Boletín de Cuaresma 2011 - Iglesia san Pedro

Ha llegado el momento en que no puedo
pregonar más mi Semana Santa y que tengo
que mirar al cielo, ¿cómo te nombro? ¿cómo
te llamo? Te llamo maestro, te llamo capataz,
o te llamo abuelo.
Antonio Barrera Florido, Catenda, capataz
de capataces maestro de maestros y mi abuelo.
Cuantas cosas no he escuchado de ti, tu
forma de llevar los pasos, tu trato con esos
hombres que buscaban un jornal, hombres,
que dependiendo de sus necesidades tú le
dabas más o menos faena, y que más tarde
procurabas que no se lo gastasen en vino. Y
después con esos niños que con todo el cariño
querían sacar a sus benditas imágenes a las calles
de Carmona, niños que demostraron con
sus actos, que puede más la devoción que la
fuerza, cuantas cosas no me hubiera gustado
decirte y contarte, acompañarte en tus noches
de ensayo, hablar contigo de mi Semana Santa
pero sobre todo aprender de ti.
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Cuaresma 2011
Como te envidio hermana, pues aunque
fueras pequeña él te llevo entre sus brazos, y
con todo el cariño del mundo te acercaba al
paso de su Virgen de los Dolores, para que
tus manos tocaran con fuerza el llamador de la
Reina de la judería. Fuiste la niña de sus ojos,
y agarrada de su mano te llevó a San Blas para
que desde pequeñita aprendieras a querer a su
Virgen como él la quería. Yo no tuve esa suerte
Mari Luz, por eso te envidio.
Fue un Lunes Santo, ante el Señor de la
Amargura, Carmona entera fue testigo de tu
último golpe de martillo, ante esos hombres
que tantas veces mandaste. Agarrado al faldón
y con lágrimas en los ojos se escapó un susurro
de tus labios “ya no te veo más”.
Como te confundiste abuelo, que ahora
le miras desde el cielo recordando esas largas
tardes de pasión, cuando ya la voz ronca y
quebrá te obligaba a alguna que otra parada
en “la Noria”.
Pero yo te he imaginado mil veces en una
plazuela pequeñita, preñada de azahar, presidida
por una iglesia con una torre bajita, porque
cuando el cielo está tan cerca no son precisas
grandes alturas, y el cielo está en la tierra cada
noche de Martes Santo. Y en esa plazuela sigo
escuchando tu voz, aquella que no llegué a oír
nunca y que sin embargo conozco, “vamos chavales,
vamos a meterla sin que roce ni tan siquiera un
varal”.
Pero Ella lo quiso así y te llamó a su lado
para que La sacaras a pasear por el cielo, ¿o
quizás no fue Ella quién te llamó? Quizás te
echaba en falta aquel joven costalero, aquel del
que heredé el nombre, y que subió a las trabajaderas
celestiales directamente desde las de la
Virgen de la Paciencia.
Mucho ha llovido abuelo desde aquella
Semana Santa de 1979 en la que entre lágri-
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