Arte en la Fundación - Fundación Lebensohn

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PoR LA PAZ
Arte en la
Fundación
El ciclo de exposiciones
que comenzó hace un
año convirtió a los
salones de la ex fábrica
Bagley en un faro para
la cultura en el Sur de
la Ciudad, un punto de
confluencia de nuevos
artistas y un público
que busca disfrutar de
las más diversas
expresiones culturales
Crónicas, de Darío Zana
Junio 2010
Año 7, nº 15. oCTUBRE 2010
Publicación de la Fundación Lebensohn
para la difusión de acciones y temas
vinculados a la promoción de la cultura,
fundamento de la tolerancia, el respeto, la
inclusión social y la convivencia pacífica
Galería de obras exhibidas en la sede de la Fundación
Convocatoria para los Premios Fundación Lebensohn 2011
Cuento: Los sedientos, de Nicolás Loss

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XLP Por La Paz
Edición N° 15. Octubre 2010
Propietario:
Fundación Lebensohn.
CUIT: 30-70848512-4
Presidente:
Abraham Manuel Lebensohn
Editor periodístico:
Fernando Rodríguez
Diseño original:
Javier Basile
Diagramación:
Fernando Rodríguez
Impresión:
Escuela Talleres Gráficos
Manchita
4208-4341
Copyright © 2010
Fundación Lebensohn
Todos los derechos reservados.
Fundación Lebensohn y
XLP Por la Paz
son marcas registradas
Editorial
Dr. Abraham M. Lebensohn,
presidente de la
Fundación Lebensohn
La Fun da ción Le ben sohn es una ins ti tu ción sin fi nes
de lu cro que se ha cons ti tui do con el ob je ti vo pri -
mor dial de opo ner se a to da for ma de vio len cia, lu char
con tra cualquier ac to de dis cri mi na ción, con tri buir al
bien co mún y me jo rar la ca li dad de vi da. Pa ra lo grar
esos ob je ti vos, pro po ne:
1. De sa rro llar ac ti vi da des y pro yec tos que se co rres -
pon dan con la mi sión y los prin ci pios de la Fun da ción.
2. Pro mo ver la com pren sión y el res pe to de las ideas,
creen cias y prác ti cas. Tra ba jar pa ra lo grar una ma yor
in te gra ción so cial, fo men tan do la in clu sión y es ti mu -
lan do la con cien cia social de las per so nas por la vía de
la co mu ni ca ción.
3. Ge ne rar un es pa cio de diá lo go y co no ci mien to acer -
ca de las di fe ren cias, lo que, cree mos, con tri bu ye a la
acep ta ción de la di ver si dad y el de sa rro llo de una con -
cien cia más to le ran te.
4. In for mar y di fun dir pro ble má ti cas re la cio na das con
la vio len cia, pa ra la pre ven ción de po si bles con flic tos.
5. Lle var a ca bo ac cio nes en el cam po de la edu ca -
ción, pues cree mos que la es cue la es un es pa cio for -
ma dor de con cien cias y el lugar desde donde pa ra pro -
yec tar un mun do de paz y sin vio len cia, al tiem po que
con si de ra mos que ni ños y ado les cen tes de ben asi mi -
lar los prin ci pios de la no vio len cia y la to le ran cia des -
de los más tem pra nos años de la vi da.
6. For ta le cer la co mu ni ca ción, he rra mien ta que debe
ser con si de ra da esen cial pa ra di fun dir es tos prin ci pios,
es pe cial men te en tre los jó ve nes, en quie nes es tá la
po si bi li dad de pro du cir cam bios a tra vés de la ge ne ra -
ción de nue vas ideas.
7. Promover la cultura y sus más diversas expresiones
como fundamento de la tolerancia, el respeto, la
inclusión social y la convivencia pacífica.
Para contactarse con la Fundación:
prensa@fundacionlebensohn.org.ar

Muestras en la Fundación
Bagley, de Diana Lebensohn
Obra gráfica Agosto 2010
Arte en el Sur
Desde octubre del año pasado se desarrolla en
forma permanente el ciclo de muestras artísticas en
la Fundación Lebensohn con el fin de promover la
cultura como fundamento del respeto, la tolerancia,
la convivencia pacífica y la inclusión social. Las
exposiciones en el reciclado edificio de la ex fábrica
Bagley, en el corazón de Barracas, convierten a la
sede institucional en un faro para el arte en el Sur de
la Ciudad, un lugar donde confluyen nuevos artistas
y un público ávido de disfrutar del arte.
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4 xlp Muestras en la Fundación
Detalle de Devórese un humano (o déjese devorar)
de Emiliano Aranguren y Martín Demaría Noviembre 2009
FERnAndo RodRigUEZ
La recuperación del viejo edificio de la histórica
fábrica Bagley, hoy convertido en el imponente complejo
de viviendas y oficinas Moca, en el corazón
del barrio porteño de Barracas, permitió a la Fundación
Lebensohn contar con su casa definitiva. Fue
natural el paso siguiente: aprovechar los grandes
salones existentes para que nuevos artistas cuenten
allí con un lugar donde exponer sus obras y
donde, además, el público tenga un espacio para
acceder a las más diversas creaciones. Así nació el
ciclo de muestras artísticas que ha transformado a
las instalaciones de la sede institucional en un verdadero
faro cultural en el Sur de la Ciudad.
Desde octubre del año pasado, pinturas, grabados,
dibujos, fotografías y obras de técnicas mixtas
vistieron del mejor modo las paredes del edificio situado
en General Hornos 238, a dos cuadras de la
terminal ferroviaria de Constitución. Se trata de trabajos
de 28 artistas que fueron seleccionados por
un jurado presidido por la artista Diana Lebensohn,
integrante del consejo directivo de la Fundación,
para exponer desde fines de 2009 y a lo largo de
2010 en la sede institucional.
Además de proponer un espacio de encuentro
entre artistas y el público, el ciclo promueve la cultura
como fundamento de la tolerancia, el respeto
por las ideas diversas, la inclusión social y la convivencia
pacífica, objetivos que guían la actividad y
actuación de la Fundación Lebensohn.
Cada uno de los ciclos involucra la exhibición simultánea
de los trabajos de dos o más artistas. Las
muestras comenzaron el 13 de octubre del año pasado.
Aquel día, la sede situada de cara a la autopista
9 de Julio Sur quedó abierta con las muestras Broñia,
una historia del Holocausto - Shoá, de Daniel Kuryj,
y Las noches, de Julián J. Rodríguez.
Kuryj, ingeniero civil y artista plástico, se valió de una
amplia combinación de recursos –palabras en tres
idiomas (ucraniano, alemán y español), dibujo arquitectónico
y representaciones gráficas– para compartir
la historia de vida de sus abuelos durante el Holocausto
en su Ucrania natal, un relato que impresionó
e influenció al autor desde niño y que lo llevó a dedicar
su obra a mostrar al mundo las perversas y
mortales consecuencias de las acciones del nazismo.
En Las Noches, el fotógrafo y artista marplatense
Julián J. Rodríguez compartió su visión de la noche
en una serie de fotografías de zonas urbanas y rurales
que resultan metáforas y representaciones de su
propio mundo interior. Así lo definió él: “Mi modo de
vivir la fotografía tiene más que ver con encontrarme
en los espejos ilusorios que brinda la realidad palpable,
visible y material”. Fotogalería de las obras, en
www.fundacionlebensohn.org.ar/ver/index.php?p=322.
Luego fue el turno de Circular en blanco, de María
Santi, y de Devórese un humano (o déjese devorar),
de Emiliano Aranguren y Martín Demaría. Santi expuso
pinturas de gran formato en las que los puntos
de partida son el color, la transparencia, el azar, la
chorreada, la luz, la rapidez que va formando imágenes.
Y en Devórese un humano (o déjese devorar),

Tríptico
de Tomás Otero Noviembre 2009
Aranguren y Demaría, dos jóvenes sociólogos, compartieron
una serie de relatos gráficos compuestos
por imágenes y textos que se acompañan y complementan
con la intención de abrir un espacio que sea
capaz de provocar un cambio social. El sitio web de
la Fundación exhibe imágenes de estos trabajos en
www.fundacionlebensohn.org.ar/ver/index.php?p=319.
El nuevo año. Finalizada la exhibición de aquellas
obras, a fines de 2009, el verano marcó un
paréntesis hasta marzo, cuando quedaron instalados
los trabajos de Sol Santarsiero (Ensayo
cordobés), Tomás Otero (Pinturas), Darío Beatriz
(Los indecibles y Las mascotas) y Mónica Fessel
(Vis-à-vis). El trabajo de Santarsiero propone el redescubrimiento
de parajes de Córdoba que dan a la
autora, tal como ella reconoce, una vital creatividad.
Fessel, en tanto, encaró en Vis-à-vis una serie de
autorretratos. Imágenes de algunas de estas obras,
en www.fundacionlebensohn.org.ar/ver/index.php?p=336.
En abril llegaron Busco, una colección fotográfica
del creativo publicitario Paco Savio en la que está
en juego la ausencia; grandes pinturas de claras reminiscencias
eróticas en Camino a Hamelin, del
artista plástico Cristian López Rey, y Todos esos
que me miran, de María Laura Donadini. En la página
web de la Fundación se publica una fotogalería
de las obras y de la inauguración de esta muestra:
www.fundacionlebensohn.org.ar/ver/index.php?p=352.
En el mes del Bicentenario de la Patria el arte
también estuvo presente en la sede de la Fundación.
Se expusieron los trabajos de Dante Saganías
(Hablemos de lo nuestro), Julieta Anaut (Ceremo-
nias de fragilidad) y Dina Kawer (Morfologías). Anaut
define sus imágenes intervenidas como
“elementos gestuales o simbólicos de una relación
con el entorno”, como “rituales de adoración". En las
pinturas de Kawer, en tanto, se evidencia la construcción
del espacio como un modelo irreal, simulado.
“Intento hacer convivir lenguajes opuestos en una
realidad única: la realidad de las formas”, explica la
artista. Saganías tuvo el gran gesto de guiar a los alumnos
de la Escuela Técnica Nº 4 “República del
Líbano”, de Barracas, en su visita a la muestra de
mayo, en la que su obra tuvo un espacio destacado.
El sitio web de la Fundación exhibe sus creaciones
en www.fundacionlebensohn.org.ar/ver/index.php?p=357.
Junio fue tiempo de los trabajos de tres nuevos
artistas: Que la vida te sostenga en la palma de la
mano, de Clarisa Grabowiecki, una obra que amalgama
el neoexpresionismo, la cultura pop y la
psicodelia; Crónicas, de Darío Zana, en el que sobresale
el fantástico retrato en óleo que ilustra la
portada de esta revista, y la serie fotográfica Excursiones,
de Maximiliano Stefanich. Las imágenes de
algunos de estos trabajos están disponibles en
www.fundacionlebensohn.org.ar/ver/index.php?p=362.
En julio la muestra se centró en las obras de Moira
Antonello, Silvia Estela Giménez y María Kusmuk.
En No me mires, Antonello propone nuevas visiones
a través de la deconstrucción de la fotografía. Kusmuk
explora en Fluidos la condición femenina en
hechos cotidianos: “El erotismo, la sexualidad, la
crianza y la lactancia... los sueños están implícitos
en toda su obra”, reseñó Diana Lebensohn, curado-
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Muestras en la Fundación
S/T, de Cecilia Cambas
Latente - Septiembre 2010
ra de las muestras. Giménez, en tanto, presentó su
colección de pinturas bajo el nombre De golpe no
veo nada. Hay imágenes de estos trabajos en
www.fundacionlebensohn.org.ar/ver/index.php?p=371.
En agosto la apuesta fue Obra gráfica, iniciativa
del fotógrafo Leiva y del grabador Leonardo Gotleyb
que aborda la temática de los espacios urbanos con
el objetivo de profundizar el cruce de disciplinas
artísticas. Expusieron Alejandro Montes de Oca
(fotógrafo – Argentina), Rodolfo Agüero (grabador –
Argentina), Diana Lebensohn (fotógrafa – Argentina),
Eva Jawerbaum (grabadora – Argentina), Gal
Oppido (fotógrafo – Brasil), Cris Rocha (grabadora –
Brasil), Geovanny Villegas (fotógrafo – Ecuador) y
Gary Gaspar Plaza Rodríguez (grabador – Ecuador).
Una selección de imágenes de Obra gráfica,
en www.fundacionlebensohn.org.ar/ver/index.php?p=366.
Septiembre, finalmente, fue tiempo de Latente, una
instalación conjunta de obras de Verónica
Kaplansky, Gaby Messuti y Cecilia Cambas que,
con distintas técnicas y características, evocan los
tres estados: agua, tierra y aire. También se exhibió
Geoabstracciones, de Cristina Hauk, y Abstracciones,
fotografías de Horacio Di Nunzio. Imágenes, en
www.fundacionlebensohn.org.ar/ver/index.php?p=367.
Entre el 19 de octubre y el 19 de noviembre estarán
expuestas las obras de Belén Romero Gunset,
David López y Estefanía Cortés Lepis. Y desde el
10 de diciembre hasta el 10 de enero de 2011, el
trabajo de Diego Perrota. Serán las últimas antes
del comienzo del ciclo 2011 de las muestras, que a
mediados de año tendrá un evento especial con la
entrega de los premios Fundación Lebensohn a las
obras que resulten seleccionadas.

No me mires, de Moira Antonello
Julio 2010
Diluvio, de Julieta Anaut
Ceremonias de Fragilidad Mayo 2010
Morfologías, de Dina Kawer
Mayo 2010
Sociedades codificadas, de Cristina Hauk
Septiembre 2010
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8 xlp Muestras en la Fundación
Broñia, de Daniel Kuryj Octubre 2009
Busco, de Paco Savio Abril 2010
Circular en blanco, de María Santi Nov. 2009
Los indecibles, de Darío Beatriz Marzo 2010
Que la vida te sostenga en la palma de
la mano, de Clarisa Grabowiecki Junio 2010

Las noches (colección), de Julián J. Rodríguez
Octubre / 2009
Burger Land, de Cristian López Rey
Abril 2010
Subaérea, de Verónica Kaplansky
Latente Septiembre 2010
Todos esos que me miran,
de María Laura Donadoni Abril 2010
Disparate verdadero, de Geovanny Villegas y
Gary Plaza Rodríguez (Grabado) Obra gráfica Agosto 2010
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10 xlp Muestras en la Fundación
Bagley, de Eva Jawerbaum
Grabado sobre foto de D. Lebensohn Agosto 2010
S/T, de Jorge Leiva
Obra gráfica - Agosto 2010
Luminarias, de Horacio Di Nunzio
Abstracciones Septiembre 2010
Vis-à-vis, de Mónica Fessel
Marzo 2010
Excursiones, de Maximiliano Stefanich
Junio 2010

Hablemos de lo nuestro,
de Dante Saganías Mayo 2010
Ensayo cordobés,
de Sol Santarsiero Marzo 2010
Los sueños del conejo,
de Gaby Messuti Septiembre 2010
Tetitas tiene el culo caliente,
de Silvia Giménez Julio 2010
Puerperum mediaticum,
de María Kusmuk Julio 2010
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Concurso artístico
FERnAndo RodRigUEZ
La puesta en marcha del ciclo de exposiciones
permanentes en la nueva sede de la Fundación
Lebensohn, en octubre del año pasado, impuso
un paréntesis en la realización de los Premios
Fundación Lebensohn, que después de cinco ediciones,
desde el primer certamen allá por 2004,
habían logrado un merecido renombre en los más
diversos ámbitos artísticos, algo que se verificaba,
año tras año, con el crecimiento sostenido en el
número de participantes.
Ahora que las muestras afianzaron su recorrido
hasta lograr que la sede institucional de la Fundación
encuentre un lugar en la grilla de espacios
dedicados a la promoción artística y se convierta
en un faro cultural en el postergado Sur de la Ciudad,
el presidente de la Fundación, Doctor
Abraham Manuel Lebensohn, decidió que ha llegado
el momento de renovar la convocatoria a
nuevos artistas para los premios.
Como en los últimos años, habrá dos categorías
en concurso: fotografías y cuentos breves. En ocasiones
anteriores, las obras debían abordar o
responder a temáticas específicas; así, se enfocó
la discriminación, la integración, la no violencia, la
defensa del hábitat. Esta vez, el marco temático
será más amplio, aunque, por supuesto, comprenderá
los fines institucionales de la fundación.
El leitmotiv será “Libres por la paz”. Esa libertad
remite, justamente, a las condiciones necesarias
“Libres por la paz”
Convocatoria para los premios
Fundación Lebensohn 2011
para poder desarrollar en paz la vida en sociedad.
Hay libertad cuando no hay discriminación, cuando
los derechos individuales se ejercitan en
armonía con los intereses comunitarios, cuando
hay solidaridad encaminada a la integración social,
cuando hay respeto hacia la diversidad y
predisposición hacia la resolución pacífica de las
diferencias y los conflictos interpersonales.
Este año, la Organización de Naciones Unidas
decidió que el Día Internacional de la Paz, que se
celebró el 21 de septiembre, debía ser, además,
una jornada de acción global por el cese del fuego
y la no violencia, en la certeza de que es la paz la
piedra basal de la libertad. De tal modo, el motivo
fundante de los Premios Fundación Lebensohn
2011 hace camino en esa dirección.
La convocatoria a los artistas se hará a mediados
de este mes. Las bases y condiciones para la
participación en los Premios Fundación Lebensohn
podrán ser consultadas en el (011) 5093-6750
o en prensa@fundacionlebensohn.org.ar.
Oportunamente, se comunicarán también los
nombres de los artistas y profesionales que integrarán
los jurados en ambas categorías, así como
las fechas de cierre de recepción de obras, de nominación,
de comunicación de los ganadores y de
entrega de premios, prevista para junio del año
próximo, con la exhibición de las obras seleccionadas
en los salones de la Fundación.
A continuación se reproducen un cuento y tres fotos
seleccionados en la última edición de los premios.

Guadalupe, nieve azul, de Mónica Rojas Hermanas Hoshino, de Vera Rosemberg Peluquería, de Gaby Messina
Mantuve mi mano encima del cubilete, y cerrando
los párpados, como jurando
inocencia sobre la Biblia, propuse que el
perdedor buscara agua en la celda de Rodas. Los
demás, que en ese instante me rodeaban con sus
rostros atentos, impregnadas sus camisetas en transpiración,
se negaron a arriesgarse. Entonces levanté
los cubiletes, y con un ademán mostré dónde estaba
el as; aplaudieron. Moví los ojos, ansioso, buscando
otra cosa para apostar. Señalé al niño en la distancia;
giraron sus cabezas para ubicarlo en el patio. Lo
vieron acariciar las alambradas bajo el sol radiante,
mendigando líquido sobre el espejismo vaporoso de
la tarde, y luego volvieron a prestarme atención.
Pasé la lengua por mis labios; les propuse que acertaran
la cantidad de días que duraría con vida.
El niño, como lo llamábamos, había llegado a la
prisión sin compañía. Apenas con nueve años, hacía
horas que recorría las galerías. Inspeccionaba con
sus ojos enormes los pasillos empolvados, las camas
herrumbradas, los baños inmundos, como
forzando el trajín para acostumbrarse rápido al encierro.
Postulamos que había sido apresado con su
padre, y que éste había muerto en la captura. Otros,
más pesimistas, opinaron que le habían cortado
la lengua, porque no hablaba con nadie. Ya al atardecer,
cuando la cárcel se transformó en un
comedor de luces anémicas y murmullos lánguidos,
lo vimos acurrucado en un rincón, dormido. Esa
misma noche soñé que un perro vagabundo se me
acercaba.
Pero abrí los ojos en la oscuridad.
Los sedientos
por Nicolás Loss
Creí que era por el olor; hacía meses que habían
desconectado las duchas. Sin embargo, era un ruido
lo que me había despertado. Una silueta
escalaba las cuchetas con habilidad de insecto, haciendo
chirriar débilmente los resortes. Me
descubrió, con los ojos inmersos en la penumbra,
y sin darme crédito continuó su periplo de mantis,
cuidándose de no pisar un pie, una mano, un plato
de aluminio. Como si estuviese atravesando un
campo minado, esquivaba los cuerpos entumecidos,
a la vez que iba sacudiendo en su oído las
cantimploras que alzaba. Si escuchaba un sonido
gorgojeante quitaba las tapas, bebía un trago raquítico,
y luego volvía a colocar sigilosamente los
recipientes en su lugar. Y si no lo hallaba seguía
de largo, siempre moviendo su rostro en atenta
inspección. Se me acercó, viéndome masticar mi
saliva empastada; me convidó un odre, como si
me estuviera tributando.
Comenzó a robar en las distracciones ajenas;
ocultó sus míseras pertenencias de la mirada de
los guardias. Con el mismo tacto con que robaba
a la noche pasaba desapercibido durante el día.
Estaba claro que alguien lo había criado para que
sobreviviese en la adversidad, porque parecía estar
entrenado en artilugios de conservación. Sin embargo,
desde la noche en que me acercó el odre
no habíamos vuelto a cruzarnos. De hecho, seguía
sin pronunciar palabra. Cuando aposté que era
mudo se acercó hasta la mesa donde estaban las
cartas, esperó a que colocara toda mi agua frente a
los muchachos, y lo primero que dijo fue que lo
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Premios Fundación Lebensohn
Cuentos
habían capturado con su padre por contrabandear
cuatrocientos litros.
“¡¿Dónde está?!”, gritó Rodas de inmediato, poniéndose
de pie en algún lugar cuando el rumor se
desparramó como un impulso eléctrico. “Díganme
dónde está el hombre de los cuatrocientos litros”.
Por completo alterado, el mastodonte fue empujando
a la multitud, haciendo espacio como si entrase en una
taberna, dejando una estela de vacío tras su espalda.
Lo encontró en una de las esquinas del patio, con un
autito sin chasis que hacía transitar entre los cardos.
Lo señaló, mientras los otros asentían, y con voz de
altoparlante lanzó una carcajada que espantó las aves.
“Pero…”, dijo, riendo hacia todas partes, “…pero…si
es un niño”. Y entonces se agachó, todavía
riendo, y desencajó los gestos fingiendo balbucearle a
un bebé. Luego le asestó una bofetada. “De ahora en
adelante”, le dijo, acercándole los dientes, “estás aquí
por contrabando de biberones”.
Yo estoy preso por traficar cuarenta; Rodas, por
algo más de doscientos. Allí afuera se mata y se muere
por el agua. Decir así, a la ligera, que te han
encerrado por cuatrocientos litros es desafiar la reputación
de los más curtidos. No por nada Rodas se
había ganado su apodo: era un coloso de heridas cicatrizadas,
caprichoso y consentido, cuyos contactos
exteriores compraban a los guardias como caramelos.
Su celda, la única que recibía sombra durante
todo el día, también se encontraba decorada con aquellos
objetos que dejaban huérfanos los muertos.
Sobre pieles espléndidas de animales extinguidos, recostado
en odres rechonchos a manera de
almohadones, era su costumbre fumar de un narguile
ajeno que burbujeaba fragante. A su alrededor,
decadentes y famélicos, un puñado de secuaces le ofrecían
toda clase de servicios a cambio de agua. “La
necesidad”, solía repetir, cada vez que algún sediento
se quedaba mirándolo detrás de los barrotes, “la
necesidad puede traicionar a la moral”. Entonces
hacía girar el cerrojo con su ramillete de llaves, y
quienes huían de la deshidratación ingresaban y se
despojaban de las vestiduras de la dignidad. El respeto
que se le tenía, así, no venía dado tanto por su
tamaño sino por el conocimiento de las vejaciones a
las que puede conducir la carestía.
Por el momento, lejos de asustarse, el niño tomó
la bofetada con estoicismo. Se mostró insuflado de
rebeldía y comenzó a dar muestras de buen humor.
Por las noches, cuando los hombres intentaban dormir
en el calor, de manera intempestiva imitaba el
llanto de un bebé, y las risas se multiplicaban entre
las camas. Al día siguiente pintaba las paredes con
tanta distraída inocencia que era imposible hacerlo
concordar con la criatura contestataria en la que se
estaba convirtiendo. Resistía las reacciones de Rodas,
recibiendo el impacto de sus reveses sin siquiera
mostrar un ápice de sensibilidad.
Hasta el mediodía en que se acercó al comedor.
“Toma”, le dije, acercándole el plato vacío que
me pedía. Le acaricié la cabeza; le estaban creciendo
los cabellos. Al atardecer, se puso a golpetear el recipiente
haciendo música junto con otros utensilios
que había recogido. El aluminio retumbaba; algunos
hombres jugaban a la pelota; limpió en secreto el
metal con puñados de arena.
Esa noche fue fresca; el cielo estaba cristalino.
Al reparo de la luna, que parecía fomentarle la libertad,
vi que su sombra se proyectaba azul. Iba por
las galerías, trepaba por las vigas husmeando rincones
insólitos y se estiraba en ágiles acrobacias. Luego
retornó a su colchón, inquieto, para volver a salir y
hurgar en los sitios donde había estado. Planeaba algo;
yo no terminaba de entender. Al rato regresó,
con un plato brillante, que dejó bajo mi cama. “¿Qué
haces?”, le pregunté. “Nada”, respondió, y empezó
a chillar imitando al bebé. Me envolví la cabeza con
las sábanas. Se escucharon risas.
Desperté, confundido con el bochorno de la multitud.
Rodas gritaba aferrado a los barrotes de su
celda, atrapado. Las llamas consumían sus preciadas
alfombras. Entre los pliegues de tapetes que se chamuscaban,
las llaves refulgían inalcanzables. No tuvo
más remedio que utilizar sus odres para apagar el
fuego; el suelo terminó transformado en un charco
humeante. Todavía no acababa de ponerme al tanto
cuando vi que los guardias descolgaban unos platos
de aluminio de las vigas. Con un mecanismo de reflejos,
el niño había llevado la radiación hasta su celda.
Pese a la provocación, el coloso no se perturbó.
Almorzó como siempre sus manjares exóticos, sentado
sobre lodo de cenizas, y recién luego de lamerse
los dedos subió tranquilo por las escalinatas. Conversó
con uno de los guardias, y retornó a dormir,
con una muda de mantas bajo el brazo. Sin tardan-

Los cuentos y fotos premiados pueden verse en http://www.fundacionlebensohn.org.ar/ver/index.php?p=256
za, un grupo de oficiales invadió las galerías, en una
inspección minuciosa; decomisaron todas las cantimploras,
que depositaron en su habitación. El
niño fue el primero en protestar con ímpetus de adulto,
mientras recorrían las cuchetas, levantando
colchones y destripando almohadas. Confiscaron
también nuestra literatura; estaba prohibida en la
penitenciaría. Cuando vieron que se ponía insistente
con los insultos, lo llevaron a la rastra y lo ataron en
la intemperie junto a todos aquellos a quienes les
faltaban los platos. Finalmente, hicieron una inmensa
hoguera con los libros, y sus hojas carbonizadas
ascendieron por el aire como mariposas negras.
Pasó la siesta recibiendo el influjo del sol despiadado,
desvariando de fiebre. Cuando lo soltaron,
ampollados sus muslos y con las muñecas pálidas
por las cuerdas, cayó víctima de una determinación
desbordada. Se acercó a mi colchón y entre un borbotón
de argumentos me propuso que matásemos al
gigante. “Ayunar sería menos peligroso que enfrentarlo”,
le expliqué. “Además, si el mundo se fue al
carajo por la barbarie y la negligencia, no tengo la
menor intención de reproducir el método”. Se quedó
cavilando mis palabras, con sus brazos apoyados sobre
el colchón. “Entonces, si no quieren matarlo,
ayunemos”, propuso, “pero no podemos pasarnos la
vida sin hacer nada”. Ante la mirada indiferente de
quien repartía las cartas, se encolerizó. “Qué les pasa,
cobardes”, nos reprochó, pateándonos los naipes;
el viento que pasaba por las letrinas trajo el ácido
concentrado de la orina. “¿No lo sienten?”, inquirió,
“si seguimos así se nos terminará secando algo más
que la lengua”. Nadie se molestó en hacerle caso; un
recluso había muerto bajo el sol por sus travesuras.
Él ayunó, de todas formas. A veces, para darse
ánimos, simplemente pasaba frente a la celda de
Rodas. Lo miraba con desprecio, inyectándole sus
pupilas insistentes, como un jaguar cautivo. El coloso
reía, reluciendo sus dientes de oro, y acariciaba
los odres mientras fumaba del narguile. “Cuando la
sed te supere me tocarás la puerta de la celda”, le
decía. El pequeño, decidido, interceptaba a los convictos
en los pasillos y les susurraba toda clase de
persuasiones, mientras su estómago chirriaba de
hambre. Por aquellos días, recuerdo que volví a apostar
que no duraría mucho tiempo con vida.
Cuando se enteró, lloró a escondidas.
Me quedé a su lado. A las pocas jornadas sin
probar bocado, apenas podía sostenerse en pie. Su
vientre se le había hundido; la piel de su espalda se
le encrespaba en un dominó de vértebras. Sus ojos
cansados, en expresión de férrea resolución, emanaban
un coraje limpio. Sentí admiración por su padre
ausente; lo imaginé impartiéndole valores en un
jardín de pinos; lo soñé instruyéndolo para que fuese
un líder en un planeta de polvo; soñé que los
cubiletes eran vasos de agua con dados de hielo.
Y desperté a la medianoche; la sed me consumía.
Me había agitado; el niño no estaba; ni respirando
sentía que existía mi garganta. Salí a buscar agua; el
corazón me palpitaba sin control; bocanadas involuntarias
me contraían el vientre. Revolví las
pertenencias del recluso fallecido; nadie había reclamado
su cantimplora. La encontré dentro de su
almohada; estaba casi vacía. Desenrosqué la tapa; mis
dedos tiritaban. A punto de dejar caer las gotas sobre
mi lengua, un hilo de remordimiento me hizo resistir;
recordé al pequeño; puse la tapa y corrí. Recorrí los
pasillos; me asomé entre las columnas; chisté en el
patio, en los baños, y no lo hallaba. Temí lo peor; aceleré
mis pasos. Estaba en la celda de Rodas.
Cruzó su índice en los labios para que hiciera silencio;
el gigante dormía. Tanto hambre había
padecido, que su pecho se había retraído lo suficiente
como para poder atravesar los barrotes. Le
hice señas de que saliera; corría peligro. Movió su
rostro indicando que no lo haría, y con determinación
tomó el narguile y lo elevó sobre su cabeza.
Me miró; lo miré agitando las manos para que se
detuviera.
Apuntó con el mentón a las llaves. Yo podría entrar
luego por la puerta y estrujarle el cuello al coloso
inconsciente.
Cerré los ojos, apretando los dientes.
Dudé; el filo que existe entre el impulso y el control
me laceró.
Y asentí.
Qué más puedo decir.
Que me juzguen los sedientos. ///
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