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primer capítulo - Ediciones Urano

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22 JENNIFER WEINER<br />

indicando que sabía lo que venía a continuación—. ¿Te apetece<br />

un trío?<br />

—¡No! ¡Claro que no me apetece un trío! —tronó. Peter tiene<br />

una voz muy grave. Tiende a resonar. Las tres mujeres con vestidos<br />

sin tirantes que acababan de entrar a la sala, presumiblemente en<br />

busca de un poco de aire fresco, se nos quedaron mirando. Les<br />

dediqué un compasivo encogimiento de hombros y articulé en silencio:<br />

«Disculpen».<br />

—Lo que quiero... —Peter bajó la voz y clavó en mí la intensa<br />

mirada de sus ojos de color marrón oscuro. Incluso con las pequeñeces<br />

que habían tenido lugar durante nuestros diez años de matrimonio,<br />

las conversaciones sobre cuándo reparar el tejado y a qué<br />

colonias de verano enviar a Joy, su mirada tenía aún el poder de fundirme<br />

y hacerme desear que estuviéramos en algún otro lugar, solos<br />

los dos... y que yo siguiera tan ágil como una gimnasta rumana.<br />

—Quiero tener un hijo —dijo él por fin.<br />

—Quieres... —Sentí que se me aceleraba el corazón en el pecho<br />

y de pronto tuve la sensación de que el vestido de terciopelo<br />

me apretaba demasiado.<br />

—Ajá. Eso sí que no lo tenía previsto. ¿Lo dices en serio?<br />

Asintió.<br />

—Quiero que tengamos un hijo.<br />

—De acuerdo —dije despacio. No era la <strong>primer</strong>a vez que la<br />

posibilidad de un hijo había aparecido en el curso de nuestro matrimonio.<br />

De pronto hablaban en el telediario de la historia de la<br />

presentadora de un magacín o de una cantante de country, convertidas<br />

en las orgullosas madres de gemelos o de trillizos «nacidos<br />

con la ayuda de una madre de alquiler», una expresión a la que yo<br />

siempre reaccionaba poniendo los ojos en blanco. Sería como si<br />

yo dijera de pronto que había cambiado el aceite del coche «con la<br />

ayuda de un mecánico», como si yo no me hubiera limitado simplemente<br />

a pagar la factura. Pero si íbamos a tener un hijo que fuera<br />

biológicamente nuestro, habría que implicar a un tercero. Joy había<br />

sido sietemesina y había nacido por cesárea, a la que le había<br />

seguido una histerectomía de urgencia que me impedía tener más<br />

hijos. Naturalmente, Peter lo sabía, y aunque ya había puesto de<br />

manifiesto su interés por la posibilidad de contratar un vientre<br />

de alquiler, jamás había insistido en ello.

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