TRANSLATING ACROSS GENRES: GARY SOTO'S CESAR CHAVEZ
TRANSLATING ACROSS GENRES: GARY SOTO'S CESAR CHAVEZ
TRANSLATING ACROSS GENRES: GARY SOTO'S CESAR CHAVEZ
Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
<strong>TRANSLATING</strong> <strong>ACROSS</strong> <strong>GENRES</strong>: <strong>GARY</strong> SOTO’S <strong>CESAR</strong> <strong>CHAVEZ</strong>: A HERO FOR<br />
EVERYONE AND THE SKIRT<br />
Israel Nisihura<br />
B.A., California State University, Sacramento, 2008<br />
THESIS<br />
Submitted in partial satisfaction of<br />
the requirements for the degree of<br />
MASTER OF ARTS<br />
in<br />
SPANISH<br />
at<br />
CALIFORNIA STATE UNIVERSITY, SACRAMENTO<br />
SPRING<br />
2010
<strong>TRANSLATING</strong> <strong>ACROSS</strong> <strong>GENRES</strong>: <strong>GARY</strong> SOTO’S <strong>CESAR</strong> <strong>CHAVEZ</strong>: A HERO FOR<br />
EVERYONE AND THE SKIRT<br />
Approved by:<br />
Wilfrido H. Corral, Ph.D.<br />
Maria Mayberry, Ph.D.<br />
Date<br />
A Thesis<br />
by<br />
Israel Nisihura<br />
ii<br />
, Committee Chair<br />
, Second Reader
Student: Israel Nisihura<br />
I certify that this student has met the requirements for format contained in the University<br />
format manual, and that this thesis is suitable for shelving in the Library and credit is to<br />
be awarded for the thesis.<br />
, Graduate Coordinator<br />
Edward Baranowski, Ph.D. Date<br />
Department of Foreign Languages<br />
iii
Abstract<br />
of<br />
<strong>TRANSLATING</strong> <strong>ACROSS</strong> <strong>GENRES</strong>: <strong>GARY</strong> SOTO’S <strong>CESAR</strong> <strong>CHAVEZ</strong>: A HERO FOR<br />
EVERYONE AND THE SKIRT<br />
by<br />
Israel Nisihura<br />
The purpose of this thesis is to translate two texts originally published in English, a short<br />
story and a non-fiction prose text, into Spanish. A major goal of this thesis is to examine<br />
and prove that culture sets up considerable differences between the translation of one<br />
literary genre and the other. Several translation theory texts were consulted in order to<br />
produce the best possible translations of Gary Soto’s Cesar Chavez: A Hero for<br />
Everyone, a biography, and The Skirt, into Spanish, keeping in mind that both texts are<br />
aimed for children. Furthermore, four of Soto’s sources were also read firsthand in order<br />
to compare them to his own biography of Cesar Chavez. It was concluded that there is a<br />
distinct difference that reaches beyond cultural differences and references between the<br />
translation of an English short story and a non-fiction prose into Spanish.<br />
Wilfrido H. Corral, Ph.D.<br />
Date<br />
, Committee Chair<br />
iv
Capítulo<br />
ÍNDICE<br />
v<br />
Página<br />
1. INTRODUCCIÓN………….……….…………………………………………………1<br />
Mis inicios en la traducción……………………………………………………….1<br />
Mi interés por traducir obras de Gary Soto………………………………………..2<br />
César Chávez y La falda de Gary Soto….…………………………………….......3<br />
2. TEORÍA…………………..…………………………………………………………….5<br />
Teorías de traducción……………………………………………………………...5<br />
Traducción del ensayo vs el cuento corto…………………………………………9<br />
3. TRADUCCIÓN DE CÉSAR CHÁVEZ: UN HÉROE PARA TODOS..……………...15<br />
4. TRADUCCIÓN DE LA FALDA.....…………………………………………………..53<br />
5. CONCLUSIÓN………………………………………………………………………..85<br />
Apéndice A. Mapa de Corcoran, CA..........……………………………………………90<br />
Apéndice B. Mapa de Delano, CA.………………………………………………….....91<br />
Apéndice C. Mapa de Oxnard, CA.……………………………………………………92<br />
Bibliografía.……………………………………………………………………………...93
Capítulo 1<br />
INTRODUCCIÓN<br />
Mis inicios en la traducción<br />
Es casi imposible intentar acordarme de la edad exacta en la cual nació mi interés<br />
por la traducción e interpretación del inglés al español y viceversa. Sin embargo, sé que<br />
desde una temprana edad, mis padres me obligaban a mí y a mis hermanos mayores a<br />
traducirles y servirles de intérpretes por su desconocimiento del inglés. A pesar de que<br />
era una tarea sumamente difícil de efectuar con claridad, hoy le puedo atribuir mi<br />
curiosidad por la traducción a esos momentos difíciles en los que mis padres me exponían<br />
a funcionar en dos idiomas en contra de mi voluntad. La traducción en general es un<br />
trabajo psicológicamente agotador, ya que el traductor tiene la responsabilidad de no sólo<br />
entender el mensaje en una lengua, sino que posteriormente lo tiene que reproducir en<br />
otro idioma que tiene sus propias reglas gramaticales. En cierto sentido, fue cruel de parte<br />
de mis padres exponerme a una situación tan complicada como lo es el traducir,<br />
especialmente porque un niño aun no ha adquirido un vocabulario tan extenso como para<br />
traducir mensajes técnicos, por ejemplo, relacionados al gobierno o a facturas de agua o<br />
de electricidad. Debo admitir que sí me alegraba después de cumplir con mi deber, pero<br />
el fastidio que sentía al principio era inenarrable, porque no sabía si lo hacía bien, o no.<br />
En ese entonces, deseaba que nunca más tuviera que exponer mis debilidades<br />
lingüísticas en frente de nadie, pero la realidad es que vivimos en una sociedad donde el<br />
intercambio de habla entre angloparlantes e hispanoparlantes ocurre a diario y es<br />
imposible esconderse de él, sobre todo para los emigrantes y sus hijos. Al contrario,<br />
1
muchas veces he ofrecido mi conocimiento de ambas lenguas a personas que requieren de<br />
un intérprete para evitar la frustración que comúnmente surge en los angloparlantes y la<br />
vergüenza e impotencia que sienten los hispanoparlantes al no saber comunicarse en la<br />
lengua principal de los Estados Unidos. La enorme satisfacción que obtengo de poder<br />
ayudar a personas, como mis padres, a resolver sus asuntos personales con tan sólo<br />
traducir de una lengua a la otra es inefable. Justo por esa misma dicha de traducir es que<br />
decidí emprender la traducción como parte de mi tesis de Maestría.<br />
Mi interés por traducir obras de Gary Soto<br />
Al saber que quería traducir literatura del inglés al español, no fue fácil enfocar<br />
mi búsqueda a un solo autor, dado que es casi infinita la lista de autores que han<br />
publicado obras en ese idioma. Mi interés era traducir la obra de un autor reconocido para<br />
darle más valor a mi trabajo. Entre los autores que consideré traducir se encuentran John<br />
Steinbeck, Ernest Hemingway, Mark Twain y Gary Soto. Realmente no estaba buscando<br />
una obra en específico de estos autores, sino más bien buscaba una obra de cualquiera de<br />
ellos que no hubiese sido traducida al español aún, y que de una manera u otra expresara<br />
algo relacionado a la experiencia con mis padres, pero para mejorarla o ponerla en<br />
perspectiva. Por medio del WorldCatalog que la Universidad de Sacramento le ofrece a<br />
sus estudiantes, fui eliminando posibilidades, al descubrir que ciertas obras que me<br />
interesaba traducir ya estaban traducidas al español. Los escritores antes mencionados<br />
formaron parte de la literatura a la que fui expuesto desde pequeño, al igual que la<br />
mayoría de los chicos de primaria y secundaria a lo largo del país, y que contribuyó a mi<br />
desarrollo intelectual.<br />
2
Fue sumamente difícil encontrar un libro de estos autores que no hubiese sido<br />
traducido al español aún. Tenía la esperanza de que libros como Of Mice and Men de<br />
Steinbeck, The Adventures of Huckleberry Finn de Twain, The Old Man and the Sea de<br />
Hemingway o Baseball in April and Other Stories de Soto no hubiesen sido traducidos<br />
aún, pero no tuve suerte. Sin embargo, mi investigación me orientó a considerar a Gary<br />
Soto como el mejor autor para traducir por varias razones. A pesar de que nació en<br />
Estados Unidos, y escribe directamente en inglés, no en español, sus libros normalmente<br />
tocan temas con los cuales los mexicoamericanos se pueden identificar. Por ejemplo, Too<br />
Many Tamales es un cuento corto que obviamente incluye la cultura mexicana al hablar<br />
de una comida tan tradicional como lo son los tamales. No es raro que Soto<br />
cuidadosamente ensarte léxico español dentro de sus obras para darle un tono y color<br />
cultural mexicoamericano que no fuera posible de alguna otra manera, pero esto puede<br />
despistar al lector que no es bilingüe. Por estas mismas razones, de que sus cuentos y<br />
poemas tienen la cultura mexicana como fondo, un gran porcentaje de sus libros ya han<br />
sido traducidos pero tuve la fortuna de encontrar un par de ellos que nadie había<br />
traducido al español.<br />
César Chávez y La falda de Gary Soto<br />
Cesar Chavez: A Hero for Everyone es una breve biografía del célebre<br />
organizador de trabajadores agrícolas mexicanos en California, dirigida a un público<br />
juvenil. No pude haber tenido más suerte porque Chávez ha sido un ídolo mío desde que<br />
aprendí en la primaria acerca de su pasión por luchar por los derechos civiles de los<br />
mexicanos de una manera pacífica, siguiendo la filosofía de Mahatma Gandhi y Martín<br />
3
Lutero King Hijo. Soto escribió esta biografía breve, leyendo biografías existentes de<br />
Chávez, compilándolas y adaptándolas para el público juvenil al que se dirige la suya. Él<br />
utilizó siete de esas obras de prosa no ficticia para producir la suya, y afortunadamente<br />
pude adquirir cuatro de ellas por medio de la biblioteca de la Universidad de Sacramento<br />
para poder comparar y contrastarlas a la de Soto. Algo que debía mantener en mente<br />
mientras traducía, aparte de las teorías de traducción que mencionaré más adelante, era<br />
que el lenguaje que Soto utiliza y que yo debía de reproducir en español está simplificado<br />
para que niños de primaria puedan comprender la lectura. En otras palabras, mi deber<br />
como traductor es serle fiel a la obra original, utilizando un vocabulario similarmente<br />
poco sofisticado en español para la comprensión del público juvenil.<br />
La biografía de César Chávez es prosa no ficticia, y como su brevedad me lo<br />
permitía, decidí traducir una obra ficticia del mismo autor para investigar si existe alguna<br />
diferencia al traducir prosa no ficticia y ficción. The Skirt era una opción perfecta porque<br />
es un cuento corto, publicado como libro, sin formar parte de ninguna colección de<br />
cuentos cortos, que gira alrededor de una niña mexicoamericana que vive una aventura<br />
divertida al intentar recuperar su falda que olvidó en un autobús escolar. Así que el<br />
enfoque de esta tesis no sólo es traducir estas dos obras de Gary Soto del inglés al<br />
español, sino averiguar si existen algunas diferencias entre la traducción de estos dos<br />
géneros, lo cual parece obvio, pero no lo es.<br />
4
Capítulo 2<br />
TEORÍA<br />
Teorías de traducción<br />
Podría ser muy fácil para un bilingüe hispanoamericano caer en la trampa de<br />
pensar que la traducción del inglés al español, y viceversa, es una tarea relativamente<br />
simple, ya que se pueden comunicar efectivamente en ambos idiomas. Sin embargo, la<br />
realidad es que todos los que se consideran bilingües utilizan una lengua en ciertos<br />
contextos o ámbitos, mientras que se comunican en la otra lengua en ámbitos distintos.<br />
Incluso, aunque la persona no esté consciente de ello, cualquiera es más competente con<br />
una lengua que la otra, dependiendo de cuál se usa más y a cuál lengua se ha expuesto<br />
más o estudiado formalmente, entre otros factores. Por ejemplo, es común que algunos<br />
hispanoamericanos se comuniquen en inglés con amigos, maestros, empleadores,<br />
etcétera, manejando a la perfección la jerga común y términos técnicos y tecnológicos<br />
que se utilizan comúnmente. No obstante, si se le intenta traducir a los padres, por<br />
ejemplo, lo que uno habló con el empleador en la reunión de hoy, tomando en cuenta que<br />
ellos no conocen la terminología del empleo, uno se podría llevar la desagradable<br />
sorpresa de no saber traducir con exactitud lo que ocurrió en el trabajo el día de hoy.<br />
Debo admitir que he vivido anécdotas similares a la mencionada anteriormente,<br />
pero también debo mencionar que los cursos de estudios graduados del Departamento de<br />
Español, aquí en la Universidad de Sacramento, me han preparado intelectualmente para<br />
asumir la desafiante prueba de traducir dos obras de Gary Soto. Específicamente, cursos<br />
como English/Spanish Contrastive Grammar me dirigieron en la dirección de la<br />
5
traducción como la culminación de mi Maestría. Qué mejor manera de incorporar no sólo<br />
la lingüística que tanto se enfatiza en el departamento, sino la literatura que también<br />
forma parte de nuestra lengua y cultura. La gramática del inglés y del español no<br />
necesariamente será un enfoque principal de esta sección, aunque sí se hará referencia a<br />
ciertos elementos lingüísticos que ilustren similitudes y diferencias particularmente<br />
interesantes. Antes de comenzar este reto, era indispensable leer acerca de lo que<br />
profesionales del tema han investigado para no abordar el proyecto ciegamente.<br />
Se comienza a traducir con una desventaja profunda al leer que, “a translation<br />
can never equal the original; it can only approach it, and its quality can only be judged as<br />
to accuracy by how close it gets” (Biguenet vii). Esa conclusión de este editor nace a raíz<br />
de que las dos lenguas que se están tratando tienen su propia gramática y semántica que<br />
las gobierna, y el intento por traducir de una a la otra se queda justamente en eso, en sólo<br />
un intento. Además se debe tener en mente que la lengua forma parte de la cultura de<br />
uno, y todo lo que se transmite por medio de ella es un reflejo de la misma (Valero-<br />
Garcés 14). Quizá ya esté más difundida la bebida en Hispanoamérica pero durante la<br />
traducción del capítulo tres de The Skirt, me encontré uno de varios obstáculos al tener<br />
que traducir al español el codiciado “iced tea” que se bebe mucho en Estados Unidos.<br />
Después de consultar Wordreference.com, pude resolver el pequeño problema,<br />
descubriendo que “té frío” era la traducción más apropiada. Wordreference.com es un<br />
sitio de web bastante confiable pero no perfecto en el que uno puede preguntar por<br />
traducciones de frases breves de una lengua a la otra a otros bilingües. Claro que las<br />
6
espuestas que ofrecen los miembros de dicho sitio son sugerencias, y la decisión final de<br />
la traducción más apropiada la tiene uno.<br />
Obviamente, conozco el “iced tea” porque es muy popular aquí en Estados<br />
Unidos, pero nunca me había visto obligado a identificar dicha bebida en español, hasta<br />
ahora. Al final del capítulo siete del mismo libro me encontré en una situación semejante,<br />
al tener que traducir otra bebida muy apetecida en este país, “root beer”. Esta bebida<br />
tampoco es muy común en Hispanoamérica, así que el nombre que más se aproxima a<br />
una traducción más correcta sería “refresco hecho de distintas raíces.” Esta traducción me<br />
pareció ser la más aceptable, dado que la definición de la bebida que ofrece el diccionario<br />
de web de Merriam-Webster es: “A sweetened carbonated beverage flavored with<br />
extracts of roots (as sarsaparilla) and herbs.” Es importantísimo que cualquier traductor<br />
tome en cuenta que en la traducción, no siempre va a existir un equivalente exacto en la<br />
lengua a la que se está traduciendo, como se sabe (Valero-Garcés 29).<br />
Continuando con la idea de que la lengua está eternamente fusionada a la cultura,<br />
se encuentra una de las grandes diferencias que le podrían causar un insoportable dolor de<br />
cabeza a cualquier traductor o intérprete. Me refiero al hecho de que en español se<br />
distingue entre segunda persona singular formal e informal, mientras que en inglés no<br />
existe dicha distinción (Valero-Garcés 35). Es casi imposible crear un grupo de reglas<br />
que indiquen cuándo se debe usar tú y cuándo usted en español, ya que cada país<br />
hispanoamericano parece tener sus propias normas de cortesía. Sin embargo,<br />
generalmente se inclina hacia el uso de usted cuando se habla con personas mayores, con<br />
personas de autoridad y cuando se habla con desconocidos. Más allá de eso, el criterio<br />
7
para determinar lo que se considera aceptable (por precisión del significado) o insultante<br />
(por no representar correctamente el mensaje cultural) varía a tal grado de un país a otro,<br />
y a veces dentro de un mismo país, que los lingüistas han preferido mantener su distancia<br />
de ese tema. Un ejemplo elemental es que, existen individuos mexicanos que se<br />
comunican formalmente con sus padres, hablándoles de usted, mientras que compatriotas<br />
suyos les hablan de tú a sus padres.<br />
Esa diferencia entre el inglés y el español fue justamente lo que enfrenté durante<br />
la exégesis, o “el análisis del texto original para descubrir el significado por traducir”<br />
(Larson 64) del primer capítulo de la biografía de Cesar Chávez. Es un hecho que el<br />
traductor no se puede dar el lujo de dejar escapar ni el más mínimo detalle cuando se lee<br />
y se analiza el texto original; es más, el traductor debe leer el texto con la misma<br />
escrupulosidad que cualquier crítico literario (Biguenet ix). Ese detalle de la segunda<br />
persona formal o informal lo tuve que considerar al examinar la frase de uno de los<br />
personajes, “What is it you want?” El contexto me indicaba que esa frase podría ser una<br />
que Chávez posiblemente escuchó al ir de puerta en puerta, en su intento por unir a los<br />
trabajadores agrícolas. En otras palabras, Chávez era un simple desconocido para la<br />
persona que contestó a la puerta, quien fue el que produjo esa frase. Entonces, según mis<br />
experiencias de la cultura, sería más probable que esa persona haya dicho “¿Qué se le<br />
ofrece?” en vez de “¿Qué se te ofrece?” Aún así, esto deja a un lado el problema del<br />
“tono” que el autor quiere transmitir en una lengua donde no hay esa distinción formal.<br />
Finalmente, cualquier estudio de teorías de traducción sería incompleto si no se<br />
toca el tema del descomunal obstáculo de las expresiones idiomáticas, que incluye a los<br />
8
modismos y frases hechas. Las expresiones idiomáticas “are frozen patterns of language<br />
which allow little or no variation…and carry meanings which cannot be deduced from<br />
their individual components” (Valero-Garcés 56). Para ilustrar lo que es un modismo, en<br />
el capítulo dos de César Chávez, Soto dice que César y su hermano Richard “skipped<br />
school” en alguna ocasión. Una traducción literal sería un horror porque esa frase fija no<br />
tiene significado si se analizan sus elementos individuales; la traducción incorrecta que<br />
resultaría sería que ambos niños *“saltaron la escuela.” Ese modismo lo pude haber<br />
traducido con un modismo mexicano que transmite la misma idea de faltar a clases, “irse<br />
de pinta”. No obstante, con la sugerencia de mi consejero, el Profesor Wilfrido H. Corral<br />
del Departamento de Español, opté por traducir ese modismo con una frase más universal<br />
y formal que se pueda entender en otros países hispanos, “…faltaron a clases.” Y así<br />
sucesivamente, aun teniendo en cuenta que el público de mis traducciones sería de<br />
descendencia mexicana, en su mayoría.<br />
Todo lo mencionado hasta este punto han sido teorías de traducción pertinentes a<br />
ambas obras traducidas, César Chávez y The Skirt. Sin embargo, el enfoque de la<br />
siguiente sección de este capítulo será sobre peculiaridades que distinguen la traducción<br />
de la prosa no ficticia, o el ensayo más específicamente, de la ficción, o el cuento corto.<br />
La biografía de Chávez y The Skirt son exactamente eso, respectivamente, un ensayo y un<br />
cuento corto. Al traducir ambas obras de Soto, no sólo fue necesario mantener en cuenta<br />
todas las teorías antes mencionadas, sino la existencia de otra serie de pautas que se<br />
deben respetar al traducir un género y el otro.<br />
Traducción del ensayo vs el cuento corto<br />
9
A simple vista, fácilmente se podría cometer el error de suponer que no existe<br />
gran diferencia entre la traducción de un ensayo y la de un cuento corto, pero la realidad<br />
es que si se indaga más profundamente sí se descubrirá dicha diferencia. Para comenzar,<br />
las filosofías que respaldan la producción de un género y el otro son indiscutiblemente<br />
distintas. En otras palabras, los autores de ensayos o cuentos cortos tienen una clara<br />
definición del tipo de obra que están produciendo, y siguen ese paradigma a lo largo de<br />
su trabajo. De acuerdo a John Gross, el ensayo es una<br />
“composición en prosa de moderada extensión sobre un tema histórico, político,<br />
filosófico, literario, científico, artístico, religioso, etc., expuesto con amenidad,<br />
claridad, agudeza y originalidad. Es un género didáctico de extraordinaria<br />
importancia en la actualidad” (en Corral).<br />
Resumiendo, la biografía que Soto escribe sobre Chávez es un tipo de prosa no ficticia en<br />
la cual el autor relata todo aquello que él considera apropiado e importante, narrándolo de<br />
una manera única y en todo momento considerando el público juvenil al que se dirige.<br />
Pero a la vez, su mensaje no contiene las mismas “lecciones” que The Skirt enfatiza y<br />
disfraza.<br />
Obviamente, César Chávez es una persona real, y gracias a la consulta de algunas<br />
de las fuentes que utilizó Soto, se puede constatar cómo él era en realidad y cuáles fueron<br />
sus experiencias. Mi trabajo como traductor no sólo era reproducir esa realidad que Soto<br />
transmite por medio de su obra, sino duplicar los sentimientos y emociones que él les<br />
atribuye a los personajes con la mayor exactitud posible. Por ejemplo, era un hecho que<br />
César detestaba a los contratistas laborales, y se puede detectar que Soto intentaba emitir<br />
ese desagrado de Chávez al plasmarlos en su obra como unos desalmados, mentirosos y<br />
egoístas. Soto logra que el lector reaccione de una manera negativa hacia los contratistas<br />
10
al exclamar cómo tentaban a César y a su hermano, ambos tan sólo unos niños, al<br />
venderles refrescos y aguas frescas a precios demasiado altos bajo el intenso calor de<br />
105°F, medida a la que vuelvo inmediatamente. Si se logra una traducción correcta, ese<br />
sentimiento antagonista que Soto logra, debería ser transmitido a los lectores de mi<br />
traducción de igual manera. En otras palabras, el humor de la traducción de esa oración<br />
teóricamente debe ser igual al texto original si se desea que se acepte como una buena<br />
traducción (Fuller 158).<br />
Justo por lo que dice John Gross, que un ensayo es un género didáctico muy<br />
importante hoy en día, me aseguré de incluir notas explicativas al pie de la página a lo<br />
largo de mi traducción, para añadir información que consideré valiosa para el público<br />
juvenil. Por ejemplo, sabemos que en este país se prefiere la escala Fahrenheit para<br />
referirse a temperatura, mientras que en otros países se prefiere usar Centígrados. Por esa<br />
razón, juzgue apropiado aclarar que los 110° a los que Soto hace referencia en el capítulo<br />
dos son a escala Fahrenheit y no Centígrados. Más allá, dado que la familia de César<br />
constantemente se mudaba de un lugar a otro, creí que era necesario orientar al lector por<br />
lo menos en cuanto a las ciudades en las que César y su familia residieron por un período<br />
de tiempo más extenso. Por esta razón, no sólo incluí una breve descripción geográfica de<br />
la localización de Delano, Corcoran y Oxnard, California al pie de la página, sino que<br />
proveí tres apéndices que claramente indican su ubicación en el mapa de un estado y país<br />
que muchos lectores hispanohablantes no han visitado.<br />
Ahora, gracias al hecho que Soto incluyó una bibliografía de las fuentes que<br />
utilizó para crear su biografía de Chávez, pude comparar cómo él expresa algunos de los<br />
11
detalles que los otros autores expresaron de una manera distinta; el factor más<br />
determinante de esa diferencia siendo el público al que se dirigen esos autores. Por<br />
ejemplo, en el capítulo dos Soto dice que el papá de César le pegó en el trasero a él y a<br />
Richard por haber faltado a clases. Pero lo que Soto quizá omitió a propósito y que el<br />
biógrafo Jacques E. Levy sí incluyó es que la razón por la cual César y Richard huyeron<br />
de la escuela es que la directora de la escuela injustamente les estaba pegando con una<br />
pala, por supuestamente pelear con los blancos, cuando ellos sabían que no tuvieron nada<br />
qué ver en esa riña. En otras palabras, a la directora no le importó averiguar si en verdad<br />
ellos estaban involucrados en la trifulca, y porque la injusticia les molestó, decidieron<br />
huir de ella.<br />
Continuando con la comparación de lo que Soto dice y cómo se compara o<br />
contrasta con la información que proveen los biógrafos, existe una diferencia de<br />
narración de los tiempos cuando César y Richard atrapaban topos como un empleo<br />
pagado. Soto simplemente dice que ambos recibían un centavo por cada cola de topo que<br />
obtenían, jamás mencionando detalles como quién les pagaba, ni cómo atrapaban esos<br />
animales. Indudablemente, Soto no se descuidó al no incluir más detalles, sino que<br />
probablemente decidió que estos no eran esenciales para comunicárselos al lector juvenil.<br />
Levy ofrece esa información, y mucha más; no es para menos, ya que su biografía de<br />
Chávez es de más de quinientas páginas, y se puede dar el lujo de incluir hasta el más<br />
mínimo detalle. Este biógrafo dice que ambos hermanos atrapaban topos para el distrito<br />
de irrigación con la ayuda de trampas, que César llevaba un hacha pequeña y un pequeño<br />
bloque de madera para cortarles la cola a esos animales muertos, y que tres o cuatro gatos<br />
12
andaban con ellos para comerse los topos muertos. Es evidente la diferencia al narrar y<br />
seleccionar de un biógrafo y del otro, el denominador común de dicha diferencia siendo<br />
el público juvenil al que se dirige Soto.<br />
Al traducir el cuento corto The Skirt, encontré similitudes a la traducción de la<br />
biografía de Chávez, pero el enfoque fue ligeramente diferente. La diferencia al traducir<br />
un género y el otro proviene generalmente de la definición que Demetrio Estébanez<br />
Calderón ofrece de lo que es un cuento corto,<br />
“un relato breve, oral o escrito, en el que se narra una historia de ficción (fantástica o<br />
verosímil), con un reducido número de personajes y una intriga poco desarrollada,<br />
que se encamina rápidamente hacia su clímax y desenlace final. Se ha dicho que el<br />
cuento se distingue ‘por la brevedad, la tendencia a la unidad (de lugar, tiempo,<br />
acción, personajes); la concentración en algún elemento dominante que provoque un<br />
efecto único (con frecuencia un objeto-símbolo o una palabra clave); y la suficiente<br />
capacidad para excitar desde un principio la atención del lector y sostenerla hasta el<br />
fin” (en Corral).<br />
The Skirt sin lugar a dudas reúne todas las características que identifican a un cuento<br />
corto, según la definición de Calderón. Sin duda alguna, es una historia ficticia que<br />
podría parecer verosímil, es breve, el número de personajes es limitado, y la conducción<br />
apresurada hacia el clímax está presente en este relato. Por esa razón, es sumamente<br />
importante que una traducción no tenga errores garrafales que le puedan transmitir<br />
información equivocada al lector. Por ejemplo, este cuento incluye bastante diálogo entre<br />
los personajes y un descuido al traducirlo podría afectar la transmisión del mensaje.<br />
Un ejemplo podría ser cuando un chico llamado Rodolfo le insiste a Miata, el<br />
personaje principal, y a su amiga Ana que jueguen baloncesto con él. Soto dice, “‘Come<br />
on,’ he argued” y una traducción incorrecta aquí podría transmitirle al lector que Rodolfo<br />
“discutió” con ellas. “Come on” no necesariamente especifica a quién se dirigía él al<br />
13
decir eso, pero la interpretación del contexto lo lleva a uno a traducirlo al español como<br />
“Ándenle” o “Vamos”, donde se puede apreciar que se dirige a ambas y no a una en<br />
específico. Gracias a un entendimiento correcto del texto original, se puede llegar a una<br />
traducción en la cual se transmite la información y significado correctos. Más adelante,<br />
después de haber olvidado su falda en el autobús escolar, Miata tuvo una conversación<br />
interna en la que se imagina diciéndole a Ana que vea a su costado, que allí está la falda.<br />
Soto decide escribir esto en letra bastardilla para no confundir al público juvenil,<br />
pensando que Miata se está comunicando directamente con Ana. Por esa razón, juzgué<br />
que era provechoso traducir ese soliloquio en letra bastardilla también.<br />
Resumiendo esta sección, la traducción del cuento corto y del ensayo son trabajos<br />
bastante distintos a raíz de las definiciones de un género y el otro. Los autores están<br />
conscientes del género al cual pertenecen sus obras, y producen sus textos basándose en<br />
su propia versión de lo que entienden por un cuento corto, ensayo, etc. En otras palabras,<br />
la naturaleza de este cuento corto, por ejemplo, gira alrededor del dilema de Miata por<br />
recuperar la falda perdida, y eso establece los parámetros que el traductor usará para<br />
traducir. En ambos casos, y según el consenso de las fuentes que he consultado, se<br />
traduce no sólo lo que “dice” el texto, sino lo que “significa”. En seguida se encuentran<br />
las traducciones de César Chávez y The Skirt, y los aspectos de traducción antes<br />
mencionados se verán sumergidos a lo largo de dicho trabajo.<br />
14
Capítulo Uno<br />
Viendo por sí mismo<br />
Capítulo 3<br />
TRADUCCIÓN DE CÉSAR CHÁVEZ: UN HÉROE PARA TODOS<br />
César Chávez llegó a Corcoran 1 , California en su camioneta Mercury de 1953.<br />
Era el fin del verano de 1962. Estaba allí con algunos otros reclutadores de la<br />
organización que posteriormente llamaría la National Farm Workers Association<br />
(NFWA) 2 para ir de puerta en puerta informando a los trabajadores agrícolas acerca de un<br />
nuevo sindicato que les ayudaría.<br />
Corcoran era un pequeño pueblo californiano del valle de aproximadamente cinco<br />
mil personas. La mayoría de ellos eran mexicoamericanos. Eran pobres y solían vivir en<br />
barrios o en campamentos de trabajo. Trabajaban en los campos de los alrededores de<br />
Corcoran, cosechando uvas en el verano y recogiendo 3 algodón en el otoño.<br />
Corcoran tenía un historial de problemas laborales. Había sido el sitio donde unos<br />
trabajadores agrícolas se declararon en huelga en 1933. A los trabajadores del algodón les<br />
pagaban a destajo. Esto quería decir que no les pagaban por hora sino por cuánto<br />
recogían. Ellos exigían una mejor paga e imparcialidad de parte de los agricultores,<br />
quienes ocasionalmente los engañaban. Si recogías algodón, tenías que<br />
1 Corcoran, CA es un pueblo de aproximadamente 6.4 millas 2 al extremo este del condado de Kings<br />
(www.wikipedia.org). Ver el Apéndice A.<br />
2 La NFWA fue fundada por César Chávez en 1962 en defensa de los trabajadores agrícolas. Su oficina<br />
central se encuentra en Delano, CA. Delano se localiza en la intersección de la autopista 99 y la vía férrea<br />
principal de Southern Pacific Railroad, 33 millas al norte de Bakersfield (Taylor, 109). Ver el Apéndice B.<br />
3 Es común escuchar a hispanoparlantes decir “piscar” en vez de recoger, para referirse a la cosecha.<br />
15
arrastrar un saco―o “sacko,” en spanglish―hasta que estaba tan lleno y pesado que ya<br />
no se podía jalar más. Luego un agricultor o su capataz pesarían el saco. A veces los<br />
agricultores engañaban a los trabajadores al no calibrar apropiadamente las balanzas.<br />
Otras veces despedían a un trabajador por descansar por diez minutos. Este trabajador<br />
normalmente era despedido al fin de su jornada y sólo recibía una porción de sus<br />
ganancias, nunca lo que merecía.<br />
César tenía tan sólo seis años cuando comenzó la huelga pero después, de<br />
jovencito, leyó y escuchó sobre ello. Sabía que los huelguistas habían sido golpeados,<br />
disparados y en ocasiones hasta asesinados por los agricultores armados.<br />
César sí tenía recuerdos de Corcoran. Su familia solía recorrer el Valle Central de<br />
California en busca de trabajo cuando él era niño. A principios de 1940, trabajaron en<br />
Corcoran recogiendo algodón durante un verano. Desafortunadamente, el contratista, la<br />
persona encargada de contratar y pagarle a los trabajadores, huyó con el dinero que con<br />
tanto sacrificio habían ganado. Ahora César caminaba de casa en casa, presentándose en<br />
español. Le explicaba a la persona que contestaba a la puerta―un hombre o una mujer<br />
agotado(a) por haber trabajado en el campo―acerca de la urgente necesidad de justicia<br />
para el trabajador agrícola.<br />
“¿Qué se le ofrece?” un hombre le podría preguntar.<br />
Su respuesta sería que quería comenzar un movimiento para mejorar la vida de los<br />
trabajadores agrícolas.<br />
16
Para 1965, los chicanos―mexicoamericanos―simplemente llamaban la causa al<br />
movimiento, la causa para cambiar cómo trataban a los trabajadores agrícolas. La causa,<br />
también, para cambiar cómo trataban a los mexicoamericanos en los pueblos pequeños y<br />
en las ciudades más grandes.<br />
Capítulo Dos<br />
Comienzos<br />
“¡Viva la causa!” se convertiría en la consigna del trabajador del campo.<br />
El deseo de César por luchar contra la injusticia probablemente comenzó cuando<br />
tenía diez años. Su familia perdió su rancho de 118 acres en las afueras de Yuma,<br />
Arizona cuando los Chávez no tenían el dinero suficiente para pagar los impuestos que<br />
debían de la propiedad. Su mamá, Juana, pudo haber influido en él. Cada 16 de octubre,<br />
ella le rendía homenaje a Santa Eduvigis, una duquesa polaca que regaló todos sus bienes<br />
terrenales a los pobres. O pudo haber comenzado con los cuentos de su abuelo fuerte y<br />
trabajador, Cesario, de quien derivaron su nombre. Cesario se había escapado de una<br />
hacienda en el estado mexicano de Chihuahua a fines de 1880. Todas estas influencias<br />
fundaron una ternura por los pobres en el corazón de César.<br />
César nació el 31 de marzo de 1927 en el segundo piso de la tienda de su familia.<br />
En ella vendían comestibles y otros artículos que los agricultores y trabajadores agrícolas<br />
necesitaban para labrar la tierra. Pero el padre de César, Librado, se vio obligado a vender<br />
la tienda porque el negocio funcionaba demasiado lento. César tenía cinco años en aquel<br />
entonces. La familia se mudó de regreso al rancho que el abuelo de César, Cesario,<br />
17
también conocido como Papá Chayo, había ocupado por más de tres décadas. Allí<br />
cultivaban algodón, al igual que pequeñas parcelas de sandía, maíz, calabaza y chiles.<br />
Pollos deambulaban por la sombra de su casa de adobe.<br />
César se levantaba temprano para hacer sus faenas y luego caminaba sin muchas<br />
ganas hasta una escuela de tres salones con su hermana Rita y su hermano Ricardo. Esto<br />
era más difícil durante el invierno cuando César no tenía nada que lo mantuviera más<br />
abrigado que un suéter.<br />
La escuela no era un lugar acogedor. No se le permitía hablar español, la lengua<br />
que hablaban en casa. De hecho, el que lo hablara era castigado. Lo único de lo que se<br />
acordaba de la escuela era el zumbido de la regla antes de que cayera sobre sus muñecas<br />
o nudillos.<br />
César y Ricardo no siempre querían estar en el colegio. Una vez que los dos<br />
faltaron a clases, la directora fue hasta su casa para reportarlos. Si pensaban que el<br />
desierto era caliente, no se comparaba con lo caliente que quedaron sus traseros después<br />
de que su padre fue notificado.<br />
Cuando no estaban en la escuela, jugaban en los árboles con juguetes hechos en<br />
casa y hacían puentes de ramas sobre riachuelos, cuya agua venía de los canales de<br />
irrigación. También ayudaban en el campo. Cortaban algodón con un azadón en la<br />
primavera. Luego lo recogían en septiembre. Había muchas faenas y César, como<br />
cualquier otro niño, se quejó con su padre más de una vez. ¡Qué niño no se quejaría de<br />
tener que levantarse a las cuatro de la mañana para recoger algodón en los días cuando<br />
18
la temperatura subía a más de 110 grados 4 ―aún en la sombra!<br />
Todo el país estaba sufriendo por la Gran Depresión de los años treinta. La<br />
persona común y corriente no tenía suficiente dinero para vivir. Había pocos empleos. La<br />
gente padecía de hambre.<br />
Al empeorar la Depresión, César y Ricardo intercambiaban canastas de huevos<br />
por harina o harina de maíz con los vecinos. Cuando los tiempos eran buenos, podían<br />
vender una docena de huevos por cinco o seis centavos. Pero ahora nadie, especialmente<br />
los agricultores, tenía ningún centavo en sus bolsillos. Porque nadie tenía dinero, los<br />
vecinos intercambiaban muchos productos. Si los vecinos mataban una de sus cabras, los<br />
Chávez podían intercambiar lo que cosechaban por un poco de esa carne.<br />
El humor del país entero cambió con millones de personas desempleadas. Los<br />
Chávez definitivamente lo sintieron. Las cosas empeoraron cuando el valle de North Gila,<br />
donde estaba su rancho, sufrió una sequía. Era rara la vez que llovía, hasta en temporadas<br />
normales. Todos se preocupaban más y más cuando su fuente de vida, el canal que corría<br />
frente a su casa, se disminuyó a un hilito.<br />
César miraba arrugas profundas de preocupación en el rostro de su padre. ¿Cómo<br />
vivirían? Alrededor de este tiempo fue cuando César y Ricardo consiguieron su primer<br />
empleo de a sueldo. Cazaban topos que no sólo dañaban el cultivo, sino que arruinaban<br />
las paredes de los canales de irrigación. Por cada topo que atrapaban―tenían que enseñar<br />
la cola del animal muerto―recibían un centavo.<br />
4 110° se refiere a la escala Fahrenheit, y no a 110° centígrados.<br />
19
Al comienzo de cada día, ambos chicos salían en búsqueda de lo que<br />
consideraban alimaña valiosa. No eran tiempos para jugar. César protegía a los animales<br />
cuando creció y nunca los dañaba. Pero él y Ricardo sólo estaban tratando de ayudar a su<br />
familia durante esos primeros años de pobreza.<br />
Capítulo Tres<br />
En el camino con otros<br />
Pero las monedas de un centavo que se ganaron no pudieron salvar el rancho de la<br />
familia. Librado viajó a Oxnard 5 , California en 1938 para trabajar en los campos de frijol<br />
y luego le escribió a su familia para que le acompañaran. Se despidieron de su casa de<br />
adobe en la granja que ya no les pertenecía. Cargaron todo en el coche y se unieron a la<br />
gran masa de casi un millón de personas en busca de trabajo―cualquier trabajo―en<br />
California y el noroeste.<br />
Después de una semana en el camino, la familia Chávez se encontraba en Oxnard.<br />
Imagínese lo que César pensó de la neblina que envolvía al pueblo costero. Nunca antes<br />
había visto el mar tampoco. Era emocionante para el niño de diez años recular de las olas<br />
que lamían la playa. California no era nada como el desierto de Arizona.<br />
Pero la diversión fue breve. La familia recorrió California en busca de trabajo<br />
durante los siguientes tres meses―Atascadero, Gonzales, Salinas y Half Moon Bay<br />
fueron unos de los lugares en los cuales se detuvieron. Durmieron en tiendas de campaña<br />
provisionales, en su coche o si tenían suerte, en el garaje o patio trasero de alguien. A<br />
5 Oxnard, CA se encuentra en el suroeste del condado de Ventura. Ver el mapa en el Apéndice C.<br />
20
veces encontraban poco trabajo pero no siempre. Eran tiempos difíciles para los Chávez.<br />
Se establecieron por un tiempo en el barrio de San José llamado Sal si puedes. El<br />
nombre lo decía todo. Era un lugar arenoso con carreteras sin pavimentar, sin<br />
alcantarillado, sin faroles en la calle, canales ahogados con basura y aguas residuales de<br />
las fábricas, y casas inclinándose torcidamente en sus fundaciones de ladrillo.<br />
Los inquilinos eran mexicanos que trabajaban en los campos y fábricas de<br />
conserva colindantes. La mayoría de la cosecha era cereza, ciruela pasa, ciruela y<br />
albaricoque. Esta cosecha tenía que ser recogida rápidamente, encajada y transportada.<br />
Los trabajadores de la fábrica separaban tomates y duraznos procedentes del Valle de San<br />
Joaquín en camiones de carga.<br />
A veces Librado y Juana encontraban empleo pero ocurría muy poco. Y el trabajo<br />
que sí conseguían no pagaba suficiente.<br />
César y Ricardo encontraron un que otro empleo. Cascaban nueces, recogían<br />
botellas y cobre para el basurero y cortaban madera para los vecinos. Les pagaban con<br />
monedas de un centavo que ellos le daban a su mamá, justo como lo hacía su papá<br />
cuando tenía empleo. Ambos niños de vez en cuando se daban el lujo de ir al cine, pero<br />
gracias a su prudencia, convencieron al dueño del cine para que les pagara por limpiar las<br />
palomitas de la sala durante el intermedio. De esa manera pudieron ver las películas del<br />
Llanero Solitario gratuitamente y además ganar un dinerito.<br />
Se mudaron de San José y viajaron hacia el sur de California, al área de Oxnard,<br />
después de que la cosecha de las ciruelas pasas terminó. Aunque su estancia fuera por<br />
21
algunos días, Juana inscribía a sus hijos en las escuelas locales de cada uno de los lugares<br />
donde se detuvieron a trabajar. Mientras le cepillaba el pelo a su hija Rita, su mamá<br />
exponía: “Yo no me instruí pero ustedes sí pueden, así que tienen que ir.”<br />
A César no le gustaba ir a la escuela porque la gente se burlaba de su acento<br />
español. Aparte estaba consciente de que su ropa, aunque limpia, estaba andrajosa y<br />
agujereada. ¡Olvídense de estilo! Hasta lo ridiculizaban por sus calcetines. Era raro que<br />
sus calcetines combinaran. Dejó de usar calcetines cuando sus zapatos se desbarataron, en<br />
invierno, para empeorar la cosa. Tenía que ir a la escuela descalzo. ¡La vergüenza de<br />
tener que entrar en un salón de clase con lodo entre los dedos!<br />
Después César y sus hermanos hicieron un inventario de las escuelas a las que<br />
habían asistido. Durante un período de cinco años de haber viajado por toda California,<br />
de la costa del Pacífico hasta el llameante desierto, habían asistido a aproximadamente<br />
treinta y siete escuelas. ¿Y para qué? César no llegaría más lejos que el octavo grado.<br />
César solía acompañar a sus padres al campo. Tenía que ayudar a la familia, dado<br />
que tenían hambre y no tenían un centavo. Aprendió a usar la navaja para cortar racimos<br />
de uvas, el azadón para el betabel y el algodón, el saco para la cebolla, la navaja para<br />
deshuesar el albaricoque, los palos para sacudir nueces, el césped fibroso para atar<br />
zanahorias, el machete para cortar por encima el betabel, el hacha para clavar los cajones<br />
para melones y escaleras para recargarlas contra árboles frutales cubiertos de pesticidas.<br />
Inclinándose, enterraba semillas de cebolla en hileras―una semilla cada cuatro pulgadas.<br />
Trabajaba un promedio de catorce horas al día durante la cosecha.<br />
22
La intriga del contratista, la persona que contrataba a los trabajadores, no<br />
siempre era honrosa. Cuando contrataba a trabajadores agrícolas y les pagaba por hora,<br />
les podía sisar quince minutos aquí, quince minutos allá―estos minutos se acumulaban si<br />
el contratista tenía un equipo numeroso. El tiempo no reportado representaba dinero en su<br />
bolsillo.<br />
O quizá el contratista pesaba los sacos de papas o algodón con tanta rapidez que<br />
el trabajador no podía ver exactamente cuánto pesaba su saco. Y luego el contratista les<br />
deducía dinero por el viaje en el autobús laboral y dinero para los impuestos del Seguro<br />
Social. Pero el dinero para los impuestos nunca fue reportado y nunca sería cobrado, ya<br />
que la mayoría de los trabajadores eran de México.<br />
El contratista les vendía refrescos y comida a precios altos. ¡Cómo tentaban a<br />
César y a Ricardo los gritos del contratista, “¡Sodas! ¡Frescas 6 !” mientras trabajaban bajo<br />
el calor de 105 grados! Los contratistas además mentían acerca de las buenas condiciones<br />
de los campos de trabajo en los que residían los trabajadores durante la cosecha. Pero<br />
cuando llegaban en sus coches viejos, encontraban campos lodosos o polvorientos con un<br />
solo canal de irrigación del cual tomaban agua y se bañaban, e incluso excusados<br />
exteriores que olían horrible y estaban infestados de moscas.<br />
César trabajó en todo tipo de cosechas a partir de 1938. Durante este tiempo, su<br />
familia vivía en tiendas de campaña, los hogares de familiares y amigos, y chozas de los<br />
campos laborales sin electricidad, agua ni cañería. A veces la familia no tenía nada qué<br />
6 “Frescas” se refiere a aguas frescas.<br />
23
comer. El horizonte era llano en dondequiera que César mirara al final del día. ¿Se habrá<br />
preguntado si ese iba a ser su futuro―la llanura de las tierras de labranza que se<br />
extendían por acres y más acres? ¿Iba a ser esta su vida? ¿Iba a ser esto todo lo que<br />
conocería?<br />
Capítulo Cuatro<br />
Una nueva vida<br />
César se alistó en la marina a mediados de los años cuarenta para experimentar<br />
algo diferente. Retornó a California, después de una estancia de dos años, para ayudar a<br />
su familia. Volvió a la rutina de migrar con las cosechas.<br />
Mientras trabajaba, tenía tiempo de pensar en las injusticias que había vivido.<br />
Recordaba cómo era obligado a correr vueltas en la clase de educación física por hablar<br />
español, cómo no permitían su entrada en restaurantes por ser mexicoamericano y cómo<br />
fue encarcelado porque se atrevió a sentarse en la sección designada para los blancos en<br />
un cine de Delano. Observaba que los blancos y los mexicanos vivían en lados opuestos<br />
del mismo pueblo. Se preguntaba por qué los mexicanos tenían que trabajar más<br />
arduamente que la mayoría de la gente. Tenían que despertar antes del amanecer. Tenían<br />
que trabajar agachados por diez horas al día. Tenían que inhalar los pesticidas que se<br />
quedaban en las hojas. No había retretes. No había agua potable para tomar. No había<br />
descansos. Todo su día era pura labor ardua.<br />
César contrajo matrimonio con Helen Fabela en 1948, quien nació en Brawley,<br />
California pero se crió en un rancho en el área de Delano. Disfrutaron de una breve luna<br />
24
de miel, visitando misiones californianas. Un par de semanas después, estaban de rodillas<br />
cortando uvas. Después los recién casados estaban trabajando uno al lado del otro en los<br />
campos de algodón. Su matrimonio era feliz pero sus vidas seguían incluyendo la labor<br />
ardua en los campos.<br />
Fue alrededor de este tiempo que César observó que los mexicoamericanos como<br />
él habían comenzado a competir con inmigrantes mexicanos por el trabajo del campo. A<br />
los trabajadores mexicanos les llamaban braceros, que vagamente quiere decir “brazos de<br />
trabajador”, que en cambio significaba labor barata para los agricultores. Bajo un<br />
programa gubernamental, los braceros comenzaron a salir de México para inmigrar en los<br />
Estados Unidos como trabajadores extranjeros durante la Segunda Guerra Mundial,<br />
cuando había una escasez de trabajadores. Trabajaban por menos paga que los<br />
mexicoamericanos, filipinos y blancos locales. César no tenía ningún problema con los<br />
mexicanos; después de todo, su abuelo era mexicano y en su corazón, él era puro<br />
mexicano. No, el problema era que los agricultores querían exprimir el mayor trabajo<br />
posible por la menor paga posible. César podía ver que a los agricultores les importaba un<br />
comino los braceros en cuanto se terminaba la cosecha. Cómo y dónde vivían mientras<br />
trabajaban tampoco les importaba. Claramente podía ver cómo un grupo de pobres era<br />
puesto en contra de otro más desesperado.<br />
Pero César continuó trabajando, esta vez compartiendo acciones en un campo de<br />
fresas en las afueras de San José. Fernando, su primer hijo, tenía un año de edad y otro<br />
estaba en camino.<br />
25
Capítulo Cinco<br />
Tiempos de aprendizaje<br />
César estudió hasta el octavo grado, un gran logro para un mexicoamericano en<br />
los años treinta. Sin embargo, durante la segunda mitad de los años cuarenta y la primera<br />
mitad de los años cincuenta, recibió su verdadera educación. Conoció a los sacerdotes<br />
católicos Donald McDonnell y Thomas McCullough y al activista Fred Ross 7 , todos<br />
defensores de los trabajadores migrantes. Aprendió que el Papa Leo XIII apoyó los<br />
derechos del trabajador para organizar un sindicato. Leyó acerca de San Francisco de<br />
Asís y de Mahatma Gandhi, dos pacifistas. Los pacifistas son aquellos que no creen en la<br />
violencia.<br />
Su educación informal continuó por medio del ejemplo que le ponía su padre,<br />
Librado. Librado no tenía ni dinero en el banco ni un hogar propio a mediados de los<br />
años cincuenta. Su salud estaba delicada a causa de un accidente automovilístico. A pesar<br />
de eso, no dudaba ni un segundo en abandonar el trabajo si un trabajador, aunque no lo<br />
conociera, se molestaba con un contratista o agricultor. Cuando el trabajador arrojaba el<br />
azadón o saco o navaja y se marchaba del campo, por principio, Librado y su familia<br />
hacían lo mismo.<br />
Uno de esos momentos ocurrió en 1947 cuando los Chávez recogían algodón<br />
cerca de Delano. César levantó la mirada y la clavó en una caravana de más de cien<br />
7 Fred Ross fue el líder del Community Service Organization (CSO) quien le proveyó a César Chávez<br />
experiencia organizando a la comunidad mexicoamericana para luchar por sus derechos civiles (London,<br />
144).<br />
26
coches y camionetas. De los altavoces se escuchaba fuertemente, “¡Huelga! ¡Huelga!”<br />
Era una caravana organizada por la National Farm Labor Union (NFLU). Emocionados,<br />
todos los Chávez salieron corriendo del campo. Se unieron a los huelguistas mientras se<br />
dirigían a Corcoran, donde protestaron por dos semanas.<br />
En el Valle Central, donde se encuentra el pueblo de Corcoran, había mucho<br />
racismo. Los mexicanos, filipinos y blancos pobres sufrían de abuso. Hasta fueron<br />
desalojados de los campos laborales cuando se atrevieron a usar la palabra huelga.<br />
Tampoco era raro ver a estos desahuciados viviendo al lado de carreteras. Muchos eran<br />
mexicanos, lejos de su tierra natal. Un miembro del consejo supervisor del Condado de<br />
Tulare dijo durante un discurso acerca de una huelga que ocurrió durante los años treinta:<br />
“Va, que si yo mirara a un mexicano muriéndose en la calle, no le ayudaría.” Mucha<br />
gente todavía pensaba lo mismo durante los cuarenta y cincuenta.<br />
Los Chávez retornaron a Delano a tiempo para comenzar a cortar uvas. Pero<br />
César se quedó en Corcoran. Podía ver la fuerza de una huelga. Le dio esperanza.<br />
Haber conocido a Fred Ross, fundador de la Community Service Organization,<br />
conocida como CSO, le levantó el ánimo a César. Esta organización fue establecida en<br />
1950 para ayudar a los mexicoamericanos urbanos del este de Los Ángeles. Después<br />
creció, con divisiones en Los Ángeles, Hanford, Fresno, San José, Stockton y otros<br />
pueblos y ciudades californianas. Fred Ross contrató a César para trabajar para dicha<br />
organización. Comenzó en seguida.<br />
27
César trabajó entre 1958 y 1959 para la CSO en Oxnard, el lugar donde vio el mar<br />
por primera vez. Su función era inscribir personas en clases de ciudadanía al igual que<br />
inscribirlos para votar.<br />
Capítulo Seis<br />
Organizando<br />
Le gustaba su nuevo empleo.<br />
César alquiló una pequeña oficina en Oxnard para su empleo con CSO. Invitaba a<br />
la gente a que expresaran lo que sentían. Inmediatamente escuchó a la gente local<br />
quejarse de que los braceros los estaban reemplazando en sus trabajos agrícolas, hasta los<br />
de más destreza, como conducir un tractor. Era una situación delicada, que le preocupaba<br />
a César. Sabía que los braceros estaban necesitados de trabajo pero los chicanos locales<br />
también. Sabía que se tenía que hacer algo.<br />
Los braceros sólo debían ser contratados durante períodos de escasez laboral. Pero<br />
no había dicha escasez en Oxnard ni en todo el condado de Ventura. Los habitantes del<br />
lugar se presentaban en el Centro de Ubicación en Granjas, donde la gente iba en busca<br />
de trabajo. Pero ninguno de ellos podía conseguir nada, ni siquiera los hombres que<br />
habían servido en las fuerzas armadas durante la Segunda Guerra Mundial.<br />
César se quejó con el gobierno estatal. Cuando no respondieron, organizó una<br />
protesta sentada en el Jones Ranch un día despejado, pero frío, de abril. La gente se sentó<br />
justo entre los surcos de plantones de tomate. Al ir un bracero trabajando con su azadón<br />
de mango corto por un surco, inevitablemente se topaba con un trabajador local.<br />
28
La protesta terminó cuando los alguaciles y las patrullas de caminos llegaron.<br />
“¿Quién es el líder?” gritó el alguacil.<br />
Nadie respondió. Pero un descuido inocente ocurrió; alguien gritó desde un lado<br />
de la carretera, “César, te tengo que decir. . .” Esa oración fue suficiente para señalar a<br />
César. Él y otros fueron arrestados por entrar sin autorización, pero pronto fueron puestos<br />
en libertad.<br />
James Mitchell, el Ministro de Trabajo, tenía programado presentarse en Ventura<br />
un mes después, a unas cuantas millas de Oxnard. César organizó una protesta. Él y mil<br />
personas estaban esperando a Mitchell con pancartas en el aire que decían “Queremos<br />
trabajos” cuando aterrizó en el aeropuerto. Cabizbajo, Mitchell pasó a la multitud<br />
apresuradamente.<br />
César posteriormente organizó una marcha nocturna, donde los manifestantes<br />
llevarían velas. Algunas de las velas petardeaban o el viento las apagaba pero todas<br />
fueron encendidas de nuevo y, simbólicamente, también se encendió el ánimo de los<br />
trabajadores locales.<br />
Fue allí, en Oxnard, donde César aprendió acerca del poder de la marcha. Atraía<br />
la atención de la gente. También necesitaba un símbolo para la marcha, algo que la gente<br />
recordara. Una sonrisa cubrió su rostro cuando una señora le preguntó, “¿Puedo traer mi<br />
estandarte de Nuestra Señora de Guadalupe?” Él usó ese estandarte para una marcha el<br />
día siguiente. Canciones mexicanas, acompañadas del rasgueo de una guitarra y el golpeo<br />
de un guitarrón, ayudaron a pasar el tiempo.<br />
29
¡Organizó una marcha con miles de manifestantes durante los siguientes días! Los<br />
chicanos locales ya no iban a vivir en silencio. Mientras tanto, las cámaras de televisión<br />
seguían a esta multitud de gente. ¿A dónde se dirigían? Estaban marchando hacia el<br />
sueño de César―algún lugar mejor que setenta y cinco centavos por hora por trabajo<br />
extenuante.<br />
Todo el esfuerzo de César tuvo recompensas al final. Los trabajadores chicanos<br />
locales recuperaron los trabajos del campo y una mejor paga―fue incrementado a un<br />
dólar por hora. No era mucho pero era un comienzo. La comunidad se aprendió el<br />
nombre de César Chávez durante su estancia de quince meses en Oxnard.<br />
Los mexicoamericanos aprendieron a ser más audaces. Aprendieron que podían<br />
lograr muchas cosas si trabajaban juntos. Todo esto era parte de la herencia de César.<br />
Capítulo Siete<br />
Por su propia cuenta. . . con otros<br />
El progreso que se logró en Oxnard duró poco tiempo. Los líderes de CSO<br />
comenzaron a reñir entre ellos y todo el esfuerzo de César se desmoronó cuando él partió<br />
del lugar. Le enfureció saber que los agricultores siguieron contratando braceros. De<br />
todas maneras, César no se daría por vencido. Quería organizar a los trabajadores<br />
agrícolas porque sabía que podían recibir una mejor paga si se unían. Un solo trabajador<br />
no lo podía conseguir, pero miles juntos, sí. Necesitaban su propio sindicato. César<br />
renunció a CSO para fundar un sindicato para los trabajadores agrícolas.<br />
30
Mudó su familia a Delano en 1962, donde alquiló una pequeña casa para Helen y<br />
sus ocho hijos. Por supuesto que César estaba preocupado. No tenía mucho dinero<br />
ahorrado. Pero Helen lo apoyaba. Estaba preparada para apoyar su esfuerzo por la causa.<br />
César echó una llamada a su primo Manuel Chávez y le dijo que tenía planeado<br />
comenzar un sindicato nuevo. Manuel se rio y le dijo que estaba loco. ¡Un sindicato para<br />
los trabajadores agrícolas! Pero Manuel se uniría a él muy pronto. Al igual que Dolores<br />
Huerta y Gilberto Padilla, a quienes había conocido por medio de CSO, y otras buenas<br />
personas que ayudarían.<br />
Helen trabajaba en el campo, alrededor de Delano mientras César viajaba por el<br />
Valle de San Joaquín, hablando con trabajadores agrícolas en juntas a domicilio. A veces<br />
ella se llevaba a su hijo mayor, Fernando, los fines de semana. Ella se levantaba antes que<br />
el sol saliera. Se vestía, preparaba el almuerzo para los niños y se iba a recoger arvejas,<br />
embolsar cebollas o a recoger uvas.<br />
No había mucho dinero ese año y el resto de sus vidas no sería diferente. Una vez,<br />
Helen se detuvo en un supermercado Safeway 8 para comprar algunos comestibles. Había<br />
un concurso, un tipo de lotería. El comprador recibía un cupón con cada compra y ella lo<br />
corría bajo una llave para ver su premio.<br />
¡Helen se llevó el cupón a casa y descubrió que había ganado! ¡Cien dólares!<br />
Podía imaginarse comprándoles zapatos a los niños. Quizá tela para hacerles<br />
vestidos a las niñas. Pero al final el dinero fue utilizado para pagar la gasolina para el<br />
8 Safeway es una cadena de supermercados con 1,775 sucursales alrededor de los Estados Unidos y Canadá<br />
(www.safeway.com).<br />
31
coche de César.<br />
César comía muy poco cuando viajaba de pueblo en pueblo. Una tarde, él<br />
conducía su coche familiar con su primo Manuel en Corcoran. Los dos tenían hambre. No<br />
habían comido en día y medio. Con su estómago gruñendo, Manuel le gritó a César,<br />
“Voy a pedir comida.” Le dijo a César que se orillara.<br />
César estaba indignado. Él no se rebajaría a pedirle comida a otra persona.<br />
Después se proclamaría orgulloso. Pero César hizo lo que Manuel le pidió. Se hizo al<br />
costado frente a una casa que no era más que una choza.<br />
César estaba avergonzado cuando Manuel golpeó la puerta. Manuel le dijo a la<br />
mujer que abrió la puerta que él y su amigo no tenían qué comer. ¿Podrían tener algo de<br />
comer? La mujer los invitó a entrar y les dio alimento. César después diría, “Los pobres<br />
son extraordinarios.”<br />
Con muy pocos fondos, el sindicato comenzaba a adquirir vida. Manuel Chávez<br />
pidió prestado $1.50 para la gasolina y condujo hasta Fresno para alquilar un lugar para<br />
su primera convención. Hábil para el habla, exitosamente consiguió un teatro decrépito.<br />
Le prometió al dueño que le pagaría después por su uso.<br />
En ese teatro que olía a humedad, el sindicato nació oficialmente el 30 de<br />
septiembre de 1962. Fue llamado la National Farm Workers Association. Este nuevo<br />
sindicato tenía doscientos miembros, procedentes de todas partes de California.<br />
Los miembros se asombraron cuando la bandera del sindicato fue presentada.<br />
Ricardo, el hermano de César, y su amigo, Andy Zermeño, habían diseñado un águila<br />
32
negra con el fondo rojo. La primera impresión era que parecía demasiado fuerte, como si<br />
fuera un símbolo comunista. Pero el diseño fue aprobado, junto con la cuota mensual de<br />
$3.50, más una constitución que fue ratificada al comienzo de la primavera en 1963.<br />
Capítulo Ocho<br />
“Huelga,” grita César<br />
La primera prueba para la NFWA se presentó en 1965 cuando los filipinos<br />
abandonaron los campos dirigidos por Schenley Industries, en Delano. Estaban<br />
enfurecidos porque su sueldo había sido reducido de $1.40 a $1.25. ¡El sueldo de los<br />
chicanos había sido reducido a $1.10―sueldos diferentes para razas distintas! Los<br />
filipinos tenían su propio sindicato llamado Agricultural Workers Organizing Committee<br />
(AWOC). Larry Itliong dirigía AWOC en Delano. Él anunció una huelga el 8 de<br />
septiembre en Filipino Hall justo cuando las uvas estaban madurando.<br />
“Únete a nosotros, Cesar,” Larry Itliong le pidió. El AWOC necesitaba ayuda.<br />
César titubeó porque su NFWA tenía menos de mil miembros. De éstos, sólo un<br />
tercio estaban pagando sus cuotas con regularidad. Pero cuando la NFWA se reunió,<br />
decidieron unirse a sus compañeros de la AWOC. Una junta se llevó a cabo en una<br />
iglesia de Delano. Coches cargados de trabajadores agrícolas mexicanos y chicanos, de<br />
los pueblos y los campos, llegaron y mostraron su apoyo por los filipinos. La huelga<br />
comenzó en la tarde del 16 de septiembre, una fecha simbólica porque era el Día de la<br />
Independencia mexicana. “¡Viva la causa!” se gritaba. Esa tarde se gritó mucho, junto<br />
con, “¡Qué viva César Chávez!”<br />
33
César y otros líderes intentaron persuadir a los agricultores para que llegaran a un<br />
arreglo con ellos. Los agricultores se rehusaron. César entonces les envió cartas<br />
certificadas a los agricultores, pidiéndoles que hablen. Pero aún así, no respondieron.<br />
Cuando habló con el alcalde de Delano, el alcalde le dijo que no quería involucrarse.<br />
Así que miembros del NFWA y del AWOC se levantaron en la mañana del 20 de<br />
septiembre antes de que saliera el sol. Ni los gallos estaban cantando aún. Los huelguistas<br />
condujeron al rancho de 4000 acres de Schenley Industries. Pusieron huelguistas en<br />
diferentes entradas y formaron piquetes. Justo después de la salida del sol, cuando el<br />
primer gallo comenzó a cantar, comenzaron a gritar, “¡Huelga! ¡Huelga! ¡Huelga!” Los<br />
trabajadores que habían comenzado temprano echaron un vistazo curiosamente desde las<br />
viñas.<br />
“Es una huelga,” alguien gritó.<br />
Algunos abandonaron el campo y se unieron a los huelguistas. Otros se fueron a<br />
casa porque anticipaban el peligro merodeando. Pero la mayoría continuó trabajando,<br />
medios escondidos detrás de las hojas de los viñedos, inclinadas con el rocío que se<br />
discurría como lágrimas.<br />
Un capataz llegó en una camioneta de la compañía para averiguar de qué se<br />
trataba el escándalo.<br />
“¿Qué está pasando aquí?” preguntó el capataz.<br />
“¡Estamos en huelga!” alguien le contestó.<br />
34
El capataz habló entre dientes y se alejó en la camioneta. Los alguaciles del<br />
condado de Kern llegaron una hora después, creando una nube de polvo. Simplemente<br />
observaron a los huelguistas ese primer día pero al final se involucrarían. Los alguaciles<br />
tomarían miles de fotos de los huelguistas y de sus partidarios durante los siguientes seis<br />
meses. Hasta los interrogaron. Ambos actos eran una invasión de privacidad. Y dentro de<br />
veinticuatro horas, desde el piquete inicial del 20 de septiembre, el FBI comenzó a seguir<br />
a los huelguistas.<br />
Capítulo Nueve<br />
Trifulcas en el campo<br />
César estaba decidido a seguir los ejemplos de Mahatma Gandhi y de Martín<br />
Lutero King Hijo. Ambos no creían en la violencia. Cesar les dijo a los huelguistas que<br />
no tomen represalias, pase lo que pase.<br />
Los huelguistas controlaron sus emociones por la mayor parte. Pero los<br />
agricultores les gritaban con ira a los huelguistas; en ocasiones, intentaron pasarles por<br />
encima con sus camionetas. Un día, un agricultor encolerizado les arrebató una pancarta<br />
de la huelga. Los maldijo y luego balaceó las pancartas con su escopeta. Otro día, unos<br />
agricultores golpearon a César y a otros huelguistas. Pero César, con las costillas<br />
magulladas, les dijo a los miembros de la unión que no respondieran con violencia.<br />
Los agricultores se exasperaron más y más durante aquellos meses del otoño de<br />
1965. Les dieron rienda suelta a los insultos en contra de los huelguistas. Una avioneta de<br />
fumigación los roció con azufre y pesticidas. Les echaron los perros a los huelguistas.<br />
35
Los alguaciles no hicieron nada cuando los capataces y rancheros les pisoteaban los pies<br />
a los trabajadores agrícolas. Estos matones se mofaban de los trabajadores, llamándoles<br />
mexicanos estúpidos. Los mismos alguaciles apuntaban los números de las placas de los<br />
coches estacionados junto a los campos. Los conductores de esos vehículos después eran<br />
detenidos y acosados por la policía.<br />
La policía de Delano les hacía sombra a César y a otros líderes del sindicato.<br />
Helen halaba las cortinas y veía una patrulla estacionada al otro lado de la calle todos los<br />
días. Los policías mismos parecían no estar conscientes de las leyes de libertad de<br />
expresión. Cuarenta y cuatro huelguistas comenzaron a gritarle “¡Huelga! ¡Huelga!<br />
¡Huelga!” a los rompehuelgas que habían entrado en el campo para trabajar en el rancho<br />
W. B. Camp. El alguacil del condado les dijo que cesaran, pero los huelguistas<br />
continuaron. Los cuarenta y cuatro de ellos fueron arrestaros, incluyendo a Helen Chávez<br />
y a los pastores de las iglesias cercanas. Con la fianza establecida de $276, pocos podían<br />
salir de la cárcel. Sólo una orden de la corte los pudo sacar. Gritando “¡Huelga!” era<br />
libertad de expresión. Podían gritar esa palabra y “Qué viva la causa” todo lo que<br />
quisieran.<br />
De repente, Delano apareció en el mapa. Reporteros de tan lejos como la ciudad<br />
de Nueva York rastrearon las calles. La huelga laboral era mencionada en las noticias de<br />
la noche. Los americanos tuvieron la oportunidad de ver cómo vivían los trabajadores<br />
agrícolas cuando CBS presentó “Harvest of Shame” por televisión. Quizá algunos<br />
36
miraron sus platillos de la cena y pensaron: los trabajadores agrícolas me trajeron esta<br />
comida.<br />
El Senador Robert F. Kennedy visitó Delano. Se dio una vuelta por los campos<br />
laborales y le dolió ver tanta pobreza. Movió la cabeza en desapruebo cuando escuchó<br />
acerca de una organización llamada Madres Contra Chávez. Más sorprendente aún fue<br />
percatarse de que el promedio anual de ingresos de un trabajador agrícola era de $2,400.<br />
¿Cómo vivía la gente?<br />
Los agricultores rezongaron. Si los chicanos, filipinos y mexicanos locales no<br />
estaban dispuestos a trabajar por un ingreso que los agricultores pensaban que era justo,<br />
conseguirían quiénes los reemplazaran. Los contratistas laborales trajeron trabajadores<br />
mexicanos durante octubre para reemplazar a los huelguistas. Estos trabajadores se<br />
sintieron mal cuando se dieron cuenta que una huelga había sido declarada. De cualquier<br />
manera, dos o tres autobuses repletos de trabajadores rompehuelgas llegaban de México a<br />
diario. Vendimiaban las uvas. En cuanto eso terminaba, tenían que intentar buscar trabajo<br />
por su propia cuenta. Los grandes cultivadores no se preocupaban por los trabajadores<br />
mexicanos al terminar la cosecha.<br />
Los grandes agricultores comenzaron a utilizar niños mayores de siete años de<br />
edad para ayudar con la cosecha. Su trabajo era llevarles cajones o cajas a sus padres.<br />
Niños de más edad ayudaban a vendimiar las uvas. Frecuentemente trabajaban en campos<br />
contaminados con pesticidas, arriesgando su salud. Existían leyes laborales que debían de<br />
proteger a los niños, pero ni los alguaciles ni los capataces las implementaban.<br />
37
Los grandes cultivadores parecían ávidos. Habían tenido el programa del<br />
bracero―mano de obra barata de México―por dos décadas y media. El gobierno les<br />
pagaba el agua. Tenían desgravaciones fiscales. Recibían estudios gratuitos de la<br />
Universidad de California. Deseaban todos estos beneficios para sí mismos. Aún, no<br />
compartirían la abundancia con los trabajadores del campo que hacían todo el trabajo.<br />
Al llegar Noviembre, llegaron las lluvias y la niebla Tule que cubría el valle en<br />
una mortaja gris. La huelga continuaba, pero no había nada qué cosechar, aunque algunos<br />
rompehuelgas ataban vid en las mañanas gélidas.<br />
Líderes laborales importantes de todo el país visitaron Delano durante diciembre.<br />
Querían ver por sí mismos las estancias grandes y las condiciones de trabajo de los<br />
trabajadores agrícolas. Les molestó mucho lo que vieron. Aborrecían la manera en que<br />
los grandes cultivadores trataban a los trabajadores.<br />
Capítulo Diez<br />
La peregrinación<br />
En 1965, Martín Lutero King Hijo intentaba deshacerse de la segregación y del<br />
trato injusto hacia los negros, en el sur. César Chávez también buscaba la justicia social<br />
en el Valle de San Joaquín. Sabía que los grandes cultivadores no negociarían nada a<br />
menos que se vieran afectados financieramente. Así que declaró un boicot en contra de<br />
Schenley Industries y de DiGiorgio Corporation. Les pidió a los americanos que no<br />
compraran sus productos.<br />
38
“No coman uvas,” César gritaba por medio de un megáfono. Les informaba a los<br />
compradores acerca del boicot en una tienda Safeway de Fresno. Viajaría a Stockton,<br />
Sacramento, Modesto, Merced y San Francisco. El mensaje era el mismo: “No coman<br />
uvas.”<br />
Mandó a organizadores que nunca antes habían estado fuera de la California rural,<br />
a ciudades lejanas. Llegaron hasta Nueva York, San Francisco, Detroit y Chicago. Se<br />
dieron cuenta de que América se preocupaba por la causa de los trabajadores agrícolas.<br />
Por ejemplo, en Boston, partidarios marcharon con cajas llenas de uvas de Delano sobre<br />
sus hombros y las vertieron en el puerto. Su protesta fue llamada la Boston Grape Party.<br />
César tenía otra idea. Decidió llevar la protesta un paso adelante al, literalmente,<br />
hacer contar sus pasos. Partiría en una peregrinación de trescientas millas desde Delano<br />
hasta Sacramento, la capital de California. Las marchas de Oxnard habían sido un éxito<br />
en acaparar la atención de la gente. ¿Por qué no habían de funcionar aquí? La marcha<br />
comenzaría en Delano y culminaría en los escalones del capitolio el domingo de Pascuas.<br />
Eran los tiempos de Cuaresma, período de penitencia para los cristianos.<br />
A las nueve de la mañana del 17 de marzo de 1966, miembros del sindicato y sus<br />
partidarios se reunieron en la oficina central del NFWA. Era un día fresco pero<br />
despejado. Desde antes que comenzara, algunas personas que iban pasando en coches<br />
apretaban sus puños en señal de apoyo. La policía de Delano estaba allí también,<br />
ojeándolos desde el otro lado de la calle. Habían sido alertados de que una marcha se<br />
llevaría a cabo.<br />
39
El FBI también estaba presente, y hasta entre los manifestantes. Cada día, un<br />
informante haría un reporte acerca de la marcha con el buró en Los Ángeles.<br />
César llegó un poco después de las ocho de la mañana. Estaba agotado. Se había<br />
mantenido despierto durante la mayoría de la noche, hablando por teléfono con<br />
partidarios de Sacramento y San Francisco. César vio los zapatos que los manifestantes<br />
traían puestos. Algunos traían botas de trabajo y otros, tenis. Vio sus propios zapatos. Los<br />
suyos eran unos ordinarios zapatos de vestir, desgastados del talón y polvorientos, a pesar<br />
de que no había tomado un solo paso aún. Observó que los manifestantes iban preparados<br />
con sombreros, bufandas para protegerse del viento y el polvo, y camisas de manga larga<br />
para cubrirse del sol. Algunos lucían gafas de sol. Había banderas, pancartas y bandas<br />
alrededor de sus brazos que decían NFWA. Angie Hernández Herrera, la hija de veinte<br />
años de Julio Hernández, uno de los primeros miembros del sindicato, comenzó al lado<br />
de César. Se mantuvo a su lado durante toda la marcha de veinticinco días.<br />
“¡Nos vamos!” César exclamó. “¡Nos vamos!” Pero tuvo que haber pensado si<br />
llegaría. No estaba en forma. Trescientas millas eran muchísimas.<br />
Marcharon hacia la Carretera 99. Cortaron por el centro de la ciudad, donde se<br />
detuvo la marcha momentáneamente porque el sindicato no tenía permiso para el desfile.<br />
Pero el jefe de policía, resentido por los recientes ataques de parte de la prensa, los dejó<br />
continuar. Y así lo hicieron. Los setenta y cinco manifestantes originales se dirigían hacia<br />
Richgrove, aproximadamente ocho millas al noreste de Delano. Caminaron por una<br />
40
carretera rural con una sola línea amarilla por el centro. Las vacas les mugían. Los coches<br />
tocaban el claxon en señal de apoyo. Algunos conductores les gritaban groserías.<br />
pacífico.<br />
“No se dejen molestar,” César les aconsejaba. Quería que el peregrinaje fuera<br />
El tobillo derecho de César se le inflamó durante las primeras cinco millas y cada<br />
paso que daba le causaba dolor. Pero no paraba. Caminó un total de veintiún millas ese<br />
primer día.<br />
A César le alegró ver las afueras de Ducor, un pueblo con menos de dos mil<br />
habitantes. Todos ellos ignoraron su llegada. Tenían miedo de saludar a los<br />
manifestantes. Temían que los agricultores no les darían trabajo. Sólo una anciana les<br />
ofreció su casa. Los manifestantes durmieron en el piso de la sala y bajo las estrellas, en<br />
el patio trasero. Esta anciana preparó su propia cama para César. Sabía que lo que él<br />
estaba haciendo era algo especial.<br />
Él se levantó a las cuatro y media el día siguiente. Todavía no salía el sol. Se<br />
remojó los pies y se vistió. La siguiente ciudad era Porterville, un viaje de veinticinco<br />
millas que parecía ser demasiado para César. Las plantas de sus pies tenían ampollas. Su<br />
pie derecho estaba inflamado hasta la rodilla. Angie Hernández le agarró el brazo y le<br />
dijo que se mantuviera fuerte. Esa noche durmió en la casa de Reverend James y Susan<br />
Drake en Porterville. Con el segundo día terminado, le alegraba poderse duchar y tener<br />
una cama dónde dormir. César tenía fiebre y su pierna derecha estaba inflamada. Sus pies<br />
le punzaban.<br />
41
Durante esta marcha de veinticinco días, algunos impertinentes que pasaban en<br />
coches les gritaban groserías. Algunos les arrojaban latas de refresco, huevos y tomates.<br />
Pero la mayoría de los conductores tocaban el claxon como muestra de apoyo y los<br />
saludaban con la mano. En cada pueblo la gente apresuradamente salía de sus casas para<br />
ofrecerles refrescos y comida, rosarios y tarjetas de rezos, y para preguntarles acerca de la<br />
huelga. ¿Exactamente qué están haciendo? Se preguntaban ansiosamente a sí mismos.<br />
En cada parada―Lindsay, Parlier, Chowchilla y Manteca, entre dieciséis otros<br />
lugares― los manifestantes cantaban canciones por la tarde. “De Colores” se convirtió en<br />
el himno no oficial del sindicato. Era una canción de esperanza.<br />
Había esperanza y momentos especiales. Un domingo una familia pobre salió de<br />
su casa destartalada, gritando, “¡Compañeros! ¡Compañeros! ¡Señor Chávez!” Una de las<br />
hijas adolescentes caminaba cuidadosamente porque balanceaba ponche en una cuenca de<br />
cristal. Las otras hijas llevaban los vasos. César agradecidamente cogió un vaso y tomó.<br />
César sonrió y le dio las gracias a la familia por haber proveído a los manifestantes con lo<br />
mejor que tenían.<br />
Cada día a los manifestantes originales―los originales, como se llamaban―se le<br />
unían partidarios. Lo que en algún tiempo era una fila escasa ahora se extendía por diez<br />
millas en algunos lugares. La marcha llegó a titular las noticias nacionales. La gente en<br />
Chicago marchó por un barrio latino como muestra de apoyo.<br />
Sin embargo, no le importaba a todo mundo, incluyendo al gobernador de<br />
California Edmund “Pat” Brown. Él no estuvo presente en el capitolio estatal en<br />
42
Sacramento cuando los manifestantes llegaron el domingo diez de abril. Estaba tomando<br />
vacaciones con el cantante Frank Sinatra en Palm Springs. César estaba decepcionado.<br />
Pero estaba contento de ver un mitin de casi diez mil trabajadores agrícolas y partidarios.<br />
Hasta antes de que él comenzara a hablar, ya estaban gritando, “¡Qué viva la causa! ¡Qué<br />
viva César Chávez!”<br />
La mejor noticia era que Schenley Industries estaba dispuesto a negociar. Estaban<br />
dispuestos a aceptar al sindicato.<br />
Capítulo Once<br />
La lucha en varios frentes<br />
César después se enfrentó a DiGiorgio Corporation, que eran dueños de más de<br />
trece mil acres de viñedos que se extendían entre los condados de San Diego, Kern,<br />
Kings, Tulare, Fresno y Merced. DiGiorgio también era propietario de fábricas que<br />
enlataban frutas y vegetales.<br />
César declaró un boicot de los productos de DiGiorgio Coporation tres días<br />
después de la marcha a Sacramento. Rápidamente, los líderes de la empresa parecían<br />
estar dispuestos a conversar con el AWOC y el NFWA. Parecían amigables, como si<br />
nada malo ocurría. Pero César cesó las conversaciones el día en que los líderes del<br />
sindicato y de la empresa se reunieron en San Francisco, al darse cuenta de que los<br />
guardias de seguridad habían golpeado a algunos de los manifestantes. Él se enojó<br />
muchísimo cuando escuchó que a Ofelia Díaz, una empleada de la compañía por más de<br />
43
veinticinco años, la despidieron por haberles pedido a algunos colegas que consideraran<br />
unirse al sindicato.<br />
La huelga y el boicot comenzaron a perjudicar a DiGiorgio Corporation casi<br />
inmediatamente. Estaban perdiendo miles de dólares cada día. Su imagen se empañó.<br />
Gente de todo el país estaba apoyando a los trabajadores agrícolas. Estrellas de cine<br />
comenzaron a unirse a los piquetes―Jane Fonda, Leonard Nimoy y Mary Tyler Moore<br />
estaban entre ellos. Para tener más poder, el AWOC y el NFWA se unieron y se<br />
conviritieron en el United Farm Workers Organizing Committee (UFWOC). Después fue<br />
renombrado al United Farm Workers.<br />
La DiGiorgio Corporation decidió ser amigable con el Teamsters Union 9 , que<br />
habían comenzado conversaciones con los trabajadores agrícolas en Borrego Springs,<br />
cerca de San Diego, y en la hacienda Sierra Vista, cerca de Delano. Los Teamsters eran<br />
reconocidos por representar camioneros y trabajadores de fábricas de conserva. Ahora<br />
querían representar a los trabajadores agrícolas.<br />
La DiGiorgio Corporation arregló para que autobuses repletos de trabajadores<br />
agrícolas de Texas y de México terminaran la huelga. Pero había más. En cuanto los<br />
trabajadores agrícolas se bajaban del autobús, la empresa les pedía que firmaran tarjetas<br />
diciendo que querían que los Teamsters los representaran. Firmaban porque estaban<br />
desesperados por un trabajo.<br />
¡Teamsters y rompehuelgas! Aparte las cortes limitaban el número de<br />
9 Teamsters es uno de los sindicatos más ricos y poderosos del mundo (London, 158).<br />
44
manifestantes que podían estar en las haciendas y los viñedos de DiGiorgio Corporation a<br />
la vez. El éxito del sindicato ahora parecía sombrío, cuando tan sólo un mes antes habían<br />
estado celebrando la victoria sobre Schenley Industries.<br />
¿Ahora qué?<br />
César contestaba con hechos. Los huelguistas y los partidarios viajaron en<br />
caravana hasta la hacienda Borrego Springs. Por una semana les gritaban a los<br />
rompehuelgas que salieran del campo para unirse al sindicato. Algunos levantaban la<br />
mirada, apenas se veían sus ojos bajo sus sombreros. No querían involucrarse. El lunes,<br />
veintisiete de junio, los huelguistas se pararon al borde del sendero del tractor, gritando<br />
“¡Huelga! ¡Huelga!” Algunos diez trabajadores agrícolas pararon de trabajar y salieron<br />
del campo para estrecharle la mano a sus compañeros, los huelguistas. Estaban<br />
convencidos de que el sindicato de los trabajadores agrícolas era para ellos.<br />
Dos de los hombres jóvenes que desertaron el campo eran José Rentería y Juan<br />
Flores. Se le acercaron a César. “Ayúdenos a recuperar nuestras pertenencias,” José le<br />
pidió. Sus cosas estaban en el campamento donde vivían los rompehuelgas.<br />
César lo pensó. Dedujo que si estos hombres fueron lo suficientemente valientes<br />
como para abandonar sus trabajos, él les podría ayudar a recuperar sus pertenencias.<br />
César, José, Juan, junto con Chris Hartmire y el padre Víctor Salandini,<br />
condujeron el coche familiar de César por un camino polvoriento hasta el campamento.<br />
Guardias de seguridad los enfrentaron cuando llegaron ahí. Los guardias levantaron sus<br />
rifles y les ordenaron que se detuvieran y que salieran del coche. Llevaron a César y a los<br />
45
otros a una camioneta, donde fueron detenidos por seis horas en el calor abrasador. Los<br />
guardias dejaron que Juan y José recuperaran sus cosas y se fueran, pero los otros fueron<br />
obligados a quedarse.<br />
Esa tarde, los alguaciles del condado llegaron a las diez en punto y encadenaron a<br />
César, a Chris Hartmire y al padre Salandini en grilletes. Los tres hombres fueron<br />
multados en San Diego por entrar sin autorización.<br />
Los trabajadores agrícolas estaban coléricos por el arresto. Partidarios alrededor<br />
del país estaban indignados también, al informarse de que los alguaciles habían puesto a<br />
César en cadenas. Le enviaron cartas al gobernador y dinero al sindicato para apoyar la<br />
causa. A los tres se les dio libertad provisional. La DiGiorgio Corporation se vio mal. Lo<br />
único que César quería hacer era recuperar las pertenencias de Juan y José, y terminó en<br />
la cárcel.<br />
La DiGiorgio Corporation finalmente aceptó tener elecciones en la hacienda<br />
Sierra Vista. Los trabajadores agrícolas votarían por el UFWOC, el Teamsters o por no<br />
tener representación alguna.<br />
“¡Sí se puede!” decía César. “¡Sí se puede!”<br />
El sindicato tenía mucho trabajo por hacer. César y otros líderes hablaron con los<br />
trabajadores agrícolas por dos semanas. Explicaban por qué un sindicato les beneficiaría.<br />
Hablaban de mejor sueldo, descansos de diez minutos, retretes en los campos, un<br />
hospital, una cooperativa de ahorro y crédito, una guardería para los niños y la pensión<br />
que recibirían al jubilarse.<br />
46
Las elecciones tomaron lugar el 30 de agosto de 1966. César y los otros líderes<br />
estaban nerviosos. Las votaciones eran emitidas desde temprano por la mañana hasta muy<br />
noche. Una familia viajó en su coche viejo desde El Paso, Texas para votar. Sin embargo,<br />
el coche se averió, así que no llegaron a tiempo. El hombre también se estropeó. “Si<br />
pierdes por cuatro votos, nunca me lo perdonaré,” dijo él.<br />
Cuando las urnas cerraron, las votaciones fueron trasladadas a San Francisco en el<br />
baúl de una patrulla de caminos. Dolores Huerta siguió a esa patrulla. Ella llamó a la<br />
oficina central en Delano el siguiente día. ¡Ganó el sindicato! Hubo una fiesta esa noche<br />
en Filipino Hall, donde la gente celebraba gritando, “¡Viva la causa! ¡Viva César<br />
Chávez!”<br />
Martín Lutero King Hijo le envió un telegrama a César Chávez el 22 de<br />
septiembre. En parte decía: “La lucha por la igualdad debe ser combatida en varios<br />
frentes―en los barrios bajos urbanos, en las fabricas donde se explotan a los trabajadores<br />
y en los campos. Nuestras luchas separadas realmente es una sola.”<br />
Capítulo Doce<br />
Hambre por la causa<br />
Ahora César decidió enfrentarse al cultivador de uvas más grande de todos, la<br />
familia Giumarra. La familia tenía casi once mil acres. Los trabajadores estaban buscando<br />
ayuda, y César creía que él se la podría brindar.<br />
El 3 de agosto de 1967, los trabajadores Giumarra votaron por irse en huelga.<br />
“¡Basta!” gritaban. “¡Basta!” Más de dos tercios de los trabajadores dejaron el trabajo.<br />
47
Giumarra hizo lo que hicieron otros empresarios agrícolas en el pasado: Trajeron<br />
rompehuelgas de Texas y de México. Consiguieron que las cortes limitaran el número de<br />
huelguistas que el sindicato podía tener en cada hacienda.<br />
César mandó a organizadores por todo el país para que difundieran el mensaje de<br />
que no compren las uvas Giumarra. Pero las haciendas Giumarra eran tramposas.<br />
Embalaban y enviaban sus uvas bajo sesenta nombres diferentes. Los compradores de las<br />
ciudades mayores no podían notar la diferencia. Estaban confundidos. El sindicato<br />
encontró una solución: Boicotear todas las uvas frescas de California.<br />
“No coman uvas,” Cesar le decía al país.<br />
César estaba en la carretera siete días a la semana. Habló con estudiantes<br />
universitarios, líderes laborales, niños de la escuela, políticos, cultivadores, consumidores<br />
y con trabajadores agrícolas―cualquiera que escucharía.<br />
Mientras viajaba, le inquietó escuchar que algunos miembros del sindicato no<br />
estaban obedeciendo su política de no violencia. Había establecido esta regla y les había<br />
recordado de los ejemplos de Gandhi y Martín Lutero King Hijo.<br />
Pero los huelguistas se estaban impacientando. Había habido algunos avances.<br />
¡Pero los trabajadores agrícolas querían soluciones ahora!<br />
Comenzaron a arrojarles rocas a los rompehuelgas. Condujeron motocicletas por<br />
las hileras, desgarrando las bandejas de papel para las uvas. Quemaron algunas cabañas,<br />
explotaron una bomba de irrigación y arrojaron clavos en la calle para pinchar las llantas<br />
48
de los coches de policía y de los camiones de la compañía. Hubo peleas a puñetazos entre<br />
los huelguistas y algunos de los capataces de las haciendas Giumarra.<br />
Cesar decidió ayunar hasta que los miembros del sindicato y sus partidarios<br />
cesaran la violencia. Helen se oponía a eso, pero se dio cuenta de que no podía hacer<br />
nada para que Cesar cambiara de opinión.<br />
César comenzó su ayuno el 15 de febrero de 1968 en Forty Acres, un lugar en las<br />
afueras de Delano. Tomó un trago del refresco Diet-Rite, su bebida favorita. De ahí en<br />
adelante sólo tomaba agua. Se debilitó. Su familia y sus buenos amigos estaban<br />
preocupados. Se preguntaban qué tanto podría aguantar. Algunos de los miembros del<br />
sindicato estaban enojados con él. ¡Había tanto trabajo por hacer, y aquí él estaba en su<br />
cama!<br />
Pero César estaba convencido de que tenía que ayunar. Quería que los miembros<br />
del sindicato y sus partidarios cesaran la violencia. Quería que fueran firmes y que no se<br />
dieran por vencidos, ya que algunos huelguistas habían regresado a trabajar.<br />
César continuó su ayuno a pesar de las súplicas de Helen, su familia y amigos.<br />
Bajó treinta libras de peso. Tuvo que levantarse de la cama el decimotercer día de su<br />
ayuno para ir a los tribunales en Bakersfield. El juez quería preguntarle por qué los<br />
huelguistas todavía estaban protestando en las haciendas Giumarra cuando había una<br />
orden de la corte ordenándole al sindicato que suspendieran eso.<br />
Los trabajadores agrícolas sabían que raras veces ganaban en los tribunales.<br />
Sabían que César había estado ayunando por ellos. Así que miles de ellos se hicieron<br />
49
presentes en el palacio de justicia en Bakersfield para demostrar su apoyo. Estaba<br />
nebuloso y frío. Rezaban de rodillas y se persignaban entre ellos cuando César<br />
pasaba―estaba tan débil por el ayuno que los partidarios tenían que sostenerlo.<br />
Aproximadamente doscientos trabajadores agrícolas siguieron a César y a otros<br />
líderes del sindicato hasta entrar en la sala de juicios. Esa era la primera vez que la<br />
mayoría de ellos habían estado en una sala de juicios. Cuando el abogado de Giumarra<br />
pidió que retiraran a los trabajadores agrícolas, el juez se tornó rojo de ira. “¡Bueno, si<br />
retiro a estos trabajadores agrícolas de la sala de juicios, sería otro ejemplo de justicia<br />
yanqui!” le contestó. Se retiraron los cargos en contra de César y del sindicato.<br />
César salió del juicio y regresó a su cama en Forty Acres, donde continuó su<br />
ayuno. Se estaba debilitando más y más. La luz de sus ojos se atenuó. A Helen y a sus<br />
hijos les alarmaba que podría morir. El Senador Robert Kennedy le envió un mensaje en<br />
el cuál le pide que no continúe ayunando. Había ayunado veintiún días.<br />
César terminó su ayuno el 11 de marzo de 1968 en un parque en Delano, donde se<br />
celebró una misa con casi ocho mil personas que se habían reunido. El Senador Kennedy<br />
estaba entre ellos. Los dos se sentaron juntos. El Senador Kennedy le dio un pedazo de<br />
pan bendecido por un sacerdote a César. César lo puso en su boca y mascó lentamente.<br />
Estaba muy endeble. Pero su espíritu estaba fuerte y se fortaleció aún más cuando<br />
escuchó a alguien gritar, “¡Qué viva César Chávez!”<br />
Capítulo Trece<br />
¡Hacia adelante, Adelante!<br />
50
Era la primavera de 1968, y este apenas era el comienzo. Estaba aumentando el<br />
número de miembros del sindicato justo cuando las vides estaban comenzando a ponerse<br />
mustias con racimos de uvas hinchadas. El sindicato conseguiría más contratos de los<br />
grandes cultivadores. Lo que había comenzado hace seis años como la causa por los<br />
trabajadores agrícolas ahora les afectaba a otros latinos. La causa incitó a los chicanos<br />
urbanos a buscar cambios sociales. Tristemente, ese año dos de los líderes más fuertes del<br />
movimiento de los derechos civiles serían asesinados a balazos. El país lloraba por<br />
Martín Lutero King Hijo y por el Senador Kennedy.<br />
César había comenzado una lucha por la justicia social en los campos. Había<br />
conocido el trabajo del campo como niño y lo conocería el resto de su vida. Lucharía por<br />
los siguientes veinticinco años contra los ricos y los poderosos que creían que ellos<br />
debían crear las reglas que los pobres habían de seguir. Pero estaban equivocados. A<br />
causa de César, las reglas cambiaron. Cambió las vidas de trabajadores agrícolas y de<br />
gente a través de todo el país.<br />
César estaba dispuesto a ayunar hasta morir. Algunos dicen que aquel primer<br />
ayuno, y otros dos, al final le costaron su vida. Murió dormido el 23 de abril de 1993 en<br />
San Luis, Arizona, un pueblito no muy lejos de donde nació. Su tumba se encuentra en lo<br />
que era el jardín de rosas de la oficina central del sindicato en Keene, California, llamado<br />
La Paz. Junto a él están enterrados sus perros fieles, Boicot y Huelga.<br />
Una media docena de rosales viejos todavía se encuentran cerca de su tumba.<br />
Las flores perfuman el aire cuando el viento sopla al final del verano. Autobuses<br />
51
escolares frecuentemente traen a niños para que vean dónde vivía y trabajaba César.<br />
Visitan su tumba. Cuando se inclinan con flores para su lápida humilde, lo honran a él y a<br />
cada trabajador agrícola que caminó por las largas y polvorientas hileras.<br />
52
Capítulo 1<br />
Capítulo 4<br />
TRADUCCIÓN DE LA FALDA<br />
Después de bajarse del autobús, Miata Ramírez se dio la vuelta y dio un grito<br />
ahogado, “¡Ay!” El autobús escolar dio bandazos, expulsó una ráfaga de gases de<br />
combustión malolientes, y dio un giro amplio en la esquina. El chofer se esforzó mientras<br />
giraba al volante como los cuernos de un toro.<br />
Miata gritó para que se detuviera el chofer. Comenzó a correr tras el autobús. Su<br />
pelo latigueaba contra sus hombros. Una bolsa de libros grande la tiraba del brazo con<br />
cada paso que corría, y aretes de abalorio tintineaban al golpear contra su cuello.<br />
“¡Mi falda!” gritó fuertemente, “¡Deténgase!”<br />
Se le había olvidado su falda para el baile folklórico. Se quedó en el autobús. Ella<br />
y su mejor amiga Ana, ambas iban a cuarto grado, habían sido molestadas por chicos. Las<br />
dos chicas se cambiaron de asientos. Los chicos las seguían y las provocaban con una<br />
rana de goma. Riéndose tontamente, las chicas se alejaron de Larry y de Juan. Se alejaron<br />
más lejos especialmente de Rodolfo, un chico de ojos verdes y cabello tan brillosamente<br />
negro que casi parecía azul. Él estaba intentando de escribir su nombre en los brazos de<br />
ellas, y les pidió que jugaran baloncesto con él después de clases.<br />
“Ándenle,” intentando convencerlas. “Es viernes. No hay clases mañana.”<br />
Pero Miata y Ana lo habían ignorado mientras se cambiaban de un asiento a otro.<br />
Veían hacia afuera de la ventanilla y mordisqueaban galletas de animalitos a escondidas<br />
cuando los chicos no las estaban molestando.<br />
53
“¡Por favor, deténgase!” Miata gritó mientras corría tras el autobús. Pateaba alto<br />
con sus piernas y sus pulmones ardían de agotamiento.<br />
Necesitaba esa falda. Iba a bailar folklórico después de ir a la iglesia el<br />
domingo. Su compañía teatral había ensayado por tres meses. Sus padres lucirían gafas<br />
de sol de pura vergüenza si ella fuera la única chica sin un disfraz. Miata no quería eso.<br />
La falda le había pertenecido a su mamá cuando era pequeña en Hermosillo,<br />
México. ¿Qué va a pensar mi mamá? Miata se preguntó. Su mamá siempre la estaba<br />
regañando por perder las cosas. Perdió peines, suéteres, libros, dinero para el almuerzo y<br />
tareas. Hasta perdió sus zapatos en la escuela una vez. Los había dejado en la cancha de<br />
béisbol donde había jugado a las carreras contra dos chicos. Cuando regresó por ellos, ya<br />
no estaban.<br />
Peor aún, se había llevado la falda a la escuela para alardear. Quería que sus<br />
amigos vieran la falda. La falda era vieja, pero un arcoíris de listones brillantes la hacían<br />
todavía bonita. Se la puso durante el almuerzo y les bailó a unos de sus amigos. Hasta un<br />
maestro se detuvo a mirar.<br />
¿Qué voy a hacer ahora? Miata se preguntó. Disminuyó su paso a un caminar. Se<br />
había despeinado. Tenía calor y se sentía pegajosa.<br />
Podía escuchar al autobús frenando al doblar la esquina. Miata pensó en correr<br />
por el patio de un vecino. Pero eso sólo la metería en problemas.<br />
“No puede ser,” Miata dijo en voz baja. Le daban ganas de arrojarse al suelo y<br />
llorar. Pero sabía que eso sólo empeoraría las cosas. Su madre le preguntaría, “¿Por qué<br />
te ensucias tanto todo el tiempo?”<br />
54
Miata dobló en la esquina y vio un avión de papel planear desde la ventanilla<br />
trasera. Flotó en el aire por un segundo y luego se estrelló en un rosal tosco mientras el<br />
autobús se alejaba. Cuidadosamente extrajo el avión del rosal. Cuando lo desdobló, se dio<br />
cuenta de que era el examencito de matemáticas de Rodolfo. Recibió una nota perfecta.<br />
Una estrella dorada relumbraba debajo de su nombre.<br />
“Es inteligente,” dijo ella. “Para ser un chico.”<br />
Arrugó el avión de papel y levantó la mirada. El autobús ya no se divisaba. Al<br />
igual que su falda preciosa.<br />
“Ay caramba,” Miata dijo entre dientes. Acomodando su bolsa de libros sobre su<br />
hombro, comenzó a dirigirse hacia su casa. Miata quería culpar a los chicos pero sabía<br />
que era su culpa. Debió haberles dicho a los chicos que dejaran a Ana y a ella en paz.<br />
Debió haberles arrebatado esa rana y arrojado por la ventanilla.<br />
¿Qué voy a hacer ahora? Se preguntó. Rezaba para que Ana encontrara la falda en<br />
el autobús. La tiene que ver, Miata pensaba. Allí está. Nada más ve, Ana.<br />
Al terminar de doblar la esquina hacia su calle vio a su hermano, Pepito, y a su<br />
amigo Álex. Caminaban con latas aplastadas en los talones de sus zapatos, riéndose y<br />
empujándose uno al otro. Sus bocas estaban repletas de chicle.<br />
Pepito saludó a Miata con una mano sucia. Miata también lo saludó con la mano e<br />
intentó sonreír.<br />
“¿Podrías empujarnos?” preguntó Joe. “Vamos a tener una carrera.”<br />
Miata se detuvo y dijo, “Está bien, pero apúrate.”<br />
55
Pepito y Álex se alinearon. Sus cuerpos inclinándose, estaban listos para correr.<br />
Ella contó, uno . . . dos . . . , y al tres se echaron a correr. Miata se tapó los oídos con sus<br />
manos. El ruido de las latas era ensordecedor.<br />
Su hermano fue el primero en tocar el árbol.<br />
“Gané,” dijo Pepito.<br />
Pero Álex discutía porque uno de las latas de Pepito se había caído de su zapato.<br />
“Hiciste trampa,” gritaba Álex.<br />
“No es cierto,” respondió a gritos Pepito. Empuñó sus manos.<br />
Miata los dejó discutiendo. Subió por los escalones de su casa. Estaba angustiada.<br />
Si Ana no recoge mi falda, pensaba, tendré que bailar usando una falda regular.<br />
Capítulo 2<br />
Era viernes, muy por la tarde. Parecía que iba a ser un fin de semana de angustia.<br />
La familia de Miata se había mudado de Los Ángeles. Su nuevo hogar estaba en<br />
Sanger, un pueblo pequeño en el Valle de San Joaquín. Su padre se había cansado del aire<br />
contaminado y del largo viaje diario para llegar a su empleo en una tienda de repuestos de<br />
autos. Un día que llegó temprano a casa, reunió a su esposa y a sus hijos en el comedor<br />
de la cocina. Les preguntó qué opinaban acerca de mudarse a otra ciudad.<br />
A Miata al principio no le gustó la idea de la mudanza. Pero ahora estaba viviendo<br />
en una casa, no en un apartamento. Ahora formaba parte del club de baile en la escuela.<br />
Ahora tenía una mejor amiga, Ana. La mudanza le había beneficiado a Miata.<br />
Su mamá, Alicia, entró en la sala justo cuando Miata estaba tirando su bolsa de<br />
libros al suelo. La bolsa cayó con un estrépito.<br />
56
“¡Ay, Dios!” su madre pió. “Me espantaste, prieta. No te sentí llegar.”<br />
Su madre tenía un pañal de tela en la mano. Ahora era su trapo para limpiar. Tenía<br />
puestos unos jeans y una camisa de trabajo manchada de pintura vieja. Había estado<br />
limpiando el hogar. Los montones de periódicos habían sido tirados, las revistas estaban<br />
apiladas cuidadosamente, y el aire olía fresco como un limón. La colcha de ganchillo en<br />
el sofá estaba derecha. El agua del acuario estaba clara, no verde. El cenicero de su padre<br />
había sido vaciado y limpiado.<br />
Miata decidió decirle más tarde a su mamá acerca de la falda. Le dio un abrazo a<br />
su mamá y se fue a su dormitorio. Se sentó en su cama, contando los minutos hasta que<br />
Ana llegara. Vio su reloj de pulsera. Eran las tres y treintaicinco.<br />
Ana se está bajando del autobús en este momento, se dijo a sí misma. Y puedo<br />
asegurar que tiene mi falda.<br />
Miata podía ver a Ana en su mente. La pequeña Ana tenía cabello rizo y un sin<br />
número de pecas en la cara. Miata había conocido a otra niña mexicana que tenía pecas.<br />
Pero esa niña vivía en Los Ángeles, y no era tan buena como Ana.<br />
Miata hizo su tarea de matemáticas, que le tomó sólo diez minutos porque<br />
matemáticas era su materia favorita, pero el teléfono no sonaba aún. Miata se impacientó<br />
tanto que contó del uno al cien, en orden y al revés.<br />
Miata se escabulló de la cama y se fue al pasillo, donde estaba el teléfono sobre<br />
una mesita. Cogió el teléfono; un tono de marcar extenso resonaba en su oído.<br />
57
Colgó el teléfono y regresó a su dormitorio, donde se vistió con su ropa de jugar.<br />
Se imaginaba que para cuando terminara de vestirse, el teléfono sonaría. Sería Ana<br />
llamando.<br />
“Ándale, Ana, ya llámame,” lloriqueaba.<br />
El último botón de su blusa estaba abotonado. Estaba completamente vestida. Se<br />
quitó sus aretes y su reloj de pulsera. Acomodó su colcha con estampado de caballo.<br />
Recogió la ropa que estaba en el suelo. Hasta ordenó sus crayones. Pero el teléfono aún<br />
no sonaba.<br />
“Por favor llámame, Ana,” susurró. Se sentó en su cama y comenzó a fisgonear<br />
con una astilla en su dedo meñique. La astilla era de la mesa en la que almorzaron. Le<br />
había estado molestando todo el día.<br />
Miata decidió llamarle a Ana. Caminó de puntillas hasta el pasillo. Le marcó a la<br />
casa de Ana y escuchó, “Bueno.”<br />
En español, Miata preguntó si Ana ya había llegado de la escuela.<br />
“Todavía no está aquí,” le respondió la voz. Miata dedujo que era la abuelita de<br />
Ana. Miata le pidió que le informaran a Ana que le llame cuando llegue a casa. La<br />
abuelita le dijo que sí lo haría.<br />
Miata fue a la cocina. Su mamá estaba pelando papas. El radio estaba en la<br />
estación mexicana.<br />
“¿Cómo te fue en la escuela?” le preguntó su mamá.<br />
“Ten, tú termina esto.” Le pasó la papa a medio pelar y el pelador de papas a<br />
Miata. Miata comenzó a trabajar, la cáscara de las papas volando hacia el fregadero.<br />
58
“Me fue bien,” Miata respondió. “Recibí una A en el examen de ortografía. La<br />
Señora García dice que tengo buena memoria.” Se acordó de su falda en cuanto dijo esto.<br />
¿Si tengo tan buena memoria, pensó, por qué se me olvidó la falda en el autobús?<br />
“¿Estás lista para el baile de este fin de semana?” pregunta la mamá de Miata. “La<br />
mamá de Ana llamó y sugirió que deberían ensayar el domingo por la mañana antes de ir<br />
a la iglesia ustedes dos. Pero le dije que no teníamos tiempo.”<br />
Miata no dijo nada. Trabajaba más rápido, la cáscara volando como ligas.<br />
“A tu padre le va a dar gusto,” su mamá dijo. Abrió el refrigerador y sacó un<br />
pedazo de carne.<br />
Miata estaba pelando su tercera papa cuando sonó el teléfono. Dejó caer la papa y<br />
el pelador de papas y gritó, “Yo lo contesto.”<br />
Corrió por la sala hasta el pasillo. Contestó el teléfono para la cuarta vez que<br />
sonó. “¿Ana?” Miata preguntó, su corazón latiendo fuerte.<br />
“¿Sí?”<br />
“¿La encontraste?”<br />
“¿Qué cosa?” Ana sonaba confundida.<br />
“¡Mi falda! Estaba en el autobús. ¿No la viste?”Miata se escuchaba desesperada.<br />
“¿Tu falda?”<br />
“Se me olvidó la falda en el autobús. ¿No la viste?”<br />
“No. ¿Me estás diciendo que perdiste tu falda del folklórico?”<br />
Miata podía escuchar sonidos en la cocina. El bistec estaba chisporroteando en un<br />
sartén. Agua estaba saliendo de la llave. Podía escuchar a su papá. Había regresado del<br />
59
trabajo y se estaba riendo de algo. ¿Pero estará de buen humor cuando le diga que perdió<br />
su falda?<br />
“Ven a mi casa mañana,” Miata le dijo a Ana. “Me tienes que ayudar.” Colgó y<br />
regresó a la cocina a pelar papas.<br />
Capítulo 3<br />
Cenaron bistec, frijoles y papas fritas. También comieron un poco de ensalada, en<br />
la cual predominaba la lechuga. Este era el platillo favorito de su papá. Toda la familia,<br />
incluyendo Pepito, le llamaba carne del viernes. Este era el premio para su padre por una<br />
semana de trabajo arduo: una comida grande y después un juego de béisbol por<br />
televisión. El papá de Miata, José, ahora era soldador. Trabajaba principalmente en<br />
tractores y remolques. Le pagaban bien, casi tan bien como en Los Ángeles.<br />
Su mamá cogió una rodaja de tomate que se escondía detrás de una hoja de<br />
lechuga. Codeó ligeramente a Miata. “Dile a Papi de tu ortografía.”<br />
“Recibí una A,” dijo ella, sonriendo. “Las semana entrante podría ser la campeona<br />
del certamen de ortografía si Dolores no me gana.” Dolores era una niña pequeña con un<br />
cerebro enorme.<br />
“Qué bueno,” dijo su papá mientras cortaba una papa con su tenedor. Se elevaba<br />
el vapor que salía de la papa partida. “La ortografía es importante,” dijo él entre<br />
mordidas. “Un día vas a conseguir un buen empleo si sabes muchas palabras.”<br />
“Podrías ser doctora,” dijo su mamá.<br />
60
“Mi’ja, me podrías curar,” dijo su papá. Giró su brazo dolorido. Su papá siempre<br />
se estaba lastimando. Hoy se había caído un tubo del camión y le golpeó el brazo. Un<br />
moretón purpúreo ya se había formado.<br />
“¿Te lastimaste?” le preguntó su mamá. Bajó su tenedor. Su rostro estaba oscuro<br />
de consternación.<br />
“¿Te duele?” Pepito le preguntó.<br />
“Sólo cuando hago esto,” José dijo. Se levantó y le dio un puñetazo a Pepito en el<br />
brazo, suavemente.<br />
Pepito se rio y le dijo a su papá, “Eso no duele.”<br />
La conversación cambió a los deportes. A pesar de que vivían en el valle, José<br />
podía ver a los Dodgers de Los Ángeles por televisión. Era un mayo precioso. Sus<br />
Dodgers le iban ganando a los Gigantes de San Francisco por dos carreras. Esto lo hacía<br />
feliz. Los Gigantes les habían ganado el año pasado.<br />
“El próximo año, Pepito,” le dijo a su hijo, “tendrás ocho años y podrás comenzar<br />
a jugar a la pelota.”<br />
Pepito miró a su padre pero no respondió. Sus mejillas estaban rellenas de tortilla.<br />
El papá de Miata se terminó su comida. Se dio palmaditas en el estómago y se fue<br />
a la sala con un vaso de té frío. Miata le ayudó a su mamá en la cocina.<br />
“Estuvo delicioso, mamá,” dijo Miata. Fregó los platos y los puso en el fregadero.<br />
“Gracias,” le dijo su mamá. Su mamá estaba tan contenta como un canario<br />
cantador. Prendió el radio. “Voy a estar tan orgullosa el domingo.”<br />
61
su labio.<br />
preguntó.<br />
“¿Qué va a ocurrir el domingo?” Pepito le preguntó. Un bigote de leche relucía en<br />
“Miata va a bailar,” dijo su mamá.<br />
Miata tragó fuerte. Pensó en su falda. ¿Podré conseguirla antes del domingo? Se<br />
Mientras secaban los platos, escucharon un suspiro fuerte desde la sala. Miata vio<br />
a su mamá. Su mamá la vio a ella y le preguntó, “¿Qué pasó?” Miata se encogió de<br />
hombros.<br />
“Se canceló el juego por la lluvia,” su papá gruñó por encima del sonido de la<br />
televisión. “¿Cómo puede llover en San Diego? Y en un viernes.”<br />
Decepcionado, su papá entró en la cocina con su vaso vacío. Lo enjuagó y lo puso<br />
en el escurridero. Le dijo a Miata, “Vamos a comprar helados, entonces.”<br />
Miata casi saltó en los brazos de su padre. Se secó las manos en un paño de cocina<br />
y haló a su papá hacia la puerta principal. Tenía la esperanza de que le comprara galletas<br />
con crema, su favorito.<br />
Se subieron a su camioneta. Era una Chevy del ’68 con ventanillas que vibraban.<br />
La camioneta vieja podía alcanzar hasta sesenta millas por hora. Tres cables rojos<br />
colgaban del radio estropeado. El velocímetro estaba averiado. De vez en cuando su<br />
aguja brincaba, pero siempre regresaba a su lugar.<br />
La familia Ramírez era nueva en el pueblo, pero hacían amigos fácilmente. Una<br />
mujer regando sus flores saludó con la mano a la camioneta que pasaba. Miata saludó con<br />
ambas manos.<br />
62
“Aquí está bien,” dijo su papá mientras veía alrededor del barrio. “El aire está<br />
muy limpio.” Prendió el radio estropeado y comenzó a silbar una canción.<br />
El papá de Miata parecía estar más contento desde que se mudaron a Sanger. Se<br />
había cansado de Los Ángeles. Había crecido en una granja en México. La vida de la<br />
ciudad no era para él.<br />
Un amigo del trabajo los saludó con la mano en la gasolinera. Su papá paró de<br />
silbar. Lo saludó con la mano, tocó su claxon dos veces, y gritó, “Cancelaron el juego por<br />
la lluvia.”<br />
“Pero los Gigantes están en el canal veinticuatro,” gritó el hombre. Estaba<br />
inflando una cámara de aire.<br />
“Los Gigantes,” su papá dijo con desdeño, y negó con la cabeza. Era un fanático<br />
leal de los Dodgers, hasta los tuétanos.<br />
Pasaron por la escuela. Miata se acordó de su falda de folklórico. Había estado<br />
hablando fuertemente sobre el rugir del motor, diciéndole a su papá acerca de Pepito y de<br />
las latas en sus zapatos. Pero cesó su parloteo y se mordió el labio. Miró fija y<br />
silenciosamente el estacionamiento cercado. Allí mantenían a los autobuses. Pasaron los<br />
autobuses y Miata se arrodilló. Los vio hacia atrás.<br />
Está en uno de ellos, pensó. Yo y Ana tenemos que conseguirla mañana.<br />
Su papá compró un cartón de helado napolitano en la tienda. Era de fresa,<br />
chocolate y vainilla. Los tres sabores bailarían en su lengua al regresar a casa.<br />
Capítulo 4<br />
63
Era sábado por la mañana. Miata y Ana estaban sentadas en los escalones de la<br />
biblioteca. El día estaba despejado y hermoso. Una sola nube blanca cruzaba el cielo. Un<br />
pájaro saltó en el césped.<br />
“Nada más dile a tu mamá,” sugirió Ana. “No se va a enojar.”<br />
“No puedo,” dijo Miata. Meneó la cabeza, y su cabello se agitó contra sus<br />
hombros. “Siempre me está diciendo que pierdo las cosas.”<br />
“Pero es cierto.”<br />
Miata vio a Ana curiosamente. “¿Al lado de quién estás?”<br />
Ana sonrió y contestó, “Tuyo, por supuesto.”<br />
Pero Ana estaba pensando en las cosas que Miata le había perdido. Le había<br />
perdido dos borradores, algunas canicas, una pelota de goma, una pluma bonita que era<br />
su favorita, la varita mágica resplandeciente de su tío Benny, una lupa de una caja de<br />
cereal―cosas ahora perdidas en el ancho, ancho mundo.<br />
hacer yo?”<br />
“Qué bueno. Porque me vas a ayudar a recuperar mi falda.”<br />
“¿Yo?” preguntó Ana, sus hombros encorvándose ligeramente. “¿Qué debo de<br />
“Sólo haz lo que yo haga,” Miata le dijo.<br />
Entraron en la biblioteca. El canario detrás del mostrador estaba golpeando su<br />
piquito contra una campana plateada. El ruido parecía no molestarle a nadie.<br />
Tampoco el zumbido constante de la fuente para beber. Ambas pisaron el pedal de<br />
la fuente. El agua surgió de repente, casi golpeando el rostro de Miata.<br />
“¡Cuidado!” gritó Miata, saltando hacia atrás.<br />
64
La bibliotecaria vio en su dirección. Elevó un dedo a su boca fruncida.<br />
Significaba que mantuvieran el silencio.<br />
Las niñas se detuvieron ante un globo del mundo. Lo giraron. Al ver a África,<br />
Europa y las Américas girar frente a sus ojos, se marearon por algunos segundos.<br />
“Mi mamá y mi papá son de aquí,” dijo Miata, dándole golpecitos al norte de<br />
México. “De Sonora.”<br />
“Mis papás nacieron en Los Ángeles. Pero mi abuelo es de aquí,” dijo Ana,<br />
dándole golpecitos al estado de Guerrero. “Fuimos allí una vez. Pensé que iba a estar<br />
caluroso, pero no lo estaba.”<br />
Hicieron girar el globo y abandonaron el rincón de los niños. Aventuraron al<br />
cuarto de referencia. Un hombre con auriculares enormes estaba escuchando cintas en<br />
inglés. Era un hombre mayor con piel correosa, un mexicano. El hombre silenciosamente<br />
estaba diciendo las palabras “polvo, rocas, maleta” en inglés.<br />
Miata y Ana sacaron cuatro libros cada una y se fueron de la biblioteca. En vez de<br />
irse a casa, se dirigieron hacia el estacionamiento de la escuela.<br />
ladronas.<br />
Le estaba dando miedo a Miata, y Ana ya estaba aterrada. Se sentían como<br />
“Es como robar,” dijo Ana.<br />
“No lo es,” Miata contrarrestó. “Es mi falda.”<br />
“¿Qué tal si alguien nos ve?”<br />
“¿Quién?”<br />
65
Se detuvieron en su paso cuando vieron a Rodolfo, el chico de los ojos verdes. Se<br />
escondieron detrás de un árbol mientras Rodolfo pasaba en su bicicleta. Sus rodillas<br />
estaban manchadas de césped. Estaba despeinado.<br />
“Casi nos vio,” susurró Ana.<br />
“No es más que una gran molestia,” dijo Miata. Se acordó por un segundo de su<br />
calificación perfecta en matemáticas. Ella lo buscaría la próxima vez que se le dificultara<br />
un problema.<br />
Lo vieron saltar un bordillo de la acera. Se metió la mano en el bolsillo para sacar<br />
un puño de semillas de girasol. Miata y Ana salieron de detrás del árbol cuando él dio<br />
vuelta en la esquina.<br />
“Qué susto.” Miata suspiró. “Vámonos.”<br />
Se apresuraron por la calle, sus libros pegados a sus brazos doblados.<br />
Redujeron su paso a un caminar cuando vieron un pastor alemán. Les tenían<br />
miedo a los perros. El pastor alemán traía una pelota anaranjada en la boca.<br />
Miata miró alrededor. “¿Puedes ver a su dueño?” preguntó.<br />
“No,” Ana respondió. “¿Parece ser bueno, no te parece?” Ana se relajó porque<br />
este perro parecía amigable. Había comenzado a menear la cola.<br />
El perro se fue en la dirección contraria, la pelota anaranjada todavía en su boca.<br />
Las chicas vieron al perro desaparecer y luego comenzaron a caminar rápido otra vez.<br />
Llegaron al estacionamiento de la escuela. Un cercado de tela metálica le rodeaba.<br />
Miata y Ana bajaron sus libros y se agarraron de la cerca, viendo hacia adentro. Tres<br />
autobuses enormes estaban allí como carteleras.<br />
66
Miata y Ana miraron alrededor. La calle estaba silenciosa excepto por una brisa<br />
en los sicómoros. Ellas repiquetearon la puerta cerrada con llave.<br />
“Podemos meternos a la fuerza,” dijo Miata.<br />
“Alguien no va a ver,” dijo Ana. Miró alrededor, mordiéndose una uña. Vio a un<br />
niño jugando a agarrar la pelota consigo mismo en un jardín del frente.<br />
Un coche pasó por la calle justo en ese momento. Ana quería huir. Pero Miata la<br />
agarró de la muñeca.<br />
zapatos.<br />
“Tranquila. Sólo haz lo que yo haga,” Miata le susurró. Ambas fingían atarse los<br />
“Vamos,” Miata dijo cuando el coche desapareció. “Sólo va a tomar un segundo.”<br />
“Tú primero,” dijo Ana.<br />
“De acuerdo,” dijo Miata. Gimió mientras metía su cuerpo a la fuerza por la<br />
abertura. Primero entró su cabeza, después su pie, sus hombros, y finalmente, su otro pie.<br />
Como Ana era más pequeña, se coló por la puerta con más facilidad. Pero tenía<br />
que colarse de nuevo para salir. Habían dejado sus libros de la biblioteca afuera de la<br />
puerta.<br />
“Es justo lo que necesitamos,” dijo Ana, pasándole los libros a Miata. “Nos<br />
meteríamos en un problemón, por seguro, si los perdiéramos.”<br />
Ya estaban por dentro de la puerta. En uno de los autobuses, esperaban, estaba la<br />
falda que salvaría a Miata de una regañada.<br />
Capítulo 5<br />
67
Los tres autobuses amarillos eran demasiado altos. Miata y Ana saltaron como<br />
ranas, pero no podían ver adentro.<br />
“No puedo ver nada,” dijo Miata.<br />
Ana escribió su nombre en la mugre que estaba pegada al costado del autobús.<br />
ANA MADRIGAL. Después lo borró con su mano. Sabía que su nombre no pertenecía<br />
ahí.<br />
“¿Qué vamos a hacer?” Ana le preguntó a Miata mientras caminaban alrededor<br />
del primer autobús. Ana se detuvo para patear la llanta, y se lastimó el dedo gordo.<br />
“Fácil,” dijo Miata. “Miraré por la ventanilla.”<br />
“¿Cómo?” preguntó Ana. Estiró el cuello. Las ventanillas eran demasiado altas.<br />
Sin contestarle, Miata se impulsó encima del parachoques. Comenzó a treparse<br />
encima del capó del autobús. La subida fue tan resbaladiza como subir por un tobogán al<br />
revés. El capó se combó y tronó. El ruido parecía ensordecedor.<br />
“Estás haciendo demasiado ruido,” Ana dijo entre dientes. Miró alrededor. Vio un<br />
coche pasar lentamente. Su radio estaba demasiado fuerte como para que el conductor las<br />
oyera.<br />
Miata sabía que estaba haciendo mucho ruido. No sabía qué hacer más que<br />
subirse más rápido. Una vez encima, ahuecó las manos alrededor de sus ojos. Se esforzó<br />
por ver a través del parabrisas polvoriento y salpicado de insectos. Vio un libro de<br />
matemáticas, una bolsa de almuerzo aplastada, envoltorios de chicle, y un lápiz en el<br />
pasillo.<br />
“¿La puedes ver?” Ana preguntó susurrando.<br />
68
“No,” contestó Miata simplemente. Escudriñó el interior del autobús, pero no vio<br />
nada que pareciera ser una falda. Se deslizó en el capó, casi de cabeza, hasta el suelo. Se<br />
quitó la grava de las manos y ordenó, “Hay que revisar el siguiente.”<br />
Miata se trepó en un autobús de nuevo y miró fijamente hacia adentro. Esta vez<br />
vio un suéter, una gorra de béisbol y un cartón de leche aplastado en el pasillo. Su<br />
corazón latió fuertemente por un momento porque pensó haber visto su falda. Pero sólo<br />
era una chaqueta en el suelo.<br />
“¿La puedes ver?” Ana preguntó mientras miraba alrededor nerviosamente.<br />
Pasaron dos coches más. Un camión diesel iba resonando por la calle. Humo negro se<br />
elevaba de sus caños de escape cromados y relucientes.<br />
El conductor del camión saludó a Miata con la mano. Al no saber qué hacer,<br />
saludó con la mano también. “El conductor no vio,” le dijo a Ana. Se puso nerviosa y<br />
comenzó a bajarse.<br />
“¿Te vio?” Ana preguntó en una voz alta. Se volteó y vio el camión diesel<br />
rugiendo mientras se alejaba. Sus luces de cola rojas estaban polveadas. “¿Crees que va a<br />
llamar a la policía?”<br />
rodilla.<br />
“No creo,” Miata respondió. “Dame espacio.”<br />
Miata se deslizó en el capó. Esta vez se cayó en la grava y se peló la piel de la<br />
“¡Ay!” gritó. Sangre del color del jugo de granada comenzó a surgir hasta la<br />
superficie de la piel. Cojeó en una pierna, su rostro transido de dolor. Miata se detuvo y<br />
respiró hondamente. Se hizo presión en el rasguño con un dedo pulgar y contó hasta diez.<br />
69
“¿Estás bien?” preguntó Ana. Examinó el rasguño. Una arruga de preocupación se<br />
formó en su frente.<br />
“Estoy bien,” Miata respondió, y contó en un susurro, “. . . ocho . . . nueve . . .<br />
diez.” El flujo de sangre había cesado. Se puso de pie y dijo, “Tiene que estar en ese<br />
último autobús.”<br />
Ana marchó junto a Miata, quien cojeaba. Iban a revisar el tercer autobús.<br />
“Déjame revisarlo,” exigió Ana.<br />
Se sorprendió Miata. Sabía que Ana le tenía temor a las alturas. Temor a la<br />
oscuridad. Temor a los perros, gatos y a los truenos. Ana le temía a todo, le parecía a<br />
Miata.<br />
Ana se trepó encima del parachoques. Se esforzaba y gruñía. Los músculos de sus<br />
brazos flacos temblaban. Sus rodillas se ensuciaron y le dolían por haberles puesto tanta<br />
presión contra el metal.<br />
“Ya casi llegas,” Miata la animaba. “Síguele.”<br />
Ana se trepó en el capó y vio hacia adentro por el parabrisas. Vio un libro, un<br />
vaso de papel y envoltorios de chicle en el suelo. Luego gritó, “¡Ahí está! En el fondo.”<br />
“¿La ves?” Miata gritó.<br />
“¡Sí!” Ana gritó.<br />
Ana perdió su balance por su emoción y rodó por el capó. Afortunadamente cayó<br />
de pie, tal como un gato.<br />
“Qué chévere,” dijo Miata. “¿Cómo hiciste eso?”<br />
“No lo sé,” dijo Ana, mareada. “¿Cómo nos vamos a meter?”<br />
70
“Fácil,” respondió Miata. “Vas a meter la mano por la puerta y vas a halar la<br />
palanca que la abre.”<br />
“¿Yo?” preguntó Ana, sus ojos muy abiertos.<br />
“Tus brazos son más delgados. Tú puedes.”<br />
Ana se encogió de hombros y caminó hasta la puerta. Empujó su mano por la<br />
junta de goma. Sus dedos se extendían y se extendían hacia la palanca.<br />
“Tú puedes,” Miata la animaba de nuevo.<br />
Ana se extendió hasta que le dolía el brazo de tanto estirarse. Cuando su mano<br />
sujetó la palanca, la haló y la haló. Y Miata halaba a Ana.<br />
otra.<br />
La palanca cedió, y la puerta se abrió con un suspiro.<br />
“¡Qué bueno!” Miata celebró, abrazando a su amiga. Sonrió ampliamente una a<br />
Ana miró las marcas negras en su brazo. Se restregó lo negro y dijo, “Me voy a<br />
dar un baño de espuma esta noche.”<br />
Miata entró y cogió su falda de un asiento. Lo puso contra su cintura giró, para<br />
que la falda se abriera en abanico. Se dijo a sí misma, “Está tan bonita.”<br />
Al comenzar a irse, Miata escuchó el sonido de un coche. Su corazón saltó como<br />
un pescado. ¿Alguien las vio? se preguntó. Vio la camioneta de su papá por las<br />
ventanillas del autobús. Estaba con un hombre luciendo una camisa cuadriculada que<br />
estaba abriendo la puerta.<br />
Capítulo 6<br />
“¿Qué pasó?” le dijo a Ana mientras se apuraba a bajar del autobús.<br />
71
El papá de Miata aceleró el motor de la camioneta, cambió a la primera velocidad,<br />
y entró lentamente por la puerta abierta. Humo azuloso salía del caño de escape.<br />
El hombre de la camisa cuadriculada cerró la puerta con llave detrás de él. “Aquel<br />
de allá,” gritó. Le apuntó al autobús en el que estaban Miata y Ana encogidas de miedo.<br />
Miata tenía agarrada su falda y sus libros de la biblioteca. Ana le agarró la mano a<br />
Miata para orar. Caminaron de puntillas hasta el frente del autobús, donde no podían ser<br />
vistas.<br />
La camioneta se escuchaba como un tanque al acercarse al autobús. El papá de<br />
Miata apagó el motor. La puerta abrió con un chirrido y luego dio un portazo. Pasos<br />
pesados crujían sobre la grava.<br />
“¿Qué están haciendo aquí?” preguntó Ana, mordiéndose un nudillo.<br />
“No lo sé,” respondió Miata. “Déjame ver.” Miró a hurtadillas de detrás del<br />
parachoques. Su papá se estaba poniendo sus guantes gruesos de trabajo. El otro hombre<br />
estaba dándole golpecitos a una linterna en su muslo.<br />
“¿Crees que nos debemos entregar?” preguntó Ana. “Nos van a encontrar.”<br />
Miata negó con la cabeza y haló a Ana. Se apresuraron hacia el fondo del<br />
estacionamiento y se escondieron detrás de una hilera de bidones de petróleo grandes.<br />
Observaron a los hombres descargar equipo de soldar de la camioneta. El papá de Miata<br />
miró debajo del autobús.<br />
El hombre de la camisa cuadriculada dijo, “Parece que alguien andaba<br />
traveseando por aquí.” Le echó un vistazo al corral y pateó la grava suelta. Un guijarro<br />
rozó uno de los bidones de petróleo.<br />
72
“Sabe que estamos aquí,” susurró Ana. Sus hombros pequeños se movían<br />
nerviosamente como alas.<br />
“No nos pueden ver,” Miata le respondió susurrando.<br />
El papá de Miata prendió la soldadora. Una llama azul salió con gran fuerza.<br />
Ajustó la llama, bajó sus gafas protectoras y se arrastró debajo del autobús. El autobús<br />
estaba viejo y chirriante cuando rebotaba en la calle, y el bastidor estaba fracturado por<br />
el peso de los niños y por el tiempo. Unas cuantas chispas golpeaban el suelo.<br />
“Le tengo miedo a ese ruido,” se quejaba Ana. Se cubrió los oídos con las manos.<br />
Una sola lágrima rodó por su mejilla.<br />
lágrima.<br />
“No llores,” dijo Miata. Se agarró de las manos con Ana, quien se limpió la<br />
Miata pensó en el desayuno de esa mañana. Se acordó que su papá había dicho<br />
algo acerca de un trabajo pequeño. Su papá siempre estaba haciendo trabajos pequeños.<br />
Soldaba bicicletas, tractores, remolques y equipos agrícolas estropeados. Soldaba los<br />
sábados, su día de descanso.<br />
demasiado.”<br />
“Esperaremos hasta que termine mi papá,” Miata le dijo a Ana. “No tardará<br />
Extendieron la falda en el suelo. Ambas se sentaron sobre ella, abrazando sus<br />
rodillas. Las dos amigas tenían un historial de haber vivido problemas similares. Ambas<br />
se han quedado fuera de sus casas al cerrar con llave. Ambas se han trepado en árboles y<br />
no pudieron bajar. Ambas han jugado con fósforos y se han quemado los dedos. Y nunca<br />
le han dicho a nadie más que una a la otra.<br />
73
Pero esconderse de adultos en un estacionamiento era algo nuevo. Ambas estaban<br />
listas para llorar cuando escucharon un sorbido detrás de ellas.<br />
Elevaron la vista a través de ojos llorosos. Rodolfo estaba en la cerca. Estaba<br />
sorbiendo una Coca por una pajita. Estaba peinado, sus mejillas coloradas como dulces<br />
picantes de canela. Estaba en su bicicleta, agarrado de la cerca.<br />
“¿Qué están haciendo ustedes?” preguntó con calma. Su sorbo era casi tan fuerte<br />
como el de soldar. Dejó salir un eructo cortés.<br />
Miata y Ana estaban horrorizadas de verlo. “Nos estamos escondiendo,” susurró<br />
Miata. “Guarda silencio.”<br />
“¿Por qué?” preguntó él. “¿Están jugando un juego? ¿Puedo jugar?”<br />
“No, no estamos jugando un juego,” Miata susurró enojada.<br />
“¡Estamos en problemas por tu culpa!” estalló Ana. “Si hubieras dejado a Miata<br />
en paz, no hubiera olvidado su falda en el autobús.”<br />
“¿Por eso se están escondiendo?” preguntó él. Rodolfo pensó por un momento,<br />
luego sugirió, “¿Por qué no se arrastran por aquí?” Señalando un agujero en la cerca<br />
parcialmente obstruido por mala hierba amarillenta.<br />
Miata y Ana se miraron una a la otra. Sus ojos se abrieron con esperanza. Se<br />
pusieron de pie.<br />
Miata les echó un vistazo a su papá y al hombre de la camisa cuadriculada, quien<br />
estaba bajando una caja pesada de herramienta de la camioneta. “Tú primero,” dijo Miata,<br />
dirigiéndose a Ana. “Yo me llevo los libros de la biblioteca, y tú te llevas la falda.”<br />
“Tengo miedo,” dijo Ana.<br />
74
“No lo tengas,” dijo Rodolfo. “Te doy un poco de mi refresco si lo haces.”<br />
“No quiero nada de tu refresco,” dijo Ana. Le hizo una mueca de desprecio a<br />
Rodolfo. “Tengo suficiente en la casa.”<br />
Ana respiró hondo tres veces. Luego se lanzó hacia el agujero, saltando una pila<br />
de madera. Miata le siguió de cerca, libros de la biblioteca metidos bajo su brazo como<br />
una pelota de fútbol americano.<br />
Escucharon a alguien gritar, “Ey.” Era el hombre de la camisa cuadriculada. Dejó<br />
caer la caja de herramienta y se dispersaron las herramientas. Dijo maldiciones entre<br />
dientes. Había dejado caer una llave inglesa pesada sobre su dedo gordo.<br />
“Deténganse, chicos,” gritó él.<br />
Pero Miata y Ana no se detuvieron. Atravesaron el agujero en la cerca con<br />
dificultad y no miraron atrás. Corrieron por la calle al lado de la sombra de la bicicleta de<br />
Rodolfo.<br />
Capítulo 7<br />
Miata y Ana corrieron hasta la biblioteca, donde se arrojaron al césped.<br />
“Qué susto nos llevamos,” dijo Miata después de haber recobrado el aliento. Sus<br />
mejillas estaban coloradas, y se había despeinado.<br />
escapado.<br />
“Sí, por poquito,” Ana respiró. Estaba agotada pero tranquilizada de haber<br />
Se tendieron sobre sus espaldas y miraron fijamente el cielo azul, donde un avión<br />
alto en la distancia era un punto negro en frente de una ráfaga de nube blanca. Sintieron<br />
sus latidos del corazón disminuir a un galope y su respirar regresar a la normalidad.<br />
75
Rodolfo daba vueltas mientras ellas descansaban. Estaba jactándose al andar en<br />
bicicleta con los ojos cerrados. Se estrelló contra el bordillo de la acera y voló por encima<br />
del manillar con sus brazos extendidos. Se parecía a Superman. Pero a diferencia de<br />
Superman, chocó con un “Ay.”<br />
Miata y Ana se sentó y preguntó, “¿Estás bien?”<br />
“No me dolió,” dijo él mientras se levantaba y se desempolvaba sus pantalones.<br />
Un chichón se le comenzó a formar en la frente inmediatamente.<br />
“¿Estás seguro?” preguntó Miata.<br />
“Sí,” dijo él. Caminó con su bicicleta y se sentó en el césped con ellas. El chichón<br />
estaba rosado y brillante, y caliente cuando Miata lo tocó. Ana hizo una mueca. También<br />
ella tocó el chichón, pero retiró sus dedos rápidamente.<br />
“¿No es esa tu mamá?” preguntó Rodolfo.<br />
Miata y Ana siguieron la mirada fija de Rodolfo. La mujer que salía de la<br />
biblioteca con varios libros en su brazo sí era la mamá de Miata. Iba caminando con una<br />
amiga.<br />
escapatoria.<br />
Los tres chicos estaban sentados en el césped a la vista de todos. No había<br />
“Escóndanse,” susurró Miata.<br />
“¿Escóndanse?” preguntó Ana.<br />
“Sólo finge estar dormida,” dijo Miata. Se tendió, abrió un libro y cubrió su rostro<br />
con él. Miata estaba mirando fijamente a un ratón. Uno de los libros que había sacado se<br />
76
trataba de un ratón que se había mudado de una granja de trigo a la ciudad de Nueva<br />
York.<br />
Ana y Rodolfo hicieron lo mismo. Ana permaneció inmóvil, pero Rodolfo se<br />
estaba riendo tontamente detrás de su libro. Su cuerpo se estremecía de la risa.<br />
Ana temblaba como una hoja. Tenía miedo de ser descubierta.<br />
Escucharon pasos en la acera y luego las voces de adultos. La mamá de Miata y<br />
su amiga estaban hablando acerca del baile del domingo.<br />
“No sé le que voy a hacer,” dijo la mamá de Miata. “Miata juega tan ruda, y<br />
siempre se rasguña las piernas.”<br />
“Los niños no cuidan su ropa,” dijo la amiga de su mamá. “Tuve que comprarle<br />
dos pares de zapatos a mi hija, y . . .”<br />
Miata pensó en el nuevo rasguño en su rodilla. Era cierto. Siempre se caía de la<br />
estructura de barras para juegos infantiles o se tropezaba sobre la manguera del jardín, se<br />
deslizaba hacia segunda base y resultaba herida, o se trepaba a la cerca y se caía de cara.<br />
Y era cierto que el asfalto destruía sus zapatos. Había tenido sus zapatos nuevos por tan<br />
sólo un mes y ya se parecían a sus zapatos viejos.<br />
Escucharon el abrir de la puerta de un coche. El motor prendió con un rugido unos<br />
segundos después. Los tres chicos levantaron la vista cuando el coche se reversó de su<br />
espacio de estacionamiento.<br />
Rodolfo se sentó, con césped en su pelo. Estaba leyendo el libro que había<br />
cubierto su rostro. “Esto es bastante interesante,” dijo del cuento acerca de chicos<br />
perdidos en el mar.<br />
77
Miata y Ana se levantaron, quitándose el césped de sus faldas.<br />
“Gracias, Rudy.” Miata sonrió abiertamente. Comenzó a irse con Ana. Luego se<br />
detuvo y dijo, “No sabía que eras bueno para la matemática.”<br />
“Soy mejor jugando baloncesto,” dijo él, subiéndose en su bicicleta. “Hay que<br />
jugar algún día.”<br />
mayo.<br />
Miata regresó a casa con Ana.<br />
“Voy a colgar la falda en el tendedero,” dijo Miata. “Huele como el autobús.”<br />
Pinzó la falda al tendedero. Ondeaba brillante como una bandera en los vientos de<br />
Miata y Ana entraron. Se aseguraron de limpiarse los pies. Era sábado, el día en<br />
que su mamá trapea la cocina.<br />
“Hola, cariño,” su mamá saludó. Ella estaba en el comedor de la cocina, abriendo<br />
el correo del día. “Hola, Ana. ¿Estás lista para mañana?”<br />
Miata y Ana se miraron una a la otra.<br />
“Creo que sí,” dijo Ana tímidamente.<br />
La mamá de Miata bajó dos vasos del armario. Cogió un cántaro de plástico de<br />
limonada del refrigerador. Vio las piernas de Miata. “¿Te rasguñaste la rodilla otra vez?”<br />
Miata vio sus rodillas y dijo, “Un poco.” Se tocó la costra con cuidado. Hizo un<br />
gesto de dolor a pesar de que no le dolió.<br />
“¿Cómo te hiciste eso?”<br />
78
Casi reveló el secreto. En cambio, derramó limonada del cántaro. Dos cubitos de<br />
hielo se deslizaron por el suelo. Las niñas limpiaron el desorden y se fueron a la sala a<br />
leer sus libros de la biblioteca.<br />
Ana se fue cuando Pepito entró en la casa. Sus rodillas estaban cubiertas de lodo.<br />
Ella sabía que él se iba a meter en problemas por meter tierra.<br />
“¡Ay, monito!” gritó su mamá. Lo obligó a que se desvistiera en el porche de<br />
atrás. Tuvo que correr en calzones desde el porche hasta la bañera.<br />
Cuando llegó a casa el papá de Ana, estaba silbando. Estaba contento porque<br />
había arreglado un autobús y había ganado un poco de dinero extra. Podía ansiar un<br />
cheque de cien dólares en el correo de la próxima semana.<br />
“Estuvo fácil,” dijo después de un trago de agua largo. Se volvió a llenar el vaso y<br />
continuó. “Fue un simple cierre, y esa cosita estaba arreglada en un minuto. Todo porque<br />
soy el mejor soldador del pueblo.”<br />
La mamá de Miata sonrió y dijo que era cierto. Él era el mejor soldador de todo el<br />
valle de San Joaquín. Pepito entró en la cocina, una toalla colgando de sus hombros como<br />
la capa de un rey. Miró alrededor y se alejó corriendo. Él se había percatado de una<br />
marca pequeña que hizo un zapato en el piso. Y se parecía a uno suyo.<br />
“Qué monito,” dijo su papá con cariño. Volteó a ver a Miata, quien estaba<br />
coloreando en el comedor de la cocina. “¿Qué hiciste hoy?” preguntó él. “Te vi en la<br />
biblioteca con Ana. Ustedes dos van a bailar como flores mañana.”<br />
Miata tartamudeó, “Ah, bueno, saqué algunos libros. Sólo pasamos el tiempo. No<br />
hicimos nada.”<br />
79
“Me alegro de tener una buena hija,” dijo su papá. “Algunos chicos estaban<br />
traveseando en los autobuses.”<br />
tropical.<br />
Miata cesó de colorear.<br />
“¿Los atraparon?” preguntó su mamá.<br />
“No. Henry los vio, pero yo estaba ocupado soldando.”<br />
Miata comenzó a colorear de nuevo. Estaba coloreando un dibujo de una selva<br />
Su papá se sentó en el comedor de la cocina. Dijo él, “Había dos niñas y un niño<br />
en una bicicleta.”<br />
Miata dejó de colorear otra vez.<br />
“Pero ya sabes cómo son los niños,” dijo su papá. “Sólo estaban traveseando.”<br />
Miata siguió coloreando. Su mamá dijo, “Sabes, miré a dos niñas y a un niño en la<br />
biblioteca. ¿Me pregunto si eran ellos?”<br />
Miata dejó de colorear de nuevo. Esta vez cogió sus crayones y su dibujo y se fue<br />
de la cocina. No podía soportar escuchar más.<br />
Esa noche comieron hamburguesas, papas fritas gruesas y refresco hecho de<br />
distintas raíces para lavarlo todo. Su papá prendió la televisión después de la cena.<br />
Afortunadamente para él y para el resto de los fanáticos de los Dodgers, no llovió en San<br />
Diego. Su papá se acurrucó en el sofá con Pepito y con Miata. A pesar de que perdieron<br />
los Dodgers 4-3, era algo qué hacer en un sábado por la noche.<br />
Capítulo 8<br />
80
Domingo en la mañana. La familia se sentó temprano a desayunar chorizo con<br />
huevos. Desayunaron felizmente en silencio, empujando su desayuno con pedazos de<br />
tortillas. El radio de la cocina tocaba canciones mexicanas en volumen bajo.<br />
La mamá de Miata le dio un sorbo a su café. Luego, poniéndose de pie, dijo,<br />
“Miata, tengo una sorpresa para ti.”<br />
Miata levantó la mirada. Tenía una pequeña mancha de cátsup en las comisuras de<br />
su boca. Su mamá fue al armario del pasillo y regresó con una bolsa arrugada.<br />
“Tienes algo en la boca, Miata,” dijo Pepito. Su mejilla estaba salpicada de cátsup<br />
y las comisuras de su boca blancas de leche.<br />
Miata se presionó una servilleta en la boca e ignoró a su hermano. Tenía<br />
curiosidad acerca de la bolsa en la mano de su mamá.<br />
“Ahora cierra los ojos,” dijo su mamá. Su sonrisa era brillante.<br />
Miata cerró los ojos. Quizá era una chaqueta nueva, pensó. Quizá era un<br />
Nintendo. Quizá era un par de zapatos nuevos. Su mamá había estado prometiéndole<br />
zapatos nuevos.<br />
Cuando su mamá le tocó la mano, abrió los ojos. Su mamá tenía una falda en sus<br />
manos. Una nueva falda de folklórico. El encaje brilloso se ondulaba en la luz. Olía a<br />
nueva. Aún estaba tiesa por falta de uso.<br />
baile.”<br />
“Está preciosa, mi’ja,” comentó su padre. “Vas a ser la niña más preciosa en el<br />
Miata forzó una sonrisa. “Pero tengo una falda, mamá.”<br />
“¿Esa cosa vieja?” dijo su mamá. “Ponte de pie.”<br />
81
Su mamá presionó la falda contra su cintura. “Es un poco larga, pero la puedes<br />
usar sólo por hoy.”<br />
“Se ve bien,” dijo Pepito. Ahora tenía cátsup en los codos.<br />
“Gracias, mamá,” dijo Miata. Abrazó a su mamá y se retiró a su dormitorio.<br />
Mientras Miata se vestía para ir a la iglesia, pensó en todo el esfuerzo que le tomó<br />
para recuperar su falda vieja: metiéndose a la fuerza por la puerta cerrada bajo llave,<br />
rodando del capó del autobús y rasguñándose toda. Se acordó de cómo se escondieron<br />
detrás del barril de petróleo, y cómo Rodolfo simplemente sorbía su refresco mientras<br />
ellas estaban aterradas. ¡Qué lío! Qué pérdida de tiempo.<br />
Pero sí que está preciosa, pensó ella. Admiraba su falda nueva que estaba<br />
extendida en la cama. Le gustaban sus colores nuevos y brillantes y su olor limpio. Le<br />
gustaba el susurro que se escuchaba como caminar entre mala hierba hasta las rodillas. Se<br />
imaginaba girando en medio de sus amigos.<br />
Sentía lástima por su falda vieja. Era como una flor muerta en su tallo. La dobló<br />
con cuidado y la aguardó en el cajón de abajo. Se cepilló el cabello y luego cesó. Sentía<br />
tristeza por su falda vieja. Le había pertenecido a su mamá cuando era una niña.<br />
La sacó del cajón de abajo. Parecía desteñida como un calendario viejo al lado de<br />
la falda nueva. Una mancha azul hacía más oscura el dobladillo. Un trozo de encaje rojo<br />
estaba suelto y cayéndose. El botón estaba rajado. La falda estaba manchada por el<br />
tiempo y el uso.<br />
“Me las voy a llevar a las dos,” dijo ella. “No voy a tener una favorita.”<br />
82
aretes milagro.<br />
Metió ambas faldas en su mochila. Terminó de peinarse el cabello y se puso sus<br />
“Ándale,” su mamá le llamó desde la sala. “Vamos a llegar tarde.”<br />
Miata cogió su mochila y le dio una palmadita suave. “Nos vamos a bailar,” le<br />
dijo a las faldas.<br />
El papá de Miata estaba afuera calentando su coche. Pepito estaba pisoteando una<br />
lata vacía de refresco. Estaba intentando engancharla en la suela de su zapato. Su papá le<br />
dijo a Pepito que se metiera al coche. Miata y su mamá bajaron por los escalones<br />
apresuradamente. Dejaron un rastro de perfume y de belleza detrás de ellas.<br />
Miata fue a la iglesia con su familia. El sacerdote hablaba y hablaba, pero Miata<br />
sólo bostezó tres veces. Lágrimas de somnolencia llenaron sus ojos. Su mamá parecía<br />
estar contenta. Continuamente miraba a Miata y a Pepito.<br />
Los bailarines corrieron hasta la casa del párroco después de la iglesia, donde se<br />
vistieron y practicaron.<br />
“Haz lo mejor que puedas,” dijo la señora Carranza, la maestra de baile. “Y no se<br />
olviden de sonreír.”<br />
“Aquí vamos,” Miata le dijo a Ana.<br />
Las seis niñas marcharon hasta el patio. Sus rostros parecían llenos de vida. Sus<br />
cabellos estaban agarrados en un moño. Formaron un círculo con sus manos en sus<br />
caderas. Mientras la música del casete tocaba, Miata giró alrededor del patio. Todos los<br />
adultos y los niños comían rosquillas y observaban.<br />
83
Miata giraba como un molinete, la falda vieja asomándose por debajo de la falda<br />
nueva. Miata tenía puestas las dos. Su mamá reconoció la falda vieja y le aplaudía y le<br />
sonreía orgullosamente a su hija. Y todos, hasta los bebés, aplaudían por los colores de<br />
México que giraban.<br />
84
Capítulo 5<br />
CONCLUSIÓN<br />
La traducción de una lengua a otra es una labor que muchos lectores sin<br />
información literaria podrían menospreciar, especialmente si se desconocen las teorías de<br />
traducción que se deben considerar durante todo el proceso, pero puedo afirmar que<br />
definitivamente es una faena más complicada de lo que parece. Desde pequeño, como<br />
decía en la Introducción, me veía obligado a traducir o interpretar conversaciones del<br />
inglés al español, y viceversa, para mis padres. Mi destreza léxica en ambas lenguas<br />
estaba en desarrollo, así que se me dificultaba esa labor. Un repertorio de palabras mayor<br />
definitivamente puede ayudar al traductor, ya que se tienen más herramientas con qué<br />
reproducir el mensaje original en la otra lengua. Sin embargo, con el conocimiento de un<br />
diccionario entero no necesariamente se va a engendrar la traducción perfecta de un texto<br />
específico si se desconocen las teorías de traducción, algunas de las cuales se<br />
mencionaron en esta tesis. Junto a esa teoría va la práctica, que significa no sólo traducir<br />
sino leer muchas traducciones, en más de una lengua.<br />
Suponiendo que el traductor conoce con pericia la gramática de las dos lenguas<br />
que están involucradas en la traducción, algunas de las teorías principales que se deben<br />
mantener en mente en todo momento incluye el hecho de que no se debe traducir palabra<br />
por palabra. Eso podría llevar al traductor a cometer errores desastrosos, ya que no sólo<br />
se estarían expresando frases que no siguen la sintaxis más natural de la lengua a la que<br />
se traduce, sino que se corre el riesgo de implementar un falso cognado. Un falso<br />
cognado son aquellas palabras que parecen ser la misma en dos lenguas diferentes, pero<br />
85
en realidad tienen significados muy distintos. Por ejemplo, si yo hubiese traducido la<br />
siguiente oración literalmente, “The two of them pretended to be tying their shoes,” el<br />
resultado no transmitiría el mismo mensaje que el texto original, “Ambas pretendían<br />
atarse los zapatos.” Pretend en inglés no equivale a pretender en español, a pesar de que<br />
visualmente son casi idénticas. Más bien, el equivalente en español sería fingir, y la<br />
traducción correcta sería, “Ambas fingían…”<br />
Desafortunadamente para el traductor, aunque afortunadamente para los lectores,<br />
la lengua está eternamente ligada a la cultura, y todo lo que se expresa por medio de ella<br />
es un reflejo de la misma. En otras palabras, es vital que la persona que asuma la<br />
responsabilidad de ejecutar dicha labor esté familiarizada con las lenguas que trabaja y<br />
las culturas que le proveen su contexto definitivo y definitorio, porque siempre existirán<br />
obstáculos que surgen justamente por este fenómeno. Por esa razón, se me dificultó la<br />
traducción de “iced tea” y “root beer” mientras traducía La falda. También, hay que<br />
recordar que en español se debe hacer la distinción entre la segunda persona singular<br />
formal e informal, mientras que en inglés esa distinción no existe. Las reglas para decidir<br />
cuándo se usa tú y cuándo se usa usted son difíciles de catalogar porque es algo que varía<br />
de país a país y dentro del mismo. No obstante, se puede deducir que cuando una niña<br />
como Miata le grita al conductor del autobús escolar que se detenga, no le gritaría<br />
“Detente,” sino más bien “Deténgase”, porque el contexto mayor es mexicano.<br />
En cuanto a mi experiencia traduciendo estos dos textos, dado que mi interés era<br />
traducirlos a un español más estándar para que un público más amplio pueda entender mi<br />
tesis, fue un tanto difícil deshacerme de los mexicanismos que conozco desde pequeño.<br />
86
En otras palabras, existen palabras o frases que nosotros los mexicanos utilizamos en<br />
nuestra habla que otros hispanos quizá no conocen o emplean. No obstante, quisiera dejar<br />
claro que no existe nada malo con la existencia de mexicanismos en la comunicación de<br />
comunidades específicas, sino que no quería reducir el público de mi trabajo a sólo<br />
mexicanos o mexicoamericanos. Por ejemplo, el profesor Corral me informó que palabras<br />
como “chícharo” y “chabacano” en la traducción de César Chávez son mexicanismos, y<br />
me aconsejó reemplazarlos con “arveja” y “albaricoque”, respectivamente. Similarmente,<br />
traduje el aviso “Watch it” con el mexicanismo “¡Aguas!” pero esa inclinación<br />
mexicanista la tuve que reemplazar con algo más universal, “¡Cuidado!”, aunque “¡Ojo!”<br />
también funcionaría.<br />
Los mexicanismos no fueron el único obstáculo que debía negociar entre dos<br />
lenguas; los anglicismos también me encaminaban a cometer errores de traducción. El<br />
español que se habla en este país desafortunadamente está repleto de anglicismos y a<br />
veces logra filtrarse inconscientemente en el vocabulario de sus residentes. Por ejemplo,<br />
todos hemos escuchado alguna vez a alguien decir palabras como “parquear,”<br />
“parqueadero,” “chequear,” “chequeo” y “troca”. Un anglicismo que incluí<br />
descuidadamente es “intermisión” en vez de intermedio, para “intermission” en inglés.<br />
Sin embargo, esa no debería ser una excusa de aquí en adelante, ya que una preparación<br />
universitaria en español no debe permitir esos deslices.<br />
Finalmente, no sólo tuve que poner en práctica las teorías de traducción que<br />
aprendí y las leyes gramaticales del inglés y del español, sino que tuve que adaptarme al<br />
género de literatura al traducir un cuento corto y un ensayo. Ambos requieren de las<br />
87
teorías de traducción antes mencionadas, entre otras, pero su exigencia es un poco mayor,<br />
dado que cada género tiene sus propias características que los definen y el traductor tiene<br />
que respetar. La veracidad de César Chávez era una realidad que yo debía reproducir en<br />
español, así que la incorporación de notas explicativas era necesaria para que el lector<br />
estuviese mejor informado de algunos datos históricos, geográficos y culturales. Por<br />
naturaleza, un ensayo también tiene vocabulario más específico al tema que se trata,<br />
mientras que un cuento corto parece tener un léxico libre de dicho detalle técnico. Por<br />
ejemplo, César Chávez contenía una variedad de palabras técnicas relacionadas al trabajo<br />
agrícola como “vendimiar” para referirse a la cosecha de la uva.<br />
A pesar de que ambos textos de Soto estaban escritos para el mismo público<br />
juvenil y ambos contenían un número de páginas similar, ochenta y tres el de César<br />
Chávez y setenta y cuatro el de La falda, el lenguaje de este último me pareció más<br />
directo y libre de lenguaje técnico. Por ende, la traducción del cuento corto me pareció<br />
haberlo traducido con menos complicaciones que el ensayo. Además, La falda estaba<br />
repleto de diálogo entre los personajes; por consiguiente, el enfoque al traducir el cuento<br />
corto cambió un poco porque un descuido al interpretar el diálogo significaría un error al<br />
escribirlo en español. El hecho de que el narrador de La falda tiene la habilidad y libertad<br />
de saltar de un lugar a otro, ya sea un traslado temporal o de lugar físico, para narrar<br />
pensamientos y sucesos logró que yo malinterpretara un comentario de la protagonista. El<br />
narrador nos informa en el primer capítulo cómo Miata y Ana se cambiaron de asiento<br />
para alejarse de los chicos que las estaban molestando en el autobús, e inmediatamente<br />
después de eso encaja una cita en la que Miata grita, “Please stop!” Aparentemente se me<br />
88
escapó el detalle que le seguía, “‘Please stop!’ Miata yelled as she ran after the bus,” y<br />
por esa razón yo lo malinterpreté como “¡Por favor, basta ya!” Después de repasarlo, me<br />
percaté de mi grave error y lo cambié a, “¡Por favor, deténgase!” dado que Miata se<br />
dirigía al conductor del autobús y no a los chicos que las estaban molestando<br />
anteriormente. Por otro lado, mi traducción tenía que transmitir imágenes e ideas, no sólo<br />
hechos, tanto en el cuento como en el ensayo.<br />
Los anteriores son sólo algunos ejemplos que intentan subrayar algunas<br />
diferencias que pude detectar al traducir al español un ensayo, César Chávez, y un cuento<br />
corto, La falda. Sin embargo, se le alienta a cualquier persona a desarrollar más<br />
profundamente lo que en esta breve investigación y práctica se pudo lograr. Los límites<br />
de este trabajo no se prestan para amplificar el tema tan importante que aquí se toca, y<br />
quizá en una disertación doctoral se pueda satisfacer la necesidad de ampliar los límites<br />
de estas conclusiones. Por esto, he querido ampliar mi actitud hacia la traducción con la<br />
práctica. La traducción es una herramienta valiosísima que se aplaude en cualquier parte<br />
del mundo, y se espera que esta tesis haya vislumbrado algo que le sea útil a cualquiera<br />
que le intrigue saber si existe alguna diferencia al traducir entre un género y otro. Que no<br />
quede duda que sí la hay. Así como existe diferencia entre la traducción del cuento corto<br />
y el ensayo, se puede conjeturar que probablemente también existe entre otros géneros<br />
literarios.<br />
89
(Wikipedia.org).<br />
APÉNDICE A<br />
Mapa de Corcoran, CA<br />
90
(Wikipedia.org).<br />
APÉNDICE B<br />
Mapa de Delano, CA<br />
91
(Wikipedia.org).<br />
APÉNDICE C<br />
Mapa de Oxnard, CA<br />
92
BIBLIOGRAFÍA<br />
Biguenet, John. The Craft of Translation. Chicago: The University of Chicago<br />
Press, 1989. Print.<br />
Corral, Wilfrido H. “Cuaderno de Lecturas: Spanish 196.” Message to Israel Nisihura. 11<br />
Feb. 2010. E-mail.<br />
Dunne, John Gregory. Delano. New York: Farrar, Straus and Giroux, 1967. Print.<br />
Fuller, Frederick. The Translator’s Handbook. Pennsylvania: The<br />
Pennsylvania State University Press, 1984. Print.<br />
Kellogg, Michael. Wordreference.com. 1999. Web. 16 Feb. 2010.<br />
Larson, Mildred L. La Traducción Basada en el Significado. Argentina:<br />
Editorial Universitaria de Buenos Aires, 1989. Print.<br />
Larson, Mildred L. Meaning-Based Translation. New York: University Press<br />
Of America, 1984. Print.<br />
Levy, Jacques E. Cesar Chavez: Autobigraphy of La Causa. New York: W. W. Norton &<br />
Company, 1975. Print.<br />
London, Joan, and Henry Anderson. So Shall Ye Reap. New York: Thomas Y. Crowell,<br />
1971. Print.<br />
Merriam-Webster.com. Merriam-Webster, Inc. 2010. Web. 16 Feb. 2010.<br />
Soto, Gary. Cesar Chavez: A Hero for Everyone. New York: Aladdin Paperbacks, 2003.<br />
Print.<br />
Soto, Gary. The Skirt. New York: Delacorte Press, 1992. Print.<br />
Taylor, Ronald B. Chavez and the Farm Workers. Boston: Beacon Press, 1975. Print.<br />
Valero-Garcés, Carmen. Languages in Contact: An Introductory Textbook on<br />
Translation. New York: University Press of America, Inc., 1995. Print.<br />
Wikipedia.org. Wikimedia Foundation, Inc. 25 Jan. 2010. Web. 16 Feb. 2010.<br />
93