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feb. 1968 - Publicaciones Periódicas del Uruguay

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14<br />

camino (discretamente protegidos ahora por funcionarios<br />

<strong>del</strong> Congreso) hasta una cubierta baja<br />

de popa donde es posible instalarse, sorber despacito<br />

las últimas copas de vino y hablar de<br />

muchas cosas. Una vez más, la presencia de<br />

Neruda ha resultado literalmente conmovedora.<br />

*<br />

Jueves 16. Me encuentro con Guimaraes Rosa y<br />

vamos a tomar una Coca-Cola al bar que está en<br />

el subsuelo <strong>del</strong> Loeb Center. Nueva York es el<br />

tercer escenario en que me ha sido dada la gracia<br />

de ver a Guimaraes Rosa. El entusiasmo que<br />

habían despertado en mí sus libros, y sobre todo<br />

esa obra maestra que se llama Grande Sertao:<br />

Veredas, me hacía acosarlo siempre con preguntas<br />

literarias, con cuestiones de influencias<br />

y lecturas que suscitan sus libros, con miles de<br />

índiscreciones lingüísticas. Guimaraes Rosa se<br />

defendía como pocos. Celoso de su intimidad, tlmido<br />

para hablar de sus obras, cerrado a pesar<br />

de su cordialidad, trataba de desviar mi atención<br />

hacia otros intereses. Ahora que lo vuelvo a encontrar<br />

en Nueva York acepto de buena gana las<br />

condiciones de su trato y me dispongo a seguirlo<br />

en sus pequeños descubrimientos cotidianos. Me<br />

cuenta que siempre le preocupó la comida y que<br />

cuando llega a una ciudad nueva hace un recorrido<br />

minucioso de los restaurantes. No es un «gourmet...<br />

Su curiosidad es de otro tipo. A través de los<br />

platos típicos trata de de.scubrir cómo vive la gente<br />

en otros países. Se ha hecho un plan muy minucioso<br />

para su estadía en Nueva York y va recorriendo<br />

ordenadamente los distintos restaurantes exóticos.<br />

Así sin salir de Manhattan recorre el mundo. Hoy,<br />

por ejemplo, le toca almorzar en un restaurante<br />

filipino y cenar en uno húngaro. Mañana, cambian<br />

los países. Lo escucho asombrado. yo que no<br />

tengo curiosidad gastronómica alguna. aunque no<br />

carezca de paladar. Luego me cuenta que desde<br />

niño, en Minas Gerais, y cuando no se había popularizado<br />

tampoco allí eso <strong>del</strong> desayuno a la inglesa,<br />

él no se podía conformar con la típica tacita de<br />

café. La madre tenía que dejarle, a él. un niño,<br />

pero ya una persona de convicciones firmes, una<br />

comida completa. Luego me habla de la filosofla<br />

<strong>del</strong> cepillo de dientes. Me pregunta por qué me<br />

EMIR RODRIGUEZ MONEGAL<br />

lavo los dientes con pasta dentífricá de mañana.<br />

Le digo que no lo hago. Que me lavo sólo con<br />

cepillo entonces. Igual le parece mal y me explica:<br />

la pasta gasta el esmalte. Hay que usarla lo menos<br />

posible. Mejor es enjuagarse la boca con algún<br />

líquido desinfectante y sólo pasarse el cepillo después<br />

<strong>del</strong> desayuno. Lo oigo abismado. Pienso que<br />

de esas minucias está hecha su vida cotidiana. En<br />

sus novelas y cuentos, cada palabra está atravesada<br />

por el espíritu, por la imaginación más extraordinaria,<br />

por los grandes sentimientos, por una pasión<br />

l!lmoderada por el verbo. En la vida cotidiana, Guimaraes<br />

Rosa parece reducirlo todo a lo inmediato.<br />

Discutimos su irreprimible tendencia a escapar de<br />

los actos públicos. de no participar en mesas redondas.<br />

de no hablar o hacer declaraciones. Confiesa<br />

que está mal. que no se debe aceptar una<br />

invitación de éstas y luego escabullir las responsabilidades.<br />

Lo reconoce tan abiertamente que es<br />

imposible disentir con él. Le digo que un escritor<br />

debe cuídar también su imagen pública, que de<br />

alguna manera esa imagen es parte de su obra<br />

y le cito el caso de Neruda. No está de acuerdo.<br />

Para él sólo cuenta la obra. No le importa nada<br />

más. Le digo que me causó mucha gracia su huída,<br />

el domingo, cuando la horda que acompañaba<br />

entonces a Neruda ocupó toda la cubierta de popa.<br />

Acepta la descripción humorística que le hago de<br />

él mismo, escapando sobre las sillas volcadas, y me<br />

confirma su horror <strong>del</strong> público. Desde muchos puntos<br />

de vista, este solitario, tan bien educado y distante,<br />

me hace acordar a Juan Carlos Onetti, otro<br />

solitario, aunque hosco y hasta erizado de púas.<br />

Pero los dos han hecho su obra, difícil, exigente,<br />

muy personal, sin preocuparse <strong>del</strong> destino que podría<br />

correr y negándose sistemáticamente a las relaciones<br />

públicas. En plena cincuentena (ambos<br />

han nacido entre 190B y 1909) la fama les está<br />

llegando un poco como a contrapelo. Lo que más<br />

les preocupa es preservar la intimidad. Por eso,<br />

Onetti se encierra a rumiar en su habitación de<br />

hotel o cuando sale es para circular entre viejos<br />

amigos probados o a responder con monosílabos<br />

a las preguntas de los extraños. Por eso Guimaraes<br />

Rosa se parapeta detrás de su coraza diplomática,<br />

huye aventando sillas, o discute interminablemente<br />

los platos típicos de los mil restaurantes neoyorquinos.<br />

Sin embargo, tanta arte <strong>del</strong> camouflage<br />

no es impecable. Detrás de las miradas evasivas

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