Junio Bruto, Marco Antonio, Tulio Ciceron... - La RomaPedia
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Número Especial<br />
Idus de Marzo<br />
MUERE CÉSAR<br />
Editoriales de:<br />
<strong>Junio</strong> <strong>Bruto</strong>, <strong>Marco</strong> <strong>Antonio</strong>, <strong>Tulio</strong> <strong>Ciceron</strong>...<br />
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Especial: Idus de Marzo<br />
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LA ROMAPEDIA TEMPUS<br />
Cayo Julio César<br />
Qué podemos decir del gran<br />
Julio César; cualquier aficionado<br />
a la Historia tiene una opinión<br />
formada de él, ya sea favorable o<br />
no, todos destacan que fue un<br />
personaje fundamental en el<br />
devenir histórico. No fue, en<br />
cambio, una persona realmente<br />
revolucionaria, y su carrera se<br />
asemeja en muchos aspectos a la<br />
de otros que le precedieron, lo<br />
que sí es cierto que él supo mejor<br />
que nadie aplicar la espada y la<br />
toga con perfecta armonía. Al<br />
contrario que otros antes que él,<br />
su poder se sustentaba en una<br />
perfecta mezcla de apoyo<br />
popular, firmes alianzas políticas<br />
y el siempre imprescindible<br />
ejército. No sabemos cual sería<br />
su plan de gobierno, pues<br />
relativamente poco tiempo<br />
después de acabar con los<br />
últimos focos de resistencia fue<br />
asesinado.<br />
Julio César es, casi con toda<br />
seguridad, el romano más famoso<br />
y posiblemente uno de los<br />
personajes históricos más<br />
conocidos. Sus hazañas, sus<br />
escritos y todo el halo que aún<br />
recubre parte de su vida lo nutren<br />
de un cierto romanticismo del<br />
que pocas personas aficionadas a<br />
la Historia pueden escapar. Una<br />
atracción que era conocida por<br />
sus contemporáneos que, desde<br />
joven, notaron en él un potencial<br />
increíble: famosa es la frase de<br />
Cornelio Sila, dictador de Roma<br />
que ordenó su muerte cuando aún<br />
no había iniciado una carrera<br />
política “en ese joven veo<br />
muchos Marios”. Esta capacidad<br />
y potencial empiezan a hacerse<br />
evidente siguiendo su carrera; el<br />
nombramiento como Pontifex<br />
Maximus, un cargo de una<br />
enorme autorictas, cuando acaba<br />
de empezar como quien dice el<br />
Cursum Honorum, muestran a las<br />
claras que Julio César sabía lo<br />
que buscaba y lo conseguía.<br />
Pero quizás donde mejor se labró<br />
una reputación que le valió la<br />
inmortalidad fue en los campos<br />
de batalla y no en los pasillos del<br />
Senado o en el Foro. Desde<br />
temprano, como solía hacer,<br />
sobresalió como un comandante<br />
capaz y valerosos, tocado por la<br />
Fortuna. Doblegó a las tribus<br />
galas demostrando una visión<br />
estratégica fuera de lo normal, y<br />
consiguió una victoria<br />
impensable contra Pompeyo en<br />
Farsalia cuando sus unidades<br />
eran sustancialmente inferiores.<br />
El propio Napoleón, tantísimo<br />
tiempo después, estudió con<br />
detenimiento las batallas de<br />
César, y aún hoy, en muchas<br />
academias militares de prestigio<br />
se estudian algunas de sus<br />
tácticas para la guerra moderna.<br />
Editorial<br />
Sin duda ha sido Julio César un<br />
personaje excepcional, no<br />
comparable a ninguno de los<br />
grandes líderes que se han<br />
sucedido en la Historia. A él, o<br />
más bien a su asesinato, le<br />
dedicamos este primer número<br />
especial, porque desde <strong>La</strong><br />
<strong>RomaPedia</strong> entendemos que su<br />
muerte supuso la ruptura<br />
definitiva y sin marcha atrás con<br />
la era republicana; se abre una<br />
nueva era que acabaría<br />
finalmente en el Principado.<br />
<strong>La</strong>nzamos este número en el que<br />
intentamos, a nuestra manera,<br />
contar las distintas posturas que<br />
había sobre el momento y el<br />
futuro de la Roma. Y para<br />
introducirnos mejor en el suceso,<br />
un hecho que no dejó indiferente<br />
a nadie en la capital del mundo,<br />
nos vemos a publicar dos<br />
crónicas, cada una aportando la<br />
visión que los dos principales<br />
bandos del Senado tenían.<br />
Esperamos que os guste este<br />
número especial, donde hemos<br />
intentado condensar en unas<br />
pocas páginas todo lo que supuso<br />
el asesinato del último dictador<br />
de la República y el comienzo de<br />
un ciclo que acabará con César<br />
Octavio en el poder. Una época<br />
fascinante donde la lucha por<br />
controlar Roma llegó a su punto<br />
álgido.<br />
Pag. II
Especial: Idus de Marzo<br />
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LA ROMAPEDIA TEMPUS<br />
Muere el Tirano<br />
Un grupo de Senadores dan muerte al Tirano<br />
El Pueblo muestra su apoyo a la República<br />
Glorioso Idus de Marzo en el cual<br />
un selecto grupo de valientes<br />
ciudadanos liberaron a la República<br />
del tirano Julio César. El lugar<br />
escogido no pudo ser más acertado y<br />
simbólico, bajo la mirada del<br />
general Pompeyo Magno, quien<br />
luchó por la libertad de la República<br />
cuando el ambicioso César lanzó a<br />
sus ejércitos contra Roma. Muere el<br />
cáncer de nuestra querida<br />
República, un líder demagogo que<br />
compraba el amor del pueblo con<br />
grandes dispendios a costas de las<br />
arcas públicas. Muere quien intentó<br />
destruir la República y vestir la<br />
corona de rey, Roma está a salvo de<br />
nuevo. Y tras la heroica acción, los<br />
salvadores de Roma salieron<br />
esgrimiendo los puñales que<br />
utilizaron para acabar con el mal<br />
que nos aquejaba a todos y nos<br />
quitaba la libertad como ciudadanos.<br />
Muere el autoproclamado dictador y<br />
la ciudad al fin respira tranquila,<br />
confiada en que por fin Roma<br />
recuperará las tradiciones y todo<br />
volverá a la normalidad, libre de<br />
tiranos y demagogos. Y es que<br />
ahora, con su líder muerto, las<br />
bandas de maleantes que antes<br />
pululaban por las calles de nuestra<br />
ciudad han huido, sabedoras que<br />
ahora serán perseguidos y que todo<br />
el peso de la ley caerá sobre ellos y<br />
que nadie intimidará a los tribunales<br />
para que absuelva a los<br />
malhechores. Ahora tendremos la<br />
República que nos merecemos, una<br />
ciudad de ciudadanos libres y<br />
cumplidores de la ley, respetuosos<br />
con las instituciones y temerosos de<br />
los dioses.<br />
El cadáver del tirano se quedó<br />
mucho tiempo donde estaba,<br />
rodeado de su propia sangre, hasta<br />
que unos esclavos públicos lo<br />
recogieron y lo llevaron a su casa.<br />
Esta soledad muestra el escaso<br />
apoyo que entre los senadores tenía<br />
realmente Julio César, murió solo,<br />
sin nadie que lo defendiera y su<br />
cuerpo inerte quedó abandonado en<br />
la misma sala donde encontró la<br />
muerte. Cuando llegó a su casa,<br />
<strong>Marco</strong> <strong>Antonio</strong>, su lugarteniente<br />
más destacado, aprovechó la<br />
ocasión de forma ruin para mostrar<br />
el cuerpo a una turba descerebrada y<br />
violenta que intentó sin éxito<br />
levantar a la ciudad contra los<br />
libertadores de Roma. Ante este<br />
fracaso, <strong>Marco</strong> <strong>Antonio</strong> apostó más<br />
fuerte, e hizo llamar a la legión XIII,<br />
la unidad militar preferida de Julio<br />
César para que participara en los<br />
funerales.<br />
Tras el debido velatorio y<br />
preparación del cadáver, los<br />
legionarios de la decimotercera<br />
tomaron el cuerpo del que fuera su<br />
líder, el que los obligó a marchar<br />
contra Roma tras su guerra ilegal en<br />
las Galias, y le prepararon una pira<br />
desproporcionada. Allí, a la vista de<br />
todo el pueblo, incineraron el<br />
cadáver del tirano, siguiendo la<br />
tradición romana. Algunos de los<br />
agitadores seguidores de Julio César<br />
lanzaron contra la pira todo aquello<br />
que tenían a mano, provocando un<br />
verdadero caos en el lugar que a<br />
punto estuvo de provocar un terrible<br />
incendio en la ciudad. Una vez<br />
acabado el funeral, la mayor parte<br />
de los ciudadanos marcharon a su<br />
casa, sin provocar altercados. En<br />
cambio, una minoría armada,<br />
posiblemente los restos de las<br />
anteriores bandas a sueldo de Julio<br />
César, intentaron provocar a los<br />
heroicos senadores que descansaban<br />
en sus hogares. Una acción<br />
desesperada que muestra un intento<br />
desesperado por controvertir la<br />
situación y volver a hacerse con el<br />
control de Roma por la fuerza.<br />
Se abre pues una nueva etapa en la<br />
República tras la muerte del tirano<br />
que intentó nombrarse rey de Roma.<br />
Los valientes senadores, héroes de<br />
la República, podrán devolver a<br />
Roma el camino que jamás debió<br />
abandonar, volver a las antiguas<br />
instituciones y reestablecer el orden<br />
que necesita la República. Muere el<br />
tirano, sobrevive la República.<br />
Pag. III
Especial: Idus de Marzo<br />
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LA ROMAPEDIA TEMPUS<br />
Roma, Huérfana<br />
Un grupo de senadores golpistas asesinan al<br />
legítimo dictador de Roma<br />
Negro Idus de Marzo. Terrible.<br />
Asaltado por un grupo de senadores<br />
que le entregaban un propuesta de<br />
ley, Cayo Julio Ceśar, Dictador de la<br />
República de Roma, fue apuñalado<br />
hasta la muerte por aquellos mismos<br />
senadores que juraron ante los<br />
dioses protegerlo. Un acto vil y<br />
rastrero de unos senadores indignos<br />
que con esta acción vuelven a los<br />
años de caos y anarquía que hasta la<br />
paz traída por Julio César había sido<br />
la tónica predominante en la<br />
República. Muere de forma<br />
repentina, en la curia que Cneo<br />
Pompeyo ordenó erigir junto a su<br />
teatro, aquel que fue capaz de<br />
devolver la estabilidad a Roma. Tras<br />
el atroz atentado, los conjurados<br />
salieron exultantes de la mancillada<br />
sala, con sus cuchillos<br />
ensangrentados al aire, rumbo a la<br />
casa de uno de ellos donde poder<br />
celebrar su deleznable hazaña.<br />
Roma está aturdida, el pueblo que<br />
tanto amaba a Julio César, se<br />
esconde en casa, temiendo un nuevo<br />
capítulo de violencia callejera que<br />
vuelva a regar con sangre de<br />
ciudadanos las calles de la ciudad.<br />
Sin duda, un miedo realista visto<br />
que los senadores han quebrantado<br />
las más sagradas tradiciones y leyes<br />
de Roma; mancillado un lugar<br />
sagrado como es la curia, lugar de<br />
reunión del Senado, y atacan a un<br />
ciudadano sacrosanto, que ostenta el<br />
cargo de Pontifex Maximus, y la<br />
Potestad Tribunicia. Sin duda, una<br />
alteración completa del Mos<br />
Maiorum de Roma y una<br />
vulneración directa de todas las<br />
leyes de la República.<br />
El cuerpo inerte del Dictador quedó<br />
tirado rodeado de un charco de su<br />
propia sangre a los pies de quien<br />
fuera su colega, Cneo Pompeyo.<br />
Nadie lo defendió del miserable<br />
ataque y se tardó mucho tiempo en<br />
trasladarlo a su casa, donde preparar<br />
el cadáver para velarlo antes de<br />
darle un funeral digno de un<br />
verdadero ciudadano romano que<br />
defendió la República hasta su<br />
último suspiro. Al tiempo, algunos<br />
esclavos públicos portaron el cuerpo<br />
sin vida de Julio César en su propia<br />
litera hasta la casa del Dictador,<br />
donde el médico pudo estudiar el<br />
cuerpo y confirmó que Julio César<br />
recibió hasta veintitrés puñaladas.<br />
Veintitrés puñaladas que fueron a<br />
parar al corazón mismo de la<br />
República.<br />
<strong>Marco</strong> <strong>Antonio</strong>, fiel colaborador de<br />
Julio César, acudió corriendo a la<br />
casa del difunto para ver con sus<br />
propios ojos la traición del vil grupo<br />
de senadores asesinos. Llevado por<br />
una profunda consternación, mostró<br />
al pueblo el cuerpo del dictador, lo<br />
que provocó que la ira del pueblo<br />
que acusó a los senadores<br />
conspiradores de asesinato. Tras<br />
estos acontecimientos, el cuerpo de<br />
Julio César fue convenientemente<br />
purificado y velado, como inicio de<br />
unos funerales dignos de los<br />
grandes ciudadanos.<br />
Y fueron, como no podía ser de otra<br />
manera, la legión XIII los<br />
encargados de organizar la pira<br />
donde serían quemados los restos<br />
mortales del dictador, como manda<br />
la tradición. Y el propio pueblo,<br />
indignado ante el brutal asesinato de<br />
su querido dictador, lanzó objetos a<br />
la pira para que esta fuera más<br />
grande, un fuego digno de un<br />
ciudadano ejemplar, y una<br />
demostración del amor que el<br />
pueblo tenía a Julio César. El miedo<br />
a los baños de sangre que en los<br />
primeros momentos tras el vil<br />
magnicidio recorrió las calles de<br />
Roma había dado paso a una ira de<br />
un pueblo herido hacia los<br />
senadores asesinos y sacrílegos, los<br />
cuales están escondidos.<br />
Se abre un nuevo periodo incierto<br />
en una Roma que acaba un negro<br />
Idus de Marzo huérfana de un padre<br />
que siempre se mostró generoso y<br />
clemente. Nadie puede saber qué<br />
pasará ahora, pero el pueblo quiere<br />
que los culpables de tan brutal<br />
asesinato paguen por sus crímenes<br />
contra los dioses y la propia<br />
República, un castigo de sangre.<br />
Pag. IIII
Especial: Idus de Marzo<br />
LA ROMAPEDIA TEMPUS<br />
Una Dura Decisión<br />
<strong>Marco</strong> <strong>Junio</strong> <strong>Bruto</strong><br />
Que amaba a César, no es<br />
mentira, no lo dudéis<br />
ciudadanos, pues él era para mi<br />
como un padre. Pero ante que<br />
todo soy romano y era Roma la<br />
que necesitaba de mi mano para<br />
ser salvada. En una dura decisión<br />
tuve que elegir entre una persona<br />
que quería y mi obligación como<br />
romano. Y opté por la salida más<br />
honorable, anteponiendo el bien<br />
común a mis sentimientos.<br />
¡Cómo me duele lo que hice! Los<br />
dioses eternos saben que mi<br />
mano fue conducida por mi amor<br />
a Roma, por la responsabilidad<br />
que tenía como senador de<br />
nuestra República. No me<br />
juzguéis ciudadanos como un<br />
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asesino, pues era mi obligación<br />
liberar la República de quien la<br />
estaba derribando.<br />
Julio César, que fue como un<br />
padre para mí, que me enseñó<br />
tantas cosas y cuya clemencia<br />
era casi legendaria, se estaba<br />
convirtiendo en un rey. No<br />
antedía a las súplicas que le<br />
hicimos los que más le<br />
queríamos, ni siquiera de mi<br />
boca aceptó consejo. Y pronto,<br />
los senadores nos preocupamos<br />
por la deriva de Julio César, más<br />
cercano a un tirano oriental que a<br />
un magistrado legítimo de Roma.<br />
Ante mis ojos asombrados veía<br />
como una y otra vez abusaba de<br />
su poder, rompía el equilibrio en<br />
Roma e ignoraba<br />
conscientemente las costumbres<br />
de nuestra amada República.<br />
¿Por qué no me habría<br />
escuchado? ¿Por qué no quiso<br />
hacerlo? ¡Oh, Júpiter! Todo esto<br />
se podría haber evitado si él<br />
hubiese entrado en razón.<br />
Su cuerpo será incinerado, como<br />
es nuestra costumbre, pero su<br />
recuerdo permanecerá en nuestra<br />
memoria durante generaciones,<br />
el recuerdo de un general<br />
victorioso, de orador sin igual,<br />
no el recuerdo de un Tirano. Será<br />
ese Julio César que amaba a sus<br />
amigos y era temido por sus<br />
enemigos. No este Julio César<br />
<strong>Marco</strong> <strong>Junio</strong> <strong>Bruto</strong><br />
que ansiaba la corona, que<br />
buscaba de amantes entre las<br />
cortes de oriente. No, Julio<br />
César el tirano debe olvidarse, y<br />
quedarnos con el recuerdo de<br />
Julio César el ciudadano<br />
ejemplar y el comandante<br />
brillante que tantas batallas ganó<br />
para orgullo de la República.<br />
Y ahora me presento ante<br />
vosotros, ciudadanos, con el<br />
pulso aún tembloroso y el<br />
corazón roto por el dolor, pero<br />
con la cabeza alta, pues he<br />
cumplido con mi obligación<br />
como ciudadano y como<br />
senador. Cumplir el deber es la<br />
única forma de honrar al Julio<br />
César que conocí y no en quien<br />
se había convertido: honrar a<br />
quien fue como mi padre, y<br />
cumplir con mis antepasados;<br />
pues fuimos nosotros, los <strong>Junio</strong><br />
<strong>Bruto</strong>, quienes expulsamos al<br />
último rey de Roma. Sería una<br />
vergüenza para mí y mi familia<br />
que mientras un <strong>Junio</strong> <strong>Bruto</strong><br />
viva, se permita un rey en Roma.<br />
¡Que los dioses inmortales lo<br />
acojan como el ciudadano<br />
valeroso que fue! ¡Que Plutón,<br />
señor del inframundo, lo reciba<br />
en su mesa!<br />
¡Adiós querido padre!<br />
¡Hasta nunca odioso tirano!<br />
Pag. V
Especial: Idus de Marzo<br />
LA ROMAPEDIA TEMPUS<br />
Por el bien de Roma<br />
Muere el último de los<br />
dictadores de nuestra querida<br />
República, a manos de unos<br />
patriotas preocupados por el<br />
devenir de Roma. No es una<br />
acción loable, pues el suelo de<br />
nuestra Curia ha quedado<br />
mancillado con la sangre de un<br />
sacrosanto hombre al que dioses<br />
y leyes protegían. Pero no es el<br />
momento de iniciar disputas<br />
internas, ni de venganzas que<br />
llevarían a Roma al colapso.<br />
Debemos cerrar filas tras el<br />
terrible capítulo y pensar en el<br />
bien de la República, pues como<br />
senadores es nuestra obligación<br />
cuidar de Roma. Julio César que<br />
tanto ha hecho por Roma ahora<br />
está muerto, e iniciar una guerra<br />
interna no le devolverá la vida y<br />
solo hará que nuestros enemigos<br />
nos vean como un pueblo<br />
desunido y aproveche para<br />
atacarnos.<br />
¡Oh, dioses, cuán difícil es<br />
decidir entre el bien y lo<br />
correcto! Pues ninguno de<br />
nosotros, padres conscriptos, es<br />
capaz de ver la complejidad de<br />
los problemas que aquejan a esta<br />
nuestra República sin la ayuda<br />
de la visión de nuestros pares.<br />
Julio César, que los dioses lo<br />
acojan entre ellos, no siempre se<br />
guió como de un magistrado de<br />
Roma se espera, ni quiso<br />
escuchar los consejos y<br />
recomendaciones que, desde<br />
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nuestros bancos del Senado, le<br />
hacíamos llegar, buscando el<br />
bien de la República. Y él,<br />
persona de inteligencia brillante,<br />
quiso buscar el bien de Roma<br />
por sí mismo, buscando entre sus<br />
ideas las mejores soluciones para<br />
los problemas con los que él, y<br />
solo él, entendían que eran<br />
necesario acabar. Pero no se dejó<br />
llevar por los sentimientos<br />
personales, ni impuso una tiranía<br />
a la manera oriental. Su<br />
clemencia es legendaria y<br />
muchos de los que hoy<br />
ocupamos el Senado le estamos<br />
agradecidos de cómo manejó la<br />
paz.<br />
Muere un gran ciudadano, un<br />
buen senador y un brillante<br />
comandante. Muere a manos de<br />
otros grandes ciudadanos y<br />
buenos senadores, que<br />
<strong>Marco</strong> <strong>Tulio</strong> Cicerón<br />
entendieron su deber acabar con<br />
la vida de un dictador del que<br />
temían quisiera convertirse en<br />
rey. ¿Y no es el deber patriótico<br />
lo que buscamos en los<br />
miembros de nuestro sagrado<br />
Senado? Actuaron movidos por<br />
lo que entendieron su<br />
obligación, no por la sed de<br />
venganza o poder, como prueba<br />
que nadie más resultó dañado.<br />
Una operación desagradable,<br />
pero que entendieron necesaria.<br />
Claman muchos, ahora,<br />
venganza por la muerte de Julio<br />
César, y sus corazones lloran por<br />
la pérdida de tan querida<br />
persona, y yo les pido que sean<br />
clementes, pues el propio Julio<br />
César lo había sido.<br />
No es momento para iniciar<br />
guerras, ni revanchas o<br />
venganzas. Es el momento de<br />
unirnos en el dolor por tan<br />
temible pérdida, para devolver a<br />
la República las leyes ordinarias.<br />
Roma ya ha sufrido muchos<br />
tiranos, dictadores y guerras, el<br />
Pueblo no aguantará un nuevo<br />
enfrentamiento. Y mantener la<br />
paz está en nuestras manos, pues<br />
somos los garantes de la<br />
legalidad de la República.<br />
Enterrar los conflictos internos,<br />
llorar la pérdida de tan valeroso<br />
comandante y mostrarse fuerte y<br />
unidos frente a nuestros<br />
enemigos debe ser los pasos a<br />
seguir ahora.<br />
Pag. VI
Especial: Idus de Marzo<br />
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LA ROMAPEDIA TEMPUS<br />
Traición a Roma<br />
<strong>Marco</strong> <strong>Antonio</strong><br />
Vergüenza en el Senado.<br />
Asesinos con toga que mancillan<br />
el sagrado nombre de la<br />
República con la muerte de aquel<br />
que la había salvado, y cuya<br />
clemencia infinita permitió que<br />
aquellos que hoy esgrimen al aire<br />
los puñales ensangrentados se<br />
volvieran sentar en el glorioso<br />
Senado. ¡Que los dioses<br />
infernales los lleven a todos!<br />
Sucias ratas que aprovecharon la<br />
paz para cometer el más<br />
sacrílego de los asesinatos, la<br />
muerte de nuestro Pontifex<br />
Maximus, y nada más y nada<br />
menos que en la Curia del<br />
Senado ¿Hasta dónde llegará la<br />
perversión de estos indignos<br />
ciudadanos? ¿Cuánto más<br />
estaremos dispuestos a soportar<br />
que alteren el equilibrio de la<br />
República de manera ilegal? No<br />
lo vamos a permitir, pues la<br />
salvación de la República está en<br />
nuestras manos como nos<br />
demostró el gran Julio César.<br />
No debemos descansar<br />
hasta que el último de los<br />
asesinos pague por su crimen<br />
contra la República y contra los<br />
dioses, pues no seríamos<br />
romanos de verdad si no<br />
castigamos esta afrenta. Si no lo<br />
hacemos los dioses serán testigos<br />
de nuestra deshonra y nuestros<br />
enemigos conocerán que el<br />
Pueblo Romano ya no puede<br />
gobernarse. Morirán como<br />
traidores, arrojados de la Roca<br />
Tarpeya, como los de su calaña,<br />
yo mismo estoy dispuesto a<br />
lanzar uno a uno a cada maldito<br />
asesino con mis propias manos.<br />
Pero no seré yo solo, lo sé, el<br />
Pueblo de Roma que tanto ha<br />
amado a Julio César, sabrá que<br />
estas palabras son justas, y el<br />
castigo del crimen necesario.<br />
Porque el Pueblo ama a<br />
César tanto o más que César<br />
amaba al Pueblo. Y será el<br />
Pueblo, como siempre ha sido,<br />
quien castigue a los culpables de<br />
tal barbaridad. ¿Libertadores?<br />
Son ellos quienes quieren<br />
imponer una tiranía, la del<br />
Senado sobre el Pueblo. Sólo<br />
buscan el poder y no quieren el<br />
beneficio de nuestra querida<br />
República. Están tan cegados por<br />
su egoísmo que apenas ven que<br />
su lamentable acción sólo ha<br />
conseguido desenmascararlos<br />
frente a toda Roma. Y la visión<br />
de sus verdaderos rostros ha sido<br />
peor que mirar los ojos de la<br />
mismísima Gorgona. Caras de<br />
envidia, de frustración y<br />
mezquindad que sólo muestran el<br />
nivel de putrefacción de las<br />
otrora prestigiosas familias que<br />
ocupan los bancos del Senado.<br />
Yo mismo he sentido la<br />
amenaza de estos supuestos<br />
libertadores. Yo, un legítimo<br />
cónsul de Roma tuve que huir de<br />
esta ciudad porque sentía que los<br />
mismos cuchillos que arrancaron<br />
la vida de nuestro amadísimo<br />
Dictador apuntaban hacia mí. ¿Y<br />
cuál era mi delito? ¿Era acaso<br />
amar tanto al Pueblo como lo<br />
hacía Julio César? ¿O es más<br />
bien haber servido a Roma con<br />
la más sincera de las<br />
dedicaciones? Y tras un tiempo<br />
vuelvo a mi ciudad, a Roma, con<br />
mi gente, animado por mis<br />
amigos y por el amor del Pueblo,<br />
a seguir defendiendo el legado<br />
de César, pues es mi obligación<br />
como cónsul y como romano<br />
auténtico. Y es mi obligación<br />
perseguir a esas ratas que<br />
conspiraron y asesinaron a Julio<br />
César, porque su recuerdo<br />
pervivirá por siempre en<br />
nuestros corazones y la justicia<br />
es nuestra obligación.<br />
¿Qué vamos a hacer<br />
ciudadanos? ¿Quiénes se unen a<br />
mí para hacer justicia? ¿Quién<br />
defenderá mejor a Julio César<br />
que nosotros, los que lo<br />
amamos? No habrá descanso en<br />
Roma ni en ningún rincón del<br />
mundo donde la justicia de las<br />
leyes de Roma no llegue. ¡Que<br />
los enemigos de la República se<br />
preparen para que toda la ira de<br />
Roma caiga sobre ellos!<br />
Pag. VII
Especial: Idus de Marzo<br />
LA ROMAPEDIA TEMPUS<br />
Opinión Meus Anguluus.... Cayo Bibulo Presco<br />
Estos Idus de Marzo serán<br />
recordados por toda la eternidad.<br />
Roma ya no volverá a ser jamás<br />
lo que fue, aunque ahora no<br />
podamos ver en qué nos<br />
convertiremos. Casio Longino,<br />
para mí verdadero impulsor de la<br />
conspiración, junto con otros<br />
senadores habían planeado el<br />
asesinato de César, y entendían<br />
que tras esta, para ellos heroica,<br />
acción, el pueblo les aplaudiría.<br />
Pero nada de eso sucedió, el<br />
pueblo quiere a Julio César, pues<br />
fue él quien siguió giró su<br />
política alrededor de ellos. Con<br />
el sabor agridulce, este grupo de<br />
senadores se han refugiado en su<br />
casa para decidir cuales serán los<br />
pasos a seguir una vez eliminado<br />
al dictador. Este hecho insólito<br />
solo puede significar que la<br />
planificación fue un fracaso,<br />
aunque muestra claramente cual<br />
es la forma de pensar de los<br />
conspiradores y a quien acusaban<br />
de todos los males que aquejaban<br />
a la República.<br />
¡Ay, la República! ¿Acaso queda<br />
algo de ella hoy en día? ¿Es<br />
posible imaginarnos a Apio<br />
Créditos<br />
Claudio el Ciego apoyando la<br />
utilización de cuchillos en el<br />
Senado? No, la República ya<br />
pasó sus años gloriosos, y ahora<br />
debemos decidir qué tipo de<br />
nueva República queremos. Es el<br />
momento de respirar, analizar y<br />
concretar unas líneas básicas de<br />
lo que sin duda será algo<br />
totalmente nuevo, impensable<br />
hace un siglo en la propia Roma.<br />
Y en esta decisión es la que<br />
pretenden decidir los<br />
conspiradores, casi de<br />
improvisación, pues el plan lo<br />
necesita Roma para ahora<br />
mismo. Sin duda <strong>Marco</strong> <strong>Antonio</strong><br />
entrará en las negociaciones, que<br />
haya sobrevivido al ataque contra<br />
Julio César muestra que el<br />
objetivo no era acabar con el<br />
bando cesariano, solo con su<br />
líder. Igual que estarán Aulo<br />
Hircio, amigo personal del<br />
dictador y hombre de confianza,<br />
cuyo peso político no es para<br />
nada despreciable.<br />
Sin embargo, no creo que sea<br />
justo hacer un boceto de la<br />
situación tras el asesinato de<br />
Julio César sin nombrar a<br />
Octavio, que por testamento se<br />
convierte en hijo del difunto<br />
dictador con el nombre de Cayo<br />
Julio César Octaviano. Aunque<br />
es joven, en un futuro, cuando<br />
tenga la edad necesaria, su<br />
importancia en el juego político<br />
será crucial en el devenir de<br />
Roma. Aunque nunca se sabe, y<br />
al igual que su padre, su carrera<br />
política comienza mucho antes<br />
de lo esperado. Sin duda,<br />
cualidades tiene y es conocida en<br />
toda Roma su capacidad de<br />
análisis y sus juicios muy<br />
acertados sobre asuntos de<br />
política. Habrá que vigilarlo de<br />
cerca.<br />
En definitiva, el asesinato de<br />
César abre en Roma una época<br />
convulsa cuyo fin todavía no<br />
vemos. Lo que si parece seguro<br />
es que el plan original de los<br />
conspiradores de volver a la<br />
República de nuestros padres – o<br />
mejor dicho, de nuestros abuelos<br />
– es imposible pues Roma ha<br />
cambiado mucho y el mundo que<br />
controla ha crecido de manera<br />
exponencial. <strong>La</strong> República huele<br />
más a guerra que a leyes.<br />
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