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Cartas Marruecas - Fragmentos Carta VI

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Es mozo que sabe de que color era el vestido que llevaba puesto el rey don Fernando cuando<br />

tom6 a Sevilla.<br />

Llegabamos ya cerca del cortijo, sin que el caballero me hubiese contestado a materia alguna<br />

de cuantas Ie toque. Mi natural sinceridad me llev6 a preguntarle c6mo Ie habian educado, y me<br />

respondi6: -A mi gusto, al de mi madre y al de mi abuelo, que era un senor muy anciano que me<br />

querfa como a las ninas de sus ojos. Muri6 de cerca de cien anos de edad. Habia sido capitan de<br />

Lanzas de Carlos II, en cuyo palacio se habia criado. Mi padre bien queria que yo estudiase, pero<br />

tuvo poca vida y autoridad para conseguirlo. Muri6 sin tener ei gusto de verme escribir. Ya me<br />

habia buscado un ayo, y la cosa iba de veras, cuando cierto accidentillo 10 descompuso todo.<br />

-lCuales [ueron sus primeras lecciones? -preguntele yo. -Ninguna -respondi6 el muchacho-;<br />

ya sabia yo leer un romance y tocar unas seguidillas; (,para que necesita mas un caballero? Mi<br />

d6mine bien quiso meterme en honduras, pero Ie rue muy mal y hubo de irle mucho peor. EI caso<br />

rue que habia yo concurrido con otros amigos a un encierro. Supolo, y vino tras mi a oponerse a<br />

mi voluntad. Lleg6 precisamente a tiempo que los vaqueros me andaban ensenando c6mo se<br />

toma la vara. No pudo traerle su desgracia a peor ocasi6n. A la segunda palabra que quiso hablar,<br />

Ie di un varazo tan [uerte en medio de la cabeza, que se la abrf en mas cascos que una naranja; y<br />

gracias a que me contuve, porque mi primer pensamiento fue ponerle una vara 10 mismo que a un<br />

toro de diez anos; pero, por primera vez, me contente con 10 dicho. Todos gritaban: jViva el<br />

senorito! Y hasta el tio Gregorio, que es hombre de pocas palabras, exclam6: -iLo ha hecho uzia<br />

como un angel del cielo!<br />

-lQuien es ese tio Gregorio? -preguntele, at6nito de que aprobase tal insolencia; y me<br />

respondi6: -EI tio Gregorio es un carnicero de la ciudad que suele acompanarnos a comer, [umar<br />

y jugar. jPoquito Ie queremos todos los caballeros de por aca! Con ocasi6n de irse mi primo<br />

Jaime Marfa a Granada y yo a Sevilla, hubimos de sacar la espada sobre quien 10 habia de llevar;<br />

y en esto hubiera parado la cosa, si en aquel tiempo mismo no Ie hubiera prendido la justicia por<br />

no se que punaladillas que dio en la feria y otras frioleras semejantes, que todo ella se compuso<br />

al mes de carcel.<br />

Dandome cuenta del caracter del tio Gregorio y otros iguales personajes, llegamos al cortijo.<br />

Presentome a los que alii se hallaban, que eran amigos 0 parientes suyos de la misma edad, clase<br />

y crianza; se habian juntado para ir a una cacerfa; y esperando la hora competente, pasaban la<br />

noche jugando, cenando, cantando y hablando; para todo 10 cual se hallaban muy bien provistos,<br />

porque habian concurrido algunas gitanas con sus venerables padres, dignos esposos y preciosos<br />

hijos. Alli tuve la dicha de conocer al senor tio Gregorio. A su voz ronca y hueca, patilla larga,<br />

vientre redondo, modales asperas, frecuentes juramentos y trato familiar, se distinguia entre<br />

todos. Su oficio era hacer cigarros, dandolos ya encendidos de su boca a los cabaHeritos, atizar<br />

los velones, decir el nombre y merito de cada gitana, Uevar el compas con las palmas de las<br />

manos cuando bailaba alguno de sus mas apasionados protectores, y brindar a sus saludes con<br />

medios cantaros de vino. Conociendo que venia cansado, me hicieron cenar luego y me llevaron<br />

a un cuarto algo apartado para dorrnir, destinando un mozo del cortijo que me lIamase y<br />

condujese al camino. Contarte los dichos y hechos de aquella academia fuera imposible, 0 tal vez<br />

indecente; s610 dire que el humo de los cigarros, los gritos y palmadas del tio Gregorio, la bulla<br />

de todas las voces, el ruido de las castanuelas, 10 destemplado de la guitarra, el chillido de las

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