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Iba de pitache en pitache haciendo amistad con sus parientes Cupey,<br />

Guaitoroco, Moreche y Kajambo, hasta terminar su recorrido, amparado por las luces<br />

del Sol o de la Luna.<br />

Su morada la tenía donde las brisas del Norte se sentían más deliciosas. Con<br />

las guindas de güire, de tagua y de copey, y los bejucos de querere y las conchas de<br />

las matas correosas, hacía sus hamacas para dormir la siesta. Nadie más hábil para<br />

imitar a los chochos y a las pespeces hasta en su columpiar entre las ramas en sus<br />

nidos colgantes. Decía que de estos animalitos había aprendido la misteriosa forma<br />

de hacer sus camastros de vaivenes.<br />

En las noches serenas soñaba con sus antepasados, que le insinuaban como<br />

perfeccionar su invento. Del algodón silvestre empezó a tejer hebras y más hebras y a<br />

entrelazarlas con arte y con paciencia hasta conseguir elaborar más suave y cómodo<br />

su paño de dormir. Le fue adaptando soportes cabezales que llamó maniguetas y<br />

adornos laterales que denominó flecos. Enseñó a los de su región a elaborar el tejido<br />

cada vez más perfecto. Desde entonces todos sus descendientes de la llanada del<br />

Norte, siguieron realizando el tejido de la primitiva prenda.<br />

Con el andar M tiempo a los descarralados, -de malla o de cairel-, se les llamó<br />

chinchorros, por creerse que eran la mapa para anidas a las impertinentes chinchitas<br />

de los montes.

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