feb. 1968 - Publicaciones Periódicas del Uruguay
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camino (discretamente protegidos ahora por funcionarios<br />
<strong>del</strong> Congreso) hasta una cubierta baja<br />
de popa donde es posible instalarse, sorber despacito<br />
las últimas copas de vino y hablar de<br />
muchas cosas. Una vez más, la presencia de<br />
Neruda ha resultado literalmente conmovedora.<br />
*<br />
Jueves 16. Me encuentro con Guimaraes Rosa y<br />
vamos a tomar una Coca-Cola al bar que está en<br />
el subsuelo <strong>del</strong> Loeb Center. Nueva York es el<br />
tercer escenario en que me ha sido dada la gracia<br />
de ver a Guimaraes Rosa. El entusiasmo que<br />
habían despertado en mí sus libros, y sobre todo<br />
esa obra maestra que se llama Grande Sertao:<br />
Veredas, me hacía acosarlo siempre con preguntas<br />
literarias, con cuestiones de influencias<br />
y lecturas que suscitan sus libros, con miles de<br />
índiscreciones lingüísticas. Guimaraes Rosa se<br />
defendía como pocos. Celoso de su intimidad, tlmido<br />
para hablar de sus obras, cerrado a pesar<br />
de su cordialidad, trataba de desviar mi atención<br />
hacia otros intereses. Ahora que lo vuelvo a encontrar<br />
en Nueva York acepto de buena gana las<br />
condiciones de su trato y me dispongo a seguirlo<br />
en sus pequeños descubrimientos cotidianos. Me<br />
cuenta que siempre le preocupó la comida y que<br />
cuando llega a una ciudad nueva hace un recorrido<br />
minucioso de los restaurantes. No es un «gourmet...<br />
Su curiosidad es de otro tipo. A través de los<br />
platos típicos trata de de.scubrir cómo vive la gente<br />
en otros países. Se ha hecho un plan muy minucioso<br />
para su estadía en Nueva York y va recorriendo<br />
ordenadamente los distintos restaurantes exóticos.<br />
Así sin salir de Manhattan recorre el mundo. Hoy,<br />
por ejemplo, le toca almorzar en un restaurante<br />
filipino y cenar en uno húngaro. Mañana, cambian<br />
los países. Lo escucho asombrado. yo que no<br />
tengo curiosidad gastronómica alguna. aunque no<br />
carezca de paladar. Luego me cuenta que desde<br />
niño, en Minas Gerais, y cuando no se había popularizado<br />
tampoco allí eso <strong>del</strong> desayuno a la inglesa,<br />
él no se podía conformar con la típica tacita de<br />
café. La madre tenía que dejarle, a él. un niño,<br />
pero ya una persona de convicciones firmes, una<br />
comida completa. Luego me habla de la filosofla<br />
<strong>del</strong> cepillo de dientes. Me pregunta por qué me<br />
EMIR RODRIGUEZ MONEGAL<br />
lavo los dientes con pasta dentífricá de mañana.<br />
Le digo que no lo hago. Que me lavo sólo con<br />
cepillo entonces. Igual le parece mal y me explica:<br />
la pasta gasta el esmalte. Hay que usarla lo menos<br />
posible. Mejor es enjuagarse la boca con algún<br />
líquido desinfectante y sólo pasarse el cepillo después<br />
<strong>del</strong> desayuno. Lo oigo abismado. Pienso que<br />
de esas minucias está hecha su vida cotidiana. En<br />
sus novelas y cuentos, cada palabra está atravesada<br />
por el espíritu, por la imaginación más extraordinaria,<br />
por los grandes sentimientos, por una pasión<br />
l!lmoderada por el verbo. En la vida cotidiana, Guimaraes<br />
Rosa parece reducirlo todo a lo inmediato.<br />
Discutimos su irreprimible tendencia a escapar de<br />
los actos públicos. de no participar en mesas redondas.<br />
de no hablar o hacer declaraciones. Confiesa<br />
que está mal. que no se debe aceptar una<br />
invitación de éstas y luego escabullir las responsabilidades.<br />
Lo reconoce tan abiertamente que es<br />
imposible disentir con él. Le digo que un escritor<br />
debe cuídar también su imagen pública, que de<br />
alguna manera esa imagen es parte de su obra<br />
y le cito el caso de Neruda. No está de acuerdo.<br />
Para él sólo cuenta la obra. No le importa nada<br />
más. Le digo que me causó mucha gracia su huída,<br />
el domingo, cuando la horda que acompañaba<br />
entonces a Neruda ocupó toda la cubierta de popa.<br />
Acepta la descripción humorística que le hago de<br />
él mismo, escapando sobre las sillas volcadas, y me<br />
confirma su horror <strong>del</strong> público. Desde muchos puntos<br />
de vista, este solitario, tan bien educado y distante,<br />
me hace acordar a Juan Carlos Onetti, otro<br />
solitario, aunque hosco y hasta erizado de púas.<br />
Pero los dos han hecho su obra, difícil, exigente,<br />
muy personal, sin preocuparse <strong>del</strong> destino que podría<br />
correr y negándose sistemáticamente a las relaciones<br />
públicas. En plena cincuentena (ambos<br />
han nacido entre 190B y 1909) la fama les está<br />
llegando un poco como a contrapelo. Lo que más<br />
les preocupa es preservar la intimidad. Por eso,<br />
Onetti se encierra a rumiar en su habitación de<br />
hotel o cuando sale es para circular entre viejos<br />
amigos probados o a responder con monosílabos<br />
a las preguntas de los extraños. Por eso Guimaraes<br />
Rosa se parapeta detrás de su coraza diplomática,<br />
huye aventando sillas, o discute interminablemente<br />
los platos típicos de los mil restaurantes neoyorquinos.<br />
Sin embargo, tanta arte <strong>del</strong> camouflage<br />
no es impecable. Detrás de las miradas evasivas