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Número 1 / Marzo 2010 cuando se ha producido un giro importante. De La nave de los locos, donde el insano es pasajero por excelencia encerrado en el interior del exterior, pasa a encerrarse en lo que M. Foucault llama “El gran encierro”. En este espacio, el loco es uno más en un mundo de pobreza: se encuentra entre indigentes, vagabundos y mendigos. Es el Siglo XVIII, y con la intervención del médico, aparecen los grandes sistemas nosológicos. Doublet se dirige a médicos y a directores de establecimientos; quiere darles consejos de diagnóstico y de terapéutica. Reconoce la clasificación clásica de melancolía, manía y frenesí. Para la época, el frenesí está siempre acompañado de inflamación y de fiebre; la manía es un furor sin fiebre, no es señal de una afección del cerebro; la melancolía difiere de la manía en dos cosas: la primera es que el delirio melancólico está limitado a un solo objeto, llamado punto melancólico; la segunda, que el delirio es siempre pacífico. La melancolía es un delirio particular, que se fija a uno o dos objetos determinados, sin fiebre ni furor. La mayoría de las veces, este delirio está asociado a una tristeza que no se supera, a un humor sombrío, a una misantropía, a una tendencia a la soledad. Etimológicamente, “delirio” es un término tomado del latín imperial delirus, ‘extravagante’. Delirare significa ‘salir del surco’. Con el 4 Melancolía Edvard Munch. (1899) Óleo sobre lienzo. transcurso del tiempo, el delirio va a adquirir el valor de exaltación de la imaginación. En el Siglo XIX, el delirio es convertido en objeto de estudio científico. Con el advenimiento del psicoanálisis, su creador, Sigmund Freud, le dedica un estudio: Duelo y melancolía en el que establece la relación estrecha entre ambos y desarrolla la idea de duelo patológico. Hoy en día, la psiquiatría ha desplegado un nuevo capítulo de esta historia, la depresión: estado del ánimo sombrío, taciturno, desasido de todo interés mundano, no es simplemente una actitud negativa, como la melancolía, sino una enfermedad compleja, que no sólo admite cambios en la subjetividad del paciente y en su conducta, sino que también modifica su química cerebral. Los neurotransmisores, bisagras claves que actúan articulando neuronas y terminaciones nerviosas entre sí, parecen perder efectividad. La glía, poderoso sostén de la estructura, no proporciona los factores neurotróficos. Cuál es la causa y cuál su efecto, o bien son dos rostros de un particular Jano bifronte, es el enigma que la ciencia tiene por develar en un futuro no lejano: la singular conducta humana y su misterioso nexo con la neuroquímica cerebral.
Los reyes dementes Juana la Loca Salutifera Navis Por Ricardo Ferreira Doña Juana la Loca Francisco Pradilla Ortiz. (1877) Óleo sobre lienzo. 340 x 500 cm Museo del Prado, Madrid. La escena es sombría y trágica. La figura principal es la reina Juana, que, de riguroso luto, contempla con mirada extraviada el féretro de su adorado cónyuge, Felipe el Hermoso. En los rostros de quienes la acompañan no hay tristeza, sino resignación, cansancio y hastío: llevan tres años siguiendo un cortejo fúnebre que partió desde Burgos hacia Granada. La reina había ordenado múltiples paradas destinadas a misas, salmos, horas de recogimiento y oraciones, y una distancia que podía recorrerse en pocas semanas se transitó durante tres años interminables que se resumen en la pintura realizada, trescientos años después, por Pradilla Ortiz. Este eterno peregrinaje fúnebre fue la culminación de una serie de actitudes y comportamientos que ya eran signos inequívocos de la insania de la reina. Por eso Juana no pasó a la posteridad como Juana Primera, ni Juana de Castilla y Aragón, ni siquiera como la reina Juana. Sus contemporáneos y la historia la llamaron “Juana la Loca”. 5
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