Libro: El asesinato del profesor de matemáticas
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—¡No pue<strong>de</strong> matarnos a los tres!<br />
—¿No preten<strong>de</strong>réis que vayamos allí y...? —A<strong><strong>de</strong>l</strong>a<br />
estaba hecha un flan.<br />
—Si ve que alguien lo sabe, se entregará, seguro<br />
—vaticinó Luc.<br />
—No, se va a escapar, como dijo el Fepe —puso la<br />
evi<strong>de</strong>ncia <strong>de</strong>cisiva Nico.<br />
—¡Escapar!<br />
—¿Qué hora es?<br />
—¡Faltan nueve minutos para las seis!<br />
No fue premeditado. Ni lo hablaron. Sólo fue instintivo.<br />
Se levantaron los tres y volvieron al colegio a más<br />
velocidad aún que a la ida, lo cual ya era <strong>de</strong> por sí difícil.<br />
La única diferencia es que esta vez Luc no se a<strong><strong>de</strong>l</strong>antó.<br />
No quería llegar el primero y solo.<br />
Ahora estaban los tres metidos hasta el cuello en<br />
aquel espantoso lío.<br />
Los tres.<br />
—¡Corre, Nico!<br />
—¡Ya, ya!<br />
—¡Vamos, A<strong><strong>de</strong>l</strong>a!<br />
Cruzaron calles, sortearon coches y motos cuyos<br />
dueños protestaron airados, regatearon a cuantos paseantes<br />
y <strong>de</strong>más fauna urbana se cruzaron en su camino,<br />
saltaron, patinaron, hicieron las mil y una, con las<br />
zapatillas tocándoles los traseros <strong>de</strong>bido a la velocidad<br />
a la que iban. Sólo se <strong>de</strong>tuvieron en un semáforo, menos<br />
<strong>de</strong> cinco segundos.