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<strong>LA</strong><br />
<strong>HISTORIA</strong><br />
<strong>DE</strong> <strong>DIOS</strong>
AUTOCRÍTICA<br />
<strong>DE</strong> JESÚS <strong>DE</strong><br />
NAZARET<br />
(respuesta al Papa)<br />
por<br />
Cerinto
© 2009, G.N.P. Cerinto. All rights reserved<br />
Primera Edición: junio 2009<br />
I.S.B.N.:<br />
Dep. Leg.:<br />
EDICIONES BUBOK<br />
Impreso en España - Printed in Spain<br />
VG-22-2009 Registro de la Propiedad Intelectual.<br />
(nº de registro 03/2009/285).<br />
Fotomecánica e impresión: Bubok Publishing, S.L.<br />
El autor ha publicado esta obra mediante el sistema de<br />
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escrito del titular del copyright.
PRÓLOGO<br />
De Jesucristo se ha escrito en abundancia. Primero<br />
los 4 Evangelios canónicos, de Mateo, Marcos, Lucas y<br />
Juan, que la Iglesia acepta, a los que después se han<br />
sumado los apócrifos, que ella rechaza: el de Tomás, el<br />
de José de Arimatea y el de Santiago; el de Felipe, el de<br />
María Magdalena, el de los árabes y otros más. El año<br />
2007, Benedicto XVI publicó su Jesús de Nazaret,<br />
mirada histórica al misterio de Jesús, en el que según<br />
el Papa, Jesús se sabe Dios y no es liberal ni<br />
revolucionario. También el Nobel Saramago había escrito<br />
en 2005 su Evangelio de Jesucristo y sin negar su<br />
divinidad prefería los aspectos humanos. Otros lo<br />
presentaron ya como un alien o extraterrestre que a la<br />
manera de Supermán nacido en otra galaxia baja a la<br />
Tierra, -La Vida de Jesús en Urantia-, ya como un<br />
espíritu que cuenta su vida a un espiritista, -La vida de<br />
Jesús contada por él mismo-, ya como un hombre<br />
corriente aunque extraordinario, La Vida de Jesús, de<br />
Renán, en el siglo XIX puesta en el Índice. Con La<br />
Historia de Dios, autocrítica de Jesús de Nazaret, me<br />
uno yo a la corriente. Me pongo en su piel y a medias<br />
asombrado, a medias divertido comento tanto disparate y<br />
extravagancia que a mi figura se asocia. Ciertamente no<br />
me tengo por Dios ni menos se me ocurre redimir a nadie;<br />
ante todo me veo como un clérigo más, alguien que en<br />
lugar de escoger como profesión una de las corrientes en<br />
su tiempo y entorno prefiere salir a los caminos a predicar<br />
la conducta correcta. Hombre y sólo hombre, y como tal<br />
producto de sus circunstancias. Como con ironía decía<br />
un sujeto irreverente, “dentro de 10.000 años, y ya no<br />
digamos 100.000, de mí, de ése que llaman Jesucristo, no<br />
se acuerda ni Dios”.
INDICE<br />
1.Mis nombres: presentación 1<br />
UN ANGEL <strong>DE</strong>L SEÑOR ME ANUNCIÓ A MI MADRE 3<br />
LOS ÁNGELES Y LOS ARCÁNGELES 9<br />
TODO ACERCA <strong>DE</strong> MI MADRE 13<br />
MI MADRE FUE CONCEBIDA INMACU<strong>LA</strong>DA 16<br />
<strong>LA</strong> INFANCIA <strong>DE</strong> MI MADRE 20<br />
MI PADRE Y MI MADRE SE ENCUENTRAN 26<br />
ASI SE HA VISTO A MI MADRE 30<br />
MI MADRE HACE POLÍTICA 35<br />
MI MADRE ERA BEL<strong>LA</strong> 43<br />
SE PUBLICA MI VIDA 50<br />
MI MADRE FUE SIEMPRE VIRGEN 54<br />
VISITA A SU PRIMA Y ENTONA UN CANTICO 60<br />
<strong>LA</strong>S APARICIONES ERAN COSA COMUN 64<br />
MI PADRE SOSPECHA <strong>DE</strong> MI MADRE 68<br />
HE NACIDO EN BELEN 73<br />
UNOS PASTORES ME ADORAN 80
SE ME CIRCUNCIDA 83<br />
MI SANTO PREPUCIO 86<br />
UNOS MAGOS ME ADORAN 91<br />
HERO<strong>DE</strong>S OR<strong>DE</strong>NA MATARME 96<br />
SE ME PRESENTA EN EL TEMPLO <strong>DE</strong> JERUSALEN 99<br />
MIS AÑOS <strong>DE</strong> NIÑO 102<br />
YO TUVE DOS PADRES 109<br />
MI PADRE CELESTE 116<br />
MI DIA A DIA 119<br />
YO FUI DIFERENTE 129<br />
EL TRABAJO Y YO 134<br />
<strong>LA</strong>S MUJERES Y YO. 139<br />
ME PREPARO PARA <strong>LA</strong> VIDA PUBLICA 143<br />
LOS ZELOTES Y LOS ESENIOS 146<br />
MIS AÑOS OCULTOS 151<br />
MI ESTANCIA EN <strong>LA</strong> INDIA 153<br />
VIAJO A ING<strong>LA</strong>TERRA 157<br />
ME BAUTIZA MI PRIMO 160
ME TIENTA EL DIABLO 165<br />
ME RETIRO A GALILEA 168<br />
ESCOJO A MIS DISCIPULOS 170<br />
<strong>LA</strong>S BODAS <strong>DE</strong> CANÁ 174<br />
2.mi predicación 177<br />
PREDICO Y HAGO MI<strong>LA</strong>GROS 183<br />
HAY QUE TEMER A <strong>DIOS</strong> 194<br />
ALGUNOS <strong>DE</strong> MIS MI<strong>LA</strong>GROS 198<br />
ACERCA <strong>DE</strong> MIS MI<strong>LA</strong>GROS 213<br />
JUAN ME ENVÍA A DOS <strong>DE</strong> SUS DISCÍPULOS 217<br />
ENSEÑO POR PARÁBO<strong>LA</strong>S 223<br />
NO SOY PROFETA EN MI TIERRA 228<br />
ALGO <strong>DE</strong> <strong>HISTORIA</strong> 229<br />
HERO<strong>DE</strong>S Y HERODÍAS 233<br />
SALOME BAI<strong>LA</strong> PARA SU PADRE 236<br />
UN CONSUELO DUDOSO 239<br />
ME TRANSFIGURO 245<br />
MIS MUJERES 256
3.mis bienaventuranzas y parábolas<br />
ENTRO EN JERUSALEN 260<br />
<strong>DE</strong>SCIENDO <strong>DE</strong>L REY DAVID 268<br />
YO Y LOS FARISEOS. MI ANTISEMITISMO 274<br />
ANUNCIO EL APOCALIPSIS. MI SEGUNDA VENIDA 278<br />
UNA MUJER QUE <strong>DE</strong>SPILFARRA 283<br />
<strong>LA</strong> MAGDALENA 286<br />
MI ULTIMA CENA 291<br />
EL DISCIPULO TRAIDOR 296<br />
EL SANTO GRIAL 299<br />
MI PASIÓN Y MUERTE 304<br />
ME LLEVAN ANTE PI<strong>LA</strong>TOS 309<br />
EL FINAL <strong>DE</strong> HERO<strong>DE</strong>S 312<br />
JOSÉ <strong>DE</strong> ARIMATEA 319<br />
<strong>LA</strong> <strong>LA</strong>NZA <strong>DE</strong> LONGINOS 324<br />
MI RESURRECCIÓN 328<br />
NO HE MUERTO EN <strong>LA</strong> CRUZ 335<br />
NO SOY MÁS QUE UN MITO 339
1. MIS NOMBRES<br />
Los teólogos profesan la ciencia que trata de Dios y de<br />
sus atributos; ellos y los que en Roma dicen representarme en la<br />
Tierra, presumen de saber de mí más que ninguno; me llaman<br />
Jesucristo; pero mi nombre verdadero es Jesús, dicho de<br />
Nazaret, el nazareno, el hijo del carpintero, porque carpintero<br />
era mi padre. También se me llama Hijo del Hombre, debido a<br />
que en el Libro de Daniel figura ese misterioso personaje, e hijo<br />
de David, pues se me hace descender de David, antiguo rey de<br />
los judíos.<br />
La palabra Jesucristo ha resultado de la unión de otras<br />
dos, Jesús y Cristo. Según los entendidos, Jesús procede del<br />
hebreo Yesua o Yehosua, nombre muy común cuando nací, y<br />
carente de cualquier particular significado. Pero tras muchas<br />
discusiones y tratando de conciliar mi naturaleza presuntamente<br />
divina con mi condición visiblemente humana, mis seguidores<br />
acordaron traducirlo como 'Yahveh es la salvación', o también<br />
'Dios salva'. Desde el momento mismo de mi entrada a este<br />
mundo, yo tenía que ser un personaje extraordinario; no me<br />
podía llamar como cualquiera.<br />
Quiero decir que comencé siendo simplemente uno de<br />
tantos Yesua como en mi entorno entonces abundaban, pero<br />
después, pasados muchos años de mi presunta muerte en la cruz,<br />
algunos quisieron hacer de mí un dios y en consecuencia me<br />
emparentaron con el único entonces reconocido en aquella<br />
región, Yahvé, lo que llevó a tratar de hallar en un nombre hasta<br />
entonces vulgar alguna señal de parentesco divino, y de ahí la<br />
traducción antes citada.<br />
En la versión más aceptada, mis padres me lo habrían<br />
puesto obedeciendo la indicación del ángel que presuntamente<br />
anunció a mi madre mi venida a la Tierra. Le pondréis de<br />
nombre Jesús, porque dejará sin efecto los pecados de su pueblo<br />
-se dice que literalmente dijo. Mas no todos han estado de<br />
1
2<br />
acuerdo en explicación tan sencilla, y otros han sostenido que el<br />
ángel me llamó Emmanuel, palabra asimismo hebrea que a su<br />
vez significaría 'Dios (o Yahvé) entre nosotros'.<br />
En lo tocante a Cristo, la palabra vendría del griego<br />
Christos, que quiere decir ungido o consagrado; con ella se<br />
habría transcrito el hebreo Mesías, que a su vez significa<br />
enviado, ya que en conclusión todos los que de ello han tratado<br />
se pusieron de acuerdo en que se me habría enviado al mundo<br />
para redimir o salvar a los otros y que para semejante cometido<br />
se me habría consagrado y ungido.<br />
Cuestiones bizantinas, bien se las llamara, aludiendo con<br />
ello a las interminables y acaloradas disputas que pasados de mi<br />
muerte más de 300 años sostenía, preferentemente en Bizancio,<br />
la turba innumerable de los que con respecto a mí se afanaban<br />
en poner sobre las íes los correspondientes puntos. ¡Qué vano<br />
emprendimiento! ¡Vanidad de vanidades y todo vanidad! -con<br />
justicia había exclamado mucho tiempo atrás según se decía, el<br />
autor del libro llamado Eclesiastés, algún provecto anciano, sin<br />
duda; porque entonces como ahora fuera difícil hallar en un<br />
joven tanto desencanto y decepción con la vida. Infelizmente la<br />
sabiduría y acertada comprensión de las cosas sigue siendo cosa<br />
de la edad avanzada.<br />
La palabra Mesías era muy querida de los israelitas, o<br />
pueblo llamado de Israel, al que yo mismo pertenecía, porque<br />
según los profetas, cronistas de aquel tiempo y las gentes<br />
aquellas, la nación, su nación, había perdido su histórico y<br />
pretérito esplendor y en lugar de dominar ella a las otras, como<br />
según se suponía había ocurrido hacía siglos, ahora, cuando yo<br />
nací, era carne de conquistador; de modo que generalmente se<br />
esperaba y anhelaba la llegada de alguien que les devolviera<br />
triunfante la gloria de antaño.<br />
He dicho carpintero a mi padre. Cuando aquí me refiero<br />
a él, mi padre, quiero decir el hombre llamado José, mi padre<br />
oficial o padre ante la ley, ya que las gentes a que arriba he
aludido y me han divinizado, afirman que mi padre verdadero es<br />
Dios y que José fue tan sólo padre putativo o padre pro-forma,<br />
padre de cara a los demás.<br />
A partir de ahora, refiriéndome a este Dios con<br />
mayúscula, daré a entender el Dios Padre de mis seguidores, la<br />
primera persona de la que llaman santísima Trinidad, que no es<br />
otro que el antiguo Yahveh o Jehová, al que antes de que yo<br />
naciera adoraban como ser supremo y único en su especie los<br />
israelitas. Lo llamaron Dios los cristianos, es decir, aquellos que<br />
dicen seguir mis supuestas enseñanzas y son valedores de mi<br />
presunta substancia divina. Pero si se me permite la tal vez<br />
pedante abstracción, en buena filosofía no habría otro Dios que<br />
mereciese tal nombre que la innominada potencia que anima el<br />
universo, por no decir el universo mismo, a la que a veces y en<br />
consecuencia llamaré Realidad, Trascendencia o Ser<br />
trascendente. Un Dios general y único para toda la humana<br />
especie, un Dios de todo lo existente, de ninguna manera un dios<br />
de un pueblo, nación o sociedad en exclusiva.<br />
UN ANGEL <strong>DE</strong>L SEÑOR ME ANUNCIA A MI MADRE<br />
Lo de que mi padre verdadero es este Dios al que aludo,<br />
este Yahvé o Jehová, deriva, entre otras cosas, de un hecho<br />
singular según han dicho los míos ocurrido a mi madre. Al<br />
parecer, un día estaba ella a solas en la casa que compartía con<br />
el marido legal, mi padre José, quizá absorta en algún ensueño<br />
juvenil, se me ocurre pensar, porque al fin y al cabo era apenas<br />
núbil y todavía adolescente -aunque otros dicen que sentada en<br />
un poyo o escabel hilaba para el Templo de Jerusalén la púrpura<br />
de que los sacerdotes de él la habrían encargado- cuando de<br />
pronto, súbitamente, sin anunciarse antes ni cosa parecida, se le<br />
apareció un ser de sexo ambiguo y edad indefinida que sin<br />
andarse por las ramas ni perder tiempo en palabras ociosas, le<br />
3
4<br />
habría entrado directamente de este modo: Dios te salve, llena<br />
eres de gracia, el Señor es contigo.<br />
Digo que le habría entrado por emplear la expresión<br />
actualmente de moda.<br />
Vestía aquel raro personaje rica túnica de seda estampada<br />
en colores vivos que le llegaba a los talones, y le enmarcaban la<br />
cabeza de clásico perfil puro caucásico, es decir ario, ni asiático<br />
ni mucho menos negro, rizos largos bermejos cual las barbas del<br />
maíz ya granado.<br />
Como fácilmente se entiende, cogida así de improviso mi<br />
madre se había turbado, lo que viene a decir que por un<br />
momento había perdido la ordinaria compostura y dominio de sí<br />
con que, pese a sus aún verdes años, algunos de los que hablan<br />
de ella gustan de caracterizarla, por lo que aquella aparición se<br />
había apresurado a tranquilizarla añadiendo: No temas, María,<br />
pues hallaste gracia a los ojos de Dios. He aquí que<br />
concebirás en tu seno y darás a luz a un hijo, a quien<br />
pondrás por nombre Jesús. Y como si no bastara lo dicho<br />
habría apostillado: Será grande y se lo llamará hijo del<br />
Altísimo; el Señor Dios le dará el trono de su padre David y<br />
reinará eternamente sobre la casa de Jacob, con lo que su<br />
reinado no habrá fin.<br />
Habiendo dicho que aquel hijo cuya venida entonces<br />
anunciaba reinaría eternamente, pudo el mensajero haberse<br />
ahorrado lo de que el reinado no tendría fin, pues una cosa viene<br />
a ser lo mismo que la otra y nada añade la segunda a lo que la<br />
primera había dado a entender; pero quizá y tenida cuenta de<br />
que ante todo importaba el mensaje y no la forma o molde en<br />
que se lo vertía, no paró mientes en la redundancia o como<br />
quiera que los modernos llamen a semejante modo de hablar.<br />
Se dice metafóricamente que se me dará el trono de mi<br />
padre David porque al parecer por línea directa mi madre<br />
descendía de este rey del antiguo Israel, ya que era una de las<br />
vírgenes que en el templo asistían y sólo a las sacerdotisas
entroncadas con la tribu levítica se permitía desempeñar tal<br />
papel. Se la llamaba tribu levítica porque sus miembros<br />
descendían de Leví, uno de los hijos del patriarca Jacob, aquel<br />
que tuvo un hermano llamado Esaú, hijos ambos de Isaac, que a<br />
su vez lo era de Abraham, presunto fundador del linaje israelita.<br />
Aunque se piensa que probablemente también mi padre José<br />
descendía de él, de aquel rey David, entonces la linea materna<br />
contaba más que la paterna. Eran resabios todavía persistentes<br />
del matriarcado de antaño. Y digo que se lo dice<br />
metafóricamente -lo de darme el trono de mi padre David-<br />
porque nadie ha querido responsabilizarse de entender al pie de<br />
la letra la cosa.<br />
Efectivamente, ha habido quienes molestos de que se<br />
quisiera hacer intervenir en mi venida a este mundo cualquier<br />
instancia sobrenatural y al mismo tiempo reacios a aceptar que<br />
yo fuese hijo de uno de tantos, como el carpintero José, han<br />
tratado de salvar a medias los dos puntos de vista, el que yo<br />
fuese hijo humano y al mismo tiempo de sangre real, de modo<br />
que me han hecho descender de un tal Antípater, hijo de Herodes<br />
Antipas, rey de mis tiempos, y de una tal Doris, una de sus<br />
mujeres, que, ella sí, descendía del otro rey David más antiguo.<br />
Esos tales afirman que el tal Antípater no se sentía muy seguro<br />
de su regia ascendencia y que para en él reforzar el sentimiento<br />
de su dignidad, la autoestima, se dijera actualmente, Simón, el<br />
entonces sumo sacerdote del templo, personaje al parecer dado a<br />
la intriga palaciega, lo empujó a aparearse con una de las<br />
vírgenes que servían en él, que a su vez eran continuación de las<br />
sacerdotisas del culto pagano ancestral, cuando las mujeres<br />
mandaban y aún no mandaban los hombres. De esta manera, por<br />
vía indirecta, se conservaba la raíz matriarcal antigua, se<br />
respetaba la organización patriarcal vigente y se lograba que el<br />
que había de venir de tal relación descendiera del famoso rey<br />
David, sin que para ello interviniese en nada la divinidad de<br />
Yahvé. Ayudado por aquellos sacerdotes que movían los hilos, el<br />
5
6<br />
Antipater heredero de Herodes se había encontrado con mi<br />
madre, la había seducido y me había engendrado. Todos<br />
contentos.<br />
Mas siguiendo con el relato canónico, es decir, aceptado<br />
por los que a mí se refieren, y no los relatos apócrifos, los que se<br />
rechaza, parece ser que pese a todo desconcertada, mi madre<br />
había respondido a aquel ángel: ¿Cómo es posible eso que dices,<br />
si aún no he conocido varón?<br />
Así era y mi madre no mentía, porque según contaron<br />
después los cronistas del caso, sólo con una condición había<br />
accedido ella a casarse con mi padre José, a saber, que se habría<br />
de guardar siempre virgen y que él, por ninguna razón, le<br />
exigiría nunca el débito conyugal; los dos vivirían como castos<br />
hermanos y bien avenidos; de ahí que la noche de bodas y contra<br />
lo que hubiera sido usual, no hubieran consumado el concúbito,<br />
dicho también matrimonio.<br />
Según mis seguidores sostienen y por muy raro que<br />
pueda parecer, sin rechistar mi padre había consentido en unión<br />
tan desacostumbrada, sobre todo entre los judíos de Israel, que<br />
miraban mal a las mujeres sin prole y se vanagloriaban de<br />
preferir una descendencia cuantiosa; pues tomaban al pie de la<br />
letra las palabras que en el paraíso el dios Yahvé habría dicho a<br />
Eva y Adán, los presuntos primeros padres de la especie<br />
humana: ¡Creced y multiplicaos! orden imperiosa ante la que<br />
cualquier desacuerdo fuera impensable. En nuestras Sagradas<br />
Escrituras no figuraba nada que la contradijese, y así se lo había<br />
hecho notar a Joaquín de Cocheba, mi abuelo materno, uno que<br />
le tenía inquina, cuando lo había zaherido porque pese a su<br />
madurez ya avanzada y a que junto a su esposa legítima Ana<br />
había tomado varias jóvenes concubinas en la flor de la edad,<br />
aún no había tenido descendencia. Con el tiempo se llamó<br />
matrimonio blanco el extraño pacto de mis padres, y muchos<br />
habrían de ensalzarlo e incluso imitarlo, de modo que cuando<br />
ante aquel ser que delante se la había materializado había
alegado que aún no conocía varón, mi madre se limitaba a<br />
establecer un hecho probado.<br />
Adelantando en la insólita escena y con las siguientes<br />
palabras, la aparición procedió a disiparle las dudas que por<br />
ventura aún le quedaran: El Espíritu santo descenderá sobre ti<br />
y el poder del Altísimo te cobijará con su sombra; por lo cual<br />
el que nacerá será llamado santo e Hijo de Dios. (De ahí el<br />
que desde entonces presuntamente se me tuviera por tal y no por<br />
un hombre cualquiera igual a los demás). Y por otro lado merece<br />
atención el simbolismo con el que aquí se alude al humano acto<br />
carnal de la procreación: en lugar de 'montarla', como hubiera<br />
dicho un sujeto vulgar, se dice 'descender' sobre ella y 'cobijarla<br />
con su sombra'. Ya en aquel tiempo se usaba circunloquios, que<br />
equivale a rodeos, y se procuraba no ofender los oídos<br />
delicados. Mas al parecer el extraordinario personaje no había<br />
acabado aún su cometido, pues a lo dicho había añadido: Y he<br />
aquí que a despecho de su notoria vejez, también Isabel, tu<br />
parienta, ha concebido un hijo, que ya va por el sexto mes, y<br />
aunque la llamaban estéril, ya no lo es, porque para Yahvé<br />
no hay nada imposible.<br />
No se alcanza a comprender por qué el supuesto ángel<br />
tuvo que sacar a colación aquí la preñez de Isabel, prima de mi<br />
madre, pues a primera vista nada tiene qué ver con la precedente<br />
anunciación de mi venida. Puesto que nadie lo ha aclarado, no<br />
quedará otro remedio que aceptar el misterio.<br />
Con tales argumentos y concertadas razones convencida<br />
entonces mi madre, y según algunos asegurada de que sin tacha<br />
ni mácula quedaba a salvo su honor, se habría mostrado<br />
conforme con la proposición que se le hacía y aceptado el<br />
asunto, cerrando con el broche de estas humildes palabras la<br />
escena portentosa: He aquí la esclava del Señor; hágase en mí<br />
según tu palabra. Aunque ha de hacerse notar que no se le<br />
pedía el consentimiento, sino que tan sólo se le daba cuenta de<br />
una decisión ya tomada por otro y contra la que hubiera sido<br />
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8<br />
impensable cualquier objeción. Le tocaba asentir y callar. Tras lo<br />
cual, cumplida y rematada su misión, aquel ángel o arcángel se<br />
había dado por satisfecho y sin decir nada más, se había ido a la<br />
inglesa, es decir, tan quedo y callandito como había venido.<br />
Digo que al deseo de asegurarse de que en el asunto su<br />
reputación y buen nombre no sufrirían mengua o desdoro han<br />
atribuido algunos las que pudieran parecer reticencias de mi<br />
madre; cuando en lugar de apresurarse a consentir en lo que se<br />
le decía, quiso saber cómo sería posible concebir sin que<br />
interviniera la cópula; pero escandalizados otros de que no<br />
hubiese aceptado de inmediato y sin hacer inoportunas<br />
preguntas el honor desusado que se le estaba ofreciendo,<br />
prefieren suponer que sólo por consideraciones prácticas y para<br />
ver claro en la cosa, advirtió ella de su condición al ángel aquel,<br />
pues siendo por supuesto ignorante en los modos del mundo, no<br />
comprendía como sin mantener relaciones sexuales completas<br />
una virgen podía quedar en estado de buena esperanza; ya que<br />
-argüían los tales- a todos se nos hace evidente que el estatus de<br />
madre de un dios o de Dios es muy superior al de virgen y lo<br />
compensa con creces, por lo que no tendrían sentido sus posibles<br />
reservas, caso de haberlas.<br />
Pienso que estos tales hilaban muy fino.<br />
En lo que precede he referido la versión oficial de mis<br />
comienzos primeros, la que hoy se dijera políticamente correcta,<br />
porque existe otra en general rechazada, según la cual se me ha<br />
tenido por un hombre corriente hasta que en un momento dado<br />
se me quiso hacer dios, y para ello se echó mano de otros relatos<br />
entonces comunes en los que con intervención sobrenatural se<br />
hacia nacer de una virgen un personaje generalmente heroico al<br />
que se pretendía poner por encima de la gente ordinaria. En<br />
resumen, que no se hablaría de mí, sino de un ser mítico en cuyo<br />
papel se me habría encajado.
LOS ANGELES Y LOS ARCANGELES<br />
He llamado ángel o arcángel a la inusitada aparición<br />
porque tenía todo el aire de serlo. Además de las vestiduras<br />
talares, esto es, que le cubrían los pies, mostraba a la espalda,<br />
debidamente plegadas, un par de blanquísimas alas, cual de<br />
cisne extra grande, y un nimbo dorado le formaba aureola en<br />
torno a la digna cabeza. Como correspondía a su alto rango de<br />
mensajero divino, el oro y las piedras preciosas recamaban su<br />
túnica o veste, lo que quiere decir que estaba bordada en realce y<br />
las figuras o adornos sobresalían mucho de aquel tejido.<br />
Aunque a veces yo mismo pongo en duda la existencia<br />
de los ángeles y otros puros espíritus, esos personajes a los que<br />
al comenzar el relato he aludido, los teólogos y la cúpula<br />
vaticana de los que dicen seguirme, lo tienen por artículo de fe,<br />
y pese a que muy bien se dudara de que ninguno de ellos los<br />
haya visto nunca, con envidiable aplomo y basándose tan sólo<br />
en su libro de libros que llaman sagradas escrituras, según se<br />
dice inspirado por mi Padre divino a los que durante siglos lo<br />
fueron componiendo, sostienen que de su existencia no cabe la<br />
duda menor. Pese a que todavía en el siglo IV, trescientos años<br />
después de mi muerte, los dirigentes de la que hoy llaman mi<br />
Iglesia prohibían que se creyese en ellos. Se temía que se los<br />
confundiese con los numerosos dioses paganos que justamente<br />
entonces se erradicaba. A riesgo de parecer algo pesado resumiré<br />
aquí la doctrina actual al respecto.<br />
Se empieza afirmando que yo mismo los he creado y en<br />
exclusiva para atenderme, como al parecer se desprende de<br />
varias frases bíblicas, por ejemplo lo que a los colosenses (los<br />
cristianos de la Iglesia de Colosas, ciudad del Asia menor)<br />
escribió el apóstol Pablo, a saber: Porque en Él fueron<br />
creadas todas las cosas, en los cielos y en la Tierra, las<br />
visibles y las invisibles, los Tronos, las Dominaciones, los<br />
Principados, las Potestades: todo lo creó Él para Él.<br />
9
10<br />
Se ha de entender que habla de mí.<br />
Uno bien se preguntara de dónde le venía a ese Apóstol,<br />
que ni siquiera me conoció en carne mortal, tal seguridad en lo<br />
que con tanto aplomo afirmaba; pero imagino que debe de<br />
tratarse aquí de la llamada ciencia infusa, esto es, de aquello que<br />
uno sabe sin haberlo aprendido, como por arte de magia, o tal<br />
vez cosa genética, según el pensamiento que hoy prevalece. Aun<br />
hay más; tal como se desprende de otra carta, esta vez dirigida a<br />
los hebreos, los espíritus angélicos me pertenecen porque los<br />
habré hecho mensajeros de mi designio de salvación: ¿No son<br />
todos ellos espíritus servidores con la misión de asistir a los<br />
que han de heredar la salvación? -se lee en ella. ¡Más claro, ni<br />
el agua!<br />
Como al referirme a mi nombre he dicho más arriba, se<br />
da por sentado que en tanto que Hijo único de Dios he venido al<br />
mundo para salvar a los humanos. Pero ¡qué me aspen! si fue<br />
alguna vez mi intención. Es algo que sin consultarme otros me<br />
han colgado y con esa leyenda cargo hasta el presente.<br />
Por otra parte los ángeles serían las criaturas más<br />
cercanas al modelo divino y especial realización de la imagen de<br />
Dios, mi Padre, espíritu Él muy perfecto, y en calidad de<br />
mensajeros, embajadores o delegados se encargarían de ejecutar<br />
Sus órdenes siempre que en Sus tratos con los seres humanos<br />
fuera menester.<br />
Y para no hacerme pesado y cansar al lector terminaré<br />
señalando la estricta jerarquía que al parecer entre ellos se da; lo<br />
sostuvo en el siglo VI un monje llamado Seudo Dionisio y sin<br />
más discusión se lo ha aceptado; habría nada menos que 9 coros<br />
o categorías, la primera, formada por Serafines, Querubines y<br />
Tronos, dedicada sólo a glorificar, amar y alabar a Dios en Su<br />
presencia; la segunda, de Dominaciones, Virtudes y Potestades,<br />
responsable del universo entero, gobernaría el espacio y las<br />
estrellas; y la tercera, en la que entrarían los Principados, los<br />
Arcángeles y los simples Ángeles, protectores de naciones,
ciudades e Iglesias, intervendría en la vida humana. Se conoce a<br />
7 Arcángeles y se los llama los 7 magníficos, título de una<br />
conocida película de los años 70 u 80. Y a cada uno de ellos<br />
corresponde una misión o encargo perfectamente determinados;<br />
no son simples peones, buenos para un roto tanto como para un<br />
descosido, si se me permite la vulgar expresión, sino<br />
especialistas en tareas diversas.<br />
Aquí surge al menos una duda; si yo creé a los espíritus<br />
angélicos, cabe preguntar quién antes de mi venida a este mundo<br />
gobernaba el espacio y las estrellas, y quién protegía a las<br />
naciones, ciudades e Iglesias del hombre ancestral, el de<br />
Neandertal y el de Atapuerca, por poner un ejemplo; pero se<br />
supone que en estas cuestiones los interrogantes están fuera de<br />
lugar; se impone callar y ciegamente asentir, como en el siglo<br />
XX habría de proponer el dictador italiano Benito Musolini, que<br />
de su credere, obedire e combatere había hecho un principio.<br />
Aunque puesto que se me dice eterno, al igual que mi Padre<br />
divino y el santo Espíritu que de nosotros dos emana, yo<br />
existiría ya antes de bajar a la Tierra y a lo largo de la eternidad<br />
precedente habría estado como a la espera de que mi hora<br />
redentora sonase, de todo lo cual se deduce que habría creado<br />
también eternamente a los ángeles, que a su vez hubiesen<br />
permanecido inactivos y a la espera en tanto mi Padre no creaba<br />
el mundo cuya custodia se les encargaría. Confieso que en todo<br />
este lío yo soy el primero en sentirme confuso.<br />
En cuanto al número 9 de las categorías, debe de tratarse<br />
de algún significado místico que se atribuya a tal cifra; porque<br />
no es en nada evidente que hayan de ser precisamente 9 y no<br />
otro número cualquiera, 90 o aun 900 pongo por caso. Mucho<br />
me temo que allá en los cielos, dominio indiscutido de mi Padre<br />
divino, reinan igualmente el orden, la razón y la medida. Pues<br />
como bien saben muchos, hubo un tiempo en que se discutió si<br />
las ideas matemáticas eran también eternas y residían en un<br />
mundo propio o si sólo habían nacido con el homo sapiens, es<br />
11
12<br />
decir el hombre de hoy. Sea como sea, no se ha llegado a un<br />
acuerdo y la cuestión sigue abierta.<br />
Por otro lado y de creer lo que de ellos se cuenta, los<br />
ángeles son de lo más serviciales, hasta el punto de que sin su<br />
ayuda no se ve cómo se las habrían arreglado muchos de los<br />
que mi Iglesia ha subido a los altares. Para muestra, un botón.<br />
Un buen día del siglo XV, uno de ellos, dicho beato Álvaro de<br />
Córdoba, empeñado en la construcción de un convento en la<br />
serranía de aquella ciudad española, se encuentra sin fondos<br />
para continuar la obra, con lo que los canteros se le amotinan y<br />
se niegan a seguir trabajando si no se les paga; sin desanimarse<br />
por ello, el beato reza y se da de latigazos en las desnudas<br />
espaldas toda la noche, al cabo de la cual acuden los ángeles y<br />
de sus carros etéreos descargan todo el material que se necesita;<br />
admirados de semejante prodigio los rebeldes operarios,<br />
renuncian ipso facto a sus exigencias primeras y ya no tienen<br />
inconveniente en seguir laborando. AMGD, a mayor gloria de<br />
Dios, como bien se comprende.<br />
A menudo fray Álvaro pasaba en oración la noche entera,<br />
en medio de los silenciosos olivos y el eterno brillo estelar, en la<br />
capilla que había construido en un cerro próximo y que llamaba<br />
cueva de Getsemaní; luego, de madrugada, volvía al convento a<br />
rezar maitines con los demás religiosos y los ángeles lo<br />
ayudaban a subir la pendiente o vadear la torrentera que lo<br />
separaban de ellos.<br />
Pero una de las labores angélicas predilectas sería la de<br />
alimentar a los ascetas que se retiraban al desierto se supone<br />
para merecer la vida eterna que al parecer yo les habría<br />
prometido a cambio de renunciar a ésta pasajera en favor de la<br />
otra. En efecto, en numerosos casos, unas veces disfrazados de<br />
pájaros, otras a cara descubierta, los ángeles les habrían llevado<br />
sin falta y día tras día un bollo de pan calentito recién sacado del<br />
horno, con el añadido de que sin que se lo hubieran pedido y<br />
atendiendo a sus particulares preferencias e idiosincrasias, los
días declarados de ayuno les aportaban tan sólo la mitad de la<br />
ración cotidiana. ¡Eso se llama delicadeza y cuidar el detalle!<br />
TODO ACERCA <strong>DE</strong> MI MADRE<br />
Aunque los de la versión oficial de lo que directamente<br />
me concierne, no quieren ni oír hablar del asunto y lo dicen fruto<br />
de la imaginación piadosa de alguien, en un llamado<br />
Protoevangelio de Santiago, que al parecer habría escrito uno de<br />
mis hermanos de sangre, Santiago el Menor, también mi<br />
seguidor y discípulo, se ha dicho que mis abuelos maternos se<br />
llamaban Ana y Joaquín. Eran de Cocheba, localidad de<br />
resonancias bíblicas, pues según la tradición israelita había<br />
pertenecido al ya mencionado antiguo rey David. De edad<br />
avanzada, no habían tenido hijos, lo que en extremo los<br />
desazonaba o traía por la calle de la amargura, porque en aquel<br />
tiempo y lugar la supuesta esterilidad de una mujer era muy mal<br />
vista (no se pensaba que se pudiese deber al marido el defecto) y<br />
se alimentaba también la creencia de que si una pareja no<br />
procreaba, tal vez se debía a que de alguna manera había<br />
incurrido en el enojo del dios Yahvé, que como consecuencia la<br />
miraba atravesado y con malos ojos le había retirado el favor.<br />
Estos abuelos míos eran gente que se pudiera llamar<br />
acomodada, judíos con un buen pasar, se los dijera<br />
terratenientes, porque daban en arriendo algunos campos que les<br />
pertenecían y en trueque de un estipendio prefijado permitían<br />
abrevar en unos pozos de su propiedad a los rebaños de unos<br />
cananeos del contorno. Mis abuelos eran agricultores, en tanto<br />
que los cananeos supervivientes al asentamiento israelita<br />
ocurrido unos siglos atrás se dedicaban al pastoreo. Se llamó<br />
asentamiento a la ocupación por las armas del territorio de<br />
Canaán y la expulsión de los pobladores autóctonos. Al parecer<br />
mi padre divino, el dios Yahvé, sin haber atendido a cuestiones<br />
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14<br />
de arraigo o raíces ni de precedencia en la habitación, vaya uno<br />
a saber por qué, porque le dio por ahí, sencillamente, se lo había<br />
entregado a los israelitas, que conducidos por Moisés justamente<br />
acababan de dejar Egipto, donde desde los tiempos del patriarca<br />
Jacob habían vivido en esclavitud.<br />
Mi abuelo era fariseo, lo que equivale a decir israelita<br />
practicante fiel cumplidor de la Ley de Moisés, y como tal<br />
agradecía regularmente al dios Yahvé las buenas cosechas y<br />
fertilidad de los rebaños depositando en las arcas del Templo de<br />
Jerusalén y en monedas de oro de curso legal un regular<br />
porcentaje de las ganancias del año. Un día aguardaba en la fila<br />
el turno de devoción tan piadosa cuando un saduceo vecino lo<br />
mortificó echándole en cara el no tener descendencia. Los<br />
saduceos eran lo que en términos actuales cabría llamar la<br />
fracción laica de nuestra sociedad. Reducida la cosa a los<br />
términos más simples, los fariseos eran lo que se pudiera decir la<br />
parte de los israelitas más dada a la religión, los que se la<br />
tomaban más en serio, los conservadores, las derechas de<br />
antaño, en tanto que los saduceos eran la más laica, más<br />
inclinados a la política, al gobierno mundano. Tras haber<br />
entregado la ofrenda, mi abuelo se volvía entristecido a su casa<br />
cuando al parecer travestido en profetisa sagrada se le adelantó<br />
un ángel que le habló de este modo: No vuelvas a casa, oh<br />
benefactor de los servidores de Dios; pasa aquí la noche en<br />
oración, y cuando amanezca sal al desierto de Edom; lleva<br />
sólo un criado; en cada lugar consagrado piensa en el Señor;<br />
come sólo habas, bebe agua pura, no te bañes ni apliques<br />
ungüentos, abstente de todo trato carnal; pasados cuarenta<br />
día regresa y para entonces puede que compadecido de ti,<br />
Yahvé te conceda el hijo que tanto deseas. Se ignora el porqué<br />
de tanto detalle, a primera vista superfluo, pero como bien se<br />
comprende y es la regla entre los que mandan y los que<br />
obedecen, los primeros nunca dan unas explicaciones que les<br />
harían perder autoridad.
Obedeció al pie de la letra mi abuelo, y de vuelta al<br />
hogar mi abuela lo sorprendió diciéndole que estaba preñada.<br />
Él le tomó la palabra y no quiso saber el pormenor. El<br />
caso es que algunos autores se lanzaron a investigar el asunto y<br />
sacaron a la luz una supuesta aventura amorosa que con ocasión<br />
de la llamada fiesta de los Tabernáculos que anualmente se<br />
celebraba en Jerusalén, habría vivido mi abuela. Según ellos,<br />
esos autores, se hallaba triste y sola en la casa porque sin aviso<br />
previo el marido se le había ausentado, cuando una de sus<br />
servidoras o esclava la animó a salir a la calle y unirse al<br />
tumulto y festejo, a lo que tras hacerse rogar y vencer sus<br />
naturales escrúpulos de esposa leal, ella consintió. La esclava se<br />
había al parecer conchabado y puesto de acuerdo con una<br />
matrona que servía en el Templo, y adepta al matriarcado<br />
ancestral de aquellos parajes tenía por causante de la frustración<br />
en cuanto a la prole al marido de Ana. Esta matrona no sería otra<br />
que la profetisa sagrada a que más arriba me he referido. El caso<br />
es que la criada convenció a Ana de que pese a la menopausia<br />
estaba aún de buen ver y de que si se ponía un vestido juvenil<br />
adecuado y se ceñía las sienes con un tocado lujoso, en aquellos<br />
días en que se relajaban las rigurosas normas corrientes, sus<br />
probabilidades a la hora de llamar la atención del sexo galante y<br />
provocar el cortejo aumentaban bastante. Y tras prestarle el<br />
necesario atavío y proveerla también con semillas de loto,<br />
afrodisíaco común a la sazón, la acompañó a los jardines de una<br />
mansión entonces desierta y se escabulló.<br />
Embriagada mi abuela de extraño placer y tras recorrer<br />
varias estancias vacías y no topar con nadie que le diera razón<br />
de dónde se hallaba, salió a una glorieta y se dejó caer<br />
abandonada en un diván que lujosamente dispuesto se le ofrecía<br />
allí mismo. Lánguidamente tendida en el rico terciopelo púrpura<br />
que lo revestía, cerró los ojos y con devoción elevó el corazón a<br />
Yahvé. Oyó entonces que desde muy cerca alguien la llamaba, y<br />
cuando de nuevo despierta quiso saber de quién se trataba, vio<br />
15
16<br />
inclinado sobre ella a un hombre apuesto y barbado y tan<br />
exquisitamente vestido que pareciera enviado de un reino<br />
sobrenatural, el cual hombre la tomó de la mano y le dijo: Tus<br />
plegarias han sido escuchadas, Ana, coge esta copa y en<br />
honor del Señor de esta fiesta, bebe de ella. Con dejadez<br />
obediente, Ana lo complació. Sintió que la glorieta se inundaba<br />
de música, se le entumecieron los miembros, oyó en sus oídos el<br />
ruido del mar y le pareció que un impulso divino la transportaba<br />
al empíreo. Se desvaneció y no supo más. Nueve meses más<br />
tarde paría a mi madre.<br />
MI ABUE<strong>LA</strong> CONCIBIÓ INMACU<strong>LA</strong>DA A MI MADRE<br />
Aunque del relato que acabo de hacer parece<br />
desprenderse que la cosa fue harto natural y profana, sin duda la<br />
divinidad tuvo que estar de por medio, de creer lo que otros<br />
autores afirman. Según ellos, mi madre nació sin el pecado<br />
original que debido a la presunta desobediencia de Eva en el<br />
jardín del Edén, tal como la Biblia lo llama, todos los humanos<br />
contraen. Estos autores la dijeron llena de gracia desde el primer<br />
instante de su concepción. Y añadieron retóricos que en su alma<br />
purísima, limpia de pecado y de cualquier inclinación hacia él,<br />
vivió tratos inefables con la divinidad, del todo imposibles de<br />
comunicar a quienquiera que fuese, por lo cual lejos de ser<br />
evidentes a todos, se tardó siglos en saber algo al respecto.<br />
No se ha de pensar por lo tanto que tan singular visión de<br />
la venida de mi madre a este mundo fuese inmediata, sino todo<br />
lo contrario, ya que hasta el siglo II de la era que en mi honor<br />
hoy se llama cristiana, los que dicen seguirme la tuvieron por<br />
una vulgar mujer del montón, ni mejor ni peor que tantas otras<br />
de su tiempo y lugar, y por ella no dieran un comino, por<br />
emplear aquí la clásica expresión castellana; sólo entonces se<br />
dio en cavilar y pensar que el hacer de la madre del que habían
empezado a llamar Hijo de Dios una hembra cualquiera no era<br />
cosa aceptable y de ahí que se tratase de dar con un arbitrio que<br />
la elevara por encima del común de los mortales. No cabía<br />
admitir que como todos los demás descendientes de Eva hubiese<br />
nacido en pecado, el pecado original, de modo que alguno<br />
propuso que como a la sazón se estaba haciendo conmigo,<br />
también a ella se la hiciese hija de algún dios y que se dijese<br />
que como a mí la había engendrado el Espíritu santo; la<br />
propuesta sin embargo pareció excesiva y se buscó otra salida.<br />
Bien estaba el deseo de honrar a mi madre haciendo de ella un<br />
personaje especial; pero de ahí a equipararla conmigo mediaba<br />
un abismo. Ha de tenerse en cuenta que por muy madre mía que<br />
fuese, no dejaba de ser una mujer, y entre la gente de aquellos<br />
apartados lugares y de aquel momento las mujeres contaban<br />
menos que nada, hasta el punto de que cuando alguno se refería<br />
a ellas se las incluía despectivamente en la misma categoría que<br />
los esclavos y los niños. Se dijo entonces que su concepción<br />
había sido inmaculada, pero dado que había tenido lugar en una<br />
unión sexual ordinaria de mis abuelos Ana y Joaquín, un coito<br />
corriente, y nadie quería ni oír hablar de un coito no<br />
concupiscente, inmaculado, es decir, sin el placer que se suele<br />
dar en la flor de la edad y en la mayoría de los casos lo<br />
acompaña, se buscó la manera de salvar el escollo molesto y tras<br />
largas deliberaciones y dudas se concluyó que en la coyunda<br />
ordinaria convenía distinguir dos fases o etapas, una activa, la<br />
conjunción simplemente carnal de los dos sexos, y otra pasiva,<br />
el momento en que el alma se incorporaba al cuerpo del feto,<br />
momento que tras mucho pensarlo se había fijado en 80 días<br />
precisos tras el acto de la generación. Según esta opinión, mi<br />
madre habría sido engendrada a la manera vulgar, la usual entre<br />
dos mamíferos de distinto sexo, y durante los 80 días siguientes<br />
habría estado mancillada por el original pecado de Eva, mas<br />
cumplido ese plazo entraría el alma en el feto, alma pura y sin<br />
tacha ella cuya virtud natural lavaría la mancha del cuerpo.<br />
17
18<br />
Mas por desgracia no a todos satisfizo semejante<br />
expediente; en primer lugar porque obligaba a admitir una<br />
especie de depósito o almacén en el que las almas estuviesen a<br />
la espera de que se las llamase para entrar en el cuerpo que<br />
previamente se les hubiese designado, cosa que a muchos<br />
repugnaba, dejando ya a un lado la espinosa cuestión de<br />
determinar en qué momento cabría decir que el alma comenzaba<br />
a existir, aunque fuese en aquel contenedor o espiritual<br />
recipiente; y por otro lado comenzó a circular una especie de<br />
metáfora en la que se asemejaba el alma a un libro de oraciones<br />
sin tacha al que luego se envolvía en un papel aceitoso,<br />
momento en el cual desaparecían las manchas del envoltorio y el<br />
conjunto quedaba impoluto. El ejemplo hacía reír. El alma<br />
inmaculada sería el libro y el cuerpo del feto el envoltorio, y así<br />
como era impensable que lo envuelto limpiara al papel de<br />
envolverlo, pues en todo caso sucedería al revés, la solución<br />
propuesta no acababa de gustar.<br />
La discusión se alargaba en exceso, de modo que a<br />
mediados del siglo XIX el que entonces decía representarme en<br />
la Tierra la zanjó afirmando que, en audiencia que se supone<br />
privada, el Espíritu santo, la tercera Persona de nuestra Trinidad,<br />
el trío que presuntamente Él, mi divino Padre y Yo formamos, le<br />
había comunicado sin más ceremonias que mi madre había sido<br />
concebida inmaculada, y punto final; de modo que a él no le<br />
tocaba discutir los detalles y sólo le incumbía hacerlo saber a los<br />
fieles. Item más si se tenía en cuenta que dos siglos atrás, en el<br />
XVII, una de las que aún se suele llamar esposas místicas mías,<br />
la española sor María de Agreda, había declarado que mi madre<br />
se le había aparecido y graciosamente le habría comunicado que<br />
unos días antes del coito famoso que estaba al caer, el arcángel<br />
Gabriel y para evitar molestas sorpresas de las que nunca se<br />
sabe en qué pueden dar, había preparado el terreno anunciado a<br />
mi abuela Ana la tal concepción sin tacha ni mácula, concepción<br />
que para más seguridad habría tenido lugar la noche de un
domingo, un 8 de diciembre justamente, sin que en ella mis<br />
abuelos hubiesen gozado lo más mínimo.<br />
Ya he dicho que la condición imprescindible para no ser<br />
contaminado por el pecado de Eva, la que los hoy llamados<br />
creacionistas dicen madre original de la humana especie, era que<br />
en el coito no se sintiese absolutamente gusto ninguno. Llegados<br />
aquí doy por supuesto que dada la importancia de lo que en todo<br />
el asunto se jugaba, a mis abuelos no les haya inquietado la<br />
ausencia de placer, en todo caso quiero creer desusada. Como<br />
corrientemente se dice, hay que estar a las duras y a las maduras,<br />
sin contar con que tampoco una golondrina hace nunca verano.<br />
Por otro lado no se entiende bien la precisión del día de<br />
la semana y el mes, porque en tiempos de mis abuelos, israelitas<br />
practicantes celosos, no se celebraba un domingo que aún no<br />
existía, sino el sábado; y en cuanto a la fecha del mes, regía el<br />
calendario juliano y no el gregoriano, con lo que el 8 de<br />
diciembre era entonces un final de noviembre.<br />
Más vale 'no menealla', supongo.<br />
Y ahí quedó la cosa.<br />
Todo esto sucedía cuatro años antes de que la pastorcita<br />
Bernadette Soubirous preguntara el nombre a una señora que se<br />
le aparecía en una cueva de Lourdes y que ella, al cabo de unos<br />
días y tras hacerse la interesante, le respondiera sonriendo que<br />
era la Inmaculada Concepción y mi madre, con lo cual en el<br />
sentir de algunos se adelantaba por poco a Charles Darwin que<br />
estaba a punto de publicar su Origen de las especies y poner con<br />
ello en duda la cuestión del pecado original. Mi madre le<br />
corregía la página, como si se dijera, dejándose ver<br />
oportunamente de la inocente niña.<br />
En todo caso, inmaculada al ser concebida o no<br />
inmaculada, mi madre pasó en su vida por todas las etapas y<br />
vicisitudes que los demás humanos conocen.<br />
19
20<br />
<strong>LA</strong> INFANCIA <strong>DE</strong> MI MADRE<br />
Según la tradición piadosa, mi madre nació realmente en<br />
Séforis, cercana a Nazaret, aunque como ya he indicado, otros<br />
dicen que sus padres residían en la localidad de Cocheba. En<br />
recuerdo de la hermana de Moisés y Aarón, que fue la primera<br />
de ese nombre de que se tenga noticia, la llamaron Miriam, que<br />
equivale al griego María. No se ha de olvidar que esos dos<br />
personajes, Moisés y Aarón, acaudillaron a los israelitas tras su<br />
huida del cautiverio en Egipto. Sin embargo conviene advertir<br />
que tal vez se trate sólo de una leyenda y que la mencionada<br />
huida nunca haya tenido lugar, pues de los numerosos datos que<br />
acerca de los egipcios han llegado hasta hoy, ninguno se refiere<br />
a que en Egipto los israelitas hayan sido nunca esclavos, lo que<br />
resulta tanto más extraño si se tiene en cuenta que aquel pueblo<br />
antiguo, uno de los primeros en figurar en la Historia, se<br />
enorgullecía de la suya y en sus crónicas se mostró muy<br />
cuidadoso de anotar los hechos más relevantes. Y relevante<br />
hubiera sido por cierto el que a un faraón se le hubiesen<br />
escapado de pronto varias decenas de miles de servidores<br />
extranjeros. Por no hablar ya de las 10 plagas que de creer a lo<br />
escrito en los libros costó a aquel gobernante y país la<br />
resistencia a aceptarlo. Bien se pensara que nuestra Biblia no<br />
siempre es veraz.<br />
En cuanto al significado del nombre dado a mi madre, se<br />
le han atribuido varios, sin que ninguno se haya impuesto a los<br />
otros; entre los más repetidos se encuentran los siguientes:<br />
Señora, Exaltada, Muy amada, Mar amargo, Gota del mar,<br />
Iluminada, Mirra y un largo etcétera.<br />
La imaginación es libre.<br />
Y al parecer, sin Pelargón, potitos Nestlé, ni otro<br />
preparado dietético moderno, de día en día mi madre crecía y se<br />
fortificaba. Cuando tuvo seis meses, mi abuela quiso ver si la
21<br />
niña se mantenía en pie. Y dando muestras de una insólita<br />
precocidad, pues entre la gente corriente raro es el chiquillo que<br />
camina antes de haber cumplido un año entero, la pequeña dio<br />
siete pasos y luego avanzó hacia el regazo de su madre, que la<br />
alzó del suelo al tiempo que decía: Por la vida del Señor, que<br />
no andarás hasta el día en que te lleve al templo del Altísimo.<br />
Tras lo cual y decidida a cumplir lo prometido, en el dormitorio<br />
estableció un santuario a Yahvé y a ella no la dejaba tocar nada<br />
de lo que entonces se consideraba manchado o impuro, que entre<br />
nosotros, los israelitas, abarcaba un montón de cosas. Y para que<br />
con sus juegos entretuviesen a su hija, llamó a las otras niñas del<br />
contorno que se conservaban sin mancilla, es decir, tan puras y<br />
buenas como se suponía era ella.<br />
No ha quedado constancia de cómo mi madre soportó<br />
semejante trato, que hoy se tendría por aberrante represión y<br />
limitación de movimientos y por lo general produciría en un<br />
cuerpo ordinario deplorable anquilosis, una disminución o<br />
imposibilidad de movimiento en una articulación normalmente<br />
móvil, según los entendidos, y otros no menos perniciosos<br />
efectos; pero como es de suponer, para los que prefieren cerrar<br />
los ojos a la realidad el caso de mi madre era extraordinario.<br />
En cuanto a la presunta precocidad de mi madre, ha de<br />
saberse que en la India había ya precedentes. En efecto, se<br />
cuenta que allá por el siglo VI anterior a mi era, cuando aún<br />
faltaban más de 500 años para que mi madre naciese, también el<br />
príncipe indio Sidarta Gautama, al que luego se llamaría Buda,<br />
no más salir del vientre de la suya había dado siete pasos<br />
solemnes, ni uno más, ni uno menos, igual que mi madre, con la<br />
salvedad de que con cada uno de ellos había brotado del suelo<br />
una flor de loto; y a continuación, alzando con unción ambas<br />
manos dijera: “He nacido para ser iluminado por el bien del<br />
mundo; ésta será mi última vida en la Tierra”. Si mi madre no<br />
había alcanzado tales cotas sublimes, le había andado bastante<br />
cercana.
22<br />
Semejantes prodigios no sólo habían sido cosa de<br />
tiempos pasados y de tierras exóticas, pues algunas variantes de<br />
lo dicho se repetirían en los siglos futuros en las vidas de varios<br />
de los que llama santos mi Iglesia; así por ejemplo, en el siglo<br />
XII de nuestra era y en Burgos, ciudad española, nació un tal<br />
Julián, que con los años sería obispo de Cuenca y su santo<br />
patrón. Se cuenta de él que apenas nacido había alzado la<br />
manecita derecha y con ella había bendecido a todos los que<br />
habían asistido a su parto. Los milagros que hace mi Padre son<br />
cosa que maravilla.<br />
Siguiendo la historia, cuando mi madre cumplió su<br />
primer año de edad, mi abuelo Joaquín dio un gran banquete, al<br />
que invitó a los sacerdotes del lugar, a los escribas que en él<br />
residían, al Consejo de los Ancianos y a todos los demás<br />
vecinos. Por fortuna las localidades solían ser entonces<br />
pequeñas, pues de lo contrario y aun siendo persona acomodada<br />
no le hubiera sido posible agasajar a tal multitud. Y les presentó<br />
la niña; fieles a su papel, los sacerdotes la bendijeron diciendo:<br />
Dios de nuestros padres, bendícela y haz que a través de las<br />
generaciones, por los siglos de los siglos, se repita su nombre.<br />
Dios de las alturas, dirige tu mirada a esta niña y dale una<br />
bendición suprema. A lo que todos a una respondieron: Así sea,<br />
así sea.<br />
Con lo que mi abuela Ana la llevó a su dormitorio y le<br />
dio el pecho. Luego la dejó reposando y salió para servir a los<br />
invitados. Terminado el convite, todos partieron jubilosos y<br />
glorificaban al dios Yahvé de sus padres.<br />
Aquí se impone notar el que si la excelencia de mi madre<br />
y de mis abuelos de ninguna manera fue reconocida hasta<br />
mucho más tarde, no se entiende bien el porqué del entusiasmo<br />
apuntado de los clérigos que la bendijeron y de todos los demás<br />
asistentes a la ceremonia. Mucho me temo que también a este<br />
respecto la imaginación haya desempeñado un papel importante<br />
y el querer hacer pasar por sucedido algo que en la realidad
nunca ocurrió. Se habría tratado de embellecer a agua pasada un<br />
suceso corriente.<br />
Hay quien dice que no otra cosa se hizo en los evangelios<br />
canónicos.<br />
Transcurrían los meses y según el relato, cuando mi<br />
madre cumplió los dos años, mi abuelo propuso llevarla al<br />
templo para cumplir la promesa que habían hecho de entregarla<br />
al Señor lo más pronto posible, no fuese que amostazado Él ante<br />
lo que considerase un punible retraso la reclamase y ofendido<br />
rechazase las ofrendas con que se pretendiese apaciguarlo; pero<br />
mi abuela, al parecer menos aprensiva que su marido, prefirió<br />
esperar al tercer año, para que la niña sobrellevase más<br />
fácilmente la separación y no los echase en exceso de menos.<br />
Cumplidos pues los tres años, mis abuelos llamaron a las<br />
hijas sin mancilla de los vecinos, les dieron otras tantas lámparas<br />
y las encendieron para que mi madre no se volviese atrás y que<br />
su corazón no se fijase en nada ajeno al templo del Señor. Se<br />
sobreentiende el templo levantado en Jerusalén. Así se lo hizo;<br />
el gran sacerdote de él la recibió, la abrazó y a su vez, como dos<br />
años antes habían hecho los otros, de nuevo vio en ella algo que<br />
se salía de lo corriente y la bendijo, esta vez con las siguientes<br />
palabras: El Señor ha glorificado tu nombre en todas las<br />
generaciones. Y hasta el último día hará ver en ti la<br />
redención de los hijos de Israel. Luego la sentó en la tercera<br />
grada del altar, ella danzó y toda la casa de Israel la aplaudió.<br />
Como no era para menos, orgullosos de tanta destreza a<br />
tan corta edad, sus padres se admiraron y como de pasada<br />
glorificaron a Yahvé porque mostrándose voluntariosa la niña no<br />
se hubiese vuelto atrás, cosa que muy bien hubiese podido<br />
ocurrir en otra educada con menos rigor que ella. Pero mi madre<br />
se mostró a la altura del papel que se le había asignado y sin<br />
rechistar se quedó a vivir en el templo, donde según se sigue<br />
contando se nutría como una paloma -hoy se lo dice comer<br />
como un pajarito- y un ángel le llevaba el alimento. Nadie<br />
23
24<br />
pensaba en anorexias, dietas hipocalóricas, anemias y muerte<br />
por inanición.<br />
No se sabe de donde salió tal ocurrencia, que un ángel le<br />
llevase el alimento. O todos lo veían y hubiese llamado la<br />
atención, dado que no suele suceder, ni siquiera a las hijas de las<br />
más preclaras familias, o lo hacía a escondidas, lo que también<br />
no hubiese dejado de sorprender a un niño de la edad de mi<br />
madre, a los que aun siendo del sexo débil, como antaño se<br />
hubiese dicho, se acostumbra considerar de la piel del diablo<br />
antes que verlos en trato con los seres angélicos. Pero de nuevo<br />
se ha de oír y callar.<br />
No se lo ha de considerar imposible, y aun mucho menos<br />
improbable, porque más tarde también un ángel le había de<br />
llevar a santa Tecla, seguidora devota de mi apóstol Pablo, el<br />
pan de cada día que en el Padrenuestro se ha hecho costumbre<br />
implorar.<br />
Según los menos ingenuos y más mal pensados, allí, en<br />
el templo, las familias pudientes dejaban como en depósito y<br />
oferta a sus hijas para mantenerlas al abrigo de ojos vulgares y<br />
en cambio las podían ver los hombres píos, ricos y bien nacidos<br />
que si la cosa se terciaba las escogían para esposas y llegado el<br />
momento las desposaban. Con grosera falta de delicadeza,<br />
algunos dirían que era como una feria o muestra del ganado<br />
disponible. En el templo se las enseñaba a obedecer y a no<br />
mostrarse presumidas, a bailar graciosamente y a tañer con<br />
destreza un instrumento musical, a hilar la lana de primera<br />
calidad y a bordar primorosas figuras en telas escogidas, además<br />
de la manera de gobernar con pericia un hogar como se debe.<br />
Acompañaban a mi madre otras muchas de su misma edad y<br />
condición, todas ellas hijas espirituales de Aarón, miembras<br />
(como recientemente ha querido una ministro española) de la<br />
antigua nobleza levita, y las vigilaba con los cien ojos de Argos<br />
-dijera un conocedor de las letras clásicas- una matrona anciana<br />
que se encargaba de adiestrarlas en seguir las vías del Señor.
25<br />
Las tales vías consistían en lo que justamente acabo de<br />
apuntar: obedecer y no salir respondonas y todo lo demás. Así lo<br />
ha contado la gente piadosa.<br />
Lo de obedecer y no presumir de los dones que por<br />
ventura las agraciase era lo que más convenía a una que habría<br />
de convertirse en esposa y madre de algún notable varón<br />
israelita. Hasta tal punto reinaba allí tal mentalidad que, muerto<br />
yo, uno de mis seguidores, Paulo de Tarso, en una carta dirigida<br />
a los habitantes de la ciudad griega de Corinto, lo habría de dejar<br />
bien claro: “...en las iglesias callen las mujeres, pues no se les<br />
permite hablar; antes muestren sujeción; que si algo desean<br />
aprender, pregunten en casa a sus maridos...”<br />
Mas si el citado Protoevangelio de Santiago informa<br />
acerca de la infancia de mi madre, otros se ocuparon de su vida<br />
adulta. En el relato también apócrifo llamado Las preguntas de<br />
María -apócrifo, recuérdese, significa no reconocido por las<br />
autoridades competentes- ya muerto y resucitado yo, me le<br />
aparezco y a sus preguntas curiosas respondo se dijera sin<br />
andarme con rodeos, afeminados remilgos según otros, pues en<br />
modo alguno inhibido no tengo inconveniente en expresarme en<br />
términos que algunos consideraran escabrosos, al borde de lo<br />
inconveniente o de lo obsceno. Y no sólo de palabra me le<br />
muestro de ese modo, sino también de obra. En efecto, fiel al<br />
dicho ordinario de que 'Más vale una imagen que mil palabras',<br />
o aquel otro de 'Obras son amores, que no buenas razones', yo<br />
habría tratado -según aquel relato- de llenar las lagunas de sus<br />
conocimientos y satisfacer sus legítimos deseos de aprender<br />
cosas nuevas, tomándola silenciosamente en vilo y llevándola a<br />
la cima de un monte, donde después de haberme encomendado<br />
piadoso a mi padre Yahvé, como correspondería a la buena<br />
crianza, con una sentida oración, y para mostrar a mi madre “de<br />
qué manera hay que obrar para que los mortales vivamos”,<br />
habría extraído de mi propio costado una mujer y -por decirlo<br />
con delicadeza- allí mismo y sin falsos e inoportunos pudores
26<br />
me habría unido carnalmente a ella. Sorprendida, cogida así de<br />
improviso, y alarmados sus naturales recato y honestidad, puesto<br />
que según se decía, toda su vida se había mantenido virgen, sin<br />
haber conocido varón, mi madre se habría desplomado<br />
desvanecida al suelo, de donde yo la habría alzado y le habría<br />
reprochado su femenil falta de aguante y entereza.<br />
Lo de extraer de mi costado a una mujer me lleva a<br />
recordar lo que se supone sucedido en el paraíso terrenal,<br />
cuando el Señor presunto creador de todo lo existente saca del<br />
costado de Adán una costilla con la que luego forma a Eva. O<br />
también el episodio en el que el griego dios mitológico Zeus se<br />
extrae de la divina cabeza a una de sus hijas, la diosa Minerva; o<br />
del muslo al semidiós Dionisos.<br />
Pero esta es otra historia.<br />
MI PADRE Y MI MADRE SE VEN POR PRIMERA VEZ<br />
Siguiendo con las vicisitudes de la vida de mi madre,<br />
cuando cumplió los doce años, los sacerdotes se congregaron y<br />
dado que ya había menstruado por la primera vez, acordaron que<br />
ya estaba en edad de casarse. Era preciso hacer algo para evitar<br />
que en un arrebato de juvenil imprudencia pusiese en peligro el<br />
buen nombre de aquel santuario. Y dijeron a Zacarías, el sumo<br />
sacerdote de entonces: Tú, encargado del altar, entra y ruega<br />
por ella, y haremos lo que te revele el Señor.<br />
Sin inútiles demoras, él se puso el traje de doce<br />
campanillas que para el caso se usaba, entró en el Santuario o<br />
Santo de los Santos y rogó por mi madre. Allí, y como al parecer<br />
se estaba convirtiendo ya en rutina, también a él se le apareció<br />
un ángel que le dijo: Zacarías, Zacarías, sal y convoca a los<br />
viudos del pueblo, y que venga cada cual con una vara;<br />
María será la esposa de aquel a quien el Señor envíe un<br />
prodigio. De modo que los heraldos recorrieron Judea, y como
se les había mandado, a sones de trompeta convocaron a todos<br />
los viudos.<br />
Se distinguía dos partes en la tierra israelita, de las cuales<br />
se llamaba Judea a la meridional, la de la tribu de Judá y la de<br />
Benjamín, cuya capital era Jerusalén, en tanto que para la<br />
septentrional, la de las 10 tribus restantes de las 12 originales, se<br />
reservaba el nombre de Israel, con capital en Samaria. Durante<br />
siglos, los judíos y los samaritanos se habían llevado a matar.<br />
Entonces José, el que sería mi padre oficial, dejó sus<br />
herramientas, y con los otros acudió a la llamada; tras tomar las<br />
varas de cada cual, el sumo sacerdote penetró en el templo y<br />
oró. Terminada la plegaria, salió y sin advertir en ellas nada<br />
extraño las devolvió a los dueños respectivos. José cogió la suya<br />
y de ella salió una paloma que le voló sobre la cabeza, por lo<br />
que Zacarías le dijo: Te ha tocado en suerte tomar bajo tu<br />
guarda a la virgen del Señor.<br />
Mas José se resistía diciendo: Soy ya casi anciano y<br />
tengo varios hijos, al paso que ella es aún una niña; me<br />
disgustaría que considerándome un viejo verde alguien se<br />
burlase de mí. A lo que Zacarías le respondió: Teme al Señor tu<br />
Dios, y recuerda que por haberlo desobedecido, la tierra se<br />
tragó a Datán, Abiron y Coré. ¡Que no te ocurra lo mismo!<br />
Se refería al castigo que según nuestra Biblia se impuso<br />
a aquellos tres sacerdotes hebreos que negando a Moisés, Aarón<br />
y otros más la autoridad civil y religiosa sobre el pueblo elegido<br />
se habían rebelado contra ellos, con lo que junto con sus<br />
familias los habría engullido la tierra, y -no se especifica si antes<br />
o después- el fuego los habría devorado. Del mismo modo se<br />
castigaría a quien discutiera la autoridad de los pontífices,<br />
autoridad que a través de Moisés y Aarón, uno representando los<br />
poderes civiles y el otro los sacerdotales, se suponía derivaba de<br />
Dios, es decir, de Yahvé. «Nadie se atribuya la honra del<br />
Sumo Sacerdocio si como llamó a Aarón, Dios no lo ha<br />
llamado» -se leía en la Biblia.<br />
27
28<br />
Con lo que precavido, por no decir amostazado y<br />
mohíno, como ordinariamente se suele sentir aquel al que<br />
fuerzan a hacer algo que le disgusta, mi padre tomó bajo su<br />
guarda a mi madre y le dijo: Te he recibido del templo y te<br />
dejo en mi hogar. Ahora parto a trabajar y después<br />
regresaré; entretanto el Señor te guardará.<br />
Bonita manera de lavarse las manos, aquí pudiera decir<br />
de su padre un hijo algo descastado.<br />
Entonces los sacerdotes se reunieron y en consejo<br />
acordaron hacer un velo para el templo. En él había dos como<br />
estancias, una más sagrada y exclusiva que otra, y se las<br />
separaba por medio de un velo. Indagaron cuáles de las jóvenes<br />
de la casa de David -las doncellas levíticas, como ya he<br />
apuntado- se hallaban sin mancilla, es decir, eran vírgenes aún, y<br />
encontraron a siete. El sumo sacerdote recordó que mi madre era<br />
una de ellas y envió a buscarla. Los servidores la trajeron; se<br />
echó a suertes quienes hilarían el oro, el jacinto, el amianto, la<br />
seda, el lino fino, la verdadera escarlata y la verdadera púrpura.<br />
Era un honor hilar una u otra; daba categoría. Correspondieron a<br />
mi madre las dos últimas, y con ellas regresó a su casa. En ese<br />
momento, el sacerdote Zacarías enmudeció y hasta que recobró<br />
la palabra, otro, llamado Samuel, digamos su vicario o sustituto<br />
en caso de fuerza mayor, lo reemplazó en sus funciones.<br />
Obediente mi madre se dispuso a hilar la escarlata.<br />
Esta es una de las versiones que corren acerca del<br />
encuentro de mi padre y mi madre; en ella mi padre es un<br />
hombre mayor y viudo; pero hay otra en la que José era un joven<br />
en la flor de la edad y la plenitud del vigor sexual.<br />
El que algunos prefieran la primera se explicaría del<br />
modo siguiente.<br />
Al parecer allá por el siglo V del calendario hoy vigente<br />
no todos aceptaban ni les cabía en la mente la idea de que mi<br />
padre y mi madre aunque casados y jóvenes, marido y mujer con<br />
todas las de la ley, hubiesen compartido casa y probablemente
yacija durante muchos años sin tocarse nunca, sin gozar<br />
carnalmente uno del otro, como en la actualidad delicadamente<br />
se dice, porque ya se había escrito y en general aceptado que 'la<br />
carne era débil'. La cosa les habría parecido inhumana<br />
heroicidad o proeza de un Hércules moral, si personaje así<br />
hubiese nunca existido, por lo que los tales escépticos se<br />
devanaron los sesos buscando un arreglo o componenda que sin<br />
forzar en exceso el sentido común explicase el asunto; y no se<br />
les ocurrió nada mejor que hacer de mi padre, en el momento de<br />
desposar a mi madre, un hombre ya anciano y viudo, y padre de<br />
prole numerosa habida en las nupcias primeras con una tal<br />
Melcha o Escha, con la que ya cuarentón se habría casado.<br />
Según esa versión, cuando conoce a mi madre, mi padre José<br />
tendría 89 años y 6 hijos, cuatro varones y dos hembras. Ella<br />
tenía entonces 12, acababa de ser núbil, es decir, apta para<br />
contraer matrimonio. Y él nos habría protegido, a ella y a mí, y<br />
servido de custodia hasta los 111 años de edad, a la que como<br />
tristemente es de rigor 'rindió cuentas a Dios', según se decía y<br />
se dice aún. Los desconocidos autores redondearon más la<br />
historia atribuyéndome el acto extremo de piedad filial por el<br />
que en el instante mismo de la muerte de mi padre terreno yo<br />
habría rogado a mi otro padre, el divino, que para recibir, en el<br />
momento en que exhalase el último suspiro, el alma del finado,<br />
tuviese a bien enviar a los arcángeles Miguel y Gabriel. Se<br />
ignora porqué ésos dos precisamente, y el papel que en esta<br />
circunstancia desempeñaría Miguel, pues según también se<br />
afirmaba, y sin que fuese de su incumbencia cualquier otra<br />
actividad, a éste le competía tan sólo luchar con el ángel caído<br />
rebelde, cabecilla de los que lo habrían secundado en la empresa<br />
imposible de oponerse a Yahvé y vencerlo. Entre los ángeles y<br />
los arcángeles y desde el momento mismo de haberlos creado, se<br />
respetaba estrictamente el reparto de roles que el dios Yahvé -o<br />
yo, por delegación- les habría asignado. Mas no queda ahí la<br />
cosa; aquellos imaginativos sujetos seguían fantaseando y<br />
29
30<br />
afirmaban que a continuación se confiaba a otros dos ángeles,<br />
ellos de menor categoría que los dos arcángeles, palabra que<br />
fácilmente equivale a archiángeles, el cuerpo del muerto, que así<br />
asistido permanecería incorrupto durante 1000 años. Igualmente<br />
se ignora porqué precisamente un milenio y no eternamente,<br />
pongo por caso, dado que puestos a pensar, son innecesarios los<br />
límites. Debe de ser porque se atribuía al milenio alguna<br />
connotación trascendente. Y sin duda en su tiempo aquellas<br />
personas no sabían aún que, en su girar en torno al sol, para la<br />
Tierra lo mismo valían mil años que mil millones.<br />
Con esta probable fábula se intentaría explicar el que<br />
para nada interviniese mi padre José en mi concepción en cuanto<br />
al cuerpo, que la del alma era otro cantar, como ya he dejado<br />
escrito, no habiendo comprendido que su matrimonio cumplía el<br />
papel providencial de preservar a los ojos ajenos el honor y<br />
dignidad de mi madre, que por su parte consistiría en<br />
mantenerse siempre virgen intangible. De tal modo se guardaba<br />
ante los demás las apariencias, sin detrimento de que mi padre<br />
verdadero siguiese siendo el dios Yahvé. Por eso se llamó padre<br />
putativo a mi padre mortal.<br />
Sin embargo, aun suponiendo bueno el propósito de tal<br />
componenda, no satisfizo a la que se dice mi Iglesia, porque si<br />
por un lado siendo para ella un dogma de fe el que yo hubiese<br />
nacido de un vientre virginal, la verdadera edad de mi padre José<br />
no tenía la menor importancia; por el otro no dejaba de ser<br />
indecoroso hacer de él un anciano poco menos que nonagenario.<br />
ASÍ SE HA VISTO A MI MADRE<br />
Pese a lo que aquí llevo dicho acerca de ángeles que al<br />
parecer se le presentaban para advertirla de esto o lo otro,<br />
parientes aún no nacidos que -como diré más adelante- al<br />
sentirla en las proximidades saltaban de gozo en el vientre de su
31<br />
madre, alabanzas que recién nacida le prodigaban los sacerdotes<br />
del templo y todo lo demás que ya he apuntado, la verdad es que<br />
durante su vida mortal mi madre pasó mas bien desapercibida.<br />
Sólo transcurridos los siglos se alzó algún revuelo acerca de ella.<br />
Más de 300 años después de mi muerte, disputaron mis<br />
valedores acerca de si con justicia se la había de llamar madre<br />
de Dios o fuera mejor dejarla en la oscuridad precedente. Y<br />
como era de suponer, para que se aceptara lo primero, se luchó<br />
en verdaderas batallas y se vertió a raudales la sangre. Hubo que<br />
esperar a la mitad del siglo XX para que uno de los que en el<br />
Vaticano de Roma dicen representarme en la Tierra, impusiera a<br />
mi Iglesia como dogma de fe la Asunción de mi madre. Según<br />
él, pasados pocos días después de su muerte en la Tierra, en<br />
carne mortal subió ella a los cielos llevada por manos de<br />
ángeles, y allí impera como reina indiscutida y única, si no al<br />
mismo nivel de mi Padre celeste, que por medio del Espíritu<br />
santo, una de las 3 Personas de la Trinidad, la dejó preñada, al<br />
menos en el nivel inmediatamente inferior y por encima de<br />
todos los demás seres, ya mortales, ya angélicos, que existan o<br />
puedan haber existido.<br />
Los que, como a continuación diré, publicaron mis<br />
hechos y dichos, y a los que se acostumbra llamar evangelistas,<br />
pues se les atribuye el dedicarse a predicar mi Evangelio o<br />
Buena Nueva de mi prodigiosa venida a este mundo, apenas se<br />
refirieron a ella. Para empezar, ninguno se preocupó de señalar<br />
con precisión el lugar en que había nacido, de modo que hoy<br />
unos afirman que vio por primera vez la luz del día en Séforis,<br />
capital de la antigua Galilea, a unos 5 km de Nazaret, mientras<br />
que según otros la habría visto en la misma Nazaret, pese a que<br />
como ya queda dicho mis abuelos Ana y Joaquín vivían a la<br />
sazón en la ya mencionada Cocheba. No ha faltado quien ha<br />
preferido hacerla nacer en Belén o en la misma Jerusalén, capital<br />
del territorio judaico. Tampoco dijeron nada del lugar en que<br />
murió, que si en Éfeso, que si en Jerusalén, ni dónde se la
32<br />
enterró, ni qué fue de sus huesos. Aunque a este respecto quizá<br />
no tendría mucho sentido el mencionarlos, puesto que se ha<br />
terminado por hacerla resucitar al poco de haberse muerto y a<br />
continuación se la ha hecho subir intacta a los cielos.<br />
En consecuencia, al contrario que todos los demás<br />
mortales, para resucitar de entre los muertos “con los mismos<br />
cuerpo y alma que mientras viva hubiese tenido”, como<br />
categóricos dicen ha de suceder inevitablemente los que me<br />
representan, ella no tendría que esperar a mi segunda venida.<br />
Sin embargo unas tres quintas partes de las gentes que<br />
hoy pueblan la Tierra no creen lo más mínimo en tal<br />
resurrección y por otro lado la cosa los tiene sin cuidado.<br />
Lo de la segunda venida arriba mencionado se apoyaría<br />
en algunas palabras que se supone dije estando aún vivo, según<br />
las cuales habría yo prometido volver a la Tierra de nuevo, una<br />
vez muerto, a la manera de una especie de bis, rodeado ahora del<br />
esplendor y gloria que como Hijo enviado de Dios me<br />
corresponderían, para juzgar por sus actos a todos los que<br />
mientras tanto hubiesen vivido, premiar con el cielo a unos y<br />
condenar al infierno a los demás.<br />
Hay incluso quienes han dicho conocer con exactitud el<br />
número de los que según esta versión del futuro se habrían de<br />
salvar de la quema. Unos pocos cientos de miles, esto es, nada,<br />
si se compara la cifra con la de todos los que como mínimo<br />
desde los Adán y Eva presuntos han venido a este mundo. Y en<br />
cuanto a la quema, nunca mejor empleada la expresión, si se<br />
tiene en cuenta que para ellos, esos bien informados sujetos, el<br />
infierno sería como una especie de gigantesco horno u hoguera<br />
cuyas llamas nunca se reducirían ni apagarían. Por ello se lo<br />
llama también lugar del fuego eterno.<br />
Volviendo a mi madre, se dijo también que una vez sola,<br />
viuda de mi padre José y muerto yo, su hijo divino, se habría ido<br />
a vivir a Éfeso, ciudad del Asia Menor, donde sin nada mejor<br />
que hacer, aparte de encargarse de las obras de caridad que
entonces se estilaba, dar de comer a los hambrientos, vestir a los<br />
desnudos, etc. etc. y disponiendo libremente de todo su tiempo,<br />
habría narrado su vida al evangelista Lucas, discípulo del<br />
apóstol Pablo.<br />
Al parecer viva aún, la habría visto en CésarAugusta otro<br />
de mis apóstoles, el hijo del Zebedeo, Santiago, al que habría<br />
animado a no dejarse vencer por las dificultades primeras y<br />
seguir predicando a los celtíberos, resultantes de la mezcla de<br />
los celtas y los íberos, pueblos autóctonos entonces de la hoy<br />
llamada península ibérica, la fe verdadera, por la cual se<br />
entiende el firme convencimiento de mi divinidad.<br />
CésarAugusta (luego Zaragoza) era una ciudad de la<br />
Hispania romana, cuyos habitantes se resistían a dejar la rutina y<br />
cambiar de creencias. Según los más viejos, ‘más valía malo<br />
conocido, que bueno aún por conocer’, y era sensato preferir ‘el<br />
pájaro en la mano, a los ciento que aún iban volando’.<br />
Más tarde se llamaría españolas a las gentes celtíberas,<br />
que era como decir cerriles y tercas.<br />
Un día, y por especial deferencia del Cielo, el arcángel<br />
Gabriel, el mismo que la había avisado de que habría de parir un<br />
hijo que sin romperla ni mancharla el Espíritu santo había<br />
engendrado en ella, le comunicó que la vida en la tierra se le<br />
estaba a punto de acabar, y que una vez muerta y enterrada no<br />
tendría que corromperse en el sepulcro, como todos los demás se<br />
corrompían, sino que subiría rauda al cielo.<br />
Lo de que una vez muerto y enterrado a todo el mundo<br />
toca corromperse, conocía algunas excepciones, pues al parecer<br />
y de hacer caso a la ya harto mencionada Biblia, tampoco un<br />
profeta, que llamaban Elías, se había muerto y corrompido: un<br />
carro de fuego lo habría llevado directamente al cielo, sin ni<br />
siquiera hacer escala en el Purgatorio, donde se purgaba las<br />
fechorías o malhechos de menor cuantía, y de ahí le venía el<br />
nombre, lugar de purga, ni tampoco en el Limbo, adonde le<br />
correspondería pasar algún tiempo, pues no habiendo aún venido<br />
33
34<br />
yo a la Tierra, todavía no estaba él redimido ni existía mi Iglesia.<br />
Fuera de la cual, como más tarde se dijo, no había salvación.<br />
Claro está que en ese momento nada se sabía de<br />
Purgatorios ni de Limbos y hubo que esperar casi 2000 años a<br />
que otro de mis representantes los diera por ciertos y los<br />
impusiera a los fieles.<br />
Llegada la hora de la muerte anunciada, mis apóstoles y<br />
discípulos, a la sazón dispersos por el mundo entonces conocido,<br />
donde se suponía predicaban mi Evangelio, se hallaron<br />
prodigiosamente reunidos en la Ciudad Santa, es decir Jerusalén,<br />
y asistieron al tránsito y sepelio de mi madre.<br />
Se ha de advertir que en ese momento la ciudad de<br />
Jerusalén no tenía nada de santa, sino que era una más entre<br />
todas, con los mismos vicios y virtudes que otras semejantes; se<br />
la conoció como tal en mi honor y mucho después de que los<br />
que se dicen míos se hubiesen impuesto en el mundo.<br />
Habría vivido -mi madre- sesenta y dos años aquí abajo,<br />
en la Tierra, lo que dada la esperanza de vida de aquel tiempo<br />
atrasado, la escasa cincuentena, había sido una edad<br />
relativamente avanzada. Como ya queda dicho, igualmente que<br />
yo al tercer día habría resucitado triunfalmente de entre los<br />
muertos y sin perder un momento habría volado rauda a los<br />
cielos. A diferencia de mí, lo suyo no había sido ascensión, sino<br />
simple asunción, porque a fuer de Hijo unigénito de mi Padre<br />
Yahvé, y aun por encima varón, no cabía discutir mi jerarquía<br />
muy superior a la suya.<br />
No solamente a causa de la edad avanzada, pues no se ha<br />
de olvidar que eternamente y desde el principio de los tiempos<br />
existía, mi Padre era amante del orden y de que cada uno<br />
ocupase en el concierto de todos el lugar que Él mismo le<br />
hubiese asignado. Recuérdese que según lo que se dice no vaciló<br />
en crear el infierno y sepultar en él para toda la restante<br />
eternidad a los ángeles que descontentos con su estatus<br />
preestablecido amenazaron con rebelársele y subírsele a las
arbas, venerables sin duda, si se atiende a su probada<br />
ancianidad.<br />
En cuanto a mi madre, allí en los cielos y cada una a su<br />
vez, las tres personas de la Santísima Trinidad la habrían<br />
coronado Reina de la Creación, de los ángeles y de los santos. Y<br />
desde entonces habría sido a un tiempo omnipotente y<br />
suplicante, y por medio de ella dispensaría Dios, mi Padre<br />
Yahvé, a los hombres, las gracias de la Redención.<br />
Esto se dice hoy de mi madre. ¡Ay! Como cuento, no está<br />
nada mal.<br />
MI MADRE HACE POLITICA<br />
Mis seguidores no acaban de decidirse por una versión<br />
determinada y queriendo conservar lo mejor de las disponibles,<br />
se arriesgan a contradecirse. Son como aquel sabio del cuento,<br />
según el cual una única naranja se nos aparece con tantos<br />
aspectos como puntos de vista desde donde se la mira, de modo<br />
que aun parciales, todos son verdaderos. Aplicado a mi madre,<br />
unas veces se la representa como una joven casta y pura que<br />
bajos los ojos da ejemplo sin par de dulzura y modestia de modo<br />
que viendo aquella piel delicada y casi traslúcida, aquel rostro<br />
sin defecto ni mancha, no puede uno menos que enamorarse de<br />
ella, porque es arquetipo de inocencia, pureza y felicidad<br />
extramundana. Sin embargo, otras veces es una mujer<br />
voluntariosa y de convicciones firmes que toma partido; como si<br />
cansada de parecer modosita y de la imagen insufriblemente<br />
pacata que se ha dado de ella, se desquitara teniendo después de<br />
muerta los arranques de rebeldía que de moza no se le habría<br />
permitido. Ya se sabe, como dice el vulgo, 'el que no la corre de<br />
joven, la corre de viejo'.<br />
Al parecer un buen día de la segunda mitad del siglo XX<br />
y con el nombre de Nuestra Señora de las Rosas se apareció<br />
35
36<br />
según tal modalidad emprendedora a Verónica Luebken, una<br />
ama de casa americana igual a otra cualquiera residente en la<br />
comunidad neoyorquina de Bayside.<br />
Comenzó por advertirle, en sueños o por medio de una<br />
comunicación no intelectual sino íntima, según el entendido, de<br />
que se le iba a aparecer sobrevolando el tejado de una iglesia. Le<br />
dijo: "Sí, hija mía, de vez en cuando y si las circunstancias lo<br />
exigen, me dejo ver en varios lugares del mundo. Es la vez de<br />
Bayside y del viejo edificio de san Roberto Belarmino. Vuestro<br />
obispo ya no podrá negar que me aparezco." Al principio las<br />
autoridades de mi Iglesia se mostraban escépticas acerca del<br />
asunto, mas con el tiempo cambiaron de aviso, como atestigua la<br />
siguiente declaración de una de ellas: “Por cinco años y<br />
mediante las muchas curaciones del cuerpo y del alma que en<br />
Bayside han tenido lugar, ya directamente por intercesión de la<br />
Virgen en el momento mismo de su aparición, ya a través de los<br />
objetos que se le ha presentado, así como las fotos milagrosas<br />
tomadas con las cámaras previamente purificadas con agua<br />
bendita para hacerlas inmunes a las asechanzas engañosas del<br />
Maligno, el cielo ha señalado y dado testimonio de la<br />
autenticidad de las apariciones y mensajes.” Confortada con este<br />
oficial espaldarazo, mi madre no se limitaba a dejarse ver de la<br />
vidente, sino que también le comunicaba lo que era preciso se<br />
hiciese. Con notable elocuencia poética, otra de las autoridades<br />
eclesiásticas se expresaría en los siguientes términos: "Igual que<br />
un hilo dorado, estas llamadas conmovedoras de la Virgen<br />
corren a través de los Mensajes, últimos esfuerzos desesperados<br />
de una Madre que lucha por salvar de la locura a Sus hijos<br />
indicándoles el seguro y certificado camino que habrán de seguir<br />
y preparándolos para las grandes tribulaciones que a no dudar<br />
les aguardan”. Para luego aclarar: “En el sentido cristiano, un<br />
verdadero milagro no es una maravilla estéril o una exhibición<br />
mágica sin sentido, sino una señal o excepción ordenada por<br />
Dios en el orden natural para empujar a los hombres hacia su
salvación; es una maravilla o misterio que desafía las<br />
explicaciones humanas y para el que la ciencia no tiene<br />
respuesta. Los investigadores han de tratar de aclararlo, pero si<br />
los hechos los obligan, tendrán que doblegarse y admitirlo.<br />
Bayside es una verdadera aparición. No creí que lo fuera, pero<br />
las circunstancias me han hecho cambiar de aviso.”<br />
En ese trance supuesto, mi madre habría dado a Verónica<br />
diversas instrucciones. En la última de ellas llamaba la atención<br />
de las gentes acerca de la orientación política que en el momento<br />
mostraba el vaticano, la organización que presuntamente me<br />
representa en la Tierra. Al parecer, mi vicario buscaba hacer las<br />
paces con Rusia, donde imperaba entonces el régimen llamado<br />
comunista, que entre otras cosas era ateo y quería apoderarse de<br />
mis antiguos fieles. Mi madre estaba en total desacuerdo con tal<br />
actitud y había advertido a la señora Verónica del peligroso<br />
camino que a la sazón la jerarquía de mi Iglesia emprendía y de<br />
la necesidad de ponerla sobre aviso del disgusto divino. Citaré<br />
sus palabras: "Hija Mía, se especula acerca del tercer mensaje<br />
que en Fátima he dado. Se lo explica fácilmente. No se lo<br />
podía revelar del todo por su dura naturaleza. Os previne al<br />
respecto. El tercer secreto, hija mía, es que Satanás penetraría en<br />
la Iglesia de Mi Hijo y ocuparía la más alta Jerarquía de Roma."<br />
En su supuesta aparición mi madre mencionó a tres cardenales<br />
secretarios de Estado: "Antonio Casaroli, ¡condenaréis al<br />
infierno vuestra alma! ¿Qué camino seguís, Giovanni Benelli?<br />
¡Arriesgáis el infierno y la condenación! Villot, líder del mal,<br />
apartaos de esos traidores; el Padre Eterno os vigila; os asociáis<br />
con la sinagoga de Satán. ¿Creéis que no pagaréis por destruir<br />
las almas en la Casa de Mi Hijo?" Mi madre le descubría<br />
después la verdad acerca de la extraña muerte del anterior<br />
vicario mío, uno que ocupó el puesto solamente un mes, pues<br />
murió en extrañas condiciones. “Regresaré, hija mía, y contaré<br />
lo sucedido en Roma al Papa Juan, cuyo reinado duró 33 días.<br />
Oh, hija mía, ahora es ya Historia, pero figura en el libro de los<br />
37
38<br />
desastres de la Humanidad. Recibió el martirio de una copa de<br />
champán francés que le dio un ya fallecido miembro del clero y<br />
de la Secretaría de Estado”. Muerto este malogrado vicario mío,<br />
mi madre habría avisado del mal que amenazaba si no se estaba<br />
atento: "Hijos Míos, habrá un cónclave, y si no rezáis lo<br />
bastante, veréis en la silla de Pedro a uno de espíritu oscuro<br />
compadre del diablo." "Os lo advertí; en Roma el tal Benelli se<br />
ha presentado candidato a la santa Sede para instaurar el reino<br />
de la Bestia! ¡Como madre vuestra os ruego e imploro que me<br />
escuchéis! Mediadora entre Dios y los hombres, vengo para que<br />
me oigáis y prestéis atención. Sobre la Tierra, las fuerzas del<br />
infierno están sueltas ahora." Ya elegido mi vicario, el llamado<br />
papa Wojtyla, mi madre habría manifestado el juicio que le<br />
merecía el secretario de Estado: "Y ahora, hija mía, escribid al<br />
cardenal Casaroli, que aconseja al Santo Padre no atender este<br />
mensaje. Si no abandona sus intentos de apaciguamiento (con<br />
los comunistas), esclavizará a mucha gente y lo pagará con<br />
mucho sufrimiento. Hija mía e hijos míos, la maldad del<br />
comunismo es obvia; el mundo y su condición hablan por sí<br />
mismos." El cardenal Sodano apoya el vil tratado Vaticano-<br />
Moscú, el "curso de distensión", y busca acallar a los que incitan<br />
al Papa y a los obispos a emplear en contra del comunismo<br />
mundial el arma de Dios, la consagración de Rusia a Mi<br />
Corazón Inmaculado. "Sigue adelante, hija mía, y advierte a la<br />
gente de que Satanás ha entrado en la Casa de Dios y gobierna<br />
desde lo más alto. El mundo y la Iglesia están en tinieblas.<br />
Muchos de los que la dirigen han caído en el pecado. Rezad,<br />
hijos Míos, para que con vuestras oraciones y sacrificios se los<br />
recupere.”<br />
¡Ay, mi madre! -siglos atrás había suspirado resignado<br />
antes de expirar el rey francés Carlos IX. Su madre era Catalina<br />
de Médicis, tristemente famosa porque a ella se debió la llamada<br />
Noche de san Bartolomé, en la que el bando católico hizo<br />
asesinar con alevosía a varios miles de protestantes.
39<br />
Se cuenta que en lo que va de Historia y tirando por lo<br />
bajo, mi madre se habría aparecido en la Tierra a diversas<br />
gentes y en diversos ambientes unas 80.000 veces. Mientras en<br />
Nazaret compartimos techo y pitanza, y pese a haber tomado<br />
con ella más de un kilo de sal, requisito ordinario para empezar<br />
a conocer a fondo a quienquiera que sea, como dice el folclore,<br />
jamás imaginé que después de muerta se habría de mostrar tan<br />
diligente. Y mucho menos en asuntos políticos. Dejando a un<br />
lado el arrebato chovinista o patriótico de que al parecer dio<br />
muestras en el canto que como diré más adelante entonó cuando<br />
a raíz de mi concepción sobrenatural visitó a su prima Isabel,<br />
siempre la tuve por una más de esa mayoría silenciosa de que<br />
hablan los sociólogos refiriéndose a los muchos que en cualquier<br />
sociedad prefieren vivir adaptándose a lo que hay antes que<br />
aventurarse en empresas dudosamente revolucionarias de las que<br />
se sabe como empiezan, pero nunca como acaban.<br />
Contradiciendo al filósofo Sartre, para quien la muerte<br />
pone el sello definitivo a la Historia de uno, nunca podremos<br />
decir que en verdad sabemos nada de nadie, ni aun ya fallecido.<br />
También se ha dicho de ella que en fecha no bien<br />
establecida y por supuesto morando ya en el cielo, peregrinó a<br />
Compostela para visitar la tumba del apóstol Santiago, mi<br />
discípulo, y que al hacer el Camino, en la zona llamada Peña<br />
Partida se encontró una gran roca que se lo estorbaba, de modo<br />
que ni corta ni perezosa mandó bajar a los ángeles a su mandado<br />
a los que ordenó quitar el obstáculo; sin hacerse rogar y<br />
copiando tal vez a Zeus, el antiguo padre de los dioses griego, la<br />
complacieron ellos destruyéndolo con un rayo. Como prueba se<br />
señala hoy al viandante los dos surcos o huellas que dejaron en<br />
la vereda las ruedas del carro que la transportaba. Se ve que al<br />
contrario de la mayor parte de los que hoy peregrinan, no quiso<br />
hacer a pie el Camino. Tampoco ha quedado constancia de si<br />
una vez terminado, dio al apóstol el abrazo de rigor, ni si vio<br />
volar en el aire el botafumeiro. ¡Lástima!
40<br />
Y ya puestos en ello, no puedo resistir la tentación de<br />
incluir aquí una de las apariciones más notables de mi madre a<br />
los humanos.<br />
Allá por el siglo VII de la era actual vivió en la España<br />
visigótica un piadoso varón al que por su mucha sapiencia y<br />
notables virtudes habían nombrado las autoridades para ocupar<br />
la sede vacante del arzobispado de Toledo cuyo titular acababa<br />
justo de morir. Se trataba del que luego mi Iglesia había de subir<br />
a los altares y llamar san Ildefonso. Tal como lo describieron los<br />
que tuvieron la fortuna de tratarlo, era de talla imponente y<br />
ademán de mando, andar grave y pausado y perfil de asceta<br />
completo. Frisando apenas en los 55 años, solía predicar con tan<br />
torrencial elocuencia mi doctrina que, según decían arrebatados<br />
los oyentes, parecía justamente que por su boca hablase yo.<br />
Confieso que aquí me siento indeciso, entre si tomarlo a<br />
cumplido o protestar airado. Sea de ello lo que fuere, al parecer<br />
se inclinaba a la mística y en consonancia había escrito un<br />
tratado en el que a propósito de la soledad interior se despachaba<br />
a gusto. Difícil es saber qué entendía él por tal soledad; en todo<br />
caso la tomaba por el lado bucólico y ante el espectáculo de los<br />
montes y cañadas, las plantas y los árboles, las aves y los ríos,<br />
en los que veía otras tantas representaciones de la eterna belleza,<br />
caía en éxtasis. Mas un buen día, quizá debido a la nostalgia que<br />
sintiera del amor de su madre terrena, quien tal vez contando<br />
con organizarle un porvenir brillante en el mundo se había<br />
opuesto tenaz a la inclinación eclesiástica del hijo, se enamoró<br />
de la mía. Entre sus muchos otros trabajos de pastor de la grey<br />
que se le había asignado, Ildefonso había escrito una obrita que<br />
intituló La perpetua virginidad de la madre de Dios. Aquí no<br />
puedo menos de admirar el curioso afán de algunos en<br />
pronunciarse acerca de algo que por su misma naturaleza está<br />
más allá de la humana comprensión. En cualquier caso y según<br />
dijeron a una los críticos, el autor rompía con lo ya establecido<br />
al respecto y en torrencial explosión de afectos desahogaba su
emocionado corazón. Como se suele decir, siempre se idealiza<br />
aquello de que se ha carecido, en este caso probablemente el<br />
amor maternal. Con devoción que a la luz de la actual<br />
mentalidad laica curada de espantos pudiera resultar algo<br />
equívoca, se expresaba él en los términos siguientes:<br />
Concédeme, Señora, estar siempre unido a Dios y a Ti; servirte<br />
a Ti y a tu Hijo, ser esclavo tuyo y serlo suyo (...). Soy por tanto<br />
tu esclavo y eres Tú mi Señora, y soy siervo tuyo, que concebiste<br />
a mi Creador. Palabras que recuerdan un tanto las hoy corrientes<br />
en la literatura masoquista de la Dominación Femenina. En todo<br />
caso y según se cuenta, mi madre no tardó en premiar diligente a<br />
quien así se le entregaba y sin condiciones estaba dispuesto a<br />
servirla. Una noche clara de diciembre se dirigió Ildefonso en<br />
procesión a la catedral para celebrar la fiesta que, gracias a sus<br />
desvelos y en fecha reciente, había establecido en honor de mi<br />
santa madre el décimo concilio episcopal. Apenas franqueados<br />
los recios portones de aquella imponente basílica advirtieron<br />
todos que un resplandor celeste los envolvía. Empavorecidos los<br />
más, soltaron las velas y los cirios que en las manos portaban y<br />
mientras unos se apresuraban a huir, nuestro héroe se adelantaba<br />
animoso al altar mayor y caía de rodillas. Alzados entonces los<br />
ojos, sentada en el sillón episcopal descubrió a mi madre.<br />
Distribuidos por el ábside y entonando salmos davídicos, alados<br />
coros de ángeles y grupos de vírgenes le formaban la más<br />
espléndida corona que el lenguaje acertara a describir. Maternal<br />
invitaba ella a Ildefonso a acercársele y tras alabarle la<br />
disposición rendida y sumisa que le manifestaba, sacadas ya<br />
mismo de los celestiales tesoros le entregaba unas vestiduras<br />
litúrgicas como hasta la fecha nadie ha podido imitar. Tras lo<br />
cual y sin más retornaba a la gloria dejando detrás inmerso en<br />
inefables deliquios a su adorador.<br />
Así ha llegado el relato hasta hoy.<br />
En otra ocasión, siglos después y también en España, se<br />
apareció mi madre a san Pedro Nolasco y le ordenó perentoria<br />
41
42<br />
que sin más demora fundara una orden religiosa para liberar de<br />
la ignominiosa esclavitud a los numerosos cristianos que por<br />
entonces en manos del Islam la padecían. Así lo hizo él y la<br />
llamó mercedaria o de la Señora de la Merced.<br />
Como buena madre judía, la mía no toleraba bien que<br />
alguien pretendiese hacerme sombra y de ahí que en el<br />
enfrentamiento de la religión cristiana con la mahometana<br />
tomase decidido partido a mi favor. A este respecto y<br />
mostrándose contraria a cualquier tolerancia, a la filosofía<br />
pagana del vive y deja vivir, se la podría decir “más papista que<br />
el Papa”. Quizá temiera que si se abandonaba y dejaba ir, mis<br />
seguidores la acusasen de hereje.<br />
Un día santa Margarita María de Alacoque le rezaba el<br />
rosario cómodamente sentada en una silla. Mi madre se le<br />
apareció y al verla tan a sus anchas se mosqueó y le dijo un<br />
tanto irritada: ¡Vaya! ¡Qué bonito! No te tomas muy en serio el<br />
servirme ¿verdad? A lo que la Margarita bajó confundida la<br />
cabeza y prometió que no se repetiría.<br />
Y a propósito del santo rosario, como se lo suele llamar,<br />
también se dice que cuando en Lourdes, con uno de gruesas<br />
cuentas en la mano, se apareció a Bernadette, lo rezó varias<br />
veces con ella, lo que de ser cierto vendría a significar que en<br />
alguna ocasión mi madre se ha rezado a sí misma.<br />
No la hubiese pensado yo tan sarcástica y de buen<br />
humor.<br />
Así pues después de su muerte mi madre se movía<br />
diligente y no paraba quieta en los cielos atendiendo a esto y lo<br />
otro sin darse descanso. Se parecía en ésto a la diosa griega<br />
Atenea, que en la guerra de Troya y volando continuamente del<br />
Olimpo al lugar de la batalla y de la batalla al Olimpo no había<br />
escatimado esfuerzos para favorecer a Héctor en contra de<br />
Aquiles. Nadie hubiera podido acusarlas, a mi madre y a ella, de<br />
la hoy poco menos que vergonzosa pasividad femenina.<br />
Prosigo la historia.
MI MADRE ERA BEL<strong>LA</strong><br />
En estos tiempos modernos, en los que la apariencia<br />
importa un montón, no han faltado los que han especulado con<br />
la belleza corporal de mi madre; y claro está, se le ha atribuido<br />
gracias mundanas que no desdijeran en mucho de las virtudes<br />
morales en que al parecer habría sido paradigma y modelo. Es<br />
de creer -han dicho algunos- que el dios Yahvé no habría puesto<br />
en peligro su prestigio y majestad si no parando mientes en ello<br />
hubiese descuidado adornar a la madre de su único Hijo con una<br />
belleza del todo celestial y divina, que por añadidura no dejaría<br />
de inspirar devoción y ternura en quien la contemplase. No soy<br />
yo el mejor situado para zanjar el asunto, porque para su hijo y<br />
como es natural ninguna madre es carnalmente bella, y si se me<br />
apura, tampoco lo es moral o espiritualmente, a menos que no le<br />
importe verse acusado de la perversión masoquista incestuosa y<br />
de no haber resuelto a satisfacción el complejo de Edipo<br />
apuntado por Freud, según el cual, como generalmente se sabe,<br />
durante sus años primeros el hijo varón desea ante todo matar a<br />
su padre y poseer libremente a la madre. Dejaré pues que hablen<br />
por mí y por los otros aquellos que se molestaron en escribir al<br />
respecto. Unos se apresuraron a aplicarle lo que al parecer en el<br />
Cantar de los Cantares había dicho de la llamada Sulamita, una<br />
de las 700 esposas y más de 300 concubinas que oficialmente se<br />
reconoce a aquel quizá inigualable semental, se supone que la<br />
más querida de todas, el rey israelita Salomón:<br />
¡Qué hermosa eres, amada mía! ¡Qué hermosa eres! Tus<br />
ojos son palomas... Tu voz es dulce y encantador tu rostro... Tus<br />
cabellos, rebaños pequeños de cabras que ondulantes van por<br />
los montes de Galaad... Tus dientes cual rebaño de ovejas que<br />
suben del lavadero... Cintillo de grana son tus labios, y tu<br />
hablar es agradable... A través de tu velo, son tus mejillas<br />
mitades de granada... Cual la torre de mi padre David,<br />
43
44<br />
adornada de trofeos, de la que mil escudos y pendones penden,<br />
es tu cuello... eres del todo hermosa, amada mía, no hay tacha<br />
en ti... Eres jardín cercado, hermosa mía, esposa; eres jardín<br />
cercado, fuente sellada...<br />
No puedo menos de preguntarme si mi padre José vería a<br />
mi madre a la manera en que al parecer veía el rey Salomón a su<br />
compañera. Aunque palabras tal vez naturales en labios de un<br />
regio personaje aristócrata cuya sangre me place imaginar de<br />
color azul, ya es más difícil pensarlas en los de un carpintero,<br />
persona que dada su condición proletaria sería más bien práctica<br />
y nada romántica y para más señas israelita practicante, es decir,<br />
tirando a fanático y seguramente austero y poco dado a<br />
semejantes fervor y entusiasmo. Mas si se tiene en cuenta que<br />
según una de las versiones de su mutuo trato, los dos<br />
permanecieron vírgenes por toda la vida, ya no sería tan<br />
descabellada la cosa; porque como se ha dicho en estos tiempos<br />
vulgares, el mejor antídoto contra el amor es el matrimonio.<br />
En cambio otros la vieron no tan carnal. Siglos después<br />
de su muerte -y a juzgar por lo detallado y minucioso de la<br />
descripción uno creyera que la conocía de siempre y siempre la<br />
tenía ante los ojos- Epifanio de Constantinopla, un monje<br />
bizantino devoto, la habría retratado de esta forma:<br />
“María era respetable en todo, hablaba poco, siempre al<br />
caso, sin decir palabras ociosas, pues no era amiga de chismes,<br />
y nunca se supo que mancillara sus labios la mentira. (Aun<br />
tratándose de mi madre, es difícil de creer que no mintiera<br />
nunca. Como también se dudara de que hablase poco, aunque no<br />
de que se la admirara por ello. Para el vulgo, si a la mujer en<br />
general se le da la ocasión, no parará de hablar atolondrada. Y se<br />
ha dicho que el que mucho habla, mucho yerra).<br />
Su voz era dulce y penetrante; y sus palabras tenían un<br />
no sé qué de bondad y consuelo que infundían paz en las almas.<br />
(Qué diferencia con las que hoy se han impuesto, groseras y<br />
agrias!).Obedecía con prontitud, era afable y muy recogida con
45<br />
el sexo contrario, seria y sosegada, fervorosa en la oración,<br />
reverente, cortés y respetuosa con los varones, de modo que<br />
todos admiraban su innata inteligencia. (Espero que aquel santo<br />
varón no la haya considerado inteligente por su presunta actitud<br />
ante los hombres).<br />
En todos sus modales reinaba la más encantadora<br />
modestia; era buena, amable, compasiva, y nunca mostró que la<br />
enfadasen los muchos afligidos que acudían a quejarse de sus<br />
numerosos males. Ni una sola vez se la vio airada; nunca<br />
ofendió, ni causó pena, ni reprochó nada a nadie.<br />
Difícil de creer, mucho más si se tiene en cuenta mi<br />
verdadero carácter, en el que, de creer a quienes me retrataron,<br />
los reproches a quien se negaba a entrar por el aro que yo les<br />
mostraba, abundaron; carácter que como se sabe se forja durante<br />
los años infantiles en el hogar de los padres. Por otro lado y si<br />
fue verdad lo que arriba dice el entusiasta panegirista, no puedo<br />
menos que envidiar tanta igualdad de ánimo. Al parecer no la<br />
heredé, pues incluso a mí, que en otra ocasión, y sin ruborizarme<br />
ante lo que algunos considerarían insufrible inmodestia, me<br />
califiqué de manso y humilde de corazón, en Jerusalén se me<br />
encendió un día la sangre y a zurriagazos eché del templo a los<br />
que haciendo de él un mercadillo compraban y vendían los<br />
animales que luego se ofrecía en sacrificio.<br />
Sencilla en el vestir y los modales, era enemiga de toda<br />
ostentación. Sin ninguna pretensión, prefería llevar vestidos sin<br />
teñir, y se cubría el rostro con un velo tupido. (Ni que hablara<br />
del burka de las mujeres afghanas. Y por otro lado se dice que la<br />
debilidad de las mujeres está en su vanidad. Ninguna acepta de<br />
buen grado mostrarse poco atractiva y ya no digamos poco<br />
limpia. Me parece que aquí este panegirista no le hace favor). Ni<br />
por mientes sintió el deseo de exhibirse, ni de presumir de su<br />
antiguo y noble abolengo o de los tesoros que enriquecían su<br />
mente y su corazón. Sin el menor orgullo, se oponía al fasto y a<br />
la molicie. (Si de verdad descendía del rey David, parece difícil
46<br />
creer que lo mantuviera en secreto. Imagino que hoy se la habría<br />
de mirar con suspicacia y se la consideraría algo rara.)<br />
Su misma presencia parecía santificar a cuantos la<br />
rodeaban, y su sola vista bastaba para desterrar todo<br />
pensamiento terreno. (Ciertamente su sex appeal no sería como<br />
para echar cohetes).<br />
Su cortesía no era simple fórmula de palabras vanas,<br />
sino expresión de la benevolencia universal que le brotaba del<br />
alma. Todo en Ella reflejaba a la Madre de la Misericordia. (¡Y<br />
hoy la violencia y la grosería se han puesto de moda! ¡Oh,<br />
tiempo pasado!).<br />
En su juventud hilaba parte de la lana destinada al<br />
templo del Señor, en el que se la alojaba y sustentaba, y se<br />
mostraba constante en las plegarias, la lectura, el ayuno, el<br />
trabajo manual y todas las demás virtudes que fuera ocioso<br />
enumerar, siempre la más perfecta en todas ellas, la más exacta<br />
en cumplir la ley divina, la más humilde, de modo que, santa de<br />
veras, por su modo de vida y variedad de labores, había sido<br />
maestra de muchas mujeres. (Tal como luego se ha descrito la<br />
vida en el convento, cualquiera dijera que a mi madre le iba ser<br />
monja antes que mujer casada y con hijos. Y por otro lado, de<br />
ser de verdad como el fraile la pinta, ¡mucho la debían de odiar<br />
las compañeras! Tanta perfección les resultaría sencillamente<br />
insufrible. En todo caso y sin faltar al respeto que se debe a una<br />
madre, sobre todo de pareja excelencia, en la actualidad no<br />
faltaría quien la acusara de padecer una neurosis obsesivocompulsiva).<br />
De mediana estatura, su tez tenía el rico matiz de las<br />
doradas espigas; el sol de su tierra la bronceaba algo, como<br />
había bronceado a la Sulamita, (la querida que en un momento<br />
dado el rey Salomón había preferido, recuérdese); su cabello<br />
era claro; sus ojos, vivos, con pupilas de color un poco<br />
aceitunado; sin necesidad de artificiales afeites, tenía<br />
perfectamente arqueadas y negras las cejas; la nariz aguileña,
47<br />
de forma acabada; los rosados labios; y el corte de la cara, un<br />
óvalo hermoso, completaban el armonioso conjunto; eran<br />
largos y finos sus manos y dedos.<br />
(Se ve que este monje se había tomado todo su tiempo<br />
para contemplarla a su sabor y sin perder detalle, pese a que sus<br />
superiores eclesiásticos consideraban pecaminoso y por tanto lo<br />
prohibían tajantemente pararse en exceso a mirar a cualquier<br />
mujer; hasta el punto de que uno de mis más fervientes adeptos,<br />
al que mi Iglesia llevó a los altares, se mostraba al respecto tan<br />
escrupuloso que sólo de espaldas hablaba con ellas, aunque<br />
fueran ancianas y sin excluir a su propia madre. Se lo llamó san<br />
Alfonso María de Ligorio y era italiano, napolitano por más<br />
señas. Ante tanto ditirambo no puedo menos que imaginar a la<br />
mía candidata al título de miss universo, si en aquel tiempo se<br />
hubiese pensado convocar concursos parejos.)<br />
Se la podía considerar la más consumada expresión de<br />
la divina gracia en consorcio con la belleza humana, y a porfía<br />
todos los santos Padres del pasado habían confesado unánimes<br />
su tan admirable hermosura. (Me pregunto por qué, dado que<br />
ninguno de ellos la había conocido). Pero no se debía al cúmulo<br />
de perfecciones naturales el encanto de su donosura: emanaba<br />
de otra fuente superior. (Con razón se ha dicho que el buen paño<br />
en el arca se vende). Lo comprendió san Ambrosio, obispo<br />
insigne de la italiana Milán, para quien tan atractivo exterior<br />
no constituía sino una gracia, a través de la cual se le<br />
traslucían desde el interior todas las virtudes; y su alma se le<br />
revelaba enteramente en la mirada; después de la de<br />
Jesucristo, era la más noble, la más pura que jamás había<br />
existido. La hermosura natural de María era solo un lejano<br />
reflejo de sus bellezas espirituales e imperecederas. (San<br />
Ambrosio, otro que tal, a la hora de hablar de mi madre).<br />
De todas las mujeres era la más bella porque era la más<br />
casta y la más santa ”.<br />
Así se había expresado aquel santo y entusiasta varón.
48<br />
Mas no se piense que con esto está dicho todo acerca de<br />
la posterior devoción a mi madre. Si en vida había pasado<br />
desapercibida y para los habitantes de Nazaret había sido una<br />
más del lugar, y -como ya queda apuntado- durante los primeros<br />
100 años que siguieron a mi muerte no se ocupó nadie de ella, a<br />
mediados del siglo II se la comenzó a tener en cuenta y empezó<br />
a dar qué pensar a mis seguidores. No siempre se la alabó ni<br />
tuvo en mucho. En el siglo III los llamados Padres de mi Iglesia<br />
la tildaron de vanidosa y orgullosa y, entre otros presuntos<br />
defectos, le echaron en cara el que al parecer no hubiera<br />
confiado lo bastante en mí, pues pese al ángel que<br />
presuntamente le habría anunciado mi nacimiento y origen<br />
divinos, nunca del todo convencida los habría puesto en<br />
cuestión. Ha de tenerse en cuenta que me había cambiado los<br />
pañales y limpiado el tierno trasero y como en otro contexto se<br />
ha dicho, para el ayuda de cámara nadie es grande. Al principio<br />
se la tuvo en menos que a mis apóstoles y mártires; mientras en<br />
los servicios religiosos se los veneraba y se los nombraba en las<br />
oraciones litúrgicas, antes del siglo V a ella ni se la mencionaba.<br />
Sólo entonces se impuso mediante sobornos la tesis de que mi<br />
madre era madre de Dios. Nadie quería tragar tal disparate.<br />
Ningún ser creado puede ser madre de uno increado y eterno<br />
-argumentaba entre otros Nestorio, un santo varón patriarca de<br />
Constantinopla, a lo que sus contrarios respondían que no<br />
entraban ellos en tales refinadas minucias, propias de gente<br />
estudiada, y solo les interesaba el hecho cierto de que si era<br />
madre mía y yo era Dios, era del más evidente cajón llamarla<br />
madre de Dios. Pero nada, no hubo manera de ponerlos de<br />
acuerdo, y una vez en la pendiente, todo se precipitó. El año 435<br />
la emperatriz Eudoxia de Bizancio descubrió -cabe decir<br />
milagrosamente- un retrato de mi madre que habría pintado el<br />
evangelista Lucas, al parecer polifacético literato y artista hoy<br />
dijéramos gráfico. Luego, en el siglo VIII, empezaron a<br />
multiplicarse esos retratos, al parecer salidos de manos de
49<br />
ángeles pintores; los llamaron aquiropoitos. De pronto apareció<br />
una piedra en la que se suponía había tropezado mi madre<br />
cuando a requerimiento de las autoridades romanas y en<br />
compañía de mi padre José se encaminaba a Belén para<br />
empadronarse; y con ella se construyó un altar de la iglesia que<br />
en Jerusalén se había levantado sobre el que se decía mi<br />
sepulcro. Pero más tarde habría desaparecido de allí y vuelto al<br />
camino del que procedía convertida en el brocal de una fuente<br />
que manaba un agua muy limpia de manantial montañoso.<br />
Luego, en la localidad de Diocesárea, nombre en el que se había<br />
cambiado el anterior de Séforis y que como ya señalé se decía<br />
patria de mi abuela Ana, se afirmó haberse encontrado un jarro<br />
que mi madre habría utilizado en las faenas domésticas, el<br />
barreño en que me bañaba cuando yo era aún un bebé, y una<br />
canastilla en la que me llevaba consigo cuando salía de compras;<br />
en Nazaret, algunas piezas de su ropa, y en Jerusalén un cinturón<br />
y una cinta con la que se habría sujetado los no sé -por muy raro<br />
que pueda parecer ignorar el color del pelo de la propia madre-<br />
si rubios o negros cabellos. En Bizancio, antes dicha<br />
Constantinopla, las autoridades religiosas manifestaron poseer el<br />
sudario en que se habría envuelto su cadáver y el vestido que<br />
habría llevado mientras estuvo embarazada de mí. Durante la<br />
Edad Media europea se habló de una rueca en la que habrían<br />
caído algunas gotas de su leche cuando me amamantaba, y había<br />
quienes decían guardar algunas hebras de su melena, que se<br />
habría arrancado al peinarse, jirones de su camisa, supongo que<br />
limpia, y partes de su calzado. Se llegó a rezar una novena en<br />
recuerdo del peine o peineta que usaba mi madre y se afirmó<br />
que en las batallas sus rizos servían de escudo contra los<br />
disparos enemigos. Igual que los escapularios que muy<br />
recientemente en la guerra civil española se llamaba Detentes.<br />
También se llegó a celebrar una fiesta en honor del asno que nos<br />
habría llevado a ella y a mí durante la huida a Egipto.<br />
Finalmente, cuando a finales del siglo XIII los mahometanos
50<br />
conquistaron la Tierra Santa, nombre que en aquel momento los<br />
cristianos daban al que antes había sido territorio de Israel, al<br />
parecer unos ángeles arrancaron de sus cimientos la casa-cueva<br />
en la que habíamos vivido y cogiéndola en vilo la llevaron<br />
volando hasta Italia, dónde en el lugar de Loreto aún se la puede<br />
ver actualmente. Y fueron multitud los que pusieron en duda su<br />
perpetua virginidad, por no decir que la negaron de plano. Se ha<br />
hablado de varios hermanos míos, igualmente nacidos de ella y<br />
de mi padre José.<br />
También en tiempos modernos un escritor del llamado<br />
siglo de oro español se explayó a su sabor respecto a mi madre:<br />
Poco más que mediana de estatura; como el trigo, el<br />
color; rubios cabellos; vivos los ojos, y las niñas dellos de verde<br />
y rojo con igual dulzura. Las cejas de color negra y no oscura;<br />
aguileña nariz; los labios, bellos, tan hermosos que hablaba el<br />
cielo en ellos por celosías de su rosa pura. La mano larga para<br />
siempre dalla, saliendo a los peligros al encuentro de quien<br />
para vivir fuese a buscalla. Esta es María, sin llegar al centro:<br />
que el alma solo puede retratalla pintor que tuvo nueve meses<br />
dentro.<br />
¡Ay, la poesía y el romanticismo!<br />
SE PUBLICA MI VIDA<br />
Prosigo con la historia. En consonancia con el destino de<br />
mediadores que al crearlos se les había marcado y aunque el<br />
escéptico pudiera pensar otra cosa, al parecer los ángeles y los<br />
arcángeles eran entonces algo de lo más común y se les<br />
aparecían a unos y a otros según la necesidad. Habían pasado<br />
pocos meses desde que uno de ellos había advertido al sacerdote<br />
Zacarías de que pese a su ya avanzada menopausia y la de su<br />
mujer, les iba a nacer un hijo, aquel al que la aparición a mi<br />
madre se había referido al hablarle de la prima Isabel. Como
más adelante diré, se habían aparecido también a mi padre, a<br />
unos sabios de oriente, a unos pastores, y a otros muchos que<br />
sería fastidioso detallar.<br />
Ha de saber el lector que todo esto que hasta aquí vengo<br />
diciendo acerca de mis padres y yo comenzó a comentarse más<br />
de 30 años después de mi supuesta muerte aparente, pues hasta<br />
entonces cada uno pensaba de mí lo que bien le parecía e incluso<br />
muchos daban a la estampa (pido que en aras de la amenidad se<br />
me perdone el anacronismo, puesto que aún no se había<br />
inventado la imprenta) y publicaban unos opúsculos en los que<br />
narraban mi vida. De ahí que nadie por entonces se preocupara<br />
de mi supuesta ascendencia divina, si tal cosa era un hecho. Sólo<br />
después se propusieron algunos poner orden en todo el<br />
anárquico asunto y decidieron escoger los relatos que habrían de<br />
pasar por verídicos y desechar los restantes, a los que llamaron<br />
apócrifos. La gente en general me tenía por un hombre<br />
cualquiera, sin otra diferencia que mi mayor virtud y manera<br />
original de ver las cosas, original al menos para los que vinieron<br />
después. Así pensaban entonces entre otros los llamados<br />
ebionitas y un probable judío versado en la religión de los<br />
egipcios llamado Cerinto, contemporáneo de uno de mis<br />
discípulos, según algunos el que yo prefería a los demás, Juan,<br />
autor también de uno de los cuatro evangelios que aceptó luego<br />
mi Iglesia. Tuvieron que pasar 3 siglos antes de que aquellos que<br />
se ocupaban de mí se plantearan en serio hacer reconocer a los<br />
demás mi condición de hijo divino y aun entonces costó, como<br />
vulgarmente se dice, dios y ayuda el lograrlo a gusto de todos.<br />
Pero de esto hablaré en otro lugar.<br />
Se suele admitir que yo nací cuando reinaba en Roma el<br />
emperador Augusto, hacia el año 748 'ab urbe condita', es decir,<br />
a contar desde que los dos gemelos, Rómulo y Remo, a los que<br />
se supone una loba había amamantado, habían fundado también<br />
presuntamente la ciudad. Se deduce pues que según el actual<br />
calendario he cumplido ya más de 2000 años y algunos no<br />
51
52<br />
comprenderán que me halle aquí escribiendo estas memorias,<br />
dado que en el momento de mi nacimiento, allá en Judea, la<br />
esperanza de vida rondaba los 60 años. A esto responderé que de<br />
mí también se suele decir que resucité después de muerto, y que<br />
pasados 40 días con sus noches subí en cuerpo y alma al cielo, o<br />
a los cielos, que en esto hay discordes opiniones, de modo que<br />
de estar ellos en lo cierto yo vivo aún.<br />
No se me pida que lo aclare ni que diga donde estoy;<br />
porque una de dos, o ni yo mismo lo sé o no lo quiero decir, en<br />
este último caso ya sea porque no se me lo permita y se me haya<br />
impuesto el discreto silencio, ya porque por mi propio deseo<br />
prefiera guardarlo respecto al asunto; en todo caso tanto da, pues<br />
todo es una y la misma cosa.<br />
Lo de la discrepancia en cuanto a si subí al cielo o a los<br />
cielos se debe a que en lo tocante al destino final de los que<br />
mueren, no se ha llegado al unánime consenso. Antes de mí se<br />
hablaba de que los muertos que en el mundo se habían<br />
conducido mal, iban al Orco, el Averno o el Tártaro, sinónimos<br />
de infierno, que no era entonces lugar de tormentos eternos sino<br />
simplemente el lugar inferior, el que está por debajo, por debajo<br />
del cielo, se entiende, en tanto que los que se habían conducido<br />
bien, iban a los Campos Elíseos, el jardín de las Hespérides o<br />
de los Bienaventurados, y para otros más el seno de Abraham;<br />
pero como ya he dicho, se supone que yo no he muerto<br />
definitivamente, de modo que en cuanto al lugar dónde me toca<br />
estar, reina la mayor confusión. Para unos me hallo en los cielos<br />
y me siento a la derecha del trono del Altísimo, que no es otro<br />
que Dios Padre, por otro nombre Yahvé o también Jehová,<br />
presuntamente padre mío auténtico, ya que también<br />
presuntamente yo soy su único Hijo; pero la verdad es que no<br />
me veo sentado al lado de nadie e ignoro si me hallo en los<br />
cielos o en alguna otra parte. Por lo que respecta a esto último,<br />
hay quien distingue entre los cielos y el cielo; el cielo, en<br />
singular, sería el común firmamento o esfera celeste aristotélica,
53<br />
es decir, el lugar en el que se asientan las estrellas, las galaxias,<br />
los agujeros negros y todo lo demás, en tanto que los cielos<br />
serían el sustituto actualizado de los jardines mencionados, a<br />
saber, el lugar donde morarían los bienaventurados, por los que<br />
se entendería los muertos en gracia de Dios, es decir, en gracia<br />
de mi Padre divino y de mí.<br />
Sea como fuere lo que de todo ello resulta, la cuestión es<br />
que aquí me hallo, enfrentado a la tarea de reflexionar acerca de<br />
mi mismo y de lo que -según esas gentes mencionadas- a lo<br />
largo de los siglos pasados me ha venido ocurriendo.<br />
Como ya queda dicho, cuando estuve en el mundo nunca<br />
tuve por padre mío a otro que a José, el carpintero, pero unos<br />
300 años más tarde se me proclamó hijo de lo que hoy los<br />
cristianos llaman Dios, y por tal hijo de Dios muchos me tienen.<br />
Por aquel entonces se entendía por Dios el que los judíos o<br />
habitantes del actual territorio de Israel llamaban Yahvé o<br />
también Jehová, un personaje que aparecía por primera vez en la<br />
Biblia, que no era otra cosa que un libro en el que desde hacía<br />
unos 1600 años atrás se venía escribiendo la Historia de aquel<br />
pueblo devoto.<br />
Yo, a este mi padre, Dios, no lo he visto jamás; me he<br />
limitado a aceptar lo que se me ha dicho de Él. Y se me ha dicho<br />
que a mi madre no la había poseído José, el carpintero, mi padre<br />
oficial, sino el Espíritu santo, que en ella me había engendrado.<br />
En aquellos tiempos míos se creía que los vientos<br />
fecundaban a las hembras -mi madre, una mujer, era hembra- y<br />
se tenía al Espíritu santo por una especie de viento sagrado. En<br />
la misma Biblia mencionada se dice que el Espíritu santo es un<br />
viento, pues como tal se habría aparecido en el cenáculo de<br />
Jerusalén -o salón en el que habíamos hecho la última cena de<br />
que más adelante hablaré- a los apóstoles míos, y cuando yo ya<br />
había muerto y se suponía que también resucitado les habría<br />
infundido el don de lenguas, para que pudieran predicar urbi et<br />
orbe mi doctrina, es decir, a la ciudad de Roma y al mundo,
54<br />
independientemente de la nacionalidad del oyente, porque<br />
Jerusalén era entonces lugar cosmopolita, es decir, que<br />
procedentes de los lugares más remotos la visitaban muchas<br />
gentes.<br />
MI MADRE FUE SIEMPRE VIRGEN<br />
Todo esto de engendrar y de fecundación lo comprendo<br />
ahora, que ya soy adulto, pero como es natural entonces nada<br />
sabía, como tampoco sabía de espíritus, vientos que fecundaban<br />
a las hembras y todo lo demás. Por eso hoy no me explico como<br />
un espíritu, al que se suele decir incorpóreo, es decir, carente de<br />
cuerpo, puede engendrar a un ser humano, de corporales huesos<br />
y carne. Es ya bien sabido que los seres humanos procedemos<br />
del ovocito resultante de la unión de un espermatozoide y un<br />
óvulo, del que luego resultan los fetos, y si el Espíritu santo era<br />
incorpóreo, como es razón que todos lo sean, santos o no, no se<br />
comprende de donde habría podido sacar la necesaria semilla.<br />
Pero no terminan aquí los enigmas, porque al parecer el<br />
Espíritu santo dicho poseyó a mi madre, María, sin romperla ni<br />
mancharla, como más tarde se ha dicho, es decir, sin que en el<br />
trance perdiera ella su virginidad, la cual era por otra parte tan<br />
incomún e impareja que no la perdió ni siquiera cuando yo nací,<br />
lo que es tanto más portentoso si se tiene en cuenta que al nacer<br />
pesé más de 6 libras romanas, lo que equivale con creces a los 3<br />
kilos actuales, por lo que imagino que mi tamaño debió de exigir<br />
una dilatación vaginal respetable.<br />
Lo he llegado a saber como de oídas, por lo que primero<br />
en mi casa y después entre la gente se ha venido diciendo.<br />
Se me ha olvidado observar que haciendo gala de buenas<br />
maneras y cuna elevada, en el momento de su aparición a mi<br />
madre aquel ser invulgar se había presentado diciéndole: Soy el<br />
arcángel Gabriel, sin añadir nada más. Al parecer daba por
sentado que las palabras ángel y arcángel no tendrían para ella<br />
secretos, y que no la sorprendería en exceso que tales seres se le<br />
apareciesen cuando a ello hubiere lugar.<br />
Esta historia me trajo el recuerdo de otras semejantes,<br />
entre ellas una al decir de los entendidos ocurrida unos 360 años<br />
atrás. En efecto, al parecer un griego de entonces, al que luego<br />
se llamó Alejandro el Magno, ante los amigos solía alardear de<br />
ser hijo de Zeus, el dios de aquellas gentes y tiempo, que como<br />
nuestro Dios a María, mi madre, habría poseído a Olimpia, la<br />
suya, la madre de Alejandro, y lo habría engendrado, en lugar de<br />
hacerlo Filipo de Macedonia, el marido formal. Se cuenta que en<br />
una ocasión, ya crecido el mancebo, alguien había confiado a<br />
Olimpia lo que de ella manifestaba el retoño, a lo que un tanto<br />
escéptica antes que picada, había respondido la tal: ¡Ay!<br />
¿Cuándo ese mi hijo madurará y sentará la cabeza?<br />
Se dice con admiración que la idea de Alejandro de<br />
aparentar descender de un dios estaba inspirada en el espíritu de<br />
la auténtica política.<br />
También entre los griegos antiguos se creía que a<br />
menudo, desde su morada o palacio en la cima del monte<br />
Olimpo, su Zeus o dios principal bajaba disfrazado a los valles<br />
para poseer a las jóvenes que le apetecía, yacer carnalmente con<br />
ellas, cuando las veía descuidadas a orillas de lagos o ríos, en<br />
ambientes mayormente bucólicos, y que a semejanza de mi<br />
madre, solían ser hijas de reyezuelos lugareños; aunque en el<br />
momento mi madre era hija de gente sólo acomodada, al parecer<br />
era de la estirpe de David, nuestro rey ancestral. No se sabe que<br />
aquel Zeus se disfrazara de ángel, ni que los enviara como<br />
mensajeros para avisar de sus intenciones a las escogidas, sino<br />
que, una vez averiguadas las inclinaciones de la moza y sus<br />
preferencias, más directamente bajaba en persona y con<br />
apariencia diversa la gozaba a placer. Una vez se presentó como<br />
cisne, otra en forma de toro verriondo o salido, una tercera como<br />
lluvia de áureas monedas, y así por el estilo. De buena gana se<br />
55
56<br />
dejaba llevar de la imaginación y como buen estratega<br />
acomodaba a los fines los medios.<br />
Otro caso entonces popular era el de Sémele y Zeus,<br />
personajes de la griega cultura de quienes habría nacido<br />
Dioniso. Al parecer la rubia Sémele, hija de Cadmo, rey de la<br />
ciudad griega de Tebas, era la más bella de las doncellas que se<br />
había consagrado a Zeus. En una ocasión le sacrificaba en un<br />
altar un toro y luego bajaba al río a lavarse la sangre que le<br />
ensuciaba las manos. En aquel momento y disfrazado de águila<br />
Zeus sobrevolaba el paraje y al verla se supone que tan buena,<br />
como hoy se dijera, se había prendado loco de ella. Vestido<br />
como un joven cualquiera y tras presentarse con cortesía divina,<br />
le había declarado su amor, a lo que ella halagada había<br />
consentido en recibirlo a escondidas en sus doncelliles<br />
aposentos. Bajo humana apariencia y tomándose su tiempo, sin<br />
prisas, pero también sin pausas, como muy bien hubiera podido<br />
decirse, él la había gozado y preñado. Sin embargo, llevada de la<br />
curiosidad -algunos dicen aviesamente inspirada por Hera, la<br />
esposa legítima del dios, a la que la traición del esposo<br />
encocoraba, que es lo mismo que decir irritaba- y no acabando<br />
de creerse que una divinidad la hubiese escogido para yacer en<br />
el lecho con ella, una simple mortal, lo instó a que le demostrase<br />
su olímpica condición y se le manifestase en toda su gloria, a lo<br />
que él se negó tras rogarle que por el propio bien no se lo<br />
pidiese y dejase como estaban las cosas; mas como ella terca<br />
insistiese y no diese el brazo a torcer, él finalmente accedió a<br />
complacerla, y en medio de rayos, relámpagos y truenos se dejó<br />
ver tal como era, en toda su magnificencia. Tal como se le había<br />
advertido, la cosa fue fatal para la moza, pues no resistió el<br />
espectáculo y allí mismo se redujo a cenizas. También a la<br />
bíblica mujer de Lot le habría sido funesta la curiosidad, el afán<br />
de saber, pues no queriendo perderse el espectáculo de las<br />
ciudades de Sodoma y Gomorra que por castigo del dios Yahvé<br />
y habiendo llovido sobre ellas fuego del cielo ardían en llamas,
se había vuelto a verlo, pese a que se le había expresamente<br />
prohibido, con lo cual quedó convertida en estatua de sal, que<br />
según algunos aún hoy, allá en Palestina, puede ver todo aquel<br />
que se tome la molestia de viajar a tan estupendos lugares. En<br />
cuanto a la historia de Sémele y Zeus, previendo el suceso, antes<br />
de montar toda la dramática escena el dios había tomado la<br />
precaución de extraerle del útero el feto del hijo a medias<br />
formado, al que hasta haberse cumplido los reglamentarios<br />
meses de la gestación y a falta de lugar más adecuado habría<br />
implantado en el propio muslo. Una vez nacido el insólito<br />
mancebo, para evitar el enojo de Hera y los celos de otros menos<br />
afortunados, lo llamó Dioniso, que significa 'el que tuvo dos<br />
madres' y también 'el que nace dos veces'. Por éso y como<br />
después se habría de decir de mí, se consideró que en resumidas<br />
cuentas Dioniso moría y resucitaba. Asimismo se dijo que más<br />
tarde rescató del infierno o Hades a su madre, la condujo al<br />
Olimpo y la hizo inmortal. Igualito, igualito a lo presuntamente<br />
ocurrido conmigo y la mía. También a él se remontaría el<br />
misterio llamado eucarístico que según mis seguidores habría<br />
establecido yo en mi última cena en Jerusalén con mis<br />
discípulos.<br />
El affaire amoroso de Zeus con Sémele fue uno de doce<br />
que en el mundo griego se le atribuyó y de los cuales también<br />
tuvo hijos. Las once restantes afortunadas parejas efímeras del<br />
dios se llamaron Io, Europa, la ninfa Pluto, espíritu femenino de<br />
la Naturaleza, Danae, Egina, Antiope, Leda, Dia, Alcmena,<br />
Laodamia, madre de Sarpedón, en la guerra de Troya contrario a<br />
los griegos, y Olimpia.<br />
Pero no terminaba aquí la cosa. En aquellos tiempos y en<br />
contra de lo que hoy es la norma, muchos maridos se sentían<br />
honrados y en nada humillados si su esposa era objeto de la<br />
lujuria de un dios o de un personaje de alcurnia. Así en el libro<br />
bíblico del Génesis, se cuenta que en su probable visita a Egipto<br />
nada menos que el patriarca Abraham habría dado a su esposa<br />
57
58<br />
Sara en matrimonio al faraón; Sara era lo que hoy diríamos<br />
hermanastra de su marido, pues aunque hijos de un padre<br />
común, tenían madre distinta, y dado que entonces se establecía<br />
según la línea materna y no la paterna la descendencia, no se<br />
consideraba consanguínea la unión. Por otro lado, en Egipto los<br />
faraones solían desposar a las propias hermanas. Del mismo<br />
modo Rebeca, aunque en el momento esposa de Isaac, había<br />
desposado también a Abimelec, rey de Gerar. Y como ya queda<br />
dicho, alguno sostuvo que no había poseído a mi madre el<br />
espíritu santo, sino uno de los herederos del rey Herodes, y que<br />
por lo tanto y como descendiente de él yo tenía derecho al trono<br />
terrestre. Quizá todo no haya sido otra cosa que simples<br />
paparruchas.<br />
En este asunto de mi concepción mi madre se mostró<br />
más reticente o reservada que las otras antiguas, al menos<br />
conmigo, pues si a alguien habló de mi supuesto padre divino, a<br />
mi nunca me dijo nada al respecto y tuve yo que averiguarlo<br />
poco menos que por casualidad. En cierta ocasión, y en mi<br />
presencia interrogada acerca del asunto, se había limitado a<br />
sonreír y no había soltado prenda. Tal vez no quiso ponerse en<br />
evidencia y la cosa contada de mi singular engendramiento<br />
nunca fue verdad, sino algo que la posteridad le colgó, aunque<br />
infamante por suponer adulterio y poco creíble dados los usos<br />
del tiempo; porque de haber sido ella consciente de que sin<br />
'romperla ni ensuciarla' le había nacido un hijo, es de suponer<br />
que se hubiera por lo menos sorprendido y lo hubiera comentado<br />
aunque solo fuera ante las amigas mas intimas.<br />
No hubiera sido para menos, me parece.<br />
En lo tocante a su virginidad se ha dicho que la cosa<br />
deriva de un malentendido del que tradujo del hebreo el relato,<br />
puesto que en mis tiempos solíamos llamar virgen no a la que lo<br />
fuese en sentido anatómico, sino sencillamente a la doncella<br />
joven y núbil.<br />
¡Así se escribe la Historia!
Sea de ello lo que fuere y virgen o no virgen en el<br />
momento de mi concepción, muerta y subida a los cielos, mi<br />
madre tuvo a docenas por no decir a cientos, los adoradores y<br />
amantes que según se sostiene en vida no habría tenido. ¡A la<br />
vejez, viruelas! -sentencia el dicho vulgar.<br />
Le pasó lo que a mí, como diré más adelante cuando me<br />
refiera a mi vida sexual. Con ardiente obsesión, los clérigos de<br />
mi Iglesia desearon a mi madre y soñaban con sus pechos, de la<br />
misma manera que las monjas me deseaban e imaginaban<br />
nuestra cópula carnal.<br />
En innumerables leyendas medievales, mi madre aparece<br />
excitante y deseable, y cubriéndolos de leche, dejándose cortejar<br />
o acariciar, animando a sus devotos a abandonar a las parejas<br />
terrenales que por acaso entonces tuvieran y entrar en un<br />
convento, concede a sus amantes satisfacciones sensuales<br />
además de las espirituales.<br />
Los monjes más exaltados le transferían los sentimientos<br />
sexuales que se les vedaba, la hacían su «novia» e idealizaban<br />
en ella a la mujer real, de carne y hueso, a la que evitaban y<br />
despreciaban, o a la que, al menos, debían evitar y despreciar.<br />
Aquel amor mariano se parecía al laico y profano «amor libre»<br />
posterior.<br />
A finales del siglo X y comienzos del XI, la que algunos<br />
consideran asfixiante mística mariana hizo estragos en Cluny,<br />
cuyo abad Odilón se echaba al suelo cada vez que se mentaba el<br />
nombre de mi madre. En Steinfeld, un monasterio alemán,<br />
Hermann, un joven de la orden premonstratense, vivió en<br />
completa intimidad amorosa con ella. Algo parecido ocurrió con<br />
Robert de Molesme, primer abad cisterciense. El Papa Gregorio<br />
VII y Pedro Damián, fanáticos del celibato y grandes misóginos,<br />
fueron también sus grandes devotos.<br />
La intimidad fue estrecha. Según se afirmaba, mi madre<br />
había ofrecido su pecho a numerosos fieles, entre ellos a santo<br />
Domingo, y bajo la imagen del dominico Alano de la Roche<br />
59
60<br />
resplandecía la siguiente leyenda: “De tal manera correspondió<br />
ella a su amor que, ante el mismo Hijo de Dios y muchos<br />
ángeles y almas escogidas, María tomó por esposo a Alano y<br />
con su boca virginal le dio un beso de paz eterna, le dio de beber<br />
de sus castos pechos y como señal del matrimonio lo obsequió<br />
con un anillo de sus propios cabellos”.<br />
Al parecer, Bernardo de Claraval, otro de los santos de<br />
mi Iglesia, gozó igualmente de los favores íntimos de mi madre.<br />
En una homilía sobre el Cantar de los Cantares, este santo dice<br />
que “los efectos de uno de sus besos son tan violentos que la<br />
Novia recibe al punto lo que de ella surge, y sus pechos se<br />
hinchan y rebosan de leche». Los ángeles lo rocían con la leche<br />
de los pechos de mi madre. «Múestrate madre» -ante su imagen<br />
reza él; y al punto se descubre ella el pecho y amamanta al<br />
sediento orante tras hacerle saber complacida: «me muestro<br />
madre».<br />
También el útero de mi madre fascinó muchísimo a los<br />
santos. Cuando aún era un niño, Bernardo tuvo una visión y en<br />
sus predicaciones lo contaba a menudo; me vio nacer; vio cómo<br />
yo salía del útero materno.<br />
Este amor por mi madre sigue floreciendo en la edad<br />
moderna, como lo ilustra el texto de la boda perfecta que en<br />
fecha relativamente reciente ha publicado uno de mis clérigos:<br />
“En verdad, todo deleite de la juventud y todo supuesto placer<br />
de los novios en la carne, cuenta menos que nada frente al goce<br />
celestial del amor a María. Uno se tiende confortado a su lado y<br />
mama de su seno hasta saciarse, y accedemos a su fuerza para<br />
ejercerla en un juego amoroso paradisíaco. En su compañía hay<br />
un placer puro. Nunca jamás se ofrecerá a un hombre una novia<br />
terrenal con mejores prendas, más casta, más honesta y más<br />
agradable que esta venerable virgen. Oh, placer puro, ven y<br />
visita a los tuyos más a menudo y haz que ya no falten tus<br />
emociones amorosas; dígnate acogernos de continuo en tu<br />
íntima presencia, única y pura tórtola mía”.
MI MADRE VISITA A SU PRIMA Y CANTA<br />
61<br />
Motivos hay para creerlo, que nunca se ofrecerá a un<br />
hombre novia terrenal pareja, pues si se atiene uno a las<br />
biografías que presuntamente dan cuenta de mi vida, apenas<br />
había acabado el ángel de anunciar a mi madre la buena nueva<br />
de que iba a tener del mismísimo Yahvé un hijo, cuando ella, sin<br />
perder un instante y lo mejor que supo y pudo se acicaló con sus<br />
galas de fiesta, y sin comunicar a nadie sus propósitos, se puso<br />
en camino hacia un lugar de las vecinas montañas en el que<br />
moraba su prima Isabel. No bien hubo llegado, se entró en la<br />
casa y la saludó cortés. Y habría acontecido al parecer que al oír<br />
Isabel la salutación inesperada, el niño que llevaba en el seno<br />
dio saltos de gozo, momento en el que ella, según se cree<br />
arrebatada por el Espíritu santo, levantó con gran clamor la voz<br />
y dijo a mi madre: Bendita tú eres entre todas las mujeres y<br />
bendito es el fruto de tu vientre, Jesús. Con lo cual y lo que el<br />
ángel anunciador había dicho, completaron más tarde mis fieles<br />
la oración llamada Avemaría. Ya más calmada, la prima agregó:<br />
¿Cómo se explica que me visite la madre de mi Señor? Para<br />
proseguir aclarando tras tomar aliento: Porque tan pronto oí tu<br />
agradable saludo, dio saltos de alborozo el niño en mi seno. A<br />
lo que de nuevo añadió: Y dichosa la que creyó que se ha de<br />
cumplir lo que de parte del Señor se le ha dicho.<br />
A los espíritus escépticos actuales, algunas de las<br />
mujeres de aquel tiempo, tales como mi madre y su prima,<br />
podrían parecer particularmente devotas, pero entonces, al<br />
menos entre ciertos estratos sociales, los mejor situados, se<br />
dijera, referirse al Señor, tenerlo de continuo en los labios e<br />
incluso dedicar los mejores años a servirlo en el templo, era cosa<br />
poco menos que obligada. Ya hablé de la supuesta infancia de mi<br />
madre entre los sacerdotes. El caso es que tras las amables<br />
palabras de su prima, también ella se había sentido arrebatada y
62<br />
sin pensarlo dos veces había entonado el cántico siguiente:<br />
Engrandece mi alma al Señor porque puso sus ojos en la<br />
bajeza de esta su esclava; y me llamarán dichosa todas las<br />
generaciones, porque hizo en mi favor grandes cosas.<br />
Haciendo gala de su buena crianza, aquí mi madre se mostraba<br />
agradecida al dios Yahvé por haber puesto en ella los divinos<br />
ojos; y exclamaba luego: ¡Oh, el Poderoso, Dios, mi salvador,<br />
cuyo nombre es santo! (A mi madre se le daba bien la<br />
elocuencia). Tras lo cual proseguía describiendo: Con su brazo<br />
mostró su poder, desbarató lo que en silencio maquinaban<br />
los soberbios; derrocó de sus tronos a los potentados,<br />
enalteció a los humildes, colmó a los hambrientos y despidió<br />
vacíos a los ricos. (Tal vez alguno se sentiría tentado a ver aquí<br />
demagogia; pero será mejor dejarlo estar). Y a continuación mi<br />
madre habría completado la tirada mostrándose chovinista, o<br />
según otros patriota: Para siempre a favor de Abraham y su<br />
linaje, como a nuestros padres había prometido, y<br />
acordándose del poder, misericordia y santidad que le son<br />
inherentes, bajo su amparo tomó (Dios) a Israel, su siervo.<br />
A juzgar por este cántico y de ser verdad que lo entonó,<br />
sorprendería a cualquiera el dominio de la retórica que con él mi<br />
madre demostraba, así como su conocimiento literal de la Biblia,<br />
que cabría derivar de que como se ha dicho, se la hubiese<br />
educado en el templo de Jerusalén.<br />
Mi madre se quedó tres meses con su prima, hasta que<br />
ésta dio a luz. Al respecto se cuenta una anécdota. A los 8 días<br />
del feliz natalicio y como estaba mandado, se dispuso lo<br />
necesario para la obligada circuncisión del retoño, y todos los<br />
presentes estaban de acuerdo en llamarlo Zacarías, como se<br />
llamaban el padre y el abuelo; pero la madre se opuso<br />
firmemente a ello diciendo que se lo había de llamar Juan, a lo<br />
que los demás, desconcertados, habían exclamado: ¡Qué<br />
extraña pretensión! ¿A qué viene ese nombre? Nadie en tu<br />
familia lo lleva. Y se dirigieron al padre, que en una silla
63<br />
cercana asistía mudo a la escena. No se trataba aquí de una<br />
metáfora, porque el ángel que -también a él- le había anunciado<br />
que la ya anciana mujer le iba a dar un hijo, lo había castigado a<br />
estarse callado hasta nueva orden o disposición del Altísimo,<br />
pues en lugar de limitarse a oír y consentir en lo que se le hacía<br />
saber, como a fuer de humano en presencia de lo sobrenatural le<br />
correspondía, se había mostrado escéptico y expresado sus más<br />
que razonables dudas acerca de que su provecta mujer pudiera<br />
ya concebir. No se conocía entonces la reproducción asistida ni<br />
el tratamiento hormonal gracias al cual conciben hoy aun las<br />
sesentonas. También, como ya he dejado apuntado acerca de mi<br />
abuela, algunos sin duda mal pensados levantaron luego la<br />
sospecha de que en el curso de unas fiestas que en Jerusalén se<br />
celebraba todos los años y embriagada Isabel previamente con<br />
alguna substancia psicotrópica de la época o droga corriente,<br />
había sido poseída en el Templo por algún sacerdote robusto y<br />
joven que no le había hecho ascos a la edad más que ajada de la<br />
ocasional y momentánea pareja. Digo pues que vueltos todos al<br />
padre para que zanjase aquella molesta discusión, el tal había<br />
pedido una tablilla para escribir en ella lo siguiente: El niño se<br />
ha de llamar Juan, pues Juan es su nombre. Colijo que para<br />
acabar de una vez con el asunto y poner fin a las más que<br />
fastidiosas protestas y no porque a semejanza del ángel que<br />
anunció a mi madre mi venida a este mundo padeciese algún<br />
defecto de elocución, repitió por dos veces el nombre que se<br />
había de dar al muchacho. Como si lo hubiese querido subrayar<br />
y grabar a conciencia en la mente de todos los presentes. Con lo<br />
que todos se maravillaron, tanto más cuanto que en aquel<br />
preciso instante el anciano recobró la perdida palabra, le quedó<br />
expedita la lengua y se lanzó sin más a cantar una parrafada, por<br />
no decir recitarla, pues la seriedad de la letra, que tendía a<br />
solemne y profética, así lo exigía. De haberle aplicado alguna<br />
melodía, se lo hubiese tal vez acusado de inoportuna ligereza,<br />
supongo, y carencia de la más elemental compostura. También
64<br />
él patriótico, comenzó bendiciendo al Señor, Dios de Israel, que<br />
al parecer y con todo el asunto había visitado a su pueblo para<br />
rescatarlo del mal; y así por el estilo.<br />
Mucho antes de que los nacionalismos hicieran furor en<br />
otras partes del mundo, los israelitas de aquel tiempo eran<br />
patriotas convencidos, y por eso se sentían muy desgraciados de<br />
que los gobernasen los romanos, gente extraña y distante que<br />
además de tener costumbres muy diferentes a las autóctonas,<br />
aun por encima adoraban a un montón de dioses distintos y nada<br />
sabían de Yahvé.<br />
Se me perdonará que no reproduzca aquí extensamente<br />
aquel himno, más bien farragoso, porque temo hacerme pesado.<br />
El caso es que así nació aquel Juan, que presuntamente luego<br />
creció y se robusteció, en el espíritu al menos, ya que no en<br />
músculos y carne, pues así como otros hacen pesas, pongo por<br />
caso, él cultivaba el ayuno, y se fue a vivir al desierto, según<br />
presuntamente decía 'para preparar los caminos del Señor', un<br />
Señor que al parecer no era otro que yo. Pero me adelanto a los<br />
acontecimientos.<br />
<strong>LA</strong>S APARICIONES ERAN COSA COMÚN<br />
Antes dije que en aquella época nadie se sorprendía si en<br />
sueños o en estado de vigilia se le aparecía un espíritu; al menos<br />
en lo tocante a mi familia, tal parecía ser la norma antes que la<br />
solitaria excepción. En efecto, contaré aquí dos casos más aparte<br />
de los ya señalados.<br />
No sólo mi madre recibía tan insólitas visitas. Como ya<br />
he dicho, su prima Isabel estaba casada con Zacarías, sacerdote<br />
de Jerusalén. Se decía de ellos que irreprensibles a los ojos de<br />
Dios, ambos eran justos y caminaban en todos Sus mandatos y<br />
ordenanzas. Que por entonces tal era el concepto de hombre<br />
justo, a saber, aquel que cumplía a rajatabla lo ordenado, como
65<br />
después habrían de hacer los nazis alemanes, cabría decir. La<br />
llamada obediencia debida; sólo que en este caso se obedecía a<br />
Yahvé y no a un hombre común. Mas prosiguiendo el relato, no<br />
tenían hijos, porque al parecer ella era estéril y de avanzada<br />
edad los dos. Y aconteció, según dicen, que ejerciendo él su<br />
ministerio, le cupo en suerte ofrecer en el santuario el incienso.<br />
El rey antiguo David había dividido en 24 grupos a los<br />
sacerdotes, para que se turnasen en el servicio del templo, y se<br />
sorteaba entre ellos la ceremonia de ofrecer el incienso, honrosa<br />
entre todas. Le tocó pues aquel día el turno al anciano Zacarías;<br />
y mientras la gente oraba fuera del llamado santuario, una como<br />
cámara apartada, en la que al abrigo de miradas profanas llevaba<br />
él a cabo aquel rito, a la derecha del altar, hierático, que sería<br />
como decir en posición rígida de firmes, o que tenía o afectaba<br />
solemnidad extrema, se le apareció un ángel, semejante me<br />
imagino al que se había aparecido a mi madre, aunque de menor<br />
categoría que él. Ante la extraña visión, aquel sacerdote se turbó<br />
y según se dijo lo sobrecogió el temor. Se espantó, vamos. No<br />
era para menos, pues no todos los días trata con espíritus la<br />
gente, aunque sean angélicos y no demoníacos. Mas también a<br />
él lo tranquilizó aquel ángel diciéndole: No temas, Zacarías,<br />
antes alégrate, pues el Señor ha escuchado tus ruegos y tu<br />
mujer te dará un hijo al que pondrás por nombre Juan; te<br />
será motivo de gozo y alegría y de su nacimiento muchos se<br />
han de holgar, porque a los ojos del Señor (se refiere a Yahvé)<br />
será grande, no beberá vino ni sidra ni otra poción<br />
fermentada, ya desde el seno de su madre lo llenará el<br />
Espíritu santo y convertirá al Señor Dios de Israel a muchos<br />
de los hoy incrédulos y tibios; (incluso en la actualidad miran<br />
bien los judíos al que lleva de vuelta al redil a algún descreído,<br />
en tanto que se lo mira con severa desaprobación si intenta hacer<br />
lo contrario, mostrarle la inconveniencia y absurdo de su<br />
anacrónica fe); con el ánimo y fortaleza de Elías precederá al<br />
Señor (aquí se supone que se refiere a mí) para retornar hacia
66<br />
los hijos los corazones de los padres, y al rebaño de los<br />
justos, los rebeldes, para preparar al Señor (yo, de nuevo) un<br />
pueblo debidamente dispuesto. Tras la extensa tirada, no<br />
menos retórica que las otras del caso ya referidas, el ángel se<br />
tomó un respiro e hizo una pausa, momento que aprovechó<br />
Zacarías para meter baza e intervenir preguntándole: ¿Cómo<br />
sabré que es verdad lo que dices, teniendo en cuenta que soy<br />
un anciano como anciana es mi mujer? A lo que el ángel<br />
replicó añadiendo: Yo soy Jehudiel y asisto ante Dios; Él me<br />
ha enviado a hablarte y comunicarte estas buenas nuevas;<br />
mas por no haber dado fe inmediata a mis palabras, que<br />
han de cumplirse a su tiempo, hasta que se verifiquen<br />
estarás callado y no podrás hablar. Y así sucedió, como ya he<br />
dicho anteriormente.<br />
Mientras esto ocurría en el santuario, y al parecer<br />
extrañada de que la ceremonia se alargase más que otras veces,<br />
la gente que fuera esperaba comenzaba a impacientarse y se<br />
preguntaba por las causas de la rara demora. Y cuando el<br />
sacerdote Zacarías por fin apareció y no les hablaba y se<br />
expresaba por señas, dedujeron sin más que debía de haber<br />
tenido alguna visión; y sin querer indagar los pormenores del<br />
seguramente insólito incidente, lo dejaron irse pronto a su casa.<br />
Días después Isabel, su mujer, quedó encinta, y los cinco meses<br />
siguientes se ocultó, mientras para sí murmuraba: Así lo ha<br />
hecho conmigo el Señor, (aquí se refiere a Yahvé) en los días<br />
en que puso sobre mí sus ojos, para quitar mi afrenta entre<br />
los hombres. Porque se veía mal que una mujer fuera estéril.<br />
Mas de nuevo hay otras versiones. Según ellas no se<br />
habría aparecido al sacerdote Zacarías ningún ángel, ni siquiera<br />
un espíritu maligno, como algunos aviesos -que por antiguas<br />
rencillas se la tenían jurada- apuntaron, sino el mismo Herodes<br />
disfrazado, que harto de la beatería extrema de aquellos cerriles<br />
judíos a los que por fuerza le había tocado gobernar, quería<br />
inducirlos a volver a venerar a otros dioses más antiguos que
Yahvé, en concreto el dios egipcio llamado Set, al que se había<br />
adorado bajo la efigie de un asno garañón hirsuto. De modo que<br />
con los medios a su alcance, pues no en vano era el rey de los<br />
demás, se disfrazó de tal, de asno montaraz y silvestre, penetró<br />
en el sancta sanctorum o santo de los santos en el que Zacarías<br />
llevaba a cabo el sagrado ministerio que le correspondía, se dejó<br />
ver de él, le reprochó que, como se había hecho con las antiguas<br />
falsas deidades, se lo siguiese incensando, y finalmente harto del<br />
fastidioso papel que aquellos devotos lo forzaban a desempeñar,<br />
se había desquitado apagando el fuego que según el ritual ardía<br />
permanentemente en el altar y se había ido callandito. Incapaz<br />
de aceptar que el dios Yahvé se le hubiese aparecido bajo la<br />
forma de un asno, bestia no precisamente distinguida y noble,<br />
Zacarías se había quedado mudo de espanto, porque también era<br />
incapaz de pensar que alguien de carne y hueso mortales hubiese<br />
sido tan osado como para profanar el santuario, de modo que<br />
salió de allí sin querer decir a nadie lo que había visto, dado que<br />
insinuarlo siquiera hubiera sido una imperdonable blasfemia que<br />
se acostumbraba penar con la muerte a pedradas. Sin embargo,<br />
al parecer nada había más cierto, porque según habían de<br />
afirmar más adelante algunos destacados estudiosos de las<br />
religiones antiguas, el dios Jehová, en el que se había<br />
sincretizado o resumido a toda una caterva de dioses locales<br />
menores, no era otro que el ya aludido dios Set de los egipcios,<br />
con el paso de los siglos transformado en el dios judío.<br />
Según esta otra versión, finalmente Zacarías había<br />
muerto lapidado, por haberse animado más tarde a decir lo que<br />
en el curso de aquella ceremonia había sucedido.<br />
Más adelante me referiré a lo que otros sostienen, a<br />
saber, que por haberse negado a descubrir donde su madre había<br />
ocultado al niño inocente Juan, habían matado a Zacarías los<br />
esbirros de Herodes.<br />
He dicho que en el dios Jehová se había condensado a un<br />
montón de otros dioses. Un destacado autor moderno cuenta que<br />
67
68<br />
allá en medio del Éufrates y el Tigris, en la que se llamó<br />
Mesopotamia, región de entre ríos, en el siglo XIV anterior a la<br />
era presente, Abraham y los suyos adoraban a una serie de<br />
dioses locales, cuyas efigies, de madera, barro o metal, lo que<br />
andando el tiempo se había de llamar idolillos, el padre de aquel<br />
patriarca vendía en su tienda. Había numerosas divinidades y<br />
espíritus, entre ellos un El, dotado de un miembro gigante,<br />
porque entonces la fertilidad, de los animales tanto como de las<br />
plantas, era lo más importante, pues de ella dependía la vida de<br />
todos. Las gentes rendían culto a los astros, a las fuerzas de la<br />
naturaleza, a las teraphim o divinidades domésticas, a animales<br />
tales como el becerro y la serpiente, que era un símbolo fálico,<br />
igual que el becerro, en representación del toro, lo era de la<br />
potencia sexual, y a lugares sagrados como árboles, fuentes y<br />
cavernas. No se distinguían de los demás pueblos del contorno.<br />
Mas se dio el caso de que a Abraham disgustaba el politeismo<br />
poco serio de sus padres, de modo que empezó por romperles las<br />
figuras que ofrecían a la venta y poco a poco fue convenciendo a<br />
propios y a extraños de que valía más adorar a un único dios que<br />
a una caterva de ellos, hasta que finalmente se quedaron con uno<br />
sólo, al que llamaron Yahvé.<br />
MI PADRE SOSPECHA<br />
También mi padre tenía trato con los ángeles. Ya fuese<br />
un anciano provecto, incapaz de cumplir con mi madre los<br />
deberes conyugales corrientes, ya un joven en la flor de la edad<br />
que hubiese acordado vivir en desusada castidad con ella, es<br />
decir, privarse de por vida de la cohabitación a que el ser uno del<br />
otro les daba derecho, el caso es que un buen día, llegado el<br />
sexto mes del embarazo y regresando él del taller, percibió la<br />
redondez de mi madre, y no habiendo tenido arte ni parte en el<br />
asunto, comenzó a darse compungidos golpes en el estrecho
69<br />
pecho y a mesarse o alborotarse los cabellos que imagino lacios,<br />
ya que las preocupaciones y la mala alimentación no los<br />
producen lozanos, y echándose por tierra sobre un saco se<br />
torturaba pensando en cómo explicar ante Dios y los hombres la<br />
cosa. Porque habiendo recibido de los sacerdotes del templo<br />
pura a mi madre, no había sabido guardarla. Y se preguntaba<br />
quién hubiera podido cometer tal infamia y mancillar a una<br />
virgen. ¿Acaso se repetía en él la historia pasada, según la cual<br />
en la hora misma en que Adán glorificaba a Dios, según se<br />
supone, pues no estando aún obligado a trabajar para ganarse el<br />
pan con el sudor de la frente, no tenía otra cosa que hacer todo el<br />
santo día, había llegado la tentadora serpiente y encontrando<br />
sola a Eva, la había seducido? Se levantó pues del saco, y tras<br />
llamar a su presencia a mi madre, la había apostrofado en estos<br />
retóricos términos: ¿Qué has hecho, tú, predilecta de Dios?<br />
¿Has olvidado al Señor? ¿Cómo has osado envilecer tu alma,<br />
educada en el Santo de los Santos y más aun tras haber<br />
comido el pan de manos de un ángel, cosa que ciertamente<br />
no le ocurre a cualquiera? A lo que ella, hecha un mar de<br />
lágrimas y -si se me permite la anacrónica expresión- llorando<br />
como una Magdalena, con entrecortados suspiros había<br />
respondido: Estoy pura y no he conocido varón. ¿De dónde le<br />
venía, pues, el estado interesante? -quiso saber mi perplejo<br />
padre; pero ella le había asegurado que por la vida del Señor, su<br />
Dios, no sabía cómo había ocurrido. Lo cual no era del todo<br />
cierto, puesto que el ángel de la anunciación, como se lo llama,<br />
le había explicado con detalle el caso; pero tal vez la<br />
avergonzaba la historia, y no acabando de creérsela ella misma,<br />
tampoco esperaba que nadie la creyese.<br />
Temeroso, mi padre se alejó de ella y se preguntó qué<br />
haría al respecto. Si oculto su falta -se dijo- contravengo la ley<br />
del Señor; si la denuncio a las autoridades y la condenan a<br />
muerte, como es la costumbre, me arriesgo a hacerme cómplice<br />
de matar a un feto inocente, tal vez producto de un ser
70<br />
sobrenatural. (Pues la ley de Moisés castigaba a morir lapidados<br />
a los reos de adulterio probado). ¿Cómo procederé, pues, con<br />
María? La repudiaré secretamente -terminó decidiendo.<br />
Como se ve y al admitir en el asunto la intervención de<br />
lo sobrenatural, al parecer y pese a ser israelita devoto, también<br />
él creía que los dioses se ayuntaban carnalmente con las<br />
hembras humanas.<br />
No era para tomar a broma aquel asunto. En aquellos<br />
tiempos una doncella que concebía no estando casada se<br />
arriesgaba a ser objeto del más profundo desprecio. El no haber<br />
sabido guardarla como era preciso significaba la vergüenza para<br />
toda la familia. Corría entonces la historia de una a la que el<br />
padre había descubierto en tales circunstancias y a la que sin<br />
pensarlo dos veces había degollado. Había tenido que hacerlo o<br />
de lo contrario quedaría para siempre deshonrado. Y otro había<br />
ahogado en un pozo a la incontinente hija<br />
Absorto en estos propósitos amargos cavilaba mi padre,<br />
cuando de pronto, aunque en sueños como la última vez, con<br />
ocasión de la huida a Egipto, se le apareció otro ángel que le<br />
dijo: José, hijo de David, no temas recibir en tu casa a María,<br />
tu mujer, pues lo que en ella se engendró es del Espíritu<br />
santo. Dará a luz a un hijo al que pondrás por nombre Jesús,<br />
porque él correrá con el peso de los pecados de su pueblo.<br />
(Jesús equivaldría a salvador, como ya dije al comenzar esta<br />
historia). Al parecer todo esto había sucedido para que se<br />
cumpliese lo que a través del profeta Isaías había dicho el Señor,<br />
a saber: He aquí que una virgen concebirá y parirá un hijo,<br />
al que se dará el nombre Emmanuel, que quiere decir 'Dios<br />
con nosotros'. Con lo que aliviado mi padre se despertó, se<br />
levantó, y glorificó al Dios Yahvé, por haberle concedido<br />
aquella gracia, y continuó guardando a mi madre.<br />
En realidad se había sacado de contexto la frase de<br />
Isaías, pues el profeta había hablado dirigiéndose a un tal Ajaz<br />
para tranquilizarlo en nombre de Yahvé, y con tal propósito le
había anunciado lo referente a la doncella dicha, sin que ello<br />
tuviera nada que ver necesariamente con mi madre, que aún<br />
tardaría años si no siglos en nacer. Se ha insinuado que el<br />
evangelista Mateo, que cuenta la historia aplicada a mi madre,<br />
se había esforzado en encajarla con lo profetizado, con el fin de<br />
reforzar en la incipiente comunidad cristiana la idea de mi<br />
naturaleza presuntamente divina. Por aquel entonces los casos<br />
de hijos divinos nacidos de vírgenes eran muy numerosos.<br />
Mas prosiguiendo con las cavilaciones que a mi padre<br />
atormentaban, en un cierto momento un escriba que llamaban<br />
Anás llegó de visita y le preguntó: “¿Por qué no has aparecido<br />
en la asamblea que con impaciencia te aguardaba?” Pues se<br />
suponía que mi padre, varón adulto y responsable, debía asistir a<br />
las reuniones establecidas de la comunidad y no hacer novillos,<br />
como un adolescente. A lo que él, no sospechando segundas<br />
aviesas intenciones en quien así lo interrogaba, había<br />
respondido: “Me sentía fatigado y he preferido tomarme un<br />
descanso.”<br />
Pero ojo avizor, Anás había visto embarazada a mi madre<br />
y se había apresurado a ir con el cuento al sumo sacerdote y<br />
decirle: “José, en quien tanto confiabas, ha pecado gravemente<br />
contra la ley.” “¿En qué ha pecado?” -preguntó el otro. “Sin<br />
hacérselo saber a los hijos de Israel, ha mancillado a la virgen<br />
que recibió del templo del Señor y a hurtadillas ha consumado<br />
matrimonio con ella.” “¿José ha hecho eso?” “¡No puede ser!<br />
¡No me lo creo!” “Haz que lo averigüen y lo comprobarás”. De<br />
modo que los servidores partieron y hallaron a mi madre en<br />
estado de buena esperanza, como había dicho el escriba, y se<br />
llevó a juicio a mis padres. El sumo sacerdote se lamentaba:<br />
“¿Por qué lo has hecho, María? ¿Por qué, olvidada del Señor<br />
Dios, has envilecido tu alma? Tú, educada en el Santo de los<br />
Santos, a la que en persona un ángel ha alimentado, que has oído<br />
los himnos sagrados y como una antigua bacante has danzado<br />
ante el Señor ¿por qué lo has hecho?” Pero ella lloró<br />
71
72<br />
amargamente y persistió en lo ya dicho: “Por la vida del Señor<br />
mi Dios, estoy pura y no conozco varón.”<br />
Lo de haber danzado como una bacante es una libertad<br />
que para aligerar el discurso me tomo.<br />
El sumo Sacerdote interpeló a mi padre: “Y tú ¿por qué<br />
lo has hecho?” A lo que él replicó: “¡Por la vida del Señor mi<br />
Dios, no he tenido comercio con ella!”. Mas el otro insistió:<br />
“¡No mientas, di la verdad! Has consumado el matrimonio y no<br />
has dado cuenta a quien lo debías, como estaba mandado; no has<br />
doblado la cerviz bajo el yugo del Todopoderoso, a fin de que tu<br />
raza sea bendita”. Mas mi padre calló.<br />
Entonces el sumo Sacerdote añadió: “Devuelve al templo<br />
a esta virgen que de él has recibido. Os haré beber el agua de<br />
prueba del Señor y Él hará manifiesto vuestro pecado”.<br />
Mi padre lloraba.<br />
Habiendo mandado traer el agua llamada del Señor, el<br />
sumo Sacerdote se la dio a beber y lo envió al monte, pero mi<br />
padre regresó sano y tan campante. Y dio asimismo de beber a<br />
mi madre, que volvió también indemne. Y todo el mundo se<br />
admiró de que pecado alguno se hubiera revelado en ellos.<br />
Lo de dar a beber a los criminales un agua misteriosa y<br />
puede que envenenada, recuerda al que luego en la Edad Media<br />
se habría de llamar 'juicio de Dios'. En una de las variantes del<br />
procedimiento y para dirimir la presunta culpabilidad de un<br />
acusado, se le hacía sumergir en agua hirviendo las manos; si las<br />
sacaba sin ampollas ni haber manifestado escandaloso dolor, se<br />
lo consideraba inocente. De lo contrario...<br />
”Puesto que el Señor Dios no ha hecho aparecer la falta<br />
de que se os acusa” -sentenció el sumo sacerdote- “tampoco yo<br />
os condeno”. Y los dejó ir absueltos. Jubilosos y no sin haber<br />
dado gloria a Yahvé, mis padres volvieron a casa.<br />
Así se dice que sucedieron las cosas.
HE NACIDO EN BELEN<br />
73<br />
Por fin se cumplieron los meses y vine a este mundo.<br />
También mi nacimiento fue distinto. No nací en el hospital ni en<br />
una clínica, refinamiento que aún tardaría siglos en darse, sino a<br />
la buena de Dios, como si dijéramos; tampoco nací en mi casa,<br />
según unos, sino muy lejos de ella, a unos 170 km, en un lugar<br />
llamado Belén, y en una gruta que al parecer servía de establo a<br />
una mula y un buey; sin embargo otros sostienen que nací en el<br />
mismo Nazaret, residencia entonces de mis padres, e incluso que<br />
no hubo tales mula y buey verdaderos, sino que se los añadió<br />
más tarde para representar simbólicamente a no sé qué deidades<br />
pretéritas o fuerzas de la naturaleza. En todo caso, de haber<br />
nacido yo en la presunta gruta de Belén, me pregunto cómo se<br />
las habrán arreglado mis padres, sin agua caliente para lavarme<br />
la sangre de la placenta ni tijeras esterilizadas para cortar el<br />
cordón umbilical, aparte de los demás actuales artilugios y<br />
reglas higiénicas hoy propios del caso. Pero como es lógico<br />
pensar, Dios no iba a permitir que su único hijo, su hijo<br />
unigénito, como se dice formalmente, se malograse a causa de<br />
semejantes fruslerías, sin tener en cuenta ya y por otro lado que<br />
si mi concepción había sido milagrosa, también pudo haberlo<br />
sido el nacimiento, dado que a la hora de ponerse a hacer<br />
prodigios, lo mismo cuesta hacer uno que varios. Como dice el<br />
refrán, quien hace un cesto, hace ciento, si le dan mimbres y<br />
tiempo. Y al igual que Eva y Adán, al decir de la Biblia nuestros<br />
padres primeros, y dado mi origen presuntamente divino, tal vez<br />
como ellos yo haya nacido sin ombligo y no haya habido cordón<br />
que cortar. Si tal fue el caso, la verdad, si nací sin ombligo y por<br />
muy raro que pueda parecer, mi presunta diferencia nunca me<br />
llamó la atención, ni nadie me la hizo notar. Lo más probable es<br />
que como cualquier otro hijo de vecino, yo haya nacido con él.<br />
Estas cosas, pequeñas bagatelas, me tenían sin cuidado.
74<br />
Me ha venido ahora a las mientes la idea de que habría<br />
aquí materia abundante para especular. Si mi padre era Yahvé, es<br />
decir, Dios, no cabría decir que, como todos los demás humanos,<br />
proviniera yo del australopiteco y del mono primate ancestral<br />
antes que él. En resumen que, al menos por lo que me respecta,<br />
habría habido que suspender temporalmente, la darwiniana<br />
teoría de la evolución de las especies. No quedaría bien que a<br />
mí, un descendiente de la divinidad, espíritu puro ella,<br />
recuérdese, en nada corporal, se me atribuyese al mismo tiempo<br />
como antepasado cualquier homínido de que se tenga noticia.<br />
Ay, ay, si uno quiere atenerse a la ciencia y pasar por persona<br />
culta y al tanto de lo que hoy corre en el mundo, esto de hacer<br />
de mí un dios ha traído consigo consecuencias bien fastidiosas.<br />
Dejémoslo estar, pues.<br />
Por otro lado mi padre, si fue el hombre joven que<br />
algunos pretenden, tampoco tenía experiencia en lides parejas,<br />
pues fui el primogénito y según algunos único hijo, y en la<br />
vecindad no había a mano comadre que se encargara de todo.<br />
Aunque como he dejado dicho, otros sostienen que José era ya<br />
anciano corrido, se había casado con mi madre sólo en segundas<br />
nupcias, para protegerla ante el mundo y servir de coartada a su<br />
preñez, pues no hubiera quedado bien, en aquella sociedad<br />
ferozmente judía, que mi madre hubiese dado a luz de soltera,<br />
corría el riesgo de que la lapidasen, y que yo figurase en los<br />
registros como hijo de padre desconocido. ¡Fuese uno a contarle<br />
a la gente que como los demás yo tenía padre, era hijo del dios<br />
Yahvé y un espíritu santo me había engendrado! Muchos lo<br />
hubieran dudado y habrían mirado con la desconfianza que se<br />
siente ante un loco demente a quien tal cosa afirmara. En suma,<br />
que sin necesidad se me hubiese complicado la vida. José estaba<br />
a mano, él consintió y en la apariencia me había engendrado<br />
regularmente, de la misma manera que los demás engendraban,<br />
con arreglo a las reglas humanas del arte, pues nadie ponía en<br />
duda, abiertamente al menos, que los muchos años fuesen
obstáculo, ya que el libro sagrado, cuyas sentencias se aceptaba<br />
al pie de la letra, abundaba en patriarcas que cumplidos con<br />
creces los cien y más años habían traído hijos al mundo. Y como<br />
es de suponer, también entre los judíos de aquel tiempo<br />
importaban más las apariencias que la realidad. Si ante los<br />
demás se guardaba las formas, no había nada que objetar; se<br />
permitía que uno hiciese de su capa un sayo, como hubiesen<br />
sentenciado los posteriores clásicos de otro lugar. En todo caso<br />
se decía que del matrimonio primero mi padre había habido ya<br />
varios hijos, y si tal cosa era cierta, tuve yo varios hermanastros,<br />
ya que no hermanos de sangre. A mis seguidores no les gusta<br />
hablar del asunto, pues pondría en solfa la presunta virginidad<br />
duradera de mi madre.<br />
Al parecer pues nací sin dificultades dignas de nota, y<br />
puesta en cuclillas mi madre, como era entonces costumbre, que<br />
en los partos no intervenían los doctores, caí limpiamente en el<br />
santo suelo, desde donde se me trasladó luego a la paja del<br />
pesebre en que los animales comían; pienso que la mula y el<br />
buey que hasta aquel momento se supone lo habían compartido,<br />
debían de hallarse saciados, porque no se inmutaron ni nada<br />
dijeron ante el recién llegado extraño que así les estorbaba<br />
rumiar en reposo la merecida pitanza. No hay noticia de que mi<br />
madre a su vez llevara con ella pañales ni de que sospechara mi<br />
inminente venida a este mundo, pues según cuentan las crónicas<br />
había salido para el largo viaje sin proveerse de lo más necesario<br />
para lances semejantes.<br />
Ha de saberse que según lo que unos afirman, en contra<br />
de sus deseos y propósitos previos y por fuerza mayor mis<br />
padres habían dejado su morada en la humilde Nazaret para<br />
desplazarse a Belén debido a que en la Roma lejana aquel año el<br />
emperador Augusto había ordenado hacer el censo de los que<br />
habitaban en su gran imperio y cada uno debía inscribirse en la<br />
localidad original de sus antepasados. Dado que se consideraba<br />
descendiente del antiguo rey David a mi padre, los suyos<br />
75
76<br />
procedían de Belén, cuna de origen de aquel glorioso monarca,<br />
de ahí que aquella noche nos halláramos todos tan lejos de casa.<br />
Y como a semejanza de ellos, muchos se hallaran en el mismo<br />
deber, cuando mis padres llegaron a la ciudad, ya no había en<br />
ella alojamiento en posadas y albergues, caravan serail los<br />
llamaban algunos, que estaban al lleno, por lo que no les quedó<br />
otro remedio que acogerse en aquella gruta de las afueras por<br />
suerte vacante e ignorada de los okupas de entonces, y que al<br />
menos les evitaría la incomodidad de tener que dormir a la<br />
inclemente intemperie. La digo inclemente porque según esta<br />
versión de los hechos yo nací justamente al comenzar el<br />
invierno y ya hacía frío; aunque otros sostienen que no nací<br />
hasta bien entrada la primavera, pues de lo contrario no se<br />
explicaría que los pastores que a seguir mencionaré tuvieran al<br />
raso a sus rebaños ni que en ellos abundaran los corderos<br />
lechales, que no suelen nacer en diciembre y de los que en mi<br />
honor llevaron algunos como ofrenda a la gruta.<br />
Sin embargo otros cuentan de manera diferente la<br />
historia. Dicen que cuando llegó el edicto del emperador<br />
Augusto, que ordenaba se empadronasen todos los originarios de<br />
Belén de Judea, mi padre José, viejo y no joven en esta versión,<br />
decidido a inscribir a sus hijos, cavilaba qué habría de hacer con<br />
mi madre y cómo la inscribiría, pues si la declaraba su esposa,<br />
sentiría vergüenza, dada la diferencia de edad entre ambos; en<br />
tanto que si la inscribía como su hija, mentiría ante el mundo,<br />
porque todos sabían que no lo era. Así que decidió dejar todo en<br />
manos de Yahvé. Citando a Abraham cuando se disponía a matar<br />
a Isaac, Él proveería.<br />
Ensilló la borrica, acomodó sobre ella a mi madre,<br />
entregó al hijo mayor el ronzal, y se pusieron en marcha. Tras<br />
haber recorrido tres millas, se volvió hacia ella y al ver la triste<br />
expresión de su cara pensó que tal vez el fruto que llevaba en el<br />
vientre la hacía sufrir. De modo que le preguntó: ¿Qué tienes,<br />
María, que unas veces pareces apenada y gozosa, y sonriente
77<br />
otras? A juzgar por estas palabras, se lo hubiera tenido por un<br />
considerado marido; pese a lo que más adelante diré acerca del<br />
poco menos que obligado carácter machista, como hoy se suele<br />
decir, de los varones israelitas de aquel tiempo. A lo que ella<br />
replicó: Es que contemplo dos pueblos, uno que llora y se<br />
aflige y otro que se regocija y salta de júbilo. Y no juzgó<br />
necesario aclarar lo que con tan oscuras palabras quería decir.<br />
A mitad de trayecto, mi preñada madre quiso bajarse de<br />
la burra, cuyo balanceo la fatigaba. Él la ayudó y consideró<br />
dónde podría llevarla y resguardar su pudor, es decir, ocultarla a<br />
los ojos del vulgo; mas el lugar parecía desierto.<br />
Sin embargo halló en las cercanías una gruta y entraron<br />
en ella; y dejando de guardia a su hijo, marchó a Belén a buscar<br />
a una partera. Y le sucedió algo curioso. Le pareció que el<br />
mundo se había parado. Mi padre avanzaba y dejaba de avanzar;<br />
lanzaba al aire la vista y se sentía asustado; la elevaba al cielo y<br />
lo veía inmóvil, y en él detenidos los pájaros; la bajó a tierra y<br />
vio una artesa y obreros que parecían amasar y no amasaban; los<br />
que se llevaban a la boca un bocado, no lo llevaban, sino que<br />
miraban a lo alto. Unos carneros que iban al pasto no se movían,<br />
sino que permanecían inmóviles, y el pastor levantaba la vara<br />
para arrearlos, pero la mano le quedaba quieta en el aire. En el<br />
río, los cabritos rozaban con la boca el agua pero no bebían...<br />
Mas en un instante, todo recobró el anterior movimiento y<br />
volvió a su curso ordinario.<br />
Entonces una mujer que bajaba la cuesta por donde él<br />
subía, le preguntó a dónde iba, a lo que él respondió que<br />
buscaba una partera judía. Quiso ella saber si él era israelita y<br />
quién era la mujer que estaba para parir. Él le explicó que era su<br />
prometida, no todavía su esposa, que se la había educado en el<br />
templo del Señor, y que se la habían dado a él por mujer, pero<br />
sin serlo del todo, pues había concebido del Espíritu Santo.<br />
La partera se dio por satisfecha y no quiso saber más, de<br />
modo que convencida lo siguió.
78<br />
Me pregunto como aquella desconocida habrá recibido<br />
tales superfluas y detalladas confidencias, más bien indiscretas,<br />
y qué la habría inducido a seguirlo sin hacer más preguntas.<br />
Cuando llegaron a la gruta, una nube luminosa la cubría.<br />
Entonces la partera exclamó: Mi alma ha sido exaltada este<br />
día, porque los prodigios que veo anuncian que un Salvador<br />
le ha nacido a Israel. La nube se retiró y apareció una luz tan<br />
intensa que los ojos no la soportaban; mas poco a poco se<br />
debilitó hasta que se me pudo ver que tomaba el pecho de mi<br />
madre. Y de nuevo la partera exclamó: Gran día es hoy para<br />
mí, porque he visto un espectáculo nuevo.<br />
Salió entonces al exterior y dijo a Salomé, otra comadre<br />
del contorno que al parecer acudía sin haber sido llamada:<br />
“Acabo de ver algo maravilloso, extraordinario, una virgen<br />
que ha parido de un modo contrario a la naturaleza.” Pero la<br />
otra no la creía y le repuso: Por la vida del Señor mi Dios, que,<br />
si no pongo el dedo en su vientre y lo examino, no admitiré<br />
que una virgen haya parido.<br />
Entraron las dos en la gruta y la partera dijo a mi madre:<br />
permite que ésta haga algo contigo, porque a cuenta tuya<br />
hemos entablado un debate que si tú no lo remedias se<br />
alargará en demasía. Tras lo cual Salomé, decidida a<br />
comprobar lo que la otra le había asegurado, puso el dedo en el<br />
vientre de mi madre, tras lo cual creyó que se abrasaba, por lo<br />
que asombrada y dolida exclamó: He tentado al Dios viviente y<br />
él me castiga, porque siento que el fuego me devora la mano.<br />
Se arrodilló y rogó al Señor diciendo: ¡Oh Dios de mis<br />
padres, pertenezco a la raza de Abraham, de Isaac y de<br />
Jacob. No me des en espectáculo a los hijos de Israel y<br />
devuélveme a mis pobres, porque como bien sabes, Señor, en<br />
tu nombre los cuidaba y tú me recompensabas.<br />
Pues era mujer que se dedicaba ante todo a ejercer las<br />
obras que más tarde se habría de llamar de caridad. Entonces se<br />
le apareció un ángel que la consoló diciéndole: Salomé, Salomé,
79<br />
el Señor ha atendido tu súplica. Aproxímate al niño, tómalo<br />
en brazos, y recobrarás la salud y la alegría.<br />
Se acercó pues ella y me alzó, replicando: Me quiero<br />
prosternar ante él, porque a Israel le ha nacido un gran rey.<br />
E inmediatamente sanó y en paz dejó la gruta. Se oyó luego una<br />
voz que la advertía de no publicar, antes de que el niño hubiese<br />
ido a Jerusalén, todos aquellos prodigios. No se sabe si ella<br />
obedeció.<br />
A muchos sorprenderá como a mí lo elocuentemente<br />
cultivadas y duchas en retóricas que al parecer se mostraban<br />
aquellas gentes a las que se suponía sencillas.<br />
También se ha dicho que no nací en Belén, y que mis<br />
seguidores me hicieron nacer allí para emparentarme con David,<br />
porque de Belén había sido aquel rey tan glorioso y por todas<br />
partes estaba escrito que el mesías descendería de él. De modo<br />
que de ser cierta esta versión del asunto, se escribió toda la<br />
historia de mi nacimiento de modo que encajase con la presunta<br />
profecía. Dado que se me forzaba a ser el anunciado mesías, mi<br />
vida tenía que acomodarse a lo que de él se había predicho. Así<br />
de sencillo. Por otro lado llama la atención el que mis<br />
seguidores se hayan tomado tantas molestias para relacionarme<br />
con los textos antiguos. Bien se pensara que la realidad de mi<br />
persona común y corriente no les pareció lo bastante<br />
convincente por sí sola, de modo que se esforzaron en<br />
componerla a su gusto. ¡Oh, gente falta de fe y descreída!<br />
Mas la ciencia actual de nuevo se ha encargado de<br />
embrollar el asunto y sembrar la duda dónde antes reinaba la<br />
cómoda convicción. ¡Con lo bien que se vivía aceptando sin<br />
hacerse preguntas el antiguo relato! A la vista de lo que en las<br />
excavaciones arqueológicas modernas sale a la luz y de como<br />
viven en la actualidad quienes ocupan el mismo territorio de<br />
antaño, ahora parece resultar que allá en aquellos tiempos<br />
remotos de mi nacimiento la gente, los pobres, naturalmente,<br />
vivían en grutas en las que había como dos pisos, o en otras
80<br />
ocasiones como dos recintos contiguos, y compartían con los<br />
animales el espacio, de modo que en el piso de abajo o en la<br />
estancia aledaña se recogían las cabras, borricos y bueyes,<br />
mientras en la de arriba o al lado, moraban los humanos de la<br />
que se podría llamar extensa familia. Con el calor que<br />
desprendían las domésticas bestias, se calentaban todos durante<br />
las gélidas noches invernales. El caso sería que según este modo<br />
nuevo de ver el asunto, yo habría nacido en una vivienda<br />
ordinaria y no en una gruta ocasional perdida en las afueras y<br />
vacía, y que la mula y el buey estarían allí por derecho propio y<br />
no por casualidad apropiada a la ocasión; además mi madre me<br />
habría colocado sobre la paja del pesebre no por descuido o<br />
culpable maltrato, sino porque el piso de arriba o la estancia<br />
vecina estarían abarrotados de gente. De modo que yo no habría<br />
nacido aislado en un recinto precario hallado al acaso, sino en<br />
una vivienda corriente y común, rodeado de muchos que habrían<br />
ayudado a mi madre en el parto ordinario. Ya se ve hasta donde<br />
llega el afán de encontrar fundamento sólido y real a una historia<br />
de cuya veracidad literal se duda.<br />
Seguiré con el relato oficial.<br />
UNOS PASTORES ME ADORAN<br />
Sucedió luego que, apenas había acabado yo de nacer,<br />
irrumpió en la gruta donde estaba el pesebre una multitud de<br />
pastores vecinos que tocando zambombas y cantando al unísono<br />
entonaban los primeros villancicos de que se tenga noticia.<br />
Luego se supo que estando tendidos en el campo cercano,<br />
alrededor de una hoguera ya mortecina y preparándose para<br />
pasar la noche como mejor pudieran, se les había aparecido una<br />
legión de ángeles del cielo, simples ángeles y no arcángeles<br />
como el que había anunciado a mi madre mi venida, que<br />
cantando a su vez celestiales armonías los habrían conjurado a
unirse a su coro para ir a saludar y festejar al niño que allí cerca<br />
les había nacido.<br />
He aquí cómo se lo cuenta en el libro llamado Nuevo<br />
Testamento para diferenciarlo de la antigua Biblia israelita, que<br />
sería el Viejo.<br />
En la región había pastores que vivían en el campo y que<br />
por la noche se turnaban para cuidar sus rebaños. Se los llamaba<br />
pastores del desierto y se tenía por muy baja, la más baja de<br />
todas, su actividad. En Israel ocupaban el escalón último de la<br />
jerarquía social. Su profesión nómada les impedía guardar del<br />
todo los preceptos comunes, tales como lavarse con arreglo al<br />
rito establecido y comer sólo alimentos puros; vivían en la<br />
soledad, y en tales circunstancias a los ojos de los que mandaban<br />
no se podía pasar por persona justa, esto es, observante fiel de<br />
las leyes y ciudadano cabal. Tanto era así que los maestros<br />
recurrían a todos los medios a su alcance para disuadir a sus<br />
pupilos de adoptar ya crecidos semejante vida sospechosamente<br />
libérrima y al abrigo de miradas indiscretas y ojos malignos,<br />
condiciones que como se sabe son las primeras en propiciar el<br />
saltarse a la torera las costumbres y leyes. Mas al parecer y<br />
según lo que se dice mi Iglesia cristiana prefiere, el dios Yahvé<br />
veía de otra forma la cosa; lejos de juzgar severamente la<br />
libertad de aquellos ambiguos individuos, quiso en cambio<br />
enaltecer su bajeza social disponiendo que también a ellos se les<br />
apareciese un ángel y la gloria divina los rodease de cegadora<br />
claridad. Ante la tan inusitada consideración que al parecer se<br />
les tenía, y escarmentados de experiencias anteriores con los<br />
poderosos, se sintieron ellos pues muy asustados y en suspenso;<br />
pero caballerosamente el ángel se había apresurado a<br />
tranquilizarlos diciéndoles: "No se atemoricen ni tengan<br />
miedo, pues vengo a comunicarles una buena noticia que<br />
será motivo de mucha alegría para todo el pueblo. Hoy, en la<br />
ciudad de David, ha nacido para ustedes un Salvador, que es<br />
el Mesías y el Señor. Miren cómo lo reconocerán: hallarán a<br />
81
82<br />
un niño recién nacido, envuelto en pañales y acostado en un<br />
pesebre."<br />
A menos que los hubiese improvisado rasgando su ropa<br />
interior, que era entonces un simple camisón largo hasta los pies,<br />
lo de los pañales debe de haber sido una licencia poética, pues<br />
como ya he dicho, según el relato canónico mi nacimiento cogió<br />
desprevenida a mi madre, que había viajado apresurada y sin<br />
haberse preparado para la eventualidad. Sea como sea, de pronto<br />
una multitud de seres celestiales se habrían unido a aquel ángel<br />
primero y todos alababan a Yahvé con estas palabras: "Gloria a<br />
Dios en lo más alto del cielo y en la tierra paz a los hombres<br />
de buena voluntad: ésta es la hora de Su gracia."<br />
Vueltos a los cielos los ángeles, de donde al parecer<br />
procedían, se habían dicho unos a otros los pastores: "Vayamos,<br />
pues, a Belén y veamos lo que ha sucedido y que el Señor nos<br />
ha revelado." Se apresuraron en ir, y llevando consigo los dones<br />
sencillos que hallaron a mano, como quesos y cuajadas varios,<br />
en consonancia con sus medios modestos, hallaron a mis padres<br />
conmigo recién nacido y tendido en el pesebre que me servía de<br />
cuna. Entonces contaron lo que los ángeles les habían dicho y<br />
todos los presentes, mis padres, se supone, pues según el relato<br />
no había otros, se maravillaron de lo que oían.<br />
Para alguno, esta adoración de aquellos pastores fue la<br />
primera señal que el Dios cristiano dio de sus atenciones a aquel<br />
Hijo unigénito recién nacido.<br />
Por su parte y según más tarde se afirmó, mi madre<br />
guardaba para sí todos estos sucesos y en su foro más íntimo los<br />
meditaba. De mi padre José no ha quedado constancia de cómo<br />
vivió la cosa.<br />
Alabando y glorificando a su dios por todo lo que habían<br />
visto y oído, tal como los ángeles se lo habían anunciado, los<br />
pastores habrían regresado a sus hatos.<br />
De nuevo, junto a éste existe otro relato profano, según<br />
el cual tal adoración pastoril nunca tuvo lugar y ha sido
interpolada más tarde para animar y dar vida al conjunto. Dado<br />
lo que desde entonces se ha averiguado, no me extrañaría lo más<br />
mínimo.<br />
SE ME CIRCUNCIDA<br />
A los ocho días del alumbramiento los israelitas<br />
circuncidaban a los recién nacidos.<br />
Por lo general todo varón nace con el glande cubierto. El<br />
glande es la punta o cabeza del pene u órgano viril masculino.<br />
Lo suele recubrir el prepucio, una especie de pliegue de piel que<br />
lo protege y que con el paso del tiempo y casi siempre, por sí<br />
solo se va retrayendo. Si no se retrae espontáneamente, se dice<br />
que la persona padece fimosis y conviene operarla. La<br />
circuncisión consistía en cortárselo al niño, para dejar al<br />
descubierto esa cabeza, operación con que en términos vulgares<br />
se la descapullaba, bien se dijera prematuramente y sin<br />
necesidad, puesto que aún habrían de pasar varios años antes de<br />
que se viese si era oportuno intervenir para facilitar la cómoda y<br />
placentera generación de la descendencia, que los menos<br />
refinados llaman el coito.<br />
Para los entendidos, la circuncisión era el procedimiento<br />
quirúrgico más antiguo que se conocía en la historia humana, y<br />
la costumbre religiosa y social más extendida y corriente en el<br />
mundo. Aunque se ignoraba de dónde procedía, ya en el Egipto<br />
más remoto en el tiempo, se la practicaba. Al principio se<br />
buscaba con ella aumentar la vitalidad corporal y limpiar los<br />
flujos naturales, y carecía de finalidad religiosa<br />
Mas los israelitas circuncidaban a sus hijos para<br />
diferenciarse de los demás pueblos, pues más que nada temían<br />
las miscigenación o mezcla de sangres. Eran creyentes absolutos<br />
en la pretendida pureza racial. Pocos, pero escogidos, cosa que<br />
trae a la memoria lo que con ardor y convencimiento aparente<br />
83
84<br />
defendía el aciago dictador alemán del siglo pasado llamado<br />
Adolfo Hitler, que dio harto que lamentar y sentir a sus<br />
contemporáneos. Mediante ceremonias tales y para conservar la<br />
identidad, se decía, y no ser absorbidos, pues relativamente<br />
hablando eran pocos, como ya digo, los israelitas procuraban<br />
mantenerse al margen de los otros pueblos que los circundaban y<br />
no mezclarse con ellos; a diferencia de tales gentes corruptas y<br />
atrasadas, sólo el de Israel adoraba a un único dios, que los<br />
prefería, y consideraban desdoro humillante cualquier<br />
compromiso con tales apestados.<br />
No se circuncidaba pues por motivos médicos a los<br />
recién nacidos, esto es, porque aquella piel molestara al<br />
pequeño paciente o porque estrechándose y oprimiéndole el<br />
pene le dificultara la micción, sino porque según se decía, allá<br />
por unos 1600 años antes de mi nacimiento el presunto patriarca<br />
Abraham había pactado con el dios Yahvé que el pueblo de<br />
Israel y su descendencia se le sometería incondicionalmente a<br />
cambio de que prefiriéndolo a todos los demás y tomándolo a Su<br />
cargo lo tuviese Él por Su pueblo elegido; y para cerrar el<br />
acuerdo la divinidad le había impuesto la circuncisión de los<br />
niños. Haber sido circuncidado significaba pues pertenecer al<br />
pueblo de pueblos, el pueblo escogido. El pacto se mantendría<br />
mientras los descendientes del primer patriarca obedecieran lo<br />
mandado. Y así fue como también yo, a fuer de israelita judío,<br />
tuve que sufrir la molesta ablación, palabra que trae al recuerdo<br />
la otra común entre las gentes que por su profeta principal<br />
reconocen al árabe Mahoma.<br />
Es bien sabido que entre muchos de los llamados<br />
mahometanos se acostumbra extirpar a las niñas una parte de<br />
los órganos dichos pudendos o que el pudor protege. Se me<br />
dispensará si en este asunto no me muestro más explícito.<br />
Cumplidos pues los ocho días de rigor, se me circuncidó,<br />
pues mis padres tenían a gala observar celosamente las leyes. En<br />
el caso, ni se les hubiese ocurrido imaginar lo que yo hubiese
85<br />
podido decir al respecto, ni que tal vez me hubiese opuesto, de<br />
ser consciente del alcance de lo que se me hacía, en opinión de<br />
la posterior ciencia médica de ningún modo necesario y puede<br />
que también perjudicial. Aunque en los primeros tiempos de los<br />
israelitas el padre o la madre se encargaban del rito, en los míos<br />
corría a cargo de un personaje oficial llamado Môhel que<br />
gratuitamente lo llevaba a cabo. Una vez finalizado, tanto él<br />
como mi padre José me bendijeron, tras lo cual los presentes me<br />
desearon felicidad duradera y se me dio el nombre prescrito,<br />
Jeshua o también Enmanuel, si se ha de atender a la biografía<br />
oficial; a continuación y para recordar la alianza de Abraham<br />
con Yahvé, había seguido una nueva bendición, y al final se<br />
celebró un banquete en el que a la mesa se habían sentado hasta<br />
10 varones o miembros del masculino género, ni uno más, ni<br />
uno menos, sino 10 exactos. Acerca del origen del número 10 en<br />
esa circunstancia, circulaban opiniones diversas, según las<br />
cuales y acorde con el arte de los números o Numerología, el 10<br />
es el número cabal o completo por excelencia. A un lado de mi<br />
padre se había sentado Môhel, y al otro el Sandiquôs, una<br />
figura parecida al padrino actual, que me había sostenido en las<br />
rodillas mientras se me practicaba la molesta intervención. Era<br />
motivo de honra desempeñar tal papel. Se llamaba sede del<br />
profeta Elías el asiento que durante la ceremonia los dos<br />
ocupábamos, porque se creía que aquel ilustre y antiguo servidor<br />
de Yahvé asistía sin dejarse ver a todas las circuncisiones, quizá<br />
para asegurarse de que no se daba al Señor gato por liebre, que<br />
los hay muy atrevidos e impíos, y el pueblo creyente lo llamaba<br />
'El ángel de la alianza', probablemente para remachar con<br />
empeño todo aquel asunto del presunto acuerdo de Abraham<br />
con Yahvé.<br />
Por otro lado, según una estadística reciente, frente a<br />
quines no han padecido la operación, el varón circuncidado es<br />
menos propenso que ellos a enfermedades varias, y aun por<br />
encima, para rematar la faena, a la hora de mantener relaciones
86<br />
sexuales, las mujeres lo prefieren al que no lo ha sido, pues al<br />
parecer sienten acrecentado el placer.<br />
¡No seré yo quien lo ponga en duda!<br />
MI SANTO PREPUCIO<br />
Desde entonces mi prepucio ha dado mucho que hablar.<br />
Una vez se me hubo circuncidado, se lo habría conservado<br />
mezclado con nardos en una jarra de alabastro, que, tal como lo<br />
cuenta uno de los evangelios apócrifos, 'se había de guardar con<br />
cuidado y no vender ni por 300 denarios'. Para la época, la suma<br />
era elevada. Más tarde, sin que se sepa cómo o por qué, habría<br />
pasado a manos de Juan el Bautista, mi primo, aficionado tal vez<br />
a parejas reliquias, que a su vez lo habría dado a María<br />
Magdalena, la presunta cortesana o mujer de la calle de la que<br />
gracias a mí tantos han llegado a tener noticia. Pues de no haber<br />
sido por el trato con ella que se me atribuye, es lo más probable<br />
que no hubiese ciertamente pasado a la Historia.<br />
Al parecer, más adelante unos saduceos -israelitas<br />
observantes más laxos que los fariseos, más estrictos ellos como<br />
ya he observado- me habrían preguntado qué pasaría con los<br />
usos matrimoniales tras la resurrección de la carne, a lo que yo<br />
habría respondido que "cuando los muertos resuciten, ni se<br />
casarán ni se los dará en casamiento, pues serán como los<br />
ángeles del cielo", de lo cual se tomó pie para pensar que en lo<br />
referente a la anatomía, los vivos y los muertos resucitados<br />
podrían ser diferentes, y que mientras unos tendrían su prepucio<br />
en toda regla, los otros no lo necesitarían, lo cual restaría<br />
importancia a la cuestión que pasados los siglos habría de quitar<br />
el sueño a muchos de mis seguidores, a saber, si al resucitar yo<br />
había recuperado el mío o seguía sin él. Cosa que por otro lado<br />
no merecía se preocupase uno en exceso, pues en el cielo y<br />
dado que Dios, mi Padre, era omnipotente, es decir, que lo podía
87<br />
todo, me lo podría haber devuelto sin atender a lo que hubiese<br />
podido suceder con el antiguo.<br />
Durante la que llaman Edad Media europea los humanos,<br />
y habida cuenta de que en el momento en que según se pretende<br />
ascendí a los cielos carecía yo del extirpado prepucio, su posible<br />
destino atormentó a los teólogos y a los llamados Padres de mi<br />
Iglesia. ¿Habría ascendido conmigo? ¿Se habría podrido? -se<br />
preguntaban angustiados aquellos preclaros varones. Dado que<br />
era un resto orgánico y en mis tiempos se lo solía enterrar,<br />
normalmente se habría descompuesto. Al principio no se lo<br />
extirpaba entero, sino sólo un trozo. ¿Habría empequeñecido o<br />
crecido por milagro? ¿Se me habría desarrollado uno nuevo?<br />
¿Lo tenía en la última cena, cuando convertí en mi cuerpo el pan<br />
ordinario? Pues urgía averiguar si en la hostia consagrada en la<br />
Misa me hallaba yo completo o circunciso. ¿Tengo nuevo<br />
prepucio, ahora en el Cielo, y es adecuado a mi grandeza? ¿O es<br />
tan vulgar como el original ordinario? ¿Es divino, como yo o<br />
solamente humano? Se disputó igualmente acerca de si subí<br />
íntegro al Cielo o si me faltaba algo, como la sangre que vertí o<br />
el cabello y las uñas que me corté mientras vivía; hasta que<br />
finalmente, quizá por cansancio de tan estéril disputa antes que<br />
por simple sentido común, se acordó considerar prescindibles<br />
aquel reducido pellejo y todo lo demás.<br />
Por otro lado durante esa misma época varios lugares<br />
europeos dijeron poseer la santa reliquia. ¿Podría ser auténtica?<br />
¿Se la debía adorar, como a otras, o sólo venerar? Aún no hace<br />
mucho un ex fraile dominico escribió una monografía titulada El<br />
sagrado prepucio de Cristo en la que anotó al menos trece<br />
lugares que se vanaglorian de poseer el genuino resto mío.<br />
Según una versión, un ángel lo habría dado al emperador<br />
Carlomagno, quien a su vez lo habría regalado a la abadía<br />
francesa de Charroux; para otros, lo habría donado a aquella<br />
comunidad la emperatriz bizantina Irene, cuya supuesta piedad<br />
no le había impedido arrebatar el trono a su hijo el emperador
88<br />
Contantino IV tras tomar la precaución de cegarlo arrancándole<br />
los ojos, para evitar la futura veleidad de que él se lo reclamara.<br />
A principios del siglo XII, se lo habría llevado en procesión a<br />
Roma, para que el Papa Inocencio III certificase su autenticidad,<br />
a lo que con rara prudencia él se había negado. Más tarde se lo<br />
había perdido, hasta que en 1856 un obrero encargado de la<br />
citada abadía halló oculto en un muro un relicario que contenía<br />
el pellejo perdido.<br />
Igualmente lo habrían albergado la basílica romana de<br />
san Juan de Letrán, la catedral francesa de Le Puy-en-Velay, la<br />
española de Santiago de Compostela, la ciudad belga de<br />
Amberes, y las iglesias centroeuropeas de Besançon, Metz y<br />
Hildesheim.<br />
Dado que se me atribuye haber multiplicado por mil unos<br />
pocos panes y dos peces, a nadie podrá ya sorprender que por<br />
una suerte de magia pareja se encuentre por todas partes mi<br />
prepucio.<br />
Al parecer, aquel resto de mi anatomía daba prestigio y<br />
sustanciosas ganancias a la iglesia que dijese guardarlo, pues<br />
con la ofrenda correspondiente y en las peregrinaciones que<br />
venían a ser como el turismo de la época, de las más diversas<br />
procedencias acudían a venerarlo los romeros.<br />
Con el tiempo creció un culto de él en toda regla. En<br />
1427 se fundó en Alemania una Hermandad del Santo Prepucio.<br />
Muchas personas, en especial las preñadas, lo visitaban en<br />
Charroux, ya que se creía facilitaba el embarazo. Al parecer en<br />
1421 la reina de Inglaterra, Catalina de Valois, quedó encinta, y<br />
para ayudar en el parto a la gestante, su marido, Enrique V, pidió<br />
en préstamo a la abadía francesa de Coulombs, en la diócesis de<br />
Chartres, el que allí se conservaba; al parecer la reliquia se<br />
mostró tan eficaz que nacido ya el hijo, el rey no quiso<br />
devolverla a sus legítimos dueños y por poco no estalla una<br />
guerra sangrienta. La pieza de Amberes tenía sus propios<br />
capellanes; en su honor cada semana se celebraba una misa
mayor, y una vez al año se lo llevaba en triunfo por toda la<br />
ciudad.<br />
En la italiana Calcata todos los años, el 1 de enero, se lo<br />
exhibía en procesión por las calles; pero en fecha reciente un<br />
ladrón robó la preciosa cajita que lo contenía y no se ha vuelto a<br />
saber de él. Tras el concilio Vaticano II, se ha desaconsejado<br />
exhibirlo, porque ahora se considera falta de respeto y morbosa<br />
la curiosidad que despierta.<br />
Otra vez se aseguró que en una visión, una de mis<br />
esposas místicas, la monja italiana Catalina de Siena, contraía<br />
conmigo un matrimonio alegórico y que como anillo de bodas<br />
yo le ponía en el dedo mi amputado pellejo. Esta monja rodaba<br />
por el suelo, gritaba, me llamaba dulcísimo y amadísimo joven,<br />
me suplicaba la abrazase, y llevaba (invisible) en el anular mi<br />
prepucio, que yo mismo le habría regalado. A menudo y con<br />
muchísimos dengues y aun más timidez declaraba a su confesor<br />
que, sin cesar ni un momento, veía el anillo y notaba su roce; y<br />
cuando tras su muerte su propio dedo fue reliquia, diversas<br />
personas piadosas que rezaban ante él también lo percibían,<br />
aunque invisible para los menos creyentes. Todavía hace algo<br />
más de un siglo, gozaron del mismo privilegio dos jóvenes<br />
estigmatizadas, Célestine Fenouil y Marie Julie Jahenny; en lo<br />
que respecta a ésta última, catorce personas vieron que el anillo<br />
que le rodeaba el dedo se hinchaba y debajo de la piel se le<br />
enrojecía.<br />
En 1715 murió en Viena una monja llamada Agnes<br />
Blannbekin. Al parecer casi desde la misma adolescencia había<br />
echado de menos esa parte que yo había perdido: el ilocalizable<br />
pellejo de mi pene. Todos los años, en la fiesta de la<br />
Circuncisión, lloraba con íntima y muy sincera compasión la<br />
sangre que apenas nacido yo habría derramado. Y precisamente<br />
en una de esas festividades, justo después de la comunión, sintió<br />
en la lengua el pellejo. Mientras lloraba y me compadecía,<br />
empezó a pensar en él. De repente lo notó en la boca, como la<br />
89
90<br />
película que reviste el interior de la cáscara de un huevo; su<br />
dulzura era indescriptible, y se lo tragó. Apenas lo había tragado,<br />
de nuevo lo sintió y una vez más se lo tragó. Según propia<br />
confesión, lo hizo así unas cien veces. Y se le reveló que yo<br />
había resucitado con el prepucio incólume. Aquellos a quienes<br />
había inquietado su suerte, respiraron tranquilos. La experiencia<br />
fue tan dulce, que en todos sus miembros Agnes se sintió<br />
languidecer.<br />
A finales del siglo XVII, el erudito y teólogo católico<br />
Leo Allatius especuló con la idea de que mi santo prepucio<br />
podía haber ascendido al Cielo conmigo para convertirse en uno<br />
de los anillos de Saturno que por aquel entonces se acababa de<br />
observar con el recientemente popularizado telescopio.<br />
En su Tratado sobre la tolerancia, de 1763, el escritor<br />
francés Voltaire comentó con ironía que venerar mi santo<br />
prepucio era mucho más razonable que odiar y perseguir a otro<br />
ser humano que se resistía a ser católico, como al parecer era<br />
costumbre en la Francia de entonces. Si se considera que aun en<br />
1728 un papa figuraba en la peregrinación en honor del prepucio<br />
de Abraham, no extrañará que el mío haya conmovido tan<br />
hondamente a los devotos cristianos.<br />
En el siglo XX un jesuita exaltado sugirió se lo<br />
considerase como anillo de compromiso para mis esposas<br />
místicas; pues según él, «en el misterio de la circuncisión yo les<br />
enviaría el anillo de carne de mi muy precioso prepucio; que<br />
no era duro; y enrojecido con sardónice, especie de ágata<br />
amarillenta, llevaba la leyenda 'por la sangre derramada'.<br />
También figuraría en él otra inscripción que recordaba mi<br />
nombre, lo que era como decir el amor. (Una doncella tenida por<br />
santa lo había dejado escrito). El Espíritu santo lo habría<br />
fabricado en el muy puro útero de mi madre, María. Era blando<br />
y si uno se lo ponía en el dedo corazón, lo transformaría, al<br />
corazón, aunque fuese de piedra, en uno de carne compasivo. El<br />
anillo era resplandeciente y rojo porque volvía capaces de
derramar su sangre a las gentes, y de resistir al pecado, y<br />
porque las convertiría en seres piadosos y puros».<br />
Los prepucios han fascinado a mi pueblo, pues en<br />
nuestro libro sagrado se leía que una de las muchas concubinas o<br />
esposas del antiguo rey David era Mikal, hija del rey Saúl, que<br />
se la había vendido a cambio de los prepucios de 100 filisteos.<br />
Los habría obtenido en una de sus guerras sangrientas contra<br />
aquellos idólatras y sería curioso saber quien se los cortó a las<br />
víctimas y si en el momento del cruento despojo ya estaban<br />
muertas o aún vivían y se las había vendido después como<br />
mutiladas esclavas. Me pregunto cómo habría influido en el<br />
precio el detalle, pues no es lo mismo un tejido aún vivo que<br />
uno que ya empieza a descomponerse. Por otro lado, cabría<br />
pensar que nuestros reyes gloriosos habían sido sanguinarios y<br />
crueles.<br />
También se ha contado que durante la peregrinación por<br />
el desierto, los israelitas que huyendo del faraón se habían<br />
sacado de encima el yugo oprobioso de la esclavitud, habían<br />
abandonado la práctica de la circuncisión, corriente en Egipto,<br />
mas al llegar de nuevo a Canaán habían vuelto a venerar al dios<br />
de los antiguos reyes pastores egipcios y a su esposa, la diosa<br />
lunar Anata, a los que habían hecho una ofrenda masiva de los<br />
prepucios que hasta el momento habían conservado.<br />
Entre nosotros, los israelitas, esa parte de la anatomía ha<br />
dado mucho que hablar.<br />
UNOS MAGOS ME ADORAN<br />
Mas no terminan aquí las maravillas que a mi nacimiento<br />
presuntamente acompañaron, pues según en mis aceptadas<br />
biografías se relata, en la lejana Persia, llamada hoy Irán,<br />
genéricamente el oriente, una noche de aquellas, unos magos,<br />
filósofos o astrónomos, como se los quiera llamar, pues encajan<br />
91
92<br />
en la historia las tres categorías, habían descubierto en el cielo<br />
una insólita estrella no vista anteriormente, más brillante que las<br />
demás, y les había llamado la atención porque en uno de sus<br />
libros sagrados, que también ellos los tenían, como nosotros<br />
tenemos nuestra Biblia, se mencionaba que un fenómeno celeste<br />
desusado anunciaría la llegada a la Tierra de un rey de Israel; y<br />
viendo que la estrella parecía moverse y cómo que los invitaba a<br />
seguirla, sin pensarlo dos veces, a fuer de hombres estudiosos<br />
que eran, dados a buscar explicación a lo que les pareciera<br />
misterioso, se apresuraron a lanzarse a la aventura. Montaron<br />
pues en los correspondientes camellos, más aptos para moverse<br />
por aquellas tierras exóticas, en gran parte desérticas, que los<br />
caballos, mulos o asnos corrientes en nuestras latitudes, y sin<br />
mostrarse perezosos ni cortos ni permitir que las probables<br />
penalidades del largo y azaroso recorrido los desanimaran,<br />
emprendieron el camino.<br />
Complaciente la estrella acomodó al humano paso la<br />
carrera propia, de modo que se detenía cuando ellos<br />
descansaban o dormían, y reanudaba la marcha cuando era<br />
preciso.<br />
Esto ha dado que pensar a los más escrupulosos, que se<br />
apresuran a examinar con lupa lo que se les cuenta para ver si en<br />
ello hay contradicciones y en consecuencia señalarlas, los cuales<br />
quisieron saber cómo era posible que una estrella los guiara<br />
incluso de día, puesto que las estrellas sólo brillan de noche<br />
mayormente. A esto respondieron los otros, más inclinados a dar<br />
crédito a los relatos sin molestarse en escrutarlos, diciendo que<br />
no se trataba de una estrella ordinaria, sino de una extraordinaria<br />
y como si dijéramos milagrosa, por lo cual no había lugar a la<br />
objeción. Llegaron entonces los que sin pronunciarse por<br />
ninguna de las dos versiones y adeptos firmes de la objetividad,<br />
trataron de explicar por medios naturales el fenómeno. En<br />
primer lugar pensaron en los astros que sólo de tanto en tanto<br />
aparecen en el firmamento, tales como los cometas o los
93<br />
asteroides; pero descubrieron que por aquellas fechas ninguno<br />
daba cuenta de lo supuestamente observado, por lo que tras<br />
pensarlo detenidamente concluyeron que tal vez el fenómeno se<br />
debiera a una conjunción astral inusitada. Se solía recurrir a los<br />
astrólogos para que predijeran el nacimiento y la muerte de los<br />
reyes. Examinaban el movimiento del planeta más grande,<br />
Júpiter, llamado el rey de todos ellos. Creían que el signo de<br />
Aries simbolizaba el reino de Herodes, es decir, Judea y<br />
Samaria. Conocían la profecía según la cual estaba a punto de<br />
llegar el mesías que conquistaría el mundo y liberaría de la<br />
tiranía a los israelitas. Examinaban pues el signo del carnero<br />
atentos a la llegada del anunciado salvador. En ciertos<br />
alineamientos extraños, Júpiter podía parecer una estrella<br />
enorme en vez de un planeta. En el mes de abril de aquel año,<br />
Júpiter estaba en Aries, lo que presagiaba un acontecimiento<br />
real. También el sol y Saturno entraron entonces en la<br />
constelación. El amanecer simbolizaba el nacimiento, y<br />
precisamente el día del mío, Júpiter emergió como un lucero del<br />
alba. Era el momento más prodigioso para alumbrar a un rey.<br />
Todo esto combinado anunciaba la llegada de un rey de reyes, o<br />
de un mesías. Este hecho habría impresionado a los astrólogos<br />
de mi tiempo, en especial si provenían de oriente. Babilonia<br />
había sido la cuna de la astrología, y en Persia también había<br />
una gran tradición al respecto. Quedaba así resuelta de un modo<br />
natural y sin tener que recurrir a lo maravilloso, la cuestión de la<br />
estrella vagante.<br />
A este ritmo tardaron unas semanas o un mes en llegar a<br />
Jerusalén y una vez allí, como era de rigor, se habían presentado<br />
a la autoridad del lugar, Herodes el Grande, al que una vez<br />
hechas las salutaciones que la cortesía exigía, habían preguntado<br />
por el rey recientemente nacido de que sus tradiciones hablaban:<br />
¿Dónde está el Rey de los judíos que acaba de nacer? En el<br />
oriente hemos visto su estrella y venimos a adorarlo -le<br />
dijeron atentos.
94<br />
Al parecer, oído ésto, el rey Herodes se turbó, y con él<br />
toda su corte. De mí, Herodes no sabía nada, de modo que<br />
convocó a los principales sacerdotes y a los escribas del pueblo,<br />
gente de estudios, y les preguntó de qué iba la cosa y dónde<br />
había de nacer aquel rey de que ahora se le hablaba.<br />
Cogidos también ellos de sorpresa, consultaron los libros<br />
sagrados, y puestos de acuerdo en reconocer que en Belén y<br />
según estaba anunciado nacería el Mesías, cuya venida tanto<br />
tiempo se había esperado, le respondieron unánimes: En Belén<br />
de Judea; porque así lo ha escrito el profeta Miqueas: Mas<br />
tú, Belén fructífera, eres pequeña para figurar entre los<br />
millares de Judá; de ti me saldrá quien ha de ser dominador<br />
en Israel.<br />
Entonces el rey se apartó con los magos a un lado y<br />
quiso saber cuánto tiempo hacía que se les había aparecido el<br />
misterioso astro, tras lo cual les había dicho: Andad allá, no<br />
perdáis tiempo, id a Belén y preguntad por el niño; y una vez<br />
lo halláis encontrado, mandadme aviso, para que también yo<br />
vaya y lo adore.<br />
Sin sospechar en las palabras del rey nada alarmante,<br />
ellos se fueron: y siguieron su camino hasta que la estrella que<br />
desde el oriente los precedía se detuvo sobre donde yo estaba;<br />
con lo cual, aliviados, se regocijaron con muy grande gozo, y<br />
entrando en la casa me vieron con mi madre, se postraron en<br />
tierra y me adoraron; tras lo cual abrieron su equipaje y me<br />
ofrecieron sus dones, oro, incienso y mirra. Se dijo después que<br />
el oro señalaba mi supuesta sangre real; el incienso mi condición<br />
aparentemente divina, y la mirra mi figura humana mortal.<br />
Pasados más de 2000 años, en las calles de Jerusalén se ofrece a<br />
la venta la mirra, una especie de aceite perfumado con que<br />
antiguamente se ungía a los reyes, y el incienso, una resina<br />
amarga de los árboles árabes que al arder desprende un humo de<br />
olor extraño con el que se purificaban los templos, como aún se<br />
sigue haciendo; pero en mis tiempos eran muy raros y difíciles
95<br />
de encontrar. No los había en Judea, sino en el sur de Arabia. El<br />
incienso provenía sobre todo de la Abisinia, la tierra de la<br />
bíblica reina de Saba, que lo había traído abundante con ella<br />
para obsequiar al rey Salomón. Aquellos magos o astrólogos<br />
podían haberlos comprado de camino, en Petra, la capital del<br />
reino Nabateo, emporio comercial por donde pasaba todo lo<br />
procedente de Arabia.<br />
Quienes dudan de que yo haya nacido en Belén arguyen<br />
que era muy extraño que aquellos que se dice reyes magos<br />
hubiesen llegado a Belén precisamente el día de mi nacimiento,<br />
pues, de haberse retrasado, no me hubiesen encontrado en la<br />
gruta, ya que es de suponer que mis padres no serían tan<br />
irresponsables como para prolongar más de lo que aconseja la<br />
prudencia la permanencia en lugar tan inhóspito o en todo caso<br />
inadecuado para quedarse en él mucho tiempo. Dicen pues que<br />
los visitantes no me vieron en Belén, sino en Nazaret, adónde<br />
mientras tanto habríamos vuelto. Mas con ello se echaría por<br />
tierra todo lo referente al rey Herodes y su reacción ante la<br />
noticia.<br />
En todo caso y admitiendo la primera versión, satisfecho<br />
el impulso que los había traído hasta mí, se preparaban a<br />
regresar a sus lejanos hogares, cuando también a ellos se les<br />
apareció en sueños un ángel para advertirles que no volviesen a<br />
verse con Herodes, porque temeroso de que con el tiempo yo le<br />
disputase el trono y perder la poltrona, como ahora se dice,<br />
maquinaba una masacre infanticida. Tomaron ellos nota de la<br />
celestial advertencia y dóciles se volvieron a su tierra por otro<br />
camino.<br />
Partidos ellos en paz y gracia de Dios, si se me permite la<br />
anacrónica expresión, otra vez incansable el ángel del Señor se<br />
había aparecido a mi padre José mientras dormía para decirle<br />
que se levantase y tomándonos a mi madre y a mí huyésemos a<br />
Egipto, donde hasta nuevo aviso deberíamos quedarnos; porque<br />
Herodes me buscaba con intención de matarme.
96<br />
Una vez despierto, mi padre hizo como se le había<br />
indicado y por la noche puso tierra por medio. No sin tiempo,<br />
porque viéndose burlado de los personajes de oriente, Herodes<br />
se había enojado muchísimo y había ordenado ejecutar, en Belén<br />
y su término, a todos los niños menores de dos años, según la<br />
fecha de mi nacimiento conjeturada a partir de lo que se le había<br />
indicado. Según algunos, huimos de Herodes a Alejandría,<br />
donde se había establecido una muy numerosa colonia judía, y<br />
nos ocultamos 3 meses en una gruta del Cairo.<br />
HERO<strong>DE</strong>S ME PERSIGUE PARA MATARME<br />
También Juan, el hijo de Isabel, la prima de mi madre,<br />
entraba en la categoría amenazada, de modo que llevándolo<br />
consigo, su madre se internó en el monte en busca de un<br />
escondrijo seguro; mas incapaz de ponerse a salvo más arriba en<br />
la cumbre, y no hallando en la falda refugio a su gusto, clamó:<br />
¡Montaña del señor dios Yahvé, recibe con su hijo a una madre!.<br />
Con lo que obediente la montaña se abrió de par en par y los<br />
admitió en su interior, al que una gran luz alumbraba y dónde un<br />
ángel que los proveía de lo más necesario les hizo compañía y se<br />
quedó con ellos hasta que el peligro hubo pasado.<br />
Por orden de Herodes sus esbirros buscaban al niño, de<br />
modo que se dirigieron a Zacarías, el padre, y lo conminaron a<br />
que por el propio bien les descubriera donde había escondido a<br />
la familia; a lo que él respondió que como buen servidor de<br />
Yahvé pasaba en el templo la mayor parte del tiempo y no tenía<br />
arte ni parte en el asunto.<br />
De momento lo dejaron en paz y se fueron al rey con el<br />
informe. Mas él, irritado, los envió de vuelta y les ordenó:<br />
Decidle que no mienta y haced que descubra dónde ha<br />
escondido a ese hijo que tal vez algún día me robará la corona. Y<br />
que si se niega, de mi dependerá que viva o que muera.
97<br />
Mas Zacarías siguió resistiéndose a la injusta demanda:<br />
Mártir seré de Dios si viertes mi sangre. Y el Omnipotente<br />
recibirá mi espíritu, porque en el vestíbulo del templo del<br />
Señor quieres derramarla inocente. Herodes no se dejó<br />
convencer y ordenó que lo mataran al rayar el día.<br />
Nadie en la ciudad se había enterado de lo sucedido, de<br />
modo que cuando por la mañana, a la hora de la salutación<br />
acudieron al templo los sacerdotes, y Zacarías no estaba allí para<br />
bendecirlos, según era costumbre, se quedaron a la espera de<br />
que apareciese, para saludarlo y celebrar al Altísimo.<br />
Mas como tardase, los sobrecogió el temor. Y uno de<br />
ellos, más audaz que los otros, penetró en el santo de los santos<br />
y junto al altar vio sangre coagulada, y oyó que una voz le decía:<br />
Han asesinado a Zacarías y la mancha de su sangre no<br />
desaparecerá hasta que llegue quien ha de vengarlo. Al oír<br />
estas palabras se espantó y abandonando el recinto corrió a<br />
decírselo a los otros.<br />
Al fin se atrevieron todos a entrar y viendo lo que había<br />
sucedido y el maculado recinto, gimieron y se rasgaron de alto<br />
abajo las vestiduras, como estaba prescrito. Y por más que lo<br />
buscaron, no hallaron el cuerpo del delito, como hoy se dijera,<br />
sino sólo su sangre, ya endurecida. Presa de la congoja salieron<br />
y comunicaron al pueblo que se había asesinado al sumo<br />
sacerdote, con lo que todo el mundo lo supo, y se lo lloró, y<br />
durante tres días y tres noches se oyó los lamentos.<br />
También esta versión difiere de la otra que ya he<br />
apuntado y según la cual Zacarías habría muerto lapidado por<br />
haber confesado ante sus pares que en el sancta santorum se le<br />
había aparecido en forma de un asno peludo el dios Yahvé. Lo<br />
cual era una inaceptable blasfemia que se castigaba con la<br />
máxima pena.<br />
Pasados estos tres días, los sacerdotes deliberaron<br />
reunidos para saber a quién pondrían en lugar del asesinado, y la<br />
suerte recayó sobre Simeón, el mismo a quien, como diré más
98<br />
abajo, el espíritu santo había advertido que no moriría sin haber<br />
visto al Cristo hecho carne.<br />
También entonces y con la muerte de los niños a los que<br />
Herodes había mandado matar y que luego se llamó santos<br />
inocentes se habría cumplido lo que ya el profeta Jeremías había<br />
predicho: Una voz se oyó en Ramá, y grandes lamentos,<br />
gemidos y llantos: Raquel llora a sus hijos y no se deja<br />
consolar, porque han perecido.<br />
Una vez más mis evangelistas han citado fuera de<br />
contexto al profeta, pues en una de sus largas y luctuosas<br />
diatribas, Jeremías se había referido a los padecimientos de los<br />
israelitas en general cuando los escitas invadieron Palestina y no<br />
había tenido en mente a Herodes y su presunta matanza de los<br />
recién nacidos de Belén y su entorno, para la que aún faltaban<br />
más de 5 siglos.<br />
Mis padres se quedaron pues en Egipto hasta que<br />
supieron de la muerte del rey, tras lo cual otra vez el ángel del<br />
Señor se apareció a mi padre y le avisó: Levántate y toma a tu<br />
mujer y al niño y vete a tierra de Israel; que muertos son ya<br />
los que buscaban matarlo.<br />
Hizo él lo que así se le indicaba y regresamos a casa los<br />
tres, con lo que de nuevo y según mi biógrafo Mateo se habría<br />
cumplido lo que a través del profeta Oseas se suponía había<br />
dicho el Señor: De Egipto llamé a mi Hijo.<br />
Aun a riesgo de hacerme pesado, aquí debo advertir que<br />
de nuevo el evangelista se tomó la libertad de citar a capricho al<br />
profeta, porque la frase era más amplia y él la encogió y adaptó.<br />
Las palabras exactas habían sido las siguientes: Cuando Israel<br />
era niño, yo lo amaba, y de Egipto llamé a mi hijo. Lo que es<br />
bien diferente.<br />
Mas habiendo sabido que ahora reinaba Arquelao, hijo y<br />
sucesor de Herodes, al principio mi padre no las tenía todas<br />
consigo y vacilaba acerca del lugar dónde con mayor seguridad<br />
nos convenía instalarnos; sin embargo nuevamente en sueños se
lo amonestó por la tardanza en obedecer, de modo que por<br />
precaución nos fuimos a vivir a Galilea.<br />
Tornamos a establecernos en el lugar de Nazaret: según<br />
con el tiempo se dijo, a fin de que una vez más quedasen en<br />
buen lugar los profetas, que habían asegurado se me habría de<br />
llamar nazareno. Mas de nuevo hay quienes disienten y dicen<br />
que la palabra nazarini quería decir guardián de la ley. Y la<br />
alusión hubiera sido acertada, pues ya mayor, si yo hubiera ido a<br />
una casa que no cocinara según el ritual los alimentos, me<br />
hubiera negado a comer. Incluso algunos sostienen que por<br />
aquel entonces Nazaret ni siquiera existía, puesa la Biblia o<br />
Antiguo Testamento ni una sola vez lo menciona.<br />
SE ME PRESENTA EN EL TEMPLO<br />
Asimismo, cuando llegó el día en que, según la Ley de<br />
Moisés, mis padres debían cumplir el rito de la purificación, me<br />
llevaron a Jerusalén para presentarme al Señor, tal como estaba<br />
escrito en el libro del Éxodo: Se consagrará al Señor todo<br />
varón primogénito. También ofrecieron el sacrificio indicado<br />
para los más modestos o menos pudientes, como lo eran mis<br />
padres: una pareja de tórtolas o dos pichones. La gente de<br />
posibles solía entregar un carnero.<br />
Se hallaba entonces en la ciudad un hombre llamado<br />
Simeón, al que más arriba he mencionado; a los ojos del dios<br />
Yahvé muy cumplidor y piadoso, que al parecer estaba a la<br />
espera del día en que el Señor se compadeciera de Israel, y<br />
mientras tanto el Espíritu Santo lo acompañaba. Este mismo<br />
Espíritu le había revelado que no moriría sin haber visto al<br />
Mesías; de modo que en aquel momento lo movió a dirigirse al<br />
templo.<br />
Cuando mis padres se disponían a llevar a cabo lo<br />
prescrito que me concernía, aquel probo varón de virtudes se<br />
99
100<br />
adelantó y tomándome en los brazos bendijo a Yahvé en los<br />
siguientes términos: Ahora, Señor, ya puedes dejar que tu<br />
servidor muera en paz; porque con mis propios ojos he visto<br />
al salvador que nos has preparado y a todos ofreces, luz que<br />
se revelará a las naciones y gloria de Israel, tu pueblo<br />
elegido.<br />
En mi tierra se creía entonces que Jehová, nuestro dios,<br />
nos consideraba Su pueblo escogido, nos prefería a los demás<br />
del planeta. Para él éramos algo así como los arios de aquel<br />
tiempo, la raza superior. Motivo que ha llevado a algunos a<br />
considerar el judaísmo como una horrible religión racista.<br />
Mi padre y mi madre se maravillaban de todo lo que oían<br />
decir a mi respecto. Simeón les dio su bendición igualmente,<br />
que al contrario que en la actualidad, entonces no consistía en<br />
trazar en el aire la señal de la cruz, sino en pronunciar unas<br />
palabras de buenos augurios, y mirando a mi madre, un tanto<br />
sibilino y oscuro le dijo: "Escucha, este niño traerá a Israel ya<br />
sea la perdición, ya la resurrección. Será una señal que<br />
muchos rechazarán, con lo que a ti un puñal te atravesará el<br />
corazón. Sin embargo por ella saldrán a la luz los<br />
pensamientos de los hombres."<br />
También andaba por allí una profetisa muy anciana,<br />
llamada Ana, hija de Fanuel de la tribu de Aser. Después de siete<br />
escasos años de matrimonio se le había muerto el marido, pero<br />
ella le había seguido siendo fiel y no se había casado de nuevo,<br />
pese a que entonces, desconocido aún el feminismo igualatorio,<br />
no se veía bien a las mujeres solas y desamparadas. Si alguna<br />
enviudaba, su cuñado debía tomarla por esposa, para que no<br />
quedase abandonada y sin descendencia tal vez. Pero ella se<br />
había mantenido en su estado y tenía ya ochenta y cuatro años.<br />
No se apartaba del Templo, y con ayunos y oraciones servía día<br />
y noche al Señor. Se la ha dicho una precursora de las<br />
posteriores monjas cristianas. Llegó en aquel momento y<br />
también comenzó a alabar a Dios hablando de mí como el futuro
101<br />
Mesías que habría de liberar del dominio extranjero a todos los<br />
que tal cosa esperaban.<br />
Una vez cumplido lo que ordenaba la Ley sacrosanta,<br />
también dicha mosaica, porque se había acordado atribuirla a<br />
Moisés, el caudillo que había sacado del presunto cautiverio en<br />
Egipto al pueblo de Israel, volvimos a Galilea, a nuestro lugar de<br />
Nazaret. Y según más tarde se dijo, allí yo crecía y me<br />
desarrollaba lleno de sabiduría, y la gracia de Dios permanecía<br />
conmigo.<br />
Ignoro si como mis seguidores sostienen me engendró el<br />
Espiritu santo. Cuando yo nací, ni se mencionaba el asunto. Ni<br />
siquiera existía el Espíritu santo, que fue ocurrencia e invención<br />
muy posterior. Lo de la presunta paloma blanca, imagen con que<br />
se lo representa, que como diré más adelante había aparecido<br />
sobre mi cabeza cuando mi primo Juan me había bautizado en el<br />
Jordan, fue algo que alguien escribió un siglo después. También<br />
fue más tardía su igualmente presunta aparición en el cenáculo<br />
de Jerusalén para dar don de lenguas a los apóstoles allí reunidos<br />
tras las que se tiene por muerte y resurrección mías, como aún<br />
habré de contar. Se llamó don de lenguas a que sin haberlas<br />
estudiado previamente todos podían expresarse en otras muchas<br />
que no eran la suya materna.<br />
Volviendo al principio, se dice que me engendró el<br />
Espíritu santo y que en ese momento mi madre era virgen y así<br />
se conservó hasta la misma hora de la muerte y aun más allá.<br />
Sólo unos 18 o 19 siglos después se lo vino a saber con certeza,<br />
pues mientras ella vivió, nadie se preocupaba de esas cosas, todo<br />
era como era y a nadie le importaban semejantes materias.<br />
También se dice que mi padre José nunca la tocó, porque su<br />
matrimonio era blanco, que quiere decir eso mismo, que nunca<br />
la tocó, pese a que en el Templo de Jerusalén los hubiesen<br />
casado legalmente los sacerdotes, como estaba mandado.
102<br />
MIS AÑOS <strong>DE</strong> NIÑO<br />
Como ya he dicho, tras regresar de Egipto, y para<br />
escondernos de los esbirros de Arquelao, hijo y sucesor de<br />
Herodes el Grande, nos establecimos al sur de la región de<br />
Galilea, en la humilde aldea llamada Nazaret, donde mi padre<br />
había nacido y ejercía su oficio de carpintero. Según los<br />
exégetas, que es lo mismo que decir intérpretes o expositores de<br />
la Biblia, el nombre del lugar deriva del verbo esconder, bien<br />
porque allí nos ocultamos o bien porque se llamaba 'los que se<br />
esconden entre tumbas' a sus moradores, ya que se lo había<br />
construido al lado de un cementerio o necrópolis judía<br />
antiquísima. En el primer caso, se trataría de un supuesto<br />
bienintencionado anacronismo, pues no cabría relacionar con<br />
nosotros un nombre que ya existía mucho antes de que nos<br />
estableciéramos allí. Otros lo derivarían de guarnición o<br />
centinela; y según Jerónimo, sujeto al que más tarde mi presunta<br />
Iglesia oficial habría de elevar a sus altares, provendría de<br />
'semilla' o 'flor'; semilla porque del lugar habría de brotar yo, el<br />
hombre nuevo que con su doctrina suplantaría al antiguo, y flor<br />
porque el aroma de mis supuestas virtudes impregnaría todo lo<br />
que conmigo tenía alguna relación. Este hombre, al parecer<br />
romántico, prefirió darle un tinte poético por el sólo hecho de<br />
que yo hubiese pasado allí la infancia.<br />
Aunque insignificante y pobre, Nazaret era un lugar<br />
alegre para vivir. En la Biblia, para los israelitas la fuente de<br />
todo conocimiento y de todo saber, ni una sola vez se lo<br />
mencionaba. Ya fuese judío o pagano, ningún texto anterior a mí<br />
hablaba de Nazaret. Como ya he apuntado y repito, incluso hay<br />
quien dice que por entonces Nazaret no existía. Ni en los libros<br />
del historiador romano Josefo, que vivió en aquel tiempo, ni en<br />
el judío Talmud, se hallaba el nombre de la aldea. Situada en la<br />
falda sur de los montes del Líbano, que en torno a ella formaban
103<br />
un círculo, al norte de la bella y fértil llanura de Esdrelón, a unos<br />
23 km al oeste del llamado mar de Galilea, la rodeaban los<br />
campos de trigo y de cebada, los olivares y las viñas, los<br />
jardines que los lirios y la verbena perfumaban, y en los muros<br />
las flores violeta de las buganvillas: así se había de expresar<br />
pasado el tiempo el escritor francés Renan, al que también<br />
interesaron mis supuestas raíces. Igualmente se llamaba lago de<br />
Tiberiades al mar de Galilea; debido a que en sus orillas y<br />
cuando yo tenía ya 20 años, el rey Herodes Antipas, sucesor de<br />
Arquelao, había alzado en honor del emperador romano Tiberio<br />
una ciudad de ese nombre.<br />
Al pie de la cuesta de la elevación montañosa se<br />
agrupaban las casas y solían componerse de una parte de<br />
albañilería adosada a una o varias grutas, naturales o excavadas<br />
en la roca. En una de esas cuevas vivíamos nosotros. Había<br />
cerca una fuente, la única del pueblo, a la que mi madre, el<br />
cántaro sobre la que quiero imaginar esbelta cabeza, solía ir a<br />
diario a por agua. Hay quien dice que junto a la fuente y no en el<br />
interior de la casa quiso el ángel darle el mensaje de la<br />
anunciación, pero que ella, aunque oía que le hablaban, no veía<br />
a nadie, de modo que se dio media vuelta y regresó apresurada<br />
al hogar, a donde el arcángel Gabriel la habría seguido, para<br />
dejarse ver esta vez y hablarle en persona. La mayor parte de las<br />
calles están en pendiente y hoy no es raro ver pasar por ellas los<br />
rebaños de cabras. Hay adelfas, palmeras, cipreses, granados y<br />
olivos. Por un sendero que los rosales bordean se llega a un alto<br />
que da a un precipicio. Andando el tiempo, desde aquí mis<br />
encolerizados vecinos quisieron despeñarme; pero me las arreglé<br />
para escabullirme sin daño. A mediados de marzo, al comenzar<br />
la primavera, desde las primeras horas de la mañana se oía el<br />
piar de las golondrinas, los gorriones se posaban en los aleros y<br />
cornisas y las palomas volaban en torno para ir a posarse en<br />
alguna azotea cubierta de hierba. Ya desposada, mi madre vivió<br />
primero en casa de sus padres, Ana y Joaquín, y sólo a la vuelta
104<br />
de Egipto se fue a vivir con el marido, José, a poca distancia de<br />
ellos.<br />
Pasé mis primeros años en aquella pobre morada. Desde<br />
que ya supe andar, subí por las escaleras talladas en la roca. En<br />
el interior flotaba el olor a aceite de oliva de la lámpara de<br />
arcilla que en un saliente de piedra iluminaba el recinto sin<br />
ventanas, cuya única luz entraba por la puerta, por donde salia<br />
también el humo, cuando mi madre no cocinaba en el exterior.<br />
Echando mano de nuevo a la literatura, hubiese podido<br />
también yo decir lo que el autor al que cito: “Dos mundos se<br />
confundían allí; el de la casa paterna, el de mis padres y yo,<br />
familiar, el del padre y la madre, el amor y la severidad, el<br />
ejemplo y la escuela. Le pertenecían un tenue esplendor,<br />
claridad y limpieza; en él habitaban las palabras suaves y<br />
amables, las manos lavadas, los vestidos limpios y las buenas<br />
costumbres. Allí se rezaba por las mañanas y se celebraba las<br />
fiestas litúrgicas”.<br />
Y prosigue: “En este mundo existían las líneas rectas y<br />
los caminos que conducen al futuro, el deber y la culpa, los<br />
remordimientos y la confesión, el perdón y los buenos<br />
propósitos, el amor y el respeto, la Biblia y la sabiduría. Había<br />
que mantenerse dentro de él para que la vida fuera clara, limpia,<br />
bella y ordenada”.<br />
“El otro, sin embargo, comenzaba en medio de nuestra<br />
propia casa y era totalmente diferente: olía de otra manera,<br />
hablaba de otra manera, prometía y exigía otras cosas. En este<br />
segundo mundo existían criadas y aprendices, historias de<br />
aparecidos y rumores escandalosos; todo un torrente multicolor<br />
de cosas terribles, atrayentes y enigmáticas, como el matadero y<br />
la cárcel, borrachos y mujeres chillonas, vacas parturientas y<br />
caballos deslomados; historias de robos, asesinatos y suicidios.<br />
Todas estas cosas hermosas y terribles, salvajes y crueles, nos<br />
rodeaban; en la próxima calleja, en la próxima casa, los guardias<br />
y los vagabundos merodeaban, los borrachos pegaban a las
105<br />
mujeres; al anochecer las chicas salían en racimos de las<br />
fábricas, las viejas podían embrujar a uno y ponerle enfermo; los<br />
ladrones se escondían en el bosque cercano, los incendiarios<br />
caían en manos de los guardias. Por todas partes brotaba y<br />
pululaba aquel mundo violento; por todas partes, excepto en<br />
nuestras habitaciones, donde estaban mi padre y mi madre. Y<br />
estaba bien que así fuera. Era maravilloso que entre nosotros<br />
reinara la paz, el orden y la tranquilidad, el sentido del deber y la<br />
conciencia limpia, el perdón y el amor; y también era<br />
maravilloso que existiera todo lo demás, lo estridente y ruidoso,<br />
oscuro y brutal, de lo que se podía huir en un instante, buscando<br />
refugio en el regazo de la madre.”<br />
Y aquí me interrumpo, para no alargarme en exceso, pese<br />
a que mucho de lo que allí se dice se me podría aplicar casi al<br />
pie de la letra. Me basta con dar una imagen del ambiente y la<br />
atmósfera.<br />
Por fuerza en mis años infantiles he debido de parecerme<br />
a los demás niños de mi tiempo y lugar. Por lo demás la vida de<br />
mis padres era de lo más parecida a la vida ideal del judío de la<br />
época.<br />
He dicho que para todos los efectos el carpintero José era<br />
mi padre ante el mundo, mi padre legal. Para mí y para mi<br />
madre era el padre de familia, el varón del hogar, figura que<br />
entre los judíos tenía gran autoridad. Era el jefe, el que<br />
mandaba. Mi madre lo llamaba baal, que quiere decir señor, y<br />
también adon, que significa dueño. Se llamaba 'la casa del<br />
padre' lo que más tarde se habría de llamar la familia. En<br />
principio y hasta tal punto los hijos eran propiedad de su padre,<br />
que se le permitía hacer con ellos lo que bien le petara, incluso<br />
venderlos como esclavos si así le convenía. Si el hijo cometía<br />
una falta tenida por grave, su padre podía incluso condenarlo a<br />
muerte. En mis tiempos se había suavizado un tanto las normas,<br />
de modo que un padre no podía disponer a su antojo como<br />
antaño de la vida o la muerte de los hijos; sino que previamente
106<br />
tenia que pedir permiso al consejo de ancianos, lo que era un<br />
flaco consuelo, pues hoy ya caben pocas dudas acerca del que se<br />
llama conflicto generacional, por el que los viejos no son para<br />
los jóvenes los mejores amigos que uno pudiera desear, sino más<br />
bien enconados rivales y competidores celosos. Mas no quiero<br />
meterme aquí en honduras, que quizá me apartaran del texto, de<br />
modo que no insistiré al respecto. En cuanto a mi hogar, pese a<br />
todo las prerrogativas paternas seguían siendo sagradas. Se lo<br />
solía conocer, al padre, como 'el déspota doméstico'. Era como<br />
un rey en su casa. Y dado que tanto mi padre como mi madre se<br />
decían descendientes del antiguo rey David, su autoridad era<br />
mayor que la ordinaria en otros hogares.<br />
Según el Deuteronomio, uno de nuestros libros sagrados,<br />
Moisés había dicho a los israelitas lo siguiente: Cuando un<br />
hombre tenga un hijo desnaturalizado y rebelde, que no escucha<br />
la voz de su padre ni la de su madre, y le corrigen y no les hace<br />
caso, lo cogerán sus padres y lo llevarán ante los ancianos y a<br />
la puerta de su lugar, y dirán a los cuatro vientos: “Este ya no<br />
es nuestro hijo; rebelde y obstinado, no nos obedece, no<br />
reconoce ni freno ni ley”. Con lo cual se lo lapidará y a<br />
pedradas morirá. De esa manera extirparás de ti el mal y todo<br />
Israel tendrá noticia del hecho y temerá.<br />
Así pues en nuestro hogar de Nazaret la sujeción a mi<br />
padre era la norma. Toda mi juventud le estuve sujeto. ¡Nadie<br />
más sumiso que yo! Como posteriormente se dijo, en la niñez<br />
tanto como en la adolescencia, mi virtud dominante fue la<br />
humildad; de cara al exterior al menos, yo obedecía callado a<br />
todo y a todos. Con justicia se me hubiese atribuido las<br />
siguientes palabras que más tarde pronunciaría el tristemente<br />
famoso comandante de un campo de concentración alemán del<br />
siglo XX: En especial se me inculcaba siempre que debía<br />
atender ante todo los deseos y mandatos de mis padres,<br />
maestros, sacerdotes y demás adultos en general, incluido el<br />
personal de servicio, y ejecutarlos, y que nada debería
107<br />
distraerme de semejante obligación. Lo que ellos dijesen,<br />
siempre estaba bien. Para mí estos principios pedagógicos<br />
llegaron a ser verdades incuestionables. Y en cuanto fiel<br />
observante yo de la ley de Moisés y piadoso israelita, esto otro:<br />
Un sólo y único dios permanece al margen de cualquier crítica:<br />
Yahvé. Todos sentimos y sabemos que Él siempre está en lo<br />
justo, siempre tiene razón y siempre la tendrá. La fe de nuestros<br />
padres que todos los israelitas profesamos descansa en la<br />
lealtad exenta de toda crítica, en la entrega incondicional al<br />
Señor Yahvé, -una entrega que en cada caso particular no ha de<br />
indagar los porqués- y en el silencioso cumplimiento de sus<br />
mandatos. Creemos en un único dios y en su pueblo elegido;<br />
esta fe no admite crítica alguna. Habrían de ser éstas las<br />
palabras devotas de un íntimo de Hitler y su ciego seguidor.<br />
Según parece, ya adulto llegué a decir a quienes me escuchaban:<br />
Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón.<br />
Este mundo autoritario y jerárquico fue el trasfondo<br />
existencial de mi desarrollo temprano. Fui educado para<br />
obedecer y crecí en un ambiente en el que imperaban el<br />
cumplimiento del deber y las virtudes de mi pueblo de origen.<br />
Usi obbedir tacendo e tacendo morire -hubiese podido ser mi<br />
lema, el mismo que pasados los siglos figuraría en el frontispicio<br />
de una italiana escuela de cadetes fascista.<br />
En la Israel de entonces el 'padre de familia' era la<br />
imagen más completa del Padre eterno, es decir, de Yahvé. Se<br />
podría decir que mi madre y yo lo respetábamos como se respeta<br />
a Dios.<br />
Me pregunto si de ella se hubiese podido decir lo que<br />
también más adelante se dijo de otra madre que vivió en<br />
parecidas circunstancias a las ordinarias nuestras. La conducta<br />
dominante del dueño de casa infundía a su mujer y a sus hijos<br />
un constante respeto, cuando no desazón. Incluso después de su<br />
muerte y desde la pared donde permanecían alineadas, sus<br />
herramientas de trabajo continuaron imponiendo respeto y
108<br />
siempre que en la conversación su viuda deseaba subrayar algo<br />
importante, las señalaba, como queriendo invocar la autoridad<br />
pasada del amo.<br />
En el decálogo que según la opinión aceptada en el<br />
monte Sinaí y tras la huida de Egipto nuestro dios había dado a<br />
Moisés, figuraba como 4º precepto el siguiente: Honrarás a tu<br />
padre y a tu madre para poder vivir largo tiempo; algunos lo<br />
interpretaban deduciendo que quien no lo practicara merecía<br />
morir joven, incluso que el padre en persona lo castigase y<br />
matase. La cosa venía de antiguo, pues unos 200 años antes de<br />
mi nacimiento, un tocayo mío, Jesús, hijo de Sirá, había dejado<br />
escrito: El que ama a su hijo, le menudeará los azotes, y al final<br />
morirá satisfecho. Mima a tu hijo y te aterrará; diviértete con él<br />
y te pesará. No te rías con él, porque con él no te aflijas y al<br />
final rechines los dientes. En su juventud y mientras es<br />
muchacho, doblega su cerviz y muélele los riñones, no sea que<br />
se vuelva terco, se rebele contra ti y de ello te vengan<br />
preocupaciones. Corrige a tu hijo y agrava su yugo, para evitar<br />
que en su necedad se subleve contra ti.<br />
Y en sus Proverbios, el sabio Salomón decía: No<br />
retraigas del muchacho la corrección; si lo golpeas con la<br />
verga, no morirá. Golpéalo con la vara y liberarás del seol su<br />
alma. El seol venia a ser lo que hoy se llama infierno.<br />
Cuando se preguntaba a los rabinos de qué modo se<br />
'honraba' a los padres, las respuestas eran largas, confusas y<br />
varias. De ahí que pese a Jesús hijo de Sirach y frente a los<br />
padres, los hijos no siempre se mostraran dóciles. Más adelante<br />
hablaré de un hijo pródigo.<br />
Mi padre José, esposo de mi madre, era un verdadero<br />
patriarca, en el sentido bíblico del término, es decir, una<br />
autoridad que el dios Yahvé respaldaba, que la grandeza divina<br />
revestía, objeto de un acatamiento semejante al que se tributaba<br />
a la divinidad.<br />
Así viví muy largos años.
YO TUVE DOS PADRES<br />
109<br />
En lo que a mis padres se refiere, mi situación fue<br />
singular. De ser verdad lo que de mí se ha escrito, yo tuve dos,<br />
José, el de abajo, el de este mundo terrestre, y Yahvé, el dios de<br />
los israelitas, mi padre en el cielo, mi padre divino. Al parecer y<br />
como sus antepasadas del remoto matriarcado, mi madre<br />
practicaba la poliandria, pues recibía los favores de dos personas<br />
del sexo opuesto al suyo. Digo dos personas porque luego se ha<br />
afirmado que el Espíritu santo, supuesto agente que en el vientre<br />
de mi madre me engendró, era también una persona, aunque no<br />
una de las de carne y hueso, como las mortales, sino un espíritu<br />
puro, una persona de la santísima Trinidad de los católicos. Qué<br />
nadie me pregunte cómo se puede ser persona y al mismo<br />
tiempo espíritu, pues al respecto también yo me siento confuso.<br />
A no ser que se recurra al significado etimológico de la palabra.<br />
Por ella los griegos entendían la máscara que en el teatro se<br />
ponían los actores. De ahí que como 'persona' el Espíritu santo<br />
sería la máscara o apariencia que Yahvé habría tomado para<br />
engendrarme en mi madre. En todo caso ya he dicho que en la<br />
situación en que me encuentro, cuando escribo estas reflexiones<br />
o memorias, ignoro por completo lo que -dejando a ellas a un<br />
lado- se refiere a mí y que va más allá de mi humana condición;<br />
pienso como humano y sólo me es accesible el aspecto<br />
correspondiente a mi humanidad.<br />
Tuve pues dos padres y de acuerdo con el pensamiento<br />
correcto actual me adelanté a mi tiempo, pues fui de los<br />
primeros en tener una familia diferente de lo que hasta el<br />
momento se entendía por ella, una familia nada común entonces,<br />
una familia de tres, dos varones y una hembra. ¡Eso es estar al<br />
día, ser moderno y progresista! Sin atreverme a jurarlo, asigno a<br />
mi padre del cielo la categoría varonil, pese a que dos o tres<br />
siglos después de mi muerte se discutió largo y tendido acerca
110<br />
de si el Espíritu santo era masculino o femenino, macho o<br />
hembra, sin llegar por ello a un acuerdo y dejando las cosas<br />
como en un limbo, sin definición precisa, donde hasta el<br />
momento han permanecido. Con el resultado de que algún<br />
malicioso podría ver en mi madre inclinaciones seudo lesbianas,<br />
dado el sexo digamos ambiguo, hermafrodita, de quien según se<br />
suponía la había preñado. Por otro lado y en último caso cabría<br />
señalar el extremo atrevimiento de atribuir género o sexo a mi<br />
padre del cielo, pues ya queda dicho que se lo tiene por espíritu<br />
sumo y excelso, paradigma y modelo de todos los demás, a los<br />
que a la propia imagen y semejanza habría creado; y en otro<br />
contexto se ha afirmado que, a fuer de espíritus puros, los<br />
ángeles carecen de sexo. Sin embargo siempre se tiene por<br />
figuras varoniles a los que pueblan la Biblia y ni una sola vez se<br />
habla en ella de ángeles femeninos o ángeles hembra.<br />
Resumiendo lo dicho, sería difícil explicar como pudo el espíritu<br />
santo, ajeno a cualquier categoría de género o sexo,<br />
engendrarme en el vientre de mi madre, una mujer humana<br />
dotada de todas las partes, sistemas y órganos que como tal le<br />
correspondían. Lo que no invalida el hecho de que pasados los<br />
siglos se haya sostenido que al igual que yo, mi madre se<br />
sustrajo a la norma que a todos sujeta, no solamente naciendo<br />
sin el supuesto pecado original de Eva, la madre común, sino<br />
también siendo transportada en cuerpo y alma a los cielos en que<br />
mora Yahvé sin haber tenido que esperar al juicio universal que<br />
tendrá lugar cuando yo haya venido al mundo por segunda vez.<br />
Mi madre ha sido pues privilegiada, aunque no en exceso, sino<br />
con arreglo a la jerarquía debida, ya que al parecer allá en el<br />
cielo, en el seno de la familia divina, su rango sería inferior al de<br />
mi padre, su consorte ocasional digamos, y también inferior al<br />
mío, pues en tanto que hijo unigénito del dios, soy tan divino<br />
como él y estoy por encima de todo lo demás.<br />
Siendo espíritu puro y en nada carnal mi padre celeste,<br />
cabría preguntarse por la procedencia de la semilla
111<br />
indispensable para fecundar en mi madre el correspondiente<br />
óvulo animal, con el resultado, caso de no haberla, de<br />
imaginarme clon de mi madre, que me habría concebido sin<br />
cópula concreta y ordinaria. Me habría adelantado yo en dos<br />
milenios a la oveja Dolly escocesa que hace ya unos años tanto<br />
ha dado que hablar. No, nada nuevo bajo el sol, se podría decir.<br />
Todo es un eterno retorno.<br />
Aquí pues en la Tierra mi familia constaba de dos<br />
padres, visible y humano el uno, invisible el otro y divino, y una<br />
madre, humana igualmente, pero superior a las demás madres<br />
corrientes.<br />
En tan por lo menos extraña constelación familiar, como<br />
se dice hoy en día, las relaciones domésticas han tenido que ser<br />
peculiares.<br />
Aun a riesgo de repetirme, insistiré en que la nuestra era<br />
una familia cabalmente patriarcal. El cabeza de familia mandaba<br />
absoluto, y sin decir una palabra los demás obedecíamos sus<br />
órdenes.<br />
José, mi padre terreno, observaba estrictamente la Ley.<br />
Escribo con mayúscula la palabra para dar a entender que no se<br />
trataba de una ley dijéramos laica, semejante a las leyes<br />
solamente humanas de las otras naciones del entorno, sino de<br />
una ley divina, pues por boca de Moisés primero y de los<br />
profetas después nos la había dado en persona el mismo Yahvé.<br />
Constaba de una serie minuciosa de ceremonias y ritos cuya<br />
escrupulosa observancia era motivo de satisfacción y orgullo. Y<br />
estaba escrita en la Biblia. En nuestros tiempos, la Biblia dictaba<br />
la ley, la Biblia era la ley y se honraba y apreciaba a las personas<br />
en el grado en que observaban los preceptos contenidos en ella.<br />
Se podría decir que para nosotros la Biblia era lo que<br />
para los puritanos ingleses de Cromwell sería más tarde, la<br />
fuente o manantial de toda verdad, o lo que para los posteriores<br />
mahometanos integristas sería el Corán: la Palabra de Dios. No<br />
cabía poner en duda lo que en ella estaba escrito.
112<br />
La virtud suprema de todas era parecerse a Yahvé,<br />
imitarlo. Entre nosotros se decía: Dios es santo y por ello se<br />
esfuerza en cambiarnos para que nos parezcamos a Él. En tanto<br />
que criaturas suyas, quiere que seamos un reflejo de su amor<br />
tanto como de su severidad. Ya que Dios es amor santo, está en<br />
su naturaleza el querernos y al mismo tiempo castigarnos.<br />
El nuestro era un dios peculiar. Según el libro titulado<br />
Éxodo, uno de los que componían nuestra Biblia sagrada, habría<br />
pactado con Moisés y textualmente le habría dicho: Guárdate<br />
mucho de adorar a otro dios, porque mi nombre es Celoso:<br />
yo soy celoso. Y a partir de ahí constantemente, una y otra vez,<br />
sin darse descanso, a menudo por medio de la más atroz<br />
violencia, vengando las supuestas ofensas que se le habría<br />
hecho, matando a diestra y a siniestra, habría tratado de<br />
demostrar y poner de relieve su poder y autoridad. Cuando<br />
airado y celoso, Yahvé, mi padre divino, no habría vacilado en<br />
castigar la desobediencia, en aniquilar y destruir a todos<br />
aquellos que no se apresuraran a cumplirle la voluntad y los<br />
mandatos. Mi padre Yahvé no se consideraba obligado a respetar<br />
aquellos mismos Mandamientos que en el Decálogo había dado<br />
a Moisés.<br />
Como demostrarían las palabras que en la huida de<br />
Egipto parecía haber dicho a nuestro caudillo: Os llevaré a una<br />
tierra que mana leche y miel, pero no os acompañaré,<br />
porque sois un pueblo duro de cerviz y no estoy seguro de no<br />
acabar con vosotros durante el camino, nuestro dios ni<br />
siquiera confiaba en sí mismo, en su capacidad para controlar<br />
sus arranques de ira y no destruir a su pueblo, el pueblo que Él<br />
mismo había escogido.<br />
Que se sepa, al menos en una ocasión había inducido a<br />
un padre a matar a su único hijo para ofrecérselo en sacrificio en<br />
lo alto de un monte. La historia de Abraham e Isaac nos era bien<br />
conocida. Entonces alargó Abraham la mano y tomó el<br />
cuchillo para inmolar a su hijo, mas desde el cielo el ángel de
113<br />
Yahvé lo llamó y le dijo: No pongas tu mano en el muchacho<br />
ni le hagas ningún daño, pues he comprobado que temes a<br />
Dios, ya que no has vacilado en obedecerlo incluso matando<br />
a tu único hijo. Como se ve, mi padre celeste no vacilaría en<br />
matar a quienquiera que fuese con tal de asegurarse de la<br />
absoluta e incondicional obediencia de sus adoradores.<br />
Sobre la pira del altar, Isaac, el hijo de Abraham,<br />
permanece callado y se muestra sumiso, ni se le pasa por la<br />
imaginación el rebelarse contra su padre o protestar de su<br />
crueldad, pues a lo largo de toda la Biblia una y otra vez se<br />
insiste en la total obediencia que los hijos deben a sus padres.<br />
Así por ejemplo, tras haber dado a los israelitas el decálogo,<br />
Moisés les dijo: Reconoced pues en vuestro corazón que de la<br />
misma manera que un padre suele corregir a su hijo, os ha<br />
corregido Yahvé, vuestro dios. Deberéis por lo tanto temerlo<br />
y obedecer sus mandatos, siguiendo el camino que Él os<br />
trazare. Para añadir a continuación: Como las naciones que<br />
Yahvé aniquila a vuestro paso, pereceréis vosotros, por no<br />
haber escuchado la voz de vuestro dios. Y más adelante, a<br />
través del profeta Natán, Yahvé da al rey David el siguiente<br />
mensaje: Yo le serviré de padre y él me servirá de hijo; que si<br />
comete iniquidad, lo castigaré con vara común y con castigos<br />
habituales entre los humanos; sin embargo no retiraré de él<br />
mi benignidad.<br />
De todos estos ejemplos queda bien claro lo que el dios<br />
Yahvé pensaba acerca de como los padres han de tratar a sus<br />
hijos. De donde deduzco que durante mi infancia mi padre José<br />
ha debido de tratarme de ese modo. No lo recuerdo, pero esto no<br />
ha de sorprender a nadie, porque ya adulto ningún hijo recuerda<br />
el trato que durante los primeros años de vida sus padres le<br />
dieron.<br />
Por si a mi padre le quedara alguna duda acerca de cómo<br />
debía educarme, en el Libro de los Proverbios citado, el rey<br />
Salomón había instruido al respecto a padres, maestros y
114<br />
clérigos; y lo había hecho a conciencia. Instruye al muchacho<br />
respecto a su camino; ni aun cuando hubiere envejecido se<br />
apartará de él -comenzaba diciendo. Y Corrige a tu hijo y<br />
descansarás; proporcionará delicias a tu alma. Para añadir a<br />
continuación: No desprecies, hijo mío, la corrección de Yahvé,<br />
ni sientas aversión a sus recriminaciones, porque Él<br />
reprende a quien ama y aflige al hijo al que quiere. Sigue<br />
advirtiendo: En los labios del inteligente se halla la sabiduría,<br />
mas la vara es para las espaldas del que no se muestra<br />
cuerdo. Castiga a tu hijo, porque hay esperanza de que se<br />
corrija, sin dejar que sus lamentos te conmuevan; pero no<br />
lleves al extremo la cosa, no sea que muera. ¡Uf, menos mal!<br />
Sigue Salomón desgranando sus sabios aforismos: Prontas<br />
están para los escarnecedores las vergas, y para las espaldas<br />
de los necios los golpes. Y para rematar la labor: El látigo para<br />
el caballo, el ronzal para el asno y la verga para la espalda<br />
de los necios. El que ahorra la verga, odia a su hijo, mas<br />
quien lo ama aplica pronto el castigo. En el corazón del<br />
muchacho anida la necedad; la verga del castigo la<br />
expulsará. Vara y corrección dan sabiduría, mas el<br />
muchacho dejado a su albedrío avergüenza a su madre. Las<br />
heridas sangrientas purifican el mal, y en lo más hondo<br />
afinan las entrañas los golpes. Finalmente: No ahorres al<br />
muchacho el castigo; si lo golpeas con la verga, no morirá;<br />
dale con la vara y su alma evitará el infierno.<br />
No recuerdo si cuando niño mis padres me pegaron, pero<br />
a la luz de lo que precede es lo más probable. Como ya he dicho,<br />
tenían a gala seguir en todo la Biblia, la Ley de Yahvé, y muy<br />
raro hubiera sido que en la educación de los hijos se hubieran<br />
mostrado independientes. Mucho más si hubieran atendido<br />
también a que en ningún lugar de las sagradas escrituras está<br />
dicho: ¡Muchacho, obedece a tus padres cuando estén en lo<br />
justo, cuando tengan razón! Nada de eso. En cambio en ellas se<br />
lee: ¡Hijos! ¡Obedeced a vuestros padres! ¡Porque es lo justo
115<br />
– incluso si están equivocados! Aunque una orden fuese<br />
injusta, Dios aprobaría al niño que la obedeciese. El común de<br />
las gentes creía que a la larga este niño sería una persona más<br />
feliz y mejor adaptada que aquella otra a la que se le hubiese<br />
dado libertad para desafiar y poner en cuestión la autoridad de<br />
los padres. Porque el niño obediente viviría de acuerdo con lo<br />
que Dios había dispuesto y formaría parte de un todo ajustado y<br />
armónico.<br />
La familia ideal era aquella en la que los hijos obedecían<br />
sin hacer preguntas, sin pararse a pensarlo y sin resistencia<br />
cualquier orden que los padres les dieran, por más equivocada o<br />
dañina que pudiera parecer. En la I Guerra Mundial lo habría de<br />
decir un general italiano al que sus subordinados odiaban con<br />
ahínco: Como soldado prefiero al campesino, porque es<br />
obediente, fatalista y resignado.<br />
Sin duda aquellos tempranos corrección y castigos<br />
modelaron mi conducta posterior. Sin tales antecedentes es<br />
dudoso que hubiera sido yo quien he sido y que a lo largo de mi<br />
vida adulta me hubiera comportado de otro modo que como lo<br />
hice. ¿Hubiera muerto en la cruz, como he muerto? Es más que<br />
dudoso; lo ignoro; pero en todo caso de nada sirve imaginar<br />
como habría sido lo que nunca fue.<br />
Pasados los años, cuando según la historia oficial yo ya<br />
había resucitado, uno de mis discípulos, Juan, según algunos mi<br />
preferido, me atribuyó las siguientes palabras: Yo, a cuantos<br />
amo, reprendo y corrijo: desplegad pues vuestro celo y<br />
arrepentíos; en las que muy bien cabría ver el resabio de<br />
aquellas otras severas que he citado de mi padre Yahvé. De ser<br />
cierto y verdaderas ésas mis palabras, no habría hecho más que<br />
coincidir con lo que más tarde alguien habría de escribir: Habéis<br />
olvidado la exhortación de los Proverbios del rey Salomón,<br />
que se dirige a vosotros como a sus hijos: “Hijo mío, no<br />
tengas en poco la corrección del Señor, ni te deprimas<br />
cuando Él te reprenda; el Señor corrige a quien ama y azota
116<br />
a todo hijo que reconoce por suyo”. Y por si no bastara ni<br />
estuviese bien claro, añadía: Para corregiros se os hace<br />
padecer; Dios os trata como a hijos, porque ¿a cuál no<br />
corrige su padre? Y si el Señor no lo hace, seréis bastardos y<br />
no hijos legítimos. Luego prosigue diciendo: Nuestros padres<br />
carnales nos corregían y los reverenciábamos; ¿no nos<br />
sujetaremos pues con mayor razón al Padre según el<br />
espíritu? Porque ellos nos educaban sólo temporalmente y<br />
según su parecer, en tanto que Él lo hace por nuestro propio<br />
bien y para que participemos de su santidad. Para acabar<br />
rematando: Si atendemos al momento presente, el castigo no<br />
gusta y es doloroso, pero luego fructifica en justicia apacible<br />
en quienes lo han padecido.<br />
Pues así lo creía, es de suponer hablaría por sí, por propia<br />
experiencia.<br />
Digo pues que habida cuenta de los antecedentes, del<br />
talante, digamos, de mi padre divino, muy raro hubiera sido que<br />
mi padre humano, José, se mostrara indulgente donde el otro se<br />
mostraba severo.<br />
Hubiera sido un milagro.<br />
Desobedecer a Yahvé era impensable.<br />
De todo lo dicho cabría muy bien preguntarse si<br />
habiendo sido mi padre divino el dios Yahvé, habría consentido<br />
y exigido también para mí, su único hijo y mientras fui hijo<br />
humano, la rígida disciplina de la vara y la absoluta obediencia.<br />
Y dado que ya una vez había ordenado la muerte de Isaac, el<br />
hijo de Abraham, si había dispuesto que se me crucificase y<br />
martirizase porque Él lo quería. Es muy probable.<br />
MI PADRE CELESTE<br />
Como ya he dicho, mis seguidores me tienen por hijo<br />
unigénito de Dios, y en contra de lo que fuera de rigor, no
117<br />
entienden por Dios el Ser inmanente al universo, el aspecto<br />
trascendente de todo lo que existe, sino el dios de los israelitas,<br />
Yahvé, Jehová. Según los entendidos, inicialmente en toda la<br />
región que ocupa hoy Israel imperaba el matriarcado; se<br />
comenzó venerando como deidad suprema a la llamada triple<br />
Diosa, encarnación de las tres fases visibles de la luna, y Yahvé<br />
era sólo uno de sus fervientes devotos. Con el favor de ella,<br />
primero absorbió en sí a toda una serie de pequeños dioses<br />
rivales y finalmente con dos de sus manifestaciones formó una<br />
trinidad y gobernaron los tres a la par; pero no le bastó; más<br />
adelante se deshizo también de ellas, se divorció y quedó como<br />
único dios patriarcal y absoluto. Así estaban las cosas cuando yo<br />
nací.<br />
Yahvé era un dios autoritario. Lo obsesionaban el orden,<br />
el control y la obediencia forzada basada en el miedo y el dolor<br />
antes que en el ejemplo, la persuasión y el consentimiento. Al<br />
parecer no creía que su supuesto pueblo escogido lo respetase y<br />
se le sometiese si no era intimidándolo y causándole pena. Se lo<br />
obedecía ante todo por temor al castigo.<br />
En el autoritarismo dominan los varones, el patriarcado<br />
es la piedra fundamental del poder y la autoridad. De ahí que mi<br />
supuesto Padre celestial, el dios Yahvé israelita, se hubiese<br />
divorciado de las dos diosas a las que inicialmente las gentes<br />
también habían venerado.<br />
En términos actuales, mi padre Yahvé sería considerado<br />
un dios absoluto y machista, las diosas lo sacaban de quicio,<br />
eran su bestia negra, hasta el punto de que, leal yo siempre a Él,<br />
al parecer llegué a decir a Shelom, la partera que de acuerdo con<br />
ciertas versiones de mi biografía me habría ayudado a venir a<br />
este mundo, que yo mismo “había venido a destruir las obras de<br />
la Hembra”. Emprendimiento que por su parte mi supuesto<br />
Padre no había cesado de llevar a cabo con extrema crueldad.<br />
Así se cuenta que en virtud del pacto establecido con el pueblo<br />
de Israel, por el que éste le prometía lealtad absoluta y no
118<br />
reconocer a otro dios más que a Él, lo habría conducido al país<br />
de Canaán, donde manaban la leche y la miel, para que<br />
exterminase, sin dejar con vida ni a uno, a todos los pueblos que<br />
de muy antiguo en él vivían y que matriarcales veneraban<br />
mayormente a la Diosa triple. En aquella guerra de aniquilación<br />
sin cuartel, no tuvo reposo. Sin respetar los preceptos que él<br />
mismo había dado a Moisés ni sentirse obligado por ellos,<br />
arrasó a sangre y fuego aquellas ciudades idólatras. Ni por<br />
pienso reconocía mi Padre los actuales derechos del hombre.<br />
Sordo a cualquier lamento, insensible a cualquier dolor, no<br />
vaciló en instigar a la guerra total a los caudillos israelitas, hasta<br />
el punto de hacerles pagar caro cualquier compasión que por<br />
humana debilidad hubiesen podido sentir por los vencidos. En el<br />
bíblico Deuteronomio se lee: Cuando Yahvé, tu dios, te haya<br />
llevado al país que te entregará, y de él haya expulsado a sus<br />
naciones, cuando te las haya entregado y las hayas<br />
derrotado, las consagrarás al exterminio. No pactarás<br />
alianza con ellas ni les tendrás compasión. No emparentarás<br />
con ellas, no darás tus hijas a sus hijos, ni tomarás para tus<br />
hijos a sus hijas, porque los apartarían de seguirme y<br />
servirían a otros dioses. Por el contrario, demoleréis sus<br />
altares, destrozaréis sus masebas (pilares en honor del dios<br />
solar Baal-Jammán), talaréis sus aseras (troncos de árbol<br />
erigidos junto un altar, símbolo del bosque sagrado dedicado a la<br />
diosa de la fertilidad, Astarté) y daréis fuego a sus ídolos.<br />
Aniquilarás a todos los pueblos que tu dios, Yahvé, te<br />
entregare; tus ojos no se apiadarán de ninguno de ellos.<br />
En la actualidad difícilmente se comprende tanto odio y<br />
furia divinos, que muy bien pudieran traer a la memoria a los<br />
dictadores de la Historia humana reciente: Ved como yo soy el<br />
sólo y único dios y cómo fuera de mí no hay otro ninguno.<br />
Vivo yo para siempre; que si aguzare mi espada y la hiciere<br />
como el rayo y empuñare mi mano la justicia, tomaré<br />
venganza de mis enemigos. Con su sangre embriagaré mis
119<br />
saetas, con la sangre de los muertos y los prisioneros; en sus<br />
propias carnes ha de cebarse mi gladio.<br />
Aquel dios de Israel no exigía respeto por la vida<br />
humana ni reconocía la igualdad esencial de los seres creados ni<br />
el derecho de todos a la salvación. Una y otra vez protestaba<br />
porque no se hubiese ejecutado sus órdenes de exterminio total,<br />
de que se hubiese confraternizado en exceso con los infieles,<br />
goyim, rasha, gente sin dios, untermenschen. Pues no habéis<br />
exterminado a las naciones que os he ordenado, antes os<br />
habéis mezclado con ellas, y aprendisteis sus obras, y habéis<br />
dado culto a sus dioses; no habéis asolado los lugares en que<br />
cometieron sus abominaciones, no habéis destruido sus<br />
altares ni derribado sus estatuas, no habéis quemado sus<br />
bosques ni habéis hecho añicos sus ídolos; os castigaré pues<br />
con el hambre y un ardor que os abrasará los ojos y os<br />
consumirá, y enviaré contra vosotros las fieras salvajes, para<br />
que os devoren y maten vuestros ganados. Maldito serás en<br />
la ciudad y maldito en el campo; enviaré sobre ti hambre y<br />
necesidad y haré que te consuma la peste y acabe contigo;<br />
con las úlceras de las plagas de Egipto, con sarna y picor te<br />
heriré de modo que no halles descanso ni conozcas remedio;<br />
desde la planta del pie hasta la coronilla padecerás de un<br />
mal incurable... de nuevo se lee en el Levítico y en el<br />
Deuteronomio.<br />
De tal Padre se me dice hijo. De tal padre, tal astilla.<br />
MI DÍA A DÍA<br />
En cuánto a cómo transcurría en mi casa la jornada,<br />
señalaré que entre nosotros, los israelitas, la Torah o ley<br />
religiosa regulaba por completo la vida ordinaria. Sucedía lo<br />
mismo que más tarde sucedería con los musulmanes y el Corán.<br />
Todo adquiría un sentido religioso y todo se sometía al orden
120<br />
que presuntamente el mismo dios Yaveh habría señalado. Mi<br />
padre José era justo a rajatabla, entendiendo por justo lo que la<br />
Biblia entendía, es decir, aquel que observaba a la letra todo lo<br />
que la Ley prescribía y aun sugería. Los vecinos lo llamaban el<br />
'rectón', el muy recto.<br />
En la Ley y sus aplicaciones, la oración ocupaba el<br />
primer lugar.<br />
La familia judía ejemplar se dedicaba ante todo a la<br />
oración y el trabajo, y el padre la dirigía. El primer deber de un<br />
padre era enseñar al hijo el camino a seguir en la vida. Ese<br />
camino era ante todo la oración; en nuestra casa de Nazaret,<br />
tenía la preferencia. La practiqué durante toda la infancia. En la<br />
llamada mi vida oculta, no hice otra cosa que rezar y trabajar.<br />
Ya adulto, presuntamente dije en una ocasión: El primero<br />
y mayor de los Mandamientos es éste: amarás al Señor tu Dios<br />
con todas tus fuerzas, con toda tu alma y con todo tu corazón; el<br />
segundo semeja al primero: amarás al prójimo como a ti mismo.<br />
Siglos después, un secuaz del dictador alemán Adolfo<br />
Hitler diría que 'por primera vez en la Historia, el amor por el<br />
Führer se ha hecho ley'. No, no era la primera vez. Antes que él,<br />
se había hecho ley el amor por Dios.<br />
Más tarde mis seguidores o adeptos celebraron el que<br />
proponiendo esos dos mandamientos yo hubiese innovado sobre<br />
la religión de mis mayores, pero al parecer no era exacto, porque<br />
ya figuraban en la Biblia, en el libro llamado Deuteronomio el<br />
primero, y en el llamado Levítico el segundo.<br />
¡Ay, nada nuevo bajo el sol!<br />
Como cualquier piadoso israelita y para mostrar a Yahvé<br />
aquel amor que se debía anteponer a lo demás, mi padre rezaba a<br />
diario varias veces. (Como lo harían después los mahometanos).<br />
Para él, la oración era el sumo acto de amor. En mi predicación,<br />
yo mismo la recomendé con ardor. Y enseñé a mis apóstoles una<br />
en particular, el padrenuestro. Se ha dicho que lo inventé yo,<br />
pero no es cierto: en mí casa lo habíamos rezado a menudo.
121<br />
En Israel la oración honraba a quien la practicaba. Un<br />
rabino la había recomendado así: El dios Yahvé ha dicho a<br />
Israel estas palabras: cuando tengas que ponerte en oración,<br />
ve a rezar a la sinagoga; si no puedes rezar en la sinagoga,<br />
reza en el campo; si no puedes rezar en el campo, reza en tu<br />
casa; si no puedes rezar en tu casa, reza en la cama, y ahí,<br />
por lo menos, habla a Yahvé en tu corazón y guarda silencio.<br />
Por costumbre y según prescribían los salmos,<br />
rezábamos por la mañana, por la noche y al mediodía, que<br />
llamábamos la hora sexta.<br />
Para rezar, mi padre se ponía el taleth, una especie de<br />
chal a propósito. El de la gente pudiente, los más acomodados,<br />
era de seda blanca bellamente bordada y terminaba en unas<br />
franjas llamadas tsitsit. Mientras oraba, mi padre se sujetaba en<br />
la frente los téphilim, unas pequeñas cajas negras cuadradas de<br />
piel de animales puros en las que escritos en pergamino se<br />
encerraba pasajes de la Biblia o sagradas Escrituras nuestras.<br />
En el campo o en casa, mi padre se volvía de cara a<br />
Jerusalén; (como los mahometanos a la Meca); en la ciudad,<br />
hacia el templo; y en el templo, hacia el santuario, el santo de<br />
los santos.<br />
Tres cuerpos formaban el templo llamado de Salomón:<br />
fuera del edificio principal, en el primer recinto o vestíbulo, el<br />
Ulam (palabra hebrea cuya raíz significaba 'estar delante'), se<br />
encontraba el altar de bronce de los holocaustos, o de los<br />
sacrificios. Pasado el vestíbulo, por una doble puerta de ciprés<br />
se entraba en la segunda sala, cuyo nombre era Hekal (que tiene<br />
en hebreo y en fenicio el doble sentido de «palacio» y de<br />
«templo»), también llamada el Santo (=Qodesh); la revestían<br />
placas de madera de cedro, con querubines en relieve, guirnaldas<br />
de flores y palmeras, y en ella, recubierto de oro, estaba el altar<br />
del incienso, para los panes de la presencia o de la propiciación<br />
y el candelabro de oro de los siete brazos. Del hekal y al otro<br />
lado de un doble velo –paroketa– se ascendía a un plano
122<br />
superior, la tercera habitación, un cubo de 10 metros de ancho<br />
por 10 de largo por 10 de alto, el Debir o cella o Santísimo (el<br />
Sancta Sanctorum = Qodesh qodashim) donde habitaba Yahvé;<br />
carecía de iluminación y en ella se guardaba el Arca de la<br />
Alianza (una caja de madera de acacia de 1,25 m de largo, por<br />
0,75 de alto y 0,75 de ancho, chapada en oro y provista de<br />
anillas a través de las cuales se introducía las barras con que se<br />
la transportaba); la cubría el kapporet o «propiciatorio», una<br />
lámina de oro de su mismo tamaño; en los extremos y con las<br />
alas extendidas dos querubines la protegían; contenía las dos<br />
tablas de la Alianza que en el monte Sinaí había dado Dios a<br />
Moisés, la vara que reverdeció cuando ante Coré y los suyos que<br />
se habían rebelado hubo que establecer públicamente el rango<br />
sagrado de la tribu de Leví y la condición sacerdotal de Aarón y<br />
sus descendientes, y un vaso de oro con muestras del maná<br />
celeste de que se habrían alimentado los israelitas mientras<br />
vagaban por el desierto.<br />
Los sacerdotes levíticos entraban siempre en «el Santo»,<br />
pero nunca en el Sancta Sanctorum. En él sólo entraba el Sumo<br />
Sacerdote; una vez al año, el día del Yon Kippur, el 10 del<br />
séptimo mes Tishri, el día por excelencia en que el dios Yahvé<br />
borraba los pecados de los sacerdotes, de los príncipes y del<br />
pueblo. Por los pecados de los sacerdotes aarónicos y por los<br />
propios, ofrecía en sacrificio un toro; primero incensaba el<br />
propiciatorio, y luego, con la sangre del animal lo rociaba. A<br />
seguir y por los pecados del pueblo inmolaba un macho cabrío y<br />
con su sangre repetía el rito anterior.<br />
Había aun otras ceremonias.<br />
El Sancta Sanctorum era el lugar sagrado por excelencia,<br />
la sede de la presencia de Dios, el trono de la gloria de Yahvé,<br />
era la shekinah del dios. Asimismo era el signo de la preferencia<br />
divina, ya que la presencia de Dios era un don, una gracia. Al<br />
estar en Jerusalén la protegía, desde los tiempos del rey David y<br />
porque su dinastía perduraba.
123<br />
Para rezar, no nos arrodillábamos; se tenía por excesiva<br />
insistencia el hacerlo, cosa que según se suponía disgustaba a<br />
Yahvé. Tan sólo hacíamos gestos significativos, tales como<br />
prosternarnos, ya fuese doblando las rodillas, ya extendiendo<br />
hacia delante las manos, ya inclinando hasta el suelo la frente e<br />
incluso tendiéndonos por tierra sobre el vientre.<br />
Uno de nuestros salmos decía: ¡Qué mis manos elevadas<br />
sean como la ofrenda nocturna!<br />
No se juntaba las manos. Un buen judío debía rezar con<br />
humildad, con los ojos bajos; de vez en cuando debía golpearse<br />
el pecho y siempre había de orar en voz alta.<br />
Esto se prestaba a las exageraciones y los aspavientos,<br />
que como fariseismo se criticaba y condenaba, porque entre<br />
nosotros, los llamados fariseos se ufanaban de observar como<br />
nadie la Ley.<br />
Día y noche y en numerosas circunstancias los judíos<br />
recitábamos el mandamiento de amar sobre todas las cosas a<br />
Yahvé. Se lo conocía como 'el esquema'; pero había una oración<br />
más larga dicha 'las dieciocho bendiciones'. El popular<br />
padrenuestro fue un resumen de esas dos oraciones ancestrales.<br />
En cuanto a lo restante del día y la vida profana, según<br />
uno de mis evangelios o biografías piadosas, en cierta ocasión<br />
alguien se habría preguntado: ¿Cómo se explica que sin haber<br />
estudiado, éste sepa de letras?<br />
Nunca fui a la escuela de los rabinos; no había ninguna<br />
en Nazaret. Sólo cien años después de mi nacimiento el rabino<br />
Simeón ben Schetach, hermano de la reina Alejandra Salomé,<br />
abrió en Jerusalén la primera escuela israelita. Más tarde en<br />
diversas ciudades se abrió otras. Unos 30 años después de mi<br />
muerte el sumo sacerdote Josué ben Gamala promulgó la que<br />
cabría considerar nuestra primera ley escolar. Se obligaba a los<br />
padres a enviar a la escuela a los hijos y para los escolares<br />
descuidados o que faltasen a ella se preveía las correspondientes<br />
sanciones. Aunque probablemente no hizo otra cosa que
124<br />
confirmar algo ya en vigor, a mí no me había alcanzado. Y dado<br />
que, si se había de creer a las biografías que con el tiempo se<br />
había de escribir de mí, yo sabía de las Escrituras más que<br />
cualquiera de mis contemporáneos, era preciso que en la ciencia<br />
bíblica hubiese tenido un maestro humano. Para los judíos esta<br />
ciencia era todo el programa de estudios. Ante todo y de ser<br />
cierto que había aludido más de 30 veces a la Biblia en el<br />
cántico que según se decía había compuesto y entonado<br />
espontáneamente ante su prima Isabel, cuando la había visitado<br />
después de que el ángel le hubiera anunciado mi nacimiento, mi<br />
madre había debido conocerla de manera no habitual. Pero en<br />
los lugares en que no había una escuela, correspondía al padre<br />
enseñar al hijo las Escrituras. Según el uso en las familias de<br />
entonces, hasta los cinco años he debido de estar supeditado ante<br />
todo a mi madre, pero a partir de esa edad mi padre se habría<br />
encargado de instruirme religiosa y moralmente. Por ello habría<br />
debido recibir de mi padre tales conocimientos, en los que él<br />
debería pues estar muy versado.<br />
Tales enseñanzas parecieron dar fruto cumplido, pues un<br />
buen día, entregado ya a la vida pública, habría apostrofado de<br />
esta forma a los fariseos hipócritas, contra los que al parecer<br />
sentía yo gran aversión: Puesto que en las Escrituras creéis<br />
hallar la vida eterna y no queréis encontrarla en mí,<br />
¡escudriñadlas, oh raza de víboras! pues dan testimonio de<br />
mí.<br />
Yo las habría escudriñado a fondo. A lo largo de mi vida<br />
oculta, mi madre y mi padre no habrían hecho otra cosa. No<br />
asistí a una escuela rabínica, pero ellos me habrían enseñado<br />
infinitamente más que lo que en tales escuelas se aprendía.<br />
Lo confirmaría el siguiente episodio, si no fue otra cosa<br />
que una piadosa leyenda con la que mis posteriores seguidores<br />
han querido realzar mi persona haciéndome pasar por un niño<br />
prodigio. Todos los años, por la fiesta de Pascua, mis padres<br />
iban a Jerusalén. Yo había cumplido ya los doce años y cuando
125<br />
acabados los días festivos debíamos regresar a casa, sin que mis<br />
padres se diesen cuenta me quedé en Jerusalén rezagado. Al no<br />
verme con ellos pensaron que me había unido a la caravana y así<br />
caminaron un día; mas al caer la noche y no hallarme entre<br />
parientes y conocidos, retrocedieron para buscarme en la ciudad<br />
que acababan de dejar. Al cabo de tres días de laboriosas<br />
pesquisas me hallaron en el templo, en medio de los doctores y<br />
escribas, a los que prestaba atención y hacía preguntas. Cuantos<br />
me escuchaban quedaban estupefactos de mi inteligencia y mis<br />
respuestas. Mis padres se sorprendieron al verme y con cierto<br />
tono de reproche mi madre me dijo: Hijo, ¿por qué nos has<br />
hecho ésto? Tu padre y yo hemos estado buscándote y ya<br />
puedes imaginarte la preocupación que sentíamos. A lo que yo,<br />
algo molesto por verme interrumpido, y picado de que<br />
atendiesen a su vulgar inquietud antes que al destino que me<br />
sonreiría, les había respondido amostazado: ¿Por qué me<br />
buscabais? ¿Acaso no sabéis que ya es hora de que me vaya<br />
ocupando de lo que de veras importa?<br />
Mas ellos no entendieron lo que les decía.<br />
Así se lo ha contado; pero quizás no ha sido verdad.<br />
De haberlo sido, yo habría carecido de niñez. Habría sido<br />
un niño repipi. Obligado a comportarme antes de tiempo como<br />
un adulto, mi equilibrio emocional habría estado amenazado.<br />
No ha faltado quien lo ha sostenido con aplomo, que a la<br />
luz de las teorías de Freud, yo fui un neurótico de aúpa.<br />
Para explicar la reacción de mi madre, supongo que<br />
como buena esposa de mi padre, le preocuparía ante todo no<br />
angustiarlo; y le extrañaría mi conducta, rara en mí. ¡Yo, tan<br />
obediente, respetuoso y por lo regular sumiso a ellos, les habría<br />
hecho semejante faena!<br />
Como andando el tiempo se pondría al descubierto, mi<br />
carácter tenía también otra cara.<br />
Muy probablemente al ver brillar entre los rabinos más<br />
ilustres de la santa ciudad la inteligencia notable de su hijo,
126<br />
cualquier otra madre se hubiera sentido orgullosa; pero la mía no<br />
se había dejado llevar de tales debilidades. La admiración que se<br />
trasluciría en la mirada de los doctores y quizá también en<br />
alguna frase elogiosa pronunciada al acaso, no pareció<br />
compensarla de la inquietud que mi ausencia había causado a mi<br />
padre y a ella. Ante todo le preocupaba la perfecta obediencia<br />
que yo les debía y por ello sus palabras habían sonado a<br />
reproche; y con femenina delicadeza judía había colocado en<br />
primer lugar la fatiga suplementaria y la ansiedad de mi padre.<br />
Que era el jefe de todos.<br />
¿Por qué me buscabais? ¿A qué esas dudas, esos miedos,<br />
esa angustia? ¿Acaso ignoráis que debo ocuparme de las cosas<br />
de mi otro Padre? Vosotros mismos lo habéis dicho divino y<br />
desde mis años más tempranos me lo habéis dado a entender.<br />
Una y otra vez habéis insistido en que estamos aquí única y<br />
exclusivamente para cumplir siempre y en todo la voluntad de<br />
Yahvé. ¿No ha sido ésa la norma misma de vuestra existencia, la<br />
que con vuestras palabras y ejemplo me habéis inculcado?<br />
Tal vez les hubiese respondido de ese modo de haber<br />
tenido conciencia de mi presunta naturaleza divina; cosa harto<br />
dudosa, pues a los ojos de nuestros vecinos todos éramos gente<br />
corriente. Y como ya queda dicho, jamás mi madre me contó la<br />
presunta historia de la Anunciación, la del ángel que le había<br />
anunciado mi venida a este mundo y mi origen divino.<br />
Con esa conciencia o sin ella, durante toda mi vida no<br />
había tenido otra ley que hacer la voluntad de Yahvé. Más tarde<br />
había llegado a decir a quienes procuraban ponerme en aprietos:<br />
De mí mismo nada hago; según me enseñó el Padre, así hablo.<br />
El que me envió está conmigo; no me ha dejado solo, porque<br />
hago siempre aquello que le agrada. E incluso en el momento<br />
de mi muerte lo había dejado bien claro cuando había<br />
exclamado: ¡No se haga, Padre, mi voluntad, sino la tuya! Y<br />
también: ¡Todo se ha consumado! Lo que Yahvé esperaba de su<br />
Hijo se había cumplido fielmente.
127<br />
En los numerosos viajes que con ocasión de las grandes<br />
festividades religiosas de nuestro pueblo hice después a<br />
Jerusalén, había seguido teniendo con los rabinos tratos parejos<br />
a aquel primero, para conocer en persona sus enseñanzas, sus<br />
métodos, sus prejuicios y sus sutilezas capciosas.<br />
En estas otras ocasiones había contado ya con el permiso<br />
de mis padres, pues se dijo de mí que había bajado con ellos a<br />
Nazaret, donde les estaba sujeto, y que mi madre guardaba en<br />
su corazón todo esto mientras yo crecía en sabiduría, edad y<br />
gracia ante Yahvé y ante los hombres.<br />
Haré notar aquí que en lenguaje bíblico crecer en<br />
sabiduría era crecer en conocimiento de las sagradas Escrituras y<br />
en la perfecta fidelidad a sus prescripciones.<br />
Y dado que ante todo yo les estaba sometido, ese alegado<br />
crecimiento proseguiría siempre bajo la superior autoridad de<br />
mis padres.<br />
Así se explicaría mi posterior andadura en la vida. En<br />
lugar de abrazar la profesión paterna, como en general la mayor<br />
parte lo hacía, habría preferido predicar por los caminos la<br />
virtud.<br />
Serás el orgullo de tu padre y de tu madre -es muy<br />
probable que como a tantos otros después de mí me hubieran<br />
dicho los míos. Y para no decepcionarlos, para ganarme su<br />
afecto, un afecto que probablemente sólo me manifestaban<br />
cuando me mostraba de acuerdo con sus esperanzas, había<br />
reprimido en mí los más naturales impulsos humanos y en lugar<br />
de imitar a los que por la edad y condición podrían servirme de<br />
pauta y ejemplo de comportamiento, me había entregado en<br />
cuerpo y alma a enseñarles lo que a mí se me había enseñado.<br />
Suponiendo mía la doctrina que más tarde se me atribuyó, cabría<br />
ver en ella tan sólo una más o menos torpe y confusa y a veces<br />
contradictoria mezcla de máximas morales y píos principios. Si<br />
como aseguran los que de ello entienden, a lo largo de nuestra<br />
vida una y otra vez todos representamos y ponemos en escena la
128<br />
parte inconsciente de la personalidad, la parte que para ganar la<br />
aprobación de nuestros padres hemos reprimido, resultaría que<br />
sin mucho orden ni concierto y en mi edad formativa yo habría<br />
aprendido esas máximas, ese heredado concepto del bien y del<br />
mal, y que luego, por la compulsión a la repetición, según dice<br />
la jerga psiquiátrica, a mi vez me habría sentido obligado a<br />
transmitirlas. Si se me había inculcado aquella angustiosa y<br />
estricta moral, si desde los primeros años se me había<br />
alimentado con ella y con pena y esfuerzo la había asimilado,<br />
ahora yo la inculcaría a los otros. Nadie da otra cosa que lo que<br />
le han dado. Así pues lo que en mi edad adulta ofrecía, reflejaría<br />
lo que de niño en mi hogar había recibido, y cuando<br />
presuntamente decía que para salvarse de nada valían los<br />
propios esfuerzos, pues la suerte final dependería sólo de lo que<br />
de antemano Dios hubiese dispuesto, estaría revelando, sin tener<br />
de ello conciencia, lo que con respecto a mis padres habría sido<br />
mi vida; de nada habría valido querer contentarlos, pues no<br />
dependía de mí que me quisieran, sino de sus soberanos<br />
capricho y voluntad. De su capacidad para querer.<br />
Mas también aquí hay quienes disienten de esta manera<br />
de ver digamos idílica de mis primeros años y añaden detalles<br />
más mundanos. De nuevo recurriendo a la actual investigación<br />
arqueológica, se ha descubierto que la vida en Séforis, localidad<br />
a una hora escasa de marcha de Nazaret y a la vista de ella,<br />
estaba muy marcada por el helenismo de los dominadores<br />
seléucidas anteriores a los hermanos Macabeos autóctonos, que<br />
tan sólo dos siglos escasos atrás habían restaurado la manera<br />
ancestral israelita de concebir el mundo, de modo que las calles<br />
estaban embaldosadas y eran amplias avenidas, en las casas los<br />
frescos de estilo romano adornaban las paredes, había termas y<br />
baños y en resumen se respiraba un ambiente cosmopolita y<br />
laico. También de Cafarnaúm, lugar de mis posteriores<br />
predicaciones, se dice ahora algo semejante. Aquí viene pues a<br />
cuento el hecho de que muy probablemente, si a tan corta
129<br />
distancia y ante mis ojos, como si se dijera, vivía de otro modo<br />
más mundano una multitud abigarrada de gentes de<br />
procedencias diversas, yo hubiese sentido curiosidad por<br />
conocer el ambiente y más de una vez lo hubiese visitado y<br />
hablado con los transeúntes; me habría civilizado, en suma, en<br />
cierta medida. Habría perdido en pelo de la dehesa, como se<br />
suele decir. Eso explicaría también mi precocidad intelectual,<br />
pues nada mejor como el viajar y conocer otros pueblos para<br />
ampliar horizontes y abrirse a ideas menos estrechas que las de<br />
la propia casa y familia. De ahí habría sacado yo mi temprana<br />
erudición -apuntan algunos, aunque más tarde y a juzgar por mi<br />
doctrina hubiese abjurado de aquellos aires modernos y me<br />
hubiese vuelto en cierto modo integrista, como ahora se dice. En<br />
todo caso, la hipótesis no deja de ser razonable.<br />
YO FUI DIFERENTE<br />
Sea de ello lo que fuere, haya sido yo hijo del Dios<br />
Jehová o de José el carpintero, la verdad es que ajeno a las<br />
causas y sin saber si alegrarme o dolerme de mi suerte, aciaga<br />
tal vez, entre los de mi edad me sentí siempre raro, diferente,<br />
distinto de los demás, apartado de ellos.<br />
Siempre he sentido que en el mundo no había lugar para<br />
mí. He sido un outsider, alguien que en lugar de vivir la vida, la<br />
ve como desde la barrera.<br />
De mí niñez se ha contado muchas cosas por lo menos<br />
extrañas, si no admirables. Como ya he dicho en lo que precede,<br />
según mis biógrafos oficiales, los que se emperran en hacerme<br />
Hijo de Dios y no quieren ni oír hablar de nada que lo ponga en<br />
duda, a los 12 años yo ya sabía al dedillo la Biblia, aprendida de<br />
oído, me imagino, mamada si se quiere con la leche materna,<br />
puesto que en el templo de Jerusalén y según queda apuntado,<br />
como un consumado ergotista y con tal arte y destreza que los
130<br />
habría confundido, habría discutido con los doctores de la Ley.<br />
De ser verdad, lo más probable es que todo lo hubiese aprendido<br />
de memoria, por transmisión oral, como se dice, a través de mis<br />
padres y en la asistencia a la sinagoga, pues por aquel entonces,<br />
como bien se comprende, era cosa poco menos que imposible<br />
que la gente corriente, tanto más si artesana y humilde, como<br />
nosotros, dispusiese de libros. Aún no inventada la imprenta, los<br />
pocos que circularían serían copias de copias, al alcance tan sólo<br />
de los sacerdotes y la muy escasa gente letrada, aun más si se<br />
tiene en cuenta el tamaño de la comunidad nazarena. Y tampoco<br />
hay que olvidar que mi casa era la de un carpintero; nadie<br />
pensaba en hacer de mí un hombre de letras. Dadas las<br />
circunstancias, es muy dudoso que mi madre hubiera aprendido<br />
nunca a leer, a pesar de que de ser verdad la piadosa leyenda<br />
acerca de su niñez, se la hubiese educado en el templo. Por otro<br />
lado, nunca tuve profesores particulares de lo que quiera que<br />
fuese; no se estilaba tal cosa. En todo caso mis padres no se<br />
preocuparon nunca de sacarme al respecto de dudas, de modo<br />
que ignoro cómo llegué a poseer los conocimientos que luego se<br />
me atribuyó.<br />
Que se sepa, una vez casada, mi madre se dedicó en<br />
exclusiva a criarme y a las que con trasnochado eufemismo se<br />
llama hoy 'sus labores'. Con cuidarnos a mí y a mi padre ya le<br />
hubiera bastado, mucho más si como otros alegan hubiese tenido<br />
yo hermanos. Y no era probable que en aquella época y sobre<br />
todo tratándose de una mujer, se le hubiese enseñado, incluso en<br />
el templo, otra cosa que las artes domésticas. Si en el cántico<br />
que ante su prima Isabel se le atribuye haber entonado parecía<br />
haber dado indicios de saberse la Escritura al dedillo, una vez<br />
más y en el mejor de los casos habría que achacarlo a la<br />
tradición oral.<br />
Otro tanto se podría decir de mi padre José.<br />
De mí sólo se sabe lo que mis biógrafos, oficiales o no,<br />
dejaron escrito. Cuando yo ya era adulto y predicaba, nadie
131<br />
ajeno a mi más próximo círculo me mencionó ni una vez. De dar<br />
crédito a aquellos bien intencionados copistas, desde temprana<br />
edad había tenido yo conciencia de mi singular ascendencia<br />
divina y de mis dotes extraordinarias, que ningún otro niño del<br />
entorno habría poseído. Según ellos, de vez en cuando y en<br />
algunas visiones mi destino excepcional se me aparecía con<br />
fuerza. Hijo unigénito de Yahvé, estaba destinado a grandes<br />
cosas. Mas durante mis años formativos y con sólo escasas<br />
excepciones como cuando en Jerusalén discutí con los doctores,<br />
e incluso ante mis pocos íntimos, había guardado celosamente el<br />
secreto y hasta haber cumplido los 30 años no había querido<br />
decir nada a nadie.<br />
Sin embargo y según más tarde contó de mí uno de mis<br />
devotos seguidores, entre los cinco y los doce años había hecho<br />
yo milagros con los pañales, con el agua en que me lavaba, e<br />
incluso con mi sudor, y para limpiar un arroyo que al parecer<br />
bajaba contaminado, me había bastado una sola palabra. A los<br />
siete años había encabezado un grupo de arrapiezos de la<br />
vecindad con los que en contadas ocasiones condescendía a<br />
jugar por los polvorientos caminos. De acuerdo con ese autor,<br />
para mi edad, yo parecía bajito, pero era robusto y ancho de<br />
hombros y en el pálido rostro me destacaban los ojos, luminosos<br />
y muy hundidos, y el pelo espeso de color negro rojizo. Más<br />
tarde se dijo que ya en la niñez mi mirada era hipnótica y que<br />
con ella seducía a propios y extraños. Otro tanto se ha dicho de<br />
Hitler, el dictador nazi; ante cuya mirada penetrante temblaba<br />
todo el mundo. En general habíamos jugado a representar<br />
escenas bíblicas dramáticas, que yo idearía y llevaría a cabo con<br />
toda exactitud, porque entre mis compañeros de juegos no<br />
toleraba cosas hechas de cualquier manera, y con una autoridad<br />
que a un tiempo los complacía y asustaba, les habría exigido<br />
obediencia absoluta y acatamiento callado.<br />
Unas veces yo era Moisés y ellos los israelitas que<br />
abandonaban Egipto siguiéndome a mí. Otras me ponía en el
132<br />
papel de Gedeón, que emboscaba a los madianitas y sin sentir<br />
por ellos la menor piedad los ponía en fuga vergonzosa y los<br />
perseguía bien más allá del río Jordán. Luego era David, que<br />
huía del rey Saúl para encontrarme en secreto con su hijo, el<br />
joven Jonatán, y juntos tramábamos derrocar al monarca<br />
maníaco homicida.<br />
Un día la hermana pequeña de uno del grupo se quejó de<br />
que yo me negaba a jugar a entierros y bodas, un juego entonces<br />
corriente. -Hemos tocado para ti la flauta y no bailaste; hemos<br />
llorado por ti y ni siquiera fingiste llorar con nosotros -me habría<br />
dicho enfadada.<br />
(Más tarde se me atribuyó estas mismas palabras,<br />
dirigidas contra los que se negaban a prestar el debido<br />
acatamiento a mi presunta divinidad.)<br />
De momento no supe qué contestarle, su ataque me había<br />
cogido de sorpresa, pero me recobré enseguida y le respondí:<br />
-Vale ¿a qué quieres que juguemos ahora?<br />
-Juguemos al arca de Noé y a la paloma que volaba<br />
buscando tierra firme -me exigió ella.<br />
Dispuesto a complacerla me senté por tierra y con barro<br />
y ramas pequeñas construí lo que más parecido creí a un arca<br />
como la que por tradición habría hecho aquel patriarca, y fui<br />
modelando las parejas de animales que subían a ella; pero no le<br />
bastó. -Yo no quería un arca de juguete -se quejó picajosa- sino<br />
una de verdad donde pudiéramos entrar.<br />
-Bueno, paciencia, todo se andará y haré como me pides<br />
-suspiré fatigado. Mira -añadí, y la observé con fijeza- empieza<br />
a llover; cógete de mi mano y entremos al arca; tú eres mi<br />
esposa y con sus rebaños y bienes nuestros hijos nos siguen.<br />
Ella obedeció y alargando la mano se cogió de la mía.<br />
Sintió entonces como si todo aquello fuera verdad; se vio en un<br />
arca de tres pisos, igual a la que describe la Biblia, y oyó los<br />
mugidos, balidos, rebuznos, chillidos y golpes de las bestias que<br />
en tropel entraban al abrigo. Le pareció que llovía y que al cabo
133<br />
de mucho tiempo la paloma de barro que yo guardaba conmigo,<br />
se cubría de plumas y echaba a volar. Entonces se asustó y gritó,<br />
se soltó de mi mano y deshecho el encanto fuimos de nuevo tan<br />
sólo dos niños pequeños que pasaban el rato.<br />
Yo había poseído también el don de ver el futuro y a<br />
veces antes de que algo ocurriese sabía lo que iba a pasar. Un<br />
día jugábamos a perseguir un asno desbocado y otro chiquillo<br />
que corría sin verme, tropezó conmigo y me hizo caer. Me<br />
levanté y sacudiéndome el polvo que me cubría, le dije apenado:<br />
-Ay, me parece que ese asno no acabará la carrera. Y así fue;<br />
porque aquel niño se metió en la feria del ganado allí cerca y un<br />
mulo espantado lo mató de una coz. La madre me acusó de ser<br />
yo el culpable y de haberme vengado de aquel empujón.<br />
En otra ocasión jugábamos dos a subirnos a un muro<br />
cercano para ver desde arriba a la gente, y cuando cansados<br />
estábamos a punto de volver al camino, el otro cayó, se golpeó<br />
contra una piedra la cabeza y quedó como muerto. Acudieron las<br />
personas mayores y se armó un gran barullo. De nuevo la madre<br />
del niño me hizo responsable y se echó a llorar. Sin decir palabra<br />
bajé, me acerqué al otro tendido por tierra, lo toqué con el pie y<br />
le dije. -Vamos, levántate; no ha pasado nada. Con lo que él se<br />
alzó y como si nada hubiera ocurrido seguimos jugando.<br />
Por todas estas cosas la gente del pueblo me miraba con<br />
recelo, me tenía manía y no se fiaba de mí.<br />
Mas al parecer todo lo que acerca de mis años primeros<br />
aquí dejo apuntado, figuraba ya en numerosos relatos de las<br />
literaturas india, egipcia y persa especialmente .<br />
De la misma manera que mi madre y yo fuimos niños<br />
'raros', con el correr de los siglos habrían de nacer otros que<br />
también se distinguieron por su extraña por no decir imposible<br />
precocidad. Entre ellos, de nuevo un santo español daría la nota.<br />
Se lo llamó Raimundo de Fitero y desde los más tiernos años,<br />
según cuenta el biógrafo, fue “en las costumbres, compuesto; en<br />
el hablar, parco; en las palabras, grave; en las acciones, modesto;
134<br />
con los mayores, reverente; con los iguales, benévolo; y con los<br />
inferiores, apacible.”<br />
No sé; ante tantas virtudes, casi me siento acomplejado.<br />
EL TRABAJO Y YO<br />
Para nosotros, los judíos, y en virtud del conocimiento de<br />
las Escrituras de que alardeábamos, el trabajo honraba a quien lo<br />
ejercía; teníamos a gala el trabajar. Por ellas sabíamos que<br />
después de la falta del género humano en el paraíso terrenal, el<br />
dios Yahvé le había impuesto la obligación de ganar el pan con<br />
el sudor de la frente. Nadie debía sustraerse a ella. Hasta los más<br />
sabios doctores de la Ley debían ganarse el pan, esto es, tener un<br />
oficio. Las sagradas Escrituras y en especial el Libro de los<br />
Proverbios contenían las más severas sentencias contra los que<br />
se resistían a aceptarlo.<br />
Así pues, todo buen israelita debía ocuparse en algo que<br />
le permitiera ir viviendo.<br />
Yo fui ante todo un obrero, un hijo de obreros. Nací<br />
pobre entre gentes que se ganaban la vida con el trabajo de las<br />
manos, y yo mismo, antes de lanzarme a dar mi mensaje y<br />
dedicarme a la predicación, me gané con ellas el pan de cada<br />
día. Conocí el sudor, los callos, los calambres; manejé las<br />
herramientas del oficio, puse clavos en la madera, empleé la<br />
garlopa y el serrucho, fui un operario. Y antes de serlo con pleno<br />
derecho, desde mi primera edad fui aprendiz. Así como mi<br />
padre, según se supone, me había instruido en el saber de las<br />
Escrituras, con él aprendí también a ser un buen carpintero.<br />
Se me conocía como fabri filius, es decir, el hijo de un<br />
obrero.<br />
Acreditaba nuestra pobreza el que al presentarme en el<br />
templo pocos días después de mi nacimiento, como estaba<br />
prescrito, mis padres hubiesen entregado como ofrenda obligada
135<br />
dos tórtolas o pichones, en lugar del carnero, cabrito o becerro<br />
que ofrecían los más acomodados.<br />
Al menos de palabra, en Israel el oficio de labrador era el<br />
más valorado. En el libro del Eclesiástico se leía: No rehuyas el<br />
trabajo penoso ni la labor del campo que el Altísimo creó. Los<br />
rabinos aseguraban que el dios Yahvé había ordenado a su<br />
pueblo 'recoger el trigo, el aceite, el vino'. Ignorante de la<br />
manera de vivir del hombre primitivo, cazador recolector<br />
prehistórico, cuando los seres humanos vivían de la caza, la<br />
pesca y los frutos silvestres que cogían de los árboles, un rabino<br />
afirmaba: Para comer, Adán tuvo que arar, sembrar, recoger,<br />
hacinar, trillar, aventar, moler, amasar y cocer el pan. Por<br />
consiguiente en mis tiempos la mayoría de la gente se dedicaba<br />
a la labranza; pero en medio de ella había artesanos que le<br />
proporcionaban lo que hoy llamaríamos servicios.<br />
Pasados ya más de 100 años de mi muerte supuesta, uno<br />
de mis seguidores, Justino, había dicho de mí que llegado al<br />
Jordán, donde mi primo me bautizaría, se me creía hijo de José,<br />
el carpintero. Y que dando ejemplo de justicia y de trabajo, antes<br />
de comenzar la vida pública yo había fabricado carretas y yugos.<br />
Mi padre era pues un trabajador de la madera. En tanto<br />
que naggar, que así se decía carpintero en mi idioma, debía él<br />
atender a las necesidades de los labradores del contorno. Uno<br />
venía a que se le reparase el timón o la reja de la carreta; otro, a<br />
pedir que se le pusiese en el jardín una pérgola; una mujer venía<br />
a comprar un cofre o una medida para el trigo; otra quería una<br />
artesa o una amasadera, otra necesitaba un catre... Los útiles<br />
eran los mismos que los actuales, el hacha, la sierra, los<br />
formones, la azuela, la garlopa, el berbiquí, la prensa, sin olvidar<br />
el martillo ni los clavos, a menudo de bronce. En aquella Tierra<br />
Prometida, un carpintero era un hombre hábil, útil y como ya<br />
dije muy estimado.<br />
Con el tiempo un escritor había de referirse a mi<br />
adolescencia y juventud temprana en estos términos poéticos y
136<br />
quizá un tanto anacrónicos: el Jesús carpintero vivió sus años<br />
mozos en medio de los objetos que fabricaba con las manos.<br />
Labró la mesa en torno a la cual se sentaban todos a comer; la<br />
cama en la que la gente respiraba por primera vez y quizá<br />
también la última; el baúl en el que la esposa labriega<br />
guardaba sus pobres vestidos, sus delantales, el corpiño de los<br />
días festivos, las camisas de su ajuar; la tabla en la que antes<br />
de hornear el pan se amasaba la harina; el banco en el que al<br />
anochecer en torno al fuego y para hablar de los días ya idos se<br />
sentaban los viejos. Y a menudo, mientras volaban por el aire<br />
las virutas que arrancaba el cepillo o al ritmo chirriante de la<br />
sierra caía el serrín, Jesús debió de pensar en las promesas de<br />
su Padre divino, en las palabras de los profetas, en la obra<br />
espiritual y didáctica que puestos de lado el martillo y la<br />
garlopa le esperaba.<br />
Aunque creo que de buena fe poniéndose en mi lugar me<br />
atribuía pensamientos tales, la verdad es que nada de eso<br />
ocupaba mi activa mente, al contrario mis inquietudes eran bien<br />
más prosaicas. Ya dije que en contra de lo que mis biógrafos han<br />
asegurado, nunca me tuve por nadie especial, y que todo eso del<br />
Mesías enviado para salvar a Israel y redimir los pecados de<br />
quien quiera que fuese se me ha atribuido después de mi muerte<br />
y sin que yo lo hubiese sabido.<br />
Sin embargo en cierto sentido al escritor mencionado no<br />
le faltaba razón. Nuestro oficio, el de mi padre y el mío, se<br />
prestaba a dejar libre la mente. Si uno tenía inclinación a soñar y<br />
le gustaba, al tiempo que las manos tallaban la madera, podía<br />
elevarse el alma, unirse al señor Yahvé el corazón, emprender el<br />
vuelo la plegaria, meditar como lo hiciera un hindú.<br />
Hasta aquí la versión digamos pía de todo el asunto. Pues<br />
no se ha de creer que todos los israelitas fuesen piadosos y<br />
observasen al pie de la letra lo que el Señor dispusiera. Por ello<br />
algunos preferían huir el bulto al trabajo y vivir de otro modo<br />
que deslomándose día tras día sobre la ingrata gleba. Ya
137<br />
entonces se creía que 'los hombres no son todos iguales', pues<br />
como más tarde afirmaría un político del lugar que llaman<br />
España, 'unos son altos y otros bajos, unos son morenos y otros<br />
rubios, unos son listos y otros torpes'. De modo que estos más<br />
listos se dedicaban a otras tareas, tales como la de servir en el<br />
Templo al Señor -se dijo que en un momento había habido allí<br />
más de 5289 oficiantes- y otros, por no citar más que a ellos,<br />
preferían luchar contra los supuestos opresores romanos y se<br />
hacían llamar revolucionarios. También de éstos había un<br />
montón. Incluso a mí se me ha acusado de haberme dedicado a<br />
la predicación porque era menos laboriosa que el rudo trabajo de<br />
mi padre y permitía vivir con menos esfuerzo -para decirlo de<br />
forma literal, menos grosero sudor de la frente- y también se me<br />
ha dicho miembro de la organización zelote, que buscaba ante<br />
todo expulsar del país a los dominadores extranjeros. Y ya no<br />
hablemos de los más pudientes, la clase dominante, pues era<br />
cosa sabida que en numerosas ocasiones y siempre que lo habían<br />
querido, con más o menos argucias y por la fuerza si era preciso,<br />
los reyes de Israel -empezando por el Herodes que entonces nos<br />
gobernaba- se habían apoderado del tesoro que se guardaba en el<br />
Templo. En ciertos momentos y al parecer había habido en él<br />
ingentes riquezas. Tanto era así que prestando dinero a un<br />
porcentaje fijado, hacía las veces de una Banca ordinaria.<br />
Porque establecía la Ley del Señor, que es lo mismo que decir la<br />
ley mosaica, que todo israelita, todo miembro del pueblo<br />
escogido, por el sólo hecho de serlo estaba obligado a entregar<br />
anualmente a los clérigos una parte más o menos cuantiosa del<br />
ganado y cosechas que por ventura tuviese. El primer tributo<br />
impuesto a los israelitas se llamó de la expiación, iba destinado<br />
al servicio del Tabernáculo del Testimonio, así se lo decía, y<br />
obligaba a todo varón de más de 20 años, para que no padeciera<br />
desastre. Si no pagas, lo lamentarás – diplomática amenaza y<br />
coerción; en nombre de Dios, por descontado. También los<br />
dioses griegos, dioses paganos, no se lo olvide, se enfadaban y
138<br />
tomaban represalias si alguno de sus fieles 'olvidaba' ofrecerles<br />
los sacrificios usuales. Así Artemis, diosa de la procreación,<br />
había hecho imposible a Admeto llevar a cabo en la noche de<br />
bodas con Alcestis lo que en semejantes circunstancias se suele<br />
practicar, porque la pareja, arrastrada de la impetuosa pasión que<br />
se supone a la sazón la dominaba, había descuidado ofrecer a la<br />
diosa el regalo previo que en tales casos ella esperaba. En<br />
cuanto a los israelitas, se citaba el dicho siguiente: El rico no<br />
dará más de medio siclo, ni el pobre dará menos. El siclo era la<br />
moneda entonces corriente, equivalía a veinte óbolos. En el<br />
Libro santo se leía: En la casa del Señor dios tuyo ofrecerás las<br />
primicias de los frutos de la tierra, el aceite, el vino y el trigo<br />
más exquisitos, y todos los primogénitos de cualquier especie,<br />
sea de hombres o sea de animales; que nadie se presente ante<br />
Mí con las manos vacías. Así pues el clero recibía la décima<br />
parte de cuanto produjeran los campos y los frutales, así como<br />
de los vacunos y ovinos y en general de todo cuanto pasa bajo<br />
la vara del pastor; a los que se hacían los remolones y<br />
protestaban de abuso semejante, se los castigaba con cinco veces<br />
la deuda. Para que aprendieran.<br />
Claro está que según la Sagrada Escritura el mismo<br />
Yahvé había dado a su pueblo el ejemplo, pues en sus frecuentes<br />
exhortaciones a la guerra contra los filisteos y en general contra<br />
los demás pueblos que originalmente habitaban Canaán, no se<br />
olvidaba nunca de advertir a los suyos de que debían apropiarse<br />
de todo género de ganado que los vencidos poseyesen, así como<br />
de sus mujeres e hijos en edad de trabajar, para venderlos<br />
después como esclavos. Basta un ejemplo; ya en los primeros<br />
tiempos del llamado asentamiento, los israelitas vencieron a<br />
Sehón, rey de los amorreos, que fue pasado a cuchillo, y se<br />
apoderaron de las mujeres y niños y de todos los ganados y<br />
muebles, y de cuanto pudieron haber a las manos. Enojado con<br />
los jefes del ejército, por haber tenido escrúpulos en la matanza,<br />
Moisés los había reprendido en estos términos: Matad a todos
139<br />
los varones que hubiere, aun a los niños, y degollad a las<br />
mujeres que ya hayan conocido varón; reservad solamente las<br />
niñas y las doncellas. Y se halló que el botín recogido era de<br />
675.000 ovejas, 72.000 bueyes, 71.000 asnos y 32.000<br />
muchachas aún vírgenes.<br />
La verdad era que no todo israelita amaba el trabajo.<br />
<strong>LA</strong>S MUJERES Y YO<br />
Aunque mis seguidores se empeñan en sostener lo<br />
contrario, la verdad es que yo nunca sentí que las mujeres me<br />
amaran. Entiendo aquí por amarme el conocer mis necesidades<br />
más íntimas, atenderlas, aceptarme con mis pros y mis contras,<br />
permitirme ser a veces persona común y ordinaria, en lugar de<br />
exigirme perpetua excelencia y hazañas sin cuento, pensar<br />
menos en mi supuesta condición de mesías e hijo divino y más<br />
en mis debilidades humanas. Quise ser una persona como las<br />
demás de mi edad y no alguien de quien se esperara de continuo<br />
sublimes grandezas. La cosa comenzó muy temprano. En<br />
Nazaret, en mi casa, el ambiente doméstico no era el más<br />
apropiado para sentirse querido. Como ya dejo dicho, mi padre<br />
José era un poco fanático, más atento a cumplir a la letra la ley<br />
que a mostrarse accesible y comprensivo de las carencias ajenas.<br />
Riguroso consigo mismo, lo tomaba como argumento para serlo<br />
aún más con los que le eran cercanos. Era hombre que dominaba<br />
a los otros 'por su propio bien', un 'propio bien' que él se había<br />
cuidado de definir de antemano. A su lado mi madre era una<br />
figura secundaria y ajena.<br />
No sentí nunca que mi madre me amase. Para ella<br />
siempre fui un instrumento. De ser verdad la versión oficial y no<br />
una leyenda, pienso que insatisfecha con su matrimonio, pues al<br />
fin y al cabo el humano cuerpo tiene sus ineludibles exigencias,<br />
la virginidad consensuada con mi padre no la satisfacía.
140<br />
Habiendo pues tenido que reprimir también en el lecho su<br />
natural sed de aventura, tampoco pensó que llegado el momento<br />
yo tendría necesidades sexuales. Para ella esas cosas no existían<br />
o no tenían ninguna importancia. Me crió pues como si nunca<br />
fuera a pensar en emparejarme y formar una familia como todo<br />
bicho viviente. Y ni que decir tiene que ni mi padre ni ella se<br />
cuidaron de abrirme al respecto los ojos, de instruirme en tales<br />
materias, con lo que abandonado a mi suerte no me cupo otro<br />
medio que habérmelas como mejor pudiera para salir adelante.<br />
Los que frecuentaban mi casa, se daban cuenta de esto. Pasados<br />
los años, una de las vecinas me dijo que, cumplidos mis 10, se<br />
comentaba entre ellas a mi respecto: 'ese va para clérigo'. Creo<br />
que de ahí salió mi vida posterior. Como ya queda dicho, en<br />
lugar de contentarme con ser carpintero al igual que mi padre,<br />
quise ser profeta y dedicarme a sermonear a los otros. Me fue<br />
fácil hablarles del pecado y exhortarlos a obedecer a Yahvé.<br />
Se me ha representado pues como una persona carente de<br />
deseos sexuales, por no decir algo peor, afeminada o marica. Sin<br />
embargo también yo fui adolescente y púber, y como es de<br />
suponer, dada mi condición de hombre mortal, he debido de<br />
pasar por las mismas incertidumbres y angustias por las que en<br />
esas etapas vitales todos los demás han de pasar. A decir verdad<br />
y según lo que se cuenta de mí, después de muerto habría tenido<br />
con las mujeres mucho más éxito que mientras vivía. Estando<br />
vivo y de hacer caso a los relatos llamados canónicos, mi trato<br />
con el otro sexo había sido distante y espiritual antes que<br />
corporal. En todos los encuentros con ellas, había adoptado una<br />
actitud de superioridad, pues en lugar de hablarles con llaneza y<br />
de tú a tú, me había limitado condescendiente a darles consejos<br />
que no me pedían y enseñarles lo que tampoco les importaba<br />
saber. No es algo que me satisfaga, cuando hoy lo considero. Me<br />
irrita que se haya dado una imagen falsa de mí. Mas como en<br />
tantos otros aspectos de mi vida en la Tierra, no ha faltado<br />
quien, en desacuerdo con la versión oficial, me haya
141<br />
emparejado con la llamada María de Magdala, la Magdalena, y<br />
con ella me haya dado una sola hija. Hasta cierto punto esto iría<br />
en contra de mi carácter y mi condición. A fuer de criado en una<br />
familia israelita piadosa y observante, me correspondía tener en<br />
mucho una descendencia abundante, lo que no se acuerda con el<br />
hecho de haberme contentado con una hija única. Por otro lado y<br />
debido a mi formación temprana en un ambiente religiosamente<br />
severo, mis relaciones con el sexo opuesto han debido de ser<br />
problemáticas. Y ciertamente no me habrá ayudado todo lo que<br />
al respecto se decía en la Biblia. En relación con mi Padre<br />
Yahvé, también yo, al igual que el famoso ministro de Hitler y<br />
jefe de las SS, hubiera podido decir orgulloso: Mi honor se<br />
llama fidelidad. Mi fidelidad a Yahvé, se entiende, antes que a<br />
mis necesidades humanas.<br />
Si mi relación con las mujeres concretas de mi edad y<br />
condición fueron distantes y más bien difíciles, se podría decir<br />
que una vez muerto y elevado a la categoría de presunto Hijo de<br />
Dios, se me ofrecieron en ese dominio las oportunidades que<br />
mientras vivo no había tenido con ellas. Si en vida las había<br />
evitado o al menos las había mantenido a distancia, después de<br />
muerto y residente ya en el cielo, sin molestas inhibiciones<br />
habría bajado una y otra vez para satisfacer mis deseos sexuales<br />
y los suyos. Efectivamente, al parecer entonces muchas mujeres<br />
se enamoraron locamente de mí. Según una de ellas, Teresa de<br />
Ávila, famosa entre todas por sus Confesiones, 'era justo que<br />
con mis gozosos deleites sostuviese a débiles mujercillas como<br />
ella, que sólo contaban con sus menguadas fuerzas'. Y el trato<br />
entre ella y yo habría sido 'como entre dos personas corrientes<br />
que se tuviesen mucho amor'.<br />
Para las monjas, aquellas mujeres que deseosas de vivir<br />
otra vida que la natural y terrena se enclaustraban en los<br />
conventos, me convertí en lo que con pedantería se podría<br />
llamar un sucedáneo místico de la sexualidad. Los que dicen<br />
seguir mis enseñanzas me presentaban a ellas como el hombre
142<br />
magnífico, el Esposo excelente, al tiempo que las consideraban<br />
mis 'novias', templos de Dios y mi tabernáculo. Según a sus 19<br />
años había de confesar una tal Elisabeth Beckün, un buen día y<br />
muy en secreto yo me había sentado en un banco a su lado; con<br />
lo que ella, como fuera de sí, había saltado gozosa, y con la que<br />
cabría considerar anacrónica osadía feminista me había atraído a<br />
su seno, abrazado y piropeado, aunque sin atreverse a pasar de<br />
ahí, meterme mano, digamos, hasta que no pudiendo ya más, me<br />
había preguntado arrebatada si podía besarme, a lo que yo<br />
gentilmente le había respondido que a su sabor se despachara<br />
tantas veces como lo juzgara preciso. Lo que ella había hecho<br />
sin inoportunas demoras, no fuera que como buen varón volátil<br />
me diese por cambiar de opinión. Otra, Catalina de Génova, ante<br />
mi efigie sentía que un ardor sobrenatural la consumía, hasta el<br />
punto de que el agua fría en que se refrescaba las manos se<br />
ponía a hervir, e incluso se calentaba el recipiente hasta hacer<br />
insoportable el contacto. Otra más, María Magdalena dei Pazzi,<br />
había saltado 9 metros para asir un crucifijo que me<br />
representaba clavado en la cruz. ¡Menuda proeza! Ni los más<br />
preparados y dotados campeones olímpicos han alcanzado nunca<br />
tales cotas. Y no sólo ellas se enamoraban perdidas de mí, sino<br />
que no pocas veces yo las correspondía. Particularmente dilecta<br />
me era una Ángela de Foligno. De ser verdad lo que se contaba,<br />
yo la perseguía entusiasmado diciéndole: “¡Mi dulce, mi amada<br />
hija, mi amor, mi templo! Toda tú, cuando comes, cuando bebes,<br />
cuando duermes, toda tú me gustas. Por medio de ti haré grandes<br />
cosas. Amada hija, mi dulce esposa ¡te amo tanto! El Dios<br />
todopoderoso te ha dado mucho amor, más que a ninguna otra<br />
mujer de tu entorno. Tú eres mi deleite.” (Supongo que al decir<br />
'el Dios todopoderoso', me refiero a mi Padre).<br />
De que yo la llamase a un mismo tiempo hija y esposa,<br />
cabría suponer en mí inclinaciones perversas, o al menos<br />
indiferencia ante lo que luego se habría de condenar como<br />
incesto y estupro.
143<br />
Como el dios griego Zeus, que sin discriminar a ninguna<br />
repartía sus favores entre las mortales que le complacían,<br />
también yo no vacilé en otorgarlos a mis diversas devotas, sin<br />
preferir a quienquiera que fuese. Por citar sólo a dos, entre ellas<br />
destacaron Margarita de Cortona y Margarita María de<br />
Alacoque. Desposé a la primera. Un día, en un arrebato,<br />
exclamé: “Glorifícame y te glorificaré; ámame y te amaré;<br />
interésate por mí y me interesaré por ti. Te declaro mi esposa”.<br />
En cuanto a la segunda, le dije: "Te constituyo heredera de mi<br />
Corazón y de todos mis tesoros". Antes, ella se me había<br />
declarado en los siguientes términos: “Dios mío, te adoro;<br />
¿cómo no desearé poseerte? Te abro mi corazón, te ofrezco mi<br />
pecho, mi boca y mi lengua para que vengas a mí. Te ruego que<br />
acudas a aliviarme. ¡Ven a saciarme! ¡Ven a hacerme vivir de Ti<br />
y en Ti, mi única vida y todo mi bien!”<br />
¡Menudo ejemplo de amor apasionado! ¡Muchos me<br />
envidiarán! Ni don Juan Tenorio, que los contaba por miles, los<br />
ejemplos, habría estado a mi altura.<br />
Otras esposas místicas mías a lo largo de los duraderos<br />
siglos -Matilde de Magdeburgo, Margareta Ebner, Gerburga de<br />
Herkenheim, Elisabeth von Weiler y una larga retahíla que sería<br />
fastidioso enumerar- me dedicaron encendidos elogios y dijeron<br />
una y otra vez estar posesas por mí. De las más notables fue la<br />
ya mencionada Teresa de Ávila, que en sus Memorias confesaría<br />
que yo la había poseído carnalmente repetidas veces.<br />
ME PREPARO PARA <strong>LA</strong> VIDA PUBLICA<br />
Así como con respecto a mi infancia y pubertad circulan<br />
versiones diversas, otro tanto sucede con mi adolescencia y los<br />
años de mi primera madurez. Según la versión piadosa, durante<br />
la que hoy se llama mi vida oculta no hice otra cosa que<br />
prepararme para la misión trascendente que según esa versión
144<br />
habría de ocupar mi vida pública: enseñar a los demás el<br />
evangelio y el camino de la salvación. Por el lado profano, la<br />
habría preparado mi vida de artesano, mi profesión de obrero de<br />
la madera, que me había acercado a la manera de vivir y de<br />
pensar de la gente común. Como ya he dicho, yo había sido un<br />
operario ante todo, uno de la clase obrera, no un dirigente. En lo<br />
que respecta al lado espiritual, en mi casa no se había respirado<br />
el mismo clima que en la suya respiraban los demás niños y<br />
jóvenes. Según se habría de decir de mí, yo crecía en sabiduría,<br />
en estatura y en gracia ante Yahvé y ante los hombres. Como ya<br />
he dejado aclarado en otro lugar, para los israelitas crecer en<br />
sabiduría significaba crecer en el conocimiento del dios y de su<br />
relación con nosotros, el pueblo escogido, en el conocimiento de<br />
las Escrituras, en suma. Y en consonancia con ello, todo lo que<br />
unos años después de la muerte de mi padre José habría de decir<br />
al mundo, lo había meditado, pensado y puesto a punto a lo<br />
largo de aquellos años de callada convivencia en Nazaret con los<br />
míos. Según mis seguidores, lo entonces vivido, me habría de<br />
inspirar las bienaventuranzas.<br />
Bienaventurados los pobres de espíritu: suyo es el<br />
reino de los cielos. Bienaventurados los que lloran: porque se<br />
los consolará. Bienaventurados los mansos: porque<br />
heredarán la tierra. Bienaventurados los que tienen hambre<br />
y sed de justicia: porque serán hartos. Bienaventurados los<br />
misericordiosos: porque alcanzarán misericordia.<br />
Bienaventurados los de limpio corazón: porque verán a Dios.<br />
Bienaventurados los pacíficos: porque se los llamará hijos de<br />
Dios. Bienaventurados aquellos a los que persigue la justicia:<br />
porque de ellos es el reino de los cielos. Mas se dice que lejos<br />
de ser originales, estas expresiones ya figuraban en otros textos<br />
anteriores a mí.<br />
Los amigos de la pobreza, de la dulzura, los hambrientos<br />
de justicia, los corazones puros no habían sido otros que mis<br />
padres, María y José. Ya en esta vida habían tenido ellos la
145<br />
recompensa prometida a los demás, porque viéndome todos los<br />
días, habían visto diariamente a Dios.<br />
Me parece que aquí se exagera.<br />
Sin embargo no de otra manera lo querrían creer aquellos<br />
que dicen seguirme, los miembros de la congregación de la fe<br />
que presuntamente en mi honor llaman cristiana, pero cada vez<br />
son más los que me suponen en la adolescencia y juventud<br />
primera miembro temporal de la secta de los esenios, digamos la<br />
sección ideológica y pasiva de los observantes de la Ley,<br />
mientras que los zelotes serían su sección militante y activa. En<br />
cuanto a los primeros se los dice entregados a la vida mística de<br />
contemplación y ascesis, mientras los segundos se mezclarían<br />
con la gente ordinaria y fomentarían activamente la revuelta<br />
contra los dominadores romanos. Según un historiador, los<br />
zelotes eran un grupo nacionalista judío; hacia el año 6 lo había<br />
creado un sector del clero de Jerusalén y había instigado contra<br />
el poder ocupante romano la llamada guerra judía de los años 66<br />
a 70. Como luego se ha dicho de la banda terrorista española<br />
ETA, que los clérigos vascos la habían criado en su seno. Una<br />
guerra santa, inusitadamente cruel y salvaje, apocalíptica, que en<br />
palabras de un cristiano notable habría sido el combate de las<br />
postrimerías contra la Roma idólatra, combate en el que se<br />
perseguiría instaurar el reino mesiánico de Dios. Idea que parece<br />
apoyar la otra según la cual en muchos aspectos los zelotes se<br />
parecerían notablemente a los posteriores cristianos. En uno de<br />
los evangelios que presuntamente narran mi vida, figura como<br />
apóstol un tal Simón también llamado el zelote y el cananeo,<br />
palabra que significaría 'el exaltado'. Entre los zelotes<br />
abundaban los rumores apocalípticos, como el oráculo según el<br />
cual por aquellos tiempos uno de los suyos sería rey del mundo;<br />
20 años antes de la guerra luchaban ya contra los romanos, pero<br />
sobre todo contra ciertos judíos a los que consideraban enemigos<br />
de la patria. Se llamaba sicarios a los zelotes más fanáticos, que<br />
quiere decir los del cuchillo, porque iban armados con una
146<br />
especie de gumía, la sica, con la que apuñalaban por la espalda a<br />
quienes aborrecían, sobre todo los judíos ricos que por interés<br />
pactaban con el ocupante. Cometían sus asesinatos a pleno día y<br />
en plena ciudad; aprovechaban sobre todo los días festivos para<br />
confundirse en las aglomeraciones, y con dagas pequeñas que<br />
escondían en los pliegues de la túnica apuñalaban a sus<br />
enemigos. Cuando la víctima caía al suelo, los asesinos se<br />
sumaban al revuelo y lanzaban también gritos consternados, por<br />
lo que y gracias a este cinismo, casi nunca se los descubría.<br />
Tenían muchos partidarios, especialmente entre la juventud.<br />
Al parecer, ya entonces existía el terrorismo nacionalista.<br />
Que se sepa, nunca fui un asesino; pero en cambio fui un<br />
joven exaltado y a juzgar por mi predicación, creyente firme en<br />
el nuevo mundo que resurgiría una vez expulsados de la patria<br />
los invasores romanos.<br />
LOS ESENIOS, LOS ZELOTES<br />
En mis tiempos cabía distinguir entre los israelitas tres<br />
grupos que se diferenciaban acerca de la manera de serlo<br />
cabalmente. La gente común apreciaba sobre todo a los fariseos,<br />
palabra que quería decir los segregados, porque no trataban<br />
fácilmente con la gente menos estricta que ellos. Se mostraban<br />
muy quisquillosos en lo que respectaba a la observancia de la<br />
Ley. Aunque sólo para el culto se había establecido las normas<br />
de pureza sacerdotal, ellos las aplicaban incluso a la vida<br />
corriente, a la que colmaban de ritos. Junto a la ley escrita, la<br />
Torah o Pentateuco, habían ido recopilando una serie de<br />
tradiciones y maneras de cumplir lo establecido, cada vez más<br />
apreciadas, hasta que se las consideró Torah oral, también<br />
emanada de Dios. Según ellos, en el Sinaí, Dios la habría<br />
entregado a Moisés junto con la otra, la escrita.<br />
A fuerza de escrúpulos se hacían la vida imposible.
147<br />
Para algunos otros, la política era importante, en relación<br />
sobre todo con la independencia nacional, pues por encima de<br />
Dios, nadie podía mandar en Su pueblo. Del celo que ponían en<br />
el respeto hacia Dios y la Ley, derivaban el nombre, zelotes. La<br />
salvación dependía sólo de Dios, cierto, pero uno debía arrimar<br />
el hombro y cooperar. Primero se limitaron al aspecto religioso,<br />
pero más tarde se pasaron a la acción violenta; si se encaminaba<br />
a vencer, la violencia se justificaba -sostenían ellos- y no había<br />
que temer a la muerte, pues era como un martirio grato al<br />
Señor .<br />
¡Cómo recuerda ésto a los que luego se inmolarían por<br />
Alá!<br />
Los saduceos eran la alta sociedad, miembros de las<br />
familias sacerdotales, aristócratas, cultos, y ricos. Desde el<br />
comienzo de la ocupación romana, habían salido de ellos los<br />
sumos sacerdotes, representantes judíos ante el poder imperial.<br />
Con mayor laxitud que los fariseos y sin caer en sus<br />
quisquillosas minucias, interpretaban la Torah escrita y<br />
menospreciaban la oral. No compartían las esperanzas<br />
escatológicas de los fariseos, lo que quiere decir que no creían<br />
en la vida después de la muerte, pero tenían poder político y<br />
religioso y eran muy influyentes<br />
Los esenios eran una comunidad de hombres y mujeres<br />
santos; rechazaban el culto en el templo de Jerusalén porque<br />
consideraban indignos a los sacerdotes. Se segregaban de las<br />
prácticas comunes para restaurar en el ámbito más reducido de<br />
la propia comunidad, la santidad del pueblo. Se retiraban a<br />
zonas desérticas para evitar contaminarse en el trato con otras<br />
personas menos santas. Rechazaban las relaciones económicas y<br />
no aceptaban regalos por el mismo motivo, para no<br />
contaminarse con los usos mundanos y salvaguardar la pureza.<br />
Habiendo roto con el templo oficial y su culto, se consideraban<br />
un templo inmaterial que reemplazaba transitoriamente el otro,<br />
al que consideraban indigno.
148<br />
También se los conocía como nazarenos, y Nazaret era<br />
uno de sus puntos fuertes, aunque el término precedió al lugar.<br />
Los miembros de la secta vestían de blanco y seguían una dieta<br />
vegetariana.<br />
Hay quienes se dicen firmemente convencidos de mi<br />
pertenencia al menos temporal a esta secta y me hacen miembro<br />
del grupo del norte, en el monte llamado Carmelo.<br />
Sería plausible. Hijo de un observante de la ley estricto,<br />
de un fariseo, al menos de uno de sus decididos simpatizantes, la<br />
consabida rebelión adolescente contra los padres me habría<br />
llevado a unirme a los esenios, que aun igualmente rígidos,<br />
como lo fueran ellos, lo habrían sido con mayor espiritualidad y<br />
abertura de miras. Por lo demás y de atenerse a lo que después<br />
de Freud la ciencia psicológica apunta, yo habría buscado fuera<br />
de mi casa lo que en ella dejaba.<br />
Se ha querido derivar de mi estancia con ellos lo más<br />
destacado de mi doctrina, no sólo en el aspecto moral, sino<br />
también en el doctrinal e ideológico. Incluso se ha querido ver<br />
como esenios a mis abuelos maternos, Ana y Joaquín, a mis<br />
padres, a mi primo Juan el bautista y a otros muchos de mi<br />
misma familia.<br />
Se los ha dicho respetuosos con la vida y el medio<br />
ambiente. Una de mis biografías, el Evangelio de los Doce<br />
Santos, me pinta como un vegetariano estricto, que como<br />
alimento prefería el pan y las uvas y ante quien otras criaturas se<br />
congregaban. ''Y las aves se reunieron a su alrededor y le dieron<br />
la bienvenida con su canción y otras criaturas vivas se pusieron<br />
a sus pies y él los alimentó y ellos comieron de sus manos''.<br />
''Estas criaturas son tus compañeras en la gran casa de<br />
Dios, si son tus hermanos y hermanas, tienen el mismo respiro<br />
de vida en la Eternidad. Y quien cuide a al menos una de éstas, y<br />
les dé de comer y beber, lo mismo está haciendo conmigo''.<br />
Los esenios creían en la santidad y unidad de toda la vida<br />
y muchos pasajes en el Evangelio citado se refieren a la doctrina
149<br />
del amor sin límites a Dios, a la humanidad y a toda la creación.<br />
''Antes que todo está el amor, el amor de uno al otro y a todas las<br />
criaturas de Dios''.<br />
Hubo quienes los consideraron poseedores de<br />
conocimientos secretos acerca de las artes y las ciencias, que les<br />
habrían sido comunicados por otros seres de un nivel superior<br />
con los que habrían estado en contacto. Lo que hace pensar en<br />
los actuales extraterrestres y su supuesta civilización más<br />
avanzada que la nuestra actual.<br />
Para pertenecer a la secta había que pasar por un rito de<br />
iniciación. Superadas las pruebas, comenzaba una especie de<br />
periodo de noviciado limitado, tras el cual, si uno persistía en la<br />
vocación, se le permitía entrar a formar parte del grupo como<br />
miembro de pleno derecho.<br />
También harían pensar en la actual masonería y en<br />
general en las sectas, destructivas o no, que en tiempos<br />
modernos han proliferado.<br />
Sentían que se les había confiado una misión, y en este<br />
esfuerzo los apoyaban seres muy evolucionados que dirigían la<br />
fraternidad. Eran verdaderos santos, Maestros de sabiduría,<br />
hierofantes de las antiguas artes maestras.<br />
En esto podrían hacer pensar en las SS de Hitler.<br />
Los esenios no se limitaban a abanderarse con una sola<br />
religión, sino que las estudiaban todas, para extraer de ellas los<br />
grandes principios científicos. Las consideraban estados<br />
diferentes de una misma manifestación. Daban gran importancia<br />
a las enseñanzas de los antiguos caldeos, de Zoroastro, de<br />
Hermes Trismegisto, a las secretas instrucciones de Moisés y de<br />
uno de los fundadores de su propia orden, que había trasmitido<br />
técnicas similares a las del budismo, así como a las revelaciones<br />
de Enoc.<br />
Poseían la ciencia viviente de estas revelaciones, sabían<br />
cómo comunicarse con los seres angélicos y habían resuelto la<br />
pregunta del origen del mal en la tierra.
150<br />
Les preocupaba especialmente la pureza del alma y para<br />
preservarla se protegían de cualquier contacto con los espíritus<br />
del mal. Conscientes de la brevedad de la vida, no querían<br />
prostituir sus almas eternas. Por esta actitud, esta estricta<br />
disciplina, esta absoluta negativa a mentir o a comprometerse,<br />
los persiguieron muchísimos.<br />
Se consideraban guardianes de las Divinas Enseñanzas.<br />
Poseían numerosos manuscritos muy antiguos, algunos del que<br />
creían inicio de los tiempos. Muchos miembros de la Escuela se<br />
dedicaban sólo a descifrar sus códigos, a traducirlos a varias<br />
lenguas, y a copiarlos para perpetuar y preservar este avanzado<br />
conocimiento, y consideraban una tarea sagrada su labor.<br />
Para los esenios, su Fraternidad, compuesta de hombres<br />
y mujeres, era como la presencia en la tierra de las enseñanzas<br />
de los hijos y las hijas de Dios. Ellos eran la luz que brilla en las<br />
tinieblas, que invita a la oscuridad a convertirse en luz.<br />
Diferenciaban las almas aún dormidas, las sólo medio<br />
despiertas, y las despiertas. Les competía ayudar, consolar y<br />
aliviar a las primeras, despertar a las segundas, y dar la<br />
bienvenida y guiar a las restantes. Sólo se iniciaba en los<br />
misterios de la Fraternidad a las almas despiertas.<br />
Todos conocían a "los hermanos y hermanas vestidos de<br />
blanco". Los hebreos los llamaban "La Escuela de los Profetas";<br />
para los egipcios, eran "los Sanadores, los Médicos". En casi<br />
todas las grandes ciudades tenían propiedades, y en Jerusalén<br />
una de las puertas era La Puerta de los Esenios.<br />
Honrados, pacíficos, bondadosos, discretos y grandes<br />
sanadores, de los pobres tanto como de los ricos, en general se<br />
los respetaba y estimaba. De ellos habían salido muchos grandes<br />
profetas.<br />
Aún cuando muy celosos de sus leyes secretas y su<br />
doctrina interna, trataban a muchas personas, alojando a<br />
peregrinos de cualquier procedencia, ayudando en las<br />
dificultades, y especialmente sanando a los enfermos. Impartían
151<br />
las enseñanzas básicas y sanaban en lugares de fácil acceso para<br />
que todos pudieran acudir. Se parecían a los antiguos<br />
pitagóricos.<br />
Se me ha dicho miembro temporal de este grupo.<br />
MIS AÑOS OCULTOS<br />
A muchos ha llamado la atención que mis biógrafos<br />
oficiales, los evangelistas, no hayan dicho nada de mí antes de<br />
haber cumplido los 30. Eran cristianos recientes, gentes que<br />
hacía aún poco se habían unido al movimiento que se suponía yo<br />
había originado, les interesaba más dar de mí la imagen de un<br />
hombre extraordinario, antes que hacer Historia contando los<br />
hechos reales y concretos de mi vida. Sea de ello lo que fuere,<br />
de lo que me sucedió entre el nacimiento y los 30 años<br />
prácticamente nada se sabe. Sólo se menciona el incidente que<br />
protagonicé cuando en la monumental escalinata del templo de<br />
Jerusalén discutí presuntamente con los doctores de la ley. Uno<br />
se pregunta entonces de dónde habría sacado yo los<br />
conocimientos que al parecer poseía. De ser cierto lo que de mí<br />
se contaba, habría sido un muchacho precoz, puesto que aún en<br />
la niñez ya discutía acerca de la ley con los adultos a los que<br />
años de práctica habría hecho mucho más versados que yo en<br />
tales materias. Se me imaginaría entonces enfrascado en<br />
continuas lecturas, meditando o conversando con los que sabían<br />
más que yo, actividades ciertamente extrañas dada mi corta<br />
edad. Como ya he dicho, del ambiente rural presumible en la<br />
casa de un carpintero y una mujer dedicada a sus labores, como<br />
eran mis padres, no se esperaría un hijo letrado. Dejando a un<br />
lado esta extraña anécdota aún de la niñez, para mi vida durante<br />
la adolescencia y primera juventud se ha hecho numerosas<br />
propuestas. Según algunos, dejé mi tierra y viajé incluso a la<br />
India donde aprendí el pensamiento oriental. Hace un par de
152<br />
siglos un poeta llegó incluso a decir que estuve en Inglaterra.<br />
Para otros fui miembro del grupo nacionalista y acerbo<br />
religioso esenio, que planeaba combatir a los romanos. De haber<br />
sido cierto, mis biógrafos oficiales lo callaron. Haciendo un<br />
aparte, me maravilla que tantas gentes adultas y tenidas por<br />
serias hayan pasado su vida dedicadas a lo que al parecer me<br />
concierne. Según se dice, dos mil millones de personas en todo<br />
el mundo han creído y creen ciegamente en lo que con la mayor<br />
probabilidad ha sido inventado. En verdad, no lo comprendo.<br />
Sobre mí se ha escrito más que sobre cualquier otro personaje de<br />
la Historia. Pero mis biógrafos omitieron prácticamente todo lo<br />
referente a mis 30 años primeros. Sólo se me muestra como un<br />
niño precoz que a los 12 años debate acerca de la Torah con los<br />
rabinos de Jerusalén. Volví a Nazaret, seguí creciendo en cuerpo<br />
y mente y gocé del favor de Dios y de los hombres. (No hubiera<br />
estado mal, de haber sido verdad). En los primeros 100 años tras<br />
mi muerte, puede haber habido hasta 50 evangelios diferentes.<br />
Se llegó a decir que en la niñez maté a unos pájaros y luego los<br />
resucité, y cosas parecidas; pero de seguro no es más que una<br />
leyenda. Se tardó 500 años en fijar mi imagen canónica. Es<br />
difícil de explicar que las fuentes históricas contemporáneas<br />
hayan guardado silencio sobre mí, si de verdad yo hubiera sido<br />
el que se dice que he sido. La figura imponente de que de mí se<br />
ha hecho, difícilmente hubiera pasado desapercibida. Ningún<br />
historiador ni escritor dijo nada de mí. Sólo sobre la base del<br />
contexto histórico se puede hacer conjeturas. Se ignora pues si<br />
viví tranquilamente en Nazaret o viajé, estudié y prediqué fuera<br />
de mi tierra; si llegué hasta la India y aprendí de Buda.<br />
Antiguos escritos persas e indios lo sostienen. Mis enseñanzas y<br />
los escritos sagrados del budismo se asemejan. Como yo, Buda<br />
curaba milagrosamente a los enfermos, caminaba sobre las<br />
aguas y con solo unos panes alimentaba a multitudes. ¿De dónde<br />
salió mi doctrina? ¿Por qué fui tan diferente de la gente que me<br />
rodeaba y reaccionaba yo de manera tan dispar a la suya? El
153<br />
amor a la verdad, la no violencia, ayudar a los pobres y los<br />
oprimidos, la vida sencilla y frugal, la falta de ostentación, todo<br />
aparece también en las enseñanzas budistas. Desde la Palestina<br />
una ruta atravesaba el norte de los actuales Pakistán y<br />
Afganistán y terminaba en la costa occidental de la India. En<br />
1874 un periodista ruso llamado Notovich visitó Hemis, un<br />
monasterio budista al norte de la India, en las faldas del<br />
Himalaya. Allí se le mostró unos manuscritos en los que se<br />
relataba la vida de un profeta errante llamado Isa. Tras leerlos,<br />
Notovich pensó que se trataba de mí. Se decía que a los 14 años<br />
yo había ido a la India y me había unido a los budistas.<br />
MI ESTANCIA EN <strong>LA</strong> INDIA<br />
Aquellos manuscritos contaban literalmente lo siguiente:<br />
«Poco tiempo después un hermoso niño nació en el país<br />
de Israel; por su boca habló el mismo Dios y explicó la<br />
insignificancia del cuerpo y la grandeza del alma. Sus padres<br />
eran gente humilde descendiente de una familia distinguida<br />
notablemente piadosa, que habiendo olvidado su antigua<br />
grandeza mundana, celebraba al Creador y le agradecía las<br />
desgracias que para probarlos les había enviado. Para premiarla<br />
por perseverar en el camino de la verdad, Dios bendijo a su<br />
primogénito y lo eligió para redimir a aquellos que habían caído<br />
en el error y para curar a los que sufrían. A muy tierna edad, el<br />
niño divino, al que dieron el nombre de Isa, el equivalente<br />
oriental de Jesús, comenzó a hablar del Dios uno e indivisible y<br />
a exhortar a la gran masa descarriada a arrepentirse y purificarse<br />
de sus faltas. De todas partes se acudía a escucharlo y a todos<br />
maravillaban las palabras de sabiduría que brotaban de su boca<br />
infantil; en aquel niño moraba el espíritu santo. A los 13 años,<br />
edad en que un israelita debe tomar mujer, en la casa en que sus<br />
padres se ganaban el pan modestamente comenzó a reunirse la
154<br />
gente rica y noble de los alrededores, que lo deseaba por yerno,<br />
pues todos lo conocían por sus discursos edificantes en nombre<br />
del Todopoderoso. Entonces desapareció secretamente, dejó<br />
Jerusalén, y con una caravana de mercaderes se dirigió a Sindh,<br />
para perfeccionarse en el conocimiento divino y estudiar las<br />
leyes de los grandes Budas. A los 14 años cruzó el Sindh y se<br />
estableció entre los Aryas en el país preferido de Dios. Su fama<br />
se extendió rápidamente por toda la región; cuando cruzó el país<br />
de los cinco ríos, los devotos del dios Jaina le suplicaron que se<br />
quedara con ellos. Pero él los dejó y siguió caminando hacia<br />
Jagannath en el país de Orissa, donde yacían los restos mortales<br />
de Vyasa-Krishna. Con gran alegría lo recibieron los sacerdotes<br />
de Brahma, que le enseñaron a leer y comprender los Vedas, a<br />
salvarse mediante la oración, a explicar las Sagradas Escrituras,<br />
a expulsar de la gente el espíritu del mal y a devolver a los<br />
enfermos la salud. Pasó seis años en Jagannath, Rajagriha,<br />
Benares y otras ciudades sagradas. Todos lo querían y vivió en<br />
paz con los Vaishyas y Shudras a quienes enseñó las Escrituras.<br />
Se hizo los primeros enemigos cuando habló de la igualdad de<br />
los hombres, ya que los Brahmanes esclavizaban a los Shudras y<br />
decían que sólo la muerte los liberaría de su condición. Lo<br />
invitaron a abandonarlos y abrazar las creencias brahmánicas,<br />
pero él se negó y siguió predicando en contra de los Brahmanes<br />
y los Kshatriyas. Condenó la doctrina que permite a unos<br />
despojar de sus derechos humanos a los otros, y defendió la<br />
creencia de que Dios no había establecido diferencias entre sus<br />
hijos, a los que amaba por igual. También combatió la idolatría y<br />
trató de imponer la fe en un solo y unico Dios Todopoderoso.<br />
Finalmente, por todo esto, que los dejaba quedar mal, los<br />
sacerdotes brahmánicos decidieron darle muerte, y para ello<br />
enviaron contra él a los esbirros. Pero Jesús, al que los Shudras<br />
advirtieron del peligro, dejó Jagannath de noche, llegó a las<br />
montañas y se estableció en el país de Gautamides, en el que<br />
había nacido el gran Buda Shakya-Muni, entre el pueblo que
155<br />
adoraba al único y sublime Brahma. Tras haber aprendido a la<br />
perfección la lengua pal, se entregó al estudio de los rollos<br />
sagrados de los Sutras. Seis años después estaba capacitado para<br />
explicarlos perfectamente. Entonces abandonó el Nepal y las<br />
montañas del Himalaya, descendió al valle de Rajputana y se<br />
encaminó al oeste. A su paso, hablaba de abolir la esclavitud, al<br />
tiempo que pregonaba la existencia de un único Dios indivisible<br />
e instaba al pueblo a destruir los ídolos y dejar de creer en los<br />
falsos dioses. Así, cuando entró en Persia, los sacerdotes se<br />
alarmaron y prohibieron al pueblo escuchar sus palabras. Pero<br />
como la gente no les hiciera caso, lo hicieron prender y<br />
dialogaron con él. Jesús intentó convencerlos de que<br />
abandonasen el culto al Sol y de que no distinguiesen entre un<br />
Dios del Bien y un Dios del Mal, porque el Sol era sólo un<br />
instrumento del Dios único, un Dios del Bien, y no existía<br />
ningún Dios del Mal. Tras oírlo con atención, los sacerdotes<br />
resolvieron no hacerle ningún daño; pero por la noche, mientras<br />
todo el mundo dormía, lo prendieron y lo llevaron fuera de las<br />
murallas donde lo dejaron con la esperanza de que las fieras<br />
salvajes dieran pronto buena cuenta de él. Pero Jesús continuó<br />
sano y salvo su camino”.<br />
Los manuscritos de los lamas tibetanos siguen diciendo<br />
que tras largos periodos de predicación, cumplidos ya los 29<br />
años e instruido en las enseñanzas de Buda, regresé a mi tierra<br />
donde luego prediqué y me crucificaron. Así pues las<br />
tradiciones, leyendas y datos históricos apoyan la creencia<br />
popular de que viví y morí a los pies del Himalaya. Este habría<br />
sido mi primer viaje a tierras orientales, anterior a mi vida<br />
pública en Israel y a mi muerte en la cruz.<br />
Sin embargo si se compara mi vida con la de Gautama<br />
Buda se advierte entre las dos curiosos paralelismos que llevan a<br />
pensar si lo que se cuenta de mí no se ha sacado en parte de lo<br />
que 500 años antes de venir yo al mundo se contaba de él. En<br />
efecto, se dice que el padre de Buda era un rey, como lo había
156<br />
sido mi ascendiente David; que así como un ángel anunció a mi<br />
madre mi nacimiento, la reina Maia Devi, madre de Buda, soñó<br />
que un elefante blanco magnífico de 6 colmillos y roja la frente<br />
le entraba en el vientre y allí se le incrustaba, como en su<br />
estuche una joya, tras lo cual los intérpretes de sueños le dijeron<br />
que aquello presagiaba la venida a este mundo de un maestro<br />
extraordinario; pasados diez meses la reina se pone en camino a<br />
Lumbini, a casa de sus padres, para dar a luz al primogénito,<br />
como era costumbre, de la misma manera que mi madre María<br />
se puso en camino para empadronarse en Belén; antes de haber<br />
llegado al destino y en un descampado desierto que poblaban<br />
árboles de singular hermosura y un estanque precioso, la madre<br />
de Buda se sintió acalorada y tomó un baño para refrescarse, tras<br />
lo cual le empezaron los dolores del parto y en plena naturaleza,<br />
lejos de cualquier lugar habitado, lo alumbró sobre una piedra,<br />
de la misma manera que yo nací en las afueras del pueblo y a la<br />
intemperie en una cueva o establo; de vuelta al palacio de su<br />
marido y convocado un mago para hacer al niño el horóscopo,<br />
se halló en él las 32 cualidades necesarias para ser un guía de<br />
otros, por lo que se decidió llamarlo Sidarta, que significa aquel<br />
que se realiza en la verdad; de la misma manera el ángel de la<br />
anunciación había dicho a mi madre mi nombre de salvador de<br />
los otros; a los 10 años sus cuidadores perdieron al niño Buda y<br />
luego lo encontraron silencioso en meditación bajo un árbol<br />
cuya sombra, para protegerlo de los rayos del sol, no se había<br />
movido con él; a los 12 años mi madre y mi padre me perdieron<br />
a mí en Jerusalén y me hallaron con los sacerdotes del templo;<br />
contra el parecer de su padre Buda se va de casa y dice que no<br />
volverá hasta haberse convertido en un buda, yo digo que los<br />
míos no deben buscarme porque ante todo debo ocuparme de las<br />
cosas de mi Padre; ya mayor, Sidarta busca un remedio a la<br />
muerte y yo sostengo que quien venga conmigo no morirá; entra<br />
él en un templo para venerar a los dioses, y ellos le dicen que<br />
son ellos quienes deben venerarlo a él, como Juan me había
157<br />
dicho que yo debía bautizarlo, y no él a mí; Buda predica la no<br />
violencia y oponiéndose a los seculares sacerdotes brahmanes<br />
rechaza los sacrificios sangrientos y yo rechazo la violencia y en<br />
contra de la tradición antiquísima critico las ofrendas de<br />
animales en el templo; y así sucesivamente. Se podría decir que<br />
los evangelistas copiaron de la de Buda al menos una buena<br />
parte de mi biografía.<br />
VIAJO A ING<strong>LA</strong>TERRA<br />
Hace menos de un siglo, un monje budista leyó los manuscritos<br />
que había leído Notovich y casi al pie de la letra los tradujo<br />
como él. Más tarde desaparecieron. En el siglo XIX se publicó<br />
que yo había estado en Inglaterra, en Glastonbury, y que el cáliz<br />
de mi última cena explicaba mis años perdidos. El poeta<br />
William Blake se preguntó si mis pies habían pisado aquellos<br />
parajes. José de Arimatea, uno de mis discípulos, habría fundado<br />
allí la primera Iglesia cristiana de la Gran Bretaña. Para los<br />
ortodoxos griegos ingleses, José de Arimatea era mi tío abuelo.<br />
Al comienzo de mi adolescencia, mi padre José había muerto y<br />
mi tío abuelo se había ocupado de mí. En mi biografía oficial,<br />
José de Arimatea era un hombre rico y pío. Y mantenía -añaden<br />
los que abogan por Glastonbury- relaciones comerciales con<br />
Inglaterra. Trataba en estaño, abundante en aquellas tierras. De<br />
ahí provendrían sus muchas riquezas y sus influencias. Se lo<br />
había dicho decurión, título que Roma otorgaba a los oficiales<br />
en minería. Yo, su sobrino, lo había acompañado. En Cornualles,<br />
al sur de Inglaterra, se cuenta que ambos nos detuvimos allí. La<br />
gente era druida y en algunos aspectos su religión se asemejaba<br />
a la que yo habría de fundar más adelante. Los druidas creían en<br />
un futuro mesías al que se referían con la palabra Iesu, creían en<br />
la dualidad cuerpo y alma y en otras cosas que actualmente se<br />
considera propias del cristianismo. Con mi aparición entre ellos,
158<br />
se habían convertido, lo que verificaba su creencia en un<br />
enviado que había de llegar. En los evangelios se habla de<br />
numerosos personajes que parecen proceder de otras fuentes no<br />
necesariamente históricas. Para empezar, no hay nada que<br />
pruebe la existencia de un lugar llamado Arimatea. Por otro lado<br />
se relaciona con el santo Grial, el cáliz sagrado del que<br />
presuntamente bebí en la última cena, a José de Arimatea. Esta<br />
es mi sangre, sangre de la alianza nueva y eterna que se<br />
derramará en favor de muchos a los que se perdonará los<br />
pecados -se me atribuye haber dicho; lo que no es otra cosa que<br />
una interpolación descarada bien posterior a los hechos. Tras mi<br />
muerte, José de Arimatea me dio tierra. Se dice que después<br />
viajó por última vez a Inglaterra, para predicar mi doctrina, y<br />
que con él se llevó el cáliz de la última cena, al que enterró en<br />
algún lugar de Glastonbury. Este cáliz o copa se transformó en<br />
un símbolo importante. En las monedas de los revolucionarios<br />
judíos, la copa representaba su oposición al dominio romano.<br />
También se me ha dicho discípulo de Juan el Bautista, que sería<br />
un profeta zelote. Juan se había presentado en el desierto y<br />
bautizaba a la gente. Les decía que debían convertirse a Dios y<br />
recibir el bautismo para que Dios les perdonase los pecados. De<br />
toda Judea y de Jerusalén acudían a oírlo, los confesaba y los<br />
bautizaba en el río. Su mensaje se extendió como el fuego en la<br />
pólvora. Muchedumbres acudían a él. Yo fui uno de ellos. Y<br />
según se dice, apenas acababa Juan de bautizarme, el cielo se<br />
abrió y de él bajó sobre mí en forma de paloma el espíritu santo.<br />
Mis biógrafos coinciden en hacerme seguidor de Juan. Puede<br />
que los primeros en bautizar a la gente fueran los esenios, un<br />
grupo de religiosos judíos ultras a los que ya me he referido, que<br />
vivían a orillas del mar Muerto, en Qumrám. Se ha afirmado que<br />
Juan y yo hemos podido haber pertenecido a aquella comunidad.<br />
Como ya he dejado dicho más arriba, los esenios se distinguían<br />
por su amor al prójimo, la sencillez de su vida y su estricto<br />
respeto de las leyes de la Torah. Se llamaban ellos mismos hijos
159<br />
de la luz. Vestían de blanco, practicaban la comunidad de bienes<br />
y los distribuían según las necesidades de cada uno. A cada uno,<br />
según sus necesidades -habrían de decir más tarde los primeros<br />
marxistas. Apenas poseían nada. Había también un lado oscuro.<br />
Eran fanáticos religiosos, y como Juan y yo, rechazaban la<br />
corrupción de los sacerdotes. Estaban dispuestos a luchar hasta<br />
la muerte contra los idólatras romanos que ocupaban la tierra de<br />
los antepasados. Se refugiaron en Qunrám porque temían la<br />
guerra que creían próxima. El dirigente esenio del conflicto sería<br />
el mesías descrito en sus manuscritos como el Maestro de la<br />
Justicia. Bautistas, revolucionarios, gente que luchaba por la<br />
libertad. Ascetismo, bautismo, vida natural, ideología pura. Una<br />
visión militante guerrera y apocalíptica del Hijo del Hombre que<br />
bajaría del cielo para tomar parte en la lucha final contra la<br />
maldad de la tierra. Está escrito en el manuscrito de la guerra.<br />
Para algunos el mesías era el maestro de la justicia, y el tal<br />
maestro era yo. Se pensaba en el mesías como un héroe guerrero<br />
de la casa de David que llegaría y acabaría con los enemigos de<br />
Israel, lo que estaba muy lejos de mis intenciones. Lo que ni por<br />
asomo yo era. Ahora se me llama el príncipe de la paz y de la<br />
salvación. En mis tiempos la situación de Palestina era<br />
insostenible. Contra aquella escalada de opresión violenta<br />
predicaba yo. De que hubiese dicho que no había venido a traer<br />
paz sino la espada, de mi actuación en el templo contra los<br />
mercaderes, de haber recomendado tomar dos espadas a los que<br />
me preguntaban si habían de tomar alguna, y finalmente del<br />
hecho de que se me hubiera crucificado, pena que los romanos<br />
aplicaban a los disidentes políticos, se ha deducido que fui un<br />
revolucionario. Otros en cambio prefieren centrarse en mi<br />
recomendación de amar al enemigo, poner la otra mejilla,<br />
predicar otra manera de ver a la gente y las cosas, más solidaria<br />
y compasiva, etc. Tal vez mis biógrafos no se atrevieron a<br />
mostrar ante el ambiente mi verdadera faz, si de verdad durante<br />
mi juventud primera había sido yo revolucionario asceta
160<br />
intransigente partidario de la guerra al romano opresor. Menuda<br />
la perra que tienen cogida conmigo, me han tomado en serio, de<br />
verdad. Resulta asombroso. Han hecho de mí, un hombre<br />
cualquiera, un dios. ¡Vivir para ver!<br />
ME BAUTIZA MI PRIMO<br />
Transcurridos de cualquiera de los modos apuntados los<br />
años de mi vida oculta, había llegado el momento de lanzarme a<br />
la vida pública. Se supone que esperaba una señal. Según una de<br />
las versiones apócrifas de mi vida, en el taller de nuestro padre<br />
común trabajaba con mis hermanastros, los hijos que José había<br />
tenido antes de desposar a mi madre. ¿O serían los que según<br />
otra versión había tenido con ella? Un buen día hablaban<br />
animados y me les acerqué. ¿No quieres venir con nosotros? -me<br />
preguntaron. ¿Adónde pensáis ir? -quise saber. Nos estamos<br />
preparando para hacernos bautizar por tu primo Juan; predica en<br />
las orillas del río Jordán y llama a todos a la penitencia, porque<br />
según dice, se acerca el día final en que todo se acabará y hay<br />
que estar preparados; y acuden multitudes a que él los bautice.<br />
En efecto, por aquel entonces entre algunos de nosotros,<br />
los israelitas, se habían extendido las creencias apocalípticas<br />
según las cuales el final de los tiempos era inminente, lo<br />
precederían horribles catástrofes, las mujeres dejarían de dar a<br />
luz, la tierra se volvería estéril y las estrellas chocarían unas con<br />
otras, Dios estaba a punto de aparecer en toda su gloria para<br />
celebrar el Juicio final y unos irían al cielo y otros al infierno,<br />
pues como apuntaba un libro a la sazón en boga, un best seller<br />
del momento, se podría decir anacrónicamente, atribuido a un tal<br />
Esdras, un presunto profeta, “el Altísimo ha creado para muchos<br />
este mundo, pero sólo para unos pocos el futuro”. De ahí que<br />
antes de que fuera demasiado tarde, conviniera reconciliarse con<br />
Yahvé; se consideraba el bautismo como una especie de borrón
161<br />
y cuenta nueva, un comenzar desde cero, un volver a vivir. Les<br />
pedí más detalles.<br />
Habladme de ello -les dije; si me convencéis, iré con<br />
vosotros a que Juan me bautice.<br />
Tu primo -me replicaron- ha vivido con los ascetas<br />
esenios y ahora les ha pedido permiso para dejarlos un tiempo y<br />
predicar la salvación; porque el pueblo israelita se ha<br />
corrompido y es necesario llamarlo al orden de nuevo. Juan no<br />
vive en la ciudad; vive en el desierto, se alimenta de miel<br />
silvestre y se viste con una túnica y un manto de pelo de<br />
camello.<br />
-¿De pelo de camello? -repuse extrañado; sin embargo<br />
nuestros libros sagrados nos ponen en guardia contra ese animal,<br />
pues lo consideran impuro, como otros varios que ya conocéis.<br />
Pero menos inquietos que yo por tales nimiedades, al<br />
final me hablaron de una paloma y me convencieron. Acordé ir<br />
con ellos.<br />
Mientras tanto y llamado por Dios al desierto, Juan, hijo<br />
de Isabel, prima de mi madre, se había entregado a la vida del<br />
yermo presuntamente para predicar mi llegada y prepararme el<br />
terreno. Vivía en las soledades y ajeno a los lujos vestía zamarra<br />
de piel de camello, se ceñía con faja de cuero los lomos, comía<br />
preferentemente miel silvestre y voladoras langostas y bebía tan<br />
sólo agua pura de los manantiales que bajaban incontaminados<br />
de los montes vecinos. Y entrando hasta las rodillas en el agua<br />
del río Jordán, incitaba a bautizarse a la gente, para que se le<br />
perdonaran los pecados, en consonancia con lo que según la<br />
tradición en uno de sus discursos había dejado dicho Isaías ben<br />
Amos, un antiguo profeta que me habría precedido en unos 8<br />
siglos: Voz de uno que clama en el desierto: Aparejad el<br />
camino del Señor, enderezadle las sendas; se rellenará todo<br />
barranco, se rebajará todo monte y collado y se hará recto<br />
todo lo torcido, y caminos llanos lo áspero, y verá la salud de<br />
Dios toda la carne. Que quiere decir que todas las personas
162<br />
humanas, hechas de carne y de sangre, se verán salvadas. En<br />
aquellos tiempos arcaicos se hablaba de otra manera como más<br />
solemne y simbólica que la actual, porque por lo general la<br />
gente tiende a respetar a los que se expresan con afectación; para<br />
el vulgo, lo simple y llano engendra menosprecio.<br />
Los exégetas de la Biblia, es decir, los que la<br />
interpretaban y decían a los demás cómo se había de entender lo<br />
que en ella se leía, habían dado en afirmar que con aquellas<br />
palabras y bajo la imagen de un heraldo enviado a preparar en el<br />
desierto los caminos de un gran rey que había de llegar,<br />
representaba el profeta al precursor del esperado Mesías, de lo<br />
que tomaron pie mis seguidores para asegurar que aquel ansiado<br />
salvador era yo.<br />
Los israelitas de entonces, los de mi tiempo, se sentían<br />
desgraciados en extremo. Nacionalistas acérrimos, se habían<br />
convencido hasta el tuétano de que, en trueque de que ellos lo<br />
reconociesen y adorasen como solo y único dios , merecedor de<br />
tal nombre, Yahvé los había elegido entre todos y eran su pueblo<br />
preferido. Si bien les había prometido estar de su parte y<br />
protegerlos de sus enemigos, hacía ya varios siglos que aquella<br />
promesa divina parecía no cumplirse, ya que desde el supuesto<br />
glorioso reinado del rey al que llamaban David y de su hijo<br />
Salomón, cuando Israel había conocido el máximo esplendor,<br />
ganaba todas las batallas y dominaba ella a los pueblos vecinos<br />
en lugar de ser dominada por ellos, la habían invadido los<br />
egipcios, los medos, los persas, los babilonios, que habían<br />
llevado a la cautividad a muchos de ellos, y por fin los romanos.<br />
De ahí que sus más recientes profetas, al mismo tiempo que los<br />
acusaban de impíamente haber vuelto las espaldas a su dios<br />
Yahvé, al que con Abraham habían prometido en exclusiva<br />
amor, respeto y obediencia, y haberse entregado a todos los<br />
vicios, por lo que ahora Yahvé los castigaba entregándolos a los<br />
conquistadores foráneos, trataban de consolarlos con la promesa<br />
de que un día llegaría un enviado, un mesías, que al frente de los
163<br />
suyos expulsaría a toda aquella canalla extranjera y de nuevo se<br />
volvería a vivir, por un milenio al menos, la edad de oro ya ida.<br />
También el Reich alemán iba a durar 1000 años.<br />
Mas ajusticiado yo y presuntamente resucitado de entre<br />
los muertos, como ellos decían, mis seguidores trataron de<br />
hacerme pasar por aquel esperado mesías y para ello no<br />
vacilaron en entresacar de la Biblia, las sagradas Escrituras<br />
nuestras, los párrafos que más o menos oscuramente refiriéndose<br />
a él, cabría aplicar a la imagen que ellos querían dar de mí.<br />
Observaré que en la actualidad se duda con amplio<br />
fundamento de que los tales reyes, David y Salomón, hayan<br />
existido en realidad, sean personajes históricos, y se prefiere<br />
pensar que esos nombres representan más bien mitos colectivos.<br />
Así pues, habría dicho aquel Juan a las turbas que le<br />
salían al camino para que él las bautizase: Engendros de<br />
víboras! ¿Quién os mostró el modo de huir de la ira<br />
inminente? Porque los israelitas tenían a mi supuesto padre<br />
Yahvé por un dios celoso y airado que no vacilaba en vengarse<br />
de aquellos que habiéndole prometido fidelidad duradera se<br />
cansaban y amenazaban sustituirlo por otro quizá más natural y<br />
amable. Ofreced frutos dignos de la penitencia -había<br />
proseguido aquel orador- y no comencéis a decir en lo íntimo<br />
que tenéis a Abraham por padre; porque poderoso es Yahvé<br />
para hacer surgir de estas piedras hijos de Abraham. Por otro<br />
lado, ya el hacha está puesta a la raíz de los árboles, y todo<br />
aquel que no lleve fruto bueno, será cortado y echado a la<br />
hoguera.<br />
Y con tan severas palabras amedrentadas las turbas,<br />
gemían diciendo: ¿Qué haremos, pues? A lo que él habría<br />
respondido: Aquel que posea dos túnicas, entregue una al que<br />
carezca de ellas; y el que nade en provisiones de boca, haga<br />
otro tanto.<br />
De haber sido verdad, no habría estado mal. Se lo podría<br />
haber llamado comunista, su precursor antes de tiempo. Habían
164<br />
llegado entonces pidiendo también el bautismo unos publicanos<br />
y le habrían preguntado: Maestro ¿qué hemos de hacer<br />
nosotros? Los publicanos se encargaban de recaudar los<br />
impuestos del fisco romano, lo que los hacía odiosos a la gente<br />
común, como es natural poco amiga de desprenderse de lo que<br />
con fatiga y esfuerzo había granjeado. Y él les había<br />
respondido: No exijáis de más sobre la tasa fijada, porque entre<br />
los funcionarios del gobierno ya entonces se daba la odiosa<br />
corrupción. Asimismo le habían preguntado algunos agentes del<br />
orden: ¿Qué haremos nosotros? A nadie hagáis extorsión, no<br />
denunciéis a nadie injustamente y contentaos con vuestra<br />
soldada.<br />
Buen programa, a fe mía. Con todo esto se hallaban<br />
todos a la expectativa y se preguntaban si por ventura el Mesías<br />
ansiado no sería él, a lo que refiriéndose a mí, Juan había<br />
respondido: Yo bautizo en el agua; mas me sigue el que me<br />
aventaja en fuerza y cuya correa del zapato no merezco ni<br />
siquiera desatar. Él os bautizará en Espíritu santo y fuego<br />
(daba a entender una purificación total y radical) -y proseguía:<br />
En su mano tiene el bieldo con el que limpiará su era;<br />
allegará a su granero el trigo, mas con fuego inextinguible<br />
quemará la paja. Y así, con éstas y otras muchas exhortaciones,<br />
anunciaba al pueblo la buena nueva de mi inminente llegada.<br />
Entonces desde Galilea, el lugar de mis padres, me<br />
acerqué también yo al Jordán para que Juan me bautizase. Mas<br />
al verme, él se había negado diciéndome: Soy yo quien ha de<br />
ser bautizado por ti, y en cambio tú vienes a mí. A lo que yo,<br />
fiel a mi presunto papel de salvador y mesías, le respondí:<br />
Déjame hacer, pues nos cumple realizar plenamente lo que<br />
está dispuesto.<br />
Consintió entonces y me bautizó, como si yo fuera uno<br />
cualquiera, igual a los otros. Y cuando salía del agua, se abrieron<br />
los cielos y en forma de una blanca paloma descendió sobre mí<br />
el Espíritu santo al tiempo que de lo alto se oía una voz que
165<br />
decía: Este es mi Hijo muy amado, en quien tengo puestas<br />
todas mis complacencias.<br />
A decir verdad, yo no vi ni oí tal paloma; me lo dijeron<br />
los otros.<br />
Años después de mi muerte no faltó quien tal vez<br />
juzgando escaso lo que queda dicho, trató de adornarlo haciendo<br />
que el Jordán se retirase y lanzase hacia lo alto sus aguas y que<br />
incluso las estrellas clamasen al Señor y apareciesen en el cielo<br />
los ángeles. Uno que sin duda disfrutaba escribiendo, había<br />
relatado de esta manera el fenómeno: “Y sobre el Jordán se<br />
extendieron blancas las nubes, y aparecieron ejércitos de<br />
espíritus que cantaban hosannas, y el Jordán detuvo su curso, se<br />
pararon sus aguas, y por doquier se extendió en el ambiente el<br />
aroma de indescriptibles y perfumados olores”.<br />
¡Inventar es bien fácil!<br />
ME TIENTA EL DIABLO<br />
A continuación me retiré al cercano desierto para hacer<br />
penitencia y tras cuarenta días y cuarenta noches de ayuno sentí<br />
hambre, nada más natural, con lo que de pronto se me apareció<br />
el Maligno, que se llegó a tentarme diciendo: Si eres Hijo de<br />
Yahvé, haz que estas piedras se conviertan en pan. A lo que yo<br />
dignamente respondí citando las escrituras sagradas: Escrito<br />
está: no sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que<br />
sale de la boca de Yahvé.<br />
Si atendemos a que también estaba escrito que en los<br />
campos de batalla Yahvé ordenaba a los belicosos antepasados<br />
israelitas el matar a todo bicho viviente y no dejar a nadie con<br />
vida, mujeres y niños incluidos, difícilmente se podría decir que<br />
el hombre vive de toda palabra que sale de la boca de Yahvé;<br />
antes cabría decir que muere de ella. Aquellas también habían<br />
sido palabras de Dios.
166<br />
Al principio ante la inesperada aparición me quedé como<br />
desconcertado y en suspenso; pero pronto recobrados los<br />
espíritus, la miré atentamente. Desprendía un tufo de azufre que<br />
tumbaba de espaldas. Por sus patas y cuernos de chivo, negras<br />
alas de murciélago a la espalda plegadas y bigote y perilla de<br />
trasnochado don Juan, enseguida había comprendido yo de<br />
quién se trataba; además se peinaba el pelo para atrás y lo<br />
sujetaba con gomina, como un capo mafioso siciliano o de<br />
Chicago: no podía ser otro que él, el Mefistófeles de los<br />
posteriores europeos románticos del siglo XIX. Entonces, sin<br />
desanimarse y en un santiamén, me llevó en volandas a<br />
Jerusalén y poniéndome sobre el alero del templo me dijo: Si<br />
eres hijo de Yahvé, tírate al vacío, porque como sabes también<br />
está dicho: a sus ángeles ordenará protegerte, de modo que te<br />
tomarán en los brazos y no permitirán que tropieces con<br />
ninguna piedra. Fiel a mi papel, le retruqué: también está<br />
escrito que no has de tentar al Señor, tu dios. Mas terco el<br />
diablo en la suya y sin darse por vencido, de nuevo me tomó y<br />
me llevó a la cima de un monte para mostrarme desde allí todos<br />
los reinos del mundo y la gloria de ellos, y había insistido: Todo<br />
esto te daré si postrándote me adorares. A lo que yo, se ve que<br />
harto ya, le había respondido: vete de aquí, Satanás, porque<br />
escrito está: Adorarás al Señor, tu dios, y sólo a Él darás culto.<br />
Con lo que cansado, el espíritu malo me dejó en paz y<br />
aparecieron unos ángeles que me sirvieron de comer y de beber,<br />
pan y agua, como es natural, pues para los que entienden del<br />
asunto, tras un ayuno tan prolongado como se dice había sido el<br />
mío, no conviene darse un hartazgo ni regalarse con desusados<br />
manjares, que cogiendo deshabituado al sistema digestivo<br />
podrían provocar su colapso. Como bien le había dicho yo al<br />
tentador, no hay que abusar de la suerte, que es como decir<br />
tentar a Dios. ¡Vade retro, Satanás!<br />
Al contrario de tantos otros a los que más tarde a lo largo<br />
de los inacabables siglos habría de tentar de nuevo el diablo, yo
167<br />
no había querido venderle el alma. Como mi padre, también yo<br />
había sido 'recto'.<br />
En cuanto a lo de haber ayunado sin comer ni beber<br />
durante cuarenta días y cuarenta noches, parece un poco<br />
exagerada la cosa, si se tiene en cuenta que a la luz de los<br />
descubrimientos médicos posteriores, tal abstención es del todo<br />
imposible. Poco o mucho, es preciso comer y beber más o<br />
menos frecuentemente.<br />
Como ya he dicho, esta es la versión aceptada o canónica<br />
de toda la historia, lo que no impide que haya habido otras<br />
varias. Por ejemplo, se ha dicho que en el desierto no me tentó<br />
ningún diablo, sino una mujer, pues para los que hoy afirman<br />
seguirme, no existe tentación mayor ni más maligna que la del<br />
otro sexo. Pero de ser cierto lo que ya queda dicho acerca de mi<br />
trato con las mujeres, no era lo más acertado ver de seducirme<br />
con ellas, puesto que por unas cosas u otras ante sus supuestos<br />
encantos no reaccionaba como según se dice reaccionan los<br />
hombres vulgares, sino que me dejaban impasible y frío.<br />
Pero ¡vaya uno a pedirle coherencia a los fanáticos!<br />
De nuevo han salido a la palestra los escépticos para<br />
decir que el ayuno en el desierto y posterior visita diabólica que<br />
acabo de relatar, no es más que una parábola de la tentación que<br />
raya en lo mítico, puesto que en el griego Heracles, en el<br />
Zaratustra persa y en el Buda hindú figura casi al pie de la letra<br />
la misma historia. Y por otro lado afirman que como atestiguan<br />
mis biografías, incluso las canónicas, las que mi Iglesia da por<br />
auténticas y buenas, yo nunca fui un asceta y en lugar de darme<br />
azotes en las desnudas espaldas, dormir sobre abrojos y espinas<br />
y matarme de hambre, muy al contrario no rechazaba el mundo,<br />
los placeres y las fiestas, hasta tal punto que mis enemigos<br />
llegaron a tacharme de “glotón y bebedor de vino” y acusar a<br />
mis discípulos de que “asistían alegremente a los banquetes” y<br />
sólo ponían larga la cara cuando precisamente escaseaba el<br />
condumio.
168<br />
Ay, ay, ¿A qué carta quedarme? Unos me quieren asceta<br />
descarnado, mientras otros me prefieren buen vividor.<br />
ME RETIRO A GALILEA<br />
Abandonado el desierto, supe que el rey Herodes había<br />
hecho encadenar y arrojar a una mazmorra al infortunado Juan,<br />
y temeroso de correr la misma suerte, me retiré a Galilea. Como<br />
mi primo, el bautista, yo había predicado que el tiempo se<br />
acababa y que era preciso renacer a una vida nueva, y temí que<br />
el tirano se la tomase también conmigo; pero como se vio, se<br />
trataba de temores infundados. De modo que dejando Nazaret,<br />
dónde se me conocía demasiado bien y en su mayor parte la<br />
gente se me mostraba hostil, me fui a la marítima Cafarnaúm, en<br />
la región que antiguamente habían habitado las tribus de<br />
Zabulón y Neftalí, dos de las doce del pueblo de Israel, con lo<br />
que al parecer se cumpliría lo que el profeta Isaías habría<br />
anunciado diciendo: Tierra de Zabulón y tierra de Neftalí,<br />
camino de la mar, más allá del Jordán, Galilea de los gentiles:<br />
en las tinieblas el pueblo vio una gran luz.<br />
Esa gran luz a la que el profeta había aludido, se referiría<br />
a mí. ¡Vaya uno a saber! Desde ese momento empecé de lleno a<br />
predicar y a decir a la gente que debía arrepentirse porque se<br />
acercaba el reino de los cielos.<br />
Se me ha llamado milenarista, uno que cree que con la<br />
llegada del milenio sucederán grandes catástrofes y cambios,<br />
como sería la mencionada llegada del reino anunciado; y<br />
también se me ha dicho influido por las doctrinas de los<br />
apocalípticos, que veían inminente el fin del mundo.<br />
Lo de hacer de mí un milenarista pudiera parecer algo<br />
anacrónico, porque cuando yo vivía, se contaba por el calendario<br />
romano los años, y según él estábamos por el 800 y pico tras la<br />
fundación de la ciudad (de Roma) y no había ningún milenio a
169<br />
la vista y a punto de cumplirse. En fin, no sé. Contradicciones.<br />
Ante todo debo aclarar que todo eso que de mí se ha<br />
contado, que en mí se cumplían las profecías del Antiguo<br />
Testamento, ha sido algo amañado. Mientras viví, nadie se<br />
preocupó de averiguar si lo que en el libro sagrado se había<br />
escrito, si lo que presuntamente los antiguos profetas habían<br />
predicho, se me aplicaba con propiedad; porque si bien y poco a<br />
poco las gentes que me oían se iban haciendo a la idea de ver en<br />
mí a un enviado, a un profeta, al principio se me consideraba tal<br />
en el sentido corriente, a saber, que cada tanto tiempo Dios<br />
enviaba a la Tierra a un ser escogido para llamar a todos a hacer<br />
penitencia. Dios o los dioses, dependiendo de si la mentalidad y<br />
el lugar eran más bien religiosos o preferentemente paganos.<br />
Había sucedido en otras partes y sucedía ahora en mi tierra. No<br />
se me tenía por el Mesías de tinte político que se habían<br />
acostumbrado a esperar los dirigentes religiosos israelitas.<br />
Mucho más tarde, cuando yo ya había muerto y quizá<br />
resucitado, los que sobre mi figura fundaron su Iglesia quisieron<br />
acomodarme a la Biblia tratando de demostrar que ya en ella y<br />
desde tiempos remotos se había previsto mi aparición y mis<br />
hechos y dichos; para lo cual no tuvieron escrúpulos en<br />
violentarla y hacerle decir a la fuerza lo que en verdad no había<br />
querido decir. Se consiguió de esa forma entresacar en ella nada<br />
menos que 595 supuestas alusiones a mi vida y milagros,<br />
entendiendo aquí por milagros no los prodigios que<br />
presuntamente contrarían la ley natural, sino en general las<br />
circunstancias de mi estancia en la Tierra. Mucho más si<br />
omitimos el hecho de que la famosa Biblia no es otra cosa que la<br />
colección de relatos que a lo largo del tiempo han ido<br />
escribiendo muy diversas personas, corrigiendo, aumentando y<br />
borrando cada una de ellas y para ajustarse al pensamiento<br />
correcto del momento lo que otros habían dicho antes y de otra<br />
manera; de modo que muchos de los libros llamados bíblicos<br />
nunca los escribieron quienes pasan hoy por sus autores. Como
170<br />
digo, pues, se ha de tomar 'cum grano salis' es decir, con sensata<br />
precaución, las citas de las Escrituras Sagradas que en este relato<br />
se vaya haciendo.<br />
Sigo pues con lo mío.<br />
ESCOJO A MIS DISCIPULOS<br />
Lo primero, escoger a los discípulos. Cuando caminaba<br />
por la orilla, vi a Simón y a su hermano Andrés, que echaban al<br />
mar las redes, pues eran pescadores, y les dije que se viniesen<br />
conmigo, para que yo los hiciese pescadores de hombres; con lo<br />
que ellos, sin mediar palabra dejaron lo que estaban haciendo y<br />
se vinieron. En contra de lo que hubiese sido más natural, no se<br />
pararon a averiguar qué había querido yo decir con aquello de<br />
pescar hombres en lugar de peces. Tal vez se lo debió a que eran<br />
gente ruda, dada a la acción antes que a la contemplación. Un<br />
poco más adelante nos encontramos a Santiago y a Juan, otros<br />
dos hermanos, que en compañía de Zebedeo, su padre,<br />
remendaban en la barca el deteriorado aparejo; los llamé y<br />
también ellos dejaron lo que hacían y nos acompañaron.<br />
Ante esta disposición a seguirme sin hacer preguntas, se<br />
podría pensar que yo debía de tener eso que hoy llaman carisma;<br />
porque sólo así se explicaría la extraña sumisión que los llevaba<br />
a obedecer callados mi requerimiento.<br />
Mas de nuevo los espíritus escépticos tratan de explicarlo<br />
de otro modo. Ya he mencionado que a la vista de los hallazgos<br />
arqueológicos modernos, Cafarnaúm no era el mísero pueblo de<br />
pescadores que mis evangelistas han dado a entender, sino un<br />
centro comercial próspero en el que el modo de vida a lo griego,<br />
es decir, profano y civilizado, era algo normal. Se lo ha<br />
deducido a partir de los suelos de mármol jaspeado y las paredes<br />
decoradas con frescos, a la más rabiosa moda romana de<br />
entonces, que se está desenterrando. Hay quienes sostienen que
171<br />
en uno de estos edificios lujosos o al menos indicadores de una<br />
vida próspera vivía precisamente con su familia mi discípulo<br />
Pedro. Y se explica su pronta disposición -y la de los otros- a<br />
seguirme sin hacer muchas preguntas por la insatisfacción que<br />
las autoridades romanas con su carga onerosa de impuestos<br />
creaba en la población. En efecto, se dice que del cargamento de<br />
pescado que arrostrando el peligro un pescador recogía en el<br />
mar, había que dar al recaudador lo mejor, a cambio de lo cual<br />
se entregaba al patrón de la embarcación pescado salado y sin<br />
duda de inferior calidad. Descontentos pues aquellos miembros<br />
de un principio de clase acomodada, se habrían unido a mí por<br />
haber visto en mis enseñanzas quizá la semilla de una rebelión<br />
contra el déspota ocupante. Sólo con el tiempo se irían dando<br />
cuenta de que yo no estaba por la labor revolucionaria, que no<br />
me importaba tanto trastocar el gobierno como tronar contra la<br />
corrupción imperante en los que encargados de la vida religiosa<br />
deberían ante todo con sus costumbres y estilo de vida dar<br />
ejemplo a los otros. Mi reino no era de este mundo, se me ha<br />
achacado haber dicho cuando el gobernador romano Poncio<br />
Pilatos quiso saber si yo me consideraba rey de los judíos, de lo<br />
que al parecer me habían acusado las autoridades del templo.<br />
Poco a poco pues Pedro y mis otros discípulos se habrían ido<br />
dando cuenta de que yo no tenía la menor intención de ser el<br />
mesías político que el pueblo esperaba y de que la liberación del<br />
yugo romano no habría de venir a través de mí, pero tras dos<br />
años de acompañarme ya era tarde para dar marcha atrás, así que<br />
por lealtad, no me abandonaron.<br />
Pasando de allí, sentado ante una mesa de cambista vi a<br />
Mateo, uno de los que con desprecio se llamaba publicanos,<br />
cosa peor que llamarlos pecadores, pues se encargaba de cobrar<br />
el tributo debido a las autoridades romanas; también a él le dije:<br />
Sígueme; con lo que se levantó y me siguió.<br />
Fuimos a su casa y compartimos mesa con muchos de<br />
unos y otros, pecadores y publicanos; con lo cual los fariseos
172<br />
que de ello tuvieron noticia se escandalizaron y preguntaron a<br />
mis discípulos cómo se explicaba que yo sentara a mi mesa a<br />
gente pareja. Porque los devotos tenían a gala evitar el trato de<br />
las malas compañías. Mas yo con ironía respondí que no<br />
necesitaban médico los sanos, es decir, los virtuosos, sino los<br />
enfermos; pues la misericordia valía más que todos los<br />
sacrificios y ofrendas que en los altares de cualquier templo<br />
pudiera ofrecerse; porque ocuparse de los justos como ellos<br />
antes que de los pecadores, que al menos podrían enmendar sus<br />
costumbres y modos, sería gastar pólvora en salvas.<br />
No les gustó lo que oían y me guardaron rencor. Con<br />
aquellas palabras burlonas y las que más tarde vinieron, me hice<br />
muchos enemigos; pero no podía evitarlo. La diplomacia -como<br />
hoy se la llamaría- no era precisamente mi fuerte.<br />
No me importaba que me viesen en las dichas malas<br />
compañías. Yo volvía del revés el dicho según el cual una<br />
manzana podrida mezclada a las sanas las pudre, en tanto que<br />
yo, manzana sana mezclado a las podridas, contaba con sanarlas<br />
a ellas.<br />
Me aparté luego a orar. Me gustaba hacerlo en el monte.<br />
Pasé en vela las horas de la noche y tan pronto amaneció, me<br />
topé con Felipe, natural de Betsaida, y también lo invité a<br />
seguirme. Luego nos encontramos con Natanael, por otro<br />
nombre Bartolomé, y exclamé: he aquí uno que no engaña a<br />
nadie. ¿De qué me conoces? -me preguntó él extrañado. Esta<br />
mañana te he visto bajo la higuera. Y sin molestarme en aclarar<br />
para la posteridad tan enigmáticas palabras, proseguí: No debe<br />
sorprenderte; mayores cosas verás -con lo que él bajó confuso la<br />
vista, como si yo en aquella ocasión lo hubiese descubierto en<br />
situación comprometida. Así fui eligiendo a mis doce más<br />
próximos: Mateo y Tomás, Santiago, hijo de Alfeo, y Simón, el<br />
cananeo, Judas, hijo de otro Santiago, y otro Judas, dicho el<br />
Iscariote. Los llamé apóstoles y los preferí a los demás, de lo<br />
que posteriormente se sacó la conclusión de que con ello y de
173<br />
una vez por todas dejaba claro que entre mis seguidores habría<br />
de reinar la jerarquía y no la democracia; lo cual no era verdad,<br />
como habría de demostrar más adelante.<br />
Mis doce primeros discípulos eran gente corriente, doce<br />
ciudadanos comunes de la Galilea que con el tiempo habrían de<br />
transmitir mi supuesto mensaje y se dejarían matar por mí. Eran<br />
aproximadamente de mi misma edad, nos unían experiencias<br />
comunes. Cuando éramos niños, un grupo de activistas políticos<br />
de la vecina Séforis se habían sublevado contra los ocupantes<br />
romanos que habían reaccionado con rapidez incendiando la<br />
ciudad y matando a sus habitantes o vendiéndolos como<br />
esclavos. Aquello nos había impresionado en lo más hondo.<br />
Muchos de aquellos activistas eran bandidos, otros se refugiaban<br />
en los montes y contaban con numerosas simpatías. Tal vez mis<br />
discípulos vieron en mí a un caudillo que los liberaría de la<br />
opresión extranjera y me siguieron por muy diversos motivos.<br />
La cuestión económica era muy importante; todos eran jóvenes,<br />
los impuestos eran muy pesados, entregaban pescado fresco y a<br />
cambio se les daba salado, los recaudadores de impuestos se<br />
llevaban la mejor parte, era injusto, el descontento social era<br />
grande, la religión no los preocupaba especialmente.<br />
Mateo recaudaba impuestos, vivía con opulencia, no<br />
necesitaba rebelarse, pero se unió a mí. Aunque funcionario<br />
menor, probablemente sus vecinos lo miraban con odio. Era<br />
corriente la práctica de engañar al fisco en el peso mezclando<br />
piedras y ramas al grano, el enfrentamiento con la autoridad era<br />
cotidiano. Lo más probable es que Mateo me hubiera seguido<br />
por sentirse aislado, necesitaba relacionarse con alguien, formar<br />
parte de una comunidad. Judas Iscariote tenía mala reputación,<br />
no era de fiar ni leal, pero era el tesorero, llevaba las cuentas, se<br />
preocupaba de proveer a las necesidades de todos, debía ser<br />
capaz de organizar y dirigir, por ello se lo habría aceptado.<br />
Simón dicho el zelote era quizá muy observante de la Ley,<br />
Santiago, Simón y Judas eran hermanos o hermanastros míos. Se
174<br />
trataba de doce hombres muy diferentes unos de otros, desde el<br />
punto de vista psicológico formaban un grupo desastroso,<br />
necesitan a un líder que les propusiera un común objetivo,<br />
estaban dispuestos a unirse si se trataba de oponerse a los<br />
romanos, pero no era fácil caminar juntos<br />
<strong>LA</strong>S BODAS <strong>DE</strong> CANÁ<br />
Al día tercero, una vez escogidos aquellos más íntimos,<br />
en Caná de Galilea, a unos 7 km de Nazaret, se celebró unas<br />
bodas, a las que había sido invitada mi madre, y por medio de<br />
ella también se nos invitó a nosotros. A mitad de la comida mi<br />
madre se me aproximó y me dijo al oído: Se les ha acabado el<br />
vino; a lo que yo respondí: ¿Y a nosotros qué nos va o nos<br />
viene? Además, tampoco ha llegado el momento. Se ha supuesto<br />
aquí que yo me había trazado un plan acerca de cuando habría<br />
de empezar a darme a conocer y salir de la oscuridad en que<br />
hasta entonces había vivido, y que me había sentido molesto de<br />
que mi madre interviniese para adelantarlo; su intrusión me<br />
habría parecido inoportuna. El caso es que terminé por<br />
complacerla. Aun a los 30 años me sentía poco dispuesto a<br />
contrariarla; pese a que según se suponía ya a los 12 había<br />
afirmado mi tal vez y dadas las costumbres un poco prematura<br />
independencia enfrentándome a ella, cuando por la Pascua, de<br />
vuelta la familia a Nazaret, me habría quedado en Jerusalén<br />
donde después se me hallaría mezclado a los doctores que<br />
discutían pedantes acerca de como se había de interpretar<br />
correctamente tal o cual pasaje de las sagradas escrituras. De<br />
modo que viendo en sus ojos el reproche y que sin atender a mis<br />
palabras ordenaba a los sirvientes hacer prontamente lo que yo<br />
les ordenase, me levanté resignado y miré en torno mío. Había<br />
allí seis vasijas en las que los israelitas piadosos solían hacer sus<br />
abluciones rituales y que en total tendrían una capacidad de 600
175<br />
litros. Dispuse pues que se las llenase de agua, lo que se hizo al<br />
momento. Dado el elevado volumen, me figuro que dispondrían<br />
de un pozo bien alimentado. Y una vez llenas les dije: Sacad una<br />
taza y llevadla al maestresala, cosa que hicieron sin más<br />
dilación. Tras haber probado el contenido, el maestresala llamó<br />
al novio y le dijo: “Se suele servir el vino peor cuando ya todos<br />
están un poco bebidos y no distinguirán el bueno del malo, pero<br />
tú lo has hecho al revés dejando para el final el de más calidad”.<br />
Al parecer, no sabía aún lo sucedido.<br />
Se llamaba maestresala o arquitriclino a un pariente o<br />
amigo al que se confiaba el cuidado de atender a que el servicio<br />
transcurriera sin incidentes dignos de nota. Y puestos a<br />
milagrear, tanto me costaba echar el resto como reprimirme y<br />
contenerme: quedarme corto y ofrecer un producto de mala<br />
calidad no era cosa que se hiciese. Hay que cuidar la reputación.<br />
No en vano más tarde alguien habría de decir que 'si al principio<br />
no demuestras quien eres, no podrás después aunque quisieres'.<br />
Mas también aquí han entrado a saco los estudiosos<br />
modernos. Lejos de considerarme un invitado más en unas<br />
bodas ajenas, apuntan que se trataba de mis propias bodas, con<br />
la Magdalena, naturalmente, y que mi madre me había inducido<br />
a hacer el milagro, no por la compasión que sintiera ante el<br />
apuro de unos extraños, sino por lo que en ello le iba dado que<br />
era la madre del contrayente.<br />
Sea la verdad la que sea, se me atribuyó pues el milagro<br />
de convertir en buen vino el agua corriente y de manantial; es<br />
más, con el tiempo se llegó a afirmar que todos los años, en el<br />
aniversario de aquellas probablemente míticas bodas, durante<br />
algunas horas el agua de las fuentes y los ríos se transformaba<br />
en vino; pero a fuer de sincero debo decir que, según los<br />
historiadores, ya otros personajes lo habían hecho antes que yo;<br />
de creer al dramaturgo griego Eurípides, quinientos años atrás el<br />
dios Dionisos había llevado a cabo tal portento; de donde<br />
algunos de mis contrarios sacaron luego motivo para negar que
176<br />
de verdad yo lo hubiese repetido y afirmar que todo el relato no<br />
era otra cosa que un vulgar plagio debido a un mal entendido<br />
celo de mis seguidores.<br />
Por otro lado, los discípulos del bautista Juan solían<br />
mortificarse con multitud de privaciones, y no acababan de<br />
entender que mientras ellos y los fariseos, en general la gente<br />
que se consideraba virtuosa, ayunaban a menudo y lo pasaban<br />
mal, yo y mis discípulos disfrutábamos comiendo y riendo y<br />
procurábamos evitar las privaciones. Les pasaba lo que a todos<br />
aquellos a los que se ha educado con severidad; que luego se<br />
sienten desorientados y confusos viendo que mientras ellos se<br />
esfuerzan en cumplir al pie de la letra las normas, a otros esas<br />
mismas normas los traen sin cuidado. Mas no sería puesto en<br />
razón que mientras estaban conmigo y se gozaban, los míos<br />
llorasen; ya llorarían y ayunarían afligidos cuando yo les faltase.<br />
Además y como señalaba un conocido dicho, con paño nuevo no<br />
se remienda un traje viejo, ya que el tejido usado no soporta el<br />
parche y la rotura empeora; ni se echa en pellejos viejos el vino<br />
nuevo, porque se rompen y se derrama el contenido; se lo echa<br />
en odres nuevos y los dos se conservan; de ahí que con la gente<br />
nueva, aún no corrompida y resabiada, yo me entendiera mejor<br />
que con la vieja, como eran los que nos criticaban.<br />
A propósito de esto, nunca me he explicado el porqué de<br />
que tantos de los que después se habían de decir imitadores<br />
míos, se abstuviesen de comer y de dormir y en general hiciesen<br />
del pasarlo mal y atormentarse extraordinaria virtud. Combatían<br />
el cuerpo en beneficio del alma, cosa que yo nunca hice. Decían<br />
que de ese modo ganarían mejor la vida eterna, fuese tal cosa lo<br />
que fuese; que al respecto me mostré bastante vago, todo hay<br />
que decirlo.<br />
De atender a lo llegado hasta hoy, mi supuesta doctrina<br />
estuvo llena de contradicciones.<br />
Allí se me acercó un escriba que me rogó lo dejara<br />
seguirme; pero le dije que mirara bien lo que hacía, pues yo era
177<br />
como un moderno hippie y no tenía ni siquiera donde pasar la<br />
noche. Otro me hizo saber que con gusto me seguiría si antes le<br />
daba permiso para enterrar a su padre, que se le acababa de<br />
morir, a lo que yo le repliqué que se dejase de bobadas y en<br />
lugar de demorarse y pensar en exceso, abandonase a los<br />
muertos para que les dieran tierra los muertos.<br />
MI DOCTRINA<br />
Seguí predicando; enseñaba en las sinagogas, anunciaba<br />
el nuevo reino que había de venir y curaba a los enfermos. Mi<br />
renombre se extendió por la región y todo el que se sentía mal,<br />
ya lo aquejase una dolencia cualquiera, ya sintiese sólo dolores,<br />
los lunáticos, los endemoniados y los paralíticos, acudían a mí y<br />
yo los curaba, de modo que llegadas de todas las partes, de<br />
Jerusalén, de Judea, de allende el Jordán, me seguían multitudes.<br />
Me subí pues cualquier día a las faldas de un monte y me<br />
senté en una roca. Me rodearon todos y aproveché para<br />
predicarles las bienaventuranzas. Bienaventurados seréis -dije<br />
a mis discípulos- cuando os ultrajaren y persiguieren y<br />
hablaren mal de vosotros; os habréis de gozar y alborozar,<br />
porque en los cielos os esperará gran recompensa. También<br />
se persiguió a los profetas que os han precedido.<br />
No sé por qué se me ocurrió semejante exageración<br />
demagógica; pues en general se los había respetado y de los<br />
muchos que figuraban en el Antiguo Testamento, los israelitas<br />
habían matado sólo a dos.<br />
Y proseguí: Vosotros sois la sal de la Tierra; mas si la<br />
sal perdiere su virtud ¿con qué se salará? No servirá ya para<br />
nada, se la tirará y la gente la pisoteará. Sois la luz del<br />
mundo, no se enciende una lámpara y se la oculta, con lo que<br />
nadie la ve y a nadie ilumina, sino que se la pone en un<br />
candelero y alumbra la casa. Así habréis de ser, como un
178<br />
faro para orientar a los demás.<br />
Infelizmente la conducta de muchos de los que después<br />
han dicho seguirme no ha tenido nada de ejemplar. Si son la luz<br />
que ilumina a los otros el camino, se han mostrado astutos,<br />
llenos de mala fe y artería. Uno de ellos, Juan Crisóstomo, en el<br />
siglo III patriarca de Constantinopla, acostumbraba decir que<br />
Dios lo había puesto en el mundo para que como un ángel entre<br />
los hombres viviese en él. Y puede que fuese cierto, que Dios lo<br />
esperase de él, pero infelizmente no estaba a la altura.<br />
Y no hablemos ya de los casos de pederastia en la dicha<br />
mi verdadera Iglesia, casos que en los últimos tiempos se ha<br />
publicado y no son cosa nueva, pues ya en los primeros siglos<br />
del llamado cristianismo, la práctica de abusar sexualmente de<br />
los niños era tristemente extendida y famosa.<br />
En general y por desgracia mis seguidores no hacían lo<br />
que predicaban. Haz lo que digo, no lo que hago -solían<br />
sentenciar los más cínicos de entre ellos.<br />
No matarás, se dijo a los ancianos; y se llevará a<br />
juicio a quien lo haga. Mas yo os digo que todo el que se<br />
encolerizare contra otro, será reo ante la ley. Si cuando<br />
presentas en el templo la ofrenda recuerdas haber agraviado<br />
a alguien, déjala y ve a reconciliarte, y luego vuelve y acaba.<br />
Y el que a otro llamare subnormal, ante el sanedrín será reo;<br />
y a quien lo dijere falto de sentido común, se lo arrojará al<br />
barranco de la gehena, el basurero de Jerusalén.<br />
Esto se dice que prediqué en Galilea, pero al parecer<br />
también yo caía en renuncio y se me podría acusar de proponer<br />
una cosa y hacer la contraria, pues tanto yo como los que luego<br />
dijeron imitarme y a los que se tenía por santos, mejores que los<br />
demás y ejemplo de ellos, como el mismo Juan el bautista, no<br />
vacilábamos en llamar engendro de víboras a los fariseos y<br />
saduceos que nos disgustaban.<br />
¡Cuántas veces no habrán sostenido los que se decían<br />
herederos de mi doctrina que por muy perversos que fueran sus
179<br />
actos su santidad estaba por encima de cualquier discusión! El<br />
mismo Crisóstomo, antes citado, sostenía que la dignidad<br />
sacerdotal estaba más allá de cualquier crítica, por muy indigno<br />
que fuera el que la ostentase.<br />
No cometerás adulterio; mas todo el que mira a una<br />
mujer y la codicia, ya en el corazón lo cometió. Si tu ojo te<br />
escandaliza, arráncalo. Ante las sugerentes imágenes de<br />
mujeres de la moderna publicidad, este precepto se ha vuelto<br />
muy difícil. Igualmente se me podría acusar de machismo,<br />
porque me limitaba a poner en guardia a los varones, sin<br />
ocurrírseme pensar que en la actualidad también las mujeres los<br />
miran, los codician y cometen adulterio.<br />
Por otro lado y como ya he dicho, numerosos de los que<br />
mi Iglesia ha declarado santos no se privaron de imaginarse en<br />
trato amoroso con mi madre. De creer lo que de ellos se cuenta,<br />
la miraron y la codiciaron.<br />
Ojo por ojo, diente por diente, sentenció la antigua<br />
justicia; mas yo os digo que si alguien os abofetea, pongáis<br />
la otra mejilla. Se ve que yo no había imaginado a los alemanes<br />
nazis del siglo XX, que no sentían el menor escrúpulo en<br />
abofetear por segunda y tercera vez y las que hiciera falta, al que<br />
se dejaba maltratar.<br />
Con razón un clérigo de una orden cuyo nombre me callo<br />
sentenciaba hace poco que todo esto que en el evangelio se lee y<br />
se creía salido de mi boca, era cosa que se respetaba, pero no se<br />
acataba. Como en el siglo XVI decían en las colonias españolas<br />
americanas los dueños de las encomiendas cuando recibían las<br />
leyes pragmáticas de Carlos V que prohibían maltratar a los<br />
indios. Que se las respetaba, pero no se las obedecía.<br />
Y al que te quite el manto, deja se lleve también la<br />
túnica; y a quien tome lo tuyo, no se lo reclames.<br />
De nuevo y en numerosas ocasiones los que más tarde<br />
dirían seguirme no se mostraron a la altura de mi idealismo,<br />
pues por citar sólo a uno, mi vicario en la Tierra, Pío IX, no
180<br />
vaciló en perseguir, torturar y ejecutar a los que siguiendo al<br />
patriota Garibaldi querían unificar el territorio de Italia y<br />
despojar a la llamada Santa Sede de unas posesiones que con<br />
falsos títulos de propiedad había usurpado.<br />
Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo,<br />
aconsejó la prudencia; mas yo os digo, amad a vuestros<br />
enemigos y rogad por los que os persiguen.<br />
Se ha dicho que en esto de poner la otra mejilla y amar al<br />
enemigo también yo innovaba, mas no es del todo cierto; antes<br />
de mí lo habían propuesto numerosos paganos, los budistas y los<br />
estoicos entre ellos, e incluso en la Biblia se lo mencionaba,<br />
pues en los profetas Isaías y Jeremías ya se leía, aunque tal vez<br />
un poco fuera de contexto: “presentará la mejilla al que le<br />
hiere; le hartarán de oprobios”.<br />
Cuando hagas limosna, no mandes tocar las<br />
trompetas; que tu mano derecha no sepa lo que hace la<br />
izquierda. Y rezad en secreto, no para que os vean rezar.<br />
Decid el Padrenuestro.<br />
Al parecer, tampoco yo inventé el padrenuestro; antes de<br />
mí, ya figuraba en la Biblia.<br />
Y en cuanto a hacer en secreto la caridad y buenas obras,<br />
sucede hoy todo lo contrario; el que puede permitírse tales<br />
generosidades, procura ante todo darlo a conocer, para realzar su<br />
buen nombre, curarse en salud y protegerse de envidias y<br />
revoluciones del tercer mundo. Se lo suele llamar relaciones<br />
públicas. Ahí están las fundaciones, las kermeses, las fiestas de<br />
caridad, los cotolengos, los conciertos benéficos y todo lo demás<br />
por el estilo. Dejando ya a un lado el hecho de que semejante<br />
caridad desgrava a la hora de declarar ante Hacienda las rentas.<br />
Y cuando ayunéis, no pongáis mala cara, sino que os<br />
acicalaréis y perfumaréis y ofreceréis vuestro aspecto mejor.<br />
No escogí yo aquel ayuno, que de día aflija el hombre su<br />
alma, que incline agobiado la cabeza, que de saco y de ceniza<br />
haga cama. No es eso ayuno ni día que agrade a Yahvé. Mi
181<br />
ayuno consiste en desatar los lazos de la impiedad y deshacer<br />
los haces de la opresión.<br />
Como se ve, me mostraba poético. A este propósito se ha<br />
contado una anécdota. En Cafarnaúm un hombre rico ayunaba y<br />
la falta de alimento lo irritaba. Un esclavo le comunicó que de<br />
un pueblo cercano habían llegado a visitarlo unos conocidos y le<br />
preguntó qué se les habría de preparar para que comieran. Con<br />
malos modos el amo le había respondido: ¿A qué me vienes con<br />
esas cosas, so perro? Diles que estoy ayunando y que han de<br />
esperar a que anochezca y termine el ayuno. Y cuando un su<br />
hermano le hizo observar que desairando a un huésped se<br />
deshonraba a Yahvé, el hombre lo llamó necio y le dio la<br />
espalda. Aquel hombre había hecho justamente lo contrario de lo<br />
que yo predicaba.<br />
No atesoréis en la tierra, porque donde está el tesoro,<br />
está el corazón. Además el orín y los ladrones amenazan las<br />
riquezas terrestres, mientras están a salvo las celestes.<br />
Tampoco lo han pensado de ese modo algunos de mis<br />
principales seguidores, pues aun no hace mucho tuvo lugar en<br />
Italia el escándalo financiero que la película Los banqueros de<br />
Dios popularizó. Según se demostró en los tribunales, el<br />
arzobispo cardenal Marcinkus, uno de la cúpula de los que<br />
aseguran representarme en la Tierra, estaba metido hasta el<br />
cuello en un gigantesco desfalco. Pero como mis supuestos<br />
vicarios aseguran, hay que ponerse al día, aggiornarse, para que<br />
la gente siga siéndome fiel. Y ya tan temprano como el siglo V,<br />
el obispo de Roma era el mayor latifundista del imperio romano.<br />
Nadie sirve bien a dos señores, porque si prefiere a<br />
uno, desatiende al otro, y viceversa.<br />
En estos mismos términos habría de expresarse, andando<br />
el tiempo, un aciago dirigente alemán. Por eso solía exterminar a<br />
todo el que se le oponía. O conmigo o contra mí. No se sabe si<br />
basaba en mis precedentes palabras la actitud. También el primer<br />
emperador romano que declaró religión del Imperio la que se
182<br />
decía derivaba de mí, acostumbraba decir que él buscaba un solo<br />
pueblo, un solo dirigente, una sola fe (un Reich, un Führer, un<br />
Dios); y perseguía a los que no estaban de acuerdo y preferían la<br />
libérrima diversidad. Y otro Papa, mi vicario León dicho el<br />
Magno, sostenía ante el emperador de entonces: “Favorecerá a<br />
la Iglesia de Cristo y a vuestro imperio el que en todo el orbe<br />
prevalezcan un solo Dios, una sola fe, un único misterio para la<br />
salvación del hombre y una sola confesión”. También Hitler<br />
habría de decir que su partido quería ser sin excepción el único<br />
partido de Alemania.<br />
No os preocupéis por lo que habréis de comer o beber,<br />
mirad los lirios del campo, las aves del cielo, que no recogen<br />
ni siembran y sin embargo perduran. Buscad primero el<br />
reino de Dios y su justicia y lo demás se os dará por<br />
añadidura.<br />
A esto tendrían mucho que objetar hoy los pobres de<br />
solemnidad. Y los habitantes del barrio judío de Varsovia, que<br />
como moscas morían en sus calles, por simple falta de alimento.<br />
Pero como decía mi pueblo israelita, Dios, Yahvé, los castigaba,<br />
por no ser tan observantes como Él los quería. Al parecer no<br />
buscaban primero el reino de Dios y su justicia.<br />
No juzguéis y no seréis juzgados, preocupaos de la<br />
viga en vuestro ojo antes que de la paja en el ajeno; no echéis<br />
margaritas a los puercos; pedid y se os dará: haced a los<br />
demás lo que querríais que los demás os hiciesen; entrad por<br />
la puerta estrecha, pues por la espaciosa y ancha se camina a<br />
la perdición; guardaos de los falsos profetas, por sus frutos<br />
los conoceréis. No todo el que dice Señor, Señor, entrará en el<br />
reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de Yahvé; y<br />
en la peña habréis de edificar la casa, sobre cimientos<br />
firmes, no sobre la movediza arena.<br />
La gente me oía hablar en estos términos y no sabía qué<br />
pensar, porque yo les enseñaba de otra forma que la corriente, y<br />
les decía cosas que nadie antes les había dicho y los sorprendían;
183<br />
les hablaba con autoridad, aunque sencillamente, cuando estaban<br />
acostumbrados a que se les repitiese sentencias ajenas tomadas<br />
de memoria.<br />
Se me han atribuido todas estas palabras; y confieso que<br />
si en lugar de pronunciarlas yo, las hubiese escuchado en boca<br />
de otros, también me hubiera sentido subyugado por ellas, como<br />
confiesan sentirse todos aquellos que hoy dicen seguirme y ser<br />
mis adeptos. Sin embargo aumentan diariamente los que niegan<br />
que yo haya tenido nada que ver con semejante doctrina ideal, y<br />
en lugar de hacerla derivar de mi, la enraízan en una extensa<br />
serie de mitos, leyendas, tradiciones piadosas, mentalidades<br />
diversas de tiempos pasados y en resumen, el sistemático saqueo<br />
de religiones y tradiciones viejas de milenios.<br />
Seguiré no obstante dando por bueno todo lo que de mí<br />
mis partidarios han dicho.<br />
PREDICO Y HAGO MI<strong>LA</strong>GROS<br />
De modo que iba yo por las aldeas y pueblos, hacía en<br />
las sinagogas lo que todos, a saber, leer las escrituras sagradas y<br />
comentarlas con arreglo a lo que me permitían mis luces, es<br />
decir, según lo que a lo largo de los años había ido escuchando;<br />
apocalíptico y milenarista, como entonces lo eran casi todos mis<br />
oyentes, anunciaba también yo el pronto advenimiento del reino<br />
que duraría 1000 años, una edad de oro en la que de la Tierra -el<br />
lugar en que vivíamos, al menos- habrían desaparecido el dolor<br />
y la muerte, y me las componía para remediar como mejor sabía<br />
toda clase de dolencias y enfermedades propias de aquel tiempo.<br />
Desamparadas las gentes y descarriadas como ovejas sin pastor,<br />
me compadecía de ellas; lo que me distinguía de aquel otro<br />
infausto personaje centroeuropeo que muchos siglos después<br />
había asimismo anunciado que el Reino que él se proponía forjar<br />
duraría igualmente un milenio; aunque sólo duró 12 años.
184<br />
Entonces, y siguiendo el relato canónico de mis andanzas<br />
por el mundo ancho y ajeno,como con el tiempo y acertada<br />
expresión habría de señalar un escritor del vigésimo siglo, dije a<br />
mis discípulos: La mies es mucha y pocos los obreros; rogad<br />
al Señor Yahvé que los aumente. De donde se ha sacado más<br />
tarde la idea de que yo estaba fundando una Iglesia y<br />
recomendando que se la difundiese en el mundo. Nada más lejos<br />
de mis intenciones, sin embargo; el mundo me traía sin cuidado,<br />
tanto más cuanto que acerca de él nada sabía. Nacido y criado en<br />
Nazaret, un villorrio minúsculo, sin más letras que las homilías<br />
de un rabino de pueblo, sin haber salido nunca de mi lugar natal,<br />
y dejando a un lado mis posibles escapadas esporádicas a la<br />
vecina y cosmopolita Séforis, lo ignoraba todo de lo que más<br />
allá de mis horizontes pequeños pudiese estar sucediendo. La<br />
explicación de mis dichos y hechos pudiera haber sido mucho<br />
más simple; sencillamente y dada la educación recibida, me<br />
sentía inclinado a predicar. En lugar de ejercer un oficio,<br />
imitando a mi padre José y a mis otros presuntos hermanos,<br />
escogí la profesión de profeta, más acorde con mi carácter, y salí<br />
a la calle a dar a conocer la Buena Nueva, entendiendo por tal<br />
mi particular visión del mundo, que como ya he dejado indicado<br />
se había ido forjando ante todo a través de lo que en mi familia y<br />
mi casa había ido viviendo. Somos de adultos, lo que de niños<br />
hemos mamado.<br />
Como ya he dejado apuntado, mis doce más próximos<br />
discípulos eran los siguientes: primero, Simón, el llamado<br />
Pedro, y Andrés, su hermano; Jacobo, el de Zebedeo, y Juan, su<br />
hermano; Felipe y Bartolomé; Tomás y Mateo, el publicano;<br />
Santiago, el de Alfeo, y Lebeo, por sobrenombre Tadeo; Simón<br />
el cananeo y Judas Iscariote, el que más tarde me traicionó.<br />
Habiendo contemplado los prodigios que aparentemente yo<br />
llevaba a cabo, estaban ansiosos de imitarme; los convoqué,<br />
pues, y les mostré cómo habían de hacer para expulsar los<br />
supuestos espíritus malignos que poseían a los que se
185<br />
consideraba endemoniados, y para sanar toda enfermedad y<br />
dolencia con que por azar se topasen. Ante todo los envié de<br />
dos en dos a predicar a los israelitas ortodoxos y de verdad<br />
creyentes y les ordené que no se ocupasen de cualesquiera<br />
gentiles, entendiendo por tales los no israelitas, ni entrasen en<br />
lugar de samaritanos, porque ya entonces había ocurrido entre<br />
los descendientes del patriarca Israel el cisma que hasta aquel<br />
momento había enemistado sin esperanza visible a los que<br />
adoraban a Yahvé en el monte Garizim y los que preferían<br />
adorarlo en Jerusalén, lugar, decían, por excelencia apropiado a<br />
la majestad de tal dios y que por otro lado Él mismo habría<br />
señalado como único de culto y más adecuado, según<br />
aseguraban los que de ello sacaban provecho. Pues ha de saberse<br />
que estaba mandado no presentarse en el Templo con las manos<br />
vacías, cada uno debía aportar, en moneda o en especie, lo que<br />
mejor pudiese, de modo que en sus subterráneos y cavas se<br />
acumulaban riquezas ingentes que más de una vez habían<br />
despertado la codicia de gobernantes, salteadores y reyes.<br />
Sobre todo esto se pudiera escribir largamente.<br />
Siguiendo con el hilo del relato, mis discípulos deberían<br />
dedicarse en exclusiva a las ovejas perdidas de Israel, y hacerles<br />
saber que el fin de los tiempos estaba cercano. Como ya he<br />
dicho, unos lo interpretaban como el resurgimiento político del<br />
antiguo Israel, el inminente imperio glorioso de los 1000 años<br />
siguientes; mientras que para otros, los que se atenían a la<br />
versión apocalíptica, se trataba de la segunda venida de Dios a la<br />
Tierra y el juicio final subsiguiente (la mía del momento sería la<br />
primera venida) o de la instauración del reino de los cielos, si<br />
una vez aceptado que la anunciada venida habría de demorarse<br />
por indefinidos eones se prefería una versión más ligera y<br />
fácilmente tragable. Sanad enfermos, limpiad leprosos,<br />
resucitad muertos, echad demonios -exaltado les dije, a<br />
medias convencido de mis mismas palabras; porque para hacer<br />
creer algo a los demás, nada hay mejor y más fundamental que
186<br />
creerlo uno mismo. De balde lo habéis tomado, de balde lo<br />
dad -habría añadido. Aunque por otra parte los animé a dejarse<br />
agasajar sin tontos escrúpulos, pues -como sensatamente advertí,<br />
y en ello me adelanté al comunista Carlos Marx- a todo obrero<br />
asiste el derecho de comer de aquello que hace.<br />
Les hablé en estos términos: No poseeréis oro ni plata<br />
ni metal en las bolsas que guardáis en la faja, ni alforjas<br />
para el camino, ni dos trajes, ni zapatos ni bordón de<br />
peregrino. El obrero merece su condumio, y en cualquier<br />
ciudad o aldea en que entréis, averiguad quién es en ella<br />
digno, y quedaos allí mientras podáis.<br />
En estos tiempos en que la impiedad va ganando terreno<br />
y la religión lo va perdiendo, no han faltado los que siguiendo al<br />
ya citado filósofo Karl Marx han reprochado la gorronería que<br />
para ellos supone la precedente actitud, pues sostienen que el<br />
que no trabaja, no tiene derecho a comer -cosa que como he<br />
dejado apuntada en otro lugar, ya se hallaba en la Biblia nuestra,<br />
todo hay que decirlo.<br />
Sin embargo, no se me escapa el hecho de que aquellos<br />
mis supuestos operarios trabajaban extendiendo mi nueva<br />
doctrina sin que nadie los hubiese llamado ni se lo hubiese<br />
solicitado; por lo que creerse con derecho a retribución hubiera<br />
equivalido a exigir el pago de algo que nadie había pedido, a<br />
todas luces abuso flagrante; mas a semejanza de lo que muchos<br />
harían después, se suponía que el imponer a alguien la propia<br />
virtud era un bien y que por parte de él quedaría muy mal y sería<br />
ingratitud flagrante resistirse y mostrarse mohino: por su propio<br />
bien se lo hacía, por su propio bien se lo forzaba a escuchar.<br />
A este respecto no admitía yo medias tintas; y así<br />
encomendaba a los míos que no se acobardasen ni doliesen si<br />
alguien se cerraba por banda y en lugar de manso y de buen<br />
grado prestarse a escucharlos, se negaba a oírlos y echaba a la<br />
puerta el cerrojo, antes bien se sacudiesen animosos el polvo de<br />
las sandalias y sin desalentarse por tal fruslería y nimiedad
187<br />
despreciable, partiesen a otros lugares a ofrecer la mercancía allí<br />
mal recibida. Porque como yo les decía 'muchos serán los<br />
llamados y pocos los escogidos'.<br />
Llegados a este punto se me hubiese podido reprochar el<br />
que yo no pareciese acabar de aclararme; porque unas veces<br />
decía que mi supuesto mensaje era universal, conveniente y apto<br />
para todas las naciones y pueblos de la faz de la Tierra, y otras<br />
en cambio me plantaba ceñudo y aseguraba que sólo a los<br />
israelitas, mi gente, iba dirigido y tenía que serlo.<br />
De acuerdo con esto, algunos se habrían escandalizado<br />
de oírme decir que no se tuviese en cuenta a gentiles ni a<br />
samaritanos, esto es, como he señalado, a los no israelitas y a los<br />
judíos cismáticos; pero hablaba yo con reservas; se lo habría de<br />
hacer así solamente en principio, mientras yo viviese y no<br />
ordenase otra cosa; pero no se había de entender que pretendiese<br />
dejar para siempre fuera del reino que ahora anunciaba, a los<br />
que no profesaban la fe de los descendientes de Abraham.<br />
También podría parecer que ordenando a mis discípulos<br />
no llevar dineros para la jornada, me contradecía, pues hacía lo<br />
contrario de lo que predicaba, ya que mi discípulo Judas, el<br />
Iscariote, guardaba los que de buena gana las gentes me daban, y<br />
-en palabras de clásicos- me seguían mujeres que de sus<br />
haciendas me hacían la costa; pero ha de advertirse que yo no<br />
necesitaba ejercitarme en la fe, puesto que decía a los otros lo<br />
que habían de hacer, y no al contrario, en tanto que a fuer de<br />
imperfectos los discípulos míos lo necesitaban; ni había yo de<br />
prescindir de lo externo y corporal para atender a lo espiritual e<br />
íntimo, como convenía lo hicieran ellos, muy inferiores a mí.<br />
Cuanto más imperfecto era uno, más debía atenerse a mis<br />
órdenes, siempre que no se creyese perfecto por no llevar dinero<br />
y todo lo demás, y que buscase conseguir el fin para el que se le<br />
ordenaba que no lo llevase.<br />
Tal vez con razón aquí se me hubiese podido llamar<br />
jesuita casuista, como en los siglos por venir se habría de llamar
188<br />
a los de una congregación o compañía que se diría mi valedora y<br />
paladín. Los tales se habrían de hacer tristemente famosos por su<br />
extraordinaria facultad para hallarle tres pies a un gato felino o<br />
dividir en cuatro un fino cabello, ya que eran peritos en<br />
distinguir y señalar hasta los más alambicados matices de lo que<br />
quiera que fuese.<br />
Igualmente algún otro podría apuntar que habiendo visto<br />
en lo pasado cómo me mezclaba con publicanos y con<br />
pecadores, parecería ilógico ordenar lo contrario a los discípulos<br />
y decirles que en llegando a un lugar averiguasen quiénes eran<br />
allí los más hombres de bien y que parasen en sus casas con<br />
preferencia a las otras. Mas esos tales no se habrían detenido a<br />
pensar que a mí no me podía dañar el trato con aquella gente<br />
dudosa, no me profanarían el ánimo ni me corromperían las<br />
costumbres, en tanto que a mis imperfectos discípulos podría<br />
dañar en lo uno y en lo otro, de ahí que yo les hubiese ordenado<br />
y mandado se allegasen a personas de buena fama y conducta,<br />
porque estas no los dañarían.<br />
Y los aconsejé de esta guisa: “Entrados pues en la casa,<br />
saludadla; y si fuere digna, descienda sobre ella la paz, mas<br />
si no lo fuere, la paz se torne a vosotros. Y para demostrar la<br />
impiedad del que no os reciba ni preste atención, salidos de<br />
aquella casa o lugar, sacudíos de los pies el inhóspito polvo.<br />
Pues en el Juicio, antes se disimulará el mal de Sodoma y<br />
Gomorra que el de aquel pueblo.”<br />
Entre nosotros los israelitas se entendía por salutación<br />
una breve plegaria a Yahvé en la cual se rogaba por aquellos a<br />
quienes se saludaba. Solíamos decir: Paz a ti; y en estas palabras<br />
resumíamos mucha felicidad y prosperidad. Ordenaba por tanto<br />
a mis discípulos que al tiempo que entrasen en la casa que se les<br />
había dicho digna, la saludasen con este ordinario saludo. Si la<br />
gente allí lo merecía, escucharía Yahvé la oración; mas de lo<br />
contrario, les daría a ellos lo que a ella hubiera tocado.<br />
También se habrá de recordar que las ciudades de
189<br />
Sodoma y Gomorra eran ejemplo sin par de lugares perversos,<br />
porque sus habitantes, lejos de observar las estrictas leyes<br />
religiosas judías, hacían poco caso de ellas y antes que ayunar y<br />
macerarse las carnes preferían pasárselo bien; con razón se los<br />
hubiese llamado epicúreos, seguidores de Epicuro, aquel griego<br />
filósofo antiguo, que desencantado de los asuntos públicos de su<br />
ciudad había recomendado a sus contemporáneos la vida<br />
recolecta y pacífica, el carpe diem pagano, aprovecha tus días,<br />
pues no en vano y como también se podía leer en nuestro<br />
Eclesiastés, un libro sagrado, todo aquí abajo es vanidad de<br />
vanidades y nada más que vanidad.<br />
Proseguí diciéndoles: “Os envío como ovejas en medio<br />
de lobos. Sed pues cautos como serpientes y sinceros como<br />
palomas, y guardaos de la gente, jamáis permitáis que sus<br />
palabras o persuasión os induzcan a imitarla. Todo el mundo<br />
os es enemigo, de ninguna manera os fiéis de nadie, ni aún<br />
cuando se os muestren amigos, porque os dañarán más.<br />
Maledictus homo qui confidit in homine, se diría<br />
después.<br />
Podría sorprender lo que aquí dejo dicho, porque en otro<br />
momento habré defendido la buena fe y la mansedumbre, y<br />
exhortado a ellas, lo que estaría en contradicción flagrante con<br />
lo que precede.<br />
Y cuando os entreguen, no penséis cómo hablaréis o<br />
qué diréis, porque en aquella hora se os sugerirá lo que<br />
habréis de decir, y el espíritu santo hablará por vosotros.<br />
Sin duda lo demostró el santo espíritu en el caso de Inés,<br />
una niña de 13 años, que en el siglo IV llevada ante el prefecto<br />
romano por haber rechazado los avances amorosos y dádivas<br />
generosas de su hijo y amenazada de inmediato martirio si no<br />
cambiaba de parecer y tras incensar a los dioses paganos accedía<br />
a los requerimientos del apasionado mozo, con solemne<br />
convicción había exclamado: “Aléjate de mí, pábulo de<br />
corrupción, porque con piedras preciosas para adorno de la
190<br />
diestra y el cuello ya me ha solicitado otro amante, en las orejas<br />
me ha puesto perlas de inapreciable valor y sobre el rostro una<br />
señal para que fuera de Él no admita a ninguno. Amo a Cristo y<br />
seré su esposa; sin concurso de mujer lo engendró su padre,<br />
tuvo por madre a una virgen y en mis oídos ha hecho resonar<br />
armoniosos acordes. Cuando lo amare, seré casta; cuando lo<br />
tocare, seré pura; cuando lo recibiere, seré virgen”. No está<br />
mal, para alguien de tan corta edad.<br />
Y en esto de confiar en que Yahvé pondrá en boca de los<br />
suyos lo que llegado el caso han de decir para defenderse, había<br />
ya precedentes, pues al parecer en una ocasión, cuando<br />
coaligados se acercaban en masa los amonitas y los moabitas<br />
para hacer entrar en razón al pueblo escogido, el mismo dios<br />
Yahvé lo había arengado diciendo: No temáis, ni a la vista de<br />
esta muchedumbre os acobardéis, porque el combate no<br />
estará a vuestro cargo, sino al mío.<br />
De nuevo anticipándome en siglos a otros, al parecer me<br />
mostré celoso de la consideración que se me ofrecía y así no<br />
tuve reparo en afirmar que en el tiempo por venir “el hermano<br />
entregará a muerte al hermano, y el padre al hijo, y se<br />
levantarán hijos contra padres y los matarán. Y se os<br />
aborrecerá por mi nombre, y el que persevere hasta el fin,<br />
ese será salvo.”<br />
Así había de suceder y con el paso de los siglos mis<br />
anteriores palabras se verían confirmadas; porque no había<br />
transcurrido mucho tiempo desde mi desaparición cuando los<br />
que se decían mis seguidores se dividieron en innumerables<br />
partidos y sectas, y cada una de ellas alegaba ser la más fiel a<br />
mis enseñanzas, y se hicieron sin piedad la guerra, de modo que<br />
corrió a raudales la sangre. Infelizmente no se me había ocurrido<br />
prever lo que sucedería y por ello no me había esforzado en<br />
dejar bien clara mi doctrina oficial, como si dijéramos, para<br />
evitar los equívocos y las posteriores disputas. Cabría decir que<br />
pequé de ingenuidad. Y mientras unos sostenían que yo había
191<br />
dicho tal cosa y que se la debía entender de tal manera, otros<br />
sostenían que había dicho tal otra y que se la había de entender<br />
de manera diferente, de modo que la confusión y el<br />
enfrentamiento eran generales. Incluso Pedro y Pablo, según se<br />
suponía sobresalientes sobre los demás discípulos, se llevaron<br />
amargamente la contraria, aun con insultos y golpes.<br />
Mas no quedaba ahí la cosa, de modo que fiel a mi visión<br />
amiga de catástrofes proseguí diciendo: “Y cuando os persigan<br />
en una ciudad, huid a otra, porque no acabaréis de andar<br />
todas las ciudades de Israel que no sea primero venido el<br />
hijo del hombre.”<br />
Sobre esta expresión 'el hijo de hombre' se discute sin<br />
llegar todavía a un acuerdo. Para unos era equivalente a hombre<br />
acabado, completo, modelo de hombre, mientras que para otros<br />
significaba solamente ser humano, simple mortal; un hombre<br />
más como cualquiera. Al parecer provenía de lo que<br />
presuntamente había dicho el profeta Daniel, en lo que se había<br />
querido ver una alusión a mi persona, el pretendido mesías. El<br />
rey mesiánico, el siervo sufridor de Yahvé, el segundo Adán.<br />
Muchas veces yo mismo la empleé, sin acabar sin embargo de<br />
aclararme y explicar qué quería decir.<br />
A fuer de israelita piadoso, yo anunciaba la llegada<br />
inminente del mesías, del enviado que salvaría del odioso yugo<br />
extranjero al pueblo oprimido; pero luego, como después de mis<br />
supuestas muerte y resurrección pasasen lentos los siglos y el tal<br />
enviado no llegase, los míos sustituyeron por el reino de Dios en<br />
la otra vida, aquella esperanza laica y mundana en un salvador<br />
vulgar y pedestre.<br />
Seguí instruyendo a los míos: “Ningún discípulo está por<br />
encima del maestro ni el siervo sobre su señor. Basta al uno<br />
ser como el otro. Y si al señor de casa han llamado Belcebú<br />
¡cuánto más no llamarán así a sus familiares! Por tanto, no<br />
los temáis.”<br />
Se llamaba Belcebú a un ídolo de ciertos gentiles
192<br />
vecinos de Judea, y por extensión a todos los demonios o<br />
espíritus impuros, como se decía entonces. Todos los ídolos eran<br />
Baal, o Beel, pero se llamaba Baal-peor a uno, y Baal-zebul a<br />
otro, o señor de moscas.<br />
Acerca de que ningún discípulo estuviese por encima de<br />
su maestro, de nuevo sacaré a colación al patriarca de<br />
Constantinopla y predicador afamado Juan Crisóstomo, cuyo<br />
nombre significa 'boca de oro', para quien 'La Iglesia, es decir, la<br />
organización fundada en mis supuestas doctrinas, era más<br />
poderosa que el cielo; el cielo existía por mor de ella, y no ella<br />
por mor del cielo; nada había tan poderoso como la Iglesia'.<br />
Tampoco pareció tener dudas al respecto el Papa León I;<br />
en cierta ocasión no vaciló en afirmar que, en el desempeño de<br />
su cargo, él gozaba del perpetuo favor del Todopoderoso y<br />
eterno sumo sacerdote, el cual, igual al Padre, se le asemejaba.<br />
Yo me le asemejaba. ¡Menudo tupé!<br />
“Porque nada oculto dejará de ser descubierto, ni<br />
secreto que no sea desvelado. Se consuelen los que por mi<br />
causa se persiga, porque finalmente se ha de ver y descubrir<br />
su inocencia. Lo que os digo en obscuridad, vosotros lo<br />
habréis de decir en claridad; y lo que oís a la oreja, lo<br />
habréis de predicar en los tejados.”<br />
Como se ve, me gustaba el hablar sentencioso y dar a los<br />
oyentes qué pensar. Quise tener secreto y encubierto el<br />
evangelio mientras vivía corporalmente entre los hombres; y tan<br />
bien lo logré, que ni los propios discípulos lo entendieron hasta<br />
que el espíritu santo los capacitó trayéndoles a la memoria las<br />
palabras que yo, estando con ellos, les había dicho.<br />
Es que no hay nada como el hablar oscuramente para<br />
despertar en los demás el respeto.<br />
“Y no temáis a los que si bien matan al cuerpo, no<br />
pueden matar el alma, mas antes temed al que en el infierno<br />
puede destruir a los dos.”<br />
En aquel tiempo atrasado y al parecer, yo no entendía
193<br />
nada de la moderna tortura, puesto que con ella y en la<br />
actualidad se mata fácilmente el cuerpo y el alma de quienquiera<br />
que sea. Es verdad que nada sucede ajeno a la totalidad, pero es<br />
un flaco consuelo.<br />
“Poca cosa es un pajarito; pero ni uno de ellos cae al<br />
suelo sin permiso de Yahvé. Y de vosotros hasta los cabellos<br />
de la cabeza están contados. Por tanto no habréis de temer,<br />
pues vosotros importáis más que un pardal.”<br />
Pasados ya 20 siglos de estas palabras, también los<br />
tiempos que corren las desmienten, porque en gran parte del<br />
mundo nunca ha importado menos cualquier individuo.<br />
Y algunos apoyan en ellas el relativismo moral que hoy<br />
se quiere imponer, pues según ellos, si mi padre Yahvé lo ha<br />
previsto todo y nada sucede sin que Él lo autorice, cualquier<br />
cosa que se haga, por muy condenable que la juzguemos, Él la<br />
permite, pues de lo contrario la impediría. No hay Bien ni Mal,<br />
puesto que ambos proceden de Yahvé. Todo da lo mismo.<br />
Mas sólo con quienes me siguen tiene Yahvé esta<br />
estrecha cuenta -me apresuré a matizar- aquellos que<br />
aceptando mi predicación poseen ya el Reino divino, pues<br />
para los otros valen las que se llama causas segundas.<br />
A juzgar por esta expresión de 'las causas segundas', se<br />
me podría decir ya ducho en teología al modo que un posterior<br />
discípulo mío llamado Tomás de Aquino y autor de una Summa<br />
teológica habría de popularizar; y si no lo era en teología, lo<br />
debía de ser al menos en la rama de la filosofía llamada después<br />
dialéctica.<br />
Y por otra parte de nuevo me muestro aquí exclusivista y<br />
racista -si se prefiere un término más puesto al día- y doy que<br />
pensar a los que ponen en duda mi supuesto carácter divino,<br />
pues si se trae un mensaje de salvación, como se suponía que yo<br />
lo traía, no es lo más lógico excluir de él a quienquiera que sea.<br />
Si se atiende al concepto de Dios como aquel ser necesario y por<br />
lo tanto eterno que respalda a todo y todo lo explica, por fuerza
194<br />
no habrá más que uno y abrazará a todo el género humano, pues<br />
si se había de creer al relato bíblico, todo el género humano es<br />
obra suya y no tendría sentido que prefiriese a unos y excluyese<br />
a los otros.<br />
Para este Dios al que apunto, no hay religión verdadera<br />
en detrimento de otras.<br />
HAY QUE TEMER A <strong>DIOS</strong><br />
“No temáis a los hombres -redoblé la advertencia- que<br />
tal vez os quiten la vida, pero no la salvación; y cuando<br />
hayáis de temer, temed a Yahvé, que puede privaros de<br />
ambas. No lo temáis por este motivo, que sería servidumbre<br />
insufrible, sino porque habiendo de vivir en el miedo, más<br />
vale temer a Yahvé que temer a la gente; y solo Yahvé hará<br />
perecer en el infierno las almas.”<br />
No se podría decir que la cosa no hubiese quedado lo<br />
bastante clara.<br />
Y pensar que el concepto de infierno era cosa reciente....<br />
Sin embargo, doscientos años después de que al parecer<br />
yo hubiese pronunciado estas palabras, uno de mis discípulos y<br />
de los más conspicuos o notables citaba así nuestra Biblia, el<br />
que llamaban antiguo Testamento: “El ángel del Señor, dicen,<br />
cayó sobre el campamento de los asirios y mató a 185.000;<br />
por la mañana temprano, al día siguiente, no se veía más que<br />
cadáveres. Tales son los frutos del temor de Dios”.<br />
“La gente necesita un miedo saludable, temer algo,<br />
quiere que se la asuste y someta” -a mediados del siglo pasado<br />
solía decir a sus íntimos el dictador Adolfo Hitler. “El temor es<br />
en absoluto indispensable para fundar el poder”.<br />
Muerto el rey David, el territorio de Israel se dividió en<br />
dos reinos, el de Israel propiamente dicho, al norte, y el de Judá<br />
al sur, cuyos respectivos reyes no dejaron de guerrear con
195<br />
violencia extrema uno contra el otro sin cesar de amedrentarse<br />
mutuamente con “el terror de Yahvé”, que 'se derramaría por<br />
doquier contra quienes delante de Él hicieren el mal'.<br />
“No penséis que he venido a traer la paz sobre la<br />
tierra, porque no la traigo, sino la espada, y -para no<br />
desmentir al profeta Miqueas- vine a enfrentar al padre con<br />
sus hijos, a la madre con sus hijas, a las nueras con sus<br />
suegras; y serán enemigos de uno sus más allegados.”<br />
Ante estas crueles palabras se ha desconfiado y con<br />
razón del crédito que se habría de dar a este relato de lo que se<br />
supone dije cuando vivía en el mundo, porque contradicen otras<br />
que en sentido contrario figuran también como mías genuinas.<br />
Pasados de mi muerte casi cuatro siglos, Teodoreto, un<br />
obispo cristiano, decía convencido: “Los hechos históricos<br />
demuestran que la guerra trae a la Iglesia mucho más provecho<br />
que la paz”. Y Senecio, arzobispo de Cirene, no le iba a la zaga.<br />
Refiriéndose a los asurianos, una tribu del desierto que no quería<br />
convertirse al cristianismo, explicaba: “Es feliz quien les da un<br />
escarmiento; feliz quien les arrebata los hijos y los golpea contra<br />
las piedras. En no menor medida que el agua bendita en la<br />
puerta de la iglesia, la espada del verdugo contribuye a purificar<br />
a la población”.<br />
Como se ve, los nazis no innovaban.<br />
“No penséis que mi venida traerá paz a la Tierra,<br />
porque será todo lo contrario, en lugar de paz causaré<br />
guerra, enemistando aun aquellos a quienes unen los lazos<br />
de sangre.”<br />
Infelizmente muchos han hallado aquí pretexto para<br />
hacer en mi nombre la guerra, tras endulzarlo y quitarle hierro<br />
acompañándolo de la consideración de que no he querido yo<br />
esta disensión, ni la han querido los míos, pues ellos y yo somos<br />
la paz misma, sino que resulta de la malicia de los hombres del<br />
mundo, tan enemigos de Yahvé y de todas sus cosas.<br />
Cabría decir en este caso que me saco de encima la
196<br />
responsabilidad achacando la culpa a los contrarios. Como se<br />
suele decir, yo te ataco sólo para defenderme, en tanto que tú me<br />
atacas para destruirme.<br />
Y me han acusado de contradecir a Isaías, ya que él había<br />
anunciado a un príncipe cuya paz e imperio no tendrían fin.<br />
Dejando a un lado el hecho de que mal se concilian las<br />
palabras paz e imperio, de nuevo habría mucho que objetar;<br />
porque ni siquiera los discípulos más próximos a mí dejaron de<br />
enfrentarse y hacerse amargamente la guerra, como sucedió y ya<br />
queda dicho, por citar sólo a ellos, a Pedro y a Pablo de Tarso,<br />
que disputaron agriamente acerca de cómo habría de entenderse<br />
mi supuesta doctrina. Y ya no digamos otros posteriores, como<br />
no dejaré de señalar si hay ocasión.<br />
“El que ama al padre o a la madre más que a mí, no<br />
es digno de mí; y el que ama más al hijo o a la hija, tampoco<br />
lo es”.<br />
En el siglo XIX lo entendió así, entre otros muchos, el<br />
llamado beato Francisco Regis Clet, uno de los que mi Iglesia ha<br />
glorificado, que a punto de partir para China a predicar mi<br />
doctrina y donde por hacerlo se lo mataría, se despide de su<br />
hermana mayor, con la que había vivido hasta entonces y con<br />
sus otros 13 hermanos, en estos términos: “Ya esperaba yo que<br />
dado el constante y dulce cariño que me profesas no atenderías a<br />
la invitación que te hacía de que no intentaras quebrantar mi<br />
proyecto. La suerte está echada y no me vuelvo atrás. No porque<br />
no os ame, sino porque sigo los designios de la Providencia”.<br />
Para él – sigue narrando el cronista- María Teresa era el<br />
amor de la madre muerta, el de la familia, el hogar, toda la<br />
infancia resumida en una persona. Era la parte que en su vida<br />
había cabido al amor humano; pero la voluntad de Dios estaba<br />
más allá del mar. A pesar de todo, se iría. No se vieron al<br />
despedirse, no se volverían a ver en la vida; pero no importa,<br />
buscaba el martirio.<br />
¡Eso se llama amarme a mí más que a ninguno!
197<br />
De nuevo pasados más de 20 siglos resonarían estas<br />
palabras en labios de unos gobernantes que en centro Europa<br />
habrían de causar una destrucción jamás conocida.<br />
“El que no está conmigo, está contra mí”. Así lo<br />
proclamaría Hitler. Y como él, también mi supuesto Padre<br />
celestial Yahvé era un dios celoso y exclusivo y no toleraba se<br />
prefiriera a otros antes que a Él. Ante lo arriba transcrito, se<br />
dijera que heredé la tendencia. De tal padre, tal astilla, como<br />
quiere el refrán.<br />
“El que ame su vida, la perderá; y el que por mi causa<br />
la pierda, la encontrará”.<br />
En cuanto a ésto, habría que aclararlo. Para algunos, los<br />
que la aman están condenados de antemano, en tanto que<br />
quienes la desprecian, se salvan. Mas parece lo contrario,<br />
quienes la aman, alcanzan una edad más avanzada que quienes<br />
la aborrecen, en tanto que éstos la dejan prontito y corriendo.<br />
Prometer la vida eterna a los dispuestos a sacrificar la presente,<br />
recuerda a los musulmanes que se suicidan por Alá. Y aun si<br />
parezco impío, me atreveré a decir aquello de que 'pájaro en<br />
mano vale más que ciento volando'. Renunciar a esta vida<br />
concreta por aquella otra abstracta es cuando menos arriesgado.<br />
El que os recibe, me recibe; y conmigo, al que me ha<br />
enviado. Y cualquiera que diere de beber tan sólo un vaso de<br />
agua a un discípulo mío, no quedará sin recompensa.<br />
Quizá por creer ciegamente estas palabras que se dice<br />
mías, han abundado en mi Iglesia quienes antes de morir<br />
testaron a favor de ella, es decir, de sus dirigentes; aunque se<br />
ignore si después recibieron recompensa y en qué consistió.<br />
Del otro mundo, no se vuelve -como por boca de Hamlet<br />
se dolería Shakespeare<br />
Una vez ordenado esto a mis discípulos, partí a enseñar y<br />
a predicar en sus ciudades.
198<br />
ALGUNOS <strong>DE</strong> MIS MI<strong>LA</strong>GROS<br />
Relataré aquí algunos de los milagros que en mi vida<br />
adulta se me ha atribuido.<br />
El endemoniado de Cafarnaúm. Poco después de que<br />
Juan me bautizara en el Jordán, un buen día me hallé en<br />
Cafarnaúm, una localidad pequeña situada en las márgenes del<br />
mar de Galilea también llamado lago de Genesaret. Era sábado y<br />
me dirigí a la sinagoga para enseñar a los fieles. Terminado el<br />
oficio, de pronto, un hombre al que sin duda poseía un demonio,<br />
comenzó a vociferar y decía: “¿Qué tenemos que ver contigo,<br />
Jesús nazareno? Viniste a perdernos. Conozco quién eres, el<br />
santo de Dios.” Nadie hasta entonces me había llamado<br />
nazareno, natural de Nazaret; se adelantaba él a los tiempos;<br />
como es bien sabido, 'por viejo, el diablo sabe más que por<br />
diablo'. En cuanto a lo de santo de Dios, los valedores míos que<br />
han desmenuzado la ocurrencia imaginaron que la maligna<br />
impureza de aquel ángel malo no pudo resistir el resplandor de<br />
mi supuesta excelencia. Sea de ello lo que fuere, yo le ordené<br />
resueltamente: “Enmudece y sal de él.” A lo cual sacudiéndolo<br />
con violencia y dando desaforados alaridos, lo abandonó. Y<br />
todos los presentes se pasmaron, de manera que se miraban unos<br />
a otros y se preguntaban: ¿Quién es éste, que se expresa con<br />
semejante autoridad? Manda a los espíritus inmundos y ellos le<br />
obedecen. Y con rapidez se supo de mí por toda Galilea.<br />
Curo a un leproso. Se me acercó luego un leproso que<br />
arrodillado a mis pies me rogaba diciendo: si quieres, puedes<br />
limpiarme. De modo que yo, compadecido, extendí la mano y le<br />
dije: quiero, sé limpio. Y al instante desapareció de él la lepra y<br />
quedó bien. Entonces con severidad lo despedí, tras advertirle<br />
que antes de ir por ahí pregonando la cosa, se presentase al<br />
sacerdote y por la gracia recibida ofreciese el sacrificio que la<br />
ley de Moisés había estipulado. Mas él no me hizo caso y le
199<br />
faltó tiempo para divulgar lo ocurrido hasta el punto de que yo<br />
ya no podía entrar a cara descubierta en ninguna ciudad, antes<br />
tenía que quedarme en las afueras, en parajes solitarios, para<br />
defenderme de los que se pudiera llamar papparazi de entonces,<br />
esa gente que acosa a los famosos.<br />
Sano al siervo de un centurión. En la calle y por más<br />
extraño que pueda parecer, pues los que ocupaban el país solían<br />
despreciarnos, se llegó a mi un centurión romano cuyas maneras<br />
del momento parecían desmentir la brutalidad que en general se<br />
atribuía a los de su gremio y me dijo: Señor, un criado mío yace<br />
presa de terribles dolores; haz algo y cúralo. A lo que yo y<br />
halagado por lo inusitado del caso respondí complacido: llévame<br />
a donde está y veré qué se puede hacer. Mas él me rogó: Señor,<br />
no soy digno de que entres en mi casa; bastará con que digas<br />
una sola palabra y mi criado quedará sano. Admirado de tan<br />
firme fe y rara humildad, no pude menos que replicarle: ¡Anda<br />
y ve; será como lo has dicho! Y en aquel mismo punto y hora<br />
quedó curado el criado.<br />
La suegra de Simón. De allí, al dejar la sinagoga y con<br />
mis discípulos Juan y Santiago me dirigí a la casa de Simón<br />
Pedro. Y llegado a ella, hallé postrada en la cama y con fiebre a<br />
su suegra; me bastó con tomarla de la mano para que como por<br />
arte de magia y encantamiento la calentura se le esfumase; con<br />
lo que se levantó y nos servía a la mesa. Algunos escépticos no<br />
han querido ver aquí ningún milagro y sostienen que los celos<br />
habrían movido a la buena señora a fingir malestar, con el fin de<br />
disuadirme de robarle el yerno para que me siguiera y le dejara<br />
abandonada a la hija.<br />
Ya tarde, una vez que el sol se hubo puesto y ya no<br />
hubiera necesidad de guardar el descanso sabático, me trajeron a<br />
un montón de posesos y de otros enfermos, para que los sanara,<br />
y la gente se agolpaba a la puerta, y yo no daba abasto.<br />
La tempestad sosegada. Y al día siguiente, al caer de la<br />
tarde, la muchedumbre nos rodeaba, de modo que dije a mis
200<br />
discípulos que pasásemos a la otra banda del lago. Subidos pues<br />
a una barca, bogábamos todos acompañados de muchos que nos<br />
seguían en otras, cuando de pronto se levantó un fuerte viento,<br />
como una galerna, y las olas gigantes se abatían sobre la frágil<br />
embarcación y la inundaban. En la popa y dominado por el<br />
cansancio del ajetreo diario yo me había dormido e ignoraba que<br />
corriésemos peligro alguno. Entonces, temerosos por sus vidas,<br />
los que iban conmigo se me acercaron y me despertaron;<br />
Maestro -me dijeron- ¿acaso no te importa que nos vayamos a<br />
pique? ¡Haz algo! A lo que yo, molesto de que así mo cortaran<br />
el sueño, los reprendí ásperamente: ¡Oh, cobardes e incrédulos!<br />
¡Ni siquiera me dejáis reposar! ¿Qué sería de vosotros si yo os<br />
faltara? Y alzándome en pie, me encaré a la borrasca y le dije:<br />
¡Calla! ¡Enmudece! Con lo que ella amainó y ya todo no fue<br />
más que calma y bonanza. Sobrecogidos los míos, se decían<br />
unos a otros: ¿Quién es éste al que el viento y la mar obedecen?<br />
Porque nunca habían conocido a nadie que se me pareciese.<br />
El endemoniado geraseno. Abordamos entonces a la<br />
otra orilla, la región de los gerasenos, donde abandonando las<br />
sepulturas en que solían ocultarse salieron al camino dos<br />
posesos, tan terribles y desencajados que de puro temor nadie se<br />
atrevía a transitar por aquella vía, y gritaron: ¿Qué tenemos que<br />
ver contigo, Jesús hijo de Yahvé? ¿Nos atormentarás antes de<br />
tiempo? Pues daban por sentado que sólo después del Juicio<br />
final y no antes les haría yo imposible la vida. Pacía por allí una<br />
piara de puercos, y los demonios me rogaban diciendo: Si nos<br />
echas de aquí, permítenos ir a esas bestias. Y como Moisés había<br />
prohibido a los israelitas la carne de cerdo, no me preocupé del<br />
perjuicio material que significaría para los dueños de la piara el<br />
consentir en lo solicitado, de modo que dije a los demonios: Por<br />
mí no os cortéis, id y obrad como mejor os plazca. Con lo que<br />
ellos fueron y los poseyeron, e impetuosamente los puercos se<br />
arrojaron al mar y se ahogaron. Y sus cuidadores huyeron y en la<br />
ciudad lo contaron todo; por lo cual los pueblerinos me vinieron
201<br />
al encuentro y me rogaron que me fuese a predicar a otra parte.<br />
Pues temían que por mí les sucediesen males aun mayores.<br />
El paralítico de Cafarnaúm. Volví luego a Cafarnaúm<br />
donde en seguida se corrió la noticia de mi llegada, con lo que<br />
acudió a verme y oirme una verdadera multitud que a la puerta<br />
de la casa la obstruían. Cuatro que llevaban en una especie de<br />
parihuelas a un paralítico no pudieron acercarse a mí, de modo<br />
que ni cortos ni perezosos y sin pensarlo dos veces, se subieron<br />
a la azotea, que en las casas de oriente es un techo horizontal, y<br />
abriendo en él un boquete descolgaron por el hueco la camilla y<br />
el enfermo. Me admiró su piedad, de modo que le dije: Vamos,<br />
no te desesperes; pues se te perdona los pecados. Yo sabía que<br />
muy a menudo las enfermedades se debían a causas psicológicas<br />
y sentimientos de culpa, y que no había nada irremediablemente<br />
dañado, por lo que para curarlas bastaba con algunas palabras<br />
amables; el enfermo se sentía desamado y así como la tierra seca<br />
absorbe el rocío, también él absorbía cualquier muestra de amor<br />
que se le ofreciese. Mas estaban presentes algunos escribas,<br />
gentes estudiadas, orgullosas de sus saberes pedantes, que<br />
atendiendo a la letra antes que al fondo y ciegos más allá de sus<br />
narices murmuraron: Este blasfema; porque sólo al Señor Yahvé<br />
corresponde perdonar los pecados. A lo cual, adivinando lo que<br />
para sí pensaban, les dije: ¿Por qué me condenáis? Tan fácil es<br />
decir: se te perdona los pecados, como decir: levántate y<br />
anda. Para que veáis que yo, hijo de hombre, puedo<br />
perdonarlos, digo a este mancado: Álzate, coge tu lecho y<br />
vete a tu casa. Y sin decir palabra él se levantó y se fue.<br />
Jairo ruega por su hija. Hablándoles yo de mi reino, un<br />
archisinagogo llamado Jairo llegó y tras postrarse ante mí<br />
suplicó: Una de mis hijas acaba de morir, pero ven, imponle las<br />
manos y vivirá. Me levanté pues y con mis discípulos lo seguí.<br />
La hemorroísa. Entonces, una mujer, que hacía varios<br />
años padecía un flujo de sangre, se me acercó por detrás y me<br />
tocó la fimbria de la túnica, porque pensaba que para sanar le
202<br />
bastaba con el roce de mis ropas. Me di cuenta de su gesto, de<br />
modo que me volví y le dije: ¡Anímate! Te ha curado la fe. Y<br />
desde aquel punto y hora la mujer quedó libre de su maligna<br />
dolencia. El deseo y la convicción son la mejor medicina.<br />
Llegados a la de Jairo y viendo el alboroto que armaban,<br />
dije a los tañedores de flautas y a las plañideras de oficio: Id,<br />
marchaos; la doncella no ha muerto, duerme tan sólo. Se<br />
rieron de mí. Mas echada la gente y entrado yo adentro, tomé<br />
entre las mías la mano de la joven y ella se levantó. Por toda<br />
aquella tierra corrió la voz del prodigio.<br />
¡La fe mueve montañas! Lo repetiré más abajo.<br />
Dos ciegos y un mudo. Partido de allí, me siguieron dos<br />
ciegos, que a gritos solicitaban me compadeciese de ellos:<br />
¡Apiádate de nosotros, hijo de David! No me gustaba que me<br />
llamaran hijo de David, un título al que por una parte no tenía<br />
derecho, pues -como ya queda dicho- el que mis padres María y<br />
José descendieran presuntamente de aquella sangre real era sólo<br />
un bulo. Y por otra, se trataba de una realeza sin antepasados,<br />
pues empezaba con él. Pero no podía evitarlo; alguno había<br />
corrido la voz, váyase a saber por qué, y ya era imposible<br />
pararlo, nadie los hubiese convencido. Se trataba de gente<br />
sencilla, gente que se dejaba llevar por el sentimiento antes que<br />
por la razón. Una vez en la casa, se me acercaron y les pregunté<br />
si de verdad creían que podía devolverles la vista. Me<br />
respondieron: Sí, señor. Entonces les toqué los ojos al tiempo<br />
que los confirmaba en su fe: ¡Qué os suceda tal cómo creéis! Y<br />
vieron de nuevo. Les advertí que fueran discretos y guardaran<br />
silencio acerca de lo que les había pasado; pero como de<br />
costumbre me desoyeron y lo contaron por toda la comarca.<br />
Mas los prodigios que de mí se esperaba no habían<br />
acabado. Me trajeron un hombre mudo y también endemoniado.<br />
Entonces se llamaba endemoniado a todo aquel que mostraba<br />
una conducta peculiar, que se salía de las normas corrientes; se<br />
dijera mejor un excitado, un momentáneamente fuera de sí; en
203<br />
aquel entorno tales gentes abundaban, lo que no era de extrañar<br />
dado el clima de histeria en que, como consecuencia de la<br />
educación general, rígida, pedante y fanática, todos vivían; de<br />
modo que siguiéndoles la corriente pronuncié el exorcismo de<br />
rigor, expulsé a los presuntos demonios y el mudo recobró el<br />
habla, con lo que maravilladas las gentes, para quienes todo<br />
aquello era más que extraña novedad, exclamaban: Nunca en<br />
Israel se ha visto cosa tal. Mas los aviesos fariseos murmuraban<br />
y me acusaban de recurrir a los demonios para expulsar a los<br />
demonios.<br />
Los personificaban conjuntamente en Belcebú, palabra<br />
que como ya dije, venía de Baal Zebú, o Señor Zebú, un dios<br />
pagano al que de antiguo habían adorado los anteriores<br />
pobladores cananeos.<br />
Sano la mano paralizada. De nuevo un sábado entré a<br />
predicar en la sinagoga más cercana donde me presentaron a un<br />
hombre que tenía seca una mano, y para ponerme a prueba los<br />
más retorcidos y mal intencionados me preguntaron si era lícito<br />
curar en sábado. Porque entre nosotros los israelitas el sábado<br />
era fiesta de guardar y según la ley de Moisés se prohibía hacer<br />
en ella cualquier esfuerzo. A lo que les respondí que si el dueño<br />
de una oveja caída en un pozo no vacilaría en rescatarla aunque<br />
fuese un sábado, mucho menos se habría de negar el socorro a<br />
una persona que en sábado se hallase en apuros. Era lícito pues<br />
hacer también los sábados el bien. Y sin más ceremonia dije al<br />
tullido: Vamos, extiende la mano y que yo la vea. Y habiéndolo<br />
hecho él sin hacerse rogar, se la sané. Confundidos los fariseos<br />
presentes, se apartaron a un lado para confabularse en cómo<br />
hacer que me mataran. De modo que sabiendo yo lo que<br />
tramaban y aborreciendo las discusiones y contiendas, me fui y<br />
muchos me siguieron, y los sané a todos de sus males y les<br />
recomendé que no hiciesen de ello boato, para no desmentir al<br />
profeta Isaías, que presuntamente y a mi respecto había puesto<br />
en labios de Yahvé lo siguiente: He aquí mi siervo al que he
204<br />
escogido, mi amado, en el cual se ha contentado mi alma;<br />
enviaré a mi espíritu sobre él y anunciará a las gentes el<br />
Juicio que estará por llegar; no contenderá ni voceará ni<br />
oirá ninguno en las plazas su voz.<br />
Acerca de si fue verdad o pura invención, no entro ni<br />
salgo. Allá quien lo crea.<br />
Por otro lado, los fariseos me la tenían jurada; no me<br />
convencían ni cogían en renuncio razonando ni apelando a lo<br />
que estaba escrito y buscaban cómo deshacerse de mí y acabar<br />
de una vez.<br />
El endemoniado ciego y mudo. Entonces me trajeron a<br />
otro endemoniado también ciego y mudo y lo curé de manera<br />
que libre del íncubo que lo poseía, hablaba y veía. Con lo que<br />
las gentes se espantaron y de nuevo se preguntaban si no sería<br />
yo el prometido Mesías, el enviado, hijo de David. Pero como<br />
de costumbre los fariseos incordiaron y empecinados en su<br />
singular manía alegaron de nuevo que sólo con la ayuda del<br />
príncipe de los demonios, Belcebú, yo echaba a los demonios.<br />
Mas viendo lo que pensaban y por sacármelos de encima, traté<br />
de convencerlos diciéndoles: Todo reino dividido acaba en<br />
ruinas, y toda ciudad o casa dividida entre sí no durará; así<br />
pues si Satanás echa a Satanás, entre sí está dividido ¿cómo<br />
permanecerá entonces su reino? Si en virtud de Belcebú<br />
echo yo los demonios, ¿en virtud de quién los echan los<br />
demás que también dicen echarlos? El que no está conmigo,<br />
está contra mí; y el que no granjea conmigo, desperdicia.<br />
Con esto quise hacerles comprender que no cabía se me<br />
considerase compinche de unos diablos a los que expulsaba de<br />
los endemoniados en los que se habían instalado a placer, antes<br />
bien les era contrario; y si antes yo no hubiese dominado y<br />
vencido al demonio, de ninguna manera le hubiese podido robar<br />
aquellos en los que él había entrado. Pero tercos en la maligna<br />
intención, ellos no cedían en su prejuicio. No atendían a razones,<br />
no se dejaban convencer.
205<br />
No hay peor sordo que el que no quiere oír.<br />
Multiplico los panes por primera vez. Se me juntaron<br />
entonces los 72 apóstoles y me refirieron todo cuanto habían<br />
hecho y enseñado. Muchos de ellos venían e iban y ni para<br />
comer tenían un rato libre. Les dije pues: Está bien; busquemos<br />
donde tomarnos un descanso. De modo que subimos a la barca<br />
y tratamos de hallar un lugar retirado. Mas se nos vio marchar y<br />
se adivinó a dónde íbamos, de modo que se juntaron muchos y<br />
por la orilla nos adelantaron y llegaron allí antes que nosotros.<br />
Al desembarcar me topé con una gran muchedumbre a la espera<br />
y me dieron lástima, porque parecían ovejas sin dueño, de modo<br />
que resignado me senté y me puse a hablarles. Avanzada la<br />
tarde, se me llegaron los discípulos y me hicieron notar lo<br />
solitario del lugar y como caía la noche; tal vez conviniera<br />
despedir a toda aquella gente para que en las aldeas y alquerías<br />
vecinas se proveyera de bebida y de comida. Mas yo les apunté:<br />
¿Por qué no les dais vosotros de comer. Me preguntaron ellos:<br />
¿Nos encargas que vayamos a comprar doscientos denarios de<br />
pan y lo traigamos aquí para saciarla? Y les repuse: ¿Cuántos<br />
panes tenéis? Tenemos cinco panes y dos peces –me dijeron.<br />
Está bien. Mandé entonces que todos se sentasen en la hierba y<br />
se los repartiese en grupos de ciento y ciento cincuenta. Una vez<br />
hecho esto, alcé al cielo los ojos, recité la bendición de rigor en<br />
casos semejantes y comencé a partir los panes y a dar a los<br />
discípulos los trozos para que ellos los distribuyeran; con los<br />
peces hice otro tanto. De modo que todos comieron hasta quedar<br />
saciados. Tras lo cual se recogió lo que había sobrado y con ello<br />
se llenó doce espuertas. Aquel día y a ojo de pájaro habrían<br />
comido allí unas 5000 almas. Los discípulos me miraban en<br />
silencio y atónitos. Sin querer darles explicaciones, que por otro<br />
lado no hubieran comprendido, les ordené entonces que se me<br />
adelantasen a la ribera opuesta rumbo a Betsaida mientras yo<br />
despedía a la gente y me retiraba a un rincón a rezar.<br />
Por si también el lector se admirara de este prodigio, me
206<br />
apresuro a decirle que la historia antigua abundaba en hazañas<br />
semejantes. Entre otros y sin ir más lejos, también se cuenta del<br />
Buda indio que en una ocasión y con casi nada, como fue mi<br />
caso, dio de comer y beber hasta hartarse a una multitud de sus<br />
fieles. ¡Ay, nada nuevo bajo el sol!<br />
Sobre las ondas del mar. Y cuando hubo anochecido,<br />
estaba en alta mar la barca y yo me había quedado solo en tierra.<br />
Mas viendo a los míos jadear a los remos, porque el viento les<br />
era contrario, me dirigí a ellos caminando sobre las aguas. De<br />
lejos me creyeron un fantasma, perdieron la calma y asustados<br />
rompieron a gritar. Mas los tranquilicé diciéndoles: No tengáis<br />
miedo, soy yo. Y respondiéndome Pedro, me dijo: Señor, si eres<br />
tú, mándame que vaya a tí sobre las olas. Le dije pues: Vale!<br />
Acércate! Con lo que él bajó y trató de allegárseme, pero ante el<br />
viento fuerte, temió y comenzó a hundirse, de modo que gritó:<br />
¡Señor, sálvame! Alargué entonces la mano y lo sostuve.<br />
¡Hombre de poca fe! -lo reprendí. ¿Por qué dudabas? Entrados<br />
los dos en la barca, cesó el viento, y los que estaban en ella me<br />
adoraron: Verdaderamente eres hijo de Dios. Y todos me<br />
miraban asombrados, pues no creían lo que acababan de ver;<br />
porque estaban como atontados y lelos.<br />
Mas también y una vez más, se cuenta del Buda una<br />
pareja caminata sobre las aguas encrespadas.<br />
Terminada la travesía, llegamos todos a tierras de<br />
Genesaret y en la orilla atracamos. Y apenas habíamos salido de<br />
la barca cuando algunos que nos habían visto llegar se lanzaron<br />
a recorrer la comarca y a trasladar en camillas a todos aquellos a<br />
los que aquejaba algún mal, para que yo los curase. Y allí a<br />
donde me dirigiese, aldeas, ciudades, cortijos, sacaban a la plaza<br />
a sus enfermos y me rogaban los dejase aunque solo fuera tocar<br />
el borde de mi túnica o manto, lo que bastaría para devolverles<br />
la salud. Mi renombre se extendió por toda la Siria y curaba a<br />
aquellos que aquejados de dolencias varias y recios dolores,<br />
endemoniados, lunáticos y paralíticos, se sentían mal, de modo
207<br />
que llegadas de todas las partes, de Jerusalén, de Judea y de<br />
allende el Jordán, me seguían muchedumbres.<br />
Aquello sí que era popularidad. No existían entonces los<br />
cantantes pop ni había nacido aún Michael Jackson.<br />
La fe de la cananea. Partí entonces hacia Tiro y Sidón<br />
en la costa marítima y llegado a una casa quise guardar el<br />
incógnito, mas no fue posible, pues una pobre mujer, a cuya hija<br />
poseía un demonio, habiendo sabido de mí, vino y se me postró<br />
a los pies. Era una gentil sirofenicia, no era israelita, y me<br />
rogaba insistentemente que expulsara de su hija al espíritu<br />
inmundo que la poseía. Mas yo resistiéndome le decía: Deja que<br />
primero se sacien los hijos, pues no está bien quitarles a ellos<br />
el pan para echarlo a los perros. (Por 'los hijos' entendía yo a<br />
los de mi nación). A lo que ella, avisada, me respondió: Sí, así<br />
es; mas también los perros se aprovechan, pues comen las<br />
migajas que caen de la mesa de sus amos. Admirado de su<br />
agudeza, le repliqué: Por eso que acabas de decir, por demostrar<br />
así tu inteligencia, te complazco; anda y regresa a tu casa, pues<br />
tu hija ya está libre. Con lo que ella se fue y halló a la hija<br />
echada en la cama y libre del demonio.<br />
Me había gustado la profunda fe de la mujer, pues no la<br />
desanimó mi primera negativa, antes persistió en su demanda.<br />
Los que gustan de complicarlo todo, han dicho que para poner a<br />
prueba su fe y su constancia la rechacé al principio. Mis poco<br />
caritativos discípulos me pedían que sin atenderla la despachara<br />
y despidiera. Por mi parte yo era reacio a tratar de convertir a mi<br />
doctrina a quien no fuera israelita, de modo que no quería tener<br />
nada que ver con gentes ajenas. Ante todo, los míos -se podría<br />
decir. Deutschland über alles -me imitaría más tarde un sujeto<br />
de penosa memoria. Pero por una vez harto ya de que todo el<br />
mundo se me sometiera mansamente y sin rechistar, me gustó<br />
que aunque sólo fuera por variar, aquella humilde mujer me<br />
plantara cara, no se dejara intimidar, y mostrándose humilde se<br />
comparara a los perros. Si uno se humilla de buen grado, nos
208<br />
ahorra el esfuerzo de tener que ponerlo en su justo lugar. Aparte<br />
de que ganar siempre y siempre quedar por encima acaba por<br />
cansar. En la variedad está el gusto.<br />
Debo decir por otra parte que siento especial debilidad<br />
por las mujeres que lejos de mostrarse sumisas se revuelven<br />
contra quienquiera que sea. Vaya uno a saber el origen de seguro<br />
infantil de semejante idiosincrasia. Quizá se lo deba a que<br />
gustoso delego en ellas expresar lo que en mí rechazo. No en<br />
vano dije en una ocasión que yo era manso y humilde de<br />
corazón. Uno delega en los otros lo que se prohíbe a sí mismo.<br />
Sano a un sordomudo. Saliendo de Tiro, en la costa, y<br />
atravesando la llamada Decápolis me encaminé por Sidón a los<br />
confines del mar de Galilea. Y me presentaron a un sordomudo<br />
para que le impusiese las manos y lo sanase. Lo tomé pues<br />
aparte, lejos de la turba y tras humedecerme con saliva los dedos<br />
los introduje en sus oídos y le toqué la lengua; luego alcé al<br />
cielo los ojos y dije: Effatá, que quiere decir Ábrete. Con lo que<br />
al punto se le abrieron los oídos y se le desató la lengua y como<br />
niño con zapatos nuevos se puso a hablar de tal modo que no<br />
había manera de pararlo. Como de costumbre encarecí a los<br />
presentes que guardasen silencio y a nadie contasen lo que<br />
habían visto, pero de nuevo fue inútil, pues cuanto más yo<br />
insistía en la discreción, más ellos lo proclamaban a los cuatro<br />
vientos. Y asombrados repetían: Todo lo hace bien y por su<br />
virtud oyen los sordos y hablan los mudos.<br />
¡A ver quien los convencía de lo contrario!<br />
Al parecer aquel mudo no había estado presente cuando<br />
yo había puesto en guardia a la gente contra las palabras ociosas,<br />
de las que llegado el juicio final se les pediría cuentas, sin pasar<br />
nada por alto; pero tampoco hay que ser tan estrictos ni tomar al<br />
pie de la letra las cosas, más si se tiene en cuenta que muy<br />
probablemente y si era mudo de nacimiento, en toda su vida<br />
aquel desdichado no había dicho una sola palabra, de modo que<br />
sería comprensible la indulgencia si se le permitía despacharse a
209<br />
gusto en la ocasión y en cierto sentido ganar el tiempo perdido.<br />
No en vano no recobra uno el habla todos los días.<br />
Multiplico otra vez los panes. Como de nuevo se<br />
hubiese reunido un gran gentío y no tuviesen qué comer, llamé a<br />
mis discípulos y les manifesté que me compadecía de aquella<br />
muchedumbre que en tres días y sólo por el placer de oirme no<br />
se había llevado nada a la boca; o al menos muy poco, y no era<br />
cosa de despedirlos de vuelta a sus casas, pues algunos habían<br />
venido de lejos, y si se iban, corrían el riesgo de desfallecer en el<br />
camino. A lo que ellos quisieron saber de dónde allí en aquellas<br />
soledades se podría sacar lo necesario para calmarles el hambre.<br />
Y de nuevo les pregunté cuántos panes tenían. A lo que ellos<br />
respondieron que con siete contaban esta vez. Está bien,<br />
entregádmelos. Dije después a las turbas que se tendiesen en el<br />
suelo y tras bendecir el alimento lo fui entregando a mis<br />
discípulos para que ellos lo distribuyesen, y así lo hicieron.<br />
Tenían también algún pescado, y tras bendecirlo igualmente<br />
ordené que asimismo lo repartiesen. Todos comieron hasta<br />
saciarse, y con los restos se llenó siete sacos. Eran como unos<br />
4000 y los despedí. Y subiendo con mis discípulos a una barca,<br />
me dirigí a Dalmanuta.<br />
No sin antes recelar que de repetirse en exceso la cosa,<br />
aquella gente se acostumbrase a mantenerse de gorra y ya no se<br />
preocupase de ganar con el sudor de la frente el pan, dándole al<br />
callo, como vulgarmente se dice, cosa que según se afirmaba<br />
había impuesto a los primeros padres de todos en el jardín del<br />
edén el que se suponía era el mío verdadero.<br />
El ciego de Betsaida. Llegados a Betsaida, me trajeron a<br />
un ciego y me rogaron lo tocase. Lo tomé de la mano y nos<br />
apartamos a un lado. Aunque puede que a los más escrupulosos<br />
les parezca la cosa una cochinada, le escupí luego en los ojos y<br />
se los toqué; le pregunté si veía algo, de modo que él los alzó y<br />
me dijo que veía como entre nieblas a la gente, la veía caminar,<br />
y lo que le parecía árboles quietos. De nuevo y para asegurarme
210<br />
le toqué otra vez los ojos, y ya vio con claridad y sin ayuda de<br />
ninguna clase de gafas hasta lo más alejado. Muchos le hubieran<br />
envidiado la agudeza de la visión recién recobrada y hasta puede<br />
que desearan cambiarse por él. De modo que lo despaché a su<br />
casa tras recomendarle que evitase entrar en el pueblo y hacerme<br />
fastidiosa propaganda.<br />
Curo a un muchacho lunático. Estando en esta faena,<br />
se nos acercó un sujeto que de rodillas me pidió compasión para<br />
su hijo lunático, que lo pasaba muy mal, pues unas veces el<br />
fuego lo quemaba y otras caía en el agua y casi se ahogaba, y<br />
aunque por evitarme molestias había rogado él a mis discípulos<br />
lo curasen ellos, se habían mostrado incapaces, de modo que<br />
ahora me lo pedía directamente y sin intermediarios molestos.<br />
Impaciente le hice ver que no debía contar siempre conmigo,<br />
pues no siempre estaría yo disponible para ayudar a quienquiera<br />
que fuese. Luego le dije que me trajera a su hijo. Así lo hizo, con<br />
lo que amenacé al demonio que lo poseía y lo expulsé, y en<br />
aquel punto y hora el muchacho quedó sano y curado. Entonces<br />
mis discípulos me preguntaron por qué ellos habían fallado en el<br />
intento, a lo que respondí reprochándoles que les hubiese faltado<br />
la necesaria confianza en sí mismos, pues de haberla tenido,<br />
nada les hubiese sido imposible, y si hubiesen querido trasladar<br />
de sitio una montaña, lo habrían conseguido. La fe las mueve<br />
-les aseguré categórico.<br />
La fe mueve montañas -en el siglo XX vociferaría Hitler<br />
en sus mítines. Infelizmente la suya no le bastó para ganar la II<br />
Guerra Mundial.<br />
Cómo señalaré en otra ocasión, si se lo propone y sin<br />
más que quererlo, todo el mundo llevará de un lugar a otro los<br />
cerros y los valles, siempre que el traslado redunde en la gloria<br />
de Dios, por descontado, también hay que decirlo.<br />
La moneda en la boca del pez. De nuevo en Cafarnaún,<br />
los que cobraban el impuesto quisieron saber si igualmente yo lo<br />
pagaría; se lo prometí y se tranquilizaron. Entonces llamé aparte
211<br />
a Pedro y le pregunté: ¿qué te parece? ¿de quién cobran tributo<br />
los que mandan? ¿De los propios o de los extraños? De los<br />
extraños, por supuesto -me respondió. Luego nosotros debíamos<br />
estar exentos, pues somos de los propios. Mas para que no se<br />
escandalicen, vete a la orilla y echa el anzuelo; picará un pez y<br />
en él hallarás una moneda que bastará a pagar lo que nos piden.<br />
Anda y ve. Y así lo hizo.<br />
Siéndome tan fácil encontrar el dinero de la renta, cabría<br />
aplicar la misma extraña facultad para pagar los demás gastos.<br />
No era cosa sin embargo de tentar al Altísimo, como ya en otra<br />
ocasión le había hecho ver al diablo, ni de abusar de la suerte y<br />
corromper a los discípulos; además y aunque me quede mal el<br />
decirlo y muchos no lo acepten, no se ha de socorrer a uno<br />
porque lo necesite, sino por amor a Dios, señor de todo.<br />
Y pagué yo por los dos, por Pedro y por mí, porque<br />
siempre el superior lo ha de ser también en la largueza. Lo<br />
contrario sería quedar mal y no estar a la altura de la propia<br />
dignidad. Noblesse oblige -se dijo después.<br />
El ciego de Jericó. Llegamos otro día a Jericó, y a la<br />
vera del camino, al salir de la ciudad, nos topamos con un ciego<br />
que pedía limosna. Se llamaba Bartimeo, hijo de Timeo. Nos<br />
oyó llegar y quiso saber a qué se debía el desusado alboroto; y<br />
tras haberle dicho alguien que se trataba del nazareno que hacía<br />
milagros, alzó la voz y me rogaba que me apiadara de él: ¡Hijo<br />
de David, apiádate de mí! -me gritaba. Muchos lo increpaban<br />
para hacerlo callar; pero cada vez más fuerte, él no paraba de<br />
gritar: ¡Hijo de David, apiádate! Me detuve, pues, y ordené me<br />
lo trajesen. Así lo hicieron, y le decían, vamos, ten ánimo, te ha<br />
llamado, acércate. Con lo que él, tras haber puesto a un lado el<br />
manto con que se cubría, se llegó a mí. ¿Qué quieres que haga?<br />
-le pregunté. Rabbuní -o sea, maestro- ¡qué recobre la vista!<br />
Está bien, te la devuelvo, la fe te ha salvado. Y al instante ya vio<br />
otra vez y se unió a los que me seguían.<br />
Resucito a Lázaro. En Betania vivían mis amigos
212<br />
Lázaro y sus hermanas Marta y María, gente acomodada, y he<br />
aquí que un día me enviaron ellas el recado de que su hermano<br />
había enfermado. No creí necesario apresurarme y me demoré<br />
aún dos días, pasados los cuales dije a mis discípulos que Lázaro<br />
se había dormido y convenía ir a despertarlo. Al aproximarnos al<br />
lugar supimos que ya llevaba muerto y enterrado varios días.<br />
Avisada su hermana Marta de que me acercaba, me salió al<br />
encuentro y se quejó de que no me hubiera dado más prisa en<br />
acudir a tiempo de sanar al enfermo. La consolé diciéndole que<br />
su hermano resucitaría. Ya lo sé -me respondió ella algo<br />
alterada; el día del Juicio Final, como todos los demás. No quise<br />
llevarle la contraria y me adelanté a recibir a María que también<br />
en aquel momento llegaba y que igualmente se lamentó de mi<br />
incomprensible retraso. Me conmovió su dolor, de modo que les<br />
pregunté dónde habían puesto al difunto. Me llevaron a su<br />
tumba y ordené que apartaran la losa que la cubría; Marta me<br />
advirtió de que olía mal, pues ya hacía cuatro días que había<br />
fallecido. Levanté pues los ojos al cielo y tras una corta oración<br />
exclamé con voz fuerte: ¡Lázaro! ¡Levántate y sal fuera! Con<br />
lo que el se levantó y salió todavía envuelto en vendas y<br />
cubierto el rostro con el sudario de costumbre. Dispuse que se lo<br />
desatara y se le permitiese andar. Así se lo hizo y aquel mismo<br />
día conseguí numerosos adeptos.<br />
¡Milagros, milagros! Se da por supuesto que curé a<br />
enfermos, devolví la vista a ciegos, el oído a los sordos, expulsé<br />
demonios, incluso resucité a los muertos y qué sé yo que otra<br />
cosa; pero de creer a mis biógrafos oficiales fui incapaz del<br />
milagro mayor, tener hijos, traer uno a este mundo. ¡No hay<br />
maravilla que se le compare!<br />
Y aunque según dice el vulgo las comparaciones son<br />
odiosas, a veces no puedo menos que pensar en los milagros que<br />
después de mí han hecho algunos de los que mi Iglesia ha<br />
llamado santos. Ciertamente muchos de ellos ganan a los míos<br />
en espectacularidad. Así por ejemplo se cuenta de san Eligio que
213<br />
teniendo un día que herrar un caballo y mostrándosele indócil el<br />
animal, el santo le arrancó la pata en cuestión, clavó como se<br />
debe la herradura y de nuevo colocó la pata en su sitio, sin que<br />
al parecer la bestia tuviera nada que objetar. Jamás hice yo nada<br />
que aun de lejos se le pareciera.<br />
ACERCA <strong>DE</strong> MIS MI<strong>LA</strong>GROS<br />
Según la común opinión de mis devotos, hice yo muchos<br />
milagros, y en la capacidad para hacerlos fundan mi divinidad.<br />
Aunque aquí cabría preguntarse si se me considera dios porque<br />
hice milagros o los hice porque era dios; si mis milagros avalan<br />
mi divinidad o si mi divinidad avala mis milagros; la eterna<br />
cuestión de si fue primero el huevo o lo fue la gallina. Lo<br />
dejaremos estar. Según los relatos canónicos de mi Vida, hice<br />
hasta 38; pero mis detractores los niegan, parte de ellos, si no<br />
todos. Se basan en que en las crónicas que se ha dado por<br />
buenas, algunos aparecen duplicados, lo que se atribuye al<br />
excesivo celo de los cronistas, afanosos de no dejar dudas acerca<br />
de mi pretendida excelencia, y en que otros siguen al pie de la<br />
letra las pautas de los también numerosos que desde los tiempos<br />
más remotos se había atribuido a toda una serie de personajes,<br />
reales o míticos, divinos o humanos, que en el asunto me habían<br />
precedido; con la salvedad de que mientras los míos eran<br />
verdaderas maravillas que transitoriamente dejaban en suspenso<br />
las leyes de la Naturaleza, no pasaban de embustes satánicos,<br />
pura magia o fraudes piadosos, los ajenos.<br />
A la vista de los argumentos que en apoyo de sus<br />
reticencias los más escépticos han presentado, no sería<br />
imposible que todos los que se me ha atribuido no hayan sido<br />
otra cosa que vulgar plagio. La curación maravillosa de sordos,<br />
ciegos, tullidos, leprosos... la expulsión de los demonios, el<br />
andar sobre las aguas, calmar las tormentas, multiplicar
214<br />
prodigiosamente la comida, transformar en vino el agua<br />
corriente, resucitar a los muertos, descender a los infiernos y<br />
ascender a los cielos... en los tiempos que me precedieron, todo<br />
ésto era ya más que conocido y corriente.<br />
En Judea como en otras partes, antes de mí y de creer lo<br />
que por tradición se contaba de ellos, muchos otros personajes y<br />
héroes habían llevado a cabo similares prodigios. Así por<br />
ejemplo era paradigma y modelo de esto que apunto un médico<br />
griego, quizá fuera mejor llamarlo sanador, que allá por el siglo<br />
IV antes de la era mía actual había hecho al respecto tanto como<br />
yo, si no bastante más. Lo llamaban Asclepio, más tarde<br />
Esculapio, y a semejanza de mí, había recorrido los caminos<br />
predicando y de paso curando a sordos y ciegos, resucitando<br />
difuntos y en general haciendo todo lo que ahora se me atribuía.<br />
Lo mismo habían hecho sus discípulos. También en la India, 500<br />
o 600 años antes de mí, Buda había caminado sobre las aguas de<br />
un lago, y según se contaba, alguien había multiplicado<br />
milagrosamente el pan; incluso en el Oriente no era raro<br />
resucitar a los muertos, hasta tal punto que en Babilonia se<br />
disponía de unas como reglas o programas para hacerlo. Del<br />
citado Asclepio se afirmaba que había resucitado a seis y el<br />
relato se asemejaba mucho al que luego se haría a propósito de<br />
los que se me atribuía.<br />
Nada era nuevo. En el imperio romano abundaban los<br />
sabios, adivinos, mistagogos y taumaturgos que como yo<br />
predicaban y hacían milagros, sin contar a los personajes<br />
arcaicos, como Orfeo y Epiménides, por citar sólo los dos más<br />
conocidos, u otros más modernos, como Pitágoras, Empédocles,<br />
Plotino, Apolonio de Tiana, Yámblico, Proclo y en general<br />
varios más que no enumero por no aburrir al lector. Además de<br />
valerme de la simple psicología, como ya he apuntado, recurría<br />
yo a los mismos expedientes a que tantos habían recurrido antes<br />
de mí. Pronunciaba palabras mágicas, como el término ¡Ábrete!,<br />
tocaba con los dedos y humedecía con mi saliva la lengua y los
215<br />
oídos de un sordomudo, formaba con tierra y saliva un emplasto<br />
y lo aplicaba a los ojos de un ciego, escupía en los ojos de otro...<br />
lo mismito que a lo largo del tiempo habían venido haciendo los<br />
muchos que en tales menesteres me habían precedido. Y no solo<br />
hacía milagros directamente, sino a distancia y de modo<br />
digamos oblicuo, como el que hice en favor de un príncipe de<br />
Edesa, que me lo había solicitado por carta.<br />
Ya en la Biblia israelita, en el Antiguo Testamento<br />
cristiano, figuraban algunos, por lo menos poco creíbles para los<br />
espíritus realistas, por no decir del todo fantásticos. Elías, el<br />
profeta, resucitaba al hijo de una viuda, como más tarde habría<br />
de hacerlo yo mismo, y con la ayuda de su capa dividía en dos<br />
las aguas del río Jordán, de la misma manera que el supuesto<br />
caudillo Moisés con un simple báculo había dividido el mar<br />
Rojo para dejar pasar a los israelitas que huían del faraón que<br />
los perseguía. También por medio del mismo Moisés había<br />
hecho milagros el Señor Yahvé. Así se lo relata en el Libro del<br />
Éxodo: “El Señor habló a Moisés: ¿Qué tienes en la mano? Una<br />
vara, señor. ¡Arrójala al suelo! Y él la arrojó y se le convirtió en<br />
una serpiente, de la que salió huyendo. Y de nuevo habló el<br />
Señor: ¡Alarga la mano y tómala por la cola! Y él extendió la<br />
mano y la tomó, con lo que se le volvió a transformar en vara.<br />
Para que te crean que se te ha aparecido el Señor –habría<br />
apostillado Yahvé. Ahora hunde la mano en el pecho. Y él la<br />
hundió y la sacó blanca como la nieve. ¡Húndela otra vez! Y<br />
cuando volvió a sacarla, había recobrado su color original. Están<br />
luego las plagas de Egipto, el maná que caía en el desierto, el<br />
fuego que proveniente del cielo encendía en el monte Carmelo<br />
la pira para el holocausto, la burra que hablando salvaba a<br />
Balaam, los cinco jinetes celestiales que ponían a salvo a Judas<br />
Macabeo, otro caudillo, el sol que a ruegos de Gedeón se<br />
detenía todo un día en el cielo para que los israelitas terminaran<br />
de matar cómodamente a los amalecitas contrarios... Sería el<br />
cuento de nunca acabar.
216<br />
En cuanto a los míos, se dice que en Caná convertí en<br />
buen vino más de seiscientos litros de agua ordinaria y sin<br />
clorar; que en el lago Tiberiades calmé una tormenta; que sin<br />
hundirme caminé sobre las aguas agitadas; que en varias<br />
ocasiones multipliqué panes y peces; que resucité a personas ya<br />
muertas, una de ellas a medias corrompida, etc.,etc.<br />
Ya he dejado dicho que muchas de las que la gente<br />
consideraba curaciones milagrosas mías no eran en realidad otra<br />
cosa que la simple aplicación de las leyes psicológicas, a lo que<br />
contribuía la mentalidad de aquel tiempo. Todo el mundo creía<br />
en los milagros, eran cosa corriente, casi cotidiana; se vivía a<br />
gusto en un mundo al que se creía milagroso, toda suerte de<br />
prodigios ocurría y era posible, abundaban los augurios, incluso<br />
las clases dominantes y las más instruidas carecían del menor<br />
espíritu crítico, no en vano se los había educado para obedecer<br />
ciegamente, para creer sin hacerse preguntas lo que se les dijese.<br />
El espíritu democrático y la individualidad que hoy se da por<br />
descontados, eran entonces y especialmente entre nosotros, los<br />
israelitas, del todo extraños, hasta el punto de que muy bien se<br />
aplicara a ellos lo que siglos más tarde habría de decir el<br />
reformador Lutero: “La gente cree ahora con la misma facilidad<br />
con que un cerdo se mea en el agua”. Y quizá se hubiese podido<br />
atribuir aviesamente a los que entonces mandaban lo que<br />
pasados los siglos llegó a decir el caudillo Hitler: ¡Qué gran<br />
suerte para nosotros, los gobernantes, que la gente no piense!<br />
Todo el mundo estaba predispuesto a esperar detrás de<br />
cada piedra, en cada bosque o riachuelo bucólicos, en<br />
encrucijadas y montes lo maravilloso; había sed de prodigios y<br />
una fe ingenua en que algunos seres privilegiados a los que la<br />
divinidad miraba con especial predilección poseían facultades<br />
soberanas a los otros negadas.<br />
Al igual que el pez nada en el agua como lo más natural,<br />
se vivía en un ambiente y atmósfera en la que nada era absurdo.<br />
De ahí que no me fuese difícil satisfacer sus expectativas. A
217<br />
decir verdad yo hubiese preferido que me escuchasen y creyesen<br />
en mí sin necesidad de recurrir a tales pases de manos, pero<br />
como fácilmente se comprende, de avisados es el amoldarse a<br />
las circunstancias e ir con la corriente del tiempo.<br />
Y no sólo los antiguos milagros se repetían en mí, sino<br />
también toda mi vida. Antes de mí otras divinidades habían<br />
bajado del cielo, un Padre las había enviado, un ángel había<br />
anunciado su adviento, nacidos en un pesebre y paridos por una<br />
virgen se los había perseguido todavía en la cuna; como a mí, se<br />
los había llamado Resucitador de muertos, Señor de los señores,<br />
Rey de reyes, Salvador, Redentor, Bienhechor, Hijo de Dios,<br />
Buen Pastor... A los doce años habían descollado sobre los de su<br />
edad, a los 30 habían comenzado a predicar, los había tentado el<br />
demonio, habían preferido sobre los demás a un discípulo, otro<br />
los había traicionado, habían sanado a los enfermos, devuelto la<br />
vista a los ciegos, enderezado tullidos, multiplicado el vino;<br />
como se había de hacer conmigo, se los había martirizado,<br />
flagelado, colgado en la cruz entre dos malhechores, uno bueno<br />
y otro malo, una mujer les había enjugado el maltrecho rostro,<br />
en el corazón habían recibido un lanzazo, en el momento de<br />
morir habían dicho Todo está consumado, Recibe mi espíritu y<br />
llévalo al cielo, y para remate habían resucitado.<br />
No, ciertamente, de creer a mis detractores, mi vida no<br />
fue original.<br />
JUAN ME ENVÍA A DOS <strong>DE</strong> SUS DISCÍPULOS<br />
Mientras tanto en la prisión había oído Juan acerca de<br />
mí, por lo que envió a dos de los suyos a preguntarme si era yo<br />
el que había de venir o si se debía esperar a otro. Si desde<br />
siempre parecía haber sabido él la respuesta, saltando de gozo en<br />
el vientre de su madre cuando la había visitado la mía, y en el<br />
Jordán declarándome cordero de Dios que quitaba los pecados
218<br />
del mundo, la pregunta extrañaba. En cuanto a lo primero cabría<br />
dudar de que su madre le hubiese contado nunca el incidente. En<br />
todo caso, les encargué comunicarle que los ciegos recobraban<br />
la vista, andaban los cojos, quedaban limpios de lepra los<br />
leprosos, los sordos oían, resucitaban los muertos y se<br />
adoctrinaba a los pobres.<br />
Comencé entonces a quejarme de aquellos que pese a<br />
mis presuntos milagros no acababan de creer que yo los salvaría.<br />
“¿A quién diré semejante esta generación? A los muchachos<br />
que en las plazas reprochan a sus compañeros no haber<br />
danzado cuando tocaba la flauta ni haber plañido cuando se<br />
cantaba canciones tristes. Vino Juan, que ni come ni bebe, y<br />
se lo declara poseído; llega el hijo del hombre, que comiendo<br />
y bebiendo goza, y lo acusan de ser un comilón y beber vino<br />
en mala compañía. ¡Vaya unos sabios!”<br />
Rechazaban a Juan y lo decían poseso porque su vida era<br />
ascética; me rechazaban a mí porque mi vida era ordinaria. Con<br />
nada estaban contentos. No se siente satisfecho el que no quiere.<br />
Tanto Juan como yo vivíamos sabiamente, uno vivía con<br />
aspereza, el otro vivía llanamente, Yahvé aprobaba ambos<br />
caminos y así habrían de reconocerlo quienes me siguiesen.<br />
“¡Ay de ti, Corozaín! ¡Ay de ti, Betsaida! Porque si en<br />
Tiro y en Sidón, ciudades filisteas, se hubiera hecho lo que se<br />
hizo en vosotras, ya en cilicio y en ceniza harían penitencia.<br />
Los que reconocían haber ofendido a Yahvé se vestían de<br />
jerga o estameña, paño burdo y áspero que al contrario que la<br />
seda, no acariciaba la piel, y se sentaban en el polvo o la ceniza.<br />
Para aquella gente, la incomodidad era señal de virtud. Más<br />
tarde, uno de mis discípulos llamado Romualdo había de tener a<br />
gala y sentirse orgulloso de no lavarse nunca el hábito, con lo<br />
cual y como se suele decir, el hedor que lo envolvía tumbaba de<br />
espaldas a quien se le acercaba. También eran señal de virtud las<br />
barbas descuidadas e hirsutas y en general la suciedad y falta de<br />
higiene; a la vista está que eran gente muy bárbara. Por eso,
219<br />
entre otras cosas, aborrecían a los dominadores romanos, gente<br />
que gustaba de pasar en las termas o baños públicos horas y<br />
horas, sin hacer otra cosa que conversar y sentirse a gusto, y a<br />
los helenizantes, los partidarios de los sucesores de Alejandro<br />
Magno, que habían tenido incluso la desfachatez de querer abrir<br />
en la mismísima Jerusalén, la ciudad más santa de todas las<br />
conocidas, un gimnasio, donde como en la clásica Grecia los<br />
jóvenes varones contendientes habrían de competir en pelota<br />
viva, cosa impensable entre nosotros, y celebrar en ella unos<br />
juegos olímpicos. Proyecto que tuvo por necesidad que quedarse<br />
en pura agua de borrajas, porque los gobernantes que lo habían<br />
sugerido no hubiesen tenido segura la vida ni un solo instante. Y<br />
proseguí: El día del Juicio se usará más rigor con vosotras<br />
que con ellas. Y ensalzada hasta el cielo, tú, Cafarnaúm,<br />
hasta el infierno serás abajada, porque si en Sodoma se<br />
hubiera hecho los milagros hechos en ti, aun hoy existiría. El<br />
día del juicio se la juzgará menos duramente que a ti.”<br />
Elemental. El día del juicio se castigará más a los que<br />
habiendo tenido más ocasiones para evitar el mal y aplicarse al<br />
bien viviendo con modestia y pureza, perseveraron en su vivir<br />
mundano. En compañía de los buenos, siempre libran mal los<br />
malos.<br />
Tornaron mis discípulos de la predicación a que los había<br />
enviado y me refirieron muy ufanos los milagros que en el curso<br />
de su ministerio habían hecho, de modo que les bajé los humos<br />
advirtiéndoles de que no se habían de gozar de las maravillas<br />
que por acaso y gracias a mí llevaban a cabo, sino de que sus<br />
nombres estuviesen escritos en los cielos, tras lo cual y<br />
admirado yo mismo de mi prodigiosa virtud me entró tanta<br />
alegría del espíritu santo y tal júbilo interior que agradecí a mi<br />
Padre, señor del cielo y de la tierra, haber ocultado a los sabios y<br />
prudentes todas estas cosas para revelarlas a los pequeños. Mi<br />
Padre me lo ha dado todo. Sólo el Padre ha conocido al hijo,<br />
como sólo el hijo y aquellos a quienes se lo revelará
220<br />
conocerán al Padre -exclamé en un rapto de pura y gozosa<br />
vanidad. Venid a mí, los agobiados y cansados -añadí ya<br />
puesto en la vena- y os daré reposo. Tomad mi yugo, porque<br />
es suave y ligera mi carga, y aprended de mí, que soy manso<br />
y humilde de corazón.<br />
Lástima que todo no pasara de un inútil gastar pólvora en<br />
salvas, pues si se repasa la Historia se verá que muy a menudo<br />
aquellos que se decían mis seguidores y representantes en la<br />
Tierra no se mostraron ni mansos ni humildes. Uno de ellos, el<br />
Papa León, también llamado el Magno, como el antiguo griego<br />
Alejandro, solía decir a los otros obispos que él, por voluntad<br />
del Señor, es decir, yo, estaba en posición preeminente y le<br />
debían servil acatamiento los demás; y por ello les prohibía<br />
ordenar sacerdotes a quienes “un linaje adecuado” no avalase; y<br />
otro, del siglo IV, Efrén, santo y doctor de mi supuesta Iglesia,<br />
pese a que se lo llamó 'cítara del espíritu santo' y se lo señaló<br />
como ejemplo de sin igual mansedumbre, fue de todas las<br />
épocas uno de los más encarnizados enemigos de los judíos que<br />
habían preferido seguir siéndolo a la manera antigua antes que<br />
pasarse en masa a mi bando, la manera nueva supuestaauténtica.<br />
Los llamó canallas, serviles, dementes, siervos del demonio,<br />
criminales, asesinos sanguinarios y gente 99 veces peor que<br />
cualquiera no judía. Además de necios, apestosos y mortíferos.<br />
Un buen día en las afueras de un lugar atravesábamos<br />
mis discípulos y yo unos sembrados, cuando a la vista de las<br />
granadas espigas sintieron ellos que se les despertaba el apetito<br />
y sin pensárselo dos veces las arrancaban y comían, lo cual<br />
disgustó a los fariseos que por allí merodeaban y comenzaron a<br />
murmurar diciendo ¿eh, pero que hacen estos? Pese a que hoy es<br />
sábado y no se puede trabajar, arrancan las espigas y las comen,<br />
lo que a todas luces requiere esfuerzo, aunque no sea excesivo.<br />
A lo que yo oyéndolos repuse: No hacen otra cosa que imitar a<br />
David, que en una ocasión sintió hambre y la sintieron los<br />
que estaban con él, y no tuvieron reparo en entrar en el
221<br />
Templo y comer los panes de la ofrenda, también llamados<br />
de la proposición, panes que por ley sólo los sacerdotes<br />
podían comer. No iréis a decir que el rey David pecó y<br />
pecaron sus acompañantes. Por otro lado, también los<br />
sacerdotes del Templo trabajan en sábado, porque llevan a<br />
cabo las ceremonias del culto, y tal cosa es trabajar. Pues si<br />
ni el rey David ni los sacerdotes pecaron por trabajar un<br />
sábado, tampoco pecan mis discípulos si arrancan estas<br />
miserables espigas y se las comen; porque la misericordia<br />
vale más que el sacrificio, y vosotros, a fuer de hombres<br />
santos, debiérais ser los primeros en saberlo. Y el llamado<br />
Hijo de Hombre es señor del sábado; el sábado se ha hecho<br />
para él y no él para el sábado.<br />
Temo que los autoritarios no hubiesen aprobado mis<br />
anteriores palabras y me hubiesen tachado de anarquista.<br />
Condeno se blasfeme del Espíritu santo. Y un tanto<br />
oscuramente, también hay que añadir, habría proseguido yo<br />
diciendo: “A quienquiera que sea se perdonará todo pecado y<br />
blasfemia, pero no se le perdonará la del espíritu; y al que<br />
diga algo contra el hijo de hombre se le perdonará, pero ni<br />
en el siglo presente ni en el futuro se perdonará al que diga<br />
algo contra el espíritu santo.”<br />
Aunque probablemente en lo más íntimo pensaban otra<br />
cosa, los maliciosos fariseos persuadían al pueblo de que sólo<br />
por arte diabólica yo echaba los demonios, y atribuían al espíritu<br />
malo lo que era del espíritu santo. Este pecado era irremisible.<br />
Sólo los muy depravados y obstinados en la depravación lo<br />
cometerían, y por ellos nunca habría que rogar, aunque los<br />
esperase el infierno.<br />
De nuevo aquí me había presentado yo como un sujeto<br />
amenazante y truculento, porque a final de cuentas importaba<br />
muy poco lo que alguien pensase de mí, y si le placía ver en mis<br />
milagros artes diabólicas, allá él con la suya, no había por qué<br />
tomárselo tan en serio. Así pienso hoy.
222<br />
“Haced bueno el árbol y su fruto será bueno, hacedlo<br />
malo y será malo; por el fruto se conoce el árbol. (Como se<br />
diría vulgarmente, no había que pedir peras al olmo; cada uno da<br />
de sí lo que puede). ¡Nido de víboras! -proseguí exasperado.<br />
¿Cómo hablaréis bien, siendo malos? De lo que abunda en el<br />
corazón, habla la boca. Y de toda palabra ociosa que<br />
hablaren los hombres, darán razón el día del juicio, porque<br />
por tus palabras se te justificará y se te condenará.”<br />
En cierto sentido me mostraba aquí maniqueo, es decir,<br />
tajante en cuanto a la distinción entre el bien y el mal, pues daba<br />
por supuesta la existencia de hombres buenos y hombres malos,<br />
cuando todos nacen buenos y los malea el ambiente; pero el<br />
papel que se me había asignado me obligaba a profesar el mito<br />
del pecado de Eva y Adán, según el cual todos los humanos<br />
nacen manchados, con la salvedad de que en la opinión de<br />
algunos, tanto mi madre como yo habríamos eludido aquella<br />
suerte común.<br />
Y por otro lado supongo que aquí se me podría acusar de<br />
rigor excesivo, porque de atenerse uno a la letra, habría que ir<br />
por la vida con la boca cerrada, ya que es punto menos que<br />
imposible no abrirla para decir alguna que otra necedad. Cómo<br />
cualquier día más tarde habría de sostener sentencioso uno de<br />
tantos al que ya me he referido, se ha de respetar estos principios<br />
que apunto, con los que se pretende tan sólo edificar, pero nunca<br />
obligar; no se tratará de obedecerlos, ya que son impracticables.<br />
Sin embargo parece que en el siglo VI no lo veían así dos<br />
de mis seguidores, que habiendo tomado en serio mis palabras,<br />
procuraron llevarlas fielmente a la práctica. Se trata de Benito de<br />
Nursia y su hermana Escolástica; vivían mutuamente separados<br />
y una vez al año se daban cita para verse y alentarse uno al otro<br />
en el camino de la perfección que habían escogido. Se cuenta<br />
que en una ocasión habían pasado las horas alternando divinas<br />
alabanzas y santos coloquios y sin que lo advirtieran se les<br />
echaba encima la noche, de modo que ella le pidió que en lugar
223<br />
de recogerse cada uno a su monasterio, como en ocasiones<br />
pasadas ya habían hecho, prolongasen la vigilia para dedicarla a<br />
conversar sobre los goces celestiales. Como él se resistiera<br />
aduciendo que a su edad no estaba ya para novedades y cambiar<br />
la rutina le parecía inconveniente, ella se recogió en sí misma y<br />
me imploró acudiera en su ayuda, lo que hice prontamente<br />
provocándole un río de copiosas femeninas lágrimas, a la vista<br />
de las cuales el hermano cedió. Por si le quedara alguna duda, de<br />
pronto, sin que nada hubiera permitido predecirlo, pues el cielo<br />
estaba claro, se desató sobre ellos una lluvia torrencial que lo<br />
confirmó en su decisión. Y añade la historia que, triunfante la<br />
hermana, lo desafió con estas palabras: te supliqué y no quisiste<br />
escucharme, de modo que he rogado al Señor y él me ha oído.<br />
Sal ahora, si puedes, y regresa a tu monasterio. A lo que él, aun<br />
contrariado, se vio obligado a pasar en vela la noche y a<br />
satisfacer con píos coloquios la sed de su hermana.<br />
Ay, a veces la virtud prodigiosa de aquellos a quienes<br />
declara santos mi Iglesia me conmueve en lo hondo.<br />
ENSEÑO EN PARÁBO<strong>LA</strong>S.<br />
Al parecer enseñé por medio de parábolas, para que<br />
-según se sostuvo- se cumpliese lo que en el salmo 77 había<br />
dicho el consabido rey David: Abriré en parábolas mi boca,<br />
proferiré enseñanzas del pasado.<br />
Sin embargo, según otra versión, yo hablaba de este<br />
modo para que quienes me oían me entendieran mejor que si les<br />
hablaba directamente y al grano, porque se ha de tener en cuenta<br />
que solían ser gente sencilla y de escasas letras, por no decir<br />
ninguna. Como buen orador, me ponía a la altura de los oyentes.<br />
Además, y como pasados los siglos habría de decir el famoso<br />
Hitler al que tantas veces ya me he referido aquí, para que la<br />
propaganda sea eficaz “se ha de repetir machaconamente una y
224<br />
otra vez lo que se quiere hacer creer al adoctrinado y de modo<br />
que no tenga que esforzarse en comprender; hay que ponérselo<br />
al alcance y evitarle el pensar; también se ha de acomodar uno<br />
a lo más familiar y común entre la audiencia”.<br />
De nuevo no sabría decir si aquel dictador copiaba de mí<br />
o si con una actitud que aún había de tardar muchos siglos en<br />
ponerse al alcance de cualquiera yo me adelantaba a mi tiempo.<br />
Aún no había nacido Maquiavelo.<br />
La propaganda debe ser popular y se debe ajustar a la<br />
inteligencia más limitada su nivel. No exigirá de la gente un<br />
esfuerzo intelectual. Cuanto más numerosa la masa, más bajo<br />
será su nivel.<br />
Así pues un día salí y me senté a la orilla del mar; se<br />
corrió la voz y se juntó una gran multitud, de modo que mientras<br />
la gente llenaba la playa me subí a una barca y les propuse la<br />
siguiente parábola. Hubo una vez un sembrador -les dije- que<br />
salió a sembrar su semilla. Una parte de ella cayó junto al<br />
camino y vinieron las pájaros y se la comieron; otra cayó entre<br />
las piedras, donde escaseaba la tierra, de modo que no arraigó<br />
y la fuerza del sol la quemó; una tercera parte cayó en medio<br />
de las malas hierbas, que crecieron con ella y la ahogaron;<br />
hasta que finalmente el resto cayó en buena tierra y dio ciento<br />
por uno. Quién sea capaz, que lo entienda.<br />
Entonces mis discípulos quisieron saber por qué hablaba<br />
yo a la gente en parábolas. A lo que respondí: aunque vosotros<br />
no necesitaríais que os hablase por comparaciones o similitudes<br />
porque me entendéis directamente, si no lo hiciera de esa forma<br />
ellos no me entenderían. Con lo cual y dado que los halagaba al<br />
suponerlos más inteligentes que los otros, no quisieron indagar<br />
más y se dieron por satisfechos.<br />
La parábola del sembrador. Les propuse otra parábola:<br />
Semejante es el reino de los cielos a un hombre que en su campo<br />
siembra buena simiente, mas luego se duerme, y su enemigo<br />
siembra cizaña entre el trigo, de modo que con el uno, crece
225<br />
también la otra. Y los criados preguntan: Señor, si en el campo<br />
sembraste semilla buena, no se ve de donde sale la cizaña. El<br />
enemigo lo ha hecho -les replica él. ¿Quieres que vayamos y la<br />
arranquemos? No, porque al coger la una no arranquéis también<br />
el otro. Dejad que hasta la siega crezcan ambos, y entonces diré<br />
a los segadores que cojan primero la cizaña y tras atarla en haces<br />
la quemen, y que en mi troj junten el trigo.<br />
También es semejante el reino de los cielos al grano de<br />
mostaza, la más diminuta de todas las simientes, que se toma y<br />
se siembra, pero una vez crecida aventaja a las legumbres y se<br />
hace árbol hasta tal punto que acuden del cielo las aves y anidan<br />
en sus ramas.<br />
O como la levadura que se esconde en tres medidas de<br />
harina hasta que sea leudado todo.<br />
Y cuando alguien halla en un campo un tesoro escondido<br />
se alegra de manera que va y vende todo lo que posee sólo para<br />
comprar aquel campo. También se asemeja a una piedra preciosa<br />
de incalculable valor que un mercader compra tras haber<br />
vendido para ello todo lo que poseía. Igualmente se parece este<br />
reino a una red que un pescador echa al mar y en ella recoge<br />
muchos peces de entre los cuales una vez en el puerto escoge los<br />
buenos y tira los malos. Tal sucederá cuando acabe el mundo,<br />
que vendrán los ángeles y separando a los buenos los llevarán a<br />
la vida eterna, en tanto que arrojarán al infierno a los malos,<br />
para que allí se consuman y ardan eternamente.<br />
Pregunté luego a mis discípulos si lo habían entendido y<br />
me dijeron que sí.<br />
Pedro me preguntó cuántas veces había de perdonar a<br />
quien lo ofendiera y si con siete veces bastaba. A lo que yo le<br />
propuse la siguiente parábola. El siervo cruel. El reino del cielo<br />
se asemeja a un rey que quiso hacer cuentas con sus siervos.<br />
Uno le debía 10.000 talentos y no tenía con qué pagarle, de<br />
modo que el rey ordenó que se reuniese la suma vendiendo<br />
como esclavos a él y a toda su familia.. Mas postrándose en
226<br />
tierra el esclavo solicitó misericordia y prometió pagarlo todo si<br />
se le daba algún tiempo. El rey tenía un buen día, se compadeció<br />
de él y le perdonó la deuda. Sin acabar de creer su buena suerte<br />
se iba de allí aquel criado cuando se topó con uno que le debía<br />
100 miserables denarios, le echó al cuello las manos y casi lo<br />
ahogaba al tiempo que le reclamaba el pago de lo debido.<br />
También éste le rogaba paciencia y prometía pagar; pero sin<br />
atender a razones el otro lo mandó a la cárcel hasta que hubiese<br />
saldado la deuda. El rey se enteró, de modo que lo llamó de<br />
vuelta y lo apostrofó de este modo: Siervo necio y ruin; porque<br />
me compadecí de ti, te perdoné el dineral que me debías, y en<br />
cambio tú no te apiadaste de quien te debía una bagatela. Me<br />
vuelvo atrás y no te dejaré ir hasta que me hayas devuelto el<br />
último céntimo. Y lo entregó a los verdugos. De la misma<br />
manera os tratará el Padre del cielo, si no tenéis misericordia de<br />
quien lo ha menester.<br />
Según uno de mis más fieles devotos y al parecer no muy<br />
caritativo, aquel rey bien sabía que el criado no le podía pagar,<br />
así que para mantener la autoridad quiso que lo reconociera y<br />
suplicase, porque humillar al esclavo y forzarlo a reconocer su<br />
dependencia, aprovecha al amo más que todos los bienes que<br />
pudiera devolverle, dado que al fin y al cabo de él ha recibido<br />
todo lo que tiene y nada le pertenece. Otro tanto sucede con<br />
Dios.<br />
Algunos de mis seguidores no han entendido bien la<br />
parábola, de modo que lejos de perdonar siete veces, no han<br />
perdonado ni una. Y a menudo no les ha bastado ni la mas<br />
completa humillación del que se les resistía. Al parecer no<br />
temían que tampoco Dios los perdonase a ellos.<br />
Como es bien sabido, durante las persecuciones a que los<br />
emperadores romanos sometieron a los primeros cristianos,<br />
muchos apostataron, lo cual se les afeó hasta el punto de<br />
excomulgarlos y negarse a aceptarlos de vuelta cuando pasada<br />
ya la tormenta quisieron volver arrepentidos al anterior redil.
227<br />
Pero los dirigentes de mi Iglesia no sólo no los perdonaron más<br />
de una vez, sino que no lo quisieron hacer ni la primera. Como<br />
se suele decir, Dios nos libre de tener por amo al que antes fue<br />
esclavo. O parafraseando el dicho, nos libre Dios de buscar la<br />
comprensión de los que por fuertes se tienen, porque nada temen<br />
más que la propia íntima debilidad.<br />
Los obreros llamados a la viña. El reino de los cielos es<br />
semejante a un hombre que al amanecer salió a contratar obreros<br />
que le trabajasen la viña por un denario al día. A media mañana<br />
vio en la plaza a otros parados y también los contrató tras<br />
haberles prometido que les pagaría lo justo. Al mediodía, a las 3<br />
de la tarde y de nuevo a las 6 contrató a más gente. Terminada la<br />
jornada encargó a su administrador que les pagase y que<br />
empezase por los últimos. A todos pagó un denario por el trabajo<br />
hecho, con lo que los contratados a primera hora del día<br />
empezaron a murmurar; si nosotros hemos trabajado más horas,<br />
no es justo que recibamos igual paga. Mas el amo les dijo:<br />
¿acaso no os doy lo acordado? No tenéis por qué quejaros. Si<br />
prefiero dar a estos últimos tanto como a los primeros ¿quién me<br />
lo reprochará? Hago de mi capa un sayo, para eso soy aquí el<br />
amo. Los últimos serán los primeros y los primeros serán los<br />
últimos, porque muchos son los llamados y pocos los escogidos.<br />
Los talentos. Un hombre que partía lejos, entregó sus<br />
bienes a sus siervos. A uno dio cinco talentos, y al otro dos, y al<br />
otro uno, conforme a su respectiva capacidad. El que había<br />
recibido cinco, ganó con ellos otros cinco y el que había<br />
recibido dos, ganó también otros dos. Mas el tercero metió el<br />
suyo en un hoyo. Regresó el señor y tras hacer cuentas alabó y<br />
premió a los que habían multiplicado el capital, en tanto que<br />
ordenó echar fuera, al llanto y el crujir de los dientes, al que lo<br />
había enterrado.<br />
Quizá de ahí proceda la Banca moderna. Mira que si yo<br />
sin proponérmelo resultara ahora uno de sus fundadores...<br />
Habría para admirarse. ¡Menudo designio de la Providencia!
228<br />
NO SOY PROFETA EN MI TIERRA<br />
Tras recitar estas parábolas, volví a mi pueblo,a mi casa,<br />
Nazaret, dónde un sábado acudí a la sinagoga y como se solía e<br />
invitado por el asistente de turno me levanté a leer los textos<br />
sagrados. Abrí el libro del profeta Isaías y fui a dar en el pasaje<br />
en que estaba escrito: “El Espíritu del Señor Yahvé está sobre<br />
mí, por cuanto Él me ungió; me ha enviado para evangelizar<br />
a los pobres, para pregonar la remisión de los cautivos y<br />
anunciar a los ciegos la recobrada vista; para librar a los<br />
oprimidos, para pregonar un año de gracia del Señor<br />
Yahvé.” Tras lo cual enrollé el pergamino, lo entregué al<br />
ministro y me senté. Y los ojos de todos se clavaban expectantes<br />
en mí. De modo que comencé a decirles. “Hoy se ha cumplido<br />
lo que acabáis de oír.” Y todos me miraban y se maravillaban<br />
de lo que oían, y pensaban que jamás nadie había hablado como<br />
hablaba yo, y para sí se preguntaban “¿De dónde ha sacado<br />
éste tales conocimientos y cómo es que hace milagros? Es el<br />
hijo de María y del carpintero José, y conocemos bien a sus<br />
cuatro hermanos. ¿De dónde sale él ahora?” Y no acababan<br />
de aceptar lo que veían. Con lo que me adelanté a ellos con estas<br />
palabras: “Sin duda me aplicaréis el proverbio que dice:<br />
¡médico, cúrate a ti mismo! Todo lo que hemos oído has<br />
hecho en Cafarnaún, hazlo también aquí, entre los tuyos.<br />
Pero en verdad os digo que nadie es profeta en su tierra;<br />
pues por los tiempos de Elías había en Israel muchas viudas,<br />
cuando la sequía duraba ya tres años y medio y reinaba el<br />
hambre, y a ninguna de ellas socorrió el profeta, sino a una<br />
de Sarepta, ciudad de Sidón. Y en tiempos del profeta Eliseo<br />
había en Israel muchos leprosos, pero a ninguno curó, sino a<br />
Naaman, el sirio.”<br />
Todos los entonces presentes en la sinagoga se dieron por<br />
ofendidos y levantándose encolerizados se apoderaron de mí y
229<br />
por un sendero bordeado de cipreses y rosas que a lo que se dice<br />
aún existe, me llevaron a lo alto de un barranco cercano a la<br />
ciudad, y allí trataron de despeñarme por el acantilado; pero yo<br />
me las arreglé para zafarme de ellos y me les escabullí, con lo<br />
que los dejé frustrados en sus intenciones perversas.<br />
No hice allí muchos milagros, porque ni aun así se<br />
convencerían de mi superioridad sobre ellos. No hay mayor<br />
escéptico que el que no quiere creer.<br />
No pudiendo reprocharle a uno la conducta, se le echa en<br />
cara la baja ascendencia. Como luego se diría, para su criado,<br />
para su valet de chambre, nadie es grande.<br />
LLEGA A HERO<strong>DE</strong>S MI FAMA. ALGO <strong>DE</strong> <strong>HISTORIA</strong><br />
Comencé a predicar en Galilea, donde reinaba Herodes,<br />
que tras haber oído hablar de mí, temió que el Bautista hubiese<br />
resucitado y tuviese ahora poderes sobrenaturales. Un grupo de<br />
fariseos me advirtió de que el rey tramaba mi muerte, pero yo<br />
me limité a llamarlo 'zorro', animal que entre nosotros pasaba<br />
por impuro, y añadí que por mi parte no creía correr peligro<br />
alguno, porque no en vano estaba escrito que “ningún profeta<br />
habría de morir si no era en Jerusalen”.<br />
Para el gusto de los gobernantes romanos, los israelitas<br />
de mi tiempo se mostraban levantiscos e inquietos en exceso.<br />
Por ello, tras muchas dudas y por ver de acabar con el problema<br />
judío, tal como en Roma se lo conocía, el emperador Tiberio<br />
había nombrado tetrarca de la Galilea a Herodes Antipas.<br />
Tetrarca era un título griego que significaba literalmente<br />
“principado de cuatro”, y en su origen indicaba al jefe de una de<br />
las cuatro regiones de una provincia, algo así como miembro de<br />
un cuadrunvirato. Pero durante el imperio romano, se perdió el<br />
significado original y comenzó a llamarse “tetrarca” al que<br />
gobernaba una pequeña región.
230<br />
Cuando yo nací, reinaba en Judea el rey Herodes el<br />
Grande, el mismo al que según la leyenda habían visitado los<br />
llamados magos de Oriente, y que alarmado por ellos y la<br />
referencia al Mesías enviado de Dios, ordenara matar a todos los<br />
recién nacidos de Belén y su comarca. Casado en primeras<br />
nupcias con una samaritana llamada Maltace, había tenido con<br />
ella tres hijos, Arquelao, Filipo y Herodes, conocido éste como<br />
Antipas, sobrenombre derivado de Antipatros, que significa algo<br />
así como 'contrario al padre', pues este hijo se le oponía, era el<br />
rebelde de los tres, con lo que hacía suponer que adelantándose<br />
en casi veinte siglos a sus tiempos, padecía lo que luego habría<br />
de llamarse 'complejo de Edipo', en virtud del cual al parecer los<br />
hijos varones de una pareja desean necesariamente enfrentarse a<br />
su padre y luego matarlo para a continuación desposar a la<br />
madre. Sin embargo, en este caso al menos, tal cosa no había<br />
sucedido y Herodes el Grande había muerto de muerte natural y<br />
en su lecho.<br />
Mas luego, en segundas nupcias, había desposado a la<br />
asmonea Mariamne, de la que a su vez había tenido otros tres<br />
hijos, Antipater, Aristóbulo y Alejandro. Los llamados asmoneos<br />
descendían de un Asmón a cuya familia pertenecía un tal Judas<br />
Macabeo, que en compañía de varios hermanos y en nombre de<br />
la sacrosanta tradición y las supuestas puras esencias de la<br />
religión de los padres, se había rebelado contra el dominio<br />
griego helenizante que desde dos siglos atrás imperaba sobre el<br />
pueblo de Israel, y sin piedad le había hecho la guerra. Pero esto<br />
era Historia ya pasada. En cuanto al Herodes de que aquí me<br />
ocupo, cuando se sintió envejecer, pensó en dejar sucesor. Al<br />
principio nombró herederos a Alejandro y Aristóbulo, pero<br />
queriendo deshacerse de su madre, a la que por pertenecer a la<br />
estirpe de los hermanos Macabeos la población veía mal, ya que<br />
los acusaba de la corrupción y crueles matanzas generalizadas<br />
de los cien últimos años, les tendió una trampa en la que<br />
inexpertos cayeron; los acusó de tramar asesinarlo y los mandó
231<br />
ejecutar. Era el año 7 anterior a la era actual, más o menos el de<br />
mi nacimiento. Se fijó luego en el hijo restante, Antipater, mas<br />
de nuevo dos años después una intriga lo acusó de querer<br />
envenenar a su padre, de modo que también se deshizo de él.<br />
Sólo entonces se volvió a los hijos del primer matrimonio.<br />
Empezó nombrando heredero al menor, Antipas, pero luego,<br />
pensándolo mejor, acordó dividir el territorio entre los tres<br />
hermanos, de modo que en su último y definitivo testamento<br />
quedó Arquelao, el primogénito, como rey de Judea, Idumea y<br />
Samaria; dio a Filipo los actuales altos del Golán, la Batanea o<br />
sur de la Siria actual, la Traconítida y por último el Auran; en<br />
tanto que degradaba de rey de la totalidad a solamente tetrarca<br />
de la Galilea y la Perea, la ribera oriental del río Jordán, a<br />
Herodes Antipas. La región de Decápolis se interponía entre<br />
estos dos territorios, Galilea al norte y Perea al sur. Entonces<br />
Herodes el Grande murió.<br />
Los israelitas éramos sujetos de Roma y el emperador<br />
Augusto debía ratificar aquellas últimas disposiciones del rey, de<br />
modo que los tres herederos fueron allá para abogar en persona<br />
por los propios intereses. Antipas quería hacer valer el primer<br />
testamento y reclamaba para sí todo el reino, en tanto que los<br />
otros dos se atenían a lo último dispuesto. Aunque los familiares<br />
del primer Herodes residentes en la capital deseaban que el<br />
emperador gobernase Judea en persona en lugar de delegar en<br />
otros la carga, apoyaban a Antipas, porque les merecía más<br />
confianza que los dos restantes. El emperador confirmó la<br />
división del territorio del testamento último, pero nombró<br />
solamente etnarca a Arquelao, título también inferior al de rey.<br />
Sin embargo, más tarde lo juzgó incompetente y el año 6 lo<br />
destituyó para poner en su lugar a un gobernador que dependía<br />
directamente de Roma; en cambio Antipas, el hermano,<br />
conservó sin interrupción 42 años seguidos el cargo.<br />
Herodes Antipas quiso ganarse el favor imperial. Lo<br />
necesitaba, porque en los últimos tiempos el gobierno se le había
232<br />
ido de las manos. Mientras en Roma él defendía su causa, un<br />
revolucionario llamado Judas, hijo de un tal Ezequías, había<br />
sembrado el terror en la ciudad galilea de Séforis atacando el<br />
palacio real y robando dinero y armas, con lo cual el gobernador<br />
romano de Siria, Quintilio Varo, había restablecido el orden<br />
incendiando la infeliz ciudad y vendiendo como esclavos a sus<br />
habitantes. De esto ya he hablado al referirme a mis primeros<br />
años. Por otro lado, Perea limitaba con el reino de Nabatea, que<br />
desde muy atrás mantenía relaciones tirantes con romanos y<br />
judíos.<br />
Para ver de amansar a sus hirsutos sujetos, el nuevo<br />
Herodes imitó a su padre e hizo numerosas obras públicas.<br />
Comenzó reedificando Séforis y fortificándola, al mismo tiempo<br />
que en Perea rodeaba de una muralla imponente una ciudad<br />
fronteriza, cuyo nombre impronunciable y para honrar a la<br />
mujer de Augusto, que se llamaba Livia, cambió primero por el<br />
de Livias, y volvió a cambiar después por el de Julia, la hija muy<br />
amada del emperador. Sin embargo el renombre al que aspiraba<br />
le vino por haber construido en la costa occidental del mar de<br />
Galilea la capital de su reino, a la que en honor de Tiberio, que<br />
en el año 14 había sucedido a Augusto, llamó Tiberiades. Se<br />
hallaba cercana a Emaús, un balneario de aguas termales, y llegó<br />
a contar con un estadio, un palacio real y un templo. Dio su<br />
nombre al mar o lago cercano y más tarde se convirtió en un<br />
centro de estudios rabínicos.<br />
Sin embargo, pese a la buena voluntad del rey, los<br />
israelitas más conservadores se negaron a vivir en ella, porque,<br />
ya fuese por ignorancia, ya por malicia, se la había levantado en<br />
el solar de un antiguo cementerio o necrópolis, lo que hacía de<br />
ella una ciudad ritualmente impura. Hubo que poblarla con una<br />
mezcla de extranjeros, inmigrantes forzados, miserables y<br />
esclavos libertos.<br />
No obstante, Herodes Antipas era judío o le gustaba que<br />
se lo tuviese por gobernante favorable a los suyos; como ellos,
233<br />
celebraba en Jerusalén la Pascua y otras fiestas israelitas, pero su<br />
aparente piedad no acababa de convencer a sus gobernados. En<br />
otras ocasiones se mostró más avisado que cuando había mal<br />
escogido el emplazamiento de la nueva ciudad, porque para no<br />
transgredir las prescripciones judías referentes a la idolatría, se<br />
abstuvo de grabar imágenes en las monedas, en contra de lo que<br />
entonces era corriente. Y cuando el gobernador romano Poncio<br />
Pilatos ofendió a la gente colocando en el palacio real de<br />
Jerusalén escudos votivos, Antipas y sus hermanos lograron<br />
persuadirlo para que los retirase.<br />
HERO<strong>DE</strong>S Y HERODÍAS<br />
Hallándose en Roma, Herodes Antipas se había alojado<br />
en casa de su medio hermano Filipo, hijo de su mismo padre y<br />
de Mariamne, y allí se había enamorado perdido de Herodías, su<br />
sobrina y la mujer de su huésped. También Antipas estaba<br />
casado, pues al comenzar a reinar había desposado a Faselis, una<br />
princesa árabe hija del rey Aretas IV de la Nabatea, de modo que<br />
el nuevo romance se veía en apuros, por lo menos políticos.<br />
Herodes y Herodías cortaron por lo sano. Acordaron divorciarse<br />
de las respectivas parejas y casarse de nuevo, el uno con el otro.<br />
Y así lo hicieron. Al enterarse, la hija de Aretas huyó a la<br />
fortaleza de Maqueronte, desde donde una escolta de nabateos la<br />
acompañó de vuelta a su padre. Las relaciones de Antipas y<br />
Aretas se deterioraron y se preparó una guerra.<br />
Herodías descendía de Esaú, el muy peludo hermano de<br />
Jacob, y procedia de Edom, era edomita, y con el marido vivía<br />
en la capital. Nieta de Herodes el Grande, según algunos<br />
probablemente a la fuerza se la había casado con uno de sus tíos,<br />
Filipo, al que el abuelo había desheredado, lo que la había<br />
disgustado muchísimo, pues se creía con más derecho que otras<br />
a ser reina; entonces Herodes Antipas se enamoró como loco de
234<br />
ella; ella vio la ocasión de satisfacer sus antiguos deseos y no la<br />
dejó escapar; se hizo querer y por todos los medios alentó en el<br />
nuevo marido la ambición hasta el punto de inducirlo, pasados<br />
los años y viuda ya del primero, a solicitar del emperador que lo<br />
nombrara rey, a lo que el otro se negó de plano, con lo que ella<br />
se vio cruelmente burlada en sus esperanzas.<br />
El casamiento con la ex mujer del propio hermano no era<br />
incomún, pero Herodías era también la hija de otro hermanastro,<br />
Aristóbulo y aunque se permitía igualmente el casamiento con la<br />
propia sobrina, la unión con una mujer que era al mismo tiempo<br />
cuñada y sobrina, complicaba las cosas.<br />
Cuando Juan el Bautista comenzó a predicar y a bautizar<br />
a las gentes en el río Jordán, que marcaba la frontera occidental<br />
del territorio de Perea, Antipas se sintió amenazado. Juan<br />
condenaba su inmoral matrimonio con Herodías, contrario a la<br />
ley, y Herodes temió que la popularidad del Bautista causase la<br />
rebelión de los súbditos. De modo que lo mandó detener y<br />
encerrar en un calabozo de la fortaleza de Maqueronte, pero de<br />
momento no fue más allá.<br />
Herodes no quería mal a Juan, mucho menos hasta el<br />
punto de pensar en matarlo; al contrario, según parece hasta le<br />
gustaba escucharlo y a punto estuvo también él de hacerse<br />
bautizar. Creía convencido hallarse ante un profeta. El hacerse<br />
bautizar era entonces como una especie de moda, porque la<br />
gente se hallaba soliviantada, a la espera de alguien impreciso<br />
que según los que entendían en la cosa estaba a punto de llegar<br />
para poner remedio a todo lo que como siempre y en todas<br />
partes andaba mal. Juan no paraba de alimentar este fuego.<br />
“Preparad los caminos del Señor” -les decía severo- “porque<br />
llegará cuando menos lo penséis y separará de una parte el<br />
grano, de la otra la paja; derribará lo podrido y cosechará lo<br />
bueno; ya tiene la hoz aplicada a la raíz de lo que ha de ser<br />
eliminado. Bautizaos, lavad vuestros pecados, purificaos”.<br />
Y todos se hacían bautizar.
235<br />
Como digo, Herodes gustaba incluso de oír a Juan tronar<br />
contra el mal, y si por él fuera, nunca le hubiera tocado ni un<br />
pelo. Pero su nueva mujer, Herodías, no lo podía ni ver, de modo<br />
que urdió un plan para deshacerse de él. Herodias no estaba<br />
contenta, quería la cabeza de Juan. Él la ponía en ridículo y<br />
corría el peligro de que, por su influjo, el marido llegara a<br />
deshacerse de ella.<br />
De su primer matrimonio tenía una hija, Salomé, que<br />
joven y probablemente bella despertó en Herodes el rijo. En una<br />
fiesta de aniversario dada en palacio, Antipas rogó a su sobrina<br />
bailase para él y a cambio le prometió con juramento concederle<br />
lo que más le apeteciese, la mitad del reino si fuere preciso.<br />
Aleccionada por su madre, Salomé consintió, y una vez acabada<br />
la danza solicitó como premio la cabeza de Juan en una bandeja.<br />
Herodes había dado su palabra, de modo que aun en contra de<br />
sus más íntimos deseos, para complacerla y ante sus invitados<br />
no quedar desairado, despachó a uno para que fuera a la prisión<br />
y ejecutara al profeta. Así se lo hizo, y se entregó a Salomé la<br />
cabeza de Juan, cabeza que ella a su vez entregó a su madre<br />
Quienes lean la historia pensarán tal vez que Herodes<br />
Antipas era un hombre malvado, porque de no serlo nunca<br />
hubiera pedido a su hija querida que bailase, lascivamente,<br />
digamos, aun por encima, en presencia de desconocidos.<br />
El rijo de él era disculpable; pero el de los otros...<br />
A causa del divorcio a que más arriba me he referido y el<br />
desacuerdo de los dominadores acerca de los respectivos<br />
territorios, el año 36 estalló el conflicto entre ellos. La derrota<br />
del ejército de Antipas fue catastrófica cuando los fugitivos de la<br />
anterior tetrarquía de Filipo se pasaron al bando nabateo, y<br />
Antipas se vio obligado a pedir ayuda a Tiberio. El emperador<br />
ordenó a Lucio Vitelio, gobernador de Siria, marchar contra<br />
Aretas y capturarlo o matarlo. Vitelio obedeció movilizando dos<br />
legiones y enviándolas rodeando Judea mientras en Jerusalén<br />
participaba con Antipas en un festival. Allí se enteró de la
236<br />
muerte de Tiberio (16 de marzo del año 37), se dijo que no tenía<br />
autoridad para hacer la guerra y llamó de vuelta a sus tropas.<br />
A causa de una antigua querella, Vitelio no quería ayudar<br />
al tetrarca. Según su relato, en una conferencia entre Vitelio y el<br />
rey Artabano II de Partia, que había tenido lugar a las orillas del<br />
río Eufrates, Antipas le había ofrecido su casa, y tras el éxito<br />
diplomático de su huésped romano, se le había adelantado<br />
enviando a Tiberio un informe.<br />
Los súbditos de Antipas dijeron que la guerra con Aretas<br />
y la derrota subsiguiente eran el castigo divino del asesinato de<br />
Juan.<br />
SALOME BAI<strong>LA</strong> PARA SU PADRE<br />
Ahora me referiré a algo que habría de pasar siglos<br />
después de lo que acabo de contar. En el XIX el músico Strauss<br />
compondrá una Ópera llamada Salomé. A ella me refiero.<br />
Bien, el caso es que al parecer Juan no paraba de tronar<br />
contra la pareja de Herodías y Herodes, a los que ponía como<br />
ejemplo del mal y chupa de dómine, si se me permite la castiza<br />
expresión castellana, ya que tras haber repudiado a la esposa<br />
legítima, él había desposado a su propia hermana y además<br />
cuñada, con la cual y según la Ley judía vivía en pecado de<br />
incesto y agravante adulterio, de modo que incitado por ella, que<br />
también se sentía molesta de así andar en boca de gentes, por no<br />
decir gentiña o gentuza, lo arrestó y echó a un oscuro y mal<br />
ventilado calabozo o mazmorra.<br />
Pero ni siquiera en él guardó Juan cerrada la boca. Fiel a<br />
su papel de virtuoso profeta que afea la conducta a quienes no se<br />
comportan como está prescrito, siguió tronando contra Herodes<br />
y Herodías. Ahora su audiencia eran los carceleros. Que como<br />
cualquier otro servicio doméstico le daban a la lengua e iban con<br />
sus chismes a los amos. Un buen día Herodes da una fiesta. Hay
237<br />
champán francés y caviar supongo que Beluga o cosa que lo<br />
valga en el salón e invitadas gente de lo mejorcito, la creme de<br />
la creme de la sociedad del lugar, que pudiera decirse. Pero en el<br />
vestíbulo están los sacerdotes de Yahvé, vestidos de negro, como<br />
era de esperar de gentes parejas, y con las tonantes profecías de<br />
lo que hará Yahvé cuando los coja, a los que hoy se huelgan<br />
descuidados y prometen felices, aguando la diversión de todos.<br />
En medio de tanto vejestorio con exceso de peso y algún que<br />
otro acobardado joven ambicioso, pues todos temen a Herodías,<br />
que aparte de ser fea, gorda y malvada, no toleraría se prestase<br />
atención a otro antes que a ella, Salomé vaga aburrida. Difícil de<br />
creer el Libro, según el cual Herodes se había enamorado<br />
ciegamente de semejante arpía, hoy su mujer; mas para gustos se<br />
han hecho los colores. Y si a él la sensualidad lo prendó, mal<br />
puede ser sensual y conocer el Kama Sutra una mujer que<br />
exhibe ceño semejante al de ella y cuya expresión agria cortaría<br />
hasta las ganas de estornudar, cuanto más las de tenderse en una<br />
chaise-longue o turco diván y en él yacer con hembra<br />
placentera. En el vestíbulo hay también una cisterna, en cuyo<br />
fondo Jokanan el Bautista canta asimismo atronador lo mal que<br />
va a pasarlo en el infierno futuro la pareja pecadora que arriba se<br />
divierte. Se ve que a Herodes le gustaba el placer perverso, pues<br />
no otra cosa sería tener al lado en una fiesta a un cabrón que se<br />
empeña en tocarnos las pelotas. Salomé llega hasta el pozo y<br />
oye al energúmeno. Pregunta al encargado qué está pasando ahí<br />
abajo; y él -coladísimo por ella y además recién ascendido a<br />
capitán- se lo explica con pelos y señales, que para eso la adora<br />
sin ser correspondido. Ahora quiere saber ella si el tal Jokanan<br />
es viejo y no se lava o si sus carnes son jóvenes y prietas. Son<br />
jóvenes y prietas; y ella quiere verlo. Con mil dengues camela al<br />
recio militar hasta hacerlo consentir en sacar a la luz al<br />
prisionero. Ya sale de su pozo el profeta cantautor y ella le<br />
asegura que por sus huesos se muere. Mas él hecho una fiera la<br />
rechaza. ¡Ah, si me hubieras visto sin los velos -lo tienta ella; de
238<br />
seguro no te mostraras tan esquivo! Y es verdad en cuanto al<br />
cuerpo escultural; porque también está ansiosa y enfadada y<br />
quiere salirse a toda costa con la suya; con lo cual la adrenalina<br />
le tensa la musculatura y no hay placer que venza a la dictadura<br />
del sistema simpático nervioso. Por otro lado Juan no puede<br />
apearse de su imagen. ¿Qué iba a decir Herodes, que ahora lo<br />
teme por representar a Yahvé, si él de pronto se ablandara y se<br />
fuera a yogar con Salomé, cuando se ha pasado la joven vida<br />
apostrofando por lo mismo al viejo libertino y a Herodías? Se le<br />
reiría en las narices y ya nunca más le haría caso. Él perdería el<br />
poder que ahora tiene en esa Corte corrompida. Él, mísero<br />
vagabundo del desierto, ahora pinta algo; Salomé se desharía de<br />
él tan pronto como dejara de ser interesante, y tendría que volver<br />
a su pellejo-cantimplora y a la miel silvestre con que se lo ha<br />
retratado. No puede ser. Me lo imagino suspirando y en el<br />
dilema cruel de tener que preferir a Yahvé antes que a la joven,<br />
para no perder reputación. Así pues Juan mira a la encantadora<br />
Salomé tan sólo de reojo y detrás de la hirsuta pelambrera la<br />
pone a parir por buenísima y pendón; con lo cual se vuelve al<br />
hondo pozo que es su reino y su poder. La Salomé quiere<br />
mandar. Hasta el moño está de que la manden sus papás. ¡Y<br />
ahora este cretino la desprecia! Enfurruñada empieza a maquinar<br />
una trastada; y el vejestorio Herodes se la da en bandeja. ¡Baila<br />
para mí, Salomé! -implora una y otra vez entre la befa vengativa<br />
de Herodías -que en aquel lugar y tiempo machista y patriarcal<br />
tampoco manda nada de verdad- y los morros enfadados de la<br />
joven. Y esta ve el cielo abierto de la perversidad. ¡Conformes!<br />
¡Bailaré para ti a cambio de...! Y Herodes cae como un bendito.<br />
¡Cumple lo que has prometido! -terminada la juerga se enterca<br />
Salomé. De nada sirven el oro y el moro que le ofrece Herodes.<br />
¡Quiero la cabeza de ese Juan! Y de ahí nadie la saca. En lugar<br />
de darle una azotaina y mandarla a la cama sin cenar, el terrible<br />
Herodes acaba por ceder. Salomé ha derrotado a Yahvé. Salomé<br />
uno, Yahvé cero. Ya tiene en bandeja la cabeza. Pero con una
239<br />
cabeza inerte nadie puede gozar echando una canita al aire. La<br />
niña ha conseguido el caprichito, pero el cuerpo se le ha<br />
quedado con hambre. Venció la voluntad, venció la mente; mas<br />
el cuerpo, único tangible y real, ha quedado en ayunas. ¿Qué<br />
hacer en esta situación? También Salomé se ve abocada a ser fiel<br />
a sí misma. No puede reconocer que se ha equivocado, que se<br />
siente decepcionada: le perderían el respeto; y de momento tiene<br />
en vilo a todos; es el centro de la general atención. Por unos<br />
momentos manda ella; y con uñas y dientes se aferra a la<br />
ocasión; entre malos, a mala no le gana nadie. Coge por las<br />
orejas a Juan descabezado, le canta una pasión arrolladora que<br />
no siente y es sólo cerebral fruto del cálculo, pues<br />
l’emportement, el arrebato es impensable sin previo abandono, y<br />
termina por besar con los suyos deseables los fríos y exangües<br />
labios de la carroña que ya empieza a corromperse.<br />
Adelantándose en dos mil años a su época, aquí son Herodes y<br />
Herodías los que se escandalizan de tal perversidad; no puede<br />
ser que esta mocosa que aún no salió del cascarón les ofrezca<br />
lecciones de corrupción, a ellos, los malditos de Yahvé. Y<br />
ordenan que allí mismo la ejecuten los obedientes soldados.<br />
Otro cuerpo deleitoso inmolado en aras del poder. El pecado<br />
imperdonable del Edén no fue la desobediencia, sino el<br />
descubrimiento del goce de vivir.<br />
UN CONSUELO DUDOSO<br />
Después de este intermedio tal vez algo frívolo que para<br />
aligerar el relato y no hacerlo en exceso pesado aquí me he<br />
permitido, recojo el hilo y me vuelvo a poner serio.<br />
“Se sirve Dios de sus siervos en aquello para que los<br />
quiere y después los lleva a la muerte temporal por darles la vida<br />
eterna” -consuela a los fieles uno de los que luego se llamaría<br />
Padres de mi Iglesia; siglos después lo habría de imitar un
240<br />
caudillo famoso conocido como Napoleón Bonaparte, que<br />
propenso a las confidencias, en una ocasión habría dicho a uno<br />
de sus asistentes o edecanes las siguientes modestas o humildes<br />
palabras, bien raras en él: “Soy un instrumento de la<br />
Providencia; ella me utilizará mientras sirva a sus designios,<br />
después me romperá como a un cristal.” Y habría de proseguir<br />
aquel Padre de la Iglesia citado: “Lo hizo con Juan: lo utilizó<br />
para dar testimonio del Hijo divino y después consintió que<br />
Herodes lo hiciese degollar.” Para añadir sentencioso: “Las<br />
personas adeptas al Cristo no se deben entristecer si mueren en<br />
edad temprana, ni las deben inquietar las muertes tempranas de<br />
otras, considerando que ya Dios se ha servido de ellas en aquello<br />
para que las ha querido.” (¡Pues vaya un consuelo!) “Y nunca se<br />
ha de mirar con que género de muerte se muere, sino que en<br />
cada uno se ejecute la voluntad de Dios; pues toda muerte es<br />
oportuna, ya que el vivir que la sigue ha de ser perpetuo.”<br />
¡Qué fácil, filosofar a cuenta ajena!<br />
Ha de saberse que el asunto este de la vida eterna, el<br />
vivir perpetuo, era relativamente reciente. Mientras yo viví,<br />
creíamos a pies juntillas, yo y todos los de mi cuerda, que era<br />
inminente el fin de los tiempos; al menos insistíamos en ello,<br />
porque creerlo, creerlo, vamos, ya no estoy tan convencido; pero<br />
como después de mi muerte y supuesta resurrección pasaron los<br />
años e incluso los siglos y tal fin de los tiempos no acabase de<br />
llegar, se dio en colocar en el más allá la vida futura hasta<br />
entonces prometida en el presente, y se empezó a mencionar<br />
como porvenir el Reino de los cielos ajeno a este mundo.<br />
Ante todo debo aclarar que tanto como de mí se ha<br />
dicho, que en mi se han cumplido las profecías del Antiguo<br />
Testamento, es solamente algo amañado. Mientras yo viví, nadie<br />
se preocupó lo más mínimo de averiguar si lo que en el libro<br />
sagrado se había escrito, si lo que presuntamente los antiguos<br />
profetas habían anunciado, se me aplicaba con propiedad;<br />
porque si bien poco a poco las gentes que me oían se iban
241<br />
haciendo a la idea de ver en mí a un enviado, un mesías, al<br />
principio se me consideraba tal en el sentido corriente, a saber,<br />
que cada tanto tiempo Dios o los dioses, según el lugar, religioso<br />
o pagano de que se tratase, enviaba a la Tierra a un ser escogido<br />
para llamar a todos a hacer penitencia.<br />
Había sucedido en otras partes y sucedía ahora en mi<br />
tierra. No se me tenía por el Mesías de tintes políticos que se<br />
habían acostumbrado a esperar los dirigentes religiosos de<br />
Israel. Mucho más tarde, muerto yo y presuntamente resucitado,<br />
los que sobre mi figura fundaron su Iglesia quisieron<br />
acomodarme a la Biblia tratando de demostrar que ya en ella y<br />
desde tiempos muy remotos se había previsto mi aparición y mis<br />
hechos y dichos; para lo cual no tuvieron escrúpulo en<br />
violentarla y hacerle decir por la fuerza lo que en verdad<br />
seguramente no había querido decir. Se consiguió de esta forma<br />
nada menos que entresacar 595 supuestas alusiones a mi<br />
persona. Por otro lado conviene no olvidar el hecho de que la<br />
famosa Biblia no es otra cosa que la colección de relatos que a<br />
lo largo del tiempo han ido escribiendo muy diversas personas,<br />
corrigiendo, aumentando y borrando cada una de ellas y para<br />
ajustarse al momento lo que otros habían dicho antes de él; de<br />
modo que muchos de los libros actualmente llamados bíblicos<br />
nunca los escribieron quienes pasan hoy por sus autores. Así<br />
pues, se ha de tomar 'cum grano salis' es decir con sensata<br />
precaución las citas de las Escrituras Sagradas que en este relato<br />
se vayan haciendo.<br />
Discuto con los escribas. De nuevo los escribas y los<br />
fariseos vinieron a incordiar. ¿Por qué tus discípulos no hacen lo<br />
mandado y comen el pan sin haberse lavado antes las manos? Y<br />
les respondí: ¿Acaso vosotros hacéis lo mandado? Dios mandó<br />
honrar al padre y a la madre, y castigar con la muerte al que<br />
maldijere de ellos; mas en lugar de honrarlos, os contentáis con<br />
declarar ofrenda todo lo que pudieran reclamar en su provecho.<br />
Sois bien hipócritas; con razón profetizó de vosotros Isaías
242<br />
diciendo: Ese pueblo me honra de labios afuera, pero en lo<br />
íntimo me ignora. El culto que me rinden enseñando<br />
doctrinas y preceptos humanos no vale nada. ¡Escuchad y<br />
entended! No ensucia al hombre lo que le entra por la boca,<br />
sino lo que le sale de ella.<br />
Según mis defensores interpretan el párrafo anterior, los<br />
escribas y los fariseos no querían poner en evidencia a mis<br />
discípulos tanto como dejarme quedar mal a mí; mi sabiduría y<br />
santidad los molestaban, de manera que continuamente trataban<br />
de tenderme trampas. Pero yo los veía venir.<br />
Enseñaban al pueblo a quebrantar el cuarto mandamiento<br />
disponiendo que el hijo ofreciese al templo lo que le tocaría<br />
gastar en atender a sus padres, y consolando a éstos con que<br />
también a ellos les aprovecharía aquella ofrenda, por cuanto<br />
Dios se la tendría en cuenta. Y para quitar hierro y disculpar a<br />
mis discípulos añadí que no es malo lo que entra por la boca,<br />
sino lo que sale de ella.<br />
Me advirtieron ellos entonces que había escandalizado a<br />
los fariseos, porque les había dado e entender que distinguieran<br />
menos entre alimentos puros e impuros, como era la regla, y<br />
atendieran más a la intención. De modo que les dije que todo lo<br />
que se comía procedía de Dios, y que había que dejar por<br />
imposibles a los que me censuraban, pues eran como ciegos que<br />
pretendían guiar a otros ciegos, con el resultado sabido, que los<br />
dos caían en el hoyo. A lo que Pedro me pidió se lo explicara<br />
mejor. Y le dije: ¿También a vosotros os faltan las entendederas?<br />
¿Acaso ignoráis que todo lo que entra por la boca, va al<br />
vientre y luego se elimina? Pero lo que sale de la boca, sale<br />
del corazón; y de él proceden los malos pensamientos, los<br />
homicidios, los adulterios, la fornicación, los hurtos, los<br />
falsos testimonios, las blasfemias. Esto mancha al hombre,<br />
no comer con las manos sucias.<br />
Ay, si todo esto ha sido verdad y dije lo que acabo de<br />
escribir, tentado me siento a admirarme de mí mismo.
243<br />
La señal de Jonás. Entonces algunos de los escribas y<br />
fariseos me pidieron una señal del cielo. Y les dije: Venida la<br />
tarde, decís: sereno hará, porque el cielo está colorado; y<br />
mañana: hoy habrá tempestad, porque el cielo tiene color<br />
triste. Hipócritas, sabéis juzgar la cara del cielo ¿y no podéis<br />
juzgar las señales de los tiempos? Sois adúlteros y malos y<br />
me pedís una señal; pero no tendréis otra que la del profeta<br />
Jonás; así como él pasó en el vientre de la ballena tres días y<br />
tres noches, otros tantos permanecerá en el vientre de la<br />
tierra el hijo del hombre.<br />
No les bastaba con lo que veían y me pedían señales<br />
mayores; no les bastaban los milagros que hacía, me pedían que<br />
hiciese alguno en el cielo, como Josué, que detuvo la carrera del<br />
sol; mas no las querían para creer en mí, sino para ponerme en<br />
evidencia; de modo que los reprendí y con lo de Jonás y sus tres<br />
días en el vientre de la ballena les dí una señal que no<br />
entenderían, a saber, la de mi muerte y resurrección.<br />
Siempre que Yahvé prometía algo a los israelitas, se lo<br />
demostraba con alguna señal, de modo que mal acostumbrados<br />
me exigían hiciese lo mismo; para creer me exigían demostrar,<br />
pero yo quería que a la demostración antepusiesen la fe.<br />
De todas formas de nada hubiese servido complacerlos,<br />
porque perversos como eran, hallarían en la confirmación algún<br />
defecto, e hiciese yo lo que hiciese, nunca se darían por<br />
contentos; no buscaban creer, sólo buscaban incordiar.<br />
Sucedió en esta ocasión lo ya sucedido en tiempos del<br />
rey Acab e Isaías. Aquel rey impío se negaba a creer en la<br />
promesa de Yahvé, y el profeta le dio como señal mi<br />
encarnación y nacimiento, pero el rey no la entendió, como<br />
ahora los escribas y fariseos no entendían mi muerte y<br />
resurrección.<br />
Más tarde, en pleno siglo XIX, la historia se repetiría<br />
cuando a lo que se cuenta, en una gruta de Lourdes, lugar del<br />
Pirineo francés, mi madre se apareció a la joven Bernadette
244<br />
Soubirous. Los clérigos de mi Iglesia no querían creer a aquella<br />
niña analfabeta que incluso hablaba mal su lengua materna, de<br />
modo que en pleno mes de abril le exigieron pidiera a la<br />
aparición hiciera florecer un rosal que crecía a sus pies. Más<br />
complaciente que yo, mi madre los satisfizo a medias, pues si<br />
bien no floreció aquella planta, en cambio brotó de la tierra un<br />
manantial. Y ya todos creyeron.<br />
El fermento de los fariseos. Ya en la otra ribera, mis<br />
discípulos se habían olvidado de llevar pan para comer; e<br />
insistiendo en la vena de castigar a los que me fastidiaban, les<br />
dije que se guardasen de la levadura de los fariseos y de los<br />
saduceos, lo que ellos mal interpretaron creyendo que les echaba<br />
en cara se hubiesen descuidado de proveerse de pan. Entonces<br />
les reproché que no me entendieran. Yo había querido decirles<br />
que se guardasen de la doctrina de los fariseos y de los saduceos.<br />
Ay, mis discípulos no eran gente instruida.<br />
Hay que desconfiar de lo que dice la gente ordinaria y<br />
preferir siempre la fe.<br />
Pedro me confiesa divino, le otorgo el primado. En<br />
Cesarea de Filipo pregunté a mis discípulos qué decía la gente<br />
de mí. Me respondieron que para unos yo era Juan el Bautista,<br />
para otros, Elías, Jeremías o cualquier otro profeta. Les pregunté<br />
entonces quién creían ellos que yo era. A lo que Simón Pedro se<br />
adelantó y dijo que yo era el Cristo, hijo de Dios vivo. Con lo<br />
cual lo felicité; se había aprendido bien la lección; y le aseguré<br />
que él era Pedro y que sobre esa piedra edificaría mi iglesia, y<br />
las puertas del infierno no prevalecerían contra ella. Que le daría<br />
las llaves del reino de los cielos, y lo que atare en la tierra, sería<br />
atado en los cielos, y lo que desatare sobre la tierra, desatado<br />
habría de ser en los cielos.<br />
Les pedí entonces que a nadie dijeran lo que sabían, pues<br />
convenía que yo fuese a Jerusalén y allí me persiguiesen las<br />
autoridades sacerdotales y las temporales, que me matarían,<br />
aunque al tercer día resucitaría; con lo que mi divinidad
245<br />
quedaría patente: no había pues necesidad de adelantarse; a lo<br />
que Pedro exaltado exclamó: ¡Qué tal cosa nunca te suceda,<br />
Señor! Pero yo lo reprendí por no saber lo que decía; antes que<br />
su buen corazón estaba el deber y lo que Yahvé había dispuesto.<br />
Le tocaba tan sólo oír y callar en vez de darse a valer.<br />
Proseguí diciéndoles: Si alguno quiere seguirme, ha de<br />
negarse, tomar su cruz y venir tras de mí; porque quien<br />
quiera salvar su vida, la perderá, en tanto que quien la<br />
pierda por mí, la ganará; de nada aprovecha al hombre<br />
ganar todo el mundo si pierde el alma.<br />
Frente a la vida futura, esta es menos que nada.<br />
ME TRANSFIGURO<br />
Y pasados seis días tomé conmigo a Pedro, a Santiago y<br />
a Juan, su hermano, y subí con ellos a un alto monte algo<br />
apartado y allí me transfiguré a sus ojos, y según referencias mi<br />
cara resplandecía como el sol, mis vestiduras se tornaron<br />
blancas como la luz, y a mi lado se materializaron Moisés y<br />
Elías que hablaron conmigo. Con lo que Pedro me dijo que se<br />
estaba bien allí y que si yo quería podíamos hacer tres cabañas,<br />
una para mí, y otras para los otros dos.<br />
Aún no había acabado él de hablar cuando una nube<br />
blanca nos cubrió a los tres y de ella, como de los modernos<br />
altavoces del equipo de sonido de cualquier evento pop, brotó la<br />
voz de alguien que me decía su hijo muy amado y que en mí<br />
había puesto toda su complacencia; con lo que mis discípulos se<br />
aterrorizaron y se postraron con la cara pegada al suelo. Me les<br />
acerqué y les dije que no se espantaran y que ya podían<br />
levantarse. Ellos lo hicieron y no vieron a nadie, sólo a mí. Así<br />
que tras bajar del monte les encarecí que no contasen lo que<br />
habían visto hasta que yo hubiese resucitado de entre los<br />
muertos.
246<br />
Se ha dicho que al transfigurarme me dejé ver de otra<br />
manera que la mortal y pasible ordinaria, a saber, la divina e<br />
inmortal. Lo sabrá quien lo afirma, pues así lo asegura.<br />
Uno de mis apóstoles dijo luego que Moisés, Elías y yo<br />
habíamos hablado para que nos oyeran los discípulos e ir<br />
haciéndolos a la idea de que se me había de crucificar y<br />
resucitaría luego. Moisés se había presentado en espíritu, en<br />
tanto que Elías estaba en cuerpo y alma, pues según se dice no<br />
murió, sino que un carro de fuego lo llevó vivo al cielo.<br />
Sobre el advenimiento de Elías. ¿Por qué dicen los<br />
escribas que Elías vendrá antes que tú? -me preguntaron<br />
entonces mis discípulos. Y para no dejar quedar mal al profeta<br />
Malaquías, que así lo había asegurado, que Elías bajaría a la<br />
Tierra antes del día del juicio, cuando ocurriría mi presunta<br />
segunda venida a este mundo, les respondí que ciertamente Elías<br />
vendría a poner orden en todo; sin embargo ya había venido y<br />
nadie lo había reconocido, y todos habían hecho con él lo que<br />
habían querido. De la misma manera el Hijo del hombre habría<br />
de padecer a manos de todos. Para mis avispados discípulos<br />
estuvo claro entonces que me refería a Juan el Bautista.<br />
Más tarde, en Galilea, les dije de nuevo que el hijo del<br />
hombre sería entregado para que se lo matara, pero que al tercer<br />
día resucitaría. Con lo que ellos se deprimieron.<br />
El mayor en el reino. Discutieron luego mis discípulos<br />
acerca de quién de ellos sería el mayor en el reino del cielo, y<br />
como no llegaran a un acuerdo me pidieron que juzgara. Llamé<br />
a un niño que correteaba por allí y se lo puse como ejemplo. Si<br />
no os hacéis como niños -les dije- no entraréis en el reino. El<br />
que fuere como este pequeño, será el mayor allá, el que lo<br />
recibiere, me recibe, y el que lo escandalizare, más le valiera<br />
atarse al cuello una piedra de molino y ahogarse en el mar.<br />
A la vista de los numerosos seguidores míos, clérigos de<br />
mi supuesta Iglesia, que como atestigua la Historia ya desde los<br />
primeros siglos del cristianismo han seducido y abusado
247<br />
sexualmente de los niños a su alcance, se pensaría que esas<br />
gentes no suelen leer los evangelios o que no respetan para nada<br />
ni toman en serio mis pretendidas enseñanzas.<br />
Vino el hijo del hombre a salvar lo perdido -continué<br />
diciendo. ¿Qué os parece? Si un hombre tiene cien ovejas y se<br />
le descarría una ¿no dejará las noventa y nueve para buscar<br />
la perdida? Y si la halla, se alegrará más por ella que por las<br />
otras noventa y nueve. Y seguí refiriéndome a los niños. De<br />
ahí que vuestro padre en los cielos no quiera que perezca<br />
uno de estos pequeños.<br />
Ay, aquí no sé si sentirme culpable de haber dado a la<br />
gente falsas esperanzas. Porque cuando en el ghetto de Varsovia<br />
bajo mando nazi alemán los niños morían a diario en las calles,<br />
el tal padre en los cielos no movió ni una ceja para evitar que<br />
perecieran de hambre. Claro que se trataba de niños judíos; pero<br />
aun así... Yo, aquí, en mis supuestas palabras, no hago distingos<br />
de credos ni razas.<br />
¡Ay del mundo por mor de los escándalos! Ya en la<br />
vena, seguí enhebrando. Necesario es el escándalo, pero ¡ay de<br />
aquel por el cual viene el escándalo! Pues si tu mano o tu pié<br />
te escandaliza, córtalo y deshazte de él. Entrar cojo o manco<br />
en la vida eterna es mejor que con dos manos o dos pies caer<br />
en el fuego eterno. No menospreciéis a uno de estos 'enanos',<br />
porque en el cielo sus ángeles siempre ven a mi Padre.<br />
Terrible pecado es maltratar a los niños y en consonancia<br />
se lo castigará -parezco manifestar aquí. En cuanto a eso de la<br />
conveniencia de que haya escándalo, con dudoso acierto habría<br />
de decir después un discípulo mío que es necesario haya sectas,<br />
herejías y divisiones, para que la bondad de los buenos resalte<br />
sobre el fondo de los malos.<br />
¡Caramba! Eso de que junto a los buenos haya de haber<br />
malos para mantener el debido equilibrio en la economía moral<br />
del universo, tardaría aún 19 siglos en ocurrírsele de nuevo y<br />
entre otros al escritor español y gallego Fernández Flórez.
248<br />
Pero ¡ay del sectario y hereje! -seguía diciendo aquel<br />
celoso y truculento defensor de mi supuesta doctrina- porque no<br />
lo son por la fuerza, sino por pura malicia, de modo que se los<br />
castigará en consonancia.<br />
A lo que parece, no tenía en cuenta la parábola en la que<br />
el amo perdona la gran deuda al siervo, en tanto que éste se<br />
niega a perdonar la pequeña de la que a su vez es acreedor. Y<br />
aquello otro que también se me atribuye, en el episodio de la<br />
lapidación de la presunta adúltera, cuando según se sostiene dije<br />
que el que estuviera libre de culpa tirara la primera piedra.<br />
En cuanto a cortarse la mano o el pie si para evitar el<br />
escándalo fuere necesario, muchos de mis posteriores seguidores<br />
y de acuerdo con su singular monomanía lo interpretaron a su<br />
desviada manera y tomándolo al pie de la letra se cortaron los<br />
órganos de la generación, dicho llanamente, se castraron, porque<br />
creyeron pecar deseando usarlos para su fin natural. Al parecer<br />
no les cabía en la cabeza y eran incapaces de comprender que<br />
nadie escandaliza a nadie si hace lo que Natura le dicta. Sin<br />
duda ignoraban el proverbio Homo sum, humani nihil a me<br />
alienum puto -"Hombre soy; nada humano me es ajeno"-<br />
atribuído al comediante latino Publio Terencio Africano.<br />
No eran gente leída. Por eso y según se dice asesinaron a<br />
Hipatia, aquella mujer que en el siglo IV estaba al frente de la<br />
renombrada biblioteca de Alejandría.<br />
Volviendo al asunto que aquí nos ocupa, alguno se ha<br />
apoyado en mis anteriores palabras para asegurar con envidiable<br />
aplomo que existe el ángel de la guarda que vela por los niños;<br />
pero y entre otras cosas no pensaron en lo que necesariamente y<br />
dado que la vida sigue, continúa sucediendo cuándo deja un niño<br />
de ser niño y como si dijéramos se jubila su ángel.<br />
Si alguien te perjudica, te ofende o te escandaliza,<br />
haciendo o sintiendo lo que no debe, repréndelo a solas; si te<br />
escucha, tanto mejor; si no te escucha, vuelve a reprenderlo<br />
en presencia de dos o tres más; si a pesar de todo siguiera sin
249<br />
escucharte, cuéntalo a la Iglesia; y si ni aun a ella escuchara,<br />
no tengas con él contemplaciones.<br />
En principio, no me parece mal. Si alguno hace un<br />
malhecho, no se lo ha de publicar a los cuatro vientos, porque se<br />
enfadará y aun lo hará peor, sino que se lo ha de amonestar en<br />
privado; si no se aviene a razones, de nuevo se le llamará la<br />
atención, pero ante testigos; y si ni aun así entra en vereda, se lo<br />
ha de comunicar a toda la comunidad, a fin de que toda ella lo<br />
llame al orden; y si ni siquiera eso bastare, se lo dará por<br />
imposible y dejará a su suerte. Sin cerrarle por ello del todo y<br />
para siempre la puerta.<br />
Alguno se sorprenderá de que, como más tarde diré, en<br />
Antioquía el apóstol Pablo reprendiese públicamente al apóstol<br />
Pedro, en lugar de hacerlo en privado, como aconsejo; pero aun<br />
a riesgo de que un poco anacrónicamente se me tache de jesuíta,<br />
aquella gente de más tarde, particularmente ducha en hallarle<br />
explicación y disculpa a lo menos disculpable que imaginarse<br />
pueda, ha de tenerse en cuenta que Pedro y Pablo no eran unos<br />
cualquiera, y los dos sabían lo qué hacían; además se ventilaba<br />
algo tan urgente que no había lugar para dilaciones; por otro<br />
lado se han hecho los reglamentos para las personas, no las<br />
personas para los reglamentos, de modo que toda regla conoce<br />
excepción.<br />
Hoy muchas sociedades se dicen cristianas y seguidoras<br />
mías; mas en ellas se publica a los cuatro vientos y con pelos y<br />
señales lo que de mal algún desventurado haya hecho. Se lo<br />
llama exponerlo a la vergüenza pública y se alega que lo exige el<br />
bien común, pues con ello se lo corrige de modo que ya nunca<br />
más lo repetirá, cosa que una y otra vez la terca experiencia se<br />
ha empeñado en desmentir. Pero como si nada. Es puro sadismo.<br />
Perdonar al que nos injuria. Siguiendo con aquella al<br />
parecer edificante reunión, entonces Pedro quiso saber cuántas<br />
veces habría de perdonar a quien lo ofendiere o escandalizare, y<br />
si con siete bastaba. Pero le aconsejé que en tales materias no se
250<br />
mostrara rácano y tacaño, antes bien, mostrándose generoso<br />
considerara que setenta veces siete valían más que sólo siete.<br />
Pasado más de un siglo no parecieron entenderlo así los<br />
llamados donatistas, seguidores del obispo norteafricano<br />
Donato, los cuales abogaban porque no se volviera a admitir en<br />
mi Iglesia a aquellos que perseguidos por las autoridades<br />
temporales la hubiesen abandonado apostatando. No querían<br />
perdonar ni la primera vez. Claro está que en este caso habría<br />
habido que matizar qué clase de ofensa o escándalo significaba<br />
el apostatar para evitar el tormento.<br />
Perdonar sin poner límite puede ser peligroso, porque se<br />
corre el riesgo de que el día del juicio llegue antes de que el otro<br />
se corrija; pero aquí se ha de usar la humana discreción. En el<br />
siglo XX habría que preguntar a los judíos del Holocausto su<br />
parecer al respecto. Si estaban de acuerdo en eso de perdonar<br />
setenta veces siete a los pertinaces verdugos nazis.<br />
De nuevo dejé Galilea y me dirigí a Judea más allá del<br />
Jordán, y sané a mucha gente enferma que me había seguido.<br />
Otra vez me tentaron los fariseos preguntándome si era lícito al<br />
marido divorciarse, dejar por cualquier causa a su mujer, como<br />
entonces era práctica común. Les respondí si no habían leído<br />
aquello de 'macho y hembra los hizo' y que por ello dejaría el<br />
hombre al padre y a la madre para allegarse a su mujer y ser una<br />
carne con ella. Nadie separaría lo que Dios había unido.<br />
Los fariseos me provocaban para que yo criticase la ley<br />
entonces vigente. Pero los burlé citando la ley natural.<br />
Según algunos, aquí condeno el divorcio, aunque Moisés<br />
lo permitía. Sería discutible. En todo caso y al parecer los que<br />
andando el tiempo dirían seguirme, no se tomaban muy en serio<br />
estas supuestas palabras mías, pues entre otros el llamado<br />
Agustín de Hipona no tuvo inconveniente en abandonar a su<br />
mujer y a su hijo para irse con un tal Ambrosio de Milán y<br />
alegadamente ponerse a mi servicio. Parecería extraño que<br />
creyera servirme no atendiendo a mis recomendaciones. Aunque
251<br />
en puridad no la repudió, sino que la abandonó por mí, lo cual<br />
cambia las cosas.<br />
¡Hay que atender a las palabras!<br />
También en el siglo XIX el poeta francés Baudelaire se<br />
amancebó con una prostituta sifilítica y pese a que toda la gente<br />
sensata de su entorno lo instaba a abandonarla, él se negó;<br />
pareció seguir mis enseñanzas mejor que Agustín.<br />
Aclarando mi supuesta defensa de la unión para toda la<br />
vida del hombre y mujer que se emparejan uno con el otro, diré<br />
que si bien en el paraíso y según se suponía, Dios, mi Padre,<br />
había dicho que una vez ayuntados los dos eran ya sólo uno, no<br />
se refirió a una Eva y un Adán específicos, sino en general, a<br />
cualquier varón y cualquier hembra. Adelantándose al famoso<br />
Sigmund Freud y su no menos famoso complejo de Edipo, Dios<br />
habría pretendido que el hombre se ayuntase de tal modo a la<br />
compañera (cualquier mujer), que por ella dejase todo lo demás,<br />
hasta a los padres.<br />
Por mi parte, en la ocasión no pensé en los hijos que la<br />
pareja hubiese podido tener, ni en cómo vivirían ellos y en como<br />
los afectaría emocionalmente la así forzada fidelidad.<br />
Mis discípulos quisieron saber más del asunto y<br />
argumentaron capciosos: Si en esto de la mujer y el hombre<br />
están así las cosas, mejor será no casarse; pues no habiéndose<br />
uno casado, no quebrantará ninguna ley separándose de su<br />
compañera. ¡Menudos jesuitas casuístas! Pero les retruqué que<br />
no todos eran capaces de vivir sin mujer, sino sólo aquellos a los<br />
que se concedía ese don, porque unos eunucos salían del vientre<br />
de la madre, a otros los hacían, por ejemplo, a los castrati, para<br />
que en el coro de la iglesia cantasen con voz aguda, ya que mi<br />
discípulo Pablo se lo había prohibido a las mujeres, que por<br />
naturaleza la tienen aflautada y para cantar no han de forzarse, y<br />
unos terceros lo eran sólo metafóricamente y por voluntad<br />
propia, porque creían ganarse de ese modo el reino de los cielos.<br />
¡Lo entendiera quien pudiere!
252<br />
Dudo de si a este respecto no habré puesto demasiado<br />
difíciles las cosas. Y si además y para colmo no habré alentado a<br />
los que como dije más arriba se castraban para mejor servirme.<br />
Ay, hay que medir escrupulosamente lo que se dice.<br />
Nunca se sabe el uso que luego se hará de lo que digamos.<br />
Parece que dije era cosa buena al varón estar sin mujer,<br />
el capaz, por supuesto; porque no todos tienen madera de héroe.<br />
Según algunos prediqué con el ejemplo y nunca se me conoció<br />
compañera; al menos en los relatos canónicos de mi vida no se<br />
aclara la cosa. Mas según otros estuve entre los segundos, los<br />
incapaces de semejante heroicidad, y tras desposar a María de<br />
Magdala, una de mis admiradoras, tuve con ella una hija a la que<br />
un libro popular reciente hizo famosa. En tal caso, habría sido<br />
yo como todos, pero no promiscuo; una y para siempre.<br />
Entonces se me trajo a unos niños para que les impusiese<br />
las manos y los bendijese. Con sus hijos lo había hecho el<br />
patriarca Jacob. Mas con importuna solicitud mis discípulos les<br />
impedían molestarme. Como a tantos en la actualidad, les daban<br />
fastidio los niños; de ahí que aun previendo que mis palabras<br />
caerían en saco roto, les dije: Dejad a los niños se alleguen a<br />
mí, porque de ellos es el reino de los cielos. Y habiéndoles<br />
impuesto las manos, me partí de allí.<br />
Se me acercó entonces un apuesto joven que me<br />
interpeló de esta manera: Maestro bueno ¿cómo alcanzaré la<br />
vida eterna? No me llames bueno -me apresuré a puntualizar-<br />
porque no hay otro bueno que Dios; en cuanto a lo de vivir<br />
eternamente -y mientras no se descubra la genética, se me<br />
olvidó añadir- deberás guardar los Mandamientos de Moisés:<br />
No mates, no cometas adulterio, no robes, no testimonies en<br />
falso, honra a tus padres y ama a tu prójimo.<br />
(Pido perdón por el chiste referente a la genética, que<br />
algunos considerarán impío; no he podido resistirlo).<br />
Desde mozo los he guardado -me respondió él, tal vez<br />
presuntuoso una pizca de más; ¿qué otra cosa he de hacer?
253<br />
¡Vale! Si quieres ser perfecto, ve, vende lo que tienes y dalo a<br />
los pobres y hazte en el cielo un tesoro; luego ven y sígueme.<br />
Mas a esto puso mala cara y se fue entristecido, porque era<br />
persona acomodada.<br />
Dije pues a mis discípulos: Ay, mucho me temo que con<br />
dificultad entrará en el reino de los cielos el rico. Mas fácil<br />
será pasar por el ojo de una aguja una maroma. Espantados,<br />
ellos apuntaron: De ese modo, pocos se han de salvar.<br />
De tomar al pie de la letra mi anterior recomendación<br />
sólo serían perfectos aquellos a los que atiende el Ejército de<br />
Salvación o en el París de los franceses los clochards que viven<br />
bajo un puente, los pobres de solemnidad. Mas para muchos yo<br />
habría recomendado aquí una pobreza sólo simbólica, del alma,<br />
como si dijéramos, no la verdadera y real. Así lo afirmaría más<br />
tarde y curándose en salud mi supuesto vicario en la Tierra, un<br />
Papa de Roma.<br />
Al parecer aquel joven me tenia por bueno, pese a no<br />
conocerme ni haber comido conmigo un kilo de sal, como dice<br />
el ordinario proverbio que se ha de hacer antes de pronunciarse<br />
acerca de quienquiera que sea, y se tenia por bueno, pues se<br />
ufanaba de cumplir la Ley. Además quería vivir eternamente, lo<br />
que me gustó. Y pensaba alcanzarla con su esfuerzo, esa vida<br />
eterna, en lo cual ya no estaba yo tan de acuerdo, como más<br />
adelante no lo habrían de estar los protestantes Lutero y Calvino<br />
entre otros, que se rebelaron contra Roma y proclamaron la<br />
salvación por la fe. Cumpliendo los diez Mandamientos nadie se<br />
salvará, porque el salvarse o condenarse depende sólo de Dios<br />
-afirmaron ellos convencidos.<br />
Por otro lado cabría decir que la ciencia económica me<br />
traía sin cuidado o que ni yo mismo contaba con que se me<br />
hiciese caso; pues si por mor de la perfección vendiesen todos lo<br />
suyo, caerían brutalmente los precios, de modo que nada valdría<br />
ya nada. Y luego, dando lo mío a los pobres me empobrecería yo<br />
al tiempo que se enriquecerían ellos, con lo que si ellos me
254<br />
imitasen y a su vez lo diesen, al final todo volvería al principio.<br />
En palabras de un famoso marqués siciliano, cambiarlo todo<br />
para que no cambie nada. Se iba a complicar mucho la vida.<br />
Como es lógico pensar, si amo al prójimo dándole lo<br />
mio, él lo amará rehusándolo. ¡Qué lío!<br />
Tal vez se me consideraba alguien gruñón y difícil de<br />
contentar y este joven quiso congraciarse conmigo diciéndome<br />
que él no era malo y cumplía la ley. Como está mal presumir, lo<br />
saqué del error señalándole que sólo Dios era verdaderamente<br />
bueno. Hay que bajar los humos y poner en su lugar al que se<br />
crece y se tiene en algo, aunque en esto los míos no me han<br />
hecho mucho caso. Uno de los obispos de mi presunta Iglesia,<br />
Cirilo, patriarca de Alejandría, se ufanaba de su santidad, de la<br />
que parecía estar convencido. Sin duda se le había muerto la<br />
abuela. Por otro lado, para la ciencia médica actual, humillando<br />
reiteradamente a los demás se los lleva a la neurosis.<br />
Entonces Pedro quiso saber qué sería de ellos, que por<br />
seguirme lo habían dejado todo. En la gloria -le respondí-<br />
también vosotros os sentaréis en otras doce sillas y juzgaréis<br />
a las doce tribus de Israel. Y todo aquel que por mí haya<br />
dejado casa, parientes y bienes, recibirá ciento por uno y<br />
heredará la vida eterna. Los primeros serán los últimos, y los<br />
últimos serán los primeros.<br />
El que mis discípulos quisiesen saber qué sería de ellos<br />
tiene un resabio de curiosidad, contra la cual había advertido el<br />
ya citado Jesús hijo de Sirach cuando había recomendado que<br />
nadie pretendiese saber nada por su cuenta y más allá de lo que<br />
se le permitiese conocer.<br />
Recuerdo aquí el lema del dictador italiano Mussolini:<br />
creer, obedecer, combatir. Y lo que en las trincheras de la I<br />
Guerra Mundial dijo un general, a saber, que prefería a los<br />
soldados de origen campesino, porque eran fatalistas, resignados<br />
y obedientes. Inútil señalar que esta condena de la sana<br />
curiosidad impidió durante cientos de años los progresos de la
255<br />
ciencia médica, por no decir en general los adelantos materiales.<br />
Condenando el afán de saber, quedaba yo en mala posición y<br />
autorizaba las dictaduras. Lo que con razón haría dudar de que<br />
hubiese venido al mundo para salvar a la gente.<br />
Y de camino anuncié a mis discípulos que nos dirigíamos<br />
a Jerusalén, dónde se me entregaría a los príncipes de los<br />
sacerdotes y a los escribas, que me condenarían y me pondrían<br />
en manos de los gentiles para que se me escarneciera, azotase y<br />
crucificase; mas al tercer día resucitaría.<br />
Aquí parezco compartir con los fariseos la doctrina de la<br />
resurrección. En todo caso es dudoso que hubiese dicho lo que<br />
antecede, porque a cualquiera en sus cabales haría dudar de mi<br />
cordura.<br />
Entonces la madre de los hijos de Zebedeo se me acercó,<br />
me adoró y me rogó en favor de ellos. Haz que en tu reino<br />
estos dos hijos míos se sienten uno a tu derecha y el otro a tu<br />
izquierda. A lo que le respondí que no sabía lo que me pedía,<br />
pues era dudoso que pudieran beber del vaso que me esperaba y<br />
que se los bautizara como a mí. Y como ellos se dijeran<br />
dispuestos, me mostré conforme, mas con la salvedad de que el<br />
sentarse a mi derecha o mi izquierda no dependía de mí, sino de<br />
mi Padre.<br />
Los otros diez lo habían oído y se enfadaron, de modo<br />
que los tranquilicé haciéndoles ver que pese a lo corriente entre<br />
la gente común, entre ellos no habría jerarquía, mas al contrario,<br />
el que quisiere engrandecerse y ser el primero, serviría a los<br />
otros: pues el hijo de hombre no había venido para que lo<br />
sirvieran, sino para servir, y para con su vida rescatar a muchos.<br />
Estas palabras podrían confundir al poco avisado, pues<br />
no parecen señalar la ausencia de jerarquía, sino su inversión.<br />
Los de delante se pondrían a la cola; mientras los de la cola se<br />
pondrían delante. ¡Qué fallo! Infelizmente no procuré matizar.<br />
Ignoro si el director del diario español El País tenía en<br />
mente este dicho mío cuando intimó a una periodista postulante
256<br />
a hacerse a la idea de que allí, en aquel periódico, se entraba<br />
para servir<br />
Por otro lado, el papa León I, al que ya me he referido, se<br />
distinguió por empeñarse más que ninguno de sus predecesores<br />
en señalar jerarquías y en tratar de imponer a clérigos como a<br />
laicos la natural superioridad del obispo de Roma, al que todos<br />
los demás deberían prestar acatamiento. Y apuntalaba sus<br />
exigencias señalando lo que presuntamente en otra ocasión<br />
habría dicho yo a mi discípulo Pedro, a saber, que sobre tal<br />
piedra como él asentaría yo mi Iglesia, y que si él ataba en la<br />
Tierra, atado quedaba en el cielo, y si desataba, quedaba<br />
desatado. Pero desde muy pronto muchos dudaron de que yo<br />
hubiese dicho nunca tal cosa.<br />
MIS MUJERES<br />
De atender a la imagen que los evangelistas canónicos<br />
han dado de mí, mi relación con las mujeres ha sido más bien<br />
peculiar. Ni una palabra que sugiera aun de lejos algo sexual.<br />
Todo nuestro trato tiene lugar en el plano devoto, por no decir<br />
intelectual o moral, y prácticamente nunca el corporal. Los<br />
evangelios canónicos evitan por todos los medios mostrarme<br />
como varón entre los varones, como un ser humano cualquiera,<br />
hasta tal punto que yo habría sido un ser que vivía y no vivía,<br />
puesto que no se concibe la vida sin tomar en consideración el<br />
cuerpo. De estas mujeres que he llamado devotas algunos<br />
autores señalan a varias. Los espíritus más críticos no dejan de<br />
subrayar que en los evangelios se cita de vez en cuando, como<br />
en momentos de descuido, cuando el evangelista de turno está<br />
distraído, a un grupo de ellas que me acompañaba en mis<br />
predicaciones y estuvo presente a mi muerte, que se ocupaban<br />
de las necesidades materiales mías y de mis discípulos, una<br />
especie de servicio de intendencia callado, que corría con las
257<br />
costas y en un segundo plano nos acompañaba. De estas mujeres<br />
en grupo destacan de vez en cuando algunas figuras concretas.<br />
Para empezar, las hermanas de Lázaro, Marta y María; Marta, la<br />
hermana diligente y hacendosa, práctica, con los pies en el<br />
suelo, consciente de que además de hablar, las personas -incluso<br />
las más divinas y etéreas- necesitan comer, dormir, lavarse la<br />
cara y las manos, vestirse y en general satisfacer las molestas<br />
exigencias del cuerpo; y María, la espiritual, que se deleita<br />
sentada a mis pies y me mira arrobada, escuchando cada palabra<br />
que a modo de perlas va soltando mi boca elocuente, soñadora,<br />
idealista, romántica. Marta, que se aflige y gime porque yo no<br />
haya llegado a tiempo de evitar que muera el hermano, que<br />
incluso se queja de mi aparente desinterés, mujer que va al<br />
grano, que se muestra humana y no le disgusta ser como es.<br />
María, en cambio que en todo espera prodigios y vivir aventuras<br />
que se salgan de la rutina común.<br />
Yo recorría pues una tras otras las ciudades y aldeas del<br />
contorno y en todas ellas anunciaba la buena nueva del reino de<br />
Dios. Me acompañaban los doce discípulos y algunas mujeres a<br />
las que había curado de sus enfermedades y de las que había<br />
expulsado los espíritus malos que las poseían: María la que<br />
llamaban Magdalena porque era de la cercana Magdala, a orillas<br />
del lago Tiberiades, de la que había expulsado siete demonios, y<br />
Juana, la mujer del procurador de Herodes al que llamaban<br />
Cusa, Susana y otras muchas, todas las cuales habían puesto a<br />
mi disposición lo que tenían. De lo cual habían tomado pie los<br />
más malpensados para acusarme de vivir de gorra y, lo que era<br />
aun más deshonroso, a costa de las mujeres, como un proxeneta<br />
cualquiera. Pero yo les respondía señalándoles que a nadie<br />
obligaba; si ellas querían libremente obsequiarme, no sería yo<br />
quien se lo fuera a impedir. Por eso también me envidiaban y me<br />
la tenían guardada.<br />
En otra ocasión vinieron a mí mi madre y mis hermanos<br />
y el gentío no los dejaba acercarse. Alguien me avisó de que
258<br />
deseaban verme. A lo que, tal vez en exceso displicente, les dije<br />
que no tenía otra madre y hermanos que quienes me escuchaban<br />
y seguían mis indicaciones, la palabra de Dios. Parece<br />
demasiada presunción por mi parte decir que mi palabra era la<br />
de Dios; pero así lo han querido los que se dicen mis fieles.<br />
Recibir a mi madre y hermanos, que en mal momento me<br />
venían a recordar a la familia, me resultaba inoportuno, de ahí<br />
que afectase preferir seguir predicando la doctrina antes que<br />
ocuparme de ellos. Por eso reprendí al que me importunaba, y<br />
eché mano del pretexto de que se ha de atender a lo de veras<br />
importante antes que a minucias de poca sustancia.<br />
Por otro lado con aquello de seguirme a todas partes y no<br />
dejarme a sol ni a sombra, mi madre empezaba a irritarme. Me<br />
sentí impaciente y de ahí aquel que algunos hubiesen<br />
considerado un cruel desplante. Mas ha de tenerse en cuenta que<br />
según las teorías freudianas y en bien del equilibrio emocional,<br />
más pronto o más tarde, el hijo, sobre todo el hijo varón, ha de<br />
separarse de su madre y romper el vínculo con ella; pues de no<br />
hacerlo en el momento preciso se corre el riesgo de quedarse<br />
empantanado en el llamado complejo de Edipo. Se ha de tener<br />
presente que este complejo afecta con especial virulencia a<br />
quienes pierden al padre en edad temprana y durante la pubertad<br />
quedan a merced de la madre, como era mi caso. Y también se<br />
ha dicho que del complejo citado malamente resuelto, han salido<br />
muchos de los que llegados a la edad varonil han seguido la<br />
carrera eclesiástica. Pues aquel que toma esa carrera -y nunca<br />
mejor dicho, al menos en la Iglesia católica- no se casa con<br />
nadie, con lo que al igual que las estrellas de la pantalla de cine,<br />
permanece siempre disponible y puede ser el objeto de los<br />
sueños de amor imposible de todas sus feligresas, inalcanzable<br />
como lo ha querido la madre.<br />
Siguiendo el relato, un día hablaba yo a la gente<br />
congregada cuando alzando la voz una mujer allí presente me<br />
dijo: Bienaventurado el vientre que te llevó y los pechos que
259<br />
te amamantaron. Pero me apresuré a corregirla diciendo:<br />
Bienaventurados más bien los que escuchan la palabra de<br />
Dios y la guardan. Porque escarmentado del afán posesivo de<br />
mi madre judía, ante cualquier alabanza proveniente de una<br />
mujer del entorno yo me ponía en guardia.<br />
Un sábado en la sinagoga me compadecí de una mujer<br />
que enferma hacía ya 18 años andaba encorvada y no podía<br />
levantar la cabeza, de modo que le dije que se acercara y le<br />
aseguré que quedaba libre de su mal. Le impuse las manos y al<br />
instante se enderezó y dio gracias a Dios. Mas al archisinagogo<br />
no le pareció bien que con tal desenvoltura yo me hubiera<br />
atrevido a curar en sábado a quienquiera que fuese, pues en tal<br />
día era obligatoria la ociosidad más absoluta, y alzando la voz<br />
hizo observar con mal talante a los presentes que habiendo a la<br />
semana seis días para hacerse curar, no era cosa de que un<br />
sábado se presentaran los enfermos y buscaran ayuda. A lo que<br />
yo retruqué llamándolo hipócrita y reconviniéndole la dureza de<br />
corazón que a la sazón parecía demostrar, pues si cualquiera que<br />
poseyera un buey o un asno no vacilaría en llevarlo a abrevar<br />
aun en sábado, no había razón para no curar de inmediato a<br />
aquella mujer, hija de Abraham, como todos los demás israelitas,<br />
y dejarla esperar hasta el día siguiente en su situación.<br />
Con todo esto, mis partidarios se gozaban, mientras mis<br />
enemigos se reconcomían de ira.<br />
También se ha de observar que abundando en lo dicho<br />
me sentía yo más a gusto cuando una mujer me pedía ayuda que<br />
en otros momentos, pues al tomar ella la actitud sumisa y<br />
necesitada me resultaba menos amenazadora que si me diese<br />
claramente a entender que esperaba de mí atención sexual. Mis<br />
poderes taumatúrgicos actuaban como de barrera entre nosotros<br />
y me evitaban situaciones que yo sentiría molestas.<br />
Otro día en el templo de Jerusalén vi a una gente<br />
acomodada que ostentosamente echaba en el cepillo la limosna,<br />
y como tras de ellos sin hacerse notar una viuda echaba dos
260<br />
céntimos; se lo hice notar a los presentes y añadí sentencioso:<br />
verdaderamente esta pobre mujer echó más que nadie;<br />
porque los otros dieron de lo que les sobraba, mientras que<br />
ella echó lo único que tenía.<br />
Así me movía yo en medio del sexo opuesto, sin<br />
comprometerme nunca. Tal vez hoy debiera lamentarlo.<br />
ENTRO EN JERUSALEN<br />
Cerca ya de Jerusalén, en el que llamaban monte de los<br />
olivos los allí residentes, dije a dos de mis discípulos: En la<br />
aldea cercana hallaréis atada una asna y un pollino con ella:<br />
traédmelos; y si alguno protesta, decidle que los necesito.<br />
Con esto una vez más confirmaba se supone las palabras<br />
del profeta Zacarías: Decid a la hija de Sión: tu Rey viene a ti,<br />
manso y sentado sobre una asna y un pollino. Pero tampoco<br />
Zacarías se había referido a mí, sino a la alegría de uno de los<br />
reyes de Israel, que por fin había aniquilado a los enemigos<br />
filisteos y arrasado sin piedad sus ciudades. Una vez más mi<br />
gente, los israelitas, exultaba por haber asesinado y destruido a<br />
quienes se interponían en su paso. Lo hacían por orden de<br />
Yahvé, naturalmente, nuestro Dios y señor. Y a nadie se le<br />
ocurriría desobedecer a Dios, por descontado. La nuestra era<br />
una guerra santa, todas las nuestras lo eran, una de las primeras<br />
de que se tenga noticia. Matar en nombre de Dios, que dirige las<br />
huestes. Hacer la guerra para imponer la paz: ¡Cuántas veces no<br />
se lo repetiría, en la Historia! En palabras de un autor alemán<br />
moderno, “marchando a la batalla, los israelitas, mi pueblo,<br />
escribirán en los estandartes la guerra de Dios, la verdad de<br />
Dios, la venganza de Dios, el juicio de Dios; mostrarán justa<br />
indignación y entusiasmo; jamás transigirán”.<br />
Los discípulos lo hicieron, trajeron los animales, y tras<br />
poner a modo de albarda sobre ellos las ropas, cabalgué. Nos
261<br />
acompañaba mucha gente que, habiendo oído hablar de la<br />
resurrección de Lázaro, tendía en el camino sus mantos, cortaba<br />
ramos de los árboles, los echaba por tierra y me aclamaba<br />
repitiendo al parecer las palabras que figuraban en el salmo 117:<br />
¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre<br />
del Señor! ¡Hosanna en las alturas! Debían de ser gente<br />
ilustrada, para tenerlo tan pronto en la boca, el salmo, pues de lo<br />
contrario no se lo explica con facilidad. Ya en Jerusalén, toda la<br />
ciudad se alborotó y preguntaba qué estaba sucediendo. Y le<br />
respondían: Es Jesús, el profeta de Nazaret de Galilea.<br />
Unos griegos que igualmente acudían a honrar a Dios en<br />
la solemnidad, por medio de mi discípulo Felipe me hicieron<br />
saber que querían verme. Les respondí que había llegado la hora<br />
en que se glorificaría al hijo del hombre, momento en que se oyó<br />
una voz proveniente del cielo que decía haberme glorificado y<br />
prometía hacerlo de nuevo. La turba presente creyó que se<br />
trataba de un trueno, mientras otros afirmaban que un ángel me<br />
había hablado. Los tranquilicé diciéndoles que la voz no se<br />
dirigía a mí, sino a ellos, y advirtiéndoles que mientras estaba<br />
con ellos la luz, aprovechasen para caminar, porque cuando les<br />
faltase tendrían que andar en tinieblas, lo que no es conveniente,<br />
ya que quien camina en ellas no sabe adonde se dirige y puede<br />
caer en un hoyo. Y dicho esto me alejé de ellos y me escondí<br />
Así han descrito los evangelistas oficiales mi entrada que<br />
se supone triunfal en Jerusalén la semana misma de mi muerte.<br />
Pero como ya es costumbre, no todos han estado de acuerdo con<br />
el relato oficial. Arguyen estos discordantes que no entré la<br />
semana de la Pascua, como los otros pretenden, y que ni siquiera<br />
tal entrada triunfal ocurrió nunca. Dicen que los evangelistas<br />
han reducido a una semana episodios que en realidad ocurrieron<br />
a lo largo de varios meses interponiendo aquí la escena de otra<br />
fiesta, la de los Tabernáculos, que no se celebraba en primavera,<br />
sino a comienzos del otoño, tras la cosecha, lo que apuntaría a<br />
su origen relacionado con los ciclos de la Naturaleza; también
262<br />
congregaba en la ciudad a miles de judíos y en su transcurso los<br />
peregrinos llevaban palmas y ramos. Era una de las tres grandes<br />
celebraciones litúrgicas nuestras, y para algunos autores tal vez<br />
la más importante. En ella se mantenía la costumbre dictada en<br />
la ley del Levítico de colocar en los tejados de las casas y hasta<br />
en las plazas, chozas de ramas, palmas y follaje. Las chozas<br />
recordaban las tiendas del desierto de los antepasados.<br />
Sea de ello lo que fuere y siguiendo con el relato<br />
canónico, al día siguiente entré lo primero en el templo y en el<br />
patio me topé con un mercadillo de animales para la ofrenda; al<br />
parecer aquel día me había levantado con mal pie, no había<br />
dormido bien o me había sentado mal la cena, porque ante un<br />
espectáculo de lo más acostumbrado y que por lo común a nadie<br />
llamaba ya la atención, me irrité sobremanera y enfadado del<br />
ruido y tanta agitación la emprendí a golpes y zurriagazos con<br />
los descuidados vendedores, les derribé los precarios<br />
chiringuitos, volqué las mesas de los cambistas y sus sillas y<br />
puse a todos a parir, al tiempo que con malos modos les<br />
recordaba lo que al parecer y referido a Yahvé habría<br />
sentenciado un par de antiguos profetas: Mi casa es casa de<br />
oración -tronara Isaías; pero vosotros la habéis convertido en<br />
cueva de ladrones -habría completado Jeremías.<br />
Cabría decir que en esta ocasión me mostré en exceso<br />
intolerante y fanático, como en cuestiones religiosas al menos<br />
solían mostrarse los israelitas más estrictos, puesto que según se<br />
cuenta en las crónicas, el vender en las proximidades de los<br />
centros de culto los animales para el sacrificio era cosa común<br />
entre propios y extraños. En tales lugares solía haber verdaderos<br />
parques zoológicos, por el número de los animales en ellos, ya<br />
que no por la variedad de las víctimas. En muchos aspectos los<br />
templos de aquel tiempo recordaban a los posteriores mataderos,<br />
no sólo por la sangre que allí se vertía, sino también porque tras<br />
haber ofrecido al dios la parte estipulada y congrua, se consumía<br />
en orgía y banquete lo restante. A este respecto se contaba el
263<br />
enfado del dios pagano Zeus al que el avieso Prometeo, sabedor<br />
de la gula y avidez de la divinidad profana, había dado gato por<br />
liebre ofreciéndole con astucia empaquetadas en chorreante<br />
grasa las partes menos nobles del animal sacrificado. Porque el<br />
dios gustaba de la grasa. No temía el colesterol.<br />
Se me acercaron entonces algunos ciegos y otros lisiados<br />
y los sané. Lo que no gustó a los principales sacerdotes ni a los<br />
escribas, ni que la gente me aclamase y acogiese entusiasmada,<br />
de modo que protestaron indignados: ¿Oyes lo que dicen? -me<br />
interpelaron. ¡Hazlos callar! Lo oigo -les contesté; y a<br />
continuación enjareté las palabras de otro salmo: mas de nuevo<br />
os recuerdo lo que ha sido dicho, que la alabanza brota de la<br />
boca de lactantes y de niños. Luego los dejé, salí de la ciudad<br />
y me fui a descansar a la cercana Betania.<br />
Al amanecer, caminando de vuelta a la ciudad, sentí<br />
hambre, y viendo al borde de la vía una higuera, me dirigí a ella,<br />
pero no tenía higos, sino sólo hojas, puesto que apenas había<br />
comenzado la estación. Mas sin pararme en razones y<br />
malhumorado sin duda, Yahvé sepa por qué, la maldije de todo<br />
corazón, con lo que ella, obediente, sin más se secó. Como es de<br />
esperar de la gente ignorante, mis discípulos se escandalizaron<br />
de mi salida de tono, pero yo, que como de costumbre para todo<br />
tenía respuesta, les reproché su falta de fe, pues si la tuviesen<br />
-les dije- no sólo y al igual que yo secarían higueras y lo demás<br />
que se les terciase, sino que incluso y para arrojarlas al mar<br />
moverían de su emplazamiento original las montañas y cerros.<br />
No ha quedado constancia de lo que entonces pensaron, ni de si<br />
alguno temió hallarse ante un loco.<br />
No hubiera sido la primera vez, pues ya en Nazaret mis<br />
propios hermanos habían dudado de mi cordura, cuando en lugar<br />
de sentar la cabeza e imitarlos poniéndome a trabajar en un<br />
oficio, como mi padre, y casarme y formar una familia y tener<br />
muchos hijos, a la manera de todos los israelitas más creyentes,<br />
preferí echarme a los caminos a predicar lo que nadie entendía y
264<br />
arriesgar la tranquilidad cuando no la muerte tronando sin<br />
morderme la lengua contra los poderes del tiempo e incluso, si<br />
es verdad lo que tras mi muerte se dijo, a considerarme hijo de<br />
dios, mesías y profeta de un nuevo reino aún por venir. Todavía<br />
después de este incidente de la higuera habría de asegurar a mis<br />
crédulos discípulos que me sentía capaz de arrasar el templo y<br />
reconstruirlo en tres días, cosa que nadie en su sano juicio<br />
hubiera osado afirmar, a menos que en un momento de<br />
megalomanía creyese contar con poderes mágicos, ayuda<br />
extraterrestre o algo por el estilo. También pasados 20 siglos el<br />
dictador de Alemania Adolfo Hitler habría de llamarme payaso<br />
ignorante que bien merecía morir a manos de los soldados<br />
romanos.<br />
Por otro lado, alguno podría admirarse de que haciendo<br />
yo milagros como solía hacerlos, y bien más difíciles, no se me<br />
hubiese ocurrido hacer entonces, pues la ocasión se presentaba<br />
oportuna, el de que aquel árbol diera fruto antes de tiempo,<br />
multiplicar los higos como ya en un par de ocasiones había<br />
multiplicado los panes y los peces, con lo que yo, además de<br />
saciar el hambre que al parecer me acuciaba, hubiera mostrado<br />
compasión por la inocente higuera, en modo alguno culpable de<br />
mi desencanto, y mis seguidores hubieran aprendido de mí el<br />
talante ecológico más tarde de moda. Mas vaya uno a saber la<br />
causa aquel día de mi desazón.<br />
Ya en el templo después del incidente del día anterior,<br />
quisieron saber los que allí mandaban quién me daba autoridad<br />
para enseñar en el lugar; de modo que a la manera de los<br />
famosos gallegos, habitantes de un lugar llamado Gallaecia, de<br />
la Hispania romana, aún por venir, que a un interrogante habrían<br />
de responder con otro, les hice a mi vez la pregunta capciosa de<br />
si el bautismo de Juan era del cielo o de los hombres. Si decían<br />
del cielo, les reprocharía no haberlo escuchado; y si decían de<br />
los hombres, disgustarían al pueblo, que lo consideraba un<br />
profeta. De modo que respondieron: No lo sabemos. Y yo
265<br />
también les contesté con un desplante: Ni yo os digo con qué<br />
autoridad hago esto.<br />
Aquí les endilgué tres parábolas, la de los hijos enviados<br />
a la viña, la de los viñadores pérfidos y la de las bodas reales.<br />
Los hijos enviados a la viña. Un hombre tenía dos hijos<br />
y envió al primero a la viña; mas él se negó; luego se arrepintió<br />
y se fue a trabajar. Envió entonces al otro que aceptó<br />
prontamente, mas no fue. ¿Quién de los dos hizo lo que el padre<br />
quería? El primero -me respondieron. Pues en el cielo los<br />
publicanos y las prostitutas se os adelantan, porque vino Juan el<br />
Bautista a predicaros y os hicisteis los remolones, en tanto que<br />
las pecadoras y los publicanos aceptaron enseguida su palabra.<br />
Los pérfidos viñadores. Escuchad otra parábola. Un<br />
hombre plantó una viña y la cercó con un vallado, cavó en ella<br />
un lagar y levantó una torre; antes de irse, la arrendó a unos<br />
labradores. Llegada la cosecha quiso percibir el arriendo. Mas<br />
los labradores no pagaron, maltrataron a los cobradores, les<br />
pegaron, mataron a alguno y los rechazaron. Reclamó de nuevo<br />
lo suyo, pero de nuevo los labradores les hicieron correr la<br />
misma suerte. Entonces el amo envió a su propio hijo, creyendo<br />
que les infundiría más respeto, mas no fue así; lo mataron<br />
también. ¿Qué hará entonces el amo? Irá en persona, quitará el<br />
arriendo a los que mal se han portado y lo cederá a otros que se<br />
porten mejor. El salmo 117 lo dice: se os quitará el reino de<br />
Dios en beneficio de quien lo haga fructificar. Con esto los<br />
sacerdotes y los fariseos se dieron por aludidos y no lo podían<br />
sufrir.<br />
Las bodas reales. Un rey dispuso unas bodas para su<br />
hijo y despachó a sus esclavos para que convocasen a los<br />
invitados, pero ellos no quisieron acudir. Envió entonces a otros<br />
esclavos y les encargó que insistieran, que les dijesen que se<br />
había preparado comida abundante y que ya estaba todo listo;<br />
mas de nuevo los convidados se negaron a ir y se fueron a<br />
atender a sus cosas, tras deshacerse incluso de algunos de los
266<br />
esclavos importunos. El rey entonces se enfadó y envió a su<br />
ejército que mató a aquellos desagradecidos y les quemó la<br />
ciudad. Dijo luego a sus criados, las bodas están preparadas,<br />
pero a lo que se ve convidé a gente indigna; id pues por los<br />
caminos y convidad a la boda a todos cuantos halléis. Así lo<br />
hicieron ellos, y acudieron tantos que se llenaron las salas y<br />
asistió una multitud. Apareció entonces el rey para ver cómo iba<br />
todo y vio en una mesa a un invitado que no estaba vestido<br />
adecuadamente, de modo que le preguntó: ¿Acaso no sabías que<br />
venías a una boda? ¿Por qué no te vestiste entonces como era<br />
obligado. Mas el no respondió. Entonces el rey ordenó que lo<br />
ataran de pies y manos y lo arrojaran afuera, a la oscuridad de la<br />
noche, donde sería el llanto y crujir de los dientes. Porque de<br />
nuevo, se llamará a muchos, pero se elegirá a pocos.<br />
Entonces consultaron entre ellos cómo me cogerían en<br />
algún renuncio, y por medio de sus sirvientes me tendieron una<br />
trampa. Maestro -me dijeron- amas la verdad, enseñas el camino<br />
de Dios y no te preocupa la ajena opinión; dinos pues si te<br />
parece lícito dar tributo al César. Adiviné su malicia y les<br />
respondí: ¿Por qué me tentáis, hipócritas? Mostradme la<br />
moneda del tributo. Me presentaron un denario. ¿De quién es<br />
esta figura y la inscripción que la acompaña? Del César. Dad<br />
pues al César lo del César y a Dios lo de Dios. Confundidos<br />
me dejaron en paz.<br />
Tampoco en esto han seguido mis supuestas enseñanzas<br />
los que se dicen míos, pues no dan al mundo lo del mundo<br />
dejando que los laicos gobiernen, antes bien les disputan el<br />
poder y tratan de quitárselo. Constantemente han suplantado al<br />
César y dado un mentís a mi supuesta declaración ante Pilatos<br />
de que mi reino no era de este mundo, como más adelante diré.<br />
Al contrario, con monótona insistencia muchos de los que dicen<br />
representarme en la Tierra han colaborado con el poder político.<br />
Entre ellos, al Papa Wojtyla se atribuye haber dicho: las<br />
dictaduras de derechas, pasan; las de izquierdas, perduran;
267<br />
por eso y A.M.G.D. (a mayor gloria de Dios), aunque ello<br />
signifique atizar una guerra civil, nos opondremos al régimen<br />
comunista vigente dando ayuda económica al movimiento<br />
polaco llamado Solidaridad. Ya antes que él otro Papa, Pío<br />
XII, había apoyado la subida de Hitler al poder en Alemania, y<br />
cuando en Italia los comunistas comenzaban a ganar escaños en<br />
el Parlamento y amenazaban participar en el gobierno, los había<br />
combatido ocultamente poniéndose del lado de los que trataban<br />
de impedirlo. Y Pío XI había apoyado al dictador fascista<br />
Mussolini, que poco menos que a cara descubierta y sin andarse<br />
con bromas no tenía escrúpulos en deshacerse, por cualquier<br />
medio que fuese, de sus adversarios. Si se atiende a las<br />
apariencias, el reino de mi Iglesia es de este mundo más que del<br />
otro pretendido.<br />
Llegaron después los saduceos, para quienes la<br />
resurrección era sólo una patraña, y me preguntaron: Maestro,<br />
según la ley de Moisés, en el Deuteronomio, si alguno muriere<br />
sin descendencia, su hermano desposará a la viuda y engendrará<br />
hijos en ella. Sucedió que hubo siete hermanos y el primero<br />
tomó mujer y murió sin haber engendrado, de modo que dejó su<br />
mujer al hermano. De la misma manera el segundo, y el tercero,<br />
hasta los siete; y por fin murió también la mujer. Tras la<br />
resurrección ¿de cuál de los siete será ella? Porque todos la<br />
tuvieron. Mas yo les respondí: Ignoráis las Escrituras y el<br />
poder de Dios. En la resurrección, ni los hombres tomarán<br />
mujer, ni las mujeres marido; serán como los ángeles del<br />
cielo. Aquí cité el Éxodo: Y Dios ha dicho: Yo soy el Dios de<br />
Abraham, de Isaac y de Jacob. No es pues Dios de muertos,<br />
sino de vivos. Oyendo mi doctrina, las gentes se sentían<br />
atónitas.<br />
Tras haber hecho callar a los saduceos, un fariseo,<br />
intérprete de la ley, me tentó diciéndome: Maestro, ¿cuál es el<br />
principal mandamiento de la ley? De nuevo cité yo también los<br />
Libros sagrados. Como en el Deuteronomio se leía, era el
268<br />
siguiente: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, toda<br />
tu alma y toda tu mente. Y en palabras del Levítico, el segundo<br />
se le parecía: Amarás al prójimo como a ti mismo. En ellos se<br />
resume toda la ley y los profetas.<br />
Infelizmente no dejé claro a este respecto qué se había de<br />
entender por 'amar' a quienquiera que fuese, ya fuese Dios, ya<br />
los hombres; de modo que cada uno lo ha interpretado a su<br />
antojo y con el pretexto de hacer algo a alguien porque se lo<br />
amaba, por su propio bien, se solía decir, se han cometido<br />
verdaderas atrocidades. Muchas veces el amar a uno o una ha<br />
resultado en dolor y penas sin cuento. A mi modesto entender, lo<br />
que se suele llamar amar se expresaría mejor diciendo respetar,<br />
es decir, no hacer objeto de los propios deseos al otro, sino<br />
juzgarlo soberano sujeto de sus pensamientos y actos.<br />
Y a continuación les pregunté de quién era hijo el<br />
mesías, el ungido o enviado; a lo que ellos respondieron que era<br />
hijo de David. Quise saber entonces cómo se explicaba que en<br />
un Salmo, David lo llamase Señor: Dijo el Señor a mi Señor:<br />
Siéntate a mi diestra, mientras pongo a tus pies a tus<br />
enemigos; pues no se sabía de nadie que a su hijo llamase señor.<br />
No supieron responderme; ni desde aquel momento osó nadie<br />
preguntarme cosa alguna.<br />
Parece oportuno decir aquí algo acerca de mi presunta<br />
ascendencia davídica.<br />
<strong>DE</strong>SCIENDO <strong>DE</strong>L REY DAVID<br />
Aquellos que se han empeñado en hacer de mí un dios,<br />
tampoco se contentaron con que en cuanto a mi carne mortal<br />
fuera un hombre corriente, hijo de un cualquiera, de un<br />
desconocido en el mundo, y para más inri, como antes se decía,<br />
de la clase proletaria, un vulgar carpintero, de modo que<br />
hurgaron en las que llaman sagradas escrituras para encontrarme
269<br />
una ascendencia presentable, por no decir gloriosa. Puede<br />
decirse y repetirse hasta la saciedad que mi evangelio, mi buena<br />
nueva, mi reino de los cielos, iba dirigido ante todo a los pobres<br />
y a los humildes (eufemismo para designar desde el punto de<br />
vista correctamente político a los miserables, a los que como<br />
vulgarmente se dice, no tienen ni donde caerse muertos) mas en<br />
verdad, esos que pretenden acomodar a mis supuestas<br />
enseñanzas su vida, prefirieron hacerme de sangre azul, si cabe<br />
atribuir semejante color a la de David, que por cierto no la tenía,<br />
pues era el hijo menor de un campesino ordinario y en su<br />
juventud apacentaba las ovejas de su padre; pero como se dice,<br />
no hay mancha que la púrpura no disimule ni lave. Nunca una<br />
expresión fue más a propósito; porque al decir de quienes lo han<br />
estudiado, el rey israelita David, si fue un personaje real y no un<br />
simple mito, como varios sostienen, se distinguió por su carácter<br />
sanguinario y ciertamente muy poco escrupuloso en lo que toca<br />
a la moral. La moral ordinaria, la del vivir cotidiano, quiero<br />
decir -la de la sexualidad, por ejemplo- y me limito a esa sola ya<br />
que no se suele incluir en ese capítulo los crímenes, matanzas,<br />
expolio y exterminio que se hace 'por amor a Yahvé', si uso el<br />
lenguaje del tiempo aquel, o por 'servir a la Patria' si prefiero<br />
otro más nuevo.<br />
Me hicieron descender de David y para ello no vacilaron<br />
en retorcer y estrujar el Libro santo israelita con el fin de sacar<br />
de él una genealogía aceptable.<br />
Estaba profetizado que, según la carne, el Mesías había<br />
de ser de la simiente de David y de Abraham. Al parecer se dijo<br />
del patriarca original del pueblo de Israel que en mí, el Mesías,<br />
nacido de su simiente, serían benditas todas las gentes del<br />
mundo; es decir, alcanzarían que se les remitiese los pecados, el<br />
reconciliarse con Dios (Yahvé), el justificarse, el resucitar y<br />
después el morar eternamente en la gloria; y dado que yo<br />
precisamente había realizado tal proeza, yo era el prometido<br />
Mesías. Por lo que a David se refiere, presuntamente se le
270<br />
prometió muchas veces que su reino en el pueblo de Dios, el<br />
pueblo de Yahvé, el pueblo israelita, sería perpetuo en aquellos<br />
que de él descendieran, de lo que se sacó la conclusión,<br />
inevitable por su lógica y acierto, de que el Mesías había de ser<br />
de su simiente, y dado que yo era el prometido Mesías, no cabía<br />
otra cosa que hacerme descender de aquel rey.<br />
¡Así se escribe la Historia! -diría moviendo melancólico<br />
la testa un desencantado filósofo.<br />
La que sigue es una de las genealogías que se me ha<br />
atribuido, porque hay varias, ya que los encargados de mi<br />
panegírico no se han puesto de acuerdo en una sola.<br />
Abraham engendró a Isaac. E Isaac engendró a Jacob. Y<br />
Jacob engendró a Judas. Y Judas engendró a Fares. Y Fares<br />
engendró a Esron. Y Esron engendró a Aram. Y Aram engendró<br />
a Aminadab. Y Aminadab engendró a Naason. Y Naason<br />
engendró a Salmon. Y Salmon engendró a Boz. Y Boz engendró<br />
a Obed. Y Obed engendró a Jesé. Y Jesé engendró a David, el<br />
rey. Y David, engendró a Salomón. Y Salomón engendró a<br />
Roboam. Y Roboam engendró a Abías. Y Abías engendró a Asá.<br />
Y Asá engendró a Josafat. Y Josafat engendró a Joram. Y Joram<br />
engendró a Ozías. Y Ozías engendró a Joatam. Y Joatam<br />
engendró a Ácaz. Y Ácaz engendró a Ezequías. Y Ezequías<br />
engendró a Manasés. Y Manasés engendró a Amon. Y Amon<br />
engendró a Josías. Y Josías engendró a Jeconías,. Y después<br />
Jeconías engendró a Salatiel. Y Salatiel engendró a Zorobabel. Y<br />
Zorobabel engendró a Abiud. Y Abiud engendró a Eliaquim. Y<br />
Eliaquim engendró a Azor. Y Azor engendró a Sadoc. Y Sadoc<br />
engendró a Achim. Y Achim engendró a Eliud. Y Eliud<br />
engendró a Eleázar. Y Eleázar engendró a Matan. Y Matan<br />
engendró a Jacob. Y Jacob engendró a José, el marido de mi<br />
madre, de la cual nací yo, el supuesto enviado o Mesías.<br />
Queda pues demostrado que desciendo del rey David.<br />
Ahora bien, se podría pensar que mis seguidores se inclinan al<br />
esnobismo, porque en su veneración por la sangre azul y la
271<br />
púrpura, no atendieron a la catadura moral de mi antepasado<br />
abuelo. Lo cual hubiera sido más de esperar si -como aseguran-<br />
ante todo les cautivase en mí la perfección de mi persona y de<br />
mi doctrina. Pero una cosa es hablar y otra dar nueces, si se me<br />
permite la desenfadada expresión.<br />
He aquí lo que los entendidos dicen de aquel rey.<br />
Para empezar, los más maliciosos insinúan que cuando el<br />
joven David a solas con el rey Saúl en su cámara le aliviaba la<br />
melancolía entonando salmos que con los sones de un arpa<br />
acompañaba, en realidad no se trataba de música, sino de algo<br />
más inmediato y corporal, a saber, una grosera relación carnal. A<br />
favor de esta tesis estaría la extraña y profunda amistad de aquel<br />
joven con Jonatán el hijo del rey, amistad más parecida a la<br />
abiertamente sodomítica, según aseguran quienes de ello<br />
entienden, de Patroclo y Aquiles o a la de Alejandro y Hefestión,<br />
de lo que fuera preciso para sentirse tranquilo.<br />
También se ha de advertir que en aquellos tiempos, 1000<br />
años antes de la era que de mí toma su nombre, la<br />
homosexualidad masculina no escandalizaba tanto como<br />
ocurriría después.<br />
Cabría decir que, pese a las apariencias y a lo que de<br />
labios afuera no se cansaban de profesar, aquellos israelitas no<br />
eran precisamente gente mojigata, no sólo en lo que a la relación<br />
sexual se refiere, sino también y en medida mucho mayor al<br />
derramamiento de sangre, la propia y la ajena. Hoy se considera<br />
confirmado que -como la sombra al cuerpo- la violencia<br />
acompaña a la represión sexual. No eran reprimidos sexuales<br />
mis compatriotas, si se da a la palabra represión el significado<br />
que hoy se le da, y sin embargo eran atrozmente violentos.<br />
Por otro lado estaba la ley de Moisés, muy anterior al rey<br />
David. En ella se condenaba a morir lapidado al que mantenía<br />
relaciones contra natura -y contrarias a la naturaleza son las<br />
homosexuales- hasta el punto de que si algún infeliz buscaba<br />
consuelo en un animal y por desgracia lo sorprendían in
272<br />
flagranti, que es lo mismo que decir en el acto, se les daba<br />
muerte a los dos, la parte actuante y la parte consintiente. Si<br />
cabe llamar consintiente a un pollo de granja, pongo por caso.<br />
Claro que según el decir posterior de Solón, uno de los 7 sabios<br />
de Grecia, la justicia es como una tela de araña, que mientras<br />
atrapa a los insectos pequeños y débiles, los grandes y fuertes<br />
atraviesan sin daño sus mallas y permanecen libres.<br />
También de mí se ha murmurado en este sentido. Para<br />
empezar ya era sospechoso que en la fuerza de la edad no<br />
persiguiera ante todo a las hembras y en cambio prefiriera<br />
predicar el supuesto reino de Dios. Mientras los demás, la gente<br />
corriente, se ufanaba de sus múltiples conquistas en el reino de<br />
Eros y se aplaudía al que las contaba numerosas; mientras el rey<br />
Salomón había conocido la fama por haber desposado a 700<br />
mujeres y contar con más de 300 concubinas -pese a lo cual sólo<br />
tuvo un hijo que valiera la pena; y mientras al rey Abía se le<br />
atribuían 14 esposas y 22 descendientes, comparado con él y de<br />
ser cierto lo que de mí se ha contado, yo evitaba el trato íntimo<br />
con las muchas mujeres que al parecer me seguían. Y para<br />
acabar de arreglarlo hasta prefería a un discípulo, Juan, al que en<br />
la cena de Pascua, la última que tomé con 12 de ellos, permití<br />
reposara en mi pecho las tal vez rubias guedejas de la rizada<br />
cabeza. Por eso muchos sospecharon de mí.<br />
También alabé el celibato y dije que quien para servir los<br />
fines de Dios, renunciaba a los placeres del mundo, no el menor<br />
de ellos la actividad sexual, valía más que los otros. Unos fines<br />
que a juzgar por estas palabras exigirían no emparejarse nunca.<br />
Mas pasados los siglos muchos las tomaron al pie de la letra y<br />
para triunfar en el siglo, como diría algún clásico, y no gastar<br />
energías en lo que no fuera perseguir el triunfo social, se<br />
hicieron voluntarios eunucos. A estos también ya me he referido<br />
en lo que precede.<br />
A este respecto resultaría curiosa la conducta de los<br />
posteriores monjes cristianos. Tenían a gala -y para mejor
273<br />
servirme, apuntaban- hacer los votos de pobreza, castidad y<br />
obediencia. Por vocación se decían enamorados de mí, y según<br />
lo que se ha contado de ellos, llamaban castidad a la abstención<br />
de mujer, pero no a la abstención de los de su mismo sexo. En la<br />
regla de una de las mas famosas órdenes de ellos, se establecía<br />
que los jóvenes no habían de dormir en lechos contiguos, sino<br />
en camas entreveradas con las de los mayores. Y en su<br />
extraordinaria devoción a mi madre María, por tantos cantada,<br />
bien cabría ver residuos de la que en general muestran por su<br />
madre los homosexuales varones.<br />
Mas volvamos al rey David. Fue un rey sanguinario; se<br />
lo lee en la Biblia misma, según la cual un tal Semeí lo maldice,<br />
le tira piedras y lo llama asesino. Al parecer, no faltaba razón a<br />
aquel exaltado. Se cuenta del rey que en incesantes campañas,<br />
contra los cananeos, los amonitas, los moabitas, los edomitas,<br />
los arameos y algunos sirios esgrimió la espada hasta avanzada<br />
edad. Fue un criminal longevo. Presumía incluso de sus<br />
sangrientas hazañas. Además de guerrear, componía himnos, y<br />
en uno de ellos daba gracias a Yahvé en los siguientes términos:<br />
“Perseguiré a mis enemigos, los exterminaré, no retrocederé<br />
hasta haber acabado con ellos. Los aniquilaré, los haré<br />
trizas, hasta que no puedan ya levantar cabeza. Caerán a<br />
mis pies”. De aquí se deduce que no cabría verlo precisamente<br />
como hombre misericordioso, aunque se ha dicho de él que<br />
nunca emprendió una campaña sin el consentimiento de Dios, es<br />
decir, de Yahvé, que, al parecer complacido, lo animaba a seguir<br />
combatiendo: “Tú has derramado mucha sangre, muchas<br />
guerras has hecho. Haz todo cuanto el corazón te sugiera,<br />
porque Yo estoy contigo. Caminé siempre a tu lado y ante ti<br />
he derrotado a tus enemigos; te he dado renombre<br />
comparable al de un gran magnate famoso en la Tierra”. El<br />
dios Yahvé se expresaba así tras una batalla en la que el rey, su<br />
protegido, había matado a 22.000 arameos, y de nuevo tras<br />
haber exterminado a 18.000 de Edom. Con el permiso de Dios o
274<br />
sin él, no acababan aquí las proezas del héroe. Solía cortar los<br />
tendones a los caballos de los enemigos, cuando no cortaba<br />
manos y pies a los caballeros. Nuestras sagradas escrituras<br />
cuentan de él que siempre que había salido en campaña, no<br />
había dejado con vida ni a hombres ni a mujeres. Y también que<br />
había sacado de una ciudad a sus habitantes y había mandado<br />
que se los aserrase haciendo pasar sobre ellos narrias de hierro;<br />
que con los cuchillos se los despedazase y que se los arrojase<br />
vivos a los hornos de ladrillos. Las narrias eran como unos<br />
cajones que se llenaba de piedras y se arrastraba. En otra<br />
ocasión había ordenado sacar al campo a los habitantes y había<br />
hecho pasar por encima de ellos trillos y rastras, y carros<br />
armados de cortantes hoces, de manera que quedaban reducidos<br />
a trozos y piezas. Para terminar, era un ladrón. Ni que decir tiene<br />
que se quedaba con todos los bienes de aquellos a los que<br />
mataba, aunque se justificaba entregando gran parte de ellos<br />
para construir un templo magnífico al dios Yahvé, y para tan<br />
piadoso fin, exigía a todos los súbditos su contribución, sin<br />
andarse con bromas, hasta el punto de exterminar al culpable y a<br />
toda su familia, sin excluir al ganado, al que se resistiese a<br />
aportar su granito de arena a obra tan pía. En resumen,<br />
descender del rey David – se podría decir- no era precisamente<br />
un timbre de gloria.<br />
PONGO A PARIR A LOS ESCRIBAS Y A LOS FARISEOS.<br />
MI ANTISEMITISMO<br />
Dije entonces a quienes me escuchaban: En la cátedra<br />
de Moisés se sentaron los escribas y los fariseos: todo lo que<br />
os dijeren que guardéis, guardadlo y hacedlo; mas no hagáis<br />
conforme a sus obras: porque dicen y no hacen.<br />
A la luz de los procesos por pederastia a que se ha<br />
sometido recientemente a muchos de los que dicen servirme
275<br />
¡qué vigencia tendrían aún hoy estas palabras! Por no hablar ya<br />
de lo que se cuenta al respecto acerca de los monjes que en los<br />
siglos primeros de la era se refugiaron en el desierto huyendo de<br />
la dureza de la vida de entonces, gentes que no vacilaron en<br />
unirse a uno u otro bando y perseguir y matar al contrario, según<br />
la conveniencia, cuando se trató de combatir lo que llamaron<br />
herejía; sería el cuento de nunca acabar.<br />
Sobre los hombros de la gente ponen cargas pesadas y<br />
difíciles de llevar -seguí denunciando; mas ellos ni las quieren<br />
mover, antes hacen para que se los mire; porque ensanchan<br />
sus filacterias y extienden los flecos de sus mantos; codician<br />
los primeros asientos en las cenas y en las sinagogas las<br />
primeras sillas; y gustan de que en las plazas se los salude y<br />
se los llame Rabbí, Rabbí.<br />
Quizá no esté mal recordar en este momento lo<br />
aficionado que es mi representante en la Tierra a que en la plaza<br />
de san Pedro de Roma lo saluden decenas de miles de fieles, que<br />
enfervorizados y con voz ronca que recuerda al nazi Nuremberg<br />
de los años 30 del pasado siglo claman a una ¡Papa! ¡Papa!<br />
¡Totus tuus! mientras con pompa y boato él desfila sentado en<br />
una silla a hombros de sacristanes y clérigos.<br />
Mas vosotros no queráis que se os llame de ese modo;<br />
porque sólo el enviado es vuestro Maestro, y todos sois<br />
hermanos. Y a nadie en la Tierra llaméis vuestro padre; sólo<br />
uno lo es, el que está en los cielos. El mayor de vosotros, sea<br />
vuestro siervo; porque el que se ensalzare, será humillado; y<br />
el que se humille, será ensalzado.<br />
Apuntaré de pasada que unos siglos después, el primero<br />
que se llamó mi vicario, el Papa León IV, obispo de Roma,<br />
trabajó toda su vida para que se le reconociese la supremacía<br />
sobre los demás de su rango, se la negó a quienes se la<br />
disputaban y en general no perdió ocasión de enaltecerse.<br />
Mas ¡ay de vosotros, escribas y fariseos! -seguí terco<br />
en la mía; porque ni entráis, ni dejáis entrar en el reino de los
276<br />
cielos. ¡Ay de vosotros, hipócritas! porque frecuentáis las<br />
casas de las viudas y por pretexto prolongáis la oración: por<br />
esto se os juzgará con mayor rigor. ¡Ay de vosotros! porque<br />
por ganar un prosélito surcáis mares y tierra; y una vez<br />
ganado, lo hacéis por partida doble hijo del infierno.<br />
Aquí vendría a cuento la historia de la reina Cristina de<br />
Suecia, a la que en el siglo XVIII mis representantes vaticanos<br />
enaltecieron por haberse desgajado de la confesión luterana de<br />
su pueblo para hacerse católica. Y una vez instalada en Roma, a<br />
donde se trasladó podría decirse que con armas y bagajes, pues<br />
se llevó con ella todo lo que en el mundo poseía, entre otras<br />
cosas su rara biblioteca e innumerables objetos de arte, cuadros<br />
y estatuas raros, por no decir exclusivos, que entonces como<br />
ahora valían una pasta, vieron complacidos, cuando no la<br />
aplaudieron, los excesos sexuales en cierto modo aberrantes de<br />
aquella alma ganada para el cielo.<br />
¡Ay de vosotros, escribas y fariseos! porque diezmáis<br />
la menta y el eneldo y el comino, y dejáis lo más grave de la<br />
ley, el juicio y la misericordia y la fe. ¡Guías ciegos, que<br />
coláis el mosquito, mas tragáis el camello! ¡Ay de vosotros,<br />
hipócritas! porque limpiáis por fuera el vaso y el plato; mas<br />
por dentro están llenos de robo y de injusticia. ¡Fariseo<br />
ciego, limpia primero el interior, para que también queden<br />
limpios por fuera! Sois como sepulcros blanqueados, en<br />
apariencia hermosos, mas llenos de carroña y de inmundicia.<br />
Externamente parecéis justos; mas por dentro sois hipócritas<br />
e inicuos.<br />
Mencionaré de nuevo al cardenal Marcinkus y a Roberto<br />
Calvi, los del escándalo del Banco Ambrosiano, la Banca del<br />
Papa. Cuando Calvi pide a Marcinkus que haga frente al agujero<br />
bancario resultante de la subvención oculta al sindicato polaco<br />
Solidaritá, Marcinkus dice que ni por pienso y que lo mejor es<br />
rezar a Dios para que ponga remedio y salve a todos de la<br />
catástrofe inminente. Nos ponemos en tus manos, Señor, etc.
277<br />
¡Ay de vosotros! porque enterráis a los profetas y<br />
levantáis monumentos a los justos, y decís: Si hubiéramos<br />
vivido en los tiempos de nuestros padres, no hubiéramos<br />
derramado aquella sangre. Sois pues los hijos de aquellos<br />
que los mataron. ¡Serpientes, hijos de víboras! ¿Cómo<br />
evitaréis el infierno? Os envío profetas y sabios y escribas:<br />
mataréis y crucificaréis a unos, azotaréis a otros y los<br />
perseguiréis de ciudad en ciudad; para que sobre vosotros<br />
caiga la sangre justa que se ha vertido en la tierra, desde<br />
Abel hasta Zacarías, hijo de Baraquías, al cual matasteis<br />
entre el templo y el altar. Todo esto caerá sobre vosotros.<br />
A propósito de sabios y para no hacerme pesado y aburrir<br />
al lector, terminaré esta larga cita, recordando a Galileo y a<br />
Giordano Bruno, a los que en nombre de un dogma artificial y<br />
absurdo se hizo imposible la vida cuando no se los envió a la<br />
hoguera. ¡Muchas cuentas habrían de rendirme, esos que dicen<br />
representarme, de ser cierto lo que a mi respecto sostienen!<br />
Pero, claro está, ni ellos mismos se creen lo que dicen. Son<br />
ejemplo de ateos.<br />
Ante toda esta diatriba contra los fariseos y contra los<br />
israelitas en general, se me podría haber acusado -un poco<br />
anacrónicamente, lo confieso- de antisemita avant la lettre, que<br />
equivale a decir antes de tiempo; porque mis palabras aquí no se<br />
diferencian mucho de las que un par de siglos después, desde el<br />
púlpito y por calles y plazas habrían de pronunciar algunos de<br />
mis seguidores más estrictos, tales como Juan Crisóstomo,<br />
también llamado la boca de oro, o el ya citado Efrén, la cítara<br />
del espíritu santo, que se distinguió por su acerba inquina contra<br />
los de mi pueblo. Crisóstomo los habría de llamar miserables,<br />
inútiles, maestros de iniquidades, especialmente corrompidos,<br />
parricidas y matricidas; diabólicos, peores que los sodomitas,<br />
más crueles que las fieras; estafadores, ladrones, epulones y<br />
lujuriosos; habría de señalar su supuesto carácter asesino y<br />
sanguinario, que vivían sólo para el vientre y los instintos, que
278<br />
sólo entendían de comer, beber y abrirse las cabezas<br />
mutuamente; en su desvergüenza, peores que los cerdos y los<br />
cabrones; como los animales venenosos, llenos de afán de matar,<br />
peores que todos los lobos juntos; como de la peste se había de<br />
huir de ellos, igual que se evitaba a los demonios, eran plaga<br />
humana, bestias en la sinrazón, borrachos, comilones, perversos<br />
en extremo... como se ve, no los querían bien, precisamente.<br />
ANUNCIO EL APOCALIPSIS<br />
Y cuando terminada la prédica anterior abandonaba el<br />
templo, que Herodes estaba justamente acabando de construir,<br />
los discípulos me mostraron su magnificencia, con lo que yo les<br />
frené el entusiasmo diciéndoles: Antes de que hayáis muerto,<br />
no quedará de él piedra sobre piedra. Como sucedió, cuarenta<br />
años después, que los romanos del emperador Tito arrasaron la<br />
ciudad. Luego, en el monte de los olivos, me preguntaron:<br />
¿cuándo sucederán estas cosas y qué señalará tu venida y el<br />
fin del mundo? Porque, lo repito, la gente era entonces muy<br />
apocalíptica y estaba a la espera de un cambio catastrófico.<br />
Pobrecillos, no se podría decir que lo suyo era el<br />
pensamiento científico.<br />
Y proseguí diciéndoles: Muchos se dirán el enviado, el<br />
Mesías; y engañarán a muchos. Oiréis guerras y rumores de<br />
guerras: mas no os turbéis; porque tiene que pasar; mas aún<br />
no es el fin. Se alzará nación contra nación y reino contra<br />
reino; y habrá peste, hambre y terremotos. Se os entregará y<br />
se os matará; y por mi causa os aborrecerán.<br />
Cualquiera diría que me complazco en predecir todos<br />
estos horrores. Parece una de las posteriores películas de miedo.<br />
Mucho será entonces el escándalo; unos entregarán a<br />
otros y mutuamente se odiarán. A docenas aparecerán falsos<br />
profetas; y por haberse multiplicado la maldad, la caridad
279<br />
de muchos se enfriará. Mas el que perseverare hasta el fin,<br />
se salvará. Se predicará este evangelio del reino en todo el<br />
mundo, a todos los gentiles; y entonces todo acabará.<br />
Aquí los míos han aprovechado para señalar que yo<br />
estaba encargando se llevase a todos mi supuesto mensaje, no<br />
sólo a los judíos, como en lo que ya queda dicho había dado a<br />
entender. Sin embargo no han faltado los que han señalado la<br />
pelea y desacuerdo que pocos años después de mi muerte se<br />
desató entre Pedro, al que presuntamente había yo entregado las<br />
llaves del cielo, y Pablo, que se sentía tan autorizado como él a<br />
atar y desatar en la Tierra. Mientras el primero abogaba por<br />
limitar a los judíos la prédica, el segundo se empeñaba en<br />
llevarla a todos los del mundo entonces conocido, tras haberla<br />
retocado por aquí y por allá para hacerla más asimilable a los<br />
paganos que hablaban en griego.<br />
Por tanto, cuando en el lugar santo viereis la<br />
desolación que el profeta Daniel anunció, los que estén en<br />
Judea, huyan al monte; y el que esté sobre el terrado, no<br />
descienda a tomar algo de su casa; y el que en el campo, no<br />
vuelva por sus vestidos. Mas ¡ay de las preñadas y de las que<br />
en aquellos días estén criando! Orad, pues, para que no<br />
tengáis que huir en el invierno ni un sábado; porque<br />
entonces la aflicción será grande, como no la hubo desde el<br />
principio del mundo, ni la habrá nunca más.<br />
Se ve que yo creía en los escogidos y los condenados, de<br />
donde habían de tomar pie los protestantes posteriores para<br />
subrayar la salvación por la fe y limitar hasta extremos ridículos<br />
el número de los que irían al cielo.<br />
Entonces, si alguno os dijere: aquí está el enviado, o<br />
allí, no lo creáis. Porque se levantarán falsos enviados y<br />
falsos profetas, y darán señales grandes y prodigios; de tal<br />
manera que engañarán, si es posible, aun a los escogidos. Así<br />
que, si os dijeren: Está en el desierto; no salgáis: Está en las<br />
cámaras; no creáis.
280<br />
Como el relámpago que brota en el oriente y se<br />
muestra hasta occidente, así será la venida del Hijo del<br />
hombre. Y luego después de la aflicción de aquellos días, el<br />
sol se obscurecerá, se apagará la luna, las estrellas caerán del<br />
firmamento y el mundo sideral se desquiciará. Aparecerá la<br />
señal del Hijo del hombre; las tribus de la tierra se<br />
lamentarán y con gran poder y gloria lo verán sobre las<br />
nubes. Y de los cuatro vientos, de un cabo del cielo hasta el<br />
otro, al son de la trompeta sus ángeles juntarán sus<br />
escogidos.<br />
No hay de qué alarmarse; según los entendidos, hasta<br />
que el sol se convierta en una gigante roja y se trague a la Tierra,<br />
aún han de pasar 5.000 millones de años; lo que es mucho<br />
tiempo. Y en todo caso, tal como afirman hoy los más ufanos,<br />
para entonces la especie humana ya habrá conquistado si no el<br />
universo al menos el sistema solar y estará viviendo en los<br />
satélites de Júpiter y de Saturno, que se habrán calentado hasta<br />
temperaturas que posibiliten la vida.<br />
Creedme; el Juicio Final, mi segunda venida, va para<br />
largo.<br />
Aprended de la higuera. Cuando ya su rama se<br />
enternece y brotan las hojas, el verano se acerca. Así<br />
también vosotros, cuando viereis todas estas cosas, sabed que<br />
el fin se aproxima, está ya a las puertas. No pasará esta<br />
generación sin que todas estas cosas acontezcan. El cielo y la<br />
tierra pasarán, mas mis palabras no pasarán.<br />
Me parece que aquí exagero. A menudo he sentido<br />
curiosidad por saber que habrá sido de mí cuando haya<br />
transcurrido un millón de años. Como con muy mala sombra<br />
habrá de decir uno que se creerá chistoso, y teniendo en cuenta<br />
la teoría de la evolución que hace algo más de un siglo ha sido<br />
propuesta, para esas fechas ya ni Dios, mi supuesto Padre en el<br />
cielo, se acordará de mí.<br />
Proseguí mi agorero discurso. Empero nadie sabe el día
281<br />
ni la hora, ni aun los ángeles de los cielos, sino sólo mi Padre.<br />
Porque como en los días que precedieron al diluvio todo el<br />
mundo comía y bebía descuidado, se casaba y engendraba a<br />
los hijos, hasta que las aguas se llevaron a todos; así será<br />
también la venida del hijo de hombre. De dos en el campo,<br />
uno será tomado y el otro dejado; de dos mujeres que<br />
muelan, la una será tomada y la otra dejada.<br />
La palabra parusía derivaba del griego pareimi que<br />
significaba estar presente o llegar. Con ella el helenismo se<br />
refería a la manifestación en la tierra de las personas divinas, y a<br />
la entrada triunfal de los reyes o príncipes en las ciudades de sus<br />
dominios; un despliegue de poder en un ambiente festivo y<br />
solemne. En la Roma imperial la parusía del César era un suceso<br />
tan importante que podía dar lugar a una nueva era y significar<br />
incluso un cambio decisivo en la Historia; por eso en tal ocasión<br />
se lo saludaba como portador de grandes nuevas y el pueblo lo<br />
esperaba expectante de un beneficio extraordinario; de allí el<br />
carácter festivo y jubiloso de la aparición.<br />
Velad pues, porque no sabéis a qué hora ha de venir<br />
vuestro Señor. Si el padre de familia supiese la hora a que lo<br />
asaltaría el ladrón, velaría y estaría prevenido. Por tanto,<br />
también vosotros estad apercibidos; porque el Hijo del<br />
hombre ha de llegar a la hora que menos penséis.<br />
Aquí y para aliviar el truculento discurso ensarté dos<br />
parábolas, la del siervo fiel y el infiel y la de las diez vírgenes y<br />
los talentos.<br />
El siervo fiel. Al cuidado del siervo fiel y prudente el<br />
señor pone a su familia. Bienaventurado él cuando su señor<br />
regrese y lo halle haciendo como cumple; sobre sus bienes lo<br />
pondrá; mas si dijere en su corazón: Mi señor se tarda en venir:<br />
y maltratare a sus consiervos, y aun comiere y bebiere con los<br />
borrachos, vendrá de improviso su señor en el día que no espera<br />
y a la hora que ignora, y le cortará por medio, y pondrá su parte<br />
con los hipócritas: allí será el llanto y el crujir de dientes.
282<br />
Las vírgenes prudentes. Tras tomar sus lámparas, diez<br />
vírgenes salieron a recibir al esposo; cinco de ellas eran<br />
prudentes, y fatuas las demás. Éstas no tomaron consigo<br />
repuesto de aceite; mas las prudentes lo hicieron. Y tardándose<br />
el esposo, todas se durmieron. A la media noche se oyó un<br />
clamor: Ya viene el esposo; salid a recibirlo. Entonces se<br />
levantaron y aprestaron sus lámparas. Y las fatuas dijeron a las<br />
prudentes: Dadnos de vuestro aceite; porque nuestras lámparas<br />
se apagan. Mas las otras respondieron. Porque no nos falte a<br />
todas, id antes y compradlo. Y mientras iban a comprarlo, vino<br />
el esposo y las primeras entraron con Él a las bodas y se cerró la<br />
puerta. Después vinieron las otras, las poco precavidas, y<br />
pidieron también se las admitiera; mas Él se negó alegando no<br />
conocerlas. Velad, pues, porque no sabéis el día ni la hora en que<br />
el Hijo del hombre ha de venir.<br />
No se podría decir que yo me muestre aquí partidario de<br />
la solidaridad del débil frente el fuerte.<br />
Luego proseguí con lo que se ha dado en llamar mi<br />
anuncio del Juicio Final, aunque probablemente no fue otra cosa<br />
que el impulso elocuente cogido .<br />
Y cuando el Hijo del hombre aparezca en su gloria y<br />
los ángeles con Él, se sentará en el trono. Ante él se<br />
congregarán todas las gentes: y como el pastor aparta a<br />
ovejas y cabritos, así él separará a unos de los otros. Pondrá<br />
a su derecha las ovejas, y a la izquierda los cabritos. Y dirá a<br />
los primeros: Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino<br />
que desde la creación del mundo os aguarda; y a los de su<br />
izquierda: Apartaos de mí, malditos, id con el diablo y sus<br />
ángeles malos. E irán éstos al tormento eterno, y los justos a<br />
la vida eterna.<br />
Como se ve y pese a no haber tenido estudios, como se<br />
suele creer, se me daba bien la retórica. ¡Ay! Me parece haber<br />
equivocado la carrera. En la actualidad, yo hubiera sido un buen<br />
demagogo.
UNA MUJER QUE <strong>DE</strong>SPILFARRA<br />
283<br />
Y tras haber dicho lo que precede, anuncié a mis<br />
discípulos que al cabo de dos días sería la pascua y se me<br />
crucificaría.<br />
Mientras tanto los sumos sacerdotes, los escribas y los<br />
más ancianos se habían reunido en el patio del pontífice Caifás y<br />
habían acordado detenerme y matarme; pero se hallaban<br />
indecisos acerca del momento y lugar oportunos, porque no<br />
estaban seguros de cómo reaccionarían mis seguidores y la gente<br />
en general si lo hacían el día de la fiesta.<br />
Quise pasar en Betania la noche. Sentado ya a la mesa en<br />
casa de Simón el leproso, según unos, y en la de Lázaro y sus<br />
hermanas según otros, se me acercó por detrás una mujer que en<br />
un vaso de alabastro traía un ungüento perfumado de gran<br />
precio, y con respetuosa delicadeza me untó con él los cabellos,<br />
aunque otros dicen que con mayores modestia y humildad se<br />
postró a mis pies y lo derramó sobre ellos.<br />
Sea como fuere, a los presentes, varones en su mayor<br />
parte, sorprendió la osadía de la intrusa, de modo que algunos de<br />
ellos se enojaron y murmuraron diciendo: ¡Qué despilfarro de<br />
sustancia preciosa! Se la hubiese podido vender por una<br />
buena suma y con ella aliviar la miseria de los pobres. Mas<br />
yo los llamé enseguida al orden: ¡Basta ya de mezquindades!<br />
¿Por qué censuráis a esta mujer y la avergonzáis delante de<br />
todos? Ha hecho conmigo una buena acción. Los pobres a<br />
quienes socorrer nunca os han de faltar, en tanto que yo un<br />
día os faltaré. ¡Dejadla pues hacer a su gusto! Y sin duda se<br />
le premiará la buena intención.<br />
A la hora de contar esta historia, los evangelistas no se<br />
ponen de acuerdo. Según Lucas, aconteció que un fariseo me<br />
invitaba insistentemente a comer, de modo que acepté la<br />
invitación y entrando en su casa me recosté a la mesa. Y he aquí
284<br />
que se presentó de improviso una mujer que en el lugar tenía<br />
mala fama pues se la consideraba una pecadora, aunque no se<br />
especificara bien en qué consistía su pecado, la cual, habiéndose<br />
enterado de que aquel día yo comería en casa de mi huésped, se<br />
agenció un bote de alabastro lleno de perfume y arrodillada a mi<br />
espalda se echó a llorar, me mojó los pies con sus lágrimas y me<br />
los enjugó con los cabellos, al mismo tiempo que me los besaba<br />
y perfumaba. Viendo aquello el fariseo se decía: Si este fuera de<br />
verdad un profeta, sabría que la mujer que lo toca es una<br />
pecadora. Por la expresión de su cara, adiviné lo que estaba<br />
pensando, de modo que lo interpelé de esta forma: Simón, he de<br />
decirte algo. Habla – me respondió. Dos hombres debían<br />
dinero a un prestamista, uno le debía 500 denarios, el otro<br />
sólo 50. Ninguno de los dos tenía con qué pagarle, de modo<br />
que él perdonó a ambos la deuda. ¿Cuál crees tú que le habrá<br />
quedado más agradecido? Y él respondió: Aquel a quien más<br />
perdonó, me imagino. Rectamente juzgaste -le dije. ¿Ves<br />
ahora a esta mujer a mis pies? Entré en tu casa y no me<br />
ofreciste agua para lavármelos; pero ella los bañó con sus<br />
lágrimas y me los secó con su pelo. No me diste el beso de paz;<br />
pero ella desde que entró no ha dejado de besármelos. No<br />
ungiste con aceite mi cabeza; pero ella me los ungió con<br />
perfume. Por lo cual te digo que sus pecados le son<br />
perdonados, porque amó mucho. A quien poco se perdona,<br />
poco ama. Luego me dirigí a ella y le dije: Álzate, se te perdona<br />
los pecados que por ventura hayas podido cometer. Y los otros<br />
comensales comenzaron a murmurar. ¿Cómo éste se atreve a<br />
perdonar los pecados? Yo añadí: Mujer, la fe te ha salvado; vete<br />
en paz.<br />
¡Mucha tinta han hecho correr con esta santa mujer mis<br />
seguidores! Para empezar se han devanado los sesos tratando de<br />
adivinar quien pudo ser, pues los biógrafos oficiales no lo han<br />
aclarado. Para unos, se habría tratado de María de Magdala, la<br />
llamada Magdalena, por ser de aquella localidad próxima al mar
285<br />
de Tiberiades. El evangelista Mateo hace suceder la cosa en casa<br />
de Lázaro, de modo que se ha pensado que la mujer en cuestión<br />
era María, la hermana del huésped, a la que en diferente ocasión,<br />
Marta, su hermana, había reprochado que en lugar de atender a<br />
las faenas caseras prefiriese sentarse a mis pies y escucharme.<br />
Yo la había alabado señalando que acertaba quien a las cosas del<br />
cuerpo y materiales anteponía las del espíritu. Ignoro lo que para<br />
sus adentros pensó la hermana hacendosa.<br />
Lucas lo cuenta de este modo. De camino entré un día en<br />
cierta aldea y una mujer a la que llamaban Marta me acogió en<br />
su casa. Mientras ella se afanaba atendiendo a las tareas<br />
domésticas, sentada a mis pies su hermana, María, me<br />
escuchaba hablar. Al cabo Marta se quejó: Señor, dile a mi<br />
hermana que no se haga la remolona y me eche una mano;<br />
hay mucho qué hacer. A lo que yo la reprendí blandamente<br />
diciéndole: Marta, Marta, mucho te inquietas y agitas<br />
atendiendo a tantas cosas, cuando lo que de verdad importa es<br />
una sola; tu hermana María escogió para sí la mejor parte y<br />
no se la he de quitar.<br />
Tal vez dejándose llevar de la tradición evangélica según<br />
la cual María Magdalena era 'una pecadora', y sin que nadie se<br />
hubiese parado a averiguar de qué 'pecado' en concreto se la<br />
podía acusar, en cierto momento de la Historia, Gregorio dicho<br />
el Magno, uno de los Papas que han asegurado representarme en<br />
la Tierra, la llamó prostituta, con lo que cortó por lo sano y dio<br />
por sentado que si era 'pecadora' su pecado no podía ser otro que<br />
el de la prostitución; también se dice que de ella había expulsado<br />
yo siete demonios, aunque algunos sugieren que el número siete<br />
no representa a los demonios verdaderamente expulsados, si tal<br />
cosa como expulsar a un demonio es posible, y dando ya por<br />
sentado que tales seres existan, sino un número simbólico y<br />
místico.<br />
¿Quién aclarará hoy una confusión que data de siglos?
286<br />
<strong>LA</strong> MAGDALENA<br />
La Magdalena, la prostituta cuyos pecados perdoné; la<br />
pecadora que me ungió los pies y me los secó con sus cabellos;<br />
según el evangelio de Felipe, uno de los llamados apócrifos,<br />
éramos amantes, yo la besaba en la boca, tenía con ella más<br />
intimidad que con ninguno y a la hora de transmitir mi mensaje<br />
cuando yo faltase, la consideraba más apta que Pedro. Ella, la<br />
mas famosa prostituta del mundo como algunos la llaman,<br />
presenció uno de los momentos decisivos de mi vida, la<br />
crucifixión. Estuvo al pie de la cruz, me apoyó en esos<br />
espantosos momentos y lloró mi muerte. También halló vacía la<br />
tumba en que se me había depositado y atestiguó mi<br />
resurrección. Era verdadero seguidor mío. Se la representa<br />
desnuda o como una ermitaña solitaria y proscrita que en el<br />
destierro se arrepiente de sus pecados. En los evangelios, su<br />
principal vínculo conmigo es la de una mujer que me lava los<br />
pies y me los unge con un ungüento perfumado. Algunos dicen<br />
que se la ha presentado como prostituta para subrayar la fuerza<br />
de la redención; no importa lo bajo que caiga uno, siempre<br />
estará la misericordia para alzarlo del suelo. Todos mis biógrafos<br />
la citan, pero ninguno dice nada de su edad, su posición social o<br />
su familia. Su nombre sugiere que nació en Magdala, que<br />
significa torre del pescado salado, a 200 km de Jerusalén al<br />
borde del mar de Galilea, cuya actividad principal era la pesca.<br />
Como trabajadora del pescado, pescantina, su vida pudo haber<br />
sido muy dura. Mis biógrafos no la llaman prostituta; pero según<br />
el texto bíblico titulado Lamentaciones, Dios juzga y destruye la<br />
ciudad de Magdala porque es lugar de fornicación, y de ahí<br />
habrían sacado los cristianos que María era una puta. Pudo<br />
haberlo sido, porque para pagar los onerosos impuestos<br />
romanos, la prostitución era corriente, así como entregar<br />
esclavos a los hijos. Pero también su nombre alusivo a Magdala
287<br />
pudo no tener nada que ver con la prostitución y deberse en<br />
cambio a que no estuviera casada, pues de lo contrario llevaría<br />
el nombre del marido. Quizá era soltera. Nada dice que fuera<br />
viuda ni que tuviera hijos. Se miraba mal a las solteras, tenían<br />
mala imagen. Un evangelista dice que saqué de ella a siete<br />
demonios, lo que significa que la poseían espíritus malignos. Se<br />
me conocía como exorcista. Para muchos, la posesión<br />
demoníaca era una advertencia divina de haber hecho algo malo<br />
a lo que había que responder arrepintiéndose u ofreciendo en el<br />
templo un sacrificio. Las mujeres jóvenes brutalmente oprimidas<br />
no tenían recursos para defenderse eficazmente, lo único a su<br />
alcance era adoptar una personalidad endemoniada, adoptar<br />
como defensa la locura, decir que el demonio las obligaba a<br />
hacer tales o cuales cosas. Si fue el caso de María, se explicaría<br />
su soltería y su poco atractivo para los hombres. Cuando según<br />
se cuenta expulsé de ella los demonios, encontró lo que buscaba,<br />
lo que quería oír. Lo que yo decía, atraía a los marginados.<br />
Marginada, quizá soltera, posesa, mi amor y mi seguidora.<br />
He dicho que los evangelistas canónicos habían evitado<br />
cualquier alusión sexual al trato mío con las mujeres; pero bien<br />
avanzado el siglo XX, en Nag Hammadi, un lugar del desierto<br />
de Egipto, y en unas ánforas de barro bien conservadas, un<br />
pastor beduino halló guardados desde hacía ya 20 siglos una<br />
colección de evangelios que se ha llamado gnósticos y que<br />
daban de mí una imagen muy distinta de la oficial. En ellos se<br />
lee que yo no me habría limitado a rodearme de discípulos<br />
varones, sino que habría también varias mujeres, de las cuales,<br />
una, la María Magdalena citada, sería como prima inter pares,<br />
mi brazo derecho y mi preferida, con la cual aun por encima yo<br />
estaría debidamente casado, pues como buen judío practicante<br />
me correspondía estarlo desde la primera juventud, dado que los<br />
de mi pueblo o nación no veían bien al varón que llegado a la<br />
edad viril no tomaba esposa. No sólo había sido ella mi mujer,<br />
sino que incluso habíamos tenido una hija, aunque esto habría
288<br />
pasado después de mi supuesta muerte, de la que me habría<br />
recuperado por las atenciones y cuidados que ella y otros de mis<br />
devotos seguidores habrían tomado para hacerme revivir y<br />
volver de la tumba. Según esta versión, después de mi<br />
pretendida resurrección habíamos huido los dos a la Provenza, al<br />
sur de Francia, dónde ya embarazada, había parido una niña. En<br />
otro de los evangelios apócrifos o gnósticos, se dice incluso que<br />
yo la besaba; infelizmente en este punto preciso el texto<br />
deteriorado se interrumpe, con lo que el lector aficionado a los<br />
detalles escabrosos se queda con las ganas de saber si se trataba<br />
de un beso apasionado y pecaminoso en potencia, a lo cual han<br />
puesto pronto remedio los modernos traductores e intérpretes<br />
apresurándose a añadir o poner de su cosecha que, naturalmente,<br />
se trataba de un beso en la boca, un beso con lengua, que diría<br />
hoy un escritor atrevido y al día. Y menos mal que como<br />
correspondería a la actualidad feminista más rabiosa no se les<br />
ocurrió decir que la besaba en partes más inconvenientes, cosa<br />
que rotundamente desaprueba y condena mi Iglesia, hasta el<br />
punto de haberse tomado la molestia de dedicar al respecto, en<br />
los penitenciarios o libros en los que se establece la pena que<br />
corresponde a cada pecado, un buen número de páginas. Destacó<br />
a este respecto uno de mis más notables seguidores, obispo<br />
francés de Le Mans, que en su Manual para confesores<br />
establece con todo pormenor el grado de pecado que<br />
corresponde a cada práctica sexual extraordinaria que la<br />
imaginación más desbocada alcance a señalar. Siguiendo con la<br />
Magdalena, mientras mis biógrafos oficiales se limitan a decir<br />
que después de haber resucitado me aparecí a mis discípulos, los<br />
apócrifos cuentan lo que en esas ocasiones les comuniqué.<br />
Como ya dije, apócrifo significa oculto, que no ha de tomarse en<br />
serio y ser tenido por veraz. En ellos María Magdalena aparece<br />
como uno de mis discípulos más destacados. Ella me hace<br />
preguntas acertadas, mientras los demás no acaban de aclararse.<br />
Sólo ella me comprende. En el evangelio de Felipe se dice que
289<br />
la amé y que los discípulos me preguntan por qué la prefiero a<br />
ellos. Según él, nuestra relación era especial, más íntima que la<br />
mía con los demás. Como ya queda dicho, yo la besaba con<br />
ternura añadida. Tal vez fue mi amante, aunque algunos dicen<br />
que dada mi personalidad, las relaciones estrechas con<br />
quienquiera que fuese resultaban dudosas. Yo vivía con un pie<br />
en el otro mundo y a menos que fuese un cínico hipócrita,<br />
ciertas frivolidades mundanas no cuadraban conmigo. Otros son<br />
del parecer de que si yo la besaba, se trataba sin duda de un beso<br />
místico y desprovisto de cualquier connotación carnal, un<br />
símbolo de la aséptica transmisión de la enseñanza divina. El<br />
evangelio citado sigue diciendo que yo le daba lecciones<br />
privadas de mi doctrina y le hacía confidencias en exclusiva<br />
porque ella captaba mis intenciones al vuelo y me entendía poco<br />
menos que sin ociosas palabras. Era mi compañera entrañable y<br />
símbolo de la sabiduría celeste. Asistió a mi ejecución y luego,<br />
muerto yo, no dejó desmoronarse el incipiente movimiento<br />
cristiano y tomó en él un papel protagonista. Las mujeres judías<br />
preparaban para el entierro los cadáveres porque eran algo sucio<br />
y correspondía a ellas disponerlos. Pero cuando la Magdalena<br />
regresa a la tumba, ya no halla en ella mi cuerpo. Corre a los<br />
otros y lo cuenta; mas no la creen y la juzgen histérica; a final de<br />
cuentas era una mujer con fama de endemoniada y demente.<br />
Pedro la acompaña de vuelta y al comprobar que ha dicho la<br />
verdad y no ha mentido, reacciona con rabia y se siente perplejo,<br />
pero el otro discípulo que les llega a la zaga enseguida<br />
comprende y cree en la resurrección. Los dos se van sin mirar a<br />
María. Ahora ella está sola y alguien le pregunta por el motivo<br />
de su patente desconsuelo; lo cree el cuidador de aquellos<br />
parajes y le responde acongojada que se me han llevado, tras lo<br />
cual pronuncio su nombre y ella me ve. Se me acerca, pero le<br />
impido tocarme y le digo que vaya y cuente a los demás que he<br />
vuelto de entre los muertos. Trocada en júbilo la pena anterior,<br />
ella regresa con los demás y se le ocurre la idea de que,
290<br />
resucitado yo, ya no había motivo para renunciar al movimiento<br />
que yo encabezaba, lo que haría de ella un apóstol. Pero nada de<br />
ésto mencionan mis oficiales biógrafos. Otro evangelio gnóstico,<br />
llamado de María Magdalena, comenzando tras mi resurrección,<br />
abunda en lo dicho. Ella era mi brazo derecho y enseñaba mi<br />
doctrina, paría a mis hijos, era la primera en verme cuando yo<br />
dejaba la tumba... Toma entonces las riendas, que los<br />
desalentados discípulos varones parecen haber soltado. Me les<br />
aparezco y los animo a salir a la calle y predicar mis enseñanzas,<br />
pero vacilan temerosos de que les pase lo que a mí, que me<br />
mataron. María Magdalena se adelanta y los tranquiliza<br />
diciéndoles que no debían preocuparse, porque yo había<br />
prometido protegerlos. Adopta un papel dirigente. Pedro la insta<br />
a descubrirles todo lo que dije a ella en exclusiva y ella<br />
consiente. Les dice cómo me ve y lo que en privado me oyó: que<br />
el desarrollo espiritual nunca cesa y que la larga lucha de las<br />
almas siempre en combate con el demonio tampoco termina.<br />
Pero Andrés desconfía e insinúa que ella transmite enseñanzas<br />
distintas a las mías. Pedro levanta la voz y dice indignado si se<br />
suponía que ahora había que escucharla a ella. Nada probaba<br />
que yo le hubiese hablado en privado en lugar de hacerlo con<br />
todos. ¿Acaso yo la prefería a ellos? Mateo la defiende de los<br />
supuestos celos de Pedro, que la ve como alguien que le disputa<br />
el primer puesto. Según este evangelio, su madurez espiritual la<br />
calificaba para el mando; mas para mis evangelistas biógrafos,<br />
no hay otro dirigente que Pedro. La Iglesia primitiva la tuvo por<br />
santa y la veneró como a mí considerándola cofundadora<br />
conmigo del cristianismo, la primera entre mis discípulos, mi<br />
mujer y la madre de mi hijo. Con el tiempo se impusieron los<br />
hombres, que relegaron a las mujeres a un papel secundario en<br />
la Iglesia incipiente. En el siglo VI el papa Gregorio Magno<br />
predicó que los 7 demonios de la Magdalena eran los siete<br />
pecados capitales. Ella era la mujer mala, frente a mi madre, la<br />
mujer buena.
MI ULTIMA CENA<br />
291<br />
Al día siguiente, el primero de la fiesta, los discípulos me<br />
preguntaron dónde celebraríamos la pascua. Les respondí que<br />
fuesen a la ciudad y que en ella se toparían con un hombre que<br />
de un cántaro que llevaba al hombro o bajo el brazo iba<br />
vertiendo agua sobre el suelo; que lo siguieran hasta verlo entrar<br />
en una casa a cuyo amo darían este mensaje: El Maestro te<br />
manda decir que nos muestres la estancia donde celebrará la<br />
pascua con nosotros. Él los llevaría a una sala amplia, en el piso<br />
de arriba, bien provista de mesas y divanes, porque por aquel<br />
entonces era costumbre comer tendido en un diván, y allí<br />
habrían de aderezar lo necesario. Así lo hicieron ellos y<br />
prepararon la celebración.<br />
Todos los años los israelitas celebrábamos de esta<br />
manera el recuerdo de la salida de Egipto, cuando<br />
presuntamente apremiados por Moisés y por orden expresa de<br />
Yahvé, nuestros antepasados no tenían en casa levadura. Por eso<br />
se la llamaba fiesta de los panes ácimos o sin ella.<br />
Sobre esto se ha dicho que en lo precedente aludí al<br />
tránsito de la era de Piscis, que con mi nacimiento yo había<br />
inaugurado, a la de Acuario, que seguiría a la mía, pues como se<br />
sabe se representa por medio de uno que vierte el agua de un<br />
cántaro esta constelación o signo zodiacal.<br />
En lo que sigue diré más al respecto.<br />
Se ha especulado con la situación de la casa en que la<br />
ultima cena habría tenido lugar. Un edificio del monte Sión, tal<br />
vez. Se ha llegado a decir que pertenecía a Juan Marcos, un hijo<br />
mío que presuntamente habría tenido yo con la Magdalena.<br />
Llegada la tarde del día, reunidos ya en el cenáculo o<br />
sala que nuestro anfitrión nos había amablemente prestado, antes<br />
de sentarnos a la mesa y como estaba prescrito nos lavamos las<br />
manos, después de lo cual me ceñí con un lienzo los lomos,
292<br />
llené de agua un barreño y comencé a lavar a mis discípulos uno<br />
por uno los pies y se los secaba con el lienzo citado, con lo cual<br />
de nuevo suscité la repulsa de Simón Pedro, que no quería<br />
dejarse, pues sentía escrúpulos de que yo, el maestro, hiciese<br />
aquello con él, cuando a su entender deberían invertirse los<br />
papeles; mas lo persuadí diciéndole que si de momento no lo<br />
comprendía, lo comprendería más tarde, con lo cual él se prestó<br />
a la ceremonia y me dejó seguir con lo mío. Terminado el<br />
insólito lavatorio, como se lo ha llamado después, me senté con<br />
los doce a la mesa y tras tomar la primera copa preceptiva y<br />
mientras comíamos el cordero pascual les advertí que uno de<br />
ellos me entregaría a los que me buscaban con intención de<br />
matarme, con lo que todos se entristecieron y me preguntaban:<br />
¿Soy yo, señor? Pero los tranquilicé aclarándoles que sería aquel<br />
que a partir de ese instante metiese conmigo el primero la mano<br />
en el plato común, pues de esa manera se solía comer entonces<br />
en mi tierra. O quizá les dije que se trataría de aquel al que yo<br />
estaba a punto de dar un trozo de pan que había mojado en mi<br />
copa, como señaló otro de los evangelistas. Aun consciente de la<br />
contradicción e injusticia que suponía lo que iba a decirles, pues<br />
una y otra vez me había preocupado de hacerles entender que<br />
nada sucede en el bajo mundo que no lo hubiese querido mi<br />
padre Yahvé, añadí : ¡Ay de aquel que me entregará! ¡Mejor le<br />
hubiera sido no haber nacido! Por otro lado, si como mis<br />
seguidores sostienen yo había venido al mundo para redimir a la<br />
gente muriendo traicionado en la cruz, es decir para borrar de<br />
sus almas la mancha del presunto pecado original que Eva, la<br />
primera madre, había cometido concibiendo con placer sexual la<br />
descendencia, era absolutamente necesario que hubiera un<br />
traidor, pues sin él no habría habido redención posible; con lo<br />
cual Judas quedaba reducido al papel de una simple marioneta<br />
en manos de Yahvé, que disponía a su antojo de él, como antes<br />
había dispuesto de Job, si lo que se contaba al respecto era cierto<br />
y no una pura leyenda o relato tenido por piadoso. Pero cómo
293<br />
después habrían de decir los bien pensantes, Dios o Yahvé<br />
escribe derecho con renglones torcidos o también que sus<br />
sagrados designios son inescrutables. Cosa que desde un punto<br />
de vista profano es bien difícil de digerir.<br />
El caso es que entonces Judas me preguntó. ¿Soy yo,<br />
Maestro? A lo que, indiferente al muy plausible sufrimiento<br />
moral que le debía de estar causando todo el asunto, porque a fin<br />
de cuentas era una persona como las demás, y haciendo gala de<br />
una dureza de corazón que no iba bien a la imagen que hasta el<br />
momento presuntamente había dado a los otros, respondí<br />
suficiente: ¡Tú lo has dicho! Y me lavé metafóricamente las<br />
manos. ¡Ahí queda eso! ¡Allá él y sus problemas! En cualquier<br />
caso, el responsable de todo era mi Padre Yahvé. A él la<br />
rendición de las cuentas. También yo no era otra cosa que un<br />
muñeco en sus manos divinas.<br />
Como si nada de extraño hubiera ocurrido y sin que<br />
nadie se hiciera molestas preguntas, que por otra parte hubieran<br />
sido de lo más natural en aquel contexto, proseguimos el ágape.<br />
Según se dice, tomé entonces el pan, lo bendije, lo partí y di a<br />
mis discípulos con estas palabras: Tomad y comed, que este es<br />
mi cuerpo; será entregado por vosotros. Cogí luego el cáliz o<br />
vaso, y como era obligado dadas al Altísimo las gracias, lo<br />
bendije y se lo ofrecí igualmente diciendo: Bebed todos de él;<br />
porque esta es mi sangre que se derramará para redimir los<br />
pecados de todos. Desde este momento no volveré a probar el<br />
fruto de la vid, hasta que de nuevo lo beba con vosotros en el<br />
reino de mi Padre. Haced esto en recuerdo de mí.<br />
Se dice que de este modo instituí la que mi Iglesia había<br />
de llamar sacramento de la eucaristía; la raíz de esta palabra<br />
griega llanamente significa gracias y se llamaba pan agradecido<br />
al pan que se bendecía. Mis seguidores repetirían el ritual de<br />
compartir el pan y el vino. Al principio se reunían una vez por<br />
semana para conmemorar mi muerte y resurrección con una<br />
comida comunitaria en la que tomaban una especie de cena de
294<br />
sobras llevadas por todos. Su significado primitivo era dar<br />
gracias. Se reunían en casas particulares, en el ámbito<br />
doméstico, dominio reservado a la mujer, por lo que las mujeres<br />
la presidían, cosa que no todos aprobaban, de ahí que finalmente<br />
se les prohibiese oficiar en las iglesias, cuando se trasladó de las<br />
casas privadas a los templos la propiciatoria ceremonia.<br />
En cuanto a la cena pascual, era costumbre beber según<br />
el rito cuatro copas; se llamaba copa de la bendición a la tercera,<br />
que se tomaba inmediatamente después de haber comido el<br />
asimismo ritual cordero; se supone que a ella correspondió lo<br />
que antecede.<br />
Una vez sacrificado el cordero siguiendo el método de<br />
purificación prescrito, se lo comía en recuerdo de lo sucedido en<br />
la presunta huida de Egipto de los antepasados. Como en nuestro<br />
Libro sagrado del Éxodo se lee, Moisés había pedido al faraón<br />
que los liberase de la esclavitud en que hasta el momento habían<br />
vivido, dejándolos marchar a dónde bien les pareciese, a lo que<br />
aquel gobernante, nada dispuesto a renunciar así como así a tal<br />
mano de obra extranjera, se había negado. Para convencerlo,<br />
Dios o Yahvé lo había presionado, como ahora se dice,<br />
amenazándolo con diez horrorosas plagas si no accedía a lo que<br />
con tan buenas maneras se le solicitaba. Como él se empecinase<br />
en no atender a razones, Dios le había enviado las plagas<br />
citadas, la última de las cuales y definitiva había sido la de matar<br />
a todos los hijos primogénitos egipcios y todas las primeras crías<br />
de los animales de aquel pueblo rebelde. Para que el ángel del<br />
Señor, como se había llamado al verdugo que en Su nombre<br />
había de llevar a cabo el trabajo sucio, no se equivocara y por<br />
descuido matase también al hijo de algún privilegiado israelita,<br />
Yahvé les había advertido que con la sangre de un cordero<br />
muerto marcaran previamente las jambas y el dintel de la puerta<br />
principal de la casa.<br />
Pues esa noche pasaré por la tierra de Egipto y<br />
mataré en el país a todo primogénito, tanto de hombres
295<br />
cuanto de animales, y haré justicia de todos los dioses ajenos.<br />
Yo, Yahvéh.<br />
(A la hora de mostrar quien era, nuestro dios no<br />
bromeaba).<br />
Así lo habían hecho y de ahí que con la fiesta del cordero<br />
pascual lo conmemorasen.<br />
En tales celebraciones se diluía la bebida, en la<br />
proporción de 2 partes de agua por 1 de vino. Por otro lado, el<br />
que todos compartieran el mismo cáliz, que a lo largo de la mesa<br />
iba pasando de mano en mano, si no de boca en boca, no decía<br />
mucho acerca del concepto de la higiene de aquella gente ha<br />
tiempo ya ida; pero se la ha de disculpar señalando que entre sus<br />
arraigadas costumbres figuraba la de despreciar por impío y<br />
pagano todo lo que oliera a griego, entre ello lo que había<br />
enseñado el médico Asclepio, también llamado Esculapio.<br />
Igualmente habré de decir que no se trataba de una mesa<br />
alargada, tal como pasados los siglos habría de pintarla<br />
Leonardo llamado da Vinci, sino en forma de U, y que no<br />
comíamos sentados a ella, como en occidente hoy se<br />
acostumbra, sino tendidos en cómodos divanes adecuados al<br />
caso, divanes que varios compartían, lo que facilitaba la relajada<br />
y mutua comunicación de los comensales.<br />
Muchos han puesto en duda toda la escena y la<br />
consideran amañada y forjada por los que sobre mí han fundado<br />
su Iglesia. Para empezar, esa gente sostiene que raro era el<br />
convite en que faltaran las mujeres, mucho más si se trataba de<br />
una fiesta religiosa en la que como es lógico había de participar<br />
todo el pueblo, sin ridículas discriminaciones de género, como<br />
ahora se dice; y que el 12, número presunto de los comensales<br />
según la versión oficial, no es otra cosa que una cifra simbólica,<br />
pues 12 fueron los hijos de Jacob, las tribus de Israel, los meses<br />
del año, los signos del zodiaco y un largo etcétera que por no<br />
cansar me tomo la libertad de omitir. Finalmente, alegan los<br />
tales, lo que menos se me hubiera ocurrido en aquella ocasión,
296<br />
era instituir ningún sacramento. A fuer de hombre corriente,<br />
como sin duda lo era, todo esto de los sacramentos, más propio<br />
de teólogos que de gente ordinaria, no me concernía, ni me<br />
pasaba siquiera por la mente nada del género. Pero, insisto, a<br />
posteriori, como con refinamiento se dice, y para hacerla<br />
coincidir con un esquema anterior, se ha trazado de mí una<br />
imagen prefabricada. ¡Al diablo con la verdad! Cómo después<br />
con insufrible insistencia se repetiría, la verdad es sólo relativa y<br />
únicamente depende de quien está en el poder. Infelizmente, no<br />
estoy nada de acuerdo con esta opinión y quizá con razón se me<br />
llamara platónico, aquí se me figura.<br />
JUDAS, EL DISCIPULO TRAIDOR<br />
En el incidente en la casa de Lázaro que arriba he<br />
contado, uno de los más escandalizados había sido mi discípulo<br />
Judas el Iscariote, el tesorero del grupo. Se ha dicho que en ese<br />
mismo momento y hora decidió pasar a la acción y traicionarme.<br />
El episodio de la devota mujer había sido para él la gota que<br />
desbordaba el vaso. Se supone que descontento conmigo, con el<br />
trasnochado pacifismo que se me suponía, como él lo llamaba,<br />
había pensado ya abandonarme y enmendando el error cometido<br />
asociándose conmigo, pasarse como si dijéramos al bando<br />
contrario; antes de que fuera demasiado tarde; antes de que su<br />
pertenencia a mi grupo se hiciera irreversible y no hubiera ya<br />
marcha atrás. Dicho y hecho, se fue a ver a mis enemigos y les<br />
propuso ponerme en sus manos. Tuvo el infortunado desacierto<br />
de mostrarse a una luz desfavorable pidiendo algo a cambio. Los<br />
otros accedieron de muy buena gana, pues les evitaba ponerse en<br />
evidencia si tomaban la iniciativa, y tras aprovecharse de la<br />
situación para sentirse superiores a él y despreciarlo por<br />
ofrecerse a vender al que hasta entonces lealmente había<br />
seguido, le prometieron treinta monedas de plata, suma que para
297<br />
la época algunos han considerado exigua. Era lo que se solía<br />
pagar por un esclavo corriente. Con lo que extrañamente él se<br />
satisfizo, contento de su mundana prudencia que lo había<br />
llevado a no dar algo por nada. Al parecer creyó que su astucia<br />
lo compensaría del mal paso. Pues entre nosotros, la lealtad era<br />
el principio supremo, y traicionarla un deshonor que sólo la<br />
muerte podría limpiar. De ahí que este discípulo después se<br />
suicidara arrepentido, según se asegura.<br />
Una de las versiones optativas de esta última cena<br />
canónica es el relato que figura en el llamado Evangelio de<br />
Judas. Según él, un buen día hallé reunidos a mis discípulos<br />
alrededor de una mesa. Estaban sentados y oraban con ejemplar<br />
devoción. Parecían celebrar juntos una comida sagrada, una<br />
especie de eucaristía. Me les acerqué y me ofrecieron una<br />
oración de acción de gracias por el pan que estaban comiendo,<br />
lo que me hizo reír. Lo hice a carcajadas. Porque creían estar<br />
adorando al dios verdadero. Pero se equivocaban: adoraban al<br />
dios que había creado este mundo, no al dios verdadero. Sólo<br />
Judas lo había entendido. Para los gnósticos, uno de los más<br />
primitivos grupos cristianos de que se tenga noticia, el dios<br />
creador no merecía se lo adorase; sólo el verdadero dios, uno<br />
que jamás comprenderemos, es sagrado. Yo me reía de su falsa<br />
piedad de mis discípulos, pero ellos no lo entendieron así y se<br />
enfadaron conmigo. ¿Por qué os enfadáis? -les pregunté. ¡Que<br />
aquel de vosotros lo bastante fuerte para atreverse, se ponga en<br />
pie y me revele la verdadera persona que oculta en lo íntimo.<br />
¡Somos lo bastante fuertes! -a una me respondieron todos.<br />
Ninguno quiso exponerse ante mí, con la excepción de Judas. Sé<br />
quién eres y de dónde vienes -me dijo ante todos; pero no soy<br />
digno de pronunciar el nombre de quien te ha enviado. Entonces<br />
me le acerqué y le dije al oído: ¡Apártate de los demás y te<br />
contaré los misterios del reino! Es un espacio inmenso y sin<br />
límites que ni siquiera el ojo de ningún ángel ha visto jamás; que<br />
ninguna reflexión del corazón ha llegado nunca a comprender y
298<br />
al que nunca se ha dado nombre. Yo planteaba a mis discípulos<br />
un reto diciéndoles: dejad que el ser perfecto que en lo más<br />
íntimo sois, se manifieste ante mí; el ser espiritual que conoce la<br />
verdad , el que debería conocer a Dios y conocerse. Mis<br />
discípulos se creen capaces de hacer lo que les pido; pero no<br />
pueden. Sólo Judas se alza y se encara conmigo; pero de<br />
acuerdo con las normas de buena crianza entonces vigentes, no<br />
me mira a los ojos. Tiene lo que hay que tener; si bien<br />
espiritualmente fuerte, ante mí se muestra modesto y cortés,<br />
como debe ser. Más adelante, uno de mis evangelistas canónicos<br />
habría de decir que en mi actividad yo me parecía a los maestros<br />
de entonces enseñando una cosa a las multitudes y otra diferente<br />
a los que me eran más próximos. Maestro -me dijo entonces<br />
Judas; en una visión que he tenido, los otros discípulos me<br />
lapidaban. A lo que yo habría respondido: Para todos los demás,<br />
tú serás el apóstol maldito; tal vez alcances el reino de los cielos,<br />
pero te ha de costar muy caro. ¿Qué salgo entonces ganando?<br />
-me respondió. Con su brillo, tu estrella eclipsará a todas las<br />
otras -le dije; serás más grande que cualquiera de ellos. Judas, tú<br />
sacrificarás al hombre en que vivo; tu estrella marca el camino.<br />
De momento, no entendió todo el alcance de lo que oía; sólo<br />
más tarde comprendió que traicionarme no era algo malo, como<br />
en un primer momento podría parecer; sino algo bueno, un acto<br />
de veneración hacia mí, una ofrenda de sí, un acto piadoso.<br />
Según esos gnósticos a los que más arriba me he referido, yo<br />
habría querido revelar a Judas que todos los hombres llevan en<br />
sí una chispa divina a la que es preciso liberar; que yo mismo la<br />
portaba y que era preciso liberarla, y que él no era otra cosa que<br />
el necesario instrumento. Al contrario de lo que los otros<br />
evangelistas habrían de decir para enfatizar mi condición de<br />
salvador del humano género, mi muerte corporal y posterior<br />
resurrección no importaba tanto como la supervivencia de mi<br />
espíritu aunque el cuerpo muriera. Yo tenía que morir para<br />
liberarme de la prisión de mi cuerpo. La verdad es que no estoy
299<br />
muy seguro de preferir a la tenida por ortodoxa, esa<br />
interpretación mística de mí y de mis hechos.<br />
Aquí cabría afirmar que siempre la gente ha visto a Dios<br />
de muchas maneras distintas.<br />
EL SANTO GRIAL<br />
También ha dado mucho que hablar el cáliz o vaso en<br />
que aquella noche famosa yo habría bebido y dado de beber a<br />
mis discípulos. Se lo ha llamado santo Grial y en los siglos<br />
posteriores a mí y con sorprendente denuedo merecedor tal vez<br />
de mejor causa, la cristiandad lo ha buscado por creerlo dotado<br />
de milagrosos poderes. En el siglo XII el francés Chretien de<br />
Troyes escribió un relato, Le conte du Graal, y a partir de ahí<br />
empezó la leyenda. El caballero Percival ve una extraña<br />
procesión en la que figuran una lanza, un grial y un plato. Para<br />
algunos con la lanza se habría traspasado mi costado en la cruz,<br />
en la copa habría recogido José de Arimatea mi sangre cuando<br />
me descolgó del patíbulo y el plato representaría la patena usual<br />
en la eucaristía; para otros el santo Grial sería el cáliz o copa de<br />
nuestra última cena en Jerusalén. No todos han estado de<br />
acuerdo; para ellos la palabra grial –«graal» en inglés medio–<br />
habría resultado de adaptar al francés el término latino<br />
«gradalis», un plato que en diferentes momentos se lleva a la<br />
mesa («gradus»). Al respecto dirían: «Se suele denominar grial<br />
un plato ancho y algo profundo en que habitualmente le gente<br />
acomodada coloca las carnes más caras». En la Baja Edad<br />
Media algún autor lo llamó «San Gréal», lo que derivó en «Sang<br />
Réal», es decir, «sangre real». Según la primera versión, el de<br />
Arimatea recogió mi sangre en el Gólgota, lugar donde se me<br />
crucificó, aunque otra, defendida en los evangelios apócrifos,<br />
indica que la recogió en el propio sepulcro, y que cenamos por<br />
última vez en un lugar de su propiedad. Tras mi resurrección los
300<br />
judíos lo acusaron de haber sustraído de la tumba mi cuerpo y lo<br />
encarcelaron. Se lo encerró en una torre, donde me le aparecí y<br />
tras revelarle el poder milagroso de aquella copa lo instruí en lo<br />
que había de hacer. «Irás a Britania y allí custodiarás el Grial y<br />
después de ti lo custodiarán aquellos que tú designarás». Una<br />
vez liberado y para protegerse de la persecución de sus<br />
enemigos subió a uno de los barcos que poseía y navegó hasta<br />
las costas mediterráneas de Francia, en compañía, entre otros, de<br />
María Magdalena, Marta, la hermana de Lázaro y el mismo<br />
Lázaro, María Salomé (madre de Juan y Santiago), María<br />
Cleofás (madre de Santiago el Menor y Judas Tadeo), un tal<br />
Marcial y una sirvienta egipcia de piel más o menos oscura.<br />
Fueron los primeros en evangelizar la zona. En el año 63, se<br />
trasladó a la ciudad de Glastonbury, en las islas británicas, donde<br />
fundó la primera iglesia consagrada allí a mi madre y adonde<br />
llevó el santo Grial. También se le atribuye el haber trasladado el<br />
sudario con el que en el sepulcro se me cubrió el rostro, el santo<br />
Grial y otras reliquias, desde Jerusalén a varios lugares de la<br />
cuenca mediterránea. Hermano menor de Joaquín, el padre de<br />
mi madre, era por tanto mi tío-abuelo. Muerto mi padre José<br />
llegado yo apenas a la pubertad, el de Arimatea se convirtió en<br />
mi tutor. Era miembro del Sanedrín, el tribunal supremo de los<br />
judíos, y decurión del Imperio Romano, una especie de ministro,<br />
encargado de las explotaciones de plomo y estaño. Un «hombre<br />
rico», un hombre «ilustre»; «persona buena y honrada», «...mi<br />
discípulo, pero clandestino por miedo a las autoridades judías»,<br />
según mis biógrafos oficiales. Habría recogido en el cáliz mi<br />
sangre -como ya queda dicho- y más tarde en Britania, para<br />
mantenerlo a salvo y escondido, nombró a un grupo de<br />
guardianes que se transmitirían a perpetuidad y por vía<br />
hereditaria el singular encargo. Según una tradición diferente, en<br />
Jerusalén los apóstoles lo guardaron y lo usaron en especiales<br />
ocasiones; de allí mi discípulo Pedro lo llevó a Antioquía, y más<br />
tarde a Roma, donde 23 papas lo usaron hasta que el griego
301<br />
Sixto II, cuyo pontificado duró sólo un año, del 257 al 258,<br />
temeroso de los emperadores que entonces perseguían a los<br />
cristianos, lo envió a cargo del joven diácono Lorenzo a las<br />
montañas aragonesas de España. Tras recorrer numerosos<br />
lugares, la cueva de Yesa, San Pedro de Siresa, San Adrián de<br />
Sásabe, San Pedro de la Sede Real de Bailo, la catedral de Jaca<br />
y, hacia 1071, el monasterio de San Juan de la Peña, en 1399 el<br />
rey Martín I se lo llevó al palacio de la Aljafería de Zaragoza,<br />
hasta que 25 años después y para agradecer la ayuda en las<br />
guerras, el rey Alfonso el Magnánimo lo trasladó al palacio real<br />
de Valencia pera terminar donándolo al cabildo de la catedral<br />
que lo ha guardado hasta hoy. En el museo se muestra al curioso<br />
un vaso de calcedonia (piedra semipreciosa) de 7 cm de altura y<br />
9,5 de diámetro (con un pie con asas añadido posteriormente), al<br />
que se ha identificado como otro posible Grial fechado en torno<br />
al cambio de era (siglo I), pero procedente no de Jerusalén, sino<br />
de un taller de Antioquía. Además del de Valencia se reputa<br />
otros varios como los posiblemente auténticos griales de la<br />
última cena: El Cáliz de Antioquía, que según la mística Anna<br />
Katherina Emerich era la armadura que protegía al cáliz<br />
verdadero; la sacra Catina de Génova, un plato hexagonal verde<br />
que se creyó de esmeralda aunque es un cristal verde egipcio,<br />
llevado a Italia tras la primera cruzada; el vaso de Nanteos<br />
encontrado en Glastonbury, al norte de Gales, que puede ser el<br />
que dio origen a la leyenda de Chretien de Troyes; el cáliz de<br />
Ardag encontrado en Irlanda; el caldero de Gundestrup en el<br />
museo nacional de Dinamarca, del siglo II o I a. C; la copa de<br />
Hawstone Park, en manos privadas, llevada a Inglaterra cuando<br />
los visigodos saquearon Roma; y la copa dicha de hierro. Como<br />
se ve, hay donde escoger. Puesto que los textos bíblicos no se<br />
refieren especialmente a él, se lo supone parte de un mito<br />
derivado de leyendas monacales con su contenido alegórico y<br />
las referencias precristianas a recipientes mágicos, como el<br />
cuerno de la abundancia o los calderos de la tradición céltica.
302<br />
Autores posteriores identifican al Grial con la Piedra filosofal de<br />
los alquimistas, mi cabeza, que los templarios habrían<br />
descubierto tras excavar bajo el emplazamiento del templo de<br />
Jerusalén y habrían luego escondido en Escocia o incluso una<br />
alusión velada a mi descendencia habida con la Magdalena. En<br />
apoyo de esta última hipótesis se aduce que la expresión santo<br />
Grial, derivada del francés, saint grial, habría sido corrupción<br />
de sang real, sangre real, y que con ella no se aludía a ningún<br />
cáliz o copa, sino a la sangre de la supuesta hija de mi amante<br />
Magdalena y oculta en la Provenza francesa en los cimientos o<br />
muros de la iglesia de Rennes-le-Chateau. Autores modernos<br />
ven en la imagen del Grial un símbolo de la matriz femenina y<br />
del ciclo menstrual. Sea de ello lo que fuere, a propósito de la<br />
insólita unción en casa de Lázaro a que ya me he referido, se ha<br />
llegado a decir que una especie de cáliz diminuto hallado en la<br />
cripta de Rose-Line, una iglesia escocesa, pudo haber sido el<br />
pomo de esencias en que la extraña mujer había traído el<br />
perfume.<br />
¡Para los gustos se han hecho los colores!<br />
Se supone que bien comidos y bebidos y satisfechos<br />
todos en cuanto al vientre, proseguí hablándoles de lo que iba a<br />
venir. Anteriormente os envié a predicar sin bolsa ni alforjas -les<br />
dije- pero ahora deberéis proveeros de ellas, y quien no tenga<br />
espada habrá de hacerse con una, porque según el profeta, se me<br />
contará entre los delincuentes. Esta noche -añadí- todos os<br />
escandalizaréis de mí, de haberme tratado y conocido;<br />
porque asimismo está escrito: Heriré al pastor y se<br />
dispersarán sus ovejas. Y a nadie en su sano juicio se le<br />
ocurriría desmentir a Isaías, empezando ya por suponer suyas las<br />
palabras que se le atribuye. Mas una vez resucitado, os<br />
precederé yendo a Galilea. Entonces Pedro me dijo: Aunque<br />
todos se avergüencen de ti, nunca me sucederá lo que dices. ¡Ay,<br />
Pedro! Esta misma noche, antes de que el gallo cante, me<br />
negarás tres veces. Pero él me aseguró que aun a riesgo de
303<br />
morir conmigo, no me negaría nunca; y todos dijeron lo mismo.<br />
A propósito de esta que se ha llamado mi última cena se<br />
ha dicho que muy próximo a mí se hallaba mi discípulo Juan, al<br />
que según se suponía yo amaba sobre todos los demás, a tal<br />
extremo que uno de mis evangelistas ha llegado a afirmar que<br />
Juan no veía ningún inconveniente en recostar la cabeza en mi<br />
seno o dejarse caer confiado en mi pecho, cosa que cuadraría<br />
bien en un mimoso niño pequeño y su madre, pero que en la<br />
actualidad no dejaría de extrañar en alguien ya adulto, hasta el<br />
punto de sospechar en él inclinaciones homoeróticas, como hoy<br />
se suele decir. Todo esto ha dado harto que hablar y una de las<br />
soluciones halladas para tratar de paliar la espinosa cuestión ha<br />
sido afirmar que en la tal cena, en el diván contiguo al mío no se<br />
tendía en realidad un varón, sino una joven, bien agraciada por<br />
cierto, faltaría más, que no sería otra que la mismísima María<br />
Magdalena, con la que tantos se han empeñado en emparejarme.<br />
Según esta versión, entre mis discípulos no habría tenido yo<br />
solamente varones, sino también a los del otro sexo, y entre<br />
ellos/ellas ocuparía un lugar destacado la antedicha María, que<br />
además de discípula habría sido mi esposa con todas las de la<br />
ley. Andando el tiempo al parecer habría sido de esta opinión el<br />
pintor Leonardo, al que ya más arriba he citado, que no habría<br />
vacilado en pintar a mi derecha, en un cuadro famoso, a un<br />
personaje de indudables rasgos femeninos, aunque algunos<br />
persisten en sostener que se trataría del Juan aludido. Salgo al<br />
paso de los inclinados a pensar mal diciendo que si bien en el<br />
presente podría escandalizar la actitud y la imagen que algunos<br />
dicen andrógina o sexualmente ambigua de aquel discípulo, era<br />
en mis tiempos de lo más natural y no escandalizaba a<br />
quienquiera que fuese.<br />
Y tras poner remate a la festiva velada cantando el<br />
obligado himno de alabanza a Yahvé, salimos todos al que<br />
llamaban huerto de los olivos.
304<br />
MI PASIÓN Y MUERTE<br />
Llegados al lugar de Getsemaní dije a mis discípulos que<br />
se sentaran y aguardaran mientras yo rezaba una oración. Y<br />
tomando conmigo a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, me<br />
aparté a un lado. Imaginé lo que en las horas siguientes me<br />
esperaba, con lo que sentí entonces grandes congoja y angustia,<br />
de modo que sin poderlo evitar ni dirigirme a nadie en concreto<br />
exclamé pesaroso: Mi alma está triste hasta la muerte;<br />
quedaos aquí y velad conmigo. Mas no me entendieron.<br />
Un poco más adelante, postrado sobre el rostro oré<br />
diciendo: Padre mío, si es posible, aparta de mí este cáliz;<br />
pero no se haga mi voluntad, sino la tuya. Como se ve, me<br />
mostraba hijo respetuoso y obediente. Tal vez recordé entonces<br />
la historia de Isaac y Abraham, cuando aquel padre, al que como<br />
a todos y por sólo el hecho de serlo se suponía amoroso, por<br />
complacer a Yahvé y sin poner objeciones, estaba dispuesto a<br />
matar a su hijo, que para ponerlo más difícil era único y poco<br />
menos que póstumo, pues a la hora de engendrarlo y concebirlo<br />
sus padres ya pertenecían con mucho a la tercera edad. Me<br />
acerqué luego a mis discípulos y los hallé que dormían. ¿Así no<br />
habéis podido velar conmigo ni siquiera una hora? -pregunté<br />
a Pedro. Velad y orad, para no caer en la tentación: el<br />
espíritu es fuerte, pero débil la carne -sentencié comprensivo.<br />
Otra vez me aparté y de nuevo rogué a mi Padre que no me<br />
hiciese pasar por lo que me esperaba, pero ante todo se<br />
cumpliese su voluntad. Conociendo como asiduo y buen lector<br />
de las Escrituras nuestras, como en el pasado se las había<br />
gastado mi Padre cuando alguien le llevaba la contraria y no<br />
hacía al momento lo que él quería, me apresuraba yo a<br />
asegurarle que ante todo quien mandaba era él y sólo él. Por si<br />
acaso, me curaba en salud. Y de nuevo me acerqué a los<br />
dormidos discípulos, que estaban cansados. Una tercera vez oré
305<br />
con las mismas palabras. Regresé luego a ellos y les dije:<br />
Vamos, levantaos; pues ha llegado la hora. Aquí llega el que<br />
ha de entregarme.<br />
Aun no había terminado yo de hablar, cuando Judas se<br />
presentó y con él mucha gente armada de palos y espadas que<br />
los ancianos y los sacerdotes sumos habían enviado a<br />
prenderme, como si temiesen alguna algarada. Judas les había<br />
dicho: ¡Estad atentos! Aquel a quien yo besare, ése es.<br />
¡Prendedlo! Se podría pensar que aquella gente no me había<br />
visto nunca o que en todo caso no habían tenido noticia de mí ni<br />
tampoco formaran parte de los que presuntamente me habían<br />
aclamado el pasado domingo, puesto que necesitaban que<br />
alguien les dijese que era yo el buscado. Judas pues se me<br />
acercó y al tiempo que me besaba -salutación común en oriente-<br />
me espetó traicionero: ¡Salve, Maestro; Yahvé sea contigo!<br />
Tanta desfachatez me amoscó, de modo que me mostré<br />
puntilloso y pese a mi demostrado autodominio y saber de qué<br />
iba la cosa, le dije retórico: Amigo, ¿a qué vienes? Pero él no<br />
replicó. De primera intención, la chusma que lo acompañaba<br />
retrocedió, como si no se atreviera a tocarme, pero pronto<br />
repuestos de su cortedad vergonzosa me echaron mano y me<br />
prendieron.<br />
A uno de los que estaban conmigo, mi discípulo Pedro,<br />
no le cupo el pan en el cuerpo, de modo que decidido<br />
desenvainó la espada cortante y de un tajo rebanó a uno de<br />
aquellos esbirros al que llamaban Malco una oreja; no ha<br />
quedado constancia de si se trataba de la diestra o de la siniestra;<br />
fue fortuna que no fuera a más y con mejor puntería no le<br />
hendiera la testa; mas yo le dije: Envaina el acero, amigo mío;<br />
porque todo aquel que a hierro hiere, a hierro ha de morir.<br />
¿Acaso piensas -proseguí para completar la sentencia- que si<br />
orara ahora a mi Padre, no me enviaría Él doce legiones de<br />
ángeles que me defendieran? Mas en tal caso no se cumplirían<br />
las Escrituras, y conviene que se cumplan. Y dirigiéndome a
306<br />
todos añadí: ¿Como si fuera un ladrón habéis salido con<br />
espadas y palos a prenderme? A diario en el templo me<br />
sentaba con vosotros y os enseñaba, y no me prendisteis. Mas<br />
todo esto ocurre para que se cumpla la predicción de los<br />
profetas.<br />
Ante estas supuestas palabras y como en tantas ocasiones<br />
se dice, se podría pensar que era yo mi peor enemigo y aun<br />
masoquista, puesto que me dejaba maltratar y estaba dispuesto<br />
incluso a morir sólo para no desmentir a unos desconocidos y<br />
encajar en lo que se suponía habían dicho de mí muchos años y<br />
siglos atrás. Pero así lo han querido los que me han divinizado;<br />
ellos habrán sabido por qué. Entonces todos mis discípulos<br />
huyeron y me abandonaron.<br />
No todos, a decir la verdad; porque según el evangelista<br />
Marcos, que lo cuenta al detalle, me seguía envuelto en una<br />
sábana porque estaba en pelota viva, un cierto joven, al que<br />
también se quiso detener; pero él se les zafó y dejando en sus<br />
manos la sábana, huyó tal como su madre lo había traído al<br />
mundo. Era la primavera y la noche no debía de ser<br />
excesivamente fría. Su identidad se desconoce; unos han dicho<br />
se trataba de Lázaro, al que también se la tenían jurada mis<br />
enemigos, porque no podían tolerar que anduviese suelto por ahí<br />
uno que por todas partes iba afirmando que yo lo había<br />
resucitado cuando ya llevaba en la fosa tres días. ¡Era un<br />
escándalo! Otros en cambio aseguran que se trataba de un<br />
Marcos Juan, hijo biológico mío, que habría tenido de la<br />
Magdalena. Como ya he dicho, se me emparejó con la<br />
Magdalena porque dada su condición de pecadora,<br />
gratuitamente se supone de tipo sexual, el asunto resultaba más<br />
morboso que si se me hacía compañero sentimental de una<br />
mujer sencilla, la amiga de siempre que vive puerta por medio<br />
en la casa contigua.<br />
Me llevaron pues preso a Caifás, el sumo sacerdote, con<br />
quien estaban los escribas y los ancianos. Pedro me seguía de
307<br />
lejos, para ver en qué terminaba aquello. Los sacerdotes, los<br />
ancianos y todo el consejo, buscaban de qué acusarme para<br />
condenarme a morir, mas no lo hallaban, hasta que a la postre se<br />
presentaron dos que atestiguaron haberme oído decir que podía<br />
destruir el templo y en tres días reedificarlo. Ni que decir tiene<br />
que yo lo había dicho por modo simbólico, pero ellos aviesos<br />
preferían tomarlo al pie de la letra. ¿No respondes nada? -me<br />
interpeló el pontífice. ¿Niegas lo que estos dicen? No me digné<br />
responder. Él insistió: Te conjuro por el Dios viviente, que nos<br />
digas si eres tú el enviado, Hijo de Dios. Tú lo has dicho- le<br />
confirmé tan campante: y aun hay más; desde ahora veréis sobre<br />
las nubes del cielo, sentado a la derecha del Altísimo, al hijo de<br />
hombre. Entonces el pontífice se rasgó las vestiduras al tiempo<br />
que señalaba a los otros: ¿Qué necesidad hay de testigos? Ha<br />
blasfemado, todos lo hemos oído. ¿Qué os parece? Reo es de<br />
muerte -respondieron ellos. Me escupieron pues en el rostro y<br />
me abofetearon; otros me daban de mojicones y se burlaban<br />
diciendo: Adivina quién te ha golpeado. Ya se sabe, de la<br />
chusma no hay que esperar refinamiento.<br />
Me habían seguido precavidos a cierta distancia Simón<br />
Pedro y otro discípulo que era conocido del sumo sacerdote y<br />
por ello había entrado libremente en el atrio mientras Pedro se<br />
quedaba fuera, a la puerta, mas el otro habló a la portera y ella lo<br />
dejó entrar también. Sin embargo, observándolo con<br />
detenimiento, ella pareció reconocerlo y familiarmente le dijo:<br />
Tú estabas con el galileo, te he visto. Pero él lo negó<br />
enfurruñado: ¡Déjame en paz! ¡No sé de qué me hablas! Salió<br />
luego a la puerta donde otra criada insistió: Este es uno de los<br />
que seguían a Jesús nazareno. De nuevo lo negó él. ¡No conozco<br />
a ese hombre; por mis muertos lo juro! Mas un poco después<br />
llegaron otros y de nuevo afirmaron: No nos equivocamos,<br />
también tú eres de ellos, tu habla galilea te delata. Mas él, terco,<br />
insistió en su negativa. ¡Que no lo conozco, os digo, caramba!<br />
En ese preciso instante cantó el gallo, con lo que Pedro recordó
308<br />
mis palabras: Antes de que cante el gallo, me negarás tres veces.<br />
Se salió pues afuera y lloró compungido.<br />
Tampoco Judas, que me había entregado, lo pasaba<br />
mejor. Viendo que se me condenaba, sintió remordimientos y<br />
arrepentido quiso devolver las treinta piezas de plata que le<br />
habían dado, no sin aclarar que había pecado entregando la<br />
sangre inocente. Mas con olímpico desdén los otros no quisieron<br />
saber nada de sus sentimientos y le contestaron: ¿Qué nos<br />
importa a nosotros? ¡Haberlo visto antes! ¡No nos cuentes tu<br />
vida! Con lo que él angustiado y viendo que se lo trataba con tal<br />
descortesía villana, arrojó al suelo el dinero y se fue, y tras<br />
buscar en el monte cercano un árbol adecuado al asunto,<br />
desesperado se ahorcó. A lo que se ve más prácticos que él, los<br />
sacerdotes no quisieron desperdiciar aquella suma, pues un<br />
denario es siempre un denario y uno con otro forman un talento,<br />
y como más tarde dirigiéndose a su hijo el mismísimo<br />
emperador de Roma habría de sentenciar, cuando en las calles<br />
de la ciudad había hecho instalar urinarios públicos a los que se<br />
accedía pagando una tasa, 'pecunia non olet', que es lo mismo<br />
que decir que el dinero no huele; de modo que sin temor a<br />
mancharse las manos ni falsos remilgos de vieja cobarde, la<br />
recogieron de donde había caído y se justificaron diciendo: No<br />
es lícito echarla en el tesoro, porque es precio de sangre. Mas<br />
con ella bien se podría comprar el que llaman campo del<br />
alfarero, cuya necesidad hace ya mucho tiempo se viene<br />
sintiendo, para enterrar en él a los devotos extranjeros que<br />
habiendo peregrinado a Jerusalén, tengan la desgracia de morir<br />
lejos de casa. Así se lo hizo y campo de sangre se lo ha llamado<br />
hasta hoy. Una vez más y como ya he apuntado, mis seguidores<br />
aprovecharon la ocasión para afirmar que los profetas Jeremías y<br />
Zacarías lo habían previsto cuando presuntamente habían dicho:<br />
Y tomaron las treinta piezas de plata y las dieron para el<br />
campo del alfarero, como me ordenó el Señor -según<br />
Jeremías. Pero no he de insistir en que con toda probabilidad los
309<br />
profetas no pensaban para nada en el futuro y con sus palabras<br />
se refirieron a un muy diferente contexto. En absoluto Jeremías<br />
había hablado de mí, sino de un tal Janamel que quería venderle<br />
un campo que poseía en Anatot. Y en cuanto a Zacarías, todo se<br />
reduciría a una especie de queja que en nombre de Yahvé tenía<br />
de unos pastores el profeta, los cuales -no se sabe si simbólicos<br />
o de carne y hueso- no sólo se habrían negado a escucharlo, sino<br />
que habrían llevado su desfachatez hasta el punto de ofrecerle<br />
30 monedas para hacerlo callar. Lo repito; en lo tocante a la<br />
verdad de lo que dicen, los escrúpulos no quitan el sueño a mis<br />
seguidores.<br />
También en otra de las escrituras sagradas de mis<br />
actuales cristianos, titulada los Hechos de Pedro, se dice que<br />
Judas no se suicidó ahorcándose desesperado, sino que en justo<br />
castigo de su mala acción y tras comprar con aquel dinero<br />
maldito el campo del alfarero, cayó de cabeza y literalmente<br />
reventó, las vísceras se le desparramaron por el suelo y la sangre<br />
lo salpicó por todas partes; de ahí provendría el nombre de<br />
campo de sangre que se dio al lugar. Mas hay quienes<br />
disconformes apuntan en cambio que esa versión nació mucho<br />
más tarde por motivos políticos, cuando los míos queriendo<br />
culpar a los judíos de haber presuntamente causado mi muerte,<br />
se esforzaron en hacer de Judas el malo integral, absoluto,<br />
representante del perverso judío, y contraponerlo a Pedro, el<br />
bueno y jefe supremo de mi Iglesia cristiana.<br />
ME LLEVAN ANTE PI<strong>LA</strong>TOS<br />
Llegó la mañana y de nuevo se reunieron los príncipes de<br />
los sacerdotes y los sabios ancianos para ver de darme muerte y<br />
de una vez acabar conmigo. Me ataron y me llevaron ante<br />
Poncio Pilatos, el procurador romano. Me hicieron entrar en el<br />
pretorio, mientras ellos se quedaban fuera, pues de no hacerlo
310<br />
así corrían el riesgo de contaminarse tratando de cerca a los<br />
gentiles romanos.<br />
Salió pues Pilatos afuera y ante él me acusaron de<br />
soliviantar a la plebe incitándola a negarse a pagar el tributo<br />
debido al César y de proclamarme el esperado Mesías y<br />
aspirante a rey de los judíos. Ahí Pilatos me preguntó si aquello<br />
era cierto y si yo me proponía reinar, como ellos decían. Mi<br />
reino no es de este mundo -le respondí; pues si lo fuera, mis<br />
súbditos impedirían que se me entregase a mis enemigos.<br />
En cuanto un hombre se hace rey, se aparta del resto de<br />
los hombres -pensaba yo para mis adentros; y como si ya<br />
supiese lo que al respecto de la corona de los reyes ingleses con<br />
el tiempo se habría de decir, añadía: difícil es para la cabeza<br />
soportar el peso de la corona.<br />
Por otro lado aunque en un plano menos político<br />
compartía el parecer de aquel caudillo al que habían llamado<br />
Alejandro Magno los griegos antiguos, para quien “los jefes no<br />
deben sentirse superiores a sus subordinados”.<br />
¿Así que eres rey? -insistió Pilatos, enemigo de<br />
complicarse la vida pensando en exceso. No quise engañarlo y le<br />
respondí: Tú lo dices. Lo que se pudiera interpretar como<br />
dando a entender que lo decía él, no yo; yo no entro ni salgo;<br />
allá tú; con lo cual me habría ido como por la tangente y sin<br />
comprometerme. Mas generalmente se ha considerado esa<br />
respuesta una afirmación categórica. Y se sostiene que añadí<br />
haber venido al mundo para dar testimonio de la verdad. A fuer<br />
de romano y persona realista que era, Pilatos se mostró escéptico<br />
y quiso saber qué era la verdad. Desesperanzado lo dejé por<br />
imposible y preferí no aclararlo. Entonces los notables de los<br />
sacerdotes y los más ancianos insistieron en acusarme de que<br />
con mis enseñanzas amotinaba a la gente de Judea y de Galilea y<br />
que era preciso hacer algo al respecto. Tampoco esta vez alegué<br />
nada que los desmintiera, con lo cual Pilatos interpuso: ¿Qué<br />
tienes que decir a esas acusaciones? Mas preferí callar; de
311<br />
manera que el procurador se sentía desconcertado y no sabía qué<br />
partido tomar. Con tal de que yo no amenazase el dominio de<br />
Roma, lo demás no le importaba. Para ver de pasar a otro el<br />
asunto espinoso, preguntó entonces si yo era galileo. Como le<br />
dijeran que sí, pensó que la jurisdicción correspondía a Herodes,<br />
de modo que me envió a él, que por aquellos días y con los<br />
demás también celebraba en Jerusalén la Pascua judía.<br />
Según el procedimiento normal del imperio romano,<br />
habían de juzgar a los acusados las autoridades de su lugar de<br />
residencia. Mas otros sostienen que el juicio se llevaba a cabo<br />
allí donde se había cometido el delito, aunque en casos<br />
especiales se podía enviar el caso a la provincia de origen. Si<br />
Poncio Pilatos no estaba obligado a entregarme a los tribunales<br />
de Antipas, quizá quiso mostrarse obsequioso con él y al mismo<br />
tiempo tratar de evitar el trato directo con las autoridades judías,<br />
que con su trasnochado fanatismo sólo le daban problemas.<br />
Además, si se me enviaba de vuelta, Pilatos podía argüir que si<br />
Antipas no me hallaba culpable de nada grave, con menos razón<br />
me hallaría él, de modo que así evitaba responsabilizarse de mi<br />
ejecución.<br />
Algunos piensan que Herodes Antipas nunca me juzgó.<br />
Dicen que mis seguidores lo inventaron para poder referirse a lo<br />
que en el Salmo 2 de los de David se lee, a saber, que "los reyes<br />
de la Tierra" se oponen al "ungido" del Señor; con lo cual se<br />
reforzaría la opinión de que las autoridades no habían hallado<br />
motivos para condenarme y se me mataba injustamente.<br />
Se me llevó, pues, ante Herodes, que se alegró de verme,<br />
pues había oído hablar de mí y esperaba contemplar algún<br />
milagro. Me abrumó a preguntas, mas como yo no le<br />
respondiera y guardara desdeñoso silencio, herido en su vanidad<br />
me despreció; y para burlarse de mí, permitió que como remedo<br />
de la realeza, sus esbirros me vistieran de rojo púrpura, y me<br />
envió de vuelta a Pilatos.
312<br />
EL FINAL <strong>DE</strong> HERO<strong>DE</strong>S<br />
Agripa, hermano de Herodías y sobrino de Herodes<br />
Antipas, contribuyó a que el sucesor de Tiberio, el nuevo<br />
emperador Caligula, lo destronara. Durante el reinado de<br />
Tiberio y a despecho de sus relaciones con la familia imperial,<br />
Agripa se endeudó y Herodias persuadió a su marido de que le<br />
echara una mano, pero al final se enemistaron y Agripa se fue.<br />
Luego habiéndosele oido decir decir que ya era hora de que<br />
Tiberio muriera y dejara el puesto a Caligula, se lo encarceló;<br />
mas cuando finalmente el año 37 Calígula subió al poder, no<br />
sólo liberó a su amigo, sino que incluso le entregó con el título<br />
de rey la primitiva tetrarquía de Filipo.<br />
Celosa de la fortuna de Agripa y pensando que su marido<br />
tenía tanto o más derecho que él a una corona, Herodías urdió un<br />
plan para que la consiguiera. Lo persuadió a reclamar a Caligula<br />
el título de rey también para sí. Sin embargo al mismo tiempo<br />
Agripa lo acusó de haber conspirado contra Tiberio en el partido<br />
de Sejano, al que el año 31 se había ejecutado, y de conspirar en<br />
aquel mismo momento con Artabano contra el nuevo emperador.<br />
Para probarlo hizo observar a Calígula que Antipas había<br />
almacenado en su palacio las armas suficientes para equipar a<br />
70.000 hombres. Habiendo admitido Herodes Antipas este<br />
último cargo, Calígula decidió dar crédito a la acusación, de<br />
modo que en el verano del año 39 lo despojó de sus bienes y<br />
territorios para entregarlos al que lo había denunciado, y según<br />
el historiador Josefo lo desterró a Lugdunum, la actual Lyón, en<br />
la Galia. Calígula ofreció a Herodías, en atención a su hermano<br />
Agripa, conservar los propios bienes, pero ella rehusó y prefirió<br />
compartir con su marido el destierro.<br />
Antipas murió en el exilio. En el siglo III el historiador<br />
Casio Dion pareció apuntar que Calígula había ordenado<br />
matarlo. Entre mis seguidores y miembros de la cristiandad
313<br />
temprana se hallaban una tal Juana, esposa de uno de los<br />
mayordomos de Antipas, y Manaen, un hermano adoptivo o<br />
compañero de Herodes.<br />
Se lo ha representado como una persona afeminada.<br />
Semejante tradición pudo derivarse del dominio que Herodías<br />
ejerció sobre él y también en que se me atribuyó haberlo<br />
llamado 'zorro, para ser más precisos 'zorra' en femenino., según<br />
el texto griego original.<br />
De nuevo ante él, Pilatos dijo a los sacerdotes y a los<br />
jefes del pueblo que persistían en que se me condenase a muerte:<br />
Acusáis a este hombre, mas yo no lo hallo reo de ningún delito;<br />
ni tampoco lo ha hallado Herodes.<br />
Era costumbre que con ocasión de la fiesta las<br />
autoridades romanas pusiesen en libertad a un preso; y sucedió<br />
que estaba entonces en la cárcel uno bien conocido al que<br />
llamaban Barrabás. Con lo que Pilatos creyó salir del apuro<br />
preguntando a los que me acusaban: ¿A quién queréis que deje<br />
en libertad? ¿A Barrabás o a este Jesús? Porque sabía que se me<br />
acusaba injustamente. Mas ellos a una respondieron: a Barrabás.<br />
Pilatos no se decidía. Sentado en el tribunal se acariciaba<br />
pensativo el mentón cuando su mujer le mandó un recado para<br />
advertirle de que procurara no tener nada que ver en el asunto,<br />
porque había soñado conmigo y había tenido pesadillas.<br />
Los príncipes de los sacerdotes y los ancianos insistieron<br />
en pedir la libertad de Barrabás. Con lo que Pilatos les dijo:<br />
¿Qué haré pues con éste que se dice el enviado? ¡Mátalo!<br />
¡Crucifícalo! -le respondieron. Pues ¿qué mal ha hecho? Mas<br />
ellos vociferaban diciendo que se me crucificase.<br />
Viendo Pilatos que nada adelantaba, que incluso se lo<br />
acusaba de mostrarse negligente en el servicio del emperador y<br />
que el alboroto crecía, se lavó las manos delante de todos, no sin<br />
advertirles que se consideraba inocente de la sangre del justo<br />
que yo era y que declinaba cualquier responsabilidad en lo que<br />
sucediera; mas cada vez más empeñados en salirse con la suya,
314<br />
ellos exclamaron: ¡Caiga su sangre sobre nosotros y sobre<br />
nuestros hijos! Entonces liberó a Barrabás; y tras mandar que se<br />
comenzara azotándome, me entregó para que se me crucificara.<br />
La soldadesca me condujo al pretorio, el palacio que<br />
habitaban y en el que juzgaban las causas los pretores romanos<br />
o los presidentes de las provincias, donde tras desnudarme me<br />
cubrieron con un manto rojo de grana, un paño fino para trajes<br />
de fiesta, aunque el morado, de peor calidad, me pusieron en la<br />
cabeza una corona de espinas, y en la mano, a manera de cetro<br />
ignominioso, una caña vulgar; se arrodillaban luego ante mí y se<br />
burlaban diciendo: ¡Salve, rey de los judíos! Me escupían a la<br />
cara y a fuerza de golpes me hincaban aun más las espinas.<br />
Después de haberme escarnecido a gusto, me despojaron<br />
de aquel manto risible y me devolvieron la ropa que me habían<br />
quitado; luego me cargaron con el travesaño de la cruz y se<br />
pusieron en marcha hacia el lugar donde por costumbre se<br />
ejecutaba a los condenados a muerte. Por el camino, débil tras la<br />
tortura y los malos tratos, me caí tres veces al suelo, con lo que<br />
obligaron a uno que pasaba por allí y se llamaba Simón el<br />
Cireneo, por ser originario del lugar llamado Cirene, a cargar<br />
con el madero y llevarlo por mí un cierto trecho.<br />
Durante el recorrido, me seguía una gran muchedumbre<br />
del pueblo y de mujeres que plañían y se lamentaban. Me volví<br />
pues hacia ellas y reposado les dije: Hijas de Jerusalén, no<br />
lloréis por mí, sino por vosotras y por vuestros hijos; porque<br />
llegará un día en que serán dichosas las estériles y los<br />
vientres que no engendraron y los pechos que no criaron.<br />
También me venía detrás una de las mujeres que en mi vida de<br />
predicador ambulante me acompañaban, que se me acercó y con<br />
un paño me enjugó del rostro el sudor y la sangre que lo cubrían,<br />
y yo recompensé su valor y el insólito acto de compasión y<br />
misericordia dejando impreso en aquel lienzo ordinario mi<br />
atormentada efigie. Según la tradición, después de mi muerte y<br />
como reliquia preciosa se lo conservó en Jerusalén, hasta que en
315<br />
el siglo VIII los seguidores del profeta Mahoma conquistaron la<br />
santa ciudad, momento en el cual y para ponerlo a salvo se lo<br />
fue llevando de un lugar a otro hasta terminar en una iglesia de<br />
Oviedo, una ciudad de la Hispania romana, entonces en poder de<br />
los visigodos; donde desde entonces se lo ha guardado con<br />
singular devoción. Así lo dicen quienes de ello se ocupan. Sin<br />
embargo no todos están de acuerdo en considerarlo el lienzo de<br />
la verónica, como se ha llamado a la mujer que camino del<br />
Gólgota me socorrió, pues creen más bien que se trata del santo<br />
sudario o paño con que en el sepulcro y según la ordenanza<br />
judía de que era preciso recoger con el cuerpo difunto la sangre<br />
derramada, se me habría limpiado la que me cubría el rostro,<br />
porque era preciso que ambos fuesen juntos a la fosa.<br />
Llegamos al fin al monte que llamaban Gólgota, calvario<br />
o lugar de la calavera y allí me clavaron de manos y pies a los<br />
maderos. Se dice que se empleó 3 clavos, porque el número 3<br />
alude a las personas de la trinidad santísima. Ya colgado, sentí<br />
sed y pedí de beber, con lo que los verdugos mojaron en hiel y<br />
vinagre una esponja y me la acercaron a los labios, mas sentí<br />
asco y la rechacé. A mis pies echaron a suertes mis vestiduras; a<br />
la hora de repartirse mi túnica, tuvieron escrúpulo en rasgarla,<br />
porque era de buen tejido y confección, de modo que acordaron<br />
echarla a suertes a ver a quien le tocaba, con lo que una vez más<br />
se cumplía lo escrito en un salmo: Se repartieron mis vestidos,<br />
y sobre mi ropa echaron suertes. Luego, sentados, me<br />
vigilaban. En lo alto de la cruz y para que no cupiese duda al<br />
respecto, supongo, habían puesto en tres idiomas, en hebreo, en<br />
latín y en griego un cartel que decía: ESTE ES JESUS EL REY<br />
<strong>DE</strong> LOS JU<strong>DIOS</strong>, cosa que no gustó a mis acusadores, que<br />
pidieron a Pilatos lo corrigiera y no dijera que yo era rey, sino<br />
que me había creído tal; pero harto ya de ellos, él no quiso<br />
hacerlo. Lo escrito, escrito está -les respondió malhumorado. A<br />
ambos lados de mí habían colgado a dos ladrones. Se llamaban<br />
Dimas y Gestas.
316<br />
Y los que pasaban me injuriaban, meneaban la cabeza y<br />
decían: Tú, que eras capaz de derribar el templo y reedificarlo en<br />
tres días ¡sálvate a ti mismo! Si eres Hijo de Dios ¡baja de la<br />
cruz! También los sacerdotes principales, con los escribas, los<br />
fariseos y los ancianos, se burlaban de mí y decían: Salvó a<br />
otros, pero a sí mismo no se puede salvar; si es el Rey de Israel,<br />
descienda ahora de la cruz y creeremos en Él. Ha dicho que era<br />
hijo de Dios; pues bien, si su Padre lo quiere ¡qué lo salve! Los<br />
dos crucificados a mis flancos me zaherían igualmente.<br />
Uno de ellos, el malo, me insultaba diciendo: si eres el<br />
Mesías, sálvate y sálvanos. Mas el otro lo reconvenía: ¿Ni aun<br />
en el suplicio temes a Dios? Nosotros pagamos el justo precio de<br />
lo que hemos hecho; pero él es inocente. Y volviéndose a mí me<br />
rogó: Acuérdate de mí cuando estés en tu reino. A lo que le<br />
respondí: En verdad te digo que hoy mismo estarás conmigo<br />
en el paraíso.<br />
También se ha dudado de que fueran vulgares<br />
delincuentes y se ha apuntado que tal vez se tratara de<br />
nacionalistas zelotes.<br />
A los pies de la cruz mi madre me veía morir; por eso se<br />
la representa con el corazón a la vista atravesado por siete<br />
puñales; me volví pues a ella y viendo a su lado al discípulo al<br />
que yo amaba especialmente, le dije: Mujer, he ahí a tu hijo; y<br />
luego le dije a él: He ahí a tu madre.<br />
A muchos ha dado que pensar este supuesto episodio,<br />
pues teniendo yo varios hermanos y hermanas, no parecía<br />
natural que en contra de lo que entonces se acostumbraba, no la<br />
encomendase al cuidado de alguno de ellos, en lugar de<br />
entregarla a un extraño.<br />
También se ha especulado a conciencia acerca de quien<br />
pudo haber sido este discípulo al que según se suponía yo amaba<br />
en especial. Para unos se trataba de Juan, el personaje quizá algo<br />
afeminado que en la última cena descansaba sobre mi pecho la<br />
blonda cabeza; para otros, se trataría de Lázaro, al que aún hacía
317<br />
sólo unos días había hecho regresar de entre los muertos cuando<br />
ya se le empezaban a descomponer las blandas carnes, y<br />
finalmente, para unos terceros, del personaje misterioso que<br />
según uno de mis evangelistas canónicos habría asistido<br />
desnudo y envuelto en una sábana a mi detención en el huerto, al<br />
que los esbirros que habían venido a prenderme habían querido<br />
echar mano pero que se les había escabullido tras dejarles en<br />
prenda su escaso atavío.<br />
Desde la hora sexta, las 3 de la tarde, las tinieblas<br />
cubrieron la Tierra. No se veía un burro a tres pasos, como se<br />
suele decir. A la hora de nona, las 6 de la tarde, di una gran voz<br />
diciendo: Eli, Eli, etc. que quiere decir Dios mío, Dios mío,<br />
¿por qué me has desamparado? Y algunos de los que me<br />
oyeron creían que había llamado a Elías. Uno de ellos corrió a<br />
empapar en vinagre una esponja que puso al extremo de una<br />
caña y con ella me dio de beber. Los otros decían: ¡Déjalo!<br />
¡Veamos si viene Elías a librarlo! La canalla es descreída y no<br />
respeta ni lo más sagrado. Mas yo, de nuevo proferí una gran<br />
voz y como es de rigor entregué el espíritu. Es decir, expiré, me<br />
morí, di las últimas.<br />
En ese momento el velo del templo, el que separaba de<br />
los fieles el llamado santo de los santos, se rasgó de arriba abajo,<br />
la tierra tembló y las peñas se hendieron; se abrieron los<br />
sepulcros, y de ellos salieron muchos muertos que se dirigieron<br />
a Jerusalén y se aparecieron a sus seres queridos. Visto el<br />
terremoto y los otros prodigios, el centurión y los que con él me<br />
guardaban se asustaron y entre dientes dijeron: Va a resultar que<br />
verdaderamente hijo de Dios era éste. Y un tanto apartadas<br />
algunas de las mujeres que más me querían y desde Galilea me<br />
habían seguido para servirme, contemplaban mi agonía y mi<br />
muerte. Luego y como más abajo diré, acompañaron a José de<br />
Arimatea en el entierro; entre ellas estaban María Magdalena,<br />
otra María, madre de Jacobo y de José, María de Cleofás, y la<br />
madre de los hijos de Zebedeo.
318<br />
Y como cayese la tarde y urgiese acabar con el asunto<br />
antes de que al anochecer comenzase el sábado, día que según la<br />
ley no podía haber un cadáver pendiente, los judíos pidieron que<br />
se me quebrantase las piernas, para acelerar mi muerte, pero<br />
cuando los soldados se acercaron vieron que ya estaba muerto,<br />
por lo que en lugar de quebrármelas, uno de ellos me atravesó<br />
con una lanza el costado, del que manó una mezcla de sangre y<br />
agua. De nuevo quedaban a salvo las escrituras, pues en el<br />
Éxodo estaba escrito. No se le quebrantará hueso alguno. Y el<br />
profeta Zacarías había añadido: Verán al que traspasaron.<br />
Después de esto, un hombre rico de Arimatea, llamado<br />
José, que también había sido mi discípulo, aunque ocultamente,<br />
por no comprometerse, fue a Pilatos y le pidió mi cuerpo, a lo<br />
que él procurador accedió, tras admirarse de que yo hubiera<br />
muerto tan pronto, porque por lo general los crucificados<br />
tardaban en morir y se sabía de algunos que habían resistido<br />
incluso varios días. Obtenido el protocolario permiso, el de<br />
Arimatea me descolgó de la cruz, unos dicen que sin ayuda de<br />
nadie, porque era hombre robusto, en tanto que según otros lo<br />
habría ayudado un tal Nicodemo, que una noche ocultamente<br />
había escuchado mi doctrina y ahora traía como cien libras de<br />
una mezcla de mirra y áloe, para enterrarme a la manera<br />
acostumbrada; lo hacían a hurtadillas, porque según la ley judía<br />
que figura en el Deuteronomio, Yahvé detestaba a los criminales<br />
crucificados y un criminal convicto no podía ser enterrado al<br />
modo judío; entre los dos me envolvieron en un lienzo o sábana<br />
limpia y con los perfumes me pusieron en un sepulcro nuevo<br />
propiedad del de Arimatea que para lo que pudiera venir lo había<br />
previsor labrado en la peña; lo cerraron luego con una gran losa<br />
de piedra y delante se sentaron María Magdalena, Juana y la otra<br />
María, la de Santiago, que al parecer ignorantes de que<br />
Nicodemo se les había adelantado, se preparaban para<br />
embalsamarme.
JOSÉ <strong>DE</strong> ARIMATEA<br />
319<br />
Acerca de este personaje también hay varias versiones,<br />
desde la que lo considera puramente imaginario pues no se ha<br />
podido descubrir ningún lugar que se llamase Arimatea, hasta la<br />
que ya he dejado apuntada y según la cual era mi tío-abuelo.<br />
Por si esto fuera poco, entre los evangelios apócrifos<br />
figura uno que se le atribuye. En él cuenta a su manera y entre<br />
otras cosas la historia de los dos facinerosos que según se dice<br />
se crucificó conmigo. Veámoslo.<br />
Soy José de Arimatea y pedí a Pilatos el cuerpo de Jesús<br />
para sepultarlo, por eso los judíos, que rechazaron al hijo de<br />
Dios y lo asesinaron, me han encadenado y oprimido; ya habían<br />
encolerizado a su caudillo Moisés que les reprochaba se<br />
mostraran contumaces en su perversidad.<br />
(Esto ya huele a historia forjada, porque es dudoso que el<br />
tal José de Arimatea, caso de haber existido realmente y mi<br />
contemporáneo, me tuviese por hijo de Dios. Así como que<br />
considerara perversos a los judíos convecinos).<br />
Días antes de la pasión del mesías, desde Jericó se<br />
remitió al gobernador Pilato dos ladrones: Gestas, el primero,<br />
asaltaba en los caminos a los viandantes, mataba a algunos de<br />
ellos, desnudaba a otros y tras colgar de los tobillos a las<br />
mujeres les cortaba los pechos; bebía la sangre de los niños; no<br />
temía a Dios; no respetaba las leyes y ya desde sus primeros<br />
años ejecutaba tales acciones malvadas. El segundo se llamaba<br />
Dimas, era galileo y tenía una posada. Robaba a los ricos para<br />
dárselo a los pobres. (Como el Robin Hood posterior, digo yo).<br />
Se parecía a Tobías en que sepultaba a los muertos. Saqueaba las<br />
casas de los judíos y acababa de robar en el templo los libros de<br />
la ley tras haber dejado desnuda a una sacerdotisa.<br />
Caifás se hallaba consternado por el robo en el santuario,<br />
y llamó en su ayuda a su sobrino Judas Iscariote, que no seguía
320<br />
sinceramente a Jesús, pues los perversos judíos lo habían<br />
instigado a unirse a él, no para dejarse convencer por sus<br />
portentos o reconocerlo, sino para que lo entregara a ellos y se lo<br />
pudiera coger en alguna mentira. Diariamente le daban regalos y<br />
un didracma de oro. Tres días antes, les había propuesto acusar<br />
del robo a Jesús, lo que Nicodemo, guardián de las llaves del<br />
templo, había rechazado; mas la sacerdotisa Sara, hija de Caifás,<br />
había exclamado colérica: «Ha dicho que era capaz de destruir<br />
este lugar santo y levantarlo en tres días; es imperdonable».<br />
Puestos todos de acuerdo, detuvieron a Jesús.<br />
Al día siguiente, miércoles, a la hora nona lo llevaron<br />
ante Caifás y le preguntaron por qué había robado la Ley y<br />
ridiculizado las promesas de Moisés y de los profetas». Mas él<br />
no respondió. Y ante toda la asamblea reunida le dijeron: «¿Por<br />
qué quieres deshacer en un instante el santuario que en cuarenta<br />
y seis años levantó Salomón?» Y de nuevo él se calló.<br />
Por la tarde, la turba se disponía a quemar a la hija de<br />
Caifás a la que culpaban de haberse dejado arrebatar los libros<br />
de la Ley, sin los cuales no se sabía cómo celebrar la Pascua.<br />
Pero ella los tranquilizó diciéndoles: «Esperad, mataremos a este<br />
Jesús y encontraremos la Ley, y la santa fiesta se celebrará con<br />
toda solemnidad». Entonces Anás y Caifás dieron a Judas una<br />
buena cantidad de oro para que cumpliera lo prometido y<br />
acusando a Jesús de haber sustraído la Ley, hiciera recaer sobre<br />
él y no sobre la irreprochable doncella el delito». Puestos de<br />
acuerdo, Judas les aconsejó guardar en secreto lo tramado y él<br />
convencería a la gente». Y astutamente dejaron libre a Jesús.<br />
La mañana del jueves, en el santuario Judas dijo al<br />
pueblo: «¿Qué me daréis si os entrego al que se apoderó de la<br />
Ley y robó los Profetas?» «Treinta monedas de oro -le<br />
respondieron». Ignoraban que Judas se refería a Jesús, al que<br />
bastantes tenían por hijo de Dios.<br />
A la hora cuarta y a la hora quinta, Jesús se paseaba en el<br />
atrio. Caída la noche Judas dijo a los judíos: «Dadme una
321<br />
escolta de soldados armados y lo pondré en vuestras manos». Y<br />
mientras iba de camino con la tropa añadió: «Echad mano a<br />
aquel a quien yo besare, pues es el ladrón». Después se acercó a<br />
Jesús y al tiempo que lo besaba lo saludó: «Salve, Maestro». Lo<br />
entregaron luego a Caifás que le preguntó: «¿Por qué has robado<br />
la Ley?» Mas Él se calló. Nicodemo y yo no quisimos ser<br />
cómplices de aquella injusticia y nos apartamos a un lado.<br />
La madrugada del viernes lo entregaron al gobernador<br />
para que lo condenara a morir. Tras interrogarlo, Pilato mandó<br />
que se lo crucificara junto con los ladrones Gestas y Dimas.<br />
Gestas, a la izquierda, gritaba a Jesús: «Muchas cosas<br />
malas he hecho, hasta el punto de que, si hubiera sabido que eras<br />
rey, aun contigo hubiera acabado. ¿Por qué te llamas Hijo de<br />
Dios si no puedes socorrerte en caso de necesidad? Mucho<br />
menos auxiliarás a quien te lo pida. Si eres el Cristo, baja de la<br />
cruz y creeré en ti. Pero no te considero hombre, sino bestia<br />
salvaje que perece conmigo». Y blasfemaba y rechinaba los<br />
dientes, pues el diablo se había apoderado de él.<br />
En cambio a la derecha, Dimas, decía: «Te conozco, ¡oh<br />
Jesucristo!, Hijo de Dios; eres el enviado y los ángeles te<br />
adoran. Perdóname los pecados; en el Juicio no envíes contra mí<br />
los astros, o la luna cuando vayas a juzgar toda la tierra, puesto<br />
que nocturnas fueron mis fechorías; no muevas el sol, que ahora<br />
por ti se oscurece, a fin de que la maldad de mi corazón quede<br />
patente; como ya sabes, no tengo nada que ofrecerte por la<br />
remisión de mis pecados. Mis maldades me matan, pero tú<br />
puedes borrarlas; líbrame, Señor universal, de tu terrible juicio;<br />
no dejes que el enemigo me engulla y se lleve mi alma, como se<br />
llevará la de ese que cuelga a tu izquierda; pues la recoge el<br />
diablo y las carnes le desaparecen. Antes, pues, Señor, de que<br />
entregue la mía, limpia mis pecados, y acuérdate de mí en tu<br />
reino, cuando sobre el trono grande y alto vayas a juzgar a las<br />
doce tribus».<br />
Le respondió Jesús: «Hoy mismo, Dimas, estarás
322<br />
conmigo en el paraíso del que por haber prevaricado y no haber<br />
guardado mis mandamientos, se expulsó a Adán, el primer<br />
hombre creado. Hasta mi segunda venida, cuando baje a juzgar a<br />
los vivos y a los muertos, sólo tú lo habitarás; entonces se<br />
arrojará a las tinieblas exteriores, donde es el llanto y el crujir de<br />
los dientes, a los descendientes de Abraham, de Isaac, de Jacob<br />
y de Moisés que no han confesado mi nombre.». Y añadió:<br />
«Márchate ahora, y a los querubines y a las potestades que<br />
blanden la espada de fuego y lo guardan dirás que hasta que<br />
venga yo de nuevo a juzgar a vivos y muertos, nadie verá el<br />
paraíso, excepto tú al que hoy se crucifica a mi lado y cuyos<br />
pecados lavaré con mi muerte; con cuerpo incorruptible y<br />
engalanado entrarás en él y habitarás allí donde nadie jamás ha<br />
de habitar».<br />
Dicho esto, Jesús entregó el espíritu. Era el viernes a la<br />
hora de nona. Las tinieblas cubrieron la tierra entera y con un<br />
gran temblor de tierra se derrumbó la bóveda del templo.<br />
Entonces pedí a Pilatos el cuerpo de Jesús y lo puse en<br />
un sepulcro nuevo, sin estrenar. Mas no se halló el cadáver del<br />
que estaba a la derecha, mientras el de la izquierda parecía un<br />
dragón.<br />
La tarde del sábado, encolerizados, los judíos me<br />
encarcelaron con los malhechores.<br />
Luego, el primer día de la semana, a la hora quinta, en la<br />
cárcel me visitó Jesús en compañía del que se había crucificado<br />
a su derecha. Una gran luz llenaba el recinto. De pronto las<br />
paredes se alzaron en el aire y pude salir. El ladrón traía una<br />
carta. En camino hacia Galilea; brillaba una luz difícilmente<br />
soportable y el ladrón exhalaba un perfume dulcísimo que<br />
recordaba el paraíso.<br />
La carta decía: «Los querubines y las potestades que a<br />
tus órdenes divinas guardamos el paraíso terrenal, declaramos:<br />
Habiéndose presentado a nosotros el ladrón que a tu lado se<br />
crucificó y ante la señal de la cruz y el resplandor que la
323<br />
envolvía, el fuego de nuestras flamígeras espadas se extinguió,<br />
de modo que el temor nos sobrecogió y nos amedrentamos; pues<br />
oímos al autor del cielo y de la creación entera bajar desde las<br />
nubes a la tierra. Y a coro con nosotros los seres infernales,<br />
dijimos a grandes voces: Santo, Santo, Santo es el que impera en<br />
las alturas».<br />
De pronto Jesús se transfiguró y ya no era lo que antes<br />
había sido, sino luz pura y sólo luz. Los ángeles no dejaban de<br />
atenderlo y conversaban con él. Así pasaron tres días, solos<br />
nosotros tres.<br />
Mediada la fiesta de los Ázimos, cuando aún no<br />
habíamos visto al ladrón ni sabíamos qué había sido de él, el<br />
discípulo Juan preguntó a Jesús: «¿Quién es éste que me<br />
ocultas?». Mas Jesús no respondió. Entonces le rogó diciéndole:<br />
«Señor, siempre me amaste; ¡déjame verlo!» Y él le regañó:<br />
«¿Por qué quieres saber más de la cuenta? ¿Acaso eres obtuso?<br />
¿No notas el perfume paradisíaco que ha inundado el lugar? El<br />
ladrón colgado de la cruz a mi lado ha heredado el paraíso; será<br />
sólo de él hasta que llegue el gran día». «Hazme digno de verlo»<br />
-Juan le suplicó.<br />
Aún no había acabado de hablar y apareció el ladrón. No<br />
guardaba la primitiva apariencia, era como un rey majestuoso al<br />
que engalanaba la cruz. Atónito, Juan cayó al suelo. Y se oyó<br />
decir a muchas voces: «Este es el paraíso que se te prometió;<br />
quien te envió nos ha encargado servirte hasta que llegue el gran<br />
día». El ladrón y yo desaparecimos. Me hallé en mi propia casa<br />
y ya no vi a nadie.<br />
Testigo ocular de lo que aquí queda dicho, lo he escrito<br />
para que todos crean en Jesucristo crucificado, nuestro Señor, y<br />
no sirvan ya a la ley de Moisés, con lo que heredarán la vida<br />
eterna y nos encontraremos en el reino de los cielos. Amén.<br />
Hasta aquí el evangelio de José de Arimatea. Prosigo la<br />
historia.<br />
Igualmente aquel lienzo con el que presuntamente se me
324<br />
amortajó ha dado harto que hablar; se dice que hoy y con el<br />
nombre de sindone o sábana santa se lo conserva en la ciudad<br />
italiana de Turín. De color marfil con unos trazos oscuros, mide<br />
unos 4 metros. Su fama procede de que al parecer y sin que se<br />
sepa cómo, en él ha quedado impresa a tamaño natural la que se<br />
dice mi imagen. Hay quien sostiene que yo, al resucitar, levité<br />
sobre ella y desprendí de mi cuerpo ahora glorioso una especie<br />
de radiación sobrenatural que al igual que la luz impresiona una<br />
placa fotográfica, habría grabado en la tela mis rasgos. Muchos<br />
lo han puesto en duda y con todos los recursos disponibles de la<br />
ciencia han querido comprobar la verdad de lo dicho. El lienzo<br />
parece ser de mi tiempo y lugar, así como todos los residuos<br />
minerales y vegetales que en él se ha hallado, como los de una<br />
especie de cardo llamado Gundelia espinosa, sólo hallado en las<br />
proximidades de Jerusalén; pero dado que entonces no se<br />
conocía el ADN ni por ello se preocupaba nadie de determinarlo<br />
para identificar más tarde a su dueño si era necesario, resulta<br />
imposible decir si los restos de sangre que en la tela aparecen<br />
son míos o de cualquier otro sujeto. En todo caso se ha<br />
descartado que se trate de una simple pintura.<br />
Se cuenta también que un reyezuelo de Edesa, lugar del<br />
Asia Menor no muy distante de Jerusalén, había oído hablar de<br />
mis milagros, y que ignorante de mi muerte me había rogado por<br />
escrito que acudiese a curarlo de una grave enfermedad, con lo<br />
cual mis discípulos determinaron enviarle la sábana doblada en<br />
ocho de modo que sólo quedaba a la vista mi rostro; él se la<br />
había aplicado al suyo doliente y había quedado sano en el acto.<br />
<strong>LA</strong> <strong>LA</strong>NZA <strong>DE</strong> LONGINOS<br />
Contaré ahora la historia de la lanza con que se me<br />
atravesó el costado. El evangelista de turno llama Longinos al<br />
soldado que la empuñaba, y varios siglos después otro escrito lo
325<br />
repite, aunque también se apunta que se le dio ese nombre y no<br />
otro porque era uno de los más comunes en aquella época. El<br />
caso es que aquella lanza se hizo famosa. Para empezar, no más<br />
me había taladrado el costado, cuando a través de ella curé al<br />
indiferente soldado que me la clavó la infección en un ojo que<br />
en aquel preciso momento padecía, con lo que él, espantado,<br />
creyó al instante en mí y más tarde se hizo cristiano. El caso es<br />
que de vuelta a la fortaleza de Jerusalén donde estaba<br />
acantonado con sus camaradas, y sin decir palabra del prodigio<br />
que en las propias carnes acababa de experimentar, entregó la<br />
lanza al armero, pues el arma era propiedad del emperador, que<br />
sólo en usufructo la dejaba a quien la utilizaba. Se trataba de una<br />
lanza corriente, un pilum, formada por un ástil de madera de<br />
unos 2 m de largo en cuyo extremo se encajaba una hoja de<br />
hierro de unos 30 cm. Solía ser un arma arrojadiza, para lanzarla<br />
contra el enemigo a cierta distancia, mas también se la utilizaba<br />
para traspasar con ella el cuerpo adversario. Allí quedó olvidada<br />
de todos, hasta que en el año 66, cuando el emperador Tito<br />
arrasó Jerusalén para acabar con el levantamiento judío contra<br />
Roma, algún cristiano de la incipiente comunidad la ocultó en<br />
un lugar seguro. Nadie volvió a mencionarla hasta que el año<br />
312 la emperatriz Elena, madre del emperador Constantino,<br />
soñó que se la llevaba a Jerusalén -ella vivía por entonces en<br />
Roma, con el marido- y se le decía que removiera la tierra bajo<br />
un templo de Venus levantado por el emperador Adriano en el<br />
mismo Gólgota donde yo había muerto. Una vez despierta y sin<br />
perder tiempo en vanos escrúpulos, se puso en camino y ya en<br />
Jerusalén ordenó demoler el templo pagano, bajo cuyos<br />
cimientos se halló ¡oh, prodigio! una tumba que muy bien<br />
hubiera podido ser la mía. Siguió excavando ilusionada y en otro<br />
lugar de la ciudad dio con tres cruces todavía en buen estado, los<br />
clavos, la corona de espinas con la que se me había vejado y la<br />
lanza con que el soldado Longinos me había atravesado el<br />
costado. Para certificarse de que no se le daba gato por liebre,
326<br />
ordenó traer a un difunto y tenderlo sucesivamente sobre cada<br />
una de las tres cruces. Ante numerosos testigos puesto sobre una<br />
de ellas, el muerto resucitó, con lo que ya no hubo duda: se<br />
trataba de la cruz en que se ma había clavado. De vuelta a Roma<br />
se la llevó consigo; y dejó en Jerusalén la lanza y lo demás.<br />
Con uno de los clavos, Constantino fundió una corona, y<br />
con otro hizo una segunda lanza con la que trazó los límites de<br />
la nueva capital, Constantinopla. Eran reliquias sagradas que<br />
denotaban poder y cuando en el siglo V el imperio romano de<br />
occidente cayó en manos bárbaras, los caudillos, desde Alarico a<br />
Atila, pedían la lanza como condición previa a cualquier<br />
acuerdo de paz; pero los jefes y Papas no entregaron ninguna.<br />
Ambas estuvieron en poder de los emperadores bizantinos hasta<br />
que en el año 614 los persas saquearon Jerusalén. En ese<br />
momento alguien arrancó la hoja de la lanza que allí se<br />
conservaba y huyó a Constantinopla. Cuando en el 670 el<br />
emperador Heraclio reconquistó Jerusalén, devolvió las reliquias<br />
a su lugar en la iglesia del santo sepulcro, excepto la hoja<br />
arrancada. La lanza de Longinos estaba rota, pero su místico<br />
poder no se debilitó. Ahora dos bandos decían poseerla. En<br />
Jerusalén, el asta y el cuello de la lanza original; y en la capital<br />
bizantina la punta rota y la segunda lanza. El año 800 se<br />
proclamó rey del sacro imperio romano a Carlomagno, el Papa<br />
le regaló la lanza de Constantino, llamada de san Mauricio; la<br />
creyó él auténtica y con su poder mágico unificó sus tierras.<br />
Venció a los sajones y en la conquista de Jerusalén la llevó<br />
personalmente. Confiados en ella, los soldados se crecían, pero<br />
un día y mientras cruzaba un arroyo, a Carlomagno se le cayó;<br />
se lo tuvo por un mal presagio y el emperador murió poco<br />
después. Tras su muerte la lanza se convirtió en trofeo de reyes<br />
de toda Europa. A principios del 900 el rey de Inglaterra la<br />
vendió a un conde italiano, que la regaló al rey Rodolfo de<br />
Borgoña, el cual la entregó al rey del sacro imperio, Enrique I, a<br />
cambio de la ciudad de Basilea. A todos sorprendió aquel trato.
327<br />
A su muerte, pasó a su hijo Otón, que en la batalla de Bergen, en<br />
el 939, con ella en la mano derrotó al enemigo. También le<br />
atribuyó la victoria con que el año 955 aplastó a los invasores<br />
húngaros. Regalándoles una copia se ganó la amistad de los<br />
reyes vecinos. La auténtica de Longinos estaba en oriente, pero<br />
la de san Mauricio tenía vida propia; su nieto Otón III la realzó<br />
insertando en ella un supuesto clavo de mi verdadera cruz. De<br />
nuevo los emperadores del sacro imperio vencieron a sus<br />
enemigos y la lanza se convirtió en el símbolo divino del poder<br />
germánico. Federico II se la llevó a Nuremberg. Proliferaron.<br />
Cada vez que en una gran batalla se jugaba el destino de un<br />
imperio europeo, en el bando ganador aparecía una lanza. En el<br />
1095 el emperador de Constantinopla pidió al Papa Urbano II<br />
ayuda militar contra los turcos y comenzaron las Cruzadas. Los<br />
cruzados sitiaron Antioquía; pasaron los meses y la situación<br />
empeoró; un ejército sarraceno se acercaba para obligarlos a<br />
levantar el cerco; en mayo del 1098 un comerciante introdujo en<br />
la ciudad a los cristianos; pero sólo pasaron de sitiadores a<br />
sitiados. Diezmados, hambrientos y cansados se sentían<br />
perdidos cuando un soldado declaró que en sueños se le había<br />
aparecido san Andrés y le había dicho dónde encontrar la lanza<br />
sagrada. En el sótano de la catedral se halló una lanza antigua.<br />
Con ella en la mano, los cruzados atacaron a sus poderosos<br />
enemigos y los vencieron. Atribuyeron el milagro al poder de la<br />
lanza, a la que consideraban auténtica reliquia de mi pasión. Un<br />
año después cayó Jerusalén. Se empezó a discutir su<br />
autenticidad, pero los jefes despreciaron los rumores y la<br />
regalaron al emperador de Constantinopla. Aunque ya poseía la<br />
verdadera, aceptó la nueva. Los cristianos armenios decían tener<br />
otra, y también la consideraban genuina. Finalmente el año 1204<br />
las tres pasaron a poder de Balduino II, que en 1241 las vendió<br />
al rey Luis de Francia, incluída la punta separada de la lanza de<br />
Longinos. En una capilla Luis guardó la punta, mientras el resto<br />
se quedaba en Constantinopla. La de Constantino y la de
328<br />
Antioquía desaparecieron. Cuando en el 1453 los turcos ganaron<br />
la ciudad, cayó en su poder el asta. En el 1492 y a cambio de<br />
ella el Papa Inocencio liberó al hermano del sultán al que tenía<br />
prisionero. Desde entonces estuvo en Roma, en uno de los<br />
cuatro pilares del crucero de la basílica de san Pedro. En el siglo<br />
XIX la lanza de san Mauricio había perdido su antiguo valor<br />
sacro, pero con el nacionalismo y el movimiento romántico se<br />
revalorizó la Historia pasada. En el Parsifal wagneriano, los<br />
caballeros teutones parten en busca del santo Grial; lo hallará<br />
quien posea la lanza sagrada, símbolo del poder del sacro<br />
imperio. Fascinado, Hitler la reclamó para el Reich y en en<br />
Nuremberg la exhibió en actos multitudinarios. Al final de la<br />
guerra un general americano la descubrió y la devolvió al<br />
antiguo palacio imperial de Viena. La copia que Otón el grande<br />
regaló al rey de Polonia está en la catedral de Cracovia. Las de<br />
Constantino y de Antioquía desaparecieron. La de Enmadisium<br />
es propiedad de los armenios y en el vaticano está el asta de la<br />
de Longinos. Durante la revolución francesa la punta se perdió;<br />
pero un emisario del Papa Benedicto XIV había hecho de ella un<br />
dibujo fiel; en el Vaticano se comprobó que encajaba con la otra<br />
parte. Y aquí termina la historia.<br />
MI RESURRECCION<br />
Mientras tanto e ignorantes de todo esto que cuento y<br />
aún por venir, los príncipes de los sacerdotes y los fariseos no<br />
las tenían todas consigo, por lo que visitaron a Pilatos para<br />
advertirle de que yo, cuando aún vivía, había prometido<br />
resucitar a los tres días, por lo que convenía asegurar durante ese<br />
plazo el sepulcro, para evitar que por la noche mis discípulos<br />
robasen mi cuerpo y dijesen luego que había resucitado de entre<br />
los muertos, con lo que el error postrero sería peor que el<br />
primero. En lugar de mandarlos a paseo, Pilatos les dio crédito y
329<br />
les permitió enviar a alguien que proveyese al asunto. Con lo<br />
que ellos sellaron la piedra que cubría la tumba y pusieron una<br />
guardia.<br />
Al día siguiente, la mañana del domingo, apenas rayó el<br />
alba, las tres mujeres citadas acudieron para embalsamarme. En<br />
la ciudad y después de guardar el sábado, como estaba prescrito,<br />
habían preparado algunos perfumes y ungüentos y con ellos<br />
volvían al sepulcro, y mientras caminaban se preguntaban quién<br />
las ayudaría a mover la piedra que lo tapaba. Mas cuando<br />
estaban a punto de llegar de pronto se produjo una gran<br />
conmoción, como un gran terremoto, porque bajado del cielo un<br />
ángel del Señor se les adelantó y tras haber revuelto la piedra se<br />
sentó sobre ella. Su aspecto era como un relámpago y blanco de<br />
nieve el vestido -dijeron de él mis biógrafos. Ante semejante<br />
aparición, los guardas se asustaron y quedaron tendidos en el<br />
suelo como muertos. Con lo que el ángel dijo a las mujeres: No<br />
temáis vosotras; buscáis al crucificado, pero ya no está aquí;<br />
ha resucitado, como dijo. Venid, ved el lugar donde se lo<br />
puso. E id presto a decir a sus discípulos que ha vuelto de<br />
entre los muertos y que se adelanta a Galilea, donde todos lo<br />
veréis. Y con ello, aquellos dos varones desaparecieron. Con<br />
una mezcla de temor y alegría, hicieron ellas como se les había<br />
indicado, volvieron a Jerusalén y contaron a todos lo sucedido.<br />
Mas lo que lo oían se resistían a creerlo.<br />
Entonces Pedro se levantó y seguido de Juan acudió<br />
corriendo al sepulcro; Juan se le adelantó y llegó el primero,<br />
pero no se atrevió a seguir más adelante, en tanto que Pedro,<br />
más audaz y atrevido, entrando en el hueco encontró no sólo los<br />
lienzos con que se me había amortajado, sino también y plegado<br />
aparte, el sudario con que se me había cubierto la cara. Ninguno<br />
de los dos conocían aún la Escritura según la cual yo había de<br />
resucitar de entre los muertos, de modo que mientras Pedro se<br />
sentía perplejo sin saber qué pensar, el otro no lo pensó más y de<br />
golpe creyó. Admirados, volvieron ambos y lo dijeron a los
330<br />
demás.<br />
Esta es sólo una versión del suceso. Según otra, la<br />
mañana del domingo María Magdalena se había adelantado a los<br />
demás y hallando vacío el sepulcro se lamentaba amargamente<br />
pensando que alguien había robado el cadáver, cuando al mirar<br />
dentro de él con más atención vio a don ángeles vestidos de<br />
blanco sentados uno a la cabeza y otro a los pies del lugar en<br />
donde se había puesto mi cuerpo, los cuales le preguntaron por<br />
qué motivo lloraba. A lo que respondiéndoles ella que se me<br />
habían llevado y no sabía dónde se me había puesto, de pronto<br />
sintió tras sí la presencia de alguien y volviéndose me vio, pero<br />
no me reconoció, de modo que le pregunté también yo por qué<br />
lloraba y a quién buscaba. Imaginando ella que le hablaba el<br />
hortelano, me dijo que si me lo había llevado yo, se lo dijera,<br />
para que ella pudiera hacer lo que fuera preciso. Mas yo le dije.<br />
¡María! Con lo que ella de pronto cayó en la cuenta de que se<br />
trataba de mí y quiso abrazarme los pies, cosa que le impedí<br />
diciéndole que no me tocara, porque aún no era llegado el<br />
momento oportuno, y que fuera y dijera a los otros que me<br />
preparaba para subir a dónde mi Padre, su Dios y mi Dios. Lo<br />
que parece un tanto confuso y solemne, pero ha de tenerse en<br />
cuenta que habiendo cumplido la proeza de resucitar, yo ya no<br />
era un cualquiera, sino mucho más, y como es de rigor,<br />
necesitaba darme a respetar. De modo que María Magdalena se<br />
fue a dar la nueva a los discípulos y a contarles que me había<br />
visto y que yo le había hablado.<br />
Aquí se dice que Pedro, celoso de ella y de que yo<br />
pareciera darle un trato más bien de favor, pidió a los demás que<br />
no le hicieran caso y la llamó entrometida y mentirosa.<br />
Todavía encerrados por temor a las represalias de los<br />
sacerdotes del templo, comentaban ellos estas cosas cuando me<br />
les aparecí y les deseé la paz. Sobresaltados creyeron ver a un<br />
espíritu. ¿Por qué os asustáis? -les dije; soy yo; miradme, ¿no<br />
veis los agujeros de mis manos y mis pies? Tocadme, tengo
331<br />
huesos y carne, no soy una aparición. No acababan de creérselo,<br />
de modo que les pregunté si tenían allí algo de comer. Me<br />
ofrecieron un trozo de pescado asado y tomándolo me lo comí.<br />
Luego les recordé haberles dicho que se había de cumplir todo<br />
lo que los profetas, la ley de Moisés y los salmos de David<br />
habían anunciado. Por si no bastara, insistí: Así estaba escrito,<br />
que el Mesías había de padecer y al tercer día resucitar de entre<br />
los muertos; que en su nombre se predicaría la penitencia y el<br />
perdón de los pecados, a todas las naciones, empezando por<br />
Jerusalén. Vosotros me sois testigos. Os envío el Espíritu santo,<br />
que os fortalecerá y dará ánimos, y os capacitará para que todo<br />
el mundo os entienda. Con lo cual se les abrieron la<br />
entendederas y lo comprendieron todo.<br />
En aquella ocasión no estaba con ellos Tomás llamado el<br />
Dídimo o gemelo mellizo, el cual, una vez de vuelta y oído lo<br />
que le decían los otros, no quiso creerlos y aseguró que a menos<br />
que él metiese el dedo en mis llagas, se reservaba la opinión.<br />
Pasados ocho días estaban de nuevo reunidos en el mismo lugar<br />
cuando de nuevo me presenté ante ellos y tras desearles con<br />
obligada cortesía la paz, como estaba mandado, me acerqué a<br />
Tomás y lo invité a poner la mano en los agujeros de la lanza y<br />
los clavos, y a mostrarse fiel y no incrédulo, con lo que él<br />
emocionado me llamó Dios y Señor, a lo que rematé: Porque has<br />
visto, has creído; bienaventurados los que no vieron y sin<br />
embargo creyeron.<br />
Una vez más repetiré el lema del dictador italiano al que<br />
que llamaron Mussolini: Credere, obedire, combattere. También<br />
él tenía en mucho el creer, aunque fuera sin ver.<br />
Aquel mismo día dos de mis discípulos se dirigían a<br />
Emaús, una aldea a unos 30 km de Jerusalén. Mientras<br />
caminaban, comentaban los acontecimientos. Me les aparecí y<br />
marché con ellos, pero no me reconocieron. Les pregunté de qué<br />
hablaban y por qué parecían tristes. Uno de los dos, que se<br />
llamaba Cleofás, me respondió: ¿Eres el único forastero que no
332<br />
se enteró de lo que estos días ha sucedido en la ciudad? ¿Qué ha<br />
sucedido? -le pregunté. Un profeta, Jesús de Nazaret, que hizo<br />
muchos milagros, los sacerdotes lo condenaron a muerte y lo<br />
crucificaron. Nosotros creímos que liberaría a Israel, pero ya han<br />
pasado tres días y nada ha ocurrido. Unas mujeres que lo<br />
acompañaban nos han contado que habiendo ido al sepulcro, no<br />
lo encontraron, y que se les habían aparecido dos ángeles, los<br />
cuales les habían asegurado que Jesús estaba vivo. Otros<br />
discípulos fueron también al sepulcro, y lo hallaron tal como<br />
ellas habían dicho. Entonces les regañé y les afeé la tardanza en<br />
creer a los profetas, según los cuales todo aquello tenía que<br />
pasar forzosamente. Y para remachar el clavo se lo fui<br />
explicando con pelos y señales. Llegados al destino, hice<br />
ademán de dejarlos, mas ellos me instaron a quedarme, alegando<br />
que ya se hacía tarde y valía más buscar posada. Así lo hicimos,<br />
y cuando estábamos ya a la mesa para cenar, tomé el pan, lo<br />
bendije y lo repartí. Entonces me reconocieron, y en ese<br />
momento ya no me dejé ver. Ellos se recriminaban por no haber<br />
caído antes en la cuenta de quién era yo, pese a que les había<br />
explicado una y otra vez las Escrituras. Ni cortos ni perezosos se<br />
levantaron y sin perder un instante regresaron a Jerusalén, donde<br />
hallaron reunidos a los once y a los demás, a los que contaron la<br />
aventura.<br />
Tras esto me les manifesté otra vez a orillas del lago de<br />
Tiberiades. Estaban allí juntos Simón Pedro y Tomás y Nataniel<br />
de Caná y los hijos del Zebedeo y otros dos de los discípulos. En<br />
un momento dado, Simón Pedro les propuso salir a pescar, a lo<br />
que ellos accedieron, mas en toda la noche no consiguieron<br />
pescar nada. Era ya de mañana cuando me presenté en la ribera,<br />
sin que ellos me reconocieran, y les pregunté si tenían a mano<br />
algo que llevarse a la boca. Como me dijeran que no, los invité a<br />
echar de nuevo las redes por el lado de babor de la barca, hecho<br />
lo cual se les llenaron de tal modo las redes que no podían con<br />
ellas. Entonces el discípulo al que yo más amaba ya no tuvo
333<br />
duda y dijo, es el Señor. En oyéndolo Pedro, se lanzó al mar de<br />
la barca y vadeando quiso llegar junto a mí. Lo siguieron los<br />
otros remando, pues estaban junto a la orilla, y una vez en tierra<br />
vieron encendida una hoguera sobre la que un pez se estaba<br />
asando, y al lado una hogaza de pan. Les dije que trajeran los<br />
peces que acababan de coger y los invité a almorzar.<br />
Confundidos lo hicieron y ninguno osaba preguntarme nada,<br />
porque creían y no creían que fuera yo. Repartí con ellos el pan<br />
y el pescado y estando en éstas pregunté a Simón si me amaba él<br />
más que los otros, a lo que se apresuró a decirme que sí.<br />
Apacienta a mis corderos -le retruqué. Por segunda vez y para<br />
asegurarme de nuevo le pregunté si me amaba; a lo que de<br />
nuevo y un tanto sorprendido me respondió que yo ya lo sabía y<br />
que sí, que me amaba; firme en mis trece le volví a preguntar:<br />
Simón, hijo de Juan, ¿me quieres? Esta vez y creyéndose<br />
objeto de una pesada burla me respondió mohíno que yo lo sabía<br />
todo y que sí, que me quería. Apacienta mis ovejas -volví a<br />
retrucarle. Y habiendo dicho ésto, lo invité a seguirme. Mas<br />
dispuesto a hacerlo sin más demora, vio que me seguía aquel<br />
discípulo al que yo más amaba, el mismo que en la cena se había<br />
recostado en mi pecho, por lo que tal vez algo celoso Pedro me<br />
preguntó: Y éste, Señor, ¿quién es? A lo que yo con brusquedad<br />
le dije: ¿Y a ti qué te va o qué te viene? Tú limítate a<br />
seguirme. Y así terminó el incidente. Una vez dicho esto y de<br />
nuevo en Jerusalén, me acompañaron todos hasta un prado<br />
cercano a Betania donde alcé los ojos al cielo y los bendije, tras<br />
lo cual les hablé diciendo: Toda potestad me ha sido dada en<br />
el cielo y en la tierra; por tanto id y adoctrinad a todos los<br />
gentiles bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo y<br />
del espíritu santo; enseñadles que han de guardar todo lo<br />
que os he mandado; siempre sentiréis mi presencia, hasta<br />
que el mundo se acabe. (Esto es una interpolación descarada de<br />
mis seguidores, porque a estas alturas nunca se me hubiera<br />
ocurrido hablar de las 3 Personas de una Trinidad que todavía
334<br />
estaba por inventar, ya que hasta el siglo III por lo menos a<br />
nadie se le había ocurrido ni mencionarla. Hecha esta aclaración,<br />
prosigo).<br />
Estando en éstas, se abrieron de par en par las nubes y<br />
ante ellos fui ascendiendo a los cielos. Asombrados, me<br />
adoraron y regresaron a Jerusalén, dónde no paraban de dar<br />
gracias a Dios.<br />
Dos meses después y como ya era costumbre, estaban<br />
todos en Jerusalén, en el lugar sagrado conocido como el piso de<br />
arriba, la misma sala de mi última cena, mi madre y mis<br />
hermanos reunidos a orar con mis discípulos y cien personas<br />
más. De pronto un gran ruido como un viento fuerte resonó en<br />
toda la casa y sobre ellos aparecieron lenguas de fuego. Todos<br />
quedaron llenos del espíritu santo. Y sin haber ido a la academia<br />
de idiomas Berlitz, comenzaron a hablar en numerosos de ellos.<br />
A partir de este momento no se vuelve a hablar de mi<br />
madre. Hay quien la considera parte de aquella primitiva<br />
comunidad que por primer obispo habría tenido a mi hermano<br />
Santiago, en cuya compañía habría predicado también ella.<br />
Todos vimos como su cuerpo precioso e inmaculado era<br />
transportado al paraíso -se dice en La Asunción de María, un<br />
manuscrito del siglo V. Según una tradición cristiana, mi madre<br />
pasa en Jerusalén lo que le resta de vida y muere 22 años<br />
después de mi ejecución. Se la dice enterrada en una tumba<br />
cercana al monte de los olivos. Según otro relato viaja con mi<br />
discípulo Juan al país que hoy se llama Turquía, a unos 1600<br />
km, y en la antigua Efeso ambos predican mi doctrina hasta su<br />
muerte. Otros creen que fuese cual fuese el lugar de su muerte<br />
mi madre asciende directamente al cielo conservando su forma<br />
física y que por esa razón nunca se ha encontrado sus restos.<br />
Luego, a lo largo de los años, desde el siglo III, se han<br />
testificado más de 80.000 apariciones de mi madre. Hace casi un<br />
siglo, en Fátima, Portugal, para pedir oraciones por Rusia, que<br />
acababa de hacer la revolución comunista. Recientemente, en
335<br />
Bosnia. A finales de junio, en una aldea croata de no más de 250<br />
familias se aparece a 6 niños y les dice que es la reina de la paz.<br />
Y otras poco menos que innumerables y que sería casi imposible<br />
detallar.<br />
Hasta aquí la versión dijéramos 'light', como la Coca<br />
Cola, light, es decir inocua y en nada comprometedora, de mi<br />
vida y persona; pero como sería de esperar hay varias otras,<br />
sobre todo entre los protestantes, rama escindida del<br />
cristianismo original, más laica y mundana, si de tal modo cabe<br />
mirarlo, que la católica. En todo caso más seca y austera que<br />
ella, hasta el punto de tener a orgullo la iconoclastia, pues como<br />
supongo es bien sabido, mi padre divino, Yahvé, comenzó<br />
prohibiendo se lo representase de cualquier forma que fuese, en<br />
pintura o estatua, ya que la familiaridad y proximidad engendran<br />
desprecio. El vulgo respeta a quien huye de él.<br />
NO HE MUERTO EN <strong>LA</strong> CRUZ<br />
Para empezar hay quien dice que no he muerto en la cruz<br />
ni he resucitado, sino que mis seguidores, deseosos de gastar<br />
una broma macabra a quienes querían mi perdición, se las<br />
habrían arreglado para que todo fuese una farsa. Contando con<br />
la complicidad del gobernador romano Poncio Pilatos, que<br />
apenas si podía disimular el desprecio que le merecían los<br />
israelitas de mi tiempo, fanáticos y alborotadores, enemigos del<br />
género humano, como algún autor clásico los había llamado, me<br />
habían dado a beber una poción que por algún tiempo simulaba<br />
la muerte, con el fin de tener razones para bajarme de la cruz<br />
antes de lo que solía ser la costumbre y luego, una vez enterrado<br />
con todas las de la ley, hacerme desaparecer para llevarme a un<br />
lugar seguro y curarme con detenimiento las heridas de la<br />
crucifixión. En el ajo estarían mi amante, la María Magdalena,<br />
Lázaro y sus hermanas, José de Arimatea y Nicodemo, todos
336<br />
ellos en buena posición económica como para comprar a quien<br />
fuera preciso y lo bastante ilustrados como para saber lo que<br />
hacían. Así se explicaría mi aparente desaparición del sepulcro y<br />
más tarde mis sucesivas y espaciadas apariciones a mis<br />
discípulos y demás seguidores. Cosa de lo más conveniente si<br />
se tenía en cuenta que todavía corría peligro, pues de haber<br />
descubierto mis enemigos la cosa, ciertamente se habrían<br />
cuidado muy mucho de dejar que otra vez me les escabullera.<br />
Pues sí; pese a lo mucho que se ha traído y llevado a mi<br />
personaje para hacerlo salvador del género humano, redentor del<br />
presunto pecado de Eva, no han faltado quienes lo han negado<br />
todo empezando por rechazar de plano lo que presuntamente me<br />
haría divino y diferente de los demás, a saber, mi muerte en la<br />
cruz y resurrección subsiguiente.<br />
Mediado el siglo XIX, uno que recorría la India dio con<br />
unos manuscritos en los que figuraba mi estancia en aquel lugar<br />
pasada la fecha en la que se me suponía muerto y resucitado.<br />
Según en ellos se contaba, en Jerusalén yo tenía amigos<br />
poderosos y bien situados, tales como José de Arimatea y<br />
Nicodemo, además de la acomodada familia de Lázaro y María<br />
Magdalena, que es este caso y de ser cierto lo que de ella se<br />
dijom después, habría sido una prostituta de alto standing, una<br />
de la clase dominante, según la terminología actual. Todos ellos<br />
se habrían confabulado para burlar a los sacerdotes y con la<br />
colaboración de Pilatos, que estaría también a mi favor, por no<br />
haberme hallado culpable de nada y dada la antipatía que sentía<br />
por los fanáticos religiosos judíos, me habrían bajado con vida<br />
de la cruz, con raros ungüentos habrían curado mis heridas y<br />
luego habrían facilitado mi huida a Cachemira, donde tras haber<br />
vivido una segunda vida, habría muerto de muerte natural, en<br />
paz y en gracia de Dios, como hoy se suele decir, y se me habría<br />
enterrado en Srinagar, la capital, dónde desde hace 2000 años se<br />
venera mi tumba. Se dice que llegué a Cachemira en busca de<br />
las diez tribus perdidas de Israel.
337<br />
Terminada la que se ha dado en llamar mi pasión, tenía<br />
que abandonar la Palestina, pues de seguro si me dejaba ver, los<br />
sacerdotes persistirían en su empeño de acabar definitivamente<br />
conmigo y si una vez habían fracasado, de seguro no fracasarían<br />
la segunda. No hay que tentar a Dios -se suele decir. Por si la<br />
urgencia de poner tierra por medio para conservar la piel no<br />
fuera suficiente, se me atribuyó la necesidad de rescatar a las<br />
llamadas tribus perdidas de Israel. Como se sabe, Josué, caudillo<br />
israelita, había dividido la tierra prometida de manera que a las<br />
tribus de Judá y Benjamín había correspondido el sur, mientras<br />
las restantes diez ocuparon el norte. Reunificadas por Saúl y de<br />
nuevo divididas después de Salomón, el hijo de David, pasados<br />
los años, el rey asirio Tiglat-pileser y después de él Sargón, se<br />
llevaron cautivos a los judíos del norte, que ya nunca regresaron.<br />
Cautivas del imperio, las diez tribus se fueron desplazando hacia<br />
el este hasta que se establecieron definitivamente en Cachemira.<br />
Allí tenía yo que dirigirme.<br />
Me acompañaba mi madre. Debidamente disfrazados, de<br />
Jerusalén nos dirigimos al oeste, al valle de Josafat, y de allí a<br />
Samaria; finalmente a Nazaret y luego a Tiberiades, de la que<br />
partían las caravanas que iban a Siria, de modo que nos unimos<br />
a una de ellas y tras habernos detenido algún tiempo en el<br />
camino, en un lugar que hoy se llama de mi estancia, y en el que<br />
convertí en discípulos míos a un tal Ananías y a otros varios,<br />
llegamos a Damasco. Del vecino Nisibis me escribió el rey,<br />
enfermo de una grave enfermedad, que me pidió acudiera a<br />
curarlo. En Nisibis vivían todavía algunos de las diez tribus<br />
perdidas, pero si me arriesgaba a acudir, correría peligro, pues<br />
hasta allí llegaba la autoridad de mis perseguidores, de modo<br />
que le prometí enviar en mi lugar a uno de los míos, que haría<br />
igualmente bien el trabajo que se me pedía, y me dispuse a<br />
seguir huyendo. Pasamos por muchos lugares de la ruta llamada<br />
hoy de la seda y a través del Irán, Afganistán, y el actual<br />
Pakistán llegamos por fin a la India. Mi madre no terminó el
338<br />
viaje. Debilitada por las penalidades, murió cerca del actual<br />
Rawalpindi y se la enterró según el rito judío, en dirección Esteoeste,<br />
de cara a Jerusalén. Seguí solo camino de Srinagar y entré<br />
en Cachemira por el valle que aún hoy lleva mi nombre,<br />
Yusmarg, pues Yusu equivale a Jesús. Una vez allí, me dije<br />
profeta, oré muchos días y noches y di tal ejemplo de vida santa<br />
y piadosa que muchos se convirtieron al bien. El rey del lugar<br />
me pidió que condujera por el camino recto a sus súbditos<br />
hindúes. Al parecer dudaba de su propia religión ancestral. No<br />
fue la única ocasión en que tuve trato con reyes. Se cuenta que<br />
cierto día otro rey salió hacia el Himalaya y en el país de los<br />
Hun vio sentado al pie de un monte a un personaje distinguido,<br />
de complexión clara y vestido de blanco, al que se dirigió de<br />
inmediato para preguntarle quien era. El personaje era yo, que<br />
cortésmente me apresuré a presentarme diciéndole que se me<br />
conocía por hijo de Dios y nacido de una virgen. Como es<br />
natural, el rey se sintió confundido, de modo que proseguí<br />
aclarándole que yo era el predicador de la religión de los<br />
Meleacas y seguía principios verdaderos. Quiso él saber más,<br />
por lo que añadí que procedía de un país lejano en el que ya no<br />
se respetaba la verdad y el mal no conocía límites; yo había<br />
aparecido allí como mesías y se me había perseguido y<br />
maltratado, así como a mis seguidores. Me pidió entonces el rey<br />
que lo instruyera también a él, por lo que le recomendé que<br />
enseñara el amor, la verdad y la pureza de corazón; y que llevara<br />
a los hombres a servir a Dios, que ocupa el centro de todo. El<br />
rey quedó complacido y tras venerarme como santo se había<br />
marchado. Otros añaden que tras haberme interrogado acerca de<br />
mi condición, procedencia y doctrina, me dijo que yo necesitaba<br />
algunas mujeres que me cuidasen y mantuviesen limpia mi casa,<br />
que me lavasen la ropa, me hiciesen la comida y así por el estilo;<br />
pero yo la había replicado que me las arreglaba bien solo y que<br />
nadie tenía que trabajar para mí. Mas como él insistiese, al final<br />
acabé accediendo y de una de las idílicas aldeas de aquella
339<br />
región tomé por esposa a una tal Marjan, que me cuidó y dio<br />
hijos. Aún hoy vive allí su descendencia y la mía. Finalmente,<br />
cuando sentí llegada mi hora, llamé junto a mí a mi discípulo<br />
Tomás Dídimo y le encomendé continuar mi obra. En el lugar de<br />
mi muerte debería erigir una tumba. Me tendí luego con la<br />
cabeza dirigida hacia el este y los pies al oeste y expiré. Por el<br />
este nace el sol, símbolo de la resurrección, de la vuelta a la<br />
vida. Mi tumba perdura y se la llama Rozabal, contracción de<br />
Rauza y Bal; son Rauza las tumbas de los profetas.<br />
Ni que decir tiene que esta versión contradice la otra<br />
apuntada según la cual después de mi aparente crucifixión huí<br />
con la Magdalena a la Provenza francesa y allí morí de avanzada<br />
edad tras haber vivido de incógnito la tira de años. Como es<br />
poco menos que de rigor, mi mujer me sobrevivió.<br />
SOY UN GRAN MITO<br />
Pero los autores de Zeitgeist, un reciente documental,<br />
han ido más lejos y no sólo se han limitado a corregir<br />
parcialmente lo que oficialmente se ha dicho de mí, sino que lo<br />
han calificado sin más de copia total y completa de los mitos<br />
religiosos egipcios. Así lo han contado.<br />
Según su relato, desde hace ya más de 10.000 años los<br />
humanos han adorado al sol. Y no sin razón, ya que todas las<br />
mañanas sale y con su luz y disipa las tinieblas y el frío de la<br />
noche y devuelve a sus madrigueras a las fieras nocturnas.<br />
Los antiguos comprendieron que sin él no habría<br />
cosechas y la vida sería imposible. También observaron las<br />
estrellas y las agruparon en las constelaciones, a las que se<br />
personificó en figuras humanas o animales. A lo largo del año<br />
parece que el sol va pasando de una a otra, lo cual se representó<br />
mediante el zodiaco, un círculo de los 12 meses al que dos<br />
trazos en cruz dividen en cuatro partes iguales, las 4 estaciones,
340<br />
y cuyas intersecciones con él son los llamados solsticios y los<br />
equinoccios.<br />
Además de observar el sol y la estrellas los antiguos los<br />
mitificaron. El sol daba la vida, de modo que se lo consideró el<br />
dios creador. También se lo llamó luz del mundo y salvador de<br />
la Humanidad. Las 12 constelaciones eran los lugares que el<br />
dios visitaba.<br />
Hace ahora unos 5000 años, los egipcios lo llamaron<br />
Horus. Él era la luz y tenía un enemigo, Set, que representaba la<br />
oscuridad y la noche. Todas las mañanas Horus vencía a Set,<br />
mientras que por la tarde Set vencía a Horus, y lo mandaba al<br />
mundo subterráneo. De ahí deriva la general contraposición de<br />
la luz contra la oscuridad y el bien contra el mal. Horus había<br />
nacido el 25 de diciembre de la virgen Isis-Meri. Una estrella<br />
proveniente del Este había señalado su nacimiento, y tres reyes<br />
la habían seguido para hallar y adorar al nuevo salvador. A los<br />
12 años fue un niño Maestro, y a los 30, tras haberlo bautizado<br />
un personaje llamado Anup, empezó su ministerio. 12 discípulos<br />
lo acompañaban, hizo milagros, curó a los enfermos y caminó<br />
sobre las aguas. Se le dio nombres diversos, la Verdad, la Luz, el<br />
Hijo de Dios, el buen Pastor, el cordero de Dios y otros. Después<br />
de que un tal Thyphon lo traicionase, se lo crucificó, permaneció<br />
3 días en la sepultura y a continuación resucitó. Otras muchas<br />
culturas lo copiaron. En Frigia, el dios Atis nació de una virgen,<br />
Nana, el 25 de diciembre, se lo crucificó, se lo enterró y después<br />
de 3 días resucitó. En la India, Krisna nació de la virgen Devaki,<br />
una estrella del este anunció su llegada, hizo milagros con sus<br />
discípulos y tras morir resucitó. En Grecia, Diónisos nació de<br />
una virgen el 25 de diciembre, fue un viajero-maestro y<br />
transformó el agua en vino, se lo llamó Rey de Reyes, el Hijo<br />
único de Dios, el alfa y el omega; y tras morir, resucitó. En<br />
Persia, Mitra nació de una virgen el 25 de diciembre, tuvo 12<br />
discípulos e hizo milagros y a su muerte permaneció enterrado 3<br />
días y después resucitó, también se lo llamó la Verdad, la Luz y
341<br />
de otras maneras; se lo veneraba el domingo. Y así<br />
sucesivamente en todo el mundo, la China, el Japón, Birmania,<br />
Siam, Méjico y un largo etcétera.. En todos los lugares se repetía<br />
la historia, el dios nacía de una virgen el 25 de diciembre, lo<br />
seguían 12 discípulos, moría, permanecía 3 días en la tumba y<br />
luego resucitaba.<br />
Tal es mi propia historia. Mi nombre, Jesús el Cristo, que<br />
quiere decir el enviado o mesías, nací de la virgen María el 25<br />
de diciembre, en Belén, una estrella del Este anunció mi<br />
nacimiento, tres reyes la siguieron para hallarme y adorarme, a<br />
los 12 años enseñé en el templo y a los 30 después de hacerme<br />
bautizar por Juan el Bautista empecé mi ministerio. Viajé con 12<br />
discípulos e hice milagros tales como curar a los enfermos,<br />
caminar sobre las aguas y resucitar a los muertos; se me conoció<br />
como Rey de Reyes, Hijo de Dios, Luz del mundo, el Alfa y el<br />
Omega, cordero de Dios y de otras maneras. Judas me vendió<br />
por 30 piezas de plata, se me crucificó, se me enterró y a los 3<br />
días resucité y subí al cielo.<br />
Todo esto refleja lo que pasa en el cielo con el sol y las<br />
estrellas. La estrella más luminosa del cielo nocturno es Sirio,<br />
que el 24 de diciembre se alinea con las tres estrellas más<br />
brillantes del cinturón de Orión, a las que se llama los Tres<br />
Reyes. En esa fecha, Sirio y las tres estrellas acompañantes<br />
apuntan al lugar en que el sol se levanta. Los tres reyes siguen a<br />
la estrella del este para asistir al nacimiento del sol.<br />
La virgen Maria es la constelación Virgo, en latín, virgen.<br />
A veces también se la llama 'la casa del pan' y se la representa<br />
como una doncella con un haz de trigo. La casa del pan y el haz<br />
de trigo aluden a agosto y septiembre, los meses de la<br />
recolección. Además, se traduce literalmente Belén como "casa"<br />
del pan, una referencia a la constelación de Virgo, un lugar en el<br />
cielo, no en la Tierra.<br />
El 25 de diciembre es el solsticio de invierno. En el<br />
hemisferio norte, desde el solsticio de verano, el 24 de junio, al
342<br />
de invierno, el 25 de diciembre, el sol se dirige hacia el sur,<br />
decae, se empequeñece, se enfría, al tiempo que los días se<br />
acortan y la tierra se duerme y no da fruto. Para los antiguos esto<br />
representaba el envejecimiento y la muerte. El 22 de diciembre<br />
el sol se encuentra en el punto más bajo del cielo y durante el<br />
23 y el 24 parece inmóvil en las proximidades de la llamada<br />
Cruz del Sur. Pasado ese intervalo, el 25 de diciembre se alza un<br />
grado hacia el norte, y a partir de ahí los días se alargan, la tierra<br />
se calienta y con la la primavera renace y vuelve a dar fruto. Por<br />
lo tanto se decía: el sol ha muerto en la cruz, estuvo enterrado<br />
tres días y ha vuelto a nacer; ha resucitado. De ahí que yo<br />
comparta con los demás dioses solares la crucifixión, la muerte<br />
durante tres días y la resurrección. Los tres días son el periodo<br />
de transición que precede al cambio de dirección del sol hacia el<br />
norte llevando consigo la primavera y la salvación. Sin embargo,<br />
hasta el equinoccio de primavera o la Pascua no se festejaba la<br />
resurrección, porque en ese momento el sol derrotaba<br />
oficialmente a las fuerzas de la oscuridad y el día se alargaba<br />
hasta durar más que la noche.<br />
En cuanto a mis discípulos, se trataría de las 12<br />
constelaciones que van con el sol. Una y otra vez se repite en la<br />
Biblia el número 12: Las 12 tribus de Israel, los 12 hermanos de<br />
José, los 12 jueces, los 12 grandes patriarcas, los 12 profetas del<br />
antiguo testamento, los 12 reyes y los 12 príncipes.<br />
También en ella hay numerosas referencias a lo que<br />
comúnmente se llama 'Edades'. Esto tiene que ver con la<br />
precesión de los equinoccios. El eje de la Tierra se bambolea y<br />
tarda 25.765 años en dar un giro completo, lo que hace 12<br />
periodos o edades de 2150 años cada una. En tiempos de Moisés<br />
se pasaba de la edad del toro a la del carnero, de Tauro a Aries;<br />
en los míos se pasaba de Aries a Piscis; dos mil años después se<br />
pasará de Piscis a Aquario. De vuelta del Sinaí con las Tablas,<br />
Moisés se enfada porque los israelitas adoran un becerro de oro,<br />
cuando deberían adorar al carnero. Su enfado es tal que hace
343<br />
añicos las Tablas de piedra y ordena a su pueblo que para<br />
purificarse se maten unos a otros. Moisés representa la nueva<br />
Era de Aries, y ante ella todos deben liberarse de la Vieja. De<br />
modo semejante, los israelitas mataban durante la pascua el<br />
cordero, Aries, antes de que yo los condujera a la Era siguiente,<br />
la Era de Piscis o de los dos peces. El pez simboliza el reino del<br />
sol durante la Era de Piscis. A continuación viene la Era de<br />
Acuario, la representa un hombre que vierte el agua de un<br />
cántaro. Después de mí, Piscis, vendrá la Era de Acuario.<br />
El evangelista Mateo mal traducido me hace decir:<br />
"Estaré con vosotros hasta el final de los tiempos". Pero la<br />
palabra que utiliza es "Eón", que significa "Era". "Estaré con<br />
vosotros hasta el fin de la Era", la era de Piscis, que terminará<br />
cuando el sol entre en la Era de Acuario. El concepto de fin de<br />
los tiempos y fin del mundo es una alegoría astrológica mal<br />
interpretada.<br />
Yo sería un plagio del dios-sol egipcio Horus. Hace 3500<br />
años, en los muros del templo de Luxor, se grabó la anunciación,<br />
la concepción inmaculada, el nacimiento y la adoración de<br />
Horus. Primero Thor anuncia a la virgen Isis que concebirá a<br />
Horus, luego Nef, el espíritu sagrado la preña, después nace de<br />
ella el dios y la gente lo adora. Exactamente la historia de mi<br />
concepción milagrosa.<br />
También la historia de Moisés habría sido plagiada. Se<br />
dice que cuando nació y para evitar que el faraón lo matase se lo<br />
puso en un cestillo y se lo abandonó a la deriva en un río. Lo<br />
rescata una hija de reyes que lo cría como un príncipe. Es una<br />
copia del mito de Sargón de Akkad, alrededor del año 2250<br />
antes de esta era. Para evitar el infanticidio se puso en una cesta<br />
al Sargón recién nacido y se la dejó a la deriva en un río. Lo<br />
rescató y salvó Akki, una reina comadrona.<br />
Se supone que Moisés nos dio las leyes, los 10<br />
Mandamientos del Sinaí; pero la idea de que en una montaña un<br />
dios entrega a un profeta las leyes es también muy antigua. En
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una larga lista de dadores míticos de leyes, Moisés es uno más.<br />
En la India, Manu fue el gran donador de la ley. En Creta, en el<br />
monte Dicta, Zeus dio a Minos las leyes sagradas. En Egipto, el<br />
dios escribió en tablas de piedra las leyes y se las dio a Mises.<br />
Manu, Minos, Mises, Moisés. Hasta los 10 Mandamientos<br />
proceden literalmente del hechizo 125 del libro egipcio de los<br />
muertos. Lo que él está escrito como "No he robado" se<br />
convirtió en "No robarás". "No he matado" en el "No matarás".<br />
No he dicho mentiras, en "No mentirás", y así sucesivamente.<br />
La teología judeo-cristiana procede de la religión<br />
egipcia. El bautismo, la vida después de la muerte, el juicio<br />
final, una virgen que da a luz, la muerte y la resurrección, la<br />
crucifixión, el arca de la alianza, la cincuncisión, el salvador del<br />
género humano, la sagrada comunión, el diluvio universal,<br />
nuestra Pascua, la Navidad, la pascua judía, y muchos, muchos<br />
más, todos derivan de las ideas egipcias. Me preceden en mucho<br />
tiempo así como al judaísmo. San Justino, Padre de mi Iglesia,<br />
parecía saberlo cuando dejó escrito que: Si decimos que al<br />
Cristo Jesús, nuestro maestro, se lo engendró sin unión sexual,<br />
se lo crucificó, murió, resucitó y subió a los cielos, repetimos lo<br />
que creen los adoradores de Júpiter. Y también Perseo nació de<br />
una virgen.<br />
Igual que casi todos los mitos religiosos que la<br />
precedieron, la Biblia es un híbrido literario astro-teológico. Ya<br />
en ella se transfiere los atributos de un personaje a otro<br />
diferente. En el Antiguo Testamento José fue un prototipo de mi<br />
persona. Como yo, José nació de un parto milagroso; tenía 12<br />
hermanos, como yo doce discípulos; se lo vendió por 20<br />
monedas de plata, a mí por 30; Judá, hermano de José, propone<br />
se lo venda; Judas propone venderme, José empezó su labor a<br />
los 30 años, yo empecé la mía a los 30 años, los paralelismos<br />
siguen y siguen.<br />
No hay pruebas históricas no bíblicas que apoyen mi<br />
existencia, la de una persona llamada Jesús, hijo de una virgen
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María, que haya viajado con 12 seguidores, sanado a las<br />
personas y todo lo demás. En torno al Mediterráneo vivieron al<br />
mismo tiempo que yo o muy poco después numerosos<br />
historiadores y ni uno me menciona. Con dificultad se cree que<br />
alguien que hizo milagros, resucitó de entre los muertos y a la<br />
vista de todos subió a los cielos, pasara desapercibido. Puede<br />
que yo ni siquiera haya existido. Probablemente la religión<br />
cristiana parodia la adoración del sol, poniendo en su lugar a mi<br />
personaje. No respeta la verdad. No ha sido otra cosa que un<br />
mito, un instrumento político.<br />
Un mito es una idea falsa que mucha gente cree. El mito<br />
religioso es una historia que orienta y conmueve. Importa su<br />
función. Una historia no funcionará a menos que la nación o la<br />
comunidad la crean. El mito religioso es el dispositivo más<br />
poderoso jamás creado y sobre él otros mitos prosperan. La<br />
religión nunca reformará a la gente porque decir religión es<br />
decir esclavitud.<br />
FIN<br />
Acabé de escribir este libro el 29 de febrero de 2009