Proposition de commentaire : Cuando Ana miró dentro de la fosa

Proposition de commentaire : Cuando Ana miró dentro de la fosa
Introducción
Este artículo de prensa fue publicado en El País el 24 de septiembre de 2007 pocos días antes de la aprobación por
los diputados españoles de la Ley para la Memoria Histórica. Algunos meses después de su llegada al poder en 2004,
el Presidente de Gobierno socialista, José Luis Rodríguez Zapatero, expresó su deseo de implementar una ley que
reconociera a las víctimas de los crímenes cometidos durante la Guerra Civil y el franquismo, y buscara su
"rehabilitación moral y jurídica". Se abrió un debate público y político animado ya que la oposición alegaba que
volvía a abrir viejas heridas del pasado. Cabe recordar que fue votada el 15 de octubre de 1977 una Ley de Amnistía
sobre los crímenes cometidos durante ese periodo de la historia española. Parecía ser el mejor medio de revocar y
borrar la existencia de Franco, de su régimen totalitario y de sus numerosos crímenes. Consistía en negarle cualquier
legitimidad, romper con el pasado y favorecer así la reconciliación y la convivencia del pueblo y el camino hacia la
democracia.
Finalmente, después de largas discusiones y gracias a algunos compromisos, el 28 de octubre de 2007, el Congreso de
los Diputados aprobó “la Ley por la que se reconocen y amplían derechos y se establecen medidas a favor de quienes
padecieron persecución o violencia durante la Guerra Civil y la dictadura, comúnmente conocida como "Ley para la
Memoria Histórica". El día 10 de diciembre, fue aprobada en el Senado.
Este artículo de El País se enfoca en dos familias, más precisamente en las de Ana González y Josefa Ortiz, dos
ancianas que ofrecen hoy en día su testimonio sobre lo que pasó en su pueblo de la provincia de Málaga los 14 y 15 de
febrero de 1937, en plena Guerra Civil. Aquellos días, eran niñas de 8 y 3 años.
Sería interesante saber en qué medida nos invita este artículo a reflexionar sobre la necesidad y la importancia de
una Ley para la Memoria.
Primero presentaremos y comentaremos la violencia de la guerra.
Luego analizaremos el trauma que sufrieron en su niñez Ana y Josefa.
Por último estudiaremos el trauma que siguen sufriendo hoy en día ambas ancianas.
La violencia de la guerra
Ya basta con leer el título “Cuando Ana miró dentro de la fosa” para vaticinar la tonalidad del artículo. Se
comprueban nuestras primeras impresiones con la primera frase: “San Valentín es desde hace 70 años una fecha de
infausto recuerdo en Villanueva del Rosario.” Ya sentimos la desgracia cundir por este pueblo malagueño. El
periodista no tarda en darnos la explicación: “La madrugada del 14 de febrero de 1937, en una cuneta, un hombre
llamado José, o Lucas, tal vez Antonio, recibió al menos cuatro impactos de bala.” Nos sumimos en plena Guerra
Civil y nos enteramos de la muerte de un hombre, tirado en una cuneta. A través de la fingida vacilación del autor en
revelarnos su identidad y de la enumeración de tres nombres, entendemos que quiere no sólo recalcar el anonimato y
el número de víctimas sino también recordar a los lectores que cualquiera hubiera podido ser víctima. Luego nos da
más detalles poniendo así el énfasis en la violencia de la muerte del desconocido: “Uno le fracturó el fémur; otro la
tibia. Dos se quedaron alojados en la espalda.” Cabe señalar que los dos últimos impactos de bala revelan que este
hombre estaba de espaldas, sin ninguna duda huyendo y no constituía un peligro. Ya entendemos que fue una víctima
inocente. Se acentúa luego la atrocidad de los verdugos que no manifestaron el menor asomo de consideración ni de
respeto por el difunto: “Su cuerpo rodó desde una altura de tres metros hasta que cayó en una fosa.” Y alcanzamos el
clímax de la gradación en las frases siguientes: “Apenas si había espacio para tres personas, pero los verdugos
depositaron allí 11 cadáveres. La exhumación de sus restos ha mostrado el ensañamiento de aquellos falangistas que
ametrallaron a diez militantes de UGT y al dueño de una cooperativa de un pueblo vecino.” Por fin nos presenta el
periodista el contexto y nos revela algo más sobre la identidad de los verdugos y de las víctimas: franquistas mataron
a sindicalistas, combatientes de la República española tras “[llevarlos] una semana encerrados en el Ayuntamiento a la
espera de un supuesto juicio.” Así nos enteramos de la arbitrariedad de los fusilamientos y ejecuciones llevados a cabo
por los nacionales. Los opositores a los franquistas eran matados y se les negaba el derecho a ser juzgados. El
periodista no vacila tampoco en relevar los testimonios de los arqueólogos que hoy en día trabajan en la exhumación
de los cuerpos de las víctimas: la gran profusión de detalles y la precisión con la que relatan “esta sangrienta escena”
revelan la crueldad y el furor de los asesinos despertando así el horror en los lectores. Se habla de “aparición de
huesos en posiciones imposibles”, se nos dice que “los empujaron hasta que cupiesen todos en la fosa; hay huesos con
síntomas de haber sido aplastados”, y que “lo importante era meterlos, daba igual cómo.” Por la ausencia de juicio y
por los métodos empleados para enterrar -o hacer desaparecer- los cuerpos en las fosas, notamos toda la falta de
consideración y de respeto de los franquistas hacia las víctimas. Les trataban peor que animales.
Además de eso cabe recalcar el ambiente que reinaba en aquel entonces: el miedo se apoderaba de todos los vecinos.
Al día siguiente de la ejecución de los sindicalistas, nos cuenta Ana que al pasear con su abuela, ésta se sirvió de ella

“para que confirmase los peores presagios” dado que “algo le decía a la anciana que […] estaba su hijo Francisco” en
una de esas fosas. Al llegar a este lugar, quiso que fuera su nieta quien le describiera lo que veía porque “tenía miedo
a que alguien del pueblo la viese husmeando”. Pero “sabía que a una niña no le iban a hacer nada.”
El trauma que sufrieron Ana y Josefa
Pero Ana también tenía miedo. A pesar de todo obedeció las órdenes de su abuela ya que ésta “le prometió que […] le
compraría unas alpargatas.” Seducida por la promesa puesto que “iba a ser [su] primer calzado”, Ana se acercó y vio
algo horrible: “un montón de piedras puestas de cualquier manera del que sobresalían brazos, piernas, un cinturón…
algo terrible para cualquier persona, pero más para una niña.” Y su reacción no se hizo esperar: “aturdida por la
escena, se apartó y empezó a vomitar”. Ana acababa pues de descubrir la fosa donde yacía su papá Francisco, y con
él, otros cuerpos. Y luego siguió el calvario para la niña. Por la tarde, “la abuela llevó a Ana a distintas casas para que
contase lo que había visto […] hasta que en una dio en el clavo”: anunció a la abuela de Josefa Ortiz la muerte de su
hijo José.
Y Josefa nos cuenta que a pesar de su edad, apenas tres años, “empezó a palpar el dolor en su casa.” Sería falso decir
que Josefa se acuerda con pelos y señales de la tragedia. Pero lo que empezó a vivir la niña fue “una triste rutina
nocturna”: necesitaba ver a su padre y “le pedía a [su] familia que no cerrasen la puerta de la casa ni del corral porque
[su] padre tenía que volver y [ella] quería verlo.” Bien se nota el trauma sufrido por Josefa y “la confusión [que] la
acompañó toda su niñez”. Por ser demasiado joven no entendía por qué no volvía su papá y sin embargo necesitaba
verlo. Además, es de suponer que nadie se atrevía a decirle o explicarle que había muerto. Sin embargo, su mamá
decidió que cambiara “los vestidos floridos, que tanto le gustaban a su padre”, por vestidos negros. Vestir de luto tan
joven y vivir tal trauma y tal confusión hicieron que cayera enferma, sin duda depresiva. Afortunadamente, el médico
exigió que volviera a vestir vestidos coloridos.
El trauma que siguen sufriendo hoy en día Ana y Josefa
Pero ni Ana ni Josefa han podido olvidar la tragedia que vivieron hace setenta años. Cuando nos relata la escena que
vivió la madrugada del 15 de febrero Ana no olvida ningún detalle. Nos lo cuenta todo como si todavía lo estuviera
viviendo. Se nota a través del empleo del estilo directo “Anda hija, acércate y mira a ver qué hay ahí” / “No quiero,
tengo miedo” que vuelve a vivir la escena de aquel día “infausto”. Lo comprobamos también en su gesto o en el tono
de su voz a lo largo de su relato: “[…] rememora con una sonrisa entrañable de oreja a oreja” o “Su gesto cambia
cuando se le pregunta lo que vio al asomarse a la cuneta. Agacha la cabeza y con voz baja, relata…”, como si siguiera
teniendo miedo o como si la emoción le impidiera hablar más alto. Bien se nota que se ha pasado la vida pensando en
aquel día y ha aprendido a perdonar a su abuela que la forzó a mirar en la fosa. Dice: “con el tiempo me he dado
cuenta de que me utilizó para que confirmase los peores presagios […] no le guardo rencor.”
Como Ana, Josefa tampoco ha podido olvidar. Aún hoy en día “le cuesta asimilar que su padre, al que apenas llegó a
conocer, falleció hace 70 años.” Lo prueba el hecho de escribirle y mandarle cartas desde el día en que aprendió a leer
y a escribir (hace sólo tres años). Aunque reconoce “con lágrimas en los ojos” que son “cartas al aire” necesita hacer
eso puesto que “no [se hará] a la idea por completo [de su muerte] hasta que no [le] entreguen sus huesos, hasta que
no pueda enterrarlo en un lugar a donde pueda llevarle flores”. Setenta años después de su muerte, Josefa no ha
podido hacer el duelo de su padre ya que nunca ha visto su cuerpo, nunca ha podido enterrarlo y no sabe en qué lugar
recogerse para honrar su memoria. Sigue viviendo en la incertidumbre y en la esperanza, sin duda absurda, de la
vuelta de su padre. Pero se negará a aceptar la realidad mientras no la hayan reconocido como una verdadera víctima.
Josefa no está dispuesta a olvidar su pasado y ha decidido “escribir un libro sobre su niñez en la posguerra para
regalárselo a sus nietos”. Este trabajo de escritura la ayudará sin ninguna duda a combatir su trauma pero nace
también de su deseo de transmitir a sus nietos lo que vivió para que conozcan su historia familiar y nunca olviden la
historia de su país.
Conclusión
Por todo eso bien se ve que era necesaria esta Ley de Memoria para reconocer a todas las víctimas aunque volvió a
abrir viejas heridas. No es posible pasar página: el olvido oficial no hará desaparecer el recuerdo de las víctimas ni
borrará los pasados traumáticos. El futuro de la memoria pasa por transmitir esas experiencias de violencia política y
de violación de los derechos humanos. Con una ley, la memoria adquiere una discusión pública sin precedentes y el
pasado se convierte en una lección para el presente y el futuro. El Estado tiene que asumir el pasado de la Nación y
reconocer a las víctimas. Con esta ley se les concede un reconocimiento indispensable para que puedan seguir
viviendo y quizás perdonar a sus verdugos. Reconocer a las víctimas es admitir al mismo tiempo la existencia de
crímenes y la responsabilidad de los verdugos. Así se pretende reparar los daños no sólo físicos sino también morales
que tuvieron que aguantar durante tantos años.