toda una<br />
trama de convencionalismos, de verdades supuestamente inmutables<br />
que se pulverizaron aplastadas por la verdad intangible - ésa que no se<br />
alcanza con los dedos, que nos es ajena pero que en verdad nos<br />
involucra a todos – cuando extrajeron del estómago del coche fúnebre<br />
el diminuto ataúd pintado de blanco y las pequeñas gotas de lluvia<br />
comenzaron a llamar con insistencia a una tapa que hacía a su vez de<br />
puerta. Entonces comprendió, con la crudeza carente de ambages del<br />
restallido de un látigo, que no había remedio, que era cierto, que<br />
Nausícaa no dormía en el interior de aquel cajón forrado de raso; un<br />
pequeño cascarón a la deriva que se hundía para siempre. Los niños<br />
mueren. También su hija.<br />
ella.<br />
Claudia sintió que sus rodillas se vencían, que lo hacía toda<br />
4<br />
Corme-Aldea, Galicia<br />
8 de Septiembre de 2001<br />
<br />
151
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
Ante sus ojos se abrían nuevamente los descabalgados<br />
escalones por los que había ascendido el día anterior. Había retornado<br />
porque se sintió culpable, porque le pareció natural, si bien no justo,<br />
ley de vida, se dijo, que un viejo acabase solo. La casa estaba<br />
razonablemente limpia y el viejo alcanzaba a manejarse. Cualquier<br />
otro hubiera acallado la culpa con el demerol de los problemas<br />
propios, con las facturas, con el café o con el tabaco, con el tráfico,<br />
con un divorcio que todavía coleaba. A nadie le hubiera parecido<br />
necesario regresar al día siguiente. A nadie, nunca. Salvo a Claudia. A<br />
ella, sí. Sólo a ella.<br />
- Era una mujer muy guapa, José – dijo Claudia señalando la<br />
fotografía color sepia, cercada por un fino marco metálico.<br />
- Sí que lo era. Mi Teresiña. Y muy buena. Y trabajadora<br />
como ninguna – respondió José –, percebeira en las piedras de O<br />
Canteiro, allá frente al Roncudo, toda la vida. Y ¿sabe usted una cosa?<br />
Andó a morir en el hospital, lejos del mar. Y sin haber podido<br />
descansar un día en su vida, que a un torero le dan por buena la<br />
retirada antes de tiempo y la percebeira ha de rastrillar el oleaje, que<br />
también trae pitones, y más grandes y más fríos, hasta que el hueso<br />
cruje de puro hueco. Ya lo ve. Y yo, toda la vida en la mar, dejándola<br />
sola, para acabar del mismo modo. Lástima que de tres naufragios<br />
tuve tres golpes de suerte.<br />
Claudia apoyó una mano sobre el hombro del viejo, que<br />
había sacado un pañuelo arrugado de uno de sus bolsillos y se lo<br />
restregaba por los ojos enrojecidos.<br />
- Ésta era mi hija – había abierto un monedero negro, de<br />
mediano tamaño, y se lo tendía a la mirada llorosa de José. Señalaba<br />
una fotografía en color de una niña que ya no crecía, una pequeña de<br />
ojos vivaces que ensanchaba su boca en una sonrisa – Nausícaa.<br />
152<br />
5<br />
Corme-Aldea, Galicia
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
19 de Septiembre de 2002<br />
Claudia regresó como acostumbraba, desde que se despidiera<br />
un año atrás de José con un “puedo volver mañana” que se había<br />
convertido en un ritual diario y que expresaba mucho más que el<br />
átomo conformado por tres palabras; querían decir “volveré”, más<br />
bien, “no me deje, volveré mañana” y que al pronunciarse liberaban<br />
un torrente desmedido de ternura que lo inundaba todo, desde el<br />
primer crujido de los escalones al tintineo metálico que precedía a la<br />
apertura de una puerta.<br />
¿Dos solitarios dejan de estar solos por el hecho de estar<br />
juntos? En todo caso, se habían servido el uno del otro para aplacar su<br />
aislamiento.<br />
El viejo le había hablado de Teresiña, la percebeira que con<br />
su muerte había esquilmado su entraña como la costa del Cabo<br />
dejándola vacía de vida. Claudia le habló de Nausícaa, de su sombra<br />
muda en cada rincón y cuya voz no se uniría nunca a la de otros niños<br />
para filtrarse a hurtadillas por una ventana.<br />
- José, el Concello ha organizado una exposición fotográfica<br />
en el Museo do Mar – dijo ella, observando la pequeña hornacina de<br />
metal que reposaba sobre un aparador anticuado -. La han titulado<br />
“Corme. Un siglo de Mar”. Me gustaría que me acompañara mañana<br />
a visitarla, ¿qué le parece?<br />
Sin pretenderlo, Claudia había añadido un capítulo hermoso,<br />
íntimo, a la tosca narrativa del pasamanos de madera.<br />
6<br />
Museo do Mar, Corme-Porto, Galicia<br />
20 de Septiembre de 2002<br />
De las paredes del Museo do Mar de Corme pendían como<br />
ventanas al pasado las fotografías que revelaban la existencia mistérica<br />
<br />
153
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
de sus habitantes, volcados siempre hacia el mar – hombres y mujeres;<br />
pescadores, mariscadores o marinos; remendando las redes<br />
desgarradas por la piel de lagarto que es el lecho del litoral o<br />
percebeiras rastrillando las rocas -. Imágenes que atestiguaban lo<br />
íntimamente ligada que está toda esta tierra al mar, imbricados ambos<br />
en una relación de subsistencia que en ocasiones yuxtapone su orden<br />
cuando el mar se cobra con creces el servicio que presta.<br />
Claudia se acercó a José con la familiaridad inocente de<br />
quienes comparten tanto que al final, cuando se hace balance, se<br />
descubren siameses unidos por una misma alma. Contemplando<br />
aquellas fotografías de un sepia quemado, tamizadas por las ardientes<br />
arenas del tiempo, el viejo se sentía retrotraído a un pretérito tan<br />
encontrado con el presente que le hacía daño.<br />
- Mire, en esa fotografía se ve a unas percebeiras – dijo<br />
Claudia señalando una pequeña instantánea en la que destacaban<br />
cuatro mujeres faenando entre el oleaje.<br />
154<br />
- Pobriñas… - repuso el viejo.<br />
Claudia hubiera deseado que aquella visita culminara con un<br />
reencuentro propio de folletín, con un desenlace trascendente propio<br />
de literatura decimonónica en el que el viejo distinguía el rostro de su<br />
esposa emergiendo de una de aquellas imágenes y una suerte de<br />
justicia universal tributara de este modo un homenaje solemne a su<br />
memoria. Pero no fue así. Aquellas mujeres eran tan desconocidas<br />
para ellos como Teresiña lo era para el resto del mundo. Como lo era<br />
Nausícaa. ¿Cómo era posible que ese mundo no se detuviera y cejara<br />
en su empeño enfermizo por seguir girando a pesar de semejantes<br />
pérdidas?<br />
- Ay, mi Teresiña… - suspiró el viejo – qué solo me ha dejado.<br />
A Claudia se le encogió el ánimo, se le desecó el alma de ver<br />
a aquel viejo desvalido y a merced de un tiempo que no era el suyo.<br />
Contempló por un instante el rostro que no lo era, que era una<br />
translúcida antesala de la muerte, un hollejo, una máscara mortuoria<br />
encarnada en la faz de un anciano que llevaba abrochado el último<br />
botón de la camisa.
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
- No diga eso, José. No está solo. Me tiene a mí.<br />
- He dispuesto que me quemen cuando haya muerto –<br />
comenzó a recitar José, como si fuera un texto que llevara aprendido<br />
a fuerza de rumiarlo una vida entera - como mi Teresiña… Quiero<br />
pedirle a usted que arroje nuestras cenizas al Roncudo. Yo… no tengo<br />
a nadie más a quien pedírselo, ahora que la tengo usted…<br />
Claudia se sintió sobrecogida por la petición de José. Y le<br />
pareció que cada pausa entre palabras era una exhalación definitiva,<br />
la boqueada de un pez fuera del mar.<br />
- ¿…me hará ese favor?<br />
Claudia asintió, sin decir nada, contemplando en silencio la<br />
fotografía de unas mujeres cuyos rostros sin decirle nada le confiaban<br />
tanto.<br />
7<br />
Faro do Roncudo, Corme, Galicia<br />
13 de Noviembre de 2002<br />
Desde las alturas, a vista de pájaro, por debajo del opaco<br />
cortinaje que eran las nubes, la costa gallega era una ferrada<br />
magullada a costa de lidiar contra el ímpetu del mar. El Faro do<br />
Roncudo, levantado en uno de los escarpados salientes que coronan<br />
el ascenso desde Corme, le aguardaba con la serenidad<br />
inquebrantable del que está acostumbrado a la muerte; para eso<br />
comparte el devenir del tiempo con dos cruces de piedra erigidas a su<br />
sombra. Claudia se arrebujó en la pelliza, reafirmó el paso entorpecido<br />
por las acometidas del viento y prosiguió caminando con un nudo en<br />
la garganta.<br />
A su espalda la aldea se hallaba inmersa en la última<br />
postrimería del sueño cuando esparció las cenizas de José y Teresiña,<br />
que el viento dispersó en espirales con una servidumbre reverencial,<br />
<br />
155
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
como lo había hecho antaño con el polvo de una maleta emigrante de<br />
la que ella no había tenido constancia, y le pareció que contra el éter<br />
púrpura se escribía entonces el punto y final de una historia secreta<br />
prologada sobre el pasamanos de una escalera. Suspiró y se dejó<br />
poseer por un llanto pausado, de lágrimas que vinieron a besar con<br />
tiento las heridas impalpables que aún se abrían en las mejillas<br />
zaheridas y a empapar la tierra del jardín marchito que otrora regasen<br />
con pequeños ósculos los labios de su hija.<br />
Claudia permaneció callada mientras la mañana inflamaba el<br />
cielo con los primeros rayos. A tiempo de escuchar la voz del<br />
Roncudo, que le hablaba desde los rompientes, con voz grave, rota,<br />
con palabras tan nítidas como los tafitos grabados sobre la roca;<br />
revelándole que no hay verdades absolutas, ni leyes inmutables. Que<br />
toda ausencia es sentida.<br />
Y que por esas pérdidas, por los que ya han partido, en su<br />
memoria, no se ha de renunciar a la vida. No se debe. No se puede.<br />
Se ha de resistir. Resistir siempre. Resistir el azote del mar y del viento,<br />
como esta costa, desde el albor primero hasta la luz última.<br />
156<br />
Hasta la luz última del faro.
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
QUIERA EL DIOS<br />
MUNDANO<br />
<br />
157
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
158<br />
Quiera el dios mundano de la oración sumida<br />
En el verso callado del que por hambre implora<br />
Acallar con su súplica la voz avara<br />
Del que a gritos reclame<br />
Lo que a otros corresponda.<br />
Quiera el ángel encarcelado en la matriz<br />
Eterna donde gesta la poesía los versos<br />
Vedados a los poetas, así lo quiera,<br />
Avivar la voz que es queda<br />
Del que acalla la muerte ajena.<br />
Quiera la estirpe del linaje de los linajes<br />
Extinguir el caudal de sangre que en latidos<br />
Amartilla este corazón que no silencia,<br />
Que delata el amor que anida<br />
A viva voz dentro del pecho.<br />
Quiera la sinrazón de la razón dormida<br />
Despertar a la cordura o adormecerse<br />
…para siempre.
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
LLAVE SIN CERRADURA<br />
(Crónica amarga)<br />
<br />
159
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
Apenas unos pocos individuos tienen el privilegio de descubrir<br />
a lo largo de su vida el propósito de su existencia. Para el resto, este<br />
conocimiento permanece ineluctablemente vedado, y se limitan a<br />
desgastar la vía por la que transitan sus amaneceres hasta que, al final,<br />
el camino cede bajo sus pies…<br />
160<br />
I<br />
NIÑEZ<br />
Los niños comienzan por amar a los padres.<br />
Cuando ya han crecido, los juzgan, y, algunas veces,<br />
hasta los perdonan.<br />
Oscar Wilde (1854-1900) Dramaturgo y novelista irlandés.<br />
Un niño observa con atención un anodino almanaque,<br />
parado con los pies enjutos frente al mes de Abril. Los churretones son<br />
cirios pendientes de las narices, la camisa raída, la pernera de los<br />
pantalones es una crónica de los solares en que ha arrastrado sus<br />
juegos. A su espalda una madre avejentada se diluye en el<br />
mecanicismo de pelar patatas; están pochas, huelen mal, sabrán peor,<br />
pero mejor es nada, peor es matar el tiempo pelando la vida. Las<br />
paredes rezuman humedad y miseria y hace tanto frío en el cuartucho<br />
que las ratas deciden respetar la entrada, estirando las orejas<br />
diminutas y pasando de largo altivas.<br />
La madre levanta el rostro, ajado, los ojos enterrados en la<br />
profundidad de dos cráteres morados. Mira al niño con ternura. Y
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
dolor. Se le quiebra la voz al articular palabra y sigue pelando patatas.<br />
Por segunda vez lo intenta. Hablarle. Previsora se arranca de la mejilla<br />
una lágrima.<br />
– Mañana es tu cumpleaños - le dice.<br />
La criatura continúa hipnotizada, con el ánima cautivada por<br />
los números, por los días, por el tiempo compartimentado en<br />
semanas. No responde. Le da miedo. Le aterra pensar que mañana<br />
será un día igual a éste.<br />
puño.<br />
– Hijo, algún día… - musita su madre con el corazón en un<br />
El niño ya no le escucha. Se va corriendo mordiéndose un<br />
labio, clavándose las uñas en el envés de las manos, consciente de que<br />
volverá a soplar las farolas del arrabal a modo de velas.<br />
Su madre rompe a llorar sobre las patatas pochas.<br />
II<br />
JUVENTUD<br />
La juventud quiere ser estimada más que ser instruida.<br />
Johann Wolfgang Goethe (1749-1832) Poeta y dramaturgo alemán.<br />
La funcionaria le mira sin enmascarar el profundo desprecio.<br />
Le arrastra a empellones a una galería cuajada de camastros sucios,<br />
donde se arraciman otros desheredados como él, escoria de la escoria<br />
del lumpen. Le arde la mejilla inflamada a golpes, le punza el espinazo<br />
malherido, se le clavan los pedazos de corazón roto por la muerte de<br />
su madre. Pero a nadie le importa. Se descubre solo entre la<br />
marabunta de solitarios. Las palabras de su madre son un eco que<br />
resuena lejano, ajeno, imposible.<br />
La noche le aturde con el quebranto de los lloros, con el<br />
penetrante hedor de la orina, con la virulenta acometida de los<br />
<br />
161
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
parásitos que anidan en los harapos con que se cubre. Aprieta tanto<br />
las mandíbulas que siente crujir las quijadas. Tarda poco en perder la<br />
noción del tiempo. Ya no recuerda en qué página del almanaque se<br />
encuentra.<br />
A cuenta de la cuchara vacía se alimenta de aire mojado en<br />
nada. Corretea hambriento, obstinado en engañar a un estómago<br />
encogido a fuerza de patear una pelota de trapo. La golpea con<br />
fuerza, descargando en un puntapié toda la rabia y la impotencia de<br />
un cuerpo adolescente y desnutrido. El balón despega del suelo<br />
arenoso, rompe las cadenas del aprisionamiento y describe una<br />
parábola que culmina más allá del muro de ladrillo. El joven no se ha<br />
movido después de propinar al esférico de tela sucia el golpe de<br />
gracia. Callado ha contemplado su huida. Callado, escucha una voz<br />
del pasado que se abre paso desde algún lugar recóndito.<br />
162<br />
– Hijo, algún día…<br />
III<br />
MADUREZ<br />
Ser adulto es estar solo.<br />
Jean Jacques Rousseau (1712-1778) Filósofo francés.<br />
Se adentra en la garganta de la mina, desciende al<br />
inframundo en el que el valor de la vida y el carbón arrancado a<br />
dentelladas de acero apenas equilibran la balanza. La atmósfera<br />
sofocante y el pánico a morir soterrado le comprimen el pecho. Golpe<br />
de pico. La luz de las lámparas titila en la lobreguez. Golpe de pico.<br />
Los más viejos, ésos que han desgastado su salud tanto como la<br />
ladera del picacho, entonan con desagrado una tos seca que reverbera<br />
en las estrechas galerías. Un pajarillo esclavo mueve sus alas en el<br />
interior de una jaula de cobre, sosteniendo en la fragilidad de su pico<br />
la vida de los mineros.
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
Ascender al exterior es otra suerte de descenso, supone ser<br />
vomitado por la pared de roca y engullido por una ciénaga de<br />
tabernas de mala muerte y lupanares.<br />
Con la torpeza propia de unos dedos inexpertos recorre el<br />
cuerpo mil veces transitado de una chiquilla despabilada a destiempo.<br />
La estancia es sórdida. Su piel no es fragante, destila el poso de otros<br />
cuerpos que han vampirizado su ternura de cartón piedra y lo han<br />
dejado a cambio - como un excreción -.<br />
Los besos, de sabor adusto por el polvo del carbón, y los<br />
abrazos, encallecidos a fuerza de deslomarse como un potro<br />
avejentado antes de tiempo, animan un alma que yace escondida tras<br />
los pulmones negros. El hombre estrecha a la joven entre sus brazos y<br />
musita, con el nerviosismo de un niño y la aridez del ladrido de un<br />
perro abandonado, palabras de amor.<br />
La muchacha le dirige sus ojos de aguamarina. Le acaricia la<br />
mejilla hirsuta. Se separa de su pecho ansioso.<br />
– Algún día… - le responde.<br />
IV<br />
VEJEZ<br />
Teme a la vejez, pues nunca viene sola.<br />
Platón (427 AC-347 AC) Filósofo griego.<br />
Una enfermera recorre el pasillo sembrado de habitaciones.<br />
Algunas puertas abiertas dejan entrever la similitud del mobiliario, de<br />
sus ocupantes y de sus dramas. Hombres y mujeres se aferran con<br />
desesperación a la vida agarrándose a las sábanas de su cama, como<br />
niños que se cubren para evadir los terrores de su armario o como si<br />
las anudaran para escapar de un pozo del que ya se sienten presos.<br />
Ninguno repara en que dormitan cubiertos por sus mortajas.<br />
El viejo exhala su último aliento en el aislamiento de una<br />
habitación de ventanas enrejadas, de biblia en el cajón de una<br />
pequeña cómoda, de lámpara de bombilla macilenta. Muere<br />
sintiéndose solo, con una promesa lejana en los labios. «…algún<br />
<br />
163
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
día…». Se desvanece sin descubrir qué se esconde al término de la<br />
frase inconclusa, qué le aguarda la mañana de aquel día que no<br />
termina de llegar nunca. Perdido.<br />
No lo sabrá nunca; dice adiós con la única certeza de que<br />
marcha dejando en esta orilla un óbito inútil.<br />
164<br />
Como una llave sin cerradura.
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
A LA MISMA HORA<br />
<br />
165
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
Conocer las tardes grises, plomizas como un poncho de<br />
cantante de rancheras a través de un televisor en blanco y negro, no<br />
me había hecho menos vulnerable a la melancolía inherente a los días<br />
lluviosos; aún peor. Recordaba la anquilosis del tiempo, el dilatado<br />
espacio que se abría entre el mundo y yo en la urbanita Ginebra<br />
apostado frente a un café humeante y una novela de Chuck<br />
Palahniuk, la cortesía, los memorándum, la mirada cómplice de unos<br />
ojos que no había vuelto a descubrir observándome con curiosidad al<br />
despertar. Madrid no proyectaba ninguna de aquellas instantáneas<br />
propias de una cámara Lomo, más bien se trataba de un video casero,<br />
un reportaje filmado por los propios operarios de una empresa de<br />
almacenaje de vivencias insulsas sin utilizar trípode y sin limpiar la<br />
lente; todo estaba desenfocado, movido… y gris.<br />
Al contemplar mi reflejo translúcido en el mastodóntico<br />
escaparate de unos grandes almacenes caí en la cuenta de que antes<br />
todo podía medirse en unidades menos dolorosas; la distancia<br />
comprendida desde el pequeño apartamento a mi despacho en la<br />
consultoría eran un beso de despedida, un mensaje subido de tono<br />
enviado al teléfono móvil, una llamada apenas un minuto después, un<br />
«te quiero, comemos juntos», dos «yo también te quiero» y «yo te<br />
quiero más», un sentirse el concentrado residuo de la nada ante la<br />
contemplación diaria de la piedra eterna de la Catedral de San Pedro<br />
y una parada de autobús. En Madrid las medidas eran distintas;<br />
contabilicé quinientos treinta y tres pasos solitarios desde una cama<br />
fría a una mesa aséptica de las contaminaciones benditas de una<br />
fotografía o de un post-it con un mensaje garabateado en el interior de<br />
un corazón dibujado con rotulador verde. Me sentía un retornado<br />
apátrida, desolado por un enamoramiento de opereta, una suerte de<br />
síndrome de Estocolmo, más bien de Ginebra, transitando por las<br />
calles que había recorrido una y mil veces y que ahora se habían<br />
166
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
desdibujado, habían cambiado sus nombres por nuevos nombres o<br />
mentían y se hacían pasar por <strong>otras</strong> y me resultaban extrañas.<br />
En una de aquellas calles tropecé con Yakubu. Ya-ku-bu. Tres<br />
sílabas, que tuve que repetir ante la amplia sonrisa perlada de un<br />
nigeriano amable que me estrechaba la mano. Ya-ku-bu. Qué irónico<br />
se me antojó que hallara tierra en un islote tan lejano y alejado del<br />
propio continente del que se separó para medrar a la deriva, yo, que<br />
crecí bajo aquel mismo cielo decolorado.<br />
Mi amistad con Yakubu se fraguó a costa de la tarificación<br />
constante de minutos a través del cordón umbilical que separaba mis<br />
ansias, mi turbación entretejida por medio de postes telefónicos entre<br />
Madrid y Ginebra. Cada día, a la misma hora, yo marcaba el número<br />
de teléfono que en realidad era una clave secreta, quién sabe, un<br />
código encriptado que escondía un mensaje de auxilio, de<br />
arrepentimiento. Yakubu hacía lo propio. Yo mendigaba el poso de<br />
un amor distante, convertido a la fuerza en el protagonista de un<br />
romance trasnochado. Él era un narrador, de voz profunda y serena.<br />
Ambos convergíamos en la eucaristía postmoderna de compartir un<br />
cigarrillo a las puertas de un locutorio de barrio.<br />
- Ya-ku-bu… encantado, yo soy Javier.<br />
- Javier – repetía Yakubu, y su sonrisa se expandía colmando<br />
el recipiente anodino del barrio desbordando una inocencia y un<br />
candor impropios del mundo que se autoproclamaba civilizado en el<br />
fasto de las vallas publicitarias y anuncios de televisión.<br />
Ya-ku-bu leía cuentos a una hija de cinco años, cada día, a la<br />
misma hora, y a la que no podía arropar después del final feliz porque<br />
ella era una escolar de Lagos y él apilaba ladrillos en una función, sin<br />
pase ni público, de malabarismo mortal sobre un andamio anclado al<br />
esqueleto de hormigón de un edificio de oficinas de Madrid. Oficinas<br />
que habrían de albergar a contables bilingües huidos del amor<br />
descubierto fuera de casa porque el mundo se le había hecho muy<br />
grande y el corazón muy pequeño para albergarlo todo, tanto mundo<br />
y tanto amor.<br />
<br />
167
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
Había empezado a llover cuando me mostró orgulloso su<br />
fotografía. Había dejado de hacerlo cuando se despidió de mí.<br />
Regresé sobre mis quinientos treinta y tres pasos una y otra<br />
vez y no hallé el camino de vuelta a la sonrisa franca de Ya-ku-bu. Tal<br />
vez las calles habían cambiado, tenían nuevos nombres o fingían, no<br />
me atreví a desplegar un mapa y cerciorarme de que el cuentacuentos<br />
malabarista había escrito el punto y final de una historia sin red, ni<br />
papeles, ni contrato ni seguro médico. Regresé a Ginebra, al regazo<br />
ardiente de un cuerpo que hizo patria del roce de su piel, diciendo<br />
adiós a una ciudad que lo sabía todo de mí pero de la que yo no sabía<br />
nada.<br />
Al contemplar mi reflejo translúcido en la ventanilla del avión<br />
caí en la cuenta de que una niña aguardaba a que su padre le contara<br />
un cuento, como cada día, a la misma hora.<br />
168
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
SANGRE DE JABALÍ<br />
<br />
169
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
170<br />
1<br />
El saxofón de John Coltrane se filtraba a través de la puerta<br />
cerrada del despacho, atenuando su jazz contra la madera áspera<br />
mientras unos dedos se afanaban en trasformar las notas en palabras<br />
golpeando las teclas de una máquina de escribir Olivetti. Tras una<br />
ventana cerrada, el tráfico de una mañana laborable era ajeno al<br />
crimen que se cometía en el capítulo octavo de una inédita novela<br />
negra.<br />
- …la golpeó con el mismo convencimiento inquebrantable de<br />
que la amaba usando un…<br />
Recordó las palabras de su editor.<br />
«Manuel, no puedes pedirme que me haga cargo de este<br />
material. La editorial no está en tu contra, es sólo que… en fin,<br />
entiéndeme, has perdido algo de frescura… ¡de originalidad! Sí, eso<br />
es, antes tus <strong>historias</strong> eran imprevisibles. ¿Recuerdas tu primer bestseller?<br />
¡Por Dios! El asesino era el cuñado travesti. ¿Cómo imaginarlo?<br />
Pero esta historia… es harina de otro costal, amigo. Asesina a su<br />
mujer con el arma que ella misma le regaló y la entierra en el bosque.<br />
Parece sacado de la prensa. Puedes hacerlo mejor, ¿lo harás, verdad?»<br />
Manuel Abárguez, escritor cincuentón de novela negra que<br />
apuró demasiado pronto la copa del beneplácito con la crítica, recorrió<br />
con la mirada y un gesto de impaciencia los objetos que reposaban<br />
sobre la mesa de despacho.<br />
- …usando… un pisapapeles… ¿estás de broma?; un<br />
abrecartas… ¿y por qué no un picahielos, idiota?; una pluma Parker…<br />
¿se la clavarás en un ojo? ¿y será la “firma” del asesino? ¡Mierda! De<br />
verdad que estoy en horas bajas.
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
Desde la estantería, un busto en bronce de Hemingway le<br />
observaba con una imperturbabilidad burlona; consciente de que<br />
había sido entregado como merecido premio a un escritor que<br />
irrumpió como un elefante en una cacharrería en el panorama<br />
literario, despertando al más dormido, y que en nada se parecía ya al<br />
tipo pusilánime que mendigaba frases a una desgastada máquina de<br />
escribir con la pericia adormilada. «Premio de Novela Negra Ernest<br />
Hemingway. 1973» - musitó el busto de bronce sin despegar los<br />
hieráticos labios - «ya no me mereces».<br />
- Manuel, cariño, ¿me abrochas el vestido? – le pidió Cristina,<br />
su mujer, a su espalda. Ni siquiera se había percatado de su presencia,<br />
pero allí estaba, ajena al drama en el que estaba inmerso. ¿No se daba<br />
cuenta de que las ventas de sus libros habían iniciado un descenso,<br />
lento, pero inexorable que lo conduciría sin remedio al olvido, o peor<br />
aún, a prologar a autores noveles con el talento escupiéndole en la<br />
cara? No. Lo ignoraba. Jamás se había preocupado de nada, salvo de<br />
gastar su dinero.<br />
- ¡Jodido Hemingway! – exclamó de pronto - ¡que te abroche<br />
ese gordo el maldito vestido! ¿Qué te parece, eh? ¡Que te lo abroche<br />
él!<br />
La música de jazz había dejado de sonar, y el golpe sordo de<br />
un premio literario con forma de busto de Ernest Hemingway<br />
esculpido en bronce contra un cráneo tuvo una réplica grotesca<br />
cuando el cuerpo sin vida de su mujer se desplomó en el suelo.<br />
Hubiera jurado que una última frase se añadió al folio inacabado que<br />
atragantaba a su vieja máquina Olivetti.<br />
«Al caer hizo el ruido que provoca la solitaria caída de un<br />
árbol cuando se desploma en el bosque y nadie es testigo».<br />
2<br />
Durante horas había conducido con las luces apagadas por<br />
temor a ser descubierto, ebrio de miedo y muerte. Entrada la noche, el<br />
manto ceniciento que opacaba el firmamento se deshizo hecho jirones<br />
<br />
171
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
de nube y dejó al descubierto una luna oronda y luminosa, asaetada<br />
por las altas copas de los cipreses erigidos a ambos lados del camino.<br />
El mismo orbe que se le presentó como una boca cavernosa, parecida<br />
a un pozo de brea que le atrapaba con cada nuevo tramo que<br />
engrosaba el numeral del cuentakilómetros, ahora había trasmutado<br />
en un iridiscente tejido violáceo que pendía de las reaparecidas<br />
cordilleras. Al cuerpo inerte que transportaba en el maletero,<br />
contorsionado en una postura impúdica, le hubiera agradado aquel<br />
cambio; al menos cuando estaba vivo y respondía al nombre de<br />
Cristina.<br />
Alcanzó su destino justo cuando consumió la cajetilla de<br />
tabaco rubio, apurado hasta las retorcidas colillas que saturaban el<br />
cenicero del Mercedes Benz, clase C berlina, tapizado en tela<br />
Edimburgo beige sábana y con acabados en madera de eucalipto; un<br />
coche del que sentirse un orgulloso propietario, a menos que éste<br />
transitara por una carretera de montaña y su acompañante ocupase el<br />
lugar destinado al equipaje con el cráneo abierto de par en par.<br />
Entonces, quizá, hubiera preferido un vehículo más modesto.<br />
Contra el espejo retrovisor sus ojos bajo las encanecidas cejas,<br />
cercados de arrugas y perdidos en el fondo de dos oscuras fosas por la<br />
falta de sueño, le devolvieron una mirada extraña. No lo miraban a él.<br />
No se miraba a sí mismo. La pulida superficie de cristal era un<br />
cronovisor a través del que sus pupilas dilatadas y rodeadas de<br />
diminutos corales rojos se habían retrotraído a un tiempo en el que su<br />
mujer no yacía muerta en el maletero esperando ser enterrada en<br />
mitad de un bosque.<br />
172<br />
3<br />
Esperaba que no hubiera testigos; que ni siquiera los árboles,<br />
que han de hacer ruido por fuerza cuando se desploman en la quietud<br />
de un bosque, le observaran mientras palada tras palada hollaba la<br />
tierra en pos de cubrir de olvido y humus el cadáver de su esposa.<br />
Terminó de cavar cuando la noche se había hartado de ser<br />
noche y acariciaba la idea de trocarse en día, y arrojó el cuerpo de
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
Cristina sin miramiento. Su cuerpo frío; cayó de espaldas y se percató<br />
de que el vestido, después de todo, aún seguía desabrochado.<br />
Media hora más tarde el Mercedes Benz clase C berlina se<br />
sacudía la vergüenza de haber sido pluriempleado como coche<br />
fúnebre superando los doscientos kilómetros por hora en un tramo<br />
recto de carretera. El novelista homicida Manuel Abárguez conducía<br />
siguiendo la línea discontinua de la carretera, que por alguna razón le<br />
pareció que le dictaba el ritmo de una melodía de jazz, cuando un<br />
agente de policía le hizo señas desde un área de descanso para que se<br />
detuviera.<br />
- Iba usted muy rápido – señaló el agente de policía cuando<br />
hubo inspeccionado la documentación del vehículo y el permiso de<br />
conducir.<br />
- Se me hacía tarde. Soy novelista y he tenido una idea que<br />
no podía esperar – respondió, sin separar las manos del volante. El<br />
agente de policía se mostró a disgusto con la respuesta; era interino y<br />
no había aprobado las pruebas de acceso a una plaza fija. Leer no era<br />
lo suyo.<br />
- Salga del vehículo y abra el maletero – ordenó apoyando el<br />
dedo pulgar de la mano izquierda en el grueso cinturón de color<br />
negro. Con la mano derecha extrajo del bolsillo de la camisa una<br />
pequeña libreta y un bolígrafo Bic de tinta azul con el capuchón<br />
tatuado de dentelladas nerviosas.<br />
Manuel Abárguez se apeó del vehículo y abrió el maletero,<br />
ahora vacío a excepción de una rueda de recambio y otros enseres.<br />
- ¿Eso es un arma? – preguntó el policía. Se refería a una<br />
funda de cuero marrón.<br />
- Es una escopeta de caza; un regalo de mi mujer. Tengo<br />
licencia.<br />
- ¿Y la mancha de sangre? – preguntó el policía, señalando<br />
una forma irregular y oscura con su bolígrafo Bic.<br />
<br />
173
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
174<br />
4<br />
Su editor manoseaba las páginas manuscritas con una codicia<br />
propia de usurero, recreándose de nuevo en la truculenta escena del<br />
asesinato.<br />
- ¡Es magnífico, Manuel! ¡Mag-ní-fi-co! – repitió acentuando<br />
cada sílaba, porque así saboreaba con mayor fruición el diez por<br />
ciento que le correspondería de lo que sería, estaba seguro, un éxito<br />
de público y crítica - ¡te felicito, amigo! Has reconvertido una novela<br />
anodina en un auténtico thriller. Vamos a traducirlo al inglés, esto es<br />
caviar para los lectores anglosajones. En fin… no sé cómo lo has<br />
hecho, pero lo has logrado. La idea de sustituir al protagonista, un<br />
funcionario de Hacienda, en novelista amargado es dinamita. Y matar<br />
a su mujer con un busto en bronce de Hemingway… ¡eso es pura<br />
poesía!<br />
Manuel Abárguez escuchaba a su editor sin articular palabra;<br />
apenas lo oía, en sus oídos retumbaba el jazz agridulce de Coltrane, y<br />
tampoco estaba seguro de poder verlo, tras la espesa cortina de humo<br />
de cigarrillo rubio. El mismo tabaco que uno fuma cuando se dispone<br />
a dar sepultura a un cuerpo muerto.<br />
- ¡Manuel! – exclamó su editor. La voz le llegó lejana. ¿Estaría<br />
en otra parte? Tal vez en el infierno, sí, eso era, en el infierno de Dante<br />
y ocupaban anillos distintos; uno era un avaro y el otro un asesino - ¡el<br />
oficial de Policía! Me encanta ese capítulo. Cuando el protagonista<br />
regresa de enterrar el cadáver y la policía le da el alto. Cuando le<br />
pregunta por la sangre… ¡qué respuesta, amigo! Y es un título perfecto<br />
para esta novela.<br />
Manuel asintió sin demasiada convicción. Por un instante su<br />
mirada volvió a cruzarse con la mirada lechosa de Cristina antes de<br />
que un montón de tierra y hojas podridas cubrieran su rostro para<br />
siempre.<br />
- …sangre de jabalí – musitó, y se preparó para firmar<br />
ejemplares de su libro.
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
PARA AHORRARLE<br />
CONJETURAS<br />
<br />
175
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
176<br />
1<br />
- Para ahorrarle conjeturas le diré que estoy muerto. De eso,<br />
estoy seguro. De lo demás, me temo que ni usted ni yo sabemos<br />
demasiado. Todavía.<br />
Sebastián Delgado apuraba un cigarrillo Ducados mientras<br />
observaba, mal acomodado tras el desvencijado escritorio, la vaga<br />
presencia del ectoplasma. Era una aparición translúcida de un hombre<br />
de mediana edad, aparentemente bien vestido aunque en ocasiones la<br />
apariencia era algo que respondía a la propia psique del espectro una<br />
vez muerto.<br />
- No se preocupe, será fácil – mintió. Sabía por experiencia<br />
que los asuntos relacionados con difuntos nunca eran sencillos – es un<br />
caso típico; desea conocer la identidad de su asesino.<br />
- No, señor Delgado. Sé quién me mató. Lo sé muy bien… -<br />
hizo una pausa, como si se desvaneciera. A los espíritus les resulta un<br />
trabajo arduo mantener una comunicación fluida con los vivos,<br />
especialmente si se alteran - lo que ignoro es… el por qué.<br />
- De acuerdo, señor Gimeno, acepto su caso. Asumo que le<br />
habrán informado de mis tarifas y de la forma de pago.<br />
La luz de un pequeño flexo metálico sobre un archivo<br />
parpadeó. Incluso a los muertos les resulta incómodo hablar de<br />
dinero.<br />
- Existe una cuenta secreta en Andorra. Ni mi viuda ni mi<br />
abogado conocen su existencia. Tendrá todo el dinero que necesite.<br />
¿Es correcto? – ahora el espectro había perdido toda definición,<br />
resultando un éter verdoso del que brotaba un hilo de voz sibilante.
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
- Correcto, señor Gimeno – correspondió Delgado – ahora<br />
explíquese. Según usted, ¿quién es el culpable de su muerte?<br />
- Mi hermano – exclamó el fantasma, justo antes de<br />
desvanecerse por completo y dejar el reducido despacho envuelto en<br />
una suave neblina que se dispersó de inmediato.<br />
Sebastián Delgado se dejó caer contra el respaldo de su silla,<br />
se encendió otro cigarrillo de tabaco negro y aspiró con gravedad.<br />
Observó las volutas de humo ascender y se preguntó por qué<br />
continuaba investigando para este tipo de clientes. Sonrió para sí y se<br />
justificó; en su mayoría pagaban bien, no requerían factura y en el<br />
peor de los casos, si no quedaban satisfechos con el trabajo, se<br />
limitaban a encender y apagar las luces de su cuarto de baño hasta<br />
que acaban rendidos por el esfuerzo como un niño que ha correteado<br />
durante toda una tarde.<br />
- Mañana hablaré con ese hermano – dijo en voz baja,<br />
aunque sabía que el espectro ya no podía oírle. También pensó,<br />
observando el cristal de la puerta del despacho, que alguien debería<br />
repasar con pintura el letrero rotulado en color negro: «Sebastián<br />
Delgado. Detective Psíquico. Pase sin llamar».<br />
2<br />
- Para ahorrarle conjeturas le diré que la relación con mi<br />
difunto hermano era muy buena. Excelente, si me apura. Al menos<br />
mejor que la de muchos que presumen de familia, ya me entiende –<br />
respondió Ricardo Gimeno. A todas luces parecía un hombre cordial,<br />
entrado en los sesenta años y acariciando la idea de la jubilación.<br />
Durante algo más de tres décadas había compartido con su hermano<br />
fallecido el timón de la empresa familiar, un horno cerámico que en<br />
los últimos años se había especializado en materiales de última<br />
generación – y dígame, señor Delgado, ¿cuándo exactamente le confió<br />
mi hermano que se sentía amenazado por alguien?<br />
- Digamos – reconoció Sebastián Delgado, detective psíquico,<br />
mientras tanteaba el bolsillo de su gabardina beige en busca de la<br />
<br />
177
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
cajetilla de tabaco – que prácticamente cuando fue tarde para hacer<br />
nada por su vida.<br />
178<br />
- Por lo que yo sé, su muerte se debió a un triste accidente.<br />
- En eso está usted de acuerdo con la Policía.<br />
- ¿Y usted no? – ahora la voz de Ricardo Gimeno había<br />
comenzado a destilar un sutil destello de impaciencia.<br />
- Verá, su hermano me pagó dos semanas por adelantado. En<br />
lo que a mí respecta, sería un robo si me desentiendo de este asunto.<br />
Y no está bien robar a los muertos.<br />
- Señor Delgado, le pido que dé este tema por zanjado. No sé<br />
si se trata de una broma de mal gusto o si de verdad se toma tan en<br />
serio su trabajo. Pero, por lo que más quiera, olvide la muerte de mi<br />
hermano y permítanos que los demás hagamos lo mismo – el Gimeno<br />
vivo se había levantado de un lujoso sillón de cuero y se había<br />
acercado a la puerta de su despacho, en la primera planta de<br />
Cerámicas Hermanos Gimeno S. A. con vistas al cinturón industrial de<br />
una conocida ciudad del norte de España, indicando con un brazo<br />
extendido que Sebastián Delgado ya no era bien recibido – que tenga<br />
un buen día, señor Delgado.<br />
- Usted también, señor Gimeno – dijo Delgado, separando de<br />
sus labios un cigarrillo Ducados a medio quemar. Se giró y se dispuso<br />
a marcharse cuando la voz de Gimeno le detuvo.<br />
- Sepa que esto le matará…<br />
Delgado se giró sorprendido.<br />
- El tabaco, digo, le matará – matizó Gimeno haciendo<br />
aspavientos con unas hojas de papel para dispersar el humo.<br />
- No lo hará, créame – respondió Delgado con una punzada<br />
de dolor. Tener línea directa con los muertos resulta, en ocasiones,<br />
cruel cuando se tiene acceso a información privilegiada – lo sé muy<br />
bien.
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
Antes de abandonar el despacho Sebastián Delgado observó<br />
que las páginas que ondeaban arriba y abajo en pos de descargar la<br />
atmósfera de la pesadez del humo de un Ducados mostraban en el<br />
encabezamiento el emblema del CTRE.<br />
3<br />
El Centro de Tratamiento de Residuos Energéticos, o CTRE,<br />
era un imponente edificio de forma rectangular con una esfera de<br />
hormigón de dos mil toneladas en su interior; a su vez,<br />
compartimentada en secciones estancas en las que se procesaba el<br />
residuo resultante de industrias químicas y metalúrgicas. Se<br />
rumoreaba que, además, también un ataúd descomunal para el<br />
sobrante radiactivo de cierta central nuclear; esto no estaba<br />
confirmado, ni remotamente.<br />
En oposición al armagedón que se ocultaba en su vientre, el<br />
acceso al edificio de oficinas era una zona ajardinada atravesada por<br />
un carretera perfectamente asfaltaba que discurría a través de una<br />
hilera de chopos a cada lado. Sebastián Delgado conducía un Seat<br />
Panda del 85, razonablemente bien conservado si uno no reparaba en<br />
que el tubo de escape estaba sujeto con un alambre – una percha de<br />
antes de que a los supermercados Continente se les rebautizara<br />
Carrefour -. Manejaba el volante con la mano izquierda mientras<br />
ojeaba alternativamente la carretera y la hoja previamente destruida<br />
por un triturador de papel y recompuesta con paciencia y cinta<br />
adhesiva que sujetaba en su mano derecha.<br />
- Son las estipulaciones de un concurso público – explicó el<br />
espectro de Mariano Gimeno, el hermano muerto supuestamente a<br />
manos del Gimeno fratricida, sentado en el asiento de atrás – mi<br />
hermano estaba convencido de que era una oportunidad de oro. Yo<br />
no tanto. Y hacían falta dos firmas, la mía y la de mi hermano, para<br />
validar cualquier contrato.<br />
Delgado no se inmutó. Estaba acostumbrado al transporte<br />
improvisado de polizones incorpóreos en su coche. Aprovechó para<br />
<br />
179
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
hacer saber a su cliente que no había podido acceder a su cuenta<br />
bancaria en Andorra.<br />
- ¡No puede ser! – exclamó el espectro. Las luces del Seat<br />
Panda se encendieron y apagaron varias veces por espacio de cientos<br />
de metros – le he dado todos los datos necesarios… debe ser un<br />
error.<br />
Delgado no quiso incidir en el tema de momento, no era un<br />
usurero sin corazón; al fin y al cabo el tipo estaba muerto. No obstante<br />
no se olvidó del tema. Estar vivo, por desgracia, supone un gasto<br />
mensual considerable.<br />
- …sobre todo si se tiene una ex mujer – dijo Delgado en voz<br />
alta, aunque era algo que estaba pensando. En todo caso, el Gimeno<br />
fantasma había desaparecido y el vehículo estaba detenido frente a la<br />
puerta de acceso.<br />
- Para ahorrarle conjeturas le diré que la licitación de ese<br />
concurso se realizó con todas las garantías – señaló una mujer madura<br />
al tiempo que se ajustaba las gafas, que se habían deslizado<br />
ligeramente al inclinarse sobre un pesado archivador abierto y<br />
desplegado sobre una mesa - ¿lo ve? Con todas las garantías, le repito,<br />
aquí constan todos los sellos oficiales – indicó con el dedo corazón<br />
rematado en una uña de color azul cobalto.<br />
A Delgado le había empezado a oler a chamusquina el<br />
asunto. Le olía a muerto desde el inicio del caso – una broma de<br />
detective psíquico – pero desde el instante en que vio el contrato que<br />
vinculaba a Cerámicas Hermanos Gimeno S. A. y al CTRE tuvo claro<br />
que allí había más de lo que se quería aparentar. La firma de Mariano<br />
Gimeno aparecía al lado de la de su hermano. Y si no lo firmó en<br />
vida, dudosamente después de muerto; los espectros poco pueden<br />
hacer más allá de encender y apagar bombillas.<br />
- Oiga, una última pregunta – Delgado fue directo al grano -<br />
como comprenderá la semántica de este contrato es algo que se me<br />
escapa. ¿Me lo puede resumir en pocas palabras?<br />
180
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
La mujer madura de uñas pintadas de color azul cobalto<br />
arrugó la nariz; o bien le molestaba perder el tiempo en general o bien<br />
le molestaba Sebastián Delgado en particular o bien le molestaban<br />
perder el tiempo y Sebastián Delgado en general y en particular.<br />
- Cerámicas Hermanos Gimeno S. A. nos proveerá de<br />
contenedores de material cerámico basado en el zirconio. Se usan<br />
para… en fin, para… - la mujer se acercó a Delgado y éste pudo sentir<br />
un aroma dulzón a perfume – esto que voy a confiarle no es ningún<br />
secreto, de lo contrario sería ilegal. Pero, bueno, ya sabe como es la<br />
gente… muy suspicaz y se exalta con los temas que no entiende…<br />
- Guardan aquí basura radiactiva – coligió Delgado sin mucha<br />
dificultad.<br />
- ¡Con todas las garantías! – se apresuró a señalar la mujer<br />
madura del perfume dulzón y uñas estrafalarias.<br />
- Sí – respondió Delgado, mordaz – como ese contrato. Ya he<br />
visto todos los sellos…<br />
Sebastián Delgado aspiraba un recién encendido Ducados y<br />
se marchaba dándole la espalda a aquella mujer a la que no le dio<br />
tiempo a señalar que, en aquel edificio, estaba prohibido fumar.<br />
4<br />
- Para ahorrarle conjeturas le diré que tengo pruebas de que<br />
asesinó a su hermano y conozco los motivos, señor Gimeno – Delgado<br />
se dirigía al Gimeno vivo, que permanecía sentado en su lujoso sillón<br />
de cuero.<br />
- ¡Está usted loco! – Ricardo Gimeno se mostraba indignado y<br />
estaba empezando a sentirse sofocado por la posibilidad de verse<br />
descubierto y por el humo de un cigarrillo de tabaco negro.<br />
- Ya he remitido a la Policía una copia del contrato que<br />
Hermanos Gimeno S. A. ha firmado para proveer de contenedores de<br />
<br />
181
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
residuos radiactivos al CTRE. Y se han mostrado muy sorprendidos al<br />
cotejar las firmas. Parece que la de su hermano tiene visos de no ser<br />
para nada auténtica.<br />
- Es usted un cretino, señor Delgado. En el supuesto de que<br />
eso se demostrara, ¿qué me importaría? No sería tan grave. Eso no<br />
demuestra que yo matara a mi hermano.<br />
- Digamos, señor Gimeno, que fuentes de primera mano le<br />
señalan como el autor. Y en este momento estoy en situación de<br />
demostrar los motivos. Me han informado de que su empresa no<br />
cumple los requisitos necesarios para la fabricación de este tipo de<br />
contenedores; al menos no para que resistan más allá de unos pocos<br />
cientos de años. A no ser que hubieran realizado una cuantiosa<br />
inversión en maquinaria, algo a lo que su hermano se negaba y que,<br />
aparentemente, no se ha hecho. Es una buena razón para quitar a su<br />
hermano de en medio. Le acusarán de estafa, fraude y asesinato.<br />
182<br />
5<br />
- Para ahorrarle conjeturas le diré que esa cuenta no existe,<br />
señor Delgado – admitió el ectoplasma – lo siento, pero ¡necesitaba su<br />
ayuda! Siéntase orgulloso, ha evitado que se almacenara material<br />
nocivo en recipientes inadecuados. Ha salvado la vida de muchas<br />
personas. Es usted… ¡un héroe! – todas las luces del reducido<br />
despacho parpadearon cuando la voz sibilante del espectro pronunció<br />
esa última palabra.<br />
- Orinaré en las flores de su tumba, señor Gimeno – advirtió<br />
Delgado con gesto de fastidio. Ya sabía que trabajar para este tipo de<br />
clientes nunca era sencillo. A veces resultan unos morosos. ¿Y qué<br />
puede hacer entonces un detective psíquico? Farfullar mientras se<br />
cepilla los dientes en un cuarto de baño de luces parpadeantes.
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
NO APARECE EN<br />
MUCHOS MAPAS<br />
Finalista del I Certamen de Relato «Alea Iacta Est»<br />
(Editorial Delenda est Carthago, Valencia)<br />
<br />
183
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
Acostumbrado a vérmelas en las más precarias situaciones<br />
que un hombre pueda siquiera imaginar, a lo largo de mi dilatada<br />
experiencia profesional he visto de todo. No por nada soy uno de los<br />
más reputados escritores de guías de viajes. Tanto si usted ha<br />
realizado un viaje de novios, una escapada de fin de semana, un<br />
trayecto en tren con la mochila al hombro o, en fin, cualquier odisea<br />
que le haya reportado entre dos puntos, hay un número muy elevado<br />
de posibilidades de que haya utilizado una de mis guías.<br />
No obstante he de añadir, dicho esto, que la experiencia más<br />
extraña de cuantas he sido protagonista no acaeció como debiera en<br />
el ejercicio de mi labor, sino cuando la providencia consideró<br />
oportuno que el motor de mi Chevrolet Nova del 77 no diese más de<br />
sí en una carretera secundaria de Maine a finales de los años ochenta.<br />
No me resultó difícil, dado mi hábito literario, blasfemar en diverso<br />
tiempo y manera, sin escatimar en el uso de un léxico cada vez más<br />
aberrante, antes de recorrer más de dos millas en mitad de la noche<br />
cerrada en busca de un teléfono. Me arrastré por el arcén sin que un<br />
solo vehículo interrumpiera el proceloso detalle de lo miserable y<br />
traidor que era mi coche, haciendo restallar mis maldiciones en la<br />
oscuridad, hasta que me topé sin esperarlo con un aislado motel.<br />
Hubiera preferido encontrarme con el muro de una cárcel, seguro que<br />
en el camastro de una celda dormiría mejor, me dije, y si usted ha<br />
visto Psycho sabe de qué hablo.<br />
El Motel Paradise se ubicaba en medio de la nada, un<br />
apartado edificio ancho de una planta. El aparcamiento estaba situado<br />
frente a las habitaciones. Vacío. Le recuerdo que yo no había avistado<br />
ningún automóvil aparte del mío en tres horas. El parpadeo<br />
intermitente de un cartel de neón rosa me comunicó que el motel<br />
disponía de «HABITACIONES LIBRES» (parpadeo) «Sea Bienvenido».<br />
184
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
La puerta estaba decorada con adornos navideños –<br />
espumillón plateado, pequeños copos de nieve pintados con espray<br />
sobre el cristal y algunas bolas con la brillante cubierta descascarillada<br />
- de modo que o bien había sido objeto de una abducción en la<br />
carretera y devuelto seis meses más tarde o, con mayor probabilidad,<br />
deduje, no habían retirado la decoración de navidad en medio año.<br />
Me propuse entrar, hacer una llamada al servicio de atención en<br />
carretera y no demorar en lo más mínimo mi marcha. Al entrar la<br />
puerta hizo sonar una campanilla.<br />
La recepción estaba ridículamente pintada de un rosa pálido<br />
combinado con verde pistacho. Eso es más de lo que un hombre<br />
puede soportar a las cuatro de la madrugada, y más si es escritor de<br />
guías de viaje. Comencé a redactar mentalmente un artículo titulado<br />
«Motel Paradise. Por qué el estilo murió con él». No había nadie tras el<br />
mostrador así que no vacilé en usar con insistencia el timbre.<br />
- En seguida estoy con usted – dijo alguien detrás de mí.<br />
- Oh, perdón, no le había visto – me disculpé. Por supuesto<br />
que no le había visto, ¿cuándo había entrado? ¿cómo? No había<br />
vuelto a oír sonar la campanilla de la puerta. Pero ahí estaba. Un<br />
sujeto de mediana edad, delgado, llevaba un pequeño bigote<br />
recortado y vestía chaleco de lana. Me recordó a John Waters. No me<br />
hubiera sorprendido que él y Divine regentaran un motel de carretera<br />
secundaria pintado de rosa pálido y verde pistacho.<br />
- ¿En qué puedo servirle? – me preguntó tomando posesión<br />
de la estridente recepción del motel - ¿habitación individual?<br />
- No, eh… - titubeé. La idea de quedar atrapado en aquel<br />
lugar siquiera por una noche me provocó un incontenible escalofrío –<br />
he tenido un problema con mi coche. ¿Puedo usar su teléfono?<br />
- ¡Por supuesto! – contestó de inmediato el recepcionista - ¿se<br />
encuentra usted bien? ¡no habrá nadie herido…! ¿verdad?<br />
- No, no. Ha sido una simple avería. Yo estoy perfectamente.<br />
Sólo tengo las plantas de los pies doloridas. No se imagina lo que me<br />
ha costado llegar a este sitio en mitad de la noche - le respondí.<br />
<br />
185
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
- Entiendo, entiendo. Me alegro de que se encuentre bien –<br />
dijo alargándome la mano y ofreciéndome un antiguo teléfono de<br />
color amarfilado – tenga, el teléfono de Roger Murphy, el mecánico de<br />
Elderly, es 555 279 220, atiende veinticuatro horas.<br />
- Muchas gracias – le agradecí sinceramente la atención que<br />
me estaba prestando, después de todo parecía un buen tipo aunque<br />
hubiera perdido el sentido de la estética en algún acto de guerra -<br />
¿Elderly, ha dicho? No había oído hablar de este lugar en Maine.<br />
- ¡Ja! – exclamó mostrando una dentadura con un reluciente<br />
diente de oro – sí, no aparecemos en muchos mapas. No es algo<br />
bueno para el negocio, ya me entiende. No hay mucho más aparte de<br />
este motel, el taller mecánico, una tienda de ultramarinos y apenas<br />
una decena de casas. Aunque de tanto en tanto llega gente<br />
preguntando por el museo de botones…<br />
- ¿Sí? ¿Hola? ¿Roger Murphy? – yo ya había marcado el<br />
teléfono del mecánico – Sí. Hola. Perdone que le llame en mitad de la<br />
noche. Sí. En efecto. Un Chevy Nova del 77. Creo que es el radiador.<br />
¿No podrá venir hasta primera de la mañana? Pero yo… Muy bien,<br />
muy bien. Le esperaré. Estoy en el motel Paradise. De acuerdo. Nos<br />
vemos a primera hora de la mañana.<br />
186<br />
Me vi condenado a pernoctar en el motel Paradise.<br />
- Señor… - dije dirigiéndome al recepcionista. Ni siquiera<br />
sabía cómo se llamaba.<br />
- Wally – dijo sonriendo. La punta del diente dorado refulgía<br />
entre los labios – Wally Sinclair. Parece que finalmente vamos a<br />
disponer de usted como cliente…<br />
- Sí – respondí tratando de ocultar mi incomodidad – eso<br />
parece. ¿Me decía usted algo de un museo?<br />
- Ah, sí. Nuestro museo de botones es lo más destacado de<br />
Elderly. Aparece en algunas guías de viaje ¿sabe? – dijo con un<br />
afectado gesto de orgullo.
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
- ¡No me diga! Un museo de botones debe ser algo digno de<br />
verse – mentí. ¿Aparece en alguna guía de viaje? Sí, claro.<br />
Probablemente en alguna que esté sujetando la pata de la mesa de la<br />
sala de espera de un dentista de quinta categoría. Ése sería un buen<br />
lugar para una guía que hable de Elderly y su motel o su museo.<br />
- Está justo detrás del motel. Si lo desea en cuanto le<br />
asignemos una habitación puedo mostrárselo – se ofreció con sincero<br />
entusiasmo.<br />
- Verá, señor Sinclair, no quisiera causarle más molestias. Ya<br />
está haciendo por mí todo cuanto puede y se lo agradezco, yo… -<br />
traté de escurrir el bulto de alguna manera. ¿Qué pretendía ese<br />
lunático? ¿Enseñarme un museo de botones a las cuatro de la<br />
mañana? ¿Enseñarme el museo de botones situado tras un aislado<br />
motel de carretera con una recepción pintada de rosa pálido y verde<br />
pistacho y regentada por un clon de John Waters? No. Dios. No. Era<br />
una broma. Comencé a pensar que finalmente sí había sido objeto de<br />
una abducción.<br />
- ¡No es ninguna molestia! Dispongo de la llave. Aquí mismo.<br />
¿Lo ve? – dijo haciendo tintinear su llavero - ¿pagará en efectivo o<br />
mediante tarjeta? No aceptamos cheques, lo siento. Son veinte dólares<br />
la noche. Dispone agua caliente en la ducha y de hielo en la máquina<br />
de ahí fuera.<br />
Me sentí total y abrumadoramente atrapado en el motel<br />
Paradise, Elderly, Maine. No aparece en muchos mapas. Saqué la<br />
cartera y dejé caer un billete de veinte dólares sobre el mostrador. ¿Le<br />
debo algo por la llamada? ¿No? Gracias, señor Sinclair.<br />
- Escriba aquí su nombre y firme, por favor – me pidió<br />
girando hacia mí un pequeño libro de registro.<br />
Stephen Kingstone. Firma.<br />
- ¿Stephen Kingstone? – me preguntó con los ojos abiertos<br />
como platos - ¿el mismo Stephen Kingstone autor de «Las cien camas<br />
de hotel en que debe dormir antes de morir»?<br />
<br />
187
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
Kingstone no es un apellido corriente. Asentí con la cabeza,<br />
mitad aturdido por encontrar a un lector en mitad de la nada y mitad<br />
estremecido por que Wally Sinclair fuera ese lector.<br />
- ¡Iiih! – exclamó. Era un gritito agudo, como de adolescente<br />
en primera fila en un concierto de los Beatles. Sentí que se me<br />
ruborizaban las mejillas - ¡Señor Kingstone! ¡Ahora sí debe<br />
acompañarme a ver el museo! El más reputado autor de guías de viaje<br />
en el motel Paradise, ¡cuánto honor! Venga conmigo, se lo ruego.<br />
Acompañé a Wally Sinclair hasta la parte trasera del motel,<br />
donde se levantaba un edificio anexo, con forma de cobertizo, del que<br />
pendía un cartel rodeado de bombillas que rezaba «MUSEO DE<br />
BOTONES DE ELDERLY. No hay otro igual. Desde 1957».<br />
- Entre, señor Kingstone. Espere, daré las luces, será un<br />
momento – escuché decir a Wally Sinclair mientras lo oía accionar un<br />
interruptor.<br />
El interior del museo estaba formado por una larga hilera de<br />
enormes vitrinas, con algo parecido a maniquíes.<br />
- Éste es Richard Bachman – dijo Wally Sinclair indicando el<br />
primero de los expositores. En su interior, un adolescente pelirrojo en<br />
cuyo rostro aún se apreciaba una combinación de pecas y acné,<br />
uniformado con un traje de color desvaído y un risible casquete, nos<br />
miraba con el gesto congelado en una mueca pretérita a causa del<br />
embalsamamiento – fue botones del motel en 1957…<br />
Salí corriendo y no paré hasta que amaneció, a bastante<br />
distancia del motel Paradise. No he vuelto a saber de mi Chevrolet<br />
Nova del 77 ni de Elderly. Afortunadamente no aparece en muchos<br />
mapas.<br />
188
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
LA BRÚJULA<br />
APUNTA AL MUERTO<br />
<br />
189
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
190<br />
1<br />
No quiero perderme el desayuno<br />
Resta muy poco para la salida del sol cuando tres niños<br />
exhaustos concluyen la tarea que les ha ocupado gran parte de la<br />
noche. Con la última palada de tierra queda cubierto el cuerpo inerte<br />
de Nicholas Nicky Blaumann; pelirrojo, plagado de pecas, pusilánime,<br />
prescindible, enterrado en lo más profundo de un bosque de Maine.<br />
- ¡No debimos hacerlo! – gime Jonah Spelling. La linterna<br />
entre sus manos agosta las baterías después de iluminar durante toda<br />
la madrugada.<br />
- ¡Cállate de una vez, Jonah! – ruge Martin Hills. En sus ojos<br />
verdes restalla con virulencia un desprecio inusual para un niño de<br />
doce años – y vámonos de aquí antes de que amanezca o todo el<br />
mundo en el campamento sabrá que pasamos la noche fuera…<br />
- ¡Todo el mundo lo sabrá! ¡Todo el mundo sabrá lo que<br />
hicimos, Martin! – replica Jonah, agitando frenéticamente su linterna<br />
tratando de que funcione de nuevo.<br />
- Cierra la boca, Jonah – ordena Robert Bobby Spelling. Su<br />
voz ha sonado fría, carente de afecto.<br />
Jonah guarda silencio unos instantes, todavía perplejo por la<br />
falta de apoyo de su hermano mayor. Habría dado el tema por<br />
zanjado pero no puede ignorar que acaban de dar sepultura al<br />
cadáver de Nicky y, por encima de todo, que son directamente<br />
responsables de su muerte.
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
- Pero Bobby… Bobby… - Jonah trata inútilmente de que su<br />
hermano le respalde - ¡lo buscarán!<br />
- Eso harán – responde Bobby con los ojos clavados en el<br />
montículo de tierra removida - lo buscarán. Mostrarán su fotografía a<br />
los conductores que paren a repostar en la gasolinera de Jimbo<br />
McKenzie y pegarán carteles en el tablón de anuncios de la tienda de<br />
ultramarinos de Wally Sturger. Y ¿qué crees que encontrarán? Nada.<br />
Nosotros mantendremos la boca cerrada, y en unos meses nadie se<br />
acordará del tema. Como la última vez.<br />
Bobby Spelling dice esto último muy despacio. «Como la<br />
última vez…» A Jonah se le hiela la sangre en sus delgadas muñecas.<br />
- ¡Pero esto no ha sido un accidente! – interpela.<br />
Martin chasquea la lengua.<br />
- Haz caso a tu hermano – dice – mantén la boca cerrada. Y<br />
regresemos de una vez. No quiero perderme el desayuno.<br />
2<br />
«Monitor» no significa nada<br />
Para Steven Steve Salinsky, monitor en el campamento<br />
Sandy Lake, junto al lago homónimo, ha comenzado a hacerse<br />
palpable que está ante un problema serio. Los comentarios en voz<br />
baja se abrieron paso entre los cuencos de cereales y los vasos de<br />
zumo de naranja desde el instante en que se constató la ausencia de<br />
Nicky Blaumann en el comedor. Todo el mundo ha recordado<br />
instintivamente a Julia Spencer. La pequeña July, con sus trenzas de<br />
color cobrizo y sus vivaces ojos azules.<br />
- De eso hace dos años – comenta Steve. Habla con una<br />
joven de poco más de diecisiete años pero está de espaldas<br />
rebuscando en un tarjetero circular del que penden tarjetas<br />
<br />
191
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
comerciales y notas manuscritas con números de teléfono – no<br />
solemos hablar de ello ¿entiendes?<br />
192<br />
La muchacha asiente aunque Steve le dé la espalda.<br />
- El verano siguiente más de tres cuartas partes de los padres<br />
decidieron no enviar aquí a sus hijos – continúa, perdiendo la<br />
paciencia por minutos -. Estuvimos a punto de cerrar. Pero era<br />
lógico… Durante una temporada hasta yo pensé que era lo mejor. ¡Y<br />
ahora esto!<br />
La muchacha observa la amplia espalda de Steve Salinsky;<br />
bajo el anagrama del campamento impreso sobre la característica<br />
camiseta amarillo pálido puede leerse la palabra «MONITOR».<br />
Durante varias semanas ha pensado que incluso la camisa sudorosa y<br />
manchada de grasa de Jimbo McKenzie, el alcohólico propietario de la<br />
gasolinera, en cuya pechera saluda bordado en rojo un «James»<br />
deshilachado, impone mayor respeto que la risible camiseta de Steve.<br />
«Monitor» no significa nada, barrunta, es un eufemismo de «niñera».<br />
Peor aún. De «niñero». Y habría sonreído abiertamente de no estar<br />
preocupada por la suerte de Nicholas Blaumann. Pero hoy, después<br />
de que el niño haya faltado al recuento habitual del desayuno, la<br />
palabra impresa en la espalda de su camiseta adquiere una gravedad<br />
desacostumbrada. Hace que todo el peso de la responsabilidad<br />
recaiga sobre los hombros de su ridícula camiseta amarillo pálido.<br />
- ¡Aquí está, gracias a Dios! – exclama Steve – el teléfono de<br />
los padres del niño… Susanne – dice – voy a telefonearles. Con suerte<br />
el crío echó en falta a su madre, hizo auto-stop desde el cruce de<br />
Green Oaks y está en casa mojando galletas en un tazón de leche<br />
caliente – no lo cree, después del incidente de July, pero es mejor que<br />
nada. Es mejor que pensar en otra cosa - ¿podrías ir a hablar con sus<br />
compañeros de cabaña? Quizá lo vieron cuando se marchó o<br />
escucharon algo.<br />
Susanne Phillips asiente con la cabeza. Le intriga la historia de<br />
July Spencer, pero sabe que no es momento de hacer preguntas.<br />
Mientras abandona el minúsculo barracón, que hace las veces de<br />
oficina y mentidero punto de reunión para los adictos al cigarrillo de<br />
las diez y media, aún escucha la voz de Steve.
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
- ¿Señora Blaumann? Steve Salinsky, del campamento Sandy<br />
Lake. Es por su hijo…<br />
3<br />
Está jodidamente rota<br />
- Es su brújula – Bobby Spelling está de pie junto a la cama<br />
de Nicky Blaumann y se refiere al objeto que Martin Hills sostiene en<br />
su mano derecha y mueve de un lado para otro -. Grabó sus iniciales<br />
con mi navaja suiza. ¿Lo ves? Aquí. «N.B.» – añade arrebatándole la<br />
brújula y girándola para hacer visible la parte inferior -.<br />
- ¡No toquéis sus cosas! – Jonah no ha probado bocado<br />
durante el desayuno y su agitación nerviosa está empezando a resultar<br />
molesta. Su hermano Bobby lo empuja con la mano libre y lo hace<br />
aterrizar de bruces en el suelo - ¿Qué más te da? Él ya no va a<br />
necesitarla.<br />
rota.<br />
- Además – apunta Martin con inquina – está «jodidamente»<br />
«Jodidamente» es una palabra que Martin ha escuchado a<br />
menudo de labios de su padre, quien la emplea con frecuencia. La<br />
cena suele estar «jodidamente» fría y la cerveza «jodidamente»<br />
caliente. En ocasiones, durante la noche, sobre todo si es Viernes y su<br />
padre ha regresado de apoyar sus codos en la barra de McDougal’s,<br />
Martin le ha escuchado decir de su madre que es «jodidamente»<br />
frígida. Su pequeña mente sádica disfruta viendo a su padre humillar<br />
a su madre. Y ha disfrutado «jodidamente» enterrando a ese idiota de<br />
Nicky Blaumann. No lo soportaba. Era aún peor que el enclenque de<br />
Jonah, que se ha levantado del suelo y solloza sentado a los pies de su<br />
cama.<br />
- No está rota. Mira la flecha – indica Bobby.<br />
- Eres estúpido. «Jodidamente» estúpido – responde Martin.<br />
Habría que limpiar su boca con jabón si no hubiera que gastarlo todo<br />
<br />
193
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
limpiando su escrofulosa alma negra – apunta hacia el bosque. Eso es<br />
el Este. Está «jo-di-da-men-te» rota.<br />
194<br />
4<br />
Con cartulina y macarrones<br />
Llaman a la puerta. Lo habitual es que se trate de un monitor.<br />
Cualquiera de los otros niños, ellos también, se mueven con libertad<br />
entre las cabañas de los campistas y nadie se molesta en llamar antes<br />
a de entrar. Indefectiblemente las miradas de Martin y Bobby se<br />
dirigen a Jonah. Éste traga saliva con dificultad y no dice nada. Bobby<br />
Spelling vuelve a dejar la brújula de Nicky Blaumann junto al resto de<br />
objetos visibles que delatan su ausencia; el corrector dental que usaba<br />
durante la noche, la loción anti-mosquitos que le hacía oler a huevos<br />
cocidos y una fotografía de su perro Sparky inmortalizado dentro de<br />
un cubo de metacrilato, recuerdo de la Feria Anual de Artes y Oficios<br />
de Bangor.<br />
Susanne Phillips abre la puerta con cierto reparo. Entiende<br />
que los niños deben estar preocupados por la desaparición de su<br />
amigo.<br />
- ¿Os comentó que quería marcharse del campamento? –<br />
pregunta - ¿escuchasteis o visteis algo durante la noche, tal vez? A<br />
Nicholas saliendo de la cabaña…<br />
Martin Hills la mira con el rostro a punto de romperse en un<br />
mar de lágrimas. Se apoya en su hombro y gime durante unos<br />
segundos, y una hombría que apenas comienza a esbozarse no puede<br />
evitar reparar en el aroma a perfume que emana de sus pechos<br />
adolescentes.<br />
- Estamos preocupados, señorita Phillips – musita Martin<br />
inclinado sobre la muchacha - ¿cree usted que le ha pasado algo<br />
malo?
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
- No te preocupes, Martin – le reconforta Susanne, palmeando<br />
su hombro con suavidad -. No os preocupéis ninguno – dice<br />
levantando la mirada del suelo de tablones de madera y mirando a los<br />
hermanos Spelling -. ¿Qué os parece si me acompañáis al taller de<br />
manualidades y preparamos algo especial para cuando Nicholas<br />
regrese? ¡Podemos hacer un gran cartel de bienvenida!<br />
- Sí ¡con cartulina y macarrones! – repone Martin desde la<br />
calidez del regazo de la señorita Phillips. «Con cartulina y macarrones»<br />
- se repite a sí mismo - «y después haremos un castillo en la orilla del<br />
lago. Podemos usar la misma pala con la que enterramos a ese<br />
cobarde » - añade para sí y sonríe observando el rostro acongojado de<br />
Jonah.<br />
5<br />
Junto al embarcadero<br />
La desaparición de July Spencer, dos veranos atrás, provocó<br />
una enorme conmoción que alcanzó a todo el conjunto de pequeños<br />
pueblos que circunvalan el parque natural de Sandy Lake. De hecho,<br />
tenía todos los ingredientes para interesar a los medios informativos.<br />
Un equipo de televisión se desplazó desde Augusta en cuanto se hizo<br />
público que la niña había dejado de ser vista el mismo día de su<br />
cumpleaños y se incluyó en los teletipos de noticias una fotografía de<br />
la pequeña, tomada el mismo día de su falta, ensanchando su boca en<br />
una amplia sonrisa y llevando un gorro de pico a topos en el que se<br />
leía «Feliz Cumpleaños July» - confeccionado en el taller de<br />
manualidades del campamento -.<br />
Durante las primeras semanas se sucedieron las llamadas de<br />
personas que creyeron haberla visto, comprando un helado en el<br />
G&J’s Quik Mart o subiendo a una furgoneta Ford Expedition oscura,<br />
pero al final todas las pistas condujeron a callejones sin salida y al<br />
cabo de unos meses el último agente de la última comisaría local<br />
encargado de su búsqueda dio carpetazo al asunto.<br />
<br />
195
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
Tal vez las investigaciones hubieran tenido más éxito si<br />
alguien hubiera hablado con Martin Hills, Nicky Blaumann y los<br />
hermanos Bobby y Jonah Spelling.<br />
- Feliz cumpleaños, July – dijo Martin. July estaba sentada en<br />
uno de los columpios situados tras el comedor. Acababan de servir la<br />
tarta; de bizcocho y nata con fresas.<br />
Jonah.<br />
196<br />
- ¡Feliz cumpleaños! – dijeron casi al unísono Nicky, Bobby y<br />
- Gracias – respondió July, y les agasajó con una sonrisa<br />
digna del primer premio del concurso Miss Pequeña Belleza South<br />
Portland.<br />
- Tenemos un regalo para ti – aseveró Martin.<br />
- ¿De verdad? – una pequeña reina de la belleza no puede<br />
resistirse a los regalos.<br />
- Sí, te lo daremos esta noche. Junto al embarcadero. Ven<br />
cuando hayan apagado las luces.<br />
6<br />
¿Dónde está mi regalo?<br />
July Spencer encontró a Martin Hills recostado sobre una<br />
canoa cuando se presentó en el embarcadero del campamento Sandy<br />
Lake, a orillas del lago homónimo, la noche en que fue vista por<br />
última vez. Nicky Blaumann y los hermanos Spelling salieron de algún<br />
recodo a su espalda.<br />
- ¿Dónde está mi regalo? – musitó July con un hilo de voz.<br />
Había empezado a sentirse incómoda.<br />
- Antes – dijo Martin. Se había incorporado y se acercaba a la<br />
pequeña de trenzas cobrizas y brillantes ojos azules - ¡levántate la<br />
camiseta!
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
- ¡No voy a hacerlo, Martin Hills! – respondió July – y voy a<br />
contárselo todo al señor Salinsky.<br />
- ¡Cogedla! – ordenó Martin.<br />
July se giró para emprender la huida con tan mala fortuna<br />
que resbaló en el terreno húmedo de la orilla y cayó golpeándose la<br />
cabeza contra las rocas blancas que jalonan los márgenes del lago<br />
Sandy.<br />
- Está sangrando, Martin –Nicky Blaumann estaba inclinado<br />
sobre el cuerpo de la pequeña Miss – y no se mueve. ¡La has matado!<br />
Martin chasqueó la lengua.<br />
- Yo no he matado a nadie. Y si está «jodidamente» muerta,<br />
en todo caso, la hemos matado ¿vale? Todos estamos en el mismo<br />
barco…<br />
- ¿Qué haremos, Martin? – preguntó Bobby Spelling.<br />
- ¿Recordáis lo que nos explicó el imbécil de Salinsky acerca<br />
del lago? Lo de las corrientes y las grutas subterráneas.<br />
- Dijo que el lago Sandy está conectado con el río Penobscot<br />
por galerías subterráneas y que las corrientes son muy fuertes –<br />
respondió Jonah como si estuviera en un programa de televisión y<br />
fuera la pregunta del millón de dólares - y que en ocasiones algunos<br />
animales, alces sobre todo, se ahogan en el lago y son engullidos por<br />
las corrientes que los conducen a través de las galerías y desaparecen<br />
para siempre.<br />
- Bueno, ya sabéis qué hacer – las intenciones de Martin eran<br />
claras – ayudadme a levantar el cuerpo. Después limpiaremos la<br />
sangre.<br />
7<br />
¿Eres tú, Nicky?<br />
<br />
197
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
- Iba a contarlo todo, Jonah – Bobby Spelling agarra a su<br />
hermano menor Jonah por los hombros, y le habla mirándolo<br />
fijamente a los ojos - ¿qué podíamos hacer?<br />
- Vamos a ir al infierno – Jonah no ha parado de sollozar en<br />
todo el día – lo sé, lo explicó el reverendo Murphy. ¡No matarás,<br />
Bobby! ¡No matarás!<br />
- ¡Ha quedado «jodidamente» estupendo! – exclama Martin.<br />
Ha utilizado chinchetas de colores para fijar a la pared de troncos el<br />
cartel que reza «Vuelve pronto Nicky. Tus amigos te echan de menos.<br />
Campamento Sandy Lake» - …y tú – dice dirigiéndose a Jonah – deja<br />
de llorar por ese chivato de Nicky. ¿Dónde crees que estarías ahora si<br />
le hubiera contado a Salinsky lo que hicimos? En la cárcel. De modo<br />
que cállate de una vez. Nicky Blaumann tiene lo que se merece.<br />
198<br />
- ¡Mirad eso! – exclama Jonah súbitamente.<br />
La brújula de Nicholas Blaumann, junto a su loción antimosquitos,<br />
su corrector dental y la fotografía de Sparky, el schnauzer<br />
que feneció bajo las ruedas delanteras de un Chevrolet Impala del 72,<br />
ha comenzado a girar frenéticamente señalando en todas direcciones.<br />
- ¿Eres tú, Nicky? – pregunta Jonah Spelling con voz<br />
temblorosa.<br />
- ¡No digas tonterías! – replica Martin. Un pensamiento<br />
malicioso se ha abierto paso en su diabólica cabeza de sexto curso;<br />
Jonah Spelling debería estar haciendo compañía a Nicky Blaumann<br />
en su agujero hecho a medida en mitad del bosque – ya os he dicho<br />
que esa brújula no funciona… - Martin Hills chasquea la lengua - ¡voy<br />
a deshacerme de ella de una vez!<br />
Desde la ventana de su cabaña, el campamento Sandy Lake<br />
permanece tranquilo una vez que se ha puesto el sol. Martin Hills<br />
arroja la brújula a la negrura de la noche y espera no tener que hacer<br />
lo mismo con el timorato de Jonah.
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
- Se acabó… - masculla entre dientes. No se refiere sólo a la<br />
brújula. Quiere dar el tema de Nicky por zanjado. Por el bien de<br />
Jonah, se dice, espera que éste se dé por aludido.<br />
Vuelven a llamar a la puerta. Martin Hills está casi seguro de<br />
que se trata de la señorita Phillips, pero no apostaría su vida. Los<br />
hermanos Spelling tampoco.<br />
- Callaos… debe ser la señorita Phillips – dice Martin<br />
finalmente.<br />
8<br />
La brújula apunta al muerto<br />
Martin Hills abre la puerta de la cabaña que comparte con los<br />
hermanos Spelling y con las pertenencias del desaparecido Nicky<br />
Blaumann. Espera encontrar a la señorita Phillips, o quizá al señor<br />
Salinsky, tal vez con más preguntas acerca de Nicky o con una taza de<br />
chocolate caliente para paliar el abatimiento por su ausencia.<br />
No hay nadie. Pero lo que encuentra a sus pies le enfurece<br />
«jodidamente». Es un gorro en forma de pico, hecho de cartulina y<br />
decorado a topos; rotulado con una caligrafía infantil se lee «Feliz<br />
Cumpleaños July». Martin Hills lo aplasta con su zapatilla deportiva<br />
del número 37.<br />
- ¡Alguien más nos vio! – gruñe fuera de sí – allí está… -<br />
señala. Cree haber visto a alguien que se interna en la sombras,<br />
camino del embarcadero - ¡vamos!<br />
Martin Hills se lanza en su persecución. No deja de repetirse<br />
que estarán «jodidamente» perdidos si quien quiera que sea se va de<br />
la lengua. Los hermanos Spelling van tras él, no tienen más remedio.<br />
Al llegar al embarcadero se detienen en seco. Martin Hills ha<br />
trasmudado el gesto y está temblando. La superficie del lago Sandy les<br />
devuelve una réplica exacta de la luna; henchida, pálida y brillante. Su<br />
<br />
199
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
luz espectral ilumina el cadáver tumefacto de la pequeña July, que<br />
avanza hacia ellos renqueante sembrando de podredumbre cada paso.<br />
Ya no hay rastro de las trenzas cobrizas; el pelo, a jirones, deja<br />
entrever gran parte de un cráneo tachonado de pequeños moluscos de<br />
agua dulce. La antaño primorosa sonrisa es una cavidad oscura,<br />
cenagosa, en la que apenas restan un par de dientes torcidos y donde<br />
palpita una masa informe y desbordante de gusanos. Las cuencas de<br />
sus ojos están vacías, rellenas del pestilente limo que cubre el fondo<br />
del lago, y arrastra, adherida a una de las descarnadas mejillas, una<br />
lamprea que se contorsiona de manera vomitiva.<br />
Los niños quieren correr pero del fango ha brotado una<br />
miríada incontable de gusanos y sus piernas están presas en el manto<br />
viscoso y vivo que se enrosca con fuerza a sus frágiles huesos.<br />
- ¿Dónde… está… mi… regalo…? – pregunta July Spencer, la<br />
antigua reina infantil de la belleza, muerta dos años atrás, con una voz<br />
cavernosa y repugnante.<br />
200<br />
9<br />
¿Qué tienes ahí?<br />
- Steve, ya he acabado de empaquetar los utensilios de cocina<br />
– Susanne Phillips acarrea una enorme caja de cartón -. Es muy triste<br />
que el campamento tenga que cerrar...<br />
- Cinco niños, Susanne, ¡cinco niños desaparecidos en dos<br />
años! Aunque se haya desestimado el pleito, no tengo ánimos para<br />
seguir con esto – Steve Salinsky tiene la mirada perdida y sus dedos<br />
juguetean nerviosos con un objeto metálico.<br />
- ¿Qué tienes ahí?<br />
- Una brújula. La encontré tirada. La pondré junto al resto de<br />
objetos perdidos que nadie va a reclamar, aunque está estropeada.<br />
- No lo parece – dice Susanne observando el ondulante<br />
movimiento del indicador.
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
- Lo está. Fíjate. Señala al Sur, en dirección al lago.<br />
<br />
201
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
LA ESTIRPE DE<br />
DAMBALLAH<br />
<br />
203
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
204<br />
I<br />
El automóvil avanzó con lentitud los últimos metros, a través<br />
de un sendero escoltado por un bosque de chopos que se extendía al<br />
menos media hectárea a cada lado. Por el retrovisor, Isabel alcanzó a<br />
ver cómo el guardia de seguridad cerraba la enorme puerta de hierro<br />
forjado. Un jardinero vestido con un mono verde de trabajo les saludó<br />
cuando cruzaron por delante del cuidado jardín de begonias. Un poco<br />
más adelante, otro empleado les hacía señas para que se desviaran a<br />
la derecha.<br />
- Estamos haciendo una pequeña reforma – les dijo cuando<br />
Jaume detuvo el Fiat y se interesó por él – por favor aparquen junto a<br />
aquel edificio – dijo señalando una construcción algo más pequeña<br />
que la edificación principal – y reúnanse conmigo junto a la puerta, si<br />
son tan amables.<br />
Jaume acató las indicaciones con aire solícito, le dio las<br />
gracias y respiró aliviado. Se había sentido algo extraviado después de<br />
que abandonaran el extrarradio de <strong>Bar</strong>celona, y se internasen en<br />
aquel ramal laberíntico hasta que, finalmente y tras interpretar con<br />
ciertas dificultades las ambiguas indicaciones que habían recibido en<br />
una anodina carta, se habían encontrado con el sucinto recibimiento<br />
de la placa que rezaba «CENTRO HALTER PARA LA<br />
RECUPERACIÓN ESPIRITUAL».<br />
- Ya hemos llegado… - dijo lacónicamente Jaume mientras<br />
accionaba el freno de mano - ¿te encuentras bien?<br />
- Sí, no te preocupes - respondió la mujer, esforzándose por<br />
sonreír.<br />
- Isabel, antes de que entremos quiero que sepas…
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
Ella le miró, le acarició levemente la barbilla con los dedos y<br />
no permitió que su marido continuara hablando.<br />
quiero.<br />
- Deberías afeitarte – musitó – y lo sé – añadió - yo también te<br />
Continuaron mirándose en silencio durante unos instantes, sin<br />
volver a tocarse, ambos con miedo a que un abrazo o cualquier otro<br />
gesto cercano desencadenara una nueva tormenta de lágrimas y<br />
disculpas, de arrepentimientos y reproches que en ningún caso<br />
afectaría a la inmutable realidad de sus vidas.<br />
- Nos esperan - terció Isabel. Jaume no se hubiera atrevido a<br />
ser quien finalmente evidenciara el hecho de que se habían retrasado,<br />
que alguien les aguardaba en algún despacho del edificio, que lo<br />
habían discutido varias veces y que, aparentemente, era la mejor<br />
opción. No hubiera tenido el valor de decir todo aquello porque al<br />
final del día, sólo él emprendería el viaje de regreso a casa. En<br />
cualquier caso ya no importaba, Isabel ya había abierto la puerta del<br />
coche, y se apoyaba en una pierna para escapar de aquel pequeño<br />
encierro y entrar en otro, cuando le dijo – No les hagamos esperar.<br />
Jaume se apuró por alcanzar a su esposa, que caminaba unos<br />
pasos por delante. Observaba su silueta espigada tratando por retener<br />
cada secuencia de aquella última filmación, consciente de que<br />
revisaría una y otra vez en su mente aquellos postreros fotogramas<br />
durante semanas. Les habían insistido en que al principio era<br />
absolutamente imprescindible que el interno permaneciera aislado de<br />
todo contacto familiar. Por su bien. Por el de todos, habían añadido.<br />
Jaume tomó de la mano a Isabel cuando se halló a su lado. Ella<br />
sonrió, pero no le miraba. Tenía los ojos clavados en el imponente<br />
edificio que les recibía.<br />
- Buenos días – les saludó el empleado que les aguardaba –<br />
señores ¿Llorens?<br />
Isabel.<br />
- Sí – respondió Jaume – Yo soy Jaume y esta es mi mujer,<br />
<br />
205
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
- Encantado – correspondió sonriente el empleado – mi<br />
nombre es Joseph. Soy el secretario del doctor Halter. Les adelanto<br />
que el doctor tiene mucho interés por conocerla, señora Llorens –<br />
añadió dirigiéndose a Isabel.<br />
Ella no gesticuló. Jaume creyó oír en su interior un pequeño<br />
crujido, como un cristal que se agrieta.<br />
- Síganme – les pidió Joseph al tiempo que hacía gestos a uno<br />
de los empleados con mono de trabajo – por favor, dejen aquí el<br />
equipaje. Se ocuparán de subirlo a la habitación inmediatamente.<br />
Joseph se internó en el edificio y comenzó a ascender los<br />
peldaños de una angosta escalera. Jaume e Isabel continuaban asidos<br />
de la mano cuando le siguieron.<br />
206<br />
II<br />
El salón del pequeño apartamento presentaba un aspecto<br />
deplorable. Jaume permanecía recostado en el sofá, pálido y aferrado<br />
a la fotografía del pequeño Marc. Isabel y Marc, pensaba Jaume<br />
cuando los tenía a ambos, la síntesis de la felicidad que ahora le<br />
parecía no sólo lejana sino imposible, impensable. Durante los<br />
primeros días trató de ser fuerte, llegando a acariciar la idea de visitar<br />
la tumba de su hijo. Por los dos. Por ella. Por Isabel. Trató de vencer<br />
la resistencia a releer el nombre de Marc grabado con la persistencia<br />
del llanto sobre su lápida. Pero al final no pudo. Se había abandonado<br />
a la soledad, alienado del mundo sin su mujer y su hijo.<br />
La callada amargura que reinaba en la estancia se quebró por<br />
el sonido del teléfono. Hacía días que su familia había dejado de<br />
interesarse por él, agotados y exasperados por la complacencia de<br />
Jaume por recrearse en su dolor. Se incorporó aturdido y contestó de<br />
forma mecánica, habiendo perdido hacía tiempo la esperanza de<br />
encontrar la voz de su mujer al otro lado de la línea.<br />
- ¿Jaume? – preguntó una voz familiar – cariño, soy Isabel…
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
- ¡Isabel! – exclamó Jaume - ¿qué tal te encuentras? ¿puedo ir<br />
a verte?<br />
- Jaume estoy muy bien, mejor de lo que esperaba<br />
encontrarme nunca después de perder a Marc.<br />
Jaume sintió un estremecimiento. No había escuchado el<br />
nombre de su hijo de labios de su esposa en mucho tiempo.<br />
- Isabel… - tan sólo alcanzó a musitar Jaume.<br />
- Amor mío, me siento bien y tengo noticias que harán que tú<br />
también te sientas así. Ha sido algo inesperado, pero… Creo que así<br />
debía ser. Por favor, ven a recogerme y te lo explicaré todo. Te quiero,<br />
Jaume – la voz de Isabel sonaba distinta, esperanzada. Se diría que<br />
feliz.<br />
- Te quiero Isabel. Te quiero mucho – dijo Jaume, sin saber<br />
de qué le hablaba su mujer. Únicamente sabía que la amaba todo<br />
cuanto era posible.<br />
Ni siquiera reparó en su aspecto descuidado, en el semblante<br />
pálido y ojeroso cuando colocó el espejo retrovisor del coche.<br />
Condujo como un lunático hasta reencontrarse con Isabel. Su esposa<br />
le aguardaba frente al edificio en que la había abandonado semanas<br />
atrás, aunque la expresión de su rostro era radicalmente opuesta. Se<br />
mostraba radiante. Sonreía.<br />
- ¡Jaume!<br />
- ¡Isabel!<br />
Jaume abrazó a su esposa tratando de fundirse con ella. Tal<br />
vez así no volverían a separarse nunca, pensó. Pero de inmediato<br />
algo, en el fondo de su mente, como un instinto atávico, le hizo saber<br />
que eso no sería posible. Algo se interponía entre ambos.<br />
- Jaume… estoy embarazada – le desveló su mujer al oído. Él<br />
la miró fijamente a los ojos – es un nuevo comienzo, mi amor –<br />
<br />
207
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
añadió. Él, sin todavía asimilar sus palabras, espaciado de ella por una<br />
fuerza oculta, tan sólo asintió.<br />
208<br />
III<br />
Jaume contemplaba el plácido sueño de su esposa, incapaz<br />
de conciliar el suyo propio. Consultó la hora en el despertador digital,<br />
señalada en números rojos que emitían una pequeña aura. Aún<br />
faltaban demasiadas horas para abandonar aquella tortura que era la<br />
noche, horas en que la mente ociosa le conducía una y otra vez al<br />
mismo lugar. A la misma imagen. Una lápida. Marc.<br />
Se levantó y se internó entre sombras por el pasillo. Los faros<br />
de un solitario vehículo se aventuraron a través del ventanal del salón<br />
e iluminaron momentáneamente una de tantas fotografías de su hijo<br />
muerto, recordando su ausencia en cada rincón de la casa. Pronto<br />
Isabel pediría retirarlas, si no todas, la mayoría. Estaba seguro. Entró<br />
en la cocina y abrió la puerta del refrigerador. Un escalofrío le asaltó<br />
cuando se inclinó en busca de un cartón de zumo, imbuido por el<br />
resplandor espectral de la nevera abierta. Sentía un constante peso<br />
aplastándole el pecho, al que se añadía más lastre toda vez que<br />
pensaba en Marc. Extrajo un cartón de zumo de naranja y cerró la<br />
puerta del refrigerador.<br />
- Papá…<br />
Le asaltó la figura de Marc, contrahecha a causa del<br />
accidente, con las ropas bañadas en su propia sangre y las cuencas de<br />
los ojos conteniendo una albúmina hedionda. El cartón de zumo se<br />
estrelló contra el suelo, mezclándose el jugo anaranjado con un limo<br />
ocre y rojizo que se extendía a los pies del niño; su sangre y la tierra<br />
removida de su sepultura.<br />
hijo.<br />
- Papá… no lo permitas – le susurró la demacrada efigie de su
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
Jaume gritó con todas sus fuerzas. Gritaba el nombre de Marc<br />
cuando se incorporó todavía en su cama, junto a Isabel. Aún tardó<br />
unos instantes en cerciorarse de que había sufrido una pesadilla.<br />
A la mañana siguiente aún no había abierto los ojos cuando<br />
sus dedos, palpando a tientas el frío espacio que su esposa había<br />
dejado a su lado, le hicieron suponer que había dormido más de la<br />
cuenta. Se incorporó pesadamente, aún asaetado por la truculencia de<br />
la pesadilla.<br />
Filtrada a través de los finos muros del apartamento le llegaba<br />
la voz de Isabel, tarareando alguna melodía. Jaume se esforzó por<br />
sonreír. Isabel había sufrido tanto o más que él y era justo que se viera<br />
correspondida, ahora que el corazón de una nueva ilusión compartía<br />
con ella sus latidos. Jaume se apoyó contra el marco de la puerta y<br />
lanzó una última mirada a la cama deshecha. No volvería a dormir<br />
solo, se dijo. Conforme avanzaba hacia su esposa percibía con mayor<br />
claridad la cadencia de su voz, un ritmo repetitivo y extraño, casi<br />
siseado en los labios de su mujer.<br />
- Mwen se petit papa vye Dambala…<br />
- Isabel… – la interrumpió Jaume. Su esposa estaba<br />
acurrucada sobre una pequeña mecedora, balanceándose adelante y<br />
atrás con una cadencia hipnótica. Sus manos reposaban sobre la<br />
tenue curvatura de su vientre.<br />
- Amor mío – respondió Isabel – estoy dando calor a nuestro<br />
pequeño huevo. Y le canto. Le gusta oír esta canción.<br />
Jaume se inclinó y la besó en la mejilla, que por un instante<br />
percibió fría, húmeda y escamosa. Pero no dijo nada.<br />
IV<br />
Ni siquiera sabía cómo había sucedido. Únicamente<br />
recordaba haber conducido de regreso a casa tras acabar el trabajo.<br />
Pero allí estaba. Había recorrido el trayecto vedado, maldito, que le<br />
<br />
209
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
conducía hasta el peor de los lugares. Sacó la llave del contacto<br />
cuando comenzaron a caer las primeras gotas. No había vuelta a atrás.<br />
Jaume se internó en el cementerio a pesar de la lluvia.<br />
Los recuerdos del funeral de Marc se hacían más vívidos con<br />
cada paso que le acercaba hasta su tumba. Y aún más. La lluvia le<br />
retrotraía hasta su muerte. A una carretera cercada por la lluvia y la<br />
catástrofe. Y sus manos en el volante, incapaces de controlar el súbito<br />
descontrol del vehículo. Y Marc pulverizando la luna delantera, ambos<br />
deshechos en diminutos fragmentos cuajados de sangre.<br />
- Marc Llorens… - Jaume sintió una punzada de dolor cuando<br />
se halló frente a la lápida – 1999-2007 – las lágrimas se<br />
entremezclaban con el agua de lluvia resbalando por sus mejillas –<br />
Amado hijo.<br />
210<br />
- No lo permitas…<br />
La voz de Marc. Jaume sentía el camposanto girando<br />
frenéticamente en torno a sí. La fosa de Marc todavía abierta. Marc<br />
sepultado bajo cientos de serpientes, estirando sus pequeños brazos<br />
desde el fondo. E Isabel al pie de la sepultura, acariciando con mimo<br />
el pequeño huevo que palpitaba con un ritmo grotesco en sus<br />
entrañas. El huevo de la serpiente.<br />
- Nuestro huevo… - susurraba Isabel mientras su hijo muerto<br />
era sepultado por una miríada de víboras.<br />
- ¡No lo permitas! – gritó con un ímpetu descarnado el<br />
cadáver de Marc antes de ser finalmente engullido bajo la mole<br />
escamosa y sibilante.<br />
Isabel había comenzado a recitar una letanía extraña,<br />
atrapada en un éxtasis que concatenaba sus gestos desfigurando sus<br />
rasgos. Su piel había adquirido un brillo cobrizo y el iris de sus ojos<br />
reflejaba el crepitar de una llama antigua. Pagana.
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
- Vye Dambala m asire, Le a rive pou m ale o! Vye Dambala<br />
m asire, Le a rive pou m ale o! Mwen se petit papa vye Dambala, Kote<br />
m pase m siyen nom mwen 3 .<br />
- ¡Isabel! – las palabras se atascaban en la garganta de Jaume,<br />
los pulmones se esforzaban por arrancar el aire de la pesada atmósfera<br />
del antiguo Dahomey, que ahora se extendía por doquier.<br />
- Nuestro huevo… - repetía su esposa - Mwen se petit papa<br />
vye Dambala…<br />
Jaume oyó en derredor el atronador sonido de los tambores,<br />
y los pies descalzos que cuarteaban el suelo marchito danzando en un<br />
ritual que ya era viejo cuando el hombre blanco comenzó a forjar sus<br />
creencias.<br />
- Isa… bel… - acertó a pronunciar Jaume horrorizado cuando<br />
en el vientre de su esposa se dibujó, al principio levemente, una<br />
delgada franja longitudinal pincelada con el color vivo de la sangre. El<br />
suelo era ya un manto convulsionante formado por cientos de miles<br />
de ofidios, muchos de los cuales se enroscaban en las piernas de<br />
Jaume imposibilitando que diera un paso. El trazo sanguíneo en el<br />
cuerpo de su mujer comenzó a ensancharse, abriendo una grieta a<br />
través de la que se divisaba algo inquieto. Vivo.<br />
- Mwen se petit papa vye Dambala - pronunció Isabel con el<br />
vientre abierto en canal – ¡este es el hijo del viejo padre Dambala!<br />
De su interior salió impelida una bestia grotesca, una serpiente<br />
plateada con el rostro deformado que, en la ultérrima blasfemia,<br />
recordaba los rasgos de un hombre. El lomo estaba cubierto de un<br />
vello blanquecino, los ojos eran de un vivo color amarillo, como la<br />
pirita. Y tenía brazos. Diminutos apéndices contritos que culminaban<br />
en pequeñas falanges con garras que se precipitaban hacia Jaume.<br />
Éste, preso de las serpientes y el espanto, convocó el último de sus<br />
<br />
3 ViejoDambala,estoyseguro,/Hallegadomimomentodepartir,¡oh!/ViejoDambala,<br />
estoy seguro, / Ha llegado mi momento de partir, ¡oh! / Yo soy el hijo del viejo padre<br />
Dambala,/Pordondepasoinscribominombre.<br />
<br />
211
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
alientos para lanzar el más estremecedor de los gritos. En su mente se<br />
sucedían imágenes inconexas, como un proyector iluminado por una<br />
luz estroboscópica; la lluvia deslizándose por el cristal del parabrisas,<br />
los miles de fragmentos salpicados de sangre cuando su hijo se<br />
zambulló en la muerte, su funeral, su lápida.<br />
212<br />
- ¡Marc!<br />
V<br />
Una luz pálida hería sus ojos cuando se esforzó por enfocar las<br />
siluetas borrosas que lo rodeaban. Trató de incorporarse pero sintió<br />
que el cuerpo le respondía con múltiples lanzadas de dolor en la<br />
cabeza, el costado y las extremidades.<br />
- Jaume… cariño, ¿cómo te encuentras?<br />
- ¿Isabel? – los ojos de Jaume se acostumbraron al brillo de<br />
los tubos fluorescentes, y contempló el rostro de su esposa inclinado<br />
sobre él. A su lado había un hombre de color vestido con una bata<br />
blanca, quizá un médico, con el cabello y la barba rizados y nevados<br />
por la edad, y un joven que parecía el enfermero.<br />
- Jaume, me has dado un susto de muerte. Has tenido un<br />
accidente con el coche…<br />
- ¿Qué…? – Jaume trató de situarse, de recordar.<br />
- …cerca del cementerio. Fuiste a visitar la tumba de Marc.<br />
Llovía. La carretera estaba mal. Gracias al doctor Halter y a Joseph<br />
estás bien – añadió señalando a los dos hombres.<br />
- Yo… soñé que estabas… embarazada – balbuceó Jaume.<br />
- Lo estoy, amor. Lo estoy. Ya lo sabes – dijo Isabel con<br />
ternura posando la mano de su marido sobre su vientre. Jaume sintió<br />
que algo frío se retorcía en las entrañas de su mujer.
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
EL HACEDOR DE<br />
MILAGROS<br />
I Premio del Certamen de Relato Fantástico y de Ciencia-Ficción<br />
«Cristal Oscuro» 2007<br />
(Almería)<br />
<br />
213
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
214<br />
1<br />
Las aguas de la Propóntide 4 habían adoptado el color<br />
grisáceo de las nubes, como un mar de plomo sólo que erizado por la<br />
lluvia pertinaz. Un pequeño esquife bordeaba la costa septentrional,<br />
de regreso al puerto de Hécuba. Los dos tripulantes, casi anciano el<br />
que guiaba el rudimentario timón de la embarcación y el otro apenas<br />
un niño, se arrebujaban al abrigo de una estera, que éste último<br />
sostenía entre las ateridas manos. La jornada de pesca había resultado<br />
fructífera, algo que no podía calificarse de ordinario, y el muchacho no<br />
podía resistir la tentación de lanzar furtivas miradas a la captura.<br />
Cientos de vidriosos ojos le devolvían el gesto con expresión vacía,<br />
algún pescado todavía abriendo y cerrando sus agallas, otros, sus<br />
bocas; los más, aletargados o muertos. Muchos estaban sucios, pues<br />
las redes de los pescadores hecubeos esquilmaban el lecho marino<br />
indiscriminadamente y arrastraban hacia la superficie, además de<br />
peces, rocas, esponjas y plantas cuyas raíces todavía aprehendían el<br />
limo marino. Y aquella tarde, en la que el pequeño faro del puerto se<br />
perfilaba con una silueta difusa a través de la húmeda cortina de agua,<br />
habían arrancado algo más de las profundidades. Algo que emitía un<br />
suave resplandor ambarino, y que atrajo por completo el volátil interés<br />
del niño.<br />
- ¡Demofonte! – gruñó el viejo. El pequeño, subyugado por el<br />
objeto, había ladeado la estera, que ahora vertía directamente toda el<br />
agua de lluvia en la cara de aquél. Tenía la nariz partida, y una cicatriz<br />
que tiraba del labio superior hacia la izquierda. No era un rostro<br />
agradable, y menos aún cuando se mostraba colérico. Así que<br />
<br />
4 LaPropóntide(,,depro,«antes/anterior»yPontos,«MarNegro»)erael<br />
nombrequelosantiguosgriegosotorgaronalmardeMármara.
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
Demofonte se limitó a enderezar la estera, sobreponiéndose al impulso<br />
de examinar el misterioso hallazgo.<br />
- Lo siento, abuelo – respondió - cuando lleguemos a<br />
puerto… - se dijo a sí mismo, ansioso, y soterró con el pie aquella<br />
cosa entre la miríada de peces. Como contrapartida, el veterano<br />
pescador farfulló algo acerca de la tragedia de ser joven, y de la ruina<br />
de ser viejo.<br />
El puerto de Hécuba era un fondeadero de pequeñas<br />
dimensiones atravesado por un pantalán de rocas. Un espigón más<br />
pequeño lo acotaba desde uno de los márgenes, de manera que se<br />
abrían dos bocas de acceso. La más amplia permitía el amarre de las<br />
grandes naves mercantes, cuyas bodegas articulaban el permanente<br />
tráfico entre Asia y las costas mediterráneas de Europa y África. El más<br />
pequeño, por su parte, estaba destinado a cobijar los pequeños botes<br />
de pesca, amén de que en su playa se desarrollaba la labor de los<br />
saladores, que en días más propicios extendían infinitas hileras de<br />
cuerda de las que pendían toda suerte de criaturas. El esquife ya se<br />
había adentrado en éste cuando la lluvia cesó y se abrieron con<br />
timidez algunos claros, a través de los que penetraba el matiz rojizo del<br />
ocaso.<br />
Demofonte enrolló con cuidado la estera, le ató un cordel<br />
alrededor y la guardó bajo el travesaño que le servía de asiento. Tenía<br />
los brazos adormecidos tras haberla sujetado en alto durante toda la<br />
travesía de regreso, y la humedad le había penetrado hasta el hueso.<br />
Y pese a todo, era la impaciencia por descubrir qué era aquello que<br />
dormitaba entre el amasijo de cieno y peces, aquel pequeño y brillante<br />
tesoro rescatado de las aguas, lo que le hacía sentir que no<br />
avanzaban, como si una mano invisible les retuviera. Aunque al cabo,<br />
el bote varó suavemente en la blanca arena de la playa.<br />
El pequeño saltó a tierra, y como tantas veces, asió el extremo<br />
en forma de lazo de un cabo que descansaba en la arena,<br />
introduciéndolo en el extremo de la proa. En su opuesto estaba<br />
anudado a un bloque rectangular de piedra por medio de una argolla<br />
de bronce. Su abuelo arrojó el ancla por la popa, que consistía en otro<br />
cabo rematado por un bloque salvo que en este caso sujeto a través<br />
<br />
215
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
de un orificio y de menor tamaño. Si bien lo suficiente para que<br />
sobresaliera en la orilla, acariciado por las olas.<br />
El cielo había terminado por despejarse, y una mitad del disco<br />
solar todavía se recortaba contra el cielo anaranjado.<br />
Tras haber asegurado la embarcación procedieron a lavar el<br />
pescado, momento que el joven Demofonte había anhelado<br />
secretamente desde que atisbó el pálido brillo. La mecánica era<br />
sencilla. El menor extraía los peces y el resto de residuos con que el<br />
mar les había obsequiado; piedras, plantas o esponjas eran arrojados<br />
a un gran cesto, que a la mañana siguiente amanecería recubierto de<br />
moscas y cuyo contenido devolverían a las aguas cuando se hicieran<br />
de nuevo a la mar; el viejo, a su vez, se ocupaba de limpiar las<br />
capturas pieza a pieza, remojándolas y disponiéndolas en cestos más<br />
pequeños. En el fondo las de menor tamaño, en la parte superior las<br />
de mayor talla. Un ardid común, para atraer el interés en el mercado.<br />
Ya casi habían acabado cuando entre el limo que se<br />
acumulaba en el fondo del bote vio de nuevo el objeto. No temía<br />
haberlo extraviado, ni haberlo imaginado. Sabía que seguiría allí, lo<br />
sentía, y había sabido ser paciente. Su abuelo ya había concluido la<br />
tarea de acomodar el fruto de la pesca para su venta, y le miró con<br />
expresión adusta.<br />
- Límpialo todo – le dijo. Su grotesco rostro era incapaz de<br />
sonreír, en parte porque la cicatriz que le atenazaba el labio se lo<br />
impedía, en parte porque estaban solos y se sentía viejo y hastiado, y<br />
le atormentaba la idea de que el muchacho no supiera valerse por sí<br />
mismo cuando él muriera.<br />
- Sí – respondió Demofonte, contemplando la arqueada<br />
espalda de su abuelo encaminarse a la lonja del mercado.<br />
Inmediatamente hundió las manos en el fango húmedo que<br />
impregnaba el fondo del esquife, aferró aquella diminuta maravilla y al<br />
contacto de sus dedos una sensación extraña y poderosa se introdujo<br />
hasta lo más profundo de su ser.<br />
216
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
2<br />
El rumor se extendió con sigilo, susurrado al abrigo de las<br />
viejas murallas de Hécuba. Pero tales eran los prodigios de los que se<br />
daba cuenta, y con tanta vehemencia se describían, que cuando la<br />
noticia llegó a oídos de palacio ya se narraba con mayor o menor<br />
fidelidad a mucha distancia de la propia ciudad.<br />
- ¡El hacedor de milagros! – vociferó el canciller - ¡así lo<br />
llaman, majestad!<br />
Hablaba en presencia de Aquelonio, rey de Hécuba, pero se<br />
dirigía a todos los miembros de la corte convocados, al tiempo que<br />
recorría sus miradas con un dedo acusador. Les culpaba<br />
implícitamente de haber participado en la propagación de aquel<br />
infundio.<br />
- ¿Quién sería tan estúpido de desatar la ira de Aquelonio, rey<br />
de Hécuba y dios encarnado? La guardia real debería examinar las<br />
lenguas de los descreídos, de los fabuladores, pues las hallaría<br />
negras… ¡como prueba de su falsedad! – concluyó el canciller.<br />
La mayoría de los reunidos trataba de disimular su temor,<br />
conscientes de haber transmitido o escuchado la fabulosa historia del<br />
niño que obraba portentos. Conscientes de haber afrentado la<br />
divinidad de su rey, el único al que se le había conferido la capacidad<br />
de obrar milagros.<br />
Aquelonio era un decrépito que había excedido con creces los<br />
límites de la longevidad, que orinaba sus ropajes y no podía valerse<br />
sin ayuda. Encerrado en palacio, una generación entera de hecubeos<br />
no conocía otra imagen de su rey más que los colosales relieves que<br />
escoltaban las puertas de la ciudad, en los que aparecía descrito como<br />
un gigante que recogía con una mano los rayos del cielo y los arrojaba<br />
con la otra contra los ejércitos invasores. Lo que resultaba idóneo para<br />
quien ostentaba el auténtico poder en Hécuba; el canciller real,<br />
Plutamarco. Quien no titubearía si tuviera que condenar a muerte a<br />
cuantos compararan las capacidades del monarca con las de un<br />
integrante del populacho. Iba a demostrarlo.<br />
<br />
217
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
- ¡Traed al infiel ante vuestro rey! – ordenó Plutamarco. Cada<br />
mandato finalizaba con una alusión al monarca, que no hacía<br />
referencia al anciano inválido sino que lanzaba una desafiante<br />
advertencia acerca de sí mismo.<br />
Sin dilación, dos guardias se presentaron escoltando a un<br />
hombre de escasa estatura pero complexión fuerte. Tenía el rostro<br />
afeitado, al contrario que la mayoría de los hombres de Hécuba. Nada<br />
en él hacía pensar que fuera oriundo de aquellas tierras, sino que lo<br />
situaban más allá de Paflagonia 5 .<br />
Plutamarco lo examinó en silencio por unos instantes. Apretó<br />
las mandíbulas cuando le llegó un penetrante olor a orín que provenía<br />
de algún lugar a sus espaldas. ¡Cómo le asqueaba aquel aroma! La<br />
muerte de Aquelonio no dejaría descendencia varón y en él habría de<br />
recaer, por la fuerza si era necesario, el trono que ahora hedía a<br />
senectud, a muerte ansiada y que jamás llegaba.<br />
Mientras el recién llegado era conducido frente al canciller, a<br />
izquierda y derecha los cortesanos se adelantaron unos pasos,<br />
agolpándose mitad ansiosos por conocer la relación de aquél hombre<br />
con el hacedor de milagros, mitad acuciados por el morbo de conocer<br />
su condena. Los guardias se detuvieron a pocos pasos del canciller, y<br />
se alejaron un tanto del detenido, hacia atrás y a cada lado, de modo<br />
que dejaban un amplio margen de maniobra a su superior y al tiempo<br />
impedían que el preso intentara escapar a la carrera. Lo habrían<br />
capturado de todas formas, pero la falta la habrían de pagar<br />
torturados, esclavizados o muertos.<br />
El hombre se mostraba tranquilo. Una tela mugrienta, a modo<br />
de manto, le cubría los anchos hombros. La expectación alcanzó su<br />
grado máximo. Un sirviente, adoctrinado, alimentó con incienso un<br />
quemador con forma de péndulo y comenzó a hacerlo oscilar<br />
lentamente. El canciller inspiró profundamente, por primera vez desde<br />
que el monarca perdiera el control de su vejiga.<br />
<br />
5 PaflagoniaeraunaantiguaáreadelcentronortedeAnatolia,enlacostadelMarNegro,<br />
situadaentreBitiniayelPonto,yseparadadeGalaciaporunaprolongaciónhaciaelestedel<br />
OlimpoBitiniano.<br />
218
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
- ¡He aquí al insensato! – comenzó diciendo Plutamarco.<br />
Ahora no lo miraba de frente, ni al resto. Hablaba hacia el fondo de la<br />
sala – Cegado por la inconsciencia no comprendió la gravedad de sus<br />
palabras…<br />
Bajó la cabeza, centrándose en el prisionero.<br />
- ¡…la gravedad de tus mentiras! – le espetó - ¿te arrepientes<br />
ahora de tus fabulaciones?<br />
El prisionero no se amilanó, y tampoco se mostró desafiante.<br />
Continuaba mostrándose ingenuamente sereno, como si todo aquello<br />
respondiera a un malentendido, o más aún, como si demostrara la<br />
paciencia que se ha de tener con un niño.<br />
- Señor… - comenzó diciendo – mi nombre es Asurbaipal.<br />
Nací en la aldea de Nedor, más allá de los límites de Paflagonia. He<br />
sido testigo de cuarenta inviernos, y no había conocido más que<br />
veinte cuando mi pueblo fue arrasado por las tropas de vuestro rey.<br />
Perdí mi brazo izquierdo, y desde entonces no he conocido más que la<br />
clemencia de la esclavitud, pastoreando los rebaños de mi amo, tras<br />
las murallas de Hécuba.<br />
Asurbaipal no trataba de ser arrogante, había asumido hacía<br />
tiempo su condición de esclavo, pero Plutamarco apretó los puños,<br />
que dibujaron nítidamente sus nudillos.<br />
- …hace dos días – prosiguió – conducía estos rebaños<br />
cuando observé que una multitud se había congregado en torno a un<br />
pequeño risco, cerca de la playa. Alguien menudo, un anciano asceta,<br />
deduje, ocupaba su centro. Me acerqué a oírlo predicar, dejando a los<br />
animales pacer con libertad. Cuando alcancé a los que estaban en la<br />
cara exterior del grupo ya advertí que no era un anciano, sino un<br />
niño, por lo que sintiendo mi curiosidad en aumento, traté de abrirme<br />
paso hasta las primeras posiciones. Conforme acortaba la distancia mi<br />
corazón palpitaba con más fuerza, y por un instante, creí que lo hacía<br />
al ritmo de las olas que golpeaban contra la base del risco; con<br />
vigorosos latidos que resonaban en mis sienes, que cesaban<br />
brevemente cuando el mar se retiraba. Me hallaba muy cerca del<br />
muchacho cuando sentí un estremecimiento, una sensación placentera<br />
<br />
219
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
que me embargó por completo. No era cálida, sino fría. Fue como<br />
tratar de salvar a nado una distancia inmensa, insuperable, sentir<br />
desfallecer las fuerzas, consciente de mi flaqueza, y abandonarse por<br />
fin a la paz de las aguas insondables. Y oír su voz que me llamaba.<br />
«Dame tu mano», me dijo. Le obedecí sin dilación, arrojando la vara<br />
con que guío el rebaño y extendiéndola hacia él. «Ésa no, la otra» me<br />
susurró desde las profundidades… - Asurbaipal hizo una pausa,<br />
sabedor de haber llegado a un punto crítico en su relato, y al tiempo<br />
que echaba hacia atrás los hombros, dejando caer al suelo la capa<br />
raída, añadió - ¡me había devuelto el brazo!<br />
Y extendió hacia lo alto el brazo izquierdo. Todavía se<br />
adivinaba a qué altura había sido cercenado por un hacha hecubea,<br />
justo por encima del codo. Pero, de lo que fue un muñón, surgía<br />
ahora un antebrazo. Era de color oliváceo, carecía de vello, y<br />
comparándolo con el derecho, los dedos de la mano eran algo más<br />
largos y nudosos. Aunque sin duda, aparentaba ser igualmente fuerte.<br />
- ¡El hacedor de milagros me ha devuelto el brazo! – insistía,<br />
agitando en el aire el miembro renacido.<br />
Los cortesanos lo contemplaban extasiados, con los ojos tan<br />
abiertos que en muchos se advertían las pequeñas venas, como<br />
diminutos corales rojos, alrededor de la pupila. El asombro estalló en<br />
un coro de voces, en murmullos que amparados en el anonimato de la<br />
masa ensalzaban el milagro.<br />
- ¡Basta! – gritó Plutamarco, ciego de rabia - ¿Cómo te<br />
atreves? – inquirió esto último muy despacio, sílaba a sílaba, con las<br />
mandíbulas apretadas. La sala enmudeció, y los gruesos muros<br />
devolvieron aquel «có… mo… te… a… tre… ves…» acentuando el<br />
formidable desprecio que contenía.<br />
El incensario no había cesado de describir humeantes ángulos<br />
en el aire, pero ahora el silencio permitía escuchar el leve silbido que<br />
emitía al oscilar. El prisionero avanzó hacia el canciller, extendiéndole<br />
a la vez el miembro extraño, tratando de que la cercanía de la<br />
evidencia le impidiera negarla por más tiempo.<br />
220<br />
Los guardias se abalanzaron sobre él con inmediatez.
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
- ¡Señor! ¡Señor! ¿No lo veis? – alcanzó a decir, ya retenido.<br />
- Sólo veo a un esclavo mentiroso… - replicó Plutamarco.<br />
Entrecerró levemente los ojos y torció el gesto en una mueca de asco –<br />
y en cuanto a esa deformidad… ¡entiendo que la ocultaras hasta hoy y<br />
pretendieras ser manco! Pero has sido un insensato al suponer que<br />
seríamos tan necios de creer tus patrañas y rendirnos a tu culto<br />
blasfemo.<br />
Una vez más, su dedo recorrió intimidatorio a todos los<br />
presentes.<br />
- ¡Pero es cierto! – gruñó Asurbaipal - ¡el hacedor de milagros<br />
está entre nosotros y hemos de acudir a su llamada!<br />
El rostro de Plutamarco se tornó gélido. Ya había tenido<br />
suficiente.<br />
- ¡Que le corten ese maldito brazo! – ordenó el canciller - …y<br />
la cabeza.<br />
Durante los días siguientes, suspendidos sobre las mismas<br />
puertas de Hécuba, pendieron la cabeza y el extraño brazo del esclavo<br />
Asurbaipal. A la vista de todo el que los contemplaba horrorizado.<br />
Pero las habladurías acerca del hacedor de milagros no<br />
cesaron.<br />
3<br />
El resplandor de una tea descendía desde las terrazas de<br />
palacio tiempo después de que la negrura de la noche hubiera caído<br />
sobre la ciudad. Desde los pórticos de las humildes residencias de los<br />
habitantes de Hécuba, el pequeño punto de luz aparentaba ser una<br />
estrella extraviada; que tras desprenderse del firmamento ahora se<br />
deslizaba por los peldaños de una escalera hasta acabar engullida por<br />
una puerta; tras la que una joven atravesó el laberíntico entramado de<br />
corredores del palacio con actitud retraída. Era esbelta, de ojos<br />
<br />
221
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
almendrados y cabello cobrizo, peinado en llamativos bucles, y la<br />
antorcha proyectaba su estilizada efigie contra las paredes.<br />
- No has debido hacerlo… - alguien le hablaba desde las<br />
sombras.<br />
La joven se giró. A su espalda, un hombre de mediana edad y<br />
ligeramente entrado en carnes le regalaba una sonrisa cómplice.<br />
- Silión… - pronunció la muchacha, y correspondió con una<br />
media sonrisa - ¿cuándo has llegado?<br />
- Hoy mismo. Acabo de despachar con el canciller, y mientras<br />
que otros han supuesto que la dócil nieta del rey dormiría<br />
plácidamente en sus aposentos, yo he venido a buscarte a estos<br />
lúgubres pasillos…<br />
222<br />
La muchacha trató de sonreír de nuevo, pero fue incapaz.<br />
- Silión… cuánto te he echado en falta… - dijo por fin.<br />
- Mi pequeña Dalcíone… - Silión le hablaba con ternura,<br />
sintiéndola como un padre a una hija, aunque no compartieran lazos<br />
de sangre - Empecinada en deambular solitaria durante la noche y mil<br />
veces apercibida por ello… De verdad, Dalcíone, no has debido<br />
hacerlo. Sabes que es peligroso.<br />
- Necesitaba hablar con ellos, Silión. He intentando hacerlo<br />
desde mi lecho, te lo aseguro, pero sólo los oigo cuando los llamo<br />
desde el exterior, en la quietud de la noche y reclamándolos sin muros<br />
que aprisionen mi oración… - su voz se quebró, y los almendrados<br />
ojos brillaron ebrios de lágrimas.<br />
Silión le arrebató la antorcha de las manos y la joven cobijó el<br />
rostro contra su pecho. Sus cabellos desprendían una fragancia<br />
ajazminada.<br />
- Lo sé, lo sé… - la tranquilizó, sosteniendo en alto el fuego de<br />
la tea mientras le acariciaba la melena cobriza con la otra mano. Por<br />
unos instantes, ambos guardaron silencio. La muchacha suspiraba y<br />
apretaba el rostro contra el pecho del hombre, ahora húmedo por las
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
lágrimas. Éste, finalmente, endureció la mirada y continuó hablando –<br />
Dalcíone… hay algo de lo que quiero hablarte…<br />
Ella se irguió, tratando de mantener la compostura. Pero no<br />
era más que una niña-mujer, que lo miraba con ojos desconsolados y<br />
mentón tembloroso, tal que si hubiera tropezado en su infancia y<br />
alguien le hubiera reprendido «No llores. Sé fuerte».<br />
- Se trata de tu abuelo… - dijo Silión.<br />
Dalcíone sintió una punzada de dolor, se le rompía el alma<br />
cada vez que pensaba en su abuelo.<br />
- ¡Oh Silión! ¿Has tenido ocasión de verlo? Su situación<br />
empeora cada día… y ese advenedizo de Plutamarco se empeña en<br />
acomodarlo en el trono, débil y pusilánime, ¡con tal de seguir<br />
gobernando en su nombre! – exclamó la muchacha.<br />
- De eso quiero hablarte, Dalcíone – Silión bajó el tono de voz<br />
y prosiguió hablando – Tengo al canciller real en tan poca, o incluso<br />
menor, estima que tú. Y aborrezco el trato vejatorio que recibe tu<br />
abuelo, el rey Aquelonio. Pero, para bien o para mal, desde hace años<br />
el gobierno de Hécuba ha caído en manos de Plutamarco… quien no<br />
está dispuesto a ceder su puesto bajo ninguna condición.<br />
Dalcíone intentó replicar, o al menos protestar, pero Silión la<br />
contuvo apoyando la mano libre sobre su hombro.<br />
- Escúchame – le instó Silión – lo único que podemos hacer es<br />
evitar que el rey continúe languideciendo sobre el trono. Como<br />
emisario de la corte, puedo asegurarte que otros reyes ya no<br />
demuestran la misma deferencia para con el trono de Hécuba que<br />
antaño, sabedores de que Aquelonio es un decrépito anciano carente<br />
del habla. Hasta en nuestro propio pueblo ha germinado un culto<br />
nuevo, que parece haber encontrado en otro a su dios encarnado, y<br />
que se expande con rapidez. No creas que era desconocedor de esto<br />
cuando atravesé las puertas de Hécuba al caer la tarde. La nueva ha<br />
trascendido nuestras murallas. Y en cuanto a Plutamarco… gobierna,<br />
sí, pero no es el rey. Aunque eso… - hizo una calculada pausa,<br />
sopesando la repercusión de sus palabras – podría cambiar.<br />
<br />
223
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
Dalcíone transmutó el gesto en horror, aunque se apercibió en<br />
su rostro una barniz de agresividad, como un animal herido.<br />
- ¡Silión…! – rugió la joven - ¡…no puedes apoyar lo que<br />
dices! ¡Plutamarco coronado rey de Hécuba! ¡Jamás lo permitiré! ¡Ni<br />
siquiera el pueblo lo permitiría…!<br />
Y entonces lo comprendió. Sus padres estaban muertos, por<br />
más que ella los sintiera cerca desde las solitarias terrazas del palacio.<br />
Entendió que era el último receptáculo de la sangre divina de<br />
Aquelonio, y que debía ser ella quien legitimara el ascenso al trono de<br />
Plutamarco. El pueblo no se opondría al canciller si la tomaba como<br />
esposa.<br />
Silión leyó en sus ojos un lamento profundo, una soledad<br />
desgarradora; ella se sintió traicionada y definitivamente sola.<br />
224<br />
Sin decir una palabra más, corrió a ocultarse de su destino.<br />
4<br />
Había transcurrido escaso tiempo tras su coronación pero el<br />
nuevo monarca de Hécuba no concedía tregua a sus designios, ahora<br />
al amparo del trono. En verdad muy pocos habían osado elevar una<br />
protesta y denunciarlo como usurpador; algún sacerdote ignorante<br />
que con su muerte le había servido mejor que ninguno de sus<br />
súbditos, dando pública testimonio de su poder.<br />
No obstante, el grupúsculo de seguidores fanáticos del nuevo<br />
culto que había germinado en su pueblo continuaba creciendo. Por<br />
doquier comenzaron a parecer extraños símbolos; sobre puertas,<br />
muros y la misma tierra. Se hablaba de que aquellos pescadores que<br />
habían cubierto sus botes con estos símbolos, inexplicablemente,<br />
regresaban cada tarde con sus redes rebosantes de peces.<br />
Debía exterminarlo de raíz. Y por ello había ordenado que se<br />
apresara sin demora al supuesto hacedor de milagros.
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
- ¡De modo que tú eres el causante de esta insurrección! – dijo<br />
Plutamarco con aire condescendiente.<br />
Le hablaba a un muchacho, un niño, vestido con harapos.<br />
Nadie se había atrevido a tocarlo siquiera. No tenía un solo cabello en<br />
todo el cuerpo, su boca era desproporcinadamente grande, la piel<br />
húmeda y macilenta, y sus ojos eran dos piedras oscuras y brillantes.<br />
De su pecho colgaba una suerte de figurilla, tal vez de ámbar que<br />
parecía haber atrapado en su interior algo que, en ocasiones, daba la<br />
impresión de moverse.<br />
- Soy un mensajero, gran rey… - respondió el muchacho. Su<br />
voz era gutural, profunda e impropia de un niño. Al pronunciar las<br />
últimas palabras, Plutamarco contempló ante sí una visión que lo dejó<br />
estupefacto. Se vió a sí mismo como rey del mundo, conquistando<br />
naciones, pueblos desconocidos en tierras aún más ignotas. Y a su<br />
lado aquel muchacho. Y sobre ellos la fuente omnipotente de la que<br />
emanaba el poder de un dios - ¡Éste es tu sino, rey de Hécuba!<br />
¡Conquistarás el mundo!<br />
- ¡Sí! – vociferó Plutamarco, vanagloriado de sí ante la visión -<br />
¿Qué es lo que pides? ¿Qué quieres a cambio? – Ahora sentía aquella<br />
sensación de plenitud, fría y placentera, de la que le habló el esclavo.<br />
- Edificarás cuatro obeslicos en honor al dios verdadero… Y<br />
los consagrarás con la sangre de una virgen… Dalcíone, nieta de<br />
Aquelonio – le respondió.<br />
5<br />
Deslizó suavemente la mano acariciando la piel que cubría el<br />
trono, arrebatada a una bestia ignota más allá del Helesponto 6 . Aún<br />
percibía su aliento, tan cálido que sofocaba, y la decidida arrogancia<br />
con que conminaba a los más diestros a morir asaetados en el<br />
descomunal cuerno que nacía de su frente. Las fragancias que se<br />
<br />
6 El antiguo Helesponto en lengua griega corresponde al actual Dardanelos, un estrecho<br />
ubicadoentreEuropayAsia.<br />
<br />
225
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
consumían en pequeñas hornacinas envolvían la atmósfera del mismo<br />
exotismo lejano, dispuestas en las manos de las efigies que escoltaban<br />
las columnas diseminadas a lo largo de la amplia sala.<br />
- Rey Atreón, os lo suplico… - el emisario se postró<br />
nuevamente al pie de la escalinata, y Eulisio, consternado por la<br />
angustia que demostraba, se afanó en reincorporarlo haciendo cumplir<br />
la Ley de Credos. La lealtad se demuestra en el campo de batalla.<br />
Orcómeno escrutaba la escena, apenas a unos pasos a su<br />
izquierda. Ya era el primero entre los generales, y el sabio entre los<br />
consejeros, cuando guardaba la corona de su padre antes que la suya.<br />
- Os lo suplico, gran rey… - continuó con un hilo de voz - si os<br />
demoráis, si vaciláis…<br />
Eulisio, que aún sujetaba al emisario por los antebrazos, le<br />
atenazó con tal fuerza que sus dedos se hundieron en la carne del<br />
desdichado mensajero, que se retorció en una muda mueca de dolor.<br />
El rey de Credos no vacila.<br />
Pero sí vacilaba. Con el arco en las manos, y aquella bestia<br />
colosal embistiendo cuanto le salía al paso, mirándome de frente, cada<br />
uno de sus ojos, y entre ellos el cuerno asesino jalonado de sangre.<br />
Había llegado la hora de zanjar la cuestión. A las afueras de<br />
palacio, el aire transportaba el rumor de las aguas del Egospótamos,<br />
las agudas risas de los muchachos que jugaban en el pórtico, las<br />
diatribas de los sacerdotes, las arengas de los capitanes<br />
inspeccionando las guarniciones que protegían los cuatro accesos a la<br />
ciudad, el bufido de los bueyes arrastrando el carromato de un<br />
comerciante que se internaba en la calle del mercado, e incluso el<br />
tintineo de las pequeñas cuentas que el oráculo del Gran Templo<br />
portaba prendidas a sus tobillos cuando entrechocaban al ritmo<br />
frenético del éxtasis sagrado.<br />
Se alzó, sin apartar la vista del emisario. Sabía el efecto que<br />
causaría. Había sido espectador de aquella escena en otro tiempo,<br />
cuando Feanoro, el Titán de Credos, se enaltecía majestuoso erguido<br />
frente al trono. Nadie hubiera osado entonces contradecir las palabras<br />
226
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
del rey, por más que éste hubiera reclamado sus propias vidas. Sin<br />
embargo, el poder que confería el trono a los monarcas de Credos se<br />
sustentaba en algo más mundano que en la naturaleza divina del<br />
regente. Los peldaños que conducían al trono se angostaban<br />
paulatinamente, hasta que en lo alto apenas si el pie de un niño<br />
podría concluir el ascenso. El propio rey accedía desde la parte<br />
posterior, que conectaba directamente con sus aposentos a través de<br />
un estrecho pasillo. Los consejeros, por su parte, accedían a la diestra<br />
del sitial por uno de los laterales. La visión desde el extremo inferior<br />
de la escalinata, era, no obstante, la de un coloso que aparentaba<br />
doblar la talla ordinaria.<br />
El emisario palideció. Probablemente temiendo que la<br />
desesperación de sus palabras le hubieran enfurecido, y que<br />
finalmente no hallara auxilio en su corte sino fin a sus días.<br />
- Silión de Hécuba… - su voz sonaba grave, devuelta con<br />
mayor intensidad por la sólida piedra de los muros, otro recurso teatral<br />
al servicio de la propaganda de Estado – los enemigos de tu pueblo<br />
son el enemigo de Credos.<br />
Por un instante, Silión consideró cumplido su propósito. Sus<br />
menudos ojos estaban hundidos en el fondo de dos cráteres<br />
purpúreos, prueba inequívoca de que apenas había concedido tregua<br />
a su misión.<br />
- Pero pides un imposible – concluyó.<br />
Sus palabras lo petrificaron. Durante su presuroso viaje hasta<br />
la corte de Credos había sopesado la idea de obtener una negativa.<br />
En realidad, esta posibilidad lo había atormentado como un látigo que<br />
restallaba incesante en su cabeza, golpeándole los sentidos. Pero al<br />
mismo tiempo lo espoleaba a no fracasar, consciente de que las<br />
huestes de Atreón eran su única esperanza de salvación. La última<br />
esperanza de su pueblo. Pronto de muchos pueblos. También de<br />
Credos. La única esperanza de su estimada Dalcíone.<br />
6<br />
<br />
227
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
Por encima de sus cabezas se desplegaban las hordas de<br />
cuervos, un inabarcable manto de negras plumas que ofuscaba la<br />
palidez del alba. Los cadáveres esparcidos, soterrados y que en<br />
ocasiones emergían apilados en siniestros minaretes, alimentaban el<br />
ansia de la carroña. Suponer siquiera que aquellos despojos<br />
contuvieron otrora nítidos rasgos de humanidad era, en aquel aciago<br />
amanecer, algo apenas imaginable. Por momentos, el sudor que<br />
enjugaba su cara – el horror que había contemplado permanecía tan<br />
vívido que no cesaba de exudar el miedo por cada poro de su piel – se<br />
aunaba con las peregrinas lágrimas, la propia y la ajena sangre que le<br />
cubrían, y así el panorama que vislumbraba se aparecía cada vez más<br />
nebuloso, como una ensoñación fantasmal.<br />
Desde el flanco oriental avanzaba con fatigados pasos el<br />
postrer vestigio del ejército, apenas un centenar de hombres que, si<br />
bien algunos aún podrían sostener en sus manos una espada, sus ojos<br />
evidenciaban que el temor enroscado como una sierpe en sus<br />
corazones no les permitiría blandirla contra el enemigo. Apenas él<br />
podría, aferrado al escudo y desdeñando la empuñadura de la suya.<br />
Pues todo cuanto se erguía con dificultad sobre el lodazal de tierra,<br />
llanto y muerte era, a su pesar, el vago recuerdo del gran ejército del<br />
rey Atreón, el rey sin miedo, que en adelante no hubiera hecho honor<br />
a este título frente a su pueblo – de no ser porque su pueblo ya no<br />
existía -.<br />
- Mi señor… - una voz entrecortada, pero familiar, le reclamó<br />
a su espalda. Era Orcómeno. Apenas afrontó su rostro, surcado de<br />
batallas, cincelado por miles de marchas bajo miles de soles, y por<br />
más que trató de ahondar en busca de una señal de esperanza, no<br />
halló en su interior más que un cráneo vacío en el que había anidado,<br />
como un cancro, la derrota.<br />
228<br />
- Orcómeno – vaciló - ¿qué mal es éste?<br />
Y mientras aguardaba su respuesta, o porque no esperaba<br />
respuesta alguna a sabiendas de que ninguno conocíamos su origen,<br />
observó ensimismado el estandarte de su casa hecho jirones,<br />
ondeando suavemente, mecido por el aire frío de la mañana.
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
- Mi señor… - interpeló de nuevo Orcómeno – ha sido una<br />
masacre… Los guerreros, tus guerreros, muchos han muertos sin ni<br />
siquiera desenvainar sus espadas… Eran valientes, eran…<br />
Cada palabra se atoraba levemente en su garganta, y era<br />
expelida bruscamente por el empellón de la siguiente en su pugna por<br />
brotar de la boca.<br />
- Lo sé – lo atajó – nos sorprendieron. Nadie sabe de dónde<br />
llegaron… - tragó saliva - ni a dónde fueron.<br />
Orcómeno alzó la mirada, hasta entonces perdida en la<br />
infinita cercanía de los cuerpos que les observaban inmóviles desde el<br />
suelo, y con la misma naturalidad con que, en la sala del trono, siendo<br />
Atreón muy joven y bajo el reinado de Feanoro, su padre, le hacía ver<br />
lo que sin duda resultaba obvio a sus mayores, musitó:<br />
- Eran demonios, mi buen rey… Regresaron al infierno.<br />
7<br />
El horror que se había apoderado del reino de Hécuba no<br />
respondía a la razón humana, era algo más lejano, llegado del más<br />
remoto de los confines del mal. Había degenerado a los hombres,<br />
subyugados por un culto tenebroso a fuerzas siniestras. Por doquier se<br />
alzaban insólitos altares que glorificaban a un ser monstruoso, cuajado<br />
de tentáculos, levantados con los cráneos de los no creyentes y que<br />
finalmente habían tomado parte activa en los rituales, como alimento<br />
místico que nutría la transformación de los hombres en bestias. Los<br />
devoradores de cadáveres repudiaban la luz del sol, y sólo al caer la<br />
noche abandonaban las fétidas guaridas que fueron hogares para<br />
arrastrarse en masa ante la complacida mirada de un niño. Un niño<br />
que obraba milagros en nombre del verdadero dios, que les había<br />
prometido su pronta llegada y les había enseñado a convocarlo<br />
«¡Ph'nglui mglw'nafh Cthulhu R'lyeh wgah'nagl fhtagn!».<br />
Cuatro colosales obeliscos arañaban los cielos, grabados con<br />
los insólitos símbolos que atestaban por doquier. La monumental<br />
<br />
229
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
construcción erigida para glorificar al nuevo dios había sido<br />
emplazada tras las murallas. En el centro se había dispuesto un altar,<br />
sobre el que yacía la joven Dalcíone. La luna se elevaba perpendicular<br />
en el firmamento, llena y pálida. El niño hacedor de milagros<br />
entonaba una letanía grotesca frente al altar, rodeado de miles de<br />
seres deformes que nacieron hombres, mujeres y habían ofrecido su<br />
humanidad a cambio de una vida nueva, a favor de la alianza con su<br />
terrible dios. Un anciano, con la nariz partida y el labio atenazado por<br />
una cicatriz, acabó de devorar los restos putrefactos de un torso y<br />
comenzó a aullar. Todos le imitaron. La noche se quebró entre los<br />
aullidos.<br />
Plutamarco contemplaba a la muchacha, sosteniendo una<br />
daga sobre su pecho. Levantó el brazo con firmeza y se dispuso a<br />
atravesarle el corazón.<br />
- ¡Cthulhu fhtagn! – gritó el niño hacedor de milagros. Las<br />
estrellas fueron engullidas por un gran orbe negro, que se expandía<br />
con avidez y del que surgieron decenas de tentáculos monstruosos.<br />
Mientras la daga asesina descendía en pos de segar la vida de<br />
Dalcíone, el rey Atreón, el rey sin miedo, tensó su arco entre la<br />
multitud.<br />
Orcómeno, Silión y los pocos que habían jurado vengar la<br />
caída de Credos despejaban el camino de su flecha por la fuerza de la<br />
espada. Muchos caían descuartizados, desmembrados a manos de<br />
aquellas bestias inmundas.<br />
Atreón liberó su flecha. Volvió a encontrarse de frente con<br />
aquella bestia de un solo cuerno, avanzando con furia. Pero trató de<br />
no vacilar. El rey de Credos no vacila.<br />
230
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
PRIMITIVO<br />
<br />
231
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
232<br />
PREFACIO<br />
Andrade extrae un pañuelo blanco con sus iniciales bordadas<br />
en una esquina, con hilo azul, por su mujer, y se lo pasa sin<br />
miramiento por la comisura de los labios, restregándolo contra el<br />
hocico fungoso y la mejilla hirsuta y sudorosa. Nadie ha tenido valor<br />
de mirarle a la cara. Joaquín Andrade. ¿Quién se iba a atrever a<br />
decirle nada, a él, precisamente, que inventó para los demás la<br />
palabra «miedo» y ahora es la viva estampa del espanto?<br />
Oiarzábal, que teclea usando dos dedos, deja de golpear con<br />
lástima la máquina de escribir Olivetti, dando por finalizado el<br />
atestado.<br />
- Subinspector – dice – ya he terminado.<br />
Andrade lo escucha a su espalda, encaminándose<br />
nuevamente a toda prisa hacia los lavabos de la comisaría con el<br />
vómito pugnando por brotar de su garganta. La puerta se cierra tras<br />
él, con un golpe seco.<br />
El reloj de pared que pende frente a Oiarzábal le indica que<br />
restan pocos minutos para las diez de la mañana.<br />
– «Ha sido una noche muy larga» – piensa, y se reta a sí<br />
mismo a releer las páginas recién mecanografiadas aún a riesgo de<br />
descomponer del todo su cordura – como el estómago del<br />
subinspector… – añade en voz baja, aunque está solo.<br />
I<br />
El subinspector de policía Joaquín Andrade permanece<br />
inclinado, pese a su corpulencia, hasta comprobar con la
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
meticulosidad habitual los bajos de su vehículo. Al incorporarse,<br />
mientras se palmea la pernera de los pantalones, concluye la que es<br />
una rutina diaria lanzando una mirada furtiva al interior del SEAT 127<br />
de color beige. De soslayo, las miradas de sus hijos, tamaño carné,<br />
sobre un «no corras papá» descolorido, le devuelven el gesto. Andrade<br />
bufa, acusando el esfuerzo, se mesa el cabello repeinado, abre la<br />
puerta, se sienta pesado, arranca el motor y se dirige a la comisaría de<br />
policía envuelto en un aroma a after-shave Floïd que le es propio y<br />
dispuesto a<br />
- …repartir ostias ¿me entiendes, pedazo de mierda? Os voy a<br />
repartir más ostias que un sacristán como no me digas ahora mismo<br />
qué coño estabais haciendo en el cementerio.<br />
Un pequeño flexo de metal, con el brazo curvado, proyecta la<br />
amenazadora sombra de Andrade sobre un tipejo escuálido, con el<br />
rostro henchido de moretones, esposado a una silla. Luce en su frente<br />
una especie de cruz grabada toscamente, quizás con la hoja de un<br />
cuchillo, lo que le da un aspecto aún más enloquecido. Apenas caben<br />
los dos en el cuartucho, alrededor de una pequeña mesa de madera,<br />
magullada por la acometida de uñas y dientes, que hiede a bilis y<br />
sangre antigua, humedad y miseria humana.<br />
Del cuarto contiguo llega ahogado un grito. El tipejo clava sus<br />
ojos protuberantes, de batracio, en Andrade y esboza una sonrisa que<br />
revela las encías inflamadas y unos dientes irregulares moteados de<br />
sangre a fuerza de golpes. Al cuarto contiguo llega diáfano el grito de<br />
dolor que precede a un golpe sordo contra la pared.<br />
La puerta de la minúscula sala de interrogatorios se abre lo<br />
suficiente para que el rostro del comisario Giménez asome y, sin<br />
reparar en el interrogado, se dirija al subinspector.<br />
- Andrade, salga un momento.<br />
Andrade detiene el envés de su mano derecha a pocos<br />
centímetros de impactar por antepenúltima vez contra el pómulo del<br />
tipo anclado a la silla.<br />
- Ya mismo, mi comisario… - repone Andrade.<br />
- Ya – replica el comisario, y se marcha dejando la puerta<br />
abierta. Todavía se escucha una última palmada, como si alguien<br />
<br />
233
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
aplastara una mosca, desde el interior, antes de que el subinspector<br />
Andrade siga por el estrecho pasillo de las dependencias policiales al<br />
comisario Giménez, mascullando entre dientes.<br />
234<br />
Giménez le espera junto a la puerta de su despacho.<br />
- Entre, Andrade – le dice, y consulta la hora en su reloj de<br />
muñeca – quiero ponerle en antecedentes y se hace tarde.<br />
Andrade entra en el despacho y se sorprende de la inmediatez<br />
con que el comisario Andrade ha sustituido la fotografía del caudillo<br />
por la del joven monarca. No espera a que el comisario le invite a<br />
sentarse, y tampoco a que le ceda la palabra.<br />
- Comisario, si es por los interrogatorios… no hay otra<br />
manera de que canten, se las saben todas, ya me entiende… Usted<br />
me dirá que si los tiempos han cambiado, que si hay que acomodarse<br />
al nuevo régimen, que si…<br />
- Andrade, los restos que han aparecido en los destrozos del<br />
cementerio son humanos – dice cortante Giménez, sin tener en<br />
consideración la perorata de Andrade – y pertenecen a Julia Itúrbide.<br />
- ¿La hija del ministro? ¿La desparecida? ¡Coño! Pero ¡si<br />
estaba cantado que era un secuestro político! ¿Qué estaba haciendo<br />
con esa gentuza?<br />
- La evisceraron, todavía viva, por las marcas que dejó el<br />
forcejeo, y el forense ha dictaminado que los restos que no han sido<br />
hallados aparecerán dentro del sumidero de los calabozos en que<br />
hemos metido a esas malas bestias – Giménez está de espaldas,<br />
observando desde la ventana de su despacho. Andrade se retuerce en<br />
su asiento.<br />
- Me cago en todo – musita Andrade – por lo menos ésos ya<br />
no comerán otra cosa que su propia mierda…<br />
- Esto no ha acabado, Andrade. Me han agriado el desayuno<br />
con la noticia de un suceso con demasiadas semejanzas. Al sacerdote<br />
de una parroquia de barrio, el padre Berasategui, le han rebanado la<br />
garganta frente al Altar Mayor. Y el hijo del general Salvatierra ha<br />
desaparecido. Me han ordenado que me presente en la Jefatura<br />
Superior y quiero que venga conmigo.
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
II<br />
Mientras se aproximan, Andrade observa desde el exterior de<br />
la holgada sala a tres individuos; deduce que el primero de ellos, de<br />
pie y parapetado tras un ampuloso escritorio de madera, vestido con<br />
traje y corbata, debe ser el gerifalte de la policía que ha solicitado la<br />
presencia del comisario Giménez; frente a éste, y a la izquierda,<br />
aguarda un militar de mediana edad – «tres estrellas y cara de<br />
circunstancias», piensa Andrade, «ése debe ser Salvatierra» -; a la<br />
derecha, con una mano sobre otra bajo un llamativo crucifijo dorado,<br />
les observa alguien que parece pertenecer a la curia eclesiástica.<br />
Giménez da los buenos días y excusa con servidumbre su<br />
tardanza.<br />
- Le he mandado llamar porque confío plenamente en usted,<br />
Giménez – dice el jefe López de Ayala, tras el escritorio – y este asunto<br />
requiere de personas diligentes y de confianza. Les presento al general<br />
Salvatierra y al padre Avilés…<br />
- Mi hijo ha desaparecido, comisario – interrumpe Salvatierra.<br />
Andrade nota en su tono de voz una desesperación impropia de un<br />
alto cargo militar, y pierde enseguida el poco o ningún pudor que le<br />
produce estar en presencia de estos personajes – ¡tiene que<br />
encontrarlo! De lo contrario… – prosigue gimiendo el general.<br />
- De lo contrario, sus padres permanecerán en vilo, usted lo<br />
entiende – interrumpe esta vez el padre Avilés. Giménez intuye al<br />
instante que el sacerdote trata de ocultar algo.<br />
- Padre – el comisario Giménez se dirige sin reparo a este<br />
hombre de faz cetrina y nariz aguileña – necesito que me lo cuenten<br />
todo, o no podré hacer nada. Para cuando encuentre al muchacho es<br />
posible que haya seguido la misma suerte que la hija del ministro<br />
Itúrbide. Perdone que sea tan franco, general – añade el comisario<br />
dirigiéndose a Salvatierra pero escrutando la reacción de Avilés.<br />
- ¿Qué tienen que ver los hijos de un ministro y un general<br />
con asesinos profanadores de tumbas y de iglesias? – exclama<br />
Andrade, sin poder contenerse. Giménez no le amonesta; sabe hacer<br />
uso de su perro de presa.<br />
<br />
235
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
- Subcomisario Andrade – le espeta el jefe López de Ayala –<br />
su presencia aquí es innecesaria y está empezando a ser molesta…<br />
Andrade no disimula el orgullo que le produce que el gerifalte<br />
sepa quién es; es un grano en el culo de mucha gente.<br />
- Jefe – dice Giménez – creo que la pregunta es del todo<br />
apropiada. Padre Avilés, creo que usted, por encima del resto, sabe<br />
más de lo que cuenta.<br />
Avilés guarda silencio unos instantes, acariciando con los<br />
dedos arácneos el crucifijo dorado.<br />
- Estaban prometidos, comisario – responde el padre Avilés -.<br />
Ejerzo como consejero espiritual de la familia Salvatierra y los jóvenes<br />
estaban a mi cargo. Hace poco más de un mes, Santiago, el hijo del<br />
general, me hizo saber en una conversación privada que renunciaban<br />
a seguir bajo mi guía y que optaban por el padre Berasategui.<br />
- El sacerdote que ha sido hallado muerto esta mañana –<br />
apunta Giménez.<br />
236<br />
- Le han rajado la garganta – matiza Andrade.<br />
Avilés se arma de paciencia ante la impertinencia de Andrade,<br />
y continúa hablando.<br />
- Berasategui era un erudito, y también una especie de<br />
disidente. Una combinación peligrosa para un miembro de la Iglesia.<br />
Tras décadas al servicio de la biblioteca vaticana al final, sus teorías, lo<br />
condujeron de regreso a España al frente de una insignificante<br />
parroquia.<br />
- ¿Qué teorías eran ésas? – pregunta Giménez.<br />
Avilés titubea, pero finalmente opta por responder.<br />
- Berasategui encontró un volumen descuadernado, hace<br />
años, en una biblioteca de Maguncia. Unaussprechlichen Kulten. Un<br />
escrito críptico, sin sentido en la mayor parte de sus páginas, escrito<br />
por un tal Friedrich Wilhelm Von Junzt. Berasategui defendía, Von<br />
Junzt en realidad, que… - Avilés se detiene y respira con gravedad. -<br />
¿Le dice a usted algo la palabra transmigración, comisario? – pregunta<br />
el sacerdote. Giménez niega con la cabeza. – La transmigración, o<br />
metempsicosis en su origen griego, es el nombre que recibe la creencia
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
del traspaso de la conciencia a otro cuerpo físico. El libro defiende que<br />
en verdad el hombre es el contenedor de una conciencia superior,<br />
anterior y más pura, primigenia se diría, y que ha degenerado o se<br />
mantiene latente. Propugna que con los ritos adecuados, las fórmulas<br />
específicas… tradiciones paganas y blasfemas… cuerpo y mente<br />
podrían regresar a su estado primitivo.<br />
- Comisario – dice el general Salvatierra – mi hijo ha<br />
desaparecido y puede ser responsable de la muerte de Julia Itúrbide y<br />
del padre Berasategui. Y es probable que lleve consigo ese libro del<br />
demonio. Ha enloquecido. ¡Encuéntrelo antes de que haga más daño!<br />
Giménez medita el problema por unos instantes, y se dirige a<br />
Andrade tras despedirse con una leve inclinación de cabeza.<br />
- Andrade, quiero que vuelva a hablar con los implicados en<br />
el destrozo del cementerio. A su manera.<br />
Los nudillos de Andrade crujen a modo de respuesta.<br />
III<br />
- No volveré a pedírtelo tan amablemente, hijo de puta – le<br />
espeta Andrade al tipejo escuálido de ojos saltones, sacudiéndole por<br />
la camisa sucia – dime dónde está Santiago Salvatierra. ¿Os lo habéis<br />
comido como a Julia Itúrbide? ¿Es eso? ¿Y Berasategui? ¿Lo mataste<br />
tú, pedazo de mierda?<br />
El comisario Giménez ha empezado a perder la paciencia. Al<br />
cabo de una hora, las atenciones de Andrade para con el detenido no<br />
han dado apenas fruto. El desconocido, sin documentación ni ficha<br />
policial, tan sólo farfulla incoherencias.<br />
- El cambio se acerca… - susurra salivando sangre mientras<br />
Andrade lo zarandea – no podéis evitarlo…<br />
- ¡El libro! – exclama Giménez de súbito. La atmósfera es<br />
sofocante, después de que tres personas hayan compartido un espacio<br />
tan reducido durante tanto tiempo - ¿tiene que ver con el libro? La<br />
transmigración… ¿ése es el cambio?<br />
<br />
237
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
Giménez sorprende al tipejo con la guardia baja, y su gesto de<br />
sorpresa ante la mención del libro delata que se ha acercado a algo<br />
concreto.<br />
- El hijo de Salvatierra no está muerto, Andrade, tiene ese<br />
libro – deduce el comisario – y quiero saber dónde se encuentra.<br />
El detenido esputa un cuajo de sangre y habla con dificultad.<br />
La marca de su frente es un tercer ojo que les observa con rabia.<br />
- No pueden hacer nada… Se ha nutrido del alimento de los<br />
dioses y se ha rebelado contra su maestro… Pronto dejará de ser un<br />
hombre para ser un…<br />
Alguien entreabre la puerta, mientras el comisario Giménez y<br />
el subinspector Andrade tratan de buscar un sentido lógico a<br />
semejante galimatías. El agente Oiarzábal anuncia que el padre Avilés<br />
ha pedido entrevistarse con el comisario. En privado. Giménez se<br />
marcha dejando a Andrade con la orden de proseguir con el<br />
interrogatorio. El subinspector acomete el mandato con agrado.<br />
El padre Avilés aguarda de pie junto a la ordenada mesa de<br />
despacho del comisario Giménez, y por su expresión sombría, éste<br />
barrunta que no trae consigo ninguna novedad que aliente un<br />
desenlace propicio para este asunto.<br />
- Comisario, perdone que me presente de improviso, pero es<br />
esencial que hable con usted. Yo… verá, usted tenía razón, no podía<br />
hablar con total libertad ante el general Salvatierra… y no he sido del<br />
todo sincero…<br />
- No me sorprende, padre. Y no me sorprenderá nada de lo<br />
que haya venido a contarme – Giménez enciende un cigarrillo y aspira<br />
el humo lentamente. Lo expulsa en una bocanada al tiempo que<br />
contempla las espirales fantasmagóricas que se elevan en el aire –<br />
ahora dicen que el tabaco mata, cuando mi abuelo murió a los<br />
noventa años con el cigarro en la boca. ¿Sabe qué? Atendemos<br />
decenas de suicidios de idiotas que creen que a su muerte los recogerá<br />
una nave intergaláctica… en fin, el mundo se está yendo a la basura.<br />
Y usted lo sabe mejor que nadie, ¿verdad?<br />
- Santiago Salvatierra no conoció a Berasategui por<br />
casualidad. Yo les presenté. Durante años lidié con el Vaticano para<br />
238
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
impedir la excomunión del padre Berasategui, y finalmente no pude<br />
más que claudicar ante una salida honrosa para él, acomodándolo al<br />
frente de la parroquia en que han encontrado su cuerpo sin vida. Era<br />
un sabio ¿comprende? Un iniciado en un camino que un sector<br />
mayoritario de la Iglesia se empeña en no transitar, por cobardía. Dios<br />
creó al hombre a su imagen y semejanza y por ello lo más lógico es<br />
pensar que la divinidad reside en nosotros mismos… - Avilés habla<br />
con una convicción antigua, profunda.<br />
- ¿Y le parece que ese camino conduce a devorar las entrañas<br />
de una adolescente y devanar el pescuezo de un viejo sacerdote? –<br />
interpela Giménez.<br />
- En las últimas horas he pensado mucho en ello, comisario, y<br />
empiezo a creer que en el plan original de Dios nuestro cuerpo<br />
material fue concebido no para servir de crisálida a un ser más puro<br />
sino como cárcel a un horror inimaginable.<br />
Giménez aplasta el cigarro a medio consumir contra un<br />
cenicero de cristal.<br />
- Dígame dónde está Santiago Salvatierra, padre.<br />
Andrade irrumpe en el despacho con la camisa sudorosa y<br />
salpicada de pequeñas motas sanguinolentas.<br />
- ¡Hay una cripta bajo la parroquia, comisario! Al final ese<br />
caníbal asqueroso ha cantado.<br />
- Bien, Andrade, vayamos a verlo – dice Giménez.<br />
- No creo que quieran verlo – se lamenta el padre Avilés - no<br />
creo que se atrevan.<br />
IV<br />
Hace frío. El tiempo parece contraerse en el interior de la<br />
cripta, alargando en exceso los pasos vacilantes, las respiraciones<br />
entrecortadas de los tres hombres. El comisario Giménez y el<br />
subinspector Andrade avanzan mientras las linternas proyectan sus<br />
siluetas deformadas sobre los muros travestidos de telarañas,<br />
internándose en un mundo proceloso de amenazas que se descubre<br />
<br />
239
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
bajo el cañón ciclópeo de sus pistolas. Tras ellos, el padre Avilés<br />
sostiene el revólver que Andrade colocó a regañadientes entre sus<br />
manos trémulas y recita de memoria una oración cuyo origen se<br />
pierde en la génesis misma de la realidad tangible.<br />
Un cadáver contorsionado en una postura indigna los recibe<br />
al poco de internarse en el lúgubre corredor; las entrañas se<br />
encuentran esparcidas en derredor y la sangre ha formado un charco<br />
oscuro y profundo, tan profundo que los tres hombres llegan a atisbar<br />
un pozo en el que se conserva destilada en su quintaesencia maléfica<br />
una maldad para la que no están preparados.<br />
- Miren su frente. Es el mismo símbolo - indica Giménez,<br />
haciendo un esfuerzo por iluminar el rostro del cadáver, deformado en<br />
una mueca de pavor infinito - lleva grabada una cruz idéntica a la de<br />
los detenidos en el cementerio…<br />
- Es el Ankh egipcio, comisario – repone Avilés -, las raíces de<br />
la fe cristiana y las creencias egipcias se hallan mucho más imbricadas<br />
de lo que imagina. No le sorprenda que muchos de los primeros<br />
seguidores de Cristo se parapetasen en la nueva religión con el<br />
propósito de proteger un culto más antiguo. Y en el que también se<br />
profesaba reverencia a una cruz. Esta cruz… A través de la neb-ankh,<br />
la meditación espiritual que practicaron los valedores del culto<br />
Rametep, Santiago Salvatierra ha liberado algo que nunca debió de<br />
abandonar su confinamiento… - la voz del sacerdote se apaga por un<br />
instante - Ph´nglui mglw´nafh Cthulhu R´lyeh wgah-nagl fhtagn… -<br />
pronuncia ensimismado, realiza el gesto de la cruz con una gravedad<br />
profunda, y un miedo cerval se lee en sus ojos con la misma facilidad<br />
que la sangre que ha jalonado las paredes refulge a la luz de las<br />
linternas - …en su morada de R'lyeh el difunto Cthulhu aguarda<br />
soñando…<br />
Giménez y Andrade no comprenden a qué se enfrentan, pero<br />
ambos están convencidos de que no han estado ante nada parecido<br />
en su vida.<br />
- ¡Todo es culpa mía! – exclama al fin Avilés. El eco de un<br />
disparo se abre paso por entre los confines húmedos de la cripta<br />
cuando se descerraja un tiro que le atraviesa el ojo derecho y abre un<br />
agujero en el cráneo por que el cabría un puño.<br />
240
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
- Pero… ¡qué coño! – grita Andrade. El subcomisario está<br />
cubierto de materia encefálica. El cuerpo del padre Avilés yace inmóvil<br />
en el suelo, junto a los restos de un desgraciado sin nombre con un<br />
extraño símbolo marcado sobre la frente.<br />
- «Ha acabado con su vida sin pensarlo dos veces. Ha<br />
aceptado su muerte sin más. Como el ganado» - piensa el comisario<br />
Giménez. No lo dice en voz alta, pero se pregunta si también ellos,<br />
ambos, se encaminan al matadero.<br />
Un grito imposible para una garganta humana les llega con<br />
claridad desde el fondo del pasillo, allí donde éste parece abrirse en<br />
una sala. Andrade y Giménez continúan avanzando en la oscuridad,<br />
traspasando con creces el punto sin retorno. El hedor es insoportable.<br />
Por doquier se descubren esparcidos lo que en su día debieron de ser<br />
hombres y mujeres, tal vez, por su aspecto, se diría, que no lo fueron<br />
nunca. Desgarrados, deshechos, devorados.<br />
Un bulbo gelatinoso, gigantesco, palpita en el centro de la<br />
estancia.<br />
- ¿Qué clase de infierno es éste, comisario? – balbucea<br />
Andrade.<br />
Giménez no le atiende. Está atrapado por la cadencia<br />
hipnótica de los latidos de una matriz grotesca en cuyo interior algo<br />
parece moverse. Se acerca seducido por una voz que nadie más<br />
escucha. Andrade no se ha percatado. Tarda en reaccionar. Lo<br />
suficiente para que un brazo amorfo emerja del interior de la<br />
abominación y desgarre la garganta del comisario. La sangre<br />
comienza a cubrir su cuerpo sin vida.<br />
Andrade dispara contra la deformidad del bulbo hasta que el<br />
chasquido hueco de su pistola reglamentaria le indica que ha agotado<br />
todas las balas. Los latidos han cesado. Ahora sólo escucha los suyos<br />
propios, martilleándole las sienes. Da unos pasos. Examina de cerca<br />
los restos amorfos de los que fluye un líquido oscuro, espeso y<br />
maloliente.<br />
EPÍLOGO<br />
<br />
241
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
El agente Oiarzábal no puede evitar un estremecimiento al<br />
releer las últimas páginas del atestado que consigna la muerte del<br />
comisario Giménez. Se alegra de que el subinspector Andrade le<br />
reventara la cabeza a ese sacerdote enloquecido, padre Avilés,<br />
culpable de fundar una secta de herejes y asesinos y pervertir y acabar<br />
con la vida de la hija del ministro Itúrbide y del hijo del general<br />
Salvatierra. Y en última instancia de acabar con la vida del comisario<br />
Giménez, - «sin duda un buen hombre» - piensa.<br />
Tras la puerta de un retrete, el subinspector Joaquín Andrade<br />
yace con la cabeza ladeada, sobre un inodoro manchado de valerosa<br />
mierda de policía. Ha muerto tras vaciar su estómago de comida mal<br />
digerida, de bilis y finalmente de un limo negruzco y pestilente que se<br />
arrastra por el suelo del urinario, sembrado de colillas y pisadas. Es<br />
algo anterior al hombre. Está por encima de él. Cautivo durante un<br />
período mayor que el propio tiempo. Y ahora libre. Una masa<br />
deforme carente de humanidad, de sentimientos y de piedad.<br />
Primitivo.<br />
Oiarzábal aparta la mirada de las cuartillas sembradas de<br />
renglones por la máquina de escribir Olivetti. Sólo emplea dos dedos,<br />
pero se maneja bien. Suspira y consulta de nuevo el reloj de pared.<br />
Las diez y media.<br />
242<br />
- «En verdad ha sido una noche muy larga» – se dice.
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
DICTADOR<br />
<br />
243
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
244<br />
Abrióse funesto camino a la nada<br />
perdido el ánimo<br />
de la disculpa antes de abrir simiente<br />
en este mundo,<br />
valido de un filo hacedor de muerte,<br />
reacio a la amnistía,<br />
sordo a las súplicas, vespertilio oculto<br />
en la callada noche;<br />
en el luctuoso deleite de la beligerante<br />
artesanía de mentiras<br />
halló vereda en que sembrar de oscuros<br />
pastos la gloria<br />
mal ganada a costa de llamar a la ruina<br />
de casa en casa;<br />
nacido de dos madres, la barbarie y el hambre,<br />
henchida tuvo<br />
la entraña que no el buche de rencores,<br />
encalado el corazón
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
de una inquina antigua, profunda y enquistada;<br />
azabachado<br />
el septentrión que lo condujo a dar eterna<br />
sarracina a su alma<br />
y a las almas que en perdida ganancia<br />
dio por suerte quebranto;<br />
bajío enorme, de ansia acromegálica<br />
y ternura exigua,<br />
cigoma partido, malcarado, malnacido,<br />
cuadrumano servil<br />
al anhelo impúdico de enhebrar su hilo<br />
en la anquilosis del tiempo<br />
tejida por las nornas.<br />
<br />
245
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
LA NOCHE DE BERBERÍA<br />
<br />
247
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
La noche agosta el enlutado ropaje y se viste de tules<br />
ambarinos, que translucen el resplandor de las estrellas tiñéndolo de<br />
los cálidos matices del amanecer. Como si al despuntar el alba se<br />
quebrase un sortilegio, con las primeras luces emerge el puerto de<br />
Mogador, hasta entonces desvanecido en el ciego sepulcro de la nada.<br />
Una hilera de cañones se aposta frente al mar, observando con sus<br />
ojos ciclópeos el horizonte. A sus espaldas, la ciudad dormita cobijada<br />
en el interior de sus murallas. El sueño es húmedo y no se diluye<br />
nunca, trocado en sopor durante el caluroso día. Las calles cerraron<br />
las cientos de bocas de sus puertas y se resisten a hablar, aunque<br />
pronto el muecín desgrana su canto y las mujeres reciben con el suyo,<br />
gutural y áspero, a los barcos que atraviesan el angosto paso de la<br />
bahía. El arpegio de sus voces reverbera en las estrechas gargantas de<br />
las callejuelas, se eleva como un halcón de Eleanora a lomos de los<br />
vientos Alisios alcanzando la costa de Essaouira. Y así, con las nuevas<br />
luces y las voces nuevas, acaba la noche de Berbería.<br />
248
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
<br />
ÍNDICE<br />
Media Verónica ………………………. 13<br />
La mancha ………………………. 19<br />
El barrio ………………………. 27<br />
El guión ………………………. 31<br />
Apurando la vida como una colilla ………………………. 39<br />
Oropel ………………………. 43<br />
Trabajo nocturno ………………………. 47<br />
Times New Roman ………………………. 51<br />
Nalú y la luna ………………………. 59<br />
La ordenanza ………………………. 61<br />
La última sonrisa ………………………. 67<br />
El adiestrador de elefantes ………………………. 75<br />
El héroe de un héroe ………………………. 85<br />
<strong>Bar</strong> <strong>Matrioshka</strong> ………………………. 89<br />
La huida ………………………. 97<br />
La raíz del Ishpingo ………………………. 101<br />
El calígrafo enamorado ………………………. 117<br />
El bribón apacentado ………………………. 119<br />
Un cierto caso de prestidigitación ………………………. 131
BAR MATRIOSHKA y <strong>otras</strong> <strong>historias</strong> Alexis López Vidal<br />
<br />
El rastro que siguió el cazador ………………………. 137<br />
La luz última del faro ………………………. 147<br />
Quiera el dios mundano ………………………. 157<br />
Llave sin cerradura ………………………. 159<br />
A la misma hora ………………………. 165<br />
Sangre de jabalí ………………………. 169<br />
Para ahorrarle conjeturas ………………………. 175<br />
No aparece en muchos mapas ………………………. 183<br />
La brújula apunta al muerto ………………………. 189<br />
La estirpe de Damballah ………………………. 203<br />
El hacedor de milagros ………………………. 213<br />
Primitivo ………………………. 231<br />
Dictador ………………………. 243<br />
La noche de berbería ………………………. 247
CAMINEMOS JUNTOS
El <strong>Bar</strong> <strong>Matrioshka</strong> tiene unos horarios bastante irregulares; puede abrir<br />
sus puertas en mitad de una noche de vigilia, durante un trayecto<br />
breve o al comienzo del más significativo de los viajes. Esa es su<br />
magia.<br />
Pero, de un modo u otro, en algún momento, tiene que cerrar.<br />
No obstante, le propongo recorrer juntos el camino de vuelta a casa.<br />
Quizás, si usted lo desea, podría hablarme acerca de las horas<br />
transcurridas en el interior de este bar en el que, además de consumir<br />
alcoholes, ilusiones y, en fin, la propia vida, también se sirven<br />
<strong>historias</strong>.<br />
<br />
K www.barmatrioshka.com<br />
t twitter.com/barmatrioshka<br />
f fac<strong>ebook</strong>.com/barmatrioshka<br />
g goo.gl/9kwoU