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LA HISTORIA DE DIOS

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<strong>LA</strong><br />

<strong>HISTORIA</strong><br />

<strong>DE</strong> <strong>DIOS</strong>


AUTOCRÍTICA<br />

<strong>DE</strong> JESÚS <strong>DE</strong><br />

NAZARET<br />

(respuesta al Papa)<br />

por<br />

Cerinto


© 2009, G.N.P. Cerinto. All rights reserved<br />

Primera Edición: junio 2009<br />

I.S.B.N.:<br />

Dep. Leg.:<br />

EDICIONES BUBOK<br />

Impreso en España - Printed in Spain<br />

VG-22-2009 Registro de la Propiedad Intelectual.<br />

(nº de registro 03/2009/285).<br />

Fotomecánica e impresión: Bubok Publishing, S.L.<br />

El autor ha publicado esta obra mediante el sistema de<br />

autopublicación de Bubok Publishing, S.L. para que se la<br />

distribuya y ponga a disposición del público en la<br />

plataforma on–line de esta editorial.<br />

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contenidos de esta obra, ni de su distribución fuera de su<br />

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registrarlo o almacenarlo en un sistema informático, ni<br />

transmitirlo en cualquier forma o a través de cualquier<br />

medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por<br />

grabación o por otros métodos, sin el permiso previo y por<br />

escrito del titular del copyright.


PRÓLOGO<br />

De Jesucristo se ha escrito en abundancia. Primero<br />

los 4 Evangelios canónicos, de Mateo, Marcos, Lucas y<br />

Juan, que la Iglesia acepta, a los que después se han<br />

sumado los apócrifos, que ella rechaza: el de Tomás, el<br />

de José de Arimatea y el de Santiago; el de Felipe, el de<br />

María Magdalena, el de los árabes y otros más. El año<br />

2007, Benedicto XVI publicó su Jesús de Nazaret,<br />

mirada histórica al misterio de Jesús, en el que según<br />

el Papa, Jesús se sabe Dios y no es liberal ni<br />

revolucionario. También el Nobel Saramago había escrito<br />

en 2005 su Evangelio de Jesucristo y sin negar su<br />

divinidad prefería los aspectos humanos. Otros lo<br />

presentaron ya como un alien o extraterrestre que a la<br />

manera de Supermán nacido en otra galaxia baja a la<br />

Tierra, -La Vida de Jesús en Urantia-, ya como un<br />

espíritu que cuenta su vida a un espiritista, -La vida de<br />

Jesús contada por él mismo-, ya como un hombre<br />

corriente aunque extraordinario, La Vida de Jesús, de<br />

Renán, en el siglo XIX puesta en el Índice. Con La<br />

Historia de Dios, autocrítica de Jesús de Nazaret, me<br />

uno yo a la corriente. Me pongo en su piel y a medias<br />

asombrado, a medias divertido comento tanto disparate y<br />

extravagancia que a mi figura se asocia. Ciertamente no<br />

me tengo por Dios ni menos se me ocurre redimir a nadie;<br />

ante todo me veo como un clérigo más, alguien que en<br />

lugar de escoger como profesión una de las corrientes en<br />

su tiempo y entorno prefiere salir a los caminos a predicar<br />

la conducta correcta. Hombre y sólo hombre, y como tal<br />

producto de sus circunstancias. Como con ironía decía<br />

un sujeto irreverente, “dentro de 10.000 años, y ya no<br />

digamos 100.000, de mí, de ése que llaman Jesucristo, no<br />

se acuerda ni Dios”.


INDICE<br />

1.Mis nombres: presentación 1<br />

UN ANGEL <strong>DE</strong>L SEÑOR ME ANUNCIÓ A MI MADRE 3<br />

LOS ÁNGELES Y LOS ARCÁNGELES 9<br />

TODO ACERCA <strong>DE</strong> MI MADRE 13<br />

MI MADRE FUE CONCEBIDA INMACU<strong>LA</strong>DA 16<br />

<strong>LA</strong> INFANCIA <strong>DE</strong> MI MADRE 20<br />

MI PADRE Y MI MADRE SE ENCUENTRAN 26<br />

ASI SE HA VISTO A MI MADRE 30<br />

MI MADRE HACE POLÍTICA 35<br />

MI MADRE ERA BEL<strong>LA</strong> 43<br />

SE PUBLICA MI VIDA 50<br />

MI MADRE FUE SIEMPRE VIRGEN 54<br />

VISITA A SU PRIMA Y ENTONA UN CANTICO 60<br />

<strong>LA</strong>S APARICIONES ERAN COSA COMUN 64<br />

MI PADRE SOSPECHA <strong>DE</strong> MI MADRE 68<br />

HE NACIDO EN BELEN 73<br />

UNOS PASTORES ME ADORAN 80


SE ME CIRCUNCIDA 83<br />

MI SANTO PREPUCIO 86<br />

UNOS MAGOS ME ADORAN 91<br />

HERO<strong>DE</strong>S OR<strong>DE</strong>NA MATARME 96<br />

SE ME PRESENTA EN EL TEMPLO <strong>DE</strong> JERUSALEN 99<br />

MIS AÑOS <strong>DE</strong> NIÑO 102<br />

YO TUVE DOS PADRES 109<br />

MI PADRE CELESTE 116<br />

MI DIA A DIA 119<br />

YO FUI DIFERENTE 129<br />

EL TRABAJO Y YO 134<br />

<strong>LA</strong>S MUJERES Y YO. 139<br />

ME PREPARO PARA <strong>LA</strong> VIDA PUBLICA 143<br />

LOS ZELOTES Y LOS ESENIOS 146<br />

MIS AÑOS OCULTOS 151<br />

MI ESTANCIA EN <strong>LA</strong> INDIA 153<br />

VIAJO A ING<strong>LA</strong>TERRA 157<br />

ME BAUTIZA MI PRIMO 160


ME TIENTA EL DIABLO 165<br />

ME RETIRO A GALILEA 168<br />

ESCOJO A MIS DISCIPULOS 170<br />

<strong>LA</strong>S BODAS <strong>DE</strong> CANÁ 174<br />

2.mi predicación 177<br />

PREDICO Y HAGO MI<strong>LA</strong>GROS 183<br />

HAY QUE TEMER A <strong>DIOS</strong> 194<br />

ALGUNOS <strong>DE</strong> MIS MI<strong>LA</strong>GROS 198<br />

ACERCA <strong>DE</strong> MIS MI<strong>LA</strong>GROS 213<br />

JUAN ME ENVÍA A DOS <strong>DE</strong> SUS DISCÍPULOS 217<br />

ENSEÑO POR PARÁBO<strong>LA</strong>S 223<br />

NO SOY PROFETA EN MI TIERRA 228<br />

ALGO <strong>DE</strong> <strong>HISTORIA</strong> 229<br />

HERO<strong>DE</strong>S Y HERODÍAS 233<br />

SALOME BAI<strong>LA</strong> PARA SU PADRE 236<br />

UN CONSUELO DUDOSO 239<br />

ME TRANSFIGURO 245<br />

MIS MUJERES 256


3.mis bienaventuranzas y parábolas<br />

ENTRO EN JERUSALEN 260<br />

<strong>DE</strong>SCIENDO <strong>DE</strong>L REY DAVID 268<br />

YO Y LOS FARISEOS. MI ANTISEMITISMO 274<br />

ANUNCIO EL APOCALIPSIS. MI SEGUNDA VENIDA 278<br />

UNA MUJER QUE <strong>DE</strong>SPILFARRA 283<br />

<strong>LA</strong> MAGDALENA 286<br />

MI ULTIMA CENA 291<br />

EL DISCIPULO TRAIDOR 296<br />

EL SANTO GRIAL 299<br />

MI PASIÓN Y MUERTE 304<br />

ME LLEVAN ANTE PI<strong>LA</strong>TOS 309<br />

EL FINAL <strong>DE</strong> HERO<strong>DE</strong>S 312<br />

JOSÉ <strong>DE</strong> ARIMATEA 319<br />

<strong>LA</strong> <strong>LA</strong>NZA <strong>DE</strong> LONGINOS 324<br />

MI RESURRECCIÓN 328<br />

NO HE MUERTO EN <strong>LA</strong> CRUZ 335<br />

NO SOY MÁS QUE UN MITO 339


1. MIS NOMBRES<br />

Los teólogos profesan la ciencia que trata de Dios y de<br />

sus atributos; ellos y los que en Roma dicen representarme en la<br />

Tierra, presumen de saber de mí más que ninguno; me llaman<br />

Jesucristo; pero mi nombre verdadero es Jesús, dicho de<br />

Nazaret, el nazareno, el hijo del carpintero, porque carpintero<br />

era mi padre. También se me llama Hijo del Hombre, debido a<br />

que en el Libro de Daniel figura ese misterioso personaje, e hijo<br />

de David, pues se me hace descender de David, antiguo rey de<br />

los judíos.<br />

La palabra Jesucristo ha resultado de la unión de otras<br />

dos, Jesús y Cristo. Según los entendidos, Jesús procede del<br />

hebreo Yesua o Yehosua, nombre muy común cuando nací, y<br />

carente de cualquier particular significado. Pero tras muchas<br />

discusiones y tratando de conciliar mi naturaleza presuntamente<br />

divina con mi condición visiblemente humana, mis seguidores<br />

acordaron traducirlo como 'Yahveh es la salvación', o también<br />

'Dios salva'. Desde el momento mismo de mi entrada a este<br />

mundo, yo tenía que ser un personaje extraordinario; no me<br />

podía llamar como cualquiera.<br />

Quiero decir que comencé siendo simplemente uno de<br />

tantos Yesua como en mi entorno entonces abundaban, pero<br />

después, pasados muchos años de mi presunta muerte en la cruz,<br />

algunos quisieron hacer de mí un dios y en consecuencia me<br />

emparentaron con el único entonces reconocido en aquella<br />

región, Yahvé, lo que llevó a tratar de hallar en un nombre hasta<br />

entonces vulgar alguna señal de parentesco divino, y de ahí la<br />

traducción antes citada.<br />

En la versión más aceptada, mis padres me lo habrían<br />

puesto obedeciendo la indicación del ángel que presuntamente<br />

anunció a mi madre mi venida a la Tierra. Le pondréis de<br />

nombre Jesús, porque dejará sin efecto los pecados de su pueblo<br />

-se dice que literalmente dijo. Mas no todos han estado de<br />

1


2<br />

acuerdo en explicación tan sencilla, y otros han sostenido que el<br />

ángel me llamó Emmanuel, palabra asimismo hebrea que a su<br />

vez significaría 'Dios (o Yahvé) entre nosotros'.<br />

En lo tocante a Cristo, la palabra vendría del griego<br />

Christos, que quiere decir ungido o consagrado; con ella se<br />

habría transcrito el hebreo Mesías, que a su vez significa<br />

enviado, ya que en conclusión todos los que de ello han tratado<br />

se pusieron de acuerdo en que se me habría enviado al mundo<br />

para redimir o salvar a los otros y que para semejante cometido<br />

se me habría consagrado y ungido.<br />

Cuestiones bizantinas, bien se las llamara, aludiendo con<br />

ello a las interminables y acaloradas disputas que pasados de mi<br />

muerte más de 300 años sostenía, preferentemente en Bizancio,<br />

la turba innumerable de los que con respecto a mí se afanaban<br />

en poner sobre las íes los correspondientes puntos. ¡Qué vano<br />

emprendimiento! ¡Vanidad de vanidades y todo vanidad! -con<br />

justicia había exclamado mucho tiempo atrás según se decía, el<br />

autor del libro llamado Eclesiastés, algún provecto anciano, sin<br />

duda; porque entonces como ahora fuera difícil hallar en un<br />

joven tanto desencanto y decepción con la vida. Infelizmente la<br />

sabiduría y acertada comprensión de las cosas sigue siendo cosa<br />

de la edad avanzada.<br />

La palabra Mesías era muy querida de los israelitas, o<br />

pueblo llamado de Israel, al que yo mismo pertenecía, porque<br />

según los profetas, cronistas de aquel tiempo y las gentes<br />

aquellas, la nación, su nación, había perdido su histórico y<br />

pretérito esplendor y en lugar de dominar ella a las otras, como<br />

según se suponía había ocurrido hacía siglos, ahora, cuando yo<br />

nací, era carne de conquistador; de modo que generalmente se<br />

esperaba y anhelaba la llegada de alguien que les devolviera<br />

triunfante la gloria de antaño.<br />

He dicho carpintero a mi padre. Cuando aquí me refiero<br />

a él, mi padre, quiero decir el hombre llamado José, mi padre<br />

oficial o padre ante la ley, ya que las gentes a que arriba he


aludido y me han divinizado, afirman que mi padre verdadero es<br />

Dios y que José fue tan sólo padre putativo o padre pro-forma,<br />

padre de cara a los demás.<br />

A partir de ahora, refiriéndome a este Dios con<br />

mayúscula, daré a entender el Dios Padre de mis seguidores, la<br />

primera persona de la que llaman santísima Trinidad, que no es<br />

otro que el antiguo Yahveh o Jehová, al que antes de que yo<br />

naciera adoraban como ser supremo y único en su especie los<br />

israelitas. Lo llamaron Dios los cristianos, es decir, aquellos que<br />

dicen seguir mis supuestas enseñanzas y son valedores de mi<br />

presunta substancia divina. Pero si se me permite la tal vez<br />

pedante abstracción, en buena filosofía no habría otro Dios que<br />

mereciese tal nombre que la innominada potencia que anima el<br />

universo, por no decir el universo mismo, a la que a veces y en<br />

consecuencia llamaré Realidad, Trascendencia o Ser<br />

trascendente. Un Dios general y único para toda la humana<br />

especie, un Dios de todo lo existente, de ninguna manera un dios<br />

de un pueblo, nación o sociedad en exclusiva.<br />

UN ANGEL <strong>DE</strong>L SEÑOR ME ANUNCIA A MI MADRE<br />

Lo de que mi padre verdadero es este Dios al que aludo,<br />

este Yahvé o Jehová, deriva, entre otras cosas, de un hecho<br />

singular según han dicho los míos ocurrido a mi madre. Al<br />

parecer, un día estaba ella a solas en la casa que compartía con<br />

el marido legal, mi padre José, quizá absorta en algún ensueño<br />

juvenil, se me ocurre pensar, porque al fin y al cabo era apenas<br />

núbil y todavía adolescente -aunque otros dicen que sentada en<br />

un poyo o escabel hilaba para el Templo de Jerusalén la púrpura<br />

de que los sacerdotes de él la habrían encargado- cuando de<br />

pronto, súbitamente, sin anunciarse antes ni cosa parecida, se le<br />

apareció un ser de sexo ambiguo y edad indefinida que sin<br />

andarse por las ramas ni perder tiempo en palabras ociosas, le<br />

3


4<br />

habría entrado directamente de este modo: Dios te salve, llena<br />

eres de gracia, el Señor es contigo.<br />

Digo que le habría entrado por emplear la expresión<br />

actualmente de moda.<br />

Vestía aquel raro personaje rica túnica de seda estampada<br />

en colores vivos que le llegaba a los talones, y le enmarcaban la<br />

cabeza de clásico perfil puro caucásico, es decir ario, ni asiático<br />

ni mucho menos negro, rizos largos bermejos cual las barbas del<br />

maíz ya granado.<br />

Como fácilmente se entiende, cogida así de improviso mi<br />

madre se había turbado, lo que viene a decir que por un<br />

momento había perdido la ordinaria compostura y dominio de sí<br />

con que, pese a sus aún verdes años, algunos de los que hablan<br />

de ella gustan de caracterizarla, por lo que aquella aparición se<br />

había apresurado a tranquilizarla añadiendo: No temas, María,<br />

pues hallaste gracia a los ojos de Dios. He aquí que<br />

concebirás en tu seno y darás a luz a un hijo, a quien<br />

pondrás por nombre Jesús. Y como si no bastara lo dicho<br />

habría apostillado: Será grande y se lo llamará hijo del<br />

Altísimo; el Señor Dios le dará el trono de su padre David y<br />

reinará eternamente sobre la casa de Jacob, con lo que su<br />

reinado no habrá fin.<br />

Habiendo dicho que aquel hijo cuya venida entonces<br />

anunciaba reinaría eternamente, pudo el mensajero haberse<br />

ahorrado lo de que el reinado no tendría fin, pues una cosa viene<br />

a ser lo mismo que la otra y nada añade la segunda a lo que la<br />

primera había dado a entender; pero quizá y tenida cuenta de<br />

que ante todo importaba el mensaje y no la forma o molde en<br />

que se lo vertía, no paró mientes en la redundancia o como<br />

quiera que los modernos llamen a semejante modo de hablar.<br />

Se dice metafóricamente que se me dará el trono de mi<br />

padre David porque al parecer por línea directa mi madre<br />

descendía de este rey del antiguo Israel, ya que era una de las<br />

vírgenes que en el templo asistían y sólo a las sacerdotisas


entroncadas con la tribu levítica se permitía desempeñar tal<br />

papel. Se la llamaba tribu levítica porque sus miembros<br />

descendían de Leví, uno de los hijos del patriarca Jacob, aquel<br />

que tuvo un hermano llamado Esaú, hijos ambos de Isaac, que a<br />

su vez lo era de Abraham, presunto fundador del linaje israelita.<br />

Aunque se piensa que probablemente también mi padre José<br />

descendía de él, de aquel rey David, entonces la linea materna<br />

contaba más que la paterna. Eran resabios todavía persistentes<br />

del matriarcado de antaño. Y digo que se lo dice<br />

metafóricamente -lo de darme el trono de mi padre David-<br />

porque nadie ha querido responsabilizarse de entender al pie de<br />

la letra la cosa.<br />

Efectivamente, ha habido quienes molestos de que se<br />

quisiera hacer intervenir en mi venida a este mundo cualquier<br />

instancia sobrenatural y al mismo tiempo reacios a aceptar que<br />

yo fuese hijo de uno de tantos, como el carpintero José, han<br />

tratado de salvar a medias los dos puntos de vista, el que yo<br />

fuese hijo humano y al mismo tiempo de sangre real, de modo<br />

que me han hecho descender de un tal Antípater, hijo de Herodes<br />

Antipas, rey de mis tiempos, y de una tal Doris, una de sus<br />

mujeres, que, ella sí, descendía del otro rey David más antiguo.<br />

Esos tales afirman que el tal Antípater no se sentía muy seguro<br />

de su regia ascendencia y que para en él reforzar el sentimiento<br />

de su dignidad, la autoestima, se dijera actualmente, Simón, el<br />

entonces sumo sacerdote del templo, personaje al parecer dado a<br />

la intriga palaciega, lo empujó a aparearse con una de las<br />

vírgenes que servían en él, que a su vez eran continuación de las<br />

sacerdotisas del culto pagano ancestral, cuando las mujeres<br />

mandaban y aún no mandaban los hombres. De esta manera, por<br />

vía indirecta, se conservaba la raíz matriarcal antigua, se<br />

respetaba la organización patriarcal vigente y se lograba que el<br />

que había de venir de tal relación descendiera del famoso rey<br />

David, sin que para ello interviniese en nada la divinidad de<br />

Yahvé. Ayudado por aquellos sacerdotes que movían los hilos, el<br />

5


6<br />

Antipater heredero de Herodes se había encontrado con mi<br />

madre, la había seducido y me había engendrado. Todos<br />

contentos.<br />

Mas siguiendo con el relato canónico, es decir, aceptado<br />

por los que a mí se refieren, y no los relatos apócrifos, los que se<br />

rechaza, parece ser que pese a todo desconcertada, mi madre<br />

había respondido a aquel ángel: ¿Cómo es posible eso que dices,<br />

si aún no he conocido varón?<br />

Así era y mi madre no mentía, porque según contaron<br />

después los cronistas del caso, sólo con una condición había<br />

accedido ella a casarse con mi padre José, a saber, que se habría<br />

de guardar siempre virgen y que él, por ninguna razón, le<br />

exigiría nunca el débito conyugal; los dos vivirían como castos<br />

hermanos y bien avenidos; de ahí que la noche de bodas y contra<br />

lo que hubiera sido usual, no hubieran consumado el concúbito,<br />

dicho también matrimonio.<br />

Según mis seguidores sostienen y por muy raro que<br />

pueda parecer, sin rechistar mi padre había consentido en unión<br />

tan desacostumbrada, sobre todo entre los judíos de Israel, que<br />

miraban mal a las mujeres sin prole y se vanagloriaban de<br />

preferir una descendencia cuantiosa; pues tomaban al pie de la<br />

letra las palabras que en el paraíso el dios Yahvé habría dicho a<br />

Eva y Adán, los presuntos primeros padres de la especie<br />

humana: ¡Creced y multiplicaos! orden imperiosa ante la que<br />

cualquier desacuerdo fuera impensable. En nuestras Sagradas<br />

Escrituras no figuraba nada que la contradijese, y así se lo había<br />

hecho notar a Joaquín de Cocheba, mi abuelo materno, uno que<br />

le tenía inquina, cuando lo había zaherido porque pese a su<br />

madurez ya avanzada y a que junto a su esposa legítima Ana<br />

había tomado varias jóvenes concubinas en la flor de la edad,<br />

aún no había tenido descendencia. Con el tiempo se llamó<br />

matrimonio blanco el extraño pacto de mis padres, y muchos<br />

habrían de ensalzarlo e incluso imitarlo, de modo que cuando<br />

ante aquel ser que delante se la había materializado había


alegado que aún no conocía varón, mi madre se limitaba a<br />

establecer un hecho probado.<br />

Adelantando en la insólita escena y con las siguientes<br />

palabras, la aparición procedió a disiparle las dudas que por<br />

ventura aún le quedaran: El Espíritu santo descenderá sobre ti<br />

y el poder del Altísimo te cobijará con su sombra; por lo cual<br />

el que nacerá será llamado santo e Hijo de Dios. (De ahí el<br />

que desde entonces presuntamente se me tuviera por tal y no por<br />

un hombre cualquiera igual a los demás). Y por otro lado merece<br />

atención el simbolismo con el que aquí se alude al humano acto<br />

carnal de la procreación: en lugar de 'montarla', como hubiera<br />

dicho un sujeto vulgar, se dice 'descender' sobre ella y 'cobijarla<br />

con su sombra'. Ya en aquel tiempo se usaba circunloquios, que<br />

equivale a rodeos, y se procuraba no ofender los oídos<br />

delicados. Mas al parecer el extraordinario personaje no había<br />

acabado aún su cometido, pues a lo dicho había añadido: Y he<br />

aquí que a despecho de su notoria vejez, también Isabel, tu<br />

parienta, ha concebido un hijo, que ya va por el sexto mes, y<br />

aunque la llamaban estéril, ya no lo es, porque para Yahvé<br />

no hay nada imposible.<br />

No se alcanza a comprender por qué el supuesto ángel<br />

tuvo que sacar a colación aquí la preñez de Isabel, prima de mi<br />

madre, pues a primera vista nada tiene qué ver con la precedente<br />

anunciación de mi venida. Puesto que nadie lo ha aclarado, no<br />

quedará otro remedio que aceptar el misterio.<br />

Con tales argumentos y concertadas razones convencida<br />

entonces mi madre, y según algunos asegurada de que sin tacha<br />

ni mácula quedaba a salvo su honor, se habría mostrado<br />

conforme con la proposición que se le hacía y aceptado el<br />

asunto, cerrando con el broche de estas humildes palabras la<br />

escena portentosa: He aquí la esclava del Señor; hágase en mí<br />

según tu palabra. Aunque ha de hacerse notar que no se le<br />

pedía el consentimiento, sino que tan sólo se le daba cuenta de<br />

una decisión ya tomada por otro y contra la que hubiera sido<br />

7


8<br />

impensable cualquier objeción. Le tocaba asentir y callar. Tras lo<br />

cual, cumplida y rematada su misión, aquel ángel o arcángel se<br />

había dado por satisfecho y sin decir nada más, se había ido a la<br />

inglesa, es decir, tan quedo y callandito como había venido.<br />

Digo que al deseo de asegurarse de que en el asunto su<br />

reputación y buen nombre no sufrirían mengua o desdoro han<br />

atribuido algunos las que pudieran parecer reticencias de mi<br />

madre; cuando en lugar de apresurarse a consentir en lo que se<br />

le decía, quiso saber cómo sería posible concebir sin que<br />

interviniera la cópula; pero escandalizados otros de que no<br />

hubiese aceptado de inmediato y sin hacer inoportunas<br />

preguntas el honor desusado que se le estaba ofreciendo,<br />

prefieren suponer que sólo por consideraciones prácticas y para<br />

ver claro en la cosa, advirtió ella de su condición al ángel aquel,<br />

pues siendo por supuesto ignorante en los modos del mundo, no<br />

comprendía como sin mantener relaciones sexuales completas<br />

una virgen podía quedar en estado de buena esperanza; ya que<br />

-argüían los tales- a todos se nos hace evidente que el estatus de<br />

madre de un dios o de Dios es muy superior al de virgen y lo<br />

compensa con creces, por lo que no tendrían sentido sus posibles<br />

reservas, caso de haberlas.<br />

Pienso que estos tales hilaban muy fino.<br />

En lo que precede he referido la versión oficial de mis<br />

comienzos primeros, la que hoy se dijera políticamente correcta,<br />

porque existe otra en general rechazada, según la cual se me ha<br />

tenido por un hombre corriente hasta que en un momento dado<br />

se me quiso hacer dios, y para ello se echó mano de otros relatos<br />

entonces comunes en los que con intervención sobrenatural se<br />

hacia nacer de una virgen un personaje generalmente heroico al<br />

que se pretendía poner por encima de la gente ordinaria. En<br />

resumen, que no se hablaría de mí, sino de un ser mítico en cuyo<br />

papel se me habría encajado.


LOS ANGELES Y LOS ARCANGELES<br />

He llamado ángel o arcángel a la inusitada aparición<br />

porque tenía todo el aire de serlo. Además de las vestiduras<br />

talares, esto es, que le cubrían los pies, mostraba a la espalda,<br />

debidamente plegadas, un par de blanquísimas alas, cual de<br />

cisne extra grande, y un nimbo dorado le formaba aureola en<br />

torno a la digna cabeza. Como correspondía a su alto rango de<br />

mensajero divino, el oro y las piedras preciosas recamaban su<br />

túnica o veste, lo que quiere decir que estaba bordada en realce y<br />

las figuras o adornos sobresalían mucho de aquel tejido.<br />

Aunque a veces yo mismo pongo en duda la existencia<br />

de los ángeles y otros puros espíritus, esos personajes a los que<br />

al comenzar el relato he aludido, los teólogos y la cúpula<br />

vaticana de los que dicen seguirme, lo tienen por artículo de fe,<br />

y pese a que muy bien se dudara de que ninguno de ellos los<br />

haya visto nunca, con envidiable aplomo y basándose tan sólo<br />

en su libro de libros que llaman sagradas escrituras, según se<br />

dice inspirado por mi Padre divino a los que durante siglos lo<br />

fueron componiendo, sostienen que de su existencia no cabe la<br />

duda menor. Pese a que todavía en el siglo IV, trescientos años<br />

después de mi muerte, los dirigentes de la que hoy llaman mi<br />

Iglesia prohibían que se creyese en ellos. Se temía que se los<br />

confundiese con los numerosos dioses paganos que justamente<br />

entonces se erradicaba. A riesgo de parecer algo pesado resumiré<br />

aquí la doctrina actual al respecto.<br />

Se empieza afirmando que yo mismo los he creado y en<br />

exclusiva para atenderme, como al parecer se desprende de<br />

varias frases bíblicas, por ejemplo lo que a los colosenses (los<br />

cristianos de la Iglesia de Colosas, ciudad del Asia menor)<br />

escribió el apóstol Pablo, a saber: Porque en Él fueron<br />

creadas todas las cosas, en los cielos y en la Tierra, las<br />

visibles y las invisibles, los Tronos, las Dominaciones, los<br />

Principados, las Potestades: todo lo creó Él para Él.<br />

9


10<br />

Se ha de entender que habla de mí.<br />

Uno bien se preguntara de dónde le venía a ese Apóstol,<br />

que ni siquiera me conoció en carne mortal, tal seguridad en lo<br />

que con tanto aplomo afirmaba; pero imagino que debe de<br />

tratarse aquí de la llamada ciencia infusa, esto es, de aquello que<br />

uno sabe sin haberlo aprendido, como por arte de magia, o tal<br />

vez cosa genética, según el pensamiento que hoy prevalece. Aun<br />

hay más; tal como se desprende de otra carta, esta vez dirigida a<br />

los hebreos, los espíritus angélicos me pertenecen porque los<br />

habré hecho mensajeros de mi designio de salvación: ¿No son<br />

todos ellos espíritus servidores con la misión de asistir a los<br />

que han de heredar la salvación? -se lee en ella. ¡Más claro, ni<br />

el agua!<br />

Como al referirme a mi nombre he dicho más arriba, se<br />

da por sentado que en tanto que Hijo único de Dios he venido al<br />

mundo para salvar a los humanos. Pero ¡qué me aspen! si fue<br />

alguna vez mi intención. Es algo que sin consultarme otros me<br />

han colgado y con esa leyenda cargo hasta el presente.<br />

Por otra parte los ángeles serían las criaturas más<br />

cercanas al modelo divino y especial realización de la imagen de<br />

Dios, mi Padre, espíritu Él muy perfecto, y en calidad de<br />

mensajeros, embajadores o delegados se encargarían de ejecutar<br />

Sus órdenes siempre que en Sus tratos con los seres humanos<br />

fuera menester.<br />

Y para no hacerme pesado y cansar al lector terminaré<br />

señalando la estricta jerarquía que al parecer entre ellos se da; lo<br />

sostuvo en el siglo VI un monje llamado Seudo Dionisio y sin<br />

más discusión se lo ha aceptado; habría nada menos que 9 coros<br />

o categorías, la primera, formada por Serafines, Querubines y<br />

Tronos, dedicada sólo a glorificar, amar y alabar a Dios en Su<br />

presencia; la segunda, de Dominaciones, Virtudes y Potestades,<br />

responsable del universo entero, gobernaría el espacio y las<br />

estrellas; y la tercera, en la que entrarían los Principados, los<br />

Arcángeles y los simples Ángeles, protectores de naciones,


ciudades e Iglesias, intervendría en la vida humana. Se conoce a<br />

7 Arcángeles y se los llama los 7 magníficos, título de una<br />

conocida película de los años 70 u 80. Y a cada uno de ellos<br />

corresponde una misión o encargo perfectamente determinados;<br />

no son simples peones, buenos para un roto tanto como para un<br />

descosido, si se me permite la vulgar expresión, sino<br />

especialistas en tareas diversas.<br />

Aquí surge al menos una duda; si yo creé a los espíritus<br />

angélicos, cabe preguntar quién antes de mi venida a este mundo<br />

gobernaba el espacio y las estrellas, y quién protegía a las<br />

naciones, ciudades e Iglesias del hombre ancestral, el de<br />

Neandertal y el de Atapuerca, por poner un ejemplo; pero se<br />

supone que en estas cuestiones los interrogantes están fuera de<br />

lugar; se impone callar y ciegamente asentir, como en el siglo<br />

XX habría de proponer el dictador italiano Benito Musolini, que<br />

de su credere, obedire e combatere había hecho un principio.<br />

Aunque puesto que se me dice eterno, al igual que mi Padre<br />

divino y el santo Espíritu que de nosotros dos emana, yo<br />

existiría ya antes de bajar a la Tierra y a lo largo de la eternidad<br />

precedente habría estado como a la espera de que mi hora<br />

redentora sonase, de todo lo cual se deduce que habría creado<br />

también eternamente a los ángeles, que a su vez hubiesen<br />

permanecido inactivos y a la espera en tanto mi Padre no creaba<br />

el mundo cuya custodia se les encargaría. Confieso que en todo<br />

este lío yo soy el primero en sentirme confuso.<br />

En cuanto al número 9 de las categorías, debe de tratarse<br />

de algún significado místico que se atribuya a tal cifra; porque<br />

no es en nada evidente que hayan de ser precisamente 9 y no<br />

otro número cualquiera, 90 o aun 900 pongo por caso. Mucho<br />

me temo que allá en los cielos, dominio indiscutido de mi Padre<br />

divino, reinan igualmente el orden, la razón y la medida. Pues<br />

como bien saben muchos, hubo un tiempo en que se discutió si<br />

las ideas matemáticas eran también eternas y residían en un<br />

mundo propio o si sólo habían nacido con el homo sapiens, es<br />

11


12<br />

decir el hombre de hoy. Sea como sea, no se ha llegado a un<br />

acuerdo y la cuestión sigue abierta.<br />

Por otro lado y de creer lo que de ellos se cuenta, los<br />

ángeles son de lo más serviciales, hasta el punto de que sin su<br />

ayuda no se ve cómo se las habrían arreglado muchos de los<br />

que mi Iglesia ha subido a los altares. Para muestra, un botón.<br />

Un buen día del siglo XV, uno de ellos, dicho beato Álvaro de<br />

Córdoba, empeñado en la construcción de un convento en la<br />

serranía de aquella ciudad española, se encuentra sin fondos<br />

para continuar la obra, con lo que los canteros se le amotinan y<br />

se niegan a seguir trabajando si no se les paga; sin desanimarse<br />

por ello, el beato reza y se da de latigazos en las desnudas<br />

espaldas toda la noche, al cabo de la cual acuden los ángeles y<br />

de sus carros etéreos descargan todo el material que se necesita;<br />

admirados de semejante prodigio los rebeldes operarios,<br />

renuncian ipso facto a sus exigencias primeras y ya no tienen<br />

inconveniente en seguir laborando. AMGD, a mayor gloria de<br />

Dios, como bien se comprende.<br />

A menudo fray Álvaro pasaba en oración la noche entera,<br />

en medio de los silenciosos olivos y el eterno brillo estelar, en la<br />

capilla que había construido en un cerro próximo y que llamaba<br />

cueva de Getsemaní; luego, de madrugada, volvía al convento a<br />

rezar maitines con los demás religiosos y los ángeles lo<br />

ayudaban a subir la pendiente o vadear la torrentera que lo<br />

separaban de ellos.<br />

Pero una de las labores angélicas predilectas sería la de<br />

alimentar a los ascetas que se retiraban al desierto se supone<br />

para merecer la vida eterna que al parecer yo les habría<br />

prometido a cambio de renunciar a ésta pasajera en favor de la<br />

otra. En efecto, en numerosos casos, unas veces disfrazados de<br />

pájaros, otras a cara descubierta, los ángeles les habrían llevado<br />

sin falta y día tras día un bollo de pan calentito recién sacado del<br />

horno, con el añadido de que sin que se lo hubieran pedido y<br />

atendiendo a sus particulares preferencias e idiosincrasias, los


días declarados de ayuno les aportaban tan sólo la mitad de la<br />

ración cotidiana. ¡Eso se llama delicadeza y cuidar el detalle!<br />

TODO ACERCA <strong>DE</strong> MI MADRE<br />

Aunque los de la versión oficial de lo que directamente<br />

me concierne, no quieren ni oír hablar del asunto y lo dicen fruto<br />

de la imaginación piadosa de alguien, en un llamado<br />

Protoevangelio de Santiago, que al parecer habría escrito uno de<br />

mis hermanos de sangre, Santiago el Menor, también mi<br />

seguidor y discípulo, se ha dicho que mis abuelos maternos se<br />

llamaban Ana y Joaquín. Eran de Cocheba, localidad de<br />

resonancias bíblicas, pues según la tradición israelita había<br />

pertenecido al ya mencionado antiguo rey David. De edad<br />

avanzada, no habían tenido hijos, lo que en extremo los<br />

desazonaba o traía por la calle de la amargura, porque en aquel<br />

tiempo y lugar la supuesta esterilidad de una mujer era muy mal<br />

vista (no se pensaba que se pudiese deber al marido el defecto) y<br />

se alimentaba también la creencia de que si una pareja no<br />

procreaba, tal vez se debía a que de alguna manera había<br />

incurrido en el enojo del dios Yahvé, que como consecuencia la<br />

miraba atravesado y con malos ojos le había retirado el favor.<br />

Estos abuelos míos eran gente que se pudiera llamar<br />

acomodada, judíos con un buen pasar, se los dijera<br />

terratenientes, porque daban en arriendo algunos campos que les<br />

pertenecían y en trueque de un estipendio prefijado permitían<br />

abrevar en unos pozos de su propiedad a los rebaños de unos<br />

cananeos del contorno. Mis abuelos eran agricultores, en tanto<br />

que los cananeos supervivientes al asentamiento israelita<br />

ocurrido unos siglos atrás se dedicaban al pastoreo. Se llamó<br />

asentamiento a la ocupación por las armas del territorio de<br />

Canaán y la expulsión de los pobladores autóctonos. Al parecer<br />

mi padre divino, el dios Yahvé, sin haber atendido a cuestiones<br />

13


14<br />

de arraigo o raíces ni de precedencia en la habitación, vaya uno<br />

a saber por qué, porque le dio por ahí, sencillamente, se lo había<br />

entregado a los israelitas, que conducidos por Moisés justamente<br />

acababan de dejar Egipto, donde desde los tiempos del patriarca<br />

Jacob habían vivido en esclavitud.<br />

Mi abuelo era fariseo, lo que equivale a decir israelita<br />

practicante fiel cumplidor de la Ley de Moisés, y como tal<br />

agradecía regularmente al dios Yahvé las buenas cosechas y<br />

fertilidad de los rebaños depositando en las arcas del Templo de<br />

Jerusalén y en monedas de oro de curso legal un regular<br />

porcentaje de las ganancias del año. Un día aguardaba en la fila<br />

el turno de devoción tan piadosa cuando un saduceo vecino lo<br />

mortificó echándole en cara el no tener descendencia. Los<br />

saduceos eran lo que en términos actuales cabría llamar la<br />

fracción laica de nuestra sociedad. Reducida la cosa a los<br />

términos más simples, los fariseos eran lo que se pudiera decir la<br />

parte de los israelitas más dada a la religión, los que se la<br />

tomaban más en serio, los conservadores, las derechas de<br />

antaño, en tanto que los saduceos eran la más laica, más<br />

inclinados a la política, al gobierno mundano. Tras haber<br />

entregado la ofrenda, mi abuelo se volvía entristecido a su casa<br />

cuando al parecer travestido en profetisa sagrada se le adelantó<br />

un ángel que le habló de este modo: No vuelvas a casa, oh<br />

benefactor de los servidores de Dios; pasa aquí la noche en<br />

oración, y cuando amanezca sal al desierto de Edom; lleva<br />

sólo un criado; en cada lugar consagrado piensa en el Señor;<br />

come sólo habas, bebe agua pura, no te bañes ni apliques<br />

ungüentos, abstente de todo trato carnal; pasados cuarenta<br />

día regresa y para entonces puede que compadecido de ti,<br />

Yahvé te conceda el hijo que tanto deseas. Se ignora el porqué<br />

de tanto detalle, a primera vista superfluo, pero como bien se<br />

comprende y es la regla entre los que mandan y los que<br />

obedecen, los primeros nunca dan unas explicaciones que les<br />

harían perder autoridad.


Obedeció al pie de la letra mi abuelo, y de vuelta al<br />

hogar mi abuela lo sorprendió diciéndole que estaba preñada.<br />

Él le tomó la palabra y no quiso saber el pormenor. El<br />

caso es que algunos autores se lanzaron a investigar el asunto y<br />

sacaron a la luz una supuesta aventura amorosa que con ocasión<br />

de la llamada fiesta de los Tabernáculos que anualmente se<br />

celebraba en Jerusalén, habría vivido mi abuela. Según ellos,<br />

esos autores, se hallaba triste y sola en la casa porque sin aviso<br />

previo el marido se le había ausentado, cuando una de sus<br />

servidoras o esclava la animó a salir a la calle y unirse al<br />

tumulto y festejo, a lo que tras hacerse rogar y vencer sus<br />

naturales escrúpulos de esposa leal, ella consintió. La esclava se<br />

había al parecer conchabado y puesto de acuerdo con una<br />

matrona que servía en el Templo, y adepta al matriarcado<br />

ancestral de aquellos parajes tenía por causante de la frustración<br />

en cuanto a la prole al marido de Ana. Esta matrona no sería otra<br />

que la profetisa sagrada a que más arriba me he referido. El caso<br />

es que la criada convenció a Ana de que pese a la menopausia<br />

estaba aún de buen ver y de que si se ponía un vestido juvenil<br />

adecuado y se ceñía las sienes con un tocado lujoso, en aquellos<br />

días en que se relajaban las rigurosas normas corrientes, sus<br />

probabilidades a la hora de llamar la atención del sexo galante y<br />

provocar el cortejo aumentaban bastante. Y tras prestarle el<br />

necesario atavío y proveerla también con semillas de loto,<br />

afrodisíaco común a la sazón, la acompañó a los jardines de una<br />

mansión entonces desierta y se escabulló.<br />

Embriagada mi abuela de extraño placer y tras recorrer<br />

varias estancias vacías y no topar con nadie que le diera razón<br />

de dónde se hallaba, salió a una glorieta y se dejó caer<br />

abandonada en un diván que lujosamente dispuesto se le ofrecía<br />

allí mismo. Lánguidamente tendida en el rico terciopelo púrpura<br />

que lo revestía, cerró los ojos y con devoción elevó el corazón a<br />

Yahvé. Oyó entonces que desde muy cerca alguien la llamaba, y<br />

cuando de nuevo despierta quiso saber de quién se trataba, vio<br />

15


16<br />

inclinado sobre ella a un hombre apuesto y barbado y tan<br />

exquisitamente vestido que pareciera enviado de un reino<br />

sobrenatural, el cual hombre la tomó de la mano y le dijo: Tus<br />

plegarias han sido escuchadas, Ana, coge esta copa y en<br />

honor del Señor de esta fiesta, bebe de ella. Con dejadez<br />

obediente, Ana lo complació. Sintió que la glorieta se inundaba<br />

de música, se le entumecieron los miembros, oyó en sus oídos el<br />

ruido del mar y le pareció que un impulso divino la transportaba<br />

al empíreo. Se desvaneció y no supo más. Nueve meses más<br />

tarde paría a mi madre.<br />

MI ABUE<strong>LA</strong> CONCIBIÓ INMACU<strong>LA</strong>DA A MI MADRE<br />

Aunque del relato que acabo de hacer parece<br />

desprenderse que la cosa fue harto natural y profana, sin duda la<br />

divinidad tuvo que estar de por medio, de creer lo que otros<br />

autores afirman. Según ellos, mi madre nació sin el pecado<br />

original que debido a la presunta desobediencia de Eva en el<br />

jardín del Edén, tal como la Biblia lo llama, todos los humanos<br />

contraen. Estos autores la dijeron llena de gracia desde el primer<br />

instante de su concepción. Y añadieron retóricos que en su alma<br />

purísima, limpia de pecado y de cualquier inclinación hacia él,<br />

vivió tratos inefables con la divinidad, del todo imposibles de<br />

comunicar a quienquiera que fuese, por lo cual lejos de ser<br />

evidentes a todos, se tardó siglos en saber algo al respecto.<br />

No se ha de pensar por lo tanto que tan singular visión de<br />

la venida de mi madre a este mundo fuese inmediata, sino todo<br />

lo contrario, ya que hasta el siglo II de la era que en mi honor<br />

hoy se llama cristiana, los que dicen seguirme la tuvieron por<br />

una vulgar mujer del montón, ni mejor ni peor que tantas otras<br />

de su tiempo y lugar, y por ella no dieran un comino, por<br />

emplear aquí la clásica expresión castellana; sólo entonces se<br />

dio en cavilar y pensar que el hacer de la madre del que habían


empezado a llamar Hijo de Dios una hembra cualquiera no era<br />

cosa aceptable y de ahí que se tratase de dar con un arbitrio que<br />

la elevara por encima del común de los mortales. No cabía<br />

admitir que como todos los demás descendientes de Eva hubiese<br />

nacido en pecado, el pecado original, de modo que alguno<br />

propuso que como a la sazón se estaba haciendo conmigo,<br />

también a ella se la hiciese hija de algún dios y que se dijese<br />

que como a mí la había engendrado el Espíritu santo; la<br />

propuesta sin embargo pareció excesiva y se buscó otra salida.<br />

Bien estaba el deseo de honrar a mi madre haciendo de ella un<br />

personaje especial; pero de ahí a equipararla conmigo mediaba<br />

un abismo. Ha de tenerse en cuenta que por muy madre mía que<br />

fuese, no dejaba de ser una mujer, y entre la gente de aquellos<br />

apartados lugares y de aquel momento las mujeres contaban<br />

menos que nada, hasta el punto de que cuando alguno se refería<br />

a ellas se las incluía despectivamente en la misma categoría que<br />

los esclavos y los niños. Se dijo entonces que su concepción<br />

había sido inmaculada, pero dado que había tenido lugar en una<br />

unión sexual ordinaria de mis abuelos Ana y Joaquín, un coito<br />

corriente, y nadie quería ni oír hablar de un coito no<br />

concupiscente, inmaculado, es decir, sin el placer que se suele<br />

dar en la flor de la edad y en la mayoría de los casos lo<br />

acompaña, se buscó la manera de salvar el escollo molesto y tras<br />

largas deliberaciones y dudas se concluyó que en la coyunda<br />

ordinaria convenía distinguir dos fases o etapas, una activa, la<br />

conjunción simplemente carnal de los dos sexos, y otra pasiva,<br />

el momento en que el alma se incorporaba al cuerpo del feto,<br />

momento que tras mucho pensarlo se había fijado en 80 días<br />

precisos tras el acto de la generación. Según esta opinión, mi<br />

madre habría sido engendrada a la manera vulgar, la usual entre<br />

dos mamíferos de distinto sexo, y durante los 80 días siguientes<br />

habría estado mancillada por el original pecado de Eva, mas<br />

cumplido ese plazo entraría el alma en el feto, alma pura y sin<br />

tacha ella cuya virtud natural lavaría la mancha del cuerpo.<br />

17


18<br />

Mas por desgracia no a todos satisfizo semejante<br />

expediente; en primer lugar porque obligaba a admitir una<br />

especie de depósito o almacén en el que las almas estuviesen a<br />

la espera de que se las llamase para entrar en el cuerpo que<br />

previamente se les hubiese designado, cosa que a muchos<br />

repugnaba, dejando ya a un lado la espinosa cuestión de<br />

determinar en qué momento cabría decir que el alma comenzaba<br />

a existir, aunque fuese en aquel contenedor o espiritual<br />

recipiente; y por otro lado comenzó a circular una especie de<br />

metáfora en la que se asemejaba el alma a un libro de oraciones<br />

sin tacha al que luego se envolvía en un papel aceitoso,<br />

momento en el cual desaparecían las manchas del envoltorio y el<br />

conjunto quedaba impoluto. El ejemplo hacía reír. El alma<br />

inmaculada sería el libro y el cuerpo del feto el envoltorio, y así<br />

como era impensable que lo envuelto limpiara al papel de<br />

envolverlo, pues en todo caso sucedería al revés, la solución<br />

propuesta no acababa de gustar.<br />

La discusión se alargaba en exceso, de modo que a<br />

mediados del siglo XIX el que entonces decía representarme en<br />

la Tierra la zanjó afirmando que, en audiencia que se supone<br />

privada, el Espíritu santo, la tercera Persona de nuestra Trinidad,<br />

el trío que presuntamente Él, mi divino Padre y Yo formamos, le<br />

había comunicado sin más ceremonias que mi madre había sido<br />

concebida inmaculada, y punto final; de modo que a él no le<br />

tocaba discutir los detalles y sólo le incumbía hacerlo saber a los<br />

fieles. Item más si se tenía en cuenta que dos siglos atrás, en el<br />

XVII, una de las que aún se suele llamar esposas místicas mías,<br />

la española sor María de Agreda, había declarado que mi madre<br />

se le había aparecido y graciosamente le habría comunicado que<br />

unos días antes del coito famoso que estaba al caer, el arcángel<br />

Gabriel y para evitar molestas sorpresas de las que nunca se<br />

sabe en qué pueden dar, había preparado el terreno anunciado a<br />

mi abuela Ana la tal concepción sin tacha ni mácula, concepción<br />

que para más seguridad habría tenido lugar la noche de un


domingo, un 8 de diciembre justamente, sin que en ella mis<br />

abuelos hubiesen gozado lo más mínimo.<br />

Ya he dicho que la condición imprescindible para no ser<br />

contaminado por el pecado de Eva, la que los hoy llamados<br />

creacionistas dicen madre original de la humana especie, era que<br />

en el coito no se sintiese absolutamente gusto ninguno. Llegados<br />

aquí doy por supuesto que dada la importancia de lo que en todo<br />

el asunto se jugaba, a mis abuelos no les haya inquietado la<br />

ausencia de placer, en todo caso quiero creer desusada. Como<br />

corrientemente se dice, hay que estar a las duras y a las maduras,<br />

sin contar con que tampoco una golondrina hace nunca verano.<br />

Por otro lado no se entiende bien la precisión del día de<br />

la semana y el mes, porque en tiempos de mis abuelos, israelitas<br />

practicantes celosos, no se celebraba un domingo que aún no<br />

existía, sino el sábado; y en cuanto a la fecha del mes, regía el<br />

calendario juliano y no el gregoriano, con lo que el 8 de<br />

diciembre era entonces un final de noviembre.<br />

Más vale 'no menealla', supongo.<br />

Y ahí quedó la cosa.<br />

Todo esto sucedía cuatro años antes de que la pastorcita<br />

Bernadette Soubirous preguntara el nombre a una señora que se<br />

le aparecía en una cueva de Lourdes y que ella, al cabo de unos<br />

días y tras hacerse la interesante, le respondiera sonriendo que<br />

era la Inmaculada Concepción y mi madre, con lo cual en el<br />

sentir de algunos se adelantaba por poco a Charles Darwin que<br />

estaba a punto de publicar su Origen de las especies y poner con<br />

ello en duda la cuestión del pecado original. Mi madre le<br />

corregía la página, como si se dijera, dejándose ver<br />

oportunamente de la inocente niña.<br />

En todo caso, inmaculada al ser concebida o no<br />

inmaculada, mi madre pasó en su vida por todas las etapas y<br />

vicisitudes que los demás humanos conocen.<br />

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20<br />

<strong>LA</strong> INFANCIA <strong>DE</strong> MI MADRE<br />

Según la tradición piadosa, mi madre nació realmente en<br />

Séforis, cercana a Nazaret, aunque como ya he indicado, otros<br />

dicen que sus padres residían en la localidad de Cocheba. En<br />

recuerdo de la hermana de Moisés y Aarón, que fue la primera<br />

de ese nombre de que se tenga noticia, la llamaron Miriam, que<br />

equivale al griego María. No se ha de olvidar que esos dos<br />

personajes, Moisés y Aarón, acaudillaron a los israelitas tras su<br />

huida del cautiverio en Egipto. Sin embargo conviene advertir<br />

que tal vez se trate sólo de una leyenda y que la mencionada<br />

huida nunca haya tenido lugar, pues de los numerosos datos que<br />

acerca de los egipcios han llegado hasta hoy, ninguno se refiere<br />

a que en Egipto los israelitas hayan sido nunca esclavos, lo que<br />

resulta tanto más extraño si se tiene en cuenta que aquel pueblo<br />

antiguo, uno de los primeros en figurar en la Historia, se<br />

enorgullecía de la suya y en sus crónicas se mostró muy<br />

cuidadoso de anotar los hechos más relevantes. Y relevante<br />

hubiera sido por cierto el que a un faraón se le hubiesen<br />

escapado de pronto varias decenas de miles de servidores<br />

extranjeros. Por no hablar ya de las 10 plagas que de creer a lo<br />

escrito en los libros costó a aquel gobernante y país la<br />

resistencia a aceptarlo. Bien se pensara que nuestra Biblia no<br />

siempre es veraz.<br />

En cuanto al significado del nombre dado a mi madre, se<br />

le han atribuido varios, sin que ninguno se haya impuesto a los<br />

otros; entre los más repetidos se encuentran los siguientes:<br />

Señora, Exaltada, Muy amada, Mar amargo, Gota del mar,<br />

Iluminada, Mirra y un largo etcétera.<br />

La imaginación es libre.<br />

Y al parecer, sin Pelargón, potitos Nestlé, ni otro<br />

preparado dietético moderno, de día en día mi madre crecía y se<br />

fortificaba. Cuando tuvo seis meses, mi abuela quiso ver si la


21<br />

niña se mantenía en pie. Y dando muestras de una insólita<br />

precocidad, pues entre la gente corriente raro es el chiquillo que<br />

camina antes de haber cumplido un año entero, la pequeña dio<br />

siete pasos y luego avanzó hacia el regazo de su madre, que la<br />

alzó del suelo al tiempo que decía: Por la vida del Señor, que<br />

no andarás hasta el día en que te lleve al templo del Altísimo.<br />

Tras lo cual y decidida a cumplir lo prometido, en el dormitorio<br />

estableció un santuario a Yahvé y a ella no la dejaba tocar nada<br />

de lo que entonces se consideraba manchado o impuro, que entre<br />

nosotros, los israelitas, abarcaba un montón de cosas. Y para que<br />

con sus juegos entretuviesen a su hija, llamó a las otras niñas del<br />

contorno que se conservaban sin mancilla, es decir, tan puras y<br />

buenas como se suponía era ella.<br />

No ha quedado constancia de cómo mi madre soportó<br />

semejante trato, que hoy se tendría por aberrante represión y<br />

limitación de movimientos y por lo general produciría en un<br />

cuerpo ordinario deplorable anquilosis, una disminución o<br />

imposibilidad de movimiento en una articulación normalmente<br />

móvil, según los entendidos, y otros no menos perniciosos<br />

efectos; pero como es de suponer, para los que prefieren cerrar<br />

los ojos a la realidad el caso de mi madre era extraordinario.<br />

En cuanto a la presunta precocidad de mi madre, ha de<br />

saberse que en la India había ya precedentes. En efecto, se<br />

cuenta que allá por el siglo VI anterior a mi era, cuando aún<br />

faltaban más de 500 años para que mi madre naciese, también el<br />

príncipe indio Sidarta Gautama, al que luego se llamaría Buda,<br />

no más salir del vientre de la suya había dado siete pasos<br />

solemnes, ni uno más, ni uno menos, igual que mi madre, con la<br />

salvedad de que con cada uno de ellos había brotado del suelo<br />

una flor de loto; y a continuación, alzando con unción ambas<br />

manos dijera: “He nacido para ser iluminado por el bien del<br />

mundo; ésta será mi última vida en la Tierra”. Si mi madre no<br />

había alcanzado tales cotas sublimes, le había andado bastante<br />

cercana.


22<br />

Semejantes prodigios no sólo habían sido cosa de<br />

tiempos pasados y de tierras exóticas, pues algunas variantes de<br />

lo dicho se repetirían en los siglos futuros en las vidas de varios<br />

de los que llama santos mi Iglesia; así por ejemplo, en el siglo<br />

XII de nuestra era y en Burgos, ciudad española, nació un tal<br />

Julián, que con los años sería obispo de Cuenca y su santo<br />

patrón. Se cuenta de él que apenas nacido había alzado la<br />

manecita derecha y con ella había bendecido a todos los que<br />

habían asistido a su parto. Los milagros que hace mi Padre son<br />

cosa que maravilla.<br />

Siguiendo la historia, cuando mi madre cumplió su<br />

primer año de edad, mi abuelo Joaquín dio un gran banquete, al<br />

que invitó a los sacerdotes del lugar, a los escribas que en él<br />

residían, al Consejo de los Ancianos y a todos los demás<br />

vecinos. Por fortuna las localidades solían ser entonces<br />

pequeñas, pues de lo contrario y aun siendo persona acomodada<br />

no le hubiera sido posible agasajar a tal multitud. Y les presentó<br />

la niña; fieles a su papel, los sacerdotes la bendijeron diciendo:<br />

Dios de nuestros padres, bendícela y haz que a través de las<br />

generaciones, por los siglos de los siglos, se repita su nombre.<br />

Dios de las alturas, dirige tu mirada a esta niña y dale una<br />

bendición suprema. A lo que todos a una respondieron: Así sea,<br />

así sea.<br />

Con lo que mi abuela Ana la llevó a su dormitorio y le<br />

dio el pecho. Luego la dejó reposando y salió para servir a los<br />

invitados. Terminado el convite, todos partieron jubilosos y<br />

glorificaban al dios Yahvé de sus padres.<br />

Aquí se impone notar el que si la excelencia de mi madre<br />

y de mis abuelos de ninguna manera fue reconocida hasta<br />

mucho más tarde, no se entiende bien el porqué del entusiasmo<br />

apuntado de los clérigos que la bendijeron y de todos los demás<br />

asistentes a la ceremonia. Mucho me temo que también a este<br />

respecto la imaginación haya desempeñado un papel importante<br />

y el querer hacer pasar por sucedido algo que en la realidad


nunca ocurrió. Se habría tratado de embellecer a agua pasada un<br />

suceso corriente.<br />

Hay quien dice que no otra cosa se hizo en los evangelios<br />

canónicos.<br />

Transcurrían los meses y según el relato, cuando mi<br />

madre cumplió los dos años, mi abuelo propuso llevarla al<br />

templo para cumplir la promesa que habían hecho de entregarla<br />

al Señor lo más pronto posible, no fuese que amostazado Él ante<br />

lo que considerase un punible retraso la reclamase y ofendido<br />

rechazase las ofrendas con que se pretendiese apaciguarlo; pero<br />

mi abuela, al parecer menos aprensiva que su marido, prefirió<br />

esperar al tercer año, para que la niña sobrellevase más<br />

fácilmente la separación y no los echase en exceso de menos.<br />

Cumplidos pues los tres años, mis abuelos llamaron a las<br />

hijas sin mancilla de los vecinos, les dieron otras tantas lámparas<br />

y las encendieron para que mi madre no se volviese atrás y que<br />

su corazón no se fijase en nada ajeno al templo del Señor. Se<br />

sobreentiende el templo levantado en Jerusalén. Así se lo hizo;<br />

el gran sacerdote de él la recibió, la abrazó y a su vez, como dos<br />

años antes habían hecho los otros, de nuevo vio en ella algo que<br />

se salía de lo corriente y la bendijo, esta vez con las siguientes<br />

palabras: El Señor ha glorificado tu nombre en todas las<br />

generaciones. Y hasta el último día hará ver en ti la<br />

redención de los hijos de Israel. Luego la sentó en la tercera<br />

grada del altar, ella danzó y toda la casa de Israel la aplaudió.<br />

Como no era para menos, orgullosos de tanta destreza a<br />

tan corta edad, sus padres se admiraron y como de pasada<br />

glorificaron a Yahvé porque mostrándose voluntariosa la niña no<br />

se hubiese vuelto atrás, cosa que muy bien hubiese podido<br />

ocurrir en otra educada con menos rigor que ella. Pero mi madre<br />

se mostró a la altura del papel que se le había asignado y sin<br />

rechistar se quedó a vivir en el templo, donde según se sigue<br />

contando se nutría como una paloma -hoy se lo dice comer<br />

como un pajarito- y un ángel le llevaba el alimento. Nadie<br />

23


24<br />

pensaba en anorexias, dietas hipocalóricas, anemias y muerte<br />

por inanición.<br />

No se sabe de donde salió tal ocurrencia, que un ángel le<br />

llevase el alimento. O todos lo veían y hubiese llamado la<br />

atención, dado que no suele suceder, ni siquiera a las hijas de las<br />

más preclaras familias, o lo hacía a escondidas, lo que también<br />

no hubiese dejado de sorprender a un niño de la edad de mi<br />

madre, a los que aun siendo del sexo débil, como antaño se<br />

hubiese dicho, se acostumbra considerar de la piel del diablo<br />

antes que verlos en trato con los seres angélicos. Pero de nuevo<br />

se ha de oír y callar.<br />

No se lo ha de considerar imposible, y aun mucho menos<br />

improbable, porque más tarde también un ángel le había de<br />

llevar a santa Tecla, seguidora devota de mi apóstol Pablo, el<br />

pan de cada día que en el Padrenuestro se ha hecho costumbre<br />

implorar.<br />

Según los menos ingenuos y más mal pensados, allí, en<br />

el templo, las familias pudientes dejaban como en depósito y<br />

oferta a sus hijas para mantenerlas al abrigo de ojos vulgares y<br />

en cambio las podían ver los hombres píos, ricos y bien nacidos<br />

que si la cosa se terciaba las escogían para esposas y llegado el<br />

momento las desposaban. Con grosera falta de delicadeza,<br />

algunos dirían que era como una feria o muestra del ganado<br />

disponible. En el templo se las enseñaba a obedecer y a no<br />

mostrarse presumidas, a bailar graciosamente y a tañer con<br />

destreza un instrumento musical, a hilar la lana de primera<br />

calidad y a bordar primorosas figuras en telas escogidas, además<br />

de la manera de gobernar con pericia un hogar como se debe.<br />

Acompañaban a mi madre otras muchas de su misma edad y<br />

condición, todas ellas hijas espirituales de Aarón, miembras<br />

(como recientemente ha querido una ministro española) de la<br />

antigua nobleza levita, y las vigilaba con los cien ojos de Argos<br />

-dijera un conocedor de las letras clásicas- una matrona anciana<br />

que se encargaba de adiestrarlas en seguir las vías del Señor.


25<br />

Las tales vías consistían en lo que justamente acabo de<br />

apuntar: obedecer y no salir respondonas y todo lo demás. Así lo<br />

ha contado la gente piadosa.<br />

Lo de obedecer y no presumir de los dones que por<br />

ventura las agraciase era lo que más convenía a una que habría<br />

de convertirse en esposa y madre de algún notable varón<br />

israelita. Hasta tal punto reinaba allí tal mentalidad que, muerto<br />

yo, uno de mis seguidores, Paulo de Tarso, en una carta dirigida<br />

a los habitantes de la ciudad griega de Corinto, lo habría de dejar<br />

bien claro: “...en las iglesias callen las mujeres, pues no se les<br />

permite hablar; antes muestren sujeción; que si algo desean<br />

aprender, pregunten en casa a sus maridos...”<br />

Mas si el citado Protoevangelio de Santiago informa<br />

acerca de la infancia de mi madre, otros se ocuparon de su vida<br />

adulta. En el relato también apócrifo llamado Las preguntas de<br />

María -apócrifo, recuérdese, significa no reconocido por las<br />

autoridades competentes- ya muerto y resucitado yo, me le<br />

aparezco y a sus preguntas curiosas respondo se dijera sin<br />

andarme con rodeos, afeminados remilgos según otros, pues en<br />

modo alguno inhibido no tengo inconveniente en expresarme en<br />

términos que algunos consideraran escabrosos, al borde de lo<br />

inconveniente o de lo obsceno. Y no sólo de palabra me le<br />

muestro de ese modo, sino también de obra. En efecto, fiel al<br />

dicho ordinario de que 'Más vale una imagen que mil palabras',<br />

o aquel otro de 'Obras son amores, que no buenas razones', yo<br />

habría tratado -según aquel relato- de llenar las lagunas de sus<br />

conocimientos y satisfacer sus legítimos deseos de aprender<br />

cosas nuevas, tomándola silenciosamente en vilo y llevándola a<br />

la cima de un monte, donde después de haberme encomendado<br />

piadoso a mi padre Yahvé, como correspondería a la buena<br />

crianza, con una sentida oración, y para mostrar a mi madre “de<br />

qué manera hay que obrar para que los mortales vivamos”,<br />

habría extraído de mi propio costado una mujer y -por decirlo<br />

con delicadeza- allí mismo y sin falsos e inoportunos pudores


26<br />

me habría unido carnalmente a ella. Sorprendida, cogida así de<br />

improviso, y alarmados sus naturales recato y honestidad, puesto<br />

que según se decía, toda su vida se había mantenido virgen, sin<br />

haber conocido varón, mi madre se habría desplomado<br />

desvanecida al suelo, de donde yo la habría alzado y le habría<br />

reprochado su femenil falta de aguante y entereza.<br />

Lo de extraer de mi costado a una mujer me lleva a<br />

recordar lo que se supone sucedido en el paraíso terrenal,<br />

cuando el Señor presunto creador de todo lo existente saca del<br />

costado de Adán una costilla con la que luego forma a Eva. O<br />

también el episodio en el que el griego dios mitológico Zeus se<br />

extrae de la divina cabeza a una de sus hijas, la diosa Minerva; o<br />

del muslo al semidiós Dionisos.<br />

Pero esta es otra historia.<br />

MI PADRE Y MI MADRE SE VEN POR PRIMERA VEZ<br />

Siguiendo con las vicisitudes de la vida de mi madre,<br />

cuando cumplió los doce años, los sacerdotes se congregaron y<br />

dado que ya había menstruado por la primera vez, acordaron que<br />

ya estaba en edad de casarse. Era preciso hacer algo para evitar<br />

que en un arrebato de juvenil imprudencia pusiese en peligro el<br />

buen nombre de aquel santuario. Y dijeron a Zacarías, el sumo<br />

sacerdote de entonces: Tú, encargado del altar, entra y ruega<br />

por ella, y haremos lo que te revele el Señor.<br />

Sin inútiles demoras, él se puso el traje de doce<br />

campanillas que para el caso se usaba, entró en el Santuario o<br />

Santo de los Santos y rogó por mi madre. Allí, y como al parecer<br />

se estaba convirtiendo ya en rutina, también a él se le apareció<br />

un ángel que le dijo: Zacarías, Zacarías, sal y convoca a los<br />

viudos del pueblo, y que venga cada cual con una vara;<br />

María será la esposa de aquel a quien el Señor envíe un<br />

prodigio. De modo que los heraldos recorrieron Judea, y como


se les había mandado, a sones de trompeta convocaron a todos<br />

los viudos.<br />

Se distinguía dos partes en la tierra israelita, de las cuales<br />

se llamaba Judea a la meridional, la de la tribu de Judá y la de<br />

Benjamín, cuya capital era Jerusalén, en tanto que para la<br />

septentrional, la de las 10 tribus restantes de las 12 originales, se<br />

reservaba el nombre de Israel, con capital en Samaria. Durante<br />

siglos, los judíos y los samaritanos se habían llevado a matar.<br />

Entonces José, el que sería mi padre oficial, dejó sus<br />

herramientas, y con los otros acudió a la llamada; tras tomar las<br />

varas de cada cual, el sumo sacerdote penetró en el templo y<br />

oró. Terminada la plegaria, salió y sin advertir en ellas nada<br />

extraño las devolvió a los dueños respectivos. José cogió la suya<br />

y de ella salió una paloma que le voló sobre la cabeza, por lo<br />

que Zacarías le dijo: Te ha tocado en suerte tomar bajo tu<br />

guarda a la virgen del Señor.<br />

Mas José se resistía diciendo: Soy ya casi anciano y<br />

tengo varios hijos, al paso que ella es aún una niña; me<br />

disgustaría que considerándome un viejo verde alguien se<br />

burlase de mí. A lo que Zacarías le respondió: Teme al Señor tu<br />

Dios, y recuerda que por haberlo desobedecido, la tierra se<br />

tragó a Datán, Abiron y Coré. ¡Que no te ocurra lo mismo!<br />

Se refería al castigo que según nuestra Biblia se impuso<br />

a aquellos tres sacerdotes hebreos que negando a Moisés, Aarón<br />

y otros más la autoridad civil y religiosa sobre el pueblo elegido<br />

se habían rebelado contra ellos, con lo que junto con sus<br />

familias los habría engullido la tierra, y -no se especifica si antes<br />

o después- el fuego los habría devorado. Del mismo modo se<br />

castigaría a quien discutiera la autoridad de los pontífices,<br />

autoridad que a través de Moisés y Aarón, uno representando los<br />

poderes civiles y el otro los sacerdotales, se suponía derivaba de<br />

Dios, es decir, de Yahvé. «Nadie se atribuya la honra del<br />

Sumo Sacerdocio si como llamó a Aarón, Dios no lo ha<br />

llamado» -se leía en la Biblia.<br />

27


28<br />

Con lo que precavido, por no decir amostazado y<br />

mohíno, como ordinariamente se suele sentir aquel al que<br />

fuerzan a hacer algo que le disgusta, mi padre tomó bajo su<br />

guarda a mi madre y le dijo: Te he recibido del templo y te<br />

dejo en mi hogar. Ahora parto a trabajar y después<br />

regresaré; entretanto el Señor te guardará.<br />

Bonita manera de lavarse las manos, aquí pudiera decir<br />

de su padre un hijo algo descastado.<br />

Entonces los sacerdotes se reunieron y en consejo<br />

acordaron hacer un velo para el templo. En él había dos como<br />

estancias, una más sagrada y exclusiva que otra, y se las<br />

separaba por medio de un velo. Indagaron cuáles de las jóvenes<br />

de la casa de David -las doncellas levíticas, como ya he<br />

apuntado- se hallaban sin mancilla, es decir, eran vírgenes aún, y<br />

encontraron a siete. El sumo sacerdote recordó que mi madre era<br />

una de ellas y envió a buscarla. Los servidores la trajeron; se<br />

echó a suertes quienes hilarían el oro, el jacinto, el amianto, la<br />

seda, el lino fino, la verdadera escarlata y la verdadera púrpura.<br />

Era un honor hilar una u otra; daba categoría. Correspondieron a<br />

mi madre las dos últimas, y con ellas regresó a su casa. En ese<br />

momento, el sacerdote Zacarías enmudeció y hasta que recobró<br />

la palabra, otro, llamado Samuel, digamos su vicario o sustituto<br />

en caso de fuerza mayor, lo reemplazó en sus funciones.<br />

Obediente mi madre se dispuso a hilar la escarlata.<br />

Esta es una de las versiones que corren acerca del<br />

encuentro de mi padre y mi madre; en ella mi padre es un<br />

hombre mayor y viudo; pero hay otra en la que José era un joven<br />

en la flor de la edad y la plenitud del vigor sexual.<br />

El que algunos prefieran la primera se explicaría del<br />

modo siguiente.<br />

Al parecer allá por el siglo V del calendario hoy vigente<br />

no todos aceptaban ni les cabía en la mente la idea de que mi<br />

padre y mi madre aunque casados y jóvenes, marido y mujer con<br />

todas las de la ley, hubiesen compartido casa y probablemente


yacija durante muchos años sin tocarse nunca, sin gozar<br />

carnalmente uno del otro, como en la actualidad delicadamente<br />

se dice, porque ya se había escrito y en general aceptado que 'la<br />

carne era débil'. La cosa les habría parecido inhumana<br />

heroicidad o proeza de un Hércules moral, si personaje así<br />

hubiese nunca existido, por lo que los tales escépticos se<br />

devanaron los sesos buscando un arreglo o componenda que sin<br />

forzar en exceso el sentido común explicase el asunto; y no se<br />

les ocurrió nada mejor que hacer de mi padre, en el momento de<br />

desposar a mi madre, un hombre ya anciano y viudo, y padre de<br />

prole numerosa habida en las nupcias primeras con una tal<br />

Melcha o Escha, con la que ya cuarentón se habría casado.<br />

Según esa versión, cuando conoce a mi madre, mi padre José<br />

tendría 89 años y 6 hijos, cuatro varones y dos hembras. Ella<br />

tenía entonces 12, acababa de ser núbil, es decir, apta para<br />

contraer matrimonio. Y él nos habría protegido, a ella y a mí, y<br />

servido de custodia hasta los 111 años de edad, a la que como<br />

tristemente es de rigor 'rindió cuentas a Dios', según se decía y<br />

se dice aún. Los desconocidos autores redondearon más la<br />

historia atribuyéndome el acto extremo de piedad filial por el<br />

que en el instante mismo de la muerte de mi padre terreno yo<br />

habría rogado a mi otro padre, el divino, que para recibir, en el<br />

momento en que exhalase el último suspiro, el alma del finado,<br />

tuviese a bien enviar a los arcángeles Miguel y Gabriel. Se<br />

ignora porqué ésos dos precisamente, y el papel que en esta<br />

circunstancia desempeñaría Miguel, pues según también se<br />

afirmaba, y sin que fuese de su incumbencia cualquier otra<br />

actividad, a éste le competía tan sólo luchar con el ángel caído<br />

rebelde, cabecilla de los que lo habrían secundado en la empresa<br />

imposible de oponerse a Yahvé y vencerlo. Entre los ángeles y<br />

los arcángeles y desde el momento mismo de haberlos creado, se<br />

respetaba estrictamente el reparto de roles que el dios Yahvé -o<br />

yo, por delegación- les habría asignado. Mas no queda ahí la<br />

cosa; aquellos imaginativos sujetos seguían fantaseando y<br />

29


30<br />

afirmaban que a continuación se confiaba a otros dos ángeles,<br />

ellos de menor categoría que los dos arcángeles, palabra que<br />

fácilmente equivale a archiángeles, el cuerpo del muerto, que así<br />

asistido permanecería incorrupto durante 1000 años. Igualmente<br />

se ignora porqué precisamente un milenio y no eternamente,<br />

pongo por caso, dado que puestos a pensar, son innecesarios los<br />

límites. Debe de ser porque se atribuía al milenio alguna<br />

connotación trascendente. Y sin duda en su tiempo aquellas<br />

personas no sabían aún que, en su girar en torno al sol, para la<br />

Tierra lo mismo valían mil años que mil millones.<br />

Con esta probable fábula se intentaría explicar el que<br />

para nada interviniese mi padre José en mi concepción en cuanto<br />

al cuerpo, que la del alma era otro cantar, como ya he dejado<br />

escrito, no habiendo comprendido que su matrimonio cumplía el<br />

papel providencial de preservar a los ojos ajenos el honor y<br />

dignidad de mi madre, que por su parte consistiría en<br />

mantenerse siempre virgen intangible. De tal modo se guardaba<br />

ante los demás las apariencias, sin detrimento de que mi padre<br />

verdadero siguiese siendo el dios Yahvé. Por eso se llamó padre<br />

putativo a mi padre mortal.<br />

Sin embargo, aun suponiendo bueno el propósito de tal<br />

componenda, no satisfizo a la que se dice mi Iglesia, porque si<br />

por un lado siendo para ella un dogma de fe el que yo hubiese<br />

nacido de un vientre virginal, la verdadera edad de mi padre José<br />

no tenía la menor importancia; por el otro no dejaba de ser<br />

indecoroso hacer de él un anciano poco menos que nonagenario.<br />

ASÍ SE HA VISTO A MI MADRE<br />

Pese a lo que aquí llevo dicho acerca de ángeles que al<br />

parecer se le presentaban para advertirla de esto o lo otro,<br />

parientes aún no nacidos que -como diré más adelante- al<br />

sentirla en las proximidades saltaban de gozo en el vientre de su


31<br />

madre, alabanzas que recién nacida le prodigaban los sacerdotes<br />

del templo y todo lo demás que ya he apuntado, la verdad es que<br />

durante su vida mortal mi madre pasó mas bien desapercibida.<br />

Sólo transcurridos los siglos se alzó algún revuelo acerca de ella.<br />

Más de 300 años después de mi muerte, disputaron mis<br />

valedores acerca de si con justicia se la había de llamar madre<br />

de Dios o fuera mejor dejarla en la oscuridad precedente. Y<br />

como era de suponer, para que se aceptara lo primero, se luchó<br />

en verdaderas batallas y se vertió a raudales la sangre. Hubo que<br />

esperar a la mitad del siglo XX para que uno de los que en el<br />

Vaticano de Roma dicen representarme en la Tierra, impusiera a<br />

mi Iglesia como dogma de fe la Asunción de mi madre. Según<br />

él, pasados pocos días después de su muerte en la Tierra, en<br />

carne mortal subió ella a los cielos llevada por manos de<br />

ángeles, y allí impera como reina indiscutida y única, si no al<br />

mismo nivel de mi Padre celeste, que por medio del Espíritu<br />

santo, una de las 3 Personas de la Trinidad, la dejó preñada, al<br />

menos en el nivel inmediatamente inferior y por encima de<br />

todos los demás seres, ya mortales, ya angélicos, que existan o<br />

puedan haber existido.<br />

Los que, como a continuación diré, publicaron mis<br />

hechos y dichos, y a los que se acostumbra llamar evangelistas,<br />

pues se les atribuye el dedicarse a predicar mi Evangelio o<br />

Buena Nueva de mi prodigiosa venida a este mundo, apenas se<br />

refirieron a ella. Para empezar, ninguno se preocupó de señalar<br />

con precisión el lugar en que había nacido, de modo que hoy<br />

unos afirman que vio por primera vez la luz del día en Séforis,<br />

capital de la antigua Galilea, a unos 5 km de Nazaret, mientras<br />

que según otros la habría visto en la misma Nazaret, pese a que<br />

como ya queda dicho mis abuelos Ana y Joaquín vivían a la<br />

sazón en la ya mencionada Cocheba. No ha faltado quien ha<br />

preferido hacerla nacer en Belén o en la misma Jerusalén, capital<br />

del territorio judaico. Tampoco dijeron nada del lugar en que<br />

murió, que si en Éfeso, que si en Jerusalén, ni dónde se la


32<br />

enterró, ni qué fue de sus huesos. Aunque a este respecto quizá<br />

no tendría mucho sentido el mencionarlos, puesto que se ha<br />

terminado por hacerla resucitar al poco de haberse muerto y a<br />

continuación se la ha hecho subir intacta a los cielos.<br />

En consecuencia, al contrario que todos los demás<br />

mortales, para resucitar de entre los muertos “con los mismos<br />

cuerpo y alma que mientras viva hubiese tenido”, como<br />

categóricos dicen ha de suceder inevitablemente los que me<br />

representan, ella no tendría que esperar a mi segunda venida.<br />

Sin embargo unas tres quintas partes de las gentes que<br />

hoy pueblan la Tierra no creen lo más mínimo en tal<br />

resurrección y por otro lado la cosa los tiene sin cuidado.<br />

Lo de la segunda venida arriba mencionado se apoyaría<br />

en algunas palabras que se supone dije estando aún vivo, según<br />

las cuales habría yo prometido volver a la Tierra de nuevo, una<br />

vez muerto, a la manera de una especie de bis, rodeado ahora del<br />

esplendor y gloria que como Hijo enviado de Dios me<br />

corresponderían, para juzgar por sus actos a todos los que<br />

mientras tanto hubiesen vivido, premiar con el cielo a unos y<br />

condenar al infierno a los demás.<br />

Hay incluso quienes han dicho conocer con exactitud el<br />

número de los que según esta versión del futuro se habrían de<br />

salvar de la quema. Unos pocos cientos de miles, esto es, nada,<br />

si se compara la cifra con la de todos los que como mínimo<br />

desde los Adán y Eva presuntos han venido a este mundo. Y en<br />

cuanto a la quema, nunca mejor empleada la expresión, si se<br />

tiene en cuenta que para ellos, esos bien informados sujetos, el<br />

infierno sería como una especie de gigantesco horno u hoguera<br />

cuyas llamas nunca se reducirían ni apagarían. Por ello se lo<br />

llama también lugar del fuego eterno.<br />

Volviendo a mi madre, se dijo también que una vez sola,<br />

viuda de mi padre José y muerto yo, su hijo divino, se habría ido<br />

a vivir a Éfeso, ciudad del Asia Menor, donde sin nada mejor<br />

que hacer, aparte de encargarse de las obras de caridad que


entonces se estilaba, dar de comer a los hambrientos, vestir a los<br />

desnudos, etc. etc. y disponiendo libremente de todo su tiempo,<br />

habría narrado su vida al evangelista Lucas, discípulo del<br />

apóstol Pablo.<br />

Al parecer viva aún, la habría visto en CésarAugusta otro<br />

de mis apóstoles, el hijo del Zebedeo, Santiago, al que habría<br />

animado a no dejarse vencer por las dificultades primeras y<br />

seguir predicando a los celtíberos, resultantes de la mezcla de<br />

los celtas y los íberos, pueblos autóctonos entonces de la hoy<br />

llamada península ibérica, la fe verdadera, por la cual se<br />

entiende el firme convencimiento de mi divinidad.<br />

CésarAugusta (luego Zaragoza) era una ciudad de la<br />

Hispania romana, cuyos habitantes se resistían a dejar la rutina y<br />

cambiar de creencias. Según los más viejos, ‘más valía malo<br />

conocido, que bueno aún por conocer’, y era sensato preferir ‘el<br />

pájaro en la mano, a los ciento que aún iban volando’.<br />

Más tarde se llamaría españolas a las gentes celtíberas,<br />

que era como decir cerriles y tercas.<br />

Un día, y por especial deferencia del Cielo, el arcángel<br />

Gabriel, el mismo que la había avisado de que habría de parir un<br />

hijo que sin romperla ni mancharla el Espíritu santo había<br />

engendrado en ella, le comunicó que la vida en la tierra se le<br />

estaba a punto de acabar, y que una vez muerta y enterrada no<br />

tendría que corromperse en el sepulcro, como todos los demás se<br />

corrompían, sino que subiría rauda al cielo.<br />

Lo de que una vez muerto y enterrado a todo el mundo<br />

toca corromperse, conocía algunas excepciones, pues al parecer<br />

y de hacer caso a la ya harto mencionada Biblia, tampoco un<br />

profeta, que llamaban Elías, se había muerto y corrompido: un<br />

carro de fuego lo habría llevado directamente al cielo, sin ni<br />

siquiera hacer escala en el Purgatorio, donde se purgaba las<br />

fechorías o malhechos de menor cuantía, y de ahí le venía el<br />

nombre, lugar de purga, ni tampoco en el Limbo, adonde le<br />

correspondería pasar algún tiempo, pues no habiendo aún venido<br />

33


34<br />

yo a la Tierra, todavía no estaba él redimido ni existía mi Iglesia.<br />

Fuera de la cual, como más tarde se dijo, no había salvación.<br />

Claro está que en ese momento nada se sabía de<br />

Purgatorios ni de Limbos y hubo que esperar casi 2000 años a<br />

que otro de mis representantes los diera por ciertos y los<br />

impusiera a los fieles.<br />

Llegada la hora de la muerte anunciada, mis apóstoles y<br />

discípulos, a la sazón dispersos por el mundo entonces conocido,<br />

donde se suponía predicaban mi Evangelio, se hallaron<br />

prodigiosamente reunidos en la Ciudad Santa, es decir Jerusalén,<br />

y asistieron al tránsito y sepelio de mi madre.<br />

Se ha de advertir que en ese momento la ciudad de<br />

Jerusalén no tenía nada de santa, sino que era una más entre<br />

todas, con los mismos vicios y virtudes que otras semejantes; se<br />

la conoció como tal en mi honor y mucho después de que los<br />

que se dicen míos se hubiesen impuesto en el mundo.<br />

Habría vivido -mi madre- sesenta y dos años aquí abajo,<br />

en la Tierra, lo que dada la esperanza de vida de aquel tiempo<br />

atrasado, la escasa cincuentena, había sido una edad<br />

relativamente avanzada. Como ya queda dicho, igualmente que<br />

yo al tercer día habría resucitado triunfalmente de entre los<br />

muertos y sin perder un momento habría volado rauda a los<br />

cielos. A diferencia de mí, lo suyo no había sido ascensión, sino<br />

simple asunción, porque a fuer de Hijo unigénito de mi Padre<br />

Yahvé, y aun por encima varón, no cabía discutir mi jerarquía<br />

muy superior a la suya.<br />

No solamente a causa de la edad avanzada, pues no se ha<br />

de olvidar que eternamente y desde el principio de los tiempos<br />

existía, mi Padre era amante del orden y de que cada uno<br />

ocupase en el concierto de todos el lugar que Él mismo le<br />

hubiese asignado. Recuérdese que según lo que se dice no vaciló<br />

en crear el infierno y sepultar en él para toda la restante<br />

eternidad a los ángeles que descontentos con su estatus<br />

preestablecido amenazaron con rebelársele y subírsele a las


arbas, venerables sin duda, si se atiende a su probada<br />

ancianidad.<br />

En cuanto a mi madre, allí en los cielos y cada una a su<br />

vez, las tres personas de la Santísima Trinidad la habrían<br />

coronado Reina de la Creación, de los ángeles y de los santos. Y<br />

desde entonces habría sido a un tiempo omnipotente y<br />

suplicante, y por medio de ella dispensaría Dios, mi Padre<br />

Yahvé, a los hombres, las gracias de la Redención.<br />

Esto se dice hoy de mi madre. ¡Ay! Como cuento, no está<br />

nada mal.<br />

MI MADRE HACE POLITICA<br />

Mis seguidores no acaban de decidirse por una versión<br />

determinada y queriendo conservar lo mejor de las disponibles,<br />

se arriesgan a contradecirse. Son como aquel sabio del cuento,<br />

según el cual una única naranja se nos aparece con tantos<br />

aspectos como puntos de vista desde donde se la mira, de modo<br />

que aun parciales, todos son verdaderos. Aplicado a mi madre,<br />

unas veces se la representa como una joven casta y pura que<br />

bajos los ojos da ejemplo sin par de dulzura y modestia de modo<br />

que viendo aquella piel delicada y casi traslúcida, aquel rostro<br />

sin defecto ni mancha, no puede uno menos que enamorarse de<br />

ella, porque es arquetipo de inocencia, pureza y felicidad<br />

extramundana. Sin embargo, otras veces es una mujer<br />

voluntariosa y de convicciones firmes que toma partido; como si<br />

cansada de parecer modosita y de la imagen insufriblemente<br />

pacata que se ha dado de ella, se desquitara teniendo después de<br />

muerta los arranques de rebeldía que de moza no se le habría<br />

permitido. Ya se sabe, como dice el vulgo, 'el que no la corre de<br />

joven, la corre de viejo'.<br />

Al parecer un buen día de la segunda mitad del siglo XX<br />

y con el nombre de Nuestra Señora de las Rosas se apareció<br />

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36<br />

según tal modalidad emprendedora a Verónica Luebken, una<br />

ama de casa americana igual a otra cualquiera residente en la<br />

comunidad neoyorquina de Bayside.<br />

Comenzó por advertirle, en sueños o por medio de una<br />

comunicación no intelectual sino íntima, según el entendido, de<br />

que se le iba a aparecer sobrevolando el tejado de una iglesia. Le<br />

dijo: "Sí, hija mía, de vez en cuando y si las circunstancias lo<br />

exigen, me dejo ver en varios lugares del mundo. Es la vez de<br />

Bayside y del viejo edificio de san Roberto Belarmino. Vuestro<br />

obispo ya no podrá negar que me aparezco." Al principio las<br />

autoridades de mi Iglesia se mostraban escépticas acerca del<br />

asunto, mas con el tiempo cambiaron de aviso, como atestigua la<br />

siguiente declaración de una de ellas: “Por cinco años y<br />

mediante las muchas curaciones del cuerpo y del alma que en<br />

Bayside han tenido lugar, ya directamente por intercesión de la<br />

Virgen en el momento mismo de su aparición, ya a través de los<br />

objetos que se le ha presentado, así como las fotos milagrosas<br />

tomadas con las cámaras previamente purificadas con agua<br />

bendita para hacerlas inmunes a las asechanzas engañosas del<br />

Maligno, el cielo ha señalado y dado testimonio de la<br />

autenticidad de las apariciones y mensajes.” Confortada con este<br />

oficial espaldarazo, mi madre no se limitaba a dejarse ver de la<br />

vidente, sino que también le comunicaba lo que era preciso se<br />

hiciese. Con notable elocuencia poética, otra de las autoridades<br />

eclesiásticas se expresaría en los siguientes términos: "Igual que<br />

un hilo dorado, estas llamadas conmovedoras de la Virgen<br />

corren a través de los Mensajes, últimos esfuerzos desesperados<br />

de una Madre que lucha por salvar de la locura a Sus hijos<br />

indicándoles el seguro y certificado camino que habrán de seguir<br />

y preparándolos para las grandes tribulaciones que a no dudar<br />

les aguardan”. Para luego aclarar: “En el sentido cristiano, un<br />

verdadero milagro no es una maravilla estéril o una exhibición<br />

mágica sin sentido, sino una señal o excepción ordenada por<br />

Dios en el orden natural para empujar a los hombres hacia su


salvación; es una maravilla o misterio que desafía las<br />

explicaciones humanas y para el que la ciencia no tiene<br />

respuesta. Los investigadores han de tratar de aclararlo, pero si<br />

los hechos los obligan, tendrán que doblegarse y admitirlo.<br />

Bayside es una verdadera aparición. No creí que lo fuera, pero<br />

las circunstancias me han hecho cambiar de aviso.”<br />

En ese trance supuesto, mi madre habría dado a Verónica<br />

diversas instrucciones. En la última de ellas llamaba la atención<br />

de las gentes acerca de la orientación política que en el momento<br />

mostraba el vaticano, la organización que presuntamente me<br />

representa en la Tierra. Al parecer, mi vicario buscaba hacer las<br />

paces con Rusia, donde imperaba entonces el régimen llamado<br />

comunista, que entre otras cosas era ateo y quería apoderarse de<br />

mis antiguos fieles. Mi madre estaba en total desacuerdo con tal<br />

actitud y había advertido a la señora Verónica del peligroso<br />

camino que a la sazón la jerarquía de mi Iglesia emprendía y de<br />

la necesidad de ponerla sobre aviso del disgusto divino. Citaré<br />

sus palabras: "Hija Mía, se especula acerca del tercer mensaje<br />

que en Fátima he dado. Se lo explica fácilmente. No se lo<br />

podía revelar del todo por su dura naturaleza. Os previne al<br />

respecto. El tercer secreto, hija mía, es que Satanás penetraría en<br />

la Iglesia de Mi Hijo y ocuparía la más alta Jerarquía de Roma."<br />

En su supuesta aparición mi madre mencionó a tres cardenales<br />

secretarios de Estado: "Antonio Casaroli, ¡condenaréis al<br />

infierno vuestra alma! ¿Qué camino seguís, Giovanni Benelli?<br />

¡Arriesgáis el infierno y la condenación! Villot, líder del mal,<br />

apartaos de esos traidores; el Padre Eterno os vigila; os asociáis<br />

con la sinagoga de Satán. ¿Creéis que no pagaréis por destruir<br />

las almas en la Casa de Mi Hijo?" Mi madre le descubría<br />

después la verdad acerca de la extraña muerte del anterior<br />

vicario mío, uno que ocupó el puesto solamente un mes, pues<br />

murió en extrañas condiciones. “Regresaré, hija mía, y contaré<br />

lo sucedido en Roma al Papa Juan, cuyo reinado duró 33 días.<br />

Oh, hija mía, ahora es ya Historia, pero figura en el libro de los<br />

37


38<br />

desastres de la Humanidad. Recibió el martirio de una copa de<br />

champán francés que le dio un ya fallecido miembro del clero y<br />

de la Secretaría de Estado”. Muerto este malogrado vicario mío,<br />

mi madre habría avisado del mal que amenazaba si no se estaba<br />

atento: "Hijos Míos, habrá un cónclave, y si no rezáis lo<br />

bastante, veréis en la silla de Pedro a uno de espíritu oscuro<br />

compadre del diablo." "Os lo advertí; en Roma el tal Benelli se<br />

ha presentado candidato a la santa Sede para instaurar el reino<br />

de la Bestia! ¡Como madre vuestra os ruego e imploro que me<br />

escuchéis! Mediadora entre Dios y los hombres, vengo para que<br />

me oigáis y prestéis atención. Sobre la Tierra, las fuerzas del<br />

infierno están sueltas ahora." Ya elegido mi vicario, el llamado<br />

papa Wojtyla, mi madre habría manifestado el juicio que le<br />

merecía el secretario de Estado: "Y ahora, hija mía, escribid al<br />

cardenal Casaroli, que aconseja al Santo Padre no atender este<br />

mensaje. Si no abandona sus intentos de apaciguamiento (con<br />

los comunistas), esclavizará a mucha gente y lo pagará con<br />

mucho sufrimiento. Hija mía e hijos míos, la maldad del<br />

comunismo es obvia; el mundo y su condición hablan por sí<br />

mismos." El cardenal Sodano apoya el vil tratado Vaticano-<br />

Moscú, el "curso de distensión", y busca acallar a los que incitan<br />

al Papa y a los obispos a emplear en contra del comunismo<br />

mundial el arma de Dios, la consagración de Rusia a Mi<br />

Corazón Inmaculado. "Sigue adelante, hija mía, y advierte a la<br />

gente de que Satanás ha entrado en la Casa de Dios y gobierna<br />

desde lo más alto. El mundo y la Iglesia están en tinieblas.<br />

Muchos de los que la dirigen han caído en el pecado. Rezad,<br />

hijos Míos, para que con vuestras oraciones y sacrificios se los<br />

recupere.”<br />

¡Ay, mi madre! -siglos atrás había suspirado resignado<br />

antes de expirar el rey francés Carlos IX. Su madre era Catalina<br />

de Médicis, tristemente famosa porque a ella se debió la llamada<br />

Noche de san Bartolomé, en la que el bando católico hizo<br />

asesinar con alevosía a varios miles de protestantes.


39<br />

Se cuenta que en lo que va de Historia y tirando por lo<br />

bajo, mi madre se habría aparecido en la Tierra a diversas<br />

gentes y en diversos ambientes unas 80.000 veces. Mientras en<br />

Nazaret compartimos techo y pitanza, y pese a haber tomado<br />

con ella más de un kilo de sal, requisito ordinario para empezar<br />

a conocer a fondo a quienquiera que sea, como dice el folclore,<br />

jamás imaginé que después de muerta se habría de mostrar tan<br />

diligente. Y mucho menos en asuntos políticos. Dejando a un<br />

lado el arrebato chovinista o patriótico de que al parecer dio<br />

muestras en el canto que como diré más adelante entonó cuando<br />

a raíz de mi concepción sobrenatural visitó a su prima Isabel,<br />

siempre la tuve por una más de esa mayoría silenciosa de que<br />

hablan los sociólogos refiriéndose a los muchos que en cualquier<br />

sociedad prefieren vivir adaptándose a lo que hay antes que<br />

aventurarse en empresas dudosamente revolucionarias de las que<br />

se sabe como empiezan, pero nunca como acaban.<br />

Contradiciendo al filósofo Sartre, para quien la muerte<br />

pone el sello definitivo a la Historia de uno, nunca podremos<br />

decir que en verdad sabemos nada de nadie, ni aun ya fallecido.<br />

También se ha dicho de ella que en fecha no bien<br />

establecida y por supuesto morando ya en el cielo, peregrinó a<br />

Compostela para visitar la tumba del apóstol Santiago, mi<br />

discípulo, y que al hacer el Camino, en la zona llamada Peña<br />

Partida se encontró una gran roca que se lo estorbaba, de modo<br />

que ni corta ni perezosa mandó bajar a los ángeles a su mandado<br />

a los que ordenó quitar el obstáculo; sin hacerse rogar y<br />

copiando tal vez a Zeus, el antiguo padre de los dioses griego, la<br />

complacieron ellos destruyéndolo con un rayo. Como prueba se<br />

señala hoy al viandante los dos surcos o huellas que dejaron en<br />

la vereda las ruedas del carro que la transportaba. Se ve que al<br />

contrario de la mayor parte de los que hoy peregrinan, no quiso<br />

hacer a pie el Camino. Tampoco ha quedado constancia de si<br />

una vez terminado, dio al apóstol el abrazo de rigor, ni si vio<br />

volar en el aire el botafumeiro. ¡Lástima!


40<br />

Y ya puestos en ello, no puedo resistir la tentación de<br />

incluir aquí una de las apariciones más notables de mi madre a<br />

los humanos.<br />

Allá por el siglo VII de la era actual vivió en la España<br />

visigótica un piadoso varón al que por su mucha sapiencia y<br />

notables virtudes habían nombrado las autoridades para ocupar<br />

la sede vacante del arzobispado de Toledo cuyo titular acababa<br />

justo de morir. Se trataba del que luego mi Iglesia había de subir<br />

a los altares y llamar san Ildefonso. Tal como lo describieron los<br />

que tuvieron la fortuna de tratarlo, era de talla imponente y<br />

ademán de mando, andar grave y pausado y perfil de asceta<br />

completo. Frisando apenas en los 55 años, solía predicar con tan<br />

torrencial elocuencia mi doctrina que, según decían arrebatados<br />

los oyentes, parecía justamente que por su boca hablase yo.<br />

Confieso que aquí me siento indeciso, entre si tomarlo a<br />

cumplido o protestar airado. Sea de ello lo que fuere, al parecer<br />

se inclinaba a la mística y en consonancia había escrito un<br />

tratado en el que a propósito de la soledad interior se despachaba<br />

a gusto. Difícil es saber qué entendía él por tal soledad; en todo<br />

caso la tomaba por el lado bucólico y ante el espectáculo de los<br />

montes y cañadas, las plantas y los árboles, las aves y los ríos,<br />

en los que veía otras tantas representaciones de la eterna belleza,<br />

caía en éxtasis. Mas un buen día, quizá debido a la nostalgia que<br />

sintiera del amor de su madre terrena, quien tal vez contando<br />

con organizarle un porvenir brillante en el mundo se había<br />

opuesto tenaz a la inclinación eclesiástica del hijo, se enamoró<br />

de la mía. Entre sus muchos otros trabajos de pastor de la grey<br />

que se le había asignado, Ildefonso había escrito una obrita que<br />

intituló La perpetua virginidad de la madre de Dios. Aquí no<br />

puedo menos de admirar el curioso afán de algunos en<br />

pronunciarse acerca de algo que por su misma naturaleza está<br />

más allá de la humana comprensión. En cualquier caso y según<br />

dijeron a una los críticos, el autor rompía con lo ya establecido<br />

al respecto y en torrencial explosión de afectos desahogaba su


emocionado corazón. Como se suele decir, siempre se idealiza<br />

aquello de que se ha carecido, en este caso probablemente el<br />

amor maternal. Con devoción que a la luz de la actual<br />

mentalidad laica curada de espantos pudiera resultar algo<br />

equívoca, se expresaba él en los términos siguientes:<br />

Concédeme, Señora, estar siempre unido a Dios y a Ti; servirte<br />

a Ti y a tu Hijo, ser esclavo tuyo y serlo suyo (...). Soy por tanto<br />

tu esclavo y eres Tú mi Señora, y soy siervo tuyo, que concebiste<br />

a mi Creador. Palabras que recuerdan un tanto las hoy corrientes<br />

en la literatura masoquista de la Dominación Femenina. En todo<br />

caso y según se cuenta, mi madre no tardó en premiar diligente a<br />

quien así se le entregaba y sin condiciones estaba dispuesto a<br />

servirla. Una noche clara de diciembre se dirigió Ildefonso en<br />

procesión a la catedral para celebrar la fiesta que, gracias a sus<br />

desvelos y en fecha reciente, había establecido en honor de mi<br />

santa madre el décimo concilio episcopal. Apenas franqueados<br />

los recios portones de aquella imponente basílica advirtieron<br />

todos que un resplandor celeste los envolvía. Empavorecidos los<br />

más, soltaron las velas y los cirios que en las manos portaban y<br />

mientras unos se apresuraban a huir, nuestro héroe se adelantaba<br />

animoso al altar mayor y caía de rodillas. Alzados entonces los<br />

ojos, sentada en el sillón episcopal descubrió a mi madre.<br />

Distribuidos por el ábside y entonando salmos davídicos, alados<br />

coros de ángeles y grupos de vírgenes le formaban la más<br />

espléndida corona que el lenguaje acertara a describir. Maternal<br />

invitaba ella a Ildefonso a acercársele y tras alabarle la<br />

disposición rendida y sumisa que le manifestaba, sacadas ya<br />

mismo de los celestiales tesoros le entregaba unas vestiduras<br />

litúrgicas como hasta la fecha nadie ha podido imitar. Tras lo<br />

cual y sin más retornaba a la gloria dejando detrás inmerso en<br />

inefables deliquios a su adorador.<br />

Así ha llegado el relato hasta hoy.<br />

En otra ocasión, siglos después y también en España, se<br />

apareció mi madre a san Pedro Nolasco y le ordenó perentoria<br />

41


42<br />

que sin más demora fundara una orden religiosa para liberar de<br />

la ignominiosa esclavitud a los numerosos cristianos que por<br />

entonces en manos del Islam la padecían. Así lo hizo él y la<br />

llamó mercedaria o de la Señora de la Merced.<br />

Como buena madre judía, la mía no toleraba bien que<br />

alguien pretendiese hacerme sombra y de ahí que en el<br />

enfrentamiento de la religión cristiana con la mahometana<br />

tomase decidido partido a mi favor. A este respecto y<br />

mostrándose contraria a cualquier tolerancia, a la filosofía<br />

pagana del vive y deja vivir, se la podría decir “más papista que<br />

el Papa”. Quizá temiera que si se abandonaba y dejaba ir, mis<br />

seguidores la acusasen de hereje.<br />

Un día santa Margarita María de Alacoque le rezaba el<br />

rosario cómodamente sentada en una silla. Mi madre se le<br />

apareció y al verla tan a sus anchas se mosqueó y le dijo un<br />

tanto irritada: ¡Vaya! ¡Qué bonito! No te tomas muy en serio el<br />

servirme ¿verdad? A lo que la Margarita bajó confundida la<br />

cabeza y prometió que no se repetiría.<br />

Y a propósito del santo rosario, como se lo suele llamar,<br />

también se dice que cuando en Lourdes, con uno de gruesas<br />

cuentas en la mano, se apareció a Bernadette, lo rezó varias<br />

veces con ella, lo que de ser cierto vendría a significar que en<br />

alguna ocasión mi madre se ha rezado a sí misma.<br />

No la hubiese pensado yo tan sarcástica y de buen<br />

humor.<br />

Así pues después de su muerte mi madre se movía<br />

diligente y no paraba quieta en los cielos atendiendo a esto y lo<br />

otro sin darse descanso. Se parecía en ésto a la diosa griega<br />

Atenea, que en la guerra de Troya y volando continuamente del<br />

Olimpo al lugar de la batalla y de la batalla al Olimpo no había<br />

escatimado esfuerzos para favorecer a Héctor en contra de<br />

Aquiles. Nadie hubiera podido acusarlas, a mi madre y a ella, de<br />

la hoy poco menos que vergonzosa pasividad femenina.<br />

Prosigo la historia.


MI MADRE ERA BEL<strong>LA</strong><br />

En estos tiempos modernos, en los que la apariencia<br />

importa un montón, no han faltado los que han especulado con<br />

la belleza corporal de mi madre; y claro está, se le ha atribuido<br />

gracias mundanas que no desdijeran en mucho de las virtudes<br />

morales en que al parecer habría sido paradigma y modelo. Es<br />

de creer -han dicho algunos- que el dios Yahvé no habría puesto<br />

en peligro su prestigio y majestad si no parando mientes en ello<br />

hubiese descuidado adornar a la madre de su único Hijo con una<br />

belleza del todo celestial y divina, que por añadidura no dejaría<br />

de inspirar devoción y ternura en quien la contemplase. No soy<br />

yo el mejor situado para zanjar el asunto, porque para su hijo y<br />

como es natural ninguna madre es carnalmente bella, y si se me<br />

apura, tampoco lo es moral o espiritualmente, a menos que no le<br />

importe verse acusado de la perversión masoquista incestuosa y<br />

de no haber resuelto a satisfacción el complejo de Edipo<br />

apuntado por Freud, según el cual, como generalmente se sabe,<br />

durante sus años primeros el hijo varón desea ante todo matar a<br />

su padre y poseer libremente a la madre. Dejaré pues que hablen<br />

por mí y por los otros aquellos que se molestaron en escribir al<br />

respecto. Unos se apresuraron a aplicarle lo que al parecer en el<br />

Cantar de los Cantares había dicho de la llamada Sulamita, una<br />

de las 700 esposas y más de 300 concubinas que oficialmente se<br />

reconoce a aquel quizá inigualable semental, se supone que la<br />

más querida de todas, el rey israelita Salomón:<br />

¡Qué hermosa eres, amada mía! ¡Qué hermosa eres! Tus<br />

ojos son palomas... Tu voz es dulce y encantador tu rostro... Tus<br />

cabellos, rebaños pequeños de cabras que ondulantes van por<br />

los montes de Galaad... Tus dientes cual rebaño de ovejas que<br />

suben del lavadero... Cintillo de grana son tus labios, y tu<br />

hablar es agradable... A través de tu velo, son tus mejillas<br />

mitades de granada... Cual la torre de mi padre David,<br />

43


44<br />

adornada de trofeos, de la que mil escudos y pendones penden,<br />

es tu cuello... eres del todo hermosa, amada mía, no hay tacha<br />

en ti... Eres jardín cercado, hermosa mía, esposa; eres jardín<br />

cercado, fuente sellada...<br />

No puedo menos de preguntarme si mi padre José vería a<br />

mi madre a la manera en que al parecer veía el rey Salomón a su<br />

compañera. Aunque palabras tal vez naturales en labios de un<br />

regio personaje aristócrata cuya sangre me place imaginar de<br />

color azul, ya es más difícil pensarlas en los de un carpintero,<br />

persona que dada su condición proletaria sería más bien práctica<br />

y nada romántica y para más señas israelita practicante, es decir,<br />

tirando a fanático y seguramente austero y poco dado a<br />

semejantes fervor y entusiasmo. Mas si se tiene en cuenta que<br />

según una de las versiones de su mutuo trato, los dos<br />

permanecieron vírgenes por toda la vida, ya no sería tan<br />

descabellada la cosa; porque como se ha dicho en estos tiempos<br />

vulgares, el mejor antídoto contra el amor es el matrimonio.<br />

En cambio otros la vieron no tan carnal. Siglos después<br />

de su muerte -y a juzgar por lo detallado y minucioso de la<br />

descripción uno creyera que la conocía de siempre y siempre la<br />

tenía ante los ojos- Epifanio de Constantinopla, un monje<br />

bizantino devoto, la habría retratado de esta forma:<br />

“María era respetable en todo, hablaba poco, siempre al<br />

caso, sin decir palabras ociosas, pues no era amiga de chismes,<br />

y nunca se supo que mancillara sus labios la mentira. (Aun<br />

tratándose de mi madre, es difícil de creer que no mintiera<br />

nunca. Como también se dudara de que hablase poco, aunque no<br />

de que se la admirara por ello. Para el vulgo, si a la mujer en<br />

general se le da la ocasión, no parará de hablar atolondrada. Y se<br />

ha dicho que el que mucho habla, mucho yerra).<br />

Su voz era dulce y penetrante; y sus palabras tenían un<br />

no sé qué de bondad y consuelo que infundían paz en las almas.<br />

(Qué diferencia con las que hoy se han impuesto, groseras y<br />

agrias!).Obedecía con prontitud, era afable y muy recogida con


45<br />

el sexo contrario, seria y sosegada, fervorosa en la oración,<br />

reverente, cortés y respetuosa con los varones, de modo que<br />

todos admiraban su innata inteligencia. (Espero que aquel santo<br />

varón no la haya considerado inteligente por su presunta actitud<br />

ante los hombres).<br />

En todos sus modales reinaba la más encantadora<br />

modestia; era buena, amable, compasiva, y nunca mostró que la<br />

enfadasen los muchos afligidos que acudían a quejarse de sus<br />

numerosos males. Ni una sola vez se la vio airada; nunca<br />

ofendió, ni causó pena, ni reprochó nada a nadie.<br />

Difícil de creer, mucho más si se tiene en cuenta mi<br />

verdadero carácter, en el que, de creer a quienes me retrataron,<br />

los reproches a quien se negaba a entrar por el aro que yo les<br />

mostraba, abundaron; carácter que como se sabe se forja durante<br />

los años infantiles en el hogar de los padres. Por otro lado y si<br />

fue verdad lo que arriba dice el entusiasta panegirista, no puedo<br />

menos que envidiar tanta igualdad de ánimo. Al parecer no la<br />

heredé, pues incluso a mí, que en otra ocasión, y sin ruborizarme<br />

ante lo que algunos considerarían insufrible inmodestia, me<br />

califiqué de manso y humilde de corazón, en Jerusalén se me<br />

encendió un día la sangre y a zurriagazos eché del templo a los<br />

que haciendo de él un mercadillo compraban y vendían los<br />

animales que luego se ofrecía en sacrificio.<br />

Sencilla en el vestir y los modales, era enemiga de toda<br />

ostentación. Sin ninguna pretensión, prefería llevar vestidos sin<br />

teñir, y se cubría el rostro con un velo tupido. (Ni que hablara<br />

del burka de las mujeres afghanas. Y por otro lado se dice que la<br />

debilidad de las mujeres está en su vanidad. Ninguna acepta de<br />

buen grado mostrarse poco atractiva y ya no digamos poco<br />

limpia. Me parece que aquí este panegirista no le hace favor). Ni<br />

por mientes sintió el deseo de exhibirse, ni de presumir de su<br />

antiguo y noble abolengo o de los tesoros que enriquecían su<br />

mente y su corazón. Sin el menor orgullo, se oponía al fasto y a<br />

la molicie. (Si de verdad descendía del rey David, parece difícil


46<br />

creer que lo mantuviera en secreto. Imagino que hoy se la habría<br />

de mirar con suspicacia y se la consideraría algo rara.)<br />

Su misma presencia parecía santificar a cuantos la<br />

rodeaban, y su sola vista bastaba para desterrar todo<br />

pensamiento terreno. (Ciertamente su sex appeal no sería como<br />

para echar cohetes).<br />

Su cortesía no era simple fórmula de palabras vanas,<br />

sino expresión de la benevolencia universal que le brotaba del<br />

alma. Todo en Ella reflejaba a la Madre de la Misericordia. (¡Y<br />

hoy la violencia y la grosería se han puesto de moda! ¡Oh,<br />

tiempo pasado!).<br />

En su juventud hilaba parte de la lana destinada al<br />

templo del Señor, en el que se la alojaba y sustentaba, y se<br />

mostraba constante en las plegarias, la lectura, el ayuno, el<br />

trabajo manual y todas las demás virtudes que fuera ocioso<br />

enumerar, siempre la más perfecta en todas ellas, la más exacta<br />

en cumplir la ley divina, la más humilde, de modo que, santa de<br />

veras, por su modo de vida y variedad de labores, había sido<br />

maestra de muchas mujeres. (Tal como luego se ha descrito la<br />

vida en el convento, cualquiera dijera que a mi madre le iba ser<br />

monja antes que mujer casada y con hijos. Y por otro lado, de<br />

ser de verdad como el fraile la pinta, ¡mucho la debían de odiar<br />

las compañeras! Tanta perfección les resultaría sencillamente<br />

insufrible. En todo caso y sin faltar al respeto que se debe a una<br />

madre, sobre todo de pareja excelencia, en la actualidad no<br />

faltaría quien la acusara de padecer una neurosis obsesivocompulsiva).<br />

De mediana estatura, su tez tenía el rico matiz de las<br />

doradas espigas; el sol de su tierra la bronceaba algo, como<br />

había bronceado a la Sulamita, (la querida que en un momento<br />

dado el rey Salomón había preferido, recuérdese); su cabello<br />

era claro; sus ojos, vivos, con pupilas de color un poco<br />

aceitunado; sin necesidad de artificiales afeites, tenía<br />

perfectamente arqueadas y negras las cejas; la nariz aguileña,


47<br />

de forma acabada; los rosados labios; y el corte de la cara, un<br />

óvalo hermoso, completaban el armonioso conjunto; eran<br />

largos y finos sus manos y dedos.<br />

(Se ve que este monje se había tomado todo su tiempo<br />

para contemplarla a su sabor y sin perder detalle, pese a que sus<br />

superiores eclesiásticos consideraban pecaminoso y por tanto lo<br />

prohibían tajantemente pararse en exceso a mirar a cualquier<br />

mujer; hasta el punto de que uno de mis más fervientes adeptos,<br />

al que mi Iglesia llevó a los altares, se mostraba al respecto tan<br />

escrupuloso que sólo de espaldas hablaba con ellas, aunque<br />

fueran ancianas y sin excluir a su propia madre. Se lo llamó san<br />

Alfonso María de Ligorio y era italiano, napolitano por más<br />

señas. Ante tanto ditirambo no puedo menos que imaginar a la<br />

mía candidata al título de miss universo, si en aquel tiempo se<br />

hubiese pensado convocar concursos parejos.)<br />

Se la podía considerar la más consumada expresión de<br />

la divina gracia en consorcio con la belleza humana, y a porfía<br />

todos los santos Padres del pasado habían confesado unánimes<br />

su tan admirable hermosura. (Me pregunto por qué, dado que<br />

ninguno de ellos la había conocido). Pero no se debía al cúmulo<br />

de perfecciones naturales el encanto de su donosura: emanaba<br />

de otra fuente superior. (Con razón se ha dicho que el buen paño<br />

en el arca se vende). Lo comprendió san Ambrosio, obispo<br />

insigne de la italiana Milán, para quien tan atractivo exterior<br />

no constituía sino una gracia, a través de la cual se le<br />

traslucían desde el interior todas las virtudes; y su alma se le<br />

revelaba enteramente en la mirada; después de la de<br />

Jesucristo, era la más noble, la más pura que jamás había<br />

existido. La hermosura natural de María era solo un lejano<br />

reflejo de sus bellezas espirituales e imperecederas. (San<br />

Ambrosio, otro que tal, a la hora de hablar de mi madre).<br />

De todas las mujeres era la más bella porque era la más<br />

casta y la más santa ”.<br />

Así se había expresado aquel santo y entusiasta varón.


48<br />

Mas no se piense que con esto está dicho todo acerca de<br />

la posterior devoción a mi madre. Si en vida había pasado<br />

desapercibida y para los habitantes de Nazaret había sido una<br />

más del lugar, y -como ya queda apuntado- durante los primeros<br />

100 años que siguieron a mi muerte no se ocupó nadie de ella, a<br />

mediados del siglo II se la comenzó a tener en cuenta y empezó<br />

a dar qué pensar a mis seguidores. No siempre se la alabó ni<br />

tuvo en mucho. En el siglo III los llamados Padres de mi Iglesia<br />

la tildaron de vanidosa y orgullosa y, entre otros presuntos<br />

defectos, le echaron en cara el que al parecer no hubiera<br />

confiado lo bastante en mí, pues pese al ángel que<br />

presuntamente le habría anunciado mi nacimiento y origen<br />

divinos, nunca del todo convencida los habría puesto en<br />

cuestión. Ha de tenerse en cuenta que me había cambiado los<br />

pañales y limpiado el tierno trasero y como en otro contexto se<br />

ha dicho, para el ayuda de cámara nadie es grande. Al principio<br />

se la tuvo en menos que a mis apóstoles y mártires; mientras en<br />

los servicios religiosos se los veneraba y se los nombraba en las<br />

oraciones litúrgicas, antes del siglo V a ella ni se la mencionaba.<br />

Sólo entonces se impuso mediante sobornos la tesis de que mi<br />

madre era madre de Dios. Nadie quería tragar tal disparate.<br />

Ningún ser creado puede ser madre de uno increado y eterno<br />

-argumentaba entre otros Nestorio, un santo varón patriarca de<br />

Constantinopla, a lo que sus contrarios respondían que no<br />

entraban ellos en tales refinadas minucias, propias de gente<br />

estudiada, y solo les interesaba el hecho cierto de que si era<br />

madre mía y yo era Dios, era del más evidente cajón llamarla<br />

madre de Dios. Pero nada, no hubo manera de ponerlos de<br />

acuerdo, y una vez en la pendiente, todo se precipitó. El año 435<br />

la emperatriz Eudoxia de Bizancio descubrió -cabe decir<br />

milagrosamente- un retrato de mi madre que habría pintado el<br />

evangelista Lucas, al parecer polifacético literato y artista hoy<br />

dijéramos gráfico. Luego, en el siglo VIII, empezaron a<br />

multiplicarse esos retratos, al parecer salidos de manos de


49<br />

ángeles pintores; los llamaron aquiropoitos. De pronto apareció<br />

una piedra en la que se suponía había tropezado mi madre<br />

cuando a requerimiento de las autoridades romanas y en<br />

compañía de mi padre José se encaminaba a Belén para<br />

empadronarse; y con ella se construyó un altar de la iglesia que<br />

en Jerusalén se había levantado sobre el que se decía mi<br />

sepulcro. Pero más tarde habría desaparecido de allí y vuelto al<br />

camino del que procedía convertida en el brocal de una fuente<br />

que manaba un agua muy limpia de manantial montañoso.<br />

Luego, en la localidad de Diocesárea, nombre en el que se había<br />

cambiado el anterior de Séforis y que como ya señalé se decía<br />

patria de mi abuela Ana, se afirmó haberse encontrado un jarro<br />

que mi madre habría utilizado en las faenas domésticas, el<br />

barreño en que me bañaba cuando yo era aún un bebé, y una<br />

canastilla en la que me llevaba consigo cuando salía de compras;<br />

en Nazaret, algunas piezas de su ropa, y en Jerusalén un cinturón<br />

y una cinta con la que se habría sujetado los no sé -por muy raro<br />

que pueda parecer ignorar el color del pelo de la propia madre-<br />

si rubios o negros cabellos. En Bizancio, antes dicha<br />

Constantinopla, las autoridades religiosas manifestaron poseer el<br />

sudario en que se habría envuelto su cadáver y el vestido que<br />

habría llevado mientras estuvo embarazada de mí. Durante la<br />

Edad Media europea se habló de una rueca en la que habrían<br />

caído algunas gotas de su leche cuando me amamantaba, y había<br />

quienes decían guardar algunas hebras de su melena, que se<br />

habría arrancado al peinarse, jirones de su camisa, supongo que<br />

limpia, y partes de su calzado. Se llegó a rezar una novena en<br />

recuerdo del peine o peineta que usaba mi madre y se afirmó<br />

que en las batallas sus rizos servían de escudo contra los<br />

disparos enemigos. Igual que los escapularios que muy<br />

recientemente en la guerra civil española se llamaba Detentes.<br />

También se llegó a celebrar una fiesta en honor del asno que nos<br />

habría llevado a ella y a mí durante la huida a Egipto.<br />

Finalmente, cuando a finales del siglo XIII los mahometanos


50<br />

conquistaron la Tierra Santa, nombre que en aquel momento los<br />

cristianos daban al que antes había sido territorio de Israel, al<br />

parecer unos ángeles arrancaron de sus cimientos la casa-cueva<br />

en la que habíamos vivido y cogiéndola en vilo la llevaron<br />

volando hasta Italia, dónde en el lugar de Loreto aún se la puede<br />

ver actualmente. Y fueron multitud los que pusieron en duda su<br />

perpetua virginidad, por no decir que la negaron de plano. Se ha<br />

hablado de varios hermanos míos, igualmente nacidos de ella y<br />

de mi padre José.<br />

También en tiempos modernos un escritor del llamado<br />

siglo de oro español se explayó a su sabor respecto a mi madre:<br />

Poco más que mediana de estatura; como el trigo, el<br />

color; rubios cabellos; vivos los ojos, y las niñas dellos de verde<br />

y rojo con igual dulzura. Las cejas de color negra y no oscura;<br />

aguileña nariz; los labios, bellos, tan hermosos que hablaba el<br />

cielo en ellos por celosías de su rosa pura. La mano larga para<br />

siempre dalla, saliendo a los peligros al encuentro de quien<br />

para vivir fuese a buscalla. Esta es María, sin llegar al centro:<br />

que el alma solo puede retratalla pintor que tuvo nueve meses<br />

dentro.<br />

¡Ay, la poesía y el romanticismo!<br />

SE PUBLICA MI VIDA<br />

Prosigo con la historia. En consonancia con el destino de<br />

mediadores que al crearlos se les había marcado y aunque el<br />

escéptico pudiera pensar otra cosa, al parecer los ángeles y los<br />

arcángeles eran entonces algo de lo más común y se les<br />

aparecían a unos y a otros según la necesidad. Habían pasado<br />

pocos meses desde que uno de ellos había advertido al sacerdote<br />

Zacarías de que pese a su ya avanzada menopausia y la de su<br />

mujer, les iba a nacer un hijo, aquel al que la aparición a mi<br />

madre se había referido al hablarle de la prima Isabel. Como


más adelante diré, se habían aparecido también a mi padre, a<br />

unos sabios de oriente, a unos pastores, y a otros muchos que<br />

sería fastidioso detallar.<br />

Ha de saber el lector que todo esto que hasta aquí vengo<br />

diciendo acerca de mis padres y yo comenzó a comentarse más<br />

de 30 años después de mi supuesta muerte aparente, pues hasta<br />

entonces cada uno pensaba de mí lo que bien le parecía e incluso<br />

muchos daban a la estampa (pido que en aras de la amenidad se<br />

me perdone el anacronismo, puesto que aún no se había<br />

inventado la imprenta) y publicaban unos opúsculos en los que<br />

narraban mi vida. De ahí que nadie por entonces se preocupara<br />

de mi supuesta ascendencia divina, si tal cosa era un hecho. Sólo<br />

después se propusieron algunos poner orden en todo el<br />

anárquico asunto y decidieron escoger los relatos que habrían de<br />

pasar por verídicos y desechar los restantes, a los que llamaron<br />

apócrifos. La gente en general me tenía por un hombre<br />

cualquiera, sin otra diferencia que mi mayor virtud y manera<br />

original de ver las cosas, original al menos para los que vinieron<br />

después. Así pensaban entonces entre otros los llamados<br />

ebionitas y un probable judío versado en la religión de los<br />

egipcios llamado Cerinto, contemporáneo de uno de mis<br />

discípulos, según algunos el que yo prefería a los demás, Juan,<br />

autor también de uno de los cuatro evangelios que aceptó luego<br />

mi Iglesia. Tuvieron que pasar 3 siglos antes de que aquellos que<br />

se ocupaban de mí se plantearan en serio hacer reconocer a los<br />

demás mi condición de hijo divino y aun entonces costó, como<br />

vulgarmente se dice, dios y ayuda el lograrlo a gusto de todos.<br />

Pero de esto hablaré en otro lugar.<br />

Se suele admitir que yo nací cuando reinaba en Roma el<br />

emperador Augusto, hacia el año 748 'ab urbe condita', es decir,<br />

a contar desde que los dos gemelos, Rómulo y Remo, a los que<br />

se supone una loba había amamantado, habían fundado también<br />

presuntamente la ciudad. Se deduce pues que según el actual<br />

calendario he cumplido ya más de 2000 años y algunos no<br />

51


52<br />

comprenderán que me halle aquí escribiendo estas memorias,<br />

dado que en el momento de mi nacimiento, allá en Judea, la<br />

esperanza de vida rondaba los 60 años. A esto responderé que de<br />

mí también se suele decir que resucité después de muerto, y que<br />

pasados 40 días con sus noches subí en cuerpo y alma al cielo, o<br />

a los cielos, que en esto hay discordes opiniones, de modo que<br />

de estar ellos en lo cierto yo vivo aún.<br />

No se me pida que lo aclare ni que diga donde estoy;<br />

porque una de dos, o ni yo mismo lo sé o no lo quiero decir, en<br />

este último caso ya sea porque no se me lo permita y se me haya<br />

impuesto el discreto silencio, ya porque por mi propio deseo<br />

prefiera guardarlo respecto al asunto; en todo caso tanto da, pues<br />

todo es una y la misma cosa.<br />

Lo de la discrepancia en cuanto a si subí al cielo o a los<br />

cielos se debe a que en lo tocante al destino final de los que<br />

mueren, no se ha llegado al unánime consenso. Antes de mí se<br />

hablaba de que los muertos que en el mundo se habían<br />

conducido mal, iban al Orco, el Averno o el Tártaro, sinónimos<br />

de infierno, que no era entonces lugar de tormentos eternos sino<br />

simplemente el lugar inferior, el que está por debajo, por debajo<br />

del cielo, se entiende, en tanto que los que se habían conducido<br />

bien, iban a los Campos Elíseos, el jardín de las Hespérides o<br />

de los Bienaventurados, y para otros más el seno de Abraham;<br />

pero como ya he dicho, se supone que yo no he muerto<br />

definitivamente, de modo que en cuanto al lugar dónde me toca<br />

estar, reina la mayor confusión. Para unos me hallo en los cielos<br />

y me siento a la derecha del trono del Altísimo, que no es otro<br />

que Dios Padre, por otro nombre Yahvé o también Jehová,<br />

presuntamente padre mío auténtico, ya que también<br />

presuntamente yo soy su único Hijo; pero la verdad es que no<br />

me veo sentado al lado de nadie e ignoro si me hallo en los<br />

cielos o en alguna otra parte. Por lo que respecta a esto último,<br />

hay quien distingue entre los cielos y el cielo; el cielo, en<br />

singular, sería el común firmamento o esfera celeste aristotélica,


53<br />

es decir, el lugar en el que se asientan las estrellas, las galaxias,<br />

los agujeros negros y todo lo demás, en tanto que los cielos<br />

serían el sustituto actualizado de los jardines mencionados, a<br />

saber, el lugar donde morarían los bienaventurados, por los que<br />

se entendería los muertos en gracia de Dios, es decir, en gracia<br />

de mi Padre divino y de mí.<br />

Sea como fuere lo que de todo ello resulta, la cuestión es<br />

que aquí me hallo, enfrentado a la tarea de reflexionar acerca de<br />

mi mismo y de lo que -según esas gentes mencionadas- a lo<br />

largo de los siglos pasados me ha venido ocurriendo.<br />

Como ya queda dicho, cuando estuve en el mundo nunca<br />

tuve por padre mío a otro que a José, el carpintero, pero unos<br />

300 años más tarde se me proclamó hijo de lo que hoy los<br />

cristianos llaman Dios, y por tal hijo de Dios muchos me tienen.<br />

Por aquel entonces se entendía por Dios el que los judíos o<br />

habitantes del actual territorio de Israel llamaban Yahvé o<br />

también Jehová, un personaje que aparecía por primera vez en la<br />

Biblia, que no era otra cosa que un libro en el que desde hacía<br />

unos 1600 años atrás se venía escribiendo la Historia de aquel<br />

pueblo devoto.<br />

Yo, a este mi padre, Dios, no lo he visto jamás; me he<br />

limitado a aceptar lo que se me ha dicho de Él. Y se me ha dicho<br />

que a mi madre no la había poseído José, el carpintero, mi padre<br />

oficial, sino el Espíritu santo, que en ella me había engendrado.<br />

En aquellos tiempos míos se creía que los vientos<br />

fecundaban a las hembras -mi madre, una mujer, era hembra- y<br />

se tenía al Espíritu santo por una especie de viento sagrado. En<br />

la misma Biblia mencionada se dice que el Espíritu santo es un<br />

viento, pues como tal se habría aparecido en el cenáculo de<br />

Jerusalén -o salón en el que habíamos hecho la última cena de<br />

que más adelante hablaré- a los apóstoles míos, y cuando yo ya<br />

había muerto y se suponía que también resucitado les habría<br />

infundido el don de lenguas, para que pudieran predicar urbi et<br />

orbe mi doctrina, es decir, a la ciudad de Roma y al mundo,


54<br />

independientemente de la nacionalidad del oyente, porque<br />

Jerusalén era entonces lugar cosmopolita, es decir, que<br />

procedentes de los lugares más remotos la visitaban muchas<br />

gentes.<br />

MI MADRE FUE SIEMPRE VIRGEN<br />

Todo esto de engendrar y de fecundación lo comprendo<br />

ahora, que ya soy adulto, pero como es natural entonces nada<br />

sabía, como tampoco sabía de espíritus, vientos que fecundaban<br />

a las hembras y todo lo demás. Por eso hoy no me explico como<br />

un espíritu, al que se suele decir incorpóreo, es decir, carente de<br />

cuerpo, puede engendrar a un ser humano, de corporales huesos<br />

y carne. Es ya bien sabido que los seres humanos procedemos<br />

del ovocito resultante de la unión de un espermatozoide y un<br />

óvulo, del que luego resultan los fetos, y si el Espíritu santo era<br />

incorpóreo, como es razón que todos lo sean, santos o no, no se<br />

comprende de donde habría podido sacar la necesaria semilla.<br />

Pero no terminan aquí los enigmas, porque al parecer el<br />

Espíritu santo dicho poseyó a mi madre, María, sin romperla ni<br />

mancharla, como más tarde se ha dicho, es decir, sin que en el<br />

trance perdiera ella su virginidad, la cual era por otra parte tan<br />

incomún e impareja que no la perdió ni siquiera cuando yo nací,<br />

lo que es tanto más portentoso si se tiene en cuenta que al nacer<br />

pesé más de 6 libras romanas, lo que equivale con creces a los 3<br />

kilos actuales, por lo que imagino que mi tamaño debió de exigir<br />

una dilatación vaginal respetable.<br />

Lo he llegado a saber como de oídas, por lo que primero<br />

en mi casa y después entre la gente se ha venido diciendo.<br />

Se me ha olvidado observar que haciendo gala de buenas<br />

maneras y cuna elevada, en el momento de su aparición a mi<br />

madre aquel ser invulgar se había presentado diciéndole: Soy el<br />

arcángel Gabriel, sin añadir nada más. Al parecer daba por


sentado que las palabras ángel y arcángel no tendrían para ella<br />

secretos, y que no la sorprendería en exceso que tales seres se le<br />

apareciesen cuando a ello hubiere lugar.<br />

Esta historia me trajo el recuerdo de otras semejantes,<br />

entre ellas una al decir de los entendidos ocurrida unos 360 años<br />

atrás. En efecto, al parecer un griego de entonces, al que luego<br />

se llamó Alejandro el Magno, ante los amigos solía alardear de<br />

ser hijo de Zeus, el dios de aquellas gentes y tiempo, que como<br />

nuestro Dios a María, mi madre, habría poseído a Olimpia, la<br />

suya, la madre de Alejandro, y lo habría engendrado, en lugar de<br />

hacerlo Filipo de Macedonia, el marido formal. Se cuenta que en<br />

una ocasión, ya crecido el mancebo, alguien había confiado a<br />

Olimpia lo que de ella manifestaba el retoño, a lo que un tanto<br />

escéptica antes que picada, había respondido la tal: ¡Ay!<br />

¿Cuándo ese mi hijo madurará y sentará la cabeza?<br />

Se dice con admiración que la idea de Alejandro de<br />

aparentar descender de un dios estaba inspirada en el espíritu de<br />

la auténtica política.<br />

También entre los griegos antiguos se creía que a<br />

menudo, desde su morada o palacio en la cima del monte<br />

Olimpo, su Zeus o dios principal bajaba disfrazado a los valles<br />

para poseer a las jóvenes que le apetecía, yacer carnalmente con<br />

ellas, cuando las veía descuidadas a orillas de lagos o ríos, en<br />

ambientes mayormente bucólicos, y que a semejanza de mi<br />

madre, solían ser hijas de reyezuelos lugareños; aunque en el<br />

momento mi madre era hija de gente sólo acomodada, al parecer<br />

era de la estirpe de David, nuestro rey ancestral. No se sabe que<br />

aquel Zeus se disfrazara de ángel, ni que los enviara como<br />

mensajeros para avisar de sus intenciones a las escogidas, sino<br />

que, una vez averiguadas las inclinaciones de la moza y sus<br />

preferencias, más directamente bajaba en persona y con<br />

apariencia diversa la gozaba a placer. Una vez se presentó como<br />

cisne, otra en forma de toro verriondo o salido, una tercera como<br />

lluvia de áureas monedas, y así por el estilo. De buena gana se<br />

55


56<br />

dejaba llevar de la imaginación y como buen estratega<br />

acomodaba a los fines los medios.<br />

Otro caso entonces popular era el de Sémele y Zeus,<br />

personajes de la griega cultura de quienes habría nacido<br />

Dioniso. Al parecer la rubia Sémele, hija de Cadmo, rey de la<br />

ciudad griega de Tebas, era la más bella de las doncellas que se<br />

había consagrado a Zeus. En una ocasión le sacrificaba en un<br />

altar un toro y luego bajaba al río a lavarse la sangre que le<br />

ensuciaba las manos. En aquel momento y disfrazado de águila<br />

Zeus sobrevolaba el paraje y al verla se supone que tan buena,<br />

como hoy se dijera, se había prendado loco de ella. Vestido<br />

como un joven cualquiera y tras presentarse con cortesía divina,<br />

le había declarado su amor, a lo que ella halagada había<br />

consentido en recibirlo a escondidas en sus doncelliles<br />

aposentos. Bajo humana apariencia y tomándose su tiempo, sin<br />

prisas, pero también sin pausas, como muy bien hubiera podido<br />

decirse, él la había gozado y preñado. Sin embargo, llevada de la<br />

curiosidad -algunos dicen aviesamente inspirada por Hera, la<br />

esposa legítima del dios, a la que la traición del esposo<br />

encocoraba, que es lo mismo que decir irritaba- y no acabando<br />

de creerse que una divinidad la hubiese escogido para yacer en<br />

el lecho con ella, una simple mortal, lo instó a que le demostrase<br />

su olímpica condición y se le manifestase en toda su gloria, a lo<br />

que él se negó tras rogarle que por el propio bien no se lo<br />

pidiese y dejase como estaban las cosas; mas como ella terca<br />

insistiese y no diese el brazo a torcer, él finalmente accedió a<br />

complacerla, y en medio de rayos, relámpagos y truenos se dejó<br />

ver tal como era, en toda su magnificencia. Tal como se le había<br />

advertido, la cosa fue fatal para la moza, pues no resistió el<br />

espectáculo y allí mismo se redujo a cenizas. También a la<br />

bíblica mujer de Lot le habría sido funesta la curiosidad, el afán<br />

de saber, pues no queriendo perderse el espectáculo de las<br />

ciudades de Sodoma y Gomorra que por castigo del dios Yahvé<br />

y habiendo llovido sobre ellas fuego del cielo ardían en llamas,


se había vuelto a verlo, pese a que se le había expresamente<br />

prohibido, con lo cual quedó convertida en estatua de sal, que<br />

según algunos aún hoy, allá en Palestina, puede ver todo aquel<br />

que se tome la molestia de viajar a tan estupendos lugares. En<br />

cuanto a la historia de Sémele y Zeus, previendo el suceso, antes<br />

de montar toda la dramática escena el dios había tomado la<br />

precaución de extraerle del útero el feto del hijo a medias<br />

formado, al que hasta haberse cumplido los reglamentarios<br />

meses de la gestación y a falta de lugar más adecuado habría<br />

implantado en el propio muslo. Una vez nacido el insólito<br />

mancebo, para evitar el enojo de Hera y los celos de otros menos<br />

afortunados, lo llamó Dioniso, que significa 'el que tuvo dos<br />

madres' y también 'el que nace dos veces'. Por éso y como<br />

después se habría de decir de mí, se consideró que en resumidas<br />

cuentas Dioniso moría y resucitaba. Asimismo se dijo que más<br />

tarde rescató del infierno o Hades a su madre, la condujo al<br />

Olimpo y la hizo inmortal. Igualito, igualito a lo presuntamente<br />

ocurrido conmigo y la mía. También a él se remontaría el<br />

misterio llamado eucarístico que según mis seguidores habría<br />

establecido yo en mi última cena en Jerusalén con mis<br />

discípulos.<br />

El affaire amoroso de Zeus con Sémele fue uno de doce<br />

que en el mundo griego se le atribuyó y de los cuales también<br />

tuvo hijos. Las once restantes afortunadas parejas efímeras del<br />

dios se llamaron Io, Europa, la ninfa Pluto, espíritu femenino de<br />

la Naturaleza, Danae, Egina, Antiope, Leda, Dia, Alcmena,<br />

Laodamia, madre de Sarpedón, en la guerra de Troya contrario a<br />

los griegos, y Olimpia.<br />

Pero no terminaba aquí la cosa. En aquellos tiempos y en<br />

contra de lo que hoy es la norma, muchos maridos se sentían<br />

honrados y en nada humillados si su esposa era objeto de la<br />

lujuria de un dios o de un personaje de alcurnia. Así en el libro<br />

bíblico del Génesis, se cuenta que en su probable visita a Egipto<br />

nada menos que el patriarca Abraham habría dado a su esposa<br />

57


58<br />

Sara en matrimonio al faraón; Sara era lo que hoy diríamos<br />

hermanastra de su marido, pues aunque hijos de un padre<br />

común, tenían madre distinta, y dado que entonces se establecía<br />

según la línea materna y no la paterna la descendencia, no se<br />

consideraba consanguínea la unión. Por otro lado, en Egipto los<br />

faraones solían desposar a las propias hermanas. Del mismo<br />

modo Rebeca, aunque en el momento esposa de Isaac, había<br />

desposado también a Abimelec, rey de Gerar. Y como ya queda<br />

dicho, alguno sostuvo que no había poseído a mi madre el<br />

espíritu santo, sino uno de los herederos del rey Herodes, y que<br />

por lo tanto y como descendiente de él yo tenía derecho al trono<br />

terrestre. Quizá todo no haya sido otra cosa que simples<br />

paparruchas.<br />

En este asunto de mi concepción mi madre se mostró<br />

más reticente o reservada que las otras antiguas, al menos<br />

conmigo, pues si a alguien habló de mi supuesto padre divino, a<br />

mi nunca me dijo nada al respecto y tuve yo que averiguarlo<br />

poco menos que por casualidad. En cierta ocasión, y en mi<br />

presencia interrogada acerca del asunto, se había limitado a<br />

sonreír y no había soltado prenda. Tal vez no quiso ponerse en<br />

evidencia y la cosa contada de mi singular engendramiento<br />

nunca fue verdad, sino algo que la posteridad le colgó, aunque<br />

infamante por suponer adulterio y poco creíble dados los usos<br />

del tiempo; porque de haber sido ella consciente de que sin<br />

'romperla ni ensuciarla' le había nacido un hijo, es de suponer<br />

que se hubiera por lo menos sorprendido y lo hubiera comentado<br />

aunque solo fuera ante las amigas mas intimas.<br />

No hubiera sido para menos, me parece.<br />

En lo tocante a su virginidad se ha dicho que la cosa<br />

deriva de un malentendido del que tradujo del hebreo el relato,<br />

puesto que en mis tiempos solíamos llamar virgen no a la que lo<br />

fuese en sentido anatómico, sino sencillamente a la doncella<br />

joven y núbil.<br />

¡Así se escribe la Historia!


Sea de ello lo que fuere y virgen o no virgen en el<br />

momento de mi concepción, muerta y subida a los cielos, mi<br />

madre tuvo a docenas por no decir a cientos, los adoradores y<br />

amantes que según se sostiene en vida no habría tenido. ¡A la<br />

vejez, viruelas! -sentencia el dicho vulgar.<br />

Le pasó lo que a mí, como diré más adelante cuando me<br />

refiera a mi vida sexual. Con ardiente obsesión, los clérigos de<br />

mi Iglesia desearon a mi madre y soñaban con sus pechos, de la<br />

misma manera que las monjas me deseaban e imaginaban<br />

nuestra cópula carnal.<br />

En innumerables leyendas medievales, mi madre aparece<br />

excitante y deseable, y cubriéndolos de leche, dejándose cortejar<br />

o acariciar, animando a sus devotos a abandonar a las parejas<br />

terrenales que por acaso entonces tuvieran y entrar en un<br />

convento, concede a sus amantes satisfacciones sensuales<br />

además de las espirituales.<br />

Los monjes más exaltados le transferían los sentimientos<br />

sexuales que se les vedaba, la hacían su «novia» e idealizaban<br />

en ella a la mujer real, de carne y hueso, a la que evitaban y<br />

despreciaban, o a la que, al menos, debían evitar y despreciar.<br />

Aquel amor mariano se parecía al laico y profano «amor libre»<br />

posterior.<br />

A finales del siglo X y comienzos del XI, la que algunos<br />

consideran asfixiante mística mariana hizo estragos en Cluny,<br />

cuyo abad Odilón se echaba al suelo cada vez que se mentaba el<br />

nombre de mi madre. En Steinfeld, un monasterio alemán,<br />

Hermann, un joven de la orden premonstratense, vivió en<br />

completa intimidad amorosa con ella. Algo parecido ocurrió con<br />

Robert de Molesme, primer abad cisterciense. El Papa Gregorio<br />

VII y Pedro Damián, fanáticos del celibato y grandes misóginos,<br />

fueron también sus grandes devotos.<br />

La intimidad fue estrecha. Según se afirmaba, mi madre<br />

había ofrecido su pecho a numerosos fieles, entre ellos a santo<br />

Domingo, y bajo la imagen del dominico Alano de la Roche<br />

59


60<br />

resplandecía la siguiente leyenda: “De tal manera correspondió<br />

ella a su amor que, ante el mismo Hijo de Dios y muchos<br />

ángeles y almas escogidas, María tomó por esposo a Alano y<br />

con su boca virginal le dio un beso de paz eterna, le dio de beber<br />

de sus castos pechos y como señal del matrimonio lo obsequió<br />

con un anillo de sus propios cabellos”.<br />

Al parecer, Bernardo de Claraval, otro de los santos de<br />

mi Iglesia, gozó igualmente de los favores íntimos de mi madre.<br />

En una homilía sobre el Cantar de los Cantares, este santo dice<br />

que “los efectos de uno de sus besos son tan violentos que la<br />

Novia recibe al punto lo que de ella surge, y sus pechos se<br />

hinchan y rebosan de leche». Los ángeles lo rocían con la leche<br />

de los pechos de mi madre. «Múestrate madre» -ante su imagen<br />

reza él; y al punto se descubre ella el pecho y amamanta al<br />

sediento orante tras hacerle saber complacida: «me muestro<br />

madre».<br />

También el útero de mi madre fascinó muchísimo a los<br />

santos. Cuando aún era un niño, Bernardo tuvo una visión y en<br />

sus predicaciones lo contaba a menudo; me vio nacer; vio cómo<br />

yo salía del útero materno.<br />

Este amor por mi madre sigue floreciendo en la edad<br />

moderna, como lo ilustra el texto de la boda perfecta que en<br />

fecha relativamente reciente ha publicado uno de mis clérigos:<br />

“En verdad, todo deleite de la juventud y todo supuesto placer<br />

de los novios en la carne, cuenta menos que nada frente al goce<br />

celestial del amor a María. Uno se tiende confortado a su lado y<br />

mama de su seno hasta saciarse, y accedemos a su fuerza para<br />

ejercerla en un juego amoroso paradisíaco. En su compañía hay<br />

un placer puro. Nunca jamás se ofrecerá a un hombre una novia<br />

terrenal con mejores prendas, más casta, más honesta y más<br />

agradable que esta venerable virgen. Oh, placer puro, ven y<br />

visita a los tuyos más a menudo y haz que ya no falten tus<br />

emociones amorosas; dígnate acogernos de continuo en tu<br />

íntima presencia, única y pura tórtola mía”.


MI MADRE VISITA A SU PRIMA Y CANTA<br />

61<br />

Motivos hay para creerlo, que nunca se ofrecerá a un<br />

hombre novia terrenal pareja, pues si se atiene uno a las<br />

biografías que presuntamente dan cuenta de mi vida, apenas<br />

había acabado el ángel de anunciar a mi madre la buena nueva<br />

de que iba a tener del mismísimo Yahvé un hijo, cuando ella, sin<br />

perder un instante y lo mejor que supo y pudo se acicaló con sus<br />

galas de fiesta, y sin comunicar a nadie sus propósitos, se puso<br />

en camino hacia un lugar de las vecinas montañas en el que<br />

moraba su prima Isabel. No bien hubo llegado, se entró en la<br />

casa y la saludó cortés. Y habría acontecido al parecer que al oír<br />

Isabel la salutación inesperada, el niño que llevaba en el seno<br />

dio saltos de gozo, momento en el que ella, según se cree<br />

arrebatada por el Espíritu santo, levantó con gran clamor la voz<br />

y dijo a mi madre: Bendita tú eres entre todas las mujeres y<br />

bendito es el fruto de tu vientre, Jesús. Con lo cual y lo que el<br />

ángel anunciador había dicho, completaron más tarde mis fieles<br />

la oración llamada Avemaría. Ya más calmada, la prima agregó:<br />

¿Cómo se explica que me visite la madre de mi Señor? Para<br />

proseguir aclarando tras tomar aliento: Porque tan pronto oí tu<br />

agradable saludo, dio saltos de alborozo el niño en mi seno. A<br />

lo que de nuevo añadió: Y dichosa la que creyó que se ha de<br />

cumplir lo que de parte del Señor se le ha dicho.<br />

A los espíritus escépticos actuales, algunas de las<br />

mujeres de aquel tiempo, tales como mi madre y su prima,<br />

podrían parecer particularmente devotas, pero entonces, al<br />

menos entre ciertos estratos sociales, los mejor situados, se<br />

dijera, referirse al Señor, tenerlo de continuo en los labios e<br />

incluso dedicar los mejores años a servirlo en el templo, era cosa<br />

poco menos que obligada. Ya hablé de la supuesta infancia de mi<br />

madre entre los sacerdotes. El caso es que tras las amables<br />

palabras de su prima, también ella se había sentido arrebatada y


62<br />

sin pensarlo dos veces había entonado el cántico siguiente:<br />

Engrandece mi alma al Señor porque puso sus ojos en la<br />

bajeza de esta su esclava; y me llamarán dichosa todas las<br />

generaciones, porque hizo en mi favor grandes cosas.<br />

Haciendo gala de su buena crianza, aquí mi madre se mostraba<br />

agradecida al dios Yahvé por haber puesto en ella los divinos<br />

ojos; y exclamaba luego: ¡Oh, el Poderoso, Dios, mi salvador,<br />

cuyo nombre es santo! (A mi madre se le daba bien la<br />

elocuencia). Tras lo cual proseguía describiendo: Con su brazo<br />

mostró su poder, desbarató lo que en silencio maquinaban<br />

los soberbios; derrocó de sus tronos a los potentados,<br />

enalteció a los humildes, colmó a los hambrientos y despidió<br />

vacíos a los ricos. (Tal vez alguno se sentiría tentado a ver aquí<br />

demagogia; pero será mejor dejarlo estar). Y a continuación mi<br />

madre habría completado la tirada mostrándose chovinista, o<br />

según otros patriota: Para siempre a favor de Abraham y su<br />

linaje, como a nuestros padres había prometido, y<br />

acordándose del poder, misericordia y santidad que le son<br />

inherentes, bajo su amparo tomó (Dios) a Israel, su siervo.<br />

A juzgar por este cántico y de ser verdad que lo entonó,<br />

sorprendería a cualquiera el dominio de la retórica que con él mi<br />

madre demostraba, así como su conocimiento literal de la Biblia,<br />

que cabría derivar de que como se ha dicho, se la hubiese<br />

educado en el templo de Jerusalén.<br />

Mi madre se quedó tres meses con su prima, hasta que<br />

ésta dio a luz. Al respecto se cuenta una anécdota. A los 8 días<br />

del feliz natalicio y como estaba mandado, se dispuso lo<br />

necesario para la obligada circuncisión del retoño, y todos los<br />

presentes estaban de acuerdo en llamarlo Zacarías, como se<br />

llamaban el padre y el abuelo; pero la madre se opuso<br />

firmemente a ello diciendo que se lo había de llamar Juan, a lo<br />

que los demás, desconcertados, habían exclamado: ¡Qué<br />

extraña pretensión! ¿A qué viene ese nombre? Nadie en tu<br />

familia lo lleva. Y se dirigieron al padre, que en una silla


63<br />

cercana asistía mudo a la escena. No se trataba aquí de una<br />

metáfora, porque el ángel que -también a él- le había anunciado<br />

que la ya anciana mujer le iba a dar un hijo, lo había castigado a<br />

estarse callado hasta nueva orden o disposición del Altísimo,<br />

pues en lugar de limitarse a oír y consentir en lo que se le hacía<br />

saber, como a fuer de humano en presencia de lo sobrenatural le<br />

correspondía, se había mostrado escéptico y expresado sus más<br />

que razonables dudas acerca de que su provecta mujer pudiera<br />

ya concebir. No se conocía entonces la reproducción asistida ni<br />

el tratamiento hormonal gracias al cual conciben hoy aun las<br />

sesentonas. También, como ya he dejado apuntado acerca de mi<br />

abuela, algunos sin duda mal pensados levantaron luego la<br />

sospecha de que en el curso de unas fiestas que en Jerusalén se<br />

celebraba todos los años y embriagada Isabel previamente con<br />

alguna substancia psicotrópica de la época o droga corriente,<br />

había sido poseída en el Templo por algún sacerdote robusto y<br />

joven que no le había hecho ascos a la edad más que ajada de la<br />

ocasional y momentánea pareja. Digo pues que vueltos todos al<br />

padre para que zanjase aquella molesta discusión, el tal había<br />

pedido una tablilla para escribir en ella lo siguiente: El niño se<br />

ha de llamar Juan, pues Juan es su nombre. Colijo que para<br />

acabar de una vez con el asunto y poner fin a las más que<br />

fastidiosas protestas y no porque a semejanza del ángel que<br />

anunció a mi madre mi venida a este mundo padeciese algún<br />

defecto de elocución, repitió por dos veces el nombre que se<br />

había de dar al muchacho. Como si lo hubiese querido subrayar<br />

y grabar a conciencia en la mente de todos los presentes. Con lo<br />

que todos se maravillaron, tanto más cuanto que en aquel<br />

preciso instante el anciano recobró la perdida palabra, le quedó<br />

expedita la lengua y se lanzó sin más a cantar una parrafada, por<br />

no decir recitarla, pues la seriedad de la letra, que tendía a<br />

solemne y profética, así lo exigía. De haberle aplicado alguna<br />

melodía, se lo hubiese tal vez acusado de inoportuna ligereza,<br />

supongo, y carencia de la más elemental compostura. También


64<br />

él patriótico, comenzó bendiciendo al Señor, Dios de Israel, que<br />

al parecer y con todo el asunto había visitado a su pueblo para<br />

rescatarlo del mal; y así por el estilo.<br />

Mucho antes de que los nacionalismos hicieran furor en<br />

otras partes del mundo, los israelitas de aquel tiempo eran<br />

patriotas convencidos, y por eso se sentían muy desgraciados de<br />

que los gobernasen los romanos, gente extraña y distante que<br />

además de tener costumbres muy diferentes a las autóctonas,<br />

aun por encima adoraban a un montón de dioses distintos y nada<br />

sabían de Yahvé.<br />

Se me perdonará que no reproduzca aquí extensamente<br />

aquel himno, más bien farragoso, porque temo hacerme pesado.<br />

El caso es que así nació aquel Juan, que presuntamente luego<br />

creció y se robusteció, en el espíritu al menos, ya que no en<br />

músculos y carne, pues así como otros hacen pesas, pongo por<br />

caso, él cultivaba el ayuno, y se fue a vivir al desierto, según<br />

presuntamente decía 'para preparar los caminos del Señor', un<br />

Señor que al parecer no era otro que yo. Pero me adelanto a los<br />

acontecimientos.<br />

<strong>LA</strong>S APARICIONES ERAN COSA COMÚN<br />

Antes dije que en aquella época nadie se sorprendía si en<br />

sueños o en estado de vigilia se le aparecía un espíritu; al menos<br />

en lo tocante a mi familia, tal parecía ser la norma antes que la<br />

solitaria excepción. En efecto, contaré aquí dos casos más aparte<br />

de los ya señalados.<br />

No sólo mi madre recibía tan insólitas visitas. Como ya<br />

he dicho, su prima Isabel estaba casada con Zacarías, sacerdote<br />

de Jerusalén. Se decía de ellos que irreprensibles a los ojos de<br />

Dios, ambos eran justos y caminaban en todos Sus mandatos y<br />

ordenanzas. Que por entonces tal era el concepto de hombre<br />

justo, a saber, aquel que cumplía a rajatabla lo ordenado, como


65<br />

después habrían de hacer los nazis alemanes, cabría decir. La<br />

llamada obediencia debida; sólo que en este caso se obedecía a<br />

Yahvé y no a un hombre común. Mas prosiguiendo el relato, no<br />

tenían hijos, porque al parecer ella era estéril y de avanzada<br />

edad los dos. Y aconteció, según dicen, que ejerciendo él su<br />

ministerio, le cupo en suerte ofrecer en el santuario el incienso.<br />

El rey antiguo David había dividido en 24 grupos a los<br />

sacerdotes, para que se turnasen en el servicio del templo, y se<br />

sorteaba entre ellos la ceremonia de ofrecer el incienso, honrosa<br />

entre todas. Le tocó pues aquel día el turno al anciano Zacarías;<br />

y mientras la gente oraba fuera del llamado santuario, una como<br />

cámara apartada, en la que al abrigo de miradas profanas llevaba<br />

él a cabo aquel rito, a la derecha del altar, hierático, que sería<br />

como decir en posición rígida de firmes, o que tenía o afectaba<br />

solemnidad extrema, se le apareció un ángel, semejante me<br />

imagino al que se había aparecido a mi madre, aunque de menor<br />

categoría que él. Ante la extraña visión, aquel sacerdote se turbó<br />

y según se dijo lo sobrecogió el temor. Se espantó, vamos. No<br />

era para menos, pues no todos los días trata con espíritus la<br />

gente, aunque sean angélicos y no demoníacos. Mas también a<br />

él lo tranquilizó aquel ángel diciéndole: No temas, Zacarías,<br />

antes alégrate, pues el Señor ha escuchado tus ruegos y tu<br />

mujer te dará un hijo al que pondrás por nombre Juan; te<br />

será motivo de gozo y alegría y de su nacimiento muchos se<br />

han de holgar, porque a los ojos del Señor (se refiere a Yahvé)<br />

será grande, no beberá vino ni sidra ni otra poción<br />

fermentada, ya desde el seno de su madre lo llenará el<br />

Espíritu santo y convertirá al Señor Dios de Israel a muchos<br />

de los hoy incrédulos y tibios; (incluso en la actualidad miran<br />

bien los judíos al que lleva de vuelta al redil a algún descreído,<br />

en tanto que se lo mira con severa desaprobación si intenta hacer<br />

lo contrario, mostrarle la inconveniencia y absurdo de su<br />

anacrónica fe); con el ánimo y fortaleza de Elías precederá al<br />

Señor (aquí se supone que se refiere a mí) para retornar hacia


66<br />

los hijos los corazones de los padres, y al rebaño de los<br />

justos, los rebeldes, para preparar al Señor (yo, de nuevo) un<br />

pueblo debidamente dispuesto. Tras la extensa tirada, no<br />

menos retórica que las otras del caso ya referidas, el ángel se<br />

tomó un respiro e hizo una pausa, momento que aprovechó<br />

Zacarías para meter baza e intervenir preguntándole: ¿Cómo<br />

sabré que es verdad lo que dices, teniendo en cuenta que soy<br />

un anciano como anciana es mi mujer? A lo que el ángel<br />

replicó añadiendo: Yo soy Jehudiel y asisto ante Dios; Él me<br />

ha enviado a hablarte y comunicarte estas buenas nuevas;<br />

mas por no haber dado fe inmediata a mis palabras, que<br />

han de cumplirse a su tiempo, hasta que se verifiquen<br />

estarás callado y no podrás hablar. Y así sucedió, como ya he<br />

dicho anteriormente.<br />

Mientras esto ocurría en el santuario, y al parecer<br />

extrañada de que la ceremonia se alargase más que otras veces,<br />

la gente que fuera esperaba comenzaba a impacientarse y se<br />

preguntaba por las causas de la rara demora. Y cuando el<br />

sacerdote Zacarías por fin apareció y no les hablaba y se<br />

expresaba por señas, dedujeron sin más que debía de haber<br />

tenido alguna visión; y sin querer indagar los pormenores del<br />

seguramente insólito incidente, lo dejaron irse pronto a su casa.<br />

Días después Isabel, su mujer, quedó encinta, y los cinco meses<br />

siguientes se ocultó, mientras para sí murmuraba: Así lo ha<br />

hecho conmigo el Señor, (aquí se refiere a Yahvé) en los días<br />

en que puso sobre mí sus ojos, para quitar mi afrenta entre<br />

los hombres. Porque se veía mal que una mujer fuera estéril.<br />

Mas de nuevo hay otras versiones. Según ellas no se<br />

habría aparecido al sacerdote Zacarías ningún ángel, ni siquiera<br />

un espíritu maligno, como algunos aviesos -que por antiguas<br />

rencillas se la tenían jurada- apuntaron, sino el mismo Herodes<br />

disfrazado, que harto de la beatería extrema de aquellos cerriles<br />

judíos a los que por fuerza le había tocado gobernar, quería<br />

inducirlos a volver a venerar a otros dioses más antiguos que


Yahvé, en concreto el dios egipcio llamado Set, al que se había<br />

adorado bajo la efigie de un asno garañón hirsuto. De modo que<br />

con los medios a su alcance, pues no en vano era el rey de los<br />

demás, se disfrazó de tal, de asno montaraz y silvestre, penetró<br />

en el sancta sanctorum o santo de los santos en el que Zacarías<br />

llevaba a cabo el sagrado ministerio que le correspondía, se dejó<br />

ver de él, le reprochó que, como se había hecho con las antiguas<br />

falsas deidades, se lo siguiese incensando, y finalmente harto del<br />

fastidioso papel que aquellos devotos lo forzaban a desempeñar,<br />

se había desquitado apagando el fuego que según el ritual ardía<br />

permanentemente en el altar y se había ido callandito. Incapaz<br />

de aceptar que el dios Yahvé se le hubiese aparecido bajo la<br />

forma de un asno, bestia no precisamente distinguida y noble,<br />

Zacarías se había quedado mudo de espanto, porque también era<br />

incapaz de pensar que alguien de carne y hueso mortales hubiese<br />

sido tan osado como para profanar el santuario, de modo que<br />

salió de allí sin querer decir a nadie lo que había visto, dado que<br />

insinuarlo siquiera hubiera sido una imperdonable blasfemia que<br />

se acostumbraba penar con la muerte a pedradas. Sin embargo,<br />

al parecer nada había más cierto, porque según habían de<br />

afirmar más adelante algunos destacados estudiosos de las<br />

religiones antiguas, el dios Jehová, en el que se había<br />

sincretizado o resumido a toda una caterva de dioses locales<br />

menores, no era otro que el ya aludido dios Set de los egipcios,<br />

con el paso de los siglos transformado en el dios judío.<br />

Según esta otra versión, finalmente Zacarías había<br />

muerto lapidado, por haberse animado más tarde a decir lo que<br />

en el curso de aquella ceremonia había sucedido.<br />

Más adelante me referiré a lo que otros sostienen, a<br />

saber, que por haberse negado a descubrir donde su madre había<br />

ocultado al niño inocente Juan, habían matado a Zacarías los<br />

esbirros de Herodes.<br />

He dicho que en el dios Jehová se había condensado a un<br />

montón de otros dioses. Un destacado autor moderno cuenta que<br />

67


68<br />

allá en medio del Éufrates y el Tigris, en la que se llamó<br />

Mesopotamia, región de entre ríos, en el siglo XIV anterior a la<br />

era presente, Abraham y los suyos adoraban a una serie de<br />

dioses locales, cuyas efigies, de madera, barro o metal, lo que<br />

andando el tiempo se había de llamar idolillos, el padre de aquel<br />

patriarca vendía en su tienda. Había numerosas divinidades y<br />

espíritus, entre ellos un El, dotado de un miembro gigante,<br />

porque entonces la fertilidad, de los animales tanto como de las<br />

plantas, era lo más importante, pues de ella dependía la vida de<br />

todos. Las gentes rendían culto a los astros, a las fuerzas de la<br />

naturaleza, a las teraphim o divinidades domésticas, a animales<br />

tales como el becerro y la serpiente, que era un símbolo fálico,<br />

igual que el becerro, en representación del toro, lo era de la<br />

potencia sexual, y a lugares sagrados como árboles, fuentes y<br />

cavernas. No se distinguían de los demás pueblos del contorno.<br />

Mas se dio el caso de que a Abraham disgustaba el politeismo<br />

poco serio de sus padres, de modo que empezó por romperles las<br />

figuras que ofrecían a la venta y poco a poco fue convenciendo a<br />

propios y a extraños de que valía más adorar a un único dios que<br />

a una caterva de ellos, hasta que finalmente se quedaron con uno<br />

sólo, al que llamaron Yahvé.<br />

MI PADRE SOSPECHA<br />

También mi padre tenía trato con los ángeles. Ya fuese<br />

un anciano provecto, incapaz de cumplir con mi madre los<br />

deberes conyugales corrientes, ya un joven en la flor de la edad<br />

que hubiese acordado vivir en desusada castidad con ella, es<br />

decir, privarse de por vida de la cohabitación a que el ser uno del<br />

otro les daba derecho, el caso es que un buen día, llegado el<br />

sexto mes del embarazo y regresando él del taller, percibió la<br />

redondez de mi madre, y no habiendo tenido arte ni parte en el<br />

asunto, comenzó a darse compungidos golpes en el estrecho


69<br />

pecho y a mesarse o alborotarse los cabellos que imagino lacios,<br />

ya que las preocupaciones y la mala alimentación no los<br />

producen lozanos, y echándose por tierra sobre un saco se<br />

torturaba pensando en cómo explicar ante Dios y los hombres la<br />

cosa. Porque habiendo recibido de los sacerdotes del templo<br />

pura a mi madre, no había sabido guardarla. Y se preguntaba<br />

quién hubiera podido cometer tal infamia y mancillar a una<br />

virgen. ¿Acaso se repetía en él la historia pasada, según la cual<br />

en la hora misma en que Adán glorificaba a Dios, según se<br />

supone, pues no estando aún obligado a trabajar para ganarse el<br />

pan con el sudor de la frente, no tenía otra cosa que hacer todo el<br />

santo día, había llegado la tentadora serpiente y encontrando<br />

sola a Eva, la había seducido? Se levantó pues del saco, y tras<br />

llamar a su presencia a mi madre, la había apostrofado en estos<br />

retóricos términos: ¿Qué has hecho, tú, predilecta de Dios?<br />

¿Has olvidado al Señor? ¿Cómo has osado envilecer tu alma,<br />

educada en el Santo de los Santos y más aun tras haber<br />

comido el pan de manos de un ángel, cosa que ciertamente<br />

no le ocurre a cualquiera? A lo que ella, hecha un mar de<br />

lágrimas y -si se me permite la anacrónica expresión- llorando<br />

como una Magdalena, con entrecortados suspiros había<br />

respondido: Estoy pura y no he conocido varón. ¿De dónde le<br />

venía, pues, el estado interesante? -quiso saber mi perplejo<br />

padre; pero ella le había asegurado que por la vida del Señor, su<br />

Dios, no sabía cómo había ocurrido. Lo cual no era del todo<br />

cierto, puesto que el ángel de la anunciación, como se lo llama,<br />

le había explicado con detalle el caso; pero tal vez la<br />

avergonzaba la historia, y no acabando de creérsela ella misma,<br />

tampoco esperaba que nadie la creyese.<br />

Temeroso, mi padre se alejó de ella y se preguntó qué<br />

haría al respecto. Si oculto su falta -se dijo- contravengo la ley<br />

del Señor; si la denuncio a las autoridades y la condenan a<br />

muerte, como es la costumbre, me arriesgo a hacerme cómplice<br />

de matar a un feto inocente, tal vez producto de un ser


70<br />

sobrenatural. (Pues la ley de Moisés castigaba a morir lapidados<br />

a los reos de adulterio probado). ¿Cómo procederé, pues, con<br />

María? La repudiaré secretamente -terminó decidiendo.<br />

Como se ve y al admitir en el asunto la intervención de<br />

lo sobrenatural, al parecer y pese a ser israelita devoto, también<br />

él creía que los dioses se ayuntaban carnalmente con las<br />

hembras humanas.<br />

No era para tomar a broma aquel asunto. En aquellos<br />

tiempos una doncella que concebía no estando casada se<br />

arriesgaba a ser objeto del más profundo desprecio. El no haber<br />

sabido guardarla como era preciso significaba la vergüenza para<br />

toda la familia. Corría entonces la historia de una a la que el<br />

padre había descubierto en tales circunstancias y a la que sin<br />

pensarlo dos veces había degollado. Había tenido que hacerlo o<br />

de lo contrario quedaría para siempre deshonrado. Y otro había<br />

ahogado en un pozo a la incontinente hija<br />

Absorto en estos propósitos amargos cavilaba mi padre,<br />

cuando de pronto, aunque en sueños como la última vez, con<br />

ocasión de la huida a Egipto, se le apareció otro ángel que le<br />

dijo: José, hijo de David, no temas recibir en tu casa a María,<br />

tu mujer, pues lo que en ella se engendró es del Espíritu<br />

santo. Dará a luz a un hijo al que pondrás por nombre Jesús,<br />

porque él correrá con el peso de los pecados de su pueblo.<br />

(Jesús equivaldría a salvador, como ya dije al comenzar esta<br />

historia). Al parecer todo esto había sucedido para que se<br />

cumpliese lo que a través del profeta Isaías había dicho el Señor,<br />

a saber: He aquí que una virgen concebirá y parirá un hijo,<br />

al que se dará el nombre Emmanuel, que quiere decir 'Dios<br />

con nosotros'. Con lo que aliviado mi padre se despertó, se<br />

levantó, y glorificó al Dios Yahvé, por haberle concedido<br />

aquella gracia, y continuó guardando a mi madre.<br />

En realidad se había sacado de contexto la frase de<br />

Isaías, pues el profeta había hablado dirigiéndose a un tal Ajaz<br />

para tranquilizarlo en nombre de Yahvé, y con tal propósito le


había anunciado lo referente a la doncella dicha, sin que ello<br />

tuviera nada que ver necesariamente con mi madre, que aún<br />

tardaría años si no siglos en nacer. Se ha insinuado que el<br />

evangelista Mateo, que cuenta la historia aplicada a mi madre,<br />

se había esforzado en encajarla con lo profetizado, con el fin de<br />

reforzar en la incipiente comunidad cristiana la idea de mi<br />

naturaleza presuntamente divina. Por aquel entonces los casos<br />

de hijos divinos nacidos de vírgenes eran muy numerosos.<br />

Mas prosiguiendo con las cavilaciones que a mi padre<br />

atormentaban, en un cierto momento un escriba que llamaban<br />

Anás llegó de visita y le preguntó: “¿Por qué no has aparecido<br />

en la asamblea que con impaciencia te aguardaba?” Pues se<br />

suponía que mi padre, varón adulto y responsable, debía asistir a<br />

las reuniones establecidas de la comunidad y no hacer novillos,<br />

como un adolescente. A lo que él, no sospechando segundas<br />

aviesas intenciones en quien así lo interrogaba, había<br />

respondido: “Me sentía fatigado y he preferido tomarme un<br />

descanso.”<br />

Pero ojo avizor, Anás había visto embarazada a mi madre<br />

y se había apresurado a ir con el cuento al sumo sacerdote y<br />

decirle: “José, en quien tanto confiabas, ha pecado gravemente<br />

contra la ley.” “¿En qué ha pecado?” -preguntó el otro. “Sin<br />

hacérselo saber a los hijos de Israel, ha mancillado a la virgen<br />

que recibió del templo del Señor y a hurtadillas ha consumado<br />

matrimonio con ella.” “¿José ha hecho eso?” “¡No puede ser!<br />

¡No me lo creo!” “Haz que lo averigüen y lo comprobarás”. De<br />

modo que los servidores partieron y hallaron a mi madre en<br />

estado de buena esperanza, como había dicho el escriba, y se<br />

llevó a juicio a mis padres. El sumo sacerdote se lamentaba:<br />

“¿Por qué lo has hecho, María? ¿Por qué, olvidada del Señor<br />

Dios, has envilecido tu alma? Tú, educada en el Santo de los<br />

Santos, a la que en persona un ángel ha alimentado, que has oído<br />

los himnos sagrados y como una antigua bacante has danzado<br />

ante el Señor ¿por qué lo has hecho?” Pero ella lloró<br />

71


72<br />

amargamente y persistió en lo ya dicho: “Por la vida del Señor<br />

mi Dios, estoy pura y no conozco varón.”<br />

Lo de haber danzado como una bacante es una libertad<br />

que para aligerar el discurso me tomo.<br />

El sumo Sacerdote interpeló a mi padre: “Y tú ¿por qué<br />

lo has hecho?” A lo que él replicó: “¡Por la vida del Señor mi<br />

Dios, no he tenido comercio con ella!”. Mas el otro insistió:<br />

“¡No mientas, di la verdad! Has consumado el matrimonio y no<br />

has dado cuenta a quien lo debías, como estaba mandado; no has<br />

doblado la cerviz bajo el yugo del Todopoderoso, a fin de que tu<br />

raza sea bendita”. Mas mi padre calló.<br />

Entonces el sumo Sacerdote añadió: “Devuelve al templo<br />

a esta virgen que de él has recibido. Os haré beber el agua de<br />

prueba del Señor y Él hará manifiesto vuestro pecado”.<br />

Mi padre lloraba.<br />

Habiendo mandado traer el agua llamada del Señor, el<br />

sumo Sacerdote se la dio a beber y lo envió al monte, pero mi<br />

padre regresó sano y tan campante. Y dio asimismo de beber a<br />

mi madre, que volvió también indemne. Y todo el mundo se<br />

admiró de que pecado alguno se hubiera revelado en ellos.<br />

Lo de dar a beber a los criminales un agua misteriosa y<br />

puede que envenenada, recuerda al que luego en la Edad Media<br />

se habría de llamar 'juicio de Dios'. En una de las variantes del<br />

procedimiento y para dirimir la presunta culpabilidad de un<br />

acusado, se le hacía sumergir en agua hirviendo las manos; si las<br />

sacaba sin ampollas ni haber manifestado escandaloso dolor, se<br />

lo consideraba inocente. De lo contrario...<br />

”Puesto que el Señor Dios no ha hecho aparecer la falta<br />

de que se os acusa” -sentenció el sumo sacerdote- “tampoco yo<br />

os condeno”. Y los dejó ir absueltos. Jubilosos y no sin haber<br />

dado gloria a Yahvé, mis padres volvieron a casa.<br />

Así se dice que sucedieron las cosas.


HE NACIDO EN BELEN<br />

73<br />

Por fin se cumplieron los meses y vine a este mundo.<br />

También mi nacimiento fue distinto. No nací en el hospital ni en<br />

una clínica, refinamiento que aún tardaría siglos en darse, sino a<br />

la buena de Dios, como si dijéramos; tampoco nací en mi casa,<br />

según unos, sino muy lejos de ella, a unos 170 km, en un lugar<br />

llamado Belén, y en una gruta que al parecer servía de establo a<br />

una mula y un buey; sin embargo otros sostienen que nací en el<br />

mismo Nazaret, residencia entonces de mis padres, e incluso que<br />

no hubo tales mula y buey verdaderos, sino que se los añadió<br />

más tarde para representar simbólicamente a no sé qué deidades<br />

pretéritas o fuerzas de la naturaleza. En todo caso, de haber<br />

nacido yo en la presunta gruta de Belén, me pregunto cómo se<br />

las habrán arreglado mis padres, sin agua caliente para lavarme<br />

la sangre de la placenta ni tijeras esterilizadas para cortar el<br />

cordón umbilical, aparte de los demás actuales artilugios y<br />

reglas higiénicas hoy propios del caso. Pero como es lógico<br />

pensar, Dios no iba a permitir que su único hijo, su hijo<br />

unigénito, como se dice formalmente, se malograse a causa de<br />

semejantes fruslerías, sin tener en cuenta ya y por otro lado que<br />

si mi concepción había sido milagrosa, también pudo haberlo<br />

sido el nacimiento, dado que a la hora de ponerse a hacer<br />

prodigios, lo mismo cuesta hacer uno que varios. Como dice el<br />

refrán, quien hace un cesto, hace ciento, si le dan mimbres y<br />

tiempo. Y al igual que Eva y Adán, al decir de la Biblia nuestros<br />

padres primeros, y dado mi origen presuntamente divino, tal vez<br />

como ellos yo haya nacido sin ombligo y no haya habido cordón<br />

que cortar. Si tal fue el caso, la verdad, si nací sin ombligo y por<br />

muy raro que pueda parecer, mi presunta diferencia nunca me<br />

llamó la atención, ni nadie me la hizo notar. Lo más probable es<br />

que como cualquier otro hijo de vecino, yo haya nacido con él.<br />

Estas cosas, pequeñas bagatelas, me tenían sin cuidado.


74<br />

Me ha venido ahora a las mientes la idea de que habría<br />

aquí materia abundante para especular. Si mi padre era Yahvé, es<br />

decir, Dios, no cabría decir que, como todos los demás humanos,<br />

proviniera yo del australopiteco y del mono primate ancestral<br />

antes que él. En resumen que, al menos por lo que me respecta,<br />

habría habido que suspender temporalmente, la darwiniana<br />

teoría de la evolución de las especies. No quedaría bien que a<br />

mí, un descendiente de la divinidad, espíritu puro ella,<br />

recuérdese, en nada corporal, se me atribuyese al mismo tiempo<br />

como antepasado cualquier homínido de que se tenga noticia.<br />

Ay, ay, si uno quiere atenerse a la ciencia y pasar por persona<br />

culta y al tanto de lo que hoy corre en el mundo, esto de hacer<br />

de mí un dios ha traído consigo consecuencias bien fastidiosas.<br />

Dejémoslo estar, pues.<br />

Por otro lado mi padre, si fue el hombre joven que<br />

algunos pretenden, tampoco tenía experiencia en lides parejas,<br />

pues fui el primogénito y según algunos único hijo, y en la<br />

vecindad no había a mano comadre que se encargara de todo.<br />

Aunque como he dejado dicho, otros sostienen que José era ya<br />

anciano corrido, se había casado con mi madre sólo en segundas<br />

nupcias, para protegerla ante el mundo y servir de coartada a su<br />

preñez, pues no hubiera quedado bien, en aquella sociedad<br />

ferozmente judía, que mi madre hubiese dado a luz de soltera,<br />

corría el riesgo de que la lapidasen, y que yo figurase en los<br />

registros como hijo de padre desconocido. ¡Fuese uno a contarle<br />

a la gente que como los demás yo tenía padre, era hijo del dios<br />

Yahvé y un espíritu santo me había engendrado! Muchos lo<br />

hubieran dudado y habrían mirado con la desconfianza que se<br />

siente ante un loco demente a quien tal cosa afirmara. En suma,<br />

que sin necesidad se me hubiese complicado la vida. José estaba<br />

a mano, él consintió y en la apariencia me había engendrado<br />

regularmente, de la misma manera que los demás engendraban,<br />

con arreglo a las reglas humanas del arte, pues nadie ponía en<br />

duda, abiertamente al menos, que los muchos años fuesen


obstáculo, ya que el libro sagrado, cuyas sentencias se aceptaba<br />

al pie de la letra, abundaba en patriarcas que cumplidos con<br />

creces los cien y más años habían traído hijos al mundo. Y como<br />

es de suponer, también entre los judíos de aquel tiempo<br />

importaban más las apariencias que la realidad. Si ante los<br />

demás se guardaba las formas, no había nada que objetar; se<br />

permitía que uno hiciese de su capa un sayo, como hubiesen<br />

sentenciado los posteriores clásicos de otro lugar. En todo caso<br />

se decía que del matrimonio primero mi padre había habido ya<br />

varios hijos, y si tal cosa era cierta, tuve yo varios hermanastros,<br />

ya que no hermanos de sangre. A mis seguidores no les gusta<br />

hablar del asunto, pues pondría en solfa la presunta virginidad<br />

duradera de mi madre.<br />

Al parecer pues nací sin dificultades dignas de nota, y<br />

puesta en cuclillas mi madre, como era entonces costumbre, que<br />

en los partos no intervenían los doctores, caí limpiamente en el<br />

santo suelo, desde donde se me trasladó luego a la paja del<br />

pesebre en que los animales comían; pienso que la mula y el<br />

buey que hasta aquel momento se supone lo habían compartido,<br />

debían de hallarse saciados, porque no se inmutaron ni nada<br />

dijeron ante el recién llegado extraño que así les estorbaba<br />

rumiar en reposo la merecida pitanza. No hay noticia de que mi<br />

madre a su vez llevara con ella pañales ni de que sospechara mi<br />

inminente venida a este mundo, pues según cuentan las crónicas<br />

había salido para el largo viaje sin proveerse de lo más necesario<br />

para lances semejantes.<br />

Ha de saberse que según lo que unos afirman, en contra<br />

de sus deseos y propósitos previos y por fuerza mayor mis<br />

padres habían dejado su morada en la humilde Nazaret para<br />

desplazarse a Belén debido a que en la Roma lejana aquel año el<br />

emperador Augusto había ordenado hacer el censo de los que<br />

habitaban en su gran imperio y cada uno debía inscribirse en la<br />

localidad original de sus antepasados. Dado que se consideraba<br />

descendiente del antiguo rey David a mi padre, los suyos<br />

75


76<br />

procedían de Belén, cuna de origen de aquel glorioso monarca,<br />

de ahí que aquella noche nos halláramos todos tan lejos de casa.<br />

Y como a semejanza de ellos, muchos se hallaran en el mismo<br />

deber, cuando mis padres llegaron a la ciudad, ya no había en<br />

ella alojamiento en posadas y albergues, caravan serail los<br />

llamaban algunos, que estaban al lleno, por lo que no les quedó<br />

otro remedio que acogerse en aquella gruta de las afueras por<br />

suerte vacante e ignorada de los okupas de entonces, y que al<br />

menos les evitaría la incomodidad de tener que dormir a la<br />

inclemente intemperie. La digo inclemente porque según esta<br />

versión de los hechos yo nací justamente al comenzar el<br />

invierno y ya hacía frío; aunque otros sostienen que no nací<br />

hasta bien entrada la primavera, pues de lo contrario no se<br />

explicaría que los pastores que a seguir mencionaré tuvieran al<br />

raso a sus rebaños ni que en ellos abundaran los corderos<br />

lechales, que no suelen nacer en diciembre y de los que en mi<br />

honor llevaron algunos como ofrenda a la gruta.<br />

Sin embargo otros cuentan de manera diferente la<br />

historia. Dicen que cuando llegó el edicto del emperador<br />

Augusto, que ordenaba se empadronasen todos los originarios de<br />

Belén de Judea, mi padre José, viejo y no joven en esta versión,<br />

decidido a inscribir a sus hijos, cavilaba qué habría de hacer con<br />

mi madre y cómo la inscribiría, pues si la declaraba su esposa,<br />

sentiría vergüenza, dada la diferencia de edad entre ambos; en<br />

tanto que si la inscribía como su hija, mentiría ante el mundo,<br />

porque todos sabían que no lo era. Así que decidió dejar todo en<br />

manos de Yahvé. Citando a Abraham cuando se disponía a matar<br />

a Isaac, Él proveería.<br />

Ensilló la borrica, acomodó sobre ella a mi madre,<br />

entregó al hijo mayor el ronzal, y se pusieron en marcha. Tras<br />

haber recorrido tres millas, se volvió hacia ella y al ver la triste<br />

expresión de su cara pensó que tal vez el fruto que llevaba en el<br />

vientre la hacía sufrir. De modo que le preguntó: ¿Qué tienes,<br />

María, que unas veces pareces apenada y gozosa, y sonriente


77<br />

otras? A juzgar por estas palabras, se lo hubiera tenido por un<br />

considerado marido; pese a lo que más adelante diré acerca del<br />

poco menos que obligado carácter machista, como hoy se suele<br />

decir, de los varones israelitas de aquel tiempo. A lo que ella<br />

replicó: Es que contemplo dos pueblos, uno que llora y se<br />

aflige y otro que se regocija y salta de júbilo. Y no juzgó<br />

necesario aclarar lo que con tan oscuras palabras quería decir.<br />

A mitad de trayecto, mi preñada madre quiso bajarse de<br />

la burra, cuyo balanceo la fatigaba. Él la ayudó y consideró<br />

dónde podría llevarla y resguardar su pudor, es decir, ocultarla a<br />

los ojos del vulgo; mas el lugar parecía desierto.<br />

Sin embargo halló en las cercanías una gruta y entraron<br />

en ella; y dejando de guardia a su hijo, marchó a Belén a buscar<br />

a una partera. Y le sucedió algo curioso. Le pareció que el<br />

mundo se había parado. Mi padre avanzaba y dejaba de avanzar;<br />

lanzaba al aire la vista y se sentía asustado; la elevaba al cielo y<br />

lo veía inmóvil, y en él detenidos los pájaros; la bajó a tierra y<br />

vio una artesa y obreros que parecían amasar y no amasaban; los<br />

que se llevaban a la boca un bocado, no lo llevaban, sino que<br />

miraban a lo alto. Unos carneros que iban al pasto no se movían,<br />

sino que permanecían inmóviles, y el pastor levantaba la vara<br />

para arrearlos, pero la mano le quedaba quieta en el aire. En el<br />

río, los cabritos rozaban con la boca el agua pero no bebían...<br />

Mas en un instante, todo recobró el anterior movimiento y<br />

volvió a su curso ordinario.<br />

Entonces una mujer que bajaba la cuesta por donde él<br />

subía, le preguntó a dónde iba, a lo que él respondió que<br />

buscaba una partera judía. Quiso ella saber si él era israelita y<br />

quién era la mujer que estaba para parir. Él le explicó que era su<br />

prometida, no todavía su esposa, que se la había educado en el<br />

templo del Señor, y que se la habían dado a él por mujer, pero<br />

sin serlo del todo, pues había concebido del Espíritu Santo.<br />

La partera se dio por satisfecha y no quiso saber más, de<br />

modo que convencida lo siguió.


78<br />

Me pregunto como aquella desconocida habrá recibido<br />

tales superfluas y detalladas confidencias, más bien indiscretas,<br />

y qué la habría inducido a seguirlo sin hacer más preguntas.<br />

Cuando llegaron a la gruta, una nube luminosa la cubría.<br />

Entonces la partera exclamó: Mi alma ha sido exaltada este<br />

día, porque los prodigios que veo anuncian que un Salvador<br />

le ha nacido a Israel. La nube se retiró y apareció una luz tan<br />

intensa que los ojos no la soportaban; mas poco a poco se<br />

debilitó hasta que se me pudo ver que tomaba el pecho de mi<br />

madre. Y de nuevo la partera exclamó: Gran día es hoy para<br />

mí, porque he visto un espectáculo nuevo.<br />

Salió entonces al exterior y dijo a Salomé, otra comadre<br />

del contorno que al parecer acudía sin haber sido llamada:<br />

“Acabo de ver algo maravilloso, extraordinario, una virgen<br />

que ha parido de un modo contrario a la naturaleza.” Pero la<br />

otra no la creía y le repuso: Por la vida del Señor mi Dios, que,<br />

si no pongo el dedo en su vientre y lo examino, no admitiré<br />

que una virgen haya parido.<br />

Entraron las dos en la gruta y la partera dijo a mi madre:<br />

permite que ésta haga algo contigo, porque a cuenta tuya<br />

hemos entablado un debate que si tú no lo remedias se<br />

alargará en demasía. Tras lo cual Salomé, decidida a<br />

comprobar lo que la otra le había asegurado, puso el dedo en el<br />

vientre de mi madre, tras lo cual creyó que se abrasaba, por lo<br />

que asombrada y dolida exclamó: He tentado al Dios viviente y<br />

él me castiga, porque siento que el fuego me devora la mano.<br />

Se arrodilló y rogó al Señor diciendo: ¡Oh Dios de mis<br />

padres, pertenezco a la raza de Abraham, de Isaac y de<br />

Jacob. No me des en espectáculo a los hijos de Israel y<br />

devuélveme a mis pobres, porque como bien sabes, Señor, en<br />

tu nombre los cuidaba y tú me recompensabas.<br />

Pues era mujer que se dedicaba ante todo a ejercer las<br />

obras que más tarde se habría de llamar de caridad. Entonces se<br />

le apareció un ángel que la consoló diciéndole: Salomé, Salomé,


79<br />

el Señor ha atendido tu súplica. Aproxímate al niño, tómalo<br />

en brazos, y recobrarás la salud y la alegría.<br />

Se acercó pues ella y me alzó, replicando: Me quiero<br />

prosternar ante él, porque a Israel le ha nacido un gran rey.<br />

E inmediatamente sanó y en paz dejó la gruta. Se oyó luego una<br />

voz que la advertía de no publicar, antes de que el niño hubiese<br />

ido a Jerusalén, todos aquellos prodigios. No se sabe si ella<br />

obedeció.<br />

A muchos sorprenderá como a mí lo elocuentemente<br />

cultivadas y duchas en retóricas que al parecer se mostraban<br />

aquellas gentes a las que se suponía sencillas.<br />

También se ha dicho que no nací en Belén, y que mis<br />

seguidores me hicieron nacer allí para emparentarme con David,<br />

porque de Belén había sido aquel rey tan glorioso y por todas<br />

partes estaba escrito que el mesías descendería de él. De modo<br />

que de ser cierta esta versión del asunto, se escribió toda la<br />

historia de mi nacimiento de modo que encajase con la presunta<br />

profecía. Dado que se me forzaba a ser el anunciado mesías, mi<br />

vida tenía que acomodarse a lo que de él se había predicho. Así<br />

de sencillo. Por otro lado llama la atención el que mis<br />

seguidores se hayan tomado tantas molestias para relacionarme<br />

con los textos antiguos. Bien se pensara que la realidad de mi<br />

persona común y corriente no les pareció lo bastante<br />

convincente por sí sola, de modo que se esforzaron en<br />

componerla a su gusto. ¡Oh, gente falta de fe y descreída!<br />

Mas la ciencia actual de nuevo se ha encargado de<br />

embrollar el asunto y sembrar la duda dónde antes reinaba la<br />

cómoda convicción. ¡Con lo bien que se vivía aceptando sin<br />

hacerse preguntas el antiguo relato! A la vista de lo que en las<br />

excavaciones arqueológicas modernas sale a la luz y de como<br />

viven en la actualidad quienes ocupan el mismo territorio de<br />

antaño, ahora parece resultar que allá en aquellos tiempos<br />

remotos de mi nacimiento la gente, los pobres, naturalmente,<br />

vivían en grutas en las que había como dos pisos, o en otras


80<br />

ocasiones como dos recintos contiguos, y compartían con los<br />

animales el espacio, de modo que en el piso de abajo o en la<br />

estancia aledaña se recogían las cabras, borricos y bueyes,<br />

mientras en la de arriba o al lado, moraban los humanos de la<br />

que se podría llamar extensa familia. Con el calor que<br />

desprendían las domésticas bestias, se calentaban todos durante<br />

las gélidas noches invernales. El caso sería que según este modo<br />

nuevo de ver el asunto, yo habría nacido en una vivienda<br />

ordinaria y no en una gruta ocasional perdida en las afueras y<br />

vacía, y que la mula y el buey estarían allí por derecho propio y<br />

no por casualidad apropiada a la ocasión; además mi madre me<br />

habría colocado sobre la paja del pesebre no por descuido o<br />

culpable maltrato, sino porque el piso de arriba o la estancia<br />

vecina estarían abarrotados de gente. De modo que yo no habría<br />

nacido aislado en un recinto precario hallado al acaso, sino en<br />

una vivienda corriente y común, rodeado de muchos que habrían<br />

ayudado a mi madre en el parto ordinario. Ya se ve hasta donde<br />

llega el afán de encontrar fundamento sólido y real a una historia<br />

de cuya veracidad literal se duda.<br />

Seguiré con el relato oficial.<br />

UNOS PASTORES ME ADORAN<br />

Sucedió luego que, apenas había acabado yo de nacer,<br />

irrumpió en la gruta donde estaba el pesebre una multitud de<br />

pastores vecinos que tocando zambombas y cantando al unísono<br />

entonaban los primeros villancicos de que se tenga noticia.<br />

Luego se supo que estando tendidos en el campo cercano,<br />

alrededor de una hoguera ya mortecina y preparándose para<br />

pasar la noche como mejor pudieran, se les había aparecido una<br />

legión de ángeles del cielo, simples ángeles y no arcángeles<br />

como el que había anunciado a mi madre mi venida, que<br />

cantando a su vez celestiales armonías los habrían conjurado a


unirse a su coro para ir a saludar y festejar al niño que allí cerca<br />

les había nacido.<br />

He aquí cómo se lo cuenta en el libro llamado Nuevo<br />

Testamento para diferenciarlo de la antigua Biblia israelita, que<br />

sería el Viejo.<br />

En la región había pastores que vivían en el campo y que<br />

por la noche se turnaban para cuidar sus rebaños. Se los llamaba<br />

pastores del desierto y se tenía por muy baja, la más baja de<br />

todas, su actividad. En Israel ocupaban el escalón último de la<br />

jerarquía social. Su profesión nómada les impedía guardar del<br />

todo los preceptos comunes, tales como lavarse con arreglo al<br />

rito establecido y comer sólo alimentos puros; vivían en la<br />

soledad, y en tales circunstancias a los ojos de los que mandaban<br />

no se podía pasar por persona justa, esto es, observante fiel de<br />

las leyes y ciudadano cabal. Tanto era así que los maestros<br />

recurrían a todos los medios a su alcance para disuadir a sus<br />

pupilos de adoptar ya crecidos semejante vida sospechosamente<br />

libérrima y al abrigo de miradas indiscretas y ojos malignos,<br />

condiciones que como se sabe son las primeras en propiciar el<br />

saltarse a la torera las costumbres y leyes. Mas al parecer y<br />

según lo que se dice mi Iglesia cristiana prefiere, el dios Yahvé<br />

veía de otra forma la cosa; lejos de juzgar severamente la<br />

libertad de aquellos ambiguos individuos, quiso en cambio<br />

enaltecer su bajeza social disponiendo que también a ellos se les<br />

apareciese un ángel y la gloria divina los rodease de cegadora<br />

claridad. Ante la tan inusitada consideración que al parecer se<br />

les tenía, y escarmentados de experiencias anteriores con los<br />

poderosos, se sintieron ellos pues muy asustados y en suspenso;<br />

pero caballerosamente el ángel se había apresurado a<br />

tranquilizarlos diciéndoles: "No se atemoricen ni tengan<br />

miedo, pues vengo a comunicarles una buena noticia que<br />

será motivo de mucha alegría para todo el pueblo. Hoy, en la<br />

ciudad de David, ha nacido para ustedes un Salvador, que es<br />

el Mesías y el Señor. Miren cómo lo reconocerán: hallarán a<br />

81


82<br />

un niño recién nacido, envuelto en pañales y acostado en un<br />

pesebre."<br />

A menos que los hubiese improvisado rasgando su ropa<br />

interior, que era entonces un simple camisón largo hasta los pies,<br />

lo de los pañales debe de haber sido una licencia poética, pues<br />

como ya he dicho, según el relato canónico mi nacimiento cogió<br />

desprevenida a mi madre, que había viajado apresurada y sin<br />

haberse preparado para la eventualidad. Sea como sea, de pronto<br />

una multitud de seres celestiales se habrían unido a aquel ángel<br />

primero y todos alababan a Yahvé con estas palabras: "Gloria a<br />

Dios en lo más alto del cielo y en la tierra paz a los hombres<br />

de buena voluntad: ésta es la hora de Su gracia."<br />

Vueltos a los cielos los ángeles, de donde al parecer<br />

procedían, se habían dicho unos a otros los pastores: "Vayamos,<br />

pues, a Belén y veamos lo que ha sucedido y que el Señor nos<br />

ha revelado." Se apresuraron en ir, y llevando consigo los dones<br />

sencillos que hallaron a mano, como quesos y cuajadas varios,<br />

en consonancia con sus medios modestos, hallaron a mis padres<br />

conmigo recién nacido y tendido en el pesebre que me servía de<br />

cuna. Entonces contaron lo que los ángeles les habían dicho y<br />

todos los presentes, mis padres, se supone, pues según el relato<br />

no había otros, se maravillaron de lo que oían.<br />

Para alguno, esta adoración de aquellos pastores fue la<br />

primera señal que el Dios cristiano dio de sus atenciones a aquel<br />

Hijo unigénito recién nacido.<br />

Por su parte y según más tarde se afirmó, mi madre<br />

guardaba para sí todos estos sucesos y en su foro más íntimo los<br />

meditaba. De mi padre José no ha quedado constancia de cómo<br />

vivió la cosa.<br />

Alabando y glorificando a su dios por todo lo que habían<br />

visto y oído, tal como los ángeles se lo habían anunciado, los<br />

pastores habrían regresado a sus hatos.<br />

De nuevo, junto a éste existe otro relato profano, según<br />

el cual tal adoración pastoril nunca tuvo lugar y ha sido


interpolada más tarde para animar y dar vida al conjunto. Dado<br />

lo que desde entonces se ha averiguado, no me extrañaría lo más<br />

mínimo.<br />

SE ME CIRCUNCIDA<br />

A los ocho días del alumbramiento los israelitas<br />

circuncidaban a los recién nacidos.<br />

Por lo general todo varón nace con el glande cubierto. El<br />

glande es la punta o cabeza del pene u órgano viril masculino.<br />

Lo suele recubrir el prepucio, una especie de pliegue de piel que<br />

lo protege y que con el paso del tiempo y casi siempre, por sí<br />

solo se va retrayendo. Si no se retrae espontáneamente, se dice<br />

que la persona padece fimosis y conviene operarla. La<br />

circuncisión consistía en cortárselo al niño, para dejar al<br />

descubierto esa cabeza, operación con que en términos vulgares<br />

se la descapullaba, bien se dijera prematuramente y sin<br />

necesidad, puesto que aún habrían de pasar varios años antes de<br />

que se viese si era oportuno intervenir para facilitar la cómoda y<br />

placentera generación de la descendencia, que los menos<br />

refinados llaman el coito.<br />

Para los entendidos, la circuncisión era el procedimiento<br />

quirúrgico más antiguo que se conocía en la historia humana, y<br />

la costumbre religiosa y social más extendida y corriente en el<br />

mundo. Aunque se ignoraba de dónde procedía, ya en el Egipto<br />

más remoto en el tiempo, se la practicaba. Al principio se<br />

buscaba con ella aumentar la vitalidad corporal y limpiar los<br />

flujos naturales, y carecía de finalidad religiosa<br />

Mas los israelitas circuncidaban a sus hijos para<br />

diferenciarse de los demás pueblos, pues más que nada temían<br />

las miscigenación o mezcla de sangres. Eran creyentes absolutos<br />

en la pretendida pureza racial. Pocos, pero escogidos, cosa que<br />

trae a la memoria lo que con ardor y convencimiento aparente<br />

83


84<br />

defendía el aciago dictador alemán del siglo pasado llamado<br />

Adolfo Hitler, que dio harto que lamentar y sentir a sus<br />

contemporáneos. Mediante ceremonias tales y para conservar la<br />

identidad, se decía, y no ser absorbidos, pues relativamente<br />

hablando eran pocos, como ya digo, los israelitas procuraban<br />

mantenerse al margen de los otros pueblos que los circundaban y<br />

no mezclarse con ellos; a diferencia de tales gentes corruptas y<br />

atrasadas, sólo el de Israel adoraba a un único dios, que los<br />

prefería, y consideraban desdoro humillante cualquier<br />

compromiso con tales apestados.<br />

No se circuncidaba pues por motivos médicos a los<br />

recién nacidos, esto es, porque aquella piel molestara al<br />

pequeño paciente o porque estrechándose y oprimiéndole el<br />

pene le dificultara la micción, sino porque según se decía, allá<br />

por unos 1600 años antes de mi nacimiento el presunto patriarca<br />

Abraham había pactado con el dios Yahvé que el pueblo de<br />

Israel y su descendencia se le sometería incondicionalmente a<br />

cambio de que prefiriéndolo a todos los demás y tomándolo a Su<br />

cargo lo tuviese Él por Su pueblo elegido; y para cerrar el<br />

acuerdo la divinidad le había impuesto la circuncisión de los<br />

niños. Haber sido circuncidado significaba pues pertenecer al<br />

pueblo de pueblos, el pueblo escogido. El pacto se mantendría<br />

mientras los descendientes del primer patriarca obedecieran lo<br />

mandado. Y así fue como también yo, a fuer de israelita judío,<br />

tuve que sufrir la molesta ablación, palabra que trae al recuerdo<br />

la otra común entre las gentes que por su profeta principal<br />

reconocen al árabe Mahoma.<br />

Es bien sabido que entre muchos de los llamados<br />

mahometanos se acostumbra extirpar a las niñas una parte de<br />

los órganos dichos pudendos o que el pudor protege. Se me<br />

dispensará si en este asunto no me muestro más explícito.<br />

Cumplidos pues los ocho días de rigor, se me circuncidó,<br />

pues mis padres tenían a gala observar celosamente las leyes. En<br />

el caso, ni se les hubiese ocurrido imaginar lo que yo hubiese


85<br />

podido decir al respecto, ni que tal vez me hubiese opuesto, de<br />

ser consciente del alcance de lo que se me hacía, en opinión de<br />

la posterior ciencia médica de ningún modo necesario y puede<br />

que también perjudicial. Aunque en los primeros tiempos de los<br />

israelitas el padre o la madre se encargaban del rito, en los míos<br />

corría a cargo de un personaje oficial llamado Môhel que<br />

gratuitamente lo llevaba a cabo. Una vez finalizado, tanto él<br />

como mi padre José me bendijeron, tras lo cual los presentes me<br />

desearon felicidad duradera y se me dio el nombre prescrito,<br />

Jeshua o también Enmanuel, si se ha de atender a la biografía<br />

oficial; a continuación y para recordar la alianza de Abraham<br />

con Yahvé, había seguido una nueva bendición, y al final se<br />

celebró un banquete en el que a la mesa se habían sentado hasta<br />

10 varones o miembros del masculino género, ni uno más, ni<br />

uno menos, sino 10 exactos. Acerca del origen del número 10 en<br />

esa circunstancia, circulaban opiniones diversas, según las<br />

cuales y acorde con el arte de los números o Numerología, el 10<br />

es el número cabal o completo por excelencia. A un lado de mi<br />

padre se había sentado Môhel, y al otro el Sandiquôs, una<br />

figura parecida al padrino actual, que me había sostenido en las<br />

rodillas mientras se me practicaba la molesta intervención. Era<br />

motivo de honra desempeñar tal papel. Se llamaba sede del<br />

profeta Elías el asiento que durante la ceremonia los dos<br />

ocupábamos, porque se creía que aquel ilustre y antiguo servidor<br />

de Yahvé asistía sin dejarse ver a todas las circuncisiones, quizá<br />

para asegurarse de que no se daba al Señor gato por liebre, que<br />

los hay muy atrevidos e impíos, y el pueblo creyente lo llamaba<br />

'El ángel de la alianza', probablemente para remachar con<br />

empeño todo aquel asunto del presunto acuerdo de Abraham<br />

con Yahvé.<br />

Por otro lado, según una estadística reciente, frente a<br />

quines no han padecido la operación, el varón circuncidado es<br />

menos propenso que ellos a enfermedades varias, y aun por<br />

encima, para rematar la faena, a la hora de mantener relaciones


86<br />

sexuales, las mujeres lo prefieren al que no lo ha sido, pues al<br />

parecer sienten acrecentado el placer.<br />

¡No seré yo quien lo ponga en duda!<br />

MI SANTO PREPUCIO<br />

Desde entonces mi prepucio ha dado mucho que hablar.<br />

Una vez se me hubo circuncidado, se lo habría conservado<br />

mezclado con nardos en una jarra de alabastro, que, tal como lo<br />

cuenta uno de los evangelios apócrifos, 'se había de guardar con<br />

cuidado y no vender ni por 300 denarios'. Para la época, la suma<br />

era elevada. Más tarde, sin que se sepa cómo o por qué, habría<br />

pasado a manos de Juan el Bautista, mi primo, aficionado tal vez<br />

a parejas reliquias, que a su vez lo habría dado a María<br />

Magdalena, la presunta cortesana o mujer de la calle de la que<br />

gracias a mí tantos han llegado a tener noticia. Pues de no haber<br />

sido por el trato con ella que se me atribuye, es lo más probable<br />

que no hubiese ciertamente pasado a la Historia.<br />

Al parecer, más adelante unos saduceos -israelitas<br />

observantes más laxos que los fariseos, más estrictos ellos como<br />

ya he observado- me habrían preguntado qué pasaría con los<br />

usos matrimoniales tras la resurrección de la carne, a lo que yo<br />

habría respondido que "cuando los muertos resuciten, ni se<br />

casarán ni se los dará en casamiento, pues serán como los<br />

ángeles del cielo", de lo cual se tomó pie para pensar que en lo<br />

referente a la anatomía, los vivos y los muertos resucitados<br />

podrían ser diferentes, y que mientras unos tendrían su prepucio<br />

en toda regla, los otros no lo necesitarían, lo cual restaría<br />

importancia a la cuestión que pasados los siglos habría de quitar<br />

el sueño a muchos de mis seguidores, a saber, si al resucitar yo<br />

había recuperado el mío o seguía sin él. Cosa que por otro lado<br />

no merecía se preocupase uno en exceso, pues en el cielo y<br />

dado que Dios, mi Padre, era omnipotente, es decir, que lo podía


87<br />

todo, me lo podría haber devuelto sin atender a lo que hubiese<br />

podido suceder con el antiguo.<br />

Durante la que llaman Edad Media europea los humanos,<br />

y habida cuenta de que en el momento en que según se pretende<br />

ascendí a los cielos carecía yo del extirpado prepucio, su posible<br />

destino atormentó a los teólogos y a los llamados Padres de mi<br />

Iglesia. ¿Habría ascendido conmigo? ¿Se habría podrido? -se<br />

preguntaban angustiados aquellos preclaros varones. Dado que<br />

era un resto orgánico y en mis tiempos se lo solía enterrar,<br />

normalmente se habría descompuesto. Al principio no se lo<br />

extirpaba entero, sino sólo un trozo. ¿Habría empequeñecido o<br />

crecido por milagro? ¿Se me habría desarrollado uno nuevo?<br />

¿Lo tenía en la última cena, cuando convertí en mi cuerpo el pan<br />

ordinario? Pues urgía averiguar si en la hostia consagrada en la<br />

Misa me hallaba yo completo o circunciso. ¿Tengo nuevo<br />

prepucio, ahora en el Cielo, y es adecuado a mi grandeza? ¿O es<br />

tan vulgar como el original ordinario? ¿Es divino, como yo o<br />

solamente humano? Se disputó igualmente acerca de si subí<br />

íntegro al Cielo o si me faltaba algo, como la sangre que vertí o<br />

el cabello y las uñas que me corté mientras vivía; hasta que<br />

finalmente, quizá por cansancio de tan estéril disputa antes que<br />

por simple sentido común, se acordó considerar prescindibles<br />

aquel reducido pellejo y todo lo demás.<br />

Por otro lado durante esa misma época varios lugares<br />

europeos dijeron poseer la santa reliquia. ¿Podría ser auténtica?<br />

¿Se la debía adorar, como a otras, o sólo venerar? Aún no hace<br />

mucho un ex fraile dominico escribió una monografía titulada El<br />

sagrado prepucio de Cristo en la que anotó al menos trece<br />

lugares que se vanaglorian de poseer el genuino resto mío.<br />

Según una versión, un ángel lo habría dado al emperador<br />

Carlomagno, quien a su vez lo habría regalado a la abadía<br />

francesa de Charroux; para otros, lo habría donado a aquella<br />

comunidad la emperatriz bizantina Irene, cuya supuesta piedad<br />

no le había impedido arrebatar el trono a su hijo el emperador


88<br />

Contantino IV tras tomar la precaución de cegarlo arrancándole<br />

los ojos, para evitar la futura veleidad de que él se lo reclamara.<br />

A principios del siglo XII, se lo habría llevado en procesión a<br />

Roma, para que el Papa Inocencio III certificase su autenticidad,<br />

a lo que con rara prudencia él se había negado. Más tarde se lo<br />

había perdido, hasta que en 1856 un obrero encargado de la<br />

citada abadía halló oculto en un muro un relicario que contenía<br />

el pellejo perdido.<br />

Igualmente lo habrían albergado la basílica romana de<br />

san Juan de Letrán, la catedral francesa de Le Puy-en-Velay, la<br />

española de Santiago de Compostela, la ciudad belga de<br />

Amberes, y las iglesias centroeuropeas de Besançon, Metz y<br />

Hildesheim.<br />

Dado que se me atribuye haber multiplicado por mil unos<br />

pocos panes y dos peces, a nadie podrá ya sorprender que por<br />

una suerte de magia pareja se encuentre por todas partes mi<br />

prepucio.<br />

Al parecer, aquel resto de mi anatomía daba prestigio y<br />

sustanciosas ganancias a la iglesia que dijese guardarlo, pues<br />

con la ofrenda correspondiente y en las peregrinaciones que<br />

venían a ser como el turismo de la época, de las más diversas<br />

procedencias acudían a venerarlo los romeros.<br />

Con el tiempo creció un culto de él en toda regla. En<br />

1427 se fundó en Alemania una Hermandad del Santo Prepucio.<br />

Muchas personas, en especial las preñadas, lo visitaban en<br />

Charroux, ya que se creía facilitaba el embarazo. Al parecer en<br />

1421 la reina de Inglaterra, Catalina de Valois, quedó encinta, y<br />

para ayudar en el parto a la gestante, su marido, Enrique V, pidió<br />

en préstamo a la abadía francesa de Coulombs, en la diócesis de<br />

Chartres, el que allí se conservaba; al parecer la reliquia se<br />

mostró tan eficaz que nacido ya el hijo, el rey no quiso<br />

devolverla a sus legítimos dueños y por poco no estalla una<br />

guerra sangrienta. La pieza de Amberes tenía sus propios<br />

capellanes; en su honor cada semana se celebraba una misa


mayor, y una vez al año se lo llevaba en triunfo por toda la<br />

ciudad.<br />

En la italiana Calcata todos los años, el 1 de enero, se lo<br />

exhibía en procesión por las calles; pero en fecha reciente un<br />

ladrón robó la preciosa cajita que lo contenía y no se ha vuelto a<br />

saber de él. Tras el concilio Vaticano II, se ha desaconsejado<br />

exhibirlo, porque ahora se considera falta de respeto y morbosa<br />

la curiosidad que despierta.<br />

Otra vez se aseguró que en una visión, una de mis<br />

esposas místicas, la monja italiana Catalina de Siena, contraía<br />

conmigo un matrimonio alegórico y que como anillo de bodas<br />

yo le ponía en el dedo mi amputado pellejo. Esta monja rodaba<br />

por el suelo, gritaba, me llamaba dulcísimo y amadísimo joven,<br />

me suplicaba la abrazase, y llevaba (invisible) en el anular mi<br />

prepucio, que yo mismo le habría regalado. A menudo y con<br />

muchísimos dengues y aun más timidez declaraba a su confesor<br />

que, sin cesar ni un momento, veía el anillo y notaba su roce; y<br />

cuando tras su muerte su propio dedo fue reliquia, diversas<br />

personas piadosas que rezaban ante él también lo percibían,<br />

aunque invisible para los menos creyentes. Todavía hace algo<br />

más de un siglo, gozaron del mismo privilegio dos jóvenes<br />

estigmatizadas, Célestine Fenouil y Marie Julie Jahenny; en lo<br />

que respecta a ésta última, catorce personas vieron que el anillo<br />

que le rodeaba el dedo se hinchaba y debajo de la piel se le<br />

enrojecía.<br />

En 1715 murió en Viena una monja llamada Agnes<br />

Blannbekin. Al parecer casi desde la misma adolescencia había<br />

echado de menos esa parte que yo había perdido: el ilocalizable<br />

pellejo de mi pene. Todos los años, en la fiesta de la<br />

Circuncisión, lloraba con íntima y muy sincera compasión la<br />

sangre que apenas nacido yo habría derramado. Y precisamente<br />

en una de esas festividades, justo después de la comunión, sintió<br />

en la lengua el pellejo. Mientras lloraba y me compadecía,<br />

empezó a pensar en él. De repente lo notó en la boca, como la<br />

89


90<br />

película que reviste el interior de la cáscara de un huevo; su<br />

dulzura era indescriptible, y se lo tragó. Apenas lo había tragado,<br />

de nuevo lo sintió y una vez más se lo tragó. Según propia<br />

confesión, lo hizo así unas cien veces. Y se le reveló que yo<br />

había resucitado con el prepucio incólume. Aquellos a quienes<br />

había inquietado su suerte, respiraron tranquilos. La experiencia<br />

fue tan dulce, que en todos sus miembros Agnes se sintió<br />

languidecer.<br />

A finales del siglo XVII, el erudito y teólogo católico<br />

Leo Allatius especuló con la idea de que mi santo prepucio<br />

podía haber ascendido al Cielo conmigo para convertirse en uno<br />

de los anillos de Saturno que por aquel entonces se acababa de<br />

observar con el recientemente popularizado telescopio.<br />

En su Tratado sobre la tolerancia, de 1763, el escritor<br />

francés Voltaire comentó con ironía que venerar mi santo<br />

prepucio era mucho más razonable que odiar y perseguir a otro<br />

ser humano que se resistía a ser católico, como al parecer era<br />

costumbre en la Francia de entonces. Si se considera que aun en<br />

1728 un papa figuraba en la peregrinación en honor del prepucio<br />

de Abraham, no extrañará que el mío haya conmovido tan<br />

hondamente a los devotos cristianos.<br />

En el siglo XX un jesuita exaltado sugirió se lo<br />

considerase como anillo de compromiso para mis esposas<br />

místicas; pues según él, «en el misterio de la circuncisión yo les<br />

enviaría el anillo de carne de mi muy precioso prepucio; que<br />

no era duro; y enrojecido con sardónice, especie de ágata<br />

amarillenta, llevaba la leyenda 'por la sangre derramada'.<br />

También figuraría en él otra inscripción que recordaba mi<br />

nombre, lo que era como decir el amor. (Una doncella tenida por<br />

santa lo había dejado escrito). El Espíritu santo lo habría<br />

fabricado en el muy puro útero de mi madre, María. Era blando<br />

y si uno se lo ponía en el dedo corazón, lo transformaría, al<br />

corazón, aunque fuese de piedra, en uno de carne compasivo. El<br />

anillo era resplandeciente y rojo porque volvía capaces de


derramar su sangre a las gentes, y de resistir al pecado, y<br />

porque las convertiría en seres piadosos y puros».<br />

Los prepucios han fascinado a mi pueblo, pues en<br />

nuestro libro sagrado se leía que una de las muchas concubinas o<br />

esposas del antiguo rey David era Mikal, hija del rey Saúl, que<br />

se la había vendido a cambio de los prepucios de 100 filisteos.<br />

Los habría obtenido en una de sus guerras sangrientas contra<br />

aquellos idólatras y sería curioso saber quien se los cortó a las<br />

víctimas y si en el momento del cruento despojo ya estaban<br />

muertas o aún vivían y se las había vendido después como<br />

mutiladas esclavas. Me pregunto cómo habría influido en el<br />

precio el detalle, pues no es lo mismo un tejido aún vivo que<br />

uno que ya empieza a descomponerse. Por otro lado, cabría<br />

pensar que nuestros reyes gloriosos habían sido sanguinarios y<br />

crueles.<br />

También se ha contado que durante la peregrinación por<br />

el desierto, los israelitas que huyendo del faraón se habían<br />

sacado de encima el yugo oprobioso de la esclavitud, habían<br />

abandonado la práctica de la circuncisión, corriente en Egipto,<br />

mas al llegar de nuevo a Canaán habían vuelto a venerar al dios<br />

de los antiguos reyes pastores egipcios y a su esposa, la diosa<br />

lunar Anata, a los que habían hecho una ofrenda masiva de los<br />

prepucios que hasta el momento habían conservado.<br />

Entre nosotros, los israelitas, esa parte de la anatomía ha<br />

dado mucho que hablar.<br />

UNOS MAGOS ME ADORAN<br />

Mas no terminan aquí las maravillas que a mi nacimiento<br />

presuntamente acompañaron, pues según en mis aceptadas<br />

biografías se relata, en la lejana Persia, llamada hoy Irán,<br />

genéricamente el oriente, una noche de aquellas, unos magos,<br />

filósofos o astrónomos, como se los quiera llamar, pues encajan<br />

91


92<br />

en la historia las tres categorías, habían descubierto en el cielo<br />

una insólita estrella no vista anteriormente, más brillante que las<br />

demás, y les había llamado la atención porque en uno de sus<br />

libros sagrados, que también ellos los tenían, como nosotros<br />

tenemos nuestra Biblia, se mencionaba que un fenómeno celeste<br />

desusado anunciaría la llegada a la Tierra de un rey de Israel; y<br />

viendo que la estrella parecía moverse y cómo que los invitaba a<br />

seguirla, sin pensarlo dos veces, a fuer de hombres estudiosos<br />

que eran, dados a buscar explicación a lo que les pareciera<br />

misterioso, se apresuraron a lanzarse a la aventura. Montaron<br />

pues en los correspondientes camellos, más aptos para moverse<br />

por aquellas tierras exóticas, en gran parte desérticas, que los<br />

caballos, mulos o asnos corrientes en nuestras latitudes, y sin<br />

mostrarse perezosos ni cortos ni permitir que las probables<br />

penalidades del largo y azaroso recorrido los desanimaran,<br />

emprendieron el camino.<br />

Complaciente la estrella acomodó al humano paso la<br />

carrera propia, de modo que se detenía cuando ellos<br />

descansaban o dormían, y reanudaba la marcha cuando era<br />

preciso.<br />

Esto ha dado que pensar a los más escrupulosos, que se<br />

apresuran a examinar con lupa lo que se les cuenta para ver si en<br />

ello hay contradicciones y en consecuencia señalarlas, los cuales<br />

quisieron saber cómo era posible que una estrella los guiara<br />

incluso de día, puesto que las estrellas sólo brillan de noche<br />

mayormente. A esto respondieron los otros, más inclinados a dar<br />

crédito a los relatos sin molestarse en escrutarlos, diciendo que<br />

no se trataba de una estrella ordinaria, sino de una extraordinaria<br />

y como si dijéramos milagrosa, por lo cual no había lugar a la<br />

objeción. Llegaron entonces los que sin pronunciarse por<br />

ninguna de las dos versiones y adeptos firmes de la objetividad,<br />

trataron de explicar por medios naturales el fenómeno. En<br />

primer lugar pensaron en los astros que sólo de tanto en tanto<br />

aparecen en el firmamento, tales como los cometas o los


93<br />

asteroides; pero descubrieron que por aquellas fechas ninguno<br />

daba cuenta de lo supuestamente observado, por lo que tras<br />

pensarlo detenidamente concluyeron que tal vez el fenómeno se<br />

debiera a una conjunción astral inusitada. Se solía recurrir a los<br />

astrólogos para que predijeran el nacimiento y la muerte de los<br />

reyes. Examinaban el movimiento del planeta más grande,<br />

Júpiter, llamado el rey de todos ellos. Creían que el signo de<br />

Aries simbolizaba el reino de Herodes, es decir, Judea y<br />

Samaria. Conocían la profecía según la cual estaba a punto de<br />

llegar el mesías que conquistaría el mundo y liberaría de la<br />

tiranía a los israelitas. Examinaban pues el signo del carnero<br />

atentos a la llegada del anunciado salvador. En ciertos<br />

alineamientos extraños, Júpiter podía parecer una estrella<br />

enorme en vez de un planeta. En el mes de abril de aquel año,<br />

Júpiter estaba en Aries, lo que presagiaba un acontecimiento<br />

real. También el sol y Saturno entraron entonces en la<br />

constelación. El amanecer simbolizaba el nacimiento, y<br />

precisamente el día del mío, Júpiter emergió como un lucero del<br />

alba. Era el momento más prodigioso para alumbrar a un rey.<br />

Todo esto combinado anunciaba la llegada de un rey de reyes, o<br />

de un mesías. Este hecho habría impresionado a los astrólogos<br />

de mi tiempo, en especial si provenían de oriente. Babilonia<br />

había sido la cuna de la astrología, y en Persia también había<br />

una gran tradición al respecto. Quedaba así resuelta de un modo<br />

natural y sin tener que recurrir a lo maravilloso, la cuestión de la<br />

estrella vagante.<br />

A este ritmo tardaron unas semanas o un mes en llegar a<br />

Jerusalén y una vez allí, como era de rigor, se habían presentado<br />

a la autoridad del lugar, Herodes el Grande, al que una vez<br />

hechas las salutaciones que la cortesía exigía, habían preguntado<br />

por el rey recientemente nacido de que sus tradiciones hablaban:<br />

¿Dónde está el Rey de los judíos que acaba de nacer? En el<br />

oriente hemos visto su estrella y venimos a adorarlo -le<br />

dijeron atentos.


94<br />

Al parecer, oído ésto, el rey Herodes se turbó, y con él<br />

toda su corte. De mí, Herodes no sabía nada, de modo que<br />

convocó a los principales sacerdotes y a los escribas del pueblo,<br />

gente de estudios, y les preguntó de qué iba la cosa y dónde<br />

había de nacer aquel rey de que ahora se le hablaba.<br />

Cogidos también ellos de sorpresa, consultaron los libros<br />

sagrados, y puestos de acuerdo en reconocer que en Belén y<br />

según estaba anunciado nacería el Mesías, cuya venida tanto<br />

tiempo se había esperado, le respondieron unánimes: En Belén<br />

de Judea; porque así lo ha escrito el profeta Miqueas: Mas<br />

tú, Belén fructífera, eres pequeña para figurar entre los<br />

millares de Judá; de ti me saldrá quien ha de ser dominador<br />

en Israel.<br />

Entonces el rey se apartó con los magos a un lado y<br />

quiso saber cuánto tiempo hacía que se les había aparecido el<br />

misterioso astro, tras lo cual les había dicho: Andad allá, no<br />

perdáis tiempo, id a Belén y preguntad por el niño; y una vez<br />

lo halláis encontrado, mandadme aviso, para que también yo<br />

vaya y lo adore.<br />

Sin sospechar en las palabras del rey nada alarmante,<br />

ellos se fueron: y siguieron su camino hasta que la estrella que<br />

desde el oriente los precedía se detuvo sobre donde yo estaba;<br />

con lo cual, aliviados, se regocijaron con muy grande gozo, y<br />

entrando en la casa me vieron con mi madre, se postraron en<br />

tierra y me adoraron; tras lo cual abrieron su equipaje y me<br />

ofrecieron sus dones, oro, incienso y mirra. Se dijo después que<br />

el oro señalaba mi supuesta sangre real; el incienso mi condición<br />

aparentemente divina, y la mirra mi figura humana mortal.<br />

Pasados más de 2000 años, en las calles de Jerusalén se ofrece a<br />

la venta la mirra, una especie de aceite perfumado con que<br />

antiguamente se ungía a los reyes, y el incienso, una resina<br />

amarga de los árboles árabes que al arder desprende un humo de<br />

olor extraño con el que se purificaban los templos, como aún se<br />

sigue haciendo; pero en mis tiempos eran muy raros y difíciles


95<br />

de encontrar. No los había en Judea, sino en el sur de Arabia. El<br />

incienso provenía sobre todo de la Abisinia, la tierra de la<br />

bíblica reina de Saba, que lo había traído abundante con ella<br />

para obsequiar al rey Salomón. Aquellos magos o astrólogos<br />

podían haberlos comprado de camino, en Petra, la capital del<br />

reino Nabateo, emporio comercial por donde pasaba todo lo<br />

procedente de Arabia.<br />

Quienes dudan de que yo haya nacido en Belén arguyen<br />

que era muy extraño que aquellos que se dice reyes magos<br />

hubiesen llegado a Belén precisamente el día de mi nacimiento,<br />

pues, de haberse retrasado, no me hubiesen encontrado en la<br />

gruta, ya que es de suponer que mis padres no serían tan<br />

irresponsables como para prolongar más de lo que aconseja la<br />

prudencia la permanencia en lugar tan inhóspito o en todo caso<br />

inadecuado para quedarse en él mucho tiempo. Dicen pues que<br />

los visitantes no me vieron en Belén, sino en Nazaret, adónde<br />

mientras tanto habríamos vuelto. Mas con ello se echaría por<br />

tierra todo lo referente al rey Herodes y su reacción ante la<br />

noticia.<br />

En todo caso y admitiendo la primera versión, satisfecho<br />

el impulso que los había traído hasta mí, se preparaban a<br />

regresar a sus lejanos hogares, cuando también a ellos se les<br />

apareció en sueños un ángel para advertirles que no volviesen a<br />

verse con Herodes, porque temeroso de que con el tiempo yo le<br />

disputase el trono y perder la poltrona, como ahora se dice,<br />

maquinaba una masacre infanticida. Tomaron ellos nota de la<br />

celestial advertencia y dóciles se volvieron a su tierra por otro<br />

camino.<br />

Partidos ellos en paz y gracia de Dios, si se me permite la<br />

anacrónica expresión, otra vez incansable el ángel del Señor se<br />

había aparecido a mi padre José mientras dormía para decirle<br />

que se levantase y tomándonos a mi madre y a mí huyésemos a<br />

Egipto, donde hasta nuevo aviso deberíamos quedarnos; porque<br />

Herodes me buscaba con intención de matarme.


96<br />

Una vez despierto, mi padre hizo como se le había<br />

indicado y por la noche puso tierra por medio. No sin tiempo,<br />

porque viéndose burlado de los personajes de oriente, Herodes<br />

se había enojado muchísimo y había ordenado ejecutar, en Belén<br />

y su término, a todos los niños menores de dos años, según la<br />

fecha de mi nacimiento conjeturada a partir de lo que se le había<br />

indicado. Según algunos, huimos de Herodes a Alejandría,<br />

donde se había establecido una muy numerosa colonia judía, y<br />

nos ocultamos 3 meses en una gruta del Cairo.<br />

HERO<strong>DE</strong>S ME PERSIGUE PARA MATARME<br />

También Juan, el hijo de Isabel, la prima de mi madre,<br />

entraba en la categoría amenazada, de modo que llevándolo<br />

consigo, su madre se internó en el monte en busca de un<br />

escondrijo seguro; mas incapaz de ponerse a salvo más arriba en<br />

la cumbre, y no hallando en la falda refugio a su gusto, clamó:<br />

¡Montaña del señor dios Yahvé, recibe con su hijo a una madre!.<br />

Con lo que obediente la montaña se abrió de par en par y los<br />

admitió en su interior, al que una gran luz alumbraba y dónde un<br />

ángel que los proveía de lo más necesario les hizo compañía y se<br />

quedó con ellos hasta que el peligro hubo pasado.<br />

Por orden de Herodes sus esbirros buscaban al niño, de<br />

modo que se dirigieron a Zacarías, el padre, y lo conminaron a<br />

que por el propio bien les descubriera donde había escondido a<br />

la familia; a lo que él respondió que como buen servidor de<br />

Yahvé pasaba en el templo la mayor parte del tiempo y no tenía<br />

arte ni parte en el asunto.<br />

De momento lo dejaron en paz y se fueron al rey con el<br />

informe. Mas él, irritado, los envió de vuelta y les ordenó:<br />

Decidle que no mienta y haced que descubra dónde ha<br />

escondido a ese hijo que tal vez algún día me robará la corona. Y<br />

que si se niega, de mi dependerá que viva o que muera.


97<br />

Mas Zacarías siguió resistiéndose a la injusta demanda:<br />

Mártir seré de Dios si viertes mi sangre. Y el Omnipotente<br />

recibirá mi espíritu, porque en el vestíbulo del templo del<br />

Señor quieres derramarla inocente. Herodes no se dejó<br />

convencer y ordenó que lo mataran al rayar el día.<br />

Nadie en la ciudad se había enterado de lo sucedido, de<br />

modo que cuando por la mañana, a la hora de la salutación<br />

acudieron al templo los sacerdotes, y Zacarías no estaba allí para<br />

bendecirlos, según era costumbre, se quedaron a la espera de<br />

que apareciese, para saludarlo y celebrar al Altísimo.<br />

Mas como tardase, los sobrecogió el temor. Y uno de<br />

ellos, más audaz que los otros, penetró en el santo de los santos<br />

y junto al altar vio sangre coagulada, y oyó que una voz le decía:<br />

Han asesinado a Zacarías y la mancha de su sangre no<br />

desaparecerá hasta que llegue quien ha de vengarlo. Al oír<br />

estas palabras se espantó y abandonando el recinto corrió a<br />

decírselo a los otros.<br />

Al fin se atrevieron todos a entrar y viendo lo que había<br />

sucedido y el maculado recinto, gimieron y se rasgaron de alto<br />

abajo las vestiduras, como estaba prescrito. Y por más que lo<br />

buscaron, no hallaron el cuerpo del delito, como hoy se dijera,<br />

sino sólo su sangre, ya endurecida. Presa de la congoja salieron<br />

y comunicaron al pueblo que se había asesinado al sumo<br />

sacerdote, con lo que todo el mundo lo supo, y se lo lloró, y<br />

durante tres días y tres noches se oyó los lamentos.<br />

También esta versión difiere de la otra que ya he<br />

apuntado y según la cual Zacarías habría muerto lapidado por<br />

haber confesado ante sus pares que en el sancta santorum se le<br />

había aparecido en forma de un asno peludo el dios Yahvé. Lo<br />

cual era una inaceptable blasfemia que se castigaba con la<br />

máxima pena.<br />

Pasados estos tres días, los sacerdotes deliberaron<br />

reunidos para saber a quién pondrían en lugar del asesinado, y la<br />

suerte recayó sobre Simeón, el mismo a quien, como diré más


98<br />

abajo, el espíritu santo había advertido que no moriría sin haber<br />

visto al Cristo hecho carne.<br />

También entonces y con la muerte de los niños a los que<br />

Herodes había mandado matar y que luego se llamó santos<br />

inocentes se habría cumplido lo que ya el profeta Jeremías había<br />

predicho: Una voz se oyó en Ramá, y grandes lamentos,<br />

gemidos y llantos: Raquel llora a sus hijos y no se deja<br />

consolar, porque han perecido.<br />

Una vez más mis evangelistas han citado fuera de<br />

contexto al profeta, pues en una de sus largas y luctuosas<br />

diatribas, Jeremías se había referido a los padecimientos de los<br />

israelitas en general cuando los escitas invadieron Palestina y no<br />

había tenido en mente a Herodes y su presunta matanza de los<br />

recién nacidos de Belén y su entorno, para la que aún faltaban<br />

más de 5 siglos.<br />

Mis padres se quedaron pues en Egipto hasta que<br />

supieron de la muerte del rey, tras lo cual otra vez el ángel del<br />

Señor se apareció a mi padre y le avisó: Levántate y toma a tu<br />

mujer y al niño y vete a tierra de Israel; que muertos son ya<br />

los que buscaban matarlo.<br />

Hizo él lo que así se le indicaba y regresamos a casa los<br />

tres, con lo que de nuevo y según mi biógrafo Mateo se habría<br />

cumplido lo que a través del profeta Oseas se suponía había<br />

dicho el Señor: De Egipto llamé a mi Hijo.<br />

Aun a riesgo de hacerme pesado, aquí debo advertir que<br />

de nuevo el evangelista se tomó la libertad de citar a capricho al<br />

profeta, porque la frase era más amplia y él la encogió y adaptó.<br />

Las palabras exactas habían sido las siguientes: Cuando Israel<br />

era niño, yo lo amaba, y de Egipto llamé a mi hijo. Lo que es<br />

bien diferente.<br />

Mas habiendo sabido que ahora reinaba Arquelao, hijo y<br />

sucesor de Herodes, al principio mi padre no las tenía todas<br />

consigo y vacilaba acerca del lugar dónde con mayor seguridad<br />

nos convenía instalarnos; sin embargo nuevamente en sueños se


lo amonestó por la tardanza en obedecer, de modo que por<br />

precaución nos fuimos a vivir a Galilea.<br />

Tornamos a establecernos en el lugar de Nazaret: según<br />

con el tiempo se dijo, a fin de que una vez más quedasen en<br />

buen lugar los profetas, que habían asegurado se me habría de<br />

llamar nazareno. Mas de nuevo hay quienes disienten y dicen<br />

que la palabra nazarini quería decir guardián de la ley. Y la<br />

alusión hubiera sido acertada, pues ya mayor, si yo hubiera ido a<br />

una casa que no cocinara según el ritual los alimentos, me<br />

hubiera negado a comer. Incluso algunos sostienen que por<br />

aquel entonces Nazaret ni siquiera existía, puesa la Biblia o<br />

Antiguo Testamento ni una sola vez lo menciona.<br />

SE ME PRESENTA EN EL TEMPLO<br />

Asimismo, cuando llegó el día en que, según la Ley de<br />

Moisés, mis padres debían cumplir el rito de la purificación, me<br />

llevaron a Jerusalén para presentarme al Señor, tal como estaba<br />

escrito en el libro del Éxodo: Se consagrará al Señor todo<br />

varón primogénito. También ofrecieron el sacrificio indicado<br />

para los más modestos o menos pudientes, como lo eran mis<br />

padres: una pareja de tórtolas o dos pichones. La gente de<br />

posibles solía entregar un carnero.<br />

Se hallaba entonces en la ciudad un hombre llamado<br />

Simeón, al que más arriba he mencionado; a los ojos del dios<br />

Yahvé muy cumplidor y piadoso, que al parecer estaba a la<br />

espera del día en que el Señor se compadeciera de Israel, y<br />

mientras tanto el Espíritu Santo lo acompañaba. Este mismo<br />

Espíritu le había revelado que no moriría sin haber visto al<br />

Mesías; de modo que en aquel momento lo movió a dirigirse al<br />

templo.<br />

Cuando mis padres se disponían a llevar a cabo lo<br />

prescrito que me concernía, aquel probo varón de virtudes se<br />

99


100<br />

adelantó y tomándome en los brazos bendijo a Yahvé en los<br />

siguientes términos: Ahora, Señor, ya puedes dejar que tu<br />

servidor muera en paz; porque con mis propios ojos he visto<br />

al salvador que nos has preparado y a todos ofreces, luz que<br />

se revelará a las naciones y gloria de Israel, tu pueblo<br />

elegido.<br />

En mi tierra se creía entonces que Jehová, nuestro dios,<br />

nos consideraba Su pueblo escogido, nos prefería a los demás<br />

del planeta. Para él éramos algo así como los arios de aquel<br />

tiempo, la raza superior. Motivo que ha llevado a algunos a<br />

considerar el judaísmo como una horrible religión racista.<br />

Mi padre y mi madre se maravillaban de todo lo que oían<br />

decir a mi respecto. Simeón les dio su bendición igualmente,<br />

que al contrario que en la actualidad, entonces no consistía en<br />

trazar en el aire la señal de la cruz, sino en pronunciar unas<br />

palabras de buenos augurios, y mirando a mi madre, un tanto<br />

sibilino y oscuro le dijo: "Escucha, este niño traerá a Israel ya<br />

sea la perdición, ya la resurrección. Será una señal que<br />

muchos rechazarán, con lo que a ti un puñal te atravesará el<br />

corazón. Sin embargo por ella saldrán a la luz los<br />

pensamientos de los hombres."<br />

También andaba por allí una profetisa muy anciana,<br />

llamada Ana, hija de Fanuel de la tribu de Aser. Después de siete<br />

escasos años de matrimonio se le había muerto el marido, pero<br />

ella le había seguido siendo fiel y no se había casado de nuevo,<br />

pese a que entonces, desconocido aún el feminismo igualatorio,<br />

no se veía bien a las mujeres solas y desamparadas. Si alguna<br />

enviudaba, su cuñado debía tomarla por esposa, para que no<br />

quedase abandonada y sin descendencia tal vez. Pero ella se<br />

había mantenido en su estado y tenía ya ochenta y cuatro años.<br />

No se apartaba del Templo, y con ayunos y oraciones servía día<br />

y noche al Señor. Se la ha dicho una precursora de las<br />

posteriores monjas cristianas. Llegó en aquel momento y<br />

también comenzó a alabar a Dios hablando de mí como el futuro


101<br />

Mesías que habría de liberar del dominio extranjero a todos los<br />

que tal cosa esperaban.<br />

Una vez cumplido lo que ordenaba la Ley sacrosanta,<br />

también dicha mosaica, porque se había acordado atribuirla a<br />

Moisés, el caudillo que había sacado del presunto cautiverio en<br />

Egipto al pueblo de Israel, volvimos a Galilea, a nuestro lugar de<br />

Nazaret. Y según más tarde se dijo, allí yo crecía y me<br />

desarrollaba lleno de sabiduría, y la gracia de Dios permanecía<br />

conmigo.<br />

Ignoro si como mis seguidores sostienen me engendró el<br />

Espiritu santo. Cuando yo nací, ni se mencionaba el asunto. Ni<br />

siquiera existía el Espíritu santo, que fue ocurrencia e invención<br />

muy posterior. Lo de la presunta paloma blanca, imagen con que<br />

se lo representa, que como diré más adelante había aparecido<br />

sobre mi cabeza cuando mi primo Juan me había bautizado en el<br />

Jordan, fue algo que alguien escribió un siglo después. También<br />

fue más tardía su igualmente presunta aparición en el cenáculo<br />

de Jerusalén para dar don de lenguas a los apóstoles allí reunidos<br />

tras las que se tiene por muerte y resurrección mías, como aún<br />

habré de contar. Se llamó don de lenguas a que sin haberlas<br />

estudiado previamente todos podían expresarse en otras muchas<br />

que no eran la suya materna.<br />

Volviendo al principio, se dice que me engendró el<br />

Espíritu santo y que en ese momento mi madre era virgen y así<br />

se conservó hasta la misma hora de la muerte y aun más allá.<br />

Sólo unos 18 o 19 siglos después se lo vino a saber con certeza,<br />

pues mientras ella vivió, nadie se preocupaba de esas cosas, todo<br />

era como era y a nadie le importaban semejantes materias.<br />

También se dice que mi padre José nunca la tocó, porque su<br />

matrimonio era blanco, que quiere decir eso mismo, que nunca<br />

la tocó, pese a que en el Templo de Jerusalén los hubiesen<br />

casado legalmente los sacerdotes, como estaba mandado.


102<br />

MIS AÑOS <strong>DE</strong> NIÑO<br />

Como ya he dicho, tras regresar de Egipto, y para<br />

escondernos de los esbirros de Arquelao, hijo y sucesor de<br />

Herodes el Grande, nos establecimos al sur de la región de<br />

Galilea, en la humilde aldea llamada Nazaret, donde mi padre<br />

había nacido y ejercía su oficio de carpintero. Según los<br />

exégetas, que es lo mismo que decir intérpretes o expositores de<br />

la Biblia, el nombre del lugar deriva del verbo esconder, bien<br />

porque allí nos ocultamos o bien porque se llamaba 'los que se<br />

esconden entre tumbas' a sus moradores, ya que se lo había<br />

construido al lado de un cementerio o necrópolis judía<br />

antiquísima. En el primer caso, se trataría de un supuesto<br />

bienintencionado anacronismo, pues no cabría relacionar con<br />

nosotros un nombre que ya existía mucho antes de que nos<br />

estableciéramos allí. Otros lo derivarían de guarnición o<br />

centinela; y según Jerónimo, sujeto al que más tarde mi presunta<br />

Iglesia oficial habría de elevar a sus altares, provendría de<br />

'semilla' o 'flor'; semilla porque del lugar habría de brotar yo, el<br />

hombre nuevo que con su doctrina suplantaría al antiguo, y flor<br />

porque el aroma de mis supuestas virtudes impregnaría todo lo<br />

que conmigo tenía alguna relación. Este hombre, al parecer<br />

romántico, prefirió darle un tinte poético por el sólo hecho de<br />

que yo hubiese pasado allí la infancia.<br />

Aunque insignificante y pobre, Nazaret era un lugar<br />

alegre para vivir. En la Biblia, para los israelitas la fuente de<br />

todo conocimiento y de todo saber, ni una sola vez se lo<br />

mencionaba. Ya fuese judío o pagano, ningún texto anterior a mí<br />

hablaba de Nazaret. Como ya he apuntado y repito, incluso hay<br />

quien dice que por entonces Nazaret no existía. Ni en los libros<br />

del historiador romano Josefo, que vivió en aquel tiempo, ni en<br />

el judío Talmud, se hallaba el nombre de la aldea. Situada en la<br />

falda sur de los montes del Líbano, que en torno a ella formaban


103<br />

un círculo, al norte de la bella y fértil llanura de Esdrelón, a unos<br />

23 km al oeste del llamado mar de Galilea, la rodeaban los<br />

campos de trigo y de cebada, los olivares y las viñas, los<br />

jardines que los lirios y la verbena perfumaban, y en los muros<br />

las flores violeta de las buganvillas: así se había de expresar<br />

pasado el tiempo el escritor francés Renan, al que también<br />

interesaron mis supuestas raíces. Igualmente se llamaba lago de<br />

Tiberiades al mar de Galilea; debido a que en sus orillas y<br />

cuando yo tenía ya 20 años, el rey Herodes Antipas, sucesor de<br />

Arquelao, había alzado en honor del emperador romano Tiberio<br />

una ciudad de ese nombre.<br />

Al pie de la cuesta de la elevación montañosa se<br />

agrupaban las casas y solían componerse de una parte de<br />

albañilería adosada a una o varias grutas, naturales o excavadas<br />

en la roca. En una de esas cuevas vivíamos nosotros. Había<br />

cerca una fuente, la única del pueblo, a la que mi madre, el<br />

cántaro sobre la que quiero imaginar esbelta cabeza, solía ir a<br />

diario a por agua. Hay quien dice que junto a la fuente y no en el<br />

interior de la casa quiso el ángel darle el mensaje de la<br />

anunciación, pero que ella, aunque oía que le hablaban, no veía<br />

a nadie, de modo que se dio media vuelta y regresó apresurada<br />

al hogar, a donde el arcángel Gabriel la habría seguido, para<br />

dejarse ver esta vez y hablarle en persona. La mayor parte de las<br />

calles están en pendiente y hoy no es raro ver pasar por ellas los<br />

rebaños de cabras. Hay adelfas, palmeras, cipreses, granados y<br />

olivos. Por un sendero que los rosales bordean se llega a un alto<br />

que da a un precipicio. Andando el tiempo, desde aquí mis<br />

encolerizados vecinos quisieron despeñarme; pero me las arreglé<br />

para escabullirme sin daño. A mediados de marzo, al comenzar<br />

la primavera, desde las primeras horas de la mañana se oía el<br />

piar de las golondrinas, los gorriones se posaban en los aleros y<br />

cornisas y las palomas volaban en torno para ir a posarse en<br />

alguna azotea cubierta de hierba. Ya desposada, mi madre vivió<br />

primero en casa de sus padres, Ana y Joaquín, y sólo a la vuelta


104<br />

de Egipto se fue a vivir con el marido, José, a poca distancia de<br />

ellos.<br />

Pasé mis primeros años en aquella pobre morada. Desde<br />

que ya supe andar, subí por las escaleras talladas en la roca. En<br />

el interior flotaba el olor a aceite de oliva de la lámpara de<br />

arcilla que en un saliente de piedra iluminaba el recinto sin<br />

ventanas, cuya única luz entraba por la puerta, por donde salia<br />

también el humo, cuando mi madre no cocinaba en el exterior.<br />

Echando mano de nuevo a la literatura, hubiese podido<br />

también yo decir lo que el autor al que cito: “Dos mundos se<br />

confundían allí; el de la casa paterna, el de mis padres y yo,<br />

familiar, el del padre y la madre, el amor y la severidad, el<br />

ejemplo y la escuela. Le pertenecían un tenue esplendor,<br />

claridad y limpieza; en él habitaban las palabras suaves y<br />

amables, las manos lavadas, los vestidos limpios y las buenas<br />

costumbres. Allí se rezaba por las mañanas y se celebraba las<br />

fiestas litúrgicas”.<br />

Y prosigue: “En este mundo existían las líneas rectas y<br />

los caminos que conducen al futuro, el deber y la culpa, los<br />

remordimientos y la confesión, el perdón y los buenos<br />

propósitos, el amor y el respeto, la Biblia y la sabiduría. Había<br />

que mantenerse dentro de él para que la vida fuera clara, limpia,<br />

bella y ordenada”.<br />

“El otro, sin embargo, comenzaba en medio de nuestra<br />

propia casa y era totalmente diferente: olía de otra manera,<br />

hablaba de otra manera, prometía y exigía otras cosas. En este<br />

segundo mundo existían criadas y aprendices, historias de<br />

aparecidos y rumores escandalosos; todo un torrente multicolor<br />

de cosas terribles, atrayentes y enigmáticas, como el matadero y<br />

la cárcel, borrachos y mujeres chillonas, vacas parturientas y<br />

caballos deslomados; historias de robos, asesinatos y suicidios.<br />

Todas estas cosas hermosas y terribles, salvajes y crueles, nos<br />

rodeaban; en la próxima calleja, en la próxima casa, los guardias<br />

y los vagabundos merodeaban, los borrachos pegaban a las


105<br />

mujeres; al anochecer las chicas salían en racimos de las<br />

fábricas, las viejas podían embrujar a uno y ponerle enfermo; los<br />

ladrones se escondían en el bosque cercano, los incendiarios<br />

caían en manos de los guardias. Por todas partes brotaba y<br />

pululaba aquel mundo violento; por todas partes, excepto en<br />

nuestras habitaciones, donde estaban mi padre y mi madre. Y<br />

estaba bien que así fuera. Era maravilloso que entre nosotros<br />

reinara la paz, el orden y la tranquilidad, el sentido del deber y la<br />

conciencia limpia, el perdón y el amor; y también era<br />

maravilloso que existiera todo lo demás, lo estridente y ruidoso,<br />

oscuro y brutal, de lo que se podía huir en un instante, buscando<br />

refugio en el regazo de la madre.”<br />

Y aquí me interrumpo, para no alargarme en exceso, pese<br />

a que mucho de lo que allí se dice se me podría aplicar casi al<br />

pie de la letra. Me basta con dar una imagen del ambiente y la<br />

atmósfera.<br />

Por fuerza en mis años infantiles he debido de parecerme<br />

a los demás niños de mi tiempo y lugar. Por lo demás la vida de<br />

mis padres era de lo más parecida a la vida ideal del judío de la<br />

época.<br />

He dicho que para todos los efectos el carpintero José era<br />

mi padre ante el mundo, mi padre legal. Para mí y para mi<br />

madre era el padre de familia, el varón del hogar, figura que<br />

entre los judíos tenía gran autoridad. Era el jefe, el que<br />

mandaba. Mi madre lo llamaba baal, que quiere decir señor, y<br />

también adon, que significa dueño. Se llamaba 'la casa del<br />

padre' lo que más tarde se habría de llamar la familia. En<br />

principio y hasta tal punto los hijos eran propiedad de su padre,<br />

que se le permitía hacer con ellos lo que bien le petara, incluso<br />

venderlos como esclavos si así le convenía. Si el hijo cometía<br />

una falta tenida por grave, su padre podía incluso condenarlo a<br />

muerte. En mis tiempos se había suavizado un tanto las normas,<br />

de modo que un padre no podía disponer a su antojo como<br />

antaño de la vida o la muerte de los hijos; sino que previamente


106<br />

tenia que pedir permiso al consejo de ancianos, lo que era un<br />

flaco consuelo, pues hoy ya caben pocas dudas acerca del que se<br />

llama conflicto generacional, por el que los viejos no son para<br />

los jóvenes los mejores amigos que uno pudiera desear, sino más<br />

bien enconados rivales y competidores celosos. Mas no quiero<br />

meterme aquí en honduras, que quizá me apartaran del texto, de<br />

modo que no insistiré al respecto. En cuanto a mi hogar, pese a<br />

todo las prerrogativas paternas seguían siendo sagradas. Se lo<br />

solía conocer, al padre, como 'el déspota doméstico'. Era como<br />

un rey en su casa. Y dado que tanto mi padre como mi madre se<br />

decían descendientes del antiguo rey David, su autoridad era<br />

mayor que la ordinaria en otros hogares.<br />

Según el Deuteronomio, uno de nuestros libros sagrados,<br />

Moisés había dicho a los israelitas lo siguiente: Cuando un<br />

hombre tenga un hijo desnaturalizado y rebelde, que no escucha<br />

la voz de su padre ni la de su madre, y le corrigen y no les hace<br />

caso, lo cogerán sus padres y lo llevarán ante los ancianos y a<br />

la puerta de su lugar, y dirán a los cuatro vientos: “Este ya no<br />

es nuestro hijo; rebelde y obstinado, no nos obedece, no<br />

reconoce ni freno ni ley”. Con lo cual se lo lapidará y a<br />

pedradas morirá. De esa manera extirparás de ti el mal y todo<br />

Israel tendrá noticia del hecho y temerá.<br />

Así pues en nuestro hogar de Nazaret la sujeción a mi<br />

padre era la norma. Toda mi juventud le estuve sujeto. ¡Nadie<br />

más sumiso que yo! Como posteriormente se dijo, en la niñez<br />

tanto como en la adolescencia, mi virtud dominante fue la<br />

humildad; de cara al exterior al menos, yo obedecía callado a<br />

todo y a todos. Con justicia se me hubiese atribuido las<br />

siguientes palabras que más tarde pronunciaría el tristemente<br />

famoso comandante de un campo de concentración alemán del<br />

siglo XX: En especial se me inculcaba siempre que debía<br />

atender ante todo los deseos y mandatos de mis padres,<br />

maestros, sacerdotes y demás adultos en general, incluido el<br />

personal de servicio, y ejecutarlos, y que nada debería


107<br />

distraerme de semejante obligación. Lo que ellos dijesen,<br />

siempre estaba bien. Para mí estos principios pedagógicos<br />

llegaron a ser verdades incuestionables. Y en cuanto fiel<br />

observante yo de la ley de Moisés y piadoso israelita, esto otro:<br />

Un sólo y único dios permanece al margen de cualquier crítica:<br />

Yahvé. Todos sentimos y sabemos que Él siempre está en lo<br />

justo, siempre tiene razón y siempre la tendrá. La fe de nuestros<br />

padres que todos los israelitas profesamos descansa en la<br />

lealtad exenta de toda crítica, en la entrega incondicional al<br />

Señor Yahvé, -una entrega que en cada caso particular no ha de<br />

indagar los porqués- y en el silencioso cumplimiento de sus<br />

mandatos. Creemos en un único dios y en su pueblo elegido;<br />

esta fe no admite crítica alguna. Habrían de ser éstas las<br />

palabras devotas de un íntimo de Hitler y su ciego seguidor.<br />

Según parece, ya adulto llegué a decir a quienes me escuchaban:<br />

Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón.<br />

Este mundo autoritario y jerárquico fue el trasfondo<br />

existencial de mi desarrollo temprano. Fui educado para<br />

obedecer y crecí en un ambiente en el que imperaban el<br />

cumplimiento del deber y las virtudes de mi pueblo de origen.<br />

Usi obbedir tacendo e tacendo morire -hubiese podido ser mi<br />

lema, el mismo que pasados los siglos figuraría en el frontispicio<br />

de una italiana escuela de cadetes fascista.<br />

En la Israel de entonces el 'padre de familia' era la<br />

imagen más completa del Padre eterno, es decir, de Yahvé. Se<br />

podría decir que mi madre y yo lo respetábamos como se respeta<br />

a Dios.<br />

Me pregunto si de ella se hubiese podido decir lo que<br />

también más adelante se dijo de otra madre que vivió en<br />

parecidas circunstancias a las ordinarias nuestras. La conducta<br />

dominante del dueño de casa infundía a su mujer y a sus hijos<br />

un constante respeto, cuando no desazón. Incluso después de su<br />

muerte y desde la pared donde permanecían alineadas, sus<br />

herramientas de trabajo continuaron imponiendo respeto y


108<br />

siempre que en la conversación su viuda deseaba subrayar algo<br />

importante, las señalaba, como queriendo invocar la autoridad<br />

pasada del amo.<br />

En el decálogo que según la opinión aceptada en el<br />

monte Sinaí y tras la huida de Egipto nuestro dios había dado a<br />

Moisés, figuraba como 4º precepto el siguiente: Honrarás a tu<br />

padre y a tu madre para poder vivir largo tiempo; algunos lo<br />

interpretaban deduciendo que quien no lo practicara merecía<br />

morir joven, incluso que el padre en persona lo castigase y<br />

matase. La cosa venía de antiguo, pues unos 200 años antes de<br />

mi nacimiento, un tocayo mío, Jesús, hijo de Sirá, había dejado<br />

escrito: El que ama a su hijo, le menudeará los azotes, y al final<br />

morirá satisfecho. Mima a tu hijo y te aterrará; diviértete con él<br />

y te pesará. No te rías con él, porque con él no te aflijas y al<br />

final rechines los dientes. En su juventud y mientras es<br />

muchacho, doblega su cerviz y muélele los riñones, no sea que<br />

se vuelva terco, se rebele contra ti y de ello te vengan<br />

preocupaciones. Corrige a tu hijo y agrava su yugo, para evitar<br />

que en su necedad se subleve contra ti.<br />

Y en sus Proverbios, el sabio Salomón decía: No<br />

retraigas del muchacho la corrección; si lo golpeas con la<br />

verga, no morirá. Golpéalo con la vara y liberarás del seol su<br />

alma. El seol venia a ser lo que hoy se llama infierno.<br />

Cuando se preguntaba a los rabinos de qué modo se<br />

'honraba' a los padres, las respuestas eran largas, confusas y<br />

varias. De ahí que pese a Jesús hijo de Sirach y frente a los<br />

padres, los hijos no siempre se mostraran dóciles. Más adelante<br />

hablaré de un hijo pródigo.<br />

Mi padre José, esposo de mi madre, era un verdadero<br />

patriarca, en el sentido bíblico del término, es decir, una<br />

autoridad que el dios Yahvé respaldaba, que la grandeza divina<br />

revestía, objeto de un acatamiento semejante al que se tributaba<br />

a la divinidad.<br />

Así viví muy largos años.


YO TUVE DOS PADRES<br />

109<br />

En lo que a mis padres se refiere, mi situación fue<br />

singular. De ser verdad lo que de mí se ha escrito, yo tuve dos,<br />

José, el de abajo, el de este mundo terrestre, y Yahvé, el dios de<br />

los israelitas, mi padre en el cielo, mi padre divino. Al parecer y<br />

como sus antepasadas del remoto matriarcado, mi madre<br />

practicaba la poliandria, pues recibía los favores de dos personas<br />

del sexo opuesto al suyo. Digo dos personas porque luego se ha<br />

afirmado que el Espíritu santo, supuesto agente que en el vientre<br />

de mi madre me engendró, era también una persona, aunque no<br />

una de las de carne y hueso, como las mortales, sino un espíritu<br />

puro, una persona de la santísima Trinidad de los católicos. Qué<br />

nadie me pregunte cómo se puede ser persona y al mismo<br />

tiempo espíritu, pues al respecto también yo me siento confuso.<br />

A no ser que se recurra al significado etimológico de la palabra.<br />

Por ella los griegos entendían la máscara que en el teatro se<br />

ponían los actores. De ahí que como 'persona' el Espíritu santo<br />

sería la máscara o apariencia que Yahvé habría tomado para<br />

engendrarme en mi madre. En todo caso ya he dicho que en la<br />

situación en que me encuentro, cuando escribo estas reflexiones<br />

o memorias, ignoro por completo lo que -dejando a ellas a un<br />

lado- se refiere a mí y que va más allá de mi humana condición;<br />

pienso como humano y sólo me es accesible el aspecto<br />

correspondiente a mi humanidad.<br />

Tuve pues dos padres y de acuerdo con el pensamiento<br />

correcto actual me adelanté a mi tiempo, pues fui de los<br />

primeros en tener una familia diferente de lo que hasta el<br />

momento se entendía por ella, una familia nada común entonces,<br />

una familia de tres, dos varones y una hembra. ¡Eso es estar al<br />

día, ser moderno y progresista! Sin atreverme a jurarlo, asigno a<br />

mi padre del cielo la categoría varonil, pese a que dos o tres<br />

siglos después de mi muerte se discutió largo y tendido acerca


110<br />

de si el Espíritu santo era masculino o femenino, macho o<br />

hembra, sin llegar por ello a un acuerdo y dejando las cosas<br />

como en un limbo, sin definición precisa, donde hasta el<br />

momento han permanecido. Con el resultado de que algún<br />

malicioso podría ver en mi madre inclinaciones seudo lesbianas,<br />

dado el sexo digamos ambiguo, hermafrodita, de quien según se<br />

suponía la había preñado. Por otro lado y en último caso cabría<br />

señalar el extremo atrevimiento de atribuir género o sexo a mi<br />

padre del cielo, pues ya queda dicho que se lo tiene por espíritu<br />

sumo y excelso, paradigma y modelo de todos los demás, a los<br />

que a la propia imagen y semejanza habría creado; y en otro<br />

contexto se ha afirmado que, a fuer de espíritus puros, los<br />

ángeles carecen de sexo. Sin embargo siempre se tiene por<br />

figuras varoniles a los que pueblan la Biblia y ni una sola vez se<br />

habla en ella de ángeles femeninos o ángeles hembra.<br />

Resumiendo lo dicho, sería difícil explicar como pudo el espíritu<br />

santo, ajeno a cualquier categoría de género o sexo,<br />

engendrarme en el vientre de mi madre, una mujer humana<br />

dotada de todas las partes, sistemas y órganos que como tal le<br />

correspondían. Lo que no invalida el hecho de que pasados los<br />

siglos se haya sostenido que al igual que yo, mi madre se<br />

sustrajo a la norma que a todos sujeta, no solamente naciendo<br />

sin el supuesto pecado original de Eva, la madre común, sino<br />

también siendo transportada en cuerpo y alma a los cielos en que<br />

mora Yahvé sin haber tenido que esperar al juicio universal que<br />

tendrá lugar cuando yo haya venido al mundo por segunda vez.<br />

Mi madre ha sido pues privilegiada, aunque no en exceso, sino<br />

con arreglo a la jerarquía debida, ya que al parecer allá en el<br />

cielo, en el seno de la familia divina, su rango sería inferior al de<br />

mi padre, su consorte ocasional digamos, y también inferior al<br />

mío, pues en tanto que hijo unigénito del dios, soy tan divino<br />

como él y estoy por encima de todo lo demás.<br />

Siendo espíritu puro y en nada carnal mi padre celeste,<br />

cabría preguntarse por la procedencia de la semilla


111<br />

indispensable para fecundar en mi madre el correspondiente<br />

óvulo animal, con el resultado, caso de no haberla, de<br />

imaginarme clon de mi madre, que me habría concebido sin<br />

cópula concreta y ordinaria. Me habría adelantado yo en dos<br />

milenios a la oveja Dolly escocesa que hace ya unos años tanto<br />

ha dado que hablar. No, nada nuevo bajo el sol, se podría decir.<br />

Todo es un eterno retorno.<br />

Aquí pues en la Tierra mi familia constaba de dos<br />

padres, visible y humano el uno, invisible el otro y divino, y una<br />

madre, humana igualmente, pero superior a las demás madres<br />

corrientes.<br />

En tan por lo menos extraña constelación familiar, como<br />

se dice hoy en día, las relaciones domésticas han tenido que ser<br />

peculiares.<br />

Aun a riesgo de repetirme, insistiré en que la nuestra era<br />

una familia cabalmente patriarcal. El cabeza de familia mandaba<br />

absoluto, y sin decir una palabra los demás obedecíamos sus<br />

órdenes.<br />

José, mi padre terreno, observaba estrictamente la Ley.<br />

Escribo con mayúscula la palabra para dar a entender que no se<br />

trataba de una ley dijéramos laica, semejante a las leyes<br />

solamente humanas de las otras naciones del entorno, sino de<br />

una ley divina, pues por boca de Moisés primero y de los<br />

profetas después nos la había dado en persona el mismo Yahvé.<br />

Constaba de una serie minuciosa de ceremonias y ritos cuya<br />

escrupulosa observancia era motivo de satisfacción y orgullo. Y<br />

estaba escrita en la Biblia. En nuestros tiempos, la Biblia dictaba<br />

la ley, la Biblia era la ley y se honraba y apreciaba a las personas<br />

en el grado en que observaban los preceptos contenidos en ella.<br />

Se podría decir que para nosotros la Biblia era lo que<br />

para los puritanos ingleses de Cromwell sería más tarde, la<br />

fuente o manantial de toda verdad, o lo que para los posteriores<br />

mahometanos integristas sería el Corán: la Palabra de Dios. No<br />

cabía poner en duda lo que en ella estaba escrito.


112<br />

La virtud suprema de todas era parecerse a Yahvé,<br />

imitarlo. Entre nosotros se decía: Dios es santo y por ello se<br />

esfuerza en cambiarnos para que nos parezcamos a Él. En tanto<br />

que criaturas suyas, quiere que seamos un reflejo de su amor<br />

tanto como de su severidad. Ya que Dios es amor santo, está en<br />

su naturaleza el querernos y al mismo tiempo castigarnos.<br />

El nuestro era un dios peculiar. Según el libro titulado<br />

Éxodo, uno de los que componían nuestra Biblia sagrada, habría<br />

pactado con Moisés y textualmente le habría dicho: Guárdate<br />

mucho de adorar a otro dios, porque mi nombre es Celoso:<br />

yo soy celoso. Y a partir de ahí constantemente, una y otra vez,<br />

sin darse descanso, a menudo por medio de la más atroz<br />

violencia, vengando las supuestas ofensas que se le habría<br />

hecho, matando a diestra y a siniestra, habría tratado de<br />

demostrar y poner de relieve su poder y autoridad. Cuando<br />

airado y celoso, Yahvé, mi padre divino, no habría vacilado en<br />

castigar la desobediencia, en aniquilar y destruir a todos<br />

aquellos que no se apresuraran a cumplirle la voluntad y los<br />

mandatos. Mi padre Yahvé no se consideraba obligado a respetar<br />

aquellos mismos Mandamientos que en el Decálogo había dado<br />

a Moisés.<br />

Como demostrarían las palabras que en la huida de<br />

Egipto parecía haber dicho a nuestro caudillo: Os llevaré a una<br />

tierra que mana leche y miel, pero no os acompañaré,<br />

porque sois un pueblo duro de cerviz y no estoy seguro de no<br />

acabar con vosotros durante el camino, nuestro dios ni<br />

siquiera confiaba en sí mismo, en su capacidad para controlar<br />

sus arranques de ira y no destruir a su pueblo, el pueblo que Él<br />

mismo había escogido.<br />

Que se sepa, al menos en una ocasión había inducido a<br />

un padre a matar a su único hijo para ofrecérselo en sacrificio en<br />

lo alto de un monte. La historia de Abraham e Isaac nos era bien<br />

conocida. Entonces alargó Abraham la mano y tomó el<br />

cuchillo para inmolar a su hijo, mas desde el cielo el ángel de


113<br />

Yahvé lo llamó y le dijo: No pongas tu mano en el muchacho<br />

ni le hagas ningún daño, pues he comprobado que temes a<br />

Dios, ya que no has vacilado en obedecerlo incluso matando<br />

a tu único hijo. Como se ve, mi padre celeste no vacilaría en<br />

matar a quienquiera que fuese con tal de asegurarse de la<br />

absoluta e incondicional obediencia de sus adoradores.<br />

Sobre la pira del altar, Isaac, el hijo de Abraham,<br />

permanece callado y se muestra sumiso, ni se le pasa por la<br />

imaginación el rebelarse contra su padre o protestar de su<br />

crueldad, pues a lo largo de toda la Biblia una y otra vez se<br />

insiste en la total obediencia que los hijos deben a sus padres.<br />

Así por ejemplo, tras haber dado a los israelitas el decálogo,<br />

Moisés les dijo: Reconoced pues en vuestro corazón que de la<br />

misma manera que un padre suele corregir a su hijo, os ha<br />

corregido Yahvé, vuestro dios. Deberéis por lo tanto temerlo<br />

y obedecer sus mandatos, siguiendo el camino que Él os<br />

trazare. Para añadir a continuación: Como las naciones que<br />

Yahvé aniquila a vuestro paso, pereceréis vosotros, por no<br />

haber escuchado la voz de vuestro dios. Y más adelante, a<br />

través del profeta Natán, Yahvé da al rey David el siguiente<br />

mensaje: Yo le serviré de padre y él me servirá de hijo; que si<br />

comete iniquidad, lo castigaré con vara común y con castigos<br />

habituales entre los humanos; sin embargo no retiraré de él<br />

mi benignidad.<br />

De todos estos ejemplos queda bien claro lo que el dios<br />

Yahvé pensaba acerca de como los padres han de tratar a sus<br />

hijos. De donde deduzco que durante mi infancia mi padre José<br />

ha debido de tratarme de ese modo. No lo recuerdo, pero esto no<br />

ha de sorprender a nadie, porque ya adulto ningún hijo recuerda<br />

el trato que durante los primeros años de vida sus padres le<br />

dieron.<br />

Por si a mi padre le quedara alguna duda acerca de cómo<br />

debía educarme, en el Libro de los Proverbios citado, el rey<br />

Salomón había instruido al respecto a padres, maestros y


114<br />

clérigos; y lo había hecho a conciencia. Instruye al muchacho<br />

respecto a su camino; ni aun cuando hubiere envejecido se<br />

apartará de él -comenzaba diciendo. Y Corrige a tu hijo y<br />

descansarás; proporcionará delicias a tu alma. Para añadir a<br />

continuación: No desprecies, hijo mío, la corrección de Yahvé,<br />

ni sientas aversión a sus recriminaciones, porque Él<br />

reprende a quien ama y aflige al hijo al que quiere. Sigue<br />

advirtiendo: En los labios del inteligente se halla la sabiduría,<br />

mas la vara es para las espaldas del que no se muestra<br />

cuerdo. Castiga a tu hijo, porque hay esperanza de que se<br />

corrija, sin dejar que sus lamentos te conmuevan; pero no<br />

lleves al extremo la cosa, no sea que muera. ¡Uf, menos mal!<br />

Sigue Salomón desgranando sus sabios aforismos: Prontas<br />

están para los escarnecedores las vergas, y para las espaldas<br />

de los necios los golpes. Y para rematar la labor: El látigo para<br />

el caballo, el ronzal para el asno y la verga para la espalda<br />

de los necios. El que ahorra la verga, odia a su hijo, mas<br />

quien lo ama aplica pronto el castigo. En el corazón del<br />

muchacho anida la necedad; la verga del castigo la<br />

expulsará. Vara y corrección dan sabiduría, mas el<br />

muchacho dejado a su albedrío avergüenza a su madre. Las<br />

heridas sangrientas purifican el mal, y en lo más hondo<br />

afinan las entrañas los golpes. Finalmente: No ahorres al<br />

muchacho el castigo; si lo golpeas con la verga, no morirá;<br />

dale con la vara y su alma evitará el infierno.<br />

No recuerdo si cuando niño mis padres me pegaron, pero<br />

a la luz de lo que precede es lo más probable. Como ya he dicho,<br />

tenían a gala seguir en todo la Biblia, la Ley de Yahvé, y muy<br />

raro hubiera sido que en la educación de los hijos se hubieran<br />

mostrado independientes. Mucho más si hubieran atendido<br />

también a que en ningún lugar de las sagradas escrituras está<br />

dicho: ¡Muchacho, obedece a tus padres cuando estén en lo<br />

justo, cuando tengan razón! Nada de eso. En cambio en ellas se<br />

lee: ¡Hijos! ¡Obedeced a vuestros padres! ¡Porque es lo justo


115<br />

– incluso si están equivocados! Aunque una orden fuese<br />

injusta, Dios aprobaría al niño que la obedeciese. El común de<br />

las gentes creía que a la larga este niño sería una persona más<br />

feliz y mejor adaptada que aquella otra a la que se le hubiese<br />

dado libertad para desafiar y poner en cuestión la autoridad de<br />

los padres. Porque el niño obediente viviría de acuerdo con lo<br />

que Dios había dispuesto y formaría parte de un todo ajustado y<br />

armónico.<br />

La familia ideal era aquella en la que los hijos obedecían<br />

sin hacer preguntas, sin pararse a pensarlo y sin resistencia<br />

cualquier orden que los padres les dieran, por más equivocada o<br />

dañina que pudiera parecer. En la I Guerra Mundial lo habría de<br />

decir un general italiano al que sus subordinados odiaban con<br />

ahínco: Como soldado prefiero al campesino, porque es<br />

obediente, fatalista y resignado.<br />

Sin duda aquellos tempranos corrección y castigos<br />

modelaron mi conducta posterior. Sin tales antecedentes es<br />

dudoso que hubiera sido yo quien he sido y que a lo largo de mi<br />

vida adulta me hubiera comportado de otro modo que como lo<br />

hice. ¿Hubiera muerto en la cruz, como he muerto? Es más que<br />

dudoso; lo ignoro; pero en todo caso de nada sirve imaginar<br />

como habría sido lo que nunca fue.<br />

Pasados los años, cuando según la historia oficial yo ya<br />

había resucitado, uno de mis discípulos, Juan, según algunos mi<br />

preferido, me atribuyó las siguientes palabras: Yo, a cuantos<br />

amo, reprendo y corrijo: desplegad pues vuestro celo y<br />

arrepentíos; en las que muy bien cabría ver el resabio de<br />

aquellas otras severas que he citado de mi padre Yahvé. De ser<br />

cierto y verdaderas ésas mis palabras, no habría hecho más que<br />

coincidir con lo que más tarde alguien habría de escribir: Habéis<br />

olvidado la exhortación de los Proverbios del rey Salomón,<br />

que se dirige a vosotros como a sus hijos: “Hijo mío, no<br />

tengas en poco la corrección del Señor, ni te deprimas<br />

cuando Él te reprenda; el Señor corrige a quien ama y azota


116<br />

a todo hijo que reconoce por suyo”. Y por si no bastara ni<br />

estuviese bien claro, añadía: Para corregiros se os hace<br />

padecer; Dios os trata como a hijos, porque ¿a cuál no<br />

corrige su padre? Y si el Señor no lo hace, seréis bastardos y<br />

no hijos legítimos. Luego prosigue diciendo: Nuestros padres<br />

carnales nos corregían y los reverenciábamos; ¿no nos<br />

sujetaremos pues con mayor razón al Padre según el<br />

espíritu? Porque ellos nos educaban sólo temporalmente y<br />

según su parecer, en tanto que Él lo hace por nuestro propio<br />

bien y para que participemos de su santidad. Para acabar<br />

rematando: Si atendemos al momento presente, el castigo no<br />

gusta y es doloroso, pero luego fructifica en justicia apacible<br />

en quienes lo han padecido.<br />

Pues así lo creía, es de suponer hablaría por sí, por propia<br />

experiencia.<br />

Digo pues que habida cuenta de los antecedentes, del<br />

talante, digamos, de mi padre divino, muy raro hubiera sido que<br />

mi padre humano, José, se mostrara indulgente donde el otro se<br />

mostraba severo.<br />

Hubiera sido un milagro.<br />

Desobedecer a Yahvé era impensable.<br />

De todo lo dicho cabría muy bien preguntarse si<br />

habiendo sido mi padre divino el dios Yahvé, habría consentido<br />

y exigido también para mí, su único hijo y mientras fui hijo<br />

humano, la rígida disciplina de la vara y la absoluta obediencia.<br />

Y dado que ya una vez había ordenado la muerte de Isaac, el<br />

hijo de Abraham, si había dispuesto que se me crucificase y<br />

martirizase porque Él lo quería. Es muy probable.<br />

MI PADRE CELESTE<br />

Como ya he dicho, mis seguidores me tienen por hijo<br />

unigénito de Dios, y en contra de lo que fuera de rigor, no


117<br />

entienden por Dios el Ser inmanente al universo, el aspecto<br />

trascendente de todo lo que existe, sino el dios de los israelitas,<br />

Yahvé, Jehová. Según los entendidos, inicialmente en toda la<br />

región que ocupa hoy Israel imperaba el matriarcado; se<br />

comenzó venerando como deidad suprema a la llamada triple<br />

Diosa, encarnación de las tres fases visibles de la luna, y Yahvé<br />

era sólo uno de sus fervientes devotos. Con el favor de ella,<br />

primero absorbió en sí a toda una serie de pequeños dioses<br />

rivales y finalmente con dos de sus manifestaciones formó una<br />

trinidad y gobernaron los tres a la par; pero no le bastó; más<br />

adelante se deshizo también de ellas, se divorció y quedó como<br />

único dios patriarcal y absoluto. Así estaban las cosas cuando yo<br />

nací.<br />

Yahvé era un dios autoritario. Lo obsesionaban el orden,<br />

el control y la obediencia forzada basada en el miedo y el dolor<br />

antes que en el ejemplo, la persuasión y el consentimiento. Al<br />

parecer no creía que su supuesto pueblo escogido lo respetase y<br />

se le sometiese si no era intimidándolo y causándole pena. Se lo<br />

obedecía ante todo por temor al castigo.<br />

En el autoritarismo dominan los varones, el patriarcado<br />

es la piedra fundamental del poder y la autoridad. De ahí que mi<br />

supuesto Padre celestial, el dios Yahvé israelita, se hubiese<br />

divorciado de las dos diosas a las que inicialmente las gentes<br />

también habían venerado.<br />

En términos actuales, mi padre Yahvé sería considerado<br />

un dios absoluto y machista, las diosas lo sacaban de quicio,<br />

eran su bestia negra, hasta el punto de que, leal yo siempre a Él,<br />

al parecer llegué a decir a Shelom, la partera que de acuerdo con<br />

ciertas versiones de mi biografía me habría ayudado a venir a<br />

este mundo, que yo mismo “había venido a destruir las obras de<br />

la Hembra”. Emprendimiento que por su parte mi supuesto<br />

Padre no había cesado de llevar a cabo con extrema crueldad.<br />

Así se cuenta que en virtud del pacto establecido con el pueblo<br />

de Israel, por el que éste le prometía lealtad absoluta y no


118<br />

reconocer a otro dios más que a Él, lo habría conducido al país<br />

de Canaán, donde manaban la leche y la miel, para que<br />

exterminase, sin dejar con vida ni a uno, a todos los pueblos que<br />

de muy antiguo en él vivían y que matriarcales veneraban<br />

mayormente a la Diosa triple. En aquella guerra de aniquilación<br />

sin cuartel, no tuvo reposo. Sin respetar los preceptos que él<br />

mismo había dado a Moisés ni sentirse obligado por ellos,<br />

arrasó a sangre y fuego aquellas ciudades idólatras. Ni por<br />

pienso reconocía mi Padre los actuales derechos del hombre.<br />

Sordo a cualquier lamento, insensible a cualquier dolor, no<br />

vaciló en instigar a la guerra total a los caudillos israelitas, hasta<br />

el punto de hacerles pagar caro cualquier compasión que por<br />

humana debilidad hubiesen podido sentir por los vencidos. En el<br />

bíblico Deuteronomio se lee: Cuando Yahvé, tu dios, te haya<br />

llevado al país que te entregará, y de él haya expulsado a sus<br />

naciones, cuando te las haya entregado y las hayas<br />

derrotado, las consagrarás al exterminio. No pactarás<br />

alianza con ellas ni les tendrás compasión. No emparentarás<br />

con ellas, no darás tus hijas a sus hijos, ni tomarás para tus<br />

hijos a sus hijas, porque los apartarían de seguirme y<br />

servirían a otros dioses. Por el contrario, demoleréis sus<br />

altares, destrozaréis sus masebas (pilares en honor del dios<br />

solar Baal-Jammán), talaréis sus aseras (troncos de árbol<br />

erigidos junto un altar, símbolo del bosque sagrado dedicado a la<br />

diosa de la fertilidad, Astarté) y daréis fuego a sus ídolos.<br />

Aniquilarás a todos los pueblos que tu dios, Yahvé, te<br />

entregare; tus ojos no se apiadarán de ninguno de ellos.<br />

En la actualidad difícilmente se comprende tanto odio y<br />

furia divinos, que muy bien pudieran traer a la memoria a los<br />

dictadores de la Historia humana reciente: Ved como yo soy el<br />

sólo y único dios y cómo fuera de mí no hay otro ninguno.<br />

Vivo yo para siempre; que si aguzare mi espada y la hiciere<br />

como el rayo y empuñare mi mano la justicia, tomaré<br />

venganza de mis enemigos. Con su sangre embriagaré mis


119<br />

saetas, con la sangre de los muertos y los prisioneros; en sus<br />

propias carnes ha de cebarse mi gladio.<br />

Aquel dios de Israel no exigía respeto por la vida<br />

humana ni reconocía la igualdad esencial de los seres creados ni<br />

el derecho de todos a la salvación. Una y otra vez protestaba<br />

porque no se hubiese ejecutado sus órdenes de exterminio total,<br />

de que se hubiese confraternizado en exceso con los infieles,<br />

goyim, rasha, gente sin dios, untermenschen. Pues no habéis<br />

exterminado a las naciones que os he ordenado, antes os<br />

habéis mezclado con ellas, y aprendisteis sus obras, y habéis<br />

dado culto a sus dioses; no habéis asolado los lugares en que<br />

cometieron sus abominaciones, no habéis destruido sus<br />

altares ni derribado sus estatuas, no habéis quemado sus<br />

bosques ni habéis hecho añicos sus ídolos; os castigaré pues<br />

con el hambre y un ardor que os abrasará los ojos y os<br />

consumirá, y enviaré contra vosotros las fieras salvajes, para<br />

que os devoren y maten vuestros ganados. Maldito serás en<br />

la ciudad y maldito en el campo; enviaré sobre ti hambre y<br />

necesidad y haré que te consuma la peste y acabe contigo;<br />

con las úlceras de las plagas de Egipto, con sarna y picor te<br />

heriré de modo que no halles descanso ni conozcas remedio;<br />

desde la planta del pie hasta la coronilla padecerás de un<br />

mal incurable... de nuevo se lee en el Levítico y en el<br />

Deuteronomio.<br />

De tal Padre se me dice hijo. De tal padre, tal astilla.<br />

MI DÍA A DÍA<br />

En cuánto a cómo transcurría en mi casa la jornada,<br />

señalaré que entre nosotros, los israelitas, la Torah o ley<br />

religiosa regulaba por completo la vida ordinaria. Sucedía lo<br />

mismo que más tarde sucedería con los musulmanes y el Corán.<br />

Todo adquiría un sentido religioso y todo se sometía al orden


120<br />

que presuntamente el mismo dios Yaveh habría señalado. Mi<br />

padre José era justo a rajatabla, entendiendo por justo lo que la<br />

Biblia entendía, es decir, aquel que observaba a la letra todo lo<br />

que la Ley prescribía y aun sugería. Los vecinos lo llamaban el<br />

'rectón', el muy recto.<br />

En la Ley y sus aplicaciones, la oración ocupaba el<br />

primer lugar.<br />

La familia judía ejemplar se dedicaba ante todo a la<br />

oración y el trabajo, y el padre la dirigía. El primer deber de un<br />

padre era enseñar al hijo el camino a seguir en la vida. Ese<br />

camino era ante todo la oración; en nuestra casa de Nazaret,<br />

tenía la preferencia. La practiqué durante toda la infancia. En la<br />

llamada mi vida oculta, no hice otra cosa que rezar y trabajar.<br />

Ya adulto, presuntamente dije en una ocasión: El primero<br />

y mayor de los Mandamientos es éste: amarás al Señor tu Dios<br />

con todas tus fuerzas, con toda tu alma y con todo tu corazón; el<br />

segundo semeja al primero: amarás al prójimo como a ti mismo.<br />

Siglos después, un secuaz del dictador alemán Adolfo<br />

Hitler diría que 'por primera vez en la Historia, el amor por el<br />

Führer se ha hecho ley'. No, no era la primera vez. Antes que él,<br />

se había hecho ley el amor por Dios.<br />

Más tarde mis seguidores o adeptos celebraron el que<br />

proponiendo esos dos mandamientos yo hubiese innovado sobre<br />

la religión de mis mayores, pero al parecer no era exacto, porque<br />

ya figuraban en la Biblia, en el libro llamado Deuteronomio el<br />

primero, y en el llamado Levítico el segundo.<br />

¡Ay, nada nuevo bajo el sol!<br />

Como cualquier piadoso israelita y para mostrar a Yahvé<br />

aquel amor que se debía anteponer a lo demás, mi padre rezaba a<br />

diario varias veces. (Como lo harían después los mahometanos).<br />

Para él, la oración era el sumo acto de amor. En mi predicación,<br />

yo mismo la recomendé con ardor. Y enseñé a mis apóstoles una<br />

en particular, el padrenuestro. Se ha dicho que lo inventé yo,<br />

pero no es cierto: en mí casa lo habíamos rezado a menudo.


121<br />

En Israel la oración honraba a quien la practicaba. Un<br />

rabino la había recomendado así: El dios Yahvé ha dicho a<br />

Israel estas palabras: cuando tengas que ponerte en oración,<br />

ve a rezar a la sinagoga; si no puedes rezar en la sinagoga,<br />

reza en el campo; si no puedes rezar en el campo, reza en tu<br />

casa; si no puedes rezar en tu casa, reza en la cama, y ahí,<br />

por lo menos, habla a Yahvé en tu corazón y guarda silencio.<br />

Por costumbre y según prescribían los salmos,<br />

rezábamos por la mañana, por la noche y al mediodía, que<br />

llamábamos la hora sexta.<br />

Para rezar, mi padre se ponía el taleth, una especie de<br />

chal a propósito. El de la gente pudiente, los más acomodados,<br />

era de seda blanca bellamente bordada y terminaba en unas<br />

franjas llamadas tsitsit. Mientras oraba, mi padre se sujetaba en<br />

la frente los téphilim, unas pequeñas cajas negras cuadradas de<br />

piel de animales puros en las que escritos en pergamino se<br />

encerraba pasajes de la Biblia o sagradas Escrituras nuestras.<br />

En el campo o en casa, mi padre se volvía de cara a<br />

Jerusalén; (como los mahometanos a la Meca); en la ciudad,<br />

hacia el templo; y en el templo, hacia el santuario, el santo de<br />

los santos.<br />

Tres cuerpos formaban el templo llamado de Salomón:<br />

fuera del edificio principal, en el primer recinto o vestíbulo, el<br />

Ulam (palabra hebrea cuya raíz significaba 'estar delante'), se<br />

encontraba el altar de bronce de los holocaustos, o de los<br />

sacrificios. Pasado el vestíbulo, por una doble puerta de ciprés<br />

se entraba en la segunda sala, cuyo nombre era Hekal (que tiene<br />

en hebreo y en fenicio el doble sentido de «palacio» y de<br />

«templo»), también llamada el Santo (=Qodesh); la revestían<br />

placas de madera de cedro, con querubines en relieve, guirnaldas<br />

de flores y palmeras, y en ella, recubierto de oro, estaba el altar<br />

del incienso, para los panes de la presencia o de la propiciación<br />

y el candelabro de oro de los siete brazos. Del hekal y al otro<br />

lado de un doble velo –paroketa– se ascendía a un plano


122<br />

superior, la tercera habitación, un cubo de 10 metros de ancho<br />

por 10 de largo por 10 de alto, el Debir o cella o Santísimo (el<br />

Sancta Sanctorum = Qodesh qodashim) donde habitaba Yahvé;<br />

carecía de iluminación y en ella se guardaba el Arca de la<br />

Alianza (una caja de madera de acacia de 1,25 m de largo, por<br />

0,75 de alto y 0,75 de ancho, chapada en oro y provista de<br />

anillas a través de las cuales se introducía las barras con que se<br />

la transportaba); la cubría el kapporet o «propiciatorio», una<br />

lámina de oro de su mismo tamaño; en los extremos y con las<br />

alas extendidas dos querubines la protegían; contenía las dos<br />

tablas de la Alianza que en el monte Sinaí había dado Dios a<br />

Moisés, la vara que reverdeció cuando ante Coré y los suyos que<br />

se habían rebelado hubo que establecer públicamente el rango<br />

sagrado de la tribu de Leví y la condición sacerdotal de Aarón y<br />

sus descendientes, y un vaso de oro con muestras del maná<br />

celeste de que se habrían alimentado los israelitas mientras<br />

vagaban por el desierto.<br />

Los sacerdotes levíticos entraban siempre en «el Santo»,<br />

pero nunca en el Sancta Sanctorum. En él sólo entraba el Sumo<br />

Sacerdote; una vez al año, el día del Yon Kippur, el 10 del<br />

séptimo mes Tishri, el día por excelencia en que el dios Yahvé<br />

borraba los pecados de los sacerdotes, de los príncipes y del<br />

pueblo. Por los pecados de los sacerdotes aarónicos y por los<br />

propios, ofrecía en sacrificio un toro; primero incensaba el<br />

propiciatorio, y luego, con la sangre del animal lo rociaba. A<br />

seguir y por los pecados del pueblo inmolaba un macho cabrío y<br />

con su sangre repetía el rito anterior.<br />

Había aun otras ceremonias.<br />

El Sancta Sanctorum era el lugar sagrado por excelencia,<br />

la sede de la presencia de Dios, el trono de la gloria de Yahvé,<br />

era la shekinah del dios. Asimismo era el signo de la preferencia<br />

divina, ya que la presencia de Dios era un don, una gracia. Al<br />

estar en Jerusalén la protegía, desde los tiempos del rey David y<br />

porque su dinastía perduraba.


123<br />

Para rezar, no nos arrodillábamos; se tenía por excesiva<br />

insistencia el hacerlo, cosa que según se suponía disgustaba a<br />

Yahvé. Tan sólo hacíamos gestos significativos, tales como<br />

prosternarnos, ya fuese doblando las rodillas, ya extendiendo<br />

hacia delante las manos, ya inclinando hasta el suelo la frente e<br />

incluso tendiéndonos por tierra sobre el vientre.<br />

Uno de nuestros salmos decía: ¡Qué mis manos elevadas<br />

sean como la ofrenda nocturna!<br />

No se juntaba las manos. Un buen judío debía rezar con<br />

humildad, con los ojos bajos; de vez en cuando debía golpearse<br />

el pecho y siempre había de orar en voz alta.<br />

Esto se prestaba a las exageraciones y los aspavientos,<br />

que como fariseismo se criticaba y condenaba, porque entre<br />

nosotros, los llamados fariseos se ufanaban de observar como<br />

nadie la Ley.<br />

Día y noche y en numerosas circunstancias los judíos<br />

recitábamos el mandamiento de amar sobre todas las cosas a<br />

Yahvé. Se lo conocía como 'el esquema'; pero había una oración<br />

más larga dicha 'las dieciocho bendiciones'. El popular<br />

padrenuestro fue un resumen de esas dos oraciones ancestrales.<br />

En cuanto a lo restante del día y la vida profana, según<br />

uno de mis evangelios o biografías piadosas, en cierta ocasión<br />

alguien se habría preguntado: ¿Cómo se explica que sin haber<br />

estudiado, éste sepa de letras?<br />

Nunca fui a la escuela de los rabinos; no había ninguna<br />

en Nazaret. Sólo cien años después de mi nacimiento el rabino<br />

Simeón ben Schetach, hermano de la reina Alejandra Salomé,<br />

abrió en Jerusalén la primera escuela israelita. Más tarde en<br />

diversas ciudades se abrió otras. Unos 30 años después de mi<br />

muerte el sumo sacerdote Josué ben Gamala promulgó la que<br />

cabría considerar nuestra primera ley escolar. Se obligaba a los<br />

padres a enviar a la escuela a los hijos y para los escolares<br />

descuidados o que faltasen a ella se preveía las correspondientes<br />

sanciones. Aunque probablemente no hizo otra cosa que


124<br />

confirmar algo ya en vigor, a mí no me había alcanzado. Y dado<br />

que, si se había de creer a las biografías que con el tiempo se<br />

había de escribir de mí, yo sabía de las Escrituras más que<br />

cualquiera de mis contemporáneos, era preciso que en la ciencia<br />

bíblica hubiese tenido un maestro humano. Para los judíos esta<br />

ciencia era todo el programa de estudios. Ante todo y de ser<br />

cierto que había aludido más de 30 veces a la Biblia en el<br />

cántico que según se decía había compuesto y entonado<br />

espontáneamente ante su prima Isabel, cuando la había visitado<br />

después de que el ángel le hubiera anunciado mi nacimiento, mi<br />

madre había debido conocerla de manera no habitual. Pero en<br />

los lugares en que no había una escuela, correspondía al padre<br />

enseñar al hijo las Escrituras. Según el uso en las familias de<br />

entonces, hasta los cinco años he debido de estar supeditado ante<br />

todo a mi madre, pero a partir de esa edad mi padre se habría<br />

encargado de instruirme religiosa y moralmente. Por ello habría<br />

debido recibir de mi padre tales conocimientos, en los que él<br />

debería pues estar muy versado.<br />

Tales enseñanzas parecieron dar fruto cumplido, pues un<br />

buen día, entregado ya a la vida pública, habría apostrofado de<br />

esta forma a los fariseos hipócritas, contra los que al parecer<br />

sentía yo gran aversión: Puesto que en las Escrituras creéis<br />

hallar la vida eterna y no queréis encontrarla en mí,<br />

¡escudriñadlas, oh raza de víboras! pues dan testimonio de<br />

mí.<br />

Yo las habría escudriñado a fondo. A lo largo de mi vida<br />

oculta, mi madre y mi padre no habrían hecho otra cosa. No<br />

asistí a una escuela rabínica, pero ellos me habrían enseñado<br />

infinitamente más que lo que en tales escuelas se aprendía.<br />

Lo confirmaría el siguiente episodio, si no fue otra cosa<br />

que una piadosa leyenda con la que mis posteriores seguidores<br />

han querido realzar mi persona haciéndome pasar por un niño<br />

prodigio. Todos los años, por la fiesta de Pascua, mis padres<br />

iban a Jerusalén. Yo había cumplido ya los doce años y cuando


125<br />

acabados los días festivos debíamos regresar a casa, sin que mis<br />

padres se diesen cuenta me quedé en Jerusalén rezagado. Al no<br />

verme con ellos pensaron que me había unido a la caravana y así<br />

caminaron un día; mas al caer la noche y no hallarme entre<br />

parientes y conocidos, retrocedieron para buscarme en la ciudad<br />

que acababan de dejar. Al cabo de tres días de laboriosas<br />

pesquisas me hallaron en el templo, en medio de los doctores y<br />

escribas, a los que prestaba atención y hacía preguntas. Cuantos<br />

me escuchaban quedaban estupefactos de mi inteligencia y mis<br />

respuestas. Mis padres se sorprendieron al verme y con cierto<br />

tono de reproche mi madre me dijo: Hijo, ¿por qué nos has<br />

hecho ésto? Tu padre y yo hemos estado buscándote y ya<br />

puedes imaginarte la preocupación que sentíamos. A lo que yo,<br />

algo molesto por verme interrumpido, y picado de que<br />

atendiesen a su vulgar inquietud antes que al destino que me<br />

sonreiría, les había respondido amostazado: ¿Por qué me<br />

buscabais? ¿Acaso no sabéis que ya es hora de que me vaya<br />

ocupando de lo que de veras importa?<br />

Mas ellos no entendieron lo que les decía.<br />

Así se lo ha contado; pero quizás no ha sido verdad.<br />

De haberlo sido, yo habría carecido de niñez. Habría sido<br />

un niño repipi. Obligado a comportarme antes de tiempo como<br />

un adulto, mi equilibrio emocional habría estado amenazado.<br />

No ha faltado quien lo ha sostenido con aplomo, que a la<br />

luz de las teorías de Freud, yo fui un neurótico de aúpa.<br />

Para explicar la reacción de mi madre, supongo que<br />

como buena esposa de mi padre, le preocuparía ante todo no<br />

angustiarlo; y le extrañaría mi conducta, rara en mí. ¡Yo, tan<br />

obediente, respetuoso y por lo regular sumiso a ellos, les habría<br />

hecho semejante faena!<br />

Como andando el tiempo se pondría al descubierto, mi<br />

carácter tenía también otra cara.<br />

Muy probablemente al ver brillar entre los rabinos más<br />

ilustres de la santa ciudad la inteligencia notable de su hijo,


126<br />

cualquier otra madre se hubiera sentido orgullosa; pero la mía no<br />

se había dejado llevar de tales debilidades. La admiración que se<br />

trasluciría en la mirada de los doctores y quizá también en<br />

alguna frase elogiosa pronunciada al acaso, no pareció<br />

compensarla de la inquietud que mi ausencia había causado a mi<br />

padre y a ella. Ante todo le preocupaba la perfecta obediencia<br />

que yo les debía y por ello sus palabras habían sonado a<br />

reproche; y con femenina delicadeza judía había colocado en<br />

primer lugar la fatiga suplementaria y la ansiedad de mi padre.<br />

Que era el jefe de todos.<br />

¿Por qué me buscabais? ¿A qué esas dudas, esos miedos,<br />

esa angustia? ¿Acaso ignoráis que debo ocuparme de las cosas<br />

de mi otro Padre? Vosotros mismos lo habéis dicho divino y<br />

desde mis años más tempranos me lo habéis dado a entender.<br />

Una y otra vez habéis insistido en que estamos aquí única y<br />

exclusivamente para cumplir siempre y en todo la voluntad de<br />

Yahvé. ¿No ha sido ésa la norma misma de vuestra existencia, la<br />

que con vuestras palabras y ejemplo me habéis inculcado?<br />

Tal vez les hubiese respondido de ese modo de haber<br />

tenido conciencia de mi presunta naturaleza divina; cosa harto<br />

dudosa, pues a los ojos de nuestros vecinos todos éramos gente<br />

corriente. Y como ya queda dicho, jamás mi madre me contó la<br />

presunta historia de la Anunciación, la del ángel que le había<br />

anunciado mi venida a este mundo y mi origen divino.<br />

Con esa conciencia o sin ella, durante toda mi vida no<br />

había tenido otra ley que hacer la voluntad de Yahvé. Más tarde<br />

había llegado a decir a quienes procuraban ponerme en aprietos:<br />

De mí mismo nada hago; según me enseñó el Padre, así hablo.<br />

El que me envió está conmigo; no me ha dejado solo, porque<br />

hago siempre aquello que le agrada. E incluso en el momento<br />

de mi muerte lo había dejado bien claro cuando había<br />

exclamado: ¡No se haga, Padre, mi voluntad, sino la tuya! Y<br />

también: ¡Todo se ha consumado! Lo que Yahvé esperaba de su<br />

Hijo se había cumplido fielmente.


127<br />

En los numerosos viajes que con ocasión de las grandes<br />

festividades religiosas de nuestro pueblo hice después a<br />

Jerusalén, había seguido teniendo con los rabinos tratos parejos<br />

a aquel primero, para conocer en persona sus enseñanzas, sus<br />

métodos, sus prejuicios y sus sutilezas capciosas.<br />

En estas otras ocasiones había contado ya con el permiso<br />

de mis padres, pues se dijo de mí que había bajado con ellos a<br />

Nazaret, donde les estaba sujeto, y que mi madre guardaba en<br />

su corazón todo esto mientras yo crecía en sabiduría, edad y<br />

gracia ante Yahvé y ante los hombres.<br />

Haré notar aquí que en lenguaje bíblico crecer en<br />

sabiduría era crecer en conocimiento de las sagradas Escrituras y<br />

en la perfecta fidelidad a sus prescripciones.<br />

Y dado que ante todo yo les estaba sometido, ese alegado<br />

crecimiento proseguiría siempre bajo la superior autoridad de<br />

mis padres.<br />

Así se explicaría mi posterior andadura en la vida. En<br />

lugar de abrazar la profesión paterna, como en general la mayor<br />

parte lo hacía, habría preferido predicar por los caminos la<br />

virtud.<br />

Serás el orgullo de tu padre y de tu madre -es muy<br />

probable que como a tantos otros después de mí me hubieran<br />

dicho los míos. Y para no decepcionarlos, para ganarme su<br />

afecto, un afecto que probablemente sólo me manifestaban<br />

cuando me mostraba de acuerdo con sus esperanzas, había<br />

reprimido en mí los más naturales impulsos humanos y en lugar<br />

de imitar a los que por la edad y condición podrían servirme de<br />

pauta y ejemplo de comportamiento, me había entregado en<br />

cuerpo y alma a enseñarles lo que a mí se me había enseñado.<br />

Suponiendo mía la doctrina que más tarde se me atribuyó, cabría<br />

ver en ella tan sólo una más o menos torpe y confusa y a veces<br />

contradictoria mezcla de máximas morales y píos principios. Si<br />

como aseguran los que de ello entienden, a lo largo de nuestra<br />

vida una y otra vez todos representamos y ponemos en escena la


128<br />

parte inconsciente de la personalidad, la parte que para ganar la<br />

aprobación de nuestros padres hemos reprimido, resultaría que<br />

sin mucho orden ni concierto y en mi edad formativa yo habría<br />

aprendido esas máximas, ese heredado concepto del bien y del<br />

mal, y que luego, por la compulsión a la repetición, según dice<br />

la jerga psiquiátrica, a mi vez me habría sentido obligado a<br />

transmitirlas. Si se me había inculcado aquella angustiosa y<br />

estricta moral, si desde los primeros años se me había<br />

alimentado con ella y con pena y esfuerzo la había asimilado,<br />

ahora yo la inculcaría a los otros. Nadie da otra cosa que lo que<br />

le han dado. Así pues lo que en mi edad adulta ofrecía, reflejaría<br />

lo que de niño en mi hogar había recibido, y cuando<br />

presuntamente decía que para salvarse de nada valían los<br />

propios esfuerzos, pues la suerte final dependería sólo de lo que<br />

de antemano Dios hubiese dispuesto, estaría revelando, sin tener<br />

de ello conciencia, lo que con respecto a mis padres habría sido<br />

mi vida; de nada habría valido querer contentarlos, pues no<br />

dependía de mí que me quisieran, sino de sus soberanos<br />

capricho y voluntad. De su capacidad para querer.<br />

Mas también aquí hay quienes disienten de esta manera<br />

de ver digamos idílica de mis primeros años y añaden detalles<br />

más mundanos. De nuevo recurriendo a la actual investigación<br />

arqueológica, se ha descubierto que la vida en Séforis, localidad<br />

a una hora escasa de marcha de Nazaret y a la vista de ella,<br />

estaba muy marcada por el helenismo de los dominadores<br />

seléucidas anteriores a los hermanos Macabeos autóctonos, que<br />

tan sólo dos siglos escasos atrás habían restaurado la manera<br />

ancestral israelita de concebir el mundo, de modo que las calles<br />

estaban embaldosadas y eran amplias avenidas, en las casas los<br />

frescos de estilo romano adornaban las paredes, había termas y<br />

baños y en resumen se respiraba un ambiente cosmopolita y<br />

laico. También de Cafarnaúm, lugar de mis posteriores<br />

predicaciones, se dice ahora algo semejante. Aquí viene pues a<br />

cuento el hecho de que muy probablemente, si a tan corta


129<br />

distancia y ante mis ojos, como si se dijera, vivía de otro modo<br />

más mundano una multitud abigarrada de gentes de<br />

procedencias diversas, yo hubiese sentido curiosidad por<br />

conocer el ambiente y más de una vez lo hubiese visitado y<br />

hablado con los transeúntes; me habría civilizado, en suma, en<br />

cierta medida. Habría perdido en pelo de la dehesa, como se<br />

suele decir. Eso explicaría también mi precocidad intelectual,<br />

pues nada mejor como el viajar y conocer otros pueblos para<br />

ampliar horizontes y abrirse a ideas menos estrechas que las de<br />

la propia casa y familia. De ahí habría sacado yo mi temprana<br />

erudición -apuntan algunos, aunque más tarde y a juzgar por mi<br />

doctrina hubiese abjurado de aquellos aires modernos y me<br />

hubiese vuelto en cierto modo integrista, como ahora se dice. En<br />

todo caso, la hipótesis no deja de ser razonable.<br />

YO FUI DIFERENTE<br />

Sea de ello lo que fuere, haya sido yo hijo del Dios<br />

Jehová o de José el carpintero, la verdad es que ajeno a las<br />

causas y sin saber si alegrarme o dolerme de mi suerte, aciaga<br />

tal vez, entre los de mi edad me sentí siempre raro, diferente,<br />

distinto de los demás, apartado de ellos.<br />

Siempre he sentido que en el mundo no había lugar para<br />

mí. He sido un outsider, alguien que en lugar de vivir la vida, la<br />

ve como desde la barrera.<br />

De mí niñez se ha contado muchas cosas por lo menos<br />

extrañas, si no admirables. Como ya he dicho en lo que precede,<br />

según mis biógrafos oficiales, los que se emperran en hacerme<br />

Hijo de Dios y no quieren ni oír hablar de nada que lo ponga en<br />

duda, a los 12 años yo ya sabía al dedillo la Biblia, aprendida de<br />

oído, me imagino, mamada si se quiere con la leche materna,<br />

puesto que en el templo de Jerusalén y según queda apuntado,<br />

como un consumado ergotista y con tal arte y destreza que los


130<br />

habría confundido, habría discutido con los doctores de la Ley.<br />

De ser verdad, lo más probable es que todo lo hubiese aprendido<br />

de memoria, por transmisión oral, como se dice, a través de mis<br />

padres y en la asistencia a la sinagoga, pues por aquel entonces,<br />

como bien se comprende, era cosa poco menos que imposible<br />

que la gente corriente, tanto más si artesana y humilde, como<br />

nosotros, dispusiese de libros. Aún no inventada la imprenta, los<br />

pocos que circularían serían copias de copias, al alcance tan sólo<br />

de los sacerdotes y la muy escasa gente letrada, aun más si se<br />

tiene en cuenta el tamaño de la comunidad nazarena. Y tampoco<br />

hay que olvidar que mi casa era la de un carpintero; nadie<br />

pensaba en hacer de mí un hombre de letras. Dadas las<br />

circunstancias, es muy dudoso que mi madre hubiera aprendido<br />

nunca a leer, a pesar de que de ser verdad la piadosa leyenda<br />

acerca de su niñez, se la hubiese educado en el templo. Por otro<br />

lado, nunca tuve profesores particulares de lo que quiera que<br />

fuese; no se estilaba tal cosa. En todo caso mis padres no se<br />

preocuparon nunca de sacarme al respecto de dudas, de modo<br />

que ignoro cómo llegué a poseer los conocimientos que luego se<br />

me atribuyó.<br />

Que se sepa, una vez casada, mi madre se dedicó en<br />

exclusiva a criarme y a las que con trasnochado eufemismo se<br />

llama hoy 'sus labores'. Con cuidarnos a mí y a mi padre ya le<br />

hubiera bastado, mucho más si como otros alegan hubiese tenido<br />

yo hermanos. Y no era probable que en aquella época y sobre<br />

todo tratándose de una mujer, se le hubiese enseñado, incluso en<br />

el templo, otra cosa que las artes domésticas. Si en el cántico<br />

que ante su prima Isabel se le atribuye haber entonado parecía<br />

haber dado indicios de saberse la Escritura al dedillo, una vez<br />

más y en el mejor de los casos habría que achacarlo a la<br />

tradición oral.<br />

Otro tanto se podría decir de mi padre José.<br />

De mí sólo se sabe lo que mis biógrafos, oficiales o no,<br />

dejaron escrito. Cuando yo ya era adulto y predicaba, nadie


131<br />

ajeno a mi más próximo círculo me mencionó ni una vez. De dar<br />

crédito a aquellos bien intencionados copistas, desde temprana<br />

edad había tenido yo conciencia de mi singular ascendencia<br />

divina y de mis dotes extraordinarias, que ningún otro niño del<br />

entorno habría poseído. Según ellos, de vez en cuando y en<br />

algunas visiones mi destino excepcional se me aparecía con<br />

fuerza. Hijo unigénito de Yahvé, estaba destinado a grandes<br />

cosas. Mas durante mis años formativos y con sólo escasas<br />

excepciones como cuando en Jerusalén discutí con los doctores,<br />

e incluso ante mis pocos íntimos, había guardado celosamente el<br />

secreto y hasta haber cumplido los 30 años no había querido<br />

decir nada a nadie.<br />

Sin embargo y según más tarde contó de mí uno de mis<br />

devotos seguidores, entre los cinco y los doce años había hecho<br />

yo milagros con los pañales, con el agua en que me lavaba, e<br />

incluso con mi sudor, y para limpiar un arroyo que al parecer<br />

bajaba contaminado, me había bastado una sola palabra. A los<br />

siete años había encabezado un grupo de arrapiezos de la<br />

vecindad con los que en contadas ocasiones condescendía a<br />

jugar por los polvorientos caminos. De acuerdo con ese autor,<br />

para mi edad, yo parecía bajito, pero era robusto y ancho de<br />

hombros y en el pálido rostro me destacaban los ojos, luminosos<br />

y muy hundidos, y el pelo espeso de color negro rojizo. Más<br />

tarde se dijo que ya en la niñez mi mirada era hipnótica y que<br />

con ella seducía a propios y extraños. Otro tanto se ha dicho de<br />

Hitler, el dictador nazi; ante cuya mirada penetrante temblaba<br />

todo el mundo. En general habíamos jugado a representar<br />

escenas bíblicas dramáticas, que yo idearía y llevaría a cabo con<br />

toda exactitud, porque entre mis compañeros de juegos no<br />

toleraba cosas hechas de cualquier manera, y con una autoridad<br />

que a un tiempo los complacía y asustaba, les habría exigido<br />

obediencia absoluta y acatamiento callado.<br />

Unas veces yo era Moisés y ellos los israelitas que<br />

abandonaban Egipto siguiéndome a mí. Otras me ponía en el


132<br />

papel de Gedeón, que emboscaba a los madianitas y sin sentir<br />

por ellos la menor piedad los ponía en fuga vergonzosa y los<br />

perseguía bien más allá del río Jordán. Luego era David, que<br />

huía del rey Saúl para encontrarme en secreto con su hijo, el<br />

joven Jonatán, y juntos tramábamos derrocar al monarca<br />

maníaco homicida.<br />

Un día la hermana pequeña de uno del grupo se quejó de<br />

que yo me negaba a jugar a entierros y bodas, un juego entonces<br />

corriente. -Hemos tocado para ti la flauta y no bailaste; hemos<br />

llorado por ti y ni siquiera fingiste llorar con nosotros -me habría<br />

dicho enfadada.<br />

(Más tarde se me atribuyó estas mismas palabras,<br />

dirigidas contra los que se negaban a prestar el debido<br />

acatamiento a mi presunta divinidad.)<br />

De momento no supe qué contestarle, su ataque me había<br />

cogido de sorpresa, pero me recobré enseguida y le respondí:<br />

-Vale ¿a qué quieres que juguemos ahora?<br />

-Juguemos al arca de Noé y a la paloma que volaba<br />

buscando tierra firme -me exigió ella.<br />

Dispuesto a complacerla me senté por tierra y con barro<br />

y ramas pequeñas construí lo que más parecido creí a un arca<br />

como la que por tradición habría hecho aquel patriarca, y fui<br />

modelando las parejas de animales que subían a ella; pero no le<br />

bastó. -Yo no quería un arca de juguete -se quejó picajosa- sino<br />

una de verdad donde pudiéramos entrar.<br />

-Bueno, paciencia, todo se andará y haré como me pides<br />

-suspiré fatigado. Mira -añadí, y la observé con fijeza- empieza<br />

a llover; cógete de mi mano y entremos al arca; tú eres mi<br />

esposa y con sus rebaños y bienes nuestros hijos nos siguen.<br />

Ella obedeció y alargando la mano se cogió de la mía.<br />

Sintió entonces como si todo aquello fuera verdad; se vio en un<br />

arca de tres pisos, igual a la que describe la Biblia, y oyó los<br />

mugidos, balidos, rebuznos, chillidos y golpes de las bestias que<br />

en tropel entraban al abrigo. Le pareció que llovía y que al cabo


133<br />

de mucho tiempo la paloma de barro que yo guardaba conmigo,<br />

se cubría de plumas y echaba a volar. Entonces se asustó y gritó,<br />

se soltó de mi mano y deshecho el encanto fuimos de nuevo tan<br />

sólo dos niños pequeños que pasaban el rato.<br />

Yo había poseído también el don de ver el futuro y a<br />

veces antes de que algo ocurriese sabía lo que iba a pasar. Un<br />

día jugábamos a perseguir un asno desbocado y otro chiquillo<br />

que corría sin verme, tropezó conmigo y me hizo caer. Me<br />

levanté y sacudiéndome el polvo que me cubría, le dije apenado:<br />

-Ay, me parece que ese asno no acabará la carrera. Y así fue;<br />

porque aquel niño se metió en la feria del ganado allí cerca y un<br />

mulo espantado lo mató de una coz. La madre me acusó de ser<br />

yo el culpable y de haberme vengado de aquel empujón.<br />

En otra ocasión jugábamos dos a subirnos a un muro<br />

cercano para ver desde arriba a la gente, y cuando cansados<br />

estábamos a punto de volver al camino, el otro cayó, se golpeó<br />

contra una piedra la cabeza y quedó como muerto. Acudieron las<br />

personas mayores y se armó un gran barullo. De nuevo la madre<br />

del niño me hizo responsable y se echó a llorar. Sin decir palabra<br />

bajé, me acerqué al otro tendido por tierra, lo toqué con el pie y<br />

le dije. -Vamos, levántate; no ha pasado nada. Con lo que él se<br />

alzó y como si nada hubiera ocurrido seguimos jugando.<br />

Por todas estas cosas la gente del pueblo me miraba con<br />

recelo, me tenía manía y no se fiaba de mí.<br />

Mas al parecer todo lo que acerca de mis años primeros<br />

aquí dejo apuntado, figuraba ya en numerosos relatos de las<br />

literaturas india, egipcia y persa especialmente .<br />

De la misma manera que mi madre y yo fuimos niños<br />

'raros', con el correr de los siglos habrían de nacer otros que<br />

también se distinguieron por su extraña por no decir imposible<br />

precocidad. Entre ellos, de nuevo un santo español daría la nota.<br />

Se lo llamó Raimundo de Fitero y desde los más tiernos años,<br />

según cuenta el biógrafo, fue “en las costumbres, compuesto; en<br />

el hablar, parco; en las palabras, grave; en las acciones, modesto;


134<br />

con los mayores, reverente; con los iguales, benévolo; y con los<br />

inferiores, apacible.”<br />

No sé; ante tantas virtudes, casi me siento acomplejado.<br />

EL TRABAJO Y YO<br />

Para nosotros, los judíos, y en virtud del conocimiento de<br />

las Escrituras de que alardeábamos, el trabajo honraba a quien lo<br />

ejercía; teníamos a gala el trabajar. Por ellas sabíamos que<br />

después de la falta del género humano en el paraíso terrenal, el<br />

dios Yahvé le había impuesto la obligación de ganar el pan con<br />

el sudor de la frente. Nadie debía sustraerse a ella. Hasta los más<br />

sabios doctores de la Ley debían ganarse el pan, esto es, tener un<br />

oficio. Las sagradas Escrituras y en especial el Libro de los<br />

Proverbios contenían las más severas sentencias contra los que<br />

se resistían a aceptarlo.<br />

Así pues, todo buen israelita debía ocuparse en algo que<br />

le permitiera ir viviendo.<br />

Yo fui ante todo un obrero, un hijo de obreros. Nací<br />

pobre entre gentes que se ganaban la vida con el trabajo de las<br />

manos, y yo mismo, antes de lanzarme a dar mi mensaje y<br />

dedicarme a la predicación, me gané con ellas el pan de cada<br />

día. Conocí el sudor, los callos, los calambres; manejé las<br />

herramientas del oficio, puse clavos en la madera, empleé la<br />

garlopa y el serrucho, fui un operario. Y antes de serlo con pleno<br />

derecho, desde mi primera edad fui aprendiz. Así como mi<br />

padre, según se supone, me había instruido en el saber de las<br />

Escrituras, con él aprendí también a ser un buen carpintero.<br />

Se me conocía como fabri filius, es decir, el hijo de un<br />

obrero.<br />

Acreditaba nuestra pobreza el que al presentarme en el<br />

templo pocos días después de mi nacimiento, como estaba<br />

prescrito, mis padres hubiesen entregado como ofrenda obligada


135<br />

dos tórtolas o pichones, en lugar del carnero, cabrito o becerro<br />

que ofrecían los más acomodados.<br />

Al menos de palabra, en Israel el oficio de labrador era el<br />

más valorado. En el libro del Eclesiástico se leía: No rehuyas el<br />

trabajo penoso ni la labor del campo que el Altísimo creó. Los<br />

rabinos aseguraban que el dios Yahvé había ordenado a su<br />

pueblo 'recoger el trigo, el aceite, el vino'. Ignorante de la<br />

manera de vivir del hombre primitivo, cazador recolector<br />

prehistórico, cuando los seres humanos vivían de la caza, la<br />

pesca y los frutos silvestres que cogían de los árboles, un rabino<br />

afirmaba: Para comer, Adán tuvo que arar, sembrar, recoger,<br />

hacinar, trillar, aventar, moler, amasar y cocer el pan. Por<br />

consiguiente en mis tiempos la mayoría de la gente se dedicaba<br />

a la labranza; pero en medio de ella había artesanos que le<br />

proporcionaban lo que hoy llamaríamos servicios.<br />

Pasados ya más de 100 años de mi muerte supuesta, uno<br />

de mis seguidores, Justino, había dicho de mí que llegado al<br />

Jordán, donde mi primo me bautizaría, se me creía hijo de José,<br />

el carpintero. Y que dando ejemplo de justicia y de trabajo, antes<br />

de comenzar la vida pública yo había fabricado carretas y yugos.<br />

Mi padre era pues un trabajador de la madera. En tanto<br />

que naggar, que así se decía carpintero en mi idioma, debía él<br />

atender a las necesidades de los labradores del contorno. Uno<br />

venía a que se le reparase el timón o la reja de la carreta; otro, a<br />

pedir que se le pusiese en el jardín una pérgola; una mujer venía<br />

a comprar un cofre o una medida para el trigo; otra quería una<br />

artesa o una amasadera, otra necesitaba un catre... Los útiles<br />

eran los mismos que los actuales, el hacha, la sierra, los<br />

formones, la azuela, la garlopa, el berbiquí, la prensa, sin olvidar<br />

el martillo ni los clavos, a menudo de bronce. En aquella Tierra<br />

Prometida, un carpintero era un hombre hábil, útil y como ya<br />

dije muy estimado.<br />

Con el tiempo un escritor había de referirse a mi<br />

adolescencia y juventud temprana en estos términos poéticos y


136<br />

quizá un tanto anacrónicos: el Jesús carpintero vivió sus años<br />

mozos en medio de los objetos que fabricaba con las manos.<br />

Labró la mesa en torno a la cual se sentaban todos a comer; la<br />

cama en la que la gente respiraba por primera vez y quizá<br />

también la última; el baúl en el que la esposa labriega<br />

guardaba sus pobres vestidos, sus delantales, el corpiño de los<br />

días festivos, las camisas de su ajuar; la tabla en la que antes<br />

de hornear el pan se amasaba la harina; el banco en el que al<br />

anochecer en torno al fuego y para hablar de los días ya idos se<br />

sentaban los viejos. Y a menudo, mientras volaban por el aire<br />

las virutas que arrancaba el cepillo o al ritmo chirriante de la<br />

sierra caía el serrín, Jesús debió de pensar en las promesas de<br />

su Padre divino, en las palabras de los profetas, en la obra<br />

espiritual y didáctica que puestos de lado el martillo y la<br />

garlopa le esperaba.<br />

Aunque creo que de buena fe poniéndose en mi lugar me<br />

atribuía pensamientos tales, la verdad es que nada de eso<br />

ocupaba mi activa mente, al contrario mis inquietudes eran bien<br />

más prosaicas. Ya dije que en contra de lo que mis biógrafos han<br />

asegurado, nunca me tuve por nadie especial, y que todo eso del<br />

Mesías enviado para salvar a Israel y redimir los pecados de<br />

quien quiera que fuese se me ha atribuido después de mi muerte<br />

y sin que yo lo hubiese sabido.<br />

Sin embargo en cierto sentido al escritor mencionado no<br />

le faltaba razón. Nuestro oficio, el de mi padre y el mío, se<br />

prestaba a dejar libre la mente. Si uno tenía inclinación a soñar y<br />

le gustaba, al tiempo que las manos tallaban la madera, podía<br />

elevarse el alma, unirse al señor Yahvé el corazón, emprender el<br />

vuelo la plegaria, meditar como lo hiciera un hindú.<br />

Hasta aquí la versión digamos pía de todo el asunto. Pues<br />

no se ha de creer que todos los israelitas fuesen piadosos y<br />

observasen al pie de la letra lo que el Señor dispusiera. Por ello<br />

algunos preferían huir el bulto al trabajo y vivir de otro modo<br />

que deslomándose día tras día sobre la ingrata gleba. Ya


137<br />

entonces se creía que 'los hombres no son todos iguales', pues<br />

como más tarde afirmaría un político del lugar que llaman<br />

España, 'unos son altos y otros bajos, unos son morenos y otros<br />

rubios, unos son listos y otros torpes'. De modo que estos más<br />

listos se dedicaban a otras tareas, tales como la de servir en el<br />

Templo al Señor -se dijo que en un momento había habido allí<br />

más de 5289 oficiantes- y otros, por no citar más que a ellos,<br />

preferían luchar contra los supuestos opresores romanos y se<br />

hacían llamar revolucionarios. También de éstos había un<br />

montón. Incluso a mí se me ha acusado de haberme dedicado a<br />

la predicación porque era menos laboriosa que el rudo trabajo de<br />

mi padre y permitía vivir con menos esfuerzo -para decirlo de<br />

forma literal, menos grosero sudor de la frente- y también se me<br />

ha dicho miembro de la organización zelote, que buscaba ante<br />

todo expulsar del país a los dominadores extranjeros. Y ya no<br />

hablemos de los más pudientes, la clase dominante, pues era<br />

cosa sabida que en numerosas ocasiones y siempre que lo habían<br />

querido, con más o menos argucias y por la fuerza si era preciso,<br />

los reyes de Israel -empezando por el Herodes que entonces nos<br />

gobernaba- se habían apoderado del tesoro que se guardaba en el<br />

Templo. En ciertos momentos y al parecer había habido en él<br />

ingentes riquezas. Tanto era así que prestando dinero a un<br />

porcentaje fijado, hacía las veces de una Banca ordinaria.<br />

Porque establecía la Ley del Señor, que es lo mismo que decir la<br />

ley mosaica, que todo israelita, todo miembro del pueblo<br />

escogido, por el sólo hecho de serlo estaba obligado a entregar<br />

anualmente a los clérigos una parte más o menos cuantiosa del<br />

ganado y cosechas que por ventura tuviese. El primer tributo<br />

impuesto a los israelitas se llamó de la expiación, iba destinado<br />

al servicio del Tabernáculo del Testimonio, así se lo decía, y<br />

obligaba a todo varón de más de 20 años, para que no padeciera<br />

desastre. Si no pagas, lo lamentarás – diplomática amenaza y<br />

coerción; en nombre de Dios, por descontado. También los<br />

dioses griegos, dioses paganos, no se lo olvide, se enfadaban y


138<br />

tomaban represalias si alguno de sus fieles 'olvidaba' ofrecerles<br />

los sacrificios usuales. Así Artemis, diosa de la procreación,<br />

había hecho imposible a Admeto llevar a cabo en la noche de<br />

bodas con Alcestis lo que en semejantes circunstancias se suele<br />

practicar, porque la pareja, arrastrada de la impetuosa pasión que<br />

se supone a la sazón la dominaba, había descuidado ofrecer a la<br />

diosa el regalo previo que en tales casos ella esperaba. En<br />

cuanto a los israelitas, se citaba el dicho siguiente: El rico no<br />

dará más de medio siclo, ni el pobre dará menos. El siclo era la<br />

moneda entonces corriente, equivalía a veinte óbolos. En el<br />

Libro santo se leía: En la casa del Señor dios tuyo ofrecerás las<br />

primicias de los frutos de la tierra, el aceite, el vino y el trigo<br />

más exquisitos, y todos los primogénitos de cualquier especie,<br />

sea de hombres o sea de animales; que nadie se presente ante<br />

Mí con las manos vacías. Así pues el clero recibía la décima<br />

parte de cuanto produjeran los campos y los frutales, así como<br />

de los vacunos y ovinos y en general de todo cuanto pasa bajo<br />

la vara del pastor; a los que se hacían los remolones y<br />

protestaban de abuso semejante, se los castigaba con cinco veces<br />

la deuda. Para que aprendieran.<br />

Claro está que según la Sagrada Escritura el mismo<br />

Yahvé había dado a su pueblo el ejemplo, pues en sus frecuentes<br />

exhortaciones a la guerra contra los filisteos y en general contra<br />

los demás pueblos que originalmente habitaban Canaán, no se<br />

olvidaba nunca de advertir a los suyos de que debían apropiarse<br />

de todo género de ganado que los vencidos poseyesen, así como<br />

de sus mujeres e hijos en edad de trabajar, para venderlos<br />

después como esclavos. Basta un ejemplo; ya en los primeros<br />

tiempos del llamado asentamiento, los israelitas vencieron a<br />

Sehón, rey de los amorreos, que fue pasado a cuchillo, y se<br />

apoderaron de las mujeres y niños y de todos los ganados y<br />

muebles, y de cuanto pudieron haber a las manos. Enojado con<br />

los jefes del ejército, por haber tenido escrúpulos en la matanza,<br />

Moisés los había reprendido en estos términos: Matad a todos


139<br />

los varones que hubiere, aun a los niños, y degollad a las<br />

mujeres que ya hayan conocido varón; reservad solamente las<br />

niñas y las doncellas. Y se halló que el botín recogido era de<br />

675.000 ovejas, 72.000 bueyes, 71.000 asnos y 32.000<br />

muchachas aún vírgenes.<br />

La verdad era que no todo israelita amaba el trabajo.<br />

<strong>LA</strong>S MUJERES Y YO<br />

Aunque mis seguidores se empeñan en sostener lo<br />

contrario, la verdad es que yo nunca sentí que las mujeres me<br />

amaran. Entiendo aquí por amarme el conocer mis necesidades<br />

más íntimas, atenderlas, aceptarme con mis pros y mis contras,<br />

permitirme ser a veces persona común y ordinaria, en lugar de<br />

exigirme perpetua excelencia y hazañas sin cuento, pensar<br />

menos en mi supuesta condición de mesías e hijo divino y más<br />

en mis debilidades humanas. Quise ser una persona como las<br />

demás de mi edad y no alguien de quien se esperara de continuo<br />

sublimes grandezas. La cosa comenzó muy temprano. En<br />

Nazaret, en mi casa, el ambiente doméstico no era el más<br />

apropiado para sentirse querido. Como ya dejo dicho, mi padre<br />

José era un poco fanático, más atento a cumplir a la letra la ley<br />

que a mostrarse accesible y comprensivo de las carencias ajenas.<br />

Riguroso consigo mismo, lo tomaba como argumento para serlo<br />

aún más con los que le eran cercanos. Era hombre que dominaba<br />

a los otros 'por su propio bien', un 'propio bien' que él se había<br />

cuidado de definir de antemano. A su lado mi madre era una<br />

figura secundaria y ajena.<br />

No sentí nunca que mi madre me amase. Para ella<br />

siempre fui un instrumento. De ser verdad la versión oficial y no<br />

una leyenda, pienso que insatisfecha con su matrimonio, pues al<br />

fin y al cabo el humano cuerpo tiene sus ineludibles exigencias,<br />

la virginidad consensuada con mi padre no la satisfacía.


140<br />

Habiendo pues tenido que reprimir también en el lecho su<br />

natural sed de aventura, tampoco pensó que llegado el momento<br />

yo tendría necesidades sexuales. Para ella esas cosas no existían<br />

o no tenían ninguna importancia. Me crió pues como si nunca<br />

fuera a pensar en emparejarme y formar una familia como todo<br />

bicho viviente. Y ni que decir tiene que ni mi padre ni ella se<br />

cuidaron de abrirme al respecto los ojos, de instruirme en tales<br />

materias, con lo que abandonado a mi suerte no me cupo otro<br />

medio que habérmelas como mejor pudiera para salir adelante.<br />

Los que frecuentaban mi casa, se daban cuenta de esto. Pasados<br />

los años, una de las vecinas me dijo que, cumplidos mis 10, se<br />

comentaba entre ellas a mi respecto: 'ese va para clérigo'. Creo<br />

que de ahí salió mi vida posterior. Como ya queda dicho, en<br />

lugar de contentarme con ser carpintero al igual que mi padre,<br />

quise ser profeta y dedicarme a sermonear a los otros. Me fue<br />

fácil hablarles del pecado y exhortarlos a obedecer a Yahvé.<br />

Se me ha representado pues como una persona carente de<br />

deseos sexuales, por no decir algo peor, afeminada o marica. Sin<br />

embargo también yo fui adolescente y púber, y como es de<br />

suponer, dada mi condición de hombre mortal, he debido de<br />

pasar por las mismas incertidumbres y angustias por las que en<br />

esas etapas vitales todos los demás han de pasar. A decir verdad<br />

y según lo que se cuenta de mí, después de muerto habría tenido<br />

con las mujeres mucho más éxito que mientras vivía. Estando<br />

vivo y de hacer caso a los relatos llamados canónicos, mi trato<br />

con el otro sexo había sido distante y espiritual antes que<br />

corporal. En todos los encuentros con ellas, había adoptado una<br />

actitud de superioridad, pues en lugar de hablarles con llaneza y<br />

de tú a tú, me había limitado condescendiente a darles consejos<br />

que no me pedían y enseñarles lo que tampoco les importaba<br />

saber. No es algo que me satisfaga, cuando hoy lo considero. Me<br />

irrita que se haya dado una imagen falsa de mí. Mas como en<br />

tantos otros aspectos de mi vida en la Tierra, no ha faltado<br />

quien, en desacuerdo con la versión oficial, me haya


141<br />

emparejado con la llamada María de Magdala, la Magdalena, y<br />

con ella me haya dado una sola hija. Hasta cierto punto esto iría<br />

en contra de mi carácter y mi condición. A fuer de criado en una<br />

familia israelita piadosa y observante, me correspondía tener en<br />

mucho una descendencia abundante, lo que no se acuerda con el<br />

hecho de haberme contentado con una hija única. Por otro lado y<br />

debido a mi formación temprana en un ambiente religiosamente<br />

severo, mis relaciones con el sexo opuesto han debido de ser<br />

problemáticas. Y ciertamente no me habrá ayudado todo lo que<br />

al respecto se decía en la Biblia. En relación con mi Padre<br />

Yahvé, también yo, al igual que el famoso ministro de Hitler y<br />

jefe de las SS, hubiera podido decir orgulloso: Mi honor se<br />

llama fidelidad. Mi fidelidad a Yahvé, se entiende, antes que a<br />

mis necesidades humanas.<br />

Si mi relación con las mujeres concretas de mi edad y<br />

condición fueron distantes y más bien difíciles, se podría decir<br />

que una vez muerto y elevado a la categoría de presunto Hijo de<br />

Dios, se me ofrecieron en ese dominio las oportunidades que<br />

mientras vivo no había tenido con ellas. Si en vida las había<br />

evitado o al menos las había mantenido a distancia, después de<br />

muerto y residente ya en el cielo, sin molestas inhibiciones<br />

habría bajado una y otra vez para satisfacer mis deseos sexuales<br />

y los suyos. Efectivamente, al parecer entonces muchas mujeres<br />

se enamoraron locamente de mí. Según una de ellas, Teresa de<br />

Ávila, famosa entre todas por sus Confesiones, 'era justo que<br />

con mis gozosos deleites sostuviese a débiles mujercillas como<br />

ella, que sólo contaban con sus menguadas fuerzas'. Y el trato<br />

entre ella y yo habría sido 'como entre dos personas corrientes<br />

que se tuviesen mucho amor'.<br />

Para las monjas, aquellas mujeres que deseosas de vivir<br />

otra vida que la natural y terrena se enclaustraban en los<br />

conventos, me convertí en lo que con pedantería se podría<br />

llamar un sucedáneo místico de la sexualidad. Los que dicen<br />

seguir mis enseñanzas me presentaban a ellas como el hombre


142<br />

magnífico, el Esposo excelente, al tiempo que las consideraban<br />

mis 'novias', templos de Dios y mi tabernáculo. Según a sus 19<br />

años había de confesar una tal Elisabeth Beckün, un buen día y<br />

muy en secreto yo me había sentado en un banco a su lado; con<br />

lo que ella, como fuera de sí, había saltado gozosa, y con la que<br />

cabría considerar anacrónica osadía feminista me había atraído a<br />

su seno, abrazado y piropeado, aunque sin atreverse a pasar de<br />

ahí, meterme mano, digamos, hasta que no pudiendo ya más, me<br />

había preguntado arrebatada si podía besarme, a lo que yo<br />

gentilmente le había respondido que a su sabor se despachara<br />

tantas veces como lo juzgara preciso. Lo que ella había hecho<br />

sin inoportunas demoras, no fuera que como buen varón volátil<br />

me diese por cambiar de opinión. Otra, Catalina de Génova, ante<br />

mi efigie sentía que un ardor sobrenatural la consumía, hasta el<br />

punto de que el agua fría en que se refrescaba las manos se<br />

ponía a hervir, e incluso se calentaba el recipiente hasta hacer<br />

insoportable el contacto. Otra más, María Magdalena dei Pazzi,<br />

había saltado 9 metros para asir un crucifijo que me<br />

representaba clavado en la cruz. ¡Menuda proeza! Ni los más<br />

preparados y dotados campeones olímpicos han alcanzado nunca<br />

tales cotas. Y no sólo ellas se enamoraban perdidas de mí, sino<br />

que no pocas veces yo las correspondía. Particularmente dilecta<br />

me era una Ángela de Foligno. De ser verdad lo que se contaba,<br />

yo la perseguía entusiasmado diciéndole: “¡Mi dulce, mi amada<br />

hija, mi amor, mi templo! Toda tú, cuando comes, cuando bebes,<br />

cuando duermes, toda tú me gustas. Por medio de ti haré grandes<br />

cosas. Amada hija, mi dulce esposa ¡te amo tanto! El Dios<br />

todopoderoso te ha dado mucho amor, más que a ninguna otra<br />

mujer de tu entorno. Tú eres mi deleite.” (Supongo que al decir<br />

'el Dios todopoderoso', me refiero a mi Padre).<br />

De que yo la llamase a un mismo tiempo hija y esposa,<br />

cabría suponer en mí inclinaciones perversas, o al menos<br />

indiferencia ante lo que luego se habría de condenar como<br />

incesto y estupro.


143<br />

Como el dios griego Zeus, que sin discriminar a ninguna<br />

repartía sus favores entre las mortales que le complacían,<br />

también yo no vacilé en otorgarlos a mis diversas devotas, sin<br />

preferir a quienquiera que fuese. Por citar sólo a dos, entre ellas<br />

destacaron Margarita de Cortona y Margarita María de<br />

Alacoque. Desposé a la primera. Un día, en un arrebato,<br />

exclamé: “Glorifícame y te glorificaré; ámame y te amaré;<br />

interésate por mí y me interesaré por ti. Te declaro mi esposa”.<br />

En cuanto a la segunda, le dije: "Te constituyo heredera de mi<br />

Corazón y de todos mis tesoros". Antes, ella se me había<br />

declarado en los siguientes términos: “Dios mío, te adoro;<br />

¿cómo no desearé poseerte? Te abro mi corazón, te ofrezco mi<br />

pecho, mi boca y mi lengua para que vengas a mí. Te ruego que<br />

acudas a aliviarme. ¡Ven a saciarme! ¡Ven a hacerme vivir de Ti<br />

y en Ti, mi única vida y todo mi bien!”<br />

¡Menudo ejemplo de amor apasionado! ¡Muchos me<br />

envidiarán! Ni don Juan Tenorio, que los contaba por miles, los<br />

ejemplos, habría estado a mi altura.<br />

Otras esposas místicas mías a lo largo de los duraderos<br />

siglos -Matilde de Magdeburgo, Margareta Ebner, Gerburga de<br />

Herkenheim, Elisabeth von Weiler y una larga retahíla que sería<br />

fastidioso enumerar- me dedicaron encendidos elogios y dijeron<br />

una y otra vez estar posesas por mí. De las más notables fue la<br />

ya mencionada Teresa de Ávila, que en sus Memorias confesaría<br />

que yo la había poseído carnalmente repetidas veces.<br />

ME PREPARO PARA <strong>LA</strong> VIDA PUBLICA<br />

Así como con respecto a mi infancia y pubertad circulan<br />

versiones diversas, otro tanto sucede con mi adolescencia y los<br />

años de mi primera madurez. Según la versión piadosa, durante<br />

la que hoy se llama mi vida oculta no hice otra cosa que<br />

prepararme para la misión trascendente que según esa versión


144<br />

habría de ocupar mi vida pública: enseñar a los demás el<br />

evangelio y el camino de la salvación. Por el lado profano, la<br />

habría preparado mi vida de artesano, mi profesión de obrero de<br />

la madera, que me había acercado a la manera de vivir y de<br />

pensar de la gente común. Como ya he dicho, yo había sido un<br />

operario ante todo, uno de la clase obrera, no un dirigente. En lo<br />

que respecta al lado espiritual, en mi casa no se había respirado<br />

el mismo clima que en la suya respiraban los demás niños y<br />

jóvenes. Según se habría de decir de mí, yo crecía en sabiduría,<br />

en estatura y en gracia ante Yahvé y ante los hombres. Como ya<br />

he dejado aclarado en otro lugar, para los israelitas crecer en<br />

sabiduría significaba crecer en el conocimiento del dios y de su<br />

relación con nosotros, el pueblo escogido, en el conocimiento de<br />

las Escrituras, en suma. Y en consonancia con ello, todo lo que<br />

unos años después de la muerte de mi padre José habría de decir<br />

al mundo, lo había meditado, pensado y puesto a punto a lo<br />

largo de aquellos años de callada convivencia en Nazaret con los<br />

míos. Según mis seguidores, lo entonces vivido, me habría de<br />

inspirar las bienaventuranzas.<br />

Bienaventurados los pobres de espíritu: suyo es el<br />

reino de los cielos. Bienaventurados los que lloran: porque se<br />

los consolará. Bienaventurados los mansos: porque<br />

heredarán la tierra. Bienaventurados los que tienen hambre<br />

y sed de justicia: porque serán hartos. Bienaventurados los<br />

misericordiosos: porque alcanzarán misericordia.<br />

Bienaventurados los de limpio corazón: porque verán a Dios.<br />

Bienaventurados los pacíficos: porque se los llamará hijos de<br />

Dios. Bienaventurados aquellos a los que persigue la justicia:<br />

porque de ellos es el reino de los cielos. Mas se dice que lejos<br />

de ser originales, estas expresiones ya figuraban en otros textos<br />

anteriores a mí.<br />

Los amigos de la pobreza, de la dulzura, los hambrientos<br />

de justicia, los corazones puros no habían sido otros que mis<br />

padres, María y José. Ya en esta vida habían tenido ellos la


145<br />

recompensa prometida a los demás, porque viéndome todos los<br />

días, habían visto diariamente a Dios.<br />

Me parece que aquí se exagera.<br />

Sin embargo no de otra manera lo querrían creer aquellos<br />

que dicen seguirme, los miembros de la congregación de la fe<br />

que presuntamente en mi honor llaman cristiana, pero cada vez<br />

son más los que me suponen en la adolescencia y juventud<br />

primera miembro temporal de la secta de los esenios, digamos la<br />

sección ideológica y pasiva de los observantes de la Ley,<br />

mientras que los zelotes serían su sección militante y activa. En<br />

cuanto a los primeros se los dice entregados a la vida mística de<br />

contemplación y ascesis, mientras los segundos se mezclarían<br />

con la gente ordinaria y fomentarían activamente la revuelta<br />

contra los dominadores romanos. Según un historiador, los<br />

zelotes eran un grupo nacionalista judío; hacia el año 6 lo había<br />

creado un sector del clero de Jerusalén y había instigado contra<br />

el poder ocupante romano la llamada guerra judía de los años 66<br />

a 70. Como luego se ha dicho de la banda terrorista española<br />

ETA, que los clérigos vascos la habían criado en su seno. Una<br />

guerra santa, inusitadamente cruel y salvaje, apocalíptica, que en<br />

palabras de un cristiano notable habría sido el combate de las<br />

postrimerías contra la Roma idólatra, combate en el que se<br />

perseguiría instaurar el reino mesiánico de Dios. Idea que parece<br />

apoyar la otra según la cual en muchos aspectos los zelotes se<br />

parecerían notablemente a los posteriores cristianos. En uno de<br />

los evangelios que presuntamente narran mi vida, figura como<br />

apóstol un tal Simón también llamado el zelote y el cananeo,<br />

palabra que significaría 'el exaltado'. Entre los zelotes<br />

abundaban los rumores apocalípticos, como el oráculo según el<br />

cual por aquellos tiempos uno de los suyos sería rey del mundo;<br />

20 años antes de la guerra luchaban ya contra los romanos, pero<br />

sobre todo contra ciertos judíos a los que consideraban enemigos<br />

de la patria. Se llamaba sicarios a los zelotes más fanáticos, que<br />

quiere decir los del cuchillo, porque iban armados con una


146<br />

especie de gumía, la sica, con la que apuñalaban por la espalda a<br />

quienes aborrecían, sobre todo los judíos ricos que por interés<br />

pactaban con el ocupante. Cometían sus asesinatos a pleno día y<br />

en plena ciudad; aprovechaban sobre todo los días festivos para<br />

confundirse en las aglomeraciones, y con dagas pequeñas que<br />

escondían en los pliegues de la túnica apuñalaban a sus<br />

enemigos. Cuando la víctima caía al suelo, los asesinos se<br />

sumaban al revuelo y lanzaban también gritos consternados, por<br />

lo que y gracias a este cinismo, casi nunca se los descubría.<br />

Tenían muchos partidarios, especialmente entre la juventud.<br />

Al parecer, ya entonces existía el terrorismo nacionalista.<br />

Que se sepa, nunca fui un asesino; pero en cambio fui un<br />

joven exaltado y a juzgar por mi predicación, creyente firme en<br />

el nuevo mundo que resurgiría una vez expulsados de la patria<br />

los invasores romanos.<br />

LOS ESENIOS, LOS ZELOTES<br />

En mis tiempos cabía distinguir entre los israelitas tres<br />

grupos que se diferenciaban acerca de la manera de serlo<br />

cabalmente. La gente común apreciaba sobre todo a los fariseos,<br />

palabra que quería decir los segregados, porque no trataban<br />

fácilmente con la gente menos estricta que ellos. Se mostraban<br />

muy quisquillosos en lo que respectaba a la observancia de la<br />

Ley. Aunque sólo para el culto se había establecido las normas<br />

de pureza sacerdotal, ellos las aplicaban incluso a la vida<br />

corriente, a la que colmaban de ritos. Junto a la ley escrita, la<br />

Torah o Pentateuco, habían ido recopilando una serie de<br />

tradiciones y maneras de cumplir lo establecido, cada vez más<br />

apreciadas, hasta que se las consideró Torah oral, también<br />

emanada de Dios. Según ellos, en el Sinaí, Dios la habría<br />

entregado a Moisés junto con la otra, la escrita.<br />

A fuerza de escrúpulos se hacían la vida imposible.


147<br />

Para algunos otros, la política era importante, en relación<br />

sobre todo con la independencia nacional, pues por encima de<br />

Dios, nadie podía mandar en Su pueblo. Del celo que ponían en<br />

el respeto hacia Dios y la Ley, derivaban el nombre, zelotes. La<br />

salvación dependía sólo de Dios, cierto, pero uno debía arrimar<br />

el hombro y cooperar. Primero se limitaron al aspecto religioso,<br />

pero más tarde se pasaron a la acción violenta; si se encaminaba<br />

a vencer, la violencia se justificaba -sostenían ellos- y no había<br />

que temer a la muerte, pues era como un martirio grato al<br />

Señor .<br />

¡Cómo recuerda ésto a los que luego se inmolarían por<br />

Alá!<br />

Los saduceos eran la alta sociedad, miembros de las<br />

familias sacerdotales, aristócratas, cultos, y ricos. Desde el<br />

comienzo de la ocupación romana, habían salido de ellos los<br />

sumos sacerdotes, representantes judíos ante el poder imperial.<br />

Con mayor laxitud que los fariseos y sin caer en sus<br />

quisquillosas minucias, interpretaban la Torah escrita y<br />

menospreciaban la oral. No compartían las esperanzas<br />

escatológicas de los fariseos, lo que quiere decir que no creían<br />

en la vida después de la muerte, pero tenían poder político y<br />

religioso y eran muy influyentes<br />

Los esenios eran una comunidad de hombres y mujeres<br />

santos; rechazaban el culto en el templo de Jerusalén porque<br />

consideraban indignos a los sacerdotes. Se segregaban de las<br />

prácticas comunes para restaurar en el ámbito más reducido de<br />

la propia comunidad, la santidad del pueblo. Se retiraban a<br />

zonas desérticas para evitar contaminarse en el trato con otras<br />

personas menos santas. Rechazaban las relaciones económicas y<br />

no aceptaban regalos por el mismo motivo, para no<br />

contaminarse con los usos mundanos y salvaguardar la pureza.<br />

Habiendo roto con el templo oficial y su culto, se consideraban<br />

un templo inmaterial que reemplazaba transitoriamente el otro,<br />

al que consideraban indigno.


148<br />

También se los conocía como nazarenos, y Nazaret era<br />

uno de sus puntos fuertes, aunque el término precedió al lugar.<br />

Los miembros de la secta vestían de blanco y seguían una dieta<br />

vegetariana.<br />

Hay quienes se dicen firmemente convencidos de mi<br />

pertenencia al menos temporal a esta secta y me hacen miembro<br />

del grupo del norte, en el monte llamado Carmelo.<br />

Sería plausible. Hijo de un observante de la ley estricto,<br />

de un fariseo, al menos de uno de sus decididos simpatizantes, la<br />

consabida rebelión adolescente contra los padres me habría<br />

llevado a unirme a los esenios, que aun igualmente rígidos,<br />

como lo fueran ellos, lo habrían sido con mayor espiritualidad y<br />

abertura de miras. Por lo demás y de atenerse a lo que después<br />

de Freud la ciencia psicológica apunta, yo habría buscado fuera<br />

de mi casa lo que en ella dejaba.<br />

Se ha querido derivar de mi estancia con ellos lo más<br />

destacado de mi doctrina, no sólo en el aspecto moral, sino<br />

también en el doctrinal e ideológico. Incluso se ha querido ver<br />

como esenios a mis abuelos maternos, Ana y Joaquín, a mis<br />

padres, a mi primo Juan el bautista y a otros muchos de mi<br />

misma familia.<br />

Se los ha dicho respetuosos con la vida y el medio<br />

ambiente. Una de mis biografías, el Evangelio de los Doce<br />

Santos, me pinta como un vegetariano estricto, que como<br />

alimento prefería el pan y las uvas y ante quien otras criaturas se<br />

congregaban. ''Y las aves se reunieron a su alrededor y le dieron<br />

la bienvenida con su canción y otras criaturas vivas se pusieron<br />

a sus pies y él los alimentó y ellos comieron de sus manos''.<br />

''Estas criaturas son tus compañeras en la gran casa de<br />

Dios, si son tus hermanos y hermanas, tienen el mismo respiro<br />

de vida en la Eternidad. Y quien cuide a al menos una de éstas, y<br />

les dé de comer y beber, lo mismo está haciendo conmigo''.<br />

Los esenios creían en la santidad y unidad de toda la vida<br />

y muchos pasajes en el Evangelio citado se refieren a la doctrina


149<br />

del amor sin límites a Dios, a la humanidad y a toda la creación.<br />

''Antes que todo está el amor, el amor de uno al otro y a todas las<br />

criaturas de Dios''.<br />

Hubo quienes los consideraron poseedores de<br />

conocimientos secretos acerca de las artes y las ciencias, que les<br />

habrían sido comunicados por otros seres de un nivel superior<br />

con los que habrían estado en contacto. Lo que hace pensar en<br />

los actuales extraterrestres y su supuesta civilización más<br />

avanzada que la nuestra actual.<br />

Para pertenecer a la secta había que pasar por un rito de<br />

iniciación. Superadas las pruebas, comenzaba una especie de<br />

periodo de noviciado limitado, tras el cual, si uno persistía en la<br />

vocación, se le permitía entrar a formar parte del grupo como<br />

miembro de pleno derecho.<br />

También harían pensar en la actual masonería y en<br />

general en las sectas, destructivas o no, que en tiempos<br />

modernos han proliferado.<br />

Sentían que se les había confiado una misión, y en este<br />

esfuerzo los apoyaban seres muy evolucionados que dirigían la<br />

fraternidad. Eran verdaderos santos, Maestros de sabiduría,<br />

hierofantes de las antiguas artes maestras.<br />

En esto podrían hacer pensar en las SS de Hitler.<br />

Los esenios no se limitaban a abanderarse con una sola<br />

religión, sino que las estudiaban todas, para extraer de ellas los<br />

grandes principios científicos. Las consideraban estados<br />

diferentes de una misma manifestación. Daban gran importancia<br />

a las enseñanzas de los antiguos caldeos, de Zoroastro, de<br />

Hermes Trismegisto, a las secretas instrucciones de Moisés y de<br />

uno de los fundadores de su propia orden, que había trasmitido<br />

técnicas similares a las del budismo, así como a las revelaciones<br />

de Enoc.<br />

Poseían la ciencia viviente de estas revelaciones, sabían<br />

cómo comunicarse con los seres angélicos y habían resuelto la<br />

pregunta del origen del mal en la tierra.


150<br />

Les preocupaba especialmente la pureza del alma y para<br />

preservarla se protegían de cualquier contacto con los espíritus<br />

del mal. Conscientes de la brevedad de la vida, no querían<br />

prostituir sus almas eternas. Por esta actitud, esta estricta<br />

disciplina, esta absoluta negativa a mentir o a comprometerse,<br />

los persiguieron muchísimos.<br />

Se consideraban guardianes de las Divinas Enseñanzas.<br />

Poseían numerosos manuscritos muy antiguos, algunos del que<br />

creían inicio de los tiempos. Muchos miembros de la Escuela se<br />

dedicaban sólo a descifrar sus códigos, a traducirlos a varias<br />

lenguas, y a copiarlos para perpetuar y preservar este avanzado<br />

conocimiento, y consideraban una tarea sagrada su labor.<br />

Para los esenios, su Fraternidad, compuesta de hombres<br />

y mujeres, era como la presencia en la tierra de las enseñanzas<br />

de los hijos y las hijas de Dios. Ellos eran la luz que brilla en las<br />

tinieblas, que invita a la oscuridad a convertirse en luz.<br />

Diferenciaban las almas aún dormidas, las sólo medio<br />

despiertas, y las despiertas. Les competía ayudar, consolar y<br />

aliviar a las primeras, despertar a las segundas, y dar la<br />

bienvenida y guiar a las restantes. Sólo se iniciaba en los<br />

misterios de la Fraternidad a las almas despiertas.<br />

Todos conocían a "los hermanos y hermanas vestidos de<br />

blanco". Los hebreos los llamaban "La Escuela de los Profetas";<br />

para los egipcios, eran "los Sanadores, los Médicos". En casi<br />

todas las grandes ciudades tenían propiedades, y en Jerusalén<br />

una de las puertas era La Puerta de los Esenios.<br />

Honrados, pacíficos, bondadosos, discretos y grandes<br />

sanadores, de los pobres tanto como de los ricos, en general se<br />

los respetaba y estimaba. De ellos habían salido muchos grandes<br />

profetas.<br />

Aún cuando muy celosos de sus leyes secretas y su<br />

doctrina interna, trataban a muchas personas, alojando a<br />

peregrinos de cualquier procedencia, ayudando en las<br />

dificultades, y especialmente sanando a los enfermos. Impartían


151<br />

las enseñanzas básicas y sanaban en lugares de fácil acceso para<br />

que todos pudieran acudir. Se parecían a los antiguos<br />

pitagóricos.<br />

Se me ha dicho miembro temporal de este grupo.<br />

MIS AÑOS OCULTOS<br />

A muchos ha llamado la atención que mis biógrafos<br />

oficiales, los evangelistas, no hayan dicho nada de mí antes de<br />

haber cumplido los 30. Eran cristianos recientes, gentes que<br />

hacía aún poco se habían unido al movimiento que se suponía yo<br />

había originado, les interesaba más dar de mí la imagen de un<br />

hombre extraordinario, antes que hacer Historia contando los<br />

hechos reales y concretos de mi vida. Sea de ello lo que fuere,<br />

de lo que me sucedió entre el nacimiento y los 30 años<br />

prácticamente nada se sabe. Sólo se menciona el incidente que<br />

protagonicé cuando en la monumental escalinata del templo de<br />

Jerusalén discutí presuntamente con los doctores de la ley. Uno<br />

se pregunta entonces de dónde habría sacado yo los<br />

conocimientos que al parecer poseía. De ser cierto lo que de mí<br />

se contaba, habría sido un muchacho precoz, puesto que aún en<br />

la niñez ya discutía acerca de la ley con los adultos a los que<br />

años de práctica habría hecho mucho más versados que yo en<br />

tales materias. Se me imaginaría entonces enfrascado en<br />

continuas lecturas, meditando o conversando con los que sabían<br />

más que yo, actividades ciertamente extrañas dada mi corta<br />

edad. Como ya he dicho, del ambiente rural presumible en la<br />

casa de un carpintero y una mujer dedicada a sus labores, como<br />

eran mis padres, no se esperaría un hijo letrado. Dejando a un<br />

lado esta extraña anécdota aún de la niñez, para mi vida durante<br />

la adolescencia y primera juventud se ha hecho numerosas<br />

propuestas. Según algunos, dejé mi tierra y viajé incluso a la<br />

India donde aprendí el pensamiento oriental. Hace un par de


152<br />

siglos un poeta llegó incluso a decir que estuve en Inglaterra.<br />

Para otros fui miembro del grupo nacionalista y acerbo<br />

religioso esenio, que planeaba combatir a los romanos. De haber<br />

sido cierto, mis biógrafos oficiales lo callaron. Haciendo un<br />

aparte, me maravilla que tantas gentes adultas y tenidas por<br />

serias hayan pasado su vida dedicadas a lo que al parecer me<br />

concierne. Según se dice, dos mil millones de personas en todo<br />

el mundo han creído y creen ciegamente en lo que con la mayor<br />

probabilidad ha sido inventado. En verdad, no lo comprendo.<br />

Sobre mí se ha escrito más que sobre cualquier otro personaje de<br />

la Historia. Pero mis biógrafos omitieron prácticamente todo lo<br />

referente a mis 30 años primeros. Sólo se me muestra como un<br />

niño precoz que a los 12 años debate acerca de la Torah con los<br />

rabinos de Jerusalén. Volví a Nazaret, seguí creciendo en cuerpo<br />

y mente y gocé del favor de Dios y de los hombres. (No hubiera<br />

estado mal, de haber sido verdad). En los primeros 100 años tras<br />

mi muerte, puede haber habido hasta 50 evangelios diferentes.<br />

Se llegó a decir que en la niñez maté a unos pájaros y luego los<br />

resucité, y cosas parecidas; pero de seguro no es más que una<br />

leyenda. Se tardó 500 años en fijar mi imagen canónica. Es<br />

difícil de explicar que las fuentes históricas contemporáneas<br />

hayan guardado silencio sobre mí, si de verdad yo hubiera sido<br />

el que se dice que he sido. La figura imponente de que de mí se<br />

ha hecho, difícilmente hubiera pasado desapercibida. Ningún<br />

historiador ni escritor dijo nada de mí. Sólo sobre la base del<br />

contexto histórico se puede hacer conjeturas. Se ignora pues si<br />

viví tranquilamente en Nazaret o viajé, estudié y prediqué fuera<br />

de mi tierra; si llegué hasta la India y aprendí de Buda.<br />

Antiguos escritos persas e indios lo sostienen. Mis enseñanzas y<br />

los escritos sagrados del budismo se asemejan. Como yo, Buda<br />

curaba milagrosamente a los enfermos, caminaba sobre las<br />

aguas y con solo unos panes alimentaba a multitudes. ¿De dónde<br />

salió mi doctrina? ¿Por qué fui tan diferente de la gente que me<br />

rodeaba y reaccionaba yo de manera tan dispar a la suya? El


153<br />

amor a la verdad, la no violencia, ayudar a los pobres y los<br />

oprimidos, la vida sencilla y frugal, la falta de ostentación, todo<br />

aparece también en las enseñanzas budistas. Desde la Palestina<br />

una ruta atravesaba el norte de los actuales Pakistán y<br />

Afganistán y terminaba en la costa occidental de la India. En<br />

1874 un periodista ruso llamado Notovich visitó Hemis, un<br />

monasterio budista al norte de la India, en las faldas del<br />

Himalaya. Allí se le mostró unos manuscritos en los que se<br />

relataba la vida de un profeta errante llamado Isa. Tras leerlos,<br />

Notovich pensó que se trataba de mí. Se decía que a los 14 años<br />

yo había ido a la India y me había unido a los budistas.<br />

MI ESTANCIA EN <strong>LA</strong> INDIA<br />

Aquellos manuscritos contaban literalmente lo siguiente:<br />

«Poco tiempo después un hermoso niño nació en el país<br />

de Israel; por su boca habló el mismo Dios y explicó la<br />

insignificancia del cuerpo y la grandeza del alma. Sus padres<br />

eran gente humilde descendiente de una familia distinguida<br />

notablemente piadosa, que habiendo olvidado su antigua<br />

grandeza mundana, celebraba al Creador y le agradecía las<br />

desgracias que para probarlos les había enviado. Para premiarla<br />

por perseverar en el camino de la verdad, Dios bendijo a su<br />

primogénito y lo eligió para redimir a aquellos que habían caído<br />

en el error y para curar a los que sufrían. A muy tierna edad, el<br />

niño divino, al que dieron el nombre de Isa, el equivalente<br />

oriental de Jesús, comenzó a hablar del Dios uno e indivisible y<br />

a exhortar a la gran masa descarriada a arrepentirse y purificarse<br />

de sus faltas. De todas partes se acudía a escucharlo y a todos<br />

maravillaban las palabras de sabiduría que brotaban de su boca<br />

infantil; en aquel niño moraba el espíritu santo. A los 13 años,<br />

edad en que un israelita debe tomar mujer, en la casa en que sus<br />

padres se ganaban el pan modestamente comenzó a reunirse la


154<br />

gente rica y noble de los alrededores, que lo deseaba por yerno,<br />

pues todos lo conocían por sus discursos edificantes en nombre<br />

del Todopoderoso. Entonces desapareció secretamente, dejó<br />

Jerusalén, y con una caravana de mercaderes se dirigió a Sindh,<br />

para perfeccionarse en el conocimiento divino y estudiar las<br />

leyes de los grandes Budas. A los 14 años cruzó el Sindh y se<br />

estableció entre los Aryas en el país preferido de Dios. Su fama<br />

se extendió rápidamente por toda la región; cuando cruzó el país<br />

de los cinco ríos, los devotos del dios Jaina le suplicaron que se<br />

quedara con ellos. Pero él los dejó y siguió caminando hacia<br />

Jagannath en el país de Orissa, donde yacían los restos mortales<br />

de Vyasa-Krishna. Con gran alegría lo recibieron los sacerdotes<br />

de Brahma, que le enseñaron a leer y comprender los Vedas, a<br />

salvarse mediante la oración, a explicar las Sagradas Escrituras,<br />

a expulsar de la gente el espíritu del mal y a devolver a los<br />

enfermos la salud. Pasó seis años en Jagannath, Rajagriha,<br />

Benares y otras ciudades sagradas. Todos lo querían y vivió en<br />

paz con los Vaishyas y Shudras a quienes enseñó las Escrituras.<br />

Se hizo los primeros enemigos cuando habló de la igualdad de<br />

los hombres, ya que los Brahmanes esclavizaban a los Shudras y<br />

decían que sólo la muerte los liberaría de su condición. Lo<br />

invitaron a abandonarlos y abrazar las creencias brahmánicas,<br />

pero él se negó y siguió predicando en contra de los Brahmanes<br />

y los Kshatriyas. Condenó la doctrina que permite a unos<br />

despojar de sus derechos humanos a los otros, y defendió la<br />

creencia de que Dios no había establecido diferencias entre sus<br />

hijos, a los que amaba por igual. También combatió la idolatría y<br />

trató de imponer la fe en un solo y unico Dios Todopoderoso.<br />

Finalmente, por todo esto, que los dejaba quedar mal, los<br />

sacerdotes brahmánicos decidieron darle muerte, y para ello<br />

enviaron contra él a los esbirros. Pero Jesús, al que los Shudras<br />

advirtieron del peligro, dejó Jagannath de noche, llegó a las<br />

montañas y se estableció en el país de Gautamides, en el que<br />

había nacido el gran Buda Shakya-Muni, entre el pueblo que


155<br />

adoraba al único y sublime Brahma. Tras haber aprendido a la<br />

perfección la lengua pal, se entregó al estudio de los rollos<br />

sagrados de los Sutras. Seis años después estaba capacitado para<br />

explicarlos perfectamente. Entonces abandonó el Nepal y las<br />

montañas del Himalaya, descendió al valle de Rajputana y se<br />

encaminó al oeste. A su paso, hablaba de abolir la esclavitud, al<br />

tiempo que pregonaba la existencia de un único Dios indivisible<br />

e instaba al pueblo a destruir los ídolos y dejar de creer en los<br />

falsos dioses. Así, cuando entró en Persia, los sacerdotes se<br />

alarmaron y prohibieron al pueblo escuchar sus palabras. Pero<br />

como la gente no les hiciera caso, lo hicieron prender y<br />

dialogaron con él. Jesús intentó convencerlos de que<br />

abandonasen el culto al Sol y de que no distinguiesen entre un<br />

Dios del Bien y un Dios del Mal, porque el Sol era sólo un<br />

instrumento del Dios único, un Dios del Bien, y no existía<br />

ningún Dios del Mal. Tras oírlo con atención, los sacerdotes<br />

resolvieron no hacerle ningún daño; pero por la noche, mientras<br />

todo el mundo dormía, lo prendieron y lo llevaron fuera de las<br />

murallas donde lo dejaron con la esperanza de que las fieras<br />

salvajes dieran pronto buena cuenta de él. Pero Jesús continuó<br />

sano y salvo su camino”.<br />

Los manuscritos de los lamas tibetanos siguen diciendo<br />

que tras largos periodos de predicación, cumplidos ya los 29<br />

años e instruido en las enseñanzas de Buda, regresé a mi tierra<br />

donde luego prediqué y me crucificaron. Así pues las<br />

tradiciones, leyendas y datos históricos apoyan la creencia<br />

popular de que viví y morí a los pies del Himalaya. Este habría<br />

sido mi primer viaje a tierras orientales, anterior a mi vida<br />

pública en Israel y a mi muerte en la cruz.<br />

Sin embargo si se compara mi vida con la de Gautama<br />

Buda se advierte entre las dos curiosos paralelismos que llevan a<br />

pensar si lo que se cuenta de mí no se ha sacado en parte de lo<br />

que 500 años antes de venir yo al mundo se contaba de él. En<br />

efecto, se dice que el padre de Buda era un rey, como lo había


156<br />

sido mi ascendiente David; que así como un ángel anunció a mi<br />

madre mi nacimiento, la reina Maia Devi, madre de Buda, soñó<br />

que un elefante blanco magnífico de 6 colmillos y roja la frente<br />

le entraba en el vientre y allí se le incrustaba, como en su<br />

estuche una joya, tras lo cual los intérpretes de sueños le dijeron<br />

que aquello presagiaba la venida a este mundo de un maestro<br />

extraordinario; pasados diez meses la reina se pone en camino a<br />

Lumbini, a casa de sus padres, para dar a luz al primogénito,<br />

como era costumbre, de la misma manera que mi madre María<br />

se puso en camino para empadronarse en Belén; antes de haber<br />

llegado al destino y en un descampado desierto que poblaban<br />

árboles de singular hermosura y un estanque precioso, la madre<br />

de Buda se sintió acalorada y tomó un baño para refrescarse, tras<br />

lo cual le empezaron los dolores del parto y en plena naturaleza,<br />

lejos de cualquier lugar habitado, lo alumbró sobre una piedra,<br />

de la misma manera que yo nací en las afueras del pueblo y a la<br />

intemperie en una cueva o establo; de vuelta al palacio de su<br />

marido y convocado un mago para hacer al niño el horóscopo,<br />

se halló en él las 32 cualidades necesarias para ser un guía de<br />

otros, por lo que se decidió llamarlo Sidarta, que significa aquel<br />

que se realiza en la verdad; de la misma manera el ángel de la<br />

anunciación había dicho a mi madre mi nombre de salvador de<br />

los otros; a los 10 años sus cuidadores perdieron al niño Buda y<br />

luego lo encontraron silencioso en meditación bajo un árbol<br />

cuya sombra, para protegerlo de los rayos del sol, no se había<br />

movido con él; a los 12 años mi madre y mi padre me perdieron<br />

a mí en Jerusalén y me hallaron con los sacerdotes del templo;<br />

contra el parecer de su padre Buda se va de casa y dice que no<br />

volverá hasta haberse convertido en un buda, yo digo que los<br />

míos no deben buscarme porque ante todo debo ocuparme de las<br />

cosas de mi Padre; ya mayor, Sidarta busca un remedio a la<br />

muerte y yo sostengo que quien venga conmigo no morirá; entra<br />

él en un templo para venerar a los dioses, y ellos le dicen que<br />

son ellos quienes deben venerarlo a él, como Juan me había


157<br />

dicho que yo debía bautizarlo, y no él a mí; Buda predica la no<br />

violencia y oponiéndose a los seculares sacerdotes brahmanes<br />

rechaza los sacrificios sangrientos y yo rechazo la violencia y en<br />

contra de la tradición antiquísima critico las ofrendas de<br />

animales en el templo; y así sucesivamente. Se podría decir que<br />

los evangelistas copiaron de la de Buda al menos una buena<br />

parte de mi biografía.<br />

VIAJO A ING<strong>LA</strong>TERRA<br />

Hace menos de un siglo, un monje budista leyó los manuscritos<br />

que había leído Notovich y casi al pie de la letra los tradujo<br />

como él. Más tarde desaparecieron. En el siglo XIX se publicó<br />

que yo había estado en Inglaterra, en Glastonbury, y que el cáliz<br />

de mi última cena explicaba mis años perdidos. El poeta<br />

William Blake se preguntó si mis pies habían pisado aquellos<br />

parajes. José de Arimatea, uno de mis discípulos, habría fundado<br />

allí la primera Iglesia cristiana de la Gran Bretaña. Para los<br />

ortodoxos griegos ingleses, José de Arimatea era mi tío abuelo.<br />

Al comienzo de mi adolescencia, mi padre José había muerto y<br />

mi tío abuelo se había ocupado de mí. En mi biografía oficial,<br />

José de Arimatea era un hombre rico y pío. Y mantenía -añaden<br />

los que abogan por Glastonbury- relaciones comerciales con<br />

Inglaterra. Trataba en estaño, abundante en aquellas tierras. De<br />

ahí provendrían sus muchas riquezas y sus influencias. Se lo<br />

había dicho decurión, título que Roma otorgaba a los oficiales<br />

en minería. Yo, su sobrino, lo había acompañado. En Cornualles,<br />

al sur de Inglaterra, se cuenta que ambos nos detuvimos allí. La<br />

gente era druida y en algunos aspectos su religión se asemejaba<br />

a la que yo habría de fundar más adelante. Los druidas creían en<br />

un futuro mesías al que se referían con la palabra Iesu, creían en<br />

la dualidad cuerpo y alma y en otras cosas que actualmente se<br />

considera propias del cristianismo. Con mi aparición entre ellos,


158<br />

se habían convertido, lo que verificaba su creencia en un<br />

enviado que había de llegar. En los evangelios se habla de<br />

numerosos personajes que parecen proceder de otras fuentes no<br />

necesariamente históricas. Para empezar, no hay nada que<br />

pruebe la existencia de un lugar llamado Arimatea. Por otro lado<br />

se relaciona con el santo Grial, el cáliz sagrado del que<br />

presuntamente bebí en la última cena, a José de Arimatea. Esta<br />

es mi sangre, sangre de la alianza nueva y eterna que se<br />

derramará en favor de muchos a los que se perdonará los<br />

pecados -se me atribuye haber dicho; lo que no es otra cosa que<br />

una interpolación descarada bien posterior a los hechos. Tras mi<br />

muerte, José de Arimatea me dio tierra. Se dice que después<br />

viajó por última vez a Inglaterra, para predicar mi doctrina, y<br />

que con él se llevó el cáliz de la última cena, al que enterró en<br />

algún lugar de Glastonbury. Este cáliz o copa se transformó en<br />

un símbolo importante. En las monedas de los revolucionarios<br />

judíos, la copa representaba su oposición al dominio romano.<br />

También se me ha dicho discípulo de Juan el Bautista, que sería<br />

un profeta zelote. Juan se había presentado en el desierto y<br />

bautizaba a la gente. Les decía que debían convertirse a Dios y<br />

recibir el bautismo para que Dios les perdonase los pecados. De<br />

toda Judea y de Jerusalén acudían a oírlo, los confesaba y los<br />

bautizaba en el río. Su mensaje se extendió como el fuego en la<br />

pólvora. Muchedumbres acudían a él. Yo fui uno de ellos. Y<br />

según se dice, apenas acababa Juan de bautizarme, el cielo se<br />

abrió y de él bajó sobre mí en forma de paloma el espíritu santo.<br />

Mis biógrafos coinciden en hacerme seguidor de Juan. Puede<br />

que los primeros en bautizar a la gente fueran los esenios, un<br />

grupo de religiosos judíos ultras a los que ya me he referido, que<br />

vivían a orillas del mar Muerto, en Qumrám. Se ha afirmado que<br />

Juan y yo hemos podido haber pertenecido a aquella comunidad.<br />

Como ya he dejado dicho más arriba, los esenios se distinguían<br />

por su amor al prójimo, la sencillez de su vida y su estricto<br />

respeto de las leyes de la Torah. Se llamaban ellos mismos hijos


159<br />

de la luz. Vestían de blanco, practicaban la comunidad de bienes<br />

y los distribuían según las necesidades de cada uno. A cada uno,<br />

según sus necesidades -habrían de decir más tarde los primeros<br />

marxistas. Apenas poseían nada. Había también un lado oscuro.<br />

Eran fanáticos religiosos, y como Juan y yo, rechazaban la<br />

corrupción de los sacerdotes. Estaban dispuestos a luchar hasta<br />

la muerte contra los idólatras romanos que ocupaban la tierra de<br />

los antepasados. Se refugiaron en Qunrám porque temían la<br />

guerra que creían próxima. El dirigente esenio del conflicto sería<br />

el mesías descrito en sus manuscritos como el Maestro de la<br />

Justicia. Bautistas, revolucionarios, gente que luchaba por la<br />

libertad. Ascetismo, bautismo, vida natural, ideología pura. Una<br />

visión militante guerrera y apocalíptica del Hijo del Hombre que<br />

bajaría del cielo para tomar parte en la lucha final contra la<br />

maldad de la tierra. Está escrito en el manuscrito de la guerra.<br />

Para algunos el mesías era el maestro de la justicia, y el tal<br />

maestro era yo. Se pensaba en el mesías como un héroe guerrero<br />

de la casa de David que llegaría y acabaría con los enemigos de<br />

Israel, lo que estaba muy lejos de mis intenciones. Lo que ni por<br />

asomo yo era. Ahora se me llama el príncipe de la paz y de la<br />

salvación. En mis tiempos la situación de Palestina era<br />

insostenible. Contra aquella escalada de opresión violenta<br />

predicaba yo. De que hubiese dicho que no había venido a traer<br />

paz sino la espada, de mi actuación en el templo contra los<br />

mercaderes, de haber recomendado tomar dos espadas a los que<br />

me preguntaban si habían de tomar alguna, y finalmente del<br />

hecho de que se me hubiera crucificado, pena que los romanos<br />

aplicaban a los disidentes políticos, se ha deducido que fui un<br />

revolucionario. Otros en cambio prefieren centrarse en mi<br />

recomendación de amar al enemigo, poner la otra mejilla,<br />

predicar otra manera de ver a la gente y las cosas, más solidaria<br />

y compasiva, etc. Tal vez mis biógrafos no se atrevieron a<br />

mostrar ante el ambiente mi verdadera faz, si de verdad durante<br />

mi juventud primera había sido yo revolucionario asceta


160<br />

intransigente partidario de la guerra al romano opresor. Menuda<br />

la perra que tienen cogida conmigo, me han tomado en serio, de<br />

verdad. Resulta asombroso. Han hecho de mí, un hombre<br />

cualquiera, un dios. ¡Vivir para ver!<br />

ME BAUTIZA MI PRIMO<br />

Transcurridos de cualquiera de los modos apuntados los<br />

años de mi vida oculta, había llegado el momento de lanzarme a<br />

la vida pública. Se supone que esperaba una señal. Según una de<br />

las versiones apócrifas de mi vida, en el taller de nuestro padre<br />

común trabajaba con mis hermanastros, los hijos que José había<br />

tenido antes de desposar a mi madre. ¿O serían los que según<br />

otra versión había tenido con ella? Un buen día hablaban<br />

animados y me les acerqué. ¿No quieres venir con nosotros? -me<br />

preguntaron. ¿Adónde pensáis ir? -quise saber. Nos estamos<br />

preparando para hacernos bautizar por tu primo Juan; predica en<br />

las orillas del río Jordán y llama a todos a la penitencia, porque<br />

según dice, se acerca el día final en que todo se acabará y hay<br />

que estar preparados; y acuden multitudes a que él los bautice.<br />

En efecto, por aquel entonces entre algunos de nosotros,<br />

los israelitas, se habían extendido las creencias apocalípticas<br />

según las cuales el final de los tiempos era inminente, lo<br />

precederían horribles catástrofes, las mujeres dejarían de dar a<br />

luz, la tierra se volvería estéril y las estrellas chocarían unas con<br />

otras, Dios estaba a punto de aparecer en toda su gloria para<br />

celebrar el Juicio final y unos irían al cielo y otros al infierno,<br />

pues como apuntaba un libro a la sazón en boga, un best seller<br />

del momento, se podría decir anacrónicamente, atribuido a un tal<br />

Esdras, un presunto profeta, “el Altísimo ha creado para muchos<br />

este mundo, pero sólo para unos pocos el futuro”. De ahí que<br />

antes de que fuera demasiado tarde, conviniera reconciliarse con<br />

Yahvé; se consideraba el bautismo como una especie de borrón


161<br />

y cuenta nueva, un comenzar desde cero, un volver a vivir. Les<br />

pedí más detalles.<br />

Habladme de ello -les dije; si me convencéis, iré con<br />

vosotros a que Juan me bautice.<br />

Tu primo -me replicaron- ha vivido con los ascetas<br />

esenios y ahora les ha pedido permiso para dejarlos un tiempo y<br />

predicar la salvación; porque el pueblo israelita se ha<br />

corrompido y es necesario llamarlo al orden de nuevo. Juan no<br />

vive en la ciudad; vive en el desierto, se alimenta de miel<br />

silvestre y se viste con una túnica y un manto de pelo de<br />

camello.<br />

-¿De pelo de camello? -repuse extrañado; sin embargo<br />

nuestros libros sagrados nos ponen en guardia contra ese animal,<br />

pues lo consideran impuro, como otros varios que ya conocéis.<br />

Pero menos inquietos que yo por tales nimiedades, al<br />

final me hablaron de una paloma y me convencieron. Acordé ir<br />

con ellos.<br />

Mientras tanto y llamado por Dios al desierto, Juan, hijo<br />

de Isabel, prima de mi madre, se había entregado a la vida del<br />

yermo presuntamente para predicar mi llegada y prepararme el<br />

terreno. Vivía en las soledades y ajeno a los lujos vestía zamarra<br />

de piel de camello, se ceñía con faja de cuero los lomos, comía<br />

preferentemente miel silvestre y voladoras langostas y bebía tan<br />

sólo agua pura de los manantiales que bajaban incontaminados<br />

de los montes vecinos. Y entrando hasta las rodillas en el agua<br />

del río Jordán, incitaba a bautizarse a la gente, para que se le<br />

perdonaran los pecados, en consonancia con lo que según la<br />

tradición en uno de sus discursos había dejado dicho Isaías ben<br />

Amos, un antiguo profeta que me habría precedido en unos 8<br />

siglos: Voz de uno que clama en el desierto: Aparejad el<br />

camino del Señor, enderezadle las sendas; se rellenará todo<br />

barranco, se rebajará todo monte y collado y se hará recto<br />

todo lo torcido, y caminos llanos lo áspero, y verá la salud de<br />

Dios toda la carne. Que quiere decir que todas las personas


162<br />

humanas, hechas de carne y de sangre, se verán salvadas. En<br />

aquellos tiempos arcaicos se hablaba de otra manera como más<br />

solemne y simbólica que la actual, porque por lo general la<br />

gente tiende a respetar a los que se expresan con afectación; para<br />

el vulgo, lo simple y llano engendra menosprecio.<br />

Los exégetas de la Biblia, es decir, los que la<br />

interpretaban y decían a los demás cómo se había de entender lo<br />

que en ella se leía, habían dado en afirmar que con aquellas<br />

palabras y bajo la imagen de un heraldo enviado a preparar en el<br />

desierto los caminos de un gran rey que había de llegar,<br />

representaba el profeta al precursor del esperado Mesías, de lo<br />

que tomaron pie mis seguidores para asegurar que aquel ansiado<br />

salvador era yo.<br />

Los israelitas de entonces, los de mi tiempo, se sentían<br />

desgraciados en extremo. Nacionalistas acérrimos, se habían<br />

convencido hasta el tuétano de que, en trueque de que ellos lo<br />

reconociesen y adorasen como solo y único dios , merecedor de<br />

tal nombre, Yahvé los había elegido entre todos y eran su pueblo<br />

preferido. Si bien les había prometido estar de su parte y<br />

protegerlos de sus enemigos, hacía ya varios siglos que aquella<br />

promesa divina parecía no cumplirse, ya que desde el supuesto<br />

glorioso reinado del rey al que llamaban David y de su hijo<br />

Salomón, cuando Israel había conocido el máximo esplendor,<br />

ganaba todas las batallas y dominaba ella a los pueblos vecinos<br />

en lugar de ser dominada por ellos, la habían invadido los<br />

egipcios, los medos, los persas, los babilonios, que habían<br />

llevado a la cautividad a muchos de ellos, y por fin los romanos.<br />

De ahí que sus más recientes profetas, al mismo tiempo que los<br />

acusaban de impíamente haber vuelto las espaldas a su dios<br />

Yahvé, al que con Abraham habían prometido en exclusiva<br />

amor, respeto y obediencia, y haberse entregado a todos los<br />

vicios, por lo que ahora Yahvé los castigaba entregándolos a los<br />

conquistadores foráneos, trataban de consolarlos con la promesa<br />

de que un día llegaría un enviado, un mesías, que al frente de los


163<br />

suyos expulsaría a toda aquella canalla extranjera y de nuevo se<br />

volvería a vivir, por un milenio al menos, la edad de oro ya ida.<br />

También el Reich alemán iba a durar 1000 años.<br />

Mas ajusticiado yo y presuntamente resucitado de entre<br />

los muertos, como ellos decían, mis seguidores trataron de<br />

hacerme pasar por aquel esperado mesías y para ello no<br />

vacilaron en entresacar de la Biblia, las sagradas Escrituras<br />

nuestras, los párrafos que más o menos oscuramente refiriéndose<br />

a él, cabría aplicar a la imagen que ellos querían dar de mí.<br />

Observaré que en la actualidad se duda con amplio<br />

fundamento de que los tales reyes, David y Salomón, hayan<br />

existido en realidad, sean personajes históricos, y se prefiere<br />

pensar que esos nombres representan más bien mitos colectivos.<br />

Así pues, habría dicho aquel Juan a las turbas que le<br />

salían al camino para que él las bautizase: Engendros de<br />

víboras! ¿Quién os mostró el modo de huir de la ira<br />

inminente? Porque los israelitas tenían a mi supuesto padre<br />

Yahvé por un dios celoso y airado que no vacilaba en vengarse<br />

de aquellos que habiéndole prometido fidelidad duradera se<br />

cansaban y amenazaban sustituirlo por otro quizá más natural y<br />

amable. Ofreced frutos dignos de la penitencia -había<br />

proseguido aquel orador- y no comencéis a decir en lo íntimo<br />

que tenéis a Abraham por padre; porque poderoso es Yahvé<br />

para hacer surgir de estas piedras hijos de Abraham. Por otro<br />

lado, ya el hacha está puesta a la raíz de los árboles, y todo<br />

aquel que no lleve fruto bueno, será cortado y echado a la<br />

hoguera.<br />

Y con tan severas palabras amedrentadas las turbas,<br />

gemían diciendo: ¿Qué haremos, pues? A lo que él habría<br />

respondido: Aquel que posea dos túnicas, entregue una al que<br />

carezca de ellas; y el que nade en provisiones de boca, haga<br />

otro tanto.<br />

De haber sido verdad, no habría estado mal. Se lo podría<br />

haber llamado comunista, su precursor antes de tiempo. Habían


164<br />

llegado entonces pidiendo también el bautismo unos publicanos<br />

y le habrían preguntado: Maestro ¿qué hemos de hacer<br />

nosotros? Los publicanos se encargaban de recaudar los<br />

impuestos del fisco romano, lo que los hacía odiosos a la gente<br />

común, como es natural poco amiga de desprenderse de lo que<br />

con fatiga y esfuerzo había granjeado. Y él les había<br />

respondido: No exijáis de más sobre la tasa fijada, porque entre<br />

los funcionarios del gobierno ya entonces se daba la odiosa<br />

corrupción. Asimismo le habían preguntado algunos agentes del<br />

orden: ¿Qué haremos nosotros? A nadie hagáis extorsión, no<br />

denunciéis a nadie injustamente y contentaos con vuestra<br />

soldada.<br />

Buen programa, a fe mía. Con todo esto se hallaban<br />

todos a la expectativa y se preguntaban si por ventura el Mesías<br />

ansiado no sería él, a lo que refiriéndose a mí, Juan había<br />

respondido: Yo bautizo en el agua; mas me sigue el que me<br />

aventaja en fuerza y cuya correa del zapato no merezco ni<br />

siquiera desatar. Él os bautizará en Espíritu santo y fuego<br />

(daba a entender una purificación total y radical) -y proseguía:<br />

En su mano tiene el bieldo con el que limpiará su era;<br />

allegará a su granero el trigo, mas con fuego inextinguible<br />

quemará la paja. Y así, con éstas y otras muchas exhortaciones,<br />

anunciaba al pueblo la buena nueva de mi inminente llegada.<br />

Entonces desde Galilea, el lugar de mis padres, me<br />

acerqué también yo al Jordán para que Juan me bautizase. Mas<br />

al verme, él se había negado diciéndome: Soy yo quien ha de<br />

ser bautizado por ti, y en cambio tú vienes a mí. A lo que yo,<br />

fiel a mi presunto papel de salvador y mesías, le respondí:<br />

Déjame hacer, pues nos cumple realizar plenamente lo que<br />

está dispuesto.<br />

Consintió entonces y me bautizó, como si yo fuera uno<br />

cualquiera, igual a los otros. Y cuando salía del agua, se abrieron<br />

los cielos y en forma de una blanca paloma descendió sobre mí<br />

el Espíritu santo al tiempo que de lo alto se oía una voz que


165<br />

decía: Este es mi Hijo muy amado, en quien tengo puestas<br />

todas mis complacencias.<br />

A decir verdad, yo no vi ni oí tal paloma; me lo dijeron<br />

los otros.<br />

Años después de mi muerte no faltó quien tal vez<br />

juzgando escaso lo que queda dicho, trató de adornarlo haciendo<br />

que el Jordán se retirase y lanzase hacia lo alto sus aguas y que<br />

incluso las estrellas clamasen al Señor y apareciesen en el cielo<br />

los ángeles. Uno que sin duda disfrutaba escribiendo, había<br />

relatado de esta manera el fenómeno: “Y sobre el Jordán se<br />

extendieron blancas las nubes, y aparecieron ejércitos de<br />

espíritus que cantaban hosannas, y el Jordán detuvo su curso, se<br />

pararon sus aguas, y por doquier se extendió en el ambiente el<br />

aroma de indescriptibles y perfumados olores”.<br />

¡Inventar es bien fácil!<br />

ME TIENTA EL DIABLO<br />

A continuación me retiré al cercano desierto para hacer<br />

penitencia y tras cuarenta días y cuarenta noches de ayuno sentí<br />

hambre, nada más natural, con lo que de pronto se me apareció<br />

el Maligno, que se llegó a tentarme diciendo: Si eres Hijo de<br />

Yahvé, haz que estas piedras se conviertan en pan. A lo que yo<br />

dignamente respondí citando las escrituras sagradas: Escrito<br />

está: no sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que<br />

sale de la boca de Yahvé.<br />

Si atendemos a que también estaba escrito que en los<br />

campos de batalla Yahvé ordenaba a los belicosos antepasados<br />

israelitas el matar a todo bicho viviente y no dejar a nadie con<br />

vida, mujeres y niños incluidos, difícilmente se podría decir que<br />

el hombre vive de toda palabra que sale de la boca de Yahvé;<br />

antes cabría decir que muere de ella. Aquellas también habían<br />

sido palabras de Dios.


166<br />

Al principio ante la inesperada aparición me quedé como<br />

desconcertado y en suspenso; pero pronto recobrados los<br />

espíritus, la miré atentamente. Desprendía un tufo de azufre que<br />

tumbaba de espaldas. Por sus patas y cuernos de chivo, negras<br />

alas de murciélago a la espalda plegadas y bigote y perilla de<br />

trasnochado don Juan, enseguida había comprendido yo de<br />

quién se trataba; además se peinaba el pelo para atrás y lo<br />

sujetaba con gomina, como un capo mafioso siciliano o de<br />

Chicago: no podía ser otro que él, el Mefistófeles de los<br />

posteriores europeos románticos del siglo XIX. Entonces, sin<br />

desanimarse y en un santiamén, me llevó en volandas a<br />

Jerusalén y poniéndome sobre el alero del templo me dijo: Si<br />

eres hijo de Yahvé, tírate al vacío, porque como sabes también<br />

está dicho: a sus ángeles ordenará protegerte, de modo que te<br />

tomarán en los brazos y no permitirán que tropieces con<br />

ninguna piedra. Fiel a mi papel, le retruqué: también está<br />

escrito que no has de tentar al Señor, tu dios. Mas terco el<br />

diablo en la suya y sin darse por vencido, de nuevo me tomó y<br />

me llevó a la cima de un monte para mostrarme desde allí todos<br />

los reinos del mundo y la gloria de ellos, y había insistido: Todo<br />

esto te daré si postrándote me adorares. A lo que yo, se ve que<br />

harto ya, le había respondido: vete de aquí, Satanás, porque<br />

escrito está: Adorarás al Señor, tu dios, y sólo a Él darás culto.<br />

Con lo que cansado, el espíritu malo me dejó en paz y<br />

aparecieron unos ángeles que me sirvieron de comer y de beber,<br />

pan y agua, como es natural, pues para los que entienden del<br />

asunto, tras un ayuno tan prolongado como se dice había sido el<br />

mío, no conviene darse un hartazgo ni regalarse con desusados<br />

manjares, que cogiendo deshabituado al sistema digestivo<br />

podrían provocar su colapso. Como bien le había dicho yo al<br />

tentador, no hay que abusar de la suerte, que es como decir<br />

tentar a Dios. ¡Vade retro, Satanás!<br />

Al contrario de tantos otros a los que más tarde a lo largo<br />

de los inacabables siglos habría de tentar de nuevo el diablo, yo


167<br />

no había querido venderle el alma. Como mi padre, también yo<br />

había sido 'recto'.<br />

En cuanto a lo de haber ayunado sin comer ni beber<br />

durante cuarenta días y cuarenta noches, parece un poco<br />

exagerada la cosa, si se tiene en cuenta que a la luz de los<br />

descubrimientos médicos posteriores, tal abstención es del todo<br />

imposible. Poco o mucho, es preciso comer y beber más o<br />

menos frecuentemente.<br />

Como ya he dicho, esta es la versión aceptada o canónica<br />

de toda la historia, lo que no impide que haya habido otras<br />

varias. Por ejemplo, se ha dicho que en el desierto no me tentó<br />

ningún diablo, sino una mujer, pues para los que hoy afirman<br />

seguirme, no existe tentación mayor ni más maligna que la del<br />

otro sexo. Pero de ser cierto lo que ya queda dicho acerca de mi<br />

trato con las mujeres, no era lo más acertado ver de seducirme<br />

con ellas, puesto que por unas cosas u otras ante sus supuestos<br />

encantos no reaccionaba como según se dice reaccionan los<br />

hombres vulgares, sino que me dejaban impasible y frío.<br />

Pero ¡vaya uno a pedirle coherencia a los fanáticos!<br />

De nuevo han salido a la palestra los escépticos para<br />

decir que el ayuno en el desierto y posterior visita diabólica que<br />

acabo de relatar, no es más que una parábola de la tentación que<br />

raya en lo mítico, puesto que en el griego Heracles, en el<br />

Zaratustra persa y en el Buda hindú figura casi al pie de la letra<br />

la misma historia. Y por otro lado afirman que como atestiguan<br />

mis biografías, incluso las canónicas, las que mi Iglesia da por<br />

auténticas y buenas, yo nunca fui un asceta y en lugar de darme<br />

azotes en las desnudas espaldas, dormir sobre abrojos y espinas<br />

y matarme de hambre, muy al contrario no rechazaba el mundo,<br />

los placeres y las fiestas, hasta tal punto que mis enemigos<br />

llegaron a tacharme de “glotón y bebedor de vino” y acusar a<br />

mis discípulos de que “asistían alegremente a los banquetes” y<br />

sólo ponían larga la cara cuando precisamente escaseaba el<br />

condumio.


168<br />

Ay, ay, ¿A qué carta quedarme? Unos me quieren asceta<br />

descarnado, mientras otros me prefieren buen vividor.<br />

ME RETIRO A GALILEA<br />

Abandonado el desierto, supe que el rey Herodes había<br />

hecho encadenar y arrojar a una mazmorra al infortunado Juan,<br />

y temeroso de correr la misma suerte, me retiré a Galilea. Como<br />

mi primo, el bautista, yo había predicado que el tiempo se<br />

acababa y que era preciso renacer a una vida nueva, y temí que<br />

el tirano se la tomase también conmigo; pero como se vio, se<br />

trataba de temores infundados. De modo que dejando Nazaret,<br />

dónde se me conocía demasiado bien y en su mayor parte la<br />

gente se me mostraba hostil, me fui a la marítima Cafarnaúm, en<br />

la región que antiguamente habían habitado las tribus de<br />

Zabulón y Neftalí, dos de las doce del pueblo de Israel, con lo<br />

que al parecer se cumpliría lo que el profeta Isaías habría<br />

anunciado diciendo: Tierra de Zabulón y tierra de Neftalí,<br />

camino de la mar, más allá del Jordán, Galilea de los gentiles:<br />

en las tinieblas el pueblo vio una gran luz.<br />

Esa gran luz a la que el profeta había aludido, se referiría<br />

a mí. ¡Vaya uno a saber! Desde ese momento empecé de lleno a<br />

predicar y a decir a la gente que debía arrepentirse porque se<br />

acercaba el reino de los cielos.<br />

Se me ha llamado milenarista, uno que cree que con la<br />

llegada del milenio sucederán grandes catástrofes y cambios,<br />

como sería la mencionada llegada del reino anunciado; y<br />

también se me ha dicho influido por las doctrinas de los<br />

apocalípticos, que veían inminente el fin del mundo.<br />

Lo de hacer de mí un milenarista pudiera parecer algo<br />

anacrónico, porque cuando yo vivía, se contaba por el calendario<br />

romano los años, y según él estábamos por el 800 y pico tras la<br />

fundación de la ciudad (de Roma) y no había ningún milenio a


169<br />

la vista y a punto de cumplirse. En fin, no sé. Contradicciones.<br />

Ante todo debo aclarar que todo eso que de mí se ha<br />

contado, que en mí se cumplían las profecías del Antiguo<br />

Testamento, ha sido algo amañado. Mientras viví, nadie se<br />

preocupó de averiguar si lo que en el libro sagrado se había<br />

escrito, si lo que presuntamente los antiguos profetas habían<br />

predicho, se me aplicaba con propiedad; porque si bien y poco a<br />

poco las gentes que me oían se iban haciendo a la idea de ver en<br />

mí a un enviado, a un profeta, al principio se me consideraba tal<br />

en el sentido corriente, a saber, que cada tanto tiempo Dios<br />

enviaba a la Tierra a un ser escogido para llamar a todos a hacer<br />

penitencia. Dios o los dioses, dependiendo de si la mentalidad y<br />

el lugar eran más bien religiosos o preferentemente paganos.<br />

Había sucedido en otras partes y sucedía ahora en mi tierra. No<br />

se me tenía por el Mesías de tinte político que se habían<br />

acostumbrado a esperar los dirigentes religiosos israelitas.<br />

Mucho más tarde, cuando yo ya había muerto y quizá<br />

resucitado, los que sobre mi figura fundaron su Iglesia quisieron<br />

acomodarme a la Biblia tratando de demostrar que ya en ella y<br />

desde tiempos remotos se había previsto mi aparición y mis<br />

hechos y dichos; para lo cual no tuvieron escrúpulos en<br />

violentarla y hacerle decir a la fuerza lo que en verdad no había<br />

querido decir. Se consiguió de esa forma entresacar en ella nada<br />

menos que 595 supuestas alusiones a mi vida y milagros,<br />

entendiendo aquí por milagros no los prodigios que<br />

presuntamente contrarían la ley natural, sino en general las<br />

circunstancias de mi estancia en la Tierra. Mucho más si<br />

omitimos el hecho de que la famosa Biblia no es otra cosa que la<br />

colección de relatos que a lo largo del tiempo han ido<br />

escribiendo muy diversas personas, corrigiendo, aumentando y<br />

borrando cada una de ellas y para ajustarse al pensamiento<br />

correcto del momento lo que otros habían dicho antes y de otra<br />

manera; de modo que muchos de los libros llamados bíblicos<br />

nunca los escribieron quienes pasan hoy por sus autores. Como


170<br />

digo, pues, se ha de tomar 'cum grano salis' es decir, con sensata<br />

precaución, las citas de las Escrituras Sagradas que en este relato<br />

se vaya haciendo.<br />

Sigo pues con lo mío.<br />

ESCOJO A MIS DISCIPULOS<br />

Lo primero, escoger a los discípulos. Cuando caminaba<br />

por la orilla, vi a Simón y a su hermano Andrés, que echaban al<br />

mar las redes, pues eran pescadores, y les dije que se viniesen<br />

conmigo, para que yo los hiciese pescadores de hombres; con lo<br />

que ellos, sin mediar palabra dejaron lo que estaban haciendo y<br />

se vinieron. En contra de lo que hubiese sido más natural, no se<br />

pararon a averiguar qué había querido yo decir con aquello de<br />

pescar hombres en lugar de peces. Tal vez se lo debió a que eran<br />

gente ruda, dada a la acción antes que a la contemplación. Un<br />

poco más adelante nos encontramos a Santiago y a Juan, otros<br />

dos hermanos, que en compañía de Zebedeo, su padre,<br />

remendaban en la barca el deteriorado aparejo; los llamé y<br />

también ellos dejaron lo que hacían y nos acompañaron.<br />

Ante esta disposición a seguirme sin hacer preguntas, se<br />

podría pensar que yo debía de tener eso que hoy llaman carisma;<br />

porque sólo así se explicaría la extraña sumisión que los llevaba<br />

a obedecer callados mi requerimiento.<br />

Mas de nuevo los espíritus escépticos tratan de explicarlo<br />

de otro modo. Ya he mencionado que a la vista de los hallazgos<br />

arqueológicos modernos, Cafarnaúm no era el mísero pueblo de<br />

pescadores que mis evangelistas han dado a entender, sino un<br />

centro comercial próspero en el que el modo de vida a lo griego,<br />

es decir, profano y civilizado, era algo normal. Se lo ha<br />

deducido a partir de los suelos de mármol jaspeado y las paredes<br />

decoradas con frescos, a la más rabiosa moda romana de<br />

entonces, que se está desenterrando. Hay quienes sostienen que


171<br />

en uno de estos edificios lujosos o al menos indicadores de una<br />

vida próspera vivía precisamente con su familia mi discípulo<br />

Pedro. Y se explica su pronta disposición -y la de los otros- a<br />

seguirme sin hacer muchas preguntas por la insatisfacción que<br />

las autoridades romanas con su carga onerosa de impuestos<br />

creaba en la población. En efecto, se dice que del cargamento de<br />

pescado que arrostrando el peligro un pescador recogía en el<br />

mar, había que dar al recaudador lo mejor, a cambio de lo cual<br />

se entregaba al patrón de la embarcación pescado salado y sin<br />

duda de inferior calidad. Descontentos pues aquellos miembros<br />

de un principio de clase acomodada, se habrían unido a mí por<br />

haber visto en mis enseñanzas quizá la semilla de una rebelión<br />

contra el déspota ocupante. Sólo con el tiempo se irían dando<br />

cuenta de que yo no estaba por la labor revolucionaria, que no<br />

me importaba tanto trastocar el gobierno como tronar contra la<br />

corrupción imperante en los que encargados de la vida religiosa<br />

deberían ante todo con sus costumbres y estilo de vida dar<br />

ejemplo a los otros. Mi reino no era de este mundo, se me ha<br />

achacado haber dicho cuando el gobernador romano Poncio<br />

Pilatos quiso saber si yo me consideraba rey de los judíos, de lo<br />

que al parecer me habían acusado las autoridades del templo.<br />

Poco a poco pues Pedro y mis otros discípulos se habrían ido<br />

dando cuenta de que yo no tenía la menor intención de ser el<br />

mesías político que el pueblo esperaba y de que la liberación del<br />

yugo romano no habría de venir a través de mí, pero tras dos<br />

años de acompañarme ya era tarde para dar marcha atrás, así que<br />

por lealtad, no me abandonaron.<br />

Pasando de allí, sentado ante una mesa de cambista vi a<br />

Mateo, uno de los que con desprecio se llamaba publicanos,<br />

cosa peor que llamarlos pecadores, pues se encargaba de cobrar<br />

el tributo debido a las autoridades romanas; también a él le dije:<br />

Sígueme; con lo que se levantó y me siguió.<br />

Fuimos a su casa y compartimos mesa con muchos de<br />

unos y otros, pecadores y publicanos; con lo cual los fariseos


172<br />

que de ello tuvieron noticia se escandalizaron y preguntaron a<br />

mis discípulos cómo se explicaba que yo sentara a mi mesa a<br />

gente pareja. Porque los devotos tenían a gala evitar el trato de<br />

las malas compañías. Mas yo con ironía respondí que no<br />

necesitaban médico los sanos, es decir, los virtuosos, sino los<br />

enfermos; pues la misericordia valía más que todos los<br />

sacrificios y ofrendas que en los altares de cualquier templo<br />

pudiera ofrecerse; porque ocuparse de los justos como ellos<br />

antes que de los pecadores, que al menos podrían enmendar sus<br />

costumbres y modos, sería gastar pólvora en salvas.<br />

No les gustó lo que oían y me guardaron rencor. Con<br />

aquellas palabras burlonas y las que más tarde vinieron, me hice<br />

muchos enemigos; pero no podía evitarlo. La diplomacia -como<br />

hoy se la llamaría- no era precisamente mi fuerte.<br />

No me importaba que me viesen en las dichas malas<br />

compañías. Yo volvía del revés el dicho según el cual una<br />

manzana podrida mezclada a las sanas las pudre, en tanto que<br />

yo, manzana sana mezclado a las podridas, contaba con sanarlas<br />

a ellas.<br />

Me aparté luego a orar. Me gustaba hacerlo en el monte.<br />

Pasé en vela las horas de la noche y tan pronto amaneció, me<br />

topé con Felipe, natural de Betsaida, y también lo invité a<br />

seguirme. Luego nos encontramos con Natanael, por otro<br />

nombre Bartolomé, y exclamé: he aquí uno que no engaña a<br />

nadie. ¿De qué me conoces? -me preguntó él extrañado. Esta<br />

mañana te he visto bajo la higuera. Y sin molestarme en aclarar<br />

para la posteridad tan enigmáticas palabras, proseguí: No debe<br />

sorprenderte; mayores cosas verás -con lo que él bajó confuso la<br />

vista, como si yo en aquella ocasión lo hubiese descubierto en<br />

situación comprometida. Así fui eligiendo a mis doce más<br />

próximos: Mateo y Tomás, Santiago, hijo de Alfeo, y Simón, el<br />

cananeo, Judas, hijo de otro Santiago, y otro Judas, dicho el<br />

Iscariote. Los llamé apóstoles y los preferí a los demás, de lo<br />

que posteriormente se sacó la conclusión de que con ello y de


173<br />

una vez por todas dejaba claro que entre mis seguidores habría<br />

de reinar la jerarquía y no la democracia; lo cual no era verdad,<br />

como habría de demostrar más adelante.<br />

Mis doce primeros discípulos eran gente corriente, doce<br />

ciudadanos comunes de la Galilea que con el tiempo habrían de<br />

transmitir mi supuesto mensaje y se dejarían matar por mí. Eran<br />

aproximadamente de mi misma edad, nos unían experiencias<br />

comunes. Cuando éramos niños, un grupo de activistas políticos<br />

de la vecina Séforis se habían sublevado contra los ocupantes<br />

romanos que habían reaccionado con rapidez incendiando la<br />

ciudad y matando a sus habitantes o vendiéndolos como<br />

esclavos. Aquello nos había impresionado en lo más hondo.<br />

Muchos de aquellos activistas eran bandidos, otros se refugiaban<br />

en los montes y contaban con numerosas simpatías. Tal vez mis<br />

discípulos vieron en mí a un caudillo que los liberaría de la<br />

opresión extranjera y me siguieron por muy diversos motivos.<br />

La cuestión económica era muy importante; todos eran jóvenes,<br />

los impuestos eran muy pesados, entregaban pescado fresco y a<br />

cambio se les daba salado, los recaudadores de impuestos se<br />

llevaban la mejor parte, era injusto, el descontento social era<br />

grande, la religión no los preocupaba especialmente.<br />

Mateo recaudaba impuestos, vivía con opulencia, no<br />

necesitaba rebelarse, pero se unió a mí. Aunque funcionario<br />

menor, probablemente sus vecinos lo miraban con odio. Era<br />

corriente la práctica de engañar al fisco en el peso mezclando<br />

piedras y ramas al grano, el enfrentamiento con la autoridad era<br />

cotidiano. Lo más probable es que Mateo me hubiera seguido<br />

por sentirse aislado, necesitaba relacionarse con alguien, formar<br />

parte de una comunidad. Judas Iscariote tenía mala reputación,<br />

no era de fiar ni leal, pero era el tesorero, llevaba las cuentas, se<br />

preocupaba de proveer a las necesidades de todos, debía ser<br />

capaz de organizar y dirigir, por ello se lo habría aceptado.<br />

Simón dicho el zelote era quizá muy observante de la Ley,<br />

Santiago, Simón y Judas eran hermanos o hermanastros míos. Se


174<br />

trataba de doce hombres muy diferentes unos de otros, desde el<br />

punto de vista psicológico formaban un grupo desastroso,<br />

necesitan a un líder que les propusiera un común objetivo,<br />

estaban dispuestos a unirse si se trataba de oponerse a los<br />

romanos, pero no era fácil caminar juntos<br />

<strong>LA</strong>S BODAS <strong>DE</strong> CANÁ<br />

Al día tercero, una vez escogidos aquellos más íntimos,<br />

en Caná de Galilea, a unos 7 km de Nazaret, se celebró unas<br />

bodas, a las que había sido invitada mi madre, y por medio de<br />

ella también se nos invitó a nosotros. A mitad de la comida mi<br />

madre se me aproximó y me dijo al oído: Se les ha acabado el<br />

vino; a lo que yo respondí: ¿Y a nosotros qué nos va o nos<br />

viene? Además, tampoco ha llegado el momento. Se ha supuesto<br />

aquí que yo me había trazado un plan acerca de cuando habría<br />

de empezar a darme a conocer y salir de la oscuridad en que<br />

hasta entonces había vivido, y que me había sentido molesto de<br />

que mi madre interviniese para adelantarlo; su intrusión me<br />

habría parecido inoportuna. El caso es que terminé por<br />

complacerla. Aun a los 30 años me sentía poco dispuesto a<br />

contrariarla; pese a que según se suponía ya a los 12 había<br />

afirmado mi tal vez y dadas las costumbres un poco prematura<br />

independencia enfrentándome a ella, cuando por la Pascua, de<br />

vuelta la familia a Nazaret, me habría quedado en Jerusalén<br />

donde después se me hallaría mezclado a los doctores que<br />

discutían pedantes acerca de como se había de interpretar<br />

correctamente tal o cual pasaje de las sagradas escrituras. De<br />

modo que viendo en sus ojos el reproche y que sin atender a mis<br />

palabras ordenaba a los sirvientes hacer prontamente lo que yo<br />

les ordenase, me levanté resignado y miré en torno mío. Había<br />

allí seis vasijas en las que los israelitas piadosos solían hacer sus<br />

abluciones rituales y que en total tendrían una capacidad de 600


175<br />

litros. Dispuse pues que se las llenase de agua, lo que se hizo al<br />

momento. Dado el elevado volumen, me figuro que dispondrían<br />

de un pozo bien alimentado. Y una vez llenas les dije: Sacad una<br />

taza y llevadla al maestresala, cosa que hicieron sin más<br />

dilación. Tras haber probado el contenido, el maestresala llamó<br />

al novio y le dijo: “Se suele servir el vino peor cuando ya todos<br />

están un poco bebidos y no distinguirán el bueno del malo, pero<br />

tú lo has hecho al revés dejando para el final el de más calidad”.<br />

Al parecer, no sabía aún lo sucedido.<br />

Se llamaba maestresala o arquitriclino a un pariente o<br />

amigo al que se confiaba el cuidado de atender a que el servicio<br />

transcurriera sin incidentes dignos de nota. Y puestos a<br />

milagrear, tanto me costaba echar el resto como reprimirme y<br />

contenerme: quedarme corto y ofrecer un producto de mala<br />

calidad no era cosa que se hiciese. Hay que cuidar la reputación.<br />

No en vano más tarde alguien habría de decir que 'si al principio<br />

no demuestras quien eres, no podrás después aunque quisieres'.<br />

Mas también aquí han entrado a saco los estudiosos<br />

modernos. Lejos de considerarme un invitado más en unas<br />

bodas ajenas, apuntan que se trataba de mis propias bodas, con<br />

la Magdalena, naturalmente, y que mi madre me había inducido<br />

a hacer el milagro, no por la compasión que sintiera ante el<br />

apuro de unos extraños, sino por lo que en ello le iba dado que<br />

era la madre del contrayente.<br />

Sea la verdad la que sea, se me atribuyó pues el milagro<br />

de convertir en buen vino el agua corriente y de manantial; es<br />

más, con el tiempo se llegó a afirmar que todos los años, en el<br />

aniversario de aquellas probablemente míticas bodas, durante<br />

algunas horas el agua de las fuentes y los ríos se transformaba<br />

en vino; pero a fuer de sincero debo decir que, según los<br />

historiadores, ya otros personajes lo habían hecho antes que yo;<br />

de creer al dramaturgo griego Eurípides, quinientos años atrás el<br />

dios Dionisos había llevado a cabo tal portento; de donde<br />

algunos de mis contrarios sacaron luego motivo para negar que


176<br />

de verdad yo lo hubiese repetido y afirmar que todo el relato no<br />

era otra cosa que un vulgar plagio debido a un mal entendido<br />

celo de mis seguidores.<br />

Por otro lado, los discípulos del bautista Juan solían<br />

mortificarse con multitud de privaciones, y no acababan de<br />

entender que mientras ellos y los fariseos, en general la gente<br />

que se consideraba virtuosa, ayunaban a menudo y lo pasaban<br />

mal, yo y mis discípulos disfrutábamos comiendo y riendo y<br />

procurábamos evitar las privaciones. Les pasaba lo que a todos<br />

aquellos a los que se ha educado con severidad; que luego se<br />

sienten desorientados y confusos viendo que mientras ellos se<br />

esfuerzan en cumplir al pie de la letra las normas, a otros esas<br />

mismas normas los traen sin cuidado. Mas no sería puesto en<br />

razón que mientras estaban conmigo y se gozaban, los míos<br />

llorasen; ya llorarían y ayunarían afligidos cuando yo les faltase.<br />

Además y como señalaba un conocido dicho, con paño nuevo no<br />

se remienda un traje viejo, ya que el tejido usado no soporta el<br />

parche y la rotura empeora; ni se echa en pellejos viejos el vino<br />

nuevo, porque se rompen y se derrama el contenido; se lo echa<br />

en odres nuevos y los dos se conservan; de ahí que con la gente<br />

nueva, aún no corrompida y resabiada, yo me entendiera mejor<br />

que con la vieja, como eran los que nos criticaban.<br />

A propósito de esto, nunca me he explicado el porqué de<br />

que tantos de los que después se habían de decir imitadores<br />

míos, se abstuviesen de comer y de dormir y en general hiciesen<br />

del pasarlo mal y atormentarse extraordinaria virtud. Combatían<br />

el cuerpo en beneficio del alma, cosa que yo nunca hice. Decían<br />

que de ese modo ganarían mejor la vida eterna, fuese tal cosa lo<br />

que fuese; que al respecto me mostré bastante vago, todo hay<br />

que decirlo.<br />

De atender a lo llegado hasta hoy, mi supuesta doctrina<br />

estuvo llena de contradicciones.<br />

Allí se me acercó un escriba que me rogó lo dejara<br />

seguirme; pero le dije que mirara bien lo que hacía, pues yo era


177<br />

como un moderno hippie y no tenía ni siquiera donde pasar la<br />

noche. Otro me hizo saber que con gusto me seguiría si antes le<br />

daba permiso para enterrar a su padre, que se le acababa de<br />

morir, a lo que yo le repliqué que se dejase de bobadas y en<br />

lugar de demorarse y pensar en exceso, abandonase a los<br />

muertos para que les dieran tierra los muertos.<br />

MI DOCTRINA<br />

Seguí predicando; enseñaba en las sinagogas, anunciaba<br />

el nuevo reino que había de venir y curaba a los enfermos. Mi<br />

renombre se extendió por la región y todo el que se sentía mal,<br />

ya lo aquejase una dolencia cualquiera, ya sintiese sólo dolores,<br />

los lunáticos, los endemoniados y los paralíticos, acudían a mí y<br />

yo los curaba, de modo que llegadas de todas las partes, de<br />

Jerusalén, de Judea, de allende el Jordán, me seguían multitudes.<br />

Me subí pues cualquier día a las faldas de un monte y me<br />

senté en una roca. Me rodearon todos y aproveché para<br />

predicarles las bienaventuranzas. Bienaventurados seréis -dije<br />

a mis discípulos- cuando os ultrajaren y persiguieren y<br />

hablaren mal de vosotros; os habréis de gozar y alborozar,<br />

porque en los cielos os esperará gran recompensa. También<br />

se persiguió a los profetas que os han precedido.<br />

No sé por qué se me ocurrió semejante exageración<br />

demagógica; pues en general se los había respetado y de los<br />

muchos que figuraban en el Antiguo Testamento, los israelitas<br />

habían matado sólo a dos.<br />

Y proseguí: Vosotros sois la sal de la Tierra; mas si la<br />

sal perdiere su virtud ¿con qué se salará? No servirá ya para<br />

nada, se la tirará y la gente la pisoteará. Sois la luz del<br />

mundo, no se enciende una lámpara y se la oculta, con lo que<br />

nadie la ve y a nadie ilumina, sino que se la pone en un<br />

candelero y alumbra la casa. Así habréis de ser, como un


178<br />

faro para orientar a los demás.<br />

Infelizmente la conducta de muchos de los que después<br />

han dicho seguirme no ha tenido nada de ejemplar. Si son la luz<br />

que ilumina a los otros el camino, se han mostrado astutos,<br />

llenos de mala fe y artería. Uno de ellos, Juan Crisóstomo, en el<br />

siglo III patriarca de Constantinopla, acostumbraba decir que<br />

Dios lo había puesto en el mundo para que como un ángel entre<br />

los hombres viviese en él. Y puede que fuese cierto, que Dios lo<br />

esperase de él, pero infelizmente no estaba a la altura.<br />

Y no hablemos ya de los casos de pederastia en la dicha<br />

mi verdadera Iglesia, casos que en los últimos tiempos se ha<br />

publicado y no son cosa nueva, pues ya en los primeros siglos<br />

del llamado cristianismo, la práctica de abusar sexualmente de<br />

los niños era tristemente extendida y famosa.<br />

En general y por desgracia mis seguidores no hacían lo<br />

que predicaban. Haz lo que digo, no lo que hago -solían<br />

sentenciar los más cínicos de entre ellos.<br />

No matarás, se dijo a los ancianos; y se llevará a<br />

juicio a quien lo haga. Mas yo os digo que todo el que se<br />

encolerizare contra otro, será reo ante la ley. Si cuando<br />

presentas en el templo la ofrenda recuerdas haber agraviado<br />

a alguien, déjala y ve a reconciliarte, y luego vuelve y acaba.<br />

Y el que a otro llamare subnormal, ante el sanedrín será reo;<br />

y a quien lo dijere falto de sentido común, se lo arrojará al<br />

barranco de la gehena, el basurero de Jerusalén.<br />

Esto se dice que prediqué en Galilea, pero al parecer<br />

también yo caía en renuncio y se me podría acusar de proponer<br />

una cosa y hacer la contraria, pues tanto yo como los que luego<br />

dijeron imitarme y a los que se tenía por santos, mejores que los<br />

demás y ejemplo de ellos, como el mismo Juan el bautista, no<br />

vacilábamos en llamar engendro de víboras a los fariseos y<br />

saduceos que nos disgustaban.<br />

¡Cuántas veces no habrán sostenido los que se decían<br />

herederos de mi doctrina que por muy perversos que fueran sus


179<br />

actos su santidad estaba por encima de cualquier discusión! El<br />

mismo Crisóstomo, antes citado, sostenía que la dignidad<br />

sacerdotal estaba más allá de cualquier crítica, por muy indigno<br />

que fuera el que la ostentase.<br />

No cometerás adulterio; mas todo el que mira a una<br />

mujer y la codicia, ya en el corazón lo cometió. Si tu ojo te<br />

escandaliza, arráncalo. Ante las sugerentes imágenes de<br />

mujeres de la moderna publicidad, este precepto se ha vuelto<br />

muy difícil. Igualmente se me podría acusar de machismo,<br />

porque me limitaba a poner en guardia a los varones, sin<br />

ocurrírseme pensar que en la actualidad también las mujeres los<br />

miran, los codician y cometen adulterio.<br />

Por otro lado y como ya he dicho, numerosos de los que<br />

mi Iglesia ha declarado santos no se privaron de imaginarse en<br />

trato amoroso con mi madre. De creer lo que de ellos se cuenta,<br />

la miraron y la codiciaron.<br />

Ojo por ojo, diente por diente, sentenció la antigua<br />

justicia; mas yo os digo que si alguien os abofetea, pongáis<br />

la otra mejilla. Se ve que yo no había imaginado a los alemanes<br />

nazis del siglo XX, que no sentían el menor escrúpulo en<br />

abofetear por segunda y tercera vez y las que hiciera falta, al que<br />

se dejaba maltratar.<br />

Con razón un clérigo de una orden cuyo nombre me callo<br />

sentenciaba hace poco que todo esto que en el evangelio se lee y<br />

se creía salido de mi boca, era cosa que se respetaba, pero no se<br />

acataba. Como en el siglo XVI decían en las colonias españolas<br />

americanas los dueños de las encomiendas cuando recibían las<br />

leyes pragmáticas de Carlos V que prohibían maltratar a los<br />

indios. Que se las respetaba, pero no se las obedecía.<br />

Y al que te quite el manto, deja se lleve también la<br />

túnica; y a quien tome lo tuyo, no se lo reclames.<br />

De nuevo y en numerosas ocasiones los que más tarde<br />

dirían seguirme no se mostraron a la altura de mi idealismo,<br />

pues por citar sólo a uno, mi vicario en la Tierra, Pío IX, no


180<br />

vaciló en perseguir, torturar y ejecutar a los que siguiendo al<br />

patriota Garibaldi querían unificar el territorio de Italia y<br />

despojar a la llamada Santa Sede de unas posesiones que con<br />

falsos títulos de propiedad había usurpado.<br />

Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo,<br />

aconsejó la prudencia; mas yo os digo, amad a vuestros<br />

enemigos y rogad por los que os persiguen.<br />

Se ha dicho que en esto de poner la otra mejilla y amar al<br />

enemigo también yo innovaba, mas no es del todo cierto; antes<br />

de mí lo habían propuesto numerosos paganos, los budistas y los<br />

estoicos entre ellos, e incluso en la Biblia se lo mencionaba,<br />

pues en los profetas Isaías y Jeremías ya se leía, aunque tal vez<br />

un poco fuera de contexto: “presentará la mejilla al que le<br />

hiere; le hartarán de oprobios”.<br />

Cuando hagas limosna, no mandes tocar las<br />

trompetas; que tu mano derecha no sepa lo que hace la<br />

izquierda. Y rezad en secreto, no para que os vean rezar.<br />

Decid el Padrenuestro.<br />

Al parecer, tampoco yo inventé el padrenuestro; antes de<br />

mí, ya figuraba en la Biblia.<br />

Y en cuanto a hacer en secreto la caridad y buenas obras,<br />

sucede hoy todo lo contrario; el que puede permitírse tales<br />

generosidades, procura ante todo darlo a conocer, para realzar su<br />

buen nombre, curarse en salud y protegerse de envidias y<br />

revoluciones del tercer mundo. Se lo suele llamar relaciones<br />

públicas. Ahí están las fundaciones, las kermeses, las fiestas de<br />

caridad, los cotolengos, los conciertos benéficos y todo lo demás<br />

por el estilo. Dejando ya a un lado el hecho de que semejante<br />

caridad desgrava a la hora de declarar ante Hacienda las rentas.<br />

Y cuando ayunéis, no pongáis mala cara, sino que os<br />

acicalaréis y perfumaréis y ofreceréis vuestro aspecto mejor.<br />

No escogí yo aquel ayuno, que de día aflija el hombre su<br />

alma, que incline agobiado la cabeza, que de saco y de ceniza<br />

haga cama. No es eso ayuno ni día que agrade a Yahvé. Mi


181<br />

ayuno consiste en desatar los lazos de la impiedad y deshacer<br />

los haces de la opresión.<br />

Como se ve, me mostraba poético. A este propósito se ha<br />

contado una anécdota. En Cafarnaúm un hombre rico ayunaba y<br />

la falta de alimento lo irritaba. Un esclavo le comunicó que de<br />

un pueblo cercano habían llegado a visitarlo unos conocidos y le<br />

preguntó qué se les habría de preparar para que comieran. Con<br />

malos modos el amo le había respondido: ¿A qué me vienes con<br />

esas cosas, so perro? Diles que estoy ayunando y que han de<br />

esperar a que anochezca y termine el ayuno. Y cuando un su<br />

hermano le hizo observar que desairando a un huésped se<br />

deshonraba a Yahvé, el hombre lo llamó necio y le dio la<br />

espalda. Aquel hombre había hecho justamente lo contrario de lo<br />

que yo predicaba.<br />

No atesoréis en la tierra, porque donde está el tesoro,<br />

está el corazón. Además el orín y los ladrones amenazan las<br />

riquezas terrestres, mientras están a salvo las celestes.<br />

Tampoco lo han pensado de ese modo algunos de mis<br />

principales seguidores, pues aun no hace mucho tuvo lugar en<br />

Italia el escándalo financiero que la película Los banqueros de<br />

Dios popularizó. Según se demostró en los tribunales, el<br />

arzobispo cardenal Marcinkus, uno de la cúpula de los que<br />

aseguran representarme en la Tierra, estaba metido hasta el<br />

cuello en un gigantesco desfalco. Pero como mis supuestos<br />

vicarios aseguran, hay que ponerse al día, aggiornarse, para que<br />

la gente siga siéndome fiel. Y ya tan temprano como el siglo V,<br />

el obispo de Roma era el mayor latifundista del imperio romano.<br />

Nadie sirve bien a dos señores, porque si prefiere a<br />

uno, desatiende al otro, y viceversa.<br />

En estos mismos términos habría de expresarse, andando<br />

el tiempo, un aciago dirigente alemán. Por eso solía exterminar a<br />

todo el que se le oponía. O conmigo o contra mí. No se sabe si<br />

basaba en mis precedentes palabras la actitud. También el primer<br />

emperador romano que declaró religión del Imperio la que se


182<br />

decía derivaba de mí, acostumbraba decir que él buscaba un solo<br />

pueblo, un solo dirigente, una sola fe (un Reich, un Führer, un<br />

Dios); y perseguía a los que no estaban de acuerdo y preferían la<br />

libérrima diversidad. Y otro Papa, mi vicario León dicho el<br />

Magno, sostenía ante el emperador de entonces: “Favorecerá a<br />

la Iglesia de Cristo y a vuestro imperio el que en todo el orbe<br />

prevalezcan un solo Dios, una sola fe, un único misterio para la<br />

salvación del hombre y una sola confesión”. También Hitler<br />

habría de decir que su partido quería ser sin excepción el único<br />

partido de Alemania.<br />

No os preocupéis por lo que habréis de comer o beber,<br />

mirad los lirios del campo, las aves del cielo, que no recogen<br />

ni siembran y sin embargo perduran. Buscad primero el<br />

reino de Dios y su justicia y lo demás se os dará por<br />

añadidura.<br />

A esto tendrían mucho que objetar hoy los pobres de<br />

solemnidad. Y los habitantes del barrio judío de Varsovia, que<br />

como moscas morían en sus calles, por simple falta de alimento.<br />

Pero como decía mi pueblo israelita, Dios, Yahvé, los castigaba,<br />

por no ser tan observantes como Él los quería. Al parecer no<br />

buscaban primero el reino de Dios y su justicia.<br />

No juzguéis y no seréis juzgados, preocupaos de la<br />

viga en vuestro ojo antes que de la paja en el ajeno; no echéis<br />

margaritas a los puercos; pedid y se os dará: haced a los<br />

demás lo que querríais que los demás os hiciesen; entrad por<br />

la puerta estrecha, pues por la espaciosa y ancha se camina a<br />

la perdición; guardaos de los falsos profetas, por sus frutos<br />

los conoceréis. No todo el que dice Señor, Señor, entrará en el<br />

reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de Yahvé; y<br />

en la peña habréis de edificar la casa, sobre cimientos<br />

firmes, no sobre la movediza arena.<br />

La gente me oía hablar en estos términos y no sabía qué<br />

pensar, porque yo les enseñaba de otra forma que la corriente, y<br />

les decía cosas que nadie antes les había dicho y los sorprendían;


183<br />

les hablaba con autoridad, aunque sencillamente, cuando estaban<br />

acostumbrados a que se les repitiese sentencias ajenas tomadas<br />

de memoria.<br />

Se me han atribuido todas estas palabras; y confieso que<br />

si en lugar de pronunciarlas yo, las hubiese escuchado en boca<br />

de otros, también me hubiera sentido subyugado por ellas, como<br />

confiesan sentirse todos aquellos que hoy dicen seguirme y ser<br />

mis adeptos. Sin embargo aumentan diariamente los que niegan<br />

que yo haya tenido nada que ver con semejante doctrina ideal, y<br />

en lugar de hacerla derivar de mi, la enraízan en una extensa<br />

serie de mitos, leyendas, tradiciones piadosas, mentalidades<br />

diversas de tiempos pasados y en resumen, el sistemático saqueo<br />

de religiones y tradiciones viejas de milenios.<br />

Seguiré no obstante dando por bueno todo lo que de mí<br />

mis partidarios han dicho.<br />

PREDICO Y HAGO MI<strong>LA</strong>GROS<br />

De modo que iba yo por las aldeas y pueblos, hacía en<br />

las sinagogas lo que todos, a saber, leer las escrituras sagradas y<br />

comentarlas con arreglo a lo que me permitían mis luces, es<br />

decir, según lo que a lo largo de los años había ido escuchando;<br />

apocalíptico y milenarista, como entonces lo eran casi todos mis<br />

oyentes, anunciaba también yo el pronto advenimiento del reino<br />

que duraría 1000 años, una edad de oro en la que de la Tierra -el<br />

lugar en que vivíamos, al menos- habrían desaparecido el dolor<br />

y la muerte, y me las componía para remediar como mejor sabía<br />

toda clase de dolencias y enfermedades propias de aquel tiempo.<br />

Desamparadas las gentes y descarriadas como ovejas sin pastor,<br />

me compadecía de ellas; lo que me distinguía de aquel otro<br />

infausto personaje centroeuropeo que muchos siglos después<br />

había asimismo anunciado que el Reino que él se proponía forjar<br />

duraría igualmente un milenio; aunque sólo duró 12 años.


184<br />

Entonces, y siguiendo el relato canónico de mis andanzas<br />

por el mundo ancho y ajeno,como con el tiempo y acertada<br />

expresión habría de señalar un escritor del vigésimo siglo, dije a<br />

mis discípulos: La mies es mucha y pocos los obreros; rogad<br />

al Señor Yahvé que los aumente. De donde se ha sacado más<br />

tarde la idea de que yo estaba fundando una Iglesia y<br />

recomendando que se la difundiese en el mundo. Nada más lejos<br />

de mis intenciones, sin embargo; el mundo me traía sin cuidado,<br />

tanto más cuanto que acerca de él nada sabía. Nacido y criado en<br />

Nazaret, un villorrio minúsculo, sin más letras que las homilías<br />

de un rabino de pueblo, sin haber salido nunca de mi lugar natal,<br />

y dejando a un lado mis posibles escapadas esporádicas a la<br />

vecina y cosmopolita Séforis, lo ignoraba todo de lo que más<br />

allá de mis horizontes pequeños pudiese estar sucediendo. La<br />

explicación de mis dichos y hechos pudiera haber sido mucho<br />

más simple; sencillamente y dada la educación recibida, me<br />

sentía inclinado a predicar. En lugar de ejercer un oficio,<br />

imitando a mi padre José y a mis otros presuntos hermanos,<br />

escogí la profesión de profeta, más acorde con mi carácter, y salí<br />

a la calle a dar a conocer la Buena Nueva, entendiendo por tal<br />

mi particular visión del mundo, que como ya he dejado indicado<br />

se había ido forjando ante todo a través de lo que en mi familia y<br />

mi casa había ido viviendo. Somos de adultos, lo que de niños<br />

hemos mamado.<br />

Como ya he dejado apuntado, mis doce más próximos<br />

discípulos eran los siguientes: primero, Simón, el llamado<br />

Pedro, y Andrés, su hermano; Jacobo, el de Zebedeo, y Juan, su<br />

hermano; Felipe y Bartolomé; Tomás y Mateo, el publicano;<br />

Santiago, el de Alfeo, y Lebeo, por sobrenombre Tadeo; Simón<br />

el cananeo y Judas Iscariote, el que más tarde me traicionó.<br />

Habiendo contemplado los prodigios que aparentemente yo<br />

llevaba a cabo, estaban ansiosos de imitarme; los convoqué,<br />

pues, y les mostré cómo habían de hacer para expulsar los<br />

supuestos espíritus malignos que poseían a los que se


185<br />

consideraba endemoniados, y para sanar toda enfermedad y<br />

dolencia con que por azar se topasen. Ante todo los envié de<br />

dos en dos a predicar a los israelitas ortodoxos y de verdad<br />

creyentes y les ordené que no se ocupasen de cualesquiera<br />

gentiles, entendiendo por tales los no israelitas, ni entrasen en<br />

lugar de samaritanos, porque ya entonces había ocurrido entre<br />

los descendientes del patriarca Israel el cisma que hasta aquel<br />

momento había enemistado sin esperanza visible a los que<br />

adoraban a Yahvé en el monte Garizim y los que preferían<br />

adorarlo en Jerusalén, lugar, decían, por excelencia apropiado a<br />

la majestad de tal dios y que por otro lado Él mismo habría<br />

señalado como único de culto y más adecuado, según<br />

aseguraban los que de ello sacaban provecho. Pues ha de saberse<br />

que estaba mandado no presentarse en el Templo con las manos<br />

vacías, cada uno debía aportar, en moneda o en especie, lo que<br />

mejor pudiese, de modo que en sus subterráneos y cavas se<br />

acumulaban riquezas ingentes que más de una vez habían<br />

despertado la codicia de gobernantes, salteadores y reyes.<br />

Sobre todo esto se pudiera escribir largamente.<br />

Siguiendo con el hilo del relato, mis discípulos deberían<br />

dedicarse en exclusiva a las ovejas perdidas de Israel, y hacerles<br />

saber que el fin de los tiempos estaba cercano. Como ya he<br />

dicho, unos lo interpretaban como el resurgimiento político del<br />

antiguo Israel, el inminente imperio glorioso de los 1000 años<br />

siguientes; mientras que para otros, los que se atenían a la<br />

versión apocalíptica, se trataba de la segunda venida de Dios a la<br />

Tierra y el juicio final subsiguiente (la mía del momento sería la<br />

primera venida) o de la instauración del reino de los cielos, si<br />

una vez aceptado que la anunciada venida habría de demorarse<br />

por indefinidos eones se prefería una versión más ligera y<br />

fácilmente tragable. Sanad enfermos, limpiad leprosos,<br />

resucitad muertos, echad demonios -exaltado les dije, a<br />

medias convencido de mis mismas palabras; porque para hacer<br />

creer algo a los demás, nada hay mejor y más fundamental que


186<br />

creerlo uno mismo. De balde lo habéis tomado, de balde lo<br />

dad -habría añadido. Aunque por otra parte los animé a dejarse<br />

agasajar sin tontos escrúpulos, pues -como sensatamente advertí,<br />

y en ello me adelanté al comunista Carlos Marx- a todo obrero<br />

asiste el derecho de comer de aquello que hace.<br />

Les hablé en estos términos: No poseeréis oro ni plata<br />

ni metal en las bolsas que guardáis en la faja, ni alforjas<br />

para el camino, ni dos trajes, ni zapatos ni bordón de<br />

peregrino. El obrero merece su condumio, y en cualquier<br />

ciudad o aldea en que entréis, averiguad quién es en ella<br />

digno, y quedaos allí mientras podáis.<br />

En estos tiempos en que la impiedad va ganando terreno<br />

y la religión lo va perdiendo, no han faltado los que siguiendo al<br />

ya citado filósofo Karl Marx han reprochado la gorronería que<br />

para ellos supone la precedente actitud, pues sostienen que el<br />

que no trabaja, no tiene derecho a comer -cosa que como he<br />

dejado apuntada en otro lugar, ya se hallaba en la Biblia nuestra,<br />

todo hay que decirlo.<br />

Sin embargo, no se me escapa el hecho de que aquellos<br />

mis supuestos operarios trabajaban extendiendo mi nueva<br />

doctrina sin que nadie los hubiese llamado ni se lo hubiese<br />

solicitado; por lo que creerse con derecho a retribución hubiera<br />

equivalido a exigir el pago de algo que nadie había pedido, a<br />

todas luces abuso flagrante; mas a semejanza de lo que muchos<br />

harían después, se suponía que el imponer a alguien la propia<br />

virtud era un bien y que por parte de él quedaría muy mal y sería<br />

ingratitud flagrante resistirse y mostrarse mohino: por su propio<br />

bien se lo hacía, por su propio bien se lo forzaba a escuchar.<br />

A este respecto no admitía yo medias tintas; y así<br />

encomendaba a los míos que no se acobardasen ni doliesen si<br />

alguien se cerraba por banda y en lugar de manso y de buen<br />

grado prestarse a escucharlos, se negaba a oírlos y echaba a la<br />

puerta el cerrojo, antes bien se sacudiesen animosos el polvo de<br />

las sandalias y sin desalentarse por tal fruslería y nimiedad


187<br />

despreciable, partiesen a otros lugares a ofrecer la mercancía allí<br />

mal recibida. Porque como yo les decía 'muchos serán los<br />

llamados y pocos los escogidos'.<br />

Llegados a este punto se me hubiese podido reprochar el<br />

que yo no pareciese acabar de aclararme; porque unas veces<br />

decía que mi supuesto mensaje era universal, conveniente y apto<br />

para todas las naciones y pueblos de la faz de la Tierra, y otras<br />

en cambio me plantaba ceñudo y aseguraba que sólo a los<br />

israelitas, mi gente, iba dirigido y tenía que serlo.<br />

De acuerdo con esto, algunos se habrían escandalizado<br />

de oírme decir que no se tuviese en cuenta a gentiles ni a<br />

samaritanos, esto es, como he señalado, a los no israelitas y a los<br />

judíos cismáticos; pero hablaba yo con reservas; se lo habría de<br />

hacer así solamente en principio, mientras yo viviese y no<br />

ordenase otra cosa; pero no se había de entender que pretendiese<br />

dejar para siempre fuera del reino que ahora anunciaba, a los<br />

que no profesaban la fe de los descendientes de Abraham.<br />

También podría parecer que ordenando a mis discípulos<br />

no llevar dineros para la jornada, me contradecía, pues hacía lo<br />

contrario de lo que predicaba, ya que mi discípulo Judas, el<br />

Iscariote, guardaba los que de buena gana las gentes me daban, y<br />

-en palabras de clásicos- me seguían mujeres que de sus<br />

haciendas me hacían la costa; pero ha de advertirse que yo no<br />

necesitaba ejercitarme en la fe, puesto que decía a los otros lo<br />

que habían de hacer, y no al contrario, en tanto que a fuer de<br />

imperfectos los discípulos míos lo necesitaban; ni había yo de<br />

prescindir de lo externo y corporal para atender a lo espiritual e<br />

íntimo, como convenía lo hicieran ellos, muy inferiores a mí.<br />

Cuanto más imperfecto era uno, más debía atenerse a mis<br />

órdenes, siempre que no se creyese perfecto por no llevar dinero<br />

y todo lo demás, y que buscase conseguir el fin para el que se le<br />

ordenaba que no lo llevase.<br />

Tal vez con razón aquí se me hubiese podido llamar<br />

jesuita casuista, como en los siglos por venir se habría de llamar


188<br />

a los de una congregación o compañía que se diría mi valedora y<br />

paladín. Los tales se habrían de hacer tristemente famosos por su<br />

extraordinaria facultad para hallarle tres pies a un gato felino o<br />

dividir en cuatro un fino cabello, ya que eran peritos en<br />

distinguir y señalar hasta los más alambicados matices de lo que<br />

quiera que fuese.<br />

Igualmente algún otro podría apuntar que habiendo visto<br />

en lo pasado cómo me mezclaba con publicanos y con<br />

pecadores, parecería ilógico ordenar lo contrario a los discípulos<br />

y decirles que en llegando a un lugar averiguasen quiénes eran<br />

allí los más hombres de bien y que parasen en sus casas con<br />

preferencia a las otras. Mas esos tales no se habrían detenido a<br />

pensar que a mí no me podía dañar el trato con aquella gente<br />

dudosa, no me profanarían el ánimo ni me corromperían las<br />

costumbres, en tanto que a mis imperfectos discípulos podría<br />

dañar en lo uno y en lo otro, de ahí que yo les hubiese ordenado<br />

y mandado se allegasen a personas de buena fama y conducta,<br />

porque estas no los dañarían.<br />

Y los aconsejé de esta guisa: “Entrados pues en la casa,<br />

saludadla; y si fuere digna, descienda sobre ella la paz, mas<br />

si no lo fuere, la paz se torne a vosotros. Y para demostrar la<br />

impiedad del que no os reciba ni preste atención, salidos de<br />

aquella casa o lugar, sacudíos de los pies el inhóspito polvo.<br />

Pues en el Juicio, antes se disimulará el mal de Sodoma y<br />

Gomorra que el de aquel pueblo.”<br />

Entre nosotros los israelitas se entendía por salutación<br />

una breve plegaria a Yahvé en la cual se rogaba por aquellos a<br />

quienes se saludaba. Solíamos decir: Paz a ti; y en estas palabras<br />

resumíamos mucha felicidad y prosperidad. Ordenaba por tanto<br />

a mis discípulos que al tiempo que entrasen en la casa que se les<br />

había dicho digna, la saludasen con este ordinario saludo. Si la<br />

gente allí lo merecía, escucharía Yahvé la oración; mas de lo<br />

contrario, les daría a ellos lo que a ella hubiera tocado.<br />

También se habrá de recordar que las ciudades de


189<br />

Sodoma y Gomorra eran ejemplo sin par de lugares perversos,<br />

porque sus habitantes, lejos de observar las estrictas leyes<br />

religiosas judías, hacían poco caso de ellas y antes que ayunar y<br />

macerarse las carnes preferían pasárselo bien; con razón se los<br />

hubiese llamado epicúreos, seguidores de Epicuro, aquel griego<br />

filósofo antiguo, que desencantado de los asuntos públicos de su<br />

ciudad había recomendado a sus contemporáneos la vida<br />

recolecta y pacífica, el carpe diem pagano, aprovecha tus días,<br />

pues no en vano y como también se podía leer en nuestro<br />

Eclesiastés, un libro sagrado, todo aquí abajo es vanidad de<br />

vanidades y nada más que vanidad.<br />

Proseguí diciéndoles: “Os envío como ovejas en medio<br />

de lobos. Sed pues cautos como serpientes y sinceros como<br />

palomas, y guardaos de la gente, jamáis permitáis que sus<br />

palabras o persuasión os induzcan a imitarla. Todo el mundo<br />

os es enemigo, de ninguna manera os fiéis de nadie, ni aún<br />

cuando se os muestren amigos, porque os dañarán más.<br />

Maledictus homo qui confidit in homine, se diría<br />

después.<br />

Podría sorprender lo que aquí dejo dicho, porque en otro<br />

momento habré defendido la buena fe y la mansedumbre, y<br />

exhortado a ellas, lo que estaría en contradicción flagrante con<br />

lo que precede.<br />

Y cuando os entreguen, no penséis cómo hablaréis o<br />

qué diréis, porque en aquella hora se os sugerirá lo que<br />

habréis de decir, y el espíritu santo hablará por vosotros.<br />

Sin duda lo demostró el santo espíritu en el caso de Inés,<br />

una niña de 13 años, que en el siglo IV llevada ante el prefecto<br />

romano por haber rechazado los avances amorosos y dádivas<br />

generosas de su hijo y amenazada de inmediato martirio si no<br />

cambiaba de parecer y tras incensar a los dioses paganos accedía<br />

a los requerimientos del apasionado mozo, con solemne<br />

convicción había exclamado: “Aléjate de mí, pábulo de<br />

corrupción, porque con piedras preciosas para adorno de la


190<br />

diestra y el cuello ya me ha solicitado otro amante, en las orejas<br />

me ha puesto perlas de inapreciable valor y sobre el rostro una<br />

señal para que fuera de Él no admita a ninguno. Amo a Cristo y<br />

seré su esposa; sin concurso de mujer lo engendró su padre,<br />

tuvo por madre a una virgen y en mis oídos ha hecho resonar<br />

armoniosos acordes. Cuando lo amare, seré casta; cuando lo<br />

tocare, seré pura; cuando lo recibiere, seré virgen”. No está<br />

mal, para alguien de tan corta edad.<br />

Y en esto de confiar en que Yahvé pondrá en boca de los<br />

suyos lo que llegado el caso han de decir para defenderse, había<br />

ya precedentes, pues al parecer en una ocasión, cuando<br />

coaligados se acercaban en masa los amonitas y los moabitas<br />

para hacer entrar en razón al pueblo escogido, el mismo dios<br />

Yahvé lo había arengado diciendo: No temáis, ni a la vista de<br />

esta muchedumbre os acobardéis, porque el combate no<br />

estará a vuestro cargo, sino al mío.<br />

De nuevo anticipándome en siglos a otros, al parecer me<br />

mostré celoso de la consideración que se me ofrecía y así no<br />

tuve reparo en afirmar que en el tiempo por venir “el hermano<br />

entregará a muerte al hermano, y el padre al hijo, y se<br />

levantarán hijos contra padres y los matarán. Y se os<br />

aborrecerá por mi nombre, y el que persevere hasta el fin,<br />

ese será salvo.”<br />

Así había de suceder y con el paso de los siglos mis<br />

anteriores palabras se verían confirmadas; porque no había<br />

transcurrido mucho tiempo desde mi desaparición cuando los<br />

que se decían mis seguidores se dividieron en innumerables<br />

partidos y sectas, y cada una de ellas alegaba ser la más fiel a<br />

mis enseñanzas, y se hicieron sin piedad la guerra, de modo que<br />

corrió a raudales la sangre. Infelizmente no se me había ocurrido<br />

prever lo que sucedería y por ello no me había esforzado en<br />

dejar bien clara mi doctrina oficial, como si dijéramos, para<br />

evitar los equívocos y las posteriores disputas. Cabría decir que<br />

pequé de ingenuidad. Y mientras unos sostenían que yo había


191<br />

dicho tal cosa y que se la debía entender de tal manera, otros<br />

sostenían que había dicho tal otra y que se la había de entender<br />

de manera diferente, de modo que la confusión y el<br />

enfrentamiento eran generales. Incluso Pedro y Pablo, según se<br />

suponía sobresalientes sobre los demás discípulos, se llevaron<br />

amargamente la contraria, aun con insultos y golpes.<br />

Mas no quedaba ahí la cosa, de modo que fiel a mi visión<br />

amiga de catástrofes proseguí diciendo: “Y cuando os persigan<br />

en una ciudad, huid a otra, porque no acabaréis de andar<br />

todas las ciudades de Israel que no sea primero venido el<br />

hijo del hombre.”<br />

Sobre esta expresión 'el hijo de hombre' se discute sin<br />

llegar todavía a un acuerdo. Para unos era equivalente a hombre<br />

acabado, completo, modelo de hombre, mientras que para otros<br />

significaba solamente ser humano, simple mortal; un hombre<br />

más como cualquiera. Al parecer provenía de lo que<br />

presuntamente había dicho el profeta Daniel, en lo que se había<br />

querido ver una alusión a mi persona, el pretendido mesías. El<br />

rey mesiánico, el siervo sufridor de Yahvé, el segundo Adán.<br />

Muchas veces yo mismo la empleé, sin acabar sin embargo de<br />

aclararme y explicar qué quería decir.<br />

A fuer de israelita piadoso, yo anunciaba la llegada<br />

inminente del mesías, del enviado que salvaría del odioso yugo<br />

extranjero al pueblo oprimido; pero luego, como después de mis<br />

supuestas muerte y resurrección pasasen lentos los siglos y el tal<br />

enviado no llegase, los míos sustituyeron por el reino de Dios en<br />

la otra vida, aquella esperanza laica y mundana en un salvador<br />

vulgar y pedestre.<br />

Seguí instruyendo a los míos: “Ningún discípulo está por<br />

encima del maestro ni el siervo sobre su señor. Basta al uno<br />

ser como el otro. Y si al señor de casa han llamado Belcebú<br />

¡cuánto más no llamarán así a sus familiares! Por tanto, no<br />

los temáis.”<br />

Se llamaba Belcebú a un ídolo de ciertos gentiles


192<br />

vecinos de Judea, y por extensión a todos los demonios o<br />

espíritus impuros, como se decía entonces. Todos los ídolos eran<br />

Baal, o Beel, pero se llamaba Baal-peor a uno, y Baal-zebul a<br />

otro, o señor de moscas.<br />

Acerca de que ningún discípulo estuviese por encima de<br />

su maestro, de nuevo sacaré a colación al patriarca de<br />

Constantinopla y predicador afamado Juan Crisóstomo, cuyo<br />

nombre significa 'boca de oro', para quien 'La Iglesia, es decir, la<br />

organización fundada en mis supuestas doctrinas, era más<br />

poderosa que el cielo; el cielo existía por mor de ella, y no ella<br />

por mor del cielo; nada había tan poderoso como la Iglesia'.<br />

Tampoco pareció tener dudas al respecto el Papa León I;<br />

en cierta ocasión no vaciló en afirmar que, en el desempeño de<br />

su cargo, él gozaba del perpetuo favor del Todopoderoso y<br />

eterno sumo sacerdote, el cual, igual al Padre, se le asemejaba.<br />

Yo me le asemejaba. ¡Menudo tupé!<br />

“Porque nada oculto dejará de ser descubierto, ni<br />

secreto que no sea desvelado. Se consuelen los que por mi<br />

causa se persiga, porque finalmente se ha de ver y descubrir<br />

su inocencia. Lo que os digo en obscuridad, vosotros lo<br />

habréis de decir en claridad; y lo que oís a la oreja, lo<br />

habréis de predicar en los tejados.”<br />

Como se ve, me gustaba el hablar sentencioso y dar a los<br />

oyentes qué pensar. Quise tener secreto y encubierto el<br />

evangelio mientras vivía corporalmente entre los hombres; y tan<br />

bien lo logré, que ni los propios discípulos lo entendieron hasta<br />

que el espíritu santo los capacitó trayéndoles a la memoria las<br />

palabras que yo, estando con ellos, les había dicho.<br />

Es que no hay nada como el hablar oscuramente para<br />

despertar en los demás el respeto.<br />

“Y no temáis a los que si bien matan al cuerpo, no<br />

pueden matar el alma, mas antes temed al que en el infierno<br />

puede destruir a los dos.”<br />

En aquel tiempo atrasado y al parecer, yo no entendía


193<br />

nada de la moderna tortura, puesto que con ella y en la<br />

actualidad se mata fácilmente el cuerpo y el alma de quienquiera<br />

que sea. Es verdad que nada sucede ajeno a la totalidad, pero es<br />

un flaco consuelo.<br />

“Poca cosa es un pajarito; pero ni uno de ellos cae al<br />

suelo sin permiso de Yahvé. Y de vosotros hasta los cabellos<br />

de la cabeza están contados. Por tanto no habréis de temer,<br />

pues vosotros importáis más que un pardal.”<br />

Pasados ya 20 siglos de estas palabras, también los<br />

tiempos que corren las desmienten, porque en gran parte del<br />

mundo nunca ha importado menos cualquier individuo.<br />

Y algunos apoyan en ellas el relativismo moral que hoy<br />

se quiere imponer, pues según ellos, si mi padre Yahvé lo ha<br />

previsto todo y nada sucede sin que Él lo autorice, cualquier<br />

cosa que se haga, por muy condenable que la juzguemos, Él la<br />

permite, pues de lo contrario la impediría. No hay Bien ni Mal,<br />

puesto que ambos proceden de Yahvé. Todo da lo mismo.<br />

Mas sólo con quienes me siguen tiene Yahvé esta<br />

estrecha cuenta -me apresuré a matizar- aquellos que<br />

aceptando mi predicación poseen ya el Reino divino, pues<br />

para los otros valen las que se llama causas segundas.<br />

A juzgar por esta expresión de 'las causas segundas', se<br />

me podría decir ya ducho en teología al modo que un posterior<br />

discípulo mío llamado Tomás de Aquino y autor de una Summa<br />

teológica habría de popularizar; y si no lo era en teología, lo<br />

debía de ser al menos en la rama de la filosofía llamada después<br />

dialéctica.<br />

Y por otra parte de nuevo me muestro aquí exclusivista y<br />

racista -si se prefiere un término más puesto al día- y doy que<br />

pensar a los que ponen en duda mi supuesto carácter divino,<br />

pues si se trae un mensaje de salvación, como se suponía que yo<br />

lo traía, no es lo más lógico excluir de él a quienquiera que sea.<br />

Si se atiende al concepto de Dios como aquel ser necesario y por<br />

lo tanto eterno que respalda a todo y todo lo explica, por fuerza


194<br />

no habrá más que uno y abrazará a todo el género humano, pues<br />

si se había de creer al relato bíblico, todo el género humano es<br />

obra suya y no tendría sentido que prefiriese a unos y excluyese<br />

a los otros.<br />

Para este Dios al que apunto, no hay religión verdadera<br />

en detrimento de otras.<br />

HAY QUE TEMER A <strong>DIOS</strong><br />

“No temáis a los hombres -redoblé la advertencia- que<br />

tal vez os quiten la vida, pero no la salvación; y cuando<br />

hayáis de temer, temed a Yahvé, que puede privaros de<br />

ambas. No lo temáis por este motivo, que sería servidumbre<br />

insufrible, sino porque habiendo de vivir en el miedo, más<br />

vale temer a Yahvé que temer a la gente; y solo Yahvé hará<br />

perecer en el infierno las almas.”<br />

No se podría decir que la cosa no hubiese quedado lo<br />

bastante clara.<br />

Y pensar que el concepto de infierno era cosa reciente....<br />

Sin embargo, doscientos años después de que al parecer<br />

yo hubiese pronunciado estas palabras, uno de mis discípulos y<br />

de los más conspicuos o notables citaba así nuestra Biblia, el<br />

que llamaban antiguo Testamento: “El ángel del Señor, dicen,<br />

cayó sobre el campamento de los asirios y mató a 185.000;<br />

por la mañana temprano, al día siguiente, no se veía más que<br />

cadáveres. Tales son los frutos del temor de Dios”.<br />

“La gente necesita un miedo saludable, temer algo,<br />

quiere que se la asuste y someta” -a mediados del siglo pasado<br />

solía decir a sus íntimos el dictador Adolfo Hitler. “El temor es<br />

en absoluto indispensable para fundar el poder”.<br />

Muerto el rey David, el territorio de Israel se dividió en<br />

dos reinos, el de Israel propiamente dicho, al norte, y el de Judá<br />

al sur, cuyos respectivos reyes no dejaron de guerrear con


195<br />

violencia extrema uno contra el otro sin cesar de amedrentarse<br />

mutuamente con “el terror de Yahvé”, que 'se derramaría por<br />

doquier contra quienes delante de Él hicieren el mal'.<br />

“No penséis que he venido a traer la paz sobre la<br />

tierra, porque no la traigo, sino la espada, y -para no<br />

desmentir al profeta Miqueas- vine a enfrentar al padre con<br />

sus hijos, a la madre con sus hijas, a las nueras con sus<br />

suegras; y serán enemigos de uno sus más allegados.”<br />

Ante estas crueles palabras se ha desconfiado y con<br />

razón del crédito que se habría de dar a este relato de lo que se<br />

supone dije cuando vivía en el mundo, porque contradicen otras<br />

que en sentido contrario figuran también como mías genuinas.<br />

Pasados de mi muerte casi cuatro siglos, Teodoreto, un<br />

obispo cristiano, decía convencido: “Los hechos históricos<br />

demuestran que la guerra trae a la Iglesia mucho más provecho<br />

que la paz”. Y Senecio, arzobispo de Cirene, no le iba a la zaga.<br />

Refiriéndose a los asurianos, una tribu del desierto que no quería<br />

convertirse al cristianismo, explicaba: “Es feliz quien les da un<br />

escarmiento; feliz quien les arrebata los hijos y los golpea contra<br />

las piedras. En no menor medida que el agua bendita en la<br />

puerta de la iglesia, la espada del verdugo contribuye a purificar<br />

a la población”.<br />

Como se ve, los nazis no innovaban.<br />

“No penséis que mi venida traerá paz a la Tierra,<br />

porque será todo lo contrario, en lugar de paz causaré<br />

guerra, enemistando aun aquellos a quienes unen los lazos<br />

de sangre.”<br />

Infelizmente muchos han hallado aquí pretexto para<br />

hacer en mi nombre la guerra, tras endulzarlo y quitarle hierro<br />

acompañándolo de la consideración de que no he querido yo<br />

esta disensión, ni la han querido los míos, pues ellos y yo somos<br />

la paz misma, sino que resulta de la malicia de los hombres del<br />

mundo, tan enemigos de Yahvé y de todas sus cosas.<br />

Cabría decir en este caso que me saco de encima la


196<br />

responsabilidad achacando la culpa a los contrarios. Como se<br />

suele decir, yo te ataco sólo para defenderme, en tanto que tú me<br />

atacas para destruirme.<br />

Y me han acusado de contradecir a Isaías, ya que él había<br />

anunciado a un príncipe cuya paz e imperio no tendrían fin.<br />

Dejando a un lado el hecho de que mal se concilian las<br />

palabras paz e imperio, de nuevo habría mucho que objetar;<br />

porque ni siquiera los discípulos más próximos a mí dejaron de<br />

enfrentarse y hacerse amargamente la guerra, como sucedió y ya<br />

queda dicho, por citar sólo a ellos, a Pedro y a Pablo de Tarso,<br />

que disputaron agriamente acerca de cómo habría de entenderse<br />

mi supuesta doctrina. Y ya no digamos otros posteriores, como<br />

no dejaré de señalar si hay ocasión.<br />

“El que ama al padre o a la madre más que a mí, no<br />

es digno de mí; y el que ama más al hijo o a la hija, tampoco<br />

lo es”.<br />

En el siglo XIX lo entendió así, entre otros muchos, el<br />

llamado beato Francisco Regis Clet, uno de los que mi Iglesia ha<br />

glorificado, que a punto de partir para China a predicar mi<br />

doctrina y donde por hacerlo se lo mataría, se despide de su<br />

hermana mayor, con la que había vivido hasta entonces y con<br />

sus otros 13 hermanos, en estos términos: “Ya esperaba yo que<br />

dado el constante y dulce cariño que me profesas no atenderías a<br />

la invitación que te hacía de que no intentaras quebrantar mi<br />

proyecto. La suerte está echada y no me vuelvo atrás. No porque<br />

no os ame, sino porque sigo los designios de la Providencia”.<br />

Para él – sigue narrando el cronista- María Teresa era el<br />

amor de la madre muerta, el de la familia, el hogar, toda la<br />

infancia resumida en una persona. Era la parte que en su vida<br />

había cabido al amor humano; pero la voluntad de Dios estaba<br />

más allá del mar. A pesar de todo, se iría. No se vieron al<br />

despedirse, no se volverían a ver en la vida; pero no importa,<br />

buscaba el martirio.<br />

¡Eso se llama amarme a mí más que a ninguno!


197<br />

De nuevo pasados más de 20 siglos resonarían estas<br />

palabras en labios de unos gobernantes que en centro Europa<br />

habrían de causar una destrucción jamás conocida.<br />

“El que no está conmigo, está contra mí”. Así lo<br />

proclamaría Hitler. Y como él, también mi supuesto Padre<br />

celestial Yahvé era un dios celoso y exclusivo y no toleraba se<br />

prefiriera a otros antes que a Él. Ante lo arriba transcrito, se<br />

dijera que heredé la tendencia. De tal padre, tal astilla, como<br />

quiere el refrán.<br />

“El que ame su vida, la perderá; y el que por mi causa<br />

la pierda, la encontrará”.<br />

En cuanto a ésto, habría que aclararlo. Para algunos, los<br />

que la aman están condenados de antemano, en tanto que<br />

quienes la desprecian, se salvan. Mas parece lo contrario,<br />

quienes la aman, alcanzan una edad más avanzada que quienes<br />

la aborrecen, en tanto que éstos la dejan prontito y corriendo.<br />

Prometer la vida eterna a los dispuestos a sacrificar la presente,<br />

recuerda a los musulmanes que se suicidan por Alá. Y aun si<br />

parezco impío, me atreveré a decir aquello de que 'pájaro en<br />

mano vale más que ciento volando'. Renunciar a esta vida<br />

concreta por aquella otra abstracta es cuando menos arriesgado.<br />

El que os recibe, me recibe; y conmigo, al que me ha<br />

enviado. Y cualquiera que diere de beber tan sólo un vaso de<br />

agua a un discípulo mío, no quedará sin recompensa.<br />

Quizá por creer ciegamente estas palabras que se dice<br />

mías, han abundado en mi Iglesia quienes antes de morir<br />

testaron a favor de ella, es decir, de sus dirigentes; aunque se<br />

ignore si después recibieron recompensa y en qué consistió.<br />

Del otro mundo, no se vuelve -como por boca de Hamlet<br />

se dolería Shakespeare<br />

Una vez ordenado esto a mis discípulos, partí a enseñar y<br />

a predicar en sus ciudades.


198<br />

ALGUNOS <strong>DE</strong> MIS MI<strong>LA</strong>GROS<br />

Relataré aquí algunos de los milagros que en mi vida<br />

adulta se me ha atribuido.<br />

El endemoniado de Cafarnaúm. Poco después de que<br />

Juan me bautizara en el Jordán, un buen día me hallé en<br />

Cafarnaúm, una localidad pequeña situada en las márgenes del<br />

mar de Galilea también llamado lago de Genesaret. Era sábado y<br />

me dirigí a la sinagoga para enseñar a los fieles. Terminado el<br />

oficio, de pronto, un hombre al que sin duda poseía un demonio,<br />

comenzó a vociferar y decía: “¿Qué tenemos que ver contigo,<br />

Jesús nazareno? Viniste a perdernos. Conozco quién eres, el<br />

santo de Dios.” Nadie hasta entonces me había llamado<br />

nazareno, natural de Nazaret; se adelantaba él a los tiempos;<br />

como es bien sabido, 'por viejo, el diablo sabe más que por<br />

diablo'. En cuanto a lo de santo de Dios, los valedores míos que<br />

han desmenuzado la ocurrencia imaginaron que la maligna<br />

impureza de aquel ángel malo no pudo resistir el resplandor de<br />

mi supuesta excelencia. Sea de ello lo que fuere, yo le ordené<br />

resueltamente: “Enmudece y sal de él.” A lo cual sacudiéndolo<br />

con violencia y dando desaforados alaridos, lo abandonó. Y<br />

todos los presentes se pasmaron, de manera que se miraban unos<br />

a otros y se preguntaban: ¿Quién es éste, que se expresa con<br />

semejante autoridad? Manda a los espíritus inmundos y ellos le<br />

obedecen. Y con rapidez se supo de mí por toda Galilea.<br />

Curo a un leproso. Se me acercó luego un leproso que<br />

arrodillado a mis pies me rogaba diciendo: si quieres, puedes<br />

limpiarme. De modo que yo, compadecido, extendí la mano y le<br />

dije: quiero, sé limpio. Y al instante desapareció de él la lepra y<br />

quedó bien. Entonces con severidad lo despedí, tras advertirle<br />

que antes de ir por ahí pregonando la cosa, se presentase al<br />

sacerdote y por la gracia recibida ofreciese el sacrificio que la<br />

ley de Moisés había estipulado. Mas él no me hizo caso y le


199<br />

faltó tiempo para divulgar lo ocurrido hasta el punto de que yo<br />

ya no podía entrar a cara descubierta en ninguna ciudad, antes<br />

tenía que quedarme en las afueras, en parajes solitarios, para<br />

defenderme de los que se pudiera llamar papparazi de entonces,<br />

esa gente que acosa a los famosos.<br />

Sano al siervo de un centurión. En la calle y por más<br />

extraño que pueda parecer, pues los que ocupaban el país solían<br />

despreciarnos, se llegó a mi un centurión romano cuyas maneras<br />

del momento parecían desmentir la brutalidad que en general se<br />

atribuía a los de su gremio y me dijo: Señor, un criado mío yace<br />

presa de terribles dolores; haz algo y cúralo. A lo que yo y<br />

halagado por lo inusitado del caso respondí complacido: llévame<br />

a donde está y veré qué se puede hacer. Mas él me rogó: Señor,<br />

no soy digno de que entres en mi casa; bastará con que digas<br />

una sola palabra y mi criado quedará sano. Admirado de tan<br />

firme fe y rara humildad, no pude menos que replicarle: ¡Anda<br />

y ve; será como lo has dicho! Y en aquel mismo punto y hora<br />

quedó curado el criado.<br />

La suegra de Simón. De allí, al dejar la sinagoga y con<br />

mis discípulos Juan y Santiago me dirigí a la casa de Simón<br />

Pedro. Y llegado a ella, hallé postrada en la cama y con fiebre a<br />

su suegra; me bastó con tomarla de la mano para que como por<br />

arte de magia y encantamiento la calentura se le esfumase; con<br />

lo que se levantó y nos servía a la mesa. Algunos escépticos no<br />

han querido ver aquí ningún milagro y sostienen que los celos<br />

habrían movido a la buena señora a fingir malestar, con el fin de<br />

disuadirme de robarle el yerno para que me siguiera y le dejara<br />

abandonada a la hija.<br />

Ya tarde, una vez que el sol se hubo puesto y ya no<br />

hubiera necesidad de guardar el descanso sabático, me trajeron a<br />

un montón de posesos y de otros enfermos, para que los sanara,<br />

y la gente se agolpaba a la puerta, y yo no daba abasto.<br />

La tempestad sosegada. Y al día siguiente, al caer de la<br />

tarde, la muchedumbre nos rodeaba, de modo que dije a mis


200<br />

discípulos que pasásemos a la otra banda del lago. Subidos pues<br />

a una barca, bogábamos todos acompañados de muchos que nos<br />

seguían en otras, cuando de pronto se levantó un fuerte viento,<br />

como una galerna, y las olas gigantes se abatían sobre la frágil<br />

embarcación y la inundaban. En la popa y dominado por el<br />

cansancio del ajetreo diario yo me había dormido e ignoraba que<br />

corriésemos peligro alguno. Entonces, temerosos por sus vidas,<br />

los que iban conmigo se me acercaron y me despertaron;<br />

Maestro -me dijeron- ¿acaso no te importa que nos vayamos a<br />

pique? ¡Haz algo! A lo que yo, molesto de que así mo cortaran<br />

el sueño, los reprendí ásperamente: ¡Oh, cobardes e incrédulos!<br />

¡Ni siquiera me dejáis reposar! ¿Qué sería de vosotros si yo os<br />

faltara? Y alzándome en pie, me encaré a la borrasca y le dije:<br />

¡Calla! ¡Enmudece! Con lo que ella amainó y ya todo no fue<br />

más que calma y bonanza. Sobrecogidos los míos, se decían<br />

unos a otros: ¿Quién es éste al que el viento y la mar obedecen?<br />

Porque nunca habían conocido a nadie que se me pareciese.<br />

El endemoniado geraseno. Abordamos entonces a la<br />

otra orilla, la región de los gerasenos, donde abandonando las<br />

sepulturas en que solían ocultarse salieron al camino dos<br />

posesos, tan terribles y desencajados que de puro temor nadie se<br />

atrevía a transitar por aquella vía, y gritaron: ¿Qué tenemos que<br />

ver contigo, Jesús hijo de Yahvé? ¿Nos atormentarás antes de<br />

tiempo? Pues daban por sentado que sólo después del Juicio<br />

final y no antes les haría yo imposible la vida. Pacía por allí una<br />

piara de puercos, y los demonios me rogaban diciendo: Si nos<br />

echas de aquí, permítenos ir a esas bestias. Y como Moisés había<br />

prohibido a los israelitas la carne de cerdo, no me preocupé del<br />

perjuicio material que significaría para los dueños de la piara el<br />

consentir en lo solicitado, de modo que dije a los demonios: Por<br />

mí no os cortéis, id y obrad como mejor os plazca. Con lo que<br />

ellos fueron y los poseyeron, e impetuosamente los puercos se<br />

arrojaron al mar y se ahogaron. Y sus cuidadores huyeron y en la<br />

ciudad lo contaron todo; por lo cual los pueblerinos me vinieron


201<br />

al encuentro y me rogaron que me fuese a predicar a otra parte.<br />

Pues temían que por mí les sucediesen males aun mayores.<br />

El paralítico de Cafarnaúm. Volví luego a Cafarnaúm<br />

donde en seguida se corrió la noticia de mi llegada, con lo que<br />

acudió a verme y oirme una verdadera multitud que a la puerta<br />

de la casa la obstruían. Cuatro que llevaban en una especie de<br />

parihuelas a un paralítico no pudieron acercarse a mí, de modo<br />

que ni cortos ni perezosos y sin pensarlo dos veces, se subieron<br />

a la azotea, que en las casas de oriente es un techo horizontal, y<br />

abriendo en él un boquete descolgaron por el hueco la camilla y<br />

el enfermo. Me admiró su piedad, de modo que le dije: Vamos,<br />

no te desesperes; pues se te perdona los pecados. Yo sabía que<br />

muy a menudo las enfermedades se debían a causas psicológicas<br />

y sentimientos de culpa, y que no había nada irremediablemente<br />

dañado, por lo que para curarlas bastaba con algunas palabras<br />

amables; el enfermo se sentía desamado y así como la tierra seca<br />

absorbe el rocío, también él absorbía cualquier muestra de amor<br />

que se le ofreciese. Mas estaban presentes algunos escribas,<br />

gentes estudiadas, orgullosas de sus saberes pedantes, que<br />

atendiendo a la letra antes que al fondo y ciegos más allá de sus<br />

narices murmuraron: Este blasfema; porque sólo al Señor Yahvé<br />

corresponde perdonar los pecados. A lo cual, adivinando lo que<br />

para sí pensaban, les dije: ¿Por qué me condenáis? Tan fácil es<br />

decir: se te perdona los pecados, como decir: levántate y<br />

anda. Para que veáis que yo, hijo de hombre, puedo<br />

perdonarlos, digo a este mancado: Álzate, coge tu lecho y<br />

vete a tu casa. Y sin decir palabra él se levantó y se fue.<br />

Jairo ruega por su hija. Hablándoles yo de mi reino, un<br />

archisinagogo llamado Jairo llegó y tras postrarse ante mí<br />

suplicó: Una de mis hijas acaba de morir, pero ven, imponle las<br />

manos y vivirá. Me levanté pues y con mis discípulos lo seguí.<br />

La hemorroísa. Entonces, una mujer, que hacía varios<br />

años padecía un flujo de sangre, se me acercó por detrás y me<br />

tocó la fimbria de la túnica, porque pensaba que para sanar le


202<br />

bastaba con el roce de mis ropas. Me di cuenta de su gesto, de<br />

modo que me volví y le dije: ¡Anímate! Te ha curado la fe. Y<br />

desde aquel punto y hora la mujer quedó libre de su maligna<br />

dolencia. El deseo y la convicción son la mejor medicina.<br />

Llegados a la de Jairo y viendo el alboroto que armaban,<br />

dije a los tañedores de flautas y a las plañideras de oficio: Id,<br />

marchaos; la doncella no ha muerto, duerme tan sólo. Se<br />

rieron de mí. Mas echada la gente y entrado yo adentro, tomé<br />

entre las mías la mano de la joven y ella se levantó. Por toda<br />

aquella tierra corrió la voz del prodigio.<br />

¡La fe mueve montañas! Lo repetiré más abajo.<br />

Dos ciegos y un mudo. Partido de allí, me siguieron dos<br />

ciegos, que a gritos solicitaban me compadeciese de ellos:<br />

¡Apiádate de nosotros, hijo de David! No me gustaba que me<br />

llamaran hijo de David, un título al que por una parte no tenía<br />

derecho, pues -como ya queda dicho- el que mis padres María y<br />

José descendieran presuntamente de aquella sangre real era sólo<br />

un bulo. Y por otra, se trataba de una realeza sin antepasados,<br />

pues empezaba con él. Pero no podía evitarlo; alguno había<br />

corrido la voz, váyase a saber por qué, y ya era imposible<br />

pararlo, nadie los hubiese convencido. Se trataba de gente<br />

sencilla, gente que se dejaba llevar por el sentimiento antes que<br />

por la razón. Una vez en la casa, se me acercaron y les pregunté<br />

si de verdad creían que podía devolverles la vista. Me<br />

respondieron: Sí, señor. Entonces les toqué los ojos al tiempo<br />

que los confirmaba en su fe: ¡Qué os suceda tal cómo creéis! Y<br />

vieron de nuevo. Les advertí que fueran discretos y guardaran<br />

silencio acerca de lo que les había pasado; pero como de<br />

costumbre me desoyeron y lo contaron por toda la comarca.<br />

Mas los prodigios que de mí se esperaba no habían<br />

acabado. Me trajeron un hombre mudo y también endemoniado.<br />

Entonces se llamaba endemoniado a todo aquel que mostraba<br />

una conducta peculiar, que se salía de las normas corrientes; se<br />

dijera mejor un excitado, un momentáneamente fuera de sí; en


203<br />

aquel entorno tales gentes abundaban, lo que no era de extrañar<br />

dado el clima de histeria en que, como consecuencia de la<br />

educación general, rígida, pedante y fanática, todos vivían; de<br />

modo que siguiéndoles la corriente pronuncié el exorcismo de<br />

rigor, expulsé a los presuntos demonios y el mudo recobró el<br />

habla, con lo que maravilladas las gentes, para quienes todo<br />

aquello era más que extraña novedad, exclamaban: Nunca en<br />

Israel se ha visto cosa tal. Mas los aviesos fariseos murmuraban<br />

y me acusaban de recurrir a los demonios para expulsar a los<br />

demonios.<br />

Los personificaban conjuntamente en Belcebú, palabra<br />

que como ya dije, venía de Baal Zebú, o Señor Zebú, un dios<br />

pagano al que de antiguo habían adorado los anteriores<br />

pobladores cananeos.<br />

Sano la mano paralizada. De nuevo un sábado entré a<br />

predicar en la sinagoga más cercana donde me presentaron a un<br />

hombre que tenía seca una mano, y para ponerme a prueba los<br />

más retorcidos y mal intencionados me preguntaron si era lícito<br />

curar en sábado. Porque entre nosotros los israelitas el sábado<br />

era fiesta de guardar y según la ley de Moisés se prohibía hacer<br />

en ella cualquier esfuerzo. A lo que les respondí que si el dueño<br />

de una oveja caída en un pozo no vacilaría en rescatarla aunque<br />

fuese un sábado, mucho menos se habría de negar el socorro a<br />

una persona que en sábado se hallase en apuros. Era lícito pues<br />

hacer también los sábados el bien. Y sin más ceremonia dije al<br />

tullido: Vamos, extiende la mano y que yo la vea. Y habiéndolo<br />

hecho él sin hacerse rogar, se la sané. Confundidos los fariseos<br />

presentes, se apartaron a un lado para confabularse en cómo<br />

hacer que me mataran. De modo que sabiendo yo lo que<br />

tramaban y aborreciendo las discusiones y contiendas, me fui y<br />

muchos me siguieron, y los sané a todos de sus males y les<br />

recomendé que no hiciesen de ello boato, para no desmentir al<br />

profeta Isaías, que presuntamente y a mi respecto había puesto<br />

en labios de Yahvé lo siguiente: He aquí mi siervo al que he


204<br />

escogido, mi amado, en el cual se ha contentado mi alma;<br />

enviaré a mi espíritu sobre él y anunciará a las gentes el<br />

Juicio que estará por llegar; no contenderá ni voceará ni<br />

oirá ninguno en las plazas su voz.<br />

Acerca de si fue verdad o pura invención, no entro ni<br />

salgo. Allá quien lo crea.<br />

Por otro lado, los fariseos me la tenían jurada; no me<br />

convencían ni cogían en renuncio razonando ni apelando a lo<br />

que estaba escrito y buscaban cómo deshacerse de mí y acabar<br />

de una vez.<br />

El endemoniado ciego y mudo. Entonces me trajeron a<br />

otro endemoniado también ciego y mudo y lo curé de manera<br />

que libre del íncubo que lo poseía, hablaba y veía. Con lo que<br />

las gentes se espantaron y de nuevo se preguntaban si no sería<br />

yo el prometido Mesías, el enviado, hijo de David. Pero como<br />

de costumbre los fariseos incordiaron y empecinados en su<br />

singular manía alegaron de nuevo que sólo con la ayuda del<br />

príncipe de los demonios, Belcebú, yo echaba a los demonios.<br />

Mas viendo lo que pensaban y por sacármelos de encima, traté<br />

de convencerlos diciéndoles: Todo reino dividido acaba en<br />

ruinas, y toda ciudad o casa dividida entre sí no durará; así<br />

pues si Satanás echa a Satanás, entre sí está dividido ¿cómo<br />

permanecerá entonces su reino? Si en virtud de Belcebú<br />

echo yo los demonios, ¿en virtud de quién los echan los<br />

demás que también dicen echarlos? El que no está conmigo,<br />

está contra mí; y el que no granjea conmigo, desperdicia.<br />

Con esto quise hacerles comprender que no cabía se me<br />

considerase compinche de unos diablos a los que expulsaba de<br />

los endemoniados en los que se habían instalado a placer, antes<br />

bien les era contrario; y si antes yo no hubiese dominado y<br />

vencido al demonio, de ninguna manera le hubiese podido robar<br />

aquellos en los que él había entrado. Pero tercos en la maligna<br />

intención, ellos no cedían en su prejuicio. No atendían a razones,<br />

no se dejaban convencer.


205<br />

No hay peor sordo que el que no quiere oír.<br />

Multiplico los panes por primera vez. Se me juntaron<br />

entonces los 72 apóstoles y me refirieron todo cuanto habían<br />

hecho y enseñado. Muchos de ellos venían e iban y ni para<br />

comer tenían un rato libre. Les dije pues: Está bien; busquemos<br />

donde tomarnos un descanso. De modo que subimos a la barca<br />

y tratamos de hallar un lugar retirado. Mas se nos vio marchar y<br />

se adivinó a dónde íbamos, de modo que se juntaron muchos y<br />

por la orilla nos adelantaron y llegaron allí antes que nosotros.<br />

Al desembarcar me topé con una gran muchedumbre a la espera<br />

y me dieron lástima, porque parecían ovejas sin dueño, de modo<br />

que resignado me senté y me puse a hablarles. Avanzada la<br />

tarde, se me llegaron los discípulos y me hicieron notar lo<br />

solitario del lugar y como caía la noche; tal vez conviniera<br />

despedir a toda aquella gente para que en las aldeas y alquerías<br />

vecinas se proveyera de bebida y de comida. Mas yo les apunté:<br />

¿Por qué no les dais vosotros de comer. Me preguntaron ellos:<br />

¿Nos encargas que vayamos a comprar doscientos denarios de<br />

pan y lo traigamos aquí para saciarla? Y les repuse: ¿Cuántos<br />

panes tenéis? Tenemos cinco panes y dos peces –me dijeron.<br />

Está bien. Mandé entonces que todos se sentasen en la hierba y<br />

se los repartiese en grupos de ciento y ciento cincuenta. Una vez<br />

hecho esto, alcé al cielo los ojos, recité la bendición de rigor en<br />

casos semejantes y comencé a partir los panes y a dar a los<br />

discípulos los trozos para que ellos los distribuyeran; con los<br />

peces hice otro tanto. De modo que todos comieron hasta quedar<br />

saciados. Tras lo cual se recogió lo que había sobrado y con ello<br />

se llenó doce espuertas. Aquel día y a ojo de pájaro habrían<br />

comido allí unas 5000 almas. Los discípulos me miraban en<br />

silencio y atónitos. Sin querer darles explicaciones, que por otro<br />

lado no hubieran comprendido, les ordené entonces que se me<br />

adelantasen a la ribera opuesta rumbo a Betsaida mientras yo<br />

despedía a la gente y me retiraba a un rincón a rezar.<br />

Por si también el lector se admirara de este prodigio, me


206<br />

apresuro a decirle que la historia antigua abundaba en hazañas<br />

semejantes. Entre otros y sin ir más lejos, también se cuenta del<br />

Buda indio que en una ocasión y con casi nada, como fue mi<br />

caso, dio de comer y beber hasta hartarse a una multitud de sus<br />

fieles. ¡Ay, nada nuevo bajo el sol!<br />

Sobre las ondas del mar. Y cuando hubo anochecido,<br />

estaba en alta mar la barca y yo me había quedado solo en tierra.<br />

Mas viendo a los míos jadear a los remos, porque el viento les<br />

era contrario, me dirigí a ellos caminando sobre las aguas. De<br />

lejos me creyeron un fantasma, perdieron la calma y asustados<br />

rompieron a gritar. Mas los tranquilicé diciéndoles: No tengáis<br />

miedo, soy yo. Y respondiéndome Pedro, me dijo: Señor, si eres<br />

tú, mándame que vaya a tí sobre las olas. Le dije pues: Vale!<br />

Acércate! Con lo que él bajó y trató de allegárseme, pero ante el<br />

viento fuerte, temió y comenzó a hundirse, de modo que gritó:<br />

¡Señor, sálvame! Alargué entonces la mano y lo sostuve.<br />

¡Hombre de poca fe! -lo reprendí. ¿Por qué dudabas? Entrados<br />

los dos en la barca, cesó el viento, y los que estaban en ella me<br />

adoraron: Verdaderamente eres hijo de Dios. Y todos me<br />

miraban asombrados, pues no creían lo que acababan de ver;<br />

porque estaban como atontados y lelos.<br />

Mas también y una vez más, se cuenta del Buda una<br />

pareja caminata sobre las aguas encrespadas.<br />

Terminada la travesía, llegamos todos a tierras de<br />

Genesaret y en la orilla atracamos. Y apenas habíamos salido de<br />

la barca cuando algunos que nos habían visto llegar se lanzaron<br />

a recorrer la comarca y a trasladar en camillas a todos aquellos a<br />

los que aquejaba algún mal, para que yo los curase. Y allí a<br />

donde me dirigiese, aldeas, ciudades, cortijos, sacaban a la plaza<br />

a sus enfermos y me rogaban los dejase aunque solo fuera tocar<br />

el borde de mi túnica o manto, lo que bastaría para devolverles<br />

la salud. Mi renombre se extendió por toda la Siria y curaba a<br />

aquellos que aquejados de dolencias varias y recios dolores,<br />

endemoniados, lunáticos y paralíticos, se sentían mal, de modo


207<br />

que llegadas de todas las partes, de Jerusalén, de Judea y de<br />

allende el Jordán, me seguían muchedumbres.<br />

Aquello sí que era popularidad. No existían entonces los<br />

cantantes pop ni había nacido aún Michael Jackson.<br />

La fe de la cananea. Partí entonces hacia Tiro y Sidón<br />

en la costa marítima y llegado a una casa quise guardar el<br />

incógnito, mas no fue posible, pues una pobre mujer, a cuya hija<br />

poseía un demonio, habiendo sabido de mí, vino y se me postró<br />

a los pies. Era una gentil sirofenicia, no era israelita, y me<br />

rogaba insistentemente que expulsara de su hija al espíritu<br />

inmundo que la poseía. Mas yo resistiéndome le decía: Deja que<br />

primero se sacien los hijos, pues no está bien quitarles a ellos<br />

el pan para echarlo a los perros. (Por 'los hijos' entendía yo a<br />

los de mi nación). A lo que ella, avisada, me respondió: Sí, así<br />

es; mas también los perros se aprovechan, pues comen las<br />

migajas que caen de la mesa de sus amos. Admirado de su<br />

agudeza, le repliqué: Por eso que acabas de decir, por demostrar<br />

así tu inteligencia, te complazco; anda y regresa a tu casa, pues<br />

tu hija ya está libre. Con lo que ella se fue y halló a la hija<br />

echada en la cama y libre del demonio.<br />

Me había gustado la profunda fe de la mujer, pues no la<br />

desanimó mi primera negativa, antes persistió en su demanda.<br />

Los que gustan de complicarlo todo, han dicho que para poner a<br />

prueba su fe y su constancia la rechacé al principio. Mis poco<br />

caritativos discípulos me pedían que sin atenderla la despachara<br />

y despidiera. Por mi parte yo era reacio a tratar de convertir a mi<br />

doctrina a quien no fuera israelita, de modo que no quería tener<br />

nada que ver con gentes ajenas. Ante todo, los míos -se podría<br />

decir. Deutschland über alles -me imitaría más tarde un sujeto<br />

de penosa memoria. Pero por una vez harto ya de que todo el<br />

mundo se me sometiera mansamente y sin rechistar, me gustó<br />

que aunque sólo fuera por variar, aquella humilde mujer me<br />

plantara cara, no se dejara intimidar, y mostrándose humilde se<br />

comparara a los perros. Si uno se humilla de buen grado, nos


208<br />

ahorra el esfuerzo de tener que ponerlo en su justo lugar. Aparte<br />

de que ganar siempre y siempre quedar por encima acaba por<br />

cansar. En la variedad está el gusto.<br />

Debo decir por otra parte que siento especial debilidad<br />

por las mujeres que lejos de mostrarse sumisas se revuelven<br />

contra quienquiera que sea. Vaya uno a saber el origen de seguro<br />

infantil de semejante idiosincrasia. Quizá se lo deba a que<br />

gustoso delego en ellas expresar lo que en mí rechazo. No en<br />

vano dije en una ocasión que yo era manso y humilde de<br />

corazón. Uno delega en los otros lo que se prohíbe a sí mismo.<br />

Sano a un sordomudo. Saliendo de Tiro, en la costa, y<br />

atravesando la llamada Decápolis me encaminé por Sidón a los<br />

confines del mar de Galilea. Y me presentaron a un sordomudo<br />

para que le impusiese las manos y lo sanase. Lo tomé pues<br />

aparte, lejos de la turba y tras humedecerme con saliva los dedos<br />

los introduje en sus oídos y le toqué la lengua; luego alcé al<br />

cielo los ojos y dije: Effatá, que quiere decir Ábrete. Con lo que<br />

al punto se le abrieron los oídos y se le desató la lengua y como<br />

niño con zapatos nuevos se puso a hablar de tal modo que no<br />

había manera de pararlo. Como de costumbre encarecí a los<br />

presentes que guardasen silencio y a nadie contasen lo que<br />

habían visto, pero de nuevo fue inútil, pues cuanto más yo<br />

insistía en la discreción, más ellos lo proclamaban a los cuatro<br />

vientos. Y asombrados repetían: Todo lo hace bien y por su<br />

virtud oyen los sordos y hablan los mudos.<br />

¡A ver quien los convencía de lo contrario!<br />

Al parecer aquel mudo no había estado presente cuando<br />

yo había puesto en guardia a la gente contra las palabras ociosas,<br />

de las que llegado el juicio final se les pediría cuentas, sin pasar<br />

nada por alto; pero tampoco hay que ser tan estrictos ni tomar al<br />

pie de la letra las cosas, más si se tiene en cuenta que muy<br />

probablemente y si era mudo de nacimiento, en toda su vida<br />

aquel desdichado no había dicho una sola palabra, de modo que<br />

sería comprensible la indulgencia si se le permitía despacharse a


209<br />

gusto en la ocasión y en cierto sentido ganar el tiempo perdido.<br />

No en vano no recobra uno el habla todos los días.<br />

Multiplico otra vez los panes. Como de nuevo se<br />

hubiese reunido un gran gentío y no tuviesen qué comer, llamé a<br />

mis discípulos y les manifesté que me compadecía de aquella<br />

muchedumbre que en tres días y sólo por el placer de oirme no<br />

se había llevado nada a la boca; o al menos muy poco, y no era<br />

cosa de despedirlos de vuelta a sus casas, pues algunos habían<br />

venido de lejos, y si se iban, corrían el riesgo de desfallecer en el<br />

camino. A lo que ellos quisieron saber de dónde allí en aquellas<br />

soledades se podría sacar lo necesario para calmarles el hambre.<br />

Y de nuevo les pregunté cuántos panes tenían. A lo que ellos<br />

respondieron que con siete contaban esta vez. Está bien,<br />

entregádmelos. Dije después a las turbas que se tendiesen en el<br />

suelo y tras bendecir el alimento lo fui entregando a mis<br />

discípulos para que ellos lo distribuyesen, y así lo hicieron.<br />

Tenían también algún pescado, y tras bendecirlo igualmente<br />

ordené que asimismo lo repartiesen. Todos comieron hasta<br />

saciarse, y con los restos se llenó siete sacos. Eran como unos<br />

4000 y los despedí. Y subiendo con mis discípulos a una barca,<br />

me dirigí a Dalmanuta.<br />

No sin antes recelar que de repetirse en exceso la cosa,<br />

aquella gente se acostumbrase a mantenerse de gorra y ya no se<br />

preocupase de ganar con el sudor de la frente el pan, dándole al<br />

callo, como vulgarmente se dice, cosa que según se afirmaba<br />

había impuesto a los primeros padres de todos en el jardín del<br />

edén el que se suponía era el mío verdadero.<br />

El ciego de Betsaida. Llegados a Betsaida, me trajeron a<br />

un ciego y me rogaron lo tocase. Lo tomé de la mano y nos<br />

apartamos a un lado. Aunque puede que a los más escrupulosos<br />

les parezca la cosa una cochinada, le escupí luego en los ojos y<br />

se los toqué; le pregunté si veía algo, de modo que él los alzó y<br />

me dijo que veía como entre nieblas a la gente, la veía caminar,<br />

y lo que le parecía árboles quietos. De nuevo y para asegurarme


210<br />

le toqué otra vez los ojos, y ya vio con claridad y sin ayuda de<br />

ninguna clase de gafas hasta lo más alejado. Muchos le hubieran<br />

envidiado la agudeza de la visión recién recobrada y hasta puede<br />

que desearan cambiarse por él. De modo que lo despaché a su<br />

casa tras recomendarle que evitase entrar en el pueblo y hacerme<br />

fastidiosa propaganda.<br />

Curo a un muchacho lunático. Estando en esta faena,<br />

se nos acercó un sujeto que de rodillas me pidió compasión para<br />

su hijo lunático, que lo pasaba muy mal, pues unas veces el<br />

fuego lo quemaba y otras caía en el agua y casi se ahogaba, y<br />

aunque por evitarme molestias había rogado él a mis discípulos<br />

lo curasen ellos, se habían mostrado incapaces, de modo que<br />

ahora me lo pedía directamente y sin intermediarios molestos.<br />

Impaciente le hice ver que no debía contar siempre conmigo,<br />

pues no siempre estaría yo disponible para ayudar a quienquiera<br />

que fuese. Luego le dije que me trajera a su hijo. Así lo hizo, con<br />

lo que amenacé al demonio que lo poseía y lo expulsé, y en<br />

aquel punto y hora el muchacho quedó sano y curado. Entonces<br />

mis discípulos me preguntaron por qué ellos habían fallado en el<br />

intento, a lo que respondí reprochándoles que les hubiese faltado<br />

la necesaria confianza en sí mismos, pues de haberla tenido,<br />

nada les hubiese sido imposible, y si hubiesen querido trasladar<br />

de sitio una montaña, lo habrían conseguido. La fe las mueve<br />

-les aseguré categórico.<br />

La fe mueve montañas -en el siglo XX vociferaría Hitler<br />

en sus mítines. Infelizmente la suya no le bastó para ganar la II<br />

Guerra Mundial.<br />

Cómo señalaré en otra ocasión, si se lo propone y sin<br />

más que quererlo, todo el mundo llevará de un lugar a otro los<br />

cerros y los valles, siempre que el traslado redunde en la gloria<br />

de Dios, por descontado, también hay que decirlo.<br />

La moneda en la boca del pez. De nuevo en Cafarnaún,<br />

los que cobraban el impuesto quisieron saber si igualmente yo lo<br />

pagaría; se lo prometí y se tranquilizaron. Entonces llamé aparte


211<br />

a Pedro y le pregunté: ¿qué te parece? ¿de quién cobran tributo<br />

los que mandan? ¿De los propios o de los extraños? De los<br />

extraños, por supuesto -me respondió. Luego nosotros debíamos<br />

estar exentos, pues somos de los propios. Mas para que no se<br />

escandalicen, vete a la orilla y echa el anzuelo; picará un pez y<br />

en él hallarás una moneda que bastará a pagar lo que nos piden.<br />

Anda y ve. Y así lo hizo.<br />

Siéndome tan fácil encontrar el dinero de la renta, cabría<br />

aplicar la misma extraña facultad para pagar los demás gastos.<br />

No era cosa sin embargo de tentar al Altísimo, como ya en otra<br />

ocasión le había hecho ver al diablo, ni de abusar de la suerte y<br />

corromper a los discípulos; además y aunque me quede mal el<br />

decirlo y muchos no lo acepten, no se ha de socorrer a uno<br />

porque lo necesite, sino por amor a Dios, señor de todo.<br />

Y pagué yo por los dos, por Pedro y por mí, porque<br />

siempre el superior lo ha de ser también en la largueza. Lo<br />

contrario sería quedar mal y no estar a la altura de la propia<br />

dignidad. Noblesse oblige -se dijo después.<br />

El ciego de Jericó. Llegamos otro día a Jericó, y a la<br />

vera del camino, al salir de la ciudad, nos topamos con un ciego<br />

que pedía limosna. Se llamaba Bartimeo, hijo de Timeo. Nos<br />

oyó llegar y quiso saber a qué se debía el desusado alboroto; y<br />

tras haberle dicho alguien que se trataba del nazareno que hacía<br />

milagros, alzó la voz y me rogaba que me apiadara de él: ¡Hijo<br />

de David, apiádate de mí! -me gritaba. Muchos lo increpaban<br />

para hacerlo callar; pero cada vez más fuerte, él no paraba de<br />

gritar: ¡Hijo de David, apiádate! Me detuve, pues, y ordené me<br />

lo trajesen. Así lo hicieron, y le decían, vamos, ten ánimo, te ha<br />

llamado, acércate. Con lo que él, tras haber puesto a un lado el<br />

manto con que se cubría, se llegó a mí. ¿Qué quieres que haga?<br />

-le pregunté. Rabbuní -o sea, maestro- ¡qué recobre la vista!<br />

Está bien, te la devuelvo, la fe te ha salvado. Y al instante ya vio<br />

otra vez y se unió a los que me seguían.<br />

Resucito a Lázaro. En Betania vivían mis amigos


212<br />

Lázaro y sus hermanas Marta y María, gente acomodada, y he<br />

aquí que un día me enviaron ellas el recado de que su hermano<br />

había enfermado. No creí necesario apresurarme y me demoré<br />

aún dos días, pasados los cuales dije a mis discípulos que Lázaro<br />

se había dormido y convenía ir a despertarlo. Al aproximarnos al<br />

lugar supimos que ya llevaba muerto y enterrado varios días.<br />

Avisada su hermana Marta de que me acercaba, me salió al<br />

encuentro y se quejó de que no me hubiera dado más prisa en<br />

acudir a tiempo de sanar al enfermo. La consolé diciéndole que<br />

su hermano resucitaría. Ya lo sé -me respondió ella algo<br />

alterada; el día del Juicio Final, como todos los demás. No quise<br />

llevarle la contraria y me adelanté a recibir a María que también<br />

en aquel momento llegaba y que igualmente se lamentó de mi<br />

incomprensible retraso. Me conmovió su dolor, de modo que les<br />

pregunté dónde habían puesto al difunto. Me llevaron a su<br />

tumba y ordené que apartaran la losa que la cubría; Marta me<br />

advirtió de que olía mal, pues ya hacía cuatro días que había<br />

fallecido. Levanté pues los ojos al cielo y tras una corta oración<br />

exclamé con voz fuerte: ¡Lázaro! ¡Levántate y sal fuera! Con<br />

lo que el se levantó y salió todavía envuelto en vendas y<br />

cubierto el rostro con el sudario de costumbre. Dispuse que se lo<br />

desatara y se le permitiese andar. Así se lo hizo y aquel mismo<br />

día conseguí numerosos adeptos.<br />

¡Milagros, milagros! Se da por supuesto que curé a<br />

enfermos, devolví la vista a ciegos, el oído a los sordos, expulsé<br />

demonios, incluso resucité a los muertos y qué sé yo que otra<br />

cosa; pero de creer a mis biógrafos oficiales fui incapaz del<br />

milagro mayor, tener hijos, traer uno a este mundo. ¡No hay<br />

maravilla que se le compare!<br />

Y aunque según dice el vulgo las comparaciones son<br />

odiosas, a veces no puedo menos que pensar en los milagros que<br />

después de mí han hecho algunos de los que mi Iglesia ha<br />

llamado santos. Ciertamente muchos de ellos ganan a los míos<br />

en espectacularidad. Así por ejemplo se cuenta de san Eligio que


213<br />

teniendo un día que herrar un caballo y mostrándosele indócil el<br />

animal, el santo le arrancó la pata en cuestión, clavó como se<br />

debe la herradura y de nuevo colocó la pata en su sitio, sin que<br />

al parecer la bestia tuviera nada que objetar. Jamás hice yo nada<br />

que aun de lejos se le pareciera.<br />

ACERCA <strong>DE</strong> MIS MI<strong>LA</strong>GROS<br />

Según la común opinión de mis devotos, hice yo muchos<br />

milagros, y en la capacidad para hacerlos fundan mi divinidad.<br />

Aunque aquí cabría preguntarse si se me considera dios porque<br />

hice milagros o los hice porque era dios; si mis milagros avalan<br />

mi divinidad o si mi divinidad avala mis milagros; la eterna<br />

cuestión de si fue primero el huevo o lo fue la gallina. Lo<br />

dejaremos estar. Según los relatos canónicos de mi Vida, hice<br />

hasta 38; pero mis detractores los niegan, parte de ellos, si no<br />

todos. Se basan en que en las crónicas que se ha dado por<br />

buenas, algunos aparecen duplicados, lo que se atribuye al<br />

excesivo celo de los cronistas, afanosos de no dejar dudas acerca<br />

de mi pretendida excelencia, y en que otros siguen al pie de la<br />

letra las pautas de los también numerosos que desde los tiempos<br />

más remotos se había atribuido a toda una serie de personajes,<br />

reales o míticos, divinos o humanos, que en el asunto me habían<br />

precedido; con la salvedad de que mientras los míos eran<br />

verdaderas maravillas que transitoriamente dejaban en suspenso<br />

las leyes de la Naturaleza, no pasaban de embustes satánicos,<br />

pura magia o fraudes piadosos, los ajenos.<br />

A la vista de los argumentos que en apoyo de sus<br />

reticencias los más escépticos han presentado, no sería<br />

imposible que todos los que se me ha atribuido no hayan sido<br />

otra cosa que vulgar plagio. La curación maravillosa de sordos,<br />

ciegos, tullidos, leprosos... la expulsión de los demonios, el<br />

andar sobre las aguas, calmar las tormentas, multiplicar


214<br />

prodigiosamente la comida, transformar en vino el agua<br />

corriente, resucitar a los muertos, descender a los infiernos y<br />

ascender a los cielos... en los tiempos que me precedieron, todo<br />

ésto era ya más que conocido y corriente.<br />

En Judea como en otras partes, antes de mí y de creer lo<br />

que por tradición se contaba de ellos, muchos otros personajes y<br />

héroes habían llevado a cabo similares prodigios. Así por<br />

ejemplo era paradigma y modelo de esto que apunto un médico<br />

griego, quizá fuera mejor llamarlo sanador, que allá por el siglo<br />

IV antes de la era mía actual había hecho al respecto tanto como<br />

yo, si no bastante más. Lo llamaban Asclepio, más tarde<br />

Esculapio, y a semejanza de mí, había recorrido los caminos<br />

predicando y de paso curando a sordos y ciegos, resucitando<br />

difuntos y en general haciendo todo lo que ahora se me atribuía.<br />

Lo mismo habían hecho sus discípulos. También en la India, 500<br />

o 600 años antes de mí, Buda había caminado sobre las aguas de<br />

un lago, y según se contaba, alguien había multiplicado<br />

milagrosamente el pan; incluso en el Oriente no era raro<br />

resucitar a los muertos, hasta tal punto que en Babilonia se<br />

disponía de unas como reglas o programas para hacerlo. Del<br />

citado Asclepio se afirmaba que había resucitado a seis y el<br />

relato se asemejaba mucho al que luego se haría a propósito de<br />

los que se me atribuía.<br />

Nada era nuevo. En el imperio romano abundaban los<br />

sabios, adivinos, mistagogos y taumaturgos que como yo<br />

predicaban y hacían milagros, sin contar a los personajes<br />

arcaicos, como Orfeo y Epiménides, por citar sólo los dos más<br />

conocidos, u otros más modernos, como Pitágoras, Empédocles,<br />

Plotino, Apolonio de Tiana, Yámblico, Proclo y en general<br />

varios más que no enumero por no aburrir al lector. Además de<br />

valerme de la simple psicología, como ya he apuntado, recurría<br />

yo a los mismos expedientes a que tantos habían recurrido antes<br />

de mí. Pronunciaba palabras mágicas, como el término ¡Ábrete!,<br />

tocaba con los dedos y humedecía con mi saliva la lengua y los


215<br />

oídos de un sordomudo, formaba con tierra y saliva un emplasto<br />

y lo aplicaba a los ojos de un ciego, escupía en los ojos de otro...<br />

lo mismito que a lo largo del tiempo habían venido haciendo los<br />

muchos que en tales menesteres me habían precedido. Y no solo<br />

hacía milagros directamente, sino a distancia y de modo<br />

digamos oblicuo, como el que hice en favor de un príncipe de<br />

Edesa, que me lo había solicitado por carta.<br />

Ya en la Biblia israelita, en el Antiguo Testamento<br />

cristiano, figuraban algunos, por lo menos poco creíbles para los<br />

espíritus realistas, por no decir del todo fantásticos. Elías, el<br />

profeta, resucitaba al hijo de una viuda, como más tarde habría<br />

de hacerlo yo mismo, y con la ayuda de su capa dividía en dos<br />

las aguas del río Jordán, de la misma manera que el supuesto<br />

caudillo Moisés con un simple báculo había dividido el mar<br />

Rojo para dejar pasar a los israelitas que huían del faraón que<br />

los perseguía. También por medio del mismo Moisés había<br />

hecho milagros el Señor Yahvé. Así se lo relata en el Libro del<br />

Éxodo: “El Señor habló a Moisés: ¿Qué tienes en la mano? Una<br />

vara, señor. ¡Arrójala al suelo! Y él la arrojó y se le convirtió en<br />

una serpiente, de la que salió huyendo. Y de nuevo habló el<br />

Señor: ¡Alarga la mano y tómala por la cola! Y él extendió la<br />

mano y la tomó, con lo que se le volvió a transformar en vara.<br />

Para que te crean que se te ha aparecido el Señor –habría<br />

apostillado Yahvé. Ahora hunde la mano en el pecho. Y él la<br />

hundió y la sacó blanca como la nieve. ¡Húndela otra vez! Y<br />

cuando volvió a sacarla, había recobrado su color original. Están<br />

luego las plagas de Egipto, el maná que caía en el desierto, el<br />

fuego que proveniente del cielo encendía en el monte Carmelo<br />

la pira para el holocausto, la burra que hablando salvaba a<br />

Balaam, los cinco jinetes celestiales que ponían a salvo a Judas<br />

Macabeo, otro caudillo, el sol que a ruegos de Gedeón se<br />

detenía todo un día en el cielo para que los israelitas terminaran<br />

de matar cómodamente a los amalecitas contrarios... Sería el<br />

cuento de nunca acabar.


216<br />

En cuanto a los míos, se dice que en Caná convertí en<br />

buen vino más de seiscientos litros de agua ordinaria y sin<br />

clorar; que en el lago Tiberiades calmé una tormenta; que sin<br />

hundirme caminé sobre las aguas agitadas; que en varias<br />

ocasiones multipliqué panes y peces; que resucité a personas ya<br />

muertas, una de ellas a medias corrompida, etc.,etc.<br />

Ya he dejado dicho que muchas de las que la gente<br />

consideraba curaciones milagrosas mías no eran en realidad otra<br />

cosa que la simple aplicación de las leyes psicológicas, a lo que<br />

contribuía la mentalidad de aquel tiempo. Todo el mundo creía<br />

en los milagros, eran cosa corriente, casi cotidiana; se vivía a<br />

gusto en un mundo al que se creía milagroso, toda suerte de<br />

prodigios ocurría y era posible, abundaban los augurios, incluso<br />

las clases dominantes y las más instruidas carecían del menor<br />

espíritu crítico, no en vano se los había educado para obedecer<br />

ciegamente, para creer sin hacerse preguntas lo que se les dijese.<br />

El espíritu democrático y la individualidad que hoy se da por<br />

descontados, eran entonces y especialmente entre nosotros, los<br />

israelitas, del todo extraños, hasta el punto de que muy bien se<br />

aplicara a ellos lo que siglos más tarde habría de decir el<br />

reformador Lutero: “La gente cree ahora con la misma facilidad<br />

con que un cerdo se mea en el agua”. Y quizá se hubiese podido<br />

atribuir aviesamente a los que entonces mandaban lo que<br />

pasados los siglos llegó a decir el caudillo Hitler: ¡Qué gran<br />

suerte para nosotros, los gobernantes, que la gente no piense!<br />

Todo el mundo estaba predispuesto a esperar detrás de<br />

cada piedra, en cada bosque o riachuelo bucólicos, en<br />

encrucijadas y montes lo maravilloso; había sed de prodigios y<br />

una fe ingenua en que algunos seres privilegiados a los que la<br />

divinidad miraba con especial predilección poseían facultades<br />

soberanas a los otros negadas.<br />

Al igual que el pez nada en el agua como lo más natural,<br />

se vivía en un ambiente y atmósfera en la que nada era absurdo.<br />

De ahí que no me fuese difícil satisfacer sus expectativas. A


217<br />

decir verdad yo hubiese preferido que me escuchasen y creyesen<br />

en mí sin necesidad de recurrir a tales pases de manos, pero<br />

como fácilmente se comprende, de avisados es el amoldarse a<br />

las circunstancias e ir con la corriente del tiempo.<br />

Y no sólo los antiguos milagros se repetían en mí, sino<br />

también toda mi vida. Antes de mí otras divinidades habían<br />

bajado del cielo, un Padre las había enviado, un ángel había<br />

anunciado su adviento, nacidos en un pesebre y paridos por una<br />

virgen se los había perseguido todavía en la cuna; como a mí, se<br />

los había llamado Resucitador de muertos, Señor de los señores,<br />

Rey de reyes, Salvador, Redentor, Bienhechor, Hijo de Dios,<br />

Buen Pastor... A los doce años habían descollado sobre los de su<br />

edad, a los 30 habían comenzado a predicar, los había tentado el<br />

demonio, habían preferido sobre los demás a un discípulo, otro<br />

los había traicionado, habían sanado a los enfermos, devuelto la<br />

vista a los ciegos, enderezado tullidos, multiplicado el vino;<br />

como se había de hacer conmigo, se los había martirizado,<br />

flagelado, colgado en la cruz entre dos malhechores, uno bueno<br />

y otro malo, una mujer les había enjugado el maltrecho rostro,<br />

en el corazón habían recibido un lanzazo, en el momento de<br />

morir habían dicho Todo está consumado, Recibe mi espíritu y<br />

llévalo al cielo, y para remate habían resucitado.<br />

No, ciertamente, de creer a mis detractores, mi vida no<br />

fue original.<br />

JUAN ME ENVÍA A DOS <strong>DE</strong> SUS DISCÍPULOS<br />

Mientras tanto en la prisión había oído Juan acerca de<br />

mí, por lo que envió a dos de los suyos a preguntarme si era yo<br />

el que había de venir o si se debía esperar a otro. Si desde<br />

siempre parecía haber sabido él la respuesta, saltando de gozo en<br />

el vientre de su madre cuando la había visitado la mía, y en el<br />

Jordán declarándome cordero de Dios que quitaba los pecados


218<br />

del mundo, la pregunta extrañaba. En cuanto a lo primero cabría<br />

dudar de que su madre le hubiese contado nunca el incidente. En<br />

todo caso, les encargué comunicarle que los ciegos recobraban<br />

la vista, andaban los cojos, quedaban limpios de lepra los<br />

leprosos, los sordos oían, resucitaban los muertos y se<br />

adoctrinaba a los pobres.<br />

Comencé entonces a quejarme de aquellos que pese a<br />

mis presuntos milagros no acababan de creer que yo los salvaría.<br />

“¿A quién diré semejante esta generación? A los muchachos<br />

que en las plazas reprochan a sus compañeros no haber<br />

danzado cuando tocaba la flauta ni haber plañido cuando se<br />

cantaba canciones tristes. Vino Juan, que ni come ni bebe, y<br />

se lo declara poseído; llega el hijo del hombre, que comiendo<br />

y bebiendo goza, y lo acusan de ser un comilón y beber vino<br />

en mala compañía. ¡Vaya unos sabios!”<br />

Rechazaban a Juan y lo decían poseso porque su vida era<br />

ascética; me rechazaban a mí porque mi vida era ordinaria. Con<br />

nada estaban contentos. No se siente satisfecho el que no quiere.<br />

Tanto Juan como yo vivíamos sabiamente, uno vivía con<br />

aspereza, el otro vivía llanamente, Yahvé aprobaba ambos<br />

caminos y así habrían de reconocerlo quienes me siguiesen.<br />

“¡Ay de ti, Corozaín! ¡Ay de ti, Betsaida! Porque si en<br />

Tiro y en Sidón, ciudades filisteas, se hubiera hecho lo que se<br />

hizo en vosotras, ya en cilicio y en ceniza harían penitencia.<br />

Los que reconocían haber ofendido a Yahvé se vestían de<br />

jerga o estameña, paño burdo y áspero que al contrario que la<br />

seda, no acariciaba la piel, y se sentaban en el polvo o la ceniza.<br />

Para aquella gente, la incomodidad era señal de virtud. Más<br />

tarde, uno de mis discípulos llamado Romualdo había de tener a<br />

gala y sentirse orgulloso de no lavarse nunca el hábito, con lo<br />

cual y como se suele decir, el hedor que lo envolvía tumbaba de<br />

espaldas a quien se le acercaba. También eran señal de virtud las<br />

barbas descuidadas e hirsutas y en general la suciedad y falta de<br />

higiene; a la vista está que eran gente muy bárbara. Por eso,


219<br />

entre otras cosas, aborrecían a los dominadores romanos, gente<br />

que gustaba de pasar en las termas o baños públicos horas y<br />

horas, sin hacer otra cosa que conversar y sentirse a gusto, y a<br />

los helenizantes, los partidarios de los sucesores de Alejandro<br />

Magno, que habían tenido incluso la desfachatez de querer abrir<br />

en la mismísima Jerusalén, la ciudad más santa de todas las<br />

conocidas, un gimnasio, donde como en la clásica Grecia los<br />

jóvenes varones contendientes habrían de competir en pelota<br />

viva, cosa impensable entre nosotros, y celebrar en ella unos<br />

juegos olímpicos. Proyecto que tuvo por necesidad que quedarse<br />

en pura agua de borrajas, porque los gobernantes que lo habían<br />

sugerido no hubiesen tenido segura la vida ni un solo instante. Y<br />

proseguí: El día del Juicio se usará más rigor con vosotras<br />

que con ellas. Y ensalzada hasta el cielo, tú, Cafarnaúm,<br />

hasta el infierno serás abajada, porque si en Sodoma se<br />

hubiera hecho los milagros hechos en ti, aun hoy existiría. El<br />

día del juicio se la juzgará menos duramente que a ti.”<br />

Elemental. El día del juicio se castigará más a los que<br />

habiendo tenido más ocasiones para evitar el mal y aplicarse al<br />

bien viviendo con modestia y pureza, perseveraron en su vivir<br />

mundano. En compañía de los buenos, siempre libran mal los<br />

malos.<br />

Tornaron mis discípulos de la predicación a que los había<br />

enviado y me refirieron muy ufanos los milagros que en el curso<br />

de su ministerio habían hecho, de modo que les bajé los humos<br />

advirtiéndoles de que no se habían de gozar de las maravillas<br />

que por acaso y gracias a mí llevaban a cabo, sino de que sus<br />

nombres estuviesen escritos en los cielos, tras lo cual y<br />

admirado yo mismo de mi prodigiosa virtud me entró tanta<br />

alegría del espíritu santo y tal júbilo interior que agradecí a mi<br />

Padre, señor del cielo y de la tierra, haber ocultado a los sabios y<br />

prudentes todas estas cosas para revelarlas a los pequeños. Mi<br />

Padre me lo ha dado todo. Sólo el Padre ha conocido al hijo,<br />

como sólo el hijo y aquellos a quienes se lo revelará


220<br />

conocerán al Padre -exclamé en un rapto de pura y gozosa<br />

vanidad. Venid a mí, los agobiados y cansados -añadí ya<br />

puesto en la vena- y os daré reposo. Tomad mi yugo, porque<br />

es suave y ligera mi carga, y aprended de mí, que soy manso<br />

y humilde de corazón.<br />

Lástima que todo no pasara de un inútil gastar pólvora en<br />

salvas, pues si se repasa la Historia se verá que muy a menudo<br />

aquellos que se decían mis seguidores y representantes en la<br />

Tierra no se mostraron ni mansos ni humildes. Uno de ellos, el<br />

Papa León, también llamado el Magno, como el antiguo griego<br />

Alejandro, solía decir a los otros obispos que él, por voluntad<br />

del Señor, es decir, yo, estaba en posición preeminente y le<br />

debían servil acatamiento los demás; y por ello les prohibía<br />

ordenar sacerdotes a quienes “un linaje adecuado” no avalase; y<br />

otro, del siglo IV, Efrén, santo y doctor de mi supuesta Iglesia,<br />

pese a que se lo llamó 'cítara del espíritu santo' y se lo señaló<br />

como ejemplo de sin igual mansedumbre, fue de todas las<br />

épocas uno de los más encarnizados enemigos de los judíos que<br />

habían preferido seguir siéndolo a la manera antigua antes que<br />

pasarse en masa a mi bando, la manera nueva supuestaauténtica.<br />

Los llamó canallas, serviles, dementes, siervos del demonio,<br />

criminales, asesinos sanguinarios y gente 99 veces peor que<br />

cualquiera no judía. Además de necios, apestosos y mortíferos.<br />

Un buen día en las afueras de un lugar atravesábamos<br />

mis discípulos y yo unos sembrados, cuando a la vista de las<br />

granadas espigas sintieron ellos que se les despertaba el apetito<br />

y sin pensárselo dos veces las arrancaban y comían, lo cual<br />

disgustó a los fariseos que por allí merodeaban y comenzaron a<br />

murmurar diciendo ¿eh, pero que hacen estos? Pese a que hoy es<br />

sábado y no se puede trabajar, arrancan las espigas y las comen,<br />

lo que a todas luces requiere esfuerzo, aunque no sea excesivo.<br />

A lo que yo oyéndolos repuse: No hacen otra cosa que imitar a<br />

David, que en una ocasión sintió hambre y la sintieron los<br />

que estaban con él, y no tuvieron reparo en entrar en el


221<br />

Templo y comer los panes de la ofrenda, también llamados<br />

de la proposición, panes que por ley sólo los sacerdotes<br />

podían comer. No iréis a decir que el rey David pecó y<br />

pecaron sus acompañantes. Por otro lado, también los<br />

sacerdotes del Templo trabajan en sábado, porque llevan a<br />

cabo las ceremonias del culto, y tal cosa es trabajar. Pues si<br />

ni el rey David ni los sacerdotes pecaron por trabajar un<br />

sábado, tampoco pecan mis discípulos si arrancan estas<br />

miserables espigas y se las comen; porque la misericordia<br />

vale más que el sacrificio, y vosotros, a fuer de hombres<br />

santos, debiérais ser los primeros en saberlo. Y el llamado<br />

Hijo de Hombre es señor del sábado; el sábado se ha hecho<br />

para él y no él para el sábado.<br />

Temo que los autoritarios no hubiesen aprobado mis<br />

anteriores palabras y me hubiesen tachado de anarquista.<br />

Condeno se blasfeme del Espíritu santo. Y un tanto<br />

oscuramente, también hay que añadir, habría proseguido yo<br />

diciendo: “A quienquiera que sea se perdonará todo pecado y<br />

blasfemia, pero no se le perdonará la del espíritu; y al que<br />

diga algo contra el hijo de hombre se le perdonará, pero ni<br />

en el siglo presente ni en el futuro se perdonará al que diga<br />

algo contra el espíritu santo.”<br />

Aunque probablemente en lo más íntimo pensaban otra<br />

cosa, los maliciosos fariseos persuadían al pueblo de que sólo<br />

por arte diabólica yo echaba los demonios, y atribuían al espíritu<br />

malo lo que era del espíritu santo. Este pecado era irremisible.<br />

Sólo los muy depravados y obstinados en la depravación lo<br />

cometerían, y por ellos nunca habría que rogar, aunque los<br />

esperase el infierno.<br />

De nuevo aquí me había presentado yo como un sujeto<br />

amenazante y truculento, porque a final de cuentas importaba<br />

muy poco lo que alguien pensase de mí, y si le placía ver en mis<br />

milagros artes diabólicas, allá él con la suya, no había por qué<br />

tomárselo tan en serio. Así pienso hoy.


222<br />

“Haced bueno el árbol y su fruto será bueno, hacedlo<br />

malo y será malo; por el fruto se conoce el árbol. (Como se<br />

diría vulgarmente, no había que pedir peras al olmo; cada uno da<br />

de sí lo que puede). ¡Nido de víboras! -proseguí exasperado.<br />

¿Cómo hablaréis bien, siendo malos? De lo que abunda en el<br />

corazón, habla la boca. Y de toda palabra ociosa que<br />

hablaren los hombres, darán razón el día del juicio, porque<br />

por tus palabras se te justificará y se te condenará.”<br />

En cierto sentido me mostraba aquí maniqueo, es decir,<br />

tajante en cuanto a la distinción entre el bien y el mal, pues daba<br />

por supuesta la existencia de hombres buenos y hombres malos,<br />

cuando todos nacen buenos y los malea el ambiente; pero el<br />

papel que se me había asignado me obligaba a profesar el mito<br />

del pecado de Eva y Adán, según el cual todos los humanos<br />

nacen manchados, con la salvedad de que en la opinión de<br />

algunos, tanto mi madre como yo habríamos eludido aquella<br />

suerte común.<br />

Y por otro lado supongo que aquí se me podría acusar de<br />

rigor excesivo, porque de atenerse uno a la letra, habría que ir<br />

por la vida con la boca cerrada, ya que es punto menos que<br />

imposible no abrirla para decir alguna que otra necedad. Cómo<br />

cualquier día más tarde habría de sostener sentencioso uno de<br />

tantos al que ya me he referido, se ha de respetar estos principios<br />

que apunto, con los que se pretende tan sólo edificar, pero nunca<br />

obligar; no se tratará de obedecerlos, ya que son impracticables.<br />

Sin embargo parece que en el siglo VI no lo veían así dos<br />

de mis seguidores, que habiendo tomado en serio mis palabras,<br />

procuraron llevarlas fielmente a la práctica. Se trata de Benito de<br />

Nursia y su hermana Escolástica; vivían mutuamente separados<br />

y una vez al año se daban cita para verse y alentarse uno al otro<br />

en el camino de la perfección que habían escogido. Se cuenta<br />

que en una ocasión habían pasado las horas alternando divinas<br />

alabanzas y santos coloquios y sin que lo advirtieran se les<br />

echaba encima la noche, de modo que ella le pidió que en lugar


223<br />

de recogerse cada uno a su monasterio, como en ocasiones<br />

pasadas ya habían hecho, prolongasen la vigilia para dedicarla a<br />

conversar sobre los goces celestiales. Como él se resistiera<br />

aduciendo que a su edad no estaba ya para novedades y cambiar<br />

la rutina le parecía inconveniente, ella se recogió en sí misma y<br />

me imploró acudiera en su ayuda, lo que hice prontamente<br />

provocándole un río de copiosas femeninas lágrimas, a la vista<br />

de las cuales el hermano cedió. Por si le quedara alguna duda, de<br />

pronto, sin que nada hubiera permitido predecirlo, pues el cielo<br />

estaba claro, se desató sobre ellos una lluvia torrencial que lo<br />

confirmó en su decisión. Y añade la historia que, triunfante la<br />

hermana, lo desafió con estas palabras: te supliqué y no quisiste<br />

escucharme, de modo que he rogado al Señor y él me ha oído.<br />

Sal ahora, si puedes, y regresa a tu monasterio. A lo que él, aun<br />

contrariado, se vio obligado a pasar en vela la noche y a<br />

satisfacer con píos coloquios la sed de su hermana.<br />

Ay, a veces la virtud prodigiosa de aquellos a quienes<br />

declara santos mi Iglesia me conmueve en lo hondo.<br />

ENSEÑO EN PARÁBO<strong>LA</strong>S.<br />

Al parecer enseñé por medio de parábolas, para que<br />

-según se sostuvo- se cumpliese lo que en el salmo 77 había<br />

dicho el consabido rey David: Abriré en parábolas mi boca,<br />

proferiré enseñanzas del pasado.<br />

Sin embargo, según otra versión, yo hablaba de este<br />

modo para que quienes me oían me entendieran mejor que si les<br />

hablaba directamente y al grano, porque se ha de tener en cuenta<br />

que solían ser gente sencilla y de escasas letras, por no decir<br />

ninguna. Como buen orador, me ponía a la altura de los oyentes.<br />

Además, y como pasados los siglos habría de decir el famoso<br />

Hitler al que tantas veces ya me he referido aquí, para que la<br />

propaganda sea eficaz “se ha de repetir machaconamente una y


224<br />

otra vez lo que se quiere hacer creer al adoctrinado y de modo<br />

que no tenga que esforzarse en comprender; hay que ponérselo<br />

al alcance y evitarle el pensar; también se ha de acomodar uno<br />

a lo más familiar y común entre la audiencia”.<br />

De nuevo no sabría decir si aquel dictador copiaba de mí<br />

o si con una actitud que aún había de tardar muchos siglos en<br />

ponerse al alcance de cualquiera yo me adelantaba a mi tiempo.<br />

Aún no había nacido Maquiavelo.<br />

La propaganda debe ser popular y se debe ajustar a la<br />

inteligencia más limitada su nivel. No exigirá de la gente un<br />

esfuerzo intelectual. Cuanto más numerosa la masa, más bajo<br />

será su nivel.<br />

Así pues un día salí y me senté a la orilla del mar; se<br />

corrió la voz y se juntó una gran multitud, de modo que mientras<br />

la gente llenaba la playa me subí a una barca y les propuse la<br />

siguiente parábola. Hubo una vez un sembrador -les dije- que<br />

salió a sembrar su semilla. Una parte de ella cayó junto al<br />

camino y vinieron las pájaros y se la comieron; otra cayó entre<br />

las piedras, donde escaseaba la tierra, de modo que no arraigó<br />

y la fuerza del sol la quemó; una tercera parte cayó en medio<br />

de las malas hierbas, que crecieron con ella y la ahogaron;<br />

hasta que finalmente el resto cayó en buena tierra y dio ciento<br />

por uno. Quién sea capaz, que lo entienda.<br />

Entonces mis discípulos quisieron saber por qué hablaba<br />

yo a la gente en parábolas. A lo que respondí: aunque vosotros<br />

no necesitaríais que os hablase por comparaciones o similitudes<br />

porque me entendéis directamente, si no lo hiciera de esa forma<br />

ellos no me entenderían. Con lo cual y dado que los halagaba al<br />

suponerlos más inteligentes que los otros, no quisieron indagar<br />

más y se dieron por satisfechos.<br />

La parábola del sembrador. Les propuse otra parábola:<br />

Semejante es el reino de los cielos a un hombre que en su campo<br />

siembra buena simiente, mas luego se duerme, y su enemigo<br />

siembra cizaña entre el trigo, de modo que con el uno, crece


225<br />

también la otra. Y los criados preguntan: Señor, si en el campo<br />

sembraste semilla buena, no se ve de donde sale la cizaña. El<br />

enemigo lo ha hecho -les replica él. ¿Quieres que vayamos y la<br />

arranquemos? No, porque al coger la una no arranquéis también<br />

el otro. Dejad que hasta la siega crezcan ambos, y entonces diré<br />

a los segadores que cojan primero la cizaña y tras atarla en haces<br />

la quemen, y que en mi troj junten el trigo.<br />

También es semejante el reino de los cielos al grano de<br />

mostaza, la más diminuta de todas las simientes, que se toma y<br />

se siembra, pero una vez crecida aventaja a las legumbres y se<br />

hace árbol hasta tal punto que acuden del cielo las aves y anidan<br />

en sus ramas.<br />

O como la levadura que se esconde en tres medidas de<br />

harina hasta que sea leudado todo.<br />

Y cuando alguien halla en un campo un tesoro escondido<br />

se alegra de manera que va y vende todo lo que posee sólo para<br />

comprar aquel campo. También se asemeja a una piedra preciosa<br />

de incalculable valor que un mercader compra tras haber<br />

vendido para ello todo lo que poseía. Igualmente se parece este<br />

reino a una red que un pescador echa al mar y en ella recoge<br />

muchos peces de entre los cuales una vez en el puerto escoge los<br />

buenos y tira los malos. Tal sucederá cuando acabe el mundo,<br />

que vendrán los ángeles y separando a los buenos los llevarán a<br />

la vida eterna, en tanto que arrojarán al infierno a los malos,<br />

para que allí se consuman y ardan eternamente.<br />

Pregunté luego a mis discípulos si lo habían entendido y<br />

me dijeron que sí.<br />

Pedro me preguntó cuántas veces había de perdonar a<br />

quien lo ofendiera y si con siete veces bastaba. A lo que yo le<br />

propuse la siguiente parábola. El siervo cruel. El reino del cielo<br />

se asemeja a un rey que quiso hacer cuentas con sus siervos.<br />

Uno le debía 10.000 talentos y no tenía con qué pagarle, de<br />

modo que el rey ordenó que se reuniese la suma vendiendo<br />

como esclavos a él y a toda su familia.. Mas postrándose en


226<br />

tierra el esclavo solicitó misericordia y prometió pagarlo todo si<br />

se le daba algún tiempo. El rey tenía un buen día, se compadeció<br />

de él y le perdonó la deuda. Sin acabar de creer su buena suerte<br />

se iba de allí aquel criado cuando se topó con uno que le debía<br />

100 miserables denarios, le echó al cuello las manos y casi lo<br />

ahogaba al tiempo que le reclamaba el pago de lo debido.<br />

También éste le rogaba paciencia y prometía pagar; pero sin<br />

atender a razones el otro lo mandó a la cárcel hasta que hubiese<br />

saldado la deuda. El rey se enteró, de modo que lo llamó de<br />

vuelta y lo apostrofó de este modo: Siervo necio y ruin; porque<br />

me compadecí de ti, te perdoné el dineral que me debías, y en<br />

cambio tú no te apiadaste de quien te debía una bagatela. Me<br />

vuelvo atrás y no te dejaré ir hasta que me hayas devuelto el<br />

último céntimo. Y lo entregó a los verdugos. De la misma<br />

manera os tratará el Padre del cielo, si no tenéis misericordia de<br />

quien lo ha menester.<br />

Según uno de mis más fieles devotos y al parecer no muy<br />

caritativo, aquel rey bien sabía que el criado no le podía pagar,<br />

así que para mantener la autoridad quiso que lo reconociera y<br />

suplicase, porque humillar al esclavo y forzarlo a reconocer su<br />

dependencia, aprovecha al amo más que todos los bienes que<br />

pudiera devolverle, dado que al fin y al cabo de él ha recibido<br />

todo lo que tiene y nada le pertenece. Otro tanto sucede con<br />

Dios.<br />

Algunos de mis seguidores no han entendido bien la<br />

parábola, de modo que lejos de perdonar siete veces, no han<br />

perdonado ni una. Y a menudo no les ha bastado ni la mas<br />

completa humillación del que se les resistía. Al parecer no<br />

temían que tampoco Dios los perdonase a ellos.<br />

Como es bien sabido, durante las persecuciones a que los<br />

emperadores romanos sometieron a los primeros cristianos,<br />

muchos apostataron, lo cual se les afeó hasta el punto de<br />

excomulgarlos y negarse a aceptarlos de vuelta cuando pasada<br />

ya la tormenta quisieron volver arrepentidos al anterior redil.


227<br />

Pero los dirigentes de mi Iglesia no sólo no los perdonaron más<br />

de una vez, sino que no lo quisieron hacer ni la primera. Como<br />

se suele decir, Dios nos libre de tener por amo al que antes fue<br />

esclavo. O parafraseando el dicho, nos libre Dios de buscar la<br />

comprensión de los que por fuertes se tienen, porque nada temen<br />

más que la propia íntima debilidad.<br />

Los obreros llamados a la viña. El reino de los cielos es<br />

semejante a un hombre que al amanecer salió a contratar obreros<br />

que le trabajasen la viña por un denario al día. A media mañana<br />

vio en la plaza a otros parados y también los contrató tras<br />

haberles prometido que les pagaría lo justo. Al mediodía, a las 3<br />

de la tarde y de nuevo a las 6 contrató a más gente. Terminada la<br />

jornada encargó a su administrador que les pagase y que<br />

empezase por los últimos. A todos pagó un denario por el trabajo<br />

hecho, con lo que los contratados a primera hora del día<br />

empezaron a murmurar; si nosotros hemos trabajado más horas,<br />

no es justo que recibamos igual paga. Mas el amo les dijo:<br />

¿acaso no os doy lo acordado? No tenéis por qué quejaros. Si<br />

prefiero dar a estos últimos tanto como a los primeros ¿quién me<br />

lo reprochará? Hago de mi capa un sayo, para eso soy aquí el<br />

amo. Los últimos serán los primeros y los primeros serán los<br />

últimos, porque muchos son los llamados y pocos los escogidos.<br />

Los talentos. Un hombre que partía lejos, entregó sus<br />

bienes a sus siervos. A uno dio cinco talentos, y al otro dos, y al<br />

otro uno, conforme a su respectiva capacidad. El que había<br />

recibido cinco, ganó con ellos otros cinco y el que había<br />

recibido dos, ganó también otros dos. Mas el tercero metió el<br />

suyo en un hoyo. Regresó el señor y tras hacer cuentas alabó y<br />

premió a los que habían multiplicado el capital, en tanto que<br />

ordenó echar fuera, al llanto y el crujir de los dientes, al que lo<br />

había enterrado.<br />

Quizá de ahí proceda la Banca moderna. Mira que si yo<br />

sin proponérmelo resultara ahora uno de sus fundadores...<br />

Habría para admirarse. ¡Menudo designio de la Providencia!


228<br />

NO SOY PROFETA EN MI TIERRA<br />

Tras recitar estas parábolas, volví a mi pueblo,a mi casa,<br />

Nazaret, dónde un sábado acudí a la sinagoga y como se solía e<br />

invitado por el asistente de turno me levanté a leer los textos<br />

sagrados. Abrí el libro del profeta Isaías y fui a dar en el pasaje<br />

en que estaba escrito: “El Espíritu del Señor Yahvé está sobre<br />

mí, por cuanto Él me ungió; me ha enviado para evangelizar<br />

a los pobres, para pregonar la remisión de los cautivos y<br />

anunciar a los ciegos la recobrada vista; para librar a los<br />

oprimidos, para pregonar un año de gracia del Señor<br />

Yahvé.” Tras lo cual enrollé el pergamino, lo entregué al<br />

ministro y me senté. Y los ojos de todos se clavaban expectantes<br />

en mí. De modo que comencé a decirles. “Hoy se ha cumplido<br />

lo que acabáis de oír.” Y todos me miraban y se maravillaban<br />

de lo que oían, y pensaban que jamás nadie había hablado como<br />

hablaba yo, y para sí se preguntaban “¿De dónde ha sacado<br />

éste tales conocimientos y cómo es que hace milagros? Es el<br />

hijo de María y del carpintero José, y conocemos bien a sus<br />

cuatro hermanos. ¿De dónde sale él ahora?” Y no acababan<br />

de aceptar lo que veían. Con lo que me adelanté a ellos con estas<br />

palabras: “Sin duda me aplicaréis el proverbio que dice:<br />

¡médico, cúrate a ti mismo! Todo lo que hemos oído has<br />

hecho en Cafarnaún, hazlo también aquí, entre los tuyos.<br />

Pero en verdad os digo que nadie es profeta en su tierra;<br />

pues por los tiempos de Elías había en Israel muchas viudas,<br />

cuando la sequía duraba ya tres años y medio y reinaba el<br />

hambre, y a ninguna de ellas socorrió el profeta, sino a una<br />

de Sarepta, ciudad de Sidón. Y en tiempos del profeta Eliseo<br />

había en Israel muchos leprosos, pero a ninguno curó, sino a<br />

Naaman, el sirio.”<br />

Todos los entonces presentes en la sinagoga se dieron por<br />

ofendidos y levantándose encolerizados se apoderaron de mí y


229<br />

por un sendero bordeado de cipreses y rosas que a lo que se dice<br />

aún existe, me llevaron a lo alto de un barranco cercano a la<br />

ciudad, y allí trataron de despeñarme por el acantilado; pero yo<br />

me las arreglé para zafarme de ellos y me les escabullí, con lo<br />

que los dejé frustrados en sus intenciones perversas.<br />

No hice allí muchos milagros, porque ni aun así se<br />

convencerían de mi superioridad sobre ellos. No hay mayor<br />

escéptico que el que no quiere creer.<br />

No pudiendo reprocharle a uno la conducta, se le echa en<br />

cara la baja ascendencia. Como luego se diría, para su criado,<br />

para su valet de chambre, nadie es grande.<br />

LLEGA A HERO<strong>DE</strong>S MI FAMA. ALGO <strong>DE</strong> <strong>HISTORIA</strong><br />

Comencé a predicar en Galilea, donde reinaba Herodes,<br />

que tras haber oído hablar de mí, temió que el Bautista hubiese<br />

resucitado y tuviese ahora poderes sobrenaturales. Un grupo de<br />

fariseos me advirtió de que el rey tramaba mi muerte, pero yo<br />

me limité a llamarlo 'zorro', animal que entre nosotros pasaba<br />

por impuro, y añadí que por mi parte no creía correr peligro<br />

alguno, porque no en vano estaba escrito que “ningún profeta<br />

habría de morir si no era en Jerusalen”.<br />

Para el gusto de los gobernantes romanos, los israelitas<br />

de mi tiempo se mostraban levantiscos e inquietos en exceso.<br />

Por ello, tras muchas dudas y por ver de acabar con el problema<br />

judío, tal como en Roma se lo conocía, el emperador Tiberio<br />

había nombrado tetrarca de la Galilea a Herodes Antipas.<br />

Tetrarca era un título griego que significaba literalmente<br />

“principado de cuatro”, y en su origen indicaba al jefe de una de<br />

las cuatro regiones de una provincia, algo así como miembro de<br />

un cuadrunvirato. Pero durante el imperio romano, se perdió el<br />

significado original y comenzó a llamarse “tetrarca” al que<br />

gobernaba una pequeña región.


230<br />

Cuando yo nací, reinaba en Judea el rey Herodes el<br />

Grande, el mismo al que según la leyenda habían visitado los<br />

llamados magos de Oriente, y que alarmado por ellos y la<br />

referencia al Mesías enviado de Dios, ordenara matar a todos los<br />

recién nacidos de Belén y su comarca. Casado en primeras<br />

nupcias con una samaritana llamada Maltace, había tenido con<br />

ella tres hijos, Arquelao, Filipo y Herodes, conocido éste como<br />

Antipas, sobrenombre derivado de Antipatros, que significa algo<br />

así como 'contrario al padre', pues este hijo se le oponía, era el<br />

rebelde de los tres, con lo que hacía suponer que adelantándose<br />

en casi veinte siglos a sus tiempos, padecía lo que luego habría<br />

de llamarse 'complejo de Edipo', en virtud del cual al parecer los<br />

hijos varones de una pareja desean necesariamente enfrentarse a<br />

su padre y luego matarlo para a continuación desposar a la<br />

madre. Sin embargo, en este caso al menos, tal cosa no había<br />

sucedido y Herodes el Grande había muerto de muerte natural y<br />

en su lecho.<br />

Mas luego, en segundas nupcias, había desposado a la<br />

asmonea Mariamne, de la que a su vez había tenido otros tres<br />

hijos, Antipater, Aristóbulo y Alejandro. Los llamados asmoneos<br />

descendían de un Asmón a cuya familia pertenecía un tal Judas<br />

Macabeo, que en compañía de varios hermanos y en nombre de<br />

la sacrosanta tradición y las supuestas puras esencias de la<br />

religión de los padres, se había rebelado contra el dominio<br />

griego helenizante que desde dos siglos atrás imperaba sobre el<br />

pueblo de Israel, y sin piedad le había hecho la guerra. Pero esto<br />

era Historia ya pasada. En cuanto al Herodes de que aquí me<br />

ocupo, cuando se sintió envejecer, pensó en dejar sucesor. Al<br />

principio nombró herederos a Alejandro y Aristóbulo, pero<br />

queriendo deshacerse de su madre, a la que por pertenecer a la<br />

estirpe de los hermanos Macabeos la población veía mal, ya que<br />

los acusaba de la corrupción y crueles matanzas generalizadas<br />

de los cien últimos años, les tendió una trampa en la que<br />

inexpertos cayeron; los acusó de tramar asesinarlo y los mandó


231<br />

ejecutar. Era el año 7 anterior a la era actual, más o menos el de<br />

mi nacimiento. Se fijó luego en el hijo restante, Antipater, mas<br />

de nuevo dos años después una intriga lo acusó de querer<br />

envenenar a su padre, de modo que también se deshizo de él.<br />

Sólo entonces se volvió a los hijos del primer matrimonio.<br />

Empezó nombrando heredero al menor, Antipas, pero luego,<br />

pensándolo mejor, acordó dividir el territorio entre los tres<br />

hermanos, de modo que en su último y definitivo testamento<br />

quedó Arquelao, el primogénito, como rey de Judea, Idumea y<br />

Samaria; dio a Filipo los actuales altos del Golán, la Batanea o<br />

sur de la Siria actual, la Traconítida y por último el Auran; en<br />

tanto que degradaba de rey de la totalidad a solamente tetrarca<br />

de la Galilea y la Perea, la ribera oriental del río Jordán, a<br />

Herodes Antipas. La región de Decápolis se interponía entre<br />

estos dos territorios, Galilea al norte y Perea al sur. Entonces<br />

Herodes el Grande murió.<br />

Los israelitas éramos sujetos de Roma y el emperador<br />

Augusto debía ratificar aquellas últimas disposiciones del rey, de<br />

modo que los tres herederos fueron allá para abogar en persona<br />

por los propios intereses. Antipas quería hacer valer el primer<br />

testamento y reclamaba para sí todo el reino, en tanto que los<br />

otros dos se atenían a lo último dispuesto. Aunque los familiares<br />

del primer Herodes residentes en la capital deseaban que el<br />

emperador gobernase Judea en persona en lugar de delegar en<br />

otros la carga, apoyaban a Antipas, porque les merecía más<br />

confianza que los dos restantes. El emperador confirmó la<br />

división del territorio del testamento último, pero nombró<br />

solamente etnarca a Arquelao, título también inferior al de rey.<br />

Sin embargo, más tarde lo juzgó incompetente y el año 6 lo<br />

destituyó para poner en su lugar a un gobernador que dependía<br />

directamente de Roma; en cambio Antipas, el hermano,<br />

conservó sin interrupción 42 años seguidos el cargo.<br />

Herodes Antipas quiso ganarse el favor imperial. Lo<br />

necesitaba, porque en los últimos tiempos el gobierno se le había


232<br />

ido de las manos. Mientras en Roma él defendía su causa, un<br />

revolucionario llamado Judas, hijo de un tal Ezequías, había<br />

sembrado el terror en la ciudad galilea de Séforis atacando el<br />

palacio real y robando dinero y armas, con lo cual el gobernador<br />

romano de Siria, Quintilio Varo, había restablecido el orden<br />

incendiando la infeliz ciudad y vendiendo como esclavos a sus<br />

habitantes. De esto ya he hablado al referirme a mis primeros<br />

años. Por otro lado, Perea limitaba con el reino de Nabatea, que<br />

desde muy atrás mantenía relaciones tirantes con romanos y<br />

judíos.<br />

Para ver de amansar a sus hirsutos sujetos, el nuevo<br />

Herodes imitó a su padre e hizo numerosas obras públicas.<br />

Comenzó reedificando Séforis y fortificándola, al mismo tiempo<br />

que en Perea rodeaba de una muralla imponente una ciudad<br />

fronteriza, cuyo nombre impronunciable y para honrar a la<br />

mujer de Augusto, que se llamaba Livia, cambió primero por el<br />

de Livias, y volvió a cambiar después por el de Julia, la hija muy<br />

amada del emperador. Sin embargo el renombre al que aspiraba<br />

le vino por haber construido en la costa occidental del mar de<br />

Galilea la capital de su reino, a la que en honor de Tiberio, que<br />

en el año 14 había sucedido a Augusto, llamó Tiberiades. Se<br />

hallaba cercana a Emaús, un balneario de aguas termales, y llegó<br />

a contar con un estadio, un palacio real y un templo. Dio su<br />

nombre al mar o lago cercano y más tarde se convirtió en un<br />

centro de estudios rabínicos.<br />

Sin embargo, pese a la buena voluntad del rey, los<br />

israelitas más conservadores se negaron a vivir en ella, porque,<br />

ya fuese por ignorancia, ya por malicia, se la había levantado en<br />

el solar de un antiguo cementerio o necrópolis, lo que hacía de<br />

ella una ciudad ritualmente impura. Hubo que poblarla con una<br />

mezcla de extranjeros, inmigrantes forzados, miserables y<br />

esclavos libertos.<br />

No obstante, Herodes Antipas era judío o le gustaba que<br />

se lo tuviese por gobernante favorable a los suyos; como ellos,


233<br />

celebraba en Jerusalén la Pascua y otras fiestas israelitas, pero su<br />

aparente piedad no acababa de convencer a sus gobernados. En<br />

otras ocasiones se mostró más avisado que cuando había mal<br />

escogido el emplazamiento de la nueva ciudad, porque para no<br />

transgredir las prescripciones judías referentes a la idolatría, se<br />

abstuvo de grabar imágenes en las monedas, en contra de lo que<br />

entonces era corriente. Y cuando el gobernador romano Poncio<br />

Pilatos ofendió a la gente colocando en el palacio real de<br />

Jerusalén escudos votivos, Antipas y sus hermanos lograron<br />

persuadirlo para que los retirase.<br />

HERO<strong>DE</strong>S Y HERODÍAS<br />

Hallándose en Roma, Herodes Antipas se había alojado<br />

en casa de su medio hermano Filipo, hijo de su mismo padre y<br />

de Mariamne, y allí se había enamorado perdido de Herodías, su<br />

sobrina y la mujer de su huésped. También Antipas estaba<br />

casado, pues al comenzar a reinar había desposado a Faselis, una<br />

princesa árabe hija del rey Aretas IV de la Nabatea, de modo que<br />

el nuevo romance se veía en apuros, por lo menos políticos.<br />

Herodes y Herodías cortaron por lo sano. Acordaron divorciarse<br />

de las respectivas parejas y casarse de nuevo, el uno con el otro.<br />

Y así lo hicieron. Al enterarse, la hija de Aretas huyó a la<br />

fortaleza de Maqueronte, desde donde una escolta de nabateos la<br />

acompañó de vuelta a su padre. Las relaciones de Antipas y<br />

Aretas se deterioraron y se preparó una guerra.<br />

Herodías descendía de Esaú, el muy peludo hermano de<br />

Jacob, y procedia de Edom, era edomita, y con el marido vivía<br />

en la capital. Nieta de Herodes el Grande, según algunos<br />

probablemente a la fuerza se la había casado con uno de sus tíos,<br />

Filipo, al que el abuelo había desheredado, lo que la había<br />

disgustado muchísimo, pues se creía con más derecho que otras<br />

a ser reina; entonces Herodes Antipas se enamoró como loco de


234<br />

ella; ella vio la ocasión de satisfacer sus antiguos deseos y no la<br />

dejó escapar; se hizo querer y por todos los medios alentó en el<br />

nuevo marido la ambición hasta el punto de inducirlo, pasados<br />

los años y viuda ya del primero, a solicitar del emperador que lo<br />

nombrara rey, a lo que el otro se negó de plano, con lo que ella<br />

se vio cruelmente burlada en sus esperanzas.<br />

El casamiento con la ex mujer del propio hermano no era<br />

incomún, pero Herodías era también la hija de otro hermanastro,<br />

Aristóbulo y aunque se permitía igualmente el casamiento con la<br />

propia sobrina, la unión con una mujer que era al mismo tiempo<br />

cuñada y sobrina, complicaba las cosas.<br />

Cuando Juan el Bautista comenzó a predicar y a bautizar<br />

a las gentes en el río Jordán, que marcaba la frontera occidental<br />

del territorio de Perea, Antipas se sintió amenazado. Juan<br />

condenaba su inmoral matrimonio con Herodías, contrario a la<br />

ley, y Herodes temió que la popularidad del Bautista causase la<br />

rebelión de los súbditos. De modo que lo mandó detener y<br />

encerrar en un calabozo de la fortaleza de Maqueronte, pero de<br />

momento no fue más allá.<br />

Herodes no quería mal a Juan, mucho menos hasta el<br />

punto de pensar en matarlo; al contrario, según parece hasta le<br />

gustaba escucharlo y a punto estuvo también él de hacerse<br />

bautizar. Creía convencido hallarse ante un profeta. El hacerse<br />

bautizar era entonces como una especie de moda, porque la<br />

gente se hallaba soliviantada, a la espera de alguien impreciso<br />

que según los que entendían en la cosa estaba a punto de llegar<br />

para poner remedio a todo lo que como siempre y en todas<br />

partes andaba mal. Juan no paraba de alimentar este fuego.<br />

“Preparad los caminos del Señor” -les decía severo- “porque<br />

llegará cuando menos lo penséis y separará de una parte el<br />

grano, de la otra la paja; derribará lo podrido y cosechará lo<br />

bueno; ya tiene la hoz aplicada a la raíz de lo que ha de ser<br />

eliminado. Bautizaos, lavad vuestros pecados, purificaos”.<br />

Y todos se hacían bautizar.


235<br />

Como digo, Herodes gustaba incluso de oír a Juan tronar<br />

contra el mal, y si por él fuera, nunca le hubiera tocado ni un<br />

pelo. Pero su nueva mujer, Herodías, no lo podía ni ver, de modo<br />

que urdió un plan para deshacerse de él. Herodias no estaba<br />

contenta, quería la cabeza de Juan. Él la ponía en ridículo y<br />

corría el peligro de que, por su influjo, el marido llegara a<br />

deshacerse de ella.<br />

De su primer matrimonio tenía una hija, Salomé, que<br />

joven y probablemente bella despertó en Herodes el rijo. En una<br />

fiesta de aniversario dada en palacio, Antipas rogó a su sobrina<br />

bailase para él y a cambio le prometió con juramento concederle<br />

lo que más le apeteciese, la mitad del reino si fuere preciso.<br />

Aleccionada por su madre, Salomé consintió, y una vez acabada<br />

la danza solicitó como premio la cabeza de Juan en una bandeja.<br />

Herodes había dado su palabra, de modo que aun en contra de<br />

sus más íntimos deseos, para complacerla y ante sus invitados<br />

no quedar desairado, despachó a uno para que fuera a la prisión<br />

y ejecutara al profeta. Así se lo hizo, y se entregó a Salomé la<br />

cabeza de Juan, cabeza que ella a su vez entregó a su madre<br />

Quienes lean la historia pensarán tal vez que Herodes<br />

Antipas era un hombre malvado, porque de no serlo nunca<br />

hubiera pedido a su hija querida que bailase, lascivamente,<br />

digamos, aun por encima, en presencia de desconocidos.<br />

El rijo de él era disculpable; pero el de los otros...<br />

A causa del divorcio a que más arriba me he referido y el<br />

desacuerdo de los dominadores acerca de los respectivos<br />

territorios, el año 36 estalló el conflicto entre ellos. La derrota<br />

del ejército de Antipas fue catastrófica cuando los fugitivos de la<br />

anterior tetrarquía de Filipo se pasaron al bando nabateo, y<br />

Antipas se vio obligado a pedir ayuda a Tiberio. El emperador<br />

ordenó a Lucio Vitelio, gobernador de Siria, marchar contra<br />

Aretas y capturarlo o matarlo. Vitelio obedeció movilizando dos<br />

legiones y enviándolas rodeando Judea mientras en Jerusalén<br />

participaba con Antipas en un festival. Allí se enteró de la


236<br />

muerte de Tiberio (16 de marzo del año 37), se dijo que no tenía<br />

autoridad para hacer la guerra y llamó de vuelta a sus tropas.<br />

A causa de una antigua querella, Vitelio no quería ayudar<br />

al tetrarca. Según su relato, en una conferencia entre Vitelio y el<br />

rey Artabano II de Partia, que había tenido lugar a las orillas del<br />

río Eufrates, Antipas le había ofrecido su casa, y tras el éxito<br />

diplomático de su huésped romano, se le había adelantado<br />

enviando a Tiberio un informe.<br />

Los súbditos de Antipas dijeron que la guerra con Aretas<br />

y la derrota subsiguiente eran el castigo divino del asesinato de<br />

Juan.<br />

SALOME BAI<strong>LA</strong> PARA SU PADRE<br />

Ahora me referiré a algo que habría de pasar siglos<br />

después de lo que acabo de contar. En el XIX el músico Strauss<br />

compondrá una Ópera llamada Salomé. A ella me refiero.<br />

Bien, el caso es que al parecer Juan no paraba de tronar<br />

contra la pareja de Herodías y Herodes, a los que ponía como<br />

ejemplo del mal y chupa de dómine, si se me permite la castiza<br />

expresión castellana, ya que tras haber repudiado a la esposa<br />

legítima, él había desposado a su propia hermana y además<br />

cuñada, con la cual y según la Ley judía vivía en pecado de<br />

incesto y agravante adulterio, de modo que incitado por ella, que<br />

también se sentía molesta de así andar en boca de gentes, por no<br />

decir gentiña o gentuza, lo arrestó y echó a un oscuro y mal<br />

ventilado calabozo o mazmorra.<br />

Pero ni siquiera en él guardó Juan cerrada la boca. Fiel a<br />

su papel de virtuoso profeta que afea la conducta a quienes no se<br />

comportan como está prescrito, siguió tronando contra Herodes<br />

y Herodías. Ahora su audiencia eran los carceleros. Que como<br />

cualquier otro servicio doméstico le daban a la lengua e iban con<br />

sus chismes a los amos. Un buen día Herodes da una fiesta. Hay


237<br />

champán francés y caviar supongo que Beluga o cosa que lo<br />

valga en el salón e invitadas gente de lo mejorcito, la creme de<br />

la creme de la sociedad del lugar, que pudiera decirse. Pero en el<br />

vestíbulo están los sacerdotes de Yahvé, vestidos de negro, como<br />

era de esperar de gentes parejas, y con las tonantes profecías de<br />

lo que hará Yahvé cuando los coja, a los que hoy se huelgan<br />

descuidados y prometen felices, aguando la diversión de todos.<br />

En medio de tanto vejestorio con exceso de peso y algún que<br />

otro acobardado joven ambicioso, pues todos temen a Herodías,<br />

que aparte de ser fea, gorda y malvada, no toleraría se prestase<br />

atención a otro antes que a ella, Salomé vaga aburrida. Difícil de<br />

creer el Libro, según el cual Herodes se había enamorado<br />

ciegamente de semejante arpía, hoy su mujer; mas para gustos se<br />

han hecho los colores. Y si a él la sensualidad lo prendó, mal<br />

puede ser sensual y conocer el Kama Sutra una mujer que<br />

exhibe ceño semejante al de ella y cuya expresión agria cortaría<br />

hasta las ganas de estornudar, cuanto más las de tenderse en una<br />

chaise-longue o turco diván y en él yacer con hembra<br />

placentera. En el vestíbulo hay también una cisterna, en cuyo<br />

fondo Jokanan el Bautista canta asimismo atronador lo mal que<br />

va a pasarlo en el infierno futuro la pareja pecadora que arriba se<br />

divierte. Se ve que a Herodes le gustaba el placer perverso, pues<br />

no otra cosa sería tener al lado en una fiesta a un cabrón que se<br />

empeña en tocarnos las pelotas. Salomé llega hasta el pozo y<br />

oye al energúmeno. Pregunta al encargado qué está pasando ahí<br />

abajo; y él -coladísimo por ella y además recién ascendido a<br />

capitán- se lo explica con pelos y señales, que para eso la adora<br />

sin ser correspondido. Ahora quiere saber ella si el tal Jokanan<br />

es viejo y no se lava o si sus carnes son jóvenes y prietas. Son<br />

jóvenes y prietas; y ella quiere verlo. Con mil dengues camela al<br />

recio militar hasta hacerlo consentir en sacar a la luz al<br />

prisionero. Ya sale de su pozo el profeta cantautor y ella le<br />

asegura que por sus huesos se muere. Mas él hecho una fiera la<br />

rechaza. ¡Ah, si me hubieras visto sin los velos -lo tienta ella; de


238<br />

seguro no te mostraras tan esquivo! Y es verdad en cuanto al<br />

cuerpo escultural; porque también está ansiosa y enfadada y<br />

quiere salirse a toda costa con la suya; con lo cual la adrenalina<br />

le tensa la musculatura y no hay placer que venza a la dictadura<br />

del sistema simpático nervioso. Por otro lado Juan no puede<br />

apearse de su imagen. ¿Qué iba a decir Herodes, que ahora lo<br />

teme por representar a Yahvé, si él de pronto se ablandara y se<br />

fuera a yogar con Salomé, cuando se ha pasado la joven vida<br />

apostrofando por lo mismo al viejo libertino y a Herodías? Se le<br />

reiría en las narices y ya nunca más le haría caso. Él perdería el<br />

poder que ahora tiene en esa Corte corrompida. Él, mísero<br />

vagabundo del desierto, ahora pinta algo; Salomé se desharía de<br />

él tan pronto como dejara de ser interesante, y tendría que volver<br />

a su pellejo-cantimplora y a la miel silvestre con que se lo ha<br />

retratado. No puede ser. Me lo imagino suspirando y en el<br />

dilema cruel de tener que preferir a Yahvé antes que a la joven,<br />

para no perder reputación. Así pues Juan mira a la encantadora<br />

Salomé tan sólo de reojo y detrás de la hirsuta pelambrera la<br />

pone a parir por buenísima y pendón; con lo cual se vuelve al<br />

hondo pozo que es su reino y su poder. La Salomé quiere<br />

mandar. Hasta el moño está de que la manden sus papás. ¡Y<br />

ahora este cretino la desprecia! Enfurruñada empieza a maquinar<br />

una trastada; y el vejestorio Herodes se la da en bandeja. ¡Baila<br />

para mí, Salomé! -implora una y otra vez entre la befa vengativa<br />

de Herodías -que en aquel lugar y tiempo machista y patriarcal<br />

tampoco manda nada de verdad- y los morros enfadados de la<br />

joven. Y esta ve el cielo abierto de la perversidad. ¡Conformes!<br />

¡Bailaré para ti a cambio de...! Y Herodes cae como un bendito.<br />

¡Cumple lo que has prometido! -terminada la juerga se enterca<br />

Salomé. De nada sirven el oro y el moro que le ofrece Herodes.<br />

¡Quiero la cabeza de ese Juan! Y de ahí nadie la saca. En lugar<br />

de darle una azotaina y mandarla a la cama sin cenar, el terrible<br />

Herodes acaba por ceder. Salomé ha derrotado a Yahvé. Salomé<br />

uno, Yahvé cero. Ya tiene en bandeja la cabeza. Pero con una


239<br />

cabeza inerte nadie puede gozar echando una canita al aire. La<br />

niña ha conseguido el caprichito, pero el cuerpo se le ha<br />

quedado con hambre. Venció la voluntad, venció la mente; mas<br />

el cuerpo, único tangible y real, ha quedado en ayunas. ¿Qué<br />

hacer en esta situación? También Salomé se ve abocada a ser fiel<br />

a sí misma. No puede reconocer que se ha equivocado, que se<br />

siente decepcionada: le perderían el respeto; y de momento tiene<br />

en vilo a todos; es el centro de la general atención. Por unos<br />

momentos manda ella; y con uñas y dientes se aferra a la<br />

ocasión; entre malos, a mala no le gana nadie. Coge por las<br />

orejas a Juan descabezado, le canta una pasión arrolladora que<br />

no siente y es sólo cerebral fruto del cálculo, pues<br />

l’emportement, el arrebato es impensable sin previo abandono, y<br />

termina por besar con los suyos deseables los fríos y exangües<br />

labios de la carroña que ya empieza a corromperse.<br />

Adelantándose en dos mil años a su época, aquí son Herodes y<br />

Herodías los que se escandalizan de tal perversidad; no puede<br />

ser que esta mocosa que aún no salió del cascarón les ofrezca<br />

lecciones de corrupción, a ellos, los malditos de Yahvé. Y<br />

ordenan que allí mismo la ejecuten los obedientes soldados.<br />

Otro cuerpo deleitoso inmolado en aras del poder. El pecado<br />

imperdonable del Edén no fue la desobediencia, sino el<br />

descubrimiento del goce de vivir.<br />

UN CONSUELO DUDOSO<br />

Después de este intermedio tal vez algo frívolo que para<br />

aligerar el relato y no hacerlo en exceso pesado aquí me he<br />

permitido, recojo el hilo y me vuelvo a poner serio.<br />

“Se sirve Dios de sus siervos en aquello para que los<br />

quiere y después los lleva a la muerte temporal por darles la vida<br />

eterna” -consuela a los fieles uno de los que luego se llamaría<br />

Padres de mi Iglesia; siglos después lo habría de imitar un


240<br />

caudillo famoso conocido como Napoleón Bonaparte, que<br />

propenso a las confidencias, en una ocasión habría dicho a uno<br />

de sus asistentes o edecanes las siguientes modestas o humildes<br />

palabras, bien raras en él: “Soy un instrumento de la<br />

Providencia; ella me utilizará mientras sirva a sus designios,<br />

después me romperá como a un cristal.” Y habría de proseguir<br />

aquel Padre de la Iglesia citado: “Lo hizo con Juan: lo utilizó<br />

para dar testimonio del Hijo divino y después consintió que<br />

Herodes lo hiciese degollar.” Para añadir sentencioso: “Las<br />

personas adeptas al Cristo no se deben entristecer si mueren en<br />

edad temprana, ni las deben inquietar las muertes tempranas de<br />

otras, considerando que ya Dios se ha servido de ellas en aquello<br />

para que las ha querido.” (¡Pues vaya un consuelo!) “Y nunca se<br />

ha de mirar con que género de muerte se muere, sino que en<br />

cada uno se ejecute la voluntad de Dios; pues toda muerte es<br />

oportuna, ya que el vivir que la sigue ha de ser perpetuo.”<br />

¡Qué fácil, filosofar a cuenta ajena!<br />

Ha de saberse que el asunto este de la vida eterna, el<br />

vivir perpetuo, era relativamente reciente. Mientras yo viví,<br />

creíamos a pies juntillas, yo y todos los de mi cuerda, que era<br />

inminente el fin de los tiempos; al menos insistíamos en ello,<br />

porque creerlo, creerlo, vamos, ya no estoy tan convencido; pero<br />

como después de mi muerte y supuesta resurrección pasaron los<br />

años e incluso los siglos y tal fin de los tiempos no acabase de<br />

llegar, se dio en colocar en el más allá la vida futura hasta<br />

entonces prometida en el presente, y se empezó a mencionar<br />

como porvenir el Reino de los cielos ajeno a este mundo.<br />

Ante todo debo aclarar que tanto como de mí se ha<br />

dicho, que en mi se han cumplido las profecías del Antiguo<br />

Testamento, es solamente algo amañado. Mientras yo viví, nadie<br />

se preocupó lo más mínimo de averiguar si lo que en el libro<br />

sagrado se había escrito, si lo que presuntamente los antiguos<br />

profetas habían anunciado, se me aplicaba con propiedad;<br />

porque si bien poco a poco las gentes que me oían se iban


241<br />

haciendo a la idea de ver en mí a un enviado, un mesías, al<br />

principio se me consideraba tal en el sentido corriente, a saber,<br />

que cada tanto tiempo Dios o los dioses, según el lugar, religioso<br />

o pagano de que se tratase, enviaba a la Tierra a un ser escogido<br />

para llamar a todos a hacer penitencia.<br />

Había sucedido en otras partes y sucedía ahora en mi<br />

tierra. No se me tenía por el Mesías de tintes políticos que se<br />

habían acostumbrado a esperar los dirigentes religiosos de<br />

Israel. Mucho más tarde, muerto yo y presuntamente resucitado,<br />

los que sobre mi figura fundaron su Iglesia quisieron<br />

acomodarme a la Biblia tratando de demostrar que ya en ella y<br />

desde tiempos muy remotos se había previsto mi aparición y mis<br />

hechos y dichos; para lo cual no tuvieron escrúpulo en<br />

violentarla y hacerle decir por la fuerza lo que en verdad<br />

seguramente no había querido decir. Se consiguió de esta forma<br />

nada menos que entresacar 595 supuestas alusiones a mi<br />

persona. Por otro lado conviene no olvidar el hecho de que la<br />

famosa Biblia no es otra cosa que la colección de relatos que a<br />

lo largo del tiempo han ido escribiendo muy diversas personas,<br />

corrigiendo, aumentando y borrando cada una de ellas y para<br />

ajustarse al momento lo que otros habían dicho antes de él; de<br />

modo que muchos de los libros actualmente llamados bíblicos<br />

nunca los escribieron quienes pasan hoy por sus autores. Así<br />

pues, se ha de tomar 'cum grano salis' es decir con sensata<br />

precaución las citas de las Escrituras Sagradas que en este relato<br />

se vayan haciendo.<br />

Discuto con los escribas. De nuevo los escribas y los<br />

fariseos vinieron a incordiar. ¿Por qué tus discípulos no hacen lo<br />

mandado y comen el pan sin haberse lavado antes las manos? Y<br />

les respondí: ¿Acaso vosotros hacéis lo mandado? Dios mandó<br />

honrar al padre y a la madre, y castigar con la muerte al que<br />

maldijere de ellos; mas en lugar de honrarlos, os contentáis con<br />

declarar ofrenda todo lo que pudieran reclamar en su provecho.<br />

Sois bien hipócritas; con razón profetizó de vosotros Isaías


242<br />

diciendo: Ese pueblo me honra de labios afuera, pero en lo<br />

íntimo me ignora. El culto que me rinden enseñando<br />

doctrinas y preceptos humanos no vale nada. ¡Escuchad y<br />

entended! No ensucia al hombre lo que le entra por la boca,<br />

sino lo que le sale de ella.<br />

Según mis defensores interpretan el párrafo anterior, los<br />

escribas y los fariseos no querían poner en evidencia a mis<br />

discípulos tanto como dejarme quedar mal a mí; mi sabiduría y<br />

santidad los molestaban, de manera que continuamente trataban<br />

de tenderme trampas. Pero yo los veía venir.<br />

Enseñaban al pueblo a quebrantar el cuarto mandamiento<br />

disponiendo que el hijo ofreciese al templo lo que le tocaría<br />

gastar en atender a sus padres, y consolando a éstos con que<br />

también a ellos les aprovecharía aquella ofrenda, por cuanto<br />

Dios se la tendría en cuenta. Y para quitar hierro y disculpar a<br />

mis discípulos añadí que no es malo lo que entra por la boca,<br />

sino lo que sale de ella.<br />

Me advirtieron ellos entonces que había escandalizado a<br />

los fariseos, porque les había dado e entender que distinguieran<br />

menos entre alimentos puros e impuros, como era la regla, y<br />

atendieran más a la intención. De modo que les dije que todo lo<br />

que se comía procedía de Dios, y que había que dejar por<br />

imposibles a los que me censuraban, pues eran como ciegos que<br />

pretendían guiar a otros ciegos, con el resultado sabido, que los<br />

dos caían en el hoyo. A lo que Pedro me pidió se lo explicara<br />

mejor. Y le dije: ¿También a vosotros os faltan las entendederas?<br />

¿Acaso ignoráis que todo lo que entra por la boca, va al<br />

vientre y luego se elimina? Pero lo que sale de la boca, sale<br />

del corazón; y de él proceden los malos pensamientos, los<br />

homicidios, los adulterios, la fornicación, los hurtos, los<br />

falsos testimonios, las blasfemias. Esto mancha al hombre,<br />

no comer con las manos sucias.<br />

Ay, si todo esto ha sido verdad y dije lo que acabo de<br />

escribir, tentado me siento a admirarme de mí mismo.


243<br />

La señal de Jonás. Entonces algunos de los escribas y<br />

fariseos me pidieron una señal del cielo. Y les dije: Venida la<br />

tarde, decís: sereno hará, porque el cielo está colorado; y<br />

mañana: hoy habrá tempestad, porque el cielo tiene color<br />

triste. Hipócritas, sabéis juzgar la cara del cielo ¿y no podéis<br />

juzgar las señales de los tiempos? Sois adúlteros y malos y<br />

me pedís una señal; pero no tendréis otra que la del profeta<br />

Jonás; así como él pasó en el vientre de la ballena tres días y<br />

tres noches, otros tantos permanecerá en el vientre de la<br />

tierra el hijo del hombre.<br />

No les bastaba con lo que veían y me pedían señales<br />

mayores; no les bastaban los milagros que hacía, me pedían que<br />

hiciese alguno en el cielo, como Josué, que detuvo la carrera del<br />

sol; mas no las querían para creer en mí, sino para ponerme en<br />

evidencia; de modo que los reprendí y con lo de Jonás y sus tres<br />

días en el vientre de la ballena les dí una señal que no<br />

entenderían, a saber, la de mi muerte y resurrección.<br />

Siempre que Yahvé prometía algo a los israelitas, se lo<br />

demostraba con alguna señal, de modo que mal acostumbrados<br />

me exigían hiciese lo mismo; para creer me exigían demostrar,<br />

pero yo quería que a la demostración antepusiesen la fe.<br />

De todas formas de nada hubiese servido complacerlos,<br />

porque perversos como eran, hallarían en la confirmación algún<br />

defecto, e hiciese yo lo que hiciese, nunca se darían por<br />

contentos; no buscaban creer, sólo buscaban incordiar.<br />

Sucedió en esta ocasión lo ya sucedido en tiempos del<br />

rey Acab e Isaías. Aquel rey impío se negaba a creer en la<br />

promesa de Yahvé, y el profeta le dio como señal mi<br />

encarnación y nacimiento, pero el rey no la entendió, como<br />

ahora los escribas y fariseos no entendían mi muerte y<br />

resurrección.<br />

Más tarde, en pleno siglo XIX, la historia se repetiría<br />

cuando a lo que se cuenta, en una gruta de Lourdes, lugar del<br />

Pirineo francés, mi madre se apareció a la joven Bernadette


244<br />

Soubirous. Los clérigos de mi Iglesia no querían creer a aquella<br />

niña analfabeta que incluso hablaba mal su lengua materna, de<br />

modo que en pleno mes de abril le exigieron pidiera a la<br />

aparición hiciera florecer un rosal que crecía a sus pies. Más<br />

complaciente que yo, mi madre los satisfizo a medias, pues si<br />

bien no floreció aquella planta, en cambio brotó de la tierra un<br />

manantial. Y ya todos creyeron.<br />

El fermento de los fariseos. Ya en la otra ribera, mis<br />

discípulos se habían olvidado de llevar pan para comer; e<br />

insistiendo en la vena de castigar a los que me fastidiaban, les<br />

dije que se guardasen de la levadura de los fariseos y de los<br />

saduceos, lo que ellos mal interpretaron creyendo que les echaba<br />

en cara se hubiesen descuidado de proveerse de pan. Entonces<br />

les reproché que no me entendieran. Yo había querido decirles<br />

que se guardasen de la doctrina de los fariseos y de los saduceos.<br />

Ay, mis discípulos no eran gente instruida.<br />

Hay que desconfiar de lo que dice la gente ordinaria y<br />

preferir siempre la fe.<br />

Pedro me confiesa divino, le otorgo el primado. En<br />

Cesarea de Filipo pregunté a mis discípulos qué decía la gente<br />

de mí. Me respondieron que para unos yo era Juan el Bautista,<br />

para otros, Elías, Jeremías o cualquier otro profeta. Les pregunté<br />

entonces quién creían ellos que yo era. A lo que Simón Pedro se<br />

adelantó y dijo que yo era el Cristo, hijo de Dios vivo. Con lo<br />

cual lo felicité; se había aprendido bien la lección; y le aseguré<br />

que él era Pedro y que sobre esa piedra edificaría mi iglesia, y<br />

las puertas del infierno no prevalecerían contra ella. Que le daría<br />

las llaves del reino de los cielos, y lo que atare en la tierra, sería<br />

atado en los cielos, y lo que desatare sobre la tierra, desatado<br />

habría de ser en los cielos.<br />

Les pedí entonces que a nadie dijeran lo que sabían, pues<br />

convenía que yo fuese a Jerusalén y allí me persiguiesen las<br />

autoridades sacerdotales y las temporales, que me matarían,<br />

aunque al tercer día resucitaría; con lo que mi divinidad


245<br />

quedaría patente: no había pues necesidad de adelantarse; a lo<br />

que Pedro exaltado exclamó: ¡Qué tal cosa nunca te suceda,<br />

Señor! Pero yo lo reprendí por no saber lo que decía; antes que<br />

su buen corazón estaba el deber y lo que Yahvé había dispuesto.<br />

Le tocaba tan sólo oír y callar en vez de darse a valer.<br />

Proseguí diciéndoles: Si alguno quiere seguirme, ha de<br />

negarse, tomar su cruz y venir tras de mí; porque quien<br />

quiera salvar su vida, la perderá, en tanto que quien la<br />

pierda por mí, la ganará; de nada aprovecha al hombre<br />

ganar todo el mundo si pierde el alma.<br />

Frente a la vida futura, esta es menos que nada.<br />

ME TRANSFIGURO<br />

Y pasados seis días tomé conmigo a Pedro, a Santiago y<br />

a Juan, su hermano, y subí con ellos a un alto monte algo<br />

apartado y allí me transfiguré a sus ojos, y según referencias mi<br />

cara resplandecía como el sol, mis vestiduras se tornaron<br />

blancas como la luz, y a mi lado se materializaron Moisés y<br />

Elías que hablaron conmigo. Con lo que Pedro me dijo que se<br />

estaba bien allí y que si yo quería podíamos hacer tres cabañas,<br />

una para mí, y otras para los otros dos.<br />

Aún no había acabado él de hablar cuando una nube<br />

blanca nos cubrió a los tres y de ella, como de los modernos<br />

altavoces del equipo de sonido de cualquier evento pop, brotó la<br />

voz de alguien que me decía su hijo muy amado y que en mí<br />

había puesto toda su complacencia; con lo que mis discípulos se<br />

aterrorizaron y se postraron con la cara pegada al suelo. Me les<br />

acerqué y les dije que no se espantaran y que ya podían<br />

levantarse. Ellos lo hicieron y no vieron a nadie, sólo a mí. Así<br />

que tras bajar del monte les encarecí que no contasen lo que<br />

habían visto hasta que yo hubiese resucitado de entre los<br />

muertos.


246<br />

Se ha dicho que al transfigurarme me dejé ver de otra<br />

manera que la mortal y pasible ordinaria, a saber, la divina e<br />

inmortal. Lo sabrá quien lo afirma, pues así lo asegura.<br />

Uno de mis apóstoles dijo luego que Moisés, Elías y yo<br />

habíamos hablado para que nos oyeran los discípulos e ir<br />

haciéndolos a la idea de que se me había de crucificar y<br />

resucitaría luego. Moisés se había presentado en espíritu, en<br />

tanto que Elías estaba en cuerpo y alma, pues según se dice no<br />

murió, sino que un carro de fuego lo llevó vivo al cielo.<br />

Sobre el advenimiento de Elías. ¿Por qué dicen los<br />

escribas que Elías vendrá antes que tú? -me preguntaron<br />

entonces mis discípulos. Y para no dejar quedar mal al profeta<br />

Malaquías, que así lo había asegurado, que Elías bajaría a la<br />

Tierra antes del día del juicio, cuando ocurriría mi presunta<br />

segunda venida a este mundo, les respondí que ciertamente Elías<br />

vendría a poner orden en todo; sin embargo ya había venido y<br />

nadie lo había reconocido, y todos habían hecho con él lo que<br />

habían querido. De la misma manera el Hijo del hombre habría<br />

de padecer a manos de todos. Para mis avispados discípulos<br />

estuvo claro entonces que me refería a Juan el Bautista.<br />

Más tarde, en Galilea, les dije de nuevo que el hijo del<br />

hombre sería entregado para que se lo matara, pero que al tercer<br />

día resucitaría. Con lo que ellos se deprimieron.<br />

El mayor en el reino. Discutieron luego mis discípulos<br />

acerca de quién de ellos sería el mayor en el reino del cielo, y<br />

como no llegaran a un acuerdo me pidieron que juzgara. Llamé<br />

a un niño que correteaba por allí y se lo puse como ejemplo. Si<br />

no os hacéis como niños -les dije- no entraréis en el reino. El<br />

que fuere como este pequeño, será el mayor allá, el que lo<br />

recibiere, me recibe, y el que lo escandalizare, más le valiera<br />

atarse al cuello una piedra de molino y ahogarse en el mar.<br />

A la vista de los numerosos seguidores míos, clérigos de<br />

mi supuesta Iglesia, que como atestigua la Historia ya desde los<br />

primeros siglos del cristianismo han seducido y abusado


247<br />

sexualmente de los niños a su alcance, se pensaría que esas<br />

gentes no suelen leer los evangelios o que no respetan para nada<br />

ni toman en serio mis pretendidas enseñanzas.<br />

Vino el hijo del hombre a salvar lo perdido -continué<br />

diciendo. ¿Qué os parece? Si un hombre tiene cien ovejas y se<br />

le descarría una ¿no dejará las noventa y nueve para buscar<br />

la perdida? Y si la halla, se alegrará más por ella que por las<br />

otras noventa y nueve. Y seguí refiriéndome a los niños. De<br />

ahí que vuestro padre en los cielos no quiera que perezca<br />

uno de estos pequeños.<br />

Ay, aquí no sé si sentirme culpable de haber dado a la<br />

gente falsas esperanzas. Porque cuando en el ghetto de Varsovia<br />

bajo mando nazi alemán los niños morían a diario en las calles,<br />

el tal padre en los cielos no movió ni una ceja para evitar que<br />

perecieran de hambre. Claro que se trataba de niños judíos; pero<br />

aun así... Yo, aquí, en mis supuestas palabras, no hago distingos<br />

de credos ni razas.<br />

¡Ay del mundo por mor de los escándalos! Ya en la<br />

vena, seguí enhebrando. Necesario es el escándalo, pero ¡ay de<br />

aquel por el cual viene el escándalo! Pues si tu mano o tu pié<br />

te escandaliza, córtalo y deshazte de él. Entrar cojo o manco<br />

en la vida eterna es mejor que con dos manos o dos pies caer<br />

en el fuego eterno. No menospreciéis a uno de estos 'enanos',<br />

porque en el cielo sus ángeles siempre ven a mi Padre.<br />

Terrible pecado es maltratar a los niños y en consonancia<br />

se lo castigará -parezco manifestar aquí. En cuanto a eso de la<br />

conveniencia de que haya escándalo, con dudoso acierto habría<br />

de decir después un discípulo mío que es necesario haya sectas,<br />

herejías y divisiones, para que la bondad de los buenos resalte<br />

sobre el fondo de los malos.<br />

¡Caramba! Eso de que junto a los buenos haya de haber<br />

malos para mantener el debido equilibrio en la economía moral<br />

del universo, tardaría aún 19 siglos en ocurrírsele de nuevo y<br />

entre otros al escritor español y gallego Fernández Flórez.


248<br />

Pero ¡ay del sectario y hereje! -seguía diciendo aquel<br />

celoso y truculento defensor de mi supuesta doctrina- porque no<br />

lo son por la fuerza, sino por pura malicia, de modo que se los<br />

castigará en consonancia.<br />

A lo que parece, no tenía en cuenta la parábola en la que<br />

el amo perdona la gran deuda al siervo, en tanto que éste se<br />

niega a perdonar la pequeña de la que a su vez es acreedor. Y<br />

aquello otro que también se me atribuye, en el episodio de la<br />

lapidación de la presunta adúltera, cuando según se sostiene dije<br />

que el que estuviera libre de culpa tirara la primera piedra.<br />

En cuanto a cortarse la mano o el pie si para evitar el<br />

escándalo fuere necesario, muchos de mis posteriores seguidores<br />

y de acuerdo con su singular monomanía lo interpretaron a su<br />

desviada manera y tomándolo al pie de la letra se cortaron los<br />

órganos de la generación, dicho llanamente, se castraron, porque<br />

creyeron pecar deseando usarlos para su fin natural. Al parecer<br />

no les cabía en la cabeza y eran incapaces de comprender que<br />

nadie escandaliza a nadie si hace lo que Natura le dicta. Sin<br />

duda ignoraban el proverbio Homo sum, humani nihil a me<br />

alienum puto -"Hombre soy; nada humano me es ajeno"-<br />

atribuído al comediante latino Publio Terencio Africano.<br />

No eran gente leída. Por eso y según se dice asesinaron a<br />

Hipatia, aquella mujer que en el siglo IV estaba al frente de la<br />

renombrada biblioteca de Alejandría.<br />

Volviendo al asunto que aquí nos ocupa, alguno se ha<br />

apoyado en mis anteriores palabras para asegurar con envidiable<br />

aplomo que existe el ángel de la guarda que vela por los niños;<br />

pero y entre otras cosas no pensaron en lo que necesariamente y<br />

dado que la vida sigue, continúa sucediendo cuándo deja un niño<br />

de ser niño y como si dijéramos se jubila su ángel.<br />

Si alguien te perjudica, te ofende o te escandaliza,<br />

haciendo o sintiendo lo que no debe, repréndelo a solas; si te<br />

escucha, tanto mejor; si no te escucha, vuelve a reprenderlo<br />

en presencia de dos o tres más; si a pesar de todo siguiera sin


249<br />

escucharte, cuéntalo a la Iglesia; y si ni aun a ella escuchara,<br />

no tengas con él contemplaciones.<br />

En principio, no me parece mal. Si alguno hace un<br />

malhecho, no se lo ha de publicar a los cuatro vientos, porque se<br />

enfadará y aun lo hará peor, sino que se lo ha de amonestar en<br />

privado; si no se aviene a razones, de nuevo se le llamará la<br />

atención, pero ante testigos; y si ni aun así entra en vereda, se lo<br />

ha de comunicar a toda la comunidad, a fin de que toda ella lo<br />

llame al orden; y si ni siquiera eso bastare, se lo dará por<br />

imposible y dejará a su suerte. Sin cerrarle por ello del todo y<br />

para siempre la puerta.<br />

Alguno se sorprenderá de que, como más tarde diré, en<br />

Antioquía el apóstol Pablo reprendiese públicamente al apóstol<br />

Pedro, en lugar de hacerlo en privado, como aconsejo; pero aun<br />

a riesgo de que un poco anacrónicamente se me tache de jesuíta,<br />

aquella gente de más tarde, particularmente ducha en hallarle<br />

explicación y disculpa a lo menos disculpable que imaginarse<br />

pueda, ha de tenerse en cuenta que Pedro y Pablo no eran unos<br />

cualquiera, y los dos sabían lo qué hacían; además se ventilaba<br />

algo tan urgente que no había lugar para dilaciones; por otro<br />

lado se han hecho los reglamentos para las personas, no las<br />

personas para los reglamentos, de modo que toda regla conoce<br />

excepción.<br />

Hoy muchas sociedades se dicen cristianas y seguidoras<br />

mías; mas en ellas se publica a los cuatro vientos y con pelos y<br />

señales lo que de mal algún desventurado haya hecho. Se lo<br />

llama exponerlo a la vergüenza pública y se alega que lo exige el<br />

bien común, pues con ello se lo corrige de modo que ya nunca<br />

más lo repetirá, cosa que una y otra vez la terca experiencia se<br />

ha empeñado en desmentir. Pero como si nada. Es puro sadismo.<br />

Perdonar al que nos injuria. Siguiendo con aquella al<br />

parecer edificante reunión, entonces Pedro quiso saber cuántas<br />

veces habría de perdonar a quien lo ofendiere o escandalizare, y<br />

si con siete bastaba. Pero le aconsejé que en tales materias no se


250<br />

mostrara rácano y tacaño, antes bien, mostrándose generoso<br />

considerara que setenta veces siete valían más que sólo siete.<br />

Pasado más de un siglo no parecieron entenderlo así los<br />

llamados donatistas, seguidores del obispo norteafricano<br />

Donato, los cuales abogaban porque no se volviera a admitir en<br />

mi Iglesia a aquellos que perseguidos por las autoridades<br />

temporales la hubiesen abandonado apostatando. No querían<br />

perdonar ni la primera vez. Claro está que en este caso habría<br />

habido que matizar qué clase de ofensa o escándalo significaba<br />

el apostatar para evitar el tormento.<br />

Perdonar sin poner límite puede ser peligroso, porque se<br />

corre el riesgo de que el día del juicio llegue antes de que el otro<br />

se corrija; pero aquí se ha de usar la humana discreción. En el<br />

siglo XX habría que preguntar a los judíos del Holocausto su<br />

parecer al respecto. Si estaban de acuerdo en eso de perdonar<br />

setenta veces siete a los pertinaces verdugos nazis.<br />

De nuevo dejé Galilea y me dirigí a Judea más allá del<br />

Jordán, y sané a mucha gente enferma que me había seguido.<br />

Otra vez me tentaron los fariseos preguntándome si era lícito al<br />

marido divorciarse, dejar por cualquier causa a su mujer, como<br />

entonces era práctica común. Les respondí si no habían leído<br />

aquello de 'macho y hembra los hizo' y que por ello dejaría el<br />

hombre al padre y a la madre para allegarse a su mujer y ser una<br />

carne con ella. Nadie separaría lo que Dios había unido.<br />

Los fariseos me provocaban para que yo criticase la ley<br />

entonces vigente. Pero los burlé citando la ley natural.<br />

Según algunos, aquí condeno el divorcio, aunque Moisés<br />

lo permitía. Sería discutible. En todo caso y al parecer los que<br />

andando el tiempo dirían seguirme, no se tomaban muy en serio<br />

estas supuestas palabras mías, pues entre otros el llamado<br />

Agustín de Hipona no tuvo inconveniente en abandonar a su<br />

mujer y a su hijo para irse con un tal Ambrosio de Milán y<br />

alegadamente ponerse a mi servicio. Parecería extraño que<br />

creyera servirme no atendiendo a mis recomendaciones. Aunque


251<br />

en puridad no la repudió, sino que la abandonó por mí, lo cual<br />

cambia las cosas.<br />

¡Hay que atender a las palabras!<br />

También en el siglo XIX el poeta francés Baudelaire se<br />

amancebó con una prostituta sifilítica y pese a que toda la gente<br />

sensata de su entorno lo instaba a abandonarla, él se negó;<br />

pareció seguir mis enseñanzas mejor que Agustín.<br />

Aclarando mi supuesta defensa de la unión para toda la<br />

vida del hombre y mujer que se emparejan uno con el otro, diré<br />

que si bien en el paraíso y según se suponía, Dios, mi Padre,<br />

había dicho que una vez ayuntados los dos eran ya sólo uno, no<br />

se refirió a una Eva y un Adán específicos, sino en general, a<br />

cualquier varón y cualquier hembra. Adelantándose al famoso<br />

Sigmund Freud y su no menos famoso complejo de Edipo, Dios<br />

habría pretendido que el hombre se ayuntase de tal modo a la<br />

compañera (cualquier mujer), que por ella dejase todo lo demás,<br />

hasta a los padres.<br />

Por mi parte, en la ocasión no pensé en los hijos que la<br />

pareja hubiese podido tener, ni en cómo vivirían ellos y en como<br />

los afectaría emocionalmente la así forzada fidelidad.<br />

Mis discípulos quisieron saber más del asunto y<br />

argumentaron capciosos: Si en esto de la mujer y el hombre<br />

están así las cosas, mejor será no casarse; pues no habiéndose<br />

uno casado, no quebrantará ninguna ley separándose de su<br />

compañera. ¡Menudos jesuitas casuístas! Pero les retruqué que<br />

no todos eran capaces de vivir sin mujer, sino sólo aquellos a los<br />

que se concedía ese don, porque unos eunucos salían del vientre<br />

de la madre, a otros los hacían, por ejemplo, a los castrati, para<br />

que en el coro de la iglesia cantasen con voz aguda, ya que mi<br />

discípulo Pablo se lo había prohibido a las mujeres, que por<br />

naturaleza la tienen aflautada y para cantar no han de forzarse, y<br />

unos terceros lo eran sólo metafóricamente y por voluntad<br />

propia, porque creían ganarse de ese modo el reino de los cielos.<br />

¡Lo entendiera quien pudiere!


252<br />

Dudo de si a este respecto no habré puesto demasiado<br />

difíciles las cosas. Y si además y para colmo no habré alentado a<br />

los que como dije más arriba se castraban para mejor servirme.<br />

Ay, hay que medir escrupulosamente lo que se dice.<br />

Nunca se sabe el uso que luego se hará de lo que digamos.<br />

Parece que dije era cosa buena al varón estar sin mujer,<br />

el capaz, por supuesto; porque no todos tienen madera de héroe.<br />

Según algunos prediqué con el ejemplo y nunca se me conoció<br />

compañera; al menos en los relatos canónicos de mi vida no se<br />

aclara la cosa. Mas según otros estuve entre los segundos, los<br />

incapaces de semejante heroicidad, y tras desposar a María de<br />

Magdala, una de mis admiradoras, tuve con ella una hija a la que<br />

un libro popular reciente hizo famosa. En tal caso, habría sido<br />

yo como todos, pero no promiscuo; una y para siempre.<br />

Entonces se me trajo a unos niños para que les impusiese<br />

las manos y los bendijese. Con sus hijos lo había hecho el<br />

patriarca Jacob. Mas con importuna solicitud mis discípulos les<br />

impedían molestarme. Como a tantos en la actualidad, les daban<br />

fastidio los niños; de ahí que aun previendo que mis palabras<br />

caerían en saco roto, les dije: Dejad a los niños se alleguen a<br />

mí, porque de ellos es el reino de los cielos. Y habiéndoles<br />

impuesto las manos, me partí de allí.<br />

Se me acercó entonces un apuesto joven que me<br />

interpeló de esta manera: Maestro bueno ¿cómo alcanzaré la<br />

vida eterna? No me llames bueno -me apresuré a puntualizar-<br />

porque no hay otro bueno que Dios; en cuanto a lo de vivir<br />

eternamente -y mientras no se descubra la genética, se me<br />

olvidó añadir- deberás guardar los Mandamientos de Moisés:<br />

No mates, no cometas adulterio, no robes, no testimonies en<br />

falso, honra a tus padres y ama a tu prójimo.<br />

(Pido perdón por el chiste referente a la genética, que<br />

algunos considerarán impío; no he podido resistirlo).<br />

Desde mozo los he guardado -me respondió él, tal vez<br />

presuntuoso una pizca de más; ¿qué otra cosa he de hacer?


253<br />

¡Vale! Si quieres ser perfecto, ve, vende lo que tienes y dalo a<br />

los pobres y hazte en el cielo un tesoro; luego ven y sígueme.<br />

Mas a esto puso mala cara y se fue entristecido, porque era<br />

persona acomodada.<br />

Dije pues a mis discípulos: Ay, mucho me temo que con<br />

dificultad entrará en el reino de los cielos el rico. Mas fácil<br />

será pasar por el ojo de una aguja una maroma. Espantados,<br />

ellos apuntaron: De ese modo, pocos se han de salvar.<br />

De tomar al pie de la letra mi anterior recomendación<br />

sólo serían perfectos aquellos a los que atiende el Ejército de<br />

Salvación o en el París de los franceses los clochards que viven<br />

bajo un puente, los pobres de solemnidad. Mas para muchos yo<br />

habría recomendado aquí una pobreza sólo simbólica, del alma,<br />

como si dijéramos, no la verdadera y real. Así lo afirmaría más<br />

tarde y curándose en salud mi supuesto vicario en la Tierra, un<br />

Papa de Roma.<br />

Al parecer aquel joven me tenia por bueno, pese a no<br />

conocerme ni haber comido conmigo un kilo de sal, como dice<br />

el ordinario proverbio que se ha de hacer antes de pronunciarse<br />

acerca de quienquiera que sea, y se tenia por bueno, pues se<br />

ufanaba de cumplir la Ley. Además quería vivir eternamente, lo<br />

que me gustó. Y pensaba alcanzarla con su esfuerzo, esa vida<br />

eterna, en lo cual ya no estaba yo tan de acuerdo, como más<br />

adelante no lo habrían de estar los protestantes Lutero y Calvino<br />

entre otros, que se rebelaron contra Roma y proclamaron la<br />

salvación por la fe. Cumpliendo los diez Mandamientos nadie se<br />

salvará, porque el salvarse o condenarse depende sólo de Dios<br />

-afirmaron ellos convencidos.<br />

Por otro lado cabría decir que la ciencia económica me<br />

traía sin cuidado o que ni yo mismo contaba con que se me<br />

hiciese caso; pues si por mor de la perfección vendiesen todos lo<br />

suyo, caerían brutalmente los precios, de modo que nada valdría<br />

ya nada. Y luego, dando lo mío a los pobres me empobrecería yo<br />

al tiempo que se enriquecerían ellos, con lo que si ellos me


254<br />

imitasen y a su vez lo diesen, al final todo volvería al principio.<br />

En palabras de un famoso marqués siciliano, cambiarlo todo<br />

para que no cambie nada. Se iba a complicar mucho la vida.<br />

Como es lógico pensar, si amo al prójimo dándole lo<br />

mio, él lo amará rehusándolo. ¡Qué lío!<br />

Tal vez se me consideraba alguien gruñón y difícil de<br />

contentar y este joven quiso congraciarse conmigo diciéndome<br />

que él no era malo y cumplía la ley. Como está mal presumir, lo<br />

saqué del error señalándole que sólo Dios era verdaderamente<br />

bueno. Hay que bajar los humos y poner en su lugar al que se<br />

crece y se tiene en algo, aunque en esto los míos no me han<br />

hecho mucho caso. Uno de los obispos de mi presunta Iglesia,<br />

Cirilo, patriarca de Alejandría, se ufanaba de su santidad, de la<br />

que parecía estar convencido. Sin duda se le había muerto la<br />

abuela. Por otro lado, para la ciencia médica actual, humillando<br />

reiteradamente a los demás se los lleva a la neurosis.<br />

Entonces Pedro quiso saber qué sería de ellos, que por<br />

seguirme lo habían dejado todo. En la gloria -le respondí-<br />

también vosotros os sentaréis en otras doce sillas y juzgaréis<br />

a las doce tribus de Israel. Y todo aquel que por mí haya<br />

dejado casa, parientes y bienes, recibirá ciento por uno y<br />

heredará la vida eterna. Los primeros serán los últimos, y los<br />

últimos serán los primeros.<br />

El que mis discípulos quisiesen saber qué sería de ellos<br />

tiene un resabio de curiosidad, contra la cual había advertido el<br />

ya citado Jesús hijo de Sirach cuando había recomendado que<br />

nadie pretendiese saber nada por su cuenta y más allá de lo que<br />

se le permitiese conocer.<br />

Recuerdo aquí el lema del dictador italiano Mussolini:<br />

creer, obedecer, combatir. Y lo que en las trincheras de la I<br />

Guerra Mundial dijo un general, a saber, que prefería a los<br />

soldados de origen campesino, porque eran fatalistas, resignados<br />

y obedientes. Inútil señalar que esta condena de la sana<br />

curiosidad impidió durante cientos de años los progresos de la


255<br />

ciencia médica, por no decir en general los adelantos materiales.<br />

Condenando el afán de saber, quedaba yo en mala posición y<br />

autorizaba las dictaduras. Lo que con razón haría dudar de que<br />

hubiese venido al mundo para salvar a la gente.<br />

Y de camino anuncié a mis discípulos que nos dirigíamos<br />

a Jerusalén, dónde se me entregaría a los príncipes de los<br />

sacerdotes y a los escribas, que me condenarían y me pondrían<br />

en manos de los gentiles para que se me escarneciera, azotase y<br />

crucificase; mas al tercer día resucitaría.<br />

Aquí parezco compartir con los fariseos la doctrina de la<br />

resurrección. En todo caso es dudoso que hubiese dicho lo que<br />

antecede, porque a cualquiera en sus cabales haría dudar de mi<br />

cordura.<br />

Entonces la madre de los hijos de Zebedeo se me acercó,<br />

me adoró y me rogó en favor de ellos. Haz que en tu reino<br />

estos dos hijos míos se sienten uno a tu derecha y el otro a tu<br />

izquierda. A lo que le respondí que no sabía lo que me pedía,<br />

pues era dudoso que pudieran beber del vaso que me esperaba y<br />

que se los bautizara como a mí. Y como ellos se dijeran<br />

dispuestos, me mostré conforme, mas con la salvedad de que el<br />

sentarse a mi derecha o mi izquierda no dependía de mí, sino de<br />

mi Padre.<br />

Los otros diez lo habían oído y se enfadaron, de modo<br />

que los tranquilicé haciéndoles ver que pese a lo corriente entre<br />

la gente común, entre ellos no habría jerarquía, mas al contrario,<br />

el que quisiere engrandecerse y ser el primero, serviría a los<br />

otros: pues el hijo de hombre no había venido para que lo<br />

sirvieran, sino para servir, y para con su vida rescatar a muchos.<br />

Estas palabras podrían confundir al poco avisado, pues<br />

no parecen señalar la ausencia de jerarquía, sino su inversión.<br />

Los de delante se pondrían a la cola; mientras los de la cola se<br />

pondrían delante. ¡Qué fallo! Infelizmente no procuré matizar.<br />

Ignoro si el director del diario español El País tenía en<br />

mente este dicho mío cuando intimó a una periodista postulante


256<br />

a hacerse a la idea de que allí, en aquel periódico, se entraba<br />

para servir<br />

Por otro lado, el papa León I, al que ya me he referido, se<br />

distinguió por empeñarse más que ninguno de sus predecesores<br />

en señalar jerarquías y en tratar de imponer a clérigos como a<br />

laicos la natural superioridad del obispo de Roma, al que todos<br />

los demás deberían prestar acatamiento. Y apuntalaba sus<br />

exigencias señalando lo que presuntamente en otra ocasión<br />

habría dicho yo a mi discípulo Pedro, a saber, que sobre tal<br />

piedra como él asentaría yo mi Iglesia, y que si él ataba en la<br />

Tierra, atado quedaba en el cielo, y si desataba, quedaba<br />

desatado. Pero desde muy pronto muchos dudaron de que yo<br />

hubiese dicho nunca tal cosa.<br />

MIS MUJERES<br />

De atender a la imagen que los evangelistas canónicos<br />

han dado de mí, mi relación con las mujeres ha sido más bien<br />

peculiar. Ni una palabra que sugiera aun de lejos algo sexual.<br />

Todo nuestro trato tiene lugar en el plano devoto, por no decir<br />

intelectual o moral, y prácticamente nunca el corporal. Los<br />

evangelios canónicos evitan por todos los medios mostrarme<br />

como varón entre los varones, como un ser humano cualquiera,<br />

hasta tal punto que yo habría sido un ser que vivía y no vivía,<br />

puesto que no se concibe la vida sin tomar en consideración el<br />

cuerpo. De estas mujeres que he llamado devotas algunos<br />

autores señalan a varias. Los espíritus más críticos no dejan de<br />

subrayar que en los evangelios se cita de vez en cuando, como<br />

en momentos de descuido, cuando el evangelista de turno está<br />

distraído, a un grupo de ellas que me acompañaba en mis<br />

predicaciones y estuvo presente a mi muerte, que se ocupaban<br />

de las necesidades materiales mías y de mis discípulos, una<br />

especie de servicio de intendencia callado, que corría con las


257<br />

costas y en un segundo plano nos acompañaba. De estas mujeres<br />

en grupo destacan de vez en cuando algunas figuras concretas.<br />

Para empezar, las hermanas de Lázaro, Marta y María; Marta, la<br />

hermana diligente y hacendosa, práctica, con los pies en el<br />

suelo, consciente de que además de hablar, las personas -incluso<br />

las más divinas y etéreas- necesitan comer, dormir, lavarse la<br />

cara y las manos, vestirse y en general satisfacer las molestas<br />

exigencias del cuerpo; y María, la espiritual, que se deleita<br />

sentada a mis pies y me mira arrobada, escuchando cada palabra<br />

que a modo de perlas va soltando mi boca elocuente, soñadora,<br />

idealista, romántica. Marta, que se aflige y gime porque yo no<br />

haya llegado a tiempo de evitar que muera el hermano, que<br />

incluso se queja de mi aparente desinterés, mujer que va al<br />

grano, que se muestra humana y no le disgusta ser como es.<br />

María, en cambio que en todo espera prodigios y vivir aventuras<br />

que se salgan de la rutina común.<br />

Yo recorría pues una tras otras las ciudades y aldeas del<br />

contorno y en todas ellas anunciaba la buena nueva del reino de<br />

Dios. Me acompañaban los doce discípulos y algunas mujeres a<br />

las que había curado de sus enfermedades y de las que había<br />

expulsado los espíritus malos que las poseían: María la que<br />

llamaban Magdalena porque era de la cercana Magdala, a orillas<br />

del lago Tiberiades, de la que había expulsado siete demonios, y<br />

Juana, la mujer del procurador de Herodes al que llamaban<br />

Cusa, Susana y otras muchas, todas las cuales habían puesto a<br />

mi disposición lo que tenían. De lo cual habían tomado pie los<br />

más malpensados para acusarme de vivir de gorra y, lo que era<br />

aun más deshonroso, a costa de las mujeres, como un proxeneta<br />

cualquiera. Pero yo les respondía señalándoles que a nadie<br />

obligaba; si ellas querían libremente obsequiarme, no sería yo<br />

quien se lo fuera a impedir. Por eso también me envidiaban y me<br />

la tenían guardada.<br />

En otra ocasión vinieron a mí mi madre y mis hermanos<br />

y el gentío no los dejaba acercarse. Alguien me avisó de que


258<br />

deseaban verme. A lo que, tal vez en exceso displicente, les dije<br />

que no tenía otra madre y hermanos que quienes me escuchaban<br />

y seguían mis indicaciones, la palabra de Dios. Parece<br />

demasiada presunción por mi parte decir que mi palabra era la<br />

de Dios; pero así lo han querido los que se dicen mis fieles.<br />

Recibir a mi madre y hermanos, que en mal momento me<br />

venían a recordar a la familia, me resultaba inoportuno, de ahí<br />

que afectase preferir seguir predicando la doctrina antes que<br />

ocuparme de ellos. Por eso reprendí al que me importunaba, y<br />

eché mano del pretexto de que se ha de atender a lo de veras<br />

importante antes que a minucias de poca sustancia.<br />

Por otro lado con aquello de seguirme a todas partes y no<br />

dejarme a sol ni a sombra, mi madre empezaba a irritarme. Me<br />

sentí impaciente y de ahí aquel que algunos hubiesen<br />

considerado un cruel desplante. Mas ha de tenerse en cuenta que<br />

según las teorías freudianas y en bien del equilibrio emocional,<br />

más pronto o más tarde, el hijo, sobre todo el hijo varón, ha de<br />

separarse de su madre y romper el vínculo con ella; pues de no<br />

hacerlo en el momento preciso se corre el riesgo de quedarse<br />

empantanado en el llamado complejo de Edipo. Se ha de tener<br />

presente que este complejo afecta con especial virulencia a<br />

quienes pierden al padre en edad temprana y durante la pubertad<br />

quedan a merced de la madre, como era mi caso. Y también se<br />

ha dicho que del complejo citado malamente resuelto, han salido<br />

muchos de los que llegados a la edad varonil han seguido la<br />

carrera eclesiástica. Pues aquel que toma esa carrera -y nunca<br />

mejor dicho, al menos en la Iglesia católica- no se casa con<br />

nadie, con lo que al igual que las estrellas de la pantalla de cine,<br />

permanece siempre disponible y puede ser el objeto de los<br />

sueños de amor imposible de todas sus feligresas, inalcanzable<br />

como lo ha querido la madre.<br />

Siguiendo el relato, un día hablaba yo a la gente<br />

congregada cuando alzando la voz una mujer allí presente me<br />

dijo: Bienaventurado el vientre que te llevó y los pechos que


259<br />

te amamantaron. Pero me apresuré a corregirla diciendo:<br />

Bienaventurados más bien los que escuchan la palabra de<br />

Dios y la guardan. Porque escarmentado del afán posesivo de<br />

mi madre judía, ante cualquier alabanza proveniente de una<br />

mujer del entorno yo me ponía en guardia.<br />

Un sábado en la sinagoga me compadecí de una mujer<br />

que enferma hacía ya 18 años andaba encorvada y no podía<br />

levantar la cabeza, de modo que le dije que se acercara y le<br />

aseguré que quedaba libre de su mal. Le impuse las manos y al<br />

instante se enderezó y dio gracias a Dios. Mas al archisinagogo<br />

no le pareció bien que con tal desenvoltura yo me hubiera<br />

atrevido a curar en sábado a quienquiera que fuese, pues en tal<br />

día era obligatoria la ociosidad más absoluta, y alzando la voz<br />

hizo observar con mal talante a los presentes que habiendo a la<br />

semana seis días para hacerse curar, no era cosa de que un<br />

sábado se presentaran los enfermos y buscaran ayuda. A lo que<br />

yo retruqué llamándolo hipócrita y reconviniéndole la dureza de<br />

corazón que a la sazón parecía demostrar, pues si cualquiera que<br />

poseyera un buey o un asno no vacilaría en llevarlo a abrevar<br />

aun en sábado, no había razón para no curar de inmediato a<br />

aquella mujer, hija de Abraham, como todos los demás israelitas,<br />

y dejarla esperar hasta el día siguiente en su situación.<br />

Con todo esto, mis partidarios se gozaban, mientras mis<br />

enemigos se reconcomían de ira.<br />

También se ha de observar que abundando en lo dicho<br />

me sentía yo más a gusto cuando una mujer me pedía ayuda que<br />

en otros momentos, pues al tomar ella la actitud sumisa y<br />

necesitada me resultaba menos amenazadora que si me diese<br />

claramente a entender que esperaba de mí atención sexual. Mis<br />

poderes taumatúrgicos actuaban como de barrera entre nosotros<br />

y me evitaban situaciones que yo sentiría molestas.<br />

Otro día en el templo de Jerusalén vi a una gente<br />

acomodada que ostentosamente echaba en el cepillo la limosna,<br />

y como tras de ellos sin hacerse notar una viuda echaba dos


260<br />

céntimos; se lo hice notar a los presentes y añadí sentencioso:<br />

verdaderamente esta pobre mujer echó más que nadie;<br />

porque los otros dieron de lo que les sobraba, mientras que<br />

ella echó lo único que tenía.<br />

Así me movía yo en medio del sexo opuesto, sin<br />

comprometerme nunca. Tal vez hoy debiera lamentarlo.<br />

ENTRO EN JERUSALEN<br />

Cerca ya de Jerusalén, en el que llamaban monte de los<br />

olivos los allí residentes, dije a dos de mis discípulos: En la<br />

aldea cercana hallaréis atada una asna y un pollino con ella:<br />

traédmelos; y si alguno protesta, decidle que los necesito.<br />

Con esto una vez más confirmaba se supone las palabras<br />

del profeta Zacarías: Decid a la hija de Sión: tu Rey viene a ti,<br />

manso y sentado sobre una asna y un pollino. Pero tampoco<br />

Zacarías se había referido a mí, sino a la alegría de uno de los<br />

reyes de Israel, que por fin había aniquilado a los enemigos<br />

filisteos y arrasado sin piedad sus ciudades. Una vez más mi<br />

gente, los israelitas, exultaba por haber asesinado y destruido a<br />

quienes se interponían en su paso. Lo hacían por orden de<br />

Yahvé, naturalmente, nuestro Dios y señor. Y a nadie se le<br />

ocurriría desobedecer a Dios, por descontado. La nuestra era<br />

una guerra santa, todas las nuestras lo eran, una de las primeras<br />

de que se tenga noticia. Matar en nombre de Dios, que dirige las<br />

huestes. Hacer la guerra para imponer la paz: ¡Cuántas veces no<br />

se lo repetiría, en la Historia! En palabras de un autor alemán<br />

moderno, “marchando a la batalla, los israelitas, mi pueblo,<br />

escribirán en los estandartes la guerra de Dios, la verdad de<br />

Dios, la venganza de Dios, el juicio de Dios; mostrarán justa<br />

indignación y entusiasmo; jamás transigirán”.<br />

Los discípulos lo hicieron, trajeron los animales, y tras<br />

poner a modo de albarda sobre ellos las ropas, cabalgué. Nos


261<br />

acompañaba mucha gente que, habiendo oído hablar de la<br />

resurrección de Lázaro, tendía en el camino sus mantos, cortaba<br />

ramos de los árboles, los echaba por tierra y me aclamaba<br />

repitiendo al parecer las palabras que figuraban en el salmo 117:<br />

¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre<br />

del Señor! ¡Hosanna en las alturas! Debían de ser gente<br />

ilustrada, para tenerlo tan pronto en la boca, el salmo, pues de lo<br />

contrario no se lo explica con facilidad. Ya en Jerusalén, toda la<br />

ciudad se alborotó y preguntaba qué estaba sucediendo. Y le<br />

respondían: Es Jesús, el profeta de Nazaret de Galilea.<br />

Unos griegos que igualmente acudían a honrar a Dios en<br />

la solemnidad, por medio de mi discípulo Felipe me hicieron<br />

saber que querían verme. Les respondí que había llegado la hora<br />

en que se glorificaría al hijo del hombre, momento en que se oyó<br />

una voz proveniente del cielo que decía haberme glorificado y<br />

prometía hacerlo de nuevo. La turba presente creyó que se<br />

trataba de un trueno, mientras otros afirmaban que un ángel me<br />

había hablado. Los tranquilicé diciéndoles que la voz no se<br />

dirigía a mí, sino a ellos, y advirtiéndoles que mientras estaba<br />

con ellos la luz, aprovechasen para caminar, porque cuando les<br />

faltase tendrían que andar en tinieblas, lo que no es conveniente,<br />

ya que quien camina en ellas no sabe adonde se dirige y puede<br />

caer en un hoyo. Y dicho esto me alejé de ellos y me escondí<br />

Así han descrito los evangelistas oficiales mi entrada que<br />

se supone triunfal en Jerusalén la semana misma de mi muerte.<br />

Pero como ya es costumbre, no todos han estado de acuerdo con<br />

el relato oficial. Arguyen estos discordantes que no entré la<br />

semana de la Pascua, como los otros pretenden, y que ni siquiera<br />

tal entrada triunfal ocurrió nunca. Dicen que los evangelistas<br />

han reducido a una semana episodios que en realidad ocurrieron<br />

a lo largo de varios meses interponiendo aquí la escena de otra<br />

fiesta, la de los Tabernáculos, que no se celebraba en primavera,<br />

sino a comienzos del otoño, tras la cosecha, lo que apuntaría a<br />

su origen relacionado con los ciclos de la Naturaleza; también


262<br />

congregaba en la ciudad a miles de judíos y en su transcurso los<br />

peregrinos llevaban palmas y ramos. Era una de las tres grandes<br />

celebraciones litúrgicas nuestras, y para algunos autores tal vez<br />

la más importante. En ella se mantenía la costumbre dictada en<br />

la ley del Levítico de colocar en los tejados de las casas y hasta<br />

en las plazas, chozas de ramas, palmas y follaje. Las chozas<br />

recordaban las tiendas del desierto de los antepasados.<br />

Sea de ello lo que fuere y siguiendo con el relato<br />

canónico, al día siguiente entré lo primero en el templo y en el<br />

patio me topé con un mercadillo de animales para la ofrenda; al<br />

parecer aquel día me había levantado con mal pie, no había<br />

dormido bien o me había sentado mal la cena, porque ante un<br />

espectáculo de lo más acostumbrado y que por lo común a nadie<br />

llamaba ya la atención, me irrité sobremanera y enfadado del<br />

ruido y tanta agitación la emprendí a golpes y zurriagazos con<br />

los descuidados vendedores, les derribé los precarios<br />

chiringuitos, volqué las mesas de los cambistas y sus sillas y<br />

puse a todos a parir, al tiempo que con malos modos les<br />

recordaba lo que al parecer y referido a Yahvé habría<br />

sentenciado un par de antiguos profetas: Mi casa es casa de<br />

oración -tronara Isaías; pero vosotros la habéis convertido en<br />

cueva de ladrones -habría completado Jeremías.<br />

Cabría decir que en esta ocasión me mostré en exceso<br />

intolerante y fanático, como en cuestiones religiosas al menos<br />

solían mostrarse los israelitas más estrictos, puesto que según se<br />

cuenta en las crónicas, el vender en las proximidades de los<br />

centros de culto los animales para el sacrificio era cosa común<br />

entre propios y extraños. En tales lugares solía haber verdaderos<br />

parques zoológicos, por el número de los animales en ellos, ya<br />

que no por la variedad de las víctimas. En muchos aspectos los<br />

templos de aquel tiempo recordaban a los posteriores mataderos,<br />

no sólo por la sangre que allí se vertía, sino también porque tras<br />

haber ofrecido al dios la parte estipulada y congrua, se consumía<br />

en orgía y banquete lo restante. A este respecto se contaba el


263<br />

enfado del dios pagano Zeus al que el avieso Prometeo, sabedor<br />

de la gula y avidez de la divinidad profana, había dado gato por<br />

liebre ofreciéndole con astucia empaquetadas en chorreante<br />

grasa las partes menos nobles del animal sacrificado. Porque el<br />

dios gustaba de la grasa. No temía el colesterol.<br />

Se me acercaron entonces algunos ciegos y otros lisiados<br />

y los sané. Lo que no gustó a los principales sacerdotes ni a los<br />

escribas, ni que la gente me aclamase y acogiese entusiasmada,<br />

de modo que protestaron indignados: ¿Oyes lo que dicen? -me<br />

interpelaron. ¡Hazlos callar! Lo oigo -les contesté; y a<br />

continuación enjareté las palabras de otro salmo: mas de nuevo<br />

os recuerdo lo que ha sido dicho, que la alabanza brota de la<br />

boca de lactantes y de niños. Luego los dejé, salí de la ciudad<br />

y me fui a descansar a la cercana Betania.<br />

Al amanecer, caminando de vuelta a la ciudad, sentí<br />

hambre, y viendo al borde de la vía una higuera, me dirigí a ella,<br />

pero no tenía higos, sino sólo hojas, puesto que apenas había<br />

comenzado la estación. Mas sin pararme en razones y<br />

malhumorado sin duda, Yahvé sepa por qué, la maldije de todo<br />

corazón, con lo que ella, obediente, sin más se secó. Como es de<br />

esperar de la gente ignorante, mis discípulos se escandalizaron<br />

de mi salida de tono, pero yo, que como de costumbre para todo<br />

tenía respuesta, les reproché su falta de fe, pues si la tuviesen<br />

-les dije- no sólo y al igual que yo secarían higueras y lo demás<br />

que se les terciase, sino que incluso y para arrojarlas al mar<br />

moverían de su emplazamiento original las montañas y cerros.<br />

No ha quedado constancia de lo que entonces pensaron, ni de si<br />

alguno temió hallarse ante un loco.<br />

No hubiera sido la primera vez, pues ya en Nazaret mis<br />

propios hermanos habían dudado de mi cordura, cuando en lugar<br />

de sentar la cabeza e imitarlos poniéndome a trabajar en un<br />

oficio, como mi padre, y casarme y formar una familia y tener<br />

muchos hijos, a la manera de todos los israelitas más creyentes,<br />

preferí echarme a los caminos a predicar lo que nadie entendía y


264<br />

arriesgar la tranquilidad cuando no la muerte tronando sin<br />

morderme la lengua contra los poderes del tiempo e incluso, si<br />

es verdad lo que tras mi muerte se dijo, a considerarme hijo de<br />

dios, mesías y profeta de un nuevo reino aún por venir. Todavía<br />

después de este incidente de la higuera habría de asegurar a mis<br />

crédulos discípulos que me sentía capaz de arrasar el templo y<br />

reconstruirlo en tres días, cosa que nadie en su sano juicio<br />

hubiera osado afirmar, a menos que en un momento de<br />

megalomanía creyese contar con poderes mágicos, ayuda<br />

extraterrestre o algo por el estilo. También pasados 20 siglos el<br />

dictador de Alemania Adolfo Hitler habría de llamarme payaso<br />

ignorante que bien merecía morir a manos de los soldados<br />

romanos.<br />

Por otro lado, alguno podría admirarse de que haciendo<br />

yo milagros como solía hacerlos, y bien más difíciles, no se me<br />

hubiese ocurrido hacer entonces, pues la ocasión se presentaba<br />

oportuna, el de que aquel árbol diera fruto antes de tiempo,<br />

multiplicar los higos como ya en un par de ocasiones había<br />

multiplicado los panes y los peces, con lo que yo, además de<br />

saciar el hambre que al parecer me acuciaba, hubiera mostrado<br />

compasión por la inocente higuera, en modo alguno culpable de<br />

mi desencanto, y mis seguidores hubieran aprendido de mí el<br />

talante ecológico más tarde de moda. Mas vaya uno a saber la<br />

causa aquel día de mi desazón.<br />

Ya en el templo después del incidente del día anterior,<br />

quisieron saber los que allí mandaban quién me daba autoridad<br />

para enseñar en el lugar; de modo que a la manera de los<br />

famosos gallegos, habitantes de un lugar llamado Gallaecia, de<br />

la Hispania romana, aún por venir, que a un interrogante habrían<br />

de responder con otro, les hice a mi vez la pregunta capciosa de<br />

si el bautismo de Juan era del cielo o de los hombres. Si decían<br />

del cielo, les reprocharía no haberlo escuchado; y si decían de<br />

los hombres, disgustarían al pueblo, que lo consideraba un<br />

profeta. De modo que respondieron: No lo sabemos. Y yo


265<br />

también les contesté con un desplante: Ni yo os digo con qué<br />

autoridad hago esto.<br />

Aquí les endilgué tres parábolas, la de los hijos enviados<br />

a la viña, la de los viñadores pérfidos y la de las bodas reales.<br />

Los hijos enviados a la viña. Un hombre tenía dos hijos<br />

y envió al primero a la viña; mas él se negó; luego se arrepintió<br />

y se fue a trabajar. Envió entonces al otro que aceptó<br />

prontamente, mas no fue. ¿Quién de los dos hizo lo que el padre<br />

quería? El primero -me respondieron. Pues en el cielo los<br />

publicanos y las prostitutas se os adelantan, porque vino Juan el<br />

Bautista a predicaros y os hicisteis los remolones, en tanto que<br />

las pecadoras y los publicanos aceptaron enseguida su palabra.<br />

Los pérfidos viñadores. Escuchad otra parábola. Un<br />

hombre plantó una viña y la cercó con un vallado, cavó en ella<br />

un lagar y levantó una torre; antes de irse, la arrendó a unos<br />

labradores. Llegada la cosecha quiso percibir el arriendo. Mas<br />

los labradores no pagaron, maltrataron a los cobradores, les<br />

pegaron, mataron a alguno y los rechazaron. Reclamó de nuevo<br />

lo suyo, pero de nuevo los labradores les hicieron correr la<br />

misma suerte. Entonces el amo envió a su propio hijo, creyendo<br />

que les infundiría más respeto, mas no fue así; lo mataron<br />

también. ¿Qué hará entonces el amo? Irá en persona, quitará el<br />

arriendo a los que mal se han portado y lo cederá a otros que se<br />

porten mejor. El salmo 117 lo dice: se os quitará el reino de<br />

Dios en beneficio de quien lo haga fructificar. Con esto los<br />

sacerdotes y los fariseos se dieron por aludidos y no lo podían<br />

sufrir.<br />

Las bodas reales. Un rey dispuso unas bodas para su<br />

hijo y despachó a sus esclavos para que convocasen a los<br />

invitados, pero ellos no quisieron acudir. Envió entonces a otros<br />

esclavos y les encargó que insistieran, que les dijesen que se<br />

había preparado comida abundante y que ya estaba todo listo;<br />

mas de nuevo los convidados se negaron a ir y se fueron a<br />

atender a sus cosas, tras deshacerse incluso de algunos de los


266<br />

esclavos importunos. El rey entonces se enfadó y envió a su<br />

ejército que mató a aquellos desagradecidos y les quemó la<br />

ciudad. Dijo luego a sus criados, las bodas están preparadas,<br />

pero a lo que se ve convidé a gente indigna; id pues por los<br />

caminos y convidad a la boda a todos cuantos halléis. Así lo<br />

hicieron ellos, y acudieron tantos que se llenaron las salas y<br />

asistió una multitud. Apareció entonces el rey para ver cómo iba<br />

todo y vio en una mesa a un invitado que no estaba vestido<br />

adecuadamente, de modo que le preguntó: ¿Acaso no sabías que<br />

venías a una boda? ¿Por qué no te vestiste entonces como era<br />

obligado. Mas el no respondió. Entonces el rey ordenó que lo<br />

ataran de pies y manos y lo arrojaran afuera, a la oscuridad de la<br />

noche, donde sería el llanto y crujir de los dientes. Porque de<br />

nuevo, se llamará a muchos, pero se elegirá a pocos.<br />

Entonces consultaron entre ellos cómo me cogerían en<br />

algún renuncio, y por medio de sus sirvientes me tendieron una<br />

trampa. Maestro -me dijeron- amas la verdad, enseñas el camino<br />

de Dios y no te preocupa la ajena opinión; dinos pues si te<br />

parece lícito dar tributo al César. Adiviné su malicia y les<br />

respondí: ¿Por qué me tentáis, hipócritas? Mostradme la<br />

moneda del tributo. Me presentaron un denario. ¿De quién es<br />

esta figura y la inscripción que la acompaña? Del César. Dad<br />

pues al César lo del César y a Dios lo de Dios. Confundidos<br />

me dejaron en paz.<br />

Tampoco en esto han seguido mis supuestas enseñanzas<br />

los que se dicen míos, pues no dan al mundo lo del mundo<br />

dejando que los laicos gobiernen, antes bien les disputan el<br />

poder y tratan de quitárselo. Constantemente han suplantado al<br />

César y dado un mentís a mi supuesta declaración ante Pilatos<br />

de que mi reino no era de este mundo, como más adelante diré.<br />

Al contrario, con monótona insistencia muchos de los que dicen<br />

representarme en la Tierra han colaborado con el poder político.<br />

Entre ellos, al Papa Wojtyla se atribuye haber dicho: las<br />

dictaduras de derechas, pasan; las de izquierdas, perduran;


267<br />

por eso y A.M.G.D. (a mayor gloria de Dios), aunque ello<br />

signifique atizar una guerra civil, nos opondremos al régimen<br />

comunista vigente dando ayuda económica al movimiento<br />

polaco llamado Solidaridad. Ya antes que él otro Papa, Pío<br />

XII, había apoyado la subida de Hitler al poder en Alemania, y<br />

cuando en Italia los comunistas comenzaban a ganar escaños en<br />

el Parlamento y amenazaban participar en el gobierno, los había<br />

combatido ocultamente poniéndose del lado de los que trataban<br />

de impedirlo. Y Pío XI había apoyado al dictador fascista<br />

Mussolini, que poco menos que a cara descubierta y sin andarse<br />

con bromas no tenía escrúpulos en deshacerse, por cualquier<br />

medio que fuese, de sus adversarios. Si se atiende a las<br />

apariencias, el reino de mi Iglesia es de este mundo más que del<br />

otro pretendido.<br />

Llegaron después los saduceos, para quienes la<br />

resurrección era sólo una patraña, y me preguntaron: Maestro,<br />

según la ley de Moisés, en el Deuteronomio, si alguno muriere<br />

sin descendencia, su hermano desposará a la viuda y engendrará<br />

hijos en ella. Sucedió que hubo siete hermanos y el primero<br />

tomó mujer y murió sin haber engendrado, de modo que dejó su<br />

mujer al hermano. De la misma manera el segundo, y el tercero,<br />

hasta los siete; y por fin murió también la mujer. Tras la<br />

resurrección ¿de cuál de los siete será ella? Porque todos la<br />

tuvieron. Mas yo les respondí: Ignoráis las Escrituras y el<br />

poder de Dios. En la resurrección, ni los hombres tomarán<br />

mujer, ni las mujeres marido; serán como los ángeles del<br />

cielo. Aquí cité el Éxodo: Y Dios ha dicho: Yo soy el Dios de<br />

Abraham, de Isaac y de Jacob. No es pues Dios de muertos,<br />

sino de vivos. Oyendo mi doctrina, las gentes se sentían<br />

atónitas.<br />

Tras haber hecho callar a los saduceos, un fariseo,<br />

intérprete de la ley, me tentó diciéndome: Maestro, ¿cuál es el<br />

principal mandamiento de la ley? De nuevo cité yo también los<br />

Libros sagrados. Como en el Deuteronomio se leía, era el


268<br />

siguiente: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, toda<br />

tu alma y toda tu mente. Y en palabras del Levítico, el segundo<br />

se le parecía: Amarás al prójimo como a ti mismo. En ellos se<br />

resume toda la ley y los profetas.<br />

Infelizmente no dejé claro a este respecto qué se había de<br />

entender por 'amar' a quienquiera que fuese, ya fuese Dios, ya<br />

los hombres; de modo que cada uno lo ha interpretado a su<br />

antojo y con el pretexto de hacer algo a alguien porque se lo<br />

amaba, por su propio bien, se solía decir, se han cometido<br />

verdaderas atrocidades. Muchas veces el amar a uno o una ha<br />

resultado en dolor y penas sin cuento. A mi modesto entender, lo<br />

que se suele llamar amar se expresaría mejor diciendo respetar,<br />

es decir, no hacer objeto de los propios deseos al otro, sino<br />

juzgarlo soberano sujeto de sus pensamientos y actos.<br />

Y a continuación les pregunté de quién era hijo el<br />

mesías, el ungido o enviado; a lo que ellos respondieron que era<br />

hijo de David. Quise saber entonces cómo se explicaba que en<br />

un Salmo, David lo llamase Señor: Dijo el Señor a mi Señor:<br />

Siéntate a mi diestra, mientras pongo a tus pies a tus<br />

enemigos; pues no se sabía de nadie que a su hijo llamase señor.<br />

No supieron responderme; ni desde aquel momento osó nadie<br />

preguntarme cosa alguna.<br />

Parece oportuno decir aquí algo acerca de mi presunta<br />

ascendencia davídica.<br />

<strong>DE</strong>SCIENDO <strong>DE</strong>L REY DAVID<br />

Aquellos que se han empeñado en hacer de mí un dios,<br />

tampoco se contentaron con que en cuanto a mi carne mortal<br />

fuera un hombre corriente, hijo de un cualquiera, de un<br />

desconocido en el mundo, y para más inri, como antes se decía,<br />

de la clase proletaria, un vulgar carpintero, de modo que<br />

hurgaron en las que llaman sagradas escrituras para encontrarme


269<br />

una ascendencia presentable, por no decir gloriosa. Puede<br />

decirse y repetirse hasta la saciedad que mi evangelio, mi buena<br />

nueva, mi reino de los cielos, iba dirigido ante todo a los pobres<br />

y a los humildes (eufemismo para designar desde el punto de<br />

vista correctamente político a los miserables, a los que como<br />

vulgarmente se dice, no tienen ni donde caerse muertos) mas en<br />

verdad, esos que pretenden acomodar a mis supuestas<br />

enseñanzas su vida, prefirieron hacerme de sangre azul, si cabe<br />

atribuir semejante color a la de David, que por cierto no la tenía,<br />

pues era el hijo menor de un campesino ordinario y en su<br />

juventud apacentaba las ovejas de su padre; pero como se dice,<br />

no hay mancha que la púrpura no disimule ni lave. Nunca una<br />

expresión fue más a propósito; porque al decir de quienes lo han<br />

estudiado, el rey israelita David, si fue un personaje real y no un<br />

simple mito, como varios sostienen, se distinguió por su carácter<br />

sanguinario y ciertamente muy poco escrupuloso en lo que toca<br />

a la moral. La moral ordinaria, la del vivir cotidiano, quiero<br />

decir -la de la sexualidad, por ejemplo- y me limito a esa sola ya<br />

que no se suele incluir en ese capítulo los crímenes, matanzas,<br />

expolio y exterminio que se hace 'por amor a Yahvé', si uso el<br />

lenguaje del tiempo aquel, o por 'servir a la Patria' si prefiero<br />

otro más nuevo.<br />

Me hicieron descender de David y para ello no vacilaron<br />

en retorcer y estrujar el Libro santo israelita con el fin de sacar<br />

de él una genealogía aceptable.<br />

Estaba profetizado que, según la carne, el Mesías había<br />

de ser de la simiente de David y de Abraham. Al parecer se dijo<br />

del patriarca original del pueblo de Israel que en mí, el Mesías,<br />

nacido de su simiente, serían benditas todas las gentes del<br />

mundo; es decir, alcanzarían que se les remitiese los pecados, el<br />

reconciliarse con Dios (Yahvé), el justificarse, el resucitar y<br />

después el morar eternamente en la gloria; y dado que yo<br />

precisamente había realizado tal proeza, yo era el prometido<br />

Mesías. Por lo que a David se refiere, presuntamente se le


270<br />

prometió muchas veces que su reino en el pueblo de Dios, el<br />

pueblo de Yahvé, el pueblo israelita, sería perpetuo en aquellos<br />

que de él descendieran, de lo que se sacó la conclusión,<br />

inevitable por su lógica y acierto, de que el Mesías había de ser<br />

de su simiente, y dado que yo era el prometido Mesías, no cabía<br />

otra cosa que hacerme descender de aquel rey.<br />

¡Así se escribe la Historia! -diría moviendo melancólico<br />

la testa un desencantado filósofo.<br />

La que sigue es una de las genealogías que se me ha<br />

atribuido, porque hay varias, ya que los encargados de mi<br />

panegírico no se han puesto de acuerdo en una sola.<br />

Abraham engendró a Isaac. E Isaac engendró a Jacob. Y<br />

Jacob engendró a Judas. Y Judas engendró a Fares. Y Fares<br />

engendró a Esron. Y Esron engendró a Aram. Y Aram engendró<br />

a Aminadab. Y Aminadab engendró a Naason. Y Naason<br />

engendró a Salmon. Y Salmon engendró a Boz. Y Boz engendró<br />

a Obed. Y Obed engendró a Jesé. Y Jesé engendró a David, el<br />

rey. Y David, engendró a Salomón. Y Salomón engendró a<br />

Roboam. Y Roboam engendró a Abías. Y Abías engendró a Asá.<br />

Y Asá engendró a Josafat. Y Josafat engendró a Joram. Y Joram<br />

engendró a Ozías. Y Ozías engendró a Joatam. Y Joatam<br />

engendró a Ácaz. Y Ácaz engendró a Ezequías. Y Ezequías<br />

engendró a Manasés. Y Manasés engendró a Amon. Y Amon<br />

engendró a Josías. Y Josías engendró a Jeconías,. Y después<br />

Jeconías engendró a Salatiel. Y Salatiel engendró a Zorobabel. Y<br />

Zorobabel engendró a Abiud. Y Abiud engendró a Eliaquim. Y<br />

Eliaquim engendró a Azor. Y Azor engendró a Sadoc. Y Sadoc<br />

engendró a Achim. Y Achim engendró a Eliud. Y Eliud<br />

engendró a Eleázar. Y Eleázar engendró a Matan. Y Matan<br />

engendró a Jacob. Y Jacob engendró a José, el marido de mi<br />

madre, de la cual nací yo, el supuesto enviado o Mesías.<br />

Queda pues demostrado que desciendo del rey David.<br />

Ahora bien, se podría pensar que mis seguidores se inclinan al<br />

esnobismo, porque en su veneración por la sangre azul y la


271<br />

púrpura, no atendieron a la catadura moral de mi antepasado<br />

abuelo. Lo cual hubiera sido más de esperar si -como aseguran-<br />

ante todo les cautivase en mí la perfección de mi persona y de<br />

mi doctrina. Pero una cosa es hablar y otra dar nueces, si se me<br />

permite la desenfadada expresión.<br />

He aquí lo que los entendidos dicen de aquel rey.<br />

Para empezar, los más maliciosos insinúan que cuando el<br />

joven David a solas con el rey Saúl en su cámara le aliviaba la<br />

melancolía entonando salmos que con los sones de un arpa<br />

acompañaba, en realidad no se trataba de música, sino de algo<br />

más inmediato y corporal, a saber, una grosera relación carnal. A<br />

favor de esta tesis estaría la extraña y profunda amistad de aquel<br />

joven con Jonatán el hijo del rey, amistad más parecida a la<br />

abiertamente sodomítica, según aseguran quienes de ello<br />

entienden, de Patroclo y Aquiles o a la de Alejandro y Hefestión,<br />

de lo que fuera preciso para sentirse tranquilo.<br />

También se ha de advertir que en aquellos tiempos, 1000<br />

años antes de la era que de mí toma su nombre, la<br />

homosexualidad masculina no escandalizaba tanto como<br />

ocurriría después.<br />

Cabría decir que, pese a las apariencias y a lo que de<br />

labios afuera no se cansaban de profesar, aquellos israelitas no<br />

eran precisamente gente mojigata, no sólo en lo que a la relación<br />

sexual se refiere, sino también y en medida mucho mayor al<br />

derramamiento de sangre, la propia y la ajena. Hoy se considera<br />

confirmado que -como la sombra al cuerpo- la violencia<br />

acompaña a la represión sexual. No eran reprimidos sexuales<br />

mis compatriotas, si se da a la palabra represión el significado<br />

que hoy se le da, y sin embargo eran atrozmente violentos.<br />

Por otro lado estaba la ley de Moisés, muy anterior al rey<br />

David. En ella se condenaba a morir lapidado al que mantenía<br />

relaciones contra natura -y contrarias a la naturaleza son las<br />

homosexuales- hasta el punto de que si algún infeliz buscaba<br />

consuelo en un animal y por desgracia lo sorprendían in


272<br />

flagranti, que es lo mismo que decir en el acto, se les daba<br />

muerte a los dos, la parte actuante y la parte consintiente. Si<br />

cabe llamar consintiente a un pollo de granja, pongo por caso.<br />

Claro que según el decir posterior de Solón, uno de los 7 sabios<br />

de Grecia, la justicia es como una tela de araña, que mientras<br />

atrapa a los insectos pequeños y débiles, los grandes y fuertes<br />

atraviesan sin daño sus mallas y permanecen libres.<br />

También de mí se ha murmurado en este sentido. Para<br />

empezar ya era sospechoso que en la fuerza de la edad no<br />

persiguiera ante todo a las hembras y en cambio prefiriera<br />

predicar el supuesto reino de Dios. Mientras los demás, la gente<br />

corriente, se ufanaba de sus múltiples conquistas en el reino de<br />

Eros y se aplaudía al que las contaba numerosas; mientras el rey<br />

Salomón había conocido la fama por haber desposado a 700<br />

mujeres y contar con más de 300 concubinas -pese a lo cual sólo<br />

tuvo un hijo que valiera la pena; y mientras al rey Abía se le<br />

atribuían 14 esposas y 22 descendientes, comparado con él y de<br />

ser cierto lo que de mí se ha contado, yo evitaba el trato íntimo<br />

con las muchas mujeres que al parecer me seguían. Y para<br />

acabar de arreglarlo hasta prefería a un discípulo, Juan, al que en<br />

la cena de Pascua, la última que tomé con 12 de ellos, permití<br />

reposara en mi pecho las tal vez rubias guedejas de la rizada<br />

cabeza. Por eso muchos sospecharon de mí.<br />

También alabé el celibato y dije que quien para servir los<br />

fines de Dios, renunciaba a los placeres del mundo, no el menor<br />

de ellos la actividad sexual, valía más que los otros. Unos fines<br />

que a juzgar por estas palabras exigirían no emparejarse nunca.<br />

Mas pasados los siglos muchos las tomaron al pie de la letra y<br />

para triunfar en el siglo, como diría algún clásico, y no gastar<br />

energías en lo que no fuera perseguir el triunfo social, se<br />

hicieron voluntarios eunucos. A estos también ya me he referido<br />

en lo que precede.<br />

A este respecto resultaría curiosa la conducta de los<br />

posteriores monjes cristianos. Tenían a gala -y para mejor


273<br />

servirme, apuntaban- hacer los votos de pobreza, castidad y<br />

obediencia. Por vocación se decían enamorados de mí, y según<br />

lo que se ha contado de ellos, llamaban castidad a la abstención<br />

de mujer, pero no a la abstención de los de su mismo sexo. En la<br />

regla de una de las mas famosas órdenes de ellos, se establecía<br />

que los jóvenes no habían de dormir en lechos contiguos, sino<br />

en camas entreveradas con las de los mayores. Y en su<br />

extraordinaria devoción a mi madre María, por tantos cantada,<br />

bien cabría ver residuos de la que en general muestran por su<br />

madre los homosexuales varones.<br />

Mas volvamos al rey David. Fue un rey sanguinario; se<br />

lo lee en la Biblia misma, según la cual un tal Semeí lo maldice,<br />

le tira piedras y lo llama asesino. Al parecer, no faltaba razón a<br />

aquel exaltado. Se cuenta del rey que en incesantes campañas,<br />

contra los cananeos, los amonitas, los moabitas, los edomitas,<br />

los arameos y algunos sirios esgrimió la espada hasta avanzada<br />

edad. Fue un criminal longevo. Presumía incluso de sus<br />

sangrientas hazañas. Además de guerrear, componía himnos, y<br />

en uno de ellos daba gracias a Yahvé en los siguientes términos:<br />

“Perseguiré a mis enemigos, los exterminaré, no retrocederé<br />

hasta haber acabado con ellos. Los aniquilaré, los haré<br />

trizas, hasta que no puedan ya levantar cabeza. Caerán a<br />

mis pies”. De aquí se deduce que no cabría verlo precisamente<br />

como hombre misericordioso, aunque se ha dicho de él que<br />

nunca emprendió una campaña sin el consentimiento de Dios, es<br />

decir, de Yahvé, que, al parecer complacido, lo animaba a seguir<br />

combatiendo: “Tú has derramado mucha sangre, muchas<br />

guerras has hecho. Haz todo cuanto el corazón te sugiera,<br />

porque Yo estoy contigo. Caminé siempre a tu lado y ante ti<br />

he derrotado a tus enemigos; te he dado renombre<br />

comparable al de un gran magnate famoso en la Tierra”. El<br />

dios Yahvé se expresaba así tras una batalla en la que el rey, su<br />

protegido, había matado a 22.000 arameos, y de nuevo tras<br />

haber exterminado a 18.000 de Edom. Con el permiso de Dios o


274<br />

sin él, no acababan aquí las proezas del héroe. Solía cortar los<br />

tendones a los caballos de los enemigos, cuando no cortaba<br />

manos y pies a los caballeros. Nuestras sagradas escrituras<br />

cuentan de él que siempre que había salido en campaña, no<br />

había dejado con vida ni a hombres ni a mujeres. Y también que<br />

había sacado de una ciudad a sus habitantes y había mandado<br />

que se los aserrase haciendo pasar sobre ellos narrias de hierro;<br />

que con los cuchillos se los despedazase y que se los arrojase<br />

vivos a los hornos de ladrillos. Las narrias eran como unos<br />

cajones que se llenaba de piedras y se arrastraba. En otra<br />

ocasión había ordenado sacar al campo a los habitantes y había<br />

hecho pasar por encima de ellos trillos y rastras, y carros<br />

armados de cortantes hoces, de manera que quedaban reducidos<br />

a trozos y piezas. Para terminar, era un ladrón. Ni que decir tiene<br />

que se quedaba con todos los bienes de aquellos a los que<br />

mataba, aunque se justificaba entregando gran parte de ellos<br />

para construir un templo magnífico al dios Yahvé, y para tan<br />

piadoso fin, exigía a todos los súbditos su contribución, sin<br />

andarse con bromas, hasta el punto de exterminar al culpable y a<br />

toda su familia, sin excluir al ganado, al que se resistiese a<br />

aportar su granito de arena a obra tan pía. En resumen,<br />

descender del rey David – se podría decir- no era precisamente<br />

un timbre de gloria.<br />

PONGO A PARIR A LOS ESCRIBAS Y A LOS FARISEOS.<br />

MI ANTISEMITISMO<br />

Dije entonces a quienes me escuchaban: En la cátedra<br />

de Moisés se sentaron los escribas y los fariseos: todo lo que<br />

os dijeren que guardéis, guardadlo y hacedlo; mas no hagáis<br />

conforme a sus obras: porque dicen y no hacen.<br />

A la luz de los procesos por pederastia a que se ha<br />

sometido recientemente a muchos de los que dicen servirme


275<br />

¡qué vigencia tendrían aún hoy estas palabras! Por no hablar ya<br />

de lo que se cuenta al respecto acerca de los monjes que en los<br />

siglos primeros de la era se refugiaron en el desierto huyendo de<br />

la dureza de la vida de entonces, gentes que no vacilaron en<br />

unirse a uno u otro bando y perseguir y matar al contrario, según<br />

la conveniencia, cuando se trató de combatir lo que llamaron<br />

herejía; sería el cuento de nunca acabar.<br />

Sobre los hombros de la gente ponen cargas pesadas y<br />

difíciles de llevar -seguí denunciando; mas ellos ni las quieren<br />

mover, antes hacen para que se los mire; porque ensanchan<br />

sus filacterias y extienden los flecos de sus mantos; codician<br />

los primeros asientos en las cenas y en las sinagogas las<br />

primeras sillas; y gustan de que en las plazas se los salude y<br />

se los llame Rabbí, Rabbí.<br />

Quizá no esté mal recordar en este momento lo<br />

aficionado que es mi representante en la Tierra a que en la plaza<br />

de san Pedro de Roma lo saluden decenas de miles de fieles, que<br />

enfervorizados y con voz ronca que recuerda al nazi Nuremberg<br />

de los años 30 del pasado siglo claman a una ¡Papa! ¡Papa!<br />

¡Totus tuus! mientras con pompa y boato él desfila sentado en<br />

una silla a hombros de sacristanes y clérigos.<br />

Mas vosotros no queráis que se os llame de ese modo;<br />

porque sólo el enviado es vuestro Maestro, y todos sois<br />

hermanos. Y a nadie en la Tierra llaméis vuestro padre; sólo<br />

uno lo es, el que está en los cielos. El mayor de vosotros, sea<br />

vuestro siervo; porque el que se ensalzare, será humillado; y<br />

el que se humille, será ensalzado.<br />

Apuntaré de pasada que unos siglos después, el primero<br />

que se llamó mi vicario, el Papa León IV, obispo de Roma,<br />

trabajó toda su vida para que se le reconociese la supremacía<br />

sobre los demás de su rango, se la negó a quienes se la<br />

disputaban y en general no perdió ocasión de enaltecerse.<br />

Mas ¡ay de vosotros, escribas y fariseos! -seguí terco<br />

en la mía; porque ni entráis, ni dejáis entrar en el reino de los


276<br />

cielos. ¡Ay de vosotros, hipócritas! porque frecuentáis las<br />

casas de las viudas y por pretexto prolongáis la oración: por<br />

esto se os juzgará con mayor rigor. ¡Ay de vosotros! porque<br />

por ganar un prosélito surcáis mares y tierra; y una vez<br />

ganado, lo hacéis por partida doble hijo del infierno.<br />

Aquí vendría a cuento la historia de la reina Cristina de<br />

Suecia, a la que en el siglo XVIII mis representantes vaticanos<br />

enaltecieron por haberse desgajado de la confesión luterana de<br />

su pueblo para hacerse católica. Y una vez instalada en Roma, a<br />

donde se trasladó podría decirse que con armas y bagajes, pues<br />

se llevó con ella todo lo que en el mundo poseía, entre otras<br />

cosas su rara biblioteca e innumerables objetos de arte, cuadros<br />

y estatuas raros, por no decir exclusivos, que entonces como<br />

ahora valían una pasta, vieron complacidos, cuando no la<br />

aplaudieron, los excesos sexuales en cierto modo aberrantes de<br />

aquella alma ganada para el cielo.<br />

¡Ay de vosotros, escribas y fariseos! porque diezmáis<br />

la menta y el eneldo y el comino, y dejáis lo más grave de la<br />

ley, el juicio y la misericordia y la fe. ¡Guías ciegos, que<br />

coláis el mosquito, mas tragáis el camello! ¡Ay de vosotros,<br />

hipócritas! porque limpiáis por fuera el vaso y el plato; mas<br />

por dentro están llenos de robo y de injusticia. ¡Fariseo<br />

ciego, limpia primero el interior, para que también queden<br />

limpios por fuera! Sois como sepulcros blanqueados, en<br />

apariencia hermosos, mas llenos de carroña y de inmundicia.<br />

Externamente parecéis justos; mas por dentro sois hipócritas<br />

e inicuos.<br />

Mencionaré de nuevo al cardenal Marcinkus y a Roberto<br />

Calvi, los del escándalo del Banco Ambrosiano, la Banca del<br />

Papa. Cuando Calvi pide a Marcinkus que haga frente al agujero<br />

bancario resultante de la subvención oculta al sindicato polaco<br />

Solidaritá, Marcinkus dice que ni por pienso y que lo mejor es<br />

rezar a Dios para que ponga remedio y salve a todos de la<br />

catástrofe inminente. Nos ponemos en tus manos, Señor, etc.


277<br />

¡Ay de vosotros! porque enterráis a los profetas y<br />

levantáis monumentos a los justos, y decís: Si hubiéramos<br />

vivido en los tiempos de nuestros padres, no hubiéramos<br />

derramado aquella sangre. Sois pues los hijos de aquellos<br />

que los mataron. ¡Serpientes, hijos de víboras! ¿Cómo<br />

evitaréis el infierno? Os envío profetas y sabios y escribas:<br />

mataréis y crucificaréis a unos, azotaréis a otros y los<br />

perseguiréis de ciudad en ciudad; para que sobre vosotros<br />

caiga la sangre justa que se ha vertido en la tierra, desde<br />

Abel hasta Zacarías, hijo de Baraquías, al cual matasteis<br />

entre el templo y el altar. Todo esto caerá sobre vosotros.<br />

A propósito de sabios y para no hacerme pesado y aburrir<br />

al lector, terminaré esta larga cita, recordando a Galileo y a<br />

Giordano Bruno, a los que en nombre de un dogma artificial y<br />

absurdo se hizo imposible la vida cuando no se los envió a la<br />

hoguera. ¡Muchas cuentas habrían de rendirme, esos que dicen<br />

representarme, de ser cierto lo que a mi respecto sostienen!<br />

Pero, claro está, ni ellos mismos se creen lo que dicen. Son<br />

ejemplo de ateos.<br />

Ante toda esta diatriba contra los fariseos y contra los<br />

israelitas en general, se me podría haber acusado -un poco<br />

anacrónicamente, lo confieso- de antisemita avant la lettre, que<br />

equivale a decir antes de tiempo; porque mis palabras aquí no se<br />

diferencian mucho de las que un par de siglos después, desde el<br />

púlpito y por calles y plazas habrían de pronunciar algunos de<br />

mis seguidores más estrictos, tales como Juan Crisóstomo,<br />

también llamado la boca de oro, o el ya citado Efrén, la cítara<br />

del espíritu santo, que se distinguió por su acerba inquina contra<br />

los de mi pueblo. Crisóstomo los habría de llamar miserables,<br />

inútiles, maestros de iniquidades, especialmente corrompidos,<br />

parricidas y matricidas; diabólicos, peores que los sodomitas,<br />

más crueles que las fieras; estafadores, ladrones, epulones y<br />

lujuriosos; habría de señalar su supuesto carácter asesino y<br />

sanguinario, que vivían sólo para el vientre y los instintos, que


278<br />

sólo entendían de comer, beber y abrirse las cabezas<br />

mutuamente; en su desvergüenza, peores que los cerdos y los<br />

cabrones; como los animales venenosos, llenos de afán de matar,<br />

peores que todos los lobos juntos; como de la peste se había de<br />

huir de ellos, igual que se evitaba a los demonios, eran plaga<br />

humana, bestias en la sinrazón, borrachos, comilones, perversos<br />

en extremo... como se ve, no los querían bien, precisamente.<br />

ANUNCIO EL APOCALIPSIS<br />

Y cuando terminada la prédica anterior abandonaba el<br />

templo, que Herodes estaba justamente acabando de construir,<br />

los discípulos me mostraron su magnificencia, con lo que yo les<br />

frené el entusiasmo diciéndoles: Antes de que hayáis muerto,<br />

no quedará de él piedra sobre piedra. Como sucedió, cuarenta<br />

años después, que los romanos del emperador Tito arrasaron la<br />

ciudad. Luego, en el monte de los olivos, me preguntaron:<br />

¿cuándo sucederán estas cosas y qué señalará tu venida y el<br />

fin del mundo? Porque, lo repito, la gente era entonces muy<br />

apocalíptica y estaba a la espera de un cambio catastrófico.<br />

Pobrecillos, no se podría decir que lo suyo era el<br />

pensamiento científico.<br />

Y proseguí diciéndoles: Muchos se dirán el enviado, el<br />

Mesías; y engañarán a muchos. Oiréis guerras y rumores de<br />

guerras: mas no os turbéis; porque tiene que pasar; mas aún<br />

no es el fin. Se alzará nación contra nación y reino contra<br />

reino; y habrá peste, hambre y terremotos. Se os entregará y<br />

se os matará; y por mi causa os aborrecerán.<br />

Cualquiera diría que me complazco en predecir todos<br />

estos horrores. Parece una de las posteriores películas de miedo.<br />

Mucho será entonces el escándalo; unos entregarán a<br />

otros y mutuamente se odiarán. A docenas aparecerán falsos<br />

profetas; y por haberse multiplicado la maldad, la caridad


279<br />

de muchos se enfriará. Mas el que perseverare hasta el fin,<br />

se salvará. Se predicará este evangelio del reino en todo el<br />

mundo, a todos los gentiles; y entonces todo acabará.<br />

Aquí los míos han aprovechado para señalar que yo<br />

estaba encargando se llevase a todos mi supuesto mensaje, no<br />

sólo a los judíos, como en lo que ya queda dicho había dado a<br />

entender. Sin embargo no han faltado los que han señalado la<br />

pelea y desacuerdo que pocos años después de mi muerte se<br />

desató entre Pedro, al que presuntamente había yo entregado las<br />

llaves del cielo, y Pablo, que se sentía tan autorizado como él a<br />

atar y desatar en la Tierra. Mientras el primero abogaba por<br />

limitar a los judíos la prédica, el segundo se empeñaba en<br />

llevarla a todos los del mundo entonces conocido, tras haberla<br />

retocado por aquí y por allá para hacerla más asimilable a los<br />

paganos que hablaban en griego.<br />

Por tanto, cuando en el lugar santo viereis la<br />

desolación que el profeta Daniel anunció, los que estén en<br />

Judea, huyan al monte; y el que esté sobre el terrado, no<br />

descienda a tomar algo de su casa; y el que en el campo, no<br />

vuelva por sus vestidos. Mas ¡ay de las preñadas y de las que<br />

en aquellos días estén criando! Orad, pues, para que no<br />

tengáis que huir en el invierno ni un sábado; porque<br />

entonces la aflicción será grande, como no la hubo desde el<br />

principio del mundo, ni la habrá nunca más.<br />

Se ve que yo creía en los escogidos y los condenados, de<br />

donde habían de tomar pie los protestantes posteriores para<br />

subrayar la salvación por la fe y limitar hasta extremos ridículos<br />

el número de los que irían al cielo.<br />

Entonces, si alguno os dijere: aquí está el enviado, o<br />

allí, no lo creáis. Porque se levantarán falsos enviados y<br />

falsos profetas, y darán señales grandes y prodigios; de tal<br />

manera que engañarán, si es posible, aun a los escogidos. Así<br />

que, si os dijeren: Está en el desierto; no salgáis: Está en las<br />

cámaras; no creáis.


280<br />

Como el relámpago que brota en el oriente y se<br />

muestra hasta occidente, así será la venida del Hijo del<br />

hombre. Y luego después de la aflicción de aquellos días, el<br />

sol se obscurecerá, se apagará la luna, las estrellas caerán del<br />

firmamento y el mundo sideral se desquiciará. Aparecerá la<br />

señal del Hijo del hombre; las tribus de la tierra se<br />

lamentarán y con gran poder y gloria lo verán sobre las<br />

nubes. Y de los cuatro vientos, de un cabo del cielo hasta el<br />

otro, al son de la trompeta sus ángeles juntarán sus<br />

escogidos.<br />

No hay de qué alarmarse; según los entendidos, hasta<br />

que el sol se convierta en una gigante roja y se trague a la Tierra,<br />

aún han de pasar 5.000 millones de años; lo que es mucho<br />

tiempo. Y en todo caso, tal como afirman hoy los más ufanos,<br />

para entonces la especie humana ya habrá conquistado si no el<br />

universo al menos el sistema solar y estará viviendo en los<br />

satélites de Júpiter y de Saturno, que se habrán calentado hasta<br />

temperaturas que posibiliten la vida.<br />

Creedme; el Juicio Final, mi segunda venida, va para<br />

largo.<br />

Aprended de la higuera. Cuando ya su rama se<br />

enternece y brotan las hojas, el verano se acerca. Así<br />

también vosotros, cuando viereis todas estas cosas, sabed que<br />

el fin se aproxima, está ya a las puertas. No pasará esta<br />

generación sin que todas estas cosas acontezcan. El cielo y la<br />

tierra pasarán, mas mis palabras no pasarán.<br />

Me parece que aquí exagero. A menudo he sentido<br />

curiosidad por saber que habrá sido de mí cuando haya<br />

transcurrido un millón de años. Como con muy mala sombra<br />

habrá de decir uno que se creerá chistoso, y teniendo en cuenta<br />

la teoría de la evolución que hace algo más de un siglo ha sido<br />

propuesta, para esas fechas ya ni Dios, mi supuesto Padre en el<br />

cielo, se acordará de mí.<br />

Proseguí mi agorero discurso. Empero nadie sabe el día


281<br />

ni la hora, ni aun los ángeles de los cielos, sino sólo mi Padre.<br />

Porque como en los días que precedieron al diluvio todo el<br />

mundo comía y bebía descuidado, se casaba y engendraba a<br />

los hijos, hasta que las aguas se llevaron a todos; así será<br />

también la venida del hijo de hombre. De dos en el campo,<br />

uno será tomado y el otro dejado; de dos mujeres que<br />

muelan, la una será tomada y la otra dejada.<br />

La palabra parusía derivaba del griego pareimi que<br />

significaba estar presente o llegar. Con ella el helenismo se<br />

refería a la manifestación en la tierra de las personas divinas, y a<br />

la entrada triunfal de los reyes o príncipes en las ciudades de sus<br />

dominios; un despliegue de poder en un ambiente festivo y<br />

solemne. En la Roma imperial la parusía del César era un suceso<br />

tan importante que podía dar lugar a una nueva era y significar<br />

incluso un cambio decisivo en la Historia; por eso en tal ocasión<br />

se lo saludaba como portador de grandes nuevas y el pueblo lo<br />

esperaba expectante de un beneficio extraordinario; de allí el<br />

carácter festivo y jubiloso de la aparición.<br />

Velad pues, porque no sabéis a qué hora ha de venir<br />

vuestro Señor. Si el padre de familia supiese la hora a que lo<br />

asaltaría el ladrón, velaría y estaría prevenido. Por tanto,<br />

también vosotros estad apercibidos; porque el Hijo del<br />

hombre ha de llegar a la hora que menos penséis.<br />

Aquí y para aliviar el truculento discurso ensarté dos<br />

parábolas, la del siervo fiel y el infiel y la de las diez vírgenes y<br />

los talentos.<br />

El siervo fiel. Al cuidado del siervo fiel y prudente el<br />

señor pone a su familia. Bienaventurado él cuando su señor<br />

regrese y lo halle haciendo como cumple; sobre sus bienes lo<br />

pondrá; mas si dijere en su corazón: Mi señor se tarda en venir:<br />

y maltratare a sus consiervos, y aun comiere y bebiere con los<br />

borrachos, vendrá de improviso su señor en el día que no espera<br />

y a la hora que ignora, y le cortará por medio, y pondrá su parte<br />

con los hipócritas: allí será el llanto y el crujir de dientes.


282<br />

Las vírgenes prudentes. Tras tomar sus lámparas, diez<br />

vírgenes salieron a recibir al esposo; cinco de ellas eran<br />

prudentes, y fatuas las demás. Éstas no tomaron consigo<br />

repuesto de aceite; mas las prudentes lo hicieron. Y tardándose<br />

el esposo, todas se durmieron. A la media noche se oyó un<br />

clamor: Ya viene el esposo; salid a recibirlo. Entonces se<br />

levantaron y aprestaron sus lámparas. Y las fatuas dijeron a las<br />

prudentes: Dadnos de vuestro aceite; porque nuestras lámparas<br />

se apagan. Mas las otras respondieron. Porque no nos falte a<br />

todas, id antes y compradlo. Y mientras iban a comprarlo, vino<br />

el esposo y las primeras entraron con Él a las bodas y se cerró la<br />

puerta. Después vinieron las otras, las poco precavidas, y<br />

pidieron también se las admitiera; mas Él se negó alegando no<br />

conocerlas. Velad, pues, porque no sabéis el día ni la hora en que<br />

el Hijo del hombre ha de venir.<br />

No se podría decir que yo me muestre aquí partidario de<br />

la solidaridad del débil frente el fuerte.<br />

Luego proseguí con lo que se ha dado en llamar mi<br />

anuncio del Juicio Final, aunque probablemente no fue otra cosa<br />

que el impulso elocuente cogido .<br />

Y cuando el Hijo del hombre aparezca en su gloria y<br />

los ángeles con Él, se sentará en el trono. Ante él se<br />

congregarán todas las gentes: y como el pastor aparta a<br />

ovejas y cabritos, así él separará a unos de los otros. Pondrá<br />

a su derecha las ovejas, y a la izquierda los cabritos. Y dirá a<br />

los primeros: Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino<br />

que desde la creación del mundo os aguarda; y a los de su<br />

izquierda: Apartaos de mí, malditos, id con el diablo y sus<br />

ángeles malos. E irán éstos al tormento eterno, y los justos a<br />

la vida eterna.<br />

Como se ve y pese a no haber tenido estudios, como se<br />

suele creer, se me daba bien la retórica. ¡Ay! Me parece haber<br />

equivocado la carrera. En la actualidad, yo hubiera sido un buen<br />

demagogo.


UNA MUJER QUE <strong>DE</strong>SPILFARRA<br />

283<br />

Y tras haber dicho lo que precede, anuncié a mis<br />

discípulos que al cabo de dos días sería la pascua y se me<br />

crucificaría.<br />

Mientras tanto los sumos sacerdotes, los escribas y los<br />

más ancianos se habían reunido en el patio del pontífice Caifás y<br />

habían acordado detenerme y matarme; pero se hallaban<br />

indecisos acerca del momento y lugar oportunos, porque no<br />

estaban seguros de cómo reaccionarían mis seguidores y la gente<br />

en general si lo hacían el día de la fiesta.<br />

Quise pasar en Betania la noche. Sentado ya a la mesa en<br />

casa de Simón el leproso, según unos, y en la de Lázaro y sus<br />

hermanas según otros, se me acercó por detrás una mujer que en<br />

un vaso de alabastro traía un ungüento perfumado de gran<br />

precio, y con respetuosa delicadeza me untó con él los cabellos,<br />

aunque otros dicen que con mayores modestia y humildad se<br />

postró a mis pies y lo derramó sobre ellos.<br />

Sea como fuere, a los presentes, varones en su mayor<br />

parte, sorprendió la osadía de la intrusa, de modo que algunos de<br />

ellos se enojaron y murmuraron diciendo: ¡Qué despilfarro de<br />

sustancia preciosa! Se la hubiese podido vender por una<br />

buena suma y con ella aliviar la miseria de los pobres. Mas<br />

yo los llamé enseguida al orden: ¡Basta ya de mezquindades!<br />

¿Por qué censuráis a esta mujer y la avergonzáis delante de<br />

todos? Ha hecho conmigo una buena acción. Los pobres a<br />

quienes socorrer nunca os han de faltar, en tanto que yo un<br />

día os faltaré. ¡Dejadla pues hacer a su gusto! Y sin duda se<br />

le premiará la buena intención.<br />

A la hora de contar esta historia, los evangelistas no se<br />

ponen de acuerdo. Según Lucas, aconteció que un fariseo me<br />

invitaba insistentemente a comer, de modo que acepté la<br />

invitación y entrando en su casa me recosté a la mesa. Y he aquí


284<br />

que se presentó de improviso una mujer que en el lugar tenía<br />

mala fama pues se la consideraba una pecadora, aunque no se<br />

especificara bien en qué consistía su pecado, la cual, habiéndose<br />

enterado de que aquel día yo comería en casa de mi huésped, se<br />

agenció un bote de alabastro lleno de perfume y arrodillada a mi<br />

espalda se echó a llorar, me mojó los pies con sus lágrimas y me<br />

los enjugó con los cabellos, al mismo tiempo que me los besaba<br />

y perfumaba. Viendo aquello el fariseo se decía: Si este fuera de<br />

verdad un profeta, sabría que la mujer que lo toca es una<br />

pecadora. Por la expresión de su cara, adiviné lo que estaba<br />

pensando, de modo que lo interpelé de esta forma: Simón, he de<br />

decirte algo. Habla – me respondió. Dos hombres debían<br />

dinero a un prestamista, uno le debía 500 denarios, el otro<br />

sólo 50. Ninguno de los dos tenía con qué pagarle, de modo<br />

que él perdonó a ambos la deuda. ¿Cuál crees tú que le habrá<br />

quedado más agradecido? Y él respondió: Aquel a quien más<br />

perdonó, me imagino. Rectamente juzgaste -le dije. ¿Ves<br />

ahora a esta mujer a mis pies? Entré en tu casa y no me<br />

ofreciste agua para lavármelos; pero ella los bañó con sus<br />

lágrimas y me los secó con su pelo. No me diste el beso de paz;<br />

pero ella desde que entró no ha dejado de besármelos. No<br />

ungiste con aceite mi cabeza; pero ella me los ungió con<br />

perfume. Por lo cual te digo que sus pecados le son<br />

perdonados, porque amó mucho. A quien poco se perdona,<br />

poco ama. Luego me dirigí a ella y le dije: Álzate, se te perdona<br />

los pecados que por ventura hayas podido cometer. Y los otros<br />

comensales comenzaron a murmurar. ¿Cómo éste se atreve a<br />

perdonar los pecados? Yo añadí: Mujer, la fe te ha salvado; vete<br />

en paz.<br />

¡Mucha tinta han hecho correr con esta santa mujer mis<br />

seguidores! Para empezar se han devanado los sesos tratando de<br />

adivinar quien pudo ser, pues los biógrafos oficiales no lo han<br />

aclarado. Para unos, se habría tratado de María de Magdala, la<br />

llamada Magdalena, por ser de aquella localidad próxima al mar


285<br />

de Tiberiades. El evangelista Mateo hace suceder la cosa en casa<br />

de Lázaro, de modo que se ha pensado que la mujer en cuestión<br />

era María, la hermana del huésped, a la que en diferente ocasión,<br />

Marta, su hermana, había reprochado que en lugar de atender a<br />

las faenas caseras prefiriese sentarse a mis pies y escucharme.<br />

Yo la había alabado señalando que acertaba quien a las cosas del<br />

cuerpo y materiales anteponía las del espíritu. Ignoro lo que para<br />

sus adentros pensó la hermana hacendosa.<br />

Lucas lo cuenta de este modo. De camino entré un día en<br />

cierta aldea y una mujer a la que llamaban Marta me acogió en<br />

su casa. Mientras ella se afanaba atendiendo a las tareas<br />

domésticas, sentada a mis pies su hermana, María, me<br />

escuchaba hablar. Al cabo Marta se quejó: Señor, dile a mi<br />

hermana que no se haga la remolona y me eche una mano;<br />

hay mucho qué hacer. A lo que yo la reprendí blandamente<br />

diciéndole: Marta, Marta, mucho te inquietas y agitas<br />

atendiendo a tantas cosas, cuando lo que de verdad importa es<br />

una sola; tu hermana María escogió para sí la mejor parte y<br />

no se la he de quitar.<br />

Tal vez dejándose llevar de la tradición evangélica según<br />

la cual María Magdalena era 'una pecadora', y sin que nadie se<br />

hubiese parado a averiguar de qué 'pecado' en concreto se la<br />

podía acusar, en cierto momento de la Historia, Gregorio dicho<br />

el Magno, uno de los Papas que han asegurado representarme en<br />

la Tierra, la llamó prostituta, con lo que cortó por lo sano y dio<br />

por sentado que si era 'pecadora' su pecado no podía ser otro que<br />

el de la prostitución; también se dice que de ella había expulsado<br />

yo siete demonios, aunque algunos sugieren que el número siete<br />

no representa a los demonios verdaderamente expulsados, si tal<br />

cosa como expulsar a un demonio es posible, y dando ya por<br />

sentado que tales seres existan, sino un número simbólico y<br />

místico.<br />

¿Quién aclarará hoy una confusión que data de siglos?


286<br />

<strong>LA</strong> MAGDALENA<br />

La Magdalena, la prostituta cuyos pecados perdoné; la<br />

pecadora que me ungió los pies y me los secó con sus cabellos;<br />

según el evangelio de Felipe, uno de los llamados apócrifos,<br />

éramos amantes, yo la besaba en la boca, tenía con ella más<br />

intimidad que con ninguno y a la hora de transmitir mi mensaje<br />

cuando yo faltase, la consideraba más apta que Pedro. Ella, la<br />

mas famosa prostituta del mundo como algunos la llaman,<br />

presenció uno de los momentos decisivos de mi vida, la<br />

crucifixión. Estuvo al pie de la cruz, me apoyó en esos<br />

espantosos momentos y lloró mi muerte. También halló vacía la<br />

tumba en que se me había depositado y atestiguó mi<br />

resurrección. Era verdadero seguidor mío. Se la representa<br />

desnuda o como una ermitaña solitaria y proscrita que en el<br />

destierro se arrepiente de sus pecados. En los evangelios, su<br />

principal vínculo conmigo es la de una mujer que me lava los<br />

pies y me los unge con un ungüento perfumado. Algunos dicen<br />

que se la ha presentado como prostituta para subrayar la fuerza<br />

de la redención; no importa lo bajo que caiga uno, siempre<br />

estará la misericordia para alzarlo del suelo. Todos mis biógrafos<br />

la citan, pero ninguno dice nada de su edad, su posición social o<br />

su familia. Su nombre sugiere que nació en Magdala, que<br />

significa torre del pescado salado, a 200 km de Jerusalén al<br />

borde del mar de Galilea, cuya actividad principal era la pesca.<br />

Como trabajadora del pescado, pescantina, su vida pudo haber<br />

sido muy dura. Mis biógrafos no la llaman prostituta; pero según<br />

el texto bíblico titulado Lamentaciones, Dios juzga y destruye la<br />

ciudad de Magdala porque es lugar de fornicación, y de ahí<br />

habrían sacado los cristianos que María era una puta. Pudo<br />

haberlo sido, porque para pagar los onerosos impuestos<br />

romanos, la prostitución era corriente, así como entregar<br />

esclavos a los hijos. Pero también su nombre alusivo a Magdala


287<br />

pudo no tener nada que ver con la prostitución y deberse en<br />

cambio a que no estuviera casada, pues de lo contrario llevaría<br />

el nombre del marido. Quizá era soltera. Nada dice que fuera<br />

viuda ni que tuviera hijos. Se miraba mal a las solteras, tenían<br />

mala imagen. Un evangelista dice que saqué de ella a siete<br />

demonios, lo que significa que la poseían espíritus malignos. Se<br />

me conocía como exorcista. Para muchos, la posesión<br />

demoníaca era una advertencia divina de haber hecho algo malo<br />

a lo que había que responder arrepintiéndose u ofreciendo en el<br />

templo un sacrificio. Las mujeres jóvenes brutalmente oprimidas<br />

no tenían recursos para defenderse eficazmente, lo único a su<br />

alcance era adoptar una personalidad endemoniada, adoptar<br />

como defensa la locura, decir que el demonio las obligaba a<br />

hacer tales o cuales cosas. Si fue el caso de María, se explicaría<br />

su soltería y su poco atractivo para los hombres. Cuando según<br />

se cuenta expulsé de ella los demonios, encontró lo que buscaba,<br />

lo que quería oír. Lo que yo decía, atraía a los marginados.<br />

Marginada, quizá soltera, posesa, mi amor y mi seguidora.<br />

He dicho que los evangelistas canónicos habían evitado<br />

cualquier alusión sexual al trato mío con las mujeres; pero bien<br />

avanzado el siglo XX, en Nag Hammadi, un lugar del desierto<br />

de Egipto, y en unas ánforas de barro bien conservadas, un<br />

pastor beduino halló guardados desde hacía ya 20 siglos una<br />

colección de evangelios que se ha llamado gnósticos y que<br />

daban de mí una imagen muy distinta de la oficial. En ellos se<br />

lee que yo no me habría limitado a rodearme de discípulos<br />

varones, sino que habría también varias mujeres, de las cuales,<br />

una, la María Magdalena citada, sería como prima inter pares,<br />

mi brazo derecho y mi preferida, con la cual aun por encima yo<br />

estaría debidamente casado, pues como buen judío practicante<br />

me correspondía estarlo desde la primera juventud, dado que los<br />

de mi pueblo o nación no veían bien al varón que llegado a la<br />

edad viril no tomaba esposa. No sólo había sido ella mi mujer,<br />

sino que incluso habíamos tenido una hija, aunque esto habría


288<br />

pasado después de mi supuesta muerte, de la que me habría<br />

recuperado por las atenciones y cuidados que ella y otros de mis<br />

devotos seguidores habrían tomado para hacerme revivir y<br />

volver de la tumba. Según esta versión, después de mi<br />

pretendida resurrección habíamos huido los dos a la Provenza, al<br />

sur de Francia, dónde ya embarazada, había parido una niña. En<br />

otro de los evangelios apócrifos o gnósticos, se dice incluso que<br />

yo la besaba; infelizmente en este punto preciso el texto<br />

deteriorado se interrumpe, con lo que el lector aficionado a los<br />

detalles escabrosos se queda con las ganas de saber si se trataba<br />

de un beso apasionado y pecaminoso en potencia, a lo cual han<br />

puesto pronto remedio los modernos traductores e intérpretes<br />

apresurándose a añadir o poner de su cosecha que, naturalmente,<br />

se trataba de un beso en la boca, un beso con lengua, que diría<br />

hoy un escritor atrevido y al día. Y menos mal que como<br />

correspondería a la actualidad feminista más rabiosa no se les<br />

ocurrió decir que la besaba en partes más inconvenientes, cosa<br />

que rotundamente desaprueba y condena mi Iglesia, hasta el<br />

punto de haberse tomado la molestia de dedicar al respecto, en<br />

los penitenciarios o libros en los que se establece la pena que<br />

corresponde a cada pecado, un buen número de páginas. Destacó<br />

a este respecto uno de mis más notables seguidores, obispo<br />

francés de Le Mans, que en su Manual para confesores<br />

establece con todo pormenor el grado de pecado que<br />

corresponde a cada práctica sexual extraordinaria que la<br />

imaginación más desbocada alcance a señalar. Siguiendo con la<br />

Magdalena, mientras mis biógrafos oficiales se limitan a decir<br />

que después de haber resucitado me aparecí a mis discípulos, los<br />

apócrifos cuentan lo que en esas ocasiones les comuniqué.<br />

Como ya dije, apócrifo significa oculto, que no ha de tomarse en<br />

serio y ser tenido por veraz. En ellos María Magdalena aparece<br />

como uno de mis discípulos más destacados. Ella me hace<br />

preguntas acertadas, mientras los demás no acaban de aclararse.<br />

Sólo ella me comprende. En el evangelio de Felipe se dice que


289<br />

la amé y que los discípulos me preguntan por qué la prefiero a<br />

ellos. Según él, nuestra relación era especial, más íntima que la<br />

mía con los demás. Como ya queda dicho, yo la besaba con<br />

ternura añadida. Tal vez fue mi amante, aunque algunos dicen<br />

que dada mi personalidad, las relaciones estrechas con<br />

quienquiera que fuese resultaban dudosas. Yo vivía con un pie<br />

en el otro mundo y a menos que fuese un cínico hipócrita,<br />

ciertas frivolidades mundanas no cuadraban conmigo. Otros son<br />

del parecer de que si yo la besaba, se trataba sin duda de un beso<br />

místico y desprovisto de cualquier connotación carnal, un<br />

símbolo de la aséptica transmisión de la enseñanza divina. El<br />

evangelio citado sigue diciendo que yo le daba lecciones<br />

privadas de mi doctrina y le hacía confidencias en exclusiva<br />

porque ella captaba mis intenciones al vuelo y me entendía poco<br />

menos que sin ociosas palabras. Era mi compañera entrañable y<br />

símbolo de la sabiduría celeste. Asistió a mi ejecución y luego,<br />

muerto yo, no dejó desmoronarse el incipiente movimiento<br />

cristiano y tomó en él un papel protagonista. Las mujeres judías<br />

preparaban para el entierro los cadáveres porque eran algo sucio<br />

y correspondía a ellas disponerlos. Pero cuando la Magdalena<br />

regresa a la tumba, ya no halla en ella mi cuerpo. Corre a los<br />

otros y lo cuenta; mas no la creen y la juzgen histérica; a final de<br />

cuentas era una mujer con fama de endemoniada y demente.<br />

Pedro la acompaña de vuelta y al comprobar que ha dicho la<br />

verdad y no ha mentido, reacciona con rabia y se siente perplejo,<br />

pero el otro discípulo que les llega a la zaga enseguida<br />

comprende y cree en la resurrección. Los dos se van sin mirar a<br />

María. Ahora ella está sola y alguien le pregunta por el motivo<br />

de su patente desconsuelo; lo cree el cuidador de aquellos<br />

parajes y le responde acongojada que se me han llevado, tras lo<br />

cual pronuncio su nombre y ella me ve. Se me acerca, pero le<br />

impido tocarme y le digo que vaya y cuente a los demás que he<br />

vuelto de entre los muertos. Trocada en júbilo la pena anterior,<br />

ella regresa con los demás y se le ocurre la idea de que,


290<br />

resucitado yo, ya no había motivo para renunciar al movimiento<br />

que yo encabezaba, lo que haría de ella un apóstol. Pero nada de<br />

ésto mencionan mis oficiales biógrafos. Otro evangelio gnóstico,<br />

llamado de María Magdalena, comenzando tras mi resurrección,<br />

abunda en lo dicho. Ella era mi brazo derecho y enseñaba mi<br />

doctrina, paría a mis hijos, era la primera en verme cuando yo<br />

dejaba la tumba... Toma entonces las riendas, que los<br />

desalentados discípulos varones parecen haber soltado. Me les<br />

aparezco y los animo a salir a la calle y predicar mis enseñanzas,<br />

pero vacilan temerosos de que les pase lo que a mí, que me<br />

mataron. María Magdalena se adelanta y los tranquiliza<br />

diciéndoles que no debían preocuparse, porque yo había<br />

prometido protegerlos. Adopta un papel dirigente. Pedro la insta<br />

a descubrirles todo lo que dije a ella en exclusiva y ella<br />

consiente. Les dice cómo me ve y lo que en privado me oyó: que<br />

el desarrollo espiritual nunca cesa y que la larga lucha de las<br />

almas siempre en combate con el demonio tampoco termina.<br />

Pero Andrés desconfía e insinúa que ella transmite enseñanzas<br />

distintas a las mías. Pedro levanta la voz y dice indignado si se<br />

suponía que ahora había que escucharla a ella. Nada probaba<br />

que yo le hubiese hablado en privado en lugar de hacerlo con<br />

todos. ¿Acaso yo la prefería a ellos? Mateo la defiende de los<br />

supuestos celos de Pedro, que la ve como alguien que le disputa<br />

el primer puesto. Según este evangelio, su madurez espiritual la<br />

calificaba para el mando; mas para mis evangelistas biógrafos,<br />

no hay otro dirigente que Pedro. La Iglesia primitiva la tuvo por<br />

santa y la veneró como a mí considerándola cofundadora<br />

conmigo del cristianismo, la primera entre mis discípulos, mi<br />

mujer y la madre de mi hijo. Con el tiempo se impusieron los<br />

hombres, que relegaron a las mujeres a un papel secundario en<br />

la Iglesia incipiente. En el siglo VI el papa Gregorio Magno<br />

predicó que los 7 demonios de la Magdalena eran los siete<br />

pecados capitales. Ella era la mujer mala, frente a mi madre, la<br />

mujer buena.


MI ULTIMA CENA<br />

291<br />

Al día siguiente, el primero de la fiesta, los discípulos me<br />

preguntaron dónde celebraríamos la pascua. Les respondí que<br />

fuesen a la ciudad y que en ella se toparían con un hombre que<br />

de un cántaro que llevaba al hombro o bajo el brazo iba<br />

vertiendo agua sobre el suelo; que lo siguieran hasta verlo entrar<br />

en una casa a cuyo amo darían este mensaje: El Maestro te<br />

manda decir que nos muestres la estancia donde celebrará la<br />

pascua con nosotros. Él los llevaría a una sala amplia, en el piso<br />

de arriba, bien provista de mesas y divanes, porque por aquel<br />

entonces era costumbre comer tendido en un diván, y allí<br />

habrían de aderezar lo necesario. Así lo hicieron ellos y<br />

prepararon la celebración.<br />

Todos los años los israelitas celebrábamos de esta<br />

manera el recuerdo de la salida de Egipto, cuando<br />

presuntamente apremiados por Moisés y por orden expresa de<br />

Yahvé, nuestros antepasados no tenían en casa levadura. Por eso<br />

se la llamaba fiesta de los panes ácimos o sin ella.<br />

Sobre esto se ha dicho que en lo precedente aludí al<br />

tránsito de la era de Piscis, que con mi nacimiento yo había<br />

inaugurado, a la de Acuario, que seguiría a la mía, pues como se<br />

sabe se representa por medio de uno que vierte el agua de un<br />

cántaro esta constelación o signo zodiacal.<br />

En lo que sigue diré más al respecto.<br />

Se ha especulado con la situación de la casa en que la<br />

ultima cena habría tenido lugar. Un edificio del monte Sión, tal<br />

vez. Se ha llegado a decir que pertenecía a Juan Marcos, un hijo<br />

mío que presuntamente habría tenido yo con la Magdalena.<br />

Llegada la tarde del día, reunidos ya en el cenáculo o<br />

sala que nuestro anfitrión nos había amablemente prestado, antes<br />

de sentarnos a la mesa y como estaba prescrito nos lavamos las<br />

manos, después de lo cual me ceñí con un lienzo los lomos,


292<br />

llené de agua un barreño y comencé a lavar a mis discípulos uno<br />

por uno los pies y se los secaba con el lienzo citado, con lo cual<br />

de nuevo suscité la repulsa de Simón Pedro, que no quería<br />

dejarse, pues sentía escrúpulos de que yo, el maestro, hiciese<br />

aquello con él, cuando a su entender deberían invertirse los<br />

papeles; mas lo persuadí diciéndole que si de momento no lo<br />

comprendía, lo comprendería más tarde, con lo cual él se prestó<br />

a la ceremonia y me dejó seguir con lo mío. Terminado el<br />

insólito lavatorio, como se lo ha llamado después, me senté con<br />

los doce a la mesa y tras tomar la primera copa preceptiva y<br />

mientras comíamos el cordero pascual les advertí que uno de<br />

ellos me entregaría a los que me buscaban con intención de<br />

matarme, con lo que todos se entristecieron y me preguntaban:<br />

¿Soy yo, señor? Pero los tranquilicé aclarándoles que sería aquel<br />

que a partir de ese instante metiese conmigo el primero la mano<br />

en el plato común, pues de esa manera se solía comer entonces<br />

en mi tierra. O quizá les dije que se trataría de aquel al que yo<br />

estaba a punto de dar un trozo de pan que había mojado en mi<br />

copa, como señaló otro de los evangelistas. Aun consciente de la<br />

contradicción e injusticia que suponía lo que iba a decirles, pues<br />

una y otra vez me había preocupado de hacerles entender que<br />

nada sucede en el bajo mundo que no lo hubiese querido mi<br />

padre Yahvé, añadí : ¡Ay de aquel que me entregará! ¡Mejor le<br />

hubiera sido no haber nacido! Por otro lado, si como mis<br />

seguidores sostienen yo había venido al mundo para redimir a la<br />

gente muriendo traicionado en la cruz, es decir para borrar de<br />

sus almas la mancha del presunto pecado original que Eva, la<br />

primera madre, había cometido concibiendo con placer sexual la<br />

descendencia, era absolutamente necesario que hubiera un<br />

traidor, pues sin él no habría habido redención posible; con lo<br />

cual Judas quedaba reducido al papel de una simple marioneta<br />

en manos de Yahvé, que disponía a su antojo de él, como antes<br />

había dispuesto de Job, si lo que se contaba al respecto era cierto<br />

y no una pura leyenda o relato tenido por piadoso. Pero cómo


293<br />

después habrían de decir los bien pensantes, Dios o Yahvé<br />

escribe derecho con renglones torcidos o también que sus<br />

sagrados designios son inescrutables. Cosa que desde un punto<br />

de vista profano es bien difícil de digerir.<br />

El caso es que entonces Judas me preguntó. ¿Soy yo,<br />

Maestro? A lo que, indiferente al muy plausible sufrimiento<br />

moral que le debía de estar causando todo el asunto, porque a fin<br />

de cuentas era una persona como las demás, y haciendo gala de<br />

una dureza de corazón que no iba bien a la imagen que hasta el<br />

momento presuntamente había dado a los otros, respondí<br />

suficiente: ¡Tú lo has dicho! Y me lavé metafóricamente las<br />

manos. ¡Ahí queda eso! ¡Allá él y sus problemas! En cualquier<br />

caso, el responsable de todo era mi Padre Yahvé. A él la<br />

rendición de las cuentas. También yo no era otra cosa que un<br />

muñeco en sus manos divinas.<br />

Como si nada de extraño hubiera ocurrido y sin que<br />

nadie se hiciera molestas preguntas, que por otra parte hubieran<br />

sido de lo más natural en aquel contexto, proseguimos el ágape.<br />

Según se dice, tomé entonces el pan, lo bendije, lo partí y di a<br />

mis discípulos con estas palabras: Tomad y comed, que este es<br />

mi cuerpo; será entregado por vosotros. Cogí luego el cáliz o<br />

vaso, y como era obligado dadas al Altísimo las gracias, lo<br />

bendije y se lo ofrecí igualmente diciendo: Bebed todos de él;<br />

porque esta es mi sangre que se derramará para redimir los<br />

pecados de todos. Desde este momento no volveré a probar el<br />

fruto de la vid, hasta que de nuevo lo beba con vosotros en el<br />

reino de mi Padre. Haced esto en recuerdo de mí.<br />

Se dice que de este modo instituí la que mi Iglesia había<br />

de llamar sacramento de la eucaristía; la raíz de esta palabra<br />

griega llanamente significa gracias y se llamaba pan agradecido<br />

al pan que se bendecía. Mis seguidores repetirían el ritual de<br />

compartir el pan y el vino. Al principio se reunían una vez por<br />

semana para conmemorar mi muerte y resurrección con una<br />

comida comunitaria en la que tomaban una especie de cena de


294<br />

sobras llevadas por todos. Su significado primitivo era dar<br />

gracias. Se reunían en casas particulares, en el ámbito<br />

doméstico, dominio reservado a la mujer, por lo que las mujeres<br />

la presidían, cosa que no todos aprobaban, de ahí que finalmente<br />

se les prohibiese oficiar en las iglesias, cuando se trasladó de las<br />

casas privadas a los templos la propiciatoria ceremonia.<br />

En cuanto a la cena pascual, era costumbre beber según<br />

el rito cuatro copas; se llamaba copa de la bendición a la tercera,<br />

que se tomaba inmediatamente después de haber comido el<br />

asimismo ritual cordero; se supone que a ella correspondió lo<br />

que antecede.<br />

Una vez sacrificado el cordero siguiendo el método de<br />

purificación prescrito, se lo comía en recuerdo de lo sucedido en<br />

la presunta huida de Egipto de los antepasados. Como en nuestro<br />

Libro sagrado del Éxodo se lee, Moisés había pedido al faraón<br />

que los liberase de la esclavitud en que hasta el momento habían<br />

vivido, dejándolos marchar a dónde bien les pareciese, a lo que<br />

aquel gobernante, nada dispuesto a renunciar así como así a tal<br />

mano de obra extranjera, se había negado. Para convencerlo,<br />

Dios o Yahvé lo había presionado, como ahora se dice,<br />

amenazándolo con diez horrorosas plagas si no accedía a lo que<br />

con tan buenas maneras se le solicitaba. Como él se empecinase<br />

en no atender a razones, Dios le había enviado las plagas<br />

citadas, la última de las cuales y definitiva había sido la de matar<br />

a todos los hijos primogénitos egipcios y todas las primeras crías<br />

de los animales de aquel pueblo rebelde. Para que el ángel del<br />

Señor, como se había llamado al verdugo que en Su nombre<br />

había de llevar a cabo el trabajo sucio, no se equivocara y por<br />

descuido matase también al hijo de algún privilegiado israelita,<br />

Yahvé les había advertido que con la sangre de un cordero<br />

muerto marcaran previamente las jambas y el dintel de la puerta<br />

principal de la casa.<br />

Pues esa noche pasaré por la tierra de Egipto y<br />

mataré en el país a todo primogénito, tanto de hombres


295<br />

cuanto de animales, y haré justicia de todos los dioses ajenos.<br />

Yo, Yahvéh.<br />

(A la hora de mostrar quien era, nuestro dios no<br />

bromeaba).<br />

Así lo habían hecho y de ahí que con la fiesta del cordero<br />

pascual lo conmemorasen.<br />

En tales celebraciones se diluía la bebida, en la<br />

proporción de 2 partes de agua por 1 de vino. Por otro lado, el<br />

que todos compartieran el mismo cáliz, que a lo largo de la mesa<br />

iba pasando de mano en mano, si no de boca en boca, no decía<br />

mucho acerca del concepto de la higiene de aquella gente ha<br />

tiempo ya ida; pero se la ha de disculpar señalando que entre sus<br />

arraigadas costumbres figuraba la de despreciar por impío y<br />

pagano todo lo que oliera a griego, entre ello lo que había<br />

enseñado el médico Asclepio, también llamado Esculapio.<br />

Igualmente habré de decir que no se trataba de una mesa<br />

alargada, tal como pasados los siglos habría de pintarla<br />

Leonardo llamado da Vinci, sino en forma de U, y que no<br />

comíamos sentados a ella, como en occidente hoy se<br />

acostumbra, sino tendidos en cómodos divanes adecuados al<br />

caso, divanes que varios compartían, lo que facilitaba la relajada<br />

y mutua comunicación de los comensales.<br />

Muchos han puesto en duda toda la escena y la<br />

consideran amañada y forjada por los que sobre mí han fundado<br />

su Iglesia. Para empezar, esa gente sostiene que raro era el<br />

convite en que faltaran las mujeres, mucho más si se trataba de<br />

una fiesta religiosa en la que como es lógico había de participar<br />

todo el pueblo, sin ridículas discriminaciones de género, como<br />

ahora se dice; y que el 12, número presunto de los comensales<br />

según la versión oficial, no es otra cosa que una cifra simbólica,<br />

pues 12 fueron los hijos de Jacob, las tribus de Israel, los meses<br />

del año, los signos del zodiaco y un largo etcétera que por no<br />

cansar me tomo la libertad de omitir. Finalmente, alegan los<br />

tales, lo que menos se me hubiera ocurrido en aquella ocasión,


296<br />

era instituir ningún sacramento. A fuer de hombre corriente,<br />

como sin duda lo era, todo esto de los sacramentos, más propio<br />

de teólogos que de gente ordinaria, no me concernía, ni me<br />

pasaba siquiera por la mente nada del género. Pero, insisto, a<br />

posteriori, como con refinamiento se dice, y para hacerla<br />

coincidir con un esquema anterior, se ha trazado de mí una<br />

imagen prefabricada. ¡Al diablo con la verdad! Cómo después<br />

con insufrible insistencia se repetiría, la verdad es sólo relativa y<br />

únicamente depende de quien está en el poder. Infelizmente, no<br />

estoy nada de acuerdo con esta opinión y quizá con razón se me<br />

llamara platónico, aquí se me figura.<br />

JUDAS, EL DISCIPULO TRAIDOR<br />

En el incidente en la casa de Lázaro que arriba he<br />

contado, uno de los más escandalizados había sido mi discípulo<br />

Judas el Iscariote, el tesorero del grupo. Se ha dicho que en ese<br />

mismo momento y hora decidió pasar a la acción y traicionarme.<br />

El episodio de la devota mujer había sido para él la gota que<br />

desbordaba el vaso. Se supone que descontento conmigo, con el<br />

trasnochado pacifismo que se me suponía, como él lo llamaba,<br />

había pensado ya abandonarme y enmendando el error cometido<br />

asociándose conmigo, pasarse como si dijéramos al bando<br />

contrario; antes de que fuera demasiado tarde; antes de que su<br />

pertenencia a mi grupo se hiciera irreversible y no hubiera ya<br />

marcha atrás. Dicho y hecho, se fue a ver a mis enemigos y les<br />

propuso ponerme en sus manos. Tuvo el infortunado desacierto<br />

de mostrarse a una luz desfavorable pidiendo algo a cambio. Los<br />

otros accedieron de muy buena gana, pues les evitaba ponerse en<br />

evidencia si tomaban la iniciativa, y tras aprovecharse de la<br />

situación para sentirse superiores a él y despreciarlo por<br />

ofrecerse a vender al que hasta entonces lealmente había<br />

seguido, le prometieron treinta monedas de plata, suma que para


297<br />

la época algunos han considerado exigua. Era lo que se solía<br />

pagar por un esclavo corriente. Con lo que extrañamente él se<br />

satisfizo, contento de su mundana prudencia que lo había<br />

llevado a no dar algo por nada. Al parecer creyó que su astucia<br />

lo compensaría del mal paso. Pues entre nosotros, la lealtad era<br />

el principio supremo, y traicionarla un deshonor que sólo la<br />

muerte podría limpiar. De ahí que este discípulo después se<br />

suicidara arrepentido, según se asegura.<br />

Una de las versiones optativas de esta última cena<br />

canónica es el relato que figura en el llamado Evangelio de<br />

Judas. Según él, un buen día hallé reunidos a mis discípulos<br />

alrededor de una mesa. Estaban sentados y oraban con ejemplar<br />

devoción. Parecían celebrar juntos una comida sagrada, una<br />

especie de eucaristía. Me les acerqué y me ofrecieron una<br />

oración de acción de gracias por el pan que estaban comiendo,<br />

lo que me hizo reír. Lo hice a carcajadas. Porque creían estar<br />

adorando al dios verdadero. Pero se equivocaban: adoraban al<br />

dios que había creado este mundo, no al dios verdadero. Sólo<br />

Judas lo había entendido. Para los gnósticos, uno de los más<br />

primitivos grupos cristianos de que se tenga noticia, el dios<br />

creador no merecía se lo adorase; sólo el verdadero dios, uno<br />

que jamás comprenderemos, es sagrado. Yo me reía de su falsa<br />

piedad de mis discípulos, pero ellos no lo entendieron así y se<br />

enfadaron conmigo. ¿Por qué os enfadáis? -les pregunté. ¡Que<br />

aquel de vosotros lo bastante fuerte para atreverse, se ponga en<br />

pie y me revele la verdadera persona que oculta en lo íntimo.<br />

¡Somos lo bastante fuertes! -a una me respondieron todos.<br />

Ninguno quiso exponerse ante mí, con la excepción de Judas. Sé<br />

quién eres y de dónde vienes -me dijo ante todos; pero no soy<br />

digno de pronunciar el nombre de quien te ha enviado. Entonces<br />

me le acerqué y le dije al oído: ¡Apártate de los demás y te<br />

contaré los misterios del reino! Es un espacio inmenso y sin<br />

límites que ni siquiera el ojo de ningún ángel ha visto jamás; que<br />

ninguna reflexión del corazón ha llegado nunca a comprender y


298<br />

al que nunca se ha dado nombre. Yo planteaba a mis discípulos<br />

un reto diciéndoles: dejad que el ser perfecto que en lo más<br />

íntimo sois, se manifieste ante mí; el ser espiritual que conoce la<br />

verdad , el que debería conocer a Dios y conocerse. Mis<br />

discípulos se creen capaces de hacer lo que les pido; pero no<br />

pueden. Sólo Judas se alza y se encara conmigo; pero de<br />

acuerdo con las normas de buena crianza entonces vigentes, no<br />

me mira a los ojos. Tiene lo que hay que tener; si bien<br />

espiritualmente fuerte, ante mí se muestra modesto y cortés,<br />

como debe ser. Más adelante, uno de mis evangelistas canónicos<br />

habría de decir que en mi actividad yo me parecía a los maestros<br />

de entonces enseñando una cosa a las multitudes y otra diferente<br />

a los que me eran más próximos. Maestro -me dijo entonces<br />

Judas; en una visión que he tenido, los otros discípulos me<br />

lapidaban. A lo que yo habría respondido: Para todos los demás,<br />

tú serás el apóstol maldito; tal vez alcances el reino de los cielos,<br />

pero te ha de costar muy caro. ¿Qué salgo entonces ganando?<br />

-me respondió. Con su brillo, tu estrella eclipsará a todas las<br />

otras -le dije; serás más grande que cualquiera de ellos. Judas, tú<br />

sacrificarás al hombre en que vivo; tu estrella marca el camino.<br />

De momento, no entendió todo el alcance de lo que oía; sólo<br />

más tarde comprendió que traicionarme no era algo malo, como<br />

en un primer momento podría parecer; sino algo bueno, un acto<br />

de veneración hacia mí, una ofrenda de sí, un acto piadoso.<br />

Según esos gnósticos a los que más arriba me he referido, yo<br />

habría querido revelar a Judas que todos los hombres llevan en<br />

sí una chispa divina a la que es preciso liberar; que yo mismo la<br />

portaba y que era preciso liberarla, y que él no era otra cosa que<br />

el necesario instrumento. Al contrario de lo que los otros<br />

evangelistas habrían de decir para enfatizar mi condición de<br />

salvador del humano género, mi muerte corporal y posterior<br />

resurrección no importaba tanto como la supervivencia de mi<br />

espíritu aunque el cuerpo muriera. Yo tenía que morir para<br />

liberarme de la prisión de mi cuerpo. La verdad es que no estoy


299<br />

muy seguro de preferir a la tenida por ortodoxa, esa<br />

interpretación mística de mí y de mis hechos.<br />

Aquí cabría afirmar que siempre la gente ha visto a Dios<br />

de muchas maneras distintas.<br />

EL SANTO GRIAL<br />

También ha dado mucho que hablar el cáliz o vaso en<br />

que aquella noche famosa yo habría bebido y dado de beber a<br />

mis discípulos. Se lo ha llamado santo Grial y en los siglos<br />

posteriores a mí y con sorprendente denuedo merecedor tal vez<br />

de mejor causa, la cristiandad lo ha buscado por creerlo dotado<br />

de milagrosos poderes. En el siglo XII el francés Chretien de<br />

Troyes escribió un relato, Le conte du Graal, y a partir de ahí<br />

empezó la leyenda. El caballero Percival ve una extraña<br />

procesión en la que figuran una lanza, un grial y un plato. Para<br />

algunos con la lanza se habría traspasado mi costado en la cruz,<br />

en la copa habría recogido José de Arimatea mi sangre cuando<br />

me descolgó del patíbulo y el plato representaría la patena usual<br />

en la eucaristía; para otros el santo Grial sería el cáliz o copa de<br />

nuestra última cena en Jerusalén. No todos han estado de<br />

acuerdo; para ellos la palabra grial –«graal» en inglés medio–<br />

habría resultado de adaptar al francés el término latino<br />

«gradalis», un plato que en diferentes momentos se lleva a la<br />

mesa («gradus»). Al respecto dirían: «Se suele denominar grial<br />

un plato ancho y algo profundo en que habitualmente le gente<br />

acomodada coloca las carnes más caras». En la Baja Edad<br />

Media algún autor lo llamó «San Gréal», lo que derivó en «Sang<br />

Réal», es decir, «sangre real». Según la primera versión, el de<br />

Arimatea recogió mi sangre en el Gólgota, lugar donde se me<br />

crucificó, aunque otra, defendida en los evangelios apócrifos,<br />

indica que la recogió en el propio sepulcro, y que cenamos por<br />

última vez en un lugar de su propiedad. Tras mi resurrección los


300<br />

judíos lo acusaron de haber sustraído de la tumba mi cuerpo y lo<br />

encarcelaron. Se lo encerró en una torre, donde me le aparecí y<br />

tras revelarle el poder milagroso de aquella copa lo instruí en lo<br />

que había de hacer. «Irás a Britania y allí custodiarás el Grial y<br />

después de ti lo custodiarán aquellos que tú designarás». Una<br />

vez liberado y para protegerse de la persecución de sus<br />

enemigos subió a uno de los barcos que poseía y navegó hasta<br />

las costas mediterráneas de Francia, en compañía, entre otros, de<br />

María Magdalena, Marta, la hermana de Lázaro y el mismo<br />

Lázaro, María Salomé (madre de Juan y Santiago), María<br />

Cleofás (madre de Santiago el Menor y Judas Tadeo), un tal<br />

Marcial y una sirvienta egipcia de piel más o menos oscura.<br />

Fueron los primeros en evangelizar la zona. En el año 63, se<br />

trasladó a la ciudad de Glastonbury, en las islas británicas, donde<br />

fundó la primera iglesia consagrada allí a mi madre y adonde<br />

llevó el santo Grial. También se le atribuye el haber trasladado el<br />

sudario con el que en el sepulcro se me cubrió el rostro, el santo<br />

Grial y otras reliquias, desde Jerusalén a varios lugares de la<br />

cuenca mediterránea. Hermano menor de Joaquín, el padre de<br />

mi madre, era por tanto mi tío-abuelo. Muerto mi padre José<br />

llegado yo apenas a la pubertad, el de Arimatea se convirtió en<br />

mi tutor. Era miembro del Sanedrín, el tribunal supremo de los<br />

judíos, y decurión del Imperio Romano, una especie de ministro,<br />

encargado de las explotaciones de plomo y estaño. Un «hombre<br />

rico», un hombre «ilustre»; «persona buena y honrada», «...mi<br />

discípulo, pero clandestino por miedo a las autoridades judías»,<br />

según mis biógrafos oficiales. Habría recogido en el cáliz mi<br />

sangre -como ya queda dicho- y más tarde en Britania, para<br />

mantenerlo a salvo y escondido, nombró a un grupo de<br />

guardianes que se transmitirían a perpetuidad y por vía<br />

hereditaria el singular encargo. Según una tradición diferente, en<br />

Jerusalén los apóstoles lo guardaron y lo usaron en especiales<br />

ocasiones; de allí mi discípulo Pedro lo llevó a Antioquía, y más<br />

tarde a Roma, donde 23 papas lo usaron hasta que el griego


301<br />

Sixto II, cuyo pontificado duró sólo un año, del 257 al 258,<br />

temeroso de los emperadores que entonces perseguían a los<br />

cristianos, lo envió a cargo del joven diácono Lorenzo a las<br />

montañas aragonesas de España. Tras recorrer numerosos<br />

lugares, la cueva de Yesa, San Pedro de Siresa, San Adrián de<br />

Sásabe, San Pedro de la Sede Real de Bailo, la catedral de Jaca<br />

y, hacia 1071, el monasterio de San Juan de la Peña, en 1399 el<br />

rey Martín I se lo llevó al palacio de la Aljafería de Zaragoza,<br />

hasta que 25 años después y para agradecer la ayuda en las<br />

guerras, el rey Alfonso el Magnánimo lo trasladó al palacio real<br />

de Valencia pera terminar donándolo al cabildo de la catedral<br />

que lo ha guardado hasta hoy. En el museo se muestra al curioso<br />

un vaso de calcedonia (piedra semipreciosa) de 7 cm de altura y<br />

9,5 de diámetro (con un pie con asas añadido posteriormente), al<br />

que se ha identificado como otro posible Grial fechado en torno<br />

al cambio de era (siglo I), pero procedente no de Jerusalén, sino<br />

de un taller de Antioquía. Además del de Valencia se reputa<br />

otros varios como los posiblemente auténticos griales de la<br />

última cena: El Cáliz de Antioquía, que según la mística Anna<br />

Katherina Emerich era la armadura que protegía al cáliz<br />

verdadero; la sacra Catina de Génova, un plato hexagonal verde<br />

que se creyó de esmeralda aunque es un cristal verde egipcio,<br />

llevado a Italia tras la primera cruzada; el vaso de Nanteos<br />

encontrado en Glastonbury, al norte de Gales, que puede ser el<br />

que dio origen a la leyenda de Chretien de Troyes; el cáliz de<br />

Ardag encontrado en Irlanda; el caldero de Gundestrup en el<br />

museo nacional de Dinamarca, del siglo II o I a. C; la copa de<br />

Hawstone Park, en manos privadas, llevada a Inglaterra cuando<br />

los visigodos saquearon Roma; y la copa dicha de hierro. Como<br />

se ve, hay donde escoger. Puesto que los textos bíblicos no se<br />

refieren especialmente a él, se lo supone parte de un mito<br />

derivado de leyendas monacales con su contenido alegórico y<br />

las referencias precristianas a recipientes mágicos, como el<br />

cuerno de la abundancia o los calderos de la tradición céltica.


302<br />

Autores posteriores identifican al Grial con la Piedra filosofal de<br />

los alquimistas, mi cabeza, que los templarios habrían<br />

descubierto tras excavar bajo el emplazamiento del templo de<br />

Jerusalén y habrían luego escondido en Escocia o incluso una<br />

alusión velada a mi descendencia habida con la Magdalena. En<br />

apoyo de esta última hipótesis se aduce que la expresión santo<br />

Grial, derivada del francés, saint grial, habría sido corrupción<br />

de sang real, sangre real, y que con ella no se aludía a ningún<br />

cáliz o copa, sino a la sangre de la supuesta hija de mi amante<br />

Magdalena y oculta en la Provenza francesa en los cimientos o<br />

muros de la iglesia de Rennes-le-Chateau. Autores modernos<br />

ven en la imagen del Grial un símbolo de la matriz femenina y<br />

del ciclo menstrual. Sea de ello lo que fuere, a propósito de la<br />

insólita unción en casa de Lázaro a que ya me he referido, se ha<br />

llegado a decir que una especie de cáliz diminuto hallado en la<br />

cripta de Rose-Line, una iglesia escocesa, pudo haber sido el<br />

pomo de esencias en que la extraña mujer había traído el<br />

perfume.<br />

¡Para los gustos se han hecho los colores!<br />

Se supone que bien comidos y bebidos y satisfechos<br />

todos en cuanto al vientre, proseguí hablándoles de lo que iba a<br />

venir. Anteriormente os envié a predicar sin bolsa ni alforjas -les<br />

dije- pero ahora deberéis proveeros de ellas, y quien no tenga<br />

espada habrá de hacerse con una, porque según el profeta, se me<br />

contará entre los delincuentes. Esta noche -añadí- todos os<br />

escandalizaréis de mí, de haberme tratado y conocido;<br />

porque asimismo está escrito: Heriré al pastor y se<br />

dispersarán sus ovejas. Y a nadie en su sano juicio se le<br />

ocurriría desmentir a Isaías, empezando ya por suponer suyas las<br />

palabras que se le atribuye. Mas una vez resucitado, os<br />

precederé yendo a Galilea. Entonces Pedro me dijo: Aunque<br />

todos se avergüencen de ti, nunca me sucederá lo que dices. ¡Ay,<br />

Pedro! Esta misma noche, antes de que el gallo cante, me<br />

negarás tres veces. Pero él me aseguró que aun a riesgo de


303<br />

morir conmigo, no me negaría nunca; y todos dijeron lo mismo.<br />

A propósito de esta que se ha llamado mi última cena se<br />

ha dicho que muy próximo a mí se hallaba mi discípulo Juan, al<br />

que según se suponía yo amaba sobre todos los demás, a tal<br />

extremo que uno de mis evangelistas ha llegado a afirmar que<br />

Juan no veía ningún inconveniente en recostar la cabeza en mi<br />

seno o dejarse caer confiado en mi pecho, cosa que cuadraría<br />

bien en un mimoso niño pequeño y su madre, pero que en la<br />

actualidad no dejaría de extrañar en alguien ya adulto, hasta el<br />

punto de sospechar en él inclinaciones homoeróticas, como hoy<br />

se suele decir. Todo esto ha dado harto que hablar y una de las<br />

soluciones halladas para tratar de paliar la espinosa cuestión ha<br />

sido afirmar que en la tal cena, en el diván contiguo al mío no se<br />

tendía en realidad un varón, sino una joven, bien agraciada por<br />

cierto, faltaría más, que no sería otra que la mismísima María<br />

Magdalena, con la que tantos se han empeñado en emparejarme.<br />

Según esta versión, entre mis discípulos no habría tenido yo<br />

solamente varones, sino también a los del otro sexo, y entre<br />

ellos/ellas ocuparía un lugar destacado la antedicha María, que<br />

además de discípula habría sido mi esposa con todas las de la<br />

ley. Andando el tiempo al parecer habría sido de esta opinión el<br />

pintor Leonardo, al que ya más arriba he citado, que no habría<br />

vacilado en pintar a mi derecha, en un cuadro famoso, a un<br />

personaje de indudables rasgos femeninos, aunque algunos<br />

persisten en sostener que se trataría del Juan aludido. Salgo al<br />

paso de los inclinados a pensar mal diciendo que si bien en el<br />

presente podría escandalizar la actitud y la imagen que algunos<br />

dicen andrógina o sexualmente ambigua de aquel discípulo, era<br />

en mis tiempos de lo más natural y no escandalizaba a<br />

quienquiera que fuese.<br />

Y tras poner remate a la festiva velada cantando el<br />

obligado himno de alabanza a Yahvé, salimos todos al que<br />

llamaban huerto de los olivos.


304<br />

MI PASIÓN Y MUERTE<br />

Llegados al lugar de Getsemaní dije a mis discípulos que<br />

se sentaran y aguardaran mientras yo rezaba una oración. Y<br />

tomando conmigo a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, me<br />

aparté a un lado. Imaginé lo que en las horas siguientes me<br />

esperaba, con lo que sentí entonces grandes congoja y angustia,<br />

de modo que sin poderlo evitar ni dirigirme a nadie en concreto<br />

exclamé pesaroso: Mi alma está triste hasta la muerte;<br />

quedaos aquí y velad conmigo. Mas no me entendieron.<br />

Un poco más adelante, postrado sobre el rostro oré<br />

diciendo: Padre mío, si es posible, aparta de mí este cáliz;<br />

pero no se haga mi voluntad, sino la tuya. Como se ve, me<br />

mostraba hijo respetuoso y obediente. Tal vez recordé entonces<br />

la historia de Isaac y Abraham, cuando aquel padre, al que como<br />

a todos y por sólo el hecho de serlo se suponía amoroso, por<br />

complacer a Yahvé y sin poner objeciones, estaba dispuesto a<br />

matar a su hijo, que para ponerlo más difícil era único y poco<br />

menos que póstumo, pues a la hora de engendrarlo y concebirlo<br />

sus padres ya pertenecían con mucho a la tercera edad. Me<br />

acerqué luego a mis discípulos y los hallé que dormían. ¿Así no<br />

habéis podido velar conmigo ni siquiera una hora? -pregunté<br />

a Pedro. Velad y orad, para no caer en la tentación: el<br />

espíritu es fuerte, pero débil la carne -sentencié comprensivo.<br />

Otra vez me aparté y de nuevo rogué a mi Padre que no me<br />

hiciese pasar por lo que me esperaba, pero ante todo se<br />

cumpliese su voluntad. Conociendo como asiduo y buen lector<br />

de las Escrituras nuestras, como en el pasado se las había<br />

gastado mi Padre cuando alguien le llevaba la contraria y no<br />

hacía al momento lo que él quería, me apresuraba yo a<br />

asegurarle que ante todo quien mandaba era él y sólo él. Por si<br />

acaso, me curaba en salud. Y de nuevo me acerqué a los<br />

dormidos discípulos, que estaban cansados. Una tercera vez oré


305<br />

con las mismas palabras. Regresé luego a ellos y les dije:<br />

Vamos, levantaos; pues ha llegado la hora. Aquí llega el que<br />

ha de entregarme.<br />

Aun no había terminado yo de hablar, cuando Judas se<br />

presentó y con él mucha gente armada de palos y espadas que<br />

los ancianos y los sacerdotes sumos habían enviado a<br />

prenderme, como si temiesen alguna algarada. Judas les había<br />

dicho: ¡Estad atentos! Aquel a quien yo besare, ése es.<br />

¡Prendedlo! Se podría pensar que aquella gente no me había<br />

visto nunca o que en todo caso no habían tenido noticia de mí ni<br />

tampoco formaran parte de los que presuntamente me habían<br />

aclamado el pasado domingo, puesto que necesitaban que<br />

alguien les dijese que era yo el buscado. Judas pues se me<br />

acercó y al tiempo que me besaba -salutación común en oriente-<br />

me espetó traicionero: ¡Salve, Maestro; Yahvé sea contigo!<br />

Tanta desfachatez me amoscó, de modo que me mostré<br />

puntilloso y pese a mi demostrado autodominio y saber de qué<br />

iba la cosa, le dije retórico: Amigo, ¿a qué vienes? Pero él no<br />

replicó. De primera intención, la chusma que lo acompañaba<br />

retrocedió, como si no se atreviera a tocarme, pero pronto<br />

repuestos de su cortedad vergonzosa me echaron mano y me<br />

prendieron.<br />

A uno de los que estaban conmigo, mi discípulo Pedro,<br />

no le cupo el pan en el cuerpo, de modo que decidido<br />

desenvainó la espada cortante y de un tajo rebanó a uno de<br />

aquellos esbirros al que llamaban Malco una oreja; no ha<br />

quedado constancia de si se trataba de la diestra o de la siniestra;<br />

fue fortuna que no fuera a más y con mejor puntería no le<br />

hendiera la testa; mas yo le dije: Envaina el acero, amigo mío;<br />

porque todo aquel que a hierro hiere, a hierro ha de morir.<br />

¿Acaso piensas -proseguí para completar la sentencia- que si<br />

orara ahora a mi Padre, no me enviaría Él doce legiones de<br />

ángeles que me defendieran? Mas en tal caso no se cumplirían<br />

las Escrituras, y conviene que se cumplan. Y dirigiéndome a


306<br />

todos añadí: ¿Como si fuera un ladrón habéis salido con<br />

espadas y palos a prenderme? A diario en el templo me<br />

sentaba con vosotros y os enseñaba, y no me prendisteis. Mas<br />

todo esto ocurre para que se cumpla la predicción de los<br />

profetas.<br />

Ante estas supuestas palabras y como en tantas ocasiones<br />

se dice, se podría pensar que era yo mi peor enemigo y aun<br />

masoquista, puesto que me dejaba maltratar y estaba dispuesto<br />

incluso a morir sólo para no desmentir a unos desconocidos y<br />

encajar en lo que se suponía habían dicho de mí muchos años y<br />

siglos atrás. Pero así lo han querido los que me han divinizado;<br />

ellos habrán sabido por qué. Entonces todos mis discípulos<br />

huyeron y me abandonaron.<br />

No todos, a decir la verdad; porque según el evangelista<br />

Marcos, que lo cuenta al detalle, me seguía envuelto en una<br />

sábana porque estaba en pelota viva, un cierto joven, al que<br />

también se quiso detener; pero él se les zafó y dejando en sus<br />

manos la sábana, huyó tal como su madre lo había traído al<br />

mundo. Era la primavera y la noche no debía de ser<br />

excesivamente fría. Su identidad se desconoce; unos han dicho<br />

se trataba de Lázaro, al que también se la tenían jurada mis<br />

enemigos, porque no podían tolerar que anduviese suelto por ahí<br />

uno que por todas partes iba afirmando que yo lo había<br />

resucitado cuando ya llevaba en la fosa tres días. ¡Era un<br />

escándalo! Otros en cambio aseguran que se trataba de un<br />

Marcos Juan, hijo biológico mío, que habría tenido de la<br />

Magdalena. Como ya he dicho, se me emparejó con la<br />

Magdalena porque dada su condición de pecadora,<br />

gratuitamente se supone de tipo sexual, el asunto resultaba más<br />

morboso que si se me hacía compañero sentimental de una<br />

mujer sencilla, la amiga de siempre que vive puerta por medio<br />

en la casa contigua.<br />

Me llevaron pues preso a Caifás, el sumo sacerdote, con<br />

quien estaban los escribas y los ancianos. Pedro me seguía de


307<br />

lejos, para ver en qué terminaba aquello. Los sacerdotes, los<br />

ancianos y todo el consejo, buscaban de qué acusarme para<br />

condenarme a morir, mas no lo hallaban, hasta que a la postre se<br />

presentaron dos que atestiguaron haberme oído decir que podía<br />

destruir el templo y en tres días reedificarlo. Ni que decir tiene<br />

que yo lo había dicho por modo simbólico, pero ellos aviesos<br />

preferían tomarlo al pie de la letra. ¿No respondes nada? -me<br />

interpeló el pontífice. ¿Niegas lo que estos dicen? No me digné<br />

responder. Él insistió: Te conjuro por el Dios viviente, que nos<br />

digas si eres tú el enviado, Hijo de Dios. Tú lo has dicho- le<br />

confirmé tan campante: y aun hay más; desde ahora veréis sobre<br />

las nubes del cielo, sentado a la derecha del Altísimo, al hijo de<br />

hombre. Entonces el pontífice se rasgó las vestiduras al tiempo<br />

que señalaba a los otros: ¿Qué necesidad hay de testigos? Ha<br />

blasfemado, todos lo hemos oído. ¿Qué os parece? Reo es de<br />

muerte -respondieron ellos. Me escupieron pues en el rostro y<br />

me abofetearon; otros me daban de mojicones y se burlaban<br />

diciendo: Adivina quién te ha golpeado. Ya se sabe, de la<br />

chusma no hay que esperar refinamiento.<br />

Me habían seguido precavidos a cierta distancia Simón<br />

Pedro y otro discípulo que era conocido del sumo sacerdote y<br />

por ello había entrado libremente en el atrio mientras Pedro se<br />

quedaba fuera, a la puerta, mas el otro habló a la portera y ella lo<br />

dejó entrar también. Sin embargo, observándolo con<br />

detenimiento, ella pareció reconocerlo y familiarmente le dijo:<br />

Tú estabas con el galileo, te he visto. Pero él lo negó<br />

enfurruñado: ¡Déjame en paz! ¡No sé de qué me hablas! Salió<br />

luego a la puerta donde otra criada insistió: Este es uno de los<br />

que seguían a Jesús nazareno. De nuevo lo negó él. ¡No conozco<br />

a ese hombre; por mis muertos lo juro! Mas un poco después<br />

llegaron otros y de nuevo afirmaron: No nos equivocamos,<br />

también tú eres de ellos, tu habla galilea te delata. Mas él, terco,<br />

insistió en su negativa. ¡Que no lo conozco, os digo, caramba!<br />

En ese preciso instante cantó el gallo, con lo que Pedro recordó


308<br />

mis palabras: Antes de que cante el gallo, me negarás tres veces.<br />

Se salió pues afuera y lloró compungido.<br />

Tampoco Judas, que me había entregado, lo pasaba<br />

mejor. Viendo que se me condenaba, sintió remordimientos y<br />

arrepentido quiso devolver las treinta piezas de plata que le<br />

habían dado, no sin aclarar que había pecado entregando la<br />

sangre inocente. Mas con olímpico desdén los otros no quisieron<br />

saber nada de sus sentimientos y le contestaron: ¿Qué nos<br />

importa a nosotros? ¡Haberlo visto antes! ¡No nos cuentes tu<br />

vida! Con lo que él angustiado y viendo que se lo trataba con tal<br />

descortesía villana, arrojó al suelo el dinero y se fue, y tras<br />

buscar en el monte cercano un árbol adecuado al asunto,<br />

desesperado se ahorcó. A lo que se ve más prácticos que él, los<br />

sacerdotes no quisieron desperdiciar aquella suma, pues un<br />

denario es siempre un denario y uno con otro forman un talento,<br />

y como más tarde dirigiéndose a su hijo el mismísimo<br />

emperador de Roma habría de sentenciar, cuando en las calles<br />

de la ciudad había hecho instalar urinarios públicos a los que se<br />

accedía pagando una tasa, 'pecunia non olet', que es lo mismo<br />

que decir que el dinero no huele; de modo que sin temor a<br />

mancharse las manos ni falsos remilgos de vieja cobarde, la<br />

recogieron de donde había caído y se justificaron diciendo: No<br />

es lícito echarla en el tesoro, porque es precio de sangre. Mas<br />

con ella bien se podría comprar el que llaman campo del<br />

alfarero, cuya necesidad hace ya mucho tiempo se viene<br />

sintiendo, para enterrar en él a los devotos extranjeros que<br />

habiendo peregrinado a Jerusalén, tengan la desgracia de morir<br />

lejos de casa. Así se lo hizo y campo de sangre se lo ha llamado<br />

hasta hoy. Una vez más y como ya he apuntado, mis seguidores<br />

aprovecharon la ocasión para afirmar que los profetas Jeremías y<br />

Zacarías lo habían previsto cuando presuntamente habían dicho:<br />

Y tomaron las treinta piezas de plata y las dieron para el<br />

campo del alfarero, como me ordenó el Señor -según<br />

Jeremías. Pero no he de insistir en que con toda probabilidad los


309<br />

profetas no pensaban para nada en el futuro y con sus palabras<br />

se refirieron a un muy diferente contexto. En absoluto Jeremías<br />

había hablado de mí, sino de un tal Janamel que quería venderle<br />

un campo que poseía en Anatot. Y en cuanto a Zacarías, todo se<br />

reduciría a una especie de queja que en nombre de Yahvé tenía<br />

de unos pastores el profeta, los cuales -no se sabe si simbólicos<br />

o de carne y hueso- no sólo se habrían negado a escucharlo, sino<br />

que habrían llevado su desfachatez hasta el punto de ofrecerle<br />

30 monedas para hacerlo callar. Lo repito; en lo tocante a la<br />

verdad de lo que dicen, los escrúpulos no quitan el sueño a mis<br />

seguidores.<br />

También en otra de las escrituras sagradas de mis<br />

actuales cristianos, titulada los Hechos de Pedro, se dice que<br />

Judas no se suicidó ahorcándose desesperado, sino que en justo<br />

castigo de su mala acción y tras comprar con aquel dinero<br />

maldito el campo del alfarero, cayó de cabeza y literalmente<br />

reventó, las vísceras se le desparramaron por el suelo y la sangre<br />

lo salpicó por todas partes; de ahí provendría el nombre de<br />

campo de sangre que se dio al lugar. Mas hay quienes<br />

disconformes apuntan en cambio que esa versión nació mucho<br />

más tarde por motivos políticos, cuando los míos queriendo<br />

culpar a los judíos de haber presuntamente causado mi muerte,<br />

se esforzaron en hacer de Judas el malo integral, absoluto,<br />

representante del perverso judío, y contraponerlo a Pedro, el<br />

bueno y jefe supremo de mi Iglesia cristiana.<br />

ME LLEVAN ANTE PI<strong>LA</strong>TOS<br />

Llegó la mañana y de nuevo se reunieron los príncipes de<br />

los sacerdotes y los sabios ancianos para ver de darme muerte y<br />

de una vez acabar conmigo. Me ataron y me llevaron ante<br />

Poncio Pilatos, el procurador romano. Me hicieron entrar en el<br />

pretorio, mientras ellos se quedaban fuera, pues de no hacerlo


310<br />

así corrían el riesgo de contaminarse tratando de cerca a los<br />

gentiles romanos.<br />

Salió pues Pilatos afuera y ante él me acusaron de<br />

soliviantar a la plebe incitándola a negarse a pagar el tributo<br />

debido al César y de proclamarme el esperado Mesías y<br />

aspirante a rey de los judíos. Ahí Pilatos me preguntó si aquello<br />

era cierto y si yo me proponía reinar, como ellos decían. Mi<br />

reino no es de este mundo -le respondí; pues si lo fuera, mis<br />

súbditos impedirían que se me entregase a mis enemigos.<br />

En cuanto un hombre se hace rey, se aparta del resto de<br />

los hombres -pensaba yo para mis adentros; y como si ya<br />

supiese lo que al respecto de la corona de los reyes ingleses con<br />

el tiempo se habría de decir, añadía: difícil es para la cabeza<br />

soportar el peso de la corona.<br />

Por otro lado aunque en un plano menos político<br />

compartía el parecer de aquel caudillo al que habían llamado<br />

Alejandro Magno los griegos antiguos, para quien “los jefes no<br />

deben sentirse superiores a sus subordinados”.<br />

¿Así que eres rey? -insistió Pilatos, enemigo de<br />

complicarse la vida pensando en exceso. No quise engañarlo y le<br />

respondí: Tú lo dices. Lo que se pudiera interpretar como<br />

dando a entender que lo decía él, no yo; yo no entro ni salgo;<br />

allá tú; con lo cual me habría ido como por la tangente y sin<br />

comprometerme. Mas generalmente se ha considerado esa<br />

respuesta una afirmación categórica. Y se sostiene que añadí<br />

haber venido al mundo para dar testimonio de la verdad. A fuer<br />

de romano y persona realista que era, Pilatos se mostró escéptico<br />

y quiso saber qué era la verdad. Desesperanzado lo dejé por<br />

imposible y preferí no aclararlo. Entonces los notables de los<br />

sacerdotes y los más ancianos insistieron en acusarme de que<br />

con mis enseñanzas amotinaba a la gente de Judea y de Galilea y<br />

que era preciso hacer algo al respecto. Tampoco esta vez alegué<br />

nada que los desmintiera, con lo cual Pilatos interpuso: ¿Qué<br />

tienes que decir a esas acusaciones? Mas preferí callar; de


311<br />

manera que el procurador se sentía desconcertado y no sabía qué<br />

partido tomar. Con tal de que yo no amenazase el dominio de<br />

Roma, lo demás no le importaba. Para ver de pasar a otro el<br />

asunto espinoso, preguntó entonces si yo era galileo. Como le<br />

dijeran que sí, pensó que la jurisdicción correspondía a Herodes,<br />

de modo que me envió a él, que por aquellos días y con los<br />

demás también celebraba en Jerusalén la Pascua judía.<br />

Según el procedimiento normal del imperio romano,<br />

habían de juzgar a los acusados las autoridades de su lugar de<br />

residencia. Mas otros sostienen que el juicio se llevaba a cabo<br />

allí donde se había cometido el delito, aunque en casos<br />

especiales se podía enviar el caso a la provincia de origen. Si<br />

Poncio Pilatos no estaba obligado a entregarme a los tribunales<br />

de Antipas, quizá quiso mostrarse obsequioso con él y al mismo<br />

tiempo tratar de evitar el trato directo con las autoridades judías,<br />

que con su trasnochado fanatismo sólo le daban problemas.<br />

Además, si se me enviaba de vuelta, Pilatos podía argüir que si<br />

Antipas no me hallaba culpable de nada grave, con menos razón<br />

me hallaría él, de modo que así evitaba responsabilizarse de mi<br />

ejecución.<br />

Algunos piensan que Herodes Antipas nunca me juzgó.<br />

Dicen que mis seguidores lo inventaron para poder referirse a lo<br />

que en el Salmo 2 de los de David se lee, a saber, que "los reyes<br />

de la Tierra" se oponen al "ungido" del Señor; con lo cual se<br />

reforzaría la opinión de que las autoridades no habían hallado<br />

motivos para condenarme y se me mataba injustamente.<br />

Se me llevó, pues, ante Herodes, que se alegró de verme,<br />

pues había oído hablar de mí y esperaba contemplar algún<br />

milagro. Me abrumó a preguntas, mas como yo no le<br />

respondiera y guardara desdeñoso silencio, herido en su vanidad<br />

me despreció; y para burlarse de mí, permitió que como remedo<br />

de la realeza, sus esbirros me vistieran de rojo púrpura, y me<br />

envió de vuelta a Pilatos.


312<br />

EL FINAL <strong>DE</strong> HERO<strong>DE</strong>S<br />

Agripa, hermano de Herodías y sobrino de Herodes<br />

Antipas, contribuyó a que el sucesor de Tiberio, el nuevo<br />

emperador Caligula, lo destronara. Durante el reinado de<br />

Tiberio y a despecho de sus relaciones con la familia imperial,<br />

Agripa se endeudó y Herodias persuadió a su marido de que le<br />

echara una mano, pero al final se enemistaron y Agripa se fue.<br />

Luego habiéndosele oido decir decir que ya era hora de que<br />

Tiberio muriera y dejara el puesto a Caligula, se lo encarceló;<br />

mas cuando finalmente el año 37 Calígula subió al poder, no<br />

sólo liberó a su amigo, sino que incluso le entregó con el título<br />

de rey la primitiva tetrarquía de Filipo.<br />

Celosa de la fortuna de Agripa y pensando que su marido<br />

tenía tanto o más derecho que él a una corona, Herodías urdió un<br />

plan para que la consiguiera. Lo persuadió a reclamar a Caligula<br />

el título de rey también para sí. Sin embargo al mismo tiempo<br />

Agripa lo acusó de haber conspirado contra Tiberio en el partido<br />

de Sejano, al que el año 31 se había ejecutado, y de conspirar en<br />

aquel mismo momento con Artabano contra el nuevo emperador.<br />

Para probarlo hizo observar a Calígula que Antipas había<br />

almacenado en su palacio las armas suficientes para equipar a<br />

70.000 hombres. Habiendo admitido Herodes Antipas este<br />

último cargo, Calígula decidió dar crédito a la acusación, de<br />

modo que en el verano del año 39 lo despojó de sus bienes y<br />

territorios para entregarlos al que lo había denunciado, y según<br />

el historiador Josefo lo desterró a Lugdunum, la actual Lyón, en<br />

la Galia. Calígula ofreció a Herodías, en atención a su hermano<br />

Agripa, conservar los propios bienes, pero ella rehusó y prefirió<br />

compartir con su marido el destierro.<br />

Antipas murió en el exilio. En el siglo III el historiador<br />

Casio Dion pareció apuntar que Calígula había ordenado<br />

matarlo. Entre mis seguidores y miembros de la cristiandad


313<br />

temprana se hallaban una tal Juana, esposa de uno de los<br />

mayordomos de Antipas, y Manaen, un hermano adoptivo o<br />

compañero de Herodes.<br />

Se lo ha representado como una persona afeminada.<br />

Semejante tradición pudo derivarse del dominio que Herodías<br />

ejerció sobre él y también en que se me atribuyó haberlo<br />

llamado 'zorro, para ser más precisos 'zorra' en femenino., según<br />

el texto griego original.<br />

De nuevo ante él, Pilatos dijo a los sacerdotes y a los<br />

jefes del pueblo que persistían en que se me condenase a muerte:<br />

Acusáis a este hombre, mas yo no lo hallo reo de ningún delito;<br />

ni tampoco lo ha hallado Herodes.<br />

Era costumbre que con ocasión de la fiesta las<br />

autoridades romanas pusiesen en libertad a un preso; y sucedió<br />

que estaba entonces en la cárcel uno bien conocido al que<br />

llamaban Barrabás. Con lo que Pilatos creyó salir del apuro<br />

preguntando a los que me acusaban: ¿A quién queréis que deje<br />

en libertad? ¿A Barrabás o a este Jesús? Porque sabía que se me<br />

acusaba injustamente. Mas ellos a una respondieron: a Barrabás.<br />

Pilatos no se decidía. Sentado en el tribunal se acariciaba<br />

pensativo el mentón cuando su mujer le mandó un recado para<br />

advertirle de que procurara no tener nada que ver en el asunto,<br />

porque había soñado conmigo y había tenido pesadillas.<br />

Los príncipes de los sacerdotes y los ancianos insistieron<br />

en pedir la libertad de Barrabás. Con lo que Pilatos les dijo:<br />

¿Qué haré pues con éste que se dice el enviado? ¡Mátalo!<br />

¡Crucifícalo! -le respondieron. Pues ¿qué mal ha hecho? Mas<br />

ellos vociferaban diciendo que se me crucificase.<br />

Viendo Pilatos que nada adelantaba, que incluso se lo<br />

acusaba de mostrarse negligente en el servicio del emperador y<br />

que el alboroto crecía, se lavó las manos delante de todos, no sin<br />

advertirles que se consideraba inocente de la sangre del justo<br />

que yo era y que declinaba cualquier responsabilidad en lo que<br />

sucediera; mas cada vez más empeñados en salirse con la suya,


314<br />

ellos exclamaron: ¡Caiga su sangre sobre nosotros y sobre<br />

nuestros hijos! Entonces liberó a Barrabás; y tras mandar que se<br />

comenzara azotándome, me entregó para que se me crucificara.<br />

La soldadesca me condujo al pretorio, el palacio que<br />

habitaban y en el que juzgaban las causas los pretores romanos<br />

o los presidentes de las provincias, donde tras desnudarme me<br />

cubrieron con un manto rojo de grana, un paño fino para trajes<br />

de fiesta, aunque el morado, de peor calidad, me pusieron en la<br />

cabeza una corona de espinas, y en la mano, a manera de cetro<br />

ignominioso, una caña vulgar; se arrodillaban luego ante mí y se<br />

burlaban diciendo: ¡Salve, rey de los judíos! Me escupían a la<br />

cara y a fuerza de golpes me hincaban aun más las espinas.<br />

Después de haberme escarnecido a gusto, me despojaron<br />

de aquel manto risible y me devolvieron la ropa que me habían<br />

quitado; luego me cargaron con el travesaño de la cruz y se<br />

pusieron en marcha hacia el lugar donde por costumbre se<br />

ejecutaba a los condenados a muerte. Por el camino, débil tras la<br />

tortura y los malos tratos, me caí tres veces al suelo, con lo que<br />

obligaron a uno que pasaba por allí y se llamaba Simón el<br />

Cireneo, por ser originario del lugar llamado Cirene, a cargar<br />

con el madero y llevarlo por mí un cierto trecho.<br />

Durante el recorrido, me seguía una gran muchedumbre<br />

del pueblo y de mujeres que plañían y se lamentaban. Me volví<br />

pues hacia ellas y reposado les dije: Hijas de Jerusalén, no<br />

lloréis por mí, sino por vosotras y por vuestros hijos; porque<br />

llegará un día en que serán dichosas las estériles y los<br />

vientres que no engendraron y los pechos que no criaron.<br />

También me venía detrás una de las mujeres que en mi vida de<br />

predicador ambulante me acompañaban, que se me acercó y con<br />

un paño me enjugó del rostro el sudor y la sangre que lo cubrían,<br />

y yo recompensé su valor y el insólito acto de compasión y<br />

misericordia dejando impreso en aquel lienzo ordinario mi<br />

atormentada efigie. Según la tradición, después de mi muerte y<br />

como reliquia preciosa se lo conservó en Jerusalén, hasta que en


315<br />

el siglo VIII los seguidores del profeta Mahoma conquistaron la<br />

santa ciudad, momento en el cual y para ponerlo a salvo se lo<br />

fue llevando de un lugar a otro hasta terminar en una iglesia de<br />

Oviedo, una ciudad de la Hispania romana, entonces en poder de<br />

los visigodos; donde desde entonces se lo ha guardado con<br />

singular devoción. Así lo dicen quienes de ello se ocupan. Sin<br />

embargo no todos están de acuerdo en considerarlo el lienzo de<br />

la verónica, como se ha llamado a la mujer que camino del<br />

Gólgota me socorrió, pues creen más bien que se trata del santo<br />

sudario o paño con que en el sepulcro y según la ordenanza<br />

judía de que era preciso recoger con el cuerpo difunto la sangre<br />

derramada, se me habría limpiado la que me cubría el rostro,<br />

porque era preciso que ambos fuesen juntos a la fosa.<br />

Llegamos al fin al monte que llamaban Gólgota, calvario<br />

o lugar de la calavera y allí me clavaron de manos y pies a los<br />

maderos. Se dice que se empleó 3 clavos, porque el número 3<br />

alude a las personas de la trinidad santísima. Ya colgado, sentí<br />

sed y pedí de beber, con lo que los verdugos mojaron en hiel y<br />

vinagre una esponja y me la acercaron a los labios, mas sentí<br />

asco y la rechacé. A mis pies echaron a suertes mis vestiduras; a<br />

la hora de repartirse mi túnica, tuvieron escrúpulo en rasgarla,<br />

porque era de buen tejido y confección, de modo que acordaron<br />

echarla a suertes a ver a quien le tocaba, con lo que una vez más<br />

se cumplía lo escrito en un salmo: Se repartieron mis vestidos,<br />

y sobre mi ropa echaron suertes. Luego, sentados, me<br />

vigilaban. En lo alto de la cruz y para que no cupiese duda al<br />

respecto, supongo, habían puesto en tres idiomas, en hebreo, en<br />

latín y en griego un cartel que decía: ESTE ES JESUS EL REY<br />

<strong>DE</strong> LOS JU<strong>DIOS</strong>, cosa que no gustó a mis acusadores, que<br />

pidieron a Pilatos lo corrigiera y no dijera que yo era rey, sino<br />

que me había creído tal; pero harto ya de ellos, él no quiso<br />

hacerlo. Lo escrito, escrito está -les respondió malhumorado. A<br />

ambos lados de mí habían colgado a dos ladrones. Se llamaban<br />

Dimas y Gestas.


316<br />

Y los que pasaban me injuriaban, meneaban la cabeza y<br />

decían: Tú, que eras capaz de derribar el templo y reedificarlo en<br />

tres días ¡sálvate a ti mismo! Si eres Hijo de Dios ¡baja de la<br />

cruz! También los sacerdotes principales, con los escribas, los<br />

fariseos y los ancianos, se burlaban de mí y decían: Salvó a<br />

otros, pero a sí mismo no se puede salvar; si es el Rey de Israel,<br />

descienda ahora de la cruz y creeremos en Él. Ha dicho que era<br />

hijo de Dios; pues bien, si su Padre lo quiere ¡qué lo salve! Los<br />

dos crucificados a mis flancos me zaherían igualmente.<br />

Uno de ellos, el malo, me insultaba diciendo: si eres el<br />

Mesías, sálvate y sálvanos. Mas el otro lo reconvenía: ¿Ni aun<br />

en el suplicio temes a Dios? Nosotros pagamos el justo precio de<br />

lo que hemos hecho; pero él es inocente. Y volviéndose a mí me<br />

rogó: Acuérdate de mí cuando estés en tu reino. A lo que le<br />

respondí: En verdad te digo que hoy mismo estarás conmigo<br />

en el paraíso.<br />

También se ha dudado de que fueran vulgares<br />

delincuentes y se ha apuntado que tal vez se tratara de<br />

nacionalistas zelotes.<br />

A los pies de la cruz mi madre me veía morir; por eso se<br />

la representa con el corazón a la vista atravesado por siete<br />

puñales; me volví pues a ella y viendo a su lado al discípulo al<br />

que yo amaba especialmente, le dije: Mujer, he ahí a tu hijo; y<br />

luego le dije a él: He ahí a tu madre.<br />

A muchos ha dado que pensar este supuesto episodio,<br />

pues teniendo yo varios hermanos y hermanas, no parecía<br />

natural que en contra de lo que entonces se acostumbraba, no la<br />

encomendase al cuidado de alguno de ellos, en lugar de<br />

entregarla a un extraño.<br />

También se ha especulado a conciencia acerca de quien<br />

pudo haber sido este discípulo al que según se suponía yo amaba<br />

en especial. Para unos se trataba de Juan, el personaje quizá algo<br />

afeminado que en la última cena descansaba sobre mi pecho la<br />

blonda cabeza; para otros, se trataría de Lázaro, al que aún hacía


317<br />

sólo unos días había hecho regresar de entre los muertos cuando<br />

ya se le empezaban a descomponer las blandas carnes, y<br />

finalmente, para unos terceros, del personaje misterioso que<br />

según uno de mis evangelistas canónicos habría asistido<br />

desnudo y envuelto en una sábana a mi detención en el huerto, al<br />

que los esbirros que habían venido a prenderme habían querido<br />

echar mano pero que se les había escabullido tras dejarles en<br />

prenda su escaso atavío.<br />

Desde la hora sexta, las 3 de la tarde, las tinieblas<br />

cubrieron la Tierra. No se veía un burro a tres pasos, como se<br />

suele decir. A la hora de nona, las 6 de la tarde, di una gran voz<br />

diciendo: Eli, Eli, etc. que quiere decir Dios mío, Dios mío,<br />

¿por qué me has desamparado? Y algunos de los que me<br />

oyeron creían que había llamado a Elías. Uno de ellos corrió a<br />

empapar en vinagre una esponja que puso al extremo de una<br />

caña y con ella me dio de beber. Los otros decían: ¡Déjalo!<br />

¡Veamos si viene Elías a librarlo! La canalla es descreída y no<br />

respeta ni lo más sagrado. Mas yo, de nuevo proferí una gran<br />

voz y como es de rigor entregué el espíritu. Es decir, expiré, me<br />

morí, di las últimas.<br />

En ese momento el velo del templo, el que separaba de<br />

los fieles el llamado santo de los santos, se rasgó de arriba abajo,<br />

la tierra tembló y las peñas se hendieron; se abrieron los<br />

sepulcros, y de ellos salieron muchos muertos que se dirigieron<br />

a Jerusalén y se aparecieron a sus seres queridos. Visto el<br />

terremoto y los otros prodigios, el centurión y los que con él me<br />

guardaban se asustaron y entre dientes dijeron: Va a resultar que<br />

verdaderamente hijo de Dios era éste. Y un tanto apartadas<br />

algunas de las mujeres que más me querían y desde Galilea me<br />

habían seguido para servirme, contemplaban mi agonía y mi<br />

muerte. Luego y como más abajo diré, acompañaron a José de<br />

Arimatea en el entierro; entre ellas estaban María Magdalena,<br />

otra María, madre de Jacobo y de José, María de Cleofás, y la<br />

madre de los hijos de Zebedeo.


318<br />

Y como cayese la tarde y urgiese acabar con el asunto<br />

antes de que al anochecer comenzase el sábado, día que según la<br />

ley no podía haber un cadáver pendiente, los judíos pidieron que<br />

se me quebrantase las piernas, para acelerar mi muerte, pero<br />

cuando los soldados se acercaron vieron que ya estaba muerto,<br />

por lo que en lugar de quebrármelas, uno de ellos me atravesó<br />

con una lanza el costado, del que manó una mezcla de sangre y<br />

agua. De nuevo quedaban a salvo las escrituras, pues en el<br />

Éxodo estaba escrito. No se le quebrantará hueso alguno. Y el<br />

profeta Zacarías había añadido: Verán al que traspasaron.<br />

Después de esto, un hombre rico de Arimatea, llamado<br />

José, que también había sido mi discípulo, aunque ocultamente,<br />

por no comprometerse, fue a Pilatos y le pidió mi cuerpo, a lo<br />

que él procurador accedió, tras admirarse de que yo hubiera<br />

muerto tan pronto, porque por lo general los crucificados<br />

tardaban en morir y se sabía de algunos que habían resistido<br />

incluso varios días. Obtenido el protocolario permiso, el de<br />

Arimatea me descolgó de la cruz, unos dicen que sin ayuda de<br />

nadie, porque era hombre robusto, en tanto que según otros lo<br />

habría ayudado un tal Nicodemo, que una noche ocultamente<br />

había escuchado mi doctrina y ahora traía como cien libras de<br />

una mezcla de mirra y áloe, para enterrarme a la manera<br />

acostumbrada; lo hacían a hurtadillas, porque según la ley judía<br />

que figura en el Deuteronomio, Yahvé detestaba a los criminales<br />

crucificados y un criminal convicto no podía ser enterrado al<br />

modo judío; entre los dos me envolvieron en un lienzo o sábana<br />

limpia y con los perfumes me pusieron en un sepulcro nuevo<br />

propiedad del de Arimatea que para lo que pudiera venir lo había<br />

previsor labrado en la peña; lo cerraron luego con una gran losa<br />

de piedra y delante se sentaron María Magdalena, Juana y la otra<br />

María, la de Santiago, que al parecer ignorantes de que<br />

Nicodemo se les había adelantado, se preparaban para<br />

embalsamarme.


JOSÉ <strong>DE</strong> ARIMATEA<br />

319<br />

Acerca de este personaje también hay varias versiones,<br />

desde la que lo considera puramente imaginario pues no se ha<br />

podido descubrir ningún lugar que se llamase Arimatea, hasta la<br />

que ya he dejado apuntada y según la cual era mi tío-abuelo.<br />

Por si esto fuera poco, entre los evangelios apócrifos<br />

figura uno que se le atribuye. En él cuenta a su manera y entre<br />

otras cosas la historia de los dos facinerosos que según se dice<br />

se crucificó conmigo. Veámoslo.<br />

Soy José de Arimatea y pedí a Pilatos el cuerpo de Jesús<br />

para sepultarlo, por eso los judíos, que rechazaron al hijo de<br />

Dios y lo asesinaron, me han encadenado y oprimido; ya habían<br />

encolerizado a su caudillo Moisés que les reprochaba se<br />

mostraran contumaces en su perversidad.<br />

(Esto ya huele a historia forjada, porque es dudoso que el<br />

tal José de Arimatea, caso de haber existido realmente y mi<br />

contemporáneo, me tuviese por hijo de Dios. Así como que<br />

considerara perversos a los judíos convecinos).<br />

Días antes de la pasión del mesías, desde Jericó se<br />

remitió al gobernador Pilato dos ladrones: Gestas, el primero,<br />

asaltaba en los caminos a los viandantes, mataba a algunos de<br />

ellos, desnudaba a otros y tras colgar de los tobillos a las<br />

mujeres les cortaba los pechos; bebía la sangre de los niños; no<br />

temía a Dios; no respetaba las leyes y ya desde sus primeros<br />

años ejecutaba tales acciones malvadas. El segundo se llamaba<br />

Dimas, era galileo y tenía una posada. Robaba a los ricos para<br />

dárselo a los pobres. (Como el Robin Hood posterior, digo yo).<br />

Se parecía a Tobías en que sepultaba a los muertos. Saqueaba las<br />

casas de los judíos y acababa de robar en el templo los libros de<br />

la ley tras haber dejado desnuda a una sacerdotisa.<br />

Caifás se hallaba consternado por el robo en el santuario,<br />

y llamó en su ayuda a su sobrino Judas Iscariote, que no seguía


320<br />

sinceramente a Jesús, pues los perversos judíos lo habían<br />

instigado a unirse a él, no para dejarse convencer por sus<br />

portentos o reconocerlo, sino para que lo entregara a ellos y se lo<br />

pudiera coger en alguna mentira. Diariamente le daban regalos y<br />

un didracma de oro. Tres días antes, les había propuesto acusar<br />

del robo a Jesús, lo que Nicodemo, guardián de las llaves del<br />

templo, había rechazado; mas la sacerdotisa Sara, hija de Caifás,<br />

había exclamado colérica: «Ha dicho que era capaz de destruir<br />

este lugar santo y levantarlo en tres días; es imperdonable».<br />

Puestos todos de acuerdo, detuvieron a Jesús.<br />

Al día siguiente, miércoles, a la hora nona lo llevaron<br />

ante Caifás y le preguntaron por qué había robado la Ley y<br />

ridiculizado las promesas de Moisés y de los profetas». Mas él<br />

no respondió. Y ante toda la asamblea reunida le dijeron: «¿Por<br />

qué quieres deshacer en un instante el santuario que en cuarenta<br />

y seis años levantó Salomón?» Y de nuevo él se calló.<br />

Por la tarde, la turba se disponía a quemar a la hija de<br />

Caifás a la que culpaban de haberse dejado arrebatar los libros<br />

de la Ley, sin los cuales no se sabía cómo celebrar la Pascua.<br />

Pero ella los tranquilizó diciéndoles: «Esperad, mataremos a este<br />

Jesús y encontraremos la Ley, y la santa fiesta se celebrará con<br />

toda solemnidad». Entonces Anás y Caifás dieron a Judas una<br />

buena cantidad de oro para que cumpliera lo prometido y<br />

acusando a Jesús de haber sustraído la Ley, hiciera recaer sobre<br />

él y no sobre la irreprochable doncella el delito». Puestos de<br />

acuerdo, Judas les aconsejó guardar en secreto lo tramado y él<br />

convencería a la gente». Y astutamente dejaron libre a Jesús.<br />

La mañana del jueves, en el santuario Judas dijo al<br />

pueblo: «¿Qué me daréis si os entrego al que se apoderó de la<br />

Ley y robó los Profetas?» «Treinta monedas de oro -le<br />

respondieron». Ignoraban que Judas se refería a Jesús, al que<br />

bastantes tenían por hijo de Dios.<br />

A la hora cuarta y a la hora quinta, Jesús se paseaba en el<br />

atrio. Caída la noche Judas dijo a los judíos: «Dadme una


321<br />

escolta de soldados armados y lo pondré en vuestras manos». Y<br />

mientras iba de camino con la tropa añadió: «Echad mano a<br />

aquel a quien yo besare, pues es el ladrón». Después se acercó a<br />

Jesús y al tiempo que lo besaba lo saludó: «Salve, Maestro». Lo<br />

entregaron luego a Caifás que le preguntó: «¿Por qué has robado<br />

la Ley?» Mas Él se calló. Nicodemo y yo no quisimos ser<br />

cómplices de aquella injusticia y nos apartamos a un lado.<br />

La madrugada del viernes lo entregaron al gobernador<br />

para que lo condenara a morir. Tras interrogarlo, Pilato mandó<br />

que se lo crucificara junto con los ladrones Gestas y Dimas.<br />

Gestas, a la izquierda, gritaba a Jesús: «Muchas cosas<br />

malas he hecho, hasta el punto de que, si hubiera sabido que eras<br />

rey, aun contigo hubiera acabado. ¿Por qué te llamas Hijo de<br />

Dios si no puedes socorrerte en caso de necesidad? Mucho<br />

menos auxiliarás a quien te lo pida. Si eres el Cristo, baja de la<br />

cruz y creeré en ti. Pero no te considero hombre, sino bestia<br />

salvaje que perece conmigo». Y blasfemaba y rechinaba los<br />

dientes, pues el diablo se había apoderado de él.<br />

En cambio a la derecha, Dimas, decía: «Te conozco, ¡oh<br />

Jesucristo!, Hijo de Dios; eres el enviado y los ángeles te<br />

adoran. Perdóname los pecados; en el Juicio no envíes contra mí<br />

los astros, o la luna cuando vayas a juzgar toda la tierra, puesto<br />

que nocturnas fueron mis fechorías; no muevas el sol, que ahora<br />

por ti se oscurece, a fin de que la maldad de mi corazón quede<br />

patente; como ya sabes, no tengo nada que ofrecerte por la<br />

remisión de mis pecados. Mis maldades me matan, pero tú<br />

puedes borrarlas; líbrame, Señor universal, de tu terrible juicio;<br />

no dejes que el enemigo me engulla y se lleve mi alma, como se<br />

llevará la de ese que cuelga a tu izquierda; pues la recoge el<br />

diablo y las carnes le desaparecen. Antes, pues, Señor, de que<br />

entregue la mía, limpia mis pecados, y acuérdate de mí en tu<br />

reino, cuando sobre el trono grande y alto vayas a juzgar a las<br />

doce tribus».<br />

Le respondió Jesús: «Hoy mismo, Dimas, estarás


322<br />

conmigo en el paraíso del que por haber prevaricado y no haber<br />

guardado mis mandamientos, se expulsó a Adán, el primer<br />

hombre creado. Hasta mi segunda venida, cuando baje a juzgar a<br />

los vivos y a los muertos, sólo tú lo habitarás; entonces se<br />

arrojará a las tinieblas exteriores, donde es el llanto y el crujir de<br />

los dientes, a los descendientes de Abraham, de Isaac, de Jacob<br />

y de Moisés que no han confesado mi nombre.». Y añadió:<br />

«Márchate ahora, y a los querubines y a las potestades que<br />

blanden la espada de fuego y lo guardan dirás que hasta que<br />

venga yo de nuevo a juzgar a vivos y muertos, nadie verá el<br />

paraíso, excepto tú al que hoy se crucifica a mi lado y cuyos<br />

pecados lavaré con mi muerte; con cuerpo incorruptible y<br />

engalanado entrarás en él y habitarás allí donde nadie jamás ha<br />

de habitar».<br />

Dicho esto, Jesús entregó el espíritu. Era el viernes a la<br />

hora de nona. Las tinieblas cubrieron la tierra entera y con un<br />

gran temblor de tierra se derrumbó la bóveda del templo.<br />

Entonces pedí a Pilatos el cuerpo de Jesús y lo puse en<br />

un sepulcro nuevo, sin estrenar. Mas no se halló el cadáver del<br />

que estaba a la derecha, mientras el de la izquierda parecía un<br />

dragón.<br />

La tarde del sábado, encolerizados, los judíos me<br />

encarcelaron con los malhechores.<br />

Luego, el primer día de la semana, a la hora quinta, en la<br />

cárcel me visitó Jesús en compañía del que se había crucificado<br />

a su derecha. Una gran luz llenaba el recinto. De pronto las<br />

paredes se alzaron en el aire y pude salir. El ladrón traía una<br />

carta. En camino hacia Galilea; brillaba una luz difícilmente<br />

soportable y el ladrón exhalaba un perfume dulcísimo que<br />

recordaba el paraíso.<br />

La carta decía: «Los querubines y las potestades que a<br />

tus órdenes divinas guardamos el paraíso terrenal, declaramos:<br />

Habiéndose presentado a nosotros el ladrón que a tu lado se<br />

crucificó y ante la señal de la cruz y el resplandor que la


323<br />

envolvía, el fuego de nuestras flamígeras espadas se extinguió,<br />

de modo que el temor nos sobrecogió y nos amedrentamos; pues<br />

oímos al autor del cielo y de la creación entera bajar desde las<br />

nubes a la tierra. Y a coro con nosotros los seres infernales,<br />

dijimos a grandes voces: Santo, Santo, Santo es el que impera en<br />

las alturas».<br />

De pronto Jesús se transfiguró y ya no era lo que antes<br />

había sido, sino luz pura y sólo luz. Los ángeles no dejaban de<br />

atenderlo y conversaban con él. Así pasaron tres días, solos<br />

nosotros tres.<br />

Mediada la fiesta de los Ázimos, cuando aún no<br />

habíamos visto al ladrón ni sabíamos qué había sido de él, el<br />

discípulo Juan preguntó a Jesús: «¿Quién es éste que me<br />

ocultas?». Mas Jesús no respondió. Entonces le rogó diciéndole:<br />

«Señor, siempre me amaste; ¡déjame verlo!» Y él le regañó:<br />

«¿Por qué quieres saber más de la cuenta? ¿Acaso eres obtuso?<br />

¿No notas el perfume paradisíaco que ha inundado el lugar? El<br />

ladrón colgado de la cruz a mi lado ha heredado el paraíso; será<br />

sólo de él hasta que llegue el gran día». «Hazme digno de verlo»<br />

-Juan le suplicó.<br />

Aún no había acabado de hablar y apareció el ladrón. No<br />

guardaba la primitiva apariencia, era como un rey majestuoso al<br />

que engalanaba la cruz. Atónito, Juan cayó al suelo. Y se oyó<br />

decir a muchas voces: «Este es el paraíso que se te prometió;<br />

quien te envió nos ha encargado servirte hasta que llegue el gran<br />

día». El ladrón y yo desaparecimos. Me hallé en mi propia casa<br />

y ya no vi a nadie.<br />

Testigo ocular de lo que aquí queda dicho, lo he escrito<br />

para que todos crean en Jesucristo crucificado, nuestro Señor, y<br />

no sirvan ya a la ley de Moisés, con lo que heredarán la vida<br />

eterna y nos encontraremos en el reino de los cielos. Amén.<br />

Hasta aquí el evangelio de José de Arimatea. Prosigo la<br />

historia.<br />

Igualmente aquel lienzo con el que presuntamente se me


324<br />

amortajó ha dado harto que hablar; se dice que hoy y con el<br />

nombre de sindone o sábana santa se lo conserva en la ciudad<br />

italiana de Turín. De color marfil con unos trazos oscuros, mide<br />

unos 4 metros. Su fama procede de que al parecer y sin que se<br />

sepa cómo, en él ha quedado impresa a tamaño natural la que se<br />

dice mi imagen. Hay quien sostiene que yo, al resucitar, levité<br />

sobre ella y desprendí de mi cuerpo ahora glorioso una especie<br />

de radiación sobrenatural que al igual que la luz impresiona una<br />

placa fotográfica, habría grabado en la tela mis rasgos. Muchos<br />

lo han puesto en duda y con todos los recursos disponibles de la<br />

ciencia han querido comprobar la verdad de lo dicho. El lienzo<br />

parece ser de mi tiempo y lugar, así como todos los residuos<br />

minerales y vegetales que en él se ha hallado, como los de una<br />

especie de cardo llamado Gundelia espinosa, sólo hallado en las<br />

proximidades de Jerusalén; pero dado que entonces no se<br />

conocía el ADN ni por ello se preocupaba nadie de determinarlo<br />

para identificar más tarde a su dueño si era necesario, resulta<br />

imposible decir si los restos de sangre que en la tela aparecen<br />

son míos o de cualquier otro sujeto. En todo caso se ha<br />

descartado que se trate de una simple pintura.<br />

Se cuenta también que un reyezuelo de Edesa, lugar del<br />

Asia Menor no muy distante de Jerusalén, había oído hablar de<br />

mis milagros, y que ignorante de mi muerte me había rogado por<br />

escrito que acudiese a curarlo de una grave enfermedad, con lo<br />

cual mis discípulos determinaron enviarle la sábana doblada en<br />

ocho de modo que sólo quedaba a la vista mi rostro; él se la<br />

había aplicado al suyo doliente y había quedado sano en el acto.<br />

<strong>LA</strong> <strong>LA</strong>NZA <strong>DE</strong> LONGINOS<br />

Contaré ahora la historia de la lanza con que se me<br />

atravesó el costado. El evangelista de turno llama Longinos al<br />

soldado que la empuñaba, y varios siglos después otro escrito lo


325<br />

repite, aunque también se apunta que se le dio ese nombre y no<br />

otro porque era uno de los más comunes en aquella época. El<br />

caso es que aquella lanza se hizo famosa. Para empezar, no más<br />

me había taladrado el costado, cuando a través de ella curé al<br />

indiferente soldado que me la clavó la infección en un ojo que<br />

en aquel preciso momento padecía, con lo que él, espantado,<br />

creyó al instante en mí y más tarde se hizo cristiano. El caso es<br />

que de vuelta a la fortaleza de Jerusalén donde estaba<br />

acantonado con sus camaradas, y sin decir palabra del prodigio<br />

que en las propias carnes acababa de experimentar, entregó la<br />

lanza al armero, pues el arma era propiedad del emperador, que<br />

sólo en usufructo la dejaba a quien la utilizaba. Se trataba de una<br />

lanza corriente, un pilum, formada por un ástil de madera de<br />

unos 2 m de largo en cuyo extremo se encajaba una hoja de<br />

hierro de unos 30 cm. Solía ser un arma arrojadiza, para lanzarla<br />

contra el enemigo a cierta distancia, mas también se la utilizaba<br />

para traspasar con ella el cuerpo adversario. Allí quedó olvidada<br />

de todos, hasta que en el año 66, cuando el emperador Tito<br />

arrasó Jerusalén para acabar con el levantamiento judío contra<br />

Roma, algún cristiano de la incipiente comunidad la ocultó en<br />

un lugar seguro. Nadie volvió a mencionarla hasta que el año<br />

312 la emperatriz Elena, madre del emperador Constantino,<br />

soñó que se la llevaba a Jerusalén -ella vivía por entonces en<br />

Roma, con el marido- y se le decía que removiera la tierra bajo<br />

un templo de Venus levantado por el emperador Adriano en el<br />

mismo Gólgota donde yo había muerto. Una vez despierta y sin<br />

perder tiempo en vanos escrúpulos, se puso en camino y ya en<br />

Jerusalén ordenó demoler el templo pagano, bajo cuyos<br />

cimientos se halló ¡oh, prodigio! una tumba que muy bien<br />

hubiera podido ser la mía. Siguió excavando ilusionada y en otro<br />

lugar de la ciudad dio con tres cruces todavía en buen estado, los<br />

clavos, la corona de espinas con la que se me había vejado y la<br />

lanza con que el soldado Longinos me había atravesado el<br />

costado. Para certificarse de que no se le daba gato por liebre,


326<br />

ordenó traer a un difunto y tenderlo sucesivamente sobre cada<br />

una de las tres cruces. Ante numerosos testigos puesto sobre una<br />

de ellas, el muerto resucitó, con lo que ya no hubo duda: se<br />

trataba de la cruz en que se ma había clavado. De vuelta a Roma<br />

se la llevó consigo; y dejó en Jerusalén la lanza y lo demás.<br />

Con uno de los clavos, Constantino fundió una corona, y<br />

con otro hizo una segunda lanza con la que trazó los límites de<br />

la nueva capital, Constantinopla. Eran reliquias sagradas que<br />

denotaban poder y cuando en el siglo V el imperio romano de<br />

occidente cayó en manos bárbaras, los caudillos, desde Alarico a<br />

Atila, pedían la lanza como condición previa a cualquier<br />

acuerdo de paz; pero los jefes y Papas no entregaron ninguna.<br />

Ambas estuvieron en poder de los emperadores bizantinos hasta<br />

que en el año 614 los persas saquearon Jerusalén. En ese<br />

momento alguien arrancó la hoja de la lanza que allí se<br />

conservaba y huyó a Constantinopla. Cuando en el 670 el<br />

emperador Heraclio reconquistó Jerusalén, devolvió las reliquias<br />

a su lugar en la iglesia del santo sepulcro, excepto la hoja<br />

arrancada. La lanza de Longinos estaba rota, pero su místico<br />

poder no se debilitó. Ahora dos bandos decían poseerla. En<br />

Jerusalén, el asta y el cuello de la lanza original; y en la capital<br />

bizantina la punta rota y la segunda lanza. El año 800 se<br />

proclamó rey del sacro imperio romano a Carlomagno, el Papa<br />

le regaló la lanza de Constantino, llamada de san Mauricio; la<br />

creyó él auténtica y con su poder mágico unificó sus tierras.<br />

Venció a los sajones y en la conquista de Jerusalén la llevó<br />

personalmente. Confiados en ella, los soldados se crecían, pero<br />

un día y mientras cruzaba un arroyo, a Carlomagno se le cayó;<br />

se lo tuvo por un mal presagio y el emperador murió poco<br />

después. Tras su muerte la lanza se convirtió en trofeo de reyes<br />

de toda Europa. A principios del 900 el rey de Inglaterra la<br />

vendió a un conde italiano, que la regaló al rey Rodolfo de<br />

Borgoña, el cual la entregó al rey del sacro imperio, Enrique I, a<br />

cambio de la ciudad de Basilea. A todos sorprendió aquel trato.


327<br />

A su muerte, pasó a su hijo Otón, que en la batalla de Bergen, en<br />

el 939, con ella en la mano derrotó al enemigo. También le<br />

atribuyó la victoria con que el año 955 aplastó a los invasores<br />

húngaros. Regalándoles una copia se ganó la amistad de los<br />

reyes vecinos. La auténtica de Longinos estaba en oriente, pero<br />

la de san Mauricio tenía vida propia; su nieto Otón III la realzó<br />

insertando en ella un supuesto clavo de mi verdadera cruz. De<br />

nuevo los emperadores del sacro imperio vencieron a sus<br />

enemigos y la lanza se convirtió en el símbolo divino del poder<br />

germánico. Federico II se la llevó a Nuremberg. Proliferaron.<br />

Cada vez que en una gran batalla se jugaba el destino de un<br />

imperio europeo, en el bando ganador aparecía una lanza. En el<br />

1095 el emperador de Constantinopla pidió al Papa Urbano II<br />

ayuda militar contra los turcos y comenzaron las Cruzadas. Los<br />

cruzados sitiaron Antioquía; pasaron los meses y la situación<br />

empeoró; un ejército sarraceno se acercaba para obligarlos a<br />

levantar el cerco; en mayo del 1098 un comerciante introdujo en<br />

la ciudad a los cristianos; pero sólo pasaron de sitiadores a<br />

sitiados. Diezmados, hambrientos y cansados se sentían<br />

perdidos cuando un soldado declaró que en sueños se le había<br />

aparecido san Andrés y le había dicho dónde encontrar la lanza<br />

sagrada. En el sótano de la catedral se halló una lanza antigua.<br />

Con ella en la mano, los cruzados atacaron a sus poderosos<br />

enemigos y los vencieron. Atribuyeron el milagro al poder de la<br />

lanza, a la que consideraban auténtica reliquia de mi pasión. Un<br />

año después cayó Jerusalén. Se empezó a discutir su<br />

autenticidad, pero los jefes despreciaron los rumores y la<br />

regalaron al emperador de Constantinopla. Aunque ya poseía la<br />

verdadera, aceptó la nueva. Los cristianos armenios decían tener<br />

otra, y también la consideraban genuina. Finalmente el año 1204<br />

las tres pasaron a poder de Balduino II, que en 1241 las vendió<br />

al rey Luis de Francia, incluída la punta separada de la lanza de<br />

Longinos. En una capilla Luis guardó la punta, mientras el resto<br />

se quedaba en Constantinopla. La de Constantino y la de


328<br />

Antioquía desaparecieron. Cuando en el 1453 los turcos ganaron<br />

la ciudad, cayó en su poder el asta. En el 1492 y a cambio de<br />

ella el Papa Inocencio liberó al hermano del sultán al que tenía<br />

prisionero. Desde entonces estuvo en Roma, en uno de los<br />

cuatro pilares del crucero de la basílica de san Pedro. En el siglo<br />

XIX la lanza de san Mauricio había perdido su antiguo valor<br />

sacro, pero con el nacionalismo y el movimiento romántico se<br />

revalorizó la Historia pasada. En el Parsifal wagneriano, los<br />

caballeros teutones parten en busca del santo Grial; lo hallará<br />

quien posea la lanza sagrada, símbolo del poder del sacro<br />

imperio. Fascinado, Hitler la reclamó para el Reich y en en<br />

Nuremberg la exhibió en actos multitudinarios. Al final de la<br />

guerra un general americano la descubrió y la devolvió al<br />

antiguo palacio imperial de Viena. La copia que Otón el grande<br />

regaló al rey de Polonia está en la catedral de Cracovia. Las de<br />

Constantino y de Antioquía desaparecieron. La de Enmadisium<br />

es propiedad de los armenios y en el vaticano está el asta de la<br />

de Longinos. Durante la revolución francesa la punta se perdió;<br />

pero un emisario del Papa Benedicto XIV había hecho de ella un<br />

dibujo fiel; en el Vaticano se comprobó que encajaba con la otra<br />

parte. Y aquí termina la historia.<br />

MI RESURRECCION<br />

Mientras tanto e ignorantes de todo esto que cuento y<br />

aún por venir, los príncipes de los sacerdotes y los fariseos no<br />

las tenían todas consigo, por lo que visitaron a Pilatos para<br />

advertirle de que yo, cuando aún vivía, había prometido<br />

resucitar a los tres días, por lo que convenía asegurar durante ese<br />

plazo el sepulcro, para evitar que por la noche mis discípulos<br />

robasen mi cuerpo y dijesen luego que había resucitado de entre<br />

los muertos, con lo que el error postrero sería peor que el<br />

primero. En lugar de mandarlos a paseo, Pilatos les dio crédito y


329<br />

les permitió enviar a alguien que proveyese al asunto. Con lo<br />

que ellos sellaron la piedra que cubría la tumba y pusieron una<br />

guardia.<br />

Al día siguiente, la mañana del domingo, apenas rayó el<br />

alba, las tres mujeres citadas acudieron para embalsamarme. En<br />

la ciudad y después de guardar el sábado, como estaba prescrito,<br />

habían preparado algunos perfumes y ungüentos y con ellos<br />

volvían al sepulcro, y mientras caminaban se preguntaban quién<br />

las ayudaría a mover la piedra que lo tapaba. Mas cuando<br />

estaban a punto de llegar de pronto se produjo una gran<br />

conmoción, como un gran terremoto, porque bajado del cielo un<br />

ángel del Señor se les adelantó y tras haber revuelto la piedra se<br />

sentó sobre ella. Su aspecto era como un relámpago y blanco de<br />

nieve el vestido -dijeron de él mis biógrafos. Ante semejante<br />

aparición, los guardas se asustaron y quedaron tendidos en el<br />

suelo como muertos. Con lo que el ángel dijo a las mujeres: No<br />

temáis vosotras; buscáis al crucificado, pero ya no está aquí;<br />

ha resucitado, como dijo. Venid, ved el lugar donde se lo<br />

puso. E id presto a decir a sus discípulos que ha vuelto de<br />

entre los muertos y que se adelanta a Galilea, donde todos lo<br />

veréis. Y con ello, aquellos dos varones desaparecieron. Con<br />

una mezcla de temor y alegría, hicieron ellas como se les había<br />

indicado, volvieron a Jerusalén y contaron a todos lo sucedido.<br />

Mas lo que lo oían se resistían a creerlo.<br />

Entonces Pedro se levantó y seguido de Juan acudió<br />

corriendo al sepulcro; Juan se le adelantó y llegó el primero,<br />

pero no se atrevió a seguir más adelante, en tanto que Pedro,<br />

más audaz y atrevido, entrando en el hueco encontró no sólo los<br />

lienzos con que se me había amortajado, sino también y plegado<br />

aparte, el sudario con que se me había cubierto la cara. Ninguno<br />

de los dos conocían aún la Escritura según la cual yo había de<br />

resucitar de entre los muertos, de modo que mientras Pedro se<br />

sentía perplejo sin saber qué pensar, el otro no lo pensó más y de<br />

golpe creyó. Admirados, volvieron ambos y lo dijeron a los


330<br />

demás.<br />

Esta es sólo una versión del suceso. Según otra, la<br />

mañana del domingo María Magdalena se había adelantado a los<br />

demás y hallando vacío el sepulcro se lamentaba amargamente<br />

pensando que alguien había robado el cadáver, cuando al mirar<br />

dentro de él con más atención vio a don ángeles vestidos de<br />

blanco sentados uno a la cabeza y otro a los pies del lugar en<br />

donde se había puesto mi cuerpo, los cuales le preguntaron por<br />

qué motivo lloraba. A lo que respondiéndoles ella que se me<br />

habían llevado y no sabía dónde se me había puesto, de pronto<br />

sintió tras sí la presencia de alguien y volviéndose me vio, pero<br />

no me reconoció, de modo que le pregunté también yo por qué<br />

lloraba y a quién buscaba. Imaginando ella que le hablaba el<br />

hortelano, me dijo que si me lo había llevado yo, se lo dijera,<br />

para que ella pudiera hacer lo que fuera preciso. Mas yo le dije.<br />

¡María! Con lo que ella de pronto cayó en la cuenta de que se<br />

trataba de mí y quiso abrazarme los pies, cosa que le impedí<br />

diciéndole que no me tocara, porque aún no era llegado el<br />

momento oportuno, y que fuera y dijera a los otros que me<br />

preparaba para subir a dónde mi Padre, su Dios y mi Dios. Lo<br />

que parece un tanto confuso y solemne, pero ha de tenerse en<br />

cuenta que habiendo cumplido la proeza de resucitar, yo ya no<br />

era un cualquiera, sino mucho más, y como es de rigor,<br />

necesitaba darme a respetar. De modo que María Magdalena se<br />

fue a dar la nueva a los discípulos y a contarles que me había<br />

visto y que yo le había hablado.<br />

Aquí se dice que Pedro, celoso de ella y de que yo<br />

pareciera darle un trato más bien de favor, pidió a los demás que<br />

no le hicieran caso y la llamó entrometida y mentirosa.<br />

Todavía encerrados por temor a las represalias de los<br />

sacerdotes del templo, comentaban ellos estas cosas cuando me<br />

les aparecí y les deseé la paz. Sobresaltados creyeron ver a un<br />

espíritu. ¿Por qué os asustáis? -les dije; soy yo; miradme, ¿no<br />

veis los agujeros de mis manos y mis pies? Tocadme, tengo


331<br />

huesos y carne, no soy una aparición. No acababan de creérselo,<br />

de modo que les pregunté si tenían allí algo de comer. Me<br />

ofrecieron un trozo de pescado asado y tomándolo me lo comí.<br />

Luego les recordé haberles dicho que se había de cumplir todo<br />

lo que los profetas, la ley de Moisés y los salmos de David<br />

habían anunciado. Por si no bastara, insistí: Así estaba escrito,<br />

que el Mesías había de padecer y al tercer día resucitar de entre<br />

los muertos; que en su nombre se predicaría la penitencia y el<br />

perdón de los pecados, a todas las naciones, empezando por<br />

Jerusalén. Vosotros me sois testigos. Os envío el Espíritu santo,<br />

que os fortalecerá y dará ánimos, y os capacitará para que todo<br />

el mundo os entienda. Con lo cual se les abrieron la<br />

entendederas y lo comprendieron todo.<br />

En aquella ocasión no estaba con ellos Tomás llamado el<br />

Dídimo o gemelo mellizo, el cual, una vez de vuelta y oído lo<br />

que le decían los otros, no quiso creerlos y aseguró que a menos<br />

que él metiese el dedo en mis llagas, se reservaba la opinión.<br />

Pasados ocho días estaban de nuevo reunidos en el mismo lugar<br />

cuando de nuevo me presenté ante ellos y tras desearles con<br />

obligada cortesía la paz, como estaba mandado, me acerqué a<br />

Tomás y lo invité a poner la mano en los agujeros de la lanza y<br />

los clavos, y a mostrarse fiel y no incrédulo, con lo que él<br />

emocionado me llamó Dios y Señor, a lo que rematé: Porque has<br />

visto, has creído; bienaventurados los que no vieron y sin<br />

embargo creyeron.<br />

Una vez más repetiré el lema del dictador italiano al que<br />

que llamaron Mussolini: Credere, obedire, combattere. También<br />

él tenía en mucho el creer, aunque fuera sin ver.<br />

Aquel mismo día dos de mis discípulos se dirigían a<br />

Emaús, una aldea a unos 30 km de Jerusalén. Mientras<br />

caminaban, comentaban los acontecimientos. Me les aparecí y<br />

marché con ellos, pero no me reconocieron. Les pregunté de qué<br />

hablaban y por qué parecían tristes. Uno de los dos, que se<br />

llamaba Cleofás, me respondió: ¿Eres el único forastero que no


332<br />

se enteró de lo que estos días ha sucedido en la ciudad? ¿Qué ha<br />

sucedido? -le pregunté. Un profeta, Jesús de Nazaret, que hizo<br />

muchos milagros, los sacerdotes lo condenaron a muerte y lo<br />

crucificaron. Nosotros creímos que liberaría a Israel, pero ya han<br />

pasado tres días y nada ha ocurrido. Unas mujeres que lo<br />

acompañaban nos han contado que habiendo ido al sepulcro, no<br />

lo encontraron, y que se les habían aparecido dos ángeles, los<br />

cuales les habían asegurado que Jesús estaba vivo. Otros<br />

discípulos fueron también al sepulcro, y lo hallaron tal como<br />

ellas habían dicho. Entonces les regañé y les afeé la tardanza en<br />

creer a los profetas, según los cuales todo aquello tenía que<br />

pasar forzosamente. Y para remachar el clavo se lo fui<br />

explicando con pelos y señales. Llegados al destino, hice<br />

ademán de dejarlos, mas ellos me instaron a quedarme, alegando<br />

que ya se hacía tarde y valía más buscar posada. Así lo hicimos,<br />

y cuando estábamos ya a la mesa para cenar, tomé el pan, lo<br />

bendije y lo repartí. Entonces me reconocieron, y en ese<br />

momento ya no me dejé ver. Ellos se recriminaban por no haber<br />

caído antes en la cuenta de quién era yo, pese a que les había<br />

explicado una y otra vez las Escrituras. Ni cortos ni perezosos se<br />

levantaron y sin perder un instante regresaron a Jerusalén, donde<br />

hallaron reunidos a los once y a los demás, a los que contaron la<br />

aventura.<br />

Tras esto me les manifesté otra vez a orillas del lago de<br />

Tiberiades. Estaban allí juntos Simón Pedro y Tomás y Nataniel<br />

de Caná y los hijos del Zebedeo y otros dos de los discípulos. En<br />

un momento dado, Simón Pedro les propuso salir a pescar, a lo<br />

que ellos accedieron, mas en toda la noche no consiguieron<br />

pescar nada. Era ya de mañana cuando me presenté en la ribera,<br />

sin que ellos me reconocieran, y les pregunté si tenían a mano<br />

algo que llevarse a la boca. Como me dijeran que no, los invité a<br />

echar de nuevo las redes por el lado de babor de la barca, hecho<br />

lo cual se les llenaron de tal modo las redes que no podían con<br />

ellas. Entonces el discípulo al que yo más amaba ya no tuvo


333<br />

duda y dijo, es el Señor. En oyéndolo Pedro, se lanzó al mar de<br />

la barca y vadeando quiso llegar junto a mí. Lo siguieron los<br />

otros remando, pues estaban junto a la orilla, y una vez en tierra<br />

vieron encendida una hoguera sobre la que un pez se estaba<br />

asando, y al lado una hogaza de pan. Les dije que trajeran los<br />

peces que acababan de coger y los invité a almorzar.<br />

Confundidos lo hicieron y ninguno osaba preguntarme nada,<br />

porque creían y no creían que fuera yo. Repartí con ellos el pan<br />

y el pescado y estando en éstas pregunté a Simón si me amaba él<br />

más que los otros, a lo que se apresuró a decirme que sí.<br />

Apacienta a mis corderos -le retruqué. Por segunda vez y para<br />

asegurarme de nuevo le pregunté si me amaba; a lo que de<br />

nuevo y un tanto sorprendido me respondió que yo ya lo sabía y<br />

que sí, que me amaba; firme en mis trece le volví a preguntar:<br />

Simón, hijo de Juan, ¿me quieres? Esta vez y creyéndose<br />

objeto de una pesada burla me respondió mohíno que yo lo sabía<br />

todo y que sí, que me quería. Apacienta mis ovejas -volví a<br />

retrucarle. Y habiendo dicho ésto, lo invité a seguirme. Mas<br />

dispuesto a hacerlo sin más demora, vio que me seguía aquel<br />

discípulo al que yo más amaba, el mismo que en la cena se había<br />

recostado en mi pecho, por lo que tal vez algo celoso Pedro me<br />

preguntó: Y éste, Señor, ¿quién es? A lo que yo con brusquedad<br />

le dije: ¿Y a ti qué te va o qué te viene? Tú limítate a<br />

seguirme. Y así terminó el incidente. Una vez dicho esto y de<br />

nuevo en Jerusalén, me acompañaron todos hasta un prado<br />

cercano a Betania donde alcé los ojos al cielo y los bendije, tras<br />

lo cual les hablé diciendo: Toda potestad me ha sido dada en<br />

el cielo y en la tierra; por tanto id y adoctrinad a todos los<br />

gentiles bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo y<br />

del espíritu santo; enseñadles que han de guardar todo lo<br />

que os he mandado; siempre sentiréis mi presencia, hasta<br />

que el mundo se acabe. (Esto es una interpolación descarada de<br />

mis seguidores, porque a estas alturas nunca se me hubiera<br />

ocurrido hablar de las 3 Personas de una Trinidad que todavía


334<br />

estaba por inventar, ya que hasta el siglo III por lo menos a<br />

nadie se le había ocurrido ni mencionarla. Hecha esta aclaración,<br />

prosigo).<br />

Estando en éstas, se abrieron de par en par las nubes y<br />

ante ellos fui ascendiendo a los cielos. Asombrados, me<br />

adoraron y regresaron a Jerusalén, dónde no paraban de dar<br />

gracias a Dios.<br />

Dos meses después y como ya era costumbre, estaban<br />

todos en Jerusalén, en el lugar sagrado conocido como el piso de<br />

arriba, la misma sala de mi última cena, mi madre y mis<br />

hermanos reunidos a orar con mis discípulos y cien personas<br />

más. De pronto un gran ruido como un viento fuerte resonó en<br />

toda la casa y sobre ellos aparecieron lenguas de fuego. Todos<br />

quedaron llenos del espíritu santo. Y sin haber ido a la academia<br />

de idiomas Berlitz, comenzaron a hablar en numerosos de ellos.<br />

A partir de este momento no se vuelve a hablar de mi<br />

madre. Hay quien la considera parte de aquella primitiva<br />

comunidad que por primer obispo habría tenido a mi hermano<br />

Santiago, en cuya compañía habría predicado también ella.<br />

Todos vimos como su cuerpo precioso e inmaculado era<br />

transportado al paraíso -se dice en La Asunción de María, un<br />

manuscrito del siglo V. Según una tradición cristiana, mi madre<br />

pasa en Jerusalén lo que le resta de vida y muere 22 años<br />

después de mi ejecución. Se la dice enterrada en una tumba<br />

cercana al monte de los olivos. Según otro relato viaja con mi<br />

discípulo Juan al país que hoy se llama Turquía, a unos 1600<br />

km, y en la antigua Efeso ambos predican mi doctrina hasta su<br />

muerte. Otros creen que fuese cual fuese el lugar de su muerte<br />

mi madre asciende directamente al cielo conservando su forma<br />

física y que por esa razón nunca se ha encontrado sus restos.<br />

Luego, a lo largo de los años, desde el siglo III, se han<br />

testificado más de 80.000 apariciones de mi madre. Hace casi un<br />

siglo, en Fátima, Portugal, para pedir oraciones por Rusia, que<br />

acababa de hacer la revolución comunista. Recientemente, en


335<br />

Bosnia. A finales de junio, en una aldea croata de no más de 250<br />

familias se aparece a 6 niños y les dice que es la reina de la paz.<br />

Y otras poco menos que innumerables y que sería casi imposible<br />

detallar.<br />

Hasta aquí la versión dijéramos 'light', como la Coca<br />

Cola, light, es decir inocua y en nada comprometedora, de mi<br />

vida y persona; pero como sería de esperar hay varias otras,<br />

sobre todo entre los protestantes, rama escindida del<br />

cristianismo original, más laica y mundana, si de tal modo cabe<br />

mirarlo, que la católica. En todo caso más seca y austera que<br />

ella, hasta el punto de tener a orgullo la iconoclastia, pues como<br />

supongo es bien sabido, mi padre divino, Yahvé, comenzó<br />

prohibiendo se lo representase de cualquier forma que fuese, en<br />

pintura o estatua, ya que la familiaridad y proximidad engendran<br />

desprecio. El vulgo respeta a quien huye de él.<br />

NO HE MUERTO EN <strong>LA</strong> CRUZ<br />

Para empezar hay quien dice que no he muerto en la cruz<br />

ni he resucitado, sino que mis seguidores, deseosos de gastar<br />

una broma macabra a quienes querían mi perdición, se las<br />

habrían arreglado para que todo fuese una farsa. Contando con<br />

la complicidad del gobernador romano Poncio Pilatos, que<br />

apenas si podía disimular el desprecio que le merecían los<br />

israelitas de mi tiempo, fanáticos y alborotadores, enemigos del<br />

género humano, como algún autor clásico los había llamado, me<br />

habían dado a beber una poción que por algún tiempo simulaba<br />

la muerte, con el fin de tener razones para bajarme de la cruz<br />

antes de lo que solía ser la costumbre y luego, una vez enterrado<br />

con todas las de la ley, hacerme desaparecer para llevarme a un<br />

lugar seguro y curarme con detenimiento las heridas de la<br />

crucifixión. En el ajo estarían mi amante, la María Magdalena,<br />

Lázaro y sus hermanas, José de Arimatea y Nicodemo, todos


336<br />

ellos en buena posición económica como para comprar a quien<br />

fuera preciso y lo bastante ilustrados como para saber lo que<br />

hacían. Así se explicaría mi aparente desaparición del sepulcro y<br />

más tarde mis sucesivas y espaciadas apariciones a mis<br />

discípulos y demás seguidores. Cosa de lo más conveniente si<br />

se tenía en cuenta que todavía corría peligro, pues de haber<br />

descubierto mis enemigos la cosa, ciertamente se habrían<br />

cuidado muy mucho de dejar que otra vez me les escabullera.<br />

Pues sí; pese a lo mucho que se ha traído y llevado a mi<br />

personaje para hacerlo salvador del género humano, redentor del<br />

presunto pecado de Eva, no han faltado quienes lo han negado<br />

todo empezando por rechazar de plano lo que presuntamente me<br />

haría divino y diferente de los demás, a saber, mi muerte en la<br />

cruz y resurrección subsiguiente.<br />

Mediado el siglo XIX, uno que recorría la India dio con<br />

unos manuscritos en los que figuraba mi estancia en aquel lugar<br />

pasada la fecha en la que se me suponía muerto y resucitado.<br />

Según en ellos se contaba, en Jerusalén yo tenía amigos<br />

poderosos y bien situados, tales como José de Arimatea y<br />

Nicodemo, además de la acomodada familia de Lázaro y María<br />

Magdalena, que es este caso y de ser cierto lo que de ella se<br />

dijom después, habría sido una prostituta de alto standing, una<br />

de la clase dominante, según la terminología actual. Todos ellos<br />

se habrían confabulado para burlar a los sacerdotes y con la<br />

colaboración de Pilatos, que estaría también a mi favor, por no<br />

haberme hallado culpable de nada y dada la antipatía que sentía<br />

por los fanáticos religiosos judíos, me habrían bajado con vida<br />

de la cruz, con raros ungüentos habrían curado mis heridas y<br />

luego habrían facilitado mi huida a Cachemira, donde tras haber<br />

vivido una segunda vida, habría muerto de muerte natural, en<br />

paz y en gracia de Dios, como hoy se suele decir, y se me habría<br />

enterrado en Srinagar, la capital, dónde desde hace 2000 años se<br />

venera mi tumba. Se dice que llegué a Cachemira en busca de<br />

las diez tribus perdidas de Israel.


337<br />

Terminada la que se ha dado en llamar mi pasión, tenía<br />

que abandonar la Palestina, pues de seguro si me dejaba ver, los<br />

sacerdotes persistirían en su empeño de acabar definitivamente<br />

conmigo y si una vez habían fracasado, de seguro no fracasarían<br />

la segunda. No hay que tentar a Dios -se suele decir. Por si la<br />

urgencia de poner tierra por medio para conservar la piel no<br />

fuera suficiente, se me atribuyó la necesidad de rescatar a las<br />

llamadas tribus perdidas de Israel. Como se sabe, Josué, caudillo<br />

israelita, había dividido la tierra prometida de manera que a las<br />

tribus de Judá y Benjamín había correspondido el sur, mientras<br />

las restantes diez ocuparon el norte. Reunificadas por Saúl y de<br />

nuevo divididas después de Salomón, el hijo de David, pasados<br />

los años, el rey asirio Tiglat-pileser y después de él Sargón, se<br />

llevaron cautivos a los judíos del norte, que ya nunca regresaron.<br />

Cautivas del imperio, las diez tribus se fueron desplazando hacia<br />

el este hasta que se establecieron definitivamente en Cachemira.<br />

Allí tenía yo que dirigirme.<br />

Me acompañaba mi madre. Debidamente disfrazados, de<br />

Jerusalén nos dirigimos al oeste, al valle de Josafat, y de allí a<br />

Samaria; finalmente a Nazaret y luego a Tiberiades, de la que<br />

partían las caravanas que iban a Siria, de modo que nos unimos<br />

a una de ellas y tras habernos detenido algún tiempo en el<br />

camino, en un lugar que hoy se llama de mi estancia, y en el que<br />

convertí en discípulos míos a un tal Ananías y a otros varios,<br />

llegamos a Damasco. Del vecino Nisibis me escribió el rey,<br />

enfermo de una grave enfermedad, que me pidió acudiera a<br />

curarlo. En Nisibis vivían todavía algunos de las diez tribus<br />

perdidas, pero si me arriesgaba a acudir, correría peligro, pues<br />

hasta allí llegaba la autoridad de mis perseguidores, de modo<br />

que le prometí enviar en mi lugar a uno de los míos, que haría<br />

igualmente bien el trabajo que se me pedía, y me dispuse a<br />

seguir huyendo. Pasamos por muchos lugares de la ruta llamada<br />

hoy de la seda y a través del Irán, Afganistán, y el actual<br />

Pakistán llegamos por fin a la India. Mi madre no terminó el


338<br />

viaje. Debilitada por las penalidades, murió cerca del actual<br />

Rawalpindi y se la enterró según el rito judío, en dirección Esteoeste,<br />

de cara a Jerusalén. Seguí solo camino de Srinagar y entré<br />

en Cachemira por el valle que aún hoy lleva mi nombre,<br />

Yusmarg, pues Yusu equivale a Jesús. Una vez allí, me dije<br />

profeta, oré muchos días y noches y di tal ejemplo de vida santa<br />

y piadosa que muchos se convirtieron al bien. El rey del lugar<br />

me pidió que condujera por el camino recto a sus súbditos<br />

hindúes. Al parecer dudaba de su propia religión ancestral. No<br />

fue la única ocasión en que tuve trato con reyes. Se cuenta que<br />

cierto día otro rey salió hacia el Himalaya y en el país de los<br />

Hun vio sentado al pie de un monte a un personaje distinguido,<br />

de complexión clara y vestido de blanco, al que se dirigió de<br />

inmediato para preguntarle quien era. El personaje era yo, que<br />

cortésmente me apresuré a presentarme diciéndole que se me<br />

conocía por hijo de Dios y nacido de una virgen. Como es<br />

natural, el rey se sintió confundido, de modo que proseguí<br />

aclarándole que yo era el predicador de la religión de los<br />

Meleacas y seguía principios verdaderos. Quiso él saber más,<br />

por lo que añadí que procedía de un país lejano en el que ya no<br />

se respetaba la verdad y el mal no conocía límites; yo había<br />

aparecido allí como mesías y se me había perseguido y<br />

maltratado, así como a mis seguidores. Me pidió entonces el rey<br />

que lo instruyera también a él, por lo que le recomendé que<br />

enseñara el amor, la verdad y la pureza de corazón; y que llevara<br />

a los hombres a servir a Dios, que ocupa el centro de todo. El<br />

rey quedó complacido y tras venerarme como santo se había<br />

marchado. Otros añaden que tras haberme interrogado acerca de<br />

mi condición, procedencia y doctrina, me dijo que yo necesitaba<br />

algunas mujeres que me cuidasen y mantuviesen limpia mi casa,<br />

que me lavasen la ropa, me hiciesen la comida y así por el estilo;<br />

pero yo la había replicado que me las arreglaba bien solo y que<br />

nadie tenía que trabajar para mí. Mas como él insistiese, al final<br />

acabé accediendo y de una de las idílicas aldeas de aquella


339<br />

región tomé por esposa a una tal Marjan, que me cuidó y dio<br />

hijos. Aún hoy vive allí su descendencia y la mía. Finalmente,<br />

cuando sentí llegada mi hora, llamé junto a mí a mi discípulo<br />

Tomás Dídimo y le encomendé continuar mi obra. En el lugar de<br />

mi muerte debería erigir una tumba. Me tendí luego con la<br />

cabeza dirigida hacia el este y los pies al oeste y expiré. Por el<br />

este nace el sol, símbolo de la resurrección, de la vuelta a la<br />

vida. Mi tumba perdura y se la llama Rozabal, contracción de<br />

Rauza y Bal; son Rauza las tumbas de los profetas.<br />

Ni que decir tiene que esta versión contradice la otra<br />

apuntada según la cual después de mi aparente crucifixión huí<br />

con la Magdalena a la Provenza francesa y allí morí de avanzada<br />

edad tras haber vivido de incógnito la tira de años. Como es<br />

poco menos que de rigor, mi mujer me sobrevivió.<br />

SOY UN GRAN MITO<br />

Pero los autores de Zeitgeist, un reciente documental,<br />

han ido más lejos y no sólo se han limitado a corregir<br />

parcialmente lo que oficialmente se ha dicho de mí, sino que lo<br />

han calificado sin más de copia total y completa de los mitos<br />

religiosos egipcios. Así lo han contado.<br />

Según su relato, desde hace ya más de 10.000 años los<br />

humanos han adorado al sol. Y no sin razón, ya que todas las<br />

mañanas sale y con su luz y disipa las tinieblas y el frío de la<br />

noche y devuelve a sus madrigueras a las fieras nocturnas.<br />

Los antiguos comprendieron que sin él no habría<br />

cosechas y la vida sería imposible. También observaron las<br />

estrellas y las agruparon en las constelaciones, a las que se<br />

personificó en figuras humanas o animales. A lo largo del año<br />

parece que el sol va pasando de una a otra, lo cual se representó<br />

mediante el zodiaco, un círculo de los 12 meses al que dos<br />

trazos en cruz dividen en cuatro partes iguales, las 4 estaciones,


340<br />

y cuyas intersecciones con él son los llamados solsticios y los<br />

equinoccios.<br />

Además de observar el sol y la estrellas los antiguos los<br />

mitificaron. El sol daba la vida, de modo que se lo consideró el<br />

dios creador. También se lo llamó luz del mundo y salvador de<br />

la Humanidad. Las 12 constelaciones eran los lugares que el<br />

dios visitaba.<br />

Hace ahora unos 5000 años, los egipcios lo llamaron<br />

Horus. Él era la luz y tenía un enemigo, Set, que representaba la<br />

oscuridad y la noche. Todas las mañanas Horus vencía a Set,<br />

mientras que por la tarde Set vencía a Horus, y lo mandaba al<br />

mundo subterráneo. De ahí deriva la general contraposición de<br />

la luz contra la oscuridad y el bien contra el mal. Horus había<br />

nacido el 25 de diciembre de la virgen Isis-Meri. Una estrella<br />

proveniente del Este había señalado su nacimiento, y tres reyes<br />

la habían seguido para hallar y adorar al nuevo salvador. A los<br />

12 años fue un niño Maestro, y a los 30, tras haberlo bautizado<br />

un personaje llamado Anup, empezó su ministerio. 12 discípulos<br />

lo acompañaban, hizo milagros, curó a los enfermos y caminó<br />

sobre las aguas. Se le dio nombres diversos, la Verdad, la Luz, el<br />

Hijo de Dios, el buen Pastor, el cordero de Dios y otros. Después<br />

de que un tal Thyphon lo traicionase, se lo crucificó, permaneció<br />

3 días en la sepultura y a continuación resucitó. Otras muchas<br />

culturas lo copiaron. En Frigia, el dios Atis nació de una virgen,<br />

Nana, el 25 de diciembre, se lo crucificó, se lo enterró y después<br />

de 3 días resucitó. En la India, Krisna nació de la virgen Devaki,<br />

una estrella del este anunció su llegada, hizo milagros con sus<br />

discípulos y tras morir resucitó. En Grecia, Diónisos nació de<br />

una virgen el 25 de diciembre, fue un viajero-maestro y<br />

transformó el agua en vino, se lo llamó Rey de Reyes, el Hijo<br />

único de Dios, el alfa y el omega; y tras morir, resucitó. En<br />

Persia, Mitra nació de una virgen el 25 de diciembre, tuvo 12<br />

discípulos e hizo milagros y a su muerte permaneció enterrado 3<br />

días y después resucitó, también se lo llamó la Verdad, la Luz y


341<br />

de otras maneras; se lo veneraba el domingo. Y así<br />

sucesivamente en todo el mundo, la China, el Japón, Birmania,<br />

Siam, Méjico y un largo etcétera.. En todos los lugares se repetía<br />

la historia, el dios nacía de una virgen el 25 de diciembre, lo<br />

seguían 12 discípulos, moría, permanecía 3 días en la tumba y<br />

luego resucitaba.<br />

Tal es mi propia historia. Mi nombre, Jesús el Cristo, que<br />

quiere decir el enviado o mesías, nací de la virgen María el 25<br />

de diciembre, en Belén, una estrella del Este anunció mi<br />

nacimiento, tres reyes la siguieron para hallarme y adorarme, a<br />

los 12 años enseñé en el templo y a los 30 después de hacerme<br />

bautizar por Juan el Bautista empecé mi ministerio. Viajé con 12<br />

discípulos e hice milagros tales como curar a los enfermos,<br />

caminar sobre las aguas y resucitar a los muertos; se me conoció<br />

como Rey de Reyes, Hijo de Dios, Luz del mundo, el Alfa y el<br />

Omega, cordero de Dios y de otras maneras. Judas me vendió<br />

por 30 piezas de plata, se me crucificó, se me enterró y a los 3<br />

días resucité y subí al cielo.<br />

Todo esto refleja lo que pasa en el cielo con el sol y las<br />

estrellas. La estrella más luminosa del cielo nocturno es Sirio,<br />

que el 24 de diciembre se alinea con las tres estrellas más<br />

brillantes del cinturón de Orión, a las que se llama los Tres<br />

Reyes. En esa fecha, Sirio y las tres estrellas acompañantes<br />

apuntan al lugar en que el sol se levanta. Los tres reyes siguen a<br />

la estrella del este para asistir al nacimiento del sol.<br />

La virgen Maria es la constelación Virgo, en latín, virgen.<br />

A veces también se la llama 'la casa del pan' y se la representa<br />

como una doncella con un haz de trigo. La casa del pan y el haz<br />

de trigo aluden a agosto y septiembre, los meses de la<br />

recolección. Además, se traduce literalmente Belén como "casa"<br />

del pan, una referencia a la constelación de Virgo, un lugar en el<br />

cielo, no en la Tierra.<br />

El 25 de diciembre es el solsticio de invierno. En el<br />

hemisferio norte, desde el solsticio de verano, el 24 de junio, al


342<br />

de invierno, el 25 de diciembre, el sol se dirige hacia el sur,<br />

decae, se empequeñece, se enfría, al tiempo que los días se<br />

acortan y la tierra se duerme y no da fruto. Para los antiguos esto<br />

representaba el envejecimiento y la muerte. El 22 de diciembre<br />

el sol se encuentra en el punto más bajo del cielo y durante el<br />

23 y el 24 parece inmóvil en las proximidades de la llamada<br />

Cruz del Sur. Pasado ese intervalo, el 25 de diciembre se alza un<br />

grado hacia el norte, y a partir de ahí los días se alargan, la tierra<br />

se calienta y con la la primavera renace y vuelve a dar fruto. Por<br />

lo tanto se decía: el sol ha muerto en la cruz, estuvo enterrado<br />

tres días y ha vuelto a nacer; ha resucitado. De ahí que yo<br />

comparta con los demás dioses solares la crucifixión, la muerte<br />

durante tres días y la resurrección. Los tres días son el periodo<br />

de transición que precede al cambio de dirección del sol hacia el<br />

norte llevando consigo la primavera y la salvación. Sin embargo,<br />

hasta el equinoccio de primavera o la Pascua no se festejaba la<br />

resurrección, porque en ese momento el sol derrotaba<br />

oficialmente a las fuerzas de la oscuridad y el día se alargaba<br />

hasta durar más que la noche.<br />

En cuanto a mis discípulos, se trataría de las 12<br />

constelaciones que van con el sol. Una y otra vez se repite en la<br />

Biblia el número 12: Las 12 tribus de Israel, los 12 hermanos de<br />

José, los 12 jueces, los 12 grandes patriarcas, los 12 profetas del<br />

antiguo testamento, los 12 reyes y los 12 príncipes.<br />

También en ella hay numerosas referencias a lo que<br />

comúnmente se llama 'Edades'. Esto tiene que ver con la<br />

precesión de los equinoccios. El eje de la Tierra se bambolea y<br />

tarda 25.765 años en dar un giro completo, lo que hace 12<br />

periodos o edades de 2150 años cada una. En tiempos de Moisés<br />

se pasaba de la edad del toro a la del carnero, de Tauro a Aries;<br />

en los míos se pasaba de Aries a Piscis; dos mil años después se<br />

pasará de Piscis a Aquario. De vuelta del Sinaí con las Tablas,<br />

Moisés se enfada porque los israelitas adoran un becerro de oro,<br />

cuando deberían adorar al carnero. Su enfado es tal que hace


343<br />

añicos las Tablas de piedra y ordena a su pueblo que para<br />

purificarse se maten unos a otros. Moisés representa la nueva<br />

Era de Aries, y ante ella todos deben liberarse de la Vieja. De<br />

modo semejante, los israelitas mataban durante la pascua el<br />

cordero, Aries, antes de que yo los condujera a la Era siguiente,<br />

la Era de Piscis o de los dos peces. El pez simboliza el reino del<br />

sol durante la Era de Piscis. A continuación viene la Era de<br />

Acuario, la representa un hombre que vierte el agua de un<br />

cántaro. Después de mí, Piscis, vendrá la Era de Acuario.<br />

El evangelista Mateo mal traducido me hace decir:<br />

"Estaré con vosotros hasta el final de los tiempos". Pero la<br />

palabra que utiliza es "Eón", que significa "Era". "Estaré con<br />

vosotros hasta el fin de la Era", la era de Piscis, que terminará<br />

cuando el sol entre en la Era de Acuario. El concepto de fin de<br />

los tiempos y fin del mundo es una alegoría astrológica mal<br />

interpretada.<br />

Yo sería un plagio del dios-sol egipcio Horus. Hace 3500<br />

años, en los muros del templo de Luxor, se grabó la anunciación,<br />

la concepción inmaculada, el nacimiento y la adoración de<br />

Horus. Primero Thor anuncia a la virgen Isis que concebirá a<br />

Horus, luego Nef, el espíritu sagrado la preña, después nace de<br />

ella el dios y la gente lo adora. Exactamente la historia de mi<br />

concepción milagrosa.<br />

También la historia de Moisés habría sido plagiada. Se<br />

dice que cuando nació y para evitar que el faraón lo matase se lo<br />

puso en un cestillo y se lo abandonó a la deriva en un río. Lo<br />

rescata una hija de reyes que lo cría como un príncipe. Es una<br />

copia del mito de Sargón de Akkad, alrededor del año 2250<br />

antes de esta era. Para evitar el infanticidio se puso en una cesta<br />

al Sargón recién nacido y se la dejó a la deriva en un río. Lo<br />

rescató y salvó Akki, una reina comadrona.<br />

Se supone que Moisés nos dio las leyes, los 10<br />

Mandamientos del Sinaí; pero la idea de que en una montaña un<br />

dios entrega a un profeta las leyes es también muy antigua. En


344<br />

una larga lista de dadores míticos de leyes, Moisés es uno más.<br />

En la India, Manu fue el gran donador de la ley. En Creta, en el<br />

monte Dicta, Zeus dio a Minos las leyes sagradas. En Egipto, el<br />

dios escribió en tablas de piedra las leyes y se las dio a Mises.<br />

Manu, Minos, Mises, Moisés. Hasta los 10 Mandamientos<br />

proceden literalmente del hechizo 125 del libro egipcio de los<br />

muertos. Lo que él está escrito como "No he robado" se<br />

convirtió en "No robarás". "No he matado" en el "No matarás".<br />

No he dicho mentiras, en "No mentirás", y así sucesivamente.<br />

La teología judeo-cristiana procede de la religión<br />

egipcia. El bautismo, la vida después de la muerte, el juicio<br />

final, una virgen que da a luz, la muerte y la resurrección, la<br />

crucifixión, el arca de la alianza, la cincuncisión, el salvador del<br />

género humano, la sagrada comunión, el diluvio universal,<br />

nuestra Pascua, la Navidad, la pascua judía, y muchos, muchos<br />

más, todos derivan de las ideas egipcias. Me preceden en mucho<br />

tiempo así como al judaísmo. San Justino, Padre de mi Iglesia,<br />

parecía saberlo cuando dejó escrito que: Si decimos que al<br />

Cristo Jesús, nuestro maestro, se lo engendró sin unión sexual,<br />

se lo crucificó, murió, resucitó y subió a los cielos, repetimos lo<br />

que creen los adoradores de Júpiter. Y también Perseo nació de<br />

una virgen.<br />

Igual que casi todos los mitos religiosos que la<br />

precedieron, la Biblia es un híbrido literario astro-teológico. Ya<br />

en ella se transfiere los atributos de un personaje a otro<br />

diferente. En el Antiguo Testamento José fue un prototipo de mi<br />

persona. Como yo, José nació de un parto milagroso; tenía 12<br />

hermanos, como yo doce discípulos; se lo vendió por 20<br />

monedas de plata, a mí por 30; Judá, hermano de José, propone<br />

se lo venda; Judas propone venderme, José empezó su labor a<br />

los 30 años, yo empecé la mía a los 30 años, los paralelismos<br />

siguen y siguen.<br />

No hay pruebas históricas no bíblicas que apoyen mi<br />

existencia, la de una persona llamada Jesús, hijo de una virgen


345<br />

María, que haya viajado con 12 seguidores, sanado a las<br />

personas y todo lo demás. En torno al Mediterráneo vivieron al<br />

mismo tiempo que yo o muy poco después numerosos<br />

historiadores y ni uno me menciona. Con dificultad se cree que<br />

alguien que hizo milagros, resucitó de entre los muertos y a la<br />

vista de todos subió a los cielos, pasara desapercibido. Puede<br />

que yo ni siquiera haya existido. Probablemente la religión<br />

cristiana parodia la adoración del sol, poniendo en su lugar a mi<br />

personaje. No respeta la verdad. No ha sido otra cosa que un<br />

mito, un instrumento político.<br />

Un mito es una idea falsa que mucha gente cree. El mito<br />

religioso es una historia que orienta y conmueve. Importa su<br />

función. Una historia no funcionará a menos que la nación o la<br />

comunidad la crean. El mito religioso es el dispositivo más<br />

poderoso jamás creado y sobre él otros mitos prosperan. La<br />

religión nunca reformará a la gente porque decir religión es<br />

decir esclavitud.<br />

FIN<br />

Acabé de escribir este libro el 29 de febrero de 2009

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