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Daniel Arella - María Luisa Lazzaro

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Ahora todo ennegrece y adentro de Pedro el vigor<br />

pendenciero se acrecienta mientras revive en su<br />

subconsciente una antigua disputa familiar con los deudos de<br />

Andrés. Y ¡qué te pasa imbécil!, soltó, hecho un demonio, de<br />

su boca, y saltó del pozo hasta donde estaba Andrés, apretó<br />

los puños y se cuadró frente a él en posición de ataque.<br />

Andrés, en defensa, tomó una piedra mientras escuchaba a<br />

Pedro gritarle que los caballeros no se arman. Fue lo último<br />

que dijo antes de que una roca filosa de un palmo se le<br />

incrustara como un cuchillo entre las cejas y le hiciera torcer<br />

los ojos y desplomarse sin perder aun la ridícula pose de<br />

boxeador en guardia. Andrés, que miraba atónito el resultado<br />

de esa mezcla de ira y miedo que habitó su cuerpo por<br />

segundos, se llevó las manos a la cabeza mientras se ponía de<br />

cuclillas con cara de aún no poder creerlo.<br />

Todos fueron a ver a Pedro, todos menos Andrés que<br />

permanecía pasmado, estaba asustado, temeroso, y como el<br />

niño que era, lloraba por la tragedia. Conforme a esto las<br />

aguas de la quebrada embravecían, y de entre el grupito que<br />

rodeaba a Pedro alguien tomó la secreta decisión de vengar su<br />

muerte.<br />

Andrés, en medio de su perplejidad, alcanzó a captar algo, y<br />

como advertido por un ente sobrenatural, se puso de pie,<br />

tomó dos piedras más, e inició su huida trepando por las<br />

rocas que elevaban la cascada, pues, como todos, sabía que<br />

ese camino, el que bordea la quebrada cien metros arriba<br />

hasta la confluencia con otra quebrada, es el único transitable<br />

a esa hora menguada de la tarde con una lluvia apremiante.<br />

Andrés, en su escapada, tiró hacia atrás, para que no lo<br />

alcanzaran, las dos piedras que había cogido, y se trepó con<br />

una habilidad de mono hasta la cima de la cascada, pero<br />

cuando llegó a la roca más elevada, de la que se tiraban en<br />

clavado al pozo, una piedra lanzada por alguno de los tres<br />

niños que estaban abajo le dio en la cabeza. Andrés resbaló,<br />

por un segundo quedó de rodillas, y cuando intentó pararse<br />

para aprestarse a correr volvió a resbalar y esta vez su nuca<br />

golpeó de lleno en una saliente de la roca y una tinta purpúrea<br />

la cubrió toda hasta que la crecida de la quebrada la lavó y

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