Daniel Arella - María Luisa Lazzaro
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—Croac, no me gusta.<br />
—¿Ah?, ¡Acaso hablaste! mmm… De todas formas,<br />
amiga o amigo, necesito descansar. Por favor vete. Vamos<br />
bella ranita de bello color, vete, vete, vete –dijo Francisco.<br />
Cierto, las ranas son bellas.<br />
Este chicuelo en menos de quince minutos se entregó a<br />
Morfeo. En sus sueños se imaginaba a esa ranita convertida<br />
en doncella:<br />
—Si sólo pudiera… –se decía dormido.<br />
El anfibio, que por naturaleza adivinaba el espacio<br />
onírico del joven, se emocionó tanto que croó con una<br />
CROAC, así de mayúsculo:<br />
—¡CROAC!<br />
—¡Vaya ranita! –despertó Francisco asustado. No<br />
comiences a cantar, ahora no –reclamó.<br />
De nuevo intenta dormir. Cierra sus ojos, y comienza a<br />
ver, en el Mundo de los Posibles a una joven vestida muy de<br />
moda, con un rosado cálido en los labios, unas manos<br />
delicadas y una cabellera lisa que llega a la cintura.<br />
—Locura.<br />
—¿Te llamas…? Preguntó Francisco.<br />
—Anura, Princesa Anura. La Alteza de sueños verdes,<br />
de tus verdes sueños.<br />
—Qué encuentro, ¡estupendo!<br />
(Propio de la adolescencia, en las travesuras de Cupido,<br />
Francisco gaguea, tambalea, suda… La chica de catorce años,<br />
en un verde sonrojar en su rostro, demuestra pena y<br />
aceptación. Coqueteo al fin).<br />
Anura voltea engreídamente dándole la espalda a<br />
Francisco. Aquel momento era esperado, tal vez para ambos.<br />
Estaban solos, solos, pero no tanto como para decir que eran<br />
los únicos. En el Gran Evento existían luces a inmensas<br />
escalas, papeleras, charcos ornamentales… maripositas<br />
volando, grillos, pequeños insectos fluorescentes…<br />
De espalda a Francisco, Anura atrapa con su lengua<br />
una pollita rechoncha, suculenta. Al sólo tocarla, Anura volvió<br />
a su estado natural: gorda, achatada, bocona, verdosa,<br />
aceitosa. En definitiva, gusarapa.<br />
Anura volteó, y de frente a Francisco, se le ocurrió: