nº 569/29-xi-2007 semanario católico de información ... - Alfa y Omega

DESDE LA FE 29-XI-2007
Con ojos de mujer
Javier Martínez:
víctima ejemplar
a nuca indica que su mirada es cabizbaja. Lo
Lveo de espaldas, pero adivino a un hombre
que lucha contra el abatimiento, pero no
abatido; seguramente, en momentos, ausente.
Ha permanecido más de veinte horas en esa silla
verde, frente al juez, el fiscal, los letrados...
Y lo ha hecho en silencio, con templanza y
humildad...
He escuchado atentamente su declaración,
también la del demandante, y la de una larga
lista de testigos.
Me esfuerzo en hallar los motivos que han
movido a la Justicia a llevar adelante el caso;
pero, a medida que pasan las horas, la ausencia
de hechos es una evidencia... para todos. La
importante presencia mediática se diluye, al no
poder alimentarse de espectáculo judicial. A
falta de hechos, se buscan chismes entre dos
miembros del clero. Tampoco. Comienza
entonces el tedio de un juicio que, a todas luces
ya, se revela sin causa. Veinte horas después,
todo aparece en el juicio como un sin sentido.
El desencuentro de un sacerdote y su obispo
ni siquiera se puede usar como arma arrojadiza
contra la Iglesia. Al final, el único botín
mediático es la foto. La primera foto de un
arzobispo en el banquillo de los acusados. Y
para el que quiera oír las más claras
apreciaciones del fiscal: «Si alguien ha sido
víctima de vejaciones y humillaciones que han
menoscabado su dignidad, dentro y fuera de la
Iglesia, ha sido el acusado».
A cambio, monseñor Javier Martínez ha
tenido la oportunidad de demostrar una actitud
edificante. Auténtico testimonio de humildad y
generosidad en sus gestos, en sus afirmaciones y
en sus silencios. Hasta hacer, en fin, de la
necesidad, virtud. Buen ejemplo son sus últimas
palabras, antes de abandonar la sala de este
juicio insólito –así lo definió el propio fiscal–:
«Sólo pretendía gobernar bien la Iglesia. Nunca
he querido hacer daño a nadie».
Podríamos buscar mejores y más elevadas
citas evangélicas, pero es tan sencilla ésta de
Pitágoras que nos acerca y humaniza a un
obispo: «Consuélate de soportar las injusticias:
la verdadera desgracia consiste en cometerlas».
Elsa González Díaz de Ponga
(La autora ha seguido informativamente
el juicio en Granada)
No es verdad
Al cierre de este número de Alfa y Omega se han
producido dos noticias que serían –o deberían ser–
de primera magnitud si no estuviéramos, como
estamos, drogados por tanta manipulación y politización
a destajo: los científicos han descubierto
que se puede recurrir a células madre sin necesidad
de matar a embrión alguno, creándolo artificial
y previamente para después aniquilarlo. Es
una noticia que puede dar la vuelta por completo
a la nefasta experimentación con embriones
humanos, que no ya la ética y deontología médica
más elemental, sino el mero sentido común,
exigía, exige y exigirá siempre. La otra noticia,
también positiva, en el mismo frente a favor de la
vida humana, ha sido la detención de seis individuos
que, en un centro de exterminio en Barcelona,
se dedicaban a practicar abortos incluso a fetos
con ocho meses de vida. Todo aborto es ilícito
moralmente, por muy legales que sean algunos
supuestos, pero eso de acabar con la vida de un
ser humano de más de ocho meses es lisa y llanamente
el colmo. Si a ello se añade que la policía
ha encontrado en el centro de exterminio una
máquina trituradora para hacer desaparecer las
pruebas del crimen, hay que decir que, si se confirma
–y nadie la ha desmentido–, tal ignominia ni
siquiera en Auschwitz ocurría. Resulta absolutamente
negativo, y también intolerable, que el Colegio
de Médicos de Barcelona no haya abierto
la boca, por lo menos hasta ahora, y las llamadas
feministas, tampoco. No basta, obviamente,
con que esos sujetos indeseables vayan a la cárcel
para el resto. Tales centros de exterminio deben
ser exterminados y todo el miserable dinero que
esos individuos, y los que se beneficien de él, hayan
logrado con semejante ignominia debe ser
adecuadamente utilizado a favor de la vida y de
cuantos sufren las consecuencias de tanta barbarie
y salvajismo. Cabe felicitarse por dos tan espléndidas
noticias en el frente de la dignidad y de
la vida humana. Estas cosas pueden suceder cuando
cultural y mediáticamente triunfa la barbaridad
de que el aborto es un derecho, cuando, lo que es,
es un delito; en este caso, además, fuera de cualquier
supuesto llamado legal.
En medios considerados, por supuesto, independientes
y bien pensantes se le hace el caldo
gordo, por ejemplo, estos días, a un libro de una
presentadora de televisión que no duda en afir-
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Ω
Ramón, en La Gaceta
mar que «la virginidad es algo que quitarse de en
medio cuanto antes»; acaban de contarme que
anoche mismo, en uno de esos programas basura
de televisión, le preguntaron a una supermodelo
si no le daba vergüenza exhibir su cuerpo
desnudo, y contestó que, «como decía mi
abuela, quien tiene vergüenza ni come ni almuerza».
Se ve que era una de esas abuelas precursoras
de la socialista Educación para la ciudadanía.
El diario El País acaba de denunciar
–¡oh, sorpresa!– en portada: «Sexo, mucho sexo,
y del sucio. Los niños asisten en horario protegido
de televisión a insultos, violencia y cotilleo».
Hombre, miren ustedes, por asistir asisten a cosas
mucho peores, a todas esas cosas que las
editoriales de Prisa propagan rentablemente, a
través de sus textos de Educación para la ciudadanía.
Está muy bien eso de ser pirómanos bomberos.
¿O forma parte de la hipócrita campaña
electoral eso de denunciar lo que se promueve?
Ramón, el humorista de La Gaceta, ha publicado
recientemente una viñeta en la que hace una
pregunta definitiva: «¿Y si la basura no estuviera
en la televisión, sino en la audiencia?» ¿Qué tal?
¿Cómo lo ven?
En El País, un catedrático de Filosofía del Derecho
de la Universidad Autónoma de Madrid,
Francisco J. Laporta, propugna que «las víctimas
del terrorismo deben quedar excluidas de la toma
de decisiones políticas y legales». ¡Ahí queda eso!,
como si no fueran ciudadanos sujetos de derechos,
más acreditados, por cierto, que los suyos;
y en El País se refieren al brindis de la Vicepresidenta
del Gobierno en la Embajada de España
cerca de la Santa Sede, con este título: «De la Vega
resalta en el Vaticano que, sin respeto, no hay
democracia». ¡Exacto! Pues aplíquese el cuento y
respete lo que los padres de alumnos quieren para
sus hijos en la enseñanza. Nada menos que en
latín agustiniano recordó aquello de: In necesariis,
unitas… ¿Hay algo más necesario, señora de la Vega,
que la educación de los hijos? No hay dos Españas;
hay una sola España, y otra anti España,
que se quiere cargar a España, y a la que algunos
llaman fascismo de izquierdas, y otros antifascismo,
cuando tiene un nombre muy claro: marxismo,
totalitarismo puro.
Gonzalo de Berceo