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Paracelso: textos seleccionados

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© Enrique Soto. De la serie Maniquíes,Madrid, 2002.<br />

SobrE EL maTrImoNIo<br />

La castidad otorga un corazón puro y la capacidad de<br />

aprender las cosas de Dios. Dios mismo, que ordenó<br />

hacerlo así, dio a los hombres la castidad. Pero si uno no<br />

puede ser dueño de sí mismo es mejor que no esté solo.<br />

Imaginemos que solo hubiera cien hombres, pero<br />

mil mujeres en el mundo, y que cada mujer quisiera<br />

un hombre y no quisiera privarse del suyo. Pero solo<br />

hay cien hombres, y solo cien mujeres resultarán tan<br />

pesadas a los hombres que de ello naciera el adul-<br />

terio... ¿No sería mejor dar a un hombre diez mujeres<br />

como esposas y no solo una, con lo que las otras nueve<br />

se convertirían en rameras? Porque Dios ha mandado<br />

observar el matrimonio, pero no le ha puesto cifra, ni<br />

alta ni baja; Él ha ordenado: ¡respetarás el matrimonio y<br />

no lo quebrantarás!<br />

Pero ocurre que Dios ha creado desde siempre<br />

muchas más mujeres que hombres, y hace que la<br />

muerte se dé más fácilmente entre los hombres que<br />

entre las mujeres y siempre hace que sobrevivan las<br />

mujeres y no los hombres. Por eso sería razonable que<br />

en el matrimonio no tres hombres tuvieran una mujer,<br />

pero sí tres mujeres un hombre, para que no se abriera<br />

puerta alguna a la prostitución. Y si hay tal exceso de<br />

mujeres ordénese dentro del matrimonio, para hacer<br />

así justicia al sentido del mandato divino... Si no se hace<br />

con una mujer, hágase con dos, mientras lo requiere el<br />

exceso. Y esto se puede hacer de manera justa, y no en<br />

disputa partidaria; sino obrando con los demás como<br />

quisieras que obraran contigo... ¿Para qué pues dictar<br />

normas sobre costumbres, virtudes, castidad y simi-<br />

lares? Nadie más que Dios puede dar mandamientos<br />

permanentes e irrevocables. Porque las leyes humanas<br />

han de adaptarse a las necesidades de los tiempos y<br />

ser revocadas consecuentemente, y se puedan poner<br />

otras en su lugar.<br />

hombrE, mujEr, muNdo<br />

El hombre es el Pequeño Mundo, la mujer en cambio...<br />

el Mundo Mínimo, y es por tanto distinta del hombre.<br />

Tiene otra anatomía, otra teoría, otras claves y causas,<br />

otras escalas y preocupaciones... Porque el mundo es y<br />

fue la primera criatura, el hombre la segunda y la mujer<br />

la tercera. Así también el Cosmos es el Mundo Má ximo,<br />

el mundo del hombre y el segundo en magnitud y el<br />

de la mujer el Mínimo y más pequeño. Y cada uno de<br />

ellos tiene su propia “Filosofía” y “Arte”: el Cosmos, el<br />

hombre y la mujer. En el mundo, como en el hombre y en<br />

la mujer, roe el diente del tiempo, y en su fugacidad las<br />

tres criaturas poseen a pesar de su diferencia la misma<br />

Filosofía, Astronomía y teoría. También lo que produce<br />

es perecedero, y en eso no se diferencian. Pero la forma<br />

trata de otra forma y modo, también resulta de ello otra<br />

configuración... Aunque estos tres dominios están<br />

separados entre sí, están soportados por el mismo<br />

espíritu... porque este los comprende en sí a todos.<br />

© Enrique Soto. De la ser ie Vitrinas, Br ujas, 2003<br />

<strong>Paracelso</strong>: Textos selecionados<br />

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