ARTURO PÉREZ-REVERTE Y «LA ESPAÑA QUE PUDO SER» P8 ...
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vDV<br />
28.02.09<br />
Perdida en<br />
el espejo<br />
Esther Chumillas sólo identifica<br />
con normalidad letras y números. Las<br />
personas, los paisajes... los ve a trozos<br />
por una rara enfermedad sin cura. Sólo<br />
se conocen ocho casos en el mundoi<br />
PEPE BLANCO,<br />
EL HOMBRE <strong>QUE</strong> VA<br />
DOS AÑOS POR<br />
DELANTE P6<br />
<strong>ARTURO</strong><br />
<strong>PÉREZ</strong>-<strong>REVERTE</strong><br />
Y <strong>«LA</strong> <strong>ESPAÑA</strong><br />
<strong>QUE</strong> <strong>PUDO</strong> <strong>SER»</strong> <strong>P8</strong><br />
XXX<br />
XXX<br />
XXX<br />
XXX Px<br />
Cuando se mira, esta maestra de Cuenca se ve a trozos, pero nunca el rostro en su conjunto. Con el tiempo y mucho esfuerzo ha aprendido a reconocerse. :: JOSÉ RAMÓN LADRA
02 V<br />
«A mi padre<br />
sólo le<br />
reconozco<br />
por sus ojos»<br />
Ésta es una lección de<br />
superación. Esther identifica<br />
a la gente por rasgos como la<br />
nariz o la melena, la comida<br />
por el color y el portal de su<br />
casa por el número. Aun así<br />
da clases en un colegio de<br />
Cuenca. Padece agnosia visual,<br />
una de las 7.000 enfermedades<br />
raras que sufren 3 millones de<br />
españoles<br />
:: ZURIÑE ORTIZ DE LATIERRO<br />
Esther Chumillas<br />
pasea por el casco<br />
histórico de Cuenca.<br />
El bastón lo deja en<br />
casa cuando va al<br />
instituto «para no<br />
asustar».<br />
:: JOSÉ RAMÓN LADRA<br />
Domingo 28.02.10<br />
EL DIARIO VASCO
Domingo 28.02.10<br />
EL DIARIO VASCO V 03<br />
¿Eso es una ceja, la gafa o el ojo?<br />
Cuando despertó de una meningitis<br />
letal se miró al espejo. Buscó su<br />
frente, la boca, las orejas... Nada.<br />
No reconocía a la aterrada adolescente<br />
de 13 años que la atravesaba<br />
desde lo más profundo del cristal con la mirada<br />
retorcida de ansiedad. La vista la tenía<br />
bien, pero fallaba algo dentro. Los rasgos de<br />
sus padres, pegados durante dos meses a la<br />
cama del hospital donde resucitó –la dieron<br />
por muerta dos veces– también se enredaban<br />
y diluían en su cerebro. «No identificaba<br />
a nadie, veía sólo trozos de cosas». Imposible<br />
formar el conjunto. No lo conseguirá jamás.<br />
Esther Chumillas padece agnosia visual,<br />
una increíble enfermedad sin tratamiento<br />
que le impide reconocer su casa si no es por<br />
el número del portal, orientarse por los pasillos<br />
del instituto –la acompañan sus alumnos–<br />
o elegir la ropa que se pone cada mañana.<br />
«Hablo con mi madre todas las noches y<br />
me dice el modelo. Me debe recordar los cajones<br />
donde yo guardo las camisetas o los pantalones.<br />
Yo sola cuido y mantengo mi hogar»,<br />
presume esta profesora de Cuenca.<br />
–Es complicado entender su infierno. ¿Cómo<br />
me ve a mí?<br />
–Identifico una melena. Sólo veo lo más llamativo<br />
de cada persona. A mi padre lo conozco<br />
por sus ojos. Nada más.<br />
–¿Me recordará mañana?<br />
–Por su voz y su pelo, quizás...<br />
Hasta los 16 años, hoy tiene<br />
diez más, los médicos no<br />
acertaron con el diagnóstico.<br />
Le explicaron entonces por<br />
qué no identifica objetos, calles<br />
o paisajes, pese a verlos<br />
con claridad, y en cambio<br />
puede leer letras y números<br />
y distinguir los colores con<br />
total normalidad. La meningitis<br />
había atacado su lóbulo<br />
occipital, el encargado de<br />
descifrar los impulsos eléctricos<br />
que le manda el nervio<br />
óptico, interpretarlos y mostrar<br />
la imagen.<br />
Apenas se conocen ocho<br />
casos como el suyo en el<br />
mundo. «La información no<br />
se procesa correctamente,<br />
pero no sabemos exactamente<br />
lo que ocurre», admite el<br />
neurólogo Fernando Montón,<br />
que hace tiempo trató a<br />
un paciente con una patología<br />
similar.<br />
Angustia escuchar lo sola<br />
que se siente esta profesora,<br />
sentir algunas miradas adolescentes<br />
asomadas a la mofa en<br />
la escuela o comprobar que no<br />
tiene ni idea de cómo ha colocado<br />
la legión de loros, gatos y<br />
tortugas de madera o piedra que abigarran su<br />
piso. «Yo sé que tengo tres habitaciones,<br />
pero no me pidas que te diga dónde están las<br />
cosas». Cocina, sí, gracias a un robot que le<br />
habla. No es lo más difícil, si mantiene un estricto<br />
orden. «Lo peor es encontrar a alguien<br />
para viajar. Es lo que más me gusta y no puedo<br />
ir sola. Cuando llega un puente no paro de<br />
llorar». Alguna que otra vez un compañero<br />
del instituto le ha animado a viajar a lugares<br />
como Berlín. Entonces, Esther se hincha a<br />
sacar fotos para intentar disfrutar en casa de<br />
la Puerta de Brandenburgo. «Las pongo sobre<br />
la mesa e intento recordar... pero no consigo<br />
nada, nada. No sé lo que veo».<br />
Una historia de superación formidable la<br />
de esta profesora de Cuenca que ganó la oposición<br />
de pedagoga terapéutica –educadora<br />
de chavales con problemas– pese a tener declarado<br />
un 85% de minusvalía. Vamos, que<br />
podría estar en casa cobrando la pensión y<br />
con una persona de apoyo. Pero ha luchado<br />
demasiado para quedarse sentada en el sofá.<br />
De cría, el orientador de su colegio «hizo<br />
todo lo posible para que no estudiara bachillerato.<br />
Me decía que no iba a poder, que lo<br />
único que hacía era gastar el dinero público».<br />
Todo esto en cuarto de la ESO. Dos cursos antes<br />
había sido una de las mejores alumnas,<br />
con el expediente repleto de sobresalientes.<br />
Cuando volvió a clase, tras los dos meses de<br />
hospital, le catearon sólo en gimnasia.<br />
«Me decían que estaba paranoica»<br />
Cumplió los 14, llegaron los 15, y seguía sin<br />
reconocerse en el espejo. Tampoco a sus amigos.<br />
Su aturdida cabeza empezó a pelearse<br />
con la física y la química, mientras confundía<br />
el tenedor con la cuchara o se calzaba los<br />
guantes en los pies. «Cinco agujeros, cinco<br />
dedos. No distinguía nada». En la discoteca,<br />
«las luces me hacían daño». Tampoco podía<br />
beber alcohol por la epilepsia, otra secuela de<br />
la maldita meningitis. De postre, se corrió el<br />
bulo en el colegio de que el herpes de su nuca<br />
«era un hongo muy contagioso y me quedé<br />
sola. Los profesores veían<br />
que iba bien en matemáticas<br />
o lengua, pero que no<br />
reconocía las obras arte y<br />
me decían que era una paranoia<br />
mía. Me refugié en<br />
casa con los libros, pero<br />
quería hacer vida como el<br />
resto de mis compañeros».<br />
No se rindió. Superó la<br />
selectividad con un 8,2 y<br />
un estimulador –una pila<br />
de unos 6 centímetros de<br />
diámetro y dos de grosor<br />
que absorbe el exceso de<br />
electricidad provocado por<br />
la epilepsia– incrustado en<br />
el escote, debajo de la piel.<br />
Así que nada de escotes bañera<br />
o tirantes en el verano<br />
conquense. Fue entonces<br />
cuando la doctora<br />
Fournier, del madrileño<br />
hospital Niño Jesús, le<br />
mostró «la parte de mi cerebro<br />
que está muerta. Ella<br />
nos descubrió y confirmó<br />
la agnosia visual y vi que<br />
era irreversible».<br />
En la ONCE de Madrid<br />
le hicieron caso. Entendieron<br />
mis limitaciones verdaderas<br />
pese a no tener<br />
ninguna huella de ellas en<br />
mi físico». Pero hasta los ciegos se orientan<br />
mejor que Esther. «Yo no tropiezo en las aceras,<br />
pero ellos saben por dónde van y yo no.<br />
En el metro de Madrid no tengo problemas.<br />
Todas las paradas están señaladas. Lo malo es<br />
que al salir me equivoco de andén».<br />
–¿No lo ha intentado con un GPS?<br />
–Sí, pero no afinan para peatones. Me quedo<br />
sin cobertura o me guían por las rotondas.<br />
¿Te imaginas?<br />
Aún le queda una pizca de humor a esta<br />
chica que iba para filóloga, a poder ser con título<br />
de Salamanca. Se tuvo que conformar<br />
con la diplomatura en Pedagogía ><br />
La profesora<br />
«Me ponía los<br />
guantes en los<br />
pies. 5 agujeros, 5<br />
dedos»<br />
La directora<br />
«Tiene la<br />
tranquilidad de<br />
decirnos ‘¡me he<br />
perdido!’ y nos<br />
reímos con ella»<br />
Los alumnos<br />
«No le hacemos<br />
pifias. Es buena y<br />
le ayudamos por<br />
los pasillos»
04 V<br />
><br />
PERDIDA EN EL ESPEJO<br />
En clase, rodeada de sus alumnos, se encuentra en su salsa. Cuentas, lectura, historia. Les explica de todo menos geometría. :: JOSÉ RAMÓN LADRA<br />
Terapéutica de Cuenca ante la necesidad<br />
de tener siempre a alguien a su<br />
lado. Claro que para una persona que diferencia<br />
un coche de un contenedor de basura<br />
sólo por la matrícula –«me salvan los números»–<br />
o que nunca sabe por qué calle camina<br />
parece una odisea haber obtenido el<br />
título y la oposición con plaza en...Motilla<br />
del Palancar, a 70 kilómetros de casa.<br />
Se alojó en casa de una tía. En cuanto el<br />
alcalde de este pueblo manchego de 3.000<br />
habitantes se enteró de lo especial que era<br />
su nueva maestra, le envió a la Guardia Civil<br />
por si necesitaba algo. «Lo hizo de buena<br />
fe, porque tiene una hija también enferma.<br />
Pero por poco me da algo cuando vi el<br />
despliegue, con sirenas y todo».<br />
Pavor a los adolescentes<br />
Tres colegios después, logró por fin un<br />
hueco en el instituto público Alfonso VIII,<br />
junto a la plaza de toros de Cuenca. 800<br />
adolescentes desatados por los pasillos.<br />
«Les tenía muchísimo miedo, temía que<br />
me hicieran pifias. Pero necesitan cariño,<br />
como yo. El cariño que me dan es mi válvula<br />
de escape. Me siento útil y valoran<br />
mi trabajo».<br />
–¿Es diferente vuestra ‘profe’?<br />
–Puesss sííí... Es más maja y más tranquila<br />
que el resto.<br />
–Pero no os ve bien la cara. Aunque os conoce<br />
del curso pasado y sois pocos os puede<br />
confundir. ¿No os entran tentaciones?<br />
–¡Joeee! Ella nos ayuda en todo y nosotros a<br />
ella. Ésta es buena. Se pierde por los pasillos,<br />
pero nosotros la ayudamos. La llevamos a<br />
donde quiera.<br />
Hablan Dalila, Daiana, Ana, Felipe y Samuel.<br />
Tienen entre 13 y 15 años, pero aún<br />
no han despejado ninguna ‘x’ ni se han<br />
enfrentado a los ‘phrasal verbs’. Esther les<br />
ayuda con las cuentas básicas, con la comprensión<br />
oral...Les habla y explica como la<br />
madre que algunos de ellos no tienen en<br />
casa. La clase está en la planta baja, muy<br />
cerca de la puerta de entrada. Es la única<br />
que tiene letrero: ‘Aula de apoyo’. Otra<br />
cosa es llegar a la sala de profesores, justo<br />
en el piso de arriba. Esther sube las escaleras,<br />
gira a la cabeza varias veces –también<br />
padece visión tubular, sus ojos sólo abarcan<br />
un ángulo de 5 grados frente a los 180 del<br />
resto, otra secuela de la meningitis– y busca<br />
«cosas rojas. Las sillas son de ese color».<br />
Cuando la puerta, sin ningún número ni<br />
letra, está cerrada, se guía por el ruido.<br />
«Dentro casi siempre hay barullo».<br />
Por los pasillos se cruza, insegura, con decenas<br />
de chavales adornados como en cualquier<br />
otra escuela de España. Ellos, con vaqueros<br />
tres tallas más grandes y el pelo largo<br />
para tapar el acné. Ellas, muy pintadas y<br />
prietas. Esther se relaja cuando se topa con<br />
la directora. «Son ya dos cursos, y he memorizado<br />
los rasgos más sobresalientes de algunas<br />
personas». Franca, Mari Carmen Palomares<br />
recuerda el primer día de la profesora<br />
Chumillas. «Me dijo que necesitaba una colchoneta<br />
por si le daba un ataque epiléptico.<br />
Entre eso y lo de su visión no sabía cómo iba<br />
a acabar todo. Pero ha ido bien. Ella ha pedido<br />
la renovación. Tiene la tranquilidad de<br />
decirnos ‘¡me he perdido!’ y nos reímos. A<br />
veces nos olvidamos de sus dificultades».<br />
En la puerta del centro le espera su salvavidas,<br />
José Chumillas, un hombre jovial<br />
de inolvidable mirada azul que, con una<br />
sonrisa que su hija no verá jamás, la trae y<br />
lleva a diario.<br />
Después de una jornada en tinieblas,<br />
oculta en la lluvia, Cuenca resurge de nuevo<br />
bajo el sol y disfruta de ese tipo de mañana<br />
espectacular que se asocia a La Mancha<br />
en invierno. La ciudad encogida por el<br />
agua parece agrandarse a la luz matinal y<br />
José, incansable, vuelve a sonreír. Esther se<br />
lo piensa ¿o mira? dos veces antes de atinar<br />
con la puerta del coche. Luego, come como<br />
muchos días en casa de sus padres. Un taxi<br />
le acerca después a la universidad donde estudia<br />
cuarto de Psicopedagogía. A la noche,<br />
sola en su piso –a menos de 300 metros del<br />
de su familia–, se mira en el espejo y empieza<br />
a reconocer por partes su melena capeada,<br />
sus ojos sin maquillar, su boca triste.<br />
«Sí, ya he aprendido que esa soy yo. No me<br />
veo como el resto, pero con el tiempo voy<br />
grabando cosas en mi cabeza y ya no me<br />
confundo tanto». En 13 años ha avanzado<br />
algo, pero sigue sin poder darse un brochazo<br />
de colorete y mucho menos peinarse las<br />
pestañas con rímel.<br />
Para intentar entrar en su cabeza es bueno<br />
hacer ejercicios mentales, como plantarse<br />
frente a un espejo enorme de esos que<br />
hay en los campings, donde diez o veinte<br />
personas se asean a la vez. Imagine que no se<br />
encuentra. A Esther le pasó de vacaciones<br />
con su familia. «Yo miraba, miraba y nada.<br />
No me identificaba. Empecé a gesticular<br />
mucho y por fin vi algo parecido a unos bra-<br />
Trabaja de ocho a dos y media. Por la<br />
tarde, estudia en la universidad.<br />
La extraordinaria historia<br />
de Esther protagonizó la<br />
película póstuma de<br />
Joaquín Jordá<br />
Domingo 28.02.10<br />
EL DIARIO VASCO<br />
zos que se movían. Era yo».<br />
Más ejemplos. El oso enorme de peluche<br />
que preside su cama son para ella «dos redondos<br />
grandes». Los interruptores de las<br />
habitaciones, «un recuadro de luz». Los alimentos<br />
de la nevera, «objetos que los distingo<br />
por el color y la balda donde están ordenados.<br />
Mis padres controlan si algún producto<br />
se ha pasado». La compra toca los sábados.<br />
Ella hace la lista. Ellos llenan el carro.<br />
«Somos raros, pero no nos aparten»<br />
Esther nos abre su inquietante mundo porque<br />
quiere que la gente sepa «que nos pasan<br />
cosas muy raras, pero no nos aparten por favor».<br />
Quizás una de las personas que mejor la<br />
ha entendido es el fallecido realizador Joaquín<br />
Jordá. Como ella, el cineasta superó un<br />
coma profundo que le dejó de secuela una<br />
agnosia de otro tipo, justo el negativo de la<br />
de nuestra profesora: él podía codificar objetos<br />
y lugares, pero era incapaz de leer signos.<br />
Conoció el caso de Esther y filmó con ella su<br />
película póstuma, ‘Más allá del espejo’. Poco<br />
después murió y le concedieron el premio<br />
nacional de cinematografía en la 54ª edición<br />
del Festival de Cine de San Sebastián.<br />
Esther recuerda con algo más que gratitud<br />
a Joaquín. A él no le tenía que explicar nada.<br />
«Fue formidable trabajar con todo el equipo».<br />
Pero la excitación del rodaje y de la promoción<br />
pasó. Ella ha vuelto a ser la mujer<br />
austera, discreta y amable de siempre. Como<br />
la gente de Cuenca, que lo mismo acompaña<br />
a la visitante hasta el hotel cuando pregunta<br />
por su dirección, que se explaya, en mitad de<br />
un aguacero, con la ruta más sugerente por la<br />
hoz del Huécar para admirar sus Casas Colgadas.<br />
A Esther le encantan, pero mucho más<br />
escaparse a Madrid. A finales de año el AVE se<br />
lo pondrá a 45 minutos. La profesora más<br />
querida del Alfonso VIII cogerá entonces su<br />
bastón –«al instituto no lo llevo para evitar<br />
que me miren aún más raro»–, saldrá de su<br />
piso y girará a la izquierda para abrir la puerta<br />
del portal que está siempre cerrada. Da a la<br />
calle donde le espera su padre. La del lado<br />
opuesto conduce a una vía trasera. «Menos<br />
mal que esa puerta sigue rota y abierta, si no<br />
me confundiría y me perdería del todo. No<br />
podría salir de mi casa».