Paracelso: textos seleccionados
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© Enrique Soto. De la ser ie Vitrinas, Br ujas, 2003.<br />
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Pero no todo esto ocurre solo cuando él lo quiere;<br />
de lo contrario no hay semilla en él... Con la mujer no<br />
ocurre de distinta manera. Cuando ve un hombre,<br />
significa para ella el objeto, y su imaginación empieza a<br />
girar en torno a él. Esto lo hace ella con la capacidad que<br />
Dios le ha dado... Está en su mano sentir deseo o no.<br />
Si cede a él, brotará en ella la semilla; si no lo hace, no<br />
habrá en ella semilla ni placer. Así que Dios ha confiado<br />
la semilla a la libre decisión del hombre, y la decisión<br />
depende por entero de su voluntad. Puede hacer lo que<br />
quiera. Y como existe esta libre decisión, es de ambos,<br />
del hombre y de la mujer. Como determinen por su<br />
voluntad, así ocurrirá. Así es el nacimiento de la semilla.<br />
Como el hombre procede del Gran Mundo y está<br />
indisolublemente unido a él, así la mujer ha sido creada<br />
del hombre, y tampoco puede abandonarle. Porque si<br />
nuestra señora Eva hubiera sido formada de otro modo<br />
que del cuerpo del hombre, nunca hubiera surgido de<br />
los dos el deseo. Pero como son una misma carne y una<br />
misma sangre, de ello se desprende que no se puedan<br />
separar el uno del otro.<br />
P aracelso<br />
INSTINTo y amor<br />
Igual que hay amor entre las bestias, que se aparean<br />
pareja por pareja, hembra y macho, así también entre<br />
los hombres existe tal amor de naturaleza animal, y es<br />
una herencia el animal. De esta herencia no podemos<br />
conseguir otra cosa que ganancia, utilidad y amor<br />
animal; y este amor es perecedero, inconsistente, y<br />
solo sirve para la razón y las aspiraciones del hombre<br />
dominado por los instintos. No conoce objetivos<br />
más altos. Es él que convoca que los hombres sean<br />
amables u hostiles, buenos o malos entre sí, igual que<br />
los animales son rencorosos e iracundos, envidiosos<br />
y hostiles entre sí. Igual que los sapos y las serpientes<br />
se comportan siempre conforme a su naturaleza, así<br />
también los hombres. Y como se odian el perro y el<br />
gato, así también los países se enfrentan entre sí. Todo<br />
esto proviene de la esencia animal. Cuando los perros<br />
se ladran, se muerden, ello es por envidia, por codicia,<br />
porque cada uno quiere tenerlo todo para sí quiere<br />
comérselo todo él y no dejar nada para el otro; esta es la<br />
manera de las bestias. En esto el hombre es hijo de los<br />
perros. También él carga con envidia e infidelidad, con<br />
un carácter ardiente, y el uno no conoce de nada al otro.<br />
Como los perros se muerden por una perra, así también<br />
la rivalidad humana es de naturaleza canina. Porque<br />
tal modo de actuar se halla también en los animales, y<br />
como en ellos, así es en los hombres.<br />
Cuando se unan un hombre y una mujer que se<br />
pertenecen y han sido creados el uno para el otro, no<br />
habrá adulterio, porque en su estructura forman una<br />
esencia que no puede romperse.<br />
Pero si estos no se unen, no habrá amor resistente,<br />
sino que ondeará como la caña al viento. Cuando un<br />
hombre galantea con muchas mujeres, es que no tiene<br />
una auténtica esposa que le complete, igual que la mujer<br />
que galantea con otros hombres no tiene tampoco el<br />
hombre adecuado. Pero Dios creó a cada hombre con<br />
su instinto para que no tenga por qué ser adúltero. Por<br />
eso para aquellos que están hechos uno para el otro<br />
reza el mandamiento de preservar el matrimonio como<br />
si se pertenecieran. Porque hay dos matrimonios: aquel<br />
que Dios ha dispuesto, y aquel que el hombre se dispone<br />
a sí mismo. Los primeros se atienen voluntariamente al<br />
mandamiento, los otros no; se ven forzados por él.