POLLO ATERRADOR 1.- Un campo apacible. A lo ... - Obras de Teatro

Pollo Aterrador Pablo Liñares 

POLLO ATERRADOR 

1.- 

Un campo apacible. A lo lejos, una casita y unos árboles. El pasto es verde, el cielo es 

azul. Una vaca come pasto, muy pero muy sosegadamente. 

(Llega un pollo a la carrera, muy agitado.) 

Rufina: ¿Qué le pasa, amigo? 

Agustín: Me escapé del gallinero 

Rufina: ¿No me diga? 

Agustín: Me iban a matar. No ahora, eh. No sé cuándo. Un día de estos. Pero el pánico 

me pudo. 

Rufina: Asunto grave el suyo. ¿Y cómo hizo? 

Agustín: Esperé a que vinieran a traer la comida y cuando el cuidador abrió la puerta le 

pasé por entre las piernas. 

Rufina: ¡Qué ingenio! 

Agustín: Sí, pero ahora viene la parte más difícil. 

Rufina: Y, claro, me imagino. Cualquiera que lo vea por ahí lo va a interpretar como un 

producto gastronómico y lo va querer hacer a la cacerola. 

Agustín: A lo mejor hay algún lugar donde los pollos podamos vivir en paz. ¿Cuál es su 

nombre? 

Rufina: Rufina Aberdinangus. 

Agustín: ¡Tiene apellido y todo! 

Rufina: Sí, señor. Y usted, ¿Cómo se llama? 

Agustín: Agustín, a secas. O Agustín El Pollo, si prefiere. 

Rufina: Mire, Agustín, yo le recomendaría lo siguiente, a ver qué le parece este plan: 

Hoy viene el veterinario a darme la vacuna. Viene en una motito que tiene una caja 

atrás, donde guarda los remedios. Entonces, mientras el veterinario me está dando la 

vacuna, usted, que va a estar dando vueltas por ahí, haciéndose el opa, se mete 

disimuladamente adentro de la caja. Y después sale allá, en la veterinaria. Ahí seguro 

que lo van a tratar bien. 

Agustín: ¡Buena idea! 

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(Llega Arcadio, un gallo.) 

Arcadio: Mucho gusto, señora vaca. Arcadio, para servirle. 

Rufina: Encantada. Rufina Aberdinangus. 

Arcadio: Disculpe un segundo. ¡Agustín! ¡¿Qué hacés acá?! ¡No te das cuenta de que 

nos comprometés a todos! 

Agustín: No pienso volver. Me voy a vivir a una veterinaria. 

Arcadio: Ah, ¡Mirá vos! A una veterinaria. ¿Y los demás? ¿No pensás en los que nos 

puede pasar al resto? Van a tomar represalias. Nos van a torturar. 

Agustín: Lo lamento... 

Arcadio: ¡¿Usted escuchó lo mismo que yo, señora Rufina?! ¡Dice que lo lamenta! ¡Qué 

desconsiderado! 

Rufina: ¿Usted es el papá de él? 

Arcadio: Es muy probable, sí. 

Rufina: Tenga en cuenta que el pobre está muy asustado. No quiere que se lo coman. 

Arcadio: Y a usted, por ejemplo, ¿No la van a llevar algún día al matadero? 

Rufina: Y, sí, seguramente. 

Arcadio: Sin embargo, yo no la veo que ande haciendo locuras por ahí. 

Rufina; Y, no. 

(Silencio.) 

Arcadio: Agustín, volvé para el gallinero. 

Agustín: No. 

Rufina: Una pregunta, Arcadio: ¿Usted cómo salió? 

Arcadio: Con mucha práctica, desarrollé un vuelo corto, que me permite pasar por 

encima del alambrado. 

Rufina: ¡Qué talento! 

Arcadio: Agustín, haceme el favor, entrá en razones. 

Agustín: El que no razona sos vos. 



Arcadio: Bueno, si esa es tu postura, ¿Qué se le va a hacer? Pero después aguantate las 

consecuencias. 

(Silencio.) 

Arcadio: ¿No vas a venir? 

Agustín: No. 

Arcadio: Entonces, me voy. Chau. 

Agustín: Chau. 

(Sale Arcadio.) 

Rufina: Pobre. Bueno, pero usted sabrá lo que hace. 

Agustín: Es que aunque quisiera, no podría volver a entrar al gallinero. Yo no vuelo. 

(Llega Tancredo, un chancho.) 

Tancredo: Buenas tardes. Se anda corriendo la bolilla de que un pollo se escapó del 

gallinero. A que es usted. 

Rufina: ¿Y usted? ¿Qué hace paseando por afuera del chiquero? 

Tancredo: ¿Cómo le va, Rufina? Nos largaron para hacer una limpieza. Después nos 

van a poner comida para que volvamos a entrar. 

Agustín: Por favor, no le diga a nadie que me vio. 

Tancredo: Descuide, que yo no soy ningún alcahuete. ¿Y qué va a hacer ahora? 

Agustín: Me voy a fugar escondido en la moto del veterinario. 

Tancredo: ¡Qué buen plan! ¿Se le ocurrió a usted? 

Agustín: No, a Rufina. 

Rufina: Hoy me vienen a dar la pichicata. 

Tancredo: A mí me vendría bien un antiparasitario. 

Rufina: No se preocupe, ya le va a tocar. 

Tancredo: Esperemos. 

Agustín: ¿Ustedes se dejan vacunar así como así? 

Tancredo: Sí, ¿Qué tiene? 



Agustín: ¿No se dan cuenta de que el fin de todo esto es convertirnos en comida? 

Tancredo: Qué se le va a hacer. Es el devenir de los animales de granja. Yo, por 

ejemplo, lo más probable es que termine siendo un exquisito chacinado. 

Agustín: Yo tenía un amigo: Marianito. Hace un tiempo, se lo llevaron para la cocina y 

lo convirtieron en escabeche. Ahí fue cuando me dije: “El próximo puedo ser yo.” 

Tancredo: ¡Qué pesimista que es usted! Pero, bueno, cada uno atiende sus negocios 

como mejor le parece. Me voy a revolver un poco la basura. Aunque después me pegan 

con un palo en lomo. Pero no duele mucho. 

(Sale Tancredo. Llega Arcadio.) 

Arcadio: No pude entrar al gallinero. Tengo viento en contra. 

Rufina: ¡Qué contrariedad! ¡Valga la redundancia! ¿Por qué no prueba de entrar por el 

lado que tenga viento a favor? 

Arcadio: Porque por ahí, el alambrado es más alto. Es un asunto milimétrico. No es así 

nomás. Espero que no me vea nadie acá afuera. Todo por salir a buscarlo a éste. No me 

van a hacer nada, porque soy un gallo reproductor, ¿Sabe? Pero igual queda mal. 

Rufina: Me imagino. 

Arcadio: Ya sé lo que podemos hacer. Vamos con el cuidador, agachás la cabeza, le 

picoteas un poquito los zapatos, como disculpándote. Y yo quedo como el valiente que 

salió a buscar al descarriado. 

Agustín: No. 

Arcadio: ¡¿Cómo que no?! ¡Pero, si serás cabeza dura! 

Agustín: Me voy a vivir a la veterinaria. Hasta es posible que algún día alguien me 

adopte como mascota. 

Arcadio: Yo no sé a quién saliste tan retorcido. A tu madre seguro. ¿Qué se hace con un 

hijo así, Doña Rufina? Dele algún consejo, usted que es inteligente. 

Rufina: No, qué voy a ser. 

Agustín: Vos lo que querés, es que termine convertido en escabeche, como Marianito. 

Arcadio: Marianito. Qué buenito que era ese pollo. Venían a traer la comida y todos se 

tiraban uno encima del otro como desesperados. Se llenaban el buche a más no poder. 

Éste también. No sé por qué, si viven con la panza repleta. Pero Marianito, en cambio, 

esperaba, tranquilo, paciente. Y cuando todos terminaban y no quedaban más que dos 

semillitas partidas por la mitad, él iba y se comía las dos semillitas partidas por la mitad. 

Y yo le decía: “Pero, che, Marianito, ¿No te quedaste con hambre?” Y él me contestaba: 



“No se preocupe Don Arcadio, yo con dos semillitas ya me arreglo, si soy de estomago 

chico.” 

Rufina: Pare, que me va a hacer llorar. 

Arcadio: Bueno, y así fue que se lo llevaron, también. Por comer poco. Como veían que 

no iba a durar mucho más y consideraron que debía ser un bicho de carne dura, se tomó 

la decisión de hacerlo al escabeche. Y él aceptó su destino con dignidad. 

Rufina: Pobre. ¿Y usted qué come? 

Arcadio: A mí me dan un alimento especial, aparte. Uno que tiene vitaminas de toda 

clase. Porque yo tengo que hacer mucho ejercicio. Soy un gallo reproductor. 

(Llega Tancredo. Tiene marcas de palazos en el lomo.) 

Tancredo: Ya me rajaron. No duré nada. Lastima, porque había unos vasitos de yogur 

que deberían estar riquísimos. Con lo que a mí me gustan esas cosas. Otra vez será. 

Arcadio: ¿Cómo anda, amigazo? 

Tancredo: ¡Arcadio! No lo había visto. ¿Qué se cuenta? ¿A usted también lo largaron 

para hacer limpieza? 

Arcadio: No, ¿qué limpieza? Salí a buscarlo a éste, que se le metió que se quiere escapar 

y que se va a escapar y que se tiene que escapar y sabe cómo me tiene. 

Tancredo: Bueno, pero a la juventud hay que entenderla. Téngale un poco de paciencia. 

Arcadio: Más paciencia de la que le tengo… 

Tancredo: ¿Sabe qué? Me enteré de una cosa. 

(Tancredo hace una pausa. Pone cara de tarado. Intenta crear expectativa.) 

Arcadio (Se cansa de esperar): ¡Hable de una vez! 

Tancredo: Este martes. 

Arcadio: ¡¿Qué pasa este martes?! 

Tancredo: Cuarenta gallinas nuevas. Recién acabo de pasar por la cocina. 

Arcadio: Me voy a tener que preparar, entonces. 

Tancredo: Usted sí que la pasa bien. Y éste, ¿Es hijo suyo? 

Arcadio: Sí, yo creo que sí. 

Tancredo: Vos vas a ser reproductor, como tu viejo. 



Agustín: No. Iba a terminar en la góndola de un supermercado, pero ahora me voy a 

escapar y me voy a convertir en mascota. 

Arcadio: ¡¿Qué dice, maleducado?! ¡Más respeto al señor! 

Agustín: Quién sabe si no me van a terminar usando para hacer una película. 

Arcadio: ¡Vaya para el gallinero! 

Agustín: ¡No puedo! 

Tancredo: Deje, Arcadio, es muy joven todavía. Bueno, voy a ver cómo va la limpieza. 

De paso me voy a fijar si encuentro alguna chanchita bien dispuesta. Ya que no me 

dejan saborear los yogures. 

Arcadio: Vaya, vaya tranquilo, nomás. 

(Sale Tancredo.) 

Arcadio: ¿Vos te diste cuenta cómo me hiciste quedar? 

Agustín: ¿Qué te importa? Si en el gallinero ni me hablabas. 

Arcadio: Uno, como padre, comete errores. (Pausa. Preocupado) Cuarenta gallinas 

nuevas. Qué inversión se mandaron. 

Rufina: ¿Va a poder con todas? 

Arcadio: ¡Por favor! Hace más de un año que vengo proveyendo a esta gente de los 

mejores pollos de granja. Bueno, Agustín, lo lamento mucho, pero se me sumaron otras 

responsabilidades. No te puedo andar siguiendo todo el día. Te las vas a tener que 

arreglar solo, m’hijo. 

Agustín: No te preocupes. 

Arcadio: Te deseo lo mejor. Si a vos te gusta el cine, dedicate al cine. Si querés ser 

mascota, se mascota. Hacé lo que quieras. Yo, como padre, tengo la conciencia 

tranquila de haber hecho absolutamente todo lo necesario para que seas un buen pollo. 

Agustín: Bueno. 

Arcadio: Señora Rufina, que tenga buena tarde. 

Rufina: Hasta luego. 

(Sale Arcadio.) 

Rufina: No lo conocía a su papá. ¡Qué amable! 



Agustín: No sabemos realmente si es mi papá. 

(Llega Akenatón, un pato.) 

Akenatón: Oíme: ¿Vos sos el que se quiere escapar? 

Rufina: Akenatón… 

Agustín: ¿Cómo se enteró? 

Akenatón: Escuchame lo que te voy a decir: ¿Qué te pensás, que sos inteligente? Hace 

cuatro años que vivo en esta granja. ¡Cuatro años! Y nunca me pude escapar. No se 

puede. No hay manera. Se lo mire por donde se lo mire. 

Agustín: Me voy a escapar escondido en la moto del veterinario. 

(Silencio.) 

Akenatón (Serio): ¿A quién se le ocurrió? 

Agustín: A Rufina, aquí presente. 

Akenatón (Increpante): ¡Rufina, ¿Vos sos tarada?! 

Rufina: Mi amor, perdoname. 

Akenatón: Me voy con él. 

Rufina: ¡No lo hagas! 

Akenatón: Después te voy a venir a buscar con mis amigos, los patos salvajes. 

Rufina: ¡Akenatón, no! Perdóneme, Agustín, necesitaba alguien que hiciera las veces 

de… 

Agustín: Experimento. No se preocupe, Rufina, la comprendo. Después de que me vaya, 

arrímense a la cocina cada día. Miren a través de la ventana. Tal vez así, algún día me 

vean en la pantalla del televisor, ya que voy a ser actor de cine. Así sabrán que todo ha 

salido bien. 

Akenatón. Nada de eso. Después de que usted se fugue, van aumentar la seguridad y ahí 

sí que va a ser imposible escaparse. 

Rufina: Por favor, Akenatón… 

Akenatón: Silencio, Rufina, ¡El macho en esta relación soy yo! ¡Y, por lo tanto, el que 

toma las decisiones! ¡¿Entendiste?! 

Rufina: Bueno… Como vos digas… 



Akenatón: Y te quedás callada, ¡¿Está claro?! 

Rufina: Está claro. 

Akenatón: Bueno, ¿Cómo vamos a hacer, amigo? 

Agustín: Nos vamos a meter en la caja donde el veterinario guarda los remedios. 

Akenatón: Pero, ¡Qué ingenio! Rufina… Bueno, no importa. Lo importante es que, una 

vez ahí dentro, nos tenemos que quedar bien calladitos los dos. El tema va a ser allá, en 

la veterinaria. 

Agustín: Tenemos que lograr que el veterinario se encariñe con nosotros lo más rápido 

posible. Si no, nos va a traer de vuelta. 

Akenatón: Mire, yo no me quiero quedar en la veterinaria. Mi misión es encontrar a los 

patos salvajes, para que me ayuden a sacar a Rufina de acá. 

Agustín: Bueno, en ese caso, lo que le va convenir, va a ser que raje lo más rápido 

posible. 

Akenatón: A partir de ahí, estaremos cada uno por su cuenta. Rufina, ¿A qué hora 

calculás que llega el veterinario? 

Rufina: Calculo que ya debe estar por venir, mi amor. 

Akenatón: Bueno, nosotros nos quedamos por acá, haciéndonos los sotretones, ni muy 

cerca ni muy lejos. En cuanto el veterinario se descuide un poco, nos metemos adentro 

de la caja y nos quedamos bien quietos. 

Agustín: De acuerdo. 

Akenatón: Ahí viene el momento clave. Cuando el tipo vuelva con la jeringa, usted se la 

abaraja. Mire que tiene que ser un movimiento muy sutil. Casi como natural. Yo le diría 

que use el pico, no la pata. 

Agustín: Me parece bien. 

Akenatón: Le tiene que hacer creer que la jeringa quedó apoyada en algún sitio, para lo 

cual necesita hacer un movimiento suave con el pescuezo, que acompañe el de la mano 

del susodicho casi a la perfección. Es la única manera de engañarlo. 

Agustín: Bien. 

Akenatón: Esperemos que dé resultado. 

(Llega Arcadio.) 

Arcadio: Agustín, tengo que hablar con vos. 



Agustín: ¿Qué pasa? ¿Todavía no pudiste entrar al gallinero? 

Akenatón: ¿Y usted quién es? Mire que nos estamos por escapar en la moto del 

veterinario. 

Arcadio: Cállese la boca y déjeme hablar con mi hijo. 

Agustín: ¿Qué querés ahora? 

Arcadio: Me voy con vos. Si te llegara a pasar algo no me lo voy a perdonar nunca. 

Agustín: Como quieras. 

Arcadio: A vos te parece que nos van a tratar bien ahí en la veterinaria. 

Agustín: A mí, seguro, a vos, no sé. Sos un bicho demasiado grande y picudo. 

Arcadio: Bueno, no importa. Yo voy a hacer todo lo necesario para entenderme con esa 

gente. Vos no te preocupes, seguí con lo tuyo como lo tenías planeado. Quiero decir con 

lo del cine, la mascota y todo eso. 

Akenantón: Oiga, si va a venir con nosotros, mire que tenemos que ser arto sigilosos. 

(Llega Tancredo.) 

Tancredo: Ya está. Con la Claudia. Estaba ahí y ni le pregunté nada, si total siempre 

dice que sí. 

Rufina: ¡Qué ordinario! 

Tancredo: ¿Y vos qué hacés acá todavía? ¿No te ibas a escapar? 

Agustín: Estamos esperando que llegue el veterinario. 

Rufina: No sé qué pasa. Ya tendría que estar acá. 

Arcadio: Espero que venga pronto. A estas alturas, si nos agarran afuera del gallinero, 

no sé lo que puede pasar. 

Tancredo: ¿Usted también se va? 

Arcadio: Sí. Tengo que cuidarlo a éste. Después de todo, es muy probable que sea mi 

hijo. 

Tancredo: Voy a darme una vuelta por la cocina a ver si averiguo algo. 

(Sale Tancredo. Llega Manfredo, un zorzal colorado.) 

Manfredo: Hola, ¿Qué están haciendo? 



Akenatón: Nada, ¿Qué se mete? 

Arcadio: Salvaje. 

Rufina: Pobrecito. 

Akenatón: Oiga: ¿Por qué no hace algo útil por el prójimo? Ya que anda por ahí 

volando, vaya a fijarse si ve a algún pato salvaje por acá por la zona. 

Manfredo: Lo que vi, es una moto chocada. 

Rufina: ¿Una con una caja atrás? 

Manfredo: Sí. 

Rufina: ¡El veterinario! ¡Sonamos! 

Akenatón: Eso acaba con nuestras posibilidades de fuga. 

Manfredo: Esperen, que eso no es todo. Había un pollo deforme que estaba picoteando 

al conductor herido. 

Rufina: ¡Qué extraño! 

Arcadio: ¿Y ahora qué hacemos? 

Akenatón: Taza taza, cada uno a su casa. 

Agustín: Yo me voy escapar, de la manera que sea. 

Arcadio: Agustín, ¿Qué vas a hacer? ¿No te arriesgás innecesariamente? Esperá el 

momento oportuno. 

Agustín: Cada minuto que pasamos acá adentro nos aproxima a la muerte. Yo me voy. 

Akenatón (A Manfredo): Usted que es libre, ¿Por qué no va a buscar a mis amigos, los 

patos salvajes? Ellos nos van a ayudar. 

Manfredo. ¿Qué se cree? ¿Que yo no tengo nada que hacer? Tengo que arreglar mi 

nido. Chau. 

(Sale Manfredo.) 

Akenatón: ¡Egoísta! 

Rufina: ¡Qué desesperación! 

Akenatón: No te preocupes, mi vida, yo voy a encontrar la solución ¿Por qué no pasarán 

los patos salvajes por acá? 



(Llega Tancredo.) 

Tancredo: No saben lo que acabo de escuchar. El veterinario llamó por celular. Dijo que 

se cayó de la moto y que se le escapó un pollo super desarrollado que traía de la 

veterinaria. Pero lo más importante es que lo fueron a buscar en la camioneta ¡Y dejaron 

la tranquera abierta! 

Akenatón: Éste es el momento para rajar. 

Arcadio: Sí. A dónde es el tema. 

Akenatón: Qué se yo, agarremos por la ruta. A algún lado vamos a llegar. 

Arcadio: No sé. ¿Le parece hacer las cosas así, sin planeación? Lo otro me parecía más 

viable. 

Agustín: Yo me voy como sea. 

Rufina: Se me ocurre una cosa, vayan hasta el río y súbanse a alguna porquería que pase 

flotando. 

Akenatón: Sí, eso puede funcionar. 

Arcadio: No sé. Dicen que ese río está muy contaminado. 

Akenatón: Es un riesgo que hay que correr. 

Agustín: Bueno, vamos. 

Akenatón: Mi amor, vos quedate. Volveré pronto, cuando encuentre un lugar seguro 

donde establecernos. 

Rufina: Cuidate mucho, mi cielo. 

(Salen Agustín, Arcadio y Akenatón.) 

Tancredo: ¡Buena suerte! Bueno, a ver esos vasitos de yogur. 




2.- 

Interior de una cabaña desvencijada. Una espesa capa de polvo lo cubre todo. En el 

centro, una mesa. Cuatro sillas desordenadas a su alrededor. Al fondo, una ventana. A la 

derecha de ésta, la puerta de salida y a su izquierda, una cocina económica. Agustín está 

parado en el centro de la mesa. Arcadio está sobre una silla, a la izquierda. A la derecha, 

en otra silla, Akenatón. Arriba del respaldo de la misma silla, Manfredo. A la derecha 

de la mesa, en el suelo, Frederic, un pato salvaje, parado sobre una calabaza, ahuecada y 

con dos orificios como ojos. 

Agustín: Queridos amigos: Los he reunido, para hablarles sobre cosas muy importantes. 

Arcadio: Escúchenlo, que es muy intersante lo que tiene para decir. 

Agustín: Gracias. Queridos amigos: Muchas cosas cambiaron en mi mente, a partir del 

mismísimo instante en que di el primer paso afuera de la granja. ¡Qué sensación tan 

extraña, la de ser libre por primera vez! En ese momento, no era más que eso: 

sentimientos, deseos. Pero luego, esos deseos y sentimientos fueron tomando forma, 

hasta tornarse en ideas concretas. La idea de que ahora mi destino depende por 

completo de mis decisiones, por ejemplo. 

Arcadio: ¡Escuchen! 

Agustín: Sé que podríamos estar navegando rumbo al delta, pero algo me detuvo. Sé 

que me entretuve en la orilla del río durante mucho tiempo, sin dar demasiadas 

explicaciones; en apariencia, dejando pasar oportunidad tras oportunidad. Lo que me 

sucedía, era que las ideas estaban cuajando en mi mente. Pensaba y pensaba. ¿Qué 

significado tendrían nuestras vidas? ¿Nos escapamos de la granja para qué? ¿Para vivir 

entre los pastizales, picoteando lombrices como unos salvajes? 

Arcadio: ¡No, claro que no! 

Agustín: No, señores, eso no era lo que yo buscaba cuando planeé mi escape de la 

granja. Yo me escapé para darle a mi vida un significado distinto, para ser algo más que 

alimento para humanos o vivir a la bartola en lo silvestre. 

Arcadio: ¡Bravo! 

Agustín: ¡No, señores, las cosas no se hacen así! (Pausa) ¡Uno no se escapa y ya! 

(Pausa) ¡Dejémonos de embromar! (Pausa muy significante. Les dirige una mirada 

terrible a todos y cada uno) Paremos la pelota un minuto y pensemos. Ahora que 

Akenatón encontró a sus amigos los patos salvajes, piensa volver a rescatar a Rufina, 

¿No es cierto? 

Akenatón: Sí, así es. 

Agustín: Como ustedes saben, he estado en comunicación con la granja, a través del 

zorzal Manfredo, al principio, y luego del chancho Tancredo. Ello me ha permitido 

sopesar algunas posibilidades. Y sumémosle a estos hechos, el reencuentro con 

Marianito. 



Arcadio: Esto es muy importante, escuchen. 

Agustín: Con este pollo super desarrollado, podemos tomar la granja y liberar a nuestros 

amigos ¡A este pollo, lo creíamos convertido en escabeche, pero lo que le hicieron fue 

mucho más terrible! Le inyectaron una gran cantidad de hormonas para que le crecieran 

las pechugas. Sin embargo, algo salió mal. O mejor dicho, algo salió mal para los 

humanos. Está ahí, adentro de esa cocina económica. No quiere que nadie lo vea. Sí, es 

cierto que es feo y deforme. Yo lo sé y me da pena por él. Pero también debemos pensar 

en algo. Debemos pensar en la posibilidad de que sea para nosotros un arma aterradora, 

un arma de destrucción masiva, ¡Un arma que debemos aprovechar al máximo! 

Akenantón: Mi amigo Frederic y yo ahuecamos esta calabaza, como nos lo pidió. 

Frederic: Y le hicimos los dos orificios. Como nos indicó. 

Agustín: Bien. Con esta calabaza, nuestro pollo de combate cubrirá su cabeza. De esa 

forma, su identidad quedará preservada, lo que le ahorrará ignominias y lo librará de 

culpas, dada la brutalidad de la tarea que deberá llevar a cabo. Una vez la calabaza 

cubra su rostro, dejará de ser el viejo Marianito para siempre. 

Manfredo: Perdón. Yo podría ir arriba de la calabaza y ser como una especie de radar 

que le vaya indicando el camino: Andá por acá, doblá para allá. De esa forma 

compensaría la falta de visión periférica. 

Arcadio: ¿Ah, sí? ¿Y usted qué sacaría de todo esto? 

Manfredo: Una parte del alimento que hay en el depósito. 

Akenatón: Me parece bien. 

Arcadio: Eso lo tendríamos que decidir conjuntamente. 

Akenantón: No hay tiempo para decisiones en conjunto. Ahora prima la voluntad. 

Arcadio: No estoy de acuerdo con eso… 

Agustín: ¡Silencio! El destino nos envió a un pollo super poderoso. Está es la época de 

la fuerza, no de la cautela. 

Arcadio: Está bien, pero yo creo… 

Agustín: ¿Quién sabe si después de liberar nuestra granja, no podremos seguir con otra 

y con otra y con otra? ¡La era del Pollo Aterrador ha comenzado! 

Frederic: Pero antes tenemos que probar su capacidad de ataque. ¿Cómo dijo que se 

llama? 

Agustín: Marianito, pero que ese dato no salga de acá. 

Frederic: Marianito, salí de la jaulita, querido. 



(La cocina económica tiembla.) 

Agustín: No es una jaulita, es su casita. 

Frederic: Bueno, como sea, salí que te ponemos la calabaza. Dale, no seas tímido. 


Akenatón: Déjeme probar a mí. ¡Salí de ahí, hijo de una gran siete! 


Frederic: ¡Salí de ahí! 


Akenatón: No funciona. 

Frederic: No puedo arriesgar a mis camaradas patos si nuestra arma principal va a ser 

así de tímida. 

(La puerta de entrada a la cabaña se entreabre. Pasa Tancredo, lleno de barro.) 

Tancredo: Buenas, permiso. Cada vez se van más lejos, ustedes. Qué refrescadita que 

me pegué cuando pase por el río. Fresquita, fresquita. Un poco barrosa la orilla nada 

más. En un momento me quedé empantanado, pero después me agarré con la boca de 

una rama, tiré fuerte y salí. Porque el barro te hace como un efecto sopapa, ¿Vieron? 

Arcadio: ¿Qué noticias trae? 

Tancredo: La granja está totalmente convulsionada. Los siguen buscando día y noche, 

sobre todo a uno de ustedes, al que llaman “el pollo experimental”. 

Akenatón: ¿Cómo está Rufina? 

Tancredo: Mal, muy nerviosa. 

Frederic: Señor chancho, lo que usted podría ir haciendo, es agitar a los otros animales, 

para que cuando llegue el momento, ya estén prevenidos y listos para luchar. 

Arcadio: Dígale a los del gallinero que yo también estoy en esto. 

Manfredo: Los zorzales también vamos a pelear. 

Tancredo: Bueno, bueno. ¿Por qué no lo mandan a éste de mensajero, en vez de 

hacerme venir hasta acá? 

Agustín: Porque nadie sospecharía de usted. 



Frederik: Claro. Piénselo un poco. ¿Quién iba a decir que un chancho iba a ser capaz de 

sortear un alambrado, atravesar quinientos metros de cardos, caminar dos kilómetros 

por una ruta escondiéndose a cada rato para que no lo vean, cruzar un río a nado y venir 

hasta acá siguiendo la vía del ferrocarril? 

Tancredo: Nadie. Tiene razón. 

Frederic: En cambio, mire a este zorzal. Mire la cara que tiene. Con solo verlo, uno ya 

se da cuenda de que anda tramando alguna calamidad. 

Tancredo: Claro, claro. Una cosa: Las chinchillas me plantearon una cuestión. 

Arcadio: ¿Chinchillas? No sabía que hubiera chinchillas en la granja. 

Tancredo: Las hay, claro que sí. 

Akenatón: ¿Y qué quieren? 

Tancredo: Quieren saber quién nos va a dar de comer, llegado el caso de que nos 

liberemos de los humanos. 

Agustín: Eso ya está previsto: Una vez que nos apoderemos del depósito de alimento, se 

formará un comité que administrará los víveres según las necesidades de cada grupo. A 

su vez, los grupos deberán elegir a uno de los suyos para que reparta el alimento según 

las necesidades de cada individuo. 

Tancredo: Sí, pero me parece que ellas se refieren más bien a la cuestión de quién va a 

producir el alimento. 

Akenatón: Usted vio el tamaño que tiene el granero ¿No se da cuenta de la cantidad de 

alimento que debe haber ahí? No se va a acabar nunca. Además, tranquilamente 

podemos vivir de la Naturaleza hasta que nos organicemos. Pregúnteles a nuestros 

amigos salvajes, si no. 

Tancredo: Y, ellos están acostumbrados, pero nosotros, que estamos domesticados… 

Agustín: Bueno, eso no importa ahora. Después se verá. Con voluntad todo se resuelve. 

Ahora tenemos que preparar nuestro ataque. No es hora de escuchar a las chinchillas, 

que son, sin duda alguna, los animales más pusilánimes de la granja. 

Arcadio: Una pregunta, Tancredo: ¿Cómo hace para sortear el alambrado? 

Tancredo: Gracias a la inteligencia de Rufina. Inventó un dispositivo muy ingenioso. Se 

trata de un tronco y una tabla que sacamos de la basura. Ponemos la tabla arriba del 

tronco como si fuera un subibaja. Entonces yo me paro arriba de un extremo de la tabla, 

el que está más abajo, y ella viene al trote y se tira de panza encima del otro extremo, el 

que está más arriba, de manera que salgo volando de entre ocho a nueve metros. 

Después ella desarma todo y lo esconde. Simple y eficiente. El único defecto es que me 

golpeo un poco cuando aterrizo, pero no duele mucho. 



Frederic: ¡Increíble! 

Agustín: La vaca es un gran elemento. Más adelante le daremos una compensación 

especial. Y a usted también, por soportar esos golpes con tanta valentía. 

Tancredo: No es nada. 

Frederic: Ya que hablamos de eso, espero que la incorporación de los zorzales no afecte 

los intereses de los patos salvajes. 

Arcadio: ¿Qué intereses? 

Akenatón: Quédese tranquilo. Le doy mi palabra de que usted tendrá lo suyo. Y yo 

siempre cumplo con mi palabra. 

Arcadio: Este pato se la pasa haciendo acuerdos por su cuenta. 

Agustín: No es momento de hablar de eso. Ahora tenemos que ocuparnos de sacar a 

Marianito de esa cocina. 

(Se abre la puertita de la cocina económica. Sale un pollo inflado, sin cuello, con el ala 

izquierda totalmente chueca y una pata más grande que la otra.) 

Frederic (Azorado): Realmente, es aterrador. 

Agustín: Marianito, tenés que vengarte de los que te hicieron esto. 

Marianito: Pónganme la calabaza. 

(Akenatón y Frederic le ponen la calabaza.) 

Marianito: ¡No puedo respirar! ¡Sáquenmela! ¡Sáquenmela! 

(Akenatón y Frederic le sacan la calabaza enseguida. Marianito está muy agitado.) 

Frederic: Parece que le va muy ajustada. 

Arcadio: Debe tener claustrofobia. 

Akenantón: Sin embargo, adentro de la cocina estaba bien. 

Agustín: ¿Qué te pasó? 

Marianito: Me dio miedo. Cuando me pusieron eso, sentí que me convertía en otra cosa, 

que yo no era yo. 

Tancredo: ¡Qué interesante! Expláyese, por favor. 

Marianito: Sentí una gran furia creciendo dentro mío, dominando todo mi ser. Y una 

voz que decía: “¡Venganza!”. 



Agustín: ¡Increíble! Por alguna razón, la calabaza aumenta aún más sus poderes. 

Manfredo: Marianito, no se preocupe, yo voy a estar encima suyo. Usted va a ser la 

violencia y yo voy a ser el cerebro que la canalice. 

Agustín: Hagamos otro intento. Pongámosle la calabaza y que esta vez el zorzal se le 

ponga arriba inmediatamente. 

(Akenatón y Frederic le ponen la calabaza a Marianito. Manfredo se para arriba. 

Marianito tiembla.) 

Manfredo: Tranquilo. Respirá, respirá. Ahora somos uno mismo, la furia y el cerebro. 

Arcadio: Parece que funciona. 

Manfredo: Tranquilo, mantené la respiración. 

Agustín: Hagamos una prueba. Hágalo caminar. 

Manfredo: Avanzá dos pasos. 

(Marianito avanza dos pasos.) 

Frederic: Impresionante. 

Manfredo: Girá sobre tu eje. 

(Marianito gira sobre su eje.) 

Agustín: ¡Da resultado! 

Arcadio: No se vaya a volar, que si no va a quedar fuera de control y quién sabe lo que 

puede pasar. 

Frederic: Quiero ver su poder de destrucción. Que rompa algo. 

Manfredo: Rompé algo. 

(Marianito trata de romper una silla. Ni siquiera logra moverla.) 

Arcadio: Algo no está funcionando. Haga otro intento. 

Manfredo: Rompé la silla. 

(Marianito intenta romper la silla sin conseguirlo.) 

Frederic: Me parece que cometimos un grave error. Este pollo es más débil que 

cualquiera de nosotros. ¡Más débil que una chinchilla, incluso! 



Agustín: ¡Sáquenle la calabaza! 

(Arcadio y Frederic le sacan la calabaza.) 

Agustín: Marianito, ¿Cómo te sentís? 

Marianito: Me duelen la cabeza y la panza. 

Agustín: Mmmm… Ya comprendo lo que sucede. El efecto de la inyección es por 

tiempo limitado. 

Frederic: ¿Y qué vamos a hacer ahora? 

Agustín: Hay que conseguir más. 

Arcadio: ¡Como si fuera tan fácil! 

Agustín: Con voluntad todo se puede. Tancredo, ¿Cómo se ve yendo hasta la 

veterinaria? 

Tancredo: ¿Yo? Ni loco. 

Akenatón: Esperen. Talvez eso no haga falta. 

Agustín: Explíquese. 

Akenatón: Lo moto del veterinario. Puede que tenga una inyección de esas en la caja. 

Arcadio: Conjeturas. 

Frederic: Con mirar, nada se pierde. 

Tancredo: La tienen guardada en el granero. 

Akenatón: Una pregunta, Tancredo, ¿Usted cómo hace para volver a entrar a la granja? 

Tancredo: La primera vez, me paré en la entrada, hasta que me vieron y me hicieron 

meter a las patadas. Después, Rufina encontró una manera mejor. 

Manfredo: ¡Vamos, Rufina, todavía! 

Tancredo: Resulta que en una parte hay una ligustrina, cuyas ramas, en busca de la luz 

del sol, crecieron todas en un mismo sentido, que sería hacia el interior de la granja, de 

manera que si uno quiere pasar de adentro hacia afuera, se queda atrancado, pero si 

quiere ir de afuera hacia adentro, pasa lo más bien. 

Arcadio: Increíble. 

Agustín: Tancredo, no pierda más tiempo. Salga para la granja y revise la moto. Y ya 

sea que encuentre o no más inyecciones, venga de inmediato para acá. 



Frederic: Le deseo suerte. 

Akenatón: Piense que de usted depende el futuro de muchos animales. 

Tancredo: Bueno, gracias. Hasta pronto. 


Frederic: Escuchen: ¿Qué vamos a hacer si no encuentra más inyecciones? 

Agustín: Alguien va a tener que ir hasta la veterinaria. 

Arcadio: ¿Y quién va a ser? Porque el Tancredo no quiere saber nada. 

Agustín: No sé, alguno de nosotros. 

Akenatón: Otro problema es que nadie sabe dónde queda la veterinaria. 

Agustín: Habría que buscar por todo el pueblo. Los zorzales se pueden encargar de eso. 

Manfredo: No hay problema, denlo por hecho. Es más, podemos encargarnos de de 

robar la inyección. 

Akenatón: ¿Entonces por qué no lo mandamos a éste a la veterinaria en vez de mandar 

al chancho a la granja? 

Agustín: Tiene razón, fue un error táctico. Zorzal, vaya a por la jeringa. Si el chancho 

encuentra otra en la moto, la tendremos de repuesto. 

Manfredo: Entendido. Parto. 

(Sale Manfredo.) 

Agustín: Bien. Ahora pasemos a la cuestión del plan de ataque. La cosa es así: 

Marianito va a ser nuestra cabeza de ariete, ¿Se entiende? 

Arcadio: Sí, claro, es como una cosa que va rompiendo todo a su paso. 

Agustín: Exactamente. Y atrás vamos nosotros, rematando a los heridos. 

Frederic: Bien. 

Agustín: Por el aire, los zorzales se van a encargar de buscar a los que se escondan. Y 

los patos salvajes, van a rodear el depósito de alimentos para que nadie toque nada hasta 

que la batalla se termine. Después todo se dividirá de manera equitativa. 

Akenatón: Me gustaría encargarme ciertos aspectos tácticos del ataque. 

Agustín: Akenatón, tiene la palabra. 



Akenatón: Gracias. Partiremos al anochecer. Cuando lleguemos a la granja ya será 

noche cerrada, ya que tenemos que avanzar con el mayor de los sigilos. Primero, 

Marianito va a romper la tranquera de una patada. Mi peor temor, es que en ese 

momento intenten atropellarnos con la camioneta. Sí eso sucede, tenemos que ponernos 

todos atrás de Marianito y aguantar el impacto. Cuidado, van a prender las luces y nos 

van a cegar. En ese momento, el zorzal, tendrá que cantar, para indicarnos la dirección. 

Ese sería el punto más duro de la batalla. Después de ahí, todo será cuesta abajo. 

(Entra Jonatan, un yacaré.) 

Akenatón: ¿Y usted qué hace acá? Ésta es una conversación privada. 

Agustín: Descuiden, yo lo invité. 

Arcadio: ¿Lo conocés? 

Agustín: Sí. 

Arcadio: ¿De dónde? 

Agustín: Ayer a la noche estaba pensando junto al río. Entonces veo que pasa una cosa 

flotando. Y después veo que esa cosa tiene ojos. Y después, la cosa me empezó a hablar. 

Jonatan: ¡Era yo! 

Agustín: ¡Claro! 

Akenatón: ¿Qué hace acá? 

Jonatan: Como animal salvaje, que ha recorrido el litoral de una punta a la otra y que ha 

vivido muchos años, debo decir que es la primera vez en mi vida que veo que los 

animales domésticos se rebelen contra los humanos, y siendo esto, no puedo menos que 

apoyarlos en su causa. 

Arcadio: ¿Y qué pretende sacar de todo esto? 

Jonatan: Esa es una pregunta extraña, déjeme decirle. 

Frederic: ¿A qué se refiere? 

Jonatan: Me refiero a lo siguiente: Una vez que sean libres, ¿Para qué van a querer ser 

dueños de las cosas? ¿Acaso quieren ser como los humanos? 

Arcadio: ¿Agustín, para que lo trajiste a éste? 

Agustín: Me parece que tiene un par de ideas muy interesantes. Obviamente que son 

aplicables solamente muy a futuro. 



Frederic: Bueno, es un ser robusto y poderoso, con grandes colmillos. Su incorporación 

a nuestras filas nos daría una clara ventaja militar. 

Jonatan: Ah, no, no, no. Yo no peleo, soy un ser pacífico. 

Arcadio: Agustín, no nos sirve para nada. Decile que se vaya. 

(Entra Rufina, muy agitada, llena de barro.) 

Akenatón: ¡Rufina! 

Rufina: ¡Hice una cosa terrible! 

Akenatón: Tranquilizate, mi amor. 

Jonatan: Cuéntenos, señora vaca, ¿Qué paso? 

Rufina: ¡Un yacaré! ¡¿Qué hace este yacaré acá?! 

Agustín: Es un amigo, no se preocupe, no le va a hacer ningún daño. Tranquilícese. 

Rufina: Bueno. Igual, después de lo que acabo de pasar. 

Arcadio: Cuéntenos, ¿Cómo están las cosas en la granja? 

Rufina: Los eché a todos a cornadas. 

Akenatón: ¡¿Que hiciste qué?! 

Rufina: Eso. Me agarró un ataque de desesperación y los empecé a perseguir hasta que 

se fueron corriendo por el camino. 

Akenatón: ¡Pero, Rufina! 

Rufina: Ya lo sé, mi vida, soy una inconciente. Después no sabía qué hacer. Esperé y 

esperé, y como los cuidadores no volvían, decidí venir a avisarles. 

Agustín: ¿Lo vio a Tancredo? 

Rufina: Me lo crucé por el camino. Me dijo que tenía una misión muy importante. Iba 

tan concentrado que no me atreví a detenerlo. ¡¿Qué hice?! ¡¿Qué hice?! 

Akenatón: Tranquila, mi amor, trata de serenarte. 

Frederic: Ha sido muy valiente, señora vaca. 

Rufina: Nunca creí que sería capaz de un acto semejante. ¿Y si vuelven? ¿Y si toman 

represalias? 

Arcadio: ¿Qué vamos a hacer ahora? 



Agustín: Los cuidadores se han ido. 

Akenatón: Y si hasta ahora no volvieron… 

Arcadio: Eso quiere decir que… 

Frederic: La granja está sola, por lo tanto… 

Agustín: Señores, la situación no podría ser más favorable. ¡Nos hemos apoderado de la 

granja! 

Marianito: Me está bajando la presión… 

(Marianito se desmaya.) 



3.- 

Depósito de la granja. Al fondo, una pared de bolsas de alimento balanceado apiladas. 

Delante de ésta, ha sido construido con más bolsas, una especie de púlpito o barricada, 

en el que se encuentra ubicado Agustín. A su izquierda, con estampa severa, Rufina; A 

su derecha, Marianito, con dos jeringas cruzadas, pegadas al pecho con cinta aisladora. 

Frente a ellos, Akenatón, Arcadio, Frederic, Heracles (Una chinchilla), Tancredo, 

Manfredo e Ingrid (Una oveja). Sobre el púlpito, a la derecha, se encuentra apoyada la 

calabaza. 

Agustín: Muy bien. Yo sé que ustedes quieren hacer el reparto de todo esto, ¿No es así? 

Pero eso no puede ser ahora. 

Manfredo: Ya me parecía a mí… 

Arcadio: Silencio, salvaje. 

Agustín: Tranquilos, por favor. 

Frederic: Señor Agustín: Los patos salvajes hemos retrasado nuestra migración. 

Decidimos quedarnos a pasar el invierno acá, porque contábamos con todo este 

alimento. Pronto los polluelos van a empezar a nacer. Vamos a tener muchas bocas que 

alimentar. 

Akenatón: Bueno, pero es que en definitiva, ustedes no hicieron nada por la liberación 

de la granja. Al fin de cuentas, todo quedó en manos de Rufina. 

Frederic: ¡Usted me dio su palabra! 

Akenatón: Justamente, lo que yo le prometí fue que… 

Agustín: Calma, calma. 

Tancredo: Allá en el chiquero queremos saber si nos pueden ir dando un poquito, 

aunque sea, como para ir pasando. 

Agustín: Tranquilos. A cada grupo se le va a ir dando lo necesario para mantener una 

alimentación sana, no se preocupen. 

Arcadio: ¿A los salvajes también? 

Agustín: A los salvajes también. 

Arcadio: ¡Pero si no hicieron nada! 

Frederic: Mire, si nos detuvimos acá, fue para ayudarlos a ustedes. En esta región hay 

muy poco alimento. 

Akenatón: ¿Y los zorzales? ¿Cómo hacen? 

Manfredo: ¿Usted qué se piensa? ¿Que nuestra vida es fácil? 



(Llega Jonatan.) 

Jonatan: Buenas. 

Arcadio: Parió mi abuela. 

Tancredo: ¿Vive su abuela? 

Arcadio: No sea infeliz. 

Agustín: Yo sé que cada uno quiere tomar su parte del alimento y hacer su vida, aunque 

no es lo que yo esperaba cuando planeé tomar la granja. Pensé que íbamos a vivir todos 

juntos, como una gran comunidad. Así, todo el mundo se vería beneficiado. Pero 

ustedes no lo creen así. Quieren cada uno lo suyo. Bueno, si esa es su decisión, no me 

queda más remedio que aceptarla. Pero déjenme decirles algo: Los humanos van a 

volver y pronto. 

Frederic: Ese es problema de ustedes. Nosostros no vivimos acá. 

Akenatón: Ah, qué bien. 

Heracles: Como representante de las chinchillas, quisiera decir algo. 

Agustín: Adelante. 

Heracles: Las chinchillas fuimos puestas en una situación de la que nunca quisimos 

formar parte. Sin embargo, cuando regresen los humanos, vamos a ser victimas de las 

represalias, lo mismo que el resto de los animales de la granja. De los salvajes no espero 

más que huyan cuando se presenten los problemas graves, pues esa es su naturaleza. 

Frederic: ¡Oiga! 

Agustín: Silencio, déjenlo hablar. 

Heracles: Las chinchillas vamos a permanecer en nuestras jaulas, a la espera del regreso 

de los humanos. Quizás así logremos demostrarles que nosotras nunca quisimos formar 

parte de todo esto. Pero, de todas maneras, esperamos que se nos indemnice con una 

parte de este alimento, a cuenta de los daños que sufriremos en un futuro no muy lejano. 

Arcadio: Además de cobarde, interesada. 

Frederic: Yo digo esto: Por ejemplo, ¿Qué hizo el gallo por la liberación de la granja? 

Arcadio: Soy el padre de nuestro líder. 

Agustín: En todo caso, la repartición sería por grupos, no por individuos. Pero el caso es 

que todavía podemos pelear por la libertad de la granja. 



Manfredo: A los zorzales no nos importa la granja, queremos el alimento. 

Agustín: El trato fue darles el alimento si nos ayudaban a liberar la granja. Pero la 

granja todavía está bajo amenaza. Y quién sabe hasta cuando lo va a seguir estando. 

Jonatan: ¿Puedo decirles algo, amigos? 

Arcadio: Usted cállese, que nadie le dio vela en este entierro. 

Akenatón: Para mí, la que tiene que decidir, es Rufina. Después de todo, fue ella quien 

ahuyentó a los humanos. 

Agustín: La vaca es una estratega y un genio científico, pero éste es momento de 

decisiones políticas. 

Ingrid: Qué lío. 

Arcadio: ¡Y, sí! ¡¿A usted qué le parece?! ¡Un lío bárbaro! 

(Silencio.) 

Heracles: Para mí, lo que tenemos que hacer, es volver cada cual a su sitio y esperar a 

que vuelvan los humanos. Después cada uno recibirá su castigo, según la 

responsabilidad que haya tenido en todo esto. 

Arcadio (Avergonzado): Yo no puedo volver a mi sitio. 

Tancredo: Si es por el problema del alambrado, délo por solucionado. Con el artefacto 

de Rufina, va a pasar por arriba lo más tranquilo. A lo mejor se golpea un poco, pero no 

sería nada grave. 

Arcadio: No es por el alambrado. 

Akenatón: ¿Entonces? 

Arcadio: Es que yo… 

Agustín: Decilo, papá, te vas a sentir mejor. 

Arcadio (Destrozado): Estoy cansado de que me exploten de la manera en que lo hacen. 

Tancredo: Usted está hablando del asunto de… 

Agustín: Por favor. No hace falta aclarar más. 

Akenatón: Es espantoso. 

Manfredo: Ser forzado a concebir sin amor una y otra vez… 

Frederic: Qué terrible… De haber sabido que… Yo… 



Agustín: Amigos animales: Éste es uno de los tantos ejemplos de la crueldad de los 

humanos. ¿Vamos a seguir peleando por nimiedades? Aunque pereciéramos en la lucha 

contra ellos, cualquier cosa sería mejor que seguir siendo un engranaje más de su 

maquinaria de perversión. Sin embargo, ésta enorme maquinaria sería gravemente 

afectada si uno solo de sus engranajes fuera perjudicado. Y quién sabe si la falla de ese 

engranaje no haría colapsar el sistema completo. 

Ingrid: ¡Viva! 

Heracles: Esto es un error. Vivimos bajo un delicado orden. Todos los animales de la 

granja le debemos la vida al sistema creado por los humanos. 

Akenatón: Me pregunto si va a seguir pensando lo mismo cuando vengan a sacarle la 

piel para hacerse un abrigo. 

Heracles: Desde que nacemos, tenemos los días contados. Eso lo sabemos todos. 

Agustín: Pero eso se acabó. A mi izquierda, con sólo la aplicación de una de esas 

jeringas, contaremos con un ser de fuerza increíble. A mi derecha, la astucia y la 

brillantez de Rufina, la vaca más inteligente en toda la historia de los bovinos. 

¿Díganme si no tenemos armas de que valernos? 

Heracles: Nos van a matar a todos. 

Agustín: Cuando se vive en pos de un sueño, la lucha se convierte en la fragua de los 

deseos profundos. El amor, la libertad, se consiguen en territorio basto, en eriales de 

pena y sufrimiento. Pero luego vienen los tiempos de paz, en los que se vuelven tan 

necesarios los que viven en pos del bienestar general. Jonatan es un ser pacifico. Él 

preserva nuestros sueños, decodificando del desorden actual lo que será nuestro futuro. 

Jonatan, quiero que nos cuentes. 

Jonatan: Sí. Yo decía, si el super pollo revienta el caño de la bomba de una patada, y 

luego ponemos ésta a caminar, dada la topografía del terreno, todo este campo se 

convertiría en una gran laguna, que a los humanos no le serviría para nada, pero que 

para nosotros sería un paraíso. Por supuesto que tardaría algunos meses. Hasta un año, 

quizás. 

Arcadio: ¿Dijo nosotros? 

Agustín: Piénsenlo: Un jardín maravilloso y comida como para una eternidad ¿Qué más 

se puede pedir? 

Akenatón: A mí me parece bien. 

Frederic: Y a mí también. Incluso podríamos cultivar peces. 

Akenatón: Claro. 



Arcadio: Agustín, ¿Vos lo pensaste bien? ¿Qué vamos a hacer en una laguna? Nosotros 

somos más del pasto. 

Jonatan: No se preocupe, señor gallo. ¿Vio la parte donde está el basurero? Esa parte es 

elevada. Ahí se formaría una isla, donde vivirían las gallinas, la vaca, las chinchillas, las 

ovejas, los chanchos, usted y su hijo. Totalmente aislados. Nadie los molestaría. 

Agustín: Claro, papá, está todo planificado. 

Arcadio: Ah…, bueno. 

Tancredo: Qué lindo. ¿Y voy a poder revolver la basura sin que nadie me pegue? 

Jonatan: Claro. 

Tancredo: ¡Genial! 

Jonatan: Y las chinchillas ya no tendrán que temer por su seguridad nunca más. 

Heracles: Ajá. 

(Entra Juan María, un zorzal colorado.) 

Manfredo (Señorial): Juan María, ¿Qué pasó? 

(Juan María se acerca a Manfredo. La habla al oído.) 

Manfredo: La camioneta de los humanos ha sido vista en una estación de servicio, a dos 

kilómetros de acá. 

(Silencio.) 

Arcadio: ¿Qué hacemos? 

(Silencio.) 

Jonatan: Qué lío, ¿No? 

(Silencio.) 

Tancredo: Bueno, era sabido. Tarde o temprano tenía que pasar. 

(Silencio.) 

Frederic: ¿Agustín? 

(Silencio.) 

Agustín: Eh…, sí. Claro. Llegó el momento de pelear por la granja. 



(Silencio.) 

Heracles: Yo me voy meter en mi jaula. Ustedes hagan lo que quieran. 

(Sale Heracles. Silencio.) 

Arcadio: Digo yo, ¿Por qué no hacemos todos lo que las chinchillas? Como una forma 

de consenso temporáneo. 

Manfredo: Bueno, ustedes piensen qué van a hacer, que nosotros vamos a investigar 

¿Les parece? Vamos, Juan María. 

Juan María: Chaaaau. 

(Salen Manfredo y Juan María.) 

Jonatan: Amigos, como ustedes ya saben, ante situaciones de violencia, yo no tengo 

nada que aportar, así que me retiro. 

(Sale Jonatan.) 

Arcadio: Agustín, hacé algo. Se están yendo todos. 

Agustín: Bueno, era obvio que en una concreta situación de riesgo, los elementos más 

cobardes o los que estaban por puro interés, iban a desaparecer. Aunque quisiera 

preservar la imagen del yacaré Jonatan, un ser pacífico, sin posibilidades en un combate 

abierto, a quien no le queda más remedio que refugiarse en el ostracismo. Señora oveja, 

la felicito por quedarse. 

Ingrid: Chau. 

(Sale Ingrid.) 

(Silencio.) 

Agustín: Somos pocos pero los mejores, ¿No les parece? 

Frederic: Si no podemos hacernos de este alimento, los míos se van a morir de hambre. 

Agustín: Claro, Claro. Pero mire qué elementos tengo a izquierda y derecha. 

Simplemente no podemos perder. 

Tancredo: Tengo miedo. 

Arcadio: Agustín, ¿Qué vamos a hacer? 

Akenatón: Calma, calma. ¿No sería hora de ir dándole una pichicata a Marianito? 

Agustín: Yo esperaría. Después de todo, no sabemos si vienen para acá. 



Tancredo: Dos kilómetros no es mucha distancia. Con la camioneta, en un minuto los 

tenemos encima. 

Agustín: Por supuesto. Pero, ¿Y si están de paso, nada más? Rufina, ¿Cuánto calcula 

que puede tardar en hacer efecto la inyección? 

Rufina: Ah, qué sé yo. No tengo ni la menor idea. 

Agustín: Bueno, pero no puede ser mucho. Como el antiparasitario, ¿No? 

Tancredo: Ah. 

Akenatón: Rufina, por si no salimos de ésta, quería decirte que te amo mucho. 

Rufina: Yo también, mi corazón. 

Arcadio: Agustín, quería pedirte disculpas por todas las veces que no te presté atención 

en el gallinero. 

Agustín: Gracias, papito. 

Tancredo: Cómo me gustaría tener una última vez con la Claudia. Ya vengo. 

Frederic: ¿Usted también se va? 

Tancredo: Tiene razón. No es momento. 

Agustín: Tancredo, no creo que los zorzales vuelvan ya. Váyase hasta la estación de 

servicio a investigar. 

Tancredo: No sé, ¿Les parece? 

Akenatón: Juéguesela por nosotros. 

Agustín: Usted viene acumulando honores a lo pavote. No se me va a acobardar ahora. 

Tancredo: No, claro. 

Arcadio: Lo más probable es que estén cargando nafta para mandarse a mudar. Después 

del susto que les dio Rufina. 

Tancredo: Claro, claro. 

Agustín: Bueno, vaya. 

Tancredo: Sí, ahí voy. Nos vemos en un rato. Lo más probable es que no pase nada. 


Frederic: Estos zorzales. Venir con una falsa alarma. Hay que ser, eh. 



Agustín: Sí, yo creo que no va a pasar nada. 

Rufina: Mi amor, cuando tengamos la laguna, me voy a meter a nadar con vos. ¿Puedo? 

Akenatón: Por supuesto, mi vida. 

Frederic: Estos zorzales. Cuando vuelvan con la cabeza gacha, después de la que se 

mandaron, les vamos a decir que no le vamos a dar nada. 

Agustín: Claro. Y a las chinchillas le vamos a bajar su parte. 

Arcadio: Y al chancho hay que darle un premio. Pero no mucho, porque es medio 

goloso y se va a empachar. 

Agustín: Eso está muy bien. A cada quien lo que le corresponda, según el aporte que 

haga. Esa será la regla general de la granja, cuando todo esto termine. 

(Silencio.) 

Arcadio: No sé a ustedes, pero a mí esta espera me está matando. 

Frederic: Pero si recién se acaba de ir. 

Arcadio: Ya lo sé. Es que no lo puedo evitar. 

Agustín: Rufina, ¿Por qué no va a buscar el aparato ese con el que hace volar a 

Tancredo? Me gustaría ver como funciona. 

Akenatón: Me parece que va a ser mejor que nos quedemos todos acá hasta que vuelva 

el chancho. 

Agustín: Tiene razón. 

Frederic: Tendría que haber ido yo a ver. Otro error táctico. 

Agustín: No sé. El chancho tiene mucha experiencia en exploración. 

Arcadio: ¿No se habrá entretenido con alguna chancha? Lo conozco: Cuando le agarra, 

le agarra. 

Agustín: Confiemos en él, que hasta ahora viene haciendo muy bien su trabajo. 

Akenatón: Dos kilómetros son un buen trecho para un chancho. Va a tardar un poco. 

Tengamos paciencia. 

Agustín: Ahora, lo que me pareció una vergüenza, fue lo de la oveja ésa. ¡Qué 

maleducada! 

Akenatón: A mí me parece que las ovejas eligieron muy mal a su representante. 



Agustín: Es evidente, sí. De todas formas, tendrían que tener algún tipo de sanción. 

Durante los primeros meses, nada más. 

Akenatón: Sí, por supuesto. 

(Entra Tancredo, agitado y asustado.) 

Arcadio: Menos mal que vino. Yo ya no daba más de la ansiedad. 

Frederic: No me va a decir que fue tan rápido hasta la estación de servicio. 

Tancredo: No hizo falta, los humanos pararon la camioneta a cincuenta metros de la 

entrada. Están cargando escopetas. 

(Silencio.) 

Agustín: ¡Esto es inaudito! ¡¿Cómo han osado venir hasta acá?! 

Arcadio: Tranquilo, Agustín, Tranquilo. 

Akenatón: Están canchereando. 

Frederic: Ustedes no se dan cuenta. Es una táctica de combate. Nos están incitando a 

salir. 

Tancredo: A mí más bien me parece que se nos van a venir encima en cualquier 

momento. 

Rufina: ¡Qué desesperación! ¡Todo esto es culpa mía! 

Agustín: Han provocado mi furia. 

Arcadio: ¿Qué les parece si voy a parlamentar? Yo seguro que los convenzo. 

Agustín: ¿De qué los vas a convencer? ¿Eh? ¿De qué? ¿De que todo vuelva ser como 

antes? No, señor. Nosotros tenemos el poder y vamos a usarlo. Veamos lo que pueden 

sus ridículas escopetas contra nuestro pollo destructor. 

Tancredo: ¿Por qué no usamos el artefacto de Rufina para escapar por atrás? 

Agustín: ¡Tancredo! ¡Me extraña de usted! 

Tancredo: Sí, claro, pero es que… 

Agustín: ¡Silencio! No nos podemos acobardar en este momento. Tenemos que estar 

más unidos que nunca, cada uno en su puesto, peleando con valor e inteligencia. Voy a 

lanzar al Pollo Aterrador contra los humanos. Ellos lo quisieron. La aguja será insertada 

en las venas de Marianito. No se asusten, habrá una ráfaga de destrucción. Quizás lo que 



veamos de ahora en adelante nos marque para siempre, pero no nos han dejado otra 

alternativa. 

Arcadio: Agustín… 

Agustín: Rufina, quiero que desarrolle un plan de ataque. Marianito, estate atento a todo 

lo que diga Rufina. Ya no vas a tener al zorzal para guiarte, así que todo lo que diga 

Rufina tiene que quedar grabado en tu mente como un programa que se despliegue 

automáticamente una vez que te demos la inyección. ¿Cómo te sentís? 

Marianito: Me duele la panza. 

Agustín: Uh, bueno, qué se le va a hacer. Vas a tener que pelear así. 

Akenatón: Agustín… 

Agustín: ¡¿Qué quiere?! 

Akenatón: Es que yo soy un poco impresionable. Estaba pensando si no me podía ir a 

esconder hasta que pase todo. 

Agustín: Nada de eso. Quiero que todos vean el poder de Marianito. Luego contarán la 

historia, que quedará grabada para siempre en la memoria colectiva. Akenatón, papá: 

Vayan preparando una de las inyecciones. Rufina, el plan de ataque. 

(Mientras Rufina habla, Akenatón y Arcadio despegan una de las jeringas con sus 

picos.) 

Rufina: Ay, no sé… 

Agustín: Rufina… 

Rufina: Bueno… No sé… Le damos la inyección a Marianito… Pobrecito… Pero 

bueno, le damos la inyección a Marianito… Ahí no sé que va a pasar, porque yo nunca 

lo vi a Marianito con la inyección, pero bueno… Le damos la inyección a Marianito y 

entonces… 

Agustín: Dígale lo que tiene que hacer. 

Rufina: Sí… Lo que tiene que hacer… Marianito, lo que tenés que hacer es lo siguiente: 

Una vez que te den la inyección, vas a querer romper todo, ¿No es así? 

Agustín: Siga. 

Rufina: Bueno… Tratá de tranquilizarte… Enfilá como para la puerta… Enfocate… No 

mates a nadie que no sea humano, ¿Está claro? 

Agustín: Siga. 

Rufina: Mirá que tienen escopetas. 



Agustín: Las balas no le van a hacer nada. Siga. 

Rufina: Bueno… Cuando los tenés enfrente… A los humanos, quiero decir… Les haces 

de todo… Los mordés, los pateás, les pegás, les rompés la camioneta… (A Agustín) 

¿Está bien? 

Agustín: ¿Y si no se van? 

Rufina: Y si no se van… Matalos. 

Agustín: Bien. Pónganle la calabaza. 

(Frederic y Akenatón le ponen la calabaza a Marianito.) 

Marianito: Tengo miedo. 

Agustín: Tranquilo, una vez que te pongan la inyección vas a ser invulnerable. 

(Akenatón y Arcadio levantan la inyección con sus picos. Apoyan la aguja en la panza 

de Marianito. Frederic se acerca.) 

Frederic: Cuando usted ordene. 

Agustín: Proceda. 

(Frederic empuja la jeringa con su pico.) 

Marianito: ¡Aia! 

Agustín: Se fuerte. La hora de tu venganza ha llegado. 

(A medida que Frederic empuja, el contenido de la jeringa va ingresando lentamente en 

el cuerpo de Marinito, hasta que se acaba. Akenatón y Arcadio retiran la aguja.) 

Frederic: Listo. 

Agustín: Marianito, ¿Cómo te sentís? 

Marianito (Endrogado): La metamorfosis de la libélula, es un proceso lento… 

Agustín: ¿Cómo? 

(Marianito empieza a correr en círculo por el depósito. Los círculos se van achicando 

cada vez más, hasta que se detiene en el centro. Se queda quieto unos segundos y cae de 

espaldas. Las patas le tiemblan.) 

Agustín: Marianito, ¿Estás bien? 



Marianito (Endrogado): El derrotero de la hormiga…, puede abarcar hasta setecientos 

cincuenta y seis metros… Una distancia que… ¡Aj! 

(Marianito se muere.) 

Frederic: ¿Qué pasó? 

Tancredo: Aparentemente, se murió. 

Agustín: Temo que el maltratado cuerpo de Marianito no resistió otra dosis de la 

inyección. 

Rufina: ¡Es mi culpa! ¡Es mi culpa! 

Agustín: No se preocupen, acá estoy yo para remplazarlo. 

Arcadio: Agustín, ¿Qué vas a hacer? 

Agustín: ¡Pónganme la calabaza! 

(Akenatón y Frederic se miran.) 

Agustín: ¡Vamos! ¡No hay tiempo que perder! 

(Akenatón y Frederic le sacan la calabaza al cadáver de Marianito y se la ponen a 

Agustín.) 

Agustín: Ahora, la inyección. 

(Akenatón despega la otra jeringa del cadáver de Marianito. Entre él, Frederic y 

Arcadio, le dan la inyección a Agustín, de la misma manera que lo hicieron con 

Marianito.) 

Agustín (Mientras le dan la inyección): ¡La hora del Pollo Aterrador ha comenzado! 

Tancredo: ¡Viva! 

(Terminan de darle la inyección. Agustín cae de espaldas, muerto. Se escucha el ruido 

de una camioneta. Todos se miran.) 

FIN

POLLO ATERRADOR 1.- Un campo apacible. A lo ... - Obras de Teatro

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