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¿CUÁL?<br />
el mercado internacional no superan los 100<br />
dólares. Incluso hay más baratos. Cargarle<br />
textos es simple. Y gratuito. Hay miles de<br />
clásicos al alcance de un doble click en cualquier<br />
foro de literatura digital. En un rato, supongamos<br />
15 minutos, -los archivos pesan<br />
dos megabytes como máximo- se pueden<br />
descargar bibliotecas completas. Es decir, por<br />
esa única virtud, los 100 dólares que cuesta el<br />
aparato se amortizan solos.<br />
Pero hay un escenario más interesante todavía,<br />
determinado por el factor tiempo y relacionado<br />
con la posibilidad de dar a conocer un<br />
texto literario, científico, académico o lo que<br />
pito catalán sea. En tiempos donde realizar<br />
un análisis se convierte en una actividad<br />
riesgosa -el fantasma de la desactualización<br />
acecha detrás de cada palabra impresa- la<br />
posibilidad de llegar de inmediato a cualquier<br />
lugar del mundo con un formato cómodo de<br />
lectura es un punto a favor muy grande, alienta<br />
la producción intelectual y consolida una<br />
nueva herramienta -accesible y universal-<br />
para distribuir y archivar contenidos, miles de<br />
contenidos: cualquier libro electrónico guarda<br />
como mínimo dos mil volúmenes.<br />
Otro inciso a tener en cuenta es la posibilidad<br />
de conseguir títulos descatalogados, obras<br />
perdidas en el tiempo que por olvido, falta de<br />
pericia o por ser firmes candidatas al fracaso<br />
editorial nunca volvieron a ocupar un estante<br />
en las librerías. El ejemplo más evidente es<br />
el servicio Google Books, donde hay cerca de<br />
siete millones de libros a disposición de cualquiera<br />
que quiera descargarlos. Son textos<br />
con los derechos de autoría caducos, que si no<br />
fuera por la paciencia de un equipo de especialistas<br />
que dedicó horas y horas a escanear estarían<br />
encerrados en bibliotecas, masticados<br />
por el polvo y la soledad.<br />
Las críticas más ruidosas que azotan al libro<br />
electrónico están, obviamente, diseñadas por<br />
la lógica de mercado, una lógica que está haciendo<br />
sus últimos esfuerzos por no tropezar<br />
con nuevas lógicas acordes al siglo XXI. Es<br />
cuestión de leer suplementos culturales o de<br />
navegar un rato, la web estalla de condenas<br />
gravísimas al hecho de la pantallita y a la<br />
liviandad de las obras que circulan. ¿Acaso el<br />
Quijote en un libro electrónico no es el Quijote?<br />
¿Acaso la calidad de un texto está definida por<br />
la elegancia de la encuadernación? Es evidente<br />
la preocupación, con un libro electrónico se<br />
puede leer gratis. Gratis: mala palabra, enemigo,<br />
feo, caca. Las editoriales, que eran el<br />
último bastión ajeno al fenómeno Internet, están<br />
pensando a toda velocidad una estrategia<br />
para hacer jugo de esta nueva tendencia. Vaya<br />
uno a saber en qué termina la búsqueda, en<br />
estos tiempos es complicado hacerse de un<br />
pronóstico fiable, hasta hace poco el papel era<br />
una tecnología tan insuperable.<br />
ya no se puede confiar en nada<br />
ni en nadie<br />
qué barbaridad<br />
Ahí van los talibanes, simpáticos ellos, revisan<br />
sus libros sagrados en busca de nuevos argumentos<br />
para sostener el fanatismo. Es agradable<br />
-y de a ratos necesario- escuchar las<br />
rabietas de los melancólicos, es fácil dejarse<br />
tentar por la idea que la antigüedad otorga algún<br />
derecho. El libro, como concepto y como<br />
objeto, dejó de ser únicamente un fajo de papeles<br />
impresos y ordenados.<br />
LOS TIEMPOS CAMBIAN,<br />
LOS LIBROS CAMBIAN,<br />
LOS CAMBIOS CAMBIAN.