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BIBLIOTECA<br />

DIGITAL DE<br />

AQUILES<br />

JULIÁN<br />

1<br />

<strong>Yves</strong><br />

<strong>Bonnefoy</strong><br />

La imperfección es<br />

Biblioteca Digital<br />

la cima<br />

Muestrario de<br />

Poesía 60


Coeditores:<br />

MÉXICO<br />

Fernando Ruiz Granados<br />

José Solórzano<br />

José Eugenio Sánchez<br />

ARGENTINA<br />

Mario Alberto Manuel Vásquez<br />

Francisco A. Chiroleu<br />

Patricia del Carmen Oroño<br />

Ángel Balzarino<br />

Fernando Sorrentino<br />

Claudia Martin Trazar<br />

ESTADOS UNIDOS<br />

José Acosta<br />

Aníbal Rosario<br />

José Alejandro Peña<br />

César Sánchez Beras<br />

ESPAÑA<br />

Henriette Wiese<br />

Giulia De Sarlo<br />

María Caballero<br />

Elena Guichot<br />

Teresa Sánchez Carmona<br />

Losu Moracho<br />

Rocío Parada<br />

HONDURAS<br />

Dardo Justino Rodríguez<br />

VENEZUELA<br />

Milagros Hernández Chiliberti<br />

Tony Rivera Chávez<br />

URUGUAY<br />

Marta de Arévalo<br />

APLA Uruguay<br />

COLOMBIA<br />

Ernesto Franco Gómez<br />

Julio Cuervo Escobar<br />

PERU<br />

Luis Daniel Gutiérrez<br />

Nicolás Hidrogo Navarro<br />

Juan C. Paredes Azañero<br />

REPÚBLICA DOMINICANA<br />

Ernesto Franco Gómez<br />

Eduardo Gautreau de Windt<br />

Félix Villalona<br />

Ángela Yanet Ferreira<br />

Cándida Figuereo<br />

Enrique Eusebio<br />

Julio Enrique Ledenborg<br />

Vaugn González<br />

Efraím Castillo<br />

Oscar Holguín-Veras Tabar<br />

Edgar Omar Ramírez<br />

Carmen Rosa Estrada<br />

Roberto Adames<br />

Valentín Amaro<br />

Alexis Méndez<br />

Juan Freddy Armando<br />

Sélvido Candelaria<br />

NICARAGUA<br />

Radhamés Reyes-Vásquez<br />

CHILE<br />

Claudio Vidal<br />

Eliana Segura Vega<br />

Astrid Fugellie Gezan<br />

SUIZA<br />

Ulises Varsovia<br />

HOLANDA<br />

Pablo Garrido Bravo<br />

PUERTO RICO<br />

Mairym Cruz-Bernal<br />

ECUADOR<br />

Anace Blum<br />

EL SALVADOR<br />

Manuel Sigarán<br />

COSTA RICA<br />

Ramón Mena Moya<br />

2<br />

La imperfección es la<br />

cima<br />

<strong>Yves</strong> <strong>Bonnefoy</strong>, Francia<br />

Edición Digital Gratuita<br />

distribuida por Internet<br />

Muestrario de Poesía 60<br />

Editor:<br />

Aquiles Julián, República Dominicana.<br />

Primera edición: Junio 2010<br />

Santo Domingo, República Dominicana<br />

Muestrario de Poesía es una colección digital gratuita que se envía por la<br />

Internet y se dedica a promocionar la obra poética de los grandes creadores,<br />

difundiéndola y fomentando nuevos lectores para ella. Los derechos de autor de<br />

cada libro pertenecen a quienes han escrito los textos publicados o sus<br />

herederos, así como a los traductores y quienes calzan con su firma los<br />

artículos. Agradecemos la benevolencia de permitirnos reproducir estos textos<br />

para promover e interesar a un mayor número de lectores en la riqueza de la<br />

obra del autor al que homenajeamos en la edición.<br />

Este e-libro es cortesía de:<br />

Libros de<br />

Regalo<br />

EDITORA DIGITAL GRATUITA<br />

Escríbenos al e-mail librosderegalo@gmail.com


Contenido<br />

La tarea del poeta y del poema / Aquiles Julián 5<br />

El adiós 6<br />

La rapidez de las nubes 7<br />

Noli me tangere 8<br />

La única rosa 8<br />

Las ranas, la tarde 10<br />

Una piedra 11<br />

Una piedra 11<br />

La lluvia de verano 12<br />

En el mismo río 13<br />

Pero que se calle esa que vela 14<br />

A menudo en el silencio 14<br />

La imperfección es la cima 15<br />

Te acostará sobre la tierra 15<br />

Fénix 15<br />

El libro, para envejecer 16<br />

Allí donde cae la flecha 16<br />

Nombre verdadero 18<br />

¿Qué asir sino lo que se escapa? 18<br />

Para la tierra del alba 19<br />

(Cubierta por el manto silencioso del mundo) 19<br />

La rapidez de las nubes 20<br />

Hic est locus patriae 20<br />

(Temprano, esta mañana) 20<br />

Atardecer 21<br />

Los caminos 21<br />

El rayo 22<br />

(Soñar: que la belleza…) 22<br />

Un poco de agua 23<br />

La lluvia de verano 23<br />

Una lápida 24<br />

Las manzanas 25<br />

El jardín 25<br />

La nieve 25<br />

El espejo 26<br />

Los caminos 26<br />

3


Virgen de la Misericordia 27<br />

(Del movimiento y la inmovilidad de Douve) 27<br />

Tendrás que atravesar la muerte para vivir 28<br />

Un país que no nace ni muere 29<br />

(Desperté, pero el viaje seguía…) 29<br />

(El ladrido de un perro…) 30<br />

La salamandra 30<br />

El único testigo 30<br />

Las nubes 31<br />

Anti-Platón 33<br />

Entre el señuelo de las palabras 35<br />

Impresiones: sol poniente 36<br />

Ante tus signos 37<br />

El pozo: las zarzas 38<br />

El pozo 38<br />

Una piedra 39<br />

(Cubierta por el manto silencioso del mundo) 39<br />

Habla Douve 39<br />

Las uvas de Zeuxis 40<br />

De nuevo las uvas de Zeuxis 40<br />

Aquella que inventó la pintura 41<br />

Últimas uvas de Zeuxis 41<br />

El autorretrato de Zeuxis 43<br />

IV 44<br />

La traducción de la poesía 45<br />

Introducción a Giacometti 49<br />

El bote de Samuel Beckett 52<br />

El desierto de Retz y la experiencia de lugar 54<br />

Lo indescifrable 62<br />

Las tablas curvas 63<br />

La lucidez de las quimeras 65<br />

La poesía busca restablecer la plenitud / Ángela García 67<br />

El golpe del lenguaje poético / Miguel Ángel Muñoz 72<br />

<strong>Yves</strong> <strong>Bonnefoy</strong> / biografía 74<br />

4


La tarea del poeta y del poema<br />

Por Aquiles Julián<br />

5<br />

Una reflexión de <strong>Yves</strong> <strong>Bonnefoy</strong> sobre la poesía centellea en la mente<br />

como un rayo, repentina, esplendorosa: La poesía “es aquello que quiere<br />

liberar las relaciones entre los hombres de los prejuicios, ideologías y<br />

quimeras que los empobrecen”.<br />

La poesía nos enriquece: cuestiona, señala, esclarece. Es una puerta por la<br />

que accedemos a una percepción más amplia, multívoca, rica, de la vida.<br />

Nos libera de los esquemas empobrecedores en que el Poder nos quiere<br />

recluir y mantener.<br />

La poesía es siempre una exploración, un desafío, una búsqueda expresiva; una apuesta<br />

por encender los poderes de la palabra y no para inútil pirotecnia, sino para iluminarnos<br />

en medio de las tinieblas vitales.<br />

A las palabras se les desvirtúa al grado de que las reducen a artefactos utilitarios sólo<br />

empleables para la confusión, el engaño malicioso, la trampa artera.<br />

El poeta devuelve a la palabra su fuerza, sus poderes. Y por el poema nos resensibiliza,<br />

nos expande, nos restaura: nos rehumaniza.<br />

Como Patricia Martínez García escribe a propósito de <strong>Yves</strong> <strong>Bonnefoy</strong> y su poesía: “Así,<br />

para llevar a buen término su proyecto ontológico, la aprehensión verbal del ser como<br />

presencia, el poeta presiente la necesidad de deshonrar al lenguaje en el que no estén<br />

presentes las marcas más desasosegantes de la imperfección, y de reinventar unos<br />

nuevos actos poéticos capaces de arrancarnos del orden bien articulado del<br />

pensamiento conceptual, de la plenitud formal e intelectual, y de abrirse a esa errancia<br />

ilimitada que es la existencia humana “l’obscure possible terrestre”.<br />

La palabra decorativa, estrictamente conceptual, abstracta, más ruido que sentido o<br />

deliberadamente tramposa, introduce una falsa comunicación en que en la apariencia<br />

concertamos y comulgamos, y en realidad no. Es el tipo de palabra en que se place el<br />

ideólogo, cuyos malabarismos y sortilegios verbales buscan imponernos una explicación<br />

acomodaticia y colocarnos unas gafas que distorsionan todo. Que ocultan lo esencial.<br />

Tarea del poeta es sensibilizarnos y permitirnos escapar de esas trampas. Alta tarea.<br />

Seamos dignos de ella.


El adiós<br />

Hemos vuelto a nuestro origen.<br />

Fue el lugar de la evidencia, aunque desgarrada.<br />

Las ventanas mezclaban demasiadas luces,<br />

Las escaleras trepaban demasiadas estrellas<br />

Que son arcos que se hunden, escombros,<br />

El fuego parecía arder en otro mundo.<br />

Y ahora hay pájaros que vuelan de una habitación a la otra,<br />

Los postigos se cayeron, la cama está cubierta de piedras,<br />

La chimenea llena de restos del cielo que van a apagarse.<br />

Allí, por las tardes, hablábamos casi en voz baja<br />

Debido a los rumores de las bóvedas, allí, sin embargo,<br />

Formábamos nuestros proyectos: pero una barca,<br />

Cargada con piedras rojas, se alejaba<br />

Irresistiblemente de una orilla, y el olvido<br />

Depositaba ya su ceniza en los sueños<br />

Que sin fin recomenzábamos, poblando con imágenes<br />

El fuego que ardió hasta el último día.<br />

¿Es cierto, amiga mía,<br />

Que no hay más que una palabra para nombrar<br />

En la lengua que llamamos poesía<br />

El sol de la mañana y el de la tarde,<br />

Una para el grito de alegría y el de angustia,<br />

Una para el desierto río arriba y los golpes de hacha,<br />

Una para la cama deshecha y el cielo tormentoso,<br />

Una para el niño que nace y el dios muerto?<br />

Sí, lo creo, quiero creerlo, pero ¿qué sombras<br />

Son ésas que se llevan el espejo?<br />

Y, mira, la zarza crece entre las piedras<br />

En el camino de hierba aún apenas abierto<br />

Por el que nuestros pasos iban hacia los jóvenes árboles.<br />

Hoy me parece, aquí, que la palabra<br />

Es el pesebre medio roto del que se escapa<br />

En cada amanecer de lluvia el agua inútil.<br />

La hierba y en la hierba el agua que brilla, como un río.<br />

Todo está siempre a la espera de que una vez más se lo ate al mundo.<br />

Sé que el paraíso está diseminado,<br />

Es tarea terrestre el reconocer<br />

Sus flores dispersas en la hierba pobre,<br />

6


Pero el ángel ha desaparecido, una luz<br />

Que no fue, de golpe, sino un sol poniente.<br />

Y como Adán y Eva caminaremos<br />

Por última vez en el jardín.<br />

Como Adán el primer pesar, como Eva la primera<br />

Osadía, querremos y no querremos<br />

Pasar por la puerta baja que se entreabre<br />

Allá a lo lejos, en la otra punta del ronzal, coloreada<br />

Como auguralmente por un último rayo.<br />

¿Se toma el porvenir en el origen<br />

Como cabe el cielo en un cóncavo espejo?<br />

¿Podremos recoger, de esa luz<br />

Que fue de aquí el milagro,<br />

En nuestras sombrías manos la simiente, para otros charcos<br />

En el secreto de otros campos "cercados de piedras"?<br />

Por cierto, está aquí el lugar para vencer, para vencernos,<br />

El lugar de donde salimos esta tarde. Aquí sin fin<br />

Como esa agua que se escapa del pesebre.<br />

La rapidez de las nubes<br />

La cama, la ventana cercana, el valle, el cielo,<br />

La rapidez espléndida de esas nubes,<br />

La súbita garra de la lluvia en los cristales<br />

Como si la nada rubricase el mundo.<br />

En mi sueño de ayer<br />

El grano de otros años ardía a fuego lento,<br />

Sin calor, en el suelo embaldosado.<br />

Descalzos, lo apartaban nuestros pies como un agua límpida.<br />

¡Oh amiga mía,<br />

Qué distancia tan débil separaba nuestros cuerpos!<br />

La hoja de la espada del tiempo que merodea<br />

Hubiese allí buscado en vano lugar para vencer!<br />

7


Noli me tangere<br />

De nuevo en el cielo azul vacila el copo<br />

De nieve, el último copo de la gran nevada.<br />

Y es como si en el jardín entrase aquella que<br />

Bien había debido soñar lo que podría ser,<br />

Esa mirada, ese dios simple, sin memoria<br />

Del sepulcro, sin otro pensamiento que la dicha,<br />

Sin otro porvenir<br />

Que su disolución en el azul del mundo.<br />

"No me toques, no", le diría él,<br />

pero hasta el decir no sería luminoso.<br />

La única rosa<br />

I<br />

Cae la nieve, es volver a una ciudad<br />

Donde, y lo descubro al avanzar<br />

Al azar por las calles vacías,<br />

Habría yo vivido, feliz, otra niñez.<br />

Bajo los copos percibo las fachadas<br />

Que más que nada en el mundo bellas son.<br />

Alberti sólo entre nosotros, y San Gallo<br />

En San Biagio, en el salón más intenso<br />

Que construyó el deseo, se acercaron<br />

A esta perfección, a esta ausencia.<br />

Por eso miro yo, ávidamente,<br />

Esas masas que me oculta la nieve.<br />

En la blancura errante, sobre todo,<br />

Esos frontones busco que se alzan<br />

A un más alto nivel de la apariencia,<br />

Desgarrando la bruma como si<br />

Con ingrávida mano, el arquitecto<br />

De aquí, vivir hubiese hecho<br />

8


De un solo, gran trazo floral,<br />

La forma que quería, siglo a siglo,<br />

El dolor de nacer en la materia.<br />

II<br />

Y allá arriba, yo no sé si es la vida<br />

Aún, o sólo la alegría que resalta<br />

En ese cielo que no es ya de nuestro mundo.<br />

Oh constructores<br />

No tanto de un lugar como de un renacer de la esperanza,<br />

¿Qué hay en el secreto de esos muros<br />

Que frente a mí se apartan? Sobre ellos<br />

Nichos vacíos es lo único que veo,<br />

Caligrafías de las que, por la gracia<br />

De los números, se esfuma<br />

El peso del nacer en el exilio,<br />

Pero la nieve en ellos se acumula,<br />

A uno de ellos me acerco, el más bajo,<br />

Hago caer un poco de su luz,<br />

Y el prado, de pronto, está aquí de mis diez años,<br />

Donde zumban abejas,<br />

Lo que tengo en mis manos, esas flores y sombras,<br />

¿Es casi miel, acaso? ¿Es un poco de nieve?<br />

III<br />

Avanzo entonces hasta el arco de una puerta.<br />

Los copos danzan en el aire, borroneando<br />

el límite entre el exterior y este salón<br />

de lámparas encendidas: pero ellas mismas<br />

una especie de nieve que vacila<br />

entre lo alto, lo bajo, en esta noche.<br />

Es como si estuviese ante un segundo umbral.<br />

Y más allá un idéntico ruido de abejas<br />

en el ruido de la noche. Lo que decían<br />

Las abejas innúmeras del verano,<br />

Parece reflejarlo el infinito de las lámparas.<br />

Y yo querría<br />

correr, como en los tiempos de la abeja, buscando<br />

con el pie el balón blando, ya que acaso<br />

duermo, y sueño, y voy por los caminos de la infancia.<br />

9


IV<br />

10<br />

Pero lo que miro es un poco de nieve<br />

endurecida, que se ha deslizado sobre las baldosas<br />

y se acumula al pie de las columnas<br />

a la izquierda, a la derecha, y que se adentra en la penumbra.<br />

Absurdamente sólo tengo ojos para el arco<br />

que este lodo dibuja en la piedra.<br />

Uno mi pensamiento a lo que no<br />

tiene nombre, ni sentido. Oh amigos míos,<br />

Alberti, San Gallo, Brunelleschi,<br />

Palladio que haces señas desde la otra orilla,<br />

No os traiciono, sin embargo, avanzo,<br />

La forma más pura es aún aquella<br />

Que penetró la bruma que se esfuma,<br />

La nieve pisoteada es la única rosa.<br />

Las ranas, la tarde<br />

I<br />

Roncas eran las voces<br />

De las ranas en la tarde<br />

Allá donde el agua del estanque, percolando sin ruido,<br />

Brillaba entre la hierba<br />

Y rojo era el cielo<br />

En los limpios cristales<br />

Todo un río la luna<br />

Sobre el plano terrestre<br />

Tomados o no de nuestras manos,<br />

La misma abundancia.<br />

Abiertos o cerrados nuestros ojos,<br />

La misma luz.<br />

II<br />

Se entretenían, en la tarde<br />

Sobre la terraza


11<br />

De donde partían los caminos, de arena clara,<br />

Del cielo inmesurable<br />

Y tan desnuda ante ellos<br />

Estaba la estrella<br />

Tan próximo estaba su seno<br />

Necesitado de labios<br />

Que ellos se percataban<br />

Que morir es sencillo,<br />

Una rama separada por el oro<br />

Del cuerpo ya maduro.<br />

Una piedra<br />

Mañanas que poseíamos,<br />

Yo recogía las cenizas, llenaba<br />

El balde, lo colocaba sobre la baldosa,<br />

Con él regaba en toda la sala<br />

El olor impenetrable de la menta<br />

Oh recuerdo,<br />

Tus árboles en flor ante el cielo<br />

Se puede creer que nieva<br />

Pero la luz del sol se extiende sobre el camino<br />

El viento de la tarde derramaba su abundancia de chubascos.<br />

Una piedra<br />

Todo era pobre, desnudo, transfigurable<br />

Nuestros muebles eran sencillos como las piedras<br />

Tan sólo amábamos el saliente del muro<br />

Fue ese espigón donde probábamos los mundos.<br />

Desnudos, esa tarde<br />

Los mismos de siempre, como la sed,<br />

La misma tela roja, desgastada<br />

Imagen, pasajera,<br />

Nuestros inicios, nuestras prisas, nuestras confianzas


La lluvia de verano<br />

I<br />

12<br />

El más querido y no por eso<br />

Menos cruel<br />

De todos nuestros recuerdos, la lluvia de verano<br />

Repentina, breve.<br />

Salíamos, y era estar<br />

En otro mundo<br />

Nuestras bocas se embriagaban<br />

Del olor de la hierba<br />

Tierra<br />

El manto de la lluvia se extendía sobre ti.<br />

Aquello era como el seno<br />

Que hubiese soñado un pintor.<br />

II<br />

Y de pronto en el cielo<br />

Percibíamos<br />

Ese oro que la alquimia<br />

Había buscado tanto.<br />

Lo tocábamos, brillante<br />

Sobre las ramas bajas,<br />

De aquello amábamos el gusto<br />

Del agua, sobre nuestros labios.<br />

Y cuando recogíamos<br />

Ramas y hojas secas<br />

Ese humo al final de la tarde, brusco, ese fuego,<br />

Era también el oro.


En el mismo río<br />

I<br />

A veces toma el espejo<br />

Entre el cielo y el cuarto<br />

Entre sus manos el mínimo<br />

Sol terrestre.<br />

Y las cosas, los nombres<br />

Es como si<br />

Las voces, las esperanzas se divirtieran<br />

En el mismo río.<br />

Donde se puede soñar<br />

Que las palabras no existen<br />

Aguas debajo de ese río, río de paz,<br />

Demasiado para el mundo,<br />

Y hablar no es más<br />

Que cortar el cuello<br />

Del cordero que, confiado,<br />

Se deja llevar por la palabra.<br />

II<br />

Soñar: que la belleza<br />

Sea verdad, la evidencia<br />

Misma, un niño<br />

Que pasa, emocionado, bajo una troja.<br />

Él se levanta y, feliz<br />

De tanta luz,<br />

Estira su mano para agarrar<br />

La roja uva.<br />

III<br />

Y más tarde se entiende<br />

Sólo con su voz<br />

Como si anduviese desnudo<br />

Por una playa<br />

13


Y tuviese un espejo<br />

Donde todo el cielo<br />

Se abriera, a grandes rayos, que colorearan<br />

Toda la tierra.<br />

Él se detiene a veces,<br />

Aquí o allá,<br />

Su pie arrastra, distraídamente,<br />

El agua sobre la arena.<br />

14<br />

Pero que se calle esa que vela<br />

Pero que se calle esa que vela todavía<br />

En el hogar, su rostro caído entre las llamas<br />

Que permanece sentada, careciendo de cuerpo<br />

Que habla de mí con los labios cerrados,<br />

Que se levanta y me llama, careciendo de carne,<br />

Que se aleja abandonando su cuerpo dibujada,<br />

Que ríe siempre, habiendo muerto la risa hace tiempo.<br />

A menudo en el silencio<br />

A menudo en el silencio de un abismo<br />

Oigo – o deseo oír , no sé-<br />

Un cuerpo que cae entre las ramas. Larga y lenta<br />

Es esta caída; ningún grito<br />

Viene nunca a interrumpirla y darle fin.<br />

Entonces pienso en las procesiones luminosas<br />

En un país que no nace ni muere.


15<br />

La imperfección es la cima<br />

Sucedía que era preciso destruir y destruir y destruir,<br />

Sucedía que la salvación sólo era posible a ese precio.<br />

Arruinar el rostro desnudo que asciende en el mármol,<br />

Machacar toda forma , toda belleza.<br />

Amar la perfección porque ella es e umbral,<br />

Pero negarla una vez conocida, olvidarla muerta<br />

La imperfección es la cima.<br />

Te acostará sobre la tierra<br />

Te acostarás sobre la tierra sencilla,<br />

¿Quién te dijo que te pertenecía?<br />

Desde el cielo inmutable, la luz errante<br />

Volverá a comenzar la eterna mañana.<br />

Creerás renacer con las horas profundas<br />

Del fuego negado, de fuego mal extinguido.<br />

Pero el ángel vendrá con sus manos de ceniza<br />

Para calmar la fiebre del día que nace.<br />

Fénix<br />

El pájaro irá al encuentro de nuestras cabezas.<br />

Para él se alzará un hombro sangriento.<br />

Cerrará alegre sus alas sobre la cima


De tu cuerpo, el árbol que tú ofrecerás.<br />

16<br />

Cantará largo tiempo alejándose entre las ramas<br />

La sombra vendrá a marcar los límites de su grito.<br />

Pero rechazando toda muerte inscrita en sus ramas<br />

Se atreverá a traspasar las crestas de la noche<br />

El libro, para envejecer<br />

Estrellas trashumantes; y el pastor que se inclina<br />

Sobre la dicha de la tierra; y tanta paz<br />

Como ese grito irregular de insecto<br />

Que un dios pobre modela. De tu libro<br />

Subió el silencio hasta tu corazón.<br />

Corre un viento sin ruido en los ruidos del mundo.<br />

Lejos sonríe el tiempo, por dejar de existir.<br />

Sencillos en el huerto son los frutos maduros.<br />

Envejecerás<br />

Y, al perder tu color en los árboles,<br />

Al formar una sombra más lenta sobre el muro,<br />

Al ser amenazada la tierra, al fin, de alma,<br />

Retomarás el libro donde lo abandonaste,<br />

Y dirás: Eran ésas las últimas palabras oscuras. -<br />

Allí donde cae la flecha<br />

(fragmentos)<br />

II<br />

Perdido, sin embargo. Tiene que decidir casi a cada instante, y ahora no puede hacerlo.<br />

Nada le habla, nada le sirve de indicio. Incluso la idea de indicio se disipa. En la huella<br />

dejada por la palabra, en lo que es, ha llegado el agua de la desierta apariencia, y es lo<br />

único que brilla.<br />

Cada palabra: algo cerrado, una superficie mate sin nada que vibre, una piedra.<br />

Puede articularla, puede decir: el roble.<br />

Pero cuando ha dicho: el roble —¿y por qué en voz alta?— la palabra permanece en su<br />

espíritu, como la llave inútil que se vuelve pesada en la mano. Y la imagen de árbol se<br />

corta, se fragmenta y se reúne más arriba, en lo absoluto, igual a cuando miramos las<br />

abolladuras del vidrio en los ventanales antiguos.


17<br />

El color arrojado fuera de la imagen por la hinchazón en el vidrio. Lo que se dice una<br />

forma perforada de un falso arrebato. Como si se hubiera abierto la mano que empuña<br />

colores y formas.<br />

V<br />

¿Pero por qué sube ahora por esta pendiente casi escarpada, aunque los árboles estén<br />

tan tupidos como abajo, a lo largo de la estrecha encañada? Seguro que el camino no<br />

pasa por ahí.<br />

Y desde arriba tampoco conseguirá verlo.<br />

Y ni siquiera podrá lanzar su llamada.<br />

Lo veo no obstante subiendo entre los troncos, por las piedras.<br />

Ayudándose con un palo corto cuando siente el suelo resbaloso por las hojas secas entre<br />

las que siempre hay cascajo rodando entre los guijarros: con forma de rombos, filos<br />

acerados, grises, manchados de rojo.<br />

Lo estoy viendo —e imagino la cima. Hay algunos metros planos pero tan diferentes<br />

pues los breñales llegan a veces a la altura de las ramas. La misma confusión, la misma<br />

suerte que en cualquier parte del bosque, pero aquí es así entre todo lo que vive. Un<br />

pájaro alza vuelo y no me ve. Un pino caído en noche de viento bloquea la cuesta que<br />

otra vez comienza.<br />

Y escucho dentro de mí la voz que emerge del fondo de la infancia: Ya estuve por aquí —<br />

decía ella antaño—, conozco este lugar, aquí viví, pero fue antes de la existencia del<br />

tiempo, fue antes de mí en la tierra.<br />

Yo soy el cielo y la tierra.<br />

Soy el rey. Soy ese montón de bellotas que el viento ha arrastrado hacia el hueco que aún<br />

perdura entre estas raíces.<br />

VI<br />

Tiene diez años. Edad en la que uno mira el desplazamiento de las sombras, ¿o eso viene<br />

por sacudimientos? y el desgarramiento en el papel de las paredes, y el clavo plantado<br />

en el yeso, metal oxidado con ínfimos desconchados alrededor de la incomprensible<br />

materia. ¿Estará perdido? Por cierto, avanza desde hace tiempo entre los grandes<br />

enigmas. Siempre ha estado solo. Se ha sentado en el tronco del árbol caído, y llora.<br />

¡Perdido! Es como si el más allá, que obtura la línea de fuga, viniera a inclinarse ante él y<br />

le tocara los hombros.<br />

Levantar pues los ojos. Cuando dos direcciones se solicitan de una misma manera, en un<br />

cruce de caminos, el corazón late más fuerte y más sordo, pero los ojos son libres. Esta<br />

noche, en casa, cuando ponga los leños en el fuego como a su antojo se lo permiten: los<br />

verá arder en otro mundo.<br />

Cuando habla para él mismo: las palabras resonarán en otro mundo.<br />

Y más tarde, mucho más tarde, largos años después, solo, siempre solo en su habitación<br />

con el libro que ha escrito: lo cogerá entre sus manos, mirará las letras negras del título<br />

en la cartulina teñida de azul. Separará algunas páginas para que permanezcan de pie en<br />

la mesa.<br />

Después acercará un cerillo encendido, una mancha marrón y luego negra surgirá en el<br />

color, se ampliará, se perforará, un ribete de fuego claro morderá los bordes que él<br />

aplastará con los dedos antes de levantar el folleto para volver a inscribir el signo en otro


18<br />

lugar de la tapa. Y ahora todo un ángulo de ésta se ha caído. El papel glaseado,<br />

blanquísimo, de la primera página, apareció abajo, afectado, amarillento por el calor.<br />

Deja el libro. Guardará en su espíritu, no sabe aún por qué, unión de frases y ceniza.<br />

VII<br />

El ladrido de un perro acabó con sus temores. Un punto de sol entre las nubes, por la<br />

tarde. Los charcos que el escolar ve brillar en las palabras, en el horizonte de su vida,<br />

cuando introduce su pluma áspera en la confusión del precipitado dictado.<br />

Y cualquier rama ante el cielo, debido al ensanche, a la opresión de su masa. Lo invisible<br />

borbotea, como las nacientes en los deshielos, con violencia. Y las bahías rojas, entre las<br />

hojas.<br />

Y la luz que vuelve; la flama en la que todo comienza y todo llega a su fin.<br />

Nombre verdadero<br />

Al castillo que fuiste lo llamaré desierto,<br />

a tu rostro ausencia, noche a tu voz,<br />

y cuando te derrumbes sobre la tierra estéril<br />

al fulgor que te trajo lo llamaré la nada.<br />

Morir es un país que amabas. Vengo<br />

desde la eternidad por tu senda sombría.<br />

Destruyo tu deseo, tu forma, tu memoria.<br />

Soy tu enemigo, no tendré piedad.<br />

Guerra te llamaré y probaré en ti<br />

las libertades de la guerra, tendré en mis manos<br />

tu rostro oscuro, traspasado, y en mi corazón<br />

ese país que alumbra la tormenta<br />

¿Qué asir sino lo que se escapa?<br />

¿Qué asir sino lo que se escapa?<br />

¿Qué ver sino lo que se obscurece?<br />

¿Qué desear sino lo que muere<br />

Sino lo que habla y se desgarra?


Palabra próxima a mí<br />

Qué buscar sino tu silencio,<br />

Qué resplandor tan profundo<br />

Tú amortajada conciencia,<br />

Palabra, ¿dique material<br />

Sobre el origen y la noche?<br />

19<br />

Para la tierra del Alba<br />

Alba, hija de las lágrimas, restablece<br />

La habitación en su paz grisácea<br />

Y en su orden al corazón. Tanta noche<br />

Pedía al fuego que decline y se acabe,<br />

Más nos vale velar cerca del rostro muerto.<br />

A penas se ha movido… ¿El navío de las lámparas<br />

Entrará al puerto que lo había llamado,<br />

Aquí, sobre las tablas, la flama hecha ceniza<br />

Crecerá más alta en otra claridad?<br />

Alba, toma, levanta el rostro sin sombra,<br />

Colorea poco a poco el tiempo recomenzado.<br />

(Cubierta por el manto silencioso del<br />

mundo…)<br />

Cubierta por el manto silencioso del mundo.<br />

Marcada por los surcos de una araña viviente,<br />

Sometida ya al devenir de la arena<br />

Toda tú disgregada secreta inteligencia<br />

Ataviada para un festín en el vacío<br />

y desnudos los dientes como para el amor.<br />

Manantial de mi muerte presente insostenible.


20<br />

La rapidez de las nubes<br />

La cama, la ventana cercana, el valle, el cielo,<br />

La rapidez espléndida de esas nubes,<br />

La súbita garra de la lluvia en los cristales<br />

Como si la nada rubricase el mundo.<br />

En mi sueño de ayer<br />

El grano de otros años ardía a fuego lento,<br />

Sin calor, en el suelo embaldosado.<br />

Descalzos, lo apartaban nuestros pies como un agua límpida.<br />

¡Oh amiga mía,<br />

Qué distancia tan débil separaba nuestros cuerpos!<br />

La hoja de la espada del tiempo que merodea<br />

Hubiese allí buscado en vano lugar para vencer!<br />

Hic est locus patriae<br />

Los árboles llenaban el lugar de tu sangre;<br />

el cielo se rasgaba, demasiado cercano<br />

para ti; otros ejércitos vinieron, oh Casandra,<br />

y nada pudo ya resistir a su abrazo.<br />

Aquel que regresaba se apoyó sonriendo<br />

en la copa de mármol que adornaba el umbral.<br />

Cae la luz en el sitio que llaman La Arboleda.<br />

Era luz de palabra, fue noche de huracán.<br />

(Temprano, esta mañana…)<br />

TEMPRANO, esta mañana, la primera nevada. El ocre, el verde<br />

Se refugian debajo de los árboles.<br />

La segunda, a las doce. Del color<br />

Sólo quedan


21<br />

Las agujas de pino<br />

Que caen, también ellas, más tupidas a ratos que la nieve.<br />

Luego, de atardecida,<br />

El astil de la luz se inmoviliza,<br />

Las sombras y los sueños tienen el mismo peso.<br />

Sólo un poco de viento<br />

Escribe una palabra con la punta del pie<br />

Fuera del mundo.<br />

Atardecer<br />

Rayas azules, negras.<br />

Los surcos que se encaran a la base del cielo.<br />

La cama, vasta y rota como el río crecido.<br />

- Mira, se hace de noche,<br />

Y el fuego a nuestro lado habla en la salvia eterna.<br />

Los caminos<br />

Caminos, entre<br />

La masa de los árboles. Dioses, entre<br />

El espesor del canto incansable de pájaros.<br />

Y tu sangre enarcada bajo una mano pensativa,<br />

Oh mi luz toda, oh próxima.<br />

Quien recogió en las altas<br />

Hierbas el herrumbroso hierro, no olvida ya<br />

Que en los grumos metálicos la luz puede prender<br />

Y consumir la sal de la duda y la muerte.


El rayo<br />

22<br />

Ha llovido, esta noche.<br />

El camino tiene olor de hierba húmeda,<br />

Luego, de nuevo, la mano del calor<br />

Sobre nuestro hombro, como<br />

Para decir que el tiempo nada nos arrebatará.<br />

Pero ahí<br />

Donde el campo viene a chocar contra el almendro,<br />

Ves, una fiera ha saltado<br />

De ayer a hoy a través de las hojas.<br />

Y nos detenemos, más allá del mundo,<br />

Y vengo cerca de tí,<br />

Acabo de arrancarte del tronco ennegrecido,<br />

Rama, estío fulminado<br />

Del cual la savia de ayer, divina aún, ahora fluye.<br />

(Soñar: que la belleza…)<br />

Soñar: que la belleza<br />

sea verdad, la misma<br />

evidencia, un niño<br />

que avanza, sorprendido,<br />

bajo una parra.<br />

Que se empina y, feliz<br />

con tanta luz,<br />

tiende la mano para atrapar el racimo rojo.<br />

* Contra tu cuerpo<br />

duermen, desnudos,<br />

los seres y las cosas<br />

y tus dedos<br />

ponen un velo de claridad<br />

en los párpados cerrados.


23<br />

¿Y qué pensar<br />

de esas manzanas amarillas?<br />

Ayer, asombraban, por esperar así, desnudas<br />

después de la caída de las hojas,<br />

hoy encantan<br />

por cómo sus hombros<br />

están, modestamente, subrayados<br />

por un ribete de nieve.<br />

Un poco de agua<br />

A este copo<br />

que se posa en mi mano, deseo<br />

asegurarle lo eterno<br />

haciendo de mi vida, de mi calor<br />

de mi pasado, de estos días de ahora,<br />

un instante simplemente: este instante, sin límites.<br />

Pero ya no es más<br />

que un poco de agua, que se pierde<br />

en la bruma de los cuerpos que andan en la nieve.<br />

La lluvia de verano<br />

I<br />

Pero el más grato aunque no<br />

el menos cruel<br />

de nuestros recuerdos, la lluvia de verano<br />

breve, súbita.


Caminábamos, y era<br />

en otro mundo,<br />

se embriagaban nuestras bocas<br />

con el olor de la hierba.<br />

Tierra,<br />

la tela de la lluvia se adhería a ti.<br />

Se parecía al seno<br />

que soñara un pintor.<br />

II<br />

Poco después el cielo<br />

nos brindaba<br />

ese oro que la alquimia<br />

buscó tanto.<br />

Brillante, lo tocábamos<br />

en las ramas bajas,<br />

nos gustaba el sabor<br />

de su agua en nuestros labios.<br />

24<br />

Y cuando recogíamos<br />

ramas y hojas caídas,<br />

aquel humo en la noche luego, brusco, aquel fuego<br />

seguía siendo el oro.<br />

Una lápida<br />

Nos habíamos obsequiado la inocencia,<br />

ardió durante tiempo con sólo nuestros cuerpos<br />

y por la hierba sin memoria iban desnudos nuestros pasos,<br />

éramos la ilusión que se llama recuerdo.<br />

Si el fuego de sí nace, a qué querer<br />

reunir sus cenizas desunidas.<br />

Dicho día entregamos lo que fuimos<br />

a la llama más vasta del cielo de la noche.


Las manzanas<br />

¿ Y qué habrá que pensar de esas manzanas<br />

Amarillas? Ayer<br />

Sorprendían, desnudas, por su espera<br />

Tras la caída de las hojas,<br />

Hoy hechizan por cómo<br />

Un ribete de nieve<br />

En sus hombros subraya<br />

Su modestia.<br />

El jardín<br />

Nieva.<br />

Entre copos la puerta<br />

Da por fin al jardín<br />

De más que el mundo.<br />

Avanzo. Pero al hierro<br />

Roñoso se me engancha<br />

La bufanda, y se rasga<br />

En mí el paño del sueño.<br />

La nieve<br />

Vino de más allá que los caminos<br />

Y tocó el prado, el ocre de las flores<br />

Con esa mano que con vaho escribe;<br />

Al tiempo lo venció con el silencio.<br />

Hay más luz esta tarde<br />

A causa de la nieve.<br />

Parece que las hojas arden ante la puerta<br />

Y que hay agua en la leña que metemos.<br />

25


El espejo<br />

Ayer aún las nubes<br />

Pasaban por el fondo<br />

Oscuro de este cuarto.<br />

Pero el espejo ahora está vacío.<br />

Nevar,<br />

Desanudarse el cielo.<br />

Los caminos<br />

I<br />

Caminos, hermosos niños<br />

que hacia nosotros venían,<br />

uno riendo, descalzo,<br />

los pies por las hojas secas.<br />

Nos gustaba su forma<br />

de llegar con retraso<br />

pero como es lícito<br />

cuando el tiempo escampa,<br />

felices de oír a lo lejos<br />

a su siringa sencilla<br />

vencer, Marsias niño, al dios<br />

nada más que por el número.<br />

II<br />

Y nos llevaba pronto<br />

donde cae la noche,<br />

él dos pasos delante<br />

de nosotros, volviéndose,<br />

riendo siempre, agarrando<br />

ramas, haciendo luz<br />

con las frutas aquellas<br />

de menuda presencia.<br />

26


Iba a donde no hay nada<br />

ya que se sepa, pero,<br />

prendada de su canto, bailando, iluminada,<br />

le acompaña la abeja.<br />

27<br />

Virgen de la Misericordia<br />

Todo, ahora,<br />

Al abrigo<br />

Bajo tu manto leve<br />

Solo de bruma y bordados<br />

Señora de la misericordia de la nieve<br />

Contra tu cuerpo<br />

Duermen, desnudos,<br />

Los seres y las cosas, y tus dedos<br />

Velan con su claridad esos parpados cerrados<br />

(Del movimiento y la inmovilidad de<br />

Douve)<br />

I<br />

Y ahora tú eres Douve en la última alcoba del verano.<br />

Una salamandra huye por la pared. Su suave cabeza de hombre<br />

expande la muerte del verano. "Quiero hundirme en ti, vida<br />

estrecha", exclama Douve. "Relámpago vacío, recorre mis labios,<br />

penétrame."<br />

"Me gusta cegarme, entregarme a la tierra. No quiero saber nunca<br />

más qué dientes fríos me poseen."<br />

II<br />

Toda una noche te soñé transformada en madera, Douve, para<br />

mejor ofrecerte a la llama. Y estatua verde revestida de corteza,<br />

para mejor gozar de tu cabeza luminosa.


28<br />

Sintiendo bajo mis dedos la disputa de la lumbre y los labios:<br />

vi que me sonreías. Pero me cegaba esa gran luz de las brasas en ti.<br />

III<br />

"Mírame, mírame he corrido!"<br />

Estoy junto a ti, Douve, y te ilumino. Ya no hay entre nosotros<br />

más que esta lámpara de piedra, ese poco de sombra apaciguada,<br />

nuestras manos que la sombra espera. Salamandra sorprendida,<br />

permaneces inmóvil.<br />

Habiendo vivido el instante en que la carne más próxima se<br />

transforma en conocimiento.<br />

IV<br />

Así permanecimos despiertos en lo más alto de la noche del ser.<br />

Un arbusto se quebró.<br />

Ruptura secreta, ¿con qué pájaro de sangre circulabas por<br />

nuestras tinieblas?<br />

¿A qué habitación venías en la que se agravaba el horror del<br />

alba en los cristales?<br />

Tendrás que atravesar la muerte<br />

para vivir<br />

La luz profunda necesita para mostrarse<br />

de una tierra aplastada y crujiente de noche.<br />

Es de un tronco tenebroso que se exalta la llama.<br />

La palabra misma necesita una materia,<br />

Una ribera inerte más allá de todo canto.<br />

Tendrás que atravesar la muerte para vivir,<br />

La más pura presencia es una sangre derramada.


29<br />

un país que no nace ni muere<br />

A menudo en el silencio de un abismo<br />

Oigo –o deseo oír, no sé-<br />

Un cuerpo que cae entre las ramas. Larga y lenta<br />

Es esta caída; ningún grito<br />

Viene nunca a interrumpirla y darle fin.<br />

Entonces pienso en las procesiones luminosas<br />

En un país que no nace ni muere.<br />

(Desperté, pero el viaje seguía…)<br />

Desperté, pero el viaje seguía,<br />

durante la noche entera había rodado el tren,<br />

ahora iba hacia unos nubarrones<br />

erguidos allí, densos, alba que desgarraba<br />

a ratos el látigo del rayo.<br />

Miraba el advenimiento del mundo<br />

en los matorrales del terraplén; y de repente<br />

aquel fuego más abajo, en un campo<br />

de piedras y viñas. El viento, la lluvia<br />

abatían el humo contra el suelo,<br />

pero una llama roja volvía a alzarse,<br />

tomando a manos llenas la base del cielo.<br />

¿Desde cuándo estabas ardiendo, fuego de viñadores?<br />

¿quién te quiso ahí y para quién en esta tierra?<br />

Después, clareó el día; y el sol<br />

lanzó por todas partes sus miles de flechas<br />

en el departamento en que dormidos viajeros<br />

aún bamboleaban sobre el encaje<br />

de las cabeceras de lana azul. Yo no dormía,<br />

aún estaba de lleno en la edad de la esperanza,<br />

dedicaba mis palabras a los montes bajos,<br />

que veía llegar a través de los cristales.


30<br />

(El ladrido de un perro…)<br />

El ladrido de un perro, que dio fin a su miedo. El pilar del sol<br />

entre las nubes, al atardecer. Los charcos que el colegial ve chispear<br />

en las palabras, en el por venir de su vida, cuando empuja<br />

su rígida pluma en el enmarañamiento del dictado demasiado<br />

rápido.<br />

Y cualquier rama frente al cielo, a causa de los ensanchamientos<br />

y los estrechamientos de su volumen. Lo invisible que ahí<br />

borbotea, como el hontanar en el deshielo, violento. Y las<br />

bayas rojas, entre las hojas.<br />

Y la luz, a la vuelta; la llama en que todo comienza y todo concluye.<br />

La salamandra<br />

III<br />

“¡Mírame, mírame correr hasta ti!”<br />

Estoy cerca de ti, Douve, te alumbro. No hay nada entre nosotros más que esta lámpara<br />

de piedra, este poco de quieta oscuridad, nuestras manos que la sombra espera. Te<br />

quedas sorprendida, inmóvil salamandra.<br />

Así te quedas, tras vivir el instante en que la carne más próxima transmuta en<br />

conocimiento.<br />

El único testigo<br />

Luego de librar su cabeza a las llamas bajas<br />

del mar, de perder sus manos<br />

en su profundidad ansiosa, luego de arrojar<br />

a las materias acuáticas su cabellera;<br />

muerta ya, pues morir es ese camino<br />

de verticalidad bajo la luz,<br />

y ebria aún, incluso muerta: yo fui,<br />

ménade consumada, gozo pétreo y pérfido,


el único testigo, la única presa cautiva<br />

en las redes de tu muerte que fueron arenas<br />

peñascos o calor, tu signo, me decías.<br />

Las nubes<br />

(fragmento)<br />

Doblemente silenciosa la tarde<br />

Por obra del verano desierto, y de una llama<br />

Que desborda, no se sabe si de ese charco<br />

O de más alto aún en el cielo.<br />

31<br />

Hemos pues dormido: no sabría bien cuántos<br />

Veranos en la luz, y tampoco sé<br />

Hacia qué espacio se abren nuestros ojos.<br />

Escucho, nada vibra, nada termina.<br />

Apenas el deseo formulando la imagen<br />

Gira meditando, en su eje simple,<br />

Arcilla de un despertar en el sueño, empapado de sombra.<br />

Sin embargo el sol zumba sobre la ventana<br />

Y, el alma envuelta en sus élitros rojos,<br />

Desciende, en paz, hacia la tierra de los muertos.<br />

Sobre mí, solo, cuando trazaba<br />

El signo de esperanza en tiempos de guerra,<br />

Una nube rodaba negra y el viento<br />

Dispersaba en grandes resplandores la frase inútil.<br />

Sobre nosotros dos, que habíamos querido<br />

El nudo y la desatadura, una energía<br />

Se acumuló entre dos flancos sombríos<br />

Y hubo, finalmente,<br />

Una especie de temblor en la luz.<br />

Otros países, montañas iluminadas<br />

En el cielo, lagos lejanos, vírgenes, nuevos<br />

Ríos—pacificación de los dioses progenitores,<br />

El relámpago habría sido su propia causa


32<br />

Y sobre del niño y sus ojos<br />

El anillo de estas nubes, el fuego claro<br />

Que pareciera puede retrasar esta noche, como una prueba.<br />

Nubes, sí,<br />

De una a otra, navíos recién llegados<br />

Con su carga de música. Creo, a veces,<br />

Que la necesidad se metamorfosea<br />

Como cuando en el final del Cuento de Invierno<br />

Todos se reconocen entre sí, cuando se comprende<br />

De un nivel a otro en la luz<br />

Que aquellos que habían arrojado orgullo, duda,<br />

De comarca en comarca con el decir oscuro<br />

Se reencuentran, se conocen. Palabra en ese instante<br />

Sus silencios, y silencio sus pocas palabras<br />

No se sabría si de felicidad o de dolor<br />

“Yendo de un extremo al otro”.<br />

Parecen, dice<br />

Algún testigo, meditando, y se aleja,<br />

Escuchar una noticia<br />

De un mundo redimido o de un mundo muerto.<br />

Nubes,<br />

Y aquellas dos púrpuras, un padre, una hija,<br />

Y aquella mucho más cercana, la estatua<br />

De una mujer, madre de la belleza, madre del sentido,<br />

En la cual vemos que luego de haber estado inmóvil por mucho tiempo,<br />

Sofocada en su voz de siglo en siglo,<br />

Denegada, animada<br />

Por la magia de la escultura<br />

Toma vida, va a hablar. Un rayo en sus ojos<br />

Que se abren en el abismo del zafre claro,<br />

Pero un rayo sonriente como si,<br />

Condenada a seguir el sueño en su flujo estéril<br />

Pero a la vez descubriendo el oro en la arena virgen,<br />

Hubiera meditado ya y consentido.<br />

El hombre por otra parte se aproxima, su rostro<br />

Desgarrado se apacigua de tanta felicidad.<br />

Mide los grados de la hora que avanza<br />

En ráfagas, ya que el cielo cambia, llega la noche,<br />

Y vacila donde esta lo espera, noche estrellada<br />

Que se derrama, música. Se vuelve,<br />

De cara al universo. Sus trazos brillan<br />

Con la fosforescencia de lo absoluto,<br />

Y el día se retoma para todos nosotros, como una vena<br />

Que se hincha de sangre—copa de los árboles<br />

Resquebrajadas por el relámpago, ríos, castillos


En paz, en la otra ribera. Sí, una tierra<br />

Sobre un torso en columnas de nubes.<br />

Anti-Platón<br />

I<br />

33<br />

Se trata de este objeto: cabeza de caballo más vasta que la naturaleza donde toda una<br />

ciudad se incrusta, sus calles y sus murallas corriendo entre los ojos, abrazadas al<br />

meandro y a la prolongación del hocico. Un hombre supo edificar de madera y de<br />

cartones esta ciudad, iluminarle sus flancos con luna verdadera, se trata de este objeto:<br />

la cabeza de cera de una mujer que gira desgreñada sobre el plato de un fonógrafo.<br />

Todas las cosas de aquí, país del mimbre, de los vestidos, de la piedra, o para decir<br />

mejor: país del agua sobre los mimbres y las piedras, país de vestidos manchados. Esta<br />

risa de sangre cubierta, les digo, traficantes de lo eterno, simétricos rostros, ausencia de<br />

mirada, pesa mucho más en la cabeza del hombre que las perfectas ideas, ésas que sólo<br />

saben desteñirse en su boca.<br />

II<br />

El arma monstruosa un hacha con cuernos de sombra llevada sobre las piedras,<br />

Arma de la palidez y del grito cuando giras herida en tu traje de fiesta,<br />

Un hacha ya que es necesario que el tiempo se aparte de tu nuca, Oh pesada y toda la<br />

densidad de un país sobre tus manos al caer el arma.<br />

III<br />

Qué sentido prestar a esto: un hombre forma con cera y colores el simulacro de una<br />

mujer, la adorna con todas las semejanzas, la obliga a vivir, le prodiga con un sabio<br />

juego de iluminaciones esa vacilación incluso al borde del movimiento que también<br />

expresa la sonrisa.<br />

Luego se arma de una antorcha, abandona el cuerpo entero a los caprichos de la llama,<br />

asiste a la deformación, a las rupturas de la carne, proyecta en el instante mil figuras<br />

posibles, se ilumina de tantos monstruos, ¿experimenta como un cuchillo esa dialéctica<br />

fúnebre en que la estatua de sangre renace y se divide en la pasión de la cera, de los<br />

colores?


IV<br />

34<br />

El país de la sangre se persigue bajo el vestido en carreras siempre negras<br />

Cuando se dice, Aquí inicia la carne de la noche y los falsos caminos se llenan de arena<br />

Y tú sabia cavas para la luz de altas lámparas en los rebaños.<br />

Y te vuelcas sobre el umbral del país insulso de la muerte.<br />

V<br />

Cautivo de una sala, del ruido, un hombre mezcla cartas. Sobre una: «¡Eternidad, te<br />

odio!» Sobre otra: «¡Que este instante me libere!»<br />

Y sobre una tercera el hombre aún escribe: «Indispensable muerte.» Así, sobre la fisura<br />

del tiempo camina, iluminado por su herida.<br />

VI<br />

Somos de un mismo país sobre la boca de la tierra,<br />

Tú de un sólo chorro metálico con la complicidad de los follajes<br />

Y aquél que se llama yo cuando el día declina<br />

Y se abren las puertas y se habla de la muerte.<br />

VII<br />

Nadie puede arrancarlo de la obsesión de la cámara oscura. Inclinado sobre una cubeta<br />

intenta fijar el rostro bajo la capa de agua: siempre el movimiento de los labios triunfa.<br />

Rostro sin mástil, rostro extraviado, ¿bastará tocar sus dientes para que ella muera? Al<br />

paso de los dedos puede sonreír, como cede la arena bajo los pasos.<br />

VIII<br />

Cautiva entre dos ladrones de superficies verdes calcinada<br />

Y tu cabeza de piedra ofrecida a los ropajes del viento,<br />

Te miro penetrar en el verano (como una mantis fúnebre en el cuadro de las hierbas<br />

negras),<br />

Te escucho gritar en el revés del verano.<br />

IX<br />

Se le dice: cava este poco de tierra mueble, su cabeza, hasta que tus dientes hallen una<br />

piedra.<br />

Sensible solamente a la modulación, al paso, al estremecimiento del equilibrio, a la<br />

presencia afirmada en su estallido que ya lo cubre todo, busca la frescura de la muerte


35<br />

invasora, triunfa holgadamente de una eternidad sin juventud y de una perfección sin<br />

quemadura.<br />

Alrededor de esta piedra hierve el tiempo. Con sólo tocar esta piedra: las lámparas del<br />

mundo giran, una iluminación secreta circula. Traducción de Pablo Montoya<br />

Entre el señuelo de las palabras<br />

(fragmento final)<br />

O poesía,<br />

No puedo refrenarme de llamarte<br />

Por tu nombre que ya no es amado entre aquellos que hoy vagan<br />

Entre las ruinas de la palabra.<br />

Asumo el riesgo de dirigirme a ti, directamente,<br />

Como en la elocuencia de las épocas<br />

En que eran colgadas, la víspera de los días festivos,<br />

En la más alta columna de las grandes salas,<br />

Guirnaldas de hojas y de frutos.<br />

Yo lo hago, confiando en que la memoria<br />

Enseñando sus palabras sencillas a quienes buscan<br />

Mantener el sentido pese al enigma,<br />

Les hará descifrar, sobre sus grandes páginas,<br />

Tu nombre único y múltiple, donde arderán<br />

En silencio, con un fuego vivo,<br />

Los sarmientos de sus dudas y de sus tristezas.<br />

“Mirad, dirá ella, en el único libro<br />

Que se escribe a través de los siglos, ved crecer<br />

Los signos en las imágenes. Y las montañas<br />

Azulear a lo lejos, para haceros una tierra.<br />

Escuchad la música que dilucida<br />

Con su flauta sabia a propósito de las cosas<br />

El sonido del color en lo que es”.<br />

O poesía,<br />

Yo sé que se te desprecia y niega,<br />

Que se te considera un teatro, incluso una mentira,<br />

Que se te agobia con errores de lenguaje,


36<br />

Que se tilda de mala el agua que tú aportas<br />

A todos aquellos que sin embargo desean beber<br />

Y decepcionados se desvían, hacia la muerte.<br />

Y es cierto que la noche inflama las palabras,<br />

Vientos voltean sus páginas, fuegos abaten<br />

Sus bestias atemorizadas hasta bajo nuestras pisadas.<br />

Creímos que nos llevaría lejos<br />

El camino que se pierde en la evidencia,<br />

No, las imágenes se colisionan en el agua que asciende,<br />

Su sintaxis es incoherencia, ceniza,<br />

Y pronto incluso ya no hay imágenes,<br />

Libros, grandes cuerpos calurosos del mundo<br />

Para extender de nuestro deseo brazos.<br />

Pero yo sé de idéntica forma que no hay otra estrella<br />

Para andar, misteriosamente, auguralmente,<br />

En el cielo ilusorio de los astros fijos,<br />

Sino tu barca siempre oscura, donde empero se agrupan<br />

Sombras en la proa, e incluso cantan<br />

Como otrora los que llegaban, cuando crecía<br />

Delante de ellos, al final del largo viaje,<br />

La tierra entre la espuma, y brillaba el faro.<br />

Y si permanece<br />

Cosa distinta a un viento, un arrecife, un mar,<br />

Yo sé que tú serás, hasta en la noche,<br />

El ancla lanzada, los pasos indecisos encima de la arena,<br />

Y la madera que se recoge, y la chispa<br />

Bajo las ramas mojadas, y, entre la inquieta<br />

Espera de la llama que duda,<br />

La primera palabra tras el largo silencio,<br />

El fuego primigenio para encender debajo del mundo muerto.<br />

Impresiones: sol poniente<br />

El pintor a quien llaman la tormenta ha trabajado bien,<br />

esta tarde,<br />

Figuras de gran belleza se reunieron<br />

Bajo un pórtico a la izquierda del cielo, allí donde<br />

se pierden<br />

Esas gradas fosforescentes en el mar.


37<br />

Y hay agitación en este tropel,<br />

Como si un dios hubiera aparecido,<br />

Rostro de oro entre las otras sombras numerosas.<br />

Pero estos gritos de sorpresa, casi cantos,<br />

Estas músicas de pífano y estas risas<br />

No nos vienen de esos seres sino de su forma.<br />

Los brazos que se abren se rompen, se multiplican,<br />

Los gestos se dilatan, se diluyen,<br />

Sin cesar el color se vuelve otro color.<br />

Y algo distinto del color, así las islas,<br />

Restos de grandes órganos entre los nubarrones.<br />

Si aquélla es la resurrección de los muertos, esta semeja<br />

La cresta de las olas en el instante en que se rompen,<br />

Y ahora el cielo esta casi vacío,<br />

Sólo una masa roja que se desplaza<br />

Hacia un lienzo de pájaros negros, al norte, piando,<br />

la noche.<br />

Aquí o allá<br />

Una charca aun, agujerada<br />

Por un ascua de la belleza en cenizas.<br />

Ante tus signos<br />

¿Qué morada deseas levantar para mí?<br />

¿Qué negras escrituras cuando el fuego se acerca?<br />

*<br />

Vacilé mucho tiempo ante tus signos,<br />

me apartaste de toda densidad.<br />

*<br />

Mas he aquí que la noche incesante me guarda<br />

con caballos sombríos yo me alejo de ti.


El pozo, las zarzas<br />

38<br />

Pero amamos esos pozos que velan lejos de las sendas<br />

Porque nos preguntamos quién llega hasta su lado<br />

Entre hierbas que las zarzas obstruyen, atraídos<br />

Por las cúpulas que forman<br />

Por sobre los matorrales, allí donde empieza<br />

El país que sólo sabe de lo eterno;<br />

Que se detiene cerca de ellos aún hoy,<br />

Que los abre y se inclina en otro mundo.<br />

El hierro oxidado resiste, rechina,<br />

Queda en silencio cuando cae en la piedra<br />

El palastro que separa ambos cielos.<br />

Y no es sino un instante del estío, cuando<br />

El grillo retorna asustado, más allá de la muerte,<br />

Su canto que es materia hecha voz<br />

Y quizás luz, pero para nada.<br />

Notó que esas hierbas aplastadas,<br />

Esas palabras, esta esperanza, no existieron<br />

Más de lo que él (si así cabe nombrarlo) existe entre las zarzas<br />

Que arañan nuestros rostros pero son sólo<br />

La nada que araña a la nada en la luz.<br />

El Pozo<br />

Oyes la cadena chocar en la pared<br />

Al descender el balde en el pozo que es la otra estrella,<br />

A veces la estrella vespertina, la que llega sola,<br />

A veces el fuego sin rayos que aguarda en la mañana<br />

Que pastor y bestias salgan.<br />

Pero siempre el agua está encerrada en el fondo del pozo,<br />

Siempre la estrella allí queda sellada.<br />

Bajo las ramas descubrimos sombras:<br />

Son los viajeros que pasan por la noche<br />

Encorvados, la espalda bajo una masa negra,<br />

Diríase, como si dudaran en una encrucijada.<br />

Algunos parecen esperar, otros se borran<br />

En un chisporroteo sin luz.<br />

El viaje del hombre, de la mujer es largo, más largo que la vida,<br />

Es una estrella al borde del camino, un cielo<br />

Que imaginamos ver entre dos árboles.


El balde toca el agua, que lo alza,<br />

Y es la alegría, luego la cadena lo abruma.<br />

Una piedra<br />

39<br />

El verano pasó violento por las salas frescas,<br />

Sus ojos estaban ciegos, su flanco desnudo,<br />

Gritó, y el llamado trastornó el sueño<br />

De los que allí dormían en lo simple de su día.<br />

Se estremecieron. Cambió el ritmo de su aliento,<br />

Sus manos abandonaron la copa del sueño.<br />

Ya el cielo otra vez volvía sobre la tierra,<br />

Llegó la tormenta de las siestas de verano, en lo eterno.<br />

(Cubierta por el manto silencioso del<br />

mundo)<br />

Cubierta por el manto silencioso del mundo.<br />

Marcada por los surcos de una araña viviente,<br />

Sometida ya al devenir de la arena<br />

Toda tú disgregada secreta inteligencia<br />

Ataviada para un festín en el vacío<br />

y desnudos los dientes como para el amor.<br />

Manantial de mi muerte presente insostenible.<br />

Habla Douve<br />

Que se apague la palabra<br />

En la cara del ser en donde estamos expuestos<br />

En esta aridez que atraviesa<br />

Solo el viento del desierto.


(...)<br />

Que el frío de mi muerte se levante<br />

Y tome al fin sentido.<br />

Las uvas de Zeuxis<br />

40<br />

Una bolsa de tela mojada en la alcantarilla, es el cuadro de Zeuxis, las uvas, que las aves<br />

furiosas tanto desearon, tan violentamente perforaron con sus picos rapaces, que los<br />

racimos desaparecieron, luego el color, luego toda traza de imagen a esta hora del<br />

crepúsculo del mundo donde ellas la arrastraron sobre las baldosas.<br />

De nuevo las uvas de Zeuxis<br />

Zeuxis pintaba protegiéndose con el brazo izquierdo contra las aves hambrientas. Pero<br />

estas llegaban incluso bajo su pincel apremiado a arrancar jirones de tela.<br />

Se le ocurrió sostener, en su mano izquierda siempre, una antorcha que escupía una<br />

humareda negra, de las más espesas. Y sus ojos se nublaban, ya no veía, habría debido<br />

pintar mal, sus uvas no habrían debido ya evocar sea lo que fuere de terrestre, -¿por qué<br />

entonces las aves se abalanzaban más voraces que nunca, más furiosas, contra sus<br />

manos, sobre la imagen, llegando incluso a morderle los dedos, que sangraban sobre el<br />

azul, el verde ambarino, el ocre rojo?<br />

Se le ocurrió pintar en la oscuridad. Se preguntaba a qué podían parecerse esas formas<br />

que él dejaba agolparse, mezclarse, perderse, en el círculo mal cerrado de la cesta. Pero<br />

las aves lo sabían, las que se encaramaban sobre sus dedos, las que hacían con su pico en<br />

el cuadro desconocido el agujero que iba a encontrar su pincel en su avanzada menos<br />

rápida.<br />

Se le ocurrió no pintar más, simplemente observar, a dos pasos frente suyo, la ausencia<br />

de algunos frutos que hubiera querido añadir al mundo. Unas aves revoloteaban a<br />

distancia, otras se habían posado sobre las ramas, junto a su ventana, otras sobre sus<br />

potes de color.


41<br />

Aquella que inventó la pintura<br />

En cuanto a la hija del alfarero de Corinto, hace mucho que abandonó el proyecto de<br />

acabar de trazar con el dedo sobre el muro el contorno de la sombra de su amante.<br />

Recostada sobre su cama, de la que la bujía proyecta sobre el yeso la cresta fantástica de<br />

los pliegues de las sábanas, ella se vuelve, los ojos henchidos, hacia la forma que ha roto<br />

con su abrazo. “No, no te antepondré la imagen, dice ella. No te confiaré en imagen a los<br />

remolinos de humo que se acumulan a nuestro alrededor. No serás el racimo de frutos<br />

que vanamente se disputan las aves que llamamos olvido”.<br />

Últimas uvas de Zeuxis<br />

I<br />

Zeuxis, pese a las aves, no llegaba a desprenderse de su deseo, ciertamente legítimo:<br />

pintar, en paz, algunos racimos de uva azul en una cesta.<br />

Ensangrentado por los picos eternamente voraces, sus telas rasgadas por la terrible<br />

impaciencia, sus ojos quemados por la humareda que les oponía en vano, no por ello<br />

abandonaba su trabajo, se habría dicho que percibía en los vapores cada vez más<br />

espesos, donde se difuminaba el color, donde se dislocaba la forma, algo más que el<br />

color o la forma.<br />

II<br />

Se daba un respiro, a veces. Sentado a algunos pasos de su caballete entre los zorzales y<br />

las águilas y todas esas otras rapaces que se apaciguaban tan pronto dejaba de pintar e<br />

incluso parecían casi dormir, aletargadas en sus plumas, piando a veces vagamente en el<br />

olor a estiércol.<br />

Reflexionaba: ¿cómo levantarse en silencio y aproximarse a la tela sin que el espacio<br />

bascule otra vez, de golpe, en el batir de alas y los innumerables graznidos roncos?<br />

III<br />

¡Y qué sorpresa por lo demás entrada esta tarde cuando, habiéndose puesto de pie de un<br />

salto, habiendo cogido el pincel, habiéndolo sumergido en el rojo -¡qué alboroto ya,<br />

generalmente, qué graznidos de ira!-, debió constatar, su mano temblando, que las aves<br />

no le prestaban atención alguna, esta vez.


42<br />

Y eran uvas, no obstante, lo que comenzaba a pintar. Dos racimos, casi dos racimos<br />

enteros ahí donde ayer de nuevo los picos infalibles habían arrancado ya hasta la última<br />

de las fibras donde se hubiese cuajado un poco de color.<br />

IV<br />

Y, no obstante, ni siquiera esos racimos densos, una de esas artimañas con las que había<br />

ensayado, a veces, engañar al hambre del mundo. Así había esbozado, ¡ah,<br />

ingenuamente, por cierto! uvas rayadas de azul y rosa, otras cúbicas, otras en forma de<br />

dios Término ahogado en su gran barba. ¡En vano, en vano! Su proyecto ni siquiera<br />

tenía el tiempo de cobrar forma. La idea era devorada apenas surgía en el espíritu, era<br />

arrancada de su mano cuando intentaba llegar a la tela. Como si existieran en la<br />

inagotable naturaleza uvas estriadas, granos duros de seis caras que se arrojaran sobre<br />

la mesa, por un desafío al azar, racimos como estatuas de mármol para la delectación de<br />

las aves.<br />

V<br />

Pinta en paz, ahora. Puede hacer sus racimos cada vez más semejantes, apetitosos,<br />

puede cubrirlos con ese tierno vaho que hace resaltar tan agradablemente contra la paja<br />

de la cesta su oro irisado de gris y de azul.<br />

Envalentonado, llega incluso a poner nuevamente racimos verdaderos cerca suyo, como<br />

antaño. Y un gorrión, un zorzal -¿es pues un zorzal?- llegan, por momentos, a<br />

encaramarse al borde de la cesta real, pero con un ademán los aleja, y estos ya no<br />

vuelven.<br />

VI<br />

Largas, largas horas sin nada más que el trabajo en silencio. Las aves han retomado<br />

frente a la casa sus grandes piruetas desde lo alto del cielo, y cuando pasan cerca de<br />

Zeuxis, que llega a pintar sobre la terraza, lo hacen con la misma indiferencia que si<br />

rozaran una mata de tomillo, una piedra.<br />

Hubo una vez esta tropa reluciente de cotorras y abubillas que se congregó sobre las<br />

terrazas próximas, y gritó alto y fuerte lo que creyó ser cólera, pero instantes después,<br />

tras alguna decisión, tanto cotorras y abubillas como zorzales habían partido.<br />

VII<br />

Ah, ¿qué ha pasado? se pregunta ¿Ha perdido la noción de lo que es el aspecto de un<br />

fruto, o ya no sabe desear, o vivir? Es poco probable. Llegan visitantes, observan. “¡Que<br />

bellos racimos!”, dicen. Y aun: “Nunca has pintado unos tan bellos, tan semejantes”.


43<br />

O bien, se dice otra ocasión, ¿ha dormido? ¿Y soñado? En el preciso momento en que las<br />

aves destrozaban sus dedos, comían su color, él habría estado sentado, cabeceando, en<br />

un rincón del taller sombrío.<br />

Pero, ¿por qué ahora ya no duerme? ¿En qué mundo se habría despertado? ¿Por qué se<br />

arrepentiría, como se da cuenta que lo hace, de sus días de lucha y de angustia? ¿Por qué<br />

llega a desear dejar de pintar? ¿E incluso, que ya no exista pintura?<br />

VIII<br />

Zeuxis vaga por los campos, recoge piedras, las arroja, vuelve a su taller, toma sus<br />

pinceles, tiembla de cuerpo entero cuando un ave, rápida como una flecha, llega a tomar<br />

uno de los granos de la cesta. Espera entonces, va a la ventana, observa los grandes<br />

vuelos migratorios elegir un techo, allá lejos en la luz del atardecer, reduciendo a polvo<br />

azul el racimo del sol que declina.<br />

Extraña, el ave que había venido a posarse ayer, al borde de esta misma ventana. Era<br />

multicolor, era gris. Tenía esos ojos de rapaz, pero por cabeza un agua calma donde se<br />

reflejaban las nubes. ¿Traía un mensaje? ¿O la nada del mundo no es más que esa bola<br />

de plumas que se erizan, cuando el pico busca entre ellas una pulga?<br />

IX<br />

Es algo como una charca, el último cuadro que Zeuxis pintó, tras larga reflexión, cuando<br />

ya declinaba hacia la muerte. Una charca, un breve pensamiento de agua brillante,<br />

calma, y si uno se asomaba a ella percibía sombras de granos, sus bordes vagamente<br />

dorados con la fantástica silueta que delínea en los ojos infantiles el racimo entre los<br />

pámpanos, sobre el cielo luminoso todavía del crepúsculo.<br />

Frente a estas sombras claras otras sombras, estas negras. Pero que se sumerja la mano<br />

en el espejo, que se remueva ese agua, y la sombra de las aves y la de los frutos se<br />

mezclan.<br />

El autorretrato de Zeuxis<br />

Han encontrado el famoso retrato que Zeuxis había pintado al final de su larga vida. Ahí<br />

está sobre un cimacio, en esta galería de un traspatio de barrio pobre. Parece que Zeuxis<br />

no hubiera podido observar más que una parte de su rostro. La mitad izquierda falta<br />

pero no se trata de algo inacabado, más bien hay ahí como un abismo al borde del cual el<br />

pintor ha debido asomarse, con un nudo en la garganta a causa del vértigo; y si a su vez


44<br />

uno se aproxima a este abismo se ven muy abajo del borde que se desmorona y se<br />

resquebraja los magros arbustos que crecen en la ladera de la roca y grandes aves tristes<br />

que devoran sus bayas. Más abajo todavía, la agitación de un agua sin color.<br />

Los visitantes se aproximan al abismo, observan un poco, prudentemente, después<br />

siguen su camino, en silencio. Paso por ahí, cuando llega mi turno, busco ojos en la<br />

inmensidad a ratos brumosa. La tumba de Zeuxis está en el pliegue de dos montañas, al<br />

otro lado de la quebrada. Con la ayuda de los lentes que nos ofrecen, pero que pocos<br />

aceptan, veo que desprendimientos de una piedra roja obstruyen a lo lejos el camino,<br />

que quedará entonces desierto para siempre. Solo las aves que Zeuxis ha pintado a<br />

media altura de la cornisa pueden llegar con grandes aleteos hasta el lugar donde él<br />

reposa ahora, para después volver a nosotros graznando en la galería demasiado<br />

estrecha, donde nos rozan y nos asustan.<br />

IV<br />

Así permanecimos despiertos en lo más alto<br />

de la noche del ser. Un arbusto se quebró.<br />

Ruptura secreta, ¿con qué pájaro de sangre<br />

circulabas por nuestras tinieblas?<br />

¿A qué habitación venías, en la que se agravaba<br />

el horror del alba en los cristales?


45<br />

La traducción de poesía<br />

Se puede traducir por simple designación. Por ejemplo,<br />

me decía un día Wladimir Weidlé, agradablemente, el<br />

poema de Baudelaire, Yo no he olvidado, vecina de la<br />

ciudad..., lleva el sonido de Pushkin, posee su<br />

transparencia, es la mejor de las "traducciones". ¿Pero se<br />

puede reducir un poema a su transparencia?<br />

Se puede traducir un poema, no. Se encuentran allí<br />

demasiadas contradicciones que no se pueden resolver,<br />

deben hacerse demasiados desistimientos.<br />

Ejemplo (y es ello un hecho de experiencia<br />

personal) Sailing to Byzantium, de Yeats: y ahora este<br />

título: ¿Embarcarse a Bizancio? Imposible, interpelaría<br />

Watteau. Además, sailing tiene un dinamismo de verbo.<br />

Se piensa en "A Honfleur! lo más pronto posible antes de<br />

caer más bajo", de Baudelaire, pero "A Bizancio" sería<br />

ridículo: el mito excluye estas brevedades...En fin, to sail expresa por otra parte la idea<br />

de partida, la de la mar por franquear, difícil, agitada como la pasión y aquella del<br />

puerto a lo lejos: comercio, trabajos, obras, naturaleza vencida, el espíritu. Nada que<br />

pudiese llevar nuestro aparejar, y hacer velas es caduco, sobre estas distancias. Yo me<br />

resigné con "Bizancio-la otra orilla". Una tensión se salvó, quizás, pero no la energía, el<br />

arranque (al menos soñado) que expresaba el verbo. Como a menudo, desde la lengua<br />

de Shakespeare hasta aquella que tiraniza todavía Malherbe, lo vivido deviene de lo<br />

intemporal, lo irracional de lo inteligible. Otra solución: glosar el título, con esa frase de<br />

Baudelaire. Será necesario intentar la experiencia de traducciones desarrolladas, donde<br />

se dejarían vivir todas las asociaciones de ideas invocadas por la obra, sobre una página<br />

análoga a aquella del Golpe de dados. Pero Yeats habla, en la unicidad y la urgencia del<br />

instante: Y es a eso de entrada que es necesario que uno permanezca fiel.<br />

Otro desistimiento obligado en este mismo poema: fish , flesh, fowl (pescado, posta,<br />

pollo), con los que Yeats reúne en tres palabras la variedad de la vida, e incluso y sobre<br />

todo, por la aliteración, su impulso, su aparente finalidad. ¡Bastante arduo! Pero peor<br />

aún, hay allí una expresión fabricada, que hace que se pueda soñar que la lengua común<br />

preserva así el vigor de esta lengua adámica que tantos poetas añoran. Sailing to<br />

Bizantium exige pues interrogar la sabiduría popular, la nación. El aquí, en el momento<br />

mismo en el que es cuestión de arrancarlo, por el espíritu puro. Contradicción, profunda<br />

en Yeats, constante, tanto que fecunda de punta a punta su obra, pero que no se puede<br />

más que perderla en francés, que no ofrece para estas palabras brevedad semejante: las<br />

lenguas no poseen sus "fortunas" en los mismos puntos. Traduje: "todo lo que nada,<br />

vuela, se lanza", lo que no retiene el impulso sino por una significación, no dentro de la


sustancia verbal. Por otra parte, y por una vez, el verbo es menos que el sustantivo:<br />

este fish, etcétera, que parecía repetir el acto primero, divino, de la denominación.<br />

Donde un texto tiene sus oportunidades, sus nudos, su espesor "su inconsciente-, la<br />

traducción debe pasar a una superficie, libre para tener por otra parte sus propios<br />

nudos. No se puede traducir un poema.<br />

46<br />

Pero tanto mejor, porque un poema es menos que la poesía, y hallarse desprovisto de él,<br />

es de otra manera,un estímulo. Un poema "un cierto número de palabras en un cierto<br />

orden sobre la página, es una forma, donde es abolida la relación con el otro, con la<br />

finitud: lo verdadero. Y el autor puede complacerse en ello, es sosegador, se ama hacerser<br />

objetos que permanezcan, pero rápidamente se siente pesar de haberse puesto en<br />

contradicción con el lugar y el tiempo del verdadero intercambio. Un medio, el poema,<br />

una hipótesis de espíritu, no un fin. Publicarlo, una verificación, un tiempo de reflexión<br />

que uno se otorga, pero no es aceptarlo, absolutizarlo. Y el mejor lector de forma<br />

parecida es aquel que ama el poema, sí: pero cómo puede no amarse un ser:<br />

considerando sólo los valores de los cuales se ufana, en el sentido que lleva. Nada de<br />

idolatría por lo escrito; pero tampoco nada de aversión iconoclasta en adelante. Más<br />

bien, compasión, una especie de existencia compartida. Pero ¡qué saqueo desde<br />

entonces! Todas estas "riquezas" del texto, ambigüedades, paragramas, polisemias, etc.,<br />

privadas del derecho de imponernos sus crucigramas.<br />

Pero en compensación, he aquí que no llegamos a comprender, a retener: la poesía de<br />

otras lenguas.<br />

Que se sepa ver, en efecto, lo que motiva el poema; que se sepa revivir el acto que a la<br />

vez lo ha producido y se atasca en él: y libres de esta forma anquilosada que no es nada<br />

sino un trazo, la intención, la intuición primeras (digamos una aspiración, una obsesión,<br />

cualquier cosa universal), pudieran ser de nuevo intentadas en la otra lengua, y tanto<br />

más verídicamente en adelante en cuanto la misma dificultad se manifiesta allí: la<br />

lengua de traducción, paralizante como la primera de este cuestionamiento que es una<br />

palabra. Sí, la dificultad de la poesía es que la lengua es sistema, cuando la palabra de<br />

ella es presencia. Pero comprender eso, es reencontrarse con el autor que se traduce,<br />

percibiendo mejor las tiranías que él sufre, los movimientos de pensamiento que allí<br />

opone; y las fidelidades que le faltan. Porque las palabras van a tratar de amaestrarnos<br />

con su modo de ser. De auxiliares de la buena traducción comenzada, van a hacerse los<br />

abogados del mal poema que ella deviene, ellas van a rebajar la experiencia en provecho<br />

de un texto; será necesario desconfiar, verificar la necesidad ontológica de nuestras<br />

imágenes nuevas más bien que su semejanza término a término (exterior desde luego) a<br />

aquellas del poema original. Y es una pesada tarea, pero a cambio, somos ayudados por<br />

este autor que se traduce, cuando es Yeats, cuando es John Donne o Shakespeare. Y en<br />

lugar de ser, como antes, ante la masa de un texto, henos aquí de nuevo en el origen, allí<br />

donde se acrecía lo posible y por una segunda travesía, donde se posee el derecho de ser<br />

sí mismo. Un acto, ¡en fin! Se aventuraba con las lagunas de su lengua, se "bricolaba"<br />

como gusta decirse hoy, he aquí ahora que se revive la limitación del otro, tanto como se<br />

escucha lo que se ha podido aprender allí, ya que es necesario existir primero, antes de<br />

escribir. Que se sepa que el poema no es nada y la traducción es posible, lo que no es<br />

fácil de decir; esto no es más que la poesía recomenzada.


47<br />

Desmesura, retomar así en el origen a Yeats, ¿aspirar entonces a un poder de invención<br />

semejante? pero aspirar no significa estar seguro de llegar. Y toda poesía, es siempre la<br />

misma ambición, que entre las más verdaderas va sin certidumbre. No hay poesía sino<br />

de lo imposible. Y, fracasar ahí, digamos específicamente, guarda al menos abierto el<br />

campo a esta preocupación de unidad, o de transparencia y de destino.<br />

Prácticamente, en efecto: si la traducción no es una copia y una técnica, sino un<br />

cuestionamiento y una experiencia, ella no puede inscribirse "escribirse- sino en la<br />

duración de una vida, de la cual ella solicitará todos los aspectos, todos los actos. Y ello<br />

no exige que el traductor sea "poeta" por otra parte. Pero implica de seguro, que si él<br />

también escribe, no podrá mantener separada su traducción de su propia obra. Algunos<br />

ejemplos de esta interdependencia "personales-, pues no hay allí de qué enorgullecerse<br />

(ni alarmarse: menús hechos, que no sirven más que de índices).<br />

Horacio, hablando a Hamlet de sus compañeros de guardia cuando se aparece el<br />

fantasma, ellos fueron "destilados", dice él, "casi hasta la gelatina con la acción de<br />

terror"... El sentido es claro. Pero el acto de terror introduce una intensidad, trágica,<br />

donde gelatina (literalmente la "gelatina", tan inglesa, para nosotros "papilla") se me<br />

volvió un problema. ¿Por qué? las obscenidades del comienzo de Romeo pueden<br />

traducirse. Pero ellas son significantes así no sea más que de ellas mismas, mientras que<br />

aquí gelatina es lengua ordinaria, empleada sin atención, sin énfasis en el sentido.<br />

Ahora, bien francés en ello (creo yo), tengo tendencia a querer que tales contextos, luego<br />

ejemplares, sean un conocimiento acrecentado, por tanto, una economía del sentido, por<br />

tanto, un vocabulario, si no restringido por lo menos verificado. Que lo trivial se<br />

mantiene, sí, y es Rabelais, Rimbaud, pero como tal, y a ello se aproxima Racine o<br />

Nerval y lo que se llama lengua noble, o literaria, pero que no es sino una lengua tensa.<br />

Los ingleses (cf. Mercutio) esperan menos del lenguaje. Quieren más observación<br />

directa, de sicología simple (en resumen, gelatina allí donde un soldado la diría) como<br />

heroica reconstrucción.<br />

Y yo les concedo la razón. Pero haría falta por lo tanto, que luchando así contra mí, yo<br />

acepte el desafío sin más y hable de papilla, ¿o incluso de agua de pudín? Arriesgando<br />

ser un fresco, yo habría sido literal. Pero si es cierto que he seguido siendo por otra<br />

parte, así sea poco, discípulo de Racine, esta aparente fidelidad, va a producir lo<br />

pintoresco simple, es este el pecado de las traducciones románticas, mal desbastadas del<br />

verbalismo de antes "que va en todo caso, a paliar en mí y no resuelve un problema.<br />

¡Mejor Ducis! Mejor escuchar Shakespeare hasta el momento en que yo pudiera<br />

aventajarlo en toda mi escritura y no simplemente reflejarlo, aquí. Y esperando, y con<br />

conocimiento de causa (yo añadiría una nota), convierte engelatina con una palabra a<br />

mí, implicado en otras prosecuciones. Ceniza... La traducción ha fracasado, en el plano<br />

local. Pero el acto de traducir ha comenzado, y llegará más tarde, de otro lado" todavía<br />

aquí.<br />

Y ahora, de nuevo de Yeats, en La congoja del amor, cuando él habla de la joven de los<br />

"melancólicos labios rojos" que está "condenada como Odiseo y las naves laboriosas".<br />

Laboriosa, ésta palabra evoca las largas travesías difíciles y los balanceos del navío, pero<br />

también el problema afectivo, la tristeza, sin contar con que to be in labour, es dar a luz,


48<br />

y que to labour, ha guardado poéticamente su acepción arcaica, "laborar", casi sembrar.<br />

Todos estos sentidos valen aquí, ¿qué hacer pues? Pero esta vez, yo no he podido incluso<br />

plantearme la pregunta, y traduje irresistiblemente, labouring por "los que renguean a<br />

lo lejos" incluyendo de entrada el rechazo en la traducción. Y yo podría justificar o<br />

criticar estas palabras- Ulises no huía, pero los hijos de Príamo, quien muere en el verso<br />

siguiente, lo hicieron por otra Troya, etc. "Pero allí no está la cuestión. Porque estas<br />

palabras, no me han venido por el corto circuito que se cree que va desde el traductor<br />

del texto a la traducción, sino por todo un lazo de mi pasado. A menudo he pensado en<br />

la cojera de un navío... una vez incluso, regresando de Grecia, en 1961, y el corazón<br />

pleno con el recuerdo de la Esfinge de Naxiens, cuya sonrisa expresa la ataraxia, la<br />

música, yo imaginaba que el barco, que pintaba de noche, así, frente a la costa italiana,<br />

él también huía y buscaba; y pensando bien seguramente en Verlaine, yo esbocé una<br />

especie de poema, donde jugaba su rol también el agua que riela, para siempre "como<br />

hierro, en una caja cerrada": un poema que nunca he terminado desde entonces- y que<br />

yo mismo, he roto de súbito, doce años después, en suma, para que viva mi traducción.<br />

La relación de lo que se buscaba allí con mi cuidado por la poesía de Yeats, se convirtió<br />

en lo más importante, el verdadero devenir. Fue el poeta inglés quien me explicó a mí<br />

mismo, y es mi encaminamiento lo que ha querido traducirlo. Es en una relación de<br />

destino a destino, en suma, y no de una frase inglesa a una francesa, que se elaboran las<br />

traducciones, con prolongamientos que no se puede prever (este barco y su cojera han<br />

reaparecido en mi último libro). Continuación lógica de éste propósito, haría falta que<br />

me pregunte en qué me han ayudado mis traducciones; y cómo la poesía de otras<br />

lenguas ha contribuido al devenir de la nuestra.<br />

Falta de tiempo, yo no haré sino evocar otra pregunta preliminar. ¿En cuáles<br />

condiciones esta especie de traducción, esta traducción de la poesía, no es ella una<br />

empresa insensata? "Traducid vuestro prójimo", propuse una vez. ¿Pero quién puede<br />

serlo suficientemente?<br />

La ironía de Donne, la morosidad luminosa de Elliot- o el Spleen baudelairiano, la<br />

"malevía" (y la esperanza, siempre) de Rimbaud, ¿no son mundos impenetrables? y en<br />

cuanto a Yeats, la aspiración a la Idea, Bizancio, pero sangre y laguna, la neblina y el<br />

arrobamiento, la rabia misma, pasión, y Adonis tanto como Cristo, ¿son ellos<br />

compartibles?<br />

Pero pobreza es recurso, en poesía. La experiencia que no se ha vivido, es porque a veces<br />

se ha rechazado: y la traducción, en la que un poeta nos habla, puede desbaratar la<br />

censura; es ésta una de las formas de ayuda que yo he dicho que ella aporta. Una energía<br />

se libera. Nuestras fascinaciones nos habrán guiado. Pero que no se siga sino a ellas, con<br />

toda seguridad. Toda obra que no nos requiera es intraducible.


49<br />

Introducción a Giacometti<br />

I<br />

Creo que para comprender bien el trabajo de<br />

Giacometti es preciso advertir, de entrada, que<br />

encontramos en él siempre viva y activa la<br />

preocupación por el Otro: entiendo por esta palabra<br />

a cualquier persona, conocida o desconocida, que<br />

aparezca en el campo de nuestra existencia o esté ya<br />

en nuestra memoria. Una persona, por ello, real. A<br />

Giacometti no le interesaban en absoluto las figuras<br />

imaginarias, como no le interesaba tampoco, por<br />

otra parte, esa presencia ficticia que es, para el<br />

artista, en la mayoría de los casos, su modelo: ese<br />

rostro, esos rasgos, ese cuerpo al que observa e imita<br />

de modo sobrecogedor, a veces, pero sin vincularse<br />

a lo que son, en su vida privada, el hombre o la<br />

mujer que van a posar para él. Todos los que<br />

conocen, por lo que sea, el arte de Giacometti, perciben en él, naturalmente, ese interés<br />

por el Otro, y saben incluso hasta qué extraordinario grado de intensidad lo llevó en<br />

muchos de sus cuadros y de sus esculturas. Creo útil afirmar, sin embargo, la idea de<br />

que esta fue su motivación más esencial y también lo más constante en todos los<br />

momentos de su obra, sin excepción.<br />

¿En todos los momentos sin excepción? Se me objetará que esta preocupación no es<br />

muy aparente en el período que va de la llegada del joven Alberto a Francia hasta su<br />

ruptura con los surrealistas: secondo período, digamos, pues el primero, más<br />

importante de lo que suele creerse, fueron sus años de adolescencia y de primera<br />

madurez en el medio familiar de Suiza, junto a su padre, pintor también. A lo largo de<br />

todos estos años, de 1930 a 1934, que vieron a un Giacometti influenciado, primero, por<br />

Henri Laurens y por otros escultores postcubistas, luego por el pensamiento de Georges<br />

Bataille, y finalmente por las experiencias iniciadas o encabezadas por André Breton,<br />

parece predominar en su búsqueda un recurso a las formas esquematizadas,<br />

simplemente alusivas a objetos exteriores que sólo evocan, así, el hecho humano o la<br />

vida psíquica desprendiéndose, al parecer, de cualquier idea de una persona particular.<br />

Aunque Alberto se proponga entonces, a veces, hacer el retrato de su padre o de su<br />

madre, lo hace para elaborar enseguida una figura osadamente estilizada, y el modelo<br />

sólo parece entonces un pretexto para una obra que reivindica una realidad autónoma. Y<br />

esos retratos, además, sólo son uno de los momentos del trabajo de aquellos años,<br />

cuando el escultor se encuentra en el verano con sus padres en el pueblo natal. Y de<br />

regreso a París se entrega de nuevo a una invención de signos plásticos o de símbolos<br />

que sólo se refieren a la realidad de la existencia, porque dan libre curso a la expresión<br />

de un deseo del artista que los produce o –en la época surrealista– cuestionan los


50<br />

enigmas de su psiquismo. Ese trabajo parece, en efecto, un pensamiento de Giacometti<br />

sobre sí mismo, sin que haya, por su parte, preocupación por alguien más. Y en el caso<br />

de los “objetos surrealistas” que multiplica a partir de 1930, se le ve, además, muy<br />

interesado en el pensamiento psicoanalítico –bien conocido por sus compañeros de todo<br />

el período– y, por consiguiente, a la escucha de las propuestas de su inconsciente. Ahora<br />

bien, desde Freud sabemos perfectamente que el egocentrismo es lo que caracteriza el<br />

inconsciente. El deseo inconsciente ignora por completo lo que podríamos denominar el<br />

derecho del Otro.<br />

II<br />

Pero este desconocimiento del Otro sólo es, a mi entender, una apariencia, incluso en<br />

este período en el que Giacometti participó de modo activo en las investigaciones de la<br />

vanguardia, convencido por su parte, al menos desde comienzos de siglo, de la<br />

autonomía de la creación artística. Y es fácil advertir que una mirada procedente del<br />

exterior de las obras que Giacometti emprende entonces, obsesiona constantemente su<br />

trabajo e incluso se inscribe en él un modo a veces solapado, pero también muy directo<br />

otras, con una gran intensidad, incluso. Así sucede con esos retratos de sus padres de los<br />

que he hablado antes, algo que no es nada sorprendente, puesto que su padre o su<br />

madre estaban, por aquel entonces, ante él, y contaban también mucho para él, incluso<br />

con una autoridad cuyo dominio seguía padeciendo. Pero advirtamos el modo como esa<br />

mirada que habla de la importancia, en la preocupación del artista, de un ser exterior a<br />

la obra, sabe abrirse camino por entre los signos constitutivos de ésta.<br />

Foto: Henri Cartier-Bresson<br />

Un joven marchante, Aimé Maeght, ha encargado<br />

numerosos bronces a Giacometti; Diego, el hermano de<br />

Alberto, se ha revelado el artesano inteligente y hábil, y<br />

absolutamente adicto, que permite al escultor pasar a su<br />

guisa y tan a menudo como desea del yeso al bronce, y<br />

Giacometti podrá así, en algunas temporadas, producir<br />

varias obras maestras que, expuestas en la Galería Pierre<br />

Matisse de Nueva York, a partir de 1948 y luego en la<br />

Maeght de París, en 1951, lo hacen rápidamente célebre,<br />

tras lo cual el público avisado puede reflexionar –gracias a<br />

esas grandes esculturas y a otras que las completan. Le<br />

nezo Tête sur tige –acerca del denominado escultor de la<br />

aparición del ser humano en la soledad del mundo, del ser<br />

al que aspira y de la nada a que teme: un arte al que puede<br />

llamarse existencial, en total ruptura con las formas<br />

contemporáneas de la expresión artística. Pero esta vez, es<br />

sólo un discurso sobre la presencia y no el enfrentamiento<br />

directo con ésta, su conjura.<br />

Y en verdad es cierto que, antes de arriesgarse más aún, Giacometti necesitaba<br />

comprender las categorías, los envites, los peligros incluso de su futura búsqueda. Es un<br />

poco como si recomenzara, con vistas esta vez a una fenomenología general del ser-enel-mundo,<br />

el análisis de sí mismo que había intentado en la época surrealista en el


51<br />

plano, por aquel entonces, de los deseos, inhibiciones y fantasías de su ser psíquico<br />

propio, particular. Siempre he creído que Giacometti es un genial escultor, pero era<br />

todavía mejor pintor, y que, aunque fuera ese pintor inmenso, tal vez estuvo más cerca<br />

incluso de la verdad, más cerca de la liberación en algunas litografías. No es por reservas<br />

sobre la importancia de su trabajo de investigación gráfica que paso tan rápidamente<br />

sobre esta última, cuyas etapas más antiguas ni siquiera he evocado, en especial desde<br />

los años cincuenta.<br />

III<br />

Por extraordinario que haya sido el trabajo de Giacometti en la inmediata postguerra,<br />

quedaba, sin embargo, un paso que dar, el que haría pasar al escultor de la reflexión a la<br />

acción. En efecto, desde aquel momento y hasta su muerte, tanto en pintura como en<br />

escultura, e incluso y tal vez en primer lugar en los innumerables estudios a lápiz, a<br />

pluma, a bolígrafo, Giacometti no dejará ya de multiplicar sus aproximaciones sólo a<br />

unos cuantos seres, y esos intentos de forzar lo visible son más variados de lo que<br />

podríamos creer. Lo que no cambiaba era el sentimiento de su empresa; la consideraba<br />

imposible, al tiempo que no se resignaba a renunciar, a creer que algún día, y pronto<br />

incluso, iba a captar en la tela, con alguna pincelada, esa presencia evidentemente<br />

invisible. La voz le dice a Giacometti que el arte, como tal, es el obstáculo que impide la<br />

manifestación de aquello que espera encontrar en sus criaturas, de aquello que es<br />

preciso que lleve a cabo con ellas, con el fin de seguir fiel a la intuición del primer día. Lo<br />

que dice que la imagen, por muy conmovedora que sea, es la pérdida de la presencia. Le<br />

da a entender que lo que él, Alberto, desea –dar testimonio de la presencia y encontrar<br />

en este acto a su modelo– tal vez no lo desea del todo, puesto que, en ese preciso<br />

momento, está dibujando y esculpiendo –es decir, está ocupándose de una obra, está<br />

fabricando una obra de arte.<br />

¿Y no encierra esta comprobación una razón más –y muy fuerte– para no confesarse a sí<br />

mismo lo que uno desea? Confesárselo implicaría que uno comprende que también –y<br />

tal vez sobre todo– se desea otra cosa. Que uno anhela ver, claro, pero no de manera<br />

total.<br />

Observo que cualquier exposición, por poco importante que sea, de obras de Giacometti,<br />

es vivida por muchos como un acontecimiento que destaca sobre las demás<br />

manifestaciones artísticas. Al parecer una emoción, una adhesión, un efecto que no se<br />

asemeja al interés o la admiración que despiertan otros artistas. Las miradas que<br />

ascienden de las profundidades de esos iconos parecen, en efecto, despertar en seres<br />

jóvenes una esperanza difícil de formular, pero agitadora, que logra que, tras haberla<br />

tenido, ya no se sea el mismo. ¿Cuántas veces esas imágenes, como la del Buda<br />

misteriosamente sonriente, han bastado para aportar pensamiento y mantenerlos vivos?<br />

Sólo el porvenir dirá si Giacometti habrá sido sólo una de las posibilidades que un siglo<br />

deja pasar, o si fue uno de los signos precursores de una nueva forma de vivir en esta<br />

tierra.


52<br />

El bote de Samuel Beckett<br />

La isla está un poco lejos de la ribera, es una<br />

extensión sin relieves cuya línea baja<br />

apenas se adivina, con algunos árboles, en<br />

la bruma que pesa sobre el mar. Alguien de<br />

quien nada conocemos a no ser la<br />

benevolencia y que quería que viniéramos<br />

aquí, nos trajo en su barca, partimos, pero<br />

llueve y, bajo el velo de sombras a veces<br />

muy negras, atravesar el brazo de agua<br />

parece un agujero en las apariencias, un<br />

sueño de otro mundo, acaso tal vez un poco<br />

de éste, débil rayo entre las manchas oscuras. Una orilla, pues, al cabo de unos minutos.<br />

Tres o cuatro escalones de piedra para desembarcar, chorreantes, un pedazo de muelle,<br />

dos casitas y en una de ellas una luz: el pub cerrado y<br />

la morada de quien lo atiende y a veces lo abre, el domingo, cuando la gente de la otra<br />

isla, de donde venimos, quiere llegar todavía más al oeste. Pero no nos acercamos a las<br />

casas, pasamos a la derecha por las tierras. Son caminos desleídos o ni siquiera caminos,<br />

un páramo cortado por charcos, cuando lo obstruyen alambradas, que hay que saltar<br />

muy penosamente. A dónde vamos, no lo sé, pues comprendo mal el rudo y soberbio<br />

acento de esta voz en su lengua tan otra. Acaso hacia alguna cruz de piedra de los<br />

tiempos celtas, alzada frente al mar abierto, tal vez solamente hacia el otro lado de la<br />

isla, que de hecho alcanzamos ya. Aquí está la orilla, con grandes olas ante nosotros,<br />

muy verdes, y la lluvia que casi ha dejado de caer.<br />

Nos quedamos un momento en el extremo de la isla. Admiramos el mar, vemos también<br />

el camino que seguimos o dejamos a veces, a causa de los hoyos o sin razón: era sólo una<br />

especie de pista zigzagueante entre la hierba rala, bordeada en algunos sitios por<br />

muretes de piedra. Luego entramos en otro sendero, más ancho, que sigue la costa.<br />

Nuestro guía, nuestro amigo, habla; lo comprendo mejor ahora, porque el mar hace<br />

menos ruido, porque la caminata se ha vuelto más fácil, quizá también porque él tiene<br />

otros pensamientos en mente. De cualquier manera, detrás de un árbol se descubre una<br />

casa, hay pues una tercera casa en la isla, y a dos pasos de ella, está el mar; pero tiene su<br />

pequeño cercado, donde hubo en otro tiempo patatas, lechugas, perejil, sin duda<br />

también algunas flores al abrigo de un pedazo de roca. “Ah, nos dice el marino -es un<br />

marino y cada año, acaba de explicar, lleva un carguero alrededor del mundo-, ¡esta<br />

vieja que vivía aquí! Cuando niño, ella era mi maestra. Y después, durante largo tiempo<br />

después, cuando yo pasaba por aquí, de noche, tocaba siempre a su puerta. Podía ser<br />

medianoche, las dos, las tres, casi el alba, yo sabía que estaba despierta, vestida, de pie o<br />

en su sillón cerca del fuego, y ella me abría, me sonreía, me servía té, me contaba<br />

historias. Tenía un sin fin de historias.”<br />

“Ya no esta”, agrega aquél que así recuerda, y luego calla, como si escuchara una voz.<br />

Llegamos al caserío, las dos casas, y él quiere absolutamente hacernos visitar el pub, va<br />

a tocar a otra puerta, aparecen una joven, un niño, él vuelve con la llave, da a tientas con<br />

la cerradura. Entramos en la sala, donde todo es muy oscuro y el enciende una lámpara.


53<br />

Las mesas están contra la pared, la barra habitual, con las botellas, sin duda vacías. El<br />

gran suelo desnudo, muy gastado, como si se hubiera bailado miles de veces en un<br />

pasado que no toca más nuestro presente, agua que se retira de la orilla. Y fotografías en<br />

los muros, que son la razón de nuestra visita, pues estas nos dirán cómo la comunidad<br />

de antaño, la sociedad de las dos islas poco a poco se ha dispersado, se ha extinguido.<br />

Hombres y mujeres de la otra bruma, la del papel amarillento, como una metáfora de la<br />

memoria que se disipa. Algunas miradas se dirigen hacia nosotros, reprochándonos<br />

distraídamente, como si estuvieran absortas en una visión más lejana, tal vez en un<br />

saber, que no podemos hacer nuestro. La Irlanda de los años 40 o 50, tan misteriosa<br />

como un barco buscando la ribera.<br />

“Y este de aquí”, exclama el capitán de alta mar, mostrándonos la fotografía de un viejo<br />

sentado frente al agua, con la pipa en la mano, muy derecho, muy delgado, inmóvil.<br />

“¡Ah, cómo bebía! Para pescar el cangrejo se iba durante días, solo en su barquita, pero<br />

ya al partir estaba ebrio, con los frascos de whiskey que llevaba junto con los canastos y<br />

las redes. Cómo se las arreglaba para enfrentar el mal tiempo, para volver, y volvía, sin<br />

embargo, estaba en manos de Dios.” Veo ese bello rostro, que se parece al de Samuel<br />

Beckett, olvido el alcohol, que es sólo una de las técnicas de la universal escritura -esta<br />

mano que busca la de Dios-, pienso en el escritor que acaba de deslizarse, él también,<br />

entre las sombras, y se aleja y se pierde en este tumulto ennegrecido de lluvia o de<br />

bruma, pero que desensombreció, de cualquier modo, aquí y allá y más allá, un poco de<br />

luz de sol amarillo. Beckett, me digo, escribió como este viejo partía, solo en medio del<br />

mar. Se quedaba, como él, largos días y noches bajo estas nubes de aquí que se<br />

amontonan, forman castillos en el cielo, acantilados, dragones escupiendo fuego en los<br />

bordes, en las fallas, y de pronto se deshacen, rayo súbito, “spell of light” hacia las tres<br />

de la tarde -y de entonces hasta el rápido anochecer, el tiempo cesa, es como el oro en la<br />

frágil concavidad de la oleada.<br />

Beckett esta allí ahora, en ese bote acaso visible todavía allí donde la cresta del ma r se<br />

eriza en el sol que se pone. Y lo que dicen sus libros, no lo escuchamos mas que a través<br />

del ruido constante de la ola, o intermitente de la lluvia.


54<br />

El desierto de Retz y la experiencia del<br />

lugar<br />

El Desierto de Retz (hay que entender la palabra<br />

“desierto” en su acepción de lugar de meditación),<br />

reúne, a veinticinco kilómetros de París, ruinas griegas,<br />

romanas, egipcias, chinas, construidas por un<br />

visionario dieciochesco cuyo delirio razonado sigue<br />

fascinando a la imaginación y a la inteligencia.<br />

Ives <strong>Bonnefoy</strong> reflexiona sobre los motivos de esa<br />

fascinación. Los grabados que aparecen en otras<br />

páginas de este número representan edificios de ese<br />

conjunto.<br />

Un templo del dios Pan, circular; una pirámide, una<br />

iglesia gótica en ruinas, la tienda de un jefe tártaro, una<br />

casa china de la que se entreven las estancias y el<br />

jardín, un obelisco; otras “fábricas” mas, grutas,<br />

invernadero de naranjos, tumbas –todas ellas<br />

diseminadas sobre las laderas o entre los espléndidos<br />

árboles de este valle- y, dominando tal conjunto, esa<br />

torre que tildan de “destruida” porque la interrumpe, deliberadamente por supuesto,<br />

una sección de aspecto ruinoso adornada por grietas que descienden hacia unas<br />

ventanas ovaladas. Éstas se abren en un voladizo sobre otras más, cuadradas, que se<br />

encuentran en el primer piso del edificio, sobre las numerosas puertas situadas en lo que<br />

podríamos llamar la planta baja si tuviéramos la seguridad de que tal termino es el<br />

adecuado, ya que la construcción en cuestión se hundía tal vez más profundamente en el<br />

suelo, del que acaso se ha liberado sólo en parte. Si la juzgamos por su diámetro, el cual<br />

deja prever su altura, una vez terminada la torre se habría elevado por lo menos unos<br />

ciento veinte metros.<br />

De allí que una impresión de desmesura se añada al extraño aspecto de ese grupo de<br />

edificios no sujetos a ninguna ley visible. Tal es, a dos pasos de París pero en las<br />

antípodas de los lugares habitados comunes, el llamado “desierto” de Retz que recientes<br />

trabajos de restauración someten a nuestra atención nuevamente en el crepúsculo de<br />

este siglo. En otros sitios de los alrededores de París, otros parques, flamantes,<br />

congregan también dentro de ellos imitaciones de la arquitectura de épocas muy<br />

desemejantes. Sin embargo, no visitamos esos nuevos desiertos. En cambio, nos<br />

sentimos atraídos al valle de Retz por una simpatía instintiva.<br />

¿Cuál es la razón de semejante simpatía? Nada hay que nos la explique cuando<br />

arrojamos una primera mirada sobre esas “fabricas” desordenadas; en cuanto a las<br />

explicaciones que han sido dadas acerca del Desierto, o que nosotros imaginamos, poco<br />

tienen de convincentes.<br />

El que concibió hacia 1780 el Desierto de Retz, un tal Monsieur de Monville, ¿intentó<br />

acaso presentamos la suma “del conocimiento y de las curiosidades del hombre del siglo


55<br />

XVIII”? Es posible. ¿Pero por que empaparla de esa impresión de irrealidad, en que el<br />

exceso de ensueños contrasta, después de todo, con la falta de ciencia? ¿Deseó más bien,<br />

incitado por las proposiciones inciertas de la primera arqueología, reunir todas las<br />

civilizaciones, desde la época de las cavernas hasta la de la China Contemporánea, para<br />

extraer de ellas el proyecto de un pensamiento más elevado, digno del francmasón que<br />

tal vez era, o digno de Jefferson, quien acudió en 1786 a admirar aquella obra pensando<br />

.en el porvenir de América y del mundo? También es posible<br />

que haya intentado aparear las mas preciosas esencias vegetales -llevadas por orden de<br />

el al valle- y las más hermosas esencias arquitectónicas en una especie de herbolario en<br />

que se vieran representadas naturaleza y cultura, y que fuera así comparable, en<br />

compañía de esas aguas que corren entre uno y otro espacio, y de las brisas del verano, a<br />

una página del Paraíso. También puede uno pensar que estableció un acercamiento<br />

entre el paganismo egipcio y grecorromano, el cristianismo y el budismo, para<br />

reflexionar en la unidad trascendente de las religiones. o simplemente que quiso<br />

meditar, ante la torre inacabada e inacabable, en la grandeza y la decadencia de las<br />

sociedades, o tal vez en la humanidad como tal. Lo cierto es que resulta más inherente a<br />

nuestro sentimiento, cualquiera que este sea, la idea de que tales lugares de culto sin<br />

ritos, de vida cotidiana sin habitantes, fuera del rico testigo ocioso que erraba de uno a<br />

otro sitio, de naturaleza sutilmente violentada pero de hecho victorioso ya, no forman en<br />

su totalidad más que un solo y vasto santuario de esa melancolía que un día será vista,<br />

es posible pensarlo, como el alma de nuestro Occidente: el país del ocaso, de lo divino<br />

que emprende su retirada del mundo.<br />

Pero parte de la atracción que ejerce sobre nosotros el Desierto de Retz proviene, por<br />

supuesto, de que resulte tan difícil interpretarlo, ya sea a través de sus formas visibles, o<br />

por lo que sabemos del tal Monville, que no cesa de modificar sus concepciones -aun<br />

después de convertidas ya en edificios acabados- como si se hubiera pasado quince anos<br />

persiguiendo una visión que era acaso esencialmente inasible: la de alguna Gradiva del<br />

espíritu. Lo cierto es que nos gusta acercamos a lo que otros seres tienen de<br />

incomprensibles para nosotros. Pero, a fuerza de reflexionar sobre el Desierto, acaba por<br />

presentarse a nuestra mente otra explicación que, admitámoslo, parece mas sensata; y<br />

esta es la que intentare ahora formular, apelando a una categoría del pensamiento que<br />

me parece en esta ocasión el mejor medio para hacerlo. Sin embargo, tendré que<br />

comenzar por definirla, porque rara vez se recurre a ella; y tendré que recordar a<br />

grandes rasgos su historia, que por otra parte es también la historia de una grandeza y<br />

de una decadencia.<br />

Esta categoría, que concierne a nuestras relaciones con el mundo, y también con la<br />

sociedad, es la del lugar, y lo que propongo entender por lugar no es un simple<br />

fragmento de espacio, sino cierto punto del espacio en el que se centra nuestra atención,<br />

y por el que esta se ve retenida, por oposición, relativa o absoluta, a otros puntos, a otras<br />

partes que nos despiertan interés por la tierra. Se habla, así, de un lugar de nacimiento,<br />

o del lugar tal como nos lo impone el recuerdo -es decir, este lugar para siempre, y<br />

ningún otro-, o de los lugares entre los cuales nuestras aspiraciones nos hacen elegir uno<br />

solo, o sonar en el. Definido dé esta manera, el lugar no es una simple visión del<br />

espíritu; es una experiencia efectiva, y mas aún: es, de hecho, la realidad misma tal<br />

como la experimenta la existencia, porque esta se encuentra primero con el mundo del<br />

seno de su lugar, y no llega -por ejemplo- a la noción de naturaleza sino por un segundo<br />

esfuerzo del pensamiento.


56<br />

Y el hecho de que esa categoría no forme parte de nuestra reflexión tan inmediatamente<br />

como lo hace la del espacio o la del tiempo, para no citar sino las mas cercanas a ella, no<br />

le resta importancia ni actúa en detrimento de su antigüedad en la experiencia humana<br />

de hecho, se la reconoce fácilmente en los comportamientos más elementales de las<br />

sociedades más arcaicas.<br />

No es necesario ir muy lejos en el examen de los tratados de historia de las religiones,<br />

por ejemplo, para dar con este tipo de situaciones en las que una impresión de carácter<br />

sacro, o sea de realidad más intensa, más eminente que la de otros sitios, es atribuida a<br />

cierto valle, a cierta cumbre, o a alguna gruta, y hasta a una simple roca -caso, este<br />

último, en que lo que ha contado es la apariencia fuera de lo común, que parecería<br />

impregnar con la propiedad que la caracteriza todo el espacio que la rodea. Lugares<br />

sagrados, lugares santos, lugares superiores que deben a veces su existencia a la epifanía<br />

de un signo, pero que no por ello son menos identificables como un aquí por oposición<br />

aun en otra parte.<br />

El lugar es así la desembocadura del espíritu en el ser. Es lo que atrae y retiene a la<br />

impresión de realidad como el pararrayos al rayo. Y la categoría que nos ocupa es válida<br />

en todos los niveles de nuestra relación con el mundo, porque puede lo mismo<br />

identificar un punto de la tierra que convertirse en vía de la trascendencia; porque no<br />

sólo habla de las raíces de nuestra vida más cotidiana sino que hace posible también la<br />

experiencia metafísica. De allí su valor como medio de ahondar la historia de las<br />

sociedades, la cual nos permitirá comprender que la designación del lugar tiene también<br />

una historia, cuya importancia podremos apreciar en el caso de la explicación del<br />

Desierto de Retz. Para decirlo en pocas palabras, aunque habría que hacer una larga<br />

investigación, desde el momento en que el lugar tiene la capacidad de acoger en su seno<br />

lo que una sociedad dada percibe como lo divino, todas las sociedades determinadas por<br />

la religión tendrán que reconocerlo como el punto de apoyo de su experiencia.<br />

Así, durante todos los siglos en que las cosas sigan siendo las mismas, lo que concierne<br />

al lugar corno tal seguirá presente en el centro de la conciencia del mundo -10 cual<br />

explica el templo, y más tarde la iglesia, así como el hecho de que se pueda hablar de un<br />

Apolo délfico o de una Virgen de Lourdes, y aun hacerlos objeto de una devoción<br />

diferenciada de cualquier otra, sin que la unidad de esas figuras divinas vuelva a ser<br />

cuestionada. El dios tiene su lugar, y no es posible acercarse al dios sino recurriendo a la<br />

categoría del lugar, lo cual sigue siendo cierto aun cuando el pensamiento de lo divino<br />

parecer-fa deshacerse de toda determinación secundaria para expresarse por lo<br />

universal.<br />

Así, porque el Dios de la Edad Media cristiana goza siempre de su lugar, el universo<br />

mismo concebido en adelante como templo, el cosmos con sus astros y sus ángeles<br />

agrupados en círculo alrededor del trono, la creación ha sido decretada un lugar -no se<br />

ha renunciado a la categoría de lugar.<br />

Y como en las sociedades religiosas el poder no puede consolidarse si no es en torno a lo<br />

sagrado, como una calca de la trascendencia, aun el propio soberano carecerá en ellas de<br />

palacio mientras no dote a este de esa clase de autoridad que es el privilegio de ciertos<br />

lugares y que logra hacer de la idea misma de lugar una evidencia para el pensamiento.<br />

Recordemos, sin más, el castillo medieval asentado en el centro de su pequeño universo<br />

bajo la oriflama que proclama su dominio absoluto sobre las más mínimas vidas de los<br />

alrededores.


57<br />

Tal poder identifica su existencia con la de su lugar; el lugar es para el lo que son el<br />

tronco y las raíces para el árbol. Y el siervo, a su vez, en lo más profundo de su ser,<br />

acepta que no existe, ni llega a conocerse, ni se comprende sino como perteneciente al<br />

lugar. Hay país en el término “paisano”.<br />

Sin embargo, ese mismo paisano, en vísperas de la Revolución, aspirara a vivir de otro<br />

modo, a poder desplazarse, sustituir la sujeción al lugar por la autoridad de una ley que,<br />

desde ese punto de vista, resulta abstracta: no tanto cerrada a la idea de lugar como<br />

menos válida para todo lugar. En lo cual puede advertirse una de las señales de la gran<br />

decadencia que sufrió tal idea, al menos en su calidad de principio organizador de la<br />

sociedad civil, a partir del momento en que se cuestionó nuevamente a la monarquía<br />

que se proclama “por derecho divino”. Por supuesto, la razón, que tiende a lo universal y<br />

triunfa en el dominio de las ciencias, no puede reconocerle al lugar y a su manifestación<br />

de trascendencia otra realidad que la de un orden subjetivo, por lo cual mina de paso en<br />

tal base de su prestigio a la autoridad señorial que se niega a reconocer la nueva ley,<br />

fundada sobre la igualdad de los seres humanos y también sobre la autonomía de cada<br />

uno de ellos. Y esto es algo que explica en cierta medida la construcción del enorme<br />

palacio de Versalles: esta se debió a una premonición de la ya mencionada decadencia y<br />

representa un esfuerzo realizado para ponerle remedio. Lo que así se quiso fue que un<br />

lugar concentrara en el la belleza, la solemnidad, el fasto suficientes para que nadie<br />

pudiera desconocer su evidencia. Si esta se disipa en las feudalidades secundarias, ¿que<br />

todo lo sagrado se congregue en un centro de centros para que en semejante lugar al<br />

menos, así sea por última vez, un bien alimentado fuego siga ardiendo y el poder de los<br />

reyes parezca la realidad misma! Sin embargo, nada logra en Versalles que los indicios<br />

de deterioro en el ascendiente del lugar sobre la sociedad no se hagan visibles. Ese<br />

palacio no se alza en el corazón histórico, geográfico, de la comunidad que controla, ni<br />

tiene la estructura centrada y a menudo y naturalmente circular de los lugares de poder<br />

verdaderamente vividos; no es mas que una larga fachada rectilínea ante la cual hay sólo<br />

una extensión de naturaleza simple, indefinida, mal localizada y que parece vacía.<br />

Podría decirse -pero la verdad es que esta es la función misma, irreprimible, del arte-<br />

que los elementos que afirmaban algo, aunque ya de una manera abstracta, lo hacían<br />

como cobrando conciencia, adelantándose así a su época, de su propia irrealidad. mismo<br />

en que también lo hace la universalidad de la ley Por ejemplo, las grandes ruinas con<br />

que nos encontramos en Piranesi, no están allí para oponer el pasado al presente, ni la<br />

grandeza a la decadencia, sino porque este visionario advierte que ciertas fuerzas<br />

reprimidas por la idea del lugar o la del soberano -ciegos brotes de la naturaleza,<br />

pulsiones inconscientes, deseos de siempre que se ven censurados-, se ponen a crecer, se<br />

diría que infinitamente, y acaban así con el sentido de esos monumentos, que muestran<br />

en toda su violencia y en su carácter de proyecto servil. El artista constata, y<br />

no sin inquietud ¿cómo podría controlarse esa desmesura de la materia?-, el<br />

desmoronamiento del lugar mismo allí donde reinaba su evidencia; ve en el cómo se<br />

evapora la tierra.<br />

Los arquitectos de la época de Luis XVI son menos lúcidos o pesimistas que Piranesi,<br />

pero igualmente perceptivos. Porque los del Renacimiento, Palladio por ejemplo en la<br />

Rotonda, hacían de la armonía de las proporciones la confirmación del ser propio de ese<br />

lugar escogido -para toda una vida, para la felicidad, para conciencia de uno mismo- que<br />

pretendía ser la villa el espacio, en suma, esa manera de ver el mundo que habían<br />

perfeccionado los teóricos de la perspectiva, se manifestaba a través de aquella hermosa


58<br />

geometría, pero lo hacía subordinándose, graciosamente, a la autoridad del lugar, cuya<br />

realidad se reconocía como fundamental. iQué diferentes fueron, en cambio, Ledoux o<br />

Boullée! Sus obras resultan extraordinariamente nuevas en la historia. Y lo son porque<br />

se trata de la primera ocasión en que las leyes de la geometría y de la mecánica, que son<br />

las mismas en todos los puntos de la abstracción llamado espacio, tienden de hecho a<br />

contradecir al campo de gravitación que confiere a cierto lugar la calidad de centro, de<br />

polo, que dicho lugar tiene para los que viven en el. Palladio nos invitaba a lugares cuyo<br />

trasfondo era la unidad más allá de la multiplicidad de las cosas. Ledoux concibe en<br />

cambio maquinas fijadas a un suelo que no sera, en adelante, más que una simple<br />

materia -aun cuando tal materia siga estando más animada por el fuego de la tradición<br />

hermética que por la electricidad de la física reciente.<br />

Por otra parte, es un hecho que la creación artística de ese siglo que prepara la caída de<br />

la monarquía absoluta, va a refractar sobre muchos otros planos la misma premonición;<br />

y que dicha creación no podría explicarse mejor o simplemente no podría explicarse-<br />

sino a través de la experiencia del lugar, experiencia que somete a su crítica hasta lograr<br />

transformarla, permitiéndole así deshacerse de su largo pasado religioso y político para<br />

convertirse en una dimensión exclusiva de la vida interior -tanto la imaginaria como la<br />

espiritual- de ese individuo que se afirma en el momento Pero el que es, sin duda, el<br />

elemento mas revelador de la conciencia moderna, y también el mas intrigante, es el que<br />

se manifiesta en la pintura decorativa, o bajo su influencia, como el entusiasmo por lo<br />

pintoresco. ¿Qué designa esa noción de aparición tardía? El encanto propio de las<br />

evocaciones de casas campesinas con un puentecillo cercano, algunos asnos que puedan<br />

atravesarlo, una torre en el horizonte, unos cuantos árboles, y a veces una roca de forma<br />

extraña en la que sobrevive algo de la antigua fascinación despertada por las piedras<br />

sagradas y las montañas epifánicas –como las que pronto evocaría el Vesubio en tantas<br />

vedute. Se trata por lo tanto del encanto de un lugar, del que se busca participar a través<br />

de la presencia de esos jóvenes que se demoran en el camino o bailan bajo una<br />

enramada a la puesta del sol. ¿Pero se trata efectivamente de establecer así un contacto<br />

con una experiencia verdadera?<br />

A juzgar por la facilidad de esas escenas, del capricho con que se representan algunos<br />

aspectos simplificados, estereotipados, de los seres y las cosas, sin preocuparse por<br />

recrear sitios reales, es evidente que lo perseguido es sobre todo sonar -en una<br />

imaginaria “otra parte”- lo que poco antes hubiera sido posible contentarse con vivir en<br />

las circunstancias más cotidianas: la seguridad, la profunda satisfacción de pertenecer a<br />

lo que llamo el lugar. En adelante, el lugar es lo que necesita “ser pintado” ya que no<br />

puede ser vivido.<br />

Aun cuando sea concebido en las tres dimensiones que permite el paraje natural, no será<br />

más que una imagen, en que la pintura prevalece sobre la arquitectura como en esos<br />

rinconcitos de jardines donde no es ya la necesidad, sino la fantasía, la que tiene la<br />

palabra.<br />

“Un jardinero debe ser pintor más que arquitecto”, escribía el abad Delille, más sagaz de<br />

lo que se ha supuesto. El lugar, puede añadirse, ya no es entonces más que una<br />

figuración del artista; mañana, con los románticos, será una dimensión de la experiencia<br />

interior, madurada por el individuo y vivida en la soledad; ha dejado de ser una<br />

estructura que funcione en la práctica social.<br />

Hemos regresado, me parece, a los alrededores del valle de Retz, del que puedo ya decir<br />

que fue, de manera inconsciente y por lo mismo más profunda, un pensamiento del


59<br />

lugar: la percepción del final de su papel activo en el seno de la sociedad, el registro del<br />

seísmo en cuyo fondo se derrumba.<br />

¿Por que interpretarlo así? Porque cada uno de sus componentes -la casa china, el<br />

obelisco, la iglesia, etc ., tuvo, desde diversos puntos de vista, el carácter de centro, de<br />

polo de atracción en tomo al cual se organiza la sociedad. Esos monumentos, lo mismo<br />

en la antigüedad egipto-romana que en China, o en la Edad Media francesa, hubieran<br />

creado en torno a ellos el campo gravitacional que llame un lugar. ¿Pero aquí?. . .<br />

Por un lado están situados a una distancia demasiado corta los unos de los otros -10 cual<br />

se percibe inmediatamente, como cierto visitante, un jardinero escocés, lo subrayó<br />

desde aquella época con cierto malestar-, por lo cual es imposible no percibirlos todos<br />

juntos, a veces casi con una sola mirada. Por otro lado, los lugares no pueden<br />

yuxtaponerse, por lo menos desde la perspectiva de una misma y única persona; es<br />

preciso, para captar su influjo, su atractivo, aceptar sus palabras, sus signos, todo un<br />

sistema de dogmas y de valores, y escoger entre ellos algunos a expensas de los que se<br />

encuentran junto a ellos. De estas dos premisas resulta, en el Desierto de Retz, que los<br />

lugares no se perciben ya como si formaran parte de una misma vecindad, por diferentes<br />

que puedan ser, como a veces sucedía desde la época del señor de Monville, y aun desde<br />

tiempos más remotos, por ejemplo en Jerusalén, donde se codean los lugares santos de<br />

diversos cultos.<br />

En Retz se contradicen, se aniquilan los unos a los otros, y todo lo que persiste es un<br />

azoro del espíritu que descubre un vacío en el mismo sitio en que la iglesia, o la casa, o la<br />

piedra que allí se alzaba, lo habían habituado a reorientarse en la vida, a liberarse de la<br />

exterioridad del espacio por la percepción de sus significados y de los valores que<br />

proponían.<br />

Y como en los alrededores del Desierto seguía habiendo después de todo para el<br />

visitante de aquel entonces lugares con las características propias del lugar -grandes<br />

castillos, por ejemplo, o campanarios que hacían sonar todas sus campanas-, aquellas<br />

pocas fanegas debieron de parecerle a tal viajero, dado su vacío, y sin duda<br />

confusamente pero con la fuerza necesaria para conmoverlo, una especie de agujero en<br />

la trama de la realidad que el estaba acostumbrado a vivir. Una desgarradura en la red<br />

de los lugares; una implosión del lugar como tal, consecuencia aquí de una<br />

experimentación decisiva. Y ésta, entendámoslo también, se sitúa mucho más adelante<br />

en el tiempo, mucho más cerca del porvenir, que todo lo representado en aquel<br />

momento en los “caprichos” de los pintores -puesto que tales artistas, al recurrir a<br />

aspectos del mundo que sentían siempre como vagamente compatibles, no hacían sino<br />

deslizar su experiencia del lugar realmente vivido hacia el terreno de lo simplemente<br />

sonado, sin poner en tela de juicio esa manera de estar en el mundo. El<br />

Desierto de Retz, por su parte, mina esa idea y acaba con ella, con la categoría sobre la<br />

cual se habían fundado desde su origen la religión y el poder para imponerse a la<br />

sociedad. Emprende contra las tradiciones debilitadas de los anos prerrevolucionarios<br />

una polémica que se dice, simbólicamente, por el irónico dominio, en el centro de ese<br />

valle que no tiene centro, de esa columna a la que se refiere como “destruida” y no,<br />

simplemente, como “en ruinas” -columna, por otra parte, maciza tal vez en aquel<br />

entonces, pero que hoy en día es un hueco en el que nos sugieren alojamos.<br />

El Desierto de Retz es, en suma, un acto de crítica, por las mismas razones y con la<br />

misma fuerza que los escritos filosóficos del Siglo de las Luces o que la construcción, en<br />

el terreno político, de un pensamiento relativo a los derechos del individuo. Pero tal


60<br />

crítica, ¿es acaso inconsciente? No cabe duda de que lo es, ya que resulta difícil llegar a<br />

las nociones y los comportamientos que su análisis pone de manifiesto, sin recurrir para<br />

ello a la ayuda del fenomenólogo, del sociólogo, y de la perspectiva histórica. Pero es<br />

también, después de todo, creo yo, una crítica capaz de llegar hondo y no sin<br />

consecuencias. No hay que olvidar, en efecto, que Retz no está lejos de Versalles, donde<br />

se intentó por última vez, como dije antes, asegurarle a un lugar la calidad del ser, la<br />

virtud de una trascendencia -así como lograr que los visitantes, y el rey en primer lugar,<br />

acudieran a Retz desde el gran castillo, o desde Marly, como si se tratara sin lugar a<br />

dudas de lo que entonces solía llamarse un “desierto”, es decir un lugar de meditación.<br />

Este revelaba sin embargo implícitamente, aunque de manera inmediata, el carácter<br />

ilusorio, o mejor dicho engañoso, de ciertas maniobras tardías del imaginario<br />

aristocrático, por ejemplo la granja donde buscaba un refugio la reina. Esta granja<br />

ficticia se proponía preservar la imagen de unos campesinos a los que una monarquía<br />

amenazada se propone tener siempre presentes: la de los felices habitantes de una<br />

comarca, capaces de confirmar que la autoridad del lugar se impone a la de la misma<br />

razón, por lógica y universal que esta última se pretenda. En el Desierto de Retz sólo<br />

son bienvenidos, por lo contrario, quienes ya no esperan tener acceso a un centro y<br />

someterse a su poder invisible.<br />

Y por ello resulta gratamente simbólico que los trabajos efectuados para acondicionar el<br />

Desierto se hayan terminado en 1789, en un momento grandioso de la historia: cuando<br />

la Revolución esta a punto de precipitar, entre otras transformaciones -aunque ningún<br />

de ellas tan radical- la disociación entre lugar y ser.<br />

Mas allá de esta “ruptura ontológica”, en la que se anuncia el “Dios ha muerto”<br />

nietzcheano, sera posible sin duda seguir pensando en términos de lugar, o de<br />

trascendencia de un lugar, pero habrá que hacerlo dentro de las perspectivas de una<br />

linea de mira propia del individuo, sin mas mediaciones entre este y lo absoluto<br />

que los signos instituidos por una subjetividad.<br />

Pero si el Desierto atrae a primera vista, como lo dije al principio, como una especie de<br />

enigma, el de las intenciones, el del pensamiento que se conjugaban en quien lo<br />

concibió, no carece por su parte de misterio si es que podemos recurrir a una palabra de<br />

tal peso para referirnos simplemente a espejeos, a evanescencias capaces de ejercer un<br />

encanto durable pero no de cifrar en ellos una trascendencia. Como todo pensamiento,<br />

en efecto, el de aquella mente singular no pudo haberse elaborado, convertirse en<br />

estructura significativa, sin apartar de sus derroteros todo el resto de la conciencia, con<br />

sus recuerdos y sus deseos; y por lo tanto es de suponerse que en esas casas chinas, o en<br />

los templos de Pan, o en las tiendas tártaras, se deslizó, furtiva aunque no por ello<br />

menos seductora, la expresión de aquellos deseos. Por otra parte, justamente cuando la<br />

presión del lugar cesa de ejercerse sobre una conciencia, es cuando<br />

la palabra inconsciente puede desplegar sus fantasmas, ya que estos son tan sólo<br />

ensamblajes de signos. No hay por que dudar, entonces, de que las “fabricas” de Retz,<br />

desbordantes de formas y de figuras extrañas, puedan ser objeto de un psicoanálisis<br />

capaz de descifrar en ellas las condensaciones, los cambios de uso -si suponemos, por<br />

supuesto, que se sabe lo suficiente acerca de la existencia de su autor, lo cual me parece<br />

muy poco posible.<br />

Nos encontramos, así, ante la sensibilidad romántica, la que se consolida en Rousseau<br />

durante sus ensoñaciones de paseante solitario y puede, muy pronto, como


61<br />

sucede en Hólderlin o en Wordsworth, buscar los componentes del lugar -que sigue<br />

siendo por lo tanto, en la esfera personal, tan legftimo como necesarie entre los bienes<br />

todavía dormidos de la belleza de este mundo.<br />

El valle romántico, al que la poesía se abre paso, no es una de las tierras con que sonaba<br />

lo “pintoresco” de finales del Antiguo Régimen cuando arrojaba una mirada nostálgica<br />

sobre los modos de vida tradicionales.<br />

Aquel valle acaba de liberar a lo sagrado y lo divino, usurpados antes por el monarca y<br />

por las iglesias; convierte al lugar, imposición sufrida en otros tiempos desde el<br />

nacimiento, en lo que sera en adelante la consecuencia de una libre elección, de lo que es<br />

hoy la capacidad de amar un camino sólo por lo que este es; o un arroyo, o el repliegue<br />

de una colina bajo unos grandes arboles, porque son la naturaleza misma, tan variada<br />

como infinitamente simple, presente en nuestros cuerpos y en nuestros corazones. Y por<br />

todo ello, presentido ya en Ruysdael, afirmado en Constable, la nueva experiencia es<br />

mas rica y fructífera que la del caballero de Monville, aunque es este quien la preparó.<br />

Dicho de otro modo, el Desierto de Retz, esa obra de la razón, es también un sueno,<br />

como lo son esas otras críticas del mismo pasado de Europa, pero llevadas a cabo por<br />

medio de la ficción, que fueron las novelas góticas. Y tal es el basamento onírico que han<br />

preferido reconocer algunos de sus visitantes, los que acudían lo más a menudo por la<br />

noche en la época en que el dominio -el conjunto de edificios y parque quedó<br />

abandonado, lo cual arruinó el trabajo dedicado a las falsas ruinas los frecuentadores<br />

mas consecuentes del lugar fueron los surrealistas del mas reciente período de<br />

postguerra, capitaneados por André Breton.<br />

Con todo, nada resultaría tan equivocado y para terminar insisto sobre el punto- como<br />

someter a sólo esta interpretación parcial una obra que se inscribe ante todo en la<br />

historia de la conciencia divina: la que aspira a liberar al espíritu, pero no del<br />

pensamiento de la trascendencia, ni mucho menos del deseo de atarse a un lugar<br />

de la tierra, sino de la autoridad que los soberanos y los dogmas imponen a esas<br />

necesidades para perpetuar el ejercicio de sus poderes. El Desierto de Retz es un acto de<br />

autentica modernidad, por lo cual es conveniente, como se ha comenzado a hacerlo,<br />

desembarazarlo de zarzas, desbrozar y podar sus arboles, reconstruir los muros que se<br />

han derrumbado, y reparar en ellos aquellas brechas que no son grietas simuladas.<br />

Terminados tales trabajos, un dispositivo metafísico habrá recobrado<br />

la claridad de su diseño definitivo, y la historia de Occidente se vera nuevamente<br />

enriquecida con un episodio pletórico de sentido.


Lo indescifrable<br />

62<br />

Voy por senderos estrechos que atraviesan largas colinas<br />

arboladas y dominan la llanura, en la que brilla a lo lejos<br />

un lago, prisionero de otras colinas.<br />

Aprieta el calor de la siesta y el mundo parece desierto en<br />

la media luz intensa de los olivos y los pinos; pero a cada<br />

uno de mis pasos, aquí y allá, surgen entre el follaje los dos<br />

pilares de un umbral, alguna reja entreabierta: hay<br />

entonces casas, y hasta muchas, en la comarca; pero todas<br />

ellas disimuladas por un recodo de la avenida que llega,<br />

supongo, desde esas entradas silenciosas, a graderías,<br />

dobles escalinatas, puertas bajas.<br />

Y me acerco a las placas afianzadas sobre este hierro o esa<br />

piedra -pero qué difícil es descifrar las inscripciones<br />

trazadas en ellas, denominaciones que sin embargo suelen<br />

ser tan triviales en estas tierras del verano, nombres que<br />

con tanta constancia se repiten, signos tan vacíos de<br />

sentido: no sólo son largos los textos -verdaderas frases-; las indicaciones son además<br />

oscuras, enredadas, y están erizadas de palabras de las que nada sé, si acaso se trata de<br />

palabras. Me parece también que su complejidad se acentúa, y muy aprisa. La primera<br />

vez había leído, entre manchas de musgo, bajo veladuras: “Mientras uno de ellos (. . .)<br />

otro (. . .) y otro más... ”. Estaba aquello incompleto, debido tal vez al deterioro, pero<br />

evocaba algún sentido, no se desprendía inmediatamente de la memoria.<br />

Pronto, sin embargo, las frases grabadas en la sombría piedra se hicieron interminables,<br />

como esos discursos de obsesos que se oyen a veces tras las paredes y que se pierden en<br />

los rumores del inmueble sólo, ay, para volver a empezar. Pienso también en las<br />

letanías. En los tratados de arcaicas teologías que enumeraban los atributos<br />

contradictorios, cambiantes, de dioses o de demonios olvidados.<br />

En los números irracionales, o trascendentes, de la aritmética. ¡Y si no se tratara más<br />

que de palabras! En cierto lugar creí distinguir una alusión al dios celta “de cuatro<br />

cabezas en un solo...“, patrono infrecuente, aun en los pórticos de las viejas iglesias, con<br />

el que sin embargo llega uno a encontrarse; pero aquel fragmento de sentido se<br />

mezclaba, por desgracia, con grumos que parecían de una naturaleza muy distinta,<br />

aglomerados de vocales o de consonantes atribuibles al azar, como los de esas piedras<br />

que se amontonan, a trechos, en los cauces de aguas que se pierden. ¡Cuánto hay que<br />

afanarse, y casi en vano! En esas regiones extremas del Nombre hay una profundidad,<br />

resonante pero sofocada, de barranco que nadie visita -sobre todo por culpa de los<br />

árboles que allí se entrelazan, casi horizontales, sobre las pendientes.<br />

Saco entonces mi lápiz y la pequeña libreta que, por si acaso, llevo a veces en el bolsillo,<br />

y me pongo a anotar lo escrito en una placa que surge de improviso ante mis ojos y que<br />

me parece bastante sencilla: unas cuantas líneas en las que el sol, al filtrarse por el árbol<br />

del umbral, forma breves islas movedizas. Si copio esas frases, será como tener una<br />

memoria con qué releerlas y tal vez descifrarlas.. .


63<br />

Pero esta vez son las propias letras las que plantean un problema. Es un hecho, por<br />

ejemplo, que los brazos de esa “Y” que pensaba haber identificado fácilmente, se<br />

bifurcan, se arquean, se quiebran, y desdoblados además una y otra vez en trazos<br />

rivales, se mezclan, destruyen las simetrías significantes hasta un punto -otra vez en el<br />

infinito- en que ya no sé si lo que estoy viendo es una nueva grafía, un colmo de<br />

complejidad de la forma, o simplemente<br />

la huella, en la materia, de fuerzas indiferentes -cristalizaciones, erosiones, estallidos,<br />

ciegas descargas- que conformaron y ahora deforman lo que llamo este lugar. ¿Dónde<br />

estoy? ¿Tiene siquiera sentido hacerse ya esta pregunta? Con la gastada punta del lápiz<br />

intento imitar sobre mi hoja, que ahora brilla un poco, esas figuras enigmáticas, esa<br />

presencia quizá ausencia; pero me encuentro, también, con que el trazo que deseo<br />

reproducir, al inscribirse en una piedra que es aquí dura, allá deleznable, se ahueca.. ¿Y<br />

cómo repetir, aunque se orle de gris el negro de mi lápiz, esa profundidad del tallado en<br />

el mismo punto en que pesara un día, con esperanza –y quién sabe si perceptible todavía<br />

en la vibración de una hendidura-, la mano que fue palabra? ¡Ah, si pudiera nacer allí el<br />

color! ¡Si cundiera en esta duda, como un fuego!<br />

Me obstino. ¿Y qué otra cosa podría hacer? Sé que he ligado mi destino, desde hace<br />

tiempo, en forma irreversible, a esta falla de altas paredes, de suelo pedregoso que se<br />

aleja y, poco más allá, tuerce entre las hierbas: la forma -en la que luchan el sentido, que<br />

todo niega, y la ajenaía, el oscuro desplome, el ruido sin fondo, la materia.<br />

Las tablas curvas<br />

El hombre que se encontraba en la orilla, cerca de la barca, era alto, muy alto. La<br />

claridad de la luna estaba detrás de él, posada sobre el agua del río. Un ruido ligero<br />

le decía al niño, que se acercaba silenciosamente, que la barca se movía, contra el<br />

muelle o una piedra.<br />

Encerraba en su mano la pequeña moneda de cobre. “Buenos días, señor”, dijo con una<br />

voz clara pero temblorosa, porque temía atraer demasiado la atención del hombre, del<br />

gigante, que estaba ahí, inmóvil. Pero el barquero, ausente de sí mismo como parecía<br />

estarlo, ya lo había visto, bajo los carrizos. “Buenos días, pequeño”, contestó. “¿Quién<br />

eres?” “Oh, no sé”, dijo el niño.<br />

“¡Cómo que no sabes! ¿Es que no tienes nombre?”<br />

El niño trató de entender lo que podía ser un nombre.<br />

“No sé”, dijo de nuevo, bastante a prisa.<br />

“¡No sabes! ¿Pero sí sabes lo que oyes cuando te hacen una señal, cuando te llaman?”<br />

“No me llaman.”<br />

“¿No te llaman cuando debes volver a casa? ¿Cuándo has estado jugando afuera y es<br />

hora de comer o de dormir? ¿No tienes un padre, una madre? ¿Dime, dónde<br />

está tu casa?<br />

Y el niño se pregunta ahora lo que es un padre, una madre; o una casa.


64<br />

‘Un padre”, dice. “¿Qué es?”<br />

El barquero se sentó sobre una piedra, junto a su barca. Su voz llegó menos lejana en la<br />

noche. Pero primero había emitido una especie de risa.<br />

“¿Un padre? Pues es el que te pone sobre sus rodillas cuando lloras, y se sienta junto a ti<br />

por la tarde, cuando tienes miedo de dormirte, para contarte un cuento”.<br />

El niño no contestó.<br />

“Es cierto, muchas veces uno no ha tenido padre”, prosiguió el gigante como después de<br />

pensar un poco.<br />

“Pero entonces dicen que hay esas mujeres jóvenes y dulces, que encienden el fuego y<br />

nos sientan junto a él, que cantan una canción. Y cuando se alejan es para preparar unos<br />

platillos; se siente el olor del aceite calentándose en la olla”.<br />

“Tampoco me acuerdo de eso”, dijo el niño con su voz ligera y cristalina. Se había<br />

acercado al barquero, que ahora callaba, oía su respiración pareja, lenta. “Debo cruzar el<br />

río”, dijo, “tengo con qué pagar el pasaje”.<br />

El gigante se inclinó, lo tomó en sus manos amplias, lo colocó sobre sus hombros, se<br />

irguió y bajó a su barca, que cedió un poco bajo su peso. “Vamos”, dijo. “Agárrate bien<br />

de mi cuello”. Con una mano detenía al niño por una pierna, con la otra plantó la vara<br />

en el agua.<br />

El niño se aferró a su cuello con un movimiento brusco, con un suspiro. Entonces el<br />

barquero pudo tomar la vara con las dos manos, la retiró del lodo, la barca se<br />

alejó de la orilla, y el ruido del agua se amplificó bajo los reflejos, en sus sombras.<br />

Pasado un instante, un dedo le tocó la oreja. “Oye”, dijo el niño, “¿Quieres ser mi<br />

padre?” Pero de inmediato se interrumpió, la voz quebrada por el llanto.<br />

“¿Tu padre? ¡Pero si sólo soy el barquero! Nunca mealejo de las orillas del río”.<br />

“¡Pero me quedaría contigo, a la orilla del río!“.<br />

“Para ser un padre, hay que tener una casa, ¿entiendes? No tengo casa, vivo entre los<br />

juncos de la orilla”.<br />

“Me gustaría mucho quedarme contigo en la orilla”.<br />

“No”, dijo el barquero, “no es posible. Y, ¡mira!”<br />

Lo que debe mirar es la barca que parece inclinarse cada vez más bajo el peso del<br />

hombre y del niño, que aumenta a cada instante. El barquero la empuja penosamente<br />

hacia delante, el agua llega a la altura del borde, pasa por encima de él, llena el casco con<br />

sus remolinos, alcanza lo alto de esas largas piernas que sienten desaparecer todo apoyo<br />

en las tablas curvas. Pero el esquife no zozobra, más bien parece disiparse en la noche, y<br />

ahora el hombre nada, el pequeño aún agarrado a su cuello.<br />

“No tengas miedo”, le dice, “el río no es tan ancho, pronto llegaremos”.<br />

“Oh, por favor, ¡quiero que seas mi padre! ¡Quiero que seas mi casa!”<br />

“Hay que olvidar todo eso”, responde el gigante, en voz baja. “Hay que olvidar esas<br />

palabras. Hay que olvidar las palabras”.<br />

De nuevo ha tomado en su mano la pequeña pierna, inmensa ya, y con su brazo libre<br />

nada en ese espacio sin fin, de corrientes que se agolpan, de abismos que se entreabren,<br />

de estrellas.


65<br />

La lucidez de las quimeras<br />

Tanto va Breton al porvenir que al fin ese pensamiento, esa presencia se imponen. Y con<br />

todo, muy rara vez en su vida el guía espiritual del surrealismo había podido hablar sin<br />

suscitar grandes reservas; y pocos de los que le fueron más fieles pudieron seguir<br />

siéndolo sin interrupciones. Por mi parte, y me tomo así como ejemplo de algunos<br />

jóvenes en 1944, fui ciertamente requerido desde la primera lectura, di de inmediato mi<br />

adhesión, vine a París para encontrarme con los surrealistas, conocí a Breton y formé<br />

parte de su nuevo grupo -pero bastante pronto juzgué necesario alejarme. No, en<br />

cualquier caso, sin conservar toda mi admiración, todo mi respeto a aquél del que iba a<br />

separarme. En realidad lamentaba ya lo que mi timidez, o mi orgullo, me impedían creer<br />

posible: que, pasada la hora de las reuniones en el café de la Place Blanche, Breton<br />

aceptara escuchar, en privado, las dudas, las objeciones, las preguntas, las sugerencias<br />

también, que después de todo, si uno lo quería, como era desde luego el caso, tenía<br />

el deber de comunicarle.<br />

Pero desde luego hace mucho de esos asentimientos o esos desacuerdos al filo de los<br />

días; y hoy, treinta años después de la muerte de Breton, me parece que muchos de<br />

aquellos para quienes la palabra poesía conserva un sentido comienzan a sumarse a sus<br />

grandes proposiciones con una confianza renovada, y con claramente más interés que<br />

por los otros poetas de su época o de la posguerra.<br />

Y me da gusto. Pues sean cuales fueren esas reservas que se desea oponerle, es evidente,<br />

a mis ojos, que Breton planteó, y de una manera decisiva, las únicas preguntas serias:<br />

¿qué es la realidad, qué debe ser la “vida verdadera”?<br />

Hay que resaltar que la vida, la realidad, sus relaciones, eran singularmente mal<br />

comprendidas, y muy maltratadas, cuando Breton comenzó a escribir. No nos<br />

demoremos, es demasiado evidente, en la tiranía que habían ejercido los poderes de la<br />

época de la guerra Sobre los cuerpos y los espíritus, o en el campo de ruinas en que el<br />

pretendido humanismo había dejado errar a los supervivientes. Pero comprobemos que<br />

ya se había vuelto muy claro que el pensamiento nacido de la ciencia, y que sólo conoce<br />

la realidad de una manera tan fragmentaria como abstracta, no puede ayudar en nada a<br />

comprender su condición a los seres que quieren abarcarla de una sola mirada para<br />

descubrir en ella algún sentido. Y muy pronto, y lógicamente, íbamos a ver a un Georges<br />

Bataille, consciente del carácter ilusorio de las ideas que nos hacemos del mundo,<br />

abrirse una vía entre esos espejismos hasta la materia subyacente para, en la orilla de<br />

ese desierto en la noche, respirar esa última bocanada de conciencia de si propiamente<br />

humana-que es la percepción del no-sentido, el contacto de ese absoluto. Experiencia<br />

“interior” que Bataille en Documents ilustró con fotografías que vuelven de golpe<br />

totalmente ajenas las cosas, las situaciones más ordinarias, como ese famoso dedo gordo<br />

del pie en gran escala, epifanía del reverso del mundo tanto como lo había sido el<br />

surgimiento del suelo agrietado en el anteojo de Galileo. La sexualidad misma, de la que<br />

la existencia saca su energía, aparecía en ese brusco descentramiento como un aspecto<br />

no de la vida sino de la materia, una fuerza condenada a elevarse .a través de las<br />

existencias para desgarrarlas, destruirlas.<br />

Y cómo no seguir esa mirada desengañada hasta en ese abismo, que es un hecho, pero<br />

cómo además no reconocer que esa visión descentrada, que ese pensamiento


66<br />

horrorizado no son sino el vértigo de quien se dejó encerrar en el pensamiento<br />

conceptual, cuyas palabras no saben nada de lo que somos -y ¿cómo no volverse<br />

entonces hacia André Breton, que en esos mismos años mantenía un discurso<br />

completamente distinto?<br />

Desde La confesión desdeñosa, desde la Introducción al discurso sobre lo poco de<br />

realidad, Breton anunciaba lisa y llanamente que quería habitar en la realidad más<br />

cotidiana, para proseguir ahí una investigación del sentido, del amor, incluso de la<br />

dicha, esas aspiraciones que Bataille llamarla el idealismo más ingenuo.<br />

Y es porque comprendía que la realidad que importa no es la que descubre, o más bien<br />

construye, la investigación científica, como desplome del abismo de la materia, sino la<br />

que el deseo elabora: un deseo que no es por lo demás la simple sexualidad, sino la<br />

necesidad también de erigir un lugar, de instituir sentido, de participar de un orden, y se<br />

da para ello objetos de una altura, digamos, humana, tan lejos de las larvas en sus<br />

marismas, una de las fascinaciones de Bataille, como de las galaxias en el cielo. La<br />

realidad, y lo que tiene de diferenciado -nuestro horizonte, nuestros objetos, nuestras<br />

presencias de seres- es la creación del deseo, que hay simplemente que desprender de<br />

las formas pobres o degradadas con las que lo atesta ese mismo deseo cuando se deja<br />

embaucar por sus motivaciones más bajas, la codicia o el miedo. Y el gran pensamiento<br />

de Breton y, precisamente, su valor, fue concebir que la verdad, la lucidez, la audacia del<br />

espíritu no es transgredir, por un acto del intelecto, significados ciertamente sin<br />

fundamento en la noche que está bajo el mundo, sino poner en duda, acusar, maneras<br />

de ser, aquellas por las cuales se corre el riesgo de perder la intensidad de que el deseo<br />

es capaz, en la que su objeto puede brillar, y a la que tenemos derecho.<br />

Breton, para decirlo de otro modo, supo que hay un mundo; y que importa, y que es<br />

posible preservarlo, salvarlo. Y no lo hizo sin caer, pronto, en una contradicción que<br />

debilitó gravemente la fuerza de su proyecto, y provocó una buena parte de las reservas<br />

a las que ya he aludido -incluyendo lo esencial de las mías. En efecto, para que el deseo<br />

continúe creando el mundo, que es una comunidad de hombres y de mujeres, es<br />

necesario que sea compartible, con puntos de apoyo en el espacio social o natural que<br />

sean reconocibles y practicables por todos; y esa necesidad incita, según la expresión del<br />

deseo, a un segundo momento, reflexivo, en que los valores, las necesidades en potencia<br />

comunes serán desprendidas de la intricación de los fantasmas individuales. Ahora bien,<br />

Breton no cesó, al contrario, de tener los suyos propios. por una autoridad casi oracular,<br />

y una realidad casi objetiva, proyectándolos -como hace la superstición- en el mundo<br />

como existía alrededor de él y de los otros seres; lo que redujo la realidad a su sueño, y<br />

lo condenó a él a la soledad.<br />

Ese retraimiento creciente de Breton en un fondo incomunicable de sí estremecía ya<br />

cuando uno lo veía en la mesa del café, hablando sin embargo, sin embargo entre<br />

amigos; y aparecía de manera casi trágica en las fotografías de sus últimos años; por<br />

ejemplo las que Henri Cartier-Bresson publicó hace poco. Pero esa contradicción, tumba<br />

del surrealismo, ¿es hoy de veras un gran problema, desde el punto de vista de la<br />

poesía?<br />

Poco importa su importancia en la existencia de André Breton: no por ello le debemos<br />

menos a él, a su intuición simple y fuerte, el saber mejor que la realidad, hija del deseo,<br />

no es una suma de objetos, que describir con mayor o menor fineza, sino una<br />

comunidad de presencias; no es una red de apariencias, sino un conjunto de seres que,<br />

si no fueran sino vanas formas de la ilusión, no por ello tendrían menos valor absoluto,


67<br />

cada uno, y en consecuencia derechos inalienables. Nadie como el autor de Arcano 17 ha<br />

sabido evocar con tanta emoción sincera lo que son, en profundidad, en su origen en el<br />

ser, la libertad, la justicia. Y esta observación, para terminar. Ese mismo Breton que<br />

pudiéramos creer perdido en las ensoñaciones sin substancia, y evidentemente<br />

solitarias, de la Noche del tornasol, es también que fue, en ese periodo de entreguerras<br />

en que tantos espíritus se dejaron engañar, bastante lúcido para no dejar de condenar a<br />

la vez a los dos grandes totalitarismos.<br />

Y no hay que sonreír ante lo que dice en Nadja de la psiquiatría de la época, cualquiera<br />

que sea la exageración de sus insultos. Gracias a Breton, los surrealistas apenas se<br />

equivocaron, política o moralmente. Es quizá una de las razones de su presencia hoy.<br />

<strong>Yves</strong> <strong>Bonnefoy</strong>:<br />

La poesía busca restablecer la plenitud<br />

Por Angela García<br />

Ángela García : Cada vez surgen nuevos festivales de poesía en el mundo y crecen los<br />

auditorios de la poesía. ¿Cómo ve usted este fenómeno de apreciación de la poesía a<br />

través de estos eventos?<br />

<strong>Yves</strong> <strong>Bonnefoy</strong> : Esta observación al comienzo, querida Ángela García: después que he<br />

visto, con ocasión de nuestro encuentro en Malmö, el film sobre el festival de Medellín,<br />

que me ha producido tanta emoción... Por diversas razones se me ha hecho imposible,<br />

en el pasado, ir a Medellín, yo sabía también que en el futuro no podría, experimenté un<br />

vivo pesar de que fuera así, y estaba entonces presto a ver el film con el gran interés que<br />

inspira la simpatía.<br />

Más lo que me fue revelado ha sobrepasado mi expectativa. En esta inmensa sala, donde<br />

se aglomeraban centenares y centenares de jóvenes evidentemente llenos de fervor,<br />

animados del deseo de reformar la sociedad, de poner fin a sus injusticias y a sus<br />

espantosas violencias, he visto pasar hombres y mujeres que respondían a esta tan<br />

hermosa espera con palabras intensamente serias, que eran de la poesía. De ninguna<br />

manera, en efecto, se tenía en esta tribuna de aquellos discursos que siguen en la<br />

abstracción, por muy generosos que sean, se limitan a las ideas, invadidas ellas mismas,


68<br />

algunas veces, por la ideología. Había cada instante grandes y fuertes imágenes<br />

evocando la dramática vida cotidiana de América Latina de una manera sobrecogedora,<br />

eran símbolos que hablaban tanto al corazón como al espíritu; y el ritmo unía a todos<br />

allí, en la noche, diseminados bajo múltiples luces pero reencontrando todos y todas la<br />

esperanza, la gran esperanza insensata pero irresistible, de que el futuro iba por fin a<br />

empezar.<br />

La poesía, la poesía misma. La poesía íntimamente asociada a la reflexión y a la acción<br />

política, como se debe, y encontrando en esta proximidad, vivida de manera<br />

evidentemente libre y atrevida, un aumento de fuerza: Aquel que aporta la conciencia<br />

que sabe tomar de su responsabilidad de sus tareas, cuando se tiene también el<br />

presentimiento de los poderes, quizá extraordinarios, que yacen en la palabra.<br />

Y me he dicho, también, mirando este pequeño video, y pensando en este gran<br />

acontecimiento: y bien, la poesía manifiesta aquí, y así, su utilidad, su necesidad, pero<br />

ella revela también su naturaleza esencial, que tan frecuentemente perdemos de vista en<br />

nuestros países de Occidente, estas sociedades que apenas sufren, que viven demasiado<br />

en la diversión. ¿Qué es la poesía, en efecto? Retomar contacto, plenamente, con las<br />

realidades fundamentales de la vida o de la naturaleza, por disgregación de las<br />

representaciones conceptuales de las formulaciones abstractas que reducen lo que está<br />

en la cosa simplemente, -cosa mensurable, manipulable, comercializable, cosa hecha<br />

para incitar al deseo de la posesión y a la ambición del poder, cosa de muerte. La poesía<br />

no es la producción de un objeto verbal, el placer, en suma estético, de un simple texto,<br />

es una intervención en el mundo, un acto de conocimiento. Grandes ritmos suben del<br />

cuerpo en el poema, ellos dislocan en el cambio humano el discurso que rige, que cega y<br />

oprime, y es entonces el otro que repara en su dignidad, en su derecho absoluto a ser<br />

libremente él mismo, es la democracia que se evidencia de nuevo. La poesía, es la<br />

sociedad renovada. ¿Iremos a olvidarlo? Lo vemos entonces en Medellín este acto<br />

fundamental de liberación que llama al espíritu, en un diálogo emotivo entre los poetas,<br />

venidos de diversos países, y en la gran sala, siempre vibrante.<br />

Después, lo que resalta también de este video, lo que uno está obligado a constatar, a<br />

pensar, es que acontecimientos de este tipo, tan espontáneos, tan naturalmente vividos<br />

por una comunidad, tan ricos de recursos de la lengua más simple, más directa, esto<br />

revela los límites de las obras de nuestra época, que consideran, imprudentemente, que<br />

no es la palabra la que cuenta, sino lo escrito, y que escribir, es dejar al lenguaje<br />

manifestarse, desplegarse, a través del autor –que está conminado a borrarse en él- en el<br />

seno de textos donde aparecen sobre todo los modos de funcionamiento de<br />

significaciones múltiples hasta el infinito, y de interpretación nunca acabada. ¡Esta<br />

suerte de creación, sí, por qué no, pero que permanezca en este lado del drama del siglo,<br />

y de sus problemas! Privilegiar así el lenguaje, es olvidar que ya no es más que una red<br />

de palabras, mientras que las palabras no nacen ni mueren, no conocen la necesidad ni<br />

sus urgencias, no presienten nada del deseo frustrado, de la injusticia sufrida, no viven<br />

ni la infelicidad, ni por consecuencia, las palabras, como tales, las palabras que no<br />

atraen de sí mismas para arriesgarlas en el cambio, las palabras no saben lo que es<br />

amar, porque amar es precisamente reconocer, en otro ser, lo que en él es más que<br />

palabras. –No hay que dejarse obnubilar demasiado por el lenguaje. Más aún pensar en


69<br />

aquellos que esperan que se les hable. He aquí la objeción que creo que Medellín tiene el<br />

derecho de hacer, la que uno tiene el deber de escuchar.<br />

No crea, sin embargo, que al mirar esta película he concluido que no había allí sino una<br />

sola y única poesía, aquella que va por la calle, a las prisiones, que quiere hablar de la<br />

inquietud. Hay obras como aquellas de Medellín, obras que hablan lo simple<br />

directamente. Pero hay otras que guardan sus autores en una referencia a sí mismos que<br />

es, para los otros, de acceso difícil, y que no hacen alusión a las necesidades y a los males<br />

de la sociedad, al punto que se podría pensar que ellas se desinteresan. Pero esto no es el<br />

caso, es simplemente que estos poetas llevan el trabajo de disgregación del pensamiento<br />

conceptual, este trabajo específicamente poético, en las situaciones de su propia<br />

existencia, donde hay muchas trabas a quebrar, alienaciones a combatir. Y se encuentra<br />

de hecho, con ellos, con las raíces mismas de la palabra, lo que no puede ser más que un<br />

verdadero aporte, a pesar de la apariencia, a la comunidad toda. Yo estoy convencido: la<br />

poesía es una, una e indivisible. Baudelaire o Góngora tienen el mismo ideal, el mismo<br />

designio, el mismo horizonte delante de sí, poetas que escriben como lo hacen los<br />

prisioneros sobre las paredes de su calabozo.<br />

¿Los festivales de poesía, en estas condiciones? Si deben aparecer nuevos festivales,<br />

mucho mejor que sea en las circunstancias de Medellín, es decir en las fronteras del mal,<br />

en primera línea en el combate contra los fraudes y las injusticias: es ahí que se tiene la<br />

más grande necesidad de la poesía. Pero estos encuentros tendrán también la virtud de<br />

aproximar estos dos polos que acabo de evocar, y que tienen necesidad el uno del otro.<br />

II<br />

A.G. : Normalmente la poesía habla del porvenir. Normalmente se compara éste con la<br />

esperanza. El panorama del mundo contemporáneo es de tal gravedad, está tan lleno de<br />

zonas oscuras que parece ingenuo creer en el porvenir. ¿Puede la poesía preservar su<br />

canto al porvenir, a la esperanza sin equivocarse en su apreciación del hombre que<br />

insiste en autodestruirse?<br />

Y.B. : Es evidentemente la gran pregunta. Siempre he pensado y he escrito muchas<br />

veces, que es preciso identificar lo uno en lo otro, la poesía y la esperanza. Y no hay que<br />

dudar de esta identidad, pues la poesía, es la que quiere en nuestra relación con el<br />

objeto, y con los otros seres, hacer aparecer esta plenitud que es nuestra sola realidad, y<br />

por consiguiente nuestro único verdadero deseo, nuestra única verdadera esperanza. Si<br />

no hubiese más en nosotros esta esperanza de vida plena, los poemas nos volverían<br />

ininteligibles, los poetas no manifestarían incluso la necesidad de escribirlos.<br />

Pero en verdad, ¿qué es la esperanza cuando las circunstancias históricas parecen<br />

mostrar que se ahondan o van a hacerlo, sin falta, aspectos esenciales e indispensables<br />

de esta plenitud que la poesía quiere restablecer? La tierra misma, que era hasta el<br />

presente el lugar mismo de la evidencia, y lo mejor de nuestra confianza, la tierra se<br />

deshace de numerosas maneras que parecen irreversibles. En regiones enteras del globo<br />

la más espantosa polución y el más ciego comercio extienden el desierto, destruyen las<br />

selvas; en otros países el turismo crea parques que dicen naturales pero no ofrecen más


70<br />

que la caricatura de la naturaleza, no son más que la puesta en escena de un espectáculo<br />

cuyo texto está escrito por y para la sociedad de consumo, que deja allí sus botellas<br />

vacías. Y el nivel de los océanos subirá cubriendo países enteros que están ya entre los<br />

más desgraciados y los más pobres. No hay absolutamente que velarse la faz, y nada<br />

puede ser más odioso que algunos discursos optimistas. Es necesario preguntarse, por<br />

desgracia: sí, ¿qué puede ser la esperanza hoy en el seno de un siglo nuevo que arriesga<br />

ser el último?<br />

Pero todo no está quizás echado a perder, y en este caso es imperativo que la esperanza<br />

esté ahí, la esperanza propia de la poesía, pues sólo ella puede distinguir lo que es el<br />

verdadero bien, e indicarlo y despertar en los espíritus desmoralizados en el fin de los<br />

tiempos el deseo de recuperarlo. A despecho de alarmas que es legítimo que sintamos,<br />

sí, es necesario al menos seguir esperando, seguir creyendo en un futuro que tenga<br />

sentido. Digamos que nuestra época –esta única en la historia, esta la más radicalmente<br />

histórica, pues es la existencia misma de la historia que ella pone en peligro-, ve<br />

producirse una carrera de velocidad entre, de una parte, las fuerzas de destrucción en la<br />

sociedad, pero también, por desgracia en la naturaleza, y de otra parte esta inteligencia,<br />

la poesía. ¿Quien ganará? Puede que la imbecilidad y la cobardía de los poderes dejen<br />

establecer por siempre los cambios climáticos que pondrán fin a la vida humana, pero<br />

hay que, y habrá que pensar hasta el extremo que este no será el caso. Todo como si<br />

estuviéramos en un barco en plena tempestad: ¿sería ahora el momento de hacerse las<br />

preguntas, no continuaríamos remando, vaciando, buscando con los ojos el faro? La<br />

poesía, es apostar al ser. Y aún si todo se desplomara realmente, esto sería su modo de<br />

ser verdadero, pues el bien que ella no esperara alcanzar, permanecerá en el<br />

pensamiento que uniría los últimos seres humanos en un respecto mutuo y un<br />

intercambio de amor. ¡La tierra, la sociedad humana, habría podido ser tan bella! No<br />

renunciemos a esta aseveración. No demos a nuestros enemigos la alegría de vernos<br />

dejar de esperar.<br />

¡Acordaos! En los campos de exterminio nazis, cuando los cautivos no tenían<br />

prácticamente más razones para pensar que iban a sobrevivir, tan débiles como estaban,<br />

que a veces algunos de ellos se reunían alrededor de los que sabían poemas de memoria.<br />

Numerosos testimonios nos lo han mostrado. Ellos escuchaban “Bienaventurado quien<br />

como Ulises hizo un largo viaje”, y gritaban: “más fuerte” cuando la voz del recitante era<br />

demasiado débil para llegar hasta ellos. ¿Es porque querían soñar en lo que no habían<br />

tenido? No, era por participar todavía de la esperanza que es la poesía, y del hecho<br />

mismo, saberse aún humanos de verdad. Por eso, qué absurdo fue, qué falta a la<br />

inteligencia fundamental, la de un filósofo famoso, pretender que después de Auschwitz<br />

la poesía se tornó imposible. La poesía, la palabra esperanzada e intransigente, era<br />

precisamente lo que los nazis querían destruir, y esta filosofía les hacía el juego.<br />

(Como razón de esperanza, creo mucho en la enseñanza, en la escuela. Es de este lado<br />

que se precisa hacer el más grande esfuerzo. El niño de antes del pensamiento<br />

conceptual tiene la misma experiencia de plena presencia del mundo que los poetas, es<br />

preciso ayudarle a no dejarse intimidar por la religión del concepto, la cual no es<br />

evidentemente el empleo perfectamente legítimo de este maravilloso instrumento. La


escuela es la oportunidad última. Es por las raíces que la vida remonta en las plantas<br />

secas).<br />

III<br />

A.G. : Muchos de los dramas humanos de los últimos siglos, guerras y fenómenos de<br />

desplazamiento constante tienen como motivo el retorno. ¿Piensa usted que hay una<br />

simbología especial en la palabra retorno referida a las sociedades modernas?<br />

71<br />

Y.B. : Aceptaría de buena gana la palabra “retorno” para calificar lo que busca la poesía.<br />

Ella es el deseo de ser partícipe de la inmediatez de las cosas, de los fenómenos; ella<br />

tiene una intuición de la unidad inmanente a todo lo que es, y es como si intentara<br />

levantar un velo para hacernos retornar a un estado que hubiéramos vivido antes de que<br />

el lenguaje conceptual nos impusiera sus lecturas del mundo, siempre parciales.<br />

Agreguemos simplemente que este origen, no podemos buscarlo sino anticipadamente,<br />

en nuestro trabajo poético sobre la palabra, pues somos seres parlantes, de manera<br />

irreversible. Solo los místicos, algunos de ellos, pueden pretender este retorno al serdel-mundo<br />

anterior a las palabras, pero dejando perder, de golpe, su relación con los<br />

otros seres, el nexo social. Esto no es lo que quiere la poesía.<br />

Así las cosas, es con mucha tristeza que vemos hoy, tantos seres desplazados por las<br />

guerras o las hambrunas soñando en volver al lugar primero de su existencia. Se<br />

comprende su deseo, se comprende demasiado bien. En su medio de origen ellos habían<br />

tenido, a causa de lugares cargados de sacralidad, ritos, tradiciones, a causa también de<br />

la connivencia de palabras, de su lengua y de cosas de su país, una experiencia más rica,<br />

más íntima, de la presencia del mundo. Me acuerdo que Paul Celan lamentaba que las<br />

palabras que tenía que emplear, en francés o incluso en alemán, para designar plantas,<br />

por ejemplo, no fuesen en cierta medida a recortar su experiencia de niño, a causa de un<br />

desajuste entre la naturaleza de aquí y aquella cercana de los prados y bosques de la<br />

Bukovina natal. ¿Pero estos exilados podrían alguna vez volver a sus casas sino en los<br />

furgones de la sociedad industrial que extiende por todas partes la misma uniformidad?<br />

Estos sueños de retorno no son más que esto: sueños, con el riesgo de que alimenten<br />

ideologías, que no hicieron más que subsistir como caricaturas de lo que quedaba en la<br />

memoria. No es con retornos a los modos de ser del pasado que las comunidades de hoy<br />

deben buscar apaciguar su sed de presencia en el mundo, es dirigiéndose adelante, para<br />

intentar “cambiar la vida”. Con, como lo acabo de decir, la voluntad de pensar que no es<br />

nunca demasiado tarde para vencer. Malmö, primavera del 2002


<strong>Yves</strong> <strong>Bonnefoy</strong>: el golpe del lenguaje<br />

poético<br />

Por Miguel Ángel Muñoz<br />

72<br />

<strong>Yves</strong> <strong>Bonnefoy</strong> (Tours, Francia, 1923) es, sin<br />

duda, una de las voces más grandes de la<br />

poesía francesa contemporánea. Medio siglo<br />

de creación poética desde su primer libro Del<br />

movimiento y de la inmovilidad de<br />

Douve (1954) hasta nuestros días, en que el<br />

poeta ha dejado hitos fundamentales<br />

como Hier régnant desert (1958), Récits en<br />

réve (1987), L’Arrière-Pays (1972), Début et<br />

fin de la neige (1991), y Les planches<br />

courbes (2001). Sus libros de ensayos, traducciones (Shakespeare y Yeats, sobre todo),<br />

lecciones magistrales en el Collège de Francia, sus escritos extraordinarios de arte sobre<br />

Morandi, Mantegna, Cartier-Bresson, Georges Chirico o Giacometti, se han vuelto<br />

fundamentales para las nuevas generaciones de escritores y críticos de arte. Su escritura<br />

debe tanto a los surcos del campo como a los estantes de las bibliotecas. Tras salir de su<br />

estudio parisiense, caminando juntos por Montmartre, me dice:<br />

" El único heredero posible del labrador es el artista", y<br />

continúa: "la esperanza que deposito en el lenguaje es la que<br />

hace que parezca que no me intereso por los problemas<br />

contemporáneos. Mi reflexión, mi trabajo, consiste en dar<br />

prioridad a todo lo que puede ayudar de manera más radical y<br />

directa a mejorar la situación del mundo: no ataco los conflictos<br />

o debates del momento, uno a uno, sino que he optado por ir a<br />

buscar la raíz del mal: el desastroso empleo que nuestra<br />

modernidad hace del lenguaje".<br />

El lenguaje y su significado se han vuelto para <strong>Bonnefoy</strong> un<br />

límite y un cauce; esto es, que nos llevan al mundo, pero<br />

también nos alejan de él: terror e ilusión. Asombro y<br />

destrucción. "Hoy sólo pensamos y hablamos de manera<br />

conceptual, es decir, sirviéndonos de nociones y<br />

representaciones generales, que nada saben del tiempo, que nos<br />

hacen olvidar nuestra condición de mortales, que muchas veces impiden comprender el<br />

valor del instante vivido. En otras palabras, hemos perdido el contacto con nuestra<br />

propia realidad, y desde luego, nuestra relación con lo que nos rodea. Esa es la<br />

maldición que acompaña nuestra palabra y su significado."


73<br />

Para <strong>Bonnefoy</strong>, el lenguaje no es una pulsión metafísica, inconcreta, en la que alienta lo<br />

inefable. Es vía de desvelamiento y de conocimiento, es mecanismo de aprendizaje, de<br />

asimilación —aun en sus desilusiones- y contemplación de la vida y del arte y territorio<br />

de la memoria. Estamos, por ello, ante la vida y el arte recreados en sus elementos más<br />

sintéticos y expresivos, a lo largo de una jornada, en un intento de depurar la<br />

experiencia cotidiana, hasta tamizarla con las distintas tonalidades de la luz, y cuyo<br />

resultado de este viaje inédito es su libro Les planches courbes.<br />

Los poemas de <strong>Bonnefoy</strong> se mezclan entre una poética experimental muy visible y una<br />

formalización cercana a la estética del silencio, con versos cortos e intensos, que se<br />

manifiestan de manera especial en aquellos textos que parten de la evocación de una<br />

pintura. Ambicioso empeño que da lugar a una poesía híbrida: trabajada, a la vez, desde<br />

dos planteamientos (lírica del sentimiento y de la experiencia; poesía más metafísica y<br />

esencialista). Pero, sobre todo, son poemas imborrables, a veces esplendorosamente<br />

líricos, de descomunal belleza, a los que sólo cabe el calificativo de geniales y<br />

profundamente sabios —al igual que sus ensayos de arte.<br />

La pintura es un tema referente en su poesía, no como tema sino como método o<br />

técnica. Su libro La nube roja reúne textos de los años setenta y noventa, donde pasean<br />

Bellini, Mantegna, Tiépolo, Hopper o Mondrian. "La mayoría de los poetas no<br />

comprenden bien la pintura", dice <strong>Bonnefoy</strong>, aunque quizá sólo se le equiparen John<br />

Berger y John Ashbery. Con todo, la obra poética y ensayística de <strong>Yves</strong> <strong>Bonnefoy</strong> —un<br />

clásico vivo— es producto de una sabiduría total, de dar sentido a los enigmas que lo<br />

rodean y que le ayudan a descubrir la intuición poética. ¿Qué es la poesía? "Es aquello<br />

que quiere —afirma- liberar las relaciones entre los hombres de los prejuicios, ideologías<br />

y quimeras que los empobrecen".


74<br />

<strong>Yves</strong> <strong>Bonnefoy</strong> / biografía<br />

Nació en Tours (Indre-et-Loire) el 24 de junio de 1923. Es, sobre<br />

todo, un poeta y prosista francés de primera importancia. Pero,<br />

además de ser un gran crítico literario, <strong>Bonnefoy</strong> ha escrito ensayos<br />

fundamentales sobre arte y artistas del Barroco y del siglo XX, sin<br />

olvidar a Goya.<br />

El padre de <strong>Yves</strong> <strong>Bonnefoy</strong> fue montador de los talleres ferroviarios de<br />

Paris-Orléans; su madre era enfermera, y más tarde llegó a ser<br />

institutriz. De joven, <strong>Bonnefoy</strong> pasó muchos años en Tours, si bien en<br />

vacaciones iba a menudo a Toirac (Lot), en casa de sus abuelos<br />

maternos; ese será, como ha dicho, su "verdadero lugar"; esto es, su<br />

lugar de referencia para él (L'Arrière-pays). En 1936, la muerte de su<br />

padre va a dar un giro a su vida. Tiene por entonces 13 años, y tendrá que estar recluido<br />

en su casa para estudiar. Hace sus estudios secundarios en un instituto de Tours, y elige<br />

ya las matemáticas y la filosofía como preferidas; sigue después en esa ciudad<br />

estudiando latín y matemáticas, rama que elige en las Universidades de Poitiers y de<br />

París. Se instala en la capital francesa en 1944. Desde entonces, realizará numerosos<br />

viajes, por Europa (notablemente por Italia), y por los Estados Unidos.<br />

Entre 1943 y 1953, abandona la matemática (pero guardará el gusto por la sobriedad y la<br />

inventiva disciplinada de ésta). Se consagra a la poesía, la literatura y también a la<br />

historia del arte, pues sigue las enseñanzas de uno de los más originales estudiosos<br />

franceses, André Chastel. Al principio se vincula al surrealismo, movimiento del que se<br />

apartará en 1947, al percibir cierta gratuidad en sus producciones: véase André Breton à<br />

l'avant de soi. Pero los poetas que le van a influir, por ser a su juicio los verdaderos<br />

revolucionarios en la lírica, son Gérard de Nerval, Charles Baudelaire, Arthur Rimbaud,<br />

a quien dedica un libro pionero, y Stéphane Mallarmé; sobre todos ellos ha escrito<br />

páginas influyentes una y otra vez.<br />

Además, <strong>Bonnefoy</strong> es autor de numerosas traducciones (principalmente inglesas, si bien<br />

vierte también a Leopardi), pero destaca sobre todo su trabajo extraordinario con la<br />

obra de Shakespeare (Hamlet, Macbeth, Lear, Romeo y Julieta, Julio César, Cuento de<br />

invierno, Tempestad, Antonio y Cleopatra, Otelo, Como gustéis, Poemas, Sonetos).<br />

Desde 1960, ha venido siendo invitado por numerosas universidades, nacionales o no<br />

(en Ginebra, norteamericanas). En 1981, tras el fallecimiento de Roland Barthes, le fue<br />

encomendada la cátedra de Estudios comparados de la función poética en el Collège de


France; allí desarrollará una fructífera actividad hasta 1993, con sus lecciones<br />

75<br />

magistrales y sus invitaciones a figuras de relieve, como Jean Starobinski.<br />

Se dice que es el poeta francés más importante de la segunda mitad del siglo XX; su<br />

poesía, muy concenntrada, no es muy extensa. Pero su actividad plural ha sido<br />

incesante, y su obra ensayística ha cobrado una dimensión fuera de serie. <strong>Bonnefoy</strong> ha<br />

recibido varios premios; el de la Crítica (1971), el Balzan (1995) y el Franz Kafka, que le<br />

fue entregado en Praga el 30 de octubre de 2007.<br />

Además de ser el escritor de la ensoñación controlada (L'Arrière-pays, Récits en rêve) y<br />

de la obsesión por las imágenes, se le considera un «poeta del lugar y de la presencia»,<br />

junto a otros escritores como Philippe Jaccottet, por ejemplo, amigo suyo. Según dice él,<br />

la presencia es la experiencia inmediata, pura, vinculada al mundo: sus evocaciones<br />

filosoficas suelen partir de los neoplatónicos pero para desplazar sus nociones comunes.<br />

Para <strong>Bonnefoy</strong>, que por lo demás es un gran teorizador, el concepto y la abstracción<br />

pueden separar a los seres humanos del mundo sensible, pues las cosas cotidianas y las<br />

miradas ajenas pesan en ellos, en sus mentes, mucho más que las ideas. Su poesía<br />

supone la trasmutación de esa experiencia en un lenguaje que no quiere ser arrebatado<br />

por la falsedad de lo trivial o de lo inmediato, que desea expresar la unidad de nuestra<br />

percepción del mundo rescatando y puliendo determinadas experiencias sensibles o<br />

emocionales.<br />

Poesía y relatos<br />

Traité du pianiste, 1946; ampliado en 2008.<br />

Du mouvement et de l'immobilité de Douve, 1953.<br />

Hier régnant désert, 1958.<br />

Anti-Platon, 1953.<br />

Pierre écrite, 1965.<br />

L'Arrière-pays, 1971.<br />

Dans le leurre du seuil, 1975.<br />

Rue Traversière, 1977.<br />

Poèmes (1947–1975), 1978.<br />

Entretiens sur la poésie, 1980.<br />

Ce qui fut sans lumière, 1987.<br />

Récits en rêve, 1987.<br />

Début et fin de neige, con Là où retombe la flèche, 1991.


76<br />

La vie errante, con Une autre époque de l'écriture, 1993.<br />

L'encore aveugle, 1997.<br />

La Pluie d'été, 1999.<br />

Le théâtre des enfants, 2001.<br />

Le cœur-espace, 2001.<br />

Les planches courbes, 2001.<br />

La longue chaine de l'ancre, 2008.<br />

Ensayos y prosas<br />

Peintures murales de la France gothique, 1954.<br />

Dessin, couleur, lumière, 1995.<br />

L'Improbable, 1959.<br />

Arthur Rimbaud, 1961.<br />

La seconde simplicité, 1961.<br />

Un rêve fait à Mantoue, 1967.<br />

Rome, 1630: l'horizon du premier baroque, 1970.<br />

L'Ordalie, 1975.<br />

Le Nuage rouge, 1977.<br />

Trois remarques sur la couleur, 1977.<br />

L'Improbable, con Un rêve fait à Mantoue, 1980.<br />

Dictionnaire des mythologies et des religions des sociétés. traditionnelles et du<br />

monde antique, 1981, editor; 4 tomos.<br />

La présence et l'image, 1983, lección inaugural en el Collège de France.<br />

La vérité sur parole, 1988.<br />

Sur un sculpteur et des peintres, 1989.<br />

Entretiens sur la poésie, 1972-1990.<br />

Alberto Giacometti, Biographie d'une œuvre, 1991.<br />

Aléchinsky, les traversées, 1992.<br />

Remarques sur le dessin, 1993.<br />

Palézieux, 1994, con Florian Rodari.<br />

La Vérité de parole, 1995.<br />

Dessin, couleur et lumière, 1999.<br />

La Journée d'Alexandre Hollan, 1995.<br />

Théâtre et poésie: Shakespeare et Yeats, 1998.


Lieux et destins de l'image, 1999.<br />

77<br />

La Communauté des traducteurs, 2000.<br />

Baudelaire: la tentation de l’oubli, 2000.<br />

L'Enseignement et l'exemple de Leopardi, 2001.<br />

André Breton à l'avant de soi, 2001.<br />

Poésie et architecture, 2001.<br />

Sous l'horizon du langage, 2002.<br />

Remarques sur le regard, 2002.<br />

La Hantise du ptyx, 2003.<br />

Le Poète et «le flot mouvant des multitudes», 2003.<br />

Le Nom du roi d'Asiné, 2003.<br />

L'Arbre au-delà des images, Alexandre Holan. 2003.<br />

Goya, Baudelaire et la poésie, 2004, con textos de Jean Starobinski.<br />

Feuilée, con el artista Gérard Titus-Carmel, 2004.<br />

Le Sommeil de personne, 2004.<br />

Assentiments et partages, 2004, exposición en el Musée des Beaux-Arts de<br />

Tours.<br />

L'Imaginaire métaphysique, 2006.<br />

Goya, les peintures noires, 2006.<br />

La stratégie de l'énigme, 2006.<br />

Dans un débris de miroir, 2006.<br />

L'Alliance de la poésie et de la musique, 2007.<br />

Ce qui alarma Paul Celan, 2007.<br />

La Poésie à voix haute, La Ligne d'ombre, 2007.<br />

L'amitié et la réflexion, 2007.<br />

André Mason, la liberté de l'esprit, 2007.<br />

Le grand espace, 2008.<br />

Notre besoin de Rimbaud, 2009.<br />

Deux Scènes, 2009.<br />

Pensées d'étoffe ou d'argile, Coll. Carnets, L'Herne, 2010<br />

Genève, 1993, Coll. Carnets, L'Herne, 2010<br />

Tomado de Wikipedia


1. La eternidad y un día y otros poemas / Roberto Sosa<br />

2. El verbo nos ampare y otros poemas / Hugo Lindo<br />

3. Canto de guerra de las cosas y otros poemas / Joaquín<br />

Pasos<br />

4. Habitante del milagro y otros poemas / Eduardo<br />

Carranza<br />

5. Propiedad del recuerdo y otros poemas / Franklin Mieses<br />

Burgos<br />

6. Poesía vertical (selección) / Roberto Juarroz<br />

7. Para vivir mañana y otros poemas / Washington<br />

Delgado.<br />

8. Haikus / Matsuo Basho<br />

9. La última tarde en esta tierra y otros poemas / Mahmud<br />

Darwish<br />

10. Elegía sin nombre y otros poemas / Emilio Ballagas<br />

11. Carta del exiliado y otros poemas / Ezra Pound<br />

12. Unidos por las manos y otros poemas / Carlos<br />

Drummond de Andrade<br />

13. Oda a nadie y otros poemas / Hans Magnus<br />

Enzersberger<br />

14. Entender el rugido del tigre / Aimé Césaire<br />

15. Poesía árabe / Antología de 16 poetas árabes<br />

contemporáneos<br />

16. Voy a nombrar las cosas y otros poemas / Eliseo Diego<br />

17. Muero de sed ante la fuente y otros poemas / Tom<br />

Raworth<br />

18. Estoy de pie en un sueño y otros poemas / Ana Istarú<br />

19. Señal de identidad y otros poemas / Norberto James<br />

Rawlings<br />

20. Puedo sentirla viniendo de lejos / Derek Walcott<br />

21. Epístola a los poetas que vendrán / Manuel Scorza<br />

22. Antología de Spoon River / Edgar Lee Masters<br />

23. Beso para la Mujer de Lot y otros poemas / Carlos<br />

Martínez Rivas<br />

24. Antología esencial / Joseph Brodsky<br />

25. El hombre al margen y otros poemas / Heberto Padilla<br />

26. Réquiem y otros poemas / Ana Ajmátova<br />

27. La novia mecánica y otros poemas / Jerome<br />

Rothenberg<br />

28. La lengua de las cosas y otros poemas / José Emilio<br />

Pacheco<br />

29. La tierra baldía y otros poemas / T.S. Eliot<br />

30. El adivinador de hojas y otros poemas / Odysseas<br />

Elytis<br />

31. Las ventajas de aprender y otros poemas / Kenneth<br />

Rexroth<br />

78<br />

Muestrario de Poesía<br />

32. Nunca de ti, ciudad y otros poemas / Czeslaw Milosz<br />

33. El barco en llamas y otros poemas / Jaroslav Seifert<br />

34. Uno escribe en el viento y otros poemas / Gonzalo<br />

Rojas<br />

35. El animal que llora y otros poemas / Antonio<br />

Gamoneda<br />

36. Los andamios del mundo y otros poemas / Ledo Ivo<br />

37. Dominican Style y otros poemas / Alexis Gómez Rosa<br />

38. Poesía francesa actual / Muestra de 40 autores<br />

39. Número equivocado y otros poemas / Wislawa<br />

Szymborska<br />

40. Desde la república de la conciencia y otros poemas /<br />

Seamus Heaney<br />

41. La tierra giró para acercarnos y otros poemas /<br />

Eugenio Montejo<br />

42. Secreto de familia y otros poemas / Blanca Varela<br />

43. Tal vez no era pensar y otros poemas / Idea Vilariño<br />

44. Bajo la alta luz inmerso y otros poemas / Mariano<br />

Brull<br />

45. Las ocupaciones nocturnas / Jorge Enrique Adoum<br />

46. La gruta de las palabras y otros poemas / Vladimir<br />

Holan<br />

47. La vida nada más, la sola vida y otros poemas /<br />

Gastón Baquero<br />

48. El futuro empezó ayer / Luis Cardoza y Aragón<br />

49. Los errores necesarios y otros poemas / Joaquín<br />

Giannuzzi<br />

50. Jardín de Piedra / Fernando Ruiz Granados<br />

51. Hablar desde la inseguridad / Rafael Cadenas<br />

52. El hombre acorralado y otros poemas / Luis Alfredo<br />

Torres<br />

53. Territorios Extraños /José Acosta<br />

54. Cuadernos de Voronezh / Osip Mandelstam<br />

55. La traición de los sueños / Francisco de Asís<br />

Fernández<br />

56. Quemaremos los días por venir / Radhamés Reyes-<br />

Vásquez<br />

57. Sobre toda palabra / Rafael Guillén<br />

58. Días de Carne / César Sánchez Beras<br />

59. Bajo la noche enemiga y otros poemas / Ulises<br />

Varsovia<br />

60. La imperfección es la cima / <strong>Yves</strong> <strong>Bonnefoy</strong>


79<br />

Colección<br />

Muestrario de<br />

Poesía<br />

2010

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